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Retrato de un linaje

La saga familiar de los Rabines de Sayapullo


Retrato de un linaje
La saga familiar de los Rabines de Sayapullo

Domingo Varas Loli


Retrato de un linaje
La saga familiar de los Rabines de Sayapullo
Domingo Varas Loli
Editado por:
PUNTO ROJO LIBROS, S.L.
Cabeza del Rey Don Pedro, 9
Sevilla 41004
España
+34 911.413.306
[email protected]
Impreso en España
ISBN: 978-84-18829-05-5
Maquetación, diseño y producción: Punto Rojo Libros
© Domingo Varas Loli
[email protected]
© Eduardo Rabines Llontop
[email protected]

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización por escrito de


los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas por las le-
yes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio
o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento infor-
mático, y la distribución de ejemplares de esta edición mediante al-
quiler o préstamos públicos.
Efigie de la Virgen del Carmen de Sayapullo hecha en madera, patrona de los mineros y marine-
ros, desde el siglo XVII en poder de la familia Rabines y más tarde fue llevada a Sayapullo. Ante
ella se arrodillaron las diversas generaciones de Rabines y Martin Rabines.
ÍNDICE

NOTA DEL AUTOR ............................................................................................ 9


PRESENTACIÓN............................................................................................... 13
EL LLAMADO DE LOS ANCESTROS
El origen del apellido Rabines. La raíz semita .............................................. 25
Los Llontop, linaje chimú ................................................................................................ 27
La larga marcha. Los primeros Rabines en la historia ............................................ 32
El viaje a la semilla
Rastros de la actividad minera de los primeros Rabines
en Hualgayoc y Sayapullo .............................................................................................. 34
El patriarca de los Rabines. Don Francisco Rosario Rabines Girón .................... 42
PRIMERA GENERACIÓN
1840-1920 Las vicisitudes de la fortuna .......................................................... 48
Los Martin Rabines: La generación sucesora ............................................................ 50
La suerte de Santiago ....................................................................................................... 57
Encuentro en Pacasmayo................................................................................................. 60
El primer banco de Trujillo ............................................................................................. 62
El crimen de la Succha Día Domingo .......................................................................... 64
El matrimonio del patriarca............................................................................................ 67
La promesa incumplida ................................................................................................... 76
¿Rabines, Ravines, Ravinez o Rabinez?
Errores de ortografía o discrepancias familiares ...................................................... 79
Los Ravines en la Guerra del Pacífico. Heroísmo a prueba de balas ................. 81
El juramento de los tres colegiales................................................................................ 82
La batalla de San Pablo .................................................................................................... 86
Carta del brujo de los Andes .......................................................................................... 92
Belisario Ravines y su leyenda negra
Un hombre de armas tomar y de temer ...................................................................... 94
Eleodoro Benel entre el mito y la leyenda La revolución de Chota .................. 102
SEGUNDA GENERACIÓN
1863-1962 La construcción del destino ......................................................... 108
Genio y figura de José Rabines Pazos ........................................................................ 110
El raid .................................................................................................................................. 114
Campeón de tiro .............................................................................................................. 119
La verdadera historia de la mal llamada “Casa Loyer” ....................................... 122
La procesión de la Virgen y la leyenda del coronel .................................................... 125
La uva en la Provincia Gran Chimú: Un legado de don José ............................. 128
TERCERA GENERACIÓN
1926-1990. Apogeo y crisis. La llegada del progreso .................................. 136
Rabines Ravines: Unión de linajes .............................................................................. 138
José Alfredo Rabines Ravines. Un emprendedor infatigable ............................. 142
CUARTA GENERACIÓN
1990-2021 El destino cumplido ...................................................................... 162
La minería no es solo una vocación, sino mi destino ............................................ 166
LOS RABINES Y LA POLÍTICA .................................................................... 182
Eudocio Ravines Pérez ................................................................................................... 184
Una vida sin tregua ......................................................................................................... 187
Eudocio Ravines, César Vallejo y Haya de la Torre
Tres destinos cruciales ................................................................................................... 200
Un Rabines salvó a una columna de apristas .......................................................... 207
Orrego, los Spelucín y el diario "El Norte" de Trujillo.......................................... 209
Breve encuentro con LAS y una confesión sincera ................................................ 212
GALERÍA: EL EJÉRCITO DE LOS INVISIBLES ......................................... 215
NOTA DEL AUTOR

R
etrato de un linaje tuvo sus remotos orígenes durante una serie
de conversaciones informales que desde el año 2009 sostuve
con Eduardo Rabines Llontop. Desde el comienzo me llamó
la atención la nitidez y el entusiasmo con los que evocaba anécdotas
y episodios de la historia de su vasta familia. Estos relatos orales abor-
daban el lapso de cuatro generaciones e incluían a las ramas de los
Rabines de Sayapullo y de Cajamarca, donde en el siglo XVII echó
raíces el primer Rabines que llegó al Perú atraído por la búsqueda de
la tierra prometida.

Lo que me cautivó fue que no solo se trataban de meras anécdotas,


sino de relatos que trascendían el ámbito familiar y reflejaban dimen-
siones colectivas, contribuyendo a esclarecer los enigmas de nuestra
azarosa historia. Con su aguzado criterio y lucida visión, alguna vez
Luis Enrique Tord Romero* dijo, al referirse a esta familia, que “Mu-
cho antes de la llegada de los españoles al Perú, los Llontop ya eran
señores y vivían en palacios.” La influencia de los Rabines/Ravi-
nes/Martin mantuvo su vigencia en la época virreinal y republicana
protagonizando hechos emblemáticos de la historia del Perú.

Encandilado por las tradiciones orales que me contaba con gracejo


Eduardo Rabines Llontop, le propuse que en su rol de guardián de la
memoria familiar debería escribirlas en un libro antes que la fugaci-
dad del tiempo las disuelva en el olvido, una de las formas más sutiles
y eficaces de la extinción definitiva. Durante algún tiempo Eduardo

*Luis Enrique Tord Romero (Lima, 1942-2017) fue historiador, antropólogo,


poeta y narrador peruano. Destacan sus investigaciones sobre el arte colonial y
sus relatos y novelas de carácter histórico. Ha ocupado cargos gubernamentales
y culturales de importancia.

9
me escuchaba entre escéptico y dudoso reiterarle esta propuesta en
diversas ocasiones.

Su incipiente vocación de historiador le indicaba que sus versiones


orales carecían del estatus suficiente para recopilarlas en un libro. No
tenían el respaldo de fuentes documentales y algunas historias pare-
cían lindar con lo inverosímil. No obstante, sus reparos iniciales lo-
graron vencer sus resistencias y se animó a contármelas mientras yo
trataba de darles un orden lógico y cronológico.

Su entusiasmo fue increscendo. De pronto venía y con férrea decisión


me llevaba de viaje a Cajamarca, Piura y Lima, donde logré entrevis-
tar a algunos testigos y protagonistas de esas historias. Así conocí a
Hugo Martin Ravines, María Adelaida Rabines Bonetton y Carmen
Rabines Urrunaga que, con afable trato, brindaron sus testimonios so-
bre los capítulos de la historia familiar que les había tocado presenciar
o vivir en carne propia. Estas fuentes vivas demostraron que los rela-
tos de Eduardo no eran fruto de una afiebrada imaginación, sino que
habían ocurrido tal cual le habían sido contadas y él las contaba. Des-
pués de cada uno de estos viajes financiados con el peculio de
Eduardo tuvimos la certeza de que estábamos pisando la tierra firme
de la historia verdadera y no la mixtificada por intereses de diversa
índole.

El azar y extrañas circunstancias parecen haberse confabulado para


que llegaran a manos de Eduardo documentos y escritos que avala-
ban sus versiones de las tradiciones familiares que escuchó cuando
era niño. Eduardo atribuye la intervención de fuerzas insólitas a la
Virgen de Sayapullo (patrona de los mineros y de los marineros),
cuya efigie estaba abandonada en la casa hacienda y que rescató del
abandono en el 2010. Hoy la tiene en un altar especial construido en
su vivienda de Trujillo.

Uno de estos extraños sucesos ocurrió un día que almorzaba en el


Club Central de Trujillo acompañado de Luis Enrique Tord y Alfredo
Pinillos Ganoza. De súbito, Tord le reconvino a Alfredo Pinillos por

10
no haberle invitado hasta ahora a conocer su casa ubicada en la plaza
mayor de Trujillo. El interés de aquel era justificado, pues esta casona
es una joya de la arquitectura colonial. Apenas terminaron de comer,
Alfredo los llevó a su casa.

Al recorrer la vetusta casona se encontraron en la biblioteca, un re-


cinto cuyas cuatro paredes lucían repletas de libros desde el zócalo
hasta el techo. En este ambiente, Eduardo, guiado por una poderosa
intuición se dirigió compulsivamente a uno de los estantes, de donde
extrajo un pequeño libro denominado Un episodio de la revolución de
1898 que trata sobre acontecimientos ocurridos en Cajamarca. Un he-
cho truculento que circulaba en las tradiciones orales familiares y que
tenía la apariencia de un bulo es narrado en esta obra casi al pie de la
letra. Se trata de las cabezas degolladas que los soldados traían en
sacos para mostrarle al coronel Belisario Ravines que habían cum-
plido sus órdenes de apresar o matar a los que habían intentado fusi-
lar a su hijo Benjamín Ravines Linares.

“Al leer las páginas de este libro descubrí con regocijo que una de las
tradiciones orales que se difundía en mi familia era un hecho histórico
que hacía creíble lo que parecía inverosímil”, dice Eduardo emocio-
nado. Ahora recién comprendo por qué tuvo que discurrir más de
una década para que el libro planeado se convirtiera en realidad. Hoy
ha llegado la hora de publicar y difundir este libro que fue concebido
en Trujillo (Perú), culminado en Madrid, prologado en Bruselas y edi-
tado en Sevilla por obra y gracia del inefable destino.

11
PRESENTACIÓN
FENOMENOLOGÍA DE UNA
ESTIRPE
Carlos Jaramillo Orbegoso*

A
pedido de mi sobrino Eduardo me es sumamente honroso
presentar el libro de Domingo Varas Loli Retrato de un linaje.
Episodios de la saga familiar de los Rabines consagrado a la in-
vestigación exhaustiva de la estirpe de la familia Rabines-Llontop. El
libro es el resultado de una paciente y pormenorizada búsqueda de
fuentes de información histórico- biográfica concernientes a los ante-
pasados de la actual familia Rabines- Llontop. Archivos, infolios, do-
cumentos autentificados, reliquias personales, anécdotas, datos pro-
porcionados por Eduardo son enlazados, concatenados retrospecti-
vamente desde sus más remotos orígenes con el fin de hacernos verí-
dico el abolengo de esta familia.

Esta obra responde al deseo de Eduardo de salvaguardar la herencia


espiritual acumulada de sus antecesores manifiesta en sus experien-
cias, quehaceres, logros de diversa índole. Personalidades construc-
toras, multifacéticas que con sus actuaciones, poniendo muchas veces
sus vidas en peligro, contribuyeron al florecimiento de la agricultura,
al desarrollo de la minería regional y nacional y, cuando las circuns-
tancias históricas lo exigieron no escatimaron esfuerzos para apoyar

*Egresado de la Universidad Nacional de Trujillo en la especialidad de Filosofía


y Ciencias Sociales. Premio Nacional de Filosofía “Alejandro Deustua” en 1971.
Estudios de posgrado en la Universidad Católica de Lovaina, licenciado y docto-
rado en Filosofía, licenciado en Ciencias de la familia y en Sicología. Como do-
cente de la prestigiosa Haute-Ecole Leonard da Vinci de Bruselas, en el año aca-
démico 2004-05 participó en el programa Erasmus de intercambio de profesores.
Hizo un curso intensivo de la especialidad en la universidad Ramón Llul de Bar-
celona. Diplomas honoríficos en Bélgica: Citoyen d'Honneur del distrito de Koe-
kelberg de Bruselas y condecoración civil de Chevalier de la Orden de Leopold.

13
y defender acciones en defensa de la nación. Como si hubieran hecho
suyo el célebre lema orteguiano: ”Yo soy yo y mi circunstancia... y si
no la salvo a ella no me salvo yo”.

La reconstrucción de la sucesión, de la continuidad de las experien-


cias vividas de los ancestros de la familia Rabines-Llontop, objetiva-
das en acontecimientos, obras, documentos, testimonios son reaviva-
das por la virtuosidad narrativa de Domingo Varas Loli. El antepa-
sado se nos presenta como sido ya, sin esperanza de cambio, de ahí
la necesidad de comprensión de sus actuaciones, de lo que imagina-
ron y de la realidad del entorno, de las varias posibilidades circuns-
tanciales entre las que había que elegir para emprender las acciones
en vista de la consecución de los proyectos concebidos.

Una adecuada visión de la temporalidad de la vida y una hermenéu-


tica abierta apropiada pueden ser un auxiliar para comprender a la
estirpe de los Rabines cuya cronología nos relata el libro. Una breve
alusión a los aportes de la fenomenología contemporánea en este ám-
bito establece algunas distinciones esclarecedoras.

Comúnmente cuando hablamos de tiempo nos referimos al tiempo


cósmico, físico, representado como realidad objetiva medible, crono-
metrable, que permite ordenar los acontecimientos sucesivos, los he-
chos y lugares en un marco temporal cronológico fechable. La crónica
detallada de los episodios de la saga familiar de los Rabines sigue el
orden de esta temporalidad lineal. Así se puede afirmar que la pri-
mera aparición de los Rabines en la historia se remonta a la segunda
mitad del siglo XVl. El objetivo de este enfoque de la temporalidad
de la vida al que nos referimos brevemente a continuación es aportar
un basamento fenomenológico a la obra de reconstrucción histórico -
biográfica de la familia Rabines-Llontop.

La fenomenología desarrolla una descripción del modo de mostrarse,


de manifestarse de los objetos, de las personas, de los acaecimientos,
fenómenos, de su modo de donación. Esta donación puede ser clara,
confusa, ordenada, virtual, etc. Básicamente los fenómenos se nos
muestran como temporales: como venideros en el futuro, como actua-
les en el presente y como sidos en el pasado. Se trata de describir la

14
vivencia del tiempo subjetivo. La subjetividad en cuanto que se vive
temporalmente se estructura según tres éxtasis. A partir del presente
ella se proyecta hacia el horizonte del futuro (acto protencional de la
conciencia temporal) y hacia el horizonte del pasado (acto retencional
de la conciencia temporal) en un movimiento incesante que se deno-
mina temporalización en tres horizontes temporales.

La estructura temporal de la subjetividad hace que haya algo así como


un tiempo objetivo, es su condición de posibilidad. Hace que haya
una historia y que podamos mirar hacia el pasado en una actitud re-
trospectiva y hacia el futuro adoptando la posición prospectiva y que
el kairos no sea sólo un sueño irrealizable. Hay una relación de impli-
cación mutua entre los tres éxtasis temporales; el horizonte del pa-
sado reinterpretado contribuye a anticipar el futuro, la subjetividad
se futuriza, se proyecta y se abre a sus posibilidades; a su vez, a partir
de la anticipación del futuro se comprende el pasado.

La finalidad subyacente de Retrato de un linaje es hacer contemporá-


neo al lector de los acontecimientos vividos por los ancestros de los
Rabines, de su genealogía fascinante, de ese “ejército invisible”, que
podamos hablar de un pasado presente, no de un presente pasado.
Algunas consideraciones desde el punto de vista de una fenomenolo-
gía del presente vivo, viviente, que se vive presentemente sin salir de
sí, hacen posible la experiencia de la contemporaneidad. La omnipre-
sencia a sí mismo no excluye la omnitemporalidad de la vida por la
que nos hacemos contemporáneos de acontecimientos ocurridos años
atrás (temporalidad extática), de las vivencias de los antecesores
(temporalidad inextática, implicación subjetiva –afectiva).

En los prolegómenos del libro el autor aporta precisiones acerca del


antropónimo de los Llontop – Rabines y de la llegada e instalación de
los primeros Rabines en el Perú. Llontop es el apellido del que fuera
cacique y gobernador de Monsefú, Chepén y Tecapa, Apolinario
Llontop Fayso Farrochumbi. De este abolengo chimú se enorgullecen
sus descendientes actuales. El origen del apellido Rabines es de pro-
cedencia hebrea, derivado de Rabino que significa jefe espiritual, doc-
tor de la ley judaica. Algunas anécdotas reseñadas por Eduardo con-
firman estas informaciones.

15
Gil Rabines Durreau personifica la primera aparición de los Rabines
en la historia y sucedió en Europa. A mediados del siglo XVI, después
de haberse instalado en la ciudad francesa de Nantes, se trasladó a
San Lucas de Barrameda donde se casó con Juana Cardón y Torres.
Su hijo Luis Rabines y Cardón viajó al Perú en 1677, al año siguiente
se afincó en Cajamarca iniciando la presencia de los Rabines en nues-
tro país. Otros Rabines de los comienzos en el Perú fueron el presbí-
tero Luis Rabines y Cortegana y el doctor en teología Joseph Justo
Rabines (se conserva el facsímil de su testamento del 17 de mayo de
1822), simiente de los Rabines de Sayapullo.

El árbol genealógico de los Rabines tiene como cabeza de familia a


Francisco Rosario Rabines Girón y a su hermana Carmen Rabines Gi-
rón. Personaje de la historia oficial del Perú que se estableció en la ha-
cienda Sayapullo, se casó a los cincuentiún años con Adelaida Pazos
Pérez. El benjamín de la familia José Rabines Pazos desempeñará un
papel relevante en la segunda generación (1888 – 1962). Carmen Ra-
bines Girón contrajo matrimonio con el marino inglés instalado en
Perú en 1825. Según la cronología de los Rabines pertenece a la primera
generación (1840-1920).

En la estirpe de los Rabines ocurrió una bifurcación entre los Rabines


y los Ravines. En la rama de los Ravines se menciona a José Manuel
Ravines. José Ravines Escuza, padre del coronel Belisario Ravines y
de Víctor Ravines Perales, padre de Eudocio Ravines Pérez.

Los episodios de la saga de los Rabines se desarrollan en dos capítu-


los. En el primero, la cronografía sigue un esquema generacional y se
divide en cuatro generaciones; en el segundo se aborda las relaciones
entre los Rabines– Ravines y el mundo intrincado de la política. Una
narración dinámica, ricamente documentada, anecdótica de su tra-
yectoria biográfica nos acerca a ellos como si fuésemos contemporá-
neos de sus subjetividades vivientes, afectivas, actuantes, testigos de
sus logros, éxitos, alegrías, reveses y adversidades. La temporalidad
de la vida subjetiva y la temporalidad indiferente de cronos se recon-
cilian.

16
La primera generación (1840-1920)- denominada la generación suce-
sora -es la rama de los Martin Rabines. Se originó a raíz del casa-
miento de Carmen Rabines Girón, hermana del patriarca don Fran-
cisco Rosario Rabines Girón, con el marino inglés James Martin Ho-
ward. Este suceso inesperado hizo que el horizonte temporal del fu-
turo le sonriera y le ofreciera la prosperidad. Sus hijos Ricardo y Al-
berto, apoyados por su tío Francisco Rabines, se beneficiaron de una
educación esmerada, se graduaron de ingenieros de minas en Lon-
dres. Sus actuaciones descollaron en los sectores bancario y minero.
Retrato de un linaje rescata del olvido sus acciones patrióticas durante
la Guerra del Pacífico.

Francisco Rosario Rabines se casó a los cincuentiún años con Adelaida


Pazos Pérez. Hubo una palmaria diferencia generacional (40 años) en-
tre sus hijos y los de la rama Martin Rabines. Estos últimos no favo-
recieron la educación de sus primos hermanos, por lo que no hubo
reciprocidad económica. Como Francisco Rabines Girón se negará a
dar su apoyo económico a la campaña de Nicolás de Piérola, Belisario
Ravines Perales, hijo de José Manuel Rabines Escuza, modificó la or-
tografía del apellido, los Rabines serían los acaudalados y los Ravines
los menos afortunados. Hubo hasta cuatro variantes de ortografía de
los apellidos: Rabines, Ravines, Ravinez y Rabinez. La explicación
más plausible es que se trata de errores de inscripción en los registros
de nacimiento o de bautizo.

Víctor Ravines Perales, padre de Eudocio Ravines Pérez, falleció en la


selva y el coronel Eudocio Ravines Perales, en la batalla de San Pablo.

Otro episodio relatado es el crimen de la Succha, la víctima fue Ri-


cardo Pinillos Martin, hijo de Matilde Martin Rabines.

En la segunda generación (1863-1962) emerge la personalidad egregia


de don José Rabines Pazos, casado con Elsa Ravines Santolalla. De
talante inquebrantable, don José Rabines Pazos enalteció el renombre
de los Rabines. Su polifacética personalidad se manifestó en sus ac-
tuaciones exitosas en diversos ámbitos.

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En la guerra con Ecuador, a la edad de 23 años, combatió al lado del
futuro presidente Manuel Prado Ugarteche.

Se dedicó a la construcción de obras de infraestructura vial que


realizó en condiciones extremas que pusieron en peligro su vida. En-
tre otras se menciona el canal de Zarumilla (1947), carreteras como las
de Piura-Huancabamba, Chiclayo-abra de Porcuya- río Marañón,
Cascas, Simbrón-Sayapullo-Colpa, el puente Juan Gildemeister sobre
el río Chicama y Tarapoto-Yurimaguas.

Fomentó el desarrollo agrícola de la hacienda Simbrón. Elizabeth Bo-


netton, esposa de Maximino Alfredo Rabines, agregado naval de Perú
en Francia, cuando estuvo en Simbrón, le aconsejó que sembrara uva
ya que las tierras eran de gran calidad. Juan Gildemeister le otorgó la
representación de la producción de Casa Grande en La Libertad y Ca-
jamarca.

Visionario, don José Rabines Pazos no dudó en brindar su apoyo a la


promoción de la aviación comercial en el norte. Una hazaña sucedió
el 28 de julio de 1924 en honor de la nación cuando Carlos Martínez
de Pinillos sobrevoló Sayapullo.

En el deporte brilló en el manejo del revólver. Fue campeón de tiro en


1921.

Un asunto extraño fue el de la leyenda de la Casa Loyer.

La tercera generación (1926 – 1990). José Alfredo Rabines Ravines


asume brillantemente el legado de su padre y el relevo de la continuidad
del linaje de los Rabines. Su hidalguía, su veracidad, su integridad fue-
ron ejemplares. Casado con la distinguida dama trujillana Susana
Llontop Jaramillo (cariñosamente Chanita). Ella prodigaba sencillez,
bondad, nobleza a quienes tuvimos el privilegio de beneficiarnos de
su amable trato en todas las circunstancias de la vida.

La narración biográfica se ajusta a la cronología temporal objetiva,


empero la temporalidad de la subjetividad, la vivencia temporal es
cualitativa y cualificante en relación a crono. La voz griega kairos

18
sugiere la calidad del momento en cuanto que es favorable a la ac-
ción, que siempre tiene un origen subjetivo o acciones con vistas a
realizar proyectos, tomar iniciativas - ahora es el buen momento
para actuar-. Kairos es el momento favorable al encuentro entre la
vocación, la iniciativa personal y el curso de los acontecimientos o
con personas que pueden ayudar a su ejecución. Comprensión de la
realidad, de las circunstancias y perspectivas que se ofrecen, posi-
ción estratégica, toma de decisión y efectividad son elementos del
kairos. A kairos se contraponen la adversidad, diversas suertes de
trabas, impedimentos, interferencias de todo orden y origen.

José Alfredo Rabines Ravines, espíritu prospectivo, hombre de acción,


inventivo en sus quehaceres, sobresalió en múltiples actuaciones
guiado por un extraordinario sentido del kairos, de los momentos fa-
vorables a la ejecución de sus proyectos. En algunas ocasiones afrontó
los desafíos que la adversidad opuso a su pleno desarrollo, que los en-
torpecieron o los truncaron. Estos tuvieron dos orígenes: natural y hu-
mano. De origen natural fueron los estragos causados por el denomi-
nado Fenómeno del Niño. La adversidad procedente del factor hu-
mano se revistió de tres figuras:

1-El endeudamiento colosal debido a la mala gestión de los negocios


por parte de un pariente muy cercano, 2- la maquinación urdida por
uno de sus colaboradores accionistas para convertirlo en socio mino-
ritario y la consiguiente desastrosa administración del complejo mi-
nero, a lo que se añade la caída del precio de los minerales, 3- los efec-
tos nefastos de algunas leyes de gobiernos reformistas: la expropia-
ción de la hacienda Simbrón, la prohibición de las importaciones que
arruinó la floreciente empresa Supergas, la estatización de la banca
(1987) y la suspensión de las inversiones en el Perú. Se truncó el pro-
yecto de inversión para la mina de carbón Ambara.

La adversidad nunca tuvo la última palabra en la vida de José Alfredo


Rabines Ravines, la tuvo la palabra resurgencia, y en los momentos
favorables a sus proyectos tuvo encuentros que le ayudaron a resur-
gir. Retrato de un linaje pone de relieve tres.

Un primer encuentro con Gerardo Heller. Heller le presentó al pro-


pietario de Noblese, sociedad especializada en productos de

19
ferretería, y pronto deviene en gerente general. Un segundo encuentro
fue el que tuvo con el ingeniero Carlos Salazar Southwell. Lo designó
gerente de la agencia de aduanas González Larrañaga y obtuvo la
concesión del asiento minero Rosicler, provincia de Gran Chimú.
Para Eduardo (14 años) y para su hermano Fernando (16 años) fue el
comienzo de la labor minera. Por último, se reunió con el general Fer-
nández Maldonado, ministro de Energía y Minas del gobierno de
Juan Velasco Alvarado; entonces fue posible la reactivación de la
mina Rosicler y el advenimiento de una época de prosperidad. En es-
tas circunstancias se produjo la confabulación de uno de los accionis-
tas a la que se ha hecho alusión en el apartado sobre la adversidad.

Iniciador y propulsor de la minería regional, José Alfredo Rabines


Ravines recibió un homenaje del Tercer congreso regional de minería
del norte durante la XX Convención de ingenieros de minas en no-
viembre de 1990.

La cuarta generación de los Rabines (1990-2021) la lidera Eduardo Ra-


bines Llontop. Mineralogista connatural. Antes de rescatar y acrecen-
tar el patrimonio minero de los Rabines, desplegó actuaciones rele-
vantes en el ámbito de la negociación, de la mediación, de la gestión y
de la exportación. Tras su graduación en la Escuela de Aviación Civil
descolló como piloto comercial, se perfeccionó en Inglaterra y a su
retorno fue instructor de vuelo. Ejerció sus competencias en el área de
la aerofumigación.

La reconquista de los bienes mineros, cuyas vicisitudes son objeto de


una narración brillante, dramática en Retrato de un linaje. La respuesta
de Eduardo al llamado que le hace su ideal profundo se expresa en su
declaración de principios: “la minería no es sólo una vocación, sino
mi destino”.

Una hermenéutica abierta interpreta el destino no como un “Hado”,


es decir, como un concatenamiento fatal de los acontecimientos, se
alude más bien a la meta o a los fines a los que conducen los queha-
ceres que corresponden a la vocación. La acción recobra sentido: se
hace algo, por algo y para algo. Pueden coexistir varias vocaciones no
excluyentes de variable intensidad como ocurre en Eduardo: piloto
de aviación, gestor y mediador, exportador pero siendo la vocación

20
una llamada que se propone y no se impone, que invita a una elec-
ción, la llamada que con mayor imperatividad sintió fue la de la mi-
nería. Y es que la vocación se origina en el “fondo insobornable” de
la persona, en su yo íntimo e intransferible por ser único. Eduardo
―“guardián de riqueza”― encuentra en kairos un aliado para resur-
gir y superar los inevitables retos de la adversidad y poder cumplir
su vocación.

El capítulo II, Los Rabines y la política, Retrato de un linaje introduce


al lector en el mundo incierto, claroscuro, proteico de la política. Se
destaca el papel del enigmático político Eudocio Ravines y de líderes
históricos del P.A.P, así como del vate universal César Vallejo. El lector,
al término de su lectura, podrá forjarse una opinión sobre esta com-
plejísima dimensión de la vida de algunos los Rabines.

Retrato de un linaje es un libro que suscita la admiración del lector, una


narración que ha cumplido su objetivo: hacernos los contemporáneos
de los personajes de una familia distinguida, que por sus actuaciones
singulares han contribuido al florecimiento y a la prosperidad de una
de las más hermosas y atractivas regiones del norte del Perú. La ini-
ciativa de Eduardo de editar este libro consagrado a la historia de la
familia Rabines es ejemplar y digna de alabanza.

Bruselas, junio, 2021.

21
Árbol genealógico de la familia Rabines

22
23
EL LLAMADO DE LOS ANCESTROS
El origen del apellido Rabines
La raíz semita

E
duardo Rabines Llontop recuerda que cuando tenía doce años
solía viajar de Trujillo a Sayapullo (distrito de la provincia
Gran Chimú), a bordo de una camioneta Peugeot 404, y que en
el accidentado trayecto su padre les refería a él y a su hermano Fer-
nando las diversas versiones que sobre el origen del apellido Rabines
circulaban en la tribu familiar desde tiempos inmemoriales.

La primera versión proporcionada por don José Rabines Ravines es


que ese apellido, que él ostentaba por partida doble, provenía de la
palabra Rabino, que en lengua hebrea alude a un título honorario que
significa maestro de maestros, o sea el intérprete de la ley judaica.

Esta versión paterna despertó la curiosidad de los pequeños Rabines,


quienes a partir de ese remoto recuerdo fraguado en medio del pai-
saje agreste de los Andes no han cesado de hurgar en el pasado para
encontrar el hilo de la madeja de su identidad ancestral. En viejos in-
folios o en la tradición oral familiar se barajan varias hipótesis, pero
en resumidas cuentas todas apuntalan la misma certeza.

A estas alturas, parece indudable que el apellido Rabines tiene una


raíz hebrea- la voz Rabino- y que para formar un vocablo patronímico
en la lengua española- es decir que pasara a designar el apellido de
una familia que emigró desde el Medio Oriente a la península ibérica-
se le añadió el sufijo “es”. Fue así cómo apareció en la genealogía his-
pana el patronímico Rabines.

La versión oral ha sido corroborada en diversas ocasiones, por en-


cuentros fortuitos o concatenaciones de la simetría que rige el destino
humano. Así sucedió el año 1986, cuando Eduardo Rabines Llontop
estuvo de paso en Bruselas (Bélgica) y fue protagonista de un hecho

25
insólito que afirmó aún más la certeza sobre la raíz hebrea de su ape-
llido. Había reservado una habitación en un hotel de esa ciudad y
cuando llegó se dio con la sorpresa de que el recepcionista le comu-
nicó que ya no había alojamiento: la reserva había sido ocupada por
un señor que tenía un apellido homónimo.

Ante la tenaz insistencia de Eduardo, el encargado de la recepción


tras escudriñar la lista de alojados se percató de que, en realidad, se
trataba de un viajero de apellido Rabino. Fue así, en un episodio poco
grato, que uno de los vástagos de este frondoso árbol genealógico que
echó raíces en el Perú corroboró la versión paterna.

En otra ocasión, esta vez el año 1983, cuando trabajaba como piloto
de una avioneta privada de la empresa Cultecmar, que se dedicaba al
negocio de los langostinos, volvió a tropezarse con otra revelación.
Tenía que trasladar desde Piura a Tumbes a unos españoles, socios de
esta empresa. Al momento de la presentación formal, el dueño de Cul-
tecmar presentó al joven piloto a los foráneos hombres de empresa,
mencionando su apellido y motivando la reacción de sorpresa de los
empresarios. Uno de ellos no contuvo su asombro y exclamó: ¡Ah, es
usted hijo de rabino!

El último indicio que tuvo Eduardo sobre la raíz semita de su apellido


paterno fue el año 2011 en Cajamarca, donde se celebraba el concurso
nor peruano de caballos de paso. Tres de sus caballos compitieron,
una de sus yeguas ganó el primer puesto en su categoría. Durante el
almuerzo celebrado después del concurso alguien le presentó a un
cajamarquino octogenario, quien al enterarse de que se apellidaba Ra-
bines le preguntó: “Ah, es usted familiar de los judíos que habían
aquí”.

26
Los Llontop, linaje chimú

U
n rasgo típico que caracteriza a los Llontop es el don de
mando. Desde la conquista de los españoles los más destaca-
dos miembros de esta familia tuvieron que demostrar que te-
nían la energía y el carácter para ejercer el liderazgo y por eso fueron
reconocidos caciques por las autoridades coloniales en procesos con-
tenciosos. Era el requisito clave que exigían los españoles para resti-
tuirlos en el cargo, título o posición social que tenían en la época
prehispánica.

Fatigando infolios del Archivo Histórico Nacional de Lima, la minu-


ciosa historiadora del Perú precolombino, María Rostworowski des-
cubrió la figura de Apolinario Llontop Fayso Farrochumbi (1742-
1806), díscolo personaje que logró ser reconocido como cacique de
Monsefú, Chepén y Tecapa.

En su obra Curacas y sucesiones. Costa norte (1961) expone el caso de


don Apolinario, al que se le devolvió su antiguo blasón perdido des-
pués de la conquista española y el establecimiento de un orden colo-
nial en el que la condición del indígena “trocóse el reinar en vasa-
llaje”, según la frase contundente del Inca Garcilaso en sus Comenta-
rios reales.

Sus antecedentes familiares constituyeron la mejor carta de presenta-


ción y prueba de la justicia de sus peticiones. Un antecesor suyo, casi
dos siglos antes, don Francisco Llontop se había involucrado en un
litigio administrativo para que se le reconozca cacique de Reque, Ca-
llanca y Monsefú.

Una enconada batalla legal libró con otros dos pretendientes, cada
uno de los cuales esgrimió derechos y una narrativa que se acomo-
daba a sus intereses. Los Llontop no se involucraban en tediosos pro-
cesos solo por honor. También los atraían los numerosos bienes del
cacicazgo, así como otros beneficios y salarios que conllevaba el reco-
nocimiento de este título.

27
Reportaje del diario “El Comercio”, decano de la

28
prensa del Perú sobre la genealogía de la familia Llontop

29
José Ramos Llontop y Laines (1803-1873), nieto de don Apolinario que fue gobernador y tuvo
27 hijos. Hasta ahora siguen circulando leyendas sobre el pasado esplendor de este apellido. En-
tre los guardianes de la memoria familiar destacan por su persistencia los tataranietos Enrique
Llontop Chávarri, Guillermo Pinillos Llontop y Eduardo Rabines Llontop.

Eran tan mandones los Llontop que querían gobernar las vidas de
sus régulos y de sus familiares en este mundo y en el más allá. Así
antes de fallecer don Apolinario había ordenado que sus descen-
dientes le celebraran una misa mensual a perpetuidad por el des-
canso eterno de su alma. Nadie sabe cuánto tiempo duró la promesa,
pero lo cierto es que con el paso de los años quedó en el olvido.

Desperdigados por el país y el mundo, la mayoría de ellos descono-


cían el mandato fúnebre de don Apolinario hasta que la lectura de un
artículo periodístico denominado “Raíces indígenas, antes pecado,
hoy orgullo” publicado en El Dominical del diario El Comercio inter-
peló la conciencia de María Chambergo Llontop, quien pese a residir
en Madrid se encargó de convocar a la parentela a una misa para hon-
rar la memoria de don Apolinario y cumplir simbólicamente su dis-
posición testamentaria. Alrededor de 60 personas llegaron al

30
encuentro en Monsefú. Era la primera vez que se juntaban los descen-
dientes de Llontop.

Después de la celebración litúrgica el séquito de familiares se dirigió


a la tumba de José Ramos Llontop y Laines (1803-1873), nieto de don
Apolinario que fue gobernador y tuvo 27 hijos. Hasta ahora siguen
circulando leyendas sobre el pasado esplendor de este apellido. Entre
los guardianes de la memoria familiar destacan por su persistencia
los tataranietos Enrique Llontop Chávarri, Guillermo Pinillos Llontop
y Eduardo Rabines Llontop.

Eduardo Rabines Llontop recuerda que por el año 1965 su octoge-


naria tía abuela, Graciela Llontop Ballesteros, le contaba como su
padre don José Ramos Llontop Guzmán era cargado en andas exor-
nadas con objetos de oro y trasladado de un lugar a otro como
muestra de reverencia a uno de los últimos Llontop que ejerció el
cargo de gobernador.

Los Llontop contemporáneos han recuperado su identidad y la


reivindican con orgullo. Uno de ellos señala que es importante cono-
cer sus raíces, “saber de dónde vienes, para saber a dónde vas”. El
periodista y arqueólogo holandés Ronald Elward publicó una nota
periodística en El Comercio sobre este encuentro familiar. Al entrevis-
tar a Eduardo Rabines Llontop, heredero de la determinación de sus
antepasados, este reconoció que en su historia personal han influido
esos insumisos parientes que se negaron a aceptar pasivamente su
destino.

31
La larga marcha
Los primeros Rabines en la historia

L
a genealogía de una familia es difícil de rastrear, por lo general
suele ser un árbol frondoso que se pierde en los tiempos inme-
moriales. El origen más remoto solo puede deducirse por indi-
cios y datos hipotéticos. Más aún si se trata de una familia cuyos más
connotados representantes han tenido vidas legendarias marcadas
por “el entusiasmo novelesco, de rebeldía innata, ancestral, transmi-
tida por la sangre de generaciones de hombres turbulentos y comba-
tivos, indisciplinados y cerriles, eternamente afiebrados de pasión y
excitados por el espectáculo de la tragedia cotidiana”. (En un relato
del escritor indigenista Enrique López Albújar, “Juan Rabines no per-
dona”, se califica con estos términos a los descendientes de esta fami-
lia).

En Nantes (Francia) aparece la primera referencia documental de Gil Rabines y Durreau.

Así moviéndonos en el territorio pantanoso de la conjetura, podre-


mos reconstruir la azarosa trayectoria de los primeros Rabines, quie-
nes azuzados por el espíritu de aventura se fueron esparciendo por
Europa. En Nantes (Francia) aparece la primera referencia documen-
tal fidedigna de Gil Rabines y Durreau, hijo de una familia de origen

32
semita que había arribado a esta ciudad ubicada al norte de Francia,
398 kilómetros de París y sobre las márgenes del río Loira. Esta refe-
rencia data de la segunda mitad del siglo XVI.

Nantes era una urbe con una agitada vida comercial, cultural y artís-
tica, un escenario promisorio para un linaje de hombres apasionados
y cerriles, cuyo inflamado temperamento se forjó como el hierro a
puro fuego, en la lucha por la supervivencia.

En busca de mejor fortuna, más adelante Gil Rabines y Durreau se


estableció en Sanlúcar de Barrameda, ciudad que vivía la fiebre del
comercio tras la conquista de América y el establecimiento de virrei-
natos en el Nuevo Mundo, por lo que había pasado de ser una villa
miserable a una Capitanía General del Mar Océano.

A esa ciudad poblada por un alud de forasteros bretones, gallegos,


irlandeses, una marea de buscavidas llegó atraída por la súbita pros-
peridad económica que tomó de sorpresa a esta urbe. En Sanlúcar de
Barrameda Gil Rabines se desposó con Juana de Cardón y Torres el
15 de mayo de 1610. Afincado en esta ciudad por la numerosa prole,
terminó la vida errabunda de Gil Rabines. Pero como de raza le viene
el galgo, uno de sus hijos, Luis Rabines y Cardón, heredó la manía
trashumante del progenitor y se embarcó en una nave rumbo al Perú.
Corría el año de 1677.

33
El viaje a la semilla
Rastros de la actividad minera de los primeros Rabines en
Hualgayoc y Sayapullo

L
a vasta tribu familiar de los Rabines, dispersa en Cajamarca,
Cajabamba, Sayapullo, Zaña y Trujillo, descienden de este pe-
rulero, el primero en cruzar el Océano Pacífico a la caza de for-
tuna y gloria. Militares, curas inquisidores, comerciantes, mineros,
agricultores, los Rabines siempre han elegido quehaceres rudos, peli-
grosos, inciertos. Han vivido su vida como una perpetua aventura.

Luis Rabines y Cardón- el primer heraldo de la familia Rabines asen-


tado en nuestro país que en esa época era el símbolo de El Dorado,

34
tierra de utopías y edén de los más desaforados sueños- desembarcó
en el puerto del Callao y a partir de 1678 se afincó en Cajamarca,
atraído sin duda por sus agrestes paisajes y los tesoros que yacían
enterrados en ese lugar emblemático de la conquista española.

La impresión que causaba esta tierra andina en los viajeros era tal por
aquellos años que el obispo de Trujillo, Andrés García de Zurita, a
mediados del siglo XVII, le escribió una carta al rey de España en las
que se refería a la ciudad de Cajamarca en los siguientes términos:

“Este fue el primer pueblo que se conquistó en la sierra y de aquí se


entabló el miedo por lo restante del Perú. Aquí sonó la primera voz
de la trompeta del Evangelio, aquí fue donde se bautizó el primer in-
dio y se salvó que fue el inga y luego lo degollaron. Aquí se descubrió
la primera muestra de la riqueza de esta tierra y tan cuantiosos quin-
tos reales, como refieren las historias. Y cuando llegué a este pueblo
vide tanto número de españoles, gente lucida, rica y noble, tantos in-
dios que me causaron admiración y juzgué que había sido orden de
Dios que tantas ovejas viesen su pastor y él las conociese y remediase
y consolase y el contento que han recibido es inexplicable”.

Estas riquezas que asombraban fue el poderoso imán que atrajo a Luis
Rabines y Cardón, quien se casó en Cajamarca el año 1678 con Ana
de Cortegana y Cruzado, hija del capitán de caballería de los tercios
de su majestad, Alonso de Cortegana y Caro y de Agustina Cruzado
y Caballero. Tras fallecimiento de ella don Luis Rabines contrajo se-
gundas nupcias con Ana Ramírez de Arellano. De ambos matrimo-
nios tuvo catorce hijos.

Desde 1682 hasta la primera década de 1700 el capitán Rabines y Car-


dón figura como vecino notable de la ciudad de Cajamarca. Tenía es-
clavos negros y casa ubicada en la calle del Tambo (hoy jirón Amalia
Puga).

35
Casa Hda. De Sayapullo

La vasta tribu familiar de los Rabines, dispersa en Cajamarca, Caja-


bamba, Sayapullo, Zaña y Trujillo, descienden de este perulero, el pri-
mero en cruzar el Océano Pacífico a la caza de fortuna y gloria. Mili-
tares, curas inquisidores, comerciantes, mineros, agricultores, los Ra-
bines siempre han elegido quehaceres rudos, peligrosos, inciertos.
Han vivido su vida como una perpetua aventura.

El siguiente rastro de la presencia e influencia de los Rabines en nues-


tro país es del presbítero y doctor en teología Luis Rabines y Corte-
gana, que fuera nombrado Comisario de la Inquisición de Lima en
1747 * . Su nombramiento se produjo después de haber sido

*El denominado Tribunal de la Santa Inquisición del Perú estaba encargado de


vigilar la pureza doctrinal del catolicismo y preservar los actos morales dentro
de sus jurisdicciones. De manera oficial fue creado por el Rey Felipe II en 1569.
En Lima se inició en un local frente a la Iglesia La Merced en una zona céntrica,
pero pronto se vio su inconveniencia, pues resultaba poco propicio para ejercer
sus funciones (probablemente por los gritos de los torturados), por ello fue ubi-
cado en las afueras de la ciudad, donde funcionó hasta su abolición por las Cor-
tes de Cádiz. En 1813. De todas las penas impuestas, la que más sobresalió fue

36
minuciosamente espulgado por el Tribunal de la Santa Inquisición de
Sevilla, en Utrera y Sevilla, a raíz de la investigación de limpieza de
sangre ordenada por dicho tribunal en 1740.

El clero también atrajo a otro de los ascendientes de la familia Rabi-


nes. Se trata de Joseph Justo Rabines, quien se desempeñó como pres-
bítero y alcanzó el grado de doctor en teología. Hijo de Francisco Ra-
bines, nació en el siglo XVIII en un año incierto que no se puede pre-
cisar con datos fidedignos. Fue teniente de cura vicario en Hualgayoc
en 1780 y propietario de la hacienda Francisco Solano de Cadena
(Chetilla), en 1810. De esta línea genealógica descienden los Rabines
de Sayapullo.

la de la hoguera y según fuentes católicas a 32 sumó el número de muertos, de


los cuales el 70 por ciento fueron judíos.

37
Huellas documentales

En el inventario documental de causas civiles del corregimiento de Cajamarca aparecen los Rabi-
nes protagonizando litigios y emprendimientos realizados en el siglo XIX en esta región.

En La minería en el Perú Carlos E. Velarde hace una recopilación de los principales asentamien-
tos mineros del país y cuando se refiere a Sayapullo menciona a Santiago Martin Howard y a
sus hijos como los empresarios que explotan esta mina.

38
SAYAPULLO

Esta región minera, de riqueza sorprendente, se encuentra al oeste de


la provincia de Cajabamba del departamento de Cajamarca a 2300 m.
sobre el nivel del mar, en los estribos de la cordillera occidental que
bajan a la costa de La Libertad. Su puerto de Salida es Salaverry; ha-
llándose las minas a 90 y 60 km. Respectivamente de las estaciones de
Ascope y Huabal, términos actuales de la red ferroviaria de Trujillo.
La línea de Ascope a Salaverry tiene 76 km. Y el precio del flete para
minerales es de $ 9.12 por T.M.

Las minas están a 10 km. de la región carbonera de Huayday, para


cuya explotación ha hecho el Estado un contrato basado en la cons-
trucción del ferrocarril.

La explotación de las minas de las minas data del coloniaje; y desde


el año 1835 se ha hecho por don Santiago Martin y sus hijos, hasta la
fecha.

Y unas páginas más adelante agrega:

Hasta hace pocos meses, la explotación de estas minas se hacía por


dos pequeñas empresas, la de los hermanos Martin y la de los Sres.
Rabines y Vega; y consistía en socavones en roca para cortar los filo-
nes y galerías inclinadas sobre mineral, sacándose este en capachos.
Los minerales ricos en cobre o plata se exportaban a Europa; y los
pobres se beneficiaban por amalgamación en la oficina “Vista Bella”,
en que se aprovechaba solo la plata. La producción en 1907 fue de 900
toneladas. Además quedaban en cancha grandes cantidades de mine-
ral de cobre de baja ley (8 a 18%) que se llaman brozas. El personal
empleado no pasaba de 80 operarios, con jornales de $ 0.30 a 0.40. El
transporte del mineral se hace a lomo de mula hasta Ascope.

39
Últimas disposiciones:

Joseph Justo Rabines dejó herencia a sus nietas, hermana y hasta a un criado.

Antes de morir Joseph Justo dispuso de sus bienes en su testamento


del 17 de mayo de 1822 en el despacho del notario Mariano del
Campo. En este documento reveló que antes de ser sacerdote tuvo un
hijo natural llamado Ignacio y que este había fallecido: “al cual ya en
vida le di todo lo que podía ser obligatorio. Este falleció dejando dos
hijas legítimas nombradas Alexandra y María a quienes es mi volun-
tad de dejarles la cantidad de 200 pesos para que se repartan igual-
mente.”

“Declaro por mis bienes la cantidad de 1420 pesos que me adeuda


don José Riola de este vecindario, resultado los mil 320 pesos de la
venta que hice de mi hacienda San Francisco Solano de la Cadena. Del
canon principal de dos mil pesos de una capellanía que a mi favor se
hayan impuesto y cargado a censo redimible en dicha hacienda, cuya
cantidad mando se cobre y entre al cúmulo de mis bienes”.

“Dejo por mis bienes la casa en que actualmente me hallo morando


que hube y compré a don Agustín Miranda, vecino del asiento de
Hualgayoc en la cantidad de mil quinientos pesos, de los cuales solo
le tengo dados 401 pesos seis reales como consta del correspondiente
recibo otorgado a mi favor y tengo en mi poder y al completo de la
citada cantidad y resto de los 98 pesos, declaro así que conste”.

“Declarado y verificado la entrega de los nominados un mil 420 pesos


se le den a la reverenda madre sor María Rosa de San Joaquín y Ravi-
nes, mi hermana legítima, 500 pesos para que se disponga de ellos a
su elección y voluntad, pues así es la mía”.

Es mi voluntad que a don José Antonio Oliva, niño que he criado


desde su pueril edad, se le den 200 pesos para que de ellos se man-
tenga”.

40
Albaceas testamentarias y tenedores de bienes en primer lugar a mi
sobrino Manuel Caiceda; en segundo lugar al teniente don José Félix
Urrunaga y Torres.

Otorgo en esta ciudad independiente de Cajamarca a los nueve días


del mes de marzo de 1822. Testigo Carlos Santisteban Manuel de Silva
y Caballero Mariano del Castillo -José Ciriaco Manuel Norberto Hur-
tado.

41
Don Francisco Rosario Rabines Girón

El patriarca de los Rabines

José Manuel Ravines Escusa fue comerciante de joyas de oro y piedras preciosas.

42
L
a mina y la hacienda de Sayapullo, lugares donde se asentó el
más ilustre patriarca de la familia Rabines -don Francisco Ra-
bines Girón junto a su hermana Carmen -figuran en la historia
oficial del Perú desde los años de la Emancipación. En un libro escrito
por el historiador Waldemar Espinoza sobre las correrías de Bolívar
en nuestro país para consolidar la independencia, ya se menciona a
la hacienda Sayapullo.

Hasta que se dispuso una nueva demarcación territorial Sayapullo


fue un caserío de Cajabamba, departamento de Cajamarca. Nuevas
disposiciones gubernamentales dispusieron que Sayapullo pasara a
la jurisdicción de la región La Libertad. La casa hacienda de don Fran-
cisco Rabines y su esposa Adelaida Pazos- la primera construida en
esa deshabitada zona minera-fue punto de partida y referente de la
creación y desarrollo del distrito de Sayapullo. Los trabajadores de la
casa hacienda y de la mina fueron afincándose en los alrededores de
manera desordenada dando lugar a caprichosas y pintorescas calleci-
tas con el diseño irregular que aún subsiste en estos tiempos. Años
después esta hacienda fue denominada Hacienda La Mora.

Don Francisco Rosario Rabines es el primero de esa estirpe familiar


de quien se tiene noticia cierta, cuya biografía y trayectoria personal
ha perdurado hasta la actualidad. Hay otra rama genealógica que
probablemente comparte el tronco común con esta familia: se trata de
los Ravines (con v chica) que también provienen de Cajamarca, uno
de cuyos más antiguos antecesores fue don José Manuel Ravines Es-
cuza, padre del legendario coronel Belisario Ravines Perales y de Víc-
tor Ravines Perales, padre del controvertido líder político Eudocio
Ravines Pérez, quien tuvo un rol protagónico en la política nacional
durante la primera mitad del siglo XX.

Con el paso del tiempo ambas familias formaron alianza por el matri-
monio de sus miembros. La primera alianza fue establecida por las
nupcias de José Rabines Pazos y Elsa Ravines Santolalla, nieta del co-
ronel Belisario Ravines y prima hermana de don Fermín Málaga San-
tolalla, conocido minero y político de Cajamarca.

43
Coronel José Manuel Ravines Escuza.

En 1920, tras una corrida de toros celebrada con ocasión de la fiesta


patronal de Cajabamba, José Rabines Pazos, uno de los diestros que
participaba toreando a caballo, atrajo la atención de Elsa Ravines,
que se encontraba en la tribuna junto a un grupo de amigas. En la
velada de ese día alguien los presentó y se sorprendieron de la coin-
cidencia de sus apellidos que solo variaban en una grafía. Desde ese
momento se hicieron frecuentes los viajes de José desde Sayapullo a
Cajamarca. Durante el sarao José Rabines tuvo la oportunidad de lu-
cirse compitiendo en una prueba sobre el manejo del freno del caba-
llo. Como buen chalán y criador de caballos de paso ganó el primer
lugar, el premio fue un hato y espuelas de plata. Esta afición la

44
compartía con su hermano Luis y era tan intensa que no escatimaba
esfuerzos en viajar a San Pedro de Lloc a comprar sus ejemplares.
Tampoco medía el dinero que gastaba. Cuentan que en una ocasión
adquirió un hermoso corcel por mil soles. Un automóvil, por enton-
ces, costaba más de 50 soles. El precio pareció tan exagerado que el
caballo fue apodado, con sorna, como el “Mil soles”.

El carácter intrépido y arrojado, la reciedumbre de carácter, la apa-


rente dureza para afrontar las circunstancias adversas que son las
notas distintivas de los Rabines, se forjaron en medio de las agrestes
estribaciones de Sayapullo. Los Rabines primigenios tuvieron, sin
duda, que bregar contra la inhóspita naturaleza. No había caminos
carrozables, las breñas parecían murallas infranqueables y los trans-
portes se llevaban a cabo en acémilas.

La titánica lucha por imponerse al difícil escenario geográfico deter-


minó el carácter y la formación de los Rabines. La mayoría de ellos
fueron autodidactas, formados en el libro abierto de la naturaleza y
dedicados a extraer de la tierra los frutos más preciados. Por eso la
agricultura y la minería fueron desde siempre las actividades a las
que se dedicaron los prohombres de esta familia.

Con ojo avizor, don Francisco Rosario Rabines Girón muy pronto se
dedicó a la explotación minera en Sayapullo. Tenía mucha visión
empresarial y relaciones a nivel político en la capital de la República.

45
Fue muy amigo del escritor y político José Gálvez, quien peleó con-
tra España en la batalla del 2 de Mayo. Era tal el grado de amistad
que se trataban de primos. José Gálvez, quien por entonces se
desempeñaba como parlamentario y a petición de don Francisco,
hizo en 1855 las gestiones necesarias para elevar a Sayapullo a la ca-
tegoría de distrito.

Don Francisco Rosario laboró a brazo partido extrayendo plata y oro


que acumulaba en pellas, una amalgama de metales brutos que
luego eran transportados por una recua de acémilas. Cada seis me-
ses emprendía el largo trayecto desde Sayapullo hasta el puerto de
Huanchaco encabezando un pequeño ejército de gente armada, com-
puesto de sus peones para brindar seguridad a la preciada carga.

El trayecto a Huanchaco, según testimonios de la época el puerto de


destino de los minerales, estaba sembrado de peligros y asechanzas.
Huanchaco era por entonces el puerto desde el que se exportaban
los minerales.

Don Francisco Rosario solía hacer pascana en Trujillo, donde perma-


necía por lo general unos quince días, antes de emprender el arduo
camino de retorno. En este lapso, mientras compraba vituallas para
el hogar y adquiría otros productos para satisfacer los caprichos de
la familia, hacía vida social acompañado de distinguidos personajes
de la ciudad de Trujillo.

Apacible calle céntrica del Trujillo antiguamente denominada jirón


progreso. En sus cafés don Francisco Rabines hacía intensa vida social
con distinguidos personajes durante sus estadías en esta ciudad-

En una de estas ocasiones tuvo lugar una anécdota que pinta de cuerpo
entero el perfil de don Francisco Rosario. Con su figura señorial, de ros-
tro barbado que imponía grave respeto, estaba el viejo sentado libando
café en el jirón Progreso (hoy el céntrico jirón Pizarro) de la ciudad de
Trujillo. De pronto una turbamulta pasó perturbando la quietud con-
ventual de esta ciudad.

Eran unos gendarmes que llevaban a rastras a un hombre. Le iban pro-


pinado garrotazos y puntapiés, sin reparar en la sensibilidad de los pea-
tones que deambulaban al mediodía por esa céntrica calle. Se trataba de
un vulgar delincuente que había sido minutos antes tomado preso y era
conducido a la comisaría más próxima. Era, en realidad, un lamentable
espectáculo que contravenía los principios de humanidad.

Impulsivo de carácter, don Francisco Rosario salió del cafetín y dirigién-


dose a los gendarmes los conminó a que cesaran los maltratos contra el

46
apresado. Y estos le replicaron: “¡Oiga, señor Rabines. Usted no se ima-
gina la clase de delincuente que es este!”. El viejo con presteza replicó:
“Eso no importa. Ustedes no tienen por qué hacer justicia con sus pro-
pias manos, para eso hay una institución que se encarga de hacer justi-
cia.”

La enérgica actitud de don Francisco Rosario evitó que los gendarmes


continuaran brindando ese deplorable espectáculo callejero y optaran
por conducir al aprehendido, sin exabruptos, a la cárcel de la ciudad.

Pasó algún tiempo y en uno de esos constantes viajes en largas carava-


nas a la costa, don Francisco, quien viajaba acompañado de su hijo ma-
yor, Francisco Rabines Pazos, un Rabines de índole muy especial que
murió a los 31 años y a quien le apasionaba la poesía, fueron embosca-
dos en la encañada del Shimba por los bandoleros que pululaban en las
alturas de Ascope, por las inmediaciones de Sausal. Eran más de un cen-
tenar de malhechores.

Desarmados e inermes, tras una breve escaramuza que causó algunas


bajas entre los peones que habían ofrecido resistencia, don Francisco y
su hijo fueron conducidos enmarrocados, en la montura de sus caballos,
a una cueva desde donde comandaba los asaltos el líder de los bando-
leros. El temido “Tío Candela” los recibió con el rostro demudado al
reconocer el perfil inconfundible de don Francisco Rabines. “¡¿Cómo se
les ocurre traer en este estado a mi patrón?!”- exclamaba fuera de sí.

Don Francisco recobró su aplomo, tras reconocer que se trataba de al-


guien que había trabajado como obrero en su mina de Sayapullo. El “Tío
Candela” ordenó que los desataran de inmediato. Luego le dijo: “No se
acuerda, patrón, cuando por la calle Progreso llevaban a alguien a palos
y puntapiés, y usted evitó que lo continuaran maltratando. Esa persona
era yo”- le decía exultante.

Dando muestras de gratitud, el “Tío Candela” dispuso que se organi-


zara un banquete en honor del ilustre personaje. Bandejas de cecinas de
venado circularon profusamente. Al día siguiente les devolvieron todas
sus pertenencias y tras una emotiva despedida, el agradecido malhe-
chor le entregó a don Francisco Rosario un puñal de contraseña. Le ex-
hortó a colocar el puñal en el cabezal de la montura, así se podría librar
de otros asaltos a lo largo del trayecto. La expedición arribó a Trujillo
con su cargamento de oro y plata intacto.

47
PRIMERA GENERACIÓN
1840-1920
Las vicisitudes de la fortuna

48
49
Los Martin Rabines
La generación sucesora

E
n uno de esos azarosos viajes, ocurrió un hecho que tuvo im-
portancia decisiva en el destino de los Rabines. Un encuentro
fortuito marcó el origen de una rama de la familia- la de los
Martin Rabines- que más adelante tomó las riendas de los negocios y
de las haciendas, administrando la cuantiosa fortuna amasada por el
patriarca debido a que este se había casado tardíamente.

Don Francisco Rosario retornaba a Sayapullo, después de la habitual


estancia de reposo en Trujillo, y a su paso por Sausal se encontró con
unos chinos, que habían sido sus esclavos y fueron liberados por el
gobierno del mariscal Ramón Castilla. “¡Padrino, padrino!”- le grita-
ban alborozados. Luego de los saludos ceremoniales, uno de ellos le
habló de un inmigrante inglés, que había llegado con la expedición
inglesa de Lord Cochrane y que se había refugiado en estos parajes.

50
Era un marinero. Los ex esclavos chinos le instaron al viejo y curtido
minero para que contratara al marino inglés.

Su nombre era Richard James Martin Howard4. Se había desempe-


ñado como suboficial de cubierta en la expedición que Lord Cochrane
hizo al Perú, al mando de la fragata O’Higgins en agosto de 1820 5.
Lord Cochrane jugó un rol fundamental en la independencia pe-
ruana. Pero una vez terminada esta gesta histórica, le exigió a San
Martín que reconociera todos los gastos que le había demandado el
mantenimiento de la tripulación y los pertrechos para los combates.
El generalísimo se negó a reconocer estos gastos, aduciendo que Co-
chrane no había dado cuenta de todos los botines que había captu-
rado de los barcos españoles.

Cochrane regresa a Chile. En ese país se encontró con una actitud si-
milar entre las autoridades que se negaban a reconocerles sus gastos,
por lo que se vio obligado a licenciar a su tripulación. Algunos se vol-
vieron al viejo continente, otros se quedaron en Chile. Martin Howard
se regresó al Perú en busca de mejores destinos el año de 1825.

El bloqueo del puerto de El Callao es la proeza más notable de Coch-


rane en la lucha por la independencia del Perú. Este puerto estaba

4 Según Carmen Rabines Urrunaga, quien por coincidencia tiene un yerno inglés
de apellido Cochrane, es muy probable que, en realidad, este marinero se hubiera
apellidado Howard y que Martin fuera su nombre de pila. En la tradición de la
onomástica británica se suele usar tres nombres y, por lo general, se omite el ape-
llido materno.
5En Londres, en 1817 Lord Cochrane conoció al representante chileno, Antonio
Álvarez Condarco, a propósito de la construcción de un barco a vapor que se
ofrecía a Chile. En mayo de ese mismo año fue contratado, junto al marino inglés
Jaime Charles, por el gobierno chileno para formar su naciente Armada de la cual
es nombrado vicealmirante. Llega a Chile el 17 de junio de 1818, acompañado de
su esposa. Pronto, bajo las órdenes del Director Supremo de Chile, Bernardo
O'Higgins, Cochrane se unió a las fuerzas independentistas chileno-argentinas
comandando la Escuadra que tenía por misión eliminar el poder realista asentado
en el Virreinato del Perú.

51
fuertemente defendido y se consideraba inexpugnable a todo ataque
que los independentistas pudieran montar, dado que sus fuertes prin-
cipales contaban con trescientos cañones junto a un sistema de cade-
nas que eran inspeccionadas cada hora y que impedía el acceso al
puerto mismo, a menos que sus defensores las retiraran. Cochrane
penetró el puerto con catorce botes a remo y abordó y capturó la fra-
gata realista Esmeralda, a la sazón el buque español más poderoso en
el Pacífico poniendo así fin al dominio marítimo español en la región.

Cochrane.

Muchas leyendas se han tejido sobre la procedencia de este marino


inglés. Existe una biografía de autor anónimo que contiene diversas
informaciones contradictorias, entre ellas que había cursado estudios
en una de las más afamadas universidades inglesas y obtenido el tí-
tulo de ingeniero de minas. Y que después de haber concluido su ca-
rrera universitaria hizo prácticas durante algún tiempo en las minas
del Condado de Gales hasta 1817, año en que decidió embarcarse a
órdenes de Lord Cochrane para combatir por la independencia de Su-
damérica. La pregunta que cae por su propio peso es qué hacía un
profesional en una expedición llena de aventureros y proscritos, ca-
zadores de fortuna que allá, en su patria, les había sido esquiva.

52
Vista panorámica de la casa Hda. de San Francisco de la Colpa.

Elías Martin Rabines en su casa Hacienda San Francisco de la Colpa. A principios del siglo XIX.

53
Algunos de sus descendientes le han querido atribuir una aureola de
héroe que no ha podido ser documentada fidedignamente. En la bio-
grafía mencionada Martin Howard aparece como un valeroso prota-
gonista del asalto y captura de la fragata española la “Esmeralda”,
hecho heroico que contribuyó decisivamente a la lucha por la inde-
pendencia peruana. Se afirma que Lord Cochrane lo designó como
comandante de uno de los botes lanzados al abordaje.

Estos son hechos probados y documentados por la historiografía ofi-


cial, lo que no está confirmado con medios fehacientes es la participa-
ción heroica de Martin Howard. La prueba de que esa versión anó-
nima trata de exagerar el papel desempeñado por este marino inglés
es que en ese mismo opúsculo biográfico se afirma que, cuando años
más tarde, Martin cayó preso en los castillos del Real Felipe, por en-
tonces bajo las órdenes del brigadier don Ramón Rodil, tenía en su
poder unos mil 200 escudos de oro y que los españoles no se apode-
raron de este dinero, que más adelante le sirvieron como base para su
labor minera en la provincia de Hualgayoc y Sayapullo. La verdad es
que resulta poco creíble que los españoles, ávidos del metal precioso,
no hayan despojado al marinero inglés de esta pequeña fortuna.

Estas contradicciones muestran, a todas luces, que póstumamente se


ha tratado de ensalzar la imagen de Martin Howard, dándole atribu-
tos nobiliarios y haciéndolo protagonista heroico de la expedición de
Lord Cochrane. Lo cierto es que después de las luchas de la indepen-
dencia, Martin Howard se encuentra deambulando en la región La
Libertad, en busca de sentar sus reales en esta zona.

54
Ricardo y Alberto Martin Rabines fueron los que más aprovecharon la prosperidad del patriarca
y se graduaron de ingenieros de minas en la prestigiosa y exclusiva Royal School of Mines de
Londres.

En estas circunstancias se produce el encuentro fortuito entre el inmi-


grante inglés y Don Francisco Rosario Rabines Girón, quien conmo-
vido ante la solicitud de sus antiguos servidores decidió contratarlo
para que se encargue de los trabajos de herrería de la mina de Saya-
pullo. El inglés aguzaba las puntas de las herramientas usadas en las
labores mineras y se dedicaba a mantener el herraje de las acémilas
que hacían el transporte de los minerales en largas travesías hacia la
costa.

Dando muestras de su talante cordial y hospitalario con los foráneos,


don Francisco Rosario invitaba al inglés a almorzar en la casa ha-
cienda los fines de semana. En esas circunstancias Carmen Rabines
Girón, hermana de don Francisco, se enamora del marinero extran-
jero. Las largas sobremesas habían auspiciado que sentimientos más
profundos que la amistad nacieran entre ellos, por lo que al cabo de
algún tiempo el inglés contrajo matrimonio con la hermana del

55
próspero minero, convirtiéndose en cuñado de quien hasta entonces
había sido su patrón.

La suerte del inglés cambió ciento ochenta grados. De empleado a cu-


ñado del dueño de la mina de Sayapullo, Martin Howard no tuvo re-
paros en procrear siete hijos y fundar de esta manera una estirpe que
más adelante tomó las riendas del manejo de los negocios familiares.
La situación era propicia, porque don Francisco Rosario, dedicado en
cuerpo y alma a los quehaceres mineros, se había olvidado de sus
asuntos personales. Era, por entonces, un soltero empedernido.

56
La suerte de Santiago

Richard James Martin Howard, pocos días antes de su muerte.

57
Después de fallecido James Martin Howard (más conocido como San-
tiago) en Vista Bella (Sayapullo) en 1879, sin haber dictado testa-
mento, su hijo Elías Martin solicitó al juez de paz de Cajabamba or-
dene la facción de inventarios de los bienes del finado Santiago Mar-
tin como paso previo para la declaratoria de herederos intestados.
Había llegado al Perú hacía sesenta años sin oficio ni beneficio cono-
cido. Su vida dio un giro radical después de su matrimonio con Car-
men Rabines Girón. En el proceso no contencioso fue designado pe-
rito don Francisco Rabines Girón con la aprobación de Elías y sus her-
manos Santiago, Ricardo, Alberto, Eliseo, Rosaura y Matilde. Entre
los bienes del inglés se encontraban las minas La Panizara (2mil500
pesos plata). Purgatorio (mil pesos plata). La Caridad (300 pesos
plata). La suma total de su patrimonio ascendía a once mil pesos de
plata.

La generación de los Martin Rabines estuvo integrada por Ricardo, el


mayor de todos, Alberto, Rosaura, Elías, Eliseo, Santiago, Matilde y
Ana. Todos ellos nacieron y se criaron en la hacienda de Sayapullo y
gozaron de una esmerada educación que se preocupó en brindarles
el tío carnal. Don Francisco Rosario dispuso que se contrataran pro-
fesores de Cajamarca, los cuales se dedicaban exclusivamente a la
educación de los niños, a enseñarles las primeras letras. De este
modo, la educación primaria la hicieron en la casa hacienda y la se-
cundaria en algún liceo de la capital de la República.

Consciente de la importancia de la educación como garantía de la per-


durabilidad de los negocios familiares, don Francisco Rosario no es-
catimó gastos y tan pronto culminaron su formación básica él mismo
viajaba a Panamá con sus sobrinos de donde los embarcaba a Europa.
Allí se educaban en los mejores centros de estudios superiores de Ale-
mania, Francia e Inglaterra. Ricardo y Alberto Martin Rabines fueron
los que más aprovecharon esta oportunidad y se graduaron de inge-
nieros de minas en la prestigiosa y exclusiva Royal School of Mines
de Londres.

René Martin Saravia, uno de los últimos coherederos de la hacienda


Sacamaca, que perteneció a Ricardo Martin Rabines, solía relatar el

58
tedioso viaje que hacía don Francisco con sus sobrinos hasta el Canal
de Panamá.

Ricardo Martin fue el gran capitán de empresas de esta generación,


logró erigir un vasto patrimonio y extendió las haciendas: en 1872
compró a la familia Ponce de León la hacienda Sacamaca, ubicada en
Otuzco. También extendió sus posesiones mineras hasta la zona de
Usquil, en Huaranchal. Él fue dueño de la mina Bola de Igor.

Su educación y experiencia en el viejo continente lo hicieron avizorar


negocios rentables como el bancario y financiero. A fines del siglo
XIX, junto con otros distinguidos empresarios trujillanos, fundó el
Banco Perú- Londres, la primera entidad financiera en Trujillo con la
que realizó millonarias transacciones con la muy cotizada libra pe-
ruana de oro. Para que lo asesorara en el manejo de este negocio con-
trató a un inglés de apellido Loyer, experto en la banca que radicó en
esta ciudad convirtiéndose en el tronco de una respetable familia tru-
jillana.

Aventurero sin límites, no vaciló en incursionar en los terrenos cena-


gosos de la política, ejerciendo el cargo de diputado por Otuzco.
Desde su curul logró convertir a Usquil en distrito. Ricardo Martin
Rabines vivió en una casona del jirón Independencia, frente a la Igle-
sia San Francisco de Trujillo. Es una casona rodeada por un largo bal-
cón que se extiende hasta el jirón Gamarra y que estuvo en manos de
sus descendientes hasta el año 1970.

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Encuentro en Pacasmayo

Hermann Burmeister, un distinguido naturalista alemán, que regresaba a su


país después de recorrer el Río de la Plata, corrobora que Francisco Rabines
embarcaba a sus sobrinos a Europa.

A las 3 llegamos a otro pequeño puerto, llamado Pacasmayo, que


tiene alguna importancia debido a la proximidad de las minas de
plata de Cajamarca, pues allí se efectúa el embarque del mineral ex-
traído. Precisamente por esa razón atraca el vapor, a fin de cargar ba-
rras de plata o pasajeros; efectivamente, embarcamos de lo uno y lo
otro aun cuando llevábamos a bordo una buena cantidad de estas ba-
rras; recuerdo haber visto en la lista de carga, cinco asientos de trans-
porte de estas barras, cuyo precio por partida figuraba entre 20 mil y
30 mil pesos. La costa de Pacasmayo es arenosa, como hasta ahora
bastante llana, cerca de la orilla sin vegetación, más adentro, en tierra
cubierta de matorrales y rodeada de cadenas de montañas rocosas
que conservan el carácter de las anteriores. El pueblito ofrecía un as-
pecto de gran desolación, con sus casas en su mayoría completamente
en ruinas, parecidas a ranchos y barracas que a habitaciones sólidas;

60
pero la vista de conjunto de esas tierras presenta un aspecto pinto-
resco, por las numerosas cadenas de montañas situadas una tras otras
en tonos de color cada vez más apagadas. El camino a Cajamarca pasa
por entre esas cadenas, internándose al nordeste y sube por una que-
brada profunda bastante estrecha. La ciudad ya se encuentra al llegar
detrás de la primera cadena alta de la planicie de la cordillera, dentro
de un valle muy fértil, y se dice que es un pueblo importante, con 20
mil habitantes parte de los cuales bastante ricos. Allí subió a bordo un
señor Francisco Rabines, dueño de una mina, con cuatro niños hijos
de su hermana, que iban a Panamá de donde pasarían a Inglaterra a
un instituto educativo. Era un hombre agradable con el que pronto
trabé relación; me ponderó la región que circunda a Cajamarca como
notable, pintoresca, fértil y rica. Los niños ya habían estado en el co-
legio en Lima y tenían muy buenos conocimientos; uno de ellos muy
excelente en historia y el otro en geografía…”

Portada del libro “Viajes por los estados del Plata. 1857-1860”. H. Burmeister. Tomo I.

61
El primer banco de Trujillo

El Banco de Trujillo, fundado en 1871, fue el primero que tuvo nuestra ciudad.

El 2 de noviembre de 1870 se realizó la sesión preparatoria de la junta


de accionistas del “Banco de Trujillo”, a la que asistieron “ el doctor
don Pío Vicente Rosell, por sí y por los señores Rosell y Pinillos; Fe-
lipe Nery Ganoza, por sí y por el señor Juan Esteban Ganoza; Eugenio
Loyer, por sí y por su señora Ana Hoyle de Loyer; Valdivia Cox y
Compañía, Fernando Ganoza, Juan Esteban Ríos representado por el
señor Juan Manuel Antonio Chopitea, Juan Manuel Valle y don Car-
los González; Máximo Pinillos, por sí y la señora Josefa Moreno de
Hoyle; Benjamín Tafur; José Santiago Martin Rabines; Guillermo Eloy
Orbegoso, por sí y en representación de la señora Francisca M. de
González y el señor José María de la Puente; Joaquín Saavedra; seño-
res Acharán Goicochea y Cía.; don José Goicochea y O’Donovan Cis-
neros y Cía., representados por el señor don Julio Pinillos.

62
El 26 de marzo de 1871, los miembros del directorio provisional del
“Banco de Trujillo”, conformado por los señores doctor Pío Vicente
Rosell, doctor don Felipe Nery Ganoza, don Guillermo Eloy Orbe-
goso, don Vicente Gutiérrez, don Cecilio Cox y don José Goicochea,
se constituyeron ante el notario público Mateo Ortega, para elevar a
escritura pública la fundación de la primera entidad bancaria de la
ciudad, que contó con un capital nominal de 500,000 soles y un capital
suscrito hasta esa fecha de 305,000 soles.

El Dr. Bernardino Calonge y Ochaita y el señor José Goicochea fueron


elegidos gerentes del naciente “Banco de Trujillo” que desde su fun-
dación emitió billetes impresos en la American Bank Note Company
que circularon en casi todo el norte del país y de los emitidos en pro-
vincias fueron los de mayor difusión, debido a su convertibilidad y
encaje. Los billetes llevan la firma del trujillano Bernandino Calonge
y Ochaita y se conservan hasta hoy en colecciones numismáticas.

A fines de 1900 y después de nueve años de funcionamiento, el


“Banco de Trujillo” cerró sus puertas, como consecuencia de la incon-
trolable inflación y de la crisis económica derivada de la guerra con
Chile.

63
El crimen de la Succha
Día Domingo

Matilde Martin Rabines, propietaria de la vasta hacienda Chusgón


de sesenta mil hectáreas, se desposó con un ciudadano español Ma-
nuel Martínez de Pinillos Rodríguez. Fruto de esta unión nacieron
los Pinillos Martin que heredaron la hacienda Chusgón (uno de sus
anexos era la hacienda Yanasara, famosa por sus aguas termales)
donde en los años veinte del siglo pasado tuvo lugar el famoso cri-
men de La Succha que conmocionó a la sociedad trujillana y fue un
caso muy sonado en los foros judiciales. La hacienda Chusgón formó
parte de un vasto legado que Matilde recibió de su tío Francisco y su
madre en compensación por no haber viajado como sus hermanos a
Europa a cursar estudios superiores.

La víctima del crimen de La Succha fue Ricardo Pinillos Martin,


hijo de Matilde Martin Rabines de Martínez de Pinillos. Era un
hombre muy rico y famoso por tacaño, prefería guardar su dinero
bajo tierra antes que depositarlo en una cuenta bancaria. Circula-
ban rumores en los alrededores que tenía mucha plata acumulada
en la casa hacienda Chusgón, un enorme inmueble del que era pro-
pietario. También era aficionado a la caza de pumas y a la cría de
caballos finos.

Los vecinos de don Ricardo, los hermanos Rebaza, conocían los mo-
vimientos en la casa hacienda y sabían de la fortuna que esta guar-
daba en sus entrañas. Un día domingo cuando él se quedó solo, asal-
taron la casa, redujeron a don Ricardo y lo masacraron exigiéndole
que revele el escondite donde guardaba la inconmensurable fortuna
enterrada. Don Ricardo, como buen judío, mantuvo su heroico silen-
cio y murió en su ley, llevando a la tumba su secreto más preciado.
Las pesquisas de criminalística de la policía concluyeron de súbito
cuando durante una inspección in situ el perro engreído de don Ri-
cardo se abalanzó furibundo sobre los dos hermanos Rebaza. El

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hecho llamó la atención policial porque los Rebaza habían sido asi-
duos visitantes de la casa hacienda. La reacción del can fue un indi-
cio que despertó las sospechas de la policía, la que tras someter a
una exhaustiva investigación a los Rebaza logró demostrar que ha-
bían sido los autores del crimen. Un tribunal de justicia los condenó
a 25 años de prisión.

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66
El matrimonio del patriarca

Entregado en cuerpo y alma a los negocios, don Francisco Rosario se


había olvidado de cumplir el mandato de perpetuar su linaje. Recién
a los cincuentiún años- el año 1863- contrajo nupcias en Huamachuco
con Adelaida Pazos Pérez, una mujer mucho menor a quien trataba
con la ternura de una hija.
Doña Adelaida había nacido en Huamachuco, pero era descendiente
de una familia de origen hispano que había echado raíces en Trujillo
convirtiéndose en una de las familias más antiguas de esta ciudad.
La leyenda que circula en torno a los Pazos es que durante la gesta
libertadora don Simón Bolívar los conminó a que decidieran el cam-
bio de su nacionalidad y a optar por su residencia definitiva. Frente
a este tajante emplazamiento de El Libertador decidieron radicar en
el Perú alejándose definitivamente de España. Algún tiempo des-
pués y, debido a sus negocios agrícolas, la familia Pazos se mudó a
Huamachuco.

67
No fue fácil para don Francisco Rosario perder su soltería pertinaz,
era un hombre parco y dinámico, que había logrado amasar una
gran fortuna. Su pasión por el trabajo le había imbuido de tal manera
que no había sentido la necesidad de formar familia. Pocos detalles
se conocen de ese matrimonio, unas frases garabateadas en una li-
breta de apuntes por Doña Adelaida indica que las nupcias se cele-
braron el 4 de julio de 1863, un sábado a las cinco de la mañana. Los
padrinos de boda fueron Marcos Iparraguirre y Carmen Rabines,
hermana de don Francisco.
Como si presintiera que la vida agitada de don Francisco no permiti-
ría dejar recuerdos de familia, Adelaida tuvo la precaución de anotar,
con meticulosidad de notaria, en una libreta que hoy conserva la pá-
tina del tiempo en sus amarillentas hojas, los recuerdos de los sucesos
más importantes. El nacimiento de sus ocho hijos está registrado con
lujo de detalles.

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El primero de ellos fue el primogénito Francisco. “Nació mi hijo el día
15 de setiembre de 1864, día jueves, a la una del día. A los tres días de
nacido fue su madrina de bautismo su abuela Manuela Pazos. Lo bau-
tizó el sacerdote don Juan Rodríguez. A los tres meses de nacido lo
olearon en el pueblo de Lucma. Su padrino de óleo fue don Santiago
Martin, o sea su primo hermano y el sacerdote que lo ungió fue el
cura José Jerónimo Sánchez”. En una nota aparte doña Adelaida ex-
plica que Santiago fue padrino por poder ya que su hermano Ricardo
se hallaba en Europa.
El segundo fue Manuel Maximino: “Nació mi segundo hijo el 8 de
junio de 1866, día viernes a las diez de la noche. A los tres días de
nacido fue bautizado y oleado en la iglesia matriz de Huamachuco
por el padre Manuel A. Díaz. Sus padrinos fueron José Martin y mi
abuela doña Bernardina Villanueva”.
Una página más adelante, en esta misma libreta de apuntes que la
familia Rabines conserva como una reliquia preciosa, doña Adelaida
consigna un recuerdo funesto: “Triste recuerdo: murió mi hijo Ma-
nuel Maximino el día primero de noviembre a los cuatro meses tres
semanas de edad y fue enterrado en el panteón del pueblo de
Lucma”. Al pie de esta anotación figuran las firmas de don Francisco
Rosario y Adelaida Pazos.
Muy pronto, una tercera hija vino a llenar el vacío. María Antonia
nació el 28 de noviembre de 1869. “Día domingo a las cinco de la ma-
ñana. A los cuarenta y cinco días de nacida fue bautizada y oleada en
la Iglesia matriz de Huamachuco por el presbítero José Polo. Su pa-
drino fue José Martin y le pusieron por nombre María Antonia. Cha-
llacocha, Lucma, 6 de febrero de 1871”.
El cuarto vástago de la familia Rabines Pazos vino al mundo el día 2
de agosto de 1871 a las diez de la noche. “El segundo día de nacido-
anota doña Adelaida- fue bautizado y le pusieron por nombre Justo
Ángel. Su padrino fue don Aurelio Montoya y su madrina Domitila
Rabines por poder de doña Rosa Burga. A los cuatro meses de nacido
fue oleado en el pueblo de Lucma por el párroco José Montoya y con
el mismo nombre su padrino de óleo fue mi abuelo don Agustín Pa-
zos”.

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Sin solución de continuidad, el 3 de setiembre de 1873 nació Luis
Manuel. Su padrino de bautismo y óleo fue don Agustín Pazos. Al
segundo día de nacido fue bautizado en la iglesia matriz de Huama-
chuco.

La familia se incrementó una década después con el nacimiento de


Amelia Matilde el 5 de enero de 1883, día viernes a las once de la no-
che. “A los cinco meses de edad la bautizaron y olearon en la hacienda
de San Francisco de la Colpa por el cura de la Asunción, don Santos
Ramírez. Sus padrinos fueron don Alberto Martin Rabines y Rosa
Calderón de la Barca, viuda de Lynch. Sayapullo, Julio de 1883”.

El penúltimo hijo, Maximino Alfredo, nació el 17 de marzo de 1885, a


las dos de la madrugada de un día martes. Fue bautizado el 31 de
mayo del mismo año en la iglesia de este pueblo por el cura Juan Mén-
dez. Sus padrinos fueron don Elías Martin Rabines y Rosa Calderón
de la Barca. Sayapullo, mayo 31 de 1885”.

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El benjamín de la familia Rabines Pazos, José Francisco, vino al
mundo el 3 de marzo de 1888. El fausto suceso ocurrió un día sábado
a las once de la noche. “A los cinco días de nacido lo bautizó el cura
don Juan G. Méndez. Fue su madrina la Sra. Agustina Bobadilla y
de óleo el Sr. Alberto Martin Rabines y su esposa la Sra. Ana Lynch.
Fue oleado en la iglesia de este pueblo el 26 de mayo. Sayapullo,
marzo 31 de 1888”.

75
La promesa incumplida

Una brecha generacional de cuarenta años había entre los descen-


dientes de las familias Martin Rabines y Rabines Pazos, de tal ma-
nera que cuando estos últimos nacían en fila india cumpliendo el
tardío designio reproductivo de don Francisco, los Martin Rabines,
que incluso habían formado familia, ya estaban de vuelta de sus es-
tudios en el viejo continente y, provistos de una esmerada formación
profesional, empezaban a hacer carrera en el mundo de los negocios
y las empresas.

Asediado por la vejez y, presintiendo la proximidad de la muerte, don


Francisco Rosario, inquieto por el futuro de su prole, habló con sus
sobrinos carnales para exhortarles a que sean recíprocos y velen por
la educación de sus primos hermanos, así como él había apostado con
entusiasmo generoso brindándoles educación en los mejores centros
de estudios superiores de Europa.

La cita inexorable con la muerte llegó en 1895, cuando don Francisco


Rosario frisaba los noventa años. Como ocurre en estos casos, la
muerte del patriarca dejó un enorme vacío que no pudo ser cubierto
por sus descendientes directos, debido a que la mayoría de ellos to-
davía eran menores de edad y no tenían capacidad para asumir la
administración de su herencia. Por esta circunstancia los Martin Ra-
bines incrementaron el patrimonio que habían heredado de su madre,
doña Carmen Rabines, asumiendo la posesión de las minas que don
Francisco y su cuñado habían desarrollado, así como de las haciendas
San Francisco de la Colpa (19 mil has.), Sogón, Sacamaca, Simbrón,
Challacocha, La Mora que don Francisco había adquirido en su con-
dición de apoderado. Y en Huamachuco la hacienda Chusgón (60 mil
has.).

La brecha generacional era de tal magnitud que los Rabines Pazos te-
nían la misma edad que los hijos de sus primos hermanos. Incluso en

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algunos casos estos habían cumplido la mayoría de edad como los
Martin Lynch y los Martin Ayllón.

Debido a esta circunstancia los Rabines Pazos estuvieron en desven-


taja frente a sus parientes Martin Rabines en sus derechos sucesorios.
Esta situación se empeora porque los Martin Rabines no honraron la
palabra de honor dada a don Francisco Rabines Girón, por la cual se
había comprometido a apoyar la educación de sus primos hermanos
en reciprocidad por la ayuda brindada a ellos y a su padre por el tío
carnal. Muchos años después, entrevistada unos meses antes de falle-
cer, María Adelaida Rabines Bonetton corrobora la versión de una
promesa incumplida por los miembros del clan Martin Rabines.

Más adelante, como un bumerán contra el clan Martin Rabines. Uno


de ellos, Ricardo Martin Rabines ejerció el dominio de las haciendas
que primigeniamente habían sido adquiridas con la invalorable ges-
tión de don Francisco Rosario. Los demás hermanos sólo pudieron
acceder a propiedades de poca monta. Al morir Ricardo Martin Rabi-
nes transfirió a sus hijos Martin Ayllón los derechos de propiedad de
siete haciendas: Huangajanga, Colpa, El Espinal, El Porvenir, Rancho
Grande, Sogón y la hacienda Sacamaca que la había comprado a la
familia Ponce de León.

Una pugna sorda se desató entre los Martin Rabines, pero la sangre
no llegó al río porque algunos de ellos murieron sin dejar prole: Elías,
Santiago y José. Las propiedades debieron repartirse equitativa-
mente, lo que no sucedió por la astucia de Ricardo Martin, quien lo-
gró monopolizar la vasta herencia, incluida la propiedad de una ca-
sona ubicada en la céntrica calle Independencia de Trujillo, frente a la
Iglesia San Francisco.

En medio de las adversidades los Rabines Pazos lograron reconstruir


su patrimonio con sus propios esfuerzos. Justo Rabines, el mayor de
este clan familiar, trabajó codo a codo con el patriarca en la minería.
La suerte volvió a darles la espalda en 1908 cuando este falleció a los
38 años de edad dejando a la familia sin el liderazgo necesario. Las

77
hijas mayores desconocían los mecanismos de la minería, por lo que
dejaron de pagar las concesiones al Estado y perdieron sus derechos
a explotar los asientos mineros. Poco tiempo después un empresario
norteamericano de apellido Jackson se hizo de la posesión de Saya-
pullo.

Cuando llegó a la mayoría de edad y le tocó el turno de asumir la


responsabilidad de manejar los negocios, José Rabines Pazos irrum-
pió con una personalidad avasalladora hasta convertirse en uno de
los más destacados de la historia familiar.

78
¿Rabines, Ravines, Ravinez o Rabinez?
Errores de ortografía o discrepancias familiares

El turbulento siglo XIX tuvo a los Rabines como protagonistas de im-


portantes gestas militares en defensa de la soberanía nacional. Entre
ellos sobresale el ríspido Belisario Ravines Perales, combatiente de las
batallas del Morro Solar, San Juan y Miraflores y de San Pablo du-
rante la infausta guerra con Chile. En las batallas se destacó por su
coraje, audacia sin límites y su terca resistencia a capitular ante las
fuerzas invasoras.

Circula la leyenda de que don Belisario Ravines Perales es el autor de


la disensión familiar que separó a la familia en dos bandos: los Rabi-
nes y Ravines, apellidos con el mismo tronco común pero escritos con
la leve variación de una grafía. El origen de esta separación data de
los años posteriores a la Guerra del Pacífico y es un reflejo provin-
ciano de las guerras intestinas que sacudieron el Perú durante el mi-
litarismo posbélico que enfrentó a don Nicolás de Piérola y al maris-
cal Andrés Avelino Cáceres, el brujo de los Andes y héroe de la resis-
tencia en los Andes centrales.

Fervoroso cuando asumía un compromiso, don Belisario Ravines Pe-


rales se convirtió en un ardoroso defensor de la causa de Piérola y se
dedicó a recorrer el departamento de Cajamarca recolectando fondos
para financiar la campaña de “El califa”. En este recorrido llegó a la
hacienda de su primo, don Francisco Rabines Girón, en Sayapullo.

La negativa de don Francisco a brindar una contribución pecuniaria


para sufragar la campaña de Piérola fue motivo suficiente para que
don Belisario, impulsado por sulfuroso temperamento, decidiera
cambiar su apellido, distorsionando su grafía como una manera de
protestar ante la indiferencia del pariente rico, minero y terrateniente
que según la leyenda se excusó diciéndole que si fuera dinero para

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socorrer a un familiar en dificultades lo daría con mucho gusto, pero
de ninguna manera para financiar guerras intestinas.

El héroe de la Guerra del Pacífico también alegaba que el cambio de


grafía en su apellido era para distinguir a una rama de la familia po-
bre. En un librito publicado el año 2000, Los Rab(v)ines(z), Rogger y
Tristán Ravines señalan que:

“Los rabines con b grande son los ricos y los ravines con v chica son
los pobres. Los primeros heredaron de sus padres y familia materna
algunos bienes y reconocimiento social entre las familias principales
de Cajamarca. Los otros, únicamente el apellido. Son los que nacieron
de la cocina, los hijos naturales, reconocidos y aceptados como pa-
rientes, pero sin patrimonio, ya que sus madres eran de extracción
humilde, cholas, negras y hasta indias”.

Las cuatro distintas grafías del apellido Rabines, en realidad, parece


que es por obra y gracia de curas, escribanos y notarios que lo asen-
taron erróneamente en las partidas de nacimiento. El error se fue per-
petuando y extendiéndose de manera que resulta ya difícil corregir.
El error ha sido aceptado de buen grado y nadie se hace ya problemas
por llevar el apellido en cualquiera de sus variantes ortográficas.

80
Los Ravines en la Guerra del Pacífico
Heroísmo a prueba de balas

Se inmolaron, dieron significativas contribuciones de guerra y protagonizaron escenas de valor y


coraje. De izda. a dcha.: Belisario Ravines, José Manuel Ravinez Escuza y Víctor Ravinez Perales.

Las familias más adineradas de Cajamarca, alarmadas por la con-


tienda bélica con Chile, cuyos ecos ruidosos ya se escuchaban en esta
zona del país, organizaron un batallón de voluntarios para defender
la integridad territorial. Belisario Ravines fue, desde el principio, el
más decidido, mostrando coraje y una resolución a prueba de balas,
por lo que cuando se repartieron los grados militares nadie dudó en
otorgarle el alto grado de coronel. El flamante coronel de veintiocho
años de edad no era bisoño en el manejo de armas, su juventud la
había pasado en medio de los agrestes parajes dedicado a la caza en
la que había afinado su infalible puntería.

La improvisada tropa de soldados no había recibido instrucción mili-


tar, sólo los animaba el fervor patriótico que aparece en situaciones
límite, cuando palabras que hasta entonces formaban parte de un
muestrario de vocablos huecos cobran de pronto el valor de santo y
seña para la propia supervivencia humana. Patria, territorio, nación,
integridad, entre otros términos constituyeron soplo de aliento de los
actos heroicos que protagonizaron un puñado de jóvenes, más aper-
trechados de sublimes propósitos que de pericia bélica. Entre ellos
brillaron con luz propia los Ravines.

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El juramento de los tres colegiales

Coronel Belisario Ravines Perales (1851-1918). Combatió en Miraflores y el Morro Solar al


igual que su hermano Eudocio, héroe de San Pablo. Como jefe del Batallón de Trujillo N° 1 par-
ticipó en el ataque que decidió el triunfo peruano en la pampa del Cardón. Fue prefecto del de-
partamento de Cajamarca en 1895.

En el colegio San Ramón tres colegiales protagonizaron un episodio


de acendrado patriotismo cuando decidieron alistarse en los escua-
drones, columnas y batallones del improvisado ejército que se iba for-
mando al rebato de la proclama de autor anónimo que se repetía a
viva voz en los poblados de Cajamarca, insuflando de patriotismo al
pueblo que respondía al llamado de Iglesias y se alistaba en los es-
cuadrones, columnas y batallones. Se llamaban Gregorio Pita, José
Manuel Quiroz y Enrique Villanueva. El primero contaba con 20 años
de edad, el segundo con 15, el tercero con 19 y cursaban el cuarto año
de secundaria. Fueron aceptados en la “Columna de Honor” cuyo

82
primer jefe el coronel Eudocio Ravines era un militar muy estimado
por la juventud, por su valor y patriotismo.

Un sobreviviente de esos jóvenes sanramoninos, que se inmolaron en


San Pablo, “nos ha contado muchas veces este episodio conmovedor
y mezclando su relato con lágrimas ha dicho:

“Cuando salimos de clase, Pita subió sobre el muro de la pila del pri-
mer claustro y sin temor al rector, que se paseaba cerca, nos leyó la
proclama, ¡Oh qué hermosa y valiente era, nadie sabe quién la escri-
bió pero era un llamamiento: ¡Alumnos de San Ramón la patria está
invadida, la planta del chileno ha hollado el suelo de Cajamarca;
nuestra bandera necesita defensores, corramos a la guerra!...a defen-
der la tumba de nuestros padres, la santidad de nuestros hogares, la
honra de nuestra patria…!”

Arco del Triunfo erigido en memoria de los jóvenes héroes cajamarquinos en 1892. El coronel
Belisario Ravines, sobreviviente de esa heroica gesta, ordenó la construcción de este monumento
cuando ejercía el cargo de prefecto del departamento de Cajamarca.

¿Por qué impedirle al que quiere ir a la guerra? ¿Quién dice que los
muchachos no pueden matar chilenos? Yo por mi parte estoy re-
suelto! Me voy a la guerra! Y juro defender mi patria hasta morir por

83
ella!”, agregó. ¡Juramos! dijeron Quiroz y Villanueva. Y lo cumplieron
en las pampas del Cardón.

Arco del Triunfo erigido en memoria de los jóvenes héroes cajamarquinos en 1892. El coronel
Belisario Ravines, sobreviviente de esa heroica gesta, ordenó la construcción de este monumento
cuando ejercía el cargo de prefecto del departamento de Cajamarca.

El batallón liderado por el coronel Belisario Ravines se puso a órdenes


del general Miguel Iglesias, a cargo de las operaciones militares en
esa zona. La batalla de San Pablo, una de las pocas en que los soldados
peruanos salieron airosos, fue la prueba de fuego para este contin-
gente de imberbes soldados. El precio de la victoria peruana se pagó
muy alto: una pléyade de los más promisorios ciudadanos cajamar-
quinos pereció en esa batalla inmolando sus vidas el 13 de julio del
infausto año de 1882.

Un arco del triunfo, en memoria de los jóvenes héroes cajamarquinos,


fue erigido el año 1892 por el sobreviviente de esa batalla, coronel Be-
lisario Ravines. El coronel logró sobrevivir a pesar de las heridas de
sable y el impacto de bala que recibió en el fragor de la batalla: una
en la pierna y la más artera cerca de la columna vertebral y que no
pudo ser extraída, siendo la causa de insufribles achaques que el ve-
terano militar padeció años después.

Por su parte, Víctor Ravines Perales, el que más adelante sería el pa-
dre de Eudocio Ravines Pérez, uno de los más influyentes intelectua-
les peruanos, tuvo una existencia aureolada por la leyenda y un final
envuelto en las penumbras del misterio. A principios del siglo XX, y
ante la miseria que asolaba Cajamarca, Víctor Ravines, que había con-
traído nupcias con Leonor Pérez Manzanares y procreado cuatro hi-
jos, decidió marcharse a la selva para tentar mejor suerte y salir de la
alicaída situación económica. En la selva por entonces se vivía la fie-
bre del caucho. Pronto los familiares le perdieron el rastro y nunca
más se supo de él, como si se lo hubiera tragado la tierra. Muchas
versiones existen sobre su muerte: algunas afirman que murió asesi-
nado, otras más trágicas de que fue víctima de la codicia de unos

84
caucheros ingleses y la más tremebunda es que fue presa de las tribus
de jíbaros reducidores de cabezas.

El coronel Eudocio Ravines Perales murió en pleno combate. Su nom-


bre figura en primer lugar en la relación de héroes inscrita en el Arco
del Triunfo junto a otros heroicos soldados como el ayudante de te-
niente Gregorio Pita, el capitán César Pizarello, el subteniente José
Resurrección, Juan Quiroz, José Cabello, Francisco Murga, Tomás Pi-
zarro, Manuel Villavicencio, Gaspar Quiroz, Ubaldo Sánchez, Enri-
que Villanueva, Melchor Salazar, entre otros.

Cuenta la leyenda que en un almuerzo de despedida que realizaron


algunos de los intrépidos combatientes, antes de partir al campo de
batalla, Eudocio Ravines Perales hizo un recuento del número de co-
mensales reunidos y él resultó ser el número trece, por lo que sacu-
dido por una visión premonitoria anunció que él no regresaría de la
guerra. Lo dijo sin inmutarse, convencido de la irremisible verdad de
la superstición. La realidad no lo desmintió. En la batalla de San Pa-
blo, Eudocio fue herido de una bala en el pecho, lo que no le impidió
seguir luchando. Se cubrió con un pañuelo para evitar la profusa san-
gría y con el fusil de un soldado muerto continuó disparando hasta
que un militar chileno se le acercó por atrás y le asestó un culatazo
mortal. Murió de apenas treinta y ocho años de edad y fue enterrado
en la cripta de los héroes en Lima.

85
La batalla de San Pablo

Coronel Eudocio Ravines Perales (1854-1882). Participó activamente en la guerra del 79. Cayó
herido en la Batalla de Miraflores (1881). Como jefe de la "Columna de Honor" murió heroica-
mente en la Batalla de San Pablo el 13 de julio de 1882.

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El jefe de Estado Mayor ordenó al coronel Justiniano Borgoño que
dispusiera el avance y ataque al ejército chileno. En la madrugada de
13 de julio de 1882 las tropas peruanas, dejando "La Capellanía", se
dirigieron a San Pablo. Los invasores conociendo el movimiento de
nuestras tropas se habían adelantado, posesionándose de los lugares
denominados "El Panteón" y "Batan", puntos elevados y estratégicos
y que los colocaba en situación de ventaja frente a los nuestros.

Avanzaba a la vanguardia de nuestros efectivos la "Columna de Ho-


nor", cuando en el momento más inesperado, los chilenos abrieron
fuego y atacaron a mansalva a este grupo de valientes. Esta columna
fue prácticamente diezmada, muriendo en la acción el coronel Eudo-
cio Ravines, su ayudante teniente Gregorio Pita, José Manuel y Qui-
roz, Enrique Villanueva, Manuel Villavicencio, Romualdo Silva, Cé-
sar Pizarello, Juan Quiroz, Eugenio, Novieno, José Cabello y otros,
totalizando 35 combatientes.

Eran las 6.30 de la mañana en que se inició esta batalla, en la que los
peruanos lucharon con denuedo, heroísmo y arrojo. En un primer
momento se consiguió dominar al enemigo, pero frente a la superio-
ridad numérica, armamento y posiciones estratégicas, ganaron nue-
vamente terreno. Se tuvo entonces que ordenar el repliegue, hacia el
lugar denominado “'La Laguna", después de hora y de heroica resis-
tencia. Los chilenos no permitieron una retirada ordenada y remata-
ron con su caballería, cometiendo una serie de excesos con los heri-
dos, produciéndose esa hórrida escena, llamada "el repase". Se mu-
tilaban a los heridos de la forma más execrable. Sir Clements
Markham, al referirse a estos actos, expresa que "estaban en absoluta
pugna con los usos bélicos de las naciones civilizadas". Contrasta-
ban, pues, sus acciones con la caballerosidad de Grau al rescatar los
náufragos chilenos de la "Esmeralda" y la de los vencedores de "San
Pablo", con los derrotados araucanos. Carvallo Orrego refiere en su
memoria que al llegar a Cajamarca (8 de agosto de 1882), encontró
en el hospital "al Mayor Salgado y 11 heridos del combate de San
Pablo". Para nosotros no existirá nunca ese baldón de asesinar heri-
dos y prisioneros de guerra.

87
Cuando los chilenos se encontraban ultimando a los heridos y pri-
sioneros peruanos, la Segunda División comandada por el coronel
Callirgos Quiroga, después de una travesía muy accidentada, que
los retrasó, llegó a las alturas del cerro "El Cardón". El primer tiro de
cañón fue muy efectivo y causó estragos en el ejército chileno. Inme-
diatamente actuando con celeridad y simpar arrojo, descendieron la
columna "Naval", el escuadrón "Vengadores de Cajamarca" y el ba-
tallón "Trujillo N.º 1", causando desconcierto en el enemigo. El em-
puje de nuestras fuerzas fue tal que el enemigo se replegó, desocu-
pando San Pablo y batiéndose en retirada en forma desordenada,
dejando en el campo de batalla armas, parque, ambulancia y caba-
llos. Tomaron el camino de San Luis y Chilete en su fuga desespe-
rada hacia Pacasmayo. Habían sido derrotados. Habían mordido el
polvo de la derrota.

Eran las 10 y 30 de la mañana y esta batalla llegó a su cenital culmi-


nación. Una hora más tarde se izaba nuestro pabellón nacional en la
Plaza de San Pablo.

88
Un episodio olvidado:

Los hermanos Martin Rabines aportaron más que el Banco de Trujillo, la


Municipalidad y la elite de esta ciudad para comprar un barco que reempla-
zara el monitor Huáscar.

En años de infortunio los pueblos hacen patente su patriotismo. Tru-


jillo pasó esta prueba de fuego durante la Guerra del Pacífico. El pa-
triotismo de esta ciudad, en realidad, se manifestó casi desde el inicio
de la guerra mediante la conformación de batallones de voluntarios
para combatir en la guerra, la donación de dinero para sufragar los
gastos bélicos y tiempo después el pago de cupos a la expedición
Lynch para evitar el bombardeo de la urbe y las haciendas del valle
Chicama.

Muchos historiadores sostienen que la élite política y social de la so-


ciedad peruana no estuvo a la altura de las circunstancias y que no
tuvimos un verdadero liderazgo. Se comprende que los intelectuales
peruanos, al hacer un balance de los efectos devastadores de este con-
flicto, sean pesimistas y generalicen sus sombrías apreciaciones sobre
el estado colectivo de nuestro país. Quien lanzó la diatriba más con-
tundente fue Manuel Gonzáles Prada cuando dijo que el Perú era u
organismo enfermo que donde se ponía el dedo brotaba la pus.

No obstante, el tiempo se encarga de poner las cosas en su sitio y re-


velarnos una visión más equilibrada de los hechos y de sus conse-
cuencias. No podemos cerrar los ojos y desconocer el estado calami-
toso en que nos encontró la guerra con Chile, los malos ejemplos de
algunos llamados a ejercer el liderazgo y la carencia de valores cívi-
cos. Pero, en medio de este sombrío panorama no podemos descono-
cer, por ejemplo, muestras de patriotismo, idealismo y generoso des-
prendimiento de algunas personalidades que descollaron con luz
propia.

Tal es el caso del monseñor Domingo Arméstar, que dispuso el cin-


cuenta por ciento de sus rentas para contribuir al mantenimiento del
ejército nacional y de actuaciones epónimas como la del coronel Jus-
tiniano Borgoño. El pago de cupos de guerra por parte de dueños de

89
hacienda y de familia de pujantes empresarios para evitar el bombar-
deo de Trujillo y sus alrededores es uno de esos episodios ocultados
o minimizados por la historiografía convencional.

Trujillo fue escenario de dos ocupaciones por las tropas chilenas, la


primera de ellas encabezada por el denominado “Atila” chileno, Pa-
tricio Lynch, quien amenazó con causar graves daños a la propiedad
pública y privada si no se les pagaba a las fuerza de ocupación altas
sumas de dinero para sostener los gastos de la guerra. Chimbote,
Piura y Chiclayo fueron escarmentadas con actos de pillaje y destruc-
ción por no haber alcanzado a pagar los montos exigidos.

Nuestra ciudad dio muestras desde el comienzo hasta el fin de la gue-


rra de su espíritu patriótico que llevó a personalidades como el bur-
gomaestre Cecilio Cox Doray, Luis Albrecht y familias de próspera
condición económica a donar sumas de dinero para contribuir con el
erario público a sufragar los onerosos costos de la guerra. La dona-
ción de estos recursos fue constante. Según consta en las voluminosas
actas de la Municipalidad de Trujillo de los años 1873 a 1879, el al-
calde Estevan Ríos, el 14 de setiembre de 1879, haciendo eco de un
telegrama enviado de Lima convoca a una colecta o cruzada trujillana
para comprar un blindado que sustituya al monitor Huáscar, cuya
captura y destrucción se vislumbraba como inminente.

De inmediato, el alcalde y los regidores acuerdan ceder sus cuotas de


300 pesos. Los mismos regidores se comisionan para ir en busca de
los aportantes, seis días después informan que la lista de 300 aportan-
tes que conformaban la élite de Trujillo la encabezaban los hermanos
Martin Rabines con la elevada suma de 4,000 pesos, el segundo lugar
el Banco de Trujillo con 2,000, el tercero la Municipalidad con mil pe-
sos. En la relación de aportantes continúa con don Bernardino Ca-
longe, el dueño de Llaray, con 200 pesos, más abajo los Pinillos, Goi-
cochea, Hoyle, Santa María, Ganoza, con 80 pesos y cierra la lista los
hermanos Loyer con diez pesos.

Este es un capítulo preterido en la historiografía oficial que debemos


conocer para hacer un balance más justo de nuestro pasado. No se
trata de exculpar a nuestra clase dirigente por la debacle de ese con-
flicto bélico sino resaltar algunos gestos aislados que nos salvan de la
ignominia colectiva.

90
Andrés Avelino Cáceres

91
Carta del brujo de los Andes

92
Lima, Febrero 16 de 1886

Sr Alberto Martin Rabines

Trujillo

Muy S. mío:

Han llegado a mi conocimiento los servicios que U. ha pres-


tado a la causa Nacional, ofreciéndole el poderoso contingente de su
abnegación y patriotismo.

Semejante conducta obliga a la gratitud de la Nación, que


merced a aquella, se ve hoy salvada, libre de sus opresores, y en el
camino de su rehabilitación definitiva.

Reciba U, mi sincera felicitación que se dirigiría a todos los


buenos peruanos, si no ignorara hasta la fecha sus nombres y servi-
cios.

Así mismo, acepte U. los homenajes de mi amistad y las segu-


ridades del particular aprecio con que se suscribe en muy afmo. y
atto. servidor.

Firma auténtica: A. A. Cáceres

93
Belisario Ravines y su leyenda negra
Un hombre de armas tomar y de temer

El temible coronel Belisario Ravines, (a) “Ruco”, toda una leyenda negra circulaba sobre este
belicoso militar.

Muchas anécdotas circulan sobre la agitada vida del legendario coro-


nel Belisario Ravines. Entre ellas una que lo pinta de cuerpo entero lo
muestra como símbolo de la valentía y el coraje, por encima de otras

94
virtudes con mayor valor social. De otra manera no se explica cómo
pudo abogar por la vida de “El Pichuchu”, un peligroso y desalmado
bandolero de la época que se había convertido en el terror de los ga-
monales y propietarios de haciendas. Era una especie de Robin Hood
que robaba a las más pudientes familias de Cajamarca para repartir
su botín entre los más pobres y humildes.

Tras ser capturado en un paraje de los alrededores de Cajamarca por


las fuerzas del orden, fue sometido a un proceso expeditivo y, final-
mente, sentenciado a la pena capital tal como lo exigían las poderosas
e influyentes víctimas de sus latrocinios. Un día acudieron varias de-
cenas de pobladores al despacho del prefecto Belisario Ravines a pe-
dirle que interceda por el bandolero para que le conmuten la pena y
salvarlo de esta manera del pelotón de fusilamiento. No obstante, las
ímprobas gestiones que realizó el coronel ante las más altas autorida-
des de la capital de la República no pudo lograr la conmutación de la
pena.

En las vísperas de la ejecución, cumpliendo con la más elemental re-


gla del derecho humanitario, el coronel Belisario fue a visitar al con-
denado para pedirle su último deseo antes de pasar a mejor vida.
Ante la sorpresa del arisco militar, el bandolero le solicitó como úl-
timo deseo una opípara cena y un elegante frac y zapatos de charol;
peticiones que fueron atendidas solícitamente por el coronel. En la
madrugada del día siguiente, cuando aún no aparecían los rayos so-
lares en el grisáceo cielo, el bandolero fue conducido ante el pelotón
de fusilamiento. Caía una tenaz llovizna, por lo que el condenado
tuvo que caminar a saltos pisando las piedras del camino para no en-
suciar los relucientes zapatos de charol. Frente al pelotón se le pre-
guntó cuáles eran sus últimas palabras: sin inmutarse el rostro, so-
lemne y con tono neutro, como si fuese un acto cotidiano, el peligroso
bandolero atinó a exclamar: “Si es que existe algún Dios en los cielos,
por el único que pediré será por el coronel Belisario Ravines”.

95
Benjamín Ravines Linares, primer comisario de la policía del distrito de Sayapullo.

Pero así como era capaz de sentir compasión y benevolencia por los
más avezados delincuentes, el coronel Belisario Ravines era implaca-
ble cuando se trataba de vengar una afrenta como ocurrió cuando una
soldadesca de caceristas asaltó la casa de su hijo, Benjamín Ravines
Linares, en los alrededores de los Baños del Inca, adonde solía acudir
a pasar algunos meses del año. El coronel era un connotado pierolista

96
en una época en que Cáceres y Piérola libraban una lucha a muerte por
el poder. En medio de ese crispado ambiente irrumpió la soldadesca y
sacaron a empellones al hijo del coronel y el pelotón lo fusiló frente a
la fachada de su vivienda. El macabro fusilamiento tuvo su habitual
epílogo: el tiro de gracia.

Convencidos de la muerte del vástago del coronel, dejaron el cadáver


a la intemperie. En el interior de la casa, entretanto las mujeres esta-
ban aterradas esperando que amaneciera para recoger el cadáver. El
cuñado de Benjamín pudo esconderse debido a su pequeña estatura
y pasar desapercibido ante los energúmenos caceristas.

Apenas hubo amanecido, los familiares salieron todavía aterrorizados


a recoger al occiso. Muy pronto, sin embargo, el terror fue sustituido
por el estupor cuando oyeron débiles quejidos y se dieron cuenta que
Benjamín no había muerto frente al pelotón de fusilamiento.

De inmediato lo trasladaron al interior de la casa y empezaron a darle


coñac para que su tránsito a la muerte fuera menos violento y dolo-
roso. Pero, el cadáver, ay, no siguió muriendo. Pasaron los días y,
poco a poco, Benjamín fue saliendo del trance agónico, reanimado por
el coñac y las atenciones cariñosas de sus familiares. Llegó el mo-
mento en que pidió comida y la voracidad con la que deglutió los
potajes fue el indicador más fehaciente de que había logrado sobrevi-
vir al alevoso ataque de los caceristas.

En forma paulatina e inexorable, Benjamín fue curándose de las heri-


das. Ninguna de las balas había afectado un órgano vital, dos de ellas
atravesaron sus piernas, otra el hombro y otra más en el tórax. El tiro
de gracia sólo había logrado rastrillarle la frente, la mano que lo eje-
cutó había sentido premura o sentido de culpa, por lo que en medio
de la oscuridad de la noche erró en el blanco. Lo cierto es que el hijo
del coronel resucitó de su presunta muerte.

Debido a la lentitud de las comunicaciones en aquella época, hubo de


pasar algunos días antes que el coronel Belisario Ravines, quien a la
sazón se desempeñaba como edecán del presidente Nicolás de Pié-
rola, retornara a Cajamarca para disponer la captura de los autores
del atentado contra la vida de uno de sus hijos. Viajó de urgencia a

97
bordo de un vapor hasta Pacasmayo, luego en un ferrocarril a Chilete
y después montado a caballo hasta Cajamarca.

De inmediato convocó a los gendarmes en la prefectura de esta ciu-


dad y les ordenó traer vivos o muertos a los autores del atentado. Fue
una orden irrevocable, pronunciada con el tono marcial y la fuerza
coactiva de la voz de un militar trajinado en duros campos de batalla.
Pasaron algunas semanas sin noticia, la orden continuaba implacable,
los gendarmes no desmayaban en su incesante búsqueda. Una noche
en que el coronel jugaba póquer con sus amigos en el local de la pre-
fectura, irrumpieron a caballo un grupo de gendarmes. Tras el saludo
de rigor y dar cuenta de que la orden al fin había sido cumplida, los
gendarmes tomaron de las sillas de montar unos costales con las ca-
bezas de los caceristas. El espectáculo fue tan macabro que hasta el
propio coronel se sintió conmovido y no pudo evitar reprenderlos.
Los soldados le refregaron en la cara la orden: traed vivos o muertos
a los autores de la asonada.

La macabra noticia corrió por Cajamarca como reguero de pólvora


suscitando miedo entre los partidarios de Cáceres que prefirieron evi-
tar en sus correrías por el país acercarse a Cajamarca, temerosos de
que el implacable “Ruco" * pudiera repetir el sanguinolento espec-
táculo con ellos. Toda una leyenda negra circuló a partir de entonces
alimentando aún más la bien ganada fama del belicoso coronel. En
Un episodio de la revolución de Víctor R. Ortega, publicado el año 1947
en Lima, se narra este episodio como un hecho histórico incontrasta-
ble.

Belisario Ravines fue prefecto de Cajamarca en varios periodos. Su


talante de gentilhombre lo predisponía a atender con igual solicitud
tanto a los pobladores anónimos como a los más encumbrados perso-
najes de la sociedad cajamarquina. En una ocasión, durante su último
periodo en la prefectura, vinieron a hablar con él unos hacendados de
Llaucán para quejarse y solicitarle garantías porque sus terrenos

*“Ruco” es el sobrenombre con que se les denomina a las personas de ojos azu-
les en la región de Cajamarca.

98
habían sido invadidos por centenares de indígenas en abierto desafío
al derecho de propiedad.

Uno de los más afectados era el terrateniente don Eleodoro Benel


Zuloeta, a quien los directivos del colegio San Juan de Chota le ha-
bían arrendado la hacienda Llaucán. Los terrenos de esta hacienda
le habían sido donados a esta institución educativa por el presidente
de la República, el mariscal don Ramón Castilla y Marquesado. Los
yanaconas de Llaucán, sin embargo, se oponían a que el terrate-
niente tomase posesión de la hacienda y la habían tomado por la
fuerza de las armas.

El coronel, convencido de la urgencia de restablecer el principio de


autoridad, no dudó en desplazarse hasta Llaucán a la cabeza de una
tropa de 200 hombres. La consigna era debelar el motín indígena y
recuperar el principio de autoridad, principio de vida de la carrera
pública del coronel y que consideraba requisito previo para alcanzar
cualquier acuerdo entre las partes litigantes. Al llegar al lugar de los
hechos, se encontró con un ambiente crispado y miles de indios aga-
zapados entre los cerros y en los alrededores de la casa hacienda. Sin
perder la calma, ordenó a sus soldados mantenerse en alerta en la
retaguardia mientras él se adelantaba para dialogar con el jefe de los
revoltosos.

Testimonios de diversos historiadores y relatos orales relatan lo que


ocurrió aquel fatídico 3 de diciembre de 1914 “Los ánimos se exalta-
ron y de las ofensas verbales pasaron a los hechos, una campesina
llamada Manuela Huaman coge las bridas del caballo del prefecto y
con una varilla para hilar golpea a éste; el capitán Benjamín Ravines
Linares, hijo mayor del prefecto sale en defensa y descarga cinco tiros
sobre esta mujer. El fuego de la fusilería dejó el campo cubierto de
cadáveres. Lewis Taylor, un profesor inglés, ofrece parte de la des-
cripción sobre lo ocurrido: "En medio de la carnicería, Ravines (hijo
del Prefecto y capitán de las tropas) perdió la cabeza y ordenó a las
tropas dar caza a los campesinos en retirada. Los soldados primero
cargaron con bayoneta contra los heridos esparcidos por la pradera y
luego se dispersaron por toda la hacienda. Niños, mujeres y hombres
fueron arrastrados de sus casas y asesinados. Otros fueron derribados
mientras escapaban por los caminos rurales o se escondían en los

99
campos. Al final del día, más de 150 campesinos habían perecido,
mientras que las tropas sólo tuvieron a un hombre levemente herido".

La tradición oral de la familia Rabines disiente de esta versión. En el


relato familiar el detonante de la masacre de Llaucán fue un ira-
cundo indio que irrumpió entre la turbamulta exclamando a voz en
cuello: ¡blanquiñoso mentiroso! y blandiendo una honda le tiró una
pedrada que impactó en la espalda del veterano coronel, haciéndolo
caer del caballo.

Ante la patética imagen del coronel tirado de bruces en el suelo y la


abierta provocación a la autoridad encarnada en el ataque a su jefe, el
capitán Ravines encargado de la tropa policial, lanzando el grito
“fuego al bulto” dio la orden de descerrajar fuego a discreción. Hubo
una masacre, se calcula que unos 180 indios murieron en esa asonada.
El diario Comercio publicó al día siguiente una nota titulada “Coro-
nel Belisario Ravines masacra a doscientos indios en Cajamarca”. En
la nota solo se registraban los hechos sin consignarse la explicación
de la hecatombe. Nada raro, por lo demás, para el coronel que solía
afirmar que los periodistas distorsionan la realidad. La herida que su-
frió en esta refriega fue más adelante una de las causas de su muerte.

La batalla final contra la muerte la enfrentó con la sobriedad y estoi-


cismo habituales. No se autoinfligió ningún tipo de coartadas ni sub-
terfugios, tuvo la lucidez de saber que su fin estaba próximo y por eso
cuando su sobrino, Eudocio Saravia Ravines- más conocido como
Docho-, quien a su corta edad lo atendía en su lecho de enfermo, solía
decirle que pronto sanaría y se restablecería, él lo interrumpía con el
temple firme de siempre y le replicaba que pronto se iba a morir y
que ante esta verdad ineluctable lo peor sería engañarse a uno mismo.
Murió en su ley.

Había vivido una vida intensa, llena de peripecias, a la altura de su


fortaleza y coraje.

El coronel era un hombre exuberante, tanto en los campos de batalla


como en las lides amorosas. Antes de su primer matrimonio tuvo un
hijo que se llamó Benjamín, padre de Elsa Ravines, quien años des-
pués se casaría con don José Rabines Pazos. Luego tuvo dos hijas du-
rante el tiempo que duró su matrimonio: María Zoraida Ravines Vi-
llanueva y Laura Ravines Villanueva. Tras quedarse viudo nació su

100
hija Ana María Ravines, madre de los Caballero Ravines. Después
tuvo tres hijos más, uno de los cuales se llamó Belisario y murió
siendo muy niño.

El coronel tuvo una hermana, Adela Ravines. Era una mujer de mu-
cho carácter, tanto que no dudó en convertirse en montonera a favor
de Piérola ayudando a su hermano en la lucha a muerte que se había
desatado entre caceristas y pierolistas en todo el país.

El coronel era un hombre que le gustaba hacer mucha vida social. En


su casa ubicada en el centro de Cajamarca, mansión señorial que ad-
quirió del general Miguel Iglesias, se reunía con sus amigos por las
noches a departir y practicar juegos de azar. Después compró otra vi-
vienda de campo en Chotapacha, allí iba los domingos a descansar,
lo acompañaban algunos amigos que solían visitarlo para pasar el fin
de semana. En esa amplia vivienda había tres salas: una para las
reuniones de adultos, una salita de estar y otra para los jóvenes. Las
reuniones más animadas se celebraban los sábados, eran amenas ve-
ladas en que las hijas del coronel tocaban piano y violín ante la curio-
sidad de los huéspedes que hacían corro para escuchar los improvi-
sados conciertos musicales. Era el reposo del viejo guerrero que en-
contraba en esas reuniones la quietud un oasis de calma en medio de
una agitada trayectoria vital.

Sepelio del coronel Belisario Ravines Perales, Cajamarca, 1917

101
Eleodoro Benel entre el mito y la leyenda
La revolución de Chota

Partidarios de Eleodoro Benel en la Revolución de Chota

Eleodoro Benel Zuloeta (Santa Cruz 1874 – Callayuc, Cutervo 1927) es


un mito: para unos es un malhechor, un ladrón, un bandolero. Para
otros un idealista, un luchador social. Ni lo uno ni lo otro. Eleodoro
Benel fue un potentado, un terrateniente, dueño de tierras y de
hombres.

En 1894 Eleodoro Benel se enrola en la montonera pierolista contra


el gobierno de Cáceres. En 1906, Benel alcanza una posición predo-
minante en la zona central del departamento gracias a la adquisi-
ción de tierras, el ingreso a los nuevos circuitos comerciales y el
«enganche » de mano de obra andina para los latifundios costeños.
Crecientes rivalidades con otros hacendados culminan en un in-
tento de asesinato en su hacienda La Samana donde fue atacado por
sus mortales enemigos los hermanos Ramos, quienes llegaron hasta
su casa y le prendieron dinamita. Benel y los suyos rechazaron el
ataque que costó muchas vidas, desde entonces tuvo que mante-
nerse alerta y le acompañaba en todo momento su fiel e inseparable

102
sobrino Misael Vargas, con quien tenía que hacer frente en Uticyacu
a otro temible enemigo Anselmo Díaz.

Acción política:

En 1912 Benel apoya la candidatura de Billinghurst y ocupa Santa


Cruz para decidir el voto. En 1917 Benel fue apresado y enjuiciado
en Cajamarca como consecuencia de la denominada Masacre de
Llaucán. En 1919, Benel ayudado por su hijo Casinaldo, con una
orden fraguada, franqueó la puerta de la cárcel para huir veloz-
mente por la ruta de Llapa, protegido por 50 jinetes armados. A
partir de entonces empieza a convertirse en figura legendaria.
Apoya la candidatura oficialista de Aspíllaga y ocupa Chota para
decidir las elecciones parlamentarias tras el golpe de Leguía. Desde
entonces, hasta su muerte, viviría Benel en abierta pugna contra la
ley, en franca rebeldía contra el gobierno local y nacional.

Eleodoro Benel

103
Cuando parecía que se había olvidado de él, el subprefecto de
Chota envió un fuerte contingente de gendarmes, reforzados con la
gente civil de Anselmo Díaz, para capturarlo. Después de 3 días de
combate los asaltantes fueron rechazados con grandes bajas.
Quince gendarmes quedaron prisioneros y Benel los remitió a
Chota, dejándolos amarrados en las afueras de la ciudad, con una
“carta de devolución” dirigida al subprefecto. En 1920 Benel ad-
quiere las haciendas Silugán y Sedemayo en Cutervo. Nuevamente
ocupa Santa Cruz. En 1923 los benelistas ocupan tierras de campe-
sinos y hacendados rivales. En 1923, su hijo predilecto Castinaldo
cae fulminado a balazos por los Ramos en la puerta del templo de
Santa Cruz, Benel jura luchar hasta el final y no perdonar nunca la
muerte de su hijo.

La Revolución de Chota:

En 1924 se produce la revolución de Chota, Germán Leguía y Mar-


tínez, ministro de Gobierno renuncia a la cartera y junto con otros
políticos, entre ellos Arturo Osores, pasaron a la oposición para
combatir la reelección del presidente Leguía. Poco después, Arturo
Osores, el Coronel Samuel del Alcázar y el Teniente Carlos Barreda,
deportados en el Ecuador, ingresaron subrepticiamente al país, y se
concentraron en la hacienda Sillangate, en la provincia de Cutervo.

Organizaron un grupo armado y planearon una revolución antile-


guísta. A este grupo se le unieron diversos grupos armados, esta-
blecidos desde algún tiempo en la región, entre otras los encabeza-
dos por Eleodoro Benel, Avelino Vásquez de Cutervo, Benjamín
Hoyos, Alberto Cadenillas, Régulo Regalado, Arturo Acevedo y N.
Arrascue. En su primer ataque, los revolucionarios lograron tomar
Chota, manteniéndola en su poder cuatro días. Sin embargo la re-
pentina enfermedad de Osores, la presencia de los regimientos de
Artillería # 1, de infantería #11 y gendarmes de infantería de Lima,
así como la ayuda prestada por los bandoleros Anselmo Díaz,
Leoncio Villacorta y Vidal Avellaneda, en Churucancha, donde se

104
habían concentrado las fuerzas de Osores y Benel, deciden la acción
a favor de las fuerzas del gobierno.

Benel se retiró a Silugán en Cutervo tanto porque carecían de mu-


niciones, como por que querían la paz. Salieron de la Samana con
60 fusileros fieles, sumaban unas doscientas personas entre mujeres
y hombres. La ruta que siguieron fue La Esperanza, la cordillera de
Huambos, Mababamba, Callayuc y al final las montañas y bosques
de Silugan. El viaje duró 4 días. En Silugan residió con sus hijos
Andrés, Segundo, Lucila y Donatila, dedicándose a trabajos de agri-
cultura. Allí conservaba algunos "Mausers, Sabaches y Winchester"
reorganizó sus fuerzas y la región quedó a merced de Benel y Ave-
lino Vásquez.

El triunfo gubernamental significó el fusilamiento del Coronel Al-


cázar y el teniente Barreda. Osores, hecho prisionero, fue internado
en la isla San Lorenzo, donde con su familia permaneció 6 años.
Benel con su gente se retiró a la hacienda La Samana en Santa Cruz.
El 20 de enero de 1925, el Comandante Valdeiglesias a cargo del
batallón N.º 11 de Lambayeque recibió la comisión de atacar a Be-
nel. La valentía de este jefe y la superioridad de sus efectivos con
inagotable dotación de municiones quebrantarían la resistencia de
Benel. En junio de 1925 se concentraron en Cutervo, al mando del
Mayor Cervantes, fuertes efectivos de la Guardia Republicana y del
Ejército que después de muchos preparativos salieron con rumbo a
Callayuc el 6 de julio, pero en el Portachuelo de Cumbe (Callayuc)
fueron sorprendidos por las balas de los Vásquez y Benel, cayendo
en las primeras descargas junto a sus soldados el jefe del pelotón
de exploradores el Teniente Pedro Quijano Hoyos, con heridas de
consideración.

El combate se prolongó hasta la noche, reanudándose la mañana


siguiente y al atardecer. El valiente capitán Acevedo había conse-
guido abrirse paso con sus hombres hasta el valle de Cuches, la cor-
neta tocó retirada, dejando en manos de los adversarios apreciable

105
cantidad de armamento municiones y caballos. En Lima se había
movido invisibles resortes a raíz de estos acontecimientos por lo
que después de dos meses, cuando todos esperaban un nuevo ata-
que se tuvo noticias de que se firmaba la paz entre el Gobierno y
Benel. Este tenía garantías a cambio de devolver el armamento y
caballos que fueron tomados de la tropa del Portachuelo del Cumbe
y Cuchea, las tropas se retiran dejando sólo en la Ciudad de Cu-
tervo a la Guardia Urbana, quienes sufrieron ataques de los Vás-
quez y Benel, quedando nuevamente la provincia a merced de los
Vásquez y Benel.

Persecución y muerte:

Al finalizar el año 1926, el ministro de Gobierno Celestino Man-


chego se propone reincorporar la provincia de Cutervo al Gobierno
Nacional, para lo cual se envía a la zona la flamante y moderna
Guardia Civil, comandada por el coronel Antenor Herrera. Des-
pués de muchos ataques, Benel con pocos hombres fieles, acosado
por todas partes, perseguido de cerca por el Tte. Temoche y los
hombres civiles de Grimanes Berrios y Santiago Altamirano, el 28
de noviembre de 1927, al ver agotadas sus municiones, en el sitio
denominado Arenal (Callayuc - Cutervo) se disparó un tiro en la
cabeza destrozándole la mandíbula y cráneo. Sin embargo, el libro:
“Chota en la Historia del Perú” dice: “luego de la Batalla de Chu-
rucancha, Benel se retiró... hasta Silugán, en donde resistió 3 años.
La traición que actúa por la espalda terminó con la vida del guerri-
llero audaz y valiente”. Un libro apareció un mes después de su
muerte, dice: “Por un Chotano / Semblanzas de Eleodoro Benel” /
Chiclayo, diciembre 28 de 1927.Su cadáver fue conducido a Cutervo
en una rustica camilla de palos y expuesta a la vista del pueblo en
la plaza de armas. Luego se puso en severa capilla ardiente en la
Municipalidad con solemnes honras fúnebres, se dio sepultura en
el cementerio de la ciudad. La misión de las tropas estaba con-
cluida, posteriormente los familiares trasladaron los restos al

106
cementerio de esa ciudad de Chota. Se ha convertido en figura le-
gendaria en la región, sinónimo de valentía y coraje.

En las zonas donde vivió y actuó es una leyenda que aún se refleja
en los rostros de los hombres que conocieron a Eleodoro Benel. Su
solo nombre pronunciado es un enigma que agita el viento y los
recuerdos confusos de la historia.

107
SEGUNDA GENERACIÓN
1863-1962
La construcción del destino

José Rabines Pazos, en su Hda. Simbrón, con motivo de


la llegada del primer vehículo a finales de la década de 1,920.

108
109
Genio y figura de José Rabines Pazos

José Rabines Pazos en plena faena listo para transportar el mineral en sacos a la costa. 1915.

A
diferencia de su hermano Maximino Alfredo que optó por
emigrar a Lima para ingresar en la Marina de Guerra, con la
invalorable ayuda de don Fermín Málaga Santolalla -quien a
la sazón ejercía el cargo de ministro-, y el sacrificio del esmirriado pa-
trimonio de la familia que debió vender unas propiedades para sol-
ventar los onerosos gastos, José se quedó en el lar natal dispuesto a
construirse a brazo partido su propia fortuna. Después de cursar sus
estudios reglamentarios Maximino Alfredo partió a Inglaterra.

La diosa Fortuna no fue esquiva con el intrépido José, quien debió


alistarse para la guerra con el Ecuador 1911 cuando tenía 23 años. Por
una fausta coincidencia en el mismo batallón en el que fue enrolado
le tocó combatir al lado de Manuel Prado Ugarteche, quien fuera más
tarde presidente de la República. De inmediato hicieron una buena

110
amistad, los unía el mismo coraje y audacia que se hizo patentes
cuando se incendió un hospital del ejército peruano bombardeado
por la artillería ecuatoriana y varias decenas de enfermos estuvieron
a punto de morir carbonizados. Sin pensarlo dos veces, ambos jóve-
nes arriesgando sus propias vidas en medio de las llamas incursiona-
ron en el centro hospitalario para rescatar a las víctimas. La familia
Rabines conservó por un buen tiempo el uniforme chamuscado del
joven militar como prenda del orgullo familiar.

Cuando Manuel Prado salió elegido presidente de la República en-


tregó una serie de licitaciones de obras a don José, entre ellas la cons-
trucción del canal internacional de Zarumilla en 1947.

Emprendedor nato don José se dedicó a la construcción de obras de


infraestructura vial, así su empresa constructora hizo la carretera
de Piura a Huancabamba y la de Chiclayo-Olmos-Corral Quemado-
Río Marañón hacia el abra de Porcuya. También hizo carreteras de
penetración de Cascas a Sayapullo, a Colpa y el Alto Chicama. Ni
siquiera la edad constituía una restricción cuando se trataba de ha-
cer obras, a los 64 años se fue a la selva a construir la carretera de
Tarapoto a Yurimaguas. El inhóspito clima le causó estragos a su
salud, tuvo problemas con la pleura y en una ocasión debió ser eva-
cuado por prescripción médica. Enterado de su mal estado de sa-
lud, el presidente Prado, su amigo personal, le envió el avión pre-
sidencial pilotado por el oficial de aeronáutica Dante Poggi, quien
fuera más tarde ministro de Aeronáutica.

Por el mal tiempo el avión no podía despegar por lo que don José,
preocupado, le sugirió al oficial que en cuanto mejorara las condicio-
nes climáticas partiera de retorno aunque él no estuviese preparado.
Los médicos opinaban que era mejor que viajara por tierra, la altura
podía exponer a peligro su salud. El oficial le respondió que las órde-
nes expresas del presidente de la República era que lo evacuara en la
aeronave presidencial. Debido a las malas condiciones físicas de don
José el piloto tuvo que hacer un vuelo rasante por el abra de Porcuya,
que era la zona más baja, y fue así como pudieron llegar a la ciudad
de Trujillo. Fue, sin embargo, un viaje muy accidentado, en un

111
determinado momento el avión tuvo un percance que felizmente fue
resuelto con pericia por el hábil piloto.

A lo largo de su vida, don José Rabines Pazos también se dedicó con


ahínco a la actividad agrícola al frente de la hacienda Simbrón y al
comercio del azúcar ejerciendo la representación exclusiva de Casa
Grande en los departamentos de La Libertad y Cajamarca. Esta úl-
tima actividad la realizó por encargo de su amigo, don Juan Gilde-
meister, propietario de la hacienda Casa Grande y anexos, con quien
mantuvo cordiales relaciones basadas en el respeto y la mutua admi-
ración. Estos sentimientos los hizo evidentes cuando bautizó como
puente Gildemeister el que construyó sobre el río Chicama para unir
las ex haciendas El Tambo y Huancay.

Las relaciones fueron tan cercanas que Gildemeister vivió alojado en


la hacienda Simbrón durante cerca de medio año, mientras supervi-
saba las labores de construcción de la carretera de acceso a su hacienda
Sunchubamba. Simbrón era una especie de mirador desde el cual se
avistaba nítidamente la margen derecha del río Grande (afluente del
río Chicama) por donde debía discurrir esta carretera que se extendía
unos 160 kilómetros por las estribaciones de los cerros.

Un tramo de esta carretera pasaba por el puente San Polo, a unos 6


kilómetros de la casa hacienda Simbrón. Gildemeister, como recompensa
por la hospitalidad brindada por la familia Rabines, prometió asfaltar el
corto trecho que iba de ese puente a la casa hacienda. Lamentable-
mente, esta promesa quedó fallida porque antes de que concluyeran
las obras de construcción sobrevino la Reforma Agraria, que cambió
las relaciones de propiedad en el valle Chicama y la provincia Gran
Chimú, así como en el resto del país.

La amistad entre ambos hacendados estaba basada en muchas afini-


dades, ambos compartían una fuerte personalidad, dinamismo y es-
píritu hidalgo. Gildemeister se sintió fascinado por la belleza salvaje
de la naturaleza de Simbrón y no dudó en plantearle a don José una
permuta: él le otorgaría un área equivalente de tierras en el valle Chi-
cama. La respuesta fue negativa, se trataba de una herencia, un

112
legado de familia cuyo valor no se podía tasar en una medida tangi-
ble. Tenía un valor ancestral invalorable.

Como buen pionero, don José Rabines Pazos siguió con entusiasmo y
brindó especial apoyo a los primeros vuelos comerciales que realizó
en el Norte el aviador Carlos Martínez de Pinillos a partir del año
1924. En su libro testimonial “Veinte mil horas de vuelo”, el osado
aviador, que por entonces tenía 28 años de edad, relata que a bordo
de un flamante Curtiss comenzó a cubrir la ruta aérea Trujillo-Lima
y Trujillo- Chiclayo.

Admirados por las noticias que corrían sobre las proezas aéreas de
Carlos Martínez de Pinillos, a quien el diario El Comercio calificaba
como un diestro piloto que luchaba con todos los obstáculos y ven-
cido todas las dificultades para solucionar el intrincado problema del
transporte aéreo de pasajeros, don José Rabines y sus amigos, los in-
genieros de minas Felipe Álvarez Calderón y Carlos Salazar South-
well, ex ministro de Fomento del gobierno de Manuel A. Odría y her-
mano del héroe del Parque Salazar en Miraflores- Lima, decidieron
invitarlo a sobrevolar la región de Sayapullo.

El viaje se efectuó el 28 de julio de 1924 y el vuelo de la aeronave por


los cielos de Sayapullo, a unos 5, 000 pies sobre el nivel del mar, causó
verdadera sensación entre los habitantes de esa localidad que celebra-
ban con euforia las fiestas patrias. Según el testimonio de Martínez de
Pinillos “el viaje fue una verdadera sorpresa por la belleza de la re-
gión de cuyos sublimes panoramas gozaba viéndolos extendidos a
mis pies”.

El diario “El Norte” de Trujillo publicó una exultante nota sobre ese
vuelo: “El aviador Carlos Martínez de Pinillos ha sido el primero en-
tre los nacionales en volar sobre la Cordillera de los Andes, viniendo
a esta región de Sayapullo, que como es sabido se encuentra a gran
altura. Este aviador ha practicado un magnífico vuelo provocando la
admiración de los moradores de esta zona, la mayoría de los cuales
por primera vez ha visto una máquina volante”.

113
El raid

En su diario personal “Veinte mil horas de vuelo”, el aviador Carlos Martí-


nez de Pinillos rememora su viaje a Sayapullo en un flamante avión Curtiss,
invitado por José Rabines Pazos con ocasión de las celebraciones de las Fiesta
Patrias de 1924. El vuelo acaparó la atención de los moradores de esta zona
que maravillados vieron por primera vez esta máquina voladora que hacía
realidad uno de los más antiguos sueños del hombre.

El avión de Carlos Martinez de Pinillos, en la Hda. El Porvenir, en 1.924.

En un modesto “folleque” de alquiler, previa la solicitud “una reba-


jita”, llegamos a “Las Palmas”. La majestuosa silueta del Bellanca se
dibujaba sobre el campo con aspecto de vencedor.

Mi amigo José Rabines se acercó obsequiándome una mascota de oro


que conservo: un cuarto de dólar norteamericano del año 1853.

Después de haberme despedido de algunos con un apretón de manos


y de todos con mi diestra en alto, ya estaba pronta la partida. Algunos
pensarían que mis horas estaban contadas. Por mi parte esperaba de-
cididamente darles otro apretón a mi regreso.

114
La utopía del día de San Blando o San Nunca se hacía realidad. ¡Inol-
vidable día!, once de diciembre de 1928, a las 10 horas empezaba el
“tan cantado vuelo”, cuando el sol ya rompía a trechos el velo de nu-
bes y una brisa primaveral acariciaba dulcemente soplando desde el
sur. Lleno de regocijo, con mi modesta nave retumbando sonora,
inicié el decollage que el cronista de “El Comercio” titulaba: “Hacia
la aventura y el triunfo.”

Hacienda El Porvenir, donde aterrizó Carlos Martínez de Pinillos, en el año 1,924. Fue el pri-
mer vuelo sobre la Cordillera de los Andes. Promovido por José Rabines Pazos, Carlos Salazar
Southwell y Felipe Álvarez Calderón.

Con el señor Carlos Larco H. el 8, Trujillo-Lima, con el señor Alfredo


A. Pinillos. En este viaje a la altura de Casma y en pleno vuelo sufrí
por primera vez un ataque de paludismo: sentía malestar inexplica-
ble, me castañeteaban los dientes, la sensación de frío en el cuerpo y
calor en la cabeza aumentaban, y en general padecía un desfalleci-
miento tal, que para quitarme esa angustia de encima me provocaba
descender en cualquier parte. ¡Qué desagradable es perder las fuerzas
para gobernar! Ocultándole al tío la verdadera causa que atribuí a la
revisión de una cañería, aterricé en Chancayllo. Después de 10 minu-
tos seguimos viaje y porque los comandos me vencían, intenté bajar
nuevamente a la altura de Ancón, pero haciendo un esfuerzo

115
supremo logré llegar hasta mi propio campo. Disimulando el males-
tar me despedí del pariente, y en el modesto tranvía me encamine
hasta Chucuito -donde vivíamos – en un viaje que me pareció no ter-
minaba nunca. Los míos tuvieron que ayudarme a acostar porque es-
taba casi desfalleciente, ya ni veía. Tres días de reposo, abrigo y me-
dicina, para el 13 hacer Lima-Chiclayo con el señor Juan Pardo de Mi-
guel. El 16, Trujillo-Lima con los señores Alberto Sommarruga y
Abraham Capurro. El 18 por cuenta de hacienda Pátapo. El 20, Truji-
llo-Lima con los señores Carlos Mauricci y Manuel Arana. Lima-
Chincha, el 23, con los señores Julio Dafiano y José Deverchelly el 25
a Chiclayo para conducir nuevamente a Lima al señor Juan Pardo de
Miguel. El 26, Lima- Zorritos con el señor Isaac Aponte.

Carlos Martínez de Pinillos retratado con un amigo.

Trujillo-Lima con los señores Álvaro de Bracamonte y Luiz Fernán-


dez. Trujillo-Lima, con los señores Fermín Málaga Santolalla y Frank
Tweddle. Chiclayo-Lima, con Nicolás Cuglievan. De día, oscure-
ciendo, amaneciendo, con niebla o como fuere, siempre atendía mi
servicio y sin ningún accidente, felizmente ni leve que lamentar.

Así continuaron con todo éxito los primeros viajes hasta el 28 de julio
que volé a la región de Sayapullo, solicitado por el entusiasta señor
José Rabines, secundado por Felipe Álvarez Calderón, Carlos Salazar
y otros más, en su deseo de hacer conocer el nuevo medio de

116
transporte y hacerlo de paso un número de atracción por esos días de
Fiestas Patrias. Aunque los 160 caballos pujaban subiendo “La
cuesta”, el viaje fue una verdadera sorpresa por la belleza de la región
de cuyo sublime panorama gozaba viéndoles extendidos a mis pies.

Vamos llegando con la viudez del día a la desolada planicie del


campo de aterrizaje. Encontramos extremada atención en casa de los
esposos Rabines. Listo está el baño reparador y la fineza continúa con
un espléndido banquete. A la espera un confortable lecho para el pró-
ximo sueño en ese delicioso rincón del Perú.

Llegada la noche, todo fue silente quietud. Mirando a esa lámpara de


plata que alumbra al mundo divisaba claramente los ásperos perfiles
dormidos de la cordillera que rodeaban a ese paraíso. Noche de sie-
rra, límpida, serena, tristona y evocadora. Un vago rumor era la brisa
que traía en sus alas los lejanos y contagiosos pesares de una quena;
música que estremece en sus trémulas cadencias de languidez armó-
nica, melodiosa, acariciante, apagada como el dolor de los pobres y
de los humildes. Era tristeza pura de ande, cielo y soledad…alguien
hacía llorar a esa quena. Tenía que ser un indio. Vive también allí, en
ese edén, más para él, digno de otra suerte, ha de significar el averno.
Con aletargada resignación recibe todo, hasta los placeres, y en un
mustio recogimiento, su queja musicada es la imagen de la humildad
misma, expresándose en el hondo canto que perturbaba la quietud de
la noche y de mi corazón porque entre ese conmovedor aullar lejano
y prolongado, era nítida y lacrimosa la queja desesperada vertida en
el suspiro de su amargura, el lamento de su abandono y el ruego do-
liente de una mejoría. Ese indio, como millones de otros, cantaba a la
muerte en su Gólgota de ente menospreciado. El paraíso que yo había
estado viviendo comenzó a dejar de serlo. Pensé que por algo tam-
bién, ahora debería dejar el llano al clarear el día.

117
Carlos Martínez de Pinillos (1973). Veinte mil horas de vuelo. Lima-Perú. ENRIQUE CHIRINOS.

118
Campeón de tiro

119
Don José Rabines Pazos era reconocido por ser un eximio tirador. En
el año de 1921, con ocasión de las celebraciones por el centenario de
la Independencia del Perú, obtuvo el primer lugar en un campeonato
internacional de tiro de revólver. La familia atesora una foto en la que
luce orgulloso su medalla de oro. El tiro al blanco era una de sus ver-
daderas pasiones.

Hay muchas anécdotas más sobre la pericia balística de don José. Uno
de sus mayordomos más cercanos, Víctor Silva, refiere que una de sus
proezas más comunes era matar venados en plena carrera montado
en el lomo de El Cisne, su caballo preferido.

No solo los veloces venados estaban en su voraz mira, también se re-


tozaba matando águilas. Solía tender un mantel largo en el suelo, en
una de las esquinas de la casa hacienda de Sayapullo, para tenderse
boca arriba y avistar el vuelo de esas aves. Cuando asomaba una de
ellas por la zona llamada Piedra Grande, él le ordenaba a Víctor que
se apresurara a recogerla. Lo decía con naturalidad y mucha convic-
ción a pesar de que en el cielo solo se veía un puntito negro. Bastaba
apretar el gatillo del fusil para que el anuncio se convirtiera en reali-
dad.

A modo de ensayo don José, como en los viejos filmes del oeste nor-
teamericano, lanzaba monedas al aire y con su revólver la perforaba
de un certero balazo. Una prueba más exigente era la de desfondar
botellas que colocaba a varios metros de distancia entre el patio de la
casa hacienda y el molino.

En una ocasión, Gumersindo Suárez, un español que trajo a nuestro


país don Vicente Gonzáles de Orbegoso y Moncada, conde de Olmos
para que lo ayudara a poner en orden la hacienda de Chuquisongo y
anexos, fue testigo de esta puntería infalible que hacía de don José un
eximio tirador. La anécdota ocurrió en la hacienda de Huangajanga
cuando don Gumersindo lo desafió a una competencia de tiro. Gu-
mersindo tenía una fama bien ganada como tirador, difícil iba a re-
sultar que alguien lo sorprendiera. No obstante, lo que hizo don José
al matar a una paloma y a una perdiz con solo dos cartuchos de esco-
peta casi sincrónicamente fue tan espectacular que no le quedó otra

120
que exclamar a voz en cuello: “Carajo, don José, es usted un excelente
tirador.”

Don José era un caballero a carta cabal, incapaz de disparar por la


espalda a nadie, incluido a su peor enemigo. Se cuenta que en una
ocasión, en Simbrón, un indio que le tenía algún encono lo atacó por
la espalda con un afilado cuchillo. Por suerte el arma no se incrustó
en su objetivo, en su desesperación y nerviosismo el indio se había
herido a sí mismo con el arma blanca. Cuando se percató que la san-
gre que manaba era la suya, emprendió la fuga. Los peatones instaron
a don José a que reaccionara disparándole al agresor, sin duda que
dada su infalible puntería hubiera acertado en el blanco. Ante la in-
sistencia, respondió que él no disparaba a un hombre por la espalda,
ni siquiera frente a un artero ataque del que había sido víctima.

Con una moral escrupulosa, sin embargo no le temblaba la mano para


disparar a los delincuentes. Una vez el ingeniero Salazar Southwell
estaba rumbo a Sayapullo cuando le avisaron a don José que una par-
tida de asaltantes lo aguardaba en la quebrada del Espinal para ro-
barle. De inmediato se puso en marcha hacia esa quebrada y se enta-
bló una balacera. Uno de los asaltantes cayó muerto de un certero ba-
lazo en la frente. El autor del disparo letal fue don José.

121
La verdadera historia de la mal llamada
“Casa Loyer”

Don Pablo Rodríguez de Mendoza, contador de diezmos de la Iglesia Catedral de Trujillo, fue
natural de Chachapoyas y falleció en Trujillo.

Antes de morir, el 2 de noviembre de 1830, dio por testamento a


Juan Rodríguez, su único hijo natural procreado con doña Justa
Aranda, una casa ubicada frente a la Plazuela San Francisco y la
calle Plateros. La transferencia comprendía los altos y bajos de esta
mansión emplazada en una esquina formada por las calles Inde-
pendencia y Gamarra, en pleno centro de Trujillo.

Años después, el 2 de agosto de 1858, Domingo Aranda, en calidad


de heredero de su hermana, vende la mitad de esta propiedad a
José León Galarreta. Este inmueble que se hizo conocido como la
Casa Aranda, fue adquirido por el inglés Juan Hoyle en remate pú-
blico seguido contra don Narciso Aranda, el 18 de setiembre de
1862 y por la suma de 9, 964 pesos.

Luego de fallecer Juan Hoyle, la Casa Aranda pasó por división y


partición testamentaria a sus herederos, entre ellos Eli Hoyle

122
Moreno, quien el 7 de diciembre de 1866 transfirió esta propiedad
a su cuñado el inglés Eugenio Loyer por la cantidad de 23 mil pesos.

La historia de esta casona tiene un capítulo crucial. El 2 de noviem-


bre de 1870, cuando un grupo de socios y accionistas -entre los que
se cuenta a don Eugenio Loyer y a don Santiago Martin Rabines-
fundaron y emplazaron el denominado Banco de Trujillo en este
inmueble. Este acto fue legalizado el 26 de mayo de 1871.

Cabe señalar que, además del Banco de Trujillo, la Casa Aranda


también fue sede de las operaciones financieras del Banco del Ca-
llao y el Banco Perú- Londres.

La mala administración de don Eugenio Loyer precipitó en la ban-


carrota tanto al Banco de Trujillo como a la firma comercial que lle-
vaba su nombre. Un tortuoso proceso judicial que se desarrolló en-
tre los años 1874 y 1877 se llevó a cabo para establecer el destino de
estos negocios comerciales y financieros.

El ex Banco de Trujillo tuvo entre sus socios a James Martin Ho-


ward, un interesante personaje nacido en Inglaterra en 1794 que
llegó al Perú en 1819 enrolado como soldado de la marina inglesa
en la Expedición de Lord Cochrane para sumarse a la emancipación
del Perú. Por el año 1827 fue contratado por el experto minero y
hacendado don Francisco Rabines Girón para trabajar en sus minas
de Sayapullo. Años después contrajo nupcias con Carmen Rabines,
la hermana de este próspero empresario. Martin Howard murió en
Sayapullo el 13 de setiembre de 1879.

Tras el litigio la propiedad de la Casa Aranda fue adjudicada al in-


glés James Martin Howard y a su hijo don Santiago Martin Rabines,
quienes por haber invertido grandes sumas de dinero se convirtie-
ron en los mayores acreedores de los negocios fenecidos. Para so-
lucionar este intricado lío judicial los herederos de Eugenio Loyer
decidieron transar cediendo la propiedad de la casona al hacen-
dado y minero Alberto Martin Rabines y a sus hermanos.

En la escritura pública celebrada el 30 de octubre de 1911 consta,


además, que el acuerdo incluyó un pago adicional de 5 mil pesos
de plata por los costos del proceso judicial.

123
Las peripecias de la Casa Aranda no terminaron ahí. El 18 de enero
de 1916, Alfredo Pinillos Hoyle, en representación de Alberto Mar-
tin Rabines, transfirió la cuarta parte de esta propiedad a favor de
los hermanos Martin Ayllón, Matilde Martin Rabines de Pinillos
quedó excluida de los derechos a heredar de esta propiedad, ya que
sus finados padres Santiago Martin y Carmen Rabies Girón le com-
praron la hacienda Chusgón y se la legaron como herencia única.

De esta manera, el edificio de dos niveles en las esquinas de las ac-


tuales calles de Independencia y Gamarra terminó en manos de los
nietos de James Martin Howard, quienes inscribieron el inmueble
en registros públicos el 21 de junio de 1970.

Por extraños designios la gente hizo conocido este inmueble como


la “Casa Loyer” que no es la denominación que le hace justicia a la
azarosa historia de esta casona. Esta propiedad debería llevar el
nombre de “Casa Aranda” por ser este el apellido de su primer pro-
pietario o “Casa Martin Rabines”, quienes tuvieron la propiedad
durante cien años.

Los Hoyle y los Loyer vivieron allí cuatro y ocho años respectiva-
mente. En este último caso, además, fue un extranjero que llegó al
Perú traído por los Martin.

Las armas eran parte del mobiliario familiar, Eduardo y Fernando


Rabines crecieron en medio de las armas de fuego. Ambos recuer-
dan a su abuelo, a su padre y a sus tíos limpiar las armas en una
suerte de ritual laico. Tenían unas treinta armas de diversa forma,
marca y calibre. Algunas veces las tomaban a escondidas mientras
los mayores dormían la siesta, todavía recuerdan la fascinación que
les producía tener en las manos una escopeta. Recuerdan que el
abuelo solía darles la escopeta para que hicieran un tiro cada uno.
También recuerdan con nostalgia que el padre más bien era reacio
a que los niños manejaran armas de fuego. Lo hacía, dicen, para
protegerlos. “Mucho nos quería”, evoca Eduardo Rabines y en sus
ojos asoma un brillo melancólico.

124
La procesión de la Virgen y la leyenda del
coronel

Aún no estaba curada del espanto, ante la sucesión vertiginosa de he-


chos, imágenes, estampas y vivencias hasta entonces desconocidas,
cuando María Adelaida fue testigo de un espectáculo casi sobrenatu-
ral. Parecía una imagen extraída de un relato real maravilloso, de
pronto un grupo de jinetes se asomó en la casa para anunciar que a
tres días de caballo se encontraba don Luis Rabines Pazos y su esposa
Ana María Ramos, hacendada de Casahuate en Huamachuco. Corría
la tercera década del siglo pasado.

La comitiva venía rodeada de una multitud de indios. Doña Ana Ma-


ría Ramos era transportada en una litera y su marido la escoltaba so-
bre un airoso caballo blanco. De pronto, María Adelaida estaba una
mañana en el patio de la casa cuando divisó a lo lejos, en las estriba-
ciones del cerro situado al frente, una hilera de gente que bajaba en
zigzag. No solo le llamó la atención la cantidad de indios con trajes
vistosos, lo que capturó su atención fue la blancura del caballo que
precedía a la procesión y el aspecto imponente de la dama conducida
en andas como si fuera una diosa ambulante.

Era una mujer de una belleza fuera de lo común, rubia, de ojos verdes
y tez nívea. Parecía una virgen que hubiera abandonado su hornacina
en una iglesia y decidido recorrer los parajes de sus devotos para ha-
cer milagros con la contemplación de su belleza. Por lo menos, en el
caso de María Adelaida sufrió una conmoción que hasta ahora re-
cuerda. Con aire majestuoso Ana María venía imperturbable, en su
litera piaban unos pollos chinos que eran sus mascotas.

El patio de la casa hacienda se convirtió en un matadero en el que


cada día se sacrificaban reses y en una feria humana porque toda la
peonada de indios dormía allí, en improvisado campamento. Así
como había llegado, como una súbita revelación, también se hizo
humo la multitudinaria visita. Luis Rabines odiaba las despedidas y

125
nadie sabía cuándo partiría, se despedía como cualquier noche des-
pués de la cena y ya no amanecía en la casa hacienda.

Ana María era hija del legendario coronel Manuel León Ramos, intré-
pido soldado que tuvo gestos heroicos durante la Guerra del Pacífico.
De carácter arisco, fue el único que humilló al coronel chileno Goros-
tiaga propinándole una sonora bofetada tras negarse a dimitir tal
como se lo había exigido el impetuoso militar chileno. El turbulento
incidente tuvo lugar en Otuzco, en circunstancias que no son muy
claras.

El gesto era suicida porque Gorostiaga tenía el control absoluto de las


armas, sin embargo aplicando la ley del Talión el oficial chileno or-
denó mutilarle el brazo derecho con el que lo había abofeteado di-
ciéndole que lo dejaba vivo para que contara a los demás que era
manco por haberle propinado un manazo a un oficial chileno. De in-
mediato, aún no repuesto del acceso de ira, llamó a un grupo de sol-
dados que lo maniataron y luego de hacerle estirar el brazo se lo cor-
taron de un certero sablazo.

La infame mutilación no lo arredró, su carácter indómito muy pronto


recobró bríos. Al cabo de pocos meses, ya entrenaba su brazo iz-
quierdo con propósitos reivindicativos. Sable en mano, arremetía
contra sacos de arena que había colgado en un campo de entrena-
miento y los ensartaba con el furor de su resentimiento. También se
armó de paciencia para ejecutar su venganza contra los chilenos.

No hubo de pasar mucho tiempo para que lograra aplacar su sed de


revancha. Los chilenos que habían triunfado en Huamachuco sufrie-
ron un revés en Cajamarca a manos del coronel Belisario Ravines. Tu-
vieron que huir en desbandada, algunos se replegaron en dirección a
Sayapullo donde hay una mina denominada de los chilenos porque
la leyenda popular asegura que allí fueron ejecutados y enterrados
militares chilenos por órdenes de don Francisco Rabines Girón.

En su alocada huida otros soldados chilenos cayeron como aves de


presa en Huamachuco donde eran capturados por los peones de la
hacienda del coronel Ramos que como galgos habían salido a cazar

126
chilenos. Cada día traían tres, cuatro, cinco, diez chilenos que eran
encerrados en un calabozo. Allí los tenía unos días bien comidos y
provistos de indumentaria mientras se construía en la Plaza de Armas
de Huamachuco una especie de corredor de madera.

Nadie adivinaba que se traía entre manos el temible coronel hasta que
el día menos pensado sacaba a los chilenos del calabozo y los condu-
cía a la plaza mayor. Allí los formaba en fila india embutidos en el
estrecho corredor y luego blandiendo su espada los ensartaba como
solía hacerlo con los costales de arena. Los que lograban salvarse de
las feroces embestidas eran librados para que den testimonio en Chile
de la venganza pública ejercida por el coronel Ramos.

El coronel Ramos tuvo dos hijas. Nunca perdió su espíritu marcial,


incluso cuando terminó la guerra siempre que podía lucía su uni-
forme de coronel, con el que espero la cita con la muerte. Antes de ese
encuentro inexorable, un día en que demoraba en salir de su habita-
ción, sus hijas preocupadas enviaron al mayordomo a treparse por la
ventana para averiguar qué pasaba con el viejo coronel. Al sentir el
sordo ruido en la pared, el coronel salió algo mosqueado y le dijo a
sus hijas que solo deberían preocuparse cuando los rayos del sol ha-
yan cruzado un límite que él trazo en el suelo y él no hubiera salido
de sus aposentos. Ese día llegó, la escena anterior se repitió pero esta
vez el mayordomo avistó el cadáver del veterano y aguerrido militar.
Cuando sus hijas forzaron la puerta de su habitación, lo encontraron
muerto y vestido con sus mejores galas: sus botas y su espada en el
cinto. El cadáver lucía majestuoso y sereno envuelto en su traje de
militar que combate hasta con la enemiga invisible.

127
La uva en la Provincia Gran Chimú
Un legado de Don José

128
C
ascas, en la provincia Gran Chimú, es hoy una región prover-
bial por sus ubérrimas vides y una pujante industria vitiviní-
cola. La historia de la uva en esta región es, sin embargo, re-
lativamente corta, de hace poco más de setenta años data el origen de
esta especie frutal en esta zona. En el comienzo de los tiempos de la
uva en la provincia de Gran Chimú estuvo, por supuesto, la familia
Rabines y una francesa que visitó esta región allá por los años treinta
del siglo pasado.

Elizabeth Bonetton era la esposa de Maximino Alfredo Rabines, militar


de la Marina de Guerra del Perú que a la sazón se desempeñaba como
agregado naval del Perú en Francia. En este país contrajo nupcias con
esta ciudadana francesa nacida en Toulon. Al cabo de un tiempo Maxi-
mino Alfredo vino con toda su familia de visita al Perú, arribaron al
Puerto Chicama, de allí se trasladaron por tren a Ascope, lugar en el que
una piara de acémilas estaban aperadas para transportarlos a las hacien-
das de Simbrón y Sayapullo. En aquella época el viaje a Simbrón era
extenuante duraba tres largos días a lomo de bestia.

Hace poco murió una de las protagonistas de esa penosa travesía.


Se llama María Adelaida Rabines Bonetton, una apacible nonage-
naria que vivió sus últimos años de vida en Lima leyendo gruesas
novelas en francés y entregada todos sus ratos libres a extraviarse
en los recuerdos de los años infantiles, cuando se quedó arrobada
por el paisaje exótico que acababa de conocer. María Adelaida na-
ció en Francia, pero decidió arraigar en el Perú, tierra que le dio las
vivencias más intensas de su infancia, aquellas que se graban inde-
leblemente en la memoria y la sensibilidad humana.

María Adelaida recordaba con nitidez en medio de esa caravana, con


arrieros y personal del servicio doméstico que los atendía, a las acémi-
las que cargaban sus muñecas de tamaño natural. Esa visión la conmo-
vía vívidamente más de setenta años después porque la bruma del
tiempo no ha podido disolver ese recuerdo tan reluciente y poderoso.
Impasibles, la figura de sus muñecas bamboleándose por en medio de

129
las estribaciones se encargan de romper los límites de la realidad y con-
vierten a esa imagen en una suerte de mito personal que acunaba sus
amodorradas tardes en medio de la vejez.

José Rabines Pazos sentado sobre su toro de raza Hollstein importado de USA llamado El Dólar.
La mantequilla que se producía en la hacienda Simbrón se vendía en el Hotel Bolívar de Lima.

Junto a la troupe familiar también retornaba Genoveva Pirgo a su lar


natal. Era un personaje muy querido en la familia Rabines, había na-
cido en la hacienda Huangajanga en el seno de un hogar campesino,
fue llevada a Europa para que se encargara del cuidado de los niños
de la familia del agregado militar. En Francia Genoveva refinó sus
modales y se cultivó de manera sobresaliente, aprendió a hablar un
francés con sonidos guturales y un dominio sorprendente. Se hizo de
mucha fama en el entorno familiar por su cultura, su sabia prudencia
y por su gran conocimiento de la familia Rabines. Después de varios
años regresaba a Sayapullo con el corazón agitado por el trajín del
viaje y las emociones del reencuentro con sus ancestros.

Al cabo de dos días llegaron a Simbrón, desde donde el administra-


dor de esta casa hacienda comunicó el suceso a la familia usando los
teléfonos de magneto recién instalados en esta zona. Pernoctaron en
esa localidad y al día siguiente emprendieron la travesía hacia

130
Sayapullo. En el trayecto pasaron por Rancho Grande y otros anexos
de la hacienda en los que recibieron muestras de hospitalidad y de
homenaje; finalmente arribaron al fundo La Mora. María Adelaida re-
cuerda conmovida por la emoción que en el patio de la casa estaban
formando líneas, como un escuadrón militar, la familia Rabines en
pleno.

El arribo de la familia Rabines Bonetton tuvo ribetes espectaculares,


porque era la primera vez que se encontraban frente a frente la vasta
parentela dividida por barreras geográficas. Montada en las grupas
de un caballo, bamboleándose entre los senderos escarpados, ella mi-
raba absorta a solícitos mayordomos que tomaban de las riendas
mientras ella se apeaba. Y luego el protocolo, la lenta presentación de
cada uno de los familiares, el reconocimiento que tomaría algún
tiempo más. Con cierto recelo al principio, los hijos de Maximino Al-
fredo se conocieron personalmente por vez primera con sus primos
hermanos, los hijos de don José Rabines Pazos y Elsa Ravines Santo-
lalla.

Además de los naturales escollos que representaban las diferentes na-


cionalidades, lenguas y procedencias, entre los primos hermanos ha-
bían diferencias cronológicas de más o menos diez años de edad. Pese
a todo, la fuerza de la sangre se logró imponer y derribar los mutuos
recelos. Muy pronto surgió el afecto entre María Adelaida, Max y
René Rabines Bonetton y Elsa, José Alfredo y Luis Rabines Ravines,
este último era más conocido como el pibe. Los Rabines Bonetton
también conocieron a sus primos los hijos de Alberto Martin Lynch y
María Zoraida Ravines Villanueva.

Los primos Martin Rabines vivían en una casa hacienda situada en la


otra margen del río. Hasta hoy se recuerda en la familia que eran cir-
cunspectos y habían heredado la típica flema británica. Una tarde fue-
ron convocados a un lunch, sentados a la mesa las hermanas Olga y
Ana Martin Ravines destacaban por su parsimonia y modales proto-
colares. Mientras que los primos franceses devoraban con buen

131
apetito los manjares, las hermanas apenas si probaban bocado. Esta
pulcritud de modales hizo que le pusieran como apelativo las niñas
Martin.

De todos ellos la que tenía mayor edad era María Adelaida y por
eso los recuerdos que alberga son más nítidos. Ella sufrió en carne
propia un cúmulo de extraños sentimientos que la marcaron fuer-
temente, era casi una adolescente que ya venía experimentando
una serie de cambios. Y un viaje a un exótico país era una especie
de sismo en su vida personal. Cada día era asaltada por una nueva
sensación de extrañeza y hacía mil pequeños descubrimientos que
la hacían comprender la abismal diferencia entre su natal Francia
y el país de sus ancestros paternales.

Eran otras costumbres, otras formas, otra lengua, otra vida en general
a la que debía adaptarse. Menudos detalles como la falta de interrup-
tores de luz en las paredes llamaban poderosamente su atención. Re-
cuerda aún las noches cerradas en que se levantaba y a tientas bus-
caba infructuosamente encender la luz con inexistentes interruptores.
En Simbrón y Sayapullo se alumbraban con lámparas de querosene.

132
Las diferencias se notan muchas veces en los asuntos domésticos. A
María Adelaida, por lo demás de naturaleza observadora, le llamaba
la atención el sistema de servicios higiénicos y el desagüe que se usa-
ban en las casas hacienda de la época. En esa época no había baños
particulares, uno solo era ocupado por toda la familia. Y por las no-
ches utilizaban bacinicas de losa con tapa que, en las primeras horas
del día, las sirvientas de la casa sacaban de las habitaciones y arroja-
ban sus contenidos a una acequia en la que desembocaba el alcanta-
rillado. También le causaba sorpresa constatar que la cocina era una
especie de laboratorio en el que se afanaba la servidumbre de la casa
con ollas y fogones a lo largo del día.

Esta planta vivaz y trepadora, con tronco retorcido, vástagos muy


largos, flexibles y nudosos y cuyo fruto es la uva, se adaptó a estas
tierras y comenzó a dar frutos de magnífica calidad.

Pero no solo María Adelaida hacía agudas observaciones de la


vida en el exótico país, su madre Elizabeth tuvo una visión que
más adelante serviría para cambiar la fisonomía de estas tierras.
No fue una revelación automática, sino que se trató más bien de
una síntesis de sus cotidianas observaciones sobre el clima, la alti-
tud y la geografía de Simbrón. De pronto se le ocurrió la brillante
idea: sugeriría a su cuñado, don José Rabines Pazos, que siembre
uva. Esta zona le parecía un escenario propicio, quizá la incurable
nostalgia de su tierra hizo que viera en esta región una pequeña
réplica de los ubérrimos viñedos de Francia.

Don José Rabines escuchó con disimulada atención la sugerencia,


sin prestarle mayor entusiasmo, por consideración a su cuñada, no
se imaginó la trascendencia que más adelante tendría esa idea que
parecía desfachatada, una extravagancia de la nostalgia antes que
una visión realista. Las tierras de Simbrón estaban dedicadas sobre
todo a la siembra de pastizales para el forraje de los animales de
carga. Esta región cautivaba la atención de los Rabines por sus ri-
quezas subterráneas y por sus tierras feraces para la agricultura.

133
A nadie se le había ocurrido que podría convertirse esta zona en
un emporio vitivinícola.

La historia de la uva en la provincia Gran Chimú tuvo, pues, un


origen bastante anecdótico. Apenas hubo regresado la francesita
envió al Perú variedades de sarmientos cuidadosamente envasa-
dos para preservarlos del largo viaje por vía marítima. Don José
los sembró más que nada porque había empeñado su palabra a la
cuñada. Luego se desentendió por completo del destino de esos
sarmientos trasplantados a esas tierras hasta entonces inhóspitas
para la vid.

Esta planta vivaz y trepadora, con tronco retorcido, vástagos muy


largos, flexibles y nudosos y cuyo fruto es la uva, se adaptó a estas
tierras y comenzó a dar frutos de magnífica calidad. El reconoci-
miento de este milagro de la naturaleza tardó algún tiempo. Un
día, don José Rabines, que actuaba como delegado de minería por
Cajabamba y se encargaba de hacer las delimitaciones de los nue-
vos denuncios mineros, llegó a Simbrón acompañado de Felipe Ál-
varez Calderón y Carlos Salazar Southwell, ambos destacados em-
presarios de la minería. Era noche avanzada, por lo que llamó al
administrador de la casa hacienda, don Isaac Saravia, y le ordenó
que tuviera listo el desayuno muy temprano y las acémilas ensi-
lladas para que la comitiva siga viaje a Sayapullo.

Al administrador se le ocurrió servir en el desayuno una fuente


rebosante de uvas que de inmediato atrajo la atención de los co-
mensales, el primer sorprendido fue el propio don José Rabines,
quien preguntó a Isaac Saravia de donde había sacado esos esplen-
dorosos frutos. Mayor aún fue su sorpresa cuando el administra-
dor le contestó que eran las uvas que hace algún tiempo había sem-
brado en sus tierras.

Olvidándose por unos momentos del viaje a Sayapullo salieron a


ver el viñedo y contemplaron el espectáculo de unas hermosas

134
plantas que lucían unos racimos vigorosos y multiformes. Desbor-
dado de entusiasmo por el palpable éxito de la siembra de uva, de
una variedad que curiosamente se llamaba belleza del bosque, don
José escribió a su hermano conminándolo a que le envíe un lote
más de sarmientos. Así fue cómo la uva se arraigó en estas tierras
hasta adquirir dimensiones industriales.

Pasaron los años y antes de la muerte de don José el año 1962 había
unos empresarios franceses interesados en invertir en un proyecto
agroindustrial para fabricar champaña con la uva de esta región.
La muerte de este prohombre truncó este proyecto, luego las con-
vulsiones políticas y sociales en el país terminaron por erradicar
cualquier iniciativa de inversionistas foráneos. La Reforma Agra-
ria y el reparto de tierras a los campesinos a comienzos de la dé-
cada de los años setenta arrasó con el sueño de industrializar la
uva.

135
TERCERA GENERACIÓN
1926-1990
Apogeo y crisis
La llegada del progreso

136
137
Rabines Ravines
Unión de linajes

Como suele ocurrir con las grandes familias, entre los Rabines se
desarrolló una tendencia endogámica y por eso muy pronto descen-
dientes del mismo tronco común, divididos por una mala inscrip-
ción, un error ortográfico del registrador o lejanas rencillas ancestra-
les, terminaron casándose por obra y gracia del destino. El caso más
emblemático fue el de don José Rabines Pazos y Elsa Ravines Santo-
lalla, hija del coronel Belisario Ravines, natural de Cajamarca. Hubo
otro cruce parecido entre Alberto Martin Lynch y María Zoraida
Ravines Villanueva.

138
Cuando se unieron en matrimonio, Elsa Ravines trajo a su madre a
vivir a Simbrón. Doña María era una mujer esbelta, que a pesar de su
figura de muñeca, con los brazos bien torneados, tenía mucho temple
y mucho sentido de las premoniciones. Apenas presintió su muerte
pidió que la llevasen de regreso a Cajamarca para encontrar el reposo
eterno. Eudocio Saravia Ravines fue el encargado de transportarla
hasta la Ciudad del Cumbe.

En la corte de familiares y personal de servicio que acompañó a Elsa


Ravines Santollalla en su vida de casada, sobresale una empleada
apodada La Ojona. Años después, cuando la abuela había fallecido,
Eduardo Rabines Llontop conoció a la solícita empleada del hogar
allá por los años ochenta cuando acompañó a su padre a Cajamarca.
Por entonces La Ojona regentaba un restaurante ubicado en las inme-
diaciones de los Baños del Inca, cuya especialidad era la preparación
de cuyes. En esa ocasión Eduardo Rabines pudo escuchar de la an-
ciana una sarta de relatos en torno a Elsa Ravines y a la epónima fi-
gura del coronel Belisario Ravines.

Hasta ahora Eduardo recuerda el trato de reyes brindado por la agra-


decida empleada, quien se sentía muy honrada con la visita del hijo
y el nieto de su recordada patrona. Pasaron los años y en 1995 volvió
al restaurante de la ex empleada acompañado de su tío Giuseppe, hijo
de Leonor Ravines Santolalla. Todavía chisporrotea en su memoria el
recuerdo de ese nuevo encuentro, cuando ella mostró asombro al ver
el color de los ojos de Giuseppe y exclamó a voz en cuello que eran
igualitos a los del coronel Ravines, a quien apodaban el ruco por el
color de sus ojos. Fue la última vez que la vio, cuando volvió al año
siguiente La Ojona ya había fallecido.

Al matrimonio de don José y Elsa Ravines acudió Fermín Málaga San-


tolalla, tío de la novia y quien fue elegido padrino del matrimonio.
Fermín Málaga Santolalla era un político muy conocido de la época
que había desempeñado cargos de congresista y ministro durante el
régimen de Augusto B. Leguía y en otros gobiernos. La relación entre
don Fermín y José Rabines Pazos fue muy estrecha. Muchas anécdo-
tas circulan en torno a ambos personajes y sus peripecias políticas.

139
Una de ellas cuenta que en una de las campañas electorales para el
Congreso don Fermín llegó a Sayapullo, donde fue recibido por José
Rabines, quien se ofreció a acompañarlo a Cajabamba para continuar
con la gira proselitista. En el camino se enteraron que se había tendido
una emboscada para asesinar al candidato, todo estaba dispuesto, ya
había sido identificado el objetivo mortal por el color del caballo y de
su poncho. Poco antes de arribar a Cajabamba, sin embargo, don José
Rabines Pazos logró con el pretexto de sentirse mal del cuerpo por
una repentina gripe que don Fermín le entregara su poncho y cam-
biara de caballo. Apenas cruzaban los primeros linderos del pueblo,
fueron atacados por la partida de conjurados, pero don José, experto
tirador y ágil jinete, logró tirarse a una acequia y distraer con una
salva de balazos mientras la comitiva en la que iba camuflado don
Fermín arrancó a galope tendido e hizo su ingreso triunfal en Caja-
bamba.

Siguiendo la huella de otros Ravines que desaparecieron sin dejar ras-


tro, envueltos en el misterio, descuella con perfil propio Alfonso Ravi-
nes Santolalla. Ya desde pequeño daba muestras de un espíritu intré-
pido, solía treparse por la fachada de la Catedral de Cajamarca, junto
con su primo Eudocio Saravia Rabines. Esta propensión al peligro
causó más de un dolor de cabeza en su familia: se cuenta que una
tarde en que su madre paseaba por el malecón del río Cajamarca, en
compañía de otras damas, vio a un pequeño que hacía equilibrio so-
bre la baranda de este río. Al prestar más atención se dio cuenta que
se trataba del pequeño Alfonso, la impresión fue tal que cayó desma-
yada y tuvo que ser auxiliada de emergencia.

Muy alto y de presencia imponente, era según la leyenda familiar de


una belleza física notable. Era oficial de la policía cuando el año 1929
se produjo el plebiscito por el que Tacna volvió a la heredad territo-
rial. Fue elegido como representante de la Policía Nacional para inte-
grar la comitiva encargada de recibir a Tacna en una ceremonia sim-
bólica: Esta comitiva estuvo integrada por representantes de cada una
de las fuerzas armadas encargadas de tutelar la integridad territorial
y defender la soberanía nacional.

140
Unos años después, desertó de las fuerzas policiales, su espíritu aven-
turero le reclamaba una vida más intensa, por lo que no reparaba en
asumir actitudes rayanas con la insensatez, con locuras románticas
como marcharse a Bolivia sin norte fijo, guiado por el impulso secreto
de encontrarse con su propio incierto destino. El último rastro que sus
hermanas Graciela (quien murió muy joven víctima de una letal tifoi-
dea), Elsa y Leonor conservan de este hermano, el benjamín de los
Ravines Santolalla, es una carta en la que les ponía al tanto de su úl-
tima aventura: se iba a la guerra del Chaco, en la que no tenía arte ni
parte, solo por vivir una aventura más en su azarosa trayectoria exis-
tencial. Nunca más se supo de él, es muy probable que haya muerto
en medio de una batalla, fiel a su espíritu indomable, luchando por la
causa que fuese con tal de vivir al filo de la navaja, como suele ocurrir
con los miembros de este linaje.

141
José Alfredo Rabines Ravines
Un emprendedor infatigable

Nació en la Hacienda La Mora, Sayapullo, el 22 de marzo de 1927. A


temprana edad, apenas cumplidos los cuatro años de edad, sufrió la
irreparable pérdida de su madre. Fue criado por sus tías paternas y
por Nonoy, así llamaban a Leonor- hermana de Elsa Ravines Santola-
lla- por la gracia y ternura que solía dispensar entre la vasta parentela.

Hizo sus primeros estudios en Sayapullo y, más adelante cuando su


familia lo llevó a Trujillo, los continuó en el Instituto Moderno, centro
de estudios donde compartió aulas con dos personajes que más ade-
lante cobrarían protagonismo en la escena política nacional.

Dos personajes marcados por un sino opuesto: uno de ellos, Javier


Alva Orlandini, tuvo una destacada carrera en el establecimiento po-
lítico oficial; el otro, Luis de la Puente Uceda, como un líder guerri-
llero que trató de llevar a cabo una revolución armada. José Alfredo
siempre recordaría a Luis de la Puente como un niño desgarbado, re-
traído y tímido. Una imagen que contrastaba, por supuesto, con la

142
leyenda urbana que se había creado en torno al luchador social
muerto en la selva peruana.

Como todo muchacho inquieto y enérgico, José Alfredo fue un estu-


diante rebelde y travieso. Estos rasgos se hicieron patentes en Lima,
adonde fue trasladado y matriculado en el Santa Rosa de Chosica, un
internado en el que estudiaba la prole de la crema y nata de la socie-
dad peruana. En este colegio trabó amistad con Otto Zoeger, Renzo
Fopiano, Ramón Pardo Vargas, Eduardo Guinea, Raguz y Carlos
Montori.

Todos ellos eran hijos de propietarios de haciendas y poderosos in-


dustriales. Uno de estos jovenzuelos, a quien apodaban “El químico”,
protagonizó un escándalo al fabricar una bomba casera y hacerla ex-
plotar causando estragos en la piscina. La sangre no llegó al río, pues
la travesura juvenil pudo causar daños personales. Los curas que re-
gentaban el colegio adoptaron la drástica sanción de expulsarlo.

El círculo de amigos no se quedó con los brazos cruzados ante lo que


consideraban una arbitrariedad y organizaron una huelga de protesta
que culminó con la expulsión de los más contestatarios. Por esta razón
José Alfredo debió concluir sus estudios en el colegio particular San
Carlos del cercado de Lima.

En este centro de estudios conoció a otros condiscípulos que se con-


virtieron en grandes amigos: entre ellos el trujillano José Cipriano, los
hermanos Alberto y Gerardo Lei de Chimbote y a Luis Alves Milho,
quien al cabo de un tiempo sería su concuñado.

Muy pronto, como siguiendo la huella de sus ancestros, José Alfredo


se dedicó a la vida empresarial. A lo largo de su vida incursionó en la
agricultura, el transporte, la minería y el comercio.

Apenas contaba con diecisiete años cuando empezó a trabajar a órde-


nes del ingeniero José Arcila, un contratista a cargo de la construcción
de aulas del Colegio San Juan de Trujillo. A los veinte años se fue a
trabajar con su padre en el canal internacional de Zarumilla, en la
frontera con Ecuador. Vivió un par de años entre Tumbes y Machala,
ubicados a ambos lados de la frontera peruano-ecuatoriana.

143
Las relaciones entre ambos países estaban por aquella época envene-
nadas por inveterados litigios fronterizos. Esta susceptibilidad lle-
gaba a niveles risibles y en algunos casos tragicómicos. José Alfredo
vivió en carne propia una experiencia que pudo haber sido dramática,
pero que felizmente solo fue anecdótica. Durante sus labores en Ma-
chala, localidad ecuatoriana, se enamoró de una bella ecuatoriana,
hija de uno de los ingenieros que supervisaba las obras del Canal de
Zarumilla.

El amor irrumpió en una fugaz visita que realizó la ecuatoriana al


campamento, porque ella vivía en Guayaquil. Al parecer animado
por la reciprocidad del afecto, José Alfredo se atrevió a visitarla a esa
ciudad. En esta aventura contó con la complicidad de su chofer, de
apellido Noblecilla, quien había sido combatiente de la guerra del año
1941, cuyos funestos recuerdos aún conservaban los ecuatorianos.

José Alfredo desconocía que la casquivana ecuatoriana acababa de


terminar sus relaciones amorosas con un capitán del ejército ecuato-
riano. Malherido de amores, el militar no vaciló en denunciar como
espía a José Alfredo. Por esta razón fue detenido en la terraza de la
casa de la enamorada por un contingente numeroso de soldados que
lo llevaron preso.

144
Al llevar a cabo el registro personal, los gendarmes ecuatorianos des-
cubrieron el tatuaje que ostentaba Noblecilla como ex combatiente de
la contienda peruano-ecuatoriana. Por este inocuo tatuaje recibió una
paliza mientras que a José Alfredo por ser menor de edad solo lo cas-
tigaron arrojándole baldazos de agua fría.

La comedia de equivocaciones pudo terminar en una tragedia. El


diario El Telégrafo de Guayaquil publicó en la portada una foto de
los presuntos espías peruanos. El padre de la joven ecuatoriana
tuvo que acudir al cuartel del ejército a aclarar el equívoco, mani-
festando que se trataba del hijo de un contratista peruano que se
encontraba en Lima realizando trámites ante el Ministerio de Fo-
mento y Obras Públicas.

Los empleados de don José Rabines Pazos, Julio y Néstor Alegría, y


el contador Galarreta también acudieron a la dependencia policial
para formular los descargos respectivos y acelerar la liberación de
José Alfredo y su chofer. Cuando llegó don José su hijo ya había sido
puesto en libertad.

145
Fotos pertenecientes a la época de José Rabines Pazos. Esta imagen es de cuando se estaban ha-
ciendo las carreteras a Simbrón, Sayapullo y Colpa.

Repuesto del susto y finalizadas las obras del canal de Zarumilla, el


joven Rabines se dedicó al comercio de bananos cruzando los cientos
de kilómetros de la costa desértica peruana para llevar esta mercancía

146
a Chile, donde los colocaba a precios rentables. Hubiera seguido en
este fatigoso negocio por algún tiempo más si es que uno de sus cho-
feres, de apellido Velezmoro, no lo hubiera seducido con un verdadero
canto de sirena: hacer transporte de carga pesada al Marañón. Por en-
tonces se trataba de una real odisea, el comercio de mercancías estaba
a cargo de conocidos arrieros de la zona que realizaban su labor con
acémilas. Los más avezados y conocidos arrieros de esta región eran
por entonces Benigno Tirado, Ananías Linares y Germán Contreras.

Pero el osado joven que perseguía las empresas más aparentemente


irrealizables se puso en contacto con uno de los más conocidos arrieros
de la zona, don Benigno Tirado, a quien le propuso una alianza estra-
tégica. La reacción inicial de este arriero fue de rotundo rechazo, temía
la furia de don José Rabines Pazos cuando se enterara que había apo-
yado a su vástago en esa excéntrica empresa. “Qué diría mi patrón don
José si se entera que llevo a su hijo a zonas tan peligrosas”, se decía.
Tuvo que desplegar todas sus dotes persuasivas hasta convencerlo a
formar como copropietario la empresa Transportes Marañón.

Esta empresa fue pionera en cubrir la ruta Trujillo- Pataz y logró una
verdadera proeza en aquellos años. La agreste ruta se interrumpía
en el río Marañón. La caudalosa corriente que Ciro Alegría compa-
raría con una serpiente de oro se erigía como una barrera infran-
queable. Los vehículos motorizados solo llegaban hasta ese paraje y
nadie hasta entonces había tratado de desafiar a la bravía naturaleza.

El joven empresario no se arredró frente a esa muralla inexpugnable y


ordenó que se desbaratara una de las unidades de su flota de camiones
y, con la minucia de hormigas, se transportara mediante el sistema de
Oroya (cables de acero para transportar de una orilla a la otra) cada
una de las piezas. Ya en la orilla opuesta del río Marañón se logró re-
componer el camión para que en adelante sirviera para continuar el
transporte de la carga pesada hasta la remota localidad de Parcoy.

Solo el amor logró aplacar el espíritu aventurero de José Rabines


Ravines. Tras su matrimonio con Susana Llontop Jaramillo aban-
donó esta arriesgada empresa. Las circunstancias en que la conoció
fueron novelescas: mientras supervisaba la ejecución de las obras de

147
construcción de la carretera Trujillo-Huanchaco solía ver pasar a una
bella muchacha que muy pronto llamó poderosamente su atención.
Por entonces la futura esposa de don José trabajaba en La Climática
de Huanchaco- una especie de centro de salud para enfermos de los
pulmones- y todos los días hacía el trayecto en un auto, cuyo chofer
hacía malabares para no enterrarse en esa maltrecha carretera. En
una ocasión el joven enamorado urdió una inocente treta y logró que
el carro que conducía a la esbelta dama se averiara en el trayecto, así
pudo entablar por fin una conversación con la pasajera. Este fue el
punto de partida de una relación tuvo el final feliz de un matrimonio
que duró el resto de la vida.

Más o menos por el año 1952 incursionó en una actividad comercial


más sedentaria: el embotellamiento y distribución de la bebida Inca
Kola, gracias a una franquicia que la familia Lindley le otorgó a su
hermanastro, don Alfredo Breneiser. Instaló una fábrica ubicada en
las inmediaciones del mercado Unión de Trujillo y distribuyó la be-
bida gaseosa en la jurisdicción comprendida por los departamentos
de La Libertad y Cajamarca. Inka Cola llegó a ser distribuida a zonas
tan remotas como Balsas, en Cajamarca, y a través de acémilas a Bo-
lívar, en La Libertad.

Foto perteneciente a la época de José Rabines Pazos. En esta imagen, posando en las minas de
Huayday.

148
El año 1957 la familia se mudó a Sayapullo y sentaron sus reales en la
hacienda La Mora. El espíritu mercantil de José Rabines Ravines no
conoció tregua, pronto construyó una mini hidroeléctrica para vender
luz eléctrica a los pobladores de ese distrito. También se dedicó al
transporte de mineral desde Sayapullo hasta el Puerto Salaverry.

Dos años después se convirtió en comercializador exclusivo del azú-


car de Casa Grande, negocio que heredó de su padre, quien era muy
amigo de don Juan Gildemeister, propietario de esa hacienda. Pese a
que tomó las riendas de ese negocio en circunstancias adversas, debió
pagar una deuda millonaria contraída por su hermano.

Tuvo que pasar ocho años para cancelar esa deuda, pero debido a la
diligencia y las dotes de comerciante de José Rabines Ravines el ne-
gocio marchó viento en popa. La consignación exclusiva para la co-
mercialización del azúcar cubría los departamentos de La Libertad y
Cajamarca. La reforma agraria del gobierno militar del general Juan
Velasco Alvarado puso fin a este próspero negocio.

Algunos años atrás, el previsor empresario había emprendido diver-


sos negocios simultáneamente, su diligencia se multiplicó sobre todo
a partir de la muerte de don José Rabines Pazos el año 1962. Al mismo
tiempo que administraba la hacienda de Simbrón y comercializaba
azúcar, hizo transporte de carga de cemento y de maquinaria de Sa-
laverry y Pacasmayo a Tinajones, donde se ejecutaba un formidable
proyecto de irrigación.

Como empresario de raza, José Rabines Ravines no dejaba pasar


oportunidad de negocios. Su instinto comercial no se detenía en la
magnitud del negocio, por eso no lo pensó dos veces antes de instalar
una fábrica de caramelos y distribuir abarrotes a domicilio usando un
mecanismo por entonces innovador y que más adelante sería cono-
cido como delivery.

Pero no actuaba solo guiado por el instinto, también tenía visiones


que lo hacían entregarse en cuerpo y alma a una actividad comercial.
Una de estas visiones la tuvo el año 1965 cuando puso en marcha la

149
empresa Supergas en Trujillo, que fue la primera tienda que vendía
cocinas de gas importadas de Italia y de Estados Unidos a esta ciudad.
Para emprender esta actividad comercial logró convertir en socios a
sus amigos Vicente Bryce Campodónico, Rodolfo Bryce Sanjuán y
Carlos Salazar Southwell.

Los altibajos que suelen acompañar a los hombres de negocios mu-


chas veces adquieren el vértigo de una caída libre. Y, de pronto, la
fortuna amasada con tanto ahínco se esfuma y el fantasma ominoso
de la ruina planea hasta convertirse en cruel realidad. Una racha de
infaustos sucesos- la reforma agraria le expropió la hacienda de Sim-
brón, la prohibición de las importaciones por el mismo gobierno mi-
litar hizo quebrar a la boyante Supergas y luego el remate de sus
quince volquetes y el embargo de su vivienda- lo pusieron en la calle.

Curado de mil y un espantos, no tuvo reparos en viajar a Lima a bus-


car fortuna y como Sísifo recomenzar el camino al éxito. Tenía por
entonces 44 años y 4 hijos que dependían de él económicamente, uno
de ellos, José Luis, cursaba estudios en los Estados Unidos de Norte-
américa. Pronto encontró un puesto de trabajo en la compañía No-
blese Representaciones, empresa distribuidora de productos de ferre-
tería. Recorrió las calles de la capital, apertrechado de un manual, y
pronto se destacó como el vendedor estrella de esta compañía.

Salió del anonimato cuando su amigo Gerardo Heller lo presentó al


dueño de Noblese Representaciones Johny Khon Larrabure. Apenas
tuvo que transcurrir tres meses para que fuera catapultado a la gerencia
general. Un golpe de suerte volvió a cambiar el destino de José Rabines,
un par de años después tuvo un reencuentro que fue decisivo.

En realidad, la vida de cualquier mortal puede dar un giro radical


ante la presencia de un amigo, familiar, mecenas o incluso enemigo.
La Diosa fortuna suele revestirse de mil máscaras. Para el intrépido
José Rabines una de esas figuras tutelares fue el ingeniero Carlos Sa-
lazar Sothwell, quien además de haberle dado trabajo como gerente
de la agencia de aduanas Gonzáles Larrañaga, que tenía oficinas en
los puertos de Salaverry, Chimbote y Pacasmayo, le entregó en con-
cesión el asiento minero Rosicler, ubicado en Huancay, distrito de

150
Compín, provincia de Gran Chimú. Poco tiempo antes el ingeniero
Salazar había perdido la mina Malín por no haber podido pagar los
derechos de vigencia de la concesión y antes de que Rosicler corriera
la misma aciaga suerte, decidió entregársela a su buen y leal amigo.

Era tal la confianza que había depositado en José Rabines que le con-
fió la tarea de asumir la gerencia de la agencia Gonzáles Larrañaga
para evitar continúe un millonario desfalco cometido por los anterio-
res directivos. La hacienda familiar del ingeniero Salazar ya había su-
frido cuantiosa pérdida al ser despojado por la Reforma Agraria de
su hacienda Barbacay en Huarmey. Ya sin mayores ambiciones por-
que no tenía hijos, el ex ministro de fomento y Obras Públicas del go-
bierno de Manuel Apolinario Odría, no dudó en desprenderse de sus
concesiones mineras para dárselas a un emprendedor con vasta expe-
riencia en la minería.

La única condición que el ingeniero Salazar le puso a José Rabines


era que, apenas la mina Rosicler rindiera sus primeros frutos, ayu-
dara a su esposa doña Carmela Gonzáles Larrañaga Barúa. Ya José
Rabines había explotado este asiento minero por una corta tempo-
rada el año de 1969.

Comitiva de autos a la altura de Baños Chimú, con motivo de la inauguración de la carretera.

151
La oportunidad era inmejorable. Y con el olfato propio de los hom-
bres de negocios de raza José Rabines se puso manos a la obra. Rosi-
cler era una mina de plata y antimonio y este último metal estaba co-
tizado a buen precio en los mercados internacionales. En esta mina
hicieron sus pininos en la actividad minera Fernando (16 años) y
Eduardo (14) Rabines Llontop. Los adolescentes hijos de José Rabines
pallaqueaban mineral en la cancha de la bocamina de Rosicler, hoy
en día este asiento minero se denomina Bumerán y forma parte del
consorcio de minas de propiedad de Eduardo Rabines Llontop.

El encuentro decisivo al que nos referíamos líneas arriba se produjo


con el general Jorge Fernández Maldonado, a la sazón ministro de
Energía y Minas del gobierno revolucionario de Juan Velasco Alva-
rado, a quien José Rabines había conocido cuando aquel se desem-
peñaba como director del colegio militar Ramón Castilla de Truji-
llo, donde cursaba estudios José Luis, el hijo mayor de los Rabines
Llontop.

¡Oye, flaco, qué haces por aquí. Tú no eres minero”…le dijo sorpren-
dido el ministro, seguro que José Rabines era un próspero agricultor
dedicado al cultivo de uvas. A pesar de los años transcurridos, Fer-
nández Maldonado no había olvidado la prodigalidad con que José
Rabines le obsequiaba cada fin de año un cajón de uvas de la ha-
cienda Simbrón.

En el ínterin esta hacienda había sido expropiada por la Reforma


Agraria y una racha de infaustos sucesos había retrotraído a José Ra-
bines a los orígenes, a trotar calles vendiendo artículos ferreteros,
pero sin perder la secreta ilusión de retomar sus actividades mine-
ras. Por eso, como quien arroja una botella al mar, presentó una so-
licitud de crédito al Banco Minero para reactivar la explotación de la
mina Rosicler. En estas circunstancias, algo desalentado quizá por la
demora, José Rabines decidió acompañar a los pequeños mineros a
una reunión que habían solicitado con el entonces ministro de Ener-
gía y Minas.

La cita transcurrió en medio de un clima auspicioso para los intereses


de los pequeños empresarios mineros, puesto que el gobierno militar

152
de esos años estaba interesado en promover a los empresarios nacio-
nales con la aplicación del modelo de sustitución de importaciones.
Al término de la reunión el ministro Fernández Maldonado hizo un
aparte con José Rabines y le sugirió que lo llamase por teléfono para
acordar una cita privada. Poco tiempo después se produjo el encuen-
tro en el que don José expuso su plan de negocios, brindó los detalles
técnicos y la factibilidad y rentabilidad de la inversión. Las dotes per-
suasivas rindieron sus frutos y el ministro accedió a otorgar el crédito
cuya solicitud había venido languideciendo por varios meses en los
despachos de burócratas impasibles y ordenó a los altos directivos del
Banco Minero a desembolsar el empréstito.

Ni corto ni perezoso, don José renunció al cargo de gerente en No-


blesse Representaciones y retornó a Trujillo, resuelto a invertir el di-
nero prestado en la instalación de una planta concentradora. Un día
apareció a bordo de una camioneta todoterreno para las duras faenas
mineras y sus hijos Fernando y Eduardo acompañados de dos obreros
embarcaron rumbo al asiento minero. En la tolva llevaban esteras, pa-
los y otros materiales de construcción para erigir un campamento.

Don José los dejó en medio del árido paisaje, les dio plata y la con-
signa de cumplir el cometido. Al día siguiente un camión llegó aper-
trechado de más insumos. En los alrededores había un potrero de bu-
rros salvajes y la zona era agreste por lo que la tarea de allanar el te-
rreno con terraplenes para edificar un campamento requería del con-
curso de varios obreros. Primero había que desbrozar a machetazo
limpio el monte, lleno de cactus y de malas hierbas, luego las labores
de construcción del campamento, la limpieza de los socavones y la
instalación de la línea para volver a poner operativa la mina.

Al cabo de una semana, cuando don José apareció con la energía de


una tromba se topó con una precaria construcción hecha de esteras,
palo y eternit. Era el campamento que se requería para poner en mar-
cha la explotación minera. Corría por entonces el año 1970. Al frente
de la mina, con el espíritu laborioso proverbial que impuso a la acti-
vidad minera, muy pronto se hicieron visibles los resultados favora-
bles, el ritmo de trabajo alcanzó su mayor dinamismo y, de pronto,
los buenos tiempos parecieron resucitar.

153
La bonanza económica que duró más o menos once años permitió
que la familia Rabines adquiriera una mansión en la urbanización El
Golf, un departamento en Lima y que Fernando y Eduardo viajaran
por Europa, adquiriendo diversas experiencias tal como lo hicieran
sus antepasados. Eduardo estuvo en Inglaterra y Fernando recorrió
España.

La sombra invisible de la desgracia, sin embargo, no se había esfu-


mado del todo. Poco tiempo después apareció un falso amigo, atraído
por la codicia y la envidia, que se aprovechó del buen talante de José
Rabines, quien como hombre de buena fe no creía que la maldad hu-
mana adquiriera un rostro tan bonachón y avieso. Usando toda suerte
de embelecos, entre ellos la lisonja más artera y los ardites más sutiles,
Daniel Rodríguez Hoyle logró granjearse la amistad y buena predis-
posición de José Rabines.

La más vieja arma de la seducción que utilizó Rodríguez Hoyle fue-


ron los halagos personales, para hacerle creer a José Rabines que el
incipiente negocio minero, que ya rendía cuantiosas utilidades, po-
dría convertirse en un emporio. Tocó una fibra muy sensible para
cualquier emprendedor que por naturaleza concibe cada vez proyec-
tos más ambiciosos. Como la suerte parecía haberse vuelto su más
leal aliada, don José Rabines no titubeó en aceptar la propuesta de
ceder parte de la propiedad a socios capitalistas interesados en la ex-
plotación minera.

El advenedizo se ofreció como mediador para conseguir esos socios


capitalistas. La prueba de que había logrado ganarse la total con-
fianza del emprendedor minero fue que, a cambio, este le había pro-
metido obsequiar el diez por ciento de la propiedad de la concesión
minera si concretaba la llegada de nuevos inversionistas.

Ávido, esperanzado en hacer crecer la explotación minera con capita-


les frescos, pues todavía no había logrado capitalizarse como para ha-
cer inversiones en la infraestructura necesaria para potenciar aún más
la explotación minera, don José se reunió con sus futuros socios Juan
Miguel Capurro Podestá, Boris de la Piedra Elías y Alfonso Diez Hi-
dalgo. Todos ellos fueron traídos por Daniel Rodríguez Hoyle, quien

154
como resultado de esta aparente buena gestión se hizo socio con el
diez por ciento.

De esta manera logró poner sus siniestras zarpas en la propiedad mi-


nera. El asunto no terminó ahí, la angurria de ese advenedizo no co-
nocía los límites de los escrúpulos. Decidido a apoderarse de la con-
cesión minera ideó un plan para que don José Rabines perdiera el
control de su propiedad. Valiéndose de una treta le propuso que ce-
diera casi el cincuenta por ciento de la propiedad a los nuevos inver-
sionistas, él se quedaría con poco más del cuarenta por ciento y su-
mado al diez por ciento de Rodríguez Risco le permitiría el manejo
de la concesión minera.

Apenas consumada esta modificación del accionariado, Rodríguez


Hoyle, sin inmutarse, se alió descaradamente, ya sin antifaces, con los
otros accionistas. A continuación, valiéndose de su posición hegemó-
nica y de su poder financiero, los inversionistas aprobaron sucesivos
aumentos de capital hasta reducir cada vez más a posiciones margi-
nales al primigenio propietario.

Los eufóricos nuevos propietarios sentaron sus reales en la concesión


minera haciendo derroche de inversiones suntuarias, dejándose
arrastrar por la momentánea alza del precio de la onza de plata que
había alcanzado por el año 1982 la cota de los cuarenta dólares en su
cotización en los mercados internacionales. Decidieron, a pesar de los
consejos y advertencias formuladas por el socio minoritario, construir
una nueva planta concentradora y una pista de aterrizaje, y adquirir
una avioneta para el transporte exclusivo de los ejecutivos de la mina.

La operación minera- según el ojo avizor de don José- debía poner


énfasis en reforzar el funcionamiento de la planta instalada por el
Banco Minero para hacerla más eficiente y productiva. Las adverten-
cias cayeron en saco roto. La avioneta fue comprada en la fábrica
Cessna, en Huaymaral, Bogotá (Colombia) y transportada a Lima en
vuelo a cargo de Giuseppe (piloto) y Eduardo (copiloto). No pasó mu-
cho tiempo, sin embargo, para que las profecías de mal agüero fueran
corroboradas por la realidad. El precio de los minerales se desplomó

155
en los mercados internacionales y la planta se convirtió en una suerte
de embarcación varada en medio del desierto.

Transcurrió un año de la estrepitosa caída de las operaciones mineras


de Rosicler cuando en 1983 don José obtuvo un contrato de cesión por
diez años de la empresa estatal Minero Perú para explotar una mina
de carbón de piedra en el distrito de Lucma, en la provincia Gran
Chimú. El emprendedor infatigable comenzó su nueva aventura mi-
nera de cero.

Pero no todas las tenía consigo don José Rabines, pues debió luchar
contra las adversidades de la naturaleza. Las inclemencias del Fenó-
meno del Niño hicieron sus estragos, el acceso a la mina era por esta
razón más complicado. Don José y sus hijos debían realizar acciden-
tadas travesías para llegar a la bocamina. Fernando y Eduardo Rabi-
nes tenían que caminar 12 kilómetros diarios desde el distrito de
Lucma para cubrir el trayecto de ida y vuelta al asiento minero. Por
los agrestes parajes aledaños a la mina no cruzaba ninguna carretera,
por lo que la tarea número uno era construir esta vía de acceso.

Por entonces el gobierno regional acababa de elaborar y aprobar un


proyecto para hacer la carretera Lucma- Huaranchal. Era una obra
anhelada por los lugareños, pero debido a que la puesta en marcha
de la explotación minera iba a constituir una fuente de trabajo impor-
tante en una zona económicamente deprimida, las autoridades acep-
taron la propuesta de don José Rabines para modificar el trazo de la
vía, de modo que la carretera pase por el centro minero. Desde luego
que don José contribuyó pecuniariamente con el alquiler de maqui-
narias para la ejecución de las obras.

A pesar de los años don José nunca perdió su espíritu visionario. El


vislumbró que las reservas carboníferas del Alto Chicama eran una
fuente de energía inconmensurable para el país. Dada su convicción
y sus dotes persuasivas logró captar el interés de un grupo minero
alemán que envío a un geólogo para hacer la exploración prospectiva
de las potencialidades de la zona. El geólogo alemán cumplió su tarea
durante medio año en la mina de carbón Ambara y llegó a la

156
conclusión de que era factible un proyecto de inversión por tres mi-
llones de dólares para repotenciar la explotación de esta mina.

En las vísperas de que los alemanes desembolsaran el dinero, el pre-


sidente Alan García en su mensaje de Fiestas Patrias del año 1987
acordó inopinadamente decretar la estatización de la banca. El escán-
dalo político-social que se suscitó tras ese anuncio causó grave daño
en la estabilidad jurídica e institucional del país. Los capitales forá-
neos huyeron despavoridos del país, el Perú fue declarado país inele-
gible por el sistema financiero internacional. Los alemanes que iban a
financiar Ambara también se desistieron de su proyecto de inversión.

A don José le quedó una desazón que probablemente lo acompañó en


los últimos años de su vida. Era un empresario imbuido de una arrai-
gada responsabilidad social, había propuesto un proyecto de ley para
incentivar la minería de carbón y fue reconocido pionero de la mine-
ría regional en el Tercer Conversatorio Regional de Minería del Norte
durante la XX Convención de Ingeniero de Minas celebrado en el mes
de noviembre del año 1990.

La minería en nuestra región y a nivel nacional entró en un periodo


de languidez y crisis. La crisis económica y política arreciaba y un
sentimiento apocalíptico pareció apoderarse de los peruanos. Por en-
tonces comenzó un gran éxodo de peruanos al exterior. Hoy en día
cerca de tres millones de compatriotas viven en el exilio involuntario,
tuvieron que migrar por las malas políticas de los sucesivos gobiernos
que condujeron las riendas del país.

En medio de ese enrarecido clima, en el que la palabra empresario


sonaba como una afrenta y no se conocía aún al prototipo del empren-
dedor, don José Rabines tuvo que resignarse a la medianía. Poco a
poco se fueron minando sus energías. Hasta que el 2 de diciembre de
1990 falleció rodeado de su esposa y de sus hijos.

157
Solo la muerte pudo apagar apasionado
corazón minero de don José Rabines
Ravines.
Impulsó nuevas empresas y propuso Ley de Carbón.

158
Como un desquite extraño del destino, una penosa enfermedad segó
la vida fecunda, pionera y ejemplar del Ing. José Rabines Ravines,
gran amigo de esta casa periodística y propulsor infatigable, empeci-
nado, de la minería a la cual aportó tanto. Falleció a los 63 años de
edad, con un cúmulo de ideas y proyectos por realizar.

Nació en Sayapullo, en Cajamarca, Casi en el extremo sur del depar-


tamento de Cajamarca, zona minera que comenzó a conocer y amar
desde niño, alentado por la estirpe minera de su abuelo paterno, el
español don Francisco Rabines Girón, amigo íntimo del héroe de la
Guerra de 1866- Combate del 2 de Mayo- con quien, por afecto, se
trataba de “primo”. Gálvez lo apoyó mucho para que don Francisco
lograra su anhelo: darle a Sayapullo categoría de distrito.

El Ingeniero José Rabines Ravines fue uno de los hombres más tena-
ces y emprendedores del sector minero. Fundó numerosas empresas,
entre ellas la Cía. Minera Rosicler, de antimonio y plata; la Cía. Mi-
nera Malín, de plata y oro; José Rabines Huayday y Ambara, de car-
bón antracítico; Minas de Carbón Baños Chimú, todas en el Norte del
país y la Empresa Servicios y Suministros Mineros, con Atlas Copco,
también en el Norte.

DIAS CON HUELLA:

Como todo niño, anheló emular a su padre José Rabines Pazos, mien-
tras, cogido de su mano firme, lo acompañaba en sus trajines mineros.
Don José se dedicó de lleno a la minería. Fruto de este quehacer fue-
ron las minas La Camotera y La Bola de Igor, en Sayapullo. José, hijo,
estuvo allí.

Durante el gobierno de Augusto B. Leguía, siendo representante en


el Congreso Nacional, don José Rabines Pazos consigue que se reco-
nozca a Sayapullo como asiento minero de importancia para Caja-
bamba. Como promotor de la minería y servicios conexos, hizo posi-
ble la construcción del ferrocarril a Huandoy, como apoyo para el
transporte de personas y de mineral.

Toda esta lección echó profundas raíces en la personalidad de José


Rabines Ravines, robusteciendo su vocación y acción mineras, a pesar
que pudo ser excelente agricultor, pues su padre trabajó con la

159
familia, ejemplarmente unida, la hacienda Simbrón, en el Norte,
donde llevó y plantó los primeros sarmientos de vides. Por eso en esa
región del Perú se cosecha también uva.

GRAN VENCEDOR:

La hoz y el martillo de la dictadura velasquista arruinaron toda la


vida agraria nacional. La hacienda Simbrón no estuvo exceptuada;
solo quedó para la familia una casa-hacienda víctima del vil atropello
y algunas pocas hectáreas de terreno.

Don “Pepito” Rabines Ravines como le llamábamos sus amigos más


cercanos, viene a Lima y trabaja de vendedor. Vence el infortunio y
la rapiña y a los pocos meses es hábil Gerente de una importante
empresa.

Pero todo su ser “tira” hacia la minería y se afinca en ella con más
ímpetu. Trabaja con sus hijos a golpe de chulana y comienza a palla-
quear. Fue un paradigma de trabajo. Lástima que sólo hubo algo que
lo derrotó: el hábito de fumar en exceso.

De espíritu inquieto y animoso, siempre estuvo presente allí donde


había minería, se hablaba de ella o se le promovía. Reconocido “fabri-
cante de ideas”, siempre tuvo varias para escoger alternativas y apli-
car la mejor ¡que triunfaba! Organizó una buena flota de camiones
para el transporte de minerales y cuando estaba dándole forma a nue-
vos proyectos, su salud lo traiciona, pero deja lo previsto para reducir
costos en el acarreo de productos de la mina.

En su afán de progreso para el sector al que dedicó su vida, apoya la


constitución de la Sociedad Progreso de la Pequeña Minería, en el
legendario Parque San Martín, de Pueblo Libre. Y como necesario
medio de comunicación se constituye el Boletín Minero, cuyo primer
editor fue el Ing. Emilio Zúñiga y Guzmán. Consciente del papel so-
cial de la prensa, la respetó y apoyó siempre afanes de comunicación
social.

Hace 14 años, sin ser visionario, dudaba de la eficacia del Banco Mi-
nero del Perú como entidad de fomento. Y apoyó inclusive económi-
camente la formación de la Cooperativa Minera de Crédito y Servicio

160
“Alberto Noriega”. Era consciente que los mineros deben contar con
dinero propio para un servicio solidario.

DEFENSOR DEL CARBON:

Como minero de gran prestigio y talento, conocía a fondo las posibi-


lidades del carbón peruano como fuente energética que debe reem-
plazar en gran medida al caro petróleo.

Es autor del proyecto de la Ley de Promoción Carbonífera cuyo texto


entregó al último Ministro de Energía y Minas del gobierno aprista.
MUNDO MINERO le hizo una entrevista con tal motivo en nuestro
N° 110, de diciembre de 1989- hace un año-. Entonces nos dijo, con
optimismo que su proyecto “sería la base o una alternativa suscepti-
ble de actualizar, considerando la realidad económica y otras circuns-
tancias al tomar decisión sobre el financiamiento”. Concretamente ha-
blaba del Alto Chicama, donde hay reservas de 50 millones de tone-
ladas esperando su debida utilización.

La razonable obsesión del Ing. José Rabines Ravines al respecto era


fomentar el uso técnico y económico de la antracita y otorgar incenti-
vos para quienes cambien sistemas de combustión costosos, por car-
bón; también se debe apoyar- decía- al productor carbonífero.

Hombre creyente y gregario, tuvo una intensa vida institucional. Fue


Director de la Cámara de Comercio de La Libertad ocupando la Pre-
sidencia del Comité de Minería; socio fundador del Instituto de Inge-
nieros de Minas Seccional Norte; Presidente de la Sociedad de Mine-
ría Regional Norte; Director en las Comisiones organizadoras de la
Convención Nacional de Minería, pre-convenciones Regional Norte,
en varias ocasiones y múltiples cargos más.

Ahora, con la muerte del amigo cordial y del minero incansable, el


país, el Gobierno y el sector Energía y Minas tienen una deuda con él,
que no debe durar mucho más en ser honrosamente saldada.

Estuvo casado con la distinguida dama trujillana doña Susana Llon-


top Jaramillo; deja cuatro hijos: José Luis, Fernando Francisco- tam-
bién de profesión minero-, Juan Eduardo, igualmente, y María Su-
sana.

161
CUARTA GENERACIÓN
1990-2021
El destino cumplido

Año 1985 en la mina Ambara (en sánscrito significa La Mano de Dios) don José Rabines Ravines
y Eduardo Rabines Llontop, destacados empresarios mineros de la tercera y cuarta generación de
esta estirpe.

162
163
L
a familia Rabines perdió la mina Sayapullo por una retahíla de
sucesos funestos: la muerte de don Francisco Rabines Girón fue
el primer descalabro, luego fallece en 1907 Ricardo Martin Ra-
bines, sobrino carnal del patriarca, y al año siguiente Justo Rabines
Pazos, quien también se había dedicado a las actividades mineras.

La mina quedó al garete, porque los demás miembros de la vasta fa-


milia Rabines no mostraron interés en la actividad minera. Don José
Rabines Pazos era todavía un niño y las hermanas no entendían el
rudo trabajo minero, por lo que dejaron de pagar las obligaciones con-
tractuales con el Estado peruano y muy pronto revirtió la propiedad
a manos del fisco.

Más o menos en el año 1920 la mina Sayapullo pasó a propiedad de


Mr. Jackson y sus socios Felipe Álvarez Calderón y el ingeniero Car-
los Salazar Southwell. El ingeniero Salazar fue más adelante ministro
de Fomento y obras públicas durante el gobierno de Manuel Apoli-
nario Odría. Este trío de empresarios mineros explotó la mina por
cerca de una década.

La mina Sayapullo pasó luego a una compañía japonesa que la ex-


plotó durante varios años. La suerte patrimonial de este centro mi-
nero tuvo una serie de avatares, pasó a manos del ingeniero Juan
Arróspide, de nacionalidad mexicana, que era accionista del Banco

164
Internacional, hoy en día Interbank. A finales de la década de los años
cincuenta fue transferida al ingeniero Carlos Montori Alfaro, el que
la tuvo en actividad hasta los años noventa cuando paralizó sus labo-
res debido al fenómeno de El Niño y a la baja del precio de los mine-
rales. En el último fenómeno de El Niño, el año 1998, Eduardo y Fer-
nando Rabines debían hacer varios trasbordos para llegar a caballo a
la mina Cascajal- Cerro Carangas-Lucma tras cuatro horas de fatigosa
ruta por las escarpadas estribaciones de los Andes y en medio de in-
clementes lluvias. Iban acompañados de sus leales colaboradores Ja-
vier Obeso Cabrera, Javier Castro Acevedo y Jhony Moreno de
Lucma.

Hasta el año 2009, Sayapullo, propiedad de la compañía minera Ata-


cocha, cuyos accionistas mayoritarios pertenecían a la familia Gallo,
era una mina explotada al máximo de sus potencialidades. El pa-
triarca de esta familia era un español que llegó a nuestro país hace
sesenta años y desde esa época comenzó a explotar la mina Atacocha
en una zona de la Sierra central. El asiento minero estaba constituido
por un grupo de minas constituido por las minas Sayapullo, que Ata-
cocha compró a los Montori, y Amulaya en Huancajanga y Cascajal
en Lucma a Eduardo Rabines Llontop.

Actualmente, las minas que compró Atacocha en la provincia Gran


Chimú, región La Libertad, ha sido comprado por el grupo Milpo.

165
La minería no es solo una vocación,
sino mi destino

El último de los Rabines que ha heredado la larga tradición en el comercio, la industria, la minería
y la vida política e intelectual debió realizar su propia odisea. Durante un tiempo navegó en otros
mares hasta que su poderosa vocación por la minería lo llevó a encontrar su destino personal.

La forma en que Amulaya volvió a manos de los Rabines es digna de


una novela fantástica. Tras las muertes de Francisco Rabines Girón y
Juan Vega Rabines el derecho de concesión caducó y la mina revirtió
al Estado. Posteriormente la hizo suya a través de un denuncio mi-
nero el veterano ingeniero Fortunato Marín, quien después de laborar
como superintendente de Sayapullo en los años cuarenta y cincuenta
quiso probar suerte en la actividad empresarial minera. Tenía 86 años
cuando le escribió a José Rabines Ravines pidiéndole contactos para
armar un equipo de colaboradores para la explotación de esta mina.
Don José le ofreció de inmediato generosa ayuda y lo contactó con
personajes vinculados a las inversiones mineras. Entre ellos con

166
Rafael Belaunde, hijo del presidente Francisco Belaunde Ferry que
después adquirió la propiedad de esta mina y luego la traspasó a unos
empresarios finlandeses.

A comienzos del 2007, Eduardo Rabines con su sagacidad y guiado


por el ejército de invisibles como él llama a sus ancestros, se sentó a
la mesa de negociaciones para resolver un litigio que enfrentaba a es-
tos empresarios extranjeros con la familia Montori por la propiedad
de la mina. La disputa judicial era una sangría financiera que supe-
raba más de medio millón de dólares en perjuicio de la familia Gallo,
miembro integrante del consorcio Atacocha.

167
168
Por si esto fuera poco, Eduardo Rabines obtuvo la licencia social de
los comuneros para explotar la mina aurífera Cascajal tras desplegar
todas sus dotes persuasivas gracias al respeto y consideración gana-
dos por sus ancestros a lo largo de más de un siglo y a su buen com-
portamiento personal en la zona. Después de estos resonantes éxitos
y de vender su mina Cascajal, Eduardo se convirtió en socio minori-
tario de Atacocha. Así nació la Compañía Minera Cascaminas S.A.C.

Una odisea personal

Pero la ruta del éxito no estuvo libre de pruebas, obstáculos y zanca-


dillas. El último de los Rabines que ha heredado el ímpetu y el temple,
así como la reciedumbre de carácter en esta familia de larga tradición
en el comercio, la industria, la minería y la vida política e intelectual,
debió realizar su propia odisea. Durante un tiempo navegó en otros
mares: Impulsado por la fuerza de su poderosa vocación, a mediados
de los años setenta, Eduardo Rabines Llontop viajó a Lima a seguir
estudios en la Escuela de Aviación Civil de Collique, donde se graduó
como piloto comercial de avión, con licencia número 869.

Año 1984. Eduardo a bordo un avión ultraligero volando en Vancouver, Canadá.

169
Su primer trabajo como piloto lo consiguió en la empresa Aerocóndor
de Ica, después se desempeñó como instructor de vuelo en el Aero-
club de Collique en Lima. Más adelante ingresó a la Compañía de
Aerofumigación Agrícola (CAFA),m en la que laboró fumigando va-
lles algodoneros de Ica, Chincha, Cañete y Chillón.

El año 1978 viajó a Bournemouth, Inglaterra, a seguir cursos de avia-


ción comercial y a estudiar inglés. Allí permaneció un año. Durante
esta estancia en el viejo continente recorrió algunos países de Europa:
Francia, Bélgica, Holanda, Suiza y Alemania.

Cuando retornó al Perú trabajó como instructor de vuelo, piloto de


vuelos de fumigación y de aviones ejecutivos de empresas privadas.
El año 1982 ingresó en segundo lugar entre cien postulantes a un con-
curso público convocado por la compañía de aviación Faucett para
contratar a quince copilotos. Eduardo aprobó las tres pruebas -de in-
glés, entrevista personal y examen siquiátrico- que eran eliminatorias.

Pero la vocación de comerciante reclamaba su lugar. Sin pensarlo dos


veces se inscribió en la Asociación de Exportadores y tras cursar el
plan de estudios de esta institución se graduó de experto en comercio
internacional. Empezó a cosechar éxitos instantáneos en este rubro, el
año 84 se convirtió en el primer exportador de espárragos frescos a

170
Europa utilizando el transporte aéreo de Trujillo a Lima para su mer-
cancía y fundó la empresa Chimú Export E.I.R.L. para exportar
mango fresco al viejo continente. Durante esta temporada compartió
las actividades comerciales con sus labores aeronáuticas.

Por aquellos años no perdió sus vínculos con la actividad minera,


aunque fueron intermitentes, sobre todo cuando retornaba a Trujillo
de vacaciones y aprovechaba esta circunstancia para visitar las minas
de su padre.

Atento a la demanda del mercado nacional también incursionó en


las importaciones, trayendo de Francia fino menaje de cristal de
Arc, sofisticados productos dirigidos a familias de altos ingresos.
Los negocios los dirigía Eduardo en alianza comercial con su padre
y su hermano Fernando, con quienes además importaba procesa-
dores de alimentos de marca francesa, robot coupé, así como lus-
tradoras y licuadoras de marca italiana. Por aquellos años Fernando
se desempeñaba como gerente de la Empresa de Servicios y Sumi-
nistros Mineros del Norte, representante exclusivo de la empresa
trasnacional Atlas Copco, distribuidora de equipos para minería
cuyos propietarios eran don José Rabines Ravines y el ingeniero
Daniel Rodríguez Hoyle.

Todos estos negocios internacionales fueron liquidados cuando


don José Rabines Ravines suscribió con Minero Perú un contrato
por diez años renovables para la explotación de los yacimientos car-
boníferos en Huayday Ambara, ubicados en el Alto Chicama, en la
región La Libertad.

Antes de abandonar la aeronavegación, Eduardo había protagoni-


zado un capítulo en la historia de la aeronavegación en el Perú. Fue
pionero en el manejo de aviones ultraligeros para la fumigación de
campos de cultivo En 1985 realizó el vuelo más largo a bordo de esta
frágil aeronave canadiense marca Beaver de 55 HP de potencia con
dos cilindros y una sola bujía en cada uno de ellos. Se requería de
altas dosis de audacia y coraje para pilotear estas aeronaves experi-
mentales que, a juicio de los entendidos, eran como una escoba con
motor. Los otros pilotos que volaban por hobby en San Bartolo se

171
alejaban tan solo unos pocos kilómetros de su base. Eduardo, en cam-
bio, recorría los trayectos Lima- Trujillo-Chiclayo-Lima y en una
oportunidad debido a los fuertes vientos estuvo a punto de realizar
un aterrizaje de emergencia en el puerto de Malabrigo. La Fuerza Aé-
rea del Perú se opuso a que cumpliera su propósito de ampliar sus
vuelos hasta Tumbes.

En la quinta Chanita de su propiedad en las inmediaciones de la Huaca del Sol y la Luna. Allí
practica su a afición a los caballos de paso.

Los principales diarios de Trujillo y Chiclayo daban cuenta de estos


singulares vuelos. Eduardo recuerda que en uno de esos viajes recaló
en Pacasmayo, donde fue recibido por el jefe del puerto, un anciano
oficial de la Marina de Guerra del Perú. Este ex marino de apellido
Figueroa lo agasajó con un refrigerio en su casa y cuando se enteró de
que era sobrino nieto de Maximino Rabines Pazos su emoción fue to-
tal porque habían sido muy amigos. Una nota periodística publicada

172
en un diario limeño por gestiones del ex marino dio la noticia de este
viaje a Pacasmayo a bordo de una aeronave ultraligera.

Cuando la Fuerza Aérea del Perú fabricó el prototipo de un avión ul-


traligero denominado El Chuspi (en quechua significa colibrí), lo con-
trataron como piloto de pruebas y en uno de los vuelos de prueba
estuvo a punto de sufrir un fatal accidente cuando se disponía al ate-
rrizaje. Su compañero de vuelo era el capitán FAP, Carlos Granthon,
quien falleció años después en un accidente aéreo en la sierra de Ca-
jamarca. El Chuspi fue fabricado por INDAER PERÜ, empresa de la
FAP cuyo primer presidente de directorio fue el general FAP Alfredo
Arrisueño y como adjunto el comandante Fernando Carulla.

A Eduardo se le ocurrió la idea de utilizar estas aeronaves ultraligeras


para la fumigación y creó una empresa para brindar este servicio. A
bordo de estas avionetas recorrió la costa norte desde Lima hasta la
ex hacienda Mallares en la margen derecha del río Chira. Se dedicó a
la aerofumigación hasta que su tío Giuseppe Pace Ravines ingresó a
laborar y se hizo cargo de la empresa. Los principales clientes eran las
empresas azucareras Laredo, Cartavio, Casa Grande, Chiquitoy y al-
gunas haciendas particulares de los valles de Virú y Chao, así como
en San Pedro de Lloc, Pacasmayo Guadalupe, Chepén, la hacienda
Tuman en Chiclayo y Lambayeque.

El encuentro con su destino

La muerte de su padre, don José Rabines Ravines, marcó un hito en


la vida de Eduardo, dio un giro de ciento ochenta grados a su exis-
tencia, al punto de que se puede dividir su biografía en un antes y un
después de este acontecimiento. La década de los años noventa fue
nefasta para sus aspiraciones y proyectos debido a la política neolibe-
ral de Fujimori que favoreció a la gran empresa. El Banco Minero, una
entidad de fomento de la actividad empresarial de los pequeños y
medianos mineros, desapareció sin pena ni gloria. Cada año era peor
que el anterior y todo parecía grisáceo y desalentador. Una sarta de
sucesos, cada uno de ellos más infausto, parecía sepultar cualquier
tentativa de retomar la actividad minera y recuperar el patrimonio
familiar perdido a lo largo de las últimas generaciones. Una seguidi-
lla de desastres parecía anunciar el fin: los estragos de El Fenómeno del

173
Niño del año 1997 afectaron la agricultura, las lluvias cortaron el acceso
al asiento minero y, para colmo de males, cayó el mercado de las
briquetas de carbón industriales como efecto de la crisis económica
general. En esos aciagos años dos importantes proyectos mineros
carboníferos se quemaron en la puerta del horno. El primero fue con
la empresa IDEMITSU KOSAN de Japón que quería exportar ingen-
tes cantidades de carbón desde el puerto de Salaverry. Durante el
año 1996 Eduardo mantuvo comunicación fluida con el gerente de
esta empresa trasnacional, proporcionándoles la información que re-
querían y haciendo de enlace para las gestiones preliminares antes
de la formalización de este megaproyecto. Cuando un grupo de eje-
cutivos se aprestaba a visitar el Perú para ultimar in situ los detalles
de esta cuantiosa inversión, una columna de subversivos del Movi-
miento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA) asaltó la embajada de
Japón y capturó de rehenes a un grupo de connotadas personalida-
des nacionales y extranjeras. La crisis de la embajada generó una cri-
sis que mantuvo al Perú en vilo durante cuatro meses. Los japoneses
cancelaron su visita y desistieron del proyecto de inversión. En el
ranking de la revista Forbes de 1996 KOSAN figuraba entre las 25
empresas más grandes del mundo.

Eduardo, en el escritorio de su residencia.

174
El otro proyecto que naufragó en esa década fue del empresario nor-
teamericano Larry Hunt, a quien Eduardo conoció por intermedio del
decano de Geología de la Universidad Nacional de Ingeniería, inge-
niero Estanislao Dunin Borkoski. Hunt, que tenía sus minas de carbón
en Pensilvania, quería extender sus inversiones a Sudamérica. Un
proyecto lo desvelaba por entonces: exportar carbón para uso domés-
tico desde el Perú a Bolivia y a Brasil. El ejecutivo norteamericano
aseguraba haber hablado personalmente de este proyecto en benefi-
cio de los sectores más pobres con los presidentes de la república de
ambos países. No tardaron en surgir, sin embargo, malentendidos y
diferencias que truncaron el proyecto.

Cuando desfallecía en su vehemente entusiasmo y estaba a punto de


tirar la toalla, de pronto sintió que una luz asomaba en el fosco ho-
rizonte. Eduardo recibió una llamada salvadora. Un viejo amigo de
las épocas de la aerofumigación, el ingeniero Ranulfo Fernández, lo
llamó requiriendo sus servicios de fumigación aérea para Cartavio y
Chiquitoy. Corría el año 2000 y este encargo proporcionó oxígeno y
vitalidad a su alicaída economía.

175
Gracias al gerente de Cartavio, Julio Bustamante, brindó sus servi-
cios a esta empresa azucarera hasta fines del 2002. Este año concretó
un negocio con la empresa minera canadiense Plexmar, Pan Ameri-
can Silver y Enviro Gold de Australia, y algún tiempo después con-
tactó con Atacocha, que deseaba expandir sus operaciones en el
norte y con ella realizó importantes negocios que le abrieron nuevas
perspectivas. Con sus regalías celebró una sociedad comercial con
esta compañía que no solo incrementaron su patrimonio sino que le
permitieron atraer inversiones a favor de la región La Libertad por
alrededor de 70 millones de dólares para la explotación de la mina
Cascaminas y Sayapullo.

Por esta notable contribución que mejoró el nivel socioeconómico de


la provincia Gran Chimú fue condecorado por el Gobierno Regional
con la medalla de La Libertad. También ha sido galardonado con
diploma y medalla de reconocimiento por su valiosa y fructífera la-
bor en el desarrollo de la patria y de la minería por la Universidad
Nacional de Ingeniería, la Universidad Nacional Mayor de San Mar-
cos y el Instituto de Ciencias de la Tierra. La Municipalidad Provin-
cial de Trujillo le ha otorgado medalla y diploma de honor por su
importante trayectoria profesional y valioso aporte a Trujillo y a la
región La Libertad.

Una historia aparte es la forma cómo Eduardo Rabines fue recupe-


rando el patrimonio minero familiar perdido. El siente que la fuerza
invisible de sus ancestros lo ha guiado en ese trayecto, desde que
decidió abandonar la aviación y la actividad exportadora de pro-
ductos agroindustriales para dedicarse de lleno a la explotación mi-
nera. No recibió una cuantiosa herencia, ya que los asientos mine-
ros Rosicler- ahora rebautizado como Bumerán- y Malín se habían
esfumado del patrimonio familiar por maniobras de socios inescru-
pulosos que, con fraudulentos aumentos de capital, fueron desca-
pitalizando a don José Rabines hasta hacerlo perder la propiedad
de sus minas.

Poco tiempo después de la muerte del padre, la empresa estatal Mi-


nero Perú les notificó su decisión de rescindir el contrato para la

176
explotación de la mina de carbón Ambara, en el Alto Chicama. El
pretexto que aducían era que el titular de la concesión minera había
fallecido y que el contrato no era hereditario. En realidad, el con-
trato aún estaba vigente, pues había sido suscrito por diez años y
solo había transcurrido siete, por lo que Eduardo Rabines reclamó
la titularidad del contrato y que se respete el plazo.

Minero Perú aceptó la petición de los herederos. Eduardo y Fer-


nando Rabines continuaron la explotación carbonífera en ese
asiento minero. Avisados de las verdaderas intenciones de Minero
Perú, Eduardo Rabines estableció contactos, obtuvo el financia-
miento y escribió una carta notarial a la empresa estatal para solici-
tar que se le otorgue la opción preferencial de compra en su condi-
ción de titulares de la concesión minera. Minero Perú nunca con-
testó esa carta notarial. Al cabo de un año sacó a licitación interna-
cional la concesión de la mina Ambara enviándoles una escueta no-
tificación. En 1996 el gobierno de Fujimori los hizo desalojar de esa
propiedad minera y desde entonces los Rabines siguen un juicio
contra el Estado.

No obstante estos contratiempos no lograban derrotarlo. Hubo mo-


mentos en que hasta su propia familia le sugería que se dedique a
otra actividad, años en que solo lo sostenía su convicción en las po-
tencialidades de la actividad minera y sus promesas para el desarro-
llo económico nacional. Nunca, ni en las situaciones límite, cuando
recibía contundentes negativas disminuyó su fe en que el Perú es un
país minero por excelencia y que había un llamado de sus antepasa-
dos que lo estimulaba a recobrar el estatus familiar perdido.

177
Compañía minera Lucma S.A.C.

Compañía minera Río Chicama.

Ambos son los más recientes emprendimientos mineros de Eduardo Rabines Llontop.

178
Pero la diosa Fortuna, tan propicia con los prohombres de su clan
familiar, nunca lo abandonó en los momentos cruciales, cuando es-
tuvo a punto de perder los títulos de las concesiones mineras por
falta de pago de las obligaciones contractuales. En una de esas oca-
siones, un empresario minero de Lima, Herbert Fiedler Villalonga, a
quien no conocía personalmente tuvo un papel providencial para
salvar esos derechos de vigencia de las concesiones mineras. Fiedler
Villalonga conocía de las peripecias de Eduardo por Guillermo Mon-
tori Roggero, hijo del empresario minero Carlos Montori, por lo que
conmovido por las dificultades financieras que él también había su-
frido le brindó la ayuda económica.

Producto de su esfuerzo personal y del agudo sentido de la oportu-


nidad, Eduardo fue adquiriendo diversas áreas mineras que negoció
con Panamerican Silver, Plexmar y Atacocha, lo que le ha permitido
una situación económica holgada y volver al mundo empresarial mi-
nero por la puerta grande. Actualmente, Rosicler, que logró recupe-
rar vía un petitorio de concesión minera el año 2006, está en vísperas
de iniciar un nuevo proyecto de explotación de plata, oro y antimo-
nio. Se trata de una mina cuya propiedad corresponde al ciento por
ciento a Eduardo Rabines. También es copropietario del cincuenta
por ciento de las acciones de la mina polimetálica Lourdes Manuela
en Otuzco y posee la titularidad de más de seis mil hectáreas de de-
rechos mineros en la región La Libertad.

LUCMA SAC y Compañía Minera Río Chicama SAC., dos empren-


dimientos mineros de Eduardo funcionaron hasta el 2018, cada una
de ellas con su propia planta concentradora de minerales de 250
TMD y 350 TMD. Actualmente con su amigo y socio en algunos de-
rechos mineros, Jimmy Pflucker Pinillos, vienen desarrollando pro-
yectos de explotación minera aprovechando que Jimmy es dueño de
la mejor planta de beneficios de minerales en el norte peruano.
Jimmy es un emprendedor muy dinámico y proactivo, capaz de
abrir sus propios mercados logrando exportar directamente a Dubái.

179
Pese a la buena fortuna, que es su principal aliada, Eduardo Rabines
Llontop no se ha dormido en sus laureles. Continúa con el ímpetu y
la vehemencia propias de su carácter y todo parece indicar que per-
sistirá en la promoción y explotación minera los próximos años.
Ahora está más convencido que nunca que la minería no es solo una
vocación sino su destino. Su optimismo está basado ahora en datos
estadísticos, en la objetiva situación de los mercados internacionales
y en el cálculo de las reservas mundiales. Haciendo un pronóstico
del futuro de la minería él concluye que el precio de los minerales
continuará al alza, sobre todo el de la plata, lo que permite vaticinar
que no habrá una dramática baja en la cotización de este metal y que
su precio no será objeto de maniobras especulativas en el mercado
internacional.

180
181
LOS RABINES Y LA POLÍTICA

Conciliábulo. En una sobremesa conversan tres protagonistas de la historia del Perú: Eudocio
Ravines, Pedro Beltrán y Víctor Raúl Haya de la Torre.

182
183
Eudocio Ravines Pérez

Eudocio era fundamentalmente un extremista. Veía la verdad en el extremo


y, por ello, viajo del uno al otro.

Eudocio Ravines Pérez, Víctor Raúl Haya de la Torre y José Carlos Mariátegui, tres de los líde-
res políticos que, además de agitadores de masas, fueron los intelectuales más importantes del
siglo XX en el Perú.

Alejado de su lar y despojado oficialmente de su ciudadanía, resis-


tiendo aún el peso de un odio extendido y concentrado sobre él, ga-
nándose a la edad provecta el sustento diario con el trabajo diario,
combatido y aún combatiente, brillante de forma natural pero, sin
embargo, tenazmente opacado, apasionado de un modo terrible y, no
obstante, lúcido, Eudocio Ravines Pérez murió atropellado el jueves
pasado en la ciudad de México, a la edad de 83 años. No quiero su-
marme a la infamia del silenciamiento.

Por encima de esa espesa cortina de anticuerpos que usualmente des-


pertaba, aún en las filas de sus amigos, no es justo dejar de señalar la
figura meridiana de un peruano que fue protagonista, sin embargo,
de capítulos importantes de nuestra historia reciente. Ravines es gran
parte de ella.

Eudocio vivió en la pobreza y ha muerto en ella. Eudocio vivió traba-


jando y murió trabajando. Por encima de sus aportes- discutibles o

184
no- al movimiento político del país en los últimos cincuenta años,
Ravines ha aportado lo que muy políticos pueden presentar en el mo-
mento del balance: una heredad sin cuentas corrientes, una imperiosa
necesidad de seguir trabajando como el primer día.

¿Por qué concentró tantos odios, tantas pasiones y tantas aversiones?

Creo que, en primer término, por su intransigencia beligerante y ofen-


siva. Ravines no solía andarse por las ramas ni, tampoco, solía pon-
derar o medir. No le interesaban las personas sino las cosas quizás
porque, a partir de ellas- y esta era la raíz de su sólida formación mar-
xista-, podrían las personas empezar a constituirse.

Siempre pensé que Eudocio era fundamentalmente un extremista.


Veía la verdad en el extremo y, por ello, viajo del uno al otro. Como
Silote, con Wittfogel y como tantos otros ingresó, por ello, a la ya
vasta legión de los “renegados” del comunismo marxista. Como to-
dos ellos, fue lúcido y brillante pero, aún más, fue también beligerante
y combatiente hasta el último segundo de su vida.

No concedía a nadie, ni tampoco a él mismo, tregua de ninguna clase.


Vivió por ello, en un destierro permanente, en una lucha permanente,
en un antagonismo permanente, en una odiosidad permanente, en
una pobreza permanente.

Creo que una de las más tremendas crueldades que cometemos los
peruanos, casi como una costumbre, es el olvido de los propios, esa
suerte de canibalismo que practicamos desde hace tanto, esa manera
ya no solo de olvidar sino de hundir y destrozar a las personas, a sus
vidas y a sus obras.

Son muchos los ejemplos de esta especial memoria colectiva del país
o, si se quiere, de esta inmemoria morbosa y extendida. Hoy podría
estar cometiéndose uno de aquellos extremos.

Aunque es verdad que Eudocio facilitó, con su estilo, la concentración


de tantas animosidades, no lo es menos que los juicios colectivos de-
ben conocer, en primera instancia, una auténtica emancipación de

185
estos sentimientos convalecientes y provisorios. La conjura del silen-
cio sobre Ravines ofende más al país que a él mismo.

No será fácil, aún por encima de las animosidades y los resentimien-


tos, ocultar la coherencia, la brillantez, el aporte y la obra de Eudocio
Ravines. Yo, por lo pronto, aquí quisiera cumplir, aunque fuera a me-
dias, el deber elemental de conciencia de empinarme sobre la animo-
sidad para rendir homenaje a un peruano que la historia no podrá
dejar de reconocer.

Arturo Salazar Larraín, compañero de trajines periodísticos, escribió este ar-


tículo en el que le rinde homenaje a la memoria de un hombre cuya biografía
sintetiza las peripecias y disyuntivas del peruano del siglo XX.

186
Una vida sin tregua

C
omo todo hombre de convicciones tajantes, concitaba sentimientos
encontrados, no se podía mantener con respecto a él una posición
equidistante. A Eudocio Ravines se le denostaba o admiraba, se le
odiaba o amaba, se le vilipendiaba o elogiaba.

Lúcido, fogoso, controversial, el camaleónico líder político Eudocio Ravines Pérez encarna un
capítulo de la historia del Perú como testigo privilegiado de momentos decisivos en el siglo XX.

187
En el siglo XX ha brillado con luz propia el intelectual, periodista, es-
critor y político de controvertida trayectoria Eudocio Ravines Pérez.
Nacido en Cajamarca en 1895, hijo de Víctor Ravines Perales y Leonor
Pérez Manzanares. Cursó estudios secundarios en el Colegio San Ra-
món de Cajamarca. En 1917 viajó a Lima, donde prestó sus servicios
en diversas firmas comerciales vinculándose al mismo tiempo a los
movimientos obreros y estudiantiles. Arrestado por el gobierno de
Leguía en 1924 fue confinado en la Isla San Lorenzo.

La vida de Eudocio Ravines estuvo marcada desde el inicio por difi-


cultades de índole familiar. Su padre desapareció en la selva, a donde
había marchado huyendo de la incertidumbre económica. La única
esperanza de mejora en su situación material se esfumó cuando el año
1904 perdió las elecciones generales el Partido Demócrata de Nicolás
de Piérola (1839-1911), a quien la familia Ravines apoyaba con ce-
rrado entusiasmo. El candidato del conservador Partido Civil, José
Pardo (1854-1947), ganó esos comicios generales censitarios, en los
que la inmensa mayoría de peruanos estaba excluida de ejercer el de-
recho de sufragio. Por entonces se vivía el apogeo de lo que los histo-
riadores han denominado la “República Aristocrática”.

Víctor Ravines debió abandonar toda esperanza de ser incorporado


al ejército con el grado de sargento mayor y asegurar con ello el por-
venir de su familia. Se hace artesano, pero sus ingresos son misera-
bles. Los padres de Eudocio rematan sus objetos de plata, la capa de
pieles de la madre y “la gran cama de metal de dos plazas, con su alta
y labrada corona de bronce, que había presidido nuestros nacimien-
tos y nuestra primera infancia” (p. 19).

Ravines contempla cómo se desbarata su hogar a través de los ojos de


su padre, desolado por no tener medios para mantener la dignidad
de la familia. Para superar esta situación, el padre decide emigrar en
busca de fortuna, pero no a la costa donde probablemente sólo podría
haber trabajado en las haciendas, sino a la selva, animado por histo-
rias de riquezas fabulosas que habrían obtenido algunos vecinos de
la ciudad.

188
La partida del padre es un acontecimiento desgarrador para el pe-
queño Eudocio, quien lo había idealizado al punto que los años no
pudieron opacar las reverberaciones que suscitaba el recuerdo de la
figura paterna. Ningún otro personaje masculino descrito por la afi-
lada pluma de Eudocio Ravines (exceptuando quizá a Haya de la To-
rre) alcanzó esa dimensión rayana entre lo épico y lo lírico.

La partida del padre trastorna todo el universo del niño y le hace co-
nocer el miedo en estado puro: “Por la noche mi padre hizo ingresar
al patio, atravesando la habitación que nos servía de dormitorio, la
mula en que debía partir. Desde mi cama…contemplé los ojos verdo-
sos, relucientes, del animal un tanto asustado al atravesar la pieza a
oscuras. Los cascos herrados sobre los ladrillos y aquellas pisadas gol-
peaban sobre mi corazón. Tenía pavor…sí, era de miedo a que aquel
hombre no regresara nunca más.”

El padre en los momentos previos a su salida hacia la selva es descrito


como si fuera ya un ser fantasmal: “Y él estaba allí, de pie, calzado de
grandes botas, inmenso, blanco como la cal de la pared, con los labios
resecos y los ojos enrojecidos y tumescentes. Su chaqueta de cuero
olía a piel curtida.”

La premonición de la desaparición inexorable otorga a la figura del


padre un carácter inasible y a la vez opresivo, ya que su partida se
relata desde una soledad abrumadora y desde la total desesperanza.
Hasta entonces la educación sentimental de Eudocio estuvo marcada
por el contraste entre los caracteres disímiles del padre y la madre:
“Mis padres tenían sentidos antagónicos de la vida, no obstante que
se querían y se llevaban muy bien”, confirma en sus memorias.

Librepensador, el uno; católica ultramontana la mamá. Flexible, tole-


rante y desordenado el padre versus la actitud dogmática, rígida y
apasionada de la madre. Una lucha entre dos fuerzas opuestas escin-
dió la niñez de Eudocio, quien sorprende por la lucidez con que per-
cibió esas dos actitudes arquetípicas. Al final de cuentas, a la hora del
balance retrospectivo, se impone la impronta de la madre. “En las
controversias domésticas ganaba siempre mi madre ante mí, por la

189
carga de moción y de pasión que ponía en todo. Mi padre perdía por-
que se burlaba, no daba importancia a lo que la tenía para mí”.

La confrontación entre los padres se hace evidente incluso en situa-


ciones aparentemente anecdóticas. El padre lo llevaba al circo, donde
el niño vivía fuertes emociones, pero al regresar a casa aceptaba sin
chistar que la madre lo obligara a hacer penitencia por ello, a rezar
incontables credos y mea culpas, y memorizar textos devotos.

La muerte del padre sume a la madre y a los cuatro hijos (Eudocio,


Manuel, Leonor y Anita) en la miseria. Doña Leonor se gana la vida
planchando ayudada por el pequeño Eudocio. Es una actividad ago-
tadora que realizan con desesperación y amargura. En medio de esa
pobreza sin aparentes esperanzas la madre se entrega devotamente a
la lectura y hace de esta pasión al hijo mayor su más leal cómplice. En
estas circunstancias lee solo libros religiosos: La Ciudad de Dios, la
Suma Teológica, además de textos de los profetas y la Biblia. Como re-
sultado la mente del pequeño Ravines era un “hervidero teológico”.

“Cuando las planchas estaban calientes, me hacía leer la hagiografía


del santo del día…en unos libros impresos en tipo menudo y de estilo
monótono y afectadamente devoto…El enfriamiento de las planchas
proporcionaba un momentáneo descanso y me permitía suspender la
lectura, a veces en el episodio en que el mártir iba a beber plomo hir-
viendo, o en el que pedía le dieses vuelta en la parrilla donde se tos-
taba, o en el que la santa iba a ser trozada en dos por una sierra.”

Esta infausta etapa llega a su fin cuando su madre obtiene un nom-


bramiento de maestra para el pueblo de Matara (al sureste de Caja-
marca), que le proporciona el coronel, tío paterno de Ravines. En teo-
ría, la profesora era la madre de Ravines, pero quien enseña real-
mente es el pequeño Eudocio que con apenas diez años se convierte
en el encargado de impartir las lecciones de ciencias y letras. Debe
enseñar a niñas y jóvenes de seis a veinte años:

“Aprendí así, solo, a explicar las fases de la luna, el proceso de las


estaciones, los secretos de la división de los números enteros y de la
decimalización de los quebrados; penetré de asombro en asombro, en

190
un verdadero país de las maravillas. Y poco tiempo después la es-
cuela funcionaba con gran progreso de las chicas, sin que fuese obs-
táculo que las alumnas me llevasen muchos años en edad.”

En la remota aldea de Matara sorprendió a los pobladores cuando,


ante la ausencia del párroco de la iglesia, subió al púlpito a dar la
homilía dando muestras de haber leído la Biblia al revés y al derecho.
Las lecturas religiosas, de hecho, marcaron indeleblemente la forma-
ción intelectual de Eudocio. El mismo lo confesó en La gran estafa:
“Hubo escasa fantasía en mi infancia, o quizá sea mejor decir que ella
tuvo esencia y aparecer místicos: fue ascética, teológica, poblada por
trascendencias que se movían en catacumbas y tebaidas”.

Ya a temprana edad, Eudocio había dado muestras de un talento ex-


cepcional, por lo que el coronel Belisario Ravines no dudó en acogerlo
en su casa y apoyarlo en sus estudios, que realizó autodidactamente.
En su testimonio autobiográfico confiesa:

“Jamás fui a la escuela primaria y mi madre fue mi primer maestro,


por decisión irrevocable y pertinaz que mi padre no pudo, ni supo
contrarrestar. Siendo niño no tuve otros amigos que mis numerosos
primos y sobrinos de mi edad”.

Las sui generis circunstancias que le tocó vivir precipitaron ese pre-
coz talento y además un sentido combativo y trágico de la vida. La
estancia en Matara determinó un cambio significativo, pues “consti-
tuyó en realidad mi ingreso al mundo, mi paso colectivo con la vida;
en su ambiente salí del estrecho contorno familiar y empecé a apren-
der, a conocer y a entrar a la vida de las gentes.”

Por esta época debió llegar la noticia de la muerte del padre en cir-
cunstancias extrañas en la selva. Y esta mezcla de sentimiento de or-
fandad y la aguda sensación de la dureza del camino que debía reco-
rrer en la vida marcaron de modo definitivo su cosmovisión y su ac-
titud que se reflejaría a lo largo de su azarosa trayectoria existencial.

“Y comencé a encarar la vida como un enemigo…No se trataba de


disfrutar ni de pasar: se trataba de luchar…Y sin que mis diez años se

191
diesen cuenta de ello, sin que lo presintiese siquiera, sobre mi vida
tronaba lo esencial de Darwin y lo vital de Nietzsche.”

Años más tarde, cuando Eudocio tenía quince años, llegó a Cajamarca
una delegación de intelectuales trujillanos para afianzar el acerca-
miento entre ambos pueblos que antes habían mantenido cierta riva-
lidad. Entre los visitantes estaban Víctor Raúl Haya de la Torre, Alci-
des Spelucín, Antenor Orrego, quienes ofrecieron un recital en el tea-
tro de Cajamarca. En la velada literaria el poeta José Gálvez recitó un
poema a Cajamarca. Todos ellos se alojaron en la casa del coronel Be-
lisario Ravines, donde el púber Eudocio vivía desde hacía algún
tiempo.

En la casa del veterano coronel, el pequeño Eudocio había sido en di-


versas veladas familiares el centro de atención por las demostraciones
efectistas que hacía de su asombrosa capacidad mnemotécnica. Se
aprendía de memoria los discursos de don Nicolás de Piérola y los
repetía al pie de la letra en el salón del coronel, ante una entusiasmada
concurrencia de fervorosos demócratas quienes después de Dios,
creían en la santidad milagrera y en el talento genial del Califa.

El coronel no desperdició la oportunidad de relacionar a su talentoso


sobrino con lo más graneado de la intelectualidad trujillana. Eudocio
causó una grata sorpresa cuando recitó de memoria el poema que
Gálvez había declamado en el teatro, había bastado escucharlo una
vez para que lo aprendiera haciendo gala de una retentiva elefantiá-
sica. A partir de ese momento Haya de la Torre sintió viva curiosidad
por el púber. El futuro fundador del APRA tenía diecinueve y Eudo-
cio quince años. Años más tarde habrían de coincidir en Lima en las
aulas de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, se hicieron
muy amigos y la relación amical se hizo más intensa porque ambos
fueron deportados por el régimen de Augusto B. Leguía. Los dos jó-
venes exilados arribaron a París, allí vivieron unos años juntos y
luego se trasladaron a Alemania. Eran amigos inseparables.

De regreso al Perú, en 1929, fundó con José Carlos Mariátegui el Par-


tido Socialista del Perú, que cambió posteriormente a Partido Comu-
nista del Perú. Detenido y deportado nuevamente a Argentina

192
retornó al Perú en 1931. A raíz de la huelga de los mineros de la sierra
central, es recluido en los aljibes del Real Felipe, en el Callao, donde
permaneció cerca de dos años. Evadido de la prisión en 1932, viajó
clandestinamente a Rusia, donde residió hasta 1935.

Radicado posteriormente en Chile, país en el que contrajo nupcias con


Delia la Fuente, con quien tuvo dos hijas Marzia y Jimena. Regresó a
Lima en 1945, organizando y dirigiendo el periódico Vanguardia, en
cuyas columnas desplegó una intensa campaña política. En 1947 asu-
mió la dirección del diario La Prensa. En 1950 fundó el vespertino
Última Hora. El mismo año el gobierno de Odría lo deportó a México.

Retornó al Perú en 1957 para continuar su actividad periodística con


la revista Vanguardia y luego en el programa Vanguardia en Televisión.
En 1969 fue deportado nuevamente a México. Por decreto ley N°
18309, expedido por el gobierno revolucionario de las Fuerzas Arma-
das, se le privó de la nacionalidad peruana y se le prohibió definiti-
vamente su ingreso al país.

La disidencia de Eudocio de Haya de la Torre y del aprismo comenzó


en el Congreso de la Tercera Internacional Comunista que se celebró
en Estocolmo y en el que participó como delegado enviado por el mo-
vimiento indoamericano de filiación izquierdista que lideraba Haya
de la Torre. Todavía no existía el APRA como partido político nacio-
nal. En ese congreso comenzó la conversión de Eudocio Ravines tras
entablar amistad con los líderes más connotados de la Rusia comu-
nista. El mensaje marxista caló muy hondo en su pensamiento y des-
pués de muchas discusiones internas con Haya de la Torre- que no se
definía como un marxista cabal y más bien sostenía la necesidad de
crear una interpretación marxista original para el singular espacio-
tiempo-histórico latinoamericano- decidió apartarse del incipiente
movimiento aprista.

En Rusia conoció a Mao, con quien compartió estudios ideológicos y


congeniaron en diversas posiciones.

De temperamento radical, Eudocio abrazó con pasión de converso el


marxismo, se volvió un marxista leninista fanático. El ardor con que

193
asumió el nuevo credo impresionó a los líderes rusos que lo becaron
para que siga estudios de marxismo-leninismo en la misma Rusia. Di-
versas versiones fidedignas aseguran que allí conoció a Mao Zedong,
con quien compartió estudios ideológicos y congeniaron en diversas
posiciones a pesar de que Mao era de mayor edad.

La primera metamorfosis ideológica de Eudocio comenzó durante la


Tercera Internacional comunista celebrada en Estocolmo.

Su estadía en Rusia se prolongó durante cinco años, luego fue desig-


nado comisario de la izquierda internacional para América Latina.
Eudocio sentó sus reales en Chile, donde el comunismo había exten-
dido sus tentáculos. Argentina y Chile eran los países sudamericanos
en el que las ideas marxista había recibido aceptación de las élites po-
líticas e intelectuales. Tras el estallido de la Guerra Civil Española, el
diario La Nación de Buenos Aires lo envió como corresponsal de gue-
rra a España, donde luchó furibundamente a favor del bando repu-
blicano.

El plan de Lenin era apoyar al bando republicano con ideas y con ar-
mas, así como los nacionalistas franquistas recibían la colaboración
desembozada de los alemanes y los italianos. La suerte se inclinó a
favor del triunfo de los nacionalistas porque, entre otras razones, re-
cibió un apoyo más decidido de los nacionalsocialistas alemanes y
fascistas italianos. El bombardeo inmisericorde de Guernica, una

194
población vasca desmilitarizada, fue obra de la aplastante fuerza aé-
rea alemana que probó en esa masacre el poderío bélico que más tarde
puso en acción en la Segunda Guerra Mundial.

En una entrevista con Hugo Martin Ravines, sobrino de Eudocio, rea-


lizada en el mes de julio del año 2008, lo recuerda con vívidas imáge-
nes. Recuerda a un hombre que subyugaba con su conversación por-
que parecía tener el don de la omnisciencia. Tenía respuestas para to-
das las preguntas y absolvía las interrogantes con la solvencia de un
maestro que está dispuesto a educar. Hugo Martin Ravines afirma
que aprendió marxismo guiado directa e indirectamente por él. Con-
taba con apenas dieciséis años de edad.

No es el único familiar que lo evoca con rasgos nítidos: Eduardo Ra-


bines, quien lo vio por primera vez en Lima cuando era apenas un
niño, cuenta una anécdota que revela la chispa y el humor sarcástico
de Eudocio. Este le preguntó a boca de jarro si ya le habían enseñado
en el colegio la historia de la Guerra con Chile. “Sí”- le respondió
Eduardo entusiasmado. “Y tú sabes quién es el único peruano que ha
vengado la afrenta de los chilenos contra el Perú”. “No”- le contestó
el mocoso con ágiles reflejos. “Yo, pues”- espetó el tío Eudocio-. “Yo
les fundé el Partido Comunista”- fulminó y esbozó una risa sardó-
nica.

Un recuerdo que el tiempo no ha logrado erosionar es el mal genio de


Eudocio Ravines, bronco temperamento que, por lo demás, le viene
de raza. Es proverbial en la familia Ravines el carácter arisco, indó-
mito y agreste. El año 45, Eudocio dirigía con la vehemencia que solía
imprimir a las pasiones que asumía el diario La Prensa y, al mismo
tiempo, el semanario Vanguardia: un periódico formato estándar de
cuatro carillas. Esta última publicación sulfuraba antiaprismo, fue
fundada con el explícito propósito de destruir al APRA. No lo ami-
lanó el hecho de que este partido fuera el poder detrás del trono tras
haber coadyuvado al triunfo de José Luis Bustamante y Rivero.

195
Muy cara debió pagar la victoria el patricio de la política que fue José
Luis Bustamante y Rivero, quien fue apodado como el “cojurídico”
por su apego a la ley y su pulcro respeto a las formas democráticas.
Una vez instalado en la Casa de Pizarro, comenzaron los tiras y aflojas
con los aliados apristas, quienes intentaban manipularlo como si
fuera una marioneta. Haya de la Torre, a quien por entonces llamaban
con el seudónimo Pachacutec, se creía con mejor derecho a gobernar
tras bambalinas. Todos estos chanchullos políticos los denunciaba el
semanario Vanguardia que dirigía Eudocio Ravines.

Este periódico solo contaba con un colaborador que era Roberto Ra-
mírez del Villar, amigo y admirador de la apabullante personalidad
de Eudocio. La contra carátula de Vanguardia era una sección inamo-
vible dedicada a poner en entredicho la tesis de Haya de la Torre so-
bre el espacio-tiempo-histórico desde el punto de vista científico e
ideológico.

Eudocio siempre mantuvo una vida agitada. Durante su estadía en


Chile vivió a un ritmo vertiginoso, que empezaba a tempranas horas
de la mañana, pues a él le bastaba dormir cuatro horas para recuperar
energías. En este país hubo una época en que dirigió cuatro periódi-
cos al mismo tiempo. Cuando alguien le preguntó cómo se las arre-
glaba para hacer tantas cosas a la vez, él contaba que Vanguardia, por
ejemplo, la escribía de noche urgido por la premura de los cierres de
edición.

196
Su incesante actividad no sólo la desplegó en sus labores periodísti-
cas, también en la política realizó una tarea intensa. En Chile organizó
el Frente Popular para lanzar la candidatura de Aguirre Cerda. Se tra-
taba de un movimiento comunista que logró obtener un mayoritario
respaldo popular en las elecciones generales catapultando a Aguirre
Cerda a la primera magistratura de la nación. No duró mucho en el
ejercicio de la presidencia de la República, cargo del que fue desalo-
jado por un golpe de Estado.

Esta fallida experiencia en el poder marcó el comienzo de las desave-


nencias entre Eudocio Ravines y los comunistas chilenos. Estos lo
acusaron de desviacionismo ideológico, de moscovita, por lo que
aquel se vio obligado a renunciar a la ideología marxista. Había co-
menzado, en realidad, una nueva reconversión en la volátil persona-
lidad de Ravines. Atrás quedaron sus años de comisario ideológico,
de su marxismo ortodoxo, de su apasionada y controversial militan-
cia en las filas de la izquierda latinoamericana.

Para que no queden dudas de su metamorfosis ideológica escribe La


gran estafa o el camino de Yenan, obra en la analizando el maoísmo
concluye que el marxismo era una ideología desfasada. En este libro
marca su disidencia tanto del marxismo como del maoísmo. Su re-
conversión ideológica no fue, sin embargo, una decisión exenta de
contratiempos y adversidades; muy pronto empezó a recibir amena-
zas y sufrió atentados contra su vida. Sus vitriólicos artículos contra
el marxismo publicados en Vanguardia suscitaron las iras santas de
los camaradas de la Tercera Internacional.

Peleado con tirios y troyanos, Eudocio no bajó la guardia y continuó


su infatigable labor de intelectual y francotirador contra la izquierda
comunista y la socialdemocracia aprista. Desde las páginas de van-
guardia continuó poniendo en tela de juicio el concepto del espacio-
tiempo- histórico de Haya de la Torre, incluso con cuestionamientos
cada vez más radicales llegando a calificar a esta tesis clave de la ideo-
logía aprista como un esperpento. Ravines se ensañaba con esta tesis
aprista sarcásticamente, pues enfatizaba que Haya había conocido a
Einstein e incluso le había expuesto su teoría como la aplicación de la
relatividad a la interpretación izquierdista de la realidad indoameri-
cana.

197
Los cuestionamientos de Eudocio Ravines no eran superfluos, hay un
consenso cada vez mayor que él fue, sin lugar a dudas, el mejor mar-
xista de Latinoamérica y que, desde esta perspectiva, lanzaba sus crí-
ticas contra los intentos mixtificadores de Haya. Ravines había estu-
diado ruso durante cinco años, hablaba francés, inglés, alemán y sabía
algo del chino mandarín. Era un hombre muy inteligente aunque po-
seído de un fuerte espíritu destructor, de ideas que no conocían de
matices, extremista por antonomasia. Por eso su antiaprismo, por
ejemplo, fue furibundo, hizo una campaña demoledora contra el
APRA y de alguna manera contribuyó a la crisis política que precipitó
la dictadura militar de Odría. Apenas instalado en el poder y dándose
cuenta muy pronto del peligro que suponía Ravines para la estabili-
dad del flamante régimen, Odría lo expulsó del país.

Tras romper con el comunismo, los Estados Unidos lo apoyaron por-


que se dieron cuenta de que en plena guerra fría era un tipo muy útil
dada su vasta experiencia en el conocimiento de las izquierdas crio-
llas latinoamericanas. Había combatido contra el aprismo, el comu-
nismo, el castrismo y en los años setenta también hacía oposición mi-
litante contra el régimen militar de izquierda de Juan Velasco Alva-
rado. Los norteamericanos luchaban soterradamente contra el go-
bierno de Velasco y por ello Eudocio Ravines era un compañero de
ruta oportuno. Hay, por lo demás, toda una leyenda negra urbana
que los apristas han construido en torno a la figura de Ravines, que
el tiempo se encargará de disipar cuando se conozcan las reales cir-
cunstancias en que discurrió la vida política de esos años.

Pero no todos lo odiaban visceralmente. Como todo hombre de con-


vicciones tajantes, concitaba sentimientos encontrados, no se podía
mantener con respecto a él una posición equidistante. A Eudocio
Ravines se le denostaba o admiraba, se le odiaba o amaba, se le vili-
pendiaba o elogiaba.

Eduardo Rabines recuerda con nitidez un día del año 1986 en que de
paso por Miami, adonde había viajado para comprar repuestos de
avión, abordó un taxi cuyo chofer era un cubano refugiado. En el tra-
yecto se entabló una conversación que muy pronto derivó en la

198
política. El cubano habló pestes de Alan García y, como para salvar el
honor del Perú, señaló que nuestro país era cuna de uno de los más
grandes políticos. Mayúscula fue la sorpresa de Eduardo cuando
mencionó el nombre de Eudocio Ravines. Lo escuchó todavía un rato
y cuando terminó su perorata le dijo que ese político era ni más ni
menos que su tío. Por toda respuesta, el taxista apagó el taxímetro y
lo llevó a su destino gratis.

En los últimos años de su ajetreada vida, radicado en México, Eudo-


cio Ravines conducía un programa periodístico semanal en el que ata-
caba a Fidel Castro y a los sandinistas de Nicaragua. Las causas de su
muerte no fueron totalmente esclarecidas, pero su familia cree que
fue asesinado por los sandinistas que no le perdonaron sus críticas
airadas y sistemáticas. Un día salió a pasear sin la custodia de su guar-
daespaldas por los alrededores de las Lomas de Chapultepec, zona
residencial donde vivía. De pronto, sin que pudiera parapetarse, un
auto irrumpió en el sardinel y lo atropelló a pocos metros de su casa.
No murió instantáneamente, quedó muy mal herido y poco después
falleció en el hospital. Algún tiempo atrás había instruido a su familia
que en su epitafio se inscribiera la siguiente frase. “Aquí terminó una
vida maravillosa”.

Eudocio Ravines es autor de El momento político (1945), The Yenan


Way (1951), La gran estafa (1952), América Latina un continente en
erupción (1956), La gran promesa (1963), El rescate de Chile (1974),
Capitalismo o comunismo, disyuntiva del siglo (1976).

199
Eudocio Ravines, César Vallejo y Haya de la
Torre
Tres destinos cruciales

Las relaciones de amistad entre Eudocio Ravines y el vate peruano


universal César Abraham Vallejo Mendoza se iniciaron en París, a
donde llegó el primero deportado por el gobierno de Augusto B. Le-
guía tras una intensa campaña de agitación social que contribuyó a

200
desestabilizar la dictadura leguiísta. La larga carrera política de Ravi-
nes comenzó en Lima como activista de una organización sindical de
empleados. La experiencia fue algo frustrante, pues en los empleados
pequeño burgueses, el temperamento radical de Ravines no encontró
campo propicio.

En París trabó relación con Henri Barbusse (1873-1935), intelectual


pacifista francés, que lo puso en contacto con la Internacional Co-
munista (Comitern), organismo fundado en 1919 para fomentar la
revolución a nivel internacional, pero que acabó convertido en un
instrumento de la política exterior soviética hasta su desaparición
en 1943. A la muerte de Mariátegui, en 1930, Ravines fue nombrado
secretario general del Partido Comunista del Perú.

Corría fines del año 1928 cuando se constituyó en París la célula mar-
xista-leninista peruana, integrada por seis miembros (entre los que se
contaban Eudocio Ravines, secretario general de esta célula, César
Vallejo, Armando Bazán, Juan J. Paiva, Jorge Seoane y Demetrio Te-
llo). Esta célula decidió repudiar las ideas contrarrevolucionarias de
Víctor Raúl Haya de la Torre y el APRA.

César Vallejo había regresado de su primer viaje a la Unión de Re-


públicas Socialistas Soviéticas, converso al marxismo y dispuesto a
asumir el compromiso político y social. En una carta a Pablo Abril
de Vivero, fechada el 25 de octubre de 1928, le expresa su admira-
ción por el soviet ruso: “Lo del soviet es una cosa formidable. Más
todavía: milagrosa.” Y en una posterior misiva al mismo destinata-
rio, el 27 de diciembre de ese año, concluye reafirmando sus ideas
de cambio y de compromiso social:

“Estoy dispuesto a trabajar cuanto pueda, al servicio de la justicia


económica cuyos errores actuales sufrimos: usted, yo y la mayoría
de los hombres, en provecho de unos cuantos ladrones y canallas.
Debemos unirnos todos los que sufrimos la actual estafa capitalista,
para echar abajo este estado de cosas. Voy sintiéndome revolucio-
nario y revolucionario por experiencia vivida, más que por ideas
aprendidas.”

201
La viuda del poeta, Georgette Phillipart de Vallejo, en su libro “¡Va-
llejo: allá ellos, allá ellos, allá ellos!” refiere que el 28 de diciembre
de 1928 el autor de Trilce “corta todo vínculo con el aprismo…y
hace pública su determinación: firma el documento redactado y pu-
blicado por varios peruanos más, entre estos Eudocio Ravines por
entonces marxista, que repudia terminantemente al partido Aprista
por la nueva orientación contrarrevolucionaria que le insuflan las
nuevas teorías de Haya de la Torre, su jefe.”

Una anécdota narrada por Armando Bazán, cofrade de Vallejo, en


su libro “César Vallejo: Dolor y poesía” tiene como protagonistas a
Haya de la Torre, César Vallejo y Eudocio Ravines, quien acompa-
ñaba al líder aprista una noche otoñal de 1926 en una bohemia pa-
risina.

“Estando en “La Rotonde”, café que Haya frecuentaba y donde co-


noció y discutió más de una vez con don Miguel de Unamuno, al-
guien le informó que no lejos de allí, en el estudio de Vercingetórix,
donde los More habían instalado su tienda de campaña, se llevaba
a cabo una fiesta de conocidos artistas, en la que él sería recibido
placenteramente. El líder que se encontraba como siempre con su
cohorte de partidarios, entreviendo la posibilidad de nuevas cate-
quizaciones, allá fue inmediatamente. La fanfarria de los bohemios,
efectivamente, se iniciaba ardiendo con sus mejores fuegos de cor-
dialidad, buen humor y alegría. La voz de Huidobro empezaba a
aflautarse, la de Larrea a templar su nervio español; la melena de
Gonzalo More, a alcanzar el límite de la anarquía; la expresión de
Ernesto a ponerse tan humilde y llorosa como la de sus indiecitos
de Puno; el cuerpo, todo el cuerpo y el alma de Vallejo, a vibrar y
encenderse como una tea. Los demás asistentes giraban más o me-
nos bulliciosos e iluminados alrededor de tales astros.

La presencia de Haya, a quien todos conocen, claro está, fue salu-


dada con amabilidad, pero sin exagerar la nota. Minutos después,
el vino siguió acaparando la pleitesía de los artistas. Al notarlo se
produjo de inmediato, en el ánimo del fundador del Apra, una es-
pecie de irritación o excitante que lo lanzó a una improvisación un

202
tanto descuidada, sin tener en cuenta la calidad de su auditorio.
Cuando empezaba a entrar en materia diciendo: “Señores, amigos
y compañeros: no puedo menos que manifestar mi decepción pro-
funda…” uno de los poetas puso en su mano derecha un vaso de
Borgoña con maceradas frases, rogándole que aceptara la invita-
ción, requisito indispensable para poder hacer uso de la palabra. Y
mientras la gran mayoría de los allí presentes aplaudía, gozosa-
mente, Haya apenas mojó los labios en el fragante líquido y reco-
menzó:

“Bien: señores, amigos, compañeros: No puedo menos de expresar


mi decepción profunda ante el deprimente espectáculo que ofrecéis
ante mi vista. Hombres de vuestra alta condición intelectual debie-
rais preocuparos menos de tan deletéreos placeres que de trabajar
en pro de la causa social de nuestros pueblos, que esperan heroicos
conductores para ser conducidos en las nuevas cruzadas de la jus-
ticia y de la libertad, como otrora lo hicieran nuestros próceres, Bo-
lívar, San Martín y otros…El espacio-tiempo-histórico nos apremia
en sus relatividades y coordenadas a encontrar nuevas y audaces
soluciones. Os conjuro, pues, queridos compañeros a sacrificar
vuestros bajos apetitos, a superar vuestras debilidades en aras del
porvenir de Indoamérica, que una vez libre del yugo imperialista,
logrará entrar de lleno en sus esplendentes realizaciones continen-
tales. Os invito compañeros a contemplar el espectáculo del dragón
milenario que despierta bajo la égida del Kuo-Ming-Tan…Reflexio-
nad, compañeros, el hijo milenario de Huiracocha empieza a abrir
también el ojo del sol deslumbrador, llamándonos a la acción orga-
nizada y organizadora, al acto de sacrificio y salvación…”

Entretanto, el ardor oratorio de Huidobro rompía sus frenos. Aque-


lla tirada era ya demasiado para él, experto no menos fogoso en el
arte de la palabra hablada, pero también muy poco experto en el
arte de escuchar a los demás. Por eso, aprovechando una breve
pausa del discurso se lanzó con brío incontenible:

“El compañero Haya de la Torre acaba de afirmar aquí, ante noso-


tros- o en todo caso de sus palabras se deduce- que solamente los

203
temperantes y abstemios están en condiciones de poner la planta
en las cúspides de la heroicidad y de la fama…Tal afirmación carece
de fundamento verdadero y falla por su base histórica…Tomemos,
amigos míos, la Ilíada, monumento incomparable de la guerra, de
la historia y de la poesía…Y bien señores, por todos los meandros
de aquella epopeya máxima corre abundantemente el vino. Los me-
jores golpes que dieron los héroes homéricos fueron inspirados por
el néctar de la viña…¿Y Alejandro? ¿Qué me decís de Alejandro el
Grande, discípulo predilecto de Aristóteles y amigo generoso de
Diógenes? Bebía, casi tanto como el mismo Baco.

Eudocio Ravines, que escuchaba atentamente, a la diestra de Haya,


terció en el asunto observando:

“El alegato del compañero Huidobro en este aspecto es objetable


por su condición de viñatero…más aún: de terrateniente viña-
tero…”

Vallejo intervino para proponer una solución que fue inmediata-


mente aceptada por todos:

“Que hable entonces Gonzalo More”- dijo.

Ya era de suponerse lo que iba a alegar el otro bohemio:

“Hago mía la réplica de Huidobro. Agregaré a lo ya dicho, que no


hace falta no siquiera ser un buen hombre para ser un gran hombre;
un hombre en la historia. Menos falta hace aún, abstenerse del ge-
neroso vino. Podríamos circunscribirnos a nuestra “Independen-
cia” y citar decenas de casos. Pero no hablamos sino de los nombra-
dos por Víctor Raúl: Simón Bolívar y San Martín. El primero es un
personaje de Ilíada; el segundo de Odisea. Bolívar bebió vino y vi-
vió con más ardor y locura aquí, en este mismo París que nos al-
berga; con más ardor y locura, digo, que cualquiera de nosotros:
porque era joven, impetuoso, hermoso y millonario. Allí están las
cartas que él mismo escribía a su enamorada Fanny de Villliers. ¿Y
San Martín? Aquel guerrero y legislador paciente, a manera de sus
antiguos colegas romanos, cultivaba él mismo su viña mendocina

204
y elaboraba su vino…Sabía más de este noble elemento que todos
los sudamericanos de su tiempo juntos…

Vallejo, que habíase deslizado hasta uno de los ángulos del estudio
donde se encontraba una pequeña biblioteca, una vez que encontró
lo que buscaba, regresó de puntillas llevando un libro en la mano.
More, al notarlo exclamó: Allí están, allí están las cartas de Bolívar
a Fanny de Villiers…

“No -contestó el aludido- Este es un libro carísimo a todos nosotros


y creo que también a Víctor Raúl. Y abriendo al azar leyó:

“Nadie puede comprender lo misterioso que nos rodea…Nadie es


capaz de penetrar en lo que las superficies ocultan. Creedme: todas
nuestras apariencias no son más que provisorias, salvo la última: la
de volver a la tierra. Bebe tu vino, hermano. Y basta de palabras
vanas”.

Y agregó: “Esta es la voz de Omar Kheyyam, la misma que por pri-


mera vez oyéramos, si mal no recuerdo, en nuestras tertulias de
Trujillo. En nombre de aquellos días, bebamos…Bebe tu vino her-
mano”. El invitado bebió como todos, por compromiso, pero sin
dar la menor muestra de que tales argumentos hubiesen hecho el
menor impacto en sus convicciones. Mientras se despedía, se pro-
dujo un barullo general. Uno en voz alta que “ni la misa, ni la sa-
grada misa existiría sin el vino”. Otro hablaba de Sócrates y del
Banquete de Platón. Otro, en voz no menos alta, de las célebres fies-
tas de Anacreonte. Ya en trance de partir, sus correligionarios lo
siguieron, algunos de ellos sólo por la disciplina a la que los tenía
acostumbrados, pues de todo corazón habrían preferido quedarse,
siquiera esa noche, en compañía de aquellos inmortales de tan di-
ferente naturaleza que la de su líder. Este, ya en plena calle senten-
ciaba:

-Todo lo que acabamos de oír, compañeros, no es sino literatura…y


de la peor: de la decadente.

205
En todo caso, la verdad es que a partir de aquella noche, no volvie-
ron a verse otra vez en París, los dos discípulos, tan diferentes, de
Gonzáles Prada”.

Los episodios que acabamos de referir demuestran que diversas cir-


cunstancias históricas pusieron en las mismas coordenadas espa-
cio-temporales a estos personajes que han influido en la política, la
sociedad y la cultura del Perú del siglo XX, a tal punto que la estela
de su obra y pensamiento aún es visible en los inicios de la actual
centuria.

206
Un Rabines salvó a una columna de apristas

La familia Rabines no solo se hizo conocida por las aventuras clan-


destinas que protagonizaban los varones de esta tribu, que no solo era
brava en las faenas agrícolas y mineras sino también en las lides amo-
rosas. Juan Vega Rabines, empresario minero reconocido en la histo-
ria cultural de la región la Libertad por haber fundado el diario Norte
en el que escribieron los más importantes artistas e intelectuales de la
bohemia trujillana de principios del siglo XX, se cuenta entre ellos.
Era hijo de una hermana de padre de José Rabines Pazos.

Juan Vega Rabines hizo fortuna cuando siguiendo el llamado de los


ancestros marchó a Sayapullo y allí se dedicó a la minería. El explotó
la mina Amulaya. Juan Vega era tío del poeta Alcides Spelucín Vega,
uno de los bohemios del Grupo Norte, entre los que descollaban Víc-
tor Raúl Haya de la Torre, César Vallejo, Antenor Orrego, José Eulo-
gio Garrido, entre otros artistas e intelectuales. Alcides Spelucín fue
enviado por Juan Vega a los Estados Unidos para que estudiara inge-
niería de minas, pero el autor del poemario La nave dorada en vez de
cursar estudios universitarios se dedicó a fatigar a las musas.

Cuando regresó al Perú, Alcides Spelucín venía con su primer libro


bajo el brazo y tuvo que excusarse ante su benévolo tío, quien ha-
ciendo gala de un espíritu magnánimo no solo lo comprendió sino
que decidió financiarle un periódico para que tuviera ocupación la-
boral mientras se dedicaba al estrambótico quehacer de la poesía.
El diario Norte se convirtió en la trinchera ideológica de la pléyade
de artistas e intelectuales que muy pronto abrazaron la causa del
aprismo. También es un diario famoso porque en sus páginas César
Vallejo publicó sus primeras crónicas enviadas desde Europa. El
director de El Norte fue Antenor Orrego.

Las relaciones entre la familia Rabines y el APRA no quedaron ahí.


Unos años después, cuando estalló la Revolución del año 1932 y

207
fracasó esta intentona revolucionaria, los líderes apristas huyeron
a esconderse en las abruptas cordillera de los Andes. La persecu-
ción fue encarnizada. Antenor Orrego, Spelucín y Manuel Arévalo,
tres de los más connotados apristas primigenios, llegaron en su pre-
cipitada huida a Sayapullo donde encontraron refugio en la casa
hacienda de la familia Rabines.

Un día llegó a la casa hacienda de Simbrón un contingente de apristas


desastrados y hambrientos, cuyos talones eran pisoteados por la ca-
ballería del ejército. Sin pensarlo dos veces tocaron la puerta y le pi-
dieron a don José Rabines Pazos que los ayudara a esconderse. Era un
asunto de vida o muerte. El segundo patriarca de los Rabines, sin re-
parar en peligros, los escondió en el sótano de su casa hacienda.

Media hora después irrumpió en el patio de la casa hacienda un


grupo de soldados de caballería, iban al mando de un teniente del
ejército peruano, quien interrogó a don José Rabines con cierta aspe-
reza tras indicarle que las huellas de los apristas fugitivos conducían
hasta este lugar. Repuesto de la sorpresa inicial, con el aplomo y la
rudeza genéticas que los caracteriza, don José le increpó al oficial del
ejército por la forma abrupta en que había ingresado a una vivienda
familiar y negó que los apristas estén alojados en su casa hacienda.
Todo esto lo hizo sin inmutarse, con sangre fría, a pesar de que los
soldados estaban dispuestos a cualquier cosa si fuese necesario para
cazar a los apristas vivos o muertos.

Derrotado por la apostura y el coraje de don José Rabines, el oficial


del ejército pidió disculpas e hincó espuelas marcha atrás. De esta
manera un Rabines salvó a un grupo de apristas que como espec-
tros deambulaban en una huida, que más parecía una estampida,
por las estribaciones de la sierra liberteña.

208
Orrego, los Spelucín y el diario “El Norte" de
Trujillo*

Integrantes de la bohemia de Trujillo en las ruinas de Chan Keyla durante la visita de Abraham
Valdelomar. Varios de ellos formaron parte del diario El Norte, patrocinado por el empresario
minero Juan Vega Rabines.

El Norte, diario epónimo- que dará su nombre al grupo, como la re-


vista Colónida lo dio a la generación de Valdelomar, aparece y se vocea
en las calles de Trujillo el jueves 1 de febrero de 1923.

*Este texto ha sido extraído del libro Haya de la Torre y el Grupo Norte de Teo-
doro Rivero Ayllón.

209
Trae en la primera plana dos epígrafes en latín.

Uno de Pico de la Mirándola, “De ovni re scibili et quibusdam Allis”


(“De todas las cosas que pueden saber y de algunas otras”)

Y el otro, de Virgilio: “Discite justitium, et non temnere divos” (“Apren-


ded a cultivar la justicia y a no menospreciar a los dioses”)

El fundador de este diario fue el ingeniero Juan Alberto Vega Rabines,


minero de profesión, tío materno de Alcides Spelucín, y hermano de
doña Clotilde Ana Vega Rabines, a quien Víctor Raúl solía llamar tía.

Don Juan Alberto Vega habría querido que Alcides, el sobrino, fuera
minero como él- tenía minas en Sayapullo-, y por eso lo envió a Esta-
dos Unidos, a nueva Cork, a estudiar la carrera, como lo había hecho
antes con Mario, el hermano mayor de los Spelucín.

Se defraudó el tío Juan Alberto un tanto, sin duda, cuando advirtió


que Alcides, tras un alto en Cuba, la bella isla caribeña, prefirió irse
tras las musas, y no tras el oro que, según don Cristóbal Colón, el
“Almirante de la Mar Oceanía”- y también un peruano de apellido
Manrique-, tiene tal poder que echa las ánimas del Paraíso.

Alcides había decidido definitivamente trocar el oro relumbrante de


Midas por el de los finos crepúsculos marinos con que fletó sus na-
ves soñadoras, y con que habría de inmortalizarse, al retornar- inge-
niero frustrado-, con un manuscrito bajo el brazo: El Libro de la Nave
Dorada (…)

Volvía Alcides del Mar de las Antillas, cantor de barcas olvidadas,


como en aquella su bella “Elegía de la Musardina” (…)

El bueno, paciente y generoso tío no quiso contrariar al sobrino y de-


cidió fundar un diario para él y sus amigos, los literatti. Que hicieran
de él lo que quisieran. Y no lo defraudaron.

Acertó don Juan Alberto en poner frente a este diario a Antenor


Orrego, ya para entonces autor de su libro: Notas Marginales (Trujillo,
1922), como director, y a Alcides Spelucín como gerente. Orrego, tan

210
ligado a la familia Spelucín, se casó con Carmela, la hermana de Alci-
des.

Tampoco lo defraudaron los otros: Federico Esquerre (jefe de redac-


ción), Francisco Sandoval (jefe de crónica), Belisario Spelucín (cro-
nista), Francisco Spelucín (redactor), Leoncio Muñoz (administrador)

Otros integrantes del equipo de redacción fueron Juan Espejo Astu-


rrizaga, Carlos Manuel Cox, Jorge Eugenio Castañeda, Ciro Alegría y
Carlos Manuel Porras.

A los editoriales de El Norte- que tuvieron el coraje de abrir brecha- se


sumaban las notas y comentarios nacionales e internacionales.

Allí, como corresponsales internacionales, se formaron Vallejo y


Haya de la Torre.

Uno y otro se habían establecido ya en Lima- Víctor Raúl, desde abril


de 1917, y Vallejo desde comienzos de 1918, desde donde escribieron
para El Norte, el diario de la añorada provincia.

211
Breve encuentro con LAS y una confesión
sincera

“Víctor Raúl no le temía a Mariátegui, pero sí a Ravines”, le dijo con su voz


cansina y se marchó después de rememorar otras anécdotas de la familia Ra-
bines de Sayapullo.

Corría la segunda mitad de la convulsa década de los años 80 y el


primer gobierno de Alan García desataba una crisis sin precedentes
en materia económica, financiera, política y social. La crisis ocasio-
nada por el voluntarismo imprudente del joven primer mandatario
aprista alcanzó tal magnitud que esa década fue denominada por los
historiadores como la “década pérdida”.

Años después, cuando Eduardo Rabines ejercía su profesión de piloto


de aviones y se movía en ese círculo de aviadores, su amigo César

212
Atala Vivanco, quien por entonces era presidente de la Asociación de
Pilotos de Aeroperú y además gerente de operaciones de dicha com-
pañía, lo llamó para pedirle que lo acompañe al domicilio de Luis Al-
berto Sánchez (LAS), donde tenía cita con el veterano y respetado lí-
der aprista, que fuera muy amigo de su padre el Dr. Cesar Atala
Nazzal, primer ministro de industria y embajador del Perú en USA
durante el primer gobierno aprista. El asunto por el que ambos ami-
gos recurrían al cazurro parlamentario era para encontrar solución a
un impase en las relaciones de aeronavegación entre el Perú y los Es-
tados Unidos por el cual los aviones del Perú no podían volar direc-
tamente a este país. Antes tenían que hacer escala en Centroamérica,
lo que causaba malestar y sobrecostos a la aeronavegación peruana.

No era fácil hablar con LAS, quien por entonces ocupaba altos cargos
en el poder ejecutivo. Era vicepresidente y congresista de la Repú-
blica. En los corrillos de la política circulaba el rumor de que era el
único que morigeraba los ímpetus voluntaristas de Alan García. Ce-
sar Augusto Merino Jaramillo, tío de Eduardo Rabines, era diputado
de la región La Libertad y formaba parte del círculo de allegados del
líder aprista y asistente personal de LAS.

El conciliábulo discurrió en un ambiente de amabilidad y bonhomía.


LAS escuchó con atención al dirigente de los aviadores y prometió
interponer sus buenos oficios para encontrar una solución al
problema.

Al momento de despedirse, cuando le tocó el turno a Eduardo Rabi-


nes de estrecharle la mano, le dijo su nombre y apellido. Algún re-
cuerdo lejano debió encenderse como un fogonazo porque con voz
trémula le preguntó si era pariente de Eudocio Ravines. Cuando
aquel le contestó afirmativamente, LAS replicó con sarcasmo.

“Víctor Raúl no le temía a Mariátegui, pero sí a Ravines”, le dijo con


su voz cansina y se marchó después de rememorar otras anécdotas
de la familia Rabines de Sayapullo. Estaba al tanto que connotados
dirigentes apristas como Orrego, Spelucín y Arévalo habían sido re-
fugiados por Juan Vega Rabines en la hacienda La Mora de Sayapullo
cuando huían de la persecución de las tropas del ejército tras la fallida
revolución de 1932 en Trujillo.

213
Galería

El ejército de los
invisibles

Damas rebeldes, bohemios, intelectuales, militares condecorados, la familia


Rabines ha tenido entre sus miembros a destacadas personalidades que ac-
tuaron movidas por sus propios impulsos y los de sus ancestros. Eduardo
Rabines Llontop, por ejemplo, confiesa que en cruciales ocasiones él ha sen-
tido el apoyo de sus antecesores a los que llama ಯEl ejército de los invisiblesರ
. Gracias a esa energía secreta que se comunican entre ellos ha logrado su-
perar los contratiempos y adversidades en su carrera empresarial. En esta
sección figuran descendientes de los Rabines que han descollado en diversos
quehaceres dejando huella de esta estirpe.

215
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Enrique Martin Velasquez, hijo de Ricardo Martin y Carmen Velasquez Rabines. Experto tira-
dor, competía con su tío José Rabines Pazos

217
Hermanos Martin Lynch: Santiago, Laura, Sofía, Raúl, Walter y las mellizas Ana Rosa y María
Angélica. Falta Alberto. Año 1902.

Los hermanos Rabines Pazos. De izquierda a derecha, de pie: José, Matilde, María Antonia y
Maximino. Sentados de izquierda a derecha Justo y Luis. Sayapullo (1906).

218
Maximino Rabines Pazos, 1908.

219
José Rabines Pazos vestido con el uniforme de militar para enrolarse en la guerra contra el
Ecuador. 1910.

220
221
De pie, de izquierda a derecha Héctor Martínez Vargas, José y Maximino Rabines Pazos. Senta-
dos de izquierda a derecha: Matilde Rabines Pazos y Elizabeth Boneton de Rabines. En medio el
niño Maximino Rabines Boneton. Año 1916.

222
Matrimonio de A lfonso Rodríguez y Helena Rabines Lynch en el patio de la casa hacienda
de Sayapullo. Año 1925.

Cabalgata en la hacienda San Francisco de la Colpa. 1925.

223
En 1938 en Sayapullo acompañada de Leonor Ravines Santolalla.

José Rabines Ravines de niño, montado sobre El Cisne, caballo de paso de su padre.
Sayapullo, 1929.

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Eduardo Rabines, a los tres años en la Hacienda Simbrón. Al lado, su primo hermano Mario
Traverso Rabines.

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229
Hermanos Alcides Rabines López y Helena Rabines Lynch. 1928.

Elsa Rabines Ravines acompañada de su madre Elsa Ravines Santolalla en Sayapullo, año 1929.

230
Elsa Ravines Santolalla con su hija Elsa Rabines Ravines. Sayapullo, 1929.

231
Don Enrique Martin Velásquez con su ejemplar de caballo de paso peruano llamado el Virrey que fue
campeón de campeones en el concurso de Amancaes, año 1930.

Damas a caballo con montura de lado en el patio de la casa hacienda de Simbrón, 1930.

232
Monseñor Elías Vásquez Lynch. 1930.

233
Eliseo Martin Ayllón y Enrique Martin Orbegoso en su casona de Trujillo, año 1935.

234
Elsa Rabines Ravines cuando era una niña.

235
Alfonso Rodríguez y Helena Rabines Lynch en primer plano. Las hermanas Spelucín Vega en
segundo plano en la hacienda de Sayapullo. En 1940.

236
Juan Vega Rabines, dueño de la mina Amulaya. 1945.

237
José Rabines Pazos, el primero de la derecha, en su hacienda Simbrón con sus invi-
tados. Año 1945.

238
José Rabines Pazos y sus hijos Elsa, José y Luis. 1945.

Elsa Rabines Ravines, Leonor Ravines Santolalla y su hijo Giuseppe, año 1946.

239
José Rabines Pazos, 1950.

De izquierda a derecha: Santiago, Ana Rosa y Alberto Martin Lynch.

240
Elsa Rabines Ravines y Mario Leonel Traverso Rabines. 1950.

Casa hacienda de El Porvenir, 1953.

241
“Chanita” Llontop en la hacienda Simbrón.1954.

El segundo de derecha a izquierda José Rabines Ravines y miembros de la familia en Simbrón


antes de partir a Trujillo. 1955.

242
Eduardo Rabines Llontop en brazos de Susana Rosa
Llontop Jaramillo pocos meses después de haber na-
cido, año 1956.

Elsa Rabines Ravines y su cuñada Chanita Llontop Jaramillo en la hacienda Simbrón.

243
Elsa Rabines Ravines, hacienda Simbrón, 1958.

Mario Traverso Gandolini, Elsa Rabines Ravines de Traverso y Mario Leo-


nel Traverso Rabines. Simbrón, 1958.

244
José Rabines Pazos y su hija Elsa, hacienda Simbrón 1958.

Leonor Ravines Santolalla y su hijo Giuseppe.

245
José Luis, Fernando Francisco y Juan Eduardo Rabines Llontop en Sayapullo, año 1959.

Alfredo Vega Urquiza, Chanita Llontop, niño Luis Llontop Pando y su nana en el patio de la
casa hacienda de Sayapullo. 1975.

246
René Rabines Boneton flanqueado a la izquierda por su prima hermana Elsa Rabines Ravines y
al lado derecho por Lola Ortega.

247
Martin Rabines y otros a caballo en la hacienda Colpa.

Hacienda San Felipe de don Enrique Martin Velásquez.

248
Alberto Martin Lynch y María Zoraida Ravines, hija del coronel Belisario Ravines Perales.

Helena Rabines Lynch, Elsa Rabines Ravines y María Adelaida Elizabeth Rabines Boneton
(primas hermanas).

249
Ofelia Martin Ayllón en el balcón de su casona frente a la iglesia de San Francisco.

250
José Rabines Ravines acompañado de algunos familiares y amigos en el camino de herradura de
Colpa a Sayapullo.

De pie, de izquierda a derecha: Luis Rabines Ravines; el tercero, Leoncio Rodríguez Rabines y su
hermano Alfonso. Sentados de izquierda a derecha: Edwin James Martin Rabines, Helena Rabi-
nes Lynch y Hugo Martin Ravines.

251
Chanita Llontop y José Rabines Ravines en la curva de Tiriz, camino a Sayapullo.

252
En la planta concentradora de minerales Malín (Huan-
cay). César Castillo Vargas (de gorra), Leonidas Ingunza
(con lentes), José Rabines Ravines, Fernando y Eduardo
Rabines con su prima Camuchita en brazos. 1980.

Jorge Panizo Pautrat, Fernando Rabines Llontop y su primo Joa-


quín Santolalla en el campo de aterrizaje de la mina Rosicler-
Huancay. En la foto también aparece la avioneta Cessna Centu-
rión 210. 1980.

Giovanni Sassarini Alfaro, Eduardo Rabines y su primo


Joaquín Santolalla.

253
José Rabines Ravines entregando aguinaldos navideños a sus trabajadores de la minera
Ambara. 1985.

José Rabines Ravines y sus trabajadores mineros durante un alto en el arduo trabajo de la explo-
tación minera. 1985.

254
Susana Rosa Llontop Jaramillo. 2008.

José Rabines Ravines. 1985.

255
Eduardo Rabines Llontop y Luis Enrique Tord Romero

Eduardo Rabines y SS. MM. Los Reyes de España en una visita a Trujillo (Perú). Año 2008

256
Domingo Varas Loli, autor de este libro; Iván Parrilla, editor de Punto Rojo libros, y Eduardo
Rabines Llontop en una cena de gala en el comedor del emblemático Hotel Alfonso XIII de Sevilla.
Agosto del 2021

257
Este libro se terminó de escribir
y editar entre Trujillo (Perú),
Madrid–Sevilla (España)
y Bruselas (Bélgica) en 2021.
Se imprimió en los talleres de
Artes Gráficas Dédalo (Sevilla)
el día 25 de setiembre de 2021.

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