ACC00003-Hobsbawm, Eric-Vista Panorámica Del Siglo 20
ACC00003-Hobsbawm, Eric-Vista Panorámica Del Siglo 20
ACC00003-Hobsbawm, Eric-Vista Panorámica Del Siglo 20
DEL SIGLO
XX
Isaiah Berlin (filósofo, Gran Bretaña): «He vivido durante la mayor parte del
siglo xx sin haber experimentado —debo decirlo— sufrimientos personales.
Lo recuerdo como el siglo más terrible de la historia occidental».
Primo Levi (escritor, Italia): «Los que sobrevivimos a los campos de concen-
tración no somos verdaderos testigos. Esta es una idea incómoda que gra-
dualmente me he visto obligado a aceptar al leer lo que han escrito otros
supervivientes, incluido yo mismo, cuando releo mis escritos al cabo de
algunos años. Nosotros, los supervivientes, no somos sólo una minoría
pequeña sino también anómala. Formamos parte de aquellos que, gracias a la
prevaricación, la habilidad o la suerte, no llegamos a tocar fondo. Quienes lo
hicieron y vieron el rostro de la Gorgona, no regresaron, o regresaron sin
palabras».
Rita Levi Montalcini (premio Nobel, científica, Italia): «Pese a todo, en este
siglo se han registrado revoluciones positivas ... la aparición del cuarto esta-
do y la promoción de la mujer tras varios siglos de represión».
William Golding (premio Nobel, escritor, Gran Bretaña): «No puedo dejar de
pensar que ha sido el siglo más violento en la historia humana».
12 HISTORIA DEL SIGLO XX
Ernst Gombrich (historiador del arte, Gran Bretaña): «La principal caracte-
rística del siglo xx es la terrible multiplicación de la población mundial. Es
una catástrofe, un desastre y no sabemos cómo atajarla».
Yehudi Menuhin (músico, Gran Bretaña): «Si tuviera que resumir el siglo xx,
diría que despertó las mayores esperanzas que haya concebido nunca la
humanidad y destruyó todas las ilusiones e ideales».
(Agosti y Borgese, 1992, pp. 42, 210, 154, 76, 4, 8, 204, 2, 62, 80, 140 y 160).
II
¿Cómo hay que explicar el siglo xx corto, es decir, los años transcurridos
desde el estallido de la primera guerra mundial hasta el hundimiento de la
URSS, que, como podemos apreciar retrospectivamente, constituyen un perío-
do histórico coherente que acaba de concluir? Ignoramos qué ocurrirá a con-
tinuación y cómo será el tercer milenio, pero sabemos con certeza que será
el siglo xx el que le habrá dado forma. Sin embargo, es indudable que en
los años finales de la década de 1980 y en los primeros de la de 1990 termi-
nó una época de la historia del mundo para comenzar otra nueva. Esa es la
información esencial para los historiadores del siglo, pues aun cuando pue-
den especular sobre el futuro a tenor de su comprensión del pasado, su tarea
no es la misma que la del que pronostica el resultado de las carreras de caba-
llos. Las únicas carreras que debe describir y analizar son aquellas cuyo
resultado —de victoria o de derrota— es conocido. De cualquier manera, el
éxito de los pronosticadores de los últimos treinta o cuarenta años, con inde-
pendencia de sus aptitudes profesionales como profetas, ha sido tan especta-
cularmente bajo que sólo los gobiernos y los institutos de investigación eco-
nómica siguen confiando en ellos, o aparentan hacerlo. Es probable incluso
que su índice de fracasos haya aumentado desde la segunda guerra mundial.
En este libro, el siglo xx aparece estructurado como un tríptico. A una
época de catástrofes, que se extiende desde 1914 hasta el fin de la segunda
guerra mundial, siguió un período de 25 o 30 años de extraordinario creci-
miento económico y transformación social, que probablemente transformó
la sociedad humana más profundamente que cualquier otro período de dura-
ción similar. Retrospectivamente puede ser considerado como una especie
de edad de oro, y de hecho así fue calificado apenas concluido, a comienzos
16 HISTORIA DEL SIGLO XX
de los años setenta. La última parte del siglo fue una nueva era de descom-
posición, incertidumbre y crisis y, para vastas zonas del mundo como Áfri-
ca, la ex Unión Soviética y los antiguos países socialistas de Europa, de
catástrofes. Cuando el decenio de 1980 dio paso al de 1990, quienes refle-
xionaban sobre el pasado y el futuro del siglo lo hacían desde una perspec-
tiva fin de siécle cada vez más sombría. Desde la posición ventajosa de los
años noventa, puede concluirse que el siglo xx conoció una fugaz edad de
oro, en el camino de una a otra crisis, hacia un futuro desconocido y pro-
blemático, pero no inevitablemente apocalíptico. No obstante, como tal vez
deseen recordar los historiadores a quienes se embarcan en especulaciones
metafísicas sobre el «fin de la historia», existe el futuro. La única generali-
zación absolutamente segura sobre la historia es que perdurará en tanto en
cuanto exista la raza humana.
El contenido de este libro se ha estructurado de acuerdo con los conceptos
que se acaban de exponer. Comienza con la primera guerra mundial, que mar-
có el derrumbe de la civilización (occidental) del siglo xix. Esa civilización
era capitalista desde el punto de vista económico, liberal en su estructura jurí-
dica y constitucional, burguesa por la imagen de su clase hegemónica carac-
terística y brillante por los adelantos alcanzados en el ámbito de la ciencia, el
conocimiento y la educación, así como del progreso material y moral. Ade-
más, estaba profundamente convencida de la posición central de Europa, cuna
de las revoluciones científica, artística, política e industrial, cuya economía
había extendido su influencia sobre una gran parte del mundo, que sus ejérci-
tos habían conquistado y subyugado, cuya población había crecido hasta
constituir una tercera parte de la raza humana (incluida la poderosa y creciente
corriente de emigrantes europeos y sus descendientes), y cuyos principales
estados constituían el sistema de la política mundial.1
Los decenios transcurridos desde el comienzo de la primera guerra mun-
dial hasta la conclusión de la segunda fueron una época de catástrofes para
esta sociedad, que durante cuarenta años sufrió una serie de desastres sucesi-
vos. Hubo momentos en que incluso los conservadores inteligentes no
habrían apostado por su supervivencia. Sus cimientos fueron quebrantados
por dos guerras mundiales, a las que siguieron dos oleadas de rebelión y
revolución generalizadas, que situaron en el poder a un sistema que reclama-
ba ser la alternativa, predestinada históricamente, a la sociedad burguesa y
capitalista, primero en una sexta parte de la superficie del mundo y, tras la
segunda guerra mundial, abarcaba a más de una tercera parte de la población
del planeta. Los grandes imperios coloniales que se habían formado antes y
durante la era del imperio se derrumbaron y quedaron reducidos a cenizas.
La historia del imperialismo moderno, tan firme y tan seguro de sí mismo a la
muerte de la reina Victoria de Gran Bretaña, no había durado más que el lapso
de una vida humana (por ejemplo, la de Winston Churchill, 1874-1965).
Pero no fueron esos los únicos males. En efecto, se desencadenó una cri-
sis económica mundial de una profundidad sin precedentes que sacudió
incluso los cimientos de las más sólidas economías capitalistas y que pareció
que podría poner fin a la economía mundial global, cuya creación había sido
un logro del capitalismo liberal del siglo xix. Incluso los Estados Unidos,
que no habían sido afectados por la guerra y la revolución, parecían al borde
del colapso. Mientras la economía se tambaleaba, las instituciones de la
democracia liberal desaparecieron prácticamente entre 1917 y 1942, excepto
en una pequeña franja de Europa y en algunas partes de América del Norte y
de Australasia, como consecuencia del avance del fascismo y de sus movi-
mientos y regímenes autoritarios satélites.
Sólo la alianza —insólita y temporal— del capitalismo liberal y el comu-
nismo para hacer frente a ese desafío permitió salvar la democracia, pues la
victoria sobre la Alemania de Hitler fue esencialmente obra (no podría haber
sido de otro modo) del ejército rojo. Desde una multiplicidad de puntos de
vista, este período de alianza entre el capitalismo y el comunismo contra el
fascismo —fundamentalmente las décadas de 1930 y 1940— es el momento
decisivo en la historia del siglo xx. En muchos sentidos es un proceso para-
dójico, pues durante la mayor parte del siglo —excepto en el breve período
de antifascismo— las relaciones entre el capitalismo y el comunismo se
caracterizaron por un antagonismo irreconciliable. La victoria de la Unión
Soviética sobre Hitler fue el gran logro del régimen instalado en aquel país
por la revolución de octubre, como se desprende de la comparación entre los
resultados de la economía de la Rusia zarista en la primera guerra mundial y
de la economía soviética en la segunda (Gatrell y Harrison, 1993). Probable-
mente, de no haberse producido esa victoria, el mundo occidental (excluidos
los Estados Unidos) no consistiría en distintas modalidades de régimen par-
lamentario liberal sino en diversas variantes de régimen autoritario y fascis-,
ta. Una de las ironías que nos depara este extraño siglo es que el resultado
más perdurable de la revolución de octubre, cuyo objetivo era acabar con el
capitalismo a escala planetaria, fuera el de haber salvado a su enemigo acé-
rrimo, tanto en la guerra como en la paz, al proporcionarle el incentivo —el
temor— para reformarse desde dentro al terminar la segunda guerra mundial
y al dar difusión al concepto de planificación económica, suministrando al
mismo tiempo algunos de los procedimientos necesarios para su reforma.
Ahora bien, una vez que el capitalismo liberal había conseguido sobrevi-
vir —a duras penas— al triple reto de la Depresión, el fascismo y la guerra,
parecía tener que hacer frente todavía al avance global de la revolución, cuyas m
fuerzas podían agruparse en torno a la URSS, que había emergido de la
segunda guerra mundial como una superpotencia.
18 HISTORIA DEL SIGLO XX
III
y por la infinita variedad de los mismos. De no haber sido así habría resulta-
do imposible mantener una población mundial varias veces más numerosa
que en cualquier otro período de la historia del mundo. Hasta el decenio de
1980, la mayor parte de la gente vivía mejor que sus padres y, en las econo-
mías avanzadas, mejor de lo que nunca podrían haber imaginado. Durante
algunas décadas, a mediados del siglo, pareció incluso que se había encon-
trado la manera de distribuir entre los trabajadores de los países más ricos al
menos una parte de tan enorme riqueza, con un cierto sentido de justicia,
pero al terminar el siglo predomina de nuevo la desigualdad. Ésta se ha en-
señoreado también de los antiguos países «socialistas», donde previamente
reinaba una cierta igualdad en la pobreza. La humanidad es mucho más ins-
truida que en 1914. De hecho, probablemente por primera vez en la historia
puede darse el calificativo de alfabetizados, al menos en las estadísticas ofi-
ciales, a la mayor parte de los seres humanos. Sin embargo, en los años fina-
les del siglo es mucho menos patente que en 1914 la trascendencia de ese
logro, pues es enorme, y cada vez mayor, el abismo existente entre el míni-
mo de competencia necesario para ser calificado oficialmente como alfabeti-
zado (frecuentemente se traduce en un «analfabetismo funcional») y el domi-
nio de la lectura y la escritura que aún se espera en niveles más elevados de
instrucción.
El mundo está dominado por una tecnología revolucionaria que avanza
sin cesar, basada en los progresos de la ciencia natural que, aunque ya se pre-
veían en 1914, empezaron a alcanzarse mucho más tarde. La consecuencia de
mayor alcance de esos progresos ha sido, tal vez, la revolución de los siste-
mas de transporte y comunicaciones, que prácticamente han eliminado el
tiempo y la distancia. El mundo se ha transformado de tal forma que cada
día, cada hora y en todos los hogares la población común dispone de más
información y oportunidades de esparcimiento de la que disponían los empe-
radores en 1914. Esa tecnología hace posible que personas separadas por
océanos y continentes puedan conversar con sólo pulsar unos botones y ha
eliminado las ventajas culturales de la ciudad sobre el campo.
¿Cómo explicar, pues, que el siglo no concluya en un clima de triunfo,
por ese progreso extraordinario e inigualable, sino de desasosiego? ¿Por qué,
como se constata en la introducción de este capítulo, las reflexiones de tan-
tas mentes brillantes acerca del siglo están teñidas de insatisfacción y de des-
confianza hacia el futuro? No es sólo porque ha sido el siglo más mortífero
de la historia a causa de la envergadura, la frecuencia y duración de los con-
flictos bélicos que lo han asolado sin interrupción (excepto durante un breve
período en los años veinte), sino también por las catástrofes humanas, sin
parangón posible, que ha causado, desde las mayores hambrunas de la histo-
ria hasta el genocidio sistemático. A diferencia del «siglo xix largo», que
pareció —y que fue— un período de progreso material, intelectual y moral
casi ininterrumpido, es decir, de mejora de las condiciones de la vida civili-
zada, desde 1914 se ha registrado un marcado retroceso desde los niveles que
se consideraban normales en los países desarrollados y en las capas medias
VISTA PANORÁMICA DEL SIGLO XX 23
No pasamos por alto el hecho de que la tortura o incluso el asesinato han lle-
gado a ser un elemento normal en el sistema de seguridad de los estados
modernos, pero probablemente no apreciamos hasta qué punto eso constituye
una flagrante interrupción del largo período de evolución jurídica positiva,
desde la primera abolición oficial de la tortura en un país occidental, en la
década de 1780, hasta 1914.
Y sin embargo, a la hora de hacer un balance histórico, no puede compa-
rarse el mundo de finales del siglo xx con el que existía a comienzos del
período. Es un mundo cualitativamente distinto, al menos en tres aspectos.
En primer lugar, no es ya eurocéntrico. A lo largo del siglo se ha produ-
cido la decadencia y la caída de Europa, que al comenzar el siglo era todavía
24 HISTORIA DEL SIGLO XX