007 AF El Cuerpo Humano I
007 AF El Cuerpo Humano I
007 AF El Cuerpo Humano I
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1. Cuerpo orgánico. 2. Carácter distintivo del cuerpo humano. 3. Las manos, el rostro y la cabeza. 4. Las
funciones añadidas al cuerpo humano.
Tabla de contenidos
Capítulo 4. El cuerpo humano (Parte I).
1. Cuerpo orgánico.
2. Carácter distintivo del cuerpo humano
3. Manos, rostro y cabeza
4. Las funciones añadidas al cuerpo humano.
1. Cuerpo orgánico.
El cuerpo humano vivo, sus funciones y facultades
constituyen la naturaleza humana, la vida recibida; la herencia
biológica que debemos a nuestros padres. De ellos no hemos
recibido la persona que somos, a saber, el acto de ser personal, ni
tampoco la esencia humana, es decir, el partido que cada cuál saca
de sus facultades superiores sin base orgánica. Señalábamos en la
Lección 1 de este Curso que la vida no es algo sobreañadido
extrínsecamente al cuerpo orgánico, sino su movimiento intrínseco.
Conviene añadir ahora que la vida es lo que hace que un cuerpo
sea precisamente un organismo. Vivificar a un cuerpo es constituirlo
como organismo.
[1] POLO advierte que el hombre, cada quien, es sumamente contingente; es decir,
improbable, esto es, que existe a condición de que los demás posibles (espermatozoides
que podrían haber fecundado el óvulo) no existan. En los animales eso no importa porque
son intercambiables. En el hombre no, porque es espíritu (lo novum), y eso no es
intercambiable. Si a ello se le suma la contingencia histórica, es decir que nuestros padres,
abuelos, tatarabuelos, etc., no se hubiesen conocido, la improbabilidad de la existencia de
cada nueva persona raya el infinito. ¿Salida? O azar, que nada explica, o se apela a la
providencia divina. Cfr. de este autor Introducción a la filosofía, Madrid, Rialp, 1995, 211.
sino todo el cuerpo, puesto que cuando el alma está bien, el cuerpo
baila (la inversa también es verdad). Armonizadas las diversas
partes faciales pueden expresar alegría, tristeza, dolor, enfado, etc.
La boca está provista de finos labios para hablar o sonreír.
Poseemos dientes que no son específicos para desgarrar o rumiar,
sino para comer de todo, para hablar, etc. El cuello humano está
dotado de movimientos normales, ni rápidos -como los de las aves-,
pues éstos nos impedirían pensar, ni tardos, como el camaleón,
porque serían una rémora para percibir mejor el medio ambiente en
el que nos movemos y del que adquirimos conocimientos. Nuestra
lengua no es pesada, como la del camello, por ejemplo; o
demasiado estrecha y fina, como la de las serpientes, lo cual nos
permite articular la voz. Los músculos de las mejillas recubren
bastante parte de las mandíbulas, de modo que no todo sea boca,
como en los reptiles, etc., sino que permiten gesticular y manifestar
muchos estados de ánimo. En efecto, esos músculos son ligeros, y
por ello permiten hablar, sonreír, transmitir tristeza, angustia, dolor,
temor, etc. La posición de nuestra nariz es inferior a la de los ojos, y
el olfato que ella permite, inversamente al de los tiburones, por
ejemplo, no supera en conocimiento al de nuestra vista, lo cual
señala la superioridad de este último sentido sobre el precedente.
El que los ojos ocupen un lugar superior a los oídos en el hombre, a
diferencia del caballo por ejemplo, indica que en nosotros la vista es
el sentido superior, el que más nos permite conocer, siendo así que
realmente es el sentido más cognoscitivo. Además, los párpados,
las cejas, etc., no sólo poseen una finalidad biológica, como la de
evitar la entrada de polvo o sudor en los ojos, sino que con sus
movimientos se expresa atención, perplejidad, picardía, etc. No
tenemos los ojos a los lados de la cara, como las aves, los anfibios,
etc., ni funcionan independientes uno de otro, como los de las
ranas, sino delante para mirar de frente, y objetivar al unísono,
porque eso facilita centrar la atención de nuestro pensar. La frente
es recta, vertical, a diferencia de la de los monos, y no sirve para
engastar cuernos, como en el caso de los toros o las cabras, sino
[2] MARÍAS, J., Antropología metafísica, Madrid, Revista de Occidente, 1973, 156.
cosas así, sino porque, como se verá, la persona humana sin Dios
es incomprensible (cfr. lección 12). Pues bien, esa tesis alcanza
también a la biología y a la corporeidad humana. En efecto, puesto
que el cuerpo es disposición del yo, el cuerpo humano sin Dios -y
esta es la tesis central de esta Lección- es incomprensible. Está
hecho para él. Y esta verdad, aunque esté revelada
sobrenaturalmente[2], también es una verdad natural. Tan para Dios
está hecho el cuerpo humano que se puede manifestar
perfectamente lo divino a través del cuerpo humano. En caso
contrario, la Encarnación del Hijo de Dios, Jesucristo, no se hubiese
podido dar.
[1] “El bien de cualquier cosa reside en que su operación sea concorde con su forma; pero la
forma propia del hombre es según que es animal racional”, TOMÁS DE AQUINO, Comentario a
la Ética a Nicómaco, l. II, lec. 2; “por lo cual es propio suyo que obre según la razón, que es
obrar según virtud”, S. Theol., I-II, q. 85, a. 2, co.
[2] “¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?”, I
Cor., 3, 16; “¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en
vosotros y habéis recibido de Dios, y que, por tanto, no os pertenecéis?... Glorificad a Dios
en vuestro cuerpo”, I Cor., cap. 6, vs. 19.