Relatos Cortos para Reflexionar 1

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Relatos cortos para reflexionar 1: Vive el presente

Un hombre se le acerco a un sabio anciano y le dijo:

– Me han contado que eres muy sabio. Por favor, ¿qué cosas haces como sabio
que no podamos hacer los demás?

El anciano le contestó:

– Bueno, cuando como, simplemente como; duermo cuando estoy durmiendo, y


cuando hablo contigo, solo hablo contigo.

El hombre lo miró con asombro y le dijo:

– Pero yo también puedo hacer esas cosas y no por eso soy un sabio.

– Yo no lo creo así -replicó el anciano. – Cuando duermes, recuerdas los


problemas que tuviste durante el día, o te preocupas por los que podrás tener al
levantarte. Cuando comes, estás pensando en qué harás después. Mientras hablas
conmigo, estás pensando en qué vas a preguntarme o cómo vas a responderme
antes de que termine de hablar.
Cuento corto para pensar 2: ¡Suelta el vaso!

Durante una sesión grupal, un psicólogo tomo un vaso de agua y lo mostró a los
demás. Mientras todos esperaban la típica reflexión de ‘¿este vaso está medio
lleno o medio vacío?’, el psicólogo les preguntó:

-¿Cuánto pesa este vaso?

Las respuestas variaron entre los 200 y 250 gramos. Pero el psicólogo respondió:

-El peso total no es lo importante. Más bien, depende de cuánto tiempo lo


sostenga. Si lo sostengo un minuto, no es problema. Si lo sostengo una hora, me
dolerá el brazo. Si lo sostengo durante un día entero, mi brazo se entumecerá y se
paralizará del dolor. El peso del vaso no cambia, siempre es el mismo. Pero
cuanto más tiempo lo sostengo en mi mano, este se vuelve más pesado y difícil
de soportar.

Y continuó:

– Las preocupaciones, los rencores, los resentimientos y los sentimientos de


venganza son como el vaso de agua. Si piensas en ellos por un rato, no pasará
nada. Si piensas en ellos todos los días, te comienzan a lastimar. Pero si piensas
en ellos toda la semana, o incluso durante meses o años, acabarás sintiéndote
paralizado e incapaz de hacer algo.
Cuento breve para pensar 3: La mariposa blanca

Había una vez en Japón un anciano cuyo nombre era el de Takahama, y que vivía
desde su juventud en una pequeña casa que él mismo había construido junto a
un cementerio, en lo alto de una colina. Era un hombre amado y respetado por
su amabilidad y generosidad, pero los lugareños a menudo se preguntaban porqué
vivía en soledad al lado del cementerio y por qué nunca se había casado.

Un día el anciano enfermó de gravedad, estando cercana ya su muerte, y su


cuñada y su sobrino fueron a cuidarle en sus últimos momentos y le aseguraron
que estarían junto a él todo lo que necesitara. Especialmente su sobrino, quien no
se separaba del anciano.

Un día, en que la ventana de la habitación estaba abierta, se coló una pequeña


mariposa blanca en el interior. El joven intentó espantarla en varias ocasiones,
pero la mariposa siempre volvía al interior, y finalmente, cansado, la dejó
revolotear al lado del anciano.

Tras largo rato, la mariposa abandonó la habitación y el joven, curioso por su


comportamiento y maravillado por su belleza, la siguió. El pequeño ser voló
hasta el cementerio que existía al lado de la casa y se dirigió a una tumba,
alrededor de la cual revolotearía hasta desaparecer. Aunque la tumba era muy
antigua, estaba limpia y cuidada, rodeada de flores blancas frescas. Tras la
desaparición de la mariposa, el joven sobrino volvió a la casa con su tío, para
descubrir que este había muerto.

El joven corrió a contarle a su madre lo sucedido, incluyendo el extraño


comportamiento de la mariposa, ante lo que la mujer sonrió y le contó al joven el
motivo por el que el anciano Takahana había pasado su vida allí.

En su juventud, Takahana conoció y se enamoró de una joven llamada Akiko,


con la cual iba a casarse. Sin embargo, pocos días antes del enlace la joven
falleció. Ello sumió a Takahama en la tristeza, de la que conseguiría recuperarse.
Pero sin embargo decidió que nunca se casaría, y fue entonces cuando construyó
la casa al lado del cementerio con el fin de poder visitar y cuidar todos los días la
tumba de su amada.

El joven reflexionó y entendió quién era la mariposa, y que ahora su tío


Takahama se había reunido al fin con su amada Akiko.
Relatos cortos para reflexionar 4: El elefante encadenado, de Jorge Bucay

Cuando yo era pequeño me encantaban los circos, y lo que más me gustaba de los
circos eran los animales. También a mí como a otros, después me enteré, me
llamaba la atención el elefante. Durante la función, la enorme bestia hacia
despliegue de su tamaño, peso y fuerza descomunal… pero después de su
actuación y hasta un rato antes de volver al escenario, el elefante quedaba sujeto
solamente por una cadena que aprisionaba una de sus patas clavada a una
pequeña estaca en el suelo. Sin embargo, la estaca era solo un minúsculo pedazo
de madera apenas enterrado unos centímetros en la tierra. Y aunque la cadena era
gruesa y poderosa me parecía obvio que ese animal capaz de arrancar un árbol de
cuajo con su propia fuerza, podría, con facilidad, arrancar la estaca y huir. El
misterio es evidente: ¿Qué lo mantiene entonces? ¿Por qué no huye? Cuando
tenía 5 o 6 años yo creía todavía en la sabiduría de los grandes. Pregunté
entonces a algún maestro, a algún padre, o a algún tío por el misterio del elefante.
Alguno de ellos me explicó que el elefante no se escapaba porque estaba
amaestrado. Hice entonces la pregunta obvia: -Si está amaestrado, ¿por qué lo
encadenan? No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente.

Con el tiempo me olvidé del misterio del elefante y la estaca… y sólo lo


recordaba cuando me encontraba con otros que también se habían hecho la
misma pregunta. Hace algunos años descubrí que por suerte para mí alguien
había sido lo bastante sabio como para encontrar la respuesta: El elefante del
circo no se escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde muy, muy
pequeño. Cerré los ojos y me imaginé al pequeño recién nacido sujeto a la estaca.
Estoy seguro de que en aquel momento el elefantito empujó, tiró, sudó, tratando
de soltarse. Y a pesar de todo su esfuerzo, no pudo. La estaca era ciertamente
muy fuerte para él. Juraría que se durmió agotado, y que al día siguiente volvió a
probar, y también al otro y al que le seguía…

Hasta que un día, un terrible día para su historia, el animal aceptó su impotencia
y se resignó a su destino. Este elefante enorme y poderoso, que vemos en el
circo, no se escapa porque cree -pobre- que NO PUEDE. Él tiene registro y
recuerdo de su impotencia, de aquella impotencia que sintió poco después de
nacer. Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese registro.
Jamás… jamás… intentó poner a prueba su fuerza otra vez…
Relatos cortos para reflexionar 5: El paquete de galletas

Una señora que debía viajar a una ciudad cercana llegó a la estación de tren,
donde le informaron que este se retrasaría aproximadamente una hora. Molesta,
la señora compró una revista, un paquete de galletas y una botella de agua. Busco
una banca y se sentó a esperar.

Mientras ojeaba la revista, un joven se sentó a su lado y comenzó a leer el


periódico. Sin decir una sola palabra, estiró la mano, tomó el paquete de galletas,
lo abrió y comenzó a comer. La señora se molestó; no quería ser grosera pero
tampoco permitiría que un extraño se comiera su comida. Así que, con un gesto
exagerado, tomó el paquete, sacó una galleta y se la comió mirando al joven con
enojo. El joven, tranquilo, respondió tomando otra galleta, y sonriéndole a la
señora, se la comió. La señora no podía creerlo. Furiosa, tomó otra galleta, y con
visibles muestras de enojo, se la comió mirándolo fijamente.

La actuación de miradas de fastidio y sonrisas continuó entre galleta y galleta. La


señora estaba cada vez más irritada y el joven cada vez más sonriente.
Finalmente, ella notó que solo quedaba una galleta. Con paciencia, el joven tomo
la galleta y la partió en dos. Con un gesto amable, le dio la mitad a su compañera
de almuerzo.

-¡Gracias! -respondió, arrebatándole la galleta al joven.

Finalmente, el tren llegó a la estación. La señora se levantó furiosa y subió al


vagón. Desde la ventana, vio que el joven continuaba sentado en el andén y
pensó “Qué insolente y maleducado. ¡Qué será de nuestro mundo a cargo de esta
generación tan grosera!”.

De pronto sintió mucha sed por el disgusto. Abrió su bolso para sacar la botella
de agua y se quedó estupefacta cuando encontró allí su paquete de galletas
intacto. Todo este tiempo, ¡el joven le estuvo compartiendo sus galletas!
Apenada, la señora quiso regresar para pedirle disculpas pero el tren ya había
partido.

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