Catesismo Confirmacion para Imprimir
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Es una oración haciendo una pequeña cruz con el dedo pulgar en la frente, luego otra en la boca y luego otra en el pecho. Diciendo:
Por la señal de la santa cruz, de nuestros enemigos, líbranos Señor Dios nuestro. Cuando nos signamos y luego inmediatamente nos
santiguamos, entonces nos estamos persignando.
Signarnos la frente es pedirle a Dios que bendiga nuestra mente y nos libre de pensamientos y deseos indebidos, signarnos la boca
es pedirle a Dios que bendiga nuestros labios y nos ayude a evitar palabras ociosas y signarnos en el pecho es para pedirle a Dios
que bendiga nuestro corazón y evitar las malas acciones.
Por la señal de la santa cruz De nuestros enemigos líbranos Señor Dios nuestro
Santiguarse.¿Qué es santiguarse?
Es una oración haciendo la señal de la cruz en la frente, en el pecho, en el hombro izquierdo y luego en el hombro derecho.
Diciendo: En el nombre del Padre, del hijo y del Espíritu Santo. Y luego Amén.
Qué es la Eucaristía:
La eucaristía, también llamada comunión, es el dogma católico del sacramento, que contiene sustancialmente, debajo de las
especies del pan y el vino, el cuerpo, sangre, alma y divinidad de Jesús Cristo, que constituye la alimentación espiritual de los fieles.
La eucaristía es uno de los siete sacramentos, en la cual se encuentra los tres elementos necesarios para constituir un sacramento:
Señal sensible que son las especies de pan y vino, sobre los cuales son invocados la bendición del Espíritu Santo. Producto de la
gracia, contiene a Cristo, fuente de la gracia, y de la vida eterna. Instituido permanentemente por Cristo, como narran los
evangelistas y el Señor determinó “Haz esto en conmemoración mía”.
La eucaristía es el sacrificio del cuerpo y la sangre del Señor Jesús, es el banquete de Dios en donde reparte el pan y el vino,
representado por la hostia. La hostia representa el cuerpo de Cristo que ofreció en la cruz, y el vino es la sangre derramada para
remisión de la humanidad.
En base a lo anterior, Jesucristo instituyó la eucaristía el Jueves Santo, mientras celebraba la última cena con los Apóstoles. Jesús
tomó en sus manos el pan, lo partió y se lo dio, diciendo: “Tomad y comed todos de él, porque esto es mi Cuerpo que será entregado
por vosotros”, después tomó en sus manos el cáliz con el vino y les dijo: “Tomad y bebed todos de él, porque éste es el cáliz de mi
Sangre, Sangre de la Alianza nueva y eterna, que será derramada por vosotros y por todos los hombres, para el perdón de los
pecados. Haced esto en conmemoración mía”.
La Eucaristía es la consagración del pan en el Cuerpo de Cristo y del vino en su Sangre que renueva mística y sacramentalmente el
sacrificio de Jesucristo en la Cruz.
Etimológicamente, la palabra eucaristía es de origen latín “eucharistia”, y este del griego “eukharistia” que significa “acción de gracia”.
Eucaristía en la Biblia
Según, el Nuevo Testamento, la eucaristía es un rito cultural, se considera sacrificio y sacramento, instituido por Jesucristo en la
última cena, en la cual se ofrece a Dios y comulga su cuerpo y sangre en que se convierte substancialmente en especies de pan y
vino. En este rito sacramental, se conmemora la pasión y muerte de Jesús. “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida
eterna; y yo le resucitaré en el día postrero. Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi
carne y bebe mi sangre, en mí permanece, y yo en él” (Juan 6, 54-56).
I. ¿Qué es la Eucaristía?
La Eucaristía es uno de los siete Sacramentos. Nos recuerda el momento en el que el pan y el vino se convierten en el
Cuerpo y en la Sangre de Cristo. Éste es el alimento del alma. Así como nuestro cuerpo necesita comer para vivir, nuestra
alma necesita comulgar para estar sana. Cristo dijo: "El que come mi Carne y bebe mi Sangre, tiene vida eterna y yo lo
resucitaré el último día."
Ofertorio: Es el momento en que el sacerdote ofrece a Dios el pan y el vino que serán convertido en el Cuerpo y la Sangre
de Cristo. Nosotros podemos ofrecer, con mucho amor, toda nuestra vida a Dios en esta parte de la Misa.
Consagración: Es el momento de la Misa en que Dios, a través del sacerdote, convierte el pan y el vino en el Cuerpo y en la
Sangre de Cristo. En este momento nos arrodillamos como señal de amor y adoración a Jesús, Dios hecho hombre, que se
hace presente en la Eucaristía.
Comunión: Es recibir a Cristo Eucaristía en nuestra alma, lo que produce ciertos efectos en nosotros:
La Iglesia recomienda recibir la Comunión siempre que vayamos a Misa. Es obligación recibir la Comunión, al menos, una vez al año
en el tiempo de Pascua, que son los 50 días comprendidos entre el domingo de Resurrección y el domingo de Pentecostés.
Se recomienda aprovechar la oportunidad para platicarle a Dios, nuestro Señor, todo lo que queramos: lo que nos alegra, lo que nos
preocupa; darle gracias por todo lo bueno que nos ha dado; decirle lo mucho que lo amamos y que queremos cumplir con su
voluntad; pedirle que nos ayude a nosotros y a todos los hombres; ofrecerle cada acto que hagamos en nuestra vida.
"Creo, Jesús mío, que estás realmente presente en el Santísimo Sacramento del altar.
Te amo sobre todas las cosas y deseo ardientemente recibirte dentro de mi alma, pero no pudiendo hacerlo sacramentalmente, ven
al menos espiritualmente a mi corazón. Quédate conmigo y no permitas que me separe de ti. Amén"
Participar en la Eucaristía, no es como ir a ver un espectáculo, sino unirse al culto más grande que el hombre pueda realizar, porque
no es el ofrecimiento de oraciones u obras buenas lo que se hace, sino el mismo ofrecimiento de Cristo, al cual el hombre se une
mediante la aceptación de la Palabra de Dios, el ofrecimiento de sí mismo, y la recepción del Cuerpo y la Sangre del Señor.
No es suficiente con estar en Misa físicamente, es necesario participar activamente en ella, desde el inicio, hasta el final; interesarse
por las lecturas y compartir las oraciones y los cantos, todo esto nos dispone a lo más importante: la comunión. Para "unirse en
común" con Cris
Santa Misa
Jesús quiso dejar a la Iglesia un sacramento que perpetuase el sacrificio de su muerte en la cruz. Por esto, antes de comenzar su
pasión, reunido con sus apóstoles en la última cena, instituyó el sacramento de la Eucaristía, convirtiendo pan y vino en su mismo
cuerpo vivo, y se lo dio a comer; hizo participes de su sacerdocio a los apóstoles y les mandó que hicieran lo mismo en memoria
suya.
Así la Santa Misa es la renovación del sacrificio reconciliador del Señor Jesús. Además de ser una obligación grave asistir a la Santa
Misa los domingos y feriados religiosos de precepto -a menos que se esté impedido por una causa grave-, es también un acto de
amor que debe brotar naturalmente de cada cristiano, como respuesta agradecida ante el inmenso don que significa que Dios se
haga presente en la Eucaristía.
1º. Es domingo. Estos niños van contentos a la iglesia a oír la Santa Misa. ¿Quieres dar color al dibujo?
2º. Contesta con buena letra: ¿Qué es la Santa Misa? La Santa Misa es el sacrificio
________________________________________________
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_______________________________________________________
3º.Fíjate en esta pregunta:¿Por qué el Sacrificio de Jesús en la Cruz vale más que todos los demás sacrificios de los hombres.
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4º.Completa las frases siguientes:
*La Misa es un Sacrificio porque en ella se ofrece __________________________para renovar el Sacrificio de______________.
*Jesucristo se hace presente en el altar al decir el sacerdote las palabras de
la____________________________________________.
*El pan y el vino se convierten en el_________________________________________
de Jesucristo. Esta conversión se llama 'Transustan_____________________
*En la Misa Jesús se nos da como ______________________________________del alma.
6º. En la Santa Misa Jesús se ofrece por ti y por todos los hombres. Tú también tienes que ofrecer a Jesús a Dios Padre y ofrecerte
tú con Jesús. Contesta ahora: ¿Qué puedes ofrecer tú en la Misa?
8º. ¿Cuáles son las posturas (de pie, sentado o de rodillas, que debes tener en los siguientes momentos?:
*Al salir el sacerdote hacia el altar ____________________________
* Durante la lectura del Santo Evangelio _______________________
* En el momento de la Consagración __________________________
11º. En la celebración de la Misa se necesitan ornamentos sagrados, vasos consagrados, libros de oraciones y de Lecturas de la
Sagrada Escritura. Y se necesita un ALTAR. ¿Quieres dar color al dibujo?
1º. ¿Conoces la historia de un centurión romano que se acerca a Jesús para que le cure un criado muy enfermo? Colorea el dibujo y
debajo escribe la oración que decimos antes de comulgar. "Señor, no soy
digno______________________________________________________
2º. Escribe si estas frases son verdaderas o falsas (V o F).
* Se puede comulgar en pecado mortal _____l * No se puede tomar ningún alimento desde una hora antes______
* Tampoco se puede beber agua______
* Se puede comulgar sólo los domingos _______
* Conviene comulgar con frecuencia________
* Me he de acercar con mucho respeto y devoción a comulgar______
3º. Debes prepararte muy bien cada vez que vayas a comulgar. Explica con tus palabras qué significan estas tres cosas necesarias
para hacer una buena Comunión:
Jesucristo está en la Eucaristía verdadera, real y sustancialmente presente, todo entero, vivo y glorioso, con su cuerpo, sangre, alma
y divinidad, bajo cada una de especies y bajo cualquier parte de ellas.
No, la Hostia consagrada no es una "cosa", aunque lo parezca; es una Persona Divina, es Jesús vivo y verdadero.
Puede comulgar el que está en gracia de Dios, guarda el ayuno eucarístico y sabe a quién va a recibir.
OBJETIVO 05
LasVirtudes cristianas.
El término virtud deriva del vocablo latino vir, varón, el cual a su vez viene de vis, fuerza. De esta manera la virtud, en un sentido
originario, sería la fuerza propia del hombre (entiéndase hombre por varón y mujer). Y desde esta significación física el término fue
adquiriendo una significación analógica más espiritual y finalmente moral. La virtud es un: "hábito operativo bueno". Es una
disposición permanente que inclina, de un modo fuerte y firme, a una potencia para actuar conforme a la recta razón. Por eso
constituye una cierta perfección o complemento de la potencia. “El nombre de virtud denota una cierta perfección de la potencia.
Ahora bien, la perfección de cada ser se considera principalmente por orden a su fin. Pero el fin de la potencia es el acto. Por
consiguiente, se dice que una potencia es perfecta cuando está determinada a su acto”.
1803 “Todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de
elogio, todo eso tenedlo en cuenta” (Flp 4, 8).
La virtud es una disposición habitual y firme a hacer el bien. Permite a la persona no sólo realizar actos buenos, sino dar lo mejor de
sí misma. Con todas sus fuerzas sensibles y espirituales, la persona virtuosa tiende hacia el bien, lo busca y lo elige a través de
acciones concretas.
1804 Las virtudes humanas son actitudes firmes, disposiciones estables, perfecciones habituales del entendimiento y de la voluntad
que regulan nuestros actos, ordenan nuestras pasiones y guían nuestra conducta según la razón y la fe. Proporcionan facilidad,
dominio y gozo para llevar una vida moralmente buena. El hombre virtuoso es el que practica libremente el bien.
Las virtudes humanas: Las virtudes morales se adquieren mediante las fuerzas humanas. Son los frutos y los gérmenes de los actos
moralmente buenos. Disponen todas las potencias del ser humano para armonizarse con el amor divino.
Distinción de las virtudes cardinales. 1805 Cuatro virtudes desempeñan un papel fundamental. Por eso se las llama “cardinales”;
todas las demás se agrupan en torno a ellas. Estas son la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza. “¿Amas la justicia? Las
virtudes son el fruto de sus esfuerzos, pues ella enseña la templanza y la prudencia, la justicia y la fortaleza” (Sb 8, 7). Bajo otros
nombres, estas virtudes son alabadas en numerosos pasajes de la Escritura.
1806 La prudencia es la virtud que dispone la razón práctica a discernir en toda circunstancia nuestro verdadero bien y a elegir los
medios rectos para realizarlo. “El hombre cauto medita sus pasos” (Pr 14, 15). “Sed sensatos y sobrios para daros a la oración” (1 P
4, 7). La prudencia es la “regla recta de la acción”, escribe santo Tomás (Summatheologiae, 2-2, q. 47, a. 2, sed contra), siguiendo a
Aristóteles. No se confunde ni con la timidez o el temor, ni con la doblez o la disimulación. Es llamada auriga virtutum: conduce las
otras virtudes indicándoles regla y medida. Es la prudencia quien guía directamente el juicio de conciencia. El hombre prudente
decide y ordena su conducta según este juicio. Gracias a esta virtud aplicamos sin error los principios morales a los casos
particulares y superamos las dudas sobre el bien que debemos hacer y el mal que debemos evitar.
1807 La justicia es la virtud moral que consiste en la constante y firme voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que les es debido. La
justicia para con Dios es llamada “la virtud de la religión”. Para con los hombres, la justicia dispone a respetar los derechos de cada
uno y a establecer en las relaciones humanas la armonía que promueve la equidad respecto a las personas y al bien común. El
hombre justo, evocado con frecuencia en las Sagradas Escrituras, se distingue por la rectitud habitual de sus pensamientos y de su
conducta con el prójimo. “Siendo juez no hagas injusticia, ni por favor del pobre, ni por respeto al grande: con justicia juzgarás a tu
prójimo” (Lv 19, 15). “Amos, dad a vuestros esclavos lo que es justo y equitativo, teniendo presente que también vosotros tenéis un
Amo en el cielo” (Col 4, 1).
1808 La fortaleza es la virtud moral que asegura en las dificultades la firmeza y la constancia en la búsqueda del bien. Reafirma la
resolución de resistir a las tentaciones y de superar los obstáculos en la vida moral. La virtud de la fortaleza hace capaz de vencer el
temor, incluso a la muerte, y de hacer frente a las pruebas y a las persecuciones. Capacita para ir hasta la renuncia y el sacrificio de
la propia vida por defender una causa justa. “Mi fuerza y mi cántico es el Señor” (Sal 118, 14). “En el mundo tendréis tribulación. Pero
¡ánimo!: Yo he vencido al mundo” (Jn 16, 33).
1809 La templanza es la virtud moral que modera la atracción de los placeres y procura el equilibrio en el uso de los bienes creados.
Asegura el dominio de la voluntad sobre los instintos y mantiene los deseos en los límites de la honestidad. La persona moderada
orienta hacia el bien sus apetitos sensibles, guarda una sana discreción y no se deja arrastrar “para seguir la pasión de su corazón”
(cf Si 5,2; 37, 27-31). La templanza es a menudo alabada en el Antiguo Testamento: “No vayas detrás de tus pasiones, tus deseos
refrena” (Si 18, 30). En el Nuevo Testamento es llamada “moderación” o “sobriedad”. Debemos “vivir con moderación, justicia y
piedad en el siglo presente” (Tt 2, 12).
«Nada hay para el sumo bien como amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente. [...] lo cual preserva de la
corrupción y de la impureza del amor, que es los propio de la templanza; lo que le hace invencible a todas las incomodidades, que es
lo propio de la fortaleza; lo que le hace renunciar a todo otro vasallaje, que es lo
propio de la justicia, y, finalmente, lo que le hace estar siempre en guardia para discernir las cosas y no dejarse engañar
subrepticiamente por la mentira y la falacia, lo que es propio de la prudencia» (San Agustín, De moribusEcclesiaeCatholicae, 1, 25,
46).
«El objetivo de una vida virtuosa consiste en llegar a ser semejante a Dios» (San Gregorio de Nisa, De beatitudinibus, oratio ).
La teología cristiana, a partir del estudio de las escrituras, en comparación a las virtudes filosóficas, ha determinado los conceptos
de:
Fe
Esperanza
Caridad
Prudencia
Fortaleza
Justicia
Templanza
Conforme a la Biblia
Podemos encontrar en Proverbios 31:10 un elogio a la mujer virtuosa: Mujer virtuosa, ¿quién la hallará? Porque su estima sobrepasa
largamente a la de las piedras preciosas.
Proverbios 31:10, Si nos ponemos a analizar la primera línea, hace la pregunta ¿quién la hallará?, denotando lo difícil que es
encontrar a una mujer virtuosa.
La siguiente línea nos permite ver el grande valor que la mujer virtuosa tiene al mencionar: su estima sobrepasa largamente a la de
las piedras preciosas. Asimismo enumera las diferentes características que denotan a la mujer virtuosa. Pero todas estas también
aplican para el hombre virtuoso, En Gálatas 5:22 y 23 se habla de las obras del Espíritu que pueden aplicarse como virtudes:
1810 Las virtudes humanas adquiridas mediante la educación, mediante actos deliberados, y una perseverancia, mantenida siempre
en el esfuerzo, son purificadas y elevadas por la gracia divina. Con la ayuda de Dios forjan el carácter y dan soltura en la práctica del
bien. El hombre virtuoso es feliz al practicarlas.
1811 Para el hombre herido por el pecado no es fácil guardar el equilibrio moral. El don de la salvación por Cristo nos otorga la
gracia necesaria para perseverar en la búsqueda de las virtudes. Cada cual debe pedir siempre esta gracia de luz y de fortaleza,
recurrir a los sacramentos, cooperar con el Espíritu Santo, seguir sus invitaciones a amar el bien y guardarse del mal.
II. Las virtudes teologales
1812 Las virtudes humanas se arraigan en las virtudes teologales que adaptan las facultades del hombre a la participación de la
naturaleza divina (cf2 P 1, 4). Las virtudes teologales se refieren directamente a Dios. Disponen a los cristianos a vivir en relación
con la Santísima Trinidad. Tienen como origen, motivo y objeto a Dios Uno y Trino.
1813 Las virtudes teologales fundan, animan y caracterizan el obrar moral del cristiano. Informan y vivifican todas las virtudes
morales. Son infundidas por Dios en el alma de los fieles para hacerlos capaces de obrar como hijos suyos y merecer la vida eterna.
Son la garantía de la presencia y la acción del Espíritu Santo en las facultades del ser humano. Tres son las virtudes teologales: la
fe, la esperanza y la caridad (cf1 Co 13, 13).
La fe
1814 La fe es la virtud teologal por la que creemos en Dios y en todo lo que Él nos ha dicho y revelado, y que la Santa Iglesia nos
propone, porque Él es la verdad misma. Por la fe “el hombre se entrega entera y libremente a Dios” (DV 5). Por eso el creyente se
esfuerza por conocer y hacer la voluntad de Dios. “El justo [...] vivirá por la fe” (Rm 1, 17). La fe viva “actúa por la caridad” (Ga 5, 6).
1815 El don de la fe permanece en el que no ha pecado contra ella (cf Concilio de Trento: DS 1545). Pero, “la fe sin obras está
muerta” (St 2, 26): privada de la esperanza y de la caridad, la fe no une plenamente el fiel a Cristo ni hace de él un miembro vivo de
su Cuerpo.
1816 El discípulo de Cristo no debe sólo guardar la fe y vivir de ella sino también profesarla, testimoniarla con firmeza y difundirla:
“Todos [...] vivan preparados para confesar a Cristo ante los hombres y a seguirle por el camino de la cruz en medio de las
persecuciones que nunca faltan a la Iglesia” (LG 42; cfDH 14). El servicio y el testimonio de la fe son requeridos para la salvación:
“Todo [...] aquel que se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos; pero a
quien me niegue ante los hombres, le negaré yo también ante mi Padre que está en los cielos” (Mt 10, 32-33).
La esperanza
1817. La esperanza es la virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra,
poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del
Espíritu Santo. “Mantengamos firme la confesión de la esperanza, pues fiel es el autor de la promesa” (Hb 10,23). “El Espíritu Santo
que Él derramó sobre nosotros con largueza por medio de Jesucristo nuestro Salvador para que, justificados por su gracia, fuésemos
constituidos herederos, en esperanza, de vida eterna” (Tt 3, 6-7).
1818 La virtud de la esperanza corresponde al anhelo de felicidad puesto por Dios en el corazón de todo hombre; asume las
esperanzas que inspiran las actividades de los hombres; las purifica para ordenarlas al Reino de los cielos; protege del desaliento;
sostiene en todo desfallecimiento; dilata el corazón en la espera de la bienaventuranza eterna. El impulso de la esperanza preserva
del egoísmo y conduce a la dicha de la caridad.
1819 La esperanza cristiana recoge y perfecciona la esperanza del pueblo elegido que tiene su origen y su modelo en la esperanza
de Abraham en las promesas de Dios; esperanza colmada en Isaac y purificada por la prueba del sacrificio (cfGn 17, 4-8; 22, 1-18).
“Esperando contra toda esperanza, creyó y fue hecho padre de muchas naciones” (Rm 4, 18).
1820 La esperanza cristiana se manifiesta desde el comienzo de la predicación de Jesús en la proclamación de las
bienaventuranzas. Las bienaventuranzas elevan nuestra esperanza hacia el cielo como hacia la nueva tierra prometida; trazan el
camino hacia ella a través de las pruebas que esperan a los discípulos de Jesús. Pero por los méritos de Jesucristo y de su pasión,
Dios nos guarda en “la esperanza que no falla” (Rm 5, 5). La esperanza es “el ancla del alma”, segura y firme, que penetra... “a
donde entró por nosotros como precursor Jesús” (Hb 6, 19-20). Es también un arma que nos protege en el combate de la salvación:
“Revistamos la coraza de la fe y de la caridad, con el yelmo de la esperanza de salvación” (1 Ts 5, 8). Nos procura el gozo en la
prueba misma: “Con la alegría de la esperanza; constantes en la tribulación” (Rm 12, 12). Se expresa y se alimenta en la oración,
particularmente en la del Padre Nuestro, resumen de todo lo que la esperanza nos hace desear.
1821 Podemos, por tanto, esperar la gloria del cielo prometida por Dios a los que le aman (cfRm 8, 28-30) y hacen su voluntad (cfMt
7, 21). En toda circunstancia, cada uno debe esperar, con la gracia de Dios, “perseverar hasta el fin” (cfMt 10, 22; cf Concilio de
Trento: DS 1541) y obtener el gozo del cielo, como eterna recompensa de Dios por las obras buenas realizadas con la gracia de
Cristo. En la esperanza, la Iglesia implora que “todos los hombres [...] se salven” (1Tm 2, 4). Espera estar en la gloria del cielo unida
a Cristo, su esposo:
«Espera, espera, que no sabes cuándo vendrá el día ni la hora. Vela con cuidado, que todo se pasa con brevedad, aunque tu deseo
hace lo cierto dudoso, y el tiempo breve largo. Mira que mientras más peleares, más mostrarás el amor que tienes a tu Dios y más te
gozarás con tu Amado con gozo y deleite que no puede tener fin» (Santa Teresa de Jesús, Exclamaciones del alma a Dios, 15, 3)
La caridad
1822 La caridad es la virtud teologal por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas por Él mismo y a nuestro prójimo como a
nosotros mismos por amor de Dios.
1823 Jesús hace de la caridad el mandamiento nuevo (cfJn 13, 34). Amando a los suyos “hasta el fin” (Jn 13, 1), manifiesta el amor
del Padre que ha recibido. Amándose unos a otros, los discípulos imitan el amor de Jesús que reciben también en ellos. Por eso
Jesús dice: “Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor” (Jn 15, 9). Y también: “Este es el
mandamiento mío: que os améis unos a otros como yo os he amado” (Jn 15, 12).
1824 Fruto del Espíritu y plenitud de la ley, la caridad guarda los mandamientos de Dios y de Cristo: “Permaneced en mi amor. Si
guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor” (Jn 15, 9-10; cfMt 22, 40; Rm 13, 8-10).
1825 Cristo murió por amor a nosotros cuando éramos todavía “enemigos” (Rm 5, 10). El Señor nos pide que amemos como Él hasta
a nuestros enemigos (cfMt 5, 44), que nos hagamos prójimos del más lejano (cfLc 10, 27-37), que amemos a los niños (cfMc 9, 37) y
a los pobres como a Él mismo (cfMt 25, 40.45).
El apóstol san Pablo ofrece una descripción incomparable de la caridad: «La caridad es paciente, es servicial; la caridad no es
envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe; es decorosa; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de
la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta» (1 Co 13, 4-7).
1826 Si no tengo caridad —dice también el apóstol— “nada soy...”. Y todo lo que es privilegio, servicio, virtud misma... si no tengo
caridad, “nada me aprovecha” (1 Co 13, 1-4). La caridad es superior a todas las virtudes. Es la primera de las virtudes teologales:
“Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de todas ellas es la caridad” (1 Co 13,13).
1827 El ejercicio de todas las virtudes está animado e inspirado por la caridad. Esta es “el vínculo de la perfección” (Col 3, 14); es la
forma de las virtudes; las articula y las ordena entre sí; es fuente y término de su práctica cristiana. La caridad asegura y purifica
nuestra facultad humana de amar. La eleva a la perfección sobrenatural del amor divino.
1828 La práctica de la vida moral animada por la caridad da al cristiano la libertad espiritual de los hijos de Dios. Este no se halla
ante Dios como un esclavo, en el temor servil, ni como el mercenario en busca de un jornal, sino como un hijo que responde al amor
del “que nos amó primero” (1 Jn 4,19):
«O nos apartamos del mal por temor del castigo y estamos en la disposición del esclavo, o buscamos el incentivo de la recompensa
y nos parecemos a mercenarios, o finalmente obedecemos por el bien mismo del amor del que manda [...] y entonces estamos en la
disposición de hijos» (San Basilio Magno, Regulaefusiustractataeprol. 3).
1829 La caridad tiene por frutos el gozo, la paz y la misericordia. Exige la práctica del bien y la corrección fraterna; es benevolencia;
suscita la reciprocidad; es siempre desinteresada y generosa; es amistad y comunión:
«La culminación de todas nuestras obras es el amor. Ese es el fin; para conseguirlo, corremos; hacia él corremos; una vez llegados,
en él reposamos» (San Agustín, In epistulamIoannistractatus, 10, 4).
OBJETIVO 06
EL SACRAMENTO DE LA CONFIRMACIÓN
1285 Con el Bautismo y la Eucaristía, el sacramento de la Confirmación constituye el conjunto de los "sacramentos de la iniciación
cristiana", cuya unidad debe ser salvaguardada. Es preciso, pues, explicar a los fieles que la recepción de este sacramento es
necesaria para la plenitud de la gracia bautismal (cf Ritual de la Confirmación, Prenotandos 1). En efecto, a los bautizados "el
sacramento de la Confirmación los une más íntimamente a la Iglesia y los enriquece con una fortaleza especial del Espíritu Santo. De
esta forma quedan obligados aún más, como auténticos testigos de Cristo, a extender y defender la fe con sus palabras y sus obras"
(LG 11; cf Ritual de la Confirmación, Prenotandos 2):
1286 En el Antiguo Testamento, los profetas anunciaron que el Espíritu del Señor reposaría sobre el Mesías esperado (cf. Is 11,2)
para realizar su misión salvífica (cf Lc 4,16-22; Is 61,1). El descenso del Espíritu Santo sobre Jesús en su Bautismo por Juan fue el
signo de que Él era el que debía venir, el Mesías, el Hijo de Dios ( Mt 3,13-17; Jn 1,33- 34). Habiendo sido concedido por obra del
Espíritu Santo, toda su vida y toda su misión se realizan en una comunión total con el Espíritu Santo que el Padre le da "sin medida"
(Jn 3,34).
1287 Ahora bien, esta plenitud del Espíritu no debía permanecer únicamente en el Mesías, sino que debía ser comunicada a todo el
pueblo mesiánico (cf Ez 36,25-27; Jl 3,1-2). En repetidas ocasiones Cristo prometió esta efusión del Espíritu (cf Lc 12,12; Jn 3,5-8;
7,37-39; 16,7-15; Hch 1,8), promesa que realizó primero el día de Pascua ( Jn 20,22) y luego, de manera más manifiesta el día de
Pentecostés (cf Hch 2,1-4). Llenos del Espíritu Santo, los Apóstoles comienzan a proclamar "las maravillas de Dios" ( Hch 2,11) y
Pedro declara que esta efusión del Espíritu es el signo de los tiempos mesiánicos (cf Hch 2, 17-18). Los que creyeron en la
predicación apostólica y se hicieron bautizar, recibieron a su vez el don del Espíritu Santo (cf Hch 2,38).
1288 "Desde [...] aquel tiempo, los Apóstoles, en cumplimiento de la voluntad de Cristo, comunicaban a los neófitos, mediante la
imposición de las manos, el don del Espíritu Santo, destinado a completar la gracia del Bautismo (cf Hch 8,15-17; 19,5-6). Esto
explica por qué en la carta a los Hebreos se recuerda, entre los primeros elementos de la formación cristiana, la doctrina del
Bautismo y de la la imposición de las manos (cf Hb 6,2). Es esta imposición de las manos la que ha sido con toda razón considerada
por la tradición católica como el primitivo origen del sacramento de la Confirmación, el cual perpetúa, en cierto modo, en la Iglesia, la
gracia de Pentecostés" (Pablo VI, Const. apost. Divinae consortiumnaturae).
1289 Muy pronto, para mejor significar el don del Espíritu Santo, se añadió a la imposición de las manos una unción con óleo
perfumado (crisma). Esta unción ilustra el nombre de "cristiano" que significa "ungido" y que tiene su origen en el nombre de Cristo,
al que "Dios ungió con el Espíritu Santo" ( Hch 10,38). Y este rito de la unción existe hasta nuestros días tanto en Oriente como en
Occidente. Por eso, en Oriente se llama a este sacramento crismación, unción con el crisma, o myron, que significa "crisma". En
Occidente el nombre de Confirmación sugiere que este sacramento al mismo tiempo confirma el Bautismo y robustece la gracia
bautismal.
1290 En los primeros siglos la Confirmación constituye generalmente una única celebración con el Bautismo, y forma con éste,
según la expresión de san Cipriano (cf Epistula 73, 21), un "sacramento doble". Entre otras razones, la multiplicación de los
bautismos de niños, durante todo el tiempo del año, y la multiplicación de las parroquias (rurales), que agrandaron las diócesis, ya no
permite la presencia del obispo en todas las celebraciones bautismales. En Occidente, por el deseo de reservar al obispo el acto de
conferir la plenitud al Bautismo, se establece la separación temporal de ambos sacramentos. El Oriente ha conservado unidos los
dos sacramentos, de modo que la Confirmación es dada por el presbítero que bautiza. Este, sin embargo, sólo puede hacerlo con el
"myron" consagrado por un obispo (cf CCEO, can. 695,1; 696,1).
1291 Una costumbre de la Iglesia de Roma facilitó el desarrollo de la práctica occidental; había una doble unción con el santo crisma
después del Bautismo: realizada ya una por el presbítero al neófito al salir del baño bautismal, es completada por una segunda
unción hecha por el obispo en la frente de cada uno de los recién bautizados (cf San Hipólito Romano, Traditio apostolica, 21). La
primera unción con el santo crisma, la que daba el sacerdote, quedó unida al rito bautismal; significa la participación del bautizado en
las funciones profética, sacerdotal y real de Cristo. Si el Bautismo es conferido a un adulto, sólo hay una unción post bautismal: la de
la Confirmación.
1292 La práctica de las Iglesias de Oriente destaca más la unidad de la iniciación cristiana. La de la Iglesia latina expresa más
netamente la comunión del nuevo cristiano con su obispo, garante y servidor de la unidad de su Iglesia, de su catolicidad y su
apostolicidad, y por ello, el vínculo con los orígenes apostólicos de la Iglesia de Cristo.
1293 En el rito de este sacramento conviene considerar el signo de la unción y lo que la unción designa e imprime: el sello espiritual.
La unción, en el simbolismo bíblico y antiguo, posee numerosas significaciones: el aceite es signo de abundancia (cf Dt 11,14, etc.) y
de alegría (cf Sal 23,5; 104,15); purifica (unción antes y después del baño) y da agilidad (la unción de los atletas y de los luchadores);
es signo de curación, pues suaviza las contusiones y las heridas (cf Is 1,6; Lc 10,34) y el ungido irradia belleza, santidad y fuerza.
1294 Todas estas significaciones de la unción con aceite se encuentran en la vida sacramental. La unción antes del Bautismo con el
óleo de los catecúmenos significa purificación y fortaleza; la unción de los enfermos expresa curación y consuelo. La unción del
santo crisma después del Bautismo, en la Confirmación y en la Ordenación, es el signo de una consagración. Por la Confirmación,
los cristianos, es decir, los que son ungidos, participan más plenamente en la misión de Jesucristo y en la plenitud del Espíritu Santo
que éste posee, a fin de que toda su vida desprenda "el buen olor de Cristo" (cf2 Co 2,15).
1295 Por medio de esta unción, el confirmando recibe "la marca", el sello del Espíritu Santo. El sello es el símbolo de la persona (cf
Gn 38,18; Ct 8,9), signo de su autoridad (cf Gn 41,42), de su propiedad sobre un objeto (cf. Dt 32,34) —por eso se marcaba a los
soldados con el sello de su jefe y a los esclavos con el de su señor—; autentifica un acto jurídico (cf 1 R 21,8) o un documento (cf Jr
32,10) y lo hace, si es preciso, secreto (cf Is 29,11).
1296 Cristo mismo se declara marcado con el sello de su Padre (cf Jn 6,27). El cristiano también está marcado con un sello: "Y es
Dios el que nos conforta juntamente con vosotros en Cristo y el que nos ungió, y el que nos marcó con su sello y nos dio en arras el
Espíritu en nuestros corazones" (2 Co 1,22; cf Ef 1,13; 4,30). Este sello del Espíritu Santo, marca la pertenencia total a Cristo, la
puesta a su servicio para siempre, pero indica también la promesa de la protección divina en la gran prueba escatológica (cf Ap 7,2-
3; 9,4; Ez 9,4-6).
La celebración de la Confirmación
1297 Un momento importante que precede a la celebración de la Confirmación, pero que, en cierta manera forma parte de ella, es l a
consagración del santo crisma. Es el obispo quien, el Jueves Santo, en el transcurso de la misa Crismal, consagra el santo crisma
para toda su diócesis. En las Iglesias de Oriente, esta consagración está reservada al Patriarca:
La liturgia de Antioquía expresa así la epíclesis de la consagración del santo crisma ( myron): « [Padre (...) envía tu Espíritu Santo]
sobre nosotros y sobre este aceite que está delante de nosotros y conságralo, de modo que sea para todos los que sean ungidos y
marcados con él, myron santo, myron sacerdotal, myron real, unción de alegría, vestidura de la luz, manto de salvación, don
espiritual, santificación de las almas y de los cuerpos, dicha imperecedera, sello indeleble, escudo de la fe y casco terrible contra
todas las obras del Adversario» (Pontificalei uxtaritum Ecclesiae Syrorum Occidentalium id est Antiochiae, Pars I, Versión latina).
1298 Cuando la Confirmación se celebra separadamente del Bautismo, como es el caso en el rito romano, la liturgia del sacramento
comienza con la renovación de las promesas del Bautismo y la profesión de fe de los confirmandos. Así aparece claramente que la
Confirmación constituye una prolongación del Bautismo (cf SC 71). Cuando es bautizado un adulto, recibe inmediatamente la
Confirmación y participa en la Eucaristía (cf CIC can.866).
1299 En el rito romano, el obispo extiende las manos sobre todos los confirmandos, gesto que, desde el tiempo de los Apóstoles, es
el signo del don del Espíritu. Y el obispo invoca así la efusión del Espíritu:
«Dios Todopoderoso, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que regeneraste, por el agua y el Espíritu Santo, a estos siervos tuyos y los
libraste del pecado: escucha nuestra oración y envía sobre ellos el Espíritu Santo Paráclito; llénalos de espíritu de sabiduría y de
inteligencia, de espíritu de consejo y de fortaleza, de espíritu de ciencia y de piedad; y cólmalos del espíritu de tu santo temor. Por
Jesucristo nuestro Señor» (Ritual de la Confirmación, 25).
1300 Sigue el rito esencial del sacramento. En el rito latino, "el sacramento de la Confirmación es conferido por la unción del santo
crisma en la frente, hecha imponiendo la mano, y con estas palabras: "Recibe por esta señal el don del Espíritu Santo" (Pablo VI,
Const. ap. Divinae consortium naturae). En las Iglesias orientales de rito bizantino, la unción del myron se hace después de una
oración de epíclesis, sobre las partes más significativas del cuerpo: la frente, los ojos, la nariz, los oídos, los labios, el pecho, la
espalda, las manos y los pies, y cada unción va acompañada de la fórmula: Sfragisdoreas Pnéumatos Agíou ("Sello del don que es el
Espíritu Santo") (Rituale per le Chieseorientali di rito bizantino in lingua greca, Pars I).
1301 El beso de paz con el que concluye el rito del sacramento significa y manifiesta la comunión eclesial con el obispo y con todos
los fieles (cf San Hipólito Romano, Traditio apostolica, 21).
1302 De la celebración se deduce que el efecto del sacramento de la Confirmación es la efusión especial del Espíritu Santo, como
fue concedida en otro tiempo a los Apóstoles el día de Pentecostés.
1303 Por este hecho, la Confirmación confiere crecimiento y profundidad a la gracia bautismal:
— nos introduce más profundamente en la filiación divina que nos hace decir "Abbá, Padre" (Rm 8,15);
— nos concede una fuerza especial del Espíritu Santo para difundir y defender la fe mediante la palabra y las obras como verdaderos
testigos de Cristo, para confesar valientemente el nombre de Cristo y para no sentir jamás vergüenza de la cruz (cf DS 1319; LG
11,12):
«Recuerda, pues, que has recibido el signo espiritual, el Espíritu de sabiduría e inteligencia, el Espíritu de consejo y de fortaleza, el
Espíritu de conocimiento y de piedad, el Espíritu de temor santo, y guarda lo que has recibido. Dios Padre te ha marcado con su
signo, Cristo Señor te ha confirmado y ha puesto en tu corazón la prenda del Espíritu» (San Ambrosio, De mysteriis 7,42).
1304 La Confirmación, como el Bautismo del que es la plenitud, sólo se da una vez. La Confirmación, en efecto, imprime en el alma
una marca espiritual indeleble, el "carácter" (cf DS 1609), que es el signo de que Jesucristo ha marcado al cristiano con el sello de su
Espíritu revistiéndolo de la fuerza de lo alto para que sea su testigo (cf Lc 24,48-49).
1305 El "carácter" perfecciona el sacerdocio común de los fieles, recibido en el Bautismo, y "el confirmado recibe el poder de
confesar la fe de Cristo públicamente, y como en virtud de un cargo ( quasi ex officio)" (Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae 3,
q.72, a. 5, ad 2).
1306 Todo bautizado, aún no confirmado, puede y debe recibir el sacramento de la Confirmación (cf CIC can. 889, 1). Puesto que
Bautismo, Confirmación y Eucaristía forman una unidad, de ahí se sigue que "los fieles tienen la obligación de recibir este
sacramento en tiempo oportuno" (CIC, can. 890), porque sin la Confirmación y la Eucaristía, el sacramento del Bautismo es
ciertamente válido y eficaz, pero la iniciación cristiana queda incompleta.
1307 La costumbre latina, desde hace siglos, indica "la edad del uso de razón", como punto de referencia para recibir la
Confirmación. Sin embargo, en peligro de muerte, se debe confirmar a los niños incluso si no han alcanzado todavía la edad del uso
de razón (cf CIC can. 891; 893,3).
1308 Si a veces se habla de la Confirmación como del "sacramento de la madurez cristiana", es preciso, sin embargo, no confundir la
edad adulta de la fe con la edad adulta del crecimiento natural, ni olvidar que la gracia bautismal es una gracia de elección gratuita e
inmerecida que no necesita una "ratificación" para hacerse efectiva. Santo Tomás lo recuerda:
«La edad del cuerpo no prejuzga la del alma. Así, incluso en la infancia, el hombre puede recibir la perfección de la edad espiritual de
que habla la Sabiduría (4,8): "La vejez honorable no es la que dan los muchos días, no se mide por el número de los años". Así
numerosos niños, gracias a la fuerza del Espíritu Santo que habían recibido, lucharon valientemente y hasta la sangre por Cristo»
(Summa theologiae 3, q. 72, a. 8, ad 2).
1309 La preparación para la Confirmación debe tener como meta conducir al cristiano a una unión más íntima con Cristo, a una
familiaridad más viva con el Espíritu Santo, su acción, sus dones y sus llamadas, a fin de poder asumir mejor las responsabilidades
apostólicas de la vida cristiana. Por ello, la catequesis de la Confirmación se esforzará por suscitar el sentido de la pertenencia a la
Iglesia de Jesucristo, tanto a la Iglesia universal como a la comunidad parroquial. Esta última tiene una responsabilidad particular en
la preparación de los confirmandos (cf Ritual de la Confirmación, Praenotandos 3).
1310 Para recibir la Confirmación es preciso hallarse en estado de gracia. Conviene recurrir al sacramento de la Penitencia para ser
purificado en atención al don del Espíritu Santo. Hay que prepararse con una oración más intensa para recibir con docilidad y
disponibilidad la fuerza y las gracias del Espíritu Santo (cf Hch 1,14).
1311 Para la Confirmación, como para el Bautismo, conviene que los candidatos busquen la ayuda espiritual de un padrino o de una
madrina. Conviene que sea el mismo que para el Bautismo a fin de subrayar la unidad entre los dos sacramentos (cf Ritual de la
Confirmación, Praenotandos 5; Ibíd.,6; CIC can. 893, 1.2).
El ministro de la Confirmación
En Oriente es ordinariamente el presbítero que bautiza quien da también inmediatamente la Confirmación en una sola celebración.
Sin embargo, lo hace con el santo crisma consagrado por el patriarca o el obispo, lo cual expresa la unidad apostólica de la Iglesia
cuyos vínculos son reforzados por el sacramento de la Confirmación. En la Iglesia latina se aplica la misma disciplina en los
bautismos de adultos y cuando es admitido a la plena comunión con la Iglesia un bautizado de otra comunidad cristiana que no ha
recibido válidamente el sacramento de la Confirmación (cf CIC can 883,2).
1313En el rito latino, el ministro ordinario de la Conformación es el obispo (CIC can. 882). Aunque el obispo puede, en caso de
necesidad, conceder a presbíteros la facultad de administrar el sacramento de la Confirmación (CIC can. 884,2), conviene que lo
confiera él mismo, sin olvidar que por esta razón la celebración de la Confirmación fue temporalmente separada del Bautismo. Los
obispos son los sucesores de los Apóstoles y han recibido la plenitud del sacramento del orden. Por esta razón, la administración de
este sacramento por ellos mismos pone de relieve que la Confirmación tiene como efecto unir a los que la reciben más
estrechamente a la Iglesia, a sus orígenes apostólicos y a su misión de dar testimonio de Cristo.
1314 Si un cristiano está en peligro de muerte, cualquier presbítero puede darle la Confirmación (cf CIC can. 883,3). En efecto, la
Iglesia quiere que ninguno de sus hijos, incluso en la más tierna edad, salga de este mundo sin haber sido perfeccionado por el
Espíritu Santo con el don de la plenitud de Cristo.
Resumen
1315 "Al enterarse los Apóstoles que estaban en Jerusalén de que Samaría había aceptado la Palabra de Dios, les enviaron a Pedro
y a Juan. Estos bajaron y oraron por ellos para que recibieran el Espíritu Santo; pues todavía no había descendido sobre ninguno de
ellos; únicamente habían sido bautizados en el nombre del Señor Jesús. Entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu
Santo" (Hch 8,14-17).
1316 La Confirmación perfecciona la gracia bautismal; es el sacramento que da el Espíritu Santo para enraizarnos más
profundamente en la filiación divina, incorporarnos más firmemente a Cristo, hacer más sólido nuestro vínculo con la Iglesia,
asociarnos todavía más a su misión y ayudarnos a dar testimonio de la fe cristiana por la palabra acompañada de las obras.
1317La Confirmación, como el Bautismo, imprime en el alma del cristiano un signo espiritual o carácter indeleble; por eso este
sacramento sólo se puede recibir una vez en la vida.
1318 En Oriente, este sacramento es administrado inmediatamente después del Bautismo y es seguido de la participación en la
Eucaristía, tradición que pone de relieve la unidad de los tres sacramentos de la iniciación cristiana. En la Iglesia latina se administra
este sacramento cuando se ha alcanzado el uso de razón, y su celebración se reserva ordinariamente al obispo, significando así que
este sacramento robustece el vínculo eclesial.
1319 El candidato a la Confirmación que ya ha alcanzado el uso de razón debe profesar la fe, estar en estado de gracia, tener la
intención de recibir el sacramento y estar preparado para asumir su papel de discípulo y de testigo de Cristo, en la comunidad
eclesial y en los asuntos temporales.
1320 El rito esencial de la Confirmación es la unción con el Santo Crisma en la frente del bautizado (y en Oriente, también en los
otros órganos de los sentidos), con la imposición de la mano del ministro y las palabras: Accipe signaculumdoni Spiritus Sancti
("Recibe por esta señal el don del Espíritu Santo"), en el rito romano; Signaculumdoni Spiritus Sancti ("Sello del don del Espíritu
Santo"), en el rito bizantino.
1321 Cuando la Confirmación se celebra separadamente del Bautismo, su conexión con el Bautismo se expresa entre otras cosas
por la renovación de los compromisos bautismales. La celebración de la Confirmación dentro de la Eucaristía contribuye a subrayar
la unidad de los sacramentos de la iniciación cristiana
Luego del rezo del Ángelus este domingo en la Plaza de San Pedro, el Papa Francisco aprovechó su saludo a un grupo de jóvenes
italianos para explicar que la Confirmación “no es el sacramento del adiós”.
El Santo Padre se dirigió de manera particular a un grupo de muchachos llegados desde Cagliari, a quienes alentó a “proseguir el
camino iniciado con el Sacramento de la Confirmación”.
“Les agradezco porque me ofrecen la ocasión de subrayar que la Confirmación no es solo un punto de llegada –como algunos dicen,
el ‘sacramento del adiós’ ¡no! ¡no!– sino que es sobre todo un punto de partida en la vida cristiana”.
El Santo Padre hizo así referencia a una extendida “costumbre” de muchos fieles en Italia y otras partes del mundo que con el
sacramento de la Confirmación se “despiden” de la Iglesia y abandonan la vida de fe por lo general en la adolescencia.
El Pontífice alentó a los jóvenes a no considerar la Confirmación como una despedida y a “seguir adelante con la alegría del
Evangelio”.
El numeral 1285 del Catecismo de la Iglesia Católica explica que “con el Bautismo y la Eucaristía, el sacramento de la Confirmación
constituye el conjunto de los ‘sacramentos de la iniciación cristiana’, cuya unidad debe ser salvaguardada”.
A los bautizados, indica el texto, “el sacramento de la Confirmación los une más íntimamente a la Iglesia y los enriquece con una
fortaleza especial del Espíritu Santo”.
“De esta forma quedan obligados aún más, como auténticos testigos de Cristo, a extender y defender la fe con sus palabras y sus
obras”.
Asimismo, el numeral 1317 indica que “la Confirmación, como el Bautismo, imprime en el alma del cristiano un signo espiritual o
carácter indeleble; por eso este sacramento solo se puede recibir una vez en la vida”.
• «Al enterarse los apóstoles que estaban en Jerusalén de que Samaría había aceptado la Palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a
Juan. Estos bajaron y oraron por ellos para que recibieran el Espíritu Santo; pues todavía no había descendido sobre ninguno de
ellos; únicamente habían sido bautizados en el nombre del Señor Jesús. Entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu
Santo» (Hch 8,14-17).
• La Confirmación perfecciona la gracia bautismal; es el sacramento que da el Espíritu Santo para enraizarnos más profundamente
en la filiación divina, incorporarnos más firmemente a Cristo, hacer más sólido nuestro vínculo con la Iglesia, asociarnos todavía más
a su misión y ayudarnos a dar testimonio de la fe cristiana por la palabra acompañada de las obras
• La Confirmación, como el Bautismo, imprime en el alma del cristiano un signo espiritual o carácter indeleble; por eso este
sacramento sólo se puede recibir una vez en la vida.
• En Oriente, este sacramento es administrado inmediatamente después del Bautismo y es seguido de la participación en la
Eucaristía, tradición que pone de relieve la unidad de los tres sacramentos de la iniciación cristiana. En la Iglesia latina se administra
este sacramento cuando se ha alcanzado el uso de razón, y su celebración se reserva ordinariamente al obispo, significando así que
este sacramento robustece el vínculo eclesial.
• El candidato a la Confirmación que ya ha alcanzado el uso de razón debe profesar la fe, estar en estado de gracia, tener la
intención de recibir el sacramento y estar preparado para asumir su papel de discípulo y de testigo de Cristo, en la comunidad
eclesial y en los asuntos temporales.
• El rito esencial de la Confirmación es la unción con el Santo Crisma en la frente del bautizado (y en Oriente, también en los otros
órganos de los sentidos), con la imposición de la mano del ministro y las palabras: «Accipe signaculumdoni Spiritus Sancti» («Recibe
por esta señal el don del Espíritu Santo»), en el rito romano; «Signaculumdoni Spiritus Sancti» («Sello del don del Espíritu Santo»),
en el rito bizantino.
• Cuando la Confirmación se celebra separadamente del Bautismo, su conexión con el Bautismo se expresa entre otras cosas por la
renovación de los compromisos bautismales. La celebración de la Confirmación dentro de la Eucaristía contribuye a subrayar la
unidad de los sacramentos de la iniciación cristiana.
¿Qué es la Confirmación?
El sacramento de la Confirmación perfecciona la gracia bautismal, y nos da la fortaleza de Dios para ser firmes en la fe y en el amor
a Dios y al prójimo. Nos da también audacia para cumplir el derecho y el deber, que tenemos por el bautismo, de ser apóstoles de
Jesús, para difundir la fe y el Evangelio, personalmente o asociados, mediante la palabra y el buen ejemplo.
La preparación para la Confirmación debe tener como meta conducir al cristiano a una unión más íntima con Cristo, a una
familiaridad más viva con el Espíritu Santo, su acción, sus dones y sus llamadas, a fin de poder asumir mejor las responsabilidades
apostólicas de la vida cristiana. Por ello, la catequesis de la Confirmación se esforzará por suscitar el sentido de la pertenencia a la
Iglesia de Jesucristo, tanto a la Iglesia universal como a la comunidad parroquial. Esta última tiene una responsabilidad particular en
la preparación de los confirmandos.
Para recibir la Confirmación es preciso hallarse en estado de gracia. Conviene recurrir al sacramento de la Penitencia para ser
purificado en atención al don del Espíritu Santo. Hay que prepararse con una oración más intensa para recibir con docilidad y
disponibilidad la fuerza y las gracias del Espíritu Santo.
Para la Confirmación, como para el Bautismo, conviene que los candidatos busquen la ayuda espiritual de un padrino o de una
madrina. Conviene que sea el mismo que para el Bautismo a fin de subrayar la unidad entre los dos sacramentos.
nos introduce más profundamente en la filiación divina que nos hace decir "Abbá, Padre" ;
nos concede una fuerza especial del Espíritu Santo para difundir y defender la fe mediante la palabra y las obras como verdaderos
testigos de Cristo, para confesar valientemente el nombre de Cristo y para no sentir jamás vergüenza de la cruz :
Recuerda, pues, que has recibido el signo espiritual, el Espíritu de sabiduría e inteligencia, el Espíritu de consejo y de fortaleza, el
Espíritu de conocimiento y de piedad, el Espíritu de temor santo, y guarda lo que has recibido. Dios Padre te ha marcado con su
signo, Cristo Señor te ha confirmado y ha puesto en tu corazón la prenda del Espíritu.
La Confirmación, como el Bautismo del que es la plenitud, sólo se da una vez. La Confirmación, en efecto, imprime en el alma una
marca espiritual indeleble, el "carácter”, que es el signo de que Jesucristo ha marcado al cristiano con el sello de su Espíritu
revistiéndolo de la fuerza de lo alto para que sea su testigo.
PREGUNTAS Y RESPUESTAS SOBRE LA CONFIRMACION
35- ¿Cómo nos damos cuenta que una persona está guiada por el Espíritu Santo?
1.- La alegría para afrontar la vida diaria y valorización de la comunidad Eclesial.
2.- La devoción de la Eucaristía
3.- La devoción a la Virgen María
4.- Un gusto por la oración
5.- Gozo en la lectura de la palabra de Dios.
6.- Un amor filial al Santo padre y a la jerarquía de la Iglesia y un gran aprecio por el magisterio
7.- Fortaleza para hablar de Cristo a los demás.
OBJETIVO 07
DONES Y FRUTOS DEL ESPIRITU SANTO
Don de sabiduría
Nos hace comprender la maravilla insondable de Dios y nos impulsa a buscarle sobre todas las cosas, en medio de nuestro trabajo y
de nuestras obligaciones.
Don de inteligencia
Nos descubre con mayor claridad las riquezas de la fe.
Don de consejo
Nos señala los caminos de la santidad, el querer de Dios en nuestra vida diaria, nos anima a seguir la solución que más concuerda
con la gloria de Dios y el bien de los demás.
Don de fortaleza
Nos alienta continuamente y nos ayuda a superar las dificultades que sin duda encontramos en nuestro caminar hacia Dios.
Don de ciencia
Nos lleva a juzgar con rectitud las cosas creadas y a mantener nuestro corazón en Dios y en lo creado en la medida en que nos lleve
a Él.
Don de piedad
Nos mueve a tratar a Dios con la confianza con la que un hijo trata a su Padre.
Don de temor de Dios
Nos induce a huir de las ocasiones de pecar, a no ceder a la tentación, a evitar todo mal que pueda contristar al Espíritu Santo, a
temer radicalmente separarnos de Aquel a quien amamos y constituye nuestra razón de ser y de vivir.
LOS DOCE FRUTOS DEL ESPÍRITU SANTO
1º AMOR Es el primero de los frutos del Espíritu Santo, fundamento y raíz de todos los demás. Siendo Él, la infinita caridad, o sea, el
Amor Infinito, es lógico que comunique al alma su llama, haciéndole amar a Dios con todo el corazón, con todas las fuerzas y con
toda la mente y al prójimo por amor a Dios. Donde falta este amor no puede encontrarse ninguna acción sobrenatural, ningún mérito
para la vida eterna, ninguna verdadera y completa felicidad. Es lógico, también, que la caridad sea un dulcísimo fruto, porque el amor
de Dios, es alcanzar el propio fin en la tierra y es el principio de esta unión en la eternidad.
2º ALEGRÍA Es el fruto que emana espontáneamente de la caridad, como el perfume de la flor, la luz del sol, el calor del fuego, da al
alma un gozo profundo, producto de la satisfacción que se tiene de la victoria lograda sobre sí mismo, y del haber hecho el bien.
Esta alegría no se apaga en las tribulaciones crece por medio de ellas. Es alegría desbordada.
3º P A Z La verdadera alegría lleva en sí la paz que es su perfección, porque supone y garantiza el tranquilo goce del objeto amado.
El objeto amado, por excelencia, no puede ser otro sino Dios, y de ahí, la paz es la tranquila seguridad de poseerlo y estar en su
gracia. Esta es la paz del Señor, que supera todo sentido, como dice San Pablo (Fil. 4,7) pues es una alegría que supera todo goce
fundado en la carne o en las cosas materiales, y para obtenerla debemos inmolar todo a Dios.
4º PACIENCIA Siendo la vida una permanente lucha contra enemigos, visibles e invisibles y contra las fuerzas del mundo y del
infierno, es necesaria mucha paciencia para superar las turbaciones que estas luchas producen en nosotros, y para encontrarnos en
armonía con las criaturas con que tratamos, de diferente carácter, educación, aspiraciones y a menudo dominadas por ideas fijas de
todo tipo.
5º LONGAMINIDAD Este fruto del Espíritu Santo, confiere al alma una amplitud de vista y de generosidad, por las cuales, ésta saber
esperar la hora de la Divina Providencia, cuando ve que se retrasa el cumplimiento de sus designios y sabe tener bondad y paciencia
con el prójimo, sin cansarse por su resistencia y su oposición. Longanimidad es lo mismo que gran coraje, y gran ánimo en las
dificultades que se oponen al bien, es un ánimo sobrenaturalmente grande en concebir y ejecutar las obras de la verdad.
6º BENIGNIDAD Es disposición constante a la indulgencia y a la fabilidad en el hablar, en el responder y en el actuar . Se puede ser
bueno sin ser benigno teniendo un trato rudo y áspero con los demás; la benignidad vuelve sociable y dulce en las palabras y en el
trato, a pesar de la rudeza y aspereza de los demás. Es una gran señal de la santidad de un alma y de la acción en ella del Espíritu
Santo.
7º BONDAD Es el afecto que se tiene en beneficiar al prójimo. Es como el fruto de la benignidad para quien sufre y necesita ayuda.
La bondad, efecto de la unión del alma con Dios, bondad infinita, infunde el espíritu cristiano sobre el prójimo, haciendo el bien y
sanando a imitación de Jesucristo.
8º MANSEDUMBRE La mansedumbre se opone a la ira y al rencor, se opone a la ira que quiere imponerse a los demás; se opone al
rencor que quiere vengarse por las ofensas recibidas. La mansedumbre hace al cristiano paloma sin hiel, cordero sin ira, dulzura en
las palabras y en el trato frente a la prepotencia de los demás.
9º FIDELIDAD Mantener la palabra dada, ser puntuales en los compromisos y horarios, es virtud que glorifica a Dios que es verdad.
Quién promete sin cumplir, quien fija hora para un encuentro y llega tarde, quien es cortés delante de una persona y luego la
desprecia a sus espaldas, falta a la sencillez de la paloma, sugerida por Jesucristo e induce a los demás a la incertidumbre en las
relaciones sociales.
10º MODESTIA La modestia, como lo dice su nombre, pone el modo, es decir, regula la manera apropiada y conveniente, en el
vestir, en el hablar, en el caminar, en el reír, en el jugar. Como reflejo de la calma interior, mantiene nuestros ojos para que no se
fijen en cosas vulgares e indecorosas, reflejando en ellos la pureza del alma, armoniza nuestros labios uniendo a la sonrisa la
simplicidad y la caridad, excluyendo de todo ello lo áspero y mal educado.
11º CONTINENCIA La continencia mantiene el orden en el interior del hombre, y como indica su nombre, contiene en los justos
límites la concupiscencia, no sólo en lo que atañe a los placeres sensuales, sino también en lo que concierne al comer, al beber, al
dormir, al divertirse y en los otros placeres de la vida material. La satisfacción de todos estos instintos que asemejan al hombre a los
animales, es ordenada por la continencia que tiene como fin energía, el amor a Dios.
12º CASTIDAD La castidad es la victoria conseguida sobre la carne y que hace del cristiano templo vivo del Espíritu Santo. El alma
casta, ya sea virgen o casada [porque también existe la castidad conyugal, en el perfecto orden y empleo del matrimonio] reina sobre
su cuerpo, en gran paz y siente en ella, la inefable alegría de la íntima amistad de Dios, habiendo dicho Jesús: Felices los limpios de
corazón, porque verán a Dios. Con la gracia de Dios.
Al amar al prójimo desde Dios, hay un flujo de gracia invisible, que viene de Dios y que va más allá de la ayuda misma que se está
dando. Las obras de misericordia son acciones caritativas mediante las cuales ayudamos a nuestro prójimo en sus necesidades
corporales y espirituales (cfIs 58, 6-7: Hb 13, 3).
Cuando ustedes piensan en amar al prójimo, en hacer caridad, en ayudar a los demás, ¿qué ideas le vienen a la cabeza? ¿Cómo
amar al prójimo?.......
¿En qué parte de la Biblia hay una especie de lista sobre cómo mostrar nuestro amor al prójimo en algunos aspectos materiales?
En la descripción del Juicio Final que el mismo Jesucristo nos da en el Evangelio de San Mateo. “Tuve hambre y me dieron de
comer; tuve sed y me dieron de beber; forastero y me recibieron en su casa; sin ropas y me vistieron; enfermo y me visitaron; en la
cárcel y fueron a verme”. (Mt. 25, 35-36)
La Iglesia nos ha dado un listado bastante completo, basado en este texto bíblico, que nos sirve de guía en nuestro amor al prójimo.
¿Lo conocen?
Miser= miseria. Cordia=corazón. Misericordia significa sentir con el otro sus miserias y necesidades, y –como consecuencia de esa
compasión (sentir con) – ayudarlo, auxiliarlo.
Las Obras de Misericordia Corporales, en su mayoría salen de una lista hecha por el Señor en su descripción del Juicio Final.
Y ¿de dónde sale la lista de las Espirituales?
La lista de las Obras de Misericordia Espirituales la ha tomado la Iglesia de otros textos que están a lo largo de la Biblia y de
actitudes y enseñanzas del mismo Cristo: el perdón, la corrección fraterna, el consuelo, soportar el sufrimiento, etc.
El ejemplo más claro de cómo funciona el Amor es la Santísima Virgen María en su visita a su prima Santa Isabel.
La Virgen fue portadora de Dios, pues llevaba a Dios recién encarnado en su seno. Y Santa Isabel lo supo de inmediato, pues San
Juan Bautista (que estaba en el vientre de Isabel) lo hizo saber con grandes saltos de alegría. (verLc. 1, 39-44)
Así debe ser nuestro amor por los demás: llevándoles a Dios que habita en nosotros. Aunque el auxiliado no lo exprese igual que
San Juan Bautista y Santa Isabel, la persona va a recibir muchas gracias del Señor, muchas más que las que cree estar
necesitando, muchas más de las que nosotros creamos estar aportando con nuestro auxilio!
El ejercicio de las Obras de Misericordia comunica gracias a quien las ejerce. Veamos cómo nos beneficia a nosotros el hacer Obras
de Misericordia.
Quien ejerce el amor al prójimo desde el amor a Dios recibe gracias, pues con las obras de misericordia, está haciendo la Voluntad
de Dios. “Den y se les dará” (Lc. 6, 38). Decíamos que una manera de ir borrando la pena purificante que merecen nuestros pecados
ya perdonados (Purgatorio) es mediante obras buenas. Obras buenas son, por supuesto, las Obras de Misericordia.
“Bienaventurados los misericordiosos, pues ellos alcanzarán misericordia” (Mt.5, 7), es una de las Bienaventuranzas.
Además las Obras de Misericordia nos van ayudando a avanzar en el camino al Cielo. Es como si ahorráramos para el Cielo. “No se
hagan tesoros en la tierra”, dice el Señor, “Acumulen tesoros en el Cielo” (Mt. 6, 19 y 20). Al seguir esta máxima del Señor
cambiamos los bienes temporales por los eternos, que son los que valen de verdad.
Eso no es amor cristiano, es ayuda; no es que sea mala, pero no es lo que Dios nos pide.
Bien lo dice Jesús en sus Diálogos a Santa Catalina de Siena, santa seglar de la Orden de Santo Domingo: “Quiera o no quiera, el
hombre se ve precisado a ejercer la caridad (la ayuda) con su prójimo. Aunque, si no la ejercita por amor a Mí, no tiene aquel acto
ningún valor sobrenatural”.
Vamos a ver cada una de las Obras de Misericordia, comenzando por las Corporales. Vamos a buscar primero ejemplos de la Biblia
y luego ejemplos prácticos.
Podemos dar de lo que nos sobra. Esto está bien. Pero podemos dar de lo que no nos sobra. Por supuesto, el Señor ve lo último con
mejores ojos.
Recordemos a la pobre viuda muy pobre que dio para el Templo las últimas dos moneditas que le quedaban. No es una parábola, es
un hecho real que nos relata el Evangelio. Cuando Jesús vio lo que daban unos y otros hizo notar esto:“Todos dan a Dios de lo que
les sobra. Ella, en cambio, dio todo lo que tenía para vivir” (Lc. 21, 1-4).
Esta viuda recuerda otra historia del Antiguo Testamento sobre la viuda de Sarepta, en tiempos del Profeta Elías. Ella alimentó al
Profeta Elías con lo último que le quedaba para comer ella y su hijo, en un tiempo de una hambruna terrible. Y ¿qué sucedió Que no
se le agotó ni la harina y ni el aceite con que preparó el pan para el Profeta. (Ver 1 Reyes 17, 7-16).
A veces no sabemos a quién alimentamos: Abraham recibió a tres hombres que era ¡nada menos! que la Santísima Trinidad
(algunos piensan que eran 3 Angeles), los cuales le anunciaron el nacimiento de su hijo Isaac en menos de un año (ver Gn. 19, 1-
21). Y, a pesar, de la risa de Sara, así fue. (Por cierto el nombre de Isaac significa: "Aquel que hará reír" o “Aquél con el que Dios se
reirá”).
Sobre dar de beber al sediento, la mejor historia de la Biblia es la de la Samaritana a quien el Señor le pide de beber. (Ver Jn. 4, 1-
45)
DAR POSADA AL NECESITADO:
En la antigüedad el dar posada a los viajeros era un asunto de vida o muerte, por lo complicado y arriesgado de las travesías. No es
el caso hoy en día. Pero, aun así, podría tocarnos recibir a alguien en nuestra casa, no por pura hospitalidad de amistad o familia,
sino por alguna verdadera necesidad. Y no sabemos a quién ayudamos. Algunos han ayudado a Ángeles bajo formas humanas: A
Abraham y Lot les sucedió esto. Esto lo recuerda posteriormente San Pablo: “No dejen de practicar la hospitalidad, pues algunos
dieron alojamiento a Ángeles sin saberlo”. (Hb. 13, 2)
VESTIR AL DESNUDO:
Esta obra de misericordia se nos facilita con las recolecciones de ropa que se hacen en Parroquias y otros centros de recolección.
Recordar que, aunque demos ropa usada, no es dar lo que está ya como para botar o para convertir en trapos de limpieza. En esto
también podemos dar de lo que nos sobra o ya no nos sirve, pero también podemos dar de lo que aún es útil.
VISITAR AL ENFERMO:
No se trata de visitas sociales, por cumplir. Se trata de una verdadera atención a los enfermos y ancianos, tanto en cuido físico,
como en compañía. Y la atención más importante en casos de vejez y enfermedades graves es la atención espiritual. El mejor
ejemplo de la Sagrada Escritura es el de la Parábola del Buen Samaritano, que curó al herido y, al no poder continuar ocupándose
directamente, confió los cuidados que necesitaba a otro a quien le ofreció pagarle. (verLc. 10, 30-37)El visitar al enfermo incluye el
auxilio a los heridos.
Esto implica visitar a los presos y darles ayuda material y muy especialmente, asistencia espiritual (para ayudarlos a enmendarse y
ser personas útiles y de bien cuando terminen el tiempo asignado por la justicia).Significa también rescatar a los inocentes y
secuestrados. En la antigüedad los cristianos pagaban para liberar esclavos o se cambiaban por prisioneros inocentes. Hoy en día
este mandato es relevante con prisioneros inocentes y secuestrados ¿no?
El más famoso muerto enterrado y en una tumba que no era propia fue el mismo Jesucristo. José de Arimatea facilitó una tumba de
su propiedad para el Señor. Pero no sólo eso, sino que tuvo que tener valor para presentarse a Pilato y pedir el cuerpo de Jesús. Y
también participó Nicodemo, quien ayudó a sepultarlo. (Jn. 19, 38-42)Esto de enterrar a los muertos parece un mandato superfluo,
porque –de hecho- todos son enterrados. Pero, por ejemplo, en tiempo de guerra, puede ser un mandato muy exigente. En
Venezuela hay la foto que dio vuelta al mundo, pues ganó un Premio Pulitzer, de un Sacerdote, bien identificado con sotana, en
medio de un tiroteo en Puerto Cabello en los años ’60, sosteniendo un soldado casi muerto ya.
Por qué el cuerpo humano ha sido alojamiento del Espíritu Santo. Somos “templos del Espíritu Santo”. (1 Cor 6, 19).
Pero, ¿saben que está sucediendo hoy en día con los cuerpos cremados, hechos cenizas?
Se está irrespetando a lo que ha sido templo del Espíritu Santo, porque la gente esparce las cenizas por donde se le ocurre, no
dándole una sepultura digna. ¡Hasta se hacen dijes colgantes para guardar el recuerdo del difunto! O se tienen las cenizas expuestas
en la casa (!!!)
NORMAS DE LA IGLESIA SOBRE CREMACION Y CENIZAS.
"La Iglesia permite la incineración cuando con ella no se cuestiona la fe en la resurrección del cuerpo" (Catecismo de la Iglesia
Católica # 2301).
Aunque la Iglesia claramente prefiere y urge que el cuerpo del difunto esté presente en los ritos funerales, estos ritos pueden
celebrarse también en presencia de los restos incinerados del difunto.
Cuando por razones válidas no es posible que los ritos se celebren en presencia del cuerpo del difunto, debe darse a los restos
incinerados el mismo tratamiento y respeto debido al cuerpo humano del cual proceden.
Este cuidado respetuoso significa el uso de un recipiente digno para contener las cenizas; debe expresarse en la manera cuidadosa
en que sean conducidos y en el sitio de su colocación final. Los restos incinerados deben ser sepultados en una fosa o en un
mausoleo o en un columbario (nicho).
La práctica de esparcir los restos incinerados en el mar, desde el aire o en la tierra, o de conservarlo en el hogar de la familia del
difunto, no es la forma respetuosa que la Iglesia espera y requiere para sus miembros. (Orden de Funerales Cristianos, Apéndice No.
2, Incineración, No. 417)
ENSEÑAR AL QUE NO SABE:
Consiste en enseñar al ignorante sobre temas religiosos o sobre cualquier otra cosa de utilidad. Esta enseñanza puede ser a través
de escritos o de palabra, por cualquier medio de comunicación o directamente. “Quien instruye a muchos para que sean justos,
brillarán como estrellas en el firmamento”. (Dan. 12, 3b).
DAR BUEN CONSEJO AL QUE LO NECESITA:
Aquí es bueno destacar que el consejo debe ser ofrecido, no forzado. Y, la mayoría de las veces es preferible esperar que el consejo
sea requerido. Asimismo, quien pretenda dar un buen consejo debe, primeramente, estar en sintonía con Dios. Sólo así su consejo
podrá ser bueno. No se trata de dar opiniones personales, sino de veras aconsejar bien al necesitado de guía.
“Los guías espirituales brillarán como resplandor del firmamento”. (Dan. 12, 3a).
CORREGIR AL QUE ESTA EN ERROR:
No se trata de estar corrigiendo cualquier tipo de error. Esta obra se refiere sobre todo al pecado. Otra manera de formular esta Obra
de Misericordia es así: Corregir al pecador.
Es de suma importancia seguir los pasos de la corrección fraterna que Jesús nos dejó muy bien descritos: “Si tu hermano ha pecado,
vete a hablar con él a solas para reprochárselo. Si te escucha, has ganado a tu hermano. Si no te escucha, toma contigo una o dos
personas más, de modo que el caso se decida por la palabra de dos o tres testigos. Si se niega a escucharlos, informa a la
asamblea (o a los superiores)”. (Mt. 19, 15-17)
Para cumplir esta Obra de Misericordia convenientemente hay que tener en cuenta dos cosas: que pueda preverse un resultado
positivo a nuestra corrección y que no nos causemos un perjuicio a nosotros mismos. Debemos corregir a nuestro prójimo con
mansedumbre y suma consideración. Una corrección ruda puede tener el efecto contrario.
No podemos convertirnos en gendarmes de la gente; es decir en estar pendientes de todo lo que haga la gente. Sin embargo,
corregir al errado en fe y moral es un consejo del Señor. Así termina el Apóstol Santiago su Carta: “Sepan esto: el que endereza a un
pecador de su mal camino, salvará su alma de la muerte y consigue el perdón de muchos pecados”. (St. 5, 20).
El mejor ejemplo de perdón en el Antiguo Testamento es el de José, que perdonó a sus hermanos el que hubiera tratado de matarlo
y luego hayan decidido venderlo. “No se apenen ni les pese por haberme vendido, porque Dios me ha enviado delante de ustedes
para salvarles la vida”. (Gen. 45, 5).Y el mayor perdón del Nuevo Testamento: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”.
(Lc. 23, 34).
CONSOLAR AL TRISTE:
El consuelo para el triste o deprimido se asemeja al cuido de un enfermo. Y es muy necesario, pues las palabras de consuelo en la
aflicción pueden ser determinantes. Aquí pueden entrar la atención de conversación con los ancianos, que tanto nos han dado y que
en su vejez requieren que alguien les oiga, les converse, los distraiga.