007 AF El Cuerpo Humano I

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1. Cuerpo orgánico. 2. Carácter distintivo del cuerpo humano. 3. Las manos, el rostro y la cabeza. 4. Las
funciones añadidas al cuerpo humano.

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Curso: Antropologia Filosófica
Libro: Lección 4. El cuerpo humano. (Parte I)
Imprimido por: Pablo Hernández Mojica
Fecha: martes, 14 de octubre de 2014, 11:39

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Tabla de contenidos
Capítulo 4. El cuerpo humano (Parte I).
1. Cuerpo orgánico.
2. Carácter distintivo del cuerpo humano
3. Manos, rostro y cabeza
4. Las funciones añadidas al cuerpo humano.

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Capítulo 4. El cuerpo humano (Parte I).


En esta Parte II del Curso se comienza estudiando la
naturaleza humana, la vida recibida. Tampoco esto en lo más
importante en el hombre. En efecto, las biografías no se limitan a
decir cómo fueron los rasgos físicos y el contexto espacio-temporal
del personaje estudiado, sino que se centran en mayor medida en
sus hechos y dichos, y si el historiador es más perspicaz, en el
significado de los mismos, para mejor descubrir de ese modo la
personalidad del protagonista. De modo similar, lo más importante
en antropología no estriba en el estudio de la corporeidad humana,
porque ninguna persona se reduce a su cuerpo, aunque esta tesis
sea un poco sorprendente en una sociedad como la nuestra en que
se rinde bastante culto al cuerpo, y se miden en exceso las
cualidades y relaciones humanas en función de él. Con todo, por
tratarse del cuerpo de la persona humana, este tema es digno de
atención, pero no debe perderse de vista que el sentido del cuerpo
se entiende si se subordina al sentido personal, no a la inversa.

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1. Cuerpo orgánico.
El cuerpo humano vivo, sus funciones y facultades
constituyen la naturaleza humana, la vida recibida; la herencia
biológica que debemos a nuestros padres. De ellos no hemos
recibido la persona que somos, a saber, el acto de ser personal, ni
tampoco la esencia humana, es decir, el partido que cada cuál saca
de sus facultades superiores sin base orgánica. Señalábamos en la
Lección 1 de este Curso que la vida no es algo sobreañadido
extrínsecamente al cuerpo orgánico, sino su movimiento intrínseco.
Conviene añadir ahora que la vida es lo que hace que un cuerpo
sea precisamente un organismo. Vivificar a un cuerpo es constituirlo
como organismo.

El cuerpo vivo no es tal antes de recibir la vida. Sin ella las


realidades físicas no son cuerpo orgánico, sino materia inerte.
Cuerpo con vida es cuerpo orgánico. Los órganos son los soportes
biológicos de las potencias o facultades (de ellas se trata en el
Tema 5) de que está dotado un ser vivo corpóreo (ej. los oídos son
los órganos de la facultad auditiva, los ojos lo son de la visiva, etc.).
Tales potencias con soporte orgánico son principios próximos que
ordenan, configuran, informan, una parte del cuerpo, no el cuerpo
entero, sino cada una a su órgano (ej. la facultad auditiva activa a
los oídos; la de la vista, a los ojos, etc.). La vida es el principio
remoto unitario que vivifica enteramente al cuerpo. Es, por tanto, el
origen del que dimanan todas las facultades o potencias, que
contribuyen a que el cuerpo sea un organismo. La vida (lo que los
antiguos denominaban alma) es, pues, la que ordena y coordina las
distintas facultades y las hace compatibles entre sí. Es curioso que
el cuerpo humano reciba su vida del alma y se enfrente a ella. Algo
debe de hacer ocurrido para que se haya producido un notable
desajuste entre ambos; desorden agudo que, además, al fin de esta
vida termina inexorablemente con la ruptura definitiva.

Los cuerpos orgánicos tienen mayor o menor complejidad

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dependiendo del mayor o menor número de potencias o facultades


que posean y del tipo de las mismas. Los órganos son para las
facultades; no al revés (ej. el ojo es para la vista, no la vista para el
ojo; no se trata sólo de que veamos porque tengamos ojos, sino de
que los ojos son para ver). De modo semejante, hay que recordar a
menudo que el cuerpo es para el alma, y no a la inversa. No se
pueden comprender, pues, enteramente los órganos desde una
perspectiva meramente anatómica, fisiológica, biologicista, sino que
se los entiende bien sólo en atención a las facultades (ej. no se
advierte enteramente el sentido del ojo desde un mero estudio
fisiológico, es decir, al margen de que el ojo es el órgano de la
visión, o sea, de que está configurado para ver). A la par, no cabe
una entera compresión de cada órgano por separado, ni tampoco
una entera comprensión psicológica de cada facultad por separado.
La comprensión completa es la que compara unos órganos con
otros y unas facultades con otras en atención a la armonía
jerárquica del conjunto.

En suma, se trata de ver que el fin del cuerpo no es el


cuerpo, sino, en rigor, el alma. El fin del cuerpo no es corpóreo, y no
sólo en cada una de sus partes, sino en el conjunto (ej. el fin del ojo
es ver, pero el ver no se ve, no es corpóreo. No se puede estudiar
anatómica o biológicamente el ver, porque tal acto no es ni
anatomía ni biología ninguna, sino conocimiento, que es el fin de
aquéllas. Tal conocer no es vida puramente biológica, sino vida
cognoscitiva). Del mismo modo, el fin del cuerpo, tomado
enteramente, tampoco es corpóreo. El fin del cuerpo humano es el
alma humana, su principio vital. No es ésta para aquél, sino el
cuerpo para el alma. El yo ni es cuerpo ni es para el cuerpo, sino
que el cuerpo es para el yo, para manifestar sensiblemente, en la
medida de lo posible, el sentido del yo. Por eso, concepciones
filosóficas que describen a la persona según la "unidad" o
"totalidad" del alma y cuerpo -tales como la de Zubiri-, no pueden
dar razón de la persona post mortem.

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El cuerpo no es la persona, sino de la persona. El cuerpo


tampoco es el yo. Es manifiesto que no cabe persona humana en
este mundo sin cuerpo, pero si la persona se midiera como tal por
el cuerpo, uno sería menos persona en la niñez, en la enfermedad,
en la vejez, en las lesiones, con el cuerpo deshecho (la realidad
parece justo la contraria, en esas situaciones resplandece más -si
se sabe advertir- el carácter de persona de los humanos). Sería
menos persona cualquiera de la calle que un atleta, o lo sería
menos cualquier ama de casa que “miss-Universo”. Además,
dejaría de ser persona al morir. Todo ello es absurdo. No; el cuerpo
es de la naturaleza humana, pero no es la persona humana. El
cuerpo es para la persona, no la persona para el cuerpo. Si no
fueran asuntos distintos esta afirmación sería ininteligible. Cabe
preguntar ¿para qué de la persona? Se puede ofrecer esta
respuesta: para que la persona se manifieste sensiblemente en
cierto modo a través de su cuerpo, o, al menos, para que no
encuentre impedimentos en su corporeidad para expresar en cierto
modo quién es. Esto constituye una peculiaridad exclusiva de los
humanos. Por eso, debemos estudiar a continuación el carácter
distintivo de nuestro cuerpo con respecto al de los animales.
Indagaremos también sobre la armonía entre las funciones de
nuestra corporeidad y el fin supraorgánico, suprabiológico, de las
mismas, finalidad de la que carecen los animales. En rigor, se trata
de reparar que cada cuerpo humano es aquello orgánico de la
naturaleza humana según lo cual dispone una persona humana
irrepetible (no un individuo de la especie) para manifestarse[1].

[1] POLO advierte que el hombre, cada quien, es sumamente contingente; es decir,
improbable, esto es, que existe a condición de que los demás posibles (espermatozoides
que podrían haber fecundado el óvulo) no existan. En los animales eso no importa porque
son intercambiables. En el hombre no, porque es espíritu (lo novum), y eso no es
intercambiable. Si a ello se le suma la contingencia histórica, es decir que nuestros padres,
abuelos, tatarabuelos, etc., no se hubiesen conocido, la improbabilidad de la existencia de
cada nueva persona raya el infinito. ¿Salida? O azar, que nada explica, o se apela a la
providencia divina. Cfr. de este autor Introducción a la filosofía, Madrid, Rialp, 1995, 211.

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2. Carácter distintivo del cuerpo humano


La tesis a esclarecer se puede enunciar así: el cuerpo
humano no es ni orgánica ni funcionalmente como el del resto de
los animales superiores, sino justamente inverso respecto de ellos.
Es sentencia clásicamente admitida que el hombre es un “animal
racional”. Esta definición parece sostener que tenemos algo en
común con el género animal, que sería la “animalidad”, y algo
propio y distintivo nuestro, que vendría a ser exclusivamente lo
“racional” que, por cierto, perdemos con frecuencia... Sin embargo,
intentaremos aclarar que el hombre se distingue radicalmente -no
sólo de grado- de los animales a todo nivel corpóreo, y no sólo por
la razón (y en la pérdida de ella). En rigor, el hombre no es animal.
El hombre no es su cuerpo, y su cuerpo no es animal. Por lo
demás, en virtud de ese carácter propio del cuerpo humano se
distinguen, al menos hasta nuestros días…, las Facultades de
Medicina y Veterinaria. También por suerte, hasta la fecha, tiene
más demanda la primera… El cuerpo humano está espiritualizado.
Comencemos, pues, por ver la distinción esencial entre el cuerpo
humano y el de los demás animales.

El cuerpo de los animales es sumamente determinado


constitucionalmente, y especializado en orden a una función; el del
hombre, por el contrario, es abierto y desespecializado. En lenguaje
aristotélico se podría decir que el cuerpo humano es potencial, o
sea, no hecho para esto o lo otro, sino abierto para hacerse con
esto, con lo otro y con lo que se desee y, además, para hacerse con
ello de un modo u otro, es decir, como se desee. Es moldeable por
la persona que lo vivifica, como el barro en manos del alfarero, o
como la plastilina en las de los niños. Con todo, vale la pena
moldearlo bien, personalizarlo, porque, al igual que los precedentes
materiales, con el uso el cuerpo pierde sus virtualidades.

Reparemos en el nacimiento. Siempre se nace -como


advierte Polo- prematuramente. Los animales nacen casi viables,

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maduros. Atendamos al bipedismo. Los animales tienen las


extremidades especializadas para un sólo menester; nuestros pies,
pero nuestros pies no están especializados para ningún hábitat
determinado. Al igual que los pies, tampoco las piernas están
especializadas. Por eso unos las especializan, por ejemplo, en
orden a practicar fúlbol y otros en orden al ciclismo, siendo ambos
desarrollos no sólo heterogéneos sino incompatibles. Nosotros,
además, nos sentamos para liberar esfuerzo físico de cara a
desarrollar esfuerzo mental. En cambio, cuando no se trata de
pensar sino de actuar, cuando se monta a caballo por ejemplo,
conviene no tanto sentarse como aguantar todo el peso en las
piernas y en los estribos. ¿Y el resto del cuerpo humano? Está
sumamente desespecializado, e incluso desasistido, es decir, no
recubierto con plumas para volar, o de piel dura o abundancia de
pelo para resistir el frío, etc. Suele decirse que el hombre está
desnudo. A ello hay que añadir que el hombre es el único animal
que se da cuenta que lo está, y que le conviene no estarlo. Si no lo
notara no tendría sentido vestirse, a menos que con ello se
defendiese, por ejemplo, del frío. Pero también se visten los que
viven en los trópicos, y en las zonas templadas costeras. Cubrirse
no es cultural (cultural es hacerlo de un modo u otro), sino natural al
hombre; y tiene que ver con el pudor, pues no hacerlo denota una
pérdida de honestidad, asunto ético. El cuerpo humano es un gran
don, una inmensa riqueza, aunque este regalo admite ciertos límites
y necesidades. En efecto, el hombre posee carencias biológicas,
pues está corporalmente necesitado, indeterminado, y, sin
embargo, mediante la versatilidad de su cuerpo -y, sobre todo, con
su inteligencia- puede cubrir sus necesidades, aunque hasta cierto
punto, pues la muerte supone para el cuerpo un límite
infranqueable.

El hombre puede ejercer mediante su cuerpo todas aquellas


funciones de cara a las que está especificado el cuerpo animal,
aunque no merced al sólo cuerpo, sino a lo que adscribe a su

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cuerpo mediante su inteligencia.

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3. Manos, rostro y cabeza


Estas partes corpóreas humanas guardan todavía más
rasgos distintivos con el resto de los animales. Atendamos a las
manos. La finura de la piel en las manos indica más sensibilidad,
más posibilidad de captar matices de la realidad sensible. Las
manos no están determinadas para una sola función, sino que
pueden realizarlas todas. Aristóteles las llama, por ello, el
“instrumento de los instrumentos”[1], porque con ellas podemos
hacer cualquier actividad práctica. Están hechas para tener y hacer,
es decir, para usar, manejar cosas naturales, y para fabricar
artificiales. Son susceptibles de percibir muchos matices de lo real,
y también de conformar esos tonos. Piénsese, por ejemplo, en las
manos de un pianista. Son perfectamente compatibles también con
el lenguaje, pues acompañan con sus gestos la expresión de lo que
uno lleva dentro, y, por consiguiente, con el pensar y con el querer.
Por eso, no sirven sólo para usar o construir, sino también para dar,
ofrecer (manifestación de afecto es, en muchos países, dar un buen
apretón de manos; muestra de entrega enteriza es, por ejemplo y
en todas las latitudes, su adoptar una posición orante, etc.). Y
también, y fundamentalmente, las manos manifiestan el aceptar
personal humano, porque en el hombre es primero y más
importante aceptar que dar. Las manos son muy expresivas. Sus
gestos son muy significativos, y admiten un sin fin de modalidades.
¿Y los brazos? Que están abiertos a diversos a varios usos es
palmario: tenis, escalada, natación, danza, tareas agrícolas,
artesanales, técnicas, de construcción, etc. Tal vez lo más expresivo
que se pueda hacer con ellos sea, asimismo, aceptar. He ahí el
sentido del abrazo paterno, del acunar materno, etc.

Fijémonos en la cara. La cara dice Julián Marías es “una


singular abreviatura de la realidad personal en su integridad”[2]. Es
más expresiva aún que las manos. El refrán popular acierta al
sentar que la cara es el espejo del alma, aunque no sólo la cara,

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sino todo el cuerpo, puesto que cuando el alma está bien, el cuerpo
baila (la inversa también es verdad). Armonizadas las diversas
partes faciales pueden expresar alegría, tristeza, dolor, enfado, etc.
La boca está provista de finos labios para hablar o sonreír.
Poseemos dientes que no son específicos para desgarrar o rumiar,
sino para comer de todo, para hablar, etc. El cuello humano está
dotado de movimientos normales, ni rápidos -como los de las aves-,
pues éstos nos impedirían pensar, ni tardos, como el camaleón,
porque serían una rémora para percibir mejor el medio ambiente en
el que nos movemos y del que adquirimos conocimientos. Nuestra
lengua no es pesada, como la del camello, por ejemplo; o
demasiado estrecha y fina, como la de las serpientes, lo cual nos
permite articular la voz. Los músculos de las mejillas recubren
bastante parte de las mandíbulas, de modo que no todo sea boca,
como en los reptiles, etc., sino que permiten gesticular y manifestar
muchos estados de ánimo. En efecto, esos músculos son ligeros, y
por ello permiten hablar, sonreír, transmitir tristeza, angustia, dolor,
temor, etc. La posición de nuestra nariz es inferior a la de los ojos, y
el olfato que ella permite, inversamente al de los tiburones, por
ejemplo, no supera en conocimiento al de nuestra vista, lo cual
señala la superioridad de este último sentido sobre el precedente.
El que los ojos ocupen un lugar superior a los oídos en el hombre, a
diferencia del caballo por ejemplo, indica que en nosotros la vista es
el sentido superior, el que más nos permite conocer, siendo así que
realmente es el sentido más cognoscitivo. Además, los párpados,
las cejas, etc., no sólo poseen una finalidad biológica, como la de
evitar la entrada de polvo o sudor en los ojos, sino que con sus
movimientos se expresa atención, perplejidad, picardía, etc. No
tenemos los ojos a los lados de la cara, como las aves, los anfibios,
etc., ni funcionan independientes uno de otro, como los de las
ranas, sino delante para mirar de frente, y objetivar al unísono,
porque eso facilita centrar la atención de nuestro pensar. La frente
es recta, vertical, a diferencia de la de los monos, y no sirve para
engastar cuernos, como en el caso de los toros o las cabras, sino

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para albergar más masa cerebral.

¿Y la cabeza? Nuestro cráneo ocupa una posición vertical


sobre la columna vertebral, para mirar de frente. La posición del
cráneo de los cuadrúpedos es horizontal respecto de su cuerpo, en
disposición hacia el suelo, donde encuentran el alimento y su
hábitat. En el nuestro, el cerebro ocupa la mayor parte de la
capacidad craneana; en los animales, en cambio, es sólo una
pequeña parte. Piénsese en los perros, caballos, etc. Nuestro
cerebro dispone además de más neuronas libres, es decir, de
aquéllas que carecen de una función biológica determinada (inervar
el estómago, los ojos, etc.). El hombre también es el único animal
que se peina, que se arregla de un modo u otro el cabello. No
hacerlo no es natural al hombre (salvo para el calvo…), de modo
que la dejadez, el descuido en ese aspecto, también posee un
significado personal que el cabello deja traslucir. Por el contrario,
dedicarle excesiva atención al cabello y a sus múltiples peinados
también es muy significativo, pues no pocas veces denota vanidad
(y no sólo en las mujeres…); otras, crispada protesta social;
pertenencia a un clan, banda o pandilla, etc. En cualquier caso, y
como en el resto de las facetas corporales, el cabello no debe
tomarse como fin.

[1] Sobre el alma, l. III, cap. 8, (BK 432 a 1).

[2] MARÍAS, J., Antropología metafísica, Madrid, Revista de Occidente, 1973, 156.

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4. Las funciones añadidas al cuerpo humano.


Busquemos ahora el sentido de la entera corporeidad
humana para descubrir que ese sentido no es corpóreo, sino
personal. El cuerpo humano es el cuerpo más abierto a más
posibilidades. No está determinado a nada, aunque puede hacerlo
todo. No está hecho para adaptarse, sino para adaptar el mundo a
su necesidad biológica.

El cuerpo humano es expresivo de multiplicidad de asuntos


que no son meramente biológicos. Pongamos algunos ejemplos. La
limpieza de nuestro cuerpo tiene un significado sólo humano, pues
no la cuidamos sólo porque tenemos menos defensas ante
parásitos, sino porque es más agradable humanamente. Jugar,
danzar, bailar no tienen un exclusivo fin biológico, sino que son, por
ejemplo, señal de regocijo personal. El cuerpo humano permite
jugar, y salta a la vista que el juego no es una necesidad fisiológica.
Arrodillarse, indica piedad. Ya hemos aludido al sexo como
expresión de la intimidad masculina, y, sobre todo, de la femenina
(repárese que los órganos genitales femeninos son internos). Las
manos no determinadas a lo uno son abiertas a múltiples usos; son
también expresivas, y hasta tal punto, que constituyen, por ejemplo,
la base del lenguaje para sordomudos, una forma concreta de
lenguaje convencional, uno entre otros muchos. Con ellas no sólo
se saluda, sino que también se señala, se enseña, se acaricia, se
acepta (no sólo ama el corazón; también las manos pueden ser
expresión del amor personal), etc.

Con la cara expresamos, todavía más que con las manos,


algo de nosotros mismos, y no sólo algo meramente biológico. Reír
es un propio humano, decían los medievales. Hay diversos tipos de
risa. Otra manifestación de júbilo es cantar. También llorar, expresar
aceptación, rechazo, enfado, tristeza, dolor, ternura, etc., son
asuntos propios del hombre. En rigor, todas las facetas del espíritu
se pueden traslucir con gestos faciales. Y no manifestarlas indica

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también otras facetas del espíritu: rigidez, falta de libertad de


espíritu, simulación, doblez, mentira... Todos los gestos faciales
están diseñados para apelar a otra persona. Ningún animal da a
entender esos mensajes con los gestos de la cara. El hombre sí. Es
el único animal que puede imitar todas las realidades sensibles y
también las humanas. Ello denota que está abierto a través de su
cuerpo a todas ellas. Pero indica, sobre todo, que el cuerpo es apto,
plástico, para manifestar realidades espirituales. Lo más dúctil de lo
corpóreo humano es la voz.

Aunar los diversos órganos faciales para reír es una finalidad


sobreañadida a la meramente biológica de los mismos. El beso es
sólo humano, aunque hay muchos modos de besar: unos indican
sensualidad, otros amor, y aún otros traición. Inclinar la cabeza
indica reverencia, petición de perdón, a veces timidez, otras
rechazo, etc. Ningún animal reverencia a otro, porque cada uno de
ellos no está en función de ningún otro, sino en función de la
especie. En cambio, -como advertía Tomás de Aquino- entre los
hombres siempre existe algo en la naturaleza humana por lo cual
podemos considerar a los demás superiores a nosotros, y ello no
sólo en virtud de alguna de sus cualidades naturales (altura,
fortaleza, salud, belleza, etc.), sino también de las adquiridas
(facilidad para hablar, para los idiomas, simpatía, claridad en la
inteligencia, firmeza en la voluntad, etc.). No obstante, cada
persona es -y se sabe- superior a todas las cualidades la naturaleza
y esencia humanas (si no repara en ello: señal cierta de que se está
despersonalizando).

Con todo, el hombre posee en su naturaleza tendencias


desordenadas: las de los apetitos inferiores cuando éstos no se
subordinan a la razón y a la virtud de la voluntad[1]. Por ello, lo que
precede indica algo más, a saber, que es una lamentable pérdida
para la persona humana que ésta se deje llevar por las tendencias
desordenadas de su naturaleza y, consecuentemente, que se
despersonalice o animalice. Y viceversa, que es gozoso advertir

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como la persona de un hombre tira hacia arriba de su naturaleza


humana, la personaliza, esto es, saca partido de ella en orden a
elevarla al sentido novedoso, personal e irrepetible propio, aún en la
enfermedad. La primera actitud, obviamente, es viciosa; la segunda,
en cambio, virtuosa, y ambas se incluyen, por tanto, en el ámbito de
la ética. El lenguaje, por ejemplo, no es meramente biológico, sino
una función añadida a la operatividad propia de los órganos que
intervienen en su elaboración.

Se podrían multiplicar los ejemplos, aunque con lo descrito


es suficiente para rastrear las funciones sobreañadidas a las
diversas facetas de la corporeidad humana. Se debe, sin embargo,
dar razón de ese carácter distintivo. ¿Por qué tanta indeterminación
o potencialidad en el cuerpo humano?, ¿por qué tanta posibilidad
significativa en él? Derivado de lo anterior, la conclusión sólo puede
ser una: el cuerpo humano está hecho para expresar la apertura
irrestricta, la libertad, que cada persona humana es. Si el cuerpo
humano no estuviera dotado de esta apertura sería incompatible
con el carácter personal de cada hombre: pura apertura. Eso
también es compatible con la apertura de las potencias superiores
de la persona humana (inteligencia y voluntad), que están abiertas
a toda la realidad y a crecer irrestrictamente (nociones de hábito y
virtud). La apertura del cuerpo humano es compatible, en últimas,
con la apertura del acto de ser personal, porque la persona es
apertura sin restricción: libertad. Ahora bien, en rigor, ¿apertura
irrestricta a quién? Respuesta: ¿no será que el hombre, también
con su cuerpo, está hecho para Dios, para manifestar lo divino? De
ser esto así, cualquier actividad corpórea que ayude a los demás a
acceder a Dios a través de ella es personal, mientras que cualquier
otra que impida tal acceso es despersonalizante. En efecto,
apertura irrestricta indica que el cuerpo humano está
espiritualizado, que el hombre, también con su cuerpo, está abierto
a lo espiritual infinito, a Dios, es decir, que el hombre es capaz de
él, no sólo porque una oración se pueda musitar con los labios o

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cosas así, sino porque, como se verá, la persona humana sin Dios
es incomprensible (cfr. lección 12). Pues bien, esa tesis alcanza
también a la biología y a la corporeidad humana. En efecto, puesto
que el cuerpo es disposición del yo, el cuerpo humano sin Dios -y
esta es la tesis central de esta Lección- es incomprensible. Está
hecho para él. Y esta verdad, aunque esté revelada
sobrenaturalmente[2], también es una verdad natural. Tan para Dios
está hecho el cuerpo humano que se puede manifestar
perfectamente lo divino a través del cuerpo humano. En caso
contrario, la Encarnación del Hijo de Dios, Jesucristo, no se hubiese
podido dar.

[1] “El bien de cualquier cosa reside en que su operación sea concorde con su forma; pero la
forma propia del hombre es según que es animal racional”, TOMÁS DE AQUINO, Comentario a
la Ética a Nicómaco, l. II, lec. 2; “por lo cual es propio suyo que obre según la razón, que es
obrar según virtud”, S. Theol., I-II, q. 85, a. 2, co.

[2] “¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?”, I
Cor., 3, 16; “¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en
vosotros y habéis recibido de Dios, y que, por tanto, no os pertenecéis?... Glorificad a Dios
en vuestro cuerpo”, I Cor., cap. 6, vs. 19.

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