Blanchot y Las Sirenas
Blanchot y Las Sirenas
Blanchot y Las Sirenas
LENGUAJE Y NEGATIVIDAD EN LA
FILOSOFÍA DE MAURICE BLANCHOT
THE WITHDRAWAL OF PRESENCE. LANGUAGE AND
NEGATIVITY IN THE PHILOSOPHY OF MAURICE
BLANCHOT
RAYIV DAVID TORRES SÁNCHEZ [email protected]
Universidad de los Andes, Colombia
DOI: https://doi.org/10.15446/ideasyvalores.v68n169.63305
ABSTRACT:The article analyzes the relation between writing and presence in the work of
Maurice Blanchot and defines the textual grounds of presence in the order of literature, using
Michel Foucault's concepts of "literary space" and the "thought of the outside" as theoretical
referents. While the objective of examining that relation is to deconstruct the link between
presence and language, Blanchot leads us to consider that continuity in terms of a never
complete or fulfilled presence that remains as discontinuity, as promise and absence that must
be preserved.
El canto de las sirenas prometía algo que siempre estaría por venir. Sin
embargo, este canto era imperfecto e insatisfactorio, debido a que solamente
prometía un canto venidero; si bien las sirenas cantaban, tan solo dejaban
escuchar la dirección de donde provenía la felicidad verdadera del canto y sus
fuentes verdaderas. Homero aseveró que las sirenas colmaban el alma de
Ulises con un deseo de escuchar en estado puro, mientras que Apolonio de
Rodas decía, a propósito de Butes -uno de los argonautas que junto con Orfeo
sucumbió al llamado fatal-, que las sirenas colmaban el alma con un deseo de
aproximarse en estado puro. El navegante, sin saberlo, era orientado por el
canto a lo que está desprovisto de un origen. No obstante, las sirenas no
engañaban al navegante, lo conducían hacia su objetivo, pero no lo
engañaban. Este lugar, detrás del origen del canto, era uno en el que, como
sugería Maurice Blanchot, solo se podría desaparecer, porque en esta región
de origen y fuente, aquella que se procura solamente en el tiempo, incluso
hasta la música ha desaparecido con mayor radicalidad que en ningún otro
paraje del mundo: "un mar en el que se hundían, sordos, los vivos, y en el que
las sirenas -lo que prueba su buena voluntad- tuvieron a su vez un día que
desaparecer" (Blanchot 2005 23).
Las sirenas no son otra cosa que canto, y este no es más que
Los que se acercaron, se ha dicho desde tiempos arcaicos, han perecido por
la impaciencia, por pre-cipitarse (como Butes en el canto IV de Apolonio de
Rodas), por la tentación pre-matura de mirar, queriendo reducir
desmesuradamente la distancia entre el cuerpo que escucha y el origen de lo
que no se encuentra. También se ha dicho que, por el contrario, era demasiado
tarde cuando, de hecho, se había ido más allá de la meta, debido a que el
encantamiento exponía a los navegantes a ser infieles a ellos mismos, es decir,
a su canto humano e incluso a la esencia del canto, despertando el deseo de un
más allá maravilloso; pero esa promesa no indicaba más que un desierto
inhóspito, un lugar de aridez inabarcable, donde el silencio, lo mismo que el
ruido, quemaba a todo aquel que hubiese tenido el deseo de ir más allá, tras la
distancia del canto.
Las sirenas, como ha dicho Pascal Quignard, no le dicen a Ulises "ven a las
rocas y sobre la arena" o "ven hacia el prado que continúa, allá donde crecen
las flores"; por el contrario, le dicen, como se lee en el canto xii de
la Odisea, "ven aquí, aquí en la dulzura de la voz-miel, porque nosotras,
nosotras conocemos los sufrimientos. Conocemos todos los sufrimientos que
los dioses envían a los hombres" (cit. en Quignard 59).
El problema literario
En su ser que espera y olvida, en ese poder de disimulo que borra toda
significación determinada y la existencia misma de aquel que habla,
en esa neutralidad gris que es el refugio esencial de todo ser y que
libera así el espacio de la imagen, el lenguaje no es ni la verdad ni el
tiempo, ni la eternidad ni el hombre, sino la forma siempre rehecha del
afuera; [la espera] sirve para comunicar, o mejor aún, deja ver en el
relámpago de su oscilación indefinida, el origen y la muerte -su
contacto de un instante mantenido en un espacio desmesurado.
(Foucault 2000 8)
La espera está desprovista de todo objeto, por eso ocurre siempre afuera. Sin
embargo, esta espera tampoco es la de una inmovilidad resignada sobre un
terreno propio, por cuanto "tiene la resistencia de un movimiento que no
tuviera término ni se prometiera jamás la recompensa de un descanso; [la
espera] no se encierra en ninguna interioridad; hasta sus más mínimas parcelas
se encuentran en un irremediable afuera" (Foucault 2000 8). En el afuera, el
espacio literario está en el exilio desértico donde todo falta. Nada comienza
más allá de lo que se rehace de manera incesante. El afuera es lo que también
se dice con el aplazamiento, la postergación, la atracción y el umbral que
aparta todo más allá!8
El puro afuera del origen, si es que es eso lo que el lenguaje espera
recibir, no se fija jamás en una positividad inmóvil y penetrable; y el
afuera continuamente reanudado de la muerte, si se deja llevar hacia
la luz por el olvido esencial al lenguaje, no plantea jamás el límite a
partir del cual se dibujaría finalmente la verdad. (Foucault 2000 80)
De una vez por todas, Es Orfeo, cuando hay canto. Va y viene (Rilke
2004)
Escritura y exterioridad
Michel Foucault observaba que estas preguntas fueron posibles por el hecho
de que, en la primera mitad del siglo xix, el ser del lenguaje se encontró
fragmentado tras separarse la ley del discurso de la representación. En el caso
de la literatura, esto se volvió necesario después de que con Nietzsche y
Mallarmé el pensamiento fuera conducido hacia el lenguaje mismo, "hacia su
ser único y difícil" (1997 298). "Toda la curiosidad de nuestro pensamiento se
aloja en una pregunta: ¿qué es el lenguaje, cómo rodearlo para hacerlo
aparecer en sí mismo y en su plenitud?" (Foucault 1997 298).
este pensamiento que habla desde hace miles de años sin saber lo que
es hablar y ni siquiera habla, ¿va a recoger por entero y a iluminar de
nuevo en la luz del ser? ¿Acaso no era esto lo que preparaba
Nietzsche cuando, en el interior del lenguaje, mataba a Dios y al
hombre a la vez, y prometía con ello, junto con el Retorno, el centelleo
múltiple y reiniciado de los dioses? ¿O es necesario admitir,
simplemente, que todas estas preguntas sobre el lenguaje no hacen
más que perseguir, que consumar, cuando más, ese acontecimiento
cuya existencia y primeros efectos nos señala la arqueología desde
fines del siglo XVIII? (Foucault 1997 298)
Con el fin de ilustrar cómo la escritura literaria aparece como una inversión
radical de este movimiento de representación, se tomará en perspectiva,
primero, la poesía Stéphane Mallarmé y, segundo, la de Rainer Maria Rilke a
la luz de la crítica literaria de Blanchot, dada la centralidad de ambos autores
en el esbozo de su analítica de la presencia. En el caso de Mallarmé, la
ausencia es la fuerza de lo negativo, pero también lo que aparta de la realidad
de las cosas a la lengua,10 esto es, la ausencia en lo que se dice como una voz
que despide lo que nombra y aquello que significa por lo que nos libera de su
peso.
Es así como también, de manera muy afín a la rosa del epitafio de Rilke, en
la poesía de Mallarmé se tiene que el lenguaje no está formado por palabras,
sino que este "es aquello en lo que las palabras ya siempre han desaparecido y
ese movimiento oscilante de aparición y desaparición" (Blanchot 2005 276).
Este movimiento refleja la presencia de la palabra que conmemora el vacío
que deja el objeto cuando desaparece: "la parte material del lenguaje adquiere
de este modo un papel fundamental pues 'únicamente su presencia es la
prenda de la ausencia de todo lo demás'" (Blanchot 1949 36). Esto es, como
cuando Mallarmé escribe en un poema ampliamente difundido:
Digo: ¡una flor! Y, fuera del olvido al que mi voz relega todo
contorno, en cuanto que es algo distinto de los consabidos cálices, se
eleva musicalmente, ida misma y suave, la ausente de todos los ramos.
(368; cit. en Blanchot 1949 36).
Digo: ¡una flor!" y yo no tengo ante los ojos ni una flor, ni una imagen
de la flor, ni un recuerdo de la flor, pero, sin embargo, una ausencia
de la flor [...] En la ausencia real de un objeto, él no es sustituido por
su presencia ideal. (Blanchot 1949 36)
Por ello, con la mirada de Orfeo es posible decir que ver es también un
desplazamiento que, como la escritura, nos empeña en un movimiento
separador, "una salida oscilante y vacilante". Ver es
aprehender inmediatamente a distancia por medio de un instante que retiene,
Lo que está más allá del sol se celebra en la unidad que no oscurece ni
ilumina, aquello que no vela ni desvela. La experiencia de lo visible, en su
caso, nunca es recíproca, sino siempre esquiva. Ver no es encontrar.
Encontrar, en francés trouver, es girar, es el movimiento de
rodear (tourner), dar la vuelta a algo (faire le tour) o ir en derredor (aller au
tour). Encontrar un canto, por ejemplo, es "tornear", "girar", "dar vuelta" al
movimiento melódico de hacerlo rodar. En tal movimiento, no hay idea de
meta ni puerto de llegada, mucho menos de detención. El movimiento del
encuentro, como el de la mirada, siempre es circular, siempre rodea, como si
el sentido de la búsqueda (recherche) fuera curvarse, y dicha búsqueda se
convirtiera, de esta manera, en un punto de inflexión. Además, si en la visión
hay una privación primordial, es por eso que solo vemos lo que se nos escapa
y perdemos como una no-presencia, merced a la cual, sin embargo, se realiza
el contacto, pero como disimetría, interrupción y separación. No es posible ver
las cosas demasiado presentes aun si nuestra presencia en las cosas es
apremiante. La vista es interrumpida con el centro que siempre esquiva el
encuentro. De igual manera, el "sí mismo", el lugar y la identidad del habla
(mallarmeana o rilkeana) se interrumpen con el sujeto cuando dice: "hablo".
La vista, como la escritura, es el conjunto de lo que se me escapa y me es
impedido. Suponiendo, no obstante, una interrupción absolutamente neutra,
más allá de la esfera del lenguaje, exterior y anterior a toda habla y a todo
silencio, habría que interrogar si no sería esta una suerte de interrupción
hiperbólica a la que habría que responder hablando (sin romper el silencio), e
incluso si hablar, o escribir, no es todavía involucrar el afuera de toda lengua
en el lenguaje mismo.19
Bibliografía
Foucault, M. Las palabras y las cosas: una arqueología de las ciencias humanas.
Trad. Elsa Cecilia Frost. México: Siglo XXI, 1997.
Jabès, E. Del desierto al libro. Entrevista con Marcel Cohen. Trads. Ana Carrazón
Atienza y Carmen Dominique Sánchez. Madrid: Trotta, 2000.
Jay, M. Ojos abatidos. Trad. Francisco López Martín. Madrid: Akal, 2007.
Rilke, R. M. Escritos como epitafio para Wea Ouckama Knoop. Madrid: Visor de
poesía. 2004.
Notas
Notas de autor