Pulice de La Historia Clinica
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Seminario
Fundamento clínico del acompañamiento terapéutico
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Dictado por
Gabriel Pulice y Federico Manson
Nos proponemos abordar aquí aquello que podemos situar como el articulador esencial entre lo más
singular de la clínica, y lo más general y abstracto del corpus conceptual y teórico desde el cual nos
propongamos llevar adelante nuestra experiencia en el campo de la subjetividad: el «caso clínico».
Veremos que no es éste un tema menor sino que, por el contrario, tanto para la praxis como para la
investigación en el campo del Acompañamiento Terapéutico y —en términos más amplios— de sus
áreas de inserción, resulta determinante establecer con precisión el valor, el lugar y la función que a
esta noción se le asigna. En ese sentido, cabe realizar entonces, respecto de la significación de este
concepto, una primera y substancial distinción, para lo cual podemos remitirnos al estudio con el
que Juan David Nasio introduce su compilación sobre Los más famosos casos de Psicosis1. Leemos
allí: «...en el discurso médico, la palabra “caso” adquiere un sentido muy diferente y hasta opuesto
al sentido psicoanalítico (...) Mientras en medicina la idea de un caso remite a un sujeto anónimo
representativo de una enfermedad —se dice, por ejemplo, “un caso de listeriosis”— para nosotros,
en cambio, un caso expresa la singularidad misma del ser que sufre y de la palabra que nos
dirige». Podemos esquematizar tal disensión del siguiente modo:
1
Nasio, J. D.; Los más famosos casos de Psicosis; Paidós; Buenos Aires; 2001.
Es un particular de una ley Remite a un real que se
Caso general, cognoscible y ciñe a una legalidad
universalizable. singular e inconciente.
Como podrán apreciar, este esquema no guarda demasiada distancia con aquél que presentáramos
hace algunos años sobre la oposición entre el paradigma de investigación propuesto por Carlo
Ginzburg como «Paradigma indiciario» —en el que él mismo incluye al Psicoanálisis—, y el
paradigma de la «Física Galileana», en el que se inscribe el discurso médico2: allí donde éste
prioriza lo mensurable, lo repetible y comunicable, las generalizaciones, las coincidencias, aquél
pondrá en el centro de su interés lo irrepetible, lo original, lo sorprendente, es decir, lo singular. La
noción de «caso» que se desprende de una u otra posición —que puede entonces remitirse a un
marco referencial mucho más amplio— es radicalmente distinta; y, si bien no nos detendremos aquí
en una nueva revisión de temas que ya hemos desarrollado oportunamente en profundidad3,
conviene sin embargo no perderlos de vista, pues son el soporte del recorrido en el que ahora nos
proponemos avanzar.
Partiremos del abordaje por el absurdo, en el relato de una situación —no alcanza siquiera el
estatuto de «caso»— que no por grotesca deja de ser habitual, y que nos permitirá introducir —aquí
de manera trágica— algunas importantísimas implicaciones éticas. Nuestro paso siguiente consistirá
en adentrarnos en la investigación de un elemento que, desde la práctica hospitalaria e institucional,
se halla íntimamente emparentado con nuestro tema de hoy: la historia clínica. Por último, nos
proponemos examinar en profundidad la especificidad y las diversas funciones inherentes a la
formulación de un caso clínico, desde la perspectiva del Psicoanálisis.
2
Es preciso aclarar que hay toda una serie de experiencias en el campo de la medicina que perfectamente se pueden
situar como «indiciarias», incluso Ginzburg ubica a la medicina hipocrática dentro de este mismo paradigma. No
obstante, el discurso dominante en lo que suele denominarse como «Ciencias Médicas» se ordena indudablemente en
base al paradigma galileano. Más adelante volveremos con mayor detenimiento sobre este punto.
3
Pulice, G.; Manson, F.; Zelis, O.; «El pensamiento mágico, el paradigma indiciario y las ciencias conjeturales», en
Psicoanálisis ◊ Investigación: De Sherlock Holmes, Dupin y Peirce, a la experiencia freudiana, Capítulo IV, Buenos
Aires, Editorial Letra Viva, 2000. Los contenidos de este capítulo están asimismo disponibles en la web, en la revista
Acheronta n° 12, www.acheronta.org
4
Macías López, M. A.; La Intervención Psicoanalítica y el Acompañamiento Terapéutico, Capítulo 8°. Inédito.
El neurólogo comenzó a ensayar con diversos medicamentos, ansiolíticos y antidepresivos, para
encontrar aquellos que se acoplaran mejor al organismo de la enferma. Sólo que para observar si
los resultados de los medicamentos en turno, actuarían favorablemente, apuntando a áreas
específicas, y cada vez diferentes del cerebro, había que esperar un lapso mínimo de tres meses, a
decir del médico. Y la búsqueda continuaba, había que probar de entre toda una gama de
psicofármacos, cuáles de ellos eran los convenientes para su enfermedad.
Mientras tanto, María sabía que esto tenía un origen en la historia de su vida. Y aún
contraviniendo la sugerencia de su neurólogo, ella optó por buscar de manera complementaria
algún tipo de atención psicológica. Dos psicólogos, cada uno por su lado, le recomendaron visitar
a un psiquiatra, porque a decir de ellos hacía falta evaluar los medicamentos, por su parte ellos no
se comprometían con el tratamiento. Simultáneamente, María probó con acudir a las sesiones de la
Asociación Civil denominada «Neuróticos Anónimos». Sesiones en las que algunos de los
asistentes, por turno, exponen su problemática, una dinámica similar a la de «Alcohólicos
Anónimos». Pero un inconveniente con el cual se enfrentó en ese lugar fue el no poder ser
escuchada, puesto que para ganarse el derecho de participar en el podium, había que asistir a las
cinco sesiones semanales. Su trabajo se lo impedía, por lo cual sólo asistía dos o tres ocasiones por
semana y nunca pudo hablar ante la asamblea. El psiquiatra que consultó después de los
psicólogos, la atendió por un corto periodo de tiempo. Los encuentros que se produjeron, en la
práctica fueron irregulares: cambio de citas, cancelaciones y retrasos. Después de cuatro años, un
día con calculadora frialdad, María decidió terminar su peregrinaje. Ingiriendo una buena dosis de
sus medicamentos, se aseguró de hacer desaparecer su malestar, junto con su cuerpo». Su historia,
aquello que está en el origen de su padecimiento psíquico, permanecerá allí mismo
irremediablemente sepultada.
Vemos en este breve fragmento clínico el fracaso de los diversos dispositivos de intervención que se
van jalonando, en la medida en que cada uno de ellos apuesta a subsumir lo que le pasa a esta
«paciente» a la lógica de su propio discurso referencial, desechándose la posibilidad de escuchar o
captar lo singular en juego en la causación de su padecimiento. El neurólogo, ya sabe que esa causa
hay que situarla a nivel de la producción de serotonina, y frente a eso no hay más nada que decir...
Lo mismo se plantea desde los demás saberes desde los que se la aborda: se intenta forzar su
sumisión a las categorías que cada uno de ellos maneja, es decir, hacer encajar el caso como una
muestra particular de una regla general para deducir de allí los estándares de su tratamiento, en una
«lógica» que lleva al vaciamiento de todo aquello que en él se juega en términos de singularidad,
limitándose a registrar sólo lo que se ajusta a un sistema de saber codificado de antemano. En
algunas ocasiones eso funciona bien, lo cual puede atribuirse en buena medida al simple hecho de
que, cuando el sujeto encuentra cierto amparo, cierto lugar de alojamiento en el Saber del Otro, esto
de por sí resulta aliviante y estabilizador. Pero ese alivio suele resultar frágil y efímero, cuando
aquello que está a la base de su padecimiento psíquico no alcanza a ser allí debidamente encauzado
ni inteligido: en su inevitable retorno buscará un nuevo modo, cada vez más estruendoso, de hacerse
oír. Es allí cuando se revela la necesidad de un abordaje cuya lógica no puede darse por
sobreentendida, en tanto no se deduce de ningún Saber determinado a priori. Por el contrario, es
preciso que ella contemple la subsistencia de lo irreductiblemente singular; que permita expresarse,
que deje hablar y que sea capaz de captar aquello que no puede agotarse en una reducción a
parámetros estándar. Es aquí donde toma para nosotros toda su fuerza el concepto de abducción
desarrollado por Charles Sanders Peirce, como aquel modo de inferencia que parte de un resultado
singular, y se deja llevar por lo extraordinario de ese hecho hasta construir en forma creativa una
regla novedosa, de la cual el hecho sorprendente, ahora sí, pasaría a resultar una consecuencia
evidente5. Con la peculiaridad de que esa nueva regla, si bien será válida para la intelección de éste
5
Para un desarrollo del concepto de abducción y de los modos de inferencia propuestos por Peirce, puede consultarse el
capítulo II: «La lógica en Peirce», de nuestro libro ya citado; capítulo disponible también en el Foro
Investigación<>Psicoanálisis, www.psicomundo.com/foros/investigacion
caso, difícilmente lo será para otros en apariencia análogos. Algo que Freud pudo comenzar a captar
desde hace más de un siglo, y a partir de lo cual empezó a situar las bases y las coordenadas de otro
discurso, solidario de una clínica que iría tomando cada vez mayor distancia de los lineamientos del
modelo cientificista, en una redoblada apuesta a una nueva concepción de la subjetividad que
centrará su punto de mira, justamente, en aquello que se presenta como extraño a todo Saber. Es lo
que, por ejemplo, podemos apreciar en sus Consejos al médico sobre el tratamiento psicoanalítico
(1912): «Mientras el tratamiento de un caso no esté cerrado, no es bueno elaborarlo
científicamente: componer su edificio, pretender colegir su marcha, establecer de tiempo en tiempo
supuestos sobre su estado presente, como lo exigiría el interés científico. El éxito corre peligro en
los casos que uno de antemano destina a empleo científico y trata según las necesidades de este;
por el contrario, se asegura mejor cuando uno procede como al azar, se deja sorprender por sus
virajes, abordándolos cada vez con ingenuidad y sin premisas». Se descubrirá entonces —en la
construcción de cada caso— la evidencia, la realidad y la consistencia de una lógica singular, que
de ningún modo podría inferirse de antemano, y que sólo tendrá ocasión de revelarse a través de las
complejas maniobras que, en el marco del vínculo transferencial, el acompañante terapéutico
—incluido él mismo como parte de la estrategia— habrá de poner en juego, precisamente, para
permitir que ella se despliegue. ¿De qué modo? Pronto llegaremos hasta allí, no sin antes
detenernos a examinar —tal como anticipáramos— un elemento ciertamente emparentado con la
noción de caso clínico; pero que, por situarse a su vez en el cruce de la multiplicidad de discursos
que atraviesan los distintos estamentos del Sistema de Salud Mental, nos permitirá desarrollar el
tema en su mayor amplitud.
Sobre las categorías de universal, particular, y singular, ver capítulo IV, punto 11 del mismo texto.
Es en este contexto que orientaremos nuestro interés hacia un «objeto institucional» muy particular,
donde podremos encontrar materializadas las vicisitudes de dicho entrecruzamiento: la Historia
Clínica. En efecto, es ella una herramienta clínica, legal y administrativa a la vez, una escritura
institucionalizada de las prácticas e intervenciones realizadas en el Hospital —u otras instancias
institucionales— por todos sus profesionales y, por supuesto, también por los psicoanalistas. Para
adentrarnos en el tema, nos resultará muy enriquecedor tomar como referencia el trabajo realizado
en el marco del Departamento de Docencia e Investigación del Hospital Infanto Juvenil Carolina
Tobar García, encabezado desde hace varios años por Miguel Calvano6. Él sitúa allí ciertas
coordenadas esenciales desde donde abordar este singular objeto de estudio: «La historia clínica
—señala— es un clásico de la práctica hospitalaria y también de la práctica privada (...) no es de
ahora la historia clínica, no es actual la existencia, la obligación, la necesidad de la historia
clínica (...) es un término histórico de la práctica profesional de todas las disciplinas. Se la haga en
forma de expediente, como en el hospital, se la haga en forma de ficha, se la haga en forma de
notas...», destacando el hecho de que, asiduamente, ella es «el soporte, o uno de los soportes, que
utilizamos cuando hablamos de la clínica en el hospital». Podemos incluso decir, en este sentido,
que es un soporte institucional, lo cual justifica que se enfatice la importancia que esta herramienta
puede tener para toda investigación que se realice en el área de Salud Mental: «Metodológicamente,
si se planifican a priori las variables y las dimensiones a considerar, es un banco de datos de fuente
primaria para iniciar un proceso de investigación, tanto en relación a las prácticas, como en
relación a los datos institucionales que ella puede aportar». No obstante, debemos estar advertidos
de que en la práctica cotidiana, la confección de las historias clínicas muchas veces se hace sin un
criterio establecido, incluso con muchas lagunas en ítems importantes, o que podrían ser de
relevancia para el investigador: «(...) cualquiera de nosotros que tome una historia clínica e intente
leerla va a encontrar que es muy difícil hacerlo: faltan datos, diagnósticos, estrategias de trabajo,
la interdisciplina nunca se escribe, epicrisis no hay, están todas las informaciones pero sin orden,
en muchos casos faltan informaciones. Hay historias completamente vacías o de lo contrario hay
una sobreabundancia de relatos de sesiones, la historia clínica —en este caso— deviene novela
familiar. En resumen, algo es insoportable en ese soporte». ¿Cuál es entonces su función, su
utilidad, y cuáles son asimismo los límites de lo que de ella se puede esperar? Llegados a este
punto, se hace necesario intentar definir qué es una historia clínica; porqué puede llegar a erigirse,
como situaba Miguel Calvano, en el registro y revelación de lo «insoportable» de la práctica
institucional; y cómo ajustar sus variables y contornos para que pueda resultar un elemento eficiente
en el desarrollo de una investigación.
Podemos entonces decir que la Historia Clínica es, esencialmente, un soporte escritural: «La
historia clínica —continúa Calvano— no es lo que pensamos, lo que hicimos, lo que dijimos de un
paciente, de un grupo, de una familia, la historia clínica es lo que escribimos de todo eso. A veces
nos tomamos tan en serio esta posición de escribas que escribimos novelas (...) Los procesos de
investigación científica necesariamente son escriturales y, en este sentido, la sistematización
explícita de las historias clínicas las instala en un campo científicamente validable. El resumen de
historia clínica es el intento de purificar esta situación: diagnóstico, tratamiento, evaluación de
resultados, pronóstico, derivación, son los términos necesarios para hacer de la novela, una
historia (...) A tal punto es así que en un juicio, en un relevamiento, en una auditoría, lo que se
solicita es la historia clínica o el resumen de historia clínica. Interesa legalmente no lo que
pensamos, lo que dijimos, lo que hicimos; importa lo escrito (...) La historia clínica identifica tanto
a la institución, a sus responsables, como a los profesionales actuantes (...) Pero por sobre todas
las cosas la historia clínica da cuenta del ejercicio de una o varias clínicas determinadas». En este
6
AAVV; «Historia Clínica»; Revista Manuscrito T, n° 12, Buenos Aires, Noviembre de 2001. Participaron de esa
investigación, junto con Miguel Calvano, la Dra. Marcia Braier (Jefa de Docencia), la Lic. Lucila Donnarumma (Jefa de
Investigación), y las Lic. Irene Scherz, Angelina Allamprese y Sonia Haude, integrantes del staff del Departamento de
Investigación y Docencia de ese Hospital.
sentido, es un elemento que vincula a la institución, sus practicantes y sus pacientes, con
determinados dispositivos de trabajo, pudiendo constituirse así en un analizador institucional, es
decir, «un indicador para orientar procesos de autoevaluación e intervención para la mejora de las
prácticas». Algo que resulta de gran utilidad cuando se trabaja en investigaciones orientadas a la
acción de transformación institucional, las que a su vez son útiles en los procesos de control de
gestión: «Este analizador —prosigue el autor— puede ser el punto de partida de la tematización de
problemáticas reales que pueden traducirse, o bien a problemáticas de conocimiento
teórico-operativo, o bien a problemas de investigación multi-interdisciplinarias y con alcance
comparativos (...) Al abrir una historia clínica comenzamos a ver de un pantallazo al hospital en
sus prácticas, la articulación de estas prácticas y el control institucional sobre ellas. Si las historias
clínicas están vacías...», esto puede indicar que «...hay un vacío de prácticas, de articulación y/o de
control, o simplemente...» que «...no hay tiempo para hacerlas». No obstante, veremos a
continuación las implicancias que esto puede llegar a tener.
Detendremos por lo tanto nuestra atención en un punto de especial interés, que es su carácter
Jurídico y Administrativo. Calvano subraya que en la práctica hospitalaria e institucional «...
estamos obligados a asistir, no a curar», siendo la Historia Clínica el registro de que esa asistencia
fue realizada, en tanto que el «control exigible» es que las reglamentaciones se hayan cumplido en
todos los pasos establecidos: «Carátula, diagnóstico, prescripciones, interconsultas, lo que fuera.
Se controla un ordenamiento, y no particularmente el procedimiento de trabajo clínico». Esto eleva
la Historia Clínica a la jerarquía de Documento Público, constituyéndose al mismo tiempo —como
advierte el autor— en una letra socializada de nuestras prácticas: «Circula entre colegas, entre
instituciones, crecientemente puede exigirse por parte de los pacientes y sus representantes, para el
caso las obras sociales que pagan algunas de las prácticas que se llevan a cabo en el hospital».
Según la ley 17.132, actualmente en vigencia, la Historia Clínica debe ser:
● Obligatoria
● Conservada hasta 15 años (decreto 6216.67/86)
● Completa, debiendo constar:
1. Datos personales del paciente.
2. Datos filiatorios y familiares.
3. Persona responsable del paciente con sus datos filiatorios.
4. Fecha de ingreso e ingreso.
5. Estado clínico en que es recibido.
6. Diagnósticos diferenciales posibles.
7. Antecedentes hereditarios.
8. Antecedentes personales positivos.
9. Estado actual.
10. Examen somático general.
11. Examen particular.
12. Estudios especiales.
13. Evolución.
14. Tratamiento y evolución diaria.
15. Espacios consignados a consentimiento médico:
a) Internación.
b) Compromiso del tratamiento.
c) Medicación.
● Fecha y firma.
Podemos intercalar aquí una importante observación que hace al respecto Angelina Allamprese, en
uno de los apartados de ese mismo artículo: «Ante todo hay que tener en cuenta que escribir en la
historia clínica es lo que marca la ley. Hacerlo o no, no es una cuestión de elección personal. Como
documento, otorga una identidad, una existencia legal al paciente, al profesional que en tanto tal se
hace responsable de la conducción de un tratamiento, y a las prácticas mismas en tanto tales (...)
Por lo tanto que estas prácticas y su justificación queden registradas hace que tengan una
inscripción legal dentro del marco institucional». Toda escritura que en ella tenga lugar estará por
lo tanto atravesada, de modo inevitable, por ese sesgo, que si bien puede permanecer allí como
mero telón de fondo de la clínica institucional, en cualquier momento puede saltar al primer plano,
si las circunstancias así lo requieren: será ese el momento de responder por lo que se ha escrito, y
bien saben quienes se han encontrado implicados en situaciones así —que suelen estar vinculadas a
episodios cargados de cierta tensión, no importa que resulten o no emergentes de algún desacople
del dispositivo— lo que se experimenta en el propio cuerpo hasta que todo vuelve a los carriles
«normales» del quehacer cotidiano...
Hay otro aspecto, no menos importante, que la misma autora recién referida nos hace notar respecto
de las implicancias subjetivas del proceso escritural: «Escribir permite al profesional tomar
distancia, hacer ajeno aquello en lo que se implica y reflexionar sobre la clínica. Escribir la
historia clínica se hace insoportable si sólo se trata de una exigencia del Otro institucional, si no es
además lo que anuda, lo que permite al profesional salir de la escena, otorgarle un sentido,
despojándose de la vivencia pudiendo así aislar la lógica de su trama». En este mismo sentido,
Calvano señala que «...la historia clínica permite olvidar; al escribir dejamos constancia de la
clínica, y eso nos permite olvidar, olvidar al paciente de turno para atender al próximo, al que nos
espera después. Es una descarga, para volver a cargarnos con el que sigue. Muchas veces la
presión de la demanda, la cantidad de gente con la que nos vemos, no nos permite escribir algunas
cosas y después nos olvidamos, no tenemos tiempo (...) Me parece que el tiempo necesario para
escribir en la historia clínica no es sólo el tiempo de escribir, es el tiempo de reflexionar sobre lo
que hacemos, escribir nos obliga a pensar y la urgencia por la clínica —muchas veces—nos
impide pensar (...) No nos impide ser obsesivos...», pero sí «...nos impide organizar, reflexionar,
puntuar, detenernos en nuestros pacientes...», y en lo que a nosotros mismos nos sucede frente a
ello. Ahora bien: ¿Qué es lo que entonces es preciso escribir, en la Historia Clínica? ¿Qué es lo que
ella puede aportar para el esclarecimiento de un caso y su tratamiento? «En principio —señala
Calvano—, escribimos la historia de la enfermedad, sus avatares. Si quieren, escribimos la historia
de los síntomas, de los cuadros, de los síndromes, los cuándo, los cómo, escribimos el tiempo, la
historia clínica es tiempo (...) Escribir la historia, historiar la enfermedad permite, obliga a sacar
conclusiones, conclusiones diagnósticas, al menos presuntivas, permite descartar organicidad o
psicologicidad, si quieren, obliga a sacar conclusiones provisorias sobre las alternativas
terapéuticas posibles, etc. (...) Freud mismo hablaba en estos términos: es más importante la
historia de la curación, que la historia de la enfermedad. Ya Freud alertaba que el acento está
puesto en la acción del terapeuta. Como lo dicen los sanitaristas: la historia clínica es la historia
de la asistencia». Ahora bien, ¿cómo podría alojarse en ella —que es al mismo tiempo Documento
Público, Analizador Institucional, Soporte Escritural y Banco de Datos— algo de lo que venimos
situando en términos de singularidad? Para poder captarla hará falta una lectura que no es factible
desde cualquier lugar, una «observación» especial —en el más estricto sentido peirceano— que esté
atenta a determinados indicios y señales que desde otro punto de vista podrían pasar desapercibidos.
Es seguramente desde esta perspectiva que Miguel Calvano nos señala que la lectura de una historia
clínica «... permite seguir las huellas, los rastros de lo hecho, de lo resuelto, lo producido, lo
imposible, lo olvidado, lo omitido, lo sintomatizado en cada circunstancia...». Sólo desde allí se
podrán «rastrear» en ella los sedimentos, las huellas de lo singular allí puesto en juego, haciendo
posible entonces cierta construcción, cierta conjetura acerca de las coordenadas subjetivas que
investigamos. Por supuesto, el resultado de esta pesquisa dependerá de la perspectiva del
observador, del criterio teórico-clínico del que se valdrá para sancionar a un elemento de la historia
clínica como relevante, como «indicio» subjetivo. ¿Cuáles serán, entonces, aquellos indicios a los
que deberá atender el acompañante terapéutico en su formulación del caso clínico?
Nombre: Alberto
Fecha de nacimiento: octubre de 1958.
Diagnóstico presuntivo: esquizofrenia. A los 19 años se presentan las primeras manifestaciones de su
enfermedad, con episodios de descompensación psicótica, lo cual deriva en su primera internación.
Estaba en 1° año de ingeniería y trabajaba como operario en una fábrica automotriz. Luego estuvo en
varias clínicas privadas, a cargo de PAMI.
Historia familiar: Su padre es polaco, veterano de guerra, fue voluntario activo en la segunda guerra
mundial. Su madre es rusa. Se casan en Italia, donde nace su primer hijo, y luego emigran a Argentina. El
padre comienza a trabajar como constructor, lo que lleva a la familia a una vida itinerante. Nacen también
en Argentina los otros tres hijos del matrimonio, entre los cuales Alberto es el menor. La familia se
encuentra residiendo en Córdoba en la época del «Cordobazo», en 1969, el hermano mayor de Alberto
participa activamente en esos acontecimientos, y termina detenido tras los incidentes; esto enfurece al
padre. Alberto cuenta que defendió a su hermano. Cuando tenía 8 años el papá quiso que se inscriba en el
colegio militar, pero la madre se negó, es por esto que el padre dice: «me desligué de él». Alberto fue un
excelente alumno. Ingresó a ingeniería; trabajó en una fábrica prestigiosa; ayudó a su padre en el trabajo
de la construcción. Tenía novia, auto, hasta que comenzaron las primeras manifestaciones de su
enfermedad. De la cual él tiene varias versiones a dar, la que más reitera es que esto sucede por la muerte
de su hermano mayor, el que había participado en el «Cordobazo». Hermano que recuerda con cariño y
admiración.
Un mes después se fuga y lo vuelve a llevar la policía. Esto se repite en varias ocasiones. Después de un
tiempo se le otorgan permisos de salida. A partir de este momento ya no se fuga, simplemente no regresa.
Nada se sabrá de él hasta su reinternación en el año 1999, cuando el paciente nuevamente ingresa traído
por el personal policial con orden de internación del juzgado, atento a «razones de urgencias y
peligrosidad»: algunos días atrás había golpeado a su padre de 80 años, a quien como consecuencia de la
golpiza hubo que internarlo en terapia intensiva. Sobre el tema, el paciente sólo dice que «lo hizo para
defenderse de que su padre no lo matara». El siguiente es el resumen de su historia clínica, en el inicio de
esta última internación:
Examen psiquiátrico: paciente con buen estado de aseo. Poco colaborador; por momentos agresivo. Sin
conciencia de enfermedad. Probables alucinaciones auditivas. Pobre capital ideativo. Pensamiento
enlentecido y disgregado, contenido delirante, hiperbulia de base, con marcada impulsividad.
Diagnóstico presuntivo: síndrome delirante. Esquizofrenia. En evaluaciones posteriores se manifiesta
parcialmente colaborador, paranoide y desconfiado. Comienza a hacer despliegue de ideaciones delirantes
de contenido místico. Curso de pensamiento por momentos disgregado. Persiste actitud paronoide que va
disminuyendo con aparición de productividad psicótica en forma paulatinamente más manifiesta.
Informe de la terapeuta: Dos son las líneas delirantes: mística y científica. Dice reiteradas veces que le
falla la memoria. Es difícil hacerle preguntas porque se pone paranoico. En otras entrevistas vuelve al
tema de por qué le pegó al padre; demanda de la analista que lo ayude a averiguar esto. Hay insistencia en
volver a la casa. Se sugiere desde la supervisión no otorgarle este permiso por encontrarse
descompensado. Quiere comenzar a trabajar como artesano. Vuelve a la pelea con el padre. Cuenta que le
sacó plata al padre porque era el cumpleaños y le quería regalar un reloj. En este relato dirá: «...Dios es
malo» —a veces dice que su papá es Dios o Hitler—, «...Mi papá es el anticristo, por mí que mate a todos
los judíos porque ya no me importa». Ve al padre como un Dios creador, «...mi papá creó las baldosas,
las paredes, las escaleras del Teatro San Martín». Ve al padre como a un Dios gozador, él no encuentra
lugar en el padre, no encuentra hueco en ningún lugar. Vale aclarar que el padre esta orgulloso de ser
veterano de guerra, y contaba reiteradamente sus hazañas; que había matado muchos judíos, lo cual
molestaba mucho al paciente. Otro dato importante sobre este padre, es que durante la guerra se fuga de
varias cárceles.