Saga Peligro

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SAGA PELIGRO

MELISSA HALL
BLOODY ES EL PELIGRO
LIBRO 0.5
Capítulo 1

Mis pasos se detuvieron cuando salí al patio; había


estado corriendo unas dos horas apróximadamente
porque huía del hombre al que le robé un par de
cigarros. Incliné mi cuerpo hacia delante y, con las
manos acomodadas sobre las rodillas, recuperé todo
el aire que me faltaba y había perdido por cometer
una estupidez. Lo único que hizo que alzara mi
cuerpo, fueron los gritos de un hombre que había
tendido en el suelo. Pensé que estaba herido o
agonizando, pero en realidad lo estaban tatuando.
Mi curiosidad pudo con mi prudencia. Así que
me acerqué lentamente hasta quedar a unos metros
del tatuador. Éste utilizó un tenedor doblado para
usar los dientes del cubierto como aguja; los había
afilado contra el sucio asfalto del suelo hasta que se
convirtieron en peligrosas agujas de metal. Antes de
pasear la herramienta por la piel de su cliente,
carbonizaba bolsas de plástico y lo disolvía con
alcohol para obtener la tinta.
El tatuador limpió la humedad de su frente con
la propia mano que utilizaba para esbozar el cuerpo
de una mujer sin rostro. La sangre del otro hombre se
mezcló con el sudor del artista.
Acomodé uno de los cigarros robados entre mis
labios y lo encendí mientras que contemplaba la obra
que estaban creando en un delgado y pálido torso. Sin
darme cuenta, en cuestión de segundos, quedé detrás
de ambos. Siempre había querido marcar mi piel,
pero ninguno de los hombres que se dedicaba a ello
tenía intención de garabatear algo en el cuerpo de un
niño de once años.
«Algún día» —Pensé.
Volví a la realidad cuando una voz me alertó
que estaba siendo un estorbo; el tatuador detuvo sus
movimientos de muñeca y me miró con rabia porque
había creado inconscientemente una sombra que
impedía que siguiera con su trabajo.
—¿Me has oído, maldito niño?
Lo único que hice fue asentir con la cabeza, dar
un par de pasos hacia atrás y, acomodarme en el otro
extremo del cuerpo del hombre que había tendido
para admirar la hermosa mujer de cabello negro que
tenía tatuada.
—¿No deberías estar con tus padres? —
preguntó, mientras que hincaba los codos en el suelo
y me miraba por encima del hombro. —Eres muy
joven para estar solo en el patio a las seis de la tarde.
Bajé el cigarro de mis labios y solté una
carcajada. No podía quedarme callado mientras que
insinuaban que era un crío indefenso en el patio de
una prisión. Ellos, en comparación conmigo, eran
novatos; yo nací, crecí y seguramente moriría en
prisión.
—Soy un hombre.
No solos ellos dos rieron, los otros presos que
se encontraban cerca dejaron sus actividades
contrabandistas para reírse de mí.
—¿Cuántos años tienes?
Me encogí de hombros y dije: —Once años.
Se miraron entre ellos y siguieron resonando
sus risas. No me molestaba, pero por una extraña
razón deseé tirarme sobre ellos e impactar sus
cabezas contra el asfalto que nos ayudaba a crear
armas para protegernos de hombres como nosotros.
—Soy un hombre —insistí, y le di otra calada
al cigarro que se me consumía entre los dedos—. Lo
suficientemente hombre como para follarme a tu
madre.
Y, de repente, dejaron de reír.
Fui yo quién se dio el lujo de cruzar una
enorme sonrisa en el rostro. Clavé mis ojos en los de
ellos, y cuando me percaté que estaban a punto de
levantarse del suelo para golpearme, alguien me echó
hacia atrás y quedó delante de mí para protegerme.
—Hijo de puta —gruñí. Odiaba que Puch
siempre intentara ampararme de los problemas que
yo mismo me buscaba. Ni siquiera mi padre, al que
solía ver cada dos días, intentaba protegerme o
educarme como a un niño que jamás debió haber
crecido en la prisión de San Quentin.
El grandullón empujó al tatuador y le tiró una
manzana para firmar la paz por ese día. Éste aceptó y
devoró la pieza de fruta mientras que volvía a
sostener su herramienta de trabajo.
Puch dio media vuelta y aferró sus largos y
gordos dedos en mi oreja derecha. Tiró tan fuerte de
mí, que acabé de rodillas en el suelo. Se me escapó el
cigarro de los labios y, cuando intenté detenerlo,
empezaron a tirar de mi cuerpo hasta alejarme del
patio.
Nos adentramos en el interior de la prisión.
Puch soltó mi oreja y se sentó en uno de los pocos
taburetes que había en la diminuta recepción que
cerraron en 1975; como los prisioneros de San
Quentin no tenían derecho a visitas de familiares,
ampliaron la zona para que la ocupáramos los
residentes del lugar.
—Tú no aprendes —Puch estiró el brazo y me
levantó del suelo. Antes que me abalanzara sobre él
por haberme arrastrado por el suelo, éste me quitó el
último cigarro que me quedaba. —¿De dónde lo has
sacado?
Me distrajo. Al final no golpeé su rostro
arrugado con mi puño.
—Lo gané.
—¿Lo ganaste? —Alzó una ceja, e impactó su
mano abierta en mi mejilla—. Hablaré con tu madre.
Detestaba que todos me trataran como a un crío
que no sabía qué estaba haciendo. Era consciente de
mis actos y de las consecuencias que generaba cada
vez que hacía algo mal. Eran ellos los que no
aceptaban que mi mentalidad iba unos cuantos años
más desarrollada que mi cuerpo.
—¿Dónde está tu madre?
Me encogí de hombros.
—¿¡Dónde está tu madre!? —Volvió a repetir,
pero gritando.
Terminé diciéndole la verdad para librarme de
aquel viejo pesado.
—En el baño de la planta 2. El que utilizan
para drogarse —concreté—. Déjala. No quiero que se
preocupe. Prefiero que esté entretenida con el SDA y
que piense que estoy en la celda esperándola. Siento
haberte metido en un lío, Puch. No volverá a suceder.
—¿Me das tu palabra?
Lo único que hice fue sonreír.
Una vez más, y me costaba acostumbrarme,
golpeó mi cabeza con su mano. Se encendió mi
cigarro, y se levantó del taburete para quedar detrás
de mí. Dejé que rebuscara en mis bolsillos, y como
no encontró nada más, volvió a ocupar el asiento de
madera mientras que observaba mi rostro serio.
—¿A quién se lo has robado?
Era difícil guardar silencio.
No quería recibir otro golpe por su parte.
—A Keishon.
—Joder, rubito. Keishon te buscará hasta
matarte.
—No lo ha conseguido —recordé a ese
exmilitar corriendo detrás de mí para recuperar la
única mercancía que le daba de comer dentro de
prisión—. Además —reí—, si me cruzo con él, diré
que mi padre me envió.
—¿Quieres ver a tu padre muerto?
Me encogí de hombros. Terence, el hombre que
dejó embarazada a mi madre por tercera vez, era el
culpable que residiéramos en San Quentin; Mi madre
desde los quince años era una adicta a las drogas. Su
novio, un imbécil emprendedor, decidió aliarse con
un chicano para vender SDA en las calles de
Larkspur.
Mientras que él se dedicaba a buscar una
clientela para repartir los cinco gramos de polvo
blanco, mi madre hundía la nariz en el azúcar de los
yonquis[1]. La primera vez que los pillaron, las
autoridades le requisaron la mercancía junto al niño
que dormía en la falda de ella; ése era Terence Junior,
mi hermano mayor.
La segunda vez decidieron adentrarse en las
calles de Kentfield porque alguien le dio el chivatazo
que los policías de la zona pasaban por alto el
negocio de las drogas a cambio que les llenaran los
bolsillos con el papel verde que todos deseaban. Pero
los traicionaron. No sólo perdieron los diez kilos de
SDA que llevaban encima, también perdieron a su
segunda hija; Nilia, mi hermana mediana.
No cansados de perder hijos y kilos de droga
por las calles más peligrosas, lo intentaron una
tercera vez. Terence, convenció a mi madre para
transportar un camión lleno de SDA, y como sabía
que ella no se negaría si recibía una pequeña parte
para su consumo personal, lo hicieron. El trabajo era
simple; Tenían que mover una vieja camioneta hasta
el puerto de Larkspur. Los chinos, clientes de los
chicanos, decidieron no pagar el polvo blanco.
Terence perdió la cabeza y mató a dos de ellos.
La policía no tardó en llegar y la pareja terminó en
prisión.
Al parecer la estancia en la cárcel fue agradable
porque no tardaron en tenerme.
Y ahí estaba, en la puta prisión de San Quentin
rodeado por los delincuentes, violadores y psicópatas
más peligrosos de la ciudad.
—¿Cuál era la pregunta? —Me rasqué la nuca,
y golpeé el suelo con los zapatos viejos que encontré
en una de las celdas que había abandonado
recientemente un matrimonio con cinco hijos.
Puch rio.
—Tu padre es imbécil.
—Ahí tienes tu respuesta —dije, adentrando las
manos en los bolsillos del pantalón de deporte.
—Pero es tu padre.
—Lo sé —y jamás lo había negado. Pero
Terence y yo nunca nos habíamos llevado bien. Al
ser un menor, tenía unas ventajas que los demás
jamás tendrían; una vez al mes, una mujer que
trabajaba para el gobierno, me traía algo de comida y
ropa que donaba el pueblo para niños en riesgo de
exclusión social. —Debería sentirme afortunado. De
sus tres hijos, soy el único que convive día tras día
con él.
Puch volvió a levantarse y removió mi cabello
hasta dejarlo alborotado. Me miró con sus enormes
ojos verdes y tiró lo que le quedó de cigarro al suelo.
Adentró la mano en el bolsillo de su sudadera, y sacó
otras dos manzanas verdes.
—No debería —arrastró cada vocal para
dejarme impaciente —, pero te lo mereces. Aquí
tienes, Darius —tiró las dos piezas de fruta e
inmediatamente las atrapé antes que cayeran al suelo
—. Lo único que te pido es que no vuelvas a robarle
a Keishon. Quiero verte con vida hasta que decidas
salir de aquí. ¿Me has entendido?
Asentí con la cabeza porque quería que se
callara. Mi estomago rugió y me despedí de él con un
último movimiento de cabeza. Salí corriendo hasta
las escaleras principales y, subí un par de pisos hasta
adentrarme en el pasillo de los baños y cuartos de
ducha.
Quería compartir la comida con mi madre, así
que antes de colarme en el baño, escondí el par de
manzanas debajo de mi camiseta y la sostuve con una
mano.
Aquel maldito cuarto lleno de mierda y tinta
por las paredes, apestaba a alcohol, marihuana y
plástico quemado. Todos los que habían colocados,
se encontraban tendidos en el suelo sin darse cuenta
que yo estaba ahí. Al fondo del baño, detrás del
último lavabo individual, se escuchaban los jadeos de
un hombre. Me acerqué con cuidado y me asomé
para descubrir qué estaba haciendo.
Era uno de los policías que se encargaba de
vigilar la planta dos. Tenía los pantalones y la ropa
interior cubriendo sus tobillos, mientras que delante
de él, arrodillada, se encontraba mi madre.
Ella mantuvo las manos en el trasero del
vigilante mientras que éste movía su cintura hacia
delante y hacia atrás. Había enterrado su polla en la
boca de ella. No era la primera vez que la veía
practicando sexo oral; solía hacerlo para ganarse un
gramo de SDA.
Cuando el policía se corrió en su boca, la
apartó de su lado y se subió las prendas de ropa
mientras que ella se acercaba hasta el lavamanos para
cepillar sus dientes con el dedo índice.
—Eres mi zorra favorita —la felicitó, mientras
que se ponía el cinturón—. Te lo has ganado.
Le tiró una bolsa transparente con el azúcar que
le daba la vida. Ella se tiró al suelo y con una amplia
sonrisa le dio las gracias. El policía giró sobre sus
oscuros zapatos y se dirigía a la salida, pero terminó
encontrándose conmigo.
—¿Qué miras? —preguntó.
Seguía con el brazo doblado y sosteniendo las
manzanas. Quería acercarme hasta él, pero si daba un
paso en falso, perdería el único alimento que nos
alimentaría por aquel día. Así que lo único que hice
fue responderle desde el lugar en el que me encontró.
—A un puto…
No terminé la frase.
Mi madre se levantó del suelo y se encargó de
sellar mis labios para que guardara silencio.
—No queremos entretenerte, Steven.
Éste imitó un extraño sonido.
—Deberías cuidar de tu hija —dijo, mientras
que removía mi cabello. Al darse cuenta que estaba
dispuesto a saltarle como un perro rabioso, siguió
provocándome—. Las zorras rubias duran poco en
prisión.
Siguió presionando la mano sobre mi boca.
—Lo haré.
Salió victorioso del cuarto de baño. Cuando el
silbido que emitió en su corto camino se desvaneció
de nuestros oídos, mi madre giró mi cuerpo y me
obligó a mirarle a los ojos. Acomodó sus rodillas en
el suelo como había hecho anteriormente para
chuparle la polla al policía, y con los ojos llenos de
lágrimas, intentó abrazarme.
—No quiero perderte, Darius. Mi hermoso
bebé —toqueteó mi mejilla y bajó la cabeza
avergonzada—. Te he dicho muchas veces que no
quiero verte aquí. No quiero que me veas drogada o
ejerciendo de puta por un maldito gramo de SDA.
Saqué las manzanas para mostrárselas.
—Pensé que tendrías hambre.
Se deshizo de las lágrimas y soltó una dulce y
sonora risa.
—¿Qué haré contigo?
Con la mano libre ayudé a levantarla del suelo.
Acomodó el brazo por encima de mis hombros y
salimos del lugar que solían visitar los yonquis de
prisión. Recorrimos el largo pasillo hasta detenernos
en las escaleras que nos dejaban en el tercer piso.
Una vez que quedamos en la celda, movimos la
única litera que había en el interior y ocultamos los
barrotes con los colchones. De esa forma nadie nos
vería comer y tampoco serían capaces de
mendigarnos.
Dejé que mi cuerpo se escurriera contra la
pared de ladrillos, y estiré las piernas para sentirme
más cómodo. Ella hizo lo mismo. Quedó a mi lado y
acercó sus temblorosas manos hasta la pieza de fruta
que le tendí.
La devoramos en dos minutos; mi parte
favorita fue el corazón de la manzana ya que
encontraba las semillas y me entretenía
mordiéndolas.
—¿Has visto a tu padre? —Rompió el silencio
que reinó entre nosotros dos.
La miré un instante y antes de responderle me
lamí los dedos; seguían dulzones y con trozos
diminutos de la carne de la manzana.
—A primera hora de la mañana —respondí, y
eché hacia atrás la cabeza—. Estaba hablando con
Jeffrey.
Ella suspiró.
—Otra vez —susurró.
Pero la escuché.
—Otra vez… ¿qué?
—Trabajo, cariño.
Reí.
—Terence no trabaja.
—Pero tengo que trabajar yo por él.
Sí, ese era el trabajo que había encontrado
Terence dentro de prisión; prostituir a mi madre a
cambio de pequeños favores. Ella, como de
costumbre, aceptaba porque Jeffrey tenía un pacto
con los vigilantes para mover el SDA dentro de
prisión. Todos ganaban algo. Terence favores que le
hacían la vida más fácil. Delilha, mi madre, su dosis
de droga. Y, el último que era Jeffrey, un par de
mamadas.
Se levantó del suelo y recogió la bolsa militar
que escondíamos debajo de la litera. Se sentó sobre
los muelles y rebuscó en el interior del petate[2] hasta
sacar una camiseta rosa horrenda y un pintalabios que
se deshacía en sus labios cada vez que se lo aplicaba.
Recogió su cabello rubio y ella solo empujó la
litera y acomodó los colchones antes de salir por la
puerta. Se despidió de mí.
—Te quiero.
Clavé los ojos en los suyos azules.
—Y yo a ti.
No tardé en buscar a Puch. El hecho de
quedarme solo en el interior de la celda me agobiaba.
Necesitaba corretear hasta que mi cuerpo me pidiera
descansar un par de minutos.
Bajé los tres pisos corriendo, y me detuve en el
descansillo donde vi por última vez a Puch. El viejo
no se encontraba, pero en cambio me crucé con el
policía que se atrevió a llamarme zorra. No estaba
solo, junto a él había una mujer de cabello rojizo
brillante. Era joven, con largas piernas y un cuerpo
lleno de curvas. Sostenía una carpeta entre sus manos
mientras que miraba con atención al cabrón que tenía
delante. Éste, sin ni siquiera disimular, le miraba los
pechos mientras que mostraba una sucia y
amarillenta sonrisa.
Se dieron cuenta de mi presencia porque ella
miró por encima del hombro al encontrarse incómoda
con el hombre que intercambiaba frases cortas.
—Hola —saludó, escondiendo la carpeta negra
debajo de su axila y empujaba las gafas por el puente
de su nariz—. ¿Cómo te llamas?
Steven quedó cruzado de brazos y me observó
detalladamente. Me acerqué hasta ella y con una
sonrisa traviesa le dije mi nombre:
—Darius Chrowning.
La pelirroja estiró el otro brazo y estrechó mi
mano. Mostró una bonita sonrisa y le dio la espalda
al de seguridad.
—¿Cuántos años tienes, Darius?
Al tener el cabello suelto, ella recogió los
mechones que le molestaban detrás de la cabeza. Se
echó hacia delante para mostrar más interés en mí.
Eso hizo que Steven tuviera unas mejores vistas de su
trasero.
—En dos meses cumpliré doce años.
—¡Oh! —Exclamó—. Ya eres todo un hombre.
Ella sí que me entendía; los niños de mi edad
no solían fumar, robar o masturbarse mientras que
escuchaba de fondo como dos imbéciles se mataban
por tener un sitio en el pasillo para dormir. Por eso
era un hombre. Un niño de mi edad no habría
sobrevivido en San Quentin. La mayoría, solían salir
pronto de la prisión porque sus padres aceptaban que
el Estado los diera en adopción. Yo luché para que
eso nunca sucediera. Me acostumbré a la maldita
cárcel.
—Y de los mejores —le guiñé un ojo.
La mujer ocultó su sonrisa con los dedos.
—Mi nombre es Callie Readd. Trabajo para el
Estado —lo que siguió saliendo de sus labios, no me
interesó.
Realmente Callie había conseguido ponerme la
polla tan dura como a Steven, salvo que se me bajó la
hinchazón cuando nombró para quién trabajaba. Ellos
eran los que se encargaban de sacar a los niños que
crecían en cárceles infrahumanas como lo era la de
San Quentin.
—No —le interrumpí.
Ella agrandó sus oscuros ojos y me miró
desconcertada. Volvió a acomodar su espalda y se
quitó las gafas de lectura.
—Es peligroso para ti, Darius.
—Llevo doce años aquí y sigo vivo.
—El Estado te obliga a tener una educación.
Aquí nunca la tendrás —Callie quería seducirme con
su educación, pero no se daba cuenta que no lo
conseguiría—. ¿Me has escuchado?
Respondí con sinceridad:
—No.
Apretó los labios y recogió la carpeta que
sostenía con el brazo. Anotó mi nombre y le pidió al
de seguridad que consiguiera mi ficha. Tardó media
hora en reunirse con ella. Esos largos minutos que me
retuvieron junto a Callie, fueron un infierno.
Steven esperó a que la pelirroja terminara de
apuntar todos los datos que necesitaba de mí, y le
pidió que nos dejaran a solas. Callie se acomodó en
el taburete que solía ocupar Puch y me pidió que la
acompañara. No me quedó de otra que sentarme a su
lado mientras que cruzaba los brazos bajo el pecho.
Hizo una llamada y no tardaron en descolgarle el
teléfono.
Refunfuñé al darme cuenta que los minutos
seguían pasando y yo estaba quieto sin hacer nada.
Lo único que podía observar era como Callie
acariciaba sus rodillas desnudas y golpeaba el aparato
que sostenía cuando le dejaban en espera.
—Bien —finalizó, y colgó. Soltó un suspiro y
volvió a mirarme—. Mi jefe me ha dado permiso
para que sea tu tutora los próximos seis años. Tienes
que ser consciente, Darius, que cuando cumplas
dieciocho años la prisión de San Quentin no se hará
cargo de ti —me comunicó la peor noticia que podía
recibir—. ¿Tienes a alguien ahí a fuera que pueda
recogerte?
Ni siquiera conocía a mis hermanos.
No tenía a nadie, salvo a mis padres y los
perdería cuando saliera de prisión.
—No.
—Eso significa que te echarán a la calle sin
tener un techo donde refugiarte —Callie golpeó la
punta de su bolígrafo sobre la carpeta con ira—. Sin
estudios. Sin trabajo. Sin…
Chasqueé los dedos.
—Está bien —asentí con la cabeza—. Dirás
que seré un delincuente. Un puto yonqui que
terminará robando para poder comer o conseguir las
vitaminas tóxicas que necesitará mi cuerpo. Está
bien, Callie. Acepto que seas mi tutora — y, antes
que dijera algo, solté —, pero no pienso irme de aquí.
¿Lo entiendes?
La pelirroja asintió con la cabeza.
Capítulo 2

Puch se deshizo de todo el cabello que me cubría la


cabeza. Se me hacía cansado llevar el pelo largo y
tener que recogérmelo para que no me cayera sobre
los hombros. Paseó la cuchilla afilada de la navaja
por el cráneo y siguió arreglando el destrozo que me
hice con el mechero. Cuando terminó, golpeó mi
espalda con una toalla para que los pelos que se
pegaron en mi piel terminaran por caer al suelo.
Quedé rodeado por mechones largos y rubios. Me
cubrí con la camiseta y observé mi nuevo corte de
pelo con el diminuto espejo que tenía colgado en su
celda. Paseé los dedos y marqué una sonrisa al
sentirme satisfecho con el trabajo del viejo.
—¿Quién es ella? —preguntó, mientras que se
agachaba para recoger todo lo que habíamos tirado al
suelo—. Sé que eres un chico presumido. Adorabas
tu melena —rio, y tuve que lanzarle una mirada para
que se callara—. Tú dirás.
Antes de responder me toqué las mejillas y el
mentón en busca de barba, pero con doce años no
tenía ni un solo pelo rodeando mis labios. Me
disgustaba. Envidiaba a todos esos presos que se
acercaban a Puch para que les afeitara una vez al
mes. Eso significaba que eran adultos físicamente.
—Estoy cansado que piensen que soy una niña.
Mataría a todos los putos pederastas que han
intentado tocarme por el hecho de ser rubio y con el
cabello largo —antes que Puch riera, lo miré por el
rabillo del ojo. Éste bajó la cabeza y no evitó soltar
una carcajada. Sabía que la retuvo durante unos
minutos, pero terminó abriendo esa bocaza para
reírse de mí. —¿¡Qué!?
Quedó detrás de mí y me miró a través del
espejo.
—Dame nombres y les cortaré la polla.
Sacudí la cabeza. Puch seguía sin entender que
era capaz de defenderme solo. Apreté los labios y
busqué la forma de ampararme. Pero no lo conseguí.
Lo único que hice fue pedirle un par de consejos
como solía hacer a menudo.
—¿Quién fue el primero?
—¿El primero?
—En morir en tus manos —fui más directo.
Puch se rascó la papada que le colgaba del
cuello. Cerró los ojos para viajar por todos sus
recuerdos y abrió la boca cuando encontró el rostro
que buscaba.
—Lo llamaremos el individuo X —dijo,
dándome un ligero apretón en los hombros—.
¿Recuerdas que te dije que yo también fui un militar
como Keishon? —Asentí con la cabeza—. Me
destinaron en el año 1980 a Irak. Tuve que dejar a mi
esposa y a mis cuatro hijos solos. Tú ni siquiera
habías nacido, y nuestro país quería alcanzar logros
sobre un terreno que no le pertenecía.
»Un día, cuando creímos que teníamos el
control del territorio que habíamos conseguido, el
individuo X puso una bomba cerca de nuestra base
militar. Una docena de compañeros murieron. Pero
no fueron los únicos. Cerca de nosotros, había un
colegio de niños refugiados. No conseguimos
encontrar a nadie con vida. Cuando ese hijo de puta
con turbante quedó cara a cara conmigo, sentí la
necesidad de matarlo con mis manos antes de
cargármelo con el arma que me solía acompañar. Lo
desarmé antes que fuera capaz de volarme la cabeza,
y cuando cayó al suelo, lo golpeé hasta que escuché
el sonido de su cráneo partirse.
»El individuo X murió con una sonrisa en el
rostro y sin arrepentirse de lo que había hecho. Se
llevó junto a él la vida de treinta personas inocentes.
Jamás olvidaré su rostro. Puede que los que vinieron
después solo sean una sombra pasajera, pero los
rasgos del individuo X siempre los tendré grabados
en mi cabeza.
Me quedé asombrado con la historia.
Sabía que Puch había matado a muchísima
gente mientras que era militar, pero él no estaba en
prisión por ser un asesino. Puch estaba en San
Quentin por vender ilegalmente armas. Le cayeron
más de veinte años cuando se jubiló. Todos sabíamos
que él moriría dentro de la cárcel; ese viejo solía
recordárnoslo constantemente.
—¿Crees que yo también grabaré el rostro de la
primera persona que asesine?
La mano de Puch impactó en mi cabeza.
—Tú serás un buen hombre, Darius.
Cerré los ojos al sentir mi piel arder por el
golpe. Llevé mis dedos detrás de la cabeza y ni
siquiera le reclamé.
—No he dicho que quiera ser un asesino.
—Pero piensas matar a alguien —me
recriminó.
«¿Por qué?» —Pensé. «Estamos en un lugar
lleno de psicópatas que necesitan cubrirse las manos
de sangre constantemente.»
—Imagina por un momento que estoy en
peligro —intenté que se lo imaginara, cuando tuvo la
imagen en su cabeza, asintió con la cabeza—. Solo
tengo una opción. Dejar que me mate o matarlo.
¿Cuál debería escoger?
Sus ojos verdes quedaron fijos en los míos, y
eso que nos mirábamos a través de un trozo de
cristal.
—Matarlo —fue claro y directo.
Inmediatamente sonreí.
Pero Push se encargó de borrarme la sonrisa
con otro golpe en la cabeza. Soltó una carcajada y se
tumbó sobre su cama mientras que observaba como
arreglaba el dobladillo de los pantalones que me
había encontrado en el patio; no estaban desgastados
y ni siquiera la tela estaba destrozada. Para mí,
estaban nuevos y perfectos.
—¿Quién es ella?
Era un viejo pesado. Sabio, pero agobiante.
—Se llama Callie.
—¿La tutora que te ha puesto el Estado? —rio.
—¡Tienes doce años! ¿Cuántos tiene ella?
Me mordí la lengua.
Su edad no importaba.
Callie era preciosa. Tenía un cuerpo que
conseguía despertar lo que tenía entre mis piernas
con una simple sonrisa. Ella era la mujer que
imaginaba cada vez que me masturbaba. Y, como un
gilipollas, susurraba su nombre al correrme.
—Veinticinco.
—Para mí es un caramelito —Puch se
mordisqueó el labio—. Para ti es demasiado mayor.
—¡Qué te follen! —Le grité, lanzándole la
toalla que una vez fue blanca, pero en ese momento
estaba negra de toda la mierda que había arrastrado
Puch en los últimos años que lo acompañó—. Callie
me está esperando.
Puch me vaciló antes que saliera de su celda.
—Si te chupa la polla avísame —dijo, entre
risas—. A lo mejor yo también iré a estudiar con ella.
Estiré el brazo hasta enseñarle el dedo corazón.
Pero Puch, en el fondo, tenía razón; Callie no
estaba allí para chuparme la polla o dejar que le
tocara las tetas. Callie estaba allí para enseñarme a
leer y a escribir como hacían los niños de cinco años.
Salvo que yo iba un poco más atrasado que ellos.
Llevaba cinco meses visitándome en prisión.
Cada jueves, Callie me esperaba en una sala que
preparaban los guardias. Ordenaba una mesa llena de
cuadernos y libros de lectura y observaba como leía
en voz alta.
—Bonito corte de pelo —me interrumpió. Alcé
la cabeza del libro que estaba leyendo y me encontré
con su sonrisa—. Pero me gustaba más tu melena
rubia.
—¿En serio?
Me sorprendió.
Ella asintió con la cabeza.
—Te hacía adorable —rio—. Ahora pareces un
tipo duro.
—Soy un tipo duro.
Callie volvió a reír.
—Hemos avanzado. Cuando llegué aquí y te
conocí, creí que tardaríamos años en poder leer un
párrafo seguido —cruzó sus piernas y sin darse
cuenta me mostró su ropa interior—. Estoy orgullosa
de ti, Darius.
—Gracias —sonreí.
Se levantó de la mesa donde desayunaban los
guardias de seguridad y caminó hasta mí. Quedó
detrás de mí y no tardó en acomodar las manos sobre
mis hombros. Tragué saliva. Me puso nervioso.
Callie, para llamar mi atención, tiró del lóbulo
de mi oreja.
—¿Darius?
—¿Sí?
—Continua con la lectura, por favor.
—S-sí —dije, torpemente—. Poco después se
encontró Tom con el paria infantil de aquellos
contornos, Huckleberry Finn, hijo del borracho del
pueblo. Huckleberry era cordialmente aborrecido y
temido por todas las madres, porque era holgazán —
callé, al sentir una vez más sus dedos, pero seguí con
la lectura que me ordenó para aquel día —, y
desobediente.
***

Paseé por el patio con una sonrisa estúpida que


atravesaba mi rostro. Me guardé la comida y el libro
que me había traído Callie y me dispuse a subir las
escaleras para buscar a mi madre. Ignoré a los demás
presos que se hincharon las fosas nasales al respirar
el aroma que desprendía el pollo que había cocinado
mi tutora para mí. Lo único que no conseguí esquivar
fue a Steven, que tiró de mi camiseta y me lanzó
escaleras abajo cuando quedé cara a cara con él.
—Hijo de puta —maldije, y sentí como me
ardía la espalda cuando caí al suelo rodando.
Éste se acercó con una amplia sonrisa y se
quedó de cuclillas para quedar a mi altura. Observó
cómo jadeaba de dolor y tiró una vez más de mi
camiseta para ver qué estaba escondiendo en el
interior.
El puto guardia de seguridad me arrebató el
libro de Las aventuras de Tom Sawyer y los trozos de
pollo que me había traído Callie a escondidas.
—La zorra rubia ahora es un maldito niño que
pasea por la prisión con comida casera —respiró el
aroma que despertó el estómago de una docena de
hombres—. Qué bien huele —exclamó,
desenvolviendo el papel plateado que lo protegía.
Sacó un muslo de pollo y lo devoró delante de mis
narices. No pude hacer nada, salvo mordisquearme el
labio para no lanzarme sobre él. —Callie cocina de
maravilla. No solo es guapa, sería la esposa perfecta.
Me encantaría casarme con ella y ser lo primero que
viera cuando llegara a casa.
Steven rio.
—Es gracioso, Darius —tocó mi cabeza
rapada. —Primero me chupa la polla tu madre y,
ahora quiero follarme a esa preciosa pelirroja. ¿Has
visto esas enormes tetas? Las devoraría como este
trozo de carne.
Arañé el suelo y sentí como me sangraban los
dedos.
Me costaba respirar de la rabia que sentía.
—Me he imaginado día y noche follándome a
esa zorra que viene cada jueves a visitarte —gimió, y
volvió a coger otro trozo de carne—. Cuando tu
madre envuelve mi polla con sus labios imagino que
son los de ella. Tan suaves y carnosos paseando por
mi falo. Mmmm —cerró los ojos—, tan caliente. Por
eso me corro tan rápido. Tengo que dejar de pensar
en ella o estaré llenando de lefa la boca de tu madre
cada día.
Ya no podía más.
En cualquier momento estallaría.
—¿No tienes nada qué decir?
«Trágate el orgullo» —Me aconsejé en un
pensamiento.
—Quédate con la comida —miré como sus
asquerosos dientes trituraban las tiras de pollo—,
pero devuélveme el libro.
Le prometí a Callie que me leería las
cuatrocientas páginas que tenía el libro antes que
volviéramos a vernos. Así que cumpliría con mi
palabra.
—¿Qué libro? —preguntó, zarandeándolo con
sus dedos cubiertos de la grasa que chorreaba la
comida. —Yo no veo ningún libro.
Sacó un mechero de su bolsillo y presionó la
ruedecilla para que una potente llama carbonizara las
páginas del libro hasta que se quedó en cenizas.
El papel no tardó en consumirse.
Steven rio y se levantó del suelo. Frotó su
mano sobre sus labios y eructó mientras que reía
cortadamente.
No aguanté más. Me alcé del suelo y me
abalancé contra él. No conseguí tirarlo al suelo
porque triplicaba mi peso, pero conseguí que perdiera
el equilibrio. Antes que sus dedos se aferraran a la
porra que lo acompañaba, golpeé su torso con todas
mis fuerzas. Sus jadeos de dolor fueron una suave
sintonía acariciando mis oídos.
No dejé de sonreír en ningún momento. Cada
puño que se hundía en su abdomen, era la adrenalina
que encendía mi cuerpo. Hasta que Steven aprovechó
mi cansancio y me tiró una vez más al suelo.
Entonces me propinó una brutal paliza con su arma.
Cuando se cansó, finalizó su agresividad
hundiendo su bota en mi estómago.
—La próxima vez te mato —dijo, y antes de
irse me escupió.
Me levanté torpemente del suelo una hora más
tarde. Los demás presos seguramente me dieron por
muerto, por eso ninguno se acercó para comprobar
cómo me encontraba. En San Quentin, cuando te
cruzabas con una persona herida y tirada, lo mejor
era pasar de largo. Y, si el agresor era un guardia de
seguridad, tenías que bajar la cabeza o tú serías el
siguiente.
Subí las escaleras como pude y me senté en el
primer piso porque no me vi capaz de seguir
ascendiendo con el cuerpo destrozado. Esa noche
dormí fuera, junto a otros presos que no tenían celda.
Mantuve un ojo abierto para cubrirme las
espaldas de cualquier psicópata.
Puch solía decirme que los jóvenes sanábamos
las heridas antes que los viejos. Tenía razón. Cuando
abrí el otro ojo que mantuve cerrado para descansar
un poco, conseguí levantarme de las escaleras sin
ningún problema. Subí un piso más y me recorrí el
pasillo donde estaban los baños. Me adentré y
esquivé a todos los presos que hacían cola para
humedecer sus rostros cansados.
Cuando conseguí un lavábamos libre, dejé que
el chorro del agua se deshiciera de la sangre que tiño
mis dedos.
La higiene en San Quentin era igual que la falta
de comida diaria; todos teníamos mugre cubriendo
nuestros cuerpos porque solo nos permitían bañarnos
una vez a la semana con gel. Nos mordisqueábamos
las uñas de las manos y los pies para que la mierda no
se fuera acumulando. A veces, los guardias, nos
tiraban pasta dental desde la azotea para que lavara
sus dientes el afortunado que consiguiera atrapar el
tubo dentífrico.
Me quité la camiseta para desnudar mi torso.
Estaba lleno de hematomas y sangre seca de las
heridas que me había causado la porra de Steven.
Acomodé ambas manos debajo del grifo y me aseé lo
más rápido posible porque los demás querían hacer lo
mismo.
Salí del baño y busqué el cuarto donde se
reunían todos los yonquis. Antes de pasar por la
celda, pasé por el rincón donde repartían el SDA
porque imaginé que me encontraría con mi madre en
vez de estar descansando sobre la cama.
Y así fue; arrinconada en un lavabo individual,
luchaba por mantenerse de pie. Tiré de su cuerpo con
la poca fuerza que me quedaba, y salimos de allí
antes que volviera a colocarse con otro gramo de
polvo blanco.
La dejé tendida sobre su colchón y cerré la
celda con el pequeño taburete que teníamos. Me
acomodé junto a ella y retiré el cabello empapado
que cubría su rostro.
Despertó:
—¿Darius?
Tenía los ojos rojos.
Le sangraba la nariz.
Temblaba como de costumbre.
—Buenos días, mamá.
—Anoche no viniste a dormir.
—Lo sé —evité explicarle lo que me había
sucedido con ese hijo de puta—. ¿Por qué no has
descansado?
—Estaba preocupada —me utilizó de excusa
—. Te echaba de menos, cariño. ¿Qué le ha pasado a
tu cabello?
Pasé mi mano por la cabeza.
—Se acerca el verano, mamá —dije, y mostré
una forzada sonrisa—. Lo mejor era deshacerme de
esa melena.
—Estaba precioso —rio—. Estás precioso.
Rectificó, con todo su cariño.
—Intenta dormir —la arropé con un trozo de
manta que me dio Puch. —Creo que hoy también
conseguiré algo de comida —le devolví el apretón de
manos cuando ella sostuvo las mías con las suyas,
dándome calor—. ¿Qué te gustaría comer?
Sus ojos azules brillaron de ilusión.
Con una sonrisa dijo:
—Chocolate.
Todos los yonquis eran adictos a los dulces. A
ella le encantaba. A veces, en vez de pedirle su parte
de SDA a Jeffrey, le pedía una tableta de chocolate
negro que no dudaba en compartir conmigo.
—Lo tendrás —le prometí.
Y se quedó dormida con una hermosa sonrisa.
Salí de la celda y paseé por el pasillo. Quería
buscar a Puch para que éste me ayudara a encontrar
algo dulce que pudiera llevarse mi madre a la boca.
Lo que no esperaba era encontrarme con mi padre.
Caminaba con las manos en los bolsillos
mientras que observaba a todos los pobres presos que
descansaban fuera de las celdas.
—Darius —me saludó.
Hice lo mismo que él:
—Terence.
—¿Y tu madre?
La buscaba para que le hiciera un trabajo a
Jeffrey. No lo permitiría.
—Está durmiendo.
—Iré a despertarla.
Antes que su cuerpo siguiera avanzando, lo
detuve. Me quedé en medio y crucé mis brazos sobre
el pecho. Era cierto que mi padre era más alto que yo,
que me sacaba cuatro cabezas, pero algún día sería
más alto que él y terminaría mordiéndose la lengua
ante mí.
—No.
—¡Vamos, hijo!
—No —repetí, una vez más.
Terence puso los ojos en blanco y se dio por
vencido. Sacó una bolsita de SDA y me la mostró.
—Tengo que entregarle dos gramos a Domty
porque Jeffrey me lo ha pedido —refunfuñó—.
Quería pedirle a tu madre que me hiciera el favor.
—¿A cambio de qué?
Éste respondió rápidamente:
—A lo que ella está acostumbrada.
Su risa me revolvió el estómago. Siempre había
disfrutado ver a su mujer consumiendo la droga que
la estaba destruyendo poco a poco.
—Lo haré yo.
—¿Tú? —Se sorprendió.
—Sí.
—Creí que estabas enfadado conmigo.
Recordé lo que hizo la semana pasada; Callie
consiguió colar un sándwich de pollo. Le di la mitad
a mi madre, y cuando ésta terminó y salió para
reunirse con los demás yonquis, me crucé con mi
padre justo en el momento que iba a hincarle el
diento al trozo de pan.
Se tiró sobre mí e intentó ahogarme con sus
propias manos. Puch lo detuvo. Y, el viejo, me salvó
una vez más la vida.
—Te odio, papá —aclaré, por si no lo había
entendido a día de hoy—. Pero Puch me dice que no
tengo que olvidar que tú eres mi padre. Así que me
limito a pensar que eres el tío que puso su maldito
esperma para que yo naciera. Aún así tengo unas
ganas locas de matarte algún día.
Reí, y no sabía muy bien si se había puesto
pálido de miedo o de hambre.
Me tendió la dosis de Domty.
—¿Qué quieres, Darius?
—Una tableta de chocolate negro.
—¿Qué?
—No volveré a repetirlo.
Acomodó la mano sobre mi hombro y se puso
serio de repente:
—Tienes la oportunidad de pedirle cualquier
cosa a Jeffrey. Y, lo primero qué me pides es una
tableta de ¿chocolate?
Al parecer había procesado la información.
—Muy bien, papá —le guiñé un ojo.
Éste, confuso, sacudió la cabeza.
—Podrías tener un arma en tu poder.
Me encogí de hombros.
Tenía un arma junto a mí; afilé un hueso de
pollo que solía acompañarme cada día en el interior
de mi zapato. Pero a él no le dije nada. Podía
traicionarme y arrebatármela. O quién sabe, intentar
matarme de nuevo y tener que defenderme.
—Quiero la maldita tableta de chocolate —
finalicé, sosteniendo los dos gramos de SDA.
Asintió con la cabeza y lo perdí de vista cuando
crucé el primer pasillo que tuve delante de mí.
Domty, más bien conocido por el Domador de
niños, era un maldito pederasta que vivía a cuerpo de
rey en San Quentin. Era como Jeffrey, pero en vez de
querer mamadas de mujeres, solicitaba a niños que
pudiera violar cuando los policías miraban a otro
lado.
No estaba en su celda, así que seguí buscándolo
por el patio. Domty solía reunirse con los nazis cerca
de la torre de vigilancia.
Y ahí estaba; fumando un cigarro mientras que
contaba sus anécdotas de mierda.
—Me follé a ese chicano y lo único que sabía
decir era —puso un acento mexicano—, quiero ir con
mi madre.
—¿Qué edad tenía?
—Creo que siete —respondió, tocándose la
calva.
Todos los nazis rieron junto a él y tuve que
interrumpir. Quedé delante de ellos y miré al puto
gordo que me mostró sus dientes al verme aparecer.
—¿Te has perdido, guapo?
Le tiré su droga al pecho.
—Me envía Jeffrey.
Domty adentró el dedo en el sobre y arrastró un
poco de SDA para frotarlo en el interior de su boca.
Se relamió los dedos y pasó los dos gramos a los
nazis.
—Buen trabajo —dijo, levantándose del
asiento que ocupó—. Debería recompensártelo.
—No importa.
Di media vuelta, pero me detuvo.
—Antes tenías una hermosa melena rubia —
siguió mis pasos—. ¿Por qué te has desecho de ese
bonito cabello?
¿Por qué todos me preguntaban lo mismo?
—Exceso de pelo —respondí—. Me he
quedado con la selva que tengo encima de la polla.
Mi sarcasmo le hizo reír.
—También te he visto fumar —su voz, fina y
lenta, me ponía nervioso—. Podría darte un cigarrillo
si quieres.
Se me hizo la boca agua.
Era el único vicio que tenía.
—¿A cambio de qué?
Éste se acercó un poco más.
—Es para darte las gracias —su sonrisa me
volvió a dar arcadas—. ¿Qué te parece?
Acompáñame a mi habitación y te habrás ganado ese
palo blanco de nicotina.
No tenía nada qué hacer, así que seguí sus
lentos y fuertes pasos hasta la celda donde dormía.
Todos se nos quedaron mirando. Seguramente
creyeron que había aceptado algún trato con él por
protección o comida; estaban muy equivocados.
Los negros que se cruzaban en nuestro camino
se apartaban de Domty para no tener problemas con
los nazis.
—Siéntate, por favor —pidió, señalando su
cama.
Me dejé caer sobre el colchón y reboté de lo
grueso y cómodo que era; los nuestros estaban
destrozados y solíamos hacernos heridas con los
muelles que rasgaron las telas de los somieres.
Él no tardó en sentarse. Estiró el brazo hasta la
mesita auxiliar que había junto a la cama y abrió el
cajón para buscar lo que me prometió. Pero el cigarro
no fue lo único que sostuvo. Con la otra mano, la que
estaba más cerca de mi cuerpo, se ocupó de sacarse la
polla de los pantalones.
—¿Te gustaría tener el cartón entero? —
preguntó, mientras que se masturbaba—. Podría
dártelo, guapo. Lo único que te pido es que me
chupes la polla hasta que me corra. ¿Qué te parece,
jovencito?
No respondí.
No quería problemas con un pederasta y nazi
que tenía a medio San Quentin amenazado. Así que
me levanté de la cama con la idea de salir de su
celda. Pero su mano me detuvo. Tiró de mi cuerpo y
volvió a acomodarme sobre la cama.
No dejaba de sacudirse la mini polla mientras
que clavaba sus ojos entrecerrados en mi paquete. Se
llenó de valor para acomodar la otra mano detrás de
mi nuca e intentar empujar mi cabeza hacia abajo,
pero no lo consiguió.
Me enfureció.
«¿Debería matarlo?» —Pensé.
—¡Vamos, crío, chúpame la polla!
Puch no me lo habría permitido, pero lo hice.
Saqué el hueso afilado del interior de mi zapato y
perforé su cuello hasta que éste dejó de tocarse su
flácido miembro. Intentó defenderse, pero no lo
consiguió. Lo tiré al suelo y empecé a apuñalar su
enorme barriga. Sentí como su cálida sangre me
bañaba.
Domty se ahogaba con su propia sangre.
—¿Quieres que te toque la polla?
Rodeé esa mierda de miembro con una
camiseta que había tirada en el suelo, y arranqué ese
trozo de carne para metérsela en la boca.
Solté una carcajada.
—Ahora tú mismo puedes chupártela.
Me senté sobre el charco de sangre y disfruté
viendo como mi piel se teñía de rojo.
Domty consiguió escupir su polla de la boca y
balbuceó algo:
—Bloo…Bloo —intentó.
Estiré el brazo y recogí el paquete de tabaco
que pretendía darme si le hacía un favor sexual.
Encendí un cigarro y seguí escuchando su voz
entrecortada.
—Bloody —consiguió decir—. Bloody.
Bajé el cigarro un momento.
—Mi nombre es Da…—callé. Estaba cansado
de mi nombre. De ser un crío ante los ojos de todos.
De tener que bajar la cabeza y no meterme en
problemas porque alguien me decía que estaba mal.
¡A tomar por culo todo! —Sí —golpeé la enorme
barriga de Domty—, mi nombre es Bloody.
Seguí riendo sin parar, mientras que el cigarro
se consumía entre mis dedos.
—Bloody —murió, susurrando mi nuevo
nombre.
Me levanté del suelo y me tumbé sobre la cama
mientras que ensuciaba las sábanas de seda con la
sangre del cadáver que había en el suelo. No tardaron
en avisar a los guardias. Cuando éstos llegaron, yo ya
me había fumado tres cigarrillos mientras que me
daba el placer de ver el rostro morado de Domty.
Steven se acercó hasta mí.
—¿Qué has hecho?
Di un salto de la cama y quedé de pie.
—Matarlo —confesé, junto a una carcajada
más fuerte que las anteriores—. He nacido para matar
a todo aquel hijo de puta que se cruce en mi camino.
Y, déjame decirte, que creceré. Así que deberías tener
mucho cuidado, Steven. Quién sabe —robé todo lo
que encontré en la habitación de Domty antes de salir
—, a lo mejor tú eres el siguiente.
No me detuvo.
No me golpeó.
No me alzó la voz.
Simplemente dijo un nombre que ya no estaba
asociado en mí.
—¿Darius?
Chasqueé la lengua.
—¿Quién es Darius? —pregunté, presionando
mi dedo sobre el pecho—. Yo no. Mi nombre es
Bloody. No lo olvides.
Y ahí se quedó, observando como el muchacho
que golpeó la noche anterior, fue capaz de
amenazarlo después de haberse cargado al mayor hijo
de puta de San Quentin. Las cosas habían cambiado
y, todos ellos se darían cuenta muy pronto. Con
Bloody no se jugaba, porque si eso sucedía, acabarías
agonizando ante mí.
***
El único castigo que conseguí por matar al pederasta
fue el de deshacerme de su enorme cuerpo. Puch me
ayudó, después de haberme gritado durante una hora.
Cuando se enteró, me dio por muerto antes de
intentar reunirse conmigo. Los nazis, tenían a Domty
como un rey, así que no dudarían en matar al cabrón
que les arrebató al Dios que tenían dentro de prisión.
Pero eso no sucedió.
Un blanco había matado a otro blanco.
Por eso seguía con vida.
—¡Joder! —Alzó la voz Puch.
Pasó los brazos por debajo de las del gordo e
intentó levantar su cuerpo por tercera vez. Domty fue
una bola de grasa andante durante años. Y, ahora, un
grano en el culo para nosotros; era imposible levantar
a esa ballena y sacarla de la celda que ocuparía uno
de sus admiradores.
—Levanta sus piernas —me ordenó.
Y así hice. Rodeé sus piernas con los brazos y
volvimos a intentar levantar ese enorme cuerpo sin
vida. Al tenerlo lejos del suelo, lo movimos
lentamente hasta acercarnos a la barandilla. Hicimos
un último esfuerzo y lanzamos el cuerpo de Domty al
patio desde el primer piso. Los guardias nos dieron
permiso de abandonarlo al exterior porque los
equipos de la funeraria tardarían una semana en
venir.
Puch no tardó en golpear mi cabeza con su
mano.
—Si fueras mi hijo ya te habría matado.
—Pero no eres mi padre —dije, y le tendí un
cigarro que no dudó en atrapar—. Quería que le
chupara la polla, Puch. ¿Qué hubieras hecho tú? ¡Sé
sincero!
Éste se encargó de darle unas cuantas caladas al
cigarro antes de responder.
—Matarlo.
Golpeé el suelo con alegría.
—¡Lo ves, viejo amigo! —Sonreí—. Hice lo
que hubiera hecho cualquiera. ¡Sobrevivir!
Ambos empezamos a reír. Nos dio igual que la
noche nos cayera encima y los demás presos
estuvieran durmiendo. Me acerqué hasta la barandilla
y miré a Domty mientras que Puch me hablaba.
—Te podrían haber caído veinte años de
prisión.
Me encogí de hombros.
—No me importa —lo miré por el rabillo del
ojo—, así no tendría que abandonar San Quentin.
—Eres un crío idiota, Darius.
Corregí el último nombre que soltó:
—Ahora es Bloody.
—¿Bloody?
—Exacto —dije, y escupí en mis manos para
deshacerme de la sangre. —Ahora quiero que todos
me llamen Bloody.
Puch no insistió.
—Está bien, Bloody —golpeó mi hombro con
su puño—. Me alegro que ese idiota de Steven no
diera aviso que tú mataste a ese gordo violador de
niños. No quiero tenerte aquí otros veinte años más.
Recordé la fecha de caducidad de San Quentin
que me dio Callie.
—En seis años estaré fuera —gruñí.
Pero Puch vio el lado bueno.
—Y lo celebraré —el viejo lo repitió una vez
más—. No quiero que te pudras en prisión como este
exmilitar que tiene los días contados.
Si salía de prisión solo echaría de menos a dos
personas; a mi madre y a Puch.
—Podrías fugarte conmigo —bromeé.
Éste volvió a golpear mi cabeza para no perder
la costumbre.
—Cuando Bloody cumpla dieciocho años —
me guiñó un ojo—, tendrá muchísimas cosas que
hacer antes que ayudar a este viejo a escapar de San
Quentin.
Reí.
—¿Por ejemplo?
—Un suave y terciopelado coñito. Eso hará que
Bloody olvide al viejo Puch.
Una mujer no conseguiría que olvidara a mi
mentor.
—No lo creo.
Puch insistió.
—Hay de muchos colores —dijo, y se puso a
caminar por el pasillo—. Rosados, negros, amarillos
y de color chocolate. Todos suaves y dispuestos a
colarse en tu boca.
Rodeó mi cuello con su brazo y frotó sus
nudillos en mi cabeza. Era doloroso, pero me hizo
reír. Seguimos subiendo las escaleras.
—No pensarás estar toda una vida tocándote,
¿verdad?
—¡No!
Y volvimos a reír.
Puch me dejó hasta la celda que compartía con
mi madre y me despedí de él. Seguramente, cuando
el viejo revisara los bolsillos de su pantalón,
encontraría un reloj de oro que un día perteneció a
Domty, el domador de niños.
Me acerqué hasta la cama y comprobé que mi
madre seguía durmiendo. Sobre mi colchón habían
dejado una tableta de chocolate. Mi padre, por
primera vez, cumplió con su palabra.
Acaricié las suaves mejillas de mi madre e
intenté despertarla sin sobresaltarla. Tardó en abrir
los ojos. Se incorporó de la cama y me abrazó sin
pensárselo demasiado.
—¿Por qué tuve que darte esta vida, Darius?
Ella sería la única persona que me llamaría por
el nombre con el que me bautizó. Aunque, con el
paso de los años, podría haber otra mujer que
susurrara mi nombre sin que sintiera asco al
escucharlo.
—Mamá —susurré —, elegiría esta vida una y
otra vez.
—¡No! —sollozó en mi hombro—. Quiero que
estés fuera. Que vivas la vida que tus padres nunca
pudieron darte. Que seas el hombre que siempre
deseé que fueras cuando no estaba esnifando SDA.
¿Darius?
—¿Sí, mamá?
—Te quiero.
—Y yo a ti.
Besé su mejilla y le devolví el abrazo. Estaba
dispuesto a cuidarla hasta que un maldito muro nos
separara. Aparté su cabello y le obligué a mirar lo
que había conseguido para ella.
Sonrió al ver la tableta de chocolate.
Gritó de alegría.
Rasgó con sus dedos el papel y cortó una
pequeña onza que no tardó en llevarse a la boca.
Cuando terminó de saborearla, volvió a romper otro
trozo de chocolate y me obligó a que me lo comiera
junto a ella.
Estaba delicioso, pero el dulce no era mi
perdición.
Guardó el chocolate que sobró debajo de la
sudadera que utilizaba como almohada. Se estiró de
nuevo en la cama y cerró los ojos para dormir.
El corazón me brincó de alegría al saber que
esa noche no necesitaba salir para colocarse. Me
quedé toda la noche observando como mi madre
dormía y era feliz por primera vez en muchos años.

****
Llegó un nuevo jueves. Callie me esperaba en la sala
de guardias tan preciosa como siempre. Se levantó de
la mesa que ocupó y, retiró la silla que solía ocupar
para que me sentara.
—¿Has leído Las aventuras de Tom Sawyer?
Quedé delante de ella. Antes de dejar caer mi
cuerpo me di el placer de estirar el brazo y tocar su
cabello pelirrojo. Se deslizaba entre mis dedos; era
suave, sedoso y escurridizo. Olía muy bien. Siempre
me di el placer de oler su perfume cuando ella se
acercaba.
—No he podido, Callie.
—¿Por qué?
Le mentí.
—Lo cambié por un paquete de cigarros.
Callie se enfadó. Golpeó la mesa con su mano
y lo único que consiguió de mí fue que la deseara
más. Antes que me gritara, rodeé su cintura con mi
brazo y me puse de puntillas para acomodar mis
labios sobre los suyos. Luché para colar mi lengua en
el interior de su boca. Lo conseguí. Toqué su
escurridiza lengua y me palpitó el miembro ante la
sensación.
Antes que mi mano se moldeara sobre su
pecho, Callie apoyó ambas manos sobre mis hombros
y me empujó para alejarme de ella.
—¿¡Qué haces!?
Le susurré mi respuesta:
—Cuando cumpla los dieciocho años pienso
follarte hasta que repitas una y otra vez mi nombre,
guapa.
Callie golpeó mi mejilla con su mano.
Se alejó de mí y se sentó sobre la mesa que
solía ocupar.
Sabía que le había gustado lo que le dije, ya
que cuando se alejó, tropezó con sus propios zapatos
ante el nerviosismo inesperado que la dejó en shock.
—Escribe lo que te he dejado sobre la mesa.
—Por supuesto, guapa —le guiñé un ojo.
—¡Escribe! —gritó, mordiéndose el labio.
Capítulo 3

Los últimos cuatro años pasaron muy rápido. Una


mañana mi madre me despertó para recordarme que
el número que cumplía era el dieciséis. Zarandeó mi
cuerpo y me obligó a bajarme de la litera para
envolver mi cuello con sus brazos.
Como gané altura, ella tenía que ponerse de
puntillas cada vez que quería besar mi mejilla.
Me pidió que me sentara en su colchón y me
tendió un regalo que estaba envuelto con una bolsa
de plástico. Rompí el envoltorio y me encontré con
una sudadera negra que tenía un enorme bolsillo
delante. La tela parecía nueva ya que olía bien, pero
seguramente ella se lo compró a alguno de los presos
y estuvo días lavándola para que desapareciera el olor
a sudor, barro y excrementos.
No tardé en vestirme con la sudadera. Cubrí mi
cabeza con el gorro y la miré a ella para que me diera
el visto bueno.
—¡Estás guapísimo! —Exclamó, mientras que
aplaudía. Tiró hacia abajo el gorro y enredó sus
dedos en mi cabello para peinarme. —Me alegro que
esa melena rubia volviera de nuevo. Detestaba
cuando te rapabas la cabeza. Así estás más guapo.
Volvió a besarme.
—Creí que para ti siempre estaba guapo —me
sentí ofendido, y ella me respondió con una risa. —
Tengo que irme —me levanté de la cama—, Puch me
estará esperando. Prometo que esta noche lo
celebraremos.
—Y yo prometo no consumir ni una sola raya
de SDA —le creí—. Te quiero, Darius.
—Y yo a ti, mamá.
Salí de la celda y me dirigí al final del pasillo.
Los pocos presos que se atrevían a mirarme a los ojos
lo hacían por respeto o miedo. Al principio creí que
el temor que podían sentir hacia mí era porque Puch
siempre me cubría las espaldas, pero luego me enteré
que los nazis se rindieron ante mí porque lo que
sucedió cuatro años atrás; la muerte de Domty no
solo me había dado un nombre, también el respeto
que busqué durante mucho tiempo porque todos me
trataban como a un crío que no sabía cuidar de su
trasero dentro de la prisión.
Llamé la atención de Puch con un silbido y éste
abandonó el cigarro que se estaba fumando para
acercarse hasta mí. Se plantó con las manos
refugiadas dentro de los bolsillos del pantalón y
golpeó su cabeza contra la mía.
—Felicidades, rubito.
Era el único imbécil que seguía burlándose de
mí.
Contra él no podía hacer nada; Puch me lo
enseñó todo. Así que pasé por alto ese apodo que
solía utilizar conmigo y le pedí que me siguiera.
Caminamos hasta perdernos en el interior del patio y
observábamos como las bandas de presos ganaban
terreno poco a poco.
Desde que Domty murió, los nazis se
redujeron; varios de ellos decidieron unirse a
pequeñas bandas que lo único que buscaban era
sobrevivir.
Las demás bandas estaban compuestas por
latinos, negros y yonquis adictos al SDA. En el
último año Jeffrey había conseguido duplicar la venta
en el interior gracias a la ayuda de los guardias de
seguridad. Todos los días moría alguien de
sobredosis. Solía temer constantemente que mi
madre, algún día, fuera una de las víctimas.
—Keishon ha conseguido nuevos reclutas —
me anunció Puch, al darse cuenta que estaba
prestando atención a sus palabras. Lo miré y después
lancé una rápida mirada al exmilitar—. El
contrabando de tabaco en San Quentin es como un
caramelo chupado; Todos lo quieren, pero nadie se lo
metería en la boca.
—Porque el SDA te reduce el estómago y ni
siquiera piensas en el hambre que tienes —finalicé—.
Yo también lo he visto. Ha llegado un acuerdo con
Jeffrey para distribuir la droga a cambio de un veinte
por ciento. Lo sé porque mi padre es la zorra que
suele acompañarlos.
Puch no me mostró su sonrisa, pero la vi de
refilón.
—Me alegra que no sigas los pasos de tu padre,
Bloody —no tardó en acomodar la mano detrás de mi
cuello—. Nosotros somos más inteligentes. Hay
muchos presos que necesitan protección. Quieren
tipos que den miedo para que les aseguren que
saldrán de aquí con vida. Y ahí, pequeño amigo,
entramos nosotros. ¡Somos sus putos guardaespaldas
en San Quentin!
Dejé que lo celebrara a su manera y me
acomodé sobre el muro que teníamos detrás.
Puch tenía razón; tener que proteger a todos
esos hombres con familias dentro de prisión, nos
daba un empleo para poder movernos entre las
bandas. No solíamos ganar absolutamente nada, pero
adquirir algo de comida y tabaco era el oro blanco
que se trapicheaba en San Quentin.
La semana pasada, terminé cuidando de una
cría de tres años porque sus padres fallecieron por un
error que cometió Keishon. Cuando las autoridades
del Estado vinieron a buscar a la pequeña niña, todo
lo que dejó su familia en la celda, fue mi sueldo por
esa larga semana que soporté llantos y rabietas.
—Observa al hombre alto que se esconde
detrás de Keishon —me pidió Puch. Me alejé del
muro y di unos cuantos pasos hacia delante para
acercarme a aquel pequeño grupo que admiraba al
exmilitar. Y localicé al individuo; era un hombre
delgado, encorvado y de cabello negro. Parecía
enfermo—. La semana que viene lo trasladan. Me ha
pedido que lo ayudemos.
Me crucé de brazos.
—Está con Keishon —le recordé.
—Exacto. Quiere que lo protejamos de él.
—¿Qué?
Exclamé.
—Piensa que, si se larga de aquí sin avisarlo,
éste decidirá quitárselo del camino antes que huya
con las pocas pertenencias que tiene —era típico de
Keishon—. Se llama Coshttinè. No sé de dónde es,
pero su nombre es imposible de pronunciar —soltó,
cuando reí. —¿Qué tal si lo vigilas un tiempo
mientras que yo busco una celda para esconderlo?
Me parecía bien.
—¿Con qué nos pagará?
Puch se rascó la nuca y dijo:
—Tiene dinero.
Nadie tenía papel verde dentro de prisión. Era
imposible. Y, cuando esto sucedía, los de seguridad
se encargaban de quedárselo.
—Imposible.
—Es cierto —insistió—. Tiene cien dólares. El
problema es que huelen a mierda. Coshttinè ha
llevado el papel verde en el interior de su ano. Así
que cuando nos pague, espero tener algo cerca para
no tener que tocarlo con mis dedos.
«Dios.»
Solté una carcajada, pero sentí repugnancia.
Le prometí a Puch que vigilaría al tipo del
nombre extraño. Éste se despidió para hacer la parte
de su trabajo y yo me quedé en el patio observando
todos los movimientos de la banda de Keishon.
Estuvieron horas jugando a las cartas mientras que
perdían o ganaban el tabaco que apostaban.
Coshttinè se apartó del grupo y se acercó hasta
la fuente que había delante de la torre de vigilancia.
Me levanté del suelo y caminé hasta él sin llamar la
atención de los demás. Con un cigarro entre los
labios esperé a que él terminara de beber agua.
Cuando alzó su cuerpo escuché los jadeos de
dolor. Sabía que estaba enfermo, pero no sabía qué le
sucedía realmente.
—Trabajas para Puch, ¿cierto? —Preguntó, sin
mirarme a los ojos. Lo único que hizo fue alzar la
cabeza y limpiarse los labios.
Se apartó para que yo bebiera de la fuente y
asentí con la cabeza cuando bajé el cigarro y empujé
mi rostro hasta el chorro de agua templada.
—Tiraré lo que me queda de cigarrillo por si
quieres darle una calada —necesitaba que Coshttinè
se sintiera seguro con nosotros para que no buscara a
otro gilipollas que le cubriera las espaldas.
No tardó en agacharse y sostener el palo de
nicotina. Le dio un par de caladas y cerró los ojos
para disfrutar del humo que expulsaba por la nariz.
—Gracias.
—¿Cómo cojones te llamas? ¿Coshttinè? —Me
costó pronunciarlo al igual que Puch.
El tío raro evitó reír ante la forma que solíamos
deletrear su nombre.
—Llamadme Cosh. Es más fácil.
Tenía razón.
—Bien, Cosh —aclaré, y me retiré de la fuente
para que otros la siguieran utilizando. Pegué mi
rodilla al suelo y me até los cordones de las zapatillas
deportivas—. Puch ha salido para buscarte una celda.
¿Keishon siempre te tiene vigilado?
—Sí, empieza a pensar que lo voy a traicionar
en cualquier momento.
—¿Tienes deudas con él?
—No —dijo, rápidamente—. Él solo quiere el
dinero que poseo. Pero le prometí a Puch que, si me
mantiene con vida hasta la semana que viene, el
dinero será para vosotros. Yo, fuera, no lo necesito.
—¿Por qué te trasladan? —Tenía curiosidad.
Ningún preso había salido de San Quentin a no ser
que estuviera muerto.
—¿Tú qué crees?
Por su físico, el cansancio y el miedo que le
seguía en cada paso, solo podía ser la muerte.
—¿Cuánto te queda de vida?
Cosh escupió al suelo la espuma de la saliva
mezclada con sangre.
—Dos meses.
—¿Tienes familia?
—Mis padres —se mordisqueó el labio —, en
Francia. Ni siquiera saben que estoy aquí. Creen que
estoy terminando el máster que empecé en San
Francisco.
Iba a morir y ni siquiera había tenido el valor
de decirle a sus padres dónde estaba, cómo estaba y
qué pasaría en los próximos dos meses.
—¿Qué has hecho para estar en San Quentin?
Cosh se acomodó cerca del muro donde solía
descansar junto a Puch.
—¿Tienes algo mejor que hacer antes de
escuchar mi historia?
Negué con la cabeza.
Puch me había pedido que lo siguiera, así que
también estaba dispuesto para escuchar su triste y
melancólica historia.
—Conocí a Naela en la Universidad privada de
San Francisco. Era la chica más hermosa que había
visto en mi vida —suspiró—. Tardé un año en
acércame a ella para pedirle una cita. Y, cuando lo
hice, Naela aceptó. Supongo que estábamos hechos el
uno para el otro, ya que todo lo que ella hacía, yo
deseaba hacerlo también.
»Antes que saliera conmigo, Naela había salido
de una relación tóxica que le dejó secuelas. Esas
secuelas era una adicción al SDA; una droga que te
consume poco a poco y cuando te das cuenta y
quieres salir corriendo, ya estás muerto. Nosotros dos
éramos dos putos yonquis universitarios que
consumíamos más de tres gramos diarios.
Básicamente vivíamos y respirábamos por el SDA y
no por las cosas bonitas que nos podía pasar en
nuestras asquerosas vidas.
»Dejamos la universidad y alquilamos un
pequeño apartamento a las afueras de Daly City.
Naela estaba ilusionada con nuestra relación e
incluso quería forma una familia. Cuando me dijo
que nos veía con un par de niños correteando por el
apartamento, sabía que tenía que casarme con ella
para no perderla. Era la mujer de mi vida. Y eso es lo
que hice; le pedí que se casara conmigo mientras que
hundía la nariz en el polvo blanco.
»Nunca se lo dijimos a nuestros padres. Lo
único que hicimos fue coger un par de bolsas llenas
de ropa y conducimos hasta una pequeña capilla que
te unía al santo matrimonio por cinco dólares. ¡Era
una gran oferta!
Cosh rio, pero me di cuenta que se le escapó
una lágrima.
—Cuando besé esa boca que me volvía loco, la
sostuve entre mis brazos y salí con ella de la capilla
para buscar el motel más cercano para hacerle el
amor —cerró los ojos un instante, recordando ese
momento que marcó un antes y un después en su vida
con su querido amor—. Naela se desnudó, y antes
que se tumbara en la cama, sacó el SDA que llevaba
junto a ella y celebramos nuestra boda con diez
gramos de droga. Ni siquiera follamos esa noche.
Acabamos cansados y nos dormimos.
»Cuando desperté, lo primero que hice fue
buscar el rostro de mi esposa. Naela estaba con los
ojos abiertos observándome. Sonreí. Me lancé sobre
sus morados labios y me separé una vez que los
acaricié con los míos; estaban fríos. Naela, el amor
de mi vida, estaba muerta. Una maldita sobredosis
había acabado con su vida.
»Intenté reanimarla, pero fue inútil. No sirvió
de nada. Salvo marcar su cuerpo con mis dedos
mientras que golpeaba su pecho con la única
intención de volver a escuchar los latidos de su
corazón. Asimilé que estaba muerta cinco horas más
tarde. Me tumbé junto a ella y deseé morir a su lado.
Pero no pasó.
»Abrieron la puerta de la habitación del motel
y la policía no tardó en llegar. Al olvidarnos de
acomodar el cartel de no molestar en el pomo de la
puerta, la señora de la limpieza me encontró junto a
mi mujer muerta. Me detuvieron por asesinato y
tráfico de drogas. Y aquí estoy, tres meses más tarde,
a punto de morir de una puta vez.
Miró sus manos y en un cerrar de ojos golpeó
el suelo con todas sus fuerzas.
—He pensado en quitarme la vida en más de
una ocasión —clavó sus débiles ojos en los míos—,
pero sería un cobarde y ni Naela me lo hubiera
perdonado. Quiero irme de esta vida como ella lo
hizo.
—¿Sigues consumiendo SDA?
Cosh asintió con la cabeza.
—Es la misma mierda que se mete mi madre
—confesé—. Salvo que ella lo hace en pequeñas
cantidades. Sé que algún día la perderé, pero no me
sentiré culpable porque ella no me ha dejado ayudarla
en ninguna ocasión. No sé si te sientes culpable con
la muerte de tu novia —Cosh afirmó con la cabeza,
se torturaba por no haber hecho nada—, pero tú no
tenías su vida en tu poder. Y jamás lo habrías tenido.
—Pero ella sí que era mi motor.
Le di un consejo, para que siguiera viviendo
una semana más:
—Entonces mantente con vida una semana
más. Y, cuando estés fuera, acércate hasta su tumba y
dile todo lo que no pudiste decirle cuando estaba
viva.
Éste se levantó con energía y estiró el brazo
para estrechar mi mano. No dudé en hacerlo, y antes
que sintiera el apretón de mano, alguien se acercó
hasta nosotros dos. Habíamos cometido el error que
todos nos vieran charlar. No tardaron en saltar las
alarmas en la banda de Keishon.
Sin poder defenderme, alguien me golpeó con
un hierro que seguramente llevaban escondido en el
interior de los pantalones. Caí de rodillas y sentí
como me ardía la piel. Alguien adoptó la misma
posición que yo; era mi padre. Terence me miró
fijamente y alzó mi rostro por la barbilla.
—¿Qué has hecho, Bloody? —preguntó, y le
lanzó una mirada a Keishon.
—Quería quitarnos el pan que devoraremos
cuando este hijo de puta —dijo, acercándose a Cosh
—muera. ¿Verdad?
Apreté la mandíbula e intenté levantarme del
suelo. Pero una vez más volvieron a golpearme. En
ese momento ni siquiera mis brazos me mantuvieron
alzado del asfalto. Pegué mis labios sobre el terreno
arenoso porque esos cabrones no dejaban de
golpearme.
—¿Dónde está el viejo?
Silencio.
—¿Bloody? —Insistió.
No delataría a Puch.
Si tenía que morir en ese momento, estaba
dispuesto. Así que di la vuelta y quedé boca arriba.
Mis ojos buscaron al maldito traidor de mi padre y,
después busqué al exmilitar que deseaba quitarnos la
vida a alguno de los dos.
Lo único que obtuvo de mi fue una bonita y
burlona sonrisa.
—Cómeme la polla —apreté mi miembro con
la mano y solté una carcajada.
Otro tío de la banda alzó el hierro y me golpeó
en el pecho hasta dejarme sin respiración. Sentía que
me ahogaba y perdí la visión unos segundos.
—¿Qué has dicho?
A mí nadie me detenía.
Ese cabrón estaba sordo.
—Cómeme la po…—no seguí, ya que recibí
otro golpe en el abdomen.
Si me iban a matar esperaba que lo hicieran
rápido. Puch me contó que Keishon era de los
hombres que no se paraban a observar el sufrimiento
de las personas que agonizaban cerca de él. Cuando
tenía que matar a alguien, solía ser de un solo golpe y
así no tenía que lavarse las manos de la sangre de su
víctima.
—El viejo no te ha enseñado a tratar conmigo
—al terminar la frase me escupió—. Para ser el hijo
de Terence tienes más valor que él, pero menos
cabeza. ¿No te han dicho que en San Quentin hay que
sobrevivir y no buscar la muerte?
Intenté levantarme clavando los codos y
alzando mi espalda. Pero fue un movimiento erróneo,
ya que me tambaleé y volví a caer.
—Creo que ya he vivido suficiente.
Todos soltaron una carcajada.
—¿Cuántos años tienes?
Para no recibir otro golpe que me paralizaba en
el suelo, respondí:
—Dieciséis.
—Mataste a Domty con doce años, ¿cierto? —
Keishon apretó los puños y esperó a que asintiera con
la cabeza—. Me gustas, chico. Sabes cómo
defenderte, aunque pierdes constantemente la cabeza.
Tendrías que haber escogido mi bando.
—Jamás.
A Keishon no le hizo gracia.
—Hace cinco años me robaste un par de
cigarrillos —se acordó como corría delante de él y ni
siquiera me atrapó—. ¡Un maldito crío me robó! No
tendría que haberte permitido seguir con vida.
Reí.
—¿Qué vas a hacer? —le reté.
—Matarte.
—Bien —ahí me tenía, tendido y sin poder
defenderme. Bajo la atenta mirada de mi padre y
todos los hombres que se escondían detrás de él
porque no eran lo suficientemente machos como para
sobrevivir solos en una prisión.
Adentró la mano en el bolsillo de sus
pantalones y, cuando estuvo a punto de sacar su
arma, una voz lo detuvo.
«Mierda» —Pensé.
—¿Algún problema, Keishon?
Éste giró para mirarlo desde lejos.
Puch no tardó en acercarse a nosotros.
—¡El viejo Puch!
—Aquí estoy.
Keishon alzó sus brazos tatuados y se acercó al
militar más respetado que había tenido San Quentin.
Ladeó la cabeza y cuando observó que éste no se
movió, abrazó a Puch sin que nadie se lo esperara.
—El chico intenta quitarme mi comida.
—Dudo que Bloody vaya a hacer algo así.
Soltó una carcajada.
—No puedo permitirlo.
Puch me miró y me guiñó un ojo; era su forma
de decirme que todo estaba bajo control. Su sonrisa,
su cuerpo relajado y la forma en la que se despidió de
mí, me estaba diciendo que todo lo malo había
acabado.
Y así fue.
Cuando Keishon sacó una navaja de su bolsillo,
fue demasiado tarde; ni mis gritos para alertar a Puch
consiguieron que el viejo militar se apartara de su
lado.
La sangre brotó de su cuello hasta el suelo. El
cuerpo sin vida de mi viejo amigo cayó en cuestión
de segundos.
—¡No! —grité, rasgándome las cuerdas
vocales.
Me arrastré hasta Puch y lo primero que hice
fue rodear el corte que le atravesó el cuello con mis
propias manos. Éste se ahogaba y no conseguía
mantener los ojos abiertos.
—¡Puch! —seguí presionando—. Sigue
conmigo, por favor.
Al intentar comunicarse conmigo, lo único que
hizo fue escupir sangre.
—Lo siento —me disculpé, ya que el único
culpable era yo. No tendría que haber escuchado a
Cosh; No tendría que haber aceptado esa mierda de
trabajo.
—Ru…—balbuceó.
—No te puedes morir, joder —gruñí.
Puch cerró los ojos, pero antes consiguió decir:
—Ru…bi…to…
Mi amigo murió mientras que intenté detener la
hemorragia que le costó la vida. Nos quedamos en el
patio, tumbados mientras que los otros presos nos
observaban guardando silencio. Keishon y el resto de
sus hombres se llevaron a Cosh para esconderlo en
una celda donde nadie pudiera verlo. Mi padre,
cobarde y traidor como una rata de alcantarilla, paseó
por mi lado y ni siquiera fue capaz de ayudarme a
levantarme.
Cuando conseguí apartarme de mi viejo amigo,
fue gracias a la ayuda de mi madre. Alguien se había
acercado hasta el cuarto donde se escondían los
yonquis y le comunicaron el altercado que tuvimos
con Keishon.
Tiró de mi cuerpo y nos dirigimos hasta la
celda.
—Keishon tiene que morir —susurré.
No fui capaz de quitarme la camiseta que
estaba cubierta con la sangre de Puch.
—Yo mismo te mataré, hijo de puta.
***
Estuve tres días sin salir de la celda. Ni siquiera me
reuní con Callie. No me moví de la cama. No salí ni
para buscar algo de comida. Lo único que hice fue
dar vueltas sobre el colchón mientras que escuchaba
las sabias palabras de mi madre; intentaba animarme,
recordándome que Puch llevaba años dispuesto a
perder su vida por salvar la de un maldito crío que
solo sabía buscar problemas. Sinceramente, Puch
había sido el padre que no tuve dentro de prisión. El
hombre que admiré y que no olvidaría cuando me
echaran de San Quentin. Y, aunque no se lo dijera a
nadie, estaba dispuesto a vengar su muerte.
Cuando me recuperé de los golpes aproveché
una mañana que mi madre había salido de la celda.
Me vestí con las primeras prendas que encontré en el
interior del petate, y salí en busca de la única persona
que me ayudaría a matar al hijo de puta que se
deshizo de mi viejo amigo.
Los hombres de Jeffrey custodiaban la celda de
éste para que su jefe pudiera dormir con los dos ojos
cerrados.
—Lárgate de aquí —dijo uno, empujándome.
No me daría por vencido.
—Necesito hablar con Jeffrey.
—¿Quién te crees que eres?
Ya no era nadie.
Ni siquiera mi nombre tenía sentido si Puch
estaba muerto.
—Nadie —me crucé de brazos—. Por eso
quiero hablar con Jeffrey.
Se escucharon gritos del interior de la celda.
Retiraron la sábana que cubría los barrotes y se
asomó el furioso rostro del hombre que estaba
buscando. Éste se frotó los ojos con el puño y nos
miró a todos los que habíamos alzado la voz. Se
despertó, pero con un humor de perros.
—¿¡Uno no puede dormir tranquilo!?
Sus hombres se disculparon.
Yo tuve que hacer lo mismo, ya que conseguí
tener su atención.
—Lo siento, Jeffrey. Solo quería hablar contigo
un minuto.
—¿Quién eres? —Preguntó, olvidándose del
hijo de la pareja que solía trabajar junto a él.
—Soy Bloody.
—¿El cabrón que mató a Domty?
Asentí con la cabeza.
—Está bien —chasqueó los dedos para llamar a
uno de los hombres que custodiaban su celda—.
Véndele unos gramos de SDA y que se vaya.
—No quiero drogas —interrumpí—. Sé que
trabajas a cambio de favores. Necesito que me
ayudes en algo.
Jeffrey se dio el placer de reír para decirme:
—Dudo que puedas darme algo que me
interese, Bloody. Así que, por favor, vete, quiero
seguir durmiendo.
—¡Terence es mi padre! —Y, de repente,
conseguí su atención—. Ese traidor te dio la espalda
para trabajar exclusivamente con Keishon. Sé que
tenéis un trato, pero también estoy al tanto que estás
perdiendo dinero.
Jeffrey les pidió a sus hombres que me dejaran
entrar en su celda, y no tardé en colarme en el
interior. Sus cuatro paredes, a diferencia de las
nuestras, eran más cálidas y limpias. Tenía una cama
grande, una mesa con dos sillas y un enorme mueble
con todo el SDA que distribuía.
—Habla —me ordenó.
—Puedo trabajar para ti.
—¿Eres un puto yonqui?
—No consumo drogas —le enseñé mis ojos
azules; limpios y sin mostrarse cansados—. Soy
rápido, tengo labia y conozco a todos esos
consumidores que perderían la cabeza por un gramo.
Éste sonrió.
—¿Qué querrás a cambio?
La pregunta que esperaba.
—Quiero que me ayudes a matar a Keishon —
de repente Jeffrey se puso pálido—. No solo ganaré
yo, tú también. Adiós competencia. Hola al cien por
cien de las ganancias del SDA. ¿Qué te parece?
—Un suicidio.
—Un suicidio bonito —sonreí.
—Muchacho, estás loco.
—Puch solía decírmelo a menudo.
Jeffrey se rascó la panza y asintió con la
cabeza.
—Me lo pensaré.
—No tengo mucho tiempo —recordé la salida
de Cosh.
—He dicho que me lo pensaré.
Insistí un poco más:
—¿Cuándo podrías decirme algo?
—¿Crees que es fácil planear el asesinato de un
exmilitar? —me respondió con otra pregunta.
Por supuesto que no, pero no podía permitir
que Keishon se saliera con la suya y se ganara esos
cien dólares que se iba a llevar Puch.
—Lo necesito muerto antes del viernes.
—¿Me das tres o cuatro días?
—Exacto.
—¿Olvidas con quién hablas?
Lo alagué un poco:
—Con el gran Jeffrey. Por eso he venido a
hablar contigo —me eché hacia delante, quedando
más cerca de él—, porque todos dicen que eres el
mejor. Puch era uno de ellos.
—Siento la muerte del viejo, Bloody. Era un
buen hombre y nunca daba problemas —hizo una
pausa antes de seguir—. Pero —me esperaba que
volviera a decirme lo mismo —, tengo que
pensármelo.
Callie adelantó la visita un día antes porque estaba
preocupada. Cuando me vio, se tiró encima de mi
para abrazarme. Ni siquiera sentí nada al tenerla
cerca, solo pensaba en la muerte de Puch y ansiaba
que Jeffrey decidiera ayudarme.
—Creí…Creí —se trabó— que estabas muerto.
Ella solía estar al tanto de todas las muertes que
sucedían dentro de prisión. Tocó con cuidado mi
cabello y siguió buscando mi atención.
—¿Bloody?
Se había recogido el cabello rojo en una trenza
y le caía sobre la camisa blanca que se le
transparentaba.
—Han matado a Puch —me senté sobre la silla
y ella se arrodilló para acomodar sus manos sobre
mis piernas—. Era un buen hombre. No merecía
morir todavía.
—Cariño —arrastró mi cabello con sus dedos y
se levantó para acomodar los labios en mi frente. Tiró
de mi cuerpo y dejó que mi rostro se hundiera en su
pecho—, lo siento.
Rodeé su cintura con mi brazo.
Estuvimos unos minutos sin movernos; yo
mantuve los ojos cerrados y ella acariciaba mi
cabello.
—La lectura no te tendrá entretenido —rompió
el silencio—. Seguirás pensando y recordando a
Puch. Pero, hay algo que te distraerá.
Lo dudaba.
—Es imposible.
Ella sonrió y giró sobre sus altos tacones para
acercarse hasta el bolso donde solía traerme algo de
comida. Sacó las bolsas llenas de pollo que después
me llevaría junto a mí, y también sacó una bola de
lana junto a un trozo de tela.
—Ganchillo.
—¿Coser?
—Sí. Estarás tan distraído que solo pensarás en
los movimientos que ejecute tu mano —ella rio al
verme confuso—. Mi abuela me enseñó. Solíamos
hacer ganchillo juntas y pasábamos horas tejiendo.
Voy a enseñarte.
Se acomodó detrás de mí y me obligó a
sostener dos largos alfileres que me hubiera gustado
tener como arma para perforar el cuello de Keishon.
No sé cuántas horas estuvimos atravesando la
tela con hilo rojo. Lo único que aprendí fue a poner
mi nombre.

Bloody
—¡Qué bonito! —tocó mi nombre con sus
dedos—. ¿Podrías escribir mi nombre también?
Realmente no me veía capaz. Simplemente
conseguí tejer mi nombre y era lo único que haría en
los siguientes años. Pero, me equivoqué; años más
tarde grabé otro nombre que no era el de Callie.
Estuve a punto de responderle, pero alguien
nos interrumpió. Conocía aquel rostro deforme que se
presentó delante de nosotros; era uno de los hombres
de Jeffrey. Pasó por delante de Callie y me miró con
el rostro serio. Me hizo un gesto con la cabeza y me
pidió que lo acompañara.
—¿Bloody?
La miré.
—Tengo que irme, Callie. Te veré la semana
que viene —le dejé mi nombre bordado y seguí
avanzando.
Pero ella me retuvo.
—¿Adónde vas?
Mentí:
—Tengo que hablar con…—no recordaba su
nombre, así que me lo inventé— Carmol.
Callie tragó saliva y apretó sus carnosos labios.
—Por favor, ten cuidado.
Se preocupaba por mí y no era capaz de
disfrutarlo.
Lo único que hice fue tranquilizarla para salir
de allí lo más rápido posible.
—Te veré la semana que viene —besé su
mejilla—, te lo prometo.
—Si no lo haces —me advirtió—, no seré la
persona que esté contigo el día que cumplas
dieciocho años.
Sonreí, y le guiñé un ojo.

***
Al final hice bien en ponerle un nombre a Carmol, ya
que me confesó que Jeffrey solía llamarlos Sujetos
junto al número correspondiente. Él, el nuevo
Carmol, era el Sujeto cinco. Me pidió que siguiera
caminando junto a él para reunirnos con su jefe. No
esperaba que tuviera una respuesta tan pronto.
Seguí avanzando con los pequeños obstáculos
de los demás presos. Cuando llegamos a la celda,
Jeffrey me esperaba con una amplia sonrisa mientras
que sujetaba una cuerda gruesa.
—¿Qué has decidido, Jeffrey?
Éste me pidió que lo siguiera.
—Tengo un regalo para ti —tiró de la cortina y
me mostró lo que había en el interior de la celda.
Cuando encontré a Keishon tendido sobre la mesa y
amordazo sentí felicidad y ansias por derramar su
sangre—. ¿Qué te parece?
—Es el mejor regalo que podría recibir.
Keishon tiró de sus extremidades, y lo único
que consiguió fue hacerse más daño. Me acerqué
hasta su cabeza y posé ambas manos en sus hombros.
Cerré los ojos y deseé que Puch observara desde
donde cojones estuviera como mataba al cabrón que
acabó con su vida.
—Te entrego a Keishon —su voz me detuvo
antes que comenzara mi juego —, pero tú tendrás que
trabajar duro estos dos años que te quedan de prisión.
¿Aceptas?
—Acepto —dije, sin dudarlo.
—Keishon se resistió un poco. Incluso tu padre
se puso en medio…
Mis palabras atropellaron las suyas.
—Si lo has matado no me importa, Jeffrey.
Éste rio.
—Tu padre sigue vivo. Necesito imbéciles
como él a mi lado —me tendió la cuerda y se deshizo
del pañuelo que silenciaba los gritos de Keishon—.
Yo solo hago tratos.
Keishon le respondió:
—¡Hijo de puta!
Su voz despertaba en mí la bestia que había
creado él mismo.
—Grita demasiado —dije, y mis dedos
presionaron sus mejillas, impidiendo que cerrara la
boca. Antes que moviera su dentadura, saqué su
escurridiza lengua y, sosteniéndola con los dedos,
hice que se la arrancara de un solo mordisco. Apreté
tan fuerte su mandíbula, que terminó escupiendo el
músculo que le metería por el culo más adelante.
Jeffrey me dejó divertirme con él. Me pasó la
navaja que solía llevar Jeffrey junto a él y empecé a
torturarlo bajo su atenta mirada. Antes de deshacerme
de sus extremidades, rompí los huesos de sus piernas
y brazos para que fuera más fácil separarlos del
cuerpo.
Estuve un par de horas rasgando la carne de
Keishon; que él no dejara de moverse no me ponía
las cosas fáciles.
Tiré las dos piernas al suelo junto a los dos
brazos que había conseguido amputar primero.
—¿Qué piensas hacer ahora, Bloody?
—El hijo de puta sigue vivo —pensé en algo,
hasta que encontré algo que él mismo desearía ver—.
Tengo una idea —dije, bajándole la poca ropa que le
quedaba puesta. Sostuve su polla un momento y alcé
una ceja antes de cortársela. —Pondremos una polla
en esa vacía boca.
Obligué que Keishon abriera la boca, pero éste
no se movía.
—¡Joder! —Exclamé, y lancé el miembro lejos
—. Ya está muerto.
—¿Te has divertido? —Jeffrey golpeó los
barrotes de la celda para que sus hombres empezaran
a limpiar el destrozo que había hecho.
Disfruté matando a Keishon, pero no sentí que
había vengado la muerte de Puch.
Jeffrey se acercó hasta el rincón donde
guardaba las dosis de SDA, y me lanzó una mochila
llena de droga.
—Ahora te toca a ti cumplir la parte del trato.
—No hay problema —sostuve la mochila y me
la colgué en la espalda—. La semana que viene te
traeré los beneficios.
Éste se acercó para recordarme algo:
—Si me traicio…
Pero volví a cortarlo.
—Acabaré como Keishon.
—Eres inteligente, Bloody.
Di media vuelta y antes de salir me retuvo un
instante:
—Hay alguien esperándote fuera.
—¿Quién?
Empujó mi cuerpo y salí al exterior de la celda.
Tenía razón; junto a Terence, el cual escuchó todo lo
que había pasado en la celda de Jeffrey, se encontraba
Cosh. Le pedí que me siguiera y éste no dudó en
hacerlo.
—Gracias.
—No lo he hecho por ti —dejé las cosas claras
—. Al menos ya no estarás en peligro.
—Siento lo de Puch.
—Espero que te vaya bien, Cosh —me despedí
de él y le tendí la mano.
Cosh me devolvió el apretón y sentí que dejaba
algo en la palma de mi mano. Eran los cien dólares
que le había prometido a mi viejo amigo.
—No hace falta —fui a devolvérselos.
—Son tuyos —sonrió—. Yo ya no los necesito.
Asentí con la cabeza y nuestros caminos se
separaron. El mío me guio hasta el patio, justo donde
Puch me abandonó. Me senté junto a la enorme
mancha oscura que se había quedado grabada en el
suelo y pensé lo que me hubiera dicho Puch si
estuviera con vida:
—Guarda ese dinero hasta que salgas.
Después, me hubiera golpeado con la mano.
Toqué el suelo:
—Adiós, viejo amigo.
Me levanté y busqué a uno de los tatuadores
que solían estar en el patio para marcar la piel de
cualquier preso que pudiera permitirse pagarle.
—Si no tienes dinero para pagarme, olvídalo
—dijo el negro, sin mirarme a la cara. Hasta que
decidió alzar el rostro—. Tú mataste a Domty.
—Así es.
—El puto racista pederasta —soltó una fuerte
carcajada mostrándome una boca sin dientes—.
Siéntate. Es gratis.
Me senté en el pequeño taburete que tenía y
acepté el regalo por haberme desecho del cabrón que
les hacía la vida imposible.
—¿Qué quieres?
Pasé mi dedo por detrás de la oreja.
—Tatúame el nombre de Puch detrás de la
oreja.
—Era un buen hombre.
—Era el mejor —concluí.
Cogí aire y dejé que marcara el nombre de mi
mejor amigo en la piel. No quería olvidarlo; no
quería que formara parte de las personas que
desaparecían de nuestras vidas.
Él se hubiera enfadado conmigo.
Pero ya no estaba con nosotros.
No podía hacer nada.
Ni detenerme.
Salvo observar cómo me convertía en el
hombre que él deseaba ver algún día fuera de prisión.
Capítulo 4

Estaba deseando que el reloj marcara las diez de la


mañana. Cuando las agujas se movieron, Steven se
acercó hasta mí para decirme que tenía visita.
Caminé junto a él hasta la sala de guardias donde
solían dejarnos a Callie y a mí para que estudiáramos
como ella le había prometido al Estado. Pasé al
interior de la sala y esperé a que cerrara la puerta.
Antes que me encontrara con ella, arreglé mi cabello
hacia atrás y me remangué las mangas de la camiseta.
Tenía que admitir que estaba nervioso; no todos
los días se cumplen dieciocho años y estás decidido a
lanzarte sobre la mujer más hermosa y cariñosa que
se pueda cruzar en tu camino.
Y eso es lo que me pasó con Callie; era la
mujer que deseaba desde que la conocí. Era un puto
crío el día que me crucé con la pelirroja, pero eso se
acabó. Tenía legalmente la edad indicada para poder
follarme a una mujer adulta sin que ella cometiera un
delito.
—Buenos días —escuché su dulce voz
acompañada por el sonido de los zapatos de tacón—.
Espero que hayas leído el libro, Bloody.
Dejó su bolso sobre la mesa y me dio la
espalda. Tuve la necesidad de caminar hasta ella y
girarla para devorar su boca. Pero no lo hice. Estaba
caliente, pero podía esperar.
—Realmente no entiendo por qué me has
hecho leer el libro de Las mil y una noches —bostecé
—. Era aburrido.
—Porque es mi libro favorito.
Ésta me miró por encima del hombro y me
mostró una sonrisa traviesa. Arregló su cabello y
siguió arreglando su bolso mientras que se inclinaba
hacia delante y sacaba ese enorme trasero que
mordería.
—¿Callie?
—¿Sí?
—Creo que estás olvidando algo.
Ella rio.
—Lo dudo, Bloody.
—¿Segura?
—Segurísima —dijo, dándose la vuelta y
mostrándome entre sus manos un trozo de bizcocho
con una vela encendida—. Feliz cumpleaños, cariño.
Ya eres todo un hombre. Ven y dale un mordisco —se
relamió los labios y eso fue lo que quería ver de ella;
una mujer traviesa sabiendo lo que pasaría en
cualquier momento entre nosotros dos. —Lo he
hecho con todo mi cariño.
En ese momento reí yo.
—Gracias —me incliné hacia el dulce y le di
un mordisco—. ¿Tú no lo vas a aprobar?
—Quiero hacerlo de tus labios.
Acomodé la mano detrás de la parte trasera de
la cabeza mientras mis labios se abatían sobre los de
ella. Olvidé por completo que esa mujer me vio
crecer durante siete años. La deseaba como ella me
deseaba a mí. Colé la lengua en el interior de su boca,
me hice paso lamiendo sus carnosos labios, gimiendo
ante la necesidad de saborearla por fin.
Con la otra mano rasgué los botones de su
falda. Podía notar como mi polla estaba sufriendo por
la presión de su pierna rozando la tela de mis
vaqueros. Callie estaba arqueada hacia mí, su cabeza
cayendo hacia delante, sus labios se abrieron para mí
y su lengua se enroscó con la mía.
—Deseé que llegara este día —jadeó, mientras
que pellizcaba mis labios. Su mano no tardó en
acomodarse en mi entrepierna para palpar la
erección.
Necesitaba follarla. No podía esperar. No podía
aguantar la presión. Agarré su cabello, obligándola a
que me mirara a los ojos.
—Necesito follarte, Callie —susurré
desesperadamente.
Ella sacudió la cabeza y se apartó de mi lado.
Quedó arrodillada ante mí y sacó mi miembro con
sus cálidas y suaves manos. Humedeció sus sedosos
labios y acercó su boca hasta mi polla. No tardó en
presionar la cabeza del miembro contra sus labios. Se
abrieron, pero era su lengua, húmeda y caliente
chamuscando la carne que tanto necesitaba enterrar
en su interior.
Se quedó un instante contemplando, mirando la
rosada carne que había tocado con su dulce lengua.
Entonces, lentamente, envolvió una vez más el
capullo mientras que sus dientes arañaban la
hinchada punta.
Tiré de su cabello para observarla con los ojos
entrecerrados. Me estaba muriendo de placer y deseo.
Temblé. Esa mujer era lo único que quería antes de
salir de prisión.
—Bloody —dijo, apartando mi mano de su
cabello. Presionó sus labios más fuerte sobre mi
polla, jugueteando con su lengua mientras chupaba
ávidamente.
Sentía sus gemidos vibrando en mi piel. Se
detenía de vez en cuando para coger aire. Ella no
estaba preparada para engullir mi miembro por
completo en esa boca de piñón.
—Sigue, Callie —supliqué—. Sigue
chupándome.
Follarme su boca fue exquisito, pero yo
necesitaba más.
—Tengo que follarte —me estaba volviendo
loco, perdiendo el control con ella. Y así hizo Callie;
envolvió mi miembro con un preservativo que se
sacó del interior del sostén, y se alzó para besarme.
La acomodé sobre mí, dejándola ahorcadillas
sobre la mesa. Ella tomó mi polla hasta clavarla en su
ardiente sexo; duro y profundo. Soltó un grito, y
luchó para aceptar la gruesa y completa polla que
tenía enterrada en su interior.
Su espalda se arqueó y sacudió la cabeza
mientras que sus largos mechones rojos saltaban
sobre su espalda.
—Bloody —gimió de placer mezclado con
dolor.
Empecé a gemir más fuerte mientras que los
empujones se hacían más duros y rápidos. Podía
escuchar como Callie seguía gritando encima de mí,
susurrando entrecortadamente mi nombre mientras
que no dejaba de follarla. Pasé apresuradamente la
mano debajo de las caderas de ella, hasta pasar por su
monte de venus para tocar el duro e hinchado clítoris.
Las caderas de ella estaban sacudiéndose,
follándome a la vez que su coño fluía el suave jarabe
que alguna vez me nombró mi viejo amigo. Ella
estaba tomándome por completo, aceptándome como
el hombre que la deseaba lujuriosamente.
Sus suaves y apretadas paredes de su vagina
me ordeñaron hasta que succionaron toda la leche
que derramé cuando me corrí. Se estremeció ante el
latigazo ardiente de placer que recorrió su cuerpo
cuando cayó sobre mi pecho jadeando.
Envolví su cuerpo con mis brazos y esperé a
que ambos recuperáramos el aliento. Callie volvió a
besarme y disfruté una vez más de esa boca que
conseguía ponerme duro con una simple sonrisa.
Mientras que ella acariciaba mi cuello, mis
dedos enrollaron uno de sus mechones para jugar con
su sedoso pelo.
Podríamos haber estado horas juntos, callados
y mirándonos a los ojos. Pero alguien se encargó de
jodernos el único momento que tuve íntimo con ella.
—¡Qué sorpresa! —Alzó la voz Steven—. Al
final te has follado a la zorra que deseaba.
Callie se apartó de mi lado, acomodó su ropa
interior e intentó cubrirse con la falda que yo mismo
destrocé por la parte de los botones. Sus mejillas se
encendieron y deseó salir de allí sin mirar atrás. Pero
Steven se lo impidió.
Atrapó la muñeca de ella y giró bruscamente su
cuerpo para dejar su espalda sobre su pecho. El hijo
de puta me miró por encima del hombro de ella
mientras que me mostraba una sádica y asquerosa
sonrisa.
Me levanté de la mesa, me subí los pantalones
y me acerqué hasta ellos dos para apartar a Callie de
su lado.
—No te muevas —sacó una pequeña arma que
solía llevar detrás—, o la mato.
Callie soltó un grito de terror e intenté
tranquilizarla.
—Deja que se marche. Puedes darme una
paliza si es lo que deseas —seguí avanzando, con
sumo cuidado—. Pero deja que ella se marche.
—Es preciosa —soltó, arropando su pecho con
su asquerosa mano. Lamió la mejilla de Callie y,
cuando se dio cuenta que estaba a punto de
abalanzarme sobre él, me detuvo una vez más con el
arma—. Pienso follármela delante de ti.
Steven estaba cavando su propia tumba.
—Por favor —suplicó Callie.
—Eres una zorra que ha estado viniendo
durante siete años para follarse a un menor.
—¡No! —se defendió—. Nunca le hubiera
puesto una mano encima. No le habría hecho daño.
Callie jamás me dejó tocarla porque yo solo era
un crío enamorado de una mujer adulta. Hasta que
había llegado el día y me dejó seducirla. La deseé
durante años. Y, no perdí la oportunidad cuando su
carne ansiaba tener la mía dentro de ella.
—Suéltala —le advertí—. Será peor para ti.
—¿Ella sabe que eres un asesino?
Tragué saliva.
Callie me miró.
—Sí, cariño —besó su piel antes de seguir—.
El crío que te acabas de follar ha matado a dos
hombres con sus propias manos. Creo que no es el
hombre de tus sueños.
Sabía que Callie sentiría miedo de mí, pero
tenía que entretener a Steven para poder liberarla de
ese guardia de seguridad.
—Tú serás el siguiente como vuelvas a ponerle
una mano encima.
Steven soltó una carcajada.
—¿Lo dices en serio, Bloody?
—Muy en serio —di otro paso—. Llevo años
deseando verte muerto. Te metí en mi lista de hijos
de puta cuando vi que mi madre se arrodillaba ante ti
por una dosis de mierda.
Alzó el rostro de Callie para decirle:
—Su madre lleva años chupándome la polla —
soltó una sonora carcajada—. La muy puta se ha
prostituido delante de su hijo sin importarle qué
puede pensar él de ella.
—Es mi madre. Haga lo que haga.
Él me ignoró.
—Nena, tienes una dulce boca —dijo,
toqueteando sus labios con el cañón del arma—.
Debería tener esos labios envolviendo mi polla. Está
muy dura —golpeó el trasero de Callie con su
miembro—. ¿Puedes notarla?
Apreté los puños y solté un gruñido de ira.
—¡Steven!
—¡Cállate!
—Apártate de ella —bajé el tono de voz.
No quería que estuviera nervioso, o cometería
una locura.
Bajó el brazo que retenía a Callie por la cintura
y jugueteó con el suelto borde de la falda de ella. Con
una amplia sonrisa, coló su mano en el interior de la
prenda de ropa para tocar el sexo de ella.
Callie gritó de dolor.
—¿Te gusta que te pellizque el clítoris?
No lo aguanté más. Aproveché que perdió su
visión en el escote de Callie y me abalancé sobre
ellos dos para arrebatarle el arma a Steven. Ella cayó
al suelo. Se apartó de nosotros dos y se escondió
debajo de la mesa.
Steven intentó golpearme, pero no lo
consiguió. Golpeé su rostro con mi puño y éste
perdió el equilibrio hasta caer al suelo.
Lo único que hizo fue reír cuando quedé
delante de él, mirándolo desde arriba.
—¿Te sientes poderoso?
No respondí a su pregunta.
—Fui claro, Steven —comprobé que el arma
estuviera cargada; había seis balas en el cartucho—.
Te lo advertí.
—¿Vas a matarme? ¿Delante del coño que te
has follado?
Tenía razón; no podía matarlo delante de
Callie. Y, cuando éste saliera, perdería la oportunidad
de deshacerme del cabrón que intentó joderme la vida
cuando era pequeño.
—No voy a mancharme las manos con tu
sangre.
Solo rio.
—¿Sabes qué haré cuándo te vayas? —Quedé
callado, y éste me dio una respuesta—. Me follaré
cada a día a tu madre y dejaré que otros presos hagan
lo mismo.
Quería calentarme para que apretara el gatillo.
—La puta yonqui de Delilha follándose a
media prisión de San Quentin. ¿Qué te parece,
Bloody?
—Cállate.
En ese momento, en mi cabeza, solo estábamos
nosotros dos en la sala de guardias.
¿Quién era Callie?
No lo sabía.
—Delilha la chupa muy bien. Esa zorra sabe
como ganarse un gramo de SDA —cuando terminó
su frase, y soltó otra risa, acabó su show.
Le volé la cabeza con dos tiros y descargué el
cartucho en su cuerpo. Las balas volaban ardiendo
del arma que sostenía. Los gritos de una mujer me
retumbaron en los oídos. Lo único que podía ver,
bajo mis pies, era el cuerpo destrozado de Steven.
—Qué te jodan —susurré, devolviéndole el
arma.
La puerta de la sala se abrió y me encontré con
Jeffrey y Carmol que habían decidido seguir a Steven
porque no se fiaban de él.
—¿Qué cojones has hecho, Bloody?
Sonreí.
—Me ha puesto cachondo matarlo —confesé.
Jeffrey miró a Carmol y éste le lanzó una señal
para que buscara a los otros hombres. No tardaron en
deshacerse del cuerpo de Steven para que nadie me
culpara que yo era el verdadero asesino.
—Te saldrá caro —dijo Jeffrey, empujando mi
cuerpo.
Me acerqué hasta la mesa y saqué el bolso de
Callie para rebuscar en el interior. No había
demasiado; un teléfono móvil de tapa, la comida que
me solía traer y una cartera con veinte dólares.
Se lo di todo a Jeffrey.
—¿Te parece bien?
Éste no consiguió ocultar su emoción.
—Un teléfono móvil —jugueteó con el aparato
—. Estamos en paz. ¿Puedes mantener esas ganas de
sangre dos días más antes que te echen?
Le di mi palabra y salió de la sala para dejarme
a solas con Callie. Ésta seguía escondida debajo de la
mesa, temblando y llorando sin cesar.
—¿Callie? —Estiré el brazo, pero ella no me
dejó acercarme—. Lo siento, Callie.
Con lágrimas en los ojos me lanzó una mirada
que me demostró el monstruo en el que me había
convertido.
—Por favor…Por favor…—me tenía miedo—.
Deja que me vaya, por favor.
Me aparté de su lado y ella esperó a encontrar
el camino libre hasta la puerta. Salió corriendo y
antes que desapareciera de mi visión, la detuve con
mi voz.
—Lo siento, Callie.
Ésta me miró un segundo y siguió corriendo.
«Ahí va la primera mujer que deseé» —Pensé.
«Nadie querrá estar con alguien como yo.»
Estaba jodido.
Nadie se enamoraría de un hombre que se
llamaba Bloody y había salido de prisión.
Busqué a Fisco por el patio; como de costumbre se
encontraba tatuando a otro preso. Esperé que
finalizara de marcar la piel del hombre con un
enorme león que cubría su antebrazo y, me senté
inmediatamente en la silla cuando se quedó libre.
—Has tardado dos años en querer otro tatuaje.
¿Qué quieres ahora? ¿El nombre de tus padres? ¿Una
mariposa? —Entendía su humor, así que no le dije
nada—. Da igual. Sabes que estoy dispuesto a
tatuarte cualquier cosa.
Recogí mi cabello con una goma elástica que
había encontrado en el suelo. Lo miré por encima del
hombro y le pedí lo que deseaba que grabara en mi
piel para siempre.
—Necesito que dibujes el infierno que he
vivido en San Quentin junto a la fecha que te he
anotado en este papel —dije, tendiéndole la orden
que me notificaba que tenía que abandonar la prisión
—. ¿Podrás hacer algo?
Éste asintió inmediatamente con la cabeza.
—La forma correcta de recrear el infierno aquí
es mostrando a su creador —me dedicó una sonrisa
—. Estaremos unas cuantas horas aquí, Bloody.
¿Estás preparado?
Me quité la camiseta, y antes que se pusiera a
trabajar, le pedí un último favor.
—Quiero llevar el nombre de mi madre junto a
mí —no hizo ninguna broma, al igual cuando le pedí
que me tatuara el nombre de Puch.
—¿Detrás del cuello?
Asentí con la cabeza.
—Es perfecto —fue lo último que dije antes de
clavar la mirada hacia delante.
Como bien había dicho Fisco, estuvimos cinco
horas en el patio con el tatuaje. La noche nos cayó
encima, pero por suerte lo terminó. Limpié toda la
sangre que derramé y le di las gracias al hombre que
dejó volar su imaginación sobre mi piel.
Subí las escaleras hasta la planta dos, y me colé
en mi celda para ver qué tenía detrás de mi espalda.
Sostuve un pequeño espejo y me miré.

—Increíble —exclamé, era mejor de lo que


había imaginado. El rostro del demonio, con la
lengua cortada y las manos de sangre, era la imagen
de San Quentin.
Cuando mi madre regresó para dormir, ésta
soltó un grito de dolor al ver la imagen que tenía
tatuada en toda mi espalda.
—¿Darius?
—No te asustes, mamá —sostuve su mano y
me acerqué hasta ella—. Quiero recordar de dónde
vengo y quién soy realmente. En dos días me iré. Te
echaré de menos.
—Y yo a ti, Darius —sus ojos, entrecerrados e
hinchados de cansancio, derramaron las lágrimas que
no quería ver—. Tú no eres como nosotros —repitió,
como de costumbre—. Sé que no seguirás nuestros
pasos.
La abracé e intenté que ella misma siguiera
creyendo su mentira. Besé su cabellera y la arropé
hasta que se quedó durmiendo. La acuné como ella
había hecho conmigo cuando era un crío.
—Te quiero, mamá.
Y me quedé dormido junto a ella.
SEGUNDA PARTE
CARSON, UNA CIUDAD DE
DELINCUENTES
Capítulo 5

Salí de la prisión cargando mi petate detrás de la


espalda. Me quedaban noventa dólares de los que me
dio Cosh, y ni siquiera sabía en qué me lo gastaría; lo
básico habría sido buscar un motel y pagar un techo
donde descansar un par de días, pero el estómago me
rugió y lo que quería hacer era buscar un restaurante
y devorar el primer plato que me pusieran delante de
los ojos.
Caminé unos cuantos metros de la carretera
muerta que te conducía hasta San Quentin y, tuve que
detener mis pasos al darme cuenta que un hombre me
seguía descaradamente. Frené en seco y el único
movimiento que hice bajo su atenta mirada fue el de
sacar un paquete de tabaco. Cuando el individuo
quedó detrás de un coche, confirmé que yo era su
objetivo.
Puch siempre me alertó de lo que me podía
suceder cuando saliera de la cárcel; al ser otro ser
humano libre, era el objetivo de bandas callejeras que
buscaban a yonquis o personas sin hogar para
esclavizarlos en sus negocios ilegales. Estaba bien, a
mí no me disgustaba. Pero Puch solía insistir, que
cuando te veías capaz de seguir tu camino por libre,
éstos se negaban y terminaban arrebatándote la vida
porque ya eras de su propiedad.
Dejé caer el saco con la poca ropa con la que
viajaba y me encendí el cigarro antes de mirar por
encima del hombro. El tipo era un tío rubio, de mi
estatura y vestía de negro; demasiado llamativo. Se
quedó arrinconado junto a un coche negro y cruzó los
brazos sobre el pecho.
—¿Quién eres? —pregunté, y con una sonrisa
le expliqué por qué quería un nombre—. No quiero
matarte sin saber quién es el desconocido que me está
siguiendo.
Éste salió de detrás del vehículo y me mostró
una sonrisa. Al parecer él también tenía intenciones
de matarme, ya que adentró las manos en los bolsillos
de su cazadora y se entretuvo para sacar algo del
interior.
Antes que me apuntara con un arma, tiré el
cigarrillo al suelo y mi cuerpo se inclinó hacia
delante para golpearlo en el siguiente paso que diera.
Pero éste, lo que hizo, fue sacar un mechero.
—¿Mamá no te ha hablado de mí?
No entendí nada.
—Creo que te equivocas de persona…—
entonces me mordí la lengua, recordando que tenía
dos hermanos mayores fuera de San Quentin. El que
me había seguido era Terence Junior, el mayor de
todos—. No me lo puedo creer —susurré y seguí
avanzando, pero no para hacerle daño—, ¿Terence
Junior?
—El mismo —rio—, en carne y hueso. ¡Ven
aquí hermano menor!
Nos dimos un fuerte abrazo y me aparté de mi
hermano para observarlo mejor; se parecía a nuestro
padre, con la nariz larga y la punta redonda. Sus ojos
grandes y azules eran como los de mamá y los míos.
Cabello rubio, pero con un corte de pelo degradado
medio. Éramos de la misma altura y su complexión
física era delgada, pero estaba seguro que no estaba
en forma como yo.
—¿Dónde has estado todos estos años? —solté
la pregunta, y recogí mi equipaje.
Seguimos el viaje juntos y escuché la historia
de Terence Junior. Me pidió un cigarro y, cuando se
lo acomodó en los labios, esperó el momento
indicado para narrar todos los años en los que estuvo
en orfanatos y casas de acogida.
—Los primeros años, cuando era un bebé,
estuve con un matrimonio que no podía tener hijos —
se rascó la nuca y con una sonrisa socarrona siguió
—. No estuvo mal. Crecí con ellos e incluso pensé
que eran mis padres hasta que me contaron la verdad.
A los ocho años me dieron la patada. Al parecer, el
que tenía el problema era el marido, y ella se quedó
embarazada del amante. El matrimonio se rompió y
yo acabé en un orfanato.
»Crecí rodeado de niños que iban y venían
constantemente. Solo podía pensar en escaparme y
reclamarle a nuestros padres por qué me dejaron solo
en un lugar que detestaba. Pero era imposible. Los
malditos curas siempre nos vigilaban y era imposible
escapar de esas enormes torres donde nos encerraban
cada vez que hacíamos algo malo.
»Cuando cumplí los trece años, me permitieron
conocer a mamá; ella me habló de ti y me dijo que en
unos años te echarían. Creí que era el momento
perfecto para conocer a mi hermanito menor y huir
de toda la mierda que nos han echado encima
nuestros propios padres. ¡Y aquí estoy! Dispuesto a
vivir mil aventuras junto a ti, Darius.
Detuve sus sueños un momento.
—No tengo nada planeado, Terence Junior.
—Deja de nombrar a papá —zarandeó mi
cabeza después de reír—. Junior, o simplemente
hermano estaría bien.
Lo entendí; papá no había sido lo mejor, ni para
él ni para mí. Así que respeté su decisión durante un
tiempo.
—Tenías una fecha en tu calendario —justo la
que estaba marcada en mi espalda—, ¿pensaste en
algo más? ¿Cómo has sobrevivido desde que saliste
del internado de curas?
Junior tiró lo poco que le quedaba de cigarro y
me detuvo cuando quedamos delante de un viejo
coche. Era un escarabajo rojo, viejo y cubierto de
pintadas. Todos los cristales estaban rotos y el
maletero se mantenía cerrado por una larga cuerda
que pasaba por debajo del coche.
—Aquí tienes mi hogar —dijo, orgulloso—.
Podremos pasar un tiempo los dos hasta que
encontremos un trabajo para pagar un apartamento.
Tú no tienes nada mejor qué hacer, ¿verdad?
Realmente ni siquiera sabía hasta dónde me
llegarían los pasos. En un principio, cuando Callie no
me vio matando al hijo de puta de Steven, la idea era
pasar un tiempo junto a ella hasta que encontrara algo
para mí. Sabía que cuidaba a su abuela, por eso
quería ocupar su garaje unos meses. Pero lo poco que
planeé se desvaneció.
Pero tampoco dormiría en un coche que en
cualquier momento estallaría por la falta de
mantenimiento. Junior me pidió que subiera y, no
tardé en ocupar el asiento de copiloto. Solté el petate
en los asientos traseros y esperé a que mi hermano
mayor encendiera el motor. Tardó veinte minutos en
arrancar ese viejo cacharro.
—¿Conoces Carson?
Miré a Junior, pero éste estaba centrado en la
carretera. Se dio cuenta que lo observaba y me miró a
través del retrovisor que se sostenía por un par de
cordones de zapatos.
—Has olvidado que he estado dieciocho años
dentro de una prisión. He nacido, crecido y vivido en
un lugar lleno de violadores, asesinos y pederastas —
reí—. El exterior será algo nuevo para mí.

Junior golpeó el volante entusiasmado.


—¡Perfecto, hermanito! Porque pienso llevarte
a la ciudad del pecado.
Encendió la radio; como no funcionaba, sacó
un CD que tenía tirado por debajo de su asiento. No
tardó en sonar una canción que duró más de nueve
minutos y me puso el vello de punta. Me encantó.
Nunca había escuchado música y de repente Lynyrd
Skynyrd se convirtió en mi banda favorita.

Tardamos casi siete horas en llegar a Carson. Junior


insistió que tenía un amigo que podía dejarnos algo
de dinero. Era cierto, que junto a mí viajaban noventa
dólares, pero no le dije nada porque era mi bote
salvavidas; no podía fiarme de nadie, ni siquiera de
mi propio hermano de sangre.
En prisión aprendí que cualquiera podía
traicionarte en cualquier momento. Mi padre fue un
gran ejemplo. Incluso, mi viejo amigo, solía decirme
que a veces era mejor no perder la cabeza por un
dulce coñito; eso nos haría débiles y totalmente
gilipollas.
Aparcó la chatarra que conducía delante de un
bloque de pisos turísticos, y señaló una habitación en
concreto.
—Ahí vive mi amigo —dijo, señalando el
tercer piso—. Hace un tiempo trabajé para él. Es hora
que me devuelva el favor. Podría dejarnos unos
cuantos dólares hasta que seamos capaz de ganarnos
la vida nosotros solos.
Dije algo y no sabía si era lo más correcto:
—¿No podría dejarnos pasar un tiempo con él?
—Miré a Junior y éste me demostró que no le
gustaba la idea—. Solo sería para dormir. Ocupar el
sofá o el suelo del comedor hasta que tengamos algo
de dinero…
Me detuvo.
—Es un gran amigo, Darius —dijo,
acomodando la mano sobre mi hombro—. Pero los
hombres como él no dejan que hombres como
nosotros vivamos bajo el mismo techo. Es la ley de la
supervivencia en Carson. Todos somos unos hijos de
puta —mostró una sonrisa—. Seríamos capaces de
matarnos por un botellín de cerveza. No lo olvides.
Antes que bajara del coche lo retuve un
instante. Sentía curiosidad. Si todos éramos unos
hijos de puta mandados a la tierra por Satán… ¿él
habría cometido algún delito?
—Junior, ¿has matado a alguien?
Mi hermano me golpeó el hombro con el puño
cerrado, bromeando.
—Todos somos unos asesinos.
No respondió a mi pregunta.
Salió del coche y esperó a que yo hiciera lo
mismo. Cuando me reuní con él, ocultó sus ojos con
unas gafas de sol y me tendió un gorro marrón para
cubrirme la cabeza. En agosto, lo último que querías
llevar como accesorio era un gorro de lana, pero
Junior insistió.
Me cubrió el cabello con la prenda de lana, y
seguí sus pasos hasta el interior del bloque; las
puertas estaban derribadas, en el recibidor había un
par de yonquis durmiendo boca abajo y cubiertos de
polvo blanco. Subimos los tres pisos y quedamos
delante de la puerta 9.
Junior se agachó para levantar el felpudo que
había en el suelo.
—¡Joder! —Exclamó.
—¿Qué sucede?
Éste se levantó y me miró a los ojos.
—Se ha olvidado de dejarme la llave. Y mira
que le dije que vendría hoy —se rascó la cabeza y dio
unos cuantos pasos por el pasillo de la planta—. No
sé qué hacer ahora. Mi amigo dijo que me dejaría el
dinero dentro. ¡Mierda!
No era tan grave. Si su conocido aparecería en
un par de días, podríamos hospedarnos en cualquier
motel hasta que nos reuniéramos con el contacto.
Pero a Junior no le gustó la idea.
Sacó una palanca de hierro del interior de una
de sus botas y se acercó hasta la puerta para echarla
abajo. Antes que destrozara la madera, lo detuve por
el brazo.
—¿Qué haces?
—Él lo entenderá —rio—. No te preocupes.
Dejaré una nota y, cuando llegue, me llamará para
darme una cifra de dinero por los imperfectos de la
puerta.
Dejé que hiciera lo que le diera la gana, y
acomodé mi espalda en la barandilla que tenía detrás.
Junior no tardó en echar la puerta abajo y esperé a
que cogiera el dinero de su amigo. Como empezó a
tardar, le di la espalda y me encendí un cigarro
mientras que mi hermano seguía en el hogar de su
amigo.
Minutos más tarde, tres hombres de
nacionalidad rumana, subían las escaleras hasta
detenerse en el piso donde estaba Junior. Me
ignoraron y se colaron en el interior de la propiedad.
No tardaron en gritar. Tiré el cigarro y me
acerqué hasta la destrozada puerta para ver qué
estaba pasando. Los tres hombres habían detenido a
Junior; lo tumbaron en el suelo mientras que lo
apuntaban con un arma. Entré con cuidado en el
interior y recogí la HK45 que se habían dejado sobre
un mueble que había en medio de la entrada. Sin
hacer ruido cargué la pistola y, antes que me
descubrieran, los maté para que éstos no acabaran
con la vida de mi hermano.
Los rumanos destrozaron la mesa de cristal
donde se encontraba Junior retenido contra su
voluntad.
—¿Quién cojones eran?
Mi hermano observó los cadáveres de esos
desconocidos que querían matarlo. Sorprendido, soltó
una carcajada y se acercó hasta mí para darme la
enhorabuena.
—¿Dónde has aprendido a disparar? —
preguntó, entusiasmado.
Lo ignoré.
—No son tus amigos, ¿cierto?
Junior cargaba una bolsa llena de objetos
robados. El muy hijo de puta me había mentido y me
cargué a los dueños del domicilio.
—¡Joder! ¡Santa mierda! —Exclamé.
Había salido de prisión, y ya había cometido un
delito.
—No te preocupes —intentó tranquilizarme,
pero aparté su mano cuando la pasó sobre mi espalda
—. Ellos también son unos ladrones. Son bandas de
Carson. Nadie los echará de menos.
—No puedo volver a San Quentin otra vez —le
recordé. —No sé si entiendes mi situación, Junior.
Pero salí de ahí debiendo demasiados favores. Si
vuelvo, y nos los cumplo, me matarán.
Jeffrey ocultó el cuerpo de Steven; seguía en
deuda con el hombre de los favores de San Quentin.
—Quiero que veas algo —me quitó ese maldito
gorro de lana y nos acercamos hasta una habitación
que estaba cerrada con un enorme candado. Del
interior, se escuchaban los llantos de varias mujeres
—. Echa la puerta abajo, hermanito.
Disparé al cerrojo y Junior tiró la puerta abajo
con un golpe en seco. No podía creer lo que estaba
viendo. Había una docena de adolescentes tumbadas
en el suelo mientras que evitaban llorar para que
nadie las escuchara.
—Has matado a tres proxenetas —dijo Junior,
y se arrodilló en el suelo para comprobar el estado de
las niñas. No hablaban nuestro idioma, pero no
tardaron en sostener la mano que les tendió Junior—.
Sois libres. Volved a casa o buscar ayuda.
Ellas, sin entender muy bien lo que había dicho
mi hermano, se levantaron del suelo aterrorizadas y
se acercaron con sumo cuidado hasta la puerta. Me
miraron de reojo y siguieron avanzando. Antes que
desaparecieran, le arrebaté a Junior un fajo de billetes
que había guardado en la bolsa de deporte que
cargaba.
Me acerqué hasta una de ellas, y no tardó en
gritar. Intenté tranquilizarla y le tendí el dinero.
Agradecida, lo sostuvo con sus temblorosas
manos y nos dedicó una sonrisa antes de huir junto a
las demás niñas.
—Así es como se sobrevive en Carson —
Junior quedó detrás de mí—. Los mafiosos,
proxenetas o la policía corrupta son los que mandan
en esta pequeña ciudad. Puedes unirte a una banda y
seguir sus normas o, seguir conmigo y hacer lo que
queramos.
No tenía opción.
—Me quedo.
Junior se lanzó sobre mí y removió mi cabello
con sus mugrientas manos.
—¡Vamos a joder a todos esos hijos de puta!

***

Junior y yo nos dedicamos a robar en los últimos


meses. Ni siquiera nos importaba de quién fuera la
vivienda, el vehículo o la cartera que se dejaban en
un descuido en las cafeterías de la ciudad del pecado.
Cogíamos todo lo que llegábamos a tener a nuestro
alcance. Éramos los dueños de todo lo que
deseábamos.
Una mañana, en la que hicimos un pequeño
parón en una cafetería llamada Laundrymat, me
asomé por la ventana después de beberme de un solo
trago la taza llena de café que nos sirvieron. Fuera
del establecimiento, había un hermoso Maserati
negro. Solo un tipo con dinero podía conducir un
vehículo como ese en una ciudad como la nuestra.
—¿Estás pensando lo mismo que yo? —
pregunté a Junior, el cual se encontraba devorando
unas tortitas cubiertas de miel y trozos de arándanos.
Tragó un trozo que se había llevado a la boca y me
prestó la atención que necesitaba—. Ahí afuera hay
un Maserati.
Junior posó sus pegajosas manos contra el
cristal. Se le cayó la mandíbula de la hermosura que
estaba contemplando; fue tan exagerado, que las
miguitas que todavía no se había tragado, se
desprendieron del interior de su boca. Cubrió su
camiseta con restos de tortitas.
Me lanzó una mirada y después volvió a
contemplar el vehículo que deseaba.
—Lo quiero —susurré.
—Es todo tuyo, hermanito —dijo Junior,
guiñándome un ojo—. Estaré aquí vigilando por si
me necesitas.
Me tendió por debajo la palanca que solía
llevar junto a él y me la escondí antes que algún
cliente o empleado me descubriera. Abandoné la
cafetería por la parte trasera sin llamar la atención y,
rodeé el coche para comprobar que el dueño no
estaba cerca. Tanteé con una amplia sonrisa la
ventana del piloto, e intenté introducir la palanca.
Pero no hubo éxito.
Una voz, y no precisamente la de mi hermano,
me interrumpió.
—Espero, hijo, que no hayas rayado mi coche
—el hombre se acercó sin temor; podía haberle
sacado un arma, pero no llevaba ninguna junto a mí
— o tendré que matarte.
¿Dónde se encontraba Junior cuándo más lo
necesitaba?
Miré por encima del hombro y junto a la
ventana donde estábamos desayunando, no había
nadie.
Tenía la intención de dejar al hombre
inconsciente, pero éste fue más rápido y me sacó un
arma que no dudó en presionar sobre mi cráneo.
¡Joder! Iba a morir sin haber conducido el coche de
mis sueños.
Cerré los ojos esperando a la muerte.
Pero eso no sucedió.
El hombre mantuvo una extraña conversación
conmigo:
—Ezequiel 26:12 —no entendí nada—.
También saquearán tus riquezas y robarán tus
mercancías; demolerán tus murallas y destruirán tus
casas suntuosas, y arrojarán al agua tus piedras, tus
maderas y tus escombros.
Intenté mirarlo por el rabillo del ojo, pero me
lo impidió. Al parecer, sus palabras eran sagradas y
tenía que darme el discurso hasta el final.
—Génesis 43:18. Y los hombres tenían miedo
porque eran llevados a casa de José y dijeron: Por
causa del dinero que fue devuelto en nuestros
costales la primera vez hemos sido traídos aquí —
detuvo sus palabras y cogió aire para proseguir—,
para tener pretexto contra nosotros y caer sobre
nosotros y tomarnos por esclavos con nuestros asnos.
Al guardar silencio, encontré mi oportunidad
para hablar con él y hacerle razonar.
—¿Eres un predicador?
Me respondió con otra pregunta:
—¿Eres un esclavo?
Sonreí.
—Un ladrón cualquiera.
El hombre raro rio.
—Debes de ser nuevo en Carson. Ya que nadie
se atrevería a plantarle cara a Vikram Ionescu.
—¿Vikram qué? —olvidé el apellido.
Bajó el arma y me repitió el sobrenombre.
—Vikram Ionescu.
—¿Y tú eres esa persona? —Giré para poder
mantener una conversación cara a cara con el hombre
que me dejó vivo después de intentar robar su
vehículo. —Llevo cinco meses viviendo en Carson y
nadie ha pronunciado tu nombre.
El hombre de cabello oscuro, tez bronceada y
ojos negros, se acercó un poco más hasta mí. Vestía
un traje elegante con unos zapatos relucientes; los
tipos como él no vivían en Carson, eran más de
barrios adinerados de Sacramento.
Pero era cierto, que los mafiosos de la zona,
eran de los pocos que vivían como reyes.
—Es una lástima —guardó su arma—. A mí sí
que me han hablado de ti —tenía un extraño acento
rumano que desaparecía y volvía depende de la
palabra que pronunciara—. Mataste a tres de mis
hombres.
«¿Tres hombres muertos?» —Pensé. «Los
únicos hombres que he matado en Carson eran los
tipos que tenían a doce adolescentes encerradas en
una habitación.»
—¡Los proxenetas! —dije, recordando sus
rostros—. ¿Te dedicas a la prostitución?
El tal Vikram negó con la cabeza.
—No. Lo que hagan ellos fuera de mi negocio
no me incumbe —se acomodó sobre el Maserati y
me explicó su pequeño negocio ilegal—. Pero tenían
que trasladar un camión de caramelos al norte de
México. Un amigo me comunicó que esos imbéciles
no pasaron la frontera. Has jodido mi negocio, hijo.
Encondí mis manos en los bolsillos de los
pantalones y lo encaré sin ningún problema.
—Entonces los mexicanos tendrán que buscar
otro proveedor —vacilé, con una amplia sonrisa—.
Siento que esos caramelos se perdieran.
—No se han perdido. Sigo teniendo el camión.
—¿Tendrás que hacer el trabajo sucio, gran
Vikram?
Éste rio por no partirme la cara.
—Salmos 68:6. Dios prepara un hogar para los
solitarios; conduce a los cautivos a prosperidad; sólo
los rebeldes habitan en una tierra seca.
Alcé una ceja.
—¿Podrías traducírmelo en un idioma que
pueda entender mejor? —una vez más, reí—. El cura
que venía a prisión ni siquiera se cruzaba con
nosotros. Se escondía con los guardias hasta que
llegaba su hora de salida.
Vikram abrió la puerta del coche y se subió en
el vehículo.
—Te veo perdido, hijo —acomodó el cinturón
de seguridad sobre su pecho—. Te estoy ofreciendo
un trabajo y un hogar. Lo único que te pido es que no
me traiciones.
—¿O qué?
¿Los predicadores podían amenazar?
Por supuesto que sí:
—O me encargaré que los días de Delilha sean
un infierno.
Tragué saliva al escuchar el nombre de mi
madre.
—Sé de dónde eres y quiénes son tus familiares
más cercanos. Tu hermano —echó un vistazo rápido
al interior de la cafetería—, es el cobarde que se ha
escondido en el baño. Y tú, el idiota que hará el
trabajo sucio. Te estoy dando una oportunidad,
Bloody. Tú decides.
¿Me había investigado?
—Borra esa cara de tonto —me sacó de mis
pensamientos—. Cuando encontré a tres de mis
hombres muertos, lo único que hice fue investigar y
llegué hasta ti. Tienes suerte que la policía no llegara
antes que yo —giró la llave del contacto y volvió a
proponerme algo—. ¿Quieres trabajar para mí o no?
Busqué a Junior.
—¿Qué pasa con mi hermano?
—Puede venir —movió el retrovisor—, pero
con las mismas reglas; nada de traicionarme, o
acabará mal.
Busqué a Junior y nos subimos en el coche de
Vikram. No volvimos a intercambiar palabra en el
trascurso del viaje. El tío raro de acento rumano nos
llevó hasta las afueras de Carson; si quería matarnos,
era el lugar perfecto.
Se detuvo delante de una base militar y aparcó
el coche en un pequeño garaje que estaba lleno de
Jeeps negros.
Bajamos del Maserati y seguimos sus pasos.
—Bienvenidos a mi hogar —las puertas se
abrieron cuando el lector ocular lo identificó—. Aquí
vivimos todas las personas que huimos de la ley.
—¿Tú huyes de la ley? —pregunté, con
curiosidad.
Vikram detuvo sus pasos para responderme:
—En realidad busco a una persona que me
robó una cantidad de dinero que me hacía
terriblemente millonario. Ese hijo de puta —estalló
—está escondido bajo tierra. Cuando lo encuentre,
acabaré con su vida. Pero, mientras tanto, trabajo y
planifico una manera para hacer daño a Gael Gibbs.
No sabía de quién me estaba hablando, pero lo
que hice fue asentir con la cabeza mientras que éste
disfrutaba con mi falso entusiasmo.
Estábamos en una base militar que tenía
cuarenta habitaciones y diez cuartos de baños con
duchas generales.
Vikram no trabajaba solo, había más hombres
junto a él. Fueron saliendo poco a poco y
presentándose ante dos desconocidos que podían
formar parte de su equipo de matones o camellos. No
me quedó muy claro qué negocio movía Vikram por
Carson.
—¿Qué os parece?
—¿Aquí estaremos seguros? — Junior habló.
Vikram, con un sentido del humor que iba
entendiendo, respondió:
—Es mejor que el baño de la cafetería.
Sus hombres rieron, y yo no pude evitarlo.
—Acepto —dije, recordando que ese tío me
conocía y podía ayudarme quién sabe, a sacar a mi
madre de prisión algún día. Miré a Junior—. ¿Y
bien?
Éste asintió con la cabeza.
—Enhorabuena, estáis en vuestro nuevo hogar
—Vikram nos felicitó y le pidió a uno de los hombres
que se reunió con nosotros, que nos llevara a alguna
de las habitaciones libres—. Después os veré.
Se marchó y nosotros seguimos los pasos de
Brasen; un hombre de cabello blanco que guardaba
silencio.
—¿Por qué huiste? —bajé el tono de voz y, le
pregunté a Junior.
Éste, con miedo respondió:
—Tu no conoces a Vikram, pero yo sí.
Tenía que tener cuidado con mi hermano.
Capítulo 6

Brasen nos esperó fuera de la habitación para que


guardáramos las pocas pertenencias que solíamos
llevar encima; tiré mi petate sobre la litera y esperé a
que Junior hiciera lo mismo. Mi hermano, en vez de
adaptarse a la habitación, se quedó cruzado de brazos
delante de la pequeña ventana que teníamos con
vistas a una vieja y destrozada pista de
entrenamiento. Se quedó callado esperando a que uno
de los dos rompiera el silencio; fui yo. Ansiaba tener
una explicación de lo que había pasado en la
cafetería, pero terminé mordiéndome la lengua y
tragándome esa traición por su parte.
Me senté en la cama debajo de la litera y estiré
las piernas para golpear la suela del zapato contra el
suelo. Junior por fin me miró.
—¿Qué sucede?
Éste volvió a retirarme la mirada.
—No sé si me gusta la idea de tener que
trabajar para otros —soltó—. Me han hablado de él;
dice que cuando no le interesas, te tacha de traidor y
acabas muerto.
Vikram buscaba a hombres de confianza;
personas que no lo traicionara por un par de dólares.
Y lo entendí. ¿Quién quiere amigos cuando debajo de
tu techo están todas las ratas chivatas deseando
hundirte? Conmigo no tendría problema, era un
hombre que sabía guardar silencio y ser fiel a aquel
que me veía como a uno de los suyos y no un esclavo
para recoger su mierda.
Seguramente, buscaba una persona para
sustituir la perdida de Puch, pero lo veía complicado.
El viejo fue una gran persona que dejó marca en mí.
—Yo iré a hablar con él —le anuncié,
bajándome de la cama—. Tú puedes quedarte aquí y
pensarte bien las cosas. Puedes irte, Junior. No te
quedes aquí porque creas que es tu obligación de
hermano.
Si yo fuera él y no soportase el lugar donde
pasaría un tiempo, ya habría cogido mis cosas y
abandonado la base militar sin ni siquiera despedirme
de Vikram.
Pero era más cabezota de lo que pensé.
Sacudió la cabeza y se alejó de la ventana para
seguirme. Me encogí de hombros ante su decisión y
salimos de la habitación para reunirnos con Brasen.
El hombre que guardó silencio en todo momento, se
comunicó con nosotros a través de movimientos de
brazo o cabeza.
Seguimos sus firmes y enormes pasos,
recorriendo toda la base militar y deteniéndonos
delante de un despacho que sería el de Vikram.
Brasen me lanzó una fría mirada y empujó el
pomo de la puerta. Antes de que nos coláramos en el
interior, busqué una forma de despertar al grandullón
que hacía de escolta del rumano.
—¿El gato te ha comido la lengua, princesa?
Éste se acercó hasta mí con el ceño fruncido y,
cuando lo tuve cara a cara, vi sus pupilas dilatadas y
sus ojos inyectados en sangre. Abrió la boca y
escupió una palabra sin sentido. Estaba seguro que
nosotros dos no nos llevaríamos muy bien.
—Déjanos a solas, Brasen —pidió Vikram,
desde el interior del despacho. El hombre canoso se
apartó de mí y con un puño alzado me lanzó una
estúpida y ridícula amenaza. Cerré la puerta y no
tardé en sentarme en uno de los asientos libres que
había delante del escritorio—. Es un viejo guerrillero
que no se acostumbra a tener rostros nuevos por aquí.
No le molestéis demasiado y, seguiréis con vida.
Tenía un tatuaje en el cuello, una fecha que le
habían hecho en prisión; conocía la técnica con la
que se lo grabaron en la piel.
—¿Salió hace poco de la cárcel?
Vikram no tardó en responderme.
—No. Brasen se escapó de la prisión
Metropolitana de San Diego —acomodó los brazos
sobre el escritorio—. Salió corriendo antes de que lo
ejecutaran.
—¿Qué hizo?
—Lo detuvieron por violar y matar a tres niñas
menores de edad. Ni siquiera sé en qué orden ejecutó
todo eso —cuando bajó la cabeza cerró los ojos;
quizás se imaginó la escena y se le hizo insoportable
—. Con los años, siguieron saliendo más casos y no
pudieron relacionarnos con él, aunque el asesino dejó
la misma marca que Brasen; todas iban vestidas
como muñecas de porcelana.
A Vikram le costó soltar toda esa información.
—¿Tienes hijos?
Éste forzó una sonrisa y respondió:
—No, pero si los tuviera esperaría tenerlos
lejos de él —me explicó—. Es una bestia hambrienta
de niñas —para cambiar de tema, movió la biblia que
tenía a mano derecha y me mostró las fotografías de
un camión con la matrícula 6AOJ321. —Quiero que
me demostréis que puedo ser capaz de confiar en
vosotros. Necesito que mováis ese camión de SDA
hasta el puerto O’Call Village. Mis amigos los
marrones, estarán esperándoos.
—Así que nosotros recogemos el dinero y ellos
se llevan su vehículo lleno de golosinas, ¿cierto?
Vikram golpeó la mesa, con ese entusiasmo que
me mostró cuando se subió a su vehículo.
—Nosotros dominamos el puerto O’Call
Village y ellos simplemente pueden pasar por ahí
cuando es imposible pasar la frontera. No siempre
podemos comprar a los policías corruptos. Suelen
subir sus tarifas depende de la temporada.
Me levanté del asiento y recogí las llaves que
me tendió Vikram.
—Cuenta con nosotros —le di mi palabra.
Pero faltaba la de alguien.
—Tú eres Terence Junior, ¿verdad?
Junior por fin se dignó a mirarlo; después de un
cuarto de hora encerrado en el despacho.
—Sí, señor.
Me sorprendió lo correcto que podía ser mi
hermano en ocasiones donde se sentía amenazado.
—Y, ¿qué piensas de mí?
Antes de responder me miró por encima del
hombro y en ese momento me recordó a papá;
buscaba una forma de huir de un problema intentando
agradarle a la persona que tenía delante de él.
—Es poderoso. Un hombre temible en Darson.
Vikram se sintió halagado.
—¿Estás dispuesto a trabajar para mí? —Su
respuesta fue una afirmación de cabeza; Junior no
tardó en asentir y sellar su boca—. ¡Bién! Entonces
vete con tu hermano. No quiero que hagáis esperar a
esos chicanos.
Tiré de la camiseta de Junior y salimos del
despacho sin intercambiar palabra. Vikram me dijo
que encontraría la furgoneta aparcada en la pequeña
calle que se cruzaba con la base militar; y ahí estaba,
esperándonos para hacer el trabajo sucio de los tres
rumanos que maté.
Conduje hasta O’Call Village y esperamos
reunirnos con los mexicanos. Las horas pasaban y la
noche se nos cayó encima, dejándonos todo el puerto
a oscuras; ni las farolas podían iluminar el pequeño
paseo marítimo.
Para romper el incómodo silencio que se creó
en el vehículo, le ofrecí a Junior un cigarro, pero éste
lo rechazó.
—Realmente no te entiendo, Junior —dije, y
posé el cigarrillo entre mis labios. Lo encendí y seguí
hablando con él. —Podrías haberte ido. No
comprometerte con Vikram. Pero aquí estás, en el
puerto a punto de hacer un cambio de mercancía con
unos mexicanos descontentos.
—Llevo cinco años aquí; sobreviviendo sin la
ayuda de nadie —se detuvo un instante para tragar
saliva—. A lo mejor ha llegado la hora de trabajar
para alguien como Vikram, pero me costará.
A todos nos costaría recibir órdenes, pero lo
importante era seguir para adelante y conseguir algo
de dinero para un futuro.
—Pues sigue sobreviviendo —apreté su
hombro, para terminar de animarlo.
—No pienso volver a abandonarte, hermanito.
Reí, recordando la cafetería.
Y, cuando la sonrisa se esfumó de mi rostro
muy serio le dije:
—Si vuelves a dejarme solo ante el peligro,
entenderé que mi propia sangre me ha traicionado —
y lo decía en serio. Papá me lo hizo en prisión y
nunca más me volví a preocupar por él.
Éste asintió con la cabeza y me arrebató el
cigarro que bajé de mis labios. Dejé que se lo fumara
él solo y seguimos esperando a los mexicanos.
Una hora más tarde un furgón negro aparcó
delante de nosotros. Salieron los clientes de Vikram y
esperaron a que nosotros saliéramos también. Y así
hicimos; bajamos del vehículo que se llevarían si nos
pagaban la cantidad que habían acordado con el
rumano.
—Buenas noches —saludaron.
Les corté la amabilidad.
—¿Tenéis el dinero?
Se miraron entre ellos dos, y uno respondió:
—No, wey.
—¿No? —repetí, y me confirmaron lo mismo
—. Entonces no tenéis mercancía.
Di media vuelta para alejarnos de ellos y de
repente sacaron sus HK45; se suponía que nadie iría
armado. Era un trato. No lo cumplieron.
—Al suelo —nos ordenaron. Nadie obedeció
—. ¡Al suelo!
Junior no tardó en hincar las rodillas en el
suelo. Miró a los mexicanos y después me pidió que
hiciera lo mismo, pero me negué.
—¿No me entendiste?
—Sí, por supuesto que te he entendido —reí—,
pero no me sale de la polla ponerme de rodillas para
que tú puedas volarme la cabeza.
—¡Maldito gringo[3]!
Se acercó para golpearme. Esquivé los
primeros golpes, pero no conseguí huir del segundo
mexicano que se acercó para atacarme por detrás. Ni
siquiera Junior me alertó. Caí al suelo y me llevé una
mano a la cabeza; mis dedos se cubrieron de sangre.
—Os vais a arrepentir —solté, y dirigí un
rápido vistazo hasta donde estaba mi hermano.
Me llevé una gran sorpresa al no encontrarme a
Junior tirado en el suelo. El muy hijo de puta, cuando
me atacaron, aprovechó el momento para salir
corriendo. No solo me dejó ahí tirado, arrancó la
furgoneta bajo nuestra atenta mirada y se fugó con la
mercancía de Vikram.
«¡Hijo de puta!»
—Al parecer tu amigo decidió abandonarte.
Los mexicanos empezaron a reír.
—Estoy furioso —susurré.
El más bajito, el de cabello largo y negro, se
acercó:
—¿Qué has dicho?
Arrastré las uñas por el asfalto y pensé una
manera para librarme del problema en el que me
había metido. Lo único que podía hacer, incluso si
metía a Vikram en un gran problema, era matar a
esos dos mexicanos y fugarme con su furgón.
—Os voy a matar.
Rio al escucharme y miró por encima del
hombro para comunicárselo a su compañero.
—¡Wey! Este idiota dice que nos va a matar…
No terminó la frase; al estar entretenido con su
cuate, aproveché para desarmarlo. Lo tiré al suelo y
éste se golpeó la barbilla contra el asfalto. Cuando el
otro intentó amenazarme con el arma, ya era
demasiado tarde. No tardé en sostener la HK45.
—De rodillas, wey —repetí, sus mismas
palabras.
Sonreí al ver cómo me obedecía.
Tiré al agua el arma que me dejó en el suelo y
les pedí que me dejaran la llave del vehículo.
Volvieron a obedecerme.
—No tengo nada en contra de vosotros —en el
puerto de O’Call Village resonaron dos disparos —,
pero no puedo dejar testigos de este gran error que
hemos cometido Junior y yo.
Terminé de hablar con los cadáveres de los
mexicanos y los tiré al mar para que tardaran en
encontrarlos. Me acerqué hasta el furgón y revisé que
no hubiera nadie más en el interior.
No tardé en acomodarme en el asiento del
piloto. Observé a través del retrovisor y me encontré
con el dinero que no querían darnos a cambio del
vehículo lleno de SDA.

****

Tuve que detener el vehículo delante de un bar que


tenía un llamativo letrero de neón donde se podía leer
Enormes melones. Me acerqué hasta el
establecimiento con la intención de beberme una
cerveza antes de reunirme con Vikram y, saqué un
par de dólares para pagar la consumición.
El nombre del bar iba dirigido a un público
masculino que frecuentaba el lugar con la única
intención de observar a las camareras. Éstas, iban
vestidas con trajes llamativos para que los
consumidores no tuvieran que esconderse la cartera y
premiarlas por sus curvas.
Todos ellos, camioneros y moteros que
frecuentaban la zona, se paraban delante de ellas y
agitaban el papel verde para poder introducírselo
entre los pechos. Las propinas terminaban en los
bolsillos de las camareras una vez que éstos se dieran
el placer de rozar su suave piel con sus callosas
manos.
Yo pasé directamente a la barra, donde pedí una
enorme jarra de cerveza. Una mujer rubia, joven, se
acercó hasta mí y tomó nota.
—¿Qué te pongo, guapo?
—Solo la cerveza.
—¿No quieres nada más? —Insistió.
Negué con la cabeza.
Ella se alejó para servirme la cerveza. Cuando
volvió, acomodó un posavasos delante de mis manos
y dejó la jarra bien fría. No tardé en posar mis labios
y deshacerme de la espuma que se había quedado
arriba.
—Nunca te he visto por aquí.
Miré sus ojos marrones.
—Llevo poco tiempo en Carson.
Ella rio.
—Yo llevo un año —confesó, toqueteando los
rizos que le caían sobre los hombros—, y sigo sin
acostumbrarme.
La camarera estaba dispuesta a mantener una
agradable conversación conmigo, pero yo seguía
pensando en las últimas horas del día; mi propio
hermano me traicionó y se fugó con la furgoneta
llena de SDA.
Me había ganado unos cuantos enemigos en un
par de horas.
—¿Tú no? —preguntó.
No había escuchado nada.
—¿Perdona?
La rubia soltó una carcajada y acomodó su
mano sobre la mía. Tenía una mano pequeña, con las
uñas largas y pintadas de negro.
—¿Una noche dura? —volvió a preguntar, al
darse cuenta que tenía las uñas llenas de sangre y los
nudillos con heridas abiertas.
—Ha sido intensa.
—No digas nada más —me mandó a callar—.
Una pelea.
Tuve que sonreír.
—Eres una chica muy inteligente.
—Y tú un chico malo.
Ambos reímos.
Nuestra conversación hubiera seguido, pero
uno de los camioneros se acercó hasta ella para
pedirle un favor.
—Vamos, guapa —insistió—. Si me enseñas
esas tetitas te daré cincuenta de los grandes. ¿Te
parece bien?
Ella gruñó y acomodó las manos sobre la barra.
Empujó su cuerpo hacia delante y le dejó las cosas
claras.
—Ya te he dicho, viejo verde —recalcó—, que
me dejes en paz.
—¡Eres una puta!
Antes de que se atreviera a ponerle una mano
encima, me levanté del taburete y giré a ese tío que
buscaba pelearse con alguien. Estaba de suerte;
Bloody seguía con ganas de patearle el trasero a
alguien más.
—Ponle una mano encima, y te vuelo la cabeza
—dije, mostrándole el arma que le quité al chicano.
Éste se lo pensó dos veces.
—No sabía que estaba contigo. Tranquilo,
hermano.
Se alejó de la barra con la jarra vacía y, esperé
a que éste se alejara para volver a ocupar el asiento
que abandoné por ese imbécil.
—Sé defenderme sola, guapo —se acercó hasta
mí, para reclamarme—. Esta mujer no necesita que
un hombre la defienda.
—Y me parece muy bien —sonreí—. Pero me
estaba molestando a mí. Quiero tomarme la cerveza
sin un gilipollas al lado en busca de un coñito.
La rubia siguió hablando:
—Ya me han echado de otros negocios. No
puedo perder este trabajo.
Asentí con la cabeza.
—Y, ¿qué has hecho?
—Deshacerme de todos esos idiotas que
pretenden enterrar su rostro en mi trasero.
—¿Les has abofeteado? —Me burlé de ella.
Pero su respuesta me sorprendió:
—Los maté —estiró los labios—. No eres el
único que lleva un arma encima.
—¡Impresionante! —le guiñé un ojo y le tendí
un billete de cinco dólares—. Quédate el cambio,
guapa.
La rubia se cruzó de brazos, pero no borró la
sonrisa que marcó en su rostro.
Salí del bar Enormes melones y, volví a
subirme en el furgón que robé. Conduje hasta la base
militar y cuando bajé del vehículo, me di cuenta que
Junior no se había fugado, había vuelto junto a
Vikram para no estar solo en una ciudad como
Carson.
Recogí el maletín y seguí mis pasos hasta
colarme en el interior. Brasen se me quedó mirando y
lo ignoré. Nadie me detuvo hasta que quedé delante
del despacho de Vikram. Estaba reunido y sabía con
quién. Al abrir las puertas, lo primero que vi fue a mi
hermano disculparse por la mierda de trabajo que
habíamos hecho.
Se quedó pálido al verme allí.
—Sigue —le pedí.
Éste tragó saliva.
—¿Da-Darius?
Ocupé el asiento continuo al suyo y escondí el
maletín que transportaban los mexicanos con el
dinero de Vikram. Miré al rumano y éste no entendía
nada.
—¿Qué está pasando, chicos?
—No lo sé —me encogí de hombros—. Quiero
escuchar la historia de Terence Junior.
Dejó de ser mi hermano, para convertirse en
una persona como lo era mi padre; un hijo de puta
que vendería a cualquier miembro de la familia.
Balbuceó cosas sin sentido hasta que se vio
preparado para narrar una historia ficticia.
—Los mexicanos nos atacaron en el puerto.
Querían la mercancía sin pagarnos —eso era cierto,
lo demás, no—. Darius —le permití durante meses
llamarme por el nombre que me puso mamá, eso se
acabó —, bajó del vehículo y los enfrentó. Le dije
que no lo hiciera, o perderíamos la mercancía. Y no
me hizo caso.
Vikram se levantó de su asiento:
—Así que tú —señaló a Terence Junior —
optaste por huir y poner a salvo la mercancía.
—Sí.
—¿¡He perdido mi dinero por un cobarde!?
Solté una carcajada cuando Vikram estalló de
ira. Miró al imbécil que se encondió en el interior de
una furgoneta y dejó una vez más abandonado a su
hermano por salvar su trasero.
—Debería matarte…
Calló cuando se dio cuenta que sacaba un
maletín negro que no tardé en dejarlo caer sobre el
escritorio.
—Deja a este hijo de puta vivo unos cuantos
días más —sonreí—. Maté a los chicanos y les robé
el furgón con el dinero que te pertenece. Has salido
ganando Vikram —dije, y esperé a que abriera el
maletín. —Tienes el dinero y puedes traficar con ese
SDA una vez más. Ganarás el doble. Es un buen
negocio.
Vikram se levantó para felicitarme.
—Sabía que podía contar contigo, Bloody.
Le devolví el apretón de manos.
—No te dejaré tirado.
Miré a Terence Junior y lo sentencié.
Para mí, como hermano, estaba muerto.
Capítulo 7

Había llegado el día para visitar a mi madre; no


conseguí el permiso hasta un año después de salir de
prisión. Desde que formaba parte del equipo de
Vikram, el tiempo pasó más rápido de lo que llegué a
imaginar. Trabajaba cada día junto a los demás y
buscaba mi propia diversión con las chicas que iba
conociendo en los largos viajes que dábamos. Me
distancié de Terence Junior; éste, solía quedarse en la
base militar para recibir los pedidos que le llegaban
al rumano.
Empecé a formar grupo con Dorel; un tío de
treinta años que solía hacerme reír con sus
estupideces. A escondidas, Dorel y yo llamábamos a
Vikram bajo el seudónimo del predicador.
En pocos meses, ese hombre que nos dio un
techo, me llevó por el camino que Puch hubiera
deseado para mí; salvo que robaba y vendía la mierda
que destruía a mi madre. Por lo demás, era perfecto.
Era la figura paterna que nunca tuve con mi padre.
Me obligó a sacarme el carnet de conducir, ya que no
podía desplazarme por Carson sin ese trozo de papel
plastificado. Cada vez que hacía algo mal o me
apresuraba en apretar el gatillo, Vikram me detenía y
me obligaba a recapacitar; así controlé durante un
tiempo mis impulsos.
—¿Adónde vas? —escuché la voz de Terence
Junior, cuando salí de la habitación. Por suerte, lo
habían mandado lejos del primer lugar que nos
asignaron a ambos para descansar. Se lo agradecí a
Vikram.
Detuve mis pasos y le respondí por educación.
—Han aceptado el permiso de visita —dije,
con seriedad—. Iré a visitar a mamá a prisión.
Terence Junior se acercó hasta mí y siguió mis
pasos hasta el exterior de la base militar. Me acerqué
hasta el Jeep negro que me dieron y, antes de
subirme, me detuvieron.
—¿Puedo ir contigo?
Alcé una ceja sin poder creérmelo.
—Llevas años sin ver a mamá —no dejé que
subiera al vehículo—. ¿Por qué de repente estás
interesado?
Meditó muy bien sus palabras.
—Tengo el mismo derecho que tú. E incluso
más —eso me hizo reír—. A mí me apartaron de su
lado. Tú has podido estar con ella y nadie te arrancó
de sus brazos. ¿Qué piensas, Darius? ¿Qué quiero
seguirte para espiarte?
De él podía creer cualquier cosa.
—Haz lo que quieras, Terence Junior —ataqué,
con su nombre completo como él había hecho
conmigo—. Pero mide tus palabras delante de mamá.
No quiero que le hagas daño. ¿Te ha quedado claro?
Abrió la puerta de copiloto y esperó a que
arrancara el motor. Estuvimos conduciendo unas siete
horas hasta la prisión de San Quentin. Cuando
llegamos, los guardias nos obligaron a mostrarles
nuestras identificaciones. Como Terence Junior no
llevaba la suya, tuvieron que pasar por alto ese
maldito error gracias a los cien dólares que les tendí.
Esperamos a mamá en la vieja sala donde solía
ver a Callie; de repente, la eché de menos. El
perfume de su cabello, los carnosos labios que se
acomodaron sobre los míos e incluso esa belleza que
me enloqueció durante años.
La saqué de mis pensamientos cuando apareció
la única mujer que tenía en mi corazón; mi madre.
Ésta llegó corriendo hasta nosotros cuando nos vio
cruzados de brazos. Envolví su cuerpo con mis
brazos y la levanté del suelo para dar vueltas con ella.
Estaba más delgada. Desde que me marché,
seguramente había dejado de comer la cantidad que
conseguía y se consumía en el baño con los demás
yonquis.
—Cariño. Mi bebé —apartó mi cabello para
mirarme a los ojos—. Mi Darius.
—Aquí estoy mamá —besé su mejilla—. ¿Me
has echado de menos?
Asintió con la cabeza y golpeó con fuerza mi
hombro con su barbilla. La dejé en el suelo y sostuve
sus delgados brazos entre mis manos. Estaba
irreconocible; su rostro ya no solo era pálido,
también tenía hematomas por toda su piel.
Terence Junior se acercó y acarició el débil y
canoso cabello de mamá; su rubio se apagó para dar
paso a las canas. Estaba sufriendo más de la cuenta.
Lo sabía.
—¿Terence?
—Hola, mamá.
Se apartó de mi lado y abrazó a su hijo mayor.
Ésta empezó a llorar de emoción. La acompañó hasta
una silla donde se sentó para observarnos mejor.
Cuando los guardias cerraron la puerta, saqué la
bolsa de papel que me dieron en la cafetería que
había a unos kilómetros y le pedí que comiera algo.
Me dio las gracias y sacó uno de los
sándwiches que había en el interior. Mientras que lo
devoraba, nos miraba sin pestañear.
—¿Va todo bien? —le pregunté.
Tragó el último mordisco que le quedaba y me
respondió:
—Por supuesto que sí, Darius. ¿Por qué iba a ir
mal?
—No sé —me encogí de hombros—. Te veo
más delgada. Estás marcada y ni siquiera te
mantienes de pie.
Bajó la cabeza y, rápidamente Terence Junior
sostuvo sus manos para apoyarla emocionalmente.
Ahí, el único malo, era yo. El imbécil que se
preocupaba por todos.
—Hace unas horas consumí SDA. No sabía
que vendríais —se lamentó—, o hubiera pasado. Te
lo prometo, hijo.
—Te creo, mamá.
Ella miró a Terence y le hizo una pregunta qué
jamás imaginé.
—¿Has encontrado a tu hermana?
—Nilia salió de Francia cuando cumplió la
mayoría de edad —yo también lo escuché con
atención—. Ha tenido una niña. Se llama Adda. Eres
abuela, mamá.
Aplaudió con entusiasmo y se abalanzó sobre
nosotros dos para volver a darnos un abrazo. No
tardamos en separarnos porque los guardias nos
avisaron que se nos acababa el tiempo.
Nos despedimos de ella y, cuando creí que
Terence Junior seguiría mis pasos, la voz de mi
madre lo detuvo.
—Quiero hablar con tu hermano un momento
—dijo mi madre, dejándome anonadado.
Antes de que formulara una pregunta, ésta
acomodó un dedo sobre mis labios y soltó:
—Todo está bien, cariño.
Salí de la sala y esperé en los viejos taburetes
de madera que seguían en el descansillo. Volví a
acordarme de Puch y de Callie. Tenías los mejores
recuerdos con ellos dos en aquel asqueroso lugar.
Cinco minutos después, Terence Junior salió de
la sala y avanzó hasta la salida sin mí. Tuve que
seguir sus pasos antes de que me dejara atrás.
—¿Qué quería?
Él no respondió.
Salimos a la calle y lo detuve por el brazo.
—¿Qué quería mamá? —Volví a repetir.
Primero me miró y después hinchó su pecho
para demostrarme que no me tenía miedo.
—Hablar conmigo. Ahí —apuntó con el dedo
hasta la prisión—, el único que sobraba, eras tú.
«Uno, dos, tres, cuatro y cinco.» —Conté
mentalmente, como me había aconsejado Vikram.
«No lo mates. No lo mates todavía.»
—¿Por qué nunca me has hablado de Nilia?
—Creí que no te interesaría.
—¡Es mi hermana!
—Nuestra hermana —corrigió—. ¿Quieres
conocerla? —Asentí con la cabeza, sin pensármelo
dos veces—. Súbete. Te tocará conducir un par de
horas más.
Y eso hice; me subí en el Jeep y marqué en el
GPS la dirección de Nilia que estaba en Torrance.

***
Aparqué el vehículo delante de una pequeña casa
tirada en un enorme terreno. Un hombre, algo mayor
para ser el prometido de Nilia, se encontraba en la
entrada limpiando un rifle.
Bajámos del Jeep y, Terence Junior alzó el
brazo para saludar al hombre que había custodiado la
puerta. Ni siquiera se dignó a mirarnos.
—Ése de ahí —bajó el tono de voz para que no
nos escuchara —, es Markòne; un francés idiota que
ha dejado embarazada a nuestra hermana.
Markòne estaba cubierto con una gorra, vestía
con ropa militar y escondía sus pies en unas enormes
botas que le llegaban hasta la rodilla. Nos detuvimos
delante de él y Terence Junior intentó hablar con él
una vez más.
—¿Está mi hermana?
Su respuesta fue:
—¡Nilia! —gritó—. Tu familia te está
buscando. Deja de jugar con la chica y trae tu maldito
trasero hasta aquí.
Terence Junior tenía razón; era un hijo de puta.
Tuve que abandonar mis pensamientos cuando mi
hermana salió de la casa y se sorprendió al ver a su
hermano mayor junto a un desconocido.
—No te esperaba —dijo, con una sonrisa. No
tardó en plantarle un beso en los labios—. ¿Qué
haces aquí?
Éste me miró y empujó mi cuerpo hasta quedar
cara a cara con ella.
—¿Te acuerdas de nuestro hermano pequeño?
—Ella me miró—. Éste de aquí es Darius.
—¿Darius? ¿El pequeño Darius? —rio como
una estérica y se lanzó para plantarme otro beso en
los labios. Fue tan extraño, que no supe qué decirle o
cómo reaccionar en aquel momento—. Pobrecito mi
bebé —soltó, limpiando mis labios con el trapo de
tela que sostenía—. Es la manía, cariño. En Francia,
a nuestros seres queridos, les plantamos un beso en la
boca. Al menos en el norte. ¡Vamos! Entrad en casa.
Quiero que veías lo grande que está Adda.
Seguí sus pasos en silencio y pasamos por
delante de un enorme comedor. Nilia nos hizo subir
hasta el piso de arriba y nos encerró en una
habitación de bebé. Ella se inclinó sobre la cuna y
arropó a su hija con una manta azulada.
—Está preciosa —Terence Junior tocó la
pequeña cabeza de la cría.
—Sí, es preciosa —repitió su madre—. Pero
tienes que dormir cerca de ella una noche. Ahí
entenderás lo rebelde que me ha salido la niña.
Rio y se me quedó mirando.
—¿Quieres cogerla, Darius?
Se acercó con la cría y miré a mi sobrina con
delicadeza; tenía miedo hasta de hacerle daño sin
tocarla.
—No, gracias —me aparté, asustado—. Soy
muy torpe con todo lo que se mueve y, es de carne y
hueso.
—No seas idiota —dijo y, empujó el cuerpo de
su hija hasta tocar mi pecho. No me quedó otra
opción que cogerla y mantener el equilibrio para que
la niña, cada vez que se movía, no terminara en el
suelo. —Lo haces muy bien. Serás un gran padre
algún día.
Adda me hizo sonreír como un idiota.
Y, entonces me di cuenta de lo que me había
dicho:
—¡No! —al alzar la voz, Adda se despertó.
Agradecí que Nilia volviera a sostenerla entre sus
brazos—. No se me dan bien los niños.
Ella le quitó importancia a mis palabras.
—A mí tampoco, hasta que nació este bombón
—se sentó en un sillón que había junto a la cuna y me
miró con dulzura—. Te dan la vida. Y, sin darte
cuenta, hacen que olvides todo lo malo que has
vivido.
Sonó mi teléfono móvil y salí de la habitación
para atender la llamada. Era Brasen.
—¿Dónde estás?
—Le dije a Vikram que necesitaba el día libre.
—Pues cancela tus planes, melenas. Tenemos
trabajo.
—¿Ahora?
—¡Sí, ahora!
Me gritó.
—¿Qué tengo que hacer?
Cuando terminó de refunfuñar me lo explicó
con más calma.
—¿Conoces el bar Enormes melones?
Sí, ahí conocí a la rubia con carácter fuerte.
—Está cerca del puerto.
—Muy bien. Tienes que ir ahí y sacar a un tío
que quiere protección —Brasen no dejó de hablar.
Soltaba con tanta rapidez sus palabras, que ni
siquiera entendí la descripción física del hombre—.
Lo dejarás en el Motel que él te pida y cuando te
pague podrás volver aquí.
—¿Lo están siguiendo?
—No. Eso es lo bueno. Solo necesita la
protección. ¿Ha quedado claro?
—Sí.
Y, al escuchar mi respuesta, me colgó.
Volví a adentrarme en la habitación de Adda y
me acerqué hasta Terence Junior para explicarle que
tenía que irme. Éste lo entendió y me dijo que
hablaría con Markòne para que lo acercara hasta la
base militar. Me acerqué hasta mi sobrina y besé su
suave y delicada frente.
—¿Volveré a verte pronto?
—Por supuesto —dije, y le di otro beso a ella.
Salí de la casa de Nilia y corrí hasta el Jeep
para ir lo más rápido posible. Por suerte, Torrance
estaba cerca de Carson. Tardé una hora más o menos
y esperé a que el hombre que se escondía en el bar
Enormes melones, saliera para que pudiera escoltarlo.
El problema era que no iba solo.
—¿Qué haces tú aquí?
La rubia intentó subirse en mi Jeep, pero se lo
impedí.
El hombre habló por ella.
—Déjala, me ha caído bien —golpeó el asiento
delantero y se aferró a su maletín. —Llévame al
motel Tissues.
Ocupó el asiento del copiloto y me dedicó una
amplia sonrisa. Se había salido con la suya. El
problema lo tendría yo si Vikram o Brasen lo
descubrían.
—Mi nombre es Shoshana. Pero todos me
llaman Shana.
—¡Qué bien! —dije, arrancando el motor.
No hablé con ninguno de ellos dos hasta que
nos detuvimos en el motel. El hombre me tendió el
dinero que recibiría Vikram y, salió sin ni siquiera
despedirse. Corrió por la carretera y se encerró en
una de las habitaciones.
Yo me quedé ahí, esperando que Shana saliera
también.
—¿Cuál es tu nombre?
—¿Por qué quieres intimar conmigo?
Respondí con otra pregunta.
—No he dicho nada de follar.
Suspiré.
—Tampoco quiero follar contigo.
—¿No?
—No —fui sincero.
—¿Seguro?
Shana no entendía que tenía cosas mejores que
hacer. Pero en un despiste tonto, empecé a tontear
con ella.
—Si me das veinte minutos —volví a escuchar
su voz. Por un momento pensé que se mantendría
callada y, con sus ojos marrones observaría cualquier
movimiento —, no te arrepentirás. Dame veinte
minutos para hacerte disfrutar.
No contesté, me tragué las palabras para seguir
escuchando su voz. Su naturalidad, la forma en la que
me miraba, llegó a excitarme sin tener que tocarme.
Shana empezó a impacientarse al no obtener
una respuesta. E incluso me amenazó cuando
acomodó la mano sobre la puerta del coche para
fingir que se iría.
—Acepto.
Me sonrió con picardía y pasó su mano por mi
abdomen. Acarició mis músculos por encima de la
camiseta y se quedó satisfecha cuando tiró hacia
arrima la prenda de ropa. No aparté en ningún
momento mis ojos de los suyos. Cogió mi mano
izquierda y eligió un dedo en concreto para
introducirlo en el interior de su boca.
Sentí su lengua acariciarlo; involuntariamente
acabé mordiéndome el labio cuando arrastró sus
dientes por mi piel. Lo sacó lentamente de su boca y,
lo besó cuando quedó cerca de ella.
La atraje hasta mí, tirando de la camiseta que
solía vestir en el restaurante. Sentí su respiración
acariciando mi rostro y, su aliento sabor a caramelo,
entre abrió mi boca. Se acomodó sobre mí a
horcajadas y me decidí en besarla yo primero. Pero
antes Shana jugó conmigo. Posó el dedo índice sobre
mis labios para detenerme y se desvistió bajo mi
atenta mirada.
—Yo no soy como las demás —susurró,
cuando mis manos quedaron detrás de sus rodillas.
Reí.
Atrapé el lóbulo de su oreja y, escuché los
gemidos que le provoqué con mi propia lengua.
Llevó sus manos a mi camiseta e intentó destrozar la
tela sin éxito. La ayudé a desnudarme, y no tardó en
pasear las yemas de sus dedos por mi piel; contorneó
los hombros, los músculos de la espalda y se detuvo
cuando llegó al pantalón.
Nos besamos con brusquedad; un beso
apasionado entre dos desconocidos que se habían
vistos dos veces contadas.
Subí su falda por las piernas. Mientras que ella
hundía los dedos en mi cabello, mis dientes se
clavaron por encima de su pecho. Al tirar de mi
cabello no sabía si me estaba deteniendo o le estaba
gustando. No paré cuando observé que Shana se
relamía los labios y sonreía con perversión.
Disfrutaba del dolor que le provocaba.
Cuando alcancé su ropa interior, sin esperar a
que ella me lo pidiera, adentré un par de dedos en su
interior; los moví hasta que sus gemidos estallaron
por todo el Jeep. No me detuvo y le pedí que siguiera
gritando de placer. Presioné su clítoris con el dedo
pulgar y, sus uñas, dolorosas pero traviesas, me
confesaron que su cuerpo se inundó por una
agradable ola de calor.
Estaba en el éxtasis.
Guio mi cabeza hasta su pecho; los latidos de
corazón se dispararon. Quería aumentar el ritmo
cardiaco; moví la pelvis para que sintiera mi
entrepierna dura.
—¿Todo eso es para mí? —preguntó, jadeando.
—Tienes una polla para ti solita, guapa.
Bajó la cremallera del pantalón y se encontró
con la sorpresa que no llevaba ropa interior. Sin
pensárselo dos veces, acarició mi miembro con sus
humedecidos dedos; de arriba abajo y sin detenerse.
Me gustó; acabé inclinando la cabeza hacia atrás
cuando su tacto ardiente terminó por ponérmela más
dura.
Sacó un condón de la guantera y se llevó el
envoltorio a la boca. Rompió con cuidado el envase
plateado y sacó con sumo cuidado el preservativo.
Terminó por cubrirme la polla con el látex.
Shana alzó su trasero, y con mi miembro en su
mano, lo guio hasta la entrada de su sexo. Se dejó
caer hasta que penetré su entrada y clavó las uñas en
mis hombros cuando sintió por una décima de
segundo el dolor que le causaba el grosor de mi polla
en su interior.
Moví su cuerpo encima del mío, ayudándola a
que siguiera moviendo sensualmente sus caderas. La
cogí por su diminuta cintura y la moví para facilitar
la penetración. Las embestidas aumentaron y
disminuían depende de lo cansados que nos
encontrábamos; no dejamos de jadear y de mirarnos a
los ojos de vez en cuando.
—Sigue follándome —me pidió.
Llevó su boca a mi cuello y volvió a
destrozarme la piel con sus pequeños y peligrosos
dientes. Solté un gemido gutural ante el placer que
me dio. Shana me enloqueció. Nos movimos más
fuerte gracias a los impulsos de mis piernas, y
acaricié su espalda que estaba empapada en sudor.
Sus ojos marrones avellana se cerraron y, su
respiración agitada, me alertó que los dos estábamos
a punto de rozar el éxtasis del orgasmo.
Seguí tocando su clítoris con mi pulgar, y
atrapó mi boca con la suya mientras que me
encontraba con su ansiosa lengua.
Su cuerpo no tardó en convulsionarse sobre el
mío; la ola de calor volvió a azotar ese cuerpo que
me había puesto tan duro y preparado para ella.
Cuando me corrí, Shana acomodó su rostro en
la curva de mi cuello para susurrarme:
—Llevaba tiempo sin tener un orgasmo como
el de hoy.
Reí.
Seguí teniendo la polla enterrada en su dulce
coño un par de minutos más. Cuando Shana se
levantó de mis piernas, soltó el último gemido que
me puso la piel de gallina. Se terminó de vestir en el
asiento de copiloto e intentó besarme antes de salir
del Jeep.
—Sin compromiso, cariño —le recordé.
Ella vaciló un instante.
—Gatito —se mordisqueó el labio, buscando
que mi miembro volviera a despertar —, sabes que lo
nuestro no será un simple polvo. Habrá más. Más de
uno.
Solté una carcajada y fui amable con ella.
—¿Adónde te llevo?
—Llévame junto al mafioso con el que
trabajas.
—¿Te has vuelto loca?
—Sé a qué os dedicáis —sonrió y, pintó sus
labios con un pintalabios que sacó del bolsillo de su
falda—. Seguro que soy mejor que todos vosotros.
Y, después de dos horas dándome la lata con el
tema, terminé accediendo. La llevé junto a Vikram,
estuvieron horas hablando y, cuando se reunieron los
dos conmigo, me explicaron que Shana había pasado
la prueba; se convirtió en uno de los nuestros.
Shana y yo formamos equipo.
No solo hacíamos el trabajo de Vikram, cuando
terminábamos, buscábamos un rincón para follar
como dos conejos desesperados.
Lo único que teníamos que respetar, es que
ninguno se podía enamorar del otro.
—Nada serio —solía decir ella, después de
besarme.
Y acepté.
Shana me volvía loco.
Capítulo 8

Adda sopló la tercera vela de cumpleaños; era el


segundo cumpleaños que podía pasar junto a la
pequeña. Alzó con fuerza los brazos y golpeó la tarta
vegana que había preparado su madre. Cuando sus
invitados quedamos cubiertos de bizcocho de
zanahoria, la delincuente juvenil nos sacó la lengua y
saltó de la silla para correr alrededor nuestro.
No dejaba de reír mientras que nos enseñaba
como lamía sus diminutos dedos y le sacaba la
lengua a su madre. Nilia, cansada de pedirle que se
estuviera quieta, se levantó del asiento y la detuvo.
Adda se negó a estar con ella, así que la empujó por
el pecho y se refugió en los brazos de su tío.
—No me gusta la zanahoria —confesó.
—A mí tampoco —besé su oscuro cabello.
Adda, aburrida de estar quieta, se bajó de mis
piernas y salió en busca del enorme peluche que le
había traído. Disfruté observándola jugar y me dirigí
hasta Nilia para felicitarla sobre la niña tan adorable
que había tenido.
Pero vi a mi hermana triste, distante con los
demás. Me acerqué hasta ella sin asustarla y, golpeé
su pierna con la mía. Durante esos dos años, me hice
más cercano a Nilia que con Terence Junior.
—¿Qué sucede?
Se mordió el labio. No quería hablar, pero
terminó haciéndolo. Se quería deshacer de ese nudo
que no la dejaba dormir por las noches.
—Adda nunca se criará con su padre —soltó
—. Es igual que nuestros padres. Siempre metido en
un lío y termina pasando más de un año en prisión —
acomodó los codos sobre la mesa y observó a su hija
—. Ya me he cansado de darle varias oportunidades,
Darius. Estoy agotada; físicamente y
psicológicamente.
—No sé por qué estás con él, Nilia.
Se encogió de hombros.
—Lo conocí cuando mis padres adoptivos me
confesaron quién era realmente —suspiró—. Ellos
me dijeron que seguirían siendo mis padres de todas
formas, pero yo quería conocer a la mujer que me dio
la vida. Cuando descubrí que era una yonqui que fue
perdiendo a sus hijos poco a poco, me eché para
atrás. Y, terminé consolándome en los brazos de
Markòne; un francés rebelde que me duplicaba la
edad.
Reí.
—En unos años no se le levantará la polla —
ella me golpeó en el brazo, recordándome que Adda
estaba cerca—. Está bien. No se le levantará su
flácido miembro. Déjalo antes que tengas que
cambiarle los pañales.
—Y, ¿adónde voy?
—Puedo conseguir dinero.
Ella rio.
—¿Ilegalmente?
—Sigue siendo un trabajo, Nilia.
—No podría aceptarlo.
Era tan cabezota, que era casi imposible poder
convencerla.
—Lo aceptarás —acerqué su rostro para
susurrarle— porque Adda es lo que nos importa a los
dos.
Nilia sonrió y volvimos a mirar a la pequeña.
Tendió el peluche en el suelo y empezó a saltar sobre
él.
—Empieza a parecerse a su tío —presumí.
—Lo que me faltaba —se burló de mí—. ¿Otro
dolor de culo? ¡No gracias!
Reí junto a ella.
—Por cierto —me detuvo, estaba a punto de
levantarme, pero pasó su brazo alrededor del mío—,
¿cómo vas con esa chica misteriosa?
Alcé la cabeza, pensativo.
—¿Cuál de todas?
—¿Con cuántas te acuestas?
Le dije la verdad:
—Con varias.
Nilia volvió a golpearme.
—¡Eres un cerdo!
—¡Un cerdo adorable! —le respondí en el
mismo tono con el que empleó ella.
—Me refiero a esa chica con la que trabajas —
seguramente, Terence Junior, habló más de la cuenta
—. ¿Sara? ¿Sarma? ¿Seysa?
—¿Shana?
Mi hermana se golpeó la frente.
—¡Sí!
No había mucho que contar de ella; salvo que
la loca consiguió convencer a Vikram para que la
dejara trabajar para él. Realmente Shana sabía
defenderse y utilizar un arma. Y, tenía que admitir
que desde que éramos compañeros de trabajo, todo
era más divertido.
—Solo es sexo, Nilia.
—¿No hay amor?
—No —insistí—. Cuando salí de la cárcel tenía
claro que nunca tendría una relación seria con una
mujer. Básicamente, cuando llegara la indicada,
saldría corriendo al descubrir mi pasado, mi presente
y mi futuro. Así que me aferro a desconocidas o
simplemente a Shana; la única que me entiende.
—Entonces estará tan loca como tú.
—No te puedes hacer ni una idea.
Arrastró la tarta que hizo y paseó el dedo por el
bizcocho hasta arrancar un trozo. Adda volvió a
reunirse con nosotros y nos anunció que había un
nuevo invitado en su fiesta de cumpleaños.
—El tío Terence está aquí, mami.
Y así fue, Terence Junior apareció con una caja
envuelta en papel de regalo naranja. Se lo acercó a la
pequeña después de recibir su beso de bienvenida, y
se aproximó hasta nosotros para saludarnos.
—Estoy agotado —dijo, cayendo en una de las
sillas—. Vikram me envió cerca de Baltimore junto a
Larkspur.
—¿Has visitado a mamá? —le pregunté.
Éste negó con la cabeza.
—Tenía el cumpleaños de Adda. No podía
perderme este día tan especial —la pequeña lo abrazó
cuando encontró una pequeña tortuga en el interior
—. Espero que no te moleste, Nilia, la única tienda
que he encontrado abierta era un negocio de
animales.
—No —sonrió—. Así Adda aprende a cuidar a
los animales.
—Y a no comérselos —bromeé, pero a Nilia le
sentó mal y me golpeó una vez más.
Seguimos hablando los tres hasta que Terence
Junior me pidió que saliera al jardín con él. Tardé
unos minutos en abandonar el comedor y, cuando me
lo crucé fuera, estaba fumando de una forma muy
extraña; parecía nervioso.
No me miró y me pidió que lo siguiera hasta el
coche que dejó aparcado en la parte trasera de la
casa. Abrió las puertas de la furgoneta y del interior
salió un mexicano con un arma.
Miré a ambos.
No entendía nada.
—¿Qué está sucediendo? —quise saber.
Terence Junior fue el que me dio una respuesta.
—Carlos Torres es el hermano de los hombres
que mataste hace unos dos años.
¿Se había aliado con los chicanos?
—Y, ¿qué quieres que haga? —respondí, con
mi agradable sentido del humor—. ¿Tengo que darle
un beso? ¿Dos? O, ¿una mamada?
El mexicano, ofendido, salió con el arma para
apuntarme de más cerca. Pero le advertí antes que
cometiera una estupidez.
—Métete dentro de la furgoneta si no quieres
que te mate —gruñí. Cuando lo hizo, alcé el brazo
para saludar a Adda que nos había seguido—. Ve con
mamá, pequeña. Tío Bloody volverá pronto.
—¿¡Qué hacéis!?
Se había cansado de jugar y nuestra ausencia la
hizo más hiperactiva.
—Tío Terence y tío Bloody están fumando.
—¿¡Mamá no os deja fumar!?
Con tres años, era la niña más lista del mundo;
al menos para mí.
—No. Pero no le digas nada —acomodé un
dedo sobre mis labios—, es un secreto.
Adda brincó y se adentró en el interior de la
casa.
Miré a Terence Junior y me arrepentí de haber
seguido a aquel imbécil el primer día que salí de
prisión.
—Eres un maldito traidor.
—Tú, Darius, me has dejado como un cobarde
ante Vikram —me odiaba, podía verlo en sus claros
ojos azules—. Ahora tienes que pagar.
El mexicano, al escuchar el nombre de Vikram,
decidió bajar el arma.
—¿Trabajas para Vikram?
Le ocultaron ese dato.
—¿Qué te ha dicho exactamente mi hermano
de la noche que murieron los tuyos?
—Dice que mis hermanos no llegaron al punto
acordado. Que los acribillaste antes de que llegaran al
puerto —miró a Terence Junior—. Me aseguró que
nadie te mandó a matarlos. Te deshiciste porque eres
racista.
Reí.
—¿Racista? —miré a ambos. —¿Sabes con
cuántas latinas me he acostado, Carlos Torres? —
Éste se encogió de hombros. —Con demasiadas. Y,
déjame decirte, que me ha encantado —eso no era
suficiente para él—. Dorel, es negro y, puedo decirte,
que antes daría la vida por él que por tener que salvar
la de mi propio hermano. ¿Eso lo haría un hombre
racista, Carlos?
Negó con la cabeza.
—Maté a tus hermanos porque estos quisieron
llevarse la mercancía de Vikram sin pagar. Eso no
estuvo bien —negó con la cabeza, dándome la razón
—. Intenté llegar a un acuerdo con ellos, pero el
idiota de mi hermano se llevó el SDA. De esa forma
no conseguí negociar con nadie. Así que, si buscas un
culpable, lo tienes aquí.
Empujé a Terence Junior y Carlos lo adentró en
el interior de la furgoneta.
—Darius —me reclamó.
—Mi nombre es Bloody.
—¿Vas a dejar que maten a tu hermano?
¿Realmente valía la pena salvarle la vida?
No.
—Te lo advertí, Terence Junior —me limité a
cerrar una de las puertas de la furgoneta—. Conmigo
no se juega —antes de cerrar la otra, advertí al
mexicano. —Si vas a matarlo, que sea fuera de aquí.
Mi sobrina está cerca y le tiene cariño.
Asintió con la cabeza y golpeó a Terence Junior
dejándolo inconsciente. Salió del vehículo y lo rodeó
para subirse delante. No tardó en marcharse.
Cuando me reuní con Nilia y Adda, tuve que
disculparme por Terence Junior, ya que
supuestamente le había salido un imprevisto y tuvo
que salir fuera. Estuve junto a ellas un par de horas
más y salí cuando la noche oscureció el cielo.
Me tumbé sobre la cama y no esperé tener visita esa
noche, pero Shana no tardó en aparecer. Se tumbó a
mi lado y acomodó su cabeza sobre mi pecho.
Acaricié su cabello mientras que ella se entretenía en
tirar de la camiseta que me cubría.
—¿Cómo ha ido la fiesta de cumpleaños?
—Bien. A Adda le ha encantado el peluche —
sonreí—. Gracias por llevarme a esa juguetería.
—Ya me lo agradecerás más tarde.
Capté su invitación de cama.
—¿Vosotros qué habéis hecho?
—Nada interesante —bostezó—. Vikram está
negociando con un viejo amigo. Dice que puede tener
una solución para recuperar su dinero.
—Gael Gibbs está muerto.
—Pero tiene una familia —anunció Shana—.
Una hermosa mujer y una niña de trece años. Estoy
segura que, si vamos a por su perfecta familia, éste
resucitará.
Miré a Shana.
—¿Quieres asustar a una niña?
Ella rio.
—O a su mujer. Me da igual.
—Creo que es un plan estúpido.
Shana se levantó de mi pecho y quedó a
horcajadas sobre mi abdomen.
—Te has vuelto un blando.
Me desafió.
—Eso no es cierto.
—Lo es, gatito.
Acomodé mis manos detrás de sus rodillas y
empujé su cuerpo hasta dejarlo debajo del mío. Antes
de besarla, la miré y esperé a que se disculpara
conmigo.
—Cuidado, Shana, puedo ser peligroso.
—Lo sé —se mordisqueó el labio—. Por eso te
adoro.
—Todas me adoran.
Rio.
—Siempre juntos —acarició mi cabello.
—¿Siempre? —sonaba a permanecer
demasiado tiempo unidos y, la idea no me gustaba.
Ella insistió.
—No habrá otra mujer como yo.
—¿Tú crees?
Me calló con un beso y empezó a desnudarme.
Shana no se dio cuenta, pero en los últimos meses, se
convirtió en una mujer posesiva. No lo entendí, ya
que ella acordó conmigo tener únicamente sexo y sin
compromiso. Y ahí estaba, aferrando sus dedos en mi
pantalón mientras que paseaba su boca por mis
piernas y susurraba una y otra vez:
—Mío.
Llegué a escuchar.
—Solo mío.
Capítulo 9

Vikram me pidió que me acercara hasta el taller de


Shepard para recoger unas piezas. Llegué tan
temprano que el negocio seguía cerrado. Así que me
senté en el asiento del coche y abrí la puerta para
poder tener las piernas fuera. Me extrañó que a las
seis de la mañana hubiera chicos corriendo por la
calle. Cinco de ellos se detuvieron cerca del taller
mecánico para golpear al más débil.
El que cayó al suelo, en vez de levantarse, lo
único que hizo fue esconder su cabeza entre sus
brazos. Seguramente esperaba que el grupo se
cansara; pero no fue así. Todos ellos cogieron más
energía para zurrarle hasta dejarlo inconsciente.
Antes de que sucediera, me acerqué.
—Cinco contra uno —conseguí llamar su
atención, se detuvieron para mirarme—. Eso es de
cobardes.
—No te metas —saltó uno.
Otro siguió:
—Deberías dar media vuelta y dejar que
golpeemos a este rarito.
Me crucé de brazos y me acerqué al que
parecía ser el jefe de la pandilla.
—Como no dejéis de golpearlo, te meteré esta
pistola por el culo —saqué mi arma y toqué su pecho
con el cañón. Ya no era tan valiente. Tragó saliva y
entrecerró los ojos del miedo—. ¿Me has entendido?
Asintió con la cabeza y les hizo una señal a los
demás para salir corriendo. Huyendo sin mirar atrás.
Me quedé observando como el más gordo iba
tropezando por la carretera y nadie fue capaz de
ayudarlo. Empecé a reír y recordé que el otro chico
seguía tirado en el suelo.
Ocultaba su rostro con las mangas de su
sudadera.
—¿Estás bien?
Éste no respondió.
—Ya te puedes ir. Los otros chicos se han ido.
Bajó los brazos con cuidado y, antes de que lo
observara, me dio la espalda. Pero yo fui más rápido.
Giré su cuerpo, obligándole a quedar cara a cara
conmigo. No me sobresalté, pero estuve a punto de
hacerlo. El rostro del chico estaba quemado; no del
todo, pero sí la mitad de su perfil.
—¿Ellos te han hecho esto? —me refería a las
quemaduras.
Negó con la cabeza.
—¿Cómo te llamas?
Quería ayudarlo, llevarlo hasta su hogar. Pero
si no se comunicaba conmigo, era más complicado de
lo que uno se podía imaginar. Hasta que decidió
adentrar las manos en los enormes bolsillos de la
sudadera y, sacó un bloc de notas junto a un
bolígrafo.
“Mi nombre es Raymond.” —
escribió, en el papel.
—¿No puedes hablar?
“No.”
—¿Por qué?
Era muy extraño; tenía el rostro lleno de
cicatrices y ni siquiera se podía comunicar conmigo.
Se encogió de hombros e intentó alejarse de mí.
Antes de que se marchara, lo detuve.
—¿Quieres que te lleve con tus padres?
Más tarde podría recoger las piezas en el taller.
Raymond respondió:
“No tengo padres.”
Me volvió a dejar sin palabras.
Le pedí que viniera conmigo y, éste tardó en
pensárselo. Cuando lo convencí lo llevé junto a la
única persona que tendría la paciencia para
comunicarse con él.
Por suerte Nilia estaba despierta. Nos abrió la
puerta de su hogar y acompañó a Raymond hasta el
comedor para que éste se pusiera cómodo. Me pidió
que la siguiera a la cocina y ahí me atacó con
preguntas.
—¿Quién es? ¿Qué le ha pasado? ¿Le has
hecho daño tú? ¿Por qué está asustado? No entiendo
nada Bloody —por fin calló. Se sirvió una taza de
café y siguió con las preguntas—. ¿Lo encontraste en
Carson? ¿Dónde están sus padres?
—Calma, Nilia —le pedí—. No lo sé. No
habla.
—¿No habla?
—No.
Recogió otra taza llena de café y nos reunimos
con Raymond que se quedó observando los juguetes
de Adda. Nilia le sonrió y observó como éste se bebía
de un solo trago la taza de café; tenía sed y hambre,
porque no tardó en devorar el paquete de galletas
veganas que le dio mi hermana.
—¿Qué edad tienes, Raymond?
“Quince años.”
—Tienes una letra muy bonita.
Miré a Nilia, esperando que fuera más concreta
y que no halagara su caligrafía.
“Gracias.”
—¿Dónde están tus padres?
“No tengo padres.” —tuvo la misma
respuesta que tuve yo.
—¿Estás solo?
“Sí.”
—¿Dónde vives?
“En la calle.”
—No puede ser —Nilia alzó la cabeza para
mirarme—. Solo es un niño.
“Ya soy un adulto.” —le tendió su
libreta.
Nilia le sonrió divertida.
Al leer sus últimas palabras, me acordé del crío
rubio que le decía a todo el mundo que era un
hombre en una cárcel de adultos; en Raymond podía
ver todo lo que pasé multiplicado por un millón de
veces peor.
—Si eres un adulto deberías trabajar —solté.
Raymond me miró y bajó inmediatamente la
cabeza. Garabateó su respuesta y me tendió su bloc
de notas.
“Nadie me contrata con este rostro.
Todos me temen. Así que vivo de lo que
abandona la gente en la calle y lo vendo
para poder comer. Así me gano la vida en
Carson. Estoy solo y no tengo miedo de
lo que me pueda pasar” —escribió con tanta
rabia, que destrozó el papel con la punta del
bolígrafo.
—Te entiendo —le expliqué—, pero conozco a
alguien que podría darte un trabajo. Lo único que
tienes que hacer, y lo más difícil en realidad, es no
traicionarle.
Raymond se levantó y volvió a escribir.
“No soy un traidor.”
—Está bien.
Le dije que me siguiera, pero Nilia me detuvo.
Volvió a llevarme a la cocina y, cruzada de brazos
esperó una explicación.
—¿Con Vikram? —Asentí con la cabeza—. Es
un crío, Darius. No está preparado para trabajar con
ese hombre.
Esperaba que Raymond no nos escuchara.
—A ese crío le estaban dando una paliza por no
ser igual a los demás —presioné su frente y conseguí
que cambiara su actitud—. A nosotros nos separaron
por los errores de nuestros padres. Eso no significa
que tengamos que mirar para otro lado.
—No sabía que Bludy tenía un lado bueno.
La corregí:
—Es Bloody.
—Lo que tú digas —se cruzó de brazos—.
Cuida de él.
—Haré lo que pueda.
Salimos de la casa de Nilia y conduje una vez
más hasta la base militar. Todos se encontraban
entrenando en la parte trasera del edificio. Por suerte,
pillé a Vikram en su despacho sin hacer nada
importante.
—¿Puedo hablar contigo?
Éste alzó la cabeza de un papel que estaba
ojeando y me pidió que cerrara la puerta. Le pedí a
Raymond que se quedara a fuera.
—¿Tienes las piezas?
—Estaba cerrado. Pasaré más tarde.
No tuvo ningún problema con el retraso de su
pedido. Más bien, me ofreció una copa de Hennessy
y tuve que rechazarla porque había pensado en
entrenar junto a los demás.
—Tú dirás, Bloody.
—He encontrado un chico sin hogar…
Me cortó.
—No somos un orfanato.
—Lo sé —observé, como se encendía un puro
—, pero estoy seguro que ese chico te servirá para un
futuro.
—¿Eso crees?
—Sí.
—¿Por qué? —Insistió.
—Es callado. Reservado y ni siquiera se queja
cuando siente dolor.
Vikram se levantó de su asiento y me preguntó
si estaba fuera la persona de la que estaba hablando.
Asentí con la cabeza y éste lo buscó para que
reuniera con nosotros.
El predicador que tenía en su interior, no tardó
en manifestarse cuando vio el rostro de Raymond.
—Job 16:5 —sostuvo el rostro de Raymond
entre sus manos—. Os podría alentar con mi boca, y
el consuelo de mis labios podría aliviar vuestro dolor.
Me miró extrañado y le hice una señal para que
no le hiciera caso. Vikram le pidió que se sentara a
mi lado y, Raymond no tardó en ocupar el asiento
continuo al mío.
—Debes de haber sufrido.
Raymond le respondió:
“Era muy pequeño. No recuerdo el
dolor. Y si lo recuerdo, suelo olvidarlo
con facilidad.”
Vikram también se sorprendió como yo que el
chico no fuera capaz de hablar.
—Marcos 11:25. Y cuando estéis orando,
perdonad si tenéis algo contra alguien, para que
también vuestro Padre que está en los cielos os
perdone vuestras transgresiones.
Corté a Vikram.
—¿Y bien?
—Puede quedarse con nosotros —se levantó de
la mesa para finalizar —, pero será tu compañero.
—¿Qué?
Yo estaba a gusto con Shana.
Vikram me pidió que acompañara a Raymond a
su nueva habitación y terminé saliendo del despacho
furioso. Era cierto que quería ayudarlo, pero no
estaba dispuesto a ser el niñero de un chico de quince
años.
Shana se cruzó en nuestro camino y cuando se
encontró con Raymond me preguntó:
—¿Quién es?
—Mi nuevo compañero —dije, a
regañadientes.
—¿Qué? ¿Qué pasa con nosotros dos?
No me importó que Raymond nos escuchara.
—Solo trabajaremos juntos cuando sea
necesario —fueron las palabras del jefe—. Lo siento,
guapa, te veré más tarde. Tengo que hacer de guía
turística a nuestro nuevo compañero. Te veo más
tarde.
Me guiñó un ojo y, antes que se alejara, golpeé
su trasero.
Su risa fue lo último que escuché antes de
perderme con Raymond por la base militar.
Capítulo 10

Estábamos muy borrachos. Shana siguió empujando


mi cuerpo hasta colarnos en una pequeña iglesia.
Rodeó sus hombros con mi brazo y me pidió que
siguiera caminando. Me quejé a través de palabras
que no tenían sentido. Quería dormir. Lo único que le
pedía era volver a la base militar antes que
descubrieran todos que nos habíamos fugado de
madrugada.
—Eres mío —susurró.
No la entendí.
—¿Qué…echaste…en…la…bebida?
Shana se tropezó y no sé cómo conseguí
levantarla del suelo. La acomodé contra mi pecho y
nos sentamos en uno de los bancos que había en la
iglesia.
—Un poco de SDA.
Miré a la rubia.
—¿Me…has…drogado?
Ella rio, e inconscientemente hice lo mismo.
—Deberíamos casarnos.
Otra carcajada.
—¿Qué… dices, Shana?
—Casarnos, gatito.
Mi cabeza se cayó hacia atrás y fue Shana
quien se encargó de levantarla con sus manos. Toqué
sus dedos con los míos y me acerqué para besarla.
—Formamos… una… pésima… pareja —mi
risa estalló en su boca—. Vamos…a…dormir.
Ella insistió en que nos quedáramos.
Se levantó del asiento que ocupamos durante
unos minutos y me pidió que me quedara ahí. Le hice
caso. Me tumbé y cerré los ojos. Estaba tan cansado
que no tardé en quedarme dormido.
Lo que me molestó fue que volvieran a
despertarme cuando todo me daba vueltas. Shana
apareció junto a un hombre y me ayudó a levantarme.
—Él es el pastor Adam.
—¿Un…cura? —pregunté, confuso.
—Un pastor, gatito.
El hombre, que estaba más cansado que
nosotros, estiró el brazo para estrechar mi mano. Me
costó mantener el equilibrio.
—Es…un…placer.
No podía ni hablar.
—¿Nos casará?
¿Estaba escuchando bien?
—Lo haré —dijo, y se escuchó furioso—. Pero
no vuelvan a venir a la casa del señor borrachos o
drogados. Es lo único que les pido.
Shana arrastró sus uñas por la camiseta que
llevaba y esperó a que el hombre soltara su discurso.
No llegué a prestar atención porque me quedé
dormido de pie.
Me despertó cuando llegó el momento de
hablar.
—Sí, quiero.
El pastor Adam me miró y dijo algo.
Seguí sin escucharlo.
—¿Gatito?
Miré a Shana y sonreí.
—Dime…guapa.
—Tienes que decir —hizo una pausa—. Sí,
quiero.
¿Qué?
—Sí…—ahí me quedé.
—Sigue, gatito.
El hombre la interrumpió.
—No sé si su pareja está de acuerdo con este
compromiso, señorita.
Shana se enfadó:
—¡Usted cállese!
La miré.
—¿Por… qué… estás… furiosa?
—Tienes que decir las palabras correctas,
Bloody.
—Tengo…sueño.
¿Por qué me retenía ahí?
—Por favor —suplicó, toqueteando mis labios
con los suyos.
Al final le di ese placer solo para que me dejara
en paz y me llevara a algún lugar donde pudiera
descansar un par de horas.
—Sí…—«¿Qué era lo siguiente?» —Sí…
quiero.
Lo recordé.
—Los declaro marido y mujer en el nombre del
Padre del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
—Amén —repitió Shana.
El hombre se alejó de nosotros.
—¿Shana?
—Lo sé, gatito —empujó mi cuerpo—. Vamos
a dormir. Sé que estás cansado. Lo siento.

***

Sentí como Shana retiraba mi cabello y acariciaba el


tatuaje que tenía detrás de la oreja. Se acomodó en mi
espalda y arropamos nuestra desnudez con nuestros
propios cuerpos. No tardó en acomodar su brazo por
encima de mi cintura y posar su mano en mi
abdomen.
—Si nos llama Vikram le diremos que
estábamos trabajando en el último camión de SDA
que ha llegado al puerto —dijo, y clavó sus dientes
en mi piel—. ¿Te encuentras mejor?
Me quedé quieto.
Seguía sintiendo frío y todo me daba vueltas.
Estuve toda la noche vomitando y deseando
deshacerme de esa dosis de droga que me tomé
involuntariamente.
—¿Dónde estamos?
—En un motel.
—¿En Carson?
Sentí como su barbilla se paseaba por mi
espalda al haber asentido con la cabeza. Posé mi
mano sobre la suya y no le di importancia que nuestra
piel estuviera húmeda.
—No me acuerdo de nada.
—Bebiste demasiado.
—¿Solo bebí?
Ella confesó:
—Eché un poco de polvo blanco para que nos
divirtiéramos.
—Soy el único que se sintió mal, Shana.
¿Acaso ella no había tomado SDA?
—Es porque no estás acostumbrado.
No sabía si estaba mintiendo, lo único que no
quería era discutir con ella.
—Tengo que ir al baño —le avisé, retirando su
mano de mi cuerpo.
Shana no tardó en ir detrás de mí.
—¿Te ayudo?
—No. Creo ser capaz de poder mear…—al
abrir la puerta, me quedé callado. En el suelo del
baño del motel, había un hombre muerto. Le habían
rajado la garganta y murió desangrado—. ¿Shana?
Me miró con una sonrisa que atravesó su
hermoso rostro.
—¿Por qué hay un hombre muerto en nuestra
habitación?
Quería respuestas y, las quería inmediatamente.
Ella jugueteó con su cabello y se comportó
como una veinteañera estúpida.
—No quería darme el certificado de
matrimonio.
—¿Qué certificado?
—El nuestro —tiró de mi cabello, haciéndome
daño. Me besó y me obligó a que siguiera besándola
cuando no me apetecía—. ¿Te has enfadado?
—¡Por supuesto que sí!
—Es un maldito pastor, Bloody. No pasa nada.
—¿No? —me llevé las manos a la cabeza—.
Lo buscarán cuando no de la primera misa del
domingo. ¡Joder! —recordé que era domingo—.
Vikram nos matará.
—No lo hará. Lo limpiaré todo y aquí no ha
pasado nada —sostuvo mi mano con la suya y me di
cuenta que llevábamos anillos de compromiso—.
Ahora estamos casados.
Me incliné hacia ella y la miré a los ojos:
—¿Te has vuelto loca?
Sacudió la cabeza.
—Es lo que quería anoche, Bloody.
—Lo dudo —le respondí, tendiéndole el anillo
de boda que habría robado—. Ya puedes limpiar este
desastre. Yo no quiero saber nada.
—¿¡Adónde vas!?
—A darme una ducha en el baño general del
motel.
Y, desde aquel día, me distancié de Shana. Era
cierto que me seguí reuniendo con ella de vez en
cuando en la primera cama que tuviéramos cerca.
Pero lo nuestro no volvió a ser como antes.
Shana se obsesionó y, no diferenciaba lo que
estaba bien con lo que estaba mal.
Ante mis ojos, era una compañera.
Ante los suyos, yo le pertenecía.
SECUESTRADA POR EL
PELIGRO
LIBRO 1
© Melissa Hall, 2020
© Ediciones M e l, s.l., 2020

Primera edición: junio de 2020

«Esta novela es una obra de ficción. Cualquier alusión a hechos históricos,


personas o lugares reales es ficticia. Nombres, personajes, lugares y
acontecimientos son producto de la imaginación de la autora y cualquier
parecido con episodios, lugares o personas vivas o muertas es mera
coincidencia.»

Reservados todos los derechos. «No está permitida la reproducción total o


parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de
ninguna forma o por cualquier medio, ya sea mecánico, electrónico, por
fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por
escrito de los titulares del copyright.»
Prólogo
BLOODY

Llegamos a las puertas del despacho con las botas cubiertas de barro. Antes
de colarme en el interior de la habitación, la persona que era mi compañero
de trabajo, me detuvo y lanzó una rápida mirada al calzado que cubría mis
pies. En un solo movimiento de cabeza me di cuenta del error que estaba a
punto cometer; nuestro jefe odiaba que ensuciáramos las moquetas que
habían incrustadas en el suelo de parqué. Así que no me quedó de otra que
liberarme de los zapatos torpemente. Me acomodé en la pared mientras que
observaba con una sonrisa al otro individuo que se deshacía de sus propias
zapatillas. Era tan respetuoso que a veces rozaba el límite de la sumisión. Y,
en el fondo, lo entendía. Todos teníamos que respetar a Vikram.
Cuando ambos terminamos, éste se ocupó de abrir la puerta y
anunciar nuestra presencia con un sonido curioso que surgió de su garganta.
Ya estaba acostumbrado. Vikram se encargó los dos últimos años en
ponerme a Raymond como compañero de misiones. Era un tipo raro.
Siempre iba acompañado por un pequeño bloc de notas y un par de
bolígrafos que escondía en el interior de su camisa.
El jefe no estaba solo. Los demás habían llegado una hora antes que
nosotros. Así que se encargaron de ocupar los asientos más cercanos al
hombre que nos reunió, y se nos quedaron mirando con el ceño fruncido.
Me disgustó tener que tirar de una de las sillas que había al final del
despacho. Como de costumbre, el gran Bloody, siempre ocupaba el asiento
más cercano al de Vikram; salvo en esa ocasión.
—¿Algún problema? —Preguntó el rumano, mirando su reloj.
Esperó una respuesta.
Y él único que se la dio fui yo.
—Los chicanos[4] insisten en que tienen tu permiso para mover su
mierda en Carson. Uno de ellos ha nombrado a Heriberto Arellano —evité
reír, pero no lo conseguí—. He tenido que callarlo. Era mi forma de marcar
el territorio.
Me sentí orgulloso después de golpear a los chicanos que intentaron
asustarnos con sus B92F. Estaba cansado de ver como los hombres de
Heriberto comercializaban la cocaína que exportaban de México, cerca de
los colegios de Carson. Los niños de doce años eran los primeros que
adquirían la mercancía. Después, las mujeres embarazadas. Y sus últimos
clientes, eran los chulos de las mujeres que trabajan en la esquina de la calle
Tolleson.
Vikram pareció disgustado con mi forma de trabajar. Él sabía cómo
funcionaba mi mente, así que me sorprendió que se llevara las manos a la
cabeza. Los demás, me observaron por encima del hombro y me di cuenta
que estaba de mierda hasta las cejas.
—Arellano y yo tenemos un pacto —dijo, clavando sus ojos negros
en los míos —. Él me da luz verde en los próximos proyectos que tendré en
Veracruz, y yo permito que sus chicos trabajen en mi ciudad. Siempre y
cuando ninguno rompa el trato del otro. Y no lo han hecho, Bloody. ¿Por
qué diablos has actuado primitivamente sin habérmelo comentado antes?
Raymond, o como solía llamarlo yo; Mudito, había intentado detener
cada golpe que impactó en los cuerpos de los hombres que cometieron la
estupidez de amenazarme. Dejé de romperle las costillas cuando un
vehículo de la policía se detuvo a unos metros de nuestra furgoneta.
Entonces, no me quedó de otra que salir huyendo.
Al pasar el cinturón de seguridad por encima de mi pecho, me
encargué de deshacerme de la sangre que cubrió mi piel. Fue inútil. Las
gotas de flujo carmesí cubrían mi vestimenta informal.
Y ahí estaba, buscando una respuesta para no enloquecer al hombre
que seguía dándome una oportunidad tras otra. Y que, de alguna forma,
siempre terminaba decepcionándolo. Desde que salí de la cárcel, Vikram
actuó como la figura paterna que nunca contemplé en mi verdadero padre.
Éste siempre intentaba mostrarme mis errores y buscaba una forma para que
yo mismo los corrigiera; podían ser castigos o simplemente charlas
verbales.
Imité su último movimiento y me limité a disculparme con él. Con los
brazos cruzados bajo el pecho, ocultando los nudillos heridos, di unos
cuantos pasos hacia delante y me planté delante de él. Era humillante soltar
las palabras que quería escuchar el otro cuando en el fondo no lo compartía.
—Cometí un error —dije, evitando el tono burlón con el que me
hubiera gustado expresarme.
Vikram endureció su expresión facial.
—Los demás no te han escuchado —alzó la voz, con el fin de
comunicárselo a todos. —Tú dirás, Bloody.
Bajé los brazos y oculté mis puños en los bolsillos de los vaqueros
oscuros. Tragué saliva e intenté borrar esa imagen de mi cabeza que me
obligaba a lanzarme sobre Vikram para recordarle que yo también era un
hombre fuerte y mis instintos primates me incitaban a acabar con él en
diversas ocasiones. Pero me moderé. Con una amplia sonrisa lo complací.
—Corregiré mis errores. Estoy dispuesto a encontrar a esos chicanos
—un gruñido me dominó durante un intervalo de tiempo —y les diré que
actué en consideración a mi nombre.
Vikram sonrió entrecerrando los ojos.
—Ezequiel 20:9-11 —murmuró. —Pero actué por honor a mi
nombre, para no quedar mal a los ojos de las naciones en medio de las
cuales vivían, pues delante de esas naciones me había manifestado a ellos y
les había prometido sacarlos de Egipto —detuvo sus palabras para que
todos lo escucháramos con atención. Sabíamos que Vikram tenía un pasado
antes de convertirse en unos de los mafiosos más importantes de Carson.
Nunca nos dijo quién era en realidad y de dónde venía. Era un hombre que
se aferraba a la biblia. De costumbre solía recitarnos versículos de memoria.
Por eso, a espaldas de él, lo llamábamos el predicador —. Yo los saqué de
Egipto y los llevé al desierto —apretó los labios y, me miró con el ceño
fruncido. Interpreté ese capítulo en el día que Vikram me sacó de las calles
de South Central y me dio un hogar. —Allí les di a conocer mis leyes y
mandamientos, que dan vida a quien los practica.
Silencio.
El despacho se hundió en un incómodo silencio que me encargué de
romper sin hacer uso de mi humor.
—Aceptaré el suplicio de los chicanos.
Nuestro mesías negó con la cabeza.
—Si dejas que te retuerzan el brazo, los hombres de Heriberto
Arellano ganarán poder en nuestro territorio. ¿Es lo que quieres?
Me estaba confundiendo.
Pero no, no era lo que quería.
—Por supuesto que no.
Vikram le pidió a los demás que salieran del despacho y acabamos
quedándonos solos junto a Mudito. Sacó uno de sus puros favoritos y lo
posó entre sus labios mientras que disfrutaba del Montecristo nº4.
—Tendré que arreglar tu error. Una vez más, estaré ahí para ti. Pero
—sabía que venía lo fuerte—, tendrás que hacer algo por mí —Vikram
sabía que jamás me negaría a hacer cualquier trabajo que me mandara—.
Mandaré a Brasen para que obsequie a los mexicanos con diez kilos de
SDA. Podrán distribuirla por su zona, pero se tendrán que mantener al
margen del puerto. Nosotros dominamos O’Call Village; los marrones no
pueden quedarse con nuestra parte.
—Me parece bien.
Mudito escribió la misma respuesta que solté, pero escrita en su bloc
de notas.
—Vosotros iréis a Sacramento —dejó el puro al filo de la mesa de
madera y abrió uno de los cajones del escritorio para mostrarnos una
fotografía. En la imagen, el rostro de una adolescente era nuestro objetivo;
detrás, teníamos la información necesaria. Sostuve entre mis dedos el papel
brillante y leí el nombre de la joven.
—Alanna Gibbs. ¿La hija de Gael?
Éste asintió con la cabeza.
—Secuestradla.
Mudito y yo nos miramos.
Habíamos secuestrado a gente, pero más bien era para hacerles hablar
y que confesaran donde estaba el dinero que nos debían. Pero llevarnos a
una adolescente en contra de su voluntad, era nuevo para ambos.
—Y, ¿qué hacemos con ella?
—Primero sacadla de la ciudad.
Mudito escribió algo y lo leí yo en voz alta:
—Tendrá protección. Su madre se ha presentado a las elecciones.
Vikram nos tendió un sobre con la información de la hija de Gael
Gibbs; estaban sus horarios de clases, sus salidas y dónde solía reunirse
cuando salía de casa.
—Cuando los medios de comunicación dejen de hacer ruido con su
nombre —dijo, y posó una vez más el puro en su boca —, entonces volvéis
con ella.
No me gustaba la idea de estar un tiempo fuera. Y menos cuando
había iniciado una pequeña guerra con los chicanos.
—¿Tengo que torturarla? —Pregunté, recordando el protocolo que
ejecutábamos en los secuestros.
—¿Raymond? —El chico miró a Vikram. —Asiente o niega con la
cabeza ante esta pregunta —Ambos esperamos impaciente—. Si Bloody le
pone una mano encima a la chica, y yo te pido que lo mates, ¿lo harás?
Alcé una ceja y con una amplia sonrisa miré a Mudito.
A éste no le quedó otra opción que hacer caso a nuestro jefe. Movió
con fuerza la cabeza de arriba a abajo y apartó sus ojos de los míos.
—Nada de ponerle una mano encima —fue claro, y lo acepté—. Y,
hacedme el favor, no os dejéis manipular.
«¿Manipularme una cría?» —Pensé.
Conduje la furgoneta negra durante siete horas hasta la casa de Alanna
Gibbs. Dos hombres filipinos trabajaban en la parte delantera del jardín. Un
vehículo negro se detuvo delante. El hombre salió y esperó a reunirse con
sus jefes; como los minutos pasaban y nadie salió de la mansión, el hombre
acabó encendiéndose un cigarro.
Yo deseé hacer lo mismo. Pero Mudito no me lo permitía; solía
quejarse a través de sus largas notas de texto.
Y así hizo. Posó una nota sobre mi regazo.
—¿Quién es Gael Gibbs? —Leí en voz alta—. El hombre que
traicionó la confianza de Vikram.
Mudito recogió la fotografía de la adolescente y la miró con atención.
—¿Te gusta? —Le pregunté. Él se encogió de hombros; Antes de
secuestrarla, Mudito comprobó que la información que tuviéramos de ella
fuera la correcta. Estuvo dos días siguiéndola mientras que yo me lo pasaba
genial en el bar de ricos que había en Boulevard Park. Follé como un loco.
Escribió su respuesta.
—Es guapa —volví a leer. Intenté burlarme de él un rato, pero me di
cuenta que la chica había salido de su hogar. El chófer apagó el cigarrillo y
le abrió la puerta. —¡Vamos! —Golpeé emocionado el volante. —Por fin
algo de acción.
Los seguimos durante un par de minutos y se detuvieron en la
propiedad de los Thompson. Ella bajó del coche y se despidió del chófer.
Yo también esperé perderlo de vista antes de salir de la furgoneta.
Pero una mano me detuvo. Mudito me mostró otro trozo de papel.
“Ten cuidado.”
—Estaré bien —lo tranquilicé.
“Me refiero con ella. Sé sutil, por favor.”
Reí.
Mudito no confiaba en mí.
Y hacía bien.
Me bajé de la furgoneta y esperé a que Mudito se escondiera en la
parte trasera; ocultó su rostro con una máscara negra y me enseñó el pulgar
para darme el visto bueno.
Sacudí la bomber y caminé con tranquilidad. Al llamar al timbre,
antes de que alguno de esos niños de papá se cruzase conmigo, me arreglé
el cabello.
Y quedé cara a cara con ella.
Capítulo 1
ALANNA

Antes de ir a clase, pasé por el comedor con la intención de desayunar. Bajé


la cartera que acomodé en el hombro, y la escondí debajo de la silla que
ocupé. Ronald, el novio de mi madre, se encargó de untar mermelada y
crema de cacahuete en las tostadas que nos sirvió Xiao-Mei. Me relamí los
labios ante el deseo de hincarle el diente al trozo de pan de molde, y cuando
conseguí atraparlo entre mis dedos y guiarlo hasta mi boca, sentí como una
mano impactaba en mi mejilla.
—Te he dicho muchas veces que no puedes superar las doscientas
calorías en la primera comida—dijo mi madre, retirando las tostadas que
había sobre la mesa. —Yo con tu edad pesaba cuarenta y cinco kilos. Y tú,
Alanna, pesas siete más. Prometiste adelgazar. ¿Lo recuerdas?
Bajé la cabeza. Mi madre siempre había sido muy estricta conmigo,
tanto, que controlaba semanalmente mi peso. Solía decir, que una mujer
gorda no podía salir preciosa en las fotografías. Yo pensaba que se
equivocaba, pero no reunía el valor suficiente para decírselo. Así que me
limitaba a observar cómo comían los demás mientras que yo intentaba
disfrutar de una pieza de fruta y un yogur edulcorado.
—Quedan dos meses para que nos presentes en sociedad como una
familia feliz. Intentaré perder los siete kilos.
En un intento de levantarme de la silla, ella me detuvo. Empujó mi
cuerpo y me obligó a que la mirara a los ojos; unos ojos grandes, negros y
muy expresivos. Los temía.
—Lo harás —me corrigió. —No me importa como lo consigas. Pero
deshazte de ellos. ¿De acuerdo?
Zarandeé el brazo para librarme de su agarre. Finalmente, acabé
asintiendo con la cabeza para desaparecer de casa. Ni siquiera fui capaz de
despedirme de Ronald cuando me crucé con él en la entrada. Bajé la cabeza
y leí los últimos mensajes que había recibido de mis amigos.
Jiang esperaba sentado en el capó del coche. Al verme aparecer, tiró
el cigarrillo que sostuvo durante unos segundos, y se adentró en el vehículo
para llevarme a clase. Antes de que arrancara el motor, le pedí que me
dejara en el hogar de Evie porque iríamos juntas al instituto. Le mentí. Los
padres de mi mejor amiga habían decidido celebrar las bodas de plata y la
dejaron sola, sin nadie que cuidara de ella. El plan era saltarnos las clases
aquel día.
Arrastré junto a mí la cartera, y cuando abrieron las puertas de la
mansión Thompson, me deshice de la carga que destrozaría mi hombro.
—Aquí tienes, nena —dijo Evie, cambiándome los libros por un
cigarro liado —, disfruta. Harry está arriba. Lo he invitado. Pensé que
querías verlo.
Le di una calada; no sabía muy bien cómo me afectaría fumar
marihuana con el estómago vacío. Se lo devolví porque no quería
arriesgarme, y planté otro beso en su mejilla antes de desaparecer. Estaba
deseando ver a Harry desde hacía semanas. Subí los escalones, y antes de
reencontrarme con él, me colé en la habitación de Evie para cogerle
prestado uno de sus bikinis. Estaba segura que acabaríamos todos juntos en
la piscina, así que me adelanté.
Terminé de vestirme de nuevo, y salí con una sonrisa que no
desapareció. Al otro lado del pasillo, se encontraba Harry, sosteniendo una
birra mientras que me guiñaba un ojo. Me acerqué hasta él y dejé que me
besara desesperadamente; sus labios, finos pero juguetones, atraparon los
míos.
—Me gustan los mensajes guarros que me envías por las noches —
susurró, y lamió el lóbulo de mi oreja. Empujó su cadera para que sintiera
lo excitado que estaba. —¿Te gustan las fotos que te envío?
Reí.
—Sí —jadeé, cuando una de sus manos se encargó de tirar del
elástico de la falda. —Pero ya te lo he dicho, Harry, no me pienso acostar
contigo.
Dejó de besarme, pero no detuvo su mano. Harry me gustaba, pero no
lo suficiente como para llevarlo a mi cama. Mientras tanto, el chico con el
que solía ir cogida de la mano, solo estaba dispuesto a tener sexo. Por eso
accedía por las noches a seguirle el juego hasta que me quedaba
completamente dormida.
—Déjame meterte un par de dedos —suplicó. —No te haré daño,
Alanna.
Detuve su mano antes de que tirara de la fina tela de la parte inferior
del bikini, y agradecí que Evie apareciera junto a su novio y me pidiera que
abriera la puerta principal. Harry se molestó, y volvió a empujar la botella
de cerveza a sus labios. Le dije que después hablaríamos, y desaparecí de
allí para recibir al último invitado; Noah, el chico que le vendía el cannabis
a Evie. No solía moverse en nuestro circulo social, pero se dejaba caer en
las fiestas que organizábamos.
Me escondí el teléfono móvil detrás de mi espalda y dentro de la
falda. Y cuando me aseguré que la goma sostenía el iPhone, abrí con la
intención de recibir al quinto miembro del grupo de estudio. Pero delante de
mí no se encontraba Noah, había un hombre joven, de media melena rubia y
ojos azules. Su forma de sonreír no me gustó.
—¿Quién eres?
Antes de responder, acomodó un cigarrillo en su boca.
—Bloody —se presentó, echándome todo el humo en la cara. —¿Ves
la furgoneta que hay detrás? —Miré por encima de su hombro. Como bien
había dicho, detrás de él se encontraba un vehículo negro con unas llamas
de fuego grafiteadas en uno de los laterales. —¡Bién! Metete ahí. No quiero
hacerte daño.
¿Estaba bromeando?
Intenté cerrar la puerta, pero su enorme bota marrón me lo impidió.
Adentró el brazo y sus dedos tiraron de mi camisa, empujando mi cuerpo a
que abandonara la casa de Evie.
—¡Suéltame, hijo de puta!
—Cállate, cielo. Sigo pensando que será un secuestro limpio.
¿Un secuestro?
Antes de que me rodeara con su fuerte brazo, empecé a gritar con
todas mis fuerzas sin importarme que se me destrozaran las cuerdas
vocales. Pero el tal Bloody fue rápido. Su mano aplastó mis labios,
impidiéndome que siguiera pidiendo ayuda.
Empujó mi cuerpo, arrastrándome hasta la parte trasera de la
furgoneta. Y antes de que cerrara las puertas, luché una vez más, intentando
huir.
El problema fue el golpe que recibí.
Capítulo 2

La parte trasera de la furgoneta apestaba a alcohol barato y a marihuana


recién cortada. Desperté por las duras sacudidas que recibí cuando el
vehículo se salió de la autopista. Recordé el golpe que me dejó
inconsciente, e inmediatamente llevé mi mano detrás de la nuca; no había
sangre, pero seguramente mi piel se quedaría marcada por un gran
hematoma. Incorporé mi cuerpo que se encontraba tendido, arrimándome a
una esquina y buscando algo de claridad. Estaba tan oscuro, que empecé a
obsesionarme con que había alguien conmigo en aquel espacio tan pequeño.
«Idiota» —Pensé.
Rebusqué detrás de mi espalda, y cuando encontré el teléfono móvil,
lo desbloqueé para pedir ayuda. Si localizaban el iPhone, el secuestrador no
se saldría con la suya. Así que cuando el aparato iluminó la parte trasera de
la furgoneta, las notificaciones empezaron a sonar. Tenía mensajes de mis
amigos e incluso de mi madre, y estaba segura que ninguno de ellos podría
ayudarme. Así que lo más lógico fue marcar el número de la policía.
Un tono.
Dos tonos.
De repente escuché una respiración muy cerca.
Aparté el teléfono para iluminar a mi alrededor. Delante de mí no
había nada, pero no se me ocurrió alumbrar hacia el suelo.
—Departamento de Policía de Los Ángeles.
Y cuando incliné hacia abajo mi mano, un grito alertó a los agentes de
policía de que algo grave estaba pasando. La esquina que escogí para
esconderme, también había sido ocupada por una persona que se encontraba
tendida en el suelo. Ocultaba su rostro con una máscara negra. Ladeó la
cabeza mientras se levantaba de la oscura plataforma. Cuando intenté
apartarlo de mi lado, me arrebató el teléfono, lanzándolo bien lejos mientras
que emitía unos sonidos muy extraños.
Inconscientemente empecé a temblar ante el miedo que sufrí. La
furgoneta se detuvo bruscamente, consiguiendo que el cuerpo de esa
persona que estaba a mi lado cayera sobre mí. Seguí gritando con todas mis
fuerzas, sin importarme que volvieran a golpearme de nuevo. Y cuando ese
individuo intentó posar la mano sobre mis labios, lo mordí como si se
tratara de un trozo de carne que podía devorar.
Siguió emitiendo sonidos extraños, pero en ningún momento gritó de
dolor. Las puertas de la furgoneta se abrieron, y la luz del día iluminó por
completo lo que estaba pasando. Bloody, el secuestrador de rostro
descubierto, nos miró a ambos. No estaba segura si la persona que mordí
estaba sufriendo otro secuestro como el mío, o era uno de ellos.
—¿Qué cojones está pasando? —preguntó, adentrando su cuerpo.
El hombre que agredí sacó algo del bolsillo de su pantalón, garabateó
algo y se lo mostró a Bloody.
—¿Te ha mordido? —Empezó a reír. —¡No me jodas! Si parece
vegetariana.
—¡Sois unos hijos de puta! —Grité, al darme cuenta que iban juntos.
Intenté levantarme para huir hacia algún rincón. Pero el que estuvo
conmigo me agarró por el tobillo, deteniéndome. —¿Qué queréis? ¿Dinero?
El rubio se acercó. Estuvo mirándome en silencio y le dio tiempo a
encenderse un cigarrillo que había escondido detrás de la oreja. Le dio un
par de caladas y volvió a mirar a su compañero, el cual volvió a escribirle
algo en el bloc de notas. Yo también lo leí.
“Tiene un teléfono móvil.”
Tragué saliva.
Bloody me miró.
—¿Has llamado a alguien?
Mentí:
—No.
El de la máscara volvió a escribir.
“A la policía.”
—¿Cuántos segundos?
“Dos.”
Jugueteó con el cigarro, y lo tiró fuera de la furgoneta. Se levantó del
suelo y me obligó a que lo acompañara. Por suerte seguíamos en la
autopista cuando en realidad pensaba que nos habíamos salido. Aun así,
estábamos tirados en medio de la nada. Si algún coche se dignaba a pasar
por allí, pediría ayuda.
—Desnúdate —dijo, cuando puse los pies en el asfalto.
—¿Qué?
El otro seguía con sus extraños sonidos de fondo.
—¡Qué te desnudes! —Gritó, asustándome. —Tengo que comprobar
una cosa, cielo.
Suavizó sus órdenes. Al darse cuenta que seguía sin obedecer, se bajó
la cremallera de la cazadora bomber para mostrarme el arma que llevaba
escondida.
No me quedó de otra que quitarme la falda, desabrocharme la camisa
y quedarme únicamente con el bikini que le había cogido prestado a Evie.
Bloody no dejó de mirarme.
—Sigue —pidió.
—Por favor —supliqué. —Mi madre es Moira Willman. Si haces una
llamada, ella te abonará la cantidad de dinero que desees.
Esa zorra, que me dio la vida, podía darle todos los ceros que quisiera
en un talón para no verse involucrada en un escándalo antes de las
elecciones.
Bloody se cruzó de brazos.
—Date la vuelta.
Se lo concedí. Giré lentamente, quedándome cara a cara con el
hombre que me acompañó en el corto viaje que dimos dentro de la
furgoneta. Su máscara, la que ocultaba su rostro, me inquietaba; era oscura,
sin detalles y únicamente el relieve del plástico le daba una forma de rostro.
—Desnúdate —volvió a repetir. —Mi amigo nunca ha visto unas
tetas. Si te desnudas, no te mato.
A ese imbécil parecía que no le importaba en absoluto el dinero. Se
quedó detrás de mí, jugueteando con las cuerdas del bikini como había
hecho anteriormente con el cigarro que se fumó. Sentí su cálido aliento
azotando mi piel.
—Vamos, cielo, no tenemos todo el día.
Capítulo 3

Ansioso, golpeó mi trasero con la suela de su bota para que me acercara a la


furgoneta. El otro secuestrador, un hombre sin rostro, alzó la cabeza con
curiosidad. Tenía dos opciones y estaba segura que ambas me expondrían
desnuda. Si le mostraba mis pechos, Bloody ganaría. Si me negaba, éste
encontraría una forma de desnudarme. Así que cerré los ojos e intenté
armarme de valor para hacerlo lo más rápido posible.
Lo que no esperé fue que el hombre que emitía sonidos extraños
detuviera la orden del que parecía ser el cabecilla del secuestro.
—¿No quieres verle las tetas?
Lentamente fui abriendo los ojos.
“No. Recuerda el plan.”
Lo observé por encima de los hombros. Se pasaba de una mano a otra
las prendas de ropa y esperé a que me dejara cubrirme con la falda y la
camisa. Pero no fue así. Bloody las tiró y sacó el mechero que se guardó en
la bomber para quemarlas.
—La próxima vez que llame a Vikram, le recordaré que no me vuelva
a enviar con el mudo —gruñó, e hizo una señal para que le lanzaran la bolsa
oscura que había dentro del vehículo. Rebuscó algo hasta sacar unos
pantalones de deporte y una sudadera. —Vístete, cielo. La diversión ha
terminado.
Me vestí bajo su atenta mirada. La ropa que me dejó se escurría de mi
cintura por ser un par de tallas más de las que solía usar a diario.
—Los brazos a la espalda —otra orden. Obedecí, no quería llevarme
otro golpe. Presionó mis muñecas con unas esposas. —Si te portas bien,
cuando ese capullo esté dormido, te las quitaré.
Toqueteó mis dedos con los suyos.
—¿A cambio de qué?
Él soltó una carcajada.
—Tal vez una mamada —respondió.
Lo miré alzando una ceja, y le dije:
—Entonces me iré a la cama con las esposas.
—Uhm, cariño. Te gusta jugar duro.
—Contigo no.
Unos golpes rompieron la estúpida conversación que estábamos
teniendo.
“¿Qué cojones haces?” —escribió.
Éste, antes de responder, mostró su mejor sonrisa mientras que se
recogía la melena rubia con las manos.
—Creo que fuiste tú el que me aconsejó mantener una conversación
antes de follarme a alguna tía. Simplemente lo acataba.
El hombre de la máscara salió de la parte trasera de la furgoneta y le
plantó cara a Bloody. Era más alto que él. Rondaría el metro noventa y
cinco mientras que su compañero era diez centímetros más bajo.
“No le vas a poner una mano encima, Bloody.”
Agradecía que ése tuviera la cabeza bien amueblada. En los últimos
años, nuestra ciudad fue sacudida por las bandas callejeras. Cada día había
violaciones, secuestros y muertes. Por eso mi madre quiso formar parte del
equipo político y convertirse en senadora.
—Y, ¿quién me lo va a impedir?
Ellos dos siguieron discutiendo, y yo todavía no había visto pasar
ningún coche. Fui alejándome poco a poco de ellos. Sin llamar la atención.
Si conseguía apartarme del vehículo y de los matones, saldría corriendo.
—¡Tú! —Me descubrió. —Da un paso más y te vuelo la cabeza.
Seguía amenazándome y yo estaba perdiendo el miedo. Si su idea era
matarme de todas formas, antes del último suspiro, le diría unas cuantas
cosas al capullo que creía que me dejaría traumada de por vida con su
chulería y el arma que me arrimaba de vez en cuando.
—Creo que no tienes cojones de apretar el gatillo —dije, sin
arrepentirme.
Bloody le dio la espalda a su compañero para intimidarme. No me
moví, dejé que se acercara lentamente con esa sonrisa de psicópata.
—¿Qué has dicho?
«No sigas» —dijo, esa voz interior que quería salvarme el trasero.
—Tienes la polla tan pequeña que intentas compensarla con el arma
que te acompaña.
Joder, sí. De esa no salía.
Empezaba a arrepentirme.
“Bloody” —leí.
Pero no tuvo su atención.
—Cielo, te dolerá más que yo te la meta a que te atraviese con una
bala —siguió avanzando con el arma en la mano. —Vamos a estar juntos
una temporada. Haz el favor de no tocarme los huevos.
—¡Qué te jodan!
—¡A la mierda! —Estalló.
Su cómplice intentó detenerlo, pero fue demasiado tarde. Empujó el
gatillo, disparando sin miedo a mi reacción.
Un zumbido me dejó aturdida. Empecé a gritar por verme
incapacitada a escuchar los pocos sonidos que me rodeaban. Podía verle a
él, riendo ante el daño que me había dejado. Seguramente me había
perforado el tímpano; disparó tan cerca, que hasta sangré.
Me levantó del suelo, empujó a su compañero que intentó retirarme el
cabello del oído, y me obligó a que ocupara el asiento del copiloto.
Estuvimos horas en la carretera. Mi cuerpo se echó hacia delante ante la
incomodidad de tener los brazos detrás de la espalda. Poco a poco, recuperé
la audición de la oreja izquierda.
—¡Mudito! —Avisó. —He encontrado un motel. Descansaremos ahí.
Le respondieron con un golpe desde la parte trasera. Aparcó la
furgoneta, y cuando sacó la llave de contacto, me obligó a mirarle mientras
que me quitaba las esposas. Lo tenía tan cerca, que su nariz acarició la
curva de mi cuello.
—¿Te lo has pensado mejor?
Me encogí de hombros. No sabía de qué estaba hablando.
—Te doy mi palabra que no volveré a hacerte daño si tú me prometes
algo —me alejé de él, y golpeé mi espalda contra la puerta. —Es un motel
pequeño, estoy seguro que no tienen habitaciones disponibles. Así que
seguirás mi plan como una buena chica. Llegaremos a la recepción como un
par de enamorados recién casados y tú te limitarás a asentir con la cabeza.
No quiero que hables, ni que lances señales de auxilio. ¿Me has entendido?
—¿Por qué haces esto?
Él suspiró.
—No acabes con la poca paciencia que tengo.
Se escucharon más golpes.
—¡Qué si, joder! —le gritó Bloody.
Volvió a mirarme.
—¿No tienes miedo de ir a la cárcel?
—Ya he estado en una, cielo —salió del vehículo y se reunió conmigo
al otro lado. —Te lo vuelvo a repetir. Sé una buena niña para sobrevivir.
¿Lo entiendes?
No me quedó de otra que asentir con la cabeza.
Tiró de mi brazo, obligándome a que siguiera sus pasos. Por el
camino, una mujer de cabello caoba largo que vestía con unos shorts
diminutos, se detuvo para observar a Bloody, el cual hizo lo mismo con
ella.
—Hola, nene.
Bloody saludó guiñándole un ojo.
Nos alejamos de ella y empujó las puertas del motel. Delante, estaba
la pequeña recepción.
—Buenas tardes, ¿puedo ayudaros?
—Hola, señorita —acomodó los brazos sobre la recepción, mostrando
sin darse cuenta los tatuajes grabados en su piel. La mujer mayor, sonrió
con timidez. —Mi mujer y yo nos preguntábamos si hay alguna habitación
disponible.
—Siento deciros que no.
—Es una lástima, porque nos acabamos de casar y mi querida mujer
está cansada.
—¡Qué bonito!
«Precioso.» —Pensé.
—¿Católicos?
Bloody respondió:
—Sí.
La mujer se alegró.
—Haré algo. El señor os ha mandado aquí, y no pienso dejaros sin un
techo.
—Qué Dios la bendiga.
«Amén.»
Nos dio la espalda para rebuscar en la diminuta estantería donde
guardaba las llaves de las habitaciones, y Bloody acomodó la mejilla
encima de mi hombro.
—Bésame —susurró.
—¿Qué?
—Bésame para hacerlo más creíble.
Reí, y la mujer nos miró por encima del hombro para lanzarlos una
sonrisa ante lo acaramelados que estábamos. Cuando volvió a girarse, le
respondí.
—Ni hablar.
Siguió insistiendo.
—¿Qué tiene de malo un beso?
Alcé una ceja.
—Me secuestras. Me disparas cerca del oído. Y, ¿quieres que te bese?
Asintió con la cabeza.
Quedé aturdida ante la situación.
Bloody se incorporó, posó los dedos por debajo de mi mentón y puso
en marcha su boca sobre la mía.
Capítulo 4

No sólo cubrió mi boca con la suya, su lengua se hizo paso entre mis labios
y tenía la sensación de que no la abandonaría tan fácilmente. Así que
acomodé mis manos sobre su duro pecho, y cuando intenté apartarlo de mí,
paseó el cañón de la pistola por mi vientre con la única intención de
asustarme. Pero no lo conseguiría. No podía disparar y menos con un
testigo delante. Su juego se terminaría.
Así que cuando noté la lengua posarse por encima de la mía, la
mordisqueé sin miedo a que soltara un grito y me abofeteara delante de la
mujer que nos buscó una habitación para alojarnos. Me apartó bruscamente,
nos dio la espalda y escupió en la palma de la mano toda la sangre que
conseguí provocarle. La próxima vez si quería besarme, tendría que buscar
una excusa mejor.
Me lanzó una amenazante mirada a través de sus ojos azules, y cogió
las llaves que le tendió la casera del motel. Aferró los largos dedos
alrededor de mi muñeca, y me sacó a la fuerza sin agradecerle una vez más
a la única persona que nos daría cobijo en un motel barato a las afueras de
mi ciudad.
—Vuelve a morderme —gruñó —y te corto la lengua.
Bloody no me miró.
—Vuelve a besarme —seguí con su juego de palabras —y haré que te
corten el miembro cuando te cacen.
Soltó una de esas carcajadas que me estuvo acompañando desde que
abrí la puerta de la casa de mi mejor amiga. Detuvo los pasos, no
terminamos de llegar a la furgoneta. Me dejó cara a cara con él, dispuesto a
soltar una de esas chorradas que le levantaban el ego.
—Te estás obsesionando con mi polla, cielo. ¿Quieres tener la boca
ocupada?
Le enseñé mis bonitos dientes blancos.
—Casi me quedo con un trozo de tu lengua. Ten cuidado.
Enredó sus dedos en mi cabello negro. Obligándome a que levantara
la cabeza y siguiera perdiéndome en su mirada.
—No pasa nada —me lanzó un beso. —Mientras que pueda seguir
jugando con ella, puedes arrancarme lo que quieras. ¿Te atreves?
—A tu amigo no le hará mucha gracia —solté, una vez que vi que su
otra mano voló hasta la bragueta de los enormes vaqueros que vestía. —
¿Quieres que lo llame y se lo preguntamos?
—Mudito no siempre estará presente, cielo.
—¿Puedes dejar de llamarme cielo?
Se inclinó con cuidado, acercando ese rostro que pegó junto al mío
para estar de nuevo más cerca.
—No.
Me mordisqueé el interior de la mejilla e intenté apartar su mano de
mi cabello con cuidado. No se molestó. Dejó que apartara sus dedos y seguí
mirándolo a los ojos. No podía tragar saliva delante de él o demostraría
debilidad. Si seguía manteniéndome fuerte, Bloody no ganaría esa batalla
de macho alfa.
—¿Te han dado unas cuantas fotos mías y no te has tomado la
molestia de aprenderte mi nombre?
Quería descubrir más. En algún momento, sacaría información de la
persona que los mandó a secuestrarme. Lo que tenía que hacer era jugar
hasta que soltara un par de datos y grabarlos en mi cabeza.
—Siento decepcionarte. Me gusta más cielo que Alanna.
Sí, me conocía.
—Lo entiendo —reí, estaba haciendo tiempo por si algún camionero
pasaba por el motel y me ayudaba. —Te has quedado anonadado con mi
belleza. Ten cuidado de no enamorarte.
Bloody volvió a reír.
—¿Estás segura? —sacó el paquete de cigarros que escondió en uno
de los bolsillos traseros de los vaqueros. Acomodó el cigarro entre sus
labios y se lo encendió. —Deberías documentarte un poco sobre el
síndrome de Estocolmo. Te vendría bien.
—El problema, Bloody, es que eres tú quien quiere follarme. No yo.
—Tiempo al tiempo, cielo. Acabarás suplicando. Tienes diecisiete
años. Eres una perra caliente. Y lo entiendo —acarició mi piel con sus
nudillos, sintiendo el calor del cigarro en mi mejilla. Detuvo sus palabras
para darle cinco caladas más al cigarrillo, y volvió a tirarlo sin consumirlo
del todo. Sacó mi teléfono móvil y me obligó a desbloquearlo con mi
pulgar. No sé qué buscó en ese momento, pero empezó a reír sin parar. —
Mañana me arrepentiré, y espero que no seas cruel conmigo, Harry. Acabo
de tocarme por encima de las bragas, y ¡Dios! Estoy ardiendo. Quiero que
me toques. Necesito que me beses mientras que siento tu erección sobre mi
vientre.
—Deja de leer —le advertí.
—Estoy tan húmeda, Harry. La foto me ha puesto caliente —Bloody
examinó mis mejillas. —¿Crees que la tengo pequeña? —Me enseñó la foto
de Harry. —Pues aquí tienes una parte de lo que yo escondo.
—Eres un hijo de puta —susurré.
—Y tú una niña muy mala —se perdió de nuevo en la conversación
de WhatsApp. —Mmmm, Harry. ¿Cómo debería meterme los dedos? Dame
instrucciones, cariño. No seas malo. Está enorme y erecta. No podría
metérmela en la boca…
No terminó, mi mano impactó en su mejilla. Bloody bloqueó el
teléfono móvil y volvió a empujarme hacia él.
—No vuelvas a golpearme —no respondí. No dije nada. Lo miré.
Cargada de ira y asco. —¿¡Me estás escuchando!?
Era lo que necesitaba. Su rabia lo delataría. Gritaría tan fuerte, que las
pocas personas que estuvieran en el motel, se asomarían para ver qué estaba
sucediendo en el parking. Y lo que verían los incitaría a acercarse; un
hombre maltratando a una mujer verbalmente. Estaba acabado.
—Eres un puto perro rabioso. ¡Asqueroso!
—¡Qué bonito! La niña, aparte de excitar a los hombres, me ha salido
rebelde. Lo tienes todo, cielo.
—¡Qué te jodan!
—¡No me grites! —elevó más la voz.
Y cuando parecía que lo tenía todo bajo control, su compañero
apareció para detenernos. Apartó las manos de Bloody que se habían
aferrado a la sudadera que me dio y le plantó cara mientras que me retenía
por la manga de la prenda de ropa.
—¿¡Qué me tranquilice!?
Su amigo ni siquiera le escribió nada con su bloc de notas. Y tampoco
miró su expresión facial porque estaba oculta por una máscara. Pero lo
conocía perfectamente.
—Me ha estado tocando las narices en todo momento —se defendió.
—Imbécil —susurré.
Pero me escuchó.
—¿Qué has dicho?
Intentó apartar a la persona que se puso en medio, pero no lo
consiguió. Éste, le arrebató las llaves de la habitación y con un movimiento
de cabeza nos indicó que iríamos a refugiarnos. Y así terminé. Siguiendo
los pasos del chico de la máscara mientras que Bloody seguía los míos a
regañadientes.
Era una habitación de motel pequeña; había una cama de matrimonio,
un sofá, un televisor antiguo y un baño.
Cerraron la puerta, e inmediatamente se acomodaron en la
desagradable habitación.
—Tengo que ir al baño —anuncié.
—Voy con ella —dijo Bloody, levantándose de la cama.
El otro fue rápido. Sacó el bloc de notas y escribió algo.
—Tengo que vigilarla.
Tuvo otra respuesta.
“No.”
Bloody se mordió el labio, enloqueciendo por no poder hacer lo que
él quisiera.
—Si se escapa, tú tendrás la culpa.
“Me haré cargo.” —Escribió, junto a otro mensaje que me enseñó:
“Tranquila. No pasará nada.”
Asentí con la cabeza y me colé en el interior del baño. Tuve que
empujar los dedos debajo de mi nariz por el mal olor que desprendía la
bañera. Estaba convencida que nadie había sido capaz de desinfectar el
motel desde hacía años.
Levanté la tapa del W.C., y sin sentarme, intenté orinar. Cuando
intenté limpiarme, me di cuenta que las cosas no podrían ir a peor.
—¡Maldición! —golpeé el rollo de papel higiénico.
Salí de allí y me di cuenta que Bloody abandonaba la habitación.
—Iré a por unas cervezas —le anunció a su amigo.
Éste le escribió algo.
“Y cena. Ella tiene que comer algo.”
Eso era lo de menos, necesitaba algo más urgente.
—¿Podrías comprarme algo? —pregunté, dando unos pasos por la
habitación, sin terminar de acercarme hasta él.
—No.
—Por favor —supliqué, porque no tenía otra opción. —Necesito
tampones.
Bloody cerró la puerta y se acercó con chulería.
—¿Te presto mi dedo?
Era asqueroso.
Le tiraron el bloc de notas a la cabeza y leyó el mensaje en voz alta:
—Compra los malditos tampones —dijo Bloody, mirándonos a
ambos. —Está bien. Tampones para la niña. ¿Algo más?
«Sí, piérdete» —Pero sólo lo pensé.
Salió de la habitación dando un portazo y nos quedamos solos. El
hombre de la máscara recogió su diminuta libreta, y se tiró en el sofá
mientras que seguía mis pasos con la mirada. Estaba cansada. No había
comido, y con la dieta mi cuerpo se rendía antes que el de los demás. Me
senté sobre la cama y miré la extraña máscara que ocultaba al otro
secuestrador.
—Él te llama Mudito. ¿Es tu apodo?
“No. Mi nombre es Raymond.”
Con él se podía mantener una conversación. Al menos no gritaba
como Bloody.
—Raymond —tenía que convencerle de que estaban cometiendo un
gran error reteniéndome —, tú pareces inteligente. No os metáis en un lío.
Estáis a tiempo para desaparecer y que no os denuncie. Lo prometo. No iré
a la policía.
Mentira. Tenía el rostro de uno grabado.
“Es nuestro trabajo.”
—Y, ¿qué quieren de mí?
“No puedo darte esa información.”
—¿Es por mi madre?
“Alanna, será mejor dejar la conversación.”
—¡No es justo!
“Lo sé. Pero cuando estés con nuestro jefe, reclámale a él. Bloody y
yo solo cumplimos órdenes.”
—¿Os ha dicho que me toqueteéis como está haciendo ese imbécil
conmigo?
“No. Nos pidió que te cuidáramos. Y eso es lo que vamos a hacer.”
—¿Cuidarme? —Reí. —Si tenéis que matarme, hacerlo ya. Me niego
a que vuelvan a besarme.
“Nadie quiere matarte. Y de Bloody” —le dio la vuelta a la hoja
—“me encargo yo.”
Ahí terminó nuestra conversación, ya que Raymond encendió el
televisor para no escucharme más. Las horas pasaban y parecía que Bloody
se había perdido. Terminé tendida en la cama y me concentré en la biblia
que había sobre una de las mesitas de noche. Estuve a punto de coger el
libro, cuando unas risas me detuvieron.
Bloody abrió la puerta, y no estaba solo. La mujer que vimos en el
aparcamiento, lo acompañaba mientras que se besaban apasionadamente. Se
olvidaron de nosotros. Sus cuerpos estaban muy pegados y parecía que no
se apartarían en ningún momento.
—¡Mierda! —Nos vio. —¡Largo!
Tiró la caja de pizza y una bolsa de una parafarmacia.
Raymond recogió la cena y lo miró.
—¿Qué? Voy a follar —le dijo. —Así que fuera de la habitación.
Me levanté de la cama y pasé por delante de ellos, cuando Bloody me
sonrió, la chica se molestó. Así que movió su rostro para besarlo con más
fuerza.
«Todo tuyo.»
Cerraron la puerta y empezaron a gritar cuando se quitaron la ropa.
Raymond y yo parecíamos dos idiotas cenando fuera y escuchando de
fondo los gemidos de Bloody y la chica de cabello caoba.
Desconecté de sus actividades sexuales cuando probé por primera vez
la pizza. Estaba deliciosa y no dejé de comer. Nadie me lo impidió.
—¿Siempre es tan ruidoso?
Se escuchaba la cama golpear la pared, y la chica gritar mientras que
él la insultaba.
“Sí.”
—No será cada noche, ¿verdad?
No escribió nada nuevo.
Me mostró lo mismo.
“Sí.”
Eché hacia atrás la cabeza.
“Es su forma de controlar la ira.”
—¿Follando con desconocidas?
“O golpeando a alguien.”
«Menudo semental» —Pensé, riéndome de él.
Me relamí los labios y estiré las piernas. Estaba llenísima. Al menos
tenía las muñecas libres y no me habían puesto las esposas.
Las cortinas de la habitación se abrieron y se vio lo que estaba detrás;
la chica, completamente desnuda, se acercó con una sonrisa mientras que se
tocaba los pechos. Bloody apareció por detrás y empezó a penetrarla. Clavó
la mirada en mí y yo dejé de observarlo.
—Quiero irme de aquí —le dije a Raymond.
Éste se levantó y seguí sus pasos. Los gemidos se perdieron al otro
lado del pasillo. Cuando estuvimos a punto de bajar las escaleras, Raymond
escribió algo:
“Lo siento. Tengo que ponerte las esposas.”
Al estar lejos de Bloody, necesitaba asegurarse que no intentaría huir.
—Está bien —estiré los brazos. Al menos no me obligó a ponerlos
detrás de la espalda. —¿Me compras una Coca-Cola?
En el piso de abajo, delante del aparcamiento, había una máquina
expendedora. Raymond asintió con la cabeza y terminamos de bajar los
últimos escalones.
La bebida burbujeante que se vendía en el motel, el envase era de
cristal. Me dio una idea. Ray tecleó el número de la Coca-Cola y cuando la
máquina la soltó, me la tendió. Él hizo lo mismo. Una vez más, su cuerpo se
inclinó hacia delante. Y entonces aproveché. Golpeé su nuca con la botella
de cristal y éste cayó al suelo.
Empecé a correr. Estaba huyendo de los dos. Ni siquiera miré atrás.
Salvo una voz que me invitó a hacerlo.
—¡Eh! —Era Bloody desde el balcón de la planta uno.
Saltó, cayendo al aparcamiento totalmente desnudo y empezó a correr
detrás de mí.
«No.»
Corrí como nunca había hecho en mi vida. Movía mis piernas con
todas mis fuerzas mientras que sujetaba el enorme pantalón que me cubría.
Y cuando parecía que iba a conseguir mi objetivo, algo se lanzó sobre mí,
tirándome al suelo.
Me golpeé la barbilla contra el asfalto, y el cuerpo de Bloody bloqueó
el mío.
—Alguien va a morir esta noche —me levantó, y giró mi cuerpo. —Y
tú, —me apuntó con el dedo —haré que te arrepientas.
«No.»
—¡Socorro!
Grité, mientras que tiraban de mí. A Bloody no le importó ir desnudo
entre los coches. Seguía sosteniéndome. Le di una patada en la pantorrilla.
Enfureció. Me levantó del suelo, echándome sobre su hombro.
—¿Quieres que te corte la lengua como a Mudito?
Dejé de gritar.
—¿Fuiste tú?
Soltó una carcajada.
—¡Maldito lunático!
—Vamos, cielo —me sacudió para que no cayera de su hombro. —
Nos lo vamos a pasar muy bien esta noche.
—¡No me toques!
Golpeó mi trasero.
Capítulo 5

Bloody era fuerte, así que mis intentos de hacerle daño en la espalda
fracasaron; pero seguí golpeando su pecho con mis rodillas. Sentí sus
dientes clavarse en uno de mis muslos. Era su manera de advertirme que
dejara de gritar.
Llegamos a la habitación del motel, y la chica que dejó desnuda sobre
la cama, seguía esperándolo con una amplia sonrisa. Sonrisa que
desapareció al verme aparecer sobre el hombro de su amante de cabello
rubio. Se levantó con sumo cuidado del viejo colchón e intentó buscar los
labios de él.
—Lárgate —le pidió.
Ella se quedó cruzada de brazos, sin darle importancia a su desnudez.
—Pero…—no terminó de hablar.
—Hemos terminado —dijo Bloody. —Gracias por el polvo.
Recogió indignada su ropa que cubrió la sucia moqueta de la
habitación, y antes de desaparecer me miró directamente a los ojos.
—Llama a la policía…—supliqué, y en aquel instante me tiraron
sobre la cama. Bloody echó a la chica de cabello caoba de la habitación y se
tendió al otro lado de mi cuerpo para apartar el cabello oscuro que me cayó
sobre el rostro. —Eres un hijo de puta.
—Gracias por recordármelo —vi esa sonrisa que marcaba con orgullo
cada vez que lo insultaba. —Teníamos un trato.
—No es verdad.
—Pensaba que eras una chica lista —soltó, como si tuviera la idea de
que las personas que secuestraba tenían que comportarse como él ordenara.
Pero, si seguía con la idea de matarme, prefería que lo hiciera pronto y sin
torturarme lentamente. —Mudito tiene razón. No te voy a matar. No es mi
trabajo.
«¿No era su trabajo?» —Pensé.
Así que lo único que podía hacer era esperar hasta que llegara el
sicario que los mandó a secuestrarme.
Empujó mi cuerpo, dejándolo en vertical sobre la cama. Guio mis
brazos hasta el cabecero, por encima de mi cabeza, y me dejó esposada e
inmóvil. Su cuerpo se reunió con el mío rápidamente. Seguía desnudo, y lo
único que podía hacer era mirar sus penetrantes ojos claros.
—Si se entera mi madre, te matará —ella era una mujer que no quería
escándalos. Estaba tan obsesionada con tener una familia feliz, que el tema
de perder peso pasaría a un segundo plano si se enteraba que me habían
secuestrado. —Deberías llamarla.
Bloody rio.
—La llamaré cuando ésta haga el secuestro público.
—Nunca lo hará público —estaba perdiendo su tiempo.
Movió sus dedos por mis brazos, arrastrando la sudadera que me dio
para cubrirme con el fin de acariciar mi piel.
Sacudí mi cuerpo, pidiéndole de una forma inocente que se apartara
de mi lado.
—Ya verás que sí —me guiñó el ojo.
Cuando alzó mi cabeza para dejarme más cerca de su rostro, la puerta
de la habitación se abrió. Por esta entró Raymond, con una de sus manos
acomodadas detrás de su cuello y cubriendo la herida que le hice.
Nos miró a ambos a través de la máscara que cubría su rostro, y sacó
con dificultad la libreta que siempre llevaba encima para comunicarse con
los demás. Pero Bloody fue más rápido que él, así que habló antes de leer
alguna de las advertencias que le escribiría su compañero.
—Tú te lo has buscado —miró a Raymond, y después lo hizo
conmigo. —Dijiste que te encargarías si intentaba huir. Y no lo has hecho.
“Vístete.» —Leímos.
Bloody miró su cuerpo.
—A ella no le importa —dijo. —¿Verdad?
Golpeé las esposas contra uno de los barrotes del cabecero.
—¿A ti que te parece? —pregunté retóricamente.
Siguió riendo hasta que se cansó de estar encima de mi cuerpo y con
las rodillas hincadas sobre el colchón. Buscó su ropa interior y se vistió
como si no hubiera pasado nada en las últimas horas.
“Lo mejor será descansar. Bloody, tú al sofá.”
—No —respondió, tumbándose al otro lado de la cama.
Raymond emitió un extraño gruñido.
Y mientras tanto, Bloody me dio la espalda e ignoró por completo a
su compañero. A Raymond no le quedó otra opción que tumbarse sobre el
sofá mientras que cubría la herida del cuello con una de las toallas que nos
dejaron en el baño.
Las luces de la habitación se apagaron, y esperé a que ambos se
durmieran.
Crucé los brazos para mantener mi cuerpo tendido sobre uno de mis
costados, y miré la espalda tatuada de Bloody; en su piel se podía leer una
fecha y un enorme demonio con la lengua cortada. Entre sus deformes
manos sostenía la sangre que derramaba de la boca. Era muy sádico y
escalofriante.
Durante unos minutos pensé en lo que me había dicho. Estaban
esperando a que mi madre alertara de mi secuestro a los medios de
comunicación. Pero, ¿qué pasaría si ella no lo hiciera?
De repente el cuerpo de Bloody se giró, quedando cara a cara
conmigo. Al darme cuenta que sus ojos estaban abiertos, cerré
inmediatamente los míos.
—¿No quieres tocarte esta noche? —susurró. No tuvo respuesta. —Si
quieres puedo ayudarte. Puedo enseñarte mi polla de nuevo. Así te olvidas
de las fotos que te envía tu novio.
Apreté la mandíbula y me dieron ganas de escupirle. Pero con su
estúpida actitud, insultarle sólo sería la excusa perfecta para provocarlo.
—O puedo decirte guarradas.
No aguanté más.
—O puedes callarte —gruñí. —Intento dormir.
—Tiene que ser incómodo —miró mis brazos. Y tenía razón. No
sentía mis dedos, y en los momentos que podía encogerlos, sentía un
hormigueo que volvía a dejarme sin sensibilidad. —Creo que se la pones
dura a Mudito.
«Capullo.»
—¿Por qué? —Lo miré a los ojos. —¿Por qué no es un idiota como
tú?
Rio.
—Tendrías que estar llorando, suplicando y ofreciendo tu cuerpo a
cambio de tu libertad.
—Te he ofrecido dinero y lo has rechazado.
—El dinero, por ahora, no me interesa —sonrió. —Con el tiempo
sacaré más de lo que te puedas imaginar. ¿Por qué no te doy miedo?
Me daba miedo. Pero todavía era capaz de aguantar unos cuantos
golpes más.
—Tendré que darle las gracias a mi madre cuando la vea.
—La querrás muchísimo.
Más bien la odiaba.
—¿Ahora quieres mantener una conversación cordial conmigo? —Me
burlé de él.
Bloody no borró esa enorme sonrisa que seguía manteniendo desde
que me tiró sobre la cama.
No respondió, y volvió a darme la espalda.
A él no le costó quedarse dormido, y yo luché toda la noche por no
caer en los brazos de Morfeo. Pero caí. Desperté junto a los gritos de
Bloody mientras que cambiaba de canal en el viejo televisor que había a
unos metros de los pies de la cama.
—¿Setenta y dos horas? —Leyó el mensaje de Raymond. —Es la hija
de la futura senadora. Deberían darse prisa.
“Esperarán.”
—Nosotros no tenemos tiempo.
Se dejó caer en la cama y miré a Raymond, suplicando piedad.
—Por favor —pedí. —Me duelen los brazos.
Éste escribió algo:
“No soy Bloody, pero tampoco soy gilipollas.”
Bloody soltó una carcajada.
Yo también reí:
—Y, ¿qué pretendías? ¿Qué besara tu cuello antes de huir? ¡Estoy
secuestrada! No de vacaciones.
Se acercó, y antes de quitarme las esposas luchó para conseguir la
llave que guardaba Bloody en uno de los bolsillos de sus pantalones.
Me liberó e incluso me dejó ir al baño para asearme una vez que
recogí la bolsa de la parafarmacia. Recogí mi cabello y me miré al espejo.
—¿Qué puedo hacer? —me pregunté.
En el maldito baño ni siquiera había una ventana o un conducto de
aire. Estaba atrapada.
—Acaba pronto. Tenemos que salir —avisó.
Miré la puerta.
—Un momento.
—Diez segundos —finalizó.
Cerré los ojos y me refresqué el rostro de nuevo. Si no conseguía huir,
la única forma de librarme de ellos sería haciéndome daño. Si realmente me
querían con vida, acabarían llevándome a un hospital si sufría un accidente.
Salí del baño y Bloody me esperaba cerca de la puerta principal
mientras que terminaba de fumar uno de sus cigarrillos.
—¿Adónde vamos? —pregunté, con curiosidad.
—Compraremos unos periódicos para hacerte unas cuantas fotos.
Lo seguí. La puerta de la habitación se cerró, y caminamos por el
largo pasillo de la planta hasta bajar las escaleras. Por el camino, nos
cruzamos con la chica de cabello caoba que iba acompañada de un hombre
que le rodeaba los hombros con su brazo. Ella miró a Bloody, mientras que
él no se dignó a mirarla.
Bloody me empujó para controlar cualquier movimiento. Quedó
detrás de mí y me indicó que abriera la puerta de la recepción del motel.
—Buenos días, parejita —saludó la señora.
Le devolvió el saludo.
—¿Dónde podría conseguir el The Desert Sun?
—Están fuera —dijo, señalando la puerta.
—Vamos —me pidió Bloody.
En la pequeña recepción había una máquina de café.
—¿Puedo tomarme un café?
Él se acercó para susurrarme algo en el oído.
—No cometas una estupidez.
—Serán cinco segundos y tú ya estarás aquí —miré a la señora, y ésta
me devolvió la sonrisa.
Bloody salió, y mientras que la mujer se dirigía a la máquina de café,
la detuve.
—¿Puedo llamar?
—Por supuesto.
Rápidamente descolgué el teléfono, y marqué los últimos dígitos que
me quedaban. El corazón se me aceleró. Podía sentir los latidos en mi
garganta.
A los dos tonos atendieron la llamada.
—Casa de los Willman.
—¿Ronald? Ronald, soy yo, Alanna.
—¿Alanna?
—Sí.
Y todo se terminó cuando escuché la voz de Bloody.
—¿Qué haces, cielo?
«¡Por favor!»
Capítulo 6

En el momento que escuché su voz, solté inmediatamente el teléfono que


sostuve durante unos segundos. Mostré mi mejor sonrisa, y giré lentamente
sobre los enormes zapatos que me obligaban a llevar. Di unos cuantos pasos
para acercarme a él, y cuando estuve cara a cara con Bloody, rodeé su
cuello con mis brazos. Obligándome a sentir su cálido aliento acariciando
mi piel.
—No vuelvas a dejarme sola —susurré en su oído.
Bloody, sin entender nada, observó a la mujer que rebuscaba entre
una pila de papeles y ni siquiera se había dado cuenta que dejé descolgado
el teléfono fijo que me prestó para hacer una llamada.
—¿Te pasa algo? —Preguntó, obligándome a que mirara aquellos
ojos tan azules. Cogí aire, y jugueteé con la camiseta que cubría su fuerte y
bronceado pecho. Ni siquiera se había dado cuenta que hice una llamada,
así que seguí coqueteando con él antes de que la señora preguntara si había
terminado de telefonear.
Llevé uno de mis mechones de cabello detrás de la oreja y me puse de
puntillas para alcanzar unos labios que no me atrevía a tocar con los míos.
—Estoy caliente —tenía que jugar con sus reglas. Él intentaba
humillarme leyendo los mensajes que intercambiaba con Harry; y el muy
capullo lo consiguió. Así que si conseguía ser la niña traviesa que era a
través de la aplicación de mensajería en persona, Bloody se olvidaría del
secuestro.
No dijo nada.
Me miró con una ceja alzada y acomodó una de sus manos sobre mi
frente. Al comprobar que no tenía fiebre, soltó una carcajada.
—No follo con mujeres que tienen la regla.
Me di el gusto de empujar su cuerpo con mis pequeñas manos,
dejando que su espalda tocara la puerta de entrada de la pequeña recepción
del motel.
—¿Quién habla de follar? —Mordisqueé mi labio, y seguí
acercándome a él. Cerré los ojos cuando una de mis manos se posó sobre el
paquete que sobresalía de sus desgastados tejanos. El muy cabrón estaba
duro. —Sería el primer miembro que tocaría entre mis manos.
Por dentro me moría de vergüenza, pero no podía dejar de soltar cada
palabra para que Bloody empezara a verme como una mujer y no la moneda
de intercambio que le llenaría los bolsillos de dinero.
—Cielo, deja de jugar conmigo, —acarició mis labios con su pulgar
—o te quemarás.
Tenía que librarme de Ray; de ellos dos, era el más inteligente. Así
que, si estaba cerca de Bloody, descubriría que estaba seduciéndolo para
intentar escapar una vez más. Y, por muy ridículo que sonara, tenía la
esperanza de conseguirlo.
—Llévame a la habitación y compruébalo —le reté.
Al ver que no me aparté de su lado, y que mi mano seguía acariciando
el interior de sus muslos, Bloody bajó la cabeza hasta dejar un beso en la
coronilla de mi cabeza y me apartó de su lado para pagar el periódico que
había cogido.
Tragué saliva cuando la mujer me miró. Por suerte no dijo nada. Se
despidió de ambos y siguió mirando las fichas que iban rellenando los
huéspedes de su motel.
Bloody atrapó mi mano con la suya, y velozmente subimos los
escalones. Estaba tan desesperado, que cuando tropecé por las escaleras, él
me ayudó a levantarme con esa sonrisa que no se esfumaba de su rostro.
Golpeó la puerta con los nudillos, llamando la atención de Ray.
—Tengo que librarme de Mudito —dijo, mirándome por encima del
hombro.
Asentí con la cabeza.
—Es lo mejor.
Si quería seguir con el plan, Ray no podía estar cerca o nos detendría.
Así que cuando abrió la puerta, sin mostrar ninguna expresión facial por
culpa de la máscara, ladeó la cabeza confuso.
—Acabo de recibir una llamada de Vikram —imaginé que mintió. —
Tienes que cambiar el vehículo. No podemos movernos con la camioneta.
Su compañero sacó la libreta y respondió:
“Hazlo tú.”
Bloody sacudió la cabeza.
—No. Te recuerdo que estuviste a punto de joder el plan. Así que yo
me encargo de vigilarla y tú buscas otro vehículo —dijo Bloody,
acomodando su mano debajo de mi espalda y acompañándome al interior de
la habitación.
Ray no discutió con él. Cogió su cazadora negra y salió en busca de
otro vehículo mientras que se deshacía de la furgoneta.
Mientras tanto, nosotros, nos quedamos en silencio a la vez que nos
acomodábamos en la cama. Bloody desnudó su torso y se tumbó esperando
a que lo complaciera físicamente ya que mis palabras quedaron en el aire.
Así que me olvidé de mi orgullo, y gateé sobre la cama hasta
acomodarme sobre su vientre. Toqueteé su duro pecho, el cual estaba
marcado por pequeñas cicatrices. Tenía diversos tatuajes por su pecho que
observé antes de arrastrar uno de mis brazos detrás de la espalda para colar
la mano en el interior de sus pantalones.
Él, sin preguntarme, arrastró sus cortas uñas por la tela que me cubría.
Se me heló la sangre. Nunca había masturbado a un hombre, y mi primera
vez iba a ser con un delincuente. Seguí sonriendo, mientras que por dentro
estaba destrozada, y moví mi cintura buscando algo duro que no fuera su
miembro.
—¿Te molesta el arma? —Preguntó, sacándose la pistola que sostenía
con su cinturón. —¿Mejor?
Asentí con la cabeza.
El revólver quedó sobre la biblia que nos habían dejado en la mesita
de noche. Si conseguía arrebatarle el arma, podía ser mi salvación para huir
de él.
Bajé la cremallera de los pantalones cuando el cinturón cayó al suelo,
y adentré mis dedos en el interior de su bóxer. El fino vello púbico no me
detuvo, fue su voz la que me alertó.
—Humedece tus dedos antes de tocarme.
Sin borrar la sonrisa, le obedecí. Paseé la lengua entre mis dedos
antes de volver a colarla dentro de sus calzoncillos. Me sentí estúpida al
tocar su trozo de carne caliente. Bloody seguía duro y dispuesto a que lo
masturbaran.
Atrapé el miembro con mi mano, y dejé que mi puño marcara el ritmo
de las sacudidas. Bajaba y subía la mano por su polla, mientras que éste se
hundía en la cama ante el placer que sintió.
Cerró los ojos, y movió salvajemente sus caderas, empujando su
miembro entre mi mano para correrse en cualquier momento.
Pasé su falo de la mano izquierda a la derecha, y en esa ocasión no
babeé en mis dedos. Seguí sacudiendo mientras que intentaba alcanzar la
pistola.
Bloody gruñó.
—No pares.
Y no lo hice.
Seguí masturbándole, sintiendo la punta de su miembro tocando mi
espalda. Estuve unos minutos, y cuando noté que la sudadera que vestía se
humedeció, me di cuenta por la expresión de su rostro que se había corrido.
Con los ojos cerrados y su cabello rubio empapado cubriendo sus
mejillas, encontré el momento perfecto para arrebatarle lo que necesitaba.
Alcancé el arma, y acomodé el cañón en su frente.
—¡Qué te jodan! —Grité, apretando el gatillo.
Capítulo 7

Su risa, que me confirmó que seguía vivo, heló mi piel. Bloody se dio el
lujo de sostener mis muñecas e intentar arrebatarme el arma, pero no le
dejé. Furiosa, al darme cuenta que había fracasado en el intento para
matarle, grité con todas mis fuerzas. Él no dejó de reír, de observarme con
esos ojos azules que estuvieron cerrados durante unos segundos ante el
placer que le di. Alcé los brazos y los bajé inmediatamente para golpearle
con todas mis fuerzas. Y cuando el arma estuvo a punto de impactar en su
rostro sereno, se movió velozmente, consiguiendo tumbar mi cuerpo al otro
lado de la cama.
Con el miembro todavía fuera de la ropa interior, se lo sacudió antes
de esconderlo una vez más en sus pantalones y quedó encima de mí. Me
obligó a mirarle a los ojos mientras que su mano se acomodaba alrededor de
mi cuello. Parecía que la hora de morir había llegado. Y no tuve miedo;
porque en el fondo era lo que me había buscado. O moría él, o lo hacía yo.
Y Bloody ganó esa batalla.
—Cielo —fue acercándose a mi boca —, para ser tu primera paja no
ha estado nada mal. Pero la próxima vez, cuando consigas que me corra —
tenía tan cerca su boca de la mía, que el único movimiento que hice fue
cerrar mis labios antes de que su lengua intentara colarse de nuevo —, no
olvides comprobar el cargador. Puede que no queden balas.
Otra carcajada.
Y ahí seguía, acorralando mi cuerpo con sus duras piernas
presionando mi cintura. Para borrar esa enorme sonrisa de satisfacción que
se marcó en su rostro, le escupí toda la saliva que conseguí reunir en el
discurso que me soltó. Pensé que me devolvería el gesto vulgar con algún
golpe, y volví a equivocarme con él. Se relamió los labios con la lengua
haciendo desaparecer la espuma blanca y me miró sin ni siquiera pestañear.
—Eres una chica muy mala —vaciló, con un tono burlón. —No sé
qué voy hacer contigo. Si hoy no has dejado de moverme la polla por tener
el arma en tus manos, no quiero ni imaginar qué harás mañana para
conseguir esa libertad que tanto deseas.
—¡Qué te jodan!
—¿Quieres que te joda? —Preguntó, como si no hubiera escuchado lo
que realmente grité. —Después de leer tus mensajitos, pensaba que te
preparabas para Harry.
Gruñí.
—Déjame en paz.
Me di cuenta que no conseguía nada al elevar la voz o insultarlo. De
todas las formas grotescas, conseguía llamar la atención de él.
Al menos conseguí apartarme de Bloody cuando apareció Raymond
por la puerta. Y ahí lo tuvimos, adentrando su cuerpo en el interior de la
habitación de motel mientras que nos mostraba las llaves del nuevo
vehículo que había conseguido. Ni siquiera se percató que tuve a su
compañero encima de mi cuerpo, porque cuando llegó, Bloody ya se había
bajado para que no sospechara nada.
—Muy bien, Mudito —felicitó, dándole unas palmadas en la espalda
una vez que quedaron cara a cara. —Iré a comprobar el motor —de repente,
detuvo sus pasos para mirarnos a ambos —. Por cierto, ten cuidado con ella
—pausó para reír —, podría terminar por hacerte una paja.
Y sus modales se silenciaron cuando Raymond cerró la puerta.
No fui capaz de levantarme de la cama, únicamente froté mis manos
por encima de la tela que me cubría para quitarme el esperma que eyaculó
Bloody.
“¿Estás bien?” —Escribió.
Asentí con la cabeza.
Incluso con el golpe que recibió, seguía siendo amable conmigo.
—Sé que no tengo el derecho para preguntarte por qué no hablas —
conseguí quedarme sentada sobre la cama —. Pero, ¿Bloody te cortó la
lengua?
Raymond hizo un sonido que lo interpreté como una risa.
“No. Bloody no me cortó la lengua.”
Así que él intentó asustarme con aquella desgracia.
—¿Tienes lengua?
¿Por qué estaba siendo tan curiosa? Sería porque no tenía nada mejor
que hacer.
“Sí.” —Respondió de nuevo.
—¿Por qué no hablas? —Y en ese momento acabó la confianza que
me dio. Así que terminé de levantarme de la cama del todo, y me acerqué
hasta el baño. —Quiero darme una ducha. ¿Os queda ropa?
Ray buscó la bolsa que los acompañó en el viaje. Sacó unos
calzoncillos slip, una camiseta negra básica más pequeña que la primera
que me dieron, y unos pantalones cortos junto a un cinturón.
—Gracias —recogí la ropa.
Ray me detuvo un momento.
“No tardes. Bloody llegará en cualquier momento.”
Y entendí que ese pervertido era capaz de meterse en el baño para
ojear lo que estuviera haciendo dentro de una ducha.
Asentí con la cabeza y cerré la puerta del baño para tener algo de
intimidad. Me desnudé lo más rápido posible, y tiré la ropa que me
acompañó durante un día en el interior de la bañera; no quería pillar
hongos. Dejé que el chorro, el cual cambiaba la presión por la suciedad que
tenía acumulada la alcachofa de ducha, humedeciera mi piel. Cerré los ojos
y cubrí mis pechos con los brazos.
Sin tener la oportunidad de conseguir un poco de gel o champú, froté
mi cuerpo con mis propias manos.
Estuve en el baño un cuarto de hora, y porque no conseguí más
tiempo, ya que Bloody llegó gritando y buscándome desesperadamente.
Imaginé que Ray lo detendría, y en el momento que salí de la ducha
para secarme con las toallas que nos dejaron sobre la tapa del inodoro,
echaron la puerta abajo.
—¿Has llamado a alguien? —preguntó, tirando de mi brazo.
Seguía desnuda.
—N-No —mentí.
Con el brazo que tenía libre me cubrí los pechos y crucé mis piernas.
—¡Nos han encontrado! —No dejó de gritar.
—El teléfono móvil ha estado encendido todo este tiempo —le
recordé.
Alzó mi rostro y clavó sus dedos en mi mejilla, haciéndome daño.
—Mudito se encargó de bloquear cualquier señal que pudiera mandar.
No pude evitar la sonrisa que lucí al pensar que Ronald buscó la
manera de encontrarme. Ese hombre no merecía tener a una mujer como mi
madre, porque era un buen hombre.
“Deja que se vista. Nos vamos”. —Escribió Ray, sin ni quiera
mirarme.
¡Y Dios!, como agradecí que hubiera personas como él en aquel
momento incluso cuando eran lo peor.
A Bloody no le quedó otra opción que soltarme, y en un movimiento
de brazo para recoger la ropa, los disparos que se ejecutaban desde fuera del
motel nos avisaron que estaban muy cerca.
Ray cayó al suelo, y Bloody me recogió para tirarme junto a él
mientras que nos escondíamos detrás de la bañera.
—Golpea dos veces en el suelo si estás bien —dijo Bloody.
Se escuchó el primer golpe, y cuando estuvo a punto de dar el
siguiente, alguien se encargó de herir a Raymond.
Mi espalda desnuda se encontraba sobre el pecho de Bloody. Los
pasos de un par de hombres se acercaban hasta el baño.
—¿Alanna? —Era la voz de Jiang.
Si no hubiera sido por la mano de Bloody sobre mis labios, Jiang no
se habría alejado.
—No hagas ruido.
«Y una mierda» —Pensé.
Golpeé mis talones en el suelo del baño.
Jiang y el hombre armado que lo acompañaba se acercaron.
—Joder —gruñó Bloody, cargando el arma que no tenía balas en el
momento que me propuse matarlo. —Ahora tendré que matarlos.
«No. Ellos eran mi libertad.»
Capítulo 8

Bloody estaba totalmente jodido; Jiang y el hombre que lo acompañaba


iban cargados con armas más potentes que la pistola que él solía llevar
debajo de sus enormes vaqueros. Sentí como su mano se apartaba
lentamente de mi cuerpo, dejándome huir con las personas que me llevarían
de nuevo a casa. Alejó el arma de su mano, y acomodó los brazos detrás de
la cabeza.
Jiang me tendió la toalla que tuve que abandonar, y oculté mi
desnudez de todas esas personas que hicieron un largo viaje para salvarme
la vida. Por suerte, y eso esperaba, nadie se dio cuenta de que la hija de la
futura senadora se encontró desnuda en una habitación de motel.
Alzaron el cuerpo de Bloody y pasamos al otro lado del cuarto de
baño. Sentí lástima por el cuerpo de Ray que se encontraba tendido en el
sofá inconsciente de los golpes que recibió seguramente en la cabeza.
Ataron a Bloody a una silla, y me acerqué hasta Jiang, éste me cubrió
con la chaqueta polar con la que solía vestir por las mañanas antes de
llevarme al instituto.
—¿Estás bien, Alanna? —preguntó, manteniendo los brazos firmes y
apuntando con el arma a Bloody.
—Mata a ese hijo de puta —susurré.
Bloody soltó una carcajada.
—Cielo, pensé que lo nuestro era amor. Me has roto el corazón.
—¡Qué te den! —Grité, recordando todo lo que hice para escapar de
su lado y todo fue un fracaso.
El chófer me miró preocupado.
—¿Te…Te ha hecho algo?
Dios, la pregunta que no quería que me formularan.
—No. He tenido suerte.
Bloody captó la atención de los otros hombres.
—Y, ¿qué pasa conmigo? —se hizo la víctima, mostrando una sonrisa
burlona. —La mocosa ha estado tocándomela. Puedo denunciarla por acoso
sexual…
Quedé delante de él e impacté mi puño en esos labios que no dejaban
de moverse. Me destrocé los nudillos, pero su rostro quedó salpicado por su
propia sangre. Bloody se lamió los labios y me lanzó un beso.
—¡Mátalo! —Le pedí a Jiang.
Jiang, terminó de dar órdenes a los hombres que le siguieron por el
camino. Salieron de la habitación con todas las armas que cargaban, y
esperaron al otro lado del motel para reunirse con nosotros.
—Tenemos que irnos, Alanna.
—Este hijo de puta tiene que sufrir por todo lo que he pasado en las
últimas 48 horas —golpeé el suelo, comportándome como una niña
pequeña al no obtener lo que deseaba. —Lo quiero muerto.
Bloody me silbó.
—Me encanta cuando me dices te quiero, nena.
Estaba como una puta cabra.
Me acerqué de nuevo, y bajé mi cuerpo para quedar a la altura de su
rostro. Paseé uno de los mechones humedecidos que me caían sobre la
mejilla y le obligué a que me mirara fijamente. Yo no me olvidaría de él,
pero Bloody de mí tampoco.
—Espero que te jodan de mil maneras en prisión.
—¿Tengo que ir preparando un vis a vis? —¿Por qué no se tomaba las
cosas en serio? —Podríamos dejarlo para los viernes. Es cuando tengo la
polla más dura.
Apreté el puño, y tenía la sensación de que volvería a golpearlo.
Jiang me metió prisa:
—Tenemos que irnos.
—Un momento —supliqué. —Mírame, Bloody —éste se limitó
hacerlo; aunque pensándolo bien, nunca me retiró la mirada. —Te
arrepentirás de haberme secuestrado.
Alcé mi espalda y me dirigí hasta Jiang. Antes de salir por la puerta
de la habitación, Bloody me detuvo con sus vulgares palabras.
—¿Te vas sin hacerme una mamada?
Le enseñé el dedo corazón.
—¡Alanna! —Gritó, y detuve mis pasos al oír mi nombre. —
Prométeme una cosa —lo miré por encima del hombro, no respondí. —Si
volvemos a vernos, me darás un beso.
Reí.
—La próxima vez que tú y yo nos reunamos, será en el infierno.
Bloody prosiguió:
—Lo digo en serio, cielo —dijo, mostrando su dentadura en una
sonrisa. —Quiero un beso con lengua. Y, mientras tanto, quiero posar mis
manos en esas bonitas tetas que he visto.
Jiang me detuvo por el cuello de la chaqueta. Al oír las palabras de
Bloody, intenté lanzarme de nuevo sobre él para golpearlo. Pero teníamos
que irnos. Dejé que su voz, que empezó a cantar una de las canciones de
Metallica, nos acompañara hasta que nos perdimos en la planta baja del
edificio.
A unos metros de la autopista, dos camionetas negras esperaban la
orden del hombre filipino. Jiang, con ese desparpajo que él tenía, golpeó el
primer vehículo y este encendió el motor.
—Nosotros iremos en el segundo —abrió la puerta, como de
costumbre.
—Gracias —y estaba agradecida. Acomodé el cinturón de seguridad,
esperando a que Jiang siguiera a los demás. —¿Mi madre me ha echado de
menos?
No respondió.
Al menos mandó a alguien para que viniera a buscarme.
Cuando regresara a casa estaba convencida que le ocultaría al mundo
las desgracias que viví los dos últimos días. Y, si tenía que hacerlo con
alguien, esperaba hacerlo con un psicólogo.
—¿Has comido? —Rompió el silencio.
Sonreí.
—He probado la pizza.
Recordé el trozo de masa con tomate y queso. Bloody nos la tiró para
que saliéramos de la habitación, ya que él tenía que fornicar con la mujer
que conoció en el parking del motel.
—¿Por primera vez?
—Mi madre nunca me ha dejado comer pizza. Parece ridículo, ¿no?
—A mí me siguen llamando chino cuando no lo soy —soltó una
carcajada. —No podemos gustar a todo el mundo, Alanna.
Tenía razón.
—Pero es mi madre —susurré.
Nunca conseguí un beso de buenas noches, o un abrazo por obtener
buenas notas. Mi madre era diferente a las demás. Y siempre envidié a mis
amigas por tener a unas madres tan cariñosas.
Pero en ese momento no podía odiarla. Ella organizó todo el rescate
junto a Ronald.
El vehículo se detuvo, y la primera furgoneta se perdió.
—¿Sucede algo? —Pregunté, preocupada.
—Bájate, Alanna.
Seguramente alguna rueda se había pinchado. Me liberé del cinturón
de seguridad, y bajé sin preguntar nada más. Cuando Jiang se reunió
conmigo, apareció mostrándome el arma.
—De rodillas.
—¿Qué?
—¡Ponte de rodillas!
Tragué saliva.
—Jiang…Por favor…
—Alanna, no quiero repetirlo.
Empecé a temblar.
—¿Por qué me haces esto?
—Me lo ha pedido tu madre.
«Será zorra.»
—No…no lo hagas, por favor.
—Tengo que matarte, Alanna. Lo siento.
—¡Me acabas de salvar!
Había huido de Bloody, porque estaba convencida que volvería a mi
hogar. Y me equivoqué. Pasé de estar con un tarado, para que uno de los
criados de mi madre me matara en medio de una autopista.
—Cierra los ojos.
—Cobarde —gruñí. —Si vas a matarme, mírame.
El pulso le tembló. Acomodó el arma en mi frente y desvió la mirada.
—Lo siento.
—Sí, eres un puto chino. ¡Cabrón!
Jiang se dispuso a apretar el gatillo.
Cerré los ojos.
Cuando estaba con Bloody, era la muerte que saboreaba. Y por fin, lo
había conseguido.
«Aquí tienes tu regalo, mamá. Una hija muerta.»
Y se escuchó un disparo.
Algo me salpicó en el rostro. Y sentí un latigazo en los parpados.
Al abrir los ojos, lo primero que me acechó fue el cuerpo sin vida de
Jiang. Cayó encima de mí. Lo que me golpeó los parpados eran trozos de
sus sesos.
Sentí arcadas.
Estaba cubierta de sangre.
—Jo-Joder —tartamudeé. —Joder.
La risa de un hombre me recordó que todavía estaba en peligro.
—¿A qué huele, cielo? —Se aproximaba. —¿Es azufre?
«Bloody.»
—¡Quiero mi beso! Y, —sonrió— lo quiero ya.
Tenía dos opciones:
Irme con ellos.
O volarme la cabeza.
Aparté el cuerpo de Jiang y cogí el arma.
Había optado por la segunda opción.
Capítulo 9
BLOODY

Detuve a Mudito con un movimiento de mano. La niña, antes de acomodar


el cañón debajo de su barbilla, se tambaleó al observar de nuevo al hombre
que había matado. Sintió nauseas, y terminó vomitando lo poco que
cargaría en el estómago. Solté una carcajada; era normal, a todos los niños
de papá les pasaría si vieran a un hombre con la cabeza reventada. Alejó el
arma de su cuerpo, y sus manos cayeron sobre sus rodillas.
Mudito, el chico encantador que siempre detenía mis pasos, recogió el
cabello negro de ella y alzó su cabeza para observar sus ojos. Al comprobar
que se encontraba bien, me mostró el dedo pulgar.
Y, ¿qué cojones quería que hiciera yo?
Me acerqué hasta la camioneta y comprobé la calidad del vehículo.
Era bueno, podíamos conducir unos cuantos kilómetros más antes de
deshacernos del medio de transporte y conseguir otro que no tuviera una
matrícula registrada bajo el nombre de la madre de la cría. Encendí el
motor, y acomodé mi espalda para encenderme un cigarrillo.
El hombre de la máscara de plástico abrió la puerta del copiloto y
esperó a que hablara. Pero no lo hice. Cerré los ojos y disfruté de las largas
caladas que le di sin importarme que ya no me quedara nada de marihuana.
Golpeó el sillón, y seguramente ese maldito bloc de notas estaba
cubierto de frases. ¡Infiernos! Estaba cansado de leer. En mi vida había
tocado un libro. Y junto a Mudito, ya había leído una enciclopedia
incluyendo el índice que todo el mundo se saltaba.
—¿Cuándo volverás a hablar? —Pregunté, y miré su respuesta.
“Muy gracioso.”
—Pues quítate la máscara —intenté apartarla de su rostro, pero me
detuvo. —Algún día ella te verá. Podría ser esta noche.
“NO.”
Mudito se había cabreado.
—¿Qué hacemos? —Pregunté por cortesía, ya que haríamos lo que
me saliera de la polla.
“Tenemos que cambiar de motel.”
Eso era cierto.
—¿Y con ella?
Me dio curiosidad. Últimamente estaba muy preocupado por todo lo
que le sucedía a la niña. Si tenía que cenar, cambiarse de ropa, asearse, etc.

“Está cansada. Mañana hablaremos con Vikram.” —Empujó su
cuerpo para salir del vehículo, pero lo detuve.
—Vikram no coge el teléfono.
Garabateó nervioso.
“¿Qué?”
—Lo que has escuchado —Miré a través del retrovisor. Ella seguía
allí, arrodillada en el suelo, limpiándose los labios con el puño del abrigo
que la cubría. —Creo que ya no quiere pagarnos.
Golpeó con fuerza el sillón y solté una carcajada.
—Calma, fiera. Iremos a buscarlo.
“No tenemos dinero, Bloody.”
Nosotros no, pero ella sí.
—Dile que suba.
Mudito salió y fue en busca de la niña. Ella, sin mirarme tan siquiera,
se subió y protegió su cuerpo con el cinturón de seguridad. El tío raro de la
máscara, sacó su teléfono móvil para enviar unos cuantos mensajes.
Nos quedamos solos.
La miré.
Ella me miró.
E inmediatamente giró la cabeza.
—Quería mi beso, pero lo podemos aplazar —dije, dando otra calada.
—Es que no ha sido sexy verte vomitar, cielo.
Reí.
—¿No te cansas de ser tan gilipollas? —Por primera vez, ese mal
genio que tenía, se apagó.
—Perdona, cariño, —acaricié su cabello y me golpeó la mano —es
que me pone muy cachondo que una mujer quiera matarme. O, mejor dicho,
que ordenen que me maten. Al menos dame las gracias.
Tapó sus labios con los dedos para que no escuchara su risa.
—¡Qué te den!
Seguí vacilando.
Chasqueé la lengua y solté:
—Uno de los dos tiene que decir las cosas cursis. O sino, no será una
relación —paseé la lengua por los labios y por fin ella volvió a mirarme. —
¿Quieres?
Le ofrecí lo poco que me quedaba.
—¿Cannabis?
«La niña controlaba.»
—Sí.
Sus dedos alcanzaron los míos, y acomodó lo poco que quedaba de
canuto entre sus carnosos labios. Y tanto que controlaba. Cerró los ojos y
esperó el sabor de la hierba golpeando su lengua.
—Es buena —susurró.
Mudito apagó el teléfono. Antes de que se acercara, ya que con él
acabaría la poca conversación que mantenía con la niña, dejé mi mano
sobre su desnuda y mugrienta rodilla.
Ella, lo único que hizo, fue cerrar la puerta. Impidiendo que Mudito
se adentrara en el vehículo.
—Nos hemos quedado solos —sonreí. Me miró con unos ojos
agotados y tristes. —¿Qué quieres? ¿Besarme o comérmela?
Una carcajada por su parte lanzó un latigazo a mi miembro.
—Conduce —pidió.
—Mejor esperamos a Mu…
Me cortó.
—He dicho que…—detuvo las palabras para mostrarme un arma que
se sacó del bolsillo del abrigo —conduzcas.
—Cielo, la última vez no salió bien.
Disparó, rompiendo los cristales de la ventanilla.
—La próxima bala atravesará tu cráneo —ni siquiera estaba
disfrutando con sus propias amenazas. —Quiero volver a casa, y matar a mi
madre.
«Niña tonta. Eso es lo que esperan de ti.»
—Dispara —dije, dándole tiempo a Mudito para que la detuviera. —
De verdad, cielo, hazlo.
Y…
¡Joder!
Lo hizo.
Capítulo 10

Bloody soltó un grito de dolor, y cuando Ray consiguió colarse en el


interior del vehículo, me arrebataron el arma que dominé durante unos
minutos. Bueno, al menos conseguí disparar al capullo que seguía
mostrándome su amplia sonrisa. Se estaba desangrando en el coche, y él no
dejaba de observarme. Cerraron la puerta con el seguro, y envolvieron la
herida.
“¿Qué ha pasado?” —Me miró.
No dije nada.
—Deja de escribir y sácame la bala —gruñó. Después se dirigió a mí
y acomodó de nuevo su mano sobre mi rodilla. —No te preocupes, cielo,
los pequeños detalles son los que marcan la diferencia.
«Idiota.» —Pensé. Ni siquiera sabía de qué estaba hablando.
Sentí su espalda acomodándose cerca de mi brazo, y ocupamos los
tres los asientos delanteros de la furgoneta. De la bolsa que llevaba Ray
colgando de un hombro, sacó un pequeño estuche con herramientas
quirúrgicas. Si hubiera tenido en mi poder un cuchillito, hubiera matado a
Bloody como a un cordero. Pero disfruté de sus gemidos de dolor mientras
que extraían la bala de su hombro.
—Al cráneo, eh —me miró.
—Si alzaba el brazo me lo hubieras impedido —me detuve en sus
ojos claros y sonreí. —Para la próxima.
Soltó una carcajada.
—Lo ves —intentó tocarme la mejilla, pero Ray presionó la herida
con fuerza, impidiéndoselo—. Eso es amor y lo demás son tonterías.
Estaba como una puta cabra.
—Si quieres que te mate, dame el arma y lo haré sin dudarlo.
—Y yo te creo, cielo —dijo, apartando la mano de Ray. —Pero antes
me gustaría hacer otras cosas contigo.
Ray quería que cortáramos la conversación. Sus gruñidos se volvieron
más fuertes, y ambos lo ignoramos por completo.
—Como pongas tu pene cerca de mí, te lo corto.
—¿Con la boca?
Se mordió el labio.
—Con lo que haga falta.
Sintió un golpe en el pecho y desvió la mirada hasta la de su
compañero. Éste, esperaba impaciente a que Bloody se dignara a mirar el
papel que acomodó cerca de su herida.
—¡Está bien! —Exclamó furioso. —Cierra la herida y buscaremos un
motel para dormir.
Y así hizo. Terminó de desinfectar la herida, la cosió y se puso a
conducir. Seguramente agradeció el silencio que se formó en el interior del
vehículo, ya que cada vez que Bloody miraba, me concentraba en la
carretera.
Quería volver pronto a casa. Ansiaba quedar cara a cara con mi madre
y escuchar de sus propios labios que me quería muerta antes de que yo lo
hiciera con ella.
Cuando papá murió, se concentró en su carrera política junto a su
novio Ronald. Éste siempre fue un buen hombre, amable y agradable
conmigo. Y, al responder al teléfono, pensé que me salvaría la vida. Pero
seguramente fue manipulado y el poder lo cegó.
¿Estaba muerta para todos?
Si Jiang no contactaba con mi madre, ¿qué sucedería?
No sé cuánto tiempo estuve pensando en el cadáver del filipino, la
bruja de mi madre y el imbécil que tenía a mi lado. Pero Ray detuvo el
vehículo en un llamativo motel. Era llamativo por el bar de carretera que lo
acompañaba.
—Quiero beber hasta quedarme dormido —Bloody quitó el seguro.
Conseguí salir, y avancé descalza. —Espera aquí. Conseguiré algo de ropa.
Lo miré con la ceja alzada.
—No creo que haya ningún forever 21 abierto.
Sonrió.
—Es un bar de moteros. Algo habrá.
Y salió con el hombro vendado mientras que se cubría con una de sus
camisetas. Acomodé la espalda en la furgoneta, y Ray me acompañó.
Observé como desaparecía Bloody en el interior del establecimiento.
—¿Ahora qué pasará conmigo?
Ray sacó su bloc de notas.
“No lo sé.” —Escribió. —“Buen disparo.”
—Gracias —me sentí hasta orgullosa. —Se lo merecía.
“Estoy seguro.”
Miré esa curiosa máscara que siempre cubría su rostro. Aparte de su
cabello negro que llevaba hacia atrás y ondulado por la goma que lo
presionaba, sus detalles faciales eran un misterio.
—¿Tan feo eres para no mostrar tu rostro? —Bromeé.
Pero me di cuenta que cometí un error cuando se alejó de mi lado.
—¿Sucede algo?
Ray no se tomó la molestia de escribir nada más. Me dio la espalda y
esperamos durante unos minutos más que Bloody llegara con algunos
zapatos para mí. Cuando lo hizo, se presentó con una mini falda, una
camiseta escotada y unos tacones de siete centímetros.
—Ponte guapa —me tendió las prendas de ropa.
—¿Qué me ponga guapa? —quería golpearlo, porque pegarle un tiro
no fue suficiente. —No pienso ponerme una mini falda e ir con tacones.
Si tenía que correr, estaba jodida.
—Cielo, es lo único que he conseguido.
—Búscame unas botas —me acerqué a él. —Alguien tendrá un pie
pequeño.
Él sacudió la cabeza.
—Esos tíos pesarán más de 100 kilos —empujó las prendas hasta mi
pecho. —Vístete. Iremos a tomar algo.
Ray le tendió un trozo de papel.
—¿Quieres irte a dormir ya? —El otro asintió con la cabeza.
Por fin se dignó a mirarme a través de su máscara.
“¿Vienes?”
Me subí la falda a regañadientes y antes de responder, rompí el tacón
de los zapatos.
—Tengo hambre —podía sentir como mi estómago reclamaba
comida. Aunque con mi madre, pasaba igual. —Iré en media hora.
Me dio la llave de la habitación y se marchó.
Caminé detrás de Bloody y pensé qué clase de persona se iba a beber
después de recibir un disparo. Y lo tenía delante de mí.
Ocupamos una mesa cerca de la barra, y una camarera nos atendió.
Bloody repasó el cuerpo de la chica, y en vez de sentirse ofendida, acomodó
los codos sobre la mesa y preguntó:
—¿Qué vas a tomar, corazón?
Tenía a un sex symbol a mi lado y yo solo pensaba en matarlo cuando
se quedara dormido.
—¿Qué tal un par de besos ardientes?
—Podría tomarme uno contigo cuando te libres de tu hermanita.
Rio.
—Pues su hermanita —dije con retintín —antes de irse quiere cenar.
Bloody alzó una ceja molesto. Al parecer no le gustaba que
interrumpieran a su ligue. Pero es que yo no era una cría tonta que le daría
siempre la razón.
—Tenemos las mejores hamburguesas de la zona.
La zona estaba muerta.
Solo había una enorme autopista.
—¿Hamburguesa? —Recordé la hamburguesería donde me llevó mi
madre cuando cumplí quince años; era de ensalada y la hamburguesa era de
lentejas y arroz. Calculó las calorías y me lo permitió por no superar las
400. —¿De carne?
—Y queso cheddar.
No tenía todos los quesos permitidos en mi dieta.
—Quiero una de esas —sonreí.
La camarera se marchó, y me limpié las manos con una de las
servilletas de tela que estaban humedecidas y tenían un olor curioso a
limón.
—Vi como devorabas la pizza. ¿Eres bulímica o algo?
—¿Me observaste mientras que te tirabas a una tía? —Asintió con la
cabeza. —No estoy acostumbrada a la comida procesada. Mi madre quiere
que siga una de sus dietas. Quiere que sea como ella cuando tenía mi edad.
Pero se olvida de que yo soy más guapa.
Bloody cogió la jarra de cerveza que le tendieron y sonrió.
Yo, mientras tanto, alcé la hamburguesa grasosa y disfruté del enorme
tamaño. Si mi madre me viera hincarle el diente, la mejilla ya la hubiera
tenido marcada por su mano.
—¿Por qué quería matarte el chino?
Bajé la cena y respondí con mi sentido del humor.
—Era un pésimo amante y descubrió mi relación con Harry —reí yo
sola. —A ti qué te importa.
—Me importa porque te he salvado la vida.
—Lo has matado.
—Y tú has intentado matarme a mí —tiró del cuello de su camiseta.
—¿Qué está pasando?
—El secuestrador eres tú.
Ya no era todo tan divertido para él.
—Si Vikram me la está jugando, quiero saberlo…—y se calló. Centró
la mirada por encima de mi cabeza y sonrió amablemente. Hice lo mismo
que él; observé el fondo del bar por encima de mi hombro, encontrándome
a la camarera en una de las salidas de emergencia llamando a Bloody. —
Vengo en unos minutos.
—Vale —dije, y cuando se levantó de la mesa le arrebaté la jarra de
cerveza.
La bebida estaba fresquita, y sentí un escalofrió al darle un sorbo. No
estaba acostumbrada a la cerveza, ya que era más de champagne. Pero me
relamí los labios al sentir la espuma bajando por mis labios.
—La desaparición de la joven Alanna Gibbs —miré el televisor que
estaba colgado junto a un ciervo decapitado, salía mi fotografía —alerta a
los policías que ha sido un secuestro.
«Hija de puta.» —Pensé. «Tengo en Instagram fotos mejores y ella le
ha dado a la policía la foto del carnet de la biblioteca.»
Me levanté de la mesa y busqué a Bloody. Esa noticia le interesaría.
Al salir por la puerta de emergencia, la voz jadeante de la chica me detuvo.
—Estás sangrando, corazón.
Él siguió moviendo sus caderas entre las piernas desnudas de la chica.
—Por eso me llaman Bloody.
Gruñó.
Crucé mis brazos bajo el pecho.
—¡Hermanito! ¿Puedes venir?
Se detuvo y me lanzó una mirada cargada de rencor.
—Ahora no puedo.
—Yo de ti, no me lo pensaría dos veces.
Golpeó el muro que les sirvió de cama vertical. Y se subió los
pantalones a regañadientes. Besó los labios de la camarera y le prometió
que volvería pronto.
Al cerrarse la puerta, me detuvo.
—¿Qué cojones haces? Primero tenía que aguantar a Mudito cada vez
que me jodía un polvo, y ¿ahora tú también?
Señalé la televisión.
—Tenemos las imágenes de los secuestradores —anunció la
presentadora, mostrando el video de seguridad de la casa de Evie. —Darius
Chrowning, conocido por su apodo Bloody.
La fotografía de Bloody acaparó la pantalla.
Éste no reaccionó.
—Tienes nombre de niño de coro de iglesia —me reí de él.
—Y el segundo secuestrador es Raymond Dunner.
Y cuando estaban a punto de mostrar la fotografía de Ray, Bloody
acomodó su mano sobre mis ojos, impidiéndome que conociera el rostro del
otro secuestrador.
—Joder —gruñó él.
—¡Qué asco! —Exclamé. —Quítame la mano de encima. A saber,
dónde ha estado hace unos minutos. ¿Por qué no puedo ver a Ray?
—Será mejor que no lo veas —empujó nuestros cuerpos, sacándonos
del bar. —O tendremos problemas.
¿Problemas? ¿Con Ray?
¿Quién era él?
¿Por qué se ocultaba detrás de una máscara?
De repente sentí un golpe en el costado, y caí al suelo del dolor.
Capítulo 11

Los dos moteros que nos empujaron hasta la parte trasera del bar, nos
obligaron a sentarnos uno delante del otro. Terminaron de atarnos las
muñecas y salieron en busca de sus motos.
Bloody alzó la cabeza y mostró sus dientes.
—Sí, ríete —dije —, pero tú también estás secuestrado.
—Mudito vendrá a salvarnos.
Alcé una ceja.
—Ray parecía furioso —recordé la forma en la que nos abandonó en
el parking, a regañadientes. —Estás sangrando.
Él, en vez de protestar o negarlo, miró mis piernas.
—Cielo, no soy el único.
«Imbécil.»
—Entonces debería dejarte uno de mis tampones.
—¿Penetrarás tú la herida? —preguntó, arrastrándose por el suelo y
acercándose poco a poco.
Nuestros zapatos se tocaron.
—Eres asqueroso —me rendí.
Bloody empezó a reír y echó hacia atrás la cabeza. La sangre
empezaba a cubrir su torso, y su camiseta lo delataba. Estaba débil y podía
verlo en el tono de sus labios.
Los moteros escucharon la recompensa que ofrecía mi madre si
conseguían rescatarme. Pero, la muy bruja, hizo público el secuestro por
miedo a que la delatara. O eso creía yo, porque en ese momento ya no sabía
qué pensar de ella. Su forma de quererme era jodidamente peligrosa.
—¿Por qué quería matarte?
Hizo la misma pregunta que en el bar.
Sus ojos azules empezaron a apagarse, y no era capaz de sonreír con
la misma fuerza. Golpeé sus botas cuando la barbilla tocó su pecho.
—Me fastidia decir esto…—alargué el silencio porque no tenía otra
opción—, pero te necesito con vida.
Muriéndose, se obligó a mirarme.
—¿Quieres cometer una locura? —Apuntó a la pequeña capilla que
había delante del motel. —Casémonos.
—Antes pongo punto y final a mi vida.
No dijo nada.
Los hombres se acercaron y uno de ellos se arrodilló para observarme
detalladamente. Tocó mi cabello, y alzó mi rostro acomodando los dedos
debajo de la barbilla.
—¿Estás bien? —preguntó, con la voz ronca.
—Sí.
—Tu madre dice que nos pagará cien mil de los grandes si te
llevamos a casa —sonrió. —¿Éste es tu secuestrador?
Respondí con otra pregunta.
—¿Lo quieren muerto?
Sacudió la cabeza.
—Nos dan diez mil por cada delincuente —se levantó del suelo y
quedó detrás de Bloody. —Da igual si están con vida o están muertos.
Golpeó el cuerpo de Bloody, tumbándolo cerca de mí. Éste ni se
inmutó. Estaba tan débil, que estaría inconsciente hasta que dejara de
respirar.
Y no podía permitirlo. Necesitaba que me sacara de allí para no
volver junto a mi madre. Si me reunía con ella, estaba muerta.
—¿Cómo vais a contactar con Moira?
Se miraron.
—Nos darás su número de teléfono.
Que fácil lo veían.
—Le hablaré bien de vosotros a mi madre si le salváis la vida.
Rio tan fuerte, que me puso el vello de punta.
—Pequeña, te ha secuestrado.
«No me digas…»—Puse los ojos en blanco.
—Sí —me rendí. —Es que me he enamorado y esas cosas. Salvadle y
tendréis un millón de dólares cada uno. Creo que es un buen trato.
El más alto empujó a su compañero para hablar sobre la propuesta
que les ofrecí. Miré a Bloody, o mejor dicho a Darius, y le golpeé con el
codo. Cuando abrió los ojos, me miró con cansancio.
—Tienes que ser fuerte.
—Por ti, cielo, te bajaría el firmamento si hiciera falta.
Suspiré.
—Mi madre me quiere muerta, joder —confesé. —Tienes que
ayudarme.
—Te he ayu-ayudado —le costaba articular las palabras —y ni me lo
has agradecido.
—Voy a salvarte la vida.
—¿Cómo?
Me acerqué a él.
—He hecho un trato con los moteros.
—¿Vas a pajearlos a ellos también? —Le aparté la mirada. Eran tan
idiota. —¡Oh, cielo! No lo hagas. Me pondré celoso.
Golpeé el hombro que no sangraba para que dejara sus estupideces.
—Si aceptan curar la herida, tú me llevarás lejos de California.
Acercó su cuerpo como pudo y acomodó su mejilla en mis piernas
desnudas.
—Prefiero morirme aquí antes que traicionar a Vikram.
Era uno de los soldaditos del delincuente que ordenó que me
secuestraran.
—En alguna ocasión mi madre nombró a Vikram.
—Mientes.
—No —sí, mentía. —Tienes que impedir que esos moteros nos
saquen de la autopista.
—Y, ¿qué gano yo?
¿Estaba consiguiendo negociar con él?
—Lo que quieras.
—¿Lo que quiera?
«Mierda.»
—Sí.
Bloody sonrió.
Capítulo 12

Me acerqué a la ventana de la habitación donde nos encerraron. Cuando se


llevaron a Bloody me quedé sola, esperando a que los cazarrecompensas
volvieran con el secuestrador; prometieron curarle la herida a cambio de un
número de contacto directo con Moira. Y acepté. Lo hice porque no tenía
otra opción y necesitaba a alguien para huir de los moteros que nos
capturaron.
Paseé por la habitación hasta cansarme. Acomodé mi cuerpo sobre la
cama y recogí el sándwich que me había preparado la mujer de cabello
negro que apareció con uno de los hombres que se llevaron a Bloody. Si
estaba envenenado me daba igual, tenía hambre.
Terminé por estirarme y acurrucarme en la enorme almohada
esperando a quedarme dormida. Pero no llegué a cerrar los ojos, porque
cuando lo intenté, la puerta de la habitación se abrió.
Los dos hombres que nos sacaron del bar de carretera, empujaban el
cuerpo de Bloody que seguía sin reaccionar. Con el torso desnudo y
vendado, lo tumbaron al otro lado de la cama. Me miraron y yo hice lo
mismo.
—Es tarde —apunté a la ventana. —A primera hora tendréis el
número de mi madre anotado en esta servilleta.
Asintieron con la cabeza y se dirigieron hasta la puerta.
—¿No habéis limpiado la herida? —pregunté, observando la sangre
seca que cubría la piel de Bloody.
—Hazlo tú —dijo el más grandote. —¿No era tu amorcito?
Antes de que cerrara la puerta intenté detenerlo:
—…Pero no estoy tan enamorada.
El golpe de la puerta me devolvió a la realidad. Me tocaba a mí cuidar
de ese gilipollas y que no muriera de una infección. Al otro lado de la cama,
en el muro de piedra sobresalida, había una vieja puerta de madera que te
llevaba a un baño individual; era mucho mejor que el baño del primer motel
donde me di la primera ducha del secuestro.
Me acerqué con cuidado y cogí un par de toallas que humedecí con
agua caliente. Volví a acomodarme junto a su cuerpo y presioné su
abdomen para deshacerme de la gruesa línea de sangre.
—Buenas noches —bostezó. —¿Qué haces?
Le podrían haber quitado un órgano, y él seguiría sonriendo.
—Han cumplido su promesa, pero me han dejado lo peor para mí.
Bloody levantó con cuidado su cuerpo, clavando los codos sobre el
colchón y me observó con sus ojos claros.
—¿Recuerdas tu oferta?
Suspiré.
—Como olvidarla…
—Ayúdame a darme una ducha.
Reí.
—Ni hablar —solté la toalla y dejé que siguiera él.
—Dijiste —y se aclaró la voz para imitarme. —Lo que quieras, amor
mío.
Y estaba arrepentida.
—¿No puedes bañarte tú solo?
—Poder…puedo. Lo que no quiero —rio. —Ayúdame a levantarme.
Vamos al baño.
—A mí no me des órdenes.
Arrastró los mechones rubios llenos de sangre hacia atrás.
—¿Qué clase de secuestrador sería si no te doy ordenes?
—Un gilipollas que ha sido capturado por dos cazarrecompensas —le
recordé.
Él asintió con la cabeza.
—Sí, eso es cierto. Tendré que matarlos. Me han humillado.
¿Tenía que marcar el terreno en ese momento? ¿No podía ser el
macho alfa en otro instante? No, porque era idiota.
Me levanté de la cama y me acerqué hasta él. Pasé su brazo por
encima de mis hombros y rodeé su cintura con el brazo para ayudarlo.
Caminamos con cuidado hasta el baño y entonces me di cuenta que Bloody
no sería capaz de desarmar a los dos hombres que nos tenían en una
habitación bajo llave.
Llené la bañera de agua, y cuando se llenó, esperé a que se desnudara.
—Cielo, la ropa.
Gruñí.
—Quítatela tú.
—Lo que quieras —repitió.
«Joder.»
Me acerqué a él, y tiré del cinturón que aguantaba sus enormes
vaqueros azules. Cuando bajé la cremallera, miré hacia otro lado al darme
cuenta que no llevaba ropa interior.
—Me has puesto muy cachondo —justificó su erección.
«Prepárate, imbécil.»
Sonreí.
—Métete en el agua.
Y así hizo. Adentró su cuerpo, y cuando estuvo a punto de salir
corriendo, lo empujé.
—¡Diablos! Está ardiendo.
Reí.
—Así bajará la hinchazón de tu pene.
Giró su rostro y esperé a que el agua caliente limpiara su piel. Como
él no era capaz de pasarse una esponja por su cuerpo, yo ni siquiera me
ofrecí. Me quedé sentada en la tapa del W.C., esperando a que se cansara de
estar en remojo. Media hora después, me pidió que le ayudara a salir.
—Me has podido dejar estéril. ¿Qué le habrías dicho a nuestros hijos?
Idiota era poco; si se quedaba estéril, no tendría hijos. Y mejor
todavía, menos conmigo.
No respondí y me limité a cubrirlo con una toalla cuando salió de la
bañera.
—Tengo hambre.
Era como un niño pequeño. No dejaba de quejarse. Empujó su cuerpo
hasta la cama y se tendió boca arriba mientras que observaba como me
acercaba hasta él.
—¿Cuál es el plan? —Pregunté, al reunirme con él.
—Cenar.
Tenía que relajarme.
—¡Dijiste que me sacarías de aquí!
—Cielo, lo dudo.
—¡Idiota! Si Moira te encuentra, te matará.
—Y a ti también —sonrió. —Mudito vendrá.
Ray nunca nos encontraría.
—Joder —le di la espalda.
Sentí su mano en mi hombro y ni me giré.
—Tenemos que trabajar en equipo.
—Tú y yo...mala combinación —susurré.
Bloody me obligó a mirarlo.
—Rásgate la camisa. Me pondré encima de ti y tú te pondrás a gritar.
—Se supone que estoy enamorada de ti —y gracias a eso le habían
salvado la vida. —No puedes abusar de mí.
—Los grandullones vendrán a ver qué pasa. Cuando me encuentren
encima de ti, intentarán apartarme de tu lado. Entonces les quitaré el arma.
No saldría bien.
Pero no perdíamos nada.
Me tumbé sobre la cama y esperé a que él se tendiera sobre mí. Miré
hacia otro lado de la habitación. Sus ojos me intimidaban y esa sonrisa de
pervertido me sacaba de quicio.
Abrí la boca para gritar hasta que sentí una presión en el pecho.
—¿Qué cojones haces?
—Lo hago más realista —dijo, sobando mi pecho.
Cerré el puño y lo impacté en su ojo derecho. Y empecé a gritar.
—¡Socorro!
Bloody maldijo y se llevó la mano hasta su rostro. Como bien había
dicho, los hombres se reunieron con nosotros y apartaron al secuestrador de
encima de mí.
Le dieron una paliza de muerte.
Y, mientras tanto, observé cada golpe que recibió sin inmutarme.
«Debería salvarle la vida de nuevo.» —Pensé. «No. Mejor esperaré
un rato más.»
Quien se dio el placer de sonreír, fui yo.
Bloody me miró desde el suelo, y me di cuenta que el capullo también
estaba disfrutando.
—Cabrón.
Dispararon.
Capítulo 13

Uno de los cazarrecompensas saltó por el disparo que recibió. Impactó su


cuerpo contra la pared, y se derrumbó sobre el suelo cubriendo la moqueta
de sangre. Bloody forcejeó con el hombre más grande, y cuando parecía
que el cañón de la pistola se posaría sobre su frente, el delincuente ganó la
segunda batalla; su puño impactó sobre la nuez de adán, dejando al otro sin
poder respirar. Al caer de rodillas, aprovechó la ocasión para terminar con
la vida del motero de carretera.
Y mientras tanto yo, observé la escena al otro lado de la habitación,
ahogando los gritos con la palma de la mano. Al ver como acababa con la
vida de dos hombres, intenté alejarme de él, pero me lo impidió.
—Tenemos que irnos —dijo, recogiendo el arma y sujetándome por el
brazo.
¿Por qué había sido tan ilusa en creer que él necesitaba mi ayuda?
Abrió la puerta y nos movimos por la primera planta del domicilio
que ocupamos bajo las órdenes de los dos hombres que dejó muertos en la
habitación. No me quedó de otra que seguir sus pasos, y sobre la marcha
intenté quitarme la sangre que dejó en mi piel.
—No estamos solos —susurré, y Bloody detuvo sus pasos
bruscamente. Me miró por encima del hombro. —Hay una mujer. No la
mates.
—Cielo, sigues sin recordar que tú no me das lecciones de moralidad.
No me sirvió de nada refunfuñar.
—¿Por favor?
Lo intenté, pero no era suficiente para él.
Bajamos las escaleras y se escuchó el sonido de una máquina
barajando una cantidad de dinero importante. Al encontrarnos en la cocina,
donde los cazarrecompensas escondían el dinero que les pagaban por los
delincuentes que detenían, Bloody encontró la excusa perfecta para
permanecer en la casa un par de minutos más.
—Coge el maletín y llénalo —pidió.
No me quejé e hice lo que me dijo.
Abrí el maletín negro que había sobre la mesa redonda de madera, y
cogí los fajos de billetes que estaban embolsados con bolsas de basura.
Como bien le dije, no estábamos solos. La mujer que me dio un
sándwich para cenar, apareció con una enorme escopeta de doble cañón. Lo
sentí contra mi espalda, y cuando intenté detenerla para que nada malo le
sucediera -y salvar mi trasero-, Bloody apretó una vez más el gatillo,
llevándose otra vida por delante en menos de quince minutos.
—¡Joder! —Grité, sintiendo como las lágrimas recorrían mis mejillas.
—¿Estás loco?
Él no respondió. Acomodó el arma debajo de su espalda, y atrapó de
mis temblorosas manos el maletín que quería llevarse. Lo cargó y de nuevo
volvió a empujarme para recordarme que tenía que seguirlo.
—Vamos —gruñó, saliendo por la puerta.
Al parecer engañarlo no era fácil.
Si había acabado con ellos sin pestañear, era capaz de matarme a mí si
me negaba a hacer lo que me pidiera.
Y como una niña tonta, creyendo que su mejor virtud le salvaría la
vida, me puse en peligro sin pensármelo dos veces.
—¡Hijo de puta!
Bloody arrancó una de las motos que había en el garaje.
—¿Qué has dicho? —preguntó, mostrando esa perfecta sonrisa que
no se esfumaba ni muriéndose.
—Eres un hijo de la ¡gran puta! —Me acerqué.
Dejó el maletín sobre el asiento de su nuevo vehículo, y acomodó su
frente sobre la mía.
—Estás temblando —él, a diferencia de mí, estaba tranquilo. Tragué
saliva. —Ese insulto es bastante horrible. Si vuelves a decirlo, haré que
tengas tu boca ocupada.
Alcé una ceja.
—¿Con tu amiguito?
Soltó una carcajada y la detuvo para decir:
—Con mi polla y mis enormes pelotas —sus dedos se hundieron en
mis mejillas. —Te di un buen consejo. No lo olvides. Sé una buena niña,
cielo.
Aparté como pude su mano de mi rostro y no volví a dirigirle la
palabra. Me subí junto a él a la enorme Yamaha R1 negra, y Bloody no
arrancó el motor.
—Sujétate —quería que rodeara su cuerpo con mis brazos.
Sacudí la cabeza.
—No es la primera vez que voy en una moto.
Al soltar la carcajada me di cuenta que no me lo pondría fácil. Y así
fue. Pasó los 240 Km/h por una autopista que dejaba de ser fantasma.
Esquivaba los coches y los camiones acercándose peligrosamente.
Tener los brazos detrás de la espalda me dio la sensación de que en
cualquier momento podría caerme.
—¿¡No cambias de opinión!?
El motor rugió más fuerte. Sentí el asiento arder bajo mi trasero.
—¡Nos matarás!
El viento silenció mi voz.
Inclinó la moto, acercando nuestras rodillas al asfalto de la autopista.
Parecía un motero de carreras en vez de un idiota que podía perder su vida
en cualquier momento.
Y no me quedó de otra que rodear su cintura con mis brazos.
Sentí como cogió aire y bajó la velocidad.
—Buena decisión, cielo.
Bajé la cabeza y apreté mis dedos en la vieja camisa que consiguió
para cubrirse al salir de la casa que dejamos a atrás.

Llegamos al motel sin devolvernos la mirada, y al reunirnos con Ray en la


habitación 212, éste nos esperaba con su bloc de notas.
“¿Dónde habéis estado? Estaba preocupado.”
Bloody no respondió. Tiró el maletín sobre la cama individual y cogió
un par de billetes.
—Os están buscando —dije, arrastrando mis pies cansados por la
habitación. —Anoche nos dieron caza.
“¿Quién?”
Iba a responder, pero la voz de Bloody me detuvo.
—Ya te lo ha dicho —gruñó —. Nos están buscando. Los tíos que nos
cogieron están muertos. No hay problema. Pero tendremos que salir antes
de que la noche nos pise los talones. Tú, —apuntó a Ray— vigila a tu
novia. Estoy cansado de tener que salvarle la vida.
—¿Me has salvado la vida? —fui detrás de él.
Mientras tanto, Bloody se dirigía a la puerta para salir.
—No volveré a decirlo.
—¡Qué te jodan…!
Pero fue tarde. Cerró la puerta.
Puerta que golpeé con mis puños sintiendo como la rabia hacia él
aumentaba.
Me dirigí a la cama para calmarme, y me encontré con otro mensaje
de Ray.
“Veo que os lleváis mejor.”
No reí ante su estúpida broma.
Encendí el televisor, y escuché las noticias.
—La futura senadora, Moira Willman, encabeza al senador Charles
Bright. Hace años que no veíamos unos resultados tan positivos como los
que está consiguiendo una madre que sufre ante la desaparición de su única
hija. Alanna Gibbs, secuestrada por dos delincuentes…
Tiré el mando del televisor contra la pantalla.
El secuestro le daba una publicidad totalmente gratuita para ganar las
elecciones a senadora.
De repente alguien golpeó a la puerta.
—¿Quién es? —Pregunté, ya que era la única que tenía voz en esa
habitación.
Ray se acercó a la puerta.
—T. J.
Me encogí de hombros.
Ray escribió algo.
“Mierda.”
—¿Sucede algo? —bajé el tono de voz.
“Envié un par de mensajes anoche. Creí que Bloody había decidido
trabajar solo.”
—Genial —pensé en voz alta. —Otro secuestrador.
“Bloody me matará.”
—¿Por qué?
Ray se alejó de la puerta.
“Es su hermano.”
Viniendo de familia, sería otro delincuente.
—Raymond abre la puerta —su risa se me hizo familiar. —Sé que
estás ahí, con la chica.
Lo único que hizo él fue sacudir la cabeza, y alejarse de la puerta
mientras que se acercaba a mí.
Capítulo 14

Los dos nos quedamos observando la puerta como un par de idiotas. T.J
acabó librándose del pomo. El sonido de un golpe en seco me sobresaltó, y
en cuestión de segundos le puse rostro al hermano de Bloody. Cerró la
habitación del motel, y se liberó del enorme gorro de lana que cubría su
cabello. Se acercó mientras que adentraba las manos en unos vaqueros
negros. Ladeó la cabeza al ver a Ray cubierto con una máscara y después
me miró a mí, dedicándome una sonrisa.
—Tú debes de ser Alanna Gibbs.
—Y tú el refuerzo —le espeté.
T.J rio y negó con la cabeza.
—No trabajo con ellos. Hace tiempo que Vikram me sacó de la banda
—observó la habitación del motel. Dio media vuelta y ocupó parte del sofá
que había debajo de la ventana principal. —¿Dónde está Darius?
Sentí la mano de Ray posarse debajo de mi espalda. Dio unos pasos
hacia delante, dejándome detrás de su ancha espalda. Su cabello negro
rozaba su nuca, y la poca piel que quedaba al descubierto, estaba cubierta
por tinta oscura. Le mostró a T.J la libreta y escribió su respuesta. El
hermano de Bloody no se sorprendió al no escuchar la voz del otro hombre,
a excepción de la máscara negra que no tenía ni siquiera detalle alguno.
“Ha salido a beber.”
—Idiota —dijo, sacando un paquete de tabaco y golpeando el envase
hasta sacar un cigarro que posó en sus labios. —Lo han detenido en el bar
que hay detrás del motel, y él, en vez de quedarse en la habitación ha salido
a beber. Los cazarrecompensas que os encontraron, seguramente avisaron a
sus otros colegas.
Ray, lo único que hizo, fue encogerse de hombros y mantener el
bolígrafo lejos del bloc de notas que siempre lo acompañaba. Mientras
tanto, T. J, me observó como si fuera un fajo de billetes presa en una vieja
habitación de motel de carretera. Se levantó con la misma chulería que su
hermano, e intentó apartar a Ray de mi lado. Al no conseguirlo, su risa
tensó el cuerpo de la persona que lo encaraba.
—Si Raymond te mantiene alejada de mí, es porque mi querido
hermano ha hecho una de las suyas. ¿Estoy en lo cierto?
—Tu hermano es un capullo. Si lo estás buscando a él —no silencié
mi voz —puedes volver sobre tus pasos. Estará detrás de la camarera que
dejó tirada ayer con las bragas cubriendo sus tobillos.
Alzó una ceja gracioso y se dio cuenta que había llegado la hora de
detener sus pasos.
—Ray, solo quiero hablar con ella —aclaró. —Cinco minutos.
Después desapareceré.
Yo no dije nada más. Mis opiniones importaban poco o una mierda.
Así que me quedé cruzada de brazos, esperando a que Ray aceptara que
tuviera una conversación con T. J fuera de la habitación. Éste negó con la
cabeza y esperó a que saliera. Pero no lo hizo. Se inclinó hacia delante y le
susurró algo que solo él pudiera escuchar.
—Cinco minutos —repitió T. J.
Ray me miró a través de la máscara y escribió algo:
“Te vigilaré.” —Fue su forma de tranquilizarme.
Como bien sabía, no tenía más opciones. Cogí una de las chaquetas
que llevaban junto a ellos, y seguí a T. J por la parte trasera del motel. La
habitación tenía vistas al parking, y ahí nos quedamos los dos; rodeados de
coches y enormes motos.
—¿Sabes por qué Vikram te busca? —Rompió el silencio con una
curiosa pregunta. Yo no tenía respuesta, así que mi rostro lo dijo todo. Se
sentó en una Ducati Xdiavel negra, y los buenos recuerdos que tenía me
hicieron sonreír sin ser consciente. —¿Te gusta? —Asentí con la cabeza. —
Es un regalo. Como bien te he dicho antes, yo no trabajo para ese rumano
loco. La persona que me ha enviado, y Ray me ha guiado hasta vosotros
facilitándome el trabajo, es un conocido de tu padre.
—¿Un amigo de mi padre?
—Tu padre no solo tuvo enemigos, le quedó unos cuantos viejos
amigos que siguen preocupándose por su familia —empezó. —Vikram te
quiere con vida porque papá lo traicionó. ¿Cuántos millones le robó?
¿Cinco? ¿Diez? Da igual. Cuando tu padre murió ese dinero fue depositado
a una cuenta bancaria con un único benefactor; tú.
Bajé los brazos e hice una petición.
—¿Me das un cigarro?
T. J sonrió, lanzándome el paquete de tabaco.
—Para ti.
—Gracias —dije, esperando a que él lo encendiera. —Veo que has
hecho los deberes a medias.
—¿A medias?
—Sí. ¿Por qué también querrás el dinero, no?
Su risa lo delató.
—Un 40%.
Así que todos los problemas que tenía con Vikram, un enemigo de
papá, era por la cantidad de dinero que él me dejó al morir. Le di un par de
caladas más al cigarro. Miré el cielo que empezaba a oscurecer, y sonreí.
—El dinero será accesible cuando sea mayor de edad.
—¿Dentro de unos meses?
Por eso había hecho los deberes a medias.
—Dentro de 3 años y 4 meses podré tocar el dinero que mi padre me
dejó —acerqué el cigarro de nuevo a mis labios. —A los 21.
—Joder —gruñó, y se dio cuenta que estaba perdido. —Da igual.
Pienso ayudarte.
—No, T. J, no es ayudarme —le recordé. —Tu hermano está haciendo
lo mismo. Y hazme caso, si voy a sufrir otro secuestro, prefiero a esos dos
que ya los conozco. Así que cuando escriba mi biografía, no será tan
confusa.
T. J rio de nuevo.
—Eres divertida —su lengua acarició sus labios. —¿Habías pensado
en el primer capítulo?
Aparté el cigarro y le respondí:
—Masturbé a uno de los secuestradores.
Estalló en risas, pensando que lo decía en broma. Pero no. Mi mano
tocó el miembro de su hermano y no conseguí nada, salvo darle placer y yo
sentirme humillada.
—Darius no es un problema. La complicación es Vikram.
Si mi padre le había robado, ese hombre me mataría para vengarse.
—Y, ¿qué habías pensado?
—México.
—¿México? —Repetí. —¿Tienes dinero?
—No, pero tengo amigos. Y hazme caso, Alanna, estarás mejor que
con Darius.
Me di el placer de reír.
—¿Por qué todos creéis que estoy con él como si tuviera alternativa?
—Porque ahora yo te estoy dando opciones.
Le puse a prueba.
—No será fácil huir de él —recordé como me encontró cuando huía
junto a Jiang; y, ¡joder! Tenía que reconocer que me salvó la vida. Pero yo
no le obligué. Más bien, encontré una salida para acabar con todos mis
problemas que tenían grabado el nombre de mi madre. —¿Cuál es el plan?
—Hablaré con él —me guiñó un ojo, y no sabía quién de los dos
hermanos era más gilipollas. —Ahora somos colegas.
Se bajó de la moto, y me subí yo.
—Di que sí —solo me faltó darle una palmadita de colega detrás de la
espalda. —Te esperaré aquí. Y si se pone a llover, lo celebraremos bailando.
—Eres graciosa —dijo, alejándose.
Y yo terminé de decir:
—Idiota —susurré, bajando mi mano hasta uno de los costados de la
Ducati. Rasqué la pintura negra, y miré mis uñas. Habían pintado la moto,
borrando su color original que era el rojo —¿Qué me intentas decir, papá?
Capítulo 15
BLOODY

Me oculté con el gorro de la sudadera cuando ocupé uno de los asientos del
bar. Le pedí una cerveza a la camarera que estuve a punto de follarme, y
observé detalladamente a todos los hombres que había a mi alrededor. No
parecían cazarrecompensas, pero sí unos muertos de hambre que venderían
a sus familiares por tener unos cuantos ceros en sus cuentas bancarias.
Así que no llamé la atención.
Hasta que por la puerta entró un capullo que pensé que había alejado
de mi vida. Me encontró, y se sentó delante de mí sin decir nada. La
camarera volvió y coqueteó con él.
—¿Motero? —Preguntó, antes de acercarle la jarra de cerveza.
—¿Quieres montar?
Ella rio.
—Tal vez —dijo, alejándose.
Miré ese rostro que empezaba a olvidar, y endurecí la postura incluso
cuando él era el hermano mayor.
—Tranquilo, Darius, no pienso montarme en esa yegua. Sé que ayer
estuviste a punto de follártela.
—¿Qué haces aquí? —Había sido una mala idea salir de la
habitación. —Y ya no me llamo Darius.
Gruñí.
—Es verdad —sonrió. —A veces olvido que ahora eres Bloody.
¿Quién te puso ese apodo?
—Domty, el domador de niños.
—¿Domty? ¿El violador de menores?
Le conté la historia:
—Fue el primero. El primero que maté con 12 años —le di un sorbo a
la cerveza antes de que la espuma bajara. —Me dijo que me daría un
cigarro si lo acompañaba a su celda. No tenía nada que hacer, así que seguí
sus pasos. Me pidió que me sentara en su cama mientras que él buscaba la
nicotina. Metió su mano en el interior de los pantalones, y en vez de sacar
un cigarro, se sacó la polla.
»Dijo que si se la chupaba me daría el cartón entero. Yo, sin buscar
problemas, me levanté de la cama. Pero ese hijo de puta volvió a sentarme.
Empezó a menearse su diminuta polla mientras que su otra mano se
acomodó en mi nuca. Intentó empujar mi cabeza hacia abajo, y lo único que
consiguió fue cabrearme. Perforé varias veces su cuello con un hueso de
pollo que había afilado esa misma semana. Cayó al suelo, bañándose con su
propia sangre.
»Me encendí el cigarro que tenía debajo de la almohada y observé
detalladamente como se ahogaba con su propia lengua. Antes de morir,
susurró en varias ocasiones “bloody”. Una y otra vez: Bloody, bloody,
bloody. Y yo no dejé de reír mientras que el cigarro se consumía en mis
dedos.
—El internado tampoco fue fácil —intentó recordarme. —Al menos
tú estuviste con nuestros padres.
—Papá intentó matarme cuando descubrió que la enfermera de una de
las torres me daba muslos de pollo para comer —reí. —Echo de menos a
ese viejo.
Terence asintió con la cabeza.
—Debería buscarme un apodo yo también. T. J no da miedo.
—¿Quieres que te ayude? —Me ofrecí.
—Por favor.
Maldito iluso.
—El traidor —finalicé, e intenté levantarme de la mesa. —¿Qué
haces aquí, Terence Junior? Vikram quiere tu cabeza. Y yo no se lo voy a
impedir.
T. J se puso nervioso. Su frente se empapó por el sudor frío que
desprendía su piel.
—Solo trapicheé con un poco de droga.
—Droga que le pasabas a mamá —le recordé. —Le han caído 7 años
más. Tiene una condena de 55 años. ¡Joder! Está muerta en vida.
—¡Mamá es una puta yonqui! —Gritó tan fuerte, que todos nos
prestaron atención. —Además, solo te preocupas por ella porque eres su
ojito derecho.
—Me crie con ellos en una puta cárcel. ¿Qué esperabas?
T. J relajó sus puños.
—Estoy aquí por la chica.
—¿Quién te manda?
—Un viejo amigo de su padre.
Otro que iba detrás del dinero.
—Olvídalo.
—Darius…—corrigió. —Bloody, te daré dinero.
Detuve mis pasos y lo miré por encima del hombro.
—¿Quieres que te venda a esa cría?
—Tengo doscientos mil dólares.
Volví a acercarme a él y le planté cara.
Capítulo 16
ALANNA

«Presioné el oso de peluche sobre mi pecho. Las voces de papá y mamá no


me dejaron dormir. Salí de la cama sin hacer ruido y cerré la puerta de la
habitación para que ningún monstruo se colara en el interior. Al bajar las
escaleras añoré la presencia de Jiang que siempre se encontraba
aguardando la puerta de nuestro hogar. Los gritos aceleraron mis pasos, y
una vez que llegué al comedor, me senté en el suelo. Oculta detrás del
enorme sofá blanco, escuché la conversación de mis padres.
—¿Te has vuelto loco? —Preguntó mamá. —Acabarán con nosotros.
No deberías de haber vuelto a casa.
—No pasará nada malo, Moira. Lo tengo todo bajo control.
—¡Y una mierda! —Exclamó ella. «Mamá tendrá que poner un dólar
en el cerdito rosa.» -Pensé, e intenté no reír. —Me prometiste que este año
sería mío. Mi candidatura. Mi felicidad. ¡Mi maldita vida! ¡Joder, Gael! No
puedo criar a esa niña yo sola.
Papá estaba más calmado que su mujer.
—Alanna es mi hija —susurró. —No me alejaré de ella. No me
alejaré de ti, Moira. Pero necesito desaparecer un tiempo hasta que Vikram
deje de seguir mis pasos.
Un grito de dolor me puso el vello de punta. Miré al señor Osito e
intenté acomodarme en su pecho hasta que mamá dejara de llorar.
—Te matarán…
Alcé la cabeza del peluche y el corazón me brincó. No quería perder
a mi papá, así que grité al escuchar las últimas palabras de mi madre. Salí
de detrás del sofá y corrí hasta resguardarme en los brazos de él. Me cogió
en brazos y acarició mi cabello.
—Cariño, ¿qué haces despierta?
—No podía dormir —admití.
Mamá nos dio la espalda y se encendió un cigarro mientras que se
sentaba.
—¿Leemos un cuento?
Asentí con la cabeza, mientras que marcaba una enorme sonrisa.
—¿Mamá? —Pregunté, esperando a que ella se reuniera con
nosotros.
Ella gruñó.
—No. No me gusta leer cuentos.
Papá la miró.
Abracé con fuerza su cuello, y nos alejamos del comedor. Al subir los
escalones, Jiang apareció de nuevo en la puerta principal. Lo saludé con la
mano y éste me devolvió el gesto.
Me tumbaron sobre la cama y cubrieron mi cuerpo con la sábana que
dejé tendida a los pies de la cama. Papá cogió un cuento de historia y se
acomodó cerca de la lamparita de noche.
—¿El caballo de Troya?
—Sí —aplaudí. —¿Por qué los griegos asaltaron a los troyanos?
—Los griegos eran conscientes de las riquezas que tenían los
troyanos. Así que el rey griego encargó a sus soldados robarles a sus
enemigos todo el oro que tuvieran en su poder y conquistar la ciudad. Pero
los troyanos fueron astutos, y cuando vieron todos los barcos de los
griegos, se escondieron en su fortaleza. Sabían que estaban a salvo de
cualquier golpe que dieran los griegos.
»Después de muchos años, el rey griego se cansó de esperar y mandó
a sus hombres que desparecieran de las tierras de los troyanos. El rey
troyano mandó a su mejor ejercito a comprobar que los soldados griegos
efectivamente se había retirado el ejercito enemigo de sus tierras. Y lo
único que encontraron fue un enorme caballo de madera. Éstos pensaron
que era un regalo de los griegos para rendirles homenaje por su victoria.
Así que tiraron del gigantesco caballo de madera y lo llevaron hasta las
puertas de su ciudad.
»Cuando el rey observó el obsequio, honoró a su pueblo por el
triunfo ante la guerra que habían vivido durante años y nadie salió herido
ante los griegos —pasó un par de páginas. —Pero el troyano más anciano
de la ciudad, les advirtió que no podían confiar en los griegos. Así que alzó
la voz y pidió que quemaran el caballo.
Temblé bajo las sábanas.
—¿Lo quemaron?
—No —dijo papá. —El rey le pidió al anciano que callara y le obligó
a ayudar a sus mejores hombres a empujar del caballo de madera. El
hombre no tuvo más opción, y tiró de una de las cuerdas que rodeaba el
regalo de los griegos. Al tener la victoria bajo sus pies, el pueblo de troya
esperó que la noche cubriera el cielo con un manto de estrellas. Esa noche
brindaron con el mejor vino y bailaron hasta caer rendidos.
»De repente, bajo el silencio de la ciudad, una puerta de madera que
provenía del caballo, se abrió. Cientos de soldados griegos, que se
ocultaron en el interior del enorme caballo, acomodaron sus sandalias en
la arena de los troyanos. Éstos, que seguían durmiendo, no fueron
conscientes del saqueo que estaba teniendo su ciudad. En cuestión de
horas, los griegos consiguieron todas las riquezas de los troyanos y
derrumbaron la victoria que celebró el rey de troya. Troya se convirtió en
un pueblo fantasma, masacrado por un regalo de los enemigos.
—¿Los griegos eran malas personas? —Pregunté.
Papá cerró el libro.
—No, cariño, fueron astutos.
Recordé las palabras de mamá.
—¿Volverás a irte, papá?
Él besó mi frente.
—Ojalá tuviera otra opción, Caballito, pero tengo que irme durante
un tiempo.
—Y, ¿cuándo volverás?
—Pronto.
—¿Cuánto es pronto?
Papá me hizo cosquillas.
—Estaré aquí antes de que vuelvas al colegio —prometió. —Y no
olvides nunca, Alanna, que tú serás mi ejército de hombres griegos.
Siempre seguiré contigo.
Cerré los ojos sin entender las palabras de papá.»

Terminé de fumarme el cigarro que me dio T.J, y me bajé de la moto. El


hermano de Bloody conducía un vehículo y desconocía el nombre del
propietario; el hombre era Gael Gibbs. Así que quedé en uno de los
laterales, y rebusqué en el doble fondo de la bolsa de equipaje que colgaba
detrás de la moto. Al parecer nadie conocía el escondite, salvo yo.
Al apartar el cartón oscuro, en el fondo había una navaja automática y
un papel donde leí las siguientes palabras:

VUELO YAMAHA KILO RAFFAEL AL MEDIODÍA EL


SÁBADO LOS ÁNGELES SOLLOZAN OBLIGADOS
LIGERAMENTE UTÓPICO CIELO INFERNAL OSTENTOSA
NAVIDAD
Me guardé el papel y le di vueltas al mensaje que recibí. Como T.J no salió
del bar, subí las escaleras que me llevaron al primer piso del motel. Abrí la
puerta de la habitación y me encontré a Ray rajando el envase de plástico de
unos sándwiches que compró en la máquina expendedora que había al final
de la recepción.
Me senté a su lado y miré con más detalle la habitación donde
dormiríamos. Había una cama de matrimonio, una individual y un sofá.
—Quiero la cama individual para mí —dije de repente. —No quiero
tener a Bloody a mi lado.
Ray asintió con la cabeza.
“¿Qué te ha dicho T.J?”
Presioné con disimulo la navaja en el interior de las botas que llevaba
antes de responder.
—Cuánto por mi cabeza.
El crujido que provenía del bolígrafo de Ray me confirmó que estaba
tenso.
“Nadie te quiere muerta.”
—Pero todos quieren el dinero que ofrece Vikram —me levanté de la
cama, dándole la espalda. —Tengo sueño.
Me tumbé sobre la individual. Nadie me molestaría, y no tendría que
preocuparme si un hombre rubio me observaba mientras que nuestras
narices se tocaban.
Lo último que escribió Ray fue:
“Buenas noches.”
Y apagó las luces.
Las horas pasaron y ninguno de los hermanos apareció. Y era de
agradecer. Lo único que se escuchaba en la habitación eran los ronquidos de
Ray. Él no hablaba, pero roncaba como el viejo bulldog que tenían mis
abuelos. Me levanté un momento para quitarle el bolígrafo que dejó
descansando sobre la mesita de noche, y volví a la cama para leer de nuevo
la nota que me dejó mi padre, pero esa vez marqué las primeras letras de
cada palabra.

VUELO YAMAHA KILO RAFFAEL AL MEDIODÍA EL


SÁBADO LOS ANGELES SOLLOZAN OBLIGADOS
LIGERAMENTE UTÓPICO CIELO INFERNAL OSTENTOSA
NAVIDAD

Escribí la frase completa.

VYKRAM ES LA SOLUCIÓN

«No me jodas, papá.» —Pensé. «¿Soy tu caballo de Troya?


Al sentir una mano presionando mi vientre, arrugué el papel y lo dejé
caer al suelo. Bajé lentamente mi mano por mis piernas, mientras que la del
intruso se colaba en el interior de la camiseta hasta tocar mi piel desnuda, y
cuando toqué la navaja, di la espalda para encararlo.
La hoja de la navaja tocó su cuello, y presioné un poco más. Sus ojos,
que oscurecieron por la poca claridad que había en la habitación, se
abrieron ante la sorpresa. Aun así, él sonrió.
—¿Qué cojones haces?
No elevé el tono de voz.
—Me sentía muy solo.
—Ray te esperaba en la cama de matrimonio.
—No pienso dormir con Mudito.
—¿Qué pasa con el sofá?
—Será para Terence Junior.
Empujé un poco más mi brazo. Sentí como Bloody tragaba saliva.
—¿De dónde has sacado la navaja?
Respondí con otra pregunta.
—¿Sabes qué te quedaría bien?
—Sorpréndeme.
Yo también sonreí.
—Que te haga una bonita corbata colombiana.
Él rio.
—No me quedan muy bien las corbatas —noté su otra mano bajar por
nuestros cuerpos hasta detenerse en un sitio en concreto. —Y ya llevo una
colgando hace 25 años. ¿Te gustó tocarla?
—Qué te jodan —exclamé.
—Vamos, cielo. Podríamos pasarlo bien esta noche.
—Bájate de mi cama.
—¿Quieres que me ponga encima?
No sabía cuánto aguantaría, pero con la maldita nota, escrita por mi
propio padre, Bloody me llevaría hasta la supuesta solución.
—No te lo diré una tercera vez.
—¿Qué quería, Terence?
—Lo mismo que tú —confesé.
Pero él lo llevó a otro terreno.
—¿Tocarte las tetitas?
—¿Cómo puedes estar cachondo las 24 horas del día?
—Será el jet lag de la cárcel.
Soltó una carcajada.
Me quedé callada.
—Me ha prometido trescientos mil.
La presión de la navaja bajó.
—¿Traicionarás a Vikram? —Pregunté. Si mi padre contactó conmigo
a las espaldas de T.J, era porque posiblemente estaba cerca del matón que lo
quería muerto. Y si era así, tenía que llegar a él.
Bloody, siendo amenazado, se dio el lujo de tocar mis labios con su
dedo índice.
—He decidido no seguir cargando contigo.
Alcé una ceja.
—Qué lástima. Empezaba a divertirme.
No detuve su mano.
—Eso es verdad —sacó su lengua para pasearla un instante. —
Teníamos capilla y todo. Nos faltaban los testigos de la boda.
Retiré la navaja.
—Quiero ir con vosotros.
—Antes tenías pasaporte para este viaje —algo se olía el cabrón. —
Ahora tendrás que pagar peaje.
—¿Qué quieres?
—Unos besitos —dijo.
Me levanté de la cama y lo esperé delante de la puerta del baño.
—¿Vienes? —Pregunté, mientras que abría la puerta.
Éste no tardó en llegar y cerrar la puerta para buscar algo más de
intimidad. Empujé su cuerpo, dejándolo sentado en la tapa del W.C
mientras que yo me acomodaba sobre él. Ladeé la cabeza mientras que mis
manos iban detrás de su cuello y mis dedos atrapaban los largos mechones
de su cabello rubio.
Me acerqué lentamente para unir nuestras bocas. Y no me detuve.
Capítulo 17

Aunque conseguí rozar su labio inferior, me aparté inmediatamente de su


lado porque alguien notó nuestra ausencia; se coló en el interior del baño,
con los brazos colgando a cada lado de su cuerpo, y examinó la escena que
tenía delante de sus ojos. Con una voz adormilada preguntó:
—¿Qué hacéis?
Bloody, que mantuvo la mano sobre mi vientre, me apartó de su lado
para poder levantarse del asiento que ocupó. Gruñó sin importarle qué
pensaría esa persona y lo enfrentó sin importarle las consecuencias.
—Vete a dormir —le pidió, con voz ronca. —Aquí no se te ha perdido
nada.
T.J me miró con una ceja alzada. Me di la vuelta, dándole la espalda
mientras que cruzaba los brazos bajo el pecho. Si me encerré en el baño con
su hermano, fue por decisión propia. Todos tenían su juego, pero cuando yo
movía ficha en el mío, los demás me miraban con temor. Si quería seguir
con vida, tenía que conocer el terreno donde me estaba adentrando.
—Necesito hablar con Alanna.
Al mirar por encima del hombro, me encontré con la curiosa y
azulada mirada de Bloody. Hice una mueca de no entender la situación que
estábamos viviendo, e intenté hacerme un hueco entre ellos dos para salir
del baño. Pero las amenazas de uno de los hermanos detuvo mis pasos y
retrocedí para volver de nuevo al lugar donde me quedé plantada.
—No.
—¿No? Dijiste que por trescientos mil era mía.
«De puta madre.» —Pensé, llevándome la mano a la cabeza.
Miré a Bloody y éste no supo que decir o cómo actuar en ese instante
donde su hermano mayor lo delató. Bajó un momento la cabeza y
aproveché el momento para huir. Golpeé uno de sus costados, y cuando
estuve a punto de salir, su mano me detuvo por el brazo. Sentí la presión de
sus dedos y el tacto de su piel contra la mía.
—¿Adónde vas?
Mostré una sonrisa socarrona y respondí:
—A fumar. No te preocupes… —dije, arrastrando el negro cabello
detrás de las orejas; ansiaba tener el cabello recogido, pero siempre
terminaba con los mechones cubriendo mi espalda. —No puedo huir,
¿recuerdas?
Acomodé el codo hacia atrás, librándome de su enorme mano que
seguía insistiendo en retenerme en la habitación de motel. T.J lo apartó y
conseguí avanzar sin ningún problema. Una vez que cerré la puerta
principal, busqué un rincón para sentarme. Lo encontré junto a la barandilla
del primer piso. Mis piernas quedaron colgando, mientras que uno de los
barrotes de madera se quedaba clavado en mi mejilla. Acomodé el cigarro
entre mis labios y me di cuenta que no tenía fuego.
Pero la llama que necesitaba apareció gracias a una intrusa mano que
reconocí por los anillos de oro que adornaban en sus dedos.
—Seguirle el juego es complicado y tiene sus consecuencias.
—No iba a dejar que tocara mi jardín de las delicias —intenté
tranquilizarlo, si era lo que le preocupaba al vernos encerrados en el cuarto
de baño. —¿Tienes trescientos mil? —Alcé una ceja y seguí fumando. —
Creí haber escuchado que lo pedirías prestado.
T.J rio.
—No tengo ni un dólar, y será difícil conseguir esa cantidad para
mañana.
Evité durante unos segundos su mirada.
—Y, ¿cómo lo harás?
—Nos escaparemos —para él era fácil.
Olvidaba los pequeños detalles.
—Acabaremos con una bala atravesando nuestro cráneo.
Su forma de sacudir la cabeza, las manos aferrándose en los barrotes
mientras que sus nudillos tomaban un color oscuro por la presión, me
confirmaba que su plan flaqueaba incluso mirándolo desde su perspectiva.
Si no fuera por Ray, T.J jamás nos hubiera encontrado. Y si fuera así,
que su contacto era amigo de mi padre, ¿por qué lo enviaron a él? Tenía
problemas con su hermano pequeño, en vez de convertirse en la solución,
sería un obstáculo más.
Todos querían dinero. ¡Bién! Era una buena forma de ponerlos a
prueba; sobre todo a T.J, el hombre que quería ayudarme a huir de mis
secuestradores para obtener un 40% del dinero que ingresó mi padre a la
cuenta bancaria donde era benefactora.
«El maletín.» —Pensé, apagando el cigarro en el suelo.
—¿Tu hermano te ha hablado del maletín de dinero?
Vi como su nuez de adán subió y bajó.
—¿Qué-Qué maletín? —Preguntó, algo nervioso.
—Los cazarrecompensas tenían un motín de los últimos delincuentes
que cazaron —sonreí. —Conseguí meter una buena cantidad. Más o
menos…—hice un cálculo—unos cien mil. Por eso no entiendo la
negociación que tuviste con Bloody. Él ya tiene de sobra.
T.J se levantó del suelo.
—Es verdad —de nuevo, esa risa que compartían ambos hermanos,
me puso el vello de punta. —Algo me comentó en el bar. El problema fue
cuando lo olvidé. Mi hermano es una persona que suele cambiar de temas
constantemente.
Vi como buscaba la salida.
—¿Adónde vas? —Pregunté curiosa.
T.J echó un vistazo rápido al parking, y me respondió:
—Tengo que hacer una llamada —antes de que lo interrumpiera,
siguió hablando. —A los amigos que te comenté. Intentaré conseguir algo
de dinero, y saldremos mañana a primera hora.
Asentí con la cabeza, y volví al interior de la habitación. Los
ronquidos de Ray seguían presentes, y la voz de Bloody quedó en silencio
por el sueño que arrasó con él. Me acerqué hasta el sofá, y me tumbé boca
arriba mientras que me cubría con la manta que había tirada en el suelo. Mis
dedos alcanzaron la navaja que tenía en mi poder, y cerré los ojos tranquila.

—Cielo, despierta —movieron mi cuerpo. Abrí con cuidado los ojos y me


encontré con Bloody. Se incorporó del sitio que ocupó durante un tiempo, y
sonrió. —¿Soñabas conmigo?
—Sí, satanás te daba por detrás y no he podido evitar disfrutar del
sueño.
Aproveché el momento que soltó una carcajada para mirar a Ray, que
nos daba la espalda y ojeaba el periódico diario que repartían en el motel.
—Mudito, quédate aquí. Nosotros iremos a por café.
Quería acercarme al baño para darme una ducha rápida, pero Bloody
me empujó hasta la puerta. Antes de salir hice la pregunta que todos
pensábamos, pero solo yo fui capaz de susurrar.
—¿Dónde está T.J?
Bloody miró a Ray, y éste se encogió de hombros.
En cuestión de horas T.J desapareció sin dar señales de vida. Al salir
de la habitación que estábamos ocupando, me asomé por la barandilla y me
encontré con la moto de mi padre; no estaba lejos.
—¿Café con leche? —preguntó, presionando los botones de la
máquina de café. Asentí con la cabeza, y cuando me pasó el vaso de
plástico, no llegué a disfrutar de la bebida caliente. Dos coches de policía
local, aparcaron detrás de una enorme grúa que les dio paso por la autopista.
Me agaché con cuidado para alcanzar la navaja, y al introducir los dedos en
la bota, me di cuenta que el arma no estaba. —No hagas una tontería, cielo.
Bloody fue rápido; aprovechó mi cansancio para desarmarme.
—Nos están buscando —susurré.
—Vamos a la habitación.
Fue él quien siguió mis pasos, no se fiaba de mí. Subí los escalones
de dos en dos, llena de energía, y cuando llegamos a la habitación la puerta
estaba abierta.
—¿Ray? —Pregunté.
Nadie respondió.
Bloody pasó por delante de mí, con el arma entre las manos.
Me di cuenta, que cerca de las patas del sofá, la máscara que cubría el
rostro de Ray estaba tirada y llena de sangre.
—¡Eh! —Le avisé.
Éste rodeó la cama de matrimonio y bajó el arma al encontrarse a
Ray.
—Será mejor que no vengas.
No le hice caso. Llegué hasta él lo más rápido posible,
encontrándome con el cuerpo de Raymond. Mis dedos liberaron la máscara,
e inmediatamente acabé en el suelo para poder ayudarlo.
No me detuve en su rostro, no me paré a pensar si seguía con vida,
simplemente intenté detener la hemorragia de su abdomen. La navaja que
me había arrebatado Bloody, fue el arma que hirió a Ray.
—Tenemos que irnos —dijo Bloody, intentando levantarme del suelo.
—No —mis manos siguieron presionando. —Hay que ayudarlo.
—Alanna —gruñó, por primera vez mi nombre.
—Se morirá —insistí.
Él siguió negándole la ayuda que necesitaba.
—¿Has visto su rostro y sigues queriendo ayudarlo?
«Su rostro al descubierto.» —Pensé.
—S-Sí, quiero ayudarlo.
Capítulo 18

A Bloody no le quedó de otra que alzar el cuerpo herido de Ray y cargarlo


mientras que refunfuñaba en cada paso que daba. Antes de salir de la
habitación, comprobó los movimientos de la policía; éstos, seguían
buscando en el piso de abajo mientras que contactaban con una persona vía
telefónica.
—Maldito traidor —dijo, llevándose la mano un instante en su
hombro herido. —Se ha llevado el dinero y ha llamado a la policía.
Sabía que T.J se llevaría el dinero, pero no pensé en ningún momento
que sería capaz de delatar a su hermano. Simplemente, que arrastraría junto
a él el maletín y nos dejaría en paz. Pero nos la jugó a todos. Yo me puse en
peligro porque la policía sería capaz de llevarme junto a mi madre de
nuevo. Y no, no podía volver a mi hogar después de conocer su plan
retorcido contra mí para ganar popularidad en las elecciones.
—Coge el arma que tengo debajo de la espalda —lo miré, y éste
asintió con la cabeza. —Vamos a colarnos en la última habitación de la
planta. Si hay alguien dentro, dispara.
¿Matar a alguien?
Negué con la cabeza.
—Ni hablar.
Bloody me mostró a Ray.
—Sigo aquí porque me has pedido que lo ayude. No lo olvides.
Si quería que lo siguiera, también tendría que acatar mis exigencias.
—No mataré a nadie. Pero, —hice una pausa —los amenazaré de
muerte si cometen cualquier estupidez. ¿Aceptas?
—Haz lo que quieras —avanzó con cuidado. Movió la cabeza y me
indicó la puerta donde nos colaríamos. Nos detuvimos, y antes de hacer
cualquier ruido que llamara la atención de los policías, Bloody me pidió que
ayudara a mantener a Ray de pie mientras que forzaba la cerradura.
Al estar dentro, el silencio relajó nuestros inquietos cuerpos. No había
nadie. Dejaron sus maletas para dar un paseo, y salieron sin imaginar que
otros huéspedes ocuparían la pequeña habitación que rentaron.
—Sobre la cama —ordenó.
Pasé mi brazo por la cintura de Ray y tiré de su cuerpo como pude.
Sus zapatos se arrastraban por el suelo, y mi mano intentó alzar sus piernas,
pero no llegué a conseguirlo. Quedó tendido boca arriba, con el rostro
pálido ante la cantidad de sangre que estaba perdiendo, y las muecas de
dolor no tardaron en aparecer.
—¿Qué hacemos?
Bloody se burló de mí.
—Tienes que detener la hemorragia.
—¿Y-Yo?
—Eres tú quien quiere salvarle la vida. A mí me da igual.
—¡No tengo ni idea!
—¿Sabes coser?
Sacudí la cabeza.
Él se encogió de hombros, y al darse cuenta que estaba bloqueada,
tomó el control de la situación.
—Busca gasas, alcohol y material para coser.
¿De dónde diablos iba a sacar todas esas cosas?
No discutí con él, busqué por toda la habitación hasta detenerme en el
botiquín de primeros auxilios que había en el baño. Me rompí una uña
cuando descolgué de la pared bruscamente la caja contenedora, y en vez de
detenerme a observar la herida, me llevé el dedo índice a la boca esperando
a que el dolor cesara.
La botella de alcohol la obtuve de una de las maletas de los
propietarios de la habitación. Quedé detrás de Bloody al tenderle el material
que me pidió.
Abrió el vodka, y cuando pensé que lo derramaría sobre la herida, se
llevó la botella a los labios.
—¿¡Qué cojones haces!?
Me miró con sorpresa.
—Beber.
—Eso ya lo veo. Pensé que querías el alcohol para desinfectar…
—Prefiero estar borracho.
«Mierda.» —Pensé. —«Ray no saldrá de la operación que practicará
Bloody.»
—Alguna vez…—y me detuve, sabiendo que era una estupidez
preguntar. —¿Has suturado alguna herida?
Su carcajada me respondió.
—No. Pero —le dio un buen trago al vodka —en la cárcel nos dieron
un taller de ganchillo.
Me senté en la cama.
—Va a morir.
—Y debería —dijo, pasando el hilo por una aguja corta. —Te
recuerdo que me perforó una arteria sacando la bala.
—¡Eres un exagerado! —Me sacaba de quicio. —Estás vivo, ¿no?
Pues haz lo mismo por él.
Volví a levantarme y me acerqué a la ventana para observar la redada
de la policía. Al comprobar que nuestra habitación de motel estaba desierta,
bajaron para hablar con el recepcionista que hizo la entrega de llaves. Dos
horas después, Bloody se levantó de la cama y pasó por delante de mí.
—¿Ya está?
—Sí. Estaré en el baño.
Mostró sus manos, justificando toda la sangre que cubría su piel.
Asentí con la cabeza, y en el momento que se alejó, me acomodé al otro
lado de la cama, cerca de Ray. Dejó de sangrar y su cuerpo ya no temblaba.
Paseé mi mano por su oscuro cabello, y bajé mis dedos por el perfil visible
de su rostro.
De repente me di cuenta que tenía un trébol de cuatro hojas en el
cuello tatuado.

«Cerré los ojos en el momento que acomodé el cigarro liado que me dio
Harry en los labios. Él, mientras tanto, coló una de sus manos por el
interior de mi camiseta hasta tocar uno de mis pechos.
Me dio risa.
Solté una carcajada.
—Deja de fumar esta mierda y préstame atención, Alanna.
Intentó quitarme el cigarro, pero le detuve.
—No seas aguafiestas.
Quedó sentado sobre la cama, observando como fumaba la hierba
que él mismo me conseguía.
—No es justo, nena. Ni siquiera sé por qué estás conmigo. ¿Por la
marihuana?
«Sí.»
Pero no podía decirle eso.
—No, amor. Claro que no.
Intenté besarlo, pero caí hacia atrás.
—Estoy seguro que si te diera un par de tréboles picados tú no te
darías cuenta.
Estaba furioso.
—Si hicieras eso tendríamos buena suerte.
Quedó cruzado de brazos.
—¿Por qué?
Solté otra carcajada.
—Me libraría de mi madre, y tú con suerte echarías un buen polvo.
Harry entrecerró los ojos mientras acomodaba su pecho sobre el mío.
Adaptó los labios a la curva de mi cuello y susurró:
—Dime que me quieres.
Estiré el brazo.
Mirando el cigarrillo.
—Te quiero.
Si así era feliz, yo también lo sería.»
Me levanté de la cama para dejar a Ray descansar, y mis pasos me
acercaron hasta el baño. Sin darme cuenta escuché la conversación que
mantuvo Bloody por teléfono.
—Yo también te echo de menos —su tono de voz era calmado, y nada
grosero. —Eres mi chica favorita, ya lo sabes —rio, dulcemente. —Te
quiero, Adda. Prometo volver pronto a casa.
¿Bloody tenía una familia?
Estaba tan entretenida escuchándolo, que no me percaté que se habían
metido en la habitación. Una mano se posó sobre mis labios, impidiendo
que soltara un grito de auxilio.
Capítulo 19

—No grites —me advirtió.


¿O qué? ¿Me apuñalaría como hizo con Ray?
—He cogido el dinero prestado. Lo necesito para salvarte el trasero
—siguió presionando la mano sobre mis labios. —No te estoy mintiendo,
Alanna. Créeme. Solo te pido que no le cuentes nada a Darius. Él no puede
saber que os estoy siguiendo. Te mantendré a salvo si mi hermano cree que
he desaparecido.
Esperó a que le siguiera el juego, y cuando asentí con la cabeza se
apartó lentamente de mi lado. Miró la cama, comprobó que Ray seguía con
vida, y cuando echó el brazo hacia atrás y el maletín tocó su espalda, se
dirigió hasta la puerta principal para salir.
Me sobresalté cuando la voz de Bloody acarició mi oreja.
—¿Ocurre algo? —Preguntó. Su respuesta fue un movimiento de
cabeza. Al tranquilizarlo, él no se dio por vencido. Se acercó hasta
Raymond y comprobó la herida. —La primera vez que le vi el rostro, no fue
fácil mantenerle la mirada.
Olvidé a T.J y me acerqué a él. Yo ya tenía suficientes problemas
familiares como para cargar los de otra familia lunática.
—¿Qué le sucedió? —Insistí. El perfil que ocultaba Ray a los demás,
estaba oculto sobre la almohada.
—¿Su deformidad?
Estaba claro que Ray tenía complejos con las cicatrices que le
marcaron el rostro, y Bloody no se lo ponía fácil; lo hundía todavía más.
—¿Quién le quemó la cara?
Él quedó de brazos cruzados y alzó la cabeza para recordar la historia
de su compañero.
—Sus padres adoptivos. En South Central, si tienes un hogar y un
sueldo fijo, los asistentes sociales no hacen preguntas y tampoco se toman
la molestia de mirar tus antecedentes penales. Mudito fue a parar con dos
pirómanos. Cuando estuvo a punto de decir “papá”, se trabó. Era su primera
palabra, era lógico que no la pronunciara bien. Al decir “papú”, su castigo
fue un planchazo en el rostro.
Mi madre no era la única madre loca que había en el planeta.
—Ray…Ray no habla.
Bloody recogió una vieja cartera negra de la mesita auxiliar que había
debajo de la ventana delantera de la habitación del motel.
—Cada vez que no acertaba con alguna palabra, sus padres volvían a
torturarlo físicamente. Se rindió, y optó por no hablar. Eso sí —rio —tiene
una buena ortografía.
¿Por qué se mofaba de esa forma?
Si era su forma de suavizar el trauma de Ray haciendo humor, no era
el indicado.
—Pobre Ray —susurré.
Bloody me dio la espalda y se acercó a la ventana. Al darse cuenta
que los policías dejaron la investigación, me pidió que me acercara. Adentré
mis manos en los bolsillos de la sudadera, y alcé el rostro para mirar sus
ojos azules.
—Tenemos que conseguir otro coche.
—Yo me quedo.
—Mudito sobrevivirá —dijo, abriendo la puerta. —Vamos.
Recordé que con él no tenía una segunda opción. Seguí sus pasos sin
refunfuñar, y bajamos por las escaleras de emergencia. Rodeamos el motel,
y nos quedamos en la parte trasera del bar.
Él buscó un vehículo, mientras que yo me entretuve a observar la
máquina expendedora.
—Snickers —leí. Era una chocolatina.
Mi padre solía darme dulces a escondidas de mi madre.
Sonreí.
—¿Bloody?
—¿Qué?
—¿Tienes un dólar?
—¿Para qué?
Tenía hambre.
Golpeé el vidrio blindado de la máquina.
Éste se acercó, y con su enorme ego que lo arrastraba por el suelo,
tocó mi cabello y dijo:
—Tienes que ganarte el dólar, cielo.
Puto pervertido.
—¿Qué cojones quieres?
Aunque con ellos, incluso haciendo una comida diaria, consumía más
calorías que cuando estaba con mi madre.
—Sigues debiéndome un besito, en la boquita.
—No pienso besar tu boca de piñón. El otro día estaba… desesperada.
—Y ahora estás ansiosa por comerte una chocolatina.
El secuestro me estaba causando ansiedad; me abrió el apetito.
—Bloody…
—Cielo —me guiñó un ojo.
—Me estoy comportando —fui razonable. —Dame un dólar.
—Tienes que ganártelo.
No tenía ganas de discutir con él. Así que perdí la cabeza como de
costumbre; cerré el puño y lo impacté contra la máquina creyendo que
destruiría el cristal que se interponía entre la chocolatina y yo. Y si el dolor
que sentí al romperme una uña fue terrible, al notar como los nudillos
crujían y un dolor atroz me recorría todo el cuerpo, me dejó destrozada por
completo.
—¡Mierda! —me senté en el suelo, y ni fui capaz de limpiarme las
lágrimas que me recorrieron las mejillas.
—Cielo, la próxima vez quédate con el beso. A veces el placer no
tiene que ir cogido de la mano con el dolor.
Y después de recitarme, la típica frase que podías leer en el horóscopo
mensual, alzó mi rostro y besó mis labios.
—¿Eres idiota?
Su respuesta fue una carcajada.
—Iremos a casa de una amiga para refugiarnos unos días antes de
reunirnos con Vikram —recogió su cabello, y lo echó hacia atrás. —Aquí
tienes tu dólar, cielo —lo sacó de la cartera que se dejaron. —Pero quiero
pedirte algo.
—Mamá no te dio demasiados besos de pequeño. Tú también estás
traumado —dije, creyendo que volvería a pedir lo de siempre.
Él sacudió la cabeza.
—No serás Alanna Gibbs. No eres una cría secuestrada.
—¿No? Y, ¿quién cojones seré?
Se rascó la barbilla.
—Puedes ser la novia de Mudito. Os lleváis muy bien.
Tenía que importarle más de la cuenta su amiga para que ella no
supiera que Bloody era un criminal.
—¿Lo dices en serio?
A veces pensaba que se burlaba de mí.
—Sí —recogió mi mano y comprobó el golpe que me di. Al darse
cuenta que no estaba rota, me ayudó a levantarme del suelo. —Tengo ganas
de ver a Adda.
¿Adda? Adda era la chica con la que mantuvo una conversación.
—¿Y si no te sigo el juego?
Bloody alzó mi rostro para decirme algo.
Capítulo 20

Simplemente creí que una de sus advertencias saldría por esa boca que se
inclinó hacia delante para quedar más cerca de la mía, pero no sucedió. Sus
labios se movieron para soltar un par de chorradas que me hicieron reír
mentalmente.
—Todas disfrutan de mis juegos —paseó su lengua por fuera de la
boca. —Salvo que a ti te lo propongo fuera de la cama.
Si seguía guiñándome el ojo, soltaría una carcajada que tocaría su ego
de macho dominante.
—Es lo lógico, Bloody —dije, con sarcasmo. —Me secuestras, me
amenazas constantemente y ahora quiero que destroces mi himen. Muy
sexy y romántico. Es lo que siempre soñé.
Él rio por mí.
—No sé cómo le diremos a Mudito que quién se ha ganado tu
corazón, he sido yo.
Cerré los ojos y cogí aire antes de seguir escuchándolo. Con la mano
libre que dejé caer bajo mi pecho, arrastré parte de los cortos mechones que
me acariciaban la mejilla. Asentí con la cabeza y seguí sus estúpidas
bromas para no seguir manteniendo una conversación con él.
—Te dejo con tu trabajo de delincuente —me referí a la búsqueda del
vehículo. —Estaré en la habitación. Tal vez Ray despertó.
Y Bloody, antes de que marchara soltó:
—O se está masturbando con el nuevo tatuaje que tiene encima de la
herida.
Era consciente de lo que estaba hablando. Jamás en mi vida quería a
ese loco con hilo de coser tocando mi cuerpo. A saber, cómo se lo tomaría
el pobre Raymond al descubrir la forma en que cerraron la herida que causó
T.J.
Caminé sin prisa, y subí los escalones sin sentirme observada. Me
estaba ganando su confianza poco a poco y eso significaba que en un futuro
podría manipularlo. O yo misma me estaba haciendo ilusiones.
Abrí la puerta de la habitación del motel donde nos habíamos colado,
y una vez que quedé dentro, me encontré a un Ray desesperado por buscar
la máscara que cayó de su rostro.
“No te acerques” —Escribió en un viejo periódico que encontró
tendido en el suelo. El rotulador negro que escondió detrás de su oreja, se
deslizó de nuevo entre las páginas cubiertas de noticias.
¿Creía que no lo había visto?
—Ray, no te preocupes —dije, con calma.
Éste me daba la espalda y solo negó con la cabeza.
“No quiero que me veas. No soy fácil de ver.”
—¿Has ocultado tu rostro creyendo que me asustaría?
Por fin detuvo su búsqueda y dejó de moverse. Me dio la oportunidad
de acercarme a él sin asustarlo.
“¿Me has visto?” —Si esa frase hubiera salido de su boca, estaba
segura que sus palabras se atropellarían una detrás de otra.
—T.J te liberó de la máscara después de atacarte.
Estiré el brazo para acomodar mi mano sobre su hombro. Cuando
toqué su piel desnuda, marcada de cicatrices y ocultada con tinta oscura,
Ray se levantó para alejarse más de mí.
“Bloody tendría que haberte apartado”.
—Si él no le da importancia a tu físico, y yo tampoco… ¿Por qué te
torturas?
Y de repente me plantó cara. Se olvidó de la maldita máscara que
cubría su pasado y dio unos cuantos pasos hasta mí. Garabateó todo el dolor
y la impotencia que sentía en ese momento.
“¡Soy un monstruo!”
—No es cierto —intenté sonreír sin asustarlo. Encontré una
oportunidad para tocar su mejilla arrugada mientras que él estaba despierto
y no inconsciente de dolor. Ray intentó alejarse de nuevo, pero no lo dejé.
—Sigues siendo un cabrón por secuestrarme, pero una persona como
cualquiera.
Raymond cerró los ojos cuando mi dedo pulgar acarició su ceja;
estaba suave porque a diferencia de la otra, no tenía pelo.
El único que jodió el momento que lo liberó de las cadenas de la
humillación, fue Bloody.
—Si te pones cachondo cuando una mujer te toca la frente —cerró la
puerta —no quiero imaginar cuando te toque la polla.
—Imbécil —gruñí.
—Nos vamos en cinco minutos —advirtió. —Búscate una camisa.
Ray bajó mi mano y nos dio la espalda a ambos. Cogió una maleta
que había debajo de la cama y se encerró en el baño.
—¿Tienes sentimientos? —le pregunté.
Bloody seguía saqueando todo lo que se le pusiera en el camino.
—Los sentimientos no me dan para comprar comida, alcohol o tabaco
—mostró una sonrisa. —Deberías ser sincera contigo misma. Mudito no
follará con nadie porque no es agraciado.
Me acerqué a él.
—El amor va más allá del físico.
—¿Sí?
—Sí.
—Y, ¿tú por qué no has follado aún?
Leí entre líneas que yo también era poco agraciada.
—No te responderé. No caeré en tu juego.
Otra carcajada.
—Te presté mi dedo. Me acurruqué junto a ti —recitó, como si
estuviera leyendo un poema. —Me rechazaste.
—No eres mi tipo.
Bloody soltó un bolso de mujer y me miró de arriba abajo.
—A lo mejor te gustan las mujeres —llegó a la conclusión.
—¿Algún problema?
Éste negó con la cabeza.
Los labios que alzaron mi boca se acercaron hasta mi oído en el
momento que decidió bajar el tono de voz.
—Me pone más cachondo.
Me aparté inmediatamente de su lado.
Y agradecí que Ray saliera del baño. En vez de cubrir su torso, salió
casi desnudo junto a un nuevo mensaje escrito.
“¿Qué cojones?”
Mostró el nombre que se quedó marcado en su piel.
Bloody le respondió:
—En la cárcel solo aprendí a bordar Bloody —dijo, mostrando sus
dientes.
Y no sé por qué, pero me rebajé a su nivel.
Por supuesto que Ray no me desagradaba, pero tampoco sentía una
atracción física hacia un hombre que decidió un día cometer un delito por
unos cuantos ceros en su cuenta bancaria.
El problema era Bloody. Me agotaba mentalmente. Y en vez de
atacarlo con palabras, opté por demostrarle que en mi cuerpo solo mandaba
yo. Así que hice lo mismo que él. Salvo que la boca que invadí con mi
propia lengua era la de Ray.
Me acerqué hasta él, alcé mi cuerpo y posé mis labios sobre los suyos.
Esperé una carcajada de fondo, no un idiota soltando bruscamente:
—¡Joder! ¿Queréis un par de condones?
Capítulo 21

Sentí como me apartaban bruscamente de Ray. Así que nuestros labios se


vieron obligados a separarse sin ninguna explicación lógica. Cuando
observamos al culpable, éste buscó algo para decirnos a los dos.
—¿¡Qué!? ¿Creéis que es el momento de enamorarse? —soltó con un
tono burlón, y como nadie le rio la gracia, siguió hablando. —Tenemos que
irnos. Os recuerdo que la policía nos está buscando.
Crucé los brazos bajo el pecho y lo miré directamente a los ojos.
—¿Tienes algún problema?
Y al parecer sí, porque Bloody se acercó, se inclinó hacia delante para
demostrarnos lo molesto que estaba con los dos. Ni siquiera le dio tiempo
acurrucar su mano bajo mi barbilla, ya que Raymond se lo impidió.
—¡Oh! Mudito está celoso —aun así no borró la sonrisa. —Pero
tengo que decirte que Alanna y yo ya tenemos un vínculo que nadie puede
romper. ¿Cielo?
Esperó a que lo apoyara.
No lo hice.
Por parte de su compañero la respuesta fue un gruñido. Ray acomodó
la mano bajo mi espalda, y con la otra mano libre me pidió que me sentara
sobre la cama mientras que él terminaba de cambiarse. Bloody soltó una
carcajada al verse ignorado por las personas que supuestamente tenían que
catar sus órdenes. Así que, tocado y hundido, salió fuera para fumarse un
cigarro.
Estaba segura que la charla con él no había terminado, y que en
cualquier momento Bloody buscaría un momento para estar a solas los dos.
Me tumbé sobre la cama y cerré los ojos durante unos segundos.
Terminé cansándome de buscar una manera para huir, ya que si volvía a
casa, mi propia madre se encargaría de deshacerse de mí. Por muy estúpido
e infantil que sonara -incluso si ya me había vuelto loca- me sentía a salvo
junto a Raymond porque parecía sensato y no estaba dispuesto a cometer
una locura que pudiera acabar con su libertad.
Ray salió del baño, cubierto por una sudadera un par de tallas más
grande de lo que solía vestir y se acercó hasta mí sin el temor que solía
tener anteriormente cuando su rostro estaba cubierto por una máscara de
plástico.
—¿Su amiga es de fiar? —pregunté, curiosa.
Buscó desesperadamente algo para grabar sus palabras. Al
conseguirlo, se acercó.
“Tiene tantas…qué a saber.”
Olvidaba que era todo un playboy.
—¿Entonces…—hice una pausa— antes de entregarme a Vikram
tenemos que pasar unos días con su amiga?
Ray se encogió de hombros. Al parecer Bloody empezó su plan sin
consultárselo a su compañero.
Salimos de la habitación con un par de bolsas de tela, y bajamos hasta
la planta de abajo donde Bloody aparcó el nuevo vehículo que adquirió a la
fuerza. Me senté en la parte trasera del coche, mientras que ellos dos
estuvieron todo el viaje sin echarse una mirada.
Salvo el pervertido de turno, que aprovechaba de vez en cuando para
guiñarme el ojo a través del retrovisor interior.
—¿Qué miras?
No tuvo ningún problema en responderme.
—A la cría que hay detrás que intenta meter una de sus nerviosas
manos por el interior de sus bragas de encaje.
Ray miró por encima del hombro.
Lo miré seriamente por creer que era capaz de hacer lo que había
dicho Bloody.
Estaba provocándome.
Quería que saltara.
Y, lo hice.
—Será mejor que te fijes en la carretera. Ya tendrás tiempo para
masturbarte —dije, gruñendo.
Y la oportunidad de Bloody, para dejar claro que pasó la noche en la
que echó a Ray de la habitación, surgió.
—No te preocupes —miró a Raymond. —Después nos deshacemos
de Mudito y te encargas otra vez de tocármela con esas dulces manos.
Tragué saliva.
Ray, sin darse cuenta, empezó a ocultarse con la mano el perfil que
quemaron sus padres adoptivos.
—¡Eso no es cierto! —grité.
—Luego te enseño el vídeo que grabé—concluyó Bloody.
Me puse nerviosa.
—¿Qué-Qué?
Su carcajada me puso la piel de gallina.
—Era broma, cielo. Pero tú sola te has delatado.
Bajé la cabeza humillada y me olvidé de mirar hacia delante. Fueron
las cinco horas más largas de viaje que había hecho en toda mi vida. Ray
dejó de mandarme mensajes escritos. Bloody se reía de mí. Y yo…yo
intentaba ser lo más humana posible en un duro momento en el que nadie
me preparó: ¿Acaso había manuales de secuestros? Por suerte ellos no me
forzaron a abrir las piernas, y si jugaba bien mis cartas, seguiría con vida.
Paramos en una cafetería que había perdida en la autopista. Los pocos
clientes que había desayunando, no se tomaron la molestia de observar
nuestros rostros. Escuchaban una vieja radio que había sobre la vieja
gofrera del local.
Cogí asiento al fondo de la barra, y Ray me siguió mientras que
Bloody se encargó de pedir el desayuno.
De repente una servilleta de papel quedó debajo de mi mano.
“¿Echas de menos a tu novio?” —Preguntó Ray.
—¿A Harry? —Asintió con la cabeza. —No —sonreí—, al igual que
él se habrá olvidado de mí.
“El tiempo que te seguí…él parecía enamorado.”
Sacudí la cabeza.
—No, no era amor —le aclaré. —Él quería ser el primero en tocarme,
y yo colocarme con la marihuana que conseguía —reí. —Yo conseguí mi
propósito. Harry no —. Raymond no dijo nada más, al parecer, decir que
seguía siendo virgen, era un tema muy delicado para los dos. —¿Y tú?
¿Alguna chica?
“¿Chica? No. Bloody no te mintió.”
Bloody era un capullo que sabía llegar a tiempo.
—¡Lárgate! —Empujó a Ray. —El tío gordo, de la gorra azul,
conduce el camión que había aparcado en la entrada. Róbale todo lo que
puedas.
Ray se negó.
“Hazlo tú.”
—Yo he conseguido el coche. Voy a desayunar.
Raymond dio media vuelta y se dispuso a salir de la cafetería. Yo hice
lo mismo; me levanté del asiento e intenté ir junto a él.
—Voy contigo.
La mano de Bloody me obligó a sentarme.
—Tú te quedas —dijo, y le dio un trago a su café. Se detuvo a leer los
mensajes de Ray. —¡Joder! Estás haciendo lo mismo que hacías con tu
novio.
—No sé de qué me hablas.
Se acercó un poco más.
—Mmmm…estoy tan caliente qué no sé cómo tocarme, Harry —rio.
—Lo mismo, pero con Mudito.
—¿Y te molesta?
Adiós sonrisa.
—No quiero quedarme sin el gilipollas que me cubre cuando hay un
tiroteo —me miró con seriedad. —Mudito lleva diecinueve años queriendo
descargar la pistola. Y espero que no sea contigo.
—Tú no mandas en mi cuerpo.
Sus dedos pararon en mi mejilla.
—En ese puto coche yo soy Dios. ¿Te ha quedado claro? Yo elijo
quién folla y quién no.
Sacudí lentamente la cabeza.
—Tienes miedo a que Ray se arrepienta —dije la verdad que
ocultaba. —De que te traicione.
—Cielo no juegues conmigo…
—Tus amenazas ya no me dan miedo.
—¿Segura? —Miró por encima del hombro, y después a mí. —Si
Mudito me jode, me lo cargo.
Tragué saliva.
Él siguió hablando.
—Solo te pido que esa polla siga guardada.
—Si habláramos de la tuya… ¿sería diferente?
Su risa me lo dejó bien claro.
—Chica lista. Conmigo puedes jugar.
Ladeé la cabeza y me mordí el labio.
—Tienes razón —seguí su juego. —Estoy caliente.
—¿Cómo de caliente?
Maldito pervertido.
—Si me tocas, te quemas.
Sentí su mano subiendo por mi vientre, y su rostro acercándose cada
vez más.
—Voy a besarte —me avisó.
Sonreí.
—Bésame.
Capítulo 22

Me levanté del taburete que ocupé. Las manos de Bloody pasaron de estar
sobre mi vientre a quedar detrás de mi espalda. Alcé ese curioso rostro que
no dejaba de observarme sin pestañear. Mis dedos se escondieron entre sus
mechones rubios.
Sonreí coquetamente mientras que me acercaba a su boca. El
camarero que servía café, se detuvo delante de nosotros un instante para
tendernos un par de tazas. Después, siguió con su trabajo.
—¿Por qué tardas tanto? —Preguntó, con una amplia sonrisa burlona.
Él sabía que no era capaz de besarlo.
Pero estaba jugando con las reglas de su propio juego.
—Observo la forma en la que me estás deseando —dije,
devolviéndole la sonrisa.
Apretó las manos en mi trasero y empujó mi cuerpo para romper la
distancia que había entre los dos. Nuestros labios no llegaron a tocarse.
Así que hice lo que haría cualquier persona en mi lugar; defenderse
de la persona que le presionaba días tras día a seguir unos pasos que no
deseaba.
Oculté su nariz en el interior de mi boca mientras que los dientes
presionaban con fuerza el tabique. Él intentó detenerme, pero solo lo hice
cuando sentí mi boca encharcada por su propia sangre.
—¡Joder! —gritó, golpeando sus puños contra la barra.
Al levantarse, mi cuerpo cayó sobre el asiento y sonreí mientras que
me limpiaba la boca.
Me mordisqueé el labio y lo miré fijamente a los ojos.
—Siento que mis besos sean algo dolorosos.
Éste gruñó.
Yo reí.
El camarero se acercó preocupado.
—¿Sucede algo?
Hizo la pregunta al darse cuenta que Bloody sangraba por la nariz.
—No —se calmó. Me miró, y después lo hizo con el hombre. —A mi
chica y a mí nos gusta jugar duro.
Esa estúpida sonrisa que se esfumó durante unos segundos, regresó.
Bloody pagó el par de cafés, y me obligó a levantarme del asiento que
ocupé desde que habíamos llegado a la cafetería. Tiró de mí, y salimos
fuera del lugar mientras que él discutía sin tener respuesta.
Al quedar detrás del local, empujó una vez más mi cuerpo contra el
muro más cercano. Me apuntó con su dedo y junto a un gruñido dijo:
—¡Te lo advertí!
—Yo también —no me callé. —Agradece que sea tu nariz y no tu
miembro, gilipollas.
Pensé que me golpearía o algo, pero no lo hizo.
—Eres una perra —exclamó.
—Gracias —intenté apartarme de él, pero no me dejó. —Esta zorra ha
visto demasiadas películas de zombis. Deberías mantener ese culo lejos de
mí.
—¿Culo? —rio. —Yo si debería patear el tuyo. ¡Estás viva gracias a
mí!
—¡Deja de decirme eso! —grité, junto a él. —¿No te das cuenta? No
te tengo miedo. No puedes chantajearme más. ¿Mi vida? ¡Quédatela! Me da
igual morir.
Bloody apretó la mandíbula y se acercó:
—Suplicarás. No lo olvides.
No se alejó.
—Pégame un tiro —le reté.
Sacudió la cabeza.
—No me toques los huevos, cielo.
—Maldito cobarde —reí. —No serías capaz.
Éste sacó el arma que llevaba detrás de la espalda.
—¿No?
—No —dije, tragando saliva.
—Lo hice una vez. Y volvería a hacerlo.
—Intenta no joderme el tímpano y apunta al cráneo.
Su carcajada me heló la sangre.
El cañón se acomodó sobre mi frente.
—¿Últimas palabras? —Alzó la ceja gracioso.
Cerré los ojos.
—¡Qué te follen!
Y al parecer Bloody presionó un poco el gatillo de su arma, pero no lo
empujó con la fuerza suficiente para que una bala saliera y me atravesara el
cráneo. Fue una voz que lo detuvo.
—No. N-no.
Bloody no fue el único en sorprenderse, yo también.
Ray llegó hasta nosotros con pasos acelerados. Intentó tranquilizar a
Bloody mientras que hacía señas para que bajara el arma.
—¿Acabas de hablar? —Preguntó, sin bajar el arma.
Raymond asintió con la cabeza y dijo:
—N-no…P-p-poor —le costaba hablar.
—¿Y bien?
—N-n-no…
Bloody sacudió la cabeza y se alejó de mí.
—¿Ahora tengo que cambiarte el nombre? Mudito estaba bien —
apretó uno de los hombros con su mano. —La próxima vez me libro de ella.
¿Te ha quedado claro?
Después me miró a mí.
—Cuando follemos, te mato —aclaró.
Intenté acercarme a él, pero Ray me detuvo.
—¡Pues mátame, idiota!
Ray silenció mis palabras.
—N-n-no —dijo.
Lo miré a los ojos.
—No aguanto. Tendrías que haber dejado que me matara.
Sacudió la cabeza junto a un:
—N-n-no.
Cansado de sus intentos por establecer una conversación, sacó un par
de servilletas que cogió de la cafetería y escribió lo siguiente:
“Por favor, Alanna.”
—¿Comportarme? —Pregunté.
“En unos días lo perderás de vista. Y si tenemos suerte, antes.”
—Cuando lleguemos a Vikram —susurré.
Ray asintió con la cabeza.
La última parada del viaje era Vikram, y cuando llegara hasta el puto
loco que mandó secuestrarme, también perdería de vista a Ray.
El claxon del coche que robó Bloody nos avisó que teníamos que
irnos.
Ray se ocultó con la capucha de su sudadera, y Bloody peinó su
cabello hacia atrás.
Llamó a la puerta.
Una mujer de cabello largo y rubio saltó sobre el idiota que le rodeó
con sus brazos tatuados.
—¡Mi amor! —gritó ella, dándole un piquito en la boca.
Éste la abrazó con fuerza.
—Te he echado de menos.
Capítulo 23

La mujer de cabello rubio se dio cuenta que junto a Bloody iban dos
personas más. Nos echó un vistazo rápido y después lo miró a él.
—No me dijiste que ibas acompañado —dijo con un tono calmado y
suave.
Éste asintió con la cabeza después de apuntarnos con el dedo.
—A Mudito ya lo conoces —fue la señal para que Ray liberara de su
cabeza la capucha que ocultaba su rostro. Ella se alegró de verlo y se lanzó
sobre él para darle un abrazo. —Y ella…, —Bloody alzó una ceja —ella es
una amiga de él.
—¿Una amiga de Raymond, o una amiga tuya?
Bloody adentró las manos en los bolsillos de sus vaqueros dos tallas
más grandes que él.
—Suya —le aclaró.
Ella rio.
—Te conozco.
Éste le susurró algo que todos llegamos a oír.
—No nos hemos acostado.
—A ver cuánto aguantas —dijo ella, dándole un golpecito en el
pecho. —Raymond, lleva a tu amiga a mi habitación. Allí podréis
descansar. Y por favor, —lo detuvo antes de que avanzara —no hagáis
ruido. Adda está durmiendo.
Ray asintió con la cabeza y empujó la puerta que había a las espaldas
de la mujer de cabello claro. Él esperó a que siguiera sus pasos, pero no lo
hice.
—¿Puedo darme un baño? —pregunté, mirando sus ojos azules.
—Por supuesto, guapa —me guiñó un ojo.
Le eché el último vistazo a Bloody, y cuando éste me miró, seguí el
camino que marcó Ray. De fondo se escuchó la poca conversación que
tuvieron:
—Tenemos que hablar —la voz calmada de ella se desvaneció.
—No he hecho nada malo, Nilia.
—¡Te conozco, Darius!
Seguí subiendo los escalones que te llevaban al piso de arriba. Al
parecer, y sin decírmelo por no recordar esos pequeños detalles, Ray ya
estuvo en el hogar de la mujer que nos recibió en la entrada.
Abrió la última puerta que daba al pasillo principal de la segunda
planta, y se tumbó sobre la cama de matrimonio mientras que se liberaba de
las botas que lo calzaban. Empujó un pie, después otro y más tarde hincó
los codos sobre el colchón para mirarme. Yo, a diferencia de él, me quedé
en un rincón.
Intentó decirme algo, pero al no verse capaz, cogió algo para escribir.
“No te preocupes.”
—¿Quién es? —Pregunté. No era una simple amiga, Ray también la
conocía.
Así que de momento era de confianza.
Él mostró su mejor sonrisa.
“Nilia es la hija mediana de los Chrowning.”
—¿La hermana de Bloody? —Pregunté.
Asintió con la cabeza.
Me senté en el pequeño taburete que había a un lado de un enorme
baúl de madera.
—Se han dado un beso y le ha llamado “mi amor”.
Ray rio.
“Bloody la encontró hace 5 años, y desde entonces, ellos dos son
inseparables.”
—Jamás me daría un piquito con mi madre —saqué la lengua
asqueada. Y mi madre no me lo daría a mí, a no ser que fuera el beso de
Judas.
Se levantó de la cama y se acercó hasta mí para tenderme un trozo de
papel garabateado con sus propias palabras.
“Hace bastantes años había familias que se casaban entre ellos para
mantener el linaje. La monarquía, por ejemplo.”
—¿Me estás diciendo que están liados?
Sacudió la cabeza.
“No. Quiero que entiendas que un beso no significa nada.”
La forma en la que bajó la cabeza me hizo pensar que tal vez se
refería al momento que posé mis labios sobre los suyos.
Intenté decir algo, pero Ray abrió una puerta y me mostró el baño
privado que había en la habitación de Nilia.
“Puedes coger algo de ropa limpia. A Nilia no le importará.”
Asentí con la cabeza y le di las gracias por darme la privacidad que
Bloody jamás me daría. Recogí una camiseta negra de mangas largas y un
peto vaquero.
Cerré la puerta del baño, y dejé que el agua caliente cubriera la
bañera.
Capítulo 24
BLOODY

Seguí a Nilia hasta el comedor. Al darse cuenta que me disponía a salir, me


paró los pies antes de que me reuniera con Adda.
—Está durmiendo —volvió a repetir.
—Se enfadará contigo —quedé cruzado de brazos. Me acerqué hasta
la nevera, y saqué una cerveza.
—Correré el riesgo —Nilia sacó una bandeja de galletas. Acomodó el
snack dulce sobre un plato plano, y esperó a que cogiera una. —Son de
avena y plátano.
Alcé una ceja.
—¿Eso es comestible?
—¡Comete la puta galleta y no enfades a tu hermana mayor! —Por
suerte no tenía una pistola en la mano para amenazarme con un arma. Nilia
era la más pacifista de la familia. —T.J estuvo aquí.
—Me lo imaginé —cuando se dio la vuelta, tiré la galleta que sabía a
cartón rancio. Comí cosas mejores en la cárcel cuando el estado destinaba
una cantidad de dinero para la alimentación de los presos de San Quentin.
—Lleva unas horas siguiéndonos. Se cree que soy gilipollas.
—Y eres gilipollas —detuvo sus tareas para mirarme directamente a
los ojos. —¿Qué hace la hija de Moira Willman con vosotros?
—¿Dar un paseo?
Pero Nilia no era tonta.
—¡Has secuestrado a una niña!
—No es tan inocente. De verdad —reí, recordando lo que hizo con
sus manos. —Vikram me pidió que le hiciera un favor. Acepté sin saber lo
que era. Lo único de lo que me informé fue la cantidad que recibiría al
terminar la “misión”.
—Tienes que soltarla —se sentó, delante de mí. —Es la hija de la
futura senadora. Irás a prisión cuando te encuentren. Tu rostro está en las
noticias cada día. ¡Darius!
—No puedo. Vikram…
—¡Qué le jodan a Vikram!
Negué con la cabeza.
—Nos matarán —acomodé los puños sobre la mesa. —Además, tú
necesitabas dinero. Todos ganamos.
Nilia cerró los ojos.
—¿Cuánto tiempo tienes?
Me encogí de hombros.
Últimamente Vikram no estaba muy charlatán con nosotros.
—La idea era pasar unos días aquí —no teníamos otro sitio. Nos
estaban buscando.
—Espero, Darius, que te pienses muy bien las cosas —Nilia aprendió
a amenazar como mamá incluso cuando no se crio junto a ella. —No seré
cómplice de tus delitos. No pongas a Adda en peligro. Por favor.
Intenté tranquilizarla.
—No te preocupes. Lo tengo todo bajo control —le guiñé un ojo. —
Voy a hablar con la cría.
Nilia suspiró.
Capítulo 25
ALANNA

No sé cuánto tiempo duró exactamente el baño relajante, ya que me sentí


observada y me vi obligada a abrir los ojos.
—¿Nunca te cansas? —pregunté, cubriéndome los pechos con los
brazos.
—Mudito se ha quedado dormido —rio. —Creo que ahora lo llamaré
Tartamudo. ¿Qué te parece?
—Me parece que eres un maldito pervertido. ¡Lárgate!
Él negó con la cabeza.
Se quitó la camiseta, y más tarde bajó las manos hasta la cremallera
de sus pantalones.
—Yo también quiero darme un baño.
—Dame cinco minutos y salgo —le pedí.
Su risa me dejó claro que no servía de nada llegar a un acuerdo con
él.
—Podemos estar los dos —metió la mano en la bañera y aferró los
dedos alrededor de mi tobillo. —No molestaré.
—Tú siempre molestas.
—Quiero proponerte algo —comentó, mientras que sus dedos tiraban
del elástico de su ropa interior.
—Si vamos a hablar —me apresuré —prefiero que sea con ropa de
por medio.
Algo cubrió mi rostro.
—¡Demasiado tarde!
Al retirar sus calzoncillos de mi cara, no conseguí detenerlo. Se había
metido en la bañera.
—¿No me entiendes cuando hablo o qué?
Bloody se recogió el cabello y estiró sus piernas hasta dejarlas a cada
lado de mi cuerpo.
—Vamos a llamar a Mudi…Tartamudito. A ver qué cara pone.
—No —le advertí.
—¿No? —se le escapó una carcajada.
—Bloody…—gruñí.
—¡Tartamudito!
—¡No!
Y me tiré sobre él.
Capítulo 26

Tuvimos un forcejeo en la bañera. Bloody rodeó mis muñecas con sus


manos y me mantuvo lejos del cuerpo que quise golpear. Su sonrisa burlona
me enfureció más que sus repetidas y maliciosas palabras.
Al notar que sus ojos empezaban a desviarse de los míos, y su cabeza
empujaba hacia abajo, me liberé de sus dedos y me dejé caer hacia atrás
mientras que volvía a cubrirme torpemente con mis brazos.
—Ya te he visto las tetas —acompañó la frase entre risas.
Al no tener una respuesta inmediata, hundió su cuerpo hasta ocultarlo
bajo el agua jabonosa que nos cubría. Al salir a la superficie, sacudió la
cabeza hasta salpicarme; parecía un perro recién bañado intentando
liberarse de la humedad que le caló en el grueso cabello.
Sin darme por vencida, intenté borrar su sonrisa una vez más.
—Que me hayas visto desnuda, no significa que lo tengas que hacer a
menudo —dije, llevándome una mano a la cabeza. —Estoy deseando que te
pudras en prisión.
Al parecer no bajé el tono de voz y él me escuchó. De todas formas,
últimamente me daba igual. Decía lo que quería sin ponerle filtros a mis
palabras.
—Y, ¿quién será la valiente que me delatará? ¿Tú?
Asentí con la cabeza.
—Nunca tendrías que haberle puesto nombre y rostro a tu hermana —
sonreí. —Cuando todo esto termine, la policía también irá a por ella. Es
cómplice.
Y por fin lo conseguí; esa sonrisa, maliciosa o burlona, se esfumó.
Sus rasgos faciales endurecieron y su cuerpo se encogió. Se aproximó hasta
mí mientras que se mordisqueaba el labio.
—Puedes acabar conmigo. Pero jamás —gruñó —le pongas una
mano encima a Nilia o a Adda.
—¿O?
—O te mataré.
Tragué saliva.
Su amenaza quedó clara, y cuando se consideró el ganador de la
conversación que mantuvimos, se levantó de la bañera y salió en busca de
un par de toallas. Antes de cubrir su desnudez, quedó delante del espejo
mientras que cepillaba su melena rubia. Al recogerla de nuevo, me miró por
encima del hombro e inmediatamente desvié la mirada. Su risa sonó por el
cuarto de baño.
Agarró una toalla blanca que se acomodó más tarde alrededor de la
cintura, y se arrodilló delante de la bañera para finalizar su visita
esporádica.
—Más tarde, cuando el corazón te deje de latir a mil por hora,
hablaremos.
No dije nada.
Esperé que cerrara detrás de él la puerta del baño, y cuando se
escuchó por segunda vez el portazo de una segunda puerta, salí de la
bañera. Me cubrí con un albornoz y me senté sobre la tapa del W.C para
pensar.
¿Qué quería proponerme?
Viniendo de él, podía ser cualquier chorrada.
Un besito.
Un achuchón entre sábanas.
Tener que bajarme al pilón.
Y lo que nunca pasaría, mi libertad.
Terminé de vestirme con la ropa de Nilia y me paseé por la habitación
de la dueña de la casa.
Bloody tenía razón, Ray seguía durmiendo. El perfil que quemaron
sus padres de acogida, quedó cubierto al acomodarse sobre la almohada.
Sus ronquidos, y no era la primera vez que los escuchaba, dejaban claro que
se sentía a gusto y dormía plácidamente sin temor de lo que llegaría a pasar
si la policía seguía de nuevo nuestros pasos.
Salí de la habitación, y me senté en las escaleras. De fondo escuché la
conversación que mantuvieron los hermanos Chrowning junto a Adda.
Capítulo 27
BLOODY

Adda esquivó a su madre en el momento que me vio sentado en el sofá del


comedor. Se lanzó sobre mí y cubrió mi cuello con sus canijos brazos. Sentí
sus rizos oscuros acariciando mi mejilla. Su risa seguía sonando tan
escandalosa como la mía.
—¡Tío Darius!
La aparté de mi lado y miré sus ojos claros.
—Es verdad —rio. —¡Tío Bloody!
Nilia se burló de mí como de costumbre:
—Y de apellido; ¿Bad boy? Así serías Triple B.
—Como camello no estaría mal —seguí jugando con Adda.
—No hables de droga delante de Adda.
—No lo he hecho —dejé de mirarla. —¿Me has echado de menos?
Ella asintió con la cabeza.
—¿Te quedarás con nosotras?
Adda aferró los dedos en una de las viejas camisas de su padre que
me sirvieron para cubrirme después del baño.
—Estaré unos días. Pero después tendré que irme.
—¿Por qué?
—Porque tengo que trabajar.
La pequeña siguió insistiendo.
—Prometiste quedarte con nosotras para siempre.
Y lo hice, el año pasado.
Adda ya había cumplido siete años, y no olvidaba las cosas tan
fácilmente como cuando tenía cuatro años.
Cambié de tema. Nilia se cruzó de brazos y Adda bajó la cabeza
decepcionada.
—¿No quieres tu regalo?
Ella cayó al otro lado del sofá y empezó a saltar. Sus gritos
despertarían al bueno de Tartamudito.
Saqué el regalo que envolví con el periódico que conseguí en el
motel, y se lo tendí. Sin pensárselo dos veces, desgarró el papel con sus
dedos inquietos.
Cuando me apuntó con su nuevo juguete, Nilia se lo arrebató.
—¿¡Un arma!? ¿¡Te has vuelto loco!?
Adda le suplicó a su madre.
Me levanté del sofá, y me enfrenté a Nilia.
—Es de plástico.
—Darius —apretó la mandíbula.
—¿Qué querías? ¿Qué le comprase una muñeca?
Adda siguió saltando sobre el sofá mientras que suplicaba
desesperadamente para que su madre no tirara el arma a la basura.
—¡Pues sí! Una muñeca. Un osito. Pero no un arma.
Le guiñé el ojo a Adda.
—Pero a mi chica favorita no le gustan las muñecas —ella rio. —Y le
prometí que le enseñaría a disparar. Nilia, son balines. No hará daño a
nadie.
—Por favor, mamá.
Nilia siguió negando con la cabeza mientras que se concentraba en el
arma de plástico.
—¡Joder! —le tendió el juguete. —Odio las armas.
Acabó rindiéndose y le dio a su hija lo que deseaba.
Se sentó en el sofá y yo la seguí.
—Nilia, nosotros no hemos sido niños normales —le recordé. —
Antes de que nuestros padres estuvieran en prisión, tú creciste entre
paquetes de heroína. Y mamá me dijo, que cuando ellos salían para vender,
tú construías castillos de princesas.
—Y menos mal que no me dio por abrirlos —bromeó. —Hubiese
acabado haciendo una tarta.
Reí junto a ella.
—Quiero que Adda sea capaz de defenderse sola. Si el capullo de su
padre volviera…
—Eso no pasará —finalizó.
Asentí con la cabeza y me levanté del sofá. Dibujé una diana sobre
uno de los cuentos que tenía Adda tirados por el comedor, y salimos al
jardín para disparar un rato.
Capítulo 28
ALANNA

Antes de que se dieran cuenta que había escuchado toda la conversación


que tuvieron, me levanté con sumo cuidado y me dirigí de nuevo a la
habitación.
Me tumbé al otro lado de Ray, y me quedé observando como dormía.
Ray no era como Bloody.
Pero Raymond seguía siendo un delincuente.
Acomodé mi mano sobre su cabello negro y lo peiné hacia atrás.
Era el más débil de los dos.
El que más recibió.
Incluso, si quería, podría haberlo matado en aquel momento.
Pero no lo hice.
Seguí observándolo hasta que se despertó.
—Buenas tardes —lo saludé.
Sus mejillas se sonrojaron.
—Bu-Bu-Bu—intentó.
Al verse otra vez inútil, intentó levantarse de la cama. Se lo impedí.
Volví a tumbarlo.
—¿Por qué no pruebas a decir mi nombre?
Sonreí.
Éste me devolvió el gesto.
—Repite conmigo —me acerqué un poco. —A.
—A.
—Ala.
—A-Ala.
—Alanna.
Y entendía la dificultad por la que estaba pasando. Después de tantos
años sin soltar una palabra, el temor de hacerlo mal seguía atormentándolo.
—A-Ala-A-A-Alanna —lo consiguió. —Alanna.
—Muy bien —compartí esa felicidad que él sintió en aquel instante.
—Alanna.
Volví a acomodar mi mano en su mejilla.
—Dilo otra vez.
Nos acercamos.
—Alanna.
—Otra vez.
Estábamos más cerca.
—Alanna.
—Otra.
Entrecerró los ojos.
—Alanna.
Y cuando la confianza tomó el control de la situación, alguien nos
interrumpió.
—¿Podemos hablar?
Ray se alejó de mí.
Yo me incorporé y observé la postura que adaptó para dirigirse a mí.
Algo iba mal.
Estaba segura.
Capítulo 29

Raymond salió de la habitación, dándonos algo de intimidad. Nilia se


acercó hasta mí con los brazos cruzados bajo el pecho. Intenté levantarme
de su cama, pero su voz me detuvo.
—¿Estás bien? —Preguntó, algo preocupada. Asentí con la cabeza.
—¿Darius te ha hecho algo? —Antes de tener una respuesta, Nilia siguió
hablando. —Sé que eres la adolescente que secuestraron. Eres la hija de
Moira Willman. El imbécil de mi hermano no sabe lo que ha hecho.
—Yo creo que sí —dije. —Es el perro fardero de un tal Vikram. Le
advertí. Lo hice desde un principio.
Su hermana bajó la cabeza.
—Darius solo ha conocido la delincuencia —susurró.
Me encogí de hombros.
—No es problema mío —me levanté de la cama, y me calcé con los
zapatos desastrosos que conseguí en el último motel de carretera. —Siento
tener que decirte esto, pero tenerme aquí, te hace cómplice.
—Lo sé —tragó saliva. —Por eso quería negociar contigo.
Reí.
—¿Qué os pasa a los Chrowning?
T.J hizo lo mismo.
Tal vez Nilia también estaba al tanto del dinero que heredaría cuando
cumpliera la mayoría de edad.
—Hablaré con Darius —quedó cara a cara conmigo. —Conseguiré
que te deje libre y se olvide del trato que tiene con Vikram. Tú volverás a tu
ciudad, junto a tu familia y volverás a ser la niña rica que jamás tuvo que
salir contra su voluntad de la mansión de su amiga.
Estaba al tanto de todo.
—¿A cambio de qué?
Ella rio.
—Nunca te cruzaste con Darius.
Alcé una ceja.
—Quieres que le diga a todo el mundo que es inocente, ¿verdad?
—Exacto.
—Y, ¿qué pasa con mis traumas? —Ladeé la cabeza. —¿Qué le diré
al psicólogo que me atienda semanalmente?
—Eres una chica lista, te inventarás algo.
—Por supuesto —dije, sarcásticamente. —Le diré a todo el mundo
que me perdí en el país de las maravillas y que nunca existieron unos
secuestradores.
—Creo que es un buen trato —Nilia quería salvarle el trasero a su
hermano.
Y lo entendía, era su familia.
Pero Nilia estaba jugando al mismo juego que su hermano mayor, T.J.
—Consigue que tu hermano cambie de opinión, y me lo pensaré —
finalicé.
Ella asintió con la cabeza, y ambas salimos de la habitación para
reunirnos con los demás en la parte trasera del jardín.
Me acerqué hasta donde se encontraba Ray. Él, se acomodó sobre una
tumbona y yo hice lo mismo. Nilia y los demás observamos como la
pequeña Adda disparaba con el arma de plástico que le había regalado
Bloody.
La niña era muy buena; acertó a la diana en más de una ocasión.
—¡Esa es mi chica! —Exclamó Bloody, orgulloso. —¿Quieres
probar?
Me miró.
—Paso —sacudí la cabeza.
—¡Vamos! —Insistió.
La voz de Ray sonó:
—Alanna —al tener mi atención, sostuvo el nuevo bloc de notas que
lo acompañaría y escribió: “Yo puedo enseñarte.”
Bloody se acercó para leer la frase de Ray.
—Si aciertas —me retó —os dejaré libres durante un par de horas y
que tengáis vuestra primera cita.
Alcé una ceja.
Me levanté y acepté el reto.
—Pero —siguió nuestros pasos—, solo tienes tres intentos.
—¿Tres?
Asintió con la cabeza.
Adda, se acercó hasta mí con una bonita sonrisa. Me tendió el arma -
que a diferencia de las que se habían posado en mi mano esa no pesaba- que
recogí sin pensármelo dos veces.
Ray me dio instrucciones.
“Céntrate en la diana. Entrecierra los ojos y visualizarás mejor el
círculo rojo.”
El primer disparo pasó por alto de la diana.
“Tranquila. Coge aire.”
El segundo disparo rozó el tablero que acomodaron para poner el
cuento que sirvió de objetivo.
“Apunta solo cuando creas que es necesario.”
Y el tercer disparo, volvió a pasar por arriba de la diana.
Había fracasado.
Bloody empezó a reír y se acercó hasta mí.
—¿Seguimos retándonos?
—No tengo buena puntería —le tendí el juguete, y pasé de sus retos.
—Vamos, ¿ahora eres una gallina?
Y él era un hombre con la mentalidad de un niño de cinco años.
—Si consigo que aciertes —bajó el tono, convirtiendo la
conversación en algo privado entre nosotros dos —la cita será conmigo.
Apreté la mandíbula.
—¿Bromeas?
—No lo hago, cielo.
No se me daba bien, así que me encogí de hombros esperando a que
me diera indicaciones.
Pero Bloody no me aconsejó como hizo Ray.
Él se acomodó detrás y sus manos se posaron sobre las mías. Su
pecho de adaptó a los movimientos de mi espalda mientras que me
susurraba la forma en la que tenía que contener la respiración.
—Piensa que el punto rojo es mi cabeza —dijo. —El hombre que te
secuestró. La persona que se ha estado burlando de ti día y noche. El loco
que te venderá a un tío que se siente ofendido porque tu padre le robó todo
su capital. Ese puto punto rojo, es mi cabeza.
Cogí aire.
Cerré los ojos.
El plástico se clavó en mi piel.
Volví a abrir los ojos.
Y de repente, alejándome de Bloody, disparé.
¡Diana!
—Sí —sonreí.
Adda y Ray aplaudieron.
Miré a Bloody.
—Tenerte asco hace que tenga buena puntería.
Éste me guiñó el ojo.
—No olvides que tenemos una cita —acarició mi mejilla con los
nudillos de su mano. —Quiero hacer un trato contigo. No le digas nada a
Mudito.
Me dio la espalda y salió en busca de su sobrina.
Cuando Ray se acercó, una de sus manos quedó sobre mi hombro.
—Alanna…
—Lo he conseguido —ni siquiera sonreí.
Él escribió:
“¿Qué has apostado con Bloody?”
Me quedé en blanco.
No sabía si mentirle, o decirle la verdad.
Miré por encima del hombro, encontrándome a los hermanos
manteniendo una conversación mientras que la niña pequeña cargaba la
pistola de balines.
«¿Me dejará huir?» —Pensé, y volví a mirar a Ray sin saber qué
hacer con él.
Capítulo 30
BLOODY

Adda acabó agotada con su nuevo juguete favorito. Rodeó las piernas de su
madre con sus cortos brazos, y con una amplia sonrisa le pidió que le
acompañara hasta la cocina para coger un par de galletas de avena y
plátano. Nilia era capaz de dar su vida por su pequeña. Así que entendí
perfectamente que quisiera alejarse de la delincuencia. Pero no pude
prometerle lo que ella deseaba. Antes de librarme de la cría, tenía que
negociar con ella para recuperar de alguna forma la cantidad de dinero que
me hubiera dado Vikram por su cabeza.
Cuando mi hermana se adentró en la casa, miré por encima del
hombro. Lo primero que observé fue la sonrisa de satisfacción de ella,
mientras que echaba un vistazo rápido de vez en cuando a la diana. No se lo
podía creer. Yo, al principio tampoco tuve mucha fe, pero lo consiguió. El
odio revivía a las personas.
Y, mientras tanto, Mudito se acercaba a ella lentamente hasta
acomodar una de sus manos bajo la espalda. Por la sonrisa que podía
mostrar, incluso con todas las quemaduras que se quedaron marcadas en la
mitad de su rostro, se le veía feliz. El muy capullo había olvidado que la
chica era propiedad de Vikram. Que ninguno de los dos, por mucho que
bromeara con ella sexualmente, se colaría entre sus piernas porque nos
cortarían la polla. Pero él no, se sentía cómodo y sin temor a que ella saliera
corriendo por su deformidad física.
Alcé la voz:
—¡Mudito!
Éste me miró.
Alzó la cabeza para hacerme una señal.
—Tenemos que hablar.
Ella no se dignó a mirarme, y le dio un suave empujón con su hombro
a Mudito. Recogió su cabello oscuro y se adentró en el interior de la casa
mientras que refugiaba las manos en los bolsillos del peto tejano.
Al reunirse conmigo, Mudito sacó el bloc de notas nuevo que obtuvo
gracias a Adda, y garabateó sin parar. Conté mentalmente el tiempo que
tardó, e imaginé que estaría escribiendo la nueva biblia del sigo 21.
“¿Ahora le enseñas a disparar? ¿Estamos creando un nuevo vínculo
con ella? Deberías dejar de mofarte de Alanna, ella es buena.”
Alcé una ceja y dije irónicamente:
—Y, ¿si en vez de darte un botellazo te hubiera metido la Coca-Cola
por el culo? ¿Seguiría siendo una buena niña?
«Quien calla otorga.» —Pensé.
—Voy a tener una cita con ella —sonreí. Quería provocarlo un poco.
Era divertido. —Espero que no te importe. He pensado en llevarla a un
restaurante que hay a 60 kilómetros. Quiero pedir una botella de vino y
dejarla que beba hasta que quiera chupármela —Mudito arrugó el ceño. —
No te pongas celoso, tonto.
Y lo hizo.
Me demostró que se había encariñado.
Acomodó su frente sobre la mía, mientras que sus dedos se aferraron
a la camisa con la que vestía. Apretó tan fuerte, que rasgó la mierda de tela
que solía utilizar el padre de Adda.
—N-No.
—Tienes que ampliar el vocabulario —le guiñé el ojo.
—Q-Q-Que-e-e —se quedó pillado. —T-Te —tenía para horas. —Jo-
Jo-Jodan. ¡Qué te jodan!
Reí.
—Muy bien —lo aparté con un movimiento de brazo. —Hazte a la
idea que vamos a traicionar a Vikram —le dije la verdad. Después de cinco
minutos para defenderse, no estaba dispuesto a seguir tocándole las pelotas
que le colgaban metafóricamente hablando. —¿Qué significaría
traicionarlo?
Éste no escribió nada.
—L-La Mu-Mu-Muer-te. La Muerte.
Zarandeé su cuerpo.
—Corre —lo animé. —Ves despidiéndote de ella.
Mudito asintió con la cabeza e hizo lo que le aconsejé. Yo, me quedé
sentado mientras que esperaba que la noche nos cayera encima. Cogí la
birra que saqué de la nevera, y la acomodé sobre mis labios.
Capítulo 31
ALANNA

Aproveché que Nilia calzaba un número más que yo de zapatos. Rebusqué


en el zapatero, y encontré un calzado cómodo y con el que podría correr en
el momento que tuviera la oportunidad.
La puerta de la habitación se abrió, y saludé a Ray el cual detuvo sus
pasos delante de mí.
—¿Ha pasado algo? —Pregunté, levantándome de la cama.
Raymond acomodó una de sus manos detrás de mi nuca y me empujó
hasta su rostro. Sus labios se encargaron de capturar los míos, mientras que
su lengua, rápida y ágil se coló en el interior de mi boca.
Abrí los ojos.
Me estaba besando.
Capítulo 32

Al apartarnos nos quedamos mirándonos fijamente a los ojos. El besó no


me disgustó, pero tampoco me gustó. Más bien, fue algo neutro.
Ray sonrió, y yo le devolví la sonrisa. Ninguno de los dos se apartó
del otro, pero empezaba a incomodarnos ante el silencio que nos envolvió.
Alguien tuvo el detalle de llamar a la puerta antes de colarse en el
interior. Bloody nos echó un rápido vistazo, mientras que Ray acomodaba
su brazo alrededor de mi cintura.
—Tenemos que salir —anunció, tendiendo su brazo y buscando que
mi mano atrapara la suya. Miré a Ray, y éste asintió con la cabeza mientras
que me acercaba a Bloody. —No estés nerviosa —acompañó sus palabras
con una fuerte carcajada. —Seré bueno.
—¿Serás bueno? —Repetí, como si eso fuera posible.
Ray se despidió de nosotros y seguí los pasos de Bloody. En ningún
momento pregunté exactamente dónde me llevaría, pero estaba ansiosa.
Salimos de la casa de Nilia y nos detuvimos en el viejo garaje.
Bloody empujó unas cuantas cosas, y detrás de todos los trastos viejos que
había a nuestro alrededor, había una enorme manta oscura que protegía una
Honda.
Me tendió el casco y alcé una ceja:
—Lo que haces para que te rodee la cintura —vacilé.
Bloody rio.
—Es que me encanta tenerte cerca —me guiñó un ojo. —Iré frenando
de vez en cuando, así notaré tus tetas en mi espalda.
Dejé que el pervertido siguiera hablando mientras que me acomodaba
en el sillón. Condujo todos los kilómetros que me anunció esa misma tarde,
y aparcó la moto en el parking de un restaurante italiano.
—Hacen las mejores pizzas del condado —su entusiasmo empujó su
cuerpo contra el mío. Pasó su brazo por encima de mis hombros y me
obligó a caminar junto a él. —A Adda le encanta.
Zarandeé las manos.
—¡Yupi! —Forcé una sonrisa.
—Desde que Mudito mutó a Tartamudito eres más amable con él que
conmigo —no sé hasta dónde llegaban sus bromas sarcásticas. —Me siento
rechazado.
Aparté la mirada.
—Será que no te aguanto.
—Puedo bajarme los pantalones y alégrarte la noche —no ocultó su
carcajada, y un par de personas se le quedaron mirando. Al parecer no le
importaba que los demás reconocieran que era un fugitivo. —Lo digo
porque te llevas mejor con…
Lo detuve:
—¿La cena?
Abrió la puerta del restaurante y se acercó hasta uno de los camareros
para pedirle la carta.
Nadie lo reconoció.
Al parecer últimamente nadie veía la televisión.
Desde que crearon YouTube, Netflix y HBO…estaba perdida.
Menos mal que seguía con vida.
Los delincuentes estaban tomando terreno y nadie se daba cuenta.
—Tengo hambre —Bloody se relamió los labios. —Pediré las cinco
primeras pizzas.
—¿Cinco?
Me asombró.
Enseñó sus musculosos brazos.
En prisión pasó demasiado tiempo poniéndose fuerte.
—Estoy creciendo.
Asentí con la cabeza mientras que miraba la carta.
—Ojalá fuera tu cerebro —susurré.
—¿Qué has dicho?
—Nada —finalicé.
En diecisiete años iba a ser la segunda vez que probara la pizza,
porque como de costumbre, sobrepasaba las calorías que tenía permitidas
bajo la dieta de mi madre.
La pizza de base de coliflor no contaba.
Así que me decidí por una de pepperoni.
—¿Cuánto dinero podrías conseguir a las espaldas de tu madre? —
Preguntó, de repente.
—Concreta —le pedí, dándole un trago al vaso que me habían llenado
de agua.
—No puedes tocar la cuenta que te dejó tu padre —T. J no era el
único imbécil que conocía los últimos movimientos que hizo mi padre
cuando estaba vivo. —Tu madre tiene que tener sus ahorros.
Asentí con la cabeza.
—Lo usó para pagar su campaña política —recordé su actuación en
televisión. —Ahora no lo necesita. El pueblo siente su dolor.
—Deberíamos robarle.
—¿Qué gano yo? —Me atreví a preguntar.
—¿No querías ser libre?
Asentí con la cabeza, desesperada.
El camarero se acercaba con nuestros pedidos, cuando de repente
Bloody reconoció a alguien entrando en el restaurante.
Se levantó sin dejarme echar un vistazo, y me empujó mientras que
corríamos entre las mesas de los demás clientes.
—¿Qué sucede?
«¡Mierda! He perdido la oportunidad de hincarle el diente a la pizza.»
Nos encerró en el baño de hombres.
—Escúchame bien —clavó sus manos en mis brazos. —Quédate ahí,
y no digas nada. No seas tonta, Alanna. No cometas una locura.
«¿Policías?» —Pensé.
—¿Por qué?
—¿Quieres seguir con vida? Pues hazme caso.
Me empujó, y me encerró en una de las cabinas individuales que
había.
La puerta del baño se abrió, y la persona de la que huíamos se
manifestó.
—Hijo de puta —era la voz de una mujer.
—¿Shana?
El cuerpo de uno de los dos recibió un par de golpes.
—Sí, soy yo —la desconocida no se rindió. —¿Qué pensabas? ¿Qué
Vikram se fiaría de ti? ¿Dónde está la chica?
Bloody se levantó del suelo.
—Cuanto tiempo —éste rio. —Te veo diferente.
Ella respondió:
—Estoy vestida, cretino. Te lo volveré a preguntar, Bloody. ¿Dónde
está Alanna Gibbs?
Empezó a picarme la nariz.
«No estornudes.» —Pensé, llevándome las manos a la nariz.
Capítulo 33

Tuve que empujar la lengua hacia arriba para no estornudar. El olor a orina
empezaba a marearme. Ni siquiera conseguí acomodar las manos lejos de
los azulejos que decoraban las paredes del baño masculino. Cerré los ojos
durante unos segundos, y al escuchar la risa de Bloody sabía que no pasaría
nada. Era un puto psicópata que acababa de poner su vida en peligro para
ocultarme. Y sí, él sacaría un beneficio por mantenerme con vida…pero al
menos no estaría en las manos de otro loco en busca de la enorme
recompensa económica que ofrecía Vikram por mi cabeza.
Curiosa como una rata sabiendo que cualquier movimiento la
delataría ante los ojos de un gato que había salido a cazar de noche, asomé
con cuidado la cabeza hasta encontrarme a la mujer que encaraba a Bloody
sin temor a que éste fuera más rápido y le volara la cabeza como a su última
víctima. Ella, simplemente ladeó la cabeza, dejando su oscuro cabello rubio
descansar sobre su hombro izquierdo. Sostenía un arma que presionaba por
debajo de la nuez de Adán de Bloody.
—Bonito mordisco —exclamó Shana, mientras que lamía la húmeda
herida. —¿Gatita nueva?
¿La respuesta?
Una carcajada.
—¿Celosa? —Bloody retó.
Ella simplemente mostró una sonrisa.
—Sé que las mujeres agresivas te la ponen muy dura.
—Pues ten cuidado, cielo, vas a hacer que me corra —finalizó él.
Aparté la mirada cuando esos dos empezaron a besarse, cuando en
realidad ella estaba allí para matarlo y no para fornicar como dos perros en
celo. Volví a coger aire con cuidado y a taparme las fosas nasales para que
ese maldito olor desapareciera. Una vez que saliera del cuarto de baño de
hombres, la nueva fragancia que me acompañaría hasta la siguiente ducha
sería algo como “fragancia de micción masculina salvaje”.
—Te daré un día. Te lo has ganado —la mujer lamió los dedos de
Bloody y se apartó de su lado. —Si Alanna Gibbs no se reúne con el jefe,
eres hombre muerto.
Él intentó acercarse, pero se lo impidió.
—No juegues conmigo —advirtió. —Sé dónde se encuentra tu
hermana y tu querida sobrina. Y sabes perfectamente, —detuvo sus
palabras, para tantear la boca de Bloody —que soy capaz de matarlas. Tú
decides.
Se subió las bragas que le cubrieron los tobillos y salió del cuarto de
baño como si no hubiera pasado nada. Bloody golpeó la puerta que sostuve
medio abierta, y al escuchar la señal salí de allí sin preguntar nada. Pero
claro, él, como de costumbre tuvo que aclarar lo que había hecho sin
censurar nada en absoluto.
—He tenido que adentrar mis manos en su vagina —dijo, en un tono
melancólico—. Aun así, quiere matarme.
Asentí con la cabeza, y susurré:
—Nilia y Adda.
Ellas no me habían hecho nada malo. Merecían vivir, como todas esas
personas que fueron muriendo por el camino que recorríamos.
—Tenemos que irnos —aclaró.
Y me sorprendió bastante que no tirara de mi brazo como de
costumbre. Seguí sus pasos bajo el mismo silencio que él reunió, y
marchamos del bar sin mirar atrás.
Cuando llegamos al hogar de Nilia, Ray nos esperaba en el porche. Al
darse cuenta que el motor dejó de rugir, apagó el cigarrillo que acomodó en
su boca y lo tiró al suelo para reunirse con nosotros.
—¿Qu-Qué…? —Insistió. —¿Qué…Qué ha-ha…?
No terminó.
Bloody le tendió las llaves de la Honda y pasó por delante de él hasta
darle la espalda.
—Llévatela de aquí.
—¿Blo-Bloody?
—No te lo repetiré una tercera vez, Mudito —le plantó cara, y
después me miró a mí. —Sois libres. Sin trampas. Sin chantaje. Aunque
vosotros dos lo tendréis jodido —mostró su sonrisa—, os están buscando.
Pero ya no es mi problema.
—Y…Y, ¿Vik-Vikram?
—Olvídate de él —fueron sus últimas palabras.
Zarandeó su cabello rubio con sus dedos, y se adentró en el hogar que
jamás tuvo que abandonar.
No le di vueltas a su última conversación. Simplemente, sonreí. Sí,
sonreí porque me sentí libre por primera vez. Así que me acerqué a Ray,
acomodé mis manos sobre sus hombros y presioné mis labios sobre los
suyos ante la emoción que empecé a sentir.
—Vámonos —bajé una de mis manos, para sostener la suya. Quería
sentir el calor de la llave de la moto en mi piel.
—Blo-Bloody.
—¿Qué?
Teníamos que irnos.
—Si…Si nos va-vamos, lo ma-matarán —aclaró.
Reí.
—¿Y? ¡Qué le jodan, Ray!
Quería que reaccionara, pero no lo hizo.
—No pue-puedo dejar que-que lo ma-maten —bajó la cabeza.
—Él no se preocuparía por ti, y lo sabes.
—Alanna.
—Dame las llaves —lo miré, y apreté los labios.
Capítulo 34

Hundí el codo sobre la almohada, y acomodé la mejilla sobre la palma de la


mano. Después de una hora de viaje, no dudé en ningún momento de
acomodar mi cuerpo sobre una de las camas de la habitación del motel.
Respiré con tranquilidad y cerré los ojos, pero el sueño no llegó. La claridad
de las farolas que rodeaban el pequeño parking del negocio, se coló en el
interior de la habitación. Las cortinas, rojas terciopeladas, se quedaron en
un rincón para destacar la silueta de una persona.
No se movió ni un solo centímetro. Simplemente, se quedó de pie,
observando a través del ventanal. Su cuerpo, cubierto por una sudadera que
abrigaba hasta su cabeza, se quedó pegada en su piel. Seguramente no se
había dado cuenta que, a unos metros de nosotros, donde habíamos
aparcado el vehículo, se encontraba un gato callejero devorando una paloma
que murió aplastada por las ruedas de un enorme camión. Estaba tan
pensativo, que no me tomé la molestia de dirigirle la palabra. Ray se
encontraba en la misma habitación que yo, pero su mente seguía junto al
imbécil de Bloody.
Así que me obligué a girar mi cuerpo y concentrarme en cualquier
otra cosa que no fuera en una persona que se arrepentía de haber huido
junto a mí. Porque en el fondo, nunca lo obligué a seguir mis pasos. Le di
opciones. Opciones que jamás tuve yo. Ray, en vez de tenderme las llaves
de la Honda, miró por encima del hombro y terminó de despedirse de su
compañero antes de subirse en la moto.
Me mordisqueé el interior de la mejilla y me esforcé en cerrar los
ojos.
—Tienes que dormir —dije, después de dos horas.
La respuesta fue el sonido de las anillas recorriendo la barra que
atravesaba las cortinas. Él, ni siquiera emitió uno de esos sonidos con los
que al principio se comunicaba conmigo. Poco a poco, Ray empezó a
hablar. Y, estaba segura, que dentro de muy poco su tartamudez
desaparecería.
—Haz lo que quieras —me tumbé boca arriba. Seguía estando su
sombra delante de la ventana. Parecía un alma en pena. —Tengo la
conciencia tranquila.
Capítulo 35
BLOODY

—Tienes suerte que siguiera cerca —dijo, atando su larga melena y dejando
que le cayera sobre la espalda. —¿Estás seguro?
Shana no se atrevió a mirarme, simplemente quedó cruzada de brazos
esperando una respuesta por mi parte. Asentí con la cabeza mientras que
mostraba mi mejor sonrisa. A diferencia de ella, al subirme a su coche, dejé
que mi cabello rubio estuviera suelto. Al despedirme de Adda, ésta decidió
que la única forma de mantenerme a su lado era tirándome del pelo. Como
no lo consiguió, sus dedos rasgaron la fina goma que capturaba por detrás
de la nuca los mechones de su tío.
—Respóndeme a algo —antes de seguir, encendí uno de los
cigarrillos que llevaba en uno de los bolsillos del pantalón tejano. Fue una
lástima no consumirlo del todo, ya que corté la mitad por haberlo aplastado
con el trasero. —Tienes la oportunidad de hacer una última cosa antes de
morir, ¿qué harías?
—Despedirme de mi padre —no lo dudó. —¿Tú?
—Escuchar “Free bird”.
Alzó una ceja.
—Esa canción dura unos nueve minutos —al ver que me daba igual,
tanteó su teléfono móvil y me dio el placer de escuchar a una de mis bandas
favoritas.
Cerré los ojos y dejé la mente en blanco. Aunque para mí, era
bastante sencillo. Incluso cuando sabía que todo iba a acabar.
Al finalizar los nueve minutos de canción, nos bajamos del coche. Las
tierras de Vikram eran extensas y tuvimos que caminar durante un par de
kilómetros hasta encontrarnos con el dueño. No solo nos cruzamos con el
extranjero, también con sus hombres de confianza.
—Confié en ti —se escuchó la voz de Vikram. Los demás, dejaron de
disparar al viejo árbol que había detrás de la casa rural. —¿Por qué has
decidido traicionarme?
No dije nada. Simplemente, miré sus ojos y me arrepentí de haber
elegido la opción incorrecta. Pero al menos, sabía que Nilia y Adda estaban
a salvo. Traicioné a la única persona que me tendió la mano el día que salí
de la cárcel. Al hombre que me enseñó a sobrevivir con las pocas
pertenencias que colgaba detrás de la espalda.
Y ahí estaba yo. Callado y sin estirar los labios.
—Shoshana —nombró a la rubia. Ésta, me miró y siguió su camino.
—Elige un arma. Bloody conoce las normas. La traición se paga con
sangre. Y la sangre, es el único camino que te guía hasta las puertas de San
Pedro. Si entras o no, es problema tuyo. Hijo, lo entiendes, ¿verdad?
Asentí con la cabeza.
—¿Algo que decir?
¿Mis últimas palabras?
No, no tenía nada que decir.
Pero al parecer alguien sí.
—¡Yo me opongo! —Conocía esa voz. —Bueno…quiero decir, tiene
que haber una manera de salvar al Kurt Cobain de Aliexpress.
Nadie rio con su humor. Ni siquiera yo en aquel momento.
La miré y no me quedó de otra que decirle:
—Niña estúpida —gruñí.
—De nada —se encogió de hombros. —Yo soy la persona que
buscas. Soy Alanna Gibbs.
Los hombres de Vikram nos rodearon, y nos obligaron a arrodillarnos
mientras que nos apuntaban con las armas que cargaban.
—¿Qué sucede? —Preguntó ella.
—Que nos matarán a los dos.
«De puta madre.»
Capítulo 36

Brasen, se acercó hasta Alanna con la única intención de rodear su cuello


con sus enormes manos. Vikram observó la reacción de la joven sin
pestañear. Estaba sorprendido. Por fin había conseguido lo que tanto
deseaba; La hucha de cerdo rosa con forma de niña adinerada. Cruzó sus
brazos bajo el pecho y esperó por unos segundos que su hombre más fiel se
detuviera, pero no lo hizo. Apretó los labios e incluso asomó una de sus
manos por debajo de sus brazos para tantear el arma que llevaba a la altura
del cinturón.
Mientras tanto Brasen, mostró esos amarillentos dientes cuando se dio
el placer de sonreír. Acariciaba la piel de la hija de Moira mientras que sus
huellas dactilares dejaban una fina capa morada alrededor. La estaba
estrangulando. Intenté alzarme del suelo, pero Shana me lo impidió. Golpeó
mi espalda con su pequeño y alto calzado, dejándome de rodillas una vez
más ante el hombre que traicioné.
Quería impedir que Brasen siguiera haciéndole daño a Alanna. Todos
ellos sabían que el viejo hombre de cabello canoso, escapó de prisión con
una condena de cuarenta años. ¿Qué hizo? Mató a tres adolescentes. Todas
ellas, estranguladas. Brasen tenía uno de esos fetiches que dejaba victimas
cada vez que se corría.
—Por…favor…—suplicó, acomodando su mano alrededor de las
anchas, viejas pero fuertes muñecas de Brasen.
El segundo intento que ejecuté para ayudarla, se desvaneció cuando el
imbécil de Raymond apareció con el vehículo que le dejé para que huyeran
los dos. Le dieron caza. Pronto, se reunió con nosotros. Lo miré por un
instante, y éste me pidió disculpas a través de la mirada.
—¡Basta! —Alcé la voz, llamando la atención de Vikram y Brasen.
Por fin Vikram entendió lo que estaba pasando.
—Llevarla a mi despacho.
—¿Qué te parece gracioso, melenas?
—Esta noche, papá oso, no va a sacudirse la sardina —le guiñé un
ojo. —Lo siento.
Brasen estalló.
Empujó a Alanna bien lejos de él, dejándola tendida en el suelo
mientras que la arena del terreno rascaba la piel de su frente. Ésta, soltó un
gemido de dolor que se sincronizó con el ruido de los puños que recibí.
—Debería matarte.
Con el ojo entrecerrado, lo miré.
Mostré mi mejor sonrisa.
Aunque comparada con la suya, cualquiera sería preciosa.
—Si quieres puedo ponerme una falda de ballet y será tu oportunidad
para ver una rubia con todo su potencial.
Me sorprendió escuchar la risa de Raymond.
—¡Grrr! —No estaba seguro si era un gruñido de rabia, o realmente
se puso caliente. —Una señal, Vikram. Una señal y…
—No —lo detuvo, una vez más. —Los quiero vivos. Hablaré con
ellos más tarde. Estaré en mi despacho —dio media vuelta, ocultando sus
manos en los bolsillos de sus vaqueros. —Por cierto —insistió—, no quiero
que toquéis a la chica. ¿Os ha quedado claro?
La pobre polla de Brasen seguramente entristeció al escuchar la
última orden del jefe.
Volvió a golpear mi rostro, y desapareció mientras que escuchaba mi
risa de fondo.
Al quedarnos solos o, mejor dicho, con los novatos de turno, me
acomodé en el suelo mientras que limpiaba la sangre que nacía de mis
labios.
—Lo-Lo si-siento —se disculpó.
Lo miré de nuevo.
—¿Sabes por qué no tengo amigos, Tartamudito? —No respondió, o
seguramente le costaría decir una frase con más de cinco palabras a día de
hoy. —Porque no me gusta que me toquen las pelotas con las dos manos
mientras que me chupan la polla para tenerme contento. Tú y yo éramos
compañeros. Al terminar el trabajo, cada uno volvería a su vida hasta la
siguiente misión de Vikram. ¿Qué parte no entendiste?
Apretó los labios y dejó su perfil deforme ante mis ojos.
—No-No po…po-podía hu-hu-huir.
—Pensaba que te gustaba la cría, no yo.
—Si-sigues vivo. Eso…Eso es lo im-importante.
—Y, ¿cuánto crees que nos queda? —Miré a los tres tíos que
observaban las armas que se le adjudicaron en el reparto de armamento. —
Darán la orden y nos matarán.
Sacudió la cabeza.
—Tenemos…Tenemos que es-escapar.
Dos contra tres.
«Menuda orgía.»
Capítulo 37
ALANNA

Seguí los pasos de la chica que se reunió con Bloody en el baño de hombres
del bar de carretera. Ella, de vez en cuando miraba por encima del hombro
para comprobar mi reacción. Y sí, estaba jodida y no podía ocultarlo.
Si Bloody era un grano en el culo, el hombre que estuvo a punto de
estrangularme era mil veces peor que el capullo que me secuestró. Podía
sentir su mirada en mi trasero mientras que susurraba cosas lascivas sobre
mí.
—Me gusta tu pelo —dijo la chica.
La miré anonadada.
—Aunque en las fotos que mostraron de ti en televisión, estaba mejor.
Bloody y ella estaban hechos el uno para el otro.
—Últimamente no he tenido tiempo de ir a la peluquería —forcé una
sonrisa. —He estado ocupada.
Ella rio.
—Nos llevaremos bien.
Ladeé la cabeza y dejé que disfrutara de ese cabello que tanto parecía
gustarle.
Al oír la voz de Vikram, sentí los latidos del corazón hasta las uñas de
los pies.
—Adelante.
Tuve que entrar.
El hombre me daba la espalda, y contemplaba la enorme luna llena
que nos ofreció esa calurosa noche.
—Siéntate, por favor.
Su tono de voz sonó dulce.
El acento rumano era flojo y torpe.
—Casi me matan —aclaré, retirando uno de los asientos que había
delante del escritorio.
Él me miró por encima del hombro.
—Casi muero creyendo que te había perdido.
Alcé las piernas y las crucé encima de la silla.
—¿Tengo que darte las gracias —hice una larga pausa, sin poder
creerlo —, papá?
Capítulo 38

No respondió. Volvió a mirar a través del enorme ventanal mientras que sus
dedos se aferraban a la tela de las cortinas. Bajó un segundo la cabeza y, la
volvió a alzar. Seguramente no tenía una respuesta, y yo mientras tanto, un
millón de preguntas que deseaban salir de mis labios. Pero no hice nada. Me
acomodé en el asiento y dejé que el silencio nos rodeara como si de alguna
forma pudiera curar las heridas del pasado.
Estaba detrás de la única persona que supuestamente nunca me
mentiría. Y, tonta de mí por creerlo. Esa persona, que en mi vida tenía la
etiqueta de padre, me abandonó para crear una nueva vida.
Recordé que ese hombre odiaba el lenguaje soez. Pero, después de
tantos años criándome con mi madre, exploté más de la cuenta las palabras
malsonantes.
—¿Eres un puto mafioso?
Inmediatamente giró sobre sus bonitos y elegantes zapatos.
—Alanna —me advirtió, como cuando era pequeña. —Sigo siendo tu
padre.
—¡Mi padre es un puto mafioso! —confirmé.
Se llevó las manos a la cabeza literalmente.
—Te lo puedo explicar.
—¿Me lo puedes explicar? —Fui su eco durante unos segundos. —
¡Qué bien, papá! ¿Por dónde empezarás? Por…—me detuve para meditarlo.
—¿La actitud de mamá? Tal vez…, ¿el secuestro? O mejor todavía, ¿tus
mensajes en clave? Porque si vas a empezar por alguna de mis preguntas…
¡Vaya mierda!
Estaba tan furiosa, que simplemente me hubiera levantado del sillón
para refugiarme en mi habitación. Pero no estaba en mi hogar. Y, en los
últimos días había vivido una vida completamente diferente a la mía. Estaba
junto a mi padre, sí. Pero también estaba delante de un completo
desconocido para mí.
«La gente cambia» —Pensé. «Y, a veces, a peor.»
—¿Estás bien? —Preguntó, con un tono bajo.
Me esforcé en estirar los labios.
No podía derrumbarme en aquel momento.
—Imagino que me acostumbraré al zumbido que siento en uno de mis
oídos —dije, y me di cuenta que no me entendió. —¿No te lo ha dicho tu
matón? —Su rostro se descompuso. —Me disparó. Y, no solo me amenazó,
también consiguió que me volvieran a secuestrar dentro de otro maldito
secuestro. Así que, ¿sí? Creo que estoy bien.
—Caballito…
Por fin sintió lástima por mí.
—Ya no soy una cría, papá. Y mucho menos tu Caballito.
—De verdad que te lo contaré todo, cariño. Pero será mejor…
Interrumpí su discurso de padre del año.
—¿Quién es Vikram? ¿Por qué finges ser esa persona?
Éste apretó los puños y se dejó caer en el asiento de delante del mío.
—Es una larga historia.
Cerré los ojos y me di cuenta que estábamos más jodidos de lo que
podía imaginar.
—Has robado la identidad del hombre al que robaste —afirmé, y su
suspiro lo delató. —¿Y ellos? ¿Lo saben?
Sacudió la cabeza.
«Joder.»
—¡Te has vuelto loco!
Estaba irreconocible.
Mi padre, jamás hubiera hecho una cosa así.
¿Quién era ese hombre con el aspecto físico de papá?
—Era la única forma para que todos siguiéramos vivos…
Alcé mi voz.
—¡Y una mierda! —Sabía que lo estaba sacando de quicio, pero me
dio igual. —Pensaste en ti. Solo en ti. Te dio igual dejarme con mamá.
Nunca volviste. ¡No has sido un buen padre!
—Yo te quiero, Alanna. Daría mi vida por ti.
Sentía mis mejillas arder, y el corazón acelerarse ante la rabia que me
provocó ese te quiero comprado en un bazar chino.
—Mamá y tú me habéis hecho daño —estiré las piernas y las dejé
caer al suelo. Ladeé la cabeza y lo observé detalladamente antes de
levantarme. —Y sin daros cuenta, habrá consecuencias.
Fue una amenaza de niña de cinco años, pero al menos esa noche
conseguiría dormir sin miedo.
Antes de que abriera las puertas de su despacho, me detuvo.
—No puedes contarle a nadie quién soy realmente, Alanna.
—¿O qué?
Esa voz.
Ese tono.
E incluso el acento rumano, me puso el vello de punta.
No era mi padre.
No era la persona que me crió.
—O seguiré haciendo lo que he hecho hasta ahora —dijo, adentrando
su mano en el interior del bolsillo de sus pantalones mientras que dejaba a
la luz el arma que le seguía a todos lados. —Matar a todas esas personas
que han intentado borrarme del mapa.
Alcé una ceja.
—¿Mi propio padre sería capaz de matarme?
No respondió.
Di un paso hacia delante para encararlo.
Cuando creí que lo presionaría un poco más, nos interrumpieron.
Las puertas del despacho se abrieron del fuerte golpe que estalló al
otro lado. Delante de nosotros quedaron los dos hombres que siguieron al
pie de la letra todas las órdenes del supuesto Vikram.
Mi padre miró a Bloody, y después a Raymond.
Bloody me observó, y al darse cuenta que seguía viva y sin ningún
rasguño, se rascó la nuca y soltó una carcajada.
—Ya te he dicho, Tartamudito, que el baño no estaba aquí —se
excusó. —Es que tiene diarrea —dio demasiada información para salvar su
trasero. Rodeó el cuello de Ray, y acomodó su puño sobre la coronilla del
otro para alborotar su cabello. —Lo siento, Vikram.
—No te preocupes. Ya he hablado con la hija de Moira Willman —se
le daba muy bien mentir. —¡Shoshana! —Su mano derecha apareció. —Por
favor, acomoda a los nuevos huéspedes en las habitaciones que hay libres
en la planta de arriba.
—Pero…—Ella, como los demás, no olvidaron la traición.
—Mañana hablaré con Bloody. De momento, que duerma.
Nos dio la espalda y volvió a adentrar su cuerpo en el interior del
despacho.
Shoshana nos miró y nos pidió que la siguiéramos. Ray siguió sus
pasos, y yo seguí sobre los suyos. Pero una mano me obligó a bajar el
ritmo.
Miré sus dedos, acomodados alrededor de mi muñeca. Alcé la cabeza,
encontrándome con unos curiosos pero preocupados ojos azules. Su cabello
rubio, alborotado y rebelde como de costumbre, estaba suelto y con
mechones cubiertos de sangre.
—¿Estás bien? —Preguntó, sin incluir una estupidez.
—Sí.
Volví a mirar su mano.
No me soltó.
—¿Seguro?
No me gustaba que insistiera.
—He dicho que sí.
—Alanna, puedes contármelo…
—¿Qué? Sé directo.
Éste se mordisqueó el labio y no le importó que Shana y Ray ya
estuvieran subiendo las escaleras.
—No entiendo porque Vikram nos deja pasar la noche aquí.
Sentí nauseas en aquel momento.
—No creerás que le he tocado para tener un techo, ¿verdad?
Bloody apretó los labios y me lanzó una de esas miradas que decían:
—Conmigo lo has hecho.
—¡No, joder! ¡Qué asco!
Cuando me liberé de su mano, volvió a retenerme.
—No hagas un trato con él. Prométeme que no harás ningún trato con
Vikram.
Reí.
—¿Qué pasa? ¿Lo tenías en un pedestal y se te ha caído?
—Solo te estoy advirtiendo —declaró.
Una parte de mí se moría por decirle que hacía bien en no fiarse de él.
Pero la otra parte, la que estaba heredando de los lunáticos de mis padres, se
calló la información.
No dijimos nada más y subimos las escaleras para alcanzar a Shana y
a Ray.
Las tres habitaciones estaban en el mismo pasillo.
La primera se adjudicó a Ray.
La del medio a Bloody.
Y la última a mí.
—¡Por fin dormiré solo! —Exclamó Bloody, alzando los brazos. —
Por cierto —miró a Shana y después a mí—, un golpe es sexo. Dos golpes
es hablar. Y, que os quede claro, no pienso abrir la puerta para hablar con
nadie.
Su risa resonó por el largo pasillo.
Ray, que se encontraba cansado, se despidió de todos y se adentró en
su habitación.
Al ver como se miraban Shana y Bloody me di cuenta que lo mejor
era huir.
—Como en los viejos tiempos —dijo ella.
Éste asintió.
Se coló en su habitación.
Yo, esperé a perder de vista a Shana.
Cuando lo hizo, quedé delante de una puerta.
Necesitaba hablar con alguien.
Ansiaba poder contarle la verdad.
Pero…él, el supuesto Vikram, me dijo que sería capaz de matar a
quien supiera la verdad.
¿Quién no temía por su vida?
«Bloody.»
Mis nudillos golpearon la puerta.
Y suspiré.
«No puedo ir tan lejos. Y menos, cuando tengo a Ray al lado.»
Cerré los ojos frustrada.
Hasta que abrieron la puerta.
«Ya es demasiado tarde.»
Capítulo 39

Le dio tiempo a desnudar su torso y a bajarse la cremallera de los vaqueros.


Al darse cuenta que descendí la cabeza, inmediatamente trepó el tirador y
finalizó colando el botón negro en el agujero de la tela tejana. Me gustó
como sus mejillas enrojecieron por la visita inesperada de la chica que se
alejó de él la noche anterior. Antes de que sus labios dejaran salir cualquier
palabra, lo detuve. Di un paso hacia delante hasta colarme en su habitación.
La puerta se cerró detrás de mí y no le di importancia al fuerte golpe que se
escuchó en el pasillo de las habitaciones.
Ray se obligó a observarme a través de su perfil perfecto. Mientras
que avanzaba por el interior, observé sus ágiles movimientos para alcanzar
la sudadera que cayó sobre el baúl que había debajo del enorme cuadro que
decoraba una de las paredes de la habitación. Me dejé caer sobre su cama y
sellé por completo mis labios durante los segundos que estuvimos
mirándonos sin pestañear.
Quería hablar con él, pero no podía. No podía hacerle daño, y menos
cuando Ray se dedicó a protegerme de las estupideces de Bloody en el
secuestro que preparó mi propio padre.
—Siento tener que molestarte —por fin conseguí decir. Y hablé
porque Ray acabó vistiéndose y dándome la espalda mientras que
observaba su rostro en uno de los cristales de la ventana. Éste sacudió la
cabeza y se acercó. Supliqué con la mirada para tenerlo más cerca. Y así
fue. Se sentó y acomodó mi mano sobre la suya. Su piel no era suave, pero
sí era cálida. Me perdí en los detallados tatuajes que marcaron sus dedos,
mientras que estos se colaban entre los míos. —Fin de parada —le recordé,
y lo miré a los ojos. —¿Qué harás ahora?
Mi padre les prometió dinero. Así que lo más seguro era que
Raymond huiría bien lejos para comenzar una nueva vida. Realmente no lo
conocía, y tampoco el trato que podía tener con el supuesto Vikram. Pero
era un desconocido que necesitaba junto a mí.
—No...No lo sé —consiguió decir. —Ta-Tardé un mes en
acep...aceptar el trabajo que nos pro-propuso Vikram, y dos días para bu-
buscar un nuevo destino. Y ahora...—pensé que se quedó atascado con la
última palabra, pero me equivoqué—. Ahora no quiero irme.
—No quieres traicionar a Bloody o dejar en la estacada a Vikram —
dije, apartando la mirada.
Pero de repente sentí su aliento acariciando el lóbulo de mi oreja.
—Ellos me dan igual —no tartamudeó. —Estoy muy arrepentido
Alanna. Si-Siento haber sido uno de los cul-culpables de tu se-secuestro. No
quiero que te pase na-nada malo.
Fue capaz de dar media vuelta para salvar el trasero de Bloody; la
misma persona que no era capaz de decir su nombre y simplemente
utilizaba un ápodo para humillarlo.
—Tuvimos la oportunidad de huir —le recordé. —Ahora no sé muy
bien qué pasará con todos nosotros.
El dinero seguía siendo el premio para todas esas personas que
querían mi cabeza en una bandeja de plata. Si mi madre me dio caza fue
con la única intención de librarse de mí y ganarse el cariño de sus votantes.
Mientras que mi padre se escondía a través de una identidad robada para
recuperar el dinero que una vez dejó junto a su antigua vida.
Así que no estaba a salvo ni con él.
—Habrá más o-oportunidades —aclaró.
—¿Me lo prometes?
Éste asintió con la cabeza y, acomodó su otra mano bajo mi barbilla.
Se acercó con cuidado. Comprobó que no me sintiera incómoda al tenerlo
tan cerca de mí, y cuando su nariz acarició la mía, se lanzó a besarme en el
momento que descifró el significado de mi sonrisa.
Ray cerró los ojos y siguió empujando su boca contra la mía.
Correspondí el beso mientras que observaba de cerca sus parpados
arrugados. Al notar su lengua, que dejó de acariciar mis labios para
encontrarse con un músculo húmedo que lo esperaba, mis manos dejaron de
descansar sobre mis piernas para esconderse sobre el oscuro y rebelde
cabello de Raymond.
Nuestros cuerpos cayeron sobre la cama. Nunca antes había permitido
que un chico fuera más allá de un par de besos. Una cosa era jugar con ellos
-excitarlos hasta que suplicaran -y otra permitirles que sus manos se
posaran sobre mi cuerpo.
Y con Ray estaba siendo diferente.
Hasta que alguien abrió la puerta sin antes pedir permiso.
—Sé que no follas —entró, sin alzar la cabeza —pero, ¿tendrías un
par de condones? —Por fin se dignó a mirarnos. —¡Oh! Joder. ¡Qué
sorpresa! —Nos apuntó a ambos con el dedo mientras que Ray y yo nos
incorporábamos de la cama. —¿Vosotros dos...? Por supuesto que sí —
avanzó, mientras que su risa era la melodía que lo acompañaba. Obligó a
que Ray se apartara de mí, y una vez más se precipitó a acercarse más de la
cuenta. Nos rodeó el cuello con sus brazos hasta pegarnos sobre su pecho.
—Sabía que iba a surgir algo bonito entre vosotros dos. Estaba seguro —
otra carcajada. —Pensé que esta noche follaría yo solo. Pero me alegro de
haberme equivocado.
—Ca-Cállate —le advirtió Ray.
Bloody no hizo caso.
—No os tenéis que avergonzar —me observó, y yo le destrocé con la
mirada. —A mí también me ha puesto muy cachondo saber que iba a morir
esta noche. ¿Qué? —Preguntó, con una enorme sonrisa. —¿Os ayudo?
—Bloody —insistió Ray.
Yo opté por callar.
Porque básicamente le estaba prendiendo fuego en mis pensamientos
y observaba detalladamente como se consumía. Parecía un puto cigarro
entre mis labios. Salvo que él no me daba ese placer que podía darte la
hierba.
—Puedo llamar a Shana y jugamos los cuatro...—esa puta bocaza se
calló en el momento que me levanté de la cama. —O podemos hacer un trío
—ofreció, una vez que mi mano se aferró al pomo de la puerta. —No me
importa follar con Tartamudito al lado, siempre y cuando sus pelotas no
reboten sobre las mías.
Estuve a punto de estallar.
Pero no sucedió.
Lo miré una vez más y sentí pena por el imbécil.
Desaparecí de la última habitación, y caminé por el pasillo. Pasé por
delante del cuarto que ocupó Bloody y me di cuenta que Shana lo esperaba
tendida en el suelo mientras que se quitaba los pantalones torpemente.
Otro golpe en seco se escuchó en el pasillo.
Estaba furiosa.
Y, por muy ilógico que sonara, me sentí tranquila y segura en la
habitación de Ray hasta que él apareció.
Me tumbé sobre la cama, y acomodé la almohada sobre mi rostro para
aislar los jadeos que se escuchaban de mi nuevo vecino de celda.
«Capullo.» —Pensé. Pero pronto se lo diría a la cara.

Gallos.
El canto de un gallo me despertó.
Quién diría que Gael Gibbs tendría animales. Nadie. Cuando era
pequeña, los pocos animales que entraron en mi hogar, desaparecían a los
tres días de instalarse porque mamá no los toleraba. Y, hasta ahora, solo
había tenido una zorra que no era digna de llevar el nombre de un animal
tan hábil y protector con sus cachorros.
—Buenos días —saludaron. Shana asomó la cabeza y me mostró su
mejor sonrisa. —Nos reuniremos todos para desayunar. Si quieres puedo
dejarte algo de ropa limpia hasta que vayamos de compras al centro
comercial.
—Gracias —respondí, levantándome de la cama.
Shana recogió su cabello rubio y me miró de nuevo.
—En el cuarto de baño hay tinte de pelo —señaló la puerta que había
a mano derecha.
—No cambiaré el color de mi cabello —tapé mis labios para bostezar.
Ella se encogió de hombros.
—Es una orden.
—¿Tuya? —Recordé las amenazas que le dedicó a Bloody.
Rio.
—De Vikram.
Me acerqué hasta ella, y crucé mis brazos bajo el pecho.
—¿Puedes darle un mensaje a Vikram de mi parte? —Ella asintió con
la cabeza. —Si quiere algo...que venga él y me lo diga.
Forzó la última sonrisa y salió de la habitación.
Cuando pensé que conseguiría estar a solas y tranquila de los demás,
los gritos de unos hombres me sobresaltaron. Me acerqué hasta la terraza, y
asomé mi cuerpo para observar la escena. A unos metros de la casa, tres
hombres descansaban de rodillas sobre la hierba fresca. Mantenían los
brazos detrás de la espalda a la vez que bajaban la cabeza. Delante de ellos
estaba mi padre con dos hombres que iban armados.
—¿Café? —Me susurraron en el oído. Me sobresalté. —¿Qué pasa?
Preguntó.
Bloody fue más rápido que yo.
—No mires —pidió.
—¿Qué sucede?
—Alanna, no mires —insistió, una vez más.
No entendía nada hasta que Bloody me empujó contra él y pegó mi
rostro a su pecho. Tres disparos resonaron en mis oídos, y desapareció
cuando los pájaros empezaron a cantar.
Me quedé sin aliento.
Se me aceleró el corazón.
Mis manos empujaron el pecho de Bloody, y con cuidado busqué a la
persona que ejecutó a los tres hombres.
«Por favor, tú no. Por favor.» —Supliqué, y me di cuenta que había
sido inútil.
El hombre que descargó el arma fue mi padre.
Cerré los ojos, y me acomodé en el suelo. Los barrotes que rodeaban
la terraza era lo único que sostenía mi cuerpo.
—Querían contactar con tu madre —me aclaró Bloody. —Moira dio
un comunicado; ofrecía una gran recompensa a la persona que fuera capaz
de contactar contigo. Vikram los ha tenido que ejecutar por traidores.
Ladeé la cabeza.
—Tú también estarías muerto sino fuera...
Finalizó la frase:
—...por vosotros. Lo sé.
Bajó su cuerpo hasta quedar a mi altura.
—Alanna...
—¿Quieres jugar a un juego? —Pregunté.
Éste mostró una sonrisa.
—Estás en shock. Será mejor que bajemos.
—¿Bloody?
Asintió con la cabeza.
—¿Cuál es el juego?
—Intercambiemos secretos.
—¿Secretos? —Repitió. —Está bien. ¿Reglas?
—No puedes contárselo a nadie.
Tiró de la goma que rodeaba su muñeca y recogió su cabello para que
los mechones no ocultaran su rostro.
—Acepto.
Suspiré.
Necesitaba hablar con alguien.
Y, él parecía ser el único.
—El novio de mi mejor amiga le engaña. No he sido capaz de
decírselo a Evie.
Él rio.
Eran secretos de adolescentes.
—No me arrepiento de ser la persona que soy a día de hoy.
Incluí mentalmente a su comentario todas las muertes que fue dejando
por el camino.
—He soñado mil veces con la muerte de mi madre. Y, por la mañana
despertaba con una sonrisa en los labios.
Empecé a morderme las uñas.
Ella lo odiaba.
—Me gustas —confesó, con una sonrisa traviesa.
No le di importancia.
—Vikram es mi padre.
Su rostro cambió.
Acababa de condenar a Bloody.
—¿Alanna? —Preguntó, una voz que no necesitaba escuchar en aquel
momento.
Pero seguramente él escuchó el estúpido juego que inventé.
Capítulo 40

Sus pasos se detuvieron a un par de metros de nuestros zapatos. Estiré los


brazos y aferré mis manos a los barrotes para alzar mi cuerpo. Una vez que
quedé a la misma altura que él, alcé la cabeza y lo miré a los ojos. Bloody
hizo lo mismo, salvo que éste lo respetaba e inmediatamente llevó sus
brazos detrás de la espalda.
Mostró una fugaz sonrisa y dijo:
—¿Qué hacéis los dos aquí?
Yo no respondí.
—Buenos días, Vikram —llevó torpemente una de sus manos al
bolsillo del pantalón. —He pasado para recoger a Alanna y llevarla al
comedor. Al darme cuenta que se encontraba en la terraza he impedido que
observara lo que estaba sucediendo ahí abajo.
Miré a Bloody.
Éste ni siquiera me miró de reojo.
—Alanna es una chica curiosa —soltó.
E inmediatamente intervine.
—Eso solía decirme mi padre cuando era pequeña —conseguí la
atención de ambos.
Pero nadie fue capaz de decir ni una sola palabra.
—Será mejor que os reunáis con los demás. Los chicos estaban
devorando el desayuno que ha preparado Bekhu.
Bloody asintió con la cabeza, e hizo un movimiento de mano para
hacerle entender que seguiríamos sus pasos hasta el piso de abajo. Y así
hicimos. En silencio, caminamos los tres en una única fila. Yo quedé la
última, mientras que observaba a Bloody.
Cuando mi padre consiguió ventaja, intenté hablar con él. Lo detuve
por la muñeca.
—Me crees, ¿verdad?
Entrecerró los ojos y acomodó su mano en mi mejilla.
—Ha sido un juego divertido —su pulgar rozó mis labios. —Pero
ambos hemos dicho una mentira. Fin del juego.
Tragué saliva.
—Yo no he...
No terminé la frase.
Vikram llamó nuestra atención.
—Alanna, —pronunció con firmeza mi nombre—tú puedes seguir.
Tengo que hablar con Bloody unos minutos.
Se alejó de mí, y me dejaron delante de un largo pasillo. Al fondo, en
el único cuarto que estaba abierto, se escuchaban las voces de unos hombres
que no dejaban de gritar. Me acerqué lentamente, y cuando llegué hasta
ellos, me acomodé al lado de la única persona que conocía.
Su mano quedó sobre mi rodilla.
—¿Estás bien?
Asentí con la cabeza.
Dejé que me sirvieran una taza de café, y antes de darle el primer
sorbo, detuve el brazo cuando me sentí observada por Shana.
Yo hice lo mismo que ella.
No me detuve hasta que ésta bajó la cabeza.
¿Quería que la temiera?
«Pues lo tienes claro, Shoshana» —Pensé.
Capítulo 41
BLOODY

Vikram me pidió que me sentara en uno de los sillones de su despacho. Me


tendió un puro donde leí "Santa Clara 1830".
Acomodé el puro robusto en mis labios e inmediatamente pensé en
México.
—Nunca me habías decepcionado, Bloody —comenzó—. Pero
anoche, pensé por primera vez, que habías sido capaz de traicionarme.
También es culpa mía, por haberte mandado a hacer un trabajo del que no
estás acostumbrado. Te doy mi enhorabuena —extendió el brazo para
estrechar mi mano con la suya. —Alanna es una joven que se ha criado
únicamente con su madre ya que su padre desapareció el día que me robó
mi capital. Sé que no habrá sido fácil.
Me llevé los dedos a la nariz, tocando la herida que marcó con sus
dientes.
—No nos ha dado demasiados problemas —dije.
Vikram rio.
—Quiero compensarte, Bloody.
—No deberías —bajé el puro. —Has hecho muchas cosas por mí.
Estoy más que servido.
Estuve a punto de levantarme para salir del despacho, pero él me
detuvo.
—Estaré un tiempo fuera, y necesito a alguien como tú que se
encargue del negocio de la protección —agrandé los ojos. —Sí, hijo, eso
significa estar en mi lugar.
—¿Qué sucede con Brasen?
—El viejo Brasen siempre será un mantón. Puedes contar con él. Me
ha dado su palabra —caminó por su oficina y quedó detrás de mí. Su mano
cayó sobre mi hombro. —No quiero a nadie más ocupando esa silla, —
apuntó hacia delante —solo a ti.
Estaba emocionado y no sabía cómo expresarlo.
—Para mí sería un sueño hecho realidad, Vikram.
—Lo sé, hijo —me dio unos golpes en la espalda y se alejó.
Me levanté del asiento.
—¿Negocios? —Pregunté.
—Sí, más o menos —buscó algo entre los papeles que había sobre la
mesa. —He comprado un rancho en Veracruz. Me llevaré a Alanna.
Había olvidado que era una moneda de cambio.
—Dudo que pueda salir del país —le recordé.
Vikram volvió a sonreír.
—Si he elegido Jamapa es por la cantidad de agentes de la ley
corruptos que han abierto la mano al extenderles un talón con varios ceros.
Estaré protegido. Nadie llegará a mí —me tendió las fotografías del rancho
que adquirió. —Te estarás preguntando cómo saldrá Alanna del país sin
pasaporte, ¿cierto?
Asentí con la cabeza.
—Está en las manos de Shoshana. Confío en ella.
No dije nada más.
Agradecí la confianza que me había brindado, y me dirigí hasta la
puerta.
Pero una vez más la voz de Vikram me detuvo.
—Déjame decirte una cosa sobre la niña —se refirió a Alanna. —
Hará cualquier cosa por no salir del país. Manipulará la mayor cantidad de
personas para que éstas la ayuden a escapar. En eso se parece a su padre. No
te fíes de ella, Bloody.
Me relamí el labio.
—No lo haré —le di mi palabra.

Pasé de reunirme con los demás y me encerré en mi habitación para pensar


en todo lo que había sucedido. En unas semanas estaría ocupando el puesto
de Vikram. Dándole órdenes a todos esos que intentaron frenarme en
cualquier momento de mi vida.
El primero que sufriría las consecuencias sería Brasen.
Alguien golpeó la puerta.
—Adelante —dije. —No te esperaba tan pronto.
Shana se acercó como un gato a punto de cazar el primer ratón del
día. Quedó arrodillada delante de mí mientras que sus manos se posaron
sobre la bragueta del pantalón.
—Vikram iba a anunciar algo —me observó mientras que bajaba la
cremallera. —Ray y Alanna han salido al jardín. He acabado sola en el
comedor. Y, de repente, me ha apetecido comerte la polla.
Detuve sus manos.
—La última vez que me querías devorar, me metiste un mordisco en
el capullo.
Ésta rio.
—¿Qué problema hay?
Le devolví la sonrisa.
—Que deberías aprender a utilizar la lengua.
—Y, ¿qué pasa con la zorra que te ha mordido la nariz?
Estaba celosa.
—A ella se lo permitiría.
Shana gruñó.
—¿Quién es? —Preguntó, mientras que se levantaba.
Terminó sentada sobre mí, mientras que movía sus caderas. Era su
forma de excitarme. No se detendría hasta que me sintiera duro.
—No suelo recordar sus nombres.
—¡Mientes! —Su puño impactó por debajo de la nariz.
Me relamí la sangre que me brotó del labio.
Sonreí.
—¿Qué diablos te pasa? —Pregunté, deteniéndola del brazo cuando
intentó golpearme de nuevo. —Nunca ha habido un tú y yo, porque ninguno
de los dos quería comprometerse con el otro. ¿Lo has olvidado?
—Te he echado de menos —justificó. —Y te siento distante.
Fruncí el ceño.
—Se te pasará con un par de polvos, cielo.
Shana sacudió la cabeza.
—Sigo queriendo morderte el capullo.
—Y yo prefiero dormir un par de horas —conseguí librarme de ella, y
la llevé hasta la puerta. —Para que no te enfades conmigo, prometo comerte
entera más tarde.
Le guiñé el ojo.
No funcionó.
—Tengo que enseñarte algo —dijo, atrapando mi mano.
—Shana...
Pero siguió tirando de mí.
Salimos de la casa y lo rodeamos hasta detenernos en la caseta que
construyó Lulian para esconder los kilos de coca que distribuía Vikram una
vez al año.
Abrió la trampilla que había en el suelo, y bajamos las escaleras que
nos conducía hasta un oscuro sótano. Shana encendió una pequeña bombilla
que colgaba del techo.
—Alanna...—susurré.
En medio del sótano había una chica sentada sobre una silla dándonos
la espalda. Era ella. Su cabello oscuro estaba revuelto.
—¿Qué has hecho, Shana? —Pregunté, al darme cuenta que estaba
inconsciente. Ella no respondió. Sacó el arma que guardaba detrás de su
espalda y apuntó el cráneo de Alanna. —Baja el arma.
Le advertí.
Su carcajada resonó por el zulo.
—Nos gusta divertirnos. ¿Qué problema hay?
—Nos divertíamos con violadores, asesinos y traidores —me acerqué
lentamente. —No con niñas que no pueden defenderse.
—Vikram me ha dicho que busque la manera para sacarla del país. No
justificó si era viva o muerta.
—Shana...—último aviso. —Baja el arma.
Ella dio unos saltitos y se acercó hasta mí para pegar su pecho sobre
el mío. Sentí sus labios en mi cuello, y los abrió con la única intención de
arrastrar sus dientes por mi piel.
Mordió con tanta fuerza que creí que se había llevado un trozo de
carne.
—¿Qué me das a cambio?
—Lo que quieras.
—¿Seguro?
—Sí —bajé la cabeza para mirarla.
Shana apretó los labios y se lo pensó.
—No hay trato —finalizó, con una carcajada.
Estiró el brazo y rodeó el gatillo con el dedo.
—¡Shana, no! —Grité.
Pero fue demasiado tarde.
Disparó.
Cerré los ojos cuando la sangre me salpicó en el rostro.
«¡Mierda!»
Capítulo 42

Shana era una de esas mercenarias que no retiraban la mirada cuando tenían
que disparar. Por eso me fijé en ella. Durante años, antes de que Vikram me
obligara a formar equipo con Mudito, Shana y yo nos encargábamos del
trabajo sucio e internacional. Pasábamos tanto tiempo juntos que nos
convertimos en una sola persona; conocíamos todos nuestros secretos y
puntos débiles. Hasta que nos separaron. Al reencontrarme con ella, me di
cuenta que Shana no era la misma mujer que conocí.
Su risa se detuvo al darse cuenta que seguí avanzando. Dejó caer el
arma con el que cometió el crimen, e intentó posar su mano alrededor de mi
muñeca. Se lo impedí. Estiré el brazo y acaricié la oscura melena que estaba
cubierta de sangre y sesos. Una vez que quedé delante de la joven, bajé mi
cuerpo hasta encontrarme con unos ojos oscuros que seguían abiertos, pero
sin vida. Su rostro estaba lleno de finos cortes que marcaron seguramente
con un cúter. Había sufrido. Así que me limité a bajarle los párpados antes
de encarar a Shana.
—¿Quién era? —pregunté, levantándome del suelo.
Ella, antes de responder, jugó con su cabello.
—El paso número uno —estiró sus labios hasta formar una sonrisa.
Sacó su teléfono móvil y se acercó hasta la joven para fotografiarla. —
Moira Willman sigue buscando a su hija. La única forma de pasar la
frontera es borrar del mapa a Alanna Gibbs. Me hubiera gustado sentarla en
esa silla —dijo, alzando con su mano izquierda la cabeza de la chica —,
pero tiene un carácter que hace que me caiga bien. Eso… y que Vikram me
ha dicho que, si algo malo le sucede, me convertirá en la comida de sus
perros —. Finalizó su trabajo. Al darse cuenta que no reí, acomodó las
manos sobre mi pecho y me obligó a mirarla a los ojos. —¿Por qué has
intentado detenerme? No te habrás involucrado sentimentalmente con ella,
¿verdad?
Reí.
—Mi trabajo era traerla. Ya está.
—Eso espero.
Miré por encima de su hombro, encontrándome una vez más con la
joven que mató. Iba vestida con el mismo uniforme escolar que el de
Alanna. Shana se dio cuenta y me golpeó con el puño bien cerrado. Al tener
una vez más mi atención, acomodó sus manos en mis mejillas y empujó mi
cabeza hasta la suya. Antes de que posara sus labios sobre los míos, la
detuve. La miré unos segundos antes de desaparecer del sótano.
—¿Adónde vas? —Me reclamó.
Acomodé el zapato sobre el primer escalón.
Estaba cubierto de sangre.
La sangre de una persona inocente.
Ese juego no me gustó.
—A darme una ducha —dije, creyendo que ya había finalizado la
conversación.
—Ayúdame.
Miré por encima del hombro.
—¿Qué? —Pregunté, sin creer lo que estaba escuchando.
—Deberías ayudarme. Tengo que deshacerme del cuerpo.
En cualquier otra situación, no hubiera evitado soltar una carcajada.
Pero en aquel momento, solo podía mantener los labios apretados.
Sacudí la cabeza, y la dejé allí sola.
Capítulo 43
ALANNA

Detuvimos los pasos delante de uno de los enormes árboles que había detrás
de la propiedad. Ray, inmediatamente se dejó caer. Antes de acompañarle,
observé como dos de los hombres de mi padre se encargaban de limpiar la
sangre de las tres personas que ejecutaron esa misma mañana.
Sentí los dedos de Ray acariciando mi piel. Llamó mi atención, pero
no consiguió que olvidara la sangrienta imagen que se quedó grabada en mi
cabeza.
Una vez que me senté junto a él, acomodé mi cabeza sobre su
hombro.
—¿Vikram tiene hijos? —pregunté. Quería saber si lo conocía todo de
él, incluso sabiendo que era imposible.
Ray pasó el brazo por mi pierna y acomodó su mano sobre mi rodilla.
—No —sentí su cabello sobre el mío. —Nunca nos ha ha-hablado de
su familia. Así que i-imagino que no tiene. Lo más parecido a un hi-hijo, es
Bloody.
Y Bloody confiaba tanto en él, que nunca me creería.
Tampoco estaba dispuesta a poner en peligro a Raymond.
Un disparo me sobresaltó. Ray y yo nos levantamos del suelo y
buscamos el origen del estampido que causó una bala. Nos acercamos hasta
la pequeña caseta que estaba siendo rodeada por el resto de los matones.
«Más víctimas.» —Pensé.
—Será me-mejor que no nos acerquemos —Ray intentó alejarme.
Asentí con la cabeza, y me dispuse a retroceder sobre mis pasos. Pero
me detuve al darme cuenta que la persona que abrió la puerta de la garita,
era Bloody.
—Es Bloody —susurré.
Ray también lo miró.
Se dirigía al interior de la propiedad mientras que se quitaba la
camiseta.
La prenda de ropa que arrugó entre sus dedos estaba cubierta de
sangre.
—Iré a hablar con Vikram —anunció Ray.
—Está bien —caminé detrás de él. —Te esperaré arriba.
Me dio un apretón de manos y se alejó de mí. Yo hice lo mismo que
él salvo que en vez de buscar a mi padre, salí detrás de Bloody. Éste se
encerró en la habitación.
Golpeé la puerta.
No tuve una respuesta por su parte.
Golpeé una vez más la puerta.
Silencio.
Cogí aire.
No podía colarme en su habitación, pero tampoco tenía la intención
de quedarme cruzada de brazos mientras que esperaba una señal de vida por
su parte.
Así que acomodé la mano sobre el pomo de la puerta, y lo giré.
—¿Bloody? —pregunté, una vez que estuve dentro.
Él no me escuchó, ya que se estaba duchando.
Me senté sobre la cama y observé la prenda de ropa que tiró al suelo.
Estaba cubierta de sangre y barro.
—¿Qué haces aquí?
Me sobresalté.
Bloody rodeó su cintura con una toalla blanca.
—Quería hablar contigo…
Me interrumpió.
—No quiero hablar de Vikram contigo.
Era raro no verle sonreír.
—No es de Vikram —ya no insistiría. —Escuché el disparo. Te vi
salir cubierto de sangre. Quería saber si estabas bien.
Éste me arrebató la prenda de ropa y sin mirarme dijo:
—Estoy bien.
—¿Seguro? —Me levanté de la cama.
Apretó la tela con sus dedos, y después alzó la cabeza para mirarme a
los ojos.
Se esforzó por mostrar su mejor sonrisa.
—Sí —respondió, guiñándome el ojo.
Se dio cuenta que no le creí. Así que estiró el otro brazo, cerró el
puño y esperó un roce por mi parte.
No me quedó de otra que hacer lo mismo que él; Cerré el puño, estiré
el brazo y dejé que mis nudillos rozaran los suyos.
Y le devolví la sonrisa.
—Te veré esta noche —me invitó a salir de la habitación.
—¿Esta noche?
—Hay reunión.
«¿Reunión?» —Pensé.
No me di cuenta a que se refería, hasta que nos encontramos todos en
el jardín al caer la noche.
Todos gritaban con fuerza. Rodeaban a dos hombres que se golpeaban hasta
que uno de los dos cayera al suelo. Agitaban fajos de billetes al aire. Me
alejé de la multitud para reunirme con Ray.
—¿Reunión? —Pregunté, sorprendida.
—Al fin y al cabo, nos re-reunimos todos —rio. Y tenía razón, había
rostros nuevos. —¿Quieres un trago?
Me ofreció beber de su copa.
—Gracias —sonreí.
—Vaso de pla-plástico.
Su risa sonó muy dulce.
—Algún día tendrás que perdonarme —recordé la botella de Coca-
cola impactando en su nuca.
Ray se acercó.
—No te-tengo que perdonar nada. Olvido ra-rápido.
Estuve a un centímetro de tocar su boca. La victoria de uno de los
hombres consiguió que nos apartáramos.
—¿Quién ha ganado? —Pregunté, llevando el vaso a mis labios.
—Bloody.
—Habrá encontrado algo que lo motive—susurré.
—¿Qué?
—Nada —le quité importancia al asunto.
Ray se levantó para buscar otra copa, y yo seguí observando el círculo
humano. Bloody recogía su recompensa económica mientras que se alejaba
de Brasen; lo dejó tirado en el suelo, retorciéndose de dolor.
Y de repente sus ojos azules se cruzaron con los míos.
Bajé la cabeza, pero fue demasiado tarde.
Se dio cuenta que lo estuve mirando.
—Hola —saludó, ocupando el asiento de Ray.
Moví la cabeza.
—Estás muy callada —insistió.
Bajé la copa y él me la arrebató.
—¿Ahora quieres hablar?
Alcé una ceja.
Bloody rio.
—Antes también. Pero era complicado.
—¿Complicado? ¿Por qué estabas cubierto de sangre?
—Alanna…
—No, Bloody —me crucé de brazos —, quiero hablar.
—No lo entenderías.
Y no me sirvió insistir de nuevo.
Me concentré una vez más en los dos sujetos que estaban peleando. Y
me sorprendió encontrarme a Shana golpeando a Bekhu.
—Shana tiene que tener unos ovarios enormes para aceptar una pelea
con un hombre que medirá dos metros de altura.
Alagué a su chica.
Pero a él no le gustó.
—No la admires demasiado. Te arrepentirás —soltó, y bajó la cabeza.
De repente ésta quedó tendida en el suelo. Bekhu empezó a golpearla
en el abdomen.
—¿Nadie va a ayudarla?
Shana gritaba de dolor.
—Quien entra en el círculo, entra aceptando las consecuencias.
Miré a mi alrededor.
Los gritos de los hombres me ponían el vello de punta.
—¡Bekhu!
—¡Destroza a esa zorra!
—¡Golpea más fuerte!
—¡Bekhu!
Tragué saliva.
—¿Hay normas? —Le pregunté a Bloody.
—¿Por qué? —me miró asustado.
—¿¡Las hay o no!?
Sacudió la cabeza.
—¿Adónde vas?
Recogí un bate que había sobre el sillín de una de las motos que
aparcaron cerca de la valla, y me acerqué hasta el muro humano. Me di
paso a empujones, y cuando quedé delante de Bekhu y Shana, eché hacia
atrás los brazos.
Bekhu se disponía a golpear a Shana con un casco de moto, y antes de
que la dejara inconsciente, actué. Golpeé con fuerza su cabeza. El golpe que
recibió fue tan fuerte, que cayó al suelo.
Ayudé a Shana a levantarse, mientras que los demás seguían gritando
y golpeando sus birras.
—¿Estás bien?
—Sí —dijo, limpiando la sangre que le caía del labio. —Gracias.
Alcé la cabeza, buscando a Bloody.
Desapareció.
—Será mejor que te sientes —pasé su brazo por encima de mis
hombros al darme cuenta que no podía caminar.
—Debería de haber más mujeres como tú y yo.
Reí.
—Nunca había hecho algo así.
Shana me miró fijamente a los ojos.
—¿Es el primer hombre que golpeas?
Sacudí la cabeza.
—El primero fue Bloody —le tendí una botella de agua. —Y tengo
que decir que también fue en defensa propia. Le disparé para huir. Y,
también le mordí para recordarle que yo también puedo ser peligrosa. No le
tengo miedo.
Shana se levantó, olvidándose del dolor que sentía.
—¿Tú le mordiste?
—Sí —sonreí, orgullosa. —¿Por qué?
La sonrisa desapareció.
Era normal. Ellos estaban muy unidos.
—Por nada. Buen golpe —me felicitó.
—Gracias.
Dio un trago a la botella y me miró de nuevo.
—Deberías de venir conmigo.
—¿Adónde?
Crucé los brazos.
Shana señaló la caseta.
—Quiero enseñarte algo. No te preocupes.
Se levantó del asiento, y me pidió que la siguiera. Shana cojeó hasta
la caseta donde esa misma mañana se escuchó un disparo.
Capítulo 44
BLOODY

Me disponía a subir las escaleras de la propiedad cuando me crucé con


Tartamudito.
No dije nada.
Pero él sí.
—¿Has vi-visto a Alanna?
—Estaba fuera.
Seguí subiendo.
—No hay na-nadie.
Era imposible.
Bajé los escalones y me asomé por uno de los ventanales para
enseñarle donde se encontraba Alanna. Pero él tenía razón.
Alanna no estaba.
Dorel y Abaddon tiraban del cuerpo de Bekhu.
—¿Habéis visto a Alanna?
Tartamudito quedó a mi lado.
—Estaba con Shana. Iban al sótano de la caseta —respondieron.
«Hija de puta.»
—¡El puto paso número dos! —Me acordé de lo que pasó esa misma
mañana. —Tú —tiré de la camisa de Tartamudito, obligándole a mirarme
—, busca a Vikram.
—¿Qué?
—¡Qué busques a Vikram!
Y salí corriendo para buscarla.
«Espero no llegar demasiado tarde, por favor.» —Pensé. «No cometas
otra locura, Shana.»
Capítulo 45
ALANNA

Shana acomodó su cuerpo en la pared, y descendió por las escaleras. Sus


pasos, cortos y torpes, atrasaban mis pisadas. Miré por encima de su cabeza
hasta encontrarme con una puerta blindada que estaba cerrada. Ella tenía la
llave de la cerradura. Sacó el objeto dorado del interior de su bota, y con un
rápido movimiento de muñeca abrió la única entrada principal.
Una vez que ambas nos colamos en el interior, intenté buscar algo de
claridad. Lo único que iluminaba el sótano era una bombilla de tamaño
pequeño que se tambaleaba a través del cable que la sujetaba.
El olor a amoníaco me dejó sin aire. No entendía cómo habían
limpiado un zulo de veinte metros cuadrados con productos químicos tan
potentes.
Un chasquido de dedos me anunció que Shana buscaba mi atención.
Me acerqué hasta ella y me acomodé sobre el baúl que descansaba en una
de las esquinas. Ella, mientras tanto, tanteó sus costados en busca de alguna
costilla rota; la encontró. Echó hacia atrás la cabeza y cerró los ojos.
—¿Necesitas ayuda? —Pregunté.
Ésta sacudió la cabeza.
—Necesito unos días de descanso —mostró su mejor sonrisa. —O
quién sabe, tal vez mañana ya estaré pateando algún trasero.
—¿Qué me querías enseñar?
Ella volvió a mirarme.
Golpeó el baúl y esperó a que formulara otra pregunta.
Bajé la cabeza y observé mis manos que descansaban a cada lado de
mi cuerpo y sobre el baúl en el que estábamos descansando.
—¿Qué hay aquí dentro?
—Una chica muerta —respondió.
Reí.
—Sí, claro —le seguí el juego.
Shana también rio.
—Me gustaría enseñarte a pelear —se incorporó poco a poco. Sus
botas tocaron el suelo, y alzó con sumo cuidado la parte superior de su
cuerpo. Al quedar por encima de mí, bajó la cabeza. —Así nadie te pondrá
una mano encima.
Abrí los ojos sorprendida.
Y cuando fui a responderle, un ruido atroz me detuvo. Alguien se
tomó la molestia de echar la puerta abajo y encarar a Shana una vez que se
coló en el interior.
—¿¡Qué cojones haces!? —Gritó Bloody, llevándose una mano al
brazo. Se había hecho daño. Su piel estaba ardiendo. —¡Responde!
Estaba muy nervioso.
—¡Oh, vamos! —Shana posó su mano sobre el hombro de él. —
Cálmate.
—¿Qué hacéis aquí? —Bajó un poco el tono de voz. Bloody me miró
y se acercó. —¿Estás bien? ¿Te ha hecho algo?
No entendía nada.
—Sí. Shana quería enseñarme algo.
—¿Qué? —Tragó saliva.
Tenía que tranquilizarse.
Así que le hice la misma broma que Shana me hizo a mí.
—He visto a la niña muerta —dije, mostrándole una sonrisa divertida.
Bloody se puso pálido.
—¿Has…Has visto a la chica?
Shana reía de fondo.
—Está descuartizada en el baúl —estiré el brazo y le mostré el
mueble de madera. Al darme cuenta que no reaccionó, que clavó sus ojos en
el punto que marqué con el dedo, pasé mi mano por debajo de su barbilla y
le obligué a que me mirara de nuevo. —Era una broma, Bloody. Ahí dentro
no hay nada.
Él miró a la mujer que seguía curvada del dolor.
—Deberías irte a tu habitación, Alanna.
—¿Estás bien? —Le pregunté.
Estaba muy serio.
—Vete, por favor.
Algo estaba sucediendo.
Pero Shana se ocupó de quitarme esa idea de la cabeza. Rodeó mis
hombros con su brazo y acercó su rostro cerca del mío para decirme algo:
—Vete tranquila —asintió con la cabeza. —Bloody no sabe cómo
decirte que necesita estar a solas conmigo.
Su sonrisa traviesa lo dijo todo: sexo.
Reí nerviosa.
—Por supuesto —me alejé de ambos. —Hasta mañana.
Subí las escaleras lo más rápido posible y me adentré en el interior de
la propiedad. No había nadie. Ni siquiera me crucé con Ray. Me encerré en
mi habitación y pensé en la propuesta de Shana. Parecía una buena idea.
Ella era fuerte y rápida. Y, no me venía nada mal aprender a golpear con
mis propios puños. No siempre dependería de un bate.

Me desperté a las siete de la mañana porque alguien decidió ser mi


despertador humano. Tiré las piernas fuera de la cama, y me levanté con
cara de pocos amigos. Al abrir la puerta me encontré con Shana.
—Buenos días, dormilona —saludó, tendiéndome una taza de café.
Ella se coló en el interior de la habitación.
—Qué madrugadora —seguí sus pasos, y los detuve delante de la
cama. —¿Sucede algo?
—No. No ha pasado nada —recogió su cabello. —Venía a recogerte.
¿Estás preparada?
—¿Preparada? —Repetí.
—Para golpearnos ahí abajo un rato —dijo, abriendo las cortinas y
dejando que los rayos de sol se colaran en el dormitorio. —Prometo no
hacerte daño.
Tardé unos minutos en asimilar su frase.
—¿Golpearnos? ¿Es tu forma de enseñarme a pelear?
Ella asintió con la cabeza.
—Creo que no es buena idea, Shana…—me cortó.
—¡Vamos! ¿Eres una de esas niñas que tienen miedo que le tiren del
cabello? —se rio de mí. —Luego si quieres puedes irte a la cama a llorar.
Me levanté del colchón y me acerqué hasta ella con los brazos
cruzados bajo el pecho.
—No me provoques —tenía un límite.
—Entonces demuéstrame como golpeas.
Sin tener una respuesta por mi parte, Shana salió de la habitación
esperando a que la siguiera.
Y así es como comenzó todo.
Me calcé lo más rápido posible y bajé las escaleras. Ella me esperaba
en el jardín. Vestía unos pantalones cortos con un sujetador deportivo.
Mientras que mi vestimenta se limitaba a la ropa pequeña de hombre que
me dejaron en el armario.
Adentré la camisa de franela dentro de los pantalones y, quedé cara a
cara con ella. Nos separaban un par de metros. Fue ella quien rompió la
distancia.
—Tienes que ser fuerte —ladeó la cabeza. —Olvidarte del dolor.
Alcé una ceja.
No entendí nada.
Salvo cuando recibí el primer golpe en la mejilla.
El golpe que recibí fue tan fuerte, que me tambaleé.
—¿¡Qué diablos!? —Grité.
Ella seguía mostrando su sonrisa.
—Ya no eres una niña rica. Ya no sirves para nada.
Pensé que volvería a alzar el brazo, pero me equivoqué.
Golpeó mi estómago con sus botas de cowboy.
Caí al suelo.
Me faltaba el aire.
—¡Alanna! —Era la voz de Ray, desde la terraza.
Alcé el brazo, mandándole una señal para que entendiera que estaba
bien.
Las palmas de mis manos se aplanaron sobre la hierba. Intenté
levantarme, pero Shana me lo impidió. Golpeó la otra mejilla con la punta
de sus zapatos. Consiguiendo lanzarme del suelo y que cayera boca arriba.
Grité de dolor.
—Tu madre se ha deshecho de la zorra que le impedía crecer en su
carrera política —tiró de mi cabello. —Y ahora eres la putita de Vikram.
¿Qué sientes? A mí me daría asco. Jamás sería como tú.
—¡Cállate!
Su risa me taladró los oídos.
—Soy la putita de Vikram —cambió su voz, quería imitarme. —
Cuando Vikram tenga su dinero, me pondré a chupar pollas para poder
sobrevivir en California.
Recordé los golpes que recibió en su cuerpo la noche anterior. Su
punto débil era la fractura que le hicieron en las costillas.
Shana no dejaba de insultarme.
Arrastré mis uñas por la tierra de la hierba, y cuando me aseguré que
mis puños estaban cerrados, alcé el brazo para golpearle con todas mis
fuerzas.
Y lo conseguí.
Ella cayó al suelo, jadeando de dolor.
Me levanté, y antes de que ella también lo hiciera, me tiré sobre su
espalda. Ambas caímos de nuevo al suelo, salvo que yo estaba sobre su
espalda.
Mis manos se acomodaron a cada lado de su cabeza, y me encargué
de enredar su cabello entre mis dedos para no soltarla.
“«Estás gorda.»” —Dijo una vez mi madre.
Tiré hacia arriba la cabeza de Shana y golpeé su rostro contra el suelo
arenoso.
“«No quiero que te vean conmigo.»” Solía decir, antes de salir a la
calle.
Grité.
De nuevo golpeé su rostro.
No me importó.
“«Ningún hombre se fijará en ti.»”
—¡Zorra!
Shana seguía con el rostro hundido en el suelo.
Me encargaba de alzarlo y de volver a bajarlo con fuerza. Y cada vez
más fuerza.
“«Podrías desaparecer como tu padre.»”
—¡Te odio! ¡Te odio! —Los mechones de cabello se desprendían de
su cabeza. —¡Te odio!
Había perdido la cordura.
No sabía si golpeaba a Shana o a mi madre.
Y alguien se encargó de detenerme.
Me levantaron del suelo, pero aun así seguí luchando. Zarandeé mis
piernas y supliqué para que me soltaran.
Giraron mi cuerpo con cuidado y me obligaron a enterrar el rostro en
su pecho.
—La odio —dije entre lágrimas. —¡La odio!
No podía ver nada de mi alrededor.
Salvo a él.
—Tranquila —tocó mi cabello. —No llores.
No podía.
Me centré en esos ojos de color azul eléctrico.
Bloody sentía lástima por mí.
Y yo me hundí en sus brazos.
Capítulo 46
BLOODY

Humedeció mi camisa con sus lágrimas. Intenté tranquilizarla, pero estaba


muy nerviosa. Llevé mis manos a su espalda, no dejaba de temblar.
—Todo pasará —solté.
No se me daba bien consolar a la gente verbalmente.
Al menos intenté trasmitirle que estaba a su lado.
Aunque duró poco.
Alguien se encargó de separarme de Alanna. Pasó de estar en mis
brazos, para quedar envuelta entre los de Raymond.
Fue tan veloz, que ni siquiera controló la fuerza. Me tiró al suelo y se
alejó.
No podía culparle.
Él quería estar junto a ella.
Aun así, intenté acercarme. Pero de nuevo me detuvieron. Una mano
se posó sobre mi hombro, y me encontré a Vikram.
—No —soltó. —Vamos a mi despacho.
Cerré los ojos y suspiré.
«Voy a perder mi polla.»
Capítulo 47

Caminé detrás de él, llevándome intuitivamente las manos a la entrepierna.


Había visto, años atrás, como Vikram mandaba a capar a los hombres más
débiles de la banda. Se convirtieron en hombres nenuco. Muñecos Ken sin
una polla que les colgara entremedio de las piernas. Y ahí estaba yo.
Esperando a que tuviera piedad. No sabía muy bien qué había hecho…pero
si tenía opción, escogería la muerte.
No era una persona muy inteligente.
Por eso mi cerebro funcionaba mejor ahí abajo.
Desvió el camino y, pasamos de largo el despacho que había preferido
para reunirnos. En vez de su zona de confort, abrió las puertas de la enorme
biblioteca. Era la primera vez que veía todas esas estanterías rodeando una
enorme y larga mesa de madera. No estábamos solos. Los demás esperaban
impacientes.
Di unos pasos hacia delante para alcanzar a Vikram. Éste me miró de
reojo y esperó a que los demás lo saludaran formalmente. No se volvió a
escuchar nada más. Al menos los diez primeros minutos.
Después, Dorel y Abaddon, se encargaron de abrir las puertas. Ambos
cargaban el cuerpo de Shana. Por primera vez, su hermoso y serio rostro,
fue castigado. La acomodaron sobre un sillón. Su cabeza cayó
inmediatamente sobre la mesa. Estaba débil. Cansada.
Pero lo importante era que seguía respirando.
Vikram nos dio la espalda, y escogió un libro con la cubierta negra.
Pronto se encargó de posarlo sobre sus manos a la vez que buscaba una de
las páginas que tenía marcadas con hojas secas de coca.
—También el hombre que estaba en paz conmigo, en quien yo
confiaba, que estaba comiendo mi pan, ha engrandecido contra mí su talón
—fueron las palabras de Vikram las que rompió el silencio. Cuando un par
de nosotros empezó a murmurar algo, el hombre que sujetaba la biblia
golpeó uno de sus puños contra la mesa. Al tener de nuevo nuestra atención,
siguió narrándonos versículos de la biblia. —Porque no fue un enemigo
quien procedió a vituperarme; de otro modo yo podría soportarlo. No fue
uno que me odiara intensamente quien se dio grandes ínfulas contra mí; de
otro modo yo podría ocultarme de él. Sino que fuiste tú, un hombre mortal
que era como mi igual, uno que me era familiar y conocido mío, porque
disfrutábamos de dulce intimidad juntos; en la casa de Dios entrábamos
andando con él gentío.
Vikram paseó por detrás de nosotros, observando que todos
estuviéramos atentos a su discurso. Detuvo sus pasos delante de la silla de
Shana, la cual seguía inconsciente. Esperamos unos minutos, y cuando
consiguió abrir los ojos, lo primero que salió de sus carnosos labios fue un
gemido de dolor.
Al darse cuenta que la mano que descansaba sobre su hombro era de
Vikram, intentó alzar la cabeza para cruzar su mirada con la de él. Fue un
gran error. Él odiaba las interrupciones.
—Vik-Vikram —estaba asustada.
Todos conocíamos el castigo que le caería por golpear a Alanna.
Estábamos todos advertidos; no podíamos ponerle una mano encima a la
hija de Moira Willman. Si eso sucedía, uno de nosotros sufriría las
consecuencias. Y no eran muy agradables.
Pero Shana, incluso convirtiéndose en la mano derecha de Vikram,
prefirió jugar con fuego antes que aceptar sus reglas.
—Mientras él todavía hablaba, ¡mira!, una muchedumbre, y el que se
llamaba Judas, uno de los doce, iba delante de ellos; y se acercó a Jesús
para besarlo. Pero Jesús le dijo: Judas, ¿con un beso traicionas al Hijo del
hombre?
Shana balbuceó algo en el oído de Vikram:
—Jamás…Jamás haría algo así.
Éste la ignoró, acomodó la biblia bajo el brazo y se vio obligado a
sujetar la cabeza de Shana para recitar un último versículo de la biblia de
memoria.
—Dentro de tres días Faraón alzará tu cabeza de sobre ti y
ciertamente te colgará en un madero; y las aves ciertamente comerán tu
carne de sobre ti.
Shana empezó a gritar.
Los demás mantuvieron la postura, y yo me obligué a mirar cualquier
otro rincón de la biblioteca que no fuera la silla que había centrada en
medio de la habitación. Shana no perdería sus órganos sexuales. Más bien,
recibiría uno de los castigos bíblicos favoritos de Vikram.
Dorel la cargó sobre su hombro, mientras que Bekhu -el cual seguía
herido- sostenía entre sus manos un clavo de hierro que mediría unos
diecisiete centímetros.
Salimos al exterior. Vikram eligió uno de sus árboles predilectos. Él
se quedó cruzado de brazos, observando detalladamente como acomodaban
el cuerpo de Shana sobre el tronco. Ni siquiera se podía mantener de pie.
—Estarás tres días en el jardín —le explicó. —Sin comida. Sin agua.
Sin ayuda de nadie —. Vikram ordenó una vez más que alzaran los brazos
de Shana por encima de la cabeza. Dorel no lo dudó. Acomodó ambos
brazos por encima de su coronilla, y unió las palmas de las manos para
atravesarlas con el clavo de hierro.
Bekhu perforó la carne de Shana, y hasta que no hundió el clavo en el
tronco, no se detuvo. Sus gritos cesaron cuando se desmayó de dolor.
—¿Lo habéis entendido? —Preguntó.
Todos asintieron con la cabeza.
Salvo yo.
Vikram se dio cuenta.
—¿Bloody? —insistió una vez más, con el ceño fruncido.
No pude evitar mirar a Shana. Sus brazos se tiñeron de sangre; sangre
que brotaba de las manos.
—Lo he entendido.
—¡Bién! —Exclamó, dándome una palmada en el brazo.
Nos dejó a todos en el jardín, y él siguió con su camino hasta el
interior de la propiedad. Poco a poco, los chicos fueron desapareciendo. A
excepción de Abaddon y un servidor.
—Deberías tener cuidado —me alertó. —Empieza a sospechar de ti.
Agrandé los ojos.
—¿De mí?
Abaddon se cruzó de brazos y me plantó cara.
—Ha escuchado que has estado tonteando con esa cría —dijo, aunque
poco convencido. —Empiezo a pensar que hay una sucia rata que se lo
cuenta todo. Tienes que tener cuidado. Vikram le ha echado el ojo a la hija
de Moira y no dejará que nadie la toque. ¿Lo entiendes?
Reí.
—Y, ¿qué sucede con Raymond?
—Vikram se está reuniendo con él últimamente.
—¿Qué? —No podía creerlo.
Éste asintió con la cabeza.
—El silencio puede ser nuestro peor enemigo —sentí como clavaba
su codo en mis costillas sin hacerme daño. —Y la única persona que ha
guardado silencio durante años ha sido Ray. Espero equivocarme.
Abaddon salió del jardín, dejándome solo junto a la inconsciente de
Shana.
Alcé la cabeza y miré la terraza que daba a la habitación de Raymond.
«Si descubro que tú eres el topo, te mataré con mis propias manos.»
—Pensé, mientras que unía los dedos y me crujía los huesos.
Capítulo 48
ALANNA

Desperté en una habitación que no me correspondía. Me crucé con su dueño


nada más abrir los ojos. Ray permaneció a mi lado durante horas. Intenté
sonreí, pero el golpe que recibí me lo impidió.
—Tengo que estar horrorosa —balbuceé. Mis dedos tantearon mi
rostro, y gimoteé de dolor al detener mis dedos en uno de los ojos; estaba
inflamado y lo mantuve entrecerrado inconscientemente.
Ray sostuvo mi mano y la alejó de mi cuerpo.
—No di-digas tonterías.
Por primera vez me gustaba que alguien se preocupara por mí.
—No suelo ser así —intenté justificarme. —No golpeo a nadie por
placer. Me he defendido. Como en las otras ocasiones.
—Lo sé. Shana…es Sha-Shana.
—¿Dónde está?
Recordé haberla dejado tendida en el suelo.
Ray se encogió de hombros e intentó cambiar de tema.
—Deberías comer a-algo —me tendió una bandeja que había a los
pies de la cama. Dos sándwiches y un zumo de naranja me esperaban. Mi
estómago rugió de alegría o, mejor dicho, de hambre. —Estaré fuera un par
de ho-horas.
Al igual que sostuve la bandeja, la abandoné.
—¿Adónde vas?
—Tengo que ha-hablar con Vikram —. Ray insistió en que sostuviera
uno de los sándwiches y lo posara sobre mis labios. Me negué. —Volveré
pronto. Lo pro-prometo.
Acomodó su frente sobre la mía, y llevó sus dedos hasta mis mejillas.
Tocó con sumo cuidado las heridas, y esperó el momento indicado para
besar mis labios.
Ray salió de la cama y me dejó sola en la habitación.
Así que atrapé la comida y me dispuse a devorarla. No me di cuenta,
hasta dos mordiscos más tarde, que debajo de la servilleta había una nota.

HABÍA UNA VEZ UNA NIÑA DE NOMBRE MARÍA, QUE


TENÍA LOS CABELLOS NEGROS COMO LA NOCHE. LA
HERMOSA MARÍA GUSTABA DE PASEAR POR EL BOSQUE Y
CONVERSAR CON LOS ANIMALES. CIERTO DÍA, ENCONTRÓ
EN EL SUELO UNA NUEZ DE ORO.
“UN MOMENTO, NIÑATA. DEVUÉLVEME ESA NUEZ, PUES
ME PERTENECE A MÍ Y NADIE MÁS”. AL BUSCAR EL LUGAR
DE DÓNDE PROVENÍA LA VOZ, LA NIÑA DESCUBRIÓ UN
PEQUEÑO DUENDE QUE AGITABA SUS BRAZOS DESDE LAS
RAMAS DE UN ÁRBOL.
EL DUENDECILLO VESTÍA DE GORRO VERDE Y
ZAPATILLAS CARMELITAS Y PUNTIAGUDAS. SUS OJOS
VERDES Y GRANDES MIRABAN A LA NIÑA FIJAMENTE
MIENTRAS REPETÍA UNA Y OTRA VEZ: “VENGA, TE HE
DICHO QUE ME REGRESES ESA NUEZ DE ORO QUE ES MÍA,
NIÑA”.
“TE LA DARÉ SI ME CONTESTAS CUÁNTOS PLIEGUES
TIENE ESTA NUEZ EN SU PIEL. SI FALLAS, LA VENDERÉ Y
AYUDARÉ A LOS NIÑOS POBRES QUE NO TIENEN NADA QUE
COMER”, CONTESTÓ LA VALIENTE NIÑA ENFRENTANDO LA
MIRADA DEL DUENDE. “MIL Y UN PLIEGUES” CONTESTÓ LA
CRIATURA MÁGICA FROTÁNDOSE LAS MANOS.
LA PEQUEÑA MARÍA, NO TUVO ENTONCES MÁS
REMEDIO QUE CONTAR LOS PLIEGUES EN LA NUEZ, Y
EFECTIVAMENTE, EL DUENDE NO SE HABÍA EQUIVOCADO.
MIL Y UNA ARRUGAS EXACTAS, TENÍA AQUELLA NUEZ DE
ORO. CON LÁGRIMAS EN LOS OJOS, MARÍA LA ENTREGÓ AL
DUENDECILLO, QUIEN AL VERLA TAN AFLIGIDA, ABLANDÓ
SU CORAZÓN Y LE DIJO: “QUÉDATELA, NOBLE MUCHACHA,
PORQUE NO HAY NADA TAN HERMOSO COMO AYUDAR A LOS
DEMÁS”.
Y ASÍ FUE COMO MARÍA PUDO REGRESAR A CASA CON
LA NUEZ DE ORO, ALIMENTAR A LOS POBRES DE LA CIUDAD
Y PROVEERLES DE ABRIGOS PARA PROTEGERSE DEL CRUDO
INVIERNO.
DESDE ENTONCES, TODOS COMENZARON A LLAMARLE
TIERNAMENTE “NUEZ DE ORO”, PUES LOS NIÑOS
BONDADOSOS SIEMPRE GANAN EL FAVOR Y EL CARIÑO DE
LAS PERSONAS.

Era el cuento de «La nuez de oro» con uno de los mensajes


encriptados de mi padre.
Alcé el papel para leer su mensaje, pero alguien me lo impidió.
Bloody.
Al parecer Bloody era de esas pocas personas que no sabía llamar a la
puerta antes de colarse en el interior de una habitación.
Escondí el papel debajo de la almohada y lo miré seriamente.
—¿Y tu novio? —preguntó, sentándose sobre la cama. Sus veloces
dedos atraparon el sándwich que no conseguí comerme.
—¿Te refieres a Ray?
—Ése —respondió, con la boca llena.
—Tenía una reunión con Vikram —no me acostumbraba a llamar a
mi padre con un nombre que no le pertenecía. Bloody soltó mi cena. —
¿Sorprendido?
Se dejó caer en la cama, y ocupó la parte inferior con su cuerpo.
Retiré mis pies, ya que no le importó retenerlos un tiempo bajo su espalda.
—No deberías de haberle enseñado a hablar tan rápido. Últimamente
tiene la lengua muy larga.
No era una novedad que ellos dos se llevaran mal. Bueno, más bien,
Bloody era quien no soportaba a Ray. Y el otro, cubierto por una venda que
le impedía ver la realidad, era capaz de salvarle el trasero poniendo su vida
en peligro.
—¿Cómo tú?
El Bloody cretino que conocí la primera vez había vuelto.
Con una amplia sonrisa, y un ligero movimiento de ceja soltó:
—Oh, cielo, puedo hacer grandes cosas con mi lengua —me guiñó un
ojo. —Puedo estar horas presionando tu botoncito mientras que tú gimes de
placer.
Cogí aire.
Tenía que estar tranquila.
—No serías bienvenido ahí abajo.
Creí que se rendiría, pero estaba equivocada.
Soltó una carcajada.
—Tú tuviste acceso directo a mi polla —me lanzó un beso. —Tienes
pase VIP.
Acomodé mi espalda en el respaldo de la cama, y dejé de escucharlo.
Seguramente Shana pasó de su trasero porque necesitaba descansar.
Y, al no tener a nadie para calentar su cama, decidió molestarme a mí.
—¿Qué quieres, Bloody?
Necesitaba que desapareciera.
Éste hundió el codo sobre el colchón, y posó su mejilla sobre la palma
de su mano. Me miró fijamente, y dejó sus estupideces al darse cuenta que
seguía cansada y dolorida.
—¿Estás bien?
—¿Lo estoy? —Contesté a su pregunta con otra.
Bloody estiró el otro brazo, y dejó caer la mano sobre mi pierna.
—No buscaba a Tartamudito. Te buscaba a ti —aclaró. —Como no
estabas en tu habitación, he pasado por aquí.
Me crucé de brazos.
—¿Y bien? ¿Qué querías?
Bloody sonrió.
Se reincorporó de la cama y me tendió su brazo.
Antes de abrir la mano dijo:
—¿Quieres un beso de buenas noches?
Tragué saliva.
No conseguiría dormir esa noche.
Así que mi mano se acomodó sobre la suya antes de recibir el beso de
buenas noches.
—No tengas miedo —dijo, reteniendo mis dedos con los suyos.
Sonreí.
Capítulo 49

No soltó mis dedos hasta que el cigarrillo enrollado con cannabis tocó la
palma de la mano. Después lo miré y, éste me guiñó un ojo. Acomodé el
cigarro liado entre mis labios, y antes de encenderlo, lo miré fijamente a los
ojos.
Tuve que bajar el canuto antes de hablar:
—Gracias por el beso de buenas noches —dije, mostrándole otra
sonrisa—. Aunque me gustaría fumármelo yo sola.
Bloody cruzó los brazos bajo el pecho y esperó a que fuera capaz de
fumarme yo sola la L que él lio. Al darse cuenta que seguía esperando -algo
de intimidad en la habitación de Ray-, se levantó de la cama y se inclinó
hacia a mí para despedirse.
—Sé buena —estiró los labios, y me di cuenta como sus dientes
atraparon el borde inferior.
Asentí con la cabeza y le regalé una risa que no conseguí detener.
Bloody salió de la habitación, y esperé a que sus pasos se alejaran de
la puerta. Cuando me sentí sola y tranquila, atrapé una vez más el filtro
entre mis labios. Jugueteé unos segundos con el mechero que dejó sobre la
mesilla de noche, y una vez que mi dedo se cansó de jugar con la ruedecilla,
la presioné para que la primera llama encendiera el beso de buenas noches;
me gustó el nombre que le puso Bloody al porro de marihuana.
Estaba tan tranquila en la habitación, que cuando llamaron a la puerta
y escuché la voz de mi padre, di un salto sobre la cama y empecé a rodar
hasta caer al suelo. Al impactar el costado derecho contra el suelo, me
acordé de los golpes que recibí esa misma mañana. Aun así, seguí
arrastrándome hasta llegar a la ventana. Una vez que conseguí mantener los
marcos abiertos, apagué el cigarro liado y esperé a que la paciencia de mi
padre durara más que el olor a cannabis.
Pero ese hombre no aguantó al otro lado. Al no escuchar mi voz
imaginé que se preocupó. Así que giró el pomo, se coló en el interior y me
encontró tendida sobre el suelo mientras que estiraba un brazo al exterior.
Corrió hasta mí, y se dejó caer para sostenerme. Posó una de sus manos
sobre mi frente y comprobó la temperatura de mi cuerpo. Me sorprendió la
forma en la que empezaba a preocuparse por mí. No había recibido su
atención desde que desapareció.
—Estoy bien, papá —quería alejarlo de la ventana. —Necesitaba aire
fresco.
Éste insistió en meterme en la cama. Me resistí un par de veces.
Como no conseguí levantarme yo sola, acabé entre sus brazos. Me devolvió
de nuevo a la cama y tocó mi cabello en el momento que mi cabeza se
hundió en la almohada.
—No he podido pasar antes, Caballito. Estaba ocupado —al escuchar
el apodo cariñoso que me puso de pequeña, terminé entrecerrando los ojos y
recordé todo lo que había hecho. —¿Alanna?
Se dio cuenta.
—Estoy acostumbrada —rompí el incómodo silencio. —De pequeña
hacías lo mismo. Pasabas horas e incluso días en la consulta. Y tu forma de
recompensar tus salidas injustificadas eran regalándonos viajes de lujo y,
aun así, no disfrutábamos de tu compañía porque seguías sin estar con
nosotras.
—Tenía que trabajar, cariño.
—Papá —intenté recordarle su profesión—, eras cardiólogo. O,
pensándolo bien, ya estarías metido en esta mierda de las mafias.
Él no dijo nada más.
Concluyó nuestra conversación.
Acomodó la mano sobre el costado en el que recibí todos los golpes
de bota. Al darse cuenta que me aparté, presionó sus dedos y me hizo gritar.
En un rápido movimiento me dejó sin aliento, jadeando y retorciéndome de
dolor.
—Fractura de costillas —dio su diagnóstico. —Estarás mejor en un
par de meses. Pero espero que sea antes —alzó mi rostro, observando el ojo
entrecerrado —. No puedo retrasar el viaje.
Apreté los labios.
—¿Qué viaje?
—Nos instalaremos un tiempo en Jamapa, Veracruz —confesó,
dejándome en shock. No estaba al tanto que saldríamos del país. —Será un
periodo de tiempo muy corto, Caballito. Hasta que todo vuelva a la
normalidad.
—¿Normalidad? ¿Para ti esto es normalidad?
—Cuando tu madre sea senadora se olvidará de ti. No tendré que
preocuparme si estás en peligro o no.
—No quiero ir a México. Mi vida está aquí.
—Alanna, hija, aquí ya no tienes nada —para él era tan fácil—.
Tendrás una vida normal en el rancho. Seguirás con tus estudios. Contrataré
a los mejores profesores para…
Le corté.
—Seguirás teniéndome cautiva.
—No —sacudió la cabeza—. Los hijos de Heriberto Arellano
también tuvieron que abandonar Quintana Roo y se adaptaron sin ningún
problema. Estoy deseando que los conozcas. Son buenos chicos.
Prefería recibir otro golpe en las costillas.
Él siguió hablando. Como si de alguna forma, su labia, conseguiría
convencerme.
—Encontraré una motivación para que vengas conmigo. Lo prometo.
Estiré las piernas y esperé a que me dejara sola. Al no tener una
respuesta por mi parte, mi padre besó la coronilla de mi cabeza y salió de la
habitación de Ray. Al menos respetó mi silencio y las ansias de estar sola.
Sentía ira.
Impotencia.
Rabia.
Y estallé; golpeé la almohada hasta que una mano me detuvo. Su
barbilla se acomodó en la curva de mi cuello, y su brazo rodeó mi cintura
para detenerme. Sentí su mano tocar mi piel, y fueron los primeros dedos
que no me hicieron daño. Tocó con sumo cuidado el costado que seguía sin
poder mantener sobre la cama.
Al tener su cabello tocando mi mejilla, intenté encontrarme con sus
ojos; y ahí estaban. Llenos de vida incluso cuando todos sus seres queridos
le hicieron daño.
Me sentía identificada con él.
—Quiere llevarme a Jamapa.
—Lo sé —contestó Ray.
Tragué saliva.
Todos lo sabían menos yo.
—No su-sucederá nada ma-malo.
—¿Cómo lo sabes?
Sentí sus labios en mi nuca.
—Porque yo ta-también sé ne-negociar, Alanna.
No me dejó preguntar nada más. Ray se quedó dormido, y yo
aproveché para leer el mensaje que me había dejado mi padre en la nota que
había en la bandeja de la cena.
Alcé el papel y anoté todas las letras que estaban marcadas con más
fuerza que las demás.

HABÍA UNA VEZ UNA NIÑA DE NOMBRE MARÍA, QUE


TENÍA LOS CABELLOS NEGROS COMO LA NOCHE. LA
HERMOSA MARÍA GUSTABA DE PASEAR POR EL BOSQUE Y
CONVERSAR CON LOS ANIMALES. CIERTO DÍA, ENCONTRÓ
EN EL SUELO UNA NUEZ DE ORO.
“UN MOMENTO, NIÑATA. DEVUÉLVEME ESA NUEZ, PUES
ME PERTENECE A MÍ Y NADIE MÁS”. AL BUSCAR EL LUGAR
DE DÓNDE PROVENÍA LA VOZ, LA NIÑA DESCUBRIÓ UN
PEQUEÑO DUENDE QUE AGITABA SUS BRAZOS DESDE LAS
RAMAS DE UN ÁRBOL.
EL DUENDECILLO VESTÍA DE GORRO VERDE Y
ZAPATILLAS CARMELITAS Y PUNTIAGUDAS. SUS OJOS
VERDES Y GRANDES MIRABAN A LA NIÑA FIJAMENTE
MIENTRAS REPETÍA UNA Y OTRA VEZ: “VENGA, TE HE
DICHO QUE ME REGRESES ESA NUEZ DE ORO QUE ES MÍA,
NIÑA”.
“TE LA DARÉ SI ME CONTESTAS CUÁNTOS PLIEGUES
TIENE ESTA NUEZ EN SU PIEL. SI FALLAS, LA VENDERÉ Y
AYUDARÉ A LOS NIÑOS POBRES QUE NO TIENEN NADA QUE
COMER”, CONTESTÓ LA VALIENTE NIÑA ENFRENTANDO LA
MIRADA DEL DUENDE. “MIL Y UN PLIEGUES” CONTESTÓ LA
CRIATURA MÁGICA FROTÁNDOSE LAS MANOS.
LA PEQUEÑA MARÍA, NO TUVO ENTONCES MÁS
REMEDIO QUE CONTAR LOS PLIEGUES EN LA NUEZ, Y
EFECTIVAMENTE, EL DUENDE NO SE HABÍA EQUIVOCADO.
MIL Y UNA ARRUGAS EXACTAS, TENÍA AQUELLA NUEZ DE
ORO. CON LÁGRIMAS EN LOS OJOS, MARÍA LA ENTREGÓ AL
DUENDECILLO, QUIEN AL VERLA TAN AFLIGIDA, ABLANDÓ
SU CORAZÓN Y LE DIJO: “QUÉDATELA, NOBLE MUCHACHA,
PORQUE NO HAY NADA TAN HERMOSO COMO AYUDAR A LOS
DEMÁS”.
Y ASÍ FUE COMO MARÍA PUDO REGRESAR A CASA CON
LA NUEZ DE ORO, ALIMENTAR A LOS POBRES DE LA CIUDAD
Y PROVEERLES DE ABRIGOS PARA PROTEGERSE DEL CRUDO
INVIERNO.
DESDE ENTONCES, TODOS COMENZARON A LLAMARLE
TIERNAMENTE “NUEZ DE ORO”, PUES LOS NIÑOS
BONDADOSOS SIEMPRE GANAN EL FAVOR Y EL CARIÑO DE
LAS PERSONAS.

Conseguí leer:

PAPÁ TE QUIERE, ALANNA.

No. Papá quería el dinero que ingresó a mi nombre. Eso era lo que él
quería.
Capítulo 50
BLOODY

Me crucé con Dorel en el momento que me dirigí al despacho de Vikram.


Éste, custodiaba la puerta mientras que se le cerraban los ojos de cansancio.
Aguanté las ganas de reír, y golpeé con fuerza su pálida mejilla. Dorel
despertó de golpe y gruñó. Mi risa lo sacó de quicio; seguramente sintió un
hormigueó en el trozo de carne que enrojecí con una suave caricia de
buenos días.
—¡Hijo de puta! —Exclamó, llevándose una mano al rostro. —Algún
día me desharé de esa mata de pelo y te joderás.
Me llevé las manos al corazón, y fingí dolor.
—Si haces eso, se me irá la fuerza. Soy como Sansón, pero con unos
centímetros más ahí abajo —golpeé su brazo —. Tú ya me entiendes.
Dorel entrecerró los ojos y sacudió la cabeza.
—Todos sabemos que eres un pene andante.
—Oye —intenté tranquilizarlo —, no tengo la culpa que pueda
caminar con tres piernas.
Ambos reímos.
Hasta que Dorel se puso sensible.
—Shana sigue inconsciente.
Eso no me importaba.
—Quería hablar con Vikram —dije la verdad.
—Está reunido. Con Raymond.
«¡Joder! Tartamudito es rápido.»
No hizo falta decir nada más. La puerta se abrió, y del despacho salió
Ray con la cabeza oculta por la capucha de la sudadera con la que vestía.
Pasó de largo y no dudé en seguir sus pasos.
No dijo nada.
Caminó en silencio.
Escuchando mis pasos.
No me tenía miedo.
Pero pronto lo haría.
Estiré el brazo y tiré de la tela que ocultaba su cabeza. Conseguí
detenerlo. Éste se agachó para recoger el periódico que soltó sin darse
cuenta y me plantó cara.
—¿Qué qu-quieres, Bloody?
Era difícil saber si estaba nervioso o esa estupidez seguía cortando la
mayoría de sus palabras.
—Hablar —solté.
—¿Hablar? —Repitió.
Reí, y paseé la lengua por mis labios.
—¿Ahora eres mi eco?
—Vete a la mi-mierda.
Intentó darme la espalda, pero se lo impedí.
Mis manos se aferraron una vez más a su prenda de ropa y tiré de su
cuerpo hasta golpearlo contra el muro de piedra más cercano. Ray se quejó
de dolor. Quería mirarlo a los ojos cuando me confesara que él era la sucia
rata, así que tiré del gorro que seguía ocultando su rostro.
Detestaba que lo miraran fijamente a los ojos, ya que no era difícil
detenerse en el perfil que destrozaron con una plancha.
—¿Por qué te reúnes con Vikram?
—No es a-asunto tuyo.
Tiré hacia delante su cuerpo, y volví a golpearlo.
—Has estado diecinueve años sin hablar. Puedo hacer que sea toda
una vida. Tú decides.
—Ve-vete a la mierda. ¡Jo-joder!
Otro golpe.
Y me di cuenta de lo que estaba pasando.
—Tú delataste a Shana —dije, por fin.
Silencio.
Estaba protegiendo a Alanna.
—¿Aun no te has dado cuenta? —Estaba ciego —. Ella sabe
defenderse sola. No te necesita.
Los celos salieron a flote.
—Y, ¿a ti sí?
Negué con la cabeza.
—A ninguno de los dos —quería que entrara en razón.
Ser una rata sucia, el chivato de turno, tenía consecuencias. Y, Ray,
sería el primero en caer.
—¡Iba a matarla! —Elevó la voz, y yo me quedé callado. —Tú lo-lo
viste. Y no hi-hiciste nada. Tenía que ha-hacer algo, y hablé co-con Vikram.
Me mostró el periódico que llevaba junto a él. Golpeó su dedo en un
artículo y me obligó a leerlo.
Las autoridades de California han abierto una investigación, en
colaboración con el Departamento de Policía de Los Ángeles, para
tratar de localizar a una estudiante americana de 17 años que paseaba
por el centro comercial South Coast Plaza y de la que su familia y
amigos no tienen noticias desde el pasado lunes. Fuentes próximas a la
investigación han indicado que la joven Evie Thompson, amiga de la
reciente desaparecida Alanna Gibbs, se encontraba paseando por uno
de los centros comerciales más controlados por la seguridad privada
del centro. Las autoridades encontraron su mochila junto al teléfono
móvil.

Dejé de leer al ver la fotografía de Evie.


Era la joven que mató Shana.
—¿Dónde es-está?
Miré a Ray.
—¿Quién?
Apartó mis puños de su cuerpo y fue él quien me retuvo en aquel
instante.
Su risa nerviosa estalló.
—¿No sa-sabes quién es?
Era una compañera de Alanna. Lo sabía por el uniforme con el que
iba vestida.
—Es la me-mejor amiga de Alanna.
Tragué saliva.
—No lo sabía —y era cierto.
—¿Dónde está?
«Por los viejos tiempos.» —Pensé.
—No lo sé.
—Espero que es-esté bien, Bloody. Porque si a-algo malo le ha
sucedido, Alanna mo-moverá cielo y ti-tierra para deshacerse de las pe-
personas que han hecho da-daño a su mejor amiga.
Estaba protegiendo a Shana. Eso significaba estar de mierda hasta
arriba.
—Eso no justifica tus reuniones con Vikram.
—Yo también te-tengo derecho a tener ne-negocios con él —confesó,
y me dejó anonadado.
Zarandeé la cabeza.
—Conseguirás que todos vayamos a prisión —estaba furioso, y le
hubiera golpeando en ese momento si el imbécil no tuviera razón. —Y
hazme caso, Raymond. Si vamos a la cárcel, me encargaré que seas tú el
que muerda la almohada. ¿Te ha quedado claro?
No pudo responder.
Los gritos de una mujer nos alertaron que algo pasaba.
—Es Alanna —dijo.
Asentí con la cabeza.
Los gritos siguieron.
Algo estaba sucediendo.
«Espero que no haya visto las noticias.»
Capítulo 51
ALANNA

Si había conseguido mantenerme con vida en la bañera, también


sobreviviría al bajar las escaleras. Y sin esperar a que alguien se ofreciera a
ayudarme, acomodé uno de los pies sobre el primer escalón y mantuve la
mano sobre el costado herido para evitar sentir dolor cada vez que
empujaba hacia abajo mis piernas. Fue una estupidez. Acabé
mordisqueándome el labio en cada escalón. No sé cuánto tiempo estuve
descendiendo, pero seguramente fueron unos diez minutos o más. Al
detenerme en la planta de abajo, cogí aire y mostré una sonrisa de
satisfacción. Lo había conseguido. Yo sola. Sin ayuda de nadie.
Reí al recordar como mi padre me pidió paciencia y que me
recuperara sin salir de la habitación. No le hice caso. Necesitaba estirar las
piernas y observar todo lo que sucedía a mi alrededor. Así que antes de
pasar por la cocina y atracar el refrigerador, tuve la necesidad de buscar a
Ray para darle los buenos días. Pero unos jadeos cambiaron mis planes.
Alguien gimoteaba en el exterior de la propiedad.
Seguí arrastrando mi cuerpo y alcé mi cabeza cuando me crucé con
dos de los hombres que solían acompañar a mi padre. Eran de las pocas
personas que no se reunían con los demás en el comedor principal. Ambos
estaban escoltando la única salida que daba al jardín. Se me quedaron
mirando e inmediatamente cruzaron sus fuertes brazos sobre sus pectorales
voluminosos.
—¿Algún problema? —Llegué a preguntar.
Pensé que el calvo, el que tenía una lágrima tatuada bajo el ojo, me
respondería. Pero no sucedió. Desvié la mirada hasta el otro individuo y no
tardó en prestarme atención. A diferencia del otro, estaba dispuesto a
hablar.
—Ratas —fue su respuesta.
—¿Ratas? —susurré, lo mismo que él—. Sobreviviré.
Di unos cuantos pasos hacia delante, pero la mano del hombre que
guardaba silencio, se posó sobre mi hombro para impedir que siguiera
avanzando. Alzó sus cejas pobladas y sacudió la cabeza.
De nuevo se escuchó el llanto.
—¿No me has escuchado? —Buscó mi atención, y la tuvo un instante.
—Vuelve más tarde. Quizás el exterminador ya ha terminado con la rata.
La rata era una mujer.
La mujer tenía un nombre.
Y su nombre era Shana.
—Llevo semanas sin ser educada. Me importa una mierda todo —
comencé un discurso tonto—. Estoy cansada de que me digan lo que tengo
que hacer. Que me obliguen a mantener mis labios sellados. Que imbéciles
como vosotros sigan las ordenes de Vikram y estén detrás de mí para
vigilarme. ¡Qué os den por culo! —Grité, mostrándoles el dedo corazón. —
Dejadme salir al jardín.
—¿O qué?
Ambos rieron.
—Gritaré con todas mis fuerzas —sonreí. —Y estoy segura que
alguien vendrá. Tal vez otro lameculos de Vikram, o quizás él mismo. Si
viene alguno de sus perros farderos no sucederá nada. Pero si viene él —se
me escapó una risa maliciosa —seguramente acabaréis como la rata que hay
ahí fuera.
No sabía que estaba pasando exactamente con Shana, pero esperaba
que ambos recapacitaran. Era fácil amenazar. Lo difícil era asustarlos.
Ninguno se apartó.
Así que no me quedó de otra que empezar a gritar.
Y grité.
Con todas mis fuerzas.
Y ahí me encontraba, delante de los dos hombres, destrozando mis
cuerdas vocales hasta que alguien apareció. No vino solo. Como bien dije,
sino aparecía Vikram, alguno de sus hombres intentaría detenerme.
Bloody acomodó su mano sobre mi hombro y me obligó a mirarle. Al
comprobar que estaba bien, miró a los otros dos y con un movimiento de
cabeza les preguntó qué estaba sucediendo. Éstos gruñeron antes de
responder.
Fue el calvo que se tomó la molestia.
—Quiere salir al jardín —le anunció.
Bloody sacudió la cabeza.
Posé mi mano sobre la suya y la aparté. Quedé cara a cara con él.
—Necesito salir al jardín.
—Cielo, si quieres flores, prometo llevarte un ramo a la habitación —
intentaba alejarme de la puerta, pero no se lo permití. —No es el momento
indicado para salir ahí fuera.
Miré a Ray, y éste optó por guardar silencio.
—¡Bién! —Apreté la mandíbula indignada—. Hablaré con Vikram.
—No —siguió reteniéndome—. Hagamos una cosa —se inclinó hasta
acomodar sus labios cerca de mi oreja. Con un tono bajo dijo: —Si vuelves
a la habitación prometo conseguirte otro beso de buenas noches. ¿Hay
trato?
Se echó hacia atrás para mirarme.
—No.
Tensó los hombros y con un tono de voz cansado les pidió a los
hombres que se retiraran. Éstos no tuvieron otra opción que obedecerle. Me
dejaron paso libre y salí al jardín para seguir la voz de Shana. Los gimoteos
no cesaron, y fue fácil encontrarla.
Ahogué un grito.
Shana estaba detrás de un árbol. Con los brazos tendidos, las manos
cruzadas una encima de la otra. Un clavo de hierro perforaba las palmas de
sus manos para mantenerla atada en un tronco. Luchaba para seguir de pie.
Clavaba los dedos de sus pies en la hierba.
Su piel estaba cubierta de sangre. Su sujetador deportivo estaba
rasgado. Y ni siquiera le habían dejado con los pantalones. Simplemente
cubría sus partes íntimas unas bragas que humedeció con sus propios orines
y ensució con sus excrementos.
—¿Por qué? —pregunté. Nadie respondió. —¿¡Por qué!?
Shana estaba temblando.
Reconocí la voz que se atrevió a darme una respuesta. Su nombre era
Dorel si no me confundía de hombre.
—Por golpearte.
Miré por encima de mi hombro y miré a las tres personas que se
detuvieron detrás de mí.
—¿Vikram?
—Sí —volvió a responder Dorel.
Hasta que Bloody se pronunció:
—Cállate —dijo, a regañadientes.
Me aparté de Shana y quedé delante de Dorel. Tuve que apartar a
Bloody para que éste no volviera a silenciarlo.
—¿Quién ha sido? —Necesitaba el nombre de la persona que fue
corriendo a contárselo a mi padre. —¿¡Quién!?
Dorel miró a Ray y balbuceó algo que no llegué a entender. No
conseguí escuchar el nombre porque la voz de Bloody sonó más fuerte que
la de él.
—He sido yo —dijo, indiferente.
—¿Tú?
Quería escucharlo una vez más.
—Sí —confesó ser el culpable.
Y no lo entendía. Shana y él, por todo lo que había visto, tenían un lío
de cama.
Además, Bloody no parecía un traidor. Me lo demostró cuando se
entregó ante el supuesto Vikram y dejó huir a Ray conmigo.
Pero lo hizo.
Se convirtió en el soplón de Vikram.
—¿Por qué?
Sin mirarme a los ojos dijo:
—No estoy aquí para gustarte, cielo —soltó, y se dignó a mirarme
con una sonrisa forzada—. Es mi trabajo. Te guste o no…
No terminó de hablar.
Mi puño impactó contra su mejilla.
Él ni siquiera se inmutó, mientras que mi puño se quebró y estaba
segura que me costaría estirar con facilidad los dedos.
—¿Por qué cuando consigues que confíe en ti haces lo posible para
que me aleje?
Silencio.
—Alanna —Ray fue quien intentó alejarme de él. Estaba tan cerca de
Bloody, que en cualquier momento volvería a lanzarme sobre él.
Aparté la mano de Raymond.
—¿Qué está sucediendo? —Preguntó, el culpable del desastre—.
¿Alanna?
Fui directa:
—Deja en paz a Shana.
—No puedo. Te golpeó. Es su castigo.
—Me duele más verla ahí que los golpes que recibí —bajé el tono de
voz para que nadie más lo escuchara —, papá.
Negó con la cabeza.
—Si le perdono la vida, perderé el respeto de los demás.
No podía creer lo que estaba escuchando.
—No me obligues a que sea como mamá —quería que recapacitara,
aunque se sintiera presionado. —No quiero manipularte.
—Alanna…
—No me obligues a que les diga a todos quién eres realmente.
—No serás capaz.
—Ponme a prueba, papá.
Por supuesto que lo haría.
Y así fue como gané la primera batalla contra él.
Se llevó las manos a los bolsillos de su traje, y ordenó a Dorel que la
bajara del árbol. Cuando Shana quedó sentada en el suelo, me pidió que
eligiera a un solo hombre para que me ayudara a llevarla a su habitación.
Elegí a la única persona en la que confiaba; Ray.
Antes de desaparecer, mi padre me sorprendió con sus palabras:
—El que practica el pecado es del diablo; porque el diablo peca desde
el principio. Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del
diablo. Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la
simiente de Dios permanece en él; y no puedo pecar, porque es nacido de
Dios. En esto se manifiestan los hijos de Dios, y los hijos del diablo: todo
aquel que no hace justicia, y que no ama a su hermano, no es de Dios.
Pestañeé un par de veces.
El hombre que me alejó de la biblia se había convertido en un devoto.
—La mujer aprenda en silencio, con toda sujeción —quería que todos
me escucharan. —Porque no permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio
sobre el hombre, sino estar en silencio. Porque Adán fue formado primero,
después Eva; y Adán no fue engañado, sino que la mujer, siendo engañada,
incurrió en transgresión. Pero se salvará engendrados hijos, si permaneciere
en fe, amor y santificación, con modestia.
Solo se escuchó la risa de Bloody.
Me acerqué hasta mi padre y le dije:
—Conmigo no funciona —éste calló. —No le tengo miedo a un libro
que discrimina a la mujer y habla de odio y venganza. ¿Amor? Y una
mierda, papá. Espero que pronto conozcan al verdadero Gael.
Ray cargó a Shana y salimos del jardín.

Shana seguía inconsciente. Tuvimos que meterla en la bañera para


deshacernos del olor que desprendía su cuerpo. Conseguí desnudarla con
una mano mientras que Ray la sostenía entre sus brazos. Nadie echó de
menos a Shana; nadie se dignó a acercarse para preguntar cómo se
encontraba.
Los únicos que nos quedamos junto a ella fuimos Raymond y yo. Y
por la forma en la que la miraba Ray, sabía que estaba incómodo.
—Quién di-diría que Alanna Gibs e-era una fa-fanática de la bi-biblia
—dijo Ray, acostando a Shana en la cama.
—No. Nunca he leído la santa biblia —me senté junto a Shana e
intenté vendar sus manos. —Fue mi padre quien me leía versículos de la
biblia para enseñarme lo que estaba mal. No éramos creyentes. Pero aun así
él siempre se tomaba la molestia de acomodar ese libro entre sus manos y
mostrarme la crueldad del ser humano y como la gente se aferraba a las
palabras que habían grabadas en un montón de hojas de papel —reí, al
recordar mi infancia. —Gael estaría orgulloso de mí. Vikram solo piensa en
deshacerse de mí.
—No.
Miré a Ray.
—No sé qué estás negociando con él —quería decirle la verdad, pero
me daba miedo perderle —, pero ten cuidado.
Asintió con la cabeza, y besó mis labios antes de salir de la habitación
de Shana.
Ésta siguió durmiendo, y murmurando cosas que no llegaba a
entender. Me acomodé en uno de los sillones que había junto a la cama.
Cuando mi espalda se acomodó, la puerta de la habitación de abrió.
Era la última persona que quería ver en ese momento.
—Tenemos que hablar —dijo Bloody, cerrando la puerta.
Capítulo 52
RAYMOND

Kipper y Abaddon compartían un cigarro a los pies de la escalera. Pasé por


delante de ellos y ninguno de los dos se tomó la molestia de intercambiar
unas cuantas palabras conmigo. Los entendía. Después de tantos años
juntos, nadie había escuchado mi voz. Y desde que llegué, lo único que
sabía hacer era hablar con Vikram a espaldas de los demás.
Desconfiaban de mí. Lo notaba.
Antes de colarme en el interior del despacho, detuve mis pasos.
Seguía sin entender el comportamiento de Bloody; cargó con un delito que
no le correspondía. Después de las amenazas, Bloody seguía colgándose
medallitas que lo destruían ante los ojos de Alanna.
Sacudí la cabeza y, esperé a que la voz de Vikram se escuchara al otro
lado después de golpear la puerta con los nudillos. Moví el pomo de la
puerta y dejé que mi cuerpo avanzara en el interior.
Y ahí estaba nuestro jefe, esperándome mientras que se servía una
copa de Hennessy y cargaba un puro entre sus labios. No tardé en ocupar
uno de los sillones que había junto a su mesa.
—¿Shana ha despertado? —Me sorprendió la pregunta. Tanto, que
tardé más de la cuenta en responder y él se dio cuenta. —Hijo, ¿te ha vuelto
a comer la lengua el gato?
Tragué saliva.
—No. Lo si-siento —empujé mi cuerpo hacia delante, quedándome
sentado en el filo del sillón. —No. Se quedó do-dormida en la ba-bañera.
Alanna está ju-junto a ella. Cree que su-sus heridas sa-sanarán.
Vikram soltó una carcajada y volvió a alzar el puro.
—Lo dudo. No volverá a sostener un arma en su vida. Ésas son las
consecuencias por desobedecerme, hijo —dijo, sacando una caja de puros.
Me ofreció uno y rechacé la oferta. —Hiciste bien en contármelo. Sabía que
podía confiar en ti. Hice bien en mandarte junto a Bloody. No dudé ni un
instante en ti. Y, ahora que hablas, podemos hablar de todo. Incluso de
negocios. Estoy en deuda contigo. Puedes pedir lo que quieras. Te lo daré.
Sabía que Alanna era intocable.
También era consciente que nunca llegaría a enamorarse de mí.
Pero era la única persona que me había tratado y observado como a
un ser humano.
—Quiero es-estar cerca de e-ella.
Miró el puro sin responder.
—Po-podría ser más útil en la nu-nueva finca. En Me-México.
—Tengo otros planes para ti, hijo —apagó el puro sobre la caja de
madera, y se levantó de su asiento. —Pero si me haces un encargo me lo
pensaré.
Estaba dispuesto a hacer cualquier cosa.
Asentí con la cabeza, lleno de energía.
Vikram rio.
—A-acepto.
—Todavía no te he dicho qué es.
—No i-importa.
Otra carcajada.
—Uno de los hijos de Arellano ha llegado a Carson. No esperaba su
visita hasta la semana que viene —quedó cruzado de brazos—. Eso
significa que el negocio que tengo entre manos en México está dando sus
frutos. Así que no me queda de otra que ser un buen anfitrión con él. Quiero
que vayas a buscarlo a esta dirección —cogió un papel y un bolígrafo para
anotar —, y lo traigas. Kipper irá contigo. Por si sucede cualquier
imprevisto.
—¿Im-imprevisto?
La dirección era una vieja iglesia situada al lado de Dolphin Park.
—Heriberto utiliza la iglesia Primera Iglesia Bautista de zulo —me
explicó—. Si ha mandado a uno de sus hijos es para comprobar la
mercancía que han recibido recientemente. No habrá ningún problema. Solo
dile mi nombre y te dejarán pasar.
No hice ninguna pregunta más. Vikram salió fuera conmigo y nos
dirigimos hasta las escaleras principales. Kipper y Abaddon seguían
fumando mientras que relataban sus líos de faldas. Se quedaron callados al
ver que nuestro jefe se plantaba delante de ellos. Le dio la orden a Kipper y
éste siguió mis pasos hasta el exterior.
Cogimos uno de los Jeep menos llamativos; uno negro que estaba
rayado por la parte trasera. Me senté de copiloto y Kipper condujo hasta la
iglesia donde nos reuniríamos con el hijo de Arellano.
—¿Has tratado con chicanos? —Preguntó, mientras que aparcaba el
vehículo.
—No.
—Entonces, ¿por qué te envía Vikram?
No tenía una respuesta para Kipper. Se encogió de hombros y rebuscó
en los bolsillos de su chaqueta de cuero hasta encontrar una caja de tabaco.
—Bekhu me dijo que la madre de los hijos de Arellano era una
blanquita rubia que murió hace dos años —se encendió el cigarro y me
miró. —La mataron. Se rumorea que el delito que cometió fue fugarse con
sus hijos. Y, antes de cruzar la frontera, Arellano la encontró y la ejecutó
delante de todos los policías que la detuvieron. Así que déjame decirte algo,
Ray —clavó sus ojos negros en los míos—, esos críos tienen que haber
perdido la cabeza.
Miré a través de la ventanilla y observé la cantidad de hombres que
custodiaban la puerta de la iglesia. Todos iban con trajes negros. No eran
mercenarios. Eran escoltas. Protegían a alguien. Seguramente al hijo de
Heriberto Arellano.
—Solo son ne-negocios.
Kipper, con una amplia sonrisa, me golpeó la cabeza y dijo:
—Suerte. Yo te espero aquí.
«Genial» —Pensé. «Lo mejor hubiera sido venir solo.»
Salí del coche y crucé la carretera sin dejar de observar a los hombres
que rodeaban la casa de Dios. Conforme me iba acercando a ellos, éstos
dirigían sus miradas hasta mis pasos. Varios de ellos se llevaron una mano
detrás de la espalda para tantear el arma que ocultaban.
—Me envía Vikram —conseguí decir sin tartamudear.
Dos de ellos, los que cubrían sus ojos con gafas de sol, se lanzaron un
rápido vistazo para dar el visto bueno. Me dejaron avanzar y mantuvieron la
postura una vez que conseguí colarme en el interior.
Dentro de la pequeña iglesia, los pocos visitantes que había eran
hombres que protegían al hijo de Arellano.
Detuve mis pasos cuando escuché la voz del pastor.
—Le dije a tu padre que no llegó ningún camión sorpresa. Le di mi
palabra —el pastor estaba arrodillado en la tarima. —Tienes que creerme.
Detrás de él, había un joven que arreglaba su traje mientras ladeaba su
cabeza. Intentaba apartarse el cabello negro que le caía sobre la frente.
—¿Creerte? —Rio. —Yo no soy mi padre. No te creo, pendejo. Sé
que has estado vendiendo la tacha. También me han dicho que has vuelto a
abrir el jardín de los dulces. Creo recordar que te dijimos que dejaras el
porno infantil. Y, aun así, sigues traficando con niños inocentes. ¿Por qué
debería dejarte con vida, culero?
—Por favor, hijo, déjame hablar con tu padre.
—No —una sonrisa atravesó su rostro. Recogió un arma del suelo, la
cargó y la acomodó sobre la cabeza del pastor—. Siento decirte que ahora
soy yo quien lleva el negocio de las drogas en Carson —el hombre intentó
levantarse, pero lo detuvieron. —Y no pienso perder dinero en las manos de
un pinche pederasta —se quitó la chaqueta del traje, quedándose con una
camisa blanca, y le dijo las últimas palabras: —Espero que no le hayas
rezado al Dios equivocado.
—¡No! —Gritó con fuerza.
La cabeza del pastor voló en miles de pedazos. El suelo y la camisa
del hijo de Arellano se cubrieron por la viscosa y oscura sangre del hombre.
Tiró el arma al suelo, y se llevó los dedos al rostro para deshacerse
del líquido rojo que cubrió su piel. Uno de sus hombres se acercó hasta él
para tenderle una toalla, y en vez de limpiarse con el trozo de tela, prefirió
adentrar los dedos sangrientos en su boca.
—Sabe a pecado —dijo, relamiéndose los labios — Me gusta.
Ni Bloody había actuado como él.
Sin darme cuenta llamé su atención.
—¡Tú! —Nuestras miradas se cruzaron. —¿Quién eres?
Se acercó, lentamente, pero llegó hasta mí.
—Me e-envía Vikram.
—¿Vikram? —Repitió.
Asentí con la cabeza.
—Eres el hi-hijo de Are…
Me detuvo.
—¡No sigas! —Alzó la voz. —Hijo de perra. Estoy cansado de que
me reconozcan por ser el hijo de Heriberto Arellano —sacudió la cabeza,
mientras que seguía sosteniendo una FX-05. —Mi nombre es Diablo
Arellano. Deberías grabártelo en la cabeza.
Kipper tenía razón.
Tenía que tener cuidado con él.
—Lo siento —me disculpé, y proseguí—. Vikram me di-dijo que te
en-encontraría…
Volvió a interrumpirme.
—¿Qué te sucede en la boca? ¿Por qué tartamudeas? —Siguió
avanzando, hasta que nuestros zapatos se tocaron. —Y, ¿por qué te ocultas?
—Diablo tiró del gorro y dejó mi rostro al descubierto. —¡Verga! Eres
horrible.
Mi poca paciencia se desvanecía.
Si en mi lugar se hubiera encontrado Bloody, Diablo habría dejado de
hablar.
—Tengo que lle-llevarte junto a él —finalicé.
Miró a sus hombres. El silencio reinó. Poco tiempo.
—Has conseguido revolverme el estómago.
Estallé.
—¡Espalda mojada!
Diablo giró sobre la punta de sus zapatos y me miró fijamente a los
ojos.
—¿Qué has dicho?
—Espalda mojada —avancé, hasta acomodar mi frente sobre la suya.
—O prefieres que te lla-llame saltador de fronteras. ¡Maldito chicano!
Se separó de mí y alzó el arma.
—Debería matarte.
—¡Mátame! —Seguí alzando la voz. Me llevé las manos detrás de la
espalda y le dije: —Hazlo a-antes de que te arrepientas.
Diablo apretó los labios. Mantuvo el cañón sobre mi cráneo y llevó el
dedo al gatillo.
—Tus deseos son órdenes para mí.
Cerré los ojos.
Y conseguí escuchar el sonido que provocaba el retroceso de un arma.
Cuando estás a punto de morir, piensas en demasiadas cosas; incluso
soñar despierto. Y eso hice yo cuando Diablo se disponía a disparar una
segunda vez.
Con los ojos cerrados, volví a ser un crío. Un niño de patas largas
correteando por uno de los jardines de las casas de acogida que me
asignaron al alzar como de costumbre. Los hijos biológicos de los padres
que aceptaron tenerme bajo su techo, no solían acercarse a mí. Más bien,
me observaban a través de la ventana mientras que escuchaban mi risa.
Al cansarse de verme feliz, intentaban reunirse conmigo de una forma
muy peculiar. Se cubrían con sábanas y calzaban enormes botas de lluvia.
Recordé sus nombres; Oliver y Greg, los gemelos de Clearlake.
—Eres feo —dijo uno de ellos.
Dejé de saltar para prestarles atención. Y, entonces, me di cuenta que
hice mal. Esos niños juzgaban mi aspecto físico e intentaban herirme con
sus palabras. Lo consiguieron, como los otros niños de todas las casas de
acogida por las que pasé.
—Y no hablas —prosiguió Oliver.
Llevaba años intentando balbucear alguna palabra, pero cuando lo
intentaba, la imagen del hombre que permitieron que fuera mi padre
adoptivo, aparecía para torturarme; siempre eran golpes que marcaban mi
piel. Sus palabras quedaron en un silencio. Aprendí a no escucharlo para
dejar que se entretuviera azotándome con su cinturón de cuerpo y hebilla
plateada.
Alcé la cabeza y miré a los gemelos.
Ambos, empezaron a gritar.
Se colaron en el interior de la casa, dejándome la paz que necesitaba.
Me di cuenta, que cerca del tobogán, había una máscara de payaso
del último cumpleaños de los gemelos. Caminé con cuidado hasta el objeto
retorcido, y me arrodillé para observarlo.
Me gustaron los colores que había utilizado el payaso para cubrir su
rostro; blancos, negros y rojos. Esos tres colores me definían. Negro por el
dolor. Rojo por la sangre que derramé. Y blanco por la paz que nunca
tendría por mi aspecto.
Cubrí mi rostro con la máscara y sonreí.
Aquel recuerdo me hizo estirar los labios delante de Diablo. Éste
descargó el cartucho de la FX-05 sin atravesarme con las balas.
—Cabrón—maldijo. —No tenía que haber jugado con el pastor a la
ruleta rusa.
No pude evitar reír.
Seguía vivo cuando me ofrecí a morir.
Alanna me había transmitido su fortaleza y valor. Parecía que ella no
tenía miedo a nada ni a nadie. Y, por eso, sus pasos nunca se detenían.
—¡Levántate, hijo de su pinche madre—! Pidió Diablo. —En el
fondo me caes bien. Eres un gringo con unas enormes bolas. Hay que tener
valor para desafiarme e hincar rodilla ante mí para morir.
—Solo he ve-venido a hacer mi tra-trabajo —insistí. —Vikram te es-
espera.
Diablo tiró el arma y sus hombres se acercaron para recogerla. Una
vez que quedé delante de él, éste pasó su brazo por encima de mis hombros
y empujó mi cabeza hasta golpear la suya.
—Deberíamos celebrarlo. En la otra esquina de la calle Brandi hay un
bar lleno de putas. Pago yo —sonrió. —Será mi forma de disculparme y
brindar con mis cuates.
No podía.
No quería.
—No… No, gra-gracias.
El mexicano se sorprendió ante la negación. Me soltó, y cruzó esos
enormes ojos negros con los míos.
—¿Eres puto?
—No. Te es-esperaré fuera. Cuando estéis li-listos, saldremos hacía la
propiedad de Vikram.
—¡Espera! —Diablo me detuvo, al darse cuenta que marchaba de la
iglesia.
Esperé a que dijera algo, pero lo único que recibí fue un golpe en el
ojo con el arma que intentó matarme. Todos los mexicanos empezaron a
reír, incluso él, que mostró su mejor sonrisa después de retirarse el cabello
que le caía sobre las cejas.
—¡Pendejo!
Capítulo 53
ALANNA

Detuvo sus pasos cuando quedó delante de mí. Había recogido su cabello
rubio antes de adentrarse en la habitación de Shana. Echó un vistazo rápido
a la mujer que había tendida, y volvió a clavar esos ojos azules en los míos.
Alzó los brazos para cruzarlos sobre su pecho. Soltó un suspiro y con un
movimiento de cabeza me dio a entender que todo estaba mal.
—Te arrepentirás —fueron sus palabras—. Realmente no puedes
creer que tú y ella sois amigas. Porque eso nunca pasará.
Solté una carcajada.
—No busco una amistad con la persona que me ha destrozado las
costillas —dije, y Bloody observó uno de los laterales de mi cuerpo. —
Tenía que ayudarla. Al igual que si esa persona hubieras sido tú. Y, sabes
perfectamente, que te detesto. Pero tengo mis propios principios. La
persona que vosotros llamáis Vikram, no puede torturar a gente mientras
que se refugia en un libro. Pero vosotros ya estáis acostumbrados. Os dejáis
morir, en vez de ayudaros.
Bloody se alejó y se dejó caer sobre la cama. El cuerpo de Shana
rebotó y gimió de dolor.
—¿Crees que Tartamudito es como nosotros? ¿Bestias humanas que
nos saltamos las únicas reglas que nos diferencia de los demás animales?
No le iba a permitir que hablara de una persona que no estaba delante
para defenderse.
—Olvídate de Ray.
—¿Por qué? —sonrió—. ¿Tú te has olvidado de él? —Su risa me
incomodó. Me ignoró un momento y empujó el rostro de Shana para
comprobar que ésta seguía inconsciente. —Tu querido novio ha salido. A
saber, cuánto tiempo estará fuera.
Sabía que iba directo a hablar con mi padre. Lo que desconocía era su
salida.
—¿Adónde?
—¿Preocupada? —esperó una respuesta por mi parte, y lo único que
hice fue negar con la cabeza. Confiaba en Ray. Estaría bien. —¿Te he
contado que Shana y yo estuvimos casados? —De repente sostuvo la mano
de la mujer y la apretó con la suya. —Hubo un tiempo en el que habría dado
mi vida por ella. Pero eso se acabó.
Se levantó de la cama y volvió a encararme.
—Necesito hablar con ella.
Volví a mirar a Shana.
Ésta seguía sin abrir los ojos.
Bloody insistió:
—A solas. Prometo que cuando termine, hablaré contigo. Tenemos
una conversación pendiente.
—No lo creo —di unos cuantos pasos hacia delante para alejarme de
él—. Si vuelve Ray entonces sí puedes dirigirme la palabra. Mientras tanto
—recordé su confesión —, deberías cuidar de tu mujer. Alguien tendrá que
cambiar las sábanas cuando se cague. Y, no pienso ser yo. Ese es mi castigo
por los golpes que recibí. Suerte.
Capítulo 54
BLOODY

Cerró la puerta sin dejarme soltar las últimas palabras.


—Pobre gatito —dijo, entre jadeos —que se ha quedado sin ratón.
Sabía que Shana estaba despierta. Sus temblorosos parpados la
delataron. Intentó incorporarse de la cama, pero no lo consiguió. Así que
me acerqué hasta ella y esperé a observar su rostro cargado de dolor. Seguía
sangrando. Y no sentí lástima por ella.
—Necesito que me hagas un favor —fui directo.
Ella se dio el lujo de reír.
—Estoy demasiado jodida como para chupártela, Bloody —volvió a
recostarse. —Vuelve en unas horas. Quizás esté dispuesta.
La ignoré.
—¿Dónde está el cuerpo de Evie? No estaba en el zulo.
—¿Evie? ¿Se llamaba Evie?
Asentí con la cabeza.
—Me lo dijo Ray —recordé el artículo del periódico. —Tenemos que
deshacernos del cadáver. Alanna no lo puede encontrar. ¿Me has entendido,
Shana?
—Quieres hacerte el héroe delante del Ratoncito —sonrió. —No te la
vas a follar. ¿Lo sabes?
—Shana —estaba acabando con mi paciencia —, estoy hablando en
serio.
—¡Y yo también! He visto como miras a la cría. Como intentas
convencerte de que Raymond es una mala persona para alejarlo del
Ratoncito que intentas cazar —consiguió echar el cuerpo hacia delante, y se
dio el placer de recorrer mis labios con su lengua. —Vikram no te lo
permitirá. Ni siquiera Raymond. El jefe tiene otros planes para ella.
—México —respondí, ya que estaba al tanto de todo.
Se apartó de mi rostro para negar con la cabeza.
—Compromiso. Quiere conseguir la confianza de Heriberto Arellano
entregándole al Ratoncito.
Abaddon me había dicho que Kipper y Tartamudito habían salido
para buscar al hijo menor de Heriberto. ¿El propósito? Lo desconocía.
—Pensaba que Alanna era la moneda de oro de Vikram —ya no
entendía nada. —¿Por qué entregársela a un falsificador?
Shana intentó posar una vez más su boca sobre la mía, pero no se lo
permití. Eché hacia atrás mi espalda, y ésta cayó sobre mis piernas. Gritó
una vez más de dolor. Balbuceó algo sobre la tela de mis vaqueros, y tuve
que alzarla para escucharla mejor.
—Quiere casarla con uno de sus hijos.
«Mierda.» —Pensé.
—¿Con cuál?
—Diablo —soltó, confirmándome que Vikram la convirtió en su
mano derecha en mi ausencia. —Rei ya está prometido. Los rumores
cruzaron la frontera; y no venían solos.
Me levanté de la cama. Vikram estaba jugando con Tartamudito y,
seguramente conmigo.
—Me han hablado de Diablo —Abaddon era nuestro informador—.
Dicen que se alimenta de corazones crudos.
—Es por su enfermedad —Shana intentó frotarse las manos, las
heridas le provocaban convulsiones. —Su padre cree que, si tiene a una
blanquita para entretenerlo, su malestar no le consumirá.
—¡Santa mierda! —Exclamé, levantándome de la cama.
—Olvídalo.
—¿Qué?
—¡Qué olvides la idea de salvar al Ratoncito! No es tu problema —se
recostó sobre la cama de nuevo. —Esta noche se reunirán los tres. Vikram,
Diablo y tu cría favorita.
Tenía que hablar con Alanna.
Salí de la habitación con los gritos de Shana siguiéndome hasta que la
puerta se volvió a cerrar.
Capítulo 55
ALANNA

Me sorprendió encontrarme a mi padre esperándome en la habitación. Se


levantó de la cama y se acercó hasta mí con los brazos abiertos.
—Perdóname, Caballito.
Alcé una ceja.
—Y, ¿qué tengo que perdonarte, papá? ¿La tortura o el poder que
crees que tienes por aferrarte a la biblia?
—Tú eres lo más importante para mí, cariño. Te dije que te cuidaría.
—También dijiste que Vikram era la solución.
—Y lo es —sonrió. —Estamos vivos por suplantar la identidad de
Vikram. No lo olvides.
Me encogí de hombros y le di la espalda para recoger una de las
sudaderas que me dejaron en el armario.
—Quiero presentarte a alguien —dijo, cerrando la puerta del mueble.
—Está esperándonos en mi despacho.
—¿Visita?
—Sí. Te gustará.
Estaba dispuesta a hacerle caso. Así que cuando me presentara a esa
persona, él no tenía otra opción que decirme dónde estaba Ray. Habían
pasado las horas y éste todavía no se había reunido conmigo.
Empecé a preocuparme. A pensar lo peor.
Bajamos las escaleras y pasamos por delante de una larga fila de
hombres trajeados que no pertenecían a la escolta de mi padre. Abrió la
puerta de su despacho y me dejó pasar a mí primera. En uno de los asientos,
un joven de cabello negro y de corte degradado medio, golpeaba algo sobre
la mesa. Al darse cuenta que habíamos interrumpido su juego, nos miró por
encima del hombro y nos saludó.
—Me agarraron tragando pinole.
El mexicano no se levantó de su asiento.
—Alanna —me susurró mi padre—, éste es Diablo Arellano. Kipper
y Raymond salieron para buscar a nuestro invitado.
Miré los oscuros ojos de Diablo.
Él dijo algo que no entendí, y le di la espalda.
—¿Dónde está Ray?
Alguien respondió por mi padre.
—¿Ray es el chavo del rostro quemado?
—Sí.
Diablo rio.
Se levantó, y con una amplia sonrisa me observó.
Lo que sostuvo entre sus dedos, y lo que golpeó sobre la mesa en la
ausencia de Vikram, lo dejó sobre mis manos.
Antes de descubrir lo que había en mi poder, Diablo dijo:
—No sufrió.
Tragué saliva.
Bajé la cabeza y me di cuenta que sostenía una oreja.
Me dieron arcadas.
—¿¡Dónde está Ray!? —le grité.
Ni siquiera mi padre pudo impedírmelo.
—Muerto, mami.
Diablo paseó sus dedos por mi mejilla para pintar un corazón con la
sangre que derramó la oreja que le cortó a Ray.
Capítulo 56

Todo era más fácil cuando era pequeña.


Recordé esos días en los que Evie y yo recorríamos el jardín de su
hogar y correteábamos hasta quedarnos exhaustas. Mis brazos solían
sostener un enorme peluche que me regaló mi padre. Evie deseaba tener al
señor Barbudo en su poder. Así que tiraba de mi cabello hasta que mis
brazos liberaban a nuestro muñeco favorito. Cuando lo conseguía, eran mis
dedos los que se quedaban pegados en sus rizos. Tiraba con tanta fuerza que
el llanto de ella era lo único que me detenía. Acabábamos con el rostro
lleno de arañazos. El señor Barbudo tenía el cariño de las dos, pero no
podía quedarse con Evie. Era mío, y ella lo entendió con los años.
Nunca nos odiamos. Incluso cuando nuestras uñas raspaban la piel de
la otra cada vez que nos enfadábamos.
Y así estaba a punto de comenzar mi trifulca con Diablo; golpeando a
una persona que me arrebató algo que no podía tener en mi poder. Entendí a
Evie y las ansias de convertirse en la propietaria de algo que no le
pertenecía.
Apreté con fuerza los puños, dispuesta a golpear al joven que confesó
que había sido capaz de matar a Ray. Pero nunca llegué a hacerle daño. Mi
padre me retuvo por el brazo y me obligó a que diera la espalda al
mexicano. Quedé cara a cara con él, y esos ojos oscuros volvieron a
quedarse fijos en los míos como cuando era pequeña; cada vez que hacía
algo malo, mi padre me retenía y con una simple mirada conseguía que
bajara la cabeza hasta que me disculpara con él.
—Raymond está fuera —dijo, por fin. Era lo único que quería
escuchar—. Está con Kipper, trasladando la mercancía que le robaron a
Arellano. Diablo es un bromista. Tiene sentido del humor.
Mi padre le mostró su mejor sonrisa.
Y sentí una presión en el brazo; quería que me disculpara con él, pero
no lo hice.
—Me iré a dormir —bostezó—. Ando algo cansado. Pero antes me
gustaría despedirme de Alanna.
—Por supuesto —respondió mi padre, acomodando ambas manos
sobre mis hombros y zarandeando mi cuerpo para que me acercara a
Diablo. Al darse cuenta que éste apuntó la puerta con la cabeza, se alejó de
nosotros. —Estaré fuera.
Entrecerré los ojos.
No entendí por qué mi padre nos dio privacidad.
Diablo llevó sus dedos hasta mi mejilla, y antes de que lo impidiera,
comenzó con su discurso de buenas noches.
—Sé quién eres, mami. Y, deberías comenzar a saber quién soy yo —
no me hizo daño con sus dedos, pero sí me repugnó que acomodara su
lengua sobre mi piel para lamer la sangre que él dejó en mi mejilla. Se
relamió los labios y ladeó la cabeza para observar mi desconcierto—. No
vuelvas a alzarme la voz. He quemado a gente por cosas menos
significativas. Dulces sueños, zorimba.
Salió del despacho y dejó que el hombre que había fuera, volviera a
colarse en el interior. Antes de que mi padre me advirtiera, aparté esa mano
que intentó retenerme de nuevo, y salí fuera para buscar a Ray.
Junto a la pequeña caseta que ocultaba la pequeña trampilla que te
llevaba al sótano, había un Jeep negro con las puertas abiertas.
Respiré tranquila cuando vi a Ray salir del vehículo. No me importó
lo que sostenía entre sus brazos, al quedar delante de él, golpeé con fuerza
los sacos blancos consiguiendo que éste los tirara al suelo. Lo abracé con
fuerza y respiré contra su cuello.
—Estás vivo —susurré.
Ray rio.
—Lo e-estoy —acomodó su frente sobre la mía, y de repente bajó la
cabeza —. O al me-menos de momento.
Culpa mía.
Los paquetes que transportaban contenían cocaína. Uno de esos
paquetes se reventó contra el suelo.
—Lo siento —me disculpé.
Ray se arrodilló.
—Lo re-recogeré.
Bajé mi cuerpo.
Seguía teniendo ambas orejas, pero su rostro estaba golpeado.
—¿Diablo? —Pregunté, acariciando su perfil.
Asintió con la cabeza.
—Me ofrecí vo-voluntario a que me volara la ca-cabeza con una FX-
05. Se quedó sin ba-balas. Así que me go-golpeó —aún así, mostró una
sonrisa. —Ya actúo co-como tú —volvió a reír. —Solo que yo tu-tuve más
miedo.
—No vuelvas a desaparecer —le advertí—. O te mataré.
Antes de besarnos dijo:
—Te creo.
Lo último que esperaba en ese día tan largo era cruzarme una vez más con
Bloody. Al parecer lo habían echado de su habitación, y rechazaba
compartir cama con Ray. Abaddon seguía empujando las pertenencias de
Bloody, mientras que el otro se negaba.
—¡No pienso dormir con el Tartamudo! —Alzó la voz—. Ni siquiera
el chicano está en mi habitación. Se ha largado.
—Son órdenes de Vikram.
—Estoy hasta los…—se calló, al verme parada en las escaleras—.
Buenas noches.
Abaddon aprovechó para colar las cuatro bolsas de tela que
pertenecían a Bloody.
—¿Qué sucede? —le pregunté.
—Me han quitado la suite —parecía un crío pequeño; con los labios
apretados mientras que pataleaba por la habitación que le arrebataron. —No
voy a dormir con tu novio.
Le di una solución.
—Ve a mi habitación —le ofrecí—. Yo puedo quedarme con Ray.
Bloody soltó una carcajada.
—He cambiado de idea. Al final sí dormiré con tu novio.
Puse los ojos en blanco.
—Haz lo que quieras.
Pasé por delante de él, y se cruzó en mi camino.
—¿Beso de buenas noches?
Era lo único que me iba a dejar dormir.
Asentí con la cabeza y le dije:
—Pero en mi habitación.
Soltó un silbido, y lo miré antes de que volviera a decir otra
estupidez.
Pero siempre olvidaba que estaba tratando con Bloody.
—Empezamos a tener la misma trama de una película que vi hace
poco…
Lo corté, antes de girar el pomo de la puerta.
—¿Quieres que me arrepienta?
Negó con la cabeza inmediatamente.
Dejé que entrara él primero, y cerré con cuidado la puerta. Me quedé
descalza y caminé hasta la terraza donde me esperaba Bloody. Quedamos
con los brazos cruzados sobre la barandilla mientras que nos pasábamos la
L.
Con el silencio y la poca luz que iluminaba el jardín, me di cuenta que
delante del árbol, había un hombre.
—Es el chicano —soltó—. Y yo pensaba que Tartamudito era raro.
—¿Qué hace?
—Solo mira el árbol. Ya está.
Tragué saliva.
—Me da miedo —confesé. —No me gusta cómo actúa. Empiezo a
pensar que tiene una obsesión con la sangre.
Bloody gruñó.
—Por encima de mi cadáver.
Reí.
—No estáis jugando a ver quién la tiene más grande —antes de que
dijera que él, seguí. —Cuando me lo ha presentado Vikram, estaba
sosteniendo una oreja y parecía excitado. Sus pupilas lo delataban. Después
ha lamido la sangre sin pudor. No era algo nuevo para él.
—Dicen que ha perdido la cabeza —me dio lo que quedó de porro. —
Aléjate todo lo que puedas de él.
—Estaré bien.
—Lo sé —me guiñó un ojo. —Por si acaso.
Salió de la habitación y yo no tardé en irme a dormir.
Me levanté a las ocho de la mañana. Al salir de la ducha, me asomé por la
terraza para comprobar si seguía la silueta de Diablo delante del árbol
donde fue torturada Shana.
Y así fue.
Él seguía ahí.
Con las manos en los bolsillos de su pantalón de traje mientras que
miraba la sangre que se secó en la corteza.
«Alguna costumbre.» —Pensé.
Tardé una hora en arreglar el caos que tenía en la habitación. Antes de
bajar las escaleras eché un vistazo rápido a la habitación de Ray y Bloody.
Ray no estaba y Bloody estaba desnudo sobre la cama mientras que
roncaba.
«Pobre Ray.»
Me dirigí hasta la cocina para prepararme un sándwich de crema de
cacahuete y mermelada de fresa. Los hombres de Vikram y los de Diablo
estaban fuera sacando la mercancía que les quedó pendiente a Kipper y a
Ray.
Pero en el interior de la cocina había dos personas.
Una que guardaba silencio.
Y otra que no dejaba de murmurar cosas.
Me quedé en el umbral de la puerta para observar y escuchar la
conversación que estaban teniendo.
Ray se encontraba preparando café, mientras que Diablo estaba detrás
de él, paseando su mano por el cabello de la persona que optó guardar
silencio.
—Es curioso —bajó su mano, para acomodarla sobre la mejilla que él
mismo golpeó —pero tienes un lindo perfil.
Ray estaba tenso.
—Tú estás bien chulo.
Diablo no dejó de toquetearlo, hasta que decidí intervenir.
—¡Ray! —Alcé la voz. —Vikram te espera. Están todos en el jardín.
Asintió con la cabeza, y apagó la cafetera. Antes de salir de la cocina,
lo detuve para pegar mis labios sobre los suyos. Lo besé hasta que sentí que
la ira de Diablo crecía.
Me separé de Ray y di un último beso a su mejilla.
Era mi forma de marcarlo; era mío, como mi viejo peluche el señor
Barbudo.
—Espero que hayas descansado —pasé por delante de él. No dijo
nada. Ni siquiera había dormido. —¿Va todo bien?
Insistí.
No me gustaba su silencio.
Bajé el tarro de mantequilla de cacahuete y lo golpeé contra la
encimera; Por suerte era de plástico.
—Muy bien, mami.
Se disponía a salir, pero se lo impedí.
—Déjame decirte una cosa, Diablo —dije, dándole la espalda—.
Vikram te habrá dado privilegios, pero yo no. Ray, aquí, es como mi novio.
Y no pienso dejar que toquetees a mi novio. ¿Lo entiendes?
Por supuesto que lo había entendido.
En un cerrar de ojos, mi cuerpo impactó contra el muro más cercano
de la cocina. Al tener su mano alrededor de mi cuello, dobló mi cuerpo de
una forma que los golpes de Shana se manifestaron.
Diablo ardía de ira.
—¿Has insinuado que soy puto?
No lo entendí.
—He insinuado que no vuelvas a acercarte a mi novio —recalqué,
una vez más. —Me da igual tu orientación sexual. Pero olvídate de él.
Me alejó de la pared y volvió a golpearme en la espalda.
—¿Crees que por ser la hija de Vikram tengo que respetarte? ¡Puta
madre!
Agrandé los ojos.
Diablo era el único que sabía que era la hija de Vikram.
—¡Abre la boca! —gritó. —Hazlo, mami.
Fue el arma dorada que me presionó a que lo hiciera. Diablo no dudo
en meterme el cañón de la pistola dentro de la boca mientras que
amenazaba en dispararme.
—Joto —repitió, una y otra vez mientras reía. —¡Joto!
No podía respirar, tenía que coger aire por la nariz.
—¡No! —Volvió a sobresaltarme—. Tengo que matarla. Sí —estaba
hablando solo—, no puedo permitir ciertas cosas. Papá lo entendería.
Siguió empujando el cañón en el interior de mi boca.
Podía ver como su dedo jugueteaba con el gatillo.
Y fue una persona que lo detuvo.
—Baja el arma —le pidió, acomodando en su cabeza otra pistola. —
Hazlo antes de que sea demasiado tarde.
—No tengo miedo.
—Ni yo —respondió Bloody. —He matado a varios marrones en la
cárcel. Estoy dispuesto a añadir otro en mi lista.
Bloody bajó a la cocina desnudo.
Seguramente los gritos le alertaron que algo sucedía.
—No bajaré el arma, wey.
—Está bien —rio. —Esta noche cenaremos tacos con carne picada de
chicano. ¿Lo escuchas? Son mis tripas que se acaban de despertar y ya
tienen hambre.
Diablo rio.
—Tú debes de ser Bloody.
—El mismo.
Lo miró de reojo.
—Como Dios te trajo al mundo.
Bloody asintió con la cabeza.
—No te lo volveré a decir, Diablo. Saca la puta arma de la boca de la
chica. O —volvió a repetirle las consecuencias —, te vuelo la cabeza.
Vi la señal que me mandó.
Si no apartaba rápidamente el arma de mi boca, realmente Diablo
dispararía.
No lo conseguiría.
¡No lo conseguiría!
«¡Joder!»
Capítulo 57

Bloody mantuvo firmes los brazos, mientras que Diablo seguía


presionándome. El ladeo de cabeza de Bloody fue la señal para que mi
rodilla impactara contra su entrepierna y mis manos apartaran sus brazos;
sus extremidades apuntaron al techo. Y, de repente, se escucharon seis
disparos.
Seis balas perforaron el techo de la cocina; uno detrás de otro. Bloody
desarmó a Diablo mientras que éste último no dejaba de reír. Su intención
era matarme, y estuvo a punto de conseguirlo.
Los hombres que le escoltaban entraron en la cocina, y después del
rápido vistazo que le echaron al hombre que estaba desnudo, se aseguraron
que Diablo Arellano estaba bien. El mexicano revolvió su cabello y le
plantó cara a Bloody.
—Qué lástima que ella no está interesada en ti. ¿Realmente valió la
pena salvarle la vida?
—Estoy a tiempo de meterte el arma por el culo —fue su respuesta, y
lo peor que podía hacer con Diablo. Sus hombres, inmediatamente sacaron
las armas de sus fundas. Pero por suerte, su jefecillo dio la orden de que no
hicieran nada contra él.
Salió de la cocina, dejando a dos de sus hombres para comprobar que
no le seguíamos. Yo intenté salir, pero Bloody me lo impidió.
Aparté su mano y subí la cabeza.
—¿¡Cómo cojones puedes estar empalmado!?
Bloody dejó las dos armas sobre la encimera; la dorada de Diablo, y
la primera que encontró él cuando bajó las escaleras ante los gritos del
mexicano.
No respondió a mi pregunta. Al menos no inmediatamente.
—¿¡Tú no puedes dejar de ser una chica suicida!? —Discutíamos
delante de los desconocidos que se quedaron para observarnos. —¡Joder!
Diablo no es como yo. Ése sí dispararía. Nada de señales. ¡Ha descargado el
maldito cargador! ¿Por qué habéis discutido?
Tragué saliva.
Y le oculté la verdad.
—Hablábamos de burritos.
—¿Burritos? —Respondí a su pregunta con un movimiento de
cabeza. Antes de que diera unos pasos hacia mí, le tendí un trapo de cocina
para que se tapara. Lo cogió a regañadientes y siguió hablando. —¿Crees
que soy imbécil?
—Es verdad.
Insistió un poco más.
—¡Bién! ¿Cuál era el problema? ¿el queso o los frijoles?
Me quedaba sin respuestas.
—¡Soy celíaca! ¡Nada de gluten! —Recordé lo enfermo que se ponía
Harry cada vez que consumía algo con trigo. —Y, se ha vuelto loco. Eso es
lo que ha pasado.
Los hombres de Diablo rieron, y salieron de la cocina dándose cuenta
que nuestra discusión duraría más de lo que tenían previsto.
Bloody acercó su rostro hasta el mío, y con su aliento rozando mi
nariz siguió gritándome.
—¡Y una mierda, Alanna! —iba pasándose el trapo de tela de una
mano a otra. —¿Tartamudito? ¿Es por Tartamudito?
Al parecer podía leerme la mente.
Bloody empezaba a recuperar las neuronas que perdía cuando se
peleaba con alguien a golpes.
—¡Deja de defenderlo! Él tiene manos. ¡Sabe manejar una maldita
arma, joder! —Estaba tan furioso, que acabé bajando la cabeza intimidada
—. ¿Quieres morir por él? ¿Romeo y Julieta te caló tan fuerte?
—Cállate.
—No quiero, Alanna —dijo, alejándose de mí. —Siempre que estás
metida en un lío, estoy yo presente. Pero nunca encuentro a Ray. ¿Dónde
está? ¿¡Dónde!? Aquí no, cielo —terminó de mirar a nuestro alrededor—.
Espero que la próxima vez que intentes salvar su trasero, él haga lo mismo
con el tuyo.
Recogió una manzana del frutero que había centrado en la mesa, y se
dirigió hasta la puerta. Pero antes, respondió a la pregunta que le formulé.
—La acción me la pone muy dura. A diferencia de tu querido novio
—sonrió—, que tendría la polla entre las piernas. Esa es la diferencia entre
Tartamudito y yo. Has elegido al chico equivocado.
—Gilipollas —susurré.

Me escondí en la habitación de Shana. Dejé el par de sándwiches que había


preparado después de desayunar, y me acomodé en uno de los sillones que
había cerca del ventanal. Como ella seguía durmiendo, me saqué del
bolsillo el porro que no me terminé la noche anterior. Lo encendí y le di
unas cuantas caladas. Al cerrar los ojos, la voz de Shana me sobresaltó.
—Creí que la única persona que era capaz de fumar esa mierda era
Bloody —giró sobre la cama con cuidado para mirarme—. Pero veo que me
he equivocado.
Apagué el canuto contra la suela del zapato, y agité la mano en alto
para dispersar el humo.
—Lo siento —me disculpé; había gente que no toleraba el olor a
marihuana—. Te he traído algo para comer.
Me levanté del asiento y me acerqué hasta la cama. Shana no era
capaz de mantener algo entre sus manos, así que yo misma me encargué de
sostenerle la comida mientras que ella empujaba su cabeza para meterle un
mordisco al pan blanco.
Se relamió los labios.
—Raymond llegó temprano —dijo—. Me ayudó a ir al baño.
—Es un buen chico.
—Más bien se siente culpable.
Miré a Shana.
—¿Culpable? —Pregunté.
Pero no me dio una respuesta.
—Tengo que darte las gracias, Alanna —Shana no me miró a los ojos.
Bajó su cabeza y acomodó las manos heridas sobre sus muslos. Se sentía
incomoda. Era tan orgullosa como yo. Por eso le dije que callara. No tenía
que agradecerme nada. —Lo digo en serio —siguió—, estoy viva gracias a
ti.
Me encogí de hombros.
—Ambas hemos recibido un par de golpes extras —le quité
importancia al asunto; aunque era difícil. —Fin del tema.
Ella sonrió.
Y se me hizo extraño.
—Raymond ha comentado algo de Diablo. ¿El hijo de Heriberto
acaba de llegar?
—Llegó anoche —le informé—. Vikram quiere que sea amiga suya.
No se me da muy bien hacer amigos nuevos —reí—. Diablo ya me odia y
no han pasado ni 24 horas.
A Shana le pareció gracioso.
—Vikram quiere casarte con él.
Entonces fui yo quién rio.
—Y una mierda —la miré, fijamente—. Lo mismo que te lo digo a ti,
se lo diré a él.
—Por eso él se ha fijado en ti.
No entendí a que se refería.
—¿Qué?
Sacudió la cabeza.
—No tienes miedo a nada. Me gusta.
—Estás equivocada. Me dan miedo las mariposas —llevé el dedo
índice sobre mis labios—. Pero no se lo digas a nadie.
Shana y yo reímos.
—Sé, que después de lo que pasó entre nosotras, no deberías escuchar
mis consejos —prosiguió —. Pero no olvides que eres una mujer. Y, las
mujeres, somos poderosas. Vikram no suele relatar la historia de Adán y
Eva. ¿Por qué? Porque como hombre se siente humillado.
—¿Qué quieres decirme?
Sentí curiosidad.
—Adán pecó porque Eva le ofreció la manzana —sonrió—. Un coño
acabó con el Edén. Así que, si eres lista, tú también podrías manipular a
otros.
No era fácil.
Y menos con Diablo.
Mi vagina no sería su tentación.
Eso me lo demostró.
—Diablo es diferente.
Shana posó su mano vendada sobre mi rodilla.
—Todos quieren algo. Todos —repitió—. Intenta conocerle. Crea un
vínculo con él. Y, cuando creas conocerlo, ataca —su carcajada me puso los
pelos de punta. —Abre el cajón —así hice. En el interior, había un arma—.
Una Ruger LCP. Pequeña pero matona. Es para ti.
Agrandé los ojos.
—¿Por qué? —Ni siquiera fui capaz de sostener el arma que me
ofrecía—. ¿Por qué me ayudas?
—Porque llegará un día y tendrás que devolverme el favor —insistió
para que cogiera la pistola—. Pero tienes que prometerme algo. Si huyes…
mata a todo el que se interponga en tu camino. Incluyendo a Bloody. ¿Lo
harás? ¿¡Lo harás!?
No me quedó de otra que prometérselo.
—Lo haré.
Me guiñó un ojo, y antes de quedarse sola me dijo:
—Los chicos llevan años sin entrar en la caseta insonorizada que hay
detrás de la propiedad. Parece que el candado es un obstáculo, pero no lo es.
Puedes quitarlo sin ningún problema —Shana se dejó caer sobre la cama
para volver a descansar—. Práctica tu tiro allí. No te asustes por la sangre.
Tiene años.
Capítulo 58
BLOODY

Paré a uno de los hombres de Diablo antes de subir las escaleras. Tenía las
manos ocupadas, pero conseguí retenerlo con un grito.
—¿Qué quiere?
—¿Qué le pasa a tu jefe?
El hombre gruñó.
—No es asunto suyo, gringo.
Tenía dos opciones: mantener mis manos libres para golpearlo o
seguir siendo amable con él.
—Te lo volveré a repetir porque no quiero manchar la alfombra con
tu sangre —me sorprendí a mí mismo siendo tan educado.
Por fin conseguí una respuesta por su parte:
—Esquizofrenia.
—¿Está loco?
—¡Cállese! No diga nada—se sintió ofendido o asustado por si
Diablo estaba cerca; seguramente por Diablo. —Mire, si me hace esa
valedura, prometo alejarlo de la muchacha.
—Está bien —sonreí.
Le di mi palabra que no diría nada y seguí con mi camino. Cuando
llegué arriba, ya había devorado la mitad de la manzana. Al colarme en el
interior de la habitación, tiré el trapo de tela sin importarme que
Tartamudito estuviera presente.
—¿Pue-puedes hacerme un fa-favor?
—No —respondí.
Insistió.
—¿Po-podrías vestirte?
—No.
Me tiré sobre la cama.
—¿Al me-menos cubrirte con ro-ropa interior?
—No.
—¿Con la sa-sábana?
—No —le tiré el corazón de la manzana a la cabeza.
Tartamudito se quejó con sus palabras entrecortadas.
—¿Po-podrías no pe-pegarte a mí por la no-noche?
—No —sonreí.
—¿¡Por qué!?
—Porque quiero —estiré los brazos y las piernas para ocupar toda la
cama—. Echo de menos el calor humano.
—A mí me in-incómoda, Bloody.
—¿Tener a un hombre desnudo?
Se acercó con el ceño fruncido.
—Te-tenerte a ti su-susurrándome cosas mi-mientras que intento do-
dormir.
Solté una carcajada.
—Te estaba contando un cuento. ¿No te gustó?
Éste ya no sabía que hacer conmigo.
Pronto, dormiría en el pasillo.
—El cuento e-era cómo a-acabar con mi vi-vida.
—Y te puse deberes —hundí el codo sobre la almohada y acomodé
mi mejilla sobre la palma de la mano. Lo miré fijamente. —¿Los has
hecho?
—¡Basta! —Cuando se enfadaba era capaz de dejar de tartamudear—.
¿Haces e-esto por Alanna?
—¿Alanna? —Reí. —Si quisiera contarle un cuento a ella, ya lo
habría hecho.
Se acercó hasta la cama; pero guardando las distancias.
—Me gu-gusta Alanna —confesó—. Es la primera chi-chica que no
se a-aleja de mi lado.
Bajé la cabeza y de alguna forma tenía que abrirle los ojos al imbécil
que se había enamorado.
—Somos sus secuestradores —dije, levantándome de la cama—. ¡Sus
putos secuestradores! —Golpeé su pecho con mi dedo—. Tú y yo somos los
malos de la película. Ella la víctima. ¿Crees que se va a quedar contigo?
¿Tan idiota eres?
Tragó saliva. Su nuez bajó y subió en repetidas ocasiones.
Guardó silencio.
—A mí también me gusta, porque es inteligente —aferré mis manos
en su cabeza para acercarlo a mí—. Su cabeza trabaja más rápido que las
nuestras. Va dos pasos por delante de todos nosotros —volví a estirar los
labios—. Creemos tenerlo todo bajo control, pero no es así. Ella sigue
buscando una manera para huir. Y, entonces, la perderemos para siempre.
—E-e-ella…—se quedó trabado.
Lo ayudé.
—Si Alanna realmente siente algo por ti, te esperará. O quién sabe,
quizás te lleve junto a ella.
Tartamudito alejó mis manos de su cabeza.
—No llores, hombre —le di un ligero golpe en el hombro—. Lo
superarás.
Éste me lanzó una mirada cargada de odio.
—¿Y tú? ¿Lo su-superarás?
Me dejé caer sobre la cama y respondí:
—Cierra la puerta cuando salgas —bajé mi mano—. Voy a sacudirme
un rato la polla.
Tartamudito se quedó inmóvil.
—¿Qué? ¿Quieres mirar?
Dio media vuelta y cerró la puerta.
Solté una carcajada.
«Imbécil.» —Pensé.

Me asomé a la terraza para ver cómo trabajaban los mexicanos trasladando


la cocaína que les había robado un pastor. Era divertido ver esa cantidad de
hombres moverse bajo el sol mientras que vestían trajes negros porque su
jefe se lo ordenaba.
Diablo, mientras tanto, se mantenía alejado mientras que charlaba con
Vikram.
Y de repente, lo que no esperaba ver, fue a Alanna colarse en la caseta
que había abandonada sin que nadie se diera cuenta. Salí de la terraza
corriendo y me vestí con los primeros vaqueros que saqué de una de mis
bolsas de deporte. Cubrí mi pecho con una camiseta de tirantes blanca y salí
de la vivienda sin llamar la atención.
Abrí la puerta con cuidado para no sobresaltarla y observé lo que
estaba haciendo. Había conseguido un arma. Tenía que reconocer que
siempre se salía con la suya.
Alzó los brazos y apuntó a la vieja diana que había colgado cuando
jugábamos con los traidores.
—¡Levanta los brazos! —Gritó, amenazando a su víctima imaginaria.
—Pienso disparar si no te apartas de mi camino. ¿No me crees? ¡Lo haré!
Fue adorable escuchar como imitaba el sonido de las balas.
Reí.
Ella me descubrió, y terminó apuntándome con el arma.
—Joder —exclamó.
Intentó esconderse la pistola, pero era demasiado tarde. La vi. Sabía
que terminaría quitándosela. Así que Alanna intentó mentirme. Como de
costumbre.
—Es prestada. La devolveré.
Revolví su cabello.
—Adorable —la miré.
Apartó mi mano y echó unos pasos hacia atrás.
—Ya te disparé una vez. Puedo volver a hacerlo.
—Hazlo —la reté.
Se mordisqueó el labio y se rindió.
Caminó hasta mí y me tendió el arma de Shana.
—Aquí tienes —estaba furiosa—. Puedes decírselo a Vikram si
quieres.
Estaba a punto de salir, pero se lo impedí.
—¿Ya está? ¿Te rindes?
—¡Claro que me rindo! —Estaba frustrada—. De todas formas, me la
ibas a quitar.
—Yo no he dicho eso —seguí acercándome—. Pero tienes que ser
más cuidadosa. Escóndela bien.
Le tendí lo que tanto ansiaba tener.
—¿No se lo dirás a Vikram?
Negué con la cabeza.
—Si matas a alguien, ya se enterará.
Alanna atrapó el arma con torpeza y apuntó una vez más a la diana.
Estaba dispuesta a disparar, pero como había pasado en otras ocasiones, el
pulso le temblaba.
—Piensa que es mi cabeza —le dije.
—Eso ya no funciona.
Iba a bajar los brazos, pero se lo impedí. Quedé detrás de ella y
acomodé mis manos sobre las suyas. Al principio se sintió incomoda que mi
pecho quedara detrás de su espalda, pero después mis palabras le dieron
confianza.
Guié sus movimientos para enseñarle.
—Si quieres amenazar a alguien —bajé nuestros brazos —, dispárale
a la pierna. Si queremos asustarlo y que cante —subimos un poco más—, le
volamos la entrepierna. Pero, si lo queremos muerto —me aseguré que no
tuviera el seguro puesto y disparamos —, le atravesamos la cabeza con una
bala.
Sonreí por destrozar el pequeño punto rojo que había en medio.
Alanna, en vez de prestar atención, se me quedó mirando. Y ni
siquiera me había dado cuenta.
—¿Has escuchado lo que he dicho?
Ella asintió con la cabeza.
—Estabas tan ilusionado, que me han parecido graciosos tus gestos
—rio—. Te mordisqueas el labio y arrugas la nariz cuando aprietas el
gatillo.
Seguíamos tan cerca el uno del otro, que bajé la cabeza para romper
un poco la distancia que había entre nosotros dos.
—¿Gracias?
—Pero sigo pensando que eres un capullo.
Apreté sus manos.
—Un capullo adorable.
—Un capullo idiota —corrigió.
Me hizo gracia.
—Creí que ya éramos amigos —me fui acercando, cada vez un poco
más—. Yo perdoné que me masturbaras, y tú tenías que perdonarme todas
las barbaridades que te dije.
—No parece justo —y en el fondo tenía razón; yo disfruté. —Pero
tengo que admitir que entregarte a Vikram para salvar a Ray estuvo muy
bien.
—Y, ¿de qué sirvió?
Alanna sonrió.
—Para demostrar que eres un buen capullo.
No sé por qué la charla que tuve con Tartamudito me empujó a
besarla.
Capítulo 59

La mirada llena de ira que solía clavarme desapareció; Alanna cerró sus
ojos. Fue su cuerpo el que me demostró que todo iba bien entre nosotros
dos cuando giró sobre sus zapatos y empujó su pecho para acomodarse
sobre el mío. Alzó los brazos para acomodar sus manos en mi rostro. Así
que seguí besándola con todas mis ganas. Dejé que el arma cayera sobre el
suelo para entretenerme con cualquier parte de su cuerpo. Las manos se
posaron sobre su trasero, y ella terminó dando un saltito que terminó por
pegarnos un poco más. Mi cuello fue rodeado por sus brazos, mientras que
sentía como los dedos de Alanna jugueteaban con los mechones de mi
cabello.
Estaba dispuesto a llegar al final; como siempre. Pero al parecer
elegimos el momento y el lugar equivocado. Fue una voz que nos alertó que
lo que estábamos haciendo estaba mal. Muy mal. No fue una advertencia.
Aunque de todas formas nos apartamos para mirar a Dorel que acababa de
llegar a la caseta abandonada.
Al parecer a mí sí me habían visto.
—¿Qué hacéis? —Preguntó curioso, al vernos juntos.
No miré en ningún momento a Alanna. No tenía una respuesta. Y, mi
forma de actuar, era muy diferente a los demás. Si me sentía presionado o
intimidado golpeaba cualquier cosa que se moviera a mi alrededor. En
cambio, Tartamudito por ejemplo, estaba dotado por un buen cerebro que
nos ayudó en más de una ocasión para escapar de los problemas que se
interponían últimamente en nuestro camino.
«Pero Dorel es como un amigo.» —Pensé, antes de lanzarme sobre él
y cambiar su rostro con mis puños.
Fue la voz de ella que rompió el silencio.
—¡Idiota! —Gritó. —¡Idiota! —Seguía insistiendo—. Estoy cansada.
Solo quería salir un rato de la habitación. ¿Por qué tienes que seguirme a
todas horas?
Alanna paseó su mano sobre sus labios para deshacerse de la
humedad brillante que dejó nuestro beso. Hice lo mismo cuando Dorel se
quedó mirando a la joven en apuros. Me encogí de hombros y oculté el
arma que tiramos con la suela de mi zapato.
—Vikram deja que se mueva por los alrededores de la propiedad —
me recordó—. Respeta la poca intimidad que tiene.
Dorel no era de esos tipos duros que cubría la espalda de Vikram.
Pero su voz, apagada y lenta, conseguía que acatara las pocas ordenes que
él podía darme. Dio unos cuantos pasos hacia nosotros y acomodó una de
sus manos sobre el hombro de Alanna. Con una sonrisa, que dejó al
desnudo todos esos dientes picados que le provocó la heroína cuando era un
crío, le dijo:
—Ve fuera. Juega un rato —quería ser amable con ella. Dorel tenía
una hija de la edad de Alanna, solo que él nunca la vio crecer.
—¿Jugar? —Preguntó ella.
Dorel se puso nervioso.
—O lo que hagáis las niñas de tu edad.
Alanna se cruzó de brazos y descargó la ira que sentía hacia Vikram
hasta Dorel.
—Escaparnos —le dio una respuesta—. Pero como yo lo tengo
prohibido, me iré a la habitación.
Salió de la caseta furiosa; o al menos lo que le intentaba demostrar a
Dorel.
Éste me miró. Se sentía decepcionado consigo mismo. Una mierda
que no sabía dirigirse a una adolescente. La culpabilidad, por abandonar a
su pareja cuando ella se quedó embarazada, lo torturaba día tras días. Pero
Dorel no tuvo opción; acabó en la cárcel por trasladar un camión lleno de
fentanilo mezclado con heroína y, lo detuvieron a cien kilómetros de la
frontera entre Estados Unidos y México.
—Vikram me ha mandado —dijo, por fin.
—¿Qué quiere el jefe? Antes lo he visto con Diablo.
—Dice que quiere dejarte nuevas instrucciones.
—¿Instrucciones? —Repetí, como si lo que hubiera escuchado estaba
incorrecto. Pero no. Lo dijo bien; perfecto y claro.
—Estarás al mando cuando él salga del país. Tendrás que hacer el
trabajo bien. Nada de cometer errores. Así que sí —insistió—, nuevas
instrucciones.
No me quedó de otra que seguir los pasos de Dorel. Pasamos de largo
a los mexicanos que seguían trabajando con el contrabando de Diablo, y nos
colamos en el interior de la propiedad para detenernos en el despacho de
Vikram. Dorel se quedó fuera; no podía reunirse con nosotros porque era
una conversación privada.
Vikram sostenía un marco de fotografía que guardó inmediatamente
cuando quedé cara a cara con él. Cerró el cajón con llave y guardó la pieza
dorada en uno de sus bolsillos de la americana con la que vestía a menudo.
—¿Un puro? —Me ofreció.
—No. Pero gracias.
Ocupé el asiento que estaba delante del suyo, y esperé a que éste
dijera algo. Pero tardó unos cinco minutos en vocalizar cualquier palabra.
Se entretuvo con la caja de puros que le mandó Heriberto por acoger a su
hijo bajo su techo.
—Una delicia —exclamó—. Es una buena señal. Diablo está aquí.
Sigue con vida. Eso es bueno. Muy bueno, Bloody.
No entendí nada.
—¿Por qué es bueno?
—Porque ahora nosotros mandaremos a uno de los nuestros. Si
Heriberto lo mantiene con vida, uniremos fuerzas. Por eso quería hablar
contigo, hijo —mostró una perfecta sonrisa por las coronas de porcelana—.
¿A quién debería enviar?
No tenía una respuesta para él.
Era su trabajo, y nosotros los gilipollas que seguíamos sus pasos.
»—¿Brasen? —se formuló él mismo la pregunta—. No, lo necesito a
mi lado. Quizás debería mandar a Raymond —me sorprendió escuchar el
nombre de Tartamudito—, es un chico que ha acatado todas mis órdenes.
«No le salves el culo.» —Mi pensamiento no sirvió de nada.
—Si matan a Raymond no tendrás a otro imbécil que guarde silencio
como él. Es más útil aquí.
«¡Mierda! Lo acabo de hacer.»
—¿Tú crees?
Vikram seguía confiando en mí.
—Sí —sonreí—. Además, si viaja con Diablo, dudo que llegue vivo.
El jefe soltó una fuerte carcajada.
—Ese chico está más loco que su padre —se llevó las manos al
abdomen—. Mató al pastor que le robó. Después lo descuartizó y se llevó la
oreja junto a él porque decía que una voz se lo pidió. ¡Cucú! —presionó el
dedo en la cabeza mientras que lo rotaba de un lado a otro—. Pero me
gusta. Al igual que tú.
—Mándame a mí —firmé mi sentencia de muerte. —Soy el único que
te dejará bien delante de Heriberto.
—¿Has pensado en la opción de morir?
—Sí. Y, por eso, mi última petición antes de morir será follarme a un
par de mexicanas.
Vikram siguió riendo. Cuando estuve a punto de morir en manos de
él, mi última voluntad era escuchar una canción. Pero con Heriberto, las
cosas cambiarían; básicamente porque éste nunca escucharía mi voz.
—No puedo perderte.
—Pero tampoco a Raymond —le recordé.
—Me lo pensaré —concluyó—. ¡Por cierto! —me detuvo, antes de
que saliera del despacho—. Nuestros nuevos amigos han insistido en que
nos reunamos todos esta noche; quieren beber y follar. ¿Podrías conseguir
unas cuantas mujeres dispuestas a complacer a los mexicanos?
Había un burdel a media hora de Carson.
—Sí. Iré con Abaddon —porque Tartamudito no estaba entre mis
opciones para ir a un burdel—. ¿Qué busco para Diablo?
Vikram negó con la cabeza.
—Nada. Quiero que todas las chicas que lleguen, marchen con vida
—Vikram se movió por el despacho—. No quiero que descuartice a
ninguna puta en mi casa. Puede entretenerse con alcohol.
Volvió a abrir el cajón que custodiaba bajo llave, y sacó el marco que
nos ocultaba a todos. Se sentó y volvió a sonreír; era una sonrisa de
felicidad.
—¿Te acuerdas de Gael?
Pensaba que nuestra conversación había terminado, pero Vikram
siempre conseguía tirar de un nuevo hilo y alargarlo por horas.
—¿El padre de Alanna?
Él rio.
—¿Solo recuerdas ese dato?
—No. Sé que te criaste con él.
—Sí. Gael y yo éramos inseparables. Dos críos que abandonaron en
un orfanato de Sibiu —acarició la fotografía—. Cuando nos separaron
nuestras familias adoptivas, nos destruyeron. Nos convertimos en dos tipos
muy diferentes. Gael se convirtió en cardiólogo y consiguió una vida
perfecta junto a una hermosa familia —bajó la cabeza—. Y yo…me
convertí en esto —bajó el marco y golpeó sus manos contra su pecho—.
Pero no me arrepiento, Bloody.
—Gael fue un traidor —dije, recordando un poco más de su historia.
—¡No! —gritó furioso. —Es cierto que me arrebató mi dinero —
estaba muy nervioso—, pero siempre lo querré. Por eso yo también le quité
lo que más amaba en este mundo. Es mi forma de estar cerca de él.
—¿A Alanna?
Vikram volvió a guardar el marco.
Sin mirarme dijo:
—¡Vete! Haz lo que te he pedido antes de que caiga la noche.
Lo dejé allí, sin entender lo que quería decirme realmente.
Capítulo 60
RAYMOND

Me senté junto a Alanna mientras que ella observaba a Vikram. Nuestro jefe
se despedía de todos para encerrarse como de costumbre en su despacho.
No le gustaba las fiestas que organizaban los chicos en su jardín. No solía
ser muy sociable con nosotros, salvo cuando teníamos que hablar de algún
negocio que tuviera entre manos.
Al desaparecer, Alanna se levantó para atrapar una de las botellas de
alcohol que habían dejado sobre una mesa de dos metros y medio de largo.
Se acercó hasta mí con una sonrisa traviesa y tiró el tapón al aire.
—Bebe —me ofreció. Sacudí la cabeza—. ¡Oh, vamos! Todos están
borrachos menos nosotros dos. ¿A qué esperamos?
Ella no lo entendía.
El alcohol y el tabaco no formaban parte de mi vida.
—De mo-momento no —dije, acomodando mis manos sobre su
cintura para acercarla. Alanna se encogió de hombros y con una sonrisa se
llevó la botella de ginebra a los labios. Bebió hasta que le faltó el aire—.
Más des-despacio.
Presionó sus labios sobre mi mejilla y me susurró:
—Estoy cansada de vivir la vida despacio. No sé cuándo moriré. Así
que simplemente quiero disfrutar cada segundo. Y si tengo que beberme
cuatro botellas para olvidar toda la mierda que me ha caído desde que me
secuestraron —acomodó su mano bajó mi barbilla—, lo haré sin dudarlo.
Siguió bebiendo.
Durante la primera hora, se mantuvo sentada mientras que jugueteaba
con la botella de cristal. Al ver aparecer a Shana, ambas decidieron
trasladar su trasero hasta la mesa para estar más cerca del alcohol.
Los mexicanos iban desapareciendo de la pequeña reunión que les
organizaron. Salían del jardín acompañados con mujeres que buscó Bloody.
Cuando se cansaban de ellas, volvían a aparecer para seguir bebiendo.
Me levanté del asiento que ocupé durante dos horas. Estaba cansado y
necesitaba dormir antes de que Bloody fuera capaz de ocupar la cama con
otra persona. Pero antes de colarme en el interior de la propiedad, me
detuve al encontrarme a Diablo delante del árbol en el que Vikram torturaba
a los traidores.
—¿Por qué no e-estás con los demás?
Diablo mantuvo la mano sobre la corteza y respondió sin mirarme con
otra pregunta:
—¿Cuántos han muerto aquí?
No tenía un número exacto, pero Bekhu me dijo una vez que más de
setenta.
—Ci-Cien.
Rio.
—Nosotros trabajamos diferente —dijo, mirándome—. Los
enterramos bajo tierra. Los cubrimos hasta la cabeza. Y soltamos a los
rottweilers hambrientos. De esa forma mueren los traidores en nuestra
tierra.
Era un sádico como Vikram.
—¿Estás al tanto de que tu chica y yo nos vamos a casar?
—¿¡Qué!?
—Hazme el paro y no digas nada —se llevó un dedo sobre sus labios
para aclararme que era un secreto.
Me puse tenso.
—¿Qué harás? —fue de esas pocas veces que fui claro y Diablo ni
siquiera me entendió. —¿Qué harás con ella?
Él solo rio, mientras que me observaba por el rabillo del ojo.
—Divertirme. Es una muñequita.
Le haría daño.
Al igual que al pastor.
Y, seguramente, como a todas esas personas que enterró.
Quería proteger a Alanna. Necesitaba cuidarla. Y, si tenía que poner
mi vida en peligro, era capaz de hacerlo.
Así que tiré de la americana de Diablo, obligándole a que me mirara a
los ojos. Al tenerlo tan cerca de mí, cerré los ojos y posé ambas manos por
detrás de su cabeza. Lo empujé con fuerza y posé mis labios cerrados sobre
los suyos.
No me moví.
Él tampoco.
Pero la presión de nuestros labios siguió.
—¡Ya chole! —Me empujó—. ¿Qué haces?
Tragué saliva.
—Be-besarte.
—Debería matarte —su mano bajó por su abdomen hasta detenerse
en el arma dorada que cargaba.
Lo miré a los ojos.
—Pero no lo ha-harás.
Diablo suspiró, pero no borró la sonrisa que asomó en su rostro.
Apartó los dedos del arma y se inclinó hacia delante, quedando más cerca
del rostro que violó la distancia que él obligaba a mantener con los demás.
Sentí su mejilla acomodarse sobre mi hombro. Su nariz no tardó en
acariciar mi piel. Respiró con fuerza.
—Mmm —gimió—. ¿Lo escuchas?
Obtuve por guardar silencio.
Diablo presionó sus dedos sobre mi pecho izquierdo.
Siguió hablando:
—Es tu corazón. ¿Lo escuchas?
¿Se refería a los latidos?
—¿Qué qui-quieres, Diablo?
—¿Hasta dónde serías capaz de llegar por salvarle la vida a Alanna?
Cerré los ojos.
Lo único que encontré, para distraer durante un tiempo a Diablo y
alejarlo de Alanna, fue las anécdotas que me contó Bloody los años que
estuvo en prisión; en la cárcel, los hombres se devoraban entre ellos. Yo era
diferente a Bloody. Yo era el que terminaría con un hombre de dueño por no
tener un arma con la que poder defenderme.
Así que solté algo grosero con el fin de excitarlo.
—Pu-puedo chuparte la po-polla —tartamudeé, y no solo por mi
problema, también por mi cobardía.
Diablo soltó una fuerte carcajada.
—¡Qué chafa te oíste!
Cada vez estaba más nervioso.
Capítulo 61
ALANNA

Seguí ocupando el suelo un par de veces más. Todo me daba vueltas. Había
bebido demasiado. Ni siquiera me pregunté qué hacía Shana bailando con
los mexicanos cuando ni siquiera era capaz de mantenerse de pie.
Llevé unos de los besos de buenas noches a los labios; aproveché que
Bloody salió para robarle un par de porros cargados de marihuana. Lo
encendí con éxito y dejé que la hierba subiera hasta nublarme las pocas
ideas que me quedaban por la cabeza.
Me reí de todas las personas que paseaban por delante de mí sin
motivo alguno. Intenté levantarme del suelo cuando vi pasar a Bloody. Éste
se alejó de los demás y no dudé en hacer lo mismo. Seguí sus pasos. Tenía
algo que me pertenecía.
Cuando llegamos a uno de los laterales de la finca, alcé la voz:
—¡Dame mi arma!
Bloody no esperaba verme esa noche. Giró bruscamente y en un par
de pasos quedó delante de mí. Su mano presionó mis labios para callarme.
—¿Te has vuelto loca?
Loca no.
Pero estaba borracha y fumada.
Reí.
—¿Qué haces?
Seguíamos con las preguntas.
—Quería alejarme de los demás. Descansar un poco —recostó su
espalda contra el muro—. En la habitación hay gente. Follando.
—Todos están follando —le recordé.
—Todos no —nos apuntó a ambos con su dedo, y reímos—. Me han
robado un par de besos de buenas noches. Dudo que haya sido Tartamudito.
¿Sabes algo de eso?
Volví a reír.
—¡Culpable!
Éste sacudió la cabeza mientras que intentaba borrar la sonrisa que
me mostró.
—¿Y tu novio? —Preguntó, curioso.
Inconscientemente eché hacia atrás la cabeza. Fue Bloody quien se
encargó de sostenerme.
—Dijo que estaba cansado. Me ha dejado sola.
—Qué novedad —soltó un silbido—. Tú también deberías descansar.
Creo que has fumado más de la cuenta.
Entre abrió mis ojos con los dedos.
—No debí fumar y beber.
—¿También has bebido?
—Aproveché la ausencia de mi padre —seguí riendo.
—¿Tu padre? —Preguntó.
—Vikram. Te lo dije —golpeé su pecho. Mi risa no se calmaba. —
Mierda. Era un secreto. No sé guardar secretos. Lo siento. No le digas nada
o te matará.
Bloody intentó cargarme entre sus brazos, pero lo detuve.
—Tienes que dormir. Empiezas a decir estupideces.
—¿Estupideces? —Afirmó con la cabeza. —¿Quieres escuchar una
estupidez?
—Está bien.
—Follemos.
—¿Qué?
Tuve que repetírselo de nuevo:
—Tú y yo —le propuse—. Follemos.
Me gustó escuchar su risa.
Incluso cuando la cabeza estaba a punto de estallarme.
—¿Por qué deberíamos mantener relaciones sexuales?
—¡Dios! —grité con fuerza—. Tú también estás borracho. Has dicho
relaciones sexuales.
Me acerqué hasta su boca para capturar su sonrisa entre mis labios.
Lo besé como él había hecho conmigo esa mañana.
Bloody sostuvo mi rostro entre sus manos y empujó mi cuerpo hasta
el muro donde se acomodó antes de que le propusiera copular como
animales. Bajé mi mano hasta sus vaqueros, y me deshice del botón que
retenía la tela alrededor de su cintura. No tardé en colar mis dedos en el
interior. Al no llevar ropa interior, lo primero que toqué fue su miembro
acomodado. Lo acaricié con cuidado y aumenté el ritmo cuando lo escuché
jadear contra mi boca.
—Tengo buenos recuerdos —dijo, apartándose.
—Vamos —tiré de su mano.
Bloody me detuvo.
—Alanna.
—¡Vamos! —Insistí, e intenté meter mi mano una vez más dentro de
sus pantalones.
—¿Adónde?
—A la caseta. Estoy preparada.
—¿Preparada? —Preguntó, con desconcierto.
—Preparada para acostarme con alguien sin sentirme la peor mierda
del mundo —me acordé de mi madre, y su forma de decirme que no valía
nada.
En un impulsó me besó. Me apretó contra él, abrazándome por la
cintura. Nuestros cuerpos parecían encajar perfectamente. Y, para que no se
alejara de mi boca, rodeé su cuello con mis brazos.
Capítulo 62

Creí que en cualquier momento su mano tiraría de la mía para escondernos


en la caseta. Incluso llegué a pensar en lo que podría pasar entre nosotros
dos si nos quedábamos encerrados en aquel húmedo y oscuro zulo;
acabaríamos por quitarnos la ropa, nos tumbaríamos sobre el arenoso suelo
y terminaríamos dándonos calor con nuestros cuerpos desnudos. Pero
simplemente fue un pensamiento. La realidad era muy diferente; Bloody
apartó mis brazos de su cuello e intentó huir de mi lado. Antes de que
tropezara con mis propios zapatos, estiré el brazo para detenerlo. Mis dedos
alcanzaron los suyos, e incluso volví a quedar cerca de él. Quería mirarlo a
los ojos, pero él se negó a darme ese privilegio.
En ese momento éramos dos personas muy diferentes; Él estaba
haciendo las cosas bien, y yo quería saltarme todas las reglas que me
apliqué desde el momento que desaparecí de mi hogar.
—No está bien —dijo, rompiendo el silencio entre nosotros dos—.
Has bebido, fumado y seguramente estás furiosa con alguien —había
acertado; desde que mi padre desapareció, terminé por soltarme la melena y
cometer todo tipo de delitos que él no me hubiera permitido bajo su techo.
—No puedo, Alanna. No puedo acostarme contigo incluso deseándolo.
Pero era cierto que el alcohol nos empujaba a decir cosas que jamás
tendrían que salir de nuestros pensamientos. Y sí, después sería una putada
porque lo recordaría todo.
—Lo necesito.
Bloody rio irónicamente.
—¿Lo necesitas? —Por fin clavó esos ojos azules en los míos. —
Todos tenemos necesidades, Alanna. Pero necesitar no es lo mismo que
desear. Y, ¡joder! ¿Qué está pasando conmigo?
Alborotó su cabello y empezó a moverse de una punta a otra. De vez
en cuando golpeaba todo lo que se interponía en su camino, y cuando ese
obstáculo era yo, pasaba por mi lado mientras que maldecía en voz baja.
—¡Bloody! —Lo detuve.
—¿Qué?
Acomodé mi mano en su mejilla y lo obligué a que me mirara a los
ojos.
—Lo deseo —solté, lo que necesitaba oír.
Pero no le convencí.
—No —dijo, a la vez que lo negaba con la cabeza para que fuera más
creíble—. Déjame llevarte a tu habitación. Descansa un par de horas y
mañana hablaremos de lo que ha sucedido —esperó a que le hiciera caso.
Pero nunca sucedió. —Por favor, Alanna.
Aparté el brazo que intentó rodear mi cintura. Me aparté de su lado, al
igual que había hecho él anteriormente conmigo, y me mordisqueé furiosa
el labio.
—Yo me quedo aquí —finalicé.
Bloody sabía que era ridículo e imposible discutir conmigo; solía
querer o tener la razón en todo. Y, en ese momento, con el par de botellas
que consumí yo sola, era imposible mantener una conversación conmigo.
Intentó besar mi mejilla, pero terminó soltando un suspiro al darse cuenta
que una vez más retrocedí hasta alejarme de él.
Giró la esquina de la casa y avanzó para colarse en el interior. Pero
antes de desaparecer ante mis ojos, me di cuenta que no era el único que
desaparecía de la pequeña reunión que organizaron para los mexicanos.
Shana no tardó en seguir los pasos de Bloody y lanzarse torpemente sobre
la espalda de éste. Intentó ayudarla mientras que ella no dejaba de reír.
Si que era cierto que todos teníamos necesidades, y que no siempre
tenías que desearlo para llevarlo a cabo.
Cogí aire y esperé a que ellos dos desaparecieran de una vez. Cuando
lo hicieron, paseé ante los últimos hombres que quedaban de pie. Empujé
una de las puertas corredizas que había en la parte trasera de la propiedad,
y me dirigí hasta las escaleras para subir a la habitación. Necesitaba darme
una ducha y descansar.
La sorpresa me la di cuando me encontré a Ray sentado sobre el
penúltimo escalón mientras que observaba sus nerviosas manos. Hinqué la
rodilla en el suelo para observar su rostro y él se sobresaltó. Arropé sus
mejillas con mis manos y me di cuenta que sus ojos color miel estaban
apagados y rojos. Estaba pasando por un mal momento y decidió no
contárselo a nadie. Era demasiada presión para alguien tan dulce y amable
como lo era Raymond.
—¿Qué sucede?
Tragué saliva, esperando que el olor y el sabor a alcohol
desapareciera de mi boca.
Ray se sentía culpable y confesó lo que le estaba torturando:
—Besé a Diablo —se puso pálido—. Creí que e-era homosexual.
Pasó por mi ca-cabeza la estúpida idea de a-acercarme a él para que te de-
dejara en paz. Sentí mi-miedo y dolor cuando me dijo que tú y él…tú y él
—le costó decir lo siguiente más de la cuenta —os va-vais a casar. Haría
cualquier cosa por ti, Alanna. Incluso entregarme a él si era lo que quería.
Empujé su rostro hasta el mío y besé la punta de su nariz. Tembló
bajo mis manos. Me dolió verlo tan inocente y débil por primera vez.
—No eres el único que ha cometido una estupidez esta noche —
Recordé mi momento con Bloody. —¿Quieres hacer algo por mí? —Asintió
con la cabeza—. Mantente con vida, por favor. No quiero que te pase nada
malo. Y, si Diablo te hace algo, me lo cargo.
Reí, pero a Ray no le gustó mi advertencia. Él, mejor que nadie, sabía
que era capaz de disparar sin pensar en las consecuencias.
Diablo no era como nosotros; no solo actuaba de forma diferente,
también tenía pensamientos retorcidos que lo hacían parecer un psicópata.
Estaba jugando con Ray. Observando los movimientos de éste para
divertirse mientras que buscaba una forma de deshacerse de él. Y yo no
estaba dispuesta a permitírselo.
Me levanté del suelo y esperé a que su mano se posara sobre la mía
cuando se la tendí. Al sentir su cálida piel rozando la mía, tiré de su cuerpo
y me lancé sobre él para abrazarlo con las pocas fuerzas que me quedaban.
Acarició mi cabello y besó la coronilla de mi cabeza. Arrastré mi
nariz por la camisa sedosa azul que vestía, y respiré el fresco y cítrico
perfume de hombre que lo envolvía.
Le obligué a subir los escalones detrás de mí. Como estaba segura que
Bloody no estaría en la habitación, nos encerramos en el interior y no
tardamos en tumbarnos en la cama. En la pequeña terraza, una pareja
dormía plácidamente. No le dimos importancia.
Cogí el rostro de Ray con ambas manos y entonces lo besé.
Sorprendido abrió la boca y dejó que lo besara con todas mis ganas. A él no
le importó el sabor del cannabis mezclado con vodka, y a mi me encantó
recibir su terciopelada lengua en el interior de mi boca. Jadeé.
—¿Estás bi-bien? —Preguntó, con voz rasgada.
Ambos estábamos nerviosos.
—Sí —respondí. Sus pupilas se oscurecieron y sus labios brillaron
por el par de besos que nos dimos. Me mordisqueé el interior de la mejilla
al sentir mi cuerpo arder. Tenía unas necesidades que él podía darme y
hacer que lo deseara con todas mis fuerzas. —Hazme el amor.
Ray se puso tenso.
Sería la primera vez para los dos.
—¿Estás se-segura?
—¿Tú no? —Respondí, con otra pregunta.
—Lo deseo.
Eché un vistazo a nuestro alrededor, comprobando que los dos
individuos que estaban en la terraza siguieran dormidos.
—Yo también —concluí, con otro beso.
Le quité la camisa, dejando que cayese al suelo para no perder el
tiempo en desabrocharle los pantalones. Mientras que mis dedos estaban
entretenidos, los suyos jugueteaban con el borde de mi camiseta. Ray no
sabía si quitármela o esperar a que yo lo hiciera por él.
—Desnúdame —le pedí, con una sonrisa.
No tardó en acatar la orden; con suficiente rapidez, tiró de la tela
hacia arriba dejándome casi desnuda sobre la cama. Observé su sonrojado
rostro en el momento que desabrochó el sujetador y liberó mis pechos. Me
relamí los labios cuando sus manos empezaron a acariciar mi piel. Gemí
mientras hacía circulo con los dedos alrededor de mis pezones.
Eché hacia atrás la cabeza, dejando que Ray siguiera amasando mis
pechos con sus ansiosas manos. Empezaba a gustarme a vivir mi primera
vez junto a él; parecíamos dos críos descubriendo cosas nuevas. Dos
personas encontrando los puntos débiles en el cuerpo del otro sin la
necesidad de hacerle daño.
Solo amor y placer.
Solo Alanna y Raymond.
—Hueles tan bien —dije, consiguiendo posar mis labios en la curva
de su cuello. Quedé tumbada sobre la cama y éste quedó encima de mí. —
Ahí me haces cosquillas —solté una risa, cuando Ray empezó a bajar y sus
labios se posaron bajo mi pecho.
Terminamos de quitarnos los pantalones torpemente. Nos quedamos
únicamente con la parte baja de la ropa interior.
—¿Quieres se-seguir? —Preguntó, sonriendo.
—No quiero parar.
—No lo-lo he hecho nu-nunca.
Reí.
—Yo tampoco.
Lo acerqué un poco más a mi boca, temiendo a que saliera huyendo
ante la poca experiencia que teníamos.
—¿Y si no e-estás excitada?
Resolví su duda.
Adentré mi mano en el interior de las bragas y toqué mi sexo para
comprar si estaba húmeda. Le mostré los dedos que pasaron por los labios
de la vagina, brillantes ante lo excitada que estaba. Mi mano empezó por mi
cuerpo y terminó en el suyo; toqué el abultado paquete que ocultaba con sus
boxers.
—Tú también estás preparado.
Con su sonrisa, se inclinó para besarme. Volvimos a recostarnos sobre
el colchón, y con su cuerpo sobre el mío, terminamos de liberarnos de las
dos últimas piezas que nos estorbaban. Mientras tanto, sus labios se
deslizaron hasta mi cuello y susurró:
—¿Co-condones?
Alcé una ceja.
—¿Tengo cara de farmacia?
Rio.
Giró sobre su costado, y con el culo al aire salió de la cama para
coger la bolsa militar de Bloody. Del interior sacó docenas de preservativos
individuales. Atrapó el que más le llamó la atención; el de efecto calor.
—¿Te ayudo? —Me ofrecí.
Pero Ray no tardó en deshacerse del envoltorio y cubrir su miembro
con el condón que le había robado a Bloody.
Volvió a la cama conmigo y dejé que se acomodara entre mis piernas.
Eché hacia atrás su oscuro cabello para mirarlo fijamente a los ojos y le di
mi aprobación para que siguiera.
Deslicé la mano y rodeé su erección. Ray gimió sobre mis labios. Al
darme cuenta que le gustaba que le masturbara, recorrí su miembro con los
dedos y sentí tener el control cuando empezó a respirar con fuerza.
Pero tuve que detenerme por miedo a que se corriera en mi mano
antes de que eyaculara dentro de mí.
Nos besamos a la espera que colocara la punta de su pene entre mis
labios vaginales. Sacudió su mano para empapar su carne con mi humedad.
Entonces lo sentí dentro después de un par de empujones. Al principio, yo
misma y sin darme cuenta, no dejé que se colara en el interior. Pero
después, me sentí relajada y preparada para recibirlo.
Gemí de dolor. Era doloroso tener su miembro dentro por primera
vez.
Ray cerró los ojos y siguió empujando. Mis piernas presionaron sobre
sus caderas. Llevé mis dedos hasta su trasero y lo arañé cuando empezó a
moverse más rápido.
Cogí aire, y dejé que mi cuerpo se bañara con su sudor.
Tardó tres minutos y quince segundos en correrse.
Y lo agradecí.
Al ser la primera vez era suficiente para ambos. Solo que esperaba
que para la próxima pudiera disfrutar junto a él. Cayó rendido sobre mí y
me besó.
Lo acurruqué entre mis brazos y me sobresalté al escuchar las últimas
palabras que me dedicó antes de quedarse dormido:
—Te quiero.
Tardé una hora en levantarme de la cama. Dejé a Ray durmiendo y
cogí mi ropa antes de meterme en la bañera. Dejé que el agua recorriera mi
cuerpo y se deshiciera del olor a marihuana, alcohol, sudor y la sangre que
nació de mi vagina y se perdió por el interior de mi rodilla.
Salí echa una mierda. Seguía con dolor de cabeza y parecía que estaba
a punto de tener la menstruación de nuevo.
Le di un beso a Ray antes de desaparecer de su habitación y caminé
por el pasillo sin hacer ruido. Cuando me colé en el interior de mi cuarto no
esperaba encontrarme a Bloody tumbado en la cama.
—¿Qué haces aquí?
Su risa sonó más fuerte de lo normal.
—¡Shh! —Le pedí que bajara el tono—. Los demás están durmiendo.
Bloody se levantó de la cama y tocó mi cabello húmedo.
—¿La ducha te ha quitado la borrachera? —estiró los labios de una
forma que deseé borrarle yo misma.
—Quizás.
Tiré los zapatos a un rincón y me quedé cruzada de brazos.
—¿Dónde has estado? —Demasiadas preguntas formuló en menos de
dos minutos. No tuvo una respuesta. —Te estaba esperando.
Se había cansado de Shana y ahí estaba, esperándome.
—Se me han quitado las ganas de follar —le informé. Le di la espalda
e intenté mantenerme recta. Como no lo conseguí, me senté sobre la cama y
lo observé con recelo.
Volvió a reír.
—En realidad estoy aquí porque quiero tener un detalle contigo —se
sentó a mi lado. Sacó una caja envuelta con papel de periódico y lo dejó
sobre mi mano. —De sexo hablaremos cuando estés preparada y limpia de
cannabis.
Gruñí.
Lo odié.
Y me odié a mí misma por no haber controlado mi lengua, controlar
sus pasos y darme cuenta que acabó en la cama de Shana seguramente.
—¿Por qué?
—Porque no quiero follar contigo mientras que estás fumada y
borracha. No serías tú. No sería ético.
Entrecerré los ojos.
No me entendió.
—¿Por qué me haces un regalo?
Paseó su lengua por los labios.
—Para disculparme —sonó sincero—. ¡Ábrelo! Le pedí a Lulian que
me echara una mano. Ha quedado bonito. Te gustará.
Rasgué el papel de periódico y abrí la caja de cartón que escondía el
detalle que me hizo Bloody. En el interior, había una bala plateada
atravesada por un colgante.
Él me explicó el significado:
—Uno de tus tantos disparos —dijo, asegurándome que yo disparé
esa bala—. Justo la que me dio en el hombro, cielo.
Bloody acarició mi mejilla. Seguramente me sonrojé.
—¿No te gusta?
—Me encanta —tiré de la cadena y le pedí que me ayudara.
Aparté mi cabello y sentí el rostro de Bloody muy cerca del mío. Me
estremecí al sentir la cadena de plata tocando mi piel. Sus dedos se
detuvieron un momento detrás de mi cuello y después me observó con el
colgante que habían preparado para mí.
—Preciosa —no se apartó de mi rostro—. Le pedí a Lulian que dejara
el casquillo manipulable. Puedes enroscarlo y guardar algo muy pequeño
dentro.
—Gracias.
Bloody posó su mano por debajo de mi barbilla para retenerme. Si lo
hizo fue para que no me alejara de sus labios. Así que dejó un beso en mi
mejilla y se levantó de la cama.
—Dulces sueños, cielo.
Me tiré sobre la cama y no dejé de pensar en todo lo que había
sucedido. No cerré los ojos en horas. Estuve jugueteando con la bala y
terminé posándola sobre mis labios.
«¿Por qué?»—Me pregunté, una y otra vez sin entender la actitud de
Bloody.
Ya no sabía si lo odiaba o empezaba a entenderlo.
—¡Joder! —grité, golpeando el colchón.

—Ratoncito —susurraron en mi oído. Shana apareció por detrás y me dio


los buenos días de una forma muy extraña. Golpeó su cadera con la mía y
seguimos mi camino hasta la cocina—. Empiezo a sentirme mejor.
Intenté devolverle la sonrisa, pero no lo conseguí.
—Me alegro —pero no lo sentí. —¿A qué se debe tu felicidad?
—Al sexo, Ratoncito —volvió a llamarme rata. —Puede que siga
teniendo las manos inútiles, pero tengo una lengua impresionante. Estuve
toda la noche jugando.
Me sentí estúpida por escuchar sus escenas de cama. Yo tuve la mía y
no tenía la necesidad de contárselo. Salvo cuando volviera junto a Evie; a
ella se lo contaría todo.
—Él no me dijo nada —y era cierto. Desde que conocí a Bloody éste
jamás se guardó información privada. Lo contaba todo con pelos y señales.
Shana soltó una risa taladrante.
—Hombres —lo excusó—. Últimamente quiere dar una buena
imagen. No quiere decepcionarte —acomodó su mano bajo mi espalda
mientras que me lo contaba—. Pero fue sublime —prosiguió y, yo ansiaba
por obtener silencio. —Se corrió en mi boca…
Estallé.
—¡Basta! Has conseguido que no quiera desayunar.
Shana me obligó a mirarla a los ojos. Seguía teniendo el ojo derecho
hinchado y un par de cicatrices bajo el labio.
—Ratoncito —volvió a reír al escucharme gruñir por el apódo que me
puso—, yo también juego con los hombres para conseguir cosas. Y si
nuestro querido hombre se tiene que correr en mi boca para que haga todo
lo que yo le pida, dejaré que lo haga sin ningún problema.
Apreté los puños y me alejé de ella.
—Tengo que hablar con Vikram —mentí—.
—¡Bién! —Dejó un fugaz beso en mi mejilla—. Te veré más tarde.
Suspiré y salí de la cocina sin meterle un mordisco a las enormes
fresas que habían dejado sobre la mesa. Me quedé con las ganas. Pero hice
bien en alejarme de Shana; ella sí conseguía que la cabeza me estallara de la
presión que provocaba su voz.
Me dirigí hasta el despacho de mi padre sin saber muy bien que le
diría. Pero no esperé cruzarme con Bloody a las ocho de la mañana.
—Cielo —me saludó.
—¿Está Vikram?
—Sí, con Diablo.
—Perfecto —dije, abriendo la puerta.
—¿Qué haces? —Intentó detenerme, pero fue imposible.
Ambos estaban reunidos. No esperaban que alguien los interrumpiera.
Pero es lo que pasó. Con una amplia sonrisa ocupé el asiento que había
libre.
—Ahora no, Alanna.
Ignoré a mi padre.
Y miré a Diablo.
—Quería disculparme contigo —confesé, delante de Bloody y mi
padre—. Te insulté sin darme cuenta. Lo siento.
—Está bien —dijo, con un tono de voz seco. —¿Algo más, mami?
—Sí —sonreí, mostrando mis dientes—. Me gustaría tener una cita
contigo. Siempre y cuando a Vikram le parezca bien.
Lo único que se escuchó fue mi nombre saliendo de la boca de
Bloody.
Su advertencia no me detendría.
A mi padre le gustó la idea.
—Por supuesto —se levantó de su asiento—. ¿Por qué no vais a
desayunar al jardín? Le pediré a Bekhu que prepare un picnic.
Le corté.
—En realidad me gustaría salir fuera. Ir a una cafetería —reí, y
Diablo me siguió el juego—. Tomarme un batido mientras que me cuentas
algo de tu vida.
—Mi vida es aburrida —el mexicano no me ponía las cosas fáciles.
—Pero seguro que tienes un lado oscuro —miré por encima del
hombro, y me encontré con la mirada de Bloody; estaba furioso e inquieto
—. Todos lo tenemos.
Seguí riendo junto a Diablo.
—¿Por qué quieres salir fuera, Alanna?
«Busco la manera de huir y poder llevarme a Ray conmigo.» —Pensé,
y le di la respuesta que quería escuchar mi querido padre.
—Quiero conocer a mi futuro marido.
Vikram no saltó de alegría porque quería mantener la compostura.
Pero Bloody si mostró su desacuerdo de una forma extraña:
—Iré con ellos.
Diablo se levantó del asiento para encararlo.
—Soy tímido. Prefiero estar a solas con ella.
—No —el rubio se acercó hasta él—. Por encima de mi cadáver —le
susurró. —Iré con ellos, Vikram.
Informó a su jefe.
Éste se encogió de hombros y esperó a que yo dijera algo.
—A mí me da igual. Podemos ir solos.
—No —se negó de nuevo.
Diablo pasó por delante de él, golpeando su hombro.
—Está bien. El gringo puede venir —abotonó su americana—. Nos
vamos.
Iba a salir después de tantos días encerrada.
«Tengo que jugar bien mis cartas.» —Pasé por delante de Bloody.
«Diablo es el único que nos podría ayudar a Ray y a mí si consigo
convencerle.»
Rodeé el brazo de Diablo y éste apretó mi mano para que no me
alejara de él. Seguí sus pasos y observé como los hombres que lo protegían
empezaban a reunirse con nosotros. Miré por encima de mi hombro
encontrándome a Bloody cruzado de brazos.
—¿Qué haces? —Me preguntó.
—Sobrevivir —fue mi respuesta.
Capítulo 63

Nuestra parada fue una cafetería pequeña llamada Preto Café que estaba
muy bien situada en el centro de Carson. Los escoltas de Diablo se
encargaron de pagar a los clientes que solían frecuentar el local para darnos
algo de intimidad. El dueño, con una amplia sonrisa se acercó a nosotros
para acomodarnos en su mejor mesa. Nos sentamos cerca de la ventana y
eché un vistazo rápido hasta el exterior; fuera, había dos Jeeps negros
ocupados por los mexicanos. El único que se quedó fuera fue Bloody, que
no tardó en tener compañía. Sacó un cigarro del bolsillo de sus vaqueros y
lo posó sobre sus labios mientras que nos observaba.
Diablo jugueteó con la carta mientras que esperaba a que el hombre
nos sirviera un par de batidos de oreo.
—Gracias por haber aceptado —me aparté de la ventana para mirarlo
a él. Su respuesta fue un chasquido de dedos y de repente empezó a mirar a
su alrededor. Seguíamos solos. —En realidad sí quería disculparme contigo.
Éste me detuvo.
—¿No querías salir de tu prisión?
—También —no le mentí—. Estaba cansada de verme limitada en esa
parcela. ¿Cómo sabes que Vikram es mi padre?
—Porque si Vikram mantiene secretos con mi viejo, acabará bajo
tierra —volvió a mirar por encima de su hombro. —¿Lo has escuchado?
El silencio reinaba entre nosotros dos cuando ninguno tenía nada que
decir.
—¿Qué debería escuchar?
—Ese sonido que no deja de latir constantemente.
Me encogí de hombros.
No sabía de qué estaba hablando.
—Me gustaría conocerte un poco más…
—Anoche tu novio intentó succionar mi verga con su boca. Él sí que
intentó conocerme —soltó una risa y golpeó con fuerza la mesa. Me
sobresalté. —Los latidos me volverán locos.
El hombre de Preto Café nos tendió los batidos junto a un par de
galletas; eran enormes y con virutas de colores por encima. El chocolate se
deshacía y corrí para sostener una entre mis manos. Al hincarle el diente
noté como el dulce se derretía en mi boca. Jadeé ante el placer que podía
darte el azúcar cuando tocaba tus papilas gustativas.
—¿Un mordisco? —Le ofrecí de mi propia galleta. Pero Diablo
sacudió la cabeza. Apartó el enorme vaso y me miró fijamente—. ¿Por qué
juegas con él?
Recordé lo nervioso que estaba Ray al haber cometido una estupidez
que tentaba contra su propia vida.
—Es inocente. Me gusta.
—Cree que si se acerca a ti podrás ayudarme.
De repente Diablo se golpeó en la cabeza con ambas manos. Miró al
señor que limpiaba la barra de su cafetería y una vez más echó otro vistazo
rápido.
—No me gusta este lugar —me hizo saber. —Sus latidos me vuelven
loco.
—Podemos salir fuera…
Pero Diablo se negaba a abandonar el local.
—¿También necesitas ayuda, mami? —Sus cambios de humor me
confundían. Había momentos que los ruidos lo alteraban y, después me
hablaba como si no hubiera pasado nada. —No podrás pagar el alto precio
que ponga sobre la mesa si decido ayudarte.
Paseé el dedo por la nata que sobresalía de la bebida fría y me lo llevé
a la boca antes de responderle:
—¿Estás seguro?
Diablo rio y empezó a gritar:
—¡Basta! —Golpeó la mesa. —¡Re puta madre!
—¿Qué sucede?
Empezó a temblar.
Se llevó las manos a la cabeza y su respiración se disparó. Estaba
temblando. Su rostro enrojeció de la presión que ejercía por mantenerse
quieto. No lo consiguió. Se golpeó una y otra vez contra la mesa. Cuando se
detuvo, me mostró la brecha que se había hecho en la ceja izquierda. Un
hilo de sangre marcó su rostro.
—Es su corazón —dijo, y volvió a mirar al hombre. —Sus latidos no
dejan de resonar en mi cabeza. ¡Verga!
El dueño, cansado ante los gritos del cliente que le abrió un maletín
para dejarnos el local para nosotros dos, se cansó y se acercó para saber qué
estaba sucediendo.
—¿Sucede algo, señor?
Diablo se echó hacia atrás y lo miró con los ojos inyectados en
sangre.
—Su puta madre —le respondió, junto a una risa.
—¿Qué ha dicho, señor?
—Su puta madre está lamiendo mi verga debajo de la mesa —su
carcajada no solo incomodaba al hombre, a mí también.
—Deberían irse de mi negocio.
—No —lo confrontó—. No saldré de aquí hasta que su corazón deje
de latir.
El hombre se puso pálido.
Intenté calmar a Diablo:
—Será mejor que marchemos. Podemos ir a otro sitio. Con menos
ruido —le seguí el juego.
Pero él no se lo tomó bien.
—¿Crees que miento?
—No.
Se levantó del asiento y acomodó ambas manos sobre la mesa. Se
inclinó hacia delante para volver a hacerme la misma pregunta.
—¿Crees que miento, mami?
—No —si hubiera sido Bloody se lo hubiera gritado sin temor. Pero
él no era como Bloody. Diablo era más agresivo.
Se secó las gotas de sudor que nacieron en su frente con un pañuelo
de seda que se sacó del pequeño bolsillo de la americana y volvió a dialogar
con el señor de una forma más correcta.
—Tiene razón —estiró los labios—. Me iré de aquí. Pero usted tiene
que hacerme un favor.
Éste me miró y yo bajé la cabeza.
No sabía cómo podía ayudarle.
—Usted dirá.
—Detenga ese sonido —le pidió Diablo.
—¿Qué sonido? —El hombre miró las máquinas de café o los
refrigeradores de helados. No había ruido. Solo nuestras voces.
Diablo golpeó su pecho para dejarle claro de que sonido estaba
hablando.
—Su corazón bombea más rápido que el de los demás. Sus latidos me
ponen nervioso.
—Yo no lo puedo controlar, señor.
—Diablo —interrumpí, pero me ignoró.
Se quitó la americana y la dejó sobre la mesa. El hombre vio el arma
que llevaba el mexicano junto a él.
—Será mejor que llame a la policía.
Lo detuve:
—No —tragué saliva, podía ser peligroso para todos—. No lo haga,
por favor.
—Salgan de mi negocio.
—Está bien —lo tranquilicé.
Me levanté de la mesa y tiré del brazo de Diablo una vez que cogí su
prenda de ropa. Estábamos a punto de salir de la cafetería cuando de
repente Diablo frenó en seco.
—Lo volvió a hacer —me apartó de su lado y se dirigió hasta el
propietario—. ¡De rodillas! —Gritó—. Póngase de rodillas.
El hombre, al tener un arma presionando en su cráneo, obedeció lo
que le pidieron. Se puso de rodillas en el suelo y miró a Diablo a los ojos.
—Por favor, señor —suplicó—, tengo tres hijas pequeñas.
Me acerqué lo más rápido posible, pero cuando lo alcancé, Diablo ya
le había volado la cabeza con un par de tiros. Solté un grito para alertar de
todo lo que estaba sucediendo en el interior.
Diablo empujó el cuerpo que quedó inclinado hacia delante. Cogió un
cuchillo de la barra y se arrodilló junto al cadáver. Rasgó la ropa del
hombre, destrozó con sus puños las costillas y desgarró la carne del hombre
para obtener el órgano que lo había vuelto loco. Se levantó con una sonrisa
y quedó cara a cara conmigo.
Mis ojos se llenaron de lágrimas.
—Lo ves, mami. No deja de hacer ruido.
Me mostró el corazón de su víctima.
—Por favor —supliqué.
—Míralo.
«Bloody.» —Pensé.
—Basta —insistí.
—¡Míralo! —Gritó, y en un solo movimiento presionó el órgano
motor en mi boca—. Deberías cometerlo. Suelen dejar de hacer ruido
cuando lo mordemos.
Estaba temblando.
Era capaz de hacérmelo comer.
—Diablo —no sabía qué hacer para alejarlo de mí —, yo no puedo
escuchar ese sonido.
Él miró lo que sostenía.
La sangre se le escurría entre las manos y cubría su camisa blanca con
enormes manchas rojas.
—Yo sí. Y no lo soporto.
Lo tiró al suelo y empezó a machacarlo con su zapato. Cuando
escuché la campanilla de bienvenida de la cafetería, me di cuenta que estaba
a salvo. Bloody me rodeó con su brazo y me alejó de Diablo.
Giré sobre las deportivas y correspondí a su abrazo mientras que
lloraba sobre su pecho.
—Lo siento —me disculpé con él—. No sabía qué haría algo así. Lo
siento, Bloody.
—Ya está —intentó tranquilizarme, acariciando mi cabello. —¿Te
ocupas tú?
Le preguntó al único mexicano que entró para ver qué había sucedido.
Éste asintió con la cabeza y le pidió a Diablo que saliera fuera.
—Pero no he terminado con mi cita, ¿verdad, mami?
Se me aceleró el corazón ante la idea de tener que quedarme una vez
más a solas con él.
—Señor Arellano, la joven tiene que volver junto a Vikram.
Bloody le dio las gracias.
Diablo salió de la cafetería y se quedó sentado en el bordillo mientras
que miraba sus manos y decía:
—Por fin llegó el silencio, verga.

Emmanuel, que era como se llamaba el hombre que entró en la cafetería


junto a Bloody, nos dejó el otro jeep para regresar a casa. Cuando llegamos
deseé no encontrarme con nadie, y tuve suerte. Fuimos hasta la cocina, y los
pocos hombres que había ni siquiera nos miraron.
Bloody no tardó en tenderme una taza de té mientras que intentaba
entretenerme.
—¿Estás bien?
—No lo sé.
—Deberías comer algo…—calló al recordar como le narré la forma
en la que Diablo intentó hacerme comer el corazón del pobre hombre que
murió por proteger su vida—. De acuerdo —no borró su sonrisa—. No
quieres té. ¿Qué tal una taza llena de café negro?
—No quiero.
Empezaba a rendirse.
—Alanna —quería que lo mirara a los ojos.
—Estaba bien —volví a explicarle —y, de repente empezó a escuchar
un ruido. No lo entiendo, Bloody. De verdad que no lo entiendo.
Bloody dejó la taza sobre la mesa y sostuvo mis manos con las suyas.
—No digas nada —bajó el tono de voz —, pero el chicano es
esquizofrénico. Imagino que ha aprovechado la salida de México para dejar
de tomarse la medicación.
—Joder —fue lo único que conseguí decir.
Bloody rio.
—Sí, joder —apartó un mechón de cabello y lo dejó detrás de mi
oreja—. ¿Estás mejor?
Me dispuse a responderle, pero la voz de la periodista que sonó en ese
momento me distrajo. La televisión estaba encendida, pero no le di
importancia hasta que escuché el nombre de mi madre.
—Transmitimos en directo desde California el discurso de la victoria
de nuestra senadora Moira Willman.
¿Había ganado las elecciones?
—Gracias a todos los que estáis aquí y a los que nos habéis seguido
por todo el país. Hoy iniciamos el camino hacia la victoria. —miró a la
cámara—. No solo he ganado las elecciones. También he ganado un pueblo
que me ha arropado cuando más lo he necesitado. Todos ustedes saben que
la desaparición de mi hija no me ha dejado vivir en paz las últimas semanas.
»Saber que esos secuestradores siguen ahí a fuera me destroza el
corazón. Tienen a mi pequeña y no han dado señales de vida. Desde aquí
pido, por favor, déjenme sostener entre mis brazos a mi pequeña. Necesito
saber que está viva.
Gruñí.
Ronald abrazó a mi madre cuando ésta se puso a llorar.
—Alanna, si me estás viendo, necesito que sepas que te quiero
muchísimo. Mamá aplicará nuevas leyes para condenar a todos esos
delincuentes que han dejado víctimas en estos últimos cuatro años donde el
senador Arthur Walker no ha hecho nada —y, de repente, alzó con orgullo
la cabeza—. Gracias. Que Dios os bendiga. Y que Dios bendiga a los
Estados Unidos de América.
Me levanté de la silla furiosa.
Mintiendo al pueblo, ocultando la verdad. Ella quería deshacerse de
mí y lo consiguió.
—¡Mentira! —Grité.
Pero callé cuando vi aparecer una fotografía de Evie en el noticiero.
Bloody también se levantó.
—No solo la hija de la senadora Moira está desaparecida. Evie
Thompson, hija del banquero, se le vio por última vez en el centro
comercial South Coast Plaza sin dejar rastro.
Algo iba mal.
No podía respirar.
—Apaga el televisor —pidió Bloody.
Lulian no le hizo caso.
—Leonard Thompson ofrece cinco millones de dólares a la persona
que pueda ayudar en el caso de la joven.
Apagaron el televisor.
«Evie» —pensé en ella. «Por favor, que esté bien. Ella no, por favor.»
—¡Vikram! —Grité.
Bloody intentó detenerme.
—Espero que por vuestro bien Evie esté sana y salva —miré a
Bloody. Ya no podía confiar en nadie.
Capítulo 64

Bloody intentó detenerme, pero no se lo permití. Pasé por delante de Dorel


y Kipper sin importarme que custodiaran el despacho de Vikram. Golpeé
con fuerza la puerta y grité el falso nombre que utilizaba mi padre. Cuando
por fin se dignó a darme la cara, me colé en el interior de la habitación que
tanto poder le daba.
—¿Qué sucede? —preguntó confuso. Miró a Bloody y éste optó por
el silencio; hizo bien. —¿Alanna?
—¿No has visto las noticias? —Tenía que controlar mi respiración, o
caería rendida al suelo—. ¿¡Has visto las noticias!?
Chasqueó su lengua y me respondió:
—No. No he visto las noticias. ¿Qué sucede?
Lo odiaba.
Empezaba a odiarlo como a mi madre.
Los dos eran grandes manipuladores. Me retenían a su lado hasta que
no les hiciera falta. Y, cuando salían victoriosos, se deshacían de mí. Eso
era lo que haría mi padre una vez que el dinero que tenía en mi poder se
transfiriera en su cuenta bancaria con destino a Costa Rica.
—Evie —solté.
Éste se puso pálido y les pidió a sus hombres que nos dejaran a solas.
Bloody insistió en quedarse, pero mi padre no se lo permitió. Salió junto a
los demás y cerraron la puerta.
—¿Qué sucede con Evie?
Reí.
—¿No lo sabes?
—No, cariño. No lo sé.
—¡Evie ha desaparecido!
Mi padre intentó calmarme, y terminó en un intento fallido. Acomodé
mis manos sobre su escritorio y me di cuenta que estaba temblando. Él
quedó detrás de mí y con la voz rota dijo:
—Vi crecer a esa niña junto a ti, Caballito. Es una noticia muy triste
—bajó la cabeza. —Lo siento.
Le obligué a que me mirara a los ojos.
—¿Lo sientes? —No entendía nada. Jugaba a ser la víctima. Al pobre
padre que se ponía en los zapatos del hombre que perdió a su hija. —Papá,
¿dónde está? Dime dónde está Evie.
Se remangó la camisa blanca y siguió con su confusión; eso solo
llegaba a ponerme más histérica.
—No lo sé, cariño.
—¡Mientes!
—¿Por qué iba a mentir?
—Porque…porque…—pensé que podría sacar de la familia
Thompson —quieres dinero. O, chantajear a Leonard.
—¿Chantajear a Leonard? —rio—. Yo era su amigo antes de
desaparecer de California. Jugábamos cada domingo al golf. Salvé la vida
de su padre. E incluso nos reuníamos las dos familias para viajar cuando
estaba disponible. Nunca le haría daño a Evie.
Me senté en la silla y las lágrimas no tardaron en salir. Sentí la mano
de mi padre acariciando mi espalda mientras que tiraba de mi cabeza para
acomodarla en su pecho. Me desahogué con él.
—Evie estará bien. Es una chica fuerte —alzó mi rostro por la
barbilla—. A lo mejor salió con Ben. Los chicos de vuestra edad cometéis
locuras. Quién sabe, a lo mejor se han fugado unos días juntos.
—Ella no haría una cosa así —recordé lo estricto que era el señor
Thompson. Si permitía que Evie hiciera fiestas y reuniones, era porque
estaba seguro que ella no saldría de casa; era su forma de protegerla.
Mi padre intentó tranquilizarme una vez más.
—De todas formas, siempre estarán las cámaras de seguridad.
—¿Qué? —pregunté, confusa.
—Las cámaras de seguridad del centro comercial.
Tragué saliva.
Él dijo que no sabía nada.
Me estaba mintiendo.
—Cierto —seguí su hilo de conversación—. ¿Si sabes algo me
podrías avisar? Quiero dormir un rato en la habitación.
—Por supuesto, Caballito —besó mi mejilla.
Salí de su despacho y escapé de las preguntas de Bloody. Subí los
escalones lo más rápido posible y antes de encerrarme en la habitación, me
crucé con Ray. Éste me sonrió de una forma cariñosa que se borró al ver la
sangre que llevaba en el jersey.
—¿Qué ha pa-pasado?
Me llevé un dedo a los labios y le pedí que no dijera nada. Cogí su
mano y nos fuimos hasta la habitación. Cerré la puerta y entonces hablé con
él.
—Evie ha desaparecido —confesé—. ¿Tú sabías algo?
Esperaba que él no me mintiera.
—Sí —bajó la cabeza—. Lo si-siento, Alanna. No me dejaban de-
decirte nada.
Era un paso.
Pequeño.
Pero era un paso.
—Mírame, Ray —me acerqué a él, y cuando posé mi frente sobre la
suya éste se dio cuenta que estaba temblando de miedo—. ¿Habéis
secuestrado a Evie?
—No.
—¿No?
—No. Al me-menos yo no re-recibí esa orden.
«Mierda.»
—Y —cogí aire—, ¿Bloody?
—Hablé co-con él —la pausa que hizo me mató —. Dijo que no sabía
nada.
Respiré tranquila.
—Si Vikram ha mandado secuestrar a Evie, ¿crees que estará bien?
—Por su-supuesto.
Solo tenía que pensar dónde la habrían dejado retenida.
—¿Dónde la mantendrían sin que yo me diera cuenta?
—Alanna —me devolvió a la realidad —, no lo sé. Y, si es-estuvieran
torturándola, ta-tampoco me lo dirían. Lo siento.
Me alejé de Ray.
—Lo si-siento.
Él no podía hacer nada.
Y yo, no podía perder el tiempo.
Cogí el arma cuando bajó la cabeza, y me acerqué hasta él una última
vez.
—No vuelvas a ocultarme algo así —sin darme cuenta, lo estaba
amenazando—. No lo hagas. Soy muy rencorosa. Todo se me queda
grabado. No olvido. Y, si tengo la oportunidad, me vengo.
—Alanna…—fue detrás de mí.
Pero lo detuve.
—Quiero estar sola.

Di un par de tiros en el rincón de la caseta insonorizada. Pensé que si me


quedaba encerrada en esa choza que había en el exterior podría pensar con
claridad. Pero no sucedió. La ira creció y cada vez ansiaba vengarme de
todas las personas que me estaban haciendo daño.
Pero primero necesitaba encontrar a Evie. Asegurarme que estuviera
bien y fugarnos sin mirar atrás.
—Te echo de menos —confesé—. Tú eres la única familia que he
tenido. Evie… —me mordí el labio al darme cuenta que empecé a llorar de
nuevo; nunca había sido tan débil como para derramar tantas lágrimas en un
solo día —. Si me vieras así —me deshice de las gotas traicioneras con el
puño de la manga —ya tendría la mejilla roja del golpe que hubiera
recibido.
Reí.
—Tú hubieras dicho —intenté imitar su voz—. ¡Vamos, nena! No
podemos tener una relación lésbica porque vamos a follar como conejos en
la universidad con todos los tíos buenorros que se crucen en nuestro camino
—reí, recordando esa chispa de Evie. —Y mi respuesta habría sido tu jarrón
de agua fría: No olvides que tenemos novio.
—Parecía una chica simpática —fue la voz de Bloody que me
interrumpió.
Me crucé de brazos y di la vuelta para mirarlo.
—¿La das por muerta?
—Tú la estabas dando por muerta —se excusó.
—Lo sabías —avancé hasta él—. Sabías que Evie había desaparecido.
—Tartamudito —dio la respuesta. Gruñó y no dudó en acercarse un
poco más hasta mí. —No podía decirte nada porque te volverías en el
objetivo de todos esos hombres si perdías la cabeza.
—¡Es mi mejor amiga, joder! —Grité.
—Lo ves —me echó un vistazo—. Si te vuelves peligrosa nadie
puede detenerte ni ayudarte.
Reí.
—Me lo estás diciendo cuando sostengo un arma —le recordé,
mostrándole una pistola. —Podría acabar contigo. ¡Con todos! —Me di
cuenta que no conseguía nada gritando. Caí al suelo, rendida. —Está bien,
Bloody. Dile a Vikram que haré todo lo que él me pida si suelta a Evie. Lo
prometo. Me iré a México. Aguantaré estos tres años que me quedan y le
daré el dinero que quiere. Lo único que pido a cambio es la libertad de mi
amiga. Por favor.
—Alanna —se arrodilló delante de mí —, haría cualquier cosa por
traer a Evie…
La voz de una mujer nos interrumpió.
—Que dulce escena —se pronunció Shana. —Mi gato favorito con el
Ratoncito. ¿Qué hacéis, chicos?
Bloody se levantó y miró a Shana con el ceño fruncido.
—¿Qué? Yo le hablé de este rincón a Alanna —justificó su ausencia.
—Hubiera sido peor enviarla al sótano.
—Os dejo a solas —dije, levantándome del suelo yo también. Cuando
pasé por delante de Shana, me detuvo—. ¿Sucede algo?
—Sí —hizo un sonido con su lengua—. Han traído a Diablo. Estaba
muy nervioso. ¿No ha ido bien la cita?
No tenía ganas de relatar una vez más todo lo que había pasado con
Diablo. Pero ella siguió insistiendo.
—Déjame darte un consejo, Ratoncito —miró a Bloody y luego a mí
—. Deberías seguir enlazando una amistad con él. Es el hijo del gran
Heriberto Arellano. No puedes jugar con Diablo y luego alejarte de él
cuando más te necesita.
Me negaba a reunirme con él de nuevo.
—No —fue mi respuesta.
—Eres tan inocente —se rio de mí—. Seré más clara para que lo
entiendas. Si Diablo se va de aquí con un mal sabor de boca, todos estamos
muertos.
—Joderos.
Sonreí.
La Shana que me golpeó apareció de nuevo; deseaba girarme el
rostro, pero estaba demasiado débil todavía.
—Shana tiene razón —dijo Bloody—. Deberías mantener una
relación amistosa con el mexicano.
—¿Qué?
Era contradictorio.
Primero quería que me alejara de Diablo.
Y, en ese momento, me pidió lo contrario.
Se acercó para susurrarme:
—Sobrevivir —apretó mi brazo—. No lo olvides.
Shana me alejó de Bloody y se lanzó sobre éste para besarlo. Rodeó
su cuello con los brazos y presionó su pecho contra el suyo. Ella gimió y
sacó su lengua para acariciar los labios del hombre que deseaba.
—Ratoncito, ¿podrías dejarnos a solas?
Bloody gruñó.
No sabía si era por placer o por rabia.
Les dejé a solas.
Capítulo 65
BLOODY

Empujé a Shana cuando Alanna salió de la caseta. Cayó al suelo e intentó


levantarse. Al darse cuenta que iba detrás de Alanna, intentó impedírmelo
con amenazas.
—Te juro que como me dejes aquí sola, la mato como hice con su
amiga.
Gruñí y me acerqué hasta ella para levantarla del suelo. Golpeé su
espalda contra el muro de carga que había en medio de la sala y miré sus
ojos marrones; sus pupilas se dilataron y me di cuenta que estaba excitada
al verme rabioso.
—¿Qué estás haciendo? —presioné su frente con la mía sin darme
cuenta que cometí un error. Al estar cerca de ella tuvo la oportunidad de
besarme. Sentí de nuevo sus labios. —Se acabó, Shana. ¿No lo entiendes?
—Lo nuestro nunca acaba —rio—. Siempre tenemos momentos
malos. Pero lo arreglamos en la cama. ¡Vamos! Borra esa seriedad de tu
bonito rostro. Estoy aquí porque quería estar a tu lado. ¿No te alegras de
verme mejor?
—Yo no soy como Ray —le recordé—. A mí no me hace falta ir
detrás de Vikram, yo mismo puedo acabar contigo. Más bien, estoy
arrepentido de haber pensado que lo mejor para todos era que siguieras
viva. Pero no. La zorra ha regresado entre los muertos para joderme la vida.
Se mordisqueó el labio para seducirme y con una ceja levantada me
recordó lo que quería hacer hace unos días:
—¿No querías enterrar el cuerpo de la chica?
Seguí tirando de la tela de su camiseta de tirantes. Al darme cuenta
que no iría muy lejos, la solté.
—Quiero deshacerme del cuerpo de Evie para que Alanna no sufra.
Pero ya no sirve de nada —bajé la cabeza—. Lo ha descubierto. Nunca
debiste matarla. ¡En que estabas pensando!
—Se me fue de las manos —volvió a reír. —Lo siento, Bloody.
Siento ser como tú. Primero actúo y luego pienso.
No.
Éramos muy diferentes.
—Olvídame —dije, alejándome de ella.
Pero Shana no solía rendirse con facilidad. Me rodeó con sus brazos y
me retuvo unos segundos antes de hablar. Observé sus manos heridas
presionando en mi abdomen. Vi su dolor reflejado en sus temblorosos
dedos.
—Prometo decirte dónde está el cuerpo de la chica.
La miré por encima del hombro.
Mantuvo su barbilla acomodada en mi espalda mientras que me
mostraba una sonrisa.
—¿Qué me pedirás a cambio?
Cerró los ojos y suspiró.
—Como me conoces —siguió pegando su cuerpo al mío, más de la
cuenta.
—¿Shana?
—Bésame —suplicó—. Bésame como en los viejos tiempos. Nos
tumbamos en ese rincón y dejamos que nuestros cuerpos hagan el resto del
trabajo. ¿Qué te parece?
—Me parece que hoy no seré el que te folle —aparté sus manos y
volvió a seguirme—. ¿No te cansas de que te diga que no constantemente?
—En realidad me excita.
Emití un sonido de desagrado.
—¡Estoy cansado! —Exclamé—. Deja de jugar conmigo, Shana. No
te lo volveré a repetir.
Ésta decidió darme la espalda mientras que refunfuñaba como si fuera
una cría pequeña. De repente empezó a cantar, y me di cuenta que no era
una canción cualquiera. Adda solía cantármela por teléfono.
Me lancé sobre ella:
—¡Hija de puta! —Me arrepentí de no llevar el arma junto a mí. —
Por tu vida, espero que no le hayas hecho…
Intentó deshacerse de las manos que presionaban alrededor de su
cuello. Pero lo único que hizo fue balbucear algo.
—Están…Están…bien —respiró cuando la solté—. Anoche escuché
la conversación que mantuviste con Adda y Nilia. Simplemente eso. Por
cierto —me guiñó un ojo—, bonita voz.
No me fiaba de ella. Así que cuando consiguiera un poco más de
dinero, se lo enviaría a Nilia para que volviera a cambiar de condado. Si
estaba cerca de mí, estaba en peligro.
—Me rindo —dijo, apartando su cabello rubio. —Te diré dónde está.
Sígueme.
—Voy solo.
—No —presionó su dedo sobre mi pecho—. Voy contigo, te guste o
no.
No me quedó otra opción. Seguí sus pasos. Salimos de la propiedad
de Vikram para perdernos en unas tierras que estaban muertas. Después de
una hora de pasos, nos detuvimos en medio de dos enormes árboles que se
cruzaban para crear un arco. Detrás de uno de los troncos, había una
carretilla; dentro, estaba el cuerpo sin vida de Evie.
Me acerqué para comprobar que fuera ella realmente. Y sí, era la
chica de la fotografía, la mejor amiga de Alanna.
El olor a podrido, muerte y amoníaco me echaron para atrás.
—Puedes enterrarla aquí —sacó del otro tronco una pala que había
tirada en el suelo—. No tardes. Vikram no puede sospechar de nosotros.
Me tapé la nariz con la camiseta y saqué el cuerpo de Evie para
tenderlo sobre el suelo barroso. De repente me di cuenta que le faltaba una
extremidad.
—¿¡Dónde está el brazo!?
—¿Qué brazo? —Preguntó, acercándose.
Shana rio.
—Mierda —se llevó las manos para ocultar sus labios—. Lo perdí.
—¿Lo perdiste? ¡No me jodas! —Dejé con cuidado su cuerpo; sabía
que estaba muerta, que no podía sentir dolor, pero se merecía otro trato
después de lo que le hizo Shana. —¿Por qué le amputaste un brazo?
—No cabía en el baúl.
—¿Dónde está?
Shana era capaz de haber mantenido el brazo para en un futuro hacer
negocios.
—Lo tiré. En un contenedor. Lejos de aquí.
Mentía.
De todas formas, era inútil discutir con ella. La alejé de mi lado y me
puse a cavar para terminar con nuestro paseo involuntario hasta las tierras
muertas que escogió para esconder el cuerpo de una joven.
Se sentó en el suelo mientras que me observaba cavar.
Tardé tres en horas en enterrar a Evie. Antes de cubrirla con tierra,
terminé de cerrarle los ojos y acomodar su cabello para que no ocultara su
hinchado y morado rostro. Me disculpé con ella. Fue una estupidez, pero
necesitaba hacerlo.
Shana se levantó del suelo al darse cuenta de que todo había acabado.
Intentó rodear mi brazo con el suyo, pero me aparté. Caminé más rápido
que ella y en veinte minutos la perdí de vista.
No tardé en llegar a la propiedad. Por el camino me fui quitando la
camiseta que me ensucié de barro.
Pero mi mala suerte no acabó.
Diablo se cruzó conmigo como si no hubiera pasado nada esa misma
mañana.
—¡Gringo! —Me saludó. Era extraño no verlo con esos trajes
elegantes que solía vestir—. ¿De dónde vienes?
Reí.
—¿A ti qué te importa?
—Curiosidad —dijo, llevándose las manos a los bolsillos traseros del
pantalón negro. —Vikram me ha dicho que serás el wey que vendrá con
nosotros.
Eso sí que eran buenas noticias.
Estaría al lado de Alanna.
—Sí —y lo último lo dije en voz baja—, eso creo.
—¡No mames! —Golpeó mi hombro con su puño—. Nos
divertiremos.
Antes de hacer ese viaje, le dejé las cosas claras.
—No sé qué pasará por esa cabeza —se la golpeé con el dedo —,
pero no todos los gringos somos iguales. Ray y yo somos muy diferentes.
Tan diferentes, que a mí me importa una mierda quién es tu padre. Si tengo
que matarte, te mato. Si te tengo que vender como una perra mexicana a un
cártel[5] que se me cruce por la frontera de Estados Unidos y México, lo
haré. ¿Lo entiendes, Diablo?
Éste me respondió con una fuerte carcajada.
—Hay una perra esperándote en la habitación.
Sabía que se refería a Alanna, así que cuando intenté abalanzarme
sobre él, Emmanuel me detuvo.
—Déjalo, hermano.
Asentí con la cabeza y subí las escaleras lo más rápido posible.
Alanna estaba tumbada en la cama, zarandeando sus piernas al aire. Ray no
estaba cerca, así que llamé su atención con el golpe que dio la puerta al
cerrarse.
—¿No está tu novio?
Ella respondió con seriedad:
—Te estaba esperando a ti.
Me senté a su lado y rodeé sus hombros con mi brazo. Intentó
alejarse, pero no lo consiguió. Tenía remordimiento e intentaba actuar como
siempre para que ella no sospechara.
—Dime, cielo.
—¿Dónde estabas?
—Soñando contigo.
—Bloody —me dio el toque de atención.
—Tenía que hacer un trabajo —me quité las botas y las metí debajo
de la cama con un golpe de talón—. ¿Ha pasado algo?
Ella asintió con la cabeza.
—Tú eres el único que puede ayudarme.
—Dime —acaricié su mejilla.
Alanna bajó la cabeza y dijo:
—Ayúdame a encontrar a Evie. Te lo suplico.
No dije nada.
Me dejó anonadado.
Ella se levantó, se puso de rodillas y escondió su rostro entre mis
piernas mientras que suplicaba que le ayudara.
—Por favor —insistió—, haré cualquier cosa.
—Alanna —quería que se levantara del suelo.
—Por favor.
«Joder.»
La imagen de Evie, muerta, me nubló la vista. Empezaba a volverme
loco; A imaginarme a su amiga en el umbral de la puerta mientras que me
apuntaba con el dedo y le decía a Alanna que yo era su asesino.
Alanna me odiaría de por vida si descubría lo que había hecho esa
misma tarde. Por eso no podía decirle nada.
Tenía que guardar silencio.
Mentirle.
Hasta que estuviéramos a salvo en México.
—Por favor —y para convencerme, se acomodó sobre mí para
besarme.
Me estaba entregando su cuerpo como la noche anterior. La única
diferencia es que no había bebido ni fumado, pero estaba desesperada. Lo
noté en las lágrimas que murieron entre nuestros labios.
Empezó a desnudarse bajo mi atenta mirada.
Era un cobarde por no decirle la verdad, por no detenerla y por
desearla sin decir nada.
Capítulo 66
ALANNA

No sirvió de nada arropar su boca con la mía. De acomodarme sobre su


cuerpo en busca de calor y terminé quedándome helada. Como hizo la
noche anterior, Bloody me apartó de su lado. Mantuvo sus manos alrededor
de mis muñecas, y me levantó del asiento en el que me acomodé sin su
permiso. Quedé de pie; cara a cara con él. Me sentí estúpida por ponerme a
llorar como una niña pequeña.
Pero terminó comprendiéndome. Se levantó de la cama y tiró mi
cuerpo hacia delante hasta que nuestros pechos se tocaron. Noté su mano
acariciar mi cabello mientras que me susurraba sobre la coronilla de la
cabeza que todo saldría bien. Quería confiar en él. Creer que no sabía dónde
estaba Evie. Pero realmente, a esas alturas, no sabía quién me estaba
ayudando y quién era el traidor que quería manipularme junto a Vikram.
—Él sabe dónde está —dije, tocando su piel desnuda—. Me mintió.
Dijo que no había escuchado las noticias. Y, de repente, soltó que las
cámaras de seguridad ayudarían a la policía a encontrar a Evie.
—¿Alanna?
Por eso quería que él me ayudara. Porque era la persona más próxima
a Vikram. Porque mi padre confiaba en él y le daría las respuestas que se
negaba a darme a mí. Alcé la cabeza y lo miré.
—Vikram es sospechoso —tragué saliva. Me costaba decirlo, pero mi
padre era un asesino. Podía haber sido capaz de matar a Evie incluso
cuando Leonard y él eran buenos amigos—. No puedo pedírselo a Ray
porque él no deja de arriesgar su vida para ayudarme. No quiero que sigan
presionándolo a hacer cosas que lo matarán.
En pocas palabras le pedí que se sacrificara él en vez de Raymond.
Sabía que no lo toleraba, pero Ray había sido capaz de ayudarlo siempre
que estuviera en su poder. Era una de esas personas que jamás abandonaría
a su compañero; me lo demostró la noche en la que pudimos huir, y éste
miró atrás para salvar la vida de Bloody.
—Cielo —detuvo mis palabras—, nadie tiene a Evie. Nunca pisó
estas tierras. Tienes que olvidarlo. No puedes involucrar a Vikram en un
delito que no ha cometido. Estoy seguro que la policía la encontrará pronto.
Por favor, deja de ponerte en peligro.
Bajé mis brazos y me aparté de su lado lentamente, sin prisa. Asentí
con la cabeza, asumiendo que estaba sola en aquel momento, y solté un
gracias por todo antes de salir de la habitación.
Bloody no me detuvo porque se dio cuenta que me dirigía hasta mi
cuarto. Me quedé delante de la puerta, con la mano sosteniendo el pomo y
pensando cómo actuar delante de mi padre. Era sospechoso; incluso cuando
los demás querían borrarme la idea de la cabeza.
De repente pensé en Shana; ella, antes de desafiarlo y recibir el
castigo que ejecutó Vikram, era una de sus guerreras favoritas.
«Quizás…»—Pensé. «Quizás ella pueda darme respuestas.»
Caminé por el pasillo sin hacer ruido, y descendí por las escaleras sin
llamar la atención de nadie. Era de noche. El enorme reloj de pared marcaba
las tres de la madrugada. Habían pasado las horas y seguía sin poder
comunicarme con alguien que tuviera el valor de contarme la verdad.
Así que doblé un pasillo y detuve mis pasos delante de la habitación
de Shana. La puerta estaba abierta. Ella seguía despierta, ya que se escapaba
un rayo de luz del interior. Intenté empujar la madera con mis propias
manos, pero la voz de mi padre me detuvo. Él estaba dentro, manteniendo
una conversación con la mujer que hirió.
—¿Están todos dormidos? —Preguntó Shana.
—Sí —fue su respuesta—. No he podido venir antes. Tenemos un par
de problemas en la frontera de Estados Unidos con México. Arellano me ha
prometido que los policías pasarán por alto el pasaporte de Alanna.
—¿Y el otro?
—El otro eres tú.
Ella rio.
—Dale otro maletín de dinero. Así no mirarán que tengo cargos y una
orden de búsqueda y captura.
Sentí los muelles de la cama crujir cuando ambos se sentaron.
—Me quedo sin dinero. Por ese motivo huiremos a México —aclaró
—. Arellano nos cubrirá las espaldas hasta que recupere mi dinero. Y,
después, seremos libres.
—Tendrás que trabajar para el mexicano. ¿Estás seguro?
—No. Por eso le prometí que Alanna se comprometería con su hijo
Diablo —odié lo que estaba haciendo conmigo; su moneda de intercambio
y el pasaporte de su libertad—. Él aceptó. No hubo dudas. Simplemente un
acuerdo y un contrato para dentro de unos años donde me responsabilizaba
a devolverle todo el dinero que saliera de su bolsillo.
—¿Le dirás a Bloody las deudas que le caerán encima?
Me acerqué un poco más hasta que el silencio se volvió una pesadilla.
Asomé la cabeza con cuidado y me encontré con una imagen que no
esperaba. Ambos se besaban con desesperación. Shana cayó sobre la cama
mientras que mi padre retiraba el cabello de ella para acariciar su piel con
los nudillos.
—Matarán a Bloody porque tengo demasiadas deudas —ambos rieron
—. Él quiso mi puesto. Tendrá que aceptarlo con todas sus consecuencias.
Shana jadeó mientras que guiaba la mano de Vikram hasta el interior
de su muslo.
—Hazme tuya. Te deseo —suplicó.
Él rio y se lanzó una vez más sobre los labios de la mujer que
sentenció a la muerte.
Inmediatamente me alejé de la puerta porque mi estómago no
aguantaría aquella escena. Di unos cuantos pasos hacia atrás, con la mala
suerte de golpearme contra alguien. Al mirar por encima de mi hombro, me
encontré a un curioso Diablo que se había desecho de su caballera negra y
me observaba sin pestañear.
Me quedé sin aliento.
—Buenas noches, mami —fue el primero en hablar. —Tienes que
decir buenas noches…
Antes de que me lo ordenara le seguí el juego.
—Buenas noches, Diablo —dije, y miré por dónde salir.
Pero me retuvo.
—Salgamos al jardín para dar un paseo —sostuvo con fuerza mi
mano y tiró de mí para que lo siguiera. Estábamos solos. Después de saber
lo que era capaz de hacer, le tenía miedo. —¡Qué cielo más hermoso!
Nos dirigíamos hasta el árbol donde se plantaba durante horas para
obsérvarlo sin inmutarse. Soltó mi mano un momento, y se dejó caer para
acomodar la espalda sobre el tronco. Me pidió que hiciera lo mismo que él,
salvo que yo tuve que acomodarme sobre su pecho.
Diablo no tardó en rodear mi cintura con sus brazos. Sentí su barbilla
sobre mi hombro y tragué saliva. Su nariz tocó mi piel mientras se deleitaba
con el perfume que dejó el gel de ducha en mi piel.
—Podría ser nuestra mejor cita —me presionó con fuerza contra él.
Empezaba a no poder respirar. —En cierto modo, mami, hacemos buena
pareja.
Posé mi mano sobre las suyas e intenté darle una señal para que
dejara de hacerme daño. Relajó sus brazos y cogí aire más tranquila.
—¿Por qué crees eso?
—¿Por qué crees que sigues viva? —Rio. —Tenías razón. Tú me
ayudas a mí, y yo te ayudo a ti.
Diablo dejó de ser una vía de escape en el momento que vi como
perdía la cabeza en la cafetería por unos latidos de corazón. Su enfermedad
podía ser mi tumba.
—¿En qué puedo ayudarte?
Me puse más nerviosa cuando posó sus labios sobre mi cuello. Paseó
la lengua por la curva y se detuvo en la barbilla. Sentí sus dientes clavarse
en mi piel y sus intentos por perforar la carne.
Gemí de dolor.
Éste no se detuvo.
—Estoy enfermo, Alanna —dijo mi nombre, después de la confesión
—. Nadie lo ve como un don. Yo sí. Me gusta escuchar esas voces. No me
siento solo. Salvo cuando dejan de decirme cosas y aparecen esos sonidos
que me vuelven loco.
Tragué saliva.
—Mi corazón también podría ser una molestia.
Diablo presionó su cabeza pelada sobre mi mejilla.
—No —me obligó a mirarlo a los ojos—. El de la cara deforme y tú
me gustáis. Es un sonido más tranquilo. Lleno de vida; calmado, pero con
un ritmo pausado. Y, cuando ambos estáis juntos, vuestros latidos hacen una
melodía que deseo escuchar para siempre.
Por ese motivo presionaba a Ray.
Volví a formular la única pregunta que no me respondió:
—¿Qué puedo hacer por ti?
—¡Dale, mami! —Cerré los ojos cuando mordisqueó el lóbulo de mi
oreja—. Deja de temblar.
—Hace frío —me excusé.
—Estoy aquí, contigo —volvió apretarme con fuerza—. Te daré
calor.
—Estoy bien —presioné sus dedos, y volvió a calmarse—. Dime,
Diablo. ¿Qué quieres de mí?
—Te sacaré de México cuando tu padre esté distraído —entonces lo
miré sorprendida—. A cambio tú tendrás que llevarte a Rei.
—¿A tu hermano?
—Sí —dijo, de una forma burlona—, a mi hermano. Quiero que
huyáis y lo protejas. Es lo único que te pido.
Había un pequeño problema.
—¿De quién tengo que protegerlo?
Diablo apretó la mandíbula.
—De mi padre.
—Lo haré.
Liberó mi cintura de sus brazos, pero solo lo hizo para acomodar la
mano en mi rostro y presionar mis mejillas con sus dedos. Empezaba a
hacerme daño.
—Si le haces daño a Rei, te mato —me acercó a él, cada vez un poco
más—. Si pierdo al motor de mi vida, prometo destrozarte con mis propias
manos y hacerte sufrir mientras agonizas. ¿Lo has entendido, mami?
Asentí con cuidado con la cabeza.
Sonrió.
—Es un buen trato.
Terminé por decir lo mismo:
—Es un buen trato.
Pero fue una voz que no nos dejó terminar los últimos detalles de la
salida; necesitaba una fecha y su palabra de mantenernos con vida hasta que
volviera a pisar los Estados Unidos una vez que saliéramos de su país.
Bloody se acercó hasta nosotros preocupado:
—¿Alanna?
—Estoy bien —lo detuve.
—¡No mames! —se levantó del suelo—. Eres un perro fiel.
Bloody lo siguió con la mirada y después me miró a mí.
—¿Qué hacías con él?
Me acerqué hasta él y esperé que Diablo se colara en el interior de la
propiedad. Cogí la mano de Bloody y le respondí:
—Tenemos que hablar.
—¿Otra vez? Alanna…
—No de Evie. Algo peor.
Bloody no supo qué hacer o cómo actuar.
Solo esperaba que me creyera. Su vida pendía de un hilo.
Capítulo 67

Cerró la puerta de la caseta para que nadie nos interrumpiera. Me acomodé


contra el muro de carga y esperé a que Bloody se acercara. Tenía que tener
cuidado con mis palabras. Él seguía siendo fiel a Vikram y seguía pensando
que le mentía sobre la verdadera identidad de su jefe.
—Tú dirás —se pronunció.
Era más complicado de lo que imaginé; ¿Cómo podía decirle que
había visto a Shana y a Vikram besándose? Uno de ellos era el hombre que
admiraba y la otra la mujer que lo complacía sexualmente.
Como no se me daba bien ser delicada o rebuscar hasta encontrar una
frase mejor, se lo dije directamente sin tapujos:
—He visto a Vikram y a Shana besándose.
Silencio.
Por un momento pensé que saldría hasta de la caseta para dejar de
escuchar las tonterías que podía decir en menos de un minuto. Pero Bloody
siguió ahí, escuchándome atentamente.
—Quería hablar con Shana. Saber si ella estaba al tanto de la
desaparición de Evie —cogí aire—. Entonces escuché la voz de Vikram.
Ellos estaban hablando de los planes que tienen entre manos. Se irán juntos.
Bueno…—corregí—, nos iremos todos juntos. Como Vikram ya no tiene
dinero, ha llegado a un acuerdo con Arellano. Éste pagará la estancia en
México y en un futuro él tendrá que pagar todas sus deudas.
—¿Qué sucede con los negocios que hay aquí?
—Está endeudado. Ocuparás el puesto de una persona que ha caído
en banca rota y se ha ganado unos cuantos enemigos.
Me sorprendió que me hiciera preguntas.
—Dijo que me tendría en cuenta —susurró, más bien para él. Pero lo
escuché—. Me lo prometió. Yo sería el que ocuparía su lugar hasta que
volviera a recuperar su dinero.
—Por supuesto que te tiene en cuenta —recordé la malicia de la
nueva pareja cuando hablaron de la futura muerte de Bloody—. Tú serás el
que le salve trasero cuando esté fuera. Todos te reclamarán. Los chicos. Los
hombres que pagaron un servicio de protección.
Y Bloody dijo:
—Los narcotraficantes. Nunca llegaremos a trasladar la mercancía de
SDA porque no habrá dinero para comprar a los agentes.
[6]

—Vikram no es la persona que crees conocer. Te lo he dicho muchas


veces, Bloody —lo intenté una vez más, y ya me di por vencida si no lo
entendía de una vez por todas—. Tienes que salir de aquí. Buscarte la vida
tú solo. No contar con un hombre que ni siquiera os ha mostrado su
verdadera identidad. Busca a Nilia y salid de aquí junto a Adda.
—Me debe dinero —me dio la espalda y golpeó el enorme portón de
hierro que nos dejaba insonorizados—. Contaba con ese dinero. Dijo que
las cuentas estaban bien. Que había suficientemente para todos. ¡Su maldito
dinero! Prometió recompensarnos al terminar el secuestro. Y todo fue
mentira.
Estaba equivocado en algo:
—Por supuesto que recompensará a alguien. A Shana —reí—. A
Heriberto. A los policías que nos dejen cruzar la frontera. A los nuevos
hombres que le esperan en Veracruz y a quienes crea conveniente para su
fuga cuando tenga el dinero que hay en mi cuenta bancaria.
Siguió destrozándose los nudillos. Cuando la sangre brotó hasta el
suelo, se detuvo. Abrió la puerta, y antes de salir me miró por encima del
hombro:
—Vete a dormir.
—¿Adónde vas? —pregunté.
—Necesito tomar unas copas —al darse cuenta que lo seguí, me
detuvo—. A solas, Alanna. Necesito estar solo.
Y así fue como Bloody descubrió una parte de la gran mentira de
Vikram. Dejé que se alejara con una moto Royal Enfield que cogió prestada
a uno de sus compañeros y salió disparado para perderse en la carretera.
Le hice caso; lo mejor era dormir. Pero antes quería ver cómo se
encontraba Ray. Golpeé la puerta de su habitación y nadie respondió. Giré
el pomo y me colé en el interior. La habitación estaba vacía; en la terraza
solo había un pequeño cenicero que imaginé que era de Bloody. En el baño
dejaron un par de toallas tiradas en el suelo. No había ni rastro de Ray.
«Es muy raro.» —Pensé.
Antes de meterme en la cama, hice una última parada. Acomodé mi
oreja sobre la puerta de Diablo y lo escuché hablar con sus hombres en su
dialecto.
Capítulo 68
BLOODY

No esperaba encontrarme a Doc en el bar de carretera que solíamos


frecuentar los chicos y yo cuando descansábamos de los trabajos que nos
mandaba Vikram. Me senté en el taburete continuo al suyo y lo saludé con
un movimiento de cabeza. Doc dejó de mirar a la camarera pelirroja y se
centró en mí. Me conocía tan bien que con un simple gesto dejaba al
desnudo mis emociones.
—¡Preciosa! —Llamó la atención de la camarera. Ésta se acercó
contorneando su cuerpo de una forma muy sexi—. ¿Puedes ponerle un
trago ardiente a mi amigo?
—Por supuesto —le guiñó un ojo y después me miró a mí—. ¿Qué te
pongo, corazón?
Sus abultados pechos sobresalieron de la camisa negra con la que
vestía cuando se apoyó en la barra. Tocó mi mano y esperó encontrar un
anillo de casado. Al no ver ningún circulo dorado, empezó a coquetear
conmigo.
El bar La perla negra era un sitio para huir de toda la mierda que te
podía salpicar. Con un par de tragos lo olvidabas todo. Y ahí solo había
moteros, camioneros, hombres casados que buscaban divertirse y
mercenarios como yo.
—Un whisky doble.
—Ahora te lo pongo —dijo, relamiéndose los labios.
Doc esperó que se alejara para decirme:
—Llevo toda la noche intentando ligar con ella y desde que has
llegado solo tiene ojos para ti —me golpeó en la espalda y soltó una
carcajada—. Es más guapa que Shoshana.
—No he venido a follar.
—Mejor para mí, rubito.
La camarera me sirvió el whisky doble y me lo bebí de un solo trago.
Esperé que me sirviera un par más.
—¿Sucede algo? —Preguntó, porque hasta ese momento no se había
atrevido. —Puedes contar conmigo, Bloody.
—En realidad quiero hacerte una pregunta —hice una señal para que
me trajera la botella entera y le pedí a la pelirroja que saliera del metro de
barra que ocupamos Doc y yo—. ¿Desde cuándo conoces a Vikram?
Soltó un silbido.
—Hace años.
—¿Cuántos? —Quería una fecha.
Se rascó la barbilla y alzó la cabeza para buscar un número exacto o
aproximadamente.
—Físicamente hará unos diez años.
—¿Físicamente? —hice otra pregunta, y pegué los labios a la botella
antes de escuchar la respuesta.
—Antes de cruzarme con Vikram cara a cara, negociábamos por
teléfono —afirmó con la cabeza—. Me mandaba a sus chicos heridos a una
pequeña consulta clandestina que tenía fuera de California. Después, en vez
de venir él para pagarme todas las molestias causadas, me enviaba un
maletín con una enorme cantidad de billetes verdes. Solía darme las gracias
por teléfono. Hasta que un día se presentó en el hospital donde trabajo.
—¿Notaste algo raro en él?
Doc detuvo el vaso de chupito que tenía girando entre sus dedos.
—Su acento. Vikram por teléfono no parecía rumano. En cambio, en
persona…
Le corté.
—En persona fuerza el acento rumano.
—Sí. Pero nunca le di importancia.
Terminé de beberme lo que quedaba en el culo de la botella y me
levanté del taburete para ir al baño. Doc se quedó en la barra, observando
como se unía otra camarera junto a la pelirroja.
Empujé la puerta del baño y quedé delante del único urinario de
hombre que había. Me bajé la cremallera, rebusqué en el interior del boxer
y saqué mi miembro para mear.
Lo que no esperaba era la visita de la camarera. Entró en el baño de
hombres lamiendo un caramelo que iba pegado a un palo y se acercó hasta
mí para observar mi polla detalladamente.
—La tienes enorme, corazón —dijo, lamiendo su piruleta.
—Y eso no es nada —reí. La sacudí y volví a guardarla en el interior.
Me subí la cremallera e intenté lavarme las manos. Pero la pelirroja
me lo impidió. Soltó el dulce y acomodó sus manos sobre las mías para
guiarlas hasta sus enormes pechos.
—¿Te gustan?
Estaban duros y fijos; no eran pechos naturales. Pero eso nunca me
había importado.
—No están mal.
De repente se quitó el delantal y se deshizo de la camiseta del
uniforme que vestía para trabajar en el bar. Se quedó desnuda de cintura
para arriba y volvió a guiar mis manos hasta sus tetas.
—¿Quieres meterme un mordisquito?
El Bloody de hace un mes hubiera pedido más de un mordisquito,
pero últimamente no tenía ganas de enterrar mi rostro entre las piernas de
las desconocidas que me iba encontrado en los bares de carretera.
—Tengo que irme.
—¿¡Qué!? —Exclamó, defrauda. —No puedes dejarme así.
Reí.
¿Se había excitado por verme mear?
—Claro que puedo, cielo. ¡Qué tengas un buen turno de trabajo!
Salí una vez que conseguí lavarme las manos. Pasé para despedirme
de Doc y le dije que la camarera pelirroja estaba ardiendo en el baño
mientras que se sobaba los pechos con ambas manos. Éste no tardó en ir
detrás.
Conduje con cuidado para no matarme por la carretera.
Conseguí unas cuantas respuestas a todas las preguntas que me
rondaban por la cabeza. Pero también necesitaba verlo por mí mismo.

Por suerte a las cinco de la mañana estaban todos dormidos. Me colé en el


despacho de Vikram y cerré la puerta con cuidado. El muy imbécil no
instaló cámaras de seguridad porque confiaba en que nosotros
custodiáramos su puerta las 24 horas del día. Pero como nadie se atrevía a
pasar la propiedad del gran Vikram, no teníamos ningún problema en no
hacer guardias por las noches. Por eso lo tuve fácil.
Me arrodillé delante del escritorio e intenté abrir el cajón que tenía
bajo llave.
Como lo mío era la fuerza bruta, no conseguí abrir el cajón. Si lo
destrozaba, Vikram me descubriría.
Intenté esconderme debajo del escritorio de madera cuando escuché la
puerta abrirse. Pero no me dio tiempo. Me descubrieron.
—Levántate —dijo, en un tono divertido—, soy yo.
Gruñí.
—Te dije que te fueras a la cama.
—Tú no eres mi padre —Alanna cerró la puerta. Se acercó hasta mí y
se echó para atrás cuando olió el aroma a whisky—. ¿Borracho?
Reí falsamente.
—No. A mí no me sube tan fácilmente.
—¿Qué buscabas?
No le mentí.
Le dije la verdad.
—Quería abrir ese cajón —dije, apuntando hasta la pieza que tenía un
candado—. Es imposible.
—Necesitamos una llave.
—No. Por supuesto que no —no podía dejar que ella se involucrara
—. Vámonos a la cama. Mañana miraré qué puedo hacer.
Alanna posó una mano sobre mis labios y apagó mi voz para escuchar
las voces que venían del exterior del despacho.
Nos tocó meternos debajo del escritorio cuando Shana y Vikram
decidieron colarse en el interior.
Ambos reían mientras que torpemente caminaban por el interior.
Alguien se sentó encima de nosotros.
—Nunca me has follado en este despacho.
Alanna agrandó los ojos. Sabía que esa situación para ella no era fácil
y más cuando aseguraba que Vikram era su padre.
Se escuchó un fuerte golpe; una mano azotando una mejilla.
—No seas grosera —le dijo él—. No me gustan las palabras mal
sonantes.
—Lo siento —se disculpó Shana.
No podía creérmelo; Shana disculpándose.
De repente ella empezó a jadear.
—Mierda —susurró Alanna.
Me llevé un dedo a los labios: —Shh.
Capítulo 69
ALANNA

Había sido una mala idea entrar en el despacho de mi padre. Pero tampoco
contaba con que esos dos siguieran manteniendo relaciones sexuales en
todos los rincones de la casa. Al menos no estaba sola. Bloody también
puso los ojos en blanco cuando los jadeos de Shana resonaron por todo el
despacho. No quería ni pensar en dónde tendría mi padre la mano enterrada.
Golpearon con fuerza el escritorio y me tapé los oídos con los dedos.
Seguía escuchando los jadeos de ambos.
—¿Quién es tu chica favorita? —Preguntó, bajándose del escritorio.
De repente se escuchó otro golpe en seco. —Di mi nombre.
Él le respondió:
—Tú —a la vez que jadeó.
Por debajo del escritorio, el hueco que quedaba libre de madera, se
podía ver cómo le habían bajado los pantalones y lo veloz que fue Shana en
arrodillarse.
Sentí nauseas.
No por el hecho de que mantuvieran relaciones sexuales, pero sí por
tener que estar presente.
—No tan rápido —le costó decir—. No quiero terminar todavía.
Era capaz de salir en cualquier momento solo para que esos dos se
detuvieran. Aunque la mano de Bloody no era un buen aliado en ese mismo
instante. Siguió reteniéndome junto a él y sacudió la cabeza para advertirme
que no hiciera ninguna tontería.
—Será mejor…que volvamos a la habitación—cogió aire—. Shana,
pequeña, vamos. Nos podrían escuchar.
Ésta clavó las manos heridas en el suelo y se impulsó hacia arriba
para salir detrás de Vikram. Cuando se subió los pantalones, paseó por el
despacho hasta coger el arma que guardaba en el interior de su cazadora.
En el momento que salieron respiré con tranquilidad.
—¡Qué asco!
Exclamé, y Bloody rio.
—Es nuestro castigo por no haber tenido más cuidado.
Golpeé su brazo con mi puño.
—Cállate, idiota.
Se sentó sobre el asiento de Vikram y siguió observando el cajón.
Sabía que la idea le rondaría por la cabeza hasta que consiguiera abrirlo. Me
senté en el escritorio y observé la forma en la que ladeaba la cabeza.
—¿En qué piensas?
—Tenemos que retrasar el viaje a México.
Crucé los brazos bajo el pecho.
—Parece tan fácil decirlo —vacilé—. Lo difícil es llevarlo a cabo,
¿no crees?
—Puedes ponerte enferma.
—Eso ya sucedió —le recordé, todos los golpes que me dejaron
durante un par de días en la cama—. No sintió lástima por mí. Tiene una
fecha y la acatará. ¡Es una mierda!
Bloody se levantó y sostuvo mi rostro entre sus manos.
—Quiero que dejes a un lado los lazos amistosos que has hecho con
nuestros enemigos.
—¿Nuestros? —Repetí, y asintió con la cabeza—. ¿Ahora somos un
equipo?
—Cielo, somos un equipo desde que me suplicaste que te llevara a la
cama —soltó un gruñido, cerca de mi oído—. Sigo deseando tocarte.
Sentí como una ola de calor nacía en mis mejillas y seguía
descendiendo hasta mis piernas. Bloody seguía creyendo que era virgen.
Que la noche que me alejó de él fui una niña buena y estuve acomodada en
cualquier rincón del jardín antes de encontrarlo en mi habitación.
Me mordí el interior de la mejilla y guardé ese pequeño secreto.
—¿Qué? ¿Ya no me deseas?
—Me ocultas cosas. Me mientes. Intentas mantenerme encerrada en
una habitación para que no busque una forma de huir —proseguí—. Y me
ha dolido, Bloody. Confié en ti. Y tú…tú…
Presionó suavemente sus labios contra los míos para besarme. Su
lengua se enroscó alrededor de la mía y jadeé cuando sentí su mano sobre
mi muslo. Me sentí extraña ante la sensación que me provocaba Bloody.
Era nuevo, pero no era desagradable. Lo detuve un momento para respirar.
—No está bien —dije, pero no me aparté de él.
—¿Tartamudito?
Al mencionar el apodo de Ray, presioné ambas manos sobre su pecho
y lo alejé de mi lado. Estaba segura que en cualquier momento, el calor que
él mismo provocó en mi cuerpo, desaparecería.
—Será mejor que nos vayamos a la cama.
—Está bien —dijo, antes de separarnos.
A las siete de la mañana se escucharon los motores de un par de coches
saliendo de los terrenos de Vikram. No le di importancia porque estaba
cansada. Solo había dormido dos horas. Cuando llegué a la habitación lo
primero que hice fue tumbarme e intentar poner la mente en blanco; por
suerte lo conseguí y no tardé en quedarme dormida.
Tres horas más tardes, cuando el reloj marcó las diez de la mañana,
alguien se encargó de despertarme. Le di permiso para adentrarse en la
habitación y me encontré con Abaddon. Éste se acercó y me tendió una
carta.
—¿Qué es?
—Raymond me ha pedido que te la dé —sonrió—. Sabía que estabas
durmiendo, por eso no te la he entregado a primera hora.
—No entiendo nada.
—Yo tampoco, pequeña.
Abaddon se encogió de hombros.
Miré el sobre en blanco.
—Gracias —dije, frotándome los parpados con el puño. Abaddon me
dejó a solas y yo seguí sentada en la cama mientras que observaba la
posible nota que me había enviado Ray—. No lo entiendo.
Rasgué uno de los laterales del sobre y saqué el papel blanco.

Querida Alanna,
siento haber marchado sin antes despedirme de ti. Teníamos que salir
antes de que el sol nos iluminara la carretera. Sé, que estos dos últimos días
he estado ausente por las noches, pero tenía que terminar de trasladar los
paquetes de cocaína de Diablo.
Prometí contártelo todo, pero no podía involucrarte en un plan qué no
estoy del todo seguro que salga bien. Lo único que puedo decirte es que
muy pronto volveremos a vernos.
Echaré de menos tu olor, el tacto de tu piel y la forma en la que me
miras consiguiendo que me sienta importante a través de tus ojos verdes.
Te quiero.
No cometas ninguna locura.
Y Bloody, por muy idiota que sea, te cuidará.
PD: Diablo dice que pronto contactará contigo. Espero que no hayas
hecho ningún trato con él. Y, si así fuera, por favor, olvídalo.
Raymond.

Paseé el dedo por la firma de Ray.


«No.» —Pensé. «No ha podido irse y dejarme sola.»
Me levanté de la cama y salí de la habitación para comprobar si
realmente se había ido. Y sí, en el cuarto que compartía con Bloody solo se
encontraba éste durmiendo; ocupando toda la cama con sus extremidades
estiradas.
Bajé los escalones descalza y miré a través de los ventanales; Vikram
charlaba con sus hombres mientras que Shana tomaba el sol tendida en la
hierba.
Estaba tan cansada, que me acerqué hasta el despacho para descubrir
que escondía en el interior del cajón que guardaba bajo llave. Cerré la
puerta y con una horquilla de cabello empecé a jugar con la diminuta
cerradura dorada.
Estuve dándole vueltas hasta que escuché, quince minutos más tarde,
el sonido de la cerradura desbloqueándose.
Tiré del cajón y removí todo lo que encontré.
En el interior había hojas en blanco, un teléfono móvil, un cuadro con
una fotografía familiar y una agenda telefónica.
Antes de guardarme el teléfono, observé el retrato de nosotros tres;
Papá sostenía a mamá entre sus brazos mientras que yo me encontraba
sentada sobre sus hombros. No recordé ese momento, pero todos
mostrábamos una bonita sonrisa.
Furiosa, golpeé el cuadro contra la mesa, cometiendo el error de
romperlo. Con sumo cuidado, arrastré los cristales hasta el interior del cajón
para ocultar mi desastre. Cuando levanté el cuadro, la fotografía se me
escurrió. La cogí y al tenerla lejos del escritorio, me di cuenta que cayó una
tarjeta micro SD. Sin dudarlo la cogí cuando eché el resto del destrozo del
cuadro dentro del cajón donde estaba oculto.
Me sobresalté cuando escuché la puerta abrirse; cerré el cajón lo más
rápido posible y me tragué la tarjeta para que nadie más la encontrase.
«Mala idea»—Pensé, al tragar saliva.
—¿Qué haces aquí, Ratoncito?
Tenía que ser convincente en mi mentira.
—Esperaba a Vikram.
—El jefe no quiere a nadie en su despacho.
—No lo sabía —me excusé—. Lo siento —salí de detrás del
escritorio y pasé por delante de ella. Shana me detuvo. Aferró su mano en
mi brazo y me obligó a mirarla—. ¿Necesitas algo?
—¿Qué tienes en la mano?
Tragué saliva.
—Nada —no quería que notase mi nerviosismo.
—Abre la mano, Ratoncito.
Me negué.
Y Shana no tardó en hacerme daño para comprobar lo que escondía.
Capítulo 70

Abrí la mano con cuidado. Ambas nos sorprendimos al encontrar mi piel


cubierta de sangre. Fui tan bruta limpiando los cristales, que terminé
clavándome los más pequeños en la palma de la mano. Shana arrastró uno
de los sillones y me pidió amablemente que me sentara junto a ella. Me
negué un par de veces, pero Shana terminó siendo más cabezota que yo.
Acomodé la mano sobre su regazo y dejé que me curara con el botequín que
sacó de uno de los armarios que había en el despacho de Vikram.
Extrajo los cristales sin hacerme daño, y los depositó sobre un trozo
de vendaje. Curó las heridas con agua oxigenada y vendó la mano con
profesionalidad.
—Doc me enseñó —dijo, al darse cuenta que estaba confusa y
perpleja—. Ciro, aparte de ser un gran profesional en el ámbito de la
medicina, también es un gran maestro.
Soltó mi mano y encogí el hombro.
—Gracias —agradecí, por compromiso.
—Te dije que teníamos que ayudarnos mutuamente —sonrió—. Por
cierto —se levantó, y guardó el maletín de primeros auxilios—, he hablado
con Vikram.
Sentí curiosidad.
—¿Ha perdonado tu pecado?
Shana rio.
—Más o menos —recogió su cabello y volvió a sentarse delante de
mí—. Le he preguntado si me permite salir contigo esta noche. Para
tomarnos un par de copas y que sientas el aire puro. Es agobiante estar todo
el día encerrada en esta casa. Sin amigos. Sin conocidos. Sin nadie,
básicamente.
Apreté la mandíbula.
—Me encantaría.
—¡Genial! —Nos levantamos y nos dirigimos hasta la puerta—. A las
siete, Kipper, nos esperará fuera. Será nuestro chófer particular.
Forcé en estirar los labios para mostrar una sonrisa que atravesara mi
rostro.
—Ahí estaré.
—No puedes salir con ella —me reclamó Bloody, cuando descubrió que
saldría con Shana un par de horas—. No me fío de ella.
Le di la espalda para quitarme la camiseta y cambiármela por otra.
Como no había demasiadas prendas de ropa, escogí la primera camiseta
básica que vi; una negra de mangas cortas.
—Yo tampoco —dije, mirándolo por encima del hombro. Me di
cuenta que no me quitó el ojo de encima cuando me cambié delante de él.
Me deshice de los pantalones, y me vestí con unos vaqueros desgastados
dando saltos cortos. —Pero quiero saber qué está planeando.
Bloody se acercó hasta mí. Acomodó su mano sobre mi hombro y
nuestras miradas se cruzaron.
—Oculta bien el arma —dijo, tendiéndome la Ruger LCP —.
Además, quiero que lleves esto contigo —y de repente, sacó un teléfono
móvil. Al ver que sonreí, me detuvo—. Lo tengo hackeado. No podrás
llamar a nadie salvo al número de teléfono que hay marcado. Es el mío. Si
sucede cualquier cosa, llámame. Iré a buscarte.
—Está bien, papá —le saqué la lengua para burlarme de él—. ¿Algo
más?
Soltó un vergonzoso sí.
—Vuelve con vida.
No me acostumbraba a que se preocupara por mí.
—¿Me echarías de menos?
—Más de lo que crees —confesó.
Di unos cuantos pasos hacia delante, y me detuve cuando mis dedos
desnudos tocaron la punta de sus botas.
—¿Lo dices en serio? —Seguí preguntando.
Bloody acarició mi mejilla y cerré los ojos para escuchar la respuesta.
—Nunca había dicho nada tan en serio.
Para no cometer el mismo error, rompí el espacio que había entre
nosotros dos para darle un abrazo. En el fondo, y aunque luchaba por
ocultarlo, me moría por sentir una vez más su boca sobre la mía. Pero
teníamos que conformarnos con aquel pequeño gesto de afecto.
Luché por separarme de su lado y le aseguré que volvería muy pronto.
—Todo saldrá bien.

Atravesamos las puertas giratorias del bar La perla negra. Lo primero que
hicieron los clientes, al darse cuenta que habían entrado dos mujeres, fue
detener sus charlas para observarnos con sorpresa. Shana tiró de mi brazo y
nos acercamos hasta la barra del bar para pedir los primeros chupitos.
El olor a puro, cigarro negro y alcohol no me disgustó. Eché un
vistazo rápido a mi alrededor y me di cuenta que seguíamos siendo el centro
de atención. Las únicas mujeres que había visto eran las llamativas
camareras que no dejaban de trabajar en ningún momento.
La mujer de cabello rojo pasión, la que nos sirvió dos chupitos de
regalo por parte de la casa, parecía cansada. Atrapé el vaso pequeño entre
mis dedos y me lo bebí de un solo golpe. Shana me felicitó.
—Muy bien, Ratoncito.
Ella hizo lo mismo.
No mantuvimos ninguna conversación en concreto. Simplemente
íbamos pidiendo copas mientras que lo celebrábamos mutuamente cada vez
que el vaso de chupito o las jarras de cerveza quedaban vacías.
De repente le pregunté algo que ni yo misma entendí:
—¿Bloody y tú…?
Ella rio.
—¿Si estamos juntos? —Me encogí de hombros, y le di otro trago al
ron negro que nos dejaron sobre la barra—. No. Nuestra relación es
complicada.
—Todas las relaciones son complicadas.
Me dio la razón.
—Aunque me veo con un hombre que tiene la edad de mi padre —eso
era justo lo que quería escuchar—. Una relación secreta. Una puta mentira
—a Shana empezaba a subirle el alcohol. —Cuando se canse de mí me dará
la patada. ¡Guapa! —Alzó la voz—. Otra botella cuando puedas.
Me disculpé con Shana y me dirigí hasta el baño para humedecer mi
rostro. Con tanto humo, podía sentir mi piel reseca. Arreglé mi cabello y
volví a reunirme con la mujer que seguía bebiendo sin parar.
Al acomodarme sobre la barra, los tragos de chupitos aumentaron; a
mí me esperaban seis más.
—De un solo trago, Ratoncito.
Y así hice.
Pero debí habérmelo bebido con más calma. Porque cuando llegué al
quinto, ni siquiera podía mantenerme sobre el taburete. Caí en redondo.
Todo me daba vueltas. Podía ver como las personas que se acercaban a mí,
se distorsionaban.
Shana bajó de su asiento y alzó mi cabeza.
—No me…encuentro bien…, Shana.
Necesitaba salir de allí.
—No te preocupes —acarició mi cabello—. Te sacaré de aquí,
Ratoncito.
Shana llamó a alguien. Al principio creí que se trataría de Kipper,
pero el hombre que me recogió del suelo era Brasen.
—¿Qué…hace…aquí? —Arrastraba cada palabra.
—Yo lo llamé —Shana caminó por delante de nosotros. Nos
dirigimos hasta la parte trasera del bar, y subimos en otro coche—. Pronto
te quedarás dormida.
—¿Dormida?
No entendía nada.
El alcohol no me ayudaba a dormir.
Ella rio.
—Por el SDA —dijo—. Es una droga.
—¿Me…has…drogado? —Empecé a tiritar. Tenía frío.
—Sí. Estoy cansada de tener que escuchar tu nombre a todas horas.
De la boca de Bloody e incluso de la de Vikram —me miró a través del
retrovisor—. Soy un poco celosa.
—Estás…loca.
Me pesaban los parpados.
—Dulce sueños, Ratoncito.
Fue lo último que escuché.

Tenía frío.
Abrí los ojos al darme cuenta que la temperatura había bajado. Me
arropé con mis propios brazos y me di cuenta que estaba dentro de una
bañera llena de hielo, en ropa interior y apestaba a carne podrida.
Empecé a asustarme. Seguía sintiéndome mal, pero tenía que salir de
aquel cuarto de baño. Aferré mis dedos al borde de la bañera y empujé mi
cuerpo un par de veces. Me faltaban fuerzas, pero no me rendí. Cuando
conseguí sacar medio cuerpo fuera, solté un grito ante el charco de sangre
que rodeaba la bañera. No era mía, ya que había un brazo amputado cerca
de mi ropa.
Intenté no vomitar y salí como pude. Mi piel se manchó de la sangre
de la víctima. Me arrastré hasta mis vaqueros e intenté apartar el brazo que
acomodaron sobre la tela de los pantalones. Pero me detuve al ver el tatuaje
minimalista de la muñeca; era un sol, con una pequeña estrella en el
interior.
«No.»
Conocía perfectamente ese tatuaje; Evie y Ben se lo hicieron cuando
cumplieron el primer año de novios.
Mi mejor amiga estaba muerta, y lo único que tenía de ella era una
extremidad de su cuerpo. Empecé a llorar, y con el pulso tembloroso saqué
el teléfono móvil que me dio Bloody.
Descolgó la llamada al tercer tono.
—¿Alanna?
Mi llanto no me ayudó a poder comunicarme mejor con Bloody.
—No…No…sé…dónde estoy —intenté coger aire, pero las náuseas
volvieron—. Shana…me ha drogado. Estoy en un baño. Pero no sé de quién
es la casa. Brasen vino a recogernos…del bar…La perla negra.
—Cielo —acabé poniéndolo nervioso—, escúchame. ¿Tienes el
arma?
Rebusqué en el otro bolsillo.
—Sí —me alegré—. Sí. Sigue aquí.
—Bien. Mientras que yo llego, quiero que te aferres a la pistola y no
dudes en usarla si alguien se acerca a ti —podía escuchar sus pasos—.
¿Alanna?
—Evie está muerta —volví a mirar su brazo—. La han matado.
Y volví a romperme.
—Cielo, sigue hablándome. Quiero seguir escuchando tu voz.
—Te necesito, Bloody.
—Lo sé —quería tranquilizarme—, pero en cinco minutos estaré a tu
lado. No pasará nada malo.
—Creo que quieren matarme —seguía temblando—. Me he
despertado sobre una bañera llena de hielo.
—Nadie te pondrá una mano encima.
—¿Bloody?
De repente escuché un ruido al otro lado de la puerta. Era el llanto de
una niña pequeña. Arrastré mi cuerpo para esconderme detrás de la bañera y
llevé el arma hasta mi pecho para protegerme.
—¿Cielo?
—Creo que va a entrar.
Podía escuchar como otros conductores intentaban quitarse del
camino de Bloody; conducía muy rápido y saltándose la normativa de
seguridad viaria.
—Tienes que disparar.
Asentí con la cabeza.
La puerta se abrió.
Toqué el gatillo con el dedo y miré por encima de la bañera. Brasen
caminó tan rápido hacia mí, que no me dio tiempo a dispararle.
Me golpeó en la cabeza.
—¿Cielo? ¿¡Alanna!?
Capítulo 71
BLOODY

Colgaron la llamada.
—¡Joder! —Golpeé el volante.
No tendría que haber permitido que saliera con Shana. Pero Alanna
siempre conseguía salirse con la suya. Conduje hasta el apartamento de
Brasen, uno que heredó de sus padres, y esperé por su propio bien que ella
siguiera con vida. Seguí gruñendo hasta que vi el bloque de apartamentos.
Dejé aparcado el coche como pude, y bajé rápidamente.
No tardé en subir los cinco pisos de altura. Cuando quedé delante de
la puerta 7, disparé a la cerradura de seguridad y derribé el obstáculo que
tenía en mis narices con mi propio cuerpo.
Era un apartamento pequeño; el comedor estaba junto a la cocina.
Tenía una habitación y un baño. Entré con cuidado a la habitación y me
tembló el pulso al encontrarme a dos niñas pequeñas desnudas sobre su
cama. Estaban muertas. Me acerqué con cuidado y las cubrí con una sábana
que había tirada en el suelo. Más o menos eran de la edad de Adda.
—Hijo de puta.
Brasen nunca debió de salir de prisión; siempre había estado
obsesionado con las niñas menores de trece años y les arrebataba la vida
con sus propias manos.
Seguí avanzando y me detuve delante de la puerta del baño. Estaba
abierta y conseguí ver lo qué estaba pasando en el interior; Brasen alzaba el
cuerpo inconsciente de Alanna. Intentó levantarse, pero se lo impedí con el
arma.
—Deja su cuerpo en el suelo —le pedí, sin alterarme más de lo que
estaba—. Suéltala, Brasen.
Me obedeció.
Quedó de rodillas ante ella y acarició el pálido rostro de Alanna. Al
darse cuenta que su cabello estaba enredado, intentó pasear los dedos por la
oscura melena de ella.
—¡Brasen!
Me miró.
—Ahora es mía —se excusó.
—Aléjate de Alanna.
Negó con la cabeza.
—Shana me la ha vendido.
«Hija de puta.» —Pensé.
—Es una de mis muñecas —siguió—. Pienso cepillar su cabello y
vestirla con un hermoso vestido rosa.
Intenté acercarme, pero no podía arriesgarme.
—He conseguido dos amigas para ella —sus ojos se iluminaron—.
Están durmiendo en la cama.
—Brasen —le advertí.
Pero me ignoraba.
—Son hermosas. Tres hermosas muñecas.
Me cansé:
—No quiero matarte, Brasen. Pero si no me haces caso, tendré que
hacerlo.
Éste volvió a mirar a Alanna. Mostró una horrenda sonrisa y se
inclinó hacia abajo para besarla delante de mí. No se lo permití; disparé
directamente a la cabeza. Como no fue suficiente volarle el cráneo con la
Glock 17, tiré su cuerpo hacia atrás y atravesé cuatro balas más en su
enorme cuerpo.
La sangre de Brasen se mezcló con la sangre de otra de sus víctimas.
Me guardé el arma y me arrodillé ante Alanna para levantarla del
suelo. Una vez que la tuve junto a mí, la arropé y me dirigí hasta la puerta
para desaparecer del apartamento de ese maldito hijo de puta.
Pero antes de salir, me di cuenta que había un brazo junto a la ropa de
Alanna; ella me lo dijo por teléfono. Era de Evie.
—Lo siento —me disculpé.
Ella no podía escucharme.
—No pude hacer nada —pegué mis labios a su frente—. Quise
salvarle la vida, pero no me dio tiempo. Lo siento, Alanna.
De repente su cuerpo empezó a tener convulsiones.
—¿Cielo?
Y de su boca brotó una densa saliva espumosa.
Capítulo 72

Agradecí que Doc me abriera las puertas de su hogar a las tres de la


madrugada. Me guio hasta el interior de su domicilio y cargué a Alanna
hasta una habitación. La dejé sobre la cama y esperé a que Ciro la ayudara.
Tuvo que sostenerle la mandíbula porque empezaba a tiritar de una forma
que no era normal.
Me llevé las manos a la cabeza y empecé a caminar de una punta a
otra de la habitación. Doc me llamó para pedirme que le acercara su
maletín. Lo hice.
—¿Se pondrá bien? —Pregunté.
Ciro paseó un palo luminoso por los ojos de Alanna. Ésta, no
reaccionaba.
—Tiene las pupilas dilatadas —sacó un tarro con un líquido
transparente junto a una aguja—. Está drogada.
Vi como sostuvo el brazo de ella para pincharle naloxona. Limpió el
sudor que le nacía en la frente e intentó arroparla con un edredón.
—No ha dejado de temblar en todo el camino.
—Juraría que se trata de SDA. Es la droga que mueve Vikram por el
puerto, ¿no?
Asentí con la cabeza.
—¿Qué ha pasado?
—Shana —se lo resumí con un simple nombre.
—Podría haberla matado. ¿A qué estaba jugando?
—Al de matarla —si Doc no hubiera estado presente, habría hecho
una llamada para amenazar a esa zorra. Por su bien esperaba que se
escondiera bajo tierra, porque iba a matarla.
El cuerpo de Alanna empezó a zarandearse sobre la cama e intenté
detenerla para que no se hiciera daño. Pero Ciro me detuvo. Alanna empezó
a vomitar y éste le recogió el cabello mientras que acariciaba su espalda.
—Es lo mejor —me dijo—. Lo echará todo y tendrá el estómago
limpio.
—¿No ha sido por vena?
Doc negó con la cabeza.
—La cría huele a alcohol. Se lo habrán mezclado en grandes
cantidades.
Alanna no dejaba de vomitar. Incluso, le costaba respirar. Su llanto
me alertó que estaba despierta. Doc la tumbó sobre la cama cuando dejó de
vomitar, y le limpió los labios para que no se sintiera incómoda.
—¿Cielo? —Pregunté.
Pero ella cerró los ojos cansada.
—Mira eso —dijo Doc, apuntando a una mini tarjeta SD entre los
restos de comida y babas que había soltado Alanna—. ¿Será algo
importante?
Si Alanna llevaba esa tarjeta en el estómago, es que había algo de
información valiosa.
La recogí con un trozo de papel y la limpié con mucho cuidado.
Saqué mi teléfono móvil y la introduje para ver el contenido. Doc se quedó
al otro lado de la cama para tomarle la temperatura a Alanna.
—Hijo de puta —susurré.
—¿Qué sucede?
Había cuatro fotografías; en todas esas aparecía Alanna, su madre y el
hijo de la gran puta de Vikram.
Le enseñé la pantalla a Doc.
—¿Vikram? —Preguntó.
—No —apreté el aparato y pensé que lo rompería entre mis dedos—.
Es Gael. Nunca hemos tratado con Vikram. Siempre ha sido Gael Gibbs.
La cara de Ciro se descompuso.
—No lo entiendo.
—Alanna me lo advirtió —me levanté de la cama—. Siempre me dijo
que estaba delante de su padre. Él no es Vikram. Ha robado su identidad.
Doc intentó calmarme.
Bajé el tono de voz porque ella necesitaba descansar.
—¿Qué más has encontrado?
—Hay un par de documentos a los que no me deja acceder. Creo que
están vinculados a otra tarjeta de memoria —maldije. —Espera —quedé a
su lado—, aquí hay dos fichas de adopción. Vikram Ionescu y Gael Gibbs
—quedé en silencio un instante—. Siempre habían estado unidos. Hasta día
de hoy.
—¿Qué gana Gael convirtiéndose en Vikram?
—Gana todo el poder que ganó el verdadero Vikram; dinero, poder y
ser un hombre temido por los demás.
—Sabes que si descubren que lo sabemos somos hombres muertos,
¿verdad?
Asentí con la cabeza y me acerqué hasta a Alanna.
—Lo siento, cielo. Siento no haberte creído cuando me dijiste la
verdad.
Capítulo 73
ALANNA

Paseé la lengua por el exterior de los dientes por el desagradable sabor que
desprendía de mi boca. Me removí sobre la cama hasta que caí a uno de los
laterales de mi cuerpo y me encontré a Bloody; estaba dormido mientras
que mantenía su mano sobre la mía. Retiré el brazo con cuidado y me
abrigué con el edredón que me daba calor. Me encontraba tan mal, que no
me importó estar en ropa interior.
Acaricié mis brazos y de repente pensé en Evie. ¿Qué clase de
persona arrastraba a una dulce joven hasta su morada para descuartizarla?
La respuesta era sencilla; un monstruo como Brasen.
Mis pies tocaron el suelo e intenté salir de la cama. Pero la voz de
Bloody me detuvo. Se levantó inmediatamente, y con su brazo volvió a
recogerme para tumbarme sobre el colchón.
—Tienes que descansar —dijo, y no evitó soltar un bostezo. Parecía
cansado—. Doc lo ha recomendado. Y así será.
No podía seguir sin hacer nada.
—¿Encontraste el cuerpo de Evie?
Bloody me respondió:
—No. Lo siento, Alanna.
—He descartado la posibilidad de que ella esté viva —bajé la cabeza
avergonzada, ya que mi fe se esfumó—. ¿Crees que es lo correcto?
¿Enterrarla de mi corazón sin saber realmente qué ha sucedido con ella?
—Brasen compró el brazo.
Agrandé los ojos, y me costó, ya que los tenía entrecerrados del
cansancio y los efectos del alcohol.
—Entonces él podría darnos un nombre…
Me interrumpió.
—Está muerto —me acercó hasta él y acomodó su cabeza sobre la
mía—. Tuve que matarlo. Había acabado con la vida de dos niñas pequeñas
y quería hacer lo mismo contigo.
De repente recordé un nombre.
—Shana —terminé por susurrarlo inconscientemente.
Bloody gruñó y observé como cerraba los puños de la ira que sintió al
escuchar el nombre de la mujer que me drogó y me entregó a Brasen.
—Tenemos que volver —le dije—. Necesito hablar con Vikram y
contarle todo lo que ha pasado en las últimas horas.
—No te creerá —insistió en que guardara reposo, pero no lo
consiguió—. Somos testigos de su romance con Shana. Será una pérdida de
tiempo.
—No si juego bien mis cartas.
—¿Qué pretendes hacer?
Todavía no podía decirle nada. Primero, y lo más fundamental, era
encontrar el cuerpo de Evie. Después, buscaría una forma para chantajearlo
o alejarlo del teléfono que custodiaba en su despacho para contactar con las
autoridades.
No permitiría, que después de todo el daño que me estaban causando,
saliera de Estados Unidos con una amplia sonrisa.
Acomodé la mano sobre mis cejas para que los rayos del sol no me
molestaran. Salimos del vehículo y nos dirigimos inmediatamente hasta la
propiedad. Bekhu y Lulian miraron a Bloody; le hicieron un gesto con la
cabeza y éste respondió que más tarde se reuniría con ellos. Seguimos
avanzando hasta que nos detuvieron el paso.
Lulian empujó el cuerpo de Bloody, consiguiendo derribarlo hasta el
suelo.
—¿¡Te has vuelto loco!? —Furioso, se alzó del suelo para enfrentarlo.
—Estás por debajo de mí. No lo olvides.
—Vikram me ha dado nuevas órdenes. Quiere que te mantenga
alejado de su despacho durante un tiempo.
Bloody y yo nos miramos.
¿Sospechaba de nosotros?
—Y, ¿qué pasa conmigo? —Pregunté.
Lulian respondió:
—A ti te está esperando.
Abrió la puerta, y antes de adentrarme en el interior, le pedí a Bloody
que me esperara en la habitación. Éste se negó un par de veces hasta que
terminé suplicando. Me dio un apretón de manos y se alejó de nosotros.
Mi padre no estaba solo. Shana le hacía compañía. Sonrió al verme
aparecer y cruzó las piernas; ella se encontraba sentada sobre el escritorio.
—Kipper me dijo que desapareciste del bar —su voz firme y
autoritaria se elevó en esas cuatro paredes—. Estaba preocupado. Pensé que
te habías escapado.
Miré a Shana.
Ella miró a Vikram por encima del hombro para decir:
—Creí que sería un buen Ratoncito —arrastró sus cortas uñas por las
rodillas descubiertas—. Lo siento tanto, Vikram. Prometo que no volverá a
suceder.
Deseé enredar mis dedos en su cabello y golpearle en las heridas
recientes.
—¿Puedo hablar contigo? —Miré a mi padre y éste miró a su nueva
amante—. A solas, por favor.
Shana negó con la cabeza y mi padre terminó dándole la razón.
—Shoshana es de confianza. Puede quedarse.
—¿Estás seguro? —Al escuchar un sí escapando de sus labios, me di
cuenta que tenía que decirle la verdad delante de la asesina de Evie—. Ella
mató a Evie.
No tardó en reinar el caos.
—¿Quién es Evie?
Intenté abalanzarme sobre ella, pero mi padre fue más rápido.
Consiguió inmovilizarme en un cerrar de ojos. Grité con todas mis fuerzas y
presioné para que ésta confesara. Pero no lo hizo.
—¡La mataste!
—Shana no ha matado a nadie —dijo, mi padre a mis espaldas—.
Cálmate, Alanna. Estás muy nerviosa.
¿Cómo podía confiar en ella y no en mí?
Porque seguramente los dos estaban involucrados en el asesinato de
mi mejor amiga; mi padre, sin darse cuenta, cometió un error al nombrar el
centro comercial del que desapareció Evie.
—Sé dónde se encuentra el cuerpo.
—¿Lo dices en serio?
Quedé cara a cara con él.
—Sí —recordé la noche en la que Shana me pidió que la siguiera
hasta el sótano que había fuera de la casa. La forma en la que bromeó sobre
el baúl que decoraba una de las esquinas del sótano. Su manera de
asustarme y no conseguirlo. —Está en la caseta que te lleva hasta el sótano.
Ellos dos se miraron.
—Será una pérdida de tiempo, Vikram.
Él pasó por delante de Shana y recogió su americana para salir al
exterior. Caminé por delante de ambos y marqué el ritmo de nuestros pasos.
Cuando bajamos los escalones, el olor a desinfectante seguía
manifestándose como la última vez que estuve ahí.
Mi padre abrió la puerta y dejó que buscara el baúl.
Pero dentro no había nada.
Corrí hasta la esquina.
—¡Estaba aquí! —Apunté el rincón con el dedo—. Yo lo vi. Esa
noche vi el maldito baúl.
Shana se quedó cruzada de brazos esperando a que Vikram dijera
algo. Mi padre, se sintió ofendido conmigo, así que acomodó su mano sobre
mi hombro y me pidió que me relajara.
—Aquí nunca ha estado Evie.
—¡Sí! Estoy segura que Shana la mató.
Su teléfono móvil sonó y se disculpó con ambas por tener que
abandonarnos durante un par de minutos. Me quedé a solas con la asesina, y
se acercó hasta mí para plantarme cara.
—No tienes pruebas.
Su risa me dio fuerzas para golpear su rostro. Cuando su mejilla se
sonrojó y Shana escupió la sangre que le produjo el golpe, me cogió por el
cuello e intentó devolverme el dolor. Pero no lo consiguió.
—¡Eres una zorra!
—Entonces tienes que saber que ésta zorra no ha trabajado sola.
—¿Qué? —Me levanté del suelo.
Ella decidió ir detrás de Vikram. Pero la detuve a tiempo.
—¡Responde!
Pero su respuesta fue otra muy diferente a la que esperaba.
—¿Dónde estará Ray? —Se rascó la barbilla—. Fue sencillo hacerle
escribir esa bonita carta de despedida.
Se me hizo un nudo en la garganta.
—¿Le has hecho daño?
Soltó una carcajada y salió corriendo escaleras arriba.
Cuando salí del zulo, Bekhu y Lulian me esperaban para custodiarme
hasta la habitación. Vikram les ordenó que me vigilaran y que me
mantuvieran lejos de Shana. Me resistí hasta que me dejaron encerrada.
Me desahogué gritando y golpeando todo lo que me rodeaba.
«¿Y si Ray está muerto?»
—¡No! —No podía creer que él también estuviera muerto.
Caí al suelo y posé ambas manos en el parqué. Estaba temblando.
Arrastré mis uñas por el suelo de madera y me destrocé un par.
—¿Alanna? —Bloody cerró la puerta detrás de él.
—¿Qué?
—Nos fugamos.
¿Lo decía en serio?
Capítulo 74
BLOODY

Shana me abrió la puerta cuando golpeé la madera con mis nudillos. Intenté
cambiar mi rostro en el momento que quedamos uno delante del otro. Le
mostré una sonrisa traviesa y esperé a que me invitara al interior; pero no lo
hizo. Se cruzó de brazos y, con una ceja alzada me dijo:
—¿Qué quieres?
Paseé mis dedos por el cabello y recogí la melena para que no me
estorbara. Empujé su cuerpo con el mío y terminé colándome en el interior
de la habitación sin permiso. Seguí avanzando bajo su atenta mirada y
escondí mis manos en los bolsillos de los pantalones. Me dejé caer sobre el
colchón.
—Acércate —le guiñé un ojo—. No voy a morderte.
Solté una fuerte carcajada.
—¿Vas armado?
Negué con la cabeza.
Saqué las manos de los bolsillos y me levanté de la cama. Para que se
sintiera segura a mi lado, tiré hacia arriba la camiseta y le mostré mi torso y
espalda desnuda. Al ver como asentía con la cabeza, terminé por subirme
los dobladillos de los pantalones y volví a vestirme.
—¿Sigues sin querer acercarte a mí?
Ésta dio cortos pasos antes de quedar a mi lado. Acaricié su rostro y
Shana no tardó en cerrar los ojos ante el contacto de nuestra piel.
—Alanna ya sabe que su amiga está muerta…—dejó de hablar
cuando presioné mi dedo sobre sus labios—. ¿Qué?
—No he venido a hablar de la cría.
—¿No?
Empujé su cuerpo hasta la cama y acabé encima de ella. Retiré con
cuidado el cabello rubio de su rostro y paseé mis dedos por su nariz hasta
detenerme en la línea de sus labios.
—Estaba solo —le expliqué—, y recordé que debajo de mi habitación
tengo una vieja amiga que dijo que me echaba de menos.
Antes de que me reclamara cualquier cosa, me deshice del botón de
su pantalón y adentré mi mano en el interior. Shana se estremeció cuando
los dedos pasearon por encima de la tela que cubría su sexo.
Inevitablemente gimió.
—Tengo información que podría…interesarte —le costaba respirar.
Se mordisqueó el labio y me miró—. No te detengas.
Le aseguré que eso no sucedería.
—Tú dirás.
Entrecerró los ojos y arrastró torpemente sus manos encogidas
alrededor de mi muñeca. Quería que disminuyera los movimientos cuando
empecé a penetrarla con los dedos. Su interior estaba tan húmedo, que no
fue difícil entrar en su oscura y vieja cueva.
—Ray dejó de ser virgen —soltó. Entonces sí que dejé de masturbarla
—. ¿Bloody?
—Imposible —susurré.
Shana soltó una carcajada y sentí la presión de sus muslos sobre mi
mano para notar con más intensidad mis dedos dentro de su coño.
—No, no lo es —soltó otro gemido—. Tuve que recoger las sábanas
de vuestra habitación. Había un condón usado y una mancha de sangre en
las sábanas. ¡Auch! —Se quejó cuando saqué con fuerza mis dedos—. Son
adorables, ¿no crees?
¿Alanna y Ray habían mantenido relaciones sexuales?
Quise borrar esa imagen de mi cabeza. Así que acaricié el cuello de
Shana con la mano y luego toqueteé por encima de su fina camiseta los
pechos. Ella luchó por mantener los ojos abiertos, aferrándose al placer que
podía darle si seguía con mi juego.
—Bloody…
—Silencio —le pedí, en un susurró—. ¿Querías que te follara duro?
Ella asintió con bruscos movimientos de cabeza.
Shana se precipitó a la hora de intentar buscar mis labios, pero nunca
consiguió un beso de mi parte. Lo único que hice fue atrapar sus muñecas
para dejar sus manos detrás de la cabeza. Me deshice de su camiseta,
liberando sus hinchados y cálidos pechos.
No la deseaba.
Me sentí muerto por dentro y tuve la necesidad de seguir con el plan
que tracé yo solo para sacarle algo de información. Lo que no esperaba,
cuando me colé en su habitación, fue descubrir un dato que me
desconcertaría.
—Te devolveré cada mordisco que he recibido de tus pequeños y
afilados dientes —le confesé. Shana abrió los ojos de par en par cuando
atrapé uno de sus pezones en el interior de mi boca. Mordí con tanta fuerza
que creí que los gemidos que escapaban de sus labios eran de dolor, pero
me equivoqué; era placer. Estaba disfrutando. —Pienso castigarte.
—Tus amenazas siempre suenan tan jodidamente eróticas —se
mordisqueó el labio. Era capaz de tener un orgasmo a través del dolor.
Cuando volvió a entrecerrar los ojos, golpeé su rostro hasta tener su
atención. Shana sonrió y me pidió que volviera a enrojecer su piel. Antes de
complacerla, me levanté de la cama para desnudarme. Me liberé de todas
las prendas que me cubrían y me quedé sobre ella para impedir que
escapara.
Ella apoyó la cabeza con violencia sobre la almohada. Agitó su
cintura para llamar mi atención y esperó a que mi lengua volviera a recorrer
su piel una vez más.
Pero lo único que se escuchó en esa habitación fue el duro azote que
aterrizó en su caliente vagina. Shana apretó los dientes y se retorció de
dolor y placer.
—Más —pidió, y volví a aterrizar otro azote en su carne. Creé una ola
de placer que rompía la idea que tenía yo en mente; castigarla por todo el
dolor que estaba causando.
Podía sentir como se ceñía su coño cuando mis dedos pellizcaban sus
pezones. Los azotes que teñían su piel eran caricias agudas que le hacían
suplicar.
No seguí seduciéndola, simplemente llené su interior con mi polla y
me dejé caer sobre su pecho. Atrapada entre la cama y debajo de mi cuerpo,
Shana se veía indefensa. No se podía mover, no podía mantener el control,
ni siquiera sabía si le permitiría llegar al orgasmo.
Cerré los ojos e intenté olvidar su rostro; no dejé de penetrarla hasta
que los gemidos y los arañazos en mi piel me avisaron que había terminado.
Me corrí en su interior cometiendo el error de no haber usado
protección. Intenté escapar, pero Shana me derrumbó hasta el otro lado de
la cama.
Se deshizo de todo el sudor que humedeció mi frente y toqueteó la
polla que la llenó de leche.
—Te echaba de menos —confesó.
Ni siquiera era capaz de ocultar mi desagrado.
—Al menos contigo no tengo normas.
Shana limpió su vagina y se levantó de la cama para acercarnos un
par de cigarros. Me lo encendí y esperé a que ella dijera algo.
—¿Qué querías, Bloody?
Reí.
—¿Cuándo salen a México? —Pregunté.
—Eso da igual.
—Quiero una fecha —insistí, y bajé el cigarro.
Se dio el placer de besarme en los labios y me susurró en el oído:
—Dentro de una semana.
Tenía tiempo para mover los pocos contactos que trabajarían a
espaldas de Vikram.
Me levanté de la cama para vestirme, pero la voz de Shana me detuvo
una vez más. Se acercó hasta mí, y antes de que mi miembro volviera a
quedar oculto en el boxer, ésta lo acarició lentamente.
—Vikram no puede saber lo que acabamos de hacer.
«Cierto.» —Pensé. «Ahora te lo follas.»
Le devolví la sonrisa.
—Otro secreto más que tendré que llevarme a la tumba.
—Eso espero —vaciló—. Yo no le he dicho al Ratoncito quién
enterró a su mejor amiga. Si Alanna llega a enterarse que tú lo sabías todo,
te odiará.
Evité estrangularla.
—Guarda silencio, y yo haré lo mismo.
Shana me lo prometió, pero no podía confiar en ella.
Capítulo 75
RAYMOND

Fue un viaje largo. Tuve que soportar el nerviosismo de Diablo durante dos
días. Una vez que llegamos a la finca de Heriberto, bajé del Jeep y estiré las
piernas y los brazos para deshacerme del molesto hormigueo que recorría
mi cuerpo.
No esperaba que el padre de Diablo nos recibiera en la entrada de su
enorme mansión rústica. Al darme cuenta que junto a él había una mujer,
inmediatamente me oculté con el gorro de la sudadera.
—Esa es Rei —dijo, y alzó el brazo para saludarla.
—Creí que Re-Rei era tu hermano.
Éste respondió con una risa extravagante.
La joven de cabello negro y ondulado empezó a correr hasta lanzarse
sobre los brazos de su hermano. Diablo correspondió al afecto de su
hermana y besó la frente de ella mientras que le mostraba su mejor sonrisa.
—Te extrañé —dijo, con un tono de voz bajo pero dulce. Diablo
empezó a hacerle cosquillas—. ¡Ya basta!
Dejó de reír y me miró. Era un desconocido que se ocultaba detrás de
una tela. Aun así, ella estiró el brazo y esperó que mi mano estrechara la
suya. Y así hice.
—Mi nombre es Reinha —se presentó, cuando su cálida piel acarició
la mía—. Tú debes de ser Bloody.
Diablo golpeó nuestras manos y rodeó el cuello de su hermana con el
brazo. Se alejaron de mí y no tuve otra opción que seguirlos. Escuché la
corta conversación que mantuvieron hasta que quedamos delante del gran
Heriberto.
—¿Y bien?
—Quizás pronto volvamos.
—¿En serio? —Preguntó, sorprendida.
—Pero no le digas nada a papá.
Sellaron sus labios cuando un señor de unos sesenta y tantos años se
quedó mirando a Diablo. Su cabello canoso, que engominó para cepillarlo
hacia atrás, lo hacía parecer más mayor de la edad que me dijo Vikram;
cincuenta y dos.
Diablo abrazó a su padre y éste no tardó en darse cuenta que uno de
los hombres de Vikram había llegado a Veracruz junto a su hijo.
—Tú eres...
Antes de que dijera el nombre de Bloody, me presenté.
—Raymond.
El mexicano me dio un apretón de mano con la misma formalidad que
lo había hecho su hija y se dirigió hasta los mellizos para pedirles un favor:
—Tengo que hablar con Raymond —Diablo bajó la cabeza e ignoró
el tono autoritario de su padre—. Más tarde me reuniré con vosotros.
Heriberto me pidió que lo siguiera y así hice; nos adentramos en el
interior de la mansión y rechacé la bebida caliente que me ofrecieron nada
más pisar el suelo. Subimos al piso de arriba y nos colamos en el interior
del despacho que nos abrieron dos de sus hombres de confianza.
Antes de ocupar uno de los sillones de terciopelo, esperé a que él lo
hiciera primero. Cuando se acomodó, amablemente me pidió que lo
acompañara.
—¿No me mostrarás tu rostro?
—Lo si-siento, señor —me disculpé, y dejé que Heriberto observara
las quemaduras de mi piel.
Se me quedó observando, pero no soltó ningún comentario ofensivo
como había hecho su hijo el día que me crucé con él.
—¿Un castigo de Vikram?
—No, señor —lo miré fijamente a los ojos; tenía que admitir que
Diablo y Reinha se parecían físicamente a su padre—. Uno de mis tantos
pa-padres adoptivos.
—¿La tartamudez?
Acomodé mis manos sobre las rodillas para no trasmitirle mi
nerviosismo. Cogí aire y respondí sinceramente.
—Secuelas.
—Está bien, Raymond —Heriberto le pidió al hombre que había
situado en una esquina de su despacho que nos sirviera dos copas de
bacanora; un alcohol tradicional de México. —Antes de alojarte en mi
hogar quiero que sepas los negocios que tengo entre manos. Me dedico a la
falsificación. Negocio que quiere adquirir Vikram cuando llegue junto a su
hija.
«¿Su hija?» —Pensé «¿Se refiere a Alanna?»
»Realmente no me molesta. Más bien, sé que Vikram y yo podremos
trabajar juntos sin ningún problema. Lo único que quiero decirte, y es un
mensaje que deberás transmitirle a tu jefe, es que no quiero traiciones. En
México los traidores son las ratas que matamos con nuestros propios
zapatos.
»Vikram tiene que entender, que cuando consiga el dinero que le
robaron, tendrá que darme un 55%. Fue el trato que aceptó y el trato que
deberá respetar. Además, nuestros hijos contraerán matrimonio cuando ella
cumpla los dieciocho años.
Me puse rígido.
No me gustaba la idea de que Diablo y Alanna pudieran casarse. Ella
no sería fácil, y Diablo acabaría haciéndole daño.
—Lo entiendo, se-señor.
—No voy a matarte —dijo, y le dio un trago a su copa—. Pero si el
rumano huye con mi dinero, acabaré con la vida de todos. ¿Lo entiendes?
—Sí —repetí de nuevo.
Chasqueó sus dedos gordos y el hombre que le sirvió la copa se
acercó. Le susurró algo en el oído y éste salió del despacho.
—En realidad todo este tiempo he tenido a un amigo vuestro
ayudándome a seguir los pasos de Vikram —confesó, con una sonrisa
maliciosa. La puerta se abrió y Heriberto saludó al traidor de Vikram—. T.J.
Entonces miré por encima del hombro, encontrándome a T.J que se
acercaba hasta mí con una amplia sonrisa y vistiendo un traje caro. Saludó a
su nuevo jefe y acomodó la mano sobre mi hombro.
—Me alegra verte de nuevo, Raymond.
Gruñí:
—¿Qué ha-haces aquí?
Heriberto nos calmó con su fuerte acento mexicano. Nos pidió con
amabilidad que volviéramos a ocupar los asientos y nos confesó sus planes.
—No puedo confiar en Vikram porque ya ha traicionado a otros
anteriormente —alzó el brazo y posó el vaso de cristal sobre sus labios; sus
enormes anillos de oro blanco ocultaron esos llamativos y grandes ojos
negros—. T.J llegó a mí cuando descubrió que Vikram Ionescu
desaparecería de Veracruz cuando obtuviera el dinero. Solo me cubro las
espaldas. ¿Lo vuelves a entender, Raymond?
No me quedó de otra que asentir con la cabeza.
—Espero que no cometas el error de avisarlo. Si lo haces, me enteraré
—estiró su brazo y fingió que sostenía un arma que no dudó en disparar—.
No quiero que mis perros acaben devorándote. T.J, acompaña a Raymond a
su nueva habitación. Pídele a César e Irma que atiendan sus necesidades.
—Sí, señor —T.J me empujó.
Pero antes de salir del despacho, me despedí de Heriberto.
—Gracias por su ho-hospitalidad.
Éste asintió con la cabeza y siguió entreteniéndose con la copa de
alcohol.
Esperé a que nos alejáramos de la puerta del despacho y entonces me
acerqué hasta él para reclamarle. Bloody estuvo pensando todo ese tiempo
que yo era el traidor, cuando T.J jugaba a dos bandos.
—Si hu-hubieran mandado a Bloody, tú se-serías hombre muerto.
T.J me miró por encima del hombro y con una curiosa sonrisa se
detuvo para mostrarme la habitación que ocuparía.
—Creí que nos llevábamos bien.
—Eres un tra-traidor.
Me guiñó un ojo.
—Si tú me guardas el secreto —endureció su mirada azul eléctrica—,
yo te mantendré con vida en Veracruz. Si decides arrodillarte ante Vikram y
confesarle lo que estoy planeando, le diré a Heriberto que lo traicionarás sin
pensártelo dos veces.
—Eres un hi-hijo de puta —en ese momento entendí a Bloody; el por
qué odiaba a su hermano.
Abrió la puerta y me empujó hasta el interior.
—Deberías darte una ducha. Saldremos dentro de media hora.
—¿Adónde?
Solo obtuve silencio por respuesta.
T.J nos arrastró hasta un burdel llamado El rincón ardiente. Cuando
me obligó a subirme en el Bentley no esperé encontrarme a Diablo. Ambos
se saludaron y le pidieron al chófer que nos llevara hasta la casa del amor.
Y ahí estaba; ocultándome de todas las mujeres que intentaban seducirme
por una cantidad de pesos.
Diablo mantuvo la mirada firme en la mujer que se acomodó sobre su
regazo mientras que conducía sus pechos hasta las manos del joven hombre
que se acomodó delante de ella. T.J, empujó una botella de alcohol a sus
labios y rio ante la música que sonaba de fondo.
Y, mientras tanto yo, pedí amablemente a cada mujer que se acercaba
a mí que no necesitaba su atención. Simplemente quería pasar
desapercibido sin que nadie descubriera mi verdadero rostro.
Hasta que una de ellas me presionó y terminó enfadándose conmigo
por no dejar que me guiara hasta una de las habitaciones privadas que había
en la planta de arriba.
Tiró del gorro de la sudadera y soltó un grito de horror al ver las
quemaduras que marcaron mi rostro. No tardaron en unirse a ella otras dos
mujeres; se asustaron tanto, que corrieron en busca del propietario del local.
Capítulo 76
DIABLO

El rubio oxigenado no tardó en ocupar el asiento que había dejado libre


Ray. Sentí sus ojos azules posarse en mí para observar mi rostro. Al darse
cuenta que seguía neutro, sin mostrar un solo gesto de placer ante los
movimientos de cintura de la mujer que se acomodó sobre mí, la apartó de
mi lado y le pidió que nos sirviera un par de copas.
—Tu padre me ha hablado de ti.
Había visto sus rasgos faciales en otro lugar; pero en realidad, para
mí, todos los gringos eran iguales físicamente.
—¿Qué dijo?
—Que está orgulloso de ti —dijo, creyéndose su propia mentira.
Reí.
—Debes de conocer bien poco a mi padre. Heriberto Arellano jamás
hablaría de sus hijos a desconocidos —lo miré, y sentí como T.J no bajó la
cabeza ante mí. Lo habían hecho otros, pero Bloody y éste eran incapaces
de mostrarme el respeto que merecía.
Se levantó del asiento y con una amplia sonrisa me dijo:
—Tengo un regalo de bienvenida.
Alcé una ceja.
—¿Dos putas esperándome ahí arriba? —Miré el piso de arriba y
esperé a que respondiera.
No dijo nada. Simplemente esperó a que lo siguiera y mantuvo en
todo momento la sorpresa en secreto. Como no tenía nada mejor que hacer,
lo seguí. Subimos los escalones y nos adentramos en una habitación oscura.
Las paredes eran blancas, acolchadas para que el sonido no saliera del
exterior.
En el centro, una enorme cama de agua se agitaba por la persona que
había tendida. Un hombre joven, de unos veinte años, se encontraba
amordazado y atado.
—¿Quién es?
T.J dijo:
—Tu juguete de esta noche.
Lo miré sorprendido.
—Puede que tu padre se avergüence de tu gran creatividad a la hora
de matar a personas —me acercó un estuche lleno de herramientas para
torturar a gente—, pero a mí me fascinó.
Escuché mi voz desde el otro lado. Me decía que lo hiciera; que
matara al hombre que estaba tendido en la cama. No tardé en hacerlo
cuando sus latidos empezaron a sonar más fuerte de lo que llegué a
imaginar. Me puso nervioso, histérico y con ganas de sangre.
Sostuve el cuchillo que me tendió T.J y me abalancé sobre mi
víctima. Ahorcadillas sobre él, ladeé la cabeza para ver su rostro. Lloraba.
Me incliné hacia delante y lamí una de sus lágrimas; me gustó el sabor
salado mezclado con temor.
Balbuceó algo que no llegué a entender, y entonces perforé su cuerpo
hasta que su corazón dejó de retumbarme en los oídos. Cubrí las paredes y
las sábanas de sangre.
T.J se acercó hasta mí para deshacerse de la sangre que me salpicó en
el rostro y me dijo:
—Bienvenido a casa, Diablo.
Sonreí.
Me gustó la bienvenida.
Capítulo 77
RAYMOND

Cuando el taxista se dio cuenta de quién era la propiedad que elegí de


destino, salió corriendo una vez que le pagué el viaje. Parecía tan asustado,
que ni siquiera se dio cuenta que le tendí dólares en vez de pesos
mexicanos.
No quería irme a dormir, así que paseé por alrededor de la mansión de
Heriberto y me detuve en la parte trasera de la propiedad; había una piscina
enorme.
Y me encontré con ella.
Reinha nadaba de un lado a otro sin darse cuenta que yo estaba
presente. Se sumergió durante unos segundos y después salió al exterior
mientras que retiraba de su rostro todos los rizos que se pegaron en su piel.
Me sobresalté al escuchar su voz:
—Buenas noches, desconocido —me saludó, y salió de la piscina. Se
abrigó con una toalla y no dudó en acercarse a mí para volver a estrechar su
mano con la mía—. ¿Por qué no estás divirtiéndote con los demás?
Le conté lo qué había sucedido ahorrándome ciertos detalles.
—Causé el ca-caos.
Ella rio dulcemente mientras que tapaba sus labios con sus dedos
arrugados por el tiempo que pasó dentro del agua.
—¿Qué llegaste a hacer para causar el caos?
Pero no lo evité más.
—Ser ho-horrible.
Reinha creyó que le mentí, pero al ver que no reía junto a ella, se
detuvo.
—Todos somos hijos de Dios. Somos hermosos con diferentes tonos
de piel, acentos o sexos —dijo, arrimando su mano sobre mi brazo—.
¿Puedo ver tu rostro?
Evité mostrarle mi rostro a Alanna por semanas.
—Huirás.
—No lo creo —dijo ella.
Era tan insistente, que acabé tirando del gorro que me ocultaba para
mostrarle el perfil que tenía quemado. Ella, en vez de darse la vuelta y
esconderse, acarició mi piel con sus dedos; con cuidado y lentamente.
—Heridas de guerra —susurró, como si no fuera la primera vez que
veía unas quemaduras de tercer grado—. Lo ves —me guiñó un ojo—, eres
hermoso.
No supe cómo agradecer sus palabras.
—¿Por qué no ha-has huido?
—Porque yo también tengo heridas de guerra.
—¿Tú? —No la creí—. Tienes un ro-rostro perfecto.
Ella se encogió de hombros mientras que mostró una sonrisa torcida.
—Mis marcas no están visibles en mi mejilla como las tuyas. Mis
heridas están…—y de repente Reinha calló.
No me había dado cuenta, que un hombre más bajo que yo, se
aproximó para mantenernos alejados.
—A la habitación —le ordenó.
—Gabriel.
—¡A la habitación!
Reinha salió corriendo y me dejó con el hombre que elevó la voz.
—No deberías gri-gritarle —dije.
Gabriel me plantó cara.
Golpeó mi pecho contra el suyo y dijo:
—No te acerques a mi prometida, o te mataré.
Y entonces entendí porque Reinha salió corriendo; ella temía a su
futuro marido.
Capítulo 78
ALANNA

La voz de mi padre me sobresaltó.


Me encontraba tumbada en la cama mientras pensaba en todo lo que
me estaba pasando; era difícil eliminar todas esas horribles imágenes que
acudían de vez en cuando a mi cabeza. Mi padre acomodó su mano sobre
mi espalda y me acarició para llamar mi atención.
—¿Caballito?
Antes de responderle me mordisqueé la punta de la lengua. Éste no
dejó de insistir, incluso se tumbó sobre la cama con el único fin de esperar a
escuchar mi voz. Las horas pasarían y él seguiría ahí; solía hacerlo cuando
era pequeña. Cada vez que me daba una rabieta, él permanecía horas junto a
la puerta de mi habitación y no se marchaba hasta que me escuchaba reír.
—¿Qué quieres, papá? —Me cansé.
—Te pido paciencia. Necesito que confíes en mí, cariño.
—No puedo confiar en una persona que me ha ocultado la muerte de
mi mejor amiga. ¡Porque sí, papá! Evie estuvo aquí y vosotros habéis
guardado silencio—reí sarcásticamente—. Además, a la única persona que
me da esperanzas y me ayuda a seguir viviendo, me la arrebatáis para seguir
haciéndome daño.
—Raymond está en México —confesó—. Nos está esperando.
Giré sobre la cama para mirarlo a los ojos.
—Mientes.
Mi padre acarició mi cabello y plantó un beso en la coronilla de mi
cabeza.
—Es cierto. Nos está esperando —sonrió—. Pronto te reencontrarás
con él.
—Quiero hablar con Ray —exigí.
—En estos momentos es imposible, Caballito —se dio cuenta que se
me hizo un nudo en la garganta cuando tragué saliva—. Pero prometo
decirte quién es el verdadero asesino de Evie si me aseguras que vendrás
conmigo sin resistirte.
Acomodó la espalda sobre el cabecero de la cama y yo hice lo mismo.
Sacó el teléfono móvil que solía llevar junto a él, y jugueteó con el aparato
pasándoselo de una mano a otra.
—¿Y si me mientes de nuevo? —Pregunté, con la voz rota.
—Tengo pruebas —desbloqueó el móvil—. Un vídeo en concreto. En
él aparece el asesino de Evie. Yo no lo sabía hasta que me lo mostraron.
Nunca mandé a secuestrar a nuestra dulce y querida Evie, Caballito. Lo
hizo para vengarse de mí.
—¿Quién?
—Prométeme que vendrás conmigo.
Sin tener ninguna opción, acepté.
Mi padre me tendió el teléfono móvil y reproduje el video del que me
estaba hablando.
El primer plano fue el de unas zapatillas llenas de barro. La persona
que se encargó de grabarlo tenía el pulso nervioso y no conseguía mantener
la imagen más de siete segundos en un plano limpio. Pero de repente alzó el
brazo y grabó el fondo del bosque donde se encontraban.
La persona que mató a Evie era Bloody; éste cavaba una tumba hasta
que tiró el cuerpo de mi mejor amiga en el hueco que profundizó bajo tierra
para deshacerse de ella.
Mi padre me arropó con su brazo e intenté limpiarme las lágrimas que
humedecieron mis mejillas.
—Bloody es un asesino —dijo, lo que temía oír.
Capítulo 79

Estaba sentada delante del asesino de Evie. Bloody no me mantuvo la


mirada en ningún momento. Únicamente alzaba la cabeza para devorar el
bocadillo que se preparó. Le prometí a mi padre que no le diría nada a ese
hijo de puta sobre el vídeo que había visto. Cansada de darle vueltas a la
manzana que cogí del refrigerador, me levanté para coger un cuchillo
afilado.
—Que tú y yo estemos callados —rompió el dulce silencio que
mantuvimos durante una hora en la cocina —es extraño.
Troceé la fruta con tanta fuerza, que terminé destrozándola; no había
manera de poder comérsela, salvo si decidía beberla como un chupito por el
líquido que soltó.
—Extraño sería tener una conversación normal.
Éste se levantó de la mesa y se acercó hasta mí. En el momento que
su brazo rozó con el mío, me aparté inmediatamente. Lo miré con odio y
Bloody se dio cuenta.
—¿Qué sucede, Alanna?
Retrocedí un par de pasos más, aferrándome al cuchillo. Él me siguió.
—A mí no me sucede nada.
Rio.
—No se te da bien mentir.
—Cierto —era lo único en lo que tenía razón—, soy una pésima
mentirosa.
—Lo sé —me encaró, y consiguió acorralarme entre la pared y su
cuerpo—. La noche que me pediste que te siguiera para acostarnos, ¿tenías
un plan b?
¿Era capaz de hablarme de aquella noche mientras que había matado
a Evie?
—Cometí una estupidez. Estaba borracha y fumada —le recordé.
Bloody golpeó la pared con la mano y me sobresaltó.
—Esa noche me hice ilusiones contigo —dijo, alargando una mentira
para tenerme bajo sus pies—. Realmente creí que había algo especial entre
tú y yo. Pero no. Alanna corrió detrás de Tartamudito y se aferró a él. ¿Qué
tal folla?
Se me escurrió el cuchillo de entre los dedos cuando me enteré que
Bloody sabía todo lo que pasó después de que me abandonara en el jardín.
Intenté recoger la pequeña arma que conseguí, pero me lo impidió
acomodando su enorme bota encima de la hoja afilada.
—Tú me dejaste tirada para follarte a Shana.
—¿Yo?
—¡Sí, tú! —Grité, y controlé las ganas de golpear su pecho—. Hice
bien en buscar calor en Ray. Me hubiera arrepentido de haberme abierto de
piernas para un maldito asesino.
Pillé por sorpresa a Bloody.
Conseguí alejarme de él y le dije las últimas palabras.
—Pronto te perderé de vista.
Me quedé encerrada toda la tarde en la habitación. Ni siquiera tenía hambre.
Solo me acercaba de vez en cuando hasta la mesita de noche para llenarme
el vaso con agua.
Acomodé mis brazos en la barandilla de la terraza y estiré el cuello
para mirar el hermoso manto de estrellas que había en el cielo. Me aferré en
el hierro y sentí como se abrían las pequeñas heridas que me hice con el
cristal del marco de la foto que guardaba mi padre.
—Todos me odian —susurré—. Mamá, papá y todo aquel que se
cruza en mi camino. Y, ¿qué tengo que hacer yo? Ellos pretenden que me
cruce de brazos y que haga todo lo que me piden. Pero se acabó. Nunca he
sido una niña tonta, y no pienso serlo con diecisiete años.
Suspiré.
—Pienso vengar tu muerte, Evie. Me llevaré a todos por delante si
hace falta.
Y mi señal llegó cuando se escucharon los gritos de varios hombres
intentando detener una pelea que había en la parte trasera de la casa.
Salí de la habitación sin llamar la atención de nadie y me colé en el
despacho de mi padre para abrir una vez más el cajón que tenía bajo llave.
—Tengo que salvar mi trasero —dije, sosteniendo el móvil—. El
vuestro me da igual.
Capítulo 80
BLOODY

Vikram pasó por delante de mí sin ni siquiera dirigirme la palabra. Mantuvo


la mirada fija en el exterior y él mismo se encargó de abrir la puerta
corredera. Seguí sus pasos e intenté no llamar demasiado la atención. Una
vez que el aire nos revolvió el cabello, solté un silbido para que éste me
mirara. Giró sobre sus zapatos negros y con un movimiento de cabeza me
dio la oportunidad para empezar yo primero la conversación que le
obligaría a mantener conmigo.
—Necesito cinco minutos de tu tiempo para confesarte un pequeño
problema que tuvimos con el secuestro de Alanna —sabía que estaba
delante de Gael, no de Vikram. Pero quería que él me lo confesara. —
¿Recuerdas lo que me dijiste?
Asintió con la cabeza.
—Pues no lo respeté —me dejé caer en el bordillo que había al salir
del recibidor, y seguí hablando para tener su atención—. Por eso quería
hablar contigo. No he dejado de pensar en la noche que estuve a solas con
la cría.
Vikram guardó silencio.
Estaba seguro que si se preocupaba por su hija, no toleraría que le
hubiera puesto una mano encima.
—Mandé a Raymond a por gasolina. Alanna aprovechó el momento
para chantajearme emocionalmente. Recuerdo como dobló las piernas y
posó sus rodillas sobre el suelo. Su piel quedó marcada por las líneas de los
azulejos —quería que explotara, que se volviera loco imaginando lo que le
estaba relatando—. Intenté alzarla del suelo, pero ella se negó. Limpié las
lágrimas que derramó y esperé a que se calmara.
»Como seguía inquieta, mis manos pasaron hasta su cabello. La
acaricié con cuidado para que no se sobresaltara. Y, no lo hizo, más bien me
lo agradeció. Sé que me dijiste que me manipularía cómo lo habría hecho su
padre Gael, pero era una niña tan dulce, que caí en el pecado.
Escuché el gruñido que se le escapó.
—En un cerrar de ojos sus manos se posaron en el cinturón de cuero
que me rodeaba la cintura. Antes de que me diera cuenta, Alanna me estaba
desnudando de cintura para abajo —cogí aire, y lo miré por el rabillo del
ojo—. Prometo que intenté detenerla, Vikram, pero su pequeña boca arropó
mi polla sin escrúpulos.
Por fin decidió detenerme:
—Basta —escuché sus pasos detrás de mí.
—No, por favor —sonreí—, quiero confesarme. Alanna succionó mi
polla con tanta fuerza, que me perdí en el momento que se relamió los
labios por el líquido preseminal que derramé.
—Bloody —me advirtió.
Pero seguí.
—Antes de correrme en su boca, le pedí que se levantara del suelo —
reí—. Le hice un trato. Si me dejaba enterrar mi lengua en el interior de su
vagina, dejaría que se escapara. Y así hizo. Se tumbó en la cama, se bajó los
pantalones junto a las bragas negras de encaje que llevaba puestas y se abrió
de piernas para mí…
Fue una lástima no terminar con mi relato erótico. Vikram, o mejor
dicho Gael, se lanzó sobre mí para golpearme. Sentí sus débiles puños
azotando los costados de mi cuerpo. Como intentaba sacar su arma
torpemente, lo único que consiguió fue tirarla al suelo.
Tenía manos de cardiólogo, no las de un mafioso que se crio en
Carson cuando era adolescente.
No tardaron en aparecer los chicos para cubrirle las espaldas. Se
unieron con Vikram por el hecho de tener ese nombre; sabía que en un
futuro se arrepentirían de ir contra mí, pero en aquel momento lo único que
pudieron hacer fue darme una paliza hasta que caí al suelo.
La única persona que se acercó para ver cómo estaba fue Shana. Alzó
mi rostro y con una sonrisa de oreja a oreja limpió la sangre que nació bajo
mi ceja y desapareció entre mis labios.
Estiré el brazo para sostener el arma que perdió Gael, y tiré del
cabello de Shana para dejarla de rodillas junto a mí. En un rápido
movimiento quedé a la altura de los demás. Presioné el cañón en la cabeza
de ella y miré al farsante a los ojos.
—Di tu verdadero nombre o la mataré.
Los demás me miraron sin entender nada.
—¿Vas a matar a una pecadora que ya condené?
¿Esa era su respuesta?
—Te lo volveré a decir, por si quieres salvar el trasero de tu zorra —
Shana intentó golpearme, pero la inmovilicé de nuevo por la cabellera—. Di
tu verdadero nombre o mataré a la perra que calienta tu cama por las
noches.
Shana suplicó por su vida.
Gael se escondió detrás de Abaddon y me dijo:
—Mátala —rio—. Ya no me sirve.
Capítulo 81
ALANNA

Antes de ocupar el asiento de mi padre, atranqué la puerta con el mueble


más cercano. Me sentí más tranquila sabiendo que si alguien se colaba en el
despacho, primero echaría la puerta abajo. Sostuve entre mis manos la
agenda telefónica que encontré debajo del marco de fotos, y ojeé los
nombres de todos los contactos del supuesto Vikram. No conocía a nadie,
hasta que me detuve en la letra “M”.
Marqué el número de la mujer con el teléfono móvil que se habían
dejado y esperé impaciente que descolgaran la llamada.
—Moira Willman, ¿con quién hablo?
Estaba despierta.
Seguramente estaba en el sofá, siendo arropada por Ronald mientras
que veía la televisión con una buena copa de vino tinto.
—Hola mamá —la saludé—, cuánto tiempo. Empezaba a echar de
menos tu voz. Vi lo triste que estabas en las noticias cuando celebraste tu
victoria. Y, déjame decirte, que me partiste el corazón.
—¿Alanna? —Se puso nerviosa. Podía notarlo en su temblorosa voz
cuando repitió un par de veces más mi nombre.
—Estoy aquí, mamá. Muy cerca de ti —quería asustarla hasta el
límite de volverla loca—. ¿Qué te parece si mañana salimos las dos y nos
tomamos un café en esa cafetería que tanto te gusta?
No tenía palabras.
Si me daba por muerta, había salido de mi propia tumba para
declararle la guerra; al igual que haría con Bloody y papá.
—¿Sigues ahí, mamá?
—S-Sí —tartamudeó—. ¿Dónde estás?
—Si te digo dónde estoy exactamente, mandarás a alguien para
matarme de nuevo —reí. Cogí uno de los cigarros que había en la caja de
puros y me lo encendí—. No sería divertido.
—¿No quieres volver a casa?
Me encogí de hombros.
—En unos años seré multimillonaria. Así que no, mamá, no quiero
volver a casa —cerré los ojos y dejé que el aire se escapara de mi boca—.
Pero quiero proponerte algo.
—Tú dirás.
—Mi silencio por la libertad que me merezco —acomodé los brazos
sobre el escritorio y miré como se consumía el cigarro entre mis dedos
mientras que esperaba una respuesta por su parte. Ella calló. —¡Vamos,
mamá! La gente no sabrá que eres una hija de la gran perra, y yo me
emanciparé lejos de California. Es un buen trato.
Seguí pasando las hojas.
De repente doblé la página con la letra “R”.
—¿Estás con tu padre?
—Quizás.
—¿Sí o no?
—Sí —fui amable con ella dándole ese dato.
Suspiró.
—Yo solamente quería obtener lo que me prometió una vez. Me sentí
libre cuando desapareció —se tomó un momento para meditar sus palabras
—, y atada a una niña pequeña que siempre lloraba porque no estaba junto a
su padre. Con el secuestro, pensé que era la oportunidad perfecta para ser la
víctima y que el pueblo me alzara hasta convertirme en lo que soy a día de
hoy; La senadora.
Sacudí la cabeza y reí por no llorar de pena.
—Enhorabuena —la felicité—. Lo conseguiste. Tú sola. Bueno, con
el dinero de Ronald. Pero lo has conseguido. ¿Ahora qué? ¿Seguirás dando
charlas a madres que realmente han perdido a sus hijos?
—Lo haré si es necesario.
—¿Te das cuenta que quizás esté grabando esta conversación para
vendérsela a los medios de comunicación?
Me la imaginé temblando mientras que caminaba de una punta a otra.
Estaba sola, o ya habría llamado la atención de Ronald.
—Si apareces todo se irá a la mierda.
—O no —le di otra opción—. Puedo permanecer escondida hasta que
pueda salir del país. Pensaba entregártelo por escrito si te sentías más
cómoda.
—No te reconozco, Alanna.
Era cierto.
Mis propios padres me convirtieron en un pequeño monstruo sediento
de sangre.
—Tengo que colgar —reí, seguramente nunca localizaría el lugar
desde donde estaba haciendo la llamada—. Lo siento mucho, mamá —fingí
un corto y suave llanto—. Piensa en lo que te he propuesto. Nos veremos en
un par de horas. Espero que no te cortes las venas. Darías una mala imagen
a tu país.
Capítulo 82
RAYMOND

Podía escuchar los gritos de Gabriel desde mi habitación. No toleraba que


un ser humano dejara a otro por los suelos; no me importaba que se tratara
de Reinha, lo hubiera hecho también por otro desconocido.
Salí de la habitación y me dirigí hasta la otra punta del pasillo para
impedir que a ese mexicano se le fuera la mano. Estaba a punto de abrir
esas puertas de un solo golpe, cuando alguien me lo impidió. Diablo
acomodó su mano detrás de mi cuello y me detuvo con el ceño fruncido.
—¿Qué haces, wey?
Me sorprendió que no detuviera a Gabriel. Podía escuchar sin ningún
problema el llanto de Reinha mezclándose con los insultos de él.
—¿No vas a de-detenerlo? —Pregunté, sin entender nada.
Diablo respiró con fuerza por la nariz y me enseñó sus puños. No
sabía si estaba a punto de golpearme por acercarme hasta una habitación
donde había una pareja discutiendo; más bien, era él el que había
ocasionado el problema en vez de ella.
—Quiero matar a ese hijo de la gran puta —su ira le llevó a
salpicarme el rostro con la saliva que se le escapó de la boca—. Pero no
puedo. Mi padre nos amenazó a ambos.
—¿Por qué?
Diablo puso los ojos en blanco.
—¿El nombre de Gabriel Taracena no te dice nada?
—No.
—¡Verga! —tiró de mí y nos alejó de la puerta—. Gabriel es el hijo
del narcotraficante Taracena. Mi padre es uno de sus proveedores. Nosotros
conseguimos unos cuantos carros llenos de cocaína, y ellos blanquean sus
ganancias en un paraíso fiscal que tenemos los Arellano —miró por encima
de su hombro—. Por eso Reinha y yo no podemos hacer nada.
Absolutamente nada, wey.
Recordé lo que le sucedió a su madre cuando intentaron huir de
México; Heriberto mandó a ejecutarla, y un par de policías corruptos se la
quitaron del medio. Los mellizos Arellano nunca salieron del país.
De repente los gritos cesaron. Gabriel salió de la habitación y se paró
delante de nosotros. Me miró fijamente con sus ojos marrones, y cuando
tuvo que posarlos sobre los de Diablo, los apartó.
Le tenía miedo o respeto. Aún así, Diablo no podía hacer nada para
ayudar a su hermana.
Volvió a su habitación y yo me quedé parado delante de la habitación
de Reinha. Ésta se mostró cuando intentó cerrar la puerta. Al verme, se
sobresaltó. Se frotó los parpados con la manga de la bata que llevaba puesta
e intentó mostrarme una sonrisa.
—¿Estás bi-bien?
—Sí. Siento el alboroto.
—No tienes que di-disculparte. No entiendo por qué te tra-trata de esa
manera —me sentí inútil por no haber hecho nada—. Al otro la-lado, en
Carson, Gabriel ya ha-habría desaparecido.
Reinha rio.
—Estoy bien. No te preocupes por mí —se acercó para acariciar mi
rostro una vez más—. Intenta descansar.
Quise decirle que si necesitaba cualquier cosa, no dudara en
pedírmela. Pero el teléfono que me dio Vikram sonó de repente. Me despedí
de Reinha y me encerré en la habitación para tener algo de intimidad. No
podía dejar que T.J o alguno de los hombres de Heriberto escucharan la
conversación que tendría con mi jefe.
—¿Vikram?
Al otro lado se escuchó una risa nerviosa.
—¡Estás bien! —Exclamó Alanna, al escuchar mi voz—. Estaba tan
preocupada por ti, Ray.
Me tembló el pulso.
—Te di-dije que nos veríamos pro-pronto. Siento no ha-haberme
despedido de ti co-correctamente —sonreí de forma inconsciente. Me
alegraba escuchar su voz—. ¿Va todo bi-bien?
—Sí. Todo va bien —me la imaginé sonriendo, atrapando un mechón
de su cabello entre sus dedos mientras que acomodaba el teléfono móvil
entre su hombro y su oreja—. Pero quería disculparme contigo.
Me senté sobre la cama.
—No te en-entiendo.
Ella tomó unos segundos antes de soltar la bomba de relojería.
—He llamado a la policía —no me dejó interrumpirle—. Tenía que
acabar con todo, Ray. Han matado a Evie. Shana me entregó a Brasen. Me
drogaron, intentaron matarme un par de veces —golpeó una superficie dura
—. Nunca deseé esto. Solo quería una familia normal y acabé en una guerra
entre mi padre y mi madre. No es justo. ¡Quiero mi vida! ¡Necesito ser la
chica de antes!
Me quedé helado.
—Alanna…—no supe que decir. —Sé que no e-estás bien. Que te he-
hemos hecho daño tanto Bloody como yo. Pero ti-tienes que pensar en lo
qué has he-hecho. Habrá consecuencias.
Ella calló.
—Vikram se ha metido en la mafia latina y si éste desaparece,
estamos todos jodidos.
—Vikram es mi padre, Ray —no me sorprendió, ya que lo escuché
del propio Heriberto. —Me hubiera gustado conocerte en otro lugar.
Cruzarme con el chico tímido que me protegió de las estupideces de
Bloody.
Sacudí la cabeza.
—Nunca te hubieras fijado en mí.
—Te he entregado lo que Harry esperó durante meses —dijo,
haciéndome recordar la noche donde nos convertimos en una sola persona
—. Sí me hubiera fijado en ti incluso si nos cruzáramos en un pasillo de
universidad.
Se escucharon las sirenas de coches de policía y la radio de los
helicópteros que se acercaban hasta ellos.
Ya era demasiado tarde.
—Ti-tienes que huir —le pedí—. No de-dejes que vuelvan a ca-
cazarte, o yo mismo te ma-mataré.
Repetí su frase.
Alanna rio.
—Te veré pronto —dijo, antes de colgar la llamada.
Solté el teléfono móvil y me dejé caer sobre la cama. Era cuestión de
horas que Heriberto descubriera que habían detenido a Vikram.
Yo, al igual que los demás, éramos hombres muertos.
Capítulo 83
ALANNA

Despedirme de Ray era lo mejor que había hecho esa noche. Cerré los ojos
cuando las sirenas de los policías se colaron en las tierras de Vikram. Podía
escuchar de fondo como todos abandonaban sus pertenencias y corrían
hasta el vehículo más cercano para huir.
Al colgar a mi madre, inmediatamente marqué al 911. Antes de que la
policía me llevara junto a ellos, llamé a Raymond para escuchar una última
vez su voz. Y por eso fui feliz; sabía que él no acabaría dentro de prisión.
Estaba en México, lejos de la justicia de Estados Unidos.
De repente alguien golpeó la puerta del despacho. No me inmuté. Creí
que, si era la policía, lo mejor era cruzarme con ellos y confesarles quién
era yo.
Pero no eran agentes de la ley, era Bloody. Antes de que me
alcanzara, salté sobre el escritorio y me tiré al suelo para salir corriendo.
Pero me detuvo. Me levantó del suelo con sus fuertes brazos y nos
arrinconamos cuando Lulian pasó con un fusil. Lo estaban buscando.
—Creen que he llamado a la policía.
Reí.
Bloody bajó la cabeza para mirarme.
—Culpable —confesé, y me di el gusto de sonreír.
—¿Qué? —Intentó no gritar. —¿Te has vuelto loca?
—Seguramente.
—Nos matarán a ambos.
Gruñí.
—Pues deberían hacerlo.
Éste me obligó a mirarle a los ojos y presionó su frente sobre la mía.
—Quería sacarte de aquí. Huir juntos a México —dijo, como si sus
mentiras tuvieran credibilidad en mí. —Me he enfrentado a tu padre para
fugarme contigo. Y tú…—quedó anonadado—, ¿llamas a la policía?
Creyó en mi palabra cuando fue demasiado tarde. Si quería ayudarme
a escapar fue por el crimen que cometió con Evie.
Intenté soltarme de sus brazos, pero no lo conseguí. Bloody me cargó
sobre su hombro y salimos de la casa en búsqueda de un vehículo. Todos se
llevaron las motos y los coches que solían guardar en la parte trasera.
Nos cruzamos con Dorel y Bloody le pidió ayuda.
—No puedo —bajó la cabeza, avergonzado—. Vikram me matará si
descubre que te he ayudado —estaba subido sobre una moto —. No quiero
acabar en prisión. Lo siento, Bloody.
Y el motor rugió delante de nuestras narices.
Bloody no se rindió.
Seguimos caminando, con cuidado, por debajo de los árboles para que
los helicópteros no nos encontraran. Dejó de arrastrar mi cuerpo cuando
entramos en el viejo garaje de la mansión; había un mini de tres puertas con
la carrocería salpicada de balas.
Terminó de empujar la puerta con una pierna y me adentró en el
interior. Antes de rodear el coche, me puso el cinturón de seguridad y me
advirtió que no cometiera una locura.
—Te cogerán —intenté asustarlo.
Bloody rio.
Arrancó el motor y condujo hacia atrás para salir del garaje.
Esquivamos a un par de coches que escapaban en dirección contraria a la
carretera y miré por la ventanilla del coche buscando a los policías.
—Seremos libres —dijo—. ¡Seremos libres! —Gritó, con más fuerza.
—Es lo que querías, ¿lo recuerdas?
Quería ser libre, pero no junto a un asesino. Lo miré sin ni siquiera
pestañear y me torturé yo misma por desearlo en una décima de segundo.
—Mataste a Evie.
—¿Qué? —Preguntó confuso.
—¡Tú la mataste! —Le reclamé—. Te vi, Bloody. Vi el maldito video.
—No sé de qué me estás hablando, cielo —no apartó los ojos de la
carretera. Esquivó un vehículo de policía, y seguimos con la persecución.
—Shana te grabó enterrando el cuerpo de Evie —quería golpearlo, o
simplemente volarle la cabeza si hubiera tenido en mi poder el arma que me
dio esa zorra—. ¡Me mentiste!
Bloody empezó a ponerse nervioso.
—Te lo puedo explicar…
Atropellé sus palabras con las mías.
—¡Eres un asesino!
Mis gritos tuvieron tanto impacto en él, que retiró un instante la
cabeza de la carretera, y terminamos por tener un accidente. Otro coche nos
golpeó; provocando que nuestros cuerpos se echaran hacia delante y sintiera
el cinturón de seguridad rasgando mi piel.
Abrí los ojos cuando una luz cegadora se acercó hasta mí.
«Por fin»— Pensé, al ver a uno de los agentes de la ley comprobando
que siguiéramos con vida.
—¿James? —Llamó por su radio—. ¿Me recibes?
—Te recibo —respondió su compañero.
—Tenemos a dos personas heridas.
—Los paramédicos están a punto de llegar.
—La mujer está despierta. El hombre sigue inconsciente.
Intenté mirar a Bloody.
Pero un terrible dolor de cuello me lo impidió.
—No se mueva, señorita —dijo el policía.
Aun así, hice el esfuerzo. Giré con cuidado la cabeza y me encontré
con un Bloody herido y con los ojos cerrados.
¿Seguía vivo?
Tragué saliva.
Capítulo 84

Rodearon mi cuello con un collarín y limpiaron la sangre de mi mejilla.


Uno de los cristales de las ventanillas había marcado mi piel con una fina
línea. Los paramédicos terminaron el rápido chequeo médico que pudieron
hacer en medio de la carretera y me dejó a solas con el policía que nos
encontró.
—Acabamos de detener a Darius Chrowning —miró por encima de
su hombro, y apuntó a su vehículo. Él estaba detrás, con la cabeza
acomodada en la ventanilla. —¿Podría confirmarme que usted es Alanna
Gibbs?
Acomodé hacia atrás mi cabello y dejé que el agente viera mi rostro
con más claridad.
—Soy Alanna Gibbs. Y ése de ahí —apunté a Bloody con el dedo—
mi secuestrador. Mató a Evie Thompson. Enterró su cuerpo en el bosque.
El hombre asintió con la cabeza.
—Tomaremos la declaración en una de las comisarías de Sacramento.
Llamaremos a tus padres.
«Mierda.» —Pensé.
La idea era encontrarme con mi madre una vez que me hubiera
aseado, no antes.
—No tendré que compartir el mismo vehículo con él, ¿cierto?
—No, señorita Gibbs. Irá con mi compañero.
El otro agente se acercó y me pidió que lo acompañara. Le pedí si me
podía sentar en el asiento de copiloto y el policía James me lo permitió.
Nos dirigíamos hasta Sacramento. Nos encontrábamos a unas siete
horas. El otro vehículo de policía nos seguía detrás.
—Tendremos que pasar por la avenida Santísimo —informó su
compañero por radio—. Tenemos que escondernos de la prensa.
—Entendido —le respondió.
Me sobresalté al escuchar la voz de Bloody.
—¿Cielo? —Preguntó.
Y me lo imaginé con esa sonrisa que me mostró desde el primer día.
El agente le pidió que se callara, pero éste siguió.
—Sé qué estás ahí —rio—. Déjame decirte, que hagas lo que hagas,
esta polla no dejará de pensar en ti.
Agradecí que cortaran la radio de comunicación.
Bloody estaba loco, y esperaba que pronto recibiera su castigo.

En la comisaría de Sacramento Norte me esperaban Ronald y mi madre con


la sonrisa invertida. El único que se acercó para darme un cálido abrazo fue
el novio de ella. Alzó mi rostro y se aseguró que estuviera bien.
—No te faltará alguna pieza, ¿verdad? —Ronald siempre era muy
amable conmigo.
Respondí a su broma con otra.
—Unos cuantos tornillos —le enseñé el golpe de la cabeza—. Pero
creo que los recuperaré.
—Esa es mi chica —me guiñó un ojo.
Mi madre no tardó demasiado en acercarse.
—¿Mamá?
Ésta me abrazó y me susurró en el oído:
—Estás horrible.
Se alejó de mi lado después de presionar sus labios en mi mejilla
herida. Me hizo daño, pero a ella no le importó.
La senadora desapareció para rellenar los últimos datos que faltaban
sobre la ficha que ella misma había abierto el día que desaparecí. Me senté
junto a Ronald y éste me trajo una rosquilla glaseada y un café de las
máquinas expendedoras.
Le di un sorbo al café.
—¿Estás bien?
Me encogí de hombros.
—Me gustaría estar mejor, Ronald —bajé la cabeza, y mi padrastro
no tardó en revolverme el cabello; él sabía que lo odiaba—. Morgan, el
gordo de la melena negra, me ha dicho que tu secuestrador mató a Evie. Es
horrible.
Bajé la cabeza.
—Evie no merecía acabar de esa manera.
—Lo sé.
Dos agentes de policía nos interrumpieron.
—Sentimos romper este encuentro tan esperado —se disculpó—.
Pero necesitamos que identifique al secuestrador.
Ronald habló por mí:
—¿Él la verá?
—No. Estaremos al otro lado del cristal opaco.
El novio de mi madre me acompañó junto a los dos agentes. Nos
colamos en una sala que estaba oscura, y pulsaron un botón para ver a los
delincuentes que había al otro lado.
El policía más joven me dio los datos de todos ellos:
—El número uno es Christopher Rodríguez. El número dos Jensen
Murphy. El número tres es Darius Chrowning —tragué saliva, y sentí el
apretón de manos de Ronald; me sentí tranquila—. El número cuatro es…
Lo detuve.
—Es el número tres —confesé, una vez más—. Darius Chrowning.
—¿Segura?
—Estoy completamente segura.
Salí de la sala y me senté debajo del cártel que ponía “prohibido fumar”.
Saqué el paquete de tabaco que compré fuera de la comisaría antes del
interrogatorio, y acomodé el cigarro entre mis labios. Presioné la ruedecilla
del mechero y me relajé en el asiento que ocupé.
Nadie me dijo nada.
Solo me observaban con lástima.
Estarían pensando: —Pobrecita, ha estado cinco semanas fuera de
casa con un grupo de delincuentes.
Y no se equivocaban.
De la sala de reconocimiento salieron siete agentes para escoltar a
Bloody; iba esposado. Caminaban a su alrededor y detuvieron sus pasos
cuando éste se negó a seguir. Quedaron delante de mí. Él me vio e intentó
acercarse.
Cuando sentí su cabeza hundiéndose en mi regazo, les dije a los
policías que podía tolerar sus últimas palabras.
—¿Me das una calada, cielo?
Posé el cigarro en su boca.
—Tendrás que hacer mil barbaridades para conseguir un pitillo en
prisión —solté.
Bloody soltó una carcajada.
Levantó su espalda y quedó arrodillado ante mí. Su cabello rubio
estaba cubierto de la sangre que derramó.
—¿Me echarás de menos? —Preguntó.
Relamí mis labios antes de responder.
Capítulo 85

Bloody seguía sin reconocer el crimen que cometió. Lo miré a los ojos y
solo deseé ver como llegaba a pudrirse en prisión.
—¡Qué te jodan! —Le escupí en el rostro.
Bloody se relamió la espuma del escupitajo, y dejó un veloz beso en
mi rodilla.
—Tenemos un polvo pendiente, cielo.
Lo empujé, y éste cayó al suelo.
Los policías lo levantaron del suelo y se lo llevaron lejos de mí.
Ronald intentó relajarme.
—Estoy orgulloso de ti, Alanna —consiguió tener mi atención. Mis
padres jamás fueron capaces de soltar esas cuatro palabras que harían a un
hijo feliz—. Sabía que eras fuerte. Más fuerte que las personas que te dieron
la vida, Ratoncito.
De repente me di cuenta que había estado cerca de una persona que
tenía su mismo color de ojos; Shana. Éste sonrió y dejó que cogiera aire
antes de reclamarle su verdadera identidad.
—Tú…Tú…—empecé a temblar—. Tú eres Vikram.
—Lo fui —dijo—. Una vez fui Vikram Ionescu. Pero ahora soy
Ronald Bailey. Me cambié el nombre cuando tu padre me robó la identidad.
Tenía tantas preguntas, que Vikram…bueno, Ronald, solo respondió a
las más importantes.
—Shoshana es mi hija —chasqueó la lengua—. Y, tengo que admitir,
que me siento más orgulloso de ti que de ella —me quedé sin palabras. Él
rio—. Quieras o no, yo he estado a tu lado desde los once años, Alanna. Soy
tu padre. O al menos tú para mí eres como mi hija.
—¿Sabías lo de mi padre?
—¿Qué se encontraba en Carson?
—Sí.
Negó con la cabeza.
—¿Sabes dónde está, Ratoncito?
—Ha huido —lo delaté, ya que mi padre me hizo sufrir—.
Seguramente esté de camino a México.
—Necesito pedirte un enorme favor, Alanna. Prometo que te
recompensaré —siguió hablando—. Necesito recuperar mi dinero. La
cuenta que utiliza con tu nombre está encriptada en unos documentos que se
guardan en dos tarjetas micro SD. Si las consiguieras, te prometo que ni tu
madre ni tu padre te cortarían la libertad que yo estoy dispuesto a darte.
Me dejé caer sobre el respaldo de la silla.
—¿Tengo que traicionar a mi padre?
—No quiero una dirección, Alanna —me aclaró que él no iría en su
búsqueda—. Solo recuperar las tarjetas y olvidaré todo el daño que ha
podido causarnos en estos últimos años.
—Pero yo sola no podré llegar hasta él.
—¿Qué pasa con el hombre que te secuestró? ¿Podría ayudarte?
Negué con la cabeza.
—Mató a Evie.
Ronald paseó sus dedos por su corto cabello.
—Sobre eso —me miró apenado—, la loca de mi hija me dijo que se
deshizo de Evie para enviar unas fotografías de su cadáver con la idea de
enviarlas a la prensa para que creyeran que eras tú. Shana a seguido los
pasos de tu padre los últimos años. Él es el único responsable, Alanna.
—¿Blo-Bloody no ha sido?
—No.
—Mierda.
Capítulo 86
BLOODY

DOS SEMANAS DESPUÉS…

La abogada de oficio pidió reunirse conmigo una vez más. Acepté. Quedé
cara a cara con la mujer que llevaría mi caso y escuché por educación todas
las tonterías que tenía que decirme.
—Si confiesas el asesinato de Evie Thompson podré reducir tu
condena a la mitad. Serán veinticinco años.
Reí.
—Es cierto que atraqué el banco de Carson. También machaqué a los
chicanos en el puerto O’call Village ya que decidieron romper el acuerdo
con Vikram. Asalté quince gasolineras y diez parafarmacias —confesé, sin
temor—. Esos son mis delitos. Pero no pienso cargar con uno que no
cometí.
La abogada bajó la cabeza y sacó una tarjeta con un número de
teléfono escrito a mano. De repente los guardias que me custodiaban
salieron para darnos intimidad.
No entendí nada.
—Hay una persona que puede sacarte de prisión —dijo, sin temor a
que la cámara grabara nuestra conversación—. Tranquilo, hemos comprado
la sala durante diez minutos. Solo tienes que llamarlo si aceptas trabajar
para él.
Miré las cadenas que recorrían las esposas de mis muñecas hasta mis
tobillos.
—¿Nombre?
Quería algo de información.
—Vikram Ionescu.
Golpeé la mesa y la mujer se asustó.
—No pienso volver a trabajar para ese traidor.
Ella me aclaró de quién se trataba realmente.
—No es Gael. Te hablo del verdadero Vikram —entonces la escuché
con atención—. Te sacará de prisión si a cambio le ayudas a recuperar su
dinero.
Parecía una idea descabellada.
Lo tendría en cuenta.
Capítulo 87
RAYMOND

Fue una mala idea pedirle ayuda a T.J. Me arrepentí a última hora. Justo,
cuando Terence decidió salir del vehículo para matar a dos agentes que
habían parado en la carretera. Él, pensó que nos estaban siguiendo.
—¿Puedes echarme una mano?
Tiraba de los cuerpos de los hombres mientras que me miraba por
encima de la cabeza de uno de éstos.
—Acordamos u-unirnos para sacar a Bloody de pri-prisión.
Prometiste no ma-matar a nadie.
T.J era tan imbécil como Bloody.
—Lo olvidé —dijo—. ¡Ayúdame!
No me quedó de otra que arrastrar junto a él los cuerpos de los
agentes que mató.
«Nunca debí unirme a Vikram.» —Pensé.
Epílogo
ALANNA

DOS MESES DESPUÉS…

Los periodistas siguieron haciendo preguntas. Mi madre, orgullosa,


respondió a todos ellos sin ni siquiera descartar las que podían herirme.
Ronald salió por trabajo; prometió regresar pronto para poder
reunirnos con el equipo que me acompañaría en la búsqueda de mi padre.
Acomodé el codo sobre el regazo del asiento y miré al hombre que
pidió mi atención:
—¿Es cierto que Darius Chrowning la violó?
Sacudí la cabeza, pero mi madre respondió por mí.
—Sí —dijo, hinchado su pecho. Ella siguió hablando, pero la ignoré.
Empezaba a echar de menos a los chicos. Solo esperaba que ambos
estuvieran bien.
Raymond quedó en México, y yo metí en prisión a Bloody.
Bajé de la tarima que nos habían preparado y salí fuera para fumarme
un cigarro. Ignoré al par de paparazzi que empezaron a fotografiarme.
Agradecí que mi teléfono sonara.
—¿Alanna?
—¿Sí?
—¿Alanna Gibbs?
Volví a confirmar mi nombre.
—Llamamos desde la Prisión Estatal de Sacramento. El preso Darius
Chrowning ha pedido comunicarse con usted. ¿Acepta la llamada?
El pulso me jugó una mala pasada.
—Sí —dije, sin pensármelo dos veces.
—¿Cielo? —rio. —¿Estás ahí?
DESEADA
POR EL PELIGRO
LIBRO 2
Prólogo
BLOODY

El crío que dormía en la litera de abajo iba a volverme loco. Nada más
llegar, se tiró sobre la cama y hundió su rostro en la almohada para silenciar
su llanto, pero no funcionó. Intentó ahogar su dolor autolesionándose con el
retrete que sobresalía de la pared de ladrillos. Agradecí aquel pequeño gesto
por su parte; se quedó inconsciente un par de horas y conseguí dormir sin
tener que escuchar sus lamentos una noche más. Dos días más conviviendo
con él, y acabaría quitándolo de mi camino. Estaba acostumbrado. En San
Quentin, los presos mataban a otros para conseguir un rincón mejor que el
que solían tener para dormir un par de horas. Pero en la Prisión Estatal de
Sacramento, todo era diferente.
Todos los presos teníamos derecho a compartir una celda junto a otro
compañero, sin olvidar los tres platos de comida caliente que nos solían
servir cada día. Incluso, si te comportabas, tenías acceso a hacer una
llamada semanal. Estaba en una prisión de cinco estrellas y ni siquiera tenía
ganas de salir de ahí. O, al menos, era lo que solía decirme antes de
meterme en la cama para dormir.
Salté de la litera e intenté no golpear al idiota que seguía tendido
sobre el suelo. Me arreglé las zapatillas que me habían dado junto al
uniforme de color naranja, y acomodé los brazos entre los barrotes para
esperar a los guardias que nos llevarían al exterior; El patio donde nos
reuníamos todos los delincuentes.
Una de las cosas que podía extrañar de San Quentin era la libertad
que teníamos las veinticuatro horas del día. En Sacramento, nos aislaban
para no crear conflictos entre las bandas que ganaban territorio en el patio.
Alcé la cabeza al escuchar el silbido de Monko; Era de los pocos
guardias con los que se podían mantener una conversación sin tener que
llegar al chantaje. Porque sí, en Sacramento también era típico sobornar a la
ley para tener ciertos privilegios que te hacían la vida más fácil.
—No lo habrás matado, ¿cierto? —preguntó Monko, echándole un
vistazo rápido al nuevo que seguía sin reaccionar. Apartó sus ojos negros
del crío y esperó una respuesta por mi parte. Al darse cuenta que aguanté
las ganas de reír, el guardia se llevó una mano al cabello rizado que cubría
su frente—. Llevaba siete gramos de SDA encima. Al parecer, sus amigos
universitarios y él, iban a hacer una fiesta. No llegaron a consumirla porque
los detuvieron cuando frenaron bruscamente el vehículo ante un control de
alcoholemia. Seguramente, los cabrones de sus amigos, se aprovecharon de
él por ser el más débil y el que más ciego iba dentro del coche. Todos
testificaron que el portador de la droga era ese pajarillo que tienes ahí
tendido. Pobre blanquito rico.
Monko golpeó los barrotes para despertarlo. Cuando el crío escuchó
el fuerte sonido del metal resonando en sus oídos, se sobresaltó y no tardó
en incorporarse. Nos miró con una sonrisa torcida y guio su mano hasta su
frente. Al darse cuenta que sus dedos se mancharon con su propia sangre,
me acerqué hasta él para advertirle que lo mejor era no vomitar delante del
guardia.
Fue mi consejo de bienvenida si no quería convertirse en la zorra de
alguien en el tiempo que estuviera allí.
—¿Estás mejor?
Éste asintió con la cabeza.
—Gra…Gracias.
¿Quién daba las gracias dentro de una celda?
No le di importancia. Sostuve su mano y ayudé a ese pequeño cuerpo
a levantarse del suelo antes de que volviera a besarlo sin darse cuenta. Lo
obligué a que siguiera sus pasos hacia delante y, cuando quedamos delante
de Monko, le tendí uno de los cigarros que gané la noche anterior jugando
al póker con los latinos.
El guardia no tardó en sostenerlo entre sus dedos y ocultarlo en el
interior de uno de los bolsillos de la camisa azul marina que llevaba de
uniforme. Sacó las llaves de nuestra celda y se limitó a abrirla sin volver a
intercambiar una palabra con nosotros dos.
Hasta que el idiota de mi compañero abrió su bocaza para preguntarle
si había recibido alguna llamada de algún ser querido. Por supuesto que
Monko no tardó en soltar una sonora carcajada que resonó por el largo
pasillo que estábamos a punto de pisar.
—¿Qué has dicho?
El preso sin nombre respondió:
—¿Han llamado mis padres o mi abogado?
Monko me miró.
—Este blanquito es idiota, ¿verdad?
Miré al enclenque del chico que temblaba e intentaba ocultarlo con
sus brazos.
—No seas cruel con él —le guiñé un ojo—. Lo pondré al día. O, al
menos, lo intentaré.
El guardia tiró de su cuerpo y lo dejó delante de nosotros una vez que
nuestras muñecas fueron inmovilizadas por unas enormes esposas que se
entrelazaban con las cadenas que nos colgaban por las piernas. No tardamos
en seguir su ritmo; Parecía cansado, desnutrido y daba la sensación que su
vida se esfumaba de su cuerpo.
—Para ti sí que hay una llamada —dijo, en voz baja.
Lo miré.
Éste no dijo un nombre.
Pero yo sí.
—¿Alanna?
El guardia rio.
—¿No te das cuenta que siempre que tienes una llamada sueltas el
mismo nombre? —golpeó mi hombro con su puño—. Es la abogada que
finge ser empleada del Estado, pero en realidad trabaja para Vikram
Ionescu.
—¿Tú conoces a Vikram?
—¿Por qué crees que te mantengo con vida, rubito? —respondió, con
otra pregunta—. Se impacientan, Bloody. Ambos quieren reunirse contigo y
llegar a un trato. Si aceptas, saldrás de aquí sin cargos.
Estaba cansado que todos me vieran como el asesino de Evie
Thompson. Era cierto que yo ayudé a deshacerme del cadáver, pero jamás,
y era de las pocas cosas de las que me podía sentir orgulloso de decir, nunca
hubiera matado a una persona inocente. Y ahí estaba, cumpliendo la
condena que le pertenecía a Shana.
—Yo no la maté —susurré.
Pero Monko me escuchó:
—Todos dicen lo mismo que tú. Yo no he sido. No quería. Fue un
accidente —dejó de reír cuando le pidió a uno de sus compañeros que nos
abriera la quinta puerta de seguridad antes de dejarnos en el patio—.
Piénsatelo bien, Bloody. Vikram Ionescu está dispuesto a esperar. Eres
joven para pudrirte en prisión.
Pasé de él y esperé a que el último guardia que nos cruzamos en el
camino me quitara los grilletes de las muñecas y de los tobillos. Antes que
el crío me siguiera, me adentré en el enorme círculo humano que había en el
centro del patio; Todos los presos que queríamos ganar un par de pitillos,
solíamos reunirnos ahí para hacer pequeñas o grandes apuestas.
Miré por encima de mi hombro y agradecí que diera por finalizada la
búsqueda que ejecutó con un par de movimientos de cabeza para
reencontrarse conmigo. No podía protegerle. No era su niñera. Y, mucho
menos, un colega de prisión.
—¿Quién da más de cinco cigarros?
Intenté alejarme de ellos, pero la voz de uno de los apostadores me
detuvo.
—¿Bloody?
Negué con la cabeza y antes de alejarme de ellos le mostré una
sonrisa. Mis manos se refugiaron en el interior de los bolsillos del pantalón
anaranjado. Seguí paseando bajo la atenta mirada de todas las bandas de
presos que había en el patio y de las que ni siquiera me tomé la molestia de
convertirme en uno de ellos en los cinco meses que llevaba en Sacramento.
Pero había una banda, una que seguía los mismos patrones que en San
Quentin, que intentaba convencerme para que me uniera a ellos.
Los malditos nazis.
—Ahí está mi chico favorito —Otto se levantó del asiento que solía
ocupar. Una de sus zorras, el miembro más reciente, dejó de tocar el cabello
de su dueño para que éste siguiera avanzando hasta mí—. ¿Quieres un
cigarro?
Saqué uno de los cigarrillos liados que gané la noche anterior. Lo
acomodé sobre mis labios y me acerqué hasta él para que lo encendiera. Las
pupilas de Otto se dilataron al sentirme tan cerca de él. Sacó torpemente un
encendedor del bolsillo de su zorra y empujó la ruedecilla hasta que una
floja y clara llama salió para darme fuego.
Me centré en sus ojos marrones y como se entrecerraban cuando le
echaba el humo del tabaco en el rostro.
—Espero que no me hagas la misma pregunta de siempre, Otto —
subí mis manos hasta mi cabello y lo recogí para que la melena no me
tocara los hombros. Éste, antes de responder, miró a sus amigos y se
encogió de hombros. Intentó atrapar el cigarro que seguía sosteniendo con
mi boca, pero se lo impedí—. Creo que tu chica se pondrá celosa si te
acercas a mí.
Y no me equivoqué.
Cuando me acerqué a Otto, el chico que él mismo se consideraba la
zorra que calentaba su cama por las noches, se acercó hasta nosotros
salvajemente para golpearme con esas afiladas uñas que se arreglaba sobre
el asfalto. Otto lo detuvo antes de que marcara mi rostro.
—Por favor, Hanke, no interrumpas en las conversaciones que
mantienen los adultos —le lanzó una mirada que le hizo tragar saliva—. No
puedes golpear a uno de los nuestros, incluso cuando éste piensa
erróneamente que lo mejor es hacerse amigo de un guardia negro.
Bajé el cigarro y miré a Otto.
—Estoy seguro que has hecho los deberes —reí—. Sabes quién soy y
de dónde vengo, ¿cierto?
El nazi no tardó en reír mientras que sus movimientos de cabeza y
manos me confirmaban las sospechas que tuve de él desde el primer día que
lo vi en Sacramento. Había estado siguiendo mi culo con su mirada como si
tuviera ante él un jugoso melocotón que podría morder en el momento que
se le apeteciera.
Pero yo era Bloody.
Nada más llegar a prisión, me metí en líos, dejando bien claro de lo
que era capaz de hacer si alguien se atrevía a tocarme la polla literalmente o
metafóricamente hablando.
—San Quentin arropó entre sus muros a un niño blanco y guapo que
soltó cuando éste cumplió la mayoría de edad —marcó una enorme sonrisa
—. Te convertiste en un hombre fuerte y peligroso. La clase de tipos que me
gustaría tener a mi lado.
Me sentí decepcionado.
Chasqueé la lengua.
—¿No te hablaron de Domty?
Otto no tardó en borrar su sonrisa. Su rostro pálido y asqueroso perdió
la diversión que iba cargando desde que nos habíamos cruzado en el patio
de la cárcel.
—El gran Domty —jadeó, con nostalgia—. Un gran hombre. Un
ejemplo a seguir cuando aún seguía con vida…
Le interrumpí.
—Murió como el hijo de puta que era—me di el placer de soltar una
carcajada delante de su banda y de él—. Pero tengo algo que agradecerle a
Domty —me acerqué hasta Otto —, él me dio este nombre. Soy Bloody
gracias al domador de niños.
Hanke intentó acercarse una vez más hasta mí, pero se lo impidieron.
Un hombre alto y gordo, de unos dos metros de altura y doscientos kilos
que arrastraba día tras días, atrapó la camiseta de la zorra de Otto y lo tiró
contra el suelo para que éste dejara de hacerse el héroe delante de su
jefecillo.
Las orejas puntiagudas de Otto se doblaron, mientras que su enorme y
ancha nariz partida se arrugaba para mostrarme decepción.
—Estás a tiempo, Bloody.
No se daba por vencido.
—No te entiendo o realmente es cierto que no quiero entenderte.
Se escuchó un gruñido de ira y una pataleta tonta que se silenció
cuando un puño impactó en la boca del esclavo sexual del mayor nazi que
podía tener Sacramento.
—Está bien —alzó los brazos y giró sobre sus zapatillas blancas sin
cordones—. ¡Está bien! —gritó, y dejó de dar vueltas para clavar sus ojos
en los míos. —¿Qué pasa con el nuevo?
Me agaché un momento para apagar el cigarro en el suelo mientras
que seguía prestándole atención.
—¿Qué sucede?
Se relamió los labios antes de responder.
—El dulce niño que han encerrado contigo.
Seguramente me llevaba tres o cuatro años con el crío, pero al ser tan
pequeño de estatura, parecía más joven de lo que podía marcar su carnet de
identidad.
—Sé más directo, Otto.
Quedé cruzado de brazos y esperé un par de minutos para escuchar
sus barbaridades antes de desaparecer. Necesitaba sentarme en una de las
sillas que había en el comedor principal y ojear las noticias antes de volver
a la habitación después de comer.
—Me gusta.
—Creo que no eres su tipo —fue mi respuesta.
Aun así, Otto estaba dispuesto a todo.
—Te puedo dar un paquete de cigarros semanal si me dejas a solas
con él una hora.
¿Tenía cara de proxeneta?
Podía comercializar con otras cosas, salvo con personas; no iba a
prostituir a nadie ante un maldito nazi.
Me alejé de él y pude escuchar de fondo:
—¡Encontraré algo para que accedas, Bloody!
El hijo de puta se convenció a sí mismo que podría darme algo que
deseara y no conseguiría nunca en Sacramento.
Estaba muy equivocado.
No tardé en ocupar un buen asiento cerca del enorme televisor que había
colgado en el comedor. Me encargué de sacar a uno de los hombres que se
había quedado cruzado de brazos sobre la silla que solía acompañarme cada
día a la hora de comer. El viejo bajó la cabeza y siguió buscando otra mesa
con un hueco vacío.
Me adueñé del mando y fui cambiando los canales de la televisión
mientras que se escuchaban las quejas de los demás presos. Dejé de
presionar el botón morado cuando me di cuenta que Moira Willman
ocupaba un plano importante en un programa llamado «Las mañanas de
Sully Watson».
—Han pasado seis meses e imagino que su hija sigue sufriendo las
secuelas que le dejó el secuestro —la presentadora se acercó hasta Moira y
sostuvo su mano—. Como madre, siento el dolor que estará padeciendo,
Senadora Willman.
Ella afirmó con la cabeza.
—Desde que mi pequeña volvió a casa, me di cuenta que había vuelto
a nacer junto a ella —mintió al público que la arropó con aplausos—.
Aunque no te mentiré, Sully, Alanna no lo está pasando bien. No consigue
volver a su vida de antes porque no olvida los rostros de esos canallas que
me la arrebataron y fueron capaces de abusar de ella.
Me levanté del asiento, sostuve la silla entre mis manos y la tiré al
fondo del comedor mientras que grité con todas mis fuerzas.
Nunca le había puesto la mano encima a Alanna. Y, si alguien se
hubiera atrevido, ya estaría muerto.
Brasen fue uno de ellos.
—Darius Chrowning es uno de los secuestradores que a día de hoy y,
gracias a la justicia, está entre rejas en la Prisión Estatal de Sacramento —
sonrió a la cámara—. Por desgracia, el otro secuestrador, sigue libre.
—Sí, pero seguimos buscándolo día y noche. Tiene que pagar las
consecuencias de sus delitos como todos los criminales que están en
búsqueda y captura desde que gané las elecciones —Moira arregló su nuevo
corte de cabello; no la recordaba así, rubia y con media melena rozando su
cuello. —Mi pequeña, cada noche, susurra el nombre de Darius e intenta
despertar de las pesadillas que ese maldito le causa incluso cuando ya está
lejos de nosotras.
Intenté tranquilizarme.
Si Alanna me tuviera miedo, el primer nombre que saldría de sus
labios sería Bloody y no Darius.
Pero Moira jugaba con sus propias mentiras.
—Ha dejado de comer, Sully —fingió limpiar una lágrima traicionera
—. Mi niña cada vez está más delgada. El cansancio la deja postrada todo el
día en la cama. Yo solo quiero justicia. Y haré justicia.
El público volvió a aplaudir.
La presentadora se acercó a la cámara para despedir el programa:
—Hoy hemos tenido con nosotros a una madre que sigue sufriendo
junto a su hija las consecuencias de los delitos cometidos por Darius
Chrowning y Raymond Dunner —a la presentadora se le rompió la voz—.
Dos delincuentes que no tardarán en volver a hacer daño si la ley decide
soltar a uno de ellos y dejan de buscar al otro. No olvidéis que en la página
web del programa hemos abierto una encuesta si estáis a favor o en contra
de que estos individuos sean castigados con la pena de muerte. Nos vemos
mañana, querido público. Un día más en Las mañanas de Sully Watson.
Apagué el televisor.
—¡Hija de puta! —estallé.
Los guardias no tardaron en reunirse con nosotros para obligarnos a
hacer una fila. Era la hora de comer y todos teníamos que comportarnos si
queríamos llevarnos un trozo de carne y de pan a la boca.
Antes de seguir los pasos de los otros presos, busqué
desesperadamente a Monko. Me alejé de la fila que se estaba organizando y
pasé por delante de dos guardias que hablaban abiertamente con Monko
mientras que vigilaban que los criminales no cometieran una estupidez.
—¿Puedo hablar contigo? —pregunté.
Éste pidió a sus compañeros que nos dejaran a solas. Cuando se
alejaron, no tardé en pedirle un favor.
—Tú dirás.
—Necesito hacer una llamada. Es urgente.
—¿A Vikram?
«¡No!»
Cogí aire para no perder el poco control que me quedaba. Si Alanna
se estaba enfermando, necesitaba hablar con ella para saber qué le estaba
sucediendo realmente. No quería que sufriera por mi culpa. Y no, no le
guardaba rencor por encerrarme allí, más bien, quería quedar cara a cara
con ella una vez más.
—A un viejo amigo.
—¿Tiene coño?
Monko me estaba desafiando.
—Fuiste tú quien me dijo que si necesitaba cualquier cosa…
Me cortó.
—Siempre y cuando esté relacionado con Vikram Ionescu —
acomodó la mano sobre mi hombro y me dio un apretón—. Él es el único
que te puede ayudar. Yo soy el intermediario aquí dentro.
No me quedó de otra que dar mi brazo a retorcer:
—Por favor.
—Lo siento, Bloody.
Monko me dio la espalda y ni siquiera fui capaz de detenerlo. No
tardó en tener a sus compañeros cubriéndole las espaldas. Sentí a alguien
que tiró de mí y que me dejaba por delante de él para que siguiera el orden
de la fila para comer.
Se me había quitado el hambre.
Pero mis nuevos amigos me querían cerca.
Delante de mí, el gordo del patio con un tatuaje nazi en la nuca, me
retuvo para que su jefe pudiera a hablar conmigo. Otto no tardó en quedar
detrás de mí mientras que se dio el placer de oler mi cabello recogido. Sentí
sus dedos jugueteando con mis mechones.
—¿Mi chico favorito ha tenido problemas con el negro?
Apreté los dientes.
—¿Bloody? —Insistió, el gordo.
—Necesito hacer una llamada —confesé.
Éste no tardó en soltar su petición:
—Y yo quiero enterrar mi polla en ese trozo de carne fresca —apuntó
con el dedo a mi compañero de celda—. Dame una hora con él y te daré una
llamada de cinco minutos con mi viejo teléfono móvil.
Alcé una ceja.
Y lo miré por encima del hombro.
—Mientes.
Otto me lanzó un beso.
—¿Eso crees? —Cuando mi respuesta fue un sí, el nazi no dudó en
mostrarme el teléfono móvil que escondía en el bolsillo de sus pantalones
—. Una hora a cambio de cinco minutos. ¿Qué te parece?
¡A la mierda!
Giré sobre mis zapatillas mugrientas y quedé delante de él mientras
que éste elevaba una ceja ante la sorpresa que le di. Me solté el cabello y
me aproximé hasta su rostro.
—Creí que yo era tu chico favorito.
Se le escapó una risa nerviosa.
—Pero mi chico favorito no quiere pasar un rato a solas con el tío
Otto.
Reí.
—Tío Otto nunca me ha ofrecido un móvil —me mordisqueé el
interior de la mejilla y esperé a que mis puños no le saludaran antes de
tiempo—. Es algo tentador. Más que un paquete de cigarros.
—¿Estarías dispuesto a estar una hora a solas conmigo?
Seguí acercándome hasta el nazi. Cuando nuestras frentes se tocaron,
le respondí:
—O dos. Todo el tiempo que tú quieras, tío Otto.
Tembló de placer.
—No puedo creer lo que estoy escuchando.
—¿Por qué?
Saqué mi lengua y humedecí mis labios.
—Porque eres un chico terrible —rio, ante mis narices—. Y, sé lo que
le hiciste al gran Domty, no lo olvides.
—Domty era un puto gordo que no le ponía la polla dura a nadie —
sentí como el grandullón de atrás se sintió ofendido ante mis palabras—.
También tenía doce años. Era un crío que no sabía jugar con las cartas que
le dio la vida. Ahora ya soy todo un hombre. Seré capaz de hacer cualquier
cosa —llevé mi mano hasta su bolsillo —por cinco minutos de llamada.
Otto paseó sus cortos dedos por mi rostro. Agarró uno de esos
malditos mechones rebeldes que cubrían mis mejillas, y lo dejó detrás de la
oreja para ver mis labios sin obstáculos.
—Tío Otto está feliz.
Sonreí.
—Debería besar a tío Otto.
Asintió con la cabeza y creí que se desnucaría de la emoción. Pasé mi
mano por detrás de su cuello y lo acerqué tan rápido hasta mi boca, que
cuando intentó disfrutar del beso, ya era demasiado tarde.
Su lengua se coló en el interior de mi boca. Eso significaba que ese
escurridizo músculo me pertenecía. Y, como yo era el dueño, lo arranqué
con mis dientes hasta quedarme con esa traviesa lengua.
Otto gritó de dolor.
El grandullón me tiró al suelo y me quedé sentado observando la
escena; Los nazis no tardaron en socorrer a su jefe. Escupí la lengua a un
par de pasos de Otto y me limpié toda la sangre de mis labios.
No aguanté y empecé a reír como un maldito lunático. Había sido
divertido cortarle la lengua al nazi que quería follarse mi culo junto al de mi
compañero de celda.
Antes de que el gordo me golpeara, los guardias me levantaron del
suelo con la única intención de sacarme del comedor. Cuando nos alejamos
de las cámaras de seguridad, me golpearon hasta dejarme inconsciente.
Tardaron una media hora antes de que fuera capaz de dejar de reír y cerrar
los ojos.

Desperté ante los ruidos que provocaron al otro lado de la celda de


aislamiento. Me encontraba tendido en el suelo porque la habitación era tan
pequeña que no se podía instalar una cama para un preso de mi estatura.
—¿Estás despierto, blanquito? —Era la voz de Monko.
Me senté en el suelo y arrimé la espalda al muro más cercano para
clavar mis ojos a la puerta que había delante de mí. Monko se comunicaba
conmigo a través de una pequeña apertura que él mismo abrió.
—Me has jodido la siesta.
Rio.
—Tienes visita.
Me costaba respirar por los golpes que recibí. En un intento para
levantarme del suelo, solté un grito de dolor y ni siquiera supe camuflarlo
con mi sentido del humor.
—Dile a esa abogada que no tengo el cuerpo para follar.
Su respuesta me dejó helado:
—Se trata de Vikram Ionescu.
—¿Qué?
Pensé que el nuevo Vikram quería hablar conmigo a través de la
abogada, pero la idea de que éste se presentara por voluntad propia, me dejó
confuso.
—Lo que has escuchado, Bloody.
Escupí saliva en la palma de mi mano para deshacerme de la sangre
seca que quedó en mi piel. El último intento que ejecuté para levantarme
del suelo funcionó.
—¿Qué pasará si vuelvo a negarme?
Era una gran pregunta que merecía una buena respuesta para que
fuera capaz de mover mi trasero hasta el nuevo imbécil que se hacía llamar
Vikram.
Monko apartó su cabeza de la pequeña apertura y dejó caer un papel.
No tardé en llegar hasta la fotografía que se coló en el interior de la celda de
aislamiento. Al descubrir a la persona que había retratada, el corazón me
brincó de alegría.
Era Alanna, más pálida y delgada, pero seguía siendo ella. Estaba
cruzada de brazos, sentada en el jardín de su casa mientras que mantenía la
mirada perdida en el cielo.
—Hablaré con él —dije, sin pensármelo dos veces.
El guardia abrió la puerta y no tardó en pedirme la fotografía. No
quería dársela, pero Monko insistió. Si me la quedaba, no volvería a
ayudarme con Vikram. Así que no me quedó de otra que deshacerme de la
única imagen en la que estaba el rostro de Alanna.
Estiré los brazos como de costumbre y, cuando sentí el helado hierro
tocando mi piel, dejé que las cadenas cayeran hasta el suelo y seguí sus
pasos.
Tardamos quince minutos para llegar a una de las salas que solían
comprar algunos visitantes para charlar con los presos sin tener cámaras de
seguridad grabando sus conversaciones.
Delante de mí, había un hombre de cabello oscuro y corto, sentado
mientras que observaba el maletín que lo acompañaba.
Lo conocía.
—Tú eres el padrastro de Alanna.
Monko cerró la puerta y nos dejó a solas. Me senté delante de él y
esperé varias respuestas a todas las preguntas que rondaban por mi cabeza.
—Mi nombre es Ronald Bailey —estiró su brazo, pero al darse cuenta
que no podía estrechar su mano, lo retiró—, aunque nací con el nombre de
Vikram Ionescu.
—¿Por qué debería creerte?
Ronald, o más bien el supuesto Vikram, me sacó su partida de
nacimiento, el papeleo que hizo para cambiar su nombre y el carnet de
conducir con los datos actualizados.
—Gael Gibbs robó mi identidad durante años. No me quedó de otra
que conseguir un nuevo nombre y una identidad que me ayudara a
sobrevivir después de quedarme sin nada —no parecía furioso, ni siquiera
mostró rencor—. Crecimos juntos. Dos hermanos que no compartían el
mismo lazo de sangre pero que se amaban por encima de todas esas familias
que intentaron separarlos. Cuando lo consiguieron, Gael se convirtió en el
hombre que cualquier huérfano desearía ser cuando fuera mayor.
»Pero él nunca fue feliz. Cuando me encontró en Carson, lo único que
me dijo es que le hubiera gustado tener la vida de mierda que yo viví siendo
un crío. Y eso es lo que hizo. Consiguió robarme todo mi dinero y se alejó
de sus seres queridos.
»Estuvo meses buscándome para matarme. Pero como no lo
consiguió y me dio por desaparecido en vida, robó mi identidad para seguir
mis pasos a una edad más adulta. Y, ahora estoy aquí, después de tantos
años, para recuperar todo lo que me arrebataron.
Por fin vi dolor en él.
—¿Habéis hecho daño a Alanna por unos cuantos millones?
Ronald rio.
—Sus propios padres han destrozado la vida de esa niña —sacó su
teléfono móvil y me mostró la misma fotografía que me tendió Monko en la
celda—. Para mí, Alanna, es la hija normal que siempre quise tener. Ella
creció a mi lado. Gael la abandonó. Así que soy mejor padre que él.
Tragué saliva al verla tan débil y destruida por nuestra culpa.
—Tienes que protegerla —sabía que Gael no se daría por vencido
hasta que consiguiera una vez más el dinero que le robó a Ronald. —Su
padre no se detendrá.
—Ella no necesita un príncipe para sobrevivir ante las tragedias que
han destrozado su pobre corazón —Ronald volvió a estirar los labios—. Es
algo que admiro de Alanna. Siempre sabe levantarse ella sola sin ayuda de
los demás. Nunca me dijo los problemas que tenía con su madre, incluso
cuando estaba presente y podría haberla ayudado. Ahora, Moira, no es
capaz de levantarle la voz.
«Quizás éste cree que soy gilipollas» —Pensé.
—Quiero hablar con ella.
—¿No te fías de mí?
—Realmente no.
Ronald, o cómo mierdas se llamara en realidad, me tendió un trozo de
papel y un lapicero negro.
—Escríbele algo. Yo se lo daré.
Sostuve con temor el material que me dejó cerca de las manos. Aun
así, no dudé en escribir algo. Tenía la esperanza de que algún día llegaría a
ella.

Hola, cielo.
Se lo devolví.
—¿Qué quieres de ella? —pregunté.
—Necesito que me ayude a buscar a Gael —fue directo. Guardó la
pequeña nota y volvió a mirarme—. Ella necesita que la ayudes, junto a tus
compañeros.
Bajé la cabeza.
—Alanna cree que soy el asesino de su mejor amiga. Su madre,
Moira, insiste en que abusé de ella. Dudo que me quiera ver. Además, tengo
que cumplir unos cuantos años en prisión por un delito que no cometí.
—Lo sé. Pero eso también lo sabe ella —detuvo un instante sus
palabras para que procesara la información—. Sí, le dije que la asesina de
Evie fue Shana. Y es lo que haré para sacarte de aquí si aceptas trabajar
para mí. ¿Qué te parece, Bloody?
Una gota de sudor traicionera me recorrió la espalda. Estaba tan
nervioso que había empezado a sudar sin darme cuenta.
—¿Así de fácil?
—¿Quieres algo más complicado?
Sacudí la cabeza.
—Tendremos que ir a México —reí—. Buscar a Tartamudito y
reunirnos con Arellano para que no confíe en Gael.
Ronald me detuvo antes de que siguiera confesando en el plan con el
que empecé a trabajar.
—Me da igual lo que hagáis —rio—. Conseguid mi dinero y Alanna
por fin será libre de toda la mierda que le ha caído por culpa de su padre.
—Quiero que hagas algo más por mí.
—¿No es suficiente salir de prisión?
En realidad, no.
Había algo más.
—Delilha Joukhas.
—¿Tu madre?
Asentí con la cabeza.
—Ella está sufriendo los errores que debería pagar mi padre. No
puedo dejar que muera en San Quentin sin antes intentar una vez más
sacarla de su adicción al SDA.
Ronald tecleó algo en su teléfono móvil.
—Lo intentaré. Pero no puedo prometerte nada.
—Yo sí —dije, e hinché mi pecho—. Soy un hombre que cumple con
su palabra. Siempre he sido fiel a las órdenes de Vik…Gael. Nunca le di la
espalda hasta que descubrí que nos mintió a todos.
—Lo sé —Ronald se levantó y rodeó la mesa—. Por eso quiero que
vayas junto a Alanna. Y, si me prometes que matarás a ese hijo de puta que
un día quise como a mi hermano, en un mes tendrás a tu madre fuera de esa
maldita prisión.
Yo también me levanté.
—¿Quieres a Gael muerto?
—Sí. Pero primero mi dinero.
Mis manos ya se mancharon con las ordenes de Gael, podía volver a
ensuciarlas con la sangre del hombre en el que creí durante años.
—Lo mataré —solté.
El hombre me tendió un teléfono móvil.
—No tendrás que dudar, Bloody.
—No dudaré —le prometí.
Pero Ronald no estaba convencido con mi palabra. Así que presionó
un poco más para poder confiar en mí al cien por cien.
—¿Qué sucedería si Alanna te pide que no lo hagas?
Tragué saliva.
Si Alanna se ponía en medio de mi trabajo…
«Cerrar los ojos y presionar el gatillo.»
—Ella no conseguirá detenerme.
—Eso espero —me pidió que me guardara el móvil—. Estaremos en
contacto. Tengo que mover a mis abogados para que te saquen de aquí. De
momento, te dejaré esa fotografía de Alanna para que veas que soy un
hombre de palabra. Podrás llamar a Halle, la abogada que conociste, para
comunicarte conmigo. Su número es el que está registrado y el único
contacto con el que puedes dar señales de vida. ¿Lo has entendido?
—Sí.
—¡Bien!
Se despidió de mí y me dejó en la sala esperando a que Monko pasara
a buscarme y volviera a encerrarme en la habitación de aislamiento. Pero
eso no pasó. Al parecer era mi día de suerte. Volvió a llevarme a la celda
junto al idiota que tenía como compañero.
—Me alegra volver a verte con vida —escuché su voz.
Me tendí sobre la cama e intenté sacar el móvil, pero no me arriesgué.
Guardé silencio mientras que se escuchaban los muelles de la cama crujir.
La cabeza del crío no tardó en asomarse en la litera de arriba.
—¿Qué cojones quieres?
Éste balbuceó algo:
—Darte las gracias.
—¿Por qué?
—Por enfrentarte a ese nazi que no nos quitaba el ojo de encima —
bajó la cabeza—. No sé qué hubiera hecho si se me hubiera acercado…
Yo respondí por él:
—Ponerle el culo.
—No…No…—tartamudeó, y me acordé de Tartamudito.
¿Cómo estaría?
¿Seguía con vida?
¿Arellano le habría permitido seguir con ellos?
—Mi nombre es Benno.
Asentí con la cabeza.
—Bloody —no podía seguir asustándolo. Él ni siquiera tendría que
estar en un lugar como Sacramento.
—En unos días estaré fuera. He hablado con mi madre —sonrió—.
¿Cómo puedo agradecértelo?
Me levanté de la cama y miré sus ojos verdes aceitunados; no tardé en
acordarme de Alanna.
—¿Podrías ayudarme a escribir una carta para una chica?
—Por…Por supuesto —me tendió sus manos—. ¿Tienes algo
pensado?
—Sí, pero todavía no he escrito nada.
Me dejé caer al suelo y recogí una de las hojas que nos solían dejar
para que escribiéramos nuestro día a día dentro de prisión.
—Solo expresa lo que sientes.
Me estaba dando consejos un niño de papá y mamá que había follado
menos que yo en toda su vida y las mil que podría vivir en diferentes
mundos paralelos.
¿Había caído tan bajo en pedirle ayuda?
Al parecer sí.
—Dile lo que echas de menos de ella.
Cogí el lapicero y le hice caso.

Me gusta como te cepillas el cabello con los dedos cuando te


despiertas. Ese maldito mal humor no sólo despierta mi polla…

—¿Vas a poner polla? — Benno me detuvo.


—¿Qué tiene de malo?
—Es grosero.
—A mí me gusta.
Lo borré todo y escribí debajo.

Ni tú misma creerás lo que estás a punto de leer. Eres una maldita


cría que se ha quedado clavada en mi cabeza. Pienso en ti a todas
horas. Me preocupo cuando sé que estás bien. Cada vez que me dicen
que tengo una llamada, el primer nombre que me viene a la cabeza es el
tuyo. ¡Joder, Alanna! Te echo de menos. Y no, no puedo olvidar las
palabras que me dedicaste cuando conseguiste deshacerte de mí. Me
odias. Eso significa que serás un gran reto para mí. No quiero besar
sólo tus labios. Necesito convencerte que yo soy el hombre que tiene que
estar junto a ti.
Te desea,
Bloody.

Arrugué el papel entre mis dedos.


—¡Nunca diría algo así!
Benno me arrebató la hoja antes que lo destrozara por vergüenza a
que Alanna leyera algo así de mi parte.
—Pero es lo que sientes cuando piensas en ella.
—No estoy seguro —me rasqué la barbilla—. Me sigue gustando más
lo de polla.
Mi compañero de celda sacudió la cabeza y se tendió sobre su cama
para descansar un poco. Yo no tardé en hacer lo mismo. Ocupé la cama de
arriba y encendí el teléfono móvil que me dio Ronald. Volví a ojear la
fotografía de ella y esperé por un momento verla sonreír, pero no sucedió.
Seguía triste mientras que los de su alrededor se negaban a ayudarla.
—¡Joder! —grité.
Y la respuesta de Benno fue:
—Shh.
No esperaba tener de nuevo visita. Monko me pidió que lo siguiera y no
dudé en hacerlo. Seguí sus pasos mientras que el sonido de las cadenas nos
acompañaba por los largos pasillos que recorrimos.
Pensé de todo menos en algo bueno.
¿Problemas con Gael?
¿Ronald no quería seguir con su plan?
¿Alanna se negaba a verme?
Pero me di cuenta que no me esperaba Ronald cuando me dejaron en
una sala común junto a los demás presos. Al otro lado del cristal blindado
se encontraba Tartamudito junto a mi hermano el traidor, T.J.
Sostuve el telefonillo y esperé a que me dieran una explicación.
—Sentimos haber tardado. Hemos tenido unos problemillas al cruzar
la frontera —soltó, sin tartamudear.
—¿Por qué cojones no tartamudeas?
Es lo que más me sorprendió.
—Han pasado seis meses, Bloody.
—¿Cómo voy a llamarte ahora?
—Raymond —gruñó.
Miré a T.J.
—¿Tú qué haces aquí?
—Estoy aquí para ayudarte.
Terminó la frase con una sonrisa torcida.
¿Ronald los había mandado?
«Joder» —Pensé «Ya no tartamudea.»
Capítulo 1
ALANNA

Tardaron seis meses para reunir a todos los seres queridos de Evie ante una
tumba sin cuerpo. Todos los presentes gimoteaban sin cesar y buscaban a la
persona más cercana a ellos para derrumbarse sobre su hombro mientras
que ésta pasaba su mano por la cabeza e intentaban consolarse mutuamente.
Hacía un día precioso que no tardó en oscurecer por la tragedia que
estábamos viviendo; Yo volví a casa y, mi mejor amiga, la cual también
desapareció, acabó muerta y con su anatomía perdida en una propiedad que
se encontraba a las afueras de Carson. El pastor de la Iglesia que solía
frecuentar la familia Thompson, alzó la cabeza de la biblia que arropaba
con sus manos para observar a todos los pecadores que tenía delante de sus
narices.
Nadie se salvaba en aquel lugar; ni el abogado que esperaba
impaciente para poder anular la herencia que hubiera recibido algún día
Evie, pero de todas formas cobraría su comisión. Ni el amante de la madre
de ella que se paseaba por las viejas tumbas mientras que admiraba los
propios músculos de sus brazos. Y, ni siquiera se salvaba del infierno el
chico que algún día amó a la joven que no volvería a abrir los ojos, ya que
se encontraba muy bien arropado por una compañera de clase que no dejó
de besar sus labios cada vez que éste se limpiaba el escurridizo moco que se
le escapaba por la nariz con el puño de su camisa blanca.
Pero yo no era la persona indicada para juzgar a la familia Thompson
y a todo aquel que se unía a ellos. Mi familia era todavía peor. Sólo tenía
que observar a mi madre. Mantuvo en todo momento su brazo sobre mis
hombros mientras que se acercaba a mi oído para preguntarme cómo me
encontraba. Era tan hipócrita, que se apartaba de mi lado cada vez que la
prensa no nos observaba. Y, qué podía decir de mi padre, seguía
desaparecido y fue el otro villano que se coló en mi vida; Intentó casarme
con un mexicano para salvar su trasero hasta que obtuviera el dinero que le
robó a mi propio padrastro.
«Mi familia apesta» —pensé.
Intenté apartar mi cuerpo del que me estaba aprisionando, pero fue
inútil. Mi madre clavó sus dedos en el vestido negro que eligieron para mí,
y giró su rostro para clavar esos enormes ojos negros -que un día temí- en
los míos.
—Veinte minutos más —susurró, con una sonrisa forzada. Arregló su
cabello rubio, y volvió a acomodar sus gafas de sol en un rostro que
ocultaba la terrible verdad de esa mujer; su maldad.
Sin darme cuenta empecé a frotar mis manos. Quería salir de allí y no
cruzarme con nadie que pudiera darme el pésame por haber perdido a mi
mejor amiga. Simplemente, no estaba dispuesta a escuchar palabras que se
solían soltar por compromiso y educación, sin ni siquiera sentirlas de
corazón.
Cuando los padres de Evie se acercaron hasta el pastor para estrechar
sus manos, me di cuenta que el entierro había terminado. Los presentes se
acercaron con rosas blancas que no tardaron en abandonar para depositarlas
sobre la caja de madera que aguardaba uno de los vestidos favoritos de la
difunta.
Mi madre tiró de mí, obligándome a que me acercara como los demás
y me deshiciera de la rosa blanca que nos habían dado en el momento que
nuestros zapatos pisaron la tierra del cementerio. Golpeó mi mano y mis
dedos se estiraron ante el dolor que sentí. La flor cayó en el interior del
agujero oscuro y arenoso, formando un manto floreado y espinoso sobre el
ataúd de gama alta.
—Tu novio está ahí —apuntó a Harry con la cabeza, mientras que
éste optó por guardar la distancia—. Puedo esperarte en el coche.
Quería dedicarle una sonrisa a Harry, pero no lo conseguí. Hice un
gesto extraño con la cabeza y no tardé en darle la espalda. En seis meses no
había sido capaz de atender a sus llamadas o leer todos los mensajes que me
había mandado cuando recuperé mi antiguo número de teléfono. Él merecía
algo más que una chica que sufría un colapso mental e intentaba alejarse del
mundo entero. Así que opté por la opción más cruel y egoísta y no tardé en
seguir los apresurados pasos de mi madre.
Estaba convencida que pronto me reuniría con el chico que una vez
ocupó una parte de mi corazón, pero de momento, lo mejor para ambos, era
mantener la distancia y el silencio que destruiría esa bonita relación que
tuvimos antes de desaparecer.
El chófer cerró la puerta y acomodé el cinturón de seguridad sobre mi
pecho. Ignoré el zumbido que hizo vibrar la tela del bolsillo del vestido, y
me obligué a mí misma a mirar hacia delante mientras quedaba cruzada de
brazos.
—Lleva días sin cogerme el teléfono —su ira me sacó una sonrisa.
Desde que Ronald salió, mi madre estaba desesperada. Su querido novio, el
cual no tardó en confesar todos esos secretos que guardaba, era el pilar de
su carrera política. Así que, si Ronald no estaba cerca, Moira Willman, la
mujer poderosa que solía mostrar a todo el mundo, tiritaba ante la idea que
todo podría salir mal si no estaba junto a ella su amuleto de la suerte—. ¿Tú
sabes algo?
Me encogí de hombros ante su pregunta.
Yo, al igual que ella, no sabía dónde se encontraba Ronald. Más bien,
esperaba a recibir un par de ordenes antes de abandonar Sacramento. Y, si
no se daba prisa, acabaría asistiendo a clase porque me quedaba sin
excusas.
—Dudo que tenga una amante.
Por el rabillo del ojo observé como cerró los ojos para tranquilizarse.
Tenía prohibido ponerme una mano encima, y aprendió rápido. En el
momento que quedamos cara a cara, ésta supo controlar su odio hacia a mí
y convertirlo en un nuevo sentimiento; el desprecio.
Sostuvo con fuerza el pintalabios rojo antes de dirigirme la palabra.
—No es como tu padre —dijo, curvando sus labios cuando terminó
de retocarse el maquillaje—. Él no me dejaría. Todo lo que me ha
prometido, me lo ha dado.
Observé el paisaje a través de la ventana para entretenerme con algo
mientras que seguía hablando con mi querida madre.
—No ha tardado en remplazarte —al sentir sus ojos negros buscando
desesperadamente los míos, intenté tranquilizarla—. Hablo de papá. La
última vez que lo vi, estaba muy bien acompañado por su amante.
—¿Una zorra en busca del dinero que le pertenece a mi futuro
marido?
La zorra de la que estaba hablando era su misma imagen, pero
veinticinco años más joven. Shana y ella no eran tan diferentes; ambas
sabían menospreciar al sexo femenino. Tenían claro que, si querían poder,
lo obtendrían seduciendo a hombres que supuestamente estaban rodeados
del vicio que a más de uno no lo dejaba dormir por las noches; el dinero.
—Tu hijastra.
Soltó una fuerte carcajada.
—Bastante tengo contigo. No toleraría tener a otra cría bajo mi techo.
—Lo que no soportarías es saber que esa mujer es la que ha
conquistado el corazón de tu ex marido. No te mientas, mamá —dije, y ni
siquiera me tomé la molestia de mirarla—, te duele haber perdido a papá.
Ésta sacudió la cabeza.
—Me gustaría verlo muerto.
Acomodé mi mejilla una vez más contra el cristal y me di el placer de
sonreír ante ella.
—Ten cuidado —le advertí—. Todos los que crees que están muertos,
tarde o temprano regresan a la vida.
Yo misma era una de ellos.
Su deseo de quererme muerta, falló. Y ahí estábamos, compartiendo
vehículo mientras que dábamos un paseo de vuelta a casa.
Missé, la asistente personal de Moira Willman, se coló en mi habitación
para recordarme que la psicóloga que solía frecuentar, me esperaba en el
despacho de Ronald. Se me hizo extraño por dos motivos: Uno, porque era
yo quien solía asistir a su consulta ya que ella no se desplazaba. Y dos,
porque era domingo.
No discutí con Missé y me calcé con unas zapatillas para no ir
descalza por casa. Tenía esa maldita manía de tener los pies frescos y
ponerlos en contacto con el suelo. Pero con visitas, mi madre no me lo
permitía.
Bajamos las escaleras y doblé el primer pasillo que teníamos a mano
derecha para llegar hasta el despacho de Ronald. Missé me dejó sola cuando
alcancé la puerta. Cogí aire antes de llamar a la puerta y lo solté cuando
impacté los nudillos. Al otro lado se escuchó la voz de la psicóloga
invitándome a reunirme con ella. Empujé la manecilla dorada y no tardé en
ocupar el sillón que había delante del enorme escritorio de lujo de madera
maciza.
—Me alegro de verte, Alanna —saludó Leanne, la cual se encontraba
sosteniendo la libreta donde anotaba todos mis pensamientos que soltaba en
cada sesión que tuve con ella—. Sé, que en un día como hoy, lo mejor
hubiese sido dejarlo para mañana. Pero tu madre y yo habíamos pensado
que necesitarías desahogarte. Que te deshicieras de ese dolor que te
atormenta. Por favor, háblame de lo que sientes.
Me sorprendió.
Realmente era fascinante el papel que hacía Moira de madre cuando
estaba fuera de casa y lejos de mí.
Estaba cansada.
De los medios de comunicación.
De las visitas a la consulta de Leanne.
De mi madre.
Y de todas aquellas personas que sentían lástima por mí.
«Se acabó»—pensé, estirando los labios.
Tenía que deshacerme de todos ellos, aunque me tacharan de loca por
lo que estaba a punto de hacer. Simplemente, me olvidé del dolor, retrocedí
unos meses atrás y fui la Alanna que fumaba marihuana en casa de su mejor
amiga mientras que soltaba mentiras para que la bruja de su madre no la
descubriera.
—No sé por dónde comenzar —dije, acomodando las piernas sobre el
escritorio e inclinaba hacia atrás el respaldo del sillón.
Leanne me dedicó una sonrisa y me animó.
—Por dónde tú quieras. Yo estoy aquí para escucharte y ayudarte si
me lo permites.
—Antes de que Missé me interrumpiera, estaba durmiendo —cerré un
instante los ojos—. Estaba teniendo un sueño extraño. Me encontraba
tendida en un campo lleno de tulipanes. No estaba sola. Escuchaba una voz
cerca de mi oído. Era masculina.
—¿Harry?
—No. No era Harry —reí—. Era la voz de uno de mis secuestradores
—mi sonrisa incomodó a Leanne—. Estaba tranquila, feliz y riendo junto a
él. Acariciaba mi cabello mientras que clavaba mis ojos en los suyos color
miel. Extraño, ¿cierto?
La psicóloga negó con la cabeza.
—Conviviste con ellos durante un tiempo. Se desarrolla un trastorno
en el que la víctima empatiza con el secuestrador. Pero no es tu culpa,
Alanna. ¿Qué sientes? ¿Dolor? ¿Rabia?
—Excitación —susurré.
La libreta de Leanne acabó en el suelo.
Aguanté las ganas de reír.
—Es curioso, pero en mis sueños, el secuestrador, siempre me dice
que me desea y me dice que se vio en la obligación de retenerme junto a él
porque un ser querido se lo ordenó —miré a Leanne—. Incluso, me protege
de los hombres que envía una perra que me quiere ver muerta. ¿Estoy
enferma? —bajé las piernas—. ¿Está mal soñar con él?
Leanne rebuscó en su cabeza la frase indicada.
—No eres la primera víctima que se enamora de su secuestrador…
Le interrumpí.
—¿Enamorada? —sacudí la cabeza y posé los codos sobre el
escritorio para dejar mi barbilla caer sobre las palmas de la mano—. Lo
único que quiero es que me folle. Cada noche. Cada vez que cierro los ojos
—gemí—. A cada puta hora del día. Me entiende, ¿verdad?
Leanne llevaba rato sin escribir.
Se levantó del asiento que ocupó y recogió todas sus cosas antes de
salir del despacho. Intenté detenerla, pero me lo impidió. Sus piernas se
movieron tan rápido, que en menos de cinco minutos llegó a estar fuera de
casa.
Missé no tardó en anunciárselo a mi madre.
Saqué el teléfono móvil que llevaba en el bolsillo izquierdo del
pantalón y leí el mensaje que tenía pendiente.

Siento no haber podido estar con vosotras.


Envié flores a la familia Thompson.
He perdido mi vuelo. Pronto volveré
a casa.
01:13 PM ✓✓

Ronald contactó conmigo.

No te preocupes.
Mamá pregunta por ti.
Le dije que estabas bien.
Te necesita.
Llámala cuando puedas.
Empieza a agobiarme.
05:55 PM ✓✓

No tardé en obtener otra respuesta por su parte.

Tu madre entenderá mi ausencia.


No dejes que sus palabras te incordien.
Eres fuerte.
Confío en ti.
05:57 PM ✓✓
—¿¡Has echado a la psicóloga!? —Apareció, gritando—. Le pago
trescientos dólares la hora para que pueda ayudarte a superar los traumas
que estás sufriendo.
Me dejó con la boca abierta.
—¿Traumas? —pregunté, e hice unas comillas con mis dedos—. ¿Le
llamas traumas a todos los problemas que me habéis causado papá y tú?
Miró por encima de su hombro, al darse cuenta que estaba Missé
cerca, escuchándolo todo y observando nuestra conversación, Moira bajó el
tono de voz.
—No quiero discutir contigo, Alanna.
«Maldita hipocresía.»
Le di la espalda y me dirigí hasta las escaleras principales para poder
encerrarme en mi habitación y aislarme del mundo entero.
—¿Adónde vas? —preguntó, fingiendo desconsuelo por parte de su
hija.
Solté la respuesta que podría venderle próximamente a los medios de
comunicación.
—A fumar marihuana —dije, alzando el brazo para mostrarle el dedo
corazón.
Estaba deseando salir de California y perderla de vista.
Capítulo 2

Serena no tardó en pedirme que abandonara la habitación cuando empezó a


recoger la casa por la segunda planta. No discutí con la mujer, más bien, le
agradecí que mantuviera siempre impecable el desorden que había
últimamente en el cuarto donde dormía. Me mostró una dulce sonrisa y
acomodó los enormes auriculares que cubrían su cuello sobre sus oídos.
Cerró la puerta y me quedé fuera sin saber muy bien qué hacer a las siete de
la mañana. En una hora y media, el nuevo chófer que contrató mi madre
cuando se deshizo del antiguo personal, me llevaría a clase para reunirme
una vez más con mis antiguos compañeros de instituto. Después de la
última sesión con la psicóloga, ésta optó en decir que estaba mejor. Lo
mejor para mí, según el informe que le envió con urgencia a mi madre, era
socializar con el mundo exterior mientras que volvía a la rutina de una
joven de mi edad; estudiar, salir y divertirme con los supuestos amigos que
iría haciendo poco a poco.
Bajé al comedor y, cuando llegué hasta la cocina, me arrepentí. No
tenía ganas de cruzarme con mi madre y menos con su actitud desagradable
con la que conviví durante toda mi vida. Mi cabeza no estaba dispuesta a
soportar sus consejos u ordenes en los que terminaría perjudicada. Intenté
dar media vuelta, pero su voz detuvo mis pasos. La miré por encima de
hombro al escuchar mi nombre y me encontré a una mujer con el cabello
rubio revuelto, los ojos cubiertos por el maquillaje del día anterior y unas
ojeras que demostraban que no había dormido en toda la noche.
Me acerqué hasta ella sin gesticular palabra y arrastré una de las sillas
que había al otro lado del que había ocupado. Se quedó inmóvil,
observando los pocos movimientos que di una vez que quedé cara a cara
con ella. En el interior del bolsillo de la falda del uniforme escolar, tenía un
paquete de tabaco que no tardé en sacar para acomodar uno de los
cigarrillos entre mis labios. Del mismo cartón de Camel saqué el mechero.
Empujé la ruedecilla y, cuando la llama salió, empujé hacia delante la
cabeza y dejé que se encendiera el cigarro. Mis ojos se cerraron ante el
placer que sentí. Sabía que duraría poco, por eso me di el lujo de darle un
par de caladas más antes de que alguien se encargara de estropearme esos
cinco minutos que tenía al día para dedicarle al único vicio malo que adopté
en mi adolescencia.
—¿Ahora fumas delante de tu madre? —preguntó, empujando la taza
de café que tenía cerca de sus temblorosas manos. No respondí por una
simple razón; ya no era la cría que temía a la mujer que estaba delante de
sus narices. Mi vida había cambiado y no me dejaba influenciar por nadie.
—No te reconozco, Alanna.
Para torturarla un poco más, se me pasó por la cabeza recoger uno de
los muffins de chocolate con nueces que había sobre la mesa para hincarle
el diente, pero no lo hice. No tenía hambre. Seguí fumando hasta que el
cigarro se consumió y dejé la colilla en uno de los platos donde solíamos
desayunar. Uno de los trabajadores que se encargaba de la cocina y de servir
a mi madre, se acercó para llenarme la taza de café. Le mostré una sonrisa
para agradecerle el detalle y volví a reunir todo el valor que necesitaba para
enfrentarme a Moira Willman.
—No debería importarte lo qué hago o dejo de hacer, mamá.
—Sigues siendo mi hija —dijo, apretando los labios.
Fue gracioso.
La mujer que me detestaba fingía sentir cierto aprecio hacía a mí. Así
que miré a mi alrededor esperando encontrarme a Ronald cerca, ya que
delante de él, sabía interpretar el papel de madre perfecta y cariñosa. Pero
no, no estaba. Y por eso entendí que ella siguiera esperándolo por las
noches.
—¿Quieres preguntarme algo? —Fui más directa que ella.
Tragó saliva y acabó asintiendo con la cabeza.
—¿Te ha llamado?
—No.
Mi respuesta le disgustó.
Pero siguió insistiendo.
—¿Contactó contigo?
Sonreí.
Empujé la cuchara de plata de postre en el interior del azucarero y me
serví un par de tarros de azúcar porque las pinzas habían desaparecido.
Removí el café hasta que la sacarosa se integró a la bebida caliente. Alcé la
taza y volví a disfrutar de mi desayuno antes de decirle la verdad.
—Me mandó un mensaje cuando llegamos a casa del entierro de Evie
—la noticia, le sacó una sonrisa—. Me preguntó cómo nos encontrábamos y
dijo que volvería pronto a casa.
—¿Y ya está?
Maquillé un poco las palabras de Ronald.
—¿Debería de haber dicho algo más? —su silencio empezó a
molestarme. Quería salir de allí y perderla de vista un par de horas antes de
que volviera a pedirme información de su prometido—. Le dije que lo
extrañabas.
Moira sacó ese lado oscuro que intentaba ocultarle al mundo. Tardó
aproximadamente unos quince minutos antes de perder la cabeza. Arrastró
hacia atrás la silla que ocupó toda la mañana y golpeó la mesa con sus
pequeñas manos para asustarme. Pero el único que dio un brinco ante su
cambio de humor, fue el personal de la casa que seguía trabajando cerca de
nosotras.
—¡Estarás contenta!
Elevó un poco más el tono de voz.
No estaba segura si formuló una pregunta o lo afirmaba.
—No veo nada malo en decirle a Ronald que lo has echado de
menos…
Me interrumpió.
—¿Por qué habla contigo? ¿Por qué me ignora? ¿Todo esto es por tu
padre?
—Demasiadas preguntas, mamá —estiré los labios, e incluso le guiñé
el ojo antes de levantarme de la silla —. Tengo que ir a clase. Siento tener
que acabar nuestra conversación.
—¡Alanna! —me detuvo, y siguió mis pasos—. Quiero respuestas.
Solté una carcajada.
—Pídeselas a tu prometido —acabamos las dos en el recibidor.
Cargué en el hombro mi cartera y recogí el teléfono móvil que había dejado
abandonado en el interior de mi abrigo—. Te vas a casar con él. Debería
contártelo todo. Yo no puedo hacer nada.
—¿Qué está pasando?
Fue la última pregunta que escuché.
—Al parecer a nadie le interesa que la senadora Willman esté al tanto
de los secretos oscuros que uno mismo guarda.
Y, antes de que siguiera gritando o siguiéndome descalza por la casa,
salí para reunirme con el chófer que me esperaba en la entrada de la
propiedad. Un hombre alto, que ocultaba su rostro por la gorra con enorme
visera que pertenecía como complemento del uniforme con el que vestía,
me abrió la puerta educadamente sin dirigirme la palabra. Se agradeció el
silencio que mantuvimos en todo el trayecto. Al llegar al instituto, antes que
se bajara para abrirme una vez más la puerta, lo detuve y salí de allí dándole
los buenos días.
Esperé a que el vehículo marchara antes de colarme en las
instalaciones del instituto. Todos los alumnos me miraron e intentaron
mostrarme esa sonrisa falsa que alguna vez que otra también aparecía en mi
rostro. Al no tener un contacto directo con ninguno de ellos, esperaron a
que me alejara de los pequeños grupos que se reunían cerca de las escaleras
principales, para hablar sobre todo el caos que se había formado a mi
alrededor; el secuestro, la captura de varios delincuentes, la muerte de Evie
y las falsas noticias que se podían leer sobre mi caso en varios periódicos e
incluso en otros medios de comunicación (televisión, radio, etc.) en los que
solía acudir mi madre.
Estando en boca de todos, mis pasos siguieron calmados y directos
hasta el interior de la escuela. A primera hora, el profesor Loughty, nos
hablaría de ciencia mientras que ignoraba a los alumnos que se entretenían
con sus teléfonos móviles. Realmente no quería estar ahí, rodeada con los
demás mientras que intentaba fingir que no había pasado nada desde que
desaparecí. Así que opté por encerrarme en uno de los baños individuales
de mujeres y esperé que el resto de chicos ocuparan sus asientos.
Me senté sobre la tapa del inodoro y rebusqué en el bolsillo de la
falda hasta toparme con el paquete de tabaco. Saqué un cigarro y me lo
encendí tranquilamente pensando que estaría sola y nadie se daría cuenta.
Pero me equivoqué; no fui la única que decidió saltarse la primera clase. Un
par de chicas se reunieron conmigo sin ser consciente que me encontraba
muy cerca de ellas.
—Ahora que Evie no está, ¿Alanna es la nueva zorra reina?
Las demás rieron, menos una.
—No está bien reírse de la gente que está muerta, Kaisley.
—Me burlaba de Alanna —prosiguió—. Dudo que haya pasado por
todo lo que han dicho las noticias. El secuestro, los traficantes que la tenían
retenida y el supuesto embarazo. Porque sí, chicas, la prensa ha dicho que
perdió al bebé por una paliza que recibió del delincuente que detuvieron.
Pero yo no me lo creo.
Kaisley era peor que el veneno. Era tóxica y adictiva para todas las
chicas que se acercaban a ella. El ejemplo a seguir de muchas adolescentes.
Me quedé un rato más escuchando la conversación mientras que
seguía fumando. Mi paciencia duraría poco, pero quería saber qué estaban
hablando de mí todas esas personas que me conocían lo suficientemente
bien para saber que jamás fingiría un secuestro.
—¿Por qué? —preguntó, una de sus admiradoras.
—¿Viste al secuestrador que detuvieron? —silencio, así que
seguramente asintieron con la cabeza—. Parecía un maldito modelo que
necesitaba un buen corte de pelo. Era guapísimo. El típico fuckboy que
nuestros padres no permitirían que estuviera en nuestras vidas. Así que la
pequeña zorra se acercó a él, se bajó la falda y se lo folló hasta quedarse
embarazada.
—Kaisley…
—¡Cállate, Geovanna! —rio—. Su madre se presentaba a las
elecciones. Tener una hija embarazada, de un maldito bastardo con tatuajes,
hubiera dado una mala imagen a la futura senadora. Así que planearon el
secuestro, el cuento de la nueva droga que habían colado en California, y
volvió cuando abortó en México ilegalmente por algún médico sin licencia.
Todas aplaudieron su relato.
—Yo leí en un blog que el bebé de Alanna fue devorado por el otro
secuestrador que tenía el rostro deformado. Era horrible. Con quemaduras
de tercer grado que le hacía parecer un monstruo salido de una de esas
películas viejas que solían ver nuestros padres cuando eran pequeños.
—No, Jenell —se escuchó un golpe, así que imaginé que la abofeteó
—. ¿Has escuchado lo que he dicho? Ella abortó.
—Lo siento —se disculpó un par de veces—. Nuestras madres
también hablan de la madre de Alanna. Dicen que ganó las elecciones
gracias al hombre que está junto a ella. Un millonario anónimo de bonita
sonrisa.
—Sí, en esa familia todas son unas zorras.
—Sobre todo Alanna —rio Kaisley—. Cómo no sabía qué hacer con
Harry, le puso los cuernos y volvió una vez que se cansó del supuesto
secuestrador.
—¿Crees que se acostó con alguien más?
—Seguro que con el deforme.
En eso tenían razón.
Me acosté con Ray, y no estaba arrepentida.
—Habrá sido asqueroso —fingió sentir nauseas—. Me refiero tener
encima de ti a un hombre con el rostro desfigurado mientras que te mira y te
dice que no va a dejar de follarte toda la noche.
—¿Creéis que se la chupó?
—Seguro.
Ellas siguieron hablando de mí y yo me terminé el cigarrillo. Al abrir
la puerta del baño, las cuatro chicas que no dudaron en convertir mi
pesadilla en un relato divertido y cargado de humor negro, se sobresaltaron
y sus rostros se descompusieron al darse cuenta que lo había escuchado
todo. Geovanna fue la única que no habló mal de mí y se disculpó antes de
salir del baño.
—Lo siento, Alanna. Me alegra volver a verte.
Nos habíamos quedado solas. Me acerqué hasta el espejo principal y
observé mi rostro mientras que abría el grifo para humedecer mis dedos y
deshacerme del olor a tabaco. Nadie dijo nada. Lo único que hicieron fue
observarme mientras que se mordisqueaban el labio ante el temor de lo que
podría pasar si les decía algo.
«¿La zorra reina?» —reí, con mi propio pensamiento. «A Evie le
hubiera encantado escuchar ese nuevo insulto con el que me etiquetaron.»
Kaisley fue la primera en hablar.
—Sé que no estás pasando por un buen momento —dijo, en un
intento de sentirse identificada conmigo para que olvidara lo que había
escuchado segundos antes de encontrarnos—, pero está prohibido fumar
aquí.
Sus seguidoras, ésas que no dejaban de observar su perfil de
Instagram para seguir todos los pasos de la chica más popular del instituto,
no tardaron en esconderse detrás de ella para que mi ira no les salpicara.
—Me gustaría escuchar esa historia.
—¿Qué-Qué historia? —su tartamudez me recordó a una dulce
persona que no se parecía a ella en nada.
—La historia de mi falso secuestro —sonreí. Cerré el grifo y las miré
a través del cristal. Mi cabello estaba algo revuelto, así que no tardé en
arreglármelo antes de escuchar el maravilloso relato que narraría Kaisley—.
Ya sabes —le guiñé un ojo —, como me follé al rubio que se está pudriendo
en prisión y como se comieron a mi hijo. La forma en que chupé la polla del
hombre al que llamáis deforme.
Al haber estado tanto tiempo con gente agresiva, lo único que podía
pensar en aquel instante era abalanzarme sobre ella y golpearla hasta que
quedara inconsciente. Pero contuve las ganas. Esperé a que Kaisley hablara.
Giré sobre la punta de mis zapatos y acomodé mi trasero en el lavamanos
de porcelana.
—No sé de qué me hablas…
—¿Quieres decir que tú no has dicho todas esas cosas de mí hace dos
minutos?
Ella no tardó en negarlo con la cabeza.
Me rasqué la barbilla y empujé mi cuerpo para alejarme del
lavamanos. Las chicas seguían temblando detrás de la falda de Kaisley,
mientras que ésta, buscaba una salida.
—Y, ¿quién ha sido?
Se miraron entre ellas.
Adentré mis manos en los bolsillos de la falda y detuve los pasos una
vez que el rostro de Kaisley quedó a unos centímetros del mío. Juraría, si no
fuera por las pocas posibilidades que había a que fuera real, que podía
escuchar los latidos de su corazón.
—Diablo —susurré, inconscientemente.
«Maldito mexicano» —sonreí.
—¿Qué? —preguntó, con un nudo en la garganta.
—¿Quién estaba hablando de mí? —volví a repetir.
Kaisley miró por encima del hombro y me dio un nombre para salvar
su trasero del buen golpe que recibiría si volvía a contarme la historia que
se inventó de mí.
—Zeli.
—¡No! —gritó Zeli—. Yo no he dicho nada.
Miré a la chica de cabello marrón que se llamaba Zeli y era un rostro
nuevo para mí; seguramente era nueva y Kaisley no tardó en meterla en su
círculo de amistades.
—No tengo todo el tiempo del mundo.
—Ha sido Kaisley —confesaron—. Sentimos haber dicho todas esas
cosas de ti, Alanna.
Dejé que salieran del baño, pero detuve a Kaisley antes de que las
siguiera. Su cuerpo impactó contra los azulejos del baño de mujeres. Rodeé
su largo y pequeño cuello con ambas manos y clavé mis ojos en los suyos
oscuros. Estaba temblando. Era la primera vez que me temía. En años,
jamás, se había enfrentado a Evie y a mí hasta que su popularidad creció.
Crecimos juntas, íbamos a las mismas fiestas de cumpleaños cuando
éramos pequeñas e incluso respetamos nuestras diferencias dentro y fuera
del instituto. Pero desde que Evie murió, Kaisley quería tener la atención de
todos. Así que, si su idea era la de enfrentarme, había estado a tiempo de
hacerlo.
Pero su plan no salió bien.
El sonido de un chorro de líquido, cayendo con fuerza y
humedeciendo el suelo que pisábamos, me alertó que nuestra querida
Kaisley se había orinado encima.
Bajé la cabeza y lo comprobé.
—Ni siquiera te he amenazado.
—Eres una bruja —tenía los ojos llorosos, las mejillas sonrojadas y el
labio le temblaba cada vez que soltaba alguna palabra—. Te has convertido
en una de ellos. Una delincuente. Una amenaza para la sociedad. A lo mejor
tú mataste a Evie.
Se me puso el vello de punta.
¿De dónde reunía tanto valor?
—¿Qué acabas de decir?
—Que… tú… mataste… a… Evie…—le costaba tragar saliva. Mis
dedos le impedían que siguiera hablando. Apretaba con tanta fuerza su
cuello que, por unos segundos, sus ojos se cerraron.
Tuvieron que empujarme para que me alejara de ella. No caí al suelo
porque la persona que me alejó de Kaisley sabía controlar su fuerza. Ésta no
tardó en rodear su cuello para agradecerle la intervención que tuvo entre
nosotras dos.
Mientras que Harry acariciaba su cabello, la princesa en apuros
humedeció la camisa blanca de él con unas lágrimas que se forzó en
conseguir.
—Iba a matarme. ¡Quería matarme!
—Calma, Kaisley —dijo, obligándola a que lo mirara a los ojos—.
Alanna nunca te haría daño.
—¡Tu novia está loca! Completamente loca —su llanto volvió a
estallar en el cuarto de baño—. No lo queréis ver, pero necesita ayuda
psicológica.
Leyó tantas noticias sobre mí, que pasó por alto todas en las que
acomodaban una fotografía mía saliendo del psicólogo.
Harry la apartó de su lado y le pidió que volviera a clase. Cuando
Kaisley nos dejó a solas, volví a darle la espalda porque no podía mirarlo a
los ojos. Quedé cruzada de brazos y me acerqué hasta la ventana que daba
al patio de atrás. Quería morderme las uñas, pero lo evité.
—¿Qué ha pasado, Alanna?
—No te acerques —le pedí.
—¿Por qué? ¿Por qué no me quieres tener cerca de ti?
Quería silencio.
Anhelaba la soledad que obtenía en mi habitación cuando huía de mi
madre y del mundo exterior.
—Por favor —supliqué.
Pero no se dio por vencido.
—Llevo meses deseando que llegara este momento —hizo una pausa,
y por fin dejé de escuchar sus pasos acercándose hasta mí—. Tuve miedo,
Alanna. Creí que un día, un agente de la ley, me diría que te habían
encontrado muerta. ¡He estado días sin poder dormir! Pensando en ti. En
esos hijos de puta que te secuestraron y vio…
Se calló.
—¿Violaron? —lo miré por encima del hombro—. ¿Tú también crees
todo lo que publican en la prensa?
—Vi la entrevista en la que tu madre lo admitía.
Bajé la cabeza avergonzada.
—Es su técnica para ganar más popularidad, Harry —y, después de
tantos meses, quedé cara a cara con él sin temer lo que podría pasar entre
nosotros dos—. Tú me conoces. Yo no soy así. No sé qué me está
pasando…, pero estoy cansada de todo.
—Puedes hablar conmigo.
—Tú no lo entenderías.
—Y, ¿qué tengo que entender?
Tragué saliva.
—Que los culpables de todo esto son mis padres.
—¿Tus…padres?
Harry no me creía.
Y no podía culparlo.
Pasé por delante de él, seguí avanzando con la única intención de
desaparecer del baño y del maldito instituto. Pero su mano me retuvo. Se
acercó hasta mí y me abrazo con tanta fuerza que podía sentir la calidez de
su cuerpo.
—Estoy aquí, Alanna. Habla conmigo. Confía en mí.
Arrastré mis uñas por su cuello y escondí mis dedos en su cabello.
—No puedo —susurré—. No podría ponerte en peligro. Ya perdí a
Evie. No pienso perderte a ti también, Harry.
Besé su mejilla y me aparté de su lado.
—¡Alanna! —gritó.
Lo ignoré y salí corriendo por el pasillo mientras que hacía una
llamada. El chófer tardó en descolgar la llamada y, cuando lo hizo, le
ordené a que pasara a buscarme. Había sido una mala idea ir al instituto.
Nunca debí salir de la cama y reunirme con mis viejos compañeros. Cometí
un error que no volvería a repetirse.
Cuando el vehículo llegó, abrí la puerta y me adentré inmediatamente.
Acomodé el cinturón de seguridad y le pedí al hombre que me llevara a
casa. Su respuesta fue el rugido del motor.
Mi teléfono móvil sonó.
Tenía un nuevo mensaje de Harry.
Lo leí:

Te quiero.
Aunque no haya nada entre nosotros dos,
te quiero.
09:10 AM ✓✓

Y yo a ti, Harry.
09:11 AM ✓✓

La voz del chófer hizo que alzara la cabeza del teléfono móvil.
—Vikram te está esperando en casa.
Miré al hombre, el cual se había desecho del uniforme de trabajador.
Aprovechó que el semáforo se puso en rojo para mirarme por encima del
hombro. Era más joven de lo que había imaginado. Su cabello oscuro,
rebelde, ocultaba sus cejas y sus orejas.
No estaba solo.
—¿Quiénes sois?
Su risa me revolvió el estómago.
—El nuevo equipo de guerra, bastarda.
El compañero, el cual guardó el anonimato en todo momento, le
golpeó hasta que éste se retorció de dolor. Empecé a asustarme. Ronald no
me había dicho nada. Eso significaba que no había nuevos integrantes en el
plan que organizó para buscar a mi padre y recuperar su dinero.
—Si vuelves a llamarla bastarda —gruñó, y por fin se deshizo del
gorro de la sudadera que ocultaba su cabeza—, te mato.
El corazón me brincó de alegría al escuchar su voz.
—¿Raymond? —pregunté.
Miró por encima del hombro, mostrándome el perfil que no hirieron
sus padres adoptivos. Me mostró una dulce sonrisa y estiró el brazo para
sostener mi mano.
—Siento no haberte llamado antes.
Capítulo 3

Estaba delante de Raymond y no podía creérmelo. Estuve meses creyendo


que él estaba sano y salvo en México, pero me equivoqué. Volvió para
ayudar a Ronald y seguir trabajando en el oficio que algún día podría
meterlo en prisión. No podía juzgarlo. Yo estaba a punto de hacer lo mismo;
delatar a mi padre y conseguir arreglar sus propios problemas. Una vez que
obtuviera el dinero, todo acabaría para mí. En unos meses sería una persona
libre que se olvidaría de los padres que la torturaron psicológicamente por
unos malditos ceros en un talón que no les pertenecía.
Arropé torpemente la taza de café que nos sirvieron e intenté darle un
sorbo, pero estaba muy nerviosa. Tenías tantas preguntas que hacerle a Ray,
que terminé por guardar silencio y observar al chófer que me había llamado
bastarda.
—Seis meses —susurró—. Llevo medio año queriendo llamarte.
Sonreí y acomodé mi mano sobre la suya.
—No tenías mi número de teléfono. Lo entiendo Ray —no quería que
se preocupara por aquella estupidez insignificante. —Ahora estás aquí. Y,
estoy segura, que tienes muchas cosas para contarme.
Ray miró al nuevo trabajador de mi madre.
Frunció el ceño y clavó sus ojos color miel en los míos.
—Ronald…o, mejor dicho, Vikram —hizo una pausa—, me dio el
número de tu móvil. Pero no me dejaron llamarte.
—¿Quién?
Bajó la cabeza y cogió aire antes de responderme.
—Te…
Le interrumpieron.
—Nadie me había dicho que ibas a tener una cita con la bastar…—se
mordió la lengua al darse cuenta que Ray se levantó del asiento que ocupó
en la cafetería donde nos detuvimos para asimilar nuestro encuentro—. Está
bien, Raymond. Es tu chica. Lo entiendo. Pero sigue siendo la hija de un
traidor. Eso la convierte en una bastarda.
Teníamos suerte que el local no estuviera lleno. Dejé que se
acomodara al lado de Ray y esperé tenerlo cerca antes de empezar una
conversación con él. Pasó uno de esos mechones rebeldes por detrás de su
oreja y siguió intentándolo porque tenía un cabello corto y descuidado.
—¿Cuál es tu nombre? —pregunté.
Quería conocer a los hombres de Ronald.
—Reno.
—Reno —repetí, tenía un nombre curioso—. Al igual que tú tienes un
nombre, yo también tengo uno…
Al parecer sus modales desaparecieron cuando se desvaneció su
anonimato.
—Pero mi padre no es un estafador.
Ray cerró los puños y, antes de que volviera a golpear uno de los
costados de Reno, lo detuve.
—Y yo no elegí tenerlo —le aclaré. Hice un pequeño descanso en
nuestra acalorada conversación, y le di un trago a mi café—. Si vamos a
trabajar juntos, lo mejor será que nos respetemos.
Éste sacudió la cabeza.
—¿Quién te ha dicho que trabajaré contigo?
Era lógico; si estaba ahí, con Ray, es que formaría parte del nuevo
equipo que nos trasladaría hasta México para buscar a Arellano; el hombre
que estaba ayudando a mi padre a esconderse de todos los problemas que
había dejado en Estados Unidos. Pero Reno, en vez de esperar una
respuesta por mi parte, se levantó del asiento, me arrebató la taza de café
que me habían servido y se dirigió a Ray porque no era capaz de
mantenerme la mirada más de tres segundos.
—Estaré en el coche —le aclaró—. Dale las instrucciones a tu chica.
Llamaré a T.J y nos pondremos en marcha. Tenemos que salir de aquí antes
de que se haga de noche.
Ray asintió con la cabeza y esperó a que ese imbécil saliera de la
cafetería.
—¿¡Ha dicho T.J!? —grité, y tuve que bajar la voz al darme cuenta
que cometí un gran error. Ray asintió con la cabeza. —¿Qué hace aquí?
¿Dónde ha estado todo este tiempo? ¿Sigue trabajando para mi padre? No
lo entiendo.
Solté tantas preguntas, que lo único que hizo Ray fue soltar una dulce
carcajada.
—Eso ha sido interesante —sonrió—. Bloody, cuando me vio, lo
primero que dijo fue…
Y desconecté.
Al escuchar el nombre de Bloody las palabras de Ray se silenciaron.
Eché hacia atrás la espalda y entrelacé mis dedos mientras que
observaba como Ray me contaba una historia en la que no presté atención.
Lo único que hice fue pensar en Bloody; me acordé de su cabello largo y
rubio, sus ojos azules y la forma en la que nos separamos cuando descubrí
que él había sido el que enterró a Evie ante la presión de Shana.
—¿Alanna?
—¿Sí?
—¿Me has escuchado?
Realmente, no.
Pero no se lo dije.
—S-sí.
Ray golpeó sus labios con el dedo índice.
—No me digas que he dejado de tartamudear para que ahora lo hagas
tú.
¡Tenía razón!
Ni siquiera me había dado cuenta que Raymond había dejado de
arrastrar las palabras cada vez que salían de sus carnosos labios. Estábamos
manteniendo una conversación fluida hasta que desconecté.
—Eso es increíble —me sentí feliz. Sus miedos fueron
desapareciendo para reunir el valor que le quitaron de pequeño. —Es lo
mejor que me podrías haber dicho hoy.
Y, de repente, volvió a decir el nombre que esquivé durante meses.
—Bloody.
—¿Qué pasa con él?
—Has dejado de escucharme cuando he hablado de él.
—No es cierto.
—Alanna…
—¿Qué?
Cruzó los brazos bajo el pecho y me lanzó una de esas miradas que
conseguían hacerme sentir culpable.
—Te lo dije. Bloody es un imbécil…pero nunca mataría a alguien por
diversión —confesó—. No mató a Evie.
—Lo sé —en aquel momento, el que quedó impresionado, fue él—.
Me lo dijo Ronald. Shana mató a mi mejor amiga para enviar las fotografías
de su cadáver a la prensa junto a mi nombre. Si de alguna forma me daban
por muerta, dejarían de buscarme. Pero no le salió bien la jugada. Bloody
terminó deshaciéndose del cadáver y ahora es él el que está cumpliendo
condena.
—Entonces…
Le corté.
—Me mintió.
—Porque no quería...
—¡No lo digas! Me mintió, Ray. Me dijo que no sabía nada. Para mí,
es tan culpable como Shana.
Y, por desgracia, estaba destinada a reunirme con él.
—¿Qué pasará cuando salga de prisión?
—¿Qué quieres que pase? —respondí con otra pregunta.
El móvil tembló sobre la mesa.
Tenía un mensaje de Ronald.

¿Dónde estás, Alanna?


10:35 AM ✓✓
Con Raymond.
10:35 AM ✓✓

Volved lo más pronto posible.


Tenéis que salir esta noche.
10:36 AM ✓✓

Citó lo mismo que Reno.


¿Se ha adelantado el viaje?
10:37 AM ✓✓

No. Bloody saldrá de prisión.


10:37 AM ✓✓

Respondió tan rápido, que terminé dejándole el visto y no volvió a


recibir una respuesta por mi parte. Mis manos dejaron caer el teléfono
móvil sobre la mesa; me había puesto nerviosa.
Me levanté del asiento y empecé a jugar con mi cabello para
olvidarme por un segundo de todo lo que estaba pasando a mi alrededor.
Sentí una mano sobre mi hombro que terminó llamando mi atención. Me
encontré con los ojos melosos de Ray, y éste, con una forzada y torcida
sonrisa, me tendió un papel doblado.

Para Alanna.

Era la letra de Bloody.


La reconocí por las líneas curvadas que dejaba a la hora de comenzar
una letra en cada palabra que escribía.
—¿Qué…Qué —mordí el interior de mi mejilla para no trabarme con
mis propias palabras— hago con esta carta?
—Leerla.
¿Él la había leído?
Sacudí la cabeza y Raymond insistió.
—Le prometí que te la entregaría, y es lo que estoy haciendo —
comentó—. Si la lees o no, es decisión tuya. Por cierto —cambió de tema,
cuando mis dedos atraparon aquel papel arrugado—, ¿estabas hablando con
Vikram?
—Sí —había olvidado el dato importante que me soltó Ronald en el
último mensaje. Desbloqueé el iPhone y le mostré la conversación—.
Bloody sale de prisión. Nos quiere reunir. Seguramente nos dará algo de
dinero…
Ray me interrumpió.
—No será fácil trabajar con los hombres de Vikram —suspiró, y sacó
su cartera para pagar la taza llena de café que había robado Reno—. Pero
será complicado que Bloody lo comprenda.
—¿Comprender?
—T.J, otros mercenarios…y la pérdida del poder que tenía cuando
trabajaba junto a tu padre.
Tenía razón.
Bloody no se lo tomaría bien.
Pero, ¿cuándo había tolerado algo sin montar uno de sus espectáculos
de macho alfa?
Salimos de la cafetería y volvimos a reunirnos con Reno. Una vez que
nos adentramos en el vehículo, nadie dijo nada. Podía sentir la mirada fría
del hombre de Ronald a través del retrovisor, pero en vez de darle
importancia, dirigí la cabeza hasta el lado derecho que era donde se
encontraba Ray.
—¿Tu chica? —pregunté, intentando no sonreír.
Éste se puso nervioso.
Se quitó el gorro de la sudadera y se rascó la nuca al recordar la forma
en la que me etiquetaba Reno cuando hablaba con él. Su nuez de Adán se
movió al tragar fuerte y me miró como un cachorro en busca de amor.
—Bueno…t-t-tú…—volvió a tartamudear—, y yo…estuvimos un ti-
tiempo…
Cogí su mano.
—Tranquilo —besé su mejilla—, me gusta.
Reno se encargó de romper nuestro momento por segunda vez.
—¿Os acerco a un motel?
Gruñí.
Estaba convencida que Bloody y él se llevarían muy bien.
O no.
Tenían el mismo carácter.
Si Reno llegaba a jugar con Bloody, éste acabaría huyendo del país si
sus intenciones eran seguir con vida. Así, que el nuevo hombre de Ronald,
no tendría otra opción que bajar la cabeza cuando el otro lo ordenara. Ese
era el problema de tratar con Bloody, que podía ser divertido, pero en el
trabajo era un tipo serio y duro que no se dejaría pisotear por nadie.
Miré una última vez a Reno, y sentí lástima por él.
Capítulo 4

Con Ronald en casa no esperaba escuchar los gritos de mi madre, pero fue
lo primero que nos sobresaltó cuando cruzamos la puerta principal. Ésta le
reclamaba todo el tiempo que había estado fuera mientras le mostraba todos
los periódicos donde aparecía su rostro solitario sin el hombre que la lanzó
al estrellato en su nueva carrera política. Su futuro marido se mantuvo
cruzado de brazos esperando a que ella dejara de elevar la voz.
Al vernos aparecer, se disculpó con Moira y se acercó hasta nosotros
después de haber besado los labios de la mujer que lo esperó furiosa en su
hogar. Estrechó la mano de Reno y Raymond, se acercó hasta mí para
darme un abrazo y me preguntó si me habían puesto al tanto de los últimos
movimientos de mi padre.
—¿Ha estado en California? —le pregunté.
Seguí sus pasos hasta el despacho mientras que ignoraba el
espectáculo que estaba dando mi madre mientras que se aferraba a una
botella de vino y golpeaba el pecho de Reno porque le impedía avanzar
hasta nosotros.
—Heriberto Arellano siempre ha estado comercializando con SDA.
Cuando la policía te encontró, los fabricantes que distribuían esa droga le
cerraron el grifo al mexicano —me pidió que me sentara—. Gael volvió al
país en busca de otro distribuidor. Y lo ha encontrado.
Miré confusa a Ronald.
—¿No lo has detenido?
—No —dijo, acomodando los brazos sobre la mesa—. El dinero que
utilizaba para pagar la farmacéutica era dinero de Arellano. Imagino, que el
mío, estará en un lugar seguro y lejos de él.
Me encogí de hombros.
—Mi padre dijo que él tampoco lo tenía en su poder.
El rio.
—Porque lo dejó a tu nombre, Ratoncito —odiaba cuando utilizaba el
mismo apodo que me puso su hija Shana—. Lo tiene él. Lo controla. Pero
no puede acceder al dinero hasta que tú cumplas la mayoría de edad y le des
la autorización que necesita para poder tocarlo con sus propias manos.
—A no ser que esté muerta.
Ronald agrandó los ojos.
—No dejaré que nadie te haga daño —me aclaró—. Has sufrido
suficiente. Se acabó. Te lo prometo. Cuando tenga mi dinero, te daré una
parte para que rehagas tu vida fuera de aquí. Lejos de tu madre, olvidando
las mentiras de tu padre y dejando a un lado la prensa que te sigue
diariamente.
Relató el sueño que llevaba siguiéndome por las noches desde hacía
meses.
—¿Qué tengo que hacer?
—Todos están al tanto que tienen que seguir las ordenes de Reno y
Bloody. Tú, querida Alanna, lo único que tienes que hacer…
Le corté:
—Ser el cebo —se me hizo un nudo en la garganta—. Ya estoy
acostumbrada.
—No —soltó una fuerte carcajada—. Tendrás que adaptarte al papel
que tu padre no supo interpretar. Serás Vikram cuando yo no esté. Lo que
escuchen esos hombres salir de tu boca, serán mis órdenes. Si uno de ellos
muere porque tú lo has elegido, serán mis manos las que habrán acabado
con su vida. Si tienes que enfrentarte a Gael y olvidar que es tu padre, no
olvides que seré yo quien cometa ese castigo, aunque no esté presente. Tú,
Ratoncito, serás mi reflejo.
—Pero…
Era imposible.
Era una cría que lo había tenido todo sin hacer esfuerzo alguno.
No me escucharían.
Me odiaban sin conocerme.
Y, Ronald, lo que me estaba pidiendo, era algo que se me iría de las
manos.
—Habrá algo que no permitiré, Alanna —se puso serio—. No podrás
tocar a mi hija. Sé que te ha hecho daño, pero sigue siendo sangre de mi
sangre —él siguió hablando, y yo me quedé helada ante aquella orden;
Shana mató a Evie y me había vendido a Brasen después de drogarme. La
odiaba. Ansiaba vengarme de ella. Y me estaban arrebatando aquel deseo
—. Si alguien la mata, me lo cobraré con otra vida. ¿Lo has entendido?
Asentí con la cabeza.
Pero no lo tenía claro.
—Será mejor que hagas tu maleta. Te estaré esperando en el comedor
—pasó su brazo por mis hombros—. Hablaré con tu madre. Esa bruja
dejará de mirarte por encima del hombro. Te lo prometo.
Lo que me confirmaba Ronald es que estaba con mi madre por el
interés de acercarse a nuestra familia para llegar lo más pronto posible hasta
Gael y el dinero que perdió.
Me alejé de su lado y subí las escaleras. Cerré la puerta de mi
habitación cuando me colé en el interior y rebusqué en los armarios hasta
encontrar la ropa indicada para salir fuera de Sacramento. Llené la maleta
encima de la cama y guardé en uno de los bolsillos el collar que me regaló
Bloody el día que intimé con Ray.
«Bloody» —pensé en él.
Saqué la carta que me había entregado Ray y la abrí para leer una
línea.
Ni tú misma creerás lo que estás a punto de leer. Eres una
maldita cría.

Cogí aire y rompí aquella carta antes de terminar de leerla.


Estaba tan furiosa con él, que lo único que conseguían transmitirme
sus palabras, era ira y rencor mezcladas con desesperación. Estaba segura
que había escrito la carta sin acordarse de mi rostro, el tiempo que pasamos
juntos y la forma en la que lo miré la última vez que estuvimos cara a cara.
Bloody y yo solamente podíamos odiarnos.
Alguien golpeó la puerta con los nudillos y le invité a pasar.
—¿Necesitas ayuda? —preguntó Ray.
Terminé de mover la cremallera y negué con la cabeza.
—Ya estoy preparada para salir de aquí —confesé—. ¿Adónde iremos
exactamente esta vez?
Ray rio.
—Bloody nos estará esperando en Carson —al darse cuenta que la
carta que me dio en la cafetería se encontraba bajo mis pies y a trozos, se
acercó preocupado—. ¿Qué ponía para que acabaras destrozándola?
Tiré bien lejos el uniforme escolar que llevaba encima, y terminé de
vestirme con una chaqueta de cuero roja. Empujé la maleta fuera de la cama
hasta caer contra el suelo.
—Nada interesante.
Alzó una ceja.
—Alanna…
—No la he terminado de leer —dije, esperando a que finalizara ahí
nuestra conversación.
Cogió la maleta y salimos de la habitación para reunirnos una vez
más con Ronald y su hombre de confianza. Ellos no se dieron cuenta que
habíamos llegado al comedor, así que escuchamos parte de la conversación
que mantuvieron.
—Es una bastarda —gruñó Reno—. Y, junto a Bloody, harán las
cosas a su manera.
—Exacto —sonrió—. Porque yo se lo he pedido. Si no entiendes las
cosas, Reno, será mejor que te marches. He confiado en ti, pero también
puedo prescindir de tus servicios de matón. Tú eliges.
Reno miró por encima del hombro de su jefe y se encontró con mi
curiosa mirada.
—Está bien.
Pasó por delante de él y siguió avanzando hasta detenerse delante de
mí.
Sólo me miró.
No dijo nada.
Así que yo también opté por el silencio.
Salió de la casa sin despedirse de Ronald, mientras que yo hice lo
contrario a él. Me acerqué para decirle que estaba preparada y que
seguiríamos en contacto a través de nuestros teléfonos móviles.
—No olvides tu promesa.
¿La de mantener a Shana con vida?
Me costaría asumir mis propias palabras durante un tiempo.
—No le pasará nada a tu hija.
—Gracias, Alanna.
Volvió a rodearme con sus brazos y lo que hice yo fue darle un par de
palmadas suaves sobre su espalda. Nos alejamos, y Ronald nos acompañó
hasta la puerta para despedirse definitivamente de nosotros. Pero antes le
dio unas indicaciones a Raymond del paradero de Bloody.
—¡Eres como tu padre! —La voz de mi madre me detuvo. Su
prometido intentó detenerla, pero esta escupió con ira cada palabra—. Te
convertirás en él. Tendrás tanto poder, que todas las promesas que sueltes,
acabarán rompiéndose por el egoísmo y la maldad que conlleva ser Vikram.
Ray tiró de mí, pero lo detuve.
—¿De qué estás hablando?
Ella rio.
—Igual que tu padre.
Ronald la calló.
Le lancé una última mirada y dejé que se pudriera en su propia
mansión. Me hizo daño. Quizás había llegado su momento para sentir lo
que había sufrido yo cuando me vi sola y sin unos padres que jamás me
transmitieron el amor que necesitaba una niña de mi edad.
Capítulo 5
BLOODY

Monko se hizo cargo de entregarme las pocas pertenencias con las que
llegué a la Prisión Estatal de Sacramento; mi ropa -sucia y llena de barro-,
el casquillo de una bala, un bolígrafo, la servilleta arrugada de una cafetería
y una fotografía que no tenía ni idea como había llegado ahí. Era de mi
madre. Salía ella sola, con el cabello largo y mostrando una hermosa sonrisa
que me hizo estirar los labios como en el retrato.
—¿De dónde ha salido?
—Vikram —no tardó en confesar—. Será mejor que le des la vuelta a
la fotografía.
Y así hice.
Detrás tenía un mensaje.

En unos meses estará fuera.


Primero te toca a ti mover ficha.

«¿Jugamos al ajedrez, Vikram? Porque si es así, espero que cumplas


tu promesa antes de que mate a la reina del tablero que ambos conocemos
con el nombre de Gael» —pensé, y la doblé para llevarla al bolsillo
izquierdo de la camisa que me habían dado cuando me obligaron a
deshacerme del uniforme. —«Con lo bien que me queda el naranja.»
Sonreí ante la estupidez que me dije mentalmente.
Pero tenía razón.
—¿Puedo irme? —pregunté, una vez que terminé de firmar todos los
documentos que me tendió el carcelero.
—Hay una puta rubia esperándote fuera.
—Joder —exclamé, pensando en una persona en concreto.
Shana estaba tan loca, que quizás había escapado de México para
recordarme que las cosas en realidad no habían cambiado para ninguno de
los dos. Conociéndola, se plantaría ante mí para amenazarme con lo que
más quería en este mundo; Nilia o Adda.
«Y Alanna» —pensé, sin quererlo.
—Exacto —sonrió Monko—. Una rubia para joder.
Pero me sentí tranquilo cuando la voz de la supuesta rubia, era la de
un hombre. Una persona que conocía y que estaba al tanto que había vuelto
para trabajar a mi lado y volver a traicionarme como en los viejos tiempos.
Pasé por delante de Terence Junior y golpeé con fuerza su hombro. Estuvo a
punto de caer al suelo, pero se incorporó rápido. Me lanzó una mirada
cargada de rabia e intentó detenerme.
Aparté la mano que posó sobre mí y deseé agarrarlo del cuello para
dejarle las cosas bien claras. Podíamos llevar la misma sangre, pero dejó de
ser mi hermano.
—Tienes suerte que no quiera volver a prisión.
Terence Junior vaciló.
—¡Vamos, hermanito! Se nota que te han cuidado muy bien —golpeó
mi estomago con su puño. Al darse cuenta que no me hizo daño y que él
tuvo que estirar y encoger los dedos un par de veces, siguió bromeando. —
También veo que estás más fuerte.
—He tenido mucho tiempo libre en estos últimos meses —le recordé
—. Así que pasaba tres o cuatro horas diarias en el gimnasio.
—¿Tres o cuatro horas?
—Depende de nuestra actitud. Había días que estábamos más tiempo
en el patio y otras teníamos treinta minutos. Así que acababa haciendo
media hora en el exterior y, dos horas y media ejercitándome en el zulo
donde me encerraban cada día.
—¡Diablos! —y se arrepintió de haber soltado aquella expresión.
No tardó en seguirme. Salimos de la enorme Prisión Estatal de
Sacramento y tuve un Déjà vu[7]; viví ese momento cuando tenía dieciocho
años, junto a Terence Junior. Y, una vez más, volvía a salir de la cárcel
acompañado del hermano que quise perder de vista.
—Tenemos que hablar, Bloody.
—Lo dudo —solté, y miré a mi alrededor en busca de un taxi que
pudiera acercarme hasta un motel para pasar la noche.
No pasó ningún vehículo.
—Es cierto que trabajé para Gael y Heriberto —confesó—, pero
tengo el mismo derecho que tú a intentar sobrevivir.
—¿Sobrevivir? —repetí, un par de veces más—. ¿Traicionar a tu
familia es sobrevivir?
—¿Nunca olvidarás lo de mamá?
—¡No! —grité.
Éste bajó la cabeza y se alejó de mi lado para acercarse hasta un
Toyota Hilux negro que había aparcado a un par de metros. Sacó una bolsa
de deporte de la parte trasera, y me la tendió aguardando silencio. La dejé
caer al suelo y acomodé una rodilla en el asfalto para rebuscar en el interior.
Encontré un juego de llaves y un viejo Samsung que empezaba a morir por
la falta de batería.
De repente se iluminó el led delantero que había cerca de la cámara,
para notificarme que había unos cuantos mensajes sin leer.

Bienvenido a la cárcel del exterior.


12:42 PM ✓✓

El kit de supervivencia es escaso,


pero te servirá hasta tu destino.
12:43 PM ✓✓

Gael se dejó las llaves de la vieja


base militar que utilizabais hace años
para esconderos.
12:44 PM ✓✓

Mi antiguo hogar.
El único zulo donde viví tranquilo los primeros años después de salir
de prisión.

Quedaros ahí un tiempo hasta que consiga


vuestros pasaportes.
12:50 PM ✓✓

Por cierto, cuida de mis hombres.


Ellos te ayudarán a pasar la frontera.
12:51 PM ✓✓
¿Qué estaba insinuando? ¿Qué trabajaría con otras personas que no
habían estado en mi equipo?

Y una mierda.
10:06 PM ✓

Fue mi respuesta.
Me saltó otro mensaje antes de que el móvil se apagara.
El mensaje no ha podido entregarse
al destinatario.
Vuelva a intentarlo más tarde.
10:06 PM

—¡Joder! —golpeé el suelo y me rasqué los nudillos hasta hacerme


sangre—. ¿Tú sabías todo esto? —le pregunté a Terence. —¿Tenemos que
trabajar con otros tíos que no conocemos de nada?
Asintió con la cabeza.
—La mayoría de hombres se fueron con Gael a México. No querían
quedarse en Estados Unidos por miedo a que la policía los encerrara como
te pasó a ti, hermanito.
—¿Quién se quedó?
—Bekhu, Dorel, Kipper y Raymond.
Habíamos perdido a Lulian y a Abaddon.
—¿Dónde está el nuevo —aguanté las ganas de reír —Raymond?
—Con su novia.
Clavé mis ojos en los suyos.
—¿Qué novia?
—Alanna —dijo, con malicia.
Me acerqué hasta el viejo vehículo y lo golpeé para que se acercara.
Abrió la puerta, me dejó que me subiera y me acomodara en el asiento de
copiloto y le di las instrucciones que esperaba escuchar.
—Llévame con ellos. Estoy deseando saludar a mi cielito.
Sonreí.
Capítulo 6
ALANNA

Reno se detuvo en Torrance para esperar a uno de sus compañeros. Un


hombre sin cabello, de enormes cejas negras y ojos claros pero pequeños, se
acomodó en el asiento delantero mientras que arreglaba su cazadora. Saludó
a Reno con un ágil movimiento de cabeza y chocó su puño contra el de
Raymond al darse cuenta que éste se encontraba detrás de él. Cuando
dirigió la mirada hasta mí, no supe cómo actuar delante de otro desconocido
que seguramente también mantendría con firmeza el apodo que me había
puesto el idiota que conducía.
Pero no actuó como el otro. En ningún momento soltó la palabra
«bastarda». Más bien, estiró el brazo y esperó a que estrechara su mano
para presentarse.
—Mi nombre es Miklo —dijo, educadamente—. Mi padre trabajó con
Vikram cuando yo era un niño de teta. Ahora que el viejo está muerto, me
han dado esta oportunidad para convertirme en…
Reno atropelló sus palabras con su oportunismo.
—¿Un delincuente? —se mofó, entre risas—. Todos lo somos. El tío
que está detrás, su chica y un servidor. ¡Enhorabuena!
Pero Miklo no tardó en contratacar.
—Si llevas unos días sin cagar, no nos jodas a los demás —se
encendió un cigarro y nos ofreció uno a los demás; yo lo acepté. Me pasó el
mechero, y al salir la llama lo encendí. —O llevas meses sin follar. Una de
dos.
Vi de reojo la divertida sonrisa de Ray.
Así que a mí también se me escapó una.
—¿Te parece divertido? —me preguntó, mirándome por encima del
hombro; y no literalmente hablando—. Seguramente tú eres la típica niña
que seduce a los chiquillos de tu edad y te los follas sin importarte que éstos
se enamoren de ti —hizo un extraño sonido con su lengua, burlándose de
mí—. ¿Ya no es tan divertido?
No me callé.
—¿Tienes algún problema conmigo? —formulé mal la pregunta—.
Odias a Gael. Pero, ¿qué tengo que ver yo con ese sentimiento?
Su respuesta fue:
—Lo mejor será que no escuches la respuesta.
—¿Por qué? —insistí.
Ray me pidió que no le hiciera caso, pero empezaba a cansarme.
Desde que se cruzó conmigo, no dejó de burlarse o mofarse de mí por ser la
hija de un traidor que robó al verdadero Vikram. Pero no lo permitiría.
Bloody no me pasó por encima, ¿por qué iba a conseguirlo él?
—Miklo tiene razón. Si estás falta de cariño, date tú mismo placer.
Los otros dos rieron, mientras que Reno me lanzó otra de sus miradas
llenas de ira. Arrancó el motor y se pasó todo el viaje a regañadientes. Bajé
la ventanilla y saqué una de mis manos para desafiar las corrientes de aires
que había en Carson. Seguí fumándome el cigarro que me dieron y esperé a
que alguien rompiera el incómodo silencio que se formó en el interior del
coche. Miklo optó por poner música. Cambió las emisoras de la radio hasta
que se topó con una en la que estaban hablando de la salida de Darius
Chrowning.
—Uno de los guardias de la Prisión Estatal de Sacramento nos
informa que la salida de Chrowning ha sido algo tranquila y bastante basta
para un delincuente como él. No han necesitado refuerzos…—cambiaron
de emisora—. Estáis en la radio más escuchada de Carson. Como todos
sabéis, hoy han liberado a uno de los secuestradores de la hija de la
senadora Moira Willman.
Apagué el cigarro y lo tiré. No soportaba escuchar en las noticias
como intentaban involucrarme en todo lo que estaba pasando entre Bloody
o mi madre. Miklo siguió cambiando de emisoras hasta que se detuvo en
una en la que ponían música country. Eché hacía atrás la cabeza y cerré los
ojos para descansar un rato.
El viaje no duró demasiado. Nos detuvimos en una hamburguesería
que seguía abierta a las doce de la noche. Reno encargó unas cien
hamburguesas de un dólar y cien unidades más de patatas calientes. Nos las
sirvieron en veinticinco bolsas que no tardaron en quedar en la parte trasera;
entre Raymond y yo. El coche se encendió ante el calor que desprendía la
comida rápida.
Nos dirigimos hasta las afueras de Carson y Reno detuvo el vehículo
delante de un enorme terreno que daba la sensación de abandono. Había un
edificio de una sola planta con una superficie de un 1.000.000 de hectáreas
repartidas en módulos, campos de tiro, una iglesia y un enorme parking
repleto de Jeeps negros bien aparcados en fila.
—Ahí están —anunció Miklo, señalando un punto en concreto. Sacó
la mano fuera del coche y saludó a alguien—. ¡Hola! ¡Estamos aquí!
Miré a Ray.
—¿Con quién habla? —pregunté.
Antes de responder, me sobresalté al encontrarme a un hombre
asomándose por la ventanilla. Ahogué un grito de pánico y miré temblorosa
al individuo.
—Hola, niña —me saludó.
—¿Dorel?
Me mostró sus imperfectos dientes y removió mi cabello.
—¿Cómo estás?
—Bien —miré a los demás—. Muy bien, gracias. ¿Y tú? ¿No seguiste
a mi padre?
Negó con la cabeza.
—Estaba cansado de sus órdenes. Nunca vi bien que te tuviera
retenida con todos nosotros en contra de tu voluntad —abrió la puerta del
coche y me ayudó a salir—. ¿Estás segura de querer hacer esto?
—No tengo otra opción, Dorel —caminé junto a él. Los demás nos
siguieron—. Es la única forma de limpiar mi apellido antes de cambiarlo.
Su carcajada fue divertida.
—Eres una niña muy valiente.
Le devolví la sonrisa y seguimos caminando hasta lo que deduje que
sería una base militar. Estaba abandonada, pero Dorel y los hombres que lo
esperaban a la entrada, habían conseguido entrar sin forzar la cerradura.
—¡Vamos, mulato! —le gritaron.
Reconocí aquella voz.
Dorel se quejó:
—¡Soy negro, imbécil!
Detuve mis pasos.
—¿Estás bien, niña?
Miré los oscuros ojos de Dorel.
—Creo que sí.
Entonces entendió lo que estaba sucediendo.
—Te prometo que, si ese imbécil de melena rubia te molesta, le
cortaré las pelotas y las colgaremos en el árbol de navidad que instalará
Kipper. ¿Trato hecho?
Todos querían protegerme de Bloody.
Pero no llegaban a entender que estaba huyendo de él porque era lo
más cobarde que podía hacer en el momento en el que estuviera a un par de
pasos del hombre que metí en prisión.
Tragué saliva.
Cuatro metros.
Tres metros.
Dos metros.
«Maldición» —Pensé.
Un metro.
Y escuché su voz.
—Hola, cielo.
Capítulo 7

Silencio.
Es lo que hubo entre nosotros dos después de escuchar su voz ronca.
Miró a Dorel y le hizo una señal a Bekhu para que ambos ayudaran a cargar
las maletas y las bolsas que transportó Reno en el coche que le dejó Ronald.
Me quedé a solas con Bloody y lo único que hice fue adentrar mis manos en
los bolsillos del pantalón vaquero que vestía mientras que me obligaba a
mirar sus enormes ojos azules. Éste intentó acercarse hasta mí, pero lo
detuve cuando retrocedí. Tenerlo tan cerca, complicaba las cosas.
Había deseado tantas noches poder gritarle y reclamarle, que en ese
momento que lo tenía delante, todas esas frases que memoricé en mi
cabeza, se desvanecieron. Bloody mantuvo en todo momento su sonrisa.
Ladeó la cabeza y me echó un vistazo rápido. Seguramente me veía más
delgada, demacrada y con el cabello más largo que la última vez que nos
vimos.
—Estás preciosa —dijo, como si me hubiera leído la mente y supiera
que en ese momento no necesitaba escuchar todos mis defectos físicos—.
¿No vas a piropearme?
Él no había cambiado.
Acabó en prisión por mi culpa, y ahí estaba, bromeando o jugando a
las provocaciones.
—Bloody… —conseguí decir su nombre.
Éste por fin rompió la distancia que había entre nosotros dos y se
acercó hasta mi oído para susurrarme un par de palabras. Su lengua salió de
su boca. Lo sabía porque no tardó en acariciar el lóbulo desnudo de mi oreja
derecha.
—Puedes empezar diciéndome que me has echado de menos —rio, y
me lo imaginé con esa sonrisa que solía dedicarme hasta cuando la muerte
quería arrastrarlo junto a él y ahogarlo en el infierno por todos los pecados
que cometió—. También puedes decirme que querías responder a mis
llamadas, pero estabas muy ocupada con tu vieja vida. O, puedes besarme y,
prometo no hacerte más preguntas.
El corazón se me aceleró.
—La carta —conseguí decir.
—¿La has leído?
Mi respuesta fue negar con la cabeza.
Pero cuando su lengua lamió mi oreja, sentí una ola de calor que hizo
que mi cuerpo se sobresaltara.
Así que se lo dije verbalmente:
—No —mentí.
Bloody sopló la parte humedecida de mi piel.
—Qué lástima —se lamentó, y se alejó de mi lado para mirarme a los
ojos. —Desnudé mi alma por primera vez en todos esos versos que escribí
bajo mi puño y letra —se llevó las manos al corazón y fingió sentirse
dolido. —No pasa nada. Además, mi editor censuró la palabra polla unas
cien veces.
Su carcajada me heló la sangre.
Y lo agradecí.
Esa ola de calor que sentí, solamente podía significar ira y odio.
—Déjalo, por favor.
Supliqué.
«¿Dónde estás, Ray?» —pensé. Lo necesitaba a mi lado.
—Odi et amo —soltó Bloody.
No lo entendí.
—¿Qué?
—Ya lo entenderás —beso mi mejilla y se alejó de mi lado para
colarse en el interior de la base militar.
Observé como adentraba sus manos en los bolsillos de sus enormes
vaqueros, después de haber recogido su largo cabello. Caminó
tranquilamente hasta que se detuvo para mirarme una vez más. Al darse
cuenta que no le había quitado el ojo de encima, me sonrió y me guiñó el
ojo.
—Estás ardiendo, bastarda —la voz de Reno me sobresaltó—. ¿Ése
es Bloody?
—Sí —contesté, bajando la cabeza.
—Le hace falta un buen corte de pelo.
Zarandeé la cabeza y busqué a Ray, el cual se encontraba empujando
mi maleta. Quedamos los tres delante de las puertas de la base militar.
Nadie dijo nada. Los demás no tardaron en colarse en el interior junto a
Bloody, el cual abrió las puertas con unas llaves que sacó de una bolsa de
deporte que llevaba colgada del hombro.
Pasó por delante de nosotros T.J, Miklo, Bekhu, Dorel, Kipper y otras
personas que no conocía.
Hicimos lo mismo que ellos y nos detuvimos en el interior de uno de
los módulos donde estaban las habitaciones, cocina, sala de estar y cuartos
de baños. Bloody, mientras que esperaba que todos llegáramos, quedó
delante de un pequeño espejo que había en el recibidor. Desató su cabello y
se dio cuenta que las puntas sobrepasaban sus hombros. Bekhu se rio de él y
Kipper no tardó en tirarle de los largos mechones dorados que le cubrían la
camisa.
Una vez que cerraron la puerta, Reno quedó junto a Bloody y
comenzó la pequeña reunión improvisada de bienvenida.
—Mi nombre es Reno —se presentó—. Soy la mano derecha de
Vikram, el verdadero Vikram —miró a Bloody, el cual aguantaba las ganas
de reír—. Mis compañeros son Miklo —fue apuntando uno por uno
mientras los presentaba—, Veranha, Melvin y Tzion. Estamos aquí para
recuperar el dinero que robó Gael Gibbs a nuestro jefe. Así que espero que
todos trabajemos juntos sin problemas de por medio. Nosotros, las
traiciones, las pagamos con muerte. ¿Alguna pregunta?
Bekhu, Dorel, Kipper e incluso Ray esperaron a que Bloody dijera
algo.
—¿Reno? —se hizo él mismo la pregunta—. ¿Cuál de todos los renos
de Santa Claus eres?
Todos rieron menos los compañeros de Reno.
Ante la seriedad, Bloody prosiguió.
—Está bien. Nuestro nuevo amigo no tiene sentido del humor —
golpeó la espalda de éste y siguió con su discurso, o más bien, utilizando el
de Reno como plantilla—. Mi nombre es Bloody. No soy la mano derecha
de nadie porque todos sabemos que es la mano que utilizamos las personas
para limpiarnos el culo después de cagar —la risa de Kipper estalló tan
fuerte, que una de las mujeres que había junto a nosotros, se tuvo que
apartar de él—. Las putitas que suelen acompañarme son Kipper, Dorel, el
viejo Tartamudito conocido actualmente por Raymond y Bekhu. Las
guerreras que van a mil pasos por delante de nosotros son Alanna y Jazlyn.
Busqué a la última mujer que mencionó.
Bloody se dio cuenta.
—No te pongas celosa, cielo —rio. —¡Se me olvidaba! —alzó un
dedo—. Nosotros tenemos mascota. Se llama Terence Junior. Por favor, no
le deis nada de comer a partir de las doce de la noche. O habrá problemas.
Son de los que cagan por todo el suelo o de los que te traicionan si
encuentra un nuevo dueño.
T.J le dio la espalda y salió de la reunión para buscar una habitación
donde descansar.
—Entonces tendrás que matarlo —le aconsejó Reno.
—No —respondió Bloody—. Soy de los que creen que cada uno se
cava su propia tumba. Pero —le plantó cara a Reno—, como me toques la
polla, te mato.
Reno no dijo nada más.
Jazlyn, la mujer de cabello rizado y corto color violeta, le pidió al
resto del grupo que la siguieran para organizarlos en las habitaciones que
había en el módulo. Hicieron una fila y empujaron sus petates mientras que
comentaban los discursos de los dos jefes que teníamos para guiarnos hasta
Gael.
Sostuve mi maleta y seguí los pasos de Ray, pero una mano me
detuvo.
—¿Cómo me has visto? —preguntó, relamiéndose los dedos—.
¿Sería un buen presidente?
—Lo dudo, Bloody.
—¿Por qué? —agrandó los ojos.
—Le has declarado la guerra a Reno.
Éste rio.
—¿Eso crees?
—Sí, eso creo.
Pasó uno de los mechones de mi cabello por detrás de la oreja, se
acercó a mi rostro y cuando pegó su frente sobre la mía, siguió hablando.
—Cierto. Le he declarado la guerra —se mordisqueó salvajemente el
labio—. Así que declararé la paz cuando ese hijo de puta deje de llamarte
bastarda.
¿Cómo lo sabía?
—¿Qué?
—Ya me has escuchado.
Intentó alejarse de mí, pero atrapé rápidamente su muñeca.
—¿Cómo lo sabes? Tú no estabas en ese coche…—callé—. Ray.
—Sí, cielo, Raymond —su sonrisa se esfumó como el humo que
dejaba escapar de mis labios cuando prendía un cigarro—. Reno de Santa
Claus debería tener cuidado conmigo. Soy de los que queman. ¿Verdad,
Alanna?
Tocó mi mejilla y se alejó de mi lado.
Saqué mi teléfono móvil y observé mi rostro a través de la pantalla del
iPhone. Me había sonrojado y el muy idiota aprovechó para decírmelo con
el fin de humillarme. No quería que me protegiera. Yo misma callaría la
boca de Reno.

Llamaron a la puerta. Dejé de mover la ropa que tenía sobre la litera y me


acerqué para abrir. Inmediatamente me lancé sobre el cuello de Ray cuando
me encontré con él. Sentí sus manos bajo mi espalda y empujé nuestros
cuerpos al darme cuenta que estaba solo. Antes de que bajara su rostro para
besar mis labios, lo detuve. Acomodé mi dedo índice sobre su boca y alcé
una ceja.
—¿Tu chica?
Ray suspiró y alzó la cabeza para clavar sus alargados ojos hasta el
techo.
—¿Seguirás torturándome?
—Es divertido —toqué su cabello, que estaba más corto que la última
vez—. Tú dirás.
Aparté mis brazos de su espalda, pero seguía con mi pecho
acomodado sobre el suyo. Acarició mi nariz con la suya y dejó que las
palabras fluyeran sin presión. No volvió a tartamudear.
—Está bien —sonrió, dulcemente—. Quizás haya vacilado sobre una
posible relación con una chica muy guapa, pero con muy mal genio.
Golpeé sin fuerza su pecho.
—¿Carácter duro?
Alcé una ceja.
—¿Guapa, lista y escurridiza?
—Eso está mejor —le di el aprobado.
Ambos reímos.
Me meció entre sus brazos mientras que seguimos paseando por la
habitación. Sus labios bajaron hasta los míos y cerré los ojos al sentir la
presión de su boca. No tenía pensado apartarme de él, así que abrí mis
labios y me encontré con su húmeda lengua que salió para recibir la mía.
Jadeé.
Las caderas de Ray me empujaron, mientras que su miembro, que se
endureció ante el pequeño mordisco que solté a su lengua, presionó mi
vientre bajo sus suaves y sedosos pantalones de pijama.
Creí que acabaríamos tendidos sobre la cama, pero no sucedió.
Volvieron a llamar a la puerta y no nos quedó de otra que separarnos
mientras que intentábamos calmar nuestros desesperados labios.
—¿Interrumpo algo? —preguntó, con una sonrisa maliciosa.
—Como en los viejos tiempos —susurré.
—¿Qué? —preguntó, un Bloody confuso.
Me encogí de hombros.
—¿Qué quieres, Bloody?
Éste se coló en el interior de la pequeña habitación y le pidió a Jazlyn
que hiciera lo mismo. La mujer se detuvo detrás de él y dejó en el suelo la
mochila que cargaba detrás de la espalda. Miró las cuatro paredes y echó un
último vistazo a la litera que había en uno de los tantos zulos que podía
encontrar en la base militar.
—Jazlyn será tu compañera de habitación.
Raymond no se lo esperaba.
Pero yo sí.
—¿Y tú? —le pregunté, acercándome hasta él sin detenerme—. ¿Con
quién dormirás?
—Solo —fue su respuesta, rápida y directa—. Vamos, Raymond, será
mejor que las dejemos descansar.
—Espera —dije, atrapando la camiseta de tirantes de Raymond—.
¿Dónde dormirá Ray? Se supone que no tenemos que dormir solos, ¿no?
—¿Quieres dormir con él? —contratacó Bloody.
—Sería lo normal.
Por un momento me olvidé de Jazlyn y de Raymond mientras que
Bloody y yo seguíamos discutiendo como de costumbre.
—¿Lo normal?
—Sí —insistí—. ¿Cuál es el problema?
Soltó una carcajada.
Golpeó una de las paredes y volvió a acercarse hasta mí para decirme
cuál era el problema que lo torturaba.
—Qué dormiré ahí al lado —tocó el puente de mi nariz con sus dedos
—. Eso significa que no quiero escuchar jadeos por la noche mientras que
duermo plácidamente. ¿Lo entiendes?
Negué con la cabeza.
—No. Explícamelo de nuevo.
Estaba enfureciendo a Bloody. Cruzó los brazos bajo el pecho y ladeó
la cabeza mientras que miraba por encima de mi hombro. Yo hice lo mismo
y ambos encontramos el collar que me regaló, pero lo evitamos. Ninguno de
los dos sacó el tema.
—No quiero escuchar como tu novio te folla mientras que hacéis el
misionero[8] —miró a Ray y se burló de él para no perder la costumbre—. Si
os portáis bien, quizás os regale el Kama-Sutra para que aprendáis posturas
nuevas. ¿Qué te parece?
Imité su postura.
Alcé mis brazos para cruzarlos bajo mi pecho y lo miré sin pestañear;
aunque me dolieron los párpados.
—¿Qué te parece si dejas de jugar con tu lengua y te la metes por el
trasero?
Así habíamos sido nosotros dos desde el día en que nos conocimos.
Uno decía una cosa y, el otro desesperadamente, intentaba superarla.
Bloody soltó una fuerte carcajada.
—Y, ¿quién me ayudará? ¿Tú?
—¿Chicos? —Intentó interrumpirnos Ray.
Pero fue ignorado.
—Quizás —dije, dando un paso más hacia delante—, pero te la tendré
que cortar para facilitar el trabajo.
—Me parece una buena idea. ¿Puedo elegir el arma?
—Adelante.
Otro paso.
Toqué sus botas con mis pies descalzos.
—Deberías utilizar tus dientes —mostró los suyos un instante—. Si
me duele y sangro, me pondrá más cachondo. Tú me conoces, cielo. Es mi
juego favorito.
Tenía razón.
Como el día que le disparé.
Se estaba desangrado, y no dejó de decir estupideces.
Pero nuestro juego terminó al recordar a Evie.
—O puedo matarte, cortarte un brazo, vendérselo a un maldito
pederasta y después enterrarte mientras que la loca de mi ex me graba como
oculto tu cadáver —solté, con todo el dolor que guardé en medio año.
Bloody se rindió. Intentó salir de la habitación, pero mi voz lo detuvo—.
¿Huyes? ¿No tienes nada que decir?
Sabía que estaba tragando saliva porque un golpe como ese nadie lo
podía ver venir.
Raymond me devolvió a la realidad. Ayudó a Jazlyn a acomodar la
maleta sobre el armario que había al fondo de la habitación y se disculpó
con ella ante el mal rato que pasó al verme discutir tontamente con Bloody.
Salimos los tres del cuarto para que la mujer pudiera descansar, y Ray nos
enfrentó a ambos.
—Tenéis que hablar o uno de los dos matará al otro de verdad.
Estaba furioso, y eso era extraño viniendo de él.
—Estaré fuera —dijo Bloody—. Si quieres hablar, te esperaré.
Ray asintió con la cabeza y esperamos que desapareciera. Cuando nos
quedamos a solas, no tardó en presionarme para que aceptara su invitación.
—¿Me darás un arma? —pregunté, sarcásticamente.
Porque sí, realmente había veces que deseaba matar a Bloody.
—¡Alanna!
Suspiré.
—No es fácil.
—Lo sé —entrecerró los ojos—, pero para él tampoco.
—Y, ¿qué quieres que haga?
—Qué lo escuches.
—¿Escucharlo? —repetí.
—Él tiene su versión. Shana y Gael te mostraron la parte mala de la
historia —besó mi mejilla—. Inténtalo, por favor.
Le di la razón para que me dejara en paz, y no volvió a la habitación
hasta que me vio salir fuera. Una vez que mis pies tocaron la arena, busqué
vagamente la silueta de Bloody. Se encontraba junto a una de las farolas que
nos daban algo de claridad por la noche. Estaba fumándose un cigarro
mientras que estaba cabizbajo.
—Te escucho —rompí el silencio.
Tiró el cigarro al suelo y lo apagó con su bota negra.
No me miró a los ojos cuando me contó la historia desde su punto de
vista.
—Shana me pidió que bajara al sótano exterior de la propiedad. Le
hice caso porque no me fiaba de ella. Cuando bajamos, me di cuenta que
tenía una chica que se parecía a ti —le tembló la voz, y me puso el vello de
punta—. Ella jugó con mis sentimientos. Me hizo creer que esa chica eras
tú. Así que sacó un arma y, cuando intenté detenerla, fue demasiado tarde.
Le voló la cabeza y la mató bajo mi atenta mirada.
Cerré los ojos.
Sentí como mis lágrimas recorrieron mis mejillas.
—No te mentiré, Alanna —intentó acercarse a mí, pero fui yo quien
lo esquivó y se alejó en aquel instante—. Sentí paz cuando me di cuenta que
la adolescente que había atada en una silla y muerta, no eras tú. Sé que
tardarás en perdonarme —su mano alzó mi rostro—, pero te prometo que lo
hice para protegerte. Shana me amenazó. Me dijo que te mataría.
—¿¡Protegerme!? —grité.
—Sí —limpió mis lágrimas—. No quería perderte.
Ante su confesión, obtuvo silencio.
Bloody siguió hablando:
—Enterré a Evie porque era la única manera de acabar con tu
sufrimiento, la mentira de Shana y las pesadillas que estaba teniendo.
—¿Cuándo? —tragué saliva. — ¿Cuándo tenías pensado decirme la
verdad? Yo confié en ti, y lo que hiciste tú, fue jugar al retorcido plan de
Shana y mi padre. Lo peor de todo, es que temí a que llegara este momento.
Y tengo miedo a que me digas que estarías dispuesto a guardar silencio para
siempre. —Volví a preguntárselo de nuevo—. ¿Me lo habrías dicho,
Bloody?
—¡Por supuesto, cielo! Pero una vez que estuvieras a salvo.
Le di la espalda.
—Evie no merecía morir.
—Lo sé —su mano acarició mi cabello —, pero tú tampoco. Es algo
que no hubiera permitido.
Me froté los párpados con los puños y le pedí un favor a Bloody.
—Déjame sola, por favor.
—Alanna…
—Necesito asimilar todo lo que me has dicho.
Se alejó de mi lado y se acercó hasta la puerta para refugiarse del frío.
Pero antes de colarse en el interior del módulo, me dijo algo más.
—Te he echado de menos.
El golpe de las puertas cerrándose me empujó a que dijera algo que
Bloody no llegó a escuchar.
—Y yo he pensado en ti.
Por supuesto que estuvo en mi cabeza incluso cuando era algo
prohibido. Si tenía que contar las veces en las que vi su rostro contra el de
Ray, él ganaba definitivamente.
Bloody estaba constantemente en mis sueños, pesadillas y cuando
estaba despierta.
Una vez que conseguí la verdad…no sabía que excusa encontraría
para seguir odiándolo. Necesitaba alejarme de él. Era lo mejor para los dos.
Si él no sufría, yo tampoco lo haría.
—¡Joder! —grité, con lágrimas en los ojos.
¿Qué habría pasado entre nosotros dos si nunca me hubiera mentido?
Fácil.
«Lo desearía»—sonó la respuesta en mi cabeza.
Capítulo 8

Jazlyn se encontraba acomodando su ropa en el interior del armario.


Cuando terminó, ocupó la cama de arriba y apagó la luz. Yo intenté cerrar
los ojos, pero no podía dormir. Seguí pensando en Bloody.
—¿Raymond y tú estáis juntos? —preguntó Jazlyn de repente. Solté
un débil sí—. Hacéis buena pareja. Pero yo creía que en realidad mantenías
una relación con Bloody.
—¿Nosotros? —reí—. Sería imposible. Ya lo has visto —recordé la
discusión que tuvimos delante de ella—, no nos soportamos.
La chica rio y se movió para asomar su cabeza y mirarme fijamente.
—¿Estás ciega? Ese tío pierde la polla por ti.
—Ese tío —seguí con su frase —pierde la polla por cualquiera.
—¿Puedo darte un consejo?
Me encogí de hombros. En realidad, deseaba más quedarme dormida
que recibir un consejo de una desconocida que acababa de cruzarse en mi
vida.
—Quédate con el que no tenga miedo a perderte.
¿Qué clase de consejo me había dado?
Escondió la cabeza y siguió moviéndose sobre la cama hasta que se
quedó dormida. Su suave respiración, acompasada y tranquila, sonó por
toda la habitación. Yo cerré los ojos, pero no funcionó.
—Bloody sólo busca sexo —susurré.
—Entonces fóllatelo.
Me sobresalté al escuchar su voz.
—¿No estabas dormida? —pregunté.
—¿No decías que estabas con Raymond?
Gruñí.
Pero en el fondo tenía razón.
—Busco razones para odiarlo —confesé.
—¿Y no hay razones para amarlo?
Tragué saliva.
Jazlyn dijo por última vez:
—Tengo el sueño ligero —y volvió a quedarse dormida.

No tardé en reunirme con los demás en la enorme cocina que había en la


base militar. El bando de Reno, se encontraba aislado del resto de los
integrantes para que nadie escuchara sus conversaciones; así que optaron
por mover un par de mesas y arrinconarse en uno de los costados de la sala.
Me acerqué hasta las personas que conocía y saludé a Ray con un beso en
los labios. Al separarme de él, me di cuenta que Bloody lo había visto.
Después de la conversación que mantuvimos la noche anterior, me
obligué a no tener ningún tipo de conflicto con Bloody hasta que
encontráramos a mi padre. Así que me acerqué hasta él y le tendí el brazo
para que aceptara mi mano como gesto de paz. Éste elevó graciosamente
una de sus cejas y me mostró su mejor sonrisa después de acomodar sus
labios en la taza llena de café que había sostenido desde el momento en el
que entré a la cocina.
—Vamos —insistí, agitando la mano.
Al parecer, la dura conversación que mantuvimos, la olvidó.
Bloody suspiró y dijo:
—Si sigues agitando la mano pensaré que después del «vamos» sigue
algo relacionado con la masturbación —se ahogó con su propia risa. Tocó
su cabello y, al darse cuenta que no le seguí el juego, endureció el rostro—.
No te entiendo, cielo.
—Es mi forma de acabar con esta guerra que hay entre nosotros dos.
Asintió con la cabeza.
—Me parece muy bien —sonrió, y se aproximó hasta mi rostro para
susurrarme uno de sus secretos—, pero yo las guerras las culmino en la
cama. ¿Es lo que quieres? ¿Venir conmigo a la habitación? Tengo que
confesarte que me he levantado bastante caliente. Llevo tantos meses sin
tener sexo...
—Bloody —le corté.
Pero siguió.
—…que estaría dispuesto a secuestrarte una vez más para tener tu
mano en mi polla.
Había sido una estupidez intentar una conversación normal con él.
Así que le di la espalda y cogí aire para no golpear ese rostro que solía tener
más cerca de lo normal. Conté hasta veinte y, cuando su dedo recorrió mi
espalda, volví a clavar mis ojos en los suyos.
Necesitaba algo de él y esperaba que no me lo negara.
—Me he quedado sin cigarrillos —dije, y arrastré mi cabello detrás
de la oreja—. ¿Te quedan besos de buenas noches?
Traduje la risa de Bloody como un sí.
—¡Ay, cielo! ¿Qué haré contigo? Me rechazas, destrozas mi corazón
y te acercas a mí para que te proporcione algo de marihuana —dejó la taza
sobre la mesa y se rascó la nuca—. No sé cómo decirte esto…, pero
prefiero que dejes de fumar.
—¿Qué?
—Es por tu bien —bajó su humor y se puso serio—. Estás pálida, se
nota que has perdido peso y desde que has llegado no has comido nada. Si
realmente quieres hacer este viaje con nosotros, empieza a cuidarte o yo
mismo le pediré al nuevo Vikram que te mantenga al margen del trabajito
que nos ha pedido.
—Nunca me harías algo así.
—En realidad sí —confesó—. Si no eres capaz de cuidarte tú sola,
alguien lo tendrá que hacer por ti —besó mi mejilla—. Buenos días, cielo.
Y salió de la cocina, dejándome con la última palabra en la boca.

Acabé fuera para no discutir con nadie más. Desde que había llegado a
Sacramento, me alimenté a base de galletas digestivas, vasos llenos de café
con leche sin lactosa y todo el tabaco que pudiera conseguir. Bloody, al
verme tan nerviosa, creyó que dependía de besos de buenas noches, pero
desde que me alejé de él, no fui capaz de conseguir marihuana. Y cuando
me decidí en pedirle un poco de hierba medicinal, soltó el típico discurso
que te soltaría alguien que te quiere. No era su estilo. Así que pasé de él.
Me detuve delante de un enorme árbol que había cerca de la valla que
rodeaba la base militar, y lo golpeé con mis zapatillas. No retuve los gritos
y dejé que estallaran al salir de mis labios.
Estaba furiosa. Básicamente, no quería que nadie se acercara hasta
mí. No con el carácter de perro rabioso con el que me levanté.
Asumir que estaría cerca de Bloody, que mi corazón empezó a
perdonarlo, me estaba jugando una mala pasada. Mi cabeza decía una cosa,
pero mis sentimientos luchaban en una batalla absurda.
«Atracción» —pensé.
Ese era el problema. Me sentía atraída por un tipo duro, que mantenía
el carácter rebelde de los personajes de mis series favoritas y tener
dieciocho años me empujaba a cometer locuras.
—¡Pues no! —grité—. Con él no.
Unos brazos me rodearon la cintura, y antes de que lo golpeara por
detrás, su perfume masculino me dio la persona del individuo que se tomó
la molestia en seguirme para ver cómo me encontraba. Acomodé mis manos
sobre las suyas y las acaricié; a diferencia de Bloody, las manos de él eran
más suaves y ni siquiera tenía heridas entre los dedos.
Raymond era más pacífico. No se peleaba si no tenía la necesidad de
tener que defenderse o cubrir a alguno de sus compañeros si estaban
metidos en un lío. Lo miré por encima del hombro y le devolví la preciosa
sonrisa que marcó en su rostro.
Acomodé mi cabeza sobre la suya, y me sentí feliz por él; se sentía
libre, sin la necesidad de esconderse del ojo humano. Ganó confianza desde
que estuvo en México, y regresó más fuerte que nunca.
—Estás diferente —susurré.
Él rio.
—¿Más feo? Te prometo que no me he hecho ningún retoque estético.
Enlacé mis dedos con los suyos, reteniéndolo a mi lado. Acarició mi
mejilla con su corta barba y dejó un beso que no tardó en mover hasta mi
boca.
—Más valiente —confesé.
Ray suspiró.
—Se acerca una guerra —nos miramos—. No puedo caer, Alanna.
Me necesitan.
—Lo sé. Y por eso estamos todos juntos, ¿no?
Seguimos un rato de pie, observando las grandes nubes que paseaban
por el cielo azul. Mantuvimos el silencio mientras que seguíamos abrazados
bajo la atenta mirada de cualquier persona que decidiera pasar por el jardín.
Cuando uno de ellos fue T.J, entonces le pregunté a Raymond cómo había
ido el viaje a México.
—¿Te trataron bien?
—Sí —dijo convencido—. Me llevaron a un salón recreativo.
Con su sonrisa pervertida lo dijo todo.
Pero noté que no estuvo cómodo.
—¿Conociste a Rei?
Me acordé del mellizo de Diablo. Antes de que le perdiera el rastro la
noche en la que desapareció junto a Ray, me pidió unas horas antes que
salvara a su hermano. No estuve al tanto de lo que había pasado con la
familia Arellano, salvo que le abrieron las puertas a mi padre hasta el día
que éste pudiera devolverle el favor económicamente.
—Sí.
—¿Sufre la misma enfermedad que su hermano?
Sentí curiosidad.
—No.
—¿Es rara?
—Qué va.
Sus respuestas eran muy breves. Algo extraño en él desde que nos
habíamos encontrado de nuevo después de todo el tiempo que pasó. Al
verlo nervioso, opté por guardarme las preguntas para mí.
Solté una de sus manos y la subí para acariciarle la barbilla.
—Ahí está Reno —dijo, señalando con la cabeza.
Y miré hasta el lugar en el que indicó la presencia del tipo que me
llamaba bastarda.
Caminaba nervioso. Mantenía una mano en el bolsillo de sus
pantalones negros, mientras que con la otra sostenía un viejo teléfono
móvil. Su cabello oscuro estaba despeinado. Era un tipo alto, delgado, pero
fuerte. No le hacía falta hacer ejercicio para estar en forma. Seguramente
tenía la edad de Bloody, o un par de años más que él. Sus ojos, marrones
almendrados, se solían clavar en los míos para no buscar más detalles en mi
rostro. Pero yo sí lo hice. Tenía la nariz plagada de pecas. Pequeños
salpicones que le hacía lucir un tono de piel más moreno del que solía tener
en sus brazos.
Miró por encima del hombro, y al darse cuenta que lo habíamos visto,
salió con pasos acelerados hasta perdernos de vista.
—Es muy raro.
Raymond me dio la razón.
—Ni siquiera intenta conocernos —se alejó de mi lado, y quedó
delante de mí—. Tendremos que tener cuidado con él. Sobre todo, si
Bloody intenta buscarle las cosquillas al tipo raro.
Golpeé su pecho.
—Cuida tú de Bloody.
—¿¡Qué!? —se alarmó.
Reí.
—Puede que le haya perdonado —y puntualicé—: ¡Más o menos!
Pero no pienso cuidar de un niño adulto.
Suspiró y se llevó una mano a la cabeza desesperado.
—Es gracioso, pero Bloody solo te escucha a ti.
—Eso no es cierto.
—Entonces tú tampoco le haces caso a él cuando te da buenos
consejos.
Solté una fuerte carcajada, y al darme cuenta que iba en serio, aflojé
los labios y lo miré confusa.
—En la cocina te espera una tortilla francesa —besó mi mejilla—.
Bon appétit.
«¡Genial!» —pensé—. «Ambos se han puesto de acuerdo para
vigilarme.»
Así que no me quedó de otra que seguir con su juego. Me alimenté
para que se sintieran tranquilos, y paseé por la base militar conociendo los
rincones donde estuvieron los chicos viviendo junto a mi padre los años que
éste estuvo fuera de su hogar. Cuando nos cayó la noche, pasé por delante
del baño y cometí un error al entrar sin llamar a la puerta.
Me disculpé, y Bloody me detuvo.
—Dame cinco minutos y lo dejo libre.
En realidad, estaba ahí para recogerme el cabello antes de meterme en
la cama. Dormía más tranquila sin tener todos esos mechones
envolviéndome la cabeza cada vez que me movía.
Él estaba sentado en una especie de taburete, sosteniendo unas tijeras
y tirando de su cabello.
—¿Un cambio de look?
—Me molesta tener el pelo tan largo —confesó—. ¿Me ayudas?
—Yo…—me excusé.
No me atreví a cortarle el cabello a nadie, porque nunca lo hice. En
mi mundo, íbamos a peluquerías para no experimentar.
Pero en el suyo, daba igual lo hermosa que pudieran dejarte en un
centro de belleza, lo que importaba era tu personalidad y la forma en la que
ayudabas a los demás.
—Es dejarlo sobre los hombros —insistió—. ¿Por favor?
Acabé aceptando.
Recogí las tijeras y quedé detrás de él para cortar las puntas de su
cabello rubio. Iba dejando que el pelo cubriera el suelo, mientras que
Bloody no me quitaba el ojo de encima, observándome a través del espejo.
—No está quedando tan mal —confesé, riendo.
Éste pasó las manos por detrás de su cuerpo, y rodeó mis piernas para
que no me alejara.
—¿Has pensado en mí?
Su pregunta me puso nerviosa.
El corte ya no estaba quedando recto.
—Bloody…
—Es una pregunta sencilla, cielo.
Bajé la mano y la dejé descansar sobre su hombro desnudo.
No le mentí.
Me armé de valor y se lo dije:
—Sí.
Me liberó de sus brazos, se levantó del taburete y me arrinconó en el
baño. Respiré con dificultad al tener su boca cerca de la mía. Sus labios
brillaron cuando dejó pasear su lengua por el exterior de la boca.
Cerré inocentemente los ojos al sentir sus dedos tocando mi piel. Y,
de repente, me besó. No luché contra su boca. Más bien, colaboré a que
nuestros labios se unieran y siguieran besándose.
Jadeé al notar su mano tirando del pantalón de mi pijama.
—Yo también te he echado de menos.
Temblé.
Lo miré un instante, y seguimos besándonos.
«He caído» —pensé. «Tienes que detenerlo.»
Y lo conseguí.
Luché contra el deseo y escapé de Bloody.
Capítulo 9

No esperé que fuera capaz de abandonar el cuarto de baño para seguir mis
pasos. Una vez que me alcanzó, sus dedos rodearon mi muñeca y me obligó
a detenerme. No podía mirarlo a los ojos, pero tampoco era capaz de
olvidar que correspondí al beso con la misma pasión que empleó él a la
hora de unir nuestras bocas. Cerré los ojos y dejé que susurrara mi nombre
hasta que se cansara. Aunque ese era el problema de Bloody, que no
parecía cansarse de mí.
«No sigas» —supliqué, mentalmente.
Acomodó su pecho desnudo detrás de mi espalda y sentí como sus
manos apartaban mi cabello con delicadeza. Su barbilla descansó sobre la
coronilla de mi cabeza y cerré los ojos cuando sus dedos alcanzaron la tela
de mi camiseta. Se detuvo en el borde del escote, y no tardó en seguir
bajando por mis pechos.
—Bloody —gemí.
—¿Quieres que me detenga? —preguntó, depositando un cálido beso
en mi cuello—. Ambos sabemos que no, cielo.
Y tenía razón.
Al darse cuenta que no protesté, se tomó la libertad de quitarme la
camiseta y dejarme únicamente en sostén en medio del pasillo donde nos
habíamos detenido. Jugó con las tiras de la prenda interior, y mordisqueó el
lóbulo de la oreja para ponerme la piel de gallina.
—Te deseo, Alanna.
Cerré los ojos y dejé que su voz aterciopelada siguiera acariciando
mi piel mientras que sus manos seguían recorriendo mi cuerpo. Se quedó
enganchado en el botón del pantalón, y antes de liberarlo, tiró con fuerza
para adentrar su enorme mano en busca del calor que le podía dar las
bragas que llevaba puestas.
—Bloody —dije, deteniéndole por la muñeca. No me hizo caso. Su
dedo no tardó en pasear por mi vagina en busca del clítoris. Tragué saliva
y dejé que lo siguiera moviendo. Había perdido el poco control que me
quedaba con él. Yo también lo deseaba, el problema era la cobardía.
Prefería tocar el cuerpo desnudo de Bloody en mis sueños, antes que
hacerlo despierta—. No te detengas.
—No lo haré —gruñó.
Sacó la mano y giró bruscamente mi cuerpo para unir una vez más
nuestras lenguas. Nos besamos hasta sangrar. Su lengua, escurridiza e
inquieta como otras partes de su cuerpo, se coló entre mis labios para
hacerme temblar entre sus brazos. Alzó mi cuerpo y rodeé su cintura con
mis piernas. No tardé en enredarme en su cabello mientras que seguía
perdida en su boca.
—Fóllame.
—Toda la noche —finalizó él.
Podía sentir su duro miembro acercándose hasta mi sexo húmedo. Lo
único que le faltaba era desnudarme de cintura para abajo. Eché hacia
atrás la cabeza, pegándome contra el muro, y esperé a que sus manos
siguieran jugando con mi cuerpo. No quería que se detuviera. Por mi
cabeza ni siquiera pasó la idea de detenerlo y huir una vez más del hombre
que necesitaba que me hiciera suya.
Grité su nombre.
Había pasado una de sus manos por detrás de mi trasero para poder
sostenerme mientras que enterraba uno de mis pechos en el interior de su
boca. Mordisqueó el pezón sin compasión, y presionó un poco más sus
dientes al darse cuenta que mis gritos eran de placer.
—Eres mía.
—Sí —me dejé llevar—. Soy tuya.
Me dejó en el suelo para quitarme los pantalones. Intenté ayudarlo,
pero no me dejó. Destrozó la última prenda que cubría mi cuerpo, y cuando
quedé completamente desnuda ante esos enormes ojos azules que no
dejaban de mirarme, giró mi cuerpo para dejarme cara a la pared mientras
que me preparaba para recibir su miembro.
Sus manos abrieron mi trasero y me obligó a inclinarme un poco
hacia abajo para penetrarme. Sin protección, su miembro se adentró en mi
vagina para robarme más de un gemido. No detuvo sus movimientos de
cintura y, cuando lo hacía, era yo quien marcaba el ritmo para seguir
sintiéndolo duro y cálido dentro de mí.
—Mía —soltó, posesivamente—. Mía —jadeó—, y no de Raymond.
Llevé inmediatamente mis manos detrás de mi espalda y lo detuve.
—¿Qué…has…dicho?
Me había quedado sin aliento.
Al mirar por encima del hombro, me encontré la picarona sonrisa de
Bloody.
—Olvídate de Raymond.

Abrí los ojos y empecé a gritar al darme cuenta que había tenido un sueño
erótico donde Bloody era el protagonista. Me llevé las manos al corazón y
me dio la sensación que en cualquier momento se me saldría del pecho.
Quedé sentada sobre la cama mientras que intenté borrar de mi cabeza todas
las imágenes que se quedaron grabadas en mi mente. Cada vez que abría los
ojos, veía a Bloody desnudo acercándose mientras me susurraba que era
suya.
—¡No!
La puerta de la habitación se abrió y no esperé encontrarme a
Raymond acompañado de la persona que ocupaba parte del protagonismo
en los sueños que estaba teniendo últimamente. Bloody se coló en la
habitación. Sostenía su arma y miró todos los rincones antes de acercarse
hasta mí.
—¿Sucede algo?
Tragué saliva.
—No.
No quería mirarlo a los ojos.
Las mejillas me ardían.
—Y, ¿por qué gritabas? —preguntó, confuso.
Busqué el apoyo de Ray. Al darse cuenta que lo estaba buscando con
la mirada, se acercó hasta mí y se sentó a mi lado para abrazarme. Hundí mi
rostro en la curva de su cuello y respiré el suave y cítrico perfume que había
rociado en su piel.
—¿Alanna? —insistió Bloody, a regañadientes.
Le respondí porque necesitaba perderlo de vista.
—He tenido una pesadilla —confesé, con la voz entrecortada.
Alcé un poco el rostro y volví a esconderlo al cruzarme con su
mirada.
—¿Segura?
«¡Cállate!» —pensé.
—Sí.
Detuvo el interrogatorio de preguntas y bajó el arma. Raymond me
preguntó si quería que me quedara, y asentí con la cabeza. Aferré mis dedos
en el pijama de él y cerré los ojos para quedarme dormida y olvidar todo lo
que había pasado.
—Vete a dormir, Bloody —Ray le invitó a salir fuera de la habitación
educadamente—. Me quedaré con ella hasta que se tranquilice.
Bloody no dijo nada y salió dando un portazo.
Ray y yo nos tumbamos en la cama, aprovechando que Jazlyn ni
siquiera se había presentado a dormir. Posé mi cabeza sobre su pecho y
agradecí que no me hiciera preguntas.
Pero había algo que me estaba torturando.
—Tengo que decirte algo.
—Tú dirás —sonó tranquilo.
Él no merecía tenerme a su lado cuando a sus espaldas correspondía a
los besos de Bloody.
—Besé a Bloody.
Silencio.
—Di algo Ray.
—Sé que él está enamorado de ti.
Reí.
Éste me miró y afirmó con la cabeza.
—¡No! Ya sabes cómo es Bloody.
—¿Cómo es Bloody, Alanna?
Balbuceé estupideces.
—Un imbécil.
—Un imbécil que daría la vida por ti.
Me quedé helada.
Ray siguió hablando por mí.
—Está bien —dijo, mientras que ayudaba a acomodarme de nuevo
sobre él—. Un beso no puede romper lo nuestro.
—Pero…
—No le des más vueltas —besó mi frente.
No tardó en quedarse dormido. Estaba cansado. Se puso a roncar y lo
único que hice yo fue alzar mi cuerpo, clavar el codo en la almohada y
observar el rostro de felicidad con el que dormía mientras me preguntaba
por qué no se había enfadado conmigo ante la confesión del beso.
Para olvidar mi desliz, cogí mi teléfono móvil y volví a leer la sopa de
letras que me habían enviado.
Hasta que conseguí resolverlo.

NO CONFÍES EN ELLOS, ALANNA.

«¿Papá?»
De repente Ray empezó a hablar en sueños.
—¿Rei? —parecía nervioso—. Ten cuidado, Reinha.
—Ray —susurré.
Su cuerpo se agitó y empezó a sudar.
—Tienes que detener a Gabriel, Diablo —apretó la mandíbula, lleno
de ira—. ¡No dejes que toque a Reinha!
Ni siquiera se despertó. Se acurrucó sobre la almohada mientras que
sus dedos intentaban rasgar la tela. Parecía sufrir más de la cuenta por una
mujer que desconocía. No me habló de ella cuando me contó la pesadilla
que vivió en México cuando tuvo que salir huyendo junto a T.J.
Su sufrimiento terminó y me acomodé delante de él para limpiar las
perlas de sudor que nacieron en su frente. Sonrió inconscientemente y creí
que se había dado cuenta que yo estaba ahí para cuidarlo.
Pero me equivoqué.
—Reinha —susurró, por última vez.

Me quedé cruzada de brazos en el pasillo esperando a encontrarme con una


persona. Cuando éste pasó de largo delante de mí, seguí sus pasos hasta que
se dio cuenta. Arregló su cazadora y miró por encima del hombro antes de
salir al exterior.
—¿Quieres algo?
Saqué mi teléfono móvil y le mostré el mensaje oculto que me habían
enviado.
—¿Tú qué crees?
T.J lo miró.
—Veo una sopa de letras.
—Con un mensaje oculto.
Se estaba haciendo el tonto y no estaba dispuesto a hablar.
—Es lo habitual, ¿no?
Enarqué una ceja.
—¡Basta! Deja de fingir delante de mí —lo encaré—. Sé que
trabajabas para mi padre mientras que fingías ser el traidor del grupo.
¿Sigues en contacto con él?
—No.
—No te creo.
—No lo hagas —me reto—. Pero déjame recordarte que no soy el
único que estuvo en México. Tú querido novio también podría estar en
contacto con tu padre —tocó la punta de mi nariz y se burló de mí—. O,
quizás, está muy ocupado con Reinha.
—¿Reinha?
Era el nombre que susurraba.
—Sí, Reinha Arellano. Su nuevo amorcito.
Me quedé sin palabras.
—¿Celosa?
¿Realmente?
No.
Y, eso, era un problema.
Capítulo 10

—¡Princesa! —escuché la voz de Jazlyn, intentando alcanzarme. Cuando lo


consiguió, su brazo envolvió el mío. Ella era más bajita que yo, pero nada la
detuvo para seguir mis pasos—. ¿Y bien?
Alcé una ceja confusa. Seguí tirando de ella y terminamos recorriendo
unos cuantos pasillos antes de detenernos en el comedor. No había nadie,
así que me senté delante de ella y siguió hablando mientras que devoraba un
trozo de pan duro.
—¿Has elegido a quién quieres en tu vida? —preguntó, con la boca
llena.
Tapé mis labios para ocultar la sonrisa traicionera que cruzó mi
rostro. Podía ver como escupía las miguitas de pan y las recogía de la mesa
con la manga de su jersey.
—Raymond.
—¿Segura?
Y, ¿por qué no iba a estar segura?
«Porque nunca tengo claro lo que quiero» —pensé.
—Te lo dije, Alanna —se limpió los labios—. Si juegas a dos bandos,
ellos tienen que ser conscientes de su participación y si quieren colaborar o
no. Si deseas a uno, deja al otro libre.
Bromeé con ella:
—¿Es que te gusta uno de ellos dos?
Jazlyn rio.
Le dio un trago a la botella de agua que estaba marcada con el
nombre de Reno, y me respondió.
—Te confesaré algo —aguantó su risa, mientras que juagaba con el
tapón de la botella—. El calvo, el que sigue a Reno, me excita.
Ambas soltamos una carcajada.
—Es agradable.
—Y tiene la cabeza suave y brillante —siguió Jazlyn.
—Estás completamente loca.
Me dio la razón con la cabeza.
—Y tú deberías controlar tus sentimientos —se levantó de la silla,
arrastrándola hasta pegarla en la pared—. ¿Qué harás cuando Bloody salga
de caza?
Se refería a buscar a otras mujeres.
—Dejarle ir.
Ella corrió hasta mí y me obligó a mirarla.
—¿Segura?
Bloody estaba en el derecho de conocer a otras mujeres mientras que
yo seguía conociendo a Raymond en la relación que habíamos iniciado.
Incluso sabiendo que, en su vida, recientemente, hubo alguien más.
Agradecí que un alboroto causado en una de las salas del módulo
donde nos mudamos, cortara mi conversación con Jazlyn. Nos apresuramos
para saber qué estaba pasando, y nos detuvimos al darnos cuenta que dos
hombres se golpeaban mientras que los demás los animaban.
Bekhu aferró los dedos en el cabello de uno de los hombres de Reno,
y lo golpeó hasta romperle la nariz con el puño. Cuando el otro intentó
defenderse, cayó al suelo cansado. En un cerrar de ojos, uno de sus
compañeros lo reemplazó y golpeó la espalda de Bekhu con una silla.
—¡Vamos! —gritaban.
Jazlyn dio media vuelta.
—¿Adónde vas?
—Son hombres. Seguirán haciendo el imbécil hasta que las paredes
queden cubiertas con su propia sangre —se alejó de mí—. Estaré fumando
fuera. ¡Y no olvides de hacer caso a tus sentimientos!
Zarandeé la cabeza.
Tenía que detenerlos antes de que decidieran participar todos. Aparté
a los hombres que los rodeaban y tiré de la camiseta de Bekhu para llamar
su atención. Al darme cuenta que éste esquivo un puñetazo e iba
directamente para mí, me agaché. Tuve tanta mala suerte, que me golpeé el
trasero y gemí de dolor.
—¡Basta! —grité.
Al menos funcionó.
Dejaron de golpearse para escucharme.
Me subí sobre la mesa y les apunté con el dedo a todos ellos. Bloody,
Reno y Raymond no estaban presentes para detenerlos. Así que lo hice yo.
—¿Qué está pasando? ¿Tenéis cinco años?
—Se estaban divirtiendo, niña —fue la respuesta de Dorel.
Y no tardó en presenciarse la voz de uno de los líderes de las dos
bandas que habían optado matar el aburrimiento a cambio de duros golpes.
—¿Cómo puedes ser la voz de Vikram si no eres capaz de soportar
una batallita?
Bajé de la mesa.
—¿Una batallita? —pregunté, y señalé a uno de sus hombres que
estaba inconsciente en el suelo—. ¿Le llamas batallita a esto?
—Lo llamo diversión, bastarda.
La risa de Bloody me puso el vello de gallina. Se acercó hasta
nosotros y quedó delante de mí para plantarle cara a Reno. Lo desafió una
vez más y el otro tampoco se quedó callado.
—Repítelo.
—Bastarda.
Me miró por encima del hombro.
—¿Lo has escuchado, cielo?
—Déjalo, Bloody.
Él negó con la cabeza.
—Dilo otra vez.
Reno aceptó:
—Bastar…
Y no terminó el apodo con el que me marcó. Bloody lo golpeó con
tanta fuerza, que cuando Reno volvió a alzar la cabeza, recibió otro
puñetazo. Antes de que siguieran la pelea que detuve de Bekhu y del otro
hombre, me puse delante de Bloody.
—No caigas en su trampa.
Reno rio.
—Eres una cobarde —me provocó—. Ni siquiera apretarías el gatillo
de una pistola. No puedes darnos órdenes, si no eres como nosotros,
bastarda.
Empecé a cabrearme yo también.
—¿Qué quieres, Reno?
Éste sacó su arma y me la tendió. Tuve que sujetarla porque me
obligó, y alzó mi brazo para arrimar el cañón cerca de su frente.
—Quiero que dispares.
Me negué.
—No.
—Lo ves. Cobarde.
Podía escuchar a Bloody maldiciendo en voz baja.
—Seré una cobarde —le tendí el arma—, pero deja de llamarme
bastarda.
Y no lo hizo.
Siguió.
—Bastarda. Bastarda. ¡Bastarda! —gritó con tanta fuerza, que me
planté delante de sus narices—. ¿Furiosa?
Lo estaba.
Pero no se lo diría.
—Veo que no aprecias tu vida —levanté el arma, con más fuerza.
Quería asustarlo—. ¿Le has puesto fecha de caducidad a tu vida nada más
levantarte?
Bloody se acercó, pegando su pecho en mi espalda.
—Si lo matas prometo enterrar el cadáver.
No quería matarlo.
Quería que me respetara.
—No dispararás —sonrió Reno—. Eres una bastarda. Los bastardos
heredaran el miedo de las ratas callejeras. Eres igual que Gael.
El pulso me tembló.
Pero de ira.
—Cállate —advertí, una vez más.
—Te escondes detrás de Bloody, porque es el único que te hará el
trabajo sucio.
No.
Nunca mandaría a Bloody a que matara a alguien por mí. Estaba muy
equivocado. No seguiría los pasos de mi padre, ni siquiera acabaría
enloqueciendo como mi madre.
—¿Me has escuchado bastarda? —desconecté un instante, y la voz de
Reno siguió retumbado en mi cabeza—. ¡Demuestra tu valor! Gánate la
confianza de los demás. ¡Mátame!
—¡No! —grité, cuando Bloody posó su mano sobre la mía y buscó el
gatillo para disparar.
Tuve que girar la cabeza hasta otra dirección que no fuera el rostro de
Reno. Sentía como el dedo índice de él empujaba el mío para que las balas
salieran del arma que no nos correspondía.
—Mierda —se apartó Bloody—. Ni siquiera tiene balas.
Abrí los ojos y miré con temor a Reno; seguía con vida, pero con el
rostro descompuesto. Bloody bostezó aburrido, se acercó a los chicos y le
pidió que se alejaran de los demás. Cuando terminó de dar órdenes, se
acercó hasta mí y miró a Reno.
—La próxima vez que nos pidas que te matemos —se burló de él—,
intenta que haya al menos una sola bala. ¡Capullo!
Respiré tranquila al saber que ese idiota seguía con vida.
Y él, para la próxima vez, se lo pensaría un par de veces antes de
invitarnos a que acabáramos con él delante de las personas que deberían
verlo luchar ante las ordenes de Vikram.
Capítulo 11

Empecé a tener hambre. Abandoné la habitación y cerré la puerta con


cuidado para no despertar a Jazlyn. Paseé por el pasillo hasta detenerme en
la cocina. Me abalancé sobre el frigorífico y empujé con fuerza la puerta
para rebuscar en el interior.
Había carne cruda, hamburguesas mordisqueadas, fruta podrida,
cervezas y una enorme tableta de chocolate belga. Terminé cogiendo la
primera opción y la última -porque era lo único que toleraría mi estómago-.
Nunca había cocinado, así que hice lo más simple; le di forma
redondeada a la carne picada que había y la freí con la primera sartén que
encontré en la despensa mientras que devoraba un trozo de chocolate negro.
Me relamí los dedos y se me abrió el estómago al oler la carne recién hecha.
Le di la vuelta y esperé unos cinco minutos antes de apartar mi cena de
madrugada del fuego.
Rasqué la sartén porque se me había pegado un poco y dejé la
hamburguesa que había conseguido recrear en un plato oscuro. Me
acomodé en la silla y le hinqué el diente.
—¿Está bueno? —preguntaron, en el umbral de la puerta.
No esperaba encontrarme con nadie a las tres de la madrugada. Aun
así, le respondí. Tragué el trozo de carne y le mostré una sonrisa de lo
satisfecha que estaba con mi propio trabajo. Eso significaba que cuando
viviera sola, sobreviviría sin que nadie me ayudara a cocinar.
Bloody se sentó a mi lado y acomodó su rostro en la palma de su
mano mientras que me observaba. Olía bien, estaba recién bañado y con el
cabello bien peinado hacia atrás. Terminé de cenar y le ofrecí un trozo del
chocolate que me dejé para el postre. Éste negó con la cabeza.
—¿Te vas a quedar toda la noche observándome? —bromeé con su
silencio—. ¿Bloody?
—Había pensado en salir. Necesito libertad —confesó—. Después de
seis meses en prisión, necesito mover las piernas y respirar aire puro que no
esté contaminado por el sudor y la sangre que derraman otros presos.
Bajé la cabeza, sintiéndome avergonzada.
—Podrías haberlo resumido en que te mueres por salir a beberte una
cerveza bien fría.
Éste rio.
—También.
—¿Por qué vas tan guapo? —no sé por qué se lo pregunté, pero no
me arrepentí. Se veía atractivo con el jersey grisáceo que escogió juntos
unos vaqueros negros.
Por un momento dudó en decirme la verdad, pero terminó
accediendo. Su sonrisa disminuyó y me dio la sensación que entre nosotros
dos empezaban a no haber secretos.
—Tengo mis necesidades, Alanna.
—¿Necesidades?
Lo entendí cuando se relamió los labios. No sólo iba a beber, quería
encontrar a alguien para pasar la noche mientras que se fundía en el cuerpo
de una mujer hermosa que estaba dispuesta a entregarse a él sin conocerlo.
Intenté devolverle la sonrisa forzada, pero no me salió. Me levanté del
asiento que ocupé y le di la espalda para recoger el desastre que monté en la
cocina cuando me hice la cena. Bloody hizo lo mismo que yo, salvo que él
se quedó detrás de mí para observar cómo mis manos movían el plato bajo
el grifo.
—¿Te molesta?
—¿Qué salgas?
—No me respondas con otra pregunta —soltó Bloody.
—Y, ¿cuál es la pregunta exactamente? —reí, nerviosa—. ¿Si me
molesta que te vayas para beber solo o vayas a buscar a alguien para follar?
Cerré el grifo.
Y hubo un silencio entre nosotros dos.
—Si hubiera alguien que me retuviera aquí…
Le interrumpí.
—No sigas.
—Alanna…
Giré sobre mis pies y le planté cara.
—Ya no me divierte este juego —le confesé—. Puedes hacer lo que
quieras con tu vida, pero no vuelvas a besarme. Sigo con Ray y quiero
aprender a tener una relación sin tener que hacer daño a nadie.
—A mí me haces daño.
Reí nerviosa.
—¡Vamos, Bloody!
—No te das cuenta, cielo, pero también estás jugando conmigo —
intentó tocar mi rostro y terminé alejándome—. Está bien —se cansó—.
Prometo no hacer ruido.
Y salió de la cocina más furioso que yo.
Cuando escuché que la puerta principal se cerró, solté un grito para
deshacerme del nudo que se me creó en el estómago al descubrir que
Bloody salía con la intención de ligar y volver acompañado.
Jazlyn tenía razón.
No estaba controlando mis sentimientos.
Capítulo 12
BLOODY

Detuve el coche delante de un bar de carretera, fue el primero que encontré


después de conducir 49 kilómetros. Tardé en salir de mi viejo Jeep. No
estaba seguro si quería estar ahí o volver con los demás y fingir que todo
estaba bien antes de irnos a México. Así que me fumé un cigarro y esperé a
que alguien más se colara en el interior del local.
Varios hombres, la mayoría moteros, se detenían y no tardaban en
empujar las puertas del bar para pedir unas cuantas cervezas antes de seguir
con su viaje. Yo, a diferencia de ellos, no encontré un buen motivo. Salvo lo
que tenía entre las piernas. Agaché la cabeza y observé a mi polla que
estaba últimamente tímida y no se alegraba si no veía el cuerpo de Alanna
paseando a mi alrededor.
—¿Quieres echar un polvo? —le pregunté, como si en algún
momento me fuera a responder. Esperé un rato. Cerré los ojos y pensé en
todas las mujeres que me llevé a la cama antes de conocer a esa maldita cría
—. ¡Santa mierda!
Alguien se dio cuenta de mi presencia. Una mujer, de cuerpo pequeño
y cabello largo, se acercó hasta mi ventanilla para golpearla con sus dedos.
—¿Sucede algo? —preguntó, cuando bajé la ventanilla para
escucharla.
—No. Pensé que me había quedado sin gasolina.
Ella sonrió.
Asomó su cabeza en el interior de mi vehículo y lo verificó.
—Está lleno —me guiñó un ojo—. Será mejor que entres dentro.
Aquí hacer frío y ni siquiera tienes la calefacción encendida.
Le di la razón con la cabeza y esperé a que se alejara. Observé su
figura alejarse. Movía lentamente sus caderas mientras que su cabello,
negro como la noche, danzaba sobre su espalda a la vez que los tirantes de
su delantal rozaban su trasero. De espaldas, se parecía a Alanna. Era más
bajita, pero su pelo me recordaba a ella.
Sentí una presión en los pantalones.
—¡Por fin! —reí—. Ahora sí que vamos a tener una conversación tú y
yo —dije, acomodándome la polla—. ¿Ella? ¿Estás seguro?
Abandoné el coche y no tardé en seguir a la camarera que ya había
desaparecido en el interior del bar. La busqué desesperadamente y, cuando
la localicé, no tardé en ocupar el taburete más cercano. Una vez que quedé
en la barra, esperé a que me atendiera. Y lo hizo con una bonita sonrisa.
Sus ojos negros y de grandes pestañas, pestañearon al verme cruzado
de brazos delante de ella. Tenía el rostro cubierto de pecas y arrugaba la
nariz cada vez que hablaba de una forma muy tierna y divertida.
—Veo que te has decidido a refugiarte del frío —sacó una jarra y me
la mostró—. ¿Cerveza?
—Por favor —me volví educado—. ¿Cómo se llama mi camarera?
Me sirvió mi bebida junto al posavasos donde aparecía el logo del bar
de carretera.
—Perla.
—Bonito nombre —le di un trago a la cerveza y me relamí la espuma
que se me quedó en el labio—. No todo el mundo podría llamarse Perla.
—¿Por qué? —preguntó, divertida.
—Porque tienen que brillar como tú.
Acomodó los brazos en la barra y se inclinó hacia delante, quedando
cerca de mí y de las estupideces que podía soltar si quería llevármela a la
base militar para pasar la noche a su lado.
—¿Funciona?
—¿El qué? —respondí, con otra pregunta.
—Tus frases para ligar.
En realidad, no era lo mío.
Así que no le mentí.
—Suelo ser más directo.
Una de sus compañeras se acercó a ella y le susurró algo en el oído.
Perla asintió con la cabeza y se liberó del delantal que le obligaba a seguir
estando detrás de la barra mientras que servía copas a topos como yo.
Me dio la espalda para pintarse los labios delante de un espejo que
tenían junto al bote de propinas, y cuando terminó de arreglarse, volvió a
buscar mi atención.
—¿Cómo de directo?
—No quiero asustarte —la desafié. —Pero, déjame decirte, hermosa
Perla, que a veces son las mujeres que suelen ser más directas que yo.
—¿Te invitan a follar en su propio paraíso?
Me dejó sorprendido.
Perla no parecía ese tipo de mujer que soltaba una grosería envuelta
con palabras bonitas. Cada vez me gustaba más. Podía sentirlo en mis
pantalones. Me bebí de un sorbo la cerveza y le respondí.
—Sí —y no le mentí.
—Bien —rodeó la barra y esperé a que llegara hasta mí. Acarició mis
mejillas, que estaban suaves porque me había afeitado esa misma noche, y
se acercó con su pequeña boca hasta mi oreja—. Me gustaría saber cómo
folla un hombre después de salir de prisión.
Inmediatamente sonreí.
—¿Es lo que te ha dicho tu compañera?
—Todo el mundo lo sabe —susurró—. Eres tan guapo, que no
dejaban de hablar de ti mientras que mostraban tu fotografía. Pero, viéndote
ahora, eres más guapo en persona que en televisión.
—Así que soy famoso —me mordí la punta de la lengua—. ¿Querrás
un autógrafo?
Perla me ayudó a levantarme del taburete y rodeó sus hombros con mi
brazo. Tuve que inclinarme un poco hacia ella porque mediría más o menos
un metro cincuenta y dos.
Entrelazó nuestros dedos y refugió sus mejillas sobre mi costado para
que el frío no irritara su piel. Acaricié su cabello negro y la invité a que
entrara en mi coche.
—¿Dónde podré dejar mi nombre?
Se puso el cinturón de seguridad y rebuscó en la guantera del coche
un bolígrafo para poder marcar su piel. Cuando encontró mi arma, soltó un
silbido y me miró.
«Mierda» —pensé. «Me he quedado sin follar.»
Pero sucedió lo contrario.
—Qué chico más malo —rio.
Le tendí un rotulador que solía llevar debajo del asiento, y esperé a
que ésta me indicara el lugar donde quería escrito mi nombre. Perla
presionó sus pechos con las manos, y dejó que esa carne que me volvía
loco, sobresaliera de su camiseta.
—Tatúame en las tetas tu nombre.
—¿Segura? —la reté, acercándome hasta su boca—. Como sea
permanente, tu novio se enfadará contigo.
Sí, me di cuenta que se había desecho de su anillo de compromiso
cuando se dio la vuelta para arreglarse. Perla rio y me plantó un beso.
—Mi chico es muy liberal.
—¿Liberal?
—¿Quieres que lo llame?
—¡Oh! —entendí su liberalismo—. Mejor no. Si hago un trío prefiero
que se apunte tu compañera.
Me retó con la mirada y se deshizo del tapón del rotulador con los
dientes. Y, antes de irnos a la base militar, marqué su piel con mi nombre.

Tenía a Perla desnuda sobre mi cama mientras que tocaba su sexo a la vez
que me observaba quitándome la ropa. Me acerqué hasta ella con cuidado y,
cuando intenté besar sus piernas, me detuve.
«Nada de romanticismo.»
—Gírate —le pedí.
—¿Por qué?
—Porque voy a follarte.
No protestó y dejó su cuerpo boca abajo. Antes de que quedara
tendida, la alcé por las caderas para acomodarla como una perra. Enredé mi
mano en su cabello y con la otra terminé por hundirla en su vagina. Al
comprobar que estaba lo suficientemente húmeda para mí, acerqué mi
miembro cubierto con un preservativo hasta su pequeña y estrecha entrada.
Cuando enterré mi polla en su vagina, gemí de placer al sentirla tan
estrecha y limitada. Soltó un grito de dolor y esperé a que se fuera
adaptando al grosor antes de seguir moviéndome en su interior.
Al no ver su rostro, mi imaginación voló.
Ya no la veía tan pequeña, pero su cabello seguía siendo negro y con
cortas ondas en las puntas. Sus gemidos sonaban como los de Alanna,
mientras que su mano, la que se estaba acercando para pedirme que bajara
el ritmo, tenía el mismo esmalte de uñas que solía utilizar la cría que me
estaba volviendo loco.
—Joder —gruñí, y seguí follándome a Perla.
Cerré los ojos.
—No te detengas, Bloody —suplicó.
Arañó mis muslos y seguí golpeando su coño con más fuerza. Tenía
que sostenerla porque ella no era capaz de mantenerse de rodillas y con las
manos a la almohada. Su rostro, ante las embestidas, estuvo a punto de
traspasar la pared.
—Alanna —gemí.
Alcé el rostro y empecé a sentir placer.
—¿Qué? —preguntó, confusa entre gemidos.
De nuevo giré su rostro para que no me mirara.
—Te estoy follando —le aclaré, por si no se había dado cuenta.
Perla alzó su cuerpo y pegó su espalda contra mi pecho. Buscó mis
labios y no fui capaz de besarla. Seguí moviéndome, penetrándola mientras
que rodeaba su cintura con mi brazo para que no cayera al suelo. Sentí sus
pequeñas manos en mi brazo y su cabello acariciando mi mejilla.
Cerré los ojos.
—Me gustaría que me besaras antes de estar desnuda ante ti —
confesó, llevándose las manos detrás de la espalda para jugar con el
broche del sujetador.
—¿Quieres que te bese?
Ella asintió con la cabeza y se mordisqueó el labio para provocarme.
—Bésame —suplicó—. Quiero que me beses, Bloody.
Arropé su rostro con mis manos y planté un beso en su frente. Ella
protestó. Así que bajé hasta dejar otro en la punta de su fina nariz. Sacudió
la cabeza y alzó su rostro para estar más cerca de mi boca.
—Si te beso, cielo, después me volverás loco y me lo echarás en cara.
—¡Imbécil! —golpeó el suelo con su pie desnudo—. Bésame.
—Ante esa orden no me puedo resistir.
Seguí acercándome, acaricié sus sonrojadas mejillas ante la ira que
sintió y la besé. Me devolvió el beso con fuerza y enredó sus manos en mi
cabello. La retuve a mi lado.
—Di mi nombre.
Detestaba que le llamara cielo.
—Alanna —seguí complaciéndola.
—Otra vez —dijo ella.
Antes de gritarlo, la besé de nuevo.
—¡Alanna! —y, de repente, sentí que caía al suelo.
Al abrir los ojos, me di cuenta que Perla me había escuchado. Se
enfadó conmigo y me tiró de la cama mientras que ella salía para buscar las
prendas de ropa que tiró en el suelo.
—Hijo de puta —soltó.
—¿Qué te sucede? —le pregunté, llevándome una mano a la espalda
ante el golpe que recibí. —Ni siquiera me he corrido.
—¡Qué te jodan! —gritó.
No quería que despertara a nadie.
—¿Puedes bajar la voz?
—¿Por qué? —estaba tan furiosa, que era imposible calmarla—. ¿Me
llamarás Alanna de nuevo?
Me levanté del suelo y me cubrí con mis boxers. Perla me abofeteó y
salió de la habitación sin dejarme darle una explicación. Cometí un error.
Bueno…, más bien dos. Pero intenté satisfacerla, que era lo más importante.
Seguís sus acelerados pasos y me quedé muerto cuando nos cruzamos
con Alanna.
—¿Sucede algo? —preguntó, confusa.
Ni siquiera se había ido a dormir. Seguía despierta y paseando por los
pasillos.
—¿Quién eres? —fue la respuesta de Perla.
Confusa, y sin saber que hacer, respondió con la verdad.
—Alanna.
La camarera gritó con tanta fuerza, que pensé que los tímpanos se me
reventarían. Le plantó cara a Alanna y me señaló con su dedo índice.
—Es todo tuyo.
—¿Perdona? —Alanna se acercó hasta ella.
—Ya me has escuchado. Te está esperando.
Pasó por su lado y abandonó la base militar.
—¿Bloody?
—¿Sí?
—¿Qué ha pasado?
Me hice el tonto y me encogí de hombros.
—No lo sé.
—¿Le has hecho daño? —se cruzó de brazos.
—No…
Me cortó.
—Sé que físicamente no. Pero algo le has hecho para que saliera
furiosa.
—¿Quieres la verdad o mejor te suelto una mentira?
Alanna entrecerró los ojos.
—¿Qué me hará feliz?
«Saber que pensaba en ti» —pensé.
Pero opté por la mentira:
—No se me ha levantado la polla.
Ella suspiró.
—¿Quieres un café?
—¿Quieres pasar un rato conmigo?
Asintió con la cabeza y le seguí.
Capítulo 13
ALANNA

Sabía que me estaba mintiendo, pero no era la persona indicada para


reclamarle. Me acerqué hasta él que se encontraba sentado en el sofá del
comedor, y no tardé en acomodarme a su lado. Le tendí la taza de café que
preparé y esperé a que me diera el visto bueno con el dulzor.
Se relamió los labios. Me golpeó el hombro con el suyo y soltó una de
sus bromas antes de bebérselo y dejar la taza vacía. En aquel instante tuve
la necesidad de hablar con él.
—La otra noche, cuando tuve la pesadilla, Ray susurró en sueños el
nombre de una mujer.
Bloody agrandó los ojos y escuchó con atención.
—Tu hermano me ha dicho que Reinha es la hermana de Diablo. La
conoció en México y creo que la echa de menos —suspiré—. Estaba
preocupado por ella. Sufría por lo que le podía pasar si un tal Gabriel se
acercaba a la chica.
—¿Crees que han tenido una relación?
—No lo sé —me encogí de hombros—. Ni siquiera se lo he
preguntado. No me veo capaz.
—¿Por qué? ¿Tienes miedo a que te diga que no te quiere?
Algo peor.
Que me dijera que sería capaz de dejar a la chica que le correspondió
para estar a mi lado cuando seguía con mis sentimientos confusos. Y
Bloody se dio cuenta. Apartó la taza de café que sostenía y me obligó a
mirarlo.
—¿Estás enamorada de Raymond?
Tragué saliva.
—No lo sé.
Me sentí salvada cuando el teléfono móvil sonó. Lo saqué del bolsillo
de los pantalones y desbloqueé la pantalla. Era un número desconocido.

Shana está en Carson.


Ten cuidado, Alanna.
06:14 AM ✓✓

El iPhone acabó en el suelo. La asesina de Evie estaba muy cerca y ni


siquiera podía vengarme por ella. Bloody bajó el brazo y cogió mi móvil
para leer el mensaje. Se quedó inmóvil y, cuando reaccionó, empezó a
maldecir a Shana.
—¿Quién es? ¿Cómo lo sabe?
—Es mi padre.
—¿Estás hablando con tu padre, Alanna?
Negué con la cabeza.
—Es él que me envía mensajes ocultos o, simplemente, este que
acabas de leer ahora mismo para advertirme de Shana —le dije la verdad—.
Me quiere muerta, ¿verdad?
Bloody se puso tenso.
—Antes tendrá que pasar por encima de mi cadáver.
Bajé la cabeza recordando las palabras de Ronald.
—¿Qué sucede, cielo?
—Ronald me hizo prometerle que Shana seguiría con vida.
—Quizás tú —estaba furioso, incluso más que yo—, pero yo no he
hecho esa promesa.
Cogí su mano y le obligué a que me mirara.
—¿Bloody?
—No.
—Mírame —se tranquilizó—. Si Shana muere, uno de nosotros
morirá. —Se quedó pálido—. Me lo dijo. Y él no es como mi padre. Tienes
que prometerme que nos olvidaremos de Shana, por favor. No quiero perder
a nadie más.
—Hijo de puta —gruñó.
—Por favor.
Llevó su mano detrás de mi cuello y posó sus labios en mi frente.
—Te lo prometo.
Cerré los ojos y disfruté de la calidez de sus labios sobre mi piel,
antes de que cada uno volviera a su habitación.
Capítulo 14

Envidié la energía con la que se levantaba Jazlyn. Lo primero que hizo


después de levantarse de la cama, fue pasearse por el pasillo en ropa interior
mientras que se burlaba de los hombres que se giraban para soltarle un
piropo. Movió su colorida melena y cerró la puerta del baño. Yo me quedé
sentada en un taburete, esperando a que fuera mi turno. Mientras tanto,
estuve hablando con Jazlyn.
—Espero ser la elegida en el viaje —soltó, mientras que tarareaba una
canción de AC/DC—. Nunca he salido de California. Creo que me lo
merezco.
—¿Cómo conociste a los chicos?
Me dio curiosidad.
Asomó la cabeza y se escurrió el cabello antes de responder.
—Por Dorel —respondió, y volvió a retomar la ducha—. Me pillo
robando en una cafetería. Y, en vez de entregarme al policía que me estaba
siguiendo, abrió la puerta de su coche y salimos huyendo. Me recuerda a mi
padre. Salvo que éste lleva años limpio y el mío murió por una sobredosis.
—Lo siento.
—No te preocupes —rio—. Lo veía una vez cada cinco años. Pero
que te puedo decir a ti. Tú también tienes problemas con los tuyos, ¿cierto?
—Mi padre mandó a secuestrarme y mi madre a matarme —pero eso
ya lo sabía—. Supongo que nadie tiene la familia perfecta. Nosotros,
aunque solíamos fingirlo, acabó mal. Gael en México y Moira interpretando
un papel a un pueblo que no se merece sus mentiras.
Jazlyn salió de la ducha y dio paso al siguiente. Mientras que ella
secaba su cabello con una toalla más corta, me desvestí para darme un buen
baño antes de reunirme con los demás en la cocina.
—Los pijos sois retorcidos.
Me lo tomé como una broma y dejé que el agua humedeciera mi piel
mientras que escuchaba de fondo “Black Ice” interpretado por mi
compañera de habitación.
Salimos del cuarto de baño y Reno pasó por delante de nosotras
mientras que apartaba bruscamente la cabeza para no cruzar la mirada con
la nuestra. No le dimos importancia y seguimos caminando hasta la cocina.
Todos charlaban mientras que devoraban las hamburguesas del restaurante
de comida rápida más cercano que había en la base militar. Me senté junto a
Kipper y le arrebaté la bolsa de patatas fritas que no había tocado.
No tardaron en circular por la mesa enormes vasos llenos de café
negro. Seguimos escuchando las anécdotas de Bekhu hasta que Bloody
llamó nuestra atención.
—¡Ey! —llamó nuestra atención—. Reno de Santa Claus y sus
hombres nos están esperando fuera para un nuevo discursito. Soy el primero
que se quedaría durmiendo, pero lo mejor será escuchar lo que tiene que
decir ese imbécil.
Todos nos levantamos de nuestros asientos y seguimos a Bloody hasta
la parte trasera del módulo que ocupamos. Tenía razón; Reno y sus hombres
nos esperaban cruzados de brazos y con el ceño fruncido. Parecían molestos
con nosotros. Como si de alguna forma, hubiéramos llegado tarde por no
recibir una invitación por su parte.
—Ya era hora —dijo Reno, acercándose hasta Bloody.
El otro no se quedó atrás.
—No seas rencoroso —le dio un ligero empujón, pero a Reno no le
hizo gracia—, fuiste tú quien nos dio un arma sin balas para volarte la
cabeza. No tenemos la culpa que sigas vivo y con la polla entre las piernas
cada vez que me ves aparecer.
No era el momento de reír, así que todos aguardamos silencio.
—He hablado con Vikram —anunció, dándole la espalda a Bloody—.
Será un viaje corto, con un número mínimo de pasajeros y con un
porcentaje bajo de conseguir volver con vida.
Bloody, discretamente, se acercó hasta mí. Ocultó sus labios con la
mano para susurrarme algo:
—Si lo sé me quedo en prisión —aguantó las ganas de reír—. A las
doce de la noche nos ponían películas porno para dormir mejor. Y, ahora,
este capullo nos está diciendo que vamos a morir. ¿Tú qué harías?
Entrecerré los ojos.
—Puedes masturbarte por el camino si eso te hace feliz —me burlé de
él.
Pero burlarse de él era imposible. Bloody ganaba energía y soltaba
otra frase más ridícula que la anterior.
—O nos podemos masturbar mutuamente…
Reno le cortó.
—Veo que no te interesan las ordenes de Vikram.
—¿Quieres la verdad? —preguntó, y Reno no tardó en soltar un “sí”
—. Me importan una mierda las ordenes de Vikram.
Todos se sorprendieron, pero los que conocíamos a Bloody, sabíamos
que era algo normal en él. Después de tantos años confiando en mi padre y
accediendo a todo lo que le pedía, se cansó.
Bloody siguió hablando:
—Pero no te preocupes —se alejó, para acercarse a Reno—, eres la
mano derecha de Vikram. El tío que limpiará la lefa del mafioso cada vez
que se corra. Nosotros —señaló a los demás—, estaremos al tanto de las
instrucciones. Seremos buenos, ¿verdad, chicos?
—¡Sí! —gritaron todos.
—Por favor —le guiñó un ojo—, sigue.
Reno, cansado de las tonterías de Bloody, lo apartó de su lado y
anunció a las personas que irían junto a él. Y, por desgracia, los ganadores
fuimos Bloody y yo.
—La suerte estaba echada —sentí un apretón de mano. Jazlyn, me
guiñó un ojo y se alejó de los demás.
En cambio, yo, busqué a Ray y me acerqué hasta él para pedirle que
me diera cinco minutos para mantener una conversación. Atrapó mi mano y
nos alejamos como había hecho Jazlyn. En la cocina no había nadie, así que
aprovechamos para hablar.
Éste se sentó mientras que yo permanecí de pie. Le di la espalda
durante un minuto y pensé muy bien la pregunta que le soltaría. No quería
asustarlo, así que no me dirigí a él hasta que me relajé.
—¿Quién es Reinha?
Ray se quedó de piedra.
—¿Reinha? —afirmé con la cabeza—. Es la hermana de Diablo. Son
mellizos.
T.J me lo dijo.
Pero, Ray soñaba con ella.
—Sé que no pasó nada entre vosotros dos —me acerqué hasta él—.
Y, si hubiera pasado algo, estabas en tu derecho. Pero, ¿por qué no me
hablaste de ella?
—No lo sé, Alanna.
Lo sentí incómodo.
El simple hecho de susurrar el nombre de Reinha lo ponía nervioso.
—Fue amor a primera vista —dije, por él.
Ray se levantó de la mesa y se acercó hasta mí para quitarme la idea
de la cabeza. Pero no lo consiguió. Había soñado con Reinha y tenía la
necesidad de verla una vez más. Podía verlo en sus ojos, en la sonrisa que
apareció repentinamente en el momento que dije el nombre de la hija de
Arellano. Acomodé mi mano sobre su pecho, y los latidos de corazón
hablaron por él.
—Alanna.
—Shh —posé el dedo sobre sus labios—. Te mereces a alguien mejor
que yo. Una persona dispuesta a tenderte todos sus sentimientos y no dudar
un instante si lo vuestro es amor o una bonita relación que surgió desde el
primer día que os conocisteis.
Bajó la cabeza y yo no tardé en abrazarlo.
—El prometido de Reinha la maltrata —me confesó—. Diablo, ni
siquiera su padre, pueden hacer nada contra Gabriel Taracena. Su familia es
más poderosa que los Arellano.
—Diablo me lo pidió —bajé la cabeza, recordando la conversación
que mantuve con él—. Me pidió que salvara a Rei. Pero yo no sabía de
quién estaba hablando. Además…, Diablo nunca nos dejó las cosas fáciles.
—Diablo está enfermo, pero ama a Reinha.
Arropé su rostro con mis manos y le di un último beso en los labios.
—Prometo traer a Reinha con nosotros. Te lo prometo.
—¿Alanna?
—¿Sí?
—Gabriel es peor que Diablo.
La risa de Bloody no tardó en hacerse eco en la cocina.
—Eso es que no me conoce —dijo, a nuestras espaldas—. ¿Tráfico
humano, cielo?
—Es por una buena causa, Bloody.
Éste se lo pensó.
—¡Está bien! El problema será Reno de Santa Claus.
Tenía razón.
Reno era un obstáculo.

Me quedé dormida en una de las camas que había en la caravana que nos
envió Ronald; según él, cruzaríamos la frontera sin ningún problema y los
policías no harían preguntas. Abrí las cortinas y me di cuenta que habíamos
llegado a Tucson, Arizona. Reno estuvo conduciendo unas ocho horas y,
cuando se cansó, nos anunció que nos detendríamos en unos apartamentos
que había alquilado Vikram hasta que llegaran los pasaportes.
Bloody y yo nos quedamos en el parking, mientras que Reno se
acercó a la recepción para buscar las llaves del apartamento.
—¿Vamos a tener que convivir los tres juntos? —preguntó Bloody,
cruzado de brazos.
—¿Cuál es el problema?
—El problema es él.
Si seguíamos distanciándonos de Reno, éste no nos permitiría sacar a
Reinha de México. Golpeé el hombro de Bloody para tener su atención y le
mostré una sonrisa para que olvidara el pequeño problema que lo torturaba
mentalmente.
—Sé que será difícil para ti —comencé mi discurso—, pero tenemos
que buscar una forma para que Reno confíe en nosotros y deje de seguirnos
a todas horas. ¿Lo entiendes?
Gruñó.
—¿Cuál es el plan?
—Ser amables con él.
—¿¡Qué!? —gritó, desesperado.
Reno regresó y nos mostró las llaves que había conseguido. Le pidió a
Bloody que subiera nuestras maletas y aproveché en quedarme a solas con
el chico de cabello alborotado.
—¿Dos apartamentos? —pregunté, sorprendida.
—Has cambiado de novio, ¿no? —no tuvo una respuesta por mi parte
—. Vosotros podéis hacer lo que queráis. Yo prefiero dormir solo.
Iba a ser difícil ser amable con él.
—Nos detestas, Reno —fui directa, no podía crear un vínculo
amistoso con una persona que no era capaz de mantenerme la mirada—. Y
te entiendo. Pero, ¿podrías hacer el favor de intentar conocernos?
—¿Para qué?
—No somos tan malos como crees.
Rio.
—Raymond fue el primer plato. Bloody es el segundo en este
momento —se acercó hasta mí e intentó acariciar mi barbilla—. ¿Quieres
que sea tu postre?
En pocas palabras…Reno insinuó que todos los hombres que se
cruzaban en mi vida pasaban por mi cama.
Cansada con su actitud, golpeé con fuerza su rostro. No tardó en
acariciar su mejilla mientras que mis dedos se iban marcando lentamente en
su piel.
—¡Qué te jodan!
Le di la espalda y fui tras Bloody.
Cuando llegué al apartamento, me dejé caer sobre la enorme cama
que había en la habitación. Mientras tanto, podía escuchar como Bloody
movía el sofá que había en el comedor-cocina.
—Iré a comprar algo de cena. ¿Te parece bien?
Me levanté de la cama.
—¡Perfecto! —sonreí. Empezaba a tener hambre—. Aprovecharé
para darme una ducha.
Esperé a que Bloody saliera del apartamento y me acerqué hasta el
cuarto de baño. No tardé en desnudarme. Dejé caer una toalla en el fondo
de la bañera y posé mis pies como de costumbre. Quise abrir el grifo, pero
de repente me di cuenta, que muy cerca de mí, había una enorme cucaracha.
Salí de la bañera gritando mientras que intentaba deshacerme del
bicho negro que correteaba por las cortinas de plástico.
La puerta se abrió y me encontré a un Bloody confuso.
Oculté mis pechos con el brazo y me quedé cruzada de piernas.
—¿Otra pesadilla?
Sacudí la cabeza.
—Una cucaracha —jadeé, ante el cansancio de gritar a todo pulmón.
Éste ni se movió.
—¿Te importa? —señalé la puerta con la cabeza—. Quiero bañarme.
Bloody había dejado de mirarme a los ojos, para observar mi cuerpo.
—¡Bloody!
Se acercó.
—Al infierno —soltó, e inmediatamente se movió para aferrarme a él,
cogiéndome de la cintura mientras que me besaba. No tardé en llevar mis
manos a su cabeza y en acariciar su cabello para tener más cerca su boca de
la mía. Jadeé cuando dejó caer sus manos hasta mi trasero—. No puedo
controlarme. Te deseo, cielo.
Volvimos a besarnos. Parecía que no tenía fin. Tenía hambre de sus
labios, su lengua y de su fuerte y duro cuerpo que se pegó al mío.
Dejé de luchar.
Quería entregarme a él.
Capítulo 15

Tomó el control de la situación. Me agarró de la cintura, giró mi cuerpo y


me empujó con fuerza contra la pared un segundo antes de que sus labios
volvieran a dejarme sin aliento. No me importó la fuerza dominante que
aplicó para besarme. Estaba excitada y deseé que siguiera poseyéndome.
Bloody enredó los dedos en mi cabello, evitando que en cualquier
momento pudiera separarme de él. No fue consciente de mi deseo hasta que
mis labios se abrieron para recibir su lengua. Una intensa sensación ardiente
explotó en mi cuerpo, convirtiéndose en una ola de calor que provocó que
mi espalda se arqueara.
Besaba muy bien.
No me quedé quieta y jugué con la tela de su camiseta; deseaba tocar
su piel desnuda. Empezar por sus hombros, recorrer sus músculos con la
yema de mis dedos y bajar por su torso hasta detenerme en el borde de sus
pantalones. Tiré de la ropa que me impedía estar en contacto con su piel
ardiente, y seguí profundizando el beso.
Su lengua lamió la mía. Inclinó un poco más la cabeza para seguir
devorándome lentamente, mientras que sus manos aprovecharon que mi
cuerpo estaba desnudo para acariciarlo con libertad y sin límites. Las manos
de Bloody no eran suaves; tenían un tacto duro por las durezas que solían
marcar las palmas de su mano cuando levantaba pesas. Aun así, me
encantaba sentir como me acariciaba y me ponía el vello de punta. Arropó
uno de mis pechos con la mano, y lo presionó con fuerza. No tardó en
humedecerse los dedos para tirar del pezón una vez que quedó duro ante el
placer que me estaba dando su boca.
Me dolió un poco. Grité contra su boca y no dejé que se detuviera.
Era un placer salvaje, algo nuevo para mí. Sentí debilidad y placer en
músculos que desconocía. Seguí pegando mi pecho a su mano, mientras que
sus dedos pulgares empujaban de un lado a otro mis pequeños pezones;
Cuando dejaba de gemir, tiraba hasta que ambos nos sentíamos satisfechos.
Sentí como mi vagina se contraía ante la necesidad de tener su enorme y
duro miembro enterrándose en mi interior. Quería desnudarlo mientras que
una de mis manos paseaba por mis muslos y se detenían en mi sexo para
comprobar lo húmeda que estaba.
Aunque no me hizo falta. Podía sentir las llamas de placer
envolviendo mi cuerpo. De repente, los labios de Bloody se alejaron de los
míos. Bajó su boca hasta mi cuello y lamió la curva hasta detenerse en la
clavícula. Mis dedos se enredaron en su cabello rubio y guie su cabeza
hasta uno de mis pechos. Enloquecí y no me importó. Ansiaba tener su
húmeda boca lamiendo mi piel. Él atrapó el pezón violentamente,
haciéndome temblar mientras que mantenía mi cuerpo de puntillas.
—Delicioso —susurró, contra mi piel.
A ambos nos costaba respirar.
Eché hacia atrás la cabeza, acomodándome sobre las sucias baldosas
del cuarto de baño del motel. Cerré los ojos y dejé que siguiera devorando
la carne de mi pecho. Bloody succionó el otro pezón para no dejarlo
descuidado. Acarició mis senos con los nudillos de la mano y se detuvo
para comprobar mi rostro. Al abrir los ojos, su mirada penetrante y azulada,
me sobresaltó. Me mordisqueé el labio y esperé a que siguiera siendo
malvado conmigo. La perversión con la que dominaba mi cuerpo, consiguió
que perdiera la cordura, convirtiéndome en una mujer sumisa ante la poca
experiencia sexual que tenía con los hombres. Estaba dispuesta a hacer todo
lo que me pidiera a cambio de un par de jadeos y convulsiones de placer
dentro de la cama que nos estaba esperando en la habitación.
—Bloody —luché por decir algo más, pero estaba aturdida. Una parte
de mí le hubiera gritado para que me llevara de una maldita vez hasta la
cama, pero la otra, la que se mantenía quieta esperando su siguiente paso,
suplicó para tener su piel ardiente sobre la mía de nuevo.
Él estaba disfrutando.
Yo era como el cachorrito que podría educar y dar lecciones hasta que
madurase.
—Estás preciosa —susurró, arrimándose hasta mi rostro. Estaba
jugando conmigo. Quería saber hasta dónde era capaz de llegar con él. Así
que arañé su cuello para acercarlo hasta mí y, cuando rompí la distancia,
mordisqueé con fuerza su labio para trasmitirle el mismo dolor que sentí en
el momento que devoró mi pezón—. ¿Estás caliente?
Ladeé la cabeza. Aferré mis dedos alrededor de su muñeca y bajé
nuestras manos hasta el interior de mis muslos. Al pasear sus dedos por los
pliegues de mi vagina, mi matriz se retorció. Gemí ante el húmedo tacto de
sus dedos.
—Estás muy húmeda —confirmó, con la voz ronca y melosa. Siguió
jugando con sus dedos mientras que habría los labios de abajo para
encontrar mi clítoris.
Subió su rostro hasta mi perfil, y hundió la escurrida lengua que tanto
me gustaba en mi oreja. No tardó en morder el lóbulo cuando su dedo
corazón penetró mi sexo.
—Llévame a la cama —supliqué.
Balanceé las caderas hacia él para seguir notando su dedo
moviéndose en círculos dentro de mí.
Su respuesta me dejó helada:
—Si te follo, lo haré aquí.
«¿De pie?» —pensé, poniéndome nerviosa.
Introdujo un segundo dedo, mientras que el pulgar se encargó de
masturbar mi clítoris. La sensación era deliciosa mezclada con un toque de
dolor al notar como me llenaba con un tercer dedo. Bloody alzó la cabeza
para mirarme y me mostró esa sonrisa traviesa que conseguía que perdiera
la razón. Siguió agitando su mano hasta que mi cuerpo empezó a
convulsionarse ante el placer que me estaba dando.
Clavé una vez más las uñas en sus hombros y solté un fuerte gemido
al notar como estallaba algo en mi interior que me dejó débil, caliente y
satisfecha.
—¿Qué…has…hecho? —le pregunté, intentando recuperar el aliento.
—Acabas de correrte, cielo.
Abrió el grifo y humedeció su mano. No tardó en abrirme el muslo
para limpiar mi vagina. Dejó un fugaz beso en mis labios y salió del cuarto
de baño mientras que soltaba una de sus carcajadas. No tardé en seguirlo.
Me cubrí con la toalla y quedé detrás de él en busca de una explicación.
Bloody estaba tendido en la cama, sosteniendo el mando del televisor
mientras que buscaba algún programa que lo entretuviera.
—¡Bloody!
Éste sólo sonrió.
—¿Ya está? —tragué saliva, y empecé a ponerme nerviosa—. ¿Eso es
lo único que vas a hacer conmigo?
Se estiró en la cama y atrapó mi brazo para tirar de mi cuerpo. Caí a
su lado y sentí como su brazo me detenía. Besó la coronilla de mi cabeza,
me cubrió con la mugrienta manta que había a los pies de la cama y me
abrazó.
—Te estaba preparando —no pude reclamarle, ya que siguió—. No
quiero hacerte daño cuando decidamos follar salvajemente.
Alzó mi rostro por la barbilla y besó mis labios una vez más.
—No es justo —protesté. Podía sentir los latidos de mi corazón hasta
la punta de los dedos de los pies.
Éste optó por el silencio y acarició mi cabello cuando me rendí sobre
su pecho.
Bloody siguió durmiendo cuando mi teléfono móvil sonó. Intenté recuperar
el brazo que él retenía, pero fue imposible. Dejé un par de besos detrás de
su cuello y, al moverse ante la sensación que provoqué, dio media vuelta
hasta liberarme.
Sonreí como una estúpida.
Recogí mi iPhone y leí el nuevo mensaje que me había enviado un
número desconocido y que sabía perfectamente que era mi padre.

Está cerca.
Ten cuidado.
02:04 PM ✓✓

Respondí:

¿A qué juegas, papá?


02:05 PM ✓✓
Miré a Bloody.
Volvió a girar su cuerpo y estiró el brazo para buscarme.
Me tumbé junto a él y dejé que posara la mano sobre mi vientre
mientas que respiraba cerca de mi cuello.
Volvió a sonar el teléfono.

A cuidar a mi hija.
02:06 PM ✓✓
Reí mentalmente.

No te creo.
02:06 PM ✓✓

Te quiero.
02:07 PM ✓✓

Fue el último mensaje que envió.


¿Shana nos seguía?
Capítulo 16
RENO

Agradecí la soledad que encontré en la parte trasera del bloque de


apartamentos. Me acomodé contra el muro mientras que esperaba la
llamada de Vikram. Éste se retrasó y yo tenía que seguir aislado de los
demás para que no descubrieran que nos estábamos moviendo a sus
espaldas. No podía fiarme de ellos, o nos traicionarían en cualquier
momento.
El teléfono sonó y descolgué la llamada:
—Siento haberte hecho esperar —Vikram se saltó el saludo cordial,
parecía cansado—. Llevamos semanas abriendo una cuenta bancaria en un
paraíso fiscal, pero con mi identidad falsa lo único que hemos conseguido
es que la policía empiece a investigarnos.
—Págale la viudez a Melvin y no tendrás problemas.
Imaginé que afirmó con la cabeza y se lo anotó en tareas pendientes.
—¿Habéis recibido los pasaportes?
—Sí —confirmé, observando el sobre marrón que me dejaron en mi
habitación. Lo dejé sobre el contenedor y abrí uno en concreto; el de
Alanna. —Saldremos en un par de días. Ese imbécil sigue dándome
órdenes. Ese no fue el trato. Y, además, le has dado poder a la cría. Ni me
tiene miedo.
Al otro lado de la línea se escuchó una carcajada.
—No subestimes a Alanna. No es como su padre —todos decían lo
mismo. Estaba seguro que, si Bloody no hubiera intervenido, ella habría
apretado el gatillo sin pensárselo dos veces. —De momento, confío en ella.
De todas formas, no le quites el ojo de encima.
Reí.
—Está custodiada por Bloody. Es difícil estar cerca de ella.
—Nuestro amigo Darius está enamorado del Ratoncito —ese dato lo
conocía—. Hará cualquier cosa por ella. Y, si Alanna está en peligro y la
única forma de salvarla es matando a Gael, lo hará. Ese es tu trabajo, Reno.
Darle luz verde para que se cargue a ese hijo de puta que una vez me llamó
hermano y deshacerte de Bloody cuando tengas el dinero —se escuchó un
pitido proveniente del teléfono móvil que me molestó—. Te dije que te
haría rico. Y lo haré.
Confiaba en mí.
—Gracias, Vikram.
—Llámame cuando os mováis —fue lo último que dijo antes de
colgar.
Guardé el iPhone en mi cazadora y recogí los pasaportes que le
entregaría al resto de la mierda equipo que habíamos montado para sacar a
Gael de México.
Al doblar la esquina del edificio, encontré a Alanna cruzando la
carretera. Se dirigía hasta la cafetería que había delante del bloque. No tardé
en seguir sus pasos. Empujé la puerta y me puso el vello de punta el sonido
que vibró sobre mi cabeza para darme la bienvenida con campanitas.
Observé como tocaba su cabello mientras que se inclinaba para
observar los dulces que estaban expuestos. Tocó la vidriera para indicar que
quería cuatro muffins de chocolate. Pagó la cuenta y dio media vuelta. Nos
encontramos. Yo, ni siquiera me moví.
—Hola, Reno —me saludó—. ¿Qué haces aquí? Justo he comprado
algo para desayunar. ¿Te vienes?
Alanna olvidó la discusión de la noche anterior. Otra mujer, ni me
dirigiría la palabra.
¿Por qué fingía ser una niña dulce cuando en realidad estaba
siguiendo los pasos de su padre?
Dejé el sobre bajo mi espalda y estiré el brazo para tocar su mejilla;
estaba helada, pero tenía un suave sonrojado cubriendo sus pómulos.
Alanna me miró confusa y elevó una ceja.
—Tenías una pestaña.
Ella sonrió.
—¿Pido un deseo?
—No. Mejor no.
Se encogió de hombros y salimos fuera de la cafetería para volver al
bloque de apartamentos. Parecía feliz y ni siquiera se molestó en que la
tocara después de insinuar que podría acabar en mi cama al igual que
ocupaba recientemente la de Bloody.
De repente, ladeó la cabeza, dejando que su oscuro cabello bailara al
mismo ritmo que su cintura.
«Es preciosa. Por eso no puedo bajar la guardia.»
—¿Reno? —elevó un poco más la voz. Se detuvo delante de la puerta
de su apartamento y apuntó al interior con su cabeza—. ¿Te apetece un
poco de café recién hecho?
Me acerqué hasta ella, pero me detuve cuando Bloody salió.
—Dudo que los renos beban café, cielo —rio él, y le plantó un beso
en la coronilla de la cabeza—. Los renos son más de chocolate caliente,
¿verdad?
Alanna impactó la mano libre sobre el pecho de él. Se miraron
mutuamente y ella giró la cabeza para disculparse.
—Te acostumbrarás a las bromas de Bloody —dijo, y lo apartó de la
puerta para que desayunara con ellos—. ¿Vienes?
Bloody me miró con el ceño fruncido. Se quedó detrás de ella,
dejándome claro que no me permitiría que me acercara a ella.
—No. Anoche no dormí y voy a aprovechar que esos malditos niños
se han ido de la habitación de al lado —me excusé. —Aquí tenéis vuestros
pasaportes.
Al tenderle el sobre, los dedos de Alanna tocaron los míos; estaban
cálidos y su piel era tan suave como la de su rostro. Ella ojeó el suyo y lo
giró un par de veces.
—Qué horror —exclamó.
Bloody rio.
—A mí me parece que sales preciosa —intentó tranquilizarla.
—Odio esta fotografía —siguió refunfuñando.
Alborotó su cabello y, cuando estuvo a punto de besar sus labios, les
interrumpí con mis palabras.
—Opino lo mismo que Bloody —éste alzó la cabeza y me miró—.
Sales natural y sonriente. Así estás más guapa.
—¿Tú no te ibas a dormir?
—Sí —le respondí, y me alejé de ellos una vez que le guiñé el ojo a
Alanna.
Cerraron con fuerza la puerta e imaginé quién fue de los dos; Bloody.
Abrí la cerradura de mi habitación y me dejé caer sobre la cama mientras
que llevaba las manos detrás de la cabeza y observaba el techo.
Mis ojos se cerraron del cansancio.
No tardaron en interrumpir mi sueño.
El teléfono sonó.
—¿Quién es? —pregunté.
—Reno, soy yo, Melvin.
Me levanté de la cama.
—No deberías llamarme a este número. Te lo dije.
El viejo refunfuñó.
—¿Has contactado con Vikram?
—Sí. Me ha enviado los pasaportes y en unos días saldremos para
México.
—¿Algo más?
Tenía bastante información.
—Comprará tu silencio. Además, Bloody será el elegido para matar a
Gael —reí—. Y yo, como un idiota, tendré que comprobarlo y después
deshacerme de él para que no se quede con el dinero de Vikram.
Melvin no tardó en darme una orden.
—Tienes que proteger a Gael. Necesitamos su testimonio. Me da
igual lo que hagas con Bloody, pero al otro lo quiero vivo. ¿Lo has
entendido?
—Y, ¿qué sucederá con su hija?
—Deshazte de ella también. Haz lo que quieras, Reno. Pero Gael
tiene que seguir vivo para testificar contra Vikram Ionescu.
Me colgó.
Tenía que matar a Bloody.
Proteger a Gael.
Mentir a Melvin.
Y, la decisión más importante, ¿qué podía hacer con Alanna Gibbs?
Capítulo 17
ALANNA

Dejé los muffins de chocolate sobre la mesa. Intenté retirar una de las sillas
para sentarme, pero Bloody me lo impidió. Agarró mi cintura con sus
manos y tiró de mi cuerpo hasta dejarme sentada sobre él. Su barbilla se
acomodó sobre mi hombro mientras que sus manos acariciaban mis manos.
—Te has ido sin avisarme.
Quise bromear un poco con él.
—Es mi venganza por lo de anoche.
Me obligó a mirarlo y se puso serio.
—Te dije que iríamos poco a poco —y, de repente, sonrió—. Sé que
nada te asusta, pero si Shana está ahí fuera, lo mejor es que no vayas sola.
Suspiré.
—Si quedara cara a cara con ella —cerré los puños y me clavé las
uñas en la piel—, no podría ni matarla.
—¿Por Ronald?
—No. Porque no quiero ser como ellos.
Acarició mi mejilla y cerré los ojos ante el contacto de su piel. Me
acerqué hasta sus labios e hice el esfuerzo de detenerme antes de que
perdiera el control.
—¿No vas a besarme?
Golpeé su pecho.
—Dijiste que serías amable con Reno.
Bloody apartó la mirada y me demostró que estaba molesto con él o
conmigo. No fue claro, así que hundí mis dedos en su mejilla y le obligué a
que me mirara a los ojos.
—Estoy hablando contigo.
—¡Es peor que yo! —sostuvo con fuerza mi mano, como si tuviera
miedo a que me alejara de él—. Realmente, ¿qué quiere de ti?
—¿El dinero de mi padre? —dije, irónicamente.
—No. Hay algo más. Por eso no me fío de él.
Me acomodé sobre su cuerpo y le acerqué el muffin de chocolate
negro a los labios. Le dio un mordisco y entonces me besó suavemente y sin
prisas.
—Tendremos que irnos esta noche —anunció, cabizbajo—.
Empezaba a gustarme vivir aquí, contigo.
—Al principio no me soportabas —crucé mis brazos, fingiendo
indignación—. ¡Eres una cría odiosa!
Reí.
Bloody apretó los labios.
—¿Por qué olvidas los mejores momentos?
—Dime uno.
—Encontré la capilla perfecta para casarnos —sonrió—. Además —
tiró de su camiseta, mostrándome la cicatriz que le hice con la bala que
convirtió en un collar para regalármelo—, te declaré mi amor
constantemente.
Tiré de su melena rubia, dejando su cabeza hacia atrás para poder
acercarme hasta él.
—También dijiste que me follarías.
Éste estiró los brazos.
—Y es algo que estoy deseando.
Lo solté y me levanté de sus fuertes piernas para tumbarme sobre la
cama. Recogí mi cabello mientras que Bloody se acercaba a mí, y separé
mis piernas para dejar que se acomodara entre ellas. Pronto se tumbó sobre
mi cuerpo. Acarició mi rostro, besó mi cuello e hizo que entrara en calor.
—¿Cuántos condones llevas encima? —pregunté, cerrando los ojos.
Bloody mordió mi cuello.
—Cien —susurró, sobre mi piel.
Jadeé.
—¿Los vas a utilizar todos?
Rio.
—Sí.
—¿Tienes a cien chicas esperándote?
Nos miramos.
—Había pensado usarlos todos contigo.
—Mmmm —me mordí el labio—. No sé si es una buena idea.
Dejó de acariciar mi barbilla.
—¿Por qué?
—A lo mejor la primera vez no me satisfaces —jugué con Bloody—.
Por ejemplo, ayer —cerré los ojos, e intenté no reírme—, fue un desastre.
—Fuiste tú quién me pidió que te follara, cielo —contratacó, ganando
la batalla que empecé—. Tú te corriste, y yo…me quedé toda la noche
caliente.
—Pobrecito —dije, tocando sus labios.
—Y ahora, Alanna Gibbs, está machacando mi corazón.
Controlé las ganas de mordisquear su labio, como la noche anterior.
—Para machacar tu corazón, antes debería de ser mío.
Sostuvo mi mano y la llevó hasta su pecho.
—¿Quieres mi corazón? —preguntó, con su bonita sonrisa. Antes de
escuchar mi respuesta, bajó su mano por abdomen hasta acomodarla en su
entrepierna. —O, ¿quieres mi polla?
Solté una carcajada.
—Dos opciones que no me disgustan.
—Ambas laten, te hacen daño y puede que…—calló. Alguien llamó a
la puerta y estropeó el agradable momento que estábamos teniendo—.
¡Joder! Te juro que como sea el Reno de Santa Claus, lo mato.
—Bloody —intenté tranquilizarlo.
Pero fue imposible.
Se acercó hasta la puerta y, cuando la abrió, soltó un grito que me
sobresaltó.
—¿¡Qué diablos quieres!? —Al darse cuenta que no estaba hablando
con Reno, enfureció todavía más—. ¿Qué haces aquí?
Salí de la habitación para comprobar con quién estaba hablando y
quién consiguió alterarlo con su visita.
—¿Así saludas a una vieja amiga?
El corazón se me encogió.
Bloody la detuvo.
—Debería matarte.
—Pero no lo harás —se acercó hasta él para besarlo, pero se lo
impidió.
Miró por encima del hombro y me encontré con la persona que más
odiaba en aquel momento.
—¡Hola, ratoncito! —saludó Shana, alzando el brazo y agitando la
mano—. ¿Nos habéis echado de menos?
¿Habló en plural?
Lo entendí cuando se frotó la enorme barriga que escondía debajo de
su abrigo.
Capítulo 18
BLOODY

Alanna salió corriendo. Prefirió huir para no abalanzarse sobre Shana.


Mientras que ésta, con una amplia sonrisa, se tocó su hinchado vientre y
esperó una invitación por mi parte. Intenté cerrar la puerta, pero me lo
impidió. Me dio un empujón y fue ella quien nos encerró en el apartamento.
Se deshizo de su abrigo y observó las cuatro paredes donde me refugiaba
con la mujer que tanto detestaba.
Paseó por el comedor y se detuvo delante de la mesa donde Alanna se
había dejado el desayuno que compró en la cafetería que teníamos delante.
Devoró el muffin y se relamió los labios bajo mi furiosa mirada.
—No me mires así, cariño.
Me acerqué hasta ella.
—Dime que has engordado —gruñí.
Shana volvió a tocar su vientre y volvió a mirarme. Al darme cuenta
que seguía buscando una respuesta, soltó una carcajada. Se levantó la
camiseta, y me mostró su barriga que sobresalía más de lo normal. Ni
siquiera llevaba vaqueros. Vestía con un enorme pantalón de deporte que
arrastraba por el suelo.
—¿Lo has escuchado cariño? ¿Papá me dice si he engordado?
¿Había dicho papá?
Me cansé.
Caminé hasta ella y empujé su cuerpo sin importarme que estuviera
embarazada. Cuando su espalda tocó la pared, rodeé su cuello con mi mano.
Seguí apretando hasta que dejó de respirar durante unos diez segundos. Su
rostro se puso morado y empecé a disfrutar. Por culpa de ella, sus mentiras
y su locura, acabé en prisión y estuve a punto de perder a Alanna.
Y estaba a punto de hacer lo mismo. Llegó hasta nosotros,
embarazada, y con una amplia sonrisa que nos revolvía el estómago a los
demás. Golpeó mi mano con las suyas y sentí que se desvanecía. Antes de
que se desmayara, la solté.
Me alejé de ella y apunté al sofá para que se sentara.
—Te mataré —le susurré.
Shana no tardó en tumbarse en el sofá.
—¿Me matarás después de hablar con tu novia?
Cerré los ojos.
«Contrólate» —pensé. «Adda no me puede perder de nuevo.»
La ignoré y me dirigí hasta la habitación. Alanna se había encerrado y
no era capaz de poder entrar. Golpeé la puerta suavemente y esperé a que
ella me respondiera. Pero no lo hizo. Sabía que estaba nerviosa. Podía
escuchar los cajones de la mesa auxiliar abriéndose y cerrándose. Al
encontrar lo que estaba buscando desesperadamente, se acercó hasta la
puerta y asomó la cabeza. Tenía mi arma. Antes de que se dirigiera hasta
Shana, la detuve. Nos empujé a ambos en el interior de la habitación y le
supliqué que se calmara.
—¡Mató a Evie! —gritó, destrozada—. Prometí matarla. Pero no
puedo, Bloody. ¡Quiero que sufra!
—Lo sé, cielo. Soy el primero que me desharía de ella —la arropé
con mis brazos, pero se apartó de mi lado—. Si la mato, Ronald me
arrebatará a lo que más quiero. No puedo perder a Nilia, ni a Adda, y ni
siquiera a ti.
“Una vida por otra vida” —esas fueron las palabras de Vikram.
No podía permitirlo.
—¿Está embarazada?
Asentí con la cabeza.
—¡Joder! —gritó, dándome la espalda—. ¿De mi padre?
Tragué saliva.
No dije nada.
—¿Bloody?
—Eso espero, cielo.
Alanna dejó el arma sobre la cama y se plantó delante de mí. Cruzó
los brazos bajo el pecho y me miró a través de unos ojos que reflejaban
dolor y miedo.
—Follabais con condón, ¿no?
—Sí…salvo la última vez.
—¿Cuándo fue la última vez?
«¡No!» —me grité mentalmente. —«Es imposible que la haya dejado
embarazada.»
—Al descubrir que Raymond y tú os acostasteis.
Pestañeó repetidas veces y me dio la espalda. Se llevó las manos a la
cabeza y alborotó su oscuro cabello. Intenté acercarme a ella, pero no lo
hice. Me quedé lejos y sin saber qué hacer o cómo actuar después de
confesar que podía ser el padre del hijo de la mujer que había en el
comedor.
—Hace seis meses —susurró Alanna.
—Cielo…
—¿De cuánto está?
Me encogí de hombros.
—No lo sé. Ni quiero saberlo.
—Mierda —dio vueltas por la habitación—. Santa mierda.
Empezó a reír, ante los nervios que sintió.
—Deshazte de ella. ¡No quiero que esté aquí!
Y, en el fondo, tenía razón.
Salí de la habitación e intenté sacar a Shana del apartamento. Pero
cuando quedé delante de ella, ésta fingía haberse quedado dormida. La
moví, y como no se movía, seguí insistiendo.
Bostezó, se frotó el ojo con la manga del jersey y se levantó del sofá.
—¿Todo bien? —preguntó, cansada. Se alejó de mí y se acercó hasta
el pequeño frigorífico que había en la cocina. Sacó dos cervezas y me
tendió una—. ¿Por los viejos tiempos?
Le quité la cerveza antes de que posara sus labios sobre el botellín.
—¿De quién es la criatura que esperas?
Shana miró su vientre y después me miró a mí.
—¿Tú qué crees?
—No lo sé —dije, furioso—. Te follabas a Gael.
—Sí, pero también follaba contigo. No lo olvides.
Apreté los puños.
—¿De cuánto estás?
—En unas semanas estaré de siete meses.
Estaba jodido.
—Entonces es de Gael.
—El padre de Alanna se hizo la vasectomía cuando la tuvo a ella.
—Mentira.
—¿Quieres preguntárselo a él? —sacó su teléfono móvil e hizo que
llamaba a alguien.
Me había cansado de sus tonterías. Le tiré el aparato contra el suelo y
la cogí del brazo para zarandearla. La obligué a que me mirara a los ojos y
le di unas indicaciones que tendría que seguir a rajatabla si no quería morir.
—Escúchame con atención. Cogerás los doscientos dólares que tengo
en la cartera y te irás de aquí sin mirar atrás —le mostré donde estaba el
dinero—. ¿Lo has entendido?
—Es una niña —intervino en mi conversación—. En dos meses estará
en mis brazos. Y, si eres un buen padre, también estará en los tuyos.
Shana me agotaba mentalmente.
—¿Por qué insistes que el hijo que llevas dentro de ti es mío?
—¡Porque es tuyo! Y te lo demostraré —dijo, con seriedad. Volvió a
sentarse en el sofá y sacó una ecografía del bebé. Me la tendió, pero yo no
veía absolutamente nada—. ¿Quieres ser cómo tus padres? ¿Abandonarás a
esta niña? Y, ¿qué le diré cuándo sea grande? ¿Qué su padre era un
miserable que se negó en darle su apellido?
Me quedé sin palabras.
Desde que me faltó el cariño o la sabiduría de un padre, me di cuenta
que jamás se lo haría a mis propios hijos.
Pero no pedí tener un hijo con ella.
Caí al sofá, junto a Shana.
Ésta empezó a reír. Cogió mi mano y la acercó hasta su vientre.
Dentro de ella, había algo que se estaba moviendo.
—Ya empieza a parecerse a ti —dijo, con una sonrisa que atravesó su
rostro—. Está todo el día furiosa, y por eso me da patadas, porque todavía
no puede gritar.
Mi mano no se apartó de su cuerpo.
Palpé con mis dedos el pequeño pie que se marcó bajo su ombligo.
¿Realmente iba a tener una hija?
Capítulo 19
ALANNA

Abrí con cuidado la puerta de la habitación.


—¿Quieres saber cómo se llama tu hija? —preguntó, y Bloody ni
siquiera le respondió—. Su nombre es Katherine —le sonrió. Bloody tocaba
su vientre mientras que ella seguía hablando—. Será mejor que os presente.
Katherine, éste de aquí es tu padre Bloody. Y, Bloody, ésta es tu
primogénita.
De repente, Bloody, se levantó del sofá y se alejó de Shana.
—Lo mejor para el bebé —no fue capaz de llamarla por el nombre
que le puso la madre— es que lo des en adopción.
—¿Quieres que me deshaga de nuestra hija?
—Sí. Tú eres una hija de perra, y yo un cabrón que no sabrá darle el
cariño que necesita —sabía que le dolió tomar esa decisión—. Permitiré
que te quedes unos días aquí, en el apartamento que ha alquilado tu padre
Ronald. ¡Espera! Tu padre es Vikram. Gracias por habérmelo ocultado
durante todos estos años.
Shana se levantó y se acercó hasta él.
—Si te decía quién era mi padre, Gael te hubiera matado.
—No finjas que te importé, Shana. Lo nuestro está muerto.
Ella soltó una risa carcajada de sarcasmo.
—Cierto…Ahora estás con el ratoncito. ¿Qué tal en la cama? ¿Ya
habéis follado?
Gruñí.
¿Shana pensaba que no sería capaz de entregarme a Bloody?
Era lo que deseaba y ansiaba desde el momento que disfruté de sus
labios.
—Eso no es asunto tuyo.
—O sí —siguió avanzando—. Por si Katherine quiere un hermanito.
Bloody se lo volvió a repetir:
—Darás a esa cría en adopción. ¿Me has entendido?
—¿Crees que mi padre me lo permitirá? —casi le escupió en el rostro
—. Cuando Vikram descubra que espera un nieto, será su debilidad. Y, si
nos pasa algo malo, os matará a todos. ¿Lo entiendes, cariño?
Sabía que Bloody estaba deseando quitársela de encima, pero en vez
de matarla, le dio la espalda y la dejó en el sofá. No tardó en reunirse
conmigo. Dejé que entrara en la habitación y nos sentamos en la cama.
Toqué su cabello y, al mirarme, me derretí.
En aquel momento me sentí una persona posesiva. No dejaba de
repetirme que él era mío, y no temí que Shana estuviera a unos metros de
nosotros con la barriga hinchada por un desliz que tuvieron.
Terminé quitándome la camiseta y dejé que descansara en el suelo
junto a mis botas. Las manos de él no tardaron en descansar en el dobladillo
de cintura de los pantalones vaqueros que seguía vistiendo.
—Hazme tuya —le reté, empujando mi cintura hacia a él para que
terminara de desnudarme—. Me rechazaste una vez. ¿Lo harás de nuevo?
Mi cuerpo ardió ante el contacto de sus manos acariciando mi vientre.
No me importaba donde fuera nuestra primera vez. Podíamos empezar en el
colchón, seguir de pie como el día en el que me tocó en el baño, y terminar
en el suelo mientras que perdíamos el control.
Sus ojos se cruzaron con los míos; ese color azul oscureció
peligrosamente, dándole una apariencia más dura de lo normal. Me
enamoré de su picara sonrisa, y paseé mi dedo por las finas líneas de sus
labios. Él gruñó, como un animal apunto de cazar a su víctima, y me sonrió
antes de besar mi dedo.
—Ni loco —dijo Bloody, suavemente. Me mantuvo la mirada todo
ese tiempo, y temblé cuando su voz aterciopelada siguió vibrando en mis
oídos—. Quiero tumbarte en el suelo y follarte hasta que ninguno de los dos
pueda más, Alanna.
Temblé ante sus intenciones perversas. No me asustó, consiguió el
efecto contrario. Terminé apretando los muslos al sentirme húmeda. Me
excité con sus sucias palabras y deseé que lo hiciera de una maldita vez.
—¿Qué más?
Tiró de mi cuerpo, y se encargó de quitarme el botón del pantalón.
Apreté el vientre al sentirlo tan cerca. Se me puso el vello de punta al
observar cómo bajaba la cremallera que capturó con sus propios dientes.
Jadeé al tener su cabello acariciando mi piel.
—Me estás provocando, Alanna.
Empujé sus hombros y cuando me quité los vaqueros, me senté a
horcajadas sobre él. No me detuvo. Se quedó quieto, observando
detalladamente como mis manos juagaban por su cuerpo. Recorrí sus
anchos hombros, bajé por sus duros pectorales y le hice cosquillas sobre el
duro estómago. Su pene no tardó en sobresalir de su cuerpo y acaparar toda
mi atención.
—Cielo…—dijo con la voz ronca, cuando acaricié por encima de sus
pantalones.
—Dime, Bloody —susurré despacio, cerca de su oído.
Ambos nos deseábamos.
¿Por qué no seguir?
—Te haré mía —soltó las palabras que ansiaba escuchar esa noche
saliendo de su garganta—. Voy a tumbarte, a abrirte de piernas y saborear
todo tu cuerpo.
—Hablas demasiado —le provoqué.
Bloody gruñó. Su sonido fue tan sexy, que el pulso se me aceleró. No
luché. Nuestros cuerpos estaban ardiendo y mi sexo latiendo
desesperadamente ante la idea de tenerlo dentro de mí. Pasó su musculoso
brazo alrededor de mi cintura y solté un grito cuando quedé bajo de él.
La lujuria nos había vencido.
Me arrancó la ropa interior, se desnudó por completo, cubrió su pene
con un preservativo y se detuvo para comprobar lo húmeda que estaba para
él. Sentí sus dedos calientes paseando por mi vagina, mientras que su
grueso y duro miembro se acercaba hasta la entrada de mi sexo para
penetrarme como había prometido. El jarabe que desprendí, hizo que su
polla resbalara sin dificultad en mi interior. Terminé alzando la espalda de
la cama y gritando de placer.
—¿Qué habías dicho, cielo? ¿Qué no iba a follarte? —golpeó con
tanta fuerza, que no fui capaz de responder. Me sujetó por las caderas,
mientras que balanceaba las suyas para seguir empujando su pene en lo más
profundo de mi interior—. Dilo. Di que no seré capaz de follarte.
Clavé las uñas en sus hombros al sentir que mis piernas no eran
capaces de mantenerme quieta bajo su cuerpo. Consiguió confundirme; no
sabía si gritaba de dolor o de placer. Terminé adaptándome a su grosor,
mientras que él seguía follándome duro y a un ritmo descontrolado.
No fue como la primera que estuve con un hombre. Ni siquiera
aquella vez fui capaz de experimentar el posible placer que me podría
causar. Me limité a contar el tiempo en el que él se movía encima de mí y
terminaba corriéndose.
Pero en aquel momento fue diferente: perdí el control junto al hombre
que me hizo jadear con una simple caricia entre mis piernas. Mi vagina
aprisionó el grueso miembro, rozando la dura carne con los suaves y
blandos labios.
—Quiero escucharte, cielo —levantó mi cuerpo de la cama y se dejó
caer de rodillas sobre el colchón. Caí sentada sobre su polla y solté un grito
al sentirla toda dentro de mí. Golpeó mi trasero y arrimó su boca hasta la
curva de mi cuello—. Me encanta tu culo. Me vuelven loco tus tetas. Y —
jadeó—, no pienso parar de follarme este apretado coñito.
Me dejó aturdida.
«¡Joder!» —pensé, al no poder declarar ninguna palabra—. «Se siente
tan bien.»
Me mantuvo sujeta mientras que con la mano que tenía libre me
castigaba con duros y rápidas palmadas en mi trasero. Jadeé de placer y
envolví su cuello con mi mano para no separarme de él.
—¿Tienes un problema con mi culo? —dije, pausadamente y
tragando saliva.
Volvimos a mirarnos, y me di cuenta que la broma que solté acabaría
dándome más placer de lo que había imaginado. Su mano siguió aterrizando
con fuerza en mi trasero, y cada vez que me escuchaba gritar y gemir, lo
hacía temblar hundiendo sus dedos mientras que no dejaba de penetrarme.
—Tengo tantas cosas por enseñarte —gruñó contra mi boca, y me
sobresalté al notar como frotaba mi clítoris con su pulgar. Sentí arder mi
interior. ¡Y me encantó! —. Lo ves. No voy a dejar de follarme ese dulce y
rosado coño.
Había llegado un punto, que mis movimientos frenéticos sobre él y la
forma que me zarandeaba cada vez que su cuerpo impactaba sobre el mío,
me dejó sin aliento. Luché por oxigeno mientras que la sensación ardiente
de mi interior seguía creciendo con más fuerza.
Estaba gritando.
Algo dentro de mí se liberó.
Noté como mi vagina se apretaba con fuerza y ordeñaba el pene de él
hasta que terminó sacudiéndose con fuerza. Clavó sus dedos en mi trasero y
no dejó de moverse hasta que se corrió.
Nos dejamos caer sobre la cama mientras que disfrutaba del
hormigueo que bajó de mi vientre hasta los dedos encogidos de mis pies.
Me acarició la espalda y tiró de mí para que cayera sobre su pecho.
Él rompió el silencio que se formó entre nosotros dos cuando dejamos
de gemir.
—Ahora ya sabes lo que es que te folle.
Acomodé una mano sobre su abdomen y alcé la cabeza para mirarlo a
los ojos.
—No —reí—. Ahora sabes lo que es que te deje que me folles.
Arropó mi cuello con su mano y me besó dulcemente. Terminó
cubriéndonos con la sábana y hundió sus dedos en mi cabello para
acariciarme. Cerré los ojos para quedarme dormida junto a él.

Antes de abandonar la habitación, oculté mi desnudez con la camiseta de


Bloody. Nos quedamos dormidos y ninguno de los dos se dio cuenta que la
noche no tardó en pisarnos los talones. Habíamos retrasado el viaje un día
más. Reno no se molestó cuando le envié un breve mensaje donde le
explicaba que no me encontraba bien. Al contrario. Éste respondió con que
seguiríamos esperando un par de días antes de subirnos en la caravana.
Llegué hasta la cocina y encendí la luz sin importarme que Shana
estuviera durmiendo. Ésta despertó y se me quedó mirando. Observó
detalladamente la camiseta de Bloody y se levantó torpemente del sofá para
acercarse a mí.
—Has gritado tan fuerte, que me has puesto cachonda —me susurró
en el oído—. Tu padre se negaba a follarme embarazada.
La miré por encima del hombro y sentí asco.
Pero lo único que hice fue coger una cerveza y sentarme sobre la
barra para odiar de cerca a la asesina de mi mejor amiga. Crucé mis piernas
y toqué mi cabello que seguía húmedo por los violentos y rápidos
movimientos que ejecuté cuando estuve encima de Bloody.
—A lo mejor le dabas asco.
—Lo dudo —Shana quería provocarme—. Estuvo años detrás de este
culito —y se azotó ella misma — hasta que se lo entregué. Para tener casi
cincuenta años, folla como un león salvaje.
Cogí aire y le di otro trago a mi cerveza.
—Eres patética, Shana. Te has quedado embarazada para no perder a
Bloody —antes de que me interrumpiera, le pedí que se callara—. Pero lo
perdiste. Hace tiempo. Ahora está conmigo.
—¿Contigo? ¡Já! ¿Cuánto durará vuestra relación? ¿Un par de días
más? —volvió a frotarse la barriga—. Conozco muy bien a Bloody. No
abandonará a su hija. Y tú, ratoncito, dudo que seas esa clase de mujer. ¿Te
interpondrás entre ellos dos?
Tardé en responder, pero lo hice:
—Si Bloody decide hacerse cargo de vuestra hija, le apoyaré.
Los oscuros ojos de Shana se entrecerraron ante la ira que sintió de
repente.
—¿Quieres quitarme a mi hija?
—Yo no he dicho eso.
—No —se acercó, y observó mis piernas desnudas—, tienes razón.
—Hace tiempo que perdiste el norte, Shana. Siento lástima por la niña
que llevas en tu vientre.
—Katherine permanecerá a mi lado hasta que Bloody nos elija.
Estaba jugando sucio como de costumbre.
—¿Ni siquiera amas a tu bebé?
Ella rio.
—La querré cuando seamos una familia feliz.
—Eres una asesina.
—Y él también —me recordó—. Tú lo sabes. Puede que no haya
matado a un inocente, pero matar a otro asesino sigue siendo un delito.
Me deshice de la botella y salté de la encimera para quedar cara a cara
con ella.
—Yo tampoco soy un ángel.
—Tú no serías capaz ni de matar a una mosca, ratoncito.
Estaba muy equivocada.
—Si no fuera por tu padre —acomodé mi mano sobre su frente, como
si estuviera sosteniendo un revolver —ya te habría matado.
Lo único que consiguió con su risa, fue aumentar las ganas de
matarla.
—Mejor vigila a Bloody —se relamió los dedos—. Es sonámbulo. Y,
quién sabe, a lo mejor se levanta a medianoche para follarme.
«No hagas daño al bebé.»
Hice caso a mi pensamiento y le rompí la nariz de un puñetazo.
—Joder —reí. Notar como le partía el tabique me dio placer.
Shana empezó a sangrar y se tambaleó para tumbarse en el sofá
mientras que gritaba el nombre de Bloody.
Éste llegó hasta nosotras y miró el charco de sangre que había bajo
mis pies.
—¿Qué ha pasado? —preguntó, preocupado.
Shana respondió:
—¡Ésta zorra me ha roto la nariz!
Los hombros de él se relajaron.
—Me había asustado.
Sonreí.
Cogí la mano de Bloody y lo alejé de la zorra que dormiría a cinco
metros de nuestra cama.
—Vamos a dormir.
Asintió con la cabeza y nos alejamos de ella.
Shana empezó a gritar.
—¡Bloody! —asomó la cabeza.
Antes de encerrarnos en la habitación, lo detuve, rodeé su cuello con
mis brazos y salté para cubrir su cintura con mis piernas. Le supliqué que
me hiciera suya de nuevo y éste no tardó en aceptar.
Bajo la atenta mirada de Shana, Bloody besó mi cuello y yo le enseñé
el dedo corazón a esa zorra.
Y le susurré:
—Qué te jodan, perra.
Capítulo 20

Reno nos esperó en la caravana mientras que acomodaba nuestras maletas.


Mientras tanto, Bloody y yo nos quedamos en el apartamento para darle
instrucciones a Shana. Nadie podía saber que ella se encontraba en Estados
Unidos. Ni siquiera llamó a su padre…o eso fue lo que nos dijo. Se llevó
una mano a la espalda mientras que asentía con la cabeza. Bloody le dio las
llaves del apartamento y ésta no tardó en cogerlas.
No dejaba de mirarme de reojo.
—¿Lo has entendido?
Shana afirmó con la cabeza.
—No puedes salir de aquí. Dudo que tu padre haya conseguido
limpiar tu ficha policial —le tendió un papel con su número de teléfono—.
Llámame si necesitas ayuda con la cría y mandaré a Jazlyn junto a Dorel.
—La niña todavía no ha nacido, cariño —rio, y estiró el brazo para
acariciar su rostro, pero Bloody se lo impidió—. Estaremos bien. Pero
necesitaré algo de dinero. Tengo que comer y comprar algo de ropa para el
bebé.
—Shana…—insistió Bloody.
—No me voy a deshacer de ella —zanjó.
Me acerqué hasta ellos y pasé mi brazo alrededor del de Bloody y le
tendí el poco dinero que tenía junto a mí. Shana no tardó en cogerlo y
esperó a que el padre de su hija hiciera lo mismo. Soltó todo el dinero que
llevaba en su vieja cartera de cuero y ésta le mostró los dientes después de
contar los billetes verdes.
Salimos de la habitación y bajamos el par de pisos que tenía el
apartamento. Me sentí observada en el corto trayecto que hice hasta el
parking. Ni me tomé la molestia de mirar por encima del hombro, porque
estaba segura que Shana se encontraba en la barandilla observándonos.
Bloody besó mi frente y alzó mi rostro.
—Dime que todo saldrá bien.
Rodeé su cuello con mis brazos y pegué mi pecho sobre el suyo.
Acaricié los mechones que se colaron entre mis dedos y le susurré las
palabras que más necesitaba escuchar de mi parte.
—Todo saldrá bien —finalicé, con un beso.
Reno llamó nuestra atención. Necesitaba nuestra ayuda. Bloody alzó
mi maleta, que se encontraba abierta. Al acercarme para cerrarla, la abrí un
poco y me di cuenta que me faltaban prendas de ropa. Miré rápidamente
hasta el bloque de pisos y ahí estaba la ladrona; sonriendo y saludándome
con las manos que solía ensuciar con la sangre de gente inocente.
—Será perra…—susurré.
Y Reno me escuchó.
—¿Sucede algo?
Solté la primera mentira que me pasó por la cabeza.
—Es que me he dejado el cargador del móvil en la habitación. Pero
no importa.
Se lo creyó y terminaron de esconder el par de armas que llevaban.
Subimos a la caravana y, mientras que ellos ocupaban los asientos de piloto
y copiloto, me tumbé sobre la cama y cerré los ojos. Nos esperaba un viaje
largo. Reno recorrería Benson, Willox, Bowie, San simón, Deming, las
Cruces, Anthony y llegaríamos a El paso para poder cruzar la frontera.
Calcularon unas cinco horas más o menos y tuvimos los pasaportes cerca
por si nos paraban en medio del viaje.
Bloody se tumbó a mi lado cuando llegamos a Deming. Estaba
cansado del silencio de Reno y me buscó desesperadamente para poder
establecer una conversación normal con alguien.
Pero estaba tan cansado, que se quedó dormido. Dejé que descansara
y abandoné la cama para estirar las piernas y los brazos. Cuando me dirigí a
la cocina, la caravana se balanceó, consiguiendo que cayera al suelo y me
diera un golpe en la espalda que me hizo retorcerme de dolor.
—¿Estáis todos bien? —preguntó.
Miré a Bloody.
Seguía dormido.
—¿Qué ha pasado?
—Se ha pinchado una rueda. Dile a Bloody que me ayude a
cambiarla.
No quería molestarlo.
—¿Puedo ayudarte yo?
Reno ocultó sus ojos con unas gafas de sol y se levantó del asiento.
—¿Alguna vez has cambiado la rueda a un coche?
No le mentí.
—No —me sentí avergonzada—. Teníamos chófer. ¿No te acuerdas?
—Él fue el que condujo nuestro vehículo durante unas semanas—. Me
saqué el carnet de conducir junto a los demás alumnos. En el instituto solían
darnos clases y prácticas los miércoles. A los seis meses aprobé.
—¿Nunca has viajado tú sola?
Negué con la cabeza.
—¡Está bien! Vente —dijo, abriendo la puerta—. Te enseñaré a poner
una rueda de repuesto.
Seguí a Reno para ver como cambiaba la rueda que se había pinchado
en un pueblo llamado Anthony que pertenecía al condado de El paso; cada
vez estábamos más cerca.
El hombre de confianza de Ronald, se arrodilló en el suelo y aflojó
los tornillos de la rueda pinchada con la llave de tubo. Acomodó la
herramienta que se llamaba gato y fue girándolo para subir la caravana. Una
vez que la rueda no tocó el suelo arenoso, quitó los tornillos que ya estaban
aflojados. Tiró la rueda y sacó la otra para introducirla. Me mostró una
sonrisa y me dijo que me acercara.
—Coge la llave de tubo —me señaló la herramienta indicada—.
Tienes que apretar con fuerza los tornillos.
Giré mis muñecas y apreté los dientes en busca de la fuerza que me
pidió que aplicara. Las palmas de las manos me ardieron, pero no me
detuve. Después Reno sacó con cuidado la otra pieza y terminó de apretar
los tornillos para que no salieran volando una vez que arrancara el motor.
—¡Enhorabuena! —me felicitó—. Ya sabes cambiar una rueda.
Sonreí.
Jamás imaginé que acabaría manchándome las manos de polvo y
barro.
—Gracias.
Acomodó su espalda contra la caravana y se sacó las gafas de sol.
—Ya no te veo tan inútil. Incluso, menos bastarda.
—No entiendo por qué me llamas bastarda, si llevo los apellidos de
mi padre y de mi madre.
—Porque sé que te molesta.
Quedé delante de él y me encendí uno de los cigarros que le robé a
Bloody. Me lo encendí bajo su atenta mirada, y le di unas cuantas caladas
antes de seguir hablando con Reno. Siguió cada movimiento que hice con el
brazo, y se llevó una mano a ese cabello negro y revuelto que le ocultaba la
frente y las orejas.
—¿Cómo acabaste trabajando para Ronald?
Éste rio.
—Tendrías que pagar un alto precio para que te lo dijera.
—¿Cómo cuál?
Se rascó la corta perilla de barba que solía llevar.
—¿Un beso?
Reí.
—Bromeas, ¿cierto?
—No. Tú quieres saber cómo empecé a trabajar para Vikram —hizo
una pausa y aproveché para terminarme el cigarro—, y yo el por qué todos
esos hombres han perdido la cabeza por ti.
—¿Todos esos hombres? —volvió a hacerme reír—. Te contaré mi
vida amorosa. Te la puedo resumir en treinta segundos —Reno me dio el
visto bueno, y se la conté. —. Harry fue el primer novio que tuve, del cual
nunca me enamoré. Cuando me secuestraron, Raymond fue la única
persona que me trató como un ser humano. Y, ahora que tengo dieciocho
años, quiero cometer locuras junto a Bloody. Si ellos sienten o han sentido
algo por mí, es diferente.
Reno balanceó su cuerpo para quedar más cerca de mí.
—A lo mejor quieren tu dinero.
—Quizás —y, no tuve miedo en reconocerlo.
—¿No tienes miedo a enamorarte de él?
Estaba hablando de Bloody.
—Sé que eso pasará. Pero de momento sólo vivo el día a día.
Dejó ambas manos caer sobre mis hombros y ladeó la cabeza. Al
tenerlo tan cerca, me di cuenta que tenía una cicatriz atravesando su
redondeada nariz. Bajo la barbilla, tenía otra marca arrugada y más rosada
que el tono de su piel.
—¿Sigues queriendo saber cómo conocí a Vikram?
Sí, pero no a ese precio.
Cuando intenté decírselo, alguien me apartó de su lado. Bloody le
golpeó y ambos cayeron al suelo. No dejaron de hacerse daño. Rodaban por
el suelo mientras que gritaban cada vez que uno salía herido. Me tiré sobre
ellos para detenerlos, pero lo único que conseguí fue caer al suelo.
—¡Bloody! —grité, hasta que me hizo caso.
Se levantó del suelo y alzó a Reno por el cuello de la camisa. Impactó
el cuerpo del otro contra el vehículo y le advirtió.
—Si vuelves a pedirle que te bese, te mato.
Reno escupió en el suelo sangre.
Bloody le había partido el labio.
—Ella no es tuya.
—Cierto —aceptó—. Pero no pienso permitir que te acerques a ella
para sacarle información. ¿Te crees que soy idiota?
La risa de Reno desapareció cuando Bloody le golpeó la frente con la
suya propia. Lo dejó tendido en el suelo y pasó por delante de mí. Lo seguí
y nos subimos a la caravana. Se quitó la camiseta que manchó con la sangre
de los dos y rebuscó en el cuarto de baño el pequeño botiquín que colgaba a
uno de los laterales del espejo.
Le arrebaté la caja blanca y le pedí que se sentara sobre la cama. Al
golpear a Reno en la frente, se partió la ceja.
—Necesitarás puntos —le avisé. Bloody se encogió de hombros.
Limpié la sangre, desinfecté la herida e intenté detener el hilillo de
sangre que le nacía de la ceja, presionando una bola de algodón.
—¿Por qué hablabas con él?
—Has olvidado que tenemos que ganarnos su confianza.
—Quería besarte.
—Me estaba retando —dejé de presionar el algodón y lo cambié por
otro—, pero no iba a caer en su juego.
Bloody chasqueó la lengua.
—¿Qué? —Le obligué a que me mirara a los ojos—. ¿Piensas que soy
tan estúpida para acceder?
—No. Sé que no caerías en algo así.
—¿Entonces?
Volvió a girar la cabeza.
—Olvídalo —fue su respuesta.
—¡Muy bien!
Me levanté de la cama y dejé que él mismo curara sus heridas.
—¿Adónde vas?
—Alguien tendrá que ayudar a Reno, ¿no?
No conseguí dar más de dos pasos.
—¡Alanna!
—¿¡Qué!?
Grité como él.
—Quédate, por favor.
Capítulo 21

Volví a sentarme sobre la cama y terminé de curar las heridas que marcaron
en su rostro. Pasé uno de sus mechones rebeldes por detrás de su oreja, y
limpié la última gota que bajó por debajo de su ceja. Lo miré a los ojos,
dejé caer mis manos sobre las rodillas y esperé a que fuera él quien
rompiera el silencio.
—Quiero estar a tu lado, Alanna. Cuidarte, aunque tú sepas hacerlo
sola —con un tono de voz calmado, siguió hablando—. No estoy a tu lado
por dinero. Seguiría deseándote incluso si fueras como yo; una persona que
tuvo que sobrevivir a las viejas calles de Carson sin dinero. Me siento
atraído por tu dulce rostro, pero también por tu forma de ser. No tienes
miedo. Dices lo que sientes. Y, si tienes que proteger a un ser querido, lo
haces arriesgando tu propia vida.
—¿Eso me hace ser estúpida?
Bloody sonrió.
—Pero mi estúpida favorita —se acercó lentamente, y antes de
besarme, lo detuve.
Alcé la cabeza y se me escapó un suspiro.
—Tengo miedo a enamorarme de ti —las piernas me temblaban—.
¿Has amado a alguien, Bloody?
—No —y se me encogió el corazón antes de tiempo —, pero hubo
una mujer que me enseñó a ser mejor persona y terminé queriéndola. Su
nombre es Callie. La conocí en San Quentin. Ella me enseñó a leer, a
escribir y tuvo la esperanza que cuando saliera de prisión terminaría
vistiendo con traje y corbata. Pero terminé siendo el delincuente que la
apartó de mi lado.
—¿La búscaste?
—Quise hacerlo —confesó, y era la primera vez que abría su corazón
—. Pero Callie me hubiera cerrado la puerta en las narices.
Acomodé mi frente sobre la suya.
—Pronto habrá alguien que necesite tu cariño.
—Alanna…
Me cortó, pero no lo dejé.
—Esa niña no puede criarse sola junto a Shana —estaba mal juzgarla,
pero ella misma me dijo que mantenía a la niña dentro de ella por Bloody
—. Te necesitará. Ambos hemos sufrido con nuestros padres. Sabemos lo
que es no tener su cariño. ¿Realmente quieres que ella sufra lo mismo que
tú y yo?
—Yo quiero estar contigo.
—Y yo —rocé mi nariz con la suya y cerré los ojos cuando estuve a
unos centímetros de su boca—. Pero esa niña te necesitará más que yo.
—No es justo, cielo.
—Lo sé —y me mordí el labio, ante la rabia que sentía y no quería
trasmitirle a él—. Prométeme que te lo pensarás.
—No puedo.
—Por favor.
No dijo nada.
Se apartó de mi lado y se levantó de la cama para buscar una camiseta
limpia con la que vestirse. Salió fuera de la caravana, y ayudó a Reno a
entrar dentro. Estaba débil. Bloody siguió empujando su cuerpo hasta
dejarlo sobre la cama. Ambos nos miramos y asentí con la cabeza. Tenía
que ayudarlo.
Limpié el barro y la sangre de su rostro, desinfecté el corte que le
atravesó el labio y lo dejé durmiendo mientras que nosotros nos ocupamos
de conducir la caravana hasta El paso. Crucé mis piernas sobre el sillón de
copiloto y le hice compañía a Bloody en silencio.
Cruzamos la frontera y nos detuvimos delante de un pequeño parque
que había en Chaveña para descansar.
Acaricié mi piel con mis propias manos, y eché hacia atrás la cabeza
para dormir un par de horas. Pero la voz, cansada y dura de Bloody, detuvo
mi sueño.
—Lo haré —dijo. Y le miré confusa—. Cuidaré de la criatura con una
condición.
Lo miré con una sonrisa en el rostro.
—¿Cuál?
—Que tú estés a mi lado.
Posé mi mano sobre la suya.
—Estaré a tu lado.
Se acercó para besarme, y el teléfono de Reno sonó.
La pantalla se iluminó para mostrar el nombre de Melvin.
—¿Será el contacto que tenemos en México? —le pregunté.
Bloody se encogió de hombros y descolgó la llamada.
Desconfiaba de Reno, por eso se tomó la confianza de hablar con el
tal Melvin.
—¿Sí?
Capítulo 22

Antes de que respondieran al otro lado de la línea, una mano voló hasta la
oreja de Bloody y le arrebató el teléfono móvil. Colgó la llamada y nos
miró seriamente. Reno arrugó su frente y apretó los dientes ante el delito
que cometimos por coger una llamada que no nos pertenecía.
—¿Qué crees que estabas haciendo?
—Responder a la llamada —dijo Bloody, con naturalidad—. ¿Era
alguien importante?
La pregunta incomodó a Reno.
—No es asunto tuyo.
—En realidad sí —se levantó del asiento y lo siguió—. Estás en
contacto con esa persona desde que Vikram te mandó seguir a Alanna. Lo
he visto en tu historial. ¿Quién es Melvin?
Reno dejó de caminar por la caravana y enfrentó a Bloody.
—Un contacto.
—¿Vikram lo sabe?
Bloody estaba interrogando a Reno y estaba seguro que volverían a
besar el suelo. Así que me levanté, quedé delante de los dos y los separé
porque estaban muy juntos. Éstos cedieron y me sentí tranquila. Si nos
escuchaban gritar a las tres de la madrugada, seguramente nos detendrían.
—¿Qué hacemos ahora, Reno? —pregunté, ya que estábamos en
México.
—Reunirnos con Marcus.
—¿Otro de tus contactos? —Bloody siguió molestándolo.
Por suerte Reno lo ignoró. Desbloqueó el teléfono móvil y llamó al
hombre que nos mencionó. Le envió nuestra ubicación y dijo que se
reuniría con nosotros al día siguiente.
—Será mejor que vayamos a dormir —Reno nos apartó para sentarse
en el asiento piloto—. Quedaos con la cama. Yo he dormido suficiente.
Bloody no se lo pensó dos veces. Cogió mi mano y tiró de mi cuerpo
para que lo siguiera. Al llegar a la parte trasera, me dejé caer sobre el
colchón y Bloody cerró las cortinas para tener algo de intimidad. Cuando se
estiró a mi lado, una sonrisa pícara iluminó su rostro.
Su mano quedó sobre mi vientre. Jugueteó con el elástico de mis
jeggings[9] y lamió mis labios antes de acomodarse sobre mí. Lo detuve.
—¿Qué haces? —pregunté, elevando una ceja confusa.
—Es obvio, cielo.
No entendió que le estaba advirtiendo.
—Reno está a un par de metros de nosotros —bajé el tono de voz,
para que no pudiera escucharnos—. No voy a abrirme de piernas ahora.
—No haremos ruido.
—Bloody —le di el último toque.
—Está bien —alargó las vocales como un niño pequeño—. Nada de
sexo. Pero déjame decirte —me mordisqueó el lóbulo de la oreja y me hizo
temblar— que tú te lo pierdes.
Lo empujé y cayó de espaldas. Dejé mi cabeza sobre su pecho y moví
mi dedo por su torso.
—¿Qué crees que nos oculta?
Se encogió de hombros.
—Te dije que no era de fiar.
Empujé hacia arriba mi cabeza y miré sus penetrantes ojos azules.
—¿Y nosotros sí?
—Nosotros menos —rio.
Pegó sus labios en la coronilla de mi cabeza y terminé quedándome
dormida junto a él.

Marcus, un hombre que lucía una enorme barba blanca, se presentó en la


caravana a las siete de la mañana. Reno nos presentó y esperamos a que nos
guiara hasta la casa de Arellano. Estaba tan nerviosa, que empecé a
morderme las uñas. Bloody intentó tranquilizarme, pero fue imposible.
Condujo hasta Los lamentos y nos detuvimos delante de una de las tantas
propiedades que tenía Heriberto. Desde la llegada de mi padre a México,
tuvieron que salir de Veracruz para buscar un lugar más tranquilo y que no
llamara la atención.
Delante de nosotros, las enormes puertas de hierro, estaban abiertas.
—Están celebrando el compromiso de la hija del señor Arellano.
Raymond me dijo que Reinha tenía que casarse con Gabriel porque su
padre la obligó. Recordé que el mío intentó hacer lo mismo con el hermano
mellizo de ella; Diablo.
Mi iPhone vibró.
Me acerqué hasta la cama para leer el mensaje que había recibido.

Soy T.J.
Cuando llegues a México, ponte en contacto
con este número: +52 22xx- xx11
10:13 AM ✓✓

—Bloody.
Le enseñé el mensaje.
—¿Qué quiere?
Bloody le respondió.

¿Es uno de tus amiguitos?


10:16 AM ✓✓

Es la única persona que os llevará


hasta Gael, hermanito.
10:17 AM ✓✓

Le quité mi teléfono móvil e hice la llamada.


Un tono.
Dos tonos.
Y descolgaron.
—¿Hola? Soy Alanna Gibbs.
No sabía si había hecho bien en darle mi nombre y apellido.
Pero acerté.
—¿Mami?
—¿Diablo?
Bloody se acercó para escuchar la conversación.
—El rubio oxigenado dijo que llamarías.
—Estamos fuera de la mansión de tu padre.
—Alejaos —nos alertó—. Si llamáis la atención, nos iremos todos a
la verga.
Bloody se acercó hasta Reno para decirle que moviera la caravana a
un par de manzanas de la propiedad de Arellano. Empezamos a movernos
discretamente.
—¿Está mi padre con vosotros?
—Quizás —Diablo se movió ante la multitud de gente que lo rodeaba
—. ¿Recuerdas nuestro trato, mami?
—Salvar a tu hermana de las garras de Gabriel —estaba segura que
quedó asombrado ante la información que dominaba en mi poder—. Pero
las cosas han cambiado. Soy libre. Tú no. Tu padre tiene al mío. Yo os
puedo sacar de México. ¿Qué te parece?
—Chica lista. Creo que te amo —dijo, empleando un tono divertido a
la conversación—. Ni siquiera los latidos de tu corazón me enloquecieron.
Está bien, gringa. Te entrego a tu padre y tú nos sacas de aquí. ¿Trato?
Bloody me dijo que aceptara.
—Trato hecho.
—Me pondré en contacto contigo cuando todos los invitados se vayan
a la chingada.
Diablo colgó.
—Mi padre está con ellos —le dije a Bloody—. Ya queda menos para
ser libre.
Se acercó hasta mí, y sin importarle que hubiera dos hombres
observándonos, alzó mi rostro para besarme dulcemente mientras que
nuestras lenguas se enroscaban.
¿Qué podía salir mal?
Nada.
Pero eso yo no lo sabía con seguridad.
Capítulo 23

Diablo cambió de idea a última hora. Nos pidió nuestra ubicación y aceptó
reunirse con nosotros en la habitación de motel donde nos alojábamos.
Como Reno estaba en la habitación continua a la nuestra, no estaría al tanto
de la conversación que mantuviéramos con el hijo de Arellano; empezamos
a movernos sin la ayuda del hombre de confianza de Vikram.
Dos agentes, que vestían de negro, inspeccionaron la habitación antes
de que Diablo la pisara. Al darse cuenta que Bloody llevaba un arma junto a
él, intentaron quitársela. Pero Diablo se lo impidió. Les pidió a sus hombres
que salieran y él mismo cerró la puerta para buscar algo de intimidad. Se
acercó hasta la cama y se dejó caer.
Se había desecho de su cabello negro. Sus gruesas y largas cejas
pobladas, no estaban tan alzadas como de costumbre. Parecía cansado. Nos
miró un momento, y me di cuenta que sus ojos estaban hinchados.
—Pensé que no volvería a veros.
Diablo estaba muy diferente desde la última vez que lo vimos.
—Nosotros tampoco —dije, acercándome hasta una silla para
sentarme delante de él—. Pero aquí estamos.
—Seis meses después —incluso dejó de soltar sus groserías.
Bloody lo miró desde el fondo de la habitación, con los brazos
cruzados sobre el pecho. No se fiaba de él, así que optó por guardar la
distancia por si en algún momento tuviera que sacar su arma para matarlo.
Diablo le mostró una sonrisa y siguió hablando conmigo.
—¿Dónde está mi padre?
—Sigue vivo si es lo que te preocupa, mami.
—Tenemos que sacarlo de México. Lo antes posible.
Diablo se levantó.
Al no esperárselo, Bloody se acercó hasta él y le plantó cara:
—¡Ya, wey! No le haré nada —golpeó suavemente el rostro de Bloody
—. Eres muy diferente a tu hermano. Él es más sumiso. En cambio, tú…
Le cortó.
—Tengo menos paciencia que Terence Junior —gruñó.
Me acerqué hasta ellos e intenté mediar en su conflicto.
—Diablo —cuando tuve su atención, seguí—, necesitamos una
dirección.
—No olvides nuestro trato. Te entrego a tu padre, y vosotros nos
sacáis de México.
—No —respondió Bloody—. Acepto sacar a tu hermana. Pero no
pienso sacar del país a un asesino.
Diablo, ofendido, alzó las manos para mostrarle que no estaban
cubiertas de sangre como la última vez que se vieron. Soltó una carcajada y
se acercó hasta Bloody.
—Llevo meses sin escuchar voces o sonidos que me vuelven loco.
—¿Por qué? —quise saber.
¿A qué venía ese gran cambio?
Se encogió de hombros y respondió:
—Le prometí a Rei que tomaría mi medicación. No podía decirle que
no a mi linda hermanita.
Me acordé de Ray. Le prometí que salvaría a Reinha de las garras de
Gabriel y es lo que haría. Incluso si teníamos que llevarnos a Diablo junto a
nosotros.
—Está bien —asentí con la cabeza—. Huiremos todos. Pero antes,
tienes que decirme dónde está mi padre.
Diablo se dirigió hasta la puerta con la intención de marchar. Antes de
girar el pomo, me miró por encima del hombro y me guiñó un ojo.
—Primero tenéis que conocer a Rei. Después, os daré la dirección
para atrapar a Gael.
Bloody gruñó, y lo detuve antes de que impidiera que Diablo
abandonara la habitación de motel. En el fondo, tenía razón. Primero
trazaríamos un plan para salir los seis de México, después de convencer a
mi padre que nos siguiera.
Me quedé a solas con Bloody y le pedí que se sentara junto a mí.
Estaba furioso.
—¡Es un asesino!
—Pero es el pasaporte de Reinha. Se lo prometí a Ray.
Sacudió la cabeza.
—Es peligroso, Alanna.
—Ya lo has escuchado. Su hermana le obliga a tomarse la medicación
que calma todos sus demonios.
Alborotó su cabello y suspiró.
—No sé si es una buena idea.
—Por favor —supliqué, cerca de sus labios.
No se apartó de mi lado cuando lo tumbé.
—Déjame convencerte —besé su cuello, y no tardé en mordisquear la
parte donde se sentían sus latidos bajo la piel—. Quiero saborearte.
Quería hacerle olvidar todos los problemas que nos surgieron desde
que pasamos la frontera. Así que tiré de su camiseta y bajé mis labios por su
cuello hasta lamer el plano y duro pezón antes de torturarlo con mi
jueguecito.
Ansiaba ser tan cruel como él, hasta hacerle temblar bajo mi cuerpo.
—¿Qué haces, cielo? —preguntó, con un tono divertido.
Seguí empujando mi cuerpo y guiando mi boca por las duras líneas
que marcaban su abdomen. Acabé doblando las rodillas en el suelo, y moví
mis dedos por el cinturón que sostenía sus vaqueros. La idea de tenerlo otra
vez desnudo ante mí, me hacía arder de placer.
Y a él también.
Su dura erección no tardó en quedarse marcada en su ropa interior.
Acaricié su miembro por encima de la tela, y con la otra mano terminé por
bajarle los pantalones.
Sabía que me estaba observando detalladamente, y eso no consiguió
detenerme. Al contrario, me empujó a delinear la gruesa y larga marca que
dejaba su polla ante mis ojos.
—Estás tan duro —susurré, y no evité marcar una amplia sonrisa en
mi rostro.
Me relamí los labios y hurgué en el interior de su bóxer hasta alcanzar
el trozo de carne ardiente que me esperaba. Lo arropé con mi mano y
acaricié su miembro con delicadeza y amor. Bloody cerró un instante los
ojos y echó hacia atrás la cabeza ante el calor humano que encendió un
poco más su pene.
—¡Joder!
Y, antes de que siguiera protestando, empujé su miembro al exterior y
arropé la cabeza con mis suaves y húmedos labios. Envolví la cresta,
rodeándola con la lengua hasta hacerlo temblar.
No tuve compasión con él.
Al igual que él no la tuvo conmigo.
Sus dedos se aferraron a las sábanas de la cama, mientras que evitaba
derramar su semilla en el interior de mi boca.
Ya no era una niña inocente que enviaba mensajes eróticos para
complacer a un chico.
Con Bloody era imposible.
Quería estar a su altura.
Darle el mismo placer que él llegaba a provocarme a mí.
Seguí abriendo mi boca para hacer desaparecer parte de su miembro
en el interior de la húmeda cueva que lo estaba haciendo jadear. Fue lento.
Poco a poco tragué cada centímetro del deseo feroz que crecía en la
entrepierna de él.
—Estás jugando con fuego, cielo —escuché, en un sonido
estrangulado y pausado de una voz ronca que fue música para mis oídos.
Sus dedos se enredaron en mi cabello, pasando cada mechón por la
dura piel de sus manos.
Al no poder arropar todo su pene con mi boca, empecé a deslizar mis
labios de arriba abajo para saborearlo, consumirlo y hacerlo estallar de
placer.
Era lo más sensual y erótico que había hecho por alguien.
Gemí contra su piel al notar como tiraba de mi cabello y empujaba mi
cabeza.
—No pares, cielo —gimió con más fuerza, apretando sus fornidos
muslos ante el placer que le estaba dando mi boca—. Chúpamela, cielo. Lo
haces muy bien.
Introduje un poco más su miembro en mi boca, casi podía tocar mi
garganta. Seguí abriendo mis labios, provocándome un pequeño dolor en la
comisura. Alcé un poco la cabeza para relamerme los labios, y aproveché
que tenía la lengua fuera para golpear la sensible cabeza de su polla que
estaba rosada.
—¡Joder, sí! —volvió a alzar la voz—. Chupa mi polla, cielo —clavé
mis uñas en sus inquietas rodillas. El placer parecía tan intenso, que Bloody
sacudía su cuerpo inconscientemente. Buscaba mi boca para volver a buscar
el calor y el placer que dejaba en su duro y grande miembro—. Alanna.
Aparté su mano de mi cabello y le prohibí que él marcara el ritmo con
mi cabeza.
—¡Oh, sí! Chúpamela. Lame mi polla, cielo —empezó a elevar su
trasero de la cama.
Dejé de pasear mi lengua por la protuberante punta enrojecida y hundí
mi boca para seguir masturbándolo hasta que explotara en el interior.
—Me harás caso, Bloody —solté, antes de volver a bajar mi rostro.
—Por favor, cielo —suplicó, como un cachorrito.
El hambre siguió creciendo. Así que hundí su polla en mi interior de
mi boca y no detuve de humedecer su piel hasta que se corrió.
Escupí en el suelo, me aparté de su lado con cuidado y acaricié mis
labios que estaban inflamados ante el esfuerzo que hice.
Lo observé desde los pies de la cama. Con ambas manos en su
abdomen, intentando recuperar el aliento que había perdido cuando estalló
el placer en su cuerpo hasta dejar la última gota de su esencia en mi boca.
—Cielo.
Una sonrisa atravesó mi rostro.
—Seguiremos mi plan, Bloody.
Y lo dejé solo, sobre la cama, y desnudo mientras que yo me dirigía
hasta el baño para darme una larga y relajante ducha.
Capítulo 24

Salí de la ducha y quedé delante del espejo para observar la estúpida sonrisa
que marcó mi rostro. Bloody no tardó en quedar detrás de mí. Rodeó mi
cintura con sus brazos y sentí la presión de su barbilla en mi hombro. Me
miró a través del espejo y besó mi mejilla. Toqué su húmedo cabello y
esperé a que éste se cubriera con la toalla que le había dejado para él. Pero
optó por seguir desnudo.
—Ahora que conoces mi debilidad, tendrás que dejar de chantajearme
con mimos.
Alcé una ceja.
—¿Estás diciendo que no te ha gustado?
—Estoy diciendo que me has vuelto loco, cielo —besó mi cuello y
volvió a alzar la cabeza—. Por eso te suplico que no seas cruel conmigo.
No quiero acceder a todas las ideas alocadas que se te pasen por la cabeza.
—Necesitamos sacar a Diablo para proteger a Reinha.
—Y he accedido con una condición —me acercó hasta él y siguió
hablándome cerca del oído—. Si vuelve a matar a alguien, me encargaré
que deje de hacerlo.
Sonreí.
—No te entendí muy bien —me mordí el labio, ante la presión de su
miembro en mi espalda—. No dejabas de jadear y balbucear cosas sin
sentido.
—Tú has tenido la culpa, cielo.
Dejó un rápido beso en mis labios y salió del cuarto de baño para
vestirse. Yo no tardé en hacer lo mismo. Una vez que quedé vestida, con el
cabello seco y peinado, me dirigí hasta la puerta para buscar una cafetería
donde vendieran dulces típicos de México.
Pero mi breve excursión se anuló cuando me encontré a Diablo al otro
lado de la habitación. No iba solo. Una mujer joven, de cabello negro y ojos
enormes de largas pestañas, quedó detrás de él con una sonrisa invertida.
Estaba triste. Parecía destrozada.
—¿Y el otro gringo? —preguntó, Diablo.
Señalé el interior de la habitación.
—Creí que nos veríamos mañana.
Diablo se encogió de hombros.
—Hemos aprovechado que Gabriel salió —sostuvo la mano de la
mujer, y nos presentó—. Reinha, ella es Alanna. Alanna, ella es mi dulce
hermanita.
Estreché la fría y suave mano de Reinha. Ésta me mostró una sonrisa
y bajó la cabeza avergonzada. Detrás de mí, se encontraba Bloody sin
camiseta. Le hice una señal para que se terminara de vestir y pedí a los
mellizos Arellano que se acomodaran en la habitación.
—Siento tener que molestaros —susurró Reinha.
Era una mujer muy bella. El bronceado de su piel destacaba por
encima del hermoso vestido blanco que eligió para reunirse con nosotros.
Tenía el cabello más largo que el mío y cubría sus hombros con un manto
negro plagado de rosas.
—Ray me ha hablado de ti —confesé—. Me pidió que te ayudara. Y
es lo que vamos a hacer.
Bloody dejó su mano sobre mi hombro, y asintió con la cabeza para
dar más fuerza a mis palabras. Los tres observamos a Reinha, y nos dimos
cuenta que se rompió sentimentalmente; empezó a llorar y ni siquiera
Diablo consiguió calmarla.
—Desde que mi mamá murió, nuestro padre se ha vuelto egoísta —
dijo, limpiándose las lágrimas traicioneras con la tela del manto que la
protegía del fuerte viento que azotaba en las calles de Los Lamentos—. Me
obligó a prometerme con Gabriel Taracena, un viejo amigo de la infancia
que perdió el control cuando descubrió que heredaría una gran fortuna por
parte de su papá.
—Taracena es uno de los narcotraficantes más poderosos de México
—nos aclaró Diablo.
—Si me caso con él, sufriré la vida que se negó a vivir mi madre
cuando descubrió la frialdad de mi papá.
Bloody intervino.
—No tendrás que casarte con él —le aseguró—. En unos días
saldremos…
—La boda es dentro de una semana —Diablo se levantó del asiento
que estaba ocupando. —¡Verga! —gruñó. Se acercó hasta la mesa y
garabateó una dirección junto a un horario—. Gael suele pasear diariamente
por el parque de Los lamentos. Uno de mis hombres dijo que la razón era
para encontrarse con una mujer de cabello rubio.
«Shana.» —Pensé.
Recogí el papel y miré el horario.
Estábamos a tiempo de llegar hasta él.
—Iremos a por Gael —Bloody cogió su chaqueta de cuero y me
acercó la mía—. Vosotros deberéis buscar la manera de escapar a
medianoche para reuniros con nosotros en este mismo motel. Os
protegeremos hasta que lleguemos a California. Os doy mi palabra.
Diablo estrechó la mano de Bloody y salieron del motel unos minutos
antes de que nosotros lo abandonáramos. Conseguimos quitarle las llaves de
la caravana a Reno sin que éste se enterara, y condujo hasta el parque de
Los Lamentos donde se encontraba mi padre. Diablo no nos mintió. Él se
encontraba ahí. Sentado en un banco mientras que observaba como los
niños jugaban y se acercaban hasta sus familiares para darles un abrazo.
Sacó un teléfono móvil del bolsillo su americana y bajó la cabeza para
clavar sus ojos en la pantalla.
Estuvimos dos horas esperando que el parque quedara vacío. Cuando
la última familia abandonó el lugar, Bloody me dijo que era la hora de
enfrentar a Gael. Estaba nerviosa. Llevaba tantos meses sin saber de él, que
no sabía cómo reaccionaría al quedar cara a cara con el hombre que me dio
la vida.
Caminé por delante de Bloody. Me di cuenta que mi padre se levantó
del asiento y giró sobre sus elegantes y brillantes zapatos para marchar, pero
terminó quedando delante de mí. No mostró decepción, más bien alegría.
—Alanna —susurró, dejando asomar una sonrisa.
Tragué saliva.
—Hola, papá.
Me hizo tanto daño…que ni siquiera era capaz de odiarlo.
Intenté acercarme hasta él, pero Bloody se levantó. Golpeó su rostro
hasta dejarlo inconsciente. Antes de que cayera al suelo, lo sostuvo entre
sus brazos. Se lo cargó sobre el hombro y me pidió que lo siguiera.
—¿Cielo?
No sabía qué me estaba pasando.
—Tendríamos que haber hablado con él.
Lo miré por encima del hombro.
Él negó con la cabeza.
—No accedería a venir con nosotros. Tú lo sabes.
—¡O quizás sí!
—¡Alanna! —intentó tranquilizarme, elevando la voz para que dejara
de escuchar mis propias quejas—. Este hombre mandó a secuestrarte.
Intentó venderte al hijo de un mafioso y seguirá haciéndote daño hasta que
tenga su dinero.
Bajé la cabeza.
Yo no era como mi familia.
Aunque mi madre dijera lo contrario.
No sería capaz de matar.
Estaba convencida de ello.
Capítulo 25
RENO

Me quedé dormido sobre el suelo. Cuando desperté, me di cuenta que mi


chaqueta estaba tirada sobre la cama. Recordaba haber dejado la prenda de
ropa en el perchero y no moverla, ya que no salí en todo el día. Me acerqué
y me di cuenta que me faltaban las llaves de la caravana.
—¡Joder!
Seguramente Bloody consiguió colarse en la habitación. Desde que
Diablo Arellano se reunía con ellos, dejaron de hablarme de los pocos
planes que teníamos en común. Recogí mi móvil e hice una llamada
urgente.
Melvin no tardó en descolgar.
—Espero que sea importante —dijo, después de soltar una grosería.
—La hija de Gael está teniendo un trato directo con los mellizos de
Heriberto Arellano. Creí que iría directamente hasta su padre —me removí
el cabello —, pero las cosas no son cómo habíamos planeado.
—¿Vikram sabe algo?
—Lo dudo —di vueltas por la habitación—. Está esperando a que le
informe de los últimos movimientos que hemos dado en Los Lamentos. Y,
básicamente, no hemos hecho nada.
—Pero ellos sí —me recordó Melvin—. No te alejes de Alanna
Gibbs.
—Eso es imposible.
Bloody no se apartaba de su lado.
—Haz lo que sea. Pero conviértete en su sombra. ¿Lo has entendido?
No me quedó de otra que soltar un rotundo sí.
—No estoy seguro…—tenía una corazonada—, pero creo que quieren
sacar a los mellizos Arellano de México. Si lo hacen, tendremos problemas
en la frontera y descubrirán quién soy realmente.
—Eso no pasará. Mis contactos tienen luz verde para dejarte pasar sin
hacer preguntas. Les envié el pasaporte que te hizo Vikram Ionescu.
—Y, ¿qué pasará con ellos?
—Ya te dije que el delincuente y la cría me dan igual. Necesito a Gael
Gibbs con vida.
—Le estás dando mi cabeza a Bloody sin darte cuenta, Melvin —
ignoré el mal carácter que tenía cuando sabía que las personas que le
hablaban llevaban la razón—. Si me pongo en medio de la ejecución, sabrá
que no estoy siguiendo las ordenes de Vikram.
—Entonces mátalo y habla con la policía de México. Diles que ha
sido un ajuste de cuentas.
—Vikram no tiene a los mexicanos en nóminas, y tú tampoco —me
senté sobre la cama—. Tengo que colgarte.
—Espero que hagas las cosas bien, Reno.
Le colgué.
Ese maldito hijo de puta no era nadie para decirme cómo tenía que
trabajar. Sí, era cierto que estaba por encima de mí, pero los jefes, esos que
estaban por encima de los dos, confiaron en mí y no en él.
Golpeé con fuerza el colchón de la cama y desahogué toda la ira que
fui acumulando desde que me pidieron que me acercara a Vikram para ser
uno de sus hombres. Tuve dos opciones. Aceptar, o rechazar el trabajo y
olvidarme de mi profesión.
El dinero me cegó y me convertí en el matón de un mafioso que
estuvo años escondido.
Busqué su nombre en la lista de mis contactos, y lo llamé.
—Por fin te dignas a hablar conmigo.
Le mentí:
—Hemos avanzado.
—¿Os habéis acercado a Gael?
En realidad, no, pero estaba seguro que estábamos muy cerca. Por ese
motivo Bloody y Alanna recibían visitas de los hijos de Arellano, porque
eran las personas más cercanas a Gael.
Escuché la voz de Alanna desesperada y me acerqué hasta la ventana
para ver qué estaba pasando. Bloody se detuvo delante de la puerta de su
habitación, y empujó el cuerpo inconsciente de Gael.
«Hijo de puta» —pensé.
—¿Acercado? —reí—. Más bien, ya lo tenemos.
Capítulo 26
ALANNA

Tiró a mi padre sobre la cama y me senté junto a él para comprobar su


estado de salud. Estaba inconsciente, sangraba por la nariz y respiraba
lentamente. Bloody seguramente no entendió mi actitud por intentar cuidar
al hombre que me hizo daño. Pero sentía lástima por él. Esperé a que se
despertara y, cuando lo hice, le ayudé a incorporarse. Le di un vaso con
agua y le ayudé a beber.
—Gracias, caballito.
Se escuchó un fuerte golpe en la habitación de al lado.
—¿Sabes por qué estás aquí, papá?
Éste respondió:
—Por los delitos que cometí.
—¿Por qué, papá? ¿Por qué lo hiciste?
Abrió la boca y Bloody se interpuso de nuevo entre nosotros dos. Mi
padre tragó saliva y éste me apartó de él.
—Quiero respuestas, Bloody.
—Te manipulará. Conmigo lo hizo.
Cerré los ojos.
Pero me obligaron a abrirlos cuando golpearon la puerta de la
habitación. Me acerqué para abrir, y al otro lado estaban Diablo y Reinha
con una bolsa pequeña que los acompañaría en el viaje que nos esperaba.
Dejé que entraran y no se sorprendieron al ver a mi padre. Todo estuvo
planeado, así que era normal.
Bloody le susurró algo a Diablo.
Él asintió y se acercó a Reinha.
—Necesito mi medicación.
—¿Ahorita?
—Sí —insistió.
—Acompáñala, Alanna —me pidió Bloody.
¿Por qué querían alejarme de mi padre?
Capítulo 27
BLOODY

Hice bien en sacar a Alanna de la habitación. Ella no podía ser testigo de la


tortura que sufriría Gael por todos los delitos que cometió bajo el nombre
de Vikram Ionescu. Así que esperé a que cerrara la puerta y, cuando nos
quedamos solos los tres, me acerqué hasta la persona que un día fue como
un padre para mí. Durante años me mintió. Le di la oportunidad de que
dijera la verdad, y optó por seguir con la mentira con la que nos manipuló a
todos.
Escuché de fondo como Diablo movía una de las sillas que había
debajo de la mesa para acercarse hasta nosotros dos y convertirse en un
simple espectador. Soltó una carcajada cuando una de mis manos pasó por
detrás de la espalda y tocaron el arma que solía esconder. Gael, en vez de
cerrar los ojos, los agrandó. Ni siquiera tembló cuando la muerte se
acercaba hasta él dando cortos pero salvajes movimientos.
Tuve que incorporar su cuerpo antes de presionar su frente con el
cañón de la pistola. Tenía que contar hasta tres y presionar el gatillo. Pero
tardé más de la cuenta. Le di la oportunidad para que éste hablara y
suplicara por su vida.
—No sé por qué me acerqué a Shana realmente —comenzó con su
discurso, nombrando a la mujer que ocupó la cama de los dos—. Esa mujer
sabía que no era Vikram y arriesgó su vida para mantener informado a su
padre en todos los pasos que dimos cuando jugábamos a ser los putos amos
de Carson.
Gael estaba equivocado.
—Tú nos convenciste de ello.
—Tienes razón, hijo. Yo me creí mi propio papel. Para mí, ser
Vikram, era el pequeño empujón que necesitaba para levantarme de la cama
—su sonrisa se borró del rostro y miró a Diablo un instante antes de clavar
sus ojos en los míos—. ¿Alguna vez te has sentido poderoso?
En realidad, me sentí poderoso cuando él me prometió que ocuparía
su lugar. Después, mis sueños se esfumaron y terminé en la prisión que le
correspondía a él junto a su amante.
—Deja de jugar, Gael —le advertí.
Éste sacudió la cabeza.
—Quiero que me entiendas. Qué me des esa última oportunidad —
intentó levantarse de la cama, pero se lo impedí. Golpeé su abdomen y cayó
sobe la cama. Su cuerpo se retorció de dolor y soltó una débil carcajada—.
¿Has escuchado a Vikram, pero te niegas en hacerlo conmigo?
—Me he cansado de tus mentiras.
—¿Por qué iba a mentirte?
—¿Por qué quieres salir de aquí con vida?
Gael se encogió de hombros y se limpió la fina línea de sangre que
salió de sus pálidos y pequeños labios. Se cruzó de brazos y esperó no
recibir otro golpe de mi parte. Al darse cuenta que no volvería a descargar
mi ira con su cuerpo, prosiguió.
—Estoy muerto, Bloody. Tanto en Estados Unidos como aquí —dijo,
y acomodó su mano en su pecho para sacar uno de sus puros. Dejé que se lo
encendiera mientras que cerraba los ojos ante el placer que sintió—. El
padre de Diablo busca el dinero que le robé a Vikram. No lo tengo.
—Está al nombre de Alanna.
—Sí —eso era obvio—, pero se necesita una llave para llegar hasta
esa cantidad de dinero que todos quieren. ¿Sabes cuál es la llave?
Guardé silencio, aun así, me dio la respuesta.
—Un par de tarjetas micro SD —me acordé que Alanna, la noche en
la que Shana la drogó, devolvió una y la guardé en el collar que solía
guardar en su maleta—. Las he perdido. Sin las tarjetas, no hay dinero.
Me encogí de hombros.
—¿Fin de la historia? —me burlé de él.
—Tienes que salvar a Alanna —bajó el destrozado puro que se estaba
fumando—. Shana me confesó que la mataría porque dice que estás
enamorado de ella. Y, si Vikram lo descubre, hará lo mismo para hacer feliz
a su hija.
No tenía sentido. Él sí podía ponerla en peligro, pero la idea de que
otros le hicieran daño, lo destrozaban. Así que sacudí la cabeza confuso y le
di la espalda un momento. Esquivé la curiosa mirada de Diablo que había
escuchado atentamente la conversación, y busqué un motivo para volarle la
cabeza a Gael de una maldita vez.
—Tengo que matarte —confesé.
—Me lo imaginé —reí—. Si me matas, harás feliz a Vikram durante
un par de días. Pero, cuando descubra que no has conseguido el dinero,
pedirá la cabeza de mi hija para sentirse importante un par de horas más. No
tendrás otra elección, Bloody, porque ya habrás pactado algo con él.
En el fondo tenía razón. Vikram Ionescu me prometió sacar a mi
madre de prisión a cambio de la cabeza de Gael. Y ahí estaba, intentándolo.
—Él siempre ha cuidado a Alanna en tu presencia.
—¿Eso crees?
Afirmé con la cabeza.
—Se acercó a mi mujer y a mi hija porque sería el único medio de
encontrarme. Cuando descubrí que trazó un plan para recuperar su dinero y
Alanna perdería su vida, moví ficha antes de que ellos me quitaran a lo que
más quiero en este mundo.
De repente, solté una carcajada.
—Nunca has querido a Alanna.
—Eso no es cierto —se defendió—. El dinero me cegó, pero daría mi
vida por ella.
Gael seguía hablando más de la cuenta.
Los minutos pasaban y el hijo de puta seguía con vida.
—Se acabó —dije, acercándome de nuevo con la pistola y esperando
a apretar de una maldita vez el gatillo—. ¿Unas últimas palabras?
—Te enseñé a ser como yo, pero no lo eres, Bloody.
—El alumno supera al maestro.
—Entonces, ¿serás capaz de vivir sin mi hija?
—¿Qué estás diciendo?
Apagó el puro en la mesilla de noche y se levantó de la cama sin
miedo a lo que podría pasar si seguía desafiándome. Escondió sus manos en
los bolsillos de su traje y me plantó cara.
—Si Alanna me encuentra aquí muerto, nunca te lo perdonará —su
asquerosa sonrisa me revolvió el estómago—. Piénsalo. Primero murió Evie
en manos de Shana, y ahora matáis a su padre mientras que ella está a un
par de metros de la habitación donde me queréis ejecutar. Te verá como el
asesino que intentamos mostrarle. Lo que harás, hijo, es darme la razón.
—¡Hijo de puta! —grité.
Gael avanzó y tuve que golpearlo un par de veces hasta que cubrí las
sábanas de sangre. Diablo se acercó hasta mí y me arrebató el arma que
dejaría sin vida al hombre que me manipuló desde que tenía dieciocho años.
Lo miré por encima del hombro y esperé a que no cometiera una
estupidez.
—Puedo matarlo por ti —anunció, estirando los brazos y acercándose
hasta Gael con un pulso tembloroso—. Dame una señal y lo haré.
Miré al padre de Alanna.
—Es cierto —sonreí—. Si te mata Diablo, yo no tendré la culpa.
—Mi hija sabrá…—tragó saliva, se estaba ahogando con la propia
sangre que brotaba de su boca— que no habrás…hecho nada…para
salvarme la vida.
Volví a mirar a Diablo.
Realmente los medicamentos lo habían dejado inútil.
Se encontraba temblando, sacudiendo la cabeza ante la presión de
matar a alguien sin la voz que lo impulsaba a hacerlo.
Le pedí que bajara el arma, y me obedeció.
—¿Dónde perdiste la otra tarjeta?
—Si te lo digo, me matarás.
—O a lo mejor te mantengo con vida un par de meses más.
Se deshizo de la sangre mezclada con saliva que cubrió sus mejillas, y
giró su cuerpo por la cama para intentar quedar de pie. Empujó sus brazos
sobre el colchón, y fue elevando su cuerpo hasta quedar sentado una vez
más.
—Shana me quitó la tarjeta.
—¿Shana?
—Sí.
No creería a ninguno de los dos.
—La zorra que te la chupaba lleva meses sin estar en contacto con su
padre —le aclaré—. ¿Por qué te quitaría una tarjeta micro SD si no es para
dársela a Vikram?
—Porque es su nuevo pasaporte para irse a Europa.
—Está embarazada.
—Lo sé.
Me ahorré el detalle de decirle -según Shana- quién era el padre de la
cría que estaba esperando.
—Soy consciente de la ubicación de Shana.
—¿Está sola? —preguntó, preocupado.
Saqué mi teléfono móvil y no tardé en contactar con Bekhu y Jazlyn
para que se acercaran hasta el apartamento donde se encontraba Shana.
Éstos no tardaron en confirmar que irían detrás de ella para vigilarla.
—Ya no.
—¡Bién! —Gael sonrió—. Llévame con esa zorra.
Reí.
—No voy a sacarte de México. Y, menos, con vida.
—Bloody…
—Eres un traidor —le recordé.
—¿Queréis la tarjeta o no?
«Sí»—pensé. «Pero, ¿a qué precio?
Quería que llegara el día en que mi madre abandonara la prisión de
San Quentin y volver a estar cerca de ella para cuidarla. Ya era un adulto;
estaba seguro que la sacaría de la mierda que la estaba matando desde que
yo era un crío.
Capítulo 28
ALANNA

Dos de los hombres de Diablo nos custodiaron hasta una farmacia que había
abierta en Los Lamentos. Reinha seguía cubriendo su piel con sus propias
manos mientras que caminaba con temor. Me acerqué hasta ella e intenté
tranquilizarla. Estábamos lejos de su padre y de su prometido Gabriel. Pero
mis palabras no le ayudaron. Bajó la cabeza y suspiró. Sin darse cuenta, el
manto que cubría sus hombros, fue cayendo por su piel hasta descansar en
su espalda. Observé todas las cicatrices que asomaban por fuera de su
vestido.
Sin darme cuenta, acabé tocando las marcas de sus heridas. Reinha se
sobresaltó y se alejó de mi lado.
—Lo siento —me disculpé con ella, por ser tan grosera—. No
quería…
Y me quedé sin palabras para justificar mi mala educación.
Ella frenó en seco y alzó la cabeza para mirarme a través de sus ojos
oscuros y brillantes por las lágrimas que amenazaban en salir para
humedecer su piel.
—No lo sientas —dijo, con la voz rota—. Son heridas de guerra. No
debería darle importancia. Dios me cuida. Tendría que estar tranquila. No
temer a mi propia sombra.
Intenté tranquilizarla.
Quedamos delante de una tienda de ropa interior femenina y
mantuvimos una larga y dolorosa conversación a través de un enorme
escaparate repleto de maniquíes perfectos.
—Tener miedo no es malo —suspiré, acordándome del valor que
reunió Ray para volver a hablar—. Raymond sufrió como tú, pero cuando
era pequeño. Sus padres biológicos lo abandonaron en un orfanato. No
tardaron en acogerlo hasta que una familia pareció ser la indicada y perfecta
para él. Fue un error. Acabó en las manos de gente que lo torturó y lo
lastimaron físicamente como psicológicamente. No sé si habrás visto su
rostro, Reinha, pero lo marcaron para recordarle que era imperfecto —gruñí
—. Tardó años en volver a pronunciar una palabra. Sé que no debería
contarte su historia, pero si puedo ayudarte, te estaré tendiendo una mano.
Ella bajó la cabeza y suspiró.
—Ray es otro soldado de guerra. Dios no lo abandonó, y lo cruzó en
tu camino —Reinha sonrió—. El día que lo conocí, se armó de valor para
mostrarme sus heridas. Y, cuando yo quise hacer lo mismo, salí huyendo
porque Gabriel nos descubrió.
Limpió las lágrimas que cayeron hasta sus labios.
—Mi felicidad se esfumó el día que Gabriel decidió que la única
forma que había para tener mi amor, era a través de los golpes —gimoteó
—. Mi padre no hizo nada. Creyó que era una buena forma para domar a
una mujer rebelde.
«Desgraciado» —pensé.
—Así que le pidió a Gabriel que formara parte de nuestra familia
antes de contraer matrimonio, y se trasladó a nuestro hogar cuando yo
solamente tenía quince años —hizo una pausa, las manos le temblaban y el
llanto le impedía a hablar con claridad—. Cuando terminé mi fiesta de los
quince, fui a mi habitación para quitarme el enorme vestido rosa que me
regalaron. No sabía que él me había seguido, así que no tardó en
abalanzarse sobre mí para abusar de la cría que un día sería su mujer.
»Gracias a Dios, Diablo llegó a tiempo. Lo sacó de la habitación y lo
golpeó hasta dejarlo inconsciente. Papá castigó a mi hermanito para que
entendiera el error que cometió por maltratar al hijo de Taracena. Lo
encerró en un sótano sin su medicación y, Diablo se convirtió en una
persona terrible, sedienta de sangre y torturado por los demonios que los
siguen desde que era pequeño.
»Nuestro padre consiguió que su enfermedad aumentara. Terminó
escuchando voces que lo incitaban a hacer cosas crueles. Pero no yo podía
hacer nada por él, porque Gabriel y mi papá me lo impedían.
»Diablo solía salir con nuestro papá para vigilar los negocios que
llevaba a cabo en Veracruz. Me dejaba a solas con Gabriel, el cual
aprovechaba para golpearme hasta dejarme inconsciente. Siempre
despertaba con una herida nueva. Mi espalda, hombros y piernas eran el
lugar perfecto para dejarme marcada con su cinturón de cuero.
Pasé mi brazo por sus temblorosos hombros.
—No quiero volver a verlo, Alanna.
—Te prometo que no volverás a verlo. Pronto saldremos de aquí.
Se abalanzó sobre mí para darme un abrazo. Y arropé su cuerpo
durante unos minutos. Sentí sus lágrimas en mi cuello. Acaricié su largo
cabello y alcé la cabeza porque me sentí vigilada.
—Tenemos que salir de aquí.
—¿Por qué? —preguntó, preocupada.
Cogí su mano y tiré de ella para adentrarnos en la farmacia. Los
hombres de Diablo siguieron fuera, y eso me hizo sentir segura.
Reinha pagó los medicamentos de su hermano y esperamos que el
señor se los entregara. Cuando salimos al exterior, nos dimos cuenta, que
cerca de los escaparates de ropa, había un hombre parado y con la mirada
fija en nosotras.
Quise dar vueltas por Los Lamentos para comprobar si realmente nos
estaba siguiendo. Y no me equivoqué. El hombre seguía nuestros pasos en
cada calle que cruzábamos.
Quedamos escondidos en una esquina, y cuando éste pasó por
delante, lo empujé para que los hombres que nos custodiaban lo retuvieran.
Cayó al suelo, gritó de dolor y se movió bruscamente cuando lo paralizaron.
—¡Suéltame! —gritó.
Reconocí esa voz.
Me arrodillé delante de él y le quité el gorro que ocultaba su rostro.
Era Reno.
—¿Qué haces aquí?
—¿Qué hacéis vosotras dos a las tres de la madrugada en un lugar
como este?
—Tú no tienes derecho a hacernos esas preguntas —respondí.
—Os están siguiendo —zanjó, Reno.
Reí.
—¿Y tú nos proteges?
—No es el momento para daros explicaciones, Alanna.
—Pues deberías —insistí.
Y de repente se escucharon disparos.
Los hombres de Diablo cayeron al suelo y el grito de Reinha me
confirmó que estaban muertos. Dos enormes vehículos negros nos rodearon
en el callejón donde nos escondimos de Reno.
—Mierda —exclamó éste.
—¿Qué hacemos? —le pregunté, al darme cuenta que los hombres
que había en el interior, salieron para detenernos.
Tiré del cuerpo de Reinha y la dejé detrás de mí mientras que Reno se
levantaba del suelo y sacaba su arma. Pero eran siete personas contra una.
Y, estaba segura, que ellos sostenían pistolas más potentes que las de él.
—Te lo advertí.
Gruñí.
—Tú también nos estabas siguiendo.
—Tengo mis motivos.
—Me gustaría escucharlos antes de morir —dije, lanzándole un
vistazo rápido.
Reno soltó una carcajada.
—¡Agachaos!
Y empezó a disparar.
Capítulo 29

Las balas de Reno vibraron y estallaron cerca de nuestros oídos. Mantuve


mi cuerpo sobre el de Reinha con la esperanza de que alguna de las dos no
saliera herida; pero por suerte, ambas seguimos respirando.
—Joder —gruñó Reno, dándonos a entender que se había quedado sin
balas. Intentó sacar el arma pequeña que llevaba en el interior de la bota,
pero fue absurdo.
La voz de uno de los hombres lo detuvo.
—No cometan una estupidez. O uno de vosotros saldrá herido —era
mexicano. Su acento los delató.
Siguieron avanzando hasta quedar delante de nosotras. Levantaron mi
cuerpo sin ningún problema y tiraron de mí para meterme en el interior de
su coche blindado. Con Reinha hicieron lo mismo, mientras que ésta no se
rindió y siguió luchando.
¿Eran hombres de Arellano?
¿Quizás de Vikram?
—¡Reno! —grité.
Aferré mis dedos en la puerta trasera del camión. El hombre siguió
empujándome, pero no consiguió tirarme al interior. Estaba cansada de los
secuestros. Antes de vivir otro, prefería luchar hasta morir.
—Tienen que colaborar.
—¡Y una mierda! —estallé. Golpeé su nariz con mi bota y le partí el
tabique.
El que consiguió acomodar el cuerpo de Reinha en el interior del
vehículo, se acercó hasta mí al comprobar que había herido a su compañero.
Me mostró su arma para asustarme, pero no lo consiguió.
Le escupí en el rostro y lo grabé en mi cabeza.
—¡Maldita gringa!
Impactó su puño en mi abdomen y me dejó sin aliento. Al no poder
respirar, perdí la fuerza y caí junto a Reinha. Ella se acercó hasta mí y
acarició mi rostro para que no cerrara los ojos.
—Bajad las armas —escuché de lejos, la voz de Reno.
—¿Por qué?
—Os envía Melvin, ¿cierto?
—Sí —dijeron al unísono.
La voz de Reno siguió acercándose hasta nosotras.
—Trabajo con Melvin.
—¿Eres policía?
Hice el esfuerzo de alzarme del suelo, alejarme de Reinha y observar
lo que estaba pasando en el exterior del vehículo. Reno se acercó hasta los
hombres y le mostró una placa de policía. No entendí nada. Él era uno de
los hombres de Vikram, y Ronald…no trabajaba con hombres que cumplían
la ley a raja tabla.
Cogieron su placa y verificaron que decía la verdad. Al darse cuenta
que era un policía infiltrado, dieron la señal para que nos dejaran libre.
—Melvin dijo que las mujeres no ayudarían a sacar a Gael de
México. Son un obstáculo.
—Eso no es cierto —dijo Reno, y pasó mi brazo por sus hombros
para ayudarme a caminar—. Ella es la hija de Gael. Habéis cometido un
error.
Se miraron entre ellos.
—Pero…
—Será mejor que os marchéis.
Asintieron con la cabeza, se subieron en los vehículos y se marcharon
dejándonos en el callejón con dos personas muertas. Reinha se acercó hasta
mí y le dije con la voz débil que estaba bien.
Reno tiró de mi cuerpo y nos pidió que nos alejáramos del callejón
antes que la policía de Los Lamentos nos descubriera con un par de
hombres de Arellano muertos.
Estábamos cerca del motel, y antes de entrar, Reno se detuvo.
—No podéis contar nada —sentenció.
Reinha calló, aceptando el trato de él.
Pero yo necesitaba respuestas.
—¿Por qué?
—Ahora no, Alanna.
Sacudí la cabeza.
—Bloody hará preguntas —le recordé; en el momento que me viera
aparecer en la habitación, herida y con Reinha temblando, se abalanzaría
sobre nosotras para saber qué había pasado en nuestra salida.
Éste me acercó hasta la barandilla de las escaleras y acomodó mi
cabello para que no estuviera alborotado.
—Dudo que suceda —dijo, y se alejó de mí—. Hay algo en la
habitación que no te gustará.
Y fueron sus últimas palabras antes de subir el par de pisos y
encerrarse en su habitación.
¿Qué no me iba a gustar?
Subí los escalones gracias a la ayuda de Reinha y golpeó su puño en
la puerta. Diablo abrió y dejó que nos refugiáramos del frío. Intenté
mantener la postura, y busqué a Bloody desesperadamente.
Éste se encontraba en el baño, dándose una ducha. Se escuchaba el
agua caer.
Y, mientras tanto, mi padre estaba tendido en la cama.
—¿Papá? —toqué su rostro.
Estaba herido, con los ojos cerrados y el labio partido.
Gimió de dolor cuando presioné una de mis manos en su costilla.
Despertó y me mostró una débil sonrisa al verme ahí junto a él.
—¿Qué ha sucedido?
Mi padre guardó silencio.
Miré a Diablo.
—¿¡Qué habéis hecho!?
Bloody salió del baño con una toalla envolviendo su cintura. Se
acercó hasta su maleta y cogió un par de prendas antes de desaparecer de la
habitación. Lo detuve a tiempo.
Le obligué a que me mirara a los ojos.
Pero al parecer tenía cosas mejores que hacer.
Grité su nombre y éste siguió dándome la espalda. Le golpeé con
tanta fuerza la espalda, que se dobló un instante y giró sobre sus pies
desnudos para enfrentarme.
—¿¡Estás loca!?
—¡Lo estoy! —grité, más fuerte que él—. ¿Qué le has hecho?
¡Responde!
—Mi trabajo.
—¿Tu trabajo?
Reí.
Volvió a callar.
—Nuestro trabajo era llevar a mi padre a Estados Unidos. No meterle
una paliza hasta dejarlo muerto en una habitación de motel de México.
La voz de mi padre me calmó.
—Él tiene razón, Alanna —me miró, con los ojos entrecerrados y
morados—. Bloody siempre ha sabido a hacer su trabajo. Y, hoy, sólo ha
cumplido órdenes.
—Ese no era el plan —susurré.
—¿Caballito? —no le hice caso—. Mírame, hija.
Lo hice.
—¿Qué?
—Yo le enseñé. No lo olvides.
Al tener una mano en mi cintura, Bloody se dio cuenta que no era
capaz de mantenerme de pie. Se disculpó con los mellizos y pasó por alto
que mi padre observó nuestra escenita. Tiró con cuidado de mi cuerpo y me
obligó a quedarme encerrada con él en el cuarto de baño. Me senté en la
tapa del inodoro y éste se arrodilló delante de mí para apartar el cabello
húmedo que me caía sobre las mejillas.
—¿Qué ha sucedido? —preguntó, preocupado.
Tuvo otra respuesta.
—Has golpeado a mi padre —gruñí.
—Es un hijo de puta —intentó recordarme.
—¡Pero nosotros no somos como él!
«O al menos yo…»
Bloody bajó la cremallera de mi cazadora e intenté impedirle que me
subiera la camiseta. No lo conseguí. Observó los golpes que no tardaron en
marcarse en mi abdomen y se levantó del suelo llevándose las manos a la
cabeza.
—¿Qué cojones te ha pasado?
—Me he caído —mentí.
—Alanna.
—¡Es verdad!
Volvió a mí.
A quedar cerca de mi rostro.
—Dame un nombre.
—¿Para qué?
—Para matarlo —gruñó.
No. No le daría un nombre. Más bien, le ocultaría el secreto de Reno
hasta que supiera realmente quién era él y por qué un policía nos seguía.
Miré con temor a Bloody, y le pregunté una vez más por qué golpeó a
mi padre. Rendido, cansado y agotado de mí, respondió.
—Le prometí a Vikram que conseguiría la segunda tarjeta micro SD
que tiene tu padre —bajó la cabeza—. Lo único que he hecho es hacerle
hablar.
—¿Por eso me has alejado de él?
—No quería que me vieras agresivo.
Intenté apártalo de mi lado, pero no me dejó.
—Lo hago por nosotros —fue su respuesta.
—Eso quiere decir que, si Vikram te manda a matarme, lo harás.
—No. Por supuesto que no lo haré, cielo —quiso alcanzar mi boca,
pero volví a impedírselo—. Sabes que haré cualquier cosa para que estés a
salvo de todos esos hijos de puta.
Agradecí que se alejara de mi lado.
Me levanté y me abalancé sobre el pomo de la puerta para
desaparecer del cuarto de baño.
—¿Adónde vas?
—A fuera —confesé. Quería estar lejos de él y de los demás—. A
fumarme un cigarrillo.
No me lo impidió.
En ese sentido, ambos éramos igual.
Matábamos el estrés y los nervios con un cigarro entre nuestros
labios.
Cogí la cajetilla de tabaco que había sobre la mesa y salí fuera para
encenderme uno. Cuando acomodé los brazos en la barandilla, me di cuenta
que no estaba sola. Reno estaba a un par de metros. Manteniendo una dura
conversación a través del teléfono móvil.
No se dio cuenta que estaba ahí, fuera, cerca de él.
Así que escuché parte de sus gritos.
¿Quién era Melvin?
Capítulo 30
RENO

No tardé en pedirle explicaciones a Melvin. Llamé un par de veces hasta


que el viejo descolgó la llamada. Al parecer lo pillé en medio de una
reunión que abandonó al escuchar mi voz.
Cuando se quedó solo en las escaleras de emergencia, di pasos a mis
gritos.
—¿¡Por qué!? —salí fuera de la habitación, aprovechando que no
había nadie—. Has enviado a otros hombres porque no confías en mí.
Él lo interpretó como una pregunta.
—Tener a los hijos de Arellano cerca y a la hija de Gael, impide que
hagas bien tu trabajo.
Solté un grito ante la frustración que sentí.
¿Qué era un mal policía?
Eso era lo que había insinuado.
Pegué mis labios a la botella de cristal que cogí de la nevera, y le di
un buen trago a la cerveza.
—Sabía que Bloody interrogaría a Gael sin matarlo. Vikram me lo
dijo —hice una pausa—. Él está enamorado de Alanna y no será capaz de
matar a su padre. Por eso estoy aquí. De alguna forma lo protejo y
compruebo que el otro no pierda la cabeza.
—Y, ¿por qué no estabas con ellos?
—¡Porque no confían en mí por tu culpa!
Melvin intentó tranquilizarme, pero no lo consiguió.
—¿Dónde estabas?
—Seguí a Alanna porque me pareció extraño que abandonara la
habitación del motel.
—Intentas protegerla, idiota.
«Idiota» —pensé. —«Me llama idiota el viejo que no era capaz de
complacer a su mujer sexualmente.»
—Eso es problema mío.
—Te mandé a ti, porque creí que eras uno de los nuestros.
—¿Un corrupto más?
—¡Exacto! —gritó—. Al aceptar el dinero, te ahogas en la misma
mierda que yo. Trabajamos para Vikram. Y, hasta que no acabe preso,
nosotros somos ¡cómplices!
Tiré la botella de cristal contra el suelo.
—Ella lo sabe —confesé.
—¿El qué?
—Qué soy policía.
—¿¡Qué!?
—Ya me has escuchado. Tú tienes la culpa por enviar a policías de
Los Lamentos para detenerlas.
Maldijo durante cinco minutos y después centró su atención en mí.
—Tienes que deshacerte de ella.
—¿Por qué?
—Porque nos delatará.
—No —conseguí tranquilizarme—. Hablaré con ella. Lo entenderá.
—Lo dudo —soltó Melvin—. O la matas, o la matará otro de mis
hombres que sí tenga el valor de apretar el gatillo ante esa estúpida niña.
¿Lo has entendido?
—No —me negué, pero fue demasiado tarde.
Melvin había colgado.
Ese viejo quería enterrarme junto a Vikram, Bloody y Gael cuando
estuvieran en su poder. Si mataba a Alanna, acabaría en prisión con los
demás.
Estaba tan furioso, que no me di cuenta que no estaba solo.
Alanna llamó mi atención.
Se acercó hasta mí con cuidado, y me ofreció un cigarro.
Negué con la cabeza.
—¿Problemas con tu jefe?
¿Había escuchado la conversación?
—Más o menos —respondí.
—Me debes una explicación —me recordó, tirando el pitillo al suelo.
Suspiré.
—No sé si estarás preparada para la verdad.
—Inténtalo —me retó.
«Supuestamente tengo que matarte» —pensé, pero la historia no
comenzaría con esas palabras.
Capítulo 31
ALANNA

Reno abrió la puerta de su habitación y esperó a que yo fuera la primera en


colarme en el interior. Eché uno de mis mechones de cabello detrás de la
oreja y detuve los pasos delante del pequeño comedor que tenía el motel.
Me tomé la molestia en sentarme y esperé a que él hiciera lo mismo. Me
tendió una birra y la acepté sin devolverle la sonrisa.
Estaba más nervioso que yo, así que le di el tiempo necesario para
explicarme realmente lo qué estaba pasando con él y el secreto que le
ocultaba a Ronald.
¿Cómo podía ser un policía la mano derecha de Vikram?
Era imposible.
Por no decir que era un camino rápido a la muerte.
—Soy policía —confesó Reno.
Eso era obvio.
—¿Sigues ejerciendo? —Éste asintió con la cabeza—. Entonces, ¿por
qué un policía trabaja codo con codo con un mafioso?
Le solté la pregunta de un millón de dólares.
Reno le dio un buen trago a su cerveza, antes de responder.
—Porque estoy infiltrado.
—¿Qué busca la policía de él?
—Detenerlo —fue directo y claro—. Pero no lo podemos hacer si tu
padre no declara contra él.
Dejé la cerveza sobre la mesa y me levanté de la silla que ocupé. Me
llevé las manos a la cabeza y empecé a dar vueltas. Todos estábamos
jodidos.
Si la policía se daba cuenta que nosotros también ayudábamos a
Ronald, nosotros iríamos de cabeza con él.
—¡Mierda! —grité.
—Sé que parece una locura…
—¿Una locura? —reí, sarcásticamente—. Bloody y yo también nos
pudriremos en prisión.
—No sucederá si confesáis todos sus delitos.
—¿Quieres que lo vendamos? —Afirmó con la cabeza—. ¿¡Estás
loco!? Si eso sucede, lo descubrirá. Estoy segura que hay policías corruptos,
como en las películas de acción. Ronald mandaría a matarnos.
—Por ese motivo estoy aquí, Alanna, para protegeros.
Suspiré.
Éste intentó tener mis pasos, pero no lo consiguió.
Si Bloody lo descubría, lo mataba.
Si Ronald se enteraba que era un traidor, también lo mataría.
—¿Cuánto crees que te queda de vida? —pregunté.
—El mismo que a vosotros si le entregáis a Gael.
—Mi padre debería pudrirse en prisión —confesé—. No quiero que lo
maten. Pero tampoco quiero que quede libre. Ha hecho daño a muchas
personas. Entre ellas, yo.
Reno me obligó a sentarme de nuevo en la silla y sacó la placa de
policía de California para calmarme. Pero no lo consiguió. Lo único que
hizo fue que mi cabeza estallara ante las mil ideas que pasaron por mi
mente y en todas ellas moría en las manos de Ronald o de Shana.
—Te estoy diciendo que te ayudaré. Pero tú tienes que guardar
silencio.
—¿Revelar tu identidad?
—Tienes que callártelo, Alanna.
Grité.
—No soy la chica de los secretos.
—Pero Bloody sí. Así que deberías aprender de él —sacó un tema
que me destrozaba el corazón—. Te ocultó dónde se encontraba tu amiga
Evie y su estado de salud. Acabó muerta y él enterrándola para que el
secreto no jodiera el plan de tu padre. ¿No podrías hacer lo mismo tú?
Tragué saliva.
—Lo chantajearon —repetí, las palabras de Bloody.
—Ahora tienes que cuidarlo tú a él.
—¿Por qué?
—Porque mi jefe, Melvin, me ha pedido que lo detenga en México si
decide asesinar a Gael. Imagínate qué le podría suceder a Bloody si
descubre quién soy en realidad —no sólo me intimidó, también me asustó
—. Tenemos que terminar este viaje, con Gael vivo. ¿Me has entendido?
Asentí con la cabeza.
—El problema será cuando lleguemos a California.
—Lo dudo.
¿Lo dudaba?
¿Y él era el policía?
—Ronald estará al tanto de todos nuestros movimientos.
—Por eso dejé a sus hombres en la base militar —dijo—. Si se lía una
guerra, explotará allí, y no donde estemos nosotros.
El corazón se me detuvo un instante.
A Reno no le importaba los hombres de Vikram, pero a mí sí me
importaban nuestros compañeros; Bekhu, Dorel, Raymond, Kipper y
Jazlyn.
Ellos no podían morir por un error nuestro.
Miré a Reno, el policía al que debería importarle la vida de los demás
seres humanos que lo rodeaban. Juró lealtad a la bandera de su país, y
estaba incumpliendo su palabra.
—Vikram perdió nuestro rastro al salir de la base militar.
—Eso es lo que crees tú —reí.
Reno agrandó los ojos.
—Sorpréndeme.
Le dije lo que le ocultamos.
—Su hija está en el apartamento. Esperándonos.
—¡Mierda! —Estalló.
—Sí —intenté encenderme otro cigarrillo, pero mis traicioneros y
temblorosos dedos no me ayudaron—. Santa mierda.
Reno golpeó con fuerza la mesa y buscó una solución.
—Tenéis que libraros de ella.
—¿Shana? ¿Crees que es fácil perderla de vista? —ese tío ni siquiera
se tomó la molestia de investigarnos un poco más de los ficheros policiales
—. Está embarazada. Dentro de un par de meses dará a luz.
Se encogió de hombros, dándome a entender que no era un problema.
—Está embarazada de Bloody.
—Tu novio tiene una polla inquieta.
—No era mi novio —me burlé de aquella etiqueta porque sonaba
extraña saliendo de mi boca— cuando estaba con ella.
Cruzó los brazos bajo el pecho y volvió a clavar su seria mirada en la
mía. De alguna forma, me estaba echando la culpa de todos los marrones en
los que se había visto implicado.
—¿Podría detenerla por algún delito?
—¿Te parece poco el asesinato de mi mejor amiga?
—Cuando Vikram soltó a Bloody, entregó a otro asesino. O,
¿realmente crees que los Thompson hubieran dejado a ese criminal libre?
Me quedé sin aliento.
—Él sabía que Shana fue la asesina…
Reno soltó lo que temí.
—Pero es su hija, ¿no?
La única persona que pasó tiempo con ella e intimidó hasta llevarla
junto a él, fue mi padre. Así que seguramente conocería algún secreto
oscuro que conseguiría que la detuvieran hasta que la perdiéramos de vista
durante un tiempo.
—Mi padre —solté.
—¿Tu padre? ¿Recuerdas lo de mantener mi identidad en secreto?
—Él podría hablarme de los delitos de Shana.
—¿Tú crees?
—Lo puedo intentar.
Éste asintió con la cabeza.
—Será mejor que vuelvas a tu habitación o tu novio creerá que te ha
pasado algo terrible.
Me levanté y le di la espalda para salir de la habitación. Antes de que
cruzara la puerta, Reno me detuvo con su voz y yo terminé pisando el
charco de cerveza que se había colado en el interior desde la terraza. Tuve
tanta mala suerte, que resbalé. Mi trasero impactó contra el suelo y terminé
clavándome los diminutos cristales de la botella de cerveza en la palma de
la mano.
Reno me alzó del suelo y se escandalizó al ver tanta sangre.
—Será mejor que vayamos al baño. Tengo que curarte.
—Estoy bien —dije, pero las manos me temblaban—. No es la
primera vez que me hago daño con este tipo de cristal.
Recordé la noche que rompí el marco de mi padre y arrastré los
cristales con mi mano. Shana terminó curándome.
—Estás sangrando, Alanna.
—Sobreviviré —intenté tranquilizarlo.
Pero alguien sacó las palabras de contexto.
Reno tenía razón cuando Bloody no me viera aparecer en nuestra
habitación después del tiempo en el que me entretuve hablando con él.
Asomó su cabeza y observó la imagen que tenía delante de sus
narices.
Yo sangrando y siendo retenida por el hombre que detestó desde el
primer día que se cruzó en su camino.
—Vuelve a la habitación, Alanna —me pidió Bloody.
—Estoy bien —intenté, detener sus pasos.
Pero fue en vano.
Grité de dolor.
Eso no arregló la situación.
Bloody cada vez estaba más furioso.
—Te quería lejos de ella —susurró, cortando el poco espacio que le
quedaba para plantarle cara a Reno—, pero no lo has hecho.
—Bloody —suplicó.
—No es lo que parece —se defendió Reno.
No quería escucharnos.
—Te voy a matar, hijo de puta —fueron sus últimas palabras, antes de
abalanzarse sobre él.
Capítulo 32

Bloody me ignoró por completo. Siguió golpeando con unos nudillos que
lastimó anteriormente con el cuerpo de mi padre. Reno intentó defenderse,
pero con el golpe que recibió en la cabeza, quedó aturdido y encogido bajo
el enorme cuerpo que tenía sobre él. Los puños siguieron impactando en los
costados del policía.
No me quedó de otra que tirarme sobre la espalda de Bloody y rodear
su cuello con cuidado para que se diera cuenta de la barbaridad que estaba
cometiendo. Al darse cuenta que el rostro de Reno se llenó de pequeñas
gotas de sangre que se escurrían de mis manos, Bloody se detuvo y nos alzó
a ambos para comprobar cómo me encontraba. Sostuvo mis manos con las
suyas y arrugó el ceño al verme herida.
—Me caí —le prometí—. Reno no me hizo daño.
—Escuché tus gritos junto a los de él. Estaba preocupado, cielo.
Quise sostener su rostro, pero no quería salpicarlo con mi sangre. Así
que me arrimé hasta él para que viera que estaba bien y que podía confiar
en mí.
—Arreglé nuestras diferencias para el bien de todos —mentí—.
Tenemos que cruzar la frontera y no podemos discutir todo el día con Reno.
¿Lo entiendes?
Él no estaba muy convencido.
Le echó un vistazo rápido a Reno, y oprimió las ganas de volver a
lanzarse sobre él para seguir golpeándolo hasta dejarlo sin aliento.
Agradecí que la voz de Diablo le abriera los ojos a Bloody. Se acercó
con su iPhone y nos leyó el último mensaje que recibió de uno de sus
hombres de confianza que seguían dentro de la propiedad de su padre.
—Arellano mandó a cerrar las fronteras porque Reinha y usted han
desaparecido.
—No puede ser —susurré.
—Os dije que mi padre no tardaría en darse cuenta —coló la cabeza
en el interior de la habitación de Reno—. Si sigue con vida… ¿podrías
despertarlo para ir saliendo de Los Lamentos? Tenemos que salir antes de
que nos corten el paso ¡pendejos!
Y entendí su ira; nosotros tres discutiendo por tonterías, mientras que
Diablo y Reinha se veían atrapados en el país donde nacieron y en el que
perdieron a su madre cuando intentaron huir de su padre.
Bloody no tuvo otra opción que coger a Reno y trasladarnos a nuestra
habitación. Mientras tanto yo, con las manos heridas y cubierta de trozos de
cristal, recogí las pertenecías de Reno y guardé su placa de policía para que
nadie la encontrara. Limpié la sangre que dejamos en el suelo, y cerré la
puerta después de acomodar veinte dólares encima de la almohada para la
señora que se encargaría de acomodar la habitación para el siguiente
huésped.
Cuando me reuní con todos, me encontré a mi padre ocupando una
silla para dejar que Reno descansara sobre la cama de matrimonio. Reinha
lo ayudó a acomodarse y se acercó hasta mí preocupada. Le quité
importancia a mis temblorosas manos y quedamos en medio de la sala para
planear nuestra salida.
—Deberíamos salir ahorita —soltó Diablo.
Bloody miró a Reno:
—El idiota que conduce duerme.
—Tú podrías conducir, Bloody —propuse.
Diablo apoyó mi idea.
—Está bien —aceptó, presionado por los demás—. Tú —apuntó a
Diablo, para empezar a darnos órdenes a todos—, acompaña a Gael hasta la
caravana y no le quites el ojo de encima. Reinha —ésta se acercó
tímidamente hasta él—, ayuda a Alanna a curar las heridas que se ha hecho
en las manos. Yo bajaré las maletas y saldremos todos dentro de una media
hora. ¿Entendido?
Excluyó alguien en su plan.
—¿Qué pasa con Reno? —pregunté, apuntándolo con el dedo.
Bloody gruñó.
—Tiene un cuarto de hora para despertarse. O si no, lo tiraré hasta el
piso de abajo como una maleta vieja que estoy deseando quitarme de
encima. ¿Te parece bien?
No le respondí y me adentré en el interior del baño. Reinha me
acompañó y se sentó en el borde de la bañera mientras que yo ocupaba el
asiento que podíamos tener con la tapa del inodoro. Rebuscó en el botiquín
de emergencia y sacó unas pinzas, alcohol y unas gasas.
No dudé en ella, así que le tendí las manos y esperé a que hiciera el
peor trabajo que le podía pedir a una chica que se había cansado de ver
tanta sangre brotar del cuerpo de un ser humano.
—Bloody te ama.
Se me escapó una risa.
—¿Qué?
—Se preocupa muchísimo de ti. Es lindo.
Me mordisqueé el interior de la mejilla para no quejarme del dolor.
Los trozos de cristal fueron cayendo al lavamanos.
—Es gracioso —susurré.
—¿Por qué?
—Opinas lo mismo que Ray.
—Entonces será cierto —Reinha me guiñó el ojo. Dejó las pinzas
cerca de ella, y humedeció mis manos con alcohol para desinfectar las
heridas ya que no teníamos nada mejor.
Vendó con sumo cuidado mis manos y me mantuvo la mirada en todo
momento para que no sufriera.
—Pareces una profesional —alagué su trabajo.
—Me encargaba yo misma de curar mis heridas.
Siempre terminaba recordándole a Gabriel.
—Lo siento.
—No te disculpes —fue su respuesta—. ¿Y bien?
Alcé una ceja.
No entendí a que se refería.
—¿Tú lo amas? —por fin la entendí.
—Amar es una palabra muy grande. Con varias emociones que ni
siquiera sé si algún día podré compartir con él.
Me miró con tristeza.
—No puedes cerrarte al amor. Ni siquiera yo lo he hecho, Alanna.
—Pero Bloody será padre —confesé—. Y, por encima de mí, estará
su hija.
—Eso no te excluye de su corazón —dijo Reinha, con una dulce y
bonita sonrisa—. Os estáis conociendo, pero ya veo el amor que
desprendéis los dos. Te protege, se preocupa y estoy segura que se le
quitaría el sueño si descubriera que estás en peligro.
De repente nos tragamos nuestras palabras cuando la puerta del baño
se abrió. Bloody asomó su cabeza y comprobó que todo estuviera bien. Le
mostré los vendajes y se sintió aliviado.
—Reno ha despertado —nos anunció—. Está esperándote, Reinha.
Con él irás segura hasta el aparcamiento. No te preocupes.
—De acuerdo —le devolvió la sonrisa a Bloody, el cual le dio la
gracias por haberme curado las heridas de la mano—. Os veré en un rato.
Reinha ya había deducido ella sola que tardaríamos en reunirnos con
los demás. Esperamos en escuchar la puerta cerrarse, y Bloody ocupó el
mismo lugar que había estado sentada Reinha.
Arropó mis manos con las suyas y se las llevó hasta sus labios para
depositar un par de besos.
Cerré los ojos ante el bonito detalle que tuvo conmigo.
—Cada vez que Adda se hacía daño, corría hasta mí para pedirme que
la llenara a besos —sonrió—. Echo de menos a esa mocosa.
—Pronto volveremos a casa y podrás ir a verla.
—¿Vendrás conmigo?
—¿Quieres que vaya?
Bloody rio.
—Nilia te adora —y yo la admiraba; como mujer, y como la madre
luchadora que era—. Y Adda estará deseando verte junto a mí.
Me acerqué hasta él.
—Me encantaría.
Besó mis labios y se quedó pegado a mí durante unos segundos que
hicieron que sintiera, las mariposas que tanto detestaba, un cosquilleo en mi
estómago.
—¿Sabes qué le haría feliz? —esperé escuchar su respuesta—. Que
compráramos una casita de campo y nos fuéramos a vivir cerca de ella.
Me puse más nerviosa.
—¿Vivir juntos?
—Soñé con ello la otra noche. Y me hizo ilusión, Alanna.
Me quedé sin palabras.
Así que Bloody acunó mi rostro con su mano y cerré los ojos al sentir
sus pulgares acariciando mis sonrojadas mejillas. Sentía los latidos de mi
corazón en el lóbulo de mis orejas.
—Cuando termine todo esto, ¿adónde habías pensado irte?
—¿Sinceramente? —me encogí de hombros—. No lo sé. Sólo había
pensado irme lejos de California. Un lugar cálido donde nadie me
conociera.
—¿Tú sola?
Bromeé con mi respuesta:
—Ya comprobaste que me hago independiente poco a poco —
recordé, la forma en la que aprendí a cocinar la noche antes de que él
apareciera con otra mujer—. Pienso que, si alguien viene conmigo, sufrirá.
—Entonces quiero sufrir —confesó.
—Bloody.
—Vamos, cielo —susurró, sobre mis labios—. Ya he sufrido
suficiente en mi vida. Un poco más de dolor, solo hará que me dé placer.
—Idiota —solté, antes de besarlo.
Llevé mis torpes manos detrás de su cuello y enrollé mi lengua
alrededor de la suya. Me quemé lentamente ante el contacto de su boca. Y
volví a respirar al notar una de sus manos colándose en el interior de mi
camiseta. Pero fue él quien se detuvo.
—No me fío de Reno.
Quería contarle la verdad, pero le prometí a Reno que guardaría
silencio.
—¿Y si estamos equivocados con él? —Bloody me miró confuso—.
Sé que no podemos confiar en nadie. Pero, imagina un instante que, Reno
es el hombre que nos alejará de Vikram y de toda la mierda que no nos deja
vivir en paz. ¿Le darías una oportunidad?
—Eso sería imposible, cielo.
—Sólo te pido que le demos una última oportunidad.
—Alanna…
—Por favor —gimoteé.
Se levantó del filo de la bañera y me miró desde arriba, con tristeza a
través de sus azulados ojos.
—No me gusta que pases tiempo con él. Podría pasarte algo malo.
—Pero no pasará.
Removió su cabello y me dio la espalda.
—Si mis advertencias no te ponen en alerta —cogió aire—, al menos
dime que no tengo motivos para ponerme celoso.
—¿¡Qué!? —solté una carcajada, y más tarde me di cuenta que jugué
con sus sentimientos—. Entre Reno y yo nunca sucederá nada. Ni siquiera
me gusta.
—Él no puede decir lo mismo de ti.
Tiré de su chaqueta y le obligué a mirarme.
«Al infierno» —pensé, antes de soltar mis sentimientos.
—Te quiero a ti.
Éste sonrió.
—Y yo te quiero para mí —soltó una carcajada—. Es la canción
favorita de Dorel.
Golpeé uno de sus costados por reírse delante de mí. Bloody me
acercó hasta él y me besó con fuerza.
—Será mejor que marchemos. Nos están esperando.
Asentí con la cabeza.
—Espérame fuera —le pedí—. Tengo que coger mi teléfono.
Me acerqué hasta la mesita de noche que había junto al lado de mi
cama, y antes de salir para reunirme con Bloody, envíe un mensaje.

No puedo explicártelo ahora, Ray,


Pero dile a Bekhu, Jazlyn, Dorel y a Kipper que tenéis que salir de la
base militar. Poneos a salvo, por favor.
Pronto nos reuniremos.
02:11 PM ✓✓

Me sentí tranquila al leer su respuesta.

Confío en ti, Alanna.


Pero Dorel y Jazlyn abandonaron la
base hace días.
02:13 PM ✓✓

¿Qué?
No estaba al tanto de la salida de ellos dos.
Capítulo 33

Varios policías detenían vehículos sospechosos en la frontera. Les


obligaban a abandonar los coches, mientras que ellos lo registraban todo.
Reno nos aclaró que solían buscar cocaína, animales exóticos o contrabando
de órganos humanos. Nosotros, podríamos ser sospechosos de traficantes de
SDA, porque en los últimos meses, varios americanos, introdujeron la droga
en México para sacar más dinero que en su propio país.
Me puse nerviosa al ver como esposaban a varias personas y las
tiraban al suelo para acabar con el cacheo. Los agentes parecían tipos duros
sin escrúpulos ni delicadeza.
—¡Está bien! —anunció Reno, deteniéndose delante de otra caravana
—. No olvidéis lo que os dije —al darse cuenta que nadie se movió,
empezó a dar órdenes—. Los hermanos Arellano y Gael esconderos en los
compartimentos grandes y estrechos de la cama. Bloody, vete al baño. Y tú
—terminó conmigo—, siéntate a mi lado.
A Bloody no le gustó la idea. Se levantó bruscamente, golpeando a
Reno y dejando claro quien mandaba ahí también. Posó su mano sobre el
hombro de la persona que condujo durante horas, y lo amenazó sin elevar la
voz.
—Me parece muy bien que te quieras deshacer de mí por tener pintas
de criminal —apretó con fuerza su mano, y el rostro de Reno delató que le
estaba haciendo daño—. Pero como le pongas la mano encima a Alanna
para fingir que sois un matrimonio feliz —se inclinó hacia delante —, te la
corto. ¿Entendido?
No quería que siguieran discutiendo. Así que pasé por delante de
Bloody, me senté en el asiento que él había ocupado y le lancé una mirada
para tranquilizarlo.
—¿Quieres estar en mi lugar? ¿Hablar con ellos?
Reno lo retó.
La respuesta de Bloody fue:
—Ese es tu trabajo. Para algo te ha enviado Vikram —gruñó. Al darse
cuenta que se acercaban un par de agentes, Bloody le preguntó cuál era el
plan definitivo—. ¿Qué les dirás? ¿Qué salís del país porque os habéis
aburrido?
El otro, antes de seguir con la conversación, se puso un gorro hortera
que había comprado en una tienda de recuerdos. En el complemento se
podía leer en letras grandes: ¡Ay, Ay, Ayyy!
—Tú lo has dicho. Haré mi trabajo.
Le pidió que se encerrara en el baño, y no tuvo otra opción que
obedecer. Se alejó de nosotros, mientras que Reno y yo esperábamos a un
par de tipos acercándose hasta la fila donde nos detuvimos. Iban pasando
por los coches, y si las personas no eran sospechosas, podían cruzar.
—¿Tienes algo pensado? —le pregunté, y luego bajé el tono de voz
—. O, ¿enseñarás la placa?
—No —dijo, inmediatamente—. Nos metería en un problema. Han
cazado a varios policías americanos saliendo de México por negocios
ilegales. Lo mejor es seguir con el estúpido plan que se me ocurrió cuando
te vi cogida de la mano de Bloody.
Alcé una ceja.
—Y, ¿por qué íbamos a casarnos en México? Solos. Sin familia. Te
harán ese tipo de preguntas, Reno.
Empezó a sudar.
Estaba nervioso.
—Porque es más barato —respondió, cansado—. Confía en mí —
quiso arreglarlo—. Todo saldrá bien.
Me crucé de brazos y no hice más preguntas.
Al llegarnos el turno, tragué saliva al darme cuenta que por detrás se
nos acercaba un hombre que era acompañado por un perro. Mientras que el
hombre que se nos quedó de frente, se sacó las gafas de sol y movió su
uniforme por la parte de los hombros. Nos habían acorralado después de
dejar pasar la primera caravana.
Golpearon a la ventanilla de Reno.
—Bonito vehículo —fue su saludo—. ¿Cuántos sois?
—Solo mi esposa y yo.
El hombre hechó un vistazo desde el lugar en el que se encontraba y
volvió a mirarlo a él.
—¿Por qué salís de México de madrugada?
—Hemos estado de viaje de novios, y se nos olvidó alquilar una
noche más el motel donde nos hospedamos.
Froté mis manos.
Y miré al hombre que no me quitaba el ojo de encima. Estiré los
labios y le sonreí.
De repente se escuchó un ruido proveniente del lugar donde se
escondían Reinha, Diablo y mi padre. El agente se dio cuenta y no tardó en
preguntarnos.
—¿Qué ha sido ese ruido?
Tragué saliva.
Reno pensó rápido.
—Mi hermano pequeño. Se estará bañando.
El hombre arrugó la frente.
—Usted dijo que eran dos.
—Lo siento —rio Reno—. Siempre me olvido de él. Mi madre solía
decir…
Tuvo que callar cuando le dijeron:
—Abra la puerta. Subiré a comprobarlo.
Rodeó la caravana y miré con pánico a Reno.
Éste tragó saliva y estaba pálido. Ninguno de los dos esperaba que un
ruido proveniente de la parte trasera acabaría llamando la atención de los
agentes de la frontera.
No se lo pensó dos veces y subió al vehículo. Nos echó un vistazo
rápido e inspeccionó la caravana sin prisa. Abrió las puertas de las
estanterías de la cocina, e incluso rebuscó en el interior del frigorífico.
Siguió avanzando con la ayuda de su compañero; el que llevaba el perro
junto a él.
Se plantaron delante de la puerta del baño y se miraron seriamente.
Antes de abrir, golpeó la puerta. Bloody no respondió. Volvieron a
mirarnos.
«¿Por qué no responde?» —pensé.
—Patrulla fronteriza —anunció de nuevo y golpeó la puerta—. Si hay
alguien, lo mejor será que abra.
El silencio seguía poniendo nerviosos a los hombres que vestían de
azul.
Abrieron la puerta del baño y unos gritos hicieron que retrocedieran.
—¡Joder! —gritó Bloody, saliendo del baño desnudo y
completamente lleno de jabón. Le costó esconder su miembro entre sus
manos y miró a los agentes furioso—. Me estaba bañando. ¿Algún
problema?
No dijo nada.
Se le quedó mirando.
A lo que Bloody soltó:
—¿Nunca ha visto una polla americana? —soltó una carcajada—.
Cierre la puerta cuando termine de mirar mi culo.
Se dio la vuelta y volvió al baño.
—Gringos —fue la respuesta del hombre, y cerró la puerta. Se acercó
hasta nosotros, mientras que su compañero bajó el primero junto al perro
negro—. Pueden seguir.
Al escuchar que nos daban el visto bueno, respiré con tranquilidad.
Por una décima de segundo, creí que nos detendrían en la frontera.
Pero no pasó.
Bloody terminó convenciéndolos.
Si no hubiera sido por él…
«Pero él siempre me salva el trasero» —pensé, cuando pasé por su
lado y le tendí una toalla para que se secara.
—Bien hecho.
—Gracias —y dio un salto cuando mi mano impactó en su trasero.
Me miró por encima del hombro.
—No estamos solos —me recordó, mordiéndose el labio.
Reí.
—No pensaba en sexo.
—Mentirosa.
Capítulo 34
DIABLO

Reinha se acercó hasta mí para celebrar que habíamos conseguido salir de


México. Se aferró con tanta fuerza a mi cuello, que creí que me dejaría sin
respiración. Le devolví el abrazo y besé su cabello al sentirme tan libre
como ella.
Descansó su cabeza sobre mi hombro y nos acomodamos en la cama
para que ella pudiera dormir un par de horas antes de llegar a Arizona. Pero
mi hermanita estaba inquieta. Apretó mi mano y se la llevó hasta el pecho,
donde sentí los latidos de su corazón sin volverme loco.
—Empezaremos de nuevo. Lo que mamá quiso para nosotros.
Limpié sus lágrimas.
—Una nueva vida. Con un apellido nuevo.
Alzó su cabeza y clavó sus ojos en los míos.
—Pensaste en alguno.
Me rasqué la barbilla.
—¿Reyes? Podríamos ser los hermanos Reyes.
Sonrió y dijo:
—¿Reinha y Reyes? ¡No! —tiró de mis mofletes para burlarse de mí.
—¿Qué te parece Álvarez?
Me gustó.
—Está bien. Seremos Diablo y Reinha Álvarez.
Besó mi mejilla y sus ojos brillaron con la misma fuerza que cuando
ella era una niña y no existían los problemas para ninguno de los dos.
—Prométeme que tomarás tu medicación.
Bajé la cabeza, y Reinha se dio cuenta.
—Di —me zarandeó para llamar mi atención—, tienes que cuidarte.
No puedo hacerlo yo sola. Prométele a Mamá y a Dios que seguirás
tomando tu medicina. Por favor, hermanito.
Crucé los dedos detrás de la espalda.
—Te lo prometo.
Y, de nuevo, volvió a abrazarme con fuerza.
Se levantó de la cama y se acercó hasta Alanna para comprobar cómo
seguía el estado de sus heridas.
Me dejé caer en la cama y me di cuenta que el móvil de uno de ellos
empezó a vibrar. Lo sostuve y atendí a la llamada al darme cuenta de la
persona que estaba al otro lado.
Tiré de las cortinas para que nadie me descubriera.
—No pensé hablar contigo tan pronto, rubio oxigenado.
—¿Habéis pasado la frontera? —preguntó T.J.
—Sí.
—¡Genial! Te mandaré mi ubicación cuando estés cerca. Tengo un
regalo para ti, Diablo.
Dejé mi medicación y T.J ya me estaba asegurando que había
conseguido un par de individuos que serían mi diversión cuando perdiera de
nuevo la cabeza. Condené y mandé la promesa de Reinha al mismísimo
infierno por ser débil.
—Me tendrán un tiempo encerrado —le aclaré, la idea de Bloody.
Era la única forma de que me llevaran junto a ellos; no matando a
nadie y quedándome encerrado hasta que sus problemas se solucionaran.
—Yo te rescataré —rio—. La mayoría de hombres han desaparecido
de la base militar que ocupamos. No he tardado en hacer lo mismo. Tengo
un pequeño apartamento donde podréis vivir tu hermana y tú hasta que
encontréis otra cosa mejor. Está en Carson. Aquí tienes gente que te
ayudará.
La idea era no utilizar el apellido de mi padre para que no nos
rastrearan, pero también era la única forma que teníamos para conseguir
dinero.
—¿Qué me pedirás a cambio?
—Diablo —tarareó mi nombre—, no decidí arder a tu lado por un
pequeño favor. Ya lo sabes.
Sonreí.
—Eres tú, gringo, el que decidió que podría complacerme en todos
los sentidos —recordé las noches en la que nos quedamos encerrados
rodeados de todos los cuerpos sin vida que me encargué de matar—.
Firmaste un contrato. Si no lo cumples, te mato.
—Y será un placer morir en tus manos —me retó—. Pero, ¿qué
sucede con Reinha? ¿Tan pronto regresará con Gabriel?
—¿Me estás amenazando, cabrón?
La risa de T.J me hizo que apartara el iPhone de mi oreja.
—Tú eres el listo de los dos. ¿Qué crees?
—Hijo de puta.
—Tal vez —me lo imaginé sonriendo, y moviendo su cabello con sus
dedos—. Mi silencio, por una muerte.
—¿Quieres que mate a alguien en especial?
—Sí.
—¿Tiene nombre?
—Estás cerca de él.
Tiré un poco de la cortina y observé a la gente que había en la
caravana: Reinha, Gael, Alanna, Reno y Bloody.
—Di su nombre, wey.
—A mi querido hermanito.
No me lo esperé.
Realmente sabía que se detestaban, pero no lo suficiente como para
que uno mandara al otro a matar.
Y, no podía olvidar, que Bloody me sacó de México junto a mi
hermanita.
—T. J…
Me cortó.
—Piénsatelo, Diablo. Tienes un par de horas para darme una
respuesta —y colgó.
«¡Hijo de perra!»
Capítulo 35
ALANNA

Se nos hizo de día cuando llegamos al apartamento donde nos


esconderíamos un par de días más. Dejamos todas nuestras cosas en la
caravana y abandonamos el aparcamiento. Nos encontrábamos todos
cansados del largo viaje que dimos y sin poder pegar ojo en toda la noche.
Reno le lanzó la llave de nuestro apartamento y abrimos la puerta con
una sonrisa que nos atravesó el rostro ante la idea de poder tumbarnos sobre
la cama y dormir un par de horas. Lo que no esperé es que desapareciera tan
pronto. En medio del salón, se encontraba Shana tendida en el suelo. No se
movía. Parecía inconsciente.
Bloody se acercó y le tomó el pulso; seguía viva.
Mientras que alzaba su cuerpo sobre su brazo, me acerqué hasta la
cocina para humedecer una bayeta con el fin de acomodársela en la frente.
Al llegar hasta ellos, me di cuenta que Bloody levantó el cuerpo de Shana
con la idea de salir de allí para llevarla a urgencias.
—Ni siquiera tiene seguro médico —le dije, antes de que saliera por
la puerta.
Él sacudió la cabeza.
—Eso no importa, Alanna. Quizás haya perdido a la cría.
Se me hizo un nudo en la garganta.
—No estaba sangrando.
Pero no me escuchó.
Pasó por delante de los mellizos y no tardé en seguirlo. Aunque la
mano traicionera de Reno me detuvo antes de que bajara los escalones junto
a Bloody. Me miró a los ojos y me pidió explicaciones.
—No sabemos qué le ha sucedido. Estaba sola en el apartamento y
cuando hemos abierto la puerta…—señalé la cabeza de Shana que colgaba
del brazo de Bloody —estaba en el suelo. No ha reaccionado ni al escuchar
su voz.
Quería ir con ellos y no dejar solo a Bloody.
Reno asintió con la cabeza y me dijo que él mismo conduciría hasta el
hospital. Le dio la otra llave a Diablo y cogió mi mano para salir corriendo
detrás de ellos dos.
Se quedaron junto a la caravana y les abrí la puerta para que la dejara
sobre la cama. Él no tardó en quedar junto a ella. Posó la cabeza sobre sus
piernas y apartó el cabello rubio de Shana para comprobar su estado de
salud.
Terminé sentándome junto a Reno, mientras que éste se saltaba todos
los semáforos en rojo.
—¿Preocupada? —rompió el silencio.
—¿De ella? —bajé el tono de voz—. No. Pero sí del bebé.
Reno siguió conduciendo y manteniendo una conversación conmigo
para que me olvidara de la escena que había detrás de mí.
Estaba celosa.
Pero la situación era normal; Bloody iba a tener una niña con Shana.
«¡Joder!» —grité en mi interior. «Entonces, ¿por qué me molestaba?»
Terminé mordiéndome las uñas.
Reno detuvo el vehículo delante de la puerta de urgencias y ayudó a
Bloody a sacar a Shana con cuidado del interior. Unos paramédicos se
acercaron con una camilla y la colaron en el interior.
Cerré la puerta de la caravana y el único que me esperó fuera, fue
Reno.
—¿Alanna?
—¿Sí?
—¿Te quedarás toda la noche aquí?
No quería entrar.
Pero tampoco abandonar el lugar.
—No sé qué hacer, Reno.
—Bloody te necesita a su lado.
Él ni siquiera me había dirigido la palabra desde que se encontró a
Shana tendida en el suelo.
Tragué saliva.
Me crucé de brazos y observé como la gente entraba y salía de
urgencias, mientras que yo me debatía en qué hacer.
«¿Entro o me voy?»
Capítulo 36

Reno consiguió convencerme. Tiró de mí y nos colamos en el interior de


urgencias mientras que buscábamos la sala de espera. Shana no tardaría en
ser atendida por los médicos y Bloody sería su acompañante. Me acomodé
en el primer asiento que vi libre y quedé cruzada de brazos para que el
nerviosismo no se viera reflejado en mi cuerpo.
Sentí una mano sobre mi rodilla, y detuvo el temblor. Miré a Reno y
éste me lanzó una sonrisa. No podía dejar de pensar en el bebé y en la bruja
que le había dado la vida. Empecé a mordisquearme las uñas y deseé
fumarme doce cigarros hasta que la nicotina me relajara.
El hombre que se quedó a mi lado para hacerme compañía, me acercó
un vaso blanco de plástico lleno del café que servían las máquinas del
hospital. Acomodé mis manos y sentí el calor de la bebida con una buena
dosis de cafeína; mi cuerpo acabaría saltando por la sala de espera y
asustando a los familiares de los enfermos.
El teléfono móvil sonó y me disculpé con Reno, ya que tenía que salir
fuera por normativa del hospital.
—¿Hola? —saludé, una vez que estuve en la callé.
—¿Alanna? —era la voz de Dorel—. ¿Bloody y tú sabéis dónde está
Jazlyn?
Él no podía verme, pero sacudí la cabeza.
—Ayer hablé con Ray, y me dijo que Jazlyn y tú habíais salido.
—Sí —confirmó—. Bloody nos pidió que vigiláramos a Shana. Salí a
las cinco de la mañana, y cuando regresé, Jazlyn no estaba en el
apartamento. No descuelga las llamadas y Shana me ha dicho que no la ha
visto.
—Hemos encontrado a Shana inconsciente en el apartamento —le
aclaré—. Creí que estaba sola. Bloody no comentó que estaba con vosotros.
—Llevábamos pocos días con ella, niña. Pero esa bruja está
completamente loca.
Dorel tenía razón.
—¿Dónde crees que habrá ido Jazlyn?
—¿Realmente? No lo sé. Ella nunca se movería sin antes avisarme.
Por eso estoy preocupada.
Parecía nervioso.
Y lo entendí.
Jazlyn lo veía como un padre, y él a ella como a una hija.
—Cuando Bloody salga de urgencias hablaré con él —le prometí—.
Te prometo que la encontraremos, Dorel.
—Gracias, niña. No te preocupes por tu padre —anunció—, yo lo
vigilaré.
Y colgó.
Intenté hacer lo mismo de Dorel y marqué el número de teléfono de
Jazlyn. Pero estaba apagado.
Volví a entrar a urgencias y busqué la sala de espera. Junto a Reno,
estaba Bloody, esperándome. Me acerqué hasta él para preguntarle cómo se
encontraba Shana y el bebé.
Me dijo que le estaban haciendo pruebas y que no le dijeron nada
más. Nos sentamos a esperar y así pasaron las horas hasta que un médico se
acercó a nosotros.
—¿Es usted el marido de Shoshana Chrowning?
¿Le había dado su apellido como si estuvieran casados?
Bloody negó con la cabeza.
—Soy el padre de la niña que espera.
El médico miró el informe que llevaba de la mujer.
—Está fuera de peligro. Ha sido un bajón de tensión —confirmó—.
Por cierto —se detuvo, antes de llevarnos a la habitación donde se
encontraba Shana —, es un niño.
¿Un niño?
Ella le había buscado hasta nombre a la supuesta niña que llevaba en
su vientre. A Bloody le dio igual, pero yo empecé a pensar que Shana
llevaba ese bebé en su vientre para retener al hombre que amaba junto a él.
Pasamos un par de pasillos, y nos detuvimos en la sala de maternidad.
En la habitación 12 se encontraba Shana descansando.
Me acerqué hasta ella y vi la sonrisa que lucía hasta durmiendo.
Bloody besó mi mejilla.
—Iré a por un café y le llevaré otro a Reno. ¿Quieres algo?
—No, gracias. Me quedaré aquí.
Salió de la habitación y me senté en uno de los asientos que habían
cerca de la cama donde estaba Shana descansando. La observé en todo
momento hasta que abrió sus fríos ojos.
—¿Qué haces aquí? ¿Dónde está Bloody?
Intenté tranquilizarla.
—Ha ido por café. No quiere quedarse dormido. Estaba cansado,
Shana.
Ella respiró con tranquilidad.
—Y tú has venido con él —me reclamó.
—No quería dejarlo solo.
Intentó levantarse de la cama, pero se lo impedí.
—Los médicos han dicho que descanses.
—¿Mi hija está bien?
—Sí. Es un niño.
—¿Un niño? —estaba tan sorprendido como yo.
O eso quiso demostrar.
Se tocó su enorme vientre y lo acarició mientras que sonreía. Su
obligo estaba salido y una larga línea marcaba su tripa.
—En un mes nacerá —susurró—. ¿Qué nombre te pondré, cariño?
¿Debería llamarte Darius? —presionó su barriga, esperando a que la
criatura se moviera—. ¿Qué te parece, Alanna?
—Sabes que Bloody detesta su nombre.
Ella me miró llena de ira y rencor. Incluso cuando ella era la asesina.
Y yo estaba ahí, como una estúpida, preocupada por la salud de su hijo.
—No estarás celosa, ¿cierto?
—¿Celosa? ¿Por qué iba a estar celosa?
—Porque Bloody te abandonará para cuidar de su hijo.
Sacudí la cabeza ante la idea de que Bloody se fugaría con ella con
todo el daño que había hecho en los últimos años.
—¿Eso es lo que crees?
—Sí.
—Entonces sigue soñando —susurré, pero ella me escuchó.
—¿Puedes acercarme mi bolso?
Bloody, antes de salir, cogió hasta el bolso de ella por si tenía que
cargar con su documentación falsa.
¿La señora Chrowning?
Eso sí que fue divertido.
Le acerqué sus pertenecías y dejé que hurgara en el interior. Mientras
tanto, siguió hablando conmigo.
—¿Te dije cómo me sentí después de matar a tu amiga?
Me quedé inmóvil ante la frase que soltó.
—Veo que no —rio—. Imaginé que eras tú la zorra que había en la
silla. Cuando la tuve cerca y con el cañón de mi arma presionando su
cráneo, cerré los ojos para ver como morías tú en vez de esa pobre niña. Fue
tu culpa, Alanna.
—Cállate —le advertí.
Me levanté del asiento y me acerqué hasta ella.
—Es una lástima que también vayas a perder a Bloody.
—Estás loca.
—¿Loca? —preguntó, sacando una cuchilla del interior del bolso—.
Haré que te odie, ratoncito.
—¿Qué vas a hacer?
Pero fue demasiado tarde.
Shana se hizo varios cortes en la muñeca y lanzó la cuchilla bajo mis
pies. Empezó a sangrar y a cubrir las sábanas blancas por unas rojas.
—¡Socorro! —grité, mientras que envolvía sus muñecas con mis
manos.
Nadie me escuchó.
Shana no dejaba de reír.
Pálida, soltó:
—Bloody te odiará por intentar matar a su bebé.
—No —sacudí la cabeza—. ¡Qué alguien me ayude, por favor!
Shana volvió a caer sobre la cama ante el cansancio que sintió al
perder tanta sangre.
—Maldita bruja —susurré.
No podía ayudarla.
—No te mueras. ¡Joder!
Capítulo 37

Envolví las muñecas de Shana con las sábanas de la cama. Presioné con
fuerza los cortes para detener la hemorragia, pero fue imposible. No dejaba
de sangrar mientras que perdía el tono rosado de su piel. No tenía tanta
fuerza como Bloody, pero zarandeé su cuerpo como pude para mantenerla
despierta hasta que alguien apareciera.
Tardaron más de cinco minutos en encontrarnos en aquella situación.
Una enfermera, que se disponía a comprobar los latidos del corazón del
bebé, soltó un grito de terror al encontrarme junto a Shana mientras que ésta
se desangraba. Gritó con todas sus fuerzas y varios médicos llegaron para
auxiliarla.
Al darse cuenta que la enfermera estaba bien, se dirigieron hasta
Shana. Me empujaron hasta el exterior de la habitación y cerraron la puerta.
Observé desde fuera como cosían las heridas que ella mismo se hizo.
Un hombre alto, de cabello blanco y barba oscura, se acercó hasta mí
para amenazarme.
—Será mejor que se marche, o llamaré a la policía.
—¿Por qué? —quise saber.
El hombre se burló de mí.
—¿Lo dice en serio? Usted ha atentado contra la vida de dos personas
inocentes.
—¡Yo no les he hecho daño! —me defendí—. Se lo prometo.
—La mujer nos alertó que usted es la novia del hombre que la dejó
embarazada. Seguro, que llena de celos, ha decidido deshacerse de la vida
de ambos para tener la atención de su novio.
Tragué saliva.
Nunca haría algo así.
—Yo…Yo… nunca…
—Tiene que irse —insistió.
Bloody llegó a tiempo.
Al encontrar la sangre de las sábanas, se asustó. Pasó por delante de
mí y le pidió explicaciones al médico.
—¿Qué ha pasado?
Ambos me miraron.
—La señorita a agredido a la futura madre de su hijo.
Me encontré con la mirada de Bloody, y me dio miedo.
—Te prometo que no he hecho nada.
Giró el rostro.
—¿Puedo entrar?
—Sí —abrió la puerta—. Está estable. Ha perdido mucha sangre, pero
el niño está bien.
Ambos entraron en la habitación, dejándome fuera con lágrimas en
los ojos. Él se acercó hasta Shana, y cogió su mano para arrimarla hasta su
barriga de embarazada.
La enfermera se acercó hasta él para animarlo.
Mientras que yo, tuve la necesidad de que me mirara y me dijera que
creía en mí.
Pero no pasó.
Ni siquiera me miró por encima del hombro.
Se había olvidado de mí.
Así que los dejé a solas.
Y abandoné el hospital.
Capítulo 38

Mis pasos se detuvieron en el parking del hospital. Me acomodé en la


caravana y hundí mi rostro en la palma de las manos. Quería silenciar mi
llanto, pero lo que conseguí fue hacerlo más sonoro. Cogí aire y lo solté
para sentirme más tranquila. Cuando la última lágrima desapareció, intenté
alejarme de los vehículos para caminar hasta que me cansara. No tenía un
destino, una persona esperándome y el dolor me incitó alejarme del lugar
sin mirar atrás. Hasta que una voz suave y pausada me detuvo.
—Puedo llevarte al apartamento si quieres.
Miré a Reno.
—No debiste perder tu tiempo conmigo.
Éste aceleró los pasos, me detuvo y quedó delante de mí.
—Empezamos con mal pie —dijo, rascándose la cabeza y moviendo
involuntariamente su cabello rebelde—. Aunque terminé confiando en ti.
Tú sabes un secreto mío, pero yo no sé ninguno tuyo. ¿Qué te parece si te
acerco hasta el apartamento si me cuentas algo que no le dirías nunca a
Bloody?
Quedé cruzada de brazos esperando a que Reno dijera que estaba
bromeando conmigo. Y no fue así. Éste alzó una ceja, y al darse cuenta que
no me movía, empujó mi frente con su dedo índice. Apartó mi cabello y
acarició mi piel con sus nudillos.
—Nos moriremos de frío aquí. Así que si yo fuera tú —sonrió —,
confesaría.
«A lo mejor tiene razón» —pensé.
Quería llegar al bloque de apartamentos, darme una ducha y
tumbarme sobre la cama para dormir unas ocho horas aproximadamente.
Me lo merecía.
—Odio a Shana.
—Eso ya lo sabía.
Así que para él eso no era un secreto.
Realmente no lo era.
Todos conocían el odio que sentía hacia esa mujer.
—Tengo miedo de perder a Bloody ahora que ha decidido hacerse
cargo del niño que están esperando —confesé, y cerré los ojos con la
esperanza que no me juzgara ante los celos que sentí de un niño que ni
siquiera había nacido.
Pero Reno no dijo nada. En silencio, pasó por delante de mí y se
acercó hasta la caravana para abrirme la puerta. Me hizo una señal con el
chasquido de sus dedos y esperó a que ocupara el asiento de copiloto. No
tardé en hacerle caso. Me senté y acomodé el cinturón de seguridad por
encima de mi pecho.
Antes de que encendiera el motor, lo miré.
—Gracias…supongo.
Éste rio.
—Tienes dieciocho años —dijo, saliendo del aparcamiento—. Es
normal estar furiosa, enamorarse de la persona no indicada y sentir celos de
la vida de los demás.
¿Insinuó que Bloody no era el indicado para mí?
—¿A qué te refieres?
Lo miré por el retrovisor.
—Deberías ser egoísta, Alanna. Pensar en ti —me aconsejó—.
Cuando toda esta mierda estalle, y los delincuentes acaben en prisión,
deberías pensar en tu graduación y buscar una buena universidad para
matricularte.
Eché hacia atrás la cabeza.
—He pensado en mi futuro —susurré—. Y me veo lejos de
California, pero no tengo nada más planeado.
—Poco a poco —soltó, con una sonrisa.
Dejé de molestar a Reno y giré el rostro para contemplar el paisaje de
Arizona. Rebusqué en el bolsillo de mis pantalones y saqué el teléfono
móvil para contactar con Raymond.

Ubicación Summers Point Apartaments.


07:22 AM ✓✓

Era hora de reunirnos todos. Los demás no se podían quedar fuera y sufrir
las consecuencias que causaría Vikram al darse cuenta que estábamos
trabajando con la policía.
Le di las gracias por última vez a Reno, y me refugié en el
apartamento. Cerré la puerta y me encontré a mi padre tendido sobre el sofá
mientras que Dorel descansaba sobre la mesa que había junto a la ventana.
Me acerqué hasta él con cuidado, y me senté en el rincón donde
estaban sus pies ocultos por un cojín oscuro.
—¿Papá?
Terminé despertándolo.
Éste abrió los ojos y se incorporó. Al darse cuenta que había estado
llorando, acomodó una mano sobre mi cabello, pero me aparté.
—Estoy bien.
—¿Y Shana?
—El niño está bien. Ella…—me mordisqueé el interior de la mejilla
ante la rabia que sentí—, se ha cortado las venas y los médicos han
insinuado que yo soy la culpable.
Mi padre se sintió avergonzado por haber estado con una mujer como
ella; abrió los ojos demasiado tarde.
—Lo siento, cariño. No deberías de estar sufriendo por todos mis
delitos —posó sus manos sobre las mías, dándome calor—. Ese hijo no es
de Bloody.
—¿Me estás diciendo que la dejaste embarazada?
—Otro error que cometí —gruñó—. Por eso la defendí, Alanna.
Porque estaba al tanto que esperaba un hijo mío. Y, me lo confesó, cuando
ya la había torturado.
—Ella estará a punto de tener al niño —susurré.
—Puede hacer lo que quiera —suspiró—. Es suyo. No me
interpondré en sus decisiones.
—Le ha hecho creer a Bloody que el hijo es suyo.
Y nadie tenía pruebas si decía la verdad o no.
—Olvídate de él. Ya es mayorcito —bajó el tono de voz, por si Dorel
se despertaba—. Sé que cogiste la tarjeta micro SD que está buscando
Vikram.
Tragué saliva.
Pero él no parecía furioso.
Rebuscó en el interior de su chaqueta americana y me tendió la tarjeta
que faltaba para abrir los documentos que daría acceso al dinero que le robó
a Ronald. La acomodó en mi mano y me obligó a cerrarla para que lo
ocultara.
—¿Por qué me lo das?
—Porque ese dinero es para ti.
—Es dinero sucio —quería que se diera cuenta.
Él sacudió la cabeza.
—Si acaba en las manos de Vikram, será dinero manchado de sangre
inocente.
No le dije que perdí la otra tarjeta; me la tragué, me drogaron y en el
momento que vomité, perdí el rastro.
—Papá…
—Van a matarme, caballito. No sé cuándo, pero lo harán.
Reno dijo que lo protegería.
Intenté tranquilizarlo.
—No.
—Cariño.
Le corté.
—Nadie te matará —me guardé la tarjeta en mi teléfono móvil para
que se sintiera más tranquilo—. Te lo prometo. Pero debes de saber, que
una vez que Vikram acabe en prisión, tú acabarás como él.
—Lo sé.
—Todos tenemos que pagar nuestros delitos.
Y, esperaba, que mi madre fuera uno de ellos.
—No me alejaré de ti —besó mi frente—. Sólo espero que algún día
puedas perdonarme.
Sus palabras sonaron sinceras en mi corazón.
Lo abracé con fuerza y cerré los ojos.
Mi padre había cometido muchísimos errores, quizás había llegado el
momento de arrepentirse de todos ellos.
Me levanté del sofá para que él siguiera descansando, y terminé
encerrándome en la habitación. Caí rendida sobre la cama. El iPhone me
notificó que tenía un nuevo mensaje, y lo desbloqueé para leerlo.

¿Dónde estás?
07:40 AM ✓✓

Era de Bloody.
Lo ignoré.
Se dio cuenta que me había alejado de él, demasiado tarde.
Cerré los ojos.
Lamentándome haberme enamorado de él.
Capítulo 39
BLOODY

Alanna había leído mi mensaje, pero no respondió. Terminé lanzando el


aparato contra el muro que tenía delante de las narices y me levanté del
sillón que ocupé durante horas. Empecé a dar vueltas por la habitación.
Estaba desesperado, furioso y ni siquiera entendía por qué estaba ahí en vez
de haber ido detrás de ella.
—¡Joder!
Ella era importante para mí.
Shana no.
Y de repente se despertó. Estiró los brazos por encima de la cabeza y
soltó un bostezo después de haber dormido cuatro horas seguidas. Intentó
levantarse de la cama, pero estiró su mano para que le ayudara. Al darme
cuenta que sus muñecas estaban vendadas, gruñí y esperé a que Shana no se
diera cuenta.
—No esperaba despertarme a tu lado, gatito.
Me recogí el cabello y me acerqué hasta su rostro.
—¿El crío sigue dando patadas? —Era lo único que me importaba en
aquel momento.
Shana, con una sonrisa, acomodó sus manos sobre su vientre y me
invitó a que hiciera lo mismo. Lo comprobé. El niño seguía moviéndose
dentro de ella.
—¿Estás feliz?
—Era más feliz cuando me tocaba la polla, me corría y estaba seguro
que no iba a dejar a nadie embarazada.
Empezó a reír.
—Son las consecuencias por follar sin condón.
No.
Estaba equivocada.
Así que la corregí:
—Son las consecuencias por haber follado contigo.
Su sonrisa, se esfumó.
—¿Qué habría pasado si en vez de yo, hubiera sido el ratoncito?
Bajé la cabeza ante aquella imagen que se proyectó en mi cabeza
después de oír sus palabras. Así que volví a alzarla para que ella me
escuchara.
—Estaría feliz.
—¡Esa perra ha intentado matarme! —gritó, y aferró sus dedos en mi
camiseta—. Quería matar a nuestro hijo.
—¿Eso crees?
—Sí. ¡Joder! Sí —golpeó mi pecho, como si fuera la única forma de
liberar su ira—. Se acercó hasta mí, con una vieja cuchilla, y me rajó las
muñecas para que muriéramos. Ibas a perder a tu hijo.
Pellizqué su mano y me liberé de su atadura. Quedé delante de ella
con los brazos cruzados, mientras que sentía lástima por una persona que
jamás vería a su hijo crecer.
—Está celosa —sollozó—. Nos odia.
No podía escuchar su historia. Cada palabra que soltaba, me daba
ganas de salir corriendo hasta el baño para vomitar.
—Nunca le haría daño a nuestro hijo —confesé—. ¿Quieres saber una
cosa, Shana? Cuando nazca el bebé, lo alejaré de ti, y yo mismo me
encargaré de matarte.
Se puso pálida y se arrastró por la cama cuando estiré los brazos para
rodear su cuello. Quería asustarla.
—Alanna cuidará de ese niño mejor que tú —sonreí—. Será una
buena madre. No sé cómo se llamará —toqué su vientre con la otra mano
—, pero nunca, ¡jamás! serás parte de él. ¿Lo has entendido, perra?
—Mientes —dijo, con la voz débil.
—Por supuesto que no —y la hubiera matado, aunque todavía tenía
algo que me pertenecía—. Pienso matarte con mis propias manos.
—Mi…padre…—no podía respirar.
—¿Tu padre? —solté una carcajada—. Acabaré con él. ¡Con todos si
hace falta!
Liberé su cuello y me alejé de ella.
Fui directo hasta la puerta, y antes de abandonar la habitación, ella me
detuvo.
«Maldita masoquista» —pensé.
—Ni siquiera estás enamorado de ella.
Sonreí.
—Quiero a Alanna. Y quiero estar junto a ella.
Cerré la puerta detrás de mí y se escuchó por el pasillo los gritos
eufóricos y desquiciados de Shana. Enloqueció ante mi confesión.
Estaba a un par de pasos de perder la cabeza para siempre.
Pero antes, la detendría.
La dejé en el hospital porque estaba convencido que la vigilarían.
Mientras tanto, yo me reuniría con Alanna y me disculparía con ella
por haberle dado la espalda en el momento que me asusté por pensar que
Shana estaba a punto de perder al niño.
Capítulo 40
RENO

Me encontraba tendido en el sofá mientras que los mellizos ocuparon


la habitación del apartamento. Esperé a que el sueño hiciera acto de
presencia, pero me desvelé cuando escuché unos pasos acercándose hasta la
puerta principal. Abrí mi ojo derecho y me encontré con la figura de Diablo
que huía de todos nosotros.
Como estaba convencido que no conseguiría dormir, me levanté del
sofá y decidí seguirlo. Me acomodé el arma detrás de la espalda y cerré la
puerta con la misma agilidad que había aplicado el mexicano al abandonar
el lugar donde nos hospedábamos.
Estuvimos caminando una media hora hasta que se detuvo delante de
una cafetería abandonada. No entró, pero se coló en uno de los callejones.
Me di cuenta, que las viejas escaleras del local, te llevaban hasta la
azotea. Así que las escalé y seguí los movimientos de Diablo Arellano
desde arriba.
Junto a los contenedores, se encontraba T.J, el hermano de Bloody.
«¿Qué planeáis?» —pensé.
Antes de que abriera la boca, T.J se abalanzó sobre Diablo y posó los
labios sobre el cuello de éste. El otro no se movió. Lo paralizó contra un
muro y se apartó de su lado cuando el latino empezó a sangrar.
T.J limpió la sangre del otro y adentró sus dedos en la boca de Diablo.
—Eché en falta nuestro propio infierno —soltó T.J.
El otro calló.
No sabía que entre ellos había una relación amorosa.
—¿No vas a decir nada?
Diablo tocó la herida que le hizo, y lo miró a los ojos.
—He dejado de tomarme la medicación, rubio oxigenado.
—¡Eso es estupendo!
—Eso espero —no parecía convencido con su propia decisión—.
Prometiste salvar a Reinha. ¿Cuál es el plan?
—Sí, pero a cambio tú tendrás que hacer algo.
—Responde tú primero —insistió Diablo.
T.J paseó su mano por el interior del muslo del mexicano y se acercó
hasta su boca para besarlo. Pero no terminó de unir los labios con el otro.
—Te dije que no soy puto.
—Pero ardes en deseo cuando estás cubierto de sangre y desnudo
sobre mí, ¿o no es cierto?
Cansado, Diablo le golpeó con tanta fuerza, que T.J terminó en el
suelo.
—¡Responde!
—Os encontraré un hogar y una nueva identidad cuando mates a
Bloody —confesó su plan después de recibir un buen golpe.
Diablo parecía incómodo.
Pero a mí la idea me encantó.
Si me quitaban ellos dos de encima a Bloody, podría cuidar a Gael sin
ningún problema.
«Harán el trabajo sucio por mí» —sonreí.
Capítulo 41
ALANNA

Creí haber escuchado la voz de Raymond.


Así que no le di importancia porque seguía durmiendo. Cuando volví
a tener la sensación de que él estaba más cerca de lo que podía imaginar,
terminé rodando por la cama hasta posar los pies en el suelo y levantarme
con energía después de pasar seis horas descansando. Me acerqué hasta el
comedor con sumo cuidado, y ahogué un grito al verlo allí, parado junto a
Dorel mientras que contenía las ganas de reír ante la broma que le soltó su
compañero.
Nuestras miradas se cruzaron y no tardamos en reaccionar. Corrí hasta
él y me abalancé sobre su cuerpo mientras que éste me abrazaba y me
alzaba del suelo. Hundí la nariz en la curva de su cuello y me alegré que
hubiera venido tan rápido. Los demás, Bekhu y Kipper, se encontraban
charlando en la cocina a la vez que sostenían una de las cervezas de Bloody.
—¿Estás bien? —preguntó, apartando mi cabello del rostro.
—Debería hacerte yo esa pregunta —respondí—. Pero sí. Aquí
estamos todos bien —entonces me acordé de la desaparición de Jazlyn—.
Falta una de los nuestros.
Dorel le explicó que Jazlyn desapareció mientras que vigilaba a
Shana. Raymond intentó tranquilizarlo y éste intentó sonreír mientras que
se apartó de nuestro lado y salió en busca de mi padre que se encontraba en
el baño.
Salimos fuera del apartamento y abrí la puerta continua al nuestro
porque quería reunirlo con alguien. En el comedor no había nadie, así que
nos acercamos hasta la habitación en silencio. Abrí la puerta y sobre la
cama se encontraba Reinha descansando.
Observé la bonita sonrisa que lució el rostro de Ray al verla dormir
mientras que estaba segura y lejos del hombre que tanto daño le hizo.
Se acercó hasta Reinha y acarició su cabello mientras que se inclinó
para besar su mejilla.
—Bienvenida a casa —le susurró.
Ray estaba enamorado de ella.
Nos alejamos de la habitación y ocupamos el sofá para ponernos al
día con todos los problemas que nos habían seguido desde que cruzamos la
frontera.
—Así que cuando descubrí que Shana estaba embarazada, tuve que
contenerme —apreté los puños—. Hemos conseguido la tarjeta de memoria,
pero no se lo puedes contar a nadie. Tenemos que ganar tiempo antes que
descubran que perdí la primera micro SD.
Él me escuchaba con atención.
—Lo único que me quedará de hacer, cuando todo esto termine, será
entregar a mi padre.
Ray cogió mi mano.
—Por primera vez, estoy convencido que tu padre tiene razón —sonó
calmado, para que me tranquilizara—. Shana estará embarazada de Gael y
habrá aprovechado la situación para engañar a Bloody. Él te quiere. Ya lo
verás.
Suspiré.
—Y, sobre el tema de Vikram y Gael, estaré apoyándote hasta el final.
Si has decidido que ambos terminen en prisión, así será.
—Pero tengo miedo.
—Es normal —empezó a decir—. Todos tenemos miedo. Incluso yo.
Y no olvidemos a Bloody. Pero si no nos separamos, sobreviviremos a la
guerra que se acerca.
Cerré los ojos.
—No quiero perder a nadie más.
—No caeremos ante Vikram —sus palabras me dieron fuerza—.
¿Cómo sabías que estábamos en peligro?
Entonces bajé la cabeza.
Era un maldito secreto que tenía con Reno.
—Está bien —sonrió—. Me haré el loco cuando los demás me
pregunten.
—¿No estás furioso conmigo?
—¿Furioso? —Raymond rio cariñosamente—. Si nos lo ocultas, es
porque nos proteges.
Al menos él lo entendió.
La puerta del apartamento se abrió y creí que se trataría de Diablo o
de Reno. Pero me equivoqué. Delante de nosotros, un Dorel destrozado y
hundido se acercó hasta nosotros para darnos una mala noticia.
Terminamos en la parte trasera del bloque de apartamentos, y Dorel
empujó hacia arriba la enorme tapa que ocultaba uno de los contenedores
que utilizaban los inquilinos.
Un olor horrible provocó que nos tapáramos la nariz.
Dentro, estaba el cuerpo de Jazlyn, sin vida.
Me llevé las manos a los labios.
—He ido a tirar la basura que acumuló Shana, y me he encontrado
con Jazlyn —la ronca voz de Dorel se apagó—. Tenía veintidós años. Toda
una vida por delante.
Acomodé mi mano en su espalda.
—Lo siento.
Pero no era suficiente.
—Ha sido por la espalda —confesó.
Y me di cuenta que había una persona que solía actuar de esa forma
tan traicionera y cobarde.
—Shana.
Dorel me dio la razón.
—Tenemos que tener cuidado con ella.
Miré a Ray.
—Está en el hospital ingresada.
—Aun así, es peligrosa.
Dorel nos pidió que regresáramos al apartamento, mientras que
Kipper y él se deshacían del cuerpo de Jazlyn para que la policía no lo
encontrara.
Subimos las dos plantas de piso, y me sorprendió encontrarme a
Bloody en el comedor, sentado junto a mi padre. Al verme aparecer, éste se
acercó y me abrazó con fuerza.
—¿Podemos hablar?
Asentí con la cabeza y lo seguí hasta la habitación.
Se dejó caer en la cama.
Me senté junto a él y esperé a que hablara.
—Lo siento —se lamentó—. Siento no haber ido detrás de ti.
Se dejó caer sobre mi cuerpo. Acomodó su rostro en mi pecho y
acaricié su cabello mientras que él se disculpaba conmigo.
—Estabas preocupado por el niño. Lo entiendo.
Aunque en el fondo sentí celos.
—Alanna…—alzó la cabeza—. Yo te qui…
Su móvil empezó a sonar.
—¡Joder! —exclamó, al darse cuenta que nos habían interrumpido—.
¿Quién es?
Al otro lado se escuchaba la voz de un hombre que había entrado en
pánico.
—¿¡Qué!? ¿Estáis seguros?
Silencio.
Bloody me miró.
—Está bien. Gracias por avisarme.
Lo miré preocupada.
—¿Qué sucede?
—Shana se ha escapado del hospital.
Capítulo 42
DIABLO

Terminé siguiendo al pendejo de T.J. Había insistido que quería mostrarme


algo más. Así que seguí sus pasos hasta un bloque de pisos abandonados, y
nos quedamos encerrados en el único que consiguió abrir.
Al no tomarme mi medicación, empecé a notar como el sudor
humedecía mi piel. Me llevé las manos a la cabeza ante el dolor que sentí
por el sonido vibrante que inundaba las cuatro paredes.
T.J me observó con una sonrisa maliciosa y estiró el brazo para
ayudarme. Pero preferí quedarme allí hasta que el ruido cesara.
No era capaz de mantenerme de pie, ¿cómo mataría a Bloody?
Escuché una voz que no era la del rubio oxigenado:
—¿Qué te sucede, cariño?
Era la voz de mi madre.
—Tú siempre has sido fuerte —susurró, cerca de mi oído—. Tuviste
de tu parte el valor que jamás consiguió tener tu padre.
«No» —pensé.
—¿Bebé? Mi dulce niño.
Sentí que algo me golpeaba en el pecho. Abrí los ojos, pero no había
nadie junto a mí. Ni siquiera T.J.
La voz de mi mamá se apagó para dar paso a los latidos de un corazón
lleno de vida.
Intenté levantarme, pero no era capaz.
—Tienes que matarlo —otra voz femenina, empezó a hablarme—.
Prometiste cuidarme. ¡Lo prometiste!
—¿Rei?
Quedé boca abajo en el piso e impulsé hacia arriba mis brazos para
quedar de pie. Caminé por la casa abandonada y busqué a T.J
desesperadamente.
—¡Verga! —exclamé, al estar más cerca del sonido que me provocaba
ira y desesperación.
Abrí la primera puerta que tenía delante de mí, y a un par de metros,
se encontraba T.J amordazando una pareja que había tendida en el piso. Los
latidos de corazón provenían del interior de sus pechos. Me acerqué con
cuidado y los observé desde arriba.
Ansiaba partirles las costillas, arrancarles el corazón y acomodarme
en el suelo hasta que dejara de latir.
—Mátalos —me pidió T.J.
Alguien se unió a él:
—¿O tienes miedo, perro?
Cerré los ojos y sostuve el enorme cuchillo de hoja de plata que me
tendió. Sólo tenía que arrodillarme ante ellos y matarlos antes de que
consiguieran volverme loco del todo.
—¿Diablo?
Miré a T.J.
Éste me sonrió.
Caí de rodillas y toqué el suave rostro de la mujer. Ésta se encogió
junto al hombre y derramó las lágrimas que recogí con mi propia lengua;
estaban saladas.
—Arrorró mi niño, arrorró mi sol, arrorró pedazo de mi corazón —
cantó, mi madre.
Intenté alzar los brazos.
—Este niño lindo se quiere dormir y el pícaro sueño no quiere venir.
¿Reinha?
Era la voz de mi hermanita.
—Este niño lindo que nació de noche quieren que lo lleven a pasear
en coche.
Cerré los ojos.
Las voces siguieron cantando.
La mujer llorando.
—Este niño lindo ya quiere dormir, háganle la cuna de rosa y jazmín.
«Por favor» —supliqué.
Miré a la mujer que jadeaba y vi sus labios moverse cuando se liberó
de la mordaza.
—Arrorró mi niño, arrorró mi sol. Duérmete pedazo de cabrón.
Me levanté del suelo, le tendí el arma blanca a T.J y salí de la
habitación. Quedé delante de un muro y apagué las voces angelicales
autolesionándome.
—¿Hermanito?
—¿Rei?
—Te quiero. Vuelve a casa.
Ella correría peligro si me quedaba a su lado.
T.J giró mi cuerpo.
—Tenemos tiempo, Diablo. Mientras tanto, descansa.
Capítulo 43
ALANNA

Tuvimos que reunirnos todos para informar que Shana se había escapado
del hospital. Mi padre se quedó de piedra y Dorel llegó a tiempo para
explicar cómo había muerto Jazlyn en manos de la mujer que
mencionábamos Bloody y yo.
—Conocemos a Shana y de lo que es capaz de hacer para hacernos
daño —dijo Bloody, mirándonos a todos—. Avisad a vuestros familiares.
Esa loca intentará llamar nuestra atención para pillarnos por sorpresa.
Tenemos que salir de aquí —se quedó cruzado de brazos—. Este lugar no es
seguro para nadie. Ni siquiera la base militar. Vikram está al tanto de todo,
y su hija no tardará en delatarnos.
Mi padre se acercó hasta él.
—¿Puedo decir algo?
Todos lo miraron con rencor.
Dorel bajó la cabeza.
Kipper prefirió darle la espalda.
Y Bekhu se acercó hasta él por si se atrevía a dar un paso en falso.
Gael ya no tenía el poder que consiguió con el nombre de Vikram. Ahora
era un preso que era custodiado por los hombres que una vez le cubrieron
las espaldas.
Bloody dejó que hablara.
—Podríamos volver a la vieja finca de Carson.
—No es seguro. Shana vivió ahí. Sabrá moverse para buscarnos —
gruñó Bekhu.
—O no —prosiguió mi padre—. Ella sabe que no somos tan
estúpidos como para volver a nuestro viejo hogar. Ni pensará en Carson.
Dorel alzó la voz para que lo escucháramos:
—La policía dejó de rastrear el terreno hace un par de meses —se
encogió de hombros—. No es mala idea.
Miró a Bloody, y éste alzó la cabeza para pensárselo.
—Tenemos pocas armas —nos recordó.
Bekhu intervino:
—Yo puedo conseguirlas.
—¿Estás seguro? —preguntó.
—Sí. Pero tendrá que acompañarme alguien.
Dorel y Kipper se unieron a Bekhu.
—Está bien —aceptó—. Cuando vengáis con las armas, nos iremos.
Cualquier problema que surja, no olvidéis llamarnos.
Le hicieron caso.
Todos respetaban a Bloody.
Era el nuevo jefecillo de una pequeña banda que se separó de Vikram
cuando mostró su verdadera identidad.
Se acercó hasta Raymond y le pidió que se quedara junto a Reinha
hasta que su hermano regresara. Mi padre prometió comportarse y
acabamos todos durmiendo para reponer fuerzas.
Podía escuchar los ronquidos de mi padre desde el salón y la suave
respiración de Bloody cerca de mi oído. Todos se habían quedado
dormidos, menos yo.
Cerré los ojos y esperé a que Morfeo me acunara entre sus brazos.
Pero el llanto de un bebé me despertó.
Bloody se dio cuenta y se acercó hasta mi para abrazarme. Pegó mi
rostro en su pecho y acarició mi cabello para que me tranquilizara.
—¿Una pesadilla?
Con Shana fuera del hospital, escuchaba el lamento de un niño que no
había nacido.
—Creo que me estoy volviendo loca.
Me obligó a mirarle a los ojos.
—Todo saldrá bien.
—No me robes mis frases —protesté, y éste me besó.
Intentó tranquilizarme con sus bromas.
—Si es nuestra última noche con vida, deberíamos follar hasta que
darnos sin fuerzas.
Pellizqué uno de sus costados y gimió de dolor.
—¡Está bien! —rio—. Nada de sexo con la puerta abierta y con tu
padre a unos metros de distancia.
Volví a escuchar el llanto.
Presioné la boca de Bloody para que dejara de hablar un instante.
El silencio volvió a reinar.
Bajé las manos de sus labios.
—¿Entonces sí follamos si no hacemos ruido?
—¿No lo has escuchado? —ignoré su pregunta—. Era el llanto de un
bebé.
—Tienes que descansar, cielo —pidió, acomodándome sobre la cama.
Pero se lo impedí.
Volví a escuchar el llanto.
—No lo entiendo —me llevé las manos a la cabeza.
—Será un gato maullando —dijo, besándome y teniéndose sobre la
cama.
«¿Un gato?» —Pensé.
Era imposible.
Aun así, me tumbé junto a él e intenté quedarme dormida por tercera
vez. Bloody lo consiguió, pero yo tuve que abandonar la cama cuando el
llanto de un crío volvió a colarse en el interior de nuestra habitación.
Cogí su arma, me abrigué antes de abandonar el apartamento y cerré
con cuidado la puerta. La ventana de la habitación daba al callejón donde
Dorel encontró el cuerpo de Jazlyn.
Me acerqué hasta el contenedor y me detuve para escuchar el llanto.
Y volvió.
Más fuerte.
Más desgarrador.
Con el pulso tembloroso, alcé la tapa del contenedor y asomé el arma
por si se trataba de una trampa. Al empujar con fuerza, esperé seguir
escuchando los gritos del niño que no me dejó dormir. Pero hubo silencio.
Acomodé el arma dentro de mi bota, y saqué bolsas de basura en
busca de algo que certificara que no estaba perdiendo la cabeza. Acabé
dentro del contenedor, rebuscando desesperadamente entre las sobras de
comida que depositaban los otros vecinos.
Volví a escuchar el llanto.
Alcé una bolsa amarrilla, y la tiré para comprobar que había en el
fondo. Terminé tocando una manta blanca cubierta de manchas de barro y
sangre. La abrí con cuidado, y ahí estaba, el niño que lloraba mientras que
se aferraba inconscientemente a un trozo de papel.
Estaba lleno de sangre.
Tenía frío.
Lloraba de hambre.
Lo cogí, salí con cuidado del contenedor y volví al apartamento.
Pasé por delante de mi padre sin despertarlo y me senté sobre la cama
mientras que el niño tiraba de mi cabello y dejaba de llorar.
—Bloody —moví su cuerpo—. Bloody.
Éste protestó.
—¡Bloody!
Alcé tanto la voz, que el niño se despertó y empezó a llorar.
Al verme con el bebé, Bloody tragó saliva.
Capítulo 44

Dejé al niño sobre la cama y aproveché que Bloody lo vigilaba asustado.


Humedecí una toalla con agua tibia e hinqué las rodillas sobre el colchón
para deshacerme de toda la sangre que cubría la piel del recién nacido.
Terminé vistiéndole con una de mis camisetas y me tumbé bajo la atenta
mirada de Bloody mientras que acercaba al niño a mi pecho.
Siguió llorando.
—Creo que tiene hambre —susurré—. ¿Habrá leche en la nevera?
—¿Cielo?
Lo ignoré.
Toqué las diminutas manos del niño y sonreí ante el tacto de su piel
arrugada. Arreglé la pelusilla negra que tenía sobre su cabeza e intenté
mirarlo a los ojos. Pero los mantuvo cerrados mientras que lloraba.
—Tiene que comer algo —insistí.
—¿De dónde has sacado al niño?
—Estaba en el contenedor —le tendí la carta, que no fui capaz de leer
—. Lo han abandonado. Te lo dije.
Intenté no alzar la voz.
Volví a dejar al niño junto a Bloody y abandoné la cama para calentar
un poco de leche. Como no teníamos biberón, terminé cogiendo un
cuentagotas que había en el botiquín. Lo desinfecté con agua ardiendo, y
volví a la cama.
Recogí al niño y lo pegué a mi pecho para que se alimentara con la
poca leche que dejaron en la nevera. Estaba templada, así que me arriesgué
a dársela.
—¡Hija de puta! —gritó, al terminar de leer la nota.
—Shh —le pedí—. Harás que llore de nuevo.
Miró al pálido bebé, y después se miró él a través del reflejo de la
ventana.
Cuando el bebé terminó de beberse la leche, arrimé su cabeza hasta
mi hombro y esperé a que terminara de eructar.
—¿Cómo sabes lo que hay qué hacer?
Me encogí de hombros.
—Por la sobrina de Harry —sonreí, al escuchar como el bebé había
hecho la digestión.
Lo tendí entre nosotros dos, y sin hacer ruido, le pedí que me diera la
carta.
Éste se negó.
—Bloody.
—No quiero que la leas.
—Por favor —supliqué, y terminé leyéndola.

Has decidido ir contra mí. Eso significa que te arrebataré lo que más amas
en este mundo. Te dejo a ese maldito niño que ya no llevo en mi vientre.
Sufrirás, Bloody. Cuando le tengas cariño, regresaré para matarlo delante de
ti.
Además, Nilia y Adda lo acompañarán.
Te odio. Te detesto.
Me has enfurecido. Acabarás como yo. Sin alguien que te ame.
Porque sí, gatito, tengo planes para ella. Alanna será la persona que más
sufra, antes de que termines por quitarte la vida.
¡Hijo de la gran puta!
Shana.

Realmente Shana había perdido la cabeza. Era capaz de matar a su hijo para
hacer daño a Bloody.
Se levantó de la cama e hizo una llamada que escuché.
—Ayer me llamaron para decirme que Shana Chrowning —pronunció
el falso apellido de ella— abandonó el hospital. ¿Saben si lo hizo después
de tener al hijo que esperaba?
Esperó una respuesta.
Shana estaba tan loca, que era capaz de secuestrar a cualquier crío
para acercarse hasta Bloody y amenazarlo.
—¿Estaba de parto? —Bloody asintió con la cabeza—. Gracias.
Colgó y se acercó hasta mí.
—Salió del hospital estando de parto. Así que sí —señaló al bebé—
ése es su hijo.
—¿Qué clase de persona haría algo así? —hice la pregunta más
estúpida que podía soltar en relación con Shana—. Tenemos que cuidarlo.
—Alanna…
—No tiene la culpa que la loca de su madre lo dejara tirado en un
contenedor.
—Tenemos que irnos —Bloody se levantó de la cama—. Está aquí. A
unos metros de nosotros. Observándonos.
—¿Qué pasa con los demás?
Le tendí el arma que me reclamó.
—Duerme —me pidió—. Haré guardia hasta que los demás regresen.
Entonces, nos iremos.
Antes de abandonar la habitación, se acercó para besarme.
—Todo saldrá bien —dije, contra su boca.
Y éste sonrió.

Dorel, Kipper y Bekhu llegaron a las doce del mediodía. Bloody les explicó
lo que había pasado con Shana y se quedaron en el comedor junto a Ray y
mi padre para trazar un plan de salida. Si ella estaba cerca de nosotros,
buscaría una manera de cortarnos el paso.
Reinha me ayudó a darle de comer al bebé, y observamos como la
criatura se quedaba dormida entre mis brazos.
—Es hermoso —susurró ella.
—Sí. Es un niño precioso y muy bueno —besé su cabecita.
—Shana debe de ser una mujer horrible para tener que abandonar a su
hijo.
—Ni te lo imaginas, Reinha —dije, acariciando la espalda del bebé—.
Quiere vengarse de todos nosotros. No se detendrá hasta que nos vea
muertos.
—Ray me contó lo que le hizo a tu mejor amiga —Reinha bajó la
cabeza, entristecida ante la historia—. Lo siento.
Le devolví el abrazo con cuidado de no hacer daño al bebé, y nos
separamos cuando Raymond se acercó hasta la habitación.
—Tenemos que irnos —anunció.
—¿Diablo volvió?
Ray negó con la cabeza.
—No puedo irme sin él.
Intentó tranquilizarla.
—Tenemos que irnos, Rei —la abrazo con fuerza—. Te prometo, que
cuando Diablo se ponga en contacto con nosotros, iremos a buscarlo.
Los ojos de Reinha se llenaron de lágrimas.
—Pero es mi familia.
—Lo sé —besó su frente—. Y pronto volverás a estar junto a él.
Salí de la habitación y me acerqué hasta mi padre. Éste le echó un
rápido vistazo al niño y después me miró a mí.
—¿Estás bien? —preguntó.
—Shana nos amenazó a todos con una carta que dejó junto a su hijo.
¿Estás seguro que no nos encontrará en Carson?
—Si se acerca a vosotros —dijo, refiriéndose al niño y a mí—, la
mataré.
Capítulo 45

Convencí a Bloody para que hiciéramos una parada exprés hasta la casa de
Ciro; el médico que solía atenderlos cada vez que estaban heridos y no se
podían presentar en el hospital con una bala proveniente de un arma que no
estaba registrada al nombre de nadie. Acabamos en las viejas calles de
Carson, y condujo hasta uno de los callejones que pasaban cerca del puerto.
Detuvo la caravana y anunció a los demás que nos ausentaríamos un
par de minutos antes de seguir con nuestro camino. Aceptaron y no tardaron
en salir para recargar las pilas; Bekhu salió por comida, Dorel se quedó
vigilando a mi padre y Ronald, Reinha y Kipper salieron para estirar las
piernas.
Bloody rodeó mis hombros con su brazo, mientras que los míos
cubrían el pequeño cuerpo del bebé. El frío heló nuestra piel, y estaba
segura que el jersey que abrigaba al niño, no era suficiente para mantenerlo
en calor.
Nos detuvimos delante de un viejo portal, y lo golpeó con el puño
hasta que abrieron. Era un edificio viejo, parecía un antiguo parque de
bomberos, pero por dentro estaba reformado y tenía un diseño vintage muy
bonito.
Ciro nos miró a ambos y esperó una explicación.
—Sí, este bonito trasero ha salido de prisión y no ha sido capaz de
hacer un par de llamadas antes de presentarse aquí —se rascó la nuca —.
Pero tenemos uno de esos problemas en el que necesitamos al Doc que
siempre nos salva la vida.
La respuesta de él fue:
—¿Otra sobredosis?
Negué con la cabeza, avergonzada.
Aparté las mangas del jersey y le mostré a la criatura que llevaba
entre mis brazos. Ciro agrandó los ojos, miró a Bloody, después al bebé y
volvió a mirar al rubio.
—¿Te ha dado tiempo a dejarla embarazada, a tener al bebé y a
presentarte aquí con un niño desnudo?
—No es mío —intervine.
Puso los ojos en blanco para decir:
—Es de Shana.
—¿Shana ha tenido un hijo? —no podía creérselo—. Me estás
diciendo, que tu ex mujer, la loca que quiso retenerte para ella…
Bloody lo cortó.
—¡Ciro! —respiró—. Sí, sí y mil veces sí, ¡joder!
—Con esa actitud no pienso ayudarte.
Golpeé el costado de Bloody con el codo e intenté no despertar al
niño.
—Está bien —dijo, cruzando los brazos—. Lo siento, Ciro.
—¿Y?
El doctor se estaba burlando de él.
—¿Y? ¿Estás bromeando? —al darse cuenta que Ciro quería escuchar
algo más, prosiguió—. Eres el mejor Doc. Sin ti, todos estaríamos hechos
polvo bajo tierra.
—¡Muy bien! —sonrió—. Déjame ver al hijo de Shana.
Se lo tendí y nos pidió que lo siguiéramos.
Detrás de su hogar, tenía una especie de consulta clandestina. Cerré la
puerta y observé como tendía al bebé para pesarlo. El niño respondió bien a
todo; al sonido, la luz y el golpecito que te solían dar en el trasero cuando
nacías para comprobar que seguías con vida.
El llanto del bebé no tardó en dejarnos sordos.
—Tenías razón —le quitó mi jersey, y le puso un pañal—, es hijo de
Shana. ¿Qué haréis con él?
Bloody habló por ambos.
—Ese es otro tema que quería hablar contigo —se alejaron del niño, y
terminé vistiéndole con un jersey de lana que me había dado Ciro—. No
nos podemos hacer cargo de la criatura —bajó el tono de voz, para que yo
no lo escuchara—. ¿Sigues trabajando con la parroquia que recoge a los
huérfanos y les busca una familia de acogida?
Ciro asintió con la cabeza.
—Es la que está aquí al lado —hizo un movimiento de cabeza—.
Esas familias con dinero y, que encima no pueden tener hijos, hacen buenas
donaciones. Podrían darte doscientos de los grandes porque el niño está
sano.
Me quedé helada al escuchar que estaba dispuesto a vender al bebé.
Así que intervine antes de que aceptara.
—¡No!
—Alanna —me cortó—, tienes dieciocho años. No puedes hacerte
cargo de un crío que ni siquiera es tuyo.
—¡Ni tuyo! —le grité.
—Eso ya lo sé, cielo. No soy gilipollas —y miró a Ciro, para soltar
una de sus bromas—. Yo tengo la polla más grande.
¿Cómo podíamos estar bien cinco minutos y mandarlo todo a la
mierda en cuestión de segundos?
—Cuando creíste que era tuyo, te importó —le reproché—. Y, ahora
que sabes la verdad, quieres deshacerte de él. No te lo voy a permitir.
Éste me alcanzó y me cortó el paso.
—¿Qué piensas hacer? ¿Jugar a papás y a mamás mientras que su
madre lo busca?
Si no hubiera sido porque estaba cargando al niño, mi mano habría
impactado en su mejilla.
—Es mi hermano. Sangre de mi sangre.
—Un bastardo —susurró.
Di un par de pasos hacia delante y esperé a que se arrepintiera. Pero
no lo hizo.
Bajé la cabeza, y observé al bebé dormir mientras que acomodaba su
pequeño puño contra su rosada mejilla.
—Este bastardo tiene una familia. Y tú —hice una pequeña pausa
ante la ira que sentí por haberle escuchado hablar con Ciro de la venta de
bebés—, no formarás parte de ella.
Salí de la clínica clandestina, seguí caminando por la propiedad de
Ciro e intenté abandonar el viejo edificio con suerte. Pero Bloody acabó
abriéndome la puerta y ayudándome a salir con el niño entre mis brazos.
—No es justo, Alanna.
Lo miré a través del mechón de cabello que me cayó en el rostro.
—Y, ¿qué querías? ¿Qué me librara de él tan fácilmente? ¡Es mi
hermano! El bastardo, es mi hermano pequeño. Pienso cuidarlo de su
madre, su abuelo y de ti si vuelves a insinuar que estaría mejor con una
familia apoderada. ¿Te queda claro?
Se quedó callado.
Pasé por delante de él y corrí con cuidado hasta la caravana. Dorel me
abrió la puerta y me refugié del frío hasta que los demás llegaran.
Bloody me había decepcionado.
«Solo piensa con la polla» —pensé, recitando sus propias palabras
que taladraban en el interior de su boca constantemente.
Capítulo 46

Kipper tardó una hora en comprobar que no hubiera nadie en el interior de


la propiedad. Al darnos el visto bueno, todos salimos de la caravana con
una sonrisa torcida; nos encontrábamos cansados y adoloridos de pasar
varias horas en el interior de la caravana.
Cuando abandoné el vehículo, pensé en quemar el trasto de ruedas
para no volver a ocuparlo en otro de nuestros viajes.
Bloody intentó ayudarme, pero acepté la ayuda de Ray antes que la
suya. Pasé por delante de él y seguí los enormes pasos que llegaba a dar
Dorel. Mi padre, con las manos en los bolsillos, observó su antigua parcela,
donde estuvo años escondido y viviendo a cuerpo de rey.
No nos sorprendió encontrar los muebles de la vivienda destrozados y
movidos; la policía estuvo meses buscando pistas, huellas y quién sabe,
quizás el dinero que robó Gael a Vikram.
Le indiqué a Reinha que arriba estaban las habitaciones más
acogedoras y Ray la acompañó para que no se perdiera. Los chicos,
cargaron las armas y las escondieron en sus respectivas habitaciones. Yo
seguí a mi padre y le dije a Dorel que estaríamos un rato en el viejo
despacho para que no se preocupara; necesitaba descansar y bajar la guardia
durante un par de horas.
Me dejé caer en el único sillón que no tocaron, y mi padre hizo lo
mismo. Acomodó la mano sobre la cabeza del niño e intentó abrirle los ojos
para observar el color que vivía en ellos.
—Me recuerda a ti.
—Estoy segura que yo lloraba más —posé mis labios sobre la blanda
frente del niño. Entró en calor con el jersey que me había dado Ciro—.
Bloody está al tanto que el padre eres tú.
Él me miró, y optó por guardar silencio.
—Shana lo ha abandonado —suspiré—. No puedo hacer lo mismo
que ella.
—Lo sé, cariño —se acercó hasta nosotros dos—. Sé que cuidarás de
él. Serás una buena madre.
Eché hacia atrás la espalda y observé a mi padre mientras que se
decidía a coger o no al niño. Sabía que se moría de ganas por arroparlo con
sus brazos, pero el temor lo bloqueaba. Di el primer paso, que fue tenderle a
su hijo con la excusa que tenía los brazos dormidos. Cuando lo abrazó
contra él, me levanté del sillón y les di espacio para que se conocieran un
poco. El niño seguía durmiendo, mientras que mi padre arrimaba su mejilla
cubierta de barba oscura y canas, hasta detener sus labios en la cabeza del
pequeño.
—Me alegrará saber que no llegarás a conocer a tu padre —susurró.
Golpeé el escritorio, y llamé su atención.
—¿Te avergonzará verlo a través de un cristal de seguridad?
Bajó la cabeza, y sin decir nada, su silencio me lo dijo todo; estaba
convencido que moriría, así que intentaba pasar tiempo con sus hijos
mientras que se aseguraba que éstos estuviéramos bien.
—No fuiste tan cobarde cuando eras Vikram. ¿Qué ha pasado?
Por fin rompió el silencio que tanto me incomodó.
—Porque tu padre, Gael, siempre ha sido un cobarde que se armó de
valor en abandonar su vida cuando le salió la oportunidad de ser Vikram.
Siendo él, no tenía miedo a nada. Ni a la policía, ni a tu padrastro y de la
muerte que no tardaría en llegar. Siendo Gael, soy débil y sufro por lo que
le pueda pasar a mi familia.
—Nosotros estaremos bien.
—Lo sé —confesó.
—Seguramente le habrás pedido a Bloody que me cuide —no hizo
falta que lo confirmara, estaba convencida—. Podré cuidar del niño y de mí
sin ayuda de un mantón.
Mi padre rio.
—¿Qué te parece tan gracioso?
—Detesto a Bloody —no borró la sonrisa que arrugó sus mejillas—,
pero hacéis muy buena pareja.
Ese no era mi padre.
O al menos, el que conocí unos meses atrás que iba castigando a todo
aquel que se me acercaba con versículos de la biblia.
—¿Ahora es cuándo me rio?
—Los dos sois igual de cabezotas. Pensáis que la única forma de
salvar vuestro trasero, es ir por libre —alzó la cabeza de nuevo—. No es
malo que otro te ofrezca su mano.
—¿Me está dando lecciones de vida el hombre que se escondió en
México?
—No quiero que cometas mis errores, caballito.
Alguien nos interrumpió.
—¿Alanna? —Era la voz de Bekhu.
—¿Sí?
Abrió la puerta del todo y me buscó en el interior del despacho. Se
acercó hasta mí con una enorme bolsa de parafarmacia y con una amplia
sonrisa dijo:
—He comprado un par de cosas para el bebé —me lo mostró—. Un
biberón, leche en polvo, un chupete, pañales y un par de bodys de bebé.
Hurgué en la bolsa, y encontré algo que estaba segura que el niño
todavía no utilizaría.
—¿Condones? —pregunté, y aguanté las ganas de reír.
Las mejillas de Bekhu se encendieron.
—Eso es mío —dijo, arrebatándome la caja XL de doce unidades—.
Será mejor que me reúna con los demás.
La puerta se cerró, y terminé riendo junto a mi padre.
—Tenías grandes hombres —alcé los hombros—. Bueno, no todos.
Pero los que están hoy aquí, con nosotros, se merecen el cielo incluso por
haber cometido un error con la sociedad.
—Bekhu era un ladrón. Nunca hizo daño a nadie —sonrió—. Dorel
perdió a su familia por las drogas. Kipper… —suspiró—. Kipper era un
revolucionario que se plantaba ante la ley y acabó disfrutando de sus
vacaciones en prisión.
—Y los has perdido a todos, papá.
Sabía que lo estaba destrozando.
Pero le decía la pura verdad.
Di un salto del escritorio, y me planté delante de mi padre para
recoger al niño. Necesitaba un baño con urgencia antes de cenar. Me lo
llevé al hombro y le di las buenas noches al hombre que se quedó mirando a
la nada.
Subí con cuidado las escaleras y elegí la habitación en la que me
hospedé involuntariamente la primera vez que pisé aquella propiedad.
Llené la bañera con agua templada, y sujeté con fuerza al niño
mientras que lo limpiaba con la esponja azulada que había elegido Bekhu.
Salimos del baño y lo tendí sobre la cama para ponerle un pañal
limpio. Lo vestí con el body de estampado de león, y me tumbé junto a él
para dormir.
—¿Debería llamarte mocoso? —pregunté, mientras que éste tiraba de
mi cabello—. ¡No! Tienes cara de… —me rasqué la barbilla—… ¿Peter?
Tampoco. ¿Jason? Ni hablar. ¿Qué te parece…—lo medité, antes de soltarlo
—Dashton?
El niño sonrió.
—¿Te gusta Dashton?
—A mí me gusta —dijeron, en el umbral de la puerta.
Bloody estaba cruzado de brazos, observándonos sin quitarnos el ojo
de encima—. Y también me gusta cómo te quedan esos vaqueros. Te hacen
un trasero…
Le tiré el pañal viejo, ese que estaba cargado de mierda.
Lo esquivó.
—Sigues furiosa conmigo. Lo entiendo.
—Sí —apreté los labios—. El bastardo y yo no queremos ni verte.
—¿No iba a llamarse Dashton? —se acercó, con cuidado hasta mí—.
Entonces ya no es un bastardo. Tu padre lo ha aceptado como su hijo. Podrá
darle un apellido.
Gruñí.
—¿Qué quieres, Bloody?
Estiró los labios.
—Acurrucarme a tu lado mientras que me das calor.
Le mostré al bebé.
—Lo podemos llevar a la habitación de al lado.
—O puedes irte tú —le aconsejé.
Éste se sentó sobre la cama, posó sus dedos en mi barbilla y me
obligó a mirarle a los ojos.
—Ahora que Dashton también está en tu vida, me pondré celoso.
—Entonces espero que sufras.
Me besó.
Antes de que protestara, silenció mis quejas con sus labios. Acarició
mi cabello y pegó su cuerpo todo lo posible hasta el mío.
—Maldito crío —susurró, contra mi boca—. Llevo horas queriendo
quitarte esos pantalones.
—Tendrás que esperar —le saqué la lengua—. Dashton y yo
queremos dormir. Buenas noches, Bloody.
—Cielo…
—Si te quedas —le advertí—, es para dormir.
Se acercó hasta Dash y le susurró.
—No me quites a mi chica, compañero.
Nos tumbamos y acabamos los tres dormidos.
Olvidando por una noche, que Ronald y Shana, nos estaban buscando.
Quería ser feliz y olvidar quién era en realidad.
Pero tenía que conformarme con noches como esas, en las que dormía
junto a Bloody y ambos cuidábamos de Dashton.
Capítulo 47
BLOODY

Cubrí su cuerpo con mi brazo e intenté no despertarla mientras que la


observaba dormir; sin darse cuenta, protegía al niño cerca de su pecho para
que éste no cayera de la cama.
Acaricié su oscuro cabello y besé la coronilla antes de levantarme de
la cama.
El teléfono sonó un par de veces. Vibró sobre la mesita de noche y
terminó despertándome. En vez de descolgar la llamada, me acerqué hasta
Alanna. Como no dejó de sonar, terminé por deslizar el botón verde y salí
de la habitación para no hacer ruido. Estaba seguro que si el niño se
despertaba, despertaría a los demás.
—¡Mierda! —exclamé, frotándome el ojo con el puño al no ver el
nombre de la persona que estaba al otro lado—. ¿Quién me llama de
madrugada?
—El hombre que decide si sigues con vida o no.
No quería burlarme de él, pero acabó pasando.
—¿La parca?
—¿Dónde está mi nieto? —respondió, con otra pregunta—. Sé que lo
tenéis vosotros.
—¿Tu nieto? —me hice el tonto—. He sido un mercenario, un
secuestrador…pero no perdería mi tiempo raptando niños de mafiosos.
Estaba acabando con la paciencia de Vikram.
Se alejó del aparato y golpeó una superficie de madera; lo sabía por el
crujido que hizo cuando terminó de ahogar su rabia.
—Yo no soy Gael, Bloody. Para mí, la familia, es lo más importante.
Me quedé en el umbral de la puerta, observando a Alanna y a Dashton
mientras que seguía mi conversación con aquel idiota. ¿Por qué todos
creían que algo me daría miedo?
Estaba acostumbrado a todo. Así que, estaban perdiendo el tiempo
con amenazas.
A no ser que me ofrecieran algo que llegara a interesarme.
Y Vikram lo sabía.
—Delilha es una mujer hermosa.
—¿Has ido a visitar a mi madre a prisión?
Él soltó una fuerte y aguda carcajada.
—Mejor todavía —su voz se silenció, pero sus pasos me alertaron
que se estaba moviendo por una habitación vacía; el eco lo delató— Estoy
con tu dulce madre. Deberías saludarla. Ella te ha echado de menos.
Se me escurrió el móvil de la mano, y cuando reaccioné a sus
palabras, volví a pegar la oreja.
—¿Por qué debería creerte? —pregunté, desesperadamente por
primera vez.
—¿Delilha? —Vikram siguió hablando, y me ignoró—. ¿Te gustaría
hablar con tu hijo?
De fondo se escuchó la voz de una mujer; suave y lenta. Arrastraba
las palabras y su voz vibraba ante el nerviosismo.
—¿Mi Darius?
—Sí, Delilha. Darius está al otro lado de la línea —por fin me hizo
caso—. ¿Qué me dices? ¿Quieres hablar con tu madre?
—Por favor —supliqué, y caminé en silencio por la habitación hasta
detenerme en el balcón donde solía fumar con Alanna—. ¿Mamá?
—¿Darius? ¿Cariño? —no me escuchaba bien—. Soy yo, mamá.
Era su voz.
Más débil.
Atropellada.
Pero era ella.
—Soy tu hijo, mamá —insistí—. Pronto nos reuniremos. Te lo
prometo.
—Este señor dice que le tienes que entregar algo que le pertenece —
gimoteó—. Tengo miedo, Darius.
—No. No te preocupes —quería tranquilizarla, pero con el mono [10]al
SDA, era complicado por no decir absurdo—. Todo saldrá bien.
Me la imaginé sonriendo.
Tocando su cabello canoso, mientras que evitaba morderse las uñas
porque tenía que sostener el teléfono móvil.
—Te quiero.
—Y yo a ti.
—Te quiero tanto que —siguió—, si tuvieras que decidir algo que nos
separara, seguiré queriéndote, cariño.
—¿Mamá?
Tenía que tener cuidado con lo que decía delante de Vikram.
—Protege a tu familia.
Miré por encima de mi hombro, encontrándome a Alanna abrazando
al niño de Shana.
—Tú eres mi familia.
Su risa me llenó de tristeza.
—Algún día, Darius, tú tendrás la tuya propia —cerré los ojos y, por
un instante, volví a tener doce años; nos encontrábamos en San Quentin, en
la celda que conseguimos para nosotros dos sin tener que compartirla con
otros presos. Ella despertó de su siesta, se acercó hasta mí y besó mi
mejilla.
El tacto rugoso de su piel contra la mía hizo que me aferrara a su
cuello. Le dije que la quería. Y ella, con lágrimas en los ojos, me prometió
que siempre sería su niño del alma.
—Pronto estaré a tu lado —dejé bien claro, ante la situación que
estaba viviendo. Seguramente Vikram le amenazaba con alguna de sus
armas para que ella se despidiera de mí—. ¿Me has escuchado, mamá?
Pero no volví a escuchar su voz.
—No —se lamentó Vikram—. Aunque tengo que decir que han sido
unas palabras preciosas.
Gruñí.
—Está bien —me rendí—. El niño por mi madre.
—Es la mejor decisión que podrías tomar en tu maldita vida —rio—.
Te estaré esperando en el puerto O’Call Village No cometas una estupidez
—advirtió, antes que diera otro paso en falso—. Sé que irás acompañado.
Pero yo tengo más hombres que tú, cubriéndome las espaldas.
Y, de repente, pensé en Reno.
Ese hijo de puta había desaparecido de la noche a la mañana.
«Sabía que no era de fiar» —pensé.
—Ahí estaré —dije, colgando la llamada.
Me acerqué hasta la cama, besé con cuidado los labios de Alanna e
intenté coger el niño. Cuando éste se removió, dejando caer su cabeza hacia
atrás por el peso, intuitivamente se la sostuve para que no se hiciera daño.
—¿Qué haré contigo, compañero?
Apretó su diminuta lengua y se frotó los mofletes con los puños bien
cerrados.
—Seguro, que cuando seas mayor, serás boxeador —siguió entre mis
brazos, sin despertarse. Parecía cómodo—. Lo mejor será que te vuelva a
dejar con tu hermana, Dashton.
Lo tumbé junto Alanna y salí de la habitación.
No tenía un crío para entregarle a Vikram.
¿Qué mierda podía hacer?
Capítulo 48
RAYMOND

Reinha salió del cuarto de baño con ropa que le habían dejado los chicos y
una enorme toalla sobre su cabello para secarlo. Me acordé de la primera
vez que Alanna tuvo que utilizar ropa de hombre; terminaba tirando hacia
arriba de los tejanos para que no se le escurriera por las piernas.
En cambio, a Reinha, la prenda le quedó ajustada porque era una talla
de hombre pequeña.
Se acercó hasta mí, se sentó sobre la cama y terminó rodeando mi
cuello con sus brazos. Olía a coco y fresa. Cerré los ojos y acaricié su
espalda por encima de la camiseta de los Fresno Grizzlies.
—Gracias —susurró, cerca de mi oído—. Gracias a ti he conseguido
huir de Gabriel y de mi papá.
Negué con la cabeza.
El mérito no era mío.
—Estás aquí por Alanna y Bloody —acaricié sus frías mejillas con
mis nudillos. Me sentí vivo cerca de ella y sin tener que ocultarle mi rostro.
Reinha, al igual que Alanna, no detenían sus hermosos ojos en mi rostro
quemado—. No dejé de pensar en ti.
Confesé, como un idiota enamorado.
Y, posiblemente, es lo que sentí el primer día que la vi.
Ella era tan dulce, cariñosa y amable, que no era capaz de juzgar a los
demás. Amaba a las personas incluso con todo el daño que dejaron marcado
en su corazón.
«¿Amor a primera vista?» —me pregunté.
Al verla sonreí, tuve mi respuesta.
Sí.
—Ni yo en ti, pequeño soldado de guerra.
Acercó sus manos con cuidado, y acarició el perfil que quería
ocultarle al mundo. Cerré los ojos cuando sus dedos trazaron las gruesas
líneas que arrugaban mi mejilla.
—Eres muy lindo —dijo, cerca de la comisura de mis labios—. No
deberías ocultarte con esas enormes gorras. El mundo tiene que ver la
belleza que yo puedo ver.
Intenté alejarme, pero Rei me detuvo.
—El mundo es cruel.
—No —insistió ella.
—Entonces…—bajé la cabeza—, ¿por qué me castigó de esta forma?
Nunca hice nada malo.
Jamás fui desagradecido con las personas que pusieron un plato sobre
mi mesa.
Siempre había sido obediente.
No me rebelé contra nadie.
Quería ser bueno, y acabé convirtiéndome en lo que más temí.
Porque no tuve otra opción.
Y la familia que me aceptó, esa en la que estaba Bloody, Kipper,
Bekhu y Dorel, no era perfecta, pero me trataron como uno de los suyos.
—No te castigó —alzó mi rostro. Vi su sonrisa y una lágrima
traicionera recorriendo su mejilla—. Dios te marcó para que te encontrara,
mi pequeño soldado de guerra.
Reinha soltó su cabello, tiró la toalla en el suelo, y me dio la espalda
para subirse la camiseta con la que se cubría. Su cuerpo, el cual intentaba
ocultarle a los demás, estaba lleno de cicatrices como las que tenía en mi
rostro.
Toqué su piel, y ella se arqueó. No de dolor, pero sí al recordar quien
se encargó de hacerle daño hasta destruirla también psicológicamente.
Volvió a cubrirse y me plantó cara.
—Yo tampoco soy perfecta. Pero sé que alguien me amará.
Podía sentir su aliento mentolado acariciando mi boca. Recogí los
mechones de su cabello y observé como se escurrían entre mis dedos. El
aroma de fresa bañó mi piel.
—¿Alguien como yo? —pregunté.
—Eres tan dulce —susurró—, que estoy deseando besarte…
Las últimas palabras se ahogaron en mi boca. Pasé mi mano por
detrás de su cuello, y me abalancé sobre sus suaves y carnosos labios.
Terminé cerrando los ojos cuando Reinha tembló ante la sensación
que le causó nuestro beso.
No quería separarme de ella.
No quería apartarme de su boca.
Deseaba a Reinha, y quería ser parte de su vida.
—¿Ray? —jadeó.
La miré.
Y entonces me di cuenta, que nuestra relación, iría dando pequeños
pasos.
Arropé sus mejillas con mis manos, y besé su frente.
Sus heridas, al igual que las mías que terminaron de cerrarse
diecinueve años después, seguían abiertas.
Pero yo estaría ahí, tendiéndole la mano y mostrándole una sonrisa
que la cuidara del miedo que pudiera sentir.
Capítulo 49
ALANNA

El llanto de Dashton me despertó. Movía desesperadamente su cabeza


mientras que frotaba sus puños sobre el body. Miré por encima del hombro
con la esperanza de encontrarme a Bloody, pero éste no estaba durmiendo a
mi lado.
«Seguramente ha salido a fumar» —pensé.
Cogí a Dash y nos levanté de la cama para pasear un rato por la casa.
No quería despertar a nadie, así que bajé las escaleras y me acerqué hasta la
cocina para calentarle un poco de leche. Seguramente el llanto se debía al
hambre constante que tenían los recién nacidos.
Me sorprendió encontrarme a los chicos despiertos a las cuatro de la
madrugada. Dorel tatuaba a Bekhu mientras que se contaban viejas
historias. Pasé por delante de ellos y se acercaron para comprobar cómo se
encontraba el niño. Bekhu lo sujetó y aproveché para calentar su comida.
Agité el biberón una vez que lo llené, y me acerqué hasta ellos para darle de
comer.
—¿Puedo? —preguntó, con una sonrisa.
Le tendí el biberón y me senté junto a Dorel.
Ambos observábamos como Bekhu sostenía la cabeza de Dashton y el
biberón con la otra mano.
—¿Qué estabais haciendo? —pregunté, al recordar que le estaba
haciendo un tatuaje al nuevo niñero de Dash.
Dorel me mostró la máquina de tatuajes.
—Una enorme sirena en la espalda.
No conseguí ver la obra de arte, porque el lienzo estaba cara a cara
con nosotros.
—Nunca me he hecho un tatuaje —confesé.
Fumé marihuana, tabaco y bebí en las fiestas que daba Evie en su
casa cuando sus padres salían de fin de semana. Pero nunca me marqué la
piel o me perforé la carne con un pendiente.
—¿Te gustaría hacerte uno?
Miré el aparato que había dejado sobre la mesa. Tenía un enorme
alfiler que sobresalía y el ruido que provocaba al ejecutar su función, me
ponía los pelos de punta.
—¿Duele?
—El primero sí —dijo Bekhu.
—Y sangrarás un poco —terminó Dorel.
«¿Quiero cometer una locura a las cuatro de la mañana?» —me
pregunté.
Había vivido un secuestro.
Mis padres se volvieron locos.
Ronald acabó siendo otro mafioso.
Y yo me fijé en un tipo duro que había estado en prisión.
Sin olvidar, que estaba cuidado de un niño que resultó ser mi
hermano, a mis dieciocho años.
—Sí —dije, alzándome la camiseta.
—¿Qué marco en tu piel?
Un tatuaje era para siempre.
Quería algo pequeño.
Una marca que me recordara a lo que más quisiera en ese mundo.
Una letra.
Algo significativo para mí, y confuso para los demás.
Un secreto.
Mi primer amor.
Quizás el hombrecito que crecería junto a mí.
O ambas cosas combinadas.
—Una “D”.
Dorel me miró confuso.
—¿Una “D”? —repitió.
Cogí un trozo de papel, y le dibujé la letra que quería bajo mi pecho.
Dorel dio el visto bueno, y sentí como me clavaba el duro alfiler que
observé de la máquina. Se movió por debajo de mi sostén, y diez minutos
después, tenía una letra que significaba el amor que encontré al creer que
había perdido el de mi propia familia.
Limpió la sangre que se me escurrió por el costado, y curó el tatuaje
con agua y jabón. Me lo cubrió con papel transparente de cocina, y me dio
unas instrucciones para seguir curándolo hasta que se le cayera la costra que
crearía.
Dashton eructó, y Bekhu me tendió al niño para que Dorel terminara
su enorme sirena. Le di las gracias a ambos, y salí de la cocina para pasear.
Sabía que el pequeño se estaba quedando dormido en mis brazos,
pero antes de subir hasta la habitación, me detuve delante del despacho de
mi padre. Seguía despierto.
—¿Papá? —pregunté, asomando la cabeza.
Éste me miró desde su sillón.
—¿No puedes dormir, cariño?
Miré a Dash.
Y miré a mi padre.
—Quiero presentarte a tu hijo formalmente —caminé hasta él, y le
tendí al pequeño—. Dashton. Dashton Gibbs.
Él sonrió.
—Dashton Lee Gibb —besó su cabeza—. Me gusta.
Dejé que él lo arropara, mientras que yo me tendí en el pequeño sofá
que había cerca de la puerta. Cerré los ojos para escuchar la historia que mi
padre le estaba contando a Dashton.
—Heracles, también conocido en Roma como Hércules —miró a su
hijo —, era hijo de Zeus y Almecna, una princesa de Tebas. Hera, la esposa
de Zeus, enojada por la infidelidad envió a dos serpientes para matarlo
cuando todavía era un bebé—imaginé a Shana, ansiosa por deshacerse de su
hijo—. Pero Heracles, que era muy fuerte, tomó a las serpientes entre sus
dedos fuertes como tenazas y las estranguló—mi padre rio cuando Dash
atrapó su dedo pulgar entre sus pequeños dedos. —El niño fue creciendo,
haciéndose cada vez más y más fuerte. Años más tarde, supo que el rey de
Grecia, Euristeo, quería destronar al rey de Tebas, Anfitrión, que era su
padrastro —se detuvo, como si estuviera imaginando el rostro de Ronald en
su cabeza. —Heracles le ofreció a Euristeo ser su esclavo durante doce
años, si permitía que su padrastro, Anfitrión, permaneciera en el trono
durante ese tiempo. Euristeo, al verlo tan fuerte, temió que lo destronara y
consultó al oráculo de Apolo y este le dijo—puso una voz grave—: Accede
al pedido, pero durante ese tiempo envíalo a hacer los trabajos más difíciles
y peligrosos que puedas imaginar.
El iPhone me notificó que tenía un mensaje.
Imaginé que sería Bloody, buscándome por la casa.
Pero toqué el cielo demasiado rápido.

¿Disfrutas de la compañía de mi hijo?


No olvides que yo soy su madre.
Nos veremos pronto, ratoncito.
04:50 AM ✓✓

Me puse nerviosa.
No avisé a mi padre.
¿Shana quería guerra?
Porque yo estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para librarme de
esa bruja.
Llena de rabia, respondí:

¿Su madre?
Te equivocas.
Yo soy su madre.
04:52 AM ✓✓

Sin darme cuenta, que cometí el mayor error de mi vida.


Capítulo 50
BLOODY

—Llevas una hora ahí escondido —dije, con las manos al volante—. ¿Me
vas a decir por qué me has seguido?
Había aparcado el viejo Jeep que dejaron en la propiedad de Gael,
delante del parque que había delante del puerto O’Call Village. Estuve un
par de minutos esperando que la cabeza de Raymond quedara bien oculta.
Pero terminó fracasando. Siguió tumbado en los asientos traseros, mientras
que empujaba hacia arriba su cabeza con el fin de comprobar hasta dónde
íbamos.
Al escuchar mi voz, no le quedó de otra que levantarse. Salió del
vehículo, abrió la puerta del copiloto y se sentó a mi lado sin intercambiar
palabra conmigo.
—¿Raymond?
Esperé una respuesta.
Y tardó en dármela.
—Sé que te has reunido con Vikram —dijo, a la velocidad de la luz.
—Me parece muy bien que ya no tartamudees —lo miré—. De
verdad. Me alegro por ti. Pero ahora tienes que ponernos las cosas fáciles a
los demás. Escupir un trabalenguas, hará que mi cabeza estalle en mil
pedazos. Y todavía no quiero morir. Han estrenado una película porno que
el tráiler me la ha puesto dura y ha conseguido que me corra a los treinta
segundos.
Golpeé su hombro para que se diera cuenta que estaba de broma.
—¿Has hecho algún trato con él?
Quería borrar esa seriedad que marcó en su rostro.
—El mismo que hiciste tú con Diablo —solté una fuerte carcajada—.
Pero será él quien me la chupe.
Raymond se disgustó.
—No te enfades, wey —imité, el acento de Diablo—. He pasado
demasiado tiempo con el mexicano. Terminó confesándome sus sucios y
asquerosos secretos. Entre ellos, estabas tú.
—Haces humor cuando quieres ocultar lo que te preocupa.
El cabrón tenía razón.
Pero así era Bloody.
—¿Te has follado a la mexicana?
O terminaba cambiando de tema.
—Bloody —insistió él.
Hasta que me quedé sin bromas, chistes de polla y frases que llegaran
a incomodarlo. Raymond me conocía tan bien, que yo no fui capaz de hacer
el esfuerzo para conocerlo a él en los seis años que llevábamos trabajando
juntos.
El rarito que estaba sentado a mi lado, se cruzó en mi camino cuando
solo era un crío. Y lo único que pude hacer por él, fue tenderle la mano y
meterle en la mierda que movía Gael.
Así que merecía saber la verdad.
—Vikram ha sacado a mi madre de San Quentin —bajé el tono de
voz; estaba confuso, sin un plan entre manos para sacar a mi padre de las
garras de ese hijo de puta que se hacía llamar Ronald—. Quiere al crío de
Gael. Si se lo entrego…
—…Él liberará a Delilha.
Me sorprendió que recordara el nombre de mi madre.
Le enseñé la furgoneta que estaba vigilando.
—Ahí están —sabía que no iban solos—. Cuando llame, tendré que
salir.
—Yo llevo armas —dijo, en un tono cargado de inocencia. —Lo sé.
No conseguiremos hacer nada contra todos ellos. Es para ganar tiempo.
El teléfono sonó.
La pantalla marcó el nombre de Vikram.
Raymond abrió la puerta, pero antes intentó darme esperanzas.
—Jodamos a Vikram.
Dijo las palabras exactas que necesitaba escuchar.
—Gracias.
—¿Qué? —preguntó confuso.
«¿Se ha quedado sordo?»
—He dicho ¡gracias!
Raymond insistió:
—Un poco más alto.
¡Qué cabrón!
Como era la primera vez que me escuchaba decirlo, quería volver a
hacerlo por si era la última vez.
—Gracias, imbécil.
Salió del Jeep con una sonrisa y nos acercamos hasta los tres hombres
que nos esperaban. Nos detuvieron con un movimiento de mano, y
quedamos uno delante de los otros manteniendo unos cinco metros de
distancia.
—¿Dónde está mi nieto? —preguntó, Vikram.
—Bonito chaleco antibalas —le guiñé un ojo.
—¿Tú no tienes?
Raymond me pidió que no le respondiera.
¡Y una mierda!
—Sí. Está protegiendo mi polla —reí.
Vikram hizo una señal para que sacaran a mi madre de la furgoneta.
Sonreí al verla de pie, acariciando sus brazos y mirando a su alrededor
confusa.
—¡Mi nieto!
Se estaba cansando de esperar.
—No, Vikram. Primero mi madre.
—No juegues conmigo, Bloody.
Empujaron a mi madre, y la obligaron a mirarme.
—¿Darius?
Alcé el brazo para saludarla.
«Dos minutos, mamá» —pensé.
—Es el camino más corto para llegar a tu nieto —mentí—. Suelta a
mi madre.
Ella siguió llamándome.
«Un minuto y estaremos juntos.»
—Está bien.
Los hombres se apartaron de ella, y mi madre se quedó paralizada sin
saber que hacer. Raymond me advirtió que no podíamos movernos. Había
francotiradores subidos en los coches que había junto al muelle.
—Tienes que caminar hasta mí, mamá.
—¿Eres tú, Darius?
El SDA, con los años, te dejaba ciego.
Mi madre empezó a perder visión.
—Sí, mamá. Soy Darius.
Estiró los labios y empezó a caminar hasta mí. Se dejaba guiar por mi
voz. Sus pasos eran lentos, pero no podía gritar y terminar asustándola.
—Te he echado de menos.
—No más que yo —estaba a unos metros de mí.
—Mi pequeño.
Se tropezó con una grieta, y cayó al suelo. Cuando intenté acercarme,
dispararon cerca de mis botas para detenerme. Ella consiguió levantarse.
Soltó una dulce y tímida risa.
—Tu madre está muy vieja.
—Yo sigo viéndote joven y preciosa.
Tocó sus mejillas.
—Un metro, Bloody —dijo, Raymond.
Estiré el brazo.
Ella hizo lo mismo.
—¿Me ves, mamá?
—Te veo, Darius.
Estiré un poco más el brazo, hasta que nuestros dedos estuvieron a
punto de tocarse. Y lo consiguieron. Pero cuando dispararon a mi madre por
la espalda. Se escucharon siete tiros. Ella salió impulsada hacia a mí y la
recogí antes de que cayera al suelo.
Salieron corriendo cuando grité.
Caí al suelo con el cuerpo de mi madre entre mis brazos. Aparté su
cabello de su rostro y miré sus azulados ojos.
Solía decirme en San Quentin, cuando no estaba drogada que, si
quería ver el mar, lo único que tenía que hacer era mirarla a los ojos.
Y ahí estaba.
El mar a través de sus ojos.
—¿Mamá?
Tosió sangre.
—Da-Darius —balbuceó.
Mis lágrimas se mezclaron con las suyas.
—Lo siento.
Ella alzó el brazo y posó su mano sobre mi mejilla.
—No, ca-cariño. Mamá te qui-quiere.
—No me dejes, por favor —me la llevé al pecho, al darme cuenta que
dejó de respirar—. Por favor.
Supliqué una y otra vez.
Me encorvé para arroparla del frío del puerto.
—Te quiero, mamá.
Y grité con todas mis fuerzas.
—¡Te mataré, Vikram! ¡Acabaré con tu vida!
Raymond se arrodilló delante de nosotros. Cogió la nota que llevaba
mi madre, y me la mostró.
Estaba cubierta de sangre.
La siguiente es Alanna.
Quiero a mi nieto.
Vikram.

—No si te mato yo antes.


Capítulo 51
ALANNA

Cerré la habitación y, cuando estuve a punto de dejar a Dashton sobre la


cama, un ruido proveniente de la planta de abajo me alertó que algo grave
estaba sucediendo; y no tardaron en confirmarlo. Se escuchó el disparo de
un arma y un grito de dolor. Inmediatamente cogí al bebé, salí con sumo
cuidado al pasillo y le busqué un lugar para que se mantuviera a salvo.
Reinha asomó su cabeza asustada, y terminé empujando nuestros cuerpos
hasta el interior de su cuarto.
Ella me miró aterrorizada. Le tendí a Dash y le supliqué que lo
cuidara hasta que me reuniera con ellos. Tenía que bajar abajo y comprobar
qué estaba pasando.
—Esconderos en el armario —dije, abriendo una de las puertas de
madera. Ayudé a subir a Reinha y cubrí a Dash con una manta—. No salgas
de aquí hasta que te lo diga. ¿Lo has entendido?
Estaba temblando.
Intenté tranquilizarla.
—Tienes que evitar que Dashton se despierte —mi tono de voz era
bajo, calmada para que no cundiera el pánico—. Prometo volver pronto.
—¿Alanna? —me retuvo—. Ten cuidado.
Asentí con la cabeza y abandoné la habitación sin hacer ruido. Seguía
escuchando fuertes pisadas provenientes de la planta de abajo. Tuve
cuidado en bajar cada escalón y asomé mi cabeza en la cocina. Bekhu
estaba tendido en el suelo, mientras que Dorel estaba junto a él y presionaba
su hombro. Se dio cuenta que estaba ahí y agrandó los ojos.
—Tienes que irte, niña.
Me arrodillé junto a él. Aparté la mano y observé la herida de bala.
Cogí un trapo de cocina que había sobre la mesa e hice presión en el
hombro.
—¿Quién hay en la casa?
—Shana.
Me quedé sin aliento.
—¿Bekhu…? —no fui capaz de preguntarle si seguía con vida.
Pero Dorel me lo confirmó.
—Está inconsciente. Le golpeó por detrás.
—Tengo que buscar a mi padre.
—Niña —gruñó—. Tienes que irte. Coge a la criatura, a la chicana y
huir sin mirar atrás.
No. No podía dejarlos ahí tirados. Estaba convencida que Bloody y
Raymond volverían pronto. Lo único que tenía que hacer era distraer a
Shana antes de que siguiera haciendo daño. Me estaba buscando a mí.
Quería matarme y después llevarse a Dashton. Pero no se lo permitiría.
Alcé la mano de Dorel y la acomodé sobre el hombro para que él
siguiera presionando la herida que le causó la bala. Me levanté del suelo y
caminé por la cocina sin hacer ruido. Pero el hombre intentó detenerme.
—Niña…
Acomodé el dedo índice sobre mis labios y le pedí que guardara
silencio. Respiró bruscamente y bajó la cabeza cansado.
El despacho de mi padre estaba cerca. Los pasos de Shana se
escucharon de lejos, por uno de los últimos pasillos que tenía la propiedad y
daban a la parte trasera del jardín. Aproveché para buscar a mi padre, y
cuando quedé junto a él, cerré la puerta para advertirle.
—¿Qué sucede? —preguntó, preocupado.
—Shana nos ha encontrado —cogí aire. Tenía la sensación que en
cualquier momento el corazón se me saldría del pecho—. Reinha y Dashton
están arriba. Tenemos que entretener a Shana hasta que Bloody regrese.
Mi padre entrecerró los ojos.
—Va armada —él también escuchó los disparos. Se acercó hasta la
estantería, sacó su vieja biblia para mostrarme lo que escondía detrás del
libro de tapa negra; un machete pequeño—. Nosotros también.
El golpe de unos zapatos de tacón se aproximó hasta nosotros. Nos
quedamos en silencio esperando a que pasara de largo. Pero no lo hizo. Se
detuvo delante de la puerta del despacho.
—Debajo del escritorio —me pidió mi padre, tendiéndome el
machete—. Yo la distraeré.
—Papá… —me cortó.
—Por favor, caballito.
Terminé obedeciéndole. Retiré la silla, me arrodillé en el suelo y me
escondí debajo del enorme escritorio de madera. Empujé la silla hacia
delante y me sobresalté al escuchar como la puerta se abría.
Shana se acercó hasta mi padre, y éste se negó a saludarla.
—¿No me vas a dar un beso, cariño?
Él se acercó hasta ella.
—¿Qué haces aquí, Shoshana?
Ella rio.
—He venido a buscar a nuestro hijo. Desperté esta mañana y lo
extrañé —intentó abalanzarse sobre él, pero se lo impidió—. ¿Por qué estás
tan distante? ¿Estás celoso de Bloody? ¡Por cierto! ¿Dónde está?
—Si quieres seguir con vida —le advirtió—, te invito a que
abandones mi propiedad.
Shana se movió alrededor de él, intimándolo como si fuera un león
vigilando a su víctima.
—En realidad le pertenece a mi padre, Vikram —se burló de él—.
¿Creíste que alguien como yo acabaría enamorándose de un viejo como tú?
—Soltó una fuerte carcajada—. Papá me envió a vigilarte. Estuve meses
detrás de ti, pero era imposible acercarme al gran Vikram sin morir en el
intento. Hasta que conocí a tu cachorrito. El chico que sacaste de la calle
para que siguiera tus pasos —calló un instante para disfrutar a la hora de
decir el nombre del hombre que fue la mano derecha de Gael—. Bloody.
Sólo me lo follé, lo seguí y acabé delante de ti. ¡Sorpresa!
Mi padre estaba siendo traicionado de la misma forma que él
traicionó a los demás.
—Mi gatito. Mi dulce gatito —suspiró—. ¿Quién me iba a decir, que
un hombre como él, acabaría volviéndome loca? Tuve su atención durante
años. Ni siquiera me importó que se follara a otras en los largos viajes que
hacía bajo tus órdenes. ¿Sabes por qué? Porque mientras tanto, tú y yo,
follamos como conejos en secreto. ¡Y era divertido! Hasta que llegó el
ratoncito.
—Ten cuidado, Shoshana.
Se acomodó detrás de mi espalda e imaginé que lo hizo para
susurrárselo en el oído.
—Esa pequeña zorra, cambió a Bloody. Ya no era el mismo —estaba
furiosa—. Vio injusto que la mandaras a secuestrar. Incluso planeó fugarse
con ella. Por eso actué —se justificó—. Tenía que tener pruebas que él
seguía siendo el hijo de puta que recibía ordenes de Vikram.
—Bloody nunca mató por placer.
—Lo sé —se rindió—. Pero era mi hombre. ¡Era perfecto para mí!
Mi padre intentó alejarse de ella, pero lo detuvo.
—Si vas a matarme, hazlo ya —dijo, y seguramente Shana posó su
arma sobre él para amenazarlo—. No tengo miedo a morir.
—Dejarás a nuestro hijo huérfano —volvió a reír—. Por suerte estoy
aquí.
—No permitiré que crezca a tu lado.
—Eso dará igual, Gael, porque tú ya estarás muerto.
Ella se balanceó sobre sus tacones, porque mi padre se echó encima
de ella para quitarle el arma. El forcejeó duró más de lo que imaginé. Y,
cuando escuché otro disparo, esperé que la persona que estuviera herida
fuera Shana.
—¿Ratoncito? —preguntó, golpeando a la mesa.
El cuerpo de mi padre cayó al suelo. Shana, al no tener una respuesta
de mi parte, disparó contra el cuerpo de mi padre hasta que éste perdió el
último aliento.
Lágrimas recorrieron mi mejilla. No me quedó otra opción que dar la
cara. Me escondí el machete detrás de la espalda y salí de mi escondite.
Ella, al verme aparecer, rio.
—Estás preciosa —me alagó, después de guiñarme el ojo—. Follar te
hace hermosa. ¿No crees?
Me limpié las lágrimas y miré al suelo con temor. Mi padre estaba
tendido boca arriba con los ojos abiertos. No respiraba.
—¿Por qué? —pregunté, acercándome hasta él—. Había cambiado —
confesé—. Estaba dispuesto a ir a prisión para pagar todo el daño que hizo a
los demás.
Quedé arrodillada ante él y cerré sus ojos.
Besé su frente y le susurré:
—Cuidaré a Dash, papá. Te lo prometo.
—¿Dash? —la voz burlona de Shana acarició mi cuello—. ¿Es el
nombre de mi hijo?
Tragué saliva.
Al tenerla detrás de mí, no podía sacar el arma que me dio mi padre
para protegerme.
—Te dije que Dashton no era tu hijo.
Sentí su mano acariciando mi cabello. Me obligó a levantarme del
suelo y a quedar delante de ella. Se había cortado el cabello, maquillado y
se plantó en la propiedad con un bonito vestido rojo de verano.
—¡Ay, ratoncito! —alzó mi rostro por la barbilla—. ¿Qué haré
contigo? Primero me quitas a Bloody, después el viejo cambia de idea y
quiere ser una buena persona. Y, ahora, me arrebatas al niño que llevé en mi
vientre casi nueve meses.
—Te salvé la vida —aparté su inquieta mano que siguió bajando por
mi cuello—. Te di vía libre para que Bloody intentara volver a ti. Pero él
decidió que te detestaba. Soy yo la qué debería preguntarse —me acerqué
hasta su rostro —si debo dejarte con vida o no.
Golpeó mi rostro con la mano que tenía libre. Me hizo sangre en el
labio con el enorme anillo de oro que lucía en su dedo anular.
—Te detesto —espetó, llenándome el rostro con su saliva—. Una
niña buena dispuesta a salvar a todo el mundo. Dudo que lo consigas,
ratoncito. Los débiles son los primeros que caen al suelo. Mira a tu padre —
enredó sus dedos en mi cabello y me obligó a mirarlo—. ¡Míralo!
Me cansé de su maldito discurso, sus celos y la actitud de grandeza
que heredó de su padre.
Así que golpeé su estómago, y cuando se encogió de dolor, aproveché
para quitarle el arma.
Al disparar, no salió ninguna bala. Las había gastado todas.
Shana recuperó el aliento, rio y se lanzó sobre mí para golpearme con
sus propias manos. Empujé mi cuerpo hacia un lado, consiguiendo que ésta
fuera directa a la pared. Golpeé su espalda y terminó pegando sus labios
contra el muro.
No tenía escapatoria.
La idea era detenerla y entregarla a las autoridades.
Pero el plan se fue a la mierda cuando volvió a abrir la boca:
—Mataré a tu querido Dash delante de tus narices.
Eché hacia atrás el brazo, sujeté con firmeza el machete y lo acerqué
hasta el cuerpo de Shana.
—Te pudrirás en la cárcel antes de conocerlo.
Su risa me puso el vello de punta.
—¿Eso crees? El niño está arriba —me miró de reojo—. Lo cuida una
mujer mexicana.
Tragué saliva.
Hubo silencio por mi parte.
—Pienso matarlo hasta revolverte el estómago.
—¡No! —grité.
Y terminé apuñalándola con el machete que me tendió mi padre hasta
que su cuerpo cayó al suelo. Acabé cubierta con la sangre de Shana, y
sentándome junto a dos cadáveres.
«Por Evie» —Pensé. —«Por papá. Y, por toda la gente que ha
matado.»
Quise justificar su muerte.
Pero no podía.
Tiré el arma blanca con la que le arrebaté la vida, y miré mis manos
llenas de sangre.
—Me he convertido en ella —susurré.
Zarandeé la cabeza.
—Soy una asesina —cerré los ojos, dejando que las lágrimas cayeran
sobre las palmas de mis manos—. ¿Qué he hecho?
Capítulo 52

Me levanté un instante para rebuscar en uno de los cajones del escritorio.


Cuando encontré un cigarro en la vieja caja de puros de mi padre, volví a
sentarme en el suelo mientras que jugaba con la ruedecilla del mechero y
dejé de empujarla al tener una llama. Cerré los ojos e intenté olvidarme de
todo. Pero era imposible. Al abrirlos, los cuerpos de mi padre y de Shana
me recordaban en lo que me había convertido en un par de minutos.
Maté a una persona.
Yo no era nadie para condenarla a la muerte.
Incluso cuando Shana era una asesina sin escrúpulos. Estiré el brazo y
le enseñé el dedo corazón.
—Eres una zorra. Una maldita perra que me hará la vida imposible
incluso estando muerta —golpeé sus zapatos de tacón con mis botas de la
ira que me recorría por todo el cuerpo—. Querías matar a Dashton.
¡Mierda! Es tu hijo.
Le di otra calada al cigarrillo.
—Ni siquiera has dejado que me despida de mi padre. ¿Por qué?
Bajé la cabeza.
Estaba llena de sangre y no era capaz de levantarme del suelo, salir
del despacho y llenar una bañera con agua caliente para deshacerme de
todas las manchas que cubrieron mi piel.
La puerta se abrió y no esperaba encontrarme a Bloody. Tenía los ojos
hinchados, estaba pálido y parecía cansado. Me miró con temor y se acercó
hasta mí para comprobar que la sangre que me acompañaba, no fuera mía.
—¿Cielo?
—Soy una asesina —no podía mirarle a los ojos. Seguí con mi cigarro
—. Soy como Shana. ¡Una asesina!
Bloody me obligó a mirarlo.
—Eso no es cierto.
¿Estaba ciego?
No quería ver la verdad.
Volví a señalar el cuerpo de Shana. Después me golpeé el pecho y me
mordisqueé el labio con rabia.
—He sido yo —aferré mis dedos al cuello de su camiseta,
cubriéndolo a él también con la sangre de esa perra—. ¡La he matado!
—Te has defendido.
—No —lloriqueé—. No es cierto.
—Cielo —acarició mi cabello.
—La tenía arrinconada contra la pared —le narré la escena—. Quería
llamar a la policía. Joderla como ha hecho ella con nosotros —Bloody me
miró, y yo ni siquiera era capaz de mantenerle la mirada—. Nombró a
Dashton. Dijo que acabaría con él, al igual que ha hecho con mi padre.
¡Quería matarlo!
Froté mis manos, y lo único que hice fue repartir el líquido carmesí
que empezaba a oxidarse en mis pantalones.
—No podía permitírselo, Bloody.
—Lo sé —besó la coronilla de mi cabeza—. Has protegido a tu
hermano.
Alcé la cabeza.
—Dashton no puede saber que Shana era su madre —empecé a
temblar—. ¡No! Él no merece llevar su apellido y saber que esa mujer
asesinó a gente inocente.
Me limpié las lágrimas con los puños y apagué el cigarrillo. Alcé mi
cuerpo del suelo y empecé a dar vueltas. Me estaba mareando. No podía
respirar. Y, todo lo que me rodeaba, se movía borrosamente ante mis ojos.
—¿Alanna? —Bloody acomodó su brazo detrás de mi espalda—.
Mírame, cielo.
Toqué mi cuello.
—No…no…—me ahogaba con mis propias palabras—. No…
puedo…respirar.
Y todo quedó en silencio.

Abrí los ojos al escuchar un ruido cerca del lugar de donde estaba
descansando. Bloody estaba arrodillado en el suelo, limpiando la sangre de
Shana y mi padre. Mientras tanto, Raymond, limpiaba el machete con un
trapo de tela blanca para borrar mis huellas dactilares. Acomodó el arma
blanca en el puño de mi padre, e hizo lo mismo con el arma de Shana.
—¿Qué hacéis? —pregunté.
Bajé la cabeza hasta la manta que me cubría, y al alzarla descubrí que
estaba en ropa interior. Se habían desecho de mi ropa.
Bloody se acercó hasta mí y tocó mi cabello.
—Has tenido un ataque de ansiedad —besó mi frente—. Tenías que
descansar antes de descubrir todo esto.
Miré a mi alrededor. Estaban convirtiendo la escena del crimen, en un
ajuste de cuenta. Pero yo era la asesina de Shana, no mi padre.
De nuevo, me faltó el aire.
—Respira —dijo, acariciándome la espalda y obligándome a que
acomodara la cabeza entre mis piernas—. No dejaré que Vikram sepa que
fuiste tú quien mató a Shana. No quiero perder a nadie más.
Al coger aire, me incorporé para mirarlo.
—¿A qué te refieres?
—Han matado a mi madre —confesó, con un nudo en la garganta.
Por eso tenía los ojos hinchados y estaba cansado—. Me reuní con él, y la
mató delante de mis narices. Ese hijo de puta, no satisfecho, me aseguró
que la siguiente serías tú —gruñó, y se le hinchó la vena del cuello—. No
pienso permitirlo. ¿Lo entiendes?
—Pero…—volví a mirar a Shana.
—Uno de los dos la habría matado. Era cuestión de tiempo, Alanna.
Eso no me tranquilizaba.
Salvo saber que Dashton estaba con vida.
Entonces me di cuenta; Maté a Shana para proteger a mi pequeño.
Era mi hermano, pero lo cuidaría como a mi propio hijo.
Abracé a Bloody.
—Gracias —susurré.
Él también se aferró a mí.
—Nos han tendido una trampa —bajó la cabeza y acomodó la barbilla
en mi hombro—. Alguien nos delató. Reno.
Me aparté de él.
—¿Reno? —repetí.
—Lleva días desaparecido.
«Porque es policía» —pensé.
—No. El error fue mío.
—No lo defiendas, Alanna.
Sacudí la cabeza.
—Shana me envió un mensaje. Respondí…y nos encontró —maldije
—. ¡Lo he hecho todo mal!
—No. Por supuesto que no, cielo —acomodó su frente sobre la mía
—. Tenemos que irnos.
—¿Adónde?
—A casa de Nilia.
Lo miré preocupada y asustada.
No podíamos poner a más gente en peligro, y menos a Nilia y a la
pequeña Adda.
—Bloody…
—No responderemos a más llamadas. Así no nos localizarán.
Se lo prometí.
—Está bien.
Bloody alzó mi cuerpo y me pegó a su pecho.
—Voy a matar a ese hijo de puta —susurró, sobre mi cabeza.
Capítulo 53

En el momento que invadimos el hogar de Nilia, ésta empezó a dar órdenes


para que nadie se quedara cruzado de brazos. Mandó a Raymond al trastero
por la vieja cuna de Adda. Empujó a Dorel en una silla para intentar quitarle
ella misma la bala. Le pidió a Behku que descansara en la guardilla ya que
había una cama plegable. A Reinha le indicó donde estaba la despensa para
que comiera algo ya que tenía el rostro descompuesto. Y esperó a que todos
salieran de la cocina para hablar con Bloody y conmigo.
—Te dolerá —dijo, mirando a Dorel—. Contaré hasta tres.
Él hinchó su pecho e intentó mostrar una sonrisa.
Pero Nilia no contó hasta tres. Sacó la bala sin avisarlo. Dorel terminó
gritando y la miró sorprendido.
—Dijiste a la de tres.
Nilia rio.
—¿No eras un tipo duro? —le tocó la punta de la nariz con su dedo
—. Te iba a doler igual si contaba o no.
Cosió la herida y mandó a Dorel a dormir junto a Bekhu. La
habitación de Adda sería para Reinha y Raymond, mientras que nosotros
dos ocuparíamos el sofá cama que había en el comedor.
Nilia buscó a Adda, y la pequeña se encontraba jugando con Dashton.
Le tendió un oso pequeño y el bebé estiraba los brazos sin saber muy bien
por qué.
Adda disfrutaba del niño y nos trasmitió ese cariño que nos faltaba a
los demás.
—A la cama, Adda.
—¿Puedo quedarme un rato más?
Nilia negó con la cabeza.
—Es tarde.
—Pero yo quiero jugar con Dash.
—Dash tiene que dormir también.
Adda refunfuñó y besó la frente del bebé. Antes de alejarse de él, le
confesó delante de nosotros que al día siguiente volverían a jugar con el oso
de peluche. Se acercó hasta su madre para darle un beso de buenas noches,
siguió con Bloody y terminó delante de mí para darme un abrazo.
—Gracias por traer a Dash a casa, Alanna.
Le devolví la sonrisa.
—A ti, por arroparlo con tu mantita.
—¿Tío Bloody y tú seguiréis teniendo hijos?
—¡Adda! —le llamó la atención Nilia.
—¿Qué? —se encogió de hombros—. Tío Bloody dijo que Dash era
de la familia. Y ellos son novios.
Sentí que mis mejillas se encendían.
Nilia optó por el silencio.
Mientras que Bloody la animó.
—Te dije que era un secreto —dijo Bloody, quedándose a su altura.
Adda le sacó la lengua.
—Mamá dice que nada de secretos en casa.
Ambos miraron a Nilia.
—Tu madre es una aburrida.
Nilia golpeó la nuca de Bloody.
Él se burló de ella.
—¿Tío Bloody?
—¿Sí?
—¿Sigo siendo tu chica favorita?
Bloody revolvió el flequillo que le caía sobre la frente de Adda. Se
acercó a ella para fingir que le decía un secreto y le respondió.
—Por supuesto.
La pequeña, en el mismo tono que él, preguntó:
—¿Incluso si Alanna es tu novia?
¿Cómo una niña de ocho años me ponía nerviosa cada vez que soltaba
la etiqueta de novia?
—Tú —tocó sus rizos negros—, eres mi chica número uno.
Adda volvió a abrazarlo y se despidió de nosotros tres mientras que
cantaba una canción de cuna. Esperamos escuchar como cerraba la puerta
de la habitación de su madre, y Nilia nos pidió que nos sentáramos mientras
que ella, acostumbrada, le dio el biberón correctamente a Dashton.
—El niño —susurró—, ¿de quién es?
—De Shana y del tío que creíste que se llamaba Vikram —habló
Bloody—. El padre de Alanna.
—¿Tu padre dejó embarazada a esa zorra?
Asentí con la cabeza.
—Y la he matado —confesé.
Nilia se puso pálida.
—Sabía que si seguías viendo a mi hermano te corromperías. ¡Santo
cielo! ¿Por qué?
—Mató a mi padre —bajé la cabeza—, y quería hacer lo mismo con
Dashton.
Ella me miró.
—Entonces que se joda.
—¿Nilia? —la detuvo su hermano—. ¿Por qué cojones eres la única
que puede decir palabras malsonantes en esta casa?
Nilia dejó el biberón sobre la mesa, y giró el rostro de Bloody con un
manotazo.
—Te he dicho mil veces que no digas cojones.
Se tocó la mejilla.
Le ardía.
Terminamos haciéndole un breve resumen a Nilia.
—Así que Gael, tu padre, le robó a Vikram su identidad y el dineral
que éste tenía. Para recuperarlo te sacó del instituto, te unió a una banda de
imbéciles y fuiste hasta México para sacarlo de ahí. Pero tu padre no fue el
único en salir. La chica morena que está con Ray y su hermano, también
salieron del país. Ahora que sabe que tiene un nieto, lo reclama. Su hija está
muerta y su lema es sangre por sangre. Como no sabéis a dónde ir, aquí
estáis, en mi casa. ¿Correcto?
—Sí —dijo Bloody, cansado.
—Ha matado a nuestra madre. A sangre fría.
—Delante de mí —susurró.
Nilia acostó a Dashton y volvió a sentarse.
—Santa mierda —se llevó las manos a la cabeza—. Ahora formo
parte de esto, Darius. ¿Qué voy a hacer?
—No os pasará nada, Nilia.
Se levantó de la silla que ocupó.
—Lo mejor será que durmamos —bostezó—. Mañana hablaremos.
Por cierto —detuvo sus pasos—, ¿el tío de la bala está soltero?
—Buenas noches, Nilia —la echó Bloody.
Ella lo atravesó con la mirada y desapareció del comedor.
Me tumbé junto a Bloody, sobre su pecho. Acaricié su pie por debajo
de la camiseta mientras que él atrapaba los mechones de mi cabello y los
envolvía con su dedo.
—Si Ronald descubre que maté a Shana…
Me cortó.
—No lo sabrá.
—Me lo advirtió, Bloody.
—No dejaré que se acerque a nosotros. Vikram tiene los días
contados.
Saqué mi mano del interior de su ropa, y de nuevo me encontré mis
manos cubiertas de sangre. Cerré con fuerza los ojos y deseé que aquella
imagen desapareciera. Bloody se dio cuenta que estaba temblando.
—Tienes que olvidarlo.
—No puedo —alcé el rostro, posando la barbilla en su pecho para
mirarlo a los ojos—. Me siento peor que ella. No sé cómo lo olvidaré.
De repente nuestros teléfonos sonaron. Y no fueron los únicos. Los
demás bajaron hasta el comedor y nos mostraron que estaban recibiendo
una llamada del mismo número de teléfono.
—¡No descolguéis! —advirtió Bloody—. Nos quieren localizar.
No dejaron de insistir, y acabamos silenciándolos para no despertar a
los niños.
—¿Qué cojones haremos? —preguntó Dorel.
Bloody se acercó hasta Nilia.
—Ha dicho “cojones”.
Ella se encogió de hombros.
Y aguantó las ganas de reír.
—Tenemos que irnos —la voz de Raymond llamó la atención de
todos—. Lejos de California.
—¿Dónde?
—Canadá.
El cabecilla del grupo rio.
Pero se le borró la sonrisa cuando recibimos un mensaje.

Os encontraré.
Acabaré con todos vosotros.
No tenéis escapatoria.
¿Lo entendéis?
Si queréis seguir con vida, será mejor que
me entreguéis a Bloody y a Alanna.
Os recompensaré con vuestra propia vida.
Lo prometo.
02:22 AM ✓✓

Las mismas palabras acabaron en la pantalla de todos.


—Le compro la idea a Raymond. ¿Cómo nos fugamos? —preguntó
Bloody—. No tenemos dinero.
Le interrumpí.
—Conozco a alguien que podría dejármelo.
Todos se me quedaron mirando.
«Harry» —pensé.
Capítulo 54

Harry no me hizo preguntas en el momento que le pedí ciento cincuenta mil


dólares. Cuando tuviera la oportunidad se lo devolviera, y él lo traspasaría a
la cuenta de su padre. Hice el esfuerzo de abandonar el coche de Bloody,
pero éste me detuvo. Desde que habíamos salido de la casa de Nilia, no
borró de su rostro la irritación que sintió al descubrir que terminé
pidiéndole ayuda a Reno. Si lo hice fue por un motivo; sacaría el dinero sin
darle mi documento de identidad gracias al policía que me acompañaría.
Era la forma correcta de no dejar pistas. Así, Vikram, no nos encontraría.
Tenía una idea en la cabeza, y era sacarnos a todos de Estados Unidos
para escondernos en Canadá.
Arropé la mano de Bloody con la mía e intenté acercarme para
convencerlo a través de los besos cariñosos que nos dábamos. Pero terminó
deteniéndome con sus firmes y protectoras palabras.
—Si se le ocurre hacerte algo, lo mato.
—La idea es sacar el dinero. Él es un especialista. Me lo dijo —quería
tranquilizarlo, y lo que estaba haciendo en realidad era mentirle—. Todo
saldrá bien. Te lo prometo.
—Alanna…—y se quedó callado cuando abrí la guantera del coche.
Saqué unas bragas negras y alcé una ceja—. No son mías.
—Eso espero —dije, tirándolas en la parte trasera del Jeep. Estaba
buscando un bolígrafo para marcar mi clave sin dejar mis huellas dactilares
en el banco, y volví a sacar otra prenda femenina; un sujetador rojo de
encaje—. Veo que te has divertido más de la cuenta en este coche.
Bloody, tímidamente -que era algo imposible en él-, se rascó la nuca y
con una sonrisa lo admitió.
—He tenido una larga y dura vida, llena de sexo y aventuras que les
contaré a mis nietos —mostró sus dientes, en una sonrisa pervertida—. Por
eso no puedo deshacerme de mi coche, cielo. Es mi templo. Mi rincón de
guarrerías para mayores de edad.
—¿Has acabado?
Pero él tenía anécdotas que soltar.
—En los asientos traseros tuve mi primer trío —apuntó con la cabeza
—. Dónde estás tú sentada, me habré corrido como unas cien veces. ¡Y la
guinda del pastel! —alzó la voz y lo que consiguió fue que frunciera el ceño
—. Conduciendo, me hicieron una mamada y no morí en la carretera.
Quedé cruzada de brazos.
Cuando dejó de reír, me miró.
—¿Te cuento lo que hice con Ray?
Éste tragó saliva.
—No —su respuesta fue breve.
—¡Bién! —abrí la puerta—. Espero que hayas limpiado la tapicería
del coche. ¡Qué asco, Dios mío!
Sabía que aguantó las ganas de reír. Se quedó vigilándome desde el
coche y observó todos mis movimientos. Me encontré con Reno delante del
banco, y cuando fue a darme un abrazo para saludarme, Bloody tocó el
claxon para que éste no fuera capaz de seguir avanzando.
—Tu novio está celoso.
Me encogió de hombros.
—No se fía de ti.
—¿No le habrás contado…?
Lo tranquilicé.
—No. Pero espero que realmente nos ayudes.
—Te dije que os conseguiría pasaportes para todos. Lo que te pido es
paciencia —adentró sus manos en los bolsillos. Fue extraño ver a Reno con
el cabello peinado y engominado hacia atrás. Cuando lo llevaba suelto,
parecía mayor, y eso que tenía veintisiete años; uno más que Bloody—. El
problema es el niño. No existe.
—Lo sé.
—Su madre tendría que firmarte una autorización…
Sacudí la cabeza.
—Está muerta.
—¿Qué?
—¿Has estado en contacto con Vikram? —pregunté, nerviosa.
—No. Mi superior me ha sacado del caso. Supuestamente me asusté,
y salí corriendo —golpeó una lata de refresco que había al lado de sus
zapatos—. ¿Por qué?
—Maté a Shana —en vez de custodiar ese secreto, tenía la necesidad
de gritarlo a los cuatro vientos. Reno se quedó inmóvil. Pasé una mano por
su rostro y pestañeó—. Mató a mi padre.
Me defendí ante un policía que su trabajo era detener a delincuentes.
—¿Te has vuelto loca? Eras la única que no tenía antecedentes.
—Lo sé. Y sigo sin tenerlos —le di la espalda al coche, no quería que
Bloody me viera nerviosa mientras que hablaba con Reno—. Creen que el
asesino es mi padre.
Impresionado, silbó.
—Esta mierda me arrastrará con vosotros.
—No te preocupes —le di mi palabra—. Nunca te delataría. De
verdad. Encima has aceptado ayudarme.
—Te lo debo. Por no delatarme.
Entramos en el interior del banco y esperamos que uno de los
empleados nos atendiese. Nos hicieron pasar a un despacho que había al
final de un largo pasillo. Reno me dijo que le dejara hablar, y acepté.
Un hombre alto, de la edad de mi padre, se sentó delante de él.
Mientras que se presentaba, cogí uno de los caramelos que tenían en un
enorme bol de cristal para sus clientes.
—Ustedes dirán.
—Estamos aquí porque necesitamos sacar dinero de una transferencia
con la serie 12455-21554-12545.
El hombre tecleó los números en su ordenador.
—Doscientos mil dólares.
Harry había elevado la cantidad.
—Exacto —dijo Reno.
—Necesitaré un carnet de identidad.
—En realidad no lo necesitará —Reno sacó su placa—. Estamos
investigando los últimos movimientos de una mafia de rusos. Su sucursal
tendrá que cooperar con nosotros si no quiere venir conmigo a que le tomen
declaración. Podría ser parte de esa banda de delincuentes y nosotros no
saberlo.
El hombre se puso nervioso.
Se secó el sudor de la frente y se excusó con la política de empresa.
Pero Reno insistió.
—Negarle a un agente de la ley las pruebas de un delito, supondría
estar bajo arresto durante unos diez años aproximadamente…
De repente desconecté.
Sentí mis manos húmedas.
Agaché la cabeza y me mordisqueé el interior de la mejilla al darme
cuenta que entre mis dedos brotaban largas líneas de sangre. Intenté
limpiarme las palmas de la mano sobre el pantalón, pero fue imposible.
La sangre no desaparecía.
«Eres una asesina.»
—¡No! —grité, levantándome del asiento.
El hombre se me quedó mirando y dijo:
—¿Mejor billetes de cincuenta?
Reno se levantó y sostuvo mi mano.
Miró al banquero.
—Sí. De cincuenta —aprovechó que nos dio la espalda para
preguntarme cómo me encontraba. Apartó el cabello que cubría mis
mejillas y me obligó a mirar sus ojos marrones almendrados—. Estás
temblando. ¿Sucede algo?
Volví a mirar mis manos.
Estaban limpias.
—No. Lo siento.
—Aquí tienen —anunció el hombre—. Es un placer para mí colaborar
con los agentes de la ley de mi país.
Reno le regaló una sonrisa y salimos del banco con el dinero que me
envió Harry. Antes de separarme de él, me retuvo por el brazo.
—Yo tuve las mismas paranoias la primera vez.
—¿Qué? —no le entendí.
—La primera vez que matas a alguien. Nunca lo olvidas —su sonrisa
se encogió—. Tienes su rostro y el aroma fuerte de su sangre siguiéndote
cuando crees que te has librado de él.
Sentí una escurridiza gota de sudor recorriendo mi espalda.
—¿Cuándo desaparece?
—Cuando te acostumbras.
Eso sería difícil.
Quise olvidar el problema que tuve en el interior del banco.
—Estás a tiempo de venir con nosotros.
—Me gustaría. Pero mi trabajo está aquí —miró a nuestro alrededor
—. Cazando mafiosos.
—Un poli rebelde.
Reímos juntos.
—Distraeré a mi superior hasta que consigáis cruzar la frontera. No
tardéis.
—Gracias —le abracé.
Y Reno rodeó mi cintura con sus brazos.
—De nada, bastarda —soltó, con humor.
Me alejé de Reno y volví a reunirme con Bloody. Se había desecho de
la ropa interior de sus amantes y mantuvo la mirada seria y los brazos
cruzados marcando sus músculos.
—Si querías ponerme celoso, lo has conseguido.
Giré su rostro y lo besé.
—Doscientos mil dólares, Bloody —le enseñé la bolsa—. ¡Somos
libres!
Era nuestro momento.
Nuestra oportunidad de huir de Vikram.
La salvación de todos.
—Volvamos a casa, cielo. Tenemos que dar buenas noticias.
Y me robó un par de besos más antes de arrancar el motor.
Capítulo 55
RENO

Me dirigía a mi apartamento hasta que un delincuente me asaltó por detrás.


Golpeó mi espalda con un bate de beisbol y tiró de mi cuerpo para
ocultarme en un callejón. Intenté defenderme, pero fue inútil. El individuo
siguió golpeándome hasta que me rendí. Giró mi cuerpo y me obligó a
observar su rostro.
—Mierda —exclamé.
Un tío rubio, guaperas, alto, con actitud de gilipollas llevaba el
apellido Chrowning. Terence Junior, el hermano mayor de Bloody, sonreía
mientras que me limpiaba la sangre que me causó con el puño de la camisa.
Se agachó para hurgar en mis bolsillos, y se detuvo al conseguir mi
cartera. La abrió y ojeó el interior. Hasta encontrar mi verdadera identidad.
—¿Eres policía? ¿Un puto poli trabaja para Vikram?
Me quedé callado.
—Él no lo sabe —no era una pregunta—. Estás jodido, Reno Losa.
—¡Espera! —lo detuve, al darme cuenta que sus intenciones era
llamar a Vikram—. ¿Qué quieres? ¿Dinero?
—¿Por mi silencio? —se rascó la barba de tres días que empezaba a
cubrir sus mejillas—. Sígueme.
Reí.
—¿Para matarme?
—Llevas días siguiéndome —me había descubierto—. ¿Disfrutabas
viéndome follar con Diablo?
Me costó levantarme del suelo. Seguramente me rompió un par de
costillas con el bate que cargaba sobre el hombro.
—Tu amante me da igual. No me fiaba de ti.
Terence Junior tiró de mí y me obligó a colarme en un edificio.
Subimos cinco plantas y quedamos delante de una puerta que tenía el
número 62. Sacó la llave del bolsillo de su chaqueta de cuero y me pidió
que entrara.
Le obedecí.
—He trabajado para tres hombres a la vez. Todos ellos enemigos —
me tendió una taza llena de café, pero la rechacé—. Gael está muerto.
Arellano un hombre aburrido. Y Vikram, es la gallina de los huevos de oro.
—Eres su chivato.
—Tú también lo fuiste.
—No —estaba muy equivocado—. Yo quería cazarlo junto a los
demás.
—¿Hablas de mi hermano?
Asentí con la cabeza.
De fondo, se escucharon los gritos de varios hombres. Se me puso la
piel de gallina. Terence Junior lo ignoró.
—Puedo salvar tu culo, si haces algo por mí.
—¿Me vas a chantajear?
—¿Prefieres morir? —respondió, con otra pregunta.
No tenía opción.
Y si la tenía, estaba muerto.
—¿Qué quieres?
—Un secreto —me dio la espalda—. Algo que me sirva de escudo si
jodo mi negocio con Vikram.
Bajé la cabeza.
Y pensé en Alanna.
Ella pronto estaría fuera.
«Quizás si le cuento…» —pensé. «Pero la pondría en peligro.»
Apreté la mandíbula.
—Shana está muerta —dije, y bajé la cabeza.
Terence Junior me obligó a mirarlo.
—Eso ya lo sabemos —sonrió.
Me pilló por sorpresa. No esperé que Vikram encontrara tan rápido el
cuerpo de su hija.
—Entonces no sé…
—¿Quién es el culpable?
«Miente.»
Di un paso hacia delante, mostrándole que no le tenía miedo.
Una vez más, escuché gritos que provenían de la habitación del
fondo.
«Alanna no es la culpable. Protégela.»
—Bloody.
Su hermano enloqueció. Empezó a aplaudir y se subió sobre el sofá
para celebrarlo. Mientras que él bailaba, me acerqué hasta la habitación
donde se podían escuchar los gritos de personas siendo torturadas. Moví la
manecilla y empujé la puerta.
Ante mis ojos, un Diablo cubierto de sangre, machacaba los cuerpos
de tres hombres que había asesinado con sus propias manos. La habitación
estaba cubierta de sábanas blancas para que el color rojo destacara.
Terence Junior se dio cuenta y me apartó de la puerta.
—Hoy está creativo —se excusó—. No lo molestes.
—Es un puto asesino.
—Ese puto asesino —repitió—, me ha llevado al infierno y he ardido
en él. ¡Me encanta!
Empujé su cuerpo y lo amenacé.
—¿Te lo follas sabiendo que es un asesino?
—Me lo follaría incluso si tuviera vagina —apartó mis manos de su
cuello—. A mí me llaman rata, y a él enfermo. Es la combinación perfecta,
¿no crees?
Di media vuelta y me dirigí hasta la puerta para salir del piso.
—¡Reno! —lo miré por encima del hombro—. Tienes que escuchar
esta conversación.
Marcó un número de teléfono y presionó la tecla del altavoz. Al otro
lado estaba Vikram.
—Te escucho.
—El asesino es Bloody —no tardó en decirle mi mentira.
Vikram calló un instante.
—Mátalo.
—Lo haré.
Colgó.
Se acercó hasta mí de nuevo.
—Dame tu arma.
—¿Qué?
—Dame tu arma —insistió.
No podía. Estaba registrada a mi nombre y en la comisaria donde
trabajaba.
—No —me negué.
Y volvió a chantajearme.
—Si no me das tu arma reglamentaria, llamaré a Vikram y le diré que
fuiste tú. ¿Es lo que quieres?
¿Cómo una persona podía ser tan retorcida?
Le tendí mi arma.
—¿Matarás a tu hermano? —pregunté.
Terence Junior negó con la cabeza.
—No olvides que me follo a un asesino.
Me daba igual Bloody.
Esperaba que Alanna estuviera a salvo.
Conseguí alejarme de él.
Y su voz siguió torturándome.
—En realidad fue Alanna, ¿cierto?
¡Mierda!
Capítulo 56
BLOODY

Observé como Adda adentraba su cuerpo en el interior de la cuna. No sabía


cómo acomodarse para estar cerca de Dashton. La cogí por la cintura y la
adentré en el interior de la pequeña cama rodeada de barrotes para que
estuviera cerca del niño. Movió los brazos de él y le plantó un fuerte beso
en la frente que consiguió despertarlo sin proponérselo. No tardó en llorar.
Asustada, me pidió que le sacara de la cuna y se aferró a mí por si
aparecía Nilia o Alanna.
—Yo no he sido —se defendió. Intenté ponerme serio, pero era
imposible—. Te lo prometo, tío Bloody.
Alboroté su cabello.
—Ve a jugar fuera.
Le lanzó un beso al aire a Dashton y salió corriendo sin mirar atrás.
Como el llanto del crío no cesó, me acerqué para cogerlo. Pero terminé
frenando seco porque el móvil empezó a vibrarme en el interior del bolsillo
del pantalón.
—¿Nadie va a coger al bebé? —preguntó Nilia, levantando a Dashton
de la cuna.
No le hice caso.
—¿Has visto a Raymond?
—Está fuera.
Le di las gracias y lo busqué desesperadamente. Raymond se
encontraba junto a Reinha, sentados mientras que observaban como Adda
corría a su alrededor y alzaba el arma de plástico que le había comprado
hace un año.
Llamé su atención, y éste se levantó. Me siguió hasta la parte trasera
de la casa y le mostré la pantalla del teléfono.
—Trece llamadas perdidas —susurró.
—A ti se te daba bien la tecnología —recordé las veces que se quedó
encerrado en el despacho de Gael para mover sus cuentas sin que la policía
se diera cuenta—. Tiene que haber una manera para despistarlo si descuelgo
la llamada.
—Y la hay —me confirmó. Cogió el aparato y presionó unas mil
veces sus dedos en los botones táctiles—. Tienes cinco minutos. Si te pasas,
te localizarán.
Asentí con la cabeza.
—Gracias.
—¿Quieres que te deje a solas?
Era lo mejor.
Raymond siguió su camino, y cuando volví a leer el nombre de
Vikram, deslicé el icono verde hacia la derecha. Tenía que ser breve con
mis respuestas.
Nada de humor.
Nada de ira.
Nada que me mantuviera más de cinco minutos hablando con él.
—Eres un hombre muy ocupado, Darius Chrowning.
—No te lo puedes ni imaginar.
—Llevo días intentando contactar contigo.
—Lo has conseguido —me moví por el jardín, mientras que calculaba
el tiempo que duraba nuestra conversación—. ¿Qué quieres?
—A mi nieto.
—¿Otra vez?
No se cansaba.
—También quiero la cabeza de Alanna —rio—. Sé que mató a mi
hija. Sangre por sangre, Bloody. O me encargaré de matar a la poca familia
que te queda.
¿Cómo estaba al tanto de lo que había sucedido?
—Fui yo —me adelanté.
—No seas, tonto. Sé de primera mano que fue ella.
—No.
Pero no me creyó.
—Puede que haya una manera para mantenerla con vida.
—Nunca has cumplido tu promesa.
—Pero esta vez sí —intentó asegurarme—. Es mi nieto. Puede curar
el vacío que me ha dejado mi hija. Un niño que heredará el dinero que está
en vuestro poder.
Estaba equivocado.
Solo teníamos una tarjeta de las dos que necesitaba, y se encontraba
en el collar de la bala que le regalé a Alanna. Ni siquiera ella lo sabía. Y era
lo mejor. Era su seguro de vida.
Me quedaba un minuto y treinta segundos.
—Vikram —gruñí.
—Piénsatelo. Tú me entregas a mi nieto, y yo me olvido de Alanna.
Colgué la llamada.
Cuatro minutos.
Y no fui capaz de aguantar unos segundos más.
Me sobresalté cuando unos brazos me rodaron la cintura. Miré por
encima de mi hombro y sonreí al verla a ella sonreír. Besó mi brazo y me
apretó con fuerza.
No quería separarme de ella.
No podía perderla.
—Adda quiere jugar con todos.
—Si siempre gano —intenté sonar tranquilo.
Tenía que ocultar la llamada con Vikram.
—Será divertido.
—Divertido sería estar los dos en una cama de matrimonio y
desnudos.
Ella sonrió.
—Te concederé ese deseo en Canadá.
—Me gustaría tener un rancho —cerré los ojos, imaginándome un
futuro cercano donde no me hacía faltar robar o transportar camiones
repletos de SDA—. Con animales salvajes. Un coche de lujo. Una piscina y
un jacuzzi.
Alanna tiró de mi camiseta.
—¿Algo más, señor marqués?
—Y a ti.
Giró su rostro para ocultar el sonrojo de su mejilla.
—Te has olvidado de Dashton.
Bajé la cabeza.
Y preferí no decir nada más.
Aparté sus manos de mi cintura, sostuve su mano y tiré de ella.
Salimos corriendo en busca de Adda. Tenía que olvidarme de la
conversación que mantuve con Vikram, y lo mejor era estar rodeado con la
gente que quería.

Alanna no tardó en quedarse dormida. Giró su cuerpo, me dio la espalda y


esperé a que dejara de moverse sobre el sofá cama. Me levanté con cuidado,
caminé hasta la cuna y asomé la cabeza para encontrarme con el pequeño
Dashton.
Estaba despierto. Chupándose el dedo pulgar mientras que se arañaba
debajo del ojo con el dedo índice.
—No me mires así —dije, en un tono más bajo de lo normal—, algún
día crecerás. Tu polla escogerá una mujer que le vuelva loco. Empezarás a
sentir algo más que atracción sexual y terminarás dándolo todo por ella.
Él sonrió, con la boca empapada de babas.
Me entendía.
De hombre a hombre, nos entendíamos.
—Y es lo que me está pasando, compañero. Necesito cuidar de
Alanna —lo levanté de la cama, y clavé mis ojos en los suyos que seguían
oscuros y brillantes sin un color determinado—. Sé que lo entenderás.
Salimos del comedor.
—La vida es una mierda, Dash —le dije la verdad; el mundo al que se
enfrentaría, no podía estar pintado de rosa—. Tienes dos días para vivir. Te
da tiempo a ver un partido de los Orange Country Blue Star, echar cuatro
polvos y beberte una cerveza mientras que esperas a la muerte.
Nos detuvimos en el porche de la casa.
Volví a mirar a Dashton.
—Yo no sería un buen padre para ti —confesé—. Ella sí. Pero yo no.
Éste siguió estirando los labios.
—¿Quieres irte con tu abuelo? Asiente con la cabeza.
Y sin esperármelo, Dashton bajó su cabeza para pegar la barbilla
sobre su pecho.
Terminé con las manos llenas de babas.
¿Ese era su destino?
¿Criarse con Vikram?
Cerré los ojos.
Odiaba tomar ese tipo de decisiones.
Capítulo 57
ALANNA

Noté como el fino colchón del sofá cama se hundía cerca de mis pies. Mi
rostro se giró para buscar a Bloody y éste no estaba junto a mí. Las
sábanas se escurrieron de entre mis dedos y alcé con sumo cuidado mi
espalda para encontrarme al individuo que estaba sentado a un metro de
mi rostro.
Ahogué un grito de terror al darme cuenta que se trataba de Shana.
Ella me miraba con una sonrisa de oreja a oreja, mientras que su claro
cabello y su piel, estaban cubiertos con la sangre que solía bañar mis
manos.
—Hola, ratoncito —me saludó.
Cayó sobre la cama y sus manos se alzaron para tirar de su propio
cuerpo. Cada vez estaba más cerca de mí, y yo no era capaz de salir de la
cama y huir.
—Estás muerta —susurré.
Pero me escuchó.
—Tú me mataste.
Al cerrar los ojos, intenté despertarme de la pesadilla que me estaba
quitando el aliento. Y, cuando volví a abrirlos, el rostro de Shana estaba a
unos centímetros del mío. Finas líneas de sangre nacían en sus ojos y
terminaban humedeciendo las palmas de mis manos.
—Me mataste, ratoncito.
No podía despertar.
Shana dobló el cuello, sin hacerse daño.
Tragué saliva.
—Y ahora te mataré yo a ti.

—¡No! —grité, cuando conseguí despertarme de la pesadilla que viví. Fue


tan real, que el corazón se me disparó. Tuve que sentarme y recuperar el
aliento que había perdido. Humedecí mis labios y alcé la cabeza para
limpiar las lágrimas que derramé inconscientemente.
Busqué a Bloody al otro lado de la cama del sofá, y me sorprendió no
encontrarlo junto a mí.
«Al igual que en la pesadilla» —pensé.
Abandoné el colchón y me acerqué hasta la cuna. Después de sufrir
por volver a reconstruir el rostro de Shana en mis propios sueños, sentí un
nudo en el estómago al no encontrar a Dashton durmiendo. La cuna estaba
vacía. Temí lo peor.
—¿Bloody?
Nadie respondió en el interior de la casa.
Mis pasos se aceleraron desesperadamente y acabé saliendo al porche
en busca de respuestas.
Y el miedo que sentí al pensar que había perdido a Dashton,
desaparecieron cuando lo vi junto a Bloody. Éste se encontraba meciendo
entre sus brazos al bebé, mientras que el niño dormía plácidamente sobre su
hombro.
Se dio cuenta que estaba junto a ellos, y con un rostro triste, se acercó
hasta mí y me tendió a Dash. Lo arropé con el mismo cariño que él aplicó
para cuidarlo del frío de California.
Besé su cabecita, alcé la cabeza para mirarlo a él y esperé una
explicación.
—Lo siento —fueron sus palabras.
Intenté decirle que tuve miedo al darme cuenta que estaba sola, sin
ellos dos. Pero mantuve mis labios sellados.
—Pensé que, si se lo entregaba a Vikram, éste dejaría de hacernos
daño —le temblaba el labio superior; seguramente recordó la muerte de su
madre—. Esta misma tarde hablé con él. Sabe que tú mataste a Shana.
Me quedé de piedra.
¿Cómo era posible?
¿Reno me había delatado?
No.
Confiaba en él.
Me ayudó a sacar el dinero del banco.
Incluso nos conseguiría pasaportes con nuevas identidades para salir
del país.
Seguí avanzando hasta quedar cerca de Bloody. Acomodó sus manos
en mi rostro y me acarició dulcemente y con cuidado.
—Gracias —dije, mirando a Dash—. Ahora nosotros somos su
familia. Lo que está buscando Vikram de él, es vengarse por lo que le hizo
mi padre. Y no se lo permitiré.
—Alanna.
—No tengo miedo de lo que me pueda pasar —me arrimé hasta su
pecho y hundí mi rostro en su camiseta—. No tendré miedo si tú estás a mi
lado.
Bloody me obligó a mirarlo, y con una sonrisa confesó lo mismo que
yo sentía hacia él:
—Si no he podido entregárselo, es porque ya no hay solo una
atracción, cielo.
Seguí acercándome hasta su boca.
Y lo besé.
Lo besé como si fuera nuestro último beso.
Lo deseaba.
Y él me deseaba a mí.
Capítulo 58
BLOODY

Nilia no tardó en acorralarme en la cocina cuando todos salieron fuera de la


casa. Se plantó detrás de mí, con los brazos pegados a su cintura, y me miró
mientras que yo terminaba de desayunar. Cinco minutos después, le di la
atención que reclamaba. Me senté en una silla y esperé a que ella hiciera lo
mismo.
Sus ojos, azules como los de nuestra madre, siguieron cada
movimiento que di. Y, como no podía fumar dentro de su casa, acabé
cogiendo un palillo de madera y lo moví entre mis dientes.
—Este silencio me incomóda —fui el primero en hablar.
Ella alzó una ceja.
—A mí me encanta. Te veo vulnerable.
—¿Por qué?
—Porque me doy cuenta que tienes sentimientos —rectificó—.
Siempre nos has querido. A Adda y a mí, pero nunca habías dejado entrar
en tu vida a otra persona que no fuéramos nosotras dos.
Me encogí de hombros.
—¿Qué intentas decirme?
Nilia, en vez de ser directa, terminaba manteniendo una charla de una
hora para buscar el momento exacto de hacer explotar la bomba verbal que
le inquietara. Pero en ese momento no fue como imaginé. Fue directa y
amable.
«Difícil combinación viniendo de su parte» —pensé.
—Que tienes tu propia familia —al darse cuenta que no captaba la
indirecta, apuntó a la ventana, donde Alanna mecía a Dashton para que éste
durmiera—. Te estás enamorando de ella. Y terminarás cuidando al bebé
como si fuera tuyo.
—¿Vas muy rápido no crees?
—¿Cuántas mujeres han pasado por tu cama desde que ella duerme a
tu lado?
Le mentí:
—Ocho.
—¡Mentiroso! —gritó.
—Está bien —intenté tranquilizarla—. No he vuelto a acostarme con
nadie más. ¿Contenta?
—¡Feliz! —Nilia estaba muy contenta para ser las siete de la mañana
—. Mi querido hermanito ha madurado. Eso me hace feliz.
Sacudí la cabeza.
—Si nos vamos todos a Canadá, intenta no volverme loco, Nilia.
Ésta rio.
—Ahora que estaré cerca de ti, seré esa vocecilla que te llevará por el
buen camino.
—¿Quieres entrar en mi cabeza?
Ella asintió.
—Está bien —vacilé—. Pero tengo que advertirte, que será como
estar en una película porno las veinticuatro horas del día.
Puso los ojos en blanco, y me golpeó como de costumbre.
—¡Eres un cerdo!
—Soy un hombre caliente —alcé el brazo, y le mostré mis músculos
—. Soy la fantasía sexual de cualquier mujer.
—Lo dudo.
—Lo dudas porque eres mi hermana.
—¿Qué pasa con Dorel? —cambió de tema.
¿Por eso estaba tan pesada?
¿Por qué quería información de él?
—Que Dorel sea negro no significa que tenga la polla enorme…—me
calló con otro golpe—. Hace tiempo que no ve a su familia. Su mujer lo
abandonó y sus hijos no quieren ni verlo. ¿Contenta?
Ella sonrió.
—Gracias.
—¿Te lo vas a follar?
Y antes de que me golpeara, me protegí con mis propios brazos. Salí
corriendo de la cocina antes que Nilia me siguiera para golpearme la
entrepierna. Era su forma de bajarme el calentón o las estupideces que
podía decir en menos de un minuto.
Acabé fuera con los demás y busqué a Raymond para planear la
salida. Teníamos dos días para salir huyendo y no tener problemas por ser la
mayoría unos delincuentes.
—Preguntarán por el niño. Partida de nacimiento, pasaporte, cartilla
médica, etc.
—¿Podríamos usar la de Adda?
—No. Te descubrirían —se quedó pensativo—. Pero serviría el
certificado de bautismo.
Eso era fácil.
—Hay una iglesia…
Me cortó.
—Si es por la iglesia, los padres de la criatura tendrían que estar
casados.
—¿Por qué?
—Porque está mal visto tener un hijo fuera del matrimonio.
—Mierda! —exclamé.
—Tenemos menos de cuarenta y ocho horas, Bloody —presionó—.
Hay que tomar una decisión.
Alanna tenía dieciocho años. Era cierto que tomó la decisión de criar
a Dashton como si fuera su hijo, pero casarse eran palabras mayores.
Pero era nuestra única forma de salir de Estados Unidos.
Casarnos y hacer oficial que Dash era nuestro hijo.
—Está bien —adentré las manos en los bolsillos.
—¿Vas a comprarle un anillo de matrimonio? —empezó a reír—.
Bloody comprometiéndose —si seguía burlándose de mí, lo mataba—.
Pensé que no viviría lo suficiente para verlo.
Le enseñé los puños.
—Estás a tiempo de dormir para siempre bajo tierra.
La sonrisa de Raymond desapareció.
Su nuez de Adán se movió, y me miró fijamente.
—Tendremos que salir a por un anillo.
—¿Dónde lo robamos?
—¿No sería más fácil comprarlo?
—Es para no perder la costumbre —dije, encogiéndome de hombros.
Iba a casarme.
«Joder.»
Realmente Alanna había hipnotizado mi polla.
Capítulo 59
ALANNA

Dorel y Bekhu trasladaban las maletas a la caravana, mientras que


Nilia terminaba de guardar la ropa de Adda. Reinha se acercó hasta mí para
tirar las últimas bolsas que transportaríamos junto a nosotros, y terminamos
formando un caos en la casa de Nilia.
Como Bloody y Raymond salieron, no estábamos al tanto del lugar
donde pasaríamos la noche antes de irnos a Canadá.
Reno no contactó conmigo. No teníamos pasaportes, así que Kipper
salió en busca de los papeles que nos abrirían otras puertas con ayuda de un
viejo amigo que se dedicaba a falsificar todo tipo de documentación.
—¡Tío Bloody! —gritó Adda, presionando su rostro sobre el cristal.
Me acerqué hasta la pequeña, toqué su cabello y comprobé junto a
ella que Bloody y Raymond habían llegado de su corta y secreta excursión.
Su sobrina no tardó en tirarse sobre él, y éste le dio una enorme piruleta,
pero le advirtió que la escondiera de su madre.
Nos reunió a todos en la cocina.
—Ya sabéis que esta noche haremos una última parada a Carson —
todos estuvimos de acuerdo—. Habéis aceptado mi decisión; no entregarle
al niño a Vikram. Significa huir, pero no nos hace ser cobardes.
Los chicos lo escucharon con atención.
—Tendremos problemas en la frontera, pero la idea es coger algo del
dinero que tenemos para chantajear a los guardias que revisan los
pasaportes —miró a Raymond, y éste le pidió que siguiera con un
movimiento de cabeza—. Dashton no tiene el certificado de nacimiento, ni
un documento que corrobore que tiene padres. Básicamente es un niño
abandonado.
Empecé a ponerme nerviosa.
Bloody se acercó hasta mí.
—Tenemos la opción de ser los padres de ese niño —sonrió—. Ser
una familia. La familia que nunca hemos tenido, cielo —y tenía razón; no
quería que Dashton creciera sin el amor que nos faltó a Bloody y a mí—.
Casarnos y ser sus padres legales.
Todos se quedaron sorprendidos.
Incluso yo.
¿Casarme?
—Sólo es un papel. Un papel que nos hace ser sus tutores…
Le corté.
Haría cualquier cosa por él.
Incluso convertirme en la esposa de Bloody y formar una familia a su
lado.
—Sí. Es una buena idea.
Nilia nos interrumpió:
—¿Podríais ser un poco más románticos?
—Estaba a punto de sacar el anillo, Nilia.
Los hermanos discutieron.
Los demás reímos.
Bloody sacó un anillo dorado y me lo tendió.
—¿Quieres casarte conmigo y ser la madre de Dashton?
Miré el grabado del interior.

Darius Alanna
Sentí felicidad al ver nuestros nombres unidos.
—No tenemos capilla.
Él rio.
—Cuando te conocí —tocó mi cabello—, te dije que nos casaríamos
en la pequeña capilla que había a las afueras de Carson.
Y me acordé de aquel día; estaba herido y unos cazarrecompensas nos
secuestraron.
—¿Lo tenías planeado desde el primer día?
Me acerqué, y antes de besarlo escuché su respuesta.
—Si te digo que sí te asustarás.
Rodeé su cuello con mis brazos y me abalancé para besarlo. Una parte
de mí se moría por desnudarlo en aquel mismo momento, pero la parte más
sensata, esa que sabía que había gente delante, se apartó de él y le dijo:
—Estoy deseando casarme contigo.
Aplaudieron y emprendimos nuestro viaje.

Tardamos unas dos horas en encontrar la capilla. La noche nos alcanzó en la


carretera, y cuando llegamos, el párroco estaba a punto de cerrar.
Bloody lo alcanzó y le suplicó que nos casáramos. Le prometió ser
generoso.
Nos abrió las puertas de su capilla, y nos acomodamos delante de él
para escuchar su corto discurso.
—Queridos hermanos, estamos aquí junto al altar, para que Dios
garantice con su gracia vuestra voluntad de contraer Matrimonio ante el
ministro de la Iglesia y la comunidad cristiana ahora reunida. Cristo bendice
copiosamente vuestro amor conyugal, y él, que os consagró un día con el
santo Bautismo, os enriquece hoy y os da fuerza con un Sacramento
peculiar para que os guardéis mutua y perpetua fidelidad y podáis cumplir
las demás obligaciones del Matrimonio. Por tanto, ante esta asamblea, os
pregunto sobre vuestra intención.
Todos prestamos atención.
—Esposa y Esposo, ¿venís a contraer matrimonio sin ser
coaccionados, libre y voluntariamente? —nos preguntó.
Ambos respondimos:
—Sí, venimos libremente.
—¿Estáis decididos a amaros y respetaros mutuamente, siguiendo el
modo de vida propio del Matrimonio, durante toda la vida?
No fui la única a la que le entró miedo, Bloody agarró con fuerza mi
mano y seguimos las instrucciones que nos aprendimos de me memoria.
Estábamos ahí por Dashton, porque nuestro amor solo había
comenzado.
—Sí, estamos decididos.
—¿Estáis dispuestos a recibir de Dios responsable y amorosamente
los hijos, y a educarlos según la ley de Cristo y de su Iglesia?
Miramos a Dashton. Éste estaba dormido en los brazos de Reinha.
—Sí, estamos dispuestos —volvimos a responder juntos.
—Así, pues, ya que queréis contraer santo matrimonio, unid vuestras
manos —dijo, arropándonos con las suyas propias—, y manifestad vuestro
consentimiento ante Dios y su Iglesia.
No tuve miedo a dar el paso.
Me sentí libre por primera vez a tomar una decisión sin que otra
persona me presionara.
Unimos nuestras manos, y Bloody fue el primero en hablar:
—Yo, Darius Chrowning —le costó decir su verdadero nombre—, te
quiero a ti, Alanna Gibbs, como esposa y me entrego a ti, y prometo serte
fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y
así amarte y respetarte todos los días de mi vida —se suponía que el
discurso terminaba ahí, pero él siguió—. Y follarte…—miró al párroco—
perdón —se disculpó—. Hacerte el amor. Sí, el amor. Hacerte el amor cada
día de mi vida —se inclinó hacia a mí y me susurró—. Estoy muy caliente.
Olvida lo de hacer el amor. Me muero por follarte.
Con una sonrisa en los labios lo aparté de mi lado para terminar de
comprometerme con él.
—Yo, Alanna Gibbs, te quiero a ti, Darius Chrowning, como esposo y
me entrego a ti, y prometo serte fiel en la prosperidad y en la adversidad, en
la salud y en la enfermedad, y así amarte —me acerqué hasta él— y
respetarte todos los días de mi vida —pasé su cabello por detrás de la oreja,
y terminé mi discurso en secreto—. ¿Cómo puedes estar caliente en nuestra
propia boda?
Él rio.
—Porque lo mejor de nuestra boda será la luna de mi miel.
Lo miré a los ojos, y algo en mí se encendió.
—Bloody.
—Voy a ser malo —dijo, arrimando su mano a mi trasero.
Lo detuve.
—No estamos solos.
—A mí no me importa que tengamos público.
—Pero a mí sí.
—Estás ardiendo, cielo.
Tenía razón, pero no era el momento indicado.
Cerró los ojos, relamió sus labios y con un guiño de ojo siguió
provocándome.
—Te deseo.
—Dame diez minutos —intenté, convencerle.
El párroco nos llamó la atención.
—¿Proseguimos hermanos?
—Lo ves, el cura quiere que te folle.
—¡Bloody! —le advertí, aguantando las ganas de reír.
Miramos al hombre.
—El Señor bendiga estos anillos que vais a entregaros uno al otro en
señal de amor y de fidelidad.
Bloody no supo que decir.
Y respondí por ambos:
—Amén.
Bloody deslizó el anillo por mi dedo y dijo:
—Alanna Gibbs, recibe esta alianza, en señal de mi amor y fidelidad
a ti. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Hice lo mismo que él. Empujé el anillo por su dedo y recité las
mismas palabras.
—Darius Chrowning, recibe esta alianza, en señal de mi amor y
fidelidad a ti. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Antes de que terminara de casarnos, nosotros dimos el paso de
besarnos sin su consentimiento. Los testigos aplaudieron y nos abrazaron
mientras que el párroco nos tendía el certificado provisional de nuestro
matrimonio.
Firmamos junto a nuestros testigos de boda.
El hombre nos dio su bendición y se alejó de nosotros para descansar.
Pero Bloody le pidió un último favor, el más importante para nosotros y el
motivo por el que terminamos casándonos.
—¿Podría bautizar a nuestro hijo? —le tendió doscientos dólares.
Dejó de pensárselo cuando le dio otros cien.
—Por favor —supliqué.
Y aceptó.
—Con gozo habéis vivido en el seno de vuestra familia el nacimiento
de un niño. Con gozo venís ahora a la Iglesia a dar gracias a Dios y celebrar
el nuevo y definitivo nacimiento por el Bautismo. Todos los aquí presentes
nos alegramos en este momento porque se va a acrecentar el número de los
bautizados en Cristo. Dispongámonos a participar activamente —nos miró
—. ¿Qué nombre habéis elegido para este niño?
—Dashton Lee.
—¿Qué pedís a la Iglesia para Dashton Lee?
Bloody respondió:
—El Bautismo.
—Al pedir el Bautismo para vuestros hijos, ¿sabéis que os obligáis a
educarlos en la fe, para que estos niños, guardando los mandamientos de
Dios, amen al Señor y al prójimo, como Cristo nos enseña en el Evangelio?
Nos miramos.
Pero respondimos.
—Si lo sabemos.
—Y vosotros, padrinos, ¿estáis dispuestos a ayudar a sus padres en
esta tarea?
Reinha y Raymond respondieron:
—Sí, estamos dispuestos.
El párroco siguió diciendo:
—Dashton Lee, la comunidad cristiana os recibe con gran alegría. Yo,
en su nombre, os signo con la señal de Cristo Salvador. Y vosotros padres y
padrinos, haced también sobre ellos la señal de la cruz.
En silencio marcó la frente de Dash con una cruz. Después nos invitó
para que hiciéramos lo mismo como los padres de Dashton, y se acercó
hasta los padrinos, para que hicieran lo mismo.
—Dashton Lee, yo te bautizo en el nombre del Padre —hizo la
inmersión en el agua— y del Hijo —lo hizo por segunda vez— y del
Espíritu Santo.
—Amén —dijimos los demás.
Cogí a Dashton y sequé su cabecita mientras que los demás se
acercaban para firmar el certificado. Primero marcó su nombre Bloody.
Después Raymond, y se acercó hasta Reinha para que ella hiciera lo mismo
mientras que sostenía con fuerza su mano. Se miraron con una complicidad
que nunca compartí con él, y se besaron dulcemente antes de acercarse
hasta nosotros tres. Besaron a nuestro pequeño y acariciaron con cuidado
esa pelusilla de pelo que le crecía lentamente sobre la cabeza. Dashton se
removió y no tardó en llorar al darse cuenta que tenía la atención de todas
las personas que lo queríamos.
—Gracias —le dije al hombre.
Éste sonrió.
—Dios os protege.
«Eso espero» —pensé.
Ahora éramos una familia, y no quería alejarme de ellos.
Capítulo 60

La señora que una vez nos hospedó en su motel de carretera, nos reconoció
al vernos en su recepción. Se llevó las manos a la cabeza y soltó un grito de
alegría. No podía olvidar que la primera vez que nos vio, creyó que
estábamos casados. Y un año más tarde, llevaba en mi dedo anular el anillo
que me compró Bloody para celebrar nuestra boda.
Se acercó hasta Dashton y lo cogió entre sus brazos mientras que
nosotros echamos un vistazo rápido a la estantería donde tenía las llaves de
las habitaciones libres. Nos sonrió dulcemente y dijo:
—Estaba segura que no tardaríais en tener el primer hijo —se acercó
hasta mí, cuando Bloody recogió a Dashton—. ¿Estás embarazada?
¿Había engordado sin darme cuenta?
Bajé la cabeza y encontré mi cuerpo como siempre.
Sin darnos cuenta, Bloody y yo respondimos lo mismo:
—Es el primero y el último.
No decidimos tener a Dashton, pero acepté hacerme cargo de él
porque era mi hermano pequeño y no quería que Vikram se hiciera cargo de
él. Pero nunca tuve en mente, tener hijos.
Ella rio.
—En unos años cambiaréis de opinión.
«Lo dudo» —pensé.
—Acabamos de bautizar al pequeño Dashton —comenzó Bloody, con
la misma educación que el día que consiguió una habitación para
escondernos de la policía—. Hemos pasado por aquí…
Ella lo cortó.
—¿Habitación para tres? —preguntó, tirando de los mofletes rosados
de Dash.
Sacudimos para decir que no con la cabeza.
—Tenemos unos cuantos invitados esperando ahí fuera.
—¿Cuántos?
Reinha podría dormir con Raymond.
Nilia y Adda estarían juntas en otra habitación.
Los chicos estaban acostumbrados a pasar tiempo juntos.
Y nosotros, queríamos estar solos.
—Cuatro habitaciones —solté, al hacer el cálculo.
La mujer asintió con la cabeza y rodeó su barra de recepción hasta
quedar detrás. Bloody le pagó por adelantado y recogimos las llaves que
nos abrirían las puertas de su motel de carretera.
Se despidió de nosotros con entusiasmo:
—¡Qué Dios os bendiga!
Bloody entre dientes me dijo:
—Hoy Dios ha ocupado nuestra vida demasiado tiempo.
Le respondí con la misma técnica.
—Tú dale las gracias.
—¡Gracias! Dulces sueños.
No tardamos en repartir las llaves. Todos estuvieron de acuerdo.
Subimos nuestras pertenencias (las necesarias para una noche) y tiramos de
ellas hasta arriba. Cuando nos detuvimos en la puerta 12, Reinha quedó
detrás de mí y me pidió que le dejara sostener a Dash.
—Es vuestra luna de miel —nos recordó—. Esta linda noche será
para que el pequeño Dash juegue y se divierta con sus padrinos.
—No hace falta…
Bloody quedó delante de mí.
—¡Muchas gracias!
Le tendió la bolsa de pañales y tiró de mi cuerpo hasta dejarme en el
interior de la habitación. Cerró la puerta, me dejó contra la pared y su
cuerpo, y alzó mi rostro desesperadamente para besarme.
Cerré los ojos y me dejé llevar.
Dashton sobreviviría sin nosotros una noche.
No esperamos a desnudarnos mutuamente.
Me acerqué hasta la cama para deshacerme de las prendas de ropa que
acariciaban mi cálida piel. Bajo su atenta mirada desnudé mis pies, me quité
los pantalones y terminé liberándome del jersey. Se acercó hasta mí cuando
se dio cuenta que tenía un pequeño tatuaje bajo mi pecho. Se arrodilló
delante de mí y paseó los dedos por la letra que quedó marcada en mi piel.
Cerré los ojos y disfruté de las suaves caricias. Estiré los brazos para
ayudarlo a desnudarse, y sus prendas de ropa acabaron sobre las mías.
—Eres mía.
Sonreí.
—¿Soy tuya? —pregunté, acercándome hasta su boca.
Su respuesta fue enseñarme el anillo que envolvía su dedo y bajé la
cabeza para ver el mío—. Tienes razón. Soy tuya. Y tú eres mío.
Rodeé su cuello con mis manos y acerqué mi boca hacia la suya.
Tomé su labio inferior entre mis dientes y presioné hasta morderlo con
fuerza. Bloody gimió y envolvió mi cintura con sus brazos, para acercarme
hasta él. Al adentrar la lengua en el interior de su boca, el contacto le hizo
retroceder, apartándose de mi lado. Me miró tiernamente y se acercó una
vez más a mi boca para besarme lentamente. Solté su melena rubia y dejé
caer mis brazos hasta descansar sobre sus hombros.
Estaba casi desnuda y ansiosa por tener sus manos acariciando mi
piel. Mientras tanto, cerré los ojos cuando la tira del sujetador empezó a
caer por mis brazos. Los dedos de él corrieron en busca del broche para
desabrocharlo. La delicadeza con la que me desnudó por completo, me
alertó que iba a hacerme el amor. No íbamos a follar como las veces
anteriores. Estaría pegada a él de una forma más dulce, tierna y ardiente
como nuestro deseo. Arqueé la espalda y contuve un largo suspiro de
placer. Él tomó ambos pechos, arropándolos con las manos abiertas, y
deslizó los pulgares ya humedecidos sobre los pezones.
Con los labios apretados, observé el sujetador tirado a los pies de la
cama. Me mordí el interior de la mejilla al notar sus manos moviéndose
lentamente sobre mis pechos.
—No sabes cuánto te deseo, cielo —de rodillas sobre la cama, se
inclinó hacia delante para capturar con la boca uno de mis pechos y
succionarlos. Sus manos seguían sujetando mi cintura, impidiendo que me
moviera o terminara alejándome de él.
Apoyé mis manos sobre sus hombros, temiendo de caerme. Su lengua
lamió mi pezón, mis rodillas se doblaron y grité por el roce de sus dientes.
El dolor que él me causaba, era terriblemente placentero.
—Alanna —gimió, y tuvo que liberar mi pecho. Me besó desde el
escote hasta mi barbilla.
Necesitaba un segundo para recobrar el aliento.
—Estoy aquí —susurré—. No pienso alejarme de ti, Bloody.
Lentamente acomodó mi cuerpo sobre la cama. El cosquilleó de su
cabello rozando mi piel, me obligó a aferrar los dedos entre las sábanas.
Siguió besando cada rincón de mi cuerpo, deteniéndose justo debajo de mi
ombligo.
—Nunca pensé que podría ser suave a la hora de follar con una mujer
—susurró. Luego bajó, hasta arrimarse contra la fina tela de mis bragas.
Volvió a subir hasta el ombligo, sacando la lengua para rodearlo y dejar
rastros húmedos sobre mi piel—. No quiero follarte salvajemente esta
noche. Quiero ir despacio y sentir cada espasmo que exponga tu cuerpo. Oír
cada jadeo. Sentir cara arañazo marcando mi piel.
—¿Me harás el amor?
Bloody estiró los labios.
—¿Ese es el término?
—Me temo que sí.
—Pues le haré el amor, querida esposa —soltó con un humor, pero no
tardó en besarme antes de que saliera huyendo.
No me daba miedo conocer su lado tierno que nunca experimentó con
otras mujeres. No sólo deseé su parte salvaje, ansiaba amar su cuerpo como
él con el mío.
Así que tiré de él y dejé que nuestros cuerpos se acariciaran. Quería,
una vez más, su boca sobre mis labios.
Se tumbó al otro lado de la cama, y aproveché para apoyarme sobre
él. Mis manos y mi boca se deleitaron por toda su piel desnuda. Presioné las
uñas a cada lado de su pecho, arañando hasta bajar hacia la elástica tira de
su bóxer azul marino. Bloody mantuvo las manos aferradas a mi cabello,
envolviéndolo con su puño cerrado y, tirando, cuando quería reunirse con
mis besos.
—¡Alanna! —alzó la voz, cuando mis caderas empezaron a moverse
peligrosamente— Vas a hacer que me corra antes de tiempo. Y, hazme caso,
cielo. Por mucho que quiera hacerte el amor, quiero enterrar mi polla dentro
de ti —levantó mi cabeza cuando volví a moverme mucho más duro contra
su endurecido miembro.
Lo provoqué.
Jugué con él.
Y me encantaba.
Su voz ronca, suplicante, me ponía el vello de punta y los pechos me
ardían.
Levantó mi cabeza y me besó con una nueva ferocidad, agarrando mi
trasero con sus manos, hasta alzarme de su propio cuerpo. Dobló las
rodillas mientras que deslizaba sus manos hasta el interior de mis muslos.
Envolví mis piernas alrededor de su cintura y apreté con fuerza, anhelando
el ardiente placer que me daría su miembro. Sus ojos perforaron los míos,
mientras que mis deseos me quemaban. Utilizó su cuerpo para forzar mi
cuerpo, dejándolo debajo del suyo.
Él levantó la cabeza y besó mi mejilla, al apartarse. Deslizó mi cuerpo
por la cama. Sentí frío cuando su ardiente piel abandonó la mía, y gemí en
señal de protesta.
Abrió mis piernas con su bonita sonrisa, y se dejó caer sobre mí para
arropar mi vientre con su duro abdomen. Cuando noté su miembro cubierto
por el preservativo, lo empujé sobre mí para que se adentrara en mi interior.
Su miembro se fue enterrando poco a poco, y cada centímetro que
recibía de él, era un suspiro mezclado de jadeos que estallaron en su oído.
Lo abracé con fuerza y mantuve su rostro cerca del mío para observar
sus gestos. Siguió moviéndose lentamente, mientras que se mordisqueaba el
labio de placer.
Grité.
Lo sentí más duro dentro de mí.
Alcé mi espalda y le supliqué que no se detuviera.
Y me obedeció. Siguió empujando sus caderas hasta que llegué al
orgasmo. Bloody no tardó en correrse y tardó en salir de mi sexo.
Estuvimos unos minutos abrazos, mientras que seguíamos siendo dos
personas unidas por nuestros sexos.
—Me ha gustado.
Cogí aire para responder:
—A mí también.
Me besó y salió de mi vagina para caer sobre la cama. Arrimé mi
cuerpo hasta el suyo y cerré los ojos mientras que los latidos de su corazón
era música para mis oídos.
«Dulce y caliente hombre» —pensé. «Al final Jazlyn tenía razón.
Estaba enamorándome y no quería aceptarlo.»
—¿Cielo?
—¿Sí?
—Jodido y apretado coño caliente —sonrió.
Y nos besamos una vez más antes de quedarnos dormidos.

Desperté por el sonido que hizo el móvil al vibrar sobre la mesita de noche.
Aparté el brazo de Bloody que descansaba sobre mi cuerpo desnudo, y
alcancé torpemente el iPhone. Antes de desbloquear la pantalla, bostecé y
observé a mi marido.
Éste se encontraba con la cabeza debajo de la almohada, mientras que
mantuvo su cuerpo caliente pegado al mío. Aparté su cabello rubio y
acaricié su oreja. Detrás, tenía un tatuaje con el nombre de una persona que
lo enseñó a sobrevivir en San Quentin cuando él solamente era un crío.
Besé sus labios y me dispuse a leer el mensaje.

Bonito Motel.
Algo religioso para mi gusto.
Y para el tuyo, Alanna.
¿Cómo ha ido la boda?
03:54 AM ✓✓

Las manos me temblaron.


—Bloody —susurré.
Éste refunfuñó.
—Bloody —insistí, una vez más.
Se levantó con el cabello cayéndole sobre el rostro y lo apartó para
acercarse al mío. Antes de que me besara, le enseñé el mensaje de Ronald.
—Mierda.
Nos miramos.
Terminó encontrándonos antes de conseguir huir.
No teníamos escapatoria.
Llegó otro mensaje.

Dejaré que os despidáis de


mi nieto.
04:00 AM ✓✓
—Jamás —gruñó Bloody, y salió de la cama en busca de su ropa
interior. Yo me quedé sentada, mordiéndome las uñas. Al darse cuenta que
no me moví, se acercó hasta mí, me obligó a mirarlo y me hizo una promesa
—. Voy a matar a ese hijo de puta, y nos iremos a Canadá con Dashton.
El labio me temblaba.
Quería llorar.
Pero tenía que permanecer fuerte por todos ellos.
Por la gente que perdí en ese duro viaje.
—Juntos —susurré.
—Como una familia.
Me besó.
Tenía razón.
Ronald tenía que morir.
Capítulo 61

Bloody golpeó con tanta fuerza las puertas continuas de la nuestra, que el
llanto de Dashton y Adda se mezclaron con los gritos de los adultos. Estaba
tan nervioso, que se olvidó que había niños pequeños junto a nosotros. Nilia
fue la primera en salir y pedirle explicaciones a su hermano. Le susurró
algo en el oído y ésta no tardó en meterse en la habitación para pedirle a su
hija que se vistiera.
Raymond salió con un arma, y buscó al culpable por haberlo
despertado. Al ver que se trataba de Bloody, observó los inquietos pasos de
él. Sabía que algo iba mal. Le pidió que sacara a Reinha y Dashton de la
habitación, y que se encerraran junto a Nilia. Y es lo que hicieron.
Me alegré de ver a Kipper salir de la habitación junto a Dorel y
Bekhu. Nos mostró los pasaportes, pero le hice un movimiento de cabeza
para que se diera cuenta que no nos daría tiempo a salir.
Nos siguieron hasta nuestra habitación, y cerramos la puerta para que
nadie nos escuchara. Me senté en la cama mientras que éstos ocuparon la
mesa que había en el centro de la habitación.
—Hijo de puta —empezó la conversación—. ¡Ese hijo de puta nos ha
encontrado!
—¿Qué? —preguntó Raymond.
—No es posible —siguió Bekhu.
Dorel se quedó cruzado de brazos. Estaba furioso.
—Nadie me siguió —Kipper se acercó hasta Bloody.
—Lo sé —no quería que ninguno de nosotros pensara que éramos los
culpables—. Tiene contactos por toda California. Llevarán días
siguiéndonos.
—¿Qué vamos a hacer?
Y no tardó en responder.
—Matarlo.
¿La respuesta de los demás?
Fue un grito de guerra que los incitó a sacar sus armas y acercarse
hasta Bloody para que contara con todos ellos.
Tenían muy claro dónde se encontraría Vikram; en el puerto de
O’Call Village. Ahí murió la madre de Bloody, ahí ambos se declararon la
guerra.
Se acercó Kipper y le pidió que se quedara junto a Nilia, Reinha y los
niños. Se dieron un abrazo y salió de la habitación para reunirse con las
chicas. Cuando se acercó hasta mí para pedirme lo mismo, pasé por delante
de él y cogí una de las armas que había sobre la mesa.
—¡No! —me gritó.
Intentó arrebatarme la pistola, pero no lo consiguió.
—Iré con vosotros.
No quería discutir con él.
—No te dejaré.
Me encogí de hombros.
—Nunca me ha hecho falta pedirte permiso.
Él rio; fue una carcajada forzada y llena de temor.
—Te ataré a la cama si hace falta. Y hazme caso, cielo —alzó mi
rostro, clavando sus ojos azulados eléctricos en los míos—, no será para
follarte.
Lo aparté de un manotazo.
—También es mi guerra.
—¡No pienso perderte a ti también! —gritó con tanta fuerza, que los
chicos tuvieron que bajar la cabeza ante la incomodidad que sintieron al
vernos discutir—. Lo siento. No quería gritarte.
Le enseñé el arma.
Me la até en el cinturón con su funda, y le di la espalda. Seguí los
pasos de Dorel, Bekhu y Raymond. Lo miré por encima del hombro, y antes
de salir de la habitación, le dije:
—Si somos una familia —se me hizo un nudo en la garganta—será en
las buenas y en las malas.
Se rindió.
Cogió las llaves del Jeep y pasó por delante de nosotros. Eso sí, hizo
una última advertencia.
—Detrás de mí.
—¿Por qué?
—Porque si uno de los dos tiene que recibir un disparo, seré yo.
—Eres un egoísta —lo empujé con mi cuerpo, quedando por delante
de él.
Me retuvo por la muñeca.
—He dicho que detrás de mí, cielo.
Algo hizo que alzara el brazo, y antes de que mi mano impactara en
su mejilla, Dorel me detuvo a tiempo. Bloody siguió caminando y nosotros
nos quedamos atrás para que me tranquilizara.
—Te está cuidando, niña.
Ese era el problema.
—Me trata como a una adolescente que necesita su ayuda las
veinticuatro horas del día.
—Te quiere.
—Y yo a él —confesé—. Pero necesito que confíe en mí.
Me soltó y terminamos alcanzándolos antes de que salieran sin
nosotros. Acabé sentándome en los asientos traseros junto a Raymond y
Bekhu, y opté por no intercambiar palabra con ninguno de ellos.
Raymond fue el único que consiguió que le devolviera la sonrisa.
Acomodó su mano en mi rodilla, y me dio un apretón para que borrara la
seriedad de mi rostro.
Tardamos una hora en plantarnos en el muelle. Como bien había
dicho Bloody, Ronald y sus hombres nos esperaban. Salimos del vehículo.
Antes de que los adelantara, Bloody me lanzó una mirada que heló mi
cuerpo.
Gruñí, y quedé detrás de él.
La voz de Ronald no tardó en hacer presencia.
—Siento no haber traído un detallito —sonrió—. Deberíais haberme
avisado con tiempo. No me hubiera perdido la boda de mi hijastra.
Bloody no soltó una de sus bromas.
—Estamos aquí para acabar con esta guerra por una maldita vez.
—Estoy de acuerdo —le dijo él—. Mi nieto.
Una docena de hombres salió de los vehículos que habían aparcados
detrás de él. Sacaron armas más potentes que las nuestras y nos amenazaron
con ellas.
—Te diré lo mismo que la primera vez —Bloody parecía calmado,
pero la ira lo estaba matando por dentro—. No te entregaré al niño.
—Y, ¿qué hacéis aquí?
Dorel le respondió.
—Mandarte al infierno.
Los hombres de Ronald rieron cuando éste lo hizo.
—Alanna acabó con la vida de mi hija. ¿Creéis que daré media vuelta
y olvidaré tan fácilmente?
Él me buscó entre los hombres que me cubrían.
—Entonces tendrás que saber que Shana ansiaba matar a su hijo. ¿Te
lo contó?
Se negó en creerlo.
—Mientes.
—No. Es cierto —insistió, Bloody—. Se cortó las venas y le importó
una mierda que estuviera embarazada.
Ronald se acercó hasta él sin temor.
Y entonces me vio.
Escondida detrás de Bloody.
Me sonrió.
Me puso el vello de punta.
—Te lo advertí, Alanna —calló, cuando Bloody lo empujó por
quedarse mirándome—. ¡Está bien! A varios metros de ella. Lo entiendo.
Es tu mujer.
Tanteé mi arma al darme cuenta que cada vez estaban más cerca de
nosotros.
—¿Qué te dije, Alanna? Díselo a tu querido marido.
Cogí aire.
—Sangre por sangre.
—¡Eso es! ¡Esa era mi chica lista! —nos dio la espalda—. Lástima
que vaya a perderte.
No sé cómo conseguí evitar el brazo de Bekhu que me mantuvo
alejados de ellos. Me acerqué hasta Bloody, quedando cerca de él y alcé mi
arma para disparar a Ronald.
Pero ellos se adelantaron.
Empezaron a disparar desde las azoteas.
Estábamos rodeados.
«Tenemos que volver a casa» —pensé. —«Todos juntos.»
Capítulo 62
RENO

Salí disparado del coche cuando vi a Diablo y a Terence Junior subidos en


una azotea mientras que uno de ellos sostenía mi arma. No dejé de correr,
tenía que alcanzarlos antes que cometieran una locura. Tardé cinco minutos
en subir los diez pisos que había en el edificio, y cuando llegué hasta ellos,
la puerta estaba atrancada.
—¡Hijo de puta! —grité, golpeando con todas mis fuerzas la puerta
que se interponía entre nosotros tres.
Saqué mi arma de repuesto y disparé a la cerradura. Las chispas
saltaron cuando la bala atravesó el hierro. Tiré abajo la puerta de una patada
y me reuní con ellos.
No era demasiado tarde.
Pero Terence Junior estaba ahí para detenerme.
Mientras tanto, Diablo, que estaba perdido sin su medicación,
buscaba su objetivo para matarlo.
—No lo hagas —quise llamar su atención.
Ni siquiera me miró.
De fondo escuché los gritos de Alanna mientras que mantenía una
conversación con Vikram.
—Reinha no es lo que hubiera querido para ti —insistí. Diablo me
miró por encima del hombro—. Ella está junto a Alanna y Bloody. Si
disparas, ella también saldrá herida.
Terence Junior empujó a Diablo, obligándolo a que lo mirara a él y
me diera la espalda.
—No lo escuches.
—¡Escúchame, Diablo! —tenía la esperanza de que recapacitara—.
¿Quieres perder a tu hermana?
Éste sacudió la cabeza.
—¿Dónde está Rei?
—Detrás del Jeep negro.
Lo comprobó.
—Raymond está cuidando de ella —le aseguré—. Pero si cometes
una estupidez, Vikram acabará con todos ellos.
Diablo zarandeó la cabeza. Al parecer, mi voz no era la única que
conseguía tener su atención.
—Tienes que matarlo —lo detuvo Terence Junior, cuando Diablo se
alejó—. ¿Querías ser libre? ¡Pues demuéstralo!
No estaba ciego.
El amor que sentía hacia su hermana era más fuerte que el de un
desconocido que lo envolvió en su propia locura.
Diablo tiró el arma y se alejó de Terence Junior.
Respiré tranquilo.
Quedé cara a cara con él, y acomodé una mano sobre su hombro.
—Te necesita. Ella te necesita a su lado.
—No quiero lastimarla.
—Y no lo harás —quería abrirle los ojos de una maldita vez—. Os
cuidaréis mutuamente. Tu hermana está deseando reunirse contigo para que
marchéis a Canadá. Ahí encontrarás un motivo para seguir luchando contra
tu enfermedad.
Diablo me escuchó, porque Reinha era la persona más amable y
cariñosa que la vida le había puesto en su camino. Mientras que Terence
Junior, luchó por traicionar a todos sus familiares.
Y ahí estaba.
Dispuesto a disparar con mi arma.
A matar a sangre fría.
Por la espalda.
Un maldito cobarde.
Estiró el brazo, acomodó el dedo en el gatillo.
Y disparó.
—¡No!
Fue demasiado tarde.
Capítulo 63
RAYMOND

No tardaron en dispararnos. Las balas nos caían desde arriba y cuando se


dieron cuenta que intentamos protegernos, empezaron a atacarnos desde la
dirección donde se encontraba Vikram.
De repente escuché los gritos de Reinha.
«Es imposible» —pensé.
Estaba convencido que se quedó con Nilia, Kipper y los niños. Y en
el vehículo solo íbamos nosotros cinco. Cuando escuché de nuevo la voz de
Reinha, comprobé que Alanna estuviera bien antes de alejarme. Bloody la
mantuvo detrás de él para protegerla.
Me alejé con cuidado de ellos y rodeé el Jeep para buscar el llanto de
la mujer.
Y ahí estaba; dentro del maletero, presionando sus manos en los oídos
para no escuchar los disparos y tiritando del miedo que sintió.
—Reinha —toqué su espalda.
Ella alzó la cabeza.
Estaba llorando.
—¡Ray! —me rodeó el cuello con sus brazos. No dejaba de temblar
—. ¿Qué está sucediendo?
La aparté de mi lado y la miré confuso.
—Te dije que te quedaras con Kipper y los niños.
—No podía estar en el motel sabiendo que os podía ayudar.
—¿Ayudar? —me reí, ante la estupidez que dijo.
Y de repente me sentí como un capullo.
—Lo siento, Ray.
Sacudí la cabeza.
—Está bien —quería tranquilizarla.
Las balas siguieron zumbando cerca de nosotros.
—No te muevas de aquí —le advertí.
Ella asintió con la cabeza.
—¿Están todos bien?
Miré un instante, y me di cuenta que Bekhu había caído. Dorel tiraba
de él, pero éste ya no se movía. Apuntaron en su cabeza y lo mataron en un
segundo.
«Compañero» —cerré los ojos.
—¿Ray?
Tuve que mentir para no asustarla.
—Sí —me obligué a decir.
Perder a Bekhu me dolió, y ni siquiera sabía cómo reaccionaría
cuando estuviera cerca de ellos y descargando mi arma con la gente que
tanto daño nos estaba haciendo por unos cuantos números en un talón que
jamás conseguirían.
—Quédate aquí, por favor. —Volví a insistir.
Ella presionó los dedos en el gorro de mi sudadera y empujó mi rostro
hasta el suyo para besarme.
—Vuelve conmigo, pequeño soldado de guerra.
Limpié sus lágrimas con mi pulgar.
—Te lo prometo.
Y salí de detrás del Jeep cuando me aseguré que ella estaba a salvo.
Me acerqué hasta Bloody y me di cuenta que Alanna se echó hacia atrás
bruscamente.
—¿¡Alanna!? —grité, para comprobar que estuviera bien.
No respondió.
Alcé el brazo y disparé a dos hombres que consiguieron romper la
poca distancia que conseguimos mantener con ellos. Cayeron al suelo y no
me arrepentí de haberlos matado.
—¿Alanna?
Bloody se dio cuenta que algo iba mal.
Capítulo 64
BLOODY

Empezaron a dispararnos desde un bloque abandonado. Sentí que Alanna


retrocedía, y acomodé mi mano sobre su vientre para que no se alejara de
mi lado. Seguí disparando a todo aquel que se acercaba a nosotros, y me
detuve un instante al darme cuenta que uno de los míos había caído.
—¡Bekhu! —grité.
Dorel se agachó para comprobar si seguía con vida, y al darle la
vuelta nos dimos cuenta que una bala atravesó su cráneo. Murió en el
instante.
—¡Joder! —me volví loco y empecé a disparar sin parar.
Entonces, la voz de Raymond, me confundió. No dejaba de nombrar a
Alanna mientras que ésta aferró sus dedos en mi cazadora de cuero. Sentí
como mi mano, la que se mantuvo en su vientre, empezó a humedecerse. La
miré a ella, y estaba tan confusa como yo. Se sentía débil.
Aparté la mano y me di cuenta que estaba sangrando. La primera bala
que salió de uno de los hombres de Vikram, acabó en al abdomen de ella.
Alanna empezó a temblar y perdió la fuerza. Antes de que cayera al
suelo, la cogí entre mis brazos y me arrodillé en el suelo sin importarme que
esos hijos de puta me mataran.
Dorel y Raymond nos cubrieron.
Aparté su cabello del rostro y presioné con fuerza su vientre para
detener la hemorragia, pero no funcionó. Sacudí desesperadamente la
cabeza y me acerqué hasta ella.
—¿Por qué? ¿¡Por qué!?
Ella recogió mi cabello, y se obligó a sonreír.
—Ni…siquiera…me duele —consiguió decir—. Te…lo…prometo.
No podía perderla a ella también.
¡No!
Me negaba.
—Te dije que te mantuvieras detrás de mí.
Se le llenaron los ojos de lágrimas, al igual que a mí.
—Eres…muy egoísta —rio—. No eres…el…único que…puede
recibir…una bala.
Rodeó mi muñeca con su mano y apartamos mi mano de su vientre.
No dejaba de sangrar.
Estaba pálida, y tenía los labios morados del frío.
—No voy a dejar que te mueras. No —solté, y presioné mi frente
sobre la suya—. Tenemos que volver con Dashton. Irnos lejos y vivir en
paz.
—En nuestro… rancho —me recordó mi sueño.
—Sí, cielo. Un nuevo hogar para nosotros tres.
Me acarició lentamente.
—¿Bloody?
Miré en la dirección donde se encontraba Vikram. Éste pidió que
dejaran de disparar mientras que observaban que perdía a Alanna entre mis
brazos.
—Dime, cielo.
—Te…quiero.
Se aferró al cuello de mi chaqueta para aproximarse hasta mi boca,
pero no lo consiguió. Tuve que posar mi mano detrás de su boca y alzarla
con cuidado.
—Yo también te…
Me calló.
Posó su tembloroso dedo en mis labios, consiguiendo que me tragara
mis palabras.
—Tienes que…prometerme…que cuidarás de…Dashton.
—Alanna.
—Escúchame, por…favor.
Le hice caso.
Mientras que mis lágrimas se mezclaban con las suyas; recorrían sus
mejillas y desaparecían en su ropa. Mantuvo los ojos entrecerrados,
quitándome el placer de ver esos hermosos ojos verdes.
—Darle la familia…que nunca…tuvimos ninguno…de los dos.
—No te despidas, por favor.
Ella sonrió, y tiró torpemente de la comisura de mis labios para que
yo hiciera lo mismo.
—No lo…hago —mintió—. Pronto volveré. Pero…mientras tanto…
quiero descansar…en paz.
Raymond y Dorel tiraron sus armas cuando nos rodearon. Solo quería
salir de ahí y llevar a Alanna a un hospital. Vikram se acercó hasta nosotros,
se arrodilló para observarla, y acarició su cabello.
—No era el final que quería para ti —dijo, y después me miró a mí—.
Tuviste dos opciones, Bloody. Y escogiste la incorrecta.
Alcé a Alanna.
—Deja que nos marchemos, por favor.
La sangre empezó a gotear hasta el suelo.
—Sangre por sangre —me recordó—. Cogedla.
Ordenó.
Tres hombres se acercaron hasta mí e intentaron quitarme a Alanna de
los brazos.
—¡No! —luché, pero fue imposible.
La cargaron, se acercaron hasta el muelle y esperaron una señal para
lanzarla al mar.
Intenté correr hasta ellos, pero sus armas me lo impidieron.
—¡No lo hagas, Vikram!
Antes de bajar el brazo, me miró.
Sonrió para demostrarme que ganó.
Y mandó a sus hombres a deshacerse del cuerpo de Alanna. Salí
detrás de ella, pero empezaron a dispararnos. Fue Raymond el que me
detuvo, y con la ayuda de Dorel me arrastraron hasta el interior del Jeep.
Luché contra ellos.
Pero me quedé sin fuerza.
Salimos corriendo
Dejando atrás a Bekhu.
Y abandonando a Alanna.
La perdí para siempre.
Ni siquiera le confesé mis sentimientos.
Eché hacia atrás mi espalda, contra el sillón, y golpeé con fuerza el
cristal del vehículo.
Nadie me detuvo.
Necesitaba descargar toda mi ira.
Vikram se salió con la suya.
Me arrebató a mi madre.
Y después a Alanna.
—¿¡Por qué!?
Capítulo 65
RAYMOND

Entendí su dolor.
Yo también la quería.
Nos reunimos con Kipper y Nilia, y aprovechamos que los niños
estaban durmiendo sobre la cama. Se acercaron preocupados hasta nosotros,
y se asustaron al ver como Bloody caía al suelo. Hundió su rostro entre las
piernas y Nilia le acarició la espalda.
Pero nadie haría que olvidara la muerte de Alanna.
—¿Dónde está Bekhu y Alanna? —preguntó Kipper.
Dorel calló.
Reinha seguía llorando.
Y el único que seguía con fuerza, era yo.
—Los han matado.
De repente el puño de Bloody impactó contra el suelo.
No quería aceptar que todos vimos como Alanna murió en el
momento que la lanzaron al mar. Era imposible que siguiera con vida.
Bajé la cabeza.
—Vikram no ha parado hasta deshacerse de ella.
Bloody se levantó del suelo, apartó a Nilia de su lado y recogió a
Dashton de la cama. Lo pegó a su pecho y salió de la habitación sin
despedirse de nadie.
Nilia abrazó a Reinha; ambas lloraban la perdida de Alanna.
Salí fuera y esperé encontrarme a Bloody.
Éste tardó una hora en abandonar la habitación que compartió con
Alanna. Pasó por delante de mí y me di cuenta que solo cargaba la maleta
de ella junto a Dashton que seguía dormido.
—¿Adónde vas?
—No te importa —me golpeó, con su hombro.
—Deberías descansar.
—¿Descansar? —rio, sarcásticamente—. ¿Quieres que descanse
mientras que sé que ella está muerta? ¡Responde!
No, pero Alanna no hubiera querido que él se alejara de nosotros.
—¿Es lo que hubiera querido ella? —le pregunté.
Quedó tan cerca de mi rostro, que humedeció mi rostro con su saliva
cada vez que escupía una frase con ira y dolor.
—Le buscaré una familia a Dashton, y después buscaré a ese hijo de
puta para matarlo con mis propias manos.
Intenté ir detrás de él, pero soltó la maleta para sacar su arma y
amenazarme si me atrevía a dar un paso más. Dejé que se marchara, y
observé de lejos como salió por la carretera con la caravana.
Reinha me sobresaltó, y la miré por encima del hombro.
—Hay algo que debes saber, Ray.
—¿De Bloody?
Negó con la cabeza.
—Más bien de Reno —esperó a tener mi atención, y cuando la tuvo,
siguió—. En México, cuando nos atacaron a Alanna y a mí, él sacó un
arma. Confesó que era policía.
—¿¡Qué!?
—Alanna me suplicó que no dijera nada. Prometió tenerlo todo bajo
control.
Reno desapareció unos días antes de que decidiéramos salir de
Estados Unidos. Estuvo en contacto con ella.
«Quizás…»—Pensé.
—Él nos delató —por fin me di cuenta.
Me llevé las manos a la cabeza y me vine abajo.
¿Cómo no nos habíamos dado cuenta anteriormente?
—¿Ray?
Dejé de escuchar todo lo que me rodeaba.
Me sentí culpable.
Al no darme cuenta de lo que pasaba a nuestro alrededor, terminé
ayudando a esos miserables a que acabaran con la vida de Alanna y Bekhu.
Terminé deshaciéndome del nudo que se me hizo en la garganta,
gritando.
Capítulo 66
RENO

Había un grupo de pescadores murmurando sobre una mujer que cayó desde
el cielo. Me acerqué hasta ellos, pero optaron por guardar silencio. Tuve
que esconderme de los hombres de Vikram que buscaban el cuerpo de
Alanna como yo.
Cuando pasaron de largo, seguí buscando desesperadamente. No
podía haber muerto. Ella no hizo nada. Fui yo quien le confesó a Terence
Junior que ella había matado a Shana con mi propio silencio.
Seguí caminando por el puerto durante horas.
No me rendí.
Hasta que terminé al final del muelle, la parte donde los pescadores
solían detenerse con sus cañas de pescar, había una mujer tendida boca
abajo.
No tardé en llegar hasta ella.
Se había partido la pierna, y el hueso le sobresalía de la rodilla. La
giré con cuidado y respiré tranquilo al encontrarme con su rostro.
Estaba cubierta de sangre.
—¿Alanna?
Presioné mis dedos en su cuello.
Tenía pulso.
Débil, pero seguía con vida.
—¿Alanna?
Silencio.
Escuché los pasos de un grupo de hombres y la alcé del suelo para
escondernos de nuevo. Vikram se arrodilló ante el charco que ella dejó.
Pude escuchar su conversación.
—Se la han llevado. Seguramente para enterrar su cadáver.
—¿Buscamos a Bloody, señor?
—No —rio—. Seguramente él vendrá a nosotros.
Desaparecieron del muelle, y miré a Alanna.
Bloody creía que ella estaba muerta.
No le di importancia a eso.
Abandonamos O’Call Village, y la llevé a mi casa donde un viejo
amigo de la comisaría me ayudaría a curar sus heridas.
Tenía que sacarle la bala y acomodar el hueso que se rompió.
—Yo te cuidaré —susurré, sobre su cabello negro—. Te lo prometo.
Epílogo
BLOODY

Ni siquiera tuve un destino en mente. Desde que abandoné el motel de


carretera, me pasé las noches y los días conduciendo la vieja caravana en
busca de un lugar donde poder descansar. Los días pasaron. Ya no era el
mismo. Huía de cualquier persona que se acercaba a mí, incluso cuando se
acercaba con una sonrisa para observar al niño que llevaba entre mis brazos.
Una criatura que empezó a detestarme desde que perdimos a Alanna.
Por las noches no dormía. Por las mañanas lloraba y nunca estaba
satisfecho con el biberón. Y, cuando conseguía dormir un par de horas antes
de seguir conduciendo, Dashton encontraba el momento indicado para
despertarme con sus agudos gritos. No se quedaba dormido en mis brazos.
Apartaba su cabeza y mantenía los ojos entrecerrados con lágrimas en los
ojos la mayor parte del tiempo.
Terminé cansado. Agotado por cargar con un crío que no era mío.
Nunca había estado destinado a estar con alguien el resto de mi vida.
Y cuando encontraba la persona indicada, desaparecía.
—¿Quiere más café? —preguntó la camarera. Nos detuvimos en una
pequeña cafetería de Fairfax.
Sacudí la cabeza y seguí leyendo el periódico. Acabé leyendo unas
cuantas noticias del día, hasta que encontré la esquela de ella.

ALANNA GIBBS WILLMAN


Falleció en Carson, California a los 18 años
EL DÍA 22/04
D. E. P.
Rogad a Dios en caridad por el alma de la joven Alanna Gibbs
Willman que suplica perdón a sus familiares y amigos por haber tenido la
desgracia de abandonar sus vidas a una temprana edad.
Su madre Moira Willman y su padrastro Ronald Bailey
SUPLICAN una oración por su alma.
Acabé destrozando el periódico bajo la atenta mirada de la mujer que seguía
de pie junto a mi mesa mientras que sostenía la cafetera. Bajé la cabeza, e
intenté tranquilizarme. Dashton comenzó a llorar y la única que le prestó
atención fue la desconocida.
—Su hijo está ardiendo.
Levanté el rostro de las palmas de mi mano, y la miré confusa.
—¿Ardiendo?
—Tiene fiebre.
Si no era capaz de cuidarme a mí mismo, ¿cómo le cuidaría a él?
Alanna me hizo prometerle que le buscaría un hogar donde le dieran
el amor que nosotros dos nunca tuvimos por parte de nuestros padres.
¿Por qué iba a cumplir con mi palabra cuando ella me abandonó?
Estaba furioso con ella, incluso cuando sabía que jamás la
recuperaría. Toqueteé el colgante que le regalé. Lo llevaba alrededor de mi
cuello para no olvidarla.
A veces me levantaba con ganas de olvidar su rostro, pero me
encontraba con los ojos de Dashton, y ese color verdoso era el mismo que
heredó de su hermana mayor.
Empecé a odiar a un crío que no tenía la culpa de nada.
—Estamos en Fairfax, ¿cierto?
—Sí. Hay un hospital… —no terminó para indicarme la dirección.
Pagué el café y la leche que calentó para el biberón de Dashton, y
abandoné la cafetería. Había una persona que estuvo años viviendo en
Fairfax; una mujer que se cruzó en mi vida cuando era muy joven y me
enseñó que podía ser mejor persona si me lo proponía. Pero no le hice caso.
Por eso tuve esperanzas con Dashton. Él sí podría ser una buena persona. Se
haría mayor, estudiaría, encontraría un buen trabajo y formaría la familia
perfecta sin tener a la policía detrás de él.
Nos adentramos en una urbanización, y miré el teléfono móvil para
comprobar la dirección que había encontrado de la abuela de Callie.
Salimos de la maldita caravana y cruzamos con cuidado la carretera.
Quedé delante de su puerta, y presioné el botón del timbre. Miré a
Dashton y alcé la cabeza para encontrarme con la mujer de cabello rojo.
Cuando me crucé con sus ojos, me arrepentí.
«No debería estar aquí» —pensé, pero fue demasiado tarde.
—¿Qué haces aquí? —preguntó confusa, aferrando la mano en la
puerta.
Intenté sonreír, pero no lo conseguí.
Ella era la mujer perfecta para cuidar a Dashton. La madre que
necesitaba para vivir una vida totalmente diferente a la mía.
—Hola, Callie —saludé—. ¿Puedo pasar?
Se lo pensó muy bien, y cuando se apartó del marco de la puerta,
avancé con terror. Ni siquiera sabía cómo huiría de ahí. O, simplemente,
había encontrado el hogar perfecto para nosotros dos.
Mi corazón estaba destrozado y confuso.
Pero tenía una cosa muy clara; acabaría con la vida de Ronald y yo
mismo me entregaría ante las autoridades para que me encerraran en el
lugar que jamás debí abandonar; la prisión.
«Por ti, cielo» —y miré a Dashton aprovechando que estaba
despierto, para volver a recordar el rostro de ella.
AMADA POR EL PELIGRO
LIBRO 1
Prólogo
BLOODY

Olvidé por completo el aroma que desprendía el sedoso cabello de Callie; al


cerrar los ojos, los recuerdos me estallaron en la cabeza hasta
reencontrarme con su perfume. Su cabello seguía siendo una bola de fuego
fundida en largos hilos de cobre. No fui el único que disfrutó del ardiente y
acogedor calor que se aferraba en las cuatro paredes de su hogar. Dashton
llamó la atención de la mujer con un seco y fuerte llanto. Ella, preocupada,
se acercó hasta nosotros para comprobar el estado del bebé. Al igual que
había hecho la camarera, su instinto humano la incitó a acomodar su mano
sobre la frente de la criatura. Su rostro, serio y decepcionado por verme
aparecer siete años más tarde después de nuestro último encuentro, cambió
drásticamente. Asustada, me miró con sus enormes ojos negros esperando
que yo fuera capaz de acunar al niño para que se tranquilizara, pero no
sucedió. Si estaba ahí, era por una simple razón; Necesitaba la ayuda de
alguien para cuidar a Dash.
Era un inútil con una enorme carga. Estuve maldiciendo al niño desde
que me lo llevé en brazos. Le di la espalda a la única familia que tenía, y
tomé la decisión de deshacerme de él incluso cuando le prometí a la persona
que quería, que cuidaría de él. Pero, ¿a quién quería engañar? La perdí a
ella y seguramente lo perdería a él. Un crío que se cruzó en nuestro camino
y consiguió ponernos en peligro porque terminamos queriéndolo. Ahí tenía
mi respuesta: Quería a ese jodido niño como si fuera mi hijo. Lo amaba
como podía haber amado a Alanna.
Y, cuando Callie intentó arrebatármelo para arroparlo con su calor,
algo se encendió en mi cabeza y lo protegí con mis propios brazos. Ella
jamás le haría daño, pero tuve la necesidad de dejarlo junto a mí por miedo
a perderlo un instante.
«Joder» —pensé, casi furioso. —«¿Quién cojones soy y dónde está el
Bloody de toda la vida?»
Intenté deshacerme de esas defensas paternales que salieron a la luz
en cuestión de segundos, y relajé los brazos para que Callie sostuviera al
pequeño. Apartó esos bonitos ojos de los míos y me dio la espalda una vez
que cargó a Dash. Se alejó del recibidor y no tardé en seguir sus pasos. Nos
detuvimos en el comedor. Ella no volvió a dirigirme la palabra, ni siquiera
esperó a que yo le preguntara algo de su vida. Y lo respeté. Di vueltas
alrededor del inmobiliario y me paré a observar los pocos marcos de
fotografías que decoraban su hogar. El retrato de una mujer anciana
destacaba por encima de las demás fotos instantáneas; era su abuela.
Cuando la conocí, solía hablarme de la mujer que la cuidó porque su madre
la abandonó el día que cumplió doce años. Callie amaba a su abuela, y
deduje que la perdió con en el paso de los años.
Seguí avanzando hasta encontrarme con un retrato de ella; vestía de
blanco y sujetaba un ramo de rosas tintadas de azul y dorado. Ese trozo de
papel estaba cortado bruscamente. La persona que posaba junto a ella
desapareció. Callie se había casado y seguramente se divorció.
Me alejé de su privacidad e intenté encenderme un cigarro. Antes de
acomodármelo en los labios, su voz me detuvo.
—No se fuma en esta casa —Cambió el peso del bebé, al otro brazo
—. ¿Lo ha visitado un médico?
Antes de responder, me disculpé con ella ante el mal gesto que tuve
dentro de su casa.
—No. No tenemos seguro médico.
Callie se levantó del sillón que ocupó durante un par de minutos y se
acercó hasta mí con pasos lentos y cuidadosos. Consiguió calmar el llanto
de Dash.
—¿Dónde está la madre?
Me quedé parado y con la cabeza ida. No esperé una pregunta de ese
estilo, aunque era lo más obvio. Pero seguramente suprimí cualquier cosa
relacionada con ella. Y volví a hacerlo; no era capaz de pronunciar su
nombre.
—¿Bloody? —siguió insistiendo. Desperté de mis pensamientos
cuando su mano libre se posó sobre la mía. El calor humano de una mujer
me puso el vello de punta. Y no, no era de excitación. Admiraba a Callie
desde el día que la conocí. La deseé y luché por tener su confianza y cariño.
Y, en aquel instante, siete u ocho años más tarde, solamente veía una mujer
atractiva que no despertaba en mí ningún interés sexual—. No sé qué está
pasando, pero necesito respuestas.
Eso mismo quería saber yo.
¿Qué me estaba sucediendo? ¿Por qué no era capaz de comportarme
como un adulto delante de ella?
Desde que perdí a la madre de Dash, todo mi mundo -ese mundo
oscuro por las mafias de drogas y dinero ilegal- se había ido a la mierda en
el momento que empecé a apreciar mi vida gracias a la luz que desprendía
aquella niñata que me volvió loco. Simplemente me acostumbré a su
presencia y a tenerla tan cerca de mí, que se me hizo duro perderla en un
cerrar de ojos.
—Daría mi vida por darte todas esas respuestas —dije, pausadamente
—. Pero no las tengo, Callie.
Cogió aire, irritada ante mi actitud. Al parecer seguía contando hasta
treinta cuando algo la sacaba de quicio y no quería elevar la voz. Lo deduje
porque tardó en dirigirme la palabra. Abrigó al bebé con una pequeña manta
que descansaba sobre el apoyabrazos del sillón, y me pidió en un tono
suave y relajado que me acomodara en el sofá hasta que ella regresara.
Antes que abandonara su propiedad, intenté retenerla para que me dejara ir
con ella, pero me lo impidió. Prometió regresar pronto. No tuve otra opción
que confiar en ella. Mientras tanto, estaría dispuesto a buscar unas cuantas
respuestas a todas las preguntas que le asaltaron en el momento que me
planté delante de su puerta. Salvo todas aquellas dudas que tuvieran que ver
con la madre de Dashton.
Antes de dejarme caer en el sofá de cuero negro, paseé por la planta
baja de la casa hasta detenerme en la cocina. El aroma a galletas de canela
recién hechas despertó mi estómago. Se limitó a gruñir y a sonar como un
león hambriento. Jamás un aroma había despertado el hambre en mí. No era
algo sorprendente, ya que estuve parte de mi vida comiendo los restos de
los demás y, cuando salí de prisión, me limité a alimentarme de la comida
basura que consumíamos la mayoría de los americanos.
Cuando presioné el pequeño botón del timbre de la casa, no imaginé
que Callie estuviera haciendo galletas al horno. Me acordé de Nilia y su
obsesión por hacer comida sana para la pequeña Adda. Las echaba de
menos. Pero tomé una buena decisión alejándome de todos ellos. Si
seguíamos unidos, cualquiera de ellos podía morir. Estaba convencido que
Dorel y Raymond cuidarían bien de ellas.
El teléfono de la cocina me sobresaltó al sonar con intensidad e
insistencia. Esperé a que la persona del otro lado se cansara de sostener el
aparato y así volvería al comedor. Pero no descolgó la llamada. Más bien,
dejó un mensaje en el contestador.
—¿Callie? ¿Estás ahí? —La voz aguda de un hombre resonó en la
enorme cocina que curioseé por el dulce y agradable olor que salía del
horno—. Al parecer no —no se dio por vencido, siguió con su mensaje—.
Por favor, llámame. Sé que no soy la persona indicada para pedirte algo,
pero estoy preocupado. Si no tengo una respuesta tuya el miércoles, me
presentaré sin previo aviso, ¿de acuerdo? Cuida a Jade por los dos.
Asomé la cabeza y leí en la pantalla digital del teléfono el nombre de
Tiberius.
¿Callie tenía una hija?
Sería algo normal, ya que estuvo casada. E imaginé que su marido fue
el tal Tiberius, ya que fue muy insistente con la llamada.
Abandoné la cocina y regresé al comedor para descansar en el sillón
que ocupó Callie con Dash. Dejé caer mi espalda y crucé mis brazos bajo el
pecho. Cerré unos segundos los ojos y cogí aire para deshacerme de todos
aquellos pensamientos que me incitaban a ir hasta Sacramento y volarle la
cabeza al hijo de puta de Ronald. Ese cabrón nos la había jugado y no se
detendría hasta que consiguiera a su nieto. Pero no, Dashton no era de su
familia. Era mi hijo, y jamás lo conocería.
De repente unas manos se posaron sobre mis rodillas y me obligaron
a abrir los ojos. Lo primero que pensé fue lo rápido que había regresado
Callie a su hogar. Estaba equivocado. Delante de mí no estaba la mujer de
cabello rojo. Delante de mis narices se encontraba la cría que me robó el
corazón y cambió mis instintos salvajes por unos más humanos y
razonables. ¿Cómo era posible? Murió entre mis brazos y se despidió de mí
sabiendo que no sobreviviría la noche que contrajimos matrimonio y se hizo
legal la adopción de nuestro hijo. Su cabello negro estaba revuelto,
enredado y pegajoso del barro que la cubrió cuando la lanzaron por el
muelle. Sus ojos seguían tan expresivos como la última vez que sonrió.
Tenía la piel pálida, con pequeños cortes y hematomas oscuros por la arena
que barrió su cutis. Estiró los labios y deseé escuchar su voz.
Al parecer se dio cuenta y cumplió mi deseo.
Estiró el brazo, acomodó su mano en mi mejilla y me acarició
lentamente hasta conseguir que cerrara los ojos y me fundiera en su piel.
—Te he echado de menos —confesó, en un corto y entrecortado
susurro—. Ni siquiera estaba segura que te encontraría. Cuando te alejaste
de mi lado, mi mundo se derrumbó. Me sentí sola, aturdida y perdida. No
tengo un hogar si Dashton y tú no estáis a mi lado.
Abrí los ojos. Quería observar aquel bello rostro hasta que no me
quedaran fuerzas en los parpados. Estaba a mi lado, sosteniéndome con
fuerza para que ninguno de los dos desapareciera de la vista del otro.
Parecía real. ¡Era real!
—¿Cielo?
Arrastré mi rostro hasta el suyo y, cuando creí que mis labios
alcanzarían los suyos, su rostro se distorsionó hasta que volví a alejarme de
ella. Mi sueño se convirtió en una maldita pesadilla.
—Estoy aquí —dijo, con una amplia sonrisa. Mi corazón brincó de
alegría, incluso sabiendo que ella no estaba realmente junto a mí. Seguía
con vida en mi cabeza y en mi corazón—. ¿Me echas de menos?
—Cada puto segundo, Cielo.
Ella rio.
—Espero que Dashton no se aferre a nuestro vocabulario —echó
hacia atrás la cabeza para librarse de todo el cabello que le caía sobre el
rostro y sacó su traviesa lengua para relamerse los labios. Ansiaba besarla y
ni siquiera podía tocarla—. Tienes que cuidarlo, Bloody. Ronald no puede
encontrarlo.
Insistió una vez más. Hasta sus ojos se llenaron de lágrimas al darse
cuenta que intentaba acercarme a ella y todos los intentos fueron nulos. Mi
maldito subconsciente me estaba torturando mentalmente. Por primera vez,
prefería el dolor físico.
—Te necesito, Alanna.
No dijo nada.
Se desvaneció.
No era un fantasma.
Supuse que la necesidad de poder despedirme de ella o haber tenido
la oportunidad de estar un día más a su lado, hizo que mi cabeza proyectara
su imagen para que dejara de sufrir. Pero no me ayudó demasiado. Marcó
esa tragedia para que la ira creciera y ansiara con más fuerza la venganza.
El instinto animal no se esfumó.
Siempre permanecería junto a mí.
«¿Quieres una puta masacre, Ronald?» —pensé, incorporándome al
suelo. —«Porque estoy dispuesto a cargarme a todo aquel que intente
protegerte.»
Rebusqué en los pequeños cajones del armario que había junto el
ventanal del comedor; encontré un bloc de notas y un rotulador azulado que
me serviría para dejarle una nota a Callie. Cuando regresara, su cálido
hogar estaría libre de la escoria de la que huyó una vez. Acomodé el trozo
de papel sobre la mesa y garabateé todas las palabras que justificarían mi
huida. Formé cortas frases e intenté plasmar un dolor que nadie más
comprendería. Estaba abandonando a mi hijo, pero con una mujer que lo
cuidaría. Callie siempre estuvo acostumbrada a tratar con niños sin hogar y
sin figuras paternas. Ella me enseñó a leer, a escribir y a coser mi nombre
dentro de San Quentin. Durante años, fue mi salvación. Había llegado el
momento de que Dashton fuera rescatado por una mujer con un corazón tan
noble como el de ella. Pegué la nota y me fui.

Te fallé una vez, y vuelvo a hacer lo mismo.


No puedo criar a ese bebé yo solo.
Ni siquiera sé si seré un buen padre para él,
pero le prometí a alguien que encontraría una
familia para que lo cuidara con todo el
amor que siempre nos faltó a su madre y a mí.
Tengo que desaparecer un tiempo.
No puedo decirte a dónde iré o cuándo
regresaré.
Te suplico, Callie, que cuides de la criatura.
Sé que serás una buena madre.
Se llama Dashton. Dashton Lee Gibbs Chrowning.
Siempre serás mi salvación.
Con afecto,
Bloody.
La idea era seguir con mi camino, pero terminé deteniendo el vehículo
delante de un enorme y viejo bar de carretera. La primera impresión fue
mala. Aunque, ¿A quién quería engañar? Quería beber hasta ahogarme en
cerveza barata. Lo demás, no me interesaba. Así que bajé del coche, cerré
con fuerza la puerta y avancé sin mirar atrás. Refugié las manos en los
destrozados bolsillos de los vaqueros, y silbé la primera canción que me
vino a la cabeza. Se trataba de una melodía que solía tararear Puch en
prisión; el viejo se acostumbró a narrar sus batallas de guerra a través de
canciones. Su voz era horrible, pero me encantaba escuchar su vida. Y ahí
estaba yo, recordándolo y manteniéndolo con vida en mi corazón. Podía
hacer lo mismo con ella. Olvidar que se desvaneció en mis brazos y soltar
su nombre sin temor. Y no estaba siendo fácil para mí.
Empujé las enormes puertas de madera y colé mi cuerpo en el interior
del local en busca de calor. Lo conseguí; el ambiente cálido acariciaría mi
piel y la cerveza recorrería por mi garganta hasta joderme el hígado. La
estúpida sonrisa que marqué ante la idea brillante que tuve, alertó a la
primera camarera que había detrás de la barra que otro borracho asqueroso
pasaría un par de horas en el primer taburete que escogiera. ¡Bingo! Posé
mi trasero en un taburete rojo y recosté mi cuerpo hacia delante con el fin
de acomodar los brazos en esa helada y metálica barra que tenían. La
camarera, una joven de cabello marrón y ojos saltones, se esforzó en estirar
los labios para atenderme. Apunté al grifo de cerveza y ésta asintió con la
cabeza.
No tardó en servirme la mierda de cerveza que servían a las afueras
de Greenbrae, pero como no podía ponerme exquisito, me la bebí de un solo
trago antes de pedir la segunda. Y así estuvo la primera hora. Sirviendo
birras al pobre hombre de mirada perdida. ¡Apestaba! ¡Yo apestaba! No
literalmente, pero cuando alguien daba pena…apestaba.
El hombre que tenía a mi mano derecha, eructó llamando la atención
del camarero que se encargaba de cortar los limones en rodajas. Entrecerró
los ojos y aguantó la compostura. En cambio, yo, sentí nauseas al tener que
oler el gas que expulsó de su boca; apestaba a pescado podrido. Le eché un
vistazo rápido y me di cuenta que se comía al hombre que tenía delante de
sus narices con sus propios ojos. Solté una carcajada. Un viejo de metro
setenta no se follaría a un joven fornido como el que tenía delante de él.
—¿Qué te parece gracioso? —preguntó, ofendido por la risa tan
descarada que solté.
Me encogí de hombros. Le di otro trago a la cerveza, y giré mi cuerpo
con el taburete para mirarlo directamente a esas pequeñas perlas negras que
tenía como ojos.
—Pareces un maldito perro con ganas de follar —le guiñé un ojo. No
podía culparle, pasé media vida con ganas de follar a todas horas—.
Deberías cortarte un poco.
Un hombre como él, en otro lugar, me hubiese partido el rostro de un
puñetazo. Pero, en cambio éste, se limitó a reír mientras que le pedía al
chico que tanto deseaba que nos sirviera un par de jarras. Se arrimó
demasiado, más de lo que podía esperar, y posó su mano sobre mi hombro.
Al ver que me disgustó su actitud, bajó sus gruesas cejas y se disculpó con
un movimiento de cabeza.
—¿Eres nuevo?
—¿Nuevo? — pregunté confuso, y acepté la cerveza que él pagaría.
—En la ciudad.
Afirmé con la cabeza.
Creí que nuestra conversación terminaría ahí, pero él estaba aburrido,
solo y desesperado por tener la compañía de un hombre.
—Al ver que te preocupabas por el chico, pensé…
—Te equivocas —terminé cortándole—. Y con él también.
—Birtner.
Aparte de soltar su nombre, también volvió a estirar el brazo. Intentó
estrechar su mano con la mía, pero no tuvimos ese contacto que él esperaba
después de presentarse cordialmente. En cambio, me quedé observando su
mano; tenía las uñas negras, agrietadas y con sangre seca alrededor de los
dedos. Ese hombre no olía a alcohol, también le acompañaba un aroma
asqueroso que identifiqué como algo podrido y orina empapada en su ropa.
Intenté alejarme de él, y se tomó la molestia de tocarme una vez más. Ese
viejo, baboso y acosador, no se daba cuenta que estaba jugando con su
propia vida. Y no tenía demasiadas opciones; o salía con vida del bar, o
moría ahí mismo.
—Aparta tu mano de mi hombro —le advertí.
Su aliento, que olía mejor que él, barrió mi rostro cuando se acercó
bruscamente a mí. No me quedó de otra que levantarme, plantarle cara al
enano e intentar destrozarle la nariz con un solo movimiento. Pero el
camarero, el que estaba siendo acosado por el viejo verde, me detuvo. Paseó
sus dedos alrededor de mi muñeca y me obligó a clavar mis ojos en los
suyos. Parecía preocupado. Apretó los labios después de soltar todo el aire
que acumuló. No tardaron en llegar sus compañeras para tranquilizarme.
Me aparté del borracho y volví a sentarme.
—Será mejor que no molestes, Birtner. —Lo conocían. El hombre era
desagradable con ellos, y de todas formas siguieron siendo amables con él.
No lo entendía. Sinceramente, no me cabía en la cabeza. ¿Cómo
alguien podía ser amable con una persona que se merecía estar tendida en el
suelo y con un par de hematomas por todo su cuerpo? O yo era un puto loco
sediento de venganza las veinticuatro horas del día, o la gente realmente era
buena.
La camarera que me sirvió las primeras birras, se recogió el cabello y
se acercó con cuidado hasta el rubio problemático. Mi sonrisa no la
tranquilizó, así que bajé la cabeza hasta la jarra de cristal. Su fina y
tranquila voz sonó cerca de mi oído en un par de ocasiones. Repitió la
palabra señor con educación. Pero no estaba dispuesto a mantener una
conversación con nadie. Estaba ahí para beber y, cuando lo viera todo
doble, cogería el coche para seguir con mi camino.
—¿Señor? —preguntó, por tercera vez.
Era difícil ignorarla. Así que bajé la jarra vacía de mis labios y la miré
por encima del hombro. Seguramente quería echarme del bar y darme la
patada para que jamás volviera al establecimiento. Tenía los dedos de
ambas manos cruzados entre sí. Era su forma de evitar el temblor. Tragó
saliva con fuerza y entreabrió sus labios para hablar. Fue un fracaso. Estaba
tan asustada, que una vocal le puso el vello de gallina. Por suerte su
compañero se acercó hasta ella, y al sentirse segura junto a él, me soltó las
palabras que memorizó en su cabeza antes de quedar delante del borrachuzo
que tanto caos había montado en una maldita hora.
—¿Podría hacernos un favor? —habló tan rápido, que no sabía muy
bien si el alcohol estaba haciendo efecto en mí.
Rebusqué en los bolsillos de mi cazadora. Encontré la cartera y saqué
un par de dólares que llevaba junto a mí. En unos cuantos kilómetros me
tocaría atracar una gasolinera para llenar el vehículo de gasolina.
Sacramento no estaba cerca. Dejé el dinero sobre la barra e intenté largarme
antes de que llamaran a la policía. Pero esa vocecilla, tímida y con un
volumen que no alcanzaba hasta mis oídos, me detuvo.
—Le pagaremos.
¿Pagarme? ¿Querían pagarme para que me marchara?
Sonaba ridículo y sin sentido.
—Ya me voy —les aclaré, para que la pequeña camarera dejara de
temblar.
Y no se dieron por vencidos.
—Señor —en aquella ocasión fue la voz del chico—, parece fuerte
incluso con el alcohol que recorre su cuerpo. El viejo Birtner no es capaz de
conducir. Vive a un par de kilómetros de aquí y su esposa lo estará
esperando. Seguro que está preocupada.
¿Había dicho esposa?
El viejo verde buscaba una manera para follarse al camarero.
—¿Qué intentas decirme?
Comprobó el estado de embriaguez del viejo, y respondió a mi
pregunta sin titiritar.
—Le daremos cien dólares si lo lleva a su hogar —escuché el sonido
de la caja registradora abriéndose—. Además, no tendrá que pagarnos las
cervezas que se ha bebido.
¿Cien dólares por llevar al viejo a su casa?
—¿Por qué yo?
Eché un vistazo rápido a los demás clientes; había un par bebiendo
sin ni siquiera mirarse a los ojos. Otro, descansaba sobre la mesa. Y el que
faltaba, bailaba torpemente en un rincón mientras que la música sonaba en
su cabeza.
—Parece un buen hombre —dijo ella.
Solté una carcajada.
Eran divertidos. Bloody no era un buen hombre. Bloody,
simplemente, era un capullo que lo perdió todo por no saber ser Darius. Sí,
ese era mi maldito problema…y hablar en tercera persona.
Pero esos tres estúpidos, que hacían su trabajo -incluyendo proteger a
los habitantes de su pueblo, no veían demasiado la televisión. Las noticias
explotaron mi imagen durante semanas cuando ella desapareció. Y, cuando
terminé en prisión, cogieron mi dulce y bello rostro para seguir con el show
medio año más.
«Pobres desgraciados» —pensé. «¿Cien dólares?»
Era la cantidad perfecta para ir a Sacramento. Di unas palmadas y me
acerqué hasta ellos con una bonita y amplia sonrisa. Inmediatamente, se
alejaron de mi lado. Y no podía juzgarlos; yo en sus zapatos y con esa
cobardía, habría hecho lo mismo. Cogí aire, miré al apestoso del viejo, y
escondí mis brazos detrás de la espalda para parecerme a un “buen”
hombre.
—Acepto.
Ambos rodearon la barra. Estaban deseando deshacerse de mí y del
enano que estaba cayéndose del taburete. Anotaron una dirección y me
dieron el trozo de papel para que me ubicara con facilidad. Lo guardé en el
bolsillo de mi cazadora junto a los cien dólares, y me acerqué hasta el
hombre apestoso. Olía tan mal, que no tardaría en vomitar todo lo que
llevaba en el estómago. Su brazo descansó sobre mis hombros, y el mío
alrededor de su cintura. Tiré con fuerza y agradecí que no pesara más de la
cuenta. Aunque un hombre ebrio, era como un muerto; pesaba el doble.
Tiré del viejo durante media hora. Una vez que lo dejara en su hogar,
regresaría sobre mis pasos para recoger mi coche.
Los camareros me indicaron bien; enfrente de un bazar chino, se
encontraban los bloques de apartamentos donde vivía el hombre. Seguí
arrastrándolo hasta cruzar la carretera. Antes de abrir la puerta, lo dejé caer
para que fuera más sencillo. Éste gruñó de dolor y me miró confuso.
—¿Nos hemos peleado?
Alcé una ceja.
—Ya te gustaría a ti, viejo asqueroso —bajé mi cuerpo hasta quedar
cerca del suyo—. ¿Dónde tienes las llaves?
Estuve a punto de colar mi mano en uno de sus bolsillos, pero me
detuvo a tiempo. Su rostro, ese que babeaba por los jovencitos, entristeció.
—No puede enterarse mi mujer.
—Las dobles vidas…—deseé encenderme un cigarro en aquel
momento, pero no tenía ninguno a mi alcancé —, son jodidas.
—Tengo hijos —se justificó—. Voy a misa cada domingo e incluso
dono dinero y ropa a los pobres del barrio. ¿Tú tienes hijos?
«Mierda.»
Asentí como un gilipollas con la cabeza.
—¿Cuántos años tiene?
—Un mes.
—Es muy pequeño —dijo, soltando otro de sus eructos apestosos—.
Estarás deseando verlo crecer.
Ver a Dashton crecer sería un placer para mí.
Pero me decepcionaría que siguiera mis pasos.
Hice bien en alejarme de él.
—Lo abandoné —le confesé, a ese hombre que no conocía.
Éste intentó levantarse, y no me quedó de otra que ofrecerle una
mano. Lo alcé del suelo y se rascó la nuca antes de soltar unas palabras que
me destrozarían.
—No puedes abandonar a un hijo —entrecerró los ojos, cansado—.
Te dan la vida.
—O te la quitan —susurré.
Sacudió la cabeza y soltó un rotundo “no”.
—Hazme caso, rubito —intentó acariciarme, pero se lo impedí a
tiempo—. Ese niño te necesitará. Vuelve con él.
No podía.
Tenía que matar a Vikram. A ese hijo de puta que se hacía llamar
Ronald. Él me quito a dos mujeres que amé. No se lo perdonaría. Jamás.
—Tengo que irme —me excusé.
Pero el viejo no dejaba de volverme loco.
—¿Qué opina la madre?
—Está muerta.
Tiró de mi cazadora para detenerme.
—Lo siento.
—No importa.
—¿Qué hubiera pensado ella? Dudo que una madre abandone a su
hijo.
Ella no me habría perdonado.
«¡Joder!»
Observé desde fuera como Callie acunaba a Dashton entre sus brazos. Sus
labios presionaron la frente del pequeño y éste enredó sus dedos en el
cabello ardiente de la mujer que lo protegía del frío. Como un idiota me
acerqué hasta el ventanal y mi mundo se detuvo en aquella imagen.
Parecían felices. Callie siempre había sido dulce con los niños, por eso su
trabajo estaba relacionado; siempre intentó rescatar a los pequeños que se
consumían en prisión, y sólo falló conmigo. Jamás llegó a convencerme
para que saliera de San Quentin.
«Quizás…» —pensé. «¿Si hubiera salido de allí habría sido otra
persona?»
Por supuesto que sí.
Seguramente hubiera sido un hombre trabajador, con una familia
perfecta y una vida normal como la de cualquier ser humano. Mi cabello no
sería tan largo, ni siquiera hubiera sabido mantener un arma entre mis
manos. Los asesinatos, secuestros y violencia callejera me hubieran puesto
el vello de punta. Estaría casado con una mujer como Callie. O, quizás esa
mujer que me acompañaría hasta la vejez, era ella. Un par de niños llenarían
nuestro hogar de felicidad. Aceptaría horas extras si mi jefe me llámase a
las cinco de la madrugada. Los fines de semana iríamos a misa. Habría sido
una vida maravillosa que no podría disfrutar si la última mujer que se quedó
clavada en mi corazón, no estaba junto a mí.
Yo la quería a ella.
Y ella ya no estaba.
Callie se dio cuenta que me encontraba en el exterior de su propiedad.
Me hizo un gesto con la cabeza y no tardé en obedecer. Pronto me reuní con
ella; abrió la puerta del hogar, me pidió con un tono dulce y calmado que
entrara, y me colé en el interior. Seguí avanzando bajo su atenta mirada.
Busqué la nota que le dejé, y el trozo de papel seguía pegado en el mismo
sitio. Pasaron las horas y ella ni siquiera había leído mi despedida.
—¿Dónde estabas? —preguntó, meciendo al niño.
Aproveché que me dio la espalda un instante y arranqué el post-it.
—Necesitaba respirar aire puro —le mentí—. ¿Cómo está el niño?
—Mejor —se acercó para que comprobara la temperatura de Dashton;
ya no ardía como el fuego—. Las medicinas están en la cocina. He puesto
varias alarmas en mi móvil. Me encargaré yo si tú sigues cansado.
Tenía mala cara.
Por eso me lo dijo.
Cogí aire y le pedí que se sentara a mi lado. Tenía que disculparme
con ella y volver a la realidad; Dashton era mi responsabilidad. Prometí
conseguirle un hogar y cuidarlo hasta mi último aliento. No podía seguir
huyendo. Me tocaba asimilar que ese niño era parte de mi vida, al igual que
seguiría siéndolo parte de la de ella, aunque no estuviera a nuestro lado.
Cada vez que él intentaba abrir los ojos, le pedía a la nada que no tuviera su
mirada, porque si eso llegaba a suceder, mi destino a su lado sería un
infierno para mí.
—¿Sucede algo?
—He intentado huir —confesé, y ella no se sorprendió—. Tengo
miedo, Callie. Por primera vez no sé qué hacer. Estoy perdido. Siento que
no tengo nada y a la vez lo podría tener todo si me quedo con Dashton. No
nací para tener una familia. No me crie para amar a alguien.
Ella, con su dulce y atractiva expresión, me dedicó una sonrisa y me
tendió a Dash para que lo arropara yo. Sus manos no tardaron en sostener
mi rostro. Acercó sus labios a mi mejilla y presionó con fuerza. Tardó en
separarse de mi lado.
—Es tu hijo —susurró, alejándose de mí—. No importa nada más,
Bloody. Sólo tienes que pensar en él.
—No quiero que siga mis pasos.
—Estás a tiempo para cambiar tu vida.
—¿Ser un buen hombre? —reí, ante mi idea. —Tú, mejor que nadie,
sabes que eso no sucederá.
Sacudió la cabeza, como el día que me negué a ir con ella y
abandonar la prisión donde nací.
—Eres una buena persona. Pero la gente que te arrastró con ellos, te
quitó esa realidad.
—Callie…
No me dejó hablar.
—Deberías pensártelo —su sonrisa no se esfumó de su rostro. Miró a
Dashton, que se encontraba tranquilo y me miró a mí—. Todos merecemos
una segunda oportunidad.
«¿Incluso yo?» —pensé, como un idiota que acababa de nacer.
Nuestra conversación se detuvo cuando el timbre resonó por toda la
casa. Callie recibió una visita inesperada de noche. Me quedé en el
comedor. Mientras tanto ella, recibió desde la entrada a su vecina. Escuché
la conversación involuntariamente, ya que era una mujer mayor que no
dejaba de elevar la voz.
—¡Es un asesino! —una tos seca la interrumpió. —Deberías llamar a
Tiberius. Ese hombre es peligroso.
¿Hablaban de mí?
—Estaré bien, señora Kan.
Me levanté del sofá y caminé por el comedor con cuidado. Mi espalda
tocó el muro que daba al recibidor y escuché con atención mientras que
observaba como Dashton intentaba coger el collar de la bala torpemente.
—Es un secuestrador de niños —insistió, y me di cuenta que sí estaba
hablando de mí. Ronald no tardó en correr la voz; quería a su nieto y haría
cualquier cosa para conseguirlo. No se lo permitiría. Pero tampoco lo
tendría fácil. —Lo han visto por aquí.
Callie no sabía cómo librarse de la anciana.
De todas formas, siguió siendo amable con ella.
—No se preocupe. Si lo veo, llamaré a la policía.
—Mejor llama a Tiberius.
Silencio.
—Estoy segura que si lo llamas, volverá pronto.
—De acuerdo, señora Kan. Haré lo que usted me recomienda.
—Tu marido te ama, Callie.
No le hicieron gracia las últimas palabras de la mujer.
—Estoy cansada, señora Kan. Será mejor que me vaya a dormir.
—Buenas noches, preciosa —se rindió la anciana.
Cerró la puerta, la aseguró con las cerraduras y acomodó su cuerpo
hasta dejarse caer. La observé en silencio, dándome cuenta que tenía
problemas con su marido. Callie, sin darse cuenta que yo estaba ahí
viéndolo todo, ocultó su rostro con las manos para deshacerse de todas las
lágrimas que retuvo durante horas. Dashton, por un tiempo, le hizo feliz.
—¿Callie?
Ella se sobresaltó. Entreabrió sus pequeños dedos y me observó a
través de ellos. Se sintió avergonzada. Limpió ella misma esas escurridizas
lágrimas con la manga de su jersey y se levantó del suelo para coger una
vez más a Dashton. Se dirigió hasta las escaleras y la seguí. Le eché un
vistazo a la planta de arriba; había un despacho, una biblioteca, una
habitación de matrimonio y un baño. Callie me pidió que abriera la puerta
de su cuarto y tendió a Dashton con cuidado. Rodeó la cama con almohadas
y objetos como muro para que el niño no se cayera.
—¿Te apetece una copa de vino? —preguntó, sin mirarme a los ojos.
No podíamos dejar solo a Dash, y ella se dio cuenta—. Podemos bebernos
la copa en el pasillo. Así veremos que hace tu hijo.
Me encogí de hombros, salí de la habitación y me dejé caer en el
suelo. Callie fue a por la botella de vino y un par de copas. No tardó en
sentarse a mi lado. Yo había bebido demasiado, así que opté por mover la
copa y balancear el líquido rojo que había en el interior. Mientras tanto,
Callie, se terminó la tercera copa.
—Pregúntamelo ya —solté.
La conocía.
Estaba nerviosa porque no se atrevía a decirme la verdad.
Clavó sus penetrantes ojos oscuros en los míos. Soltó la copa y la
botella de vino, y movió sus labios para hablar sin temor.
—¿Has secuestrado a ese niño? —preguntó, con temor.
—No.
—Y, ¿por qué te buscan? Hace poco saliste de prisión porque no
tenían pruebas que tú eras el asesino de esa adolescente. Pero —exclamó
con fuerza— sí secuestraste a la amiga de la que falleció.
—Alanna…—dije su nombre.
El corazón se me aceleró.
Parecía que había hecho algo mal en aquel momento.
—¿Ella es la madre del niño?
Tenía que decirle la verdad.
Pero no toda la historia.
—Es su hermano pequeño.
—¡Creí que eras su padre! —Al darse cuenta que elevó la voz, se
llevó las manos a los labios arrepentida—. Lo siento.
Se disculpó, inocentemente.
—Y soy su padre.
—¿Qué?
Estaba confusa.
Y lo entendía.
No era fácil.
Ocho años después me presentaba en su hogar con un niño que no
compartía mi sangre, pero seguía siendo hijo mío. Yo lo decidí con su
madre, y lo respetaría.
—Es mi hijo. Me da igual no ser su padre biológico —le aclaré—,
pero es mi hijo.
—No eres el Bloody que conocí en San Quentin.
Entonces le di un sorbo a mi copa.
—Has dicho que cambie —le sonreí—. Quizás, ya había cambiado.
No dijo nada. Se limitó a procesar toda la información que fue
reuniendo en unas cuantas horas. Se quedó en silencio, la acompañé y nos
terminamos la botella de vino. Dashton, al contrario de nosotros, descansó
toda la noche sin hacer ruido. Nosotros, nos quedamos en el pasillo, uno al
lado del otro y en silencio. En un descuido, la mano de Callie quedó sobre
la mía.
—Lo siento —volvió a disculparse.
Seguía nerviosa.
No se fiaba de mí.
Y yo, no sabía cómo ganarme su confianza.
—Te casaste…—miré sus dedos; se había quitado el anillo—. Has
tenido hijos. ¿Jade, cierto?
Ella rio.
Su risa me transmitió algo de felicidad.
—Jade es mi gata.
—¿Tu marido te llama preocupado para preguntar sobre cómo está el
gato?
Recordé la llamada.
—Fue nuestro regalo de bodas, ya que decidimos no tener hijos —eso
me sorprendió; Callie parecía una buena madre—. Él es estéril.
—¿Por qué no está él aquí contigo?
Callie, seguramente, me lanzó la misma mirada que a la anciana
cuando le habló de su marido.
—¿En serio, Bloody?
—¿Qué?
—¿Quieres que te hable de mi vida?
—No soy un desconocido —le recordé.
—Me alejaste de tu vida. No lo olvides.
Crucé mis brazos bajo el pecho.
—Estás equivocada. Tú te fuiste de la mía. Me tenías miedo.
—No. Temí haber cometido un delito contigo.
—Me esperaste, Callie. Todo fue legal —¿Se torturó por el deseo que
sentimos el uno por el otro? —. Yo te deseaba.
Fui un niño asqueroso que perdía la polla por ella.
—Y luego desapareciste. No volví a saber nada más de ti.
—No quería joder tu vida. La mía ya estaba acabada.
—Eso no lo sabes —recogió sus piernas hasta su pecho y hundió el
rostro entre las rodillas—. Me enamoré de un niño de dieciocho años que
mató al hombre que intentó abusar de mí —ni siquiera se atrevió a mirarme,
seguía oculta en el pequeño caparazón que se creó—. No era morbo,
Bloody. Te amé. Y, desesperadamente, confusa ante mis estupidos
sentimientos, me lancé en los brazos de Tiberius. Hace un par de años nos
casamos. Estuvimos bien, hasta que te vi aparecer en televisión. No era
capaz de acostarme con mi marido porque te veía a ti. ¡Y sí! Tú no tienes la
culpa. La idiota fui yo y lo perdí. Se cansó de esperarme y se acostó con
una de sus compañeras de trabajo.
»Se arrepintió. Se disculpó conmigo. Se tortura cada noche por no
estar aquí, junto a mí. Pero no soy capaz de estar a su lado porque no lo
quiero. No lo amo. No puedo mentirme, Bloody. No seré feliz con él nunca.
Y soy una cobarde. Por no decirle la verdad y por hacerle creer que estoy
furiosa por el desliz que tuvo. Y, ¿ahora se supone que todo será más fácil?
Porque creí que te había olvidado…y, de repente, apareces.
—Lo siento.
—No —alzó el rostro—. No hagas como Tiberius. La culpa es mía,
por no haber admitido que estuve enamorada de ti.
—Puedo irme…—le propuse—. Sólo necesito un hogar para
Dashton…
Acomodó su mano sobre mis labios, deteniendo cada palabra que
estaba a punto de soltar.
—Has huido. Me habías dejado a ese niño sin ni siquiera
preguntármelo —me hizo entender que realmente leyó la nota—. ¿Por qué
has vuelto?
Era una buena pregunta.
Y yo tenía respuestas de mierda.
Así que solté lo que sentí cuando hablé con Birtner.
—Porque pensé que tú serías parte de nuestra familia.
Callie pestañeó.
Tragó saliva.
Y acercó su rostro al mío.
Antes de que nuestros labios se unieran, la detuve con palabras:
—Pero respetando a la persona que perdí —le enseñé el anillo de
bodas.
Ella asintió con la cabeza.
Recostó su cabeza sobre mi hombro, y antes de quedarse dormida
dijo:
—Mi hogar es vuestro hogar.
Se lo agradecí.
Y, Dashton con los años, haría lo mismo.
Acaricié su sedoso cabello y estuve horas escuchando como respiraba
pausadamente. Su sufrimiento, ese que le causé, tenía la esperanza que
desapareciera con el paso del tiempo.
Callie no merecía llorar por un hombre como yo y mucho menos
tener la ilusión de estar junto a él una vez más.
Ella, dulce y cariñosa con todo el mundo, merecía a un hombre mejor
que se entregara en la relación sin obstáculos.
Capítulo 1
TERENCE JUNIOR

Nos detuvimos en un bar de ambiente antes de huir del país. Diablo se alejó
de mí y optó por no dirigirme la palabra. Imaginé que, al ver a su querida
hermana temblando, su locura se esfumó. Así que hice el trabajo sucio por
él. Me alejé unos minutos del mexicano e hice una llamada.
—Buen trabajo —dijeron al otro lado de la línea.
—¿Cuándo recibiré mi parte del dinero?
Si contacté con el Vikram real, fue porque me prometió una buena
suma de dinero que me haría rico hasta morir. Apreté el gatillo porque la
cabeza de Alanna me sacaría de la pobreza donde me metieron mis propios
padres; un mundo que jamás deseé. Yo no tenía la culpa de haber tenido una
madre drogadicta y un padre que seguía pudriéndose en prisión por pasar
algo de SDA.
Merecía más del mundo de mierda donde me crie.
Merecía más que Bloody.
«Qué te jodan, hermanito» —pensé, con una sonrisa en el rostro.
—Cuando tenga a mi nieto entre mis brazos.
¿Había escuchado bien?
—¿Qué? —pregunté, sorprendido. Éste solo rio mientras que se
alejaba de una voz femenina que celebraba la muerte de Alanna Gibbs—.
No era el trato. ¡No era el maldito trato, joder!
—Cálmate, Terence Junior —pidió. E imaginé que su sonrisa de
satisfacción se borró de su rostro. —No olvides que yo no tengo las tarjetas
de memoria. Estoy seguro que estaban en el poder de Alanna. Y Alanna no
era una niña estúpida —parecía orgulloso de la persona que mandó a matar.
—Estoy seguro que esas tarjetas están en el poder de tu hermano o de
Raymond. Tienes que conseguirlas. Y, si lo haces, doblaré tu recompensa.
Intenté tranquilizarme, pero la ira me lo impedía.
Contaba con ese dinero para salir de California y perderme lejos de
Estados Unidos. Una vez fuera, el siguiente paso sería librarme de Diablo.
—¿Tengo que matar a mi hermano?
—Si lo matas, conseguirás ambas cosas.
«¡Mierda!» —gruñí, pero lejos del teléfono que me comunicaba con
Vikram. «Tengo que conseguir las tarjetas y el maldito hijo de Shana.»
—¿Temes a Bloody?
Su pregunta me sacó de mis pensamientos.
—¿Qué has dicho?
Me respondió con una fuerte carcajada.
¿Otro hijo de puta llamándome cobarde?
—Yo soy más fuerte que él —le dejé bien claro—. Y te lo
demostraré.
—¿Tú? —me retó—. Porque si no te ves capaz, Terence Junior,
conozco a la persona perfecta para apretar el gatillo y acabar con la vida del
hombre que tanto odias.
«¿Para qué?» —pensé, y le eché un vistazo rápido a Diablo; éste
bebía mientras que se alejaba pasivamente de todos los hombres que
intentaban hablar con él. «Siempre acabo haciendo el trabajo sucio yo.»
—Te enviaré un mensaje —repitió dos veces, ya que no le hice caso
la primera vez—. Si te interesa, lo llamas.
No me dejó decir nada más.
Colgó el teléfono, dejándome con la última frase en la boca.
Y Vikram lo hizo; no tardó en sonarme el teléfono móvil con el que
me comunicaba con él.

Gabriel Taracena, hijo de un narcotraficante. Futuro cuñado de Diablo


Arellano. Quiere recuperar a su prometida. Dile que lo reunirás con Reinha,
y éste matará a Bloody. Teléfono de contacto: +52 06xx-xx97
5:38 PM ✓✓

Abandoné el rincón donde se encontraba el viejo teléfono del


propietario del local, y me reuní con Diablo.
No se dignó a mirarme.
Tragó alcohol hasta secarse la garganta.
Ocupé el asiento continuo al suyo. Mi mano se acomodó sobre su
barbilla y, cuando la paseé por el interior de su muslo con el fin de llegar a
su entrepierna, me detuvo con un gruñido.
—Haré que olvides —le prometí.
—Reinha me odiará.
—Ella ni siquiera lo sabe. El único que nos vio fue Reno.
Diablo por fin atravesó su mirada con la mía.
—El hijo de perra mandará a Bloody.
—No si lo matamos nosotros antes.
Soltó el vaso que volvieron a llenarle con tequila.
—¿Matarlo?
—Exacto —sonreí.
Acabaría con todo aquel que se interpusiera en mi camino.
Capítulo 2
RAYMOND

Reinha acomodó su cabeza sobre mi pecho; estiré hacia arriba los brazos
para que no le molestara la iluminación de la pantalla del móvil y observé
como se arrinconaba junto a mi cuerpo. Empezó a temblar incluso cuando
su cuerpo desprendía calor. Intenté calmar sus pesadillas acariciando su
cabello para que recordara que estaba a mi lado y no huyendo una vez más
de Gabriel. Soltó un gemido de dolor y suplicó que se alejaran de ella.
Antes de que abriera los ojos y rompiera a llorar, colé con sumo cuidado mi
mano en el interior de su pijama; mis dedos tocaron sus cicatrices. Sus
pesadillas abrían sus heridas de guerra. Y la entendía perfectamente. Solté
un instante el teléfono y toqué las quemaduras de mi rostro. Estuve tan
obsesionado con aquellas marcas que luché en cada momento por teñirlas
con algo de color. Dorel tatuó mi cuello, pero se negó a hacerlo en mi perfil
defectuoso. Intentó convencerme a través de sus sabias y verdes palabras;
con una voz ronca y segura me prometió que mantendría relaciones
sexuales con una mujer sin que ésta sintiera asco de mí. No fueron sus
palabras exactas, pero tuvo razón. Aparecieron dos mujeres que me hicieron
sentir un hombre sin tener que ocultarme con una de mis máscaras. Una de
ella estaba a mi lado, y a la otra la perdí; aunque me negaba a aceptarlo.
Recordé lo que estaba haciendo. La búsqueda intensiva de un nombre
que se me quedó grabado en la cabeza. Arrastré el brazo hasta el suelo y
recogí la manta que habíamos tirado cuando la calefacción del motel ayudó
a nuestros cuerpos a entrar en calor. Abrigué a Reinha y esperé unos
minutos más para que dejara de tiritar. Cuando lo hizo, besé su rizado y
oscuro cabello. La pesadilla terminó; por fin descansaría sin temer a ese
hombre siguiéndola desesperadamente en sus sueños.
Abrí el navegador de Google y tecleé el nombre del policía.
Reno Losa

Sólo había dos noticias que lo identificaban como la persona que


estaba buscando.

NOTICIAS DE FRESNO
24 de enero de 2014
HÉROE LOCAL

Nuestro Batman de Fresno, salva a anciana de unos ladrones. Lo hizo sin


capa. El agente Reno Losa, de veinte años, acudió velozmente a la llamada
de auxilio…

Dejé leer aquella noticia. Necesitaba algo más reciente. Así que leí la última
en la que lo mencionaba y, esperaba por mi bien que, el señor Reno, el
nuevo Batman, no fuera otro héroe falso que engañó a su ciudad.

RINCÓN DE LA CIUDAD DE FRESNO


El agente Reno Losa, abandona la ciudad que protegió en los últimos años
para reencontrarse con su familia. Desde el periódico Rincón de la ciudad
de Fresno, le deseamos buena suerte y le echaremos de menos, agente Losa,
más conocido como el Batman de Fresno sin capa y sin Batcueva.

—Lo sabía —mi emoción estuvo a punto de despertar a Reinha.


«¿Por qué huyes?» —pensé. «Ocultas algo y lo descubriré.»
No me importaba hacerlo solo, pero Bloody merecía saber la verdad;
Reno fue un policía que se infiltró con nosotros por un motivo que
desconocía. Y, cuando Alanna falleció, le perdimos el rastro. Su línea dejó
de estar operativa y, los hombres que lo seguían a ciegas, ni siquiera sabían
nada de él. Fresno era su ciudad de origen. Allí encontraría respuestas. No
tardé en localizar la comisaría donde trabajaba. Miré la hora qué era.
Quedaban tres horas para que pudiera hacer esa llamada. Me tumbé junto a
Reinha y esperé impaciente.
«Voy a por ti, Reno. Y, realmente espero que, tú no fueras el traidor.»
Capítulo 3
MOIRA

Mi escolta me acompañó hasta el despacho de mi prometido. Desde que nos


anunciaron que Alanna había muerto, Ronald se aisló del mundo y de mí.
No podía permitirlo. Lo necesitaba. Añoraba su calor. Iba a ser mi esposo.
Jamás pensé que Gael me haría el gran favor de morir para que pudiera
casarme con el hombre que realmente amaba. Yo misma me encargué de
empujar el pomo de la puerta y le pedí a mis hombres que se quedaran
fuera. Como buenos perros obedientes, asintieron con la cabeza y se
quedaron de brazos cruzados hasta que su senadora les diera órdenes
nuevas.
Ronald se encontraba delante de la ventana, sosteniendo un teléfono
móvil y hablando apresuradamente. Cuando el sonido de mis tacones
golpeando el suelo llamaron su atención, colgó la llamada y se acercó hasta
mí para besar apasionadamente mis labios. Acarició mi rostro con sus
nudillos y cerré los ojos ante el tacto de su piel. Su fresco y varonil aroma
llegó a excitarme como de costumbre. Era un hombre atractivo, elegante y
poderoso; tenía lo que siempre busqué en mi exmarido y jamás encontré.
—Lo siento —susurró, aferrando sus dedos en el collar de perlas que
me regaló en mi cumpleaños—. Siguen sin encontrar el cuerpo de Alanna.
Al darme la noticia, mi felicidad se esfumó; esa maldita niña que me
vi obligada a tener, seguía desaparecida. Enterramos una caja sin cuerpo.
Ronald me prometió que estaba muerta. Juró ante mis pies que Gael y
Alanna no volverían para arruinarme mi vida. Pero, ¿qué había hecho para
merecer un castigo como ese? Disfruté viendo a Gael con los ojos cerrados
y necesitaba hacerlo con ella también.
—¿¡Por qué!? —le reclamé, furiosa—. ¿Intentas decirme que está
viva? ¿¡Sigue viva!?
Los carnosos y rosados labios del hombre más maravilloso del
mundo, se encogieron. Empecé a sentir una fuerte presión alrededor de mi
cuello. Las perlas del collar se clavaron en mi piel y, poco a poco, empezó a
faltarme el aliento. Ronald me miró furioso. Tragué saliva. Él siguió
asfixiándome sin temor.
—¿Acabas de gritarme? —No conseguí responder a su pregunta.
Presionó un poco más el collar—. ¿Crees que yo soy Gael? Mi amor, no te
equivoques —detuvo sus palabras al notar como mis dedos tocaron su barba
de un par de días para que se diera cuenta que me estaba haciendo daño. Si
seguía estrangulándome, me mataría. —Yo te he dado poder, Moira. Pero
no olvides que también te lo puedo quitar.
Me arrancó el collar de perlas del cuello y me hizo unas heridas que
me hicieron gemir de dolor. Caí al suelo y me senté para recuperar el
aliento. Bajo su atenta mirada, miré mis dedos cubiertos de sangre; gotas
carmesíes que brotaban de la piel que él solía besar de vez en cuando. Alcé
la cabeza y me detuve en sus oscuros y apasionantes ojos. Era una bestia
dejándome bien claro quién dominaba en nuestra relación. Bajé la cabeza
como la mujer sumisa que él quería.
—Bien hecho, amor mío —dijo, y me di cuenta que él también salió
herido; humedeció mi cabello con la sangre que derramaba entre sus dedos
—. Es cierto que te prometí dos cadáveres, pero de momento hemos
encontrado uno. Mis hombres siguen buscando el de la pequeña Alanna.
Saldrá a la luz. Te lo prometo.
Intenté levantarme, pero me lo impidió.
—¿Qué sucederá ahora?
—Tendrás que seguir de luto —mis quejas no sirvieron de nada—. Tu
pueblo tiene que sentir bajo su piel el dolor que sientes al haber perdido a tu
hija.
Asentí con la cabeza.
—Lo haré.
—Mientras tanto —su voz grave se acercó hasta mi oído—, sigue
siendo una buena mujer. Pronto, seremos marido y mujer. No sólo serás la
senadora de California, también una de las mujeres más millonarias que
habrá en Estados Unidos.
—Ronald —gemí.
—De momento no me importan las tarjetas micro SD que me robó
Gael. Mi prioridad es mi nieto. ¿Lo entiendes, amor mío?
Detestaba a los niños, pero si él era feliz con ese bastardo, yo fingiría
para seguir siendo feliz a su lado.
Era poderosa.
Viuda.
Sin una hija que arruinara mi carrera política.
Y, pronto, sería la esposa de Vikram Ionescu.
Por fin, la vida, me había sonreído.
Capítulo 4
BLOODY

—Tom se presentó a su tía, que estaba sentada junto a la ventana, abierta de


par en par, en un alegre cuartito de las traseras de la casa, el cual servía a la
vez de alcoba, comedor y despacho —le leí a Dash mi libro favorito de la
infancia. Éste, se mordisqueaba el puño ante el dolor que sentía por los
dientes de leche que le estaban saliendo—. La tibieza del aire estival, el olor
de las flores y el zumbido adormecedor de las abejas habían producido su
efecto, y la anciana estaba dando cabezadas sobre la calceta…—mi hijo me
golpeó el pecho con el otro puño—. Es tu cuento favorito. ¿No quieres
escucharlo de nuevo? —Soltó una divertida risa—. Está bien, seguiré. Pero,
¿sabes por qué? —mi pregunta pareció confundirle. Arrugó su suave frente
y me miró a través de sus ojos verdes. —Porque me lo pides tú. Y si me lo
pides tú, campeón, obedezco.
Volvió a reír y a mirarme con atención.
Removí su cabello rubio ceniza y lo sostuve con fuerza contra mi
pecho. El viejo libro que solía traerme Callie a prisión, las aventuras de
Tom Sawyer, seguía entreteniendo a las nuevas generaciones. Cuando vi el
libro en su biblioteca, lo observé durante unos minutos hasta que me decidí
en leerlo. Pasé cuatro horas sentado en el suelo recordando la historia de
Tom; ante las aventuras, llegaron mis pesadillas. Recuerdos malos que se
iban borrando cada vez que le leía un par de páginas a Dashton.
Aprovechaba las mañanas que Callie salía a trabajar para quedarme con el
pequeño y observar cómo crecía ante mis ojos. Tenía los ojos de Alanna y
el cabello de Shana. Su nerviosismo lo heredó de Gael, y su divertida risa
de su sexy y guapo padre.
—La tía Pollo confiaba poco en tal testimonio. Salió a ver por sí
misma, y se hubiera dado por satisfecha con haber encontrado un
veinticinco por ciento de verdad en lo afirmado por Tom —terminé de leer,
y Dash ya se había quedado dormido—. Si estás insinuando que tu padre es
aburrido, espérate cuando tengas la edad suficiente para ver porno. Te
recomendaré las películas que más tiesas te van a poner la polla dura…
Me sobresalté al escuchar la voz de Callie.
—¿Qué haces?
No estaba haciendo nada malo, pero me sentí culpable en aquel
momento. Al no mirar el reloj, no me di cuenta que ella estaba a punto de
llegar. Me pescó con Dashton dormido sobre mi pecho mientras que
hablaba de películas de adultos a un niño que ni siquiera hablaba.
—Charlas de padre a hijo.
—Por favor, Bloody —cogió a Dashton—. En nada dirá sus primeras
palabras. Tienes que tener cuidado con tu vocabulario.
¿Suavizar mi vocabulario?
Era algo complicado. Estaba acostumbrado a soltar palabras agresivas
sin darme cuenta. Entre ellas –y sin darme cuenta se convirtió en mi palabra
favorita- estaba la de polla. Era una bomba de relojería. El diccionario
humano que cualquier madre querría tener lejos de sus hijos. Y ahí estaba
yo, intentando educar al mío sin saber muy bien cómo hacerlo.
—¡Joder! Lo siento, Callie.
—¡Bloody! —Terminó despertando a Dash—. Modera tus palabras.
Estuve a punto de soltar otra, pero me mordí la lengua. Me levanté del
sillón que decoraba un rincón de la biblioteca y me acerqué hasta ella para
besar su mejilla. Callie estaba siendo una buena madre, y le agradecí que
me diera toques de atención para que yo mejorara como persona. Ésta me
sonrió y besó a Dash que se movió inquieto entre sus brazos. Cada vez que
olía el perfume de rosas de ella, su estómago le avisaba que era la hora de
comer.
Mi teléfono vibró en el interior de los pantalones.
Lo desbloqueé y leí el nombre del remitente:
Nuevo mensaje de Raymond.
Toqué el sedoso cabello del niño y luego me disculpé con Callie.
—Id comiendo vosotros. Tengo que hacer una llamada.
—¿Va todo bien?
Le guiñé un ojo.
—Todo va perfecto.
Me devolvió la sonrisa y abandonó el piso de arriba. Esperé que el
sonido de sus tacones se alejara y cerré la puerta de la biblioteca para leer el
mensaje de Raymond. Éste, desde hacía seis meses, me estuvo enviando
mensajes ya que estaba algo preocupado. Yo, como el gilipollas que era, no
me tomé la molestia en responder ninguno. Como él me conocía, los
mensajes iban cargados de información que me dejaba dormir tranquilo por
las noches. Adda empezó el colegio. Nilia seguía furiosa conmigo por huir.
Dorel intentaba cuidar de ellas mientras que yo estaba al margen de mi
propia familia. Reinha, no se integraba con los demás porque le faltaba su
hermano. Y él, seguía en busca de respuestas.

¿Dónde estás?
Hoy ha sido un día de mierda.
Le he llevado flores a Alanna. Su tumba estaba llena de polvo.
Nadie ha sido capaz de visitarla. Y, entiendo perfectamente que tú no
estás preparado, pero su madre…
No soy capaz de hablar mal sobre esa bruja.
¿Soy un idiota? ¿Menos hombre por no soltar la rabia que siento
hacía cierta persona? 3:15 AM ✓✓

El mensaje se cortó.
Pero no tardé en recibir otro.
Tu hermano sigue desaparecido con Diablo.
Sé que tramó algo.
Lo sé.
Necesito hablar contigo, Bloody.
Te necesitamos.
3:16 AM ✓✓

Alejé la pantalla un instante.


Ellos también eran mi familia.
Si no conseguí salvar a mi madre ni a Alanna, ellos también estaban
perdidos si me quedaba a su lado.
Huir fue la mejor decisión.
Estaba seguro.

¿Cómo está el pequeño Dashton?


Adda añora a su primo.
Quiere abrazarlo. Ver lo grande que está.
Tengo la esperanza que me respondas.
Una letra.
Un guiño.
Un…—Hola, Tartamudito.
3:17 AM ✓✓
Siempre fui cruel con él, cuando en realidad era un buen chico.
Respondí:

:)
3:19 AM ✓✓

Y él me lo agradeció.

Gracias.
3:19 AM ✓✓

Bajé las escaleras una vez que bloqueé el móvil y me reuní con Callie y
Dashton en la cocina; el pequeño buscaba desesperadamente la cuchara
cargada del puré de pollo con arroz que hizo Callie. Se cubrió los labios y,
cada vez que intentaban limpiarlo, protestaba con uno de sus gritos
guerreros que no nos dejaban dormir por las noches. Me senté a su lado y
cogí al niño para que ella abriera la puerta. Terminé de darle la comida y
solté la cuchara infantil cuando escuché la voz de ella alzándose más de lo
normal. Dejé a Dash en la trona y me acerqué hasta la entrada. Un hombre
de cabello corto y negro, enfrentaba a Callie; eran de la misma altura, pero
ella no se dejó intimidar.
—Tengo derecho a estar aquí.
Intervine.
—¿Qué sucede? —pregunté, cruzándome de brazos.
Callie movió la mano, intentando alejarme del pequeño problema que
tenía bajo control.
El hombre se sintió ofendido al verme.
—¿Quién es éste? ¿¡Qué está pasando aquí!?
La gata paseó por detrás de mis piernas y maulló como de costumbre;
quería que acariciara su pelaje blanco, pero no era el momento.
—Baja la voz —le advertí—, o asustarás a nuestro hijo.
El hombre agrandó sus ojos azules que parecían más pequeños detrás
de las enormes gafas que llevaba. Me miró a mí y se detuvo en Callie.
—¿Hijo? ¿Has tenido un hijo?
Al verlo nervioso, imaginé que se trataba de Tiberius, el hombre del
que intentaba divorciarse. Intentó posar sus manos sobre los hombros de
ella para zarandearla, pero se lo impedí. Dejé a Callie detrás de mí y
enfrenté a aquel imbécil que pensó que tenía el valor suficiente para gritarle
delante de mis narices. Bajé la cabeza para volver a cruzarme con su mirada
cargada de ira e impotencia.
—¿Quieres algo? —pregunté.
Y Tiberius me ignoró.
—¿Él es el motivo por el qué quieres divorciarte de mí?
—Tibi…
No la dejó hablar.
—¡Serás zorra!
Se acabó.
No iba a permitir que le faltara al respeto y siguiera gritando en
nuestro hogar. Lo cogí por el cuello y golpeé su espalda contra la puerta que
seguía abierta. Cualquier persona que pasara por delante de la propiedad,
me vería agrediendo al futuro exmarido de Callie Readd. Arrastró la punta
de sus elegantes zapatos por el suelo y lo dejé sin aliento unos segundos.
Callie fue quien me recordó que lo que estaba haciendo estaba mal. Agredir
a un hombre era el pase VIP para volver una vez más a prisión. Y no podía.
No cuando empecé a querer a Dashton.
—Lárgate —gruñí. Dejé que recuperara el aliento y lo obligué a que
me mirara—. No olvides esta cara. Si vuelves a faltarle al respeto a Callie,
te mato.
—Llamaré a la policía.
Me alejé de él.
En cambio, Callie, intentó tranquilizarlo.
Mi hijo, al darse cuenta que estaba solo, empezó a llorar. Los dejé en
el recibidor sabiendo que nada malo sucedería y me acerqué hasta Dash
para cogerlo. Cuando su cabeza cayó sobre mi hombro, su llanto cesó.
Acaricié su blanda cabeza y lo mecí como solía hacer ella antes de llevarlo
a la cuna. El sonido del chupete me tranquilizó. Pero las sirenas de los
vehículos de policía me dieron el toque de atención que necesitaba cada vez
que mi carácter se descontrolaba. Tiberius no tardó en llamar a los hombres
que cumplían la ley por jurar lealtad a la bandera de su país, y éstos no
tardaron en llegar para ayudar a un buen ciudadano. No me quedó otra
opción que esconderme en el lavadero. Arropé a Dash con una de las
camisas rosadas de Callie y éste cerró los ojos ante el perfume de su madre.
—¿Sucede algo? —preguntó, uno de los policías.
La voz desesperada de Tiberius alertó al par de hombres que algo
estaba sucediendo en el interior de la casa. Callie intentó detenerlos, pero se
colaron para comprobar que todo estuviera bajo control. Podía escuchar sus
pisadas en la cocina, acercándose poco a poco al rincón que elegí para
esconderme. Cortarme el pelo no impedía que me reconocieran. El Vikram
verdadero, ese hijo de puta llamado Ronald, me buscaba desesperadamente.
—Por favor…—corrió Callie. La voz de su futuro exmarido no se
escuchaba junto a ella—. Sólo ha sido una discusión.
Los pasos se detuvieron.
Cerca de nosotros.
Miré a Dashton.
Él hizo lo mismo.
Soltó el chupete.
En cualquier momento reiría.
Y si mi hijo llamaba la atención de esos policías, la adrenalina me la
pondría muy dura.
—Su marido nos ha llamado porque ha sido agredido por un hombre.
Los labios de Dash se estiraron.
Me mostró sus diminutos dientes.
Esos que empezaban a clavarse en mi mano cada vez que perdía el
chupete o su puño estaba demasiado húmedo por la saliva que se desprendía
de su boca.
—Exmarido —corrigió—. Nos estamos divorciando.
—¿Tiene un papel que pueda demostrarlo?
Me la imaginé asintiendo con la cabeza nerviosa, arrugando el borde
de su falda y corriendo en busca de los papeles que le redactó el abogado.
Una vez que los tuvo en su poder, se los entregó al policía.
—¿Puede decirme por qué tiene marcas de agresión en su cuello?
Dashton sacó la lengua.
Estaba a punto de reír cuando mi dedo lo detuvo.
—No es el momento de ser un chico malo, campeón —le susurré. —
A la próxima. Te lo prometo.
Cogió mi dedo con fuerza y se lo llevó a la boca para morderlo.
—Hemos discutido.
—¿Por qué? —insistió.
—Porque descubrió mi infidelidad.
—¿Afirma que hay alguien en el domicilio?
—¡No! —estaba nerviosa, pero se estaba librando de la policía—. Al
ver que no estaba mi amante, enloqueció.
Y la creyeron.
No tardaron en disculparse, en archivar la denuncia “falsa” y le
pidieron a Tiberius que abandonara el hogar de Callie. Éste gritó que en el
interior seguía habiendo un hombre, pero no le hicieron caso. Por suerte se
marcharon y no siguieron con la estúpida discusión que empezó aquel
pequeño hombre. Callie me hizo la señal y salimos del lavadero para
reunirnos con ella. Cogió a Dash y subimos hasta el primer piso para que el
pequeño descansara.
Lo tendió en la cuna, le dio su juguete favorito y esperamos a que
cerrara los ojos.
—Lo siento —me disculpé.
Ella me miró.
—Tienes que controlarte.
—Lo siento —volví a repetir.
Cogió mi mano y entrelazó nuestros dedos.
—Te quiero —susurró ella, dejando un beso fugaz en mi mano.
Observé un poco más a Dash; empujaba el chupete con fuerza
mientras que uno de sus puños estaba por encima de su cabeza y el otro
descansaba sobre su peto tejano. Era feliz a nuestro lado. Era amado por la
madre que le puso la vida en su corta edad. Éramos una familia, y ni
siquiera me había dado cuenta.
—Gracias, Callie. Gracias por estar a nuestro lado.
Capítulo 5

—Lo conseguí —susurró cerca de mi oreja y esperó a que me levantara de


la cama. Callie aguardó con los brazos cruzados y me miró de una forma
divertida que me hizo sonreír—. ¿Estás despierto o sigues durmiendo con
los ojos abiertos?
Bostecé durante cinco segundos. Estiré todas las extremidades de mi
cuerpo e intenté abandonar el cómodo colchón, pero ella me lo impidió.
Volví a caer sobre la cama mientras que Callie rodeaba mi cuello con sus
brazos y pegaba su pecho contra mi espalda. Posé mis manos sobre las
suyas y acaricié sus dedos. Antes de mirarla a los ojos, eché un rápido
vistazo al reloj que teníamos en la mesita de noche; 6:43 AM.
—Es tu día libre —le recordé y tiré de ella hasta dejarla tendida sobre
la cama; llevé mi brazo por detrás de su cintura y besé su frente
cariñosamente mientras que ella seguía riendo—. Tengo que afeitarme.
Parezco Oliver Queen, pero con el pelo corto y sin arco.
—¿El Robin Hood moderno?
—Sí, pero éste es un mujeriego.
—¿Y tú no?
Sus dedos no tardaron en tocar mi piel.
—Eso terminó —me sinceré, y realmente era verdad; llevaba meses
sin mantener relaciones sexuales. Me daba la sensación que mi cuerpo
estaba en prisión y era imposible perderse entre las piernas de una dulce
mujer. No estaba desesperado. Pero tampoco me convertí en un cura; me
satisfacía yo mismo cada vez que me encerraba en la ducha. Por eso aparté
el rostro cuando Callie volvió a intentar unir nuestros labios. Suspiró, e
intentó huir de mí. Se lo impedí—. No puedo. Todavía no puedo.
Se mordisqueó el labio inferior y sus ojos se vieron envueltos de
lágrimas que amenazaban con salir en cualquier momento. Aparté uno de
los mechones que le cayeron sobre la mejilla y acaricié su piel con una
sonrisa.
—Sigues amándola.
—Eso creo.
—Pero ella no está aquí…
La interrumpí.
—No lo digas, por favor —supliqué—. No lo hagas.
Callie lo entendió.
Y agradecí que cambiara de tema.
—¿Quieres la buena noticia?
Antes de aceptar su propuesta, ojeé la cuna de Dashton; éste seguía
dormido y, cuando abriera los ojos, su padre se encargaría de darle el
desayuno. Además, teníamos el capítulo quince de Las aventuras de Tom
Sawyer pendiente.
—Tú dirás.
—Te he conseguido un trabajo.
—¿En serio?
—¡Por supuesto! —La ayudé a que se reincorporara en la cama.
Callie entrelazó sus manos detrás de mi cuello y pegó su frente sobre la
mía. Las lágrimas de sus ojos oscuros desaparecieron y, una bonita y
atractiva sonrisa, alumbró su rostro—. Me dijiste que querías formar parte
de este lugar. Y haré todo lo posible para que te sientas cómodo con
nosotros. No es gran cosa, pero…
No me importó.
Aceptaría cualquier cosa.
—Acepto.
—Bloody…
Quería que la escuchara, pero estaba muy emocionado.
Realmente iba a vivir una vida normal.
—Estoy preparado.
—Ni siquiera te he dicho cuál es la función del puesto de trabajo.
—No me importa, Callie.
De todas formas, me lo dijo.
—Es limpiando grasa en un taller de coches.
«Mierda» —exclamé en mi interior para que Callie no lo escuchara
salir de mis propios labios.
—¿Bloody?
—Sí, lo haré —me esforcé en mostrarle mi mejor sonrisa.
Ella se alegró.
—Tienes una entrevista con Akram a las diez de la mañana.
Quedaban tres horas para reunirme con el hombre. Me separé de
Callie, incliné mi cuerpo en el interior de la cuna para besar la frente de
Dash y corrí hasta el baño para darme una ducha; también aproveché para
afeitarme. Estaba tan tranquilo, que terminé cantando Summer of ’69 de
Bryan Adams. Me quedé en medio del estribillo cuando escuché de fondo
mi móvil sonar. Cerré el grifo de la ducha, me envolví con una toalla y miré
el nombre de la persona que no dejaba de insistir al otro lado de la línea.

RAYMOND, siete llamadas perdidas.


No tuve otra opción que devolverle la llamada. Por mi cabeza, ante
todas las llamadas perdidas que recibí, pasó lo peor.
—¿Qué sucede? —pregunté, cuando descolgó el teléfono.
Éste notó mi nerviosismo, e intentó tranquilizarme.
—Están todos bien. No te preocupes.
¿Qué no me preocupara?
—Entonces, ¿qué quieres?
—Tenemos que hablar de Alanna.
—¡Joder! —grité, cansado que siguieran removiendo el pasado del
que huíamos todos; si no hubiéramos aceptado el trabajo de Gael, ella
seguiría con vida. Jamás nos habríamos conocido, pero seguiría con vida—.
Me estás jodiendo, ¿verdad?
¿Todos querían torturarme?
Yo quería olvidar.
Y estaba pasando lo contrario.
No dejaba de recordar el momento cuando la perdí para siempre.
—No, Bloody. ¿Cómo puedes pensar eso?
Gruñí, y le dejé las cosas bien claras para que no volviera a marcar mi
número de teléfono.
—Escúchame con atención —no me interrumpió—. A no ser que me
necesitéis, no vuelvas a llamarme.
—Pero es importante, Blo…
No terminó la frase.
Le colgué.
Quise olvidarme del último minuto de mi vida, así que terminé de
vestirme y bajé al comedor para desayunar con Callie. Dashton ya estaba
despierto, y luchaba para no devorar el puré de brócolis con patatas que le
habían preparado. Intenté distraerme con aquella imagen, y lo conseguí.
Todo el dolor que llegó al hablar con Raymond, desapareció mientras que
las dos personas que tenía delante de mí, seguían sonriendo.
Callie me anotó la dirección. Cogí el vehículo y conduje hasta el taller
de Akram. Al plantarme delante de su negocio, ojeé todo lo que había a mi
alrededor. El muro que rodeaba la finca, estaba grafiteado con insultos
agresivos hacia la religión del propietario. Ignoré los mensajes racistas y
avancé con la cabeza bien alta; necesitaba el puesto de trabajo, aunque
pasara más de diez horas debajo de un coche sacando toda la mierda que
llegaban a acumular.
Localicé su despacho por el cártel que ponía Sr. Akram. Golpeé la
puerta y, cuando su voz me invitó a entrar, empujé el pomo y me presenté
como había practicado en el coche.
—Tú debes de ser Timothy Yaeger.
Callie me encontró una identidad falsa.
Asentí con la cabeza.
Era increíble que un corte de pelo cambiara un rostro.
—Siéntate —me pidió—. Callie me dijo que no tenías el pasaporte
actualizado, pero no te preocupes, puedes trabajar con nosotros si me
prometes que no me causarás problemas. Yo también fui un hombre ilegal
en este país, pero gente como la señorita Callie me ayudó a convertirme en
el hombre trabajador y emprendedor que soy a día de hoy.
—No causaré problemas.
—A veces los problemas se llegan a causar por terceras personas —el
hombre bajó la cabeza y se rascó la larga barba que cubría parte de su rostro
—. Aquí solemos tener visitas diarias de bandas que quieren llamar la
atención. Mis hombres los ignoran y, espero, que tú también.
—¿Las mismas personas que han grabado todas esas palabras
asquerosas en el muro?
—Exacto.
La paciencia no era mi virtud, y menos la bondad.
Si alguien me provocaba, recibía el doble.
Pero tenía que hacerlo por Dashton y Callie.
Una vida normal.
Una vida lejos de la delincuencia.
—He venido a trabajar —le aclaré, para que se quedara más tranquilo
—. Lo demás no será un obstáculo para que no rinda en las tareas que me
mandes, Akram.
—Bienvenido al taller, Timothy.
Estiró el brazo y estreché su mano con fuerza.
—Gracias.
Salí de aquel lugar con un empleo que me brindaría un sueldo de
cuatrocientos dólares mensuales; era una miseria, pero de todas formas era
un sueldo que me honraría como persona. Me detuve un instante en el muro
que tenía las palabras “musulmanes fuera” repetidas en varios ladrillos, y
me encendí un cigarro. Callie no me dejaba fumar en el hogar; y, por
Dashton, acepté. Cerré los ojos y disfruté de la nicotina hasta que me
cansara.
—Por fin te encuentro.
Esa voz me sobresaltó.
Escupí el cigarro y lo miré fijamente a los ojos.
Le dejé las cosas bien claras y el muy imbécil me buscó.
—¡Santa mierda! ¡Joder! —lo cogí del gorro de la sudadera y lo
empujé hasta el callejón más cercano. No lo golpeé por respeto, ya que en
los últimos meses me demostró ser un buen compañero y era legal con los
demás—. ¿Qué haces aquí?
—¿Tú qué crees?
—Joderme, Raymond. Estás aquí para joderme sin penetración.
Éste refunfuñó ante mis comentarios.
—¿Te importa Alanna?
¿Qué estaba haciendo?
¿Jugándose la vida?
—¡Responde! —gritó.
Alcé el brazo, cerré el puño y lo eché hacia atrás para golpearlo hasta
quitarle el último aliento. Raymond no cerró los ojos, los agrandó para
sentir el dolor como un hombre sin miedo. Estaba seguro que si hubiera
llevado junto a mí una de mis armas, él me habría pedido que lo disparara.
Tenía cojones; una polla bien guardada en sus anchos vaqueros tejanos.
—Reno es policía. ¡Un puto policía!
Su voz me detuvo.
—¿Qué?
—Es lo que intento decirte desde hace meses —observó como bajaba
el brazo—. Alanna y Reinha lo sabían, pero no nos dijeron nada porque él
les prometió que nos protegerían de la ley. Ese tío —seguí escuchándolo
con atención —, ha sido capaz de abandonar su ciudad. ¿Por qué? Es la
pregunta que me hago cada noche. Y si fue él quien apretó el gatillo…
—Calla.
—Bloody…—insistió.
—¡Calla, joder!
Si ese hijo de puta apretó el gatillo, lo mataría.
—Tómate tu tiempo.
Volví a la realidad.
A la puta realidad que intenté enterrar escondiéndome con Dashton
junto a Callie.
Yo quería venganza.
¿Por qué lo olvidé?
—¿Tienes pruebas?
Raymond me empujó, se quitó la mochila que cargaba y del interior
sacó un periódico viejo y otro más reciente; en ambos hablaban de un héroe
que no existía. Reno Losa era un policía corrupto.
—¡Hijo de puta!
Descargué mi ira en el muro de piedra que había detrás de Raymond.
Hasta que no me destrocé los nudillos, no paré. Cuando salpiqué mi
camiseta de sangre y mis dedos quedaron sin movilidad, me dejé caer en el
suelo.
—¿Bloody?
Alcé la cabeza.
—Te escucharé —dije, sin poder mirarlo—, pero no te prometo nada.
Ahí tenía mi palabra.
Esperaba que lo siguiente no jodiera la vida que creé para Dashton.
Capítulo 6

Aproveché que Callie abandonó el hogar para dar un paseo con Dashton; de
todas formas, antes de que Raymond se colara en el interior, lo comprobé.
Le pedí que se quedara fuera, ocultó su cabeza con el enorme gorro que
colgaba de su sudadera, e inspeccioné la casa. Recogí todos los juguetes de
Dash, y golpeé la ventanilla del comedor para darle luz verde al hombre que
seguía esperando fuera con las manos en los bolsillos. Tímidamente, pero
ojeando todo lo que le rodeaba, se acercó hasta mí cuando la puerta
principal se cerró detrás de él. Nos encerramos en la cocina y le serví una
taza llena del café que había preparado Callie a primera hora de la mañana;
aceptó la bebida tímidamente y cuando acabó con ella, sacó los periódicos
que me mostró en el callejón donde intenté y deseé golpearle con todas mis
fuerzas. Los había sacado de una biblioteca. El enorme sello que ocultaba el
título de la noticia, lo delató.
—¿Por eso me has llamado? —golpeé el papel donde leí el nombre de
Reno—. Me has rastreado. Quería estar a solas. Perderme en este mundo y
alejarme de todo.
—¿Dónde está Dashton?
Seguramente Nilia le presionó para que me preguntara sobre el niño.
Cuando su hermano menor perdía la cabeza, era capaz de cualquier cosa;
eso era lo que creía que pensaba ella. Me levanté un instante de la silla que
ocupé y me acerqué hasta el cuadro que había colgado Callie. Le llevé la
fotografía a Raymond, y éste la examinó sin pestañear. Al darse cuenta que
el niño era sujetado por una mujer de cabello rojo y largo, me miró por el
rabillo del ojo sin entender muy bien quién era ella. Jamás le hablé de
Callie, ni siquiera a la loca de Shana. Era mi pequeño secreto; uno tan
diminuto, que sólo lo sabíamos dos personas.
Intentó balbucear algo, pero se lo impedí.
Más bien, le eché una mano.
—Su nombre es Callie.
—¿Ella…? —se quedó trabado, como en los viejos tiempos.
—Una amiga.
La carcajada de Raymond se detuvo cuando mis labios se encogieron;
estaba de mal humor, así que debió medir sus palabras.
—Conozco a tus amigas, Bloody.
—¿Y?
Me quedé cruzado de brazos.
—¿Lo haces para olvidar a Alanna?
Definitivamente ese capullo quería morir entre mis manos.
—Callie cuida de Dashton. Le prometí a ella —tragué saliva, a mí me
costaba decir su nombre con normalidad—, que le encontraría una familia.
Y eso he hecho —antes de que me juzgara, seguí hablando. —Intenté
abandonarlos, pero fue imposible. Un viejo borracho me convenció y decidí
quedarme junto al niño.
—¿Has creado tu propia familia lejos de nosotros? ¿Lejos de Nilia y
Adda?
¿Cómo le explicaba que quería mantenerlos con vida? Que no estaba
dispuesto a perder a nadie más por culpa de Vikram. Con el tiempo, me
cansé de estar cubierto de la sangre de los demás; Puch, Bekhu, mamá y…
ella. Los había perdido para siempre. Me negaba a perder a mi sobrina y a
la única hermana decente que tenía.
—Raymond…
—¡Estábamos preocupados por ti! —Su ira le incitó a que se echara
encima de mí para reclamarme todas las decisiones malas que tomé sin
consultárselo a la gente que me quería. Su odio era lógico—. No sabíamos
si estabas vivo o si decidiste librarte de Dash. En cambio, tú —estaba a
punto de soltar las palabras que me convertirían en el ser más despreciable
de planeta —, te olvidaste de los demás para ocultarte con tu nueva familia.
Pensé que en cualquier momento Raymond me daría la espalda y
abandonaría la casa de Callie sin darme la información que tenía de Reno;
pero en cambio, me dio la espalda durante unos minutos para más tarde
comportarse como el adulto que era. Volvió a sentarse, perdió la timidez y
se sirvió otra taza llena de café amargo. Calmó sus inquietas piernas y les
dio un tiempo más a sus palabras para que fluyeran con normalidad y sin
atragantarse en su garganta.
—Reno se ha tomado un año de excedencia —leí la breve noticia
ridícula del supuesto Batman que tenían en Fresno —. Esta mañana he
hecho unas cuantas llamadas. Uno de sus compañeros, que no ha tardado en
delatarlo, me ha dicho que Reno pidió el traslado a Oakland. Asegurándome
al cien por cien que él no tiene familia allí.
—Querrá estar solo.
—¿Solo? —Su pregunta retórica duró un buen rato—. No iba solo.
—Ve al grano, Raymond.
Los minutos pasaban y en cualquier momento Callie llegaría junto a
Dashton.
—La noche del tiroteo, él no estaba.
—Tampoco se encontraban T.J y Diablo.
—Entonces hay que buscar a uno de los tres e interrogarlos hasta que
nos den el nombre del culpable —dejó caer su cabeza sobre la mesa—.
Necesito saber quién apretó el gatillo y por qué lo hizo. Lo necesito.
Vikram mandaría a uno de sus hombres; entre ellos se encontraban
Terence Junior, Diablo y Reno.
—¿Y bien?
—¿Qué? —no lo entendí, o no quería hacerlo.
—¿Me ayudarás a buscarlos?
Diablo y la puta de éste eran personas que no pasaron tiempo junto a
Alanna, ya que salieron corriendo cuando se reunieron. En cambio, Reno,
insistió en pasar tiempo junto a ella para sacarle información. Quizás
descubrió la llave para acceder al dinero de Ronald.
—Las tarjetas micro SD —susurré.
Raymond, de repente, me dejó helado.
—Alanna tenía una en su poder. Se la dio su padre —confesó algo
que ella jamás me contó, y yo hice lo mismo con la primera; la escondí—.
Me dijo que tuvo ambas en su poder, pero una la perdió.
Jugueteé con el collar que le regalé y que en ese momento colgaba de
mi cuello.
—¿Crees que Reno la mató para quitarle el iPhone? En el interior de
la carcasa estaba la tarjeta micro SD.
No conseguí responderle porque la puerta principal se abrió.
—¿Bloody?
Callie regresó del paseo. Se detuvo unos minutos para sacar a
Dashton del cochecito de bebé, mientras que Raymond ocultó su rostro con
el gorro de la sudadera. Se puso nervioso. La mujer con la que vivía, era
una completa desconocida que podría gritar en cualquier momento si veía
sus quemaduras.
—Estoy aquí, Callie —levanté un poco la voz—. Estoy con un amigo.
Se acercó hasta la cocina y se dejó ver con Dashton entre sus brazos.
Raymond no giró el cuello en ningún momento, se negaba a verla en
persona al igual que no quería que ella lo viera a él.
—Hola —saludó ella, amablemente.
Por parte de él, silencio.
Así que intervine.
—¿Raymond? —cuando se dignó a mirarme, le conté mi breve
historia con Callie; saltándome cierta información que no hacía falta
escuchar—. Callie era la trabajadora social que se encargó de mí cuando
estuve en San Quentin —quedó sorprendido—. Estuvo años allí. Ha visto
de todo. No gritará. Te lo prometo.
Estiré la mano y Callie no tardó en posar la suya sobre la mía.
Raymond confió en mí y, con sumo cuidado, se deshizo del trozo de tela
que lo ocultaba de los demás. Alzó la barbilla y clavó sus ojos en los de la
mujer que tenía delante de él. Callie no dijo nada. Intentó no mirar sus
heridas para que él no se sintiera ofendido.
Dashton descansó en mis brazos y Callie se acercó a Raymond para
tenderle la mano. Éste le correspondió.
—Es un placer, Raymond.
—I-Igualmente —su tartamudez fue precoz.
Ella volvió a mostrarme su sonrisa.
—Será mejor que os deje a solas. Estoy segura que tenéis muchas
cosas que contaros.
—Gracias —le agradecí, antes de que abandonara la cocina.
Raymond se levantó y se acercó con cuidado hasta el niño.
—¿Quieres cogerlo?
Afirmó con la cabeza.
No tardó en tener a Dash entre sus brazos mientras que éste toqueteó
los cordones del gorro de su sudadera.
—Tiene los ojos de Alanna.
—Así es —por eso temí que creciera, porque se parecía a ella.
—Hola, renacuajo.
La risa del niño estalló en toda la cocina.
—¿Cómo está Adda?
No dejó de sonreír.
—Está muy grande, rebelde e insiste en ser como su tío.
—¿Un fugitivo de la ley? —en la burla se encontraba la verdad.
Raymond sacudió la cabeza, mientras tiraba hacia atrás su cabeza
porque Dashton no dejaba de jugar con su prenda de ropa.
—Quiere cazar malos.
—Si se convierte en policía, estamos jodidos.
Nos reímos juntos.
Después de tanto tiempo, habíamos vueltos a reír.
—Tienes que ayudarme, Bloody —miró a Dash y luego lo hizo
conmigo—. Tenemos que hacer justicia.
—Raymond…—si seguía hablando, reaccionaría mal ante mis
palabras—. No puedo volver a prisión.
—Bloody…
Le corté.
—Si Dashton me pierde, acabará en manos de Vikram. No podemos
dejar que ese hijo de puta lo críe, ¿me entiendes?
—Pero…
—En este momento sólo importa la seguridad de Dashton —acomodé
mi mano sobre su hombro, con la esperanza que me entendiera.
Silencio.
Hubo un largo e incómodo silencio entre nosotros tres.
Pero el campeón de la casa lo destrozó con sus gritos al darse cuenta
que no tenía entre sus labios el chupete que lo acompañaba a todas horas.
Lo recogí del suelo, lo esterilicé en agua caliente y volví con ellos. Tuve
que sostener a Dash porque Raymond ni siquiera reaccionó. Calmé su llanto
y dejé que golpeara suavemente su cabeza contra la mía.
—¿Qué hubiera hecho ella?
Quise recordarle.
Agrandó sus ojos, se deshizo del nudo en la garganta y respondió:
—Cuidarlo.
—Es lo que tenemos que hacer, Ray.
Por primera vez, acorté su nombre.
Éste pasó cabizbajo por mi lado, se detuvo en la puerta de la cocina y
nos miró por encima del hombro. Asintió con la cabeza y se fue sin decir
adiós.
—Se ha quedado dormido —dijo Callie, incorporándose en la cama
mientras que terminaba de mimar su piel con una crema que olía a rosas y a
miel—. ¿Estás bien, Bloody?
Negué con la cabeza.
—No sé si la estoy traicionando. No sé si estoy haciendo las cosas
bien.
—¿Por qué no me hablas de ella?
Callie se cubrió con las sábanas y acercó su rostro al mío para
escuchar nuestra historia de amor digna del siglo XXI.
—Ella…
Me calló.
Posó su dedo índice sobre mis labios.
—¿Por qué no empiezas diciendo su nombre?
—Callie…
—Inténtalo —insistió, acariciando mi brazo.
Hundí un poco más mi rostro sobre la almohada y deseé que me
devorara. Pero no sucedió.
—Alanna —saboreé su nombre antes de seguir—. Alanna Gibbs era
la chica que tenía que secuestrar porque mi jefe, Vikram Ionescu, me lo
ordenó —por primera vez, imaginé que ella seguía con vida y mi corazón
me empujó a hablar de ella sin cesar—. Esa maldita niña llegó a volverme
loco. Siempre dispuesta a desafiarme y a romper las pocas reglas que tenía
que acatar en un secuestro.
»Raymond se enamoró de ella, pero no fue el único. Yo no me di
cuenta hasta que sentí celos de verla junto a él. Cuando acepté que lo mejor
para todos era que ella siguiera con vida y huyera bien lejos, la mocosa
regresó para salvarme la polla. Se entregó a mi jefe con el mismo valor con
el que me enfrentó. Ese cabrón era su padre, e intentó decírmelo, pero no le
hice caso. El tiempo, borró ese maldito secuestro de mi cabeza y empecé a
verla como una adolescente que se había cruzado en mi camino. Cuando
nos acercábamos, siempre había algo para alejarnos. Mi exmujer, hija del
verdadero Vikram, mató a su mejor amiga. No quería darle un disgusto o
una razón para que se enfrentara al loco de su padre, así que opté por callar.
»Ella quería venganza. No dejaba de sufrir. Y encontró la manera de
librarse de todos nosotros. Era inteligente, pero no se detenía un instante
para razonar lo que estaba a punto de hacer. Acabé en prisión, y el loco de
su padrastro nos unió de nuevo. Esas semanas fueron complicadas; Ella
estaba con Raymond y yo me moría de ganas por besarla. Hasta que
hicimos el viaje a México. Nos entregamos el uno al otro, Callie. Deseaba a
esa cabezota como nunca había deseado a nadie. Y la mataron. La mataron
por un dinero que ni ella misma quería. Dashton es su hermanastro; su
padre tuvo un hijo con la perra de mi exmujer. Tiene sus ojos. Dash se irá
pareciendo a ella y no sabré qué hacer. La echo de menos; nuestras
discusiones, nuestros roces tontos, la forma en la que terminábamos
perdonándooslo todo. Daría mi vida si ella pudiera regresar y estar junto al
niño que tanto amó.
—Bloody —Callie limpió las lágrimas que derramé.
«Joder»
Estaba completamente enamorado de Alanna, y no fui capaz de
decírselo cuando estaba viva.
—Es mi castigo por haber sido una mala persona.
—No, amor, no —besó la punta de mi nariz—. La vida no es justa,
por eso vivimos intensamente cada momento que nos regala.
—¿Crees que ella supo que la amaba?
—Ella ya lo sabía sin tener la necesidad de tener que escucharlo —
acomodó mi cabeza sobre su pecho y acarició mi cuello con sus uñas—. Es
fácil decir te amo, pero difícil de demostrarlo.
Cerré los ojos. Y me quedé dormido entre los brazos de ella.
Capítulo 7

Me desperté cuando la habitación se llenó de humo. Abandoné


inmediatamente la cama y me acerqué hasta la cuna donde descansaba
Dashton; pero ahí no estaba. No encontré ni siquiera a Callie, y eso que
era la primera en levantarse. Antes de ir al trabajo, se detenía ante
nosotros para besar nuestra frente. Esperaba que entreabriera un ojo y,
cuando le daba los buenos días, cerraba la puerta. Salí corriendo
desesperado. Terminé saltando los escalones para llegar antes a la cocina;
de ahí provenía el humo y el olor a quemado. Era muy extraño. Callie era
una experta en la cocina… ¿Qué estaba sucediendo? Le puse respuesta a
mis preguntas. Cuando me colé en el interior, una mujer de cabello largo y
negro, removía la sartén donde se suponía que estaba haciendo tortitas.
—¿Por qué? —se preguntó, mientras que abría una de las ventanas
para que el humo no acabara con nosotros—. ¿¡Por qué!? —Lloriqueó,
como una niña pequeña por no haberse salido con la suya. Dio media
vuelta para recoger su teléfono móvil y quedamos cara a cara. No era
posible. Ella no estaba ahí. Era un puto sueño. Estaba convencido—.
Buenos días —saludó y se acercó hasta mí para depositar un beso sobre
mis labios—, te prometo que lo limpiaré todo. Para una vez que me pongo a
cocinar de verdad…—refunfuñó—, va y se me quema. ¡Yo quería tortitas
con sirope! Y lo único que tengo son tortitas carbonizadas.
Dashton, que no esperaba que estuviera allí, empezó a reír mientras
que sostenía su teléfono móvil. Las instrucciones de Siri siguieron sonando.
—Sí, tú ríete —se acercó hasta el niño—, pero como las siguientes
salgan exquisitas, no las probarás.
Le sacó la lengua una vez que tuvo en su poder el iPhone destrozado;
el aparato sobrevivió al gran golpe que recibió.
—¿Alanna?
Ella me miró confusa.
—¿Qué haces aquí?
Si era un sueño, no quería despertar.
Removió su cabello, que seguía despeinado y se lanzó sobre mí para
mostrarme una dulce y tierna mirada a la que no pude resistirme. Se aferró
a la vieja camiseta sin mangas que solía utilizar y tocó mi corto cabello
antes de contarme todo lo que había pasado desde que se levantó de la
cama. Ella empezó a hablar, pero yo solo presté atención a su rostro y a la
sonrisa que marcaba cada vez que mentía.
—¡Está bien! —su carcajada me llegó al corazón—. Sí, tenía clase.
¡Pero! —puntualizó—, no me apetecía. Pediré los apuntes y la semana que
viene haré el examen y sacaré una buena nota. Ya lo verás, Bloody —
bostezó y miró como el humo abandonaba el hogar—. Quería hacer tortitas
y no lo he conseguido.
—¿Quieres tortitas?
—Con sirope de chocolate, por favor.
Detuve su rostro cerca del mío y saboreé sus labios antes que
desaparecieran. Al abrir los ojos, ella seguía ahí. No estaba seguro qué
estaba pasando, pero era real. Alanna estaba con Dashton y conmigo;
como la familia que ella deseó para el niño. Se dio cuenta que no la solté.
Posó sus manos sobre las mías y movió sus dedos con cuidado.
—¿Sucede algo?
No quería preocuparla.
—No —tragué saliva—. Todo va genial.
Dejó caer una de sus manos para guiarla hasta mi rostro. Me limpió
una escurridiza lágrima y frunció el ceño.
—¿Seguro?
—¿Querías tortitas o no?
Cambié de tema.
Quería disfrutar cada segundo a su lado.
—¡Sí! —gritó, llena de energía.
—Entonces siéntate, cielo.
Sonrió, me hizo caso y se dirigió hasta Dashton para sacarlo de su
sillita. Ambos se me quedaron mirando; no tenía ni idea de lo que estaba
haciendo. Así que aproveché que ellos empezaron a jugar y cociné lo que se
me vino a la cabeza. Eché harina, agua, leche, azúcar, sal, pimienta, nata
montada, macarrones de la noche anterior para que la masa se
compactara, un poco de pan rallado e hice las tortitas que ella quería. Una
hora más tarde, conseguí emplatar las tortitas en un plato para cada uno.
Cuando Alanna les echó sirope a sus tortitas, antes de hincarle el diente,
me miró.
—Parecen huevos revueltos.
—Al menos a mí no se me han quemado —contraataqué.
Ella rio.
Removió las tortitas y bajo mi atenta mirada se llevó un trozo a la
boca. Esperé ansioso su opinión. Al igual que ella, yo tampoco sabía
cocinar; entre la comida de prisión y los restaurantes de comida rápida, no
me dio tiempo a ponerme un delantal a mis veintiséis años. Cuando por fin
tragó el trozo de tortita, mi desayuno no tardó en golpearme en las narices.
Literalmente, Alanna lo escupió.
—¡Qué asco! —protestó, y le sacó el trozo que tenía Dash en la mano
antes de que se lo llevara a la boca.
No era posible.
Puse los ingredientes correctos, ¿no?
La forma adecuada para saberlo era probándolo, así que lo hice.
Cogí un pedazo con los propios dedos y lo devoré. Tuve que tragármelo sin
vomitar delante de ella. Estaba asqueroso; sabía a queso podrido untado
con sirope de chocolate. En San Quentin había comido ratas con mejor
sabor que esa porquería que serví. De todas formas, mi orgullo, me obligó
a mostrar una sonrisa.
—Delicioso.
—Y una mierda —soltó, tapándole las orejas a Dash—. Cómete otro
trozo.
—Ya estoy lleno.
—Venga —insistió, levantándose de la silla. Se aproximó hasta mí
con un cubierto en la mano, me enseñó como cogía otro trozo de mis
famosas tortitas y me retó—. Si no te lo comes tú, te lo daré yo.
Su risa dio felicidad al hogar.
Sacudí la cabeza.
Me negaba a seguir comiendo.
Pero Alanna no se daba por vencida.
Se dejó caer sobre mis piernas y, con la mano que tenía libre, intentó
abrí mis labios.
—Cielo —le advertí.
—Come.
—Cielo —última oportunidad.
—Come.
El cubierto resbaló de sus dedos cuando empecé a hacerle cosquillas.
Su carcajada contagió a Dashton. Adentré mis manos en el interior de la
enorme camiseta que vestía, y toqué lentamente su figura hasta detenerme
en sus axilas. Jamás pensé que Alanna tendría cosquillas. Y ahí estaba,
retorciéndose ante la extraña sensación que le causaban mis dedos.
—Basta —dijo, entre risas—, por favor.
—¿Me obligarás a comer esa mierda?
—Bloody —se sonrojó —, por favor.
Me detuve.
Esperé que su risa se apagara poco a poco, pero su felicidad seguía
presente. Tocó mi corto cabello, acomodó su pecho sobre el mío y dejó
descansar su cabeza sobre mi hombro. Su respiración acarició la curva de
mi cuello, poniéndome el vello y la polla firme.
—Sigo enamorada de ti —susurró, presionando con suavidad el
lóbulo de mi oreja—. La cocina es lo de me…
Le corté.
—¿Qué has dicho?
Alzó la cabeza para mirarme fijamente.
—La cocina es lo de menos.
—Lo primero.
Se preparaba para burlarse tiernamente de mí.
—¿Qué te quiero? ¿Qué te amo? ¿Qué estoy loca por ti? —intentó
besarme, pero no lo hizo. Quería hacerme sufrir un poco más—. Y, por lo
que veo —movió su cintura, haciendo que perdiera la cabeza —, tu
amiguito que suele descansar de vez en cuando entre tus piernas, también
me quiere. Ahí está —soltó un suave jadeo cerca de mis labios—,
saludándome.
—Cielo…—aferré mis manos detrás de su espalda, evitando que
huyera.
—¿Sí?
—No seas cruel conmigo.
Tragué con fuerza.
La cabeza me daba vueltas.
Y, lo que tenía ahí abajo, pedía la libertad que se merecía del maldito
bóxer en el que estaba encerrado.
—¿No quieres follarme?
Temió que Dashton pudiera escucharla, ya que lo dijo tan bajo que,
ni siquiera lo entendí.
—¿Qué has dicho?
—¿Si quieres…—movió otra vez sus caderas; cuando los labios de su
coño acariciaron mi polla, prosiguió —, ¿follarme?
Eché hacia atrás la cabeza y ella se propuso besar mi cuello hasta
que le diera una respuesta.
—Te he echado de menos —confesé, en voz alta.
Detuvo lo que estaba haciendo en mi cuello.
—¿Cuándo?
—Todo este tiempo —le expliqué.
Ella seguía sin entenderme.
Me acomodé sobre la silla y posé mis manos en sus finas caderas.
Tenía que contarle la verdad, y lo hice:
—Llevamos tiempo separados. Desde que tú…—me atraganté con esa
maldita palabra, y ella me animó—. Desde que tú falleciste…todo se fue a
la mierda.
Destrocé su sonrisa.
Acomodó su mano sobre los muslos y miró el suelo en vez de clavar
sus ojos verdes en los míos.
—No lo entiendo.
—Dash y yo vivimos con Callie.
—¿La mujer de prisión?
—Sí —respondí.
Pasó un mechón de cabello detrás de su oreja.
—Bloody —movió mi cabeza—, cariño —ese apelativo cariñoso
había sonado tan bien saliendo de sus labios—, estoy viva. Estoy aquí.
No quería cerrar los ojos, porque si sucedía, la perdería.
—Mírame —insistió. Le hice caso. Se levantó la camiseta que la
cubría y me mostró la herida de bala que hizo que la perdiera—. Ese
disparo no me mató. Sólo es un rasguño.
—Cielo…
—Estoy bien. Estoy viva.
—Yo vi cómo te lanzaban del muelle.
—No, cariño —me besó, lento y sin prisa, fundiéndose en mi propia
boca—. Ronald mandó a sus hombres para librarse del cuerpo de Bekhu.
Por suerte, Reno estaba ahí y nos ayudó.
—No puede ser…
Era imposible.
Se levantó de mis piernas e inmediatamente estiré el brazo para
retenerla a mi lado. Pero no lo conseguí. Alanna caminó descalza por la
cocina y encendió el televisor. Buscó el noticiero de la mañana y esperó a
que hablaran del caso Camaleón.
«Vaya mierda de nombre les han puesto a los sucesos que vivimos» —
pensé. «Seguramente es por ese maldito Reno de Santa Claus, ya que
estaba infiltrado.»
—¡Ahí! —llamó mi atención.
—Seis meses después —comenzó el periodista del informativo —, el
juez ha condenado a Vikram Ionescu y a la Senadora Moira Willman, a
cumplir condena por los múltiples asesinatos que cometieron a través de
terceras personas. La condena no será revisable y tendrán que cumplir los
veintiocho años que ha ordenado el juez Anthony Ingalls.
Apagó el televisor.
¿Qué estaba pasando?
¿Todo era real?
¿Qué diablos…?
—¿Bloody? —se acercó hasta mí y se dio cuenta que no entendía
nada—. Las pesadillas, aquí —presionó su dedo índice en mi frente —son
más reales de lo que podemos llegar a imaginar.
—Pero…—busqué la fotografía que le enseñé a Raymond; la foto
donde salíamos Callie, Dashton y yo. —¿Dónde está ella?
En el retrato seguían sonriendo tres personas.
Dashton, Alanna y yo.
—Quizás te acordaste de ella, y fue parte de ese sueño tan terrible.
Volví a acercarme a ella.
—¿Es real? —le pregunté—. ¿Estás aquí conmigo?
Su sonrisa respondió a mis preguntas.
—Estoy aquí —se acercó. —A tu lado —posó las manos sobre mi
pecho—. Somos una familia —miró a Dash por encima del hombro—, la
familia que nunca tuvimos.
Alcé su rostro y volví a besarla desesperadamente. Al menos hice
algo bien con las tortitas; los besos de Alanna seguían sabiendo a
chocolate. Me incliné hacia delante, pasé mis manos por detrás de sus
rodillas y la alcé del suelo para que rodeara las piernas alrededor de mi
cintura. Ella rio. Sabía que en cualquier momento saldríamos corriendo
hasta el piso de arriba para quedarnos desnudos sobre la cama. Quería
follarla hasta que fuéramos una sola persona.
—Dashton está dormido.
—¿Eso significa que tenemos vía libre?
—Podemos estrenar el sofá.
Volvió a reír.
—Cariño, el sofá está tan usado —intentó recordarme un recuerdo
que no estaba en mi cabeza—, que no entiendo como no está destrozado.
—Pues contra el muro del recibidor.
—Me da igual donde me hagas tuya —mordisqueó mi labio—, pero
fóllame ya.
Acaté sus órdenes.
Salimos con cuidado del comedor, y detuve nuestros cuerpos en el
recibidor. Tiré de sus bragas de encaje mientras que mis labios
mordisqueaban cada rincón a los que podía acceder. Alanna jadeó,
consiguiendo despertar a mi polla por segunda vez en esa mañana. Estaba
tan cerca de estar dentro de ella que, cuando rocé la humedad de su
vagina, el puto timbre sonó por toda la casa.
—¡Joder!
Maldije.
Alanna me besó.
—Lo siento, Bloody.
—¿Qué has hecho?
El timbre volvió a sonar.
—Invité a los chicos a pasar el día con nosotros.
—Mierda —volví a susurrar.
Al otro lado se escuchó la voz de Nilia.
—Sabemos que estáis ahí.
Bajé a Alanna al suelo.
Ella tiró de mí y, antes de besarme, me prometió algo:
—Te lo recompensaré.
Su beso sólo me hizo desear más.
—¿Cómo? —apunté a mi entrepierna.
Ella apretó mi paquete con la mano y di un brinco.
—Prometo sacar toda la leche —me guiñó un ojo.
—Eso me pone más cachondo.
—Pues imagina todas esas cochinadas que haremos cuando estemos
solos.
Me sacó la lengua y desapareció del recibidor para buscar a Dash.
Esperé a que subieran a la habitación y oculté mi polla con una sudadera
rosa que había colgada en el perchero. Abrí la puerta y recibí a las cinco
personas que jodieron mi mañana; salvo una.
—¡Tío Bloody!
Adda estaba más alta.
Me agaché para abrazarla y acaricié su cabello.
La había echado de menos.
—Te quiero Adda. No te lo digo muy a menudo —necesitaba
recordárselo —, pero te quiero.
—Y yo a ti —besó mi mejilla—. ¿Dónde está Dashi?
—Arriba.
Pasó por mi lado y subió las escaleras como un huracán; arrasando
con todo lo que se ponía en su camino.
Siguió Dorel.
Nilia se detuvo para regañarme como de costumbre:
—La próxima vez, vístete.
—Hola, Nilia —la saludé, educadamente—. Tienes que saber que,
antes de que llegarais, iba a follar. Pero gracias por joderme.
Se llevó una mano a la cabeza.
—Tú no cambias, ¿verdad?
—Al menos yo no me meto en tu relación con el mulato.
De fondo se escuchó:
—¡Soy negro!
«Imposible. La tiene muy pequeña.»
Mi hermana pasó por alto el comentario.
Raymond y Reinha se colaron en el interior, después de que ella me
diera un abrazo.
—¿Ya tenéis los resultados?
—¿Qué resultados?
—Al final serás más idiota que T.J —cerró los ojos un instante—que
en paz descanse.
¿Terence Junior estaba muerto?
Nilia me golpeó en las costillas.
—¿Está embarazada o no?
—¿Quién?
No sabía de quién hablaba.
—La virgen María, no te jode —se cabreó—. Alanna.
—¿Alanna?
—Sí.
—¿Sí? —repetí lo mismo.
—¡Enhorabuena!
—¿Por qué?
—Porque está embarazada.
—¿Quién?
—¡Alanna!
Estaba furiosa.
El crujido de los escalones nos alertó.
Alanna bajó con Dashton y observó un instante a los hermanos
Chrowning.
—¿Sucede algo?
Nilia respondió por mí.
—No. Charla de hermanos.
Adda bajó detrás de Alanna y le pidió que jugaran los tres juntos. Y
así hicieron. Se reunieron con los demás, dejándome a solas con Nilia.
—El otro día me dijo que llevaba semanas sin menstruar —fue
directa—, y no sabía exactamente si estaba embarazada o no. Reinha le
compró el test de embarazo, y todavía esperamos una respuesta —ella
siguió hablando—. No sé cómo lo haréis, pero ella acabará agotada.
Dashton, la universidad, el bebé que viene de camino y tú…—me miró de
arriba a abajo—. Tú eres el peor de los tres.
—Embarazada —repetí.
Nilia cerró la puerta y se reunió con los demás. Las risas no tardaron
en hacerse eco y me acompañaron hasta la ducha. Me aseé y salí vestido
con ropa que jamás había visto en mi vida. Bajé los escalones y Alanna me
esperaba con las llaves del coche mientras que le daba vueltas alrededor de
su dedo.
—¿Comida mexicana? —propuso.
—¿Los invitaste a comer sin tener comida?
Volvió a chantajearme emocionalmente.
—Me he disculpado contigo.
—Cielo, por este error —sonreí—, no dormirás en toda la noche.
A ella le gustó la idea.
—Eso espero.
Abandonamos el hogar, dejando a Dashton bajo el cuidado de Nilia y
de los demás. Conduje hasta un Taco Bell y, antes de que Alanna
abandonara el vehículo, la detuve.
—Realmente, ¿por qué querías hacer las tortitas?
—Porque estaba feliz.
Fui más directo.
—¿Estás embarazada?
Se puso nerviosa.
Abrió la puerta del copiloto y la detuve antes que se dirigiera al
restaurante.
—¿Cielo?
Mi teléfono móvil sonó.
Lo ignoré.
Quería una respuesta.
—Sí —quise intervenir, pero no me dejó—. Sé que decidimos criar
primero a Dashton, pero me veo capaz de criar a ambos sin favoritismos.
—La universidad…
Nilia tenía razón.
—Podré.
—Eres muy joven, Alanna.
—Es nuestro hijo —tocó su vientre—, Bloody. Nuestro. Un hermanito
o una hermanita para Dash.
—No quiero que te pierdas tu juventud, cielo. Ya lo haces con uno…
imagina con dos.
Ella cogió mi mano, y la posó debajo de su ombligo.
—No me perderé nada —sonrió—. Sólo seré una madre joven.
La idea de tener una niña con ella, me gustaba.
Me hacía feliz.
—Te propongo algo —soltó mi mano—. Esta noche hablaremos del
tema. Prometido.
Recibí otro mensaje.
—Está bien —me rendí—. Iré yo.
—No —sacudió la cabeza—, tú siempre pides los peores tacos.
Me besó y salió del coche.
Saqué mi teléfono móvil y leí los mensajes.
Eran de un número desconocido.

Despierta.
2:10 AM ✓✓

Despierta.
2:10 AM ✓✓
¿Quién eres?
2:15 AM ✓✓

Despierta.
2:15 AM ✓✓

No dejaba de insistir.

Deja de jugar conmigo.


2:16 AM ✓✓

Despierta.
2:16 AM ✓✓

¡Qué te jodan!
2:17 AM ✓✓

Bloqueé la pantalla y alcé la cabeza para observar a Alanna.


Ésta se detuvo en el parking, y giró sobre sus zapatillas para
saludarme.
Estaba preciosa.
Sonreía mientras que agitaba en alto su mano.
Y, sin darse cuenta, un coche se acercaba hasta ella a toda velocidad.
—¡Alanna! —grité, abandonando el coche—. ¡Alanna!
Pero el jeep blanco la arrastró hasta que decidió frenar. El cuerpo de
ella salió disparado contra el asfalto.
—¡Alanna! —corrí hasta ella.
Me negaba a perderla por segunda vez en mi vida.
—¡Cielo!
Capítulo 8

No me importó destrozarme las cuerdas vocales, seguí gritando su nombre


hasta que el escenario secundario de mi pesadilla se desvaneció. Noté como
alguien sacudía mis hombros y su voz se esforzó por apagar la mía. Los
gritos que, identifiqué como los de una mujer, me pedían desesperadamente
que despertara; una y otra vez, sin importarle lo que pudiera suceder una
vez que despertara. Desesperado, la obedecí. Mi cuerpo convulsionó sobre
el suyo y, cuando por fin conseguí abrir los ojos, la vida que soñé junto
Alanna se había consumido por la claridad del día. Junto a mí se encontraba
Callie. Sus ojos se llenaron de lágrimas, mientras que en su frente estaba
humedecida por las gotas de sudor que nacieron ante el esfuerzo que hizo
por moverme. Al cruzar nuestras miradas, soltó todo el aire que acumuló
por el desagradable momento que vivió junto a mí y, se me echó encima
para arroparme con su cuerpo. Sentí los latidos de su corazón sobre mi piel
desnuda. Cuando reaccioné, no tardé en ocultar mis manos entre los
ardientes mechones de su cabello. Intenté tranquilizarla, pero quién
necesitaba ayuda en realidad, era yo.
Dashton despertó entre llantos; los dientes que destrozaban su encía,
no le ayudaban a descansar junto a los gritos desesperados de su padre. Por
un instante, el niño pasó a un segundo plano de nuestras vidas. Nadie lo
atendió, nos quedamos tirados en la cama junto a la melodía llorona de
nuestro hijo. Porque sí, Callie, en los últimos meses, cumplió esa función
sin ataduras. Nunca quise joder su vida y, desde que formé parte de ella,
Callie estaba destrozada.
—Lo siento —susurré, e intenté grabar el rostro de Alanna en mi
cabeza, pero se esfumó—. Lo siento.
Perderla por segunda vez, me volvería loco.
Las uñas de Callie rozaron mi nuca.
Fue una señal para atenderla y no ignorarla nunca más.
—Estoy aquí, Bloody. Estoy aquí —se limpió las lágrimas antes de
alzar su cabeza—. Esa pesadilla casi te mata.
Realmente, me consumía el dolor.
Intenté sonreír, pero no lo conseguí.
La mueca que le mostré, le dio un empujón para hacer una llamada y
cancelar en un chasquido de dedos la vida normal que había conseguido ella
para mí. Al escuchar el nombre de Akman, le arrebaté el teléfono de la
mano. Hablé con mi nuevo jefe y me disculpé con él ya que llegaría tarde el
primer día de trabajo. Éste lo entendió y colgó la llamada con la misma
amabilidad con la que me atendió en la entrevista express que me concedió.
Salí de la cama bajo la atenta mirada de Callie, y recogí a Dash que seguía
llorando en la cuna. Lo mecí entre mis brazos hasta que decidió morder el
chupete. Dejó caer su cabeza sobre mi pecho y acaricié la pelusilla rubia
que le nacía en la cabeza.
—Deberías descansar —me aconsejó.
Sacudí la cabeza.
—Tengo que ir a trabajar. Tengo que hacer las cosas bien —por
primera vez, me comporté como un adulto. —Lo intentaré. Te lo prometo,
hijo.
Callie bajó junto a nosotros y nos tomamos parte del valioso tiempo
que teníamos, para pasar un rato agradable entre los tres. Ni siquiera
entendí por qué Callie decidió hacer tortitas rellenas de chocolate, pero hice
caso omiso para que no volviera a afectarme más de la cuenta. Jugué con el
pequeño y, cada vez que cubría sus labios de chocolate, se limpiaba con la
camisa que dejé secar en el cabecero de su sillita. Estuve con ellos cinco
minutos. Observando sus sonrisas, respirando el dulce aroma que
desprendía el cabello de la mujer que se sentaba delante de mí, y como unos
cortos golpes a un plato pequeño de bebé me daban la fuerza para
abandonar aquella mesa que compartía con mi familia.
Antes de asearme, me planté detrás de Callie. Y, para que no se
levantara, me incliné hacia delante y la besé. Ella se tocó los labios
sorprendida. No le di un beso en la mejilla o en la frente como de
costumbre. Presioné mis labios sobre los suyos porque tuve esa necesidad
de hacerlo. Volvimos a besarnos por segunda vez, y dejé que terminaran de
desayunar.

No esperaba que en una ciudad tan pequeña como en la que me había


instalado, hubiera tráfico a las diez de la mañana. Un policía se encargó de
avisar, coche por coche que, a unos siete kilómetros, hubo un accidente; se
encontraban esperando a los bomberos y a la ambulancia que solía ir detrás
de los coches de patrulla. Molesté una vez más a Akram para explicarle lo
que me estaba sucediendo, y el buen hombre dijo que estaba al tanto porque
la radio de la ciudad lo comunicaba en directo.
Opté por apagar la radio, cerré los ojos y dejé que mi espalda
descansara en el respaldo de la silla. Estaba tranquilo. Cuando la oscuridad
me inundó, volví a recordar la pesadilla con la que tuve un ataque de
ansiedad. Cada vez que empujaba los párpados, Alanna fallecía una y otra
vez.
Hasta que alguien decidió abrir la puerta de copiloto y colarse en el
coche de Callie. Una mujer de cabello canoso, recogido en una larga trenza,
ocupó el asiento sin permiso. Sostenía una vela roja y otra blanca. Me
mostró sus dientes destrozados y se rascó con el hombro la enorme verruga
que sobresalía de su mejilla derecha. El maquillaje oscuro la envejecía. Su
piel se agrietaba bajo una capa de maquillaje anaranjado que acentuaba sus
ojos marrones rasgados.
—Por diez dólares puedo ver tu futuro. Soy gitana.
Mi futuro era una mierda.
No quería conocer más desgracias.
—No, gracias.
—¿Cinco?
—Le he dicho que no, señora.
Me eché hacia ella para abrirle la puerta del vehículo, y detuvo mi
mano entre las suyas para leer las líneas de la palma. Tocó con sus largas
uñas cada rincón marcado y alzó la cabeza con una sonrisa que llegó a
darme miedo.
—Afortunado en el amor.
—¿Eso cree?
—Eso veo —dijo.
«Normal» —pensé, ya que en la otra mano llevaba el anillo de bodas.
—Hay una mujer que te ama, pero que no es un amor correspondido.
¿Se refería a Callie?
—Tu corazón es de la otra mujer —me mostró una línea que se
cruzaba con otra—. La joven que descansa.
Su descanso sería eterno si hablaba de Alanna.
—A ver tus hijos…
La corté.
—Déjelo —rebusqué en el bolsillo de mis pantalones marinos—, le
daré veinte dólares.
Siguió insistiendo.
—Una niña —se equivocaba—. Veo una preciosa niña con tus ojos
azules y con el cabello negro de su madre.
Su juego de adivinar el futuro para sacarle el dinero a la gente, dejó
de gustarme. Le di los veinte dólares e insistí que abandonara el coche.
Cuando lo hizo, antes de sacar la cabeza, me soltó las últimas palabras para
terminar su trabajo de pitonisa.
—Nos veremos pronto.
«Y una mierda.»
Al parecer me leyó la mente.
Y concluyó con algo que jamás se me iría de la cabeza:
—No todos nuestros seres queridos están muertos —dejó una de las
velas que llevaba, en el asiento de copiloto—. Sólo duermen. Y, cuando
despierten, nos traerán la verdad.
Cerró la puerta y me dejó sin entender nada.
«Estará loca» —eso esperaba.
Capítulo 9
RENO

Grigory me pidió que lo acompañara a su despacho. Solté la mano de


Alanna y no tardé en caminar detrás de él. Mi amigo, un gran doctor, cerró
la puerta una vez que nos colamos en el interior. Quería hablar. Hacerme las
mismas preguntas de siempre. Y, en cambio yo, volvería a guardar silencio.
Era la única forma de mantenerla a ella con vida. Estaba en coma, pero si
descubrían que seguía con vida, Vikram mandaría a alguien para matarla.
Terence Junior lo intentó. Salió de la azotea creyendo que estaba muerta. Y
unos meses más tarde, el corazón de Alanna Gibbs seguía funcionando
gracias al cuidado de Grigory y a todas las máquinas a las que estaba
conectada.
Me senté guardando silencio. Estiré el brazo sobre su escritorio y cogí
uno de esos caramelos de fresa que solía llevarme a la boca cuando éste me
miraba fijamente. Lo lamí como un niño pequeño y esperé a que el sabor se
fundiera en mi boca. Me quedaba un trozo. Los minutos pasaban. El médico
se impacientaba. Lo mordisqueé. Dejando rastros de caramelos entre mis
muelas.
Estiré los labios para disculparme con él. Ajusté el arma que solía
llevar y escondí las manos en los bolsillos de la cazadora a la vez que mi
espalda descansaba en el respaldo de la silla.
—Necesito un nombre —dijo, como de costumbre.
En mi vida me había tomado la molestia de cuidar a alguien. Y, en ese
momento de mi vida, opté por cuidar a una desconocida que era capaz de
dar su vida por la gente que le rodeaba.
—No puedo —fue la respuesta habitual.
Se rapó su cabello pelirrojo, así que Grigory se acarició la brillante
calva y frunció el ceño. Quise ser gracioso con su cambio físico radical,
pero no era una persona graciosa o divertida. Más bien, Reno Losa, era un
hombre aburrido que se aisló del mundo para centrarse únicamente a cazar
delincuentes. Así pasé mis últimos años desde que salí de la academia de
policía.
Tenía dieciocho años cuando abandoné el hogar de mis padres; éstos
dejaron de hablarme y yo no me tomé la molestia en enviarles un mensaje
para saber cómo se encontraban. No tenía hermanos. Y, los pocos familiares
que me quedaban con vida, decidieron respetar el honor de las personas que
me dieron la vida y terminaron dándome la espalda. Ni siquiera me
importó. Era feliz. Era un hombre libre y sin ataduras. Cuando me
destinaron a Fresno, Melvin, mi superior, confió en mí y me entrenó para
trabajar junto a él. Éramos un equipo pequeño, pero lo suficientemente
bueno como para detener a los delincuentes que intentaban burlar la ley. A
veces, terminábamos infiltrados en bandas sin dar parte al coronel, pero lo
veíamos necesario para empujar a los malos a prisión. Nunca tuve novia. El
calor de una mujer sobre mi cuerpo sólo era pasajero. No conocía en
primera persona lo que era amar a alguien. Simplemente me conformé con
el sexo; el éxtasis que te brindaba dos cuerpos jadeando. Hasta que acabé en
las manos de Vikram; un hombre que intentó recuperar su identidad y me
empujó a estar cerca de Alanna.
—He visto a esa chica en televisión. Todos creen que está muerta.
—Y debe seguir muerta, Grigory.
—¿Melvin está al tanto de este trabajo? —sacudí la cabeza. Mi viejo
amigo, y le decía viejo porque era de los pocos que seguían confiando en
mí, sacó su teléfono móvil y me mostró el mensaje que le envió mi superior
—. ¿Lo has leído? Tranquilo, ya te lo leo yo —se aclaró la voz—. Reno está
de excedencia. Abandonó el apartamento y ni siquiera se ha comunicado
conmigo. Si sabes algo, por favor, avísame.
Me volqué al cien por cien con Alanna. Quería cuidar de ella hasta
que despertara. Una vez que abriera los ojos, dejaría que se marchara. Había
gente que la esperaba. Personas que la querían y pensaban que estaba
muerta. Pero en realidad, apoyé esa mentira para que Vikram no volviera a
atentar contra su vida. Y, de momento, lo estaba consiguiendo.
—Sí, te mentí —confesé—. No estoy de servicio.
—Pensaba que éramos amigos.
—Y por eso estoy aquí, Grigory. Ningún médico me ayudaría —bajé
la cabeza y paseé el anillo de boda de Alanna entre mis dedos; borré la
información que tenía en el interior para que no investigaran absolutamente
nada de los dos nombres que había grabados. —Ella está en peligro.
—E imagino que tú también.
—Yo ya estoy acostumbrado —le recordé—. Es mi trabajo.
—¿Tu trabajo? —rio. Se levantó de su asiento, acomodó las manos
sobre el escritorio y me miró fijamente a los ojos. —¿Estás enamorado de
ella?
¿Había escuchado bien?
—¿Qué has dicho? —pregunté, con la esperanza que Grigory sí
hubiera hecho una broma.
Se aclaró la voz.
Rodeó el mueble donde descansaban todos los expedientes de sus
pacientes y me hizo la misma pregunta.
—¿Estás enamorado de la chica que proteges?
—No —dije, sin pensármelo dos veces.
Tragué saliva.
—Está bien, Reno —presionó sus dedos en mi hombro—. La
mantendré en el hospital con tu seguro. Espero por tu bien que mi despacho
no se llene de policías —me advirtió —, o responderé a todas sus dudas.
¿Entendido?
Afirmé con la cabeza.
Estrechó mi mano y salí de su despacho para dejarle trabajar. No tardé
en subir el par de pisos donde se encontraba la habitación de Alanna. Me
senté en el sillón donde solía dormir y atrapé su mano con la mía. Estaba
cálida y suave. La enfermera solía cuidar la piel de ella con crema de aloe
vera cada vez que la bañaba. Acomodé el anillo que le dio Bloody y
observé su rostro.
En los meses que llevaba durmiendo, su cabello creció. Parecía
Blancanieves, pero sin un príncipe que pudiera besarla para despertarla.
Estaba en coma, y no estaba seguro cuándo volvería a abrir los ojos de
nuevo.
—Quiero volver a escuchar tu voz —susurré, con temor.
La enfermera Durand me dijo que ella podía escuchar todo lo que le
rodeaba.
Temí.
Realmente no quería que supiera que me preocupaba de ella más de la
cuenta.
—¿Enamorado de ti? —repetí lo que me dijo Grigory—. No sé qué
decirte, Alanna.
Capítulo 10
RAYMOND

Me quedé parado delante del bloque de apartamentos. La idea era volver


con Bloody y el niño, pero acabé regresando a nuestro nuevo hogar con las
manos vacías. Comprendí que no quisiera involucrarse en mi plan porque
no estaba dispuesto a perder a Dashton. Y, aunque no se lo dije, me sentó
mal. En mi cabeza sólo corría la idea de vengarme de Vikram y los demás.
Ellos mataron a Alanna y a Bekhu. Y jamás se rendirían. ¿Por qué estaba
seguro? Porque el verdadero Vikram reclamaba la custodia de su nieto; ese
niño que nació fruto del tóxico amor entre Shana y Gael. Cuando Alanna
decidió cuidar como a un hijo y no como su hermano, ese maldito que la
cuidó bajo el nombre de Ronald, mandó a uno de los “nuestros” para
deshacerse de ella. Si trataba al asesino como a uno de los nuestros, era por
el tiempo que convivió con nuestra familia y ocultó sus verdaderas
intenciones. Dorel y yo teníamos tres nombres en la cabeza: Reno, T.J y
Diablo. Los tres huyeron sin dejar una pista viable a su paradero. Se
escondieron debajo de las piedras. Y estaba dispuesto a levantar cada piedra
que se interpusiera en nuestro camino para hallar la respuesta.
«Ni siquiera podéis salir del país» —pensé, ya que nosotros también
estábamos atrapados en California.
Para sobrevivir, Dorel y yo robamos comida de grandes superficies
para que los seguros les pagaran las deudas. El motel lo pagábamos con el
dinero que conseguimos al vender los últimos coches que quedaban en la
vieja base militar. La policía los dejó para analizar y, cuando fueron a por
ellos, ya descansaban en un taller que vendía las piezas a gente que no hacía
preguntas.
Decidí reunirme con los demás y escuché desde el piso de abajo como
Adda gritaba de emoción al ver sus dibujos animados emitiéndose por
televisión. Reinha solía pasar las horas con ella; esa niña llena de felicidad
quitaba las tiritas que cubrían su corazón. Me detuve delante del
apartamento y observé a través del ventanal como Nilia guiaba a Dorel en la
cocina; de nuevo, cenaríamos macarrones con queso cheddar. Saqué las
llaves del bolsillo de mi pantalón deportivo e introduje la llave en la
cerradura. No me dio tiempo a girar la muñeca, Adda me escuchó y se
acercó para abrir.
—¿Dónde está Dashi? —fue lo primero que preguntó al verme. No
respondí—. ¿Dónde está el tío Bloody?
Alcé la cabeza en busca de Nilia. Su madre entendió que su tío
Bloody no había aceptado venir con nosotros. Así que soltó el delantal, se
acercó hasta Adda y la apartó de mi lado para que sus preguntas dejaran de
herirla al no tener respuesta.
—¿Por qué no sigues viendo los dibujos?
—Pero mamá…
—Vamos, cariño —besó su mejilla—. Prometo poner delante de ti el
plato más grande lleno de tu comida favorita.
Adda se encogió de hombros y salió disparada hasta el sofá donde
descansaba Reinha. Se tumbó, acomodó su cabeza sobre las piernas de ella
y centró toda su atención en unos dibujos que hablaban de la gran familia y
el amor que sentían al estar todos juntos. No tardé en quitarme la sudadera y
acomodarme sobre el rincón que quedaba en el sofá. Recibí un beso cálido
en los labios y una sonrisa que arropó a mi cuerpo.
Hablamos en voz baja para que la niña no nos escuchara.
—¿Lo encontraste?
—Sí.
—Y, ¿cómo fue?
Eché otro vistazo a Adda.
Movía sus piernas en el reposabrazos del sofá y seguía distraída con
el televisor.
—Nada bien —confesé—. Ha encontrado un hogar para Dashton, y
decidió compartirlo con él.
—Pero, ¿están bien?
—Sí —y afirmé con la cabeza—. Bloody tiene hasta un trabajo.
Quiere bloquear aquella noche de alguna forma, así que un empleo le
ayudará.
Reinha entristeció, pensaba que volveríamos a reunirnos todos.
—¿Sabe algo de Diablo, mi soldadito de guerra?
Sacudí la cabeza.
Arropé su rostro con mis manos y me acerqué hasta sus labios.
—Estará bien, Reinha.
—Su medicación…
Conociéndolo, seguramente la dejó.
—Diablo no es idiota.
—Pero él mismo no se ama. Por eso estaba yo junto a él.
—Mírame, Rei —dije, cuando bajó la cabeza—. Lo encontraremos.
—Él no mató a Alanna.
Eso no lo sabíamos.
Así que callé.
Besé sus labios y me levanté del sofá. Le hice una señal a Dorel, y
éste me siguió después de decirle a Adda que la comida estaba sobre la
mesa. Se levantó de un salto, quedó delante de Reinha y tiró de su brazo
para que la acompañara. Nilia las dejó solas y vino con nosotros. Nos
sentamos en el primer escalón de las escaleras y esperé a que el grandullón
de Dorel se encendiera un cigarro.
—¿Con quién está? —preguntó Nilia, sin entender muy bien por qué
su hermano no había venido conmigo.
No le mentí.
—Su nombre es Callie.
—No será como Shana, ¿no?
Sacudí la cabeza.
En los años que estuve junto a Bloody, éste jamás se presentó con una
mujer como Callie; era educada, respetuosa y amable con los demás. Al
menos conmigo lo fue.
—Cuidó de Bloody en San Quentin.
—Él jamás me habló de…
Dorel la cortó.
—Pero, ¿están bien?
Afirmé con la cabeza.
—No olvida la noche en la que perdió a Alanna —miré como el humo
salía de sus labios y desaparecía en la oscuridad—. Callie es el empujón
que necesita para no mandarlo todo a la mierda. No quiere acabar en prisión
otra vez. Su idea es cuidar de Dashton. Se lo prometió a Alanna.
Nilia se levantó del escalón y nos dejó a solas.
—¿Has vuelto a hablar con tu contacto?
—Ese policía corrupto me ha vuelto a pedir quinientos dólares.
—Si le damos el dinero… ¿su información servirá de algo? —Dorel,
desde que perdió a Bekhu y a Alanna, estaba furioso y no sabía cómo
retener la ira que encendía su cuerpo al recordar que perdimos dos de los
nuestros—. Si ese cabrón mató a la niña y a Bekhu, lo mataré yo mismo.
Miré mi móvil.
Tenía un nuevo correo.
—Envíame el dinero. Haré la transferencia.
No tardó en enviarme los quinientos dólares.
—Dame buenas noticias.
—Eso espero.
Y fue el siguiente en refugiarse en el interior del apartamento.
Desbloqueé la pantalla y leí el correo.

Agente Dean McKagan

¿Tienes el dinero?

Antes de responder, hice el movimiento bancario a su cuenta corrupta.

Enviado.

Esperé a que recibiera el correo.


Y no tardó en responder.
Cuando entré en la base de datos de la comisaría de Fresno, no pensé que
aquel idiota me respondería desde su correo oficial. Estaba dejando rastros
de mierda que acabarían con su carrera.

Agente Dean McKagan


¿Qué quieres saber?

Nuevo mensaje

¿Dónde está Reno?

Tardó unos minutos en escribir.


Incluso pensé que se había acobardado.
Pero me equivoqué.

Agente Dean McKagan

Oakland.

Para: [email protected]

Tienes que ser más concreto.

Agente Dean McKagan

Hahahaha, ¿más?

Estaba acabando con mi paciencia.


Te he enviado más de dos mil dólares.
Quiero respuestas directas.

Agente Dean McKagan

Es lo único que sé.


Su destino es Oakland.
Al parecer un coño es la razón.

Un momento…

Nuevo mensaje

¿Una mujer?

Agente Dean McKagan

¿Eres ciego o no sabes lo que es un coño?


Sí, una mujer. Es su prometida.
Se lo dijo a nuestro superior, Melvin,
y cogió la excedencia.
Para: [email protected]

¿El nombre de la mujer?

Los dedos empezaron a temblarme.


Ni siquiera sabía que estaba tecleando.

Agente Dean McKagan

Sin nombre.
Al igual que tú, amigo sin rastro.
Pero…

Ese idiota estaba jugando conmigo.

Nuevo mensaje
Asunto: Reno Losa

¿¡Qué!?

Volvió a tardar otros minutos en responder.


No te pongas nervioso, hahahaha.
Tengo pocos detalles de ella.
Es su prometida. Joven y de cabello oscuro.
¿Te sirve?

Con aquella descripción podría ser cualquiera.


«Y si está hablando de…» —sacudí la cabeza. «Es imposible.»
—O no —solté, en voz alta.

Gracias.

Fue mi último mensaje.


E ignoré todos aquellos que intentó enviarme el idiota de Dean
McKagan.
«¿Oakland? ¿Ese es tu destino, Reno? Porque el mío también.»
Capítulo 11
BLOODY

Acabé haciendo dos horas extras en mi primer día de trabajo. No me


importó, ya que fue mi forma de darle las gracias a Akram por no perder la
paciencia conmigo. Conduje hasta casa y pasé por delante de la carretera
donde nos habían parado a todos por un accidente. Ya no quedaba nadie; ni
policías, ni bomberos ni paramédicos. Estaba todo solitario. De repente
recordé a la mujer que se subió en mi coche esa mañana. Dijo que era
gitana y sabía leer la mano. Me habló de dos mujeres, de muertos que
todavía no descansaban en paz. Y lo que más me impactó fue que nombrara
a una niña que no existía en mi vida.
«Necesito hablar con ella.»
Di media vuelta con el todoterreno y busqué desesperadamente a la
señora de cabello blanco. Estuve horas recorriendo la ciudad. Sólo
encontraba borrachos, parejas y familias paseando tranquilamente. Callie
me llamó en unas cuantas ocasiones, pero no fui capaz de descolgar el
móvil.
Iba a rendirme cuando de repente, cerca de una floristería, se
encontraba la mujer que me leyó la mano sentada en el suelo mientras que
contaba la calderilla que ganó aquel día.
Me bajé del coche y saqué de mi cartera unos cincuenta dólares.
Estaba loco.
Completamente loco.
No creía en esas cosas, pero ahí estaba.
Desesperado para que esa mujer me confirmara que todo lo que dijo
era verdad.
—¿Se acuerda de mí? —le pregunté.
La señora alzó la cabeza.
Me analizó.
Mi uniforme estaba cubierto de grasa y polvo al igual que mi rostro.
Ella sonrió.
—Eres el hombre que despierta a los muertos.
—¿Qué muertos? —pregunté.
No dijo nada.
Le tendí el dinero.
Y lo aceptó.
Se levantó del suelo rechazando mi ayuda, y presionó su dedo en mi
corazón.
—Esos muertos que crees haber enterrado.
Sacudí la cabeza
—No la entiendo.
Cerró los ojos, sostuvo mis manos y soltó frases que no tenían sentido
para mí.
—Ella despierta. Busca su corazón perdido. Está confusa. Sus sueños
intentan abrir su camino, pero su miedo la bloquea —se convulsionó y soltó
un grito espantoso—. No la quieren con vida. Quieren enterrarla una vez
que su corazón deje de latir. Tienes que encontrarla. ¡Te necesita! —de sus
ojos saltaron lágrimas—. Si vuestros caminos no se cruzan, la perderás para
siempre.
Tragué saliva.
—¿Me está hablando de Alanna?
—¿Alanna? —negó con la cabeza—. Ese nombre se perdió el día que
desapareció del lado del hombre al que amaba.
Me empujó y salió corriendo.
No pude hacer nada más, salvo pensar en sus palabras.
Capítulo 12
ALARA

La oscuridad invadió mis sueños. Luché hasta abrir los ojos, y cuando lo
conseguí, todo desapareció; los gritos, sangre que brotaba de cuerpos que
desconocía y un suave llanto que heló mi piel. Torpemente, y con las manos
hundidas sobre el colchón, empujé mi cuerpo para incorporarme de la cama.
Removí mi cabello y me tomé unos segundos para observar detalladamente
la habitación donde había despertado. No sólo había huido de la pesadilla
que me despertó, también olvidé mis recuerdos. Cerré los ojos una vez más,
y al darme cuenta que todo era real, intenté levantarme de la cama para salir
corriendo con el fin de buscar respuestas. Pero algo me detenía. Solté un
grito cuando el catéter rasgó la piel de mi mano. Los instrumentos médicos
salieron volando, y la sangre que brotaba de mi brazo ensució las sábanas
blancas. Me encontraba en un hospital. Conocer mi paradero me cuestionó
más preguntas. ¿Por qué estaba allí? ¿Qué me había pasado? ¿Por qué no
recordaba nada?
La situación me estaba frustrando. Una máquina, de un tamaño
pequeño y con un panel negro, alertó a los médicos que las pulsaciones de
mi corazón aumentaron en cuestión de segundos. Tragué saliva, me deshice
de la sábana que cubría mis piernas y descubrí el otro fallo técnico que
estaba teniendo mi cuerpo. Mi pierna se encontraba cubierta por una
enorme escayola que disminuía mis movimientos. Borré de mi cabeza salir
corriendo del lugar… era imposible. Sólo tenía una opción; tranquilizarme
y hablar con las personas que me mantuvieron con vida en el hospital donde
estaba ingresada.
Pero antes que me pusiera en contacto con alguno de los médicos o
enfermeros, la puerta se abrió, consiguiendo sobresaltarme. Un hombre alto,
de cabello oscuro, se acercó hasta mí. Sus diminutos labios se estiraron ante
la sorpresa de encontrarme despierta. Se acercó tanto a mí, que las gotas de
sudor que empaparon su frente y ese rebelde flequillo que le caía sobre el
rostro, acariciaron un instante mi piel y después arrastró la humedad con la
manga de su jersey. Parecía excitado emocionalmente. Tocó mi frente y
bajó su mano por mi cuello hasta detenerse en la herida que me había
causado yo misma con el catéter. Alarmado, levantó la rodilla que clavó en
el suelo y se dispuso a darme la espalda. Quería salir de la habitación.
Dejarme sola. Pedir ayuda que sería lo más lógico. Pero no lo dejé. Quería
respuestas y recuperar todos mis recuerdos.
—¿Qué? —preguntó con la voz temblorosa.
—No me dejes sola —supliqué, en un tono bajo—. No quiero estar
sola.
Rasgó un trozo de la sábana que dejé sobre mis pies, y vendó con
cuidado mi mano. Descansó sobre el sillón que había a mano derecha, y
cogió aire antes de preguntarme cómo me encontraba. Me encogí de
hombros. Estaba tan sedada, que el dolor era algo desconocido en mi
cuerpo.
—Estaba preocupado. Creí que nunca despertarías.
—¿Por qué no iba a despertar?
Se rascó la dura barba que le nació por debajo de las mejillas, y bajó
sus ojos marrones almendrados. Intuí que escucharía malas noticias. Pero,
¿qué había peor que perder tus recuerdos?
—Estuviste en coma.
—¿En coma? —repetí, como un niño pequeño aprendiendo sus
primeras palabras. Y era ridículo. Podía dialogar con él, pero sin acceder a
los datos que necesitaba de mí e incluso de los demás. —No entiendo nada.
No sé qué está pasando. ¿Quién eres?
El hombre se sintió extraño, tanto, que se removió sobre el sillón. Era
atrevido. No le importaba estar cerca de mi rostro o acomodar las manos
sobre el colchón cubierto de sangre. Rodó sus ojos y agitó su cabellera.
—Soy Reno —dijo en un tono obvio, pero divertido.
—¡Bién, Reno! No me acuerdo de ti. No recuerdo este lugar.
Simplemente…—cogí aire antes de mostrarle la ansiedad que estaba
viviendo —¡No recuerdo quién soy!
Su risa me alertó que no me estaba creyendo. Se levantó del lugar que
ocupó un par de minutos y rodeó mi cama. Cuando se plantó delante de la
ventana, alzó el brazo y arrastró las cortas uñas por su nuca. En silencio,
agitó la cabeza con fuerza. Y eso debí hacer yo; a lo mejor hubiera
recuperado la memoria.
—¿No recuerdas tu nombre?
Al parecer fue asimilando el pequeño secreto con el que desperté.
—No.
—¿Ni la relación que tenemos tú y yo?
Eché hacia atrás la cabeza.
—No.
Reno me observó por encima del hombro. Sus labios formaron un
perfecto círculo ovalado. Cuando reaccionó, jugó con el cuello del jersey
que vestía y se alejó de la ventana para volver a hacerme las mismas
preguntas estúpidas que había soltado desde el momento que le dije que no
recordaba absolutamente nada.
—Lo has olvidado todo…—escuché lo que había susurrado. No
parecía decepcionado, pero sí que se mantuvo en alerta en todo momento—.
El accidente te hizo más daño de lo que podíamos haber imaginado.
Al presionar sus dedos detrás de mi cabeza, gimoteé ante el dolor que
me causó. Por unos segundos, la simple habitación de hospital, empezó a
dar vueltas. Acabé mareándome. Reno se dio cuenta y me ayudó a
tumbarme.
—¿Qué accidente?
Las respuestas llegarían poco a poco.
—El accidente que tuvimos en coche —confesó, con un nudo en la
garganta y con la mirada fija en el fondo de la habitación. —Nos detuvimos
en un punto de descanso, pero el hombre que conducía el camión no nos
vio. Tiró de nosotros unos 500km y, cuando se dio cuenta, frenó con tanta
fuerza que la parte trasera de su vehículo derrapó hasta golpearnos. El
impactó fue tan fuerte, que te destrozaste la rodilla y quedaste en coma.
Lo observé a él.
No tenía ninguna herida visible.
—¿Y tú?
—Suerte. Una suerte que no me merecía.
Me llevé las manos a la cabeza; palpé por debajo de mi cabello hasta
encontrar una pequeña herida cerrada por grapas.
Las lágrimas no tardaron en hacer un corto recorrido por mi rostro. El
accidente de coche me dejó sin recuerdos, tullida y con grapas en mi
cabeza.
—¿Cuál…? —corté la pregunta. Tuve miedo. Pánico a preguntarle
por mi nombre. No quería olvidar nada más. Reuní valor, y terminé de
soltar otra de mis dudas—. ¿Cuál es mi nombre?
Reno sonrió.
—Alara. Alara Charms.
Por fin tenía un nombre.
—Y, ¿tú y yo? ¿Qué nos une?
No dijo nada. Reno sacó un anillo del bolsillo de sus vaqueros
oscuros y me tendió un anillo. Se quedó durante un minuto sobre la palma
de mi mano. Él reaccionó; cogió el aro dorado y lo deslizó por mi dedo
anular derecho.
—Soy tu prometido.
Capítulo 13

«Reno» —pensé, mientras que observaba como su mano retenía la mía.


No era capaz de ver a esa persona como mi prometido, pero nuestros
anillos decían lo contrario. El mío estaba rayado, mientras que el suyo,
relucía en su largo dedo que se coló entre los míos. Me pidió que siguiera
avanzando junto a él, y nos detuvimos delante de una casa pequeña que
parecía acogedora y el hogar del que estuvo hablando en todo el trayecto en
coche. Apuntó al domicilio, mostró sus perfectos dientes y confesó lo que
imaginé; la propiedad era nuestra. Nuestro hogar estaba en una
urbanización en el centro de Oakland.
—¿Preparada?
¿Sinceramente?
No.
Pero lo que hice fue asentir con la cabeza y dejar que Reno empujara
mi cuerpo hasta el interior de la casita. Por dentro, aquel pequeño rincón,
era adorable y tan acogedora como imaginé. Tenía una cocina abierta al
comedor, un par de habitaciones, un baño y una sala donde se instaló un
despacho; todo estaba en la misma planta, así que no tendría que subir o
bajar escaleras. Contaba con un pequeño jardín sin flores preciosas que
cuidar.
Sin darme cuenta, solté un suspiro.
—¿Sucede algo?
Tenía la esperanza que en cualquier momento recordaría toda mi vida,
porque sin recuerdos, no sería fácil convivir con una persona que era un
completo desconocido para mí. No respondí y caminé por el comedor hasta
detenerme delante de un espejo redondo que había colgado sobre la falsa
chimenea. Observé mi rostro. Estaba triste, pálida y tenía un cabello
horrible por no habérmelo arreglado en los últimos meses.
—Si no te gusta la decoración…podemos cambiarla.
La voz de Reno sonó detrás de mí.
Eso no me importó.
Lo que hice fue mirarme a través del espejo y preguntarme quién era
esa chica triste realmente.
¿Alara no tenía familia?
¿Era feliz junto a Reno?
¿Por qué vivían en Oakland?
¿Por qué al despertar no era capaz de recordar absolutamente nada?
Lo miré por encima del hombro y su felicidad no fue lo
suficientemente fuerte como para contagiármela. Bajé la cabeza y miré la
mano que sostenía la muleta con la que me guiaba. Seguía sintiendo dolor
en la pierna, y necesitaba aquel bastón metalizado para avanzar poco a
poco. El doctor Grigory dijo que volvería a caminar sin ningún problema,
pero no habló de mi pérdida de memoria. Eso me inquietó y provocó que
entrara en una depresión que ni los medicamentos que me recetaron, me
ayudarían.
—Tengo demasiadas preguntas, Reno.
—Lo sé —besó mi mejilla—. Pero antes tenemos que organizarnos.
Me ayudó a sentarme en el sofá y sacó de su mochila una cantidad
exagerada de fármacos. Él, para que yo no me despistara, se ocuparía de
administrar los medicamentos que consumiría en meses. Apuntó las horas,
los etiquetó y me explicó cómo lo haríamos.
—Dos pastillas por la mañana. Una antes de comer a mediodía —
siguió enseñándome las pastillas redondeadas—, y tres para dormir.
—¿Harán efecto pronto?
—Por supuesto que sí —besó mi mano—. El buen doctor Grigory nos
ha dado unas vitaminas que empujarán a que el cerebro trabaje con más
intensidad.
Estaría saturada de químicos.
—¿Más pastillas?
—No —me enseñó un tarro amarillo lleno de un polvo blanco—. La
dosis indicada para ti es tres gramos. Podemos disolverlo en zumo.
Sólo de pensar en mi nueva vida, me desesperaba.
Pero al parecer ahí tenía a Reno; para animarme en todo momento y a
recuperar la valiosa información que perdí en un accidente de coche. Se
levantó del sofá al comprobar la hora de su reloj de muñeca, y fue a la
cocina por el tetrabrik de zumo. Llevó un vaso del zumo de naranja y
disolvió las vitaminas que necesitaba mi cerebro. No me lo pensé dos veces
y me lo bebí de un solo trago para no notar el asqueroso sabor que dejaba la
medicación bajo el nombre de “vitaminas”. Estaban tan fuerte que,
acabaron durmiéndome la lengua durante unos largos minutos. Cuando
conseguí moverla, Reno acomodó sus labios sobre mi frente para
comprobar la temperatura de mi cuerpo. Me encontraba bien; salvo el
momento que perdí la movilidad de la boca.
—¿Qué quieres saber?
Por fin llegó el momento de preguntas y respuestas.
—¿Familia?
—Fallecieron el año pasado —la primera noticia y fue terrible—.
Eran hijos únicos, pero eran los padres perfectos para ti.
—¿Y tus-tus padres?
No podía creer que estaba sola en ese mundo.
—No viven en el país —calló para sonreír—. Pero solemos ir a verlos
en verano.
Así que Reno y yo solíamos viajar fuera de nuestro país.
—¿Cómo nos conocimos?
—Esta respuesta te gustará —acomodó su mano sobre mi rodilla y, al
darse que seguía estando incómoda a su lado, la apartó—. Soy policía y mi
jefe me mandó fuera de Fresno para detener a una banda de narcotraficantes
de SDA. Con la mala suerte que asaltaron una cafetería y tú fuiste una de
los rehenes. Varios hombres de mi equipo murieron, pero conseguimos
detener a esos hijos de puta. Te encontré asustada debajo de una mesa —
acarició mi cabello—. Estabas temblando, con los ojos cerrados y
suplicando que todo acabara. Quedé a tu altura y te prometí que jamás
vivirías un momento tan desagradable como aquel. Cuando nos miramos, lo
que nos rodeaba dejó de existir. Y, acabé enamorándome de una jovencita
que, no dejó de visitarme a diario a la comisaría para traerme mis galletas
favoritas.
Había visto su placa, pero no le di importancia.
—¿Cuánto tiempo llevamos juntos?
—El suficiente para haberme atrevido a pedirte matrimonio y que tú
aceptaras.
Me recordó las alianzas que rodeaban nuestros dedos.
—¿Por qué has dejado de trabajar?
—Quiero pasar tiempo contigo ahora que estás herida.
La pierna, la cabeza…
Eran heridas que tardarían en sanarse.
—Me siento perdi…—no conseguí acabar la frase. Todo empezó a
darme vueltas—. Me siento mareada, Reno.
Éste se levantó del sofá, me ayudó a tumbarme y se sentó un instante
en el suelo para comprobar mi pulso.
—Es normal. Has estado demasiado tiempo tendida en una cama de
hospital. No estás estable.
—Pero…
Él me calló.
—Tienes que descansar, Alan-Alara —quitó todo el cabello que
ocultó mi rostro y apretó mi mano para que me diera cuenta que no estaba
sola; ahí estaba él para ayudarme en todo—. Duerme un poco.
Sacudí la cabeza.
—Estoy cansada, Reno.
—Por eso te pido que duermas.
—No.
Aquel comedor se convirtió en una noria para mí.
—¿Pongo el televisor? —me propuso—. Yo tengo que ir a comprar
algo de comida para llenar el refrigerador y después prometo responder a
más preguntas. ¿Te parece bien?
Era una buena idea.
Asimiló que besar mis labios era algo disparatado, así que besó mi
mejilla, encendió el televisor y abandonó el hogar. Reno no se dio cuenta,
pero el canal que dejó era sobre un debate que no me interesaba; Una mujer
rubia, con mirada fría, estallaba ante la propuesta que le hizo el
vicepresidente. Su nombre era Moira Willman y no dejaba de acaparar
todas las cámaras con sus gritos.
Aparté la cabeza de la pantalla y clavé mis ojos en el techo.
Me sentía perdida.
Triste.
Inútil.
Me rompí por dentro.
Y acabé llorando aprovechando que estaba sola.
Porque sin recuerdos, en realidad, estaba vacía.
Capítulo 14

A las nueve de la noche conseguí mantener mi cuerpo firme sobre una silla.
Reno me ayudó a incorporar del sofá y me guio hasta la cocina para que le
observara cocinar. Éste cubrió su elegante camisa blanca con un delantal
lleno de rosas rojas. Al verse tan colorido, me miró con una sonrisa que se
abrió por la fuerte carcajada que soltó. No tardé en acompañarlo. Se veía
gracioso con aquel manto de rosas cubriendo su pecho. Me dio la espalda y
comenzó a cocinar mientras que me contaba anécdotas de su trabajo. Al
olvidarlas, cada momento que vivió cargado de acción, era una nueva
aventura para mí.
—El sacerdote José, invocó a todos sus fieles a la iglesia —me miró
por encima del hombro, le gustaba que lo escuchara con atención—. El
centenar de personas creyeron que aquel hombre les daría una misa de
última hora, pero eso jamás sucedió. El sacerdote impostor asustó al rebaño;
les dijo que si no abandonaban sus propiedades y se deshacían del oro que
los ataba a la tierra, jamás irían al cielo. Asustados, obedecieron sin
rechistar. Yo me encontraba infiltrado y fingí ser el hijo de unos
agricultores. Una noche, el sacerdote José, comenzó a reunirnos a todos.
Cada día, cuando el cielo oscurecía, uno de nosotros entraba a la iglesia,
pero jamás salía de la casa del señor.
»Salvo yo. Ese hombre llamado José que fingía ser un sacerdote, se
encargó de matar a los vecinos de Mammoth Lakes para quedarse con sus
propiedades. La noche que me reuní con él, me pidió que bebiera la sangre
de Cristo junto a él. Llegó a prometerme que, cuando despertara, estaría al
cielo. Tardé en consumir aquella copa de vino. José, estresado, me dio la
espalda para recoger su Biblia. Aproveché el momento para cambiar
nuestras copas. Ni siquiera se dio cuenta. Al verme con la copa de cristal
entre mis labios, éste hizo lo mismo. Se bebió el vino tinto y no tardó en
caer al suelo. Avisé a mi superior, y una docena de agentes llegaron para
detener al hombre. Lo que no sabíamos era que, la cantidad de veneno que
había en la copa de vino, sería capaz de matar a un ser humano en
segundos. El falso sacerdote murió en el instante que cayó al suelo.
»Encontramos tres decenas de muertos en la parte trasera de la
iglesia. Eran familias y personas mayores que no dudaron en la palabra de
ese estafador. Durante semanas, me sentí mal, ya que no pensé que ese hijo
de perra estuviera acabando con todos ellos. Fue terrible. Pero era mi
trabajo.
—¿No temiste por tu vida?
Reno se acercó hasta mí con un plato lleno de puré de verduras. Antes
de sentarse, dejó un par de hamburguesas de quínoa como segundo entrante.
Y, de postre, cortó fruta para que no tuviera ningún problema en
consumirla.
—La muerte no me da miedo —confesó—. Pero sí que he empezado
a temer a estar solo.
No sé por qué lo hice, pero acomodé mi mano sobre la suya. Llegó a
darme pena, y eso significaba afecto.
—Yo estoy aquí —sonreí.
—Lo sé —acarició mi mano—. Prométeme una cosa, Alara
—No puedo prometerte recordarla.
Mi broma le provocó otra risa.
—Si agonizo, no quiero quedarme solo.
—¿Cómo puedes pensar en la muerte?
Reno era extraño.
—Tú, sólo, prométemelo.
—Reno…
—Por favor.
—Está bien —dije, lo que quería escuchar.
—Pase lo que pase.
Empezó a incomodarme, pero de todas formas lo hice.
Nuestra conversación finalizó y cenamos en silencio. Conseguí
terminarme el puré y devorar un trozo de la hamburguesa vegana que él
había preparado. Cuando llegó el momento de la medicación, no tuve un
rincón en el estómago para consumir algo de fruta. Terminé rendida sobre la
silla sin poder moverme. Las pastillas junto a las vitaminas, me dejaban
agotada. Reno pasó un brazo por detrás de mi espalda y otro por mis
piernas, y me levantó del asiento que ocupó para llevarme a la cama. Antes
de tumbarme, me ayudó a lavarme los dientes y a cepillar mi cabello.
—Hora de dormir —fue lo que dijo, cuando me tapó con una sedosa
sábana rosa.
Antes que hiciera lo mismo, lo detuve.
Reno estuvo a punto de quitarse la camiseta, por eso mi voz intervino.
—No…No…—mi lengua se volvió a quedar dormida.
—No te sientes cómoda conmigo.
Afirmé con la cabeza.
—Lo…Lo…
«Lo siento» —pensé, ya que no podía decírselo.
—No te preocupes —dejó un beso de dulces sueños en mi mejilla y
salió de la habitación.
Cada vez, me veía más inútil.
Por suerte conseguí abandonar la cama sin ayuda de nadie. Ignoré la
medicación que había sobre la mesita de noche, y me encerré en el cuarto
de baño para asearme yo sola. Me desnudé delante del espejo y me di
cuenta que bajo el pecho tenía una enorme D tatuada en mi piel. Repasé
cada detalle y me quedé observándola sin pestañear.
«¿Qué significa?»
¿Era creyente?
¿Quizás el nombre de una mascota?
¿A lo mejor un romance antes que Reno?
Intenté olvidar aquella letra e introduje mi cuerpo en la bañera. El
agua tibia relajó los músculos de mi cuerpo. Cerré los ojos y suspiré.
—Quiero recordar.
Estiré el brazo y me tropecé con una de las cuchillas de Reno. Abrí
los ojos y miré las afiladas hojas plateadas que brillaban bajo los focos del
cuarto de baño.
—Y si no recuerdo absolutamente nada, ¿para qué quiero vivir?
Guie la cuchilla hasta mi muñeca.
¿Era la hora de decir adiós?
«Seguramente.»
A lo mejor la vida cometió el error de darme una segunda
oportunidad.
Y, sin arriesgarme un poco más, me alejaría de aquella oportunidad.
Capítulo 15
BLOODY

Terminaron cambiándome el turno laboral; y era de agradecer. Mientras que


Callie trabajaba por las mañanas, yo me encargaría del cuidado de Dashton.
Y, cuando yo estuviera en el taller por las tardes, el niño estaría con ella.
Evitamos meter desconocidos en la casa y alejarlo de nosotros en las
guarderías que había en la ciudad. Preparé una papilla de fruta, y comprobé
que Dashton siguiera despierto en la sillita que dejamos arrinconada en la
cocina. Al verme tocando sus mejillas, rio.
—Somos un buen equipo —le puse el babero—. Por eso eres el
campeón de la casa.
Estropearon nuestro momento padre e hijo y tuve que salir corriendo
para abrir la puerta. Callie esperaba una carta urgente de su abogado y no
podía dejar que el cartero desapareciera. Al abrir la puerta, la sorpresa me la
llevé yo. Raymond, una vez más, volvió cargado de documentos repletos de
información de Reno. No me dejó darle los buenos días, directamente se
coló en el interior de la casa, buscó a Dash y sacó todo lo que había puesto
sobre la mesa para dejar un par de correos electrónicos que tuvo con un tal
Dean.
—Te dije…
—Oakland. No está solo. Huye de algo.
—Respira.
Movió una silla y se dejó caer.
Yo no tardé en hacer lo mismo. Quedé delante de él mientras que
comprobaba que Dashton se encontraba entretenido mordiendo uno de sus
platos infantiles lleno de dibujos de dinosaurios. Eché el brazo hasta la
encimera y le tendí a Raymond mi café. Me lo agradeció y se lo fue
tomando poco a poco. No quería quemarse. Al terminar, se relamió los
labios y me mostró un mensaje donde aparecía la palabra coño.
—Habla —le pedí.
—Huyó con una mujer.
Me rasqué la nuca.
—¿Una cómplice?
—¡No! —gritó, desesperado—. Una mujer joven, de cabello negro y
que ningún compañero de Reno Losa conocía.
—¿Qué intentas decirme, Ray?
Cogió aire antes de soltar la gran bomba.
—Creo que Alanna está viva.
«No era posible.»
—No —susurré.
—Bloody…—su voz se apagó en mi cabeza.
Primero la gitana y después Raymond tenía el palpito que Alanna
seguía con vida. Pero, ¿era posible? Todos deseábamos tenerla junto a
nosotros, aunque no fuera posible. Si hubiera existido una mínima
posibilidad que ella no murió, estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para
que volviera a nuestro lado. ¡Pero era una maldita locura!
—Piénsalo, joder —estaba más nervioso que yo—. Sólo tenemos que
ir a Oakland y comprobar si esa mujer es Alanna o no.
—Está bien —acepté.
—Por favor, Bloody.
No me estaba escuchando.
—Iré.
Agrandó los ojos.
Había aceptado, y no se lo podía creer.
—¿Vendrás conmigo?
—Sí —y apreté su hombro para que confiara en mí.
Si Alanna seguía con vida, Reno se arrepentiría de haberla alejado de
nuestro lado.
Capítulo 16
RENO

Me reuní con un viejo amigo en una cafetería discreta a las afueras de la


ciudad. Cuando llegó, pedimos que no nos sirvieran ninguna taza más llena
de café. Se sentó junto a su ordenador y me mostró la base de datos policial.
Sólo tuve que borrar unos cuantos datos de la persona que estaba
protegiendo.

ALANNA GIBBS WILLMAN


18 años, Sacramento.
Hija de Gael Gibbs y Moira Willman.
Estudiante.
Sin expedientes policiales abiertos.

Alanna Gibbs estaba muerta para todos.


Así que creé una nueva ficha para ella.

ALARA CHARMS LOSA


18 años, Oakland.
Hija de John Charms y Holly Singh.
Estudiante.
Sin expedientes policiales abiertos.
—Esto —apuntó la pantalla—, te costará caro, Reno.
Saqué mis ahorros, y se los di.
—¿Es suficiente?
Se paró unos minutos para contar el dinero.
—Perfecto.
—Necesito otro favor —mi excompañero aceptó sin saber antes de
qué se trataba exactamente—. Tienes que casarme con ella. Necesito algún
documento oficial que nos una como marido y mujer.
—¿Estás loco?
—La estoy protegiendo.
—¿De quién?
—Nada de nombres, Sebastián.
No le hizo gracia, pero giró la pantalla de su ordenador portátil, y
empezó a teclear desesperadamente. Unos minutos más tarde, tenía un
certificado de matrimonio falso en mi poder.
—Gracias.
Sebastián se quedó tirado en la cafetería observando cómo me alejaba
de él.
Sabía qué pensaba de mí:
Qué me había vuelto loco.
Pero si enloquecer era salvar el alma de una persona, perdería la
cabeza hasta que ella estuviera a salvo del mundo exterior.
—Por fin estamos unidos —sonreí, al enrollar el papel y me lo guardé
dentro de la cazadora.
Alanna se encontraba ojeando un viejo periódico que encontré tirado en
nuestro hogar. No le importó la fecha de imprenta, simplemente se puso a
leer para ejercitar el cerebro como le recomendó el doctor. Me senté junto a
ella y la observé en silencio. La quería. La deseaba. Y estaba dispuesto a
conformarme con poca cosa. La enamoraría y, cuando me quisiera, dejaría
de borrarle la memoria.
—Tu silencio me incomoda, Reno.
Me di el lujo de acariciar su cabello antes de darle una buena noticia.
—He conseguido que te reincorpores en el último trimestre de tu
curso.
—¿Iré a clase?
Miré su pierna, seguía herida.
—No, pero lo harás desde casa —retuve mis besos; quería besarla
desesperadamente—. Cuando te recuperes, buscaremos una universidad
para que vayas a clase.
—¿Tú me ayudarás?
—Por supuesto —sonreí.
—Reno —jadeó—, gracias.
Y se abalanzó sobre mí para abrazarme. Acaricié su cuello con mi
nariz, cerré los ojos y me perdí en el perfume que desprendía su cuerpo.
«Poco a poco te enamorarás de mí» —pensé.
—Poco a poco —repetí, en voz alta.
Me mostró una bonita sonrisa y dijo:
—Poco a poco.
Capítulo 17
ALARA

Los primeros rayos de sol se encargaron de despertarme. Como cada


mañana, Reno, se encargó de dejarme la medicación junto a una nota de
buenos días. Ignoré el mensaje y las supuestas pastillas que me ayudarían a
recuperar la memoria que perdí en el accidente. Abandoné la cama con
cuidado y me acerqué hasta la ventana para observar quién se entretenía
hablando delante de nuestra propiedad. Un grupo de mujeres, todas
sosteniendo una taza, apuntaban a nuestro hogar mientras que parloteaban
sin ni siquiera tomarse un instante para tragar saliva. Ignoré aquel pequeño
detalle y, al aprovechar que estaba sola, salí para conocerlas. Al verme
acercar con una sonrisa en el rostro, el parloteo finalizó.
—Buenos días —saludé.
Las cuatro a la vez me devolvieron el saludo:
—Buenos días.
Por educación, me presenté.
—Mi nombre es Alara Charms.
—Nosotras somos Heather, Mariah, Jenna y Lauren —se encargó de
hablar esta última. —¿Cómo has llegado hasta aquí, ratoncito?
Su cabello largo y marrón, se encogió a la altura de sus hombros y se
aclaró a un rubio cenizo. Su rostro también cambió por completo; era más
joven, fruncía el ceño y parecía conocerme por la forma en la que me
apodó.
—Perdón…—las manos me temblaron, e intenté esconderlas debajo
de los brazos—. ¿Qué ha dicho?
Ella rio.
Una risa que llegó a ponerme el vello de punta ante la maldad que
tenía al dirigirse a mí.
—Eres una pequeña zorra asesina —de su frente, brotó varios hilos de
sangre que ocultaron su expresión. No dejaba de sangrar y, cuando intentó
rodear mi cuello con sus manos, me aparté inmediatamente. El corazón se
me aceleró y me costaba respirar con normalidad—. ¿Estás bien? —
preguntó, una mujer muy diferente a la anterior; su rostro dejó de ser tan
delgado, las manchas de sangre desaparecieron y dejó a la vista un suave y
claro maquillaje. Volvió a cambiarle la altura y el color del cabello. —
Pobrecita —se lamentó—, como ha perdido la memoria.
No sólo había perdido la memoria, empezaba a perder la cabeza.
Intenté tranquilizarme y me acerqué hasta las señoras.
—¿Alguna de ustedes podría acercarme hasta un supermercado?
Recordé que faltaba leche y especias que anotó Reno en un trozo de
papel que acomodó en la nevera con un imán de Carson.
Una de ellas, amablemente, asintió con la cabeza. Me mostró su
vehículo y se despidió de las demás. Antes de alejarnos del jardín de mi
casa, me echó un vistazo rápido; seguía vistiendo en pijama e iba con unas
cómodas zapatillas que llamaban bastante la atención.
—¿No quieres cambiarte?
Sacudí la cabeza.
Necesitaba abandonar aquel lugar.
Me pidió que la siguiera y me senté en el copiloto. Ella no dejó de
hablar. Tuve que distraerme con la música que sonaba de fondo; no sabía
muy bien que género musical era, pero las notas fuertes resonando en mis
tímpanos, me gustaron.
Y se apagó.
—No sólo me has matado —una vez más, la mujer que vi
anteriormente, apareció—, también has abandonado a mi hijo.
¿Estaba recuperando mis recuerdos?
Entonces, ¿quién era la mujer que estaba cubierta de sangre?
—¿Ratoncito?
—No…No te entiendo.
Dejó de mirar la carretera.
Si seguía acelerando el motor, acabaríamos teniendo un accidente.
—Siento lástima por ti, Alanna.
«¿Alanna?»
Se confundía de persona.
No podía mirarla a los ojos, llegué a sentir pánico la primera vez que
apareció en el pequeño grupo de vecinas que conocí.
—Lo siento.
—¿Lo sientes? ¡Me has matado, zorra!
—¡Lo siento! —alcé un poco más la voz, y cerré los ojos.
Una mano llamó mi atención. La mujer de cabello rubio oscuro
volvió a desaparecer y, de nuevo, me encontraba junto a Jenna.
—¿Estás segura? —preguntó—. Puedo acercarte hasta el centro
comercial.
Miré a través de la ventanilla.
A unos metros del vehículo, se encontraba un supermercado pequeño
de barrio.
—Es perfecto —me esforcé en estirar los labios—. Muchísimas
gracias.
—No te preocupes —la mujer fue amable conmigo, y eso que era una
desconocida. —Para eso estamos las vecinas.
Me bajé del coche y me despedí de ella mientras que la observaba
marchar. Todo empezó a darme vueltas y sentí que en cualquier momento
me desharía de la cena anterior que cargaba en mi estómago. Me acomodé
en una boca de incendios y esperé a que todo se detuviera. Pero no tardaron
en aparecer las voces que taladraban mi cabeza.
—Ratoncito.
—Mamá te odia.
—Cielo.
—Si nos ocultas algo, es para protegernos.
—Caballito.
Iba a volverme loca.
—¡Alanna! —la última voz fue más real—. ¿Mami?
Me obligué a abrir los ojos. Un hombre de mi edad, más joven que
Reno, se presentó delante de mí con el nombre equivocado. Me miró con
sus enormes y expresivos ojos y acomodó sus manos sobre mis hombros.
Quería huir, pero me retuvo.
—¿Dónde se encuentra Reinha?
—¿Quién…Quién eres?
Quería gritar, pero era imposible.
Poco a poco empecé a quedarme sin voz.
—Tienes que buscar a Bloody —al darse cuenta que empecé a cerrar
los ojos, me zarandeó—. Escúchame con atención, Alanna. Vikram mandó
a matarte…
Otro hombre, más alto que el que se detuvo a hablarme, lo arrastró
junto a él. Vi por encima del hombro, algo borroso, como marchaban sin
decir nada más.
—¿Quién…eres?
La poca información que soltó, volvió a desvanecerse en mi cabeza.
Salvo un nombre:
Bloody.
Me levanté de la boca de incendios. Di unos cuantos pasos hacia
delante y, al creer que alcanzaría el pequeño supermercado, tropecé con mis
propios pies y caí al suelo.
—A-Ayuda —es lo último que dije, antes de perder la poca visión que
me acompañaba.
Capítulo 18
TERENCE JUNIOR

«¡Infiernos!»
En el momento que lo vi junto a Alanna –la persona que
supuestamente maté- entendí su entusiasmo por ir a la ciudad de Oakland.
Antes que hablara más de la cuenta, lo cogí del brazo mientras que ocultaba
mi rostro con la manga de mi chaqueta. Ella intentó acercarse hasta
nosotros, pero un vehículo se lo impidió. Diablo maldijo a regañadientes y
tuve que buscar un lugar para escondernos hasta que la perdiera de vista. Si
Alanna estaba ahí, Bloody estaría cerca. No podía cruzarse conmigo. No
cuando mandé a Gabriel a matarlo una vez que tuviera la dirección de
Reinha. El mexicano, pronto, se reuniría con nosotros.
—¡Basta! —sacudió el brazo y empujé su cuerpo contra el muro del
callejón—. Suéltame, perro.
—¿Te has vuelto loco?
Si trazaba un plan contra mí, se convertía en mi enemigo. Estuve
meses chupándole la polla para tenerlo en mi bando, pero si me desafiaba
una vez más, lo mataría con mis propias manos mientras que descansara. Su
mirada penetrante se detuvo en mis ojos. Apretó los labios y dejó de soltar
insultos que ni siquiera me ofendían. Diablo tenía que apoyarme en mis
decisiones. ¿Por qué se reveló a unos días de ejecutar el plan que hablé con
Vikram Ionescu?
—Necesito hablar con Reinha.
—¡Es peligroso, joder!
Él también gruñó.
Pero en ningún momento alejó mi cuerpo del suyo. Seguí
acorralándolo con mi pecho mientras que nuestros rostros estaban a unos
centímetros.
—No te preocupes —soltó—. Ni siquiera se acordó de mí, man.
—¿Qué quieres decir?
—Estaba confusa. No recordaba mi nombre.
—Ella murió —lo sabía, porque yo disparé—. No lo entiendo.
—Estás bajo tierra si Bloody descubre la verdad.
Jamás.
Antes que yo muriera, éste se reuniría con nuestra madre.
—Me echarías de menos —susurré, contra sus labios. No quería un
enemigo al otro lado de la cama, así que lo seduje como de costumbre—.
Sin mí, no eres nadie, Diablo Arellano.
—¿Eso piensas, rubio oxigenado?
—Sí, man —dije, con su acento.
Fui bajando mi cuerpo por encima del suyo y, cuando hinqué la
rodilla en el bordillo de la carretera, me preparé para bajarle los pantalones.
Diablo no protestó. Dejó que mis dedos lucharan contra su cinturón. En vez
de bajarle la cremallera con las manos, utilicé mis labios para excitarlo.
Pero él ni siquiera reaccionó. Me miró desde arriba con una cejada alzada.
—¿Lamiendo mi polla mexicana tendrás mi silencio?
—Lamiendo tu polla mexicana te mantendrá callado durante un
tiempo —adentré mis manos en los bolsillos de sus pantalones y tiré hacia
abajo. Lo que no esperaba encontrarme en el interior del forro de los
bolsillos, era una docena de pastillas. Saqué una para ver qué era; su
medicación—. ¿¡Qué mierda!?
Me levanté del suelo y, al intentar golpearlo, éste me detuvo con una
pequeña arma que guardaba en el interior de sus calcetines.
—Tu corazón empezó a latir con fuerza.
—¿Vas a matarme?
—Es lo que necesito. Detener ese maldito sonido que me vuelve loco.
Solté una carcajada.
—Si te tomas la medicación, el sonido se apagará —sonreí—. ¿Te has
enamorado de mí?
Diablo me golpeó con fuerza.
Giró mi rostro con el puño y sentí como la boca se me llenaba de
sangre; la escupí porque no soportaba el sabor.
—¿Cuándo dejé de mandar? —me preguntó confuso. Desde que nos
habíamos unido, yo lo manipulé. Y él, como una colegiala estúpida,
obedeció sin rechistar.
—Te propongo algo —sonreí, para irritarlo más—. Si te portas bien,
no le diré a Gabriel donde se encuentra Reinha.
—¡Hijo de perra!
Mi carcajada lo enfureció.
Pero no me golpeó porque le enseñé las pruebas que estuve evitando
que viera.
—Harás todo lo que yo te pida, ¿de acuerdo?
Apretó la mandíbula.
—Quiero una respuesta, Diablo —insistí.
—Lo haré, hijo de perra.
—Muy bien —dije, poniendo mi mano en su cabeza—. Baja y
chúpame la polla.
Y lo hizo.
Se arrodilló ante mi miembro y no tardó en llevárselo a la boca.
Mientras tanto, envié un mensaje urgente.
Alanna está viva.
09:19 AM ✓✓

Gemí.
Cuando el móvil vibró, entreabrí los ojos.

¿¡Qué!?
09:21 AM ✓✓

Está en Oakland.
09:24 AM ✓✓

Diablo siguió con su trabajo.

Envíame la ubicación.
09:24 AM ✓✓

Esperé a correrme en la boca de Diablo y le mandé la dirección exacta a


Vikram.

Ubicación actual.
09:32 AM ✓✓
Cuando me deshiciera del mexicano, tendría que buscar a otro que la
chupara tan bien como él.
Game Over, Bloody.
Volverás a quedarte sin la chica.
Capítulo 19
ALARA

Cuando desperté, las voces que me debilitaron volvieron con más fuerza.
—Alanna.
—Cielo.
—Tú nos proteges.
—Ratoncito.
No aguanté más, alcé bruscamente la espalda de la camilla donde
estuve descansando y busqué desesperadamente los rostros de aquellas
personas. No encontré a nadie, salvo a Reno descansando a mi lado. Volví a
despertar en un hospital; la habitación pintada de blanco era más pequeña
que la anterior. Junto a la camilla, se encontraba el sillón que utilizaba mi
prometido para cerrar un rato los ojos. Y, a mano izquierda, un enorme
ventanal cubierto por cortinas oscuras, impedía que viera la claridad de la
mañana o la oscuridad del anochecer.
Saqué las manos de debajo de las sábanas y solté un grito de pánico al
encontrarme los dedos ensangrentados.
—Tú me mataste, ratoncito.
—¡No! —grité, rasgándome las cuerdas vocales.
Reno despertó y limpió las gotas de sudor que cubrieron mi frente.
—Estoy aquí —susurró, sobre mi cabello. —Siempre estaré aquí.
No quise mirarlo.
Temí que, si lo hacía, su rostro cambiaría como el de los demás y
volvería a ver a la mujer que me acusaba de haberla asesinado. No quería
recordar aquel rostro. No cuando me dejaba sin aliento y perdía el poco
control que manejaba.
Y, sin darme cuenta, susurré el apodo de uno de ellos:
—Bloody.
Sentí como Reno se tensó. Se apartó de mi lado y se me quedó
mirando confuso.
—¿Qué has dicho?
—Bloody.
Éste no supo cómo reaccionar y me obligó a tenderme sobre la cama.
Sacó la medicación del bolsillo de sus pantalones de deporte y me obligó a
tragarme las cápsulas que olvidé tomar por la mañana.
—Tu medicación es importante, Alara.
—Estoy teniendo alucinaciones —le confesé—. Veo y escucho gente
que no está junto a mí. Al principio pensé que eran recuerdos, pero luego se
desvanecen en mi cabeza.
—Te falta descansar —insistió.
Aparté sus manos de un manotazo.
—¡Tienes que escucharme, Reno! —Cuando tuve su atención,
proseguí—. Creo que maté a alguien. A una mujer. He visto su rostro, pero
no consigo acordarme de ella para describírtela.
—Pesadillas —le puso nombre a mi problema. —Aterradoras y
pesadas pesadillas, Alara. No puedo cuidarte aquí dentro —apuntó a mi
cabeza—, pero estaré fuera para hacerlo. Intenta dormir…
—Reno…
—Por favor —por su tono de voz, Reno, parecía cansado físicamente
y mentalmente—, Alara.
No luché más con él.
Tenía todas las de perder.
Así que le di la espalda, me tumbé de costado y cerré los ojos.

Se me hizo extraño ver a un hombre de cabello largo y rubio a unos metros


de mí. Se encontraba sentado al borde de una ventana mientras que
tarareaba una canción cada vez que apartaba un cigarro de sus labios. Me
acerqué hasta él e intenté no hacer ruido para asustarlo. Pero el hombre
sabía que me encontraba cerca. Miró por encima del hombro y, cuando sus
azulados ojos atravesaron los míos, me sonrió. E hice lo mismo sin tener
que esforzarme. Me tendió su mano y la acepté. Nuestros dedos se tocaron
y sentí un cosquilleo en mi vientre. No tardé en sentarme junto a él. Saqué
las piernas al exterior de la ventana y miré hacia abajo. Estábamos en un
edificio muy alto. Si no teníamos cuidado, nos mataríamos.
—¿Quieres un beso de buenas noches? —preguntó, relamiéndose los
labios mientras que me tendía el cigarro.
Me encogí de hombros.
—Ni siquiera sé si soy fumadora.
—Cielo, somos una chimenea andante —su risa me dio la felicidad
que me faltó en los últimos días.
—¿Quién eres?
Era atractivo incluso con la larga melena que le caía sobre los
hombros. Sus ojos expresivos, grandes y llenos de vida por el hermoso
color del iris, me enamoró en un par de segundos. Tenía una nariz fina y de
punta alargada. Bajo la corta baba, se encontraban unos labios carnosos
brillantes por el lengüetazo que se dio. Sentado, me dio la sensación que
era más alto que yo. Estaba fuerte y detrás de su oreja tenía un nombre
tatuado.
—¿No sabes quién soy?
—Si lo supiera —reí—, no te lo preguntaría.
—Conseguirás que me ponga a llorar.
Sus bromas se completaban con las mías.
—¿Por qué? ¿No saber quién eres es un delito?
—Un delito de los gordos —estiró los brazos y su cuerpo se
tambaleó. En aquel momento temí. No quería que cayera y se alejara de mí.
Así que atrapé con fuerza su camiseta y lo retuve a mi lado—. Veo que te
importo.
—No quiero que caigas.
—No caeré si tú estás a mi lado, Alanna.
Otra vez ese nombre.
Todos se confundían.
—Mi nombre es…
El rubio prefirió cortarme.
—¡Cierto! —«¿Nunca dejaba de sonreír?» Acarició mi rostro y
acercó sus labios a los míos—. Tu nombre es Cielo.
—Eso es ridículo.
No protesté cuando su nariz acarició la mía.
—Pero te encanta.
—No lo creo.
—¿Estás segura?
Alzó mi barbilla y unió nuestros labios.
Estaba besando a un desconocido que me provocaba mil emociones a
la vez.
—Dime tu nombre —supliqué, y refunfuñé cuando se apartó de mi
boca.
—Tú lo sabes.
—No.
¿Quién era?
Necesitaba un nombre.
—Por favor —insistí.
—Inténtalo, cielo. Inténtalo.
Quería golpearme la cabeza, pero me lo impidió.
—Entonces te conozco —susurré.
—Mejor que nadie —acomodó la mano en mi costado y de repente
recordé el tatuaje.
Tenía una D marcada.
—De…De…
Su carcajada me llevó al cielo.
—Prueba más tarde.
—¿Adónde vas?
El hombre de cabello rubio se levantó con la intención de dejarme
sola.
—Tengo que irme.
—¿Por qué?
—Porque si me quedo aquí contigo, nunca te encontraré.
—Ya me has encontrado.
Volvió a besarme y deseé que aquel instante fuera eterno.
—Todavía no, Alanna.
Capítulo 20
MOIRA

Necesitaba desahogarme, por ese motivo empecé a asistir a la consulta de


un psicólogo. Fue difícil conseguir uno de confianza, pero después de cinco
especialistas, encontré al hombre perfecto; sólo me escuchaba, estiraba el
brazo para coger su dinero y no me juzgaba ante los pensamientos que
tenía. Solía visitarlo tres veces por semana. Ese rato que desconectaba de
mi romance con Ronald, revivía la llama de nuestra pasión. Mi querido y
dulce hombre llegó a pensar que iba a yoga, así que administraba ese
tiempo para encontrar el cuerpo de la perra que parí. Si no la veía muerta,
jamás descansaría en paz.
—¿Qué soñaste anoche, Moira?
Al presentarme delante de él, le confesé que tuve un sueño
maravilloso. Últimamente, las pesadillas me invadían. Y la vida me dio un
pequeño regalo.
—Soñé con el nieto de Ronald —estiré los labios—. Ese bastardo
murió ahogado en la bañera. Mi esposo, ya que ahí por fin habíamos dado
el sí quiero, no se enfadó. Más bien, celebró haberse librado de aquel
mocoso. Detesto a los niños, ¿me entiende?
—La entiendo perfectamente. ¿Es el motivo por el cuál no tiene el
papel de madre con su hija?
—Alanna fue el capricho de Gael —confesé, una vez más en alto—.
Nunca entendí como un niño podía salvar un matrimonio.
—No lo hacen. Ni siquiera las mascotas.
—Pero el insistió —le expliqué—. Gael deseaba tener una niña que
pudiera dar calor a nuestro hogar. Nuestra relación estaba muerta, pero el
cabrón me prometió el cielo y la tierra. Así que le di la hija que me pidió y
me jodió la vida cuando desapareció.
—¿Has hablado con Ronald de tu decisión de no criar a su nieto?
—¡No! —alcé la voz—. Si le cuento la verdad, me mataría.
—Vuestra relación se basa en la confianza, Moira, deberías intentarlo.
Miré a ese personaje con el que me cruzaba un par de horas a la
semana. Le enseñé mi bolso y el talón que le tendería si dejaba de guiarme
por el buen camino. Éste cerró los labios y se limitó a asentir con la cabeza.
—Voy a matar a ese bastardo con mis propias manos.
Reí.
—Hasta que no deje de llorar, no asomaré la cabeza al interior de la
bañera.
El psicólogo tragó saliva.
Pagué la sesión, me dirigí hasta la puerta y antes de abandonar la
consulta le dije:
—Nos vemos el viernes.
Esperaba, impaciente, otro dulce y perfecto sueño como tuve la noche
anterior.
Era lo único que me daba placer.
Capítulo 21
BLOODY

No esperaba que Callie fuera detrás de mí. Dejó que Raymond cuidara a
Dashton y siguió cada paso que di en el interior de la casa. Saqué las armas
que tenía escondidas y me preparé una mochila con un par de prendas. La
pelirroja se abalanzó sobre mí e intentó detenerme. Pero no lo consiguió.
Cansada de suplicar, cayó sobre la cama y su llanto mató mis nervios. Me
acerqué con cuidado hasta ella, me arrodillé en el suelo y la obligué a que
me mirara a los ojos. Mis pulgares retiraron las lágrimas de dolor que
empujaron sus ojos negros. Estaba temblando, así que besé sus manos y
dejé que su calidez arropara mis labios.
—Te vas —dijo, con la voz rota.
—Tengo que ir, Callie.
—La idea de perderos —sus ojos volvieron a llenarse de lágrimas
traicioneras que ocultaban su hermoso rostro—, me destroza. Me había
acostumbrado a tu calor. A tener a Dashton entre mis brazos hasta quedarse
dormido. Despertarme junto a vosotros antes de irme a trabajar. De saber
que, en cualquier momento, nuestros labios volverían a encontrarse. No
puedo, Bloody. Soy egoísta, porque os amo.
Cuando busqué a Callie, mi intención no era destrozarle el corazón.
Siempre tuve claro a quien amé y a quien quise como una persona especial
que formaba parte de mi corazón. Al tener la esperanza de recuperar a
Alanna, no me importó abandonar a Callie cuando fue la única que me
ayudó a cuidar a Dashton. El miserable era yo. El culpable de que ella
volviera a amarme, era yo.
No quería que sufriera por una persona que no la correspondería.
—Callie…
Pero ella me detuvo.
—Estás enamorado de Alanna —se limpió las lágrimas con el puño
de su camisa—. Lo sé desde el día que entraste por esa puerta —apuntó
fuera de la habitación—. Pero soñar es gratis —intentó sonreír, pero de sus
labios salió otra mueca que me rompió el corazón—y, por un tiempo, fui
feliz con el hermoso sueño que alegró mis días; tener una familia.
—Seguimos siendo una familia —le recordé.
Ella negó con la cabeza.
—Sabes que no.
—Callie…
Silenció mis palabras con la presión de su boca sobre la mía. Me besó
durante un minuto y, cuando se vio lo suficientemente fuerte, me pidió que
fuera a buscar a Alanna.
—Ese niño necesita a su madre.
La abracé entre mis brazos.
—Gracias.
«Me hubiera gustado amarla» —pensé, alejándome de ella.
Prometió cuidar a Dashton hasta que regresáramos, y abandonamos el
hogar para dirigirnos hasta Oakland; Raymond encontró la propiedad de
Reno. El viaje duró unas tres horas. Mientras que mi compañero de viaje
descansaba, mi mente buscaba algún plan para matar a ese hijo de puta que
seguía trabajando para Vikram. Si realmente aisló a Alanna de nosotros, lo
torturaría al estilo de Gael cuando interpretó a la perfección el papel de su
viejo amigo el mafioso.
Detuve el coche delante de la casa que me anotó Raymond, y esperé a
que se hiciera de día. El primero que salió fue Reno. Intenté salir para ir
detrás de él, pero me detuvieron a tiempo.
—Necesitamos pruebas.
—¿Pruebas para matar a ese traidor? —me reí—. No las necesito.
Sacó su móvil cargado de información.
—Aquí pone —dijo, deslizado la pantalla—que su prometida se llama
Alara Charms.
—¿Alara?
—Sí. Creo que le ha cambiado el nombre.
—Y, ¿por qué lo hubiera permitido ella?
Se encogió de hombros y de repente se quedó en silencio. Apuntó con
el dedo dirección a la casa de Reno, y ambos comprobamos como Alanna
seguía con vida. Tenía el cabello más largo y rebelde por no habérselo
cepillado. Estaba pálida, pero seguía preciosa. Estiró sus brazos y bostezó
antes de recoger el periódico.
—Lo sabía —cantó victoria Raymond.
—Tenemos que hablar con ella. Tenemos que rescatarla de ese
maldito cabrón.
No nos lo pensamos dos veces y salimos del vehículo para reunirnos
con ella. Tenía la libertad de salir del domicilio. ¿Cómo era posible si estaba
secuestrada? Aceleré mis pasos y mostré una sonrisa cargada de felicidad.
Estaba dispuesto a besarla hasta quedarnos sin aliento. Callie tenía razón; la
amaba como jamás amé a alguien o como me amaba yo mismo.
—Cielo —llamé su atención.
Ésta me miró confusa, alzó una ceja y soltó:
—¿Quién eres?
Dirigió su cabeza hasta el rostro de Raymond y empezó a gritar
desesperadamente. Raymond se puso nervioso, ocultó su cara con el gorro
de su sudadera y le dio la espalda.
—Alanna, somos nosotros.
Se negaba a escucharme.
—¡Socorro! —gritó, con más fuerza.
Las voces de un grupo de mujeres provocaron nuestra huida. Estaban
dispuestas a llamar a la policía.
¿Qué estaba sucediendo?
¿Por qué no nos recordaba?
Capítulo 22

—Me teme —volvió a repetir—. Tiene miedo de mí.


No sabía muy bien cómo tranquilizarlo. A Raymond le afectaba que
las personas huyeran de él por el trozo de su perfil quemado. Se llevó las
manos al cabello y se movió nervioso sobre el asiento del coche. Alanna no
nos había reconocido. Estaba ida y parecía confusa. Reno le había hecho
algo. Estaba convencido. Ese cabrón era amigo de Vikram, así que era
capaz de torturarla hasta que nos temiera.
—¿Por qué? —se preguntó—. ¿Por qué ha reaccionado de esa
manera?
—No se acuerda de nosotros. O eso quiere hacernos creer. Estará en
peligro. No es posible que conviva con Reno si no hay un motivo detrás.
—¿Tú crees?
Por supuesto.
Pasaron las horas y, en el momento que las vecinas de ella dejaron de
hacer guardia delante de la casa, nos acercamos con el coche para ver qué
estaba haciendo. Salió con un palo de escoba y se sentó sobre la hierba para
que el sol le diera algo de vida en la piel. Cerró los ojos, se tomó unas
pastillas que sacó del bolsillo de su falda y descansó durante una hora.
Cuando el sol bajó, Reno llegó. Ese cabrón la ayudó a levantarse y sin
poder creérmelo, se besaron.
Fue un beso mutuo.
Un beso correspondido.
Reno la cogió entre sus brazos y se adentraron en el interior de la
propiedad.
—¿Estará drogada?
Una persona drogada no hacía vida normal.
«Y si…» —empecé a pensar gilipolleces, pero que tenían sentido.
—¿Y si quiere una vida normal lejos de nosotros?
—¿Qué dices, Bloody?
—Nosotros apagamos su luz. La consumimos con el secuestro —miré
nuestro anillo de bodas—. Yo la obligué. Dejé que se hiciera cargo de su
hermano cuando no era su responsabilidad. La retuve a mi lado…
casándonos. ¿Y si no quería? ¿Y si lo hacía para sentirse libre de las
pesadillas que le causé?
—No digas tonterías —golpeó mi nuca, queriendo volverme a la
realidad—. Alanna te quiere. Nos necesita.
—Ella parece feliz —insistí.
No dejé que dijera nada más.
Eché otro vistazo por la ventanilla del coche y encontré a Alanna
rodeando el cuello de Reno mientras que éste volvía a besarla.
—Ella es feliz —confirmé.
Puse en marcha el vehículo.
—¿Adónde vamos?
No le mentí.
Fui sincero con Raymond.
Lo mejor para todos era que nadie más sufriera.
—A casa.
—¿Sin Alanna?
Él no lo veía, pero yo sí.
—Alanna ya está en casa.
Y nos alejamos de la urbanización, mientras que sentía como mi
mundo entero se iba a la mierda.
Capítulo 23
ALARA

En los últimos días me sentí observada. No importaba el lugar, siempre


caminaba detrás de mí una sombra que se difuminaba cuando la detectaba.
Seguí tomándome la medicación para evitar las paranoias. Las pesadillas no
me acompañaron por las noches, pero las voces siguieron acariciándome el
lóbulo de la oreja. Estaban cerca de mí. No sabía quiénes eran, pero siempre
iban a cinco metros detrás de mí.
Decidí recorrerme uno de los supermercados más grande que había en
Oakland; aproveché que Reno me esperaba en el coche y cogí un carro
enorme para una compra mínima. Me comporté como una niña pequeña
corriendo por los pasillos sin importarme lo qué podían opinar los demás.
Tomé carrerilla, acomodé mi cuerpo sobre el hierro sobresaliente y salí
corriendo. Podía notar como las olas frescas que desprendían los aires
acondicionados movían mi cabello. Pero la diversión terminó cuando un
hombre se cruzó en mi camino. Detuvo el carrito y observó lo que cargaba.
—¿Muffins y café?
—¿Algún problema?
Me sentí intimidada cuando el desconocido examinó uno por uno los
productos que llevaba. Al no tener respuesta por su parte, intenté huir, pero
su mano me lo impidió. Se inclinó hacia delante del carro, cogió los muffins
y devoró uno ante mi atenta mirada.
—Deliciosos.
—¿Deliciosos? —repetí. Estuvo a punto de dejar la caja abierta de
muffins en mi carrito de la compra, pero lo detuve a tiempo—. Tú te los
comes. Tú los pagas.
Conseguí que se apartara de mi lado y seguí caminando por los largos
pasillos del supermercado. El tío raro, que perdió mi respeto, me siguió por
cada rincón que ojeé. Sus pasos firmes, solían detenerse cuando yo lo hacía.
Lo observé por encima del hombro y lo único que hizo él, fue sonreír como
un lunático. Cansada, volví a pararme en la sección de cereales.
—¿¡Qué haces!?
Le reclamé.
Se acercó con los brazos cruzados sobre el pecho y comprobé que
tenía los ojos más azules que jamás había visto en mi vida. Su cabello rubio
y corto le hacía parecer más mayor de su verdadera edad. Era guapo y
capullo. El pack completo para cualquier persona que lo quisiera tener un
rato en su cama.
—¿Nunca te han dicho que furiosa estás más guapa?
—Pienso patalear tus pelotas si continúas siguiéndome.
—Y, ¿por qué iba a seguirte?
Ibas detrás de mí.
Así que algo le llamó la atención.
—Eres un baboso asqueroso.
Un pervertido acosador.
Estaba segura.
—Soy un poco baboso —confesó, con una larga sonrisa—, pero no
soy asqueroso. A no ser que te guste follar empapada de sirope de
chocolate. Entonces, sí, absolutamente sí, seré un baboso asqueroso.
Se me encendieron las mejillas.
Desde que desperté del coma, no había hablado de sexo con nadie. Ni
con Reno. Lo poco que hice con mi prometido fue darnos un par de besos
para poder acostumbrarme a su compañía.
—¡Oh, cielo! —exclamó, arrimándose un poco más a mí. —¿Te has
humedecido?
Tragué saliva.
«Reacciona, joder.»
—¡Pervertido!
Su risa me dejó en ridículo.
Era mayorcita para defenderme de aquella forma tan infantil.
—¿Quieres mi número de teléfono?
—Por supuesto que no —y sacudí la cabeza para darle más fuerza a
mis palabras.
El imbécil se tomó la molestia de no hacerme caso y anotó su número
en una caja de cereales. Metió el producto en el carrito y desapareció.
Leí su breve nota:

Llámame, cielo.
Bloody.

¿Su nombre era Bloody?


¡Era ridículo!
Le tendí la bolsa de la compra a Reno y éste buscó sus cereales favoritos.
—¿Reese’s puffs? —preguntó, decepcionado—. Detesto la crema de
cacahuete con chocolate.
Por suerte no le dio la vuelta a la caja de cereales, ya que encontraría
el nombre del pervertido.
«¿Por qué me los llevé?» —quedé cruzada de brazos mientras que
pensaba cosas absurdas—. «Al final tendrá razón y me habré mojado las
bragas con sus sucias palabras.»
—¡No! —grité.
—Tranquila —besó mi mejilla—. Ya iré otro día.
La risa de Reno no consiguió borrar la de Bloody.
—Tienes que darme un arma o algo.
—¿Por qué? —salimos del parking.
—Hay muchos pervertidos en los centros comerciales.
Me miró a través del retrovisor.
—¿Ha sucedido algo, Alara?
Le mentí.
—No, pero no me fío.
—Está bien —se dio por vencido—. Conseguiré un spray de
pimienta.
—Gracias —le agradecí, acomodando mi cabeza para echarme un
rato a descansar.

Volví a cruzarme con el hombre de cabello rubio y largo; en ese momento,


lo tenía recogido mientras que mecía entre sus brazos a un bebé. Me
acerqué con cuidado y entristecí al saber que tenía una familia. Estaba
casado y pasé de largo ese detalle cuando lo conocí. Quise dar media
vuelta, pero él me lo impidió.
—¿No vas a coger a nuestro hijo?
Miré a mi alrededor; estábamos en una habitación infantil, solos.
—¿Hablas conmigo?
Su sonrisa me lo confirmó.
Se acercó hasta mí con el niño entre sus brazos y me lo tendió. Al
principio temí por la vida de la criatura, pero después me adapté a los
suaves movimientos que ejecutaba mientras dormía. Él arropó mis hombros
y observó al bebé por encima de mi cabeza.
—Te hemos echado de menos, Alanna.
Ese no era mi nombre.
No le corregí.
—¿Cómo se llama el bebé?
Ya que él no era capaz de darme el suyo, al menos podía tener el
detalle de hacerme conocer el nombre del niño que cargaba.
—¿Tampoco te acuerdas de él? —mi respuesta fue sacudir de un lado
a otro la cabeza—. ¿Por qué te has olvidado de nosotros?
Estaba triste.
—Tuve un accidente —confesé.
—Nos abandonaste.
¿Quiénes eran?
¿Por qué al cerrar los ojos aparecían?
—Yo te quiero.
—Y yo —dije, sin darme cuenta.
—Vuelve a casa, cielo.
—¿Cómo?
—Recordándonos.
—Dime tu nombre. Dime el nombre del niño —sentí como lloraba
ante la impotencia.
—Alanna.
Fue alejándose.
—¡Espera!
—Vuelve a casa.
Entre mis brazos ya no estaba el bebé.
—Por favor, no me dejes sola.
—Te echamos de menos —escuché, desde muy lejos.
Caí al suelo de rodillas y mi llanto no se detuvo.
—No me dejéis sola —repetí.
Capítulo 24
BLOODY

Jugué a los desconocidos con Alanna.


Ella, realmente, no se acordaba de mí.
No importaba mi nuevo cambio de imagen, sus ojos no eran capaces de
reconocer mis rasgos faciales. Para no asustarla como la primera vez que
nos encontramos en Oakland, llamé la atención del pervertido que conoció
la primera vez que nos cruzamos. Al menos, siguió mi juego. Observé
desde lejos como se llevó la caja de cereales y esperé a que se atreviera a
hacer la llamada. Pero no la hizo.
Volví al motel y pillé a Raymond hablando con Reinha; por suerte
omitió el pequeño problema que tuvimos con Alanna, pero le confesó que
seguía con vida. Me senté sobre mi cama y crucé los brazos bajo la
almohada. Me quedé mirando el techo como un idiota.
¿Qué estaba mal con ella?
Me pregunté una y otra vez.
Raymond colgó la llamada y se acercó hasta mí para lavarme el
cerebro una vez más.
—Hay que amenazar a Reno.
Parecía tan fácil.
—¿Cómo? —quise saber.
—Haciéndole daño —cuando vio mi sonrisa, me detuvo—. No hablo
de dolor físico. Simplemente asustarlo con algo que ame o proteja.
—Alanna —susurré.
—Si la quisiera muerta, ya se la habría entregado a Ronald.
—¿Me estás diciendo que la protege?
Asintió con la cabeza.
—Y también la protege de nosotros.
—Ese hijo de puta… ¿le ha hecho un lavado de cerebro?
—Hay fármacos que si los mezclas con SDA, te convierten en un
disco duro. Tu mente está en el poder de cualquier persona —empezó a
ponerme nervioso—. Tus ideas. Tus recuerdos. Tus planes de futuro. Reno
es policía. Puede acceder al SDA sin buscar un vendedor.
Me levanté de la cama y descargué mi ira con el mueble que sostenía
el televisor.
—¡Nos ha borrado de su cabeza!
—Tenemos que colarnos en su hogar.
—Dime cómo y lo haré.
Raymond se acercó para contarme su plan, y me gustó.

Reno, como cada mañana, abandonaba la casita cutre y ridícula que compró
para alojarse con Alanna. Lo seguí hasta que encontré un callejón para
ejecutar el plan de Raymond. Antes que pasara de largo, tiré de su chaqueta
y lo empujé hasta el interior de aquella calle sin salida.
—Blo…Bloody.
—¡Joder! —me llevé una mano a la cabeza—. El apodo de
Tartamudito ya está reservado para otra persona. Tú, más bien, eres el puto
Reno de Santa Claus —me acerqué hasta él, ya que estaba tirado en el
suelo. —Hola.
No se lo esperaba.
Ni siquiera se imaginó que habría alguien buscando de día y de noche
a Alanna como hizo Raymond.
—¿Qué haces aquí?
—Ya sabes —me encogí de hombros—. He venido a tocarme la polla
a Oakland. ¿Y tú?
—Vacaciones.
—Pero te veo muy solo.
—He venido solo —dijo, rápidamente.
Lo cogí por el cuello y le obligué a que me dijera la verdad.
Pero se resistió el cabrón.
—¿Dónde está Alanna?
Su respuesta era la de un completo loco.
—Alanna murió, Bloody.
—¿Seguro?
—S-Sí.
Intentó sacar su pistola, pero golpeé su barbilla con mi rodilla y éste
cayó al suelo boca arriba. Aproveché para aplastarle las pelotas y escuché la
dulce melodía de sus gritos.
—He arrancado pollas por mucho menos —quería proponerle algo,
así accedería más pronto—. Si vuelves a decirme que Alanna está muerta,
llamaré a Vikram.
—¡No! —gritó—. No lo hagas, por favor.
—¿Por qué?
Reno apartó mi zapato de su enana polla y me miró con tristeza.
Al final Renito de Santa Claus tenía sentimientos enfermizos.
—Porque la matará.
—Me hiciste creer que la perdí.
—¡Le salvé la vida! Era la única forma de mantenerla…—suspiró,
ahogadamente—con vida.
—¿Por qué no me recuerda?
—Por la medicación.
—¡Hijo de puta! —le golpeé, hasta que su sangre me salpicó—.
Llévame con ella.
—No puedo.
—¿Seguro? —volví a jugar con su entrepierna—. No me detendré,
Reno.
Por fin decidió colaborar.
Poco a poco.
Pero lo hacía.
—Si la saturas de información, le dará un derrame cerebral.
Lo levanté del suelo.
—Y todo por tu culpa —quería matarlo, pero no podía. —Le has
metido tanta mierda de SDA en el cuerpo, que es adicta sin darse cuenta.
—Lo siento.
—¡Tienes que solucionarlo! —le escupí en el rostro.
—Está bien, pero a mi manera.
Dejé que caminara y lo seguí.
Confié en él, hasta que pudiera matarlo.

—¡Alara! —gritó, llevándose una mano a las costillas.


Lo miré de refilón.
—Vaya nombre de mierda le has puesto.
—Tenía que hacerle una identidad nueva, gilipollas.
Fui a golpearle, pero la presencia de Alanna me detuvo.
Ésta se escandalizó al ver a Reno herido, y se lanzó sobre él para
saber si se encontraba bien. Ni siquiera me miró. Simplemente buscó todas
las heridas que cubrían el cuerpo del Reno de Santa Claus.
—Estoy bien —le insistió él.
Ella, como de costumbre, fue insistente.
—Estás herido. Tenemos que llevarte al hospital, Reno.
Odiaba que se preocupara por él.
—Quiero presentarte a alguien —me apuntó con su dedo roto.
Cuando conseguí su atención, sonreí.
En cambio, ella…
—Eres el degenerado del supermercado.
En realidad, era su degenerado favorito.
Estiré el brazo para estrechar su mano con la mía, y esperé a que
aceptara.
«Vamos, cielo, confía en mí.»
Capítulo 25
ALARA

Observé detalladamente al depravado hasta que la voz de Reno captó mi


atención.
—Es un viejo amigo, Alara —me aclaró—. Ha venido a pasar unos
días con nosotros.
Él no me quitó el ojo de encima.
Quería hablar a solas con Reno, pero fue imposible.
Su amigo lo llevó hasta el sofá para que descansara de los golpes que
recibió, y me senté junto a Reno para comprobar que realmente estuviera
bien. Ni siquiera alcanzó a hablar, el otro se interpuso:
—Unos gamberros le estaban dando una paliza. Querían robarle el
teléfono móvil —dejó su mano bajo mi espalda mientras que se sentaba a
mi lado—, pero llegué a tiempo. Y aquí estamos.
—Quita tu manaza de mi cuerpo —gruñí, y volví a mirar a Reno—.
Éste, al que llamas amigo, me acosó en el supermercado.
Reno se aclaró la voz.
—Es un bromista, Alara. No te enfades con él.
—Y, ¿dónde dormirá?
—Me adapto a los lugares pequeños —se acercó hasta mi oído—.
¿Podrás adaptarte tú a las cosas grandes?
—¿¡Qué!?
Mi prometido ni siquiera lo escuchó.
—Quiero decir que dormiré en el sofá.
Reno aceptó y Bloody lo acompañó hasta la habitación donde solía
dormir él. Esperé en el sofá y, cuando el pervertido regresó, empezó a
hacerme preguntas íntimas.
—¿No dormís juntos? —rio—. Mejor, porque lo hubiera matado.
Asustada, abandoné el sofá y salí corriendo en busca de Reno. Me
encerré en la habitación con él y me dejé caer al otro lado de la cama
mientras que él intentaba descansar. No quería pasar la noche cerca de
Bloody, pero tampoco era capaz de dormir junto a mi prometido.
—No sucederá nada malo. Te lo prometo.
Y se quejó de dolor.
—Es tan extraño…
—Es un tío peculiar.
—¿Es policía?
—No. Pero siempre está rodeado de hombres que cumplen la ley.
Cerré un momento los ojos y busqué su rostro en algún rincón de los
pocos recuerdos que tenía; no lo encontré.
—¿Lo vi antes de perder la memoria?
Reno se puso nervioso.
—No creo.
—Estás cansado —aparté el flequillo que le caía sobre la frente y lo
besé—. Te dejaré descansar. Si quieres algo, golpea tres veces mi puerta.
Estaré encerrada para no cruzarme por error con ese depravado.
—Eso me hará dormir más tranquilo.
Abandoné su habitación para encerrarme en otra.
No tardé en volverme loca buscando su rostro en otro lugar que no
fuera el supermercado.
«Te conozco» —pensé.

Me quedé dormida. En ese cerrar de ojos no me encontré con el hombre de


cabello largo. Miré el reloj digital y me di cuenta que eran las dos de la
madrugada. Mi estómago gruñó y estaba dispuesta a complacerle. En la
nevera quedaba risotto. Abrí la puerta con cuidado y pasé por delante de la
habitación de Reno; sus ronquidos me confirmaron que seguía durmiendo
profundamente. Avancé sin hacer ruido, y abrí la nevera. La luz que
desprendía el aparato no era lo demasiado fuerte como para despertar a una
persona. Pero me equivoqué.
—Si buscas ese arroz pastoso con champiñones, me lo he comido.
No grité porque no quería despertar a Reno.
—Eres un miserable.
—Pero —acercó el dedo índice que estiró cerca de mi nariz—, te he
hecho tortitas y las he cubierto con sirope de chocolate.
—Las habrás envenenado.
—¿No te fías de mí?
—No —fui sincera.
Sacó el plato de tortitas del microondas y se alejó de la cocina para
sentarse en el sofá. El aroma de aquel dulce llamó a mi estomago que no
tardó en manifestarse. Quedé detrás de él y cerré los ojos para imaginarme
que era yo la que devoraba aquel manjar.
—Están buenísimas —dijo con la boca llena.
«Se acabó. Prefiero morir con la barriga llena.»
Me senté a su lado y le arrebaté el plato de tortitas.
¿Su respuesta?
Una carcajada.
Le hinqué el diente y me relamí los labios cuando me manché de
chocolate. Estaban esponjosas y el aroma a vainilla me incitaba a querer
más. Pero lo bueno siempre acababa antes de hora. Dejé el plato en el suelo
y le di las gracias a Bloody.
—Las mejores tortitas del mundo —lo halagué.
—Te lo agradezco —dijo, arrimando su dedo pulgar a la comisura de
mis labios. Cuando me quitó la mancha de chocolate, se lo llevó a la boca.
Lo saboreó mientras que nos mirábamos profundamente—. Tardé días en
aprender a hacer esas tortitas.
—¿Querías conquistar a tu chica?
—A mi chica la conquisté con otras cualidades.
—¿Cómo cuáles?
Me volví atrevida con él.
—¿No lo ves? Soy guapísimo.
—Esa cualidad, si se puede llamar cualidad, no cuenta.
Su carcajada me provocó que flotara y me aferré al sofá por miedo a
volar.
—La vuelvo loca en la cama —me susurró—. Y ella me vuelve loco a
mí.
Lo aparté de mi lado.
Ese idiota consiguió encender mi cuerpo.
—No le eres fiel —ataqué.
—¿Eso piensas de mí?
—Es lo que me demuestras al intentar ligar conmigo —le enseñé mi
anillo de compromiso—. Deberías respetar a tu amigo.
Bloody no dejó de mirarme.
Me intimidó.
Llegó a ponerme nerviosa.
—¿Qué? ¿Qué miras?
—Eres preciosa.
—Deja de ligar conmigo.
—Te he echado de menos.
Aquella voz…
Tragué saliva.
—No nos conocemos —le recordé.
Bloody paseó sus dedos por mi barbilla y acarició mi cuello
lentamente. No fui capaz de apartarlo de mi lado. Me dejé llevar y cerré los
ojos.
—Recuérdame —jadeó.
Yo viví aquel momento.
Pero, ¿cuándo?
—Yo…Yo…
—Te quiero, Alanna.
El nombre que soltó me dejó helada.
Conseguí alejarme de él y hui sin mirar atrás.
«¿Alanna? ¿Quién es Alanna?»
Capítulo 26

Me sentí culpable por no besar a Bloody.


Me sentí culpable por no respetar a Reno.
Estuve toda la noche dando vueltas sobre la cama. Si cerraba los ojos,
soñaba con Bloody mientras que nuestros cuerpos sudaban por tener
relaciones sexuales. Y, si los abría, me sentía sucia por imaginar a ese
hombre encima de mí mientras que gemía. Pataleé el colchón y hundí el
rostro en la almohada para gritar con todas mis fuerzas.
¿Qué estaba sucediendo conmigo?
¿Por qué me sentía atraída por un desconocido?
A Reno ni siquiera le dejé que me viera desnuda.
Al darme cuenta que eran las siete de la mañana, abandoné la cama y
me dirigí a la ducha con cuidado. Bajé el calor corporal y me reuní con mi
prometido una vez que arreglé un poco mi cabello. Reno ya estaba
levantado y se había curado las heridas él solo.
—¿Adónde vas? —pregunté, siguiéndole.
—Tengo que hacer una cosa, Alara.
—Estás herido.
No sirvió de nada recordárselo.
Me detuvo antes de abandonar su habitación. Cogió mi mano y me
obligó a sostener un arma.
—¿Qué haces?
—Si Bloody te hace algo, dispara.
—Es tu amigo.
—No me fío de nadie.
Cargué el arma sin saber muy bien qué hacer, y correspondí al beso
que me dio Reno en los labios. Vi como marchaba en taxi a través del
ventanal y escondí la pistola que me dio. Si Reno no se fiaba de su amigo,
se suponía que yo tampoco. Pero no tardé en irlo a buscar. No estaba
tendido en el sofá, ni siquiera utilizó el baño esa mañana. Descansé mis
manos sobre la barra americana y pensé un lugar donde lo encontraría.
Aunque Bloody me encontró antes.
—Cierra los ojos —me ordenó.
—¿Qué haces? —protesté, al darme cuenta que sus manos se
acomodaron en mi cintura.
—Confía en mí —lamió el lóbulo de mi oreja y no me quejé—.
Déjate llevar.
Opté por guardar silencio.
En cambio, él, me seducía con sus palabras.
—Voy a desnudarte, cielo —dijo, bajando su cuerpo hasta la altura de
mi cintura—. Voy a deshacerme de estos pantalones y de cualquier prenda
que se interponga en mi camino.
Dejé que lo hiciera. El nerviosismo que nació en mí cuando sus
manos se acomodaron sobre mi cintura, desaparecieron. Bloody alzó mis
piernas con cuidado y ejecutó con hechos sus palabras; me quitó el pantalón
tejano, dejándome casi desnuda ante sus hermosos ojos azules.
Simplemente, de cintura para abajo, me abrigaba unas bragas de encaje
negro.
Fue muy cuidadoso conmigo. Mientras que bajó la tela tejana, sus
labios fueron dejando besos por mi piel. Su barba de un par de días llegó a
excitarme más de la cuenta. Temí haber humedecido mi ropa interior. Pero
era el efecto que causó Bloody desde el primer día que le vi.
Separó mis muslos con sus manos y acarició el interior con sus largos
dedos. Cuando llegó hasta arriba, a punto de rozar la tela que humedecí, me
sobresalté. Bloody intentó tranquilizarme y lo consiguió con un susurro:
—Soy yo, cielo. Todo está bien. Estoy aquí para desearte.
¿Cómo podía desearme sin conocerme?
Pero mi cuerpo se adaptó a su tacto y suplicó por cada caricia que
dejó sobre mi piel.
Inclinó mi cuerpo hacia delante, manteniéndome de pie y con las
piernas abiertas. Me acariciaba con la mano y de vez en cuando estiraba un
dedo para rozar esas malditas bragas que me dieron calor. Bloody, al darse
cuenta que gemí, masajeó mi clítoris con el pulgar hasta que mi vagina
suplicó por tener su miembro dentro de mí. Quería retorcerme bajo su
cuerpo. Ansiaba acariciar su piel con mi lengua. Estaba dispuesta a hacer
cualquier cosa con él.
La humedad resbaló de los labios de mi vagina y se perdió en la boca
de Bloody. Ese hombre se encargó de quitarme las bragas, de acomodar su
boca entre mis piernas y lamer con intensidad el coño de una desconocida.
Su lengua me quemaba, me torturaba y me consumía.
—Delicioso —susurró, y volvió a lamerlo una vez más para
torturarme—. Un coño precioso y exquisito. No puedo pedirle nada más a
la vida —y siguió devorándolo como hizo la noche anterior con el sirope de
chocolate que quedó en la comisura de mis labios.
—Oh, Dios.
No sé por qué nombre a Dios.
Pero lo hice.
Desesperadamente.
—No me libres de este placer —supliqué.
Bloody rio entre mis piernas y noté como mordisqueaba mi trasero.
No quería que se detuviera, pero necesitaba tener su fuerte pecho
rozando mi espalda. Y me hizo caso sin tener que decírselo. Presionó mis
manos sobre las suyas, e inclinó sus labios hasta mi oreja.
—No te haces una idea de las ganas que tengo por follarme ese
apretado y dulce coño, Alanna.
Su voz descendió de nuevo hasta mis piernas. Sentí su aliento contra
mi monte, mientras que sus dedos empezaron a penetrar mi interior.
Jadeé.
Gemí.
Grité sin importarme que pudieran escucharme los vecinos.
—Bloody —supliqué. Éste no me escuchó. —Bloody.
Quería desnudarlo como él hizo conmigo. Abrí los ojos y lo observé
lamiendo mi palpitante sexo. Aquella imagen me enloqueció. Volví a gemir.
Eché hacía atrás la cabeza y encontré la estabilidad perfecta para poder
llevar una mano a su corto cabello. Guie su cabeza y me froté contra su
placentera lengua.
«¡Qué hombre!» —pensé, y temí correrme.
Se detuvo para recuperar el aliento, y con una voz entrecortada me
dijo:
—Voy a follarte, cielo.
Mi comentario fue tan breve como el suyo.
—Fóllame.
Quería que enterrara su polla dentro de mí de una maldita vez.
Cuando giró mi cuerpo para dejarme cara a cara con él, me mordisqueé los
labios para retener la perra que escondía.
—¿Qué has dicho?
Me retó, con su voz sensual.
—Fóllame. Hazlo, por favor.
—Haré todo lo que me pidas, cielo.
Vi cómo se bajaba la cremallera de los pantalones y me sorprendió lo
rápido que liberó su enorme y gruesa polla del interior; ni siquiera llevaba
bóxer. Vi su piel rosada bajo su vello rubio.
«Tendré que tragar con cuidado la dura longitud de su erección. Ni
siquiera sé si podré con toda. ¡Joder! Sí, eso me hará. Joderme.»
Bloody me cogió del cabello y empujó a mi cuerpo para que me
arrodillara ante él. Sostuve su miembro entre mis cálidas y temblorosas
manos y acerqué mi boca hasta aquel hermoso glande abrillantado por el
líquido preseminal.
—Mi esposa. Mi amor —susurró—. Mi Alanna.
Otra vez dijo el nombre de otra mujer.
Me aparté de su capullo y aparté su cuerpo lejos del mío.
—No puedo.
No por Reno.
No por mí.
Más bien, por ella.
—¿Qué he hecho? ¿Te he hecho daño?
Sacudí la cabeza.
—Entonces, ¿qué sucede, Alanna?
Alanna.
Alanna.
Alanna.
¡Al infierno!
Estallé.
—¡Exactamente eso! —mis gritos lo sobresaltaron. Me cubrí con la
ropa interior y los pantalones—. No soy Alanna. ¡Grábatelo en la cabeza!
Fui a encerrarme en la habitación y éste me siguió cuando terminó de
vestirse.
—Lo siento —dijo, al otro lado de la puerta.
Y no le hice caso.
Capítulo 27

«¿Me he vuelto loca?» —mi respuesta era sencilla ante la duda que me
persiguió durante toda la mañana; un rotundo sí y sin tener que cambiar de
opinión.
Estuve a punto de mantener relaciones sexuales con un desconocido y
amigo de mi prometido. ¿Qué sucedía conmigo? El accidente en coche y la
pérdida de memoria me había cambiado por completo. Pero luego
empezaron a surgir otras preguntas:
Y, ¿si yo era así?
Y, ¿si le falté el respeto a Reno en varias ocasiones?
¿Por ese motivo no lo deseaba?
Y, ¿por qué iba a casarme con él?
Dejé de torturarme cuando escuché como se alejaban los pasos de
Bloody de mi habitación; estuvo dos horas pidiéndome perdón hasta que se
cansó. Y era de agradecer. No sabía cómo le miraría a los ojos después de
haberle suplicado para que me follara desesperadamente sobre la barra de la
cocina. Grité avergonzada y me tumbé sobre la cama. Al menos la pierna
dejó de dolerme. Las paranoias no acabaron conmigo y poco a poco hacía
una vida normal. Pasé de tomarme la medicación y esperé a que el mundo
se fuera a la mierda antes que Reno volviera a casa.
—¡Maldición!
¿Cómo le diría a Reno lo que pasó con Bloody en nuestra cocina?
Le destrozaría el corazón.
Pero tampoco podía guardar silencio.
El cielo se nubló y unas enormes nubes grisáceas bañaron la ciudad
Oakland mientras que teníamos una temperatura de treinta y ocho grados.
¡Eso era! El calor me volvió loca y caí en los brazos de aquel hombre en
vez de estar junto al hombre que me haría feliz después del matrimonio.
Cogí aire, me levanté de la cama y me acerqué hasta el espejo que tenía
colgado sobre la cajonera. Pellizqué mis mejillas y me propuse ser una
mujer adulta. Lo mejor era hablar con Bloody para que ambos olvidáramos
el pequeño desliz que tuvimos.
Salí sin hacer ruido y me dirigí directamente hasta el comedor, donde
se encontraba él sentado en el sofá y hablando por teléfono. Debí dejar la
conversación para otro momento, pero decidí quedarme y escuchar la suya.
—¿Tú cómo estás? —esperó a tener una respuesta—. Y yo a
vosotros. Las cosas por aquí no han mejorado, se niega a reconocerme —de
repente rio—. Sabes que, si no hubieras huido de mi lado hace ocho años,
seguramente ahora estaría dando mi vida por ti —la persona del otro lado,
era una mujer—. Te quiero, Callie. Y, te agradezco que a día de hoy sigas a
mi lado. Como en los viejos tiempos.
Me molestó.
Ese te quiero con la boca bien abierta me destrozó el supuesto
corazón que no le pertenecía.
Adiós madurez.
Me comporté como la cría de dieciocho años que era.
Pasé por delante de él y me propuse abandonar el hogar sin paraguas.
Cerré con fuerza la puerta, pero jamás escuché la madera crujir. Él la detuvo
con sus fuertes manos. Salió detrás de mí mientras que la lluvia humedecía
nuestras prendas de ropa. Sentí como algo me retenía; miré mi mano
derecha y ahí estaban sus dedos envolviendo mi muñeca. Alcé la cabeza y
lo miré a los ojos.
—¿Adónde vas?
—Lejos de ti —empujé mi brazo para librarme de él, y fue imposible.
—Alanna.
—¡Calla!
No quería volver a escuchar ese nombre.
Al parecer, Bloody tenía varias amantes; Callie; la mujer del teléfono,
y Alanna, la mujer que no dejaba de nombrar.
¿Con cuál de las dos estaba casado?
Ni se lo pregunté.
—Mírame cuando te hable, por favor —giró mi cuerpo y dejó mi
rostro cerca del suyo; teníamos la piel humedecida por la lluvia. —Te
quiero, Alanna. Tienes que acordarte de mí.
Acomodé mi mano libre sobre su empapada camiseta y luché. No
quería estar cerca de él y menos cuando no dejaba de nombrar a aquella
mujer. Grité furiosa, pero nadie me escucharía; los truenos fueron mis
enemigos.
—Suéltame.
—¡Mírame! —insistió—. ¡Te quiero! Te quiero.
—No me conoces…
—Más de lo que crees —apretó la mandíbula y arropó mis mejillas
con las palmas de su mano—. Alara no existe. Tú eres Alanna Gibbs.
¿Alanna Gibbs?
—Estás loco.
Éste se tiró hasta mi boca para devorar mis labios como un animal
hambriento. Me dejó sin aliento en el largo y profundo beso que me dio.
—Estoy loco por ti —dijo, limpiando la sangre que brotó de mi labio.
—Yo no soy Alanna.
—Sí. Sí eres mi Alanna.
Ahí se acabó todo.
Golpeé su espinilla y, al sentirme libre, salí corriendo. Pero el césped
artificial no me ayudó con la huida. Resbalé, con tanta mala suerte que, caí
de espalda y el golpe fue directo a la cabeza. Escuché la voz ahogada de
Bloody. Se acercaba a mí.
—Cielo —dijo, apartando el cabello de mi rostro—. Abre los ojos,
por favor.
Me costó abrirlos.
Tardé un poco, pero lo conseguí.
Al ver a Bloody, mi mundo se vino abajo.
«Socorro» —pensé.
—Sé quién eres.
Él sonrió, pero no por mucho tiempo.
Capítulo 28

“—¿Quién eres?
Antes de responder, acomodó un cigarrillo en su boca.
—Bloody —se presentó, echándome todo el humo en la cara. —¿Ves
la furgoneta que hay detrás? —Miré por encima de su hombro. Como bien
había dicho, detrás de él se encontraba un vehículo negro con unas llamas
de fuego grafiteadas en uno de los laterales. —¡Bién! Metete ahí. No quiero
hacerte daño.
Intenté cerrar la puerta, pero su enorme bota marrón me lo impidió.
Adentró el brazo y sus dedos tiraron de mi camisa, empujando mi cuerpo a
que abandonara la casa de Evie.
—¡Suéltame, hijo de puta!
—Cállate, cielo. Sigo pensando que será un secuestro limpio.
¿Un secuestro?
Antes de que me rodeara con su fuerte brazo, empecé a gritar con
todas mis fuerzas sin importarme que se me destrozaran las cuerdas
vocales. Pero el tal Bloody fue rápido. Su mano aplastó mis labios,
impidiéndome que siguiera pidiendo ayuda.
Empujó mi cuerpo, arrastrándome hasta la parte trasera de la
furgoneta. Y antes de que cerrara las puertas, luché una vez más,
intentando huir.
El problema fue el golpe que recibí.”

Los recuerdos se fueron ordenando en mi cabeza.


“—¡Qué te jodan!
—¡A la mierda! —Estalló.
Su cómplice intentó detenerlo, pero fue demasiado tarde. Empujó el
gatillo, disparando sin miedo a mi reacción.
Un zumbido me dejó aturdida. Empecé a gritar por verme
incapacitada a escuchar los pocos sonidos que me rodeaban. Podía verle a
él, riendo ante el daño que me había dejado. Seguramente me había
perforado el tímpano; disparó tan cerca, que hasta sangré.”

Mientras tanto, él no dejaba de sonreírme, helándome la sangre.

“Mi padre me tendió el teléfono móvil y reproduje el video del que me


estaba hablando.
El primer plano fue el de unas zapatillas llenas de barro. La persona
que se encargó de grabarlo tenía el pulso nervioso y no conseguía
mantener la imagen más de siete segundos en un plano limpio. Pero de
repente alzó el brazo y grabó el fondo del bosque donde se encontraban.
La persona que mató a Evie era Bloody; éste cavaba una tumba hasta
que tiró el cuerpo de mi mejor amiga en el hueco que profundizó bajo tierra
para deshacerse de ella.
Mi padre me arropó con su brazo e intenté limpiarme las lágrimas
que humedecieron mis mejillas.
—Bloody es un asesino —dijo, lo que temía oír.”

«Evie.»
Mis ojos se llenaron de lágrimas.
—¿Alanna?
—Ese es mi nombre —dije, a regañadientes.

“El novio de mi madre me acompañó junto a los dos agentes. Nos


colamos en una sala que estaba oscura, y pulsaron un botón para ver a los
delincuentes que había al otro lado.
El policía más joven me dio los datos de todos ellos:
—El número uno es Christopher Rodríguez. El número dos Jensen
Murphy. El número tres es Darius Chrowning —tragué saliva, y sentí el
apretón de manos de Ronald; me sentí tranquila—. El número cuatro es…
Lo detuve.
—Es el número tres —confesé, una vez más—. Darius Chrowning.
—¿Segura?
—Estoy completamente segura.”

—¿Por qué estás libre?


Me ayudó a levantarme, pero siguió reteniéndome.
—¿A qué te refieres?
—¡Eres un maldito asesino, joder! —estaba furiosa; recordé toda mi
vida y la persona que se encargó de joderla.
—A-Alanna.
Nuestra conversación se esfumó cuando llegó Reno. No entendía por
qué nos encontrábamos fuera de la casa, empapados y discutiendo. Una vez
que los tres nos refugiamos, le dije la verdad a Reno; ese hombre fingió ser
su amigo, pero en realidad era un asesino en serie. Trabajó junto a mi padre,
Shana y Brazen para matarme y al final acabaron con la vida de mi mejor
amiga. Evie estaba muerta porque él no hizo nada. Sólo miró. Observó sin
pestañear cada detalle que le brindó su novia Shana. Se deshicieron del
cadáver en el bosque y después fingió que le importaba.
—¿Qué sucede?
Respondí a Reno.
—¡Es un asesino! —grité—. ¡Un asqueroso y maldito asesino! Mató a
Evie. Escondió su cuerpo para que la policía no lo encontrara y se escapó de
prisión —lo miré llena de ira—. Tienes que detenerlo, Reno. No puede huir.
No esta vez.
—Cielo…
Lo callé.
—Se acabó, Bloody.
Reno dio unos pasos hacia delante y me dejó detrás de él.
—Tienes que escucharme, Alanna.
—Ella tiene razón —dijo, Reno—. Eres un asesino. Tengo que
detenerte.
—Hijo de puta —exclamó Bloody—. Cielo, tienes que acordarte de
las cosas buenas. Yo te quiero. Daría mi vida por ti. ¡Escúchame!
Siguió insistiendo, pero Reno no se lo permitió.
Se propuso detenerlo. Sacó sus esposas, aunque Bloody no cooperó.
Tuvo que lanzarse sobre él y ambos empezaron a golpearse. Cayeron al
suelo y rodaron. Intenté huir para llamar a la policía, pero una mano me
detuvo. Era mi secuestrador. Tuve que golpear su rostro con mi pie mojado
para librarme de su agarre y me escondí detrás de la cocina. Ellos siguieron
peleándose. Estiré el brazo para coger el teléfono de casa y terminé
cogiendo la caja de cereales favoritos de Reno.
—Lucky Charms —leí—. No…no puede ser.
Capítulo 29
BLOODY

Mi puño golpeó la mejilla cortada de Reno. Me concentré para no recibir


ningún golpe y acabé encima de ese hijo de puta. Pero de todas formas
recibí sus ganchos en mis costados. Agotado, tenía una fuerza digna de
admirar. Pero era un hijo de puta que tuvo encarcelada a Alanna bajo los
efectos de la droga SDA. Intenté evitar el cabezazo que mandaba a mi
mandíbula, y tuve que tirarme al suelo junto a su cuerpo. Me mostró sus
dientes por la ira y aprovechó que estaba lejos de su cuerpo para sacar el
arma con la que me amenazó.
—Ella ha decidido —dijo, lleno de felicidad—. Eres su secuestrador.
No mereces vivir.
Se había vuelto loco.
—Reno, si me matas, acabarás en prisión.
—¿Yo? —rio—. Me has agredido en mi propiedad —me recordó el
policía corrupto—. Diré que ha sido en defensa propia. Además, Alanna me
apoyará.
—Lo está recordando todo. Pronto sabrá quién es realmente Reno
Losa.
—No —sacudió la cabeza y me golpeó en las costillas. Me retorcí de
dolor y me tiró un bote lleno de pastillas—. Con su medicación siempre
estará a mi lado. Feliz. Sin sufrir. Sin tener que huir de Vikram. Nada de
cargas familiares. Sólo nosotros dos. Para siempre.
—Ni siquiera estás enamorado de ella.
—¿Quién ha dicho que no? Hago todo esto porque la quiero.
—Si la quieres dejarías que viniera conmigo —quería razonar con él,
pero parecía imposible—. Yo amo a Alanna.
—¡Y yo!
—Déjame verla por última vez, por favor.
—No —acomodó el dedo en el gatillo—. No puedo. No dejaré que se
acuerde de ti.
—¡No lo hagas, Reno!
Pero la codicia lo cegó.
Perdió la cabeza.
Y la perdería a ella si me mataba.
Capítulo 30
ALANNA

Esa maldita caja de cereales tenía mi apellido. Saqué la bolsa con la comida
basura y la lancé bien lejos mientras de fondo se escuchaba la pelea de
Reno y Bloody. En el fondo, se encontraba mi iPhone; y, en el interior de la
funda, estaba la tarjeta micro SD que me dio mi padre. Los últimos
recuerdos que me faltaban por recordar, llegaron como la lluvia que azotó
en la ciudad de Oakland.
Yo no odiaba a Bloody.
Yo quería a Bloody.

“—¿Estáis dispuestos a recibir de Dios responsable y amorosamente


los hijos, y a educarlos según la ley de Cristo y de su Iglesia?
Miramos a Dashton. Éste estaba dormido en los brazos de Reinha.
—Sí, estamos dispuestos —volvimos a responder juntos.
—Así, pues, ya que queréis contraer santo matrimonio, unid vuestras
manos —dijo, arropándonos con las suyas propias—, y manifestad vuestro
consentimiento ante Dios y su Iglesia.
No tuve miedo a dar el paso.
Me sentí libre por primera vez a tomar una decisión sin que otra
persona me presionara.
Unimos nuestras manos, y Bloody fue el primero en hablar:
—Yo, Darius Chrowning —le costó decir su verdadero nombre—, te
quiero a ti, Alanna Gibbs, como esposa y me entrego a ti, y prometo serte
fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y
así amarte y respetarte todos los días de mi vida —se suponía que el
discurso terminaba ahí, pero él siguió—. Y follarte…—miró al párroco—
perdón —se disculpó—. Hacerte el amor. Sí, el amor. Hacerte el amor cada
día de mi vida —se inclinó hacia a mí y me susurró—. Estoy muy caliente.
Olvida lo de hacer el amor. Me muero por follarte.
Con una sonrisa en los labios lo aparté de mi lado para terminar de
comprometerme con él.
—Yo, Alanna Gibbs, te quiero a ti, Darius Chrowning, como esposo y
me entrego a ti, y prometo serte fiel en la prosperidad y en la adversidad,
en la salud y en la enfermedad, y así amarte —me acerqué hasta él— y
respetarte todos los días de mi vida —pasé su cabello por detrás de la
oreja, y terminé mi discurso en secreto—. ¿Cómo puedes estar caliente en
nuestra propia boda?
Él rio.
—Porque lo mejor de nuestra boda será la luna de mi miel.
Lo miré a los ojos, y algo en mí se encendió.
—Bloody.
—Voy a ser malo —dijo, arrimando su mano a mi trasero.
Lo detuve.
—No estamos solos.
—A mí no me importa que tengamos público.
—Pero a mí sí.
—Estás ardiendo, cielo.
Tenía razón, pero no era el momento indicado.
Cerró los ojos, relamió sus labios y con un guiño de ojo siguió
provocándome.
—Te deseo.
—Dame diez minutos —intenté, convencerle.
El párroco nos llamó la atención.
—¿Proseguimos hermanos?
—Lo ves, el cura quiere que te folle.
—¡Bloody! —le advertí, aguantando las ganas de reír.
Miramos al hombre.
—El Señor bendiga estos anillos que vais a entregaros uno al otro en
señal de amor y de fidelidad.
Bloody no supo que decir.
Y respondí por ambos:
—Amén.
Bloody deslizó el anillo por mi dedo y dijo:
—Alanna Gibbs, recibe esta alianza, en señal de mi amor y fidelidad
a ti. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Hice lo mismo que él. Empujé el anillo por su dedo y recité las
mismas palabras.
—Darius Chrowning, recibe esta alianza, en señal de mi amor y
fidelidad a ti. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Antes de que terminara de casarnos, nosotros dimos el paso de
besarnos sin su consentimiento. Los testigos aplaudieron y nos abrazaron
mientras que el párroco nos tendía el certificado provisional de nuestro
matrimonio.
Firmamos junto a nuestros testigos de boda.
No esperamos a desnudarnos mutuamente.
Me acerqué hasta la cama para deshacerme de las prendas de ropa
que acariciaban mi cálida piel. Bajo su atenta mirada desnudé mis pies, me
quité los pantalones y terminé liberándome del jersey. Se acercó hasta mí
cuando se dio cuenta que tenía un pequeño tatuaje bajo mi pecho. Se
arrodilló delante de mí y paseó los dedos por la letra que quedó marcada
en mi piel.
Cerré los ojos y disfruté de las suaves caricias. Estiré los brazos para
ayudarlo a desnudarse, y sus prendas de ropa acabaron sobre las mías.
—Eres mía.
Sonreí.
—¿Soy tuya? —pregunté, acercándome hasta su boca.
Su respuesta fue enseñarme el anillo que envolvía su dedo y bajé la
cabeza para ver el mío—. Tienes razón. Soy tuya. Y tú eres mío.
Rodeé su cuello con mis manos y acerqué mi boca hacia la suya.
Tomé su labio inferior entre mis dientes y presioné hasta morderlo con
fuerza. Bloody gimió y envolvió mi cintura con sus brazos, para acercarme
hasta él. Al adentrar la lengua en el interior de su boca, el contacto le hizo
retroceder, apartándose de mi lado. Me miró tiernamente y se acercó una
vez más a mi boca para besarme lentamente. Solté su melena rubia y dejé
caer mis brazos hasta descansar sobre sus hombros.
Estaba casi desnuda y ansiosa por tener sus manos acariciando mi
piel. Mientras tanto, cerré los ojos cuando la tira del sujetador empezó a
caer por mis brazos. Los dedos de él corrieron en busca del broche para
desabrocharlo. La delicadeza con la que me desnudó por completo, me
alertó que iba a hacerme el amor. No íbamos a follar como las veces
anteriores. Estaría pegada a él de una forma más dulce, tierna y ardiente
como nuestro deseo. Arqueé la espalda y contuve un largo suspiro de
placer. Él tomó ambos pechos, arropándolos con las manos abiertas, y
deslizó los pulgares ya humedecidos sobre los pezones.
Con los labios apretados, observé el sujetador tirado a los pies de la
cama. Me mordí el interior de la mejilla al notar sus manos moviéndose
lentamente sobre mis pechos.
—No sabes cuánto te deseo, cielo —de rodillas sobre la cama, se
inclinó hacia delante para capturar con la boca uno de mis pechos y
succionarlos. Sus manos seguían sujetando mi cintura, impidiendo que me
moviera o terminara alejándome de él.
Apoyé mis manos sobre sus hombros, temiendo de caerme. Su lengua
lamió mi pezón, mis rodillas se doblaron y grité por el roce de sus dientes.
El dolor que él me causaba, era terriblemente placentero.
—Alanna —gimió, y tuvo que liberar mi pecho. Me besó desde el
escote hasta mi barbilla.
Necesitaba un segundo para recobrar el aliento.
—Estoy aquí —susurré—. No pienso alejarme de ti, Bloody.
Lentamente acomodó mi cuerpo sobre la cama. El cosquilleó de su
cabello rozando mi piel, me obligó a aferrar los dedos entre las sábanas.
Siguió besando cada rincón de mi cuerpo, deteniéndose justo debajo de mi
ombligo.
—Nunca pensé que podría ser suave a la hora de follar con una
mujer —susurró. Luego bajó, hasta arrimarse contra la fina tela de mis
bragas. Volvió a subir hasta el ombligo, sacando la lengua para rodearlo y
dejar rastros húmedos sobre mi piel—. No quiero follarte salvajemente esta
noche. Quiero ir despacio y sentir cada espasmo que exponga tu cuerpo.
Oír cada jadeo. Sentir cara arañazo marcando mi piel.
—¿Me harás el amor?
Bloody estiró los labios.
—¿Ese es el término?
—Me temo que sí.
—Pues le haré el amor, querida esposa —soltó con un humor, pero no
tardó en besarme antes de que saliera huyendo.
No me daba miedo conocer su lado tierno que nunca experimentó con
otras mujeres. No sólo deseé su parte salvaje, ansiaba amar su cuerpo
como él con el mío.
Así que tiré de él y dejé que nuestros cuerpos se acariciaran. Quería,
una vez más, su boca sobre mis labios.
Se tumbó al otro lado de la cama, y aproveché para apoyarme sobre
él. Mis manos y mi boca se deleitaron por toda su piel desnuda. Presioné
las uñas a cada lado de su pecho, arañando hasta bajar hacia la elástica
tira de su bóxer azul marino. Bloody mantuvo las manos aferradas a mi
cabello, envolviéndolo con su puño cerrado y, tirando, cuando quería
reunirse con mis besos.
—¡Alanna! —alzó la voz, cuando mis caderas empezaron a moverse
peligrosamente— Vas a hacer que me corra antes de tiempo. Y, hazme caso,
cielo. Por mucho que quiera hacerte el amor, quiero enterrar mi polla
dentro de ti —levantó mi cabeza cuando volví a moverme mucho más duro
contra su endurecido miembro.
Lo provoqué.
Jugué con él.
Y me encantaba.
Su voz ronca, suplicante, me ponía el vello de punta y los pechos me
ardían.
Levantó mi cabeza y me besó con una nueva ferocidad, agarrando mi
trasero con sus manos, hasta alzarme de su propio cuerpo. Dobló las
rodillas mientras que deslizaba sus manos hasta el interior de mis muslos.
Envolví mis piernas alrededor de su cintura y apreté con fuerza, anhelando
el ardiente placer que me daría su miembro. Sus ojos perforaron los míos,
mientras que mis deseos me quemaban. Utilizó su cuerpo para forzar mi
cuerpo, dejándolo debajo del suyo.
Él levantó la cabeza y besó mi mejilla, al apartarse. Deslizó mi
cuerpo por la cama. Sentí frío cuando su ardiente piel abandonó la mía, y
gemí en señal de protesta.
Abrió mis piernas con su bonita sonrisa, y se dejó caer sobre mí para
arropar mi vientre con su duro abdomen. Cuando noté su miembro cubierto
por el preservativo, lo empujé sobre mí para que se adentrara en mi
interior.
Su miembro se fue enterrando poco a poco, y cada centímetro que
recibía de él, era un suspiro mezclado de jadeos que estallaron en su oído.
Lo abracé con fuerza y mantuve su rostro cerca del mío para
observar sus gestos. Siguió moviéndose lentamente, mientras que se
mordisqueaba el labio de placer.
Grité.
Lo sentí más duro dentro de mí.
Alcé mi espalda y le supliqué que no se detuviera.
Y me obedeció. Siguió empujando sus caderas hasta que llegué al
orgasmo. Bloody no tardó en correrse y tardó en salir de mi sexo.
Estuvimos unos minutos abrazos, mientras que seguíamos siendo dos
personas unidas por nuestros sexos.
—Me ha gustado.
Cogí aire para responder:
—A mí también.
Me besó y salió de mi vagina para caer sobre la cama. Arrimé mi
cuerpo hasta el suyo y cerré los ojos mientras que los latidos de su corazón
era música para mis oídos.
«Dulce y caliente hombre» —pensé. «Al final Jazlyn tenía razón.
Estaba enamorándome y no quería aceptarlo.»
—¿Cielo?
—¿Sí?
—Jodido y apretado coño caliente —sonrió.
Y nos besamos una vez más antes de quedarnos dormidos.”
Alcé mi camiseta y toqué el tatuaje que tenía debajo del pecho.
La D tenía un significado especial para mí; eran dos nombres.
Darius y Dashton.

“Salimos del baño y lo tendí sobre la cama para ponerle un pañal


limpio. Lo vestí con el body de estampado de león, y me tumbé junto a él
para dormir.
—¿Debería llamarte mocoso? —pregunté, mientras que éste tiraba
de mi cabello—. ¡No! Tienes cara de… —me rasqué la barbilla—…
¿Peter? Tampoco. ¿Jason? Ni hablar. ¿Qué te parece…—lo medité, antes
de soltarlo —Dashton?
El niño sonrió.
—¿Te gusta Dashton?
—A mí me gusta —dijeron, en el umbral de la puerta.
Bloody estaba cruzado de brazos, observándonos sin quitarnos el ojo
de encima—. Y también me gusta cómo te quedan esos vaqueros. Te hacen
un trasero…
Le tiré el pañal viejo, ese que estaba cargado de mierda.
Lo esquivó.
—Sigues furiosa conmigo. Lo entiendo.
—Sí —apreté los labios—. El bastardo y yo no queremos ni verte.
—¿No iba a llamarse Dashton? —se acercó, con cuidado hasta mí—.
Entonces ya no es un bastardo. Tu padre lo ha aceptado como su hijo.
Podrá darle un apellido.
Gruñí.
—¿Qué quieres, Bloody?
Estiró los labios.
—Acurrucarme a tu lado mientras que me das calor.
Le mostré al bebé.
—Lo podemos llevar a la habitación de al lado.
—O puedes irte tú —le aconsejé.
Éste se sentó sobre la cama, posó sus dedos en mi barbilla y me
obligó a mirarle a los ojos.
—Ahora que Dashton también está en tu vida, me pondré celoso.
—Entonces espero que sufras.
Me besó.
Antes de que protestara, silenció mis quejas con sus labios. Acarició
mi cabello y pegó su cuerpo todo lo posible hasta el mío.
—Maldito crío —susurró, contra mi boca—. Llevo horas queriendo
quitarte esos pantalones.
—Tendrás que esperar —le saqué la lengua—. Dashton y yo
queremos dormir. Buenas noches, Bloody.
—Cielo…
—Si te quedas —le advertí—, es para dormir.
Se acercó hasta Dash y le susurró.
—No me quites a mi chica, compañero.
Nos tumbamos y acabamos los tres dormidos.
Olvidando por una noche, que Ronald y Shana, nos estaban
buscando.
Quería ser feliz y olvidar quién era en realidad.
Pero tenía que conformarme con noches como esas, en las que
dormía junto a Bloody y ambos cuidábamos de Dashton.”

—Mi hijo —susurré.


Abandoné mi escondite y me planté delante de Reno para detenerlo.
—Déjalo, Reno —no quise asustarlo—. Lo recuerdo todo.
—Alanna…—no bajó el arma.
—Suéltalo —le pedí.
Sacó su bota del pecho de Bloody y se acercó a mí con el arma en la
mano.
—Lo siento…
—Tira el arma.
Y obedeció.
Bloody se levantó del suelo y corrí hasta él; lo abracé con fuerza y
respiré contra la curva de su cuello. El tiempo se detuvo en aquel momento.
Por fin estábamos juntos. Busqué su rostro y no tardé en encontrar sus
labios. Lo besé, presionando mi cuerpo sobre el suyo. Ese maldito llegó a
excitarse con el beso, y no lo culpé. No quise abandonar su boca, así que la
exploré con mi lengua. Cuando nos quedamos sin aliento, nos miramos
profundamente a los ojos.
—Te quiero, Cielo.
Sonreí.
Había recuperado mi vida y mi familia.
—Y yo te quiero a ti, maldito pervertido.
Capítulo 31

La necesidad de estar junto a Dashton, me invadió.


—Dime que está bien, por favor.
La sonrisa de Bloody borró todos mis miedos.
—Callie lo está cuidando. Ella lo protegerá hasta que te reúnas con él
—alzó mi rostro y no contuve las lágrimas de felicidad—. Está muy grande.
Y muerde como un ratoncillo con los dientes que le están saliendo.
—¿Están solos?
—No, mandé a Raymond. Aquí, él, no podía hacer nada más.
«Pobre Ray» —pensé. «Me asusté de él sin acordarme de lo dulce y
buena persona que era con todo el mundo.»
Bloody se dio cuenta que me sentí terrible por haberle tratado mal.
—Él siempre perdona.
—Ray se merece lo mejor del mundo.
—Jamás pensé que diría algo así…pero tienes razón.
Aguanté la risa.
Raymond y Bloody unieron fuerzas para encontrarme y acabaron
haciéndose buenos amigos.
Volví a pensar en el pequeño de la familia.
Después de tantos meses, Dash estaría enorme.
—¿Se parece a mi padre?
Negó con la cabeza.
—Tiene tus preciosos ojos.
—Seguro que heredará tu estupidez —bromeé.
Bloody no se lo tomó mal. Más bien, bromeó conmigo.
—Eso espero. Y —puntualizó—, no será tan guapo como yo, pero
seguro que podrá presumir de padre.
Golpeé su pecho y volví a abrazarlo. Reno, cansado de nuestro amor,
se dejó caer en el sofá. Al menos no huyó. Sabía qué algo sucedería por
todo el daño que causó sin darse cuenta. Bloody se separó de mi lado y
buscó un teléfono para llamar a la policía; quería ver como se pudría en
prisión. Lo detuve a tiempo antes que presionara las teclas.
—Tiene que pagar por haberte alejado de nosotros y tenerte aquí
drogada.
Lo miré de reojo.
Parecía arrepentido.
Si tenía que pagar sus deudas con alguien, sería con nosotros. Mandé
a Bloody a que lo atara y lo dejara inmóvil en el sofá. Me acerqué hasta él y
le conté lo que sucedería después.
—Cuando volvamos, te liberaremos.
—Alanna…—gruñó Bloody.
Tapé los labios de Reno con un pañuelo de seda que me regaló.
—Tienes que irte del país. Es la forma para que obtengas mi perdón.
¿Me has entendido?
Asintió con la cabeza.
Volví con Bloody y esperé a que entendiera mi decisión; no quería
hacer daño a nadie, ni vengarme de sus actos obsesivos. Lo perdoné como
haría un ser humano con otro.
—Está bien —se rindió—. Pero estás loca.
—Te encanta esta loca.
Me corrigió:
—Haré mía, lo más pronto posible —me besó—, a esta loca.
Apagó las luces de la casa y cerró con llave para que nadie
sospechara. Antes de dirigirnos al vehículo que conducía Bloody, encendí
mi iPhone. El aparato, después de tantos meses, seguía funcionando.
Una oleada de mensajes acaparó toda la pantalla.
Sólo me centré en un usuario.
Mi madre.

Muerta.
3:42 AM ✓✓

Bajo tierra.
3:42 AM ✓✓

Por fin libre.


3:43 AM ✓✓

Todo acabó.
3:43 AM ✓✓

«Estás muy equivocada, mamá.» —pensé, bloqueando la pantalla.


Capítulo 32
NILIA

Adda golpeaba los puños sobre la mesa cada vez que perdía una partida.
Reinha y yo nos mirábamos, y empezábamos a reír para que el mal genio de
mi hija se calmara. Pero no fue así. Se levantó de la mesa, corrió hasta la
cama y cogió mi móvil para enviarle un mensaje a Dorel; desde que él salió,
Adda lo echó de menos en cada minuto que pasaba. Estaba siendo un buen
padre, un buen novio y un buen compañero de Bloody. Para mí, era el
hombre perfecto. Me contó su pasado y lloré sobre su hombro al descubrir
que sus hijos ni siquiera querían verle. Por eso tomó el control con Adda y
decidió corregir los errores que cometió con sus propios hijos. Nos quería a
ambas, y Dorel tenía nuestro cariño asegurado.
—Me gusta la pareja que haces con Raymond.
Reinha enrojeció.
—¿Eso crees?
—Sois jóvenes. Él te quiere y tú babeas por Ray a escondidas —como
Adda me dejó de lado, me distraje con Reinha y el romance tan bonito que
estaba viviendo desde que salió de México—. Sabía que encontraría a una
mujer como tú, pero no pensé que os cuidaríais mutuamente. Os lo
merecéis.
—Ray se convirtió en un soldado de guerra por los golpes de sus
padres adoptivos —la escuché con atención—, mientras que yo me hice
fuerte por el maltrato de mi prometido.
—Ni siquiera pienses en él. Ese mal nacido no merece ni ser
nombrado. Quémalo de tu mente. Sácalo de tu cabeza.
Reinha me abrazó y toqué su ondulado cabello oscuro. En el poco
tiempo que llevaba con nosotros, ya era una más de la familia. Adda no
tardó en quererla y, a mí, me pasó lo mismo. Era otra hermana pequeña a la
que tenía que cuidar.
Golpearon la puerta del apartamento.
—Seguro que es Dorel —anuncié, levantándome del asiento que
ocupé.
Adda empezó a saltar sobre la cama y empezó a gritar:
—¡Golosinas!
¡Ajá! Así que era eso lo que le envió a través de un mensaje:
golosinas.
—Si no cenas, no hay golosinas.
—Jolín, mamá.
—Esa boca —le advertí.
Abrí la puerta y el mundo se vino abajo.
—¡Sorpresa! —gritó T.J emocionado—. ¿No vas a saludarme,
hermanita?
El hombre que iba junto a él, moreno de piel y ojos grandes de largas
pestañas, no era Diablo.
—¿Qué haces aquí?
—Hemos venido a buscar a Reinha —confesó—. Éste de aquí es
Gabriel y está en su derecho de llevársela.
—¡Y una mierda!
Intenté cerrar la puerta, pero Gabriel aparte de alto, era muy fuerte.
Doblaba la masa muscular de T.J. Empujó la puerta con una sola mano y se
coló en el interior. Estiré mis brazos para impedírselo, pero el hombre me
empujó con tanta fuerza que acabé tirada en el suelo. Adda, al verlo todo,
sacó el arma de juguete que le regaló su tío Bloody. Al ver como se
acercaba hasta Reinha, intentó detenerlo.
—No des un paso más o dispararé.
Gabriel gruñó.
Tiró a Reinha sobre la cama y cogió a Adda por el cabello.
Mi hija empezó a gritar hasta que T.J intervino.
—Me da igual lo que hagas con ellas dos —nos apuntó a Reinha y a
mí con el dedo—, pero deja a mi sobrina en paz.
Y obedeció.
Se acercó hasta mí y me golpeó en el rostro con el puño cerrado.

Adda no dejaba de llorar.


Abrí lentamente los ojos y busqué a mi niña. Se encontraba tendida en
el suelo mientras que golpeaba a T.J con sus pequeños puños. Éste estaba
solo y se encontraba haciendo una llamada. Cuando colgó. Se reunió
conmigo. Escupí al suelo toda la sangre que acumulé, e intenté levantarme,
pero no lo conseguí.
—Bloody te matará.
Él rio.
—Eso lo sé, Nilia. No hace falta que me lo digas.
—¿Dónde está Reinha?
—¡Mamá! —Adda corrió hasta mi lado. Rodeó mi cuello con sus
brazos y comprobé que estuviera bien. T.J intentó acariciar el cabello de
ella, pero se negó—. ¡Te odio! Te odio. Te odio. ¡Te odio!
Le gritó.
La sonrisa de T.J se esfumó de su rostro.
—Está fuera. Nos la llevamos.
—¿Por qué haces esto, T.J?
—No lo sé, hermanita. El mundo es cruel. Mamá y papá no eran
perfectos, así que tampoco tendrían tres niños adorables —volvió a reír con
crueldad—. Bloody y tú os salváis…En cambio yo, ya estoy perdido. Soy la
oveja negra de la familia. La escoria que nadie llama por navidad. El hijo
mediano que todos ocultan. Ahora —me mostró sus dientes—, te jodes.
Tienes que hacerme un favor —me tendió un trozo de papel garabateado
con su caligrafía—, entrégale la nota al deforme.
—¿O qué?
Le reté.
—O llamaré a Gabriel para que os mate, ¿entendido?
Miré a Adda.
Ella me importaba demasiado como para jugar con mi vida y la de
ella.
Asentí con la cabeza y observé la salida elegante de uno de mis
hermanos.
Aunque para mí, ya estaba muerto.
Capítulo 33
RAYMOND

Callie bajó la cuna de Dashton para instalarla en el comedor. Nos sentamos


los dos en el sofá y nos distrajimos viendo un poco la televisión; reímos un
poco con una película de comedia y dejé que ella cerrara los ojos para que
descansara. Desde que salí de Oakland y dejé sola a Nilia, Dorel, Adda y
Reinha, me sentía solo. Echaba de menos a Rei y me moría de ganas por
besarla mientras que ella me decía con su dulce y hermoso acento
mexicano: —Mi soldado de guerra.
Mis pensamientos dejaron de ser una diversión cuando escuché como
destrozaban una de las ventanas de la cocina. Callie se sobresaltó y me miró
aterrorizada. Le mostré mi arma para tranquilizarla y, ella, inmediatamente
cogió a Dashton para que no llorara.
Me levanté para inspeccionar la cocina y no encontré nada; salvo un
ladrillo que había destrozado el cristal y arañado el refrigerador.
De repente, un gritó me confirmó que realmente sí que estaba
sucediendo algo malo dentro de la casa. Busqué a Callie y ésta estaba
siendo amenazada por Diablo. Posó un cuchillo bajo su cuello y me miró a
los ojos.
—Diablo.
—Raymond —parecía nervioso—, lo siento.
—¿Qué haces?
Dashton lloraba dentro de la cuna.
—Tengo que llevarme al niño.
—No —fui acercándome lentamente hasta él—. No dejaré que te
lleves al hijo de Alanna y Bloody.
—Tengo que hacerlo, man.
Callie ni siquiera podía respirar bajo el arma que presionaba su largo
y fino cuello.
Quería hablar con Diablo, contarle que Reinha llevaba meses
buscándolo desesperadamente. Pero lo conocía; Diablo sin medicación,
estaba más loco que Bloody cabreado por alguna estupidez. Al darse cuenta
que me acerqué, cortó a Callie y prometió matarla delante de mis narices.
—Está bien —quería tranquilizarlo. Callie empezó a sangrar y el
color carmesí la alteró—. ¿No quieres hablar conmigo, Diablo?
—Dame al niño —insistió por segunda vez—. Tengo que llevármelo.
—¿Por qué? Tú no matas a niños pequeños. Reinha estaría
decepcionada contigo…
—¡Basta! Deja de joderme —terminé escuchándolo—. Es un
intercambio. Ellos me devuelven a Reinha, y ese viejo cabrón se queda con
su nieto.
—¿Reinha?
—Al suelo —me ordenó y tuve que obedecer—. Tira el arma.
Le lancé el arma con el seguro por el suelo.
—¿Qué sucede con Reinha?
—¿No lo sabes?
—¡No! ¿¡Qué está pasando!?
—Gabriel está en Estados Unidos.
No era posible.
Tiró a Callie sobre mí, cogió el arma y cargó con el otro brazo a
Dashton.
—Dile a Bloody que lo siento.
Y salió del hogar de Callie llevándose al pequeño.
Abracé a Callie que seguía llorando e intenté tranquilizarla.
«Reinha está en peligro.»
Capítulo 34
BLOODY

—I need an easy friend. I do, with an ear to lend —cantó, una de sus
canciones favoritas—. I do, think you fit this shoe. I do, but you have a
clue.
El reproductor se apagó cuando Callie empezó a llamar. Detuve el
coche y descolgué la llamada.
Al otro lado, se escuchaba el llanto de ella.
—¿Qué sucede?
—Bloody…—no la escuchaba bien—. Tienes que…volver a casa.
—Estoy de camino.
—Se han llevado a Dashton.
Casi se me cae el teléfono de las manos.
—¿Qué estás diciendo?
—Llegó un hombre llamado Diablo. Dijo que tenía que llevarse al
niño para salvar a Reinha.
—¿Tú estás bien?
Le temblaba la voz.
—He perdido a Dashton, Bloody.
—No es tu culpa.
Vi como Alanna me preguntaba.
Pero la ignoré un momento.
Aquella noticia le herviría la sangre.
—Llegaré en dos horas, Callie.
—Ven pronto.
Y colgamos.
Alanna se encontraba inquieta. Imaginé que escuchó algo, pero me
equivoqué.
—Diablo se ha llevado a Dashton.
Al principio se quedó muda.
Después, cuando su rostro enrojeció, empezó a gritar
desesperadamente.
Estuvo a punto de encontrarse con el niño que quiso desde el primer
momento que lo tuvo entre sus brazos, y el loco de Diablo se lo había
llevado para salvar a Reinha de absolutamente nada; ya que ella se
encontraba junto a Nilia y los demás.
—¿¡Por qué!? —gritó—. ¿Por qué? Él no merece sufrir, Bloody.
La abracé y besé su coronilla.
—Lo sé, cielo. Lo encontraremos.
«Estás jodido, Diablo.»
Capítulo 35
MOIRA

No pensé que Ronald me llevaría al restaurante más lujoso y elegante de


Sacramento. Posó mi mano sobre sus labios y me besó la piel hasta que
llegó el camarero. Nos sirvió el mejor vino de la carta y un exótico entrante.
Mi hombre estaba tan atractivo como de costumbre; su cabello tintado de
negro empezó a desaparecer para dar paso a las canas; era mi George
Clooney más ambicioso y con más poder que ese actor fracasado.
—Eres la mujer más hermosa del país.
Tuve que sonreír.
—Lo sé, querido.
—Pronto nos casaremos —me recordó.
Y me hizo feliz.
—Porque nos amamos.
—Te quiero, Moira.
Me besó de nuevo.
Había algo extraño en él.
Ronald no era muy cariñoso.
—¿Qué sucede?
—Vamos, Moira…
Aparté mi mano de sus labios.
—No te lo volveré a repetir, Ronald.
Bajó las manos hasta la mesa y por poco destroza la copa de vino.
Clavó sus ojos en los míos y esperé a que me diera buenas noticias. Pero
fue todo lo contrario. Cuando relató la verdad, todo lo que había a mi
alrededor iba a cámara lenta salvo mi corazón.
—Alanna sigue con vida.
Creí que moriría en aquel momento.
Al principio no reaccioné.
No pestañeé ni grité como una loca.
Simplemente me llevé el entrante amargo a la boca y lo caté
lentamente.
Al recordar la noticia, empujé hacia atrás la silla y tiré al suelo todo lo
que había sobre la mesa. Los clientes empezaron a mirarme, los
trabajadores sacaron sus teléfonos móviles para grabar el espectáculo y el
dueño no se atrevió a echarme de su restaurante.
—¿Por qué? —lloré—. No es justo.
Y, para colmo, llamaron a Ronald.
Lo escuché todo.
Era un mexicano que aseguraba tener a su nieto. Y no mintió. El
llanto del bastardo sonó con fuerza.
Mi prometido se emocionó.
—¿Qué quieres?
—Ordena a T.J que suelte a mi hermana.
—Está bien —aceptó—. Tráeme a mi nieto a la dirección que te
envíe.
Guardo su móvil y me levantó de la mesa. Pagó la cena que no nos
llevamos al estómago y me sacó a la fuerza hasta dejarme en la limusina
que alquiló para nosotros. Su felicidad era vomitiva para mí. Yo merecía
algo más que palabras y promesas; Ronald empezaba a parecerse a Gael.
Mi móvil me notificó algo.

Mensajes leídos.

Alanna había encendido el teléfono.


Le envié otro bonito mensaje de parte de su madre.
Seguro que me echó de menos.

Bienvenida a la tierra de los vivos.


12:32 PM ✓✓

Su respuesta no tardó en llegar.

Perra mala nunca muere.


12:35 PM ✓✓

Reí.

Era tan zorra como yo.


No sé por qué nunca nos llevamos bien.
Capítulo 36
ALANNA

No dejó de enviarme mensajes.

A la tercera va la vencida.
12:37 PM ✓✓

¿Eso crees?
12:38 PM ✓✓

Esperé su respuesta.
Bloody aceleró en la carretera mientras que yo discutía con la zorra
de mi madre a través de unos cuantos mensajes de texto.

Es lo que deseo.
12:38 PM ✓✓

Quizás me quedo huérfana


12:40 PM ✓✓
Ella no se lo tomó muy bien.

¿Vas a matarme?
12:41 PM ✓✓

Le respondí con un par de iconos.

Bloqueé la pantalla y dos horas más tarde, llegamos al hogar de


Callie.
Salimos corriendo del coche y seguí los pasos de Bloody hasta el
interior. La primera mujer que tuvo la atención de Bloody, lloraba
desesperadamente en el suelo; tenía una herida en el cuello y detuvo la
sangre con gasas. No se tomó la molestia de curarse. Sólo quería recuperar
a Dashton. Al ver a Bloody arroparla y ésta abrazarlo con fuerza, me di
cuenta que en los últimos meses ellos habían sido una familia. Callie amaba
a Dashton y compartíamos el mismo dolor al haberlo perdido.
—¿Dónde está Ray? —sentí interrumpirles.
—Fue en busca de Reinha.
Bloody la acompañó hasta el piso superior y yo esperé de pie
mientras que terminaba de morderme las últimas uñas que me quedaban.
No entendía la actitud de Diablo. Consiguió ser libre, sacar a Reinha de las
garras de Gabriel y de Arellano. Y, una vez que saboreó la libertad, volvió a
ser el Diablo que perdía la cabeza cuando escuchaba los latidos de corazón
de otras personas.
Aproveché que nadie pudiera escucharme, y destrocé un marco de un
paisaje que había colgado en una de las paredes del comedor. Estaba
furiosa. Cubrí mis nudillos de sangre y no me detuve hasta que descargué
mi ira.
Estaba furiosa.
Decepcionada.
Y agotada de vivir.
Dashton y Bloody eran impredecibles en mi vida.
Pero perder a uno de ellos dos, me hundía por completo.

Nos divertiremos.
12:51 PM ✓✓

Envió mi madre.

Tecleé rápidamente.

No lo dudes, bruja.
12:51 PM ✓✓
Capítulo 37
RAYMOND

Reinha no era la única que estuvo en peligro; cuando llegué al apartamento,


me encontré en un rincón a Nilia herida junto su pequeña que rodeaba su
cuello y sostenía un arma de plástico. Al verme a travesar la puerta, Adda
tiró la pistola y vino corriendo a mí. No tardó en derramar lágrimas de
pánico mientras que me pedía que ayudara a su madre. La dejé en el suelo y
me acerqué hasta Nilia.
Tenía que dejarla sobre la cama mientras que ambos hacíamos lo
posible por curar sus heridas. Así que pasé su brazo por encima de mis
hombros y tiré hacia arriba su cuerpo. Los golpes la dejaron tan débil que
no fue capaz de dar más de cinco pasos seguidos. Al quedar tendida, respiró
con tranquilidad.
Salí corriendo hasta el baño y saqué el botiquín de emergencia que
teníamos escondido. Quedé cara a cara con ella y busqué alguna herida
abierta. Sólo tenía un corte que atravesaba su ceja. Lo demás, eran
hematomas que tardarían un tiempo en desaparecer.
—¿Qué ha sucedido? —pregunté, arropándola con una sábana.
Nilia tenía los ojos entrecerrados del dolor.
Adda se acomodó junto a ella y posó su cabeza sobre el pecho de su
madre para descansar.
Quería darme una respuesta rápida, pero su pequeña necesitaba algo
de su atención; así que acarició el sedoso cabello de Adda y le cantó una
nana. Se quedó dormida y pudimos hablar sin ningún problema.
—T.J —dijo, cabreada.
T.J siempre había sido un traidor. Pero no entendía cómo Diablo
aceptó trabajar junto a Gabriel si él amaba a su hermana por encima de los
demás. Aunque…él quería el niño para salvarla. ¿Por qué querrían a Dash
esos dos? Y de repente estalló un nombre en mi cabeza: Ronald. Buscaba
desesperadamente a su nieto, por ese motivo Bloody huyó y no quiso una
guerra para no acabar en prisión.
Ya era demasiado tarde.
Todos estábamos jodidos.
—¿Te ha agredido tu hermano?
—Pobre de él —estiró los labios y se le borró la sonrisa ante el dolor
que sintió—. Se la han llevado, Ray. Y te han dejado una carta para que
sigas instrucciones si la quieres volver a ver.
Estaba furioso.
Con los tres.
Pero yo solo…
No me importaba.
Al menos volvería a ver a Reinha una vez más.
Tenía que salvarla y no me importaba morir por el camino.
Nilia apuntó al centro de la sala del apartamento. Caminé velozmente
y aparté la mesa que estaba tirada. Debajo, un papel color crema, estaba
cubierto de frases cortas. Volví junto a ellas y me senté en un rincón de la
cama para leer la nota.

Estoy seguro que no esperabas verme.


Todo va bien, no te preocupes.
Será un juego; como en los viejos tiempos.
Es una lástima que Gael no viva para vernos.
Tú contra mí, ¿qué te parece?
Pronto te llamaré al móvil que he dejado debajo de la cama.
No me falles, deforme. T.J

Ni siquiera me afectó su insulto.


La ira me empujó a sostener el teléfono y a esperar esa maldita
llamada toda la noche. Nilia se quedó dormida. Lo poco que se podía
escuchar en la habitación donde descansábamos todos, eran las agujas del
enorme reloj que había colgado en una de las paredes de la cocina. Yo
también estaba cansado, pero intenté cerrar los ojos. Cuando T.J se dignó a
llamar, salí de la habitación y me quedé fuera para establecer esa maldita
conversación que quería tener conmigo.
—¿Hola?
Fui directo.
—¿Qué quieres?
Empezó a reír.
—Tengo a la chica. Y creo que también tenemos al niño.
—¿Qué queréis? —volví a repetir, pensando que tendría el altavoz
para que los demás nos escucharan.
—El dinero. ¿A qué es sencillo?
Yo no tenía aquellas malditas tarjetas micro SD.
—Está bien —mentí—. ¿Lugar y hora?
—Pareces todo un profesional. El amor hace hombre a los gallinas —
al no tener una queja por mi parte, siguió hablando un poco más
malhumorado—. Iglesia de Las santas Marías. Estaremos ahí.

Iglesia de las Santas Marías.


Anoté.
Como me colgó, me guardé el móvil que dejó y escribí otra nota para
Nilia.

Volveremos pronto.
Somos una gran familia.
No lo olvides.
Raymond.

Lo conseguiríamos. Estaba convencido de ello.


Capítulo 38
TERENCE JUNIOR

Los gritos desgarradores de Reinha consiguieron que alzara la cabeza de la


Biblia que empecé a leer. Gabriel le metió una paliza que no entendía como
ella podía seguir con vida. Me levanté del banquillo, saltando todos los
cadáveres que dejó el mexicano en el interior de la iglesia. Casi tropiezo
con un niño que seguía abrazado a su madre cuando les volaron la cabeza a
ambos.
—Por favor —suplicaba.
Gabriel no era un hombre muy hablador.
Intervine por mi bien.
Los gritos de ella no me dejaban leer con tranquilidad.
—Si sigues a ese ritmo —paró de golpearla con su puño—, no llegará
con vida a México.
Éste sólo gruñó.
Le importó una mierda mi lectura y siguió golpeándola hasta que se
desmayó. Tenía los ojos cerrados, pero para Gabriel no fue suficiente. La
cogió del cabello, la arrastró hasta la tarima y la ató sobre la enorme figura
de Jesucristo. La despertó con agua vendita y, al abrir los ojos, volvió a
machacarla hasta que la pobre perdió su belleza latina; se quedó morada y
con un ojo casi tuerto.
Tuve que dejarlos a solas porque necesitaba hacer otra llamada.
Diablo estaba perdido por el mundo, así que lo buscaría.
Me colgó.
Pero me envió un extraño mensaje.
Hallado al borde
De un alto acantilado,
Sin horizonte alguno al frente,
Sin luz que señale y lo ilumine.

Mis ojos lo han encontrado


Muchas veces,
Y ante tan encuentro,
He querido retroceder
Y volver atrás,
Sin conseguir moverme,
Sin vislumbrar
El camino de regreso.

Y allá quedé mucho tiempo,


Mirando a mi alrededor
La oscuridad
A la espera de la luz,
De la iluminación,
A atreverme a palpar
A ciegas el suelo,
De lo que está hecho,
Bajo mis pies el infierno.

12:55 PM ✓✓

Tres mensajes y no entendí nada.

¿Qué mierda quieres decirme con todo esto?


12:56 PM ✓✓

Pero no me respondió.
Capítulo 39
ALANNA

—Ratoncito, ratoncito —cantó, una voz femenina—. Te has comido el queso


y has conseguido huir de la trampa. Muy mal, ratoncito —me levanté del
sofá, pero no era fácil huir de aquella mujer. En cada rincón que recorrí de
la casa, ella se encontraba detrás de mí—. No es posible que yo esté muerta
y tú sigas respirando, cuando tu deber era cuidar de mi pequeño gatito.
Shana tenía razón. Decidí cuidar a Dashton, ser su madre hasta que
éste fuera adulto para contarle la verdad y me lo arrebataron. Fui una
mala madre. Empecé a seguir los pasos de la mujer que jamás me quiso.
Me llevé las manos a las orejas e intenté silenciar su voz, pero era casi
imposible. Shana estaba dentro de mi cabeza y la perra volvería a volverme
loca.
—¿Y si lo han matado? Porque te prometo, Alanna que, si mi hijo
muere, abandonaré la tierra de los muertos para acabar contigo.
Cerré los ojos y empecé a correr sin un destino en mente. Podía
escuchar los pasos de Shana detrás de mí mientras que me recordaba el
error que cometí. Era por mi culpa. Ella tenía razón.
—Por tu culpa, ratoncito.
—Lo siento.
—Ese niño no merece a una madre como tú —su risa me mareó—.
Déjame decirte que he visto como Callie cuida a Dashton —sentí sus
manos acariciando mi cabello—. Ella sí es una buena madre. Deberías
aprender.
—Por favor —supliqué.
No se callaba.
Insistía.
—¿No crees que hacen buena pareja? —al darse cuenta que estaba
confusa, se dio el placer de darme sus nombres—. Estoy hablando de
Bloody y Callie, ratoncito.
Tragué saliva.
—Olvídate de mí, Shana.
—Jamás. Tú me mataste.
—Te lo merecías.
Dejó de reír.
—Y, ¿Dashton tan bien?
—¡No!

Me desperté de la terrible pesadilla que me dejó sin aliento. Abandoné el


sofá que ocupé y me acerqué hasta el recibidor para buscar la chaqueta de
Bloody. Tirada en el suelo y olvidando que había un precioso perchero, la
recogí y adentré mis manos en los bolsillos de la cazadora. Saqué las llaves
del coche de Callie y abandoné el hogar sin llamar la atención de nadie.
Era mi responsabilidad. Recuperaría a Dashton sin que nadie saliera
herido por mi culpa. Shana tenía razón en algo; fui una mala madre por
haberlo dejado tanto tiempo solo.
Caminé por la oscuridad y busqué el vehículo rojo con una vieja
matrícula de California. Arranqué el motor como me había enseñado Reno
las últimas semanas y conduje hasta que me viniera un destino a la cabeza.
«¿Dónde estás?» —pensé, desesperadamente.
El móvil sonó y le eché un vistazo rápido para comprobar quién era.
Apareció el nombre de mi madre. Puse el manos libre y me torturé como de
costumbre al escucharla. Su calmada voz me confundió.
—¿No puedes dormir? —me preguntó.
—Veo que tú tampoco.
No tuvo suficiente con los mensajes.
Quería otra batallita en la que salía perdiendo.
El silencio se rompió con el llanto de un niño.
—¡Hija de puta! —grité.
Su risa apagó a Dashton.
Giré el volante y me dirigí hasta Sacramento.
—Es precioso —se encontraba cerca de mi hijo—. Tiene los ojos de
tu padre y los tuyos. Aunque el cabello —se detuvo para observarlo—, es
más bien de la familia de su verdadera madre.
—Yo soy su madre.
—No, Alanna. No olvides que es tu hermano. Y si tu hermano muere,
no sentirás lo mismo que siente una madre al perder al niño que salió de su
vientre.
Quería alterarme.
Sabía que iba en coche.
Deseaba que tuviera un accidente.
Cogí aire y lo expulsé en repetidas ocasiones para tranquilizarme.
—No le pongas una mano encima, mamá.
—¿O qué?
—O te mataré como hice con la zorra de Shana, ¿entendido?
Asustada, colgó la llamada.
—¡Joder! —grité, esquivando a un vehículo que siseaba por la
autopista.
No podía rendirme. Tenía que encontrar una solución a ese pedazo de
problema que me surgió al saber que mi madre tenía a Dash. Hice una
llamada y me puse de acuerdo con esa persona para encontrarnos cerca de
mi viejo hogar. No esperaba encontrarlo cerca de Sacramento, pero ahí
estaba, rondando la zona en busca de dinero para sobrevivir.
«Te prometo, mamá que, si le sucede algo, te mataré.»
Capítulo 40
MOIRA

Tener a aquel mocoso sobre mi cama, me traía malos recuerdos; en todos


ellos aparecía Alanna creciendo junto a su padre hasta que éste desapareció.
Me tumbé junto al niño que dejó de llorar y agrandó sus ojos verdes para
mirarme fijamente. Se estaba riendo de mí; se burlaba de la mujer que tenía
a unos centímetros de su pequeño y asqueroso rostro. Pasé mis uñas por su
frente y contemplé como su suave y blanda piel se quedaba marcada por
largas y finas líneas rojas.
—Podría sacarte los ojos, quizás así, no me recuerdes a ella.
El niño cogió mi pulgar e intentó llevárselo a la boca.
Inmediatamente me aparté de su lado. Recogí la botella de whisky
que tenía en el suelo y no tardé en llevármela a la boca. Desde que
recogimos al nieto de Ronald, me las pasé bebiendo para que el terrible
sonido que hacía aquella cosa asquerosa, no me volviera loca. No esperaba
que mi prometido me dejara a solas con él. Seguí bebiendo y observé como
arrastraba su cuerpo por la cama hasta acercarse al borde.
—Si te caes, tú mismo te habrás matado —reí, y esperé ver como se
rompía la cabeza.
Pero no sucedió.
Se quedó quieto y volvió a reír.
—¿¡Qué!? —eché a un lado la botella. Estiré el brazo y tiré de él para
dejarlo cerca de mí—. No mereces vivir, bastardo. Si me libro de Alanna,
también tengo que hacerlo contigo.
Posé una almohada sobre su rostro y presioné para que dejara de
respirar. Conté los segundos con una enorme sonrisa en los labios. El niño
empezó a llorar desesperadamente. Sabía que estaba muriendo poco a poco
y el dolor era insoportable.
Y acabé deteniendo aquel placer cuando escuché unos pasos
acercándose hasta mi habitación. Tiré la almohada y posé mi mano sobre el
pecho de la criatura para que dejara de llorar. Ronald abrió las puertas de
nuestro rincón y se acercó hasta mí. Cerré los ojos para recibir un beso. Un
beso que nunca llegó. Cargó a su nieto y lo meció para que dejara de llorar.
—Tengo que ponerte un nombre, hombrecito.
Me ignoró.
Ese maldito me ignoraba por un niño que apestaba a mierda.
—¿Quieres ayudarme, Moira?
—Paso —recogí otra vez la botella—. ¿Cuántos hombres hay
cubriendo la casa?
—Tres fuera y dos dentro. Estaremos bien —al darse cuenta que su
nieto reía y babeaba por el collar de oro que colgaba de su cuello, lo besó
—. Vladik. Vladik Ionescu.
Sentí nauseas.
—¿Cómo vas a llamarlo? —reí.
Él me lanzó una mirada cargada de ira contra mí.
—Vladik, el sucesor de Vikram. ¿Algún problema?
—No —y volví a perderme en el alcohol.
Ese maldito niño no llegaría vivo al día siguiente.
Capítulo 41
BLOODY

Me quedé dormido en el pasillo. Esperé a que Callie descansara y, cuando


se dio cuenta que iba a abandonarla, me suplicó que me quedara un rato
más junto a ella. Sabía que Alanna estaba bien, así que me quedé en el
pasillo para que Callie no temiera. Diablo la traumatizó. Seguramente
tardaría un tiempo en salir sola a la calle o coger el coche para ir al trabajo.
No se fiaba de nadie. Y, todo, había sido por mi culpa.
Asomé la cabeza al interior de la habitación y comprobé que estuviera
dormida. Estaba con los ojos cerrados y encogida en un rincón de la cama.
La dejé durante un rato sola y bajé las escaleras para encontrarme con
Alanna. En el comedor no estaba. Ni siquiera había pisado la cocina. Abrí
las ventanas traseras para comprobar si se encontraba en el jardín, y
tampoco la hallé. Sólo me quedó echarle un ojo a la parte delantera de la
casa.
—Mierda —exclamé, al descubrir que habían robado el coche—.
Niña estúpida. Siempre me abandonas cuando estamos juntos.
Terminé despertando a Callie.
Ésta se reunió conmigo en el comedor y se sentó a mi lado. Acomodó
sus manos sobre las mías y observé sus ojos. Quería quitarme el dolor que
podía sentir en aquel momento, así que me dedicó una dulce sonrisa que
sólo ella podía hacer con tanta dulzura.
—¿Qué sucede?
—Se ha ido —le dije la verdad.
—Ahora entiendo porque la quieres tanto —rio—. Es como tú.
Escurridiza y cabezota.
—Ella actúa sin pensar. Yo actuó y al menos luego pienso.
Callie dejó caer su cabeza hasta mi hombro.
—Me gusta esa chica para ti —su confesión no me la esperaba—. Ha
conseguido lo que algunas buscaban contigo; estabilidad. Y, además, tenéis
un niño precioso. Has madurado, Bloody. Te has convertido en un hombre
adulto porque los quieres.
Al parecer hacer el gilipollas era algo infantil.
Dejé caer mi cabeza sobre la suya.
Era imposible enfadarse con Callie incluso cuando te decía la verdad
en la cara.
—Ni siquiera me ha avisado.
—Tú tampoco lo hubieras hecho.
Intenté mirarla por el rabillo del ojo, pero me lo impidió.
—Me refiero con ella —me aclaró—. Para mantenerla a salvo, no le
hubieras dicho absolutamente nada.
—No puedo perderla otra vez, Callie.
—Lo sé —se apartó de mi lado—. Te he visto sufrir por ella cada
noche. Hasta despierto, esas pesadillas, te torturaban —arropó mi rostro con
sus pequeñas manos y se acercó hasta mis labios; Callie me dio el último
beso que podríamos compartir—. Tienes que ir a por ella. La encontrarás.
Estoy segura.
—¿Podrás perdonarme?
Ella alzó una ceja confusa.
—¿Perdonarte por qué? —volvió a reír—. Te quiero. Y sé que tú me
quieres a mí. Pero —presionó mi pecho—, tu corazón es de Alanna.
Callie era hermosa por fuera y por dentro.
—¡Vete ya! —me gritó—. La vecina de al lado suele dejar las llaves
de su coche detrás de la rueda delantera. Si lo robas, yo no diré nada.
—Me podrían caer unos años por robar.
Ambos reímos.
Nos abrazamos y dejé que Callie descansara del tormento que arrastré
en su vida.

Ni siquiera sabía a dónde ir. Y, Raymond, no me ponía las cosas fáciles. Me


llamó un par de veces hasta que decidí descolgar la llamada.
—Ya puede ser importante.
—T.J golpeó a Nilia —tuvo mi atención. Frené con fuerza el coche y
sentí como el cinturón de seguridad rasgaba mi piel—. Se han llevado a
Reinha. Creo que Diablo está con ellos. Y si Diablo está con ellos…
Terminé la frase por él.
—…Dashton también estará.
—Te envío la ubicación —colgó.
«Espero que estés ahí, cielo.»

Ubicación de la iglesia de las Santas Marías.


Capítulo 42

La iglesia se encontraba situada entre Sacramento y Carson; conduje


durante una hora y temí las consecuencias. Pero al llegar, hubo algo más
que venganza. La sangre brotaba de la casa de Dios como un río hambriento
de personas creyentes. En los escalones, se encontraba el cura decapitado;
lo sentaron y se tomaron la molestia de estirar los brazos para que apuntara
a las puertas de la iglesia. Raymond se acercó y pensó lo mismo que yo.
Sólo había un loco en la ciudad para cometer una masacre como aquella:
—Diablo.
Pero éste se encargó de defenderse. Apareció detrás de nosotros y no
tardé en sacar mi arma para apuntar su cabeza y volarle los sesos por el todo
el daño que causó. Jamás tuvimos que sacarlo de México; hombres como él,
merecían estar encerrados o pudriéndose en prisión.
—Borra esa cara de perro, gringo, yo no he sido.
—Mientes.
Raymond intentó detenerme. Mi dedo siguió tocando el gatillo y en
cualquier momento lo empujaría para que una bala destrozara su enferma
cabeza. Diablo, con una sonrisa que atravesó su rostro, alzó los brazos y me
enseñó que no iba armado. Ni siquiera estaba junto a él mi hijo. Ese maldito
lo secuestró e hizo daño a Callie.
—¿Dónde está mi hijo?
—Si bajas el arma, hablaré.
—¡Y una mierda!
Él me miró serio.
—¿Dónde creéis que está la policía?
Era una buena pregunta. Si el cura estaba muerto, la iglesia donde
acogía a gente sin hogar, estaría lleno de cadáveres; y si les disparó a todos,
los tiros tuvieron que alertar al vecindario.
—Gabriel Taracena, uno de los hombres más importante de México.
Más poderoso que un Arellano.
—Otro puto loco como tú.
—Tiene a mi hermana.
—Y tú tienes a mi hijo —salté.
Sabía que Raymond sufría por Reinha, pero yo lo hacía por dos
personas; Alanna y Dashton.
—Tienes que negociar conmigo, rubito —rio—. Por cierto, y ¿tu
melena?
—Este hijo de puta quiere que lo mate aquí mismo.
Gruñí.
Raymond me apartó de Diablo y me sacó el arma para que me
tranquilizara. Si seguía tocándome la polla, los perros comerían sesos de
loco.
—Entregué al niño a Vikram. Hablo del verdadero —confesó—.
Alanna estará ahí.
—¿Por qué? Mi hijo no te ha hecho nada malo.
—Lo sé, rubito cabrón —se acercó hasta mí—, pero tu hermano me
chantajeó. Ha vendido a Reinha a Gabriel —miró a Raymond, para que lo
apoyara—. Si no la salváis, la matará.
Había algo que no tenía sentido.
—¿A cambio de qué nos dará a Reinha?
Entonces Raymond habló:
—Quieren las tarjetas micro SD.
—Joder —toqué la bala que tenía colgada en el cuello. La otra, estaba
en el poder de Alanna; Raymond me lo dijo—. No las tengo.
—Lo sé —intervino, una vez más—. Por eso tenemos que mentir. Y,
cuando podamos, los mataremos.
Diablo se adelantó:
—Yo me encargo de T.J. El rubio oxigenado es mío.
Fueron sus últimas palabras, ya que cuando quise darme cuenta,
Diablo salió corriendo. No podía fiarme de él, pero tenía que ayudar a
Raymond a sacar a Reinha con vida. Si no lo conseguíamos, Alanna
acabaría destrozada.
—Está bien —me di por vencido—. Pero sigo sin fiarme de Diablo.
—¿Cuál es el plan?
Le pedí mi arma.
Y éste, me enseñó su rifle.
—Entramos. Jodemos a ese mexicano y salvamos a la chica —le
mostré mis músculos, orgulloso de lo fuerte que estaba—. Mejor que una
puta película de acción.
—Ellos también van armados.
Ya me había jodido la historia que creé en mi cabeza.
—Pues se las metemos por culo. ¿No quieres recuperar a Reinha?
—Sí.
—¡Entonces sé un héroe! Los cagados no follan.
Raymond me miró mal.
Golpeé su hombro para animarlo.
Antes de salir corriendo dirección a la iglesia, hice una llamada.
Un tono.
Dos tonos.
Tres tonos.
—Le atiende el contestador de Alanna Gibbs, en estos momentos…
Colgué.
«Sé prudente.»
Capítulo 43
ALANNA

Dorel se subió al coche al verme aparecer. Estábamos a unos metros de las


personas que nos habían jodido la vida para siempre. Ni siquiera
intercambié palabra con él, sólo me fijé en los puntos donde se encontraban
los hombres de confianza de Ronald; fuera había cuatro, quizás dentro
había más. Si abandonábamos el vehículo a lo loco, acabaríamos muertos y
ellos serían los vencedores. Teníamos que ser más listos. Atacar sin que
ellos pudieran imaginárselo. Y una vez dentro, mi meta sería ir contra mi
madre. Por suerte podía contar con Dorel; él también fue uno de los
favoritos de mi padre cuando éste seguía con vida y se hacía pasar por
Vikram. Vi de reojo el par de armas que cargaba y rompí ese incómodo
silencio.
—Gracias por haber venido.
—Para eso estamos, niña —observó a los hombres—. Tienes que
distraerlos. Es la única forma para librarnos de ellos —sacó un silenciador y
lo puso a su pistola—. ¿Estás preparada?
¿Por Dashton?
Haría cualquier cosa.
Empecé a correr dirección a los hombres y me puse a gritar como una
loca que quería joder a sus vecinos de madrugada. No tardaron en acercarse
con sus armas y las linternas que les ayudaban a observar a través de la
oscuridad. Uno de ellos intentó abalanzarse sobre mí cuando me reconoció,
pero acabó muerto en el instante. Dos de ellos buscaron al francotirador que
estaba oculto. No lo consiguieron. Golpeé al que estaba más despistado y
cuando lo tuve en el suelo impacté mi puño en su rostro. Sólo le hice sangre
y yo quería dejarlo inconsciente. El par de hombres que buscaban a Dorel
cayeron muertos sobre el cuidado césped de la casa.
—Adiós —le dijo Dorel, cuando se acercó hasta nosotros.
Terminamos salpicados de la sangre de unos hombres que matarían a
cualquiera por unos miles de dólares.
Nos movimos con cuidado hasta la entrada. Estaba abierta. No nos
podíamos fiar. Abrí con cuidado mientras que Dorel me cubría. Me colé en
el interior y le mostré un dedo. Otro hombre del Ronald paseaba por los
pasillos con una enorme metralleta. Estaban preparados, pero jodidos.
—¡Eh, gilipollas! —le mostré el dedo corazón.
Se acercó hasta mí con una sonrisa que se le borró cuando le
dispararon.
El sonido del cuerpo cayendo al suelo alertó a otros dos hombres más.
Me tiré al suelo cuando Dorel me lo ordenó y observé desde abajo como
empezaron a dispararse. Una bala de ellos rozó el brazo de Dorel, mientras
que ellos volvieron a caer sin aliento.
—¿Estás bien? —pregunté, y miré si era grave.
—No es nada, niña —nos levantamos del suelo—. Sólo me ha
rozado. Tenemos que buscar a ese hijo de puta, pero con los ojos bien
abiertos. Siete hombres, quizás hay más de ellos repartidos por la casa.
Apunté a su despacho.
—Ahí se suele esconder.
Caminamos cuidadosamente. Teníamos que tener los ojos bien
abiertos para que nadie saliera de la nada y nos volara la cabeza. Llegamos
hasta la puerta de su despacho y empujé la puerta para echar un vistazo
rápido al interior. Y ahí estaba, sentado con los brazos cruzados,
esperándonos.
—Haces demasiado ruido para haber trabajado con Gael.
—¿Dónde está Dashton? —le interrumpí.
Dorel lo amenazó con su arma.
—Su nombre es Vladik.
Realmente quería a Dash a su lado.
Pero no lo permitiría.
—¿Dónde está? —repetí.
Dorel tuvo que golpearlo para que hablara.
Pero él era el verdadero Vikram.
No hablaría con tanta facilidad.
Lo ató a su silla y me propuso torturarlo. Mi respuesta fue encogerme
de hombros mientras que no me perdía ningún detalle en la forma que tenía
Dorel de cortarle los dedos de las manos. Ronald gritó de dolor, pero eso no
era nada. Yo sufrí más; confíe en él, y mi padrastro se unió a mi madre. Me
querían muerta y no lo conseguirían.
—Mamá —susurré.
Ahí estaría Dash.
Me acerqué hasta Ronald, tiré de su cabello repleto de canas y le
obligué a mirarme a los ojos.
—No te vamos a matar.
—Alanna —gruñó.
Detuve a Dorel.
—Pero vas a sufrir. Sufrirás tanto que, acabarás desmayándote del
dolor.
Tenía luz verde para hacer cualquier cosa con él.
—¡Aah! —gritó, cuando le quitaron el dedo meñique.
—Te pudrirás en prisión.
—En la cárcel se follan a los ricos —dijo Dorel—. Te van a joder el
culo, Vikram.
Éste le escupió.
—Es todo tuyo, Dorel. Distráete hasta que venga la policía.
—Nos lo vamos a pasar muy bien.
—¡Aaah! —volvió a gritar, cuando le arrancaron los párpados.
Capítulo 44

No di muchas vueltas por la casa, sabía exactamente dónde se encontraba


escondida; en su habitación. Conseguí subir los escalones lo más rápido
posible y me planté delante de su puerta. Dashton no estaba llorando, así
que esperé que se encontrara dormido. Giré el alargado pomo, pero no
conseguí entrar al interior. Se había encerrado.
—Eres tú, ¿verdad?
Estaba borracha. Le temblaba la voz y sentí un fuerte golpe cuando se
dio cuenta que alguien quería entrar. Se acercó con cuidado y siguió
hablándome.
—¿Recuerdas el día que casi te ahogas? —empezó a hablar sola. —
No. Y es normal. Tenías cinco años. Tu padre decidió celebrar su
cumpleaños en el lago que visitábamos los fines de semana. Él, como de
costumbre, decidió hacer una barbacoa. Tuvimos que pasar tiempo juntas.
Me senté cerca del lago para tomar el sol y tú saliste corriendo para
humedecer tus pies. Parecías feliz, Alanna. Siempre sonriendo y saltando
sin parar.
»Te diste cuenta que me encontraba aburrida, así que te acercaste
hasta mí, me tendiste tu brazo y esperaste a que sostuviera tu mano con la
mía. Tardé en hacerlo. No quería jugar contigo. Detestaba fingir una sonrisa
cada vez que tú me mirabas. Y, comprendí que, no te quería. No era feliz
contigo. Ni siquiera con Gael. Eráis mi familia comodín para que todos me
vieran con buenos ojos.
»Acepté tu mano y abandoné la sillita que ocupé para tomar el sol.
Nos acercamos hasta el lago juntas, y te soltaste de mí para volver a
humedecer tus pies en aquella asquerosa agua de lago. No dejaste de reír.
Gritabas mamá una y otra vez. Lo que conseguiste fue que sintiera celos;
quería ser como tú. No quería preocuparme por nada. Quería ser tan
inocente como tú. Así que me acerqué por detrás y te golpeé en la cabeza.
»Caíste al agua inconsciente. Te vi flotar. Observé como las burbujas
que llegaban al exterior se reducían. Empezaste a quedarte sin aliento. Mi
hija, esa que no soportaba, se estaba muriendo. Y hubiera sido lo mejor,
Alanna. Pero luchaste, ¡joder! Luchaste. Empezaste a mover tus brazos y
tus piernas y conseguiste incorporarte. Tu cabello negro ocultó tu rostro. Ni
siquiera sabía si te habías dado cuenta que fui yo la que te atacó por la
espalda.
»Volviste a mí y rodeaste mis piernas con tus brazos. Llevé mi mano
a tu cabeza y comprobé la herida que te hice; dejaste de sangrar. Estuvimos
cinco minutos sin decirnos nada. Te separaste de mí, te retiraste el cabello
de las mejillas y tus ojos verdes seguían brillando de felicidad. Me tiraste
un beso con la mano y me dijiste que me querías.
»Sé que, aunque lo hayas olvidado, sabías perfectamente que te hice
daño. Ni siquiera se lo comentaste a tu padre. Sólo te sentaste a su lado y le
dijiste que estaba siendo el mejor día de tu vida. Curioso, ¿cierto?
Era una bruja.
La bruja que pensé que sólo existía en los cuentos de Disney.
Me limpié las lágrimas que recorrieron mis mejillas y me acerqué
hasta la puerta.
—Abre.
—No —fue su respuesta.
—Si no lo haces…
Me cortó.
—No lo conseguí contigo, Alanna —noté como su voz se apagaba—.
Pero con él sí lo haré.
—¿Qué haces? ¿¡Qué haces!?
Escuché de fondo:
—Matarlo.
Golpeé con fuerza la puerta, pero fue imposible.
—¡Abre! —seguí gritando mientras que golpeaba la madera con mis
puños bien cerrados—. No cometas una locura. Estás a tiempo de hacer
algo bien en tu vida —hubo silencio—. ¿Mamá? ¡Eh!
Pero ella dejó de responderme.
—¡Dashton!
Capítulo 45
TERENCE JUNIOR

Me sentí solo.
Aproveché que Gabriel se encontraba cegado por el Dios que seguía y
me acerqué hasta Reinha; la descolgué de la cruz donde quedó atada y la
cargué sobre mi hombro para sentarla en uno de los banquillos de la iglesia.
Ésta ni siquiera podía escucharme. Los golpes la dejaron agotada. Eché
hacia atrás su cabello ondulado que chorreaba sangre y acomodé su cabeza
para que no le cayera. Bajo nuestros pies estaba el charco de sangre de un
niño que apuñaló Gabriel porque la hija de Arellano se negó a besarlo.
—Yo pensaba que tu hermano era el loco —empecé a hablar—, pero
éste está peor que él.
La miré.
No dijo nada.
Ni balbuceó.
—Si estás muerta, Ray se va a enfadar con nosotros —reí. Comprobé
su pulso y seguía latiendo—. Sigues con vida. Eso es bueno, ¿no? —giré su
rostro—. Aunque ya no estás tan guapa como antes. Me he follado a
morenitas, pero ninguna tan guapa como tú. Te preguntarás cómo un
hombre como yo que, mantiene relaciones sexuales con otros hombres,
puede acostarse también con otras mujeres. Pues es sencillo —seguí riendo
—. Doble placer. E insisto; los hermanos Arellano sois perfectos. No sé
cómo la chuparás tú, pero tu hermano lo hace perfectamente.
Escuché un gemido.
Pero no fue de ella.
A un par de banquillos de donde nos encontrábamos, un hombre con
barba blanca, se arrastraba para abandonar la iglesia. Gabriel se dio cuenta
y lo disparó desde el otro extremo de la sala.
—¡Wow! —le voló la cabeza a unos siete metros de distancia—.
Buen tiro —halagué su puntería, pero volvió a darme la espalda—. No es
muy hablador —le di un golpecito a Reinha, pero seguía sin moverse—.
Sois un par de aburridos. Tanto silencio me agobia. Ahora entiendo porque
tu padre quiso casarte con él.
Nadie rio con mi broma.
Sentí como vibraba mi móvil y lo saqué del bolsillo de los pantalones.
Era un mensaje de texto.
—Mira —le enseñé a Reinha—, nuestro querido Diablo.

Te espero en el campanario de la iglesia.


05:01 PM ✓✓

¿Estaba en la iglesia?
No le busqué la lógica.
Dejé a Reinha sola y pasé por delante de Gabriel; se me quedó
mirando, pero no dijo nada. Abrí la puerta indicada y subí las escaleras que
llevaban al campanario. Tardé cuatro minutos en subir todas aquellas
escaleras. Y, cuando llegué, allí no había nadie.
—¿Diablo?
Me crucé de brazos y lo esperé.
Capítulo 46
BLOODY

Entramos en la iglesia armados. Esquivando todos los cuerpos sin vida que
estaban tendidos y apilados en el suelo; murieron niños, mujeres y hombres
por los celos enfermizos de Gabriel. Raymond se quedó atrás para asegurar
la salida por si teníamos que salir huyendo de ese loco, y avancé para
buscar a ese par de hijos de puta; entre ellos, mi hermano mayor.
Observé que había una mujer sentada en uno de los banquillos. Me
acerqué con cuidado y comprobé que siguiera con vida; era Reinha.
—¿Reinha? —alcé su rostro—. Soy yo, Bloody.
Tenía el rostro cubierto de sangre, cortes y hematomas que inflaban
sus mejillas. Entreabrió un ojo y me observó.
—Blo…Bloody.
Escupió sangre.
Gabriel estuvo a punto de matarla. Aquellos golpes hubieran acabado
con la vida de cualquiera. Si quedaba delante de ese cabrón, se arrepentiría
de la brutalidad que cometió en la iglesia. Nadie merecía morir, y menos en
manos de aquel loco.
—Nos vamos a casa —le dije, acariciando con cuidado su rostro.
Ella alzó torpemente su mano y la dejó sobre la mía.
—Ten…—le costaba hablar—. Ten…cui…
—¿Qué quieres decirme, Reinha?
—Ten…cui…da…
Insistió.
Quería advertirme de Gabriel, pero cuando lo vi llegar, éste ya me
había golpeado por la espalda.
Capítulo 47
RAYMOND

Aseguré la única salida que teníamos y busqué a Bloody. Al fondo de la


enorme sala, una mujer de cabello rizado, intentaba levantarse del asiento
que ocupó. Era Reinha. Corrí hasta ella y la acerqué hasta mi pecho. Lloró
sobre mi hombro y gimoteó de dolor; estaba herida, cubierta de sangre y
débil. Señaló al suelo y me mostró quien había tendido. Bloody estaba
inconsciente mientras que seguía sujetando su arma. Cuando despertara,
detestaría al mundo entero. Ayudé a Reinha a sentarse y le pedí que se
tranquilizara. De reojo vi como una sombra se aproximaba a mí. Antes que
me golpeara, esquivé el hierro que sostenía y quedé delante de él para
golpearlo con todas mis fuerzas.
Gabriel perdió el equilibro y aproveché para golpearlo de nuevo.
Impacté un par de puñetazos en su estómago y vi cómo se retorcía de dolor.
—¡Hijo de puta! —le grité—. Por Rei —le aclaré, y pisoteé su cabeza
hasta tenderlo del todo—. No volverás a verla en tu vida.
Éste sonrió.
Alzó un poco la cabeza y me mostró el arma que cargaba.
—¿Vas a matarme?
Afirmó con la cabeza.
Presionó el gatillo y sentí como la bala golpeaba mi hombro. Caí de
espaldas y grité de dolor. Gabriel aprovechó para levantarse del suelo y
acercarse a mí para rematarme. Reinha intentó impedirlo, pero la tiró al
suelo de un manotazo. Cogí fuerza para levantarme del suelo. Detuve su
brazo y le golpeé la entrepierna. Era nuestro punto débil. Cayó de rodillas y
aproveché para golpearlo sin detenerme. Era tan alto como yo, pero su furia
era una cuarta parte de lo rabioso que estaba.
Quería matarlo.
Reinha no merecía seguir sufriendo.
Si lo quitaba de su camino, las pesadillas no volverían.
De repente, sentí una mano sobre mi hombro.
Bloody se acercó hasta mí y me alejó de Gabriel.
—Ya lo mato yo —me dijo.
—No —ese era mi trabajo—. Es mi problema.
—Ray…
—¡Casi mata a Reinha!
La corta risa de Gabriel llamó nuestra atención.
—No puede pudrirse en prisión —me explicó Bloody—. Su padre lo
sacaría y volvería a buscarla a por ella.
—Lo mataré —insistí.
Quería que me viera capaz de apretar el gatillo.
Me tendió su arma.
—En la cabeza —me aconsejó—. No te lo pienses dos veces.
Dispara…
Demasiado tarde.
Apreté el gatillo y maté a ese hijo de puta.
Solté el arma y busqué a Rei. Estaba tendida con los ojos cerrados. Su
cuerpo temblaba. Intenté cogerla entre mis brazos, pero fue imposible.
Bloody la alzó del suelo y me pidió que lo siguiera.
—¿Qué sucede con T.J?
Él hizo daño a Nilia y asustó a Adda.
Bloody detuvo sus pasos.
—Me fiaré de Diablo.
No dije nada más.
Caminé detrás de él mientras que presionaba la herida de mi hombro.
Por suerte, llegamos a tiempo.
No salvamos a la pobre gente que estaba en la iglesia, pero volvíamos
a casa con Reinha.
Mi dulce y hermosa Reinha.
Por fin era libre de su padre y de Gabriel.
Hice justicia.
Y, por fin, viviría la vida que siempre deseó su madre para ella.
Capítulo 48
BLOODY

Tendimos a Reinha en la parte trasera del vehículo que conducía Raymond.


La cubrió con una manta que encontré en el maletero del coche de la vecina
de Callie y nos alejamos de ella para que descansara unos minutos. Nos
acomodamos para fumar un cigarrillo y se lo tendí para que él también le
diera una calada. Sacudió la cabeza y se miró la herida. No podía ir al
hospital, porque si se presentaba en urgencias con una herida de bala, la
policía no tardaría en aparecer. Intenté llamar a Dorel, pero éste no fue
capaz de descolgar el móvil. ¿Dónde estaba? Confié en él y creí que
protegería a nuestra familia hasta que volviera.
—Necesitábamos dinero —me aclaró Raymond—. Conocía un lugar
para sacar dinero sin obstáculos.
Entonces no podía juzgarlo; hubiera hecho lo mismo.
—¿Estás bien?
No estaba en la cabeza de Raymond, pero matar a una persona
mientras que le mantenías la mirada, no era fácil. Aunque Raymond era
fuerte; sufrió bastante, así que cualquier mierda que se cruzara en su
camino, no sería nada comparado con lo que vivió de pequeño.
—Temo por ella.
—Son heridas —paré para darle otra calada—, se curan. Preocúpate
para que su corazón se sane poco a poco.
—¿Qué harás tú?
Bajé la mano de mis labios.
—Tengo que ir a por Alanna —tenía media hora hasta Sacramento—.
Te prometo que, cuando pase todo esto, le daré unos azotes en el trasero
para que no vuelva a irse sin ninguno de nosotros.
Raymond rio.
—Estará bien. Es Alanna.
—Te recuerdo que la dimos por muerta durante seis meses.
—Por eso te lo digo, Bloody. Es nuestra Alanna. Siempre vuelve a
casa.
Terminamos abrazándonos como dos idiotas.
—No te enamores de mí —me vaciló.
Reí.
—No te preocupes, hombretón.
Esperé a que se subiera el vehículo y que se alejara de aquella iglesia.
Yo no tardé en hacer lo mismo; me subí en el todoterreno y jodí el motor
para llegar pronto a Sacramento.
Capítulo 49
TERENCE JUNIOR

—Llegas tarde —dije, al verlo aparecer.


Pasó por delante de mí y se subió a la parte más alta del campanario.
Hice lo mismo que él y me di cuenta que nuestros zapatos sobresalían del
pequeño muro del que estábamos subidos. Podía ver la ciudad mientras que
el viento acariciaba mi rostro. Bajé la cabeza y contemplé como Bloody,
Reinha y Raymond huían de la iglesia. Escaparon de Gabriel. Ganaron.
Estaba jodido. Sentí la mano de Diablo sosteniendo la mía. Nuestros dedos
quedaron entrelazados y mantuvimos el silencio durante un rato más.
No evité mostrar una sonrisa; estaba derrotado y jodido.
Diablo acercó su rostro al mío y me besó sin temor ni vergüenza.
Nuestras lenguas danzaron en el interior de nuestras bocas hasta que noté
como Diablo me abrazaba con fuerza.
Llegó nuestro final.
Un final que nos uniría para siempre.
Empujó nuestros cuerpos del campanario y caímos.
Cerré los ojos cuando Diablo lo hizo.
Y, antes de morir, recordé el poema que me envió.

Y allá quedé mucho tiempo,


Mirando a mi alrededor
La oscuridad
A la espera de la luz,
De la iluminación,
A atreverme a palpar
A ciegas el suelo,
De lo que está hecho,
Bajo mis pies el infierno.

Ya eres libre, Diablo.


Capítulo 50
ALANNA

Estaba agotada. Mi cuerpo golpeó la puerta de su habitación hasta que no


pudo más. Caí al suelo y me rendí. No tenía la suficiente fuerza para echar
abajo la puerta. Así que intenté dialogar con ella. Al escuchar a Dashton
llorar, gateé hasta el maldito muro que me alejaba de él y llamé la atención
de mi madre con alguno de mis recuerdos. Busqué alguno en el que me
sintiera odiada por ella.
—¿Recuerdas el día que te hablé de Harry? —callé, y escuché sus
pasos aproximarse hasta mí—. Te hablé de él porque sabía que podía
confiar en ti, mamá —no quería que hiciera daño a Dash, así que seguí
hablando sin parar—. Tú, me dijiste que no fuera una mujer fácil que, lo
hiciera sufrir si quería besar mis labios. Y lo hice. Pero durante años. Alejé
a Harry de mí porque creí que triunfaría en el amor si no caía en sus brazos
tan rápido.
»Intenté ser como tú. Quise un amor como el que tenías con Ronald.
Él siempre te regalaba flores y tú lo ignorabas. De todas formas, sabías que,
su corazón era tuyo. ¡Te admiré! Eras mi ejemplo a seguir. Papá nos
abandonó y se olvidó de las dos. Por eso tuve la esperanza que algún día me
querrías. Porque fuiste la única que estuvo a mi lado cuando él desapareció
de nuestras vidas. Había noches que deseé verlo muerto. Y, otras, en las que
esperaba verlo de nuevo.
»No somos tan diferentes, mamá. Hazme caso y sé la mujer fuerte
que no necesita a un hijo de puta como Ronald para ser la senadora de
California. Sólo tienes que darme a Dashton y, te prometo que, te dejaré ir.
Te lo prometo, mamá.
—¿Yo tu referente? —se preguntó; el alcohol la estaba cansando—.
Alanna…Alanna —tarareó—, si fueras como yo, ya habrías matado a ese
niño. ¿No sería lo mejor? ¿Librarte de él?
—Yo quiero a ese niño.
—¿Y a mí? ¿Me quieres a mí, Alanna?
Crucé los dedos y mentí.
—También.
—¡Mientes! —enloqueció, al otro lado de la habitación—. Siempre
mintiendo, pequeña zorra. Lo mataré. Me libraré de ese niño para que no
nos joda. Es mi regalo de cumpleaños.
—No. Por favor, no hagas nada.
—Soy tu madre. Tienes que obedecerme.
—¡Y una mierda! —volví a reunir fuerzas—. Como le pongas una
mano encima, te mato. ¿¡Me has escuchado, perra!? Te mato.
Me respondió con una fuerte carcajada.
Capítulo 51

—¿Alanna?
Aquella voz me sobresaltó.
—¿Qué haces aquí? —pregunté, mirando sus muñecas. Te atamos al
sofá.
—Soy policía. He estado en situaciones peores.
—¿Qué quieres? —reclamé—. ¿Matarme tú también?
Negó con la cabeza.
—Quiero ayudarte.
—¿Drogándome otra vez? —seguía sin entender por qué me retuvo a
su lado—. ¿Secuestrándome mientras que creabas una vida que no deseaba?
¡Dime, Reno! ¿Cómo vas a ayudarme? Me has hecho daño.
—Alanna…—intentó acercarse, pero lo detuve.
No podía ni mirar sus ojos marrones.
Cada vez que recordaba que intenté enamorarme de él bajo los efectos
de las drogas, se me removía el estómago.
—Decidiste alejarme de los demás y has causado graves problemas.
—Lo siento.
—¿No crees que ya es muy tarde?
—Yo te quiero, Alanna.
¿Reno estaba bien de la cabeza?
—Eso no era amor, Reno —lo enfrenté, quedando cara a cara—. ¡Te
obsesionaste!
—Prometiste quererme.
—No. Alara te lo prometió —tragué saliva—. Y, esa mujer, no existe.
Sacó su arma y me la mostró. Me sobresalté e intenté alejarme de él,
pero no me dejó.
—Quiero ayudarte. Déjame, por favor —insistió—. Echaré la puerta
abajo y llamaré a mi superior para que detengan a tu madre…
De repente y, sin esperarlo, las puertas se abrieron de par en par. Reno
intentó amenazarla con su arma, pero mi madre se adelantó y le disparó en
el estómago. El cuerpo de Reno saltó por los aires y cayó disparado a unos
metros de mí. Se llevó las manos a la herida y se dio cuenta que no dejaría
de sangrar.
—¡Reno! —me arrodillé ante él. Presioné la herida e intenté calmarlo
—. Saldrás de aquí con vida, te lo prometo.
A la hora de la verdad, no podía ser cruel con nadie; ni siquiera con
Reno.
Tragó saliva y me mostró una forzada sonrisa.
—Lo siento.
—Eso ya está olvidado —le prometí—. Tienes que resistir.
—Yo ya estoy muerto.
—No, joder, no.
No dejaba de sangrar. Tenía un enorme agujero que le atravesaba
hasta la espalda. Se ahogaba con su propia sangre. Se puso pálido. Tuve que
golpearlo para despertarlo.
—Mírame.
—Alanna…
—¡Qué me mires! —insistí.
Éste dejó una mano sobre la mía e intentó tener mi atención.
—Me lo prometiste.
—No vas a morirte.
—Por favor —suplicó —, no me dejes solo.
Empezó a temblar.
No tardó en convulsionarse.
Acabé sentada a su lado y arropándolo con mis brazos.
—Estoy aquí, Reno —él ya no podía verme—. ¿Te he contado la
historia de la niña que salió en busca de marihuana? —Me lo imaginé
sonriendo, pero seguí hablándole para que siguiera escuchando mi voz—.
Pues fue idiota, porque si no hubiera ido a colocarse, jamás habría muerto
tanta gente. Pero, gracias a esa estupidez, conoció a gente de gran corazón y
conoció a su verdadera familia. Porque una familia, Reno, no se crea sólo
de un linaje de sangre. Puedes buscar a tu propia familia —toqué su
apagada piel—, y ser mejor que la que tenías anteriormente.
Reno murió entre mis brazos.
Bajé sus párpados y dejé que descansara en paz.
Estábamos cayendo todos.
Menos ella.
Capítulo 52
MOIRA

Encendí un cigarro para ver cómo se despedía del policía que maté. Le di
unas cuantas caladas y me levanté de la cama cuando Alanna alzó la
cabeza. El hombre que arropó ya estaba muerto. Sonreí y le mostré el rifle
que me regaló Ronald la noche que hicimos el amor; me dijo que me
protegería de todas las personas que detestaba. Yo quise matarla ella, pero
me equivoqué y disparé al agente.
—Otro menos —anuncié.
Estaba furiosa.
Su mirada me heló la sangre.
Eché un vistazo al baño y escuché como el agua empezó a caer en la
bañera.
—Te pudrirás en prisión —me dijo, levantándose del suelo.
Me dio tiempo a saltar de felicidad mientras que movía mis caderas
para celebrar la gran noche que estaba viviendo. Alcé mi arma y la apunté.
La bala salió por el cañón.
Intenté buscar su cadáver, pero no estaba en el suelo.
Alanna siguió caminando hasta mí.
—Mierda —exclamé, al darme cuenta que veía doble.
El alcohol, fue mi punto de debilidad.
Tenía que matarla, antes que lo hiciera ella conmigo.
—¡Te mataré! —grité, disparando de nuevo.
Capítulo 53
ALANNA

Me abalancé sobre ella para que dejara de disparar; con suerte, la


desgraciada, me mataría. Forcejamos con el arma y sentí como me golpeaba
en las costillas con la mano que liberó del arma. Me encogí de dolor y
esperé a recuperar el aliento. Enredó sus dedos en mi cabello y tiró de mí
por toda la habitación; parecía su perra y ella estaba paseándome por todos
los rincones. Sentí como me arrancaba los mechones de cabello mientras
me detenía con su otra mano.
Empujó mi cuerpo y caímos ambas al suelo. Antes que se levantara,
la golpeé con mis zapatillas en el pecho y sentí como sus tetas operadas se
movían exageradamente. No le hice daño, así que gateé por el suelo e hice
lo mismo que ella; tiré de su cabello y la levanté junto a mí. Sus gritos
acompañaron a los de Dashton. Lo busqué por toda la habitación, pero no lo
vi.
—¡Te odio!
No era una novedad.
—No más que yo ¡Aah! —grité, al notar sus largas uñas hiriendo mi
rostro.
Me empujó con la poca fuerza que le dejó el alcohol y me arrimó
hasta la ventana que tenía abierta. Sus feroces ojos se clavaron en los míos.
Vi su maquillaje corrido, manchando su blanca piel por haber estado
llorando durante horas.
—Te lo mereces —dije—. Nadie, jamás, te querrá.
—Estás muy equivocada —rio—. Ronald me ama.
—¿Eso crees? —le escupí y aproveché para librarme de sus manos.
Pero acabó siendo rápida y volvió a golpear mi espalda contra la pared—.
¿Por qué no está aquí?
No le gustó la idea de estar sola.
Por eso tenía que recordárselo.
—Me ama —se repitió, ella misma.
—Lo dudo…
Golpeó mi estómago con el puño bien cerrado.
—Aquí acaba todo.
Me di el placer de reír delante de sus narices.
—No te librarás de mí. No con tanta facilidad.
Destrocé su nariz perfecta con mi propio puño. Empezó a sangrar y
no le dio importancia. Rodeó mi cuello con sus manos y presionó sus dedos
para dejarme sin aliento. Me obligó a moverme hasta quedar cerca de la
ventana.
—Voy a tirarte, Alanna.
—Pe…Pe…
«Perra.»
Me quedaba sin aire.
Mientras tanto, ella, ejecutaba su maldito plan;
Librarse de mí.
Capítulo 54
BLOODY

Paseé por la propiedad de Moira Willman sin que nadie me detuviera;


normal, estaban todos muertos en el suelo. La sangre no dejaba de
acompañarme, pero al menos no era yo el que la derramaba. Seguí
avanzando hasta doblar un pasillo que me llevaba hasta un enorme
despacho. No tardé en asomar la cabeza para encontrarme a un par de
personas que conocía realmente bien; o, al menos, a una de ellas. Dorel se
entretuvo cortándole las manos al verdadero Vikram. Cuando éste quedó
inconsciente, le detuvo la hemorragia.
—Joder —expresé, atónito— ¿Cómo cojones se va a sujetar la polla?
Llegaban a cortarme las manos a mí, y hubiese suplicado para que me
quitaran un par de costillas como el gran mito de Marilyn Manson; era una
buena forma de tocarse la polla si no tenías manos para masturbarte.
Me acerqué con cuidado para no pisar los dedos que había por el
suelo y esperé a que Dorel finalizara su trabajo. La tortura se le daba bien;
me dejó impresionado. Nos sentamos sobre el escritorio y cruzamos los
brazos sobre el pecho hasta que Ronald abriera los ojos. Al hacerlo, tragó
saliva. Delante de él había un hombre atractivo, de bonita sonrisa y ojos que
llegaban a humedecer las bragas de cualquier que se detuviera a mirarlos.
Salvo él, que se meó. Sabía que, el juego, sólo había comenzado con Dorel.
Yo, quería terminarlo.
—Te pudrirás en prisión.
Mi segundo hogar. La cárcel era ese rincón espiritual que me acogía
de vez en cuando y limpiaba mi cabeza de la mierda que podía encontrar en
el exterior. Nací, crecí y si ese capullo jodía mi vida con Alanna y el niño,
moriría en prisión.
—Será un placer, Vikram —fue extraño llamarle Vikram sin tener el
rostro de Gael delante—. Más bien, iremos juntos. No puedo prometerte ir
cogidos de la mano, pero sí seré esa persona que se quede de brazos
cruzados cuando los negros te revienten el culo. Allí, los rumanos no son
bienvenidos.
—Mal…Maldito.
—Calma, tigre —sonreí—. Quizás te dejen estar encima de vez en
cuando. Es fácil hacer amigos. Chúpasela a un nazi y te protegerán.
Tembló como un furby diabólico.
Dorel me miró.
—Pero podemos ayudarle.
—¿Cómo? —le devolví la sonrisa.
—Cortándole la polla.
Sentí el dolor recorriendo mi cuerpo. Pensé en cada polvo que eché y
me dieron ganas de llorar si yo hubiera sido Vikram; para el hombre, lo más
importante de la vida, era estar dotado por una buena y enorme polla.
Aunque…quizás…a su edad… ¿seguía follando?
—¿Te follas a la madre de Alanna?
Dorel soltó una fuerte carcajada.
—Es que la duda me mata —empujé su cuerpo con mis botas cuando
dejó de mirarme—. ¡Eh! ¡Eh! ¿Te la follas o no?
Dorel le enseñó el abre cartas que tenía sobre el escritorio; a saber,
qué era capaz de hacer con aquella arma dorada y elegante.
—A veces.
—A veces —repetí—. Yo espero follar hasta morir. Y —le advertí a
mi amigo—, como digas tú también, te mato junto a este capullo. No
olvides que Nilia es mi hermana.
—Ni lo iba a mencionar.
Todo iba a la perfección.
Estábamos jodiendo a Vikram.
Nos fuimos reuniendo todos.
Salvo con Alanna.
—Mierda —solté, al escuchar un grito por parte de ella.
Dorel me dijo que se encontraba en el piso de arriba.
Me alejé de ellos y salí corriendo para buscarla.
Capítulo 55
ALANNA

Su intención era tirarme por la ventana, así que siguió asfixiándome


mientras que me guiaba hasta el agujero donde pondría fin a mi vida. Sin
aliento, perdí las fuerzas para luchar con ella. Parecía que había llegado el
momento de rendirme. De lejos, escuché el llanto de Dashton, pero el niño
no tardó en silenciar esos gritos que todavía podía escuchar de fondo. Mi
madre sonrió al darse cuenta.
—Ya no hay bebé.
¿A qué se refería?
Y no era algo bueno. Al celebrar otra de sus victorias, aflojó los dedos
sin darse cuenta y, cuando tuve medio cuerpo fuera de la habitación, la
agarré del cabello y tiré de su cabeza hasta girar nuestros cuerpos. Era ella
quien estaba más cerca de la ventana. Volvió a dedicarme otra de sus
terribles sonrisas e intentó sacar una pequeña arma que cargaba en el
bolsillo de sus pantalones de seda.
Me defendí.
No iba a tirar la toalla.
Seguiría luchando por Dashton.
La empujé hasta que perdió el equilibrio. Intentó aferrar sus manos a
mi ropa, pero se lo impedí. Tropezó y cayó por la ventana; lo que deseó
para mí, le sucedió a ella. Me asomé y, a unos metros, se encontraba el
cuerpo de Moira; se abrió la cabeza y, se partió la pierna, como me sucedió
a mí. Evité vomitar y adentré mi cuerpo al interior.
No sentí pena.
Ni compasión.
Ella fue cruel conmigo.
Me detestó.
Siempre quiso librarse de mí.
E hizo lo mismo con Dash.
—¡Dashton! —sabía que él todavía no podía entender su nombre,
pero lo intenté.
Su llanto no me ayudó a encontrarlo; busqué en el interior de sus
armarios, debajo de la cama, dentro del minibar que tenía escondido y
acabé en el baño. La enorme bañera que se instaló estaba cubierta de agua.
Temí mirar al fondo, pero tuve que hacerlo.
—¡No! —grité y grité hasta desgarrarme las cuerdas vocales.
Saqué a mi pequeño Dashton del interior e intenté despertarlo.
Pero parecía demasiado tarde.
No abrió los ojos.
Tenía un color de piel morado.
Me acerqué hasta su pequeño rostro y comprobé que no respiraba.
—Dash…—lloré; jamás había llorado tanto como en aquel momento
—. Mi Dashton.
Capítulo 56
RAYMOND

Aparqué el vehículo delante del antiguo hogar de Alanna; el jardín


delantero parecía el suelo de la iglesia donde retuvieron a Reinha. Varios
cuerpos sin vida adornaban el césped. Esperé a que Bloody me llamara si
necesitaba ayuda, aunque el teléfono en ningún momento sonó. Mi dulce
doncella se despertó y le supliqué que siguiera durmiendo un poco más.
Ocupó el asiento de copiloto y miró la herida del hombro que me causó la
bala. El brazo me pesaba más de la cuenta, perdí casi la movilidad y tuve
que conducir con un brazo.
—Tenemos que ir al hospital.
Ella estaba herida y ni siquiera protestó.
—Estoy bien, Rei.
—Raymond…
Me acerqué para besarla con cuidado y le prometí que estaba bien.
Ambos nos sobresaltamos cuando alguien golpeó la ventanilla. Era Dorel y
estaba serio; más de lo normal. Bajé la ventanilla y esperé a que me dijera
que todo iba bien. Se quedó callado. Rodeó el coche y se sentó detrás de
Reinha.
—¿Dónde está Nilia? Tengo varias llamadas perdidas desde su móvil.
—Gabriel la golpeó.
Entonces, el grandullón, enloqueció.
—Lo voy a matar —miró a Reinha y se sintió mal por no haberse
quedado con ellas—. ¿Dónde puedo encontrarlo? Lo torturaré hasta que me
pida que lo mate.
—Muerto. Está muerto —le aclaré. No podía creérselo, y le vino un
nombre a la cabeza. Iba a soltar Bloody, pero intervine a tiempo—. El
asesino de Gabriel soy yo.
—En…defensa propia —se apresuró a decir Reinha.
Cogió mi mano, demostrándome que me apoyaría en todo.
Dorel respiró con tranquilidad; la idea de que ese cabrón siguiera con
vida después de ponerle la mano encima, lo hubiera puesto enfermo y
sediento de sangre.
—¿Dónde están los demás?
Me moría de ganas por ver a Alanna y que no saliera huyendo como
la última vez. Quería ver a esa pareja sujetando al niño que tanto querían.
Sonreí, pero tuve que dejar la boca pequeña al darme cuenta que algo iba
mal. Dorel se rascó la nuca y bajó la cabeza apenado. Sentí la presión de la
mano de Reinha. Ella también sabía que algo iba mal.
Se me aceleró el corazón al escuchar a Dorel.
—Lo han intentado —empezó, y nos puso el vello de punta.
Capítulo 57
NILIA

Los gritos de Adda me despertaron. Se movía inquieta y su frente se llenó


de perlas de sudor. La limpié con la manga de mi camiseta y me acerqué
hasta ella para comprobar que todo estuviera bien. Era una pesadilla. Un
mal sueño la estaba atormentando y no podía ayudarla. Quise despertarla,
pero un nombre me detuvo:
—¿Dashi? —sonrió—. ¿Eres tú, Dashi?
Soñaba con su primo; desde que Bloody se lo llevó, Adda tenía la
necesidad de verlo de nuevo.
—¿Por qué no abres los ojos? —sacudió la cabeza. No tardó en llorar
—. Abre los ojos, Dashi. Soy yo, Adda.
Algo malo estaba pasando.
Sin darme cuenta, mi corazón se aceleró.
Cogí la mano de mi hija, cerré los ojos e hice lo que todas las
personas solíamos hacer cuando necesitábamos ayuda del que estaba ahí
arriba.
—Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre;
Venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad tanto en la tierra como en el
cielo.
—¡Dashi! —siguió gritando.
—Por favor —recé, con más fuerza—. Protégelos.
Capítulo 58
BLOODY

Alanna lloraba sobre el cuerpo mojado de Dashton.


El miedo me paralizó; me quedé en el marco de la puerta sin saber
muy bien qué hacer o cómo actuar. No quería perder a mi hijo. Habíamos
sufrido demasiado para perder a alguien más de nuestra familia. Me quedé
fijo ante la imagen tan triste que tenía a un par de pasos de mí. Cerré los
ojos para deshacerme de las lágrimas que nacieron en mis ojos.

—¡Papá! —gritó Dashton, interrumpiendo el beso que estaba teniendo con


su madre—. Prometiste enseñarme a ir en bici, ¿lo recuerdas?
Era tan cabezota como nosotros dos. Y, por si fuera poco, nunca
olvidaba mis promesas. Arrastró junto a él la bicicleta que le regaló su tía
Nilia, y se quedó plantado hasta que tuvo toda mi atención. Alanna
acarició mi espalda y con un movimiento de cabeza me pidió que saliera al
jardín con nuestro hijo. Dash saltó de alegría y dejó tirada su diversión
para que yo cargara su responsabilidad. En eso sí que era parecido a mí.
Dejé caer la bicicleta y lo ayudé a subirse. Volvió a gritar de emoción
y me miró a través de sus enormes ojos.
—Norma número uno —dije, y éste me mostró el dedo—, no correr.
Norma número dos…
Atropelló mis palabras con las suyas.
—…no salir a la carretera sin un adulto presente. Norma número
tres, no abrir vuestra habitación cuando en la puerta haya colgada una
toalla rosa —se quedó fijo en la nada—. ¿Por qué no debo entrar en la
habitación cuando hay una toalla rosa?
«Mierda.»
Todavía era muy pequeño como para decirle lo que hacía con Alanna
cuando asegurábamos la puerta de nuestra habitación. Removí su cabello
rubio que estaba recogido con una goma de pelo, y le mentí.
—Es porque estamos enfermos. Y si tú te enfermas —busqué otra
mentira—, no podrás ir al colegio.
—¿¡Qué!? —quedó decepcionado; le encantaba ir a clase. Eso no lo
había heredado de Alanna y mucho menos de mí—. Debe de ser muy
doloroso. Mamá grita mucho.
Tragué saliva.
Si Alanna descubría que nos había escuchado, mi polla se vería
encarcelada por alguna herramienta de tortura y estaría meses sin follar.
—¿Quieres aprender a ir en bici?
—Sí —sonrió. Me preparé para empujarlo con cuidado. Y, antes de
hacerlo, Dashton me miró por encima del hombro—. Te quiero, papá.
—Y yo a ti, hijo.
No podía estar más orgulloso de él.
Capítulo 59
ALANNA

Las manos me temblaban.


Su corazón dejó de latir, pero no me rendí. Conseguí llegar hasta él
con miles de obstáculos, y volveríamos a nuestro hogar juntos. Lo tendí en
el suelo y abrí su boquita para sacarle toda el agua que tragó. Empujé con
cuidado su pecho y esperé a que respirara. Lo volví a intentar. Llené sus
pulmones de aire y presioné su pecho para que volviera a estar con
nosotros. Pero no funcionó. Seguí gritando mientras que lloraba. Alguien
me rodeó con sus brazos y sentí como él también lloraba.
—Alanna…está muerto.
Lo alejé de mi lado.
—¡No!
—Cielo.
No me importaba lo que pudieran decir los demás. Dashton abriría los
ojos y yo estaría ahí para arroparlo y darle todo el amor que necesitaba un
ser vivo.
Aparté a Bloody de mi lado e insistí en llenarle los pulmones de aire.
En el piso de abajo, se escucharon las pisadas de varios hombres
invadiendo la propiedad.
—¡Policía! —gritaron.
No tardaron en encontrarnos. Subieron hasta la habitación, nos
buscaron y se quedaron anonadados al vernos con un crío casi muerto entre
nuestros brazos. Los compañeros de Reno, porque estaba segura que él
llamó a la policía antes de reunirse conmigo, llamaron a los paramédicos
que los siguieron. Me alejaron de Dashton y practicaron la respiración
artificial con más profesionalidad.
—Por favor…—supliqué—. No puedo perderlo.
Bloody me abrazó de nuevo y esa vez no lo alejé de mi lado. Acarició
mi cabello mientras que destrozaba mi labio inferior.
—¡Vamos, pequeño! —no lo abandonaron.
Siguieron a su lado.
Al igual que nosotros.
—Dash —susurré—. No nos abandones, por favor.
Cogí la mano de Bloody y lloriqueé con él porque no era capaz de
aceptar que podría perder a aquel niño.
Capítulo 60

—Dejarle respirar —anunció, el profesional.


Al escuchar sus palabras, sentí que volvía a renacer. Nos acercamos
hasta ellos y vimos como Dashton escupía toda el agua que tragó. Empezó a
temblar, pero seguía teniendo la piel morada. Quise cogerlo entre mis
brazos, pero me lo impidieron. Lo cogieron ellos con una manta térmica, y
salieron corriendo. Bloody me cogió de la mano y fuimos detrás de ellos.
Nos subimos en la ambulancia y estuvimos lo más cerca posible de él.
—¿Ustedes quiénes sois?
—Los padres —respondió Bloody.
—Su pulso es débil —lo conectaron a una máquina—. Haremos todo
lo que podamos.
—Gracias —le agradecí, por haberle salvado la vida.
Dashton era un niño fuerte, lucharía hasta el final. Cuando el médico
se alejó de él, estiré el brazo para sostener su manita. Estaba fría, arrugada y
las venas se acentuaban por encima del tono de piel que tomó dentro de la
bañera.
—Es nuestro hijo, cielo —Bloody llamó mi atención—. Es más fuerte
que nosotros dos juntos.
Intenté sonreír.
—Tienes razón. Es un niño muy fuerte.
No podía perder a ninguno de los dos.
Me negaba a abandonar a Dashton mientras que éste luchaba por
vivir.
«Por favor…»—supliqué.
Capítulo 61

Ingresaron a Dashton en la planta infantil. Los médicos no quisieron


decirme la verdad, así que siguieron con su trabajo mientras que observaba
cada movimiento que daban. Siguieron adentrando máquinas en la
habitación y todas ellas fueron conectadas al cuerpo de Dashton. Los latidos
de corazón eran lentos y, cada vez que tenía una parada, venían corriendo
las enfermeras para darle una descarga. Lo reanimaron en tres ocasiones.
—Es fuerte —dijeron—. Sigue luchando.
Bloody me dejó sola en la habitación porque la policía tenía que
tomarle declaración; utilizó un nombre falso y le explicó quién era en
realidad Ronald.
—La senadora Moira Willman murió. ¿Sabe quién fue?
—Vikram y Moira solían discutir. Ellos, aparte de librarse de su hija
Alanna, se torturaron mutuamente cuando secuestraron a nuestro hijo.
Moira, ante las barbaridades que le hizo a su prometido decidió suicidarse.
—Vikram Ionescu, el hombre más buscado en Rumania, será llevado
a prisión. Pero tienen que saber que antes harán un breve juicio.
—¿Lo dejarán libre?
—No. Es para leerle todos sus delitos junto a los jueces que llevaban
el caso en su país natal. Le volveremos a llamar si necesitamos tomarle
declaración a su esposa.
—Gracias, señor agente.
—A ustedes. Espero que su hijo se recupere. Buenos días.
Ronald se pudriría en prisión y nadie lo ayudaría.
Estaba arruinado.
Sin mansión.
Sin tarjetas micro SD.
Sin su nieto.
No cerré los ojos en ningún momento, ni siquiera Bloody. Pasamos
toda la mañana esperando a que un doctor nos confirmara que Dashton
volvería a abrir los ojos pronto.
Había obtenido justicia.
Pero la vida quería arrebatarme algo que me importaba más que la
venganza.
Capítulo 62
BLOODY

Me mataba ver a Alanna sufrir junto a nuestro hijo consumiéndose en una


camilla de hospital. Por suerte se quedó dormida. Acomodé su cabeza hasta
el respaldo de la silla y aparté su cabello para dejar un beso en su mejilla.
Sin Dashton, estábamos perdidos; nos hicimos una idea maravillosa de una
vida feliz los tres juntos. Echaba de menos escuchar sus gritos, llanto y
como escupía los purés que no eran de su agrado. Quería sostenerlo entre
mis brazos mientras que tiraba de la cadena de la bala porque le gustaba
como brillaba. Quería a ese niño. Y ambos lo necesitábamos a nuestro lado.
Posé la cabeza sobre el enorme cristal que nos separaba del pasillo y
de las demás habitaciones, y me quedé quieto viendo como la gente pasaba
por delante de nosotros. De repente, una mujer de avanzada edad, me miró
un instante y sonrió. La conocía; era la gitana que intentó leerme el futuro.
Fui detrás de ella y la busqué desesperadamente.
Recorrí el hospital un par de veces. Y, cansado, me detuve en la
capilla que había en la planta de adultos. Tuve que empujar las puertas para
buscar un banquillo libre. Me senté y miré el enorme Jesucristo que había
colgado al final de la sala. Había familias rezando.
«A lo mejor es mi momento de creer…» —pensé.
Una mano sobre mi hombro me sobresaltó. La anciana se sentó a mi
lado y volvió a sonreírme.
—¿Qué hace aquí? —le pregunté, sin entender cómo se había
desplazado de una ciudad a otra.
Ella apartó la mirada y se centró en el Jesús crucificado.
—Es un niño hermoso —por fin habló—. Eres afortunado. Tu familia
por fin se ha reunido.
—Dashton está débil. Su corazón lo está matando lentamente.
La gitana cerró los ojos.
—Tienes que ser fuerte, Darius —sonrió—. Tu madre quiere que seas
fuerte.
Tragué saliva.
¿Cómo sabía mi nombre?
¿Por qué nombró a mi madre?
—No la entiendo. ¿Por qué…?
Sus ojos alargados me hipnotizaron.
—No es su hora. Vuelve con tu familia y cuídala, Darius.
Se levantó del banquillo y abandonó la capilla. Fui detrás de ella, y
cuando la busqué por todo el pasillo, la anciana desapareció. Le hice caso.
No esperé al ascensor y subí todas las plantas hasta pararme en la infantil.
Busqué la habitación donde hospitalizaron a Dash y mi cerebro no entendía
la información que le enviaban mis ojos.
Alanna mecía a Dashton mientras que éste descansaba su dolor de
dientes con un chupete marrón.
Estaba despierto.
Nuestro hijo abrió los ojos.
—Bloody —susurró—, es un milagro.
Un milagro de los gordos.
Me acerqué hasta ellos dos.
—¿Cómo?
—Despertó, se puso a llorar y los médicos dijeron que era por el dolor
de dientes —sonrió—. Es como si nunca hubiera sufrido una pulmonía.
Respiré tranquilo.
—Gracias —deseé que la gitana me escuchara.
Alanna me miró confusa.
La besé y después hice lo mismo con Dash.
Por fin éramos una familia.
Sin problemas.
Sin tener que huir.
Se acabaron las muertes a punta de pistola.
Llegó el día, en que todos, éramos libres.
Epílogo
ALANNA

Abandonamos el hospital cuando nos dieron el alta. Esperé a Bloody para


que nos recogiera con el coche y me enseñó como consiguió una sillita para
Dashton. Lo dejamos dormido y viajamos durante unas tres horas. En
Carson nos esperaban los demás; Reinha, Raymond, Nilia, Adda y Dorel en
el apartamento que dejé el día que pensaron que morí. Estuve sonriendo en
todo el viaje y me puse nerviosa sólo de pensar que volvería a abrazarlos a
todos.
Al llegar al bloque de apartamentos, Bloody cargó con Dash y yo me
limité a seguir sus pasos. Quedamos delante de la puerta de nuestro
apartamento, y cogí aire antes de abrirla. Cuando lo hice, unos gritos me
sobresaltaron.
—¡Bienvenidos! —gritaron todos.
Nilia y Reinha se abalanzaron sobre mí, mientras que Adda rodeó mis
piernas bajo la atenta mirada de Dorel. Le hice una señal a Raymond y éste
no tardó en unirse al abrazarlo. Los había echado de menos. Ellos eran mi
familia. Eran las personas que siempre formarían parte de mi vida; junto a
Bloody y Dashton.
—¿Puedo jugar con Dashi?
Bloody le respondió:
—Está dormido. ¿No prefieres jugar con tu tío favorito?
Adda se plantó delante de él y lo miró fijamente.
—¡Está bien! —arrastró cada vocal. Ella, desde que llegó Dashton,
ignoró por completo a Bloody.
Estuvimos horas hablando sin parar hasta que Bloody me pidió que lo
siguiera. Nos encerramos en el baño y agrandé los ojos al pensar que
haríamos algo sexual. Pero por suerte no fue así; aunque lo deseaba.
Se quitó el collar que me regaló, lo acomodó detrás de mi cuello y
giró la parte alta de la bala para mostrarme que escondía dentro.
—La otra tarjeta SD —yo saqué la que tenía en mi poder—. ¿Qué
haremos?
—Estas tarjetas han sido el inicio de todos nuestros problemas —las
cogió de mi mano y levantó la tapa del inodoro—. Será mejor que nos
libremos de esta maldición.
En su interior, había millones de dólares que tendría acceso cuando
cumpliera la mayoría de edad.
Lo detuve.
—¿No quieres vivir como un rey?
—Cielo, soy un rey —me guiñó un ojo.
Reímos.
—Ese dinero nos pertenece. Nos pertenece por haber sufrido cada
putada que nos han hecho.
—¿Estás segura?
Aferré mis dedos en el cuello de su polo y lo empujé hasta mí para
besarlo hasta dejarlo sin aliento. Su boca ardió contra la mía y jadeé al notar
aquel hombre tan duro y ardiente preparado para mí.
—Te quiero, cielo.
—Te quiero, Bloody.
En unos años, todos, seríamos millonarios.
Pero, si eso no funcionaba, yo ya era rica con el amor de Bloody y el
de los demás.
Un puto secuestro me reunió con la mejor familia del mundo.
«Amén, hermana.»
<3

[1] En el lenguaje de la droga, personas adictas a las drogas.


[2] Bolsa grande que se cuelga al hombro para llevar ropa y otras cosas.
[3] Relativo a Estados Unidos de América, o a sus habitantes.
[4]
Chicano es un término que se refiere a un estadounidense de
ascendencia mexicana, empleado coloquialmente en Estados Unidos para referirse a
los mexicano-estadounidenses.
[5]
Cártel o cartel son los términos con los que se identifica a una gran
organización ilícita o a un conjunto de organizaciones criminales que establecen
acuerdos de autoprotección, colaboración y reparto de territorios (plazas) para
llevar a cabo sus actividades criminales, principalmente de narcotráfico.
[6]
Droga ficticia que se forma con las primeras letras de cada libro
publicado por la autora.
[7]
Sensación de haber pasado con anterioridad por una situación que se está
produciendo por primera vez.

[8]
La del 'misionero' es, posiblemente, una de las posturas más conocidas y
utilizadas a la hora de tener relaciones sexuales y que consiste en que la
persona que es penetrada se sitúa tumbada boca arriba con las piernas
entreabiertas mientras que quien penetra se coloca encima (sobre ésta) cara a
cara.

Jeans + leggings= ¡Jeggings! Diferencia: Los jeggings son


[9]

mucho más elásticos y cómodos que los clásicos


pantalones pitillo.
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El síndrome de abstinencia es la unión de reacciones físicas o
corporales que ocurren cuando una persona deja de consumir sustancias a las
que es adicta. La adicción puede estar ligada a alguna sustancia psicoactiva,
bebidas con alcohol, tabaco u otras drogas. ... El síndrome de abstinencia es
denominado coloquialmente "mono".

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