aparecen en sujetos muy intelectualizados, en los neuréticos
Ghsesivos y en pacientes “con afectos bloqueados o perturba-
dos, quienes, habiendo reprimido el aspecto afectivo de su
vida, retuvieron el aspecto intelectual como nico medio de
expresién (...) de su personalidad”, |
Pese al nexo estrecho que existe entre resistencia y defen-
sa, se ha destacado a menudo que no son sinénimos (Brenner,
1981; Gero, 1951; Laplanche y Pontalis, 1973; Loewenstein,
1954; Lorand, 1958; Stone, 1973). Blum (1985) afirma acerta-
damente:
El concepto de defensa es mas amplio que el de resistencia,
dado que este tiltimo es una funcién del tratamiento que cobra,
significado a partir del proceso analitico, Habitualmente se
‘considera cémo influye la resistencia en la asociacién libre y
‘en la cooperacién del paciente con la alianza terapéutica, pero
también es posible definirla y deseribirla desde muchos otros
puntos de vista: la resistencia transferencial, la resistencia
del supery6, la resistencia del ello, la reaccién terapéutica
negativa, las tendencias a la repeticién y a la regresién, ete.
En un sentido amplio, la defensa impide la comprensidn, y
ésta permite tomar conciencia de las operaciones defensivas
{que operan como resistencia en el proceso analitico, y supri-
mila,
Si las defensas son parte integral de la estructura psfquica
de los pacientes, la resistencia representa su tentativa de pro-
‘tegerse contra las amenazas que impone el procedimiento ana-
litico a su equilibrio psiquico. Como sostiene Greenson (1967):
“Las resistencias defienden el statu quo de la neurosis del
enfermo, oponiéndose al analista, a la tarea analitica y al yo
razonable del paciente”. A juicio de Rangell (1985), puede con-
siderarse a la resistencia como un segundo estrato defensivo
activado por el yo cuando las defensas existentes resultan
demasiado débiles.
Stone (1973) ha lamado la atencién sobre otra faceta al
sefialar que
los fenémenos de la resistencia son en gran medida, sino
exclusivamente, de tendencia conservadora y autoprotectora.
Dado que sus abjetivos son por lo comtin irracionales en cuan-
128
toasu derivacién, yen buena parte desacordes con el yo, estos
fenémenos se avienen a la labor analitica. Debe recordarse
que la finalidad subjetiva de su existencia es proteger los as-
pectos inconscientes insertos dentro de la personalidad, y, re-
ciprocamente, proteger la personalidad del adulto de las inv
siones y exigencias potencialmente disociadoras de eontenidos
hasta entonces inconscientes,
Y¥ luego afiade: “El aspecto infantil del yo [del paciente]
viveneia desde el comienzo al analista como una amenaza”,
Esto es un reflejo del punto de vista segin el cual el encuadre
analitico incita a la regresién, y su resultado es intensificar un
deseo o impulso previamente reprimido, con lo cual aumenta
el conflicto y cobra mayor vigor la resistencia. Si se examina la
bibliografia psicoanalitica posterior a Freud, se aprecia que el
concepto de resistencia ha permanecido en esencia intacto en
el psicoandlisis, pero en cambio se han deserito con detalle las
riiltiples formas que puede adopter, y sin lugar a dudas, la
sensibilidad ante los signos sutiles de resistencia es conside-
ada, en general, como una parte cada vez. mas importante del
bagaje técnico del analista, Interesa diferenciar entre: 1) el
concepto de un estado psiquico interno de resistencia, quo no
es observable de modo directo, y 2) los signos observables de
dicha resistencia, que a menudo se designan con el sustantivo
en plural: las “resistencias”, El hecho de no establecer este
distingo ha dado origen a grandes confusiones, ya que la se-
gunda categoria de “resistencias” es el producto de un estado
interno de mayor resistencia (en el primer sentido), y el ana-
lista debe abordar la causa de este ultimo mas que sus mani-
festaciones concretas (aun cuando no tiene que soslayar di-
chas manifestaciones). Vale la pena apuntar que ciertas con-
ductas que habitualmente se consideran sefiales de resisten-
cia del paciente (como el guardar silencio o quedarse dormido)
pueden ser entendidas, en determinados momentos del andli-
sis, no sélo como una resistencia sino como formas de expre-
sién no verbales de deseos, fantasias o recuerdos reprimidos
(véase Ferenezi, 1914; Khan, 1963).
Puede resultar ttl aplicarla diferenciacién descriptiva que
hizo Glover (1955) entre las resistencias “obvias” o “graves”,
por un lado, y las resistencias “discretas”, por el otro. Las
129primeras incluyen la interrupeién del tratamiento, las tardan.
zas 0 ausencias reiteradas a las sesiones, el silencio persisten.
te, el uso de circunloquios, el rechazo automético 0 el malen-
tendido ante todo cuanto dice el analista, 1a adopeién de una
actitud de presunta ignorancia, la abstraccién como modali-
dad sistematica del pensamiento o el quedarse dormido en la
sesién, Las resistencias menos llamativas, mas discretas, se
disimulan detrés de un aparente acatamiento a los requisitos
‘que impone la situacién analitica. Pueden manifestarse en la
coincidencia con todo lo que dice el analista, en el aporte de
material (v. gr., suefios) en el cual, segtin supone el paciente,
cl analista tiene particular interés, y en muchas otras formas,
Como sefiala Glover, “en general, la caracteristica de estas
resistencias discretas es justamente que no dan lugar a esta
lidos, no quiebran superficialmente la situacién analitica ni
la desbandan, sino que més bien se infiltran en ella, 1a im-
pregnan o, para decirlo de otro modo, en lugar de ir contra la
corriente se dejan llevar por ella como esos troncos semi-
sumergidos que estorban el paso’,
Fenichel (1945a) ha distinguido las resistencias “agudas”
de las formas mas encubiertas, que se manifiestan prineipal-
‘mente en el hecho de que no se producen cambios en el pacien-
te, por més que el trabajo psicoanalitico pareceria proseguir
sin dificultades. Una importante diferenciacién clinica (sobre
todo en el contexto del denominado “andlisis del carécter”) es
la que se ha establecido entre las resistencias acordes con el
yoy las desacordes con el yo (Dewald, 1980; Gill, 1988; Reich,
11938; Stone; 1973). Las segundas son aquellas que el paciente
siente que entorpecen la labor analitica; a las acordes con el
yo, por el contrario, no las siente como resistencias sino como
reacciones apropiadas en dicha situacién. Las expresiones
“acorde eon el yo” y “desacorde con el yo" son anteriores a la
teorfa estructural de Freud (1923b) y debe entendérselas como
“acordes con la conciencia” y “desacordes con la conciencia”.
En fecha més reciente, Stone (1973) y Dewald (1980) han’
abogado, con argumentos semejantes, por la diferenciacién
entre resistencias “técticas” y “estratégicas”. Dice Dewald:
[Las resistencias estratégicas serfan las operaciones pst
130
¢l paciente sigue buscando satisfaccién a las mociones pulsio-
nales infantiles o de su nifiez temprana y a sus retofos, a
‘como las elecciones de objeto y las operaciones psiquicas
adaptativas o defensivas. ...) Las resistencias tdcticas son las
pautas de conducta intrapsfquica e interpersonal superpues-
tas en diversas jerarquias de organizacién, mediante las cus-
Jes los pacientes se defienden contra el percatamiento cons-
ciente de las resistencias estratégicas nucleares y de los con-
fictos eon que se entretejen. (..) Su comprension y elabora-
cign en el proceso analitico es un modo importante de acceder
al andlisis del yo y de conocer sus operaciones de sintesis, asi
como la forma general en que se preserva la organizacién
psiquica caracteristica del individuo.
Si bien toda tentativa de clasificacion de las formas de
resistencia tiene la naturaleza de un ejercicio académico, los
ejemplos clinicos pueden ser sumamente iitiles (Boesky, 1985;
Boschén, 1987; Frank, 1985; Gill, 1988; Gillman, 1987; Lipton,
1977; Vianna, 1974, 1975). La gama de formas que puede
cobrar la resistencia es probablemente infinita, y pareceria
‘més provechoso investigar sus distintas fuentes, mas limita-
das en niimero, asf como indicar la motivacién de cada tipo de
resistencia y la funcién que cumple en un momento determi-
nado. Como indica Dewald (1980), “las manifestaciones de la
resistencia son proteieas y muy variables en los diferentes
pacientes, asf como en un mismo paciente en diversos perio-
dos de su andlisis".
En lo que ataiee a las fuentes de la resistencia, las sefiala-
das por Freud (1926d) siguen formando el eje de la teoria de la
técnica psicoanalitica, aunque es preciso ampliarlas y modifi-
carlas a la luz de aportes posteriores. Esto es lo que intentare-
‘mos hacer a continuacién, pero advirtamos de entrada que las
categorias expuestas se superponen en gran medida.
1) Las resistencias resultantes del peligro que el procedi-
miento psicoanalitico y sus objetivos representan para las adap-
taciones particulares que ha hecho el paciente. En este con-
texto empleamos el concepto de “adaptacién” para referirnos a
Ja adaptacién del sujeto a las fuerzas provenientes tanto de sf
mismo como del mundo externo (Hartmann, 1939; Sandler y
191Joffe, 1969). En esta categoria puede incluirse la resistencia
de represién, caso especifico de lo que podriamos llamar “re-
sistencia de la defensa”, ya que hay otras defensas, ademés de
la represién, que pueden originar una resistencia, A su vez, es
dable concebir a los mecanismos de defensa como mecanismos
‘adaptativos esenciales para el funcionamiento normal del i
dividuo y no sélo involucrados en los procesos patégenos (A.
Freud, 1936).
'2) Las resistencias de transferencia, tal como en esencia
las describi6 Freud, Stone (1973) ha resumido asf el vinculo
existente entre la resistencia y la transferencia:
En primer gar, est la resistencia a percatarse de la trans
ferencia, y su elaboracién subjetiva en la neurosis de transfe-
rencia. En segundo lugar, la resistencia ante las reducciones
‘dindmicas y genéticas de la neurosis de transferencia [Stone se
refiere aqu‘ a la diseccién del conflicto transferencial y 1a com-
‘prensién de su desarrollo), y en definitiva ante el propio vinculo
transferencial, una vez que se lo ha establecido en la concien-
cia. En tercer lugar, la presentacién transferencial del analista
‘ala parte del yo del paciente “que vivencia", como objeto del ello
¥y como supery6 exteriorizado simulténeamente, junto con la
alianza terapéutica entre el analista, en su funcién real, y la
porcién racional y “cbservadora” del yo del paciente.
Stone (1973) apunta que “lo més importante, empero, es
establecer un concepto cientifico y operativo viable de la resis-
tencia ante el proceso terapéutico como manifestacién de un
conflicto intrapsiquico reactivado en el nuevo contexto inter-
personal”. Interesa recordar que en 1934 James Strachey ya
hab{a escrito que “una de las caracteristicas de toda resisten-
cia es que surge en relacién con el analista; por lo tanto, su
interpretacién seré inevitablemente una interpretacién trans-
ferencial”. Desde entonces hubo avances sustanciales en nues-
tro conocimiento de la relacién entre transferencia y resisten-
cia, Tanto Stone (1973) como Gill (1982) distinguen entre la
resistencia a percatarse de la transferencia” —o sea, la nega-
tiva del paciente a hacerse consciente de sus sentimientos y
actitudes transferenciales— y la “resistencia a la resolucién
de la transferenci
El acento puesto en los iltimos afios en la perspectiva in-
terpersonal de la situacién analitica llev6, como es natural, a
‘examinar el papel de los factores propios del analista que
pueden contribuir a la resistencia del paciente. Stone (1973)
sefiala que “a veces una actitud de rechazo, hostil orefractaria
del paciente, [suscita] reacciones antagénicas esponténeas en
el médico”, y a esto lo llama “contra-resistencia” del analista,
Ja cual puede ser inconsciente y proyectarse sobre el pai
(Vianna, 1975), generando en él como consecuencia
una resistencia. Anna Freud (1954) sostuvo que
con el debido respeto que nos merecen el necesario manejo ya
interpretacin més rigurosos de la transferencia, aun asf creo
{que deberfamos dar eabida al entendimiento de que el analis-
tay el paciente son ademas dos personas reales, parejos en su
condicién de adultos, que han establecido una relacién perso-
nal real entre ambos. Me pregunto si el descuido (a veces
total) en que tenemos a este aspecto de la cuestién no es el
ccausante de algunas de las reacciones hostiles que se dan en
‘nuestros pacientes, que tendemos a atribuir tinicamente a la
“transferencia genuina’.
Advierte Anna Freud que estas ideas “son técnicamente
subversivas y deben manejarse con cuidado”.
‘Thoma y Kachele (1987) afirman que
‘a menudo sélo ge menciona al pasar la influencia del analista
¥y de su técnica de tratamiento en el desarrollo de transferen-
rnegativas y erotizadas ...) pese al reconocimiento general
de que las transferencias fuertemente negativas (y lo mismo
puede decirge de las erotizadas) dependen en alto grado de la
contratransferencia, la téenica del tratamiento y la postura
‘te6rica del analist
3) La resistencia derivada de la ganancia secundaria de la
enfermedad, tal como fue examinada por Freud.
4) La resistencia del supery6, como la describié Freud. Avan-
ces posteriores, sobre todo los propulsados por la obra de
Fairbairn sobre las relaciones objetales y la resistencia, lleva-
ron a los te6ricos de las relaciones objetales a pensar cada vez
‘menos en funcién de la teoria estructural freudiana y a conce-
133bir esencialmente la vida intrapsfquica a partir de las relacio-
nes objetales internas. Seguin ellos, la resistencia del supery6
se vincula a la interaccién con una figura internalizada cri
ca o persecutoria. Fairbairn (1958) ha tratado bellamente el
‘tema de las relaciones objetales internas y su conexidn con el
tratamiento psicoanalitico, puntualizando que “en cierto sen-
tido, el tratamiento psicoanalitico se reduce a la lucha que
libra el paciente para consolidar su relacién con el mundo
interno por intermedio de la transferencia, y a la determina-
cin del analista de abrir una brecha en ese sistema cerrado
fijando las condiciones en las que, dentro del marco de la
relacién terapéutica, el paciente puede ser inducido a aceptar
cl sistema abierto de la realidad exterior”. Kernberg (1985)
declara algo similar al decir, refiriéndose a la comprensién del
carécter del paciente, que las relaciones objetales inter-
nalizadas conflictivas pueden reactivarse en la transferencia,
en cuyo caso las defensas del cardcter se convierten en resis-
tencias transferenciales.
Sin duda, el amoldamiento reciproco entre el sf-mismo y
sus objetos brinda un sentimiento de seguridad, por mas que
sea ala ver causante de dolor. Consecuentemente, la existen-
cia misma de relaciones internas organizadas puede ser el
origen de una resistencia al cambio que el andlisis propone
(Sandler, 1990a, 1990b).
5) La resistencia derivada de procedimientos equivocados 0
medidas técnicas inapropiadas del analista. Si tanto éste como
el paciente admiten tales fallas, dichas resistencias pueden
abordarse en el curso normal del tratamiento; de no ser ast,
bien pueden llevar a una interrupeién del mismo o a que se lo
contin en forma espuria (Glover, 1955; Greenson, 1967).
6) Las resistencias debidas al hecho de que los cambios que
el analista produce en el paciente le provocan dificultades
concretas en su relacién con las personas importantes de su
medio (Freud, 1916-17; Gill, 1988; Stone, 1973). Asf, una espo-
sa servil y masoquista tal vez se resista a la comprensién y al
‘cambio porque ello podria poner en peligro su matrimonio,
7) Las resistencias causadas por la amenaza de curarse y
la pérdida consiguiente del analista. Muchos individuos per-
manecen en andlisis a rafz de las gratificaciones ocultas que el
134
método y la relacién analitica les procuran. Esto ocurre con
‘més frecuencia cuando el paciente ha legado a depender del
analista como figura importante de su vida. Quiz lo vivencie
a éste como un padre protector o una madre nutricia, y su
resistencia a curarse refleje su temor a abandonar tal rela-
cién, Estos pacientes pueden empeorar cuando comienza a
hablarse del final del tratamiento —lo cual no equivale a una
reaccién terapéutica negativa (véase el capitulo 8)
8) Las resistencias provocadas por la amenaza que consti-
tuye la labor analitica para la autoestima del paciente (Abra-
ham, 1919). Esto es particularmente importante en los pa-
cientes cuya principal motivacién para Ia actividad defensiva
que despliegan es el sentimiento de vergiuenza, los cuales pue-
den tener dificultad para aceptar los aspectos infantiles de si
mismos que surgen durante la terapia porque los consideran
‘vergonzosos.
Ya en 1919 Abraham aludié al problema que presentaban
algunos pacientes que evidenciaban su resistencia constante
al andlisis a través del control de sus asociaciones. Dotados de
una personalidad esencialmente narcisista, ocultaban su re-
chazo al andlisis disimuldndolo bajo la apariencia de un ansio-
so afin de ser analizados. Seguin Abraham, la labor analitica
se vefa obstaculizada por el hecho de que su amor narcisista
no eneontraba satisfaccién y, por ende, no podia establecerse
tuna transferencia positiva. Con posterioridad a Abraham, se
presté cada vez mayor atencién al andlisis de la resistencia en
pacientes narcisistas y en los afectados de graves trastornos
de la personalidad con patologia fronteriza (véase Vianna, 1974;
Bosch4n, 1987; Kernberg, 1988). Particularmente significati-
va en este sentido fue la obra de Melanie Klein (1946, 1957),
Rosenfeld (1965b, 1971) y Kohut (1971, 1977, 1984)
Rosenfeld sefialé que en el paciente narcisista las resisten-
cias sélo pueden abordarse “mediante un andlisis minucioso y
meticuloso de la agresién y la envidia en la relacién transfe-
rencial analitica, por ejemplo mediante la interpretacién de
Jas angustias persecutorias conexas que se proyectan en el
analista” (en Vianna, 1974). Kernberg (1988) ha rastreado las
ramificaciones de los impulsos narcisistas desde el punto de
vista de las relaciones objetales, y refiriéndose al andlisis de
135Jas resistencias de los pacientes con trastornos narcisistas
Ja personalidad dice que
cl surgimiento en la transferencia de los diversos rasgos pro-
ppios del si-mismo grandioso patolégico y de las representacio-
nes correspondientes del objeto admirado, desvalorizado 0 te-
‘mido con recelo puede permitir la elucidacién gradual de los
elementos de las relaciones objetales internalizadas que lleva-
ron a la condensacién del si-mismo grandioso sobre la base de
las representaciones que lo constituyen: la del ai-miama real,
Ia del si-mismo ideal y 1a del si-mismo objeto ideal
Muchos analistas sostienen hoy que no debe oponerse el
narcisismo a las relaciones objetales, sino que mas bien debe
concebirselo en funcién de tipos especificos de relaciones obje-
tales internas, incluida la relacién del individuo con su sf
mismo.
9) La resistencia a renunciar a soluciones que resultaron,
adaptativas en el pasado (incluidos los sintomas neuréticos) y
que deben ser “desaprendidas” o extinguidas. Este proceso de
extincién leva tiempo y forma parte integral del proceso de
elaboracién (capitulo 12). Esto abarea la llamada “resistencia
del ello” y también elementos de resistencia al cambio prove-
nientes de modalidades de funcionamiento propias de aspec-
tos mas organizados y controladores de la personalidad (o sea,
el yoy el supery6).
En los ltimos afios se ha hecho hincapié cada vez més (p.
¢j., Stone, 1973; Thoma y Kachele, 1987) en que la resistencia
se dirige contra “la integracién de la experiencia, mas que con-
tra los aspectos explicita o exclusivamente infantiles 0 contra el
pasado” (Stone, 1973). Esta opinién se vincula a la de Erikson
(1968), para quien hay una “resistencia a la identidad” fundada
cen la renuencia a perder los sentimientos de identidad ligados
con la representacién del sf-mismo. Cuanto menos organizado
se encuentre el si-mismo de un paciente, mayor seré la amena-
za para él, y por lo tanto mayor también su resistencia.
Andlogamente, Ogden (1983) ha estudiado de qué manera el
aciente se resiste a modificar las relaciones objetales internas
frente a sus nuevas experiencias. Ademés, el paciente puede
recurrir a la resistencia como un modo de controlar la “distan-
136
cia” que hay entre él y el analista, con el fin de impedir el
descontrol y asf la pérdida de su seguridad (véase Sandler,
1968; Thoma y Kachele, 1987). Aunque en la actualidad la
‘mayorfa de los analistas no considerarian viable el concepto de
“resistencia del ello” (p.ej., Fenichel, 1941), otros autores (p. ej.,
Frank, 1985; Stone, 1973; Thoma y Kachele, 1987) entienden
que éste puede trasuntar las variaciones cuantitativas en la
intensidad de las mociones pulsionales.
10) Las resistencias de cardcter, como las descritas por
Reich (1928, 1929, 1933), resultantes de la naturaleza “fija” de
los rasgos de cardcter que pueden persistir después de haber
mermado o desaparecido los conflictos que primigeniamente
les dieron origen. Estos rasgos le resultan aceptables al indi
duo porque no le ocasionan desazén. Boesky (1985) ha mani-
festado, empero, que debe abandonarse por completo la nocién
de una resistencia del cardcter, y que es “equivoco sugerir que
las denominadas resistencias del caracter deben tratarse de
un modo diferente de cualquier otra resistencia”, Por otro lado,
Kernberg (1980a) ha abogado por el mantenimiento de dicho
concepto, y subraya la importancia de evaluar tales resisten-
cias cuando se desea establecer la analizabilidad.
Sin lugar a dudas, las resistencias derivadas de los aspe
tos inmodificables de la estructura del cardcter de un indivi-
duo son de gran importancia en el andlisis. Sandler (1988)
emite la opinién de que la “roca sélida” inalterable a que alu-
dia Freud (1937c) puede considerarse “un basamento rocoso
Dbiopsicolégico espectfico, que compromete en gran medida las
estructuras establecidas durante el desarrollo especifico del
individuo, en su relacién reciproca espectfica con su medio
—particularmente como consecuencia de la interaccién entre
el bebé y la persona que lo cuida—. Esto fija un limite, por
cierto, a lo que el andlisis puede lograr. (...) No es una técnica
apropiada pasar por alto tales factores y considerar que todo
es ‘analizable’ *. Es oportuno mencionar aqut el concepto de
“restriccién del yo” enunciado por Anna Freud (en Sandler y
A. Freud, 1985):
La restriccién del yo acta sobre el afecto displacentero
suscitado por una experiencia interna. La idea es que una vez
137que el nif ha tenido Ta experiencia de que ese afecto puede
furgir, para él lo mds sencillo es no dejar que se presente la
‘misma situacién, Esto no constituye en modo alguno un meca-
rhismo neurétieo, sino que es en realidad uno de los mecanis-
jamos edificar nuestra persona-
‘mos que eontribuyen a que podamos edificar
Tidad diferente de las demas. Desde Ia mas temprana edad
existe una evitacién mas o menos automatica de lo displacen-
tero, y después de todo, gpor qué tendriamos que soportar
experieneias desagradables? El yo siente que hay otras cosas,
para hacer.
i dlisis de nifos ha sido
El papel de la resistencia en el andlisis de nitios
diseutido en detalle por Sandler, Kennedy y Tyson (1980),
(quienes observan que en tal easo “hay que atender a las resis-
tencias que se oponen a la comunicaci6n o a la cooperacién, en
general, mas que a las resistencias que se oponen a la asocia-
cign libre verbal”.
‘Aunque las dos tiltimas variedades de resistencia a las que
nos hemos referido estiin vinculadas entre sf, y hasta podria
considerérselas como formas de “ganancia secundaria’, tienen
tuna base distinta de la que habitualmente se atribuye a ésta,
Se ha dicho que una solucién adaptativa —ya se trate de un
‘sintoma neurético, un rasgo del carécter 0 alguna otra modali-
dad de funcionamiento psiquico— se ve reforzada si su dispo-
nibilidad 0 predecibilidad inerementan el sentimiento de se-
fruridad del individuo, y por ende ofrece resistencia al cambig
tuna vez que ha desaparecido la “ganancia primaria” origins
(Gandler, 1960a). Como describieron Sandler y Joffe (1968)
con respecto a la persistencia de las “estructuras” psiquicas
‘que moldean el comportamiento,
sigunsextracturas pusdenevoluona afin de ever vn
rt verge prism so recur als ru
sareet tt aeminiento de rgsrded, por mis que 98.70
a dora mpalonongoaas que contsbaye
cee ee ain prac q ena ima structure
ease fe evengan a um cabio através de una
sees cdc, ast por jmp, un fntoma neuro
terri Near em que ce apuya Suede estar digo 4
1s acute caso ce on eso palin y 08
rea ol naporyrw dl indvaduo, per mss ard
138
de operar como método que produce seguridad, y si se dispone
de otros métodos para alcanzarla, se creard y empleard una
solucién distinta, mas e6moda, y quedara inhibido el empleo
de la antigua estructura sintomatica.(...) Todos los sistemas y
téenieas psicoterapéutiens (incluida la terapia de la condueta)
brindan abundantes soluciones alternativas potencisles para
lograr seguridad, que el paciente puede adoptar.
Hay general acuerdo entre los psicoanalistas acerca de que
una parte importante del proceso analitico es que el analista
haga consciente al paciente de sus resistencias y trate de que
Jas vea como obsticulos que debe comprender y superar. Esta
tarea puede ser ardua, ya que a menudo el paciente hard
cuanto esté en sus manos para justificar y racionalizar su
resistencia, y la consideraré apropiada dadas las circunstan-
cias. Quiz ve inconscientemente como una amenaza al segu-
10 equilibrio neurético que ha aleanzado la perspectiva de que
la labor analitica tenga éxito. Y si se siente muy afectado por
esta amenaza, podria incluso manifestar su resistencia me-
diante una “fuga en la salud’, e interrumpir el tratamiento
dando como excusa la desaparicién momenténea de sus sinto-
mas. Su temor a lo que el anélisis podria provocar pareceria
ser tan intenso como para contrarrestar los beneficios prima-
ros y secundarios del sintoma. En nuestra opinién, los meca-
nismos por los cuales se llega a esta “fuga en la salud” todavia
no se han comprendido bien, pero parece probable que el pro-
ceso se dé cuando la ganancia secundaria de la enfermedad ha
desempentado un importante papel en el mantenimiento de los
sintomas, una vez que mermé o desaparecié la gananeia pri-
maria. Debe diferenciarse la “fuga en la salud” de la renega-
‘ign de los sintomas, que puede formar parte de la justifiea-
ign del paciente para poner fin al tratamiento cuando las
resistencias suscitadas desbordan la alianza terapéutica.
Originalmente, pues, la resistencia se concibié como una
resistencia a la rememoracién y a la asociacién libre, pero el
concepto pronto se extendié hasta incluir todos los obstculos
que se levantan en el paciente contra las finalidades y proce-
imientos de la terapia. En el psicoandlisis y en las psicotera-
pias de orientacién psicoanalitica, las resistencias son supera-
das merced a las interpretaciones y otras intervenciones del
139analista (capitulo 10). Por otra parte, se ha legado a ver en la 8. LA REACCION TERAPEUTICA NEGATIVA
forma y el contexto de la resistencia una fuente itil de infor.
macién para el terapeuta. Esto permitié hacer extensivo el
concepto a otros tipos de tratamiento; en la préctica médica
corriente vemos manifestaciones de la resistencia en el olvido
de la fecha en que se concerts la entrevista con el profesional,
la comprensién equivocada de sus instrucciones, la
racionalizacién de los motivos para interrumpir el tratamien-
‘to, ete. Distintos métodos de tratamiento pueden estimular
resistencias de diverso origen, y a ello se debe quizé que un
método tenga éxito con cierto paciente alli donde fallaron otros.
‘Mas atin, el éxito de determinadas terapias puede obedecer a
que soslayan ciertas fuentes de resistencia, aunque no es me-
nos cierto que otros procedimientos fracasan por no haber
tomado las debidas precauciones para el manejo apropiado de ; s
Jas resistencias que suscitaron. En todas y cada una de estas mer término, a que ha tenido una importancia particular den-
diferentes situaciones, las resistencias pueden constituir unl tro de la historia del psicoandlisis, pues es el fenémeno clinico
medio de informacién util. elegido por Freud (1923b) para ilustrar la operacién de un
“sentimiento inconsciente de culpa” e indicar la existencia de
Jo que él coneebia como una instancia psiquica aparte: el su-
cperyé. Ademés, ese concepto ha sido muy utilizado en el psi-
coandlisis clinico y desde la época de la formulacién original
de Freud se escribieron sobre él importantes trabajos. A dife-
reneia de conceptos como el de transferencia (capitulos 4 y 5) y
el de acting out (capitulo 9), no ha tenido gran empleo fuera
del psicoanalisis clinico, lo cual puede considerarse llamativo,
dado que a primera vista se diria que es posible aplicarlo sin
mayores modificaciones a una amplia gama de situaciones
clinicas.
Como hemos dicho, Freud fue el primero en describir y
explicar el fendmeno de la reaccién terapéutica negativa en el
tratamiento psicoanalitico (1923):
Si hemos ineluido en este volumen el concepto de reaccién
terapéutica negativa, ello obedecié a varias razones. En pri-
Hay personas que se comportan de manera extrafiisima en
cl trabajo analitico. Si uno les da esperanzas y les muestra
contento por la marcha del tratamiento, parecen insatisfechas
y por regla general su estado empeora. Al comienzo, se lo
atribuye a un desafio,y al empefio por demostrar su superiori-
ddad sobre el médico, pero después se Tega a una concepcién
‘més profunda y justa. Uno termina por eonvencerse no sélo de
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