D1. E) Violencia Contra Las Mujeres

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Unidad Violencia contra las Mujeres

Programa de Prevención en Violencia contra las Mujeres

Dimensión 1. Sensibilización y conocimiento sobre la violencia y


enfoque de género.
Guía Herramientas Temática E)
Violencia contra la mujer

Contenidos ● Diversidad de mujeres

● Definiciones de la VCM

● Contextos y tipos de VCM.

● Causas de la VCM.

● Mitos sobre la VCM; 12 mitos.

● Naturalización de la VCM. Mandatos de la mujer; de la


maternidad, la multimujer, existir para otros, de la belleza,
etc.
Objetivo: Problematizar la distinción entre los diferentes contextos en los
que ocurre la discriminación y la violencia contra la mujer,
caracterizando los distintos tipos de violencia y las intersecciones
que influyen en su análisis.

Aprendizaje esperado: Identificar las brechas de género que promueven la violencia


contra la mujer en el entorno de las organizaciones y sus
comunidades para generar propuestas para prevenirla y
erradicarla.

1. Diversidad de mujeres.

Desde el Servicio Nacional de la Mujer y Equidad de Género, se desarrolla una


perspectiva que atraviesa la reflexión sobre la erradicación de todas las violencias,
considerando a todas las mujeres, en todos los espacios y contextos.

Para erradicar todas las violencias necesitamos nombrar, problematizar,


desnaturalizar y eliminar todos los tipos y manifestaciones de violencia contra las
mujeres y visibilizar a todas las mujeres, todo el ciclo vital, sea violencia contra niñas,
jóvenes, adultas o adultas mayores, reconociendo a las mujeres en el cruce con otras
razones de vulnerabilidad, como pobreza, ruralidad, migración, raza o color,
discapacidad o diversidad funcional, orientación sexual, identidad de género y
expresión de género, entre otras.

Asimismo, es necesario estudiarla e intervenirla en todos los espacios y


contextos, tanto en los espacios públicos y privados, como la violencia doméstica o
intrafamiliar, de pareja, laboral, educativa, carcelaria, migratoria, virtual, entre otras.
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Esta ampliación en la manera de mirar y entender la violencia contra las


mujeres ha implicado un giro conceptual, que nombra y operacionaliza la violencia
contra la mujer frente al paradigma clásico y familista de la violencia intrafamiliar. Este
último ha invisibilizado a las mujeres y sus problemáticas específicas, como la violencia
de pareja, por un lado, al mezclarla con relaciones de violencia que ocurren también
entre otros y otras miembros de la familia, y, por otro, al no considerar otras
peligrosas y dramáticas formas de violencia basada en género o violencia de género
que viven diariamente las mujeres y niñas en Chile y en el mundo.

2. Definiciones de la violencia contra las mujeres.

La primera definición de violencia contra las mujeres la encontramos en el


Artículo primero de la Declaración de Naciones Unidas sobre la Eliminación de la
Violencia contra la Mujer, del año 1993, entendiéndola como “todo acto de violencia
basado en la pertenencia al sexo femenino que tenga o pueda tener como resultado un
daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico para la mujer, así como las amenazas de
tales actos, la coacción o la privación arbitraria de la libertad, tanto si se producen en
la vida pública como en la vida privada”.

Un año después, en 1994, el único instrumento internacional que protege,


específicamente, el derecho de las mujeres a una vida libre de violencia, es decir, la
Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra la
Mujer, Convención de Belém do Pará, en su Artículo 1 explicita que “debe entenderse
por violencia contra la mujer cualquier acción o conducta, basada en su género, que
cause muerte, daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico a la mujer, tanto en el
ámbito público como en el privado”.

Ambas definiciones abarcan la violencia física, sexual y psicológica, sea que


ocurran en la pareja, la familia o la comunidad, así como las perpetuadas o toleradas
por el Estado.

En la actualidad, se admite que las obligaciones de los Estados de proteger y


garantizar los derechos humanos incluyen claramente el deber de proteger a las
mujeres frente a las violaciones cometidas por terceros, incluso en la esfera privada, y
el de adoptar medidas positivas para garantizar sus derechos humanos.

Analizar la violencia contra la mujer desde la perspectiva de los derechos


humanos implica oponerse y condenar cualquier tipo de manifestación de violencia en
contra de las mujeres, significa insistir en la necesidad de que las víctimas de violencia
puedan empoderarse, denunciar y valorarse como sujeto de derechos; para ello, la
sociedad en su conjunto debe ser garante de estos derechos, generando las
condiciones y oportunidades para que se manifiesten en plenitud.
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3. Contextos y tipos de la violencia contra las mujeres.

Lamentablemente, la violencia contra las mujeres y las niñas ocurre en los


distintos ámbitos de su vida. Puede suceder en espacios tan variados como el hogar, el
trabajo, los establecimientos educacionales, deportivos y de salud, la calle, el
transporte público, los medios de comunicación y las redes sociales, entre muchos
otros. En otras palabras, tal como se indicó anteriormente, la violencia sucede tanto en
los espacios privados como en los públicos.

De acuerdo con lo señalado en la Convención de Belém do Pará, la violencia


contra las mujeres y las niñas ocurre en los siguientes espacios:

a) Tiene lugar dentro de la familia, unidad doméstica o en cualquier otra


relación interpersonal, ya sea porque el agresor comparta o porque haya
compartido el mismo domicilio que la mujer. Este contexto comprende
agresiones como la violación, maltrato y abuso sexual, entre otras.
b) Tiene lugar en la comunidad y puede ser perpetrada por cualquier
persona. Este contexto comprende agresiones como la violación, abuso
sexual, tortura, trata de personas, prostitución forzada, secuestro y acoso
sexual en el lugar de trabajo, así como en instituciones educativas,
establecimientos de salud o cualquier otro lugar.
c) Es perpetrada o tolerada por el Estado o sus agentes, dondequiera que
ocurra.

Sobre la base a estos tres grandes espacios, hoy es posible visibilizar y definir
los siguientes contextos específicos en los que se manifiesta la violencia contra las
mujeres y las niñas:

● Contexto doméstico o intrafamiliar.

● Contexto laboral.

● Contexto educativo.

● Contexto virtual o digital o ciberviolencias.

● Contexto institucional.

● Contexto estatal.

● Contexto mediático.

En la Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la


Violencia contra la Mujer, del año 1994, se llegó a un acuerdo internacional para incluir
en la definición de violencia contra las mujeres y niñas, las categorías: violencia física,
sexual y psicológica. En la legislación comparada actual, se han ampliado las
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categorías para abarcar también otros, como la violencia económica, patrimonial y


simbólica.

De acuerdo a la clasificación de las violencias contra las mujeres, a grandes rasgos se


puede utilizar el mismo esquema expuesto la temática B de la Dimensión 1;
“Elementos centrales para comprender la Violencia de Género”.

A continuación, dejamos el cuadro resumen para tener en consideración esta


información y aplicarla a la problemática específica de la violencia contra las mujeres:

Categorías de violencia contra las Violencia física, sexual,


mujeres económica/patrimonial,
psicológica/emocional y simbólica
Tipos de violencia contra las mujeres Violencia vicaria, gineco-obstétrica,
política-sexual, en línea, femicidio,
transfemicidio, inducción al suicidio, trata
de personas, entre otros.
Contextos de violencia contra las Contexto de pareja, pololeo, relaciones
mujeres LGTBIQ+, doméstico-intrafamiliar,
laboral, educativo, digital, entre otros.
Manifestaciones de violencia contra Burlarse, chantajear, humillar,
las mujeres manosear, empujar, golpear, encerrar,
amenazar, prohibir, violar, entre otras.

4. Causas de la violencia contra las mujeres.

La violencia contra las mujeres se sustenta en las siguientes relaciones de


género:

● Posición de las mujeres. Existe un sistema desigual de relaciones que sitúa a


las mujeres en una posición de inferioridad respecto de los hombres y, por lo
tanto, en una posición de subordinación y dependencia económica, social,
cultural y emocional. Esto se puede apreciar tanto en las relaciones familiares
como en las sociales. La dependencia nace porque se suele asociar a las
mujeres con el rol de proveedoras de cuidados y a los hombres con el rol de
proveedores de dinero. Al mismo tiempo, el rol de cuidadora está desvalorizado
e invisibilizado.
● Vínculo con el poder y las relaciones asimétricas. La violencia de género
está directamente vinculada con la distribución desigual del poder y con las
relaciones asimétricas que se establecen entre hombres y mujeres en nuestra
sociedad.
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● Generación y reproducción de violencia. Los estereotipos y prejuicios de


género, los roles impuestos socialmente a lo masculino y a lo femenino y la
nefasta aceptación social de las distintas formas de violencia conforman una
base sobre la cual se genera y reproduce la violencia contra las mujeres.

5. Mitos sobre la violencia contra la mujer.

Existen varios mitos en torno a la violencia que se ejerce contra las mujeres.
Los siguientes son algunos de los mitos más comunes que escuchamos en relación a
las víctimas y a quienes ejercen violencia de género, especialmente al interior de las
familias. Estos contribuyen a invisibilizar y a naturalizar este flagelo, por ende, hay que
cuestionarlos y erradicarlos.

Mito 1: “La violencia de género no afecta a muchas personas, es un problema


de una minoría de mujeres”. La Organización de Naciones Unidas en 2011 consideró la
violencia de género como la vulneración más extendida de los derechos humanos en el
mundo. Un informe del secretario general de la Organización de las Naciones Unidas,
de 2006, estableció que 1 de cada 3 mujeres en el mundo ha sido o será víctima de
algún tipo de violencia a lo largo de su vida.

Mito 2: “La violencia contra las mujeres consiste solo en abuso físico”. Aunque
no haya golpes o empujones, igualmente se puede configurar un patrón de abuso, al
que suelen asociarse maltratos de orden psicológico, emocional, sexual y económico,
entre otros. Esto porque la violencia física es solo parte de un extenso patrón de abuso
que implica la violencia.

Mito 3: “La violencia es una momentánea pérdida de control”. La violencia


contra la mujer es justamente lo opuesto a una pérdida momentánea de control.
Considerarla como algo momentáneo, por un lado, delimita la violencia como un acto
aislado, puntual y personal, desconociendo los procesos socioculturales de base; y, por
otro lado, invisibiliza que hay una decisión, una intención razonada de ejercer
violencia. Quien incurre en esta vulneración de los derechos de la mujer lo hace
selectivamente, escogiendo a alguien percibido como más débil. Un hombre pacífico
frente a sus jefes o jefas o sus vecinos y vecinas puede no serlo con su pareja o hijos e
hijas. La violencia contra las mujeres es un comportamiento premeditado, selectivo,
que no obedece a una falta de control de impulsos ni a un problema de control de
estos.

Mito 4: “La violencia contra la mujer suele ocurrir en familias de escasos


recursos”. La violencia contra la mujer es transversal a todos los estratos
socioeconómicos y a todos los grupos raciales, culturales o religiosos. Al existir
registros en los servicios públicos de atenciones por violencia conyugal o familiar a
mujeres de escasos recursos, se tiende a pensar que, por un lado, la violencia solo es
intrafamiliar y, por otro, que esta se concentra en los niveles socioeconómicos bajos,
pero las clases sociales más acomodadas recurren al sector privado, en el cual no
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queda registro de estas atenciones. Si bien la pobreza y las carencias educativas


constituyen factores de riesgo para las situaciones de violencia, esta ocurre en todas
las clases y grupos sociales.

Mito 5: “El alcohol y las drogas son los causantes de la violencia contra las
mujeres”. El consumo problemático de alcohol o drogas puede favorecer la emergencia
de conductas violentas, pero no las causa. Es fácil culpar al vino, a la cerveza, a que
“no era yo cuando te pegué”. Lo cierto es que muchas personas consumen alcohol o
drogas, aún a niveles autodestructivos, sin ser violentas al interior o fuera de sus
hogares. También sucede que muchas personas que mantienen relaciones abusivas
con su pareja no consumen alcohol o drogas. Si bien estas sustancias desinhiben
ciertas conductas, y podrían aumentar la frecuencia y la severidad de los abusos, la
raíz del problema no está en ellas.

Mito 6: “A las mujeres abusadas les gusta ser maltratadas. Si no, se alejarían
de sus agresores”. En la mayoría de los casos, las mujeres que sufren situaciones
crónicas de abuso no pueden salir de ellas por razones emocionales, sociales y
económicas, entre otras. Sumado a esto, una mujer maltratada experimenta
sentimientos de culpa y vergüenza por lo que le ocurre, y eso le impide muchas veces
pedir ayuda. En ningún caso siente placer por su situación de abuso. Al contrario, los
sentimientos más comunes son el miedo, la impotencia y la debilidad, y por ello suelen
minimizar y justificar las situaciones de violencia como estrategia de sobrevivencia, es
decir, “para que todo al menos siga igual”.

Mito 7: “Las víctimas de maltrato se lo buscan, algo hacen para provocar al


hombre”. La conducta violenta es de absoluta responsabilidad de quien la ejerce. No
hay nada que justifique la violencia. Es más, las personas que ejercen violencia dentro
o fuera de su hogar intentan, permanentemente, escudar su conducta en las supuestas
provocaciones de los o las demás, lo que les permite eludir su responsabilidad. Este
tipo de argumentos invierte la realidad, culpabilizando a la víctima en lugar del
victimario, quitándole responsabilidad sobre su acción violenta.

Mito 8: “La violencia contra las mujeres es producto de algún tipo de


enfermedad mental”. Estudios en violencia en contexto doméstico han concluido que
menos de un 10% de estos casos son ocasionados por trastornos psicopatológicos de
alguno de los o las integrantes de la familia. El comportamiento violento no es una
patología. Los hombres que ejercen violencia lo hacen porque pueden, porque se
sienten con el derecho para corregir y disciplinar, y porque su conducta finalmente no
tiene costos en un entorno social que permite y que hasta vuelve normal y natural la
violencia en la pareja.

Mito 9: “Los abusos sexuales y las violaciones ocurren en lugares peligrosos y


oscuros y el atacante es un desconocido”. La mayoría de los casos de abuso sexual
ocurre en lugares conocidos o en la propia casa, y el victimario suele ser alguien de la
familia o un conocido, tanto en el abuso de niños y niñas como en el de mujeres. En
ninguna parte el hombre que ejerce violencia tendrá mayor confianza en la impunidad
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de sus actos que en un espacio privado. No es extraño, por lo tanto, que el más brutal
de los abusos se desencadene solo entre las cuatro paredes “del hogar, dulce hogar”.

Mito 10: “La conducta violenta es algo innato, que pertenece a la esencia del
ser humano”. Cierta agresividad se manifiesta en nosotros y nosotras desde que
somos pequeños o pequeñas. Se trata de una energía constitutiva de cada persona
que moviliza su lucha por la sobrevivencia, y que bien puede canalizarse en valiosas
cualidades, tales como el empuje y la competitividad leal. Pero la violencia es otra
cosa. Consiste en un sistema de conductas aprendidas a partir de modelos familiares y
sociales, que la definen como un recurso válido en el ejercicio de poder y control sobre
otros y otras. Por medio de estas prácticas, los hombres que ejercen violencia
solucionan, aparentemente, ciertos conflictos, ocultando sus fines de poder y control.
Se aprende a utilizar la violencia en la familia, en la escuela, en el deporte, en el
trabajo y en los medios de comunicación.

Mito 11: “La violencia contra las mujeres, si no implica violación o golpes, no es
grave”. La relativización y minimización del daño y las consecuencias que implican para
las mujeres cualquier tipo de violencia sólo naturaliza su existencia. Plantear, en el
ámbito privado o público, que una mujer víctima de violencia es una exagerada, que
solo fue una agresión moral, que apenas fue un empujón o que solo le levantó la voz
para ponerla en su lugar invisibilizan la violencia. Por otro lado, la ridiculización, tanto
de las situaciones de violencia como de las reacciones de las mujeres ante ellas, y las
bromas y chistes sexistas que reciben las mujeres en sus grupos familiares,
vecindarios, trabajos, centros educacionales o por los medios de comunicación, como
el tristemente famoso “le saco la sal”, forman parte del circuito del abuso.

Mito 12: “Las consecuencias de la violencia son iguales cuando la ejerce un


hombre que una mujer”. Existe una tendencia a igualar la violencia ejercida por un
hombre contra una mujer con la ejercida por una mujer contra un hombre, sin ver las
raíces históricas y patriarcales de la violencia contra las mujeres realizada tanto en los
espacios privados como en los públicos y la base de desigualdad que esta conlleva.
Asimismo, aún se observan interpelaciones al mito de la violencia cruzada, que no
consideran el bajísimo porcentaje de mujeres agresoras frente al nivel de mujeres
violentadas por los hombres.

6. Naturalización de la violencia contra las mujeres.

Las mujeres que son víctimas de violencia de género deben además enfrentarse
a una serie de argumentos presentes en la cultura popular y la opinión pública, que
justifican la violencia que han vivido y que dificultan su capacidad para denunciar y
seguir adelante con un proceso de reparación del daño. Dentro de las reacciones más
comunes ante la violencia contra las mujeres, están las siguientes:
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● Normalizar. Se trata de suponer que la norma consiste en que las mujeres


vivan violencia al interior de las relaciones. Frases como “siempre han pasado
esas cosas” o “no te pongas grave” suelen utilizarse para normalizar la
agresión.
● Minimizar. Es un intento por disminuir la gravedad atribuida a los hechos de
violencia. Algunos ejemplos típicos de minimización son calificar una agresión
física como una pelea, el acoso sexual callejero como piropo o considerar que
una mujer que denuncia violencia psicológica está siendo exagerada.
● Justificar. Se utiliza para atribuir los episodios de violencia a factores externos
a la voluntad del agresor. Las justificaciones más usadas son el alcohol y los
celos o impulsos, en lugar de identificar la violencia como una práctica de poder
machista. Esta reacción le quita la responsabilidad al agresor y culpa a las
mujeres. Las frases más comunes para justificar la violencia contra las mujeres
son: “A él le cegaron los celos”, “es que estaba loco por amor”, “estaba ebrio”,
“ella vestía provocativa “, “ella le era infiel”, etcétera.
● Escencializar. Se trata de considerar que la violencia contra las mujeres es un
comportamiento intrínseco a la naturaleza humana y, por lo tanto, no
modificable. La frase más común que se utiliza para esencializar la violencia
contra las mujeres es “los hombres son así”.
● Frivolizar. Es una forma de ironizar, caricaturizar o banalizar los casos de
violencia contra las mujeres. Por ejemplo, la frase “hizo anticucho con la polola”
(en el contexto de un femicidio frustrado donde el arma fue un fierro) banaliza
un ejercicio de violencia.

7. Mandatos de las mujeres.


El mandato de la maternidad: Desde el siglo XIX, con el auge de la ciencia
positivista y la masificación de la medicina pediátrica y obstétrica, comienza a
instalarse en el colectivo la idea del instinto materno, una supuesta habilidad femenina
natural para el amor y una capacidad genética superior para los cuidados. Sin
embargo, el instinto es una conducta observada en animales y que aparece en todos
los miembros de una especie, por lo que hablar de instinto maternal implica aceptar
que este comportamiento está afianzado en la naturaleza de la mujer, no importando
el tiempo ni el lugar en que se encuentre.

La mujer es educada en la creencia de que el amor brindado por una madre es


diferente, un amor al que se le supone exento de errores y dudas, y al que se le niega
la ambivalencia de sentimientos. Esto tiene como consecuencia que, cuando aparecen
sentimientos como el cansancio, el resentimiento o el rechazo, la madre sienta culpa
por no amar espontáneamente a sus crías. De esta manera, la maternidad, que es
idealizada más allá de las capacidades humanas, se impone a las mujeres como su
máxima realización personal.

La multimujer: Si bien la maternidad se ha alzado como el principal recurso simbólico


sostenedor de la identidad femenina, la inserción de las mujeres cada vez más fuerte
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en el mercado laboral se ha abierto como otra fuente de identidad, una de carácter


socioprofesional, determinada por la función del trabajo como generador de un código
cultural concreto: la multimujer.

Los estudios indican que las mujeres se han incorporado en nuevas áreas, pero
los hombres se han mantenido en las “suyas”. Lo femenino sigue anclado a lo
doméstico-privado, y los hombres mantienen el perfil de sostenedor del hogar y del
núcleo familiar. La mujer, pese a integrarse al trabajo, continúa con la responsabilidad
de que todo marche bien dentro de las cuatro paredes de la casa. Además, se espera
que trabaje, junto con su jornada laboral, una segunda jornada asociada a la
mantención del hogar, y una tercera, asociada a los cuidados del grupo familiar.

Existir para los otros: Otro de los momentos de formación sobre la subjetividad
femenina es el descubrimiento del poder seductor de su cuerpo durante la infancia o la
pubertad, a partir de la mirada de un hombre adulto. Autoras feministas plantean que
este sería uno de los ritos de paso de la inscripción del cuerpo feminizado en el
ordenamiento sexual. Es el momento en que la sociedad le hace saber a la mujer que
está para ser mirada y apreciada de manera pasiva por otro.

Según un estudio del Observatorio contra el Acoso Callejero, el 65,8% de las


mujeres en Chile sufrió su primer acoso sexual antes de los 18 años. Es más, 1 de
cada 10 de ellas recuerda haber comenzado a sufrir alguna situación de acoso sexual
callejero antes de los 11 años. El 94,5% de estas agresiones es cometida por hombres.

Así, desde ese primer momento, y luego cada vez que una mujer es acosada en
el espacio público, en la escuela, en su trabajo o en su casa, se le hace saber que ese
espacio no es suyo, que ningún espacio lo es. La mujer existe para el hombre y su vida
debe girar en torno a él y a la maternidad.

El efecto psicológico de la mirada masculina es que afecta la autonomía


femenina e impone una noción de feminidad que la cosifica. Dado que por siglos el
hombre controló totalmente la narrativa en torno a lo femenino, el discurso médico
sobre la maternidad y el mercado de la estética y la belleza, la construcción que existe
hoy de lo femenino está moldeado por ello.

El mandato de la belleza: La femineidad, como conjunto de valores, prácticas y


expectativas, representa una especie de mandato, una prescripción sobre la manera en
que se espera que las mujeres vivan sus vidas y cuyo desacato conlleva la sanción
social y la estigmatización. Mediante el mundo de las imágenes y de las
representaciones, se enfrenta el culto de la belleza. Es así como toda mujer
representada en películas, publicidad o redes sociales debe cumplir, en la mayor
medida posible, con un ideal de belleza eurocéntrico, racista y clasista, construido por
y para ser apreciado por el ojo masculino. Ello determina que las mujeres sean
socialmente comparadas, juzgadas y valoradas respecto de estas imágenes de belleza.

De acuerdo con estas imágenes, la mujer debe vestirse “bien”, con colores y
piezas combinadas, con los accesorios pertinentes, y siempre de acuerdo con la
temporada y con la situación. Además, debe tener la piel perfecta, sin arrugas ni
espinillas, ni tan blanca que sea pálida, ni tan morena que sea negra, y siempre
maquillada, pero de manera tal que se vea natural y no parezca payaso. Debe sacarse
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las cejas, encresparse las pestañas, pintarse las uñas y rellenar sus labios. En cuanto a
la estatura, no debe ser baja, mediante el uso de tacos o plataformas, pero no superar
en altura a la pareja. El cabello debe estar siempre largo, cuidado, sano y brillante,
nunca despeinado. Finalmente, debe estar delgada, pero no demasiado; tener un
cuerpo curvilíneo, pero no exagerado; la musculatura debe estar definida, pero no
mucho, para que el cuerpo no se vea musculoso. A su vez, las caderas y los senos
deben tener un volumen y forma determinados.

Gordofobia: La gordofobia es una expresión explícita del concepto de belleza


represivo y sexista. La discriminación sistemática de las mujeres con cuerpos más
grandes que el promedio no es más que otra forma de sancionar a los cuerpos que
fallan ante la norma de la feminidad, los cuerpos no normativos. La opresión y las
burlas que sufren los cuerpos gordos bajo la idea de que son feos e indeseables, su
representación mediática negativa, su asexualización y rechazo refieren a una sanción
ejemplar, puesto que su discriminación inculca en el resto de las mujeres un verdadero
temor a volverse gordas.

Según una encuesta, aplicada el año 2018 por el colectivo La Rebelión del
Cuerpo, un 58% de las mujeres de menos de 25 años afirma que la apariencia física es
su principal preocupación. El mismo estudio muestra también que las mujeres de entre
14 y 25 años son las que pasan mayor tiempo sintiendo preocupación por aspectos
ligados a su peso. Un 40% de ellas afirmó que pasa más de cuatro días a la semana
sintiendo temor a aumentar de peso, un 38%, pensando en que debería hacer más
ejercicio, y un 36%, en que tiene que hacer dieta.

No olvidar:

La violencia de género es un hecho naturalizado a lo largo de la historia y se comprende a partir


de diversos tipos y manifestaciones, respondiendo a un contexto en particular en que se
reproducen estas violencias: ya sean contextos sociales, culturales, intrafamiliares, entre otros.
Las violencias contra las mujeres condicionan a mujeres y niñas dentro del sistema patriarcal en
el que nos encontramos insertos, por medio de roles de género, estándares de belleza y
despersonalización de las mujeres al momento de convertirse en madres.

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