Contexto Edad Media

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CONTEXTO HISTÓRICO Y FILOSÓFICO DE LA EDAD MEDIA

1. CONTEXTO HISTÓRICO

1.1. El fin de la Edad Antigua (s. III-V)


a) La caída del Imperio Romano
El Imperio Romano padeció una severa crisis a lo largo del siglo III debido a
diversos factores: la corrupción de magistrados y funcionarios del estado; la difícil
gobernabilidad del Imperio debido a su enorme extensión y complicadas
comunicaciones; el final de las conquistas motivó que dejasen de ingresarse muchas
riquezas; para compensar la pérdida se aumentaron los impuestos; por ello, mucha
gente reempobreció y los negocios de artesanía y comercio se debilitaron; al mismo
tiempo, aumentó la presión de los pueblos bárbaros sobre las fronteras; se desarrolló
el bandolerismo y creció la inseguridad; con el fin de garantizar las necesidades
básicas y la seguridad muchas personas emigraron al campo, las ciudades se
despoblaron y la sociedad se ruralizó.
Los diversos emperadores tomaron medidas para paliar la crisis, pero tras un
período de breve esplendor durante el siglo IV, entre Constantino y Teodosio, éste
terminó por dividir el Imperio en dos partes, cada una de ellas para uno de sus hijos:
Oriente, con capital en Constantinopla, y Occidente, con capital en Roma.
El Imperio de Occidente no pudo resistir las oleadas de los pueblos bárbaros. A
principios del siglo V los visigodos recorrieron el Imperio a sus anchas y saquearon
Roma en el 410. Poco después, empujados por la presión de los hunos, los pueblos
germanos entraron de manera masiva y conquistaron el Imperio, que desapareció
definitivamente en el 476, y en su lugar aparecieron numerosos reinos germanos, como
los ostrogodos (Italia), los francos (Francia), los visigodos (España), alemanes,
anglosajones, lombardos, etc.
b) Cristianismo e Iglesia
El cristianismo había obtenido su carta de ciudadanía en el año 313, cuando
Constantino decretó la libertad religiosa en el Imperio. Trataba de poner fin a las
inútiles persecuciones contra los cristianos que tantas energías y recursos del
Imperio estaban consumiendo. Esto permitió que la fe cristiana se extendiese por
todo el Imperio y por todas las capas sociales, hasta convertirse en la religión
mayoritaria. La Iglesia pasó a ser una institución adaptada al Imperio, poderosa e
influyente. Tanto es así que, para cohesionar el Imperio y dotarle de la unidad
necesaria para afrontar la crisis, Teodosio, en el 380, declaró al cristianismo, como
religión oficial, es decir, obligatoria. Un siglo más tarde, cuando el Imperio se
derrumbó, la Iglesia quedó en pié como la institución, en cierto modo, heredera y
continuadora del Imperio Romano. Ella condujo las riendas del nuevo camino por el que
empezaba a discurrir la historia de Occidente.
Y es que los nuevos gobernantes germanos tenían ahora que gobernar países
enteros que llevaban siglos organizándose según el modelo administrativo y las leyes

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del Imperio Romano. Sus estructuras tribales no eran adecuadas para dirigir estos
reinos, por lo que necesitaron ayuda en las tareas de gobierno. Esa ayuda la recibieron
de la Iglesia. En primer lugar, la Iglesia era una institución que se había organizado
territorial y administrativamente siguiendo las estructuras romanas. Segundo, sus
dirigentes (sacerdotes y obispos) tenían la formación y la experiencia suficientes para
dirigir los asuntos públicos. Y tercero, la fe cristiana se convirtió en la mejor
argamasa para unir la población romana con la germana, y facilitar así la unidad
política. En definitiva, se puede decir que la Iglesia asumió el gobierno de los nuevos
reinos junto a la clase dirigente germana.

1.2. La Alta Edad Media (s. VI-X)


a) Las tres zonas políticas
Tras la caída del Imperio Romano de Occidente, en Oriente, el Imperio Romano
con sede en Constantinopla pasó a llamarse Imperio Bizantino. Este imperio supo
contener las invasiones de los pueblos bárbaros y mantener la herencia romana. Poco a
poco el Imperio Bizantino quedó impregnado de la cultura griega y se fue
orientalizando. Sus relaciones con los reinos de Occidente fueron a menudo
conflictivas. Desde el punto de vista religioso, el cristianismo llegó a escindirse en dos
(Cisma de Oriente). El Imperio Bizantino pervivió hasta el año 1453 en que
Constantinopla fue conquistada por los turcos musulmanes.
Mientras tanto, el Occidente los diferentes reinos germanos se iban asentando
progresivamente. Uno de esos reinos, el franco, y bajo el mandato de Carlomagno,
realizó numerosas conquistas, tales que Carlomagno creyó llegado el momento de
restaurar el antiguo Imperio Romano: se hizo coronar emperador por el papa León III
en el año 800. Sin embargo, el Imperio Carolingio se fragmentó de nuevo en tres
reinos en el siglo IX, mientras nuevas oleadas de invasores, sobre todo vikingos y
eslavos, sembraban el pánico por todos los reinos occidentales.
Paralelamente a estos hechos, en Arabia se había formado otro imperio, el
islámico. Mahoma, tras predicar la obediencia a Alá, el único Dios, emprendió una serie
de conquistas que sus sucesores extendieron por el norte de África hasta la Península
Ibérica, y hasta Asia Menor e Irán. Durante siglos, el mundo conocido quedó dividido
en dos bloques, la Cristiandad y el Islam, que se enfrentaron sangrientamente entre sí
pero que, en ocasiones, se relacionaron de forma pacífica y fructífera, especialmente
desde el punto de vista cultural.
b) El feudalismo
Circunscribiéndonos a Occidente, poco a poco aparece una nueva forma de
organización social, política y económica denominada feudalismo.
El feudalismo tiene su origen en el señorío territorial, que es un territorio
gobernado por un señor y en el que prácticamente detenta todo el poder: hace leyes,
imparte justicia, cobra impuestos, tiene un ejército, es dueño de la mayoría de las
tierras, y sus habitantes dependen de él en mayor o menor medida.
El origen del señorío territorial se debe a múltiples causas: por un lado, las
monarquías gobernantes eran cada vez más débiles y su poder no era efectivo en todo

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su territorio, por lo que cedían tierras y competencias a los nobles, que terminaron
por ostentar un poder autónomo; por otro lado, ante la creciente inseguridad, las
personas se adscribían a un señor poniéndose bajo su protección a cambio de
entregarle sus tierras o prestarle determinados servicios. Los habitantes del señorío
se encargaban de producir todas las cosas necesarias. Así, el feudo, el territorio del
señor, era políticamente independiente y económicamente autárquico.
Progresivamente, la sociedad se fue configurando según relaciones de
dependencia. Una relación de dependencia es un pacto de vasallaje por el que una
persona de una clase inferior se somete a otra persona de clase superior realizándose
un intercambio mutuo. Por ejemplo, un noble recibe tierras de otro noble o del rey a
cambio de fidelidad y apoyo militar; un caballero presta servicio de armas a un noble a
cambio de sustento; un campesino recibe protección a cambio de dar sus tierras y
trabajar para el señor; etc.
Por lo demás, la sociedad queda estructurada básicamente en tres estamentos:
oratores, clase dirigente en una sociedad fuertemente influenciada por la religión; los
bellatores, clase noble que gobierna y hace la guerra; los laboratores, campesinos y
siervos de diversa índole que procuran los recursos demandados por los otros
estamentos.
c) Supervivencia de la cultura
Gran parte de la rica y extensa cultura de la Edad Antigua desapareció con las
invasiones y el asentamiento de los pueblos germanos. No obstante, parte del saber y
la cultura fueron transmitidos a la posteridad por los monjes.
Los monjes eran cristianos que vivían en comunidad dedicándose, según la Regla
de San Benito, a la oración, el estudio y el trabajo. Los monasterios se convirtieron en
unidades agrícolas y artesanales pero, sobre todo, en centros culturales en los que se
conservaron, copiaron y transmitieron muchas obras clásicas. Además, en los
monasterios estaban prácticamente las únicas escuelas de la época y allí recibieron la
educación los hijos de las clases dirigentes.
Cabe destacar un intento, no directamente vinculado a los monasterios sino a la
corte, por dinamizar la cultura. Así, Carlomagno creó la Escuela Palatina en Aquisgrán
y reunió a los más doctos sabios del momento, dirigidos por Alcuino de York. Se formó
una gran biblioteca y se copiaron libros que se llevaron a otras bibliotecas,
difundiendo el saber por buena parte de Occidente. Se estructuró un plan de estudios
denominado trivium (gramática, retórica y dialéctica) y quadrivium (aritmética,
geometría, astronomía y música) que pervivió varios siglos. Muchas personas
estudiaron y se formaron allí, al tiempo que se estimuló la creación de otras escuelas
en catedrales y monasterios. El fin del Imperio Carolingio supuso un grave retroceso
en la cultura y el inicio de una edad oscura que no vería la luz hasta el siglo XI…

1.3. La Plena Edad Media (s. XI-XIII)


a) Renacer urbano y cambio social
El siglo XI asistió a una serie de hechos que cambiarían poco al poco el
panorama de la Alta Edad Media. Ante todo, el fin de las invasiones inauguró un

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período de paz y estabilidad que estimuló considerablemente del comercio. Al mismo
tiempo, nuevas invenciones técnicas (arado, roturación etc.) permitieron un desarrollo
notable de la agricultura. Se produjo un importante crecimiento demográfico en toda
Europa. Todo ello contribuyó a la revitalización de muchas ciudades y a la aparición de
otras nuevas.
Con el renacer de las ciudades se extiende y asienta una nueva clase social: los
burgueses. Los burgueses rompes con el esquema territorial del feudo ya que escapan
al control del señor y gozan de autonomía; socialmente son una clase ajena a la
jerarquía impuesta por la nobleza de sangre y los lazos de dependencia, haciendo vale
más la fortuna y el éxito personal; culturalmente, las ciudades constituyen el ambiente
propicio para abrir la mente a nuevas ideas, estimular la ciencia, el pensamiento etc.
b) Las monarquías centralizadas
Pasados los primeros siglos medievales, las monarquías de los diferentes reinos
de Occidente poco a poco intentan recuperar el poder que han pedido a manos de los
nobles. En su intento se van a aliar con los burgueses, que aportan su dinero y la
fuerza de las ciudades, a cambio de privilegios jurídicos y el apoyo de los reyes.
Así mismo, se recupera y revitaliza el Derecho Romano, que dota de un
instrumento de poder a los reyes frente a los nobles, al estado central frente a los
poderes locales. Así, las monarquías van recuperando el poder en ámbitos públicos que
habían quedado en las manos privadas de los nobles, sobre todo la hacienda, la justicia
y el ejército.
No obstante, este proceso fue muy lento y estuvo plagado de enfrentamientos y
duras luchas entre monarquía y nobleza.
c) La sociedad teocéntrica
La sociedad medieval es teocéntrica, es decir, toda ella gira en torno a Dios y la
religión. Se considera que Dios es el origen y fin de todo lo creado y de cuanto sucede
en la historia. El hombre es una criatura que está a su servicio y debe adorarle y
obedecerle en todas sus disposiciones. La misma sociedad debe ordenarse según la
voluntad divina siguiendo sus mandamientos.
Se entiende así que en esta época no haya distinción entre la esfera civil y
religiosa y, por tanto, tampoco haya separación de poderes. Por un lado, el papa,
máximo representante de Dios en la tierra, ostenta el poder espiritual y pretende que
todo poder temporal (emperadores, reyes, príncipes y nobles) quede bajo su control.
Por su parte, los distintos gobernantes, detentadores del poder temporal, sobre todo
el emperador, aspirarán a controlar el poder espiritual y ponerlo a su servicio. En todo
caso, tanto unos como otros consideran que la sociedad debe estar impregnada de un
profundo espíritu religioso en todas las esferas de la vida. Es propio de la mentalidad
de la época procurar que todo Occidente sea comprendido como una unidad política-
espiritual conocido con el nombre de “cristiandad”.
Así mismo, es propio de estos siglos el afán por extender la fe cristiana,
considerada como la única verdadera, a todos los territorios conocidos,
particularmente a los Santos Lugares (Palestina-Jerusalén) que se encuentran bajo el
dominio de los musulmanes, dando lugar a las Cruzadas.

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En el siglo XIII el papado, en la persona de Inocencio III, alcanza el apogeo de
su poder. La Iglesia posee tierras, riquezas, ejércitos, y domina al poder temporal y
pues prácticamente todos los gobernantes son vasallos dependientes del papa.
Expresión de este estado de cosas es la creación de la Inquisición en 1231 por
Gregorio IX con el fin de perseguir a los herejes.
d) La cultura
Esta época se caracteriza por el esplendor del arte románico, el primer estilo
arquitectónico monumental de Occidente. Florece durante los siglos XI-XIII y se
caracteriza por el uso de la bóveda de cañón, edificios bajos de gruesos muros y
pilares, contrafuertes y pequeñas ventanas. La escultura es decorativa y didáctica,
alcanzando su mejor expresión en los capiteles historiados. La pintura, generalmente
mural, presenta un estilo esquematizado y de temática casi exclusivamente religiosa.
Por otro lado, la Plena Edad Media asiste al nacimiento de las universidades. De
las antiguas escuelas monásticas y catedralicias, y al calor del nuevo ambiente gestado
en las ciudades, surgen estas asociaciones gremiales de profesores y estudiantes, con
estatutos y privilegios propios, que pronto se extienden por toda Europa, destacando
las de Bolonia, Paris y Oxford. Promovidas por y bajo el control de la Iglesia y las
Órdenes Religiosas (dominicos, franciscanos…), las universidades fueron los centros
por excelencia del saber y la investigación.
También es la época en que diversos autores judíos (Maimónides) y sobre todo
árabes (Averroes, Avicena), transmiten gran cantidad de obras de Grecia y Roma. De
manera especial, las obras de Aristóteles llegaron a Occidente por esta vía y causaron
una auténtica revolución tanto en la filosofía como en la teología.
Finalmente, se desarrolla la filosofía escolástica. La filosofía escolástica es
aquella reflexión que se mantiene dentro del ámbito del dogma católico. Se trata de
armonizar los contenidos de la fe con la razón. Ejemplo de grandes pensadores de la
época son Buenaventura, Alberto Magno o Tomás de Aquino.

1.4. La Baja Edad Media (s. XIV-XV)


Los dos últimos siglos medievales se caracterizan por la aparición de síntomas
que preludian el fin de una época y el lento pero firme surgimiento de una etapa nueva
en la historia de la humanidad.
a) Los estados modernos
Las monarquías van asentando su poder y construyen reinos cada vez más
centralizados. El poder de los nobles desciende notablemente mientras el estado
abarca cada vez más todos los ámbitos.
b) Los pensadores críticos
La síntesis armónica entre fe y razón que se había alcanzado durante el siglo
XIII es rota por pensadores que considera que dicha relación es inviable y que razón y
fe no se pueden compenetrar entre sí. Buen ejemplo de ellos son las obras de Duns
Escoto o Guillermo de Ockham.

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c) El gótico
Este cambio se nota también en el arte, que da paso al gótico. Su arquitectura
gusta del arco apuntado y la bóveda de ojiva; se construyen edificios elevados, con
grandes ventanales y vidrieras prodigiosas. La escultura es cada vez más naturalista y
humanizada. La pintura es menos mural, proliferan las tablas, el perfeccionismo de las
miniaturas y la aparición de temáticas más civiles.

2. CONTEXTO FILOSÓFICO

2.1. Las relaciones fe-razón


a) Origen del problema
La extensión del cristianismo a todos los ámbitos de la sociedad durante el Bajo
Imperio Romano modificó el panorama de la filosofía. El cristianismo no es una teoría
filosófica sino una religión. Es, además, una religión que se presenta como revelada por
Dios, es decir, Dios mismo ha comunicado al hombre una serie de verdades que deben
ser tenidas en cuenta para alcanzar la salvación. La revelación cristiana aparece
personificada en la figura de Jesús de Nazaret y ha quedado fijada por escrito en la
Sagrada Escritura (la Biblia). Dicha revelación es conservada, transmitida e
interpretada por la autoridad competente, es decir, la jerarquía de la Iglesia. Es ésta
quien actualiza y traduce la revelación a la sociedad en cada momento histórico y
concreta las verdades reveladas en una serie de dogmas de fe y normas morales, que
reciben el nombre de doctrina o magisterio eclesiástico.
Sin embargo, los cristianos, pese a contar con la verdad revelada, son personas
con capacidad racional, y esa misma razón es la que desea comprender y explicar
racionalmente los contenidos de la fe. Máxime cuando dicha fe es criticada o
minusvalorada por pensadores no creyentes, en cuyo caso los cristianos se vieron
obligados a dar razón de su fe, creando obras diversas reunidas bajo el nombre de
“apologética”. Por otro lado, muchos de los cristianos eran ya anteriormente personas
muy bien formadas, sabios y eruditos del momento, que no renunciaron a la razón por
haberse convertido al cristianismo. Todo esto hizo que se viera la necesidad ineludible
de compaginar y armonizar los contenidos de la fe con la razón, esto es, la teología con
la filosofía.
b) La solución agustiniana
Algunos autores cristianos, temerosos de someter la fe al dictado de la razón,
proclamaron que la razón era fuente de herejía, que no era posible explicar las
verdades reveladas de forma racional, más aún, que incluso el mero intento de hacerlo
suponía adulterar y manipular la fe racionalizándola. Dicho con otras palabras, el
misterio de Dios no podía se sometido al estudio de la razón.
No obstante, esta postura fue minoritaria y marginal. La mayoría de los
pensadores cristianos siguieron la senda que dibujara san Agustín, un camino que
intenta armonizar la fe y la razón.
Así, Agustín pensaba que la fe y la razón tenían como misión el esclarecimiento
de la verdad única y que ambas jugaban su papel en esta tarea. Como cristiano, Agustín

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estaba convencido de que la verdad se había revelado plena y perfectamente en la
persona de Jesucristo, había quedado consignada en la Sagrada Escritura, la Iglesia
era su autorizado intérprete, y sólo era alcanzable de manera completa a través de la
fe. Por su parte, la razón es un don de Dios al hombre, una facultad positiva que le
permite al hombre acceder y comprender en parte el misterio de Dios. Al fin y al
cabo, somos seres racionales porque así nos ha querido y creado el mismo Dios, a
imagen y semejanza suya.
La interrelación entre razón y fe es la siguiente. En primer lugar, la razón
contribuye a aceptar que las verdades de fe, puesto que provienen de Dios, son
razonables, no son ideas disparatadas o absurdas, sino que tienen la posibilidad de ser
razonadas, creíbles para la razón: es legítimo creer. Acto seguido, la fe ayuda e
ilumina a la razón a alcanzar la verdad, ya que la verdad plena es Dios mismo y a Dios
se llega por la fe (no por la fuerza humana, la razón). Así, la fe, al iluminar a la razón,
no la anula, sino que la ayuda a alcanzar la meta de la verdad. Finalmente, una vez se
han conocido las verdades de la fe, la razón ayuda a profundizarlas, conocerlas mejor
y así poder exponerlas y comunicarlas. Por eso decía san Agustín: “Comprende para
creer, cree para comprender”.
De este modo, la razón se utilizó como una herramienta, una técnica al servicio
de la teología (“la filosofía es esclava de la teología”).
c) El problema derivado del aristotelismo
Antes del siglo XIII las relaciones entre fe y razón se entendieron al modo
agustiniano. Pero al llegar el siglo XIII y conocer el aristotelismo por medio de los
pensadores árabes, fue imposible seguir con esta valoración de la razón. Y es que el
aristotelismo, y las obras filosóficas de corriente aristotélica de Avicena y Averroes,
demostraban que la razón es una facultad que, por sí sola, puede proporcionar al
hombre una visión completa, unitaria y razonable del universo que, además, puede ser
incompatible con la fe. Esto hizo que los pensadores cristianos se vieran en la
necesidad de separar, distinguir la filosofía de la teología, aunque se procurase
después armonizarlas.
d) La solución tomista
El primero en realizar esta labor fue san Alberto Magno, religioso dominico,
maestro de santo Tomás de Aquino. Sería éste quien mejor sabría articular y expresar
la concordia entre razón y fe.
Santo Tomás comienza separando nítidamente la razón y la fe como dos
disciplinas distintas e independientes. Así, la filosofía tiene su objeto de estudio
propio y su particular método de trabajo. En los contenidos propios de la razón, ésta
puede alcanzar por sí sola la verdad sin ninguna ayuda de la fe. También la teología
tiene su objeto y su método. Ambas son autónomas.
Sin embargo, hay temas, hay contenidos que son objeto de estudio por ambas
disciplinas. Cuando el objeto de la filosofía y la teología coinciden, cose que ocurre con
cierta frecuencia, necesariamente tiene que existir coincidencia, dado que la verdad
es una. Dios ha creado al hombre como ser racional y también le ha comunicado su
revelación: no puede ser que le diga una cosa por vía racional y otra distinta por vía

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revelada. Por tanto, en dichos temas comunes no podrán llegar a conclusiones
distintas. Si así ocurre, algo falla. Según santo Tomás, es evidente que en esos
contenidos hay una concordancia complementaria.
¿Cómo es la relación entre ambas disciplinas cuando coinciden en los mismos
temas? Aquí la exposición es semejante a la de san Agustín. Según santo Tomás, la
razón ayuda a la fe demostrando que es racional creer; ilustrando las verdades de la
fe que son asequibles a la razón; y haciendo ver que los misterios de la fe están más
allá de la razón, pero no se oponen a ella. Por su parte, la fe ayuda a la razón
mostrándole de manera más rápida y anticipada la solución a determinados problemas
difíciles para la razón; confirmando con la revelación divina lo que descubre la razón
por sí sola; y actuando como criterio extrínseco de validación.
e) La ruptura bajomedieval
A pesar de esta síntesis tomista, el siglo XIV desapareció la confianza en la
posibilidad de armonizar la filosofía y la teología. Influidos por el ambiente de
valoración de lo individual y particular y de la observación empírica, muchos
pensadores (sobre todo en la universidad de Oxford) pensaron que el único
conocimiento capaz de hablar de lo real y garantizar la existencia de dicha realidad
era el conocimiento sensible. El conocimiento abstracto, típico del aristotelismo, sólo
es capaz de establecer relaciones entre ideas, conceptos, sin ninguna garantía de que
dichas ideas y relaciones se den efectivamente en la realidad.
Consecuentemente, todas las verdades que atañen a la fe, los contenidos de la
doctrina cristiana, de ningún modo son asequibles a la razón. Los contenidos de fe sólo
se pueden fundamentar sobre la revelación y ninguna explicación racional contribuye a
alcanzarlos o conocerlos mejor. Es más, y recuperando las posiciones más extremas de
algunos primeros cristianos, estos pensadores opinan que el intento de usar la razón
para acceder o explicar la fe sólo contribuye a manipularla y tergiversarla.

2.2. El problema de los universales


a) Boecio o el origen del problema
En los inicios de la Edad Media Boecio compuso una obra sobre Lógica que
intentaba aunar el Isagoge del platónico Porfirio y los Primeros Analíticos de
Aristóteles. El platonismo presente en su obra lleva a pensar que las ideas universales
(formas o esencias) poseen una existencia separada, real, más allá de este mundo, en
un mundo transcendente e inteligible. En cambio, su aristotelismo le lleva a afirmar en
otras ocasiones que es imposible que las ideas universales existan más que en su unión
íntima e inseparable con las cosas particulares sensibles. Queda así planteado el
problema: las ideas universales ¿existen sólo en la mente o subsisten como realidades?
b) Las posiciones extremas
Sobre todo a partir del siglo XI el problema de los universales dio origen a
múltiples y agrios debates entre los pensadores del momento, cuyas posturas
terminaron polarizándose en dos.

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Por un lado, los realistas, con Guillermo de Champeaux a la cabeza, creían que
los universales existen en la realidad, son entes reales subsistentes (sustancias) y
existirían igual si no existiesen los diversos individuos particulares.
Por otro lado, los antirrealista, acaudillados por Rosceline de Compiègne,
defienden que los universales sólo existen en la mente y no corresponden con ningún
objeto o ente de ningún tipo. En la realidad sólo hay individuos particulares, y los
universales son meras palabras.
c) Las posiciones intermedias
El primer autor que ensayó una postura concordante de cierta aceptación fue
Pedro Abelardo en el siglo XII. Según él, los conceptos sólo existen en la mente y son
universales porque pueden predicarse de varios individuos particulares. Lo único que
existe son esos individuos particulares. Ahora bien, esa universalidad que indican los
conceptos se justifica porque hay algo en las cosas que provoca su nacimiento, un algo
que es llamado por Abelardo “comunidad de estado” de las cosas individuales o “estado
común”.
La solución que más aceptación obtuvo fue la propuesta por santo Tomás, una
solución que es claramente aristotélica. Santo Tomás, con Aristóteles, admite que sólo
existen los seres individuales, particulares (sustancias primeras), compuestos de
manera indisoluble de materia y forma. La mente realiza un proceso de abstracción,
esto es, abstrae la forma separándola de la materia. Los universales se fundamentan
en la realidad en tanto que existen en cada ser individual como parte del compuesto
hilemórfico. Los universales, en cuanto conceptos, sólo existen en la mente como
ideas, pero son fundamento de las cosas ya que realmente “están en” cada individuo
particular. Por otro lado, los universales, en cuanto formas que están en la mente de
Dios, tienen una existencia en su pensamiento.
d) La ruptura de la armonía
Guillermo de Ockham participó en esta disputa tomando partido a favor de los
antirrealistas. Sostiene que los universales no son esencias que existan ni en la mente
divina ni en la realidad mundana: tan sólo son simples términos conceptuales, meros
nombres que se ponen en y ocupan el lugar de las cosas. Por eso su teoría se denominó
“nominalismo”.
Según Ockham hay dos tipos de conocimiento. El conocimiento intuitivo es un
conocimiento directo, inmediato, que capta por los sentidos cada ser concreto y
particular, en tanto que dichos seres individuales están ahí delante, presentes. Este
es el único conocimiento veraz y válido para hablar de la realidad. El conocimiento
abstracto tiene como objeto, no los seres individuales sino las ideas y sus relaciones, y
opera mediante el discurso racional. No hay ninguna garantía de que lo que la mente
piensa exista realmente. De lo pensado por la mente sólo es real aquello que sea
verificado posteriormente por la evidencia sensible.
Continúa Ockahm asegurando que, cuando conocemos, ponemos nombres a las
cosas. El nombre es puesto para hacer las veces de esa cosa, ocupar su lugar en el
discurso, es decir, para significar. Según él hay tres tipos de significación. En la
significación material el término se refiere a sí mismo en cuanto término (por ejemplo:

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hombre es masculino singular). En la significación personal el término se refiere a un
ser concreto, individual (por ejemplo: ese hombre está corriendo). En la significación
simple el término suplanta, sustituye y hace las veces de varios individuos particulares
(por ejemplo: el hombre es racional).
En este último uso de la significación se plantea el problema. Cuando usamos un
nombre para referirnos a varios seres individuales en su conjunto o globalidad,
desdeñamos la realidad más genuina que me llega por la intuición sensible, que es cada
ser en su individualidad. Por tanto, lo que estoy nombrando (el conjunto de varios
individuos) es algo confuso, indeterminado, y, por tanto, conocido imperfectamente. El
conocimiento es distinto, es decir, claro y perfecto, cuando puedo captar y nombrar a
cada cosa particular en su individualidad, con nombre propio. En cambio, el
conocimiento es confuso cuando, al referirme a un objeto, no lo distingo de otros
objetos sino que me refiero a él con un nombre común. En conclusión: la universalidad
no es más que una propiedad que tienen los nombres para hacer las veces de un ser
individual cuando éste está siendo conocido de forma confusa e imperfecta.

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