Saga Peligro
Saga Peligro
Saga Peligro
MELISSA HALL
BLOODY ES EL PELIGRO
LIBRO 0.5
Capítulo 1
****
Llegó un nuevo jueves. Callie me esperaba en la sala
de guardias tan preciosa como siempre. Se levantó de
la mesa que ocupó y, retiró la silla que solía ocupar
para que me sentara.
—¿Has leído Las aventuras de Tom Sawyer?
Quedé delante de ella. Antes de dejar caer mi
cuerpo me di el placer de estirar el brazo y tocar su
cabello pelirrojo. Se deslizaba entre mis dedos; era
suave, sedoso y escurridizo. Olía muy bien. Siempre
me di el placer de oler su perfume cuando ella se
acercaba.
—No he podido, Callie.
—¿Por qué?
Le mentí.
—Lo cambié por un paquete de cigarros.
Callie se enfadó. Golpeó la mesa con su mano
y lo único que consiguió de mí fue que la deseara
más. Antes que me gritara, rodeé su cintura con mi
brazo y me puse de puntillas para acomodar mis
labios sobre los suyos. Luché para colar mi lengua en
el interior de su boca. Lo conseguí. Toqué su
escurridiza lengua y me palpitó el miembro ante la
sensación.
Antes que mi mano se moldeara sobre su
pecho, Callie apoyó ambas manos sobre mis hombros
y me empujó para alejarme de ella.
—¿¡Qué haces!?
Le susurré mi respuesta:
—Cuando cumpla los dieciocho años pienso
follarte hasta que repitas una y otra vez mi nombre,
guapa.
Callie golpeó mi mejilla con su mano.
Se alejó de mí y se sentó sobre la mesa que
solía ocupar.
Sabía que le había gustado lo que le dije, ya
que cuando se alejó, tropezó con sus propios zapatos
ante el nerviosismo inesperado que la dejó en shock.
—Escribe lo que te he dejado sobre la mesa.
—Por supuesto, guapa —le guiñé un ojo.
—¡Escribe! —gritó, mordiéndose el labio.
Capítulo 3
Bloody
—¡Qué bonito! —tocó mi nombre con sus
dedos—. ¿Podrías escribir mi nombre también?
Realmente no me veía capaz. Simplemente
conseguí tejer mi nombre y era lo único que haría en
los siguientes años. Pero, me equivoqué; años más
tarde grabé otro nombre que no era el de Callie.
Estuve a punto de responderle, pero alguien
nos interrumpió. Conocía aquel rostro deforme que se
presentó delante de nosotros; era uno de los hombres
de Jeffrey. Pasó por delante de Callie y me miró con
el rostro serio. Me hizo un gesto con la cabeza y me
pidió que lo acompañara.
—¿Bloody?
La miré.
—Tengo que irme, Callie. Te veré la semana
que viene —le dejé mi nombre bordado y seguí
avanzando.
Pero ella me retuvo.
—¿Adónde vas?
Mentí:
—Tengo que hablar con…—no recordaba su
nombre, así que me lo inventé— Carmol.
Callie tragó saliva y apretó sus carnosos labios.
—Por favor, ten cuidado.
Se preocupaba por mí y no era capaz de
disfrutarlo.
Lo único que hice fue tranquilizarla para salir
de allí lo más rápido posible.
—Te veré la semana que viene —besé su
mejilla—, te lo prometo.
—Si no lo haces —me advirtió—, no seré la
persona que esté contigo el día que cumplas
dieciocho años.
Sonreí, y le guiñé un ojo.
***
Al final hice bien en ponerle un nombre a Carmol, ya
que me confesó que Jeffrey solía llamarlos Sujetos
junto al número correspondiente. Él, el nuevo
Carmol, era el Sujeto cinco. Me pidió que siguiera
caminando junto a él para reunirnos con su jefe. No
esperaba que tuviera una respuesta tan pronto.
Seguí avanzando con los pequeños obstáculos
de los demás presos. Cuando llegamos a la celda,
Jeffrey me esperaba con una amplia sonrisa mientras
que sujetaba una cuerda gruesa.
—¿Qué has decidido, Jeffrey?
Éste me pidió que lo siguiera.
—Tengo un regalo para ti —tiró de la cortina y
me mostró lo que había en el interior de la celda.
Cuando encontré a Keishon tendido sobre la mesa y
amordazo sentí felicidad y ansias por derramar su
sangre—. ¿Qué te parece?
—Es el mejor regalo que podría recibir.
Keishon tiró de sus extremidades, y lo único
que consiguió fue hacerse más daño. Me acerqué
hasta su cabeza y posé ambas manos en sus hombros.
Cerré los ojos y deseé que Puch observara desde
donde cojones estuviera como mataba al cabrón que
acabó con su vida.
—Te entrego a Keishon —su voz me detuvo
antes que comenzara mi juego —, pero tú tendrás que
trabajar duro estos dos años que te quedan de prisión.
¿Aceptas?
—Acepto —dije, sin dudarlo.
—Keishon se resistió un poco. Incluso tu padre
se puso en medio…
Mis palabras atropellaron las suyas.
—Si lo has matado no me importa, Jeffrey.
Éste rio.
—Tu padre sigue vivo. Necesito imbéciles
como él a mi lado —me tendió la cuerda y se deshizo
del pañuelo que silenciaba los gritos de Keishon—.
Yo solo hago tratos.
Keishon le respondió:
—¡Hijo de puta!
Su voz despertaba en mí la bestia que había
creado él mismo.
—Grita demasiado —dije, y mis dedos
presionaron sus mejillas, impidiendo que cerrara la
boca. Antes que moviera su dentadura, saqué su
escurridiza lengua y, sosteniéndola con los dedos,
hice que se la arrancara de un solo mordisco. Apreté
tan fuerte su mandíbula, que terminó escupiendo el
músculo que le metería por el culo más adelante.
Jeffrey me dejó divertirme con él. Me pasó la
navaja que solía llevar Jeffrey junto a él y empecé a
torturarlo bajo su atenta mirada. Antes de deshacerme
de sus extremidades, rompí los huesos de sus piernas
y brazos para que fuera más fácil separarlos del
cuerpo.
Estuve un par de horas rasgando la carne de
Keishon; que él no dejara de moverse no me ponía
las cosas fáciles.
Tiré las dos piernas al suelo junto a los dos
brazos que había conseguido amputar primero.
—¿Qué piensas hacer ahora, Bloody?
—El hijo de puta sigue vivo —pensé en algo,
hasta que encontré algo que él mismo desearía ver—.
Tengo una idea —dije, bajándole la poca ropa que le
quedaba puesta. Sostuve su polla un momento y alcé
una ceja antes de cortársela. —Pondremos una polla
en esa vacía boca.
Obligué que Keishon abriera la boca, pero éste
no se movía.
—¡Joder! —Exclamé, y lancé el miembro lejos
—. Ya está muerto.
—¿Te has divertido? —Jeffrey golpeó los
barrotes de la celda para que sus hombres empezaran
a limpiar el destrozo que había hecho.
Disfruté matando a Keishon, pero no sentí que
había vengado la muerte de Puch.
Jeffrey se acercó hasta el rincón donde
guardaba las dosis de SDA, y me lanzó una mochila
llena de droga.
—Ahora te toca a ti cumplir la parte del trato.
—No hay problema —sostuve la mochila y me
la colgué en la espalda—. La semana que viene te
traeré los beneficios.
Éste se acercó para recordarme algo:
—Si me traicio…
Pero volví a cortarlo.
—Acabaré como Keishon.
—Eres inteligente, Bloody.
Di media vuelta y antes de salir me retuvo un
instante:
—Hay alguien esperándote fuera.
—¿Quién?
Empujó mi cuerpo y salí al exterior de la celda.
Tenía razón; junto a Terence, el cual escuchó todo lo
que había pasado en la celda de Jeffrey, se encontraba
Cosh. Le pedí que me siguiera y éste no dudó en
hacerlo.
—Gracias.
—No lo he hecho por ti —dejé las cosas claras
—. Al menos ya no estarás en peligro.
—Siento lo de Puch.
—Espero que te vaya bien, Cosh —me despedí
de él y le tendí la mano.
Cosh me devolvió el apretón y sentí que dejaba
algo en la palma de mi mano. Eran los cien dólares
que le había prometido a mi viejo amigo.
—No hace falta —fui a devolvérselos.
—Son tuyos —sonrió—. Yo ya no los necesito.
Asentí con la cabeza y nuestros caminos se
separaron. El mío me guio hasta el patio, justo donde
Puch me abandonó. Me senté junto a la enorme
mancha oscura que se había quedado grabada en el
suelo y pensé lo que me hubiera dicho Puch si
estuviera con vida:
—Guarda ese dinero hasta que salgas.
Después, me hubiera golpeado con la mano.
Toqué el suelo:
—Adiós, viejo amigo.
Me levanté y busqué a uno de los tatuadores
que solían estar en el patio para marcar la piel de
cualquier preso que pudiera permitirse pagarle.
—Si no tienes dinero para pagarme, olvídalo
—dijo el negro, sin mirarme a la cara. Hasta que
decidió alzar el rostro—. Tú mataste a Domty.
—Así es.
—El puto racista pederasta —soltó una fuerte
carcajada mostrándome una boca sin dientes—.
Siéntate. Es gratis.
Me senté en el pequeño taburete que tenía y
acepté el regalo por haberme desecho del cabrón que
les hacía la vida imposible.
—¿Qué quieres?
Pasé mi dedo por detrás de la oreja.
—Tatúame el nombre de Puch detrás de la
oreja.
—Era un buen hombre.
—Era el mejor —concluí.
Cogí aire y dejé que marcara el nombre de mi
mejor amigo en la piel. No quería olvidarlo; no
quería que formara parte de las personas que
desaparecían de nuestras vidas.
Él se hubiera enfadado conmigo.
Pero ya no estaba con nosotros.
No podía hacer nada.
Ni detenerme.
Salvo observar cómo me convertía en el
hombre que él deseaba ver algún día fuera de prisión.
Capítulo 4
***
****
***
Aparqué el vehículo delante de una pequeña casa
tirada en un enorme terreno. Un hombre, algo mayor
para ser el prometido de Nilia, se encontraba en la
entrada limpiando un rifle.
Bajámos del Jeep y, Terence Junior alzó el
brazo para saludar al hombre que había custodiado la
puerta. Ni siquiera se dignó a mirarnos.
—Ése de ahí —bajó el tono de voz para que no
nos escuchara —, es Markòne; un francés idiota que
ha dejado embarazada a nuestra hermana.
Markòne estaba cubierto con una gorra, vestía
con ropa militar y escondía sus pies en unas enormes
botas que le llegaban hasta la rodilla. Nos detuvimos
delante de él y Terence Junior intentó hablar con él
una vez más.
—¿Está mi hermana?
Su respuesta fue:
—¡Nilia! —gritó—. Tu familia te está
buscando. Deja de jugar con la chica y trae tu maldito
trasero hasta aquí.
Terence Junior tenía razón; era un hijo de puta.
Tuve que abandonar mis pensamientos cuando mi
hermana salió de la casa y se sorprendió al ver a su
hermano mayor junto a un desconocido.
—No te esperaba —dijo, con una sonrisa. No
tardó en plantarle un beso en los labios—. ¿Qué
haces aquí?
Éste me miró y empujó mi cuerpo hasta quedar
cara a cara con ella.
—¿Te acuerdas de nuestro hermano pequeño?
—Ella me miró—. Éste de aquí es Darius.
—¿Darius? ¿El pequeño Darius? —rio como
una estérica y se lanzó para plantarme otro beso en
los labios. Fue tan extraño, que no supe qué decirle o
cómo reaccionar en aquel momento—. Pobrecito mi
bebé —soltó, limpiando mis labios con el trapo de
tela que sostenía—. Es la manía, cariño. En Francia,
a nuestros seres queridos, les plantamos un beso en la
boca. Al menos en el norte. ¡Vamos! Entrad en casa.
Quiero que veías lo grande que está Adda.
Seguí sus pasos en silencio y pasamos por
delante de un enorme comedor. Nilia nos hizo subir
hasta el piso de arriba y nos encerró en una
habitación de bebé. Ella se inclinó sobre la cuna y
arropó a su hija con una manta azulada.
—Está preciosa —Terence Junior tocó la
pequeña cabeza de la cría.
—Sí, es preciosa —repitió su madre—. Pero
tienes que dormir cerca de ella una noche. Ahí
entenderás lo rebelde que me ha salido la niña.
Rio y se me quedó mirando.
—¿Quieres cogerla, Darius?
Se acercó con la cría y miré a mi sobrina con
delicadeza; tenía miedo hasta de hacerle daño sin
tocarla.
—No, gracias —me aparté, asustado—. Soy
muy torpe con todo lo que se mueve y, es de carne y
hueso.
—No seas idiota —dijo y, empujó el cuerpo de
su hija hasta tocar mi pecho. No me quedó otra
opción que cogerla y mantener el equilibrio para que
la niña, cada vez que se movía, no terminara en el
suelo. —Lo haces muy bien. Serás un gran padre
algún día.
Adda me hizo sonreír como un idiota.
Y, entonces me di cuenta de lo que me había
dicho:
—¡No! —al alzar la voz, Adda se despertó.
Agradecí que Nilia volviera a sostenerla entre sus
brazos—. No se me dan bien los niños.
Ella le quitó importancia a mis palabras.
—A mí tampoco, hasta que nació este bombón
—se sentó en un sillón que había junto a la cuna y me
miró con dulzura—. Te dan la vida. Y, sin darte
cuenta, hacen que olvides todo lo malo que has
vivido.
Sonó mi teléfono móvil y salí de la habitación
para atender la llamada. Era Brasen.
—¿Dónde estás?
—Le dije a Vikram que necesitaba el día libre.
—Pues cancela tus planes, melenas. Tenemos
trabajo.
—¿Ahora?
—¡Sí, ahora!
Me gritó.
—¿Qué tengo que hacer?
Cuando terminó de refunfuñar me lo explicó
con más calma.
—¿Conoces el bar Enormes melones?
Sí, ahí conocí a la rubia con carácter fuerte.
—Está cerca del puerto.
—Muy bien. Tienes que ir ahí y sacar a un tío
que quiere protección —Brasen no dejó de hablar.
Soltaba con tanta rapidez sus palabras, que ni
siquiera entendí la descripción física del hombre—.
Lo dejarás en el Motel que él te pida y cuando te
pague podrás volver aquí.
—¿Lo están siguiendo?
—No. Eso es lo bueno. Solo necesita la
protección. ¿Ha quedado claro?
—Sí.
Y, al escuchar mi respuesta, me colgó.
Volví a adentrarme en la habitación de Adda y
me acerqué hasta Terence Junior para explicarle que
tenía que irme. Éste lo entendió y me dijo que
hablaría con Markòne para que lo acercara hasta la
base militar. Me acerqué hasta mi sobrina y besé su
suave y delicada frente.
—¿Volveré a verte pronto?
—Por supuesto —dije, y le di otro beso a ella.
Salí de la casa de Nilia y corrí hasta el Jeep
para ir lo más rápido posible. Por suerte, Torrance
estaba cerca de Carson. Tardé una hora más o menos
y esperé a que el hombre que se escondía en el bar
Enormes melones, saliera para que pudiera escoltarlo.
El problema era que no iba solo.
—¿Qué haces tú aquí?
La rubia intentó subirse en mi Jeep, pero se lo
impedí.
El hombre habló por ella.
—Déjala, me ha caído bien —golpeó el asiento
delantero y se aferró a su maletín. —Llévame al
motel Tissues.
Ocupó el asiento del copiloto y me dedicó una
amplia sonrisa. Se había salido con la suya. El
problema lo tendría yo si Vikram o Brasen lo
descubrían.
—Mi nombre es Shoshana. Pero todos me
llaman Shana.
—¡Qué bien! —dije, arrancando el motor.
No hablé con ninguno de ellos dos hasta que
nos detuvimos en el motel. El hombre me tendió el
dinero que recibiría Vikram y, salió sin ni siquiera
despedirse. Corrió por la carretera y se encerró en
una de las habitaciones.
Yo me quedé ahí, esperando que Shana saliera
también.
—¿Cuál es tu nombre?
—¿Por qué quieres intimar conmigo?
Respondí con otra pregunta.
—No he dicho nada de follar.
Suspiré.
—Tampoco quiero follar contigo.
—¿No?
—No —fui sincero.
—¿Seguro?
Shana no entendía que tenía cosas mejores que
hacer. Pero en un despiste tonto, empecé a tontear
con ella.
—Si me das veinte minutos —volví a escuchar
su voz. Por un momento pensé que se mantendría
callada y, con sus ojos marrones observaría cualquier
movimiento —, no te arrepentirás. Dame veinte
minutos para hacerte disfrutar.
No contesté, me tragué las palabras para seguir
escuchando su voz. Su naturalidad, la forma en la que
me miraba, llegó a excitarme sin tener que tocarme.
Shana empezó a impacientarse al no obtener
una respuesta. E incluso me amenazó cuando
acomodó la mano sobre la puerta del coche para
fingir que se iría.
—Acepto.
Me sonrió con picardía y pasó su mano por mi
abdomen. Acarició mis músculos por encima de la
camiseta y se quedó satisfecha cuando tiró hacia
arrima la prenda de ropa. No aparté en ningún
momento mis ojos de los suyos. Cogió mi mano
izquierda y eligió un dedo en concreto para
introducirlo en el interior de su boca.
Sentí su lengua acariciarlo; involuntariamente
acabé mordiéndome el labio cuando arrastró sus
dientes por mi piel. Lo sacó lentamente de su boca y,
lo besó cuando quedó cerca de ella.
La atraje hasta mí, tirando de la camiseta que
solía vestir en el restaurante. Sentí su respiración
acariciando mi rostro y, su aliento sabor a caramelo,
entre abrió mi boca. Se acomodó sobre mí a
horcajadas y me decidí en besarla yo primero. Pero
antes Shana jugó conmigo. Posó el dedo índice sobre
mis labios para detenerme y se desvistió bajo mi
atenta mirada.
—Yo no soy como las demás —susurró,
cuando mis manos quedaron detrás de sus rodillas.
Reí.
Atrapé el lóbulo de su oreja y, escuché los
gemidos que le provoqué con mi propia lengua.
Llevó sus manos a mi camiseta e intentó destrozar la
tela sin éxito. La ayudé a desnudarme, y no tardó en
pasear las yemas de sus dedos por mi piel; contorneó
los hombros, los músculos de la espalda y se detuvo
cuando llegó al pantalón.
Nos besamos con brusquedad; un beso
apasionado entre dos desconocidos que se habían
vistos dos veces contadas.
Subí su falda por las piernas. Mientras que ella
hundía los dedos en mi cabello, mis dientes se
clavaron por encima de su pecho. Al tirar de mi
cabello no sabía si me estaba deteniendo o le estaba
gustando. No paré cuando observé que Shana se
relamía los labios y sonreía con perversión.
Disfrutaba del dolor que le provocaba.
Cuando alcancé su ropa interior, sin esperar a
que ella me lo pidiera, adentré un par de dedos en su
interior; los moví hasta que sus gemidos estallaron
por todo el Jeep. No me detuvo y le pedí que siguiera
gritando de placer. Presioné su clítoris con el dedo
pulgar y, sus uñas, dolorosas pero traviesas, me
confesaron que su cuerpo se inundó por una
agradable ola de calor.
Estaba en el éxtasis.
Guio mi cabeza hasta su pecho; los latidos de
corazón se dispararon. Quería aumentar el ritmo
cardiaco; moví la pelvis para que sintiera mi
entrepierna dura.
—¿Todo eso es para mí? —preguntó, jadeando.
—Tienes una polla para ti solita, guapa.
Bajó la cremallera del pantalón y se encontró
con la sorpresa que no llevaba ropa interior. Sin
pensárselo dos veces, acarició mi miembro con sus
humedecidos dedos; de arriba abajo y sin detenerse.
Me gustó; acabé inclinando la cabeza hacia atrás
cuando su tacto ardiente terminó por ponérmela más
dura.
Sacó un condón de la guantera y se llevó el
envoltorio a la boca. Rompió con cuidado el envase
plateado y sacó con sumo cuidado el preservativo.
Terminó por cubrirme la polla con el látex.
Shana alzó su trasero, y con mi miembro en su
mano, lo guio hasta la entrada de su sexo. Se dejó
caer hasta que penetré su entrada y clavó las uñas en
mis hombros cuando sintió por una décima de
segundo el dolor que le causaba el grosor de mi polla
en su interior.
Moví su cuerpo encima del mío, ayudándola a
que siguiera moviendo sensualmente sus caderas. La
cogí por su diminuta cintura y la moví para facilitar
la penetración. Las embestidas aumentaron y
disminuían depende de lo cansados que nos
encontrábamos; no dejamos de jadear y de mirarnos a
los ojos de vez en cuando.
—Sigue follándome —me pidió.
Llevó su boca a mi cuello y volvió a
destrozarme la piel con sus pequeños y peligrosos
dientes. Solté un gemido gutural ante el placer que
me dio. Shana me enloqueció. Nos movimos más
fuerte gracias a los impulsos de mis piernas, y
acaricié su espalda que estaba empapada en sudor.
Sus ojos marrones avellana se cerraron y, su
respiración agitada, me alertó que los dos estábamos
a punto de rozar el éxtasis del orgasmo.
Seguí tocando su clítoris con mi pulgar, y
atrapó mi boca con la suya mientras que me
encontraba con su ansiosa lengua.
Su cuerpo no tardó en convulsionarse sobre el
mío; la ola de calor volvió a azotar ese cuerpo que
me había puesto tan duro y preparado para ella.
Cuando me corrí, Shana acomodó su rostro en
la curva de mi cuello para susurrarme:
—Llevaba tiempo sin tener un orgasmo como
el de hoy.
Reí.
Seguí teniendo la polla enterrada en su dulce
coño un par de minutos más. Cuando Shana se
levantó de mis piernas, soltó el último gemido que
me puso la piel de gallina. Se terminó de vestir en el
asiento de copiloto e intentó besarme antes de salir
del Jeep.
—Sin compromiso, cariño —le recordé.
Ella vaciló un instante.
—Gatito —se mordisqueó el labio, buscando
que mi miembro volviera a despertar —, sabes que lo
nuestro no será un simple polvo. Habrá más. Más de
uno.
Solté una carcajada y fui amable con ella.
—¿Adónde te llevo?
—Llévame junto al mafioso con el que
trabajas.
—¿Te has vuelto loca?
—Sé a qué os dedicáis —sonrió y, pintó sus
labios con un pintalabios que sacó del bolsillo de su
falda—. Seguro que soy mejor que todos vosotros.
Y, después de dos horas dándome la lata con el
tema, terminé accediendo. La llevé junto a Vikram,
estuvieron horas hablando y, cuando se reunieron los
dos conmigo, me explicaron que Shana había pasado
la prueba; se convirtió en uno de los nuestros.
Shana y yo formamos equipo.
No solo hacíamos el trabajo de Vikram, cuando
terminábamos, buscábamos un rincón para follar
como dos conejos desesperados.
Lo único que teníamos que respetar, es que
ninguno se podía enamorar del otro.
—Nada serio —solía decir ella, después de
besarme.
Y acepté.
Shana me volvía loco.
Capítulo 8
***
Llegamos a las puertas del despacho con las botas cubiertas de barro. Antes
de colarme en el interior de la habitación, la persona que era mi compañero
de trabajo, me detuvo y lanzó una rápida mirada al calzado que cubría mis
pies. En un solo movimiento de cabeza me di cuenta del error que estaba a
punto cometer; nuestro jefe odiaba que ensuciáramos las moquetas que
habían incrustadas en el suelo de parqué. Así que no me quedó de otra que
liberarme de los zapatos torpemente. Me acomodé en la pared mientras que
observaba con una sonrisa al otro individuo que se deshacía de sus propias
zapatillas. Era tan respetuoso que a veces rozaba el límite de la sumisión. Y,
en el fondo, lo entendía. Todos teníamos que respetar a Vikram.
Cuando ambos terminamos, éste se ocupó de abrir la puerta y
anunciar nuestra presencia con un sonido curioso que surgió de su garganta.
Ya estaba acostumbrado. Vikram se encargó los dos últimos años en
ponerme a Raymond como compañero de misiones. Era un tipo raro.
Siempre iba acompañado por un pequeño bloc de notas y un par de
bolígrafos que escondía en el interior de su camisa.
El jefe no estaba solo. Los demás habían llegado una hora antes que
nosotros. Así que se encargaron de ocupar los asientos más cercanos al
hombre que nos reunió, y se nos quedaron mirando con el ceño fruncido.
Me disgustó tener que tirar de una de las sillas que había al final del
despacho. Como de costumbre, el gran Bloody, siempre ocupaba el asiento
más cercano al de Vikram; salvo en esa ocasión.
—¿Algún problema? —Preguntó el rumano, mirando su reloj.
Esperó una respuesta.
Y él único que se la dio fui yo.
—Los chicanos[4] insisten en que tienen tu permiso para mover su
mierda en Carson. Uno de ellos ha nombrado a Heriberto Arellano —evité
reír, pero no lo conseguí—. He tenido que callarlo. Era mi forma de marcar
el territorio.
Me sentí orgulloso después de golpear a los chicanos que intentaron
asustarnos con sus B92F. Estaba cansado de ver como los hombres de
Heriberto comercializaban la cocaína que exportaban de México, cerca de
los colegios de Carson. Los niños de doce años eran los primeros que
adquirían la mercancía. Después, las mujeres embarazadas. Y sus últimos
clientes, eran los chulos de las mujeres que trabajan en la esquina de la calle
Tolleson.
Vikram pareció disgustado con mi forma de trabajar. Él sabía cómo
funcionaba mi mente, así que me sorprendió que se llevara las manos a la
cabeza. Los demás, me observaron por encima del hombro y me di cuenta
que estaba de mierda hasta las cejas.
—Arellano y yo tenemos un pacto —dijo, clavando sus ojos negros
en los míos —. Él me da luz verde en los próximos proyectos que tendré en
Veracruz, y yo permito que sus chicos trabajen en mi ciudad. Siempre y
cuando ninguno rompa el trato del otro. Y no lo han hecho, Bloody. ¿Por
qué diablos has actuado primitivamente sin habérmelo comentado antes?
Raymond, o como solía llamarlo yo; Mudito, había intentado detener
cada golpe que impactó en los cuerpos de los hombres que cometieron la
estupidez de amenazarme. Dejé de romperle las costillas cuando un
vehículo de la policía se detuvo a unos metros de nuestra furgoneta.
Entonces, no me quedó de otra que salir huyendo.
Al pasar el cinturón de seguridad por encima de mi pecho, me
encargué de deshacerme de la sangre que cubrió mi piel. Fue inútil. Las
gotas de flujo carmesí cubrían mi vestimenta informal.
Y ahí estaba, buscando una respuesta para no enloquecer al hombre
que seguía dándome una oportunidad tras otra. Y que, de alguna forma,
siempre terminaba decepcionándolo. Desde que salí de la cárcel, Vikram
actuó como la figura paterna que nunca contemplé en mi verdadero padre.
Éste siempre intentaba mostrarme mis errores y buscaba una forma para que
yo mismo los corrigiera; podían ser castigos o simplemente charlas
verbales.
Imité su último movimiento y me limité a disculparme con él. Con los
brazos cruzados bajo el pecho, ocultando los nudillos heridos, di unos
cuantos pasos hacia delante y me planté delante de él. Era humillante soltar
las palabras que quería escuchar el otro cuando en el fondo no lo compartía.
—Cometí un error —dije, evitando el tono burlón con el que me
hubiera gustado expresarme.
Vikram endureció su expresión facial.
—Los demás no te han escuchado —alzó la voz, con el fin de
comunicárselo a todos. —Tú dirás, Bloody.
Bajé los brazos y oculté mis puños en los bolsillos de los vaqueros
oscuros. Tragué saliva e intenté borrar esa imagen de mi cabeza que me
obligaba a lanzarme sobre Vikram para recordarle que yo también era un
hombre fuerte y mis instintos primates me incitaban a acabar con él en
diversas ocasiones. Pero me moderé. Con una amplia sonrisa lo complací.
—Corregiré mis errores. Estoy dispuesto a encontrar a esos chicanos
—un gruñido me dominó durante un intervalo de tiempo —y les diré que
actué en consideración a mi nombre.
Vikram sonrió entrecerrando los ojos.
—Ezequiel 20:9-11 —murmuró. —Pero actué por honor a mi
nombre, para no quedar mal a los ojos de las naciones en medio de las
cuales vivían, pues delante de esas naciones me había manifestado a ellos y
les había prometido sacarlos de Egipto —detuvo sus palabras para que
todos lo escucháramos con atención. Sabíamos que Vikram tenía un pasado
antes de convertirse en unos de los mafiosos más importantes de Carson.
Nunca nos dijo quién era en realidad y de dónde venía. Era un hombre que
se aferraba a la biblia. De costumbre solía recitarnos versículos de memoria.
Por eso, a espaldas de él, lo llamábamos el predicador —. Yo los saqué de
Egipto y los llevé al desierto —apretó los labios y, me miró con el ceño
fruncido. Interpreté ese capítulo en el día que Vikram me sacó de las calles
de South Central y me dio un hogar. —Allí les di a conocer mis leyes y
mandamientos, que dan vida a quien los practica.
Silencio.
El despacho se hundió en un incómodo silencio que me encargué de
romper sin hacer uso de mi humor.
—Aceptaré el suplicio de los chicanos.
Nuestro mesías negó con la cabeza.
—Si dejas que te retuerzan el brazo, los hombres de Heriberto
Arellano ganarán poder en nuestro territorio. ¿Es lo que quieres?
Me estaba confundiendo.
Pero no, no era lo que quería.
—Por supuesto que no.
Vikram le pidió a los demás que salieran del despacho y acabamos
quedándonos solos junto a Mudito. Sacó uno de sus puros favoritos y lo
posó entre sus labios mientras que disfrutaba del Montecristo nº4.
—Tendré que arreglar tu error. Una vez más, estaré ahí para ti. Pero
—sabía que venía lo fuerte—, tendrás que hacer algo por mí —Vikram
sabía que jamás me negaría a hacer cualquier trabajo que me mandara—.
Mandaré a Brasen para que obsequie a los mexicanos con diez kilos de
SDA. Podrán distribuirla por su zona, pero se tendrán que mantener al
margen del puerto. Nosotros dominamos O’Call Village; los marrones no
pueden quedarse con nuestra parte.
—Me parece bien.
Mudito escribió la misma respuesta que solté, pero escrita en su bloc
de notas.
—Vosotros iréis a Sacramento —dejó el puro al filo de la mesa de
madera y abrió uno de los cajones del escritorio para mostrarnos una
fotografía. En la imagen, el rostro de una adolescente era nuestro objetivo;
detrás, teníamos la información necesaria. Sostuve entre mis dedos el papel
brillante y leí el nombre de la joven.
—Alanna Gibbs. ¿La hija de Gael?
Éste asintió con la cabeza.
—Secuestradla.
Mudito y yo nos miramos.
Habíamos secuestrado a gente, pero más bien era para hacerles hablar
y que confesaran donde estaba el dinero que nos debían. Pero llevarnos a
una adolescente en contra de su voluntad, era nuevo para ambos.
—Y, ¿qué hacemos con ella?
—Primero sacadla de la ciudad.
Mudito escribió algo y lo leí yo en voz alta:
—Tendrá protección. Su madre se ha presentado a las elecciones.
Vikram nos tendió un sobre con la información de la hija de Gael
Gibbs; estaban sus horarios de clases, sus salidas y dónde solía reunirse
cuando salía de casa.
—Cuando los medios de comunicación dejen de hacer ruido con su
nombre —dijo, y posó una vez más el puro en su boca —, entonces volvéis
con ella.
No me gustaba la idea de estar un tiempo fuera. Y menos cuando
había iniciado una pequeña guerra con los chicanos.
—¿Tengo que torturarla? —Pregunté, recordando el protocolo que
ejecutábamos en los secuestros.
—¿Raymond? —El chico miró a Vikram. —Asiente o niega con la
cabeza ante esta pregunta —Ambos esperamos impaciente—. Si Bloody le
pone una mano encima a la chica, y yo te pido que lo mates, ¿lo harás?
Alcé una ceja y con una amplia sonrisa miré a Mudito.
A éste no le quedó otra opción que hacer caso a nuestro jefe. Movió
con fuerza la cabeza de arriba a abajo y apartó sus ojos de los míos.
—Nada de ponerle una mano encima —fue claro, y lo acepté—. Y,
hacedme el favor, no os dejéis manipular.
«¿Manipularme una cría?» —Pensé.
Conduje la furgoneta negra durante siete horas hasta la casa de Alanna
Gibbs. Dos hombres filipinos trabajaban en la parte delantera del jardín. Un
vehículo negro se detuvo delante. El hombre salió y esperó a reunirse con
sus jefes; como los minutos pasaban y nadie salió de la mansión, el hombre
acabó encendiéndose un cigarro.
Yo deseé hacer lo mismo. Pero Mudito no me lo permitía; solía
quejarse a través de sus largas notas de texto.
Y así hizo. Posó una nota sobre mi regazo.
—¿Quién es Gael Gibbs? —Leí en voz alta—. El hombre que
traicionó la confianza de Vikram.
Mudito recogió la fotografía de la adolescente y la miró con atención.
—¿Te gusta? —Le pregunté. Él se encogió de hombros; Antes de
secuestrarla, Mudito comprobó que la información que tuviéramos de ella
fuera la correcta. Estuvo dos días siguiéndola mientras que yo me lo pasaba
genial en el bar de ricos que había en Boulevard Park. Follé como un loco.
Escribió su respuesta.
—Es guapa —volví a leer. Intenté burlarme de él un rato, pero me di
cuenta que la chica había salido de su hogar. El chófer apagó el cigarrillo y
le abrió la puerta. —¡Vamos! —Golpeé emocionado el volante. —Por fin
algo de acción.
Los seguimos durante un par de minutos y se detuvieron en la
propiedad de los Thompson. Ella bajó del coche y se despidió del chófer.
Yo también esperé perderlo de vista antes de salir de la furgoneta.
Pero una mano me detuvo. Mudito me mostró otro trozo de papel.
“Ten cuidado.”
—Estaré bien —lo tranquilicé.
“Me refiero con ella. Sé sutil, por favor.”
Reí.
Mudito no confiaba en mí.
Y hacía bien.
Me bajé de la furgoneta y esperé a que Mudito se escondiera en la
parte trasera; ocultó su rostro con una máscara negra y me enseñó el pulgar
para darme el visto bueno.
Sacudí la bomber y caminé con tranquilidad. Al llamar al timbre,
antes de que alguno de esos niños de papá se cruzase conmigo, me arreglé
el cabello.
Y quedé cara a cara con ella.
Capítulo 1
ALANNA
No sólo cubrió mi boca con la suya, su lengua se hizo paso entre mis labios
y tenía la sensación de que no la abandonaría tan fácilmente. Así que
acomodé mis manos sobre su duro pecho, y cuando intenté apartarlo de mí,
paseó el cañón de la pistola por mi vientre con la única intención de
asustarme. Pero no lo conseguiría. No podía disparar y menos con un
testigo delante. Su juego se terminaría.
Así que cuando noté la lengua posarse por encima de la mía, la
mordisqueé sin miedo a que soltara un grito y me abofeteara delante de la
mujer que nos buscó una habitación para alojarnos. Me apartó bruscamente,
nos dio la espalda y escupió en la palma de la mano toda la sangre que
conseguí provocarle. La próxima vez si quería besarme, tendría que buscar
una excusa mejor.
Me lanzó una amenazante mirada a través de sus ojos azules, y cogió
las llaves que le tendió la casera del motel. Aferró los largos dedos
alrededor de mi muñeca, y me sacó a la fuerza sin agradecerle una vez más
a la única persona que nos daría cobijo en un motel barato a las afueras de
mi ciudad.
—Vuelve a morderme —gruñó —y te corto la lengua.
Bloody no me miró.
—Vuelve a besarme —seguí con su juego de palabras —y haré que te
corten el miembro cuando te cacen.
Soltó una de esas carcajadas que me estuvo acompañando desde que
abrí la puerta de la casa de mi mejor amiga. Detuvo los pasos, no
terminamos de llegar a la furgoneta. Me dejó cara a cara con él, dispuesto a
soltar una de esas chorradas que le levantaban el ego.
—Te estás obsesionando con mi polla, cielo. ¿Quieres tener la boca
ocupada?
Le enseñé mis bonitos dientes blancos.
—Casi me quedo con un trozo de tu lengua. Ten cuidado.
Enredó sus dedos en mi cabello negro. Obligándome a que levantara
la cabeza y siguiera perdiéndome en su mirada.
—No pasa nada —me lanzó un beso. —Mientras que pueda seguir
jugando con ella, puedes arrancarme lo que quieras. ¿Te atreves?
—A tu amigo no le hará mucha gracia —solté, una vez que vi que su
otra mano voló hasta la bragueta de los enormes vaqueros que vestía. —
¿Quieres que lo llame y se lo preguntamos?
—Mudito no siempre estará presente, cielo.
—¿Puedes dejar de llamarme cielo?
Se inclinó con cuidado, acercando ese rostro que pegó junto al mío
para estar de nuevo más cerca.
—No.
Me mordisqueé el interior de la mejilla e intenté apartar su mano de
mi cabello con cuidado. No se molestó. Dejó que apartara sus dedos y seguí
mirándolo a los ojos. No podía tragar saliva delante de él o demostraría
debilidad. Si seguía manteniéndome fuerte, Bloody no ganaría esa batalla
de macho alfa.
—¿Te han dado unas cuantas fotos mías y no te has tomado la
molestia de aprenderte mi nombre?
Quería descubrir más. En algún momento, sacaría información de la
persona que los mandó a secuestrarme. Lo que tenía que hacer era jugar
hasta que soltara un par de datos y grabarlos en mi cabeza.
—Siento decepcionarte. Me gusta más cielo que Alanna.
Sí, me conocía.
—Lo entiendo —reí, estaba haciendo tiempo por si algún camionero
pasaba por el motel y me ayudaba. —Te has quedado anonadado con mi
belleza. Ten cuidado de no enamorarte.
Bloody volvió a reír.
—¿Estás segura? —sacó el paquete de cigarros que escondió en uno
de los bolsillos traseros de los vaqueros. Acomodó el cigarro entre sus
labios y se lo encendió. —Deberías documentarte un poco sobre el
síndrome de Estocolmo. Te vendría bien.
—El problema, Bloody, es que eres tú quien quiere follarme. No yo.
—Tiempo al tiempo, cielo. Acabarás suplicando. Tienes diecisiete
años. Eres una perra caliente. Y lo entiendo —acarició mi piel con sus
nudillos, sintiendo el calor del cigarro en mi mejilla. Detuvo sus palabras
para darle cinco caladas más al cigarrillo, y volvió a tirarlo sin consumirlo
del todo. Sacó mi teléfono móvil y me obligó a desbloquearlo con mi
pulgar. No sé qué buscó en ese momento, pero empezó a reír sin parar. —
Mañana me arrepentiré, y espero que no seas cruel conmigo, Harry. Acabo
de tocarme por encima de las bragas, y ¡Dios! Estoy ardiendo. Quiero que
me toques. Necesito que me beses mientras que siento tu erección sobre mi
vientre.
—Deja de leer —le advertí.
—Estoy tan húmeda, Harry. La foto me ha puesto caliente —Bloody
examinó mis mejillas. —¿Crees que la tengo pequeña? —Me enseñó la foto
de Harry. —Pues aquí tienes una parte de lo que yo escondo.
—Eres un hijo de puta —susurré.
—Y tú una niña muy mala —se perdió de nuevo en la conversación
de WhatsApp. —Mmmm, Harry. ¿Cómo debería meterme los dedos? Dame
instrucciones, cariño. No seas malo. Está enorme y erecta. No podría
metérmela en la boca…
No terminó, mi mano impactó en su mejilla. Bloody bloqueó el
teléfono móvil y volvió a empujarme hacia él.
—No vuelvas a golpearme —no respondí. No dije nada. Lo miré.
Cargada de ira y asco. —¿¡Me estás escuchando!?
Era lo que necesitaba. Su rabia lo delataría. Gritaría tan fuerte, que las
pocas personas que estuvieran en el motel, se asomarían para ver qué estaba
sucediendo en el parking. Y lo que verían los incitaría a acercarse; un
hombre maltratando a una mujer verbalmente. Estaba acabado.
—Eres un puto perro rabioso. ¡Asqueroso!
—¡Qué bonito! La niña, aparte de excitar a los hombres, me ha salido
rebelde. Lo tienes todo, cielo.
—¡Qué te jodan!
—¡No me grites! —elevó más la voz.
Y cuando parecía que lo tenía todo bajo control, su compañero
apareció para detenernos. Apartó las manos de Bloody que se habían
aferrado a la sudadera que me dio y le plantó cara mientras que me retenía
por la manga de la prenda de ropa.
—¿¡Qué me tranquilice!?
Su amigo ni siquiera le escribió nada con su bloc de notas. Y tampoco
miró su expresión facial porque estaba oculta por una máscara. Pero lo
conocía perfectamente.
—Me ha estado tocando las narices en todo momento —se defendió.
—Imbécil —susurré.
Pero me escuchó.
—¿Qué has dicho?
Intentó apartar a la persona que se puso en medio, pero no lo
consiguió. Éste, le arrebató las llaves de la habitación y con un movimiento
de cabeza nos indicó que iríamos a refugiarnos. Y así terminé. Siguiendo
los pasos del chico de la máscara mientras que Bloody seguía los míos a
regañadientes.
Era una habitación de motel pequeña; había una cama de matrimonio,
un sofá, un televisor antiguo y un baño.
Cerraron la puerta, e inmediatamente se acomodaron en la
desagradable habitación.
—Tengo que ir al baño —anuncié.
—Voy con ella —dijo Bloody, levantándose de la cama.
El otro fue rápido. Sacó el bloc de notas y escribió algo.
—Tengo que vigilarla.
Tuvo otra respuesta.
“No.”
Bloody se mordió el labio, enloqueciendo por no poder hacer lo que
él quisiera.
—Si se escapa, tú tendrás la culpa.
“Me haré cargo.” —Escribió, junto a otro mensaje que me enseñó:
“Tranquila. No pasará nada.”
Asentí con la cabeza y me colé en el interior del baño. Tuve que
empujar los dedos debajo de mi nariz por el mal olor que desprendía la
bañera. Estaba convencida que nadie había sido capaz de desinfectar el
motel desde hacía años.
Levanté la tapa del W.C., y sin sentarme, intenté orinar. Cuando
intenté limpiarme, me di cuenta que las cosas no podrían ir a peor.
—¡Maldición! —golpeé el rollo de papel higiénico.
Salí de allí y me di cuenta que Bloody abandonaba la habitación.
—Iré a por unas cervezas —le anunció a su amigo.
Éste le escribió algo.
“Y cena. Ella tiene que comer algo.”
Eso era lo de menos, necesitaba algo más urgente.
—¿Podrías comprarme algo? —pregunté, dando unos pasos por la
habitación, sin terminar de acercarme hasta él.
—No.
—Por favor —supliqué, porque no tenía otra opción. —Necesito
tampones.
Bloody cerró la puerta y se acercó con chulería.
—¿Te presto mi dedo?
Era asqueroso.
Le tiraron el bloc de notas a la cabeza y leyó el mensaje en voz alta:
—Compra los malditos tampones —dijo Bloody, mirándonos a
ambos. —Está bien. Tampones para la niña. ¿Algo más?
«Sí, piérdete» —Pero sólo lo pensé.
Salió de la habitación dando un portazo y nos quedamos solos. El
hombre de la máscara recogió su diminuta libreta, y se tiró en el sofá
mientras que seguía mis pasos con la mirada. Estaba cansada. No había
comido, y con la dieta mi cuerpo se rendía antes que el de los demás. Me
senté sobre la cama y miré la extraña máscara que ocultaba al otro
secuestrador.
—Él te llama Mudito. ¿Es tu apodo?
“No. Mi nombre es Raymond.”
Con él se podía mantener una conversación. Al menos no gritaba
como Bloody.
—Raymond —tenía que convencerle de que estaban cometiendo un
gran error reteniéndome —, tú pareces inteligente. No os metáis en un lío.
Estáis a tiempo para desaparecer y que no os denuncie. Lo prometo. No iré
a la policía.
Mentira. Tenía el rostro de uno grabado.
“Es nuestro trabajo.”
—Y, ¿qué quieren de mí?
“No puedo darte esa información.”
—¿Es por mi madre?
“Alanna, será mejor dejar la conversación.”
—¡No es justo!
“Lo sé. Pero cuando estés con nuestro jefe, reclámale a él. Bloody y
yo solo cumplimos órdenes.”
—¿Os ha dicho que me toqueteéis como está haciendo ese imbécil
conmigo?
“No. Nos pidió que te cuidáramos. Y eso es lo que vamos a hacer.”
—¿Cuidarme? —Reí. —Si tenéis que matarme, hacerlo ya. Me niego
a que vuelvan a besarme.
“Nadie quiere matarte. Y de Bloody” —le dio la vuelta a la hoja
—“me encargo yo.”
Ahí terminó nuestra conversación, ya que Raymond encendió el
televisor para no escucharme más. Las horas pasaban y parecía que Bloody
se había perdido. Terminé tendida en la cama y me concentré en la biblia
que había sobre una de las mesitas de noche. Estuve a punto de coger el
libro, cuando unas risas me detuvieron.
Bloody abrió la puerta, y no estaba solo. La mujer que vimos en el
aparcamiento, lo acompañaba mientras que se besaban apasionadamente. Se
olvidaron de nosotros. Sus cuerpos estaban muy pegados y parecía que no
se apartarían en ningún momento.
—¡Mierda! —Nos vio. —¡Largo!
Tiró la caja de pizza y una bolsa de una parafarmacia.
Raymond recogió la cena y lo miró.
—¿Qué? Voy a follar —le dijo. —Así que fuera de la habitación.
Me levanté de la cama y pasé por delante de ellos, cuando Bloody me
sonrió, la chica se molestó. Así que movió su rostro para besarlo con más
fuerza.
«Todo tuyo.»
Cerraron la puerta y empezaron a gritar cuando se quitaron la ropa.
Raymond y yo parecíamos dos idiotas cenando fuera y escuchando de
fondo los gemidos de Bloody y la chica de cabello caoba.
Desconecté de sus actividades sexuales cuando probé por primera vez
la pizza. Estaba deliciosa y no dejé de comer. Nadie me lo impidió.
—¿Siempre es tan ruidoso?
Se escuchaba la cama golpear la pared, y la chica gritar mientras que
él la insultaba.
“Sí.”
—No será cada noche, ¿verdad?
No escribió nada nuevo.
Me mostró lo mismo.
“Sí.”
Eché hacia atrás la cabeza.
“Es su forma de controlar la ira.”
—¿Follando con desconocidas?
“O golpeando a alguien.”
«Menudo semental» —Pensé, riéndome de él.
Me relamí los labios y estiré las piernas. Estaba llenísima. Al menos
tenía las muñecas libres y no me habían puesto las esposas.
Las cortinas de la habitación se abrieron y se vio lo que estaba detrás;
la chica, completamente desnuda, se acercó con una sonrisa mientras que se
tocaba los pechos. Bloody apareció por detrás y empezó a penetrarla. Clavó
la mirada en mí y yo dejé de observarlo.
—Quiero irme de aquí —le dije a Raymond.
Éste se levantó y seguí sus pasos. Los gemidos se perdieron al otro
lado del pasillo. Cuando estuvimos a punto de bajar las escaleras, Raymond
escribió algo:
“Lo siento. Tengo que ponerte las esposas.”
Al estar lejos de Bloody, necesitaba asegurarse que no intentaría huir.
—Está bien —estiré los brazos. Al menos no me obligó a ponerlos
detrás de la espalda. —¿Me compras una Coca-Cola?
En el piso de abajo, delante del aparcamiento, había una máquina
expendedora. Raymond asintió con la cabeza y terminamos de bajar los
últimos escalones.
La bebida burbujeante que se vendía en el motel, el envase era de
cristal. Me dio una idea. Ray tecleó el número de la Coca-Cola y cuando la
máquina la soltó, me la tendió. Él hizo lo mismo. Una vez más, su cuerpo se
inclinó hacia delante. Y entonces aproveché. Golpeé su nuca con la botella
de cristal y éste cayó al suelo.
Empecé a correr. Estaba huyendo de los dos. Ni siquiera miré atrás.
Salvo una voz que me invitó a hacerlo.
—¡Eh! —Era Bloody desde el balcón de la planta uno.
Saltó, cayendo al aparcamiento totalmente desnudo y empezó a correr
detrás de mí.
«No.»
Corrí como nunca había hecho en mi vida. Movía mis piernas con
todas mis fuerzas mientras que sujetaba el enorme pantalón que me cubría.
Y cuando parecía que iba a conseguir mi objetivo, algo se lanzó sobre mí,
tirándome al suelo.
Me golpeé la barbilla contra el asfalto, y el cuerpo de Bloody bloqueó
el mío.
—Alguien va a morir esta noche —me levantó, y giró mi cuerpo. —Y
tú, —me apuntó con el dedo —haré que te arrepientas.
«No.»
—¡Socorro!
Grité, mientras que tiraban de mí. A Bloody no le importó ir desnudo
entre los coches. Seguía sosteniéndome. Le di una patada en la pantorrilla.
Enfureció. Me levantó del suelo, echándome sobre su hombro.
—¿Quieres que te corte la lengua como a Mudito?
Dejé de gritar.
—¿Fuiste tú?
Soltó una carcajada.
—¡Maldito lunático!
—Vamos, cielo —me sacudió para que no cayera de su hombro. —
Nos lo vamos a pasar muy bien esta noche.
—¡No me toques!
Golpeó mi trasero.
Capítulo 5
Bloody era fuerte, así que mis intentos de hacerle daño en la espalda
fracasaron; pero seguí golpeando su pecho con mis rodillas. Sentí sus
dientes clavarse en uno de mis muslos. Era su manera de advertirme que
dejara de gritar.
Llegamos a la habitación del motel, y la chica que dejó desnuda sobre
la cama, seguía esperándolo con una amplia sonrisa. Sonrisa que
desapareció al verme aparecer sobre el hombro de su amante de cabello
rubio. Se levantó con sumo cuidado del viejo colchón e intentó buscar los
labios de él.
—Lárgate —le pidió.
Ella se quedó cruzada de brazos, sin darle importancia a su desnudez.
—Pero…—no terminó de hablar.
—Hemos terminado —dijo Bloody. —Gracias por el polvo.
Recogió indignada su ropa que cubrió la sucia moqueta de la
habitación, y antes de desaparecer me miró directamente a los ojos.
—Llama a la policía…—supliqué, y en aquel instante me tiraron
sobre la cama. Bloody echó a la chica de cabello caoba de la habitación y se
tendió al otro lado de mi cuerpo para apartar el cabello oscuro que me cayó
sobre el rostro. —Eres un hijo de puta.
—Gracias por recordármelo —vi esa sonrisa que marcaba con orgullo
cada vez que lo insultaba. —Teníamos un trato.
—No es verdad.
—Pensaba que eras una chica lista —soltó, como si tuviera la idea de
que las personas que secuestraba tenían que comportarse como él ordenara.
Pero, si seguía con la idea de matarme, prefería que lo hiciera pronto y sin
torturarme lentamente. —Mudito tiene razón. No te voy a matar. No es mi
trabajo.
«¿No era su trabajo?» —Pensé.
Así que lo único que podía hacer era esperar hasta que llegara el
sicario que los mandó a secuestrarme.
Empujó mi cuerpo, dejándolo en vertical sobre la cama. Guio mis
brazos hasta el cabecero, por encima de mi cabeza, y me dejó esposada e
inmóvil. Su cuerpo se reunió con el mío rápidamente. Seguía desnudo, y lo
único que podía hacer era mirar sus penetrantes ojos claros.
—Si se entera mi madre, te matará —ella era una mujer que no quería
escándalos. Estaba tan obsesionada con tener una familia feliz, que el tema
de perder peso pasaría a un segundo plano si se enteraba que me habían
secuestrado. —Deberías llamarla.
Bloody rio.
—La llamaré cuando ésta haga el secuestro público.
—Nunca lo hará público —estaba perdiendo su tiempo.
Movió sus dedos por mis brazos, arrastrando la sudadera que me dio
para cubrirme con el fin de acariciar mi piel.
Sacudí mi cuerpo, pidiéndole de una forma inocente que se apartara
de mi lado.
—Ya verás que sí —me guiñó el ojo.
Cuando alzó mi cabeza para dejarme más cerca de su rostro, la puerta
de la habitación se abrió. Por esta entró Raymond, con una de sus manos
acomodadas detrás de su cuello y cubriendo la herida que le hice.
Nos miró a ambos a través de la máscara que cubría su rostro, y sacó
con dificultad la libreta que siempre llevaba encima para comunicarse con
los demás. Pero Bloody fue más rápido que él, así que habló antes de leer
alguna de las advertencias que le escribiría su compañero.
—Tú te lo has buscado —miró a Raymond, y después lo hizo
conmigo. —Dijiste que te encargarías si intentaba huir. Y no lo has hecho.
“Vístete.» —Leímos.
Bloody miró su cuerpo.
—A ella no le importa —dijo. —¿Verdad?
Golpeé las esposas contra uno de los barrotes del cabecero.
—¿A ti que te parece? —pregunté retóricamente.
Siguió riendo hasta que se cansó de estar encima de mi cuerpo y con
las rodillas hincadas sobre el colchón. Buscó su ropa interior y se vistió
como si no hubiera pasado nada en las últimas horas.
“Lo mejor será descansar. Bloody, tú al sofá.”
—No —respondió, tumbándose al otro lado de la cama.
Raymond emitió un extraño gruñido.
Y mientras tanto, Bloody me dio la espalda e ignoró por completo a
su compañero. A Raymond no le quedó otra opción que tumbarse sobre el
sofá mientras que cubría la herida del cuello con una de las toallas que nos
dejaron en el baño.
Las luces de la habitación se apagaron, y esperé a que ambos se
durmieran.
Crucé los brazos para mantener mi cuerpo tendido sobre uno de mis
costados, y miré la espalda tatuada de Bloody; en su piel se podía leer una
fecha y un enorme demonio con la lengua cortada. Entre sus deformes
manos sostenía la sangre que derramaba de la boca. Era muy sádico y
escalofriante.
Durante unos minutos pensé en lo que me había dicho. Estaban
esperando a que mi madre alertara de mi secuestro a los medios de
comunicación. Pero, ¿qué pasaría si ella no lo hiciera?
De repente el cuerpo de Bloody se giró, quedando cara a cara
conmigo. Al darme cuenta que sus ojos estaban abiertos, cerré
inmediatamente los míos.
—¿No quieres tocarte esta noche? —susurró. No tuvo respuesta. —Si
quieres puedo ayudarte. Puedo enseñarte mi polla de nuevo. Así te olvidas
de las fotos que te envía tu novio.
Apreté la mandíbula y me dieron ganas de escupirle. Pero con su
estúpida actitud, insultarle sólo sería la excusa perfecta para provocarlo.
—O puedo decirte guarradas.
No aguanté más.
—O puedes callarte —gruñí. —Intento dormir.
—Tiene que ser incómodo —miró mis brazos. Y tenía razón. No
sentía mis dedos, y en los momentos que podía encogerlos, sentía un
hormigueo que volvía a dejarme sin sensibilidad. —Creo que se la pones
dura a Mudito.
«Capullo.»
—¿Por qué? —Lo miré a los ojos. —¿Por qué no es un idiota como
tú?
Rio.
—Tendrías que estar llorando, suplicando y ofreciendo tu cuerpo a
cambio de tu libertad.
—Te he ofrecido dinero y lo has rechazado.
—El dinero, por ahora, no me interesa —sonrió. —Con el tiempo
sacaré más de lo que te puedas imaginar. ¿Por qué no te doy miedo?
Me daba miedo. Pero todavía era capaz de aguantar unos cuantos
golpes más.
—Tendré que darle las gracias a mi madre cuando la vea.
—La querrás muchísimo.
Más bien la odiaba.
—¿Ahora quieres mantener una conversación cordial conmigo? —Me
burlé de él.
Bloody no borró esa enorme sonrisa que seguía manteniendo desde
que me tiró sobre la cama.
No respondió, y volvió a darme la espalda.
A él no le costó quedarse dormido, y yo luché toda la noche por no
caer en los brazos de Morfeo. Pero caí. Desperté junto a los gritos de
Bloody mientras que cambiaba de canal en el viejo televisor que había a
unos metros de los pies de la cama.
—¿Setenta y dos horas? —Leyó el mensaje de Raymond. —Es la hija
de la futura senadora. Deberían darse prisa.
“Esperarán.”
—Nosotros no tenemos tiempo.
Se dejó caer en la cama y miré a Raymond, suplicando piedad.
—Por favor —pedí. —Me duelen los brazos.
Éste escribió algo:
“No soy Bloody, pero tampoco soy gilipollas.”
Bloody soltó una carcajada.
Yo también reí:
—Y, ¿qué pretendías? ¿Qué besara tu cuello antes de huir? ¡Estoy
secuestrada! No de vacaciones.
Se acercó, y antes de quitarme las esposas luchó para conseguir la
llave que guardaba Bloody en uno de los bolsillos de sus pantalones.
Me liberó e incluso me dejó ir al baño para asearme una vez que
recogí la bolsa de la parafarmacia. Recogí mi cabello y me miré al espejo.
—¿Qué puedo hacer? —me pregunté.
En el maldito baño ni siquiera había una ventana o un conducto de
aire. Estaba atrapada.
—Acaba pronto. Tenemos que salir —avisó.
Miré la puerta.
—Un momento.
—Diez segundos —finalizó.
Cerré los ojos y me refresqué el rostro de nuevo. Si no conseguía huir,
la única forma de librarme de ellos sería haciéndome daño. Si realmente me
querían con vida, acabarían llevándome a un hospital si sufría un accidente.
Salí del baño y Bloody me esperaba cerca de la puerta principal
mientras que terminaba de fumar uno de sus cigarrillos.
—¿Adónde vamos? —pregunté, con curiosidad.
—Compraremos unos periódicos para hacerte unas cuantas fotos.
Lo seguí. La puerta de la habitación se cerró, y caminamos por el
largo pasillo de la planta hasta bajar las escaleras. Por el camino, nos
cruzamos con la chica de cabello caoba que iba acompañada de un hombre
que le rodeaba los hombros con su brazo. Ella miró a Bloody, mientras que
él no se dignó a mirarla.
Bloody me empujó para controlar cualquier movimiento. Quedó
detrás de mí y me indicó que abriera la puerta de la recepción del motel.
—Buenos días, parejita —saludó la señora.
Le devolvió el saludo.
—¿Dónde podría conseguir el The Desert Sun?
—Están fuera —dijo, señalando la puerta.
—Vamos —me pidió Bloody.
En la pequeña recepción había una máquina de café.
—¿Puedo tomarme un café?
Él se acercó para susurrarme algo en el oído.
—No cometas una estupidez.
—Serán cinco segundos y tú ya estarás aquí —miré a la señora, y ésta
me devolvió la sonrisa.
Bloody salió, y mientras que la mujer se dirigía a la máquina de café,
la detuve.
—¿Puedo llamar?
—Por supuesto.
Rápidamente descolgué el teléfono, y marqué los últimos dígitos que
me quedaban. El corazón se me aceleró. Podía sentir los latidos en mi
garganta.
A los dos tonos atendieron la llamada.
—Casa de los Willman.
—¿Ronald? Ronald, soy yo, Alanna.
—¿Alanna?
—Sí.
Y todo se terminó cuando escuché la voz de Bloody.
—¿Qué haces, cielo?
«¡Por favor!»
Capítulo 6
Su risa, que me confirmó que seguía vivo, heló mi piel. Bloody se dio el
lujo de sostener mis muñecas e intentar arrebatarme el arma, pero no le
dejé. Furiosa, al darme cuenta que había fracasado en el intento para
matarle, grité con todas mis fuerzas. Él no dejó de reír, de observarme con
esos ojos azules que estuvieron cerrados durante unos segundos ante el
placer que le di. Alcé los brazos y los bajé inmediatamente para golpearle
con todas mis fuerzas. Y cuando el arma estuvo a punto de impactar en su
rostro sereno, se movió velozmente, consiguiendo tumbar mi cuerpo al otro
lado de la cama.
Con el miembro todavía fuera de la ropa interior, se lo sacudió antes
de esconderlo una vez más en sus pantalones y quedó encima de mí. Me
obligó a mirarle a los ojos mientras que su mano se acomodaba alrededor de
mi cuello. Parecía que la hora de morir había llegado. Y no tuve miedo;
porque en el fondo era lo que me había buscado. O moría él, o lo hacía yo.
Y Bloody ganó esa batalla.
—Cielo —fue acercándose a mi boca —, para ser tu primera paja no
ha estado nada mal. Pero la próxima vez, cuando consigas que me corra —
tenía tan cerca su boca de la mía, que el único movimiento que hice fue
cerrar mis labios antes de que su lengua intentara colarse de nuevo —, no
olvides comprobar el cargador. Puede que no queden balas.
Otra carcajada.
Y ahí seguía, acorralando mi cuerpo con sus duras piernas
presionando mi cintura. Para borrar esa enorme sonrisa de satisfacción que
se marcó en su rostro, le escupí toda la saliva que conseguí reunir en el
discurso que me soltó. Pensé que me devolvería el gesto vulgar con algún
golpe, y volví a equivocarme con él. Se relamió los labios con la lengua
haciendo desaparecer la espuma blanca y me miró sin ni siquiera pestañear.
—Eres una chica muy mala —vaciló, con un tono burlón. —No sé
qué voy hacer contigo. Si hoy no has dejado de moverme la polla por tener
el arma en tus manos, no quiero ni imaginar qué harás mañana para
conseguir esa libertad que tanto deseas.
—¡Qué te jodan!
—¿Quieres que te joda? —Preguntó, como si no hubiera escuchado lo
que realmente grité. —Después de leer tus mensajitos, pensaba que te
preparabas para Harry.
Gruñí.
—Déjame en paz.
Me di cuenta que no conseguía nada al elevar la voz o insultarlo. De
todas las formas grotescas, conseguía llamar la atención de él.
Al menos conseguí apartarme de Bloody cuando apareció Raymond
por la puerta. Y ahí lo tuvimos, adentrando su cuerpo en el interior de la
habitación de motel mientras que nos mostraba las llaves del nuevo
vehículo que había conseguido. Ni siquiera se percató que tuve a su
compañero encima de mi cuerpo, porque cuando llegó, Bloody ya se había
bajado para que no sospechara nada.
—Muy bien, Mudito —felicitó, dándole unas palmadas en la espalda
una vez que quedaron cara a cara. —Iré a comprobar el motor —de repente,
detuvo sus pasos para mirarnos a ambos —. Por cierto, ten cuidado con ella
—pausó para reír —, podría terminar por hacerte una paja.
Y sus modales se silenciaron cuando Raymond cerró la puerta.
No fui capaz de levantarme de la cama, únicamente froté mis manos
por encima de la tela que me cubría para quitarme el esperma que eyaculó
Bloody.
“¿Estás bien?” —Escribió.
Asentí con la cabeza.
Incluso con el golpe que recibió, seguía siendo amable conmigo.
—Sé que no tengo el derecho para preguntarte por qué no hablas —
conseguí quedarme sentada sobre la cama —. Pero, ¿Bloody te cortó la
lengua?
Raymond hizo un sonido que lo interpreté como una risa.
“No. Bloody no me cortó la lengua.”
Así que él intentó asustarme con aquella desgracia.
—¿Tienes lengua?
¿Por qué estaba siendo tan curiosa? Sería porque no tenía nada mejor
que hacer.
“Sí.” —Respondió de nuevo.
—¿Por qué no hablas? —Y en ese momento acabó la confianza que
me dio. Así que terminé de levantarme de la cama del todo, y me acerqué
hasta el baño. —Quiero darme una ducha. ¿Os queda ropa?
Ray buscó la bolsa que los acompañó en el viaje. Sacó unos
calzoncillos slip, una camiseta negra básica más pequeña que la primera
que me dieron, y unos pantalones cortos junto a un cinturón.
—Gracias —recogí la ropa.
Ray me detuvo un momento.
“No tardes. Bloody llegará en cualquier momento.”
Y entendí que ese pervertido era capaz de meterse en el baño para
ojear lo que estuviera haciendo dentro de una ducha.
Asentí con la cabeza y cerré la puerta del baño para tener algo de
intimidad. Me desnudé lo más rápido posible, y tiré la ropa que me
acompañó durante un día en el interior de la bañera; no quería pillar
hongos. Dejé que el chorro, el cual cambiaba la presión por la suciedad que
tenía acumulada la alcachofa de ducha, humedeciera mi piel. Cerré los ojos
y cubrí mis pechos con los brazos.
Sin tener la oportunidad de conseguir un poco de gel o champú, froté
mi cuerpo con mis propias manos.
Estuve en el baño un cuarto de hora, y porque no conseguí más
tiempo, ya que Bloody llegó gritando y buscándome desesperadamente.
Imaginé que Ray lo detendría, y en el momento que salí de la ducha
para secarme con las toallas que nos dejaron sobre la tapa del inodoro,
echaron la puerta abajo.
—¿Has llamado a alguien? —preguntó, tirando de mi brazo.
Seguía desnuda.
—N-No —mentí.
Con el brazo que tenía libre me cubrí los pechos y crucé mis piernas.
—¡Nos han encontrado! —No dejó de gritar.
—El teléfono móvil ha estado encendido todo este tiempo —le
recordé.
Alzó mi rostro y clavó sus dedos en mi mejilla, haciéndome daño.
—Mudito se encargó de bloquear cualquier señal que pudiera mandar.
No pude evitar la sonrisa que lucí al pensar que Ronald buscó la
manera de encontrarme. Ese hombre no merecía tener a una mujer como mi
madre, porque era un buen hombre.
“Deja que se vista. Nos vamos”. —Escribió Ray, sin ni quiera
mirarme.
¡Y Dios!, como agradecí que hubiera personas como él en aquel
momento incluso cuando eran lo peor.
A Bloody no le quedó otra opción que soltarme, y en un movimiento
de brazo para recoger la ropa, los disparos que se ejecutaban desde fuera del
motel nos avisaron que estaban muy cerca.
Ray cayó al suelo, y Bloody me recogió para tirarme junto a él
mientras que nos escondíamos detrás de la bañera.
—Golpea dos veces en el suelo si estás bien —dijo Bloody.
Se escuchó el primer golpe, y cuando estuvo a punto de dar el
siguiente, alguien se encargó de herir a Raymond.
Mi espalda desnuda se encontraba sobre el pecho de Bloody. Los
pasos de un par de hombres se acercaban hasta el baño.
—¿Alanna? —Era la voz de Jiang.
Si no hubiera sido por la mano de Bloody sobre mis labios, Jiang no
se habría alejado.
—No hagas ruido.
«Y una mierda» —Pensé.
Golpeé mis talones en el suelo del baño.
Jiang y el hombre armado que lo acompañaba se acercaron.
—Joder —gruñó Bloody, cargando el arma que no tenía balas en el
momento que me propuse matarlo. —Ahora tendré que matarlos.
«No. Ellos eran mi libertad.»
Capítulo 8
Los dos moteros que nos empujaron hasta la parte trasera del bar, nos
obligaron a sentarnos uno delante del otro. Terminaron de atarnos las
muñecas y salieron en busca de sus motos.
Bloody alzó la cabeza y mostró sus dientes.
—Sí, ríete —dije —, pero tú también estás secuestrado.
—Mudito vendrá a salvarnos.
Alcé una ceja.
—Ray parecía furioso —recordé la forma en la que nos abandonó en
el parking, a regañadientes. —Estás sangrando.
Él, en vez de protestar o negarlo, miró mis piernas.
—Cielo, no soy el único.
«Imbécil.»
—Entonces debería dejarte uno de mis tampones.
—¿Penetrarás tú la herida? —preguntó, arrastrándose por el suelo y
acercándose poco a poco.
Nuestros zapatos se tocaron.
—Eres asqueroso —me rendí.
Bloody empezó a reír y echó hacia atrás la cabeza. La sangre
empezaba a cubrir su torso, y su camiseta lo delataba. Estaba débil y podía
verlo en el tono de sus labios.
Los moteros escucharon la recompensa que ofrecía mi madre si
conseguían rescatarme. Pero, la muy bruja, hizo público el secuestro por
miedo a que la delatara. O eso creía yo, porque en ese momento ya no sabía
qué pensar de ella. Su forma de quererme era jodidamente peligrosa.
—¿Por qué quería matarte?
Hizo la misma pregunta que en el bar.
Sus ojos azules empezaron a apagarse, y no era capaz de sonreír con
la misma fuerza. Golpeé sus botas cuando la barbilla tocó su pecho.
—Me fastidia decir esto…—alargué el silencio porque no tenía otra
opción—, pero te necesito con vida.
Muriéndose, se obligó a mirarme.
—¿Quieres cometer una locura? —Apuntó a la pequeña capilla que
había delante del motel. —Casémonos.
—Antes pongo punto y final a mi vida.
No dijo nada.
Los hombres se acercaron y uno de ellos se arrodilló para observarme
detalladamente. Tocó mi cabello, y alzó mi rostro acomodando los dedos
debajo de la barbilla.
—¿Estás bien? —preguntó, con la voz ronca.
—Sí.
—Tu madre dice que nos pagará cien mil de los grandes si te
llevamos a casa —sonrió. —¿Éste es tu secuestrador?
Respondí con otra pregunta.
—¿Lo quieren muerto?
Sacudió la cabeza.
—Nos dan diez mil por cada delincuente —se levantó del suelo y
quedó detrás de Bloody. —Da igual si están con vida o están muertos.
Golpeó el cuerpo de Bloody, tumbándolo cerca de mí. Éste ni se
inmutó. Estaba tan débil, que estaría inconsciente hasta que dejara de
respirar.
Y no podía permitirlo. Necesitaba que me sacara de allí para no
volver junto a mi madre. Si me reunía con ella, estaba muerta.
—¿Cómo vais a contactar con Moira?
Se miraron.
—Nos darás su número de teléfono.
Que fácil lo veían.
—Le hablaré bien de vosotros a mi madre si le salváis la vida.
Rio tan fuerte, que me puso el vello de punta.
—Pequeña, te ha secuestrado.
«No me digas…»—Puse los ojos en blanco.
—Sí —me rendí. —Es que me he enamorado y esas cosas. Salvadle y
tendréis un millón de dólares cada uno. Creo que es un buen trato.
El más alto empujó a su compañero para hablar sobre la propuesta
que les ofrecí. Miré a Bloody, o mejor dicho a Darius, y le golpeé con el
codo. Cuando abrió los ojos, me miró con cansancio.
—Tienes que ser fuerte.
—Por ti, cielo, te bajaría el firmamento si hiciera falta.
Suspiré.
—Mi madre me quiere muerta, joder —confesé. —Tienes que
ayudarme.
—Te he ayu-ayudado —le costaba articular las palabras —y ni me lo
has agradecido.
—Voy a salvarte la vida.
—¿Cómo?
Me acerqué a él.
—He hecho un trato con los moteros.
—¿Vas a pajearlos a ellos también? —Le aparté la mirada. Eran tan
idiota. —¡Oh, cielo! No lo hagas. Me pondré celoso.
Golpeé el hombro que no sangraba para que dejara sus estupideces.
—Si aceptan curar la herida, tú me llevarás lejos de California.
Acercó su cuerpo como pudo y acomodó su mejilla en mis piernas
desnudas.
—Prefiero morirme aquí antes que traicionar a Vikram.
Era uno de los soldaditos del delincuente que ordenó que me
secuestraran.
—En alguna ocasión mi madre nombró a Vikram.
—Mientes.
—No —sí, mentía. —Tienes que impedir que esos moteros nos
saquen de la autopista.
—Y, ¿qué gano yo?
¿Estaba consiguiendo negociar con él?
—Lo que quieras.
—¿Lo que quiera?
«Mierda.»
—Sí.
Bloody sonrió.
Capítulo 12
Los dos nos quedamos observando la puerta como un par de idiotas. T.J
acabó librándose del pomo. El sonido de un golpe en seco me sobresaltó, y
en cuestión de segundos le puse rostro al hermano de Bloody. Cerró la
habitación del motel, y se liberó del enorme gorro de lana que cubría su
cabello. Se acercó mientras que adentraba las manos en unos vaqueros
negros. Ladeó la cabeza al ver a Ray cubierto con una máscara y después
me miró a mí, dedicándome una sonrisa.
—Tú debes de ser Alanna Gibbs.
—Y tú el refuerzo —le espeté.
T.J rio y negó con la cabeza.
—No trabajo con ellos. Hace tiempo que Vikram me sacó de la banda
—observó la habitación del motel. Dio media vuelta y ocupó parte del sofá
que había debajo de la ventana principal. —¿Dónde está Darius?
Sentí la mano de Ray posarse debajo de mi espalda. Dio unos pasos
hacia delante, dejándome detrás de su ancha espalda. Su cabello negro
rozaba su nuca, y la poca piel que quedaba al descubierto, estaba cubierta
por tinta oscura. Le mostró a T.J la libreta y escribió su respuesta. El
hermano de Bloody no se sorprendió al no escuchar la voz del otro hombre,
a excepción de la máscara negra que no tenía ni siquiera detalle alguno.
“Ha salido a beber.”
—Idiota —dijo, sacando un paquete de tabaco y golpeando el envase
hasta sacar un cigarro que posó en sus labios. —Lo han detenido en el bar
que hay detrás del motel, y él, en vez de quedarse en la habitación ha salido
a beber. Los cazarrecompensas que os encontraron, seguramente avisaron a
sus otros colegas.
Ray, lo único que hizo, fue encogerse de hombros y mantener el
bolígrafo lejos del bloc de notas que siempre lo acompañaba. Mientras
tanto, T. J, me observó como si fuera un fajo de billetes presa en una vieja
habitación de motel de carretera. Se levantó con la misma chulería que su
hermano, e intentó apartar a Ray de mi lado. Al no conseguirlo, su risa
tensó el cuerpo de la persona que lo encaraba.
—Si Raymond te mantiene alejada de mí, es porque mi querido
hermano ha hecho una de las suyas. ¿Estoy en lo cierto?
—Tu hermano es un capullo. Si lo estás buscando a él —no silencié
mi voz —puedes volver sobre tus pasos. Estará detrás de la camarera que
dejó tirada ayer con las bragas cubriendo sus tobillos.
Alzó una ceja gracioso y se dio cuenta que había llegado la hora de
detener sus pasos.
—Ray, solo quiero hablar con ella —aclaró. —Cinco minutos.
Después desapareceré.
Yo no dije nada más. Mis opiniones importaban poco o una mierda.
Así que me quedé cruzada de brazos, esperando a que Ray aceptara que
tuviera una conversación con T. J fuera de la habitación. Éste negó con la
cabeza y esperó a que saliera. Pero no lo hizo. Se inclinó hacia delante y le
susurró algo que solo él pudiera escuchar.
—Cinco minutos —repitió T. J.
Ray me miró a través de la máscara y escribió algo:
“Te vigilaré.” —Fue su forma de tranquilizarme.
Como bien sabía, no tenía más opciones. Cogí una de las chaquetas
que llevaban junto a ellos, y seguí a T. J por la parte trasera del motel. La
habitación tenía vistas al parking, y ahí nos quedamos los dos; rodeados de
coches y enormes motos.
—¿Sabes por qué Vikram te busca? —Rompió el silencio con una
curiosa pregunta. Yo no tenía respuesta, así que mi rostro lo dijo todo. Se
sentó en una Ducati Xdiavel negra, y los buenos recuerdos que tenía me
hicieron sonreír sin ser consciente. —¿Te gusta? —Asentí con la cabeza. —
Es un regalo. Como bien te he dicho antes, yo no trabajo para ese rumano
loco. La persona que me ha enviado, y Ray me ha guiado hasta vosotros
facilitándome el trabajo, es un conocido de tu padre.
—¿Un amigo de mi padre?
—Tu padre no solo tuvo enemigos, le quedó unos cuantos viejos
amigos que siguen preocupándose por su familia —empezó. —Vikram te
quiere con vida porque papá lo traicionó. ¿Cuántos millones le robó?
¿Cinco? ¿Diez? Da igual. Cuando tu padre murió ese dinero fue depositado
a una cuenta bancaria con un único benefactor; tú.
Bajé los brazos e hice una petición.
—¿Me das un cigarro?
T. J sonrió, lanzándome el paquete de tabaco.
—Para ti.
—Gracias —dije, esperando a que él lo encendiera. —Veo que has
hecho los deberes a medias.
—¿A medias?
—Sí. ¿Por qué también querrás el dinero, no?
Su risa lo delató.
—Un 40%.
Así que todos los problemas que tenía con Vikram, un enemigo de
papá, era por la cantidad de dinero que él me dejó al morir. Le di un par de
caladas más al cigarro. Miré el cielo que empezaba a oscurecer, y sonreí.
—El dinero será accesible cuando sea mayor de edad.
—¿Dentro de unos meses?
Por eso había hecho los deberes a medias.
—Dentro de 3 años y 4 meses podré tocar el dinero que mi padre me
dejó —acerqué el cigarro de nuevo a mis labios. —A los 21.
—Joder —gruñó, y se dio cuenta que estaba perdido. —Da igual.
Pienso ayudarte.
—No, T. J, no es ayudarme —le recordé. —Tu hermano está haciendo
lo mismo. Y hazme caso, si voy a sufrir otro secuestro, prefiero a esos dos
que ya los conozco. Así que cuando escriba mi biografía, no será tan
confusa.
T. J rio de nuevo.
—Eres divertida —su lengua acarició sus labios. —¿Habías pensado
en el primer capítulo?
Aparté el cigarro y le respondí:
—Masturbé a uno de los secuestradores.
Estalló en risas, pensando que lo decía en broma. Pero no. Mi mano
tocó el miembro de su hermano y no conseguí nada, salvo darle placer y yo
sentirme humillada.
—Darius no es un problema. La complicación es Vikram.
Si mi padre le había robado, ese hombre me mataría para vengarse.
—Y, ¿qué habías pensado?
—México.
—¿México? —Repetí. —¿Tienes dinero?
—No, pero tengo amigos. Y hazme caso, Alanna, estarás mejor que
con Darius.
Me di el placer de reír.
—¿Por qué todos creéis que estoy con él como si tuviera alternativa?
—Porque ahora yo te estoy dando opciones.
Le puse a prueba.
—No será fácil huir de él —recordé como me encontró cuando huía
junto a Jiang; y, ¡joder! Tenía que reconocer que me salvó la vida. Pero yo
no le obligué. Más bien, encontré una salida para acabar con todos mis
problemas que tenían grabado el nombre de mi madre. —¿Cuál es el plan?
—Hablaré con él —me guiñó un ojo, y no sabía quién de los dos
hermanos era más gilipollas. —Ahora somos colegas.
Se bajó de la moto, y me subí yo.
—Di que sí —solo me faltó darle una palmadita de colega detrás de la
espalda. —Te esperaré aquí. Y si se pone a llover, lo celebraremos bailando.
—Eres graciosa —dijo, alejándose.
Y yo terminé de decir:
—Idiota —susurré, bajando mi mano hasta uno de los costados de la
Ducati. Rasqué la pintura negra, y miré mis uñas. Habían pintado la moto,
borrando su color original que era el rojo —¿Qué me intentas decir, papá?
Capítulo 15
BLOODY
Me oculté con el gorro de la sudadera cuando ocupé uno de los asientos del
bar. Le pedí una cerveza a la camarera que estuve a punto de follarme, y
observé detalladamente a todos los hombres que había a mi alrededor. No
parecían cazarrecompensas, pero sí unos muertos de hambre que venderían
a sus familiares por tener unos cuantos ceros en sus cuentas bancarias.
Así que no llamé la atención.
Hasta que por la puerta entró un capullo que pensé que había alejado
de mi vida. Me encontró, y se sentó delante de mí sin decir nada. La
camarera volvió y coqueteó con él.
—¿Motero? —Preguntó, antes de acercarle la jarra de cerveza.
—¿Quieres montar?
Ella rio.
—Tal vez —dijo, alejándose.
Miré ese rostro que empezaba a olvidar, y endurecí la postura incluso
cuando él era el hermano mayor.
—Tranquilo, Darius, no pienso montarme en esa yegua. Sé que ayer
estuviste a punto de follártela.
—¿Qué haces aquí? —Había sido una mala idea salir de la
habitación. —Y ya no me llamo Darius.
Gruñí.
—Es verdad —sonrió. —A veces olvido que ahora eres Bloody.
¿Quién te puso ese apodo?
—Domty, el domador de niños.
—¿Domty? ¿El violador de menores?
Le conté la historia:
—Fue el primero. El primero que maté con 12 años —le di un sorbo a
la cerveza antes de que la espuma bajara. —Me dijo que me daría un
cigarro si lo acompañaba a su celda. No tenía nada que hacer, así que seguí
sus pasos. Me pidió que me sentara en su cama mientras que él buscaba la
nicotina. Metió su mano en el interior de los pantalones, y en vez de sacar
un cigarro, se sacó la polla.
»Dijo que si se la chupaba me daría el cartón entero. Yo, sin buscar
problemas, me levanté de la cama. Pero ese hijo de puta volvió a sentarme.
Empezó a menearse su diminuta polla mientras que su otra mano se
acomodó en mi nuca. Intentó empujar mi cabeza hacia abajo, y lo único que
consiguió fue cabrearme. Perforé varias veces su cuello con un hueso de
pollo que había afilado esa misma semana. Cayó al suelo, bañándose con su
propia sangre.
»Me encendí el cigarro que tenía debajo de la almohada y observé
detalladamente como se ahogaba con su propia lengua. Antes de morir,
susurró en varias ocasiones “bloody”. Una y otra vez: Bloody, bloody,
bloody. Y yo no dejé de reír mientras que el cigarro se consumía en mis
dedos.
—El internado tampoco fue fácil —intentó recordarme. —Al menos
tú estuviste con nuestros padres.
—Papá intentó matarme cuando descubrió que la enfermera de una de
las torres me daba muslos de pollo para comer —reí. —Echo de menos a
ese viejo.
Terence asintió con la cabeza.
—Debería buscarme un apodo yo también. T. J no da miedo.
—¿Quieres que te ayude? —Me ofrecí.
—Por favor.
Maldito iluso.
—El traidor —finalicé, e intenté levantarme de la mesa. —¿Qué
haces aquí, Terence Junior? Vikram quiere tu cabeza. Y yo no se lo voy a
impedir.
T. J se puso nervioso. Su frente se empapó por el sudor frío que
desprendía su piel.
—Solo trapicheé con un poco de droga.
—Droga que le pasabas a mamá —le recordé. —Le han caído 7 años
más. Tiene una condena de 55 años. ¡Joder! Está muerta en vida.
—¡Mamá es una puta yonqui! —Gritó tan fuerte, que todos nos
prestaron atención. —Además, solo te preocupas por ella porque eres su
ojito derecho.
—Me crie con ellos en una puta cárcel. ¿Qué esperabas?
T. J relajó sus puños.
—Estoy aquí por la chica.
—¿Quién te manda?
—Un viejo amigo de su padre.
Otro que iba detrás del dinero.
—Olvídalo.
—Darius…—corrigió. —Bloody, te daré dinero.
Detuve mis pasos y lo miré por encima del hombro.
—¿Quieres que te venda a esa cría?
—Tengo doscientos mil dólares.
Volví a acercarme a él y le planté cara.
Capítulo 16
ALANNA
VYKRAM ES LA SOLUCIÓN
«Cerré los ojos en el momento que acomodé el cigarro liado que me dio
Harry en los labios. Él, mientras tanto, coló una de sus manos por el
interior de mi camiseta hasta tocar uno de mis pechos.
Me dio risa.
Solté una carcajada.
—Deja de fumar esta mierda y préstame atención, Alanna.
Intentó quitarme el cigarro, pero le detuve.
—No seas aguafiestas.
Quedó sentado sobre la cama, observando como fumaba la hierba
que él mismo me conseguía.
—No es justo, nena. Ni siquiera sé por qué estás conmigo. ¿Por la
marihuana?
«Sí.»
Pero no podía decirle eso.
—No, amor. Claro que no.
Intenté besarlo, pero caí hacia atrás.
—Estoy seguro que si te diera un par de tréboles picados tú no te
darías cuenta.
Estaba furioso.
—Si hicieras eso tendríamos buena suerte.
Quedó cruzado de brazos.
—¿Por qué?
Solté otra carcajada.
—Me libraría de mi madre, y tú con suerte echarías un buen polvo.
Harry entrecerró los ojos mientras acomodaba su pecho sobre el mío.
Adaptó los labios a la curva de mi cuello y susurró:
—Dime que me quieres.
Estiré el brazo.
Mirando el cigarrillo.
—Te quiero.
Si así era feliz, yo también lo sería.»
Me levanté de la cama para dejar a Ray descansar, y mis pasos me
acercaron hasta el baño. Sin darme cuenta escuché la conversación que
mantuvo Bloody por teléfono.
—Yo también te echo de menos —su tono de voz era calmado, y nada
grosero. —Eres mi chica favorita, ya lo sabes —rio, dulcemente. —Te
quiero, Adda. Prometo volver pronto a casa.
¿Bloody tenía una familia?
Estaba tan entretenida escuchándolo, que no me percaté que se habían
metido en la habitación. Una mano se posó sobre mis labios, impidiendo
que soltara un grito de auxilio.
Capítulo 19
Simplemente creí que una de sus advertencias saldría por esa boca que se
inclinó hacia delante para quedar más cerca de la mía, pero no sucedió. Sus
labios se movieron para soltar un par de chorradas que me hicieron reír
mentalmente.
—Todas disfrutan de mis juegos —paseó su lengua por fuera de la
boca. —Salvo que a ti te lo propongo fuera de la cama.
Si seguía guiñándome el ojo, soltaría una carcajada que tocaría su ego
de macho dominante.
—Es lo lógico, Bloody —dije, con sarcasmo. —Me secuestras, me
amenazas constantemente y ahora quiero que destroces mi himen. Muy
sexy y romántico. Es lo que siempre soñé.
Él rio por mí.
—No sé cómo le diremos a Mudito que quién se ha ganado tu
corazón, he sido yo.
Cerré los ojos y cogí aire antes de seguir escuchándolo. Con la mano
libre que dejé caer bajo mi pecho, arrastré parte de los cortos mechones que
me acariciaban la mejilla. Asentí con la cabeza y seguí sus estúpidas
bromas para no seguir manteniendo una conversación con él.
—Te dejo con tu trabajo de delincuente —me referí a la búsqueda del
vehículo. —Estaré en la habitación. Tal vez Ray despertó.
Y Bloody, antes de que marchara soltó:
—O se está masturbando con el nuevo tatuaje que tiene encima de la
herida.
Era consciente de lo que estaba hablando. Jamás en mi vida quería a
ese loco con hilo de coser tocando mi cuerpo. A saber, cómo se lo tomaría
el pobre Raymond al descubrir la forma en que cerraron la herida que causó
T.J.
Caminé sin prisa, y subí los escalones sin sentirme observada. Me
estaba ganando su confianza poco a poco y eso significaba que en un futuro
podría manipularlo. O yo misma me estaba haciendo ilusiones.
Abrí la puerta de la habitación del motel donde nos habíamos colado,
y una vez que quedé dentro, me encontré a un Ray desesperado por buscar
la máscara que cayó de su rostro.
“No te acerques” —Escribió en un viejo periódico que encontró
tendido en el suelo. El rotulador negro que escondió detrás de su oreja, se
deslizó de nuevo entre las páginas cubiertas de noticias.
¿Creía que no lo había visto?
—Ray, no te preocupes —dije, con calma.
Éste me daba la espalda y solo negó con la cabeza.
“No quiero que me veas. No soy fácil de ver.”
—¿Has ocultado tu rostro creyendo que me asustaría?
Por fin detuvo su búsqueda y dejó de moverse. Me dio la oportunidad
de acercarme a él sin asustarlo.
“¿Me has visto?” —Si esa frase hubiera salido de su boca, estaba
segura que sus palabras se atropellarían una detrás de otra.
—T.J te liberó de la máscara después de atacarte.
Estiré el brazo para acomodar mi mano sobre su hombro. Cuando
toqué su piel desnuda, marcada de cicatrices y ocultada con tinta oscura,
Ray se levantó para alejarse más de mí.
“Bloody tendría que haberte apartado”.
—Si él no le da importancia a tu físico, y yo tampoco… ¿Por qué te
torturas?
Y de repente me plantó cara. Se olvidó de la maldita máscara que
cubría su pasado y dio unos cuantos pasos hasta mí. Garabateó todo el dolor
y la impotencia que sentía en ese momento.
“¡Soy un monstruo!”
—No es cierto —intenté sonreír sin asustarlo. Encontré una
oportunidad para tocar su mejilla arrugada mientras que él estaba despierto
y no inconsciente de dolor. Ray intentó alejarse de nuevo, pero no lo dejé.
—Sigues siendo un cabrón por secuestrarme, pero una persona como
cualquiera.
Raymond cerró los ojos cuando mi dedo pulgar acarició su ceja;
estaba suave porque a diferencia de la otra, no tenía pelo.
El único que jodió el momento que lo liberó de las cadenas de la
humillación, fue Bloody.
—Si te pones cachondo cuando una mujer te toca la frente —cerró la
puerta —no quiero imaginar cuando te toque la polla.
—Imbécil —gruñí.
—Nos vamos en cinco minutos —advirtió. —Búscate una camisa.
Ray bajó mi mano y nos dio la espalda a ambos. Cogió una maleta
que había debajo de la cama y se encerró en el baño.
—¿Tienes sentimientos? —le pregunté.
Bloody seguía saqueando todo lo que se le pusiera en el camino.
—Los sentimientos no me dan para comprar comida, alcohol o tabaco
—mostró una sonrisa. —Deberías ser sincera contigo misma. Mudito no
follará con nadie porque no es agraciado.
Me acerqué a él.
—El amor va más allá del físico.
—¿Sí?
—Sí.
—Y, ¿tú por qué no has follado aún?
Leí entre líneas que yo también era poco agraciada.
—No te responderé. No caeré en tu juego.
Otra carcajada.
—Te presté mi dedo. Me acurruqué junto a ti —recitó, como si
estuviera leyendo un poema. —Me rechazaste.
—No eres mi tipo.
Bloody soltó un bolso de mujer y me miró de arriba abajo.
—A lo mejor te gustan las mujeres —llegó a la conclusión.
—¿Algún problema?
Éste negó con la cabeza.
Los labios que alzaron mi boca se acercaron hasta mi oído en el
momento que decidió bajar el tono de voz.
—Me pone más cachondo.
Me aparté inmediatamente de su lado.
Y agradecí que Ray saliera del baño. En vez de cubrir su torso, salió
casi desnudo junto a un nuevo mensaje escrito.
“¿Qué cojones?”
Mostró el nombre que se quedó marcado en su piel.
Bloody le respondió:
—En la cárcel solo aprendí a bordar Bloody —dijo, mostrando sus
dientes.
Y no sé por qué, pero me rebajé a su nivel.
Por supuesto que Ray no me desagradaba, pero tampoco sentía una
atracción física hacia un hombre que decidió un día cometer un delito por
unos cuantos ceros en su cuenta bancaria.
El problema era Bloody. Me agotaba mentalmente. Y en vez de
atacarlo con palabras, opté por demostrarle que en mi cuerpo solo mandaba
yo. Así que hice lo mismo que él. Salvo que la boca que invadí con mi
propia lengua era la de Ray.
Me acerqué hasta él, alcé mi cuerpo y posé mis labios sobre los suyos.
Esperé una carcajada de fondo, no un idiota soltando bruscamente:
—¡Joder! ¿Queréis un par de condones?
Capítulo 21
Me levanté del taburete que ocupé. Las manos de Bloody pasaron de estar
sobre mi vientre a quedar detrás de mi espalda. Alcé ese curioso rostro que
no dejaba de observarme sin pestañear. Mis dedos se escondieron entre sus
mechones rubios.
Sonreí coquetamente mientras que me acercaba a su boca. El
camarero que servía café, se detuvo delante de nosotros un instante para
tendernos un par de tazas. Después, siguió con su trabajo.
—¿Por qué tardas tanto? —Preguntó, con una amplia sonrisa burlona.
Él sabía que no era capaz de besarlo.
Pero estaba jugando con las reglas de su propio juego.
—Observo la forma en la que me estás deseando —dije,
devolviéndole la sonrisa.
Apretó las manos en mi trasero y empujó mi cuerpo para romper la
distancia que había entre los dos. Nuestros labios no llegaron a tocarse.
Así que hice lo que haría cualquier persona en mi lugar; defenderse
de la persona que le presionaba días tras día a seguir unos pasos que no
deseaba.
Oculté su nariz en el interior de mi boca mientras que los dientes
presionaban con fuerza el tabique. Él intentó detenerme, pero solo lo hice
cuando sentí mi boca encharcada por su propia sangre.
—¡Joder! —gritó, golpeando sus puños contra la barra.
Al levantarse, mi cuerpo cayó sobre el asiento y sonreí mientras que
me limpiaba la boca.
Me mordisqueé el labio y lo miré fijamente a los ojos.
—Siento que mis besos sean algo dolorosos.
Éste gruñó.
Yo reí.
El camarero se acercó preocupado.
—¿Sucede algo?
Hizo la pregunta al darse cuenta que Bloody sangraba por la nariz.
—No —se calmó. Me miró, y después lo hizo con el hombre. —A mi
chica y a mí nos gusta jugar duro.
Esa estúpida sonrisa que se esfumó durante unos segundos, regresó.
Bloody pagó el par de cafés, y me obligó a levantarme del asiento que
ocupé desde que habíamos llegado a la cafetería. Tiró de mí, y salimos
fuera del lugar mientras que él discutía sin tener respuesta.
Al quedar detrás del local, empujó una vez más mi cuerpo contra el
muro más cercano. Me apuntó con su dedo y junto a un gruñido dijo:
—¡Te lo advertí!
—Yo también —no me callé. —Agradece que sea tu nariz y no tu
miembro, gilipollas.
Pensé que me golpearía o algo, pero no lo hizo.
—Eres una perra —exclamó.
—Gracias —intenté apartarme de él, pero no me dejó. —Esta zorra ha
visto demasiadas películas de zombis. Deberías mantener ese culo lejos de
mí.
—¿Culo? —rio. —Yo si debería patear el tuyo. ¡Estás viva gracias a
mí!
—¡Deja de decirme eso! —grité, junto a él. —¿No te das cuenta? No
te tengo miedo. No puedes chantajearme más. ¿Mi vida? ¡Quédatela! Me da
igual morir.
Bloody apretó la mandíbula y se acercó:
—Suplicarás. No lo olvides.
No se alejó.
—Pégame un tiro —le reté.
Sacudió la cabeza.
—No me toques los huevos, cielo.
—Maldito cobarde —reí. —No serías capaz.
Éste sacó el arma que llevaba detrás de la espalda.
—¿No?
—No —dije, tragando saliva.
—Lo hice una vez. Y volvería a hacerlo.
—Intenta no joderme el tímpano y apunta al cráneo.
Su carcajada me heló la sangre.
El cañón se acomodó sobre mi frente.
—¿Últimas palabras? —Alzó la ceja gracioso.
Cerré los ojos.
—¡Qué te follen!
Y al parecer Bloody presionó un poco el gatillo de su arma, pero no lo
empujó con la fuerza suficiente para que una bala saliera y me atravesara el
cráneo. Fue una voz que lo detuvo.
—No. N-no.
Bloody no fue el único en sorprenderse, yo también.
Ray llegó hasta nosotros con pasos acelerados. Intentó tranquilizar a
Bloody mientras que hacía señas para que bajara el arma.
—¿Acabas de hablar? —Preguntó, sin bajar el arma.
Raymond asintió con la cabeza y dijo:
—N-no…P-p-poor —le costaba hablar.
—¿Y bien?
—N-n-no…
Bloody sacudió la cabeza y se alejó de mí.
—¿Ahora tengo que cambiarte el nombre? Mudito estaba bien —
apretó uno de los hombros con su mano. —La próxima vez me libro de ella.
¿Te ha quedado claro?
Después me miró a mí.
—Cuando follemos, te mato —aclaró.
Intenté acercarme a él, pero Ray me detuvo.
—¡Pues mátame, idiota!
Ray silenció mis palabras.
—N-n-no —dijo.
Lo miré a los ojos.
—No aguanto. Tendrías que haber dejado que me matara.
Sacudió la cabeza junto a un:
—N-n-no.
Cansado de sus intentos por establecer una conversación, sacó un par
de servilletas que cogió de la cafetería y escribió lo siguiente:
“Por favor, Alanna.”
—¿Comportarme? —Pregunté.
“En unos días lo perderás de vista. Y si tenemos suerte, antes.”
—Cuando lleguemos a Vikram —susurré.
Ray asintió con la cabeza.
La última parada del viaje era Vikram, y cuando llegara hasta el puto
loco que mandó secuestrarme, también perdería de vista a Ray.
El claxon del coche que robó Bloody nos avisó que teníamos que
irnos.
Ray se ocultó con la capucha de su sudadera, y Bloody peinó su
cabello hacia atrás.
Llamó a la puerta.
Una mujer de cabello largo y rubio saltó sobre el idiota que le rodeó
con sus brazos tatuados.
—¡Mi amor! —gritó ella, dándole un piquito en la boca.
Éste la abrazó con fuerza.
—Te he echado de menos.
Capítulo 23
La mujer de cabello rubio se dio cuenta que junto a Bloody iban dos
personas más. Nos echó un vistazo rápido y después lo miró a él.
—No me dijiste que ibas acompañado —dijo con un tono calmado y
suave.
Éste asintió con la cabeza después de apuntarnos con el dedo.
—A Mudito ya lo conoces —fue la señal para que Ray liberara de su
cabeza la capucha que ocultaba su rostro. Ella se alegró de verlo y se lanzó
sobre él para darle un abrazo. —Y ella…, —Bloody alzó una ceja —ella es
una amiga de él.
—¿Una amiga de Raymond, o una amiga tuya?
Bloody adentró las manos en los bolsillos de sus vaqueros dos tallas
más grandes que él.
—Suya —le aclaró.
Ella rio.
—Te conozco.
Éste le susurró algo que todos llegamos a oír.
—No nos hemos acostado.
—A ver cuánto aguantas —dijo ella, dándole un golpecito en el
pecho. —Raymond, lleva a tu amiga a mi habitación. Allí podréis
descansar. Y por favor, —lo detuvo antes de que avanzara —no hagáis
ruido. Adda está durmiendo.
Ray asintió con la cabeza y empujó la puerta que había a las espaldas
de la mujer de cabello claro. Él esperó a que siguiera sus pasos, pero no lo
hice.
—¿Puedo darme un baño? —pregunté, mirando sus ojos azules.
—Por supuesto, guapa —me guiñó un ojo.
Le eché el último vistazo a Bloody, y cuando éste me miró, seguí el
camino que marcó Ray. De fondo se escuchó la poca conversación que
tuvieron:
—Tenemos que hablar —la voz calmada de ella se desvaneció.
—No he hecho nada malo, Nilia.
—¡Te conozco, Darius!
Seguí subiendo los escalones que te llevaban al piso de arriba. Al
parecer, y sin decírmelo por no recordar esos pequeños detalles, Ray ya
estuvo en el hogar de la mujer que nos recibió en la entrada.
Abrió la última puerta que daba al pasillo principal de la segunda
planta, y se tumbó sobre la cama de matrimonio mientras que se liberaba de
las botas que lo calzaban. Empujó un pie, después otro y más tarde hincó
los codos sobre el colchón para mirarme. Yo, a diferencia de él, me quedé
en un rincón.
Intentó decirme algo, pero al no verse capaz, cogió algo para escribir.
“No te preocupes.”
—¿Quién es? —Pregunté. No era una simple amiga, Ray también la
conocía.
Así que de momento era de confianza.
Él mostró su mejor sonrisa.
“Nilia es la hija mediana de los Chrowning.”
—¿La hermana de Bloody? —Pregunté.
Asintió con la cabeza.
Me senté en el pequeño taburete que había a un lado de un enorme
baúl de madera.
—Se han dado un beso y le ha llamado “mi amor”.
Ray rio.
“Bloody la encontró hace 5 años, y desde entonces, ellos dos son
inseparables.”
—Jamás me daría un piquito con mi madre —saqué la lengua
asqueada. Y mi madre no me lo daría a mí, a no ser que fuera el beso de
Judas.
Se levantó de la cama y se acercó hasta mí para tenderme un trozo de
papel garabateado con sus propias palabras.
“Hace bastantes años había familias que se casaban entre ellos para
mantener el linaje. La monarquía, por ejemplo.”
—¿Me estás diciendo que están liados?
Sacudió la cabeza.
“No. Quiero que entiendas que un beso no significa nada.”
La forma en la que bajó la cabeza me hizo pensar que tal vez se
refería al momento que posé mis labios sobre los suyos.
Intenté decir algo, pero Ray abrió una puerta y me mostró el baño
privado que había en la habitación de Nilia.
“Puedes coger algo de ropa limpia. A Nilia no le importará.”
Asentí con la cabeza y le di las gracias por darme la privacidad que
Bloody jamás me daría. Recogí una camiseta negra de mangas largas y un
peto vaquero.
Cerré la puerta del baño, y dejé que el agua caliente cubriera la
bañera.
Capítulo 24
BLOODY
Adda acabó agotada con su nuevo juguete favorito. Rodeó las piernas de su
madre con sus cortos brazos, y con una amplia sonrisa le pidió que le
acompañara hasta la cocina para coger un par de galletas de avena y
plátano. Nilia era capaz de dar su vida por su pequeña. Así que entendí
perfectamente que quisiera alejarse de la delincuencia. Pero no pude
prometerle lo que ella deseaba. Antes de librarme de la cría, tenía que
negociar con ella para recuperar de alguna forma la cantidad de dinero que
me hubiera dado Vikram por su cabeza.
Cuando mi hermana se adentró en la casa, miré por encima del
hombro. Lo primero que observé fue la sonrisa de satisfacción de ella,
mientras que echaba un vistazo rápido de vez en cuando a la diana. No se lo
podía creer. Yo, al principio tampoco tuve mucha fe, pero lo consiguió. El
odio revivía a las personas.
Y, mientras tanto, Mudito se acercaba a ella lentamente hasta
acomodar una de sus manos bajo la espalda. Por la sonrisa que podía
mostrar, incluso con todas las quemaduras que se quedaron marcadas en la
mitad de su rostro, se le veía feliz. El muy capullo había olvidado que la
chica era propiedad de Vikram. Que ninguno de los dos, por mucho que
bromeara con ella sexualmente, se colaría entre sus piernas porque nos
cortarían la polla. Pero él no, se sentía cómodo y sin temor a que ella saliera
corriendo por su deformidad física.
Alcé la voz:
—¡Mudito!
Éste me miró.
Alzó la cabeza para hacerme una señal.
—Tenemos que hablar.
Ella no se dignó a mirarme, y le dio un suave empujón con su hombro
a Mudito. Recogió su cabello oscuro y se adentró en el interior de la casa
mientras que refugiaba las manos en los bolsillos del peto tejano.
Al reunirse conmigo, Mudito sacó el bloc de notas nuevo que obtuvo
gracias a Adda, y garabateó sin parar. Conté mentalmente el tiempo que
tardó, e imaginé que estaría escribiendo la nueva biblia del sigo 21.
“¿Ahora le enseñas a disparar? ¿Estamos creando un nuevo vínculo
con ella? Deberías dejar de mofarte de Alanna, ella es buena.”
Alcé una ceja y dije irónicamente:
—Y, ¿si en vez de darte un botellazo te hubiera metido la Coca-Cola
por el culo? ¿Seguiría siendo una buena niña?
«Quien calla otorga.» —Pensé.
—Voy a tener una cita con ella —sonreí. Quería provocarlo un poco.
Era divertido. —Espero que no te importe. He pensado en llevarla a un
restaurante que hay a 60 kilómetros. Quiero pedir una botella de vino y
dejarla que beba hasta que quiera chupármela —Mudito arrugó el ceño. —
No te pongas celoso, tonto.
Y lo hizo.
Me demostró que se había encariñado.
Acomodó su frente sobre la mía, mientras que sus dedos se aferraron
a la camisa con la que vestía. Apretó tan fuerte, que rasgó la mierda de tela
que solía utilizar el padre de Adda.
—N-No.
—Tienes que ampliar el vocabulario —le guiñé el ojo.
—Q-Q-Que-e-e —se quedó pillado. —T-Te —tenía para horas. —Jo-
Jo-Jodan. ¡Qué te jodan!
Reí.
—Muy bien —lo aparté con un movimiento de brazo. —Hazte a la
idea que vamos a traicionar a Vikram —le dije la verdad. Después de cinco
minutos para defenderse, no estaba dispuesto a seguir tocándole las pelotas
que le colgaban metafóricamente hablando. —¿Qué significaría
traicionarlo?
Éste no escribió nada.
—L-La Mu-Mu-Muer-te. La Muerte.
Zarandeé su cuerpo.
—Corre —lo animé. —Ves despidiéndote de ella.
Mudito asintió con la cabeza e hizo lo que le aconsejé. Yo, me quedé
sentado mientras que esperaba que la noche nos cayera encima. Cogí la
birra que saqué de la nevera, y la acomodé sobre mis labios.
Capítulo 31
ALANNA
Tuve que empujar la lengua hacia arriba para no estornudar. El olor a orina
empezaba a marearme. Ni siquiera conseguí acomodar las manos lejos de
los azulejos que decoraban las paredes del baño masculino. Cerré los ojos
durante unos segundos, y al escuchar la risa de Bloody sabía que no pasaría
nada. Era un puto psicópata que acababa de poner su vida en peligro para
ocultarme. Y sí, él sacaría un beneficio por mantenerme con vida…pero al
menos no estaría en las manos de otro loco en busca de la enorme
recompensa económica que ofrecía Vikram por mi cabeza.
Curiosa como una rata sabiendo que cualquier movimiento la
delataría ante los ojos de un gato que había salido a cazar de noche, asomé
con cuidado la cabeza hasta encontrarme a la mujer que encaraba a Bloody
sin temor a que éste fuera más rápido y le volara la cabeza como a su última
víctima. Ella, simplemente ladeó la cabeza, dejando su oscuro cabello rubio
descansar sobre su hombro izquierdo. Sostenía un arma que presionaba por
debajo de la nuez de Adán de Bloody.
—Bonito mordisco —exclamó Shana, mientras que lamía la húmeda
herida. —¿Gatita nueva?
¿La respuesta?
Una carcajada.
—¿Celosa? —Bloody retó.
Ella simplemente mostró una sonrisa.
—Sé que las mujeres agresivas te la ponen muy dura.
—Pues ten cuidado, cielo, vas a hacer que me corra —finalizó él.
Aparté la mirada cuando esos dos empezaron a besarse, cuando en
realidad ella estaba allí para matarlo y no para fornicar como dos perros en
celo. Volví a coger aire con cuidado y a taparme las fosas nasales para que
ese maldito olor desapareciera. Una vez que saliera del cuarto de baño de
hombres, la nueva fragancia que me acompañaría hasta la siguiente ducha
sería algo como “fragancia de micción masculina salvaje”.
—Te daré un día. Te lo has ganado —la mujer lamió los dedos de
Bloody y se apartó de su lado. —Si Alanna Gibbs no se reúne con el jefe,
eres hombre muerto.
Él intentó acercarse, pero se lo impidió.
—No juegues conmigo —advirtió. —Sé dónde se encuentra tu
hermana y tu querida sobrina. Y sabes perfectamente, —detuvo sus
palabras, para tantear la boca de Bloody —que soy capaz de matarlas. Tú
decides.
Se subió las bragas que le cubrieron los tobillos y salió del cuarto de
baño como si no hubiera pasado nada. Bloody golpeó la puerta que sostuve
medio abierta, y al escuchar la señal salí de allí sin preguntar nada. Pero
claro, él, como de costumbre tuvo que aclarar lo que había hecho sin
censurar nada en absoluto.
—He tenido que adentrar mis manos en su vagina —dijo, en un tono
melancólico—. Aun así, quiere matarme.
Asentí con la cabeza, y susurré:
—Nilia y Adda.
Ellas no me habían hecho nada malo. Merecían vivir, como todas esas
personas que fueron muriendo por el camino que recorríamos.
—Tenemos que irnos —aclaró.
Y me sorprendió bastante que no tirara de mi brazo como de
costumbre. Seguí sus pasos bajo el mismo silencio que él reunió, y
marchamos del bar sin mirar atrás.
Cuando llegamos al hogar de Nilia, Ray nos esperaba en el porche. Al
darse cuenta que el motor dejó de rugir, apagó el cigarrillo que acomodó en
su boca y lo tiró al suelo para reunirse con nosotros.
—¿Qu-Qué…? —Insistió. —¿Qué…Qué ha-ha…?
No terminó.
Bloody le tendió las llaves de la Honda y pasó por delante de él hasta
darle la espalda.
—Llévatela de aquí.
—¿Blo-Bloody?
—No te lo repetiré una tercera vez, Mudito —le plantó cara, y
después me miró a mí. —Sois libres. Sin trampas. Sin chantaje. Aunque
vosotros dos lo tendréis jodido —mostró su sonrisa—, os están buscando.
Pero ya no es mi problema.
—Y…Y, ¿Vik-Vikram?
—Olvídate de él —fueron sus últimas palabras.
Zarandeó su cabello rubio con sus dedos, y se adentró en el hogar que
jamás tuvo que abandonar.
No le di vueltas a su última conversación. Simplemente, sonreí. Sí,
sonreí porque me sentí libre por primera vez. Así que me acerqué a Ray,
acomodé mis manos sobre sus hombros y presioné mis labios sobre los
suyos ante la emoción que empecé a sentir.
—Vámonos —bajé una de mis manos, para sostener la suya. Quería
sentir el calor de la llave de la moto en mi piel.
—Blo-Bloody.
—¿Qué?
Teníamos que irnos.
—Si…Si nos va-vamos, lo ma-matarán —aclaró.
Reí.
—¿Y? ¡Qué le jodan, Ray!
Quería que reaccionara, pero no lo hizo.
—No pue-puedo dejar que-que lo ma-maten —bajó la cabeza.
—Él no se preocuparía por ti, y lo sabes.
—Alanna.
—Dame las llaves —lo miré, y apreté los labios.
Capítulo 34
—Tienes suerte que siguiera cerca —dijo, atando su larga melena y dejando
que le cayera sobre la espalda. —¿Estás seguro?
Shana no se atrevió a mirarme, simplemente quedó cruzada de brazos
esperando una respuesta por mi parte. Asentí con la cabeza mientras que
mostraba mi mejor sonrisa. A diferencia de ella, al subirme a su coche, dejé
que mi cabello rubio estuviera suelto. Al despedirme de Adda, ésta decidió
que la única forma de mantenerme a su lado era tirándome del pelo. Como
no lo consiguió, sus dedos rasgaron la fina goma que capturaba por detrás
de la nuca los mechones de su tío.
—Respóndeme a algo —antes de seguir, encendí uno de los
cigarrillos que llevaba en uno de los bolsillos del pantalón tejano. Fue una
lástima no consumirlo del todo, ya que corté la mitad por haberlo aplastado
con el trasero. —Tienes la oportunidad de hacer una última cosa antes de
morir, ¿qué harías?
—Despedirme de mi padre —no lo dudó. —¿Tú?
—Escuchar “Free bird”.
Alzó una ceja.
—Esa canción dura unos nueve minutos —al ver que me daba igual,
tanteó su teléfono móvil y me dio el placer de escuchar a una de mis bandas
favoritas.
Cerré los ojos y dejé la mente en blanco. Aunque para mí, era
bastante sencillo. Incluso cuando sabía que todo iba a acabar.
Al finalizar los nueve minutos de canción, nos bajamos del coche. Las
tierras de Vikram eran extensas y tuvimos que caminar durante un par de
kilómetros hasta encontrarnos con el dueño. No solo nos cruzamos con el
extranjero, también con sus hombres de confianza.
—Confié en ti —se escuchó la voz de Vikram. Los demás, dejaron de
disparar al viejo árbol que había detrás de la casa rural. —¿Por qué has
decidido traicionarme?
No dije nada. Simplemente, miré sus ojos y me arrepentí de haber
elegido la opción incorrecta. Pero al menos, sabía que Nilia y Adda estaban
a salvo. Traicioné a la única persona que me tendió la mano el día que salí
de la cárcel. Al hombre que me enseñó a sobrevivir con las pocas
pertenencias que colgaba detrás de la espalda.
Y ahí estaba yo. Callado y sin estirar los labios.
—Shoshana —nombró a la rubia. Ésta, me miró y siguió su camino.
—Elige un arma. Bloody conoce las normas. La traición se paga con
sangre. Y la sangre, es el único camino que te guía hasta las puertas de San
Pedro. Si entras o no, es problema tuyo. Hijo, lo entiendes, ¿verdad?
Asentí con la cabeza.
—¿Algo que decir?
¿Mis últimas palabras?
No, no tenía nada que decir.
Pero al parecer alguien sí.
—¡Yo me opongo! —Conocía esa voz. —Bueno…quiero decir, tiene
que haber una manera de salvar al Kurt Cobain de Aliexpress.
Nadie rio con su humor. Ni siquiera yo en aquel momento.
La miré y no me quedó de otra que decirle:
—Niña estúpida —gruñí.
—De nada —se encogió de hombros. —Yo soy la persona que
buscas. Soy Alanna Gibbs.
Los hombres de Vikram nos rodearon, y nos obligaron a arrodillarnos
mientras que nos apuntaban con las armas que cargaban.
—¿Qué sucede? —Preguntó ella.
—Que nos matarán a los dos.
«De puta madre.»
Capítulo 36
Seguí los pasos de la chica que se reunió con Bloody en el baño de hombres
del bar de carretera. Ella, de vez en cuando miraba por encima del hombro
para comprobar mi reacción. Y sí, estaba jodida y no podía ocultarlo.
Si Bloody era un grano en el culo, el hombre que estuvo a punto de
estrangularme era mil veces peor que el capullo que me secuestró. Podía
sentir su mirada en mi trasero mientras que susurraba cosas lascivas sobre
mí.
—Me gusta tu pelo —dijo la chica.
La miré anonadada.
—Aunque en las fotos que mostraron de ti en televisión, estaba mejor.
Bloody y ella estaban hechos el uno para el otro.
—Últimamente no he tenido tiempo de ir a la peluquería —forcé una
sonrisa. —He estado ocupada.
Ella rio.
—Nos llevaremos bien.
Ladeé la cabeza y dejé que disfrutara de ese cabello que tanto parecía
gustarle.
Al oír la voz de Vikram, sentí los latidos del corazón hasta las uñas de
los pies.
—Adelante.
Tuve que entrar.
El hombre me daba la espalda, y contemplaba la enorme luna llena
que nos ofreció esa calurosa noche.
—Siéntate, por favor.
Su tono de voz sonó dulce.
El acento rumano era flojo y torpe.
—Casi me matan —aclaré, retirando uno de los asientos que había
delante del escritorio.
Él me miró por encima del hombro.
—Casi muero creyendo que te había perdido.
Alcé las piernas y las crucé encima de la silla.
—¿Tengo que darte las gracias —hice una larga pausa, sin poder
creerlo —, papá?
Capítulo 38
No respondió. Volvió a mirar a través del enorme ventanal mientras que sus
dedos se aferraban a la tela de las cortinas. Bajó un segundo la cabeza y, la
volvió a alzar. Seguramente no tenía una respuesta, y yo mientras tanto, un
millón de preguntas que deseaban salir de mis labios. Pero no hice nada. Me
acomodé en el asiento y dejé que el silencio nos rodeara como si de alguna
forma pudiera curar las heridas del pasado.
Estaba detrás de la única persona que supuestamente nunca me
mentiría. Y, tonta de mí por creerlo. Esa persona, que en mi vida tenía la
etiqueta de padre, me abandonó para crear una nueva vida.
Recordé que ese hombre odiaba el lenguaje soez. Pero, después de
tantos años criándome con mi madre, exploté más de la cuenta las palabras
malsonantes.
—¿Eres un puto mafioso?
Inmediatamente giró sobre sus bonitos y elegantes zapatos.
—Alanna —me advirtió, como cuando era pequeña. —Sigo siendo tu
padre.
—¡Mi padre es un puto mafioso! —confirmé.
Se llevó las manos a la cabeza literalmente.
—Te lo puedo explicar.
—¿Me lo puedes explicar? —Fui su eco durante unos segundos. —
¡Qué bien, papá! ¿Por dónde empezarás? Por…—me detuve para meditarlo.
—¿La actitud de mamá? Tal vez…, ¿el secuestro? O mejor todavía, ¿tus
mensajes en clave? Porque si vas a empezar por alguna de mis preguntas…
¡Vaya mierda!
Estaba tan furiosa, que simplemente me hubiera levantado del sillón
para refugiarme en mi habitación. Pero no estaba en mi hogar. Y, en los
últimos días había vivido una vida completamente diferente a la mía. Estaba
junto a mi padre, sí. Pero también estaba delante de un completo
desconocido para mí.
«La gente cambia» —Pensé. «Y, a veces, a peor.»
—¿Estás bien? —Preguntó, con un tono bajo.
Me esforcé en estirar los labios.
No podía derrumbarme en aquel momento.
—Imagino que me acostumbraré al zumbido que siento en uno de mis
oídos —dije, y me di cuenta que no me entendió. —¿No te lo ha dicho tu
matón? —Su rostro se descompuso. —Me disparó. Y, no solo me amenazó,
también consiguió que me volvieran a secuestrar dentro de otro maldito
secuestro. Así que, ¿sí? Creo que estoy bien.
—Caballito…
Por fin sintió lástima por mí.
—Ya no soy una cría, papá. Y mucho menos tu Caballito.
—De verdad que te lo contaré todo, cariño. Pero será mejor…
Interrumpí su discurso de padre del año.
—¿Quién es Vikram? ¿Por qué finges ser esa persona?
Éste apretó los puños y se dejó caer en el asiento de delante del mío.
—Es una larga historia.
Cerré los ojos y me di cuenta que estábamos más jodidos de lo que
podía imaginar.
—Has robado la identidad del hombre al que robaste —afirmé, y su
suspiro lo delató. —¿Y ellos? ¿Lo saben?
Sacudió la cabeza.
«Joder.»
—¡Te has vuelto loco!
Estaba irreconocible.
Mi padre, jamás hubiera hecho una cosa así.
¿Quién era ese hombre con el aspecto físico de papá?
—Era la única forma para que todos siguiéramos vivos…
Alcé mi voz.
—¡Y una mierda! —Sabía que lo estaba sacando de quicio, pero me
dio igual. —Pensaste en ti. Solo en ti. Te dio igual dejarme con mamá.
Nunca volviste. ¡No has sido un buen padre!
—Yo te quiero, Alanna. Daría mi vida por ti.
Sentía mis mejillas arder, y el corazón acelerarse ante la rabia que me
provocó ese te quiero comprado en un bazar chino.
—Mamá y tú me habéis hecho daño —estiré las piernas y las dejé
caer al suelo. Ladeé la cabeza y lo observé detalladamente antes de
levantarme. —Y sin daros cuenta, habrá consecuencias.
Fue una amenaza de niña de cinco años, pero al menos esa noche
conseguiría dormir sin miedo.
Antes de que abriera las puertas de su despacho, me detuvo.
—No puedes contarle a nadie quién soy realmente, Alanna.
—¿O qué?
Esa voz.
Ese tono.
E incluso el acento rumano, me puso el vello de punta.
No era mi padre.
No era la persona que me crió.
—O seguiré haciendo lo que he hecho hasta ahora —dijo, adentrando
su mano en el interior del bolsillo de sus pantalones mientras que dejaba a
la luz el arma que le seguía a todos lados. —Matar a todas esas personas
que han intentado borrarme del mapa.
Alcé una ceja.
—¿Mi propio padre sería capaz de matarme?
No respondió.
Di un paso hacia delante para encararlo.
Cuando creí que lo presionaría un poco más, nos interrumpieron.
Las puertas del despacho se abrieron del fuerte golpe que estalló al
otro lado. Delante de nosotros quedaron los dos hombres que siguieron al
pie de la letra todas las órdenes del supuesto Vikram.
Mi padre miró a Bloody, y después a Raymond.
Bloody me observó, y al darse cuenta que seguía viva y sin ningún
rasguño, se rascó la nuca y soltó una carcajada.
—Ya te he dicho, Tartamudito, que el baño no estaba aquí —se
excusó. —Es que tiene diarrea —dio demasiada información para salvar su
trasero. Rodeó el cuello de Ray, y acomodó su puño sobre la coronilla del
otro para alborotar su cabello. —Lo siento, Vikram.
—No te preocupes. Ya he hablado con la hija de Moira Willman —se
le daba muy bien mentir. —¡Shoshana! —Su mano derecha apareció. —Por
favor, acomoda a los nuevos huéspedes en las habitaciones que hay libres
en la planta de arriba.
—Pero…—Ella, como los demás, no olvidaron la traición.
—Mañana hablaré con Bloody. De momento, que duerma.
Nos dio la espalda y volvió a adentrar su cuerpo en el interior del
despacho.
Shoshana nos miró y nos pidió que la siguiéramos. Ray siguió sus
pasos, y yo seguí sobre los suyos. Pero una mano me obligó a bajar el
ritmo.
Miré sus dedos, acomodados alrededor de mi muñeca. Alcé la cabeza,
encontrándome con unos curiosos pero preocupados ojos azules. Su cabello
rubio, alborotado y rebelde como de costumbre, estaba suelto y con
mechones cubiertos de sangre.
—¿Estás bien? —Preguntó, sin incluir una estupidez.
—Sí.
Volví a mirar su mano.
No me soltó.
—¿Seguro?
No me gustaba que insistiera.
—He dicho que sí.
—Alanna, puedes contármelo…
—¿Qué? Sé directo.
Éste se mordisqueó el labio y no le importó que Shana y Ray ya
estuvieran subiendo las escaleras.
—No entiendo porque Vikram nos deja pasar la noche aquí.
Sentí nauseas en aquel momento.
—No creerás que le he tocado para tener un techo, ¿verdad?
Bloody apretó los labios y me lanzó una de esas miradas que decían:
—Conmigo lo has hecho.
—¡No, joder! ¡Qué asco!
Cuando me liberé de su mano, volvió a retenerme.
—No hagas un trato con él. Prométeme que no harás ningún trato con
Vikram.
Reí.
—¿Qué pasa? ¿Lo tenías en un pedestal y se te ha caído?
—Solo te estoy advirtiendo —declaró.
Una parte de mí se moría por decirle que hacía bien en no fiarse de él.
Pero la otra parte, la que estaba heredando de los lunáticos de mis padres, se
calló la información.
No dijimos nada más y subimos las escaleras para alcanzar a Shana y
a Ray.
Las tres habitaciones estaban en el mismo pasillo.
La primera se adjudicó a Ray.
La del medio a Bloody.
Y la última a mí.
—¡Por fin dormiré solo! —Exclamó Bloody, alzando los brazos. —
Por cierto —miró a Shana y después a mí—, un golpe es sexo. Dos golpes
es hablar. Y, que os quede claro, no pienso abrir la puerta para hablar con
nadie.
Su risa resonó por el largo pasillo.
Ray, que se encontraba cansado, se despidió de todos y se adentró en
su habitación.
Al ver como se miraban Shana y Bloody me di cuenta que lo mejor
era huir.
—Como en los viejos tiempos —dijo ella.
Éste asintió.
Se coló en su habitación.
Yo, esperé a perder de vista a Shana.
Cuando lo hizo, quedé delante de una puerta.
Necesitaba hablar con alguien.
Ansiaba poder contarle la verdad.
Pero…él, el supuesto Vikram, me dijo que sería capaz de matar a
quien supiera la verdad.
¿Quién no temía por su vida?
«Bloody.»
Mis nudillos golpearon la puerta.
Y suspiré.
«No puedo ir tan lejos. Y menos, cuando tengo a Ray al lado.»
Cerré los ojos frustrada.
Hasta que abrieron la puerta.
«Ya es demasiado tarde.»
Capítulo 39
Gallos.
El canto de un gallo me despertó.
Quién diría que Gael Gibbs tendría animales. Nadie. Cuando era
pequeña, los pocos animales que entraron en mi hogar, desaparecían a los
tres días de instalarse porque mamá no los toleraba. Y, hasta ahora, solo
había tenido una zorra que no era digna de llevar el nombre de un animal
tan hábil y protector con sus cachorros.
—Buenos días —saludaron. Shana asomó la cabeza y me mostró su
mejor sonrisa. —Nos reuniremos todos para desayunar. Si quieres puedo
dejarte algo de ropa limpia hasta que vayamos de compras al centro
comercial.
—Gracias —respondí, levantándome de la cama.
Shana recogió su cabello rubio y me miró de nuevo.
—En el cuarto de baño hay tinte de pelo —señaló la puerta que había
a mano derecha.
—No cambiaré el color de mi cabello —tapé mis labios para bostezar.
Ella se encogió de hombros.
—Es una orden.
—¿Tuya? —Recordé las amenazas que le dedicó a Bloody.
Rio.
—De Vikram.
Me acerqué hasta ella, y crucé mis brazos bajo el pecho.
—¿Puedes darle un mensaje a Vikram de mi parte? —Ella asintió con
la cabeza. —Si quiere algo...que venga él y me lo diga.
Forzó la última sonrisa y salió de la habitación.
Cuando pensé que conseguiría estar a solas y tranquila de los demás,
los gritos de unos hombres me sobresaltaron. Me acerqué hasta la terraza, y
asomé mi cuerpo para observar la escena. A unos metros de la casa, tres
hombres descansaban de rodillas sobre la hierba fresca. Mantenían los
brazos detrás de la espalda a la vez que bajaban la cabeza. Delante de ellos
estaba mi padre con dos hombres que iban armados.
—¿Café? —Me susurraron en el oído. Me sobresalté. —¿Qué pasa?
Preguntó.
Bloody fue más rápido que yo.
—No mires —pidió.
—¿Qué sucede?
—Alanna, no mires —insistió, una vez más.
No entendía nada hasta que Bloody me empujó contra él y pegó mi
rostro a su pecho. Tres disparos resonaron en mis oídos, y desapareció
cuando los pájaros empezaron a cantar.
Me quedé sin aliento.
Se me aceleró el corazón.
Mis manos empujaron el pecho de Bloody, y con cuidado busqué a la
persona que ejecutó a los tres hombres.
«Por favor, tú no. Por favor.» —Supliqué, y me di cuenta que había
sido inútil.
El hombre que descargó el arma fue mi padre.
Cerré los ojos, y me acomodé en el suelo. Los barrotes que rodeaban
la terraza era lo único que sostenía mi cuerpo.
—Querían contactar con tu madre —me aclaró Bloody. —Moira dio
un comunicado; ofrecía una gran recompensa a la persona que fuera capaz
de contactar contigo. Vikram los ha tenido que ejecutar por traidores.
Ladeé la cabeza.
—Tú también estarías muerto sino fuera...
Finalizó la frase:
—...por vosotros. Lo sé.
Bajó su cuerpo hasta quedar a mi altura.
—Alanna...
—¿Quieres jugar a un juego? —Pregunté.
Éste mostró una sonrisa.
—Estás en shock. Será mejor que bajemos.
—¿Bloody?
Asintió con la cabeza.
—¿Cuál es el juego?
—Intercambiemos secretos.
—¿Secretos? —Repitió. —Está bien. ¿Reglas?
—No puedes contárselo a nadie.
Tiró de la goma que rodeaba su muñeca y recogió su cabello para que
los mechones no ocultaran su rostro.
—Acepto.
Suspiré.
Necesitaba hablar con alguien.
Y, él parecía ser el único.
—El novio de mi mejor amiga le engaña. No he sido capaz de
decírselo a Evie.
Él rio.
Eran secretos de adolescentes.
—No me arrepiento de ser la persona que soy a día de hoy.
Incluí mentalmente a su comentario todas las muertes que fue dejando
por el camino.
—He soñado mil veces con la muerte de mi madre. Y, por la mañana
despertaba con una sonrisa en los labios.
Empecé a morderme las uñas.
Ella lo odiaba.
—Me gustas —confesó, con una sonrisa traviesa.
No le di importancia.
—Vikram es mi padre.
Su rostro cambió.
Acababa de condenar a Bloody.
—¿Alanna? —Preguntó, una voz que no necesitaba escuchar en aquel
momento.
Pero seguramente él escuchó el estúpido juego que inventé.
Capítulo 40
Shana era una de esas mercenarias que no retiraban la mirada cuando tenían
que disparar. Por eso me fijé en ella. Durante años, antes de que Vikram me
obligara a formar equipo con Mudito, Shana y yo nos encargábamos del
trabajo sucio e internacional. Pasábamos tanto tiempo juntos que nos
convertimos en una sola persona; conocíamos todos nuestros secretos y
puntos débiles. Hasta que nos separaron. Al reencontrarme con ella, me di
cuenta que Shana no era la misma mujer que conocí.
Su risa se detuvo al darse cuenta que seguí avanzando. Dejó caer el
arma con el que cometió el crimen, e intentó posar su mano alrededor de mi
muñeca. Se lo impedí. Estiré el brazo y acaricié la oscura melena que estaba
cubierta de sangre y sesos. Una vez que quedé delante de la joven, bajé mi
cuerpo hasta encontrarme con unos ojos oscuros que seguían abiertos, pero
sin vida. Su rostro estaba lleno de finos cortes que marcaron seguramente
con un cúter. Había sufrido. Así que me limité a bajarle los párpados antes
de encarar a Shana.
—¿Quién era? —pregunté, levantándome del suelo.
Ella, antes de responder, jugó con su cabello.
—El paso número uno —estiró sus labios hasta formar una sonrisa.
Sacó su teléfono móvil y se acercó hasta la joven para fotografiarla. —
Moira Willman sigue buscando a su hija. La única forma de pasar la
frontera es borrar del mapa a Alanna Gibbs. Me hubiera gustado sentarla en
esa silla —dijo, alzando con su mano izquierda la cabeza de la chica —,
pero tiene un carácter que hace que me caiga bien. Eso… y que Vikram me
ha dicho que, si algo malo le sucede, me convertirá en la comida de sus
perros —. Finalizó su trabajo. Al darse cuenta que no reí, acomodó las
manos sobre mi pecho y me obligó a mirarla a los ojos. —¿Por qué has
intentado detenerme? No te habrás involucrado sentimentalmente con ella,
¿verdad?
Reí.
—Mi trabajo era traerla. Ya está.
—Eso espero.
Miré por encima de su hombro, encontrándome una vez más con la
joven que mató. Iba vestida con el mismo uniforme escolar que el de
Alanna. Shana se dio cuenta y me golpeó con el puño bien cerrado. Al tener
una vez más mi atención, acomodó sus manos en mis mejillas y empujó mi
cabeza hasta la suya. Antes de que posara sus labios sobre los míos, la
detuve. La miré unos segundos antes de desaparecer del sótano.
—¿Adónde vas? —Me reclamó.
Acomodé el zapato sobre el primer escalón.
Estaba cubierto de sangre.
La sangre de una persona inocente.
Ese juego no me gustó.
—A darme una ducha —dije, creyendo que ya había finalizado la
conversación.
—Ayúdame.
Miré por encima del hombro.
—¿Qué? —Pregunté, sin creer lo que estaba escuchando.
—Deberías ayudarme. Tengo que deshacerme del cuerpo.
En cualquier otra situación, no hubiera evitado soltar una carcajada.
Pero en aquel momento, solo podía mantener los labios apretados.
Sacudí la cabeza, y la dejé allí sola.
Capítulo 43
ALANNA
Detuvimos los pasos delante de uno de los enormes árboles que había detrás
de la propiedad. Ray, inmediatamente se dejó caer. Antes de acompañarle,
observé como dos de los hombres de mi padre se encargaban de limpiar la
sangre de las tres personas que ejecutaron esa misma mañana.
Sentí los dedos de Ray acariciando mi piel. Llamó mi atención, pero
no consiguió que olvidara la sangrienta imagen que se quedó grabada en mi
cabeza.
Una vez que me senté junto a él, acomodé mi cabeza sobre su
hombro.
—¿Vikram tiene hijos? —pregunté. Quería saber si lo conocía todo de
él, incluso sabiendo que era imposible.
Ray pasó el brazo por mi pierna y acomodó su mano sobre mi rodilla.
—No —sentí su cabello sobre el mío. —Nunca nos ha ha-hablado de
su familia. Así que i-imagino que no tiene. Lo más parecido a un hi-hijo, es
Bloody.
Y Bloody confiaba tanto en él, que nunca me creería.
Tampoco estaba dispuesta a poner en peligro a Raymond.
Un disparo me sobresaltó. Ray y yo nos levantamos del suelo y
buscamos el origen del estampido que causó una bala. Nos acercamos hasta
la pequeña caseta que estaba siendo rodeada por el resto de los matones.
«Más víctimas.» —Pensé.
—Será me-mejor que no nos acerquemos —Ray intentó alejarme.
Asentí con la cabeza, y me dispuse a retroceder sobre mis pasos. Pero
me detuve al darme cuenta que la persona que abrió la puerta de la garita,
era Bloody.
—Es Bloody —susurré.
Ray también lo miró.
Se dirigía al interior de la propiedad mientras que se quitaba la
camiseta.
La prenda de ropa que arrugó entre sus dedos estaba cubierta de
sangre.
—Iré a hablar con Vikram —anunció Ray.
—Está bien —caminé detrás de él. —Te esperaré arriba.
Me dio un apretón de manos y se alejó de mí. Yo hice lo mismo que
él salvo que en vez de buscar a mi padre, salí detrás de Bloody. Éste se
encerró en la habitación.
Golpeé la puerta.
No tuve una respuesta por su parte.
Golpeé una vez más la puerta.
Silencio.
Cogí aire.
No podía colarme en su habitación, pero tampoco tenía la intención
de quedarme cruzada de brazos mientras que esperaba una señal de vida por
su parte.
Así que acomodé la mano sobre el pomo de la puerta, y lo giré.
—¿Bloody? —pregunté, una vez que estuve dentro.
Él no me escuchó, ya que se estaba duchando.
Me senté sobre la cama y observé la prenda de ropa que tiró al suelo.
Estaba cubierta de sangre y barro.
—¿Qué haces aquí?
Me sobresalté.
Bloody rodeó su cintura con una toalla blanca.
—Quería hablar contigo…
Me interrumpió.
—No quiero hablar de Vikram contigo.
Era raro no verle sonreír.
—No es de Vikram —ya no insistiría. —Escuché el disparo. Te vi
salir cubierto de sangre. Quería saber si estabas bien.
Éste me arrebató la prenda de ropa y sin mirarme dijo:
—Estoy bien.
—¿Seguro? —Me levanté de la cama.
Apretó la tela con sus dedos, y después alzó la cabeza para mirarme a
los ojos.
Se esforzó por mostrar su mejor sonrisa.
—Sí —respondió, guiñándome el ojo.
Se dio cuenta que no le creí. Así que estiró el otro brazo, cerró el
puño y esperó un roce por mi parte.
No me quedó de otra que hacer lo mismo que él; Cerré el puño, estiré
el brazo y dejé que mis nudillos rozaran los suyos.
Y le devolví la sonrisa.
—Te veré esta noche —me invitó a salir de la habitación.
—¿Esta noche?
—Hay reunión.
«¿Reunión?» —Pensé.
No me di cuenta a que se refería, hasta que nos encontramos todos en
el jardín al caer la noche.
Todos gritaban con fuerza. Rodeaban a dos hombres que se golpeaban hasta
que uno de los dos cayera al suelo. Agitaban fajos de billetes al aire. Me
alejé de la multitud para reunirme con Ray.
—¿Reunión? —Pregunté, sorprendida.
—Al fin y al cabo, nos re-reunimos todos —rio. Y tenía razón, había
rostros nuevos. —¿Quieres un trago?
Me ofreció beber de su copa.
—Gracias —sonreí.
—Vaso de pla-plástico.
Su risa sonó muy dulce.
—Algún día tendrás que perdonarme —recordé la botella de Coca-
cola impactando en su nuca.
Ray se acercó.
—No te-tengo que perdonar nada. Olvido ra-rápido.
Estuve a un centímetro de tocar su boca. La victoria de uno de los
hombres consiguió que nos apartáramos.
—¿Quién ha ganado? —Pregunté, llevando el vaso a mis labios.
—Bloody.
—Habrá encontrado algo que lo motive—susurré.
—¿Qué?
—Nada —le quité importancia al asunto.
Ray se levantó para buscar otra copa, y yo seguí observando el círculo
humano. Bloody recogía su recompensa económica mientras que se alejaba
de Brasen; lo dejó tirado en el suelo, retorciéndose de dolor.
Y de repente sus ojos azules se cruzaron con los míos.
Bajé la cabeza, pero fue demasiado tarde.
Se dio cuenta que lo estuve mirando.
—Hola —saludó, ocupando el asiento de Ray.
Moví la cabeza.
—Estás muy callada —insistió.
Bajé la copa y él me la arrebató.
—¿Ahora quieres hablar?
Alcé una ceja.
Bloody rio.
—Antes también. Pero era complicado.
—¿Complicado? ¿Por qué estabas cubierto de sangre?
—Alanna…
—No, Bloody —me crucé de brazos —, quiero hablar.
—No lo entenderías.
Y no me sirvió insistir de nuevo.
Me concentré una vez más en los dos sujetos que estaban peleando. Y
me sorprendió encontrarme a Shana golpeando a Bekhu.
—Shana tiene que tener unos ovarios enormes para aceptar una pelea
con un hombre que medirá dos metros de altura.
Alagué a su chica.
Pero a él no le gustó.
—No la admires demasiado. Te arrepentirás —soltó, y bajó la cabeza.
De repente ésta quedó tendida en el suelo. Bekhu empezó a golpearla
en el abdomen.
—¿Nadie va a ayudarla?
Shana gritaba de dolor.
—Quien entra en el círculo, entra aceptando las consecuencias.
Miré a mi alrededor.
Los gritos de los hombres me ponían el vello de punta.
—¡Bekhu!
—¡Destroza a esa zorra!
—¡Golpea más fuerte!
—¡Bekhu!
Tragué saliva.
—¿Hay normas? —Le pregunté a Bloody.
—¿Por qué? —me miró asustado.
—¿¡Las hay o no!?
Sacudió la cabeza.
—¿Adónde vas?
Recogí un bate que había sobre el sillín de una de las motos que
aparcaron cerca de la valla, y me acerqué hasta el muro humano. Me di
paso a empujones, y cuando quedé delante de Bekhu y Shana, eché hacia
atrás los brazos.
Bekhu se disponía a golpear a Shana con un casco de moto, y antes de
que la dejara inconsciente, actué. Golpeé con fuerza su cabeza. El golpe que
recibió fue tan fuerte, que cayó al suelo.
Ayudé a Shana a levantarse, mientras que los demás seguían gritando
y golpeando sus birras.
—¿Estás bien?
—Sí —dijo, limpiando la sangre que le caía del labio. —Gracias.
Alcé la cabeza, buscando a Bloody.
Desapareció.
—Será mejor que te sientes —pasé su brazo por encima de mis
hombros al darme cuenta que no podía caminar.
—Debería de haber más mujeres como tú y yo.
Reí.
—Nunca había hecho algo así.
Shana me miró fijamente a los ojos.
—¿Es el primer hombre que golpeas?
Sacudí la cabeza.
—El primero fue Bloody —le tendí una botella de agua. —Y tengo
que decir que también fue en defensa propia. Le disparé para huir. Y,
también le mordí para recordarle que yo también puedo ser peligrosa. No le
tengo miedo.
Shana se levantó, olvidándose del dolor que sentía.
—¿Tú le mordiste?
—Sí —sonreí, orgullosa. —¿Por qué?
La sonrisa desapareció.
Era normal. Ellos estaban muy unidos.
—Por nada. Buen golpe —me felicitó.
—Gracias.
Dio un trago a la botella y me miró de nuevo.
—Deberías de venir conmigo.
—¿Adónde?
Crucé los brazos.
Shana señaló la caseta.
—Quiero enseñarte algo. No te preocupes.
Se levantó del asiento, y me pidió que la siguiera. Shana cojeó hasta
la caseta donde esa misma mañana se escuchó un disparo.
Capítulo 44
BLOODY
No soltó mis dedos hasta que el cigarrillo enrollado con cannabis tocó la
palma de la mano. Después lo miré y, éste me guiñó un ojo. Acomodé el
cigarro liado entre mis labios, y antes de encenderlo, lo miré fijamente a los
ojos.
Tuve que bajar el canuto antes de hablar:
—Gracias por el beso de buenas noches —dije, mostrándole otra
sonrisa—. Aunque me gustaría fumármelo yo sola.
Bloody cruzó los brazos bajo el pecho y esperó a que fuera capaz de
fumarme yo sola la L que él lio. Al darse cuenta que seguía esperando -algo
de intimidad en la habitación de Ray-, se levantó de la cama y se inclinó
hacia a mí para despedirse.
—Sé buena —estiró los labios, y me di cuenta como sus dientes
atraparon el borde inferior.
Asentí con la cabeza y le regalé una risa que no conseguí detener.
Bloody salió de la habitación, y esperé a que sus pasos se alejaran de
la puerta. Cuando me sentí sola y tranquila, atrapé una vez más el filtro
entre mis labios. Jugueteé unos segundos con el mechero que dejó sobre la
mesilla de noche, y una vez que mi dedo se cansó de jugar con la ruedecilla,
la presioné para que la primera llama encendiera el beso de buenas noches;
me gustó el nombre que le puso Bloody al porro de marihuana.
Estaba tan tranquila en la habitación, que cuando llamaron a la puerta
y escuché la voz de mi padre, di un salto sobre la cama y empecé a rodar
hasta caer al suelo. Al impactar el costado derecho contra el suelo, me
acordé de los golpes que recibí esa misma mañana. Aun así, seguí
arrastrándome hasta llegar a la ventana. Una vez que conseguí mantener los
marcos abiertos, apagué el cigarro liado y esperé a que la paciencia de mi
padre durara más que el olor a cannabis.
Pero ese hombre no aguantó al otro lado. Al no escuchar mi voz
imaginé que se preocupó. Así que giró el pomo, se coló en el interior y me
encontró tendida sobre el suelo mientras que estiraba un brazo al exterior.
Corrió hasta mí, y se dejó caer para sostenerme. Posó una de sus manos
sobre mi frente y comprobó la temperatura de mi cuerpo. Me sorprendió la
forma en la que empezaba a preocuparse por mí. No había recibido su
atención desde que desapareció.
—Estoy bien, papá —quería alejarlo de la ventana. —Necesitaba aire
fresco.
Éste insistió en meterme en la cama. Me resistí un par de veces.
Como no conseguí levantarme yo sola, acabé entre sus brazos. Me devolvió
de nuevo a la cama y tocó mi cabello en el momento que mi cabeza se
hundió en la almohada.
—No he podido pasar antes, Caballito. Estaba ocupado —al escuchar
el apodo cariñoso que me puso de pequeña, terminé entrecerrando los ojos y
recordé todo lo que había hecho. —¿Alanna?
Se dio cuenta.
—Estoy acostumbrada —rompí el incómodo silencio. —De pequeña
hacías lo mismo. Pasabas horas e incluso días en la consulta. Y tu forma de
recompensar tus salidas injustificadas eran regalándonos viajes de lujo y,
aun así, no disfrutábamos de tu compañía porque seguías sin estar con
nosotras.
—Tenía que trabajar, cariño.
—Papá —intenté recordarle su profesión—, eras cardiólogo. O,
pensándolo bien, ya estarías metido en esta mierda de las mafias.
Él no dijo nada más.
Concluyó nuestra conversación.
Acomodó la mano sobre el costado en el que recibí todos los golpes
de bota. Al darse cuenta que me aparté, presionó sus dedos y me hizo gritar.
En un rápido movimiento me dejó sin aliento, jadeando y retorciéndome de
dolor.
—Fractura de costillas —dio su diagnóstico. —Estarás mejor en un
par de meses. Pero espero que sea antes —alzó mi rostro, observando el ojo
entrecerrado —. No puedo retrasar el viaje.
Apreté los labios.
—¿Qué viaje?
—Nos instalaremos un tiempo en Jamapa, Veracruz —confesó,
dejándome en shock. No estaba al tanto que saldríamos del país. —Será un
periodo de tiempo muy corto, Caballito. Hasta que todo vuelva a la
normalidad.
—¿Normalidad? ¿Para ti esto es normalidad?
—Cuando tu madre sea senadora se olvidará de ti. No tendré que
preocuparme si estás en peligro o no.
—No quiero ir a México. Mi vida está aquí.
—Alanna, hija, aquí ya no tienes nada —para él era tan fácil—.
Tendrás una vida normal en el rancho. Seguirás con tus estudios. Contrataré
a los mejores profesores para…
Le corté.
—Seguirás teniéndome cautiva.
—No —sacudió la cabeza—. Los hijos de Heriberto Arellano
también tuvieron que abandonar Quintana Roo y se adaptaron sin ningún
problema. Estoy deseando que los conozcas. Son buenos chicos.
Prefería recibir otro golpe en las costillas.
Él siguió hablando. Como si de alguna forma, su labia, conseguiría
convencerme.
—Encontraré una motivación para que vengas conmigo. Lo prometo.
Estiré las piernas y esperé a que me dejara sola. Al no tener una
respuesta por mi parte, mi padre besó la coronilla de mi cabeza y salió de la
habitación de Ray. Al menos respetó mi silencio y las ansias de estar sola.
Sentía ira.
Impotencia.
Rabia.
Y estallé; golpeé la almohada hasta que una mano me detuvo. Su
barbilla se acomodó en la curva de mi cuello, y su brazo rodeó mi cintura
para detenerme. Sentí su mano tocar mi piel, y fueron los primeros dedos
que no me hicieron daño. Tocó con sumo cuidado el costado que seguía sin
poder mantener sobre la cama.
Al tener su cabello tocando mi mejilla, intenté encontrarme con sus
ojos; y ahí estaban. Llenos de vida incluso cuando todos sus seres queridos
le hicieron daño.
Me sentía identificada con él.
—Quiere llevarme a Jamapa.
—Lo sé —contestó Ray.
Tragué saliva.
Todos lo sabían menos yo.
—No su-sucederá nada ma-malo.
—¿Cómo lo sabes?
Sentí sus labios en mi nuca.
—Porque yo ta-también sé ne-negociar, Alanna.
No me dejó preguntar nada más. Ray se quedó dormido, y yo
aproveché para leer el mensaje que me había dejado mi padre en la nota que
había en la bandeja de la cena.
Alcé el papel y anoté todas las letras que estaban marcadas con más
fuerza que las demás.
Conseguí leer:
No. Papá quería el dinero que ingresó a mi nombre. Eso era lo que él
quería.
Capítulo 50
BLOODY
Detuvo sus pasos cuando quedó delante de mí. Había recogido su cabello
rubio antes de adentrarse en la habitación de Shana. Echó un vistazo rápido
a la mujer que había tendida, y volvió a clavar esos ojos azules en los míos.
Alzó los brazos para cruzarlos sobre su pecho. Soltó un suspiro y con un
movimiento de cabeza me dio a entender que todo estaba mal.
—Te arrepentirás —fueron sus palabras—. Realmente no puedes
creer que tú y ella sois amigas. Porque eso nunca pasará.
Solté una carcajada.
—No busco una amistad con la persona que me ha destrozado las
costillas —dije, y Bloody observó uno de los laterales de mi cuerpo. —
Tenía que ayudarla. Al igual que si esa persona hubieras sido tú. Y, sabes
perfectamente, que te detesto. Pero tengo mis propios principios. La
persona que vosotros llamáis Vikram, no puede torturar a gente mientras
que se refugia en un libro. Pero vosotros ya estáis acostumbrados. Os dejáis
morir, en vez de ayudaros.
Bloody se alejó y se dejó caer sobre la cama. El cuerpo de Shana
rebotó y gimió de dolor.
—¿Crees que Tartamudito es como nosotros? ¿Bestias humanas que
nos saltamos las únicas reglas que nos diferencia de los demás animales?
No le iba a permitir que hablara de una persona que no estaba delante
para defenderse.
—Olvídate de Ray.
—¿Por qué? —sonrió—. ¿Tú te has olvidado de él? —Su risa me
incomodó. Me ignoró un momento y empujó el rostro de Shana para
comprobar que ésta seguía inconsciente. —Tu querido novio ha salido. A
saber, cuánto tiempo estará fuera.
Sabía que iba directo a hablar con mi padre. Lo que desconocía era su
salida.
—¿Adónde?
—¿Preocupada? —esperó una respuesta por mi parte, y lo único que
hice fue negar con la cabeza. Confiaba en Ray. Estaría bien. —¿Te he
contado que Shana y yo estuvimos casados? —De repente sostuvo la mano
de la mujer y la apretó con la suya. —Hubo un tiempo en el que habría dado
mi vida por ella. Pero eso se acabó.
Se levantó de la cama y volvió a encararme.
—Necesito hablar con ella.
Volví a mirar a Shana.
Ésta seguía sin abrir los ojos.
Bloody insistió:
—A solas. Prometo que cuando termine, hablaré contigo. Tenemos
una conversación pendiente.
—No lo creo —di unos cuantos pasos hacia delante para alejarme de
él—. Si vuelve Ray entonces sí puedes dirigirme la palabra. Mientras tanto
—recordé su confesión —, deberías cuidar de tu mujer. Alguien tendrá que
cambiar las sábanas cuando se cague. Y, no pienso ser yo. Ese es mi castigo
por los golpes que recibí. Suerte.
Capítulo 54
BLOODY
Paré a uno de los hombres de Diablo antes de subir las escaleras. Tenía las
manos ocupadas, pero conseguí retenerlo con un grito.
—¿Qué quiere?
—¿Qué le pasa a tu jefe?
El hombre gruñó.
—No es asunto suyo, gringo.
Tenía dos opciones: mantener mis manos libres para golpearlo o
seguir siendo amable con él.
—Te lo volveré a repetir porque no quiero manchar la alfombra con
tu sangre —me sorprendí a mí mismo siendo tan educado.
Por fin conseguí una respuesta por su parte:
—Esquizofrenia.
—¿Está loco?
—¡Cállese! No diga nada—se sintió ofendido o asustado por si
Diablo estaba cerca; seguramente por Diablo. —Mire, si me hace esa
valedura, prometo alejarlo de la muchacha.
—Está bien —sonreí.
Le di mi palabra que no diría nada y seguí con mi camino. Cuando
llegué arriba, ya había devorado la mitad de la manzana. Al colarme en el
interior de la habitación, tiré el trapo de tela sin importarme que
Tartamudito estuviera presente.
—¿Pue-puedes hacerme un fa-favor?
—No —respondí.
Insistió.
—¿Po-podrías vestirte?
—No.
Me tiré sobre la cama.
—¿Al me-menos cubrirte con ro-ropa interior?
—No.
—¿Con la sa-sábana?
—No —le tiré el corazón de la manzana a la cabeza.
Tartamudito se quejó con sus palabras entrecortadas.
—¿Po-podrías no pe-pegarte a mí por la no-noche?
—No —sonreí.
—¿¡Por qué!?
—Porque quiero —estiré los brazos y las piernas para ocupar toda la
cama—. Echo de menos el calor humano.
—A mí me in-incómoda, Bloody.
—¿Tener a un hombre desnudo?
Se acercó con el ceño fruncido.
—Te-tenerte a ti su-susurrándome cosas mi-mientras que intento do-
dormir.
Solté una carcajada.
—Te estaba contando un cuento. ¿No te gustó?
Éste ya no sabía que hacer conmigo.
Pronto, dormiría en el pasillo.
—El cuento e-era cómo a-acabar con mi vi-vida.
—Y te puse deberes —hundí el codo sobre la almohada y acomodé
mi mejilla sobre la palma de la mano. Lo miré fijamente. —¿Los has
hecho?
—¡Basta! —Cuando se enfadaba era capaz de dejar de tartamudear—.
¿Haces e-esto por Alanna?
—¿Alanna? —Reí. —Si quisiera contarle un cuento a ella, ya lo
habría hecho.
Se acercó hasta la cama; pero guardando las distancias.
—Me gu-gusta Alanna —confesó—. Es la primera chi-chica que no
se a-aleja de mi lado.
Bajé la cabeza y de alguna forma tenía que abrirle los ojos al imbécil
que se había enamorado.
—Somos sus secuestradores —dije, levantándome de la cama—. ¡Sus
putos secuestradores! —Golpeé su pecho con mi dedo—. Tú y yo somos los
malos de la película. Ella la víctima. ¿Crees que se va a quedar contigo?
¿Tan idiota eres?
Tragó saliva. Su nuez bajó y subió en repetidas ocasiones.
Guardó silencio.
—A mí también me gusta, porque es inteligente —aferré mis manos
en su cabeza para acercarlo a mí—. Su cabeza trabaja más rápido que las
nuestras. Va dos pasos por delante de todos nosotros —volví a estirar los
labios—. Creemos tenerlo todo bajo control, pero no es así. Ella sigue
buscando una manera para huir. Y, entonces, la perderemos para siempre.
—E-e-ella…—se quedó trabado.
Lo ayudé.
—Si Alanna realmente siente algo por ti, te esperará. O quién sabe,
quizás te lleve junto a ella.
Tartamudito alejó mis manos de su cabeza.
—No llores, hombre —le di un ligero golpe en el hombro—. Lo
superarás.
Éste me lanzó una mirada cargada de odio.
—¿Y tú? ¿Lo su-superarás?
Me dejé caer sobre la cama y respondí:
—Cierra la puerta cuando salgas —bajé mi mano—. Voy a sacudirme
un rato la polla.
Tartamudito se quedó inmóvil.
—¿Qué? ¿Quieres mirar?
Dio media vuelta y cerró la puerta.
Solté una carcajada.
«Imbécil.» —Pensé.
La mirada llena de ira que solía clavarme desapareció; Alanna cerró sus
ojos. Fue su cuerpo el que me demostró que todo iba bien entre nosotros
dos cuando giró sobre sus zapatos y empujó su pecho para acomodarse
sobre el mío. Alzó los brazos para acomodar sus manos en mi rostro. Así
que seguí besándola con todas mis ganas. Dejé que el arma cayera sobre el
suelo para entretenerme con cualquier parte de su cuerpo. Las manos se
posaron sobre su trasero, y ella terminó dando un saltito que terminó por
pegarnos un poco más. Mi cuello fue rodeado por sus brazos, mientras que
sentía como los dedos de Alanna jugueteaban con los mechones de mi
cabello.
Estaba dispuesto a llegar al final; como siempre. Pero al parecer
elegimos el momento y el lugar equivocado. Fue una voz que nos alertó que
lo que estábamos haciendo estaba mal. Muy mal. No fue una advertencia.
Aunque de todas formas nos apartamos para mirar a Dorel que acababa de
llegar a la caseta abandonada.
Al parecer a mí sí me habían visto.
—¿Qué hacéis? —Preguntó curioso, al vernos juntos.
No miré en ningún momento a Alanna. No tenía una respuesta. Y, mi
forma de actuar, era muy diferente a los demás. Si me sentía presionado o
intimidado golpeaba cualquier cosa que se moviera a mi alrededor. En
cambio, Tartamudito por ejemplo, estaba dotado por un buen cerebro que
nos ayudó en más de una ocasión para escapar de los problemas que se
interponían últimamente en nuestro camino.
«Pero Dorel es como un amigo.» —Pensé, antes de lanzarme sobre él
y cambiar su rostro con mis puños.
Fue la voz de ella que rompió el silencio.
—¡Idiota! —Gritó. —¡Idiota! —Seguía insistiendo—. Estoy cansada.
Solo quería salir un rato de la habitación. ¿Por qué tienes que seguirme a
todas horas?
Alanna paseó su mano sobre sus labios para deshacerse de la
humedad brillante que dejó nuestro beso. Hice lo mismo cuando Dorel se
quedó mirando a la joven en apuros. Me encogí de hombros y oculté el
arma que tiramos con la suela de mi zapato.
—Vikram deja que se mueva por los alrededores de la propiedad —
me recordó—. Respeta la poca intimidad que tiene.
Dorel no era de esos tipos duros que cubría la espalda de Vikram.
Pero su voz, apagada y lenta, conseguía que acatara las pocas ordenes que
él podía darme. Dio unos cuantos pasos hacia nosotros y acomodó una de
sus manos sobre el hombro de Alanna. Con una sonrisa, que dejó al
desnudo todos esos dientes picados que le provocó la heroína cuando era un
crío, le dijo:
—Ve fuera. Juega un rato —quería ser amable con ella. Dorel tenía
una hija de la edad de Alanna, solo que él nunca la vio crecer.
—¿Jugar? —Preguntó ella.
Dorel se puso nervioso.
—O lo que hagáis las niñas de tu edad.
Alanna se cruzó de brazos y descargó la ira que sentía hacia Vikram
hasta Dorel.
—Escaparnos —le dio una respuesta—. Pero como yo lo tengo
prohibido, me iré a la habitación.
Salió de la caseta furiosa; o al menos lo que le intentaba demostrar a
Dorel.
Éste me miró. Se sentía decepcionado consigo mismo. Una mierda
que no sabía dirigirse a una adolescente. La culpabilidad, por abandonar a
su pareja cuando ella se quedó embarazada, lo torturaba día tras días. Pero
Dorel no tuvo opción; acabó en la cárcel por trasladar un camión lleno de
fentanilo mezclado con heroína y, lo detuvieron a cien kilómetros de la
frontera entre Estados Unidos y México.
—Vikram me ha mandado —dijo, por fin.
—¿Qué quiere el jefe? Antes lo he visto con Diablo.
—Dice que quiere dejarte nuevas instrucciones.
—¿Instrucciones? —Repetí, como si lo que hubiera escuchado estaba
incorrecto. Pero no. Lo dijo bien; perfecto y claro.
—Estarás al mando cuando él salga del país. Tendrás que hacer el
trabajo bien. Nada de cometer errores. Así que sí —insistió—, nuevas
instrucciones.
No me quedó de otra que seguir los pasos de Dorel. Pasamos de largo
a los mexicanos que seguían trabajando con el contrabando de Diablo, y nos
colamos en el interior de la propiedad para detenernos en el despacho de
Vikram. Dorel se quedó fuera; no podía reunirse con nosotros porque era
una conversación privada.
Vikram sostenía un marco de fotografía que guardó inmediatamente
cuando quedé cara a cara con él. Cerró el cajón con llave y guardó la pieza
dorada en uno de sus bolsillos de la americana con la que vestía a menudo.
—¿Un puro? —Me ofreció.
—No. Pero gracias.
Ocupé el asiento que estaba delante del suyo, y esperé a que éste
dijera algo. Pero tardó unos cinco minutos en vocalizar cualquier palabra.
Se entretuvo con la caja de puros que le mandó Heriberto por acoger a su
hijo bajo su techo.
—Una delicia —exclamó—. Es una buena señal. Diablo está aquí.
Sigue con vida. Eso es bueno. Muy bueno, Bloody.
No entendí nada.
—¿Por qué es bueno?
—Porque ahora nosotros mandaremos a uno de los nuestros. Si
Heriberto lo mantiene con vida, uniremos fuerzas. Por eso quería hablar
contigo, hijo —mostró una perfecta sonrisa por las coronas de porcelana—.
¿A quién debería enviar?
No tenía una respuesta para él.
Era su trabajo, y nosotros los gilipollas que seguíamos sus pasos.
»—¿Brasen? —se formuló él mismo la pregunta—. No, lo necesito a
mi lado. Quizás debería mandar a Raymond —me sorprendió escuchar el
nombre de Tartamudito—, es un chico que ha acatado todas mis órdenes.
«No le salves el culo.» —Mi pensamiento no sirvió de nada.
—Si matan a Raymond no tendrás a otro imbécil que guarde silencio
como él. Es más útil aquí.
«¡Mierda! Lo acabo de hacer.»
—¿Tú crees?
Vikram seguía confiando en mí.
—Sí —sonreí—. Además, si viaja con Diablo, dudo que llegue vivo.
El jefe soltó una fuerte carcajada.
—Ese chico está más loco que su padre —se llevó las manos al
abdomen—. Mató al pastor que le robó. Después lo descuartizó y se llevó la
oreja junto a él porque decía que una voz se lo pidió. ¡Cucú! —presionó el
dedo en la cabeza mientras que lo rotaba de un lado a otro—. Pero me
gusta. Al igual que tú.
—Mándame a mí —firmé mi sentencia de muerte. —Soy el único que
te dejará bien delante de Heriberto.
—¿Has pensado en la opción de morir?
—Sí. Y, por eso, mi última petición antes de morir será follarme a un
par de mexicanas.
Vikram siguió riendo. Cuando estuve a punto de morir en manos de
él, mi última voluntad era escuchar una canción. Pero con Heriberto, las
cosas cambiarían; básicamente porque éste nunca escucharía mi voz.
—No puedo perderte.
—Pero tampoco a Raymond —le recordé.
—Me lo pensaré —concluyó—. ¡Por cierto! —me detuvo, antes de
que saliera del despacho—. Nuestros nuevos amigos han insistido en que
nos reunamos todos esta noche; quieren beber y follar. ¿Podrías conseguir
unas cuantas mujeres dispuestas a complacer a los mexicanos?
Había un burdel a media hora de Carson.
—Sí. Iré con Abaddon —porque Tartamudito no estaba entre mis
opciones para ir a un burdel—. ¿Qué busco para Diablo?
Vikram negó con la cabeza.
—Nada. Quiero que todas las chicas que lleguen, marchen con vida
—Vikram se movió por el despacho—. No quiero que descuartice a
ninguna puta en mi casa. Puede entretenerse con alcohol.
Volvió a abrir el cajón que custodiaba bajo llave, y sacó el marco que
nos ocultaba a todos. Se sentó y volvió a sonreír; era una sonrisa de
felicidad.
—¿Te acuerdas de Gael?
Pensaba que nuestra conversación había terminado, pero Vikram
siempre conseguía tirar de un nuevo hilo y alargarlo por horas.
—¿El padre de Alanna?
Él rio.
—¿Solo recuerdas ese dato?
—No. Sé que te criaste con él.
—Sí. Gael y yo éramos inseparables. Dos críos que abandonaron en
un orfanato de Sibiu —acarició la fotografía—. Cuando nos separaron
nuestras familias adoptivas, nos destruyeron. Nos convertimos en dos tipos
muy diferentes. Gael se convirtió en cardiólogo y consiguió una vida
perfecta junto a una hermosa familia —bajó la cabeza—. Y yo…me
convertí en esto —bajó el marco y golpeó sus manos contra su pecho—.
Pero no me arrepiento, Bloody.
—Gael fue un traidor —dije, recordando un poco más de su historia.
—¡No! —gritó furioso. —Es cierto que me arrebató mi dinero —
estaba muy nervioso—, pero siempre lo querré. Por eso yo también le quité
lo que más amaba en este mundo. Es mi forma de estar cerca de él.
—¿A Alanna?
Vikram volvió a guardar el marco.
Sin mirarme dijo:
—¡Vete! Haz lo que te he pedido antes de que caiga la noche.
Lo dejé allí, sin entender lo que quería decirme realmente.
Capítulo 60
RAYMOND
Me senté junto a Alanna mientras que ella observaba a Vikram. Nuestro jefe
se despedía de todos para encerrarse como de costumbre en su despacho.
No le gustaba las fiestas que organizaban los chicos en su jardín. No solía
ser muy sociable con nosotros, salvo cuando teníamos que hablar de algún
negocio que tuviera entre manos.
Al desaparecer, Alanna se levantó para atrapar una de las botellas de
alcohol que habían dejado sobre una mesa de dos metros y medio de largo.
Se acercó hasta mí con una sonrisa traviesa y tiró el tapón al aire.
—Bebe —me ofreció. Sacudí la cabeza—. ¡Oh, vamos! Todos están
borrachos menos nosotros dos. ¿A qué esperamos?
Ella no lo entendía.
El alcohol y el tabaco no formaban parte de mi vida.
—De mo-momento no —dije, acomodando mis manos sobre su
cintura para acercarla. Alanna se encogió de hombros y con una sonrisa se
llevó la botella de ginebra a los labios. Bebió hasta que le faltó el aire—.
Más des-despacio.
Presionó sus labios sobre mi mejilla y me susurró:
—Estoy cansada de vivir la vida despacio. No sé cuándo moriré. Así
que simplemente quiero disfrutar cada segundo. Y si tengo que beberme
cuatro botellas para olvidar toda la mierda que me ha caído desde que me
secuestraron —acomodó su mano bajó mi barbilla—, lo haré sin dudarlo.
Siguió bebiendo.
Durante la primera hora, se mantuvo sentada mientras que jugueteaba
con la botella de cristal. Al ver aparecer a Shana, ambas decidieron
trasladar su trasero hasta la mesa para estar más cerca del alcohol.
Los mexicanos iban desapareciendo de la pequeña reunión que les
organizaron. Salían del jardín acompañados con mujeres que buscó Bloody.
Cuando se cansaban de ellas, volvían a aparecer para seguir bebiendo.
Me levanté del asiento que ocupé durante dos horas. Estaba cansado y
necesitaba dormir antes de que Bloody fuera capaz de ocupar la cama con
otra persona. Pero antes de colarme en el interior de la propiedad, me
detuve al encontrarme a Diablo delante del árbol en el que Vikram torturaba
a los traidores.
—¿Por qué no e-estás con los demás?
Diablo mantuvo la mano sobre la corteza y respondió sin mirarme con
otra pregunta:
—¿Cuántos han muerto aquí?
No tenía un número exacto, pero Bekhu me dijo una vez que más de
setenta.
—Ci-Cien.
Rio.
—Nosotros trabajamos diferente —dijo, mirándome—. Los
enterramos bajo tierra. Los cubrimos hasta la cabeza. Y soltamos a los
rottweilers hambrientos. De esa forma mueren los traidores en nuestra
tierra.
Era un sádico como Vikram.
—¿Estás al tanto de que tu chica y yo nos vamos a casar?
—¿¡Qué!?
—Hazme el paro y no digas nada —se llevó un dedo sobre sus labios
para aclararme que era un secreto.
Me puse tenso.
—¿Qué harás? —fue de esas pocas veces que fui claro y Diablo ni
siquiera me entendió. —¿Qué harás con ella?
Él solo rio, mientras que me observaba por el rabillo del ojo.
—Divertirme. Es una muñequita.
Le haría daño.
Al igual que al pastor.
Y, seguramente, como a todas esas personas que enterró.
Quería proteger a Alanna. Necesitaba cuidarla. Y, si tenía que poner
mi vida en peligro, era capaz de hacerlo.
Así que tiré de la americana de Diablo, obligándole a que me mirara a
los ojos. Al tenerlo tan cerca de mí, cerré los ojos y posé ambas manos por
detrás de su cabeza. Lo empujé con fuerza y posé mis labios cerrados sobre
los suyos.
No me moví.
Él tampoco.
Pero la presión de nuestros labios siguió.
—¡Ya chole! —Me empujó—. ¿Qué haces?
Tragué saliva.
—Be-besarte.
—Debería matarte —su mano bajó por su abdomen hasta detenerse
en el arma dorada que cargaba.
Lo miré a los ojos.
—Pero no lo ha-harás.
Diablo suspiró, pero no borró la sonrisa que asomó en su rostro.
Apartó los dedos del arma y se inclinó hacia delante, quedando más cerca
del rostro que violó la distancia que él obligaba a mantener con los demás.
Sentí su mejilla acomodarse sobre mi hombro. Su nariz no tardó en
acariciar mi piel. Respiró con fuerza.
—Mmm —gimió—. ¿Lo escuchas?
Obtuve por guardar silencio.
Diablo presionó sus dedos sobre mi pecho izquierdo.
Siguió hablando:
—Es tu corazón. ¿Lo escuchas?
¿Se refería a los latidos?
—¿Qué qui-quieres, Diablo?
—¿Hasta dónde serías capaz de llegar por salvarle la vida a Alanna?
Cerré los ojos.
Lo único que encontré, para distraer durante un tiempo a Diablo y
alejarlo de Alanna, fue las anécdotas que me contó Bloody los años que
estuvo en prisión; en la cárcel, los hombres se devoraban entre ellos. Yo era
diferente a Bloody. Yo era el que terminaría con un hombre de dueño por no
tener un arma con la que poder defenderme.
Así que solté algo grosero con el fin de excitarlo.
—Pu-puedo chuparte la po-polla —tartamudeé, y no solo por mi
problema, también por mi cobardía.
Diablo soltó una fuerte carcajada.
—¡Qué chafa te oíste!
Cada vez estaba más nervioso.
Capítulo 61
ALANNA
Seguí ocupando el suelo un par de veces más. Todo me daba vueltas. Había
bebido demasiado. Ni siquiera me pregunté qué hacía Shana bailando con
los mexicanos cuando ni siquiera era capaz de mantenerse de pie.
Llevé unos de los besos de buenas noches a los labios; aproveché que
Bloody salió para robarle un par de porros cargados de marihuana. Lo
encendí con éxito y dejé que la hierba subiera hasta nublarme las pocas
ideas que me quedaban por la cabeza.
Me reí de todas las personas que paseaban por delante de mí sin
motivo alguno. Intenté levantarme del suelo cuando vi pasar a Bloody. Éste
se alejó de los demás y no dudé en hacer lo mismo. Seguí sus pasos. Tenía
algo que me pertenecía.
Cuando llegamos a uno de los laterales de la finca, alcé la voz:
—¡Dame mi arma!
Bloody no esperaba verme esa noche. Giró bruscamente y en un par
de pasos quedó delante de mí. Su mano presionó mis labios para callarme.
—¿Te has vuelto loca?
Loca no.
Pero estaba borracha y fumada.
Reí.
—¿Qué haces?
Seguíamos con las preguntas.
—Quería alejarme de los demás. Descansar un poco —recostó su
espalda contra el muro—. En la habitación hay gente. Follando.
—Todos están follando —le recordé.
—Todos no —nos apuntó a ambos con su dedo, y reímos—. Me han
robado un par de besos de buenas noches. Dudo que haya sido Tartamudito.
¿Sabes algo de eso?
Volví a reír.
—¡Culpable!
Éste sacudió la cabeza mientras que intentaba borrar la sonrisa que
me mostró.
—¿Y tu novio? —Preguntó, curioso.
Inconscientemente eché hacia atrás la cabeza. Fue Bloody quien se
encargó de sostenerme.
—Dijo que estaba cansado. Me ha dejado sola.
—Qué novedad —soltó un silbido—. Tú también deberías descansar.
Creo que has fumado más de la cuenta.
Entre abrió mis ojos con los dedos.
—No debí fumar y beber.
—¿También has bebido?
—Aproveché la ausencia de mi padre —seguí riendo.
—¿Tu padre? —Preguntó.
—Vikram. Te lo dije —golpeé su pecho. Mi risa no se calmaba. —
Mierda. Era un secreto. No sé guardar secretos. Lo siento. No le digas nada
o te matará.
Bloody intentó cargarme entre sus brazos, pero lo detuve.
—Tienes que dormir. Empiezas a decir estupideces.
—¿Estupideces? —Afirmó con la cabeza. —¿Quieres escuchar una
estupidez?
—Está bien.
—Follemos.
—¿Qué?
Tuve que repetírselo de nuevo:
—Tú y yo —le propuse—. Follemos.
Me gustó escuchar su risa.
Incluso cuando la cabeza estaba a punto de estallarme.
—¿Por qué deberíamos mantener relaciones sexuales?
—¡Dios! —grité con fuerza—. Tú también estás borracho. Has dicho
relaciones sexuales.
Me acerqué hasta su boca para capturar su sonrisa entre mis labios.
Lo besé como él había hecho conmigo esa mañana.
Bloody sostuvo mi rostro entre sus manos y empujó mi cuerpo hasta
el muro donde se acomodó antes de que le propusiera copular como
animales. Bajé mi mano hasta sus vaqueros, y me deshice del botón que
retenía la tela alrededor de su cintura. No tardé en colar mis dedos en el
interior. Al no llevar ropa interior, lo primero que toqué fue su miembro
acomodado. Lo acaricié con cuidado y aumenté el ritmo cuando lo escuché
jadear contra mi boca.
—Tengo buenos recuerdos —dijo, apartándose.
—Vamos —tiré de su mano.
Bloody me detuvo.
—Alanna.
—¡Vamos! —Insistí, e intenté meter mi mano una vez más dentro de
sus pantalones.
—¿Adónde?
—A la caseta. Estoy preparada.
—¿Preparada? —Preguntó, con desconcierto.
—Preparada para acostarme con alguien sin sentirme la peor mierda
del mundo —me acordé de mi madre, y su forma de decirme que no valía
nada.
En un impulsó me besó. Me apretó contra él, abrazándome por la
cintura. Nuestros cuerpos parecían encajar perfectamente. Y, para que no se
alejara de mi boca, rodeé su cuello con mis brazos.
Capítulo 62
Nuestra parada fue una cafetería pequeña llamada Preto Café que estaba
muy bien situada en el centro de Carson. Los escoltas de Diablo se
encargaron de pagar a los clientes que solían frecuentar el local para darnos
algo de intimidad. El dueño, con una amplia sonrisa se acercó a nosotros
para acomodarnos en su mejor mesa. Nos sentamos cerca de la ventana y
eché un vistazo rápido hasta el exterior; fuera, había dos Jeeps negros
ocupados por los mexicanos. El único que se quedó fuera fue Bloody, que
no tardó en tener compañía. Sacó un cigarro del bolsillo de sus vaqueros y
lo posó sobre sus labios mientras que nos observaba.
Diablo jugueteó con la carta mientras que esperaba a que el hombre
nos sirviera un par de batidos de oreo.
—Gracias por haber aceptado —me aparté de la ventana para mirarlo
a él. Su respuesta fue un chasquido de dedos y de repente empezó a mirar a
su alrededor. Seguíamos solos. —En realidad sí quería disculparme contigo.
Éste me detuvo.
—¿No querías salir de tu prisión?
—También —no le mentí—. Estaba cansada de verme limitada en esa
parcela. ¿Cómo sabes que Vikram es mi padre?
—Porque si Vikram mantiene secretos con mi viejo, acabará bajo
tierra —volvió a mirar por encima de su hombro. —¿Lo has escuchado?
El silencio reinaba entre nosotros dos cuando ninguno tenía nada que
decir.
—¿Qué debería escuchar?
—Ese sonido que no deja de latir constantemente.
Me encogí de hombros.
No sabía de qué estaba hablando.
—Me gustaría conocerte un poco más…
—Anoche tu novio intentó succionar mi verga con su boca. Él sí que
intentó conocerme —soltó una risa y golpeó con fuerza la mesa. Me
sobresalté. —Los latidos me volverán locos.
El hombre de Preto Café nos tendió los batidos junto a un par de
galletas; eran enormes y con virutas de colores por encima. El chocolate se
deshacía y corrí para sostener una entre mis manos. Al hincarle el diente
noté como el dulce se derretía en mi boca. Jadeé ante el placer que podía
darte el azúcar cuando tocaba tus papilas gustativas.
—¿Un mordisco? —Le ofrecí de mi propia galleta. Pero Diablo
sacudió la cabeza. Apartó el enorme vaso y me miró fijamente—. ¿Por qué
juegas con él?
Recordé lo nervioso que estaba Ray al haber cometido una estupidez
que tentaba contra su propia vida.
—Es inocente. Me gusta.
—Cree que si se acerca a ti podrás ayudarme.
De repente Diablo se golpeó en la cabeza con ambas manos. Miró al
señor que limpiaba la barra de su cafetería y una vez más echó otro vistazo
rápido.
—No me gusta este lugar —me hizo saber. —Sus latidos me vuelven
loco.
—Podemos salir fuera…
Pero Diablo se negaba a abandonar el local.
—¿También necesitas ayuda, mami? —Sus cambios de humor me
confundían. Había momentos que los ruidos lo alteraban y, después me
hablaba como si no hubiera pasado nada. —No podrás pagar el alto precio
que ponga sobre la mesa si decido ayudarte.
Paseé el dedo por la nata que sobresalía de la bebida fría y me lo llevé
a la boca antes de responderle:
—¿Estás seguro?
Diablo rio y empezó a gritar:
—¡Basta! —Golpeó la mesa. —¡Re puta madre!
—¿Qué sucede?
Empezó a temblar.
Se llevó las manos a la cabeza y su respiración se disparó. Estaba
temblando. Su rostro enrojeció de la presión que ejercía por mantenerse
quieto. No lo consiguió. Se golpeó una y otra vez contra la mesa. Cuando se
detuvo, me mostró la brecha que se había hecho en la ceja izquierda. Un
hilo de sangre marcó su rostro.
—Es su corazón —dijo, y volvió a mirar al hombre. —Sus latidos no
dejan de resonar en mi cabeza. ¡Verga!
El dueño, cansado ante los gritos del cliente que le abrió un maletín
para dejarnos el local para nosotros dos, se cansó y se acercó para saber qué
estaba sucediendo.
—¿Sucede algo, señor?
Diablo se echó hacia atrás y lo miró con los ojos inyectados en
sangre.
—Su puta madre —le respondió, junto a una risa.
—¿Qué ha dicho, señor?
—Su puta madre está lamiendo mi verga debajo de la mesa —su
carcajada no solo incomodaba al hombre, a mí también.
—Deberían irse de mi negocio.
—No —lo confrontó—. No saldré de aquí hasta que su corazón deje
de latir.
El hombre se puso pálido.
Intenté calmar a Diablo:
—Será mejor que marchemos. Podemos ir a otro sitio. Con menos
ruido —le seguí el juego.
Pero él no se lo tomó bien.
—¿Crees que miento?
—No.
Se levantó del asiento y acomodó ambas manos sobre la mesa. Se
inclinó hacia delante para volver a hacerme la misma pregunta.
—¿Crees que miento, mami?
—No —si hubiera sido Bloody se lo hubiera gritado sin temor. Pero
él no era como Bloody. Diablo era más agresivo.
Se secó las gotas de sudor que nacieron en su frente con un pañuelo
de seda que se sacó del pequeño bolsillo de la americana y volvió a dialogar
con el señor de una forma más correcta.
—Tiene razón —estiró los labios—. Me iré de aquí. Pero usted tiene
que hacerme un favor.
Éste me miró y yo bajé la cabeza.
No sabía cómo podía ayudarle.
—Usted dirá.
—Detenga ese sonido —le pidió Diablo.
—¿Qué sonido? —El hombre miró las máquinas de café o los
refrigeradores de helados. No había ruido. Solo nuestras voces.
Diablo golpeó su pecho para dejarle claro de que sonido estaba
hablando.
—Su corazón bombea más rápido que el de los demás. Sus latidos me
ponen nervioso.
—Yo no lo puedo controlar, señor.
—Diablo —interrumpí, pero me ignoró.
Se quitó la americana y la dejó sobre la mesa. El hombre vio el arma
que llevaba el mexicano junto a él.
—Será mejor que llame a la policía.
Lo detuve:
—No —tragué saliva, podía ser peligroso para todos—. No lo haga,
por favor.
—Salgan de mi negocio.
—Está bien —lo tranquilicé.
Me levanté de la mesa y tiré del brazo de Diablo una vez que cogí su
prenda de ropa. Estábamos a punto de salir de la cafetería cuando de
repente Diablo frenó en seco.
—Lo volvió a hacer —me apartó de su lado y se dirigió hasta el
propietario—. ¡De rodillas! —Gritó—. Póngase de rodillas.
El hombre, al tener un arma presionando en su cráneo, obedeció lo
que le pidieron. Se puso de rodillas en el suelo y miró a Diablo a los ojos.
—Por favor, señor —suplicó—, tengo tres hijas pequeñas.
Me acerqué lo más rápido posible, pero cuando lo alcancé, Diablo ya
le había volado la cabeza con un par de tiros. Solté un grito para alertar de
todo lo que estaba sucediendo en el interior.
Diablo empujó el cuerpo que quedó inclinado hacia delante. Cogió un
cuchillo de la barra y se arrodilló junto al cadáver. Rasgó la ropa del
hombre, destrozó con sus puños las costillas y desgarró la carne del hombre
para obtener el órgano que lo había vuelto loco. Se levantó con una sonrisa
y quedó cara a cara conmigo.
Mis ojos se llenaron de lágrimas.
—Lo ves, mami. No deja de hacer ruido.
Me mostró el corazón de su víctima.
—Por favor —supliqué.
—Míralo.
«Bloody.» —Pensé.
—Basta —insistí.
—¡Míralo! —Gritó, y en un solo movimiento presionó el órgano
motor en mi boca—. Deberías cometerlo. Suelen dejar de hacer ruido
cuando lo mordemos.
Estaba temblando.
Era capaz de hacérmelo comer.
—Diablo —no sabía qué hacer para alejarlo de mí —, yo no puedo
escuchar ese sonido.
Él miró lo que sostenía.
La sangre se le escurría entre las manos y cubría su camisa blanca con
enormes manchas rojas.
—Yo sí. Y no lo soporto.
Lo tiró al suelo y empezó a machacarlo con su zapato. Cuando
escuché la campanilla de bienvenida de la cafetería, me di cuenta que estaba
a salvo. Bloody me rodeó con su brazo y me alejó de Diablo.
Giré sobre las deportivas y correspondí a su abrazo mientras que
lloraba sobre su pecho.
—Lo siento —me disculpé con él—. No sabía qué haría algo así. Lo
siento, Bloody.
—Ya está —intentó tranquilizarme, acariciando mi cabello. —¿Te
ocupas tú?
Le preguntó al único mexicano que entró para ver qué había sucedido.
Éste asintió con la cabeza y le pidió a Diablo que saliera fuera.
—Pero no he terminado con mi cita, ¿verdad, mami?
Se me aceleró el corazón ante la idea de tener que quedarme una vez
más a solas con él.
—Señor Arellano, la joven tiene que volver junto a Vikram.
Bloody le dio las gracias.
Diablo salió de la cafetería y se quedó sentado en el bordillo mientras
que miraba sus manos y decía:
—Por fin llegó el silencio, verga.
Había sido una mala idea entrar en el despacho de mi padre. Pero tampoco
contaba con que esos dos siguieran manteniendo relaciones sexuales en
todos los rincones de la casa. Al menos no estaba sola. Bloody también
puso los ojos en blanco cuando los jadeos de Shana resonaron por todo el
despacho. No quería ni pensar en dónde tendría mi padre la mano enterrada.
Golpearon con fuerza el escritorio y me tapé los oídos con los dedos.
Seguía escuchando los jadeos de ambos.
—¿Quién es tu chica favorita? —Preguntó, bajándose del escritorio.
De repente se escuchó otro golpe en seco. —Di mi nombre.
Él le respondió:
—Tú —a la vez que jadeó.
Por debajo del escritorio, el hueco que quedaba libre de madera, se
podía ver cómo le habían bajado los pantalones y lo veloz que fue Shana en
arrodillarse.
Sentí nauseas.
No por el hecho de que mantuvieran relaciones sexuales, pero sí por
tener que estar presente.
—No tan rápido —le costó decir—. No quiero terminar todavía.
Era capaz de salir en cualquier momento solo para que esos dos se
detuvieran. Aunque la mano de Bloody no era un buen aliado en ese mismo
instante. Siguió reteniéndome junto a él y sacudió la cabeza para advertirme
que no hiciera ninguna tontería.
—Será mejor…que volvamos a la habitación—cogió aire—. Shana,
pequeña, vamos. Nos podrían escuchar.
Ésta clavó las manos heridas en el suelo y se impulsó hacia arriba
para salir detrás de Vikram. Cuando se subió los pantalones, paseó por el
despacho hasta coger el arma que guardaba en el interior de su cazadora.
En el momento que salieron respiré con tranquilidad.
—¡Qué asco!
Exclamé, y Bloody rio.
—Es nuestro castigo por no haber tenido más cuidado.
Golpeé su brazo con mi puño.
—Cállate, idiota.
Se sentó sobre el asiento de Vikram y siguió observando el cajón.
Sabía que la idea le rondaría por la cabeza hasta que consiguiera abrirlo. Me
senté en el escritorio y observé la forma en la que ladeaba la cabeza.
—¿En qué piensas?
—Tenemos que retrasar el viaje a México.
Crucé los brazos bajo el pecho.
—Parece tan fácil decirlo —vacilé—. Lo difícil es llevarlo a cabo,
¿no crees?
—Puedes ponerte enferma.
—Eso ya sucedió —le recordé, todos los golpes que me dejaron
durante un par de días en la cama—. No sintió lástima por mí. Tiene una
fecha y la acatará. ¡Es una mierda!
Bloody se levantó y sostuvo mi rostro entre sus manos.
—Quiero que dejes a un lado los lazos amistosos que has hecho con
nuestros enemigos.
—¿Nuestros? —Repetí, y asintió con la cabeza—. ¿Ahora somos un
equipo?
—Cielo, somos un equipo desde que me suplicaste que te llevara a la
cama —soltó un gruñido, cerca de mi oído—. Sigo deseando tocarte.
Sentí como una ola de calor nacía en mis mejillas y seguía
descendiendo hasta mis piernas. Bloody seguía creyendo que era virgen.
Que la noche que me alejó de él fui una niña buena y estuve acomodada en
cualquier rincón del jardín antes de encontrarlo en mi habitación.
Me mordí el interior de la mejilla y guardé ese pequeño secreto.
—¿Qué? ¿Ya no me deseas?
—Me ocultas cosas. Me mientes. Intentas mantenerme encerrada en
una habitación para que no busque una forma de huir —proseguí—. Y me
ha dolido, Bloody. Confié en ti. Y tú…tú…
Presionó suavemente sus labios contra los míos para besarme. Su
lengua se enroscó alrededor de la mía y jadeé cuando sentí su mano sobre
mi muslo. Me sentí extraña ante la sensación que me provocaba Bloody.
Era nuevo, pero no era desagradable. Lo detuve un momento para respirar.
—No está bien —dije, pero no me aparté de él.
—¿Tartamudito?
Al mencionar el apodo de Ray, presioné ambas manos sobre su pecho
y lo alejé de mi lado. Estaba segura que en cualquier momento, el calor que
él mismo provocó en mi cuerpo, desaparecería.
—Será mejor que nos vayamos a la cama.
—Está bien —dijo, antes de separarnos.
A las siete de la mañana se escucharon los motores de un par de coches
saliendo de los terrenos de Vikram. No le di importancia porque estaba
cansada. Solo había dormido dos horas. Cuando llegué a la habitación lo
primero que hice fue tumbarme e intentar poner la mente en blanco; por
suerte lo conseguí y no tardé en quedarme dormida.
Tres horas más tardes, cuando el reloj marcó las diez de la mañana,
alguien se encargó de despertarme. Le di permiso para adentrarse en la
habitación y me encontré con Abaddon. Éste se acercó y me tendió una
carta.
—¿Qué es?
—Raymond me ha pedido que te la dé —sonrió—. Sabía que estabas
durmiendo, por eso no te la he entregado a primera hora.
—No entiendo nada.
—Yo tampoco, pequeña.
Abaddon se encogió de hombros.
Miré el sobre en blanco.
—Gracias —dije, frotándome los parpados con el puño. Abaddon me
dejó a solas y yo seguí sentada en la cama mientras que observaba la
posible nota que me había enviado Ray—. No lo entiendo.
Rasgué uno de los laterales del sobre y saqué el papel blanco.
Querida Alanna,
siento haber marchado sin antes despedirme de ti. Teníamos que salir
antes de que el sol nos iluminara la carretera. Sé, que estos dos últimos días
he estado ausente por las noches, pero tenía que terminar de trasladar los
paquetes de cocaína de Diablo.
Prometí contártelo todo, pero no podía involucrarte en un plan qué no
estoy del todo seguro que salga bien. Lo único que puedo decirte es que
muy pronto volveremos a vernos.
Echaré de menos tu olor, el tacto de tu piel y la forma en la que me
miras consiguiendo que me sienta importante a través de tus ojos verdes.
Te quiero.
No cometas ninguna locura.
Y Bloody, por muy idiota que sea, te cuidará.
PD: Diablo dice que pronto contactará contigo. Espero que no hayas
hecho ningún trato con él. Y, si así fuera, por favor, olvídalo.
Raymond.
Atravesamos las puertas giratorias del bar La perla negra. Lo primero que
hicieron los clientes, al darse cuenta que habían entrado dos mujeres, fue
detener sus charlas para observarnos con sorpresa. Shana tiró de mi brazo y
nos acercamos hasta la barra del bar para pedir los primeros chupitos.
El olor a puro, cigarro negro y alcohol no me disgustó. Eché un
vistazo rápido a mi alrededor y me di cuenta que seguíamos siendo el centro
de atención. Las únicas mujeres que había visto eran las llamativas
camareras que no dejaban de trabajar en ningún momento.
La mujer de cabello rojo pasión, la que nos sirvió dos chupitos de
regalo por parte de la casa, parecía cansada. Atrapé el vaso pequeño entre
mis dedos y me lo bebí de un solo golpe. Shana me felicitó.
—Muy bien, Ratoncito.
Ella hizo lo mismo.
No mantuvimos ninguna conversación en concreto. Simplemente
íbamos pidiendo copas mientras que lo celebrábamos mutuamente cada vez
que el vaso de chupito o las jarras de cerveza quedaban vacías.
De repente le pregunté algo que ni yo misma entendí:
—¿Bloody y tú…?
Ella rio.
—¿Si estamos juntos? —Me encogí de hombros, y le di otro trago al
ron negro que nos dejaron sobre la barra—. No. Nuestra relación es
complicada.
—Todas las relaciones son complicadas.
Me dio la razón.
—Aunque me veo con un hombre que tiene la edad de mi padre —eso
era justo lo que quería escuchar—. Una relación secreta. Una puta mentira
—a Shana empezaba a subirle el alcohol. —Cuando se canse de mí me dará
la patada. ¡Guapa! —Alzó la voz—. Otra botella cuando puedas.
Me disculpé con Shana y me dirigí hasta el baño para humedecer mi
rostro. Con tanto humo, podía sentir mi piel reseca. Arreglé mi cabello y
volví a reunirme con la mujer que seguía bebiendo sin parar.
Al acomodarme sobre la barra, los tragos de chupitos aumentaron; a
mí me esperaban seis más.
—De un solo trago, Ratoncito.
Y así hice.
Pero debí habérmelo bebido con más calma. Porque cuando llegué al
quinto, ni siquiera podía mantenerme sobre el taburete. Caí en redondo.
Todo me daba vueltas. Podía ver como las personas que se acercaban a mí,
se distorsionaban.
Shana bajó de su asiento y alzó mi cabeza.
—No me…encuentro bien…, Shana.
Necesitaba salir de allí.
—No te preocupes —acarició mi cabello—. Te sacaré de aquí,
Ratoncito.
Shana llamó a alguien. Al principio creí que se trataría de Kipper,
pero el hombre que me recogió del suelo era Brasen.
—¿Qué…hace…aquí? —Arrastraba cada palabra.
—Yo lo llamé —Shana caminó por delante de nosotros. Nos
dirigimos hasta la parte trasera del bar, y subimos en otro coche—. Pronto
te quedarás dormida.
—¿Dormida?
No entendía nada.
El alcohol no me ayudaba a dormir.
Ella rio.
—Por el SDA —dijo—. Es una droga.
—¿Me…has…drogado? —Empecé a tiritar. Tenía frío.
—Sí. Estoy cansada de tener que escuchar tu nombre a todas horas.
De la boca de Bloody e incluso de la de Vikram —me miró a través del
retrovisor—. Soy un poco celosa.
—Estás…loca.
Me pesaban los parpados.
—Dulce sueños, Ratoncito.
Fue lo último que escuché.
Tenía frío.
Abrí los ojos al darme cuenta que la temperatura había bajado. Me
arropé con mis propios brazos y me di cuenta que estaba dentro de una
bañera llena de hielo, en ropa interior y apestaba a carne podrida.
Empecé a asustarme. Seguía sintiéndome mal, pero tenía que salir de
aquel cuarto de baño. Aferré mis dedos al borde de la bañera y empujé mi
cuerpo un par de veces. Me faltaban fuerzas, pero no me rendí. Cuando
conseguí sacar medio cuerpo fuera, solté un grito ante el charco de sangre
que rodeaba la bañera. No era mía, ya que había un brazo amputado cerca
de mi ropa.
Intenté no vomitar y salí como pude. Mi piel se manchó de la sangre
de la víctima. Me arrastré hasta mis vaqueros e intenté apartar el brazo que
acomodaron sobre la tela de los pantalones. Pero me detuve al ver el tatuaje
minimalista de la muñeca; era un sol, con una pequeña estrella en el
interior.
«No.»
Conocía perfectamente ese tatuaje; Evie y Ben se lo hicieron cuando
cumplieron el primer año de novios.
Mi mejor amiga estaba muerta, y lo único que tenía de ella era una
extremidad de su cuerpo. Empecé a llorar, y con el pulso tembloroso saqué
el teléfono móvil que me dio Bloody.
Descolgó la llamada al tercer tono.
—¿Alanna?
Mi llanto no me ayudó a poder comunicarme mejor con Bloody.
—No…No…sé…dónde estoy —intenté coger aire, pero las náuseas
volvieron—. Shana…me ha drogado. Estoy en un baño. Pero no sé de quién
es la casa. Brasen vino a recogernos…del bar…La perla negra.
—Cielo —acabé poniéndolo nervioso—, escúchame. ¿Tienes el
arma?
Rebusqué en el otro bolsillo.
—Sí —me alegré—. Sí. Sigue aquí.
—Bien. Mientras que yo llego, quiero que te aferres a la pistola y no
dudes en usarla si alguien se acerca a ti —podía escuchar sus pasos—.
¿Alanna?
—Evie está muerta —volví a mirar su brazo—. La han matado.
Y volví a romperme.
—Cielo, sigue hablándome. Quiero seguir escuchando tu voz.
—Te necesito, Bloody.
—Lo sé —quería tranquilizarme—, pero en cinco minutos estaré a tu
lado. No pasará nada malo.
—Creo que quieren matarme —seguía temblando—. Me he
despertado sobre una bañera llena de hielo.
—Nadie te pondrá una mano encima.
—¿Bloody?
De repente escuché un ruido al otro lado de la puerta. Era el llanto de
una niña pequeña. Arrastré mi cuerpo para esconderme detrás de la bañera y
llevé el arma hasta mi pecho para protegerme.
—¿Cielo?
—Creo que va a entrar.
Podía escuchar como otros conductores intentaban quitarse del
camino de Bloody; conducía muy rápido y saltándose la normativa de
seguridad viaria.
—Tienes que disparar.
Asentí con la cabeza.
La puerta se abrió.
Toqué el gatillo con el dedo y miré por encima de la bañera. Brasen
caminó tan rápido hacia mí, que no me dio tiempo a dispararle.
Me golpeó en la cabeza.
—¿Cielo? ¿¡Alanna!?
Capítulo 71
BLOODY
Colgaron la llamada.
—¡Joder! —Golpeé el volante.
No tendría que haber permitido que saliera con Shana. Pero Alanna
siempre conseguía salirse con la suya. Conduje hasta el apartamento de
Brasen, uno que heredó de sus padres, y esperé por su propio bien que ella
siguiera con vida. Seguí gruñendo hasta que vi el bloque de apartamentos.
Dejé aparcado el coche como pude, y bajé rápidamente.
No tardé en subir los cinco pisos de altura. Cuando quedé delante de
la puerta 7, disparé a la cerradura de seguridad y derribé el obstáculo que
tenía en mis narices con mi propio cuerpo.
Era un apartamento pequeño; el comedor estaba junto a la cocina.
Tenía una habitación y un baño. Entré con cuidado a la habitación y me
tembló el pulso al encontrarme a dos niñas pequeñas desnudas sobre su
cama. Estaban muertas. Me acerqué con cuidado y las cubrí con una sábana
que había tirada en el suelo. Más o menos eran de la edad de Adda.
—Hijo de puta.
Brasen nunca debió de salir de prisión; siempre había estado
obsesionado con las niñas menores de trece años y les arrebataba la vida
con sus propias manos.
Seguí avanzando y me detuve delante de la puerta del baño. Estaba
abierta y conseguí ver lo qué estaba pasando en el interior; Brasen alzaba el
cuerpo inconsciente de Alanna. Intentó levantarse, pero se lo impedí con el
arma.
—Deja su cuerpo en el suelo —le pedí, sin alterarme más de lo que
estaba—. Suéltala, Brasen.
Me obedeció.
Quedó de rodillas ante ella y acarició el pálido rostro de Alanna. Al
darse cuenta que su cabello estaba enredado, intentó pasear los dedos por la
oscura melena de ella.
—¡Brasen!
Me miró.
—Ahora es mía —se excusó.
—Aléjate de Alanna.
Negó con la cabeza.
—Shana me la ha vendido.
«Hija de puta.» —Pensé.
—Es una de mis muñecas —siguió—. Pienso cepillar su cabello y
vestirla con un hermoso vestido rosa.
Intenté acercarme, pero no podía arriesgarme.
—He conseguido dos amigas para ella —sus ojos se iluminaron—.
Están durmiendo en la cama.
—Brasen —le advertí.
Pero me ignoraba.
—Son hermosas. Tres hermosas muñecas.
Me cansé:
—No quiero matarte, Brasen. Pero si no me haces caso, tendré que
hacerlo.
Éste volvió a mirar a Alanna. Mostró una horrenda sonrisa y se
inclinó hacia abajo para besarla delante de mí. No se lo permití; disparé
directamente a la cabeza. Como no fue suficiente volarle el cráneo con la
Glock 17, tiré su cuerpo hacia atrás y atravesé cuatro balas más en su
enorme cuerpo.
La sangre de Brasen se mezcló con la sangre de otra de sus víctimas.
Me guardé el arma y me arrodillé ante Alanna para levantarla del
suelo. Una vez que la tuve junto a mí, la arropé y me dirigí hasta la puerta
para desaparecer del apartamento de ese maldito hijo de puta.
Pero antes de salir, me di cuenta que había un brazo junto a la ropa de
Alanna; ella me lo dijo por teléfono. Era de Evie.
—Lo siento —me disculpé.
Ella no podía escucharme.
—No pude hacer nada —pegué mis labios a su frente—. Quise
salvarle la vida, pero no me dio tiempo. Lo siento, Alanna.
De repente su cuerpo empezó a tener convulsiones.
—¿Cielo?
Y de su boca brotó una densa saliva espumosa.
Capítulo 72
Paseé la lengua por el exterior de los dientes por el desagradable sabor que
desprendía de mi boca. Me removí sobre la cama hasta que caí a uno de los
laterales de mi cuerpo y me encontré a Bloody; estaba dormido mientras
que mantenía su mano sobre la mía. Retiré el brazo con cuidado y me
abrigué con el edredón que me daba calor. Me encontraba tan mal, que no
me importó estar en ropa interior.
Acaricié mis brazos y de repente pensé en Evie. ¿Qué clase de
persona arrastraba a una dulce joven hasta su morada para descuartizarla?
La respuesta era sencilla; un monstruo como Brasen.
Mis pies tocaron el suelo e intenté salir de la cama. Pero la voz de
Bloody me detuvo. Se levantó inmediatamente, y con su brazo volvió a
recogerme para tumbarme sobre el colchón.
—Tienes que descansar —dijo, y no evitó soltar un bostezo. Parecía
cansado—. Doc lo ha recomendado. Y así será.
No podía seguir sin hacer nada.
—¿Encontraste el cuerpo de Evie?
Bloody me respondió:
—No. Lo siento, Alanna.
—He descartado la posibilidad de que ella esté viva —bajé la cabeza
avergonzada, ya que mi fe se esfumó—. ¿Crees que es lo correcto?
¿Enterrarla de mi corazón sin saber realmente qué ha sucedido con ella?
—Brasen compró el brazo.
Agrandé los ojos, y me costó, ya que los tenía entrecerrados del
cansancio y los efectos del alcohol.
—Entonces él podría darnos un nombre…
Me interrumpió.
—Está muerto —me acercó hasta él y acomodó su cabeza sobre la
mía—. Tuve que matarlo. Había acabado con la vida de dos niñas pequeñas
y quería hacer lo mismo contigo.
De repente recordé un nombre.
—Shana —terminé por susurrarlo inconscientemente.
Bloody gruñó y observé como cerraba los puños de la ira que sintió al
escuchar el nombre de la mujer que me drogó y me entregó a Brasen.
—Tenemos que volver —le dije—. Necesito hablar con Vikram y
contarle todo lo que ha pasado en las últimas horas.
—No te creerá —insistió en que guardara reposo, pero no lo
consiguió—. Somos testigos de su romance con Shana. Será una pérdida de
tiempo.
—No si juego bien mis cartas.
—¿Qué pretendes hacer?
Todavía no podía decirle nada. Primero, y lo más fundamental, era
encontrar el cuerpo de Evie. Después, buscaría una forma para chantajearlo
o alejarlo del teléfono que custodiaba en su despacho para contactar con las
autoridades.
No permitiría, que después de todo el daño que me estaban causando,
saliera de Estados Unidos con una amplia sonrisa.
Acomodé la mano sobre mis cejas para que los rayos del sol no me
molestaran. Salimos del vehículo y nos dirigimos inmediatamente hasta la
propiedad. Bekhu y Lulian miraron a Bloody; le hicieron un gesto con la
cabeza y éste respondió que más tarde se reuniría con ellos. Seguimos
avanzando hasta que nos detuvieron el paso.
Lulian empujó el cuerpo de Bloody, consiguiendo derribarlo hasta el
suelo.
—¿¡Te has vuelto loco!? —Furioso, se alzó del suelo para enfrentarlo.
—Estás por debajo de mí. No lo olvides.
—Vikram me ha dado nuevas órdenes. Quiere que te mantenga
alejado de su despacho durante un tiempo.
Bloody y yo nos miramos.
¿Sospechaba de nosotros?
—Y, ¿qué pasa conmigo? —Pregunté.
Lulian respondió:
—A ti te está esperando.
Abrió la puerta, y antes de adentrarme en el interior, le pedí a Bloody
que me esperara en la habitación. Éste se negó un par de veces hasta que
terminé suplicando. Me dio un apretón de manos y se alejó de nosotros.
Mi padre no estaba solo. Shana le hacía compañía. Sonrió al verme
aparecer y cruzó las piernas; ella se encontraba sentada sobre el escritorio.
—Kipper me dijo que desapareciste del bar —su voz firme y
autoritaria se elevó en esas cuatro paredes—. Estaba preocupado. Pensé que
te habías escapado.
Miré a Shana.
Ella miró a Vikram por encima del hombro para decir:
—Creí que sería un buen Ratoncito —arrastró sus cortas uñas por las
rodillas descubiertas—. Lo siento tanto, Vikram. Prometo que no volverá a
suceder.
Deseé enredar mis dedos en su cabello y golpearle en las heridas
recientes.
—¿Puedo hablar contigo? —Miré a mi padre y éste miró a su nueva
amante—. A solas, por favor.
Shana negó con la cabeza y mi padre terminó dándole la razón.
—Shoshana es de confianza. Puede quedarse.
—¿Estás seguro? —Al escuchar un sí escapando de sus labios, me di
cuenta que tenía que decirle la verdad delante de la asesina de Evie—. Ella
mató a Evie.
No tardó en reinar el caos.
—¿Quién es Evie?
Intenté abalanzarme sobre ella, pero mi padre fue más rápido.
Consiguió inmovilizarme en un cerrar de ojos. Grité con todas mis fuerzas y
presioné para que ésta confesara. Pero no lo hizo.
—¡La mataste!
—Shana no ha matado a nadie —dijo, mi padre a mis espaldas—.
Cálmate, Alanna. Estás muy nerviosa.
¿Cómo podía confiar en ella y no en mí?
Porque seguramente los dos estaban involucrados en el asesinato de
mi mejor amiga; mi padre, sin darse cuenta, cometió un error al nombrar el
centro comercial del que desapareció Evie.
—Sé dónde se encuentra el cuerpo.
—¿Lo dices en serio?
Quedé cara a cara con él.
—Sí —recordé la noche en la que Shana me pidió que la siguiera
hasta el sótano que había fuera de la casa. La forma en la que bromeó sobre
el baúl que decoraba una de las esquinas del sótano. Su manera de
asustarme y no conseguirlo. —Está en la caseta que te lleva hasta el sótano.
Ellos dos se miraron.
—Será una pérdida de tiempo, Vikram.
Él pasó por delante de Shana y recogió su americana para salir al
exterior. Caminé por delante de ambos y marqué el ritmo de nuestros pasos.
Cuando bajamos los escalones, el olor a desinfectante seguía
manifestándose como la última vez que estuve ahí.
Mi padre abrió la puerta y dejó que buscara el baúl.
Pero dentro no había nada.
Corrí hasta la esquina.
—¡Estaba aquí! —Apunté el rincón con el dedo—. Yo lo vi. Esa
noche vi el maldito baúl.
Shana se quedó cruzada de brazos esperando a que Vikram dijera
algo. Mi padre, se sintió ofendido conmigo, así que acomodó su mano sobre
mi hombro y me pidió que me relajara.
—Aquí nunca ha estado Evie.
—¡Sí! Estoy segura que Shana la mató.
Su teléfono móvil sonó y se disculpó con ambas por tener que
abandonarnos durante un par de minutos. Me quedé a solas con la asesina, y
se acercó hasta mí para plantarme cara.
—No tienes pruebas.
Su risa me dio fuerzas para golpear su rostro. Cuando su mejilla se
sonrojó y Shana escupió la sangre que le produjo el golpe, me cogió por el
cuello e intentó devolverme el dolor. Pero no lo consiguió.
—¡Eres una zorra!
—Entonces tienes que saber que ésta zorra no ha trabajado sola.
—¿Qué? —Me levanté del suelo.
Ella decidió ir detrás de Vikram. Pero la detuve a tiempo.
—¡Responde!
Pero su respuesta fue otra muy diferente a la que esperaba.
—¿Dónde estará Ray? —Se rascó la barbilla—. Fue sencillo hacerle
escribir esa bonita carta de despedida.
Se me hizo un nudo en la garganta.
—¿Le has hecho daño?
Soltó una carcajada y salió corriendo escaleras arriba.
Cuando salí del zulo, Bekhu y Lulian me esperaban para custodiarme
hasta la habitación. Vikram les ordenó que me vigilaran y que me
mantuvieran lejos de Shana. Me resistí hasta que me dejaron encerrada.
Me desahogué gritando y golpeando todo lo que me rodeaba.
«¿Y si Ray está muerto?»
—¡No! —No podía creer que él también estuviera muerto.
Caí al suelo y posé ambas manos en el parqué. Estaba temblando.
Arrastré mis uñas por el suelo de madera y me destrocé un par.
—¿Alanna? —Bloody cerró la puerta detrás de él.
—¿Qué?
—Nos fugamos.
¿Lo decía en serio?
Capítulo 74
BLOODY
Shana me abrió la puerta cuando golpeé la madera con mis nudillos. Intenté
cambiar mi rostro en el momento que quedamos uno delante del otro. Le
mostré una sonrisa traviesa y esperé a que me invitara al interior; pero no lo
hizo. Se cruzó de brazos y, con una ceja alzada me dijo:
—¿Qué quieres?
Paseé mis dedos por el cabello y recogí la melena para que no me
estorbara. Empujé su cuerpo con el mío y terminé colándome en el interior
de la habitación sin permiso. Seguí avanzando bajo su atenta mirada y
escondí mis manos en los bolsillos de los pantalones. Me dejé caer sobre el
colchón.
—Acércate —le guiñé un ojo—. No voy a morderte.
Solté una fuerte carcajada.
—¿Vas armado?
Negué con la cabeza.
Saqué las manos de los bolsillos y me levanté de la cama. Para que se
sintiera segura a mi lado, tiré hacia arriba la camiseta y le mostré mi torso y
espalda desnuda. Al ver como asentía con la cabeza, terminé por subirme
los dobladillos de los pantalones y volví a vestirme.
—¿Sigues sin querer acercarte a mí?
Ésta dio cortos pasos antes de quedar a mi lado. Acaricié su rostro y
Shana no tardó en cerrar los ojos ante el contacto de nuestra piel.
—Alanna ya sabe que su amiga está muerta…—dejó de hablar
cuando presioné mi dedo sobre sus labios—. ¿Qué?
—No he venido a hablar de la cría.
—¿No?
Empujé su cuerpo hasta la cama y acabé encima de ella. Retiré con
cuidado el cabello rubio de su rostro y paseé mis dedos por su nariz hasta
detenerme en la línea de sus labios.
—Estaba solo —le expliqué—, y recordé que debajo de mi habitación
tengo una vieja amiga que dijo que me echaba de menos.
Antes de que me reclamara cualquier cosa, me deshice del botón de
su pantalón y adentré mi mano en el interior. Shana se estremeció cuando
los dedos pasearon por encima de la tela que cubría su sexo.
Inevitablemente gimió.
—Tengo información que podría…interesarte —le costaba respirar.
Se mordisqueó el labio y me miró—. No te detengas.
Le aseguré que eso no sucedería.
—Tú dirás.
Entrecerró los ojos y arrastró torpemente sus manos encogidas
alrededor de mi muñeca. Quería que disminuyera los movimientos cuando
empecé a penetrarla con los dedos. Su interior estaba tan húmedo, que no
fue difícil entrar en su oscura y vieja cueva.
—Ray dejó de ser virgen —soltó. Entonces sí que dejé de masturbarla
—. ¿Bloody?
—Imposible —susurré.
Shana soltó una carcajada y sentí la presión de sus muslos sobre mi
mano para notar con más intensidad mis dedos dentro de su coño.
—No, no lo es —soltó otro gemido—. Tuve que recoger las sábanas
de vuestra habitación. Había un condón usado y una mancha de sangre en
las sábanas. ¡Auch! —Se quejó cuando saqué con fuerza mis dedos—. Son
adorables, ¿no crees?
¿Alanna y Ray habían mantenido relaciones sexuales?
Quise borrar esa imagen de mi cabeza. Así que acaricié el cuello de
Shana con la mano y luego toqueteé por encima de su fina camiseta los
pechos. Ella luchó por mantener los ojos abiertos, aferrándose al placer que
podía darle si seguía con mi juego.
—Bloody…
—Silencio —le pedí, en un susurró—. ¿Querías que te follara duro?
Ella asintió con bruscos movimientos de cabeza.
Shana se precipitó a la hora de intentar buscar mis labios, pero nunca
consiguió un beso de mi parte. Lo único que hice fue atrapar sus muñecas
para dejar sus manos detrás de la cabeza. Me deshice de su camiseta,
liberando sus hinchados y cálidos pechos.
No la deseaba.
Me sentí muerto por dentro y tuve la necesidad de seguir con el plan
que tracé yo solo para sacarle algo de información. Lo que no esperaba,
cuando me colé en su habitación, fue descubrir un dato que me
desconcertaría.
—Te devolveré cada mordisco que he recibido de tus pequeños y
afilados dientes —le confesé. Shana abrió los ojos de par en par cuando
atrapé uno de sus pezones en el interior de mi boca. Mordí con tanta fuerza
que creí que los gemidos que escapaban de sus labios eran de dolor, pero
me equivoqué; era placer. Estaba disfrutando. —Pienso castigarte.
—Tus amenazas siempre suenan tan jodidamente eróticas —se
mordisqueó el labio. Era capaz de tener un orgasmo a través del dolor.
Cuando volvió a entrecerrar los ojos, golpeé su rostro hasta tener su
atención. Shana sonrió y me pidió que volviera a enrojecer su piel. Antes de
complacerla, me levanté de la cama para desnudarme. Me liberé de todas
las prendas que me cubrían y me quedé sobre ella para impedir que
escapara.
Ella apoyó la cabeza con violencia sobre la almohada. Agitó su
cintura para llamar mi atención y esperó a que mi lengua volviera a recorrer
su piel una vez más.
Pero lo único que se escuchó en esa habitación fue el duro azote que
aterrizó en su caliente vagina. Shana apretó los dientes y se retorció de
dolor y placer.
—Más —pidió, y volví a aterrizar otro azote en su carne. Creé una ola
de placer que rompía la idea que tenía yo en mente; castigarla por todo el
dolor que estaba causando.
Podía sentir como se ceñía su coño cuando mis dedos pellizcaban sus
pezones. Los azotes que teñían su piel eran caricias agudas que le hacían
suplicar.
No seguí seduciéndola, simplemente llené su interior con mi polla y
me dejé caer sobre su pecho. Atrapada entre la cama y debajo de mi cuerpo,
Shana se veía indefensa. No se podía mover, no podía mantener el control,
ni siquiera sabía si le permitiría llegar al orgasmo.
Cerré los ojos e intenté olvidar su rostro; no dejé de penetrarla hasta
que los gemidos y los arañazos en mi piel me avisaron que había terminado.
Me corrí en su interior cometiendo el error de no haber usado
protección. Intenté escapar, pero Shana me derrumbó hasta el otro lado de
la cama.
Se deshizo de todo el sudor que humedeció mi frente y toqueteó la
polla que la llenó de leche.
—Te echaba de menos —confesó.
Ni siquiera era capaz de ocultar mi desagrado.
—Al menos contigo no tengo normas.
Shana limpió su vagina y se levantó de la cama para acercarnos un
par de cigarros. Me lo encendí y esperé a que ella dijera algo.
—¿Qué querías, Bloody?
Reí.
—¿Cuándo salen a México? —Pregunté.
—Eso da igual.
—Quiero una fecha —insistí, y bajé el cigarro.
Se dio el placer de besarme en los labios y me susurró en el oído:
—Dentro de una semana.
Tenía tiempo para mover los pocos contactos que trabajarían a
espaldas de Vikram.
Me levanté de la cama para vestirme, pero la voz de Shana me detuvo
una vez más. Se acercó hasta mí, y antes de que mi miembro volviera a
quedar oculto en el boxer, ésta lo acarició lentamente.
—Vikram no puede saber lo que acabamos de hacer.
«Cierto.» —Pensé. «Ahora te lo follas.»
Le devolví la sonrisa.
—Otro secreto más que tendré que llevarme a la tumba.
—Eso espero —vaciló—. Yo no le he dicho al Ratoncito quién
enterró a su mejor amiga. Si Alanna llega a enterarse que tú lo sabías todo,
te odiará.
Evité estrangularla.
—Guarda silencio, y yo haré lo mismo.
Shana me lo prometió, pero no podía confiar en ella.
Capítulo 75
RAYMOND
Fue un viaje largo. Tuve que soportar el nerviosismo de Diablo durante dos
días. Una vez que llegamos a la finca de Heriberto, bajé del Jeep y estiré las
piernas y los brazos para deshacerme del molesto hormigueo que recorría
mi cuerpo.
No esperaba que el padre de Diablo nos recibiera en la entrada de su
enorme mansión rústica. Al darme cuenta que junto a él había una mujer,
inmediatamente me oculté con el gorro de la sudadera.
—Esa es Rei —dijo, y alzó el brazo para saludarla.
—Creí que Re-Rei era tu hermano.
Éste respondió con una risa extravagante.
La joven de cabello negro y ondulado empezó a correr hasta lanzarse
sobre los brazos de su hermano. Diablo correspondió al afecto de su
hermana y besó la frente de ella mientras que le mostraba su mejor sonrisa.
—Te extrañé —dijo, con un tono de voz bajo pero dulce. Diablo
empezó a hacerle cosquillas—. ¡Ya basta!
Dejó de reír y me miró. Era un desconocido que se ocultaba detrás de
una tela. Aun así, ella estiró el brazo y esperó que mi mano estrechara la
suya. Y así hice.
—Mi nombre es Reinha —se presentó, cuando su cálida piel acarició
la mía—. Tú debes de ser Bloody.
Diablo golpeó nuestras manos y rodeó el cuello de su hermana con el
brazo. Se alejaron de mí y no tuve otra opción que seguirlos. Escuché la
corta conversación que mantuvieron hasta que quedamos delante del gran
Heriberto.
—¿Y bien?
—Quizás pronto volvamos.
—¿En serio? —Preguntó, sorprendida.
—Pero no le digas nada a papá.
Sellaron sus labios cuando un señor de unos sesenta y tantos años se
quedó mirando a Diablo. Su cabello canoso, que engominó para cepillarlo
hacia atrás, lo hacía parecer más mayor de la edad que me dijo Vikram;
cincuenta y dos.
Diablo abrazó a su padre y éste no tardó en darse cuenta que uno de
los hombres de Vikram había llegado a Veracruz junto a su hijo.
—Tú eres...
Antes de que dijera el nombre de Bloody, me presenté.
—Raymond.
El mexicano me dio un apretón de mano con la misma formalidad que
lo había hecho su hija y se dirigió hasta los mellizos para pedirles un favor:
—Tengo que hablar con Raymond —Diablo bajó la cabeza e ignoró
el tono autoritario de su padre—. Más tarde me reuniré con vosotros.
Heriberto me pidió que lo siguiera y así hice; nos adentramos en el
interior de la mansión y rechacé la bebida caliente que me ofrecieron nada
más pisar el suelo. Subimos al piso de arriba y nos colamos en el interior
del despacho que nos abrieron dos de sus hombres de confianza.
Antes de ocupar uno de los sillones de terciopelo, esperé a que él lo
hiciera primero. Cuando se acomodó, amablemente me pidió que lo
acompañara.
—¿No me mostrarás tu rostro?
—Lo si-siento, señor —me disculpé, y dejé que Heriberto observara
las quemaduras de mi piel.
Se me quedó observando, pero no soltó ningún comentario ofensivo
como había hecho su hijo el día que me crucé con él.
—¿Un castigo de Vikram?
—No, señor —lo miré fijamente a los ojos; tenía que admitir que
Diablo y Reinha se parecían físicamente a su padre—. Uno de mis tantos
pa-padres adoptivos.
—¿La tartamudez?
Acomodé mis manos sobre las rodillas para no trasmitirle mi
nerviosismo. Cogí aire y respondí sinceramente.
—Secuelas.
—Está bien, Raymond —Heriberto le pidió al hombre que había
situado en una esquina de su despacho que nos sirviera dos copas de
bacanora; un alcohol tradicional de México. —Antes de alojarte en mi
hogar quiero que sepas los negocios que tengo entre manos. Me dedico a la
falsificación. Negocio que quiere adquirir Vikram cuando llegue junto a su
hija.
«¿Su hija?» —Pensé «¿Se refiere a Alanna?»
»Realmente no me molesta. Más bien, sé que Vikram y yo podremos
trabajar juntos sin ningún problema. Lo único que quiero decirte, y es un
mensaje que deberás transmitirle a tu jefe, es que no quiero traiciones. En
México los traidores son las ratas que matamos con nuestros propios
zapatos.
»Vikram tiene que entender, que cuando consiga el dinero que le
robaron, tendrá que darme un 55%. Fue el trato que aceptó y el trato que
deberá respetar. Además, nuestros hijos contraerán matrimonio cuando ella
cumpla los dieciocho años.
Me puse rígido.
No me gustaba la idea de que Diablo y Alanna pudieran casarse. Ella
no sería fácil, y Diablo acabaría haciéndole daño.
—Lo entiendo, se-señor.
—No voy a matarte —dijo, y le dio un trago a su copa—. Pero si el
rumano huye con mi dinero, acabaré con la vida de todos. ¿Lo entiendes?
—Sí —repetí de nuevo.
Chasqueó sus dedos gordos y el hombre que le sirvió la copa se
acercó. Le susurró algo en el oído y éste salió del despacho.
—En realidad todo este tiempo he tenido a un amigo vuestro
ayudándome a seguir los pasos de Vikram —confesó, con una sonrisa
maliciosa. La puerta se abrió y Heriberto saludó al traidor de Vikram—. T.J.
Entonces miré por encima del hombro, encontrándome a T.J que se
acercaba hasta mí con una amplia sonrisa y vistiendo un traje caro. Saludó a
su nuevo jefe y acomodó la mano sobre mi hombro.
—Me alegra verte de nuevo, Raymond.
Gruñí:
—¿Qué ha-haces aquí?
Heriberto nos calmó con su fuerte acento mexicano. Nos pidió con
amabilidad que volviéramos a ocupar los asientos y nos confesó sus planes.
—No puedo confiar en Vikram porque ya ha traicionado a otros
anteriormente —alzó el brazo y posó el vaso de cristal sobre sus labios; sus
enormes anillos de oro blanco ocultaron esos llamativos y grandes ojos
negros—. T.J llegó a mí cuando descubrió que Vikram Ionescu
desaparecería de Veracruz cuando obtuviera el dinero. Solo me cubro las
espaldas. ¿Lo vuelves a entender, Raymond?
No me quedó de otra que asentir con la cabeza.
—Espero que no cometas el error de avisarlo. Si lo haces, me enteraré
—estiró su brazo y fingió que sostenía un arma que no dudó en disparar—.
No quiero que mis perros acaben devorándote. T.J, acompaña a Raymond a
su nueva habitación. Pídele a César e Irma que atiendan sus necesidades.
—Sí, señor —T.J me empujó.
Pero antes de salir del despacho, me despedí de Heriberto.
—Gracias por su ho-hospitalidad.
Éste asintió con la cabeza y siguió entreteniéndose con la copa de
alcohol.
Esperé a que nos alejáramos de la puerta del despacho y entonces me
acerqué hasta él para reclamarle. Bloody estuvo pensando todo ese tiempo
que yo era el traidor, cuando T.J jugaba a dos bandos.
—Si hu-hubieran mandado a Bloody, tú se-serías hombre muerto.
T.J me miró por encima del hombro y con una curiosa sonrisa se
detuvo para mostrarme la habitación que ocuparía.
—Creí que nos llevábamos bien.
—Eres un tra-traidor.
Me guiñó un ojo.
—Si tú me guardas el secreto —endureció su mirada azul eléctrica—,
yo te mantendré con vida en Veracruz. Si decides arrodillarte ante Vikram y
confesarle lo que estoy planeando, le diré a Heriberto que lo traicionarás sin
pensártelo dos veces.
—Eres un hi-hijo de puta —en ese momento entendí a Bloody; el por
qué odiaba a su hermano.
Abrió la puerta y me empujó hasta el interior.
—Deberías darte una ducha. Saldremos dentro de media hora.
—¿Adónde?
Solo obtuve silencio por respuesta.
T.J nos arrastró hasta un burdel llamado El rincón ardiente. Cuando
me obligó a subirme en el Bentley no esperé encontrarme a Diablo. Ambos
se saludaron y le pidieron al chófer que nos llevara hasta la casa del amor.
Y ahí estaba; ocultándome de todas las mujeres que intentaban seducirme
por una cantidad de pesos.
Diablo mantuvo la mirada firme en la mujer que se acomodó sobre su
regazo mientras que conducía sus pechos hasta las manos del joven hombre
que se acomodó delante de ella. T.J, empujó una botella de alcohol a sus
labios y rio ante la música que sonaba de fondo.
Y, mientras tanto yo, pedí amablemente a cada mujer que se acercaba
a mí que no necesitaba su atención. Simplemente quería pasar
desapercibido sin que nadie descubriera mi verdadero rostro.
Hasta que una de ellas me presionó y terminó enfadándose conmigo
por no dejar que me guiara hasta una de las habitaciones privadas que había
en la planta de arriba.
Tiró del gorro de la sudadera y soltó un grito de horror al ver las
quemaduras que marcaron mi rostro. No tardaron en unirse a ella otras dos
mujeres; se asustaron tanto, que corrieron en busca del propietario del local.
Capítulo 76
DIABLO
Despedirme de Ray era lo mejor que había hecho esa noche. Cerré los ojos
cuando las sirenas de los policías se colaron en las tierras de Vikram. Podía
escuchar de fondo como todos abandonaban sus pertenencias y corrían
hasta el vehículo más cercano para huir.
Al colgar a mi madre, inmediatamente marqué al 911. Antes de que la
policía me llevara junto a ellos, llamé a Raymond para escuchar una última
vez su voz. Y por eso fui feliz; sabía que él no acabaría dentro de prisión.
Estaba en México, lejos de la justicia de Estados Unidos.
De repente alguien golpeó la puerta del despacho. No me inmuté. Creí
que, si era la policía, lo mejor era cruzarme con ellos y confesarles quién
era yo.
Pero no eran agentes de la ley, era Bloody. Antes de que me
alcanzara, salté sobre el escritorio y me tiré al suelo para salir corriendo.
Pero me detuvo. Me levantó del suelo con sus fuertes brazos y nos
arrinconamos cuando Lulian pasó con un fusil. Lo estaban buscando.
—Creen que he llamado a la policía.
Reí.
Bloody bajó la cabeza para mirarme.
—Culpable —confesé, y me di el gusto de sonreír.
—¿Qué? —Intentó no gritar. —¿Te has vuelto loca?
—Seguramente.
—Nos matarán a ambos.
Gruñí.
—Pues deberían hacerlo.
Éste me obligó a mirarle a los ojos y presionó su frente sobre la mía.
—Quería sacarte de aquí. Huir juntos a México —dijo, como si sus
mentiras tuvieran credibilidad en mí. —Me he enfrentado a tu padre para
fugarme contigo. Y tú…—quedó anonadado—, ¿llamas a la policía?
Creyó en mi palabra cuando fue demasiado tarde. Si quería ayudarme
a escapar fue por el crimen que cometió con Evie.
Intenté soltarme de sus brazos, pero no lo conseguí. Bloody me cargó
sobre su hombro y salimos de la casa en búsqueda de un vehículo. Todos se
llevaron las motos y los coches que solían guardar en la parte trasera.
Nos cruzamos con Dorel y Bloody le pidió ayuda.
—No puedo —bajó la cabeza, avergonzado—. Vikram me matará si
descubre que te he ayudado —estaba subido sobre una moto —. No quiero
acabar en prisión. Lo siento, Bloody.
Y el motor rugió delante de nuestras narices.
Bloody no se rindió.
Seguimos caminando, con cuidado, por debajo de los árboles para que
los helicópteros no nos encontraran. Dejó de arrastrar mi cuerpo cuando
entramos en el viejo garaje de la mansión; había un mini de tres puertas con
la carrocería salpicada de balas.
Terminó de empujar la puerta con una pierna y me adentró en el
interior. Antes de rodear el coche, me puso el cinturón de seguridad y me
advirtió que no cometiera una locura.
—Te cogerán —intenté asustarlo.
Bloody rio.
Arrancó el motor y condujo hacia atrás para salir del garaje.
Esquivamos a un par de coches que escapaban en dirección contraria a la
carretera y miré por la ventanilla del coche buscando a los policías.
—Seremos libres —dijo—. ¡Seremos libres! —Gritó, con más fuerza.
—Es lo que querías, ¿lo recuerdas?
Quería ser libre, pero no junto a un asesino. Lo miré sin ni siquiera
pestañear y me torturé yo misma por desearlo en una décima de segundo.
—Mataste a Evie.
—¿Qué? —Preguntó confuso.
—¡Tú la mataste! —Le reclamé—. Te vi, Bloody. Vi el maldito video.
—No sé de qué me estás hablando, cielo —no apartó los ojos de la
carretera. Esquivó un vehículo de policía, y seguimos con la persecución.
—Shana te grabó enterrando el cuerpo de Evie —quería golpearlo, o
simplemente volarle la cabeza si hubiera tenido en mi poder el arma que me
dio esa zorra—. ¡Me mentiste!
Bloody empezó a ponerse nervioso.
—Te lo puedo explicar…
Atropellé sus palabras con las mías.
—¡Eres un asesino!
Mis gritos tuvieron tanto impacto en él, que retiró un instante la
cabeza de la carretera, y terminamos por tener un accidente. Otro coche nos
golpeó; provocando que nuestros cuerpos se echaran hacia delante y sintiera
el cinturón de seguridad rasgando mi piel.
Abrí los ojos cuando una luz cegadora se acercó hasta mí.
«Por fin»— Pensé, al ver a uno de los agentes de la ley comprobando
que siguiéramos con vida.
—¿James? —Llamó por su radio—. ¿Me recibes?
—Te recibo —respondió su compañero.
—Tenemos a dos personas heridas.
—Los paramédicos están a punto de llegar.
—La mujer está despierta. El hombre sigue inconsciente.
Intenté mirar a Bloody.
Pero un terrible dolor de cuello me lo impidió.
—No se mueva, señorita —dijo el policía.
Aun así, hice el esfuerzo. Giré con cuidado la cabeza y me encontré
con un Bloody herido y con los ojos cerrados.
¿Seguía vivo?
Tragué saliva.
Capítulo 84
Bloody seguía sin reconocer el crimen que cometió. Lo miré a los ojos y
solo deseé ver como llegaba a pudrirse en prisión.
—¡Qué te jodan! —Le escupí en el rostro.
Bloody se relamió la espuma del escupitajo, y dejó un veloz beso en
mi rodilla.
—Tenemos un polvo pendiente, cielo.
Lo empujé, y éste cayó al suelo.
Los policías lo levantaron del suelo y se lo llevaron lejos de mí.
Ronald intentó relajarme.
—Estoy orgulloso de ti, Alanna —consiguió tener mi atención. Mis
padres jamás fueron capaces de soltar esas cuatro palabras que harían a un
hijo feliz—. Sabía que eras fuerte. Más fuerte que las personas que te dieron
la vida, Ratoncito.
De repente me di cuenta que había estado cerca de una persona que
tenía su mismo color de ojos; Shana. Éste sonrió y dejó que cogiera aire
antes de reclamarle su verdadera identidad.
—Tú…Tú…—empecé a temblar—. Tú eres Vikram.
—Lo fui —dijo—. Una vez fui Vikram Ionescu. Pero ahora soy
Ronald Bailey. Me cambié el nombre cuando tu padre me robó la identidad.
Tenía tantas preguntas, que Vikram…bueno, Ronald, solo respondió a
las más importantes.
—Shoshana es mi hija —chasqueó la lengua—. Y, tengo que admitir,
que me siento más orgulloso de ti que de ella —me quedé sin palabras. Él
rio—. Quieras o no, yo he estado a tu lado desde los once años, Alanna. Soy
tu padre. O al menos tú para mí eres como mi hija.
—¿Sabías lo de mi padre?
—¿Qué se encontraba en Carson?
—Sí.
Negó con la cabeza.
—¿Sabes dónde está, Ratoncito?
—Ha huido —lo delaté, ya que mi padre me hizo sufrir—.
Seguramente esté de camino a México.
—Necesito pedirte un enorme favor, Alanna. Prometo que te
recompensaré —siguió hablando—. Necesito recuperar mi dinero. La
cuenta que utiliza con tu nombre está encriptada en unos documentos que se
guardan en dos tarjetas micro SD. Si las consiguieras, te prometo que ni tu
madre ni tu padre te cortarían la libertad que yo estoy dispuesto a darte.
Me dejé caer sobre el respaldo de la silla.
—¿Tengo que traicionar a mi padre?
—No quiero una dirección, Alanna —me aclaró que él no iría en su
búsqueda—. Solo recuperar las tarjetas y olvidaré todo el daño que ha
podido causarnos en estos últimos años.
—Pero yo sola no podré llegar hasta él.
—¿Qué pasa con el hombre que te secuestró? ¿Podría ayudarte?
Negué con la cabeza.
—Mató a Evie.
Ronald paseó sus dedos por su corto cabello.
—Sobre eso —me miró apenado—, la loca de mi hija me dijo que se
deshizo de Evie para enviar unas fotografías de su cadáver con la idea de
enviarlas a la prensa para que creyeran que eras tú. Shana a seguido los
pasos de tu padre los últimos años. Él es el único responsable, Alanna.
—¿Blo-Bloody no ha sido?
—No.
—Mierda.
Capítulo 86
BLOODY
La abogada de oficio pidió reunirse conmigo una vez más. Acepté. Quedé
cara a cara con la mujer que llevaría mi caso y escuché por educación todas
las tonterías que tenía que decirme.
—Si confiesas el asesinato de Evie Thompson podré reducir tu
condena a la mitad. Serán veinticinco años.
Reí.
—Es cierto que atraqué el banco de Carson. También machaqué a los
chicanos en el puerto O’call Village ya que decidieron romper el acuerdo
con Vikram. Asalté quince gasolineras y diez parafarmacias —confesé, sin
temor—. Esos son mis delitos. Pero no pienso cargar con uno que no
cometí.
La abogada bajó la cabeza y sacó una tarjeta con un número de
teléfono escrito a mano. De repente los guardias que me custodiaban
salieron para darnos intimidad.
No entendí nada.
—Hay una persona que puede sacarte de prisión —dijo, sin temor a
que la cámara grabara nuestra conversación—. Tranquilo, hemos comprado
la sala durante diez minutos. Solo tienes que llamarlo si aceptas trabajar
para él.
Miré las cadenas que recorrían las esposas de mis muñecas hasta mis
tobillos.
—¿Nombre?
Quería algo de información.
—Vikram Ionescu.
Golpeé la mesa y la mujer se asustó.
—No pienso volver a trabajar para ese traidor.
Ella me aclaró de quién se trataba realmente.
—No es Gael. Te hablo del verdadero Vikram —entonces la escuché
con atención—. Te sacará de prisión si a cambio le ayudas a recuperar su
dinero.
Parecía una idea descabellada.
Lo tendría en cuenta.
Capítulo 87
RAYMOND
Fue una mala idea pedirle ayuda a T.J. Me arrepentí a última hora. Justo,
cuando Terence decidió salir del vehículo para matar a dos agentes que
habían parado en la carretera. Él, pensó que nos estaban siguiendo.
—¿Puedes echarme una mano?
Tiraba de los cuerpos de los hombres mientras que me miraba por
encima de la cabeza de uno de éstos.
—Acordamos u-unirnos para sacar a Bloody de pri-prisión.
Prometiste no ma-matar a nadie.
T.J era tan imbécil como Bloody.
—Lo olvidé —dijo—. ¡Ayúdame!
No me quedó de otra que arrastrar junto a él los cuerpos de los
agentes que mató.
«Nunca debí unirme a Vikram.» —Pensé.
Epílogo
ALANNA
El crío que dormía en la litera de abajo iba a volverme loco. Nada más
llegar, se tiró sobre la cama y hundió su rostro en la almohada para silenciar
su llanto, pero no funcionó. Intentó ahogar su dolor autolesionándose con el
retrete que sobresalía de la pared de ladrillos. Agradecí aquel pequeño gesto
por su parte; se quedó inconsciente un par de horas y conseguí dormir sin
tener que escuchar sus lamentos una noche más. Dos días más conviviendo
con él, y acabaría quitándolo de mi camino. Estaba acostumbrado. En San
Quentin, los presos mataban a otros para conseguir un rincón mejor que el
que solían tener para dormir un par de horas. Pero en la Prisión Estatal de
Sacramento, todo era diferente.
Todos los presos teníamos derecho a compartir una celda junto a otro
compañero, sin olvidar los tres platos de comida caliente que nos solían
servir cada día. Incluso, si te comportabas, tenías acceso a hacer una
llamada semanal. Estaba en una prisión de cinco estrellas y ni siquiera tenía
ganas de salir de ahí. O, al menos, era lo que solía decirme antes de
meterme en la cama para dormir.
Salté de la litera e intenté no golpear al idiota que seguía tendido
sobre el suelo. Me arreglé las zapatillas que me habían dado junto al
uniforme de color naranja, y acomodé los brazos entre los barrotes para
esperar a los guardias que nos llevarían al exterior; El patio donde nos
reuníamos todos los delincuentes.
Una de las cosas que podía extrañar de San Quentin era la libertad
que teníamos las veinticuatro horas del día. En Sacramento, nos aislaban
para no crear conflictos entre las bandas que ganaban territorio en el patio.
Alcé la cabeza al escuchar el silbido de Monko; Era de los pocos
guardias con los que se podían mantener una conversación sin tener que
llegar al chantaje. Porque sí, en Sacramento también era típico sobornar a la
ley para tener ciertos privilegios que te hacían la vida más fácil.
—No lo habrás matado, ¿cierto? —preguntó Monko, echándole un
vistazo rápido al nuevo que seguía sin reaccionar. Apartó sus ojos negros
del crío y esperó una respuesta por mi parte. Al darse cuenta que aguanté
las ganas de reír, el guardia se llevó una mano al cabello rizado que cubría
su frente—. Llevaba siete gramos de SDA encima. Al parecer, sus amigos
universitarios y él, iban a hacer una fiesta. No llegaron a consumirla porque
los detuvieron cuando frenaron bruscamente el vehículo ante un control de
alcoholemia. Seguramente, los cabrones de sus amigos, se aprovecharon de
él por ser el más débil y el que más ciego iba dentro del coche. Todos
testificaron que el portador de la droga era ese pajarillo que tienes ahí
tendido. Pobre blanquito rico.
Monko golpeó los barrotes para despertarlo. Cuando el crío escuchó
el fuerte sonido del metal resonando en sus oídos, se sobresaltó y no tardó
en incorporarse. Nos miró con una sonrisa torcida y guio su mano hasta su
frente. Al darse cuenta que sus dedos se mancharon con su propia sangre,
me acerqué hasta él para advertirle que lo mejor era no vomitar delante del
guardia.
Fue mi consejo de bienvenida si no quería convertirse en la zorra de
alguien en el tiempo que estuviera allí.
—¿Estás mejor?
Éste asintió con la cabeza.
—Gra…Gracias.
¿Quién daba las gracias dentro de una celda?
No le di importancia. Sostuve su mano y ayudé a ese pequeño cuerpo
a levantarse del suelo antes de que volviera a besarlo sin darse cuenta. Lo
obligué a que siguiera sus pasos hacia delante y, cuando quedamos delante
de Monko, le tendí uno de los cigarros que gané la noche anterior jugando
al póker con los latinos.
El guardia no tardó en sostenerlo entre sus dedos y ocultarlo en el
interior de uno de los bolsillos de la camisa azul marina que llevaba de
uniforme. Sacó las llaves de nuestra celda y se limitó a abrirla sin volver a
intercambiar una palabra con nosotros dos.
Hasta que el idiota de mi compañero abrió su bocaza para preguntarle
si había recibido alguna llamada de algún ser querido. Por supuesto que
Monko no tardó en soltar una sonora carcajada que resonó por el largo
pasillo que estábamos a punto de pisar.
—¿Qué has dicho?
El preso sin nombre respondió:
—¿Han llamado mis padres o mi abogado?
Monko me miró.
—Este blanquito es idiota, ¿verdad?
Miré al enclenque del chico que temblaba e intentaba ocultarlo con
sus brazos.
—No seas cruel con él —le guiñé un ojo—. Lo pondré al día. O, al
menos, lo intentaré.
El guardia tiró de su cuerpo y lo dejó delante de nosotros una vez que
nuestras muñecas fueron inmovilizadas por unas enormes esposas que se
entrelazaban con las cadenas que nos colgaban por las piernas. No tardamos
en seguir su ritmo; Parecía cansado, desnutrido y daba la sensación que su
vida se esfumaba de su cuerpo.
—Para ti sí que hay una llamada —dijo, en voz baja.
Lo miré.
Éste no dijo un nombre.
Pero yo sí.
—¿Alanna?
El guardia rio.
—¿No te das cuenta que siempre que tienes una llamada sueltas el
mismo nombre? —golpeó mi hombro con su puño—. Es la abogada que
finge ser empleada del Estado, pero en realidad trabaja para Vikram
Ionescu.
—¿Tú conoces a Vikram?
—¿Por qué crees que te mantengo con vida, rubito? —respondió, con
otra pregunta—. Se impacientan, Bloody. Ambos quieren reunirse contigo y
llegar a un trato. Si aceptas, saldrás de aquí sin cargos.
Estaba cansado que todos me vieran como el asesino de Evie
Thompson. Era cierto que yo ayudé a deshacerme del cadáver, pero jamás,
y era de las pocas cosas de las que me podía sentir orgulloso de decir, nunca
hubiera matado a una persona inocente. Y ahí estaba, cumpliendo la
condena que le pertenecía a Shana.
—Yo no la maté —susurré.
Pero Monko me escuchó:
—Todos dicen lo mismo que tú. Yo no he sido. No quería. Fue un
accidente —dejó de reír cuando le pidió a uno de sus compañeros que nos
abriera la quinta puerta de seguridad antes de dejarnos en el patio—.
Piénsatelo bien, Bloody. Vikram Ionescu está dispuesto a esperar. Eres
joven para pudrirte en prisión.
Pasé de él y esperé a que el último guardia que nos cruzamos en el
camino me quitara los grilletes de las muñecas y de los tobillos. Antes que
el crío me siguiera, me adentré en el enorme círculo humano que había en el
centro del patio; Todos los presos que queríamos ganar un par de pitillos,
solíamos reunirnos ahí para hacer pequeñas o grandes apuestas.
Miré por encima de mi hombro y agradecí que diera por finalizada la
búsqueda que ejecutó con un par de movimientos de cabeza para
reencontrarse conmigo. No podía protegerle. No era su niñera. Y, mucho
menos, un colega de prisión.
—¿Quién da más de cinco cigarros?
Intenté alejarme de ellos, pero la voz de uno de los apostadores me
detuvo.
—¿Bloody?
Negué con la cabeza y antes de alejarme de ellos le mostré una
sonrisa. Mis manos se refugiaron en el interior de los bolsillos del pantalón
anaranjado. Seguí paseando bajo la atenta mirada de todas las bandas de
presos que había en el patio y de las que ni siquiera me tomé la molestia de
convertirme en uno de ellos en los cinco meses que llevaba en Sacramento.
Pero había una banda, una que seguía los mismos patrones que en San
Quentin, que intentaba convencerme para que me uniera a ellos.
Los malditos nazis.
—Ahí está mi chico favorito —Otto se levantó del asiento que solía
ocupar. Una de sus zorras, el miembro más reciente, dejó de tocar el cabello
de su dueño para que éste siguiera avanzando hasta mí—. ¿Quieres un
cigarro?
Saqué uno de los cigarrillos liados que gané la noche anterior. Lo
acomodé sobre mis labios y me acerqué hasta él para que lo encendiera. Las
pupilas de Otto se dilataron al sentirme tan cerca de él. Sacó torpemente un
encendedor del bolsillo de su zorra y empujó la ruedecilla hasta que una
floja y clara llama salió para darme fuego.
Me centré en sus ojos marrones y como se entrecerraban cuando le
echaba el humo del tabaco en el rostro.
—Espero que no me hagas la misma pregunta de siempre, Otto —
subí mis manos hasta mi cabello y lo recogí para que la melena no me
tocara los hombros. Éste, antes de responder, miró a sus amigos y se
encogió de hombros. Intentó atrapar el cigarro que seguía sosteniendo con
mi boca, pero se lo impedí—. Creo que tu chica se pondrá celosa si te
acercas a mí.
Y no me equivoqué.
Cuando me acerqué a Otto, el chico que él mismo se consideraba la
zorra que calentaba su cama por las noches, se acercó hasta nosotros
salvajemente para golpearme con esas afiladas uñas que se arreglaba sobre
el asfalto. Otto lo detuvo antes de que marcara mi rostro.
—Por favor, Hanke, no interrumpas en las conversaciones que
mantienen los adultos —le lanzó una mirada que le hizo tragar saliva—. No
puedes golpear a uno de los nuestros, incluso cuando éste piensa
erróneamente que lo mejor es hacerse amigo de un guardia negro.
Bajé el cigarro y miré a Otto.
—Estoy seguro que has hecho los deberes —reí—. Sabes quién soy y
de dónde vengo, ¿cierto?
El nazi no tardó en reír mientras que sus movimientos de cabeza y
manos me confirmaban las sospechas que tuve de él desde el primer día que
lo vi en Sacramento. Había estado siguiendo mi culo con su mirada como si
tuviera ante él un jugoso melocotón que podría morder en el momento que
se le apeteciera.
Pero yo era Bloody.
Nada más llegar a prisión, me metí en líos, dejando bien claro de lo
que era capaz de hacer si alguien se atrevía a tocarme la polla literalmente o
metafóricamente hablando.
—San Quentin arropó entre sus muros a un niño blanco y guapo que
soltó cuando éste cumplió la mayoría de edad —marcó una enorme sonrisa
—. Te convertiste en un hombre fuerte y peligroso. La clase de tipos que me
gustaría tener a mi lado.
Me sentí decepcionado.
Chasqueé la lengua.
—¿No te hablaron de Domty?
Otto no tardó en borrar su sonrisa. Su rostro pálido y asqueroso perdió
la diversión que iba cargando desde que nos habíamos cruzado en el patio
de la cárcel.
—El gran Domty —jadeó, con nostalgia—. Un gran hombre. Un
ejemplo a seguir cuando aún seguía con vida…
Le interrumpí.
—Murió como el hijo de puta que era—me di el placer de soltar una
carcajada delante de su banda y de él—. Pero tengo algo que agradecerle a
Domty —me acerqué hasta Otto —, él me dio este nombre. Soy Bloody
gracias al domador de niños.
Hanke intentó acercarse una vez más hasta mí, pero se lo impidieron.
Un hombre alto y gordo, de unos dos metros de altura y doscientos kilos
que arrastraba día tras días, atrapó la camiseta de la zorra de Otto y lo tiró
contra el suelo para que éste dejara de hacerse el héroe delante de su
jefecillo.
Las orejas puntiagudas de Otto se doblaron, mientras que su enorme y
ancha nariz partida se arrugaba para mostrarme decepción.
—Estás a tiempo, Bloody.
No se daba por vencido.
—No te entiendo o realmente es cierto que no quiero entenderte.
Se escuchó un gruñido de ira y una pataleta tonta que se silenció
cuando un puño impactó en la boca del esclavo sexual del mayor nazi que
podía tener Sacramento.
—Está bien —alzó los brazos y giró sobre sus zapatillas blancas sin
cordones—. ¡Está bien! —gritó, y dejó de dar vueltas para clavar sus ojos
en los míos. —¿Qué pasa con el nuevo?
Me agaché un momento para apagar el cigarro en el suelo mientras
que seguía prestándole atención.
—¿Qué sucede?
Se relamió los labios antes de responder.
—El dulce niño que han encerrado contigo.
Seguramente me llevaba tres o cuatro años con el crío, pero al ser tan
pequeño de estatura, parecía más joven de lo que podía marcar su carnet de
identidad.
—Sé más directo, Otto.
Quedé cruzado de brazos y esperé un par de minutos para escuchar
sus barbaridades antes de desaparecer. Necesitaba sentarme en una de las
sillas que había en el comedor principal y ojear las noticias antes de volver
a la habitación después de comer.
—Me gusta.
—Creo que no eres su tipo —fue mi respuesta.
Aun así, Otto estaba dispuesto a todo.
—Te puedo dar un paquete de cigarros semanal si me dejas a solas
con él una hora.
¿Tenía cara de proxeneta?
Podía comercializar con otras cosas, salvo con personas; no iba a
prostituir a nadie ante un maldito nazi.
Me alejé de él y pude escuchar de fondo:
—¡Encontraré algo para que accedas, Bloody!
El hijo de puta se convenció a sí mismo que podría darme algo que
deseara y no conseguiría nunca en Sacramento.
Estaba muy equivocado.
No tardé en ocupar un buen asiento cerca del enorme televisor que había
colgado en el comedor. Me encargué de sacar a uno de los hombres que se
había quedado cruzado de brazos sobre la silla que solía acompañarme cada
día a la hora de comer. El viejo bajó la cabeza y siguió buscando otra mesa
con un hueco vacío.
Me adueñé del mando y fui cambiando los canales de la televisión
mientras que se escuchaban las quejas de los demás presos. Dejé de
presionar el botón morado cuando me di cuenta que Moira Willman
ocupaba un plano importante en un programa llamado «Las mañanas de
Sully Watson».
—Han pasado seis meses e imagino que su hija sigue sufriendo las
secuelas que le dejó el secuestro —la presentadora se acercó hasta Moira y
sostuvo su mano—. Como madre, siento el dolor que estará padeciendo,
Senadora Willman.
Ella afirmó con la cabeza.
—Desde que mi pequeña volvió a casa, me di cuenta que había vuelto
a nacer junto a ella —mintió al público que la arropó con aplausos—.
Aunque no te mentiré, Sully, Alanna no lo está pasando bien. No consigue
volver a su vida de antes porque no olvida los rostros de esos canallas que
me la arrebataron y fueron capaces de abusar de ella.
Me levanté del asiento, sostuve la silla entre mis manos y la tiré al
fondo del comedor mientras que grité con todas mis fuerzas.
Nunca le había puesto la mano encima a Alanna. Y, si alguien se
hubiera atrevido, ya estaría muerto.
Brasen fue uno de ellos.
—Darius Chrowning es uno de los secuestradores que a día de hoy y,
gracias a la justicia, está entre rejas en la Prisión Estatal de Sacramento —
sonrió a la cámara—. Por desgracia, el otro secuestrador, sigue libre.
—Sí, pero seguimos buscándolo día y noche. Tiene que pagar las
consecuencias de sus delitos como todos los criminales que están en
búsqueda y captura desde que gané las elecciones —Moira arregló su nuevo
corte de cabello; no la recordaba así, rubia y con media melena rozando su
cuello. —Mi pequeña, cada noche, susurra el nombre de Darius e intenta
despertar de las pesadillas que ese maldito le causa incluso cuando ya está
lejos de nosotras.
Intenté tranquilizarme.
Si Alanna me tuviera miedo, el primer nombre que saldría de sus
labios sería Bloody y no Darius.
Pero Moira jugaba con sus propias mentiras.
—Ha dejado de comer, Sully —fingió limpiar una lágrima traicionera
—. Mi niña cada vez está más delgada. El cansancio la deja postrada todo el
día en la cama. Yo solo quiero justicia. Y haré justicia.
El público volvió a aplaudir.
La presentadora se acercó a la cámara para despedir el programa:
—Hoy hemos tenido con nosotros a una madre que sigue sufriendo
junto a su hija las consecuencias de los delitos cometidos por Darius
Chrowning y Raymond Dunner —a la presentadora se le rompió la voz—.
Dos delincuentes que no tardarán en volver a hacer daño si la ley decide
soltar a uno de ellos y dejan de buscar al otro. No olvidéis que en la página
web del programa hemos abierto una encuesta si estáis a favor o en contra
de que estos individuos sean castigados con la pena de muerte. Nos vemos
mañana, querido público. Un día más en Las mañanas de Sully Watson.
Apagué el televisor.
—¡Hija de puta! —estallé.
Los guardias no tardaron en reunirse con nosotros para obligarnos a
hacer una fila. Era la hora de comer y todos teníamos que comportarnos si
queríamos llevarnos un trozo de carne y de pan a la boca.
Antes de seguir los pasos de los otros presos, busqué
desesperadamente a Monko. Me alejé de la fila que se estaba organizando y
pasé por delante de dos guardias que hablaban abiertamente con Monko
mientras que vigilaban que los criminales no cometieran una estupidez.
—¿Puedo hablar contigo? —pregunté.
Éste pidió a sus compañeros que nos dejaran a solas. Cuando se
alejaron, no tardé en pedirle un favor.
—Tú dirás.
—Necesito hacer una llamada. Es urgente.
—¿A Vikram?
«¡No!»
Cogí aire para no perder el poco control que me quedaba. Si Alanna
se estaba enfermando, necesitaba hablar con ella para saber qué le estaba
sucediendo realmente. No quería que sufriera por mi culpa. Y no, no le
guardaba rencor por encerrarme allí, más bien, quería quedar cara a cara
con ella una vez más.
—A un viejo amigo.
—¿Tiene coño?
Monko me estaba desafiando.
—Fuiste tú quien me dijo que si necesitaba cualquier cosa…
Me cortó.
—Siempre y cuando esté relacionado con Vikram Ionescu —
acomodó la mano sobre mi hombro y me dio un apretón—. Él es el único
que te puede ayudar. Yo soy el intermediario aquí dentro.
No me quedó de otra que dar mi brazo a retorcer:
—Por favor.
—Lo siento, Bloody.
Monko me dio la espalda y ni siquiera fui capaz de detenerlo. No
tardó en tener a sus compañeros cubriéndole las espaldas. Sentí a alguien
que tiró de mí y que me dejaba por delante de él para que siguiera el orden
de la fila para comer.
Se me había quitado el hambre.
Pero mis nuevos amigos me querían cerca.
Delante de mí, el gordo del patio con un tatuaje nazi en la nuca, me
retuvo para que su jefe pudiera a hablar conmigo. Otto no tardó en quedar
detrás de mí mientras que se dio el placer de oler mi cabello recogido. Sentí
sus dedos jugueteando con mis mechones.
—¿Mi chico favorito ha tenido problemas con el negro?
Apreté los dientes.
—¿Bloody? —Insistió, el gordo.
—Necesito hacer una llamada —confesé.
Éste no tardó en soltar su petición:
—Y yo quiero enterrar mi polla en ese trozo de carne fresca —apuntó
con el dedo a mi compañero de celda—. Dame una hora con él y te daré una
llamada de cinco minutos con mi viejo teléfono móvil.
Alcé una ceja.
Y lo miré por encima del hombro.
—Mientes.
Otto me lanzó un beso.
—¿Eso crees? —Cuando mi respuesta fue un sí, el nazi no dudó en
mostrarme el teléfono móvil que escondía en el bolsillo de sus pantalones
—. Una hora a cambio de cinco minutos. ¿Qué te parece?
¡A la mierda!
Giré sobre mis zapatillas mugrientas y quedé delante de él mientras
que éste elevaba una ceja ante la sorpresa que le di. Me solté el cabello y
me aproximé hasta su rostro.
—Creí que yo era tu chico favorito.
Se le escapó una risa nerviosa.
—Pero mi chico favorito no quiere pasar un rato a solas con el tío
Otto.
Reí.
—Tío Otto nunca me ha ofrecido un móvil —me mordisqueé el
interior de la mejilla y esperé a que mis puños no le saludaran antes de
tiempo—. Es algo tentador. Más que un paquete de cigarros.
—¿Estarías dispuesto a estar una hora a solas conmigo?
Seguí acercándome hasta el nazi. Cuando nuestras frentes se tocaron,
le respondí:
—O dos. Todo el tiempo que tú quieras, tío Otto.
Tembló de placer.
—No puedo creer lo que estoy escuchando.
—¿Por qué?
Saqué mi lengua y humedecí mis labios.
—Porque eres un chico terrible —rio, ante mis narices—. Y, sé lo que
le hiciste al gran Domty, no lo olvides.
—Domty era un puto gordo que no le ponía la polla dura a nadie —
sentí como el grandullón de atrás se sintió ofendido ante mis palabras—.
También tenía doce años. Era un crío que no sabía jugar con las cartas que
le dio la vida. Ahora ya soy todo un hombre. Seré capaz de hacer cualquier
cosa —llevé mi mano hasta su bolsillo —por cinco minutos de llamada.
Otto paseó sus cortos dedos por mi rostro. Agarró uno de esos
malditos mechones rebeldes que cubrían mis mejillas, y lo dejó detrás de la
oreja para ver mis labios sin obstáculos.
—Tío Otto está feliz.
Sonreí.
—Debería besar a tío Otto.
Asintió con la cabeza y creí que se desnucaría de la emoción. Pasé mi
mano por detrás de su cuello y lo acerqué tan rápido hasta mi boca, que
cuando intentó disfrutar del beso, ya era demasiado tarde.
Su lengua se coló en el interior de mi boca. Eso significaba que ese
escurridizo músculo me pertenecía. Y, como yo era el dueño, lo arranqué
con mis dientes hasta quedarme con esa traviesa lengua.
Otto gritó de dolor.
El grandullón me tiró al suelo y me quedé sentado observando la
escena; Los nazis no tardaron en socorrer a su jefe. Escupí la lengua a un
par de pasos de Otto y me limpié toda la sangre de mis labios.
No aguanté y empecé a reír como un maldito lunático. Había sido
divertido cortarle la lengua al nazi que quería follarse mi culo junto al de mi
compañero de celda.
Antes de que el gordo me golpeara, los guardias me levantaron del
suelo con la única intención de sacarme del comedor. Cuando nos alejamos
de las cámaras de seguridad, me golpearon hasta dejarme inconsciente.
Tardaron una media hora antes de que fuera capaz de dejar de reír y cerrar
los ojos.
Hola, cielo.
Se lo devolví.
—¿Qué quieres de ella? —pregunté.
—Necesito que me ayude a buscar a Gael —fue directo. Guardó la
pequeña nota y volvió a mirarme—. Ella necesita que la ayudes, junto a tus
compañeros.
Bajé la cabeza.
—Alanna cree que soy el asesino de su mejor amiga. Su madre,
Moira, insiste en que abusé de ella. Dudo que me quiera ver. Además, tengo
que cumplir unos cuantos años en prisión por un delito que no cometí.
—Lo sé. Pero eso también lo sabe ella —detuvo un instante sus
palabras para que procesara la información—. Sí, le dije que la asesina de
Evie fue Shana. Y es lo que haré para sacarte de aquí si aceptas trabajar
para mí. ¿Qué te parece, Bloody?
Una gota de sudor traicionera me recorrió la espalda. Estaba tan
nervioso que había empezado a sudar sin darme cuenta.
—¿Así de fácil?
—¿Quieres algo más complicado?
Sacudí la cabeza.
—Tendremos que ir a México —reí—. Buscar a Tartamudito y
reunirnos con Arellano para que no confíe en Gael.
Ronald me detuvo antes de que siguiera confesando en el plan con el
que empecé a trabajar.
—Me da igual lo que hagáis —rio—. Conseguid mi dinero y Alanna
por fin será libre de toda la mierda que le ha caído por culpa de su padre.
—Quiero que hagas algo más por mí.
—¿No es suficiente salir de prisión?
En realidad, no.
Había algo más.
—Delilha Joukhas.
—¿Tu madre?
Asentí con la cabeza.
—Ella está sufriendo los errores que debería pagar mi padre. No
puedo dejar que muera en San Quentin sin antes intentar una vez más
sacarla de su adicción al SDA.
Ronald tecleó algo en su teléfono móvil.
—Lo intentaré. Pero no puedo prometerte nada.
—Yo sí —dije, e hinché mi pecho—. Soy un hombre que cumple con
su palabra. Siempre he sido fiel a las órdenes de Vik…Gael. Nunca le di la
espalda hasta que descubrí que nos mintió a todos.
—Lo sé —Ronald se levantó y rodeó la mesa—. Por eso quiero que
vayas junto a Alanna. Y, si me prometes que matarás a ese hijo de puta que
un día quise como a mi hermano, en un mes tendrás a tu madre fuera de esa
maldita prisión.
Yo también me levanté.
—¿Quieres a Gael muerto?
—Sí. Pero primero mi dinero.
Mis manos ya se mancharon con las ordenes de Gael, podía volver a
ensuciarlas con la sangre del hombre en el que creí durante años.
—Lo mataré —solté.
El hombre me tendió un teléfono móvil.
—No tendrás que dudar, Bloody.
—No dudaré —le prometí.
Pero Ronald no estaba convencido con mi palabra. Así que presionó
un poco más para poder confiar en mí al cien por cien.
—¿Qué sucedería si Alanna te pide que no lo hagas?
Tragué saliva.
Si Alanna se ponía en medio de mi trabajo…
«Cerrar los ojos y presionar el gatillo.»
—Ella no conseguirá detenerme.
—Eso espero —me pidió que me guardara el móvil—. Estaremos en
contacto. Tengo que mover a mis abogados para que te saquen de aquí. De
momento, te dejaré esa fotografía de Alanna para que veas que soy un
hombre de palabra. Podrás llamar a Halle, la abogada que conociste, para
comunicarte conmigo. Su número es el que está registrado y el único
contacto con el que puedes dar señales de vida. ¿Lo has entendido?
—Sí.
—¡Bien!
Se despidió de mí y me dejó en la sala esperando a que Monko pasara
a buscarme y volviera a encerrarme en la habitación de aislamiento. Pero
eso no pasó. Al parecer era mi día de suerte. Volvió a llevarme a la celda
junto al idiota que tenía como compañero.
—Me alegra volver a verte con vida —escuché su voz.
Me tendí sobre la cama e intenté sacar el móvil, pero no me arriesgué.
Guardé silencio mientras que se escuchaban los muelles de la cama crujir.
La cabeza del crío no tardó en asomarse en la litera de arriba.
—¿Qué cojones quieres?
Éste balbuceó algo:
—Darte las gracias.
—¿Por qué?
—Por enfrentarte a ese nazi que no nos quitaba el ojo de encima —
bajó la cabeza—. No sé qué hubiera hecho si se me hubiera acercado…
Yo respondí por él:
—Ponerle el culo.
—No…No…—tartamudeó, y me acordé de Tartamudito.
¿Cómo estaría?
¿Seguía con vida?
¿Arellano le habría permitido seguir con ellos?
—Mi nombre es Benno.
Asentí con la cabeza.
—Bloody —no podía seguir asustándolo. Él ni siquiera tendría que
estar en un lugar como Sacramento.
—En unos días estaré fuera. He hablado con mi madre —sonrió—.
¿Cómo puedo agradecértelo?
Me levanté de la cama y miré sus ojos verdes aceitunados; no tardé en
acordarme de Alanna.
—¿Podrías ayudarme a escribir una carta para una chica?
—Por…Por supuesto —me tendió sus manos—. ¿Tienes algo
pensado?
—Sí, pero todavía no he escrito nada.
Me dejé caer al suelo y recogí una de las hojas que nos solían dejar
para que escribiéramos nuestro día a día dentro de prisión.
—Solo expresa lo que sientes.
Me estaba dando consejos un niño de papá y mamá que había follado
menos que yo en toda su vida y las mil que podría vivir en diferentes
mundos paralelos.
¿Había caído tan bajo en pedirle ayuda?
Al parecer sí.
—Dile lo que echas de menos de ella.
Cogí el lapicero y le hice caso.
Tardaron seis meses para reunir a todos los seres queridos de Evie ante una
tumba sin cuerpo. Todos los presentes gimoteaban sin cesar y buscaban a la
persona más cercana a ellos para derrumbarse sobre su hombro mientras
que ésta pasaba su mano por la cabeza e intentaban consolarse mutuamente.
Hacía un día precioso que no tardó en oscurecer por la tragedia que
estábamos viviendo; Yo volví a casa y, mi mejor amiga, la cual también
desapareció, acabó muerta y con su anatomía perdida en una propiedad que
se encontraba a las afueras de Carson. El pastor de la Iglesia que solía
frecuentar la familia Thompson, alzó la cabeza de la biblia que arropaba
con sus manos para observar a todos los pecadores que tenía delante de sus
narices.
Nadie se salvaba en aquel lugar; ni el abogado que esperaba
impaciente para poder anular la herencia que hubiera recibido algún día
Evie, pero de todas formas cobraría su comisión. Ni el amante de la madre
de ella que se paseaba por las viejas tumbas mientras que admiraba los
propios músculos de sus brazos. Y, ni siquiera se salvaba del infierno el
chico que algún día amó a la joven que no volvería a abrir los ojos, ya que
se encontraba muy bien arropado por una compañera de clase que no dejó
de besar sus labios cada vez que éste se limpiaba el escurridizo moco que se
le escapaba por la nariz con el puño de su camisa blanca.
Pero yo no era la persona indicada para juzgar a la familia Thompson
y a todo aquel que se unía a ellos. Mi familia era todavía peor. Sólo tenía
que observar a mi madre. Mantuvo en todo momento su brazo sobre mis
hombros mientras que se acercaba a mi oído para preguntarme cómo me
encontraba. Era tan hipócrita, que se apartaba de mi lado cada vez que la
prensa no nos observaba. Y, qué podía decir de mi padre, seguía
desaparecido y fue el otro villano que se coló en mi vida; Intentó casarme
con un mexicano para salvar su trasero hasta que obtuviera el dinero que le
robó a mi propio padrastro.
«Mi familia apesta» —pensé.
Intenté apartar mi cuerpo del que me estaba aprisionando, pero fue
inútil. Mi madre clavó sus dedos en el vestido negro que eligieron para mí,
y giró su rostro para clavar esos enormes ojos negros -que un día temí- en
los míos.
—Veinte minutos más —susurró, con una sonrisa forzada. Arregló su
cabello rubio, y volvió a acomodar sus gafas de sol en un rostro que
ocultaba la terrible verdad de esa mujer; su maldad.
Sin darme cuenta empecé a frotar mis manos. Quería salir de allí y no
cruzarme con nadie que pudiera darme el pésame por haber perdido a mi
mejor amiga. Simplemente, no estaba dispuesta a escuchar palabras que se
solían soltar por compromiso y educación, sin ni siquiera sentirlas de
corazón.
Cuando los padres de Evie se acercaron hasta el pastor para estrechar
sus manos, me di cuenta que el entierro había terminado. Los presentes se
acercaron con rosas blancas que no tardaron en abandonar para depositarlas
sobre la caja de madera que aguardaba uno de los vestidos favoritos de la
difunta.
Mi madre tiró de mí, obligándome a que me acercara como los demás
y me deshiciera de la rosa blanca que nos habían dado en el momento que
nuestros zapatos pisaron la tierra del cementerio. Golpeó mi mano y mis
dedos se estiraron ante el dolor que sentí. La flor cayó en el interior del
agujero oscuro y arenoso, formando un manto floreado y espinoso sobre el
ataúd de gama alta.
—Tu novio está ahí —apuntó a Harry con la cabeza, mientras que
éste optó por guardar la distancia—. Puedo esperarte en el coche.
Quería dedicarle una sonrisa a Harry, pero no lo conseguí. Hice un
gesto extraño con la cabeza y no tardé en darle la espalda. En seis meses no
había sido capaz de atender a sus llamadas o leer todos los mensajes que me
había mandado cuando recuperé mi antiguo número de teléfono. Él merecía
algo más que una chica que sufría un colapso mental e intentaba alejarse del
mundo entero. Así que opté por la opción más cruel y egoísta y no tardé en
seguir los apresurados pasos de mi madre.
Estaba convencida que pronto me reuniría con el chico que una vez
ocupó una parte de mi corazón, pero de momento, lo mejor para ambos, era
mantener la distancia y el silencio que destruiría esa bonita relación que
tuvimos antes de desaparecer.
El chófer cerró la puerta y acomodé el cinturón de seguridad sobre mi
pecho. Ignoré el zumbido que hizo vibrar la tela del bolsillo del vestido, y
me obligué a mí misma a mirar hacia delante mientras quedaba cruzada de
brazos.
—Lleva días sin cogerme el teléfono —su ira me sacó una sonrisa.
Desde que Ronald salió, mi madre estaba desesperada. Su querido novio, el
cual no tardó en confesar todos esos secretos que guardaba, era el pilar de
su carrera política. Así que, si Ronald no estaba cerca, Moira Willman, la
mujer poderosa que solía mostrar a todo el mundo, tiritaba ante la idea que
todo podría salir mal si no estaba junto a ella su amuleto de la suerte—. ¿Tú
sabes algo?
Me encogí de hombros ante su pregunta.
Yo, al igual que ella, no sabía dónde se encontraba Ronald. Más bien,
esperaba a recibir un par de ordenes antes de abandonar Sacramento. Y, si
no se daba prisa, acabaría asistiendo a clase porque me quedaba sin
excusas.
—Dudo que tenga una amante.
Por el rabillo del ojo observé como cerró los ojos para tranquilizarse.
Tenía prohibido ponerme una mano encima, y aprendió rápido. En el
momento que quedamos cara a cara, ésta supo controlar su odio hacia a mí
y convertirlo en un nuevo sentimiento; el desprecio.
Sostuvo con fuerza el pintalabios rojo antes de dirigirme la palabra.
—No es como tu padre —dijo, curvando sus labios cuando terminó
de retocarse el maquillaje—. Él no me dejaría. Todo lo que me ha
prometido, me lo ha dado.
Observé el paisaje a través de la ventana para entretenerme con algo
mientras que seguía hablando con mi querida madre.
—No ha tardado en remplazarte —al sentir sus ojos negros buscando
desesperadamente los míos, intenté tranquilizarla—. Hablo de papá. La
última vez que lo vi, estaba muy bien acompañado por su amante.
—¿Una zorra en busca del dinero que le pertenece a mi futuro
marido?
La zorra de la que estaba hablando era su misma imagen, pero
veinticinco años más joven. Shana y ella no eran tan diferentes; ambas
sabían menospreciar al sexo femenino. Tenían claro que, si querían poder,
lo obtendrían seduciendo a hombres que supuestamente estaban rodeados
del vicio que a más de uno no lo dejaba dormir por las noches; el dinero.
—Tu hijastra.
Soltó una fuerte carcajada.
—Bastante tengo contigo. No toleraría tener a otra cría bajo mi techo.
—Lo que no soportarías es saber que esa mujer es la que ha
conquistado el corazón de tu ex marido. No te mientas, mamá —dije, y ni
siquiera me tomé la molestia de mirarla—, te duele haber perdido a papá.
Ésta sacudió la cabeza.
—Me gustaría verlo muerto.
Acomodé mi mejilla una vez más contra el cristal y me di el placer de
sonreír ante ella.
—Ten cuidado —le advertí—. Todos los que crees que están muertos,
tarde o temprano regresan a la vida.
Yo misma era una de ellos.
Su deseo de quererme muerta, falló. Y ahí estábamos, compartiendo
vehículo mientras que dábamos un paseo de vuelta a casa.
Missé, la asistente personal de Moira Willman, se coló en mi habitación
para recordarme que la psicóloga que solía frecuentar, me esperaba en el
despacho de Ronald. Se me hizo extraño por dos motivos: Uno, porque era
yo quien solía asistir a su consulta ya que ella no se desplazaba. Y dos,
porque era domingo.
No discutí con Missé y me calcé con unas zapatillas para no ir
descalza por casa. Tenía esa maldita manía de tener los pies frescos y
ponerlos en contacto con el suelo. Pero con visitas, mi madre no me lo
permitía.
Bajamos las escaleras y doblé el primer pasillo que teníamos a mano
derecha para llegar hasta el despacho de Ronald. Missé me dejó sola cuando
alcancé la puerta. Cogí aire antes de llamar a la puerta y lo solté cuando
impacté los nudillos. Al otro lado se escuchó la voz de la psicóloga
invitándome a reunirme con ella. Empujé la manecilla dorada y no tardé en
ocupar el sillón que había delante del enorme escritorio de lujo de madera
maciza.
—Me alegro de verte, Alanna —saludó Leanne, la cual se encontraba
sosteniendo la libreta donde anotaba todos mis pensamientos que soltaba en
cada sesión que tuve con ella—. Sé, que en un día como hoy, lo mejor
hubiese sido dejarlo para mañana. Pero tu madre y yo habíamos pensado
que necesitarías desahogarte. Que te deshicieras de ese dolor que te
atormenta. Por favor, háblame de lo que sientes.
Me sorprendió.
Realmente era fascinante el papel que hacía Moira de madre cuando
estaba fuera de casa y lejos de mí.
Estaba cansada.
De los medios de comunicación.
De las visitas a la consulta de Leanne.
De mi madre.
Y de todas aquellas personas que sentían lástima por mí.
«Se acabó»—pensé, estirando los labios.
Tenía que deshacerme de todos ellos, aunque me tacharan de loca por
lo que estaba a punto de hacer. Simplemente, me olvidé del dolor, retrocedí
unos meses atrás y fui la Alanna que fumaba marihuana en casa de su mejor
amiga mientras que soltaba mentiras para que la bruja de su madre no la
descubriera.
—No sé por dónde comenzar —dije, acomodando las piernas sobre el
escritorio e inclinaba hacia atrás el respaldo del sillón.
Leanne me dedicó una sonrisa y me animó.
—Por dónde tú quieras. Yo estoy aquí para escucharte y ayudarte si
me lo permites.
—Antes de que Missé me interrumpiera, estaba durmiendo —cerré un
instante los ojos—. Estaba teniendo un sueño extraño. Me encontraba
tendida en un campo lleno de tulipanes. No estaba sola. Escuchaba una voz
cerca de mi oído. Era masculina.
—¿Harry?
—No. No era Harry —reí—. Era la voz de uno de mis secuestradores
—mi sonrisa incomodó a Leanne—. Estaba tranquila, feliz y riendo junto a
él. Acariciaba mi cabello mientras que clavaba mis ojos en los suyos color
miel. Extraño, ¿cierto?
La psicóloga negó con la cabeza.
—Conviviste con ellos durante un tiempo. Se desarrolla un trastorno
en el que la víctima empatiza con el secuestrador. Pero no es tu culpa,
Alanna. ¿Qué sientes? ¿Dolor? ¿Rabia?
—Excitación —susurré.
La libreta de Leanne acabó en el suelo.
Aguanté las ganas de reír.
—Es curioso, pero en mis sueños, el secuestrador, siempre me dice
que me desea y me dice que se vio en la obligación de retenerme junto a él
porque un ser querido se lo ordenó —miré a Leanne—. Incluso, me protege
de los hombres que envía una perra que me quiere ver muerta. ¿Estoy
enferma? —bajé las piernas—. ¿Está mal soñar con él?
Leanne rebuscó en su cabeza la frase indicada.
—No eres la primera víctima que se enamora de su secuestrador…
Le interrumpí.
—¿Enamorada? —sacudí la cabeza y posé los codos sobre el
escritorio para dejar mi barbilla caer sobre las palmas de la mano—. Lo
único que quiero es que me folle. Cada noche. Cada vez que cierro los ojos
—gemí—. A cada puta hora del día. Me entiende, ¿verdad?
Leanne llevaba rato sin escribir.
Se levantó del asiento que ocupó y recogió todas sus cosas antes de
salir del despacho. Intenté detenerla, pero me lo impidió. Sus piernas se
movieron tan rápido, que en menos de cinco minutos llegó a estar fuera de
casa.
Missé no tardó en anunciárselo a mi madre.
Saqué el teléfono móvil que llevaba en el bolsillo izquierdo del
pantalón y leí el mensaje que tenía pendiente.
No te preocupes.
Mamá pregunta por ti.
Le dije que estabas bien.
Te necesita.
Llámala cuando puedas.
Empieza a agobiarme.
05:55 PM ✓✓
Te quiero.
Aunque no haya nada entre nosotros dos,
te quiero.
09:10 AM ✓✓
Y yo a ti, Harry.
09:11 AM ✓✓
La voz del chófer hizo que alzara la cabeza del teléfono móvil.
—Vikram te está esperando en casa.
Miré al hombre, el cual se había desecho del uniforme de trabajador.
Aprovechó que el semáforo se puso en rojo para mirarme por encima del
hombro. Era más joven de lo que había imaginado. Su cabello oscuro,
rebelde, ocultaba sus cejas y sus orejas.
No estaba solo.
—¿Quiénes sois?
Su risa me revolvió el estómago.
—El nuevo equipo de guerra, bastarda.
El compañero, el cual guardó el anonimato en todo momento, le
golpeó hasta que éste se retorció de dolor. Empecé a asustarme. Ronald no
me había dicho nada. Eso significaba que no había nuevos integrantes en el
plan que organizó para buscar a mi padre y recuperar su dinero.
—Si vuelves a llamarla bastarda —gruñó, y por fin se deshizo del
gorro de la sudadera que ocultaba su cabeza—, te mato.
El corazón me brincó de alegría al escuchar su voz.
—¿Raymond? —pregunté.
Miró por encima del hombro, mostrándome el perfil que no hirieron
sus padres adoptivos. Me mostró una dulce sonrisa y estiró el brazo para
sostener mi mano.
—Siento no haberte llamado antes.
Capítulo 3
Para Alanna.
Con Ronald en casa no esperaba escuchar los gritos de mi madre, pero fue
lo primero que nos sobresaltó cuando cruzamos la puerta principal. Ésta le
reclamaba todo el tiempo que había estado fuera mientras le mostraba todos
los periódicos donde aparecía su rostro solitario sin el hombre que la lanzó
al estrellato en su nueva carrera política. Su futuro marido se mantuvo
cruzado de brazos esperando a que ella dejara de elevar la voz.
Al vernos aparecer, se disculpó con Moira y se acercó hasta nosotros
después de haber besado los labios de la mujer que lo esperó furiosa en su
hogar. Estrechó la mano de Reno y Raymond, se acercó hasta mí para
darme un abrazo y me preguntó si me habían puesto al tanto de los últimos
movimientos de mi padre.
—¿Ha estado en California? —le pregunté.
Seguí sus pasos hasta el despacho mientras que ignoraba el
espectáculo que estaba dando mi madre mientras que se aferraba a una
botella de vino y golpeaba el pecho de Reno porque le impedía avanzar
hasta nosotros.
—Heriberto Arellano siempre ha estado comercializando con SDA.
Cuando la policía te encontró, los fabricantes que distribuían esa droga le
cerraron el grifo al mexicano —me pidió que me sentara—. Gael volvió al
país en busca de otro distribuidor. Y lo ha encontrado.
Miré confusa a Ronald.
—¿No lo has detenido?
—No —dijo, acomodando los brazos sobre la mesa—. El dinero que
utilizaba para pagar la farmacéutica era dinero de Arellano. Imagino, que el
mío, estará en un lugar seguro y lejos de él.
Me encogí de hombros.
—Mi padre dijo que él tampoco lo tenía en su poder.
El rio.
—Porque lo dejó a tu nombre, Ratoncito —odiaba cuando utilizaba el
mismo apodo que me puso su hija Shana—. Lo tiene él. Lo controla. Pero
no puede acceder al dinero hasta que tú cumplas la mayoría de edad y le des
la autorización que necesita para poder tocarlo con sus propias manos.
—A no ser que esté muerta.
Ronald agrandó los ojos.
—No dejaré que nadie te haga daño —me aclaró—. Has sufrido
suficiente. Se acabó. Te lo prometo. Cuando tenga mi dinero, te daré una
parte para que rehagas tu vida fuera de aquí. Lejos de tu madre, olvidando
las mentiras de tu padre y dejando a un lado la prensa que te sigue
diariamente.
Relató el sueño que llevaba siguiéndome por las noches desde hacía
meses.
—¿Qué tengo que hacer?
—Todos están al tanto que tienen que seguir las ordenes de Reno y
Bloody. Tú, querida Alanna, lo único que tienes que hacer…
Le corté:
—Ser el cebo —se me hizo un nudo en la garganta—. Ya estoy
acostumbrada.
—No —soltó una fuerte carcajada—. Tendrás que adaptarte al papel
que tu padre no supo interpretar. Serás Vikram cuando yo no esté. Lo que
escuchen esos hombres salir de tu boca, serán mis órdenes. Si uno de ellos
muere porque tú lo has elegido, serán mis manos las que habrán acabado
con su vida. Si tienes que enfrentarte a Gael y olvidar que es tu padre, no
olvides que seré yo quien cometa ese castigo, aunque no esté presente. Tú,
Ratoncito, serás mi reflejo.
—Pero…
Era imposible.
Era una cría que lo había tenido todo sin hacer esfuerzo alguno.
No me escucharían.
Me odiaban sin conocerme.
Y, Ronald, lo que me estaba pidiendo, era algo que se me iría de las
manos.
—Habrá algo que no permitiré, Alanna —se puso serio—. No podrás
tocar a mi hija. Sé que te ha hecho daño, pero sigue siendo sangre de mi
sangre —él siguió hablando, y yo me quedé helada ante aquella orden;
Shana mató a Evie y me había vendido a Brasen después de drogarme. La
odiaba. Ansiaba vengarme de ella. Y me estaban arrebatando aquel deseo
—. Si alguien la mata, me lo cobraré con otra vida. ¿Lo has entendido?
Asentí con la cabeza.
Pero no lo tenía claro.
—Será mejor que hagas tu maleta. Te estaré esperando en el comedor
—pasó su brazo por mis hombros—. Hablaré con tu madre. Esa bruja
dejará de mirarte por encima del hombro. Te lo prometo.
Lo que me confirmaba Ronald es que estaba con mi madre por el
interés de acercarse a nuestra familia para llegar lo más pronto posible hasta
Gael y el dinero que perdió.
Me alejé de su lado y subí las escaleras. Cerré la puerta de mi
habitación cuando me colé en el interior y rebusqué en los armarios hasta
encontrar la ropa indicada para salir fuera de Sacramento. Llené la maleta
encima de la cama y guardé en uno de los bolsillos el collar que me regaló
Bloody el día que intimé con Ray.
«Bloody» —pensé en él.
Saqué la carta que me había entregado Ray y la abrí para leer una
línea.
Ni tú misma creerás lo que estás a punto de leer. Eres una
maldita cría.
Monko se hizo cargo de entregarme las pocas pertenencias con las que
llegué a la Prisión Estatal de Sacramento; mi ropa -sucia y llena de barro-,
el casquillo de una bala, un bolígrafo, la servilleta arrugada de una cafetería
y una fotografía que no tenía ni idea como había llegado ahí. Era de mi
madre. Salía ella sola, con el cabello largo y mostrando una hermosa sonrisa
que me hizo estirar los labios como en el retrato.
—¿De dónde ha salido?
—Vikram —no tardó en confesar—. Será mejor que le des la vuelta a
la fotografía.
Y así hice.
Detrás tenía un mensaje.
Mi antiguo hogar.
El único zulo donde viví tranquilo los primeros años después de salir
de prisión.
Y una mierda.
10:06 PM ✓
Fue mi respuesta.
Me saltó otro mensaje antes de que el móvil se apagara.
El mensaje no ha podido entregarse
al destinatario.
Vuelva a intentarlo más tarde.
10:06 PM
Silencio.
Es lo que hubo entre nosotros dos después de escuchar su voz ronca.
Miró a Dorel y le hizo una señal a Bekhu para que ambos ayudaran a cargar
las maletas y las bolsas que transportó Reno en el coche que le dejó Ronald.
Me quedé a solas con Bloody y lo único que hice fue adentrar mis manos en
los bolsillos del pantalón vaquero que vestía mientras que me obligaba a
mirar sus enormes ojos azules. Éste intentó acercarse hasta mí, pero lo
detuve cuando retrocedí. Tenerlo tan cerca, complicaba las cosas.
Había deseado tantas noches poder gritarle y reclamarle, que en ese
momento que lo tenía delante, todas esas frases que memoricé en mi
cabeza, se desvanecieron. Bloody mantuvo en todo momento su sonrisa.
Ladeó la cabeza y me echó un vistazo rápido. Seguramente me veía más
delgada, demacrada y con el cabello más largo que la última vez que nos
vimos.
—Estás preciosa —dijo, como si me hubiera leído la mente y supiera
que en ese momento no necesitaba escuchar todos mis defectos físicos—.
¿No vas a piropearme?
Él no había cambiado.
Acabó en prisión por mi culpa, y ahí estaba, bromeando o jugando a
las provocaciones.
—Bloody… —conseguí decir su nombre.
Éste por fin rompió la distancia que había entre nosotros dos y se
acercó hasta mi oído para susurrarme un par de palabras. Su lengua salió de
su boca. Lo sabía porque no tardó en acariciar el lóbulo desnudo de mi oreja
derecha.
—Puedes empezar diciéndome que me has echado de menos —rio, y
me lo imaginé con esa sonrisa que solía dedicarme hasta cuando la muerte
quería arrastrarlo junto a él y ahogarlo en el infierno por todos los pecados
que cometió—. También puedes decirme que querías responder a mis
llamadas, pero estabas muy ocupada con tu vieja vida. O, puedes besarme y,
prometo no hacerte más preguntas.
El corazón se me aceleró.
—La carta —conseguí decir.
—¿La has leído?
Mi respuesta fue negar con la cabeza.
Pero cuando su lengua lamió mi oreja, sentí una ola de calor que hizo
que mi cuerpo se sobresaltara.
Así que se lo dije verbalmente:
—No —mentí.
Bloody sopló la parte humedecida de mi piel.
—Qué lástima —se lamentó, y se alejó de mi lado para mirarme a los
ojos. —Desnudé mi alma por primera vez en todos esos versos que escribí
bajo mi puño y letra —se llevó las manos al corazón y fingió sentirse
dolido. —No pasa nada. Además, mi editor censuró la palabra polla unas
cien veces.
Su carcajada me heló la sangre.
Y lo agradecí.
Esa ola de calor que sentí, solamente podía significar ira y odio.
—Déjalo, por favor.
Supliqué.
«¿Dónde estás, Ray?» —pensé. Lo necesitaba a mi lado.
—Odi et amo —soltó Bloody.
No lo entendí.
—¿Qué?
—Ya lo entenderás —beso mi mejilla y se alejó de mi lado para
colarse en el interior de la base militar.
Observé como adentraba sus manos en los bolsillos de sus enormes
vaqueros, después de haber recogido su largo cabello. Caminó
tranquilamente hasta que se detuvo para mirarme una vez más. Al darse
cuenta que no le había quitado el ojo de encima, me sonrió y me guiñó el
ojo.
—Estás ardiendo, bastarda —la voz de Reno me sobresaltó—. ¿Ése
es Bloody?
—Sí —contesté, bajando la cabeza.
—Le hace falta un buen corte de pelo.
Zarandeé la cabeza y busqué a Ray, el cual se encontraba empujando
mi maleta. Quedamos los tres delante de las puertas de la base militar.
Nadie dijo nada. Los demás no tardaron en colarse en el interior junto a
Bloody, el cual abrió las puertas con unas llaves que sacó de una bolsa de
deporte que llevaba colgada del hombro.
Pasó por delante de nosotros T.J, Miklo, Bekhu, Dorel, Kipper y otras
personas que no conocía.
Hicimos lo mismo que ellos y nos detuvimos en el interior de uno de
los módulos donde estaban las habitaciones, cocina, sala de estar y cuartos
de baños. Bloody, mientras que esperaba que todos llegáramos, quedó
delante de un pequeño espejo que había en el recibidor. Desató su cabello y
se dio cuenta que las puntas sobrepasaban sus hombros. Bekhu se rio de él y
Kipper no tardó en tirarle de los largos mechones dorados que le cubrían la
camisa.
Una vez que cerraron la puerta, Reno quedó junto a Bloody y
comenzó la pequeña reunión improvisada de bienvenida.
—Mi nombre es Reno —se presentó—. Soy la mano derecha de
Vikram, el verdadero Vikram —miró a Bloody, el cual aguantaba las ganas
de reír—. Mis compañeros son Miklo —fue apuntando uno por uno
mientras los presentaba—, Veranha, Melvin y Tzion. Estamos aquí para
recuperar el dinero que robó Gael Gibbs a nuestro jefe. Así que espero que
todos trabajemos juntos sin problemas de por medio. Nosotros, las
traiciones, las pagamos con muerte. ¿Alguna pregunta?
Bekhu, Dorel, Kipper e incluso Ray esperaron a que Bloody dijera
algo.
—¿Reno? —se hizo él mismo la pregunta—. ¿Cuál de todos los renos
de Santa Claus eres?
Todos rieron menos los compañeros de Reno.
Ante la seriedad, Bloody prosiguió.
—Está bien. Nuestro nuevo amigo no tiene sentido del humor —
golpeó la espalda de éste y siguió con su discurso, o más bien, utilizando el
de Reno como plantilla—. Mi nombre es Bloody. No soy la mano derecha
de nadie porque todos sabemos que es la mano que utilizamos las personas
para limpiarnos el culo después de cagar —la risa de Kipper estalló tan
fuerte, que una de las mujeres que había junto a nosotros, se tuvo que
apartar de él—. Las putitas que suelen acompañarme son Kipper, Dorel, el
viejo Tartamudito conocido actualmente por Raymond y Bekhu. Las
guerreras que van a mil pasos por delante de nosotros son Alanna y Jazlyn.
Busqué a la última mujer que mencionó.
Bloody se dio cuenta.
—No te pongas celosa, cielo —rio. —¡Se me olvidaba! —alzó un
dedo—. Nosotros tenemos mascota. Se llama Terence Junior. Por favor, no
le deis nada de comer a partir de las doce de la noche. O habrá problemas.
Son de los que cagan por todo el suelo o de los que te traicionan si
encuentra un nuevo dueño.
T.J le dio la espalda y salió de la reunión para buscar una habitación
donde descansar.
—Entonces tendrás que matarlo —le aconsejó Reno.
—No —respondió Bloody—. Soy de los que creen que cada uno se
cava su propia tumba. Pero —le plantó cara a Reno—, como me toques la
polla, te mato.
Reno no dijo nada más.
Jazlyn, la mujer de cabello rizado y corto color violeta, le pidió al
resto del grupo que la siguieran para organizarlos en las habitaciones que
había en el módulo. Hicieron una fila y empujaron sus petates mientras que
comentaban los discursos de los dos jefes que teníamos para guiarnos hasta
Gael.
Sostuve mi maleta y seguí los pasos de Ray, pero una mano me
detuvo.
—¿Cómo me has visto? —preguntó, relamiéndose los dedos—.
¿Sería un buen presidente?
—Lo dudo, Bloody.
—¿Por qué? —agrandó los ojos.
—Le has declarado la guerra a Reno.
Éste rio.
—¿Eso crees?
—Sí, eso creo.
Pasó uno de los mechones de mi cabello por detrás de la oreja, se
acercó a mi rostro y cuando pegó su frente sobre la mía, siguió hablando.
—Cierto. Le he declarado la guerra —se mordisqueó salvajemente el
labio—. Así que declararé la paz cuando ese hijo de puta deje de llamarte
bastarda.
¿Cómo lo sabía?
—¿Qué?
—Ya me has escuchado.
Intentó alejarse de mí, pero atrapé rápidamente su muñeca.
—¿Cómo lo sabes? Tú no estabas en ese coche…—callé—. Ray.
—Sí, cielo, Raymond —su sonrisa se esfumó como el humo que
dejaba escapar de mis labios cuando prendía un cigarro—. Reno de Santa
Claus debería tener cuidado conmigo. Soy de los que queman. ¿Verdad,
Alanna?
Tocó mi mejilla y se alejó de mi lado.
Saqué mi teléfono móvil y observé mi rostro a través de la pantalla del
iPhone. Me había sonrojado y el muy idiota aprovechó para decírmelo con
el fin de humillarme. No quería que me protegiera. Yo misma callaría la
boca de Reno.
Acabé fuera para no discutir con nadie más. Desde que había llegado a
Sacramento, me alimenté a base de galletas digestivas, vasos llenos de café
con leche sin lactosa y todo el tabaco que pudiera conseguir. Bloody, al
verme tan nerviosa, creyó que dependía de besos de buenas noches, pero
desde que me alejé de él, no fui capaz de conseguir marihuana. Y cuando
me decidí en pedirle un poco de hierba medicinal, soltó el típico discurso
que te soltaría alguien que te quiere. No era su estilo. Así que pasé de él.
Me detuve delante de un enorme árbol que había cerca de la valla que
rodeaba la base militar, y lo golpeé con mis zapatillas. No retuve los gritos
y dejé que estallaran al salir de mis labios.
Estaba furiosa. Básicamente, no quería que nadie se acercara hasta
mí. No con el carácter de perro rabioso con el que me levanté.
Asumir que estaría cerca de Bloody, que mi corazón empezó a
perdonarlo, me estaba jugando una mala pasada. Mi cabeza decía una cosa,
pero mis sentimientos luchaban en una batalla absurda.
«Atracción» —pensé.
Ese era el problema. Me sentía atraída por un tipo duro, que mantenía
el carácter rebelde de los personajes de mis series favoritas y tener
dieciocho años me empujaba a cometer locuras.
—¡Pues no! —grité—. Con él no.
Unos brazos me rodearon la cintura, y antes de que lo golpeara por
detrás, su perfume masculino me dio la persona del individuo que se tomó
la molestia en seguirme para ver cómo me encontraba. Acomodé mis manos
sobre las suyas y las acaricié; a diferencia de Bloody, las manos de él eran
más suaves y ni siquiera tenía heridas entre los dedos.
Raymond era más pacífico. No se peleaba si no tenía la necesidad de
tener que defenderse o cubrir a alguno de sus compañeros si estaban
metidos en un lío. Lo miré por encima del hombro y le devolví la preciosa
sonrisa que marcó en su rostro.
Acomodé mi cabeza sobre la suya, y me sentí feliz por él; se sentía
libre, sin la necesidad de esconderse del ojo humano. Ganó confianza desde
que estuvo en México, y regresó más fuerte que nunca.
—Estás diferente —susurré.
Él rio.
—¿Más feo? Te prometo que no me he hecho ningún retoque estético.
Enlacé mis dedos con los suyos, reteniéndolo a mi lado. Acarició mi
mejilla con su corta barba y dejó un beso que no tardó en mover hasta mi
boca.
—Más valiente —confesé.
Ray suspiró.
—Se acerca una guerra —nos miramos—. No puedo caer, Alanna.
Me necesitan.
—Lo sé. Y por eso estamos todos juntos, ¿no?
Seguimos un rato de pie, observando las grandes nubes que paseaban
por el cielo azul. Mantuvimos el silencio mientras que seguíamos abrazados
bajo la atenta mirada de cualquier persona que decidiera pasar por el jardín.
Cuando uno de ellos fue T.J, entonces le pregunté a Raymond cómo había
ido el viaje a México.
—¿Te trataron bien?
—Sí —dijo convencido—. Me llevaron a un salón recreativo.
Con su sonrisa pervertida lo dijo todo.
Pero noté que no estuvo cómodo.
—¿Conociste a Rei?
Me acordé del mellizo de Diablo. Antes de que le perdiera el rastro la
noche en la que desapareció junto a Ray, me pidió unas horas antes que
salvara a su hermano. No estuve al tanto de lo que había pasado con la
familia Arellano, salvo que le abrieron las puertas a mi padre hasta el día
que éste pudiera devolverle el favor económicamente.
—Sí.
—¿Sufre la misma enfermedad que su hermano?
Sentí curiosidad.
—No.
—¿Es rara?
—Qué va.
Sus respuestas eran muy breves. Algo extraño en él desde que nos
habíamos encontrado de nuevo después de todo el tiempo que pasó. Al
verlo nervioso, opté por guardarme las preguntas para mí.
Solté una de sus manos y la subí para acariciarle la barbilla.
—Ahí está Reno —dijo, señalando con la cabeza.
Y miré hasta el lugar en el que indicó la presencia del tipo que me
llamaba bastarda.
Caminaba nervioso. Mantenía una mano en el bolsillo de sus
pantalones negros, mientras que con la otra sostenía un viejo teléfono
móvil. Su cabello oscuro estaba despeinado. Era un tipo alto, delgado, pero
fuerte. No le hacía falta hacer ejercicio para estar en forma. Seguramente
tenía la edad de Bloody, o un par de años más que él. Sus ojos, marrones
almendrados, se solían clavar en los míos para no buscar más detalles en mi
rostro. Pero yo sí lo hice. Tenía la nariz plagada de pecas. Pequeños
salpicones que le hacía lucir un tono de piel más moreno del que solía tener
en sus brazos.
Miró por encima del hombro, y al darse cuenta que lo habíamos visto,
salió con pasos acelerados hasta perdernos de vista.
—Es muy raro.
Raymond me dio la razón.
—Ni siquiera intenta conocernos —se alejó de mi lado, y quedó
delante de mí—. Tendremos que tener cuidado con él. Sobre todo, si
Bloody intenta buscarle las cosquillas al tipo raro.
Golpeé su pecho.
—Cuida tú de Bloody.
—¿¡Qué!? —se alarmó.
Reí.
—Puede que le haya perdonado —y puntualicé—: ¡Más o menos!
Pero no pienso cuidar de un niño adulto.
Suspiró y se llevó una mano a la cabeza desesperado.
—Es gracioso, pero Bloody solo te escucha a ti.
—Eso no es cierto.
—Entonces tú tampoco le haces caso a él cuando te da buenos
consejos.
Solté una fuerte carcajada, y al darme cuenta que iba en serio, aflojé
los labios y lo miré confusa.
—En la cocina te espera una tortilla francesa —besó mi mejilla—.
Bon appétit.
«¡Genial!» —pensé—. «Ambos se han puesto de acuerdo para
vigilarme.»
Así que no me quedó de otra que seguir con su juego. Me alimenté
para que se sintieran tranquilos, y paseé por la base militar conociendo los
rincones donde estuvieron los chicos viviendo junto a mi padre los años que
éste estuvo fuera de su hogar. Cuando nos cayó la noche, pasé por delante
del baño y cometí un error al entrar sin llamar a la puerta.
Me disculpé, y Bloody me detuvo.
—Dame cinco minutos y lo dejo libre.
En realidad, estaba ahí para recogerme el cabello antes de meterme en
la cama. Dormía más tranquila sin tener todos esos mechones
envolviéndome la cabeza cada vez que me movía.
Él estaba sentado en una especie de taburete, sosteniendo unas tijeras
y tirando de su cabello.
—¿Un cambio de look?
—Me molesta tener el pelo tan largo —confesó—. ¿Me ayudas?
—Yo…—me excusé.
No me atreví a cortarle el cabello a nadie, porque nunca lo hice. En
mi mundo, íbamos a peluquerías para no experimentar.
Pero en el suyo, daba igual lo hermosa que pudieran dejarte en un
centro de belleza, lo que importaba era tu personalidad y la forma en la que
ayudabas a los demás.
—Es dejarlo sobre los hombros —insistió—. ¿Por favor?
Acabé aceptando.
Recogí las tijeras y quedé detrás de él para cortar las puntas de su
cabello rubio. Iba dejando que el pelo cubriera el suelo, mientras que
Bloody no me quitaba el ojo de encima, observándome a través del espejo.
—No está quedando tan mal —confesé, riendo.
Éste pasó las manos por detrás de su cuerpo, y rodeó mis piernas para
que no me alejara.
—¿Has pensado en mí?
Su pregunta me puso nerviosa.
El corte ya no estaba quedando recto.
—Bloody…
—Es una pregunta sencilla, cielo.
Bajé la mano y la dejé descansar sobre su hombro desnudo.
No le mentí.
Me armé de valor y se lo dije:
—Sí.
Me liberó de sus brazos, se levantó del taburete y me arrinconó en el
baño. Respiré con dificultad al tener su boca cerca de la mía. Sus labios
brillaron cuando dejó pasear su lengua por el exterior de la boca.
Cerré inocentemente los ojos al sentir sus dedos tocando mi piel. Y,
de repente, me besó. No luché contra su boca. Más bien, colaboré a que
nuestros labios se unieran y siguieran besándose.
Jadeé al notar su mano tirando del pantalón de mi pijama.
—Yo también te he echado de menos.
Temblé.
Lo miré un instante, y seguimos besándonos.
«He caído» —pensé. «Tienes que detenerlo.»
Y lo conseguí.
Luché contra el deseo y escapé de Bloody.
Capítulo 9
No esperé que fuera capaz de abandonar el cuarto de baño para seguir mis
pasos. Una vez que me alcanzó, sus dedos rodearon mi muñeca y me obligó
a detenerme. No podía mirarlo a los ojos, pero tampoco era capaz de
olvidar que correspondí al beso con la misma pasión que empleó él a la
hora de unir nuestras bocas. Cerré los ojos y dejé que susurrara mi nombre
hasta que se cansara. Aunque ese era el problema de Bloody, que no
parecía cansarse de mí.
«No sigas» —supliqué, mentalmente.
Acomodó su pecho desnudo detrás de mi espalda y sentí como sus
manos apartaban mi cabello con delicadeza. Su barbilla descansó sobre la
coronilla de mi cabeza y cerré los ojos cuando sus dedos alcanzaron la tela
de mi camiseta. Se detuvo en el borde del escote, y no tardó en seguir
bajando por mis pechos.
—Bloody —gemí.
—¿Quieres que me detenga? —preguntó, depositando un cálido beso
en mi cuello—. Ambos sabemos que no, cielo.
Y tenía razón.
Al darse cuenta que no protesté, se tomó la libertad de quitarme la
camiseta y dejarme únicamente en sostén en medio del pasillo donde nos
habíamos detenido. Jugó con las tiras de la prenda interior, y mordisqueó el
lóbulo de la oreja para ponerme la piel de gallina.
—Te deseo, Alanna.
Cerré los ojos y dejé que su voz aterciopelada siguiera acariciando
mi piel mientras que sus manos seguían recorriendo mi cuerpo. Se quedó
enganchado en el botón del pantalón, y antes de liberarlo, tiró con fuerza
para adentrar su enorme mano en busca del calor que le podía dar las
bragas que llevaba puestas.
—Bloody —dije, deteniéndole por la muñeca. No me hizo caso. Su
dedo no tardó en pasear por mi vagina en busca del clítoris. Tragué saliva
y dejé que lo siguiera moviendo. Había perdido el poco control que me
quedaba con él. Yo también lo deseaba, el problema era la cobardía.
Prefería tocar el cuerpo desnudo de Bloody en mis sueños, antes que
hacerlo despierta—. No te detengas.
—No lo haré —gruñó.
Sacó la mano y giró bruscamente mi cuerpo para unir una vez más
nuestras lenguas. Nos besamos hasta sangrar. Su lengua, escurridiza e
inquieta como otras partes de su cuerpo, se coló entre mis labios para
hacerme temblar entre sus brazos. Alzó mi cuerpo y rodeé su cintura con
mis piernas. No tardé en enredarme en su cabello mientras que seguía
perdida en su boca.
—Fóllame.
—Toda la noche —finalizó él.
Podía sentir su duro miembro acercándose hasta mi sexo húmedo. Lo
único que le faltaba era desnudarme de cintura para abajo. Eché hacia
atrás la cabeza, pegándome contra el muro, y esperé a que sus manos
siguieran jugando con mi cuerpo. No quería que se detuviera. Por mi
cabeza ni siquiera pasó la idea de detenerlo y huir una vez más del hombre
que necesitaba que me hiciera suya.
Grité su nombre.
Había pasado una de sus manos por detrás de mi trasero para poder
sostenerme mientras que enterraba uno de mis pechos en el interior de su
boca. Mordisqueó el pezón sin compasión, y presionó un poco más sus
dientes al darse cuenta que mis gritos eran de placer.
—Eres mía.
—Sí —me dejé llevar—. Soy tuya.
Me dejó en el suelo para quitarme los pantalones. Intenté ayudarlo,
pero no me dejó. Destrozó la última prenda que cubría mi cuerpo, y cuando
quedé completamente desnuda ante esos enormes ojos azules que no
dejaban de mirarme, giró mi cuerpo para dejarme cara a la pared mientras
que me preparaba para recibir su miembro.
Sus manos abrieron mi trasero y me obligó a inclinarme un poco
hacia abajo para penetrarme. Sin protección, su miembro se adentró en mi
vagina para robarme más de un gemido. No detuvo sus movimientos de
cintura y, cuando lo hacía, era yo quien marcaba el ritmo para seguir
sintiéndolo duro y cálido dentro de mí.
—Mía —soltó, posesivamente—. Mía —jadeó—, y no de Raymond.
Llevé inmediatamente mis manos detrás de mi espalda y lo detuve.
—¿Qué…has…dicho?
Me había quedado sin aliento.
Al mirar por encima del hombro, me encontré la picarona sonrisa de
Bloody.
—Olvídate de Raymond.
Abrí los ojos y empecé a gritar al darme cuenta que había tenido un sueño
erótico donde Bloody era el protagonista. Me llevé las manos al corazón y
me dio la sensación que en cualquier momento se me saldría del pecho.
Quedé sentada sobre la cama mientras que intenté borrar de mi cabeza todas
las imágenes que se quedaron grabadas en mi mente. Cada vez que abría los
ojos, veía a Bloody desnudo acercándose mientras me susurraba que era
suya.
—¡No!
La puerta de la habitación se abrió y no esperé encontrarme a
Raymond acompañado de la persona que ocupaba parte del protagonismo
en los sueños que estaba teniendo últimamente. Bloody se coló en la
habitación. Sostenía su arma y miró todos los rincones antes de acercarse
hasta mí.
—¿Sucede algo?
Tragué saliva.
—No.
No quería mirarlo a los ojos.
Las mejillas me ardían.
—Y, ¿por qué gritabas? —preguntó, confuso.
Busqué el apoyo de Ray. Al darse cuenta que lo estaba buscando con
la mirada, se acercó hasta mí y se sentó a mi lado para abrazarme. Hundí mi
rostro en la curva de su cuello y respiré el suave y cítrico perfume que había
rociado en su piel.
—¿Alanna? —insistió Bloody, a regañadientes.
Le respondí porque necesitaba perderlo de vista.
—He tenido una pesadilla —confesé, con la voz entrecortada.
Alcé un poco el rostro y volví a esconderlo al cruzarme con su
mirada.
—¿Segura?
«¡Cállate!» —pensé.
—Sí.
Detuvo el interrogatorio de preguntas y bajó el arma. Raymond me
preguntó si quería que me quedara, y asentí con la cabeza. Aferré mis dedos
en el pijama de él y cerré los ojos para quedarme dormida y olvidar todo lo
que había pasado.
—Vete a dormir, Bloody —Ray le invitó a salir fuera de la habitación
educadamente—. Me quedaré con ella hasta que se tranquilice.
Bloody no dijo nada y salió dando un portazo.
Ray y yo nos tumbamos en la cama, aprovechando que Jazlyn ni
siquiera se había presentado a dormir. Posé mi cabeza sobre su pecho y
agradecí que no me hiciera preguntas.
Pero había algo que me estaba torturando.
—Tengo que decirte algo.
—Tú dirás —sonó tranquilo.
Él no merecía tenerme a su lado cuando a sus espaldas correspondía a
los besos de Bloody.
—Besé a Bloody.
Silencio.
—Di algo Ray.
—Sé que él está enamorado de ti.
Reí.
Éste me miró y afirmó con la cabeza.
—¡No! Ya sabes cómo es Bloody.
—¿Cómo es Bloody, Alanna?
Balbuceé estupideces.
—Un imbécil.
—Un imbécil que daría la vida por ti.
Me quedé helada.
Ray siguió hablando por mí.
—Está bien —dijo, mientras que ayudaba a acomodarme de nuevo
sobre él—. Un beso no puede romper lo nuestro.
—Pero…
—No le des más vueltas —besó mi frente.
No tardó en quedarse dormido. Estaba cansado. Se puso a roncar y lo
único que hice yo fue alzar mi cuerpo, clavar el codo en la almohada y
observar el rostro de felicidad con el que dormía mientras me preguntaba
por qué no se había enfadado conmigo ante la confesión del beso.
Para olvidar mi desliz, cogí mi teléfono móvil y volví a leer la sopa de
letras que me habían enviado.
Hasta que conseguí resolverlo.
«¿Papá?»
De repente Ray empezó a hablar en sueños.
—¿Rei? —parecía nervioso—. Ten cuidado, Reinha.
—Ray —susurré.
Su cuerpo se agitó y empezó a sudar.
—Tienes que detener a Gabriel, Diablo —apretó la mandíbula, lleno
de ira—. ¡No dejes que toque a Reinha!
Ni siquiera se despertó. Se acurrucó sobre la almohada mientras que
sus dedos intentaban rasgar la tela. Parecía sufrir más de la cuenta por una
mujer que desconocía. No me habló de ella cuando me contó la pesadilla
que vivió en México cuando tuvo que salir huyendo junto a T.J.
Su sufrimiento terminó y me acomodé delante de él para limpiar las
perlas de sudor que nacieron en su frente. Sonrió inconscientemente y creí
que se había dado cuenta que yo estaba ahí para cuidarlo.
Pero me equivoqué.
—Reinha —susurró, por última vez.
Tenía a Perla desnuda sobre mi cama mientras que tocaba su sexo a la vez
que me observaba quitándome la ropa. Me acerqué hasta ella con cuidado y,
cuando intenté besar sus piernas, me detuve.
«Nada de romanticismo.»
—Gírate —le pedí.
—¿Por qué?
—Porque voy a follarte.
No protestó y dejó su cuerpo boca abajo. Antes de que quedara
tendida, la alcé por las caderas para acomodarla como una perra. Enredé mi
mano en su cabello y con la otra terminé por hundirla en su vagina. Al
comprobar que estaba lo suficientemente húmeda para mí, acerqué mi
miembro cubierto con un preservativo hasta su pequeña y estrecha entrada.
Cuando enterré mi polla en su vagina, gemí de placer al sentirla tan
estrecha y limitada. Soltó un grito de dolor y esperé a que se fuera
adaptando al grosor antes de seguir moviéndome en su interior.
Al no ver su rostro, mi imaginación voló.
Ya no la veía tan pequeña, pero su cabello seguía siendo negro y con
cortas ondas en las puntas. Sus gemidos sonaban como los de Alanna,
mientras que su mano, la que se estaba acercando para pedirme que bajara
el ritmo, tenía el mismo esmalte de uñas que solía utilizar la cría que me
estaba volviendo loco.
—Joder —gruñí, y seguí follándome a Perla.
Cerré los ojos.
—No te detengas, Bloody —suplicó.
Arañó mis muslos y seguí golpeando su coño con más fuerza. Tenía
que sostenerla porque ella no era capaz de mantenerse de rodillas y con las
manos a la almohada. Su rostro, ante las embestidas, estuvo a punto de
traspasar la pared.
—Alanna —gemí.
Alcé el rostro y empecé a sentir placer.
—¿Qué? —preguntó, confusa entre gemidos.
De nuevo giré su rostro para que no me mirara.
—Te estoy follando —le aclaré, por si no se había dado cuenta.
Perla alzó su cuerpo y pegó su espalda contra mi pecho. Buscó mis
labios y no fui capaz de besarla. Seguí moviéndome, penetrándola mientras
que rodeaba su cintura con mi brazo para que no cayera al suelo. Sentí sus
pequeñas manos en mi brazo y su cabello acariciando mi mejilla.
Cerré los ojos.
—Me gustaría que me besaras antes de estar desnuda ante ti —
confesó, llevándose las manos detrás de la espalda para jugar con el
broche del sujetador.
—¿Quieres que te bese?
Ella asintió con la cabeza y se mordisqueó el labio para provocarme.
—Bésame —suplicó—. Quiero que me beses, Bloody.
Arropé su rostro con mis manos y planté un beso en su frente. Ella
protestó. Así que bajé hasta dejar otro en la punta de su fina nariz. Sacudió
la cabeza y alzó su rostro para estar más cerca de mi boca.
—Si te beso, cielo, después me volverás loco y me lo echarás en cara.
—¡Imbécil! —golpeó el suelo con su pie desnudo—. Bésame.
—Ante esa orden no me puedo resistir.
Seguí acercándome, acaricié sus sonrojadas mejillas ante la ira que
sintió y la besé. Me devolvió el beso con fuerza y enredó sus manos en mi
cabello. La retuve a mi lado.
—Di mi nombre.
Detestaba que le llamara cielo.
—Alanna —seguí complaciéndola.
—Otra vez —dijo ella.
Antes de gritarlo, la besé de nuevo.
—¡Alanna! —y, de repente, sentí que caía al suelo.
Al abrir los ojos, me di cuenta que Perla me había escuchado. Se
enfadó conmigo y me tiró de la cama mientras que ella salía para buscar las
prendas de ropa que tiró en el suelo.
—Hijo de puta —soltó.
—¿Qué te sucede? —le pregunté, llevándome una mano a la espalda
ante el golpe que recibí. —Ni siquiera me he corrido.
—¡Qué te jodan! —gritó.
No quería que despertara a nadie.
—¿Puedes bajar la voz?
—¿Por qué? —estaba tan furiosa, que era imposible calmarla—. ¿Me
llamarás Alanna de nuevo?
Me levanté del suelo y me cubrí con mis boxers. Perla me abofeteó y
salió de la habitación sin dejarme darle una explicación. Cometí un error.
Bueno…, más bien dos. Pero intenté satisfacerla, que era lo más importante.
Seguís sus acelerados pasos y me quedé muerto cuando nos cruzamos
con Alanna.
—¿Sucede algo? —preguntó, confusa.
Ni siquiera se había ido a dormir. Seguía despierta y paseando por los
pasillos.
—¿Quién eres? —fue la respuesta de Perla.
Confusa, y sin saber que hacer, respondió con la verdad.
—Alanna.
La camarera gritó con tanta fuerza, que pensé que los tímpanos se me
reventarían. Le plantó cara a Alanna y me señaló con su dedo índice.
—Es todo tuyo.
—¿Perdona? —Alanna se acercó hasta ella.
—Ya me has escuchado. Te está esperando.
Pasó por su lado y abandonó la base militar.
—¿Bloody?
—¿Sí?
—¿Qué ha pasado?
Me hice el tonto y me encogí de hombros.
—No lo sé.
—¿Le has hecho daño? —se cruzó de brazos.
—No…
Me cortó.
—Sé que físicamente no. Pero algo le has hecho para que saliera
furiosa.
—¿Quieres la verdad o mejor te suelto una mentira?
Alanna entrecerró los ojos.
—¿Qué me hará feliz?
«Saber que pensaba en ti» —pensé.
Pero opté por la mentira:
—No se me ha levantado la polla.
Ella suspiró.
—¿Quieres un café?
—¿Quieres pasar un rato conmigo?
Asintió con la cabeza y le seguí.
Capítulo 13
ALANNA
Me quedé dormida en una de las camas que había en la caravana que nos
envió Ronald; según él, cruzaríamos la frontera sin ningún problema y los
policías no harían preguntas. Abrí las cortinas y me di cuenta que habíamos
llegado a Tucson, Arizona. Reno estuvo conduciendo unas ocho horas y,
cuando se cansó, nos anunció que nos detendríamos en unos apartamentos
que había alquilado Vikram hasta que llegaran los pasaportes.
Bloody y yo nos quedamos en el parking, mientras que Reno se
acercó a la recepción para buscar las llaves del apartamento.
—¿Vamos a tener que convivir los tres juntos? —preguntó Bloody,
cruzado de brazos.
—¿Cuál es el problema?
—El problema es él.
Si seguíamos distanciándonos de Reno, éste no nos permitiría sacar a
Reinha de México. Golpeé el hombro de Bloody para tener su atención y le
mostré una sonrisa para que olvidara el pequeño problema que lo torturaba
mentalmente.
—Sé que será difícil para ti —comencé mi discurso—, pero tenemos
que buscar una forma para que Reno confíe en nosotros y deje de seguirnos
a todas horas. ¿Lo entiendes?
Gruñó.
—¿Cuál es el plan?
—Ser amables con él.
—¿¡Qué!? —gritó, desesperado.
Reno regresó y nos mostró las llaves que había conseguido. Le pidió a
Bloody que subiera nuestras maletas y aproveché en quedarme a solas con
el chico de cabello alborotado.
—¿Dos apartamentos? —pregunté, sorprendida.
—Has cambiado de novio, ¿no? —no tuvo una respuesta por mi parte
—. Vosotros podéis hacer lo que queráis. Yo prefiero dormir solo.
Iba a ser difícil ser amable con él.
—Nos detestas, Reno —fui directa, no podía crear un vínculo
amistoso con una persona que no era capaz de mantenerme la mirada—. Y
te entiendo. Pero, ¿podrías hacer el favor de intentar conocernos?
—¿Para qué?
—No somos tan malos como crees.
Rio.
—Raymond fue el primer plato. Bloody es el segundo en este
momento —se acercó hasta mí e intentó acariciar mi barbilla—. ¿Quieres
que sea tu postre?
En pocas palabras…Reno insinuó que todos los hombres que se
cruzaban en mi vida pasaban por mi cama.
Cansada con su actitud, golpeé con fuerza su rostro. No tardó en
acariciar su mejilla mientras que mis dedos se iban marcando lentamente en
su piel.
—¡Qué te jodan!
Le di la espalda y fui tras Bloody.
Cuando llegué al apartamento, me dejé caer sobre la enorme cama
que había en la habitación. Mientras tanto, podía escuchar como Bloody
movía el sofá que había en el comedor-cocina.
—Iré a comprar algo de cena. ¿Te parece bien?
Me levanté de la cama.
—¡Perfecto! —sonreí. Empezaba a tener hambre—. Aprovecharé
para darme una ducha.
Esperé a que Bloody saliera del apartamento y me acerqué hasta el
cuarto de baño. No tardé en desnudarme. Dejé caer una toalla en el fondo
de la bañera y posé mis pies como de costumbre. Quise abrir el grifo, pero
de repente me di cuenta, que muy cerca de mí, había una enorme cucaracha.
Salí de la bañera gritando mientras que intentaba deshacerme del
bicho negro que correteaba por las cortinas de plástico.
La puerta se abrió y me encontré a un Bloody confuso.
Oculté mis pechos con el brazo y me quedé cruzada de piernas.
—¿Otra pesadilla?
Sacudí la cabeza.
—Una cucaracha —jadeé, ante el cansancio de gritar a todo pulmón.
Éste ni se movió.
—¿Te importa? —señalé la puerta con la cabeza—. Quiero bañarme.
Bloody había dejado de mirarme a los ojos, para observar mi cuerpo.
—¡Bloody!
Se acercó.
—Al infierno —soltó, e inmediatamente se movió para aferrarme a él,
cogiéndome de la cintura mientras que me besaba. No tardé en llevar mis
manos a su cabeza y en acariciar su cabello para tener más cerca su boca de
la mía. Jadeé cuando dejó caer sus manos hasta mi trasero—. No puedo
controlarme. Te deseo, cielo.
Volvimos a besarnos. Parecía que no tenía fin. Tenía hambre de sus
labios, su lengua y de su fuerte y duro cuerpo que se pegó al mío.
Dejé de luchar.
Quería entregarme a él.
Capítulo 15
Está cerca.
Ten cuidado.
02:04 PM ✓✓
Respondí:
A cuidar a mi hija.
02:06 PM ✓✓
Reí mentalmente.
No te creo.
02:06 PM ✓✓
Te quiero.
02:07 PM ✓✓
Dejé los muffins de chocolate sobre la mesa. Intenté retirar una de las sillas
para sentarme, pero Bloody me lo impidió. Agarró mi cintura con sus
manos y tiró de mi cuerpo hasta dejarme sentada sobre él. Su barbilla se
acomodó sobre mi hombro mientras que sus manos acariciaban mis manos.
—Te has ido sin avisarme.
Quise bromear un poco con él.
—Es mi venganza por lo de anoche.
Me obligó a mirarlo y se puso serio.
—Te dije que iríamos poco a poco —y, de repente, sonrió—. Sé que
nada te asusta, pero si Shana está ahí fuera, lo mejor es que no vayas sola.
Suspiré.
—Si quedara cara a cara con ella —cerré los puños y me clavé las
uñas en la piel—, no podría ni matarla.
—¿Por Ronald?
—No. Porque no quiero ser como ellos.
Acarició mi mejilla y cerré los ojos ante el contacto de su piel. Me
acerqué hasta sus labios e hice el esfuerzo de detenerme antes de que
perdiera el control.
—¿No vas a besarme?
Golpeé su pecho.
—Dijiste que serías amable con Reno.
Bloody apartó la mirada y me demostró que estaba molesto con él o
conmigo. No fue claro, así que hundí mis dedos en su mejilla y le obligué a
que me mirara a los ojos.
—Estoy hablando contigo.
—¡Es peor que yo! —sostuvo con fuerza mi mano, como si tuviera
miedo a que me alejara de él—. Realmente, ¿qué quiere de ti?
—¿El dinero de mi padre? —dije, irónicamente.
—No. Hay algo más. Por eso no me fío de él.
Me acomodé sobre su cuerpo y le acerqué el muffin de chocolate
negro a los labios. Le dio un mordisco y entonces me besó suavemente y sin
prisas.
—Tendremos que irnos esta noche —anunció, cabizbajo—.
Empezaba a gustarme vivir aquí, contigo.
—Al principio no me soportabas —crucé mis brazos, fingiendo
indignación—. ¡Eres una cría odiosa!
Reí.
Bloody apretó los labios.
—¿Por qué olvidas los mejores momentos?
—Dime uno.
—Encontré la capilla perfecta para casarnos —sonrió—. Además —
tiró de su camiseta, mostrándome la cicatriz que le hice con la bala que
convirtió en un collar para regalármelo—, te declaré mi amor
constantemente.
Tiré de su melena rubia, dejando su cabeza hacia atrás para poder
acercarme hasta él.
—También dijiste que me follarías.
Éste estiró los brazos.
—Y es algo que estoy deseando.
Lo solté y me levanté de sus fuertes piernas para tumbarme sobre la
cama. Recogí mi cabello mientras que Bloody se acercaba a mí, y separé
mis piernas para dejar que se acomodara entre ellas. Pronto se tumbó sobre
mi cuerpo. Acarició mi rostro, besó mi cuello e hizo que entrara en calor.
—¿Cuántos condones llevas encima? —pregunté, cerrando los ojos.
Bloody mordió mi cuello.
—Cien —susurró, sobre mi piel.
Jadeé.
—¿Los vas a utilizar todos?
Rio.
—Sí.
—¿Tienes a cien chicas esperándote?
Nos miramos.
—Había pensado usarlos todos contigo.
—Mmmm —me mordí el labio—. No sé si es una buena idea.
Dejó de acariciar mi barbilla.
—¿Por qué?
—A lo mejor la primera vez no me satisfaces —jugué con Bloody—.
Por ejemplo, ayer —cerré los ojos, e intenté no reírme—, fue un desastre.
—Fuiste tú quién me pidió que te follara, cielo —contratacó, ganando
la batalla que empecé—. Tú te corriste, y yo…me quedé toda la noche
caliente.
—Pobrecito —dije, tocando sus labios.
—Y ahora, Alanna Gibbs, está machacando mi corazón.
Controlé las ganas de mordisquear su labio, como la noche anterior.
—Para machacar tu corazón, antes debería de ser mío.
Sostuvo mi mano y la llevó hasta su pecho.
—¿Quieres mi corazón? —preguntó, con su bonita sonrisa. Antes de
escuchar mi respuesta, bajó su mano por abdomen hasta acomodarla en su
entrepierna. —O, ¿quieres mi polla?
Solté una carcajada.
—Dos opciones que no me disgustan.
—Ambas laten, te hacen daño y puede que…—calló. Alguien llamó a
la puerta y estropeó el agradable momento que estábamos teniendo—.
¡Joder! Te juro que como sea el Reno de Santa Claus, lo mato.
—Bloody —intenté tranquilizarlo.
Pero fue imposible.
Se acercó hasta la puerta y, cuando la abrió, soltó un grito que me
sobresaltó.
—¿¡Qué diablos quieres!? —Al darse cuenta que no estaba hablando
con Reno, enfureció todavía más—. ¿Qué haces aquí?
Salí de la habitación para comprobar con quién estaba hablando y
quién consiguió alterarlo con su visita.
—¿Así saludas a una vieja amiga?
El corazón se me encogió.
Bloody la detuvo.
—Debería matarte.
—Pero no lo harás —se acercó hasta él para besarlo, pero se lo
impidió.
Miró por encima del hombro y me encontré con la persona que más
odiaba en aquel momento.
—¡Hola, ratoncito! —saludó Shana, alzando el brazo y agitando la
mano—. ¿Nos habéis echado de menos?
¿Habló en plural?
Lo entendí cuando se frotó la enorme barriga que escondía debajo de
su abrigo.
Capítulo 18
BLOODY
Volví a sentarme sobre la cama y terminé de curar las heridas que marcaron
en su rostro. Pasé uno de sus mechones rebeldes por detrás de su oreja, y
limpié la última gota que bajó por debajo de su ceja. Lo miré a los ojos,
dejé caer mis manos sobre las rodillas y esperé a que fuera él quien
rompiera el silencio.
—Quiero estar a tu lado, Alanna. Cuidarte, aunque tú sepas hacerlo
sola —con un tono de voz calmado, siguió hablando—. No estoy a tu lado
por dinero. Seguiría deseándote incluso si fueras como yo; una persona que
tuvo que sobrevivir a las viejas calles de Carson sin dinero. Me siento
atraído por tu dulce rostro, pero también por tu forma de ser. No tienes
miedo. Dices lo que sientes. Y, si tienes que proteger a un ser querido, lo
haces arriesgando tu propia vida.
—¿Eso me hace ser estúpida?
Bloody sonrió.
—Pero mi estúpida favorita —se acercó lentamente, y antes de
besarme, lo detuve.
Alcé la cabeza y se me escapó un suspiro.
—Tengo miedo a enamorarme de ti —las piernas me temblaban—.
¿Has amado a alguien, Bloody?
—No —y se me encogió el corazón antes de tiempo —, pero hubo
una mujer que me enseñó a ser mejor persona y terminé queriéndola. Su
nombre es Callie. La conocí en San Quentin. Ella me enseñó a leer, a
escribir y tuvo la esperanza que cuando saliera de prisión terminaría
vistiendo con traje y corbata. Pero terminé siendo el delincuente que la
apartó de mi lado.
—¿La búscaste?
—Quise hacerlo —confesó, y era la primera vez que abría su corazón
—. Pero Callie me hubiera cerrado la puerta en las narices.
Acomodé mi frente sobre la suya.
—Pronto habrá alguien que necesite tu cariño.
—Alanna…
Me cortó, pero no lo dejé.
—Esa niña no puede criarse sola junto a Shana —estaba mal juzgarla,
pero ella misma me dijo que mantenía a la niña dentro de ella por Bloody
—. Te necesitará. Ambos hemos sufrido con nuestros padres. Sabemos lo
que es no tener su cariño. ¿Realmente quieres que ella sufra lo mismo que
tú y yo?
—Yo quiero estar contigo.
—Y yo —rocé mi nariz con la suya y cerré los ojos cuando estuve a
unos centímetros de su boca—. Pero esa niña te necesitará más que yo.
—No es justo, cielo.
—Lo sé —y me mordí el labio, ante la rabia que sentía y no quería
trasmitirle a él—. Prométeme que te lo pensarás.
—No puedo.
—Por favor.
No dijo nada.
Se apartó de mi lado y se levantó de la cama para buscar una camiseta
limpia con la que vestirse. Salió fuera de la caravana, y ayudó a Reno a
entrar dentro. Estaba débil. Bloody siguió empujando su cuerpo hasta
dejarlo sobre la cama. Ambos nos miramos y asentí con la cabeza. Tenía
que ayudarlo.
Limpié el barro y la sangre de su rostro, desinfecté el corte que le
atravesó el labio y lo dejé durmiendo mientras que nosotros nos ocupamos
de conducir la caravana hasta El paso. Crucé mis piernas sobre el sillón de
copiloto y le hice compañía a Bloody en silencio.
Cruzamos la frontera y nos detuvimos delante de un pequeño parque
que había en Chaveña para descansar.
Acaricié mi piel con mis propias manos, y eché hacia atrás la cabeza
para dormir un par de horas. Pero la voz, cansada y dura de Bloody, detuvo
mi sueño.
—Lo haré —dijo. Y le miré confusa—. Cuidaré de la criatura con una
condición.
Lo miré con una sonrisa en el rostro.
—¿Cuál?
—Que tú estés a mi lado.
Posé mi mano sobre la suya.
—Estaré a tu lado.
Se acercó para besarme, y el teléfono de Reno sonó.
La pantalla se iluminó para mostrar el nombre de Melvin.
—¿Será el contacto que tenemos en México? —le pregunté.
Bloody se encogió de hombros y descolgó la llamada.
Desconfiaba de Reno, por eso se tomó la confianza de hablar con el
tal Melvin.
—¿Sí?
Capítulo 22
Antes de que respondieran al otro lado de la línea, una mano voló hasta la
oreja de Bloody y le arrebató el teléfono móvil. Colgó la llamada y nos
miró seriamente. Reno arrugó su frente y apretó los dientes ante el delito
que cometimos por coger una llamada que no nos pertenecía.
—¿Qué crees que estabas haciendo?
—Responder a la llamada —dijo Bloody, con naturalidad—. ¿Era
alguien importante?
La pregunta incomodó a Reno.
—No es asunto tuyo.
—En realidad sí —se levantó del asiento y lo siguió—. Estás en
contacto con esa persona desde que Vikram te mandó seguir a Alanna. Lo
he visto en tu historial. ¿Quién es Melvin?
Reno dejó de caminar por la caravana y enfrentó a Bloody.
—Un contacto.
—¿Vikram lo sabe?
Bloody estaba interrogando a Reno y estaba seguro que volverían a
besar el suelo. Así que me levanté, quedé delante de los dos y los separé
porque estaban muy juntos. Éstos cedieron y me sentí tranquila. Si nos
escuchaban gritar a las tres de la madrugada, seguramente nos detendrían.
—¿Qué hacemos ahora, Reno? —pregunté, ya que estábamos en
México.
—Reunirnos con Marcus.
—¿Otro de tus contactos? —Bloody siguió molestándolo.
Por suerte Reno lo ignoró. Desbloqueó el teléfono móvil y llamó al
hombre que nos mencionó. Le envió nuestra ubicación y dijo que se
reuniría con nosotros al día siguiente.
—Será mejor que vayamos a dormir —Reno nos apartó para sentarse
en el asiento piloto—. Quedaos con la cama. Yo he dormido suficiente.
Bloody no se lo pensó dos veces. Cogió mi mano y tiró de mi cuerpo
para que lo siguiera. Al llegar a la parte trasera, me dejé caer sobre el
colchón y Bloody cerró las cortinas para tener algo de intimidad. Cuando se
estiró a mi lado, una sonrisa pícara iluminó su rostro.
Su mano quedó sobre mi vientre. Jugueteó con el elástico de mis
jeggings[9] y lamió mis labios antes de acomodarse sobre mí. Lo detuve.
—¿Qué haces? —pregunté, elevando una ceja confusa.
—Es obvio, cielo.
No entendió que le estaba advirtiendo.
—Reno está a un par de metros de nosotros —bajé el tono de voz,
para que no pudiera escucharnos—. No voy a abrirme de piernas ahora.
—No haremos ruido.
—Bloody —le di el último toque.
—Está bien —alargó las vocales como un niño pequeño—. Nada de
sexo. Pero déjame decirte —me mordisqueó el lóbulo de la oreja y me hizo
temblar— que tú te lo pierdes.
Lo empujé y cayó de espaldas. Dejé mi cabeza sobre su pecho y moví
mi dedo por su torso.
—¿Qué crees que nos oculta?
Se encogió de hombros.
—Te dije que no era de fiar.
Empujé hacia arriba mi cabeza y miré sus penetrantes ojos azules.
—¿Y nosotros sí?
—Nosotros menos —rio.
Pegó sus labios en la coronilla de mi cabeza y terminé quedándome
dormida junto a él.
Soy T.J.
Cuando llegues a México, ponte en contacto
con este número: +52 22xx- xx11
10:13 AM ✓✓
—Bloody.
Le enseñé el mensaje.
—¿Qué quiere?
Bloody le respondió.
Diablo cambió de idea a última hora. Nos pidió nuestra ubicación y aceptó
reunirse con nosotros en la habitación de motel donde nos alojábamos.
Como Reno estaba en la habitación continua a la nuestra, no estaría al tanto
de la conversación que mantuviéramos con el hijo de Arellano; empezamos
a movernos sin la ayuda del hombre de confianza de Vikram.
Dos agentes, que vestían de negro, inspeccionaron la habitación antes
de que Diablo la pisara. Al darse cuenta que Bloody llevaba un arma junto a
él, intentaron quitársela. Pero Diablo se lo impidió. Les pidió a sus hombres
que salieran y él mismo cerró la puerta para buscar algo de intimidad. Se
acercó hasta la cama y se dejó caer.
Se había desecho de su cabello negro. Sus gruesas y largas cejas
pobladas, no estaban tan alzadas como de costumbre. Parecía cansado. Nos
miró un momento, y me di cuenta que sus ojos estaban hinchados.
—Pensé que no volvería a veros.
Diablo estaba muy diferente desde la última vez que lo vimos.
—Nosotros tampoco —dije, acercándome hasta una silla para
sentarme delante de él—. Pero aquí estamos.
—Seis meses después —incluso dejó de soltar sus groserías.
Bloody lo miró desde el fondo de la habitación, con los brazos
cruzados sobre el pecho. No se fiaba de él, así que optó por guardar la
distancia por si en algún momento tuviera que sacar su arma para matarlo.
Diablo le mostró una sonrisa y siguió hablando conmigo.
—¿Dónde está mi padre?
—Sigue vivo si es lo que te preocupa, mami.
—Tenemos que sacarlo de México. Lo antes posible.
Diablo se levantó.
Al no esperárselo, Bloody se acercó hasta él y le plantó cara:
—¡Ya, wey! No le haré nada —golpeó suavemente el rostro de Bloody
—. Eres muy diferente a tu hermano. Él es más sumiso. En cambio, tú…
Le cortó.
—Tengo menos paciencia que Terence Junior —gruñó.
Me acerqué hasta ellos e intenté mediar en su conflicto.
—Diablo —cuando tuve su atención, seguí—, necesitamos una
dirección.
—No olvides nuestro trato. Te entrego a tu padre, y vosotros nos
sacáis de México.
—No —respondió Bloody—. Acepto sacar a tu hermana. Pero no
pienso sacar del país a un asesino.
Diablo, ofendido, alzó las manos para mostrarle que no estaban
cubiertas de sangre como la última vez que se vieron. Soltó una carcajada y
se acercó hasta Bloody.
—Llevo meses sin escuchar voces o sonidos que me vuelven loco.
—¿Por qué? —quise saber.
¿A qué venía ese gran cambio?
Se encogió de hombros y respondió:
—Le prometí a Rei que tomaría mi medicación. No podía decirle que
no a mi linda hermanita.
Me acordé de Ray. Le prometí que salvaría a Reinha de las garras de
Gabriel y es lo que haría. Incluso si teníamos que llevarnos a Diablo junto a
nosotros.
—Está bien —asentí con la cabeza—. Huiremos todos. Pero antes,
tienes que decirme dónde está mi padre.
Diablo se dirigió hasta la puerta con la intención de marchar. Antes de
girar el pomo, me miró por encima del hombro y me guiñó un ojo.
—Primero tenéis que conocer a Rei. Después, os daré la dirección
para atrapar a Gael.
Bloody gruñó, y lo detuve antes de que impidiera que Diablo
abandonara la habitación de motel. En el fondo, tenía razón. Primero
trazaríamos un plan para salir los seis de México, después de convencer a
mi padre que nos siguiera.
Me quedé a solas con Bloody y le pedí que se sentara junto a mí.
Estaba furioso.
—¡Es un asesino!
—Pero es el pasaporte de Reinha. Se lo prometí a Ray.
Sacudió la cabeza.
—Es peligroso, Alanna.
—Ya lo has escuchado. Su hermana le obliga a tomarse la medicación
que calma todos sus demonios.
Alborotó su cabello y suspiró.
—No sé si es una buena idea.
—Por favor —supliqué, cerca de sus labios.
No se apartó de mi lado cuando lo tumbé.
—Déjame convencerte —besé su cuello, y no tardé en mordisquear la
parte donde se sentían sus latidos bajo la piel—. Quiero saborearte.
Quería hacerle olvidar todos los problemas que nos surgieron desde
que pasamos la frontera. Así que tiré de su camiseta y bajé mis labios por su
cuello hasta lamer el plano y duro pezón antes de torturarlo con mi
jueguecito.
Ansiaba ser tan cruel como él, hasta hacerle temblar bajo mi cuerpo.
—¿Qué haces, cielo? —preguntó, con un tono divertido.
Seguí empujando mi cuerpo y guiando mi boca por las duras líneas
que marcaban su abdomen. Acabé doblando las rodillas en el suelo, y moví
mis dedos por el cinturón que sostenía sus vaqueros. La idea de tenerlo otra
vez desnudo ante mí, me hacía arder de placer.
Y a él también.
Su dura erección no tardó en quedarse marcada en su ropa interior.
Acaricié su miembro por encima de la tela, y con la otra mano terminé por
bajarle los pantalones.
Sabía que me estaba observando detalladamente, y eso no consiguió
detenerme. Al contrario, me empujó a delinear la gruesa y larga marca que
dejaba su polla ante mis ojos.
—Estás tan duro —susurré, y no evité marcar una amplia sonrisa en
mi rostro.
Me relamí los labios y hurgué en el interior de su bóxer hasta alcanzar
el trozo de carne ardiente que me esperaba. Lo arropé con mi mano y
acaricié su miembro con delicadeza y amor. Bloody cerró un instante los
ojos y echó hacia atrás la cabeza ante el calor humano que encendió un
poco más su pene.
—¡Joder!
Y, antes de que siguiera protestando, empujé su miembro al exterior y
arropé la cabeza con mis suaves y húmedos labios. Envolví la cresta,
rodeándola con la lengua hasta hacerlo temblar.
No tuve compasión con él.
Al igual que él no la tuvo conmigo.
Sus dedos se aferraron a las sábanas de la cama, mientras que evitaba
derramar su semilla en el interior de mi boca.
Ya no era una niña inocente que enviaba mensajes eróticos para
complacer a un chico.
Con Bloody era imposible.
Quería estar a su altura.
Darle el mismo placer que él llegaba a provocarme a mí.
Seguí abriendo mi boca para hacer desaparecer parte de su miembro
en el interior de la húmeda cueva que lo estaba haciendo jadear. Fue lento.
Poco a poco tragué cada centímetro del deseo feroz que crecía en la
entrepierna de él.
—Estás jugando con fuego, cielo —escuché, en un sonido
estrangulado y pausado de una voz ronca que fue música para mis oídos.
Sus dedos se enredaron en mi cabello, pasando cada mechón por la
dura piel de sus manos.
Al no poder arropar todo su pene con mi boca, empecé a deslizar mis
labios de arriba abajo para saborearlo, consumirlo y hacerlo estallar de
placer.
Era lo más sensual y erótico que había hecho por alguien.
Gemí contra su piel al notar como tiraba de mi cabello y empujaba mi
cabeza.
—No pares, cielo —gimió con más fuerza, apretando sus fornidos
muslos ante el placer que le estaba dando mi boca—. Chúpamela, cielo. Lo
haces muy bien.
Introduje un poco más su miembro en mi boca, casi podía tocar mi
garganta. Seguí abriendo mis labios, provocándome un pequeño dolor en la
comisura. Alcé un poco la cabeza para relamerme los labios, y aproveché
que tenía la lengua fuera para golpear la sensible cabeza de su polla que
estaba rosada.
—¡Joder, sí! —volvió a alzar la voz—. Chupa mi polla, cielo —clavé
mis uñas en sus inquietas rodillas. El placer parecía tan intenso, que Bloody
sacudía su cuerpo inconscientemente. Buscaba mi boca para volver a buscar
el calor y el placer que dejaba en su duro y grande miembro—. Alanna.
Aparté su mano de mi cabello y le prohibí que él marcara el ritmo con
mi cabeza.
—¡Oh, sí! Chúpamela. Lame mi polla, cielo —empezó a elevar su
trasero de la cama.
Dejé de pasear mi lengua por la protuberante punta enrojecida y hundí
mi boca para seguir masturbándolo hasta que explotara en el interior.
—Me harás caso, Bloody —solté, antes de volver a bajar mi rostro.
—Por favor, cielo —suplicó, como un cachorrito.
El hambre siguió creciendo. Así que hundí su polla en mi interior de
mi boca y no detuve de humedecer su piel hasta que se corrió.
Escupí en el suelo, me aparté de su lado con cuidado y acaricié mis
labios que estaban inflamados ante el esfuerzo que hice.
Lo observé desde los pies de la cama. Con ambas manos en su
abdomen, intentando recuperar el aliento que había perdido cuando estalló
el placer en su cuerpo hasta dejar la última gota de su esencia en mi boca.
—Cielo.
Una sonrisa atravesó mi rostro.
—Seguiremos mi plan, Bloody.
Y lo dejé solo, sobre la cama, y desnudo mientras que yo me dirigía
hasta el baño para darme una larga y relajante ducha.
Capítulo 24
Salí de la ducha y quedé delante del espejo para observar la estúpida sonrisa
que marcó mi rostro. Bloody no tardó en quedar detrás de mí. Rodeó mi
cintura con sus brazos y sentí la presión de su barbilla en mi hombro. Me
miró a través del espejo y besó mi mejilla. Toqué su húmedo cabello y
esperé a que éste se cubriera con la toalla que le había dejado para él. Pero
optó por seguir desnudo.
—Ahora que conoces mi debilidad, tendrás que dejar de chantajearme
con mimos.
Alcé una ceja.
—¿Estás diciendo que no te ha gustado?
—Estoy diciendo que me has vuelto loco, cielo —besó mi cuello y
volvió a alzar la cabeza—. Por eso te suplico que no seas cruel conmigo.
No quiero acceder a todas las ideas alocadas que se te pasen por la cabeza.
—Necesitamos sacar a Diablo para proteger a Reinha.
—Y he accedido con una condición —me acercó hasta él y siguió
hablándome cerca del oído—. Si vuelve a matar a alguien, me encargaré
que deje de hacerlo.
Sonreí.
—No te entendí muy bien —me mordí el labio, ante la presión de su
miembro en mi espalda—. No dejabas de jadear y balbucear cosas sin
sentido.
—Tú has tenido la culpa, cielo.
Dejó un rápido beso en mis labios y salió del cuarto de baño para
vestirse. Yo no tardé en hacer lo mismo. Una vez que quedé vestida, con el
cabello seco y peinado, me dirigí hasta la puerta para buscar una cafetería
donde vendieran dulces típicos de México.
Pero mi breve excursión se anuló cuando me encontré a Diablo al otro
lado de la habitación. No iba solo. Una mujer joven, de cabello negro y ojos
enormes de largas pestañas, quedó detrás de él con una sonrisa invertida.
Estaba triste. Parecía destrozada.
—¿Y el otro gringo? —preguntó, Diablo.
Señalé el interior de la habitación.
—Creí que nos veríamos mañana.
Diablo se encogió de hombros.
—Hemos aprovechado que Gabriel salió —sostuvo la mano de la
mujer, y nos presentó—. Reinha, ella es Alanna. Alanna, ella es mi dulce
hermanita.
Estreché la fría y suave mano de Reinha. Ésta me mostró una sonrisa
y bajó la cabeza avergonzada. Detrás de mí, se encontraba Bloody sin
camiseta. Le hice una señal para que se terminara de vestir y pedí a los
mellizos Arellano que se acomodaran en la habitación.
—Siento tener que molestaros —susurró Reinha.
Era una mujer muy bella. El bronceado de su piel destacaba por
encima del hermoso vestido blanco que eligió para reunirse con nosotros.
Tenía el cabello más largo que el mío y cubría sus hombros con un manto
negro plagado de rosas.
—Ray me ha hablado de ti —confesé—. Me pidió que te ayudara. Y
es lo que vamos a hacer.
Bloody dejó su mano sobre mi hombro, y asintió con la cabeza para
dar más fuerza a mis palabras. Los tres observamos a Reinha, y nos dimos
cuenta que se rompió sentimentalmente; empezó a llorar y ni siquiera
Diablo consiguió calmarla.
—Desde que mi mamá murió, nuestro padre se ha vuelto egoísta —
dijo, limpiándose las lágrimas traicioneras con la tela del manto que la
protegía del fuerte viento que azotaba en las calles de Los Lamentos—. Me
obligó a prometerme con Gabriel Taracena, un viejo amigo de la infancia
que perdió el control cuando descubrió que heredaría una gran fortuna por
parte de su papá.
—Taracena es uno de los narcotraficantes más poderosos de México
—nos aclaró Diablo.
—Si me caso con él, sufriré la vida que se negó a vivir mi madre
cuando descubrió la frialdad de mi papá.
Bloody intervino.
—No tendrás que casarte con él —le aseguró—. En unos días
saldremos…
—La boda es dentro de una semana —Diablo se levantó del asiento
que estaba ocupando. —¡Verga! —gruñó. Se acercó hasta la mesa y
garabateó una dirección junto a un horario—. Gael suele pasear diariamente
por el parque de Los lamentos. Uno de mis hombres dijo que la razón era
para encontrarse con una mujer de cabello rubio.
«Shana.» —Pensé.
Recogí el papel y miré el horario.
Estábamos a tiempo de llegar hasta él.
—Iremos a por Gael —Bloody cogió su chaqueta de cuero y me
acercó la mía—. Vosotros deberéis buscar la manera de escapar a
medianoche para reuniros con nosotros en este mismo motel. Os
protegeremos hasta que lleguemos a California. Os doy mi palabra.
Diablo estrechó la mano de Bloody y salieron del motel unos minutos
antes de que nosotros lo abandonáramos. Conseguimos quitarle las llaves de
la caravana a Reno sin que éste se enterara, y condujo hasta el parque de
Los Lamentos donde se encontraba mi padre. Diablo no nos mintió. Él se
encontraba ahí. Sentado en un banco mientras que observaba como los
niños jugaban y se acercaban hasta sus familiares para darles un abrazo.
Sacó un teléfono móvil del bolsillo su americana y bajó la cabeza para
clavar sus ojos en la pantalla.
Estuvimos dos horas esperando que el parque quedara vacío. Cuando
la última familia abandonó el lugar, Bloody me dijo que era la hora de
enfrentar a Gael. Estaba nerviosa. Llevaba tantos meses sin saber de él, que
no sabía cómo reaccionaría al quedar cara a cara con el hombre que me dio
la vida.
Caminé por delante de Bloody. Me di cuenta que mi padre se levantó
del asiento y giró sobre sus elegantes y brillantes zapatos para marchar, pero
terminó quedando delante de mí. No mostró decepción, más bien alegría.
—Alanna —susurró, dejando asomar una sonrisa.
Tragué saliva.
—Hola, papá.
Me hizo tanto daño…que ni siquiera era capaz de odiarlo.
Intenté acercarme hasta él, pero Bloody se levantó. Golpeó su rostro
hasta dejarlo inconsciente. Antes de que cayera al suelo, lo sostuvo entre
sus brazos. Se lo cargó sobre el hombro y me pidió que lo siguiera.
—¿Cielo?
No sabía qué me estaba pasando.
—Tendríamos que haber hablado con él.
Lo miré por encima del hombro.
Él negó con la cabeza.
—No accedería a venir con nosotros. Tú lo sabes.
—¡O quizás sí!
—¡Alanna! —intentó tranquilizarme, elevando la voz para que dejara
de escuchar mis propias quejas—. Este hombre mandó a secuestrarte.
Intentó venderte al hijo de un mafioso y seguirá haciéndote daño hasta que
tenga su dinero.
Bajé la cabeza.
Yo no era como mi familia.
Aunque mi madre dijera lo contrario.
No sería capaz de matar.
Estaba convencida de ello.
Capítulo 25
RENO
Dos de los hombres de Diablo nos custodiaron hasta una farmacia que había
abierta en Los Lamentos. Reinha seguía cubriendo su piel con sus propias
manos mientras que caminaba con temor. Me acerqué hasta ella e intenté
tranquilizarla. Estábamos lejos de su padre y de su prometido Gabriel. Pero
mis palabras no le ayudaron. Bajó la cabeza y suspiró. Sin darse cuenta, el
manto que cubría sus hombros, fue cayendo por su piel hasta descansar en
su espalda. Observé todas las cicatrices que asomaban por fuera de su
vestido.
Sin darme cuenta, acabé tocando las marcas de sus heridas. Reinha se
sobresaltó y se alejó de mi lado.
—Lo siento —me disculpé con ella, por ser tan grosera—. No
quería…
Y me quedé sin palabras para justificar mi mala educación.
Ella frenó en seco y alzó la cabeza para mirarme a través de sus ojos
oscuros y brillantes por las lágrimas que amenazaban en salir para
humedecer su piel.
—No lo sientas —dijo, con la voz rota—. Son heridas de guerra. No
debería darle importancia. Dios me cuida. Tendría que estar tranquila. No
temer a mi propia sombra.
Intenté tranquilizarla.
Quedamos delante de una tienda de ropa interior femenina y
mantuvimos una larga y dolorosa conversación a través de un enorme
escaparate repleto de maniquíes perfectos.
—Tener miedo no es malo —suspiré, acordándome del valor que
reunió Ray para volver a hablar—. Raymond sufrió como tú, pero cuando
era pequeño. Sus padres biológicos lo abandonaron en un orfanato. No
tardaron en acogerlo hasta que una familia pareció ser la indicada y perfecta
para él. Fue un error. Acabó en las manos de gente que lo torturó y lo
lastimaron físicamente como psicológicamente. No sé si habrás visto su
rostro, Reinha, pero lo marcaron para recordarle que era imperfecto —gruñí
—. Tardó años en volver a pronunciar una palabra. Sé que no debería
contarte su historia, pero si puedo ayudarte, te estaré tendiendo una mano.
Ella bajó la cabeza y suspiró.
—Ray es otro soldado de guerra. Dios no lo abandonó, y lo cruzó en
tu camino —Reinha sonrió—. El día que lo conocí, se armó de valor para
mostrarme sus heridas. Y, cuando yo quise hacer lo mismo, salí huyendo
porque Gabriel nos descubrió.
Limpió las lágrimas que cayeron hasta sus labios.
—Mi felicidad se esfumó el día que Gabriel decidió que la única
forma que había para tener mi amor, era a través de los golpes —gimoteó
—. Mi padre no hizo nada. Creyó que era una buena forma para domar a
una mujer rebelde.
«Desgraciado» —pensé.
—Así que le pidió a Gabriel que formara parte de nuestra familia
antes de contraer matrimonio, y se trasladó a nuestro hogar cuando yo
solamente tenía quince años —hizo una pausa, las manos le temblaban y el
llanto le impedía a hablar con claridad—. Cuando terminé mi fiesta de los
quince, fui a mi habitación para quitarme el enorme vestido rosa que me
regalaron. No sabía que él me había seguido, así que no tardó en
abalanzarse sobre mí para abusar de la cría que un día sería su mujer.
»Gracias a Dios, Diablo llegó a tiempo. Lo sacó de la habitación y lo
golpeó hasta dejarlo inconsciente. Papá castigó a mi hermanito para que
entendiera el error que cometió por maltratar al hijo de Taracena. Lo
encerró en un sótano sin su medicación y, Diablo se convirtió en una
persona terrible, sedienta de sangre y torturado por los demonios que los
siguen desde que era pequeño.
»Nuestro padre consiguió que su enfermedad aumentara. Terminó
escuchando voces que lo incitaban a hacer cosas crueles. Pero no yo podía
hacer nada por él, porque Gabriel y mi papá me lo impedían.
»Diablo solía salir con nuestro papá para vigilar los negocios que
llevaba a cabo en Veracruz. Me dejaba a solas con Gabriel, el cual
aprovechaba para golpearme hasta dejarme inconsciente. Siempre
despertaba con una herida nueva. Mi espalda, hombros y piernas eran el
lugar perfecto para dejarme marcada con su cinturón de cuero.
Pasé mi brazo por sus temblorosos hombros.
—No quiero volver a verlo, Alanna.
—Te prometo que no volverás a verlo. Pronto saldremos de aquí.
Se abalanzó sobre mí para darme un abrazo. Y arropé su cuerpo
durante unos minutos. Sentí sus lágrimas en mi cuello. Acaricié su largo
cabello y alcé la cabeza porque me sentí vigilada.
—Tenemos que salir de aquí.
—¿Por qué? —preguntó, preocupada.
Cogí su mano y tiré de ella para adentrarnos en la farmacia. Los
hombres de Diablo siguieron fuera, y eso me hizo sentir segura.
Reinha pagó los medicamentos de su hermano y esperamos que el
señor se los entregara. Cuando salimos al exterior, nos dimos cuenta, que
cerca de los escaparates de ropa, había un hombre parado y con la mirada
fija en nosotras.
Quise dar vueltas por Los Lamentos para comprobar si realmente nos
estaba siguiendo. Y no me equivoqué. El hombre seguía nuestros pasos en
cada calle que cruzábamos.
Quedamos escondidos en una esquina, y cuando éste pasó por
delante, lo empujé para que los hombres que nos custodiaban lo retuvieran.
Cayó al suelo, gritó de dolor y se movió bruscamente cuando lo paralizaron.
—¡Suéltame! —gritó.
Reconocí esa voz.
Me arrodillé delante de él y le quité el gorro que ocultaba su rostro.
Era Reno.
—¿Qué haces aquí?
—¿Qué hacéis vosotras dos a las tres de la madrugada en un lugar
como este?
—Tú no tienes derecho a hacernos esas preguntas —respondí.
—Os están siguiendo —zanjó, Reno.
Reí.
—¿Y tú nos proteges?
—No es el momento para daros explicaciones, Alanna.
—Pues deberías —insistí.
Y de repente se escucharon disparos.
Los hombres de Diablo cayeron al suelo y el grito de Reinha me
confirmó que estaban muertos. Dos enormes vehículos negros nos rodearon
en el callejón donde nos escondimos de Reno.
—Mierda —exclamó éste.
—¿Qué hacemos? —le pregunté, al darme cuenta que los hombres
que había en el interior, salieron para detenernos.
Tiré del cuerpo de Reinha y la dejé detrás de mí mientras que Reno se
levantaba del suelo y sacaba su arma. Pero eran siete personas contra una.
Y, estaba segura, que ellos sostenían pistolas más potentes que las de él.
—Te lo advertí.
Gruñí.
—Tú también nos estabas siguiendo.
—Tengo mis motivos.
—Me gustaría escucharlos antes de morir —dije, lanzándole un
vistazo rápido.
Reno soltó una carcajada.
—¡Agachaos!
Y empezó a disparar.
Capítulo 29
Bloody me ignoró por completo. Siguió golpeando con unos nudillos que
lastimó anteriormente con el cuerpo de mi padre. Reno intentó defenderse,
pero con el golpe que recibió en la cabeza, quedó aturdido y encogido bajo
el enorme cuerpo que tenía sobre él. Los puños siguieron impactando en los
costados del policía.
No me quedó de otra que tirarme sobre la espalda de Bloody y rodear
su cuello con cuidado para que se diera cuenta de la barbaridad que estaba
cometiendo. Al darse cuenta que el rostro de Reno se llenó de pequeñas
gotas de sangre que se escurrían de mis manos, Bloody se detuvo y nos alzó
a ambos para comprobar cómo me encontraba. Sostuvo mis manos con las
suyas y arrugó el ceño al verme herida.
—Me caí —le prometí—. Reno no me hizo daño.
—Escuché tus gritos junto a los de él. Estaba preocupado, cielo.
Quise sostener su rostro, pero no quería salpicarlo con mi sangre. Así
que me arrimé hasta él para que viera que estaba bien y que podía confiar
en mí.
—Arreglé nuestras diferencias para el bien de todos —mentí—.
Tenemos que cruzar la frontera y no podemos discutir todo el día con Reno.
¿Lo entiendes?
Él no estaba muy convencido.
Le echó un vistazo rápido a Reno, y oprimió las ganas de volver a
lanzarse sobre él para seguir golpeándolo hasta dejarlo sin aliento.
Agradecí que la voz de Diablo le abriera los ojos a Bloody. Se acercó
con su iPhone y nos leyó el último mensaje que recibió de uno de sus
hombres de confianza que seguían dentro de la propiedad de su padre.
—Arellano mandó a cerrar las fronteras porque Reinha y usted han
desaparecido.
—No puede ser —susurré.
—Os dije que mi padre no tardaría en darse cuenta —coló la cabeza
en el interior de la habitación de Reno—. Si sigue con vida… ¿podrías
despertarlo para ir saliendo de Los Lamentos? Tenemos que salir antes de
que nos corten el paso ¡pendejos!
Y entendí su ira; nosotros tres discutiendo por tonterías, mientras que
Diablo y Reinha se veían atrapados en el país donde nacieron y en el que
perdieron a su madre cuando intentaron huir de su padre.
Bloody no tuvo otra opción que coger a Reno y trasladarnos a nuestra
habitación. Mientras tanto yo, con las manos heridas y cubierta de trozos de
cristal, recogí las pertenecías de Reno y guardé su placa de policía para que
nadie la encontrara. Limpié la sangre que dejamos en el suelo, y cerré la
puerta después de acomodar veinte dólares encima de la almohada para la
señora que se encargaría de acomodar la habitación para el siguiente
huésped.
Cuando me reuní con todos, me encontré a mi padre ocupando una
silla para dejar que Reno descansara sobre la cama de matrimonio. Reinha
lo ayudó a acomodarse y se acercó hasta mí preocupada. Le quité
importancia a mis temblorosas manos y quedamos en medio de la sala para
planear nuestra salida.
—Deberíamos salir ahorita —soltó Diablo.
Bloody miró a Reno:
—El idiota que conduce duerme.
—Tú podrías conducir, Bloody —propuse.
Diablo apoyó mi idea.
—Está bien —aceptó, presionado por los demás—. Tú —apuntó a
Diablo, para empezar a darnos órdenes a todos—, acompaña a Gael hasta la
caravana y no le quites el ojo de encima. Reinha —ésta se acercó
tímidamente hasta él—, ayuda a Alanna a curar las heridas que se ha hecho
en las manos. Yo bajaré las maletas y saldremos todos dentro de una media
hora. ¿Entendido?
Excluyó alguien en su plan.
—¿Qué pasa con Reno? —pregunté, apuntándolo con el dedo.
Bloody gruñó.
—Tiene un cuarto de hora para despertarse. O si no, lo tiraré hasta el
piso de abajo como una maleta vieja que estoy deseando quitarme de
encima. ¿Te parece bien?
No le respondí y me adentré en el interior del baño. Reinha me
acompañó y se sentó en el borde de la bañera mientras que yo ocupaba el
asiento que podíamos tener con la tapa del inodoro. Rebuscó en el botiquín
de emergencia y sacó unas pinzas, alcohol y unas gasas.
No dudé en ella, así que le tendí las manos y esperé a que hiciera el
peor trabajo que le podía pedir a una chica que se había cansado de ver
tanta sangre brotar del cuerpo de un ser humano.
—Bloody te ama.
Se me escapó una risa.
—¿Qué?
—Se preocupa muchísimo de ti. Es lindo.
Me mordisqueé el interior de la mejilla para no quejarme del dolor.
Los trozos de cristal fueron cayendo al lavamanos.
—Es gracioso —susurré.
—¿Por qué?
—Opinas lo mismo que Ray.
—Entonces será cierto —Reinha me guiñó el ojo. Dejó las pinzas
cerca de ella, y humedeció mis manos con alcohol para desinfectar las
heridas ya que no teníamos nada mejor.
Vendó con sumo cuidado mis manos y me mantuvo la mirada en todo
momento para que no sufriera.
—Pareces una profesional —alagué su trabajo.
—Me encargaba yo misma de curar mis heridas.
Siempre terminaba recordándole a Gabriel.
—Lo siento.
—No te disculpes —fue su respuesta—. ¿Y bien?
Alcé una ceja.
No entendí a que se refería.
—¿Tú lo amas? —por fin la entendí.
—Amar es una palabra muy grande. Con varias emociones que ni
siquiera sé si algún día podré compartir con él.
Me miró con tristeza.
—No puedes cerrarte al amor. Ni siquiera yo lo he hecho, Alanna.
—Pero Bloody será padre —confesé—. Y, por encima de mí, estará
su hija.
—Eso no te excluye de su corazón —dijo Reinha, con una dulce y
bonita sonrisa—. Os estáis conociendo, pero ya veo el amor que
desprendéis los dos. Te protege, se preocupa y estoy segura que se le
quitaría el sueño si descubriera que estás en peligro.
De repente nos tragamos nuestras palabras cuando la puerta del baño
se abrió. Bloody asomó su cabeza y comprobó que todo estuviera bien. Le
mostré los vendajes y se sintió aliviado.
—Reno ha despertado —nos anunció—. Está esperándote, Reinha.
Con él irás segura hasta el aparcamiento. No te preocupes.
—De acuerdo —le devolvió la sonrisa a Bloody, el cual le dio la
gracias por haberme curado las heridas de la mano—. Os veré en un rato.
Reinha ya había deducido ella sola que tardaríamos en reunirnos con
los demás. Esperamos en escuchar la puerta cerrarse, y Bloody ocupó el
mismo lugar que había estado sentada Reinha.
Arropó mis manos con las suyas y se las llevó hasta sus labios para
depositar un par de besos.
Cerré los ojos ante el bonito detalle que tuvo conmigo.
—Cada vez que Adda se hacía daño, corría hasta mí para pedirme que
la llenara a besos —sonrió—. Echo de menos a esa mocosa.
—Pronto volveremos a casa y podrás ir a verla.
—¿Vendrás conmigo?
—¿Quieres que vaya?
Bloody rio.
—Nilia te adora —y yo la admiraba; como mujer, y como la madre
luchadora que era—. Y Adda estará deseando verte junto a mí.
Me acerqué hasta él.
—Me encantaría.
Besó mis labios y se quedó pegado a mí durante unos segundos que
hicieron que sintiera, las mariposas que tanto detestaba, un cosquilleo en mi
estómago.
—¿Sabes qué le haría feliz? —esperé escuchar su respuesta—. Que
compráramos una casita de campo y nos fuéramos a vivir cerca de ella.
Me puse más nerviosa.
—¿Vivir juntos?
—Soñé con ello la otra noche. Y me hizo ilusión, Alanna.
Me quedé sin palabras.
Así que Bloody acunó mi rostro con su mano y cerré los ojos al sentir
sus pulgares acariciando mis sonrojadas mejillas. Sentía los latidos de mi
corazón en el lóbulo de mis orejas.
—Cuando termine todo esto, ¿adónde habías pensado irte?
—¿Sinceramente? —me encogí de hombros—. No lo sé. Sólo había
pensado irme lejos de California. Un lugar cálido donde nadie me
conociera.
—¿Tú sola?
Bromeé con mi respuesta:
—Ya comprobaste que me hago independiente poco a poco —
recordé, la forma en la que aprendí a cocinar la noche antes de que él
apareciera con otra mujer—. Pienso que, si alguien viene conmigo, sufrirá.
—Entonces quiero sufrir —confesó.
—Bloody.
—Vamos, cielo —susurró, sobre mis labios—. Ya he sufrido
suficiente en mi vida. Un poco más de dolor, solo hará que me dé placer.
—Idiota —solté, antes de besarlo.
Llevé mis torpes manos detrás de su cuello y enrollé mi lengua
alrededor de la suya. Me quemé lentamente ante el contacto de su boca. Y
volví a respirar al notar una de sus manos colándose en el interior de mi
camiseta. Pero fue él quien se detuvo.
—No me fío de Reno.
Quería contarle la verdad, pero le prometí a Reno que guardaría
silencio.
—¿Y si estamos equivocados con él? —Bloody me miró confuso—.
Sé que no podemos confiar en nadie. Pero, imagina un instante que, Reno
es el hombre que nos alejará de Vikram y de toda la mierda que no nos deja
vivir en paz. ¿Le darías una oportunidad?
—Eso sería imposible, cielo.
—Sólo te pido que le demos una última oportunidad.
—Alanna…
—Por favor —gimoteé.
Se levantó del filo de la bañera y me miró desde arriba, con tristeza a
través de sus azulados ojos.
—No me gusta que pases tiempo con él. Podría pasarte algo malo.
—Pero no pasará.
Removió su cabello y me dio la espalda.
—Si mis advertencias no te ponen en alerta —cogió aire—, al menos
dime que no tengo motivos para ponerme celoso.
—¿¡Qué!? —solté una carcajada, y más tarde me di cuenta que jugué
con sus sentimientos—. Entre Reno y yo nunca sucederá nada. Ni siquiera
me gusta.
—Él no puede decir lo mismo de ti.
Tiré de su chaqueta y le obligué a mirarme.
«Al infierno» —pensé, antes de soltar mis sentimientos.
—Te quiero a ti.
Éste sonrió.
—Y yo te quiero para mí —soltó una carcajada—. Es la canción
favorita de Dorel.
Golpeé uno de sus costados por reírse delante de mí. Bloody me
acercó hasta él y me besó con fuerza.
—Será mejor que marchemos. Nos están esperando.
Asentí con la cabeza.
—Espérame fuera —le pedí—. Tengo que coger mi teléfono.
Me acerqué hasta la mesita de noche que había junto al lado de mi
cama, y antes de salir para reunirme con Bloody, envíe un mensaje.
¿Qué?
No estaba al tanto de la salida de ellos dos.
Capítulo 33
Envolví las muñecas de Shana con las sábanas de la cama. Presioné con
fuerza los cortes para detener la hemorragia, pero fue imposible. No dejaba
de sangrar mientras que perdía el tono rosado de su piel. No tenía tanta
fuerza como Bloody, pero zarandeé su cuerpo como pude para mantenerla
despierta hasta que alguien apareciera.
Tardaron más de cinco minutos en encontrarnos en aquella situación.
Una enfermera, que se disponía a comprobar los latidos del corazón del
bebé, soltó un grito de terror al encontrarme junto a Shana mientras que ésta
se desangraba. Gritó con todas sus fuerzas y varios médicos llegaron para
auxiliarla.
Al darse cuenta que la enfermera estaba bien, se dirigieron hasta
Shana. Me empujaron hasta el exterior de la habitación y cerraron la puerta.
Observé desde fuera como cosían las heridas que ella mismo se hizo.
Un hombre alto, de cabello blanco y barba oscura, se acercó hasta mí
para amenazarme.
—Será mejor que se marche, o llamaré a la policía.
—¿Por qué? —quise saber.
El hombre se burló de mí.
—¿Lo dice en serio? Usted ha atentado contra la vida de dos personas
inocentes.
—¡Yo no les he hecho daño! —me defendí—. Se lo prometo.
—La mujer nos alertó que usted es la novia del hombre que la dejó
embarazada. Seguro, que llena de celos, ha decidido deshacerse de la vida
de ambos para tener la atención de su novio.
Tragué saliva.
Nunca haría algo así.
—Yo…Yo… nunca…
—Tiene que irse —insistió.
Bloody llegó a tiempo.
Al encontrar la sangre de las sábanas, se asustó. Pasó por delante de
mí y le pidió explicaciones al médico.
—¿Qué ha pasado?
Ambos me miraron.
—La señorita a agredido a la futura madre de su hijo.
Me encontré con la mirada de Bloody, y me dio miedo.
—Te prometo que no he hecho nada.
Giró el rostro.
—¿Puedo entrar?
—Sí —abrió la puerta—. Está estable. Ha perdido mucha sangre, pero
el niño está bien.
Ambos entraron en la habitación, dejándome fuera con lágrimas en
los ojos. Él se acercó hasta Shana, y cogió su mano para arrimarla hasta su
barriga de embarazada.
La enfermera se acercó hasta él para animarlo.
Mientras que yo, tuve la necesidad de que me mirara y me dijera que
creía en mí.
Pero no pasó.
Ni siquiera me miró por encima del hombro.
Se había olvidado de mí.
Así que los dejé a solas.
Y abandoné el hospital.
Capítulo 38
Era hora de reunirnos todos. Los demás no se podían quedar fuera y sufrir
las consecuencias que causaría Vikram al darse cuenta que estábamos
trabajando con la policía.
Le di las gracias por última vez a Reno, y me refugié en el
apartamento. Cerré la puerta y me encontré a mi padre tendido sobre el sofá
mientras que Dorel descansaba sobre la mesa que había junto a la ventana.
Me acerqué hasta él con cuidado, y me senté en el rincón donde
estaban sus pies ocultos por un cojín oscuro.
—¿Papá?
Terminé despertándolo.
Éste abrió los ojos y se incorporó. Al darse cuenta que había estado
llorando, acomodó una mano sobre mi cabello, pero me aparté.
—Estoy bien.
—¿Y Shana?
—El niño está bien. Ella…—me mordisqueé el interior de la mejilla
ante la rabia que sentí—, se ha cortado las venas y los médicos han
insinuado que yo soy la culpable.
Mi padre se sintió avergonzado por haber estado con una mujer como
ella; abrió los ojos demasiado tarde.
—Lo siento, cariño. No deberías de estar sufriendo por todos mis
delitos —posó sus manos sobre las mías, dándome calor—. Ese hijo no es
de Bloody.
—¿Me estás diciendo que la dejaste embarazada?
—Otro error que cometí —gruñó—. Por eso la defendí, Alanna.
Porque estaba al tanto que esperaba un hijo mío. Y, me lo confesó, cuando
ya la había torturado.
—Ella estará a punto de tener al niño —susurré.
—Puede hacer lo que quiera —suspiró—. Es suyo. No me
interpondré en sus decisiones.
—Le ha hecho creer a Bloody que el hijo es suyo.
Y nadie tenía pruebas si decía la verdad o no.
—Olvídate de él. Ya es mayorcito —bajó el tono de voz, por si Dorel
se despertaba—. Sé que cogiste la tarjeta micro SD que está buscando
Vikram.
Tragué saliva.
Pero él no parecía furioso.
Rebuscó en el interior de su chaqueta americana y me tendió la tarjeta
que faltaba para abrir los documentos que daría acceso al dinero que le robó
a Ronald. La acomodó en mi mano y me obligó a cerrarla para que lo
ocultara.
—¿Por qué me lo das?
—Porque ese dinero es para ti.
—Es dinero sucio —quería que se diera cuenta.
Él sacudió la cabeza.
—Si acaba en las manos de Vikram, será dinero manchado de sangre
inocente.
No le dije que perdí la otra tarjeta; me la tragué, me drogaron y en el
momento que vomité, perdí el rastro.
—Papá…
—Van a matarme, caballito. No sé cuándo, pero lo harán.
Reno dijo que lo protegería.
Intenté tranquilizarlo.
—No.
—Cariño.
Le corté.
—Nadie te matará —me guardé la tarjeta en mi teléfono móvil para
que se sintiera más tranquilo—. Te lo prometo. Pero debes de saber, que
una vez que Vikram acabe en prisión, tú acabarás como él.
—Lo sé.
—Todos tenemos que pagar nuestros delitos.
Y, esperaba, que mi madre fuera uno de ellos.
—No me alejaré de ti —besó mi frente—. Sólo espero que algún día
puedas perdonarme.
Sus palabras sonaron sinceras en mi corazón.
Lo abracé con fuerza y cerré los ojos.
Mi padre había cometido muchísimos errores, quizás había llegado el
momento de arrepentirse de todos ellos.
Me levanté del sofá para que él siguiera descansando, y terminé
encerrándome en la habitación. Caí rendida sobre la cama. El iPhone me
notificó que tenía un nuevo mensaje, y lo desbloqueé para leerlo.
¿Dónde estás?
07:40 AM ✓✓
Era de Bloody.
Lo ignoré.
Se dio cuenta que me había alejado de él, demasiado tarde.
Cerré los ojos.
Lamentándome haberme enamorado de él.
Capítulo 39
BLOODY
Tuvimos que reunirnos todos para informar que Shana se había escapado
del hospital. Mi padre se quedó de piedra y Dorel llegó a tiempo para
explicar cómo había muerto Jazlyn en manos de la mujer que
mencionábamos Bloody y yo.
—Conocemos a Shana y de lo que es capaz de hacer para hacernos
daño —dijo Bloody, mirándonos a todos—. Avisad a vuestros familiares.
Esa loca intentará llamar nuestra atención para pillarnos por sorpresa.
Tenemos que salir de aquí —se quedó cruzado de brazos—. Este lugar no es
seguro para nadie. Ni siquiera la base militar. Vikram está al tanto de todo,
y su hija no tardará en delatarnos.
Mi padre se acercó hasta él.
—¿Puedo decir algo?
Todos lo miraron con rencor.
Dorel bajó la cabeza.
Kipper prefirió darle la espalda.
Y Bekhu se acercó hasta él por si se atrevía a dar un paso en falso.
Gael ya no tenía el poder que consiguió con el nombre de Vikram. Ahora
era un preso que era custodiado por los hombres que una vez le cubrieron
las espaldas.
Bloody dejó que hablara.
—Podríamos volver a la vieja finca de Carson.
—No es seguro. Shana vivió ahí. Sabrá moverse para buscarnos —
gruñó Bekhu.
—O no —prosiguió mi padre—. Ella sabe que no somos tan
estúpidos como para volver a nuestro viejo hogar. Ni pensará en Carson.
Dorel alzó la voz para que lo escucháramos:
—La policía dejó de rastrear el terreno hace un par de meses —se
encogió de hombros—. No es mala idea.
Miró a Bloody, y éste alzó la cabeza para pensárselo.
—Tenemos pocas armas —nos recordó.
Bekhu intervino:
—Yo puedo conseguirlas.
—¿Estás seguro? —preguntó.
—Sí. Pero tendrá que acompañarme alguien.
Dorel y Kipper se unieron a Bekhu.
—Está bien —aceptó—. Cuando vengáis con las armas, nos iremos.
Cualquier problema que surja, no olvidéis llamarnos.
Le hicieron caso.
Todos respetaban a Bloody.
Era el nuevo jefecillo de una pequeña banda que se separó de Vikram
cuando mostró su verdadera identidad.
Se acercó hasta Raymond y le pidió que se quedara junto a Reinha
hasta que su hermano regresara. Mi padre prometió comportarse y
acabamos todos durmiendo para reponer fuerzas.
Podía escuchar los ronquidos de mi padre desde el salón y la suave
respiración de Bloody cerca de mi oído. Todos se habían quedado
dormidos, menos yo.
Cerré los ojos y esperé a que Morfeo me acunara entre sus brazos.
Pero el llanto de un bebé me despertó.
Bloody se dio cuenta y se acercó hasta mi para abrazarme. Pegó mi
rostro en su pecho y acarició mi cabello para que me tranquilizara.
—¿Una pesadilla?
Con Shana fuera del hospital, escuchaba el lamento de un niño que no
había nacido.
—Creo que me estoy volviendo loca.
Me obligó a mirarle a los ojos.
—Todo saldrá bien.
—No me robes mis frases —protesté, y éste me besó.
Intentó tranquilizarme con sus bromas.
—Si es nuestra última noche con vida, deberíamos follar hasta que
darnos sin fuerzas.
Pellizqué uno de sus costados y gimió de dolor.
—¡Está bien! —rio—. Nada de sexo con la puerta abierta y con tu
padre a unos metros de distancia.
Volví a escuchar el llanto.
Presioné la boca de Bloody para que dejara de hablar un instante.
El silencio volvió a reinar.
Bajé las manos de sus labios.
—¿Entonces sí follamos si no hacemos ruido?
—¿No lo has escuchado? —ignoré su pregunta—. Era el llanto de un
bebé.
—Tienes que descansar, cielo —pidió, acomodándome sobre la cama.
Pero se lo impedí.
Volví a escuchar el llanto.
—No lo entiendo —me llevé las manos a la cabeza.
—Será un gato maullando —dijo, besándome y teniéndose sobre la
cama.
«¿Un gato?» —Pensé.
Era imposible.
Aun así, me tumbé junto a él e intenté quedarme dormida por tercera
vez. Bloody lo consiguió, pero yo tuve que abandonar la cama cuando el
llanto de un crío volvió a colarse en el interior de nuestra habitación.
Cogí su arma, me abrigué antes de abandonar el apartamento y cerré
con cuidado la puerta. La ventana de la habitación daba al callejón donde
Dorel encontró el cuerpo de Jazlyn.
Me acerqué hasta el contenedor y me detuve para escuchar el llanto.
Y volvió.
Más fuerte.
Más desgarrador.
Con el pulso tembloroso, alcé la tapa del contenedor y asomé el arma
por si se trataba de una trampa. Al empujar con fuerza, esperé seguir
escuchando los gritos del niño que no me dejó dormir. Pero hubo silencio.
Acomodé el arma dentro de mi bota, y saqué bolsas de basura en
busca de algo que certificara que no estaba perdiendo la cabeza. Acabé
dentro del contenedor, rebuscando desesperadamente entre las sobras de
comida que depositaban los otros vecinos.
Volví a escuchar el llanto.
Alcé una bolsa amarrilla, y la tiré para comprobar que había en el
fondo. Terminé tocando una manta blanca cubierta de manchas de barro y
sangre. La abrí con cuidado, y ahí estaba, el niño que lloraba mientras que
se aferraba inconscientemente a un trozo de papel.
Estaba lleno de sangre.
Tenía frío.
Lloraba de hambre.
Lo cogí, salí con cuidado del contenedor y volví al apartamento.
Pasé por delante de mi padre sin despertarlo y me senté sobre la cama
mientras que el niño tiraba de mi cabello y dejaba de llorar.
—Bloody —moví su cuerpo—. Bloody.
Éste protestó.
—¡Bloody!
Alcé tanto la voz, que el niño se despertó y empezó a llorar.
Al verme con el bebé, Bloody tragó saliva.
Capítulo 44
Has decidido ir contra mí. Eso significa que te arrebataré lo que más amas
en este mundo. Te dejo a ese maldito niño que ya no llevo en mi vientre.
Sufrirás, Bloody. Cuando le tengas cariño, regresaré para matarlo delante de
ti.
Además, Nilia y Adda lo acompañarán.
Te odio. Te detesto.
Me has enfurecido. Acabarás como yo. Sin alguien que te ame.
Porque sí, gatito, tengo planes para ella. Alanna será la persona que más
sufra, antes de que termines por quitarte la vida.
¡Hijo de la gran puta!
Shana.
Realmente Shana había perdido la cabeza. Era capaz de matar a su hijo para
hacer daño a Bloody.
Se levantó de la cama e hizo una llamada que escuché.
—Ayer me llamaron para decirme que Shana Chrowning —pronunció
el falso apellido de ella— abandonó el hospital. ¿Saben si lo hizo después
de tener al hijo que esperaba?
Esperó una respuesta.
Shana estaba tan loca, que era capaz de secuestrar a cualquier crío
para acercarse hasta Bloody y amenazarlo.
—¿Estaba de parto? —Bloody asintió con la cabeza—. Gracias.
Colgó y se acercó hasta mí.
—Salió del hospital estando de parto. Así que sí —señaló al bebé—
ése es su hijo.
—¿Qué clase de persona haría algo así? —hice la pregunta más
estúpida que podía soltar en relación con Shana—. Tenemos que cuidarlo.
—Alanna…
—No tiene la culpa que la loca de su madre lo dejara tirado en un
contenedor.
—Tenemos que irnos —Bloody se levantó de la cama—. Está aquí. A
unos metros de nosotros. Observándonos.
—¿Qué pasa con los demás?
Le tendí el arma que me reclamó.
—Duerme —me pidió—. Haré guardia hasta que los demás regresen.
Entonces, nos iremos.
Antes de abandonar la habitación, se acercó para besarme.
—Todo saldrá bien —dije, contra su boca.
Y éste sonrió.
Dorel, Kipper y Bekhu llegaron a las doce del mediodía. Bloody les explicó
lo que había pasado con Shana y se quedaron en el comedor junto a Ray y
mi padre para trazar un plan de salida. Si ella estaba cerca de nosotros,
buscaría una manera de cortarnos el paso.
Reinha me ayudó a darle de comer al bebé, y observamos como la
criatura se quedaba dormida entre mis brazos.
—Es hermoso —susurró ella.
—Sí. Es un niño precioso y muy bueno —besé su cabecita.
—Shana debe de ser una mujer horrible para tener que abandonar a su
hijo.
—Ni te lo imaginas, Reinha —dije, acariciando la espalda del bebé—.
Quiere vengarse de todos nosotros. No se detendrá hasta que nos vea
muertos.
—Ray me contó lo que le hizo a tu mejor amiga —Reinha bajó la
cabeza, entristecida ante la historia—. Lo siento.
Le devolví el abrazo con cuidado de no hacer daño al bebé, y nos
separamos cuando Raymond se acercó hasta la habitación.
—Tenemos que irnos —anunció.
—¿Diablo volvió?
Ray negó con la cabeza.
—No puedo irme sin él.
Intentó tranquilizarla.
—Tenemos que irnos, Rei —la abrazo con fuerza—. Te prometo, que
cuando Diablo se ponga en contacto con nosotros, iremos a buscarlo.
Los ojos de Reinha se llenaron de lágrimas.
—Pero es mi familia.
—Lo sé —besó su frente—. Y pronto volverás a estar junto a él.
Salí de la habitación y me acerqué hasta mi padre. Éste le echó un
rápido vistazo al niño y después me miró a mí.
—¿Estás bien? —preguntó.
—Shana nos amenazó a todos con una carta que dejó junto a su hijo.
¿Estás seguro que no nos encontrará en Carson?
—Si se acerca a vosotros —dijo, refiriéndose al niño y a mí—, la
mataré.
Capítulo 45
Convencí a Bloody para que hiciéramos una parada exprés hasta la casa de
Ciro; el médico que solía atenderlos cada vez que estaban heridos y no se
podían presentar en el hospital con una bala proveniente de un arma que no
estaba registrada al nombre de nadie. Acabamos en las viejas calles de
Carson, y condujo hasta uno de los callejones que pasaban cerca del puerto.
Detuvo la caravana y anunció a los demás que nos ausentaríamos un
par de minutos antes de seguir con nuestro camino. Aceptaron y no tardaron
en salir para recargar las pilas; Bekhu salió por comida, Dorel se quedó
vigilando a mi padre y Ronald, Reinha y Kipper salieron para estirar las
piernas.
Bloody rodeó mis hombros con su brazo, mientras que los míos
cubrían el pequeño cuerpo del bebé. El frío heló nuestra piel, y estaba
segura que el jersey que abrigaba al niño, no era suficiente para mantenerlo
en calor.
Nos detuvimos delante de un viejo portal, y lo golpeó con el puño
hasta que abrieron. Era un edificio viejo, parecía un antiguo parque de
bomberos, pero por dentro estaba reformado y tenía un diseño vintage muy
bonito.
Ciro nos miró a ambos y esperó una explicación.
—Sí, este bonito trasero ha salido de prisión y no ha sido capaz de
hacer un par de llamadas antes de presentarse aquí —se rascó la nuca —.
Pero tenemos uno de esos problemas en el que necesitamos al Doc que
siempre nos salva la vida.
La respuesta de él fue:
—¿Otra sobredosis?
Negué con la cabeza, avergonzada.
Aparté las mangas del jersey y le mostré a la criatura que llevaba
entre mis brazos. Ciro agrandó los ojos, miró a Bloody, después al bebé y
volvió a mirar al rubio.
—¿Te ha dado tiempo a dejarla embarazada, a tener al bebé y a
presentarte aquí con un niño desnudo?
—No es mío —intervine.
Puso los ojos en blanco para decir:
—Es de Shana.
—¿Shana ha tenido un hijo? —no podía creérselo—. Me estás
diciendo, que tu ex mujer, la loca que quiso retenerte para ella…
Bloody lo cortó.
—¡Ciro! —respiró—. Sí, sí y mil veces sí, ¡joder!
—Con esa actitud no pienso ayudarte.
Golpeé el costado de Bloody con el codo e intenté no despertar al
niño.
—Está bien —dijo, cruzando los brazos—. Lo siento, Ciro.
—¿Y?
El doctor se estaba burlando de él.
—¿Y? ¿Estás bromeando? —al darse cuenta que Ciro quería escuchar
algo más, prosiguió—. Eres el mejor Doc. Sin ti, todos estaríamos hechos
polvo bajo tierra.
—¡Muy bien! —sonrió—. Déjame ver al hijo de Shana.
Se lo tendí y nos pidió que lo siguiéramos.
Detrás de su hogar, tenía una especie de consulta clandestina. Cerré la
puerta y observé como tendía al bebé para pesarlo. El niño respondió bien a
todo; al sonido, la luz y el golpecito que te solían dar en el trasero cuando
nacías para comprobar que seguías con vida.
El llanto del bebé no tardó en dejarnos sordos.
—Tenías razón —le quitó mi jersey, y le puso un pañal—, es hijo de
Shana. ¿Qué haréis con él?
Bloody habló por ambos.
—Ese es otro tema que quería hablar contigo —se alejaron del niño, y
terminé vistiéndole con un jersey de lana que me había dado Ciro—. No
nos podemos hacer cargo de la criatura —bajó el tono de voz, para que yo
no lo escuchara—. ¿Sigues trabajando con la parroquia que recoge a los
huérfanos y les busca una familia de acogida?
Ciro asintió con la cabeza.
—Es la que está aquí al lado —hizo un movimiento de cabeza—.
Esas familias con dinero y, que encima no pueden tener hijos, hacen buenas
donaciones. Podrían darte doscientos de los grandes porque el niño está
sano.
Me quedé helada al escuchar que estaba dispuesto a vender al bebé.
Así que intervine antes de que aceptara.
—¡No!
—Alanna —me cortó—, tienes dieciocho años. No puedes hacerte
cargo de un crío que ni siquiera es tuyo.
—¡Ni tuyo! —le grité.
—Eso ya lo sé, cielo. No soy gilipollas —y miró a Ciro, para soltar
una de sus bromas—. Yo tengo la polla más grande.
¿Cómo podíamos estar bien cinco minutos y mandarlo todo a la
mierda en cuestión de segundos?
—Cuando creíste que era tuyo, te importó —le reproché—. Y, ahora
que sabes la verdad, quieres deshacerte de él. No te lo voy a permitir.
Éste me alcanzó y me cortó el paso.
—¿Qué piensas hacer? ¿Jugar a papás y a mamás mientras que su
madre lo busca?
Si no hubiera sido porque estaba cargando al niño, mi mano habría
impactado en su mejilla.
—Es mi hermano. Sangre de mi sangre.
—Un bastardo —susurró.
Di un par de pasos hacia delante y esperé a que se arrepintiera. Pero
no lo hizo.
Bajé la cabeza, y observé al bebé dormir mientras que acomodaba su
pequeño puño contra su rosada mejilla.
—Este bastardo tiene una familia. Y tú —hice una pequeña pausa
ante la ira que sentí por haberle escuchado hablar con Ciro de la venta de
bebés—, no formarás parte de ella.
Salí de la clínica clandestina, seguí caminando por la propiedad de
Ciro e intenté abandonar el viejo edificio con suerte. Pero Bloody acabó
abriéndome la puerta y ayudándome a salir con el niño entre mis brazos.
—No es justo, Alanna.
Lo miré a través del mechón de cabello que me cayó en el rostro.
—Y, ¿qué querías? ¿Qué me librara de él tan fácilmente? ¡Es mi
hermano! El bastardo, es mi hermano pequeño. Pienso cuidarlo de su
madre, su abuelo y de ti si vuelves a insinuar que estaría mejor con una
familia apoderada. ¿Te queda claro?
Se quedó callado.
Pasé por delante de él y corrí con cuidado hasta la caravana. Dorel me
abrió la puerta y me refugié del frío hasta que los demás llegaran.
Bloody me había decepcionado.
«Solo piensa con la polla» —pensé, recitando sus propias palabras
que taladraban en el interior de su boca constantemente.
Capítulo 46
Reinha salió del cuarto de baño con ropa que le habían dejado los chicos y
una enorme toalla sobre su cabello para secarlo. Me acordé de la primera
vez que Alanna tuvo que utilizar ropa de hombre; terminaba tirando hacia
arriba de los tejanos para que no se le escurriera por las piernas.
En cambio, a Reinha, la prenda le quedó ajustada porque era una talla
de hombre pequeña.
Se acercó hasta mí, se sentó sobre la cama y terminó rodeando mi
cuello con sus brazos. Olía a coco y fresa. Cerré los ojos y acaricié su
espalda por encima de la camiseta de los Fresno Grizzlies.
—Gracias —susurró, cerca de mi oído—. Gracias a ti he conseguido
huir de Gabriel y de mi papá.
Negué con la cabeza.
El mérito no era mío.
—Estás aquí por Alanna y Bloody —acaricié sus frías mejillas con
mis nudillos. Me sentí vivo cerca de ella y sin tener que ocultarle mi rostro.
Reinha, al igual que Alanna, no detenían sus hermosos ojos en mi rostro
quemado—. No dejé de pensar en ti.
Confesé, como un idiota enamorado.
Y, posiblemente, es lo que sentí el primer día que la vi.
Ella era tan dulce, cariñosa y amable, que no era capaz de juzgar a los
demás. Amaba a las personas incluso con todo el daño que dejaron marcado
en su corazón.
«¿Amor a primera vista?» —me pregunté.
Al verla sonreí, tuve mi respuesta.
Sí.
—Ni yo en ti, pequeño soldado de guerra.
Acercó sus manos con cuidado, y acarició el perfil que quería
ocultarle al mundo. Cerré los ojos cuando sus dedos trazaron las gruesas
líneas que arrugaban mi mejilla.
—Eres muy lindo —dijo, cerca de la comisura de mis labios—. No
deberías ocultarte con esas enormes gorras. El mundo tiene que ver la
belleza que yo puedo ver.
Intenté alejarme, pero Rei me detuvo.
—El mundo es cruel.
—No —insistió ella.
—Entonces…—bajé la cabeza—, ¿por qué me castigó de esta forma?
Nunca hice nada malo.
Jamás fui desagradecido con las personas que pusieron un plato sobre
mi mesa.
Siempre había sido obediente.
No me rebelé contra nadie.
Quería ser bueno, y acabé convirtiéndome en lo que más temí.
Porque no tuve otra opción.
Y la familia que me aceptó, esa en la que estaba Bloody, Kipper,
Bekhu y Dorel, no era perfecta, pero me trataron como uno de los suyos.
—No te castigó —alzó mi rostro. Vi su sonrisa y una lágrima
traicionera recorriendo su mejilla—. Dios te marcó para que te encontrara,
mi pequeño soldado de guerra.
Reinha soltó su cabello, tiró la toalla en el suelo, y me dio la espalda
para subirse la camiseta con la que se cubría. Su cuerpo, el cual intentaba
ocultarle a los demás, estaba lleno de cicatrices como las que tenía en mi
rostro.
Toqué su piel, y ella se arqueó. No de dolor, pero sí al recordar quien
se encargó de hacerle daño hasta destruirla también psicológicamente.
Volvió a cubrirse y me plantó cara.
—Yo tampoco soy perfecta. Pero sé que alguien me amará.
Podía sentir su aliento mentolado acariciando mi boca. Recogí los
mechones de su cabello y observé como se escurrían entre mis dedos. El
aroma de fresa bañó mi piel.
—¿Alguien como yo? —pregunté.
—Eres tan dulce —susurró—, que estoy deseando besarte…
Las últimas palabras se ahogaron en mi boca. Pasé mi mano por
detrás de su cuello, y me abalancé sobre sus suaves y carnosos labios.
Terminé cerrando los ojos cuando Reinha tembló ante la sensación
que le causó nuestro beso.
No quería separarme de ella.
No quería apartarme de su boca.
Deseaba a Reinha, y quería ser parte de su vida.
—¿Ray? —jadeó.
La miré.
Y entonces me di cuenta, que nuestra relación, iría dando pequeños
pasos.
Arropé sus mejillas con mis manos, y besé su frente.
Sus heridas, al igual que las mías que terminaron de cerrarse
diecinueve años después, seguían abiertas.
Pero yo estaría ahí, tendiéndole la mano y mostrándole una sonrisa
que la cuidara del miedo que pudiera sentir.
Capítulo 49
ALANNA
Me puse nerviosa.
No avisé a mi padre.
¿Shana quería guerra?
Porque yo estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para librarme de
esa bruja.
Llena de rabia, respondí:
¿Su madre?
Te equivocas.
Yo soy su madre.
04:52 AM ✓✓
—Llevas una hora ahí escondido —dije, con las manos al volante—. ¿Me
vas a decir por qué me has seguido?
Había aparcado el viejo Jeep que dejaron en la propiedad de Gael,
delante del parque que había delante del puerto O’Call Village. Estuve un
par de minutos esperando que la cabeza de Raymond quedara bien oculta.
Pero terminó fracasando. Siguió tumbado en los asientos traseros, mientras
que empujaba hacia arriba su cabeza con el fin de comprobar hasta dónde
íbamos.
Al escuchar mi voz, no le quedó de otra que levantarse. Salió del
vehículo, abrió la puerta del copiloto y se sentó a mi lado sin intercambiar
palabra conmigo.
—¿Raymond?
Esperé una respuesta.
Y tardó en dármela.
—Sé que te has reunido con Vikram —dijo, a la velocidad de la luz.
—Me parece muy bien que ya no tartamudees —lo miré—. De
verdad. Me alegro por ti. Pero ahora tienes que ponernos las cosas fáciles a
los demás. Escupir un trabalenguas, hará que mi cabeza estalle en mil
pedazos. Y todavía no quiero morir. Han estrenado una película porno que
el tráiler me la ha puesto dura y ha conseguido que me corra a los treinta
segundos.
Golpeé su hombro para que se diera cuenta que estaba de broma.
—¿Has hecho algún trato con él?
Quería borrar esa seriedad que marcó en su rostro.
—El mismo que hiciste tú con Diablo —solté una fuerte carcajada—.
Pero será él quien me la chupe.
Raymond se disgustó.
—No te enfades, wey —imité, el acento de Diablo—. He pasado
demasiado tiempo con el mexicano. Terminó confesándome sus sucios y
asquerosos secretos. Entre ellos, estabas tú.
—Haces humor cuando quieres ocultar lo que te preocupa.
El cabrón tenía razón.
Pero así era Bloody.
—¿Te has follado a la mexicana?
O terminaba cambiando de tema.
—Bloody —insistió él.
Hasta que me quedé sin bromas, chistes de polla y frases que llegaran
a incomodarlo. Raymond me conocía tan bien, que yo no fui capaz de hacer
el esfuerzo para conocerlo a él en los seis años que llevábamos trabajando
juntos.
El rarito que estaba sentado a mi lado, se cruzó en mi camino cuando
solo era un crío. Y lo único que pude hacer por él, fue tenderle la mano y
meterle en la mierda que movía Gael.
Así que merecía saber la verdad.
—Vikram ha sacado a mi madre de San Quentin —bajé el tono de
voz; estaba confuso, sin un plan entre manos para sacar a mi padre de las
garras de ese hijo de puta que se hacía llamar Ronald—. Quiere al crío de
Gael. Si se lo entrego…
—…Él liberará a Delilha.
Me sorprendió que recordara el nombre de mi madre.
Le enseñé la furgoneta que estaba vigilando.
—Ahí están —sabía que no iban solos—. Cuando llame, tendré que
salir.
—Yo llevo armas —dijo, en un tono cargado de inocencia. —Lo sé.
No conseguiremos hacer nada contra todos ellos. Es para ganar tiempo.
El teléfono sonó.
La pantalla marcó el nombre de Vikram.
Raymond abrió la puerta, pero antes intentó darme esperanzas.
—Jodamos a Vikram.
Dijo las palabras exactas que necesitaba escuchar.
—Gracias.
—¿Qué? —preguntó confuso.
«¿Se ha quedado sordo?»
—He dicho ¡gracias!
Raymond insistió:
—Un poco más alto.
¡Qué cabrón!
Como era la primera vez que me escuchaba decirlo, quería volver a
hacerlo por si era la última vez.
—Gracias, imbécil.
Salió del Jeep con una sonrisa y nos acercamos hasta los tres hombres
que nos esperaban. Nos detuvieron con un movimiento de mano, y
quedamos uno delante de los otros manteniendo unos cinco metros de
distancia.
—¿Dónde está mi nieto? —preguntó, Vikram.
—Bonito chaleco antibalas —le guiñé un ojo.
—¿Tú no tienes?
Raymond me pidió que no le respondiera.
¡Y una mierda!
—Sí. Está protegiendo mi polla —reí.
Vikram hizo una señal para que sacaran a mi madre de la furgoneta.
Sonreí al verla de pie, acariciando sus brazos y mirando a su alrededor
confusa.
—¡Mi nieto!
Se estaba cansando de esperar.
—No, Vikram. Primero mi madre.
—No juegues conmigo, Bloody.
Empujaron a mi madre, y la obligaron a mirarme.
—¿Darius?
Alcé el brazo para saludarla.
«Dos minutos, mamá» —pensé.
—Es el camino más corto para llegar a tu nieto —mentí—. Suelta a
mi madre.
Ella siguió llamándome.
«Un minuto y estaremos juntos.»
—Está bien.
Los hombres se apartaron de ella, y mi madre se quedó paralizada sin
saber que hacer. Raymond me advirtió que no podíamos movernos. Había
francotiradores subidos en los coches que había junto al muelle.
—Tienes que caminar hasta mí, mamá.
—¿Eres tú, Darius?
El SDA, con los años, te dejaba ciego.
Mi madre empezó a perder visión.
—Sí, mamá. Soy Darius.
Estiró los labios y empezó a caminar hasta mí. Se dejaba guiar por mi
voz. Sus pasos eran lentos, pero no podía gritar y terminar asustándola.
—Te he echado de menos.
—No más que yo —estaba a unos metros de mí.
—Mi pequeño.
Se tropezó con una grieta, y cayó al suelo. Cuando intenté acercarme,
dispararon cerca de mis botas para detenerme. Ella consiguió levantarse.
Soltó una dulce y tímida risa.
—Tu madre está muy vieja.
—Yo sigo viéndote joven y preciosa.
Tocó sus mejillas.
—Un metro, Bloody —dijo, Raymond.
Estiré el brazo.
Ella hizo lo mismo.
—¿Me ves, mamá?
—Te veo, Darius.
Estiré un poco más el brazo, hasta que nuestros dedos estuvieron a
punto de tocarse. Y lo consiguieron. Pero cuando dispararon a mi madre por
la espalda. Se escucharon siete tiros. Ella salió impulsada hacia a mí y la
recogí antes de que cayera al suelo.
Salieron corriendo cuando grité.
Caí al suelo con el cuerpo de mi madre entre mis brazos. Aparté su
cabello de su rostro y miré sus azulados ojos.
Solía decirme en San Quentin, cuando no estaba drogada que, si
quería ver el mar, lo único que tenía que hacer era mirarla a los ojos.
Y ahí estaba.
El mar a través de sus ojos.
—¿Mamá?
Tosió sangre.
—Da-Darius —balbuceó.
Mis lágrimas se mezclaron con las suyas.
—Lo siento.
Ella alzó el brazo y posó su mano sobre mi mejilla.
—No, ca-cariño. Mamá te qui-quiere.
—No me dejes, por favor —me la llevé al pecho, al darme cuenta que
dejó de respirar—. Por favor.
Supliqué una y otra vez.
Me encorvé para arroparla del frío del puerto.
—Te quiero, mamá.
Y grité con todas mis fuerzas.
—¡Te mataré, Vikram! ¡Acabaré con tu vida!
Raymond se arrodilló delante de nosotros. Cogió la nota que llevaba
mi madre, y me la mostró.
Estaba cubierta de sangre.
La siguiente es Alanna.
Quiero a mi nieto.
Vikram.
Abrí los ojos al escuchar un ruido cerca del lugar de donde estaba
descansando. Bloody estaba arrodillado en el suelo, limpiando la sangre de
Shana y mi padre. Mientras tanto, Raymond, limpiaba el machete con un
trapo de tela blanca para borrar mis huellas dactilares. Acomodó el arma
blanca en el puño de mi padre, e hizo lo mismo con el arma de Shana.
—¿Qué hacéis? —pregunté.
Bajé la cabeza hasta la manta que me cubría, y al alzarla descubrí que
estaba en ropa interior. Se habían desecho de mi ropa.
Bloody se acercó hasta mí y tocó mi cabello.
—Has tenido un ataque de ansiedad —besó mi frente—. Tenías que
descansar antes de descubrir todo esto.
Miré a mi alrededor. Estaban convirtiendo la escena del crimen, en un
ajuste de cuenta. Pero yo era la asesina de Shana, no mi padre.
De nuevo, me faltó el aire.
—Respira —dijo, acariciándome la espalda y obligándome a que
acomodara la cabeza entre mis piernas—. No dejaré que Vikram sepa que
fuiste tú quien mató a Shana. No quiero perder a nadie más.
Al coger aire, me incorporé para mirarlo.
—¿A qué te refieres?
—Han matado a mi madre —confesó, con un nudo en la garganta.
Por eso tenía los ojos hinchados y estaba cansado—. Me reuní con él, y la
mató delante de mis narices. Ese hijo de puta, no satisfecho, me aseguró
que la siguiente serías tú —gruñó, y se le hinchó la vena del cuello—. No
pienso permitirlo. ¿Lo entiendes?
—Pero…—volví a mirar a Shana.
—Uno de los dos la habría matado. Era cuestión de tiempo, Alanna.
Eso no me tranquilizaba.
Salvo saber que Dashton estaba con vida.
Entonces me di cuenta; Maté a Shana para proteger a mi pequeño.
Era mi hermano, pero lo cuidaría como a mi propio hijo.
Abracé a Bloody.
—Gracias —susurré.
Él también se aferró a mí.
—Nos han tendido una trampa —bajó la cabeza y acomodó la barbilla
en mi hombro—. Alguien nos delató. Reno.
Me aparté de él.
—¿Reno? —repetí.
—Lleva días desaparecido.
«Porque es policía» —pensé.
—No. El error fue mío.
—No lo defiendas, Alanna.
Sacudí la cabeza.
—Shana me envió un mensaje. Respondí…y nos encontró —maldije
—. ¡Lo he hecho todo mal!
—No. Por supuesto que no, cielo —acomodó su frente sobre la mía
—. Tenemos que irnos.
—¿Adónde?
—A casa de Nilia.
Lo miré preocupada y asustada.
No podíamos poner a más gente en peligro, y menos a Nilia y a la
pequeña Adda.
—Bloody…
—No responderemos a más llamadas. Así no nos localizarán.
Se lo prometí.
—Está bien.
Bloody alzó mi cuerpo y me pegó a su pecho.
—Voy a matar a ese hijo de puta —susurró, sobre mi cabeza.
Capítulo 53
Os encontraré.
Acabaré con todos vosotros.
No tenéis escapatoria.
¿Lo entendéis?
Si queréis seguir con vida, será mejor que
me entreguéis a Bloody y a Alanna.
Os recompensaré con vuestra propia vida.
Lo prometo.
02:22 AM ✓✓
Noté como el fino colchón del sofá cama se hundía cerca de mis pies. Mi
rostro se giró para buscar a Bloody y éste no estaba junto a mí. Las
sábanas se escurrieron de entre mis dedos y alcé con sumo cuidado mi
espalda para encontrarme al individuo que estaba sentado a un metro de
mi rostro.
Ahogué un grito de terror al darme cuenta que se trataba de Shana.
Ella me miraba con una sonrisa de oreja a oreja, mientras que su claro
cabello y su piel, estaban cubiertos con la sangre que solía bañar mis
manos.
—Hola, ratoncito —me saludó.
Cayó sobre la cama y sus manos se alzaron para tirar de su propio
cuerpo. Cada vez estaba más cerca de mí, y yo no era capaz de salir de la
cama y huir.
—Estás muerta —susurré.
Pero me escuchó.
—Tú me mataste.
Al cerrar los ojos, intenté despertarme de la pesadilla que me estaba
quitando el aliento. Y, cuando volví a abrirlos, el rostro de Shana estaba a
unos centímetros del mío. Finas líneas de sangre nacían en sus ojos y
terminaban humedeciendo las palmas de mis manos.
—Me mataste, ratoncito.
No podía despertar.
Shana dobló el cuello, sin hacerse daño.
Tragué saliva.
—Y ahora te mataré yo a ti.
Darius Alanna
Sentí felicidad al ver nuestros nombres unidos.
—No tenemos capilla.
Él rio.
—Cuando te conocí —tocó mi cabello—, te dije que nos casaríamos
en la pequeña capilla que había a las afueras de Carson.
Y me acordé de aquel día; estaba herido y unos cazarrecompensas nos
secuestraron.
—¿Lo tenías planeado desde el primer día?
Me acerqué, y antes de besarlo escuché su respuesta.
—Si te digo que sí te asustarás.
Rodeé su cuello con mis brazos y me abalancé para besarlo. Una parte
de mí se moría por desnudarlo en aquel mismo momento, pero la parte más
sensata, esa que sabía que había gente delante, se apartó de él y le dijo:
—Estoy deseando casarme contigo.
Aplaudieron y emprendimos nuestro viaje.
La señora que una vez nos hospedó en su motel de carretera, nos reconoció
al vernos en su recepción. Se llevó las manos a la cabeza y soltó un grito de
alegría. No podía olvidar que la primera vez que nos vio, creyó que
estábamos casados. Y un año más tarde, llevaba en mi dedo anular el anillo
que me compró Bloody para celebrar nuestra boda.
Se acercó hasta Dashton y lo cogió entre sus brazos mientras que
nosotros echamos un vistazo rápido a la estantería donde tenía las llaves de
las habitaciones libres. Nos sonrió dulcemente y dijo:
—Estaba segura que no tardaríais en tener el primer hijo —se acercó
hasta mí, cuando Bloody recogió a Dashton—. ¿Estás embarazada?
¿Había engordado sin darme cuenta?
Bajé la cabeza y encontré mi cuerpo como siempre.
Sin darnos cuenta, Bloody y yo respondimos lo mismo:
—Es el primero y el último.
No decidimos tener a Dashton, pero acepté hacerme cargo de él
porque era mi hermano pequeño y no quería que Vikram se hiciera cargo de
él. Pero nunca tuve en mente, tener hijos.
Ella rio.
—En unos años cambiaréis de opinión.
«Lo dudo» —pensé.
—Acabamos de bautizar al pequeño Dashton —comenzó Bloody, con
la misma educación que el día que consiguió una habitación para
escondernos de la policía—. Hemos pasado por aquí…
Ella lo cortó.
—¿Habitación para tres? —preguntó, tirando de los mofletes rosados
de Dash.
Sacudimos para decir que no con la cabeza.
—Tenemos unos cuantos invitados esperando ahí fuera.
—¿Cuántos?
Reinha podría dormir con Raymond.
Nilia y Adda estarían juntas en otra habitación.
Los chicos estaban acostumbrados a pasar tiempo juntos.
Y nosotros, queríamos estar solos.
—Cuatro habitaciones —solté, al hacer el cálculo.
La mujer asintió con la cabeza y rodeó su barra de recepción hasta
quedar detrás. Bloody le pagó por adelantado y recogimos las llaves que
nos abrirían las puertas de su motel de carretera.
Se despidió de nosotros con entusiasmo:
—¡Qué Dios os bendiga!
Bloody entre dientes me dijo:
—Hoy Dios ha ocupado nuestra vida demasiado tiempo.
Le respondí con la misma técnica.
—Tú dale las gracias.
—¡Gracias! Dulces sueños.
No tardamos en repartir las llaves. Todos estuvieron de acuerdo.
Subimos nuestras pertenencias (las necesarias para una noche) y tiramos de
ellas hasta arriba. Cuando nos detuvimos en la puerta 12, Reinha quedó
detrás de mí y me pidió que le dejara sostener a Dash.
—Es vuestra luna de miel —nos recordó—. Esta linda noche será
para que el pequeño Dash juegue y se divierta con sus padrinos.
—No hace falta…
Bloody quedó delante de mí.
—¡Muchas gracias!
Le tendió la bolsa de pañales y tiró de mi cuerpo hasta dejarme en el
interior de la habitación. Cerró la puerta, me dejó contra la pared y su
cuerpo, y alzó mi rostro desesperadamente para besarme.
Cerré los ojos y me dejé llevar.
Dashton sobreviviría sin nosotros una noche.
No esperamos a desnudarnos mutuamente.
Me acerqué hasta la cama para deshacerme de las prendas de ropa que
acariciaban mi cálida piel. Bajo su atenta mirada desnudé mis pies, me quité
los pantalones y terminé liberándome del jersey. Se acercó hasta mí cuando
se dio cuenta que tenía un pequeño tatuaje bajo mi pecho. Se arrodilló
delante de mí y paseó los dedos por la letra que quedó marcada en mi piel.
Cerré los ojos y disfruté de las suaves caricias. Estiré los brazos para
ayudarlo a desnudarse, y sus prendas de ropa acabaron sobre las mías.
—Eres mía.
Sonreí.
—¿Soy tuya? —pregunté, acercándome hasta su boca.
Su respuesta fue enseñarme el anillo que envolvía su dedo y bajé la
cabeza para ver el mío—. Tienes razón. Soy tuya. Y tú eres mío.
Rodeé su cuello con mis manos y acerqué mi boca hacia la suya.
Tomé su labio inferior entre mis dientes y presioné hasta morderlo con
fuerza. Bloody gimió y envolvió mi cintura con sus brazos, para acercarme
hasta él. Al adentrar la lengua en el interior de su boca, el contacto le hizo
retroceder, apartándose de mi lado. Me miró tiernamente y se acercó una
vez más a mi boca para besarme lentamente. Solté su melena rubia y dejé
caer mis brazos hasta descansar sobre sus hombros.
Estaba casi desnuda y ansiosa por tener sus manos acariciando mi
piel. Mientras tanto, cerré los ojos cuando la tira del sujetador empezó a
caer por mis brazos. Los dedos de él corrieron en busca del broche para
desabrocharlo. La delicadeza con la que me desnudó por completo, me
alertó que iba a hacerme el amor. No íbamos a follar como las veces
anteriores. Estaría pegada a él de una forma más dulce, tierna y ardiente
como nuestro deseo. Arqueé la espalda y contuve un largo suspiro de
placer. Él tomó ambos pechos, arropándolos con las manos abiertas, y
deslizó los pulgares ya humedecidos sobre los pezones.
Con los labios apretados, observé el sujetador tirado a los pies de la
cama. Me mordí el interior de la mejilla al notar sus manos moviéndose
lentamente sobre mis pechos.
—No sabes cuánto te deseo, cielo —de rodillas sobre la cama, se
inclinó hacia delante para capturar con la boca uno de mis pechos y
succionarlos. Sus manos seguían sujetando mi cintura, impidiendo que me
moviera o terminara alejándome de él.
Apoyé mis manos sobre sus hombros, temiendo de caerme. Su lengua
lamió mi pezón, mis rodillas se doblaron y grité por el roce de sus dientes.
El dolor que él me causaba, era terriblemente placentero.
—Alanna —gimió, y tuvo que liberar mi pecho. Me besó desde el
escote hasta mi barbilla.
Necesitaba un segundo para recobrar el aliento.
—Estoy aquí —susurré—. No pienso alejarme de ti, Bloody.
Lentamente acomodó mi cuerpo sobre la cama. El cosquilleó de su
cabello rozando mi piel, me obligó a aferrar los dedos entre las sábanas.
Siguió besando cada rincón de mi cuerpo, deteniéndose justo debajo de mi
ombligo.
—Nunca pensé que podría ser suave a la hora de follar con una mujer
—susurró. Luego bajó, hasta arrimarse contra la fina tela de mis bragas.
Volvió a subir hasta el ombligo, sacando la lengua para rodearlo y dejar
rastros húmedos sobre mi piel—. No quiero follarte salvajemente esta
noche. Quiero ir despacio y sentir cada espasmo que exponga tu cuerpo. Oír
cada jadeo. Sentir cara arañazo marcando mi piel.
—¿Me harás el amor?
Bloody estiró los labios.
—¿Ese es el término?
—Me temo que sí.
—Pues le haré el amor, querida esposa —soltó con un humor, pero no
tardó en besarme antes de que saliera huyendo.
No me daba miedo conocer su lado tierno que nunca experimentó con
otras mujeres. No sólo deseé su parte salvaje, ansiaba amar su cuerpo como
él con el mío.
Así que tiré de él y dejé que nuestros cuerpos se acariciaran. Quería,
una vez más, su boca sobre mis labios.
Se tumbó al otro lado de la cama, y aproveché para apoyarme sobre
él. Mis manos y mi boca se deleitaron por toda su piel desnuda. Presioné las
uñas a cada lado de su pecho, arañando hasta bajar hacia la elástica tira de
su bóxer azul marino. Bloody mantuvo las manos aferradas a mi cabello,
envolviéndolo con su puño cerrado y, tirando, cuando quería reunirse con
mis besos.
—¡Alanna! —alzó la voz, cuando mis caderas empezaron a moverse
peligrosamente— Vas a hacer que me corra antes de tiempo. Y, hazme caso,
cielo. Por mucho que quiera hacerte el amor, quiero enterrar mi polla dentro
de ti —levantó mi cabeza cuando volví a moverme mucho más duro contra
su endurecido miembro.
Lo provoqué.
Jugué con él.
Y me encantaba.
Su voz ronca, suplicante, me ponía el vello de punta y los pechos me
ardían.
Levantó mi cabeza y me besó con una nueva ferocidad, agarrando mi
trasero con sus manos, hasta alzarme de su propio cuerpo. Dobló las
rodillas mientras que deslizaba sus manos hasta el interior de mis muslos.
Envolví mis piernas alrededor de su cintura y apreté con fuerza, anhelando
el ardiente placer que me daría su miembro. Sus ojos perforaron los míos,
mientras que mis deseos me quemaban. Utilizó su cuerpo para forzar mi
cuerpo, dejándolo debajo del suyo.
Él levantó la cabeza y besó mi mejilla, al apartarse. Deslizó mi cuerpo
por la cama. Sentí frío cuando su ardiente piel abandonó la mía, y gemí en
señal de protesta.
Abrió mis piernas con su bonita sonrisa, y se dejó caer sobre mí para
arropar mi vientre con su duro abdomen. Cuando noté su miembro cubierto
por el preservativo, lo empujé sobre mí para que se adentrara en mi interior.
Su miembro se fue enterrando poco a poco, y cada centímetro que
recibía de él, era un suspiro mezclado de jadeos que estallaron en su oído.
Lo abracé con fuerza y mantuve su rostro cerca del mío para observar
sus gestos. Siguió moviéndose lentamente, mientras que se mordisqueaba el
labio de placer.
Grité.
Lo sentí más duro dentro de mí.
Alcé mi espalda y le supliqué que no se detuviera.
Y me obedeció. Siguió empujando sus caderas hasta que llegué al
orgasmo. Bloody no tardó en correrse y tardó en salir de mi sexo.
Estuvimos unos minutos abrazos, mientras que seguíamos siendo dos
personas unidas por nuestros sexos.
—Me ha gustado.
Cogí aire para responder:
—A mí también.
Me besó y salió de mi vagina para caer sobre la cama. Arrimé mi
cuerpo hasta el suyo y cerré los ojos mientras que los latidos de su corazón
era música para mis oídos.
«Dulce y caliente hombre» —pensé. «Al final Jazlyn tenía razón.
Estaba enamorándome y no quería aceptarlo.»
—¿Cielo?
—¿Sí?
—Jodido y apretado coño caliente —sonrió.
Y nos besamos una vez más antes de quedarnos dormidos.
Desperté por el sonido que hizo el móvil al vibrar sobre la mesita de noche.
Aparté el brazo de Bloody que descansaba sobre mi cuerpo desnudo, y
alcancé torpemente el iPhone. Antes de desbloquear la pantalla, bostecé y
observé a mi marido.
Éste se encontraba con la cabeza debajo de la almohada, mientras que
mantuvo su cuerpo caliente pegado al mío. Aparté su cabello rubio y
acaricié su oreja. Detrás, tenía un tatuaje con el nombre de una persona que
lo enseñó a sobrevivir en San Quentin cuando él solamente era un crío.
Besé sus labios y me dispuse a leer el mensaje.
Bonito Motel.
Algo religioso para mi gusto.
Y para el tuyo, Alanna.
¿Cómo ha ido la boda?
03:54 AM ✓✓
Bloody golpeó con tanta fuerza las puertas continuas de la nuestra, que el
llanto de Dashton y Adda se mezclaron con los gritos de los adultos. Estaba
tan nervioso, que se olvidó que había niños pequeños junto a nosotros. Nilia
fue la primera en salir y pedirle explicaciones a su hermano. Le susurró
algo en el oído y ésta no tardó en meterse en la habitación para pedirle a su
hija que se vistiera.
Raymond salió con un arma, y buscó al culpable por haberlo
despertado. Al ver que se trataba de Bloody, observó los inquietos pasos de
él. Sabía que algo iba mal. Le pidió que sacara a Reinha y Dashton de la
habitación, y que se encerraran junto a Nilia. Y es lo que hicieron.
Me alegré de ver a Kipper salir de la habitación junto a Dorel y
Bekhu. Nos mostró los pasaportes, pero le hice un movimiento de cabeza
para que se diera cuenta que no nos daría tiempo a salir.
Nos siguieron hasta nuestra habitación, y cerramos la puerta para que
nadie nos escuchara. Me senté en la cama mientras que éstos ocuparon la
mesa que había en el centro de la habitación.
—Hijo de puta —empezó la conversación—. ¡Ese hijo de puta nos ha
encontrado!
—¿Qué? —preguntó Raymond.
—No es posible —siguió Bekhu.
Dorel se quedó cruzado de brazos. Estaba furioso.
—Nadie me siguió —Kipper se acercó hasta Bloody.
—Lo sé —no quería que ninguno de nosotros pensara que éramos los
culpables—. Tiene contactos por toda California. Llevarán días
siguiéndonos.
—¿Qué vamos a hacer?
Y no tardó en responder.
—Matarlo.
¿La respuesta de los demás?
Fue un grito de guerra que los incitó a sacar sus armas y acercarse
hasta Bloody para que contara con todos ellos.
Tenían muy claro dónde se encontraría Vikram; en el puerto de
O’Call Village. Ahí murió la madre de Bloody, ahí ambos se declararon la
guerra.
Se acercó Kipper y le pidió que se quedara junto a Nilia, Reinha y los
niños. Se dieron un abrazo y salió de la habitación para reunirse con las
chicas. Cuando se acercó hasta mí para pedirme lo mismo, pasé por delante
de él y cogí una de las armas que había sobre la mesa.
—¡No! —me gritó.
Intentó arrebatarme la pistola, pero no lo consiguió.
—Iré con vosotros.
No quería discutir con él.
—No te dejaré.
Me encogí de hombros.
—Nunca me ha hecho falta pedirte permiso.
Él rio; fue una carcajada forzada y llena de temor.
—Te ataré a la cama si hace falta. Y hazme caso, cielo —alzó mi
rostro, clavando sus ojos azulados eléctricos en los míos—, no será para
follarte.
Lo aparté de un manotazo.
—También es mi guerra.
—¡No pienso perderte a ti también! —gritó con tanta fuerza, que los
chicos tuvieron que bajar la cabeza ante la incomodidad que sintieron al
vernos discutir—. Lo siento. No quería gritarte.
Le enseñé el arma.
Me la até en el cinturón con su funda, y le di la espalda. Seguí los
pasos de Dorel, Bekhu y Raymond. Lo miré por encima del hombro, y antes
de salir de la habitación, le dije:
—Si somos una familia —se me hizo un nudo en la garganta—será en
las buenas y en las malas.
Se rindió.
Cogió las llaves del Jeep y pasó por delante de nosotros. Eso sí, hizo
una última advertencia.
—Detrás de mí.
—¿Por qué?
—Porque si uno de los dos tiene que recibir un disparo, seré yo.
—Eres un egoísta —lo empujé con mi cuerpo, quedando por delante
de él.
Me retuvo por la muñeca.
—He dicho que detrás de mí, cielo.
Algo hizo que alzara el brazo, y antes de que mi mano impactara en
su mejilla, Dorel me detuvo a tiempo. Bloody siguió caminando y nosotros
nos quedamos atrás para que me tranquilizara.
—Te está cuidando, niña.
Ese era el problema.
—Me trata como a una adolescente que necesita su ayuda las
veinticuatro horas del día.
—Te quiere.
—Y yo a él —confesé—. Pero necesito que confíe en mí.
Me soltó y terminamos alcanzándolos antes de que salieran sin
nosotros. Acabé sentándome en los asientos traseros junto a Raymond y
Bekhu, y opté por no intercambiar palabra con ninguno de ellos.
Raymond fue el único que consiguió que le devolviera la sonrisa.
Acomodó su mano en mi rodilla, y me dio un apretón para que borrara la
seriedad de mi rostro.
Tardamos una hora en plantarnos en el muelle. Como bien había
dicho Bloody, Ronald y sus hombres nos esperaban. Salimos del vehículo.
Antes de que los adelantara, Bloody me lanzó una mirada que heló mi
cuerpo.
Gruñí, y quedé detrás de él.
La voz de Ronald no tardó en hacer presencia.
—Siento no haber traído un detallito —sonrió—. Deberíais haberme
avisado con tiempo. No me hubiera perdido la boda de mi hijastra.
Bloody no soltó una de sus bromas.
—Estamos aquí para acabar con esta guerra por una maldita vez.
—Estoy de acuerdo —le dijo él—. Mi nieto.
Una docena de hombres salió de los vehículos que habían aparcados
detrás de él. Sacaron armas más potentes que las nuestras y nos amenazaron
con ellas.
—Te diré lo mismo que la primera vez —Bloody parecía calmado,
pero la ira lo estaba matando por dentro—. No te entregaré al niño.
—Y, ¿qué hacéis aquí?
Dorel le respondió.
—Mandarte al infierno.
Los hombres de Ronald rieron cuando éste lo hizo.
—Alanna acabó con la vida de mi hija. ¿Creéis que daré media vuelta
y olvidaré tan fácilmente?
Él me buscó entre los hombres que me cubrían.
—Entonces tendrás que saber que Shana ansiaba matar a su hijo. ¿Te
lo contó?
Se negó en creerlo.
—Mientes.
—No. Es cierto —insistió, Bloody—. Se cortó las venas y le importó
una mierda que estuviera embarazada.
Ronald se acercó hasta él sin temor.
Y entonces me vio.
Escondida detrás de Bloody.
Me sonrió.
Me puso el vello de punta.
—Te lo advertí, Alanna —calló, cuando Bloody lo empujó por
quedarse mirándome—. ¡Está bien! A varios metros de ella. Lo entiendo.
Es tu mujer.
Tanteé mi arma al darme cuenta que cada vez estaban más cerca de
nosotros.
—¿Qué te dije, Alanna? Díselo a tu querido marido.
Cogí aire.
—Sangre por sangre.
—¡Eso es! ¡Esa era mi chica lista! —nos dio la espalda—. Lástima
que vaya a perderte.
No sé cómo conseguí evitar el brazo de Bekhu que me mantuvo
alejados de ellos. Me acerqué hasta Bloody, quedando cerca de él y alcé mi
arma para disparar a Ronald.
Pero ellos se adelantaron.
Empezaron a disparar desde las azoteas.
Estábamos rodeados.
«Tenemos que volver a casa» —pensé. —«Todos juntos.»
Capítulo 62
RENO
Entendí su dolor.
Yo también la quería.
Nos reunimos con Kipper y Nilia, y aprovechamos que los niños
estaban durmiendo sobre la cama. Se acercaron preocupados hasta nosotros,
y se asustaron al ver como Bloody caía al suelo. Hundió su rostro entre las
piernas y Nilia le acarició la espalda.
Pero nadie haría que olvidara la muerte de Alanna.
—¿Dónde está Bekhu y Alanna? —preguntó Kipper.
Dorel calló.
Reinha seguía llorando.
Y el único que seguía con fuerza, era yo.
—Los han matado.
De repente el puño de Bloody impactó contra el suelo.
No quería aceptar que todos vimos como Alanna murió en el
momento que la lanzaron al mar. Era imposible que siguiera con vida.
Bajé la cabeza.
—Vikram no ha parado hasta deshacerse de ella.
Bloody se levantó del suelo, apartó a Nilia de su lado y recogió a
Dashton de la cama. Lo pegó a su pecho y salió de la habitación sin
despedirse de nadie.
Nilia abrazó a Reinha; ambas lloraban la perdida de Alanna.
Salí fuera y esperé encontrarme a Bloody.
Éste tardó una hora en abandonar la habitación que compartió con
Alanna. Pasó por delante de mí y me di cuenta que solo cargaba la maleta
de ella junto a Dashton que seguía dormido.
—¿Adónde vas?
—No te importa —me golpeó, con su hombro.
—Deberías descansar.
—¿Descansar? —rio, sarcásticamente—. ¿Quieres que descanse
mientras que sé que ella está muerta? ¡Responde!
No, pero Alanna no hubiera querido que él se alejara de nosotros.
—¿Es lo que hubiera querido ella? —le pregunté.
Quedó tan cerca de mi rostro, que humedeció mi rostro con su saliva
cada vez que escupía una frase con ira y dolor.
—Le buscaré una familia a Dashton, y después buscaré a ese hijo de
puta para matarlo con mis propias manos.
Intenté ir detrás de él, pero soltó la maleta para sacar su arma y
amenazarme si me atrevía a dar un paso más. Dejé que se marchara, y
observé de lejos como salió por la carretera con la caravana.
Reinha me sobresaltó, y la miré por encima del hombro.
—Hay algo que debes saber, Ray.
—¿De Bloody?
Negó con la cabeza.
—Más bien de Reno —esperó a tener mi atención, y cuando la tuvo,
siguió—. En México, cuando nos atacaron a Alanna y a mí, él sacó un
arma. Confesó que era policía.
—¿¡Qué!?
—Alanna me suplicó que no dijera nada. Prometió tenerlo todo bajo
control.
Reno desapareció unos días antes de que decidiéramos salir de
Estados Unidos. Estuvo en contacto con ella.
«Quizás…»—Pensé.
—Él nos delató —por fin me di cuenta.
Me llevé las manos a la cabeza y me vine abajo.
¿Cómo no nos habíamos dado cuenta anteriormente?
—¿Ray?
Dejé de escuchar todo lo que me rodeaba.
Me sentí culpable.
Al no darme cuenta de lo que pasaba a nuestro alrededor, terminé
ayudando a esos miserables a que acabaran con la vida de Alanna y Bekhu.
Terminé deshaciéndome del nudo que se me hizo en la garganta,
gritando.
Capítulo 66
RENO
Había un grupo de pescadores murmurando sobre una mujer que cayó desde
el cielo. Me acerqué hasta ellos, pero optaron por guardar silencio. Tuve
que esconderme de los hombres de Vikram que buscaban el cuerpo de
Alanna como yo.
Cuando pasaron de largo, seguí buscando desesperadamente. No
podía haber muerto. Ella no hizo nada. Fui yo quien le confesó a Terence
Junior que ella había matado a Shana con mi propio silencio.
Seguí caminando por el puerto durante horas.
No me rendí.
Hasta que terminé al final del muelle, la parte donde los pescadores
solían detenerse con sus cañas de pescar, había una mujer tendida boca
abajo.
No tardé en llegar hasta ella.
Se había partido la pierna, y el hueso le sobresalía de la rodilla. La
giré con cuidado y respiré tranquilo al encontrarme con su rostro.
Estaba cubierta de sangre.
—¿Alanna?
Presioné mis dedos en su cuello.
Tenía pulso.
Débil, pero seguía con vida.
—¿Alanna?
Silencio.
Escuché los pasos de un grupo de hombres y la alcé del suelo para
escondernos de nuevo. Vikram se arrodilló ante el charco que ella dejó.
Pude escuchar su conversación.
—Se la han llevado. Seguramente para enterrar su cadáver.
—¿Buscamos a Bloody, señor?
—No —rio—. Seguramente él vendrá a nosotros.
Desaparecieron del muelle, y miré a Alanna.
Bloody creía que ella estaba muerta.
No le di importancia a eso.
Abandonamos O’Call Village, y la llevé a mi casa donde un viejo
amigo de la comisaría me ayudaría a curar sus heridas.
Tenía que sacarle la bala y acomodar el hueso que se rompió.
—Yo te cuidaré —susurré, sobre su cabello negro—. Te lo prometo.
Epílogo
BLOODY
Nos detuvimos en un bar de ambiente antes de huir del país. Diablo se alejó
de mí y optó por no dirigirme la palabra. Imaginé que, al ver a su querida
hermana temblando, su locura se esfumó. Así que hice el trabajo sucio por
él. Me alejé unos minutos del mexicano e hice una llamada.
—Buen trabajo —dijeron al otro lado de la línea.
—¿Cuándo recibiré mi parte del dinero?
Si contacté con el Vikram real, fue porque me prometió una buena
suma de dinero que me haría rico hasta morir. Apreté el gatillo porque la
cabeza de Alanna me sacaría de la pobreza donde me metieron mis propios
padres; un mundo que jamás deseé. Yo no tenía la culpa de haber tenido una
madre drogadicta y un padre que seguía pudriéndose en prisión por pasar
algo de SDA.
Merecía más del mundo de mierda donde me crie.
Merecía más que Bloody.
«Qué te jodan, hermanito» —pensé, con una sonrisa en el rostro.
—Cuando tenga a mi nieto entre mis brazos.
¿Había escuchado bien?
—¿Qué? —pregunté, sorprendido. Éste solo rio mientras que se
alejaba de una voz femenina que celebraba la muerte de Alanna Gibbs—.
No era el trato. ¡No era el maldito trato, joder!
—Cálmate, Terence Junior —pidió. E imaginé que su sonrisa de
satisfacción se borró de su rostro. —No olvides que yo no tengo las tarjetas
de memoria. Estoy seguro que estaban en el poder de Alanna. Y Alanna no
era una niña estúpida —parecía orgulloso de la persona que mandó a matar.
—Estoy seguro que esas tarjetas están en el poder de tu hermano o de
Raymond. Tienes que conseguirlas. Y, si lo haces, doblaré tu recompensa.
Intenté tranquilizarme, pero la ira me lo impedía.
Contaba con ese dinero para salir de California y perderme lejos de
Estados Unidos. Una vez fuera, el siguiente paso sería librarme de Diablo.
—¿Tengo que matar a mi hermano?
—Si lo matas, conseguirás ambas cosas.
«¡Mierda!» —gruñí, pero lejos del teléfono que me comunicaba con
Vikram. «Tengo que conseguir las tarjetas y el maldito hijo de Shana.»
—¿Temes a Bloody?
Su pregunta me sacó de mis pensamientos.
—¿Qué has dicho?
Me respondió con una fuerte carcajada.
¿Otro hijo de puta llamándome cobarde?
—Yo soy más fuerte que él —le dejé bien claro—. Y te lo
demostraré.
—¿Tú? —me retó—. Porque si no te ves capaz, Terence Junior,
conozco a la persona perfecta para apretar el gatillo y acabar con la vida del
hombre que tanto odias.
«¿Para qué?» —pensé, y le eché un vistazo rápido a Diablo; éste
bebía mientras que se alejaba pasivamente de todos los hombres que
intentaban hablar con él. «Siempre acabo haciendo el trabajo sucio yo.»
—Te enviaré un mensaje —repitió dos veces, ya que no le hice caso
la primera vez—. Si te interesa, lo llamas.
No me dejó decir nada más.
Colgó el teléfono, dejándome con la última frase en la boca.
Y Vikram lo hizo; no tardó en sonarme el teléfono móvil con el que
me comunicaba con él.
Reinha acomodó su cabeza sobre mi pecho; estiré hacia arriba los brazos
para que no le molestara la iluminación de la pantalla del móvil y observé
como se arrinconaba junto a mi cuerpo. Empezó a temblar incluso cuando
su cuerpo desprendía calor. Intenté calmar sus pesadillas acariciando su
cabello para que recordara que estaba a mi lado y no huyendo una vez más
de Gabriel. Soltó un gemido de dolor y suplicó que se alejaran de ella.
Antes de que abriera los ojos y rompiera a llorar, colé con sumo cuidado mi
mano en el interior de su pijama; mis dedos tocaron sus cicatrices. Sus
pesadillas abrían sus heridas de guerra. Y la entendía perfectamente. Solté
un instante el teléfono y toqué las quemaduras de mi rostro. Estuve tan
obsesionado con aquellas marcas que luché en cada momento por teñirlas
con algo de color. Dorel tatuó mi cuello, pero se negó a hacerlo en mi perfil
defectuoso. Intentó convencerme a través de sus sabias y verdes palabras;
con una voz ronca y segura me prometió que mantendría relaciones
sexuales con una mujer sin que ésta sintiera asco de mí. No fueron sus
palabras exactas, pero tuvo razón. Aparecieron dos mujeres que me hicieron
sentir un hombre sin tener que ocultarme con una de mis máscaras. Una de
ella estaba a mi lado, y a la otra la perdí; aunque me negaba a aceptarlo.
Recordé lo que estaba haciendo. La búsqueda intensiva de un nombre
que se me quedó grabado en la cabeza. Arrastré el brazo hasta el suelo y
recogí la manta que habíamos tirado cuando la calefacción del motel ayudó
a nuestros cuerpos a entrar en calor. Abrigué a Reinha y esperé unos
minutos más para que dejara de tiritar. Cuando lo hizo, besé su rizado y
oscuro cabello. La pesadilla terminó; por fin descansaría sin temer a ese
hombre siguiéndola desesperadamente en sus sueños.
Abrí el navegador de Google y tecleé el nombre del policía.
Reno Losa
NOTICIAS DE FRESNO
24 de enero de 2014
HÉROE LOCAL
Dejé leer aquella noticia. Necesitaba algo más reciente. Así que leí la última
en la que lo mencionaba y, esperaba por mi bien que, el señor Reno, el
nuevo Batman, no fuera otro héroe falso que engañó a su ciudad.
¿Dónde estás?
Hoy ha sido un día de mierda.
Le he llevado flores a Alanna. Su tumba estaba llena de polvo.
Nadie ha sido capaz de visitarla. Y, entiendo perfectamente que tú no
estás preparado, pero su madre…
No soy capaz de hablar mal sobre esa bruja.
¿Soy un idiota? ¿Menos hombre por no soltar la rabia que siento
hacía cierta persona? 3:15 AM ✓✓
El mensaje se cortó.
Pero no tardé en recibir otro.
Tu hermano sigue desaparecido con Diablo.
Sé que tramó algo.
Lo sé.
Necesito hablar contigo, Bloody.
Te necesitamos.
3:16 AM ✓✓
:)
3:19 AM ✓✓
Y él me lo agradeció.
Gracias.
3:19 AM ✓✓
Bajé las escaleras una vez que bloqueé el móvil y me reuní con Callie y
Dashton en la cocina; el pequeño buscaba desesperadamente la cuchara
cargada del puré de pollo con arroz que hizo Callie. Se cubrió los labios y,
cada vez que intentaban limpiarlo, protestaba con uno de sus gritos
guerreros que no nos dejaban dormir por las noches. Me senté a su lado y
cogí al niño para que ella abriera la puerta. Terminé de darle la comida y
solté la cuchara infantil cuando escuché la voz de ella alzándose más de lo
normal. Dejé a Dash en la trona y me acerqué hasta la entrada. Un hombre
de cabello corto y negro, enfrentaba a Callie; eran de la misma altura, pero
ella no se dejó intimidar.
—Tengo derecho a estar aquí.
Intervine.
—¿Qué sucede? —pregunté, cruzándome de brazos.
Callie movió la mano, intentando alejarme del pequeño problema que
tenía bajo control.
El hombre se sintió ofendido al verme.
—¿Quién es éste? ¿¡Qué está pasando aquí!?
La gata paseó por detrás de mis piernas y maulló como de costumbre;
quería que acariciara su pelaje blanco, pero no era el momento.
—Baja la voz —le advertí—, o asustarás a nuestro hijo.
El hombre agrandó sus ojos azules que parecían más pequeños detrás
de las enormes gafas que llevaba. Me miró a mí y se detuvo en Callie.
—¿Hijo? ¿Has tenido un hijo?
Al verlo nervioso, imaginé que se trataba de Tiberius, el hombre del
que intentaba divorciarse. Intentó posar sus manos sobre los hombros de
ella para zarandearla, pero se lo impedí. Dejé a Callie detrás de mí y
enfrenté a aquel imbécil que pensó que tenía el valor suficiente para gritarle
delante de mis narices. Bajé la cabeza para volver a cruzarme con su mirada
cargada de ira e impotencia.
—¿Quieres algo? —pregunté.
Y Tiberius me ignoró.
—¿Él es el motivo por el qué quieres divorciarte de mí?
—Tibi…
No la dejó hablar.
—¡Serás zorra!
Se acabó.
No iba a permitir que le faltara al respeto y siguiera gritando en
nuestro hogar. Lo cogí por el cuello y golpeé su espalda contra la puerta que
seguía abierta. Cualquier persona que pasara por delante de la propiedad,
me vería agrediendo al futuro exmarido de Callie Readd. Arrastró la punta
de sus elegantes zapatos por el suelo y lo dejé sin aliento unos segundos.
Callie fue quien me recordó que lo que estaba haciendo estaba mal. Agredir
a un hombre era el pase VIP para volver una vez más a prisión. Y no podía.
No cuando empecé a querer a Dashton.
—Lárgate —gruñí. Dejé que recuperara el aliento y lo obligué a que
me mirara—. No olvides esta cara. Si vuelves a faltarle al respeto a Callie,
te mato.
—Llamaré a la policía.
Me alejé de él.
En cambio, Callie, intentó tranquilizarlo.
Mi hijo, al darse cuenta que estaba solo, empezó a llorar. Los dejé en
el recibidor sabiendo que nada malo sucedería y me acerqué hasta Dash
para cogerlo. Cuando su cabeza cayó sobre mi hombro, su llanto cesó.
Acaricié su blanda cabeza y lo mecí como solía hacer ella antes de llevarlo
a la cuna. El sonido del chupete me tranquilizó. Pero las sirenas de los
vehículos de policía me dieron el toque de atención que necesitaba cada vez
que mi carácter se descontrolaba. Tiberius no tardó en llamar a los hombres
que cumplían la ley por jurar lealtad a la bandera de su país, y éstos no
tardaron en llegar para ayudar a un buen ciudadano. No me quedó otra
opción que esconderme en el lavadero. Arropé a Dash con una de las
camisas rosadas de Callie y éste cerró los ojos ante el perfume de su madre.
—¿Sucede algo? —preguntó, uno de los policías.
La voz desesperada de Tiberius alertó al par de hombres que algo
estaba sucediendo en el interior de la casa. Callie intentó detenerlos, pero se
colaron para comprobar que todo estuviera bajo control. Podía escuchar sus
pisadas en la cocina, acercándose poco a poco al rincón que elegí para
esconderme. Cortarme el pelo no impedía que me reconocieran. El Vikram
verdadero, ese hijo de puta llamado Ronald, me buscaba desesperadamente.
—Por favor…—corrió Callie. La voz de su futuro exmarido no se
escuchaba junto a ella—. Sólo ha sido una discusión.
Los pasos se detuvieron.
Cerca de nosotros.
Miré a Dashton.
Él hizo lo mismo.
Soltó el chupete.
En cualquier momento reiría.
Y si mi hijo llamaba la atención de esos policías, la adrenalina me la
pondría muy dura.
—Su marido nos ha llamado porque ha sido agredido por un hombre.
Los labios de Dash se estiraron.
Me mostró sus diminutos dientes.
Esos que empezaban a clavarse en mi mano cada vez que perdía el
chupete o su puño estaba demasiado húmedo por la saliva que se desprendía
de su boca.
—Exmarido —corrigió—. Nos estamos divorciando.
—¿Tiene un papel que pueda demostrarlo?
Me la imaginé asintiendo con la cabeza nerviosa, arrugando el borde
de su falda y corriendo en busca de los papeles que le redactó el abogado.
Una vez que los tuvo en su poder, se los entregó al policía.
—¿Puede decirme por qué tiene marcas de agresión en su cuello?
Dashton sacó la lengua.
Estaba a punto de reír cuando mi dedo lo detuvo.
—No es el momento de ser un chico malo, campeón —le susurré. —
A la próxima. Te lo prometo.
Cogió mi dedo con fuerza y se lo llevó a la boca para morderlo.
—Hemos discutido.
—¿Por qué? —insistió.
—Porque descubrió mi infidelidad.
—¿Afirma que hay alguien en el domicilio?
—¡No! —estaba nerviosa, pero se estaba librando de la policía—. Al
ver que no estaba mi amante, enloqueció.
Y la creyeron.
No tardaron en disculparse, en archivar la denuncia “falsa” y le
pidieron a Tiberius que abandonara el hogar de Callie. Éste gritó que en el
interior seguía habiendo un hombre, pero no le hicieron caso. Por suerte se
marcharon y no siguieron con la estúpida discusión que empezó aquel
pequeño hombre. Callie me hizo la señal y salimos del lavadero para
reunirnos con ella. Cogió a Dash y subimos hasta el primer piso para que el
pequeño descansara.
Lo tendió en la cuna, le dio su juguete favorito y esperamos a que
cerrara los ojos.
—Lo siento —me disculpé.
Ella me miró.
—Tienes que controlarte.
—Lo siento —volví a repetir.
Cogió mi mano y entrelazó nuestros dedos.
—Te quiero —susurró ella, dejando un beso fugaz en mi mano.
Observé un poco más a Dash; empujaba el chupete con fuerza
mientras que uno de sus puños estaba por encima de su cabeza y el otro
descansaba sobre su peto tejano. Era feliz a nuestro lado. Era amado por la
madre que le puso la vida en su corta edad. Éramos una familia, y ni
siquiera me había dado cuenta.
—Gracias, Callie. Gracias por estar a nuestro lado.
Capítulo 5
Aproveché que Callie abandonó el hogar para dar un paseo con Dashton; de
todas formas, antes de que Raymond se colara en el interior, lo comprobé.
Le pedí que se quedara fuera, ocultó su cabeza con el enorme gorro que
colgaba de su sudadera, e inspeccioné la casa. Recogí todos los juguetes de
Dash, y golpeé la ventanilla del comedor para darle luz verde al hombre que
seguía esperando fuera con las manos en los bolsillos. Tímidamente, pero
ojeando todo lo que le rodeaba, se acercó hasta mí cuando la puerta
principal se cerró detrás de él. Nos encerramos en la cocina y le serví una
taza llena del café que había preparado Callie a primera hora de la mañana;
aceptó la bebida tímidamente y cuando acabó con ella, sacó los periódicos
que me mostró en el callejón donde intenté y deseé golpearle con todas mis
fuerzas. Los había sacado de una biblioteca. El enorme sello que ocultaba el
título de la noticia, lo delató.
—¿Por eso me has llamado? —golpeé el papel donde leí el nombre de
Reno—. Me has rastreado. Quería estar a solas. Perderme en este mundo y
alejarme de todo.
—¿Dónde está Dashton?
Seguramente Nilia le presionó para que me preguntara sobre el niño.
Cuando su hermano menor perdía la cabeza, era capaz de cualquier cosa;
eso era lo que creía que pensaba ella. Me levanté un instante de la silla que
ocupé y me acerqué hasta el cuadro que había colgado Callie. Le llevé la
fotografía a Raymond, y éste la examinó sin pestañear. Al darse cuenta que
el niño era sujetado por una mujer de cabello rojo y largo, me miró por el
rabillo del ojo sin entender muy bien quién era ella. Jamás le hablé de
Callie, ni siquiera a la loca de Shana. Era mi pequeño secreto; uno tan
diminuto, que sólo lo sabíamos dos personas.
Intentó balbucear algo, pero se lo impedí.
Más bien, le eché una mano.
—Su nombre es Callie.
—¿Ella…? —se quedó trabado, como en los viejos tiempos.
—Una amiga.
La carcajada de Raymond se detuvo cuando mis labios se encogieron;
estaba de mal humor, así que debió medir sus palabras.
—Conozco a tus amigas, Bloody.
—¿Y?
Me quedé cruzado de brazos.
—¿Lo haces para olvidar a Alanna?
Definitivamente ese capullo quería morir entre mis manos.
—Callie cuida de Dashton. Le prometí a ella —tragué saliva, a mí me
costaba decir su nombre con normalidad—, que le encontraría una familia.
Y eso he hecho —antes de que me juzgara, seguí hablando. —Intenté
abandonarlos, pero fue imposible. Un viejo borracho me convenció y decidí
quedarme junto al niño.
—¿Has creado tu propia familia lejos de nosotros? ¿Lejos de Nilia y
Adda?
¿Cómo le explicaba que quería mantenerlos con vida? Que no estaba
dispuesto a perder a nadie más por culpa de Vikram. Con el tiempo, me
cansé de estar cubierto de la sangre de los demás; Puch, Bekhu, mamá y…
ella. Los había perdido para siempre. Me negaba a perder a mi sobrina y a
la única hermana decente que tenía.
—Raymond…
—¡Estábamos preocupados por ti! —Su ira le incitó a que se echara
encima de mí para reclamarme todas las decisiones malas que tomé sin
consultárselo a la gente que me quería. Su odio era lógico—. No sabíamos
si estabas vivo o si decidiste librarte de Dash. En cambio, tú —estaba a
punto de soltar las palabras que me convertirían en el ser más despreciable
de planeta —, te olvidaste de los demás para ocultarte con tu nueva familia.
Pensé que en cualquier momento Raymond me daría la espalda y
abandonaría la casa de Callie sin darme la información que tenía de Reno;
pero en cambio, me dio la espalda durante unos minutos para más tarde
comportarse como el adulto que era. Volvió a sentarse, perdió la timidez y
se sirvió otra taza llena de café amargo. Calmó sus inquietas piernas y les
dio un tiempo más a sus palabras para que fluyeran con normalidad y sin
atragantarse en su garganta.
—Reno se ha tomado un año de excedencia —leí la breve noticia
ridícula del supuesto Batman que tenían en Fresno —. Esta mañana he
hecho unas cuantas llamadas. Uno de sus compañeros, que no ha tardado en
delatarlo, me ha dicho que Reno pidió el traslado a Oakland. Asegurándome
al cien por cien que él no tiene familia allí.
—Querrá estar solo.
—¿Solo? —Su pregunta retórica duró un buen rato—. No iba solo.
—Ve al grano, Raymond.
Los minutos pasaban y en cualquier momento Callie llegaría junto a
Dashton.
—La noche del tiroteo, él no estaba.
—Tampoco se encontraban T.J y Diablo.
—Entonces hay que buscar a uno de los tres e interrogarlos hasta que
nos den el nombre del culpable —dejó caer su cabeza sobre la mesa—.
Necesito saber quién apretó el gatillo y por qué lo hizo. Lo necesito.
Vikram mandaría a uno de sus hombres; entre ellos se encontraban
Terence Junior, Diablo y Reno.
—¿Y bien?
—¿Qué? —no lo entendí, o no quería hacerlo.
—¿Me ayudarás a buscarlos?
Diablo y la puta de éste eran personas que no pasaron tiempo junto a
Alanna, ya que salieron corriendo cuando se reunieron. En cambio, Reno,
insistió en pasar tiempo junto a ella para sacarle información. Quizás
descubrió la llave para acceder al dinero de Ronald.
—Las tarjetas micro SD —susurré.
Raymond, de repente, me dejó helado.
—Alanna tenía una en su poder. Se la dio su padre —confesó algo
que ella jamás me contó, y yo hice lo mismo con la primera; la escondí—.
Me dijo que tuvo ambas en su poder, pero una la perdió.
Jugueteé con el collar que le regalé y que en ese momento colgaba de
mi cuello.
—¿Crees que Reno la mató para quitarle el iPhone? En el interior de
la carcasa estaba la tarjeta micro SD.
No conseguí responderle porque la puerta principal se abrió.
—¿Bloody?
Callie regresó del paseo. Se detuvo unos minutos para sacar a
Dashton del cochecito de bebé, mientras que Raymond ocultó su rostro con
el gorro de la sudadera. Se puso nervioso. La mujer con la que vivía, era
una completa desconocida que podría gritar en cualquier momento si veía
sus quemaduras.
—Estoy aquí, Callie —levanté un poco la voz—. Estoy con un amigo.
Se acercó hasta la cocina y se dejó ver con Dashton entre sus brazos.
Raymond no giró el cuello en ningún momento, se negaba a verla en
persona al igual que no quería que ella lo viera a él.
—Hola —saludó ella, amablemente.
Por parte de él, silencio.
Así que intervine.
—¿Raymond? —cuando se dignó a mirarme, le conté mi breve
historia con Callie; saltándome cierta información que no hacía falta
escuchar—. Callie era la trabajadora social que se encargó de mí cuando
estuve en San Quentin —quedó sorprendido—. Estuvo años allí. Ha visto
de todo. No gritará. Te lo prometo.
Estiré la mano y Callie no tardó en posar la suya sobre la mía.
Raymond confió en mí y, con sumo cuidado, se deshizo del trozo de tela
que lo ocultaba de los demás. Alzó la barbilla y clavó sus ojos en los de la
mujer que tenía delante de él. Callie no dijo nada. Intentó no mirar sus
heridas para que él no se sintiera ofendido.
Dashton descansó en mis brazos y Callie se acercó a Raymond para
tenderle la mano. Éste le correspondió.
—Es un placer, Raymond.
—I-Igualmente —su tartamudez fue precoz.
Ella volvió a mostrarme su sonrisa.
—Será mejor que os deje a solas. Estoy segura que tenéis muchas
cosas que contaros.
—Gracias —le agradecí, antes de que abandonara la cocina.
Raymond se levantó y se acercó con cuidado hasta el niño.
—¿Quieres cogerlo?
Afirmó con la cabeza.
No tardó en tener a Dash entre sus brazos mientras que éste toqueteó
los cordones del gorro de su sudadera.
—Tiene los ojos de Alanna.
—Así es —por eso temí que creciera, porque se parecía a ella.
—Hola, renacuajo.
La risa del niño estalló en toda la cocina.
—¿Cómo está Adda?
No dejó de sonreír.
—Está muy grande, rebelde e insiste en ser como su tío.
—¿Un fugitivo de la ley? —en la burla se encontraba la verdad.
Raymond sacudió la cabeza, mientras tiraba hacia atrás su cabeza
porque Dashton no dejaba de jugar con su prenda de ropa.
—Quiere cazar malos.
—Si se convierte en policía, estamos jodidos.
Nos reímos juntos.
Después de tanto tiempo, habíamos vueltos a reír.
—Tienes que ayudarme, Bloody —miró a Dash y luego lo hizo
conmigo—. Tenemos que hacer justicia.
—Raymond…—si seguía hablando, reaccionaría mal ante mis
palabras—. No puedo volver a prisión.
—Bloody…
Le corté.
—Si Dashton me pierde, acabará en manos de Vikram. No podemos
dejar que ese hijo de puta lo críe, ¿me entiendes?
—Pero…
—En este momento sólo importa la seguridad de Dashton —acomodé
mi mano sobre su hombro, con la esperanza que me entendiera.
Silencio.
Hubo un largo e incómodo silencio entre nosotros tres.
Pero el campeón de la casa lo destrozó con sus gritos al darse cuenta
que no tenía entre sus labios el chupete que lo acompañaba a todas horas.
Lo recogí del suelo, lo esterilicé en agua caliente y volví con ellos. Tuve
que sostener a Dash porque Raymond ni siquiera reaccionó. Calmé su llanto
y dejé que golpeara suavemente su cabeza contra la mía.
—¿Qué hubiera hecho ella?
Quise recordarle.
Agrandó sus ojos, se deshizo del nudo en la garganta y respondió:
—Cuidarlo.
—Es lo que tenemos que hacer, Ray.
Por primera vez, acorté su nombre.
Éste pasó cabizbajo por mi lado, se detuvo en la puerta de la cocina y
nos miró por encima del hombro. Asintió con la cabeza y se fue sin decir
adiós.
—Se ha quedado dormido —dijo Callie, incorporándose en la cama
mientras que terminaba de mimar su piel con una crema que olía a rosas y a
miel—. ¿Estás bien, Bloody?
Negué con la cabeza.
—No sé si la estoy traicionando. No sé si estoy haciendo las cosas
bien.
—¿Por qué no me hablas de ella?
Callie se cubrió con las sábanas y acercó su rostro al mío para
escuchar nuestra historia de amor digna del siglo XXI.
—Ella…
Me calló.
Posó su dedo índice sobre mis labios.
—¿Por qué no empiezas diciendo su nombre?
—Callie…
—Inténtalo —insistió, acariciando mi brazo.
Hundí un poco más mi rostro sobre la almohada y deseé que me
devorara. Pero no sucedió.
—Alanna —saboreé su nombre antes de seguir—. Alanna Gibbs era
la chica que tenía que secuestrar porque mi jefe, Vikram Ionescu, me lo
ordenó —por primera vez, imaginé que ella seguía con vida y mi corazón
me empujó a hablar de ella sin cesar—. Esa maldita niña llegó a volverme
loco. Siempre dispuesta a desafiarme y a romper las pocas reglas que tenía
que acatar en un secuestro.
»Raymond se enamoró de ella, pero no fue el único. Yo no me di
cuenta hasta que sentí celos de verla junto a él. Cuando acepté que lo mejor
para todos era que ella siguiera con vida y huyera bien lejos, la mocosa
regresó para salvarme la polla. Se entregó a mi jefe con el mismo valor con
el que me enfrentó. Ese cabrón era su padre, e intentó decírmelo, pero no le
hice caso. El tiempo, borró ese maldito secuestro de mi cabeza y empecé a
verla como una adolescente que se había cruzado en mi camino. Cuando
nos acercábamos, siempre había algo para alejarnos. Mi exmujer, hija del
verdadero Vikram, mató a su mejor amiga. No quería darle un disgusto o
una razón para que se enfrentara al loco de su padre, así que opté por callar.
»Ella quería venganza. No dejaba de sufrir. Y encontró la manera de
librarse de todos nosotros. Era inteligente, pero no se detenía un instante
para razonar lo que estaba a punto de hacer. Acabé en prisión, y el loco de
su padrastro nos unió de nuevo. Esas semanas fueron complicadas; Ella
estaba con Raymond y yo me moría de ganas por besarla. Hasta que
hicimos el viaje a México. Nos entregamos el uno al otro, Callie. Deseaba a
esa cabezota como nunca había deseado a nadie. Y la mataron. La mataron
por un dinero que ni ella misma quería. Dashton es su hermanastro; su
padre tuvo un hijo con la perra de mi exmujer. Tiene sus ojos. Dash se irá
pareciendo a ella y no sabré qué hacer. La echo de menos; nuestras
discusiones, nuestros roces tontos, la forma en la que terminábamos
perdonándooslo todo. Daría mi vida si ella pudiera regresar y estar junto al
niño que tanto amó.
—Bloody —Callie limpió las lágrimas que derramé.
«Joder»
Estaba completamente enamorado de Alanna, y no fui capaz de
decírselo cuando estaba viva.
—Es mi castigo por haber sido una mala persona.
—No, amor, no —besó la punta de mi nariz—. La vida no es justa,
por eso vivimos intensamente cada momento que nos regala.
—¿Crees que ella supo que la amaba?
—Ella ya lo sabía sin tener la necesidad de tener que escucharlo —
acomodó mi cabeza sobre su pecho y acarició mi cuello con sus uñas—. Es
fácil decir te amo, pero difícil de demostrarlo.
Cerré los ojos. Y me quedé dormido entre los brazos de ella.
Capítulo 7
Despierta.
2:10 AM ✓✓
Despierta.
2:10 AM ✓✓
¿Quién eres?
2:15 AM ✓✓
Despierta.
2:15 AM ✓✓
No dejaba de insistir.
Despierta.
2:16 AM ✓✓
¡Qué te jodan!
2:17 AM ✓✓
¿Tienes el dinero?
Enviado.
Nuevo mensaje
Oakland.
Para: [email protected]
Hahahaha, ¿más?
Un momento…
Nuevo mensaje
¿Una mujer?
Sin nombre.
Al igual que tú, amigo sin rastro.
Pero…
Nuevo mensaje
Asunto: Reno Losa
¿¡Qué!?
Gracias.
La oscuridad invadió mis sueños. Luché hasta abrir los ojos, y cuando lo
conseguí, todo desapareció; los gritos, sangre que brotaba de cuerpos que
desconocía y un suave llanto que heló mi piel. Torpemente, y con las manos
hundidas sobre el colchón, empujé mi cuerpo para incorporarme de la cama.
Removí mi cabello y me tomé unos segundos para observar detalladamente
la habitación donde había despertado. No sólo había huido de la pesadilla
que me despertó, también olvidé mis recuerdos. Cerré los ojos una vez más,
y al darme cuenta que todo era real, intenté levantarme de la cama para salir
corriendo con el fin de buscar respuestas. Pero algo me detenía. Solté un
grito cuando el catéter rasgó la piel de mi mano. Los instrumentos médicos
salieron volando, y la sangre que brotaba de mi brazo ensució las sábanas
blancas. Me encontraba en un hospital. Conocer mi paradero me cuestionó
más preguntas. ¿Por qué estaba allí? ¿Qué me había pasado? ¿Por qué no
recordaba nada?
La situación me estaba frustrando. Una máquina, de un tamaño
pequeño y con un panel negro, alertó a los médicos que las pulsaciones de
mi corazón aumentaron en cuestión de segundos. Tragué saliva, me deshice
de la sábana que cubría mis piernas y descubrí el otro fallo técnico que
estaba teniendo mi cuerpo. Mi pierna se encontraba cubierta por una
enorme escayola que disminuía mis movimientos. Borré de mi cabeza salir
corriendo del lugar… era imposible. Sólo tenía una opción; tranquilizarme
y hablar con las personas que me mantuvieron con vida en el hospital donde
estaba ingresada.
Pero antes que me pusiera en contacto con alguno de los médicos o
enfermeros, la puerta se abrió, consiguiendo sobresaltarme. Un hombre alto,
de cabello oscuro, se acercó hasta mí. Sus diminutos labios se estiraron ante
la sorpresa de encontrarme despierta. Se acercó tanto a mí, que las gotas de
sudor que empaparon su frente y ese rebelde flequillo que le caía sobre el
rostro, acariciaron un instante mi piel y después arrastró la humedad con la
manga de su jersey. Parecía excitado emocionalmente. Tocó mi frente y
bajó su mano por mi cuello hasta detenerse en la herida que me había
causado yo misma con el catéter. Alarmado, levantó la rodilla que clavó en
el suelo y se dispuso a darme la espalda. Quería salir de la habitación.
Dejarme sola. Pedir ayuda que sería lo más lógico. Pero no lo dejé. Quería
respuestas y recuperar todos mis recuerdos.
—¿Qué? —preguntó con la voz temblorosa.
—No me dejes sola —supliqué, en un tono bajo—. No quiero estar
sola.
Rasgó un trozo de la sábana que dejé sobre mis pies, y vendó con
cuidado mi mano. Descansó sobre el sillón que había a mano derecha, y
cogió aire antes de preguntarme cómo me encontraba. Me encogí de
hombros. Estaba tan sedada, que el dolor era algo desconocido en mi
cuerpo.
—Estaba preocupado. Creí que nunca despertarías.
—¿Por qué no iba a despertar?
Se rascó la dura barba que le nació por debajo de las mejillas, y bajó
sus ojos marrones almendrados. Intuí que escucharía malas noticias. Pero,
¿qué había peor que perder tus recuerdos?
—Estuviste en coma.
—¿En coma? —repetí, como un niño pequeño aprendiendo sus
primeras palabras. Y era ridículo. Podía dialogar con él, pero sin acceder a
los datos que necesitaba de mí e incluso de los demás. —No entiendo nada.
No sé qué está pasando. ¿Quién eres?
El hombre se sintió extraño, tanto, que se removió sobre el sillón. Era
atrevido. No le importaba estar cerca de mi rostro o acomodar las manos
sobre el colchón cubierto de sangre. Rodó sus ojos y agitó su cabellera.
—Soy Reno —dijo en un tono obvio, pero divertido.
—¡Bién, Reno! No me acuerdo de ti. No recuerdo este lugar.
Simplemente…—cogí aire antes de mostrarle la ansiedad que estaba
viviendo —¡No recuerdo quién soy!
Su risa me alertó que no me estaba creyendo. Se levantó del lugar que
ocupó un par de minutos y rodeó mi cama. Cuando se plantó delante de la
ventana, alzó el brazo y arrastró las cortas uñas por su nuca. En silencio,
agitó la cabeza con fuerza. Y eso debí hacer yo; a lo mejor hubiera
recuperado la memoria.
—¿No recuerdas tu nombre?
Al parecer fue asimilando el pequeño secreto con el que desperté.
—No.
—¿Ni la relación que tenemos tú y yo?
Eché hacia atrás la cabeza.
—No.
Reno me observó por encima del hombro. Sus labios formaron un
perfecto círculo ovalado. Cuando reaccionó, jugó con el cuello del jersey
que vestía y se alejó de la ventana para volver a hacerme las mismas
preguntas estúpidas que había soltado desde el momento que le dije que no
recordaba absolutamente nada.
—Lo has olvidado todo…—escuché lo que había susurrado. No
parecía decepcionado, pero sí que se mantuvo en alerta en todo momento—.
El accidente te hizo más daño de lo que podíamos haber imaginado.
Al presionar sus dedos detrás de mi cabeza, gimoteé ante el dolor que
me causó. Por unos segundos, la simple habitación de hospital, empezó a
dar vueltas. Acabé mareándome. Reno se dio cuenta y me ayudó a
tumbarme.
—¿Qué accidente?
Las respuestas llegarían poco a poco.
—El accidente que tuvimos en coche —confesó, con un nudo en la
garganta y con la mirada fija en el fondo de la habitación. —Nos detuvimos
en un punto de descanso, pero el hombre que conducía el camión no nos
vio. Tiró de nosotros unos 500km y, cuando se dio cuenta, frenó con tanta
fuerza que la parte trasera de su vehículo derrapó hasta golpearnos. El
impactó fue tan fuerte, que te destrozaste la rodilla y quedaste en coma.
Lo observé a él.
No tenía ninguna herida visible.
—¿Y tú?
—Suerte. Una suerte que no me merecía.
Me llevé las manos a la cabeza; palpé por debajo de mi cabello hasta
encontrar una pequeña herida cerrada por grapas.
Las lágrimas no tardaron en hacer un corto recorrido por mi rostro. El
accidente de coche me dejó sin recuerdos, tullida y con grapas en mi
cabeza.
—¿Cuál…? —corté la pregunta. Tuve miedo. Pánico a preguntarle
por mi nombre. No quería olvidar nada más. Reuní valor, y terminé de
soltar otra de mis dudas—. ¿Cuál es mi nombre?
Reno sonrió.
—Alara. Alara Charms.
Por fin tenía un nombre.
—Y, ¿tú y yo? ¿Qué nos une?
No dijo nada. Reno sacó un anillo del bolsillo de sus vaqueros
oscuros y me tendió un anillo. Se quedó durante un minuto sobre la palma
de mi mano. Él reaccionó; cogió el aro dorado y lo deslizó por mi dedo
anular derecho.
—Soy tu prometido.
Capítulo 13
A las nueve de la noche conseguí mantener mi cuerpo firme sobre una silla.
Reno me ayudó a incorporar del sofá y me guio hasta la cocina para que le
observara cocinar. Éste cubrió su elegante camisa blanca con un delantal
lleno de rosas rojas. Al verse tan colorido, me miró con una sonrisa que se
abrió por la fuerte carcajada que soltó. No tardé en acompañarlo. Se veía
gracioso con aquel manto de rosas cubriendo su pecho. Me dio la espalda y
comenzó a cocinar mientras que me contaba anécdotas de su trabajo. Al
olvidarlas, cada momento que vivió cargado de acción, era una nueva
aventura para mí.
—El sacerdote José, invocó a todos sus fieles a la iglesia —me miró
por encima del hombro, le gustaba que lo escuchara con atención—. El
centenar de personas creyeron que aquel hombre les daría una misa de
última hora, pero eso jamás sucedió. El sacerdote impostor asustó al rebaño;
les dijo que si no abandonaban sus propiedades y se deshacían del oro que
los ataba a la tierra, jamás irían al cielo. Asustados, obedecieron sin
rechistar. Yo me encontraba infiltrado y fingí ser el hijo de unos
agricultores. Una noche, el sacerdote José, comenzó a reunirnos a todos.
Cada día, cuando el cielo oscurecía, uno de nosotros entraba a la iglesia,
pero jamás salía de la casa del señor.
»Salvo yo. Ese hombre llamado José que fingía ser un sacerdote, se
encargó de matar a los vecinos de Mammoth Lakes para quedarse con sus
propiedades. La noche que me reuní con él, me pidió que bebiera la sangre
de Cristo junto a él. Llegó a prometerme que, cuando despertara, estaría al
cielo. Tardé en consumir aquella copa de vino. José, estresado, me dio la
espalda para recoger su Biblia. Aproveché el momento para cambiar
nuestras copas. Ni siquiera se dio cuenta. Al verme con la copa de cristal
entre mis labios, éste hizo lo mismo. Se bebió el vino tinto y no tardó en
caer al suelo. Avisé a mi superior, y una docena de agentes llegaron para
detener al hombre. Lo que no sabíamos era que, la cantidad de veneno que
había en la copa de vino, sería capaz de matar a un ser humano en
segundos. El falso sacerdote murió en el instante que cayó al suelo.
»Encontramos tres decenas de muertos en la parte trasera de la
iglesia. Eran familias y personas mayores que no dudaron en la palabra de
ese estafador. Durante semanas, me sentí mal, ya que no pensé que ese hijo
de perra estuviera acabando con todos ellos. Fue terrible. Pero era mi
trabajo.
—¿No temiste por tu vida?
Reno se acercó hasta mí con un plato lleno de puré de verduras. Antes
de sentarse, dejó un par de hamburguesas de quínoa como segundo entrante.
Y, de postre, cortó fruta para que no tuviera ningún problema en
consumirla.
—La muerte no me da miedo —confesó—. Pero sí que he empezado
a temer a estar solo.
No sé por qué lo hice, pero acomodé mi mano sobre la suya. Llegó a
darme pena, y eso significaba afecto.
—Yo estoy aquí —sonreí.
—Lo sé —acarició mi mano—. Prométeme una cosa, Alara
—No puedo prometerte recordarla.
Mi broma le provocó otra risa.
—Si agonizo, no quiero quedarme solo.
—¿Cómo puedes pensar en la muerte?
Reno era extraño.
—Tú, sólo, prométemelo.
—Reno…
—Por favor.
—Está bien —dije, lo que quería escuchar.
—Pase lo que pase.
Empezó a incomodarme, pero de todas formas lo hice.
Nuestra conversación finalizó y cenamos en silencio. Conseguí
terminarme el puré y devorar un trozo de la hamburguesa vegana que él
había preparado. Cuando llegó el momento de la medicación, no tuve un
rincón en el estómago para consumir algo de fruta. Terminé rendida sobre la
silla sin poder moverme. Las pastillas junto a las vitaminas, me dejaban
agotada. Reno pasó un brazo por detrás de mi espalda y otro por mis
piernas, y me levantó del asiento que ocupó para llevarme a la cama. Antes
de tumbarme, me ayudó a lavarme los dientes y a cepillar mi cabello.
—Hora de dormir —fue lo que dijo, cuando me tapó con una sedosa
sábana rosa.
Antes que hiciera lo mismo, lo detuve.
Reno estuvo a punto de quitarse la camiseta, por eso mi voz intervino.
—No…No…—mi lengua se volvió a quedar dormida.
—No te sientes cómoda conmigo.
Afirmé con la cabeza.
—Lo…Lo…
«Lo siento» —pensé, ya que no podía decírselo.
—No te preocupes —dejó un beso de dulces sueños en mi mejilla y
salió de la habitación.
Cada vez, me veía más inútil.
Por suerte conseguí abandonar la cama sin ayuda de nadie. Ignoré la
medicación que había sobre la mesita de noche, y me encerré en el cuarto
de baño para asearme yo sola. Me desnudé delante del espejo y me di
cuenta que bajo el pecho tenía una enorme D tatuada en mi piel. Repasé
cada detalle y me quedé observándola sin pestañear.
«¿Qué significa?»
¿Era creyente?
¿Quizás el nombre de una mascota?
¿A lo mejor un romance antes que Reno?
Intenté olvidar aquella letra e introduje mi cuerpo en la bañera. El
agua tibia relajó los músculos de mi cuerpo. Cerré los ojos y suspiré.
—Quiero recordar.
Estiré el brazo y me tropecé con una de las cuchillas de Reno. Abrí
los ojos y miré las afiladas hojas plateadas que brillaban bajo los focos del
cuarto de baño.
—Y si no recuerdo absolutamente nada, ¿para qué quiero vivir?
Guie la cuchilla hasta mi muñeca.
¿Era la hora de decir adiós?
«Seguramente.»
A lo mejor la vida cometió el error de darme una segunda
oportunidad.
Y, sin arriesgarme un poco más, me alejaría de aquella oportunidad.
Capítulo 15
BLOODY
«¡Infiernos!»
En el momento que lo vi junto a Alanna –la persona que
supuestamente maté- entendí su entusiasmo por ir a la ciudad de Oakland.
Antes que hablara más de la cuenta, lo cogí del brazo mientras que ocultaba
mi rostro con la manga de mi chaqueta. Ella intentó acercarse hasta
nosotros, pero un vehículo se lo impidió. Diablo maldijo a regañadientes y
tuve que buscar un lugar para escondernos hasta que la perdiera de vista. Si
Alanna estaba ahí, Bloody estaría cerca. No podía cruzarse conmigo. No
cuando mandé a Gabriel a matarlo una vez que tuviera la dirección de
Reinha. El mexicano, pronto, se reuniría con nosotros.
—¡Basta! —sacudió el brazo y empujé su cuerpo contra el muro del
callejón—. Suéltame, perro.
—¿Te has vuelto loco?
Si trazaba un plan contra mí, se convertía en mi enemigo. Estuve
meses chupándole la polla para tenerlo en mi bando, pero si me desafiaba
una vez más, lo mataría con mis propias manos mientras que descansara. Su
mirada penetrante se detuvo en mis ojos. Apretó los labios y dejó de soltar
insultos que ni siquiera me ofendían. Diablo tenía que apoyarme en mis
decisiones. ¿Por qué se reveló a unos días de ejecutar el plan que hablé con
Vikram Ionescu?
—Necesito hablar con Reinha.
—¡Es peligroso, joder!
Él también gruñó.
Pero en ningún momento alejó mi cuerpo del suyo. Seguí
acorralándolo con mi pecho mientras que nuestros rostros estaban a unos
centímetros.
—No te preocupes —soltó—. Ni siquiera se acordó de mí, man.
—¿Qué quieres decir?
—Estaba confusa. No recordaba mi nombre.
—Ella murió —lo sabía, porque yo disparé—. No lo entiendo.
—Estás bajo tierra si Bloody descubre la verdad.
Jamás.
Antes que yo muriera, éste se reuniría con nuestra madre.
—Me echarías de menos —susurré, contra sus labios. No quería un
enemigo al otro lado de la cama, así que lo seduje como de costumbre—.
Sin mí, no eres nadie, Diablo Arellano.
—¿Eso piensas, rubio oxigenado?
—Sí, man —dije, con su acento.
Fui bajando mi cuerpo por encima del suyo y, cuando hinqué la
rodilla en el bordillo de la carretera, me preparé para bajarle los pantalones.
Diablo no protestó. Dejó que mis dedos lucharan contra su cinturón. En vez
de bajarle la cremallera con las manos, utilicé mis labios para excitarlo.
Pero él ni siquiera reaccionó. Me miró desde arriba con una cejada alzada.
—¿Lamiendo mi polla mexicana tendrás mi silencio?
—Lamiendo tu polla mexicana te mantendrá callado durante un
tiempo —adentré mis manos en los bolsillos de sus pantalones y tiré hacia
abajo. Lo que no esperaba encontrarme en el interior del forro de los
bolsillos, era una docena de pastillas. Saqué una para ver qué era; su
medicación—. ¿¡Qué mierda!?
Me levanté del suelo y, al intentar golpearlo, éste me detuvo con una
pequeña arma que guardaba en el interior de sus calcetines.
—Tu corazón empezó a latir con fuerza.
—¿Vas a matarme?
—Es lo que necesito. Detener ese maldito sonido que me vuelve loco.
Solté una carcajada.
—Si te tomas la medicación, el sonido se apagará —sonreí—. ¿Te has
enamorado de mí?
Diablo me golpeó con fuerza.
Giró mi rostro con el puño y sentí como la boca se me llenaba de
sangre; la escupí porque no soportaba el sabor.
—¿Cuándo dejé de mandar? —me preguntó confuso. Desde que nos
habíamos unido, yo lo manipulé. Y él, como una colegiala estúpida,
obedeció sin rechistar.
—Te propongo algo —sonreí, para irritarlo más—. Si te portas bien,
no le diré a Gabriel donde se encuentra Reinha.
—¡Hijo de perra!
Mi carcajada lo enfureció.
Pero no me golpeó porque le enseñé las pruebas que estuve evitando
que viera.
—Harás todo lo que yo te pida, ¿de acuerdo?
Apretó la mandíbula.
—Quiero una respuesta, Diablo —insistí.
—Lo haré, hijo de perra.
—Muy bien —dije, poniendo mi mano en su cabeza—. Baja y
chúpame la polla.
Y lo hizo.
Se arrodilló ante mi miembro y no tardó en llevárselo a la boca.
Mientras tanto, envié un mensaje urgente.
Alanna está viva.
09:19 AM ✓✓
Gemí.
Cuando el móvil vibró, entreabrí los ojos.
¿¡Qué!?
09:21 AM ✓✓
Está en Oakland.
09:24 AM ✓✓
Envíame la ubicación.
09:24 AM ✓✓
Ubicación actual.
09:32 AM ✓✓
Cuando me deshiciera del mexicano, tendría que buscar a otro que la
chupara tan bien como él.
Game Over, Bloody.
Volverás a quedarte sin la chica.
Capítulo 19
ALARA
Cuando desperté, las voces que me debilitaron volvieron con más fuerza.
—Alanna.
—Cielo.
—Tú nos proteges.
—Ratoncito.
No aguanté más, alcé bruscamente la espalda de la camilla donde
estuve descansando y busqué desesperadamente los rostros de aquellas
personas. No encontré a nadie, salvo a Reno descansando a mi lado. Volví a
despertar en un hospital; la habitación pintada de blanco era más pequeña
que la anterior. Junto a la camilla, se encontraba el sillón que utilizaba mi
prometido para cerrar un rato los ojos. Y, a mano izquierda, un enorme
ventanal cubierto por cortinas oscuras, impedía que viera la claridad de la
mañana o la oscuridad del anochecer.
Saqué las manos de debajo de las sábanas y solté un grito de pánico al
encontrarme los dedos ensangrentados.
—Tú me mataste, ratoncito.
—¡No! —grité, rasgándome las cuerdas vocales.
Reno despertó y limpió las gotas de sudor que cubrieron mi frente.
—Estoy aquí —susurró, sobre mi cabello. —Siempre estaré aquí.
No quise mirarlo.
Temí que, si lo hacía, su rostro cambiaría como el de los demás y
volvería a ver a la mujer que me acusaba de haberla asesinado. No quería
recordar aquel rostro. No cuando me dejaba sin aliento y perdía el poco
control que manejaba.
Y, sin darme cuenta, susurré el apodo de uno de ellos:
—Bloody.
Sentí como Reno se tensó. Se apartó de mi lado y se me quedó
mirando confuso.
—¿Qué has dicho?
—Bloody.
Éste no supo cómo reaccionar y me obligó a tenderme sobre la cama.
Sacó la medicación del bolsillo de sus pantalones de deporte y me obligó a
tragarme las cápsulas que olvidé tomar por la mañana.
—Tu medicación es importante, Alara.
—Estoy teniendo alucinaciones —le confesé—. Veo y escucho gente
que no está junto a mí. Al principio pensé que eran recuerdos, pero luego se
desvanecen en mi cabeza.
—Te falta descansar —insistió.
Aparté sus manos de un manotazo.
—¡Tienes que escucharme, Reno! —Cuando tuve su atención,
proseguí—. Creo que maté a alguien. A una mujer. He visto su rostro, pero
no consigo acordarme de ella para describírtela.
—Pesadillas —le puso nombre a mi problema. —Aterradoras y
pesadas pesadillas, Alara. No puedo cuidarte aquí dentro —apuntó a mi
cabeza—, pero estaré fuera para hacerlo. Intenta dormir…
—Reno…
—Por favor —por su tono de voz, Reno, parecía cansado físicamente
y mentalmente—, Alara.
No luché más con él.
Tenía todas las de perder.
Así que le di la espalda, me tumbé de costado y cerré los ojos.
No esperaba que Callie fuera detrás de mí. Dejó que Raymond cuidara a
Dashton y siguió cada paso que di en el interior de la casa. Saqué las armas
que tenía escondidas y me preparé una mochila con un par de prendas. La
pelirroja se abalanzó sobre mí e intentó detenerme. Pero no lo consiguió.
Cansada de suplicar, cayó sobre la cama y su llanto mató mis nervios. Me
acerqué con cuidado hasta ella, me arrodillé en el suelo y la obligué a que
me mirara a los ojos. Mis pulgares retiraron las lágrimas de dolor que
empujaron sus ojos negros. Estaba temblando, así que besé sus manos y
dejé que su calidez arropara mis labios.
—Te vas —dijo, con la voz rota.
—Tengo que ir, Callie.
—La idea de perderos —sus ojos volvieron a llenarse de lágrimas
traicioneras que ocultaban su hermoso rostro—, me destroza. Me había
acostumbrado a tu calor. A tener a Dashton entre mis brazos hasta quedarse
dormido. Despertarme junto a vosotros antes de irme a trabajar. De saber
que, en cualquier momento, nuestros labios volverían a encontrarse. No
puedo, Bloody. Soy egoísta, porque os amo.
Cuando busqué a Callie, mi intención no era destrozarle el corazón.
Siempre tuve claro a quien amé y a quien quise como una persona especial
que formaba parte de mi corazón. Al tener la esperanza de recuperar a
Alanna, no me importó abandonar a Callie cuando fue la única que me
ayudó a cuidar a Dashton. El miserable era yo. El culpable de que ella
volviera a amarme, era yo.
No quería que sufriera por una persona que no la correspondería.
—Callie…
Pero ella me detuvo.
—Estás enamorado de Alanna —se limpió las lágrimas con el puño
de su camisa—. Lo sé desde el día que entraste por esa puerta —apuntó
fuera de la habitación—. Pero soñar es gratis —intentó sonreír, pero de sus
labios salió otra mueca que me rompió el corazón—y, por un tiempo, fui
feliz con el hermoso sueño que alegró mis días; tener una familia.
—Seguimos siendo una familia —le recordé.
Ella negó con la cabeza.
—Sabes que no.
—Callie…
Silenció mis palabras con la presión de su boca sobre la mía. Me besó
durante un minuto y, cuando se vio lo suficientemente fuerte, me pidió que
fuera a buscar a Alanna.
—Ese niño necesita a su madre.
La abracé entre mis brazos.
—Gracias.
«Me hubiera gustado amarla» —pensé, alejándome de ella.
Prometió cuidar a Dashton hasta que regresáramos, y abandonamos el
hogar para dirigirnos hasta Oakland; Raymond encontró la propiedad de
Reno. El viaje duró unas tres horas. Mientras que mi compañero de viaje
descansaba, mi mente buscaba algún plan para matar a ese hijo de puta que
seguía trabajando para Vikram. Si realmente aisló a Alanna de nosotros, lo
torturaría al estilo de Gael cuando interpretó a la perfección el papel de su
viejo amigo el mafioso.
Detuve el coche delante de la casa que me anotó Raymond, y esperé a
que se hiciera de día. El primero que salió fue Reno. Intenté salir para ir
detrás de él, pero me detuvieron a tiempo.
—Necesitamos pruebas.
—¿Pruebas para matar a ese traidor? —me reí—. No las necesito.
Sacó su móvil cargado de información.
—Aquí pone —dijo, deslizado la pantalla—que su prometida se llama
Alara Charms.
—¿Alara?
—Sí. Creo que le ha cambiado el nombre.
—Y, ¿por qué lo hubiera permitido ella?
Se encogió de hombros y de repente se quedó en silencio. Apuntó con
el dedo dirección a la casa de Reno, y ambos comprobamos como Alanna
seguía con vida. Tenía el cabello más largo y rebelde por no habérselo
cepillado. Estaba pálida, pero seguía preciosa. Estiró sus brazos y bostezó
antes de recoger el periódico.
—Lo sabía —cantó victoria Raymond.
—Tenemos que hablar con ella. Tenemos que rescatarla de ese
maldito cabrón.
No nos lo pensamos dos veces y salimos del vehículo para reunirnos
con ella. Tenía la libertad de salir del domicilio. ¿Cómo era posible si estaba
secuestrada? Aceleré mis pasos y mostré una sonrisa cargada de felicidad.
Estaba dispuesto a besarla hasta quedarnos sin aliento. Callie tenía razón; la
amaba como jamás amé a alguien o como me amaba yo mismo.
—Cielo —llamé su atención.
Ésta me miró confusa, alzó una ceja y soltó:
—¿Quién eres?
Dirigió su cabeza hasta el rostro de Raymond y empezó a gritar
desesperadamente. Raymond se puso nervioso, ocultó su cara con el gorro
de su sudadera y le dio la espalda.
—Alanna, somos nosotros.
Se negaba a escucharme.
—¡Socorro! —gritó, con más fuerza.
Las voces de un grupo de mujeres provocaron nuestra huida. Estaban
dispuestas a llamar a la policía.
¿Qué estaba sucediendo?
¿Por qué no nos recordaba?
Capítulo 22
Llámame, cielo.
Bloody.
Reno, como cada mañana, abandonaba la casita cutre y ridícula que compró
para alojarse con Alanna. Lo seguí hasta que encontré un callejón para
ejecutar el plan de Raymond. Antes que pasara de largo, tiré de su chaqueta
y lo empujé hasta el interior de aquella calle sin salida.
—Blo…Bloody.
—¡Joder! —me llevé una mano a la cabeza—. El apodo de
Tartamudito ya está reservado para otra persona. Tú, más bien, eres el puto
Reno de Santa Claus —me acerqué hasta él, ya que estaba tirado en el
suelo. —Hola.
No se lo esperaba.
Ni siquiera se imaginó que habría alguien buscando de día y de noche
a Alanna como hizo Raymond.
—¿Qué haces aquí?
—Ya sabes —me encogí de hombros—. He venido a tocarme la polla
a Oakland. ¿Y tú?
—Vacaciones.
—Pero te veo muy solo.
—He venido solo —dijo, rápidamente.
Lo cogí por el cuello y le obligué a que me dijera la verdad.
Pero se resistió el cabrón.
—¿Dónde está Alanna?
Su respuesta era la de un completo loco.
—Alanna murió, Bloody.
—¿Seguro?
—S-Sí.
Intentó sacar su pistola, pero golpeé su barbilla con mi rodilla y éste
cayó al suelo boca arriba. Aproveché para aplastarle las pelotas y escuché la
dulce melodía de sus gritos.
—He arrancado pollas por mucho menos —quería proponerle algo,
así accedería más pronto—. Si vuelves a decirme que Alanna está muerta,
llamaré a Vikram.
—¡No! —gritó—. No lo hagas, por favor.
—¿Por qué?
Reno apartó mi zapato de su enana polla y me miró con tristeza.
Al final Renito de Santa Claus tenía sentimientos enfermizos.
—Porque la matará.
—Me hiciste creer que la perdí.
—¡Le salvé la vida! Era la única forma de mantenerla…—suspiró,
ahogadamente—con vida.
—¿Por qué no me recuerda?
—Por la medicación.
—¡Hijo de puta! —le golpeé, hasta que su sangre me salpicó—.
Llévame con ella.
—No puedo.
—¿Seguro? —volví a jugar con su entrepierna—. No me detendré,
Reno.
Por fin decidió colaborar.
Poco a poco.
Pero lo hacía.
—Si la saturas de información, le dará un derrame cerebral.
Lo levanté del suelo.
—Y todo por tu culpa —quería matarlo, pero no podía. —Le has
metido tanta mierda de SDA en el cuerpo, que es adicta sin darse cuenta.
—Lo siento.
—¡Tienes que solucionarlo! —le escupí en el rostro.
—Está bien, pero a mi manera.
Dejé que caminara y lo seguí.
Confié en él, hasta que pudiera matarlo.
«¿Me he vuelto loca?» —mi respuesta era sencilla ante la duda que me
persiguió durante toda la mañana; un rotundo sí y sin tener que cambiar de
opinión.
Estuve a punto de mantener relaciones sexuales con un desconocido y
amigo de mi prometido. ¿Qué sucedía conmigo? El accidente en coche y la
pérdida de memoria me había cambiado por completo. Pero luego
empezaron a surgir otras preguntas:
Y, ¿si yo era así?
Y, ¿si le falté el respeto a Reno en varias ocasiones?
¿Por ese motivo no lo deseaba?
Y, ¿por qué iba a casarme con él?
Dejé de torturarme cuando escuché como se alejaban los pasos de
Bloody de mi habitación; estuvo dos horas pidiéndome perdón hasta que se
cansó. Y era de agradecer. No sabía cómo le miraría a los ojos después de
haberle suplicado para que me follara desesperadamente sobre la barra de la
cocina. Grité avergonzada y me tumbé sobre la cama. Al menos la pierna
dejó de dolerme. Las paranoias no acabaron conmigo y poco a poco hacía
una vida normal. Pasé de tomarme la medicación y esperé a que el mundo
se fuera a la mierda antes que Reno volviera a casa.
—¡Maldición!
¿Cómo le diría a Reno lo que pasó con Bloody en nuestra cocina?
Le destrozaría el corazón.
Pero tampoco podía guardar silencio.
El cielo se nubló y unas enormes nubes grisáceas bañaron la ciudad
Oakland mientras que teníamos una temperatura de treinta y ocho grados.
¡Eso era! El calor me volvió loca y caí en los brazos de aquel hombre en
vez de estar junto al hombre que me haría feliz después del matrimonio.
Cogí aire, me levanté de la cama y me acerqué hasta el espejo que tenía
colgado sobre la cajonera. Pellizqué mis mejillas y me propuse ser una
mujer adulta. Lo mejor era hablar con Bloody para que ambos olvidáramos
el pequeño desliz que tuvimos.
Salí sin hacer ruido y me dirigí directamente hasta el comedor, donde
se encontraba él sentado en el sofá y hablando por teléfono. Debí dejar la
conversación para otro momento, pero decidí quedarme y escuchar la suya.
—¿Tú cómo estás? —esperó a tener una respuesta—. Y yo a
vosotros. Las cosas por aquí no han mejorado, se niega a reconocerme —de
repente rio—. Sabes que, si no hubieras huido de mi lado hace ocho años,
seguramente ahora estaría dando mi vida por ti —la persona del otro lado,
era una mujer—. Te quiero, Callie. Y, te agradezco que a día de hoy sigas a
mi lado. Como en los viejos tiempos.
Me molestó.
Ese te quiero con la boca bien abierta me destrozó el supuesto
corazón que no le pertenecía.
Adiós madurez.
Me comporté como la cría de dieciocho años que era.
Pasé por delante de él y me propuse abandonar el hogar sin paraguas.
Cerré con fuerza la puerta, pero jamás escuché la madera crujir. Él la detuvo
con sus fuertes manos. Salió detrás de mí mientras que la lluvia humedecía
nuestras prendas de ropa. Sentí como algo me retenía; miré mi mano
derecha y ahí estaban sus dedos envolviendo mi muñeca. Alcé la cabeza y
lo miré a los ojos.
—¿Adónde vas?
—Lejos de ti —empujé mi brazo para librarme de él, y fue imposible.
—Alanna.
—¡Calla!
No quería volver a escuchar ese nombre.
Al parecer, Bloody tenía varias amantes; Callie; la mujer del teléfono,
y Alanna, la mujer que no dejaba de nombrar.
¿Con cuál de las dos estaba casado?
Ni se lo pregunté.
—Mírame cuando te hable, por favor —giró mi cuerpo y dejó mi
rostro cerca del suyo; teníamos la piel humedecida por la lluvia. —Te
quiero, Alanna. Tienes que acordarte de mí.
Acomodé mi mano libre sobre su empapada camiseta y luché. No
quería estar cerca de él y menos cuando no dejaba de nombrar a aquella
mujer. Grité furiosa, pero nadie me escucharía; los truenos fueron mis
enemigos.
—Suéltame.
—¡Mírame! —insistió—. ¡Te quiero! Te quiero.
—No me conoces…
—Más de lo que crees —apretó la mandíbula y arropó mis mejillas
con las palmas de su mano—. Alara no existe. Tú eres Alanna Gibbs.
¿Alanna Gibbs?
—Estás loco.
Éste se tiró hasta mi boca para devorar mis labios como un animal
hambriento. Me dejó sin aliento en el largo y profundo beso que me dio.
—Estoy loco por ti —dijo, limpiando la sangre que brotó de mi labio.
—Yo no soy Alanna.
—Sí. Sí eres mi Alanna.
Ahí se acabó todo.
Golpeé su espinilla y, al sentirme libre, salí corriendo. Pero el césped
artificial no me ayudó con la huida. Resbalé, con tanta mala suerte que, caí
de espalda y el golpe fue directo a la cabeza. Escuché la voz ahogada de
Bloody. Se acercaba a mí.
—Cielo —dijo, apartando el cabello de mi rostro—. Abre los ojos,
por favor.
Me costó abrirlos.
Tardé un poco, pero lo conseguí.
Al ver a Bloody, mi mundo se vino abajo.
«Socorro» —pensé.
—Sé quién eres.
Él sonrió, pero no por mucho tiempo.
Capítulo 28
“—¿Quién eres?
Antes de responder, acomodó un cigarrillo en su boca.
—Bloody —se presentó, echándome todo el humo en la cara. —¿Ves
la furgoneta que hay detrás? —Miré por encima de su hombro. Como bien
había dicho, detrás de él se encontraba un vehículo negro con unas llamas
de fuego grafiteadas en uno de los laterales. —¡Bién! Metete ahí. No quiero
hacerte daño.
Intenté cerrar la puerta, pero su enorme bota marrón me lo impidió.
Adentró el brazo y sus dedos tiraron de mi camisa, empujando mi cuerpo a
que abandonara la casa de Evie.
—¡Suéltame, hijo de puta!
—Cállate, cielo. Sigo pensando que será un secuestro limpio.
¿Un secuestro?
Antes de que me rodeara con su fuerte brazo, empecé a gritar con
todas mis fuerzas sin importarme que se me destrozaran las cuerdas
vocales. Pero el tal Bloody fue rápido. Su mano aplastó mis labios,
impidiéndome que siguiera pidiendo ayuda.
Empujó mi cuerpo, arrastrándome hasta la parte trasera de la
furgoneta. Y antes de que cerrara las puertas, luché una vez más,
intentando huir.
El problema fue el golpe que recibí.”
«Evie.»
Mis ojos se llenaron de lágrimas.
—¿Alanna?
—Ese es mi nombre —dije, a regañadientes.
Esa maldita caja de cereales tenía mi apellido. Saqué la bolsa con la comida
basura y la lancé bien lejos mientras de fondo se escuchaba la pelea de
Reno y Bloody. En el fondo, se encontraba mi iPhone; y, en el interior de la
funda, estaba la tarjeta micro SD que me dio mi padre. Los últimos
recuerdos que me faltaban por recordar, llegaron como la lluvia que azotó
en la ciudad de Oakland.
Yo no odiaba a Bloody.
Yo quería a Bloody.
Muerta.
3:42 AM ✓✓
Bajo tierra.
3:42 AM ✓✓
Todo acabó.
3:43 AM ✓✓
Adda golpeaba los puños sobre la mesa cada vez que perdía una partida.
Reinha y yo nos mirábamos, y empezábamos a reír para que el mal genio de
mi hija se calmara. Pero no fue así. Se levantó de la mesa, corrió hasta la
cama y cogió mi móvil para enviarle un mensaje a Dorel; desde que él salió,
Adda lo echó de menos en cada minuto que pasaba. Estaba siendo un buen
padre, un buen novio y un buen compañero de Bloody. Para mí, era el
hombre perfecto. Me contó su pasado y lloré sobre su hombro al descubrir
que sus hijos ni siquiera querían verle. Por eso tomó el control con Adda y
decidió corregir los errores que cometió con sus propios hijos. Nos quería a
ambas, y Dorel tenía nuestro cariño asegurado.
—Me gusta la pareja que haces con Raymond.
Reinha enrojeció.
—¿Eso crees?
—Sois jóvenes. Él te quiere y tú babeas por Ray a escondidas —como
Adda me dejó de lado, me distraje con Reinha y el romance tan bonito que
estaba viviendo desde que salió de México—. Sabía que encontraría a una
mujer como tú, pero no pensé que os cuidaríais mutuamente. Os lo
merecéis.
—Ray se convirtió en un soldado de guerra por los golpes de sus
padres adoptivos —la escuché con atención—, mientras que yo me hice
fuerte por el maltrato de mi prometido.
—Ni siquiera pienses en él. Ese mal nacido no merece ni ser
nombrado. Quémalo de tu mente. Sácalo de tu cabeza.
Reinha me abrazó y toqué su ondulado cabello oscuro. En el poco
tiempo que llevaba con nosotros, ya era una más de la familia. Adda no
tardó en quererla y, a mí, me pasó lo mismo. Era otra hermana pequeña a la
que tenía que cuidar.
Golpearon la puerta del apartamento.
—Seguro que es Dorel —anuncié, levantándome del asiento que
ocupé.
Adda empezó a saltar sobre la cama y empezó a gritar:
—¡Golosinas!
¡Ajá! Así que era eso lo que le envió a través de un mensaje:
golosinas.
—Si no cenas, no hay golosinas.
—Jolín, mamá.
—Esa boca —le advertí.
Abrí la puerta y el mundo se vino abajo.
—¡Sorpresa! —gritó T.J emocionado—. ¿No vas a saludarme,
hermanita?
El hombre que iba junto a él, moreno de piel y ojos grandes de largas
pestañas, no era Diablo.
—¿Qué haces aquí?
—Hemos venido a buscar a Reinha —confesó—. Éste de aquí es
Gabriel y está en su derecho de llevársela.
—¡Y una mierda!
Intenté cerrar la puerta, pero Gabriel aparte de alto, era muy fuerte.
Doblaba la masa muscular de T.J. Empujó la puerta con una sola mano y se
coló en el interior. Estiré mis brazos para impedírselo, pero el hombre me
empujó con tanta fuerza que acabé tirada en el suelo. Adda, al verlo todo,
sacó el arma de juguete que le regaló su tío Bloody. Al ver como se
acercaba hasta Reinha, intentó detenerlo.
—No des un paso más o dispararé.
Gabriel gruñó.
Tiró a Reinha sobre la cama y cogió a Adda por el cabello.
Mi hija empezó a gritar hasta que T.J intervino.
—Me da igual lo que hagas con ellas dos —nos apuntó a Reinha y a
mí con el dedo—, pero deja a mi sobrina en paz.
Y obedeció.
Se acercó hasta mí y me golpeó en el rostro con el puño cerrado.
—I need an easy friend. I do, with an ear to lend —cantó, una de sus
canciones favoritas—. I do, think you fit this shoe. I do, but you have a
clue.
El reproductor se apagó cuando Callie empezó a llamar. Detuve el
coche y descolgué la llamada.
Al otro lado, se escuchaba el llanto de ella.
—¿Qué sucede?
—Bloody…—no la escuchaba bien—. Tienes que…volver a casa.
—Estoy de camino.
—Se han llevado a Dashton.
Casi se me cae el teléfono de las manos.
—¿Qué estás diciendo?
—Llegó un hombre llamado Diablo. Dijo que tenía que llevarse al
niño para salvar a Reinha.
—¿Tú estás bien?
Le temblaba la voz.
—He perdido a Dashton, Bloody.
—No es tu culpa.
Vi como Alanna me preguntaba.
Pero la ignoré un momento.
Aquella noticia le herviría la sangre.
—Llegaré en dos horas, Callie.
—Ven pronto.
Y colgamos.
Alanna se encontraba inquieta. Imaginé que escuchó algo, pero me
equivoqué.
—Diablo se ha llevado a Dashton.
Al principio se quedó muda.
Después, cuando su rostro enrojeció, empezó a gritar
desesperadamente.
Estuvo a punto de encontrarse con el niño que quiso desde el primer
momento que lo tuvo entre sus brazos, y el loco de Diablo se lo había
llevado para salvar a Reinha de absolutamente nada; ya que ella se
encontraba junto a Nilia y los demás.
—¿¡Por qué!? —gritó—. ¿Por qué? Él no merece sufrir, Bloody.
La abracé y besé su coronilla.
—Lo sé, cielo. Lo encontraremos.
«Estás jodido, Diablo.»
Capítulo 35
MOIRA
Mensajes leídos.
Reí.
A la tercera va la vencida.
12:37 PM ✓✓
¿Eso crees?
12:38 PM ✓✓
Esperé su respuesta.
Bloody aceleró en la carretera mientras que yo discutía con la zorra
de mi madre a través de unos cuantos mensajes de texto.
Es lo que deseo.
12:38 PM ✓✓
¿Vas a matarme?
12:41 PM ✓✓
Nos divertiremos.
12:51 PM ✓✓
Envió mi madre.
Tecleé rápidamente.
No lo dudes, bruja.
12:51 PM ✓✓
Capítulo 37
RAYMOND
Volveremos pronto.
Somos una gran familia.
No lo olvides.
Raymond.
12:55 PM ✓✓
Pero no me respondió.
Capítulo 39
ALANNA
Me sentí solo.
Aproveché que Gabriel se encontraba cegado por el Dios que seguía y
me acerqué hasta Reinha; la descolgué de la cruz donde quedó atada y la
cargué sobre mi hombro para sentarla en uno de los banquillos de la iglesia.
Ésta ni siquiera podía escucharme. Los golpes la dejaron agotada. Eché
hacia atrás su cabello ondulado que chorreaba sangre y acomodé su cabeza
para que no le cayera. Bajo nuestros pies estaba el charco de sangre de un
niño que apuñaló Gabriel porque la hija de Arellano se negó a besarlo.
—Yo pensaba que tu hermano era el loco —empecé a hablar—, pero
éste está peor que él.
La miré.
No dijo nada.
Ni balbuceó.
—Si estás muerta, Ray se va a enfadar con nosotros —reí. Comprobé
su pulso y seguía latiendo—. Sigues con vida. Eso es bueno, ¿no? —giré su
rostro—. Aunque ya no estás tan guapa como antes. Me he follado a
morenitas, pero ninguna tan guapa como tú. Te preguntarás cómo un
hombre como yo que, mantiene relaciones sexuales con otros hombres,
puede acostarse también con otras mujeres. Pues es sencillo —seguí riendo
—. Doble placer. E insisto; los hermanos Arellano sois perfectos. No sé
cómo la chuparás tú, pero tu hermano lo hace perfectamente.
Escuché un gemido.
Pero no fue de ella.
A un par de banquillos de donde nos encontrábamos, un hombre con
barba blanca, se arrastraba para abandonar la iglesia. Gabriel se dio cuenta
y lo disparó desde el otro extremo de la sala.
—¡Wow! —le voló la cabeza a unos siete metros de distancia—.
Buen tiro —halagué su puntería, pero volvió a darme la espalda—. No es
muy hablador —le di un golpecito a Reinha, pero seguía sin moverse—.
Sois un par de aburridos. Tanto silencio me agobia. Ahora entiendo porque
tu padre quiso casarte con él.
Nadie rio con mi broma.
Sentí como vibraba mi móvil y lo saqué del bolsillo de los pantalones.
Era un mensaje de texto.
—Mira —le enseñé a Reinha—, nuestro querido Diablo.
¿Estaba en la iglesia?
No le busqué la lógica.
Dejé a Reinha sola y pasé por delante de Gabriel; se me quedó
mirando, pero no dijo nada. Abrí la puerta indicada y subí las escaleras que
llevaban al campanario. Tardé cuatro minutos en subir todas aquellas
escaleras. Y, cuando llegué, allí no había nadie.
—¿Diablo?
Me crucé de brazos y lo esperé.
Capítulo 46
BLOODY
Entramos en la iglesia armados. Esquivando todos los cuerpos sin vida que
estaban tendidos y apilados en el suelo; murieron niños, mujeres y hombres
por los celos enfermizos de Gabriel. Raymond se quedó atrás para asegurar
la salida por si teníamos que salir huyendo de ese loco, y avancé para
buscar a ese par de hijos de puta; entre ellos, mi hermano mayor.
Observé que había una mujer sentada en uno de los banquillos. Me
acerqué con cuidado y comprobé que siguiera con vida; era Reinha.
—¿Reinha? —alcé su rostro—. Soy yo, Bloody.
Tenía el rostro cubierto de sangre, cortes y hematomas que inflaban
sus mejillas. Entreabrió un ojo y me observó.
—Blo…Bloody.
Escupió sangre.
Gabriel estuvo a punto de matarla. Aquellos golpes hubieran acabado
con la vida de cualquiera. Si quedaba delante de ese cabrón, se arrepentiría
de la brutalidad que cometió en la iglesia. Nadie merecía morir, y menos en
manos de aquel loco.
—Nos vamos a casa —le dije, acariciando con cuidado su rostro.
Ella alzó torpemente su mano y la dejó sobre la mía.
—Ten…—le costaba hablar—. Ten…cui…
—¿Qué quieres decirme, Reinha?
—Ten…cui…da…
Insistió.
Quería advertirme de Gabriel, pero cuando lo vi llegar, éste ya me
había golpeado por la espalda.
Capítulo 47
RAYMOND
—¿Alanna?
Aquella voz me sobresaltó.
—¿Qué haces aquí? —pregunté, mirando sus muñecas. Te atamos al
sofá.
—Soy policía. He estado en situaciones peores.
—¿Qué quieres? —reclamé—. ¿Matarme tú también?
Negó con la cabeza.
—Quiero ayudarte.
—¿Drogándome otra vez? —seguía sin entender por qué me retuvo a
su lado—. ¿Secuestrándome mientras que creabas una vida que no deseaba?
¡Dime, Reno! ¿Cómo vas a ayudarme? Me has hecho daño.
—Alanna…—intentó acercarse, pero lo detuve.
No podía ni mirar sus ojos marrones.
Cada vez que recordaba que intenté enamorarme de él bajo los efectos
de las drogas, se me removía el estómago.
—Decidiste alejarme de los demás y has causado graves problemas.
—Lo siento.
—¿No crees que ya es muy tarde?
—Yo te quiero, Alanna.
¿Reno estaba bien de la cabeza?
—Eso no era amor, Reno —lo enfrenté, quedando cara a cara—. ¡Te
obsesionaste!
—Prometiste quererme.
—No. Alara te lo prometió —tragué saliva—. Y, esa mujer, no existe.
Sacó su arma y me la mostró. Me sobresalté e intenté alejarme de él,
pero no me dejó.
—Quiero ayudarte. Déjame, por favor —insistió—. Echaré la puerta
abajo y llamaré a mi superior para que detengan a tu madre…
De repente y, sin esperarlo, las puertas se abrieron de par en par. Reno
intentó amenazarla con su arma, pero mi madre se adelantó y le disparó en
el estómago. El cuerpo de Reno saltó por los aires y cayó disparado a unos
metros de mí. Se llevó las manos a la herida y se dio cuenta que no dejaría
de sangrar.
—¡Reno! —me arrodillé ante él. Presioné la herida e intenté calmarlo
—. Saldrás de aquí con vida, te lo prometo.
A la hora de la verdad, no podía ser cruel con nadie; ni siquiera con
Reno.
Tragó saliva y me mostró una forzada sonrisa.
—Lo siento.
—Eso ya está olvidado —le prometí—. Tienes que resistir.
—Yo ya estoy muerto.
—No, joder, no.
No dejaba de sangrar. Tenía un enorme agujero que le atravesaba
hasta la espalda. Se ahogaba con su propia sangre. Se puso pálido. Tuve que
golpearlo para despertarlo.
—Mírame.
—Alanna…
—¡Qué me mires! —insistí.
Éste dejó una mano sobre la mía e intentó tener mi atención.
—Me lo prometiste.
—No vas a morirte.
—Por favor —suplicó —, no me dejes solo.
Empezó a temblar.
No tardó en convulsionarse.
Acabé sentada a su lado y arropándolo con mis brazos.
—Estoy aquí, Reno —él ya no podía verme—. ¿Te he contado la
historia de la niña que salió en busca de marihuana? —Me lo imaginé
sonriendo, pero seguí hablándole para que siguiera escuchando mi voz—.
Pues fue idiota, porque si no hubiera ido a colocarse, jamás habría muerto
tanta gente. Pero, gracias a esa estupidez, conoció a gente de gran corazón y
conoció a su verdadera familia. Porque una familia, Reno, no se crea sólo
de un linaje de sangre. Puedes buscar a tu propia familia —toqué su
apagada piel—, y ser mejor que la que tenías anteriormente.
Reno murió entre mis brazos.
Bajé sus párpados y dejé que descansara en paz.
Estábamos cayendo todos.
Menos ella.
Capítulo 52
MOIRA
Encendí un cigarro para ver cómo se despedía del policía que maté. Le di
unas cuantas caladas y me levanté de la cama cuando Alanna alzó la
cabeza. El hombre que arropó ya estaba muerto. Sonreí y le mostré el rifle
que me regaló Ronald la noche que hicimos el amor; me dijo que me
protegería de todas las personas que detestaba. Yo quise matarla ella, pero
me equivoqué y disparé al agente.
—Otro menos —anuncié.
Estaba furiosa.
Su mirada me heló la sangre.
Eché un vistazo al baño y escuché como el agua empezó a caer en la
bañera.
—Te pudrirás en prisión —me dijo, levantándose del suelo.
Me dio tiempo a saltar de felicidad mientras que movía mis caderas
para celebrar la gran noche que estaba viviendo. Alcé mi arma y la apunté.
La bala salió por el cañón.
Intenté buscar su cadáver, pero no estaba en el suelo.
Alanna siguió caminando hasta mí.
—Mierda —exclamé, al darme cuenta que veía doble.
El alcohol, fue mi punto de debilidad.
Tenía que matarla, antes que lo hiciera ella conmigo.
—¡Te mataré! —grité, disparando de nuevo.
Capítulo 53
ALANNA
[8]
La del 'misionero' es, posiblemente, una de las posturas más conocidas y
utilizadas a la hora de tener relaciones sexuales y que consiste en que la
persona que es penetrada se sitúa tumbada boca arriba con las piernas
entreabiertas mientras que quien penetra se coloca encima (sobre ésta) cara a
cara.