Sucesos-Y-Relatos - Roberto-Flores (2015)

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ROBERTO FLORES O.

El estudio de los relatos es la materia del presente libro, aborda-


do alrededor de tres ejes temáticos: los sucesos, el aspecto y la
secuencialidad y progresión narrativas. Las tesis aquí propuestas

en donde prima la producción del efecto de realidad (Barthes) y


SUCESOS
la validación cognoscitiva de lo narrado. La elección de este tipo

Y RELATO

SUCESOS Y RELATO
de narraciones se revela estratégica, pues permite tender puentes
disciplinarios entre la lingüística y la semiótica, así como dar
un fundamento fenomenológico y cognoscitivo a los conceptos
aquí presentados. El aspecto, encargado de la duración interna
de los sucesos, es presentado, en especial, como el responsable del
avance de las narraciones: la riqueza de efectos de sentido que
aporta a los relatos es puesta aquí en relieve y utilizada para dar
cuenta de la diversidad de maneras de contar la historia.

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SUCESOS Y RELATO
—hacia una semiótica aspectual—
SUCESOS Y RELATO
—hacia una semiótica aspectual—

Roberto Flores O.

México, 2015
Primera edición: diciembre 2015

D.R. © 2015 Instituto Nacional de Antropología e Historia


Córdoba 45, colonia Roma, 06700 México, D.F.
Escuela Nacional de Antropología e Historia
Periférico Sur y Zapote s/n, col. Isidro Fabela, Tlalpan, 14030 México, D.F.
http://www.enah.edu.mx/publicaciones/consulta.php

D.R. © 2015 Ediciones del Lirio


Azucenas 10, colonia San Juan Xalpa, delegación Iztapalapa,
C.P. 09850, México, D.F.
http://www.edicionesdellirio.com.mx

ISBN: 978-607-8446-18-6

Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción total o parcial


de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y
el tratamiento informático, la fotocopia o la grabación, sin la previa autorización
por escrito de los titulares de los derechos de esta edición.

Hecho e impreso en México


ÍNDICE

9 AGRADECIMIENTOS

11 APERTURA

21 PARTE I: Sucesos

23 I. Continuidad y relato
51 II. Segmentación y clausura
77 III. Secuencialidad y presuposición

103 PARTE II: Aspecto

105 IV. Tipos de suceso


135 V. Sintagmática aspectual
157 VI. Fases de suceso
175 VII. Modos de ocurrencia

207 PARTE III: Relato

209 VIII. Interacciones aspectuales


235 IX. Progresión narrativa

263 CIERRE

281 BIBLIOGRAFÍA
AGRADECIMIENTOS

E l texto aquí presentado es producto de una investiga-


ción emprendida hace quince años y desarrollada inter-
mitentemente, debido a la necesidad de atender los diversos
frentes que la carrera académica presenta. Quiero, sin em-
bargo, dejar constancia que la razón de mi persistencia se
encuentra en gran medida en mis estudiantes que, a lo largo
de los años, fueron encontrando puntos de interés para sus
propias investigaciones: sus comentarios han sido el mejor
aliciente de mi perseverancia. En distintas ocasiones he te-
nido la oportunidad de exponer, en distintas universidades,
algunos apartados de este trabajo, en versiones algunas veces
muy preliminares: que mi público de entonces disculpe las
vacilaciones y las imprecisiones y encuentre aquí algo más de
claridad de lo que en su momento pude haberles expuesto.
También agradezco a los miembros del CUCUSI (Cultura,
Cuerpo y Significación) grupo académico de la Escuela Na-
cional de Antropología e Historia su impulso para culminar
este libro: la multidisciplina pasa necesariamente por la con-
junción de los esfuerzos individuales y se enriquece con la
diversidad de perspectivas: gracias, pues, a Adriana Guzmán
y a Boris Fridman por el ánimo y la compañía intelectual y
afectiva.
Un muy especial agradecimiento le debo a Miguel Ariza,
aunque debiera decir complicidad, si la obligación de asumir
la responsabilidad de mis propias palabras no me lo impi-

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Roberto Flores O.

diera: semestre tras semestre hemos discutido muchas de las ideas planteadas
aquí. Espero haber estado a la altura de su aguda inteligencia.
Pero, ante todo, agradezco a Ce su amor durante los largos días en que,
retraído del mundo y concentrado en la pantalla, respondía con monosílabos
a su dulce compañía. A ella dedico este libro.

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APERTURA

D esde niños nos hemos visto fascinados por los relatos,


hemos seguido con fruición cada una de las peripecias
que nos ofrecen y nos hemos complacido con las proezas de
nuestros héroes; mientras más pequeños, invadidos de una
urgencia maníaca, hemos exigido que el relato fuera repe-
tido idéntico hasta el último detalle, sin omitir nada. Tal
obsesión exige una explicación que rebase las perspectivas
instrumentales sobre el lenguaje y que ubique en su justo lu-
gar las narraciones, que reconozca su importancia, no como
una simple fabulación, despliegue de la fantasía, sino como
una manera esencial de situarse en el mundo, para dotarlo
de sentido, para trazar una vía de acción en él, en suma, un
modo privilegiado en que el hombre deviene en hombre. Los
relatos dan inteligibilidad al mundo: lo hacen a partir de sus
propiedades intrínsecas, a partir del hilo de la narración, a
lo largo de los sucesos que lo componen, en su entramado.
¿Qué trama? La pregunta intenta adivinar las intencio-
nes del prójimo y buscamos la respuesta en los principios
de comprensión que nos propone el orden del relato. Si las
acciones de los demás nos intrigan, los relatos con mayor ra-
zón lo hacen, pues lo hacen literalmente, al cuestionar con su
intrincado desarrollo la diversidad de formas con que imagi-
namos el mundo y sus leyes y al enfrentarnos a los límites de
nuestras experiencias, tanto como a la parcialidad de nuestras
opiniones. Como proverbial cristal multicolor, el relato mul-

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tiplica las perspectivas y brinda un sano desmentido a las mentes prejuiciosas.


Es más, los relatos constituyen terrenos en los que realizamos experimentos
—no sólo mentales, sino lingüísticos (¿cómo separar esa entrañable pareja?)—
acerca de la consistencia del mundo; con ellos ponemos nuestras creencias
a prueba, sin tener que sufrir en carne propia las consecuencias de nuestros
intentos. Con los relatos construimos mundos que no son trivialmente rea-
listas, sino que en ellos ponemos en tensión las leyes mismas que atribuimos
al mundo real, que dan fundamento a cada una de nuestras reacciones frente
a los estímulos y que justifican todos nuestros comportamientos. Los relatos
despliegan esa física folk en la que el sol se pone, los objetos se ven dotados
de ímpetu y la magia obtiene su peculiar eficiencia. Más aún, en los relatos es
posible imaginar mundos que violen cada una de las leyes que consideramos
inamovibles: las tramas son iconoclastas, desafían las certezas, al tiempo que
proponen alternativas a cada uno de los principios que constituyen nuestro
más arraigado sentido común. Y todavía más, en un paradójico retorno a la
sensatez, los relatos proporcionan un lenguaje con el cual hablar de nuestros
inventos científicos, de nuestras teorías y sus evidencias: los físicos podrán
aducir que su mundo está hecho de ecuaciones, pero llega un momento en
que, para explicarse, tienen que recurrir a lo que llaman “una narrativa”.
Al afirmar que los relatos ponen en tela de juicio la inteligibilidad del
mundo, hacemos una apuesta por la eficacia de las palabras y nos deslinda-
mos de quienes hacen de ellas un simple intermediario en la expresión del
pensamiento. El lenguaje se manifiesta en relatos, no en proposiciones o en
palabras sueltas: la narrativa es una alternativa a la idea de que las unidades
lingüísticas básicas en la constitución del sentido son los nombres sustantivos
o de que el sentido se construye mediante proposiciones asertivas. El sentido
se construye a partir de los modos en que las personas conciben su relación
con el mundo y se representan su influencia sobre los estados de cosas. No sólo
describimos aquello que es, sino, ante todo, narramos nuestra actuación en el
mundo y las tranformaciones que este sufre. Si bajo el modo de la descripción,
el lenguaje se limita a informar sobre las cosas —lo que ha privilegiado las
proposiciones— y, bajo el modo de la argumentación, se confunde con los
estados mentales de quienes intervienen en los intercambios comunicativos,
bajo el modo narrativo se presentan las descripciones y las argumentaciones
como encadenamientos de acciones y sucesos, como productos del hombre.
Intuimos que el interés por los relatos desborda ampliamente el campo de

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SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
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la literatura, de la tradición oral o la mitología. La narratividad es una hipóte-


sis general sobre la constitución del sentido en los lenguajes que no es relegada
a una propiedad, por más esencial y definitoria que sea, de los relatos: la hipó-
tesis de que el significado en las lenguas (y en otros sistemas semióticos) posee
una estructura específica, constituida mediante series de acciones y de sucesos.
Como tal, se le encuentra operando en todos los campos de acción del hombre
y constituye un centro de interés para una amplia gama de disciplinas, como la
literatura, la historia, la psicología, la sociología, la medicina, el derecho, etc.
Concebida como principio de inteligibilidad, la narratividad se rehúsa a ser
encajonada en una manera, entre otras varias, en que se comunican informa-
ciones sobre el mundo: esa restricción deriva de una visión realista y utilitarista
del lenguaje que hace poca justicia a la inventiva del hombre, a su creatividad,
además de reducir el lenguaje a una función accesoria.
Al concentrarse en el estudio de la narratividad se impone un replantea-
miento del término relato o narración, que ya no es posible restringir a la lite-
ratura de ficción y que es preciso tomar a la letra de la definición que el Dic-
cionario de la Real Academia del Español (DRAE: en línea) propone, como
“exposición de una serie de sucesos reales o imaginarios que se desarrollan en
un espacio y durante un tiempo determinados”. Así considerado, y en conso-
nancia con las tesis aquí expuestas, el relato pasa a ser el modo privilegiado de
manifestación del lenguaje, sea ficción o no.

Últimamente se ha puesto de moda entre los círculos de semiotistas la


idea de “escapar de Propp”, lo que supone una distanciamiento, a mi juicio
saludable, de ciertas tesis universalistas, de cierto imperio de los esquemas de
relato centrados en las búsquedas, en las apropiaciones y en la resolución de
carencias, pero esa tesis no ha estado exenta de tergiversaciones y excesos, en
donde el estudio de la narración se ve olvidado, cuando no negado en aras
de pretendidas “superaciones” de teorías, como si el conocimiento fuera un
continuado proceso de innovación sobre la base del olvido. Esos idólatras del
gadget novedoso y del último modelo olvidan que las narraciones siguen ofre-
ciendo un terreno fértil para la comprensión del sentido en las lenguas y que la
narratividad sigue siendo un modo básico con que opera nuestra inteligencia
y con que se suscitan y expresan nuestras emociones.
En contra de quienes pregonan la caducidad del tema, sigue siendo esen-
cial preguntarse: ¿cómo está constituido un relato? Lejos estamos de las certe-

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Roberto Flores O.

zas de antaño, que confiaban en encontrar una clave única de comprensión,


un principio básico a partir del cual abarcarlo. Acabadas las esperanzas valien-
tes, pero en suma optimistas, desbrozado el inicio del camino, el continente
narrativo se nos aparece ahora en su extensión, complejidad y riqueza: hori-
zonte de conocimiento que la vista no termina de abarcar, con cada nueva
exploración ofrece nuevos parajes y brinda comarcas ignotas o invita a recorrer
viejos caminos que se pensaban ya cartografiados, pero que con una nueva
mirada ofrecen paisajes renovados. La estructura del relato ofrece así tanta
diversidad y riqueza como los mundos de los que nos habla. El presente libro
propone continuar ese viaje.

Nada más accesible en apariencia que el hecho de seguir el curso de las


peripecias en un relato, de principio a fin, con la misma minuciosidad de
cuando éramos niños, sin omitir nada, dejando que cada pasaje se despliegue
y se muestre, permitiendo que cada episodio ceda el lugar al siguiente. En los
años 70 y 80 del siglo pasado se privilegió la idea de un relato constituido
mediante unidades discretas organizadas jerárquicamente y orientadas hacia
la instauración de un estado final; fueron décadas dedicadas a la descripción
de la programación de acciones y su ordenamiento jerárquico a partir del
fructífero concepto de modalidad. En esos años el énfasis era puesto en la
acción, concebida desde una perspectiva aristotélica como una transforma-
ción de estados. Es curioso que la semiótica haya, así, privilegiado un modelo
acrónico de transformaciones de estado, ordenadas en programas narrativos,
en detrimento de la secuencia temporal: como si el andamio fuera la razón de
ser de la cúpula que sostiene. Frente a las estructuras acrónicas, garantes de la
estabilidad de sus componentes, el flujo de la narración ofrece un panorama
cambiante, una sucesión de perfiles, un devenir que sólo una mirada cursiva
es capaz de poner en foco.
Poco a poco se ha ido imponiendo la idea de que una mirada finalista era
demasiado estática y no daba cuenta del despliegue progresivo de los relatos,
de su orientación, fuente de expectativas y de sorpresas. Un enfoque secuencial
sobre los relatos ha puesto atención en su dinámica y en su constitución mor-
fológica: el devenir no sólo es del relato, sino de los personajes y sus escenarios
de acción. Al seguir un relato (P. Ricoeur, 1983), se ofrece a la mirada el alcan-
ce de su temporalidad interna, no un tiempo impuesto desde el exterior, desde
la cronología o desde quien lo narra o lo lee/escucha, sino una temporalidad

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SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
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intrínseca, una duración propia, inscrita en los contenidos de la lengua. Se im-


pone, en toda congruencia, una mirada dinámica que sea capaz de seguir paso
a paso el desarrollo de todo aquello que es relatado, que se pliegue al transcu-
rrir de los eventos y, desde ahí, observe las múltiples duraciones que afectan
tanto a los personajes y sus acciones, como a los objetos. En conformidad con
esa perspectiva dinámica de los relatos, se impone también que la mirada cur-
siva se dirija hacia las entidades ahí presentadas, una mirada que contemple las
modificaciones en la consistencia, en la contextura de las figuras que aparecen
en la escena narrada y que les otorgan una identidad cambiante.
El devenir del relato ofrece al lector suspenso y sorpresa. Pero, si al detener
el curso de la narración para diferir el final, el lector se ve colgado de un hilo,
si en otro momento ese mismo lector, desprevenido, descubre lo inesperado
y cae presa de la maravilla, ¿a qué elementos de los relatos corresponden esos
estados subjetivos?, ¿qué los suscitan?, ¿a qué responden?, ¿cuáles son sus con-
trapartes narrativas? El presente trabajo aborda la narratividad desde la pers-
pectiva del ordenamiento secuencial de aquello que es narrado, para mostrar
la manera en que los sucesos así presentados son agrupados en series que con-
ducen progresivamente hacia un final. El acento es puesto en la disposición de
estos elementos narrativos a lo largo del relato, uno tras otro, uno propiciando
o permitiendo la presencia del otro. De esta manera se ofrece a la mirada la
secuencialidad más que la jerarquía, la disposición de los sucesos a partir de su
constitución temporal inherente, más que su subordinación a un todo. Como
consecuencia de esta idea, pudiera pensarse que la duración narrada en el rela-
to aparece así como producto de la duración de los sucesos constitutivos; pero
se trata de un efecto de composición que rebasa la mera suma de duraciones.
Es cierto que nuestra cultura nos ha inculcado un afán obsesivo por la
medición del tiempo, pero la duración intrínseca de los sucesos narrados y su
modo de organización no se deja reducir a una adición de tiempos medidos.
¿Cómo entender si no que una suma de instantaneidades da como resultado
una duración definida? Si existe ahí una paradoja, ésta sólo se produce en
virtud de una obsesión por la cuantificación, en detrimento de la captación
fenoménica del tiempo interno a los relatos. La categoría del aspecto permite
eliminar la paradoja en provecho de una descripción de la estructura narrativa
constituida por series de sucesos provistos de temporalidad interna. A partir
de ahí se plantea la posibilidad de describir la secuencialidad narrativa y su
orientación progresiva hacia el final.

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Roberto Flores O.

Al emprender la tarea de construir las herramientas descriptivas con las


que será abordado el discurrir de las narraciones, se tornará evidente que ese
fenómeno no se limita a los sucesos y sus seriaciones, sino que alcanza la cons-
titución misma de las magnitudes semióticas, cualquiera que éstas sean. Se
trata, entonces, de mostrar la manera en que los verbos, sustantivos y demás
partes de la oración contribuyen a construir personajes, objetos y acciones
organizados textualmente, con recursos y categorías que pensábamos estaban
limitados a la expresión verbal de las acciones. Las categorías aspectuales no
sólo afectan a los verbos, sino que contribuyen a dar propiedades reconocibles
a todas las magnitudes textuales. Este alcance de la aspectualidad, entendida
entonces como un recurso generalizado de la construcción de figuras discur-
sivas, ha sido ya reconocido por autores ilustres, de quienes aceptamos la in-
vitación para describir la aspectualidad, por ejemplo, de los objetos. Al darles
un sustrato constructivo común, un puente será tendido entre las unidades
oracionales de manera que su identidad deje de descansar en su capacidad de
referirse a cosas, personas y acciones y se apoye en la aspectualidad. Se abre así
un acceso para imaginar las formas esquemáticas comunes a las lenguas y a sus
practicantes, con las que textualmente se construyen por igual las figuras de las
cosas, las personas y las acciones.
Y, como si fuera todavía necesario, pero obligados por la perspectiva
semiótica voluntariamente asumida, se verá, aunque sea de manera breve y
meramente alusiva, que el aspecto ofrece también un modo de concebir el
ordenamiento de los comportamientos humanos. Sin pretender un desarrollo
cabal, el cual en todo caso sería prematuro, por más prometedor que parezca,
se insinuará la pertinencia de una antropología de los rituales basada en el
aspecto. Quizá esa sea la vía para renovar una añeja discusión en torno a las
relaciones entre lenguaje, pensamiento y cultura entrampada por momentos
en posiciones de principio y recurso a un conjunto manido de principios pro-
venientes de una u otra disciplina: la salida quizá resida en recurrir a conceptos
y categorías operativas, como el aspecto, que enriquezcan nuestras visiones de
los hechos mentales, lingüísticos y culturales, más que en tesis abstractas des-
ligadas de los fenómenos que estudiamos.

En este libro se propone un modelo aspectual para el análisis de los su-


cesos narrados en los relatos. En términos disciplinarios se inscribe, como ya
el lector habrá notado, dentro de la semiótica narrativa inaugurada por A. J.

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SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
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Greimas, pero se complementa con un fundamento fenomenológico, que es


centro renovado de interés para una gama amplia de las ciencias sociales y de
las humanidades. El meollo central lo constituye la definición de los conceptos
de suceso y de aspecto, lo que supone una confrontación de autores y teorías
que los han abordado. Más allá de las divergencias teóricas, la confrontación se
produce entre disciplinas, pues, además de los semiotistas, lingüistas, filósofos
y críticos literarios han abordado estos temas, desde los presupuestos de sus
propias prácticas especializadas. Estos conceptos plantean en especial un deba-
te en torno a las unidades de análisis, pues unos privilegian las oraciones como
unidades máximas de análisis, mientras que otros encuentran su campo de
reflexión en las narraciones y otros sólo ven sentido a hablar sobre el lenguaje
en función de la realidad de la que habla. Frente a las cómodas distribuciones
de ámbitos de influencia, en las que unos se limitan a las unidades por ellos
reconocidas, al tiempo que vedan o condicionan el acceso a las disciplinas aje-
nas —de esta manera, por ejemplo, se erige un hiato entre las frases y el relato
que, en virtud del statu quo, es juzgado insalvable—, persiste un hecho tozudo
que escapa a las diferencias: todas esas disciplinas comparten como objeto de
reflexión el lenguaje. Pensar que sus objetos son disímbolos, o que obedecen
a principios totalmente ajenos a los propios, supondría hacer del lenguaje una
entidad heterogénea que ninguna disciplina podría abarcar. Frente a las ten-
dencias a la desagregación, el modelo de análisis aquí esbozado apuesta por la
unidad del conocimiento y plantea una manera de efectuar el tránsito entre
la semiótica narrativa y la lingüística más cercana a los planteamientos de la
primera, es decir, la lingüística cognoscitiva. Se produce, entonces, una unifi-
cación disciplinaria que, no por incipiente, deja de proponer metas y retos a
los investigadores.
Acorde también con la voluntad multidisciplinaria, cada vez que sea po-
sible, los ejemplos provendrán de la historiografía. P. Ricoeur (1983) planteó
los principios de pertinencia del análisis narrativo para la comprensión de la
historia pero, en lo que a este autor se refiere, quien abrió el camino fue E.
O’Gorman (1949), al hacer de la historia la versión personal de lo acontecido
a partir de la lectura de las fuentes primarias. Esta investigación ha sido la
ocasión para incursionar en muchos aspectos de la mentalidad de los cronistas
de Indias: no por saber el desenlace, la historia de la Conquista de México deja
de ofrecer múltiples ocasiones de maravilla y reflexión. Aunque de manera

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Roberto Flores O.

indirecta, el presente trabajo se deja leer en filigrana como una propuesta de


método para la historia narrativa.

La propuesta se plantea en tres grandes apartados. El primero define la


noción de suceso narrado desde una perspectiva fenomenológica que privi-
legia la captación de los relatos como significaciones contenidas en unida-
des lingüísticas. Este acercamiento contrasta la noción semántica de suceso,
como contenido narrado, con nociones peligrosamente cercanas, como son
los hechos a los cuales el relato hace referencia y el conocimiento que se tiene
de ellos. De esta manera, en el primer capítulo, se define un acercamiento
específicamente semiótico a la teoría de los eventos, frente a acercamientos
ontológicos y gnoseológicos. El segundo capítulo está dedicado a la manifesta-
ción textual de los relatos: en él se propone una definición mereológica de este
tipo de discurso, que permita concebirlo al mismo tiempo como una unidad
textual compuesta de secuencias narrativas y como un conjunto de sucesos.
Desde la perspectiva de una práctica descriptiva, el capítulo desarrolla los prin-
cipios de la segmentación textual y la constitución de unidades para el análisis.
El tercer capítulo concluye la primera parte y está dedicado a la presentación
de la noción de orden en los relatos: frente a varias alternativas, se privilegia
un orden lógico apoyado en la noción de presuposición entre sucesos, la cual
es definida y puesta en práctica en un ejemplo de análisis.
La segunda parte define el concepto de aspecto desde una perspectiva
sintagmática y paradigmática. Esta categoría da lugar a tres tipos de efecto de
sentido: tipos de suceso, fases de suceso y modos de ocurrencia. El cuarto ca-
pítulo aborda la definición paradigmática de los tipos de suceso, a partir de las
propuestas de los filósofos analíticos y los lingüistas: el análisis de la tipología
se realiza desde una semántica composicional no realista. El quinto capítulo
aborda las condiciones que permiten el despliegue sintagmático de los tipos
reconocidos previamente desde una perspectiva localista de corte morfológico
y dinámico. Por su parte, el sexto capítulo recoge un contraste seminal entre
sucesos estáticos y durativos y sucesos dinámicos pero no durativos, para mos-
trar el surgimiento de las tres fases de suceso, tradicionalmente reconocidas en
lingüística: el incoativo, el mediano y el terminativo. Se pone especial cuidado
en no confundir estas fases con las que caracterizan a los relatos típicos —el
inicio, el desarrollo y el final—, toda vez que el paso del suceso al relato no se
produce simplemente al efectuar una analogía de este último con el primero,

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SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
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como si uno fuera un macrosuceso o, el otro, un microrrelato. El séptimo


capítulo presenta distintos modos de ocurrencia de los sucesos, en especial
la diversidad de efectos aspectuales que surgen de la repetición de un mismo
suceso o del reconocimiento de la identidad, y eventual unidad narrativa, que
componen sucesos contiguos, todos ellos incluidos bajo el rubro de la itera-
tividad: dentro de este mismo capítulo, se destaca el caso del intensivo como
un modo que contrasta con el iterativo y que es fuente de nuevos significados
de las unidades lingüísticas y textuales que afecta. El capítulo culmina con
una conceptualización para la descripción aspectual de magnitudes semánticas
distintas a los sucesos: en él se recogen propuestas convergentes que provienen
del campo de la lingüística y de la semiótica y se ofrecen breves ejemplos de
descripción aspectual de los objetos.
Si el séptimo capítulo con el que concluye la segunda parte representa
ya un desbordamiento de los límites generalmente asignados a la categoría
del aspecto, la tercera parte extiende su alcance en otra dirección, la del rela-
to. El octavo capítulo presenta una temática que habitualmente es restringida
al análisis semántico de las oraciones, como es el de los cambios aspectuales
producto de la inserción de un verbo en distintos entornos oracionales. Dado
que la perspectiva adoptada es semiótica, el capítulo muestra que esos efectos
rebasan el ámbito de las unidades lingüísticas tradicionales y se extienden a
las secuencias narrativas y los relatos. Ese desbordamiento se acompaña por la
inclusión de un segundo tipo de procesos semánticos, como son las sobreas-
pectualizaciones: si la lingüística ha privilegiado el paso de un valor aspectual
a otro como resultado de la inferencia de un contexto oracional, la semiótica
muestra que en muchos casos, no se produce la sustitución de un valor por
otro, sino que los valores se van acumulando y siguen operando en el relato,
aunque con distintos grados de nitidez: este efecto sólo se aprecia en su justa
medida desde las magnitudes semióticas de gran extensión: al pasar de las ora-
ciones a los textos emergen nuevas estructuras productoras de sentidos que,
si bien son deudoras de sus componentes, son también fuente para nuevos
modos de organización y nuevos efectos de sentido. Por último, el noveno
capítulo completa la transición de la oración al relato, al abordar los inicios, los
desarrollos y los finales. En él se pone énfasis en la progresión narrativa, lugar
donde se despliega lo esencial de la trama, pero cuya importancia ha sido a
veces minimizada, al reducirla a una conciliación de los inicios con los finales.
Acerca de esta concordancia discordante, como F. Kermode (2000 [1966]) la

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Roberto Flores O.

llama, la crítica literaria tradicional y la noción de tipo de suceso coinciden,


pues ambos consideran más fácil abordar y conceptualizar los extremos de las
unidades semánticas, sus bordes, que sus partes intermedias. Al promover un
estudio de las partes medias del relato, el capítulo se ve conducido a insertar la
totalidad de la reflexión emprendida desde el primer capítulo en una propues-
ta para teorizar el devenir de los sucesos en los relatos.

20
PARTE I
SUCESOS

21
PRIMER CAPÍTULO
CONTINUIDAD Y RELATO

1. INTRODUCCIÓN

E s común afirmar que el mundo se presenta frente al su-


jeto en perpetuo movimiento y cambio: ese mundo se
encuentra, pues, constituido como un flujo de acontecimien-
tos, en el que las cosas se funden en el cambio y no ofrecen
un asidero a la permanencia en su ser. Las transformaciones
ocurren constantemente y lo que llamamos un hecho se en-
cuentra siempre en devenir, sin ofrecer una identidad acaba-
da o final. Esto que ocurre en el mundo también sucede al
interior del lenguaje, pero bajo un modo paradójico, pues, si
bien el discurrir ofrece un cambio constante, sus productos,
lo dicho, adquieren visos de inmovilidad. Lo dicho, dicho está,
afirma la sabiduría popular y, con ello, reconoce la inamo-
vilidad de aquello que ha sido proferido, la incapacidad de
cambiar la historia: el fluir del habla contrasta con la persis-
tencia de su contenido. A partir de esta paradoja, surge otra
fuente de perplejidad, pues aquello que es proferido y que
permanece, remite a un contenido sujeto al devenir: lo que

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Roberto Flores O.

se dice, habla de un mundo cambiante, poblado de personajes, cuyas acciones


se presentan como un conjunto ordenado de magnitudes semánticas dentro de
una estructura narrativa. Aquí se pretende describir el devenir de ese mundo
narrado y abordar, más que el flujo de acontecimientos en la conciencia, el
continuo transcurrir de los sucesos en los relatos: con ello se pretende fundar
una semiótica del devenir y de los sucesos.
Tradicionalmente, la semiótica ha analizado los discursos —y de manera
preponderante los relatos— como un organización jerárquica de acciones que
describe con ayuda de programas narrativos. Esos análisis han puesto énfasis
en la acción como una transformación de un estado inicial a un estado final,
como una discontinuidad que se introduce entre esos dos estados (A. J. Grei-
mas y J. Courtés, 1982 [1979]: 415 y ss.). La acción ha sido, pues, concebida
como una mediación entre ambos estados, pero no se ha descrito la transfor-
mación misma, su acercamiento ha sido indirecto: se “mide” la transformación
mediante una comparación, al reconocer las diferencias que existen entre un
estado final ya transformado y su correspondiente estado inicial. De este modo,
la transformación es simplemente detectada, sin ser propiamente caracteriza-
da: la transformación es lo que sucede en el intersticio de estados consecutivos,
es lo que llena el vacío entre ambos, pero que no es aprehendido directamente.
Ahora bien: sin suponer que las transformaciones son enteramente accesibles
al entendimiento, tal tipo de acercamiento deja pendientes cuestiones acerca
de cómo se produce el cambio, cuál es su régimen temporal, cómo se presenta
el cambio desde el punto de vista de los estados involucrados.
Al variar un poco la perspectiva, la semiótica y la semántica lingüística
también han descrito la acción como un nudo de relaciones que se establece
entre los participantes. Desde ese punto de vista, la acción es el resultado de
la interrelación entre actantes dotados de distintas competencias: la acción es
una confrontación interactancial, ya sea bajo la forma de un conflicto, ya sea
como cooperación. Este enfoque hace un espectáculo de la acción, para utilizar
el término empleado por A. J. Greimas (1976 [1966]: 265; quien a su vez
citaba el petit drame de la escena verbal de L. Tesnière, 1959: 102), es decir,
el lugar en donde se entraman vínculos entre un proceso, unos actores y sus
circunstancias: en ese sentido, la acción no es una magnitud semiótica inteligi-
ble, sino el lugar en donde se asienta la propia inteligibilidad representada por
la identidad de los actantes. Ahí también, aunque de manera más velada, la
descripción privilegia una concepción discontinua de los relatos. Frente a esos

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SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Primer capítulo. Continuidad y relato

acercamientos tradicionales, es posible proponer una descripción de los relatos


en términos de una secuencia de sucesos dotada de progresión narrativa que
la conduce, o no, a un final. Se trata de caracterizarlos como series de sucesos
que, valga la redundancia, se suceden unos a otros en un flujo constante.

2. SUCESOS

Aquí se tomará como eje de la reflexión el relato histórico. Un acercamiento


ingenuo a la noción de evento invita a hacer descansar tanto su orden como
su progresión en los hechos que el relato histórico refiere y que se consideran
efectivamente acaecidos; a ellos les correspondería la tarea de mostrar sus vín-
culos, motivaciones y causas, sin injerencia del historiador y sin que la lengua
empleada tenga mayor relevancia. Sin embargo, desde la perspectiva del signi-
ficado vehiculado por las palabras, las frases y otras unidades del lenguaje, se
trata de eventos narrados, que deben ser considerados exclusivamente como
contenidos semánticos del discurso: es desde el discurso que los eventos ob-
tienen su sentido, el cual se construye a través de su sucesión y el orden pro-
gresivo de sus encadenamientos. Las palabras aisladas o fuera de su contexto
discursivo no son, por sí solas, capaces de proporcionar el sentido que las hace
constituirse en ese tipo de totalidad que son los relatos históricos. Los eventos
que se muestran en las historias son eventos ante todo legibles (o eventualmen-
te audibles), suponen la capacidad de ser comprendidos a partir de las palabras
que los refieren. De esta manera se distingue el evento, en cuanto es narrado,
del evento que acaece efectivamente en un pasado y, ambos, se diferencian del
evento en cuanto es conocido y perteneciente al dominio de los historiadores.
Esta distinción descansa en una divergencia fundamental que existe entre los
tres tipos de evento basada en su pertenencia a ámbitos independientes: el
lenguaje, el mundo y el conocimiento: el suceso es una noción de carácter
lingüístico, el hecho es de carácter óntico y el acontecimiento es de carácter
cognoscitivo.1 Para poder plantear un acercamiento semiótico al acaecer de los

1. En términos de P. Ricoeur (1983: 108 y ss.), el primero pertenece a la mimesis I, que


corresponde a la “pre-comprensión del mundo de la acción”, mientras que el tercero responde
a la mimesis II, es decir, a su “configuración” en el discurso, el segundo escapa a la aprehensión
directa por parte del sujeto de conocimiento. Para evitar confusiones, cabe señalar que el inglés o
el francés utilizan un único término, event o événement, respectivamente, para referirse indistinta-

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Roberto Flores O.

eventos es necesario realizar esta distinción, la cual es susceptible de inscribirse


en una definición bastante tradicional de la historiografía: conocimiento ver-
dadero de los hechos del pasado, obtenido a partir de fuentes, preferentemente
primarias, y plasmado en textos. Los tres ámbitos de la noción general de
evento corresponden a tres objetos de conocimiento distintos. De modo que,
conceptual y terminológicamente, es preciso distinguir entre suceso narrado,
acontecimiento conocido y hecho efectivamente ocurrido.2
Por convención, a los eventos que ocurren en el mundo se les llamará
hechos (H): ellos se inscriben en el tiempo de la existencia. Pero los hechos
pretéritos son en sí mismos inaccesibles al conocimiento. El pasado, pasado
está: ningún historiador tiene acceso a aquello que se ha hundido irreme-
diablemente en el ayer. El acceso a los hechos de antaño, sólo es posible de
manera indirecta, a través de los restos materiales y fuentes escritas que a ellos
remiten, por lo que las competencias básicas del historiador son las de lectura y
escritura (dicho esto sin detrimento del trabajo arqueológico).3 El hecho acae-
cido es tan inaccesible como el pasado en el que se inscribe y, por ello, no es
objeto directo de la semiótica. De manera que, si los hechos se hacen presentes
provenientes del futuro de las posibilidades, se depositan en el pasado bajo la
forma de objetos semióticos que el sujeto torna presentes mediante actos de
lectura e interpretación.
Al emplear la palabra hecho, o cualquiera de sus parasinónimos, para refe-
rirse a lo sucedido en el pasado, se tiene la impresión de que el empleo del sin-
gular, que hace de ella un nombre contable, refleja la existencia de un evento
igualmente singular, identificable y aprehensible como una unidad discreta del
mundo. Pero el evento real se esconde detrás de la palabra y de su referente, el
cual se revela como ilusorio: un “polvo de hechos” (M. Merleau-Ponty, 1945:
XIII) vela el acceso sensible a la realidad del evento. La realidad es inasible
desde la palabra que lo nombra y le impone de antemano un molde, unas
fronteras y un borde ilusorios.

mente a las tres nociones (aunque, eventualmente, se utilicen fact y fait como denominación del
hecho), pero en español es posible utilizar los tres términos distintos ya mencionados.
2. Además de Temps et récit, ya citado en la nota anterior, es preciso revisar la obra de P.
Ricoeur, desde Histoire et vérité (1964), hasta Mémoire, histoire, oubli (2000), pasando por La
métaphore vive (1975) para demarcar los eventos en tanto ocurridos, conocidos y narrados.
3. Al respecto considérese la posición de E. O’Gorman sobre el sentido de la historiografía
como lectura de fuentes históricas, comentado en R. Flores (1994).

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SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Primer capítulo. Continuidad y relato

Tómese como ejemplo el episodio de la Noche Triste en la Conquista


de Tenochtitlan. Desde su denominación, éste se presenta como un “hecho”
distinto de otros hechos con los que se ordena y que se inscribe en la flecha del
tiempo. Pero ¿qué sucede cuando se le quita al episodio su nombre propio y se
le intenta asir en su naturaleza misma, fuera de la denominación impuesta a
posteriori por la conciencia histórica? ¿Qué ocurre cuando se ignora el sentido
de las fronteras temporales impuestas semánticamente por la noche, que lo
sitúa en un lapso de tiempo acotado, distinto del día y de otras noches que le
antecedieron o le siguieron y le otorga una fecha inscrita en las efemérides? Los
contornos del hecho se disuelven hasta hacerlo desaparecer de nuestra vista.
Si estas interrogantes cuestionan la identidad de ese episodio histórico, otras
tantas se plantearán para el periodo en el que se inscribe. Surge, entonces,
la pregunta: ¿dónde empieza y dónde termina eso que es llamado la Con-
quista de México? Del cuestionamiento del hecho como nombre se pasa al
cuestionamiento del hecho como entidad singular y discreta que fundamenta
su conocimiento, sustrato óntico de una historia positivista. No se trata de
reducir el hecho a su denominación, sino de mostrar que la utilización de una
denominación como identidad de un hecho es susceptible de crear la ilusión
de la existencia de un hecho singular que se destaca sobre el flujo de la historia,
ilusión de la discontinuidad que se erige sobre un continuo temporal. Cual-
quier respuesta sobre los inicios y los finales en el devenir histórico carece de
pertinencia en la medida en que el devenir histórico no es el producto de la
suma de entidades que, cual pilas de ladrillo, se acumulan en el tiempo.
Es posible plantear un tercer cuestionamiento, además del nombre propio
y de las fronteras del hecho. Si las fronteras temporales son inciertas, también
lo son las múltiples facetas que ofrecen los episodios históricos. Que tal o cual
evento sea producto de múltiples y diversos órdenes causales, nadie lo niega.
Pero, precisamente por esa complejidad inabarcable, es imposible reducir la
existencia del hecho a la de sus causas. Que un hecho obtenga un principio de
explicación sociológica, económica, ideológica, psicológica u otra es induda-
ble. Pero, dado que todas esas causalidades son verdaderas, es imposible acudir
a ellas para fijar la identidad factual o la explicación histórica.4

4. De manera análoga a la imposibilidad de explicar un hecho a partir de las causas que lo


produjeron resulta igualmente inalcanzable el apelar a las consecuencias. Cabe precisar que, si
bien es posible teóricamente comprobar la existencia del hecho y el juicio de verdad del docu-
mento que lo refiere a partir del examen de las consecuencias factuales que del hecho se derivan,

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Roberto Flores O.

Si la realidad histórica es asible, lo es en virtud del nombre con que puede


ser designada lingüísticamente como un “hecho” e identificada mediante un
nombre propio. De esta manera se inicia el proceso de su aprehensión, pero
esto no significa que la denominación y designación constituyan la aprehen-
sión misma. Ella sólo se produce cuando se sigue la ruta de la comprensión
y narración históricas y se enfrentan las dificultades que en el transcurso se
presentan.
Ya fue dicho: el pasado, pasado está. Si el pasado subsiste sólo lo hace en
el presente que es mi presente, como experiencia que me conforma y confor-
ma a mis semejantes tanto en este momento como en el futuro. El pasado no
existe como tal, sólo tiene cabida en la memoria como parte de mi experiencia
presente. Como lo plantea E. O’Gorman (1949), el pasado existe en el acto
de contarme una historia al momento de leer. Desde la perspectiva del pasado
mismo, el hecho ya no existe, no sabemos a ciencia cierta qué paso e, incluso,
si pasó; quizá lo que pasó no pasó, pero pudiera haber pasado. Ahora bien: a
pesar que pudiera no haber pasado, lo que se hace es historia y no ficción. Ello
quiere decir que la autenticidad de los hechos históricos no reside en la exis-
tencia pasada, que es una eventualidad, sino en su inscripción historiográfica
como narración e interpretación de lo que se dice que aconteció. No se trata,
pues, de diluir la historia en la ficción, sino de precisar el objeto, no real, sino
intencional de la historia.
Si es posible decir así, el pasado subsiste en los relatos porque esos relatos
forman parte esencial del pasado, son una de las facetas imprescindibles de su
complejidad. Hágase una analogía con el resto arqueológico: la ruina frente a
uno no es la pirámide prehispánica, sino un resto y un vestigio de lo que fue y
ya no es. Pero irónicamente también es parte insoslayable de esa ciudad desa-
parecida que se intenta conocer. El vestigio es el indicio que permite construir
un pasado, contenido cognoscitivo y semántico del discurso arqueológico y,
en ese sentido, juega el mismo papel que el documento que sirve de fuente
histórica. Por ello, cuando bajo la palabra evento se entiende el conocimiento
que se tiene de tal o cual hecho o serie de hechos se hablará de acontecimientos
(A), para distinguirlos de los hechos mismos. El conocimiento no se inscribe

esto resulta imposible en la práctica, puesto que supondría tener acceso a todas esas consecuen-
cias. A esto se añade la dificultad suplementaria que, tanto causas como consecuencias, tendrían
que ser interpretadas unívocamente.

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SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Primer capítulo. Continuidad y relato

en el tiempo de la misma manera que los hechos: al ser objetos cognoscitivos,


los acontecimientos tienen hasta cierto punto un carácter intemporal que es
propio de todo conocimiento: no así su validez, que se inserta en una época
determinada y responde al avance científico de su momento, de modo que se
cuenta tanto con conocimientos vigentes o presentes como con conocimientos
caducos o envejecidos: la inscripción de la validez del conocimiento históri-
co en el tiempo también responde a los modos de existencia semiótica en la
medida en que es posible contar con conocimientos realizados, actualizados o
virtualizados. El acontecimiento se inscribe en las dos direcciones temporales:
inscrito en la memoria, adopta el punto de vista del sujeto y se orienta hacia el
futuro; inscrito en la prospectiva, adopta el punto de vista del acontecimiento
que sobreviene o adviene desde el futuro.
Por último, cuando un evento se manifiesta a través del lenguaje en el
discurso historiográfico, será llamado un suceso (S): no se trata de un hecho
real o de un conocimiento histórico sino del contenido semántico de un dis-
curso, de un significado. En ese sentido, los sucesos deben ser considerados
magnitudes discursivas de una semiótica de la lengua natural, generalmente
del discurso escrito (aunque aquí caben también sucesos expresados pictóri-
camente o mediante cualquier otro sistema semiótico que incluye prácticas
discursivas tales como la arqueología: el resto material es un documento del
pasado). En cuanto a la temporalidad del discurso histórico, ésta se manifiesta
en el lenguaje de varias maneras: por una parte, a través de los procedimientos
de localización temporal, responsable de demarcar los sucesos y asignar a los
contenidos semánticos el valor de anterior, concomitante o posterior con res-
pecto al acto de su enunciación; por otra, mediante la aspectualización que, en
el caso de los sucesos, asigna los valores de duración o no duración y de fase
(incoativo, mediano o terminal) a cada suceso; los sucesos también se inscri-
ben en el tempo, en la velocidad con que transcurren, su carácter súbito o su
lento despliegue, que en sus extremos se inscriben en historias evenemenciales
y de larga duración.5
El suceso se distingue del conocimiento que tienen los historiadores de la
historia, de su larga duración, de los periodos históricos y de los acontecimien-

5. Al respecto, C. Zilberberg (2004, en línea: 7) habla de un tiempo directivo, articulado


alrededor de la mira y la captación, un tiempo demarcativo, que responde a la anterioridad y la
posterioridad, y un tiempo fórico, responsable de la largura y la brevedad.

29
Roberto Flores O.

tos señeros que dan forma al conocimiento de la historia, lo que permite otra
distinción de términos y conceptos. Los acontecimientos como conocimiento
no son dados por los hechos efectivamente acaecidos, sino por la información
de esos hechos que le llega a los historiadores a través de las fuentes documen-
tales y de los restos materiales que estudian disciplinas como la arqueología.
En ese sentido, la historiografía no se presenta como un conocimiento directo
de los hechos, sino como una confrontación de sucesivas narraciones e inter-
pretaciones, a través de la lectura e interpretación de las fuentes. De modo que
el conocimiento de los acontecimientos es una tarea constructiva que se hace
a partir del lenguaje.6
De la distinción entre las tres nociones de evento se derivan dos ordena-
mientos: en uno, el conocimiento de un acontecimiento es antecedente de
su narración como suceso —serie identificada como (H)AS—; en el otro, la
narración de un suceso es la fuente del conocimiento —serie (H)SA—. En
ambos casos el hecho real es considerado un presupuesto inaccesible directa-
mente tanto al conocimiento como a la narración: no hay referencia directa a
él y, por ello, es puesto entre paréntesis. El hecho acaecido es el presupuesto
del conocimiento histórico, puesto que ese conocimiento, para que sea con-
siderado conocimiento de la historia, supone que ocurrieron los hechos. El
conocimiento de los hechos sólo se expresa discursivamente; luego entonces el
hecho es también el presupuesto de la narración de sucesos.
Además de las distinciones anteriores, es preciso reconocer algunas rela-
ciones entre el análisis semiótico del discurso histórico y la historiografía. En
cuanto a las relaciones entre el suceso narrado y el hecho, es necesario partir
de una definición intuitiva: un hecho es aquello que acaece, para el caso, las
acciones del hombre a través del tiempo; a partir de él es posible obtener la
definición de la historiografía como narración verdadera de los hechos del
pasado. Bajo esta definición pudiera pensarse que el discurso histórico es la
imagen de un hecho o un conjunto de hechos ocurridos en un pasado, pero
esta imagen carece de un referente que permita su verificación o su fidelidad.
Otra alternativa es considerarlo como una imitación de su acontecer dinámico
en la temporalidad. Con ello se otorga un estatuto ontológico tanto al hecho
como a su devenir en el tiempo y parece concederse la posibilidad de emitir un

6. La historiografía también es un discurso argumentativo: la argumentación está al servicio


de la narración de sucesos.

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SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Primer capítulo. Continuidad y relato

juicio de verdad sobre la narración de sucesos desde la temporalidad misma.


Lejos de ser ingenua, la idea de que la temporalidad de la narración responde a
la temporalidad de lo narrado ha recibido, ya desde la Edad Media, la atención
de los filósofos: como Tomás de Aquino, quien concebía el discurso como un
flujo análogo al devenir de las cosas en el mundo. Sin embargo, tanto la tem-
poralidad de los hechos como la del discurso son fluctuantes, uno debido a las
condiciones de aprehensión del hecho y, el otro, a las condiciones de la puesta
en discurso. Con respecto a la aprehensión, un mismo hecho tiene fronteras
temporales distintas de acuerdo al horizonte histórico en el que se le inscribe:
no es lo mismo mirar el Descubrimiento de América como hecho singular,
que inscrito en el marco de las exploraciones europeas, especialmente españo-
las y portuguesas, en los siglos XV y XVI. Con respecto a la discursivización, el
ritmo con que se narran los sucesos hacen alternar los tiempos breves y largos
de su enunciación: el tempo del discurso, lo mismo se acorta para minimizar
un hecho que para subrayar su carácter súbito o su contundencia.
En consecuencia, es preciso adoptar un punto de vista fenomenológico y
reconocer que existe una desproporción de origen entre el hecho acaecido y
su significado en el discurso, el suceso narrado. Como lo plantea P. Ricoeur
(1980: 10), apoyándose en A. C. Danto (1965), “una oración narrativa es una
descripción posible de una acción, pero no la única”:7 es decir, en los términos
aquí empleados, una narración es una entre varias manifestaciones discursivas
posibles de un mismo hecho.
En tal caso, un hecho es aquello que el lenguaje dice que ocurre en el
mundo real. Por la presencia de ese decir, el hecho no puede ser sino un objeto
intencional, la meta de una “mirada” o de una intencionalidad: el relato apunta
hacia la historia, así como también lo hace el conocimiento histórico; cada
uno de ellos, respectivamente, posee su propia intensidad (Zilberberg, 2004,
habla de foria) y direccionalidad que, en ambos, aunque con su mira propia,
se orientan hacia el hecho. De modo que, aunque el hecho real se encuentra
fuera del alcance del discurso narrativo y del conocimiento histórico, en am-
bos casos se busca asir al hecho real como objeto intencional. Al estar fuera
de alcance, el hecho es una mera asunción de existencia que supuestamente
se ve reflejada en el acontecimiento y en el suceso: de modo que para referirse

7. La traducción de todas las citas son mías, salvo que la referencia bibliográfica remita a
una edición en español.

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Roberto Flores O.

exclusivamente al lenguaje, el suceso es la imagen de ese hecho acaecido si este


hubiera existido. En palabras de Ricoeur (1980: 19): “La noción de evento
[como hecho real, R.F.] funciona como concepto-límite, como la idea de lo
que efectivamente ocurrió, la cual, como el noúmenon kantiano, es pensada
pero no conocida”.

3. CONTINUIDAD

La continuidad puede aparecer como un sustrato sobre el que se producen


efectos de discontinuidad responsables de la diferenciación del discurso en
unidades semánticas. Así, por ejemplo, sobre el continuo del habla, el analista
reconoce la presencia de unidades fónicas características. El lexicógrafo por
su parte identifica, dentro del conjunto de usos de un lexema, sutiles varia-
ciones de sentido que agrupa en conjuntos discontinuos y que determinan
las distintas acepciones del término. El discurso mismo es susceptible de ser
concebido como un flujo continuo de habla, dentro del cual se inscriben dis-
tintas secuencias o distintos argumentos; tal es el sentido del verbo discurrir. El
planteamiento no es evidente, pues exige elegir a la continuidad como efecto
primero y a la discontinuidad como efecto segundo, frente a la posibilidad
de plantear una discontinuidad primaria y una continuidad derivada. En el
primer caso, la discontinuidad significa diferenciación en el seno de un flujo
indiferenciado (como contraste polar, la discontinuidad sería descrita como
no-continuo); en el segundo, la continuidad es un proceso de integración y
unificación de unidades de por sí discretas: la continuidad sería caracterizada
mediante el rasgo de no-discontinuidad para significar la ausencia de ruptura.8
Es posible imaginar de distintas maneras un continuo, ya sea primario o
derivado. Por un lado, pensarlo en su extensión tersa y uniforme, como carente
de huecos, vacíos o, incluso, accidentes. También es posible concebirlo como
la permanencia de una entidad a lo largo del tiempo, esta vez con indiferencia
respecto a sus posibles cambios o metamorfosis. Es posible pensar en él como
un sustrato homogéneo que sirve de base común a elementos fragmentarios o

8. Con esta distinción se establece un sentido adjetivo y uno sustantivo de la continuidad,


como lo establece J. M. Salanskis en el artículo “Continu et Discret” de l’Encyclopedia Universalis
(1985), citado por Y. M. Visetti (2004).

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SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Primer capítulo. Continuidad y relato

diversos, como aquellos pintores que aplican una base de color en el fondo de
su obra. Otra posibilidad es la de suponer una serie de puntos yuxtapuestos
cuyo ritmo y orden nos hacen postular su posible continuación infinita. Otro
continuo es el que reconocemos al dividir una extensión en partes cada vez
de menores dimensiones y al imaginar que se procede así de manera infinita.
Sin pretender ser exhaustivos, es posible mencionar por último un continuo
concebido como movimiento, como un recorrido ininterrumpido. ¿Bajo cuál
de estas imágenes serán concebidos los encadenamientos de sucesos que cons-
tituyen un relato?
De una manera que sólo aparentemente es similar a los hechos del mun-
do, cada suceso es singular dentro de su universo discursivo: esto quiere decir
que se encuentra localizado de manera precisa en el tiempo y el espacio del
discurso y que, por ello, no podría retornar (Rose is a rose is a rose). Sin em-
bargo, la propiedad que aquí será considerada como primordial de este tipo
de discurso no es la posición que ocupa dentro de un flujo narrativo, sino
una propiedad inherente que permite el paso de un suceso a otro por encima
de sus diferencias. El discurso es entonces concebido como la permanencia
temática de una identidad. Esta propiedad es esencialmente temporal, pero se
trata del tiempo que se inscribe en los sucesos de manera primordial y sólo in-
directamente del tiempo sobre el que se inscriben los sucesos: tiempo interno
al suceso y no el que se plantea en su exterioridad. Sin embargo, no se tratará
de evadir el problema postulando un hipotético sema de continuidad (o su
opuesto) en el interior de una unidad semántica preexistente, sino de examinar
qué es lo que sucede entre dos unidades semánticas que son reconocidas como
sucesos cuando es supuesta una continuidad entre ambas.
No se trata entonces de abordar, sin más, la continuidad en matemáticas,
o el viejo pero aún vigente problema de la continuidad física desde sus orí-
genes en Heráclito, sino de considerarla como un efecto de sentido estricto,
es decir, una propiedad rigurosamente semántica del discurso. El campo de
reflexión se restringe así al de la continuidad entre sucesos y se hace caso omiso
de otras formas de continuidad en el lenguaje, como pueden ser en fonología,
en la polisemia, en escalas semánticas o argumentativas, etc., aunque induda-
blemente sean fenómenos interrelacionados. Se corre, pues, voluntariamente,
el riesgo de restringir en exceso el campo, pero con el fin de ceñir con la mayor
precisión posible los fundamentos de una semiótica de los sucesos: de la conti-
nuidad entre sucesos el énfasis estará puesto en el segundo término. Pero no se

33
Roberto Flores O.

piense, por ello, que la cuestión es simple, basta con considerar algunas de las
temáticas inevitablemente involucradas:
• continuidad y tiempo.
• continuidad e intervalo.
• continuidad y acción.
• continuidad y transformación.
• continuidad y objeto.
Para E. Husserl (1964), tanto el espacio pre-fenoménico como la con-
ciencia interna del tiempo descansan en la intuición originaria del continuo.
¿Cómo formalizar ese continuo? Son dificultades de su intuición y de la intui-
ción del tiempo como un continuo, su no composicionalidad. Por otra parte,
la continuidad supone proporcionalidad: en una función continua la magni-
tud del output es siempre proporcional a la magnitud del input. La continui-
dad de un proceso indica que todo intervalo, sin importar que tan pequeño
sea, siempre contiene un intervalo de menor extensión.
¿Cómo distinguir el suceso del objeto que afecta? Aquí hay un principio
de reflexión: el objeto es susceptible de retornar múltiples veces involucrado
en distintos sucesos y relacionándose con otros objetos cada vez de manera
diferente. En cambio, el suceso no parece cumplir esta condición: su identidad
proviene no solamente de su tenor interno, sino también de la estabilidad de
relaciones que tiene con respecto a otros sucesos. Pero esas relaciones pueden
ser de carácter local o global: si un suceso determinado fuera caracterizado por
la totalidad de relaciones en las que virtualmente podría entrar, entonces ad-
quiriría una identidad específica que operaría en detrimento de su capacidad
de ser clasificado, puesto que cada uno de ellos ocuparía un lugar único en el
devenir. Por su parte, los objetos poseen algunas determinaciones espacio-tem-
porales que únicamente se asocian a los sucesos en los que intervienen: afirmar
que un asiento en el cine está libre y otro está ocupado equivale a enunciar
dos determinaciones distintas de objetos que, por lo demás, son considerados
similares: esta diferencia es la que propone A. J. Greimas (1976 [1966]) entre
un significado invariante y uno que es producto del contexto; para abordar
unitariamente ambos tipos de significado, debe considerarse que un objeto es
un punto de fijación de cualidades atribuidas por los enunciados y no como
una “cosa” del mundo. De ahí su carácter discreto, que no es tanto una propie-
dad en sí misma, sino un contraste que surge al comparar distintos contextos
enunciativos.

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SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Primer capítulo. Continuidad y relato

El suceso es el escenario de realización de los objetos. ¿Qué pasaría si se in-


vierte la aseveración? Los objetos son el escenario de realización de los sucesos.
Al ser concebido como un punto de fijación de cualidades, el objeto también
será visto como el punto de fijación del devenir. Existe una noción general
de devenir que se ve instanciada en la multiplicidad de objetos del mundo.
Los objetos sólo existen como soportes de ese devenir. De esa tesis deriva que
los objetos no tienen partes, sino únicamente devenires. Identificar un objeto
como parte de otro es hacer coincidir los devenires. Nominalismo extremo en
cuanto sólo existen los singulares; la consecuencia es que su existencia como
unidad es integral (Ui), como individuo en un escenario específico. Toda me-
reología es posterior a esta condición. Si la continuidad en la naturaleza se da
entre los sucesos y no entre los objetos, este postulado me parece que debe ser
argumentado antes de pretender incluirlo o rebatirlo en la semiótica; plantea
que los objetos son acrónicos, lo que quizá constituye un punto de acuerdo
con la semiótica greimasiana, en la medida en que tiempo y espacio no inter-
vienen en el nivel descriptivo de la narratividad y suponiendo que los sucesos
son magnitudes discursivas y no narrativas. Lo anterior es válido si se mantiene
el recorrido generativo de la significación.

4. LOS SIGNOS Y SU ORDENAMIENTO

Es posible considerar semióticamente los dos ordenamientos entre las tres no-
ciones: en el primero, los relatos se apoyan en la existencia de conocimientos;
en el segundo, los conocimientos se apoyan en la existencia de relatos.
Por una parte se cuenta con la serie (H)AS, que es la manera en que usual-
mente es concebida la gestación de un texto historiográfico: el relato histórico
y su contenido semántico, los sucesos narrados, surgen de los acontecimientos
que el historiador reconoce y a los que les asigna el valor de conocimientos. El
conocimiento es conocimiento de lo acaecido en la realidad. El acopio de da-
tos sobre los hechos históricos, su selección y evaluación tienen como objetivo
final producir un relato histórico, una narración de sucesos. De modo que el
conocimiento personal del historiador, que obtiene al considerar el saber ya
acumulado, al seleccionarlo, compararlo y evaluarlo, es el paso intermedio
previo a la escritura de su visión singular de la historia. Por su parte, el hecho
sirve de postulado de origen, de fundamento del conocimiento y del relato

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Roberto Flores O.

resultante: es el objeto del conocimiento, referente inaccesible tanto del acon-


tecimiento como del suceso que lo expresa. Dentro del triángulo sígnico de
Peirce, el acontecimiento ocupa la posición de interpretante con respecto a un
suceso narrado que ocupa la posición de representamen, mientras que el hecho
ocupa la posición de objeto.
En (H)AS, A ocupa el lugar del interpretante peirceano, en la medida en
que lo definimos a partir de la descriptibilidad de los hechos propuesta por A.
C. Danto (1965): más adelante se verá que un hecho es descriptible a partir de
sus consecuencias para un observador. Esta serie supone la existencia del hecho
histórico como condición de una relación referencial, pero esta suposición no
se verifica de facto. Primero, porque el hecho ya no existe, aunque se alegue que
existió y que eso basta para garantizar su condición de objeto. Segundo, por-
que el hecho sólo entra en relación con el conocimiento y con el lenguaje en la
medida en que sea expresado por un relato. El saber sobre la historia se obtiene
tanto de testimonios de primera mano, como de fuentes primarias y secunda-
rias, e incluso de restos materiales como el dato arqueológico. De modo que
el conocimiento histórico no es cuestión de verificación referencial, sino de
confrontación de fuentes o de interpretaciones. Al leer historias supuestamen-
te se obtiene de ellas un conocimiento de lo efectivamente acaecido. Esta su-
posición sustituye las exigencias veritativo-referenciales. La lectura se ostenta
como el meollo del quehacer semiótico, análogo a la actitud del lector de una
novela que suspende su conciencia de la ficción para adentrarse en la trama y
embeberse en ella. Por ello, hay que tomar en consideración la segunda serie.
Es preciso notar que, en la serie (H)SA, el conocimiento no es considera-
do como la condición necesaria para poder elaborar un relato histórico, sino
como el resultado de la escritura de la historia, su consecuencia posible: lo que
el historiador produce es susceptible de formar parte del acervo de conoci-
mientos históricos de la comunidad de historiadores. En este nuevo orden, el
evento que es conocido, lo que hemos llamado el acontecimiento no es conce-
bido como lo inteligible de los hechos reales, sino como la comprensión que se
obtiene a partir de la lectura de los textos historiográficos, es decir, a partir de
la aprehensión de los sucesos que son narrados.
Si en la primera serie el acontecimiento, como conocimiento, ocupaba el
lugar del interpretante, en cambio, en la segunda serie, en la que la narración
de sucesos es el antecedente del conocimiento histórico, el acontecimiento
es lo inteligible del relato y no lo inteligible de los hechos reales. En tal caso,

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SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Primer capítulo. Continuidad y relato

cuando el acontecimiento es el representamen, el suceso será su interpretante,


mientras que el hecho —al igual que en la primera serie— ocupará el lugar
de objeto.
En suma, las dos series mantienen al hecho como fundamento inacce-
sible pero presupuesto tanto del conocimiento como del relato y, como tal,
independiente del ordenamiento entre la inteligibilidad de la historia y la exis-
tencia de la historiografía. Un relato es tanto el modo de expresión de un
conocimiento como la condición para que se produzca ese conocimiento. La
narración de sucesos debe ser, pues, concebida como una estructura diferen-
ciadora y creadora del sentido.
Estas consideraciones pueden parecer demasiado abstractas y sin prove-
cho o finalidad. Sin embargo, cuando se considera el conjunto del acto de
historiar a la luz de las propuestas de P. Ricoeur, es notorio que, en (H)AS, el
acontecimiento remite a lo inteligible del hecho sólo en la medida en que se
supone la existencia de algo memorable (H) que, se supone, es recogido por
el acontecimiento con mayor o menor éxito y fidelidad. Al pasar a ser historia
escrita y comprendida, el acontecimiento aparece como el contenido de la
memoria, un contenido cognoscitivo equivalente a lo inteligible del hecho, un
producto de actos de memorización y de rememoración.
El acontecimiento es, entonces, un producto que se sitúa como término
final de la memoria y como condición del suceso: consecuencia de un hecho
supuesto, también es el antecedente imprescindible para que se produzca la
narración de sucesos. Si se considera la segunda serie, aquella en que el relato
es la condición de todo conocimiento histórico, se observa que el aconteci-
miento asume el papel de aquello que, dentro de un relato, será promovido al
rango de conocimiento histórico (la novela histórica juega precisamente con
esta promoción): el acontecimiento es lo inteligible del hecho en el suceso;
es parte del acto prefiguracional, el primero en el orden de las tres mimesis
de Ricoeur (1983; la estructura cognoscitivamente universal de la acción),
que condiciona la configuración (mimesis segunda) de los sucesos en relato,
pero también forma parte de la tercera, la refiguración, tercera mimesis, que
conduce tanto a la comprensión del relato como a la del pasado, es decir, a la
interpretación. Por eso, el acontecimiento no solamente es anterior al suceso
sino que también es su consecuencia, porque el acontecimiento es extraído
del relato.
Bifronte, el acontecimiento mira hacia el pasado pero también hacia el

37
Roberto Flores O.

lenguaje, hacia las futuras narraciones que darán cuerpo al recuerdo. Debido a
esto, no sólo será lo memorable e inteligible del hecho, sino también lo enun-
ciable de la historia, la condición de toda enunciación o narración de sucesos.
Quizá parezca que se otorga más atención al acontecimiento como signo
que al suceso, pero ello se debe a que el primero gira alrededor del segundo
para enmarcarlo y definir negativamente sus fronteras. Este gesto estructural
inscribe a la narración de sucesos en el seno del conocimiento histórico e in-
troduce en éste una diferencia: A’ > S > A”, siendo A’ diferente de A”: no es
lo mismo el conocimiento como fundamento cognoscitivo del discurso que
como su interpretación. El suceso narrado inscrito en un relato histórico es
el pivote del conocimiento histórico en su carácter no sólo de lenguaje sino
también de monumento o, mejor dicho, de resto del pasado —recuérdese que
toda narración es también un hecho de lenguaje—, no del pasado del cual
hace el relato (el hecho histórico), sino del pasado constituido por su propia
enunciación. Tanto para el acontecimiento como para el hecho, el suceso es
una estructura transicional, el “en medio” de A, pero también de H, el fin de
la memoria.9 Por ello es que el suceso debe ser, pues, concebido como una
estructura diferenciadora y creadora del sentido; su papel como mediador para
el conocimiento histórico permite justificar el fundamento semiótico de la
historiografía. Por esa razón, en lo que queda de este apartado se desplegará
este fundamento al mostrar el modo en que la narración de sucesos es asumida
como conocimiento por parte de la enunciación.

4.1 Los sucesos como signos

Para que el análisis del relato histórico adquiera amplitud semiótica y no se


limite a ser una descripción semántica, es preciso reconocer que los tres ámbi-
tos de existencia del evento histórico —óntico, cognoscitivo y semántico— lo
elevan al rango de signo pleno, signo genuino en Ch. S. Peirce (1997 [1903]),
del cual el suceso, el acontecimiento y el hecho constituirán sus respectivos
signos degenerados, pasos presupuestos para la constitución de la semiosis his-
tórica plena. Tres son los signos degenerados, pero entre ellos el suceso posee
un privilegio pues será preciso partir siempre de él, ya que es el único modo

9. Para E. O’Gorman (1949), la historia existe para ser narrada (ver también R. Flores,
1994).

38
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Primer capítulo. Continuidad y relato

de manifestación de la evenemencialidad histórica. La preeminencia del suceso


obliga a postular que su descripción semiótica será el primer paso del análisis,
una descripción de la estructura narrativa del discurso y específica de ese tipo
de unidad semántica llamada suceso.
Se describirá, entonces, el relato histórico mediante tres parámetros: su
orden, su enunciación y su valor como discurso. Estas tres descripciones se
articulan como recorridos al interior de las 10 categorías de signo reconocidas
por Ch. S. Peirce (2006 [1903]) y que R. Marty (en línea) presenta bajo la
forma de una retícula que se construye a partir de relaciones de presuposición
unilateral (figura 1).10 Las descripciones corresponden a recorridos analíticos
parciales al interior de la retícula.
En lo que se refiere al orden interno del discurso, se trata de reconocer la
estructura de dependencias de un relato histórico específico, lo que en otros
términos será llamada, aunque con cierta redundancia, la sucesión de los suce-
sos que lo componen o, también, secuencialidad. Por ejemplo, José de Acosta
(1979 [1590]: 364-365) narra en su Historia natural y moral de las Indias la re-
acción de Moctezuma a la llegada de Cortés a las costas de Veracruz mediante
cuatro sucesos encadenados:
venir > ver asomar > consultar > decir

“Al año siguiente, que fué a la entrada del diez y ocho, vieron asomar por la mar,
la flota en que vino el Marqués del Valle, D. Fernando Cortés, con sus compa-
ñeros, de cuya nueva se turbó mucho Motezuma, y consultando con los suyos,
dijeron todos que sin falta era venido su antiguo y gran señor Quetzalcoatl.”

Los sucesos se ordenan unos con respecto a otros mediante relaciones ló-
gicas de antecedente y consecuente que constituyen la relación de presuposición
definida como una relación de dependencia unilateral entre sucesos (ver más
adelante, el tercer capítulo). Al establecerse entre sucesos, sin que otro elemen-
to intervenga, esta relación de dependencia pertenece a la segundidad y hace
de cada suceso un índice de su ordenamiento secuencial. Así, en el relato que

10. Este apartado asume cierta familiaridad con los conceptos básicos de la semiótica de
Ch. S. Peirce, en especial con las 10 categorías del signo. El lector que desee introducirse al tema
encontrará una buena introducción en R. Marty (en línea). Que sea aquí dispensada una presen-
tación que necesariamente se extendería a lo largo de varias cuartillas.

39
Roberto Flores O.

Figura 1. Retícula de las 10 categorías de signos.

Argumento
333

Símbolo dicente
332

Legisigno indicial dicente Símbolo remático


322 331

Sinsigno indicial dicente Legisigno indicial remático


222 321

Sinsigno indicial remático Legisigno icónico remático


221 311

Sinsigno icónico remático


211

Cualisigno icónico remático


111

40
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Primer capítulo. Continuidad y relato

sirve de ejemplo, para tener una opinión sobre la llegada de los españoles, éstos
tuvieron que haber llegado y ser notados previamente: un suceso no tendría
sentido sin sus antecedentes ni sus consecuentes.11
La descripción de la secuencialidad de un relato exige la definición de esta
relación, independientemente de su aplicación a un caso singular; se requiere,
pues, de un legisigno icónico (311, en la nomenclatura de Ch. S. Peirce: figura
1 y figura 2) que expresa la cualidad que se desea poner en relieve y que se pos-
tula como regla o ley. Con ayuda de ese signo se toma un par de sucesos cual-
quiera, para el que se postula una relación diádica que se expresará mediante
un diagrama parcial concreto que corresponde a un sinsigno icónico remático
(211) y, más específicamente, un icono-diagrama, puesto que desde esta pers-
pectiva los sucesos considerados sólo interesan como entidades relacionales.
Ese signo permite que un suceso remita al otro en virtud de la relación de
presuposición que los une, la cual refleja una conexión causal o aspectual de los
sucesos, que corresponde a un sinsigno indicial remático (221). Este último
signo manifiesta el orden presuposicional del conjunto del relato, que es un
sinsigno indicial dicente (222). El recorrido permite reconocer el entramado
de dependencias que afectan a todos los sucesos de un relato desde un orden
local hasta un orden global, desde un par de sucesos hasta la totalidad de suce-
sos que componen un relato.
El relato tiene una existencia semiótica propia que se manifiesta en su
estructura relacional interna. Pero ese relato es atribuido a un acto de enuncia-
ción que lo produce. La estructura enunciativa de un relato permite abordar la
relación que mantiene el sujeto responsable de la enunciación (el enunciador)
con el enunciado producido. No se trata del autor, individuo que factualmente
se encuentra en el origen del relato considerado, sino de la imagen que del
enunciador se produce desde el relato. La imagen es susceptible de corres-
ponder a un individuo que se manifiesta en el relato mediante el pronombre
singular en primera persona; en ese caso estamos frente a un Yo enunciador,
signo del autor José de Acosta, que asume la responsabilidad de lo dicho:
“Yo digo que Cortés conquistó Tenochtitlan”. Con ello, el enunciador asume

11. Es preciso distinguir cuidadosamente las relaciones de presuposición, que tienen un


fundamento lógico e inmanente al discurso, de una relación como la de causalidad: un conse-
cuente no es una consecuencia, ni un antecedente es una causa. De hecho, tanto la semiótica
peirciana como la greimasiana comparten una gran desconfianza con respecto a este último
concepto.

41
Roberto Flores O.

Figura 2. Fundamento sígnico del orden presuposicional entre sucesos.

Orden del relato


Sinsigno indicial dicente
222

Par ordenado Concepto de orden


Sinsigno indicial remático Legisigno icónico
221 311

Cualquier par de sucesos


Sinsigno icónico
211

Cualisigno
111

Figura 3. Fundamento sígnico del orden presuposicional en la


enunciación.

Se dice
Símbolo remático
331

Yo digo
Legisigno indicial remático
321

Eso es o existe
Sinsigno indicial remático
221

42
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Primer capítulo. Continuidad y relato

individualmente la verdad de lo que él enuncia (J. C. Coquet, 1997). Pero la


asunción de responsabilidad es susceptible de ser atribuida a una colectividad
e, incluso, a un enunciador impersonal, con lo que la verdad aparece como
verdad compartida: “Sabemos que Cortés conquistó Tenochtitlan” o, también,
“Se dice que Cortés conquistó Tenochtitlan”, equivalentes a “Como es sabido,
Cortés conquistó Tenochtitlan”.
El relato se torna así en índice que señala al enunciador (figura 3). Cuan-
do la imagen de enunciador es la de un individuo que afirma algo y se presenta
como un Yo, la enunciación corresponderá a un legisigno indicial remático
(321). Este signo presenta al relato como un objeto que se conecta directa-
mente con un “autor”, como si fuera rastro de él, una expresión o emanación
de su individualidad. Pero, situados en la serie (H)SA, que sirve de funda-
mento a la constitución de un saber historiográfico compartido, enunciado
por una comunidad, ese relato pasa a ser considerado como manifestación
discursiva de un conocimiento convencional, lo que hace que el relato corres-
ponda a un legisigno simbólico remático (331). Al representar los dos tipos
de enunciación —Yo digo vs. Se dice— como una relación entre dos signos, es
preciso reconocer que, para el establecimiento de dicha relación, se requiere de
un postulado de existencia del hecho (H) del cual se habla y que corresponde
a una predicación del tipo “Eso es o existe”, es decir, “La Conquista de Teno-
chtitlan es o existe” y que corresponde a un sinsigno indicial remático (221):
en tal caso el relato sirve de indicio de la existencia del hecho al cual se refiere.
Cabe señalar que las tres formas de asumir la enunciación del relato histórico
—por parte de un individuo, impersonalmente o como un hecho objetivo
independiente del enunciador— corresponden a tres formas analizadas por J.
C. Coquet (1997): enunciado Yo-verdad, enunciado Él-verdad y enunciado
Eso-verdad (figura 3).
En el orden del conocimiento obtenido discursivamente (figura 4), y de
manera más evidente, una narración de sucesos, considerada ahora como un
relato histórico específico, corresponderá a un símbolo remático (331), es de-
cir, será considerada como un relato singular que se basta a sí mismo para ser
comprendido por parte de un lector que conozca la lengua: una persona que
leyera únicamente un libro sobre un periodo histórico podría legítimamente
afirmar que conoce esa historia. Pero es claro que la historia constituye un
ámbito disciplinario, objeto continuo de debates y de consensos inciertos, en
el cual el relato singular se inscribe como uno de tantos documentos: en ese

43
Roberto Flores O.

caso, se le considera como un símbolo dicente (332) que expresa la visión de


un autor en un momento dado de su carrera o a lo largo de su obra, como
una posición ideológica particular o como una visión personal del mundo. Por
último, el relato será considerado como parte de un argumento (333), en la
medida en que esa obra y esa visión del mundo forme parte del conocimiento
humano.
Es hasta este momento que se plantea la posibilidad de considerar al dis-
curso histórico en contraste con la ficción, puesto que, desde las estructuras
narrativas empleadas en ambos tipos de relato, no hay manera de establecer
una diferencia entre ellos. Sin embargo, al menos una diferencia es susceptible
de ser postulada: si en la enunciación se propone la existencia de un hecho,
en el momento en que el relato es expresado, esta proposición de existencia
requiere ser asumida como conocimiento y no como ficción. Las condiciones
de asunción de este saber se encuentran en el proceso por el cual una narración
histórica entra a formar parte, no solamente del acervo cognoscitivo de la co-
munidad de historiadores o del conocimiento de la humanidad, sino también
de la experiencia del lector que sigue la exhortación de E. O’Gorman (1949):
“al abrir las páginas que siguen [se refiere a las cartas de Colón], olvide cuanto
cree que sabe y, leyendo estas cuatro navegaciones portentosas; quizá lo cambie
por lo que no sabe que ahora ignora”. Es el lector quien construye la propia
historia al apropiársela, al inscribirla en su memoria e integrarla en al ámbito
de su experiencia —una experiencia que no por ser temporalmente lejana, deja
de ser constitutiva de su identidad individual—.

4.2 El observador en la secuencialidad narrativa

El suceso no es una magnitud semántica autónoma sino que depende tanto


de su inscripción en el tiempo que el historiador reconoce y señala, como de
la relación que establezca con otros sucesos dentro de un mismo relato. Esto
significa que el orden secuencial de los sucesos constitutivo del enunciado
debe ser puesto en relación con la instancia de enunciación representada en el
discurso y que fue presentada, en el apartado anterior, en términos de asun-
ción de verdad por parte de un simulacro de enunciación.
En términos semánticos, el suceso depende del relato en el que se inscribe:
es el discurso el que construye al suceso y no a la inversa. La condición mínima
para que un suceso sea significativo es que entre en relación con al menos otro

44
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Primer capítulo. Continuidad y relato

Figura 4. Fundamento sígnico del orden presuposicional del


conocimiento.

Conocimiento
Argumento
333

Disciplina
Símbolo dicente
332

Relato singular
Símbolo remático
331

suceso. Esa relación a veces es presentada por el historiador como una relación
temporal entre un suceso anterior y otro posterior y, en otros casos, como una
relación de orden causal, en la medida en que un suceso determinado sea pre-
sentado discursivamente como la causa de otro suceso. Sin embargo, tanto la
relación temporal como la causal12 derivan del reconocimiento de la relación
lógica de dependencia subyacente que se establece entre un suceso antecedente
y otro suceso que es considerado su consecuente.
Sólo al reconocer las relaciones lógicas entre sucesos es posible decir que
un suceso primero adquiere su importancia y su relevancia. Pero el suceso
narrado es también un suceso interpretado, es decir, un suceso juzgado en su
pertinencia histórica, con respecto a la asunción de verdad desde el simulacro
de enunciación (figura 3), pero también con respecto a su inscripción en un
ámbito disciplinario (figura 4). Por ello debe considerarse que ese suceso no
sólo adquiere su sentido por la relación con su consecuente, sino también por

12. De hecho, existe un cuarto ordenamiento que corresponde al orden de mención de los
sucesos en el relato, que responde al valor explicativo y argumentativo del texto histórico.

45
Roberto Flores O.

la presencia de un tercer suceso formado por la intervención del enunciador


que “observa” y juzga los sucesos en juego. El enunciador es quien establece el
vínculo entre suceso primero y suceso segundo. De este punto deriva uno de
los argumentos acerca de la inaccesibilidad de los hechos del pasado: en virtud
de que los sucesos narrados adquieren su sentido del relato en que el histo-
riador los inscribe para proponerlo como un suceso relevante e interpretado,
ningún testigo —incluso de primera mano— tendrá un acceso privilegiado a
los hechos, en la medida en que no cuenta aún con los criterios de relevancia
e interpretación que sólo el paso del tiempo proporciona.
La presencia de este enunciador es insoslayable puesto que deriva de la
condición esencial de todo enunciado, sea histórico o no: la existencia de cual-
quier enunciado depende del acto de enunciación que le da origen. De modo
que un suceso narrado es una magnitud discursiva de carácter relacional que
adquiere su sentido por la relación que la enunciación establece entre los suce-
sos: el antecedente se vincula con su consecuente en virtud de una interpreta-
ción. Esta definición de suceso se desprende de las tesis de A. C. Danto (1965)
y P. Ricoeur (1983): del primero toma la estructura relacional del suceso; del
segundo toma la inscripción del problema de la secuencialidad y progresión
narrativas en las condiciones generales de la acción —y de los sucesos—, que
es característica de mimesis I y su paso a mimesis II, que corresponde a la pues-
ta en intriga, es decir, a la configuración de las acciones, y de los sucesos, en
relatos. Tanto la estructura relacional de los sucesos como su secuencialidad y
progresión narrativas se enmarcan dentro del análisis semiótico del discurso
historiográfico como signo pleno.
Sin embargo, al abordar los eventos históricos en el marco de una estruc-
tura relacional, A. C. Danto no centra su reflexión en el enunciado de sucesos,
sino que se ubica en el ámbito del conocimiento histórico de los aconteci-
mientos. Este autor establece (1965: 148 y ss.) que la descriptibilidad de un
hecho, su promoción al rango de acontecimiento (A1), reside en la relación
que tenga con acontecimientos posteriores (A2), que sean reconocidos como
consecuencias (causales) del primero. El juicio que torna relevante a A1 al vin-
cularlo a A2 es obra del historiador por lo que, la acción de este último, debe
ser tomada como un hecho (H). Este autor se sitúa en los terrenos cognosci-
tivos y ónticos y, al hacerlo, ignora las relaciones semánticas entre sucesos y su
dependencia con respecto a la enunciación enunciada.

46
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Primer capítulo. Continuidad y relato

Relevancia consecuencial. Es posible que un evento E sea considerado significativo


para un historiador H cuando E tiene consecuencias que H considera de cierta
importancia (A. C. Danto, 1965: 134).

Para A. C. Danto, el paso del acontecimiento al suceso —de la investiga-


ción a la escritura— no es problematizado: la narración es concebida única-
mente desde su contenido informativo y, por ello, es fiel del conocimiento, al
menos como posibilidad ideal de la existencia de una “narración llana” (plain
narrative).

Por supuesto que un relativista quisiera poder decir que todas las narraciones son
significantes en ese sentido, en la medida que todos los historiadores se rigen por
una especie de propósito moral y por un intento pragmático; esto sirve para deter-
minar la clase de cosas que escriben, la manera en que lo escriben y los eventos que
consideran relevantes. Sea esto verdad o no, persiste el hecho de que es posible
concebir narraciones que no: al menos, Ranke sostuvo que no tenía un motivo
ulterior, que él estaba interesado en decir lo que realmente sucedió y, por lo tanto,
que escribía narraciones llanas (A. C. Danto, 1965: 133. Itálicas en el original).

Para él, A2 no sólo es la consecuencia de A1, sino que también forma


parte de su explicación. Sin embargo, cuando no se distingue el contenido
semántico del suceso del contenido cognoscitivo, se omiten las explicaciones
e interpretaciones implícitas vehiculadas por el acto mismo de narrar. Éstas
aparecen de diversas maneras: entre otras, mediante el orden de presentación
de los sucesos.
Confrontemos, por ejemplo, los siguientes enunciados:

1 Juan se cayó de la silla: estaba borracho.


2 Juan estaba borracho y se cayó de la silla.

En el primer enunciado se presentan dos oraciones vinculadas por los dos


puntos, lo que hace que la segunda oración sea presentada como la explicación
—el estado etílico de Juan— de la primera, que narra la caída. En estricto
sentido no se trata de una narración pura y llana, sino de un discurso de tipo
interpretativo. La caída es el suceso directamente narrado, mientras que el
segundo adquiere el sentido de una explicación y no simplemente de una

47
Roberto Flores O.

narración. En el segundo enunciado aparece un par de oraciones coordinadas


mediante la conjunción y, cuyo sentido permite reconocer dos significados del
enunciado. En el primero de ellos, la narración de dos sucesos independientes,
la única relación es aditiva, propiciada por la unidad de espacio, tiempo y
actor. Pero esta lectura es restrictiva, en la medida en que es posible conside-
rar que ambos sucesos están vinculados causalmente: en tal caso sería posible
sustituir la conjunción y mediante la conjunción porque. La primera lectura
se inscribe en una narración pura, en la que la secuencialidad es meramente
aditiva, mientras que la segunda introduce una relación causal que da a la
secuencialidad un carácter explicativo.
En el acto mismo de denominación del acontecimiento se encuentra tam-
bién la intervención de la enunciación, como lo mostró la polémica entre
quienes hablan del Descubrimiento y Conquista de América y aquellos que
púdicamente prefieren la denominación Encuentro de Dos Mundos. Por ello,
a la luz de lo hasta ahora expresado aquí, es preciso plantear al interior mismo
de la narración que el establecimiento de la relación entre un suceso S1 con su
consecuente S2 se produce con la intervención del enunciador, que constituye
un suceso S3.
A partir de la diferencia entre (H), A y S, la descriptibilidad de A (un
conocimiento anterior a su narración) no reside en su carácter de hecho, sino
en su capacidad de llegar a ser el contenido semántico de una frase narrativa,
es decir, en su calidad de suceso virtual. La enunciación da un sentido, una
direccionalidad y un orden a los sucesos y no la conciencia histórica del his-
toriador. En consecuencia, A. C. Danto reconoce que el conocimiento de un
evento histórico no corresponde a la inteligibilidad de un solo término, sino
a la relación que éste mantiene con otro término para un tercero. Sólo bajo
estas condiciones es posible construir un relato (narración de sucesos) que
sea un objeto de conocimiento. Un punto de divergencia con respecto a este
filósofo es que la relación triádica no involucra hechos reales, ni estrictamente
conocimientos, sino que es el resultado de una narración: tanto S1 como S2
e, incluso, S3 son unidades semánticas reconocidas en el discurso. Sólo por su
expresión semántica (dentro de la serie (H)SA), es posible que los tres términos
accedan al rango de acontecimientos conocidos.
Un ejemplo claro de esta relación lo constituye la negativa de E. O’Gorman
(2006 [1958]: 22) a aceptar la expresión “Descubrimiento de América” como
una denominación “objetiva” de un hecho histórico, en la medida en que —de

48
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Primer capítulo. Continuidad y relato

acuerdo a su argumentación— no podía haberse nombrado un acto del cual


no se tenía conciencia. Es decir, ni el protagonista, ni ninguno de sus contem-
poráneos tuvo o hubiera podido tener conciencia de que el periplo de Colón
constituía un descubrimiento. Semánticamente esta palabra da por sentado
que el acto que designa ocurrió anteriormente: de manera análoga, los rayos X
no pudieron ser, en su momento, un descubrimiento para Roentgen. De he-
cho, el objeto —sea un continente o una radiación— no pudo tener existencia
para el hombre (existencia como signo) hasta el momento de su denomina-
ción, lo que constituye un acto de invención, más que de descubrimiento.
De este modo, sólo es posible describir un acontecimiento conocido,
como puede ser la conquista del imperio azteca por los españoles, en fun-
ción de los acontecimientos posteriores a los que dio lugar: la época colonial,
el surgimiento de una identidad nacional mexicana, etc.; por lo que ningún
observador inmediato sería capaz de aprehender la historicidad de lo acaecido
en el momento de su acontecer. Por ende, no puede establecerse una relación
unívoca entre un acontecimiento que sólo es detectable a posteriori por un
observador situado en otro tiempo y una narración que varía en función de
los posibles narradores, es decir, en función de los innumerables puntos de
vista posibles sobre la historia. En consecuencia, las narraciones históricas se-
rán aquellas formas variables que tornarán descriptible a un acontecimiento
primero, que es considerado invariante, aunque sólo sea por el hecho de ser
considerado como el acontecimiento de referencia.
A diferencia de lo establecido por A. C. Danto, en la que el observador
era considerado como el historiador, protagonista de un hecho que determina
causas y consecuencias, en el caso de la narración histórica el observador es un
participante directo del relato histórico, es una representación discursiva del
acto de enunciación que el relato toma a su cargo. No es, pues, el historiador
mismo el que se hace presente en su relato, sino una representación discursiva
inscrita en el propio relato. Esta precisión no carece de importancia dado que
la actividad del propio historiador es tan inaccesible, desde el relato, como
los hechos que refiere. A consecuencia de lo anterior, la secuencialidad de los
relatos es susceptible de ser analizada como un contenido semántico, indepen-
dientemente de su relación con los acontecimientos y con los hechos.

49
SEGUNDO CAPÍTULO
SEGMENTACIÓN Y CLAUSURA

1. INTRODUCCIÓN

U na de las primeras dificultades a la que se enfrenta el


analista del discurso es definir cuál va a ser precisamen-
te el objeto estudiado; no sólo definir el tipo de discurso —li-
terario, político, histórico u otro— sino también, de manera
crucial, qué texto e incluso qué partes o fragmentos de él
serán concretamente estudiados. Estas decisiones requieren
de procedimientos de selección y extracción de datos, que
ponen en juego la facultad de reconocer los límites y fronte-
ras de los textos o corpus representativos y que se encuentran
contenidos en los conceptos de segmentación y clausura del
discurso. Esta tarea asume que el objeto concreto y singular
de estudio no es un objeto dado, sino que, al ser objeto de
una selección, es resultado de una actividad constructiva.
Desde una perspectiva semiótica, la segmentación y
clausura del discurso presentan no sólo dificultades en su
aplicación en los análisis concretos, sino también en su in-
tegración dentro de la teoría semiótica. La resolución de esas

51
Roberto Flores O.

dificultades exige abordar, sucesivamente, la cuestión de la constitución del


corpus, el concepto de clausura y, por último, el de segmentación. Paralela-
mente, dentro del itinerario aquí propuesto, será preciso cuestionar el papel
que juegan las marcas del discurso en el reconocimiento tanto de las fronteras
externas como internas de los discursos, que C. Zilberberg (1994/95: 162) de-
nomina respectivamente demarcación y segmentación, al mostrar la necesidad
de distinguir entre lo que llamaré una clausura metodológica y una clausura
descriptiva del discurso y al ubicar ambas en el conjunto del recorrido analíti-
co, para terminar esta reflexión con la propuesta de vincular los procedimien-
tos de clausura y segmentación a una teoría de las isotopías.

2. LA CONSTITUCIÓN DEL CORPUS Y LA SEGMENTACIÓN

La noción de discurso presenta dificultades de comprensión dada su vaguedad,


derivada del gran número de definiciones que se han dado de ella: como pro-
ceso frente al sistema de la lengua, género o tipo textual, nivel transfrástico de
la lengua, resultado de la actividad enunciativa, fundamento ideológico, forma
de presentación y asunción del habla reportada, etc. Considerar al discurso
como sinónimo de proceso semiótico y, por ello, como la realización sintag-
mática de un universo semántico (A. J. Greimas y J. Courtés, 1982 [1979]:
126)13 conduce inmediatamente a la necesidad de identificarlo empíricamente
en los fenómenos del lenguaje, es decir, se torna necesario identificarlo en
los textos, considerados como unidades a través de las cuales se manifiesta el
discurso y por las que se concreta un universo semántico y no simplemente
como una magnitud semiótica indiferenciada. De esta manera, el discurso es
susceptible de ser homologado —y lo ha sido— con el continuo del habla y,
en consecuencia, ha sido posible definir al texto como una unidad discursiva
de dimensiones específicas que forma parte de ese continuo. Esta primera dis-
tinción permite entender el texto como un representante, sintagmáticamente
delimitado, del discurso, siendo este último de extensión ilimitada.
Entonces, elegir un texto significa darse un fragmento representativo del
discurso como objeto de estudio. Esta elección no está exenta de dificultades

13. En este sentido, corpus sería un texto o un fragmento de texto constituido con vistas al
análisis, mientras que el texto es tal por sí mismo independiente de cualquier análisis.

52
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Segundo capítulo. Segmentación y clausura

tanto teóricas como prácticas ya que el concepto de texto aquí utilizado no se


refiere únicamente a los textos escritos (F. Rastier, 2005), sino que es extensivo
a fragmentos de discursos orales e, incluso, con todas las salvedades del caso, a
series léxicas. En especial, esta última posibilidad permite abordar los procedi-
mientos de constitución del corpus.
Si se parte del vocabulario total de una lengua y se le considera como
equivalente a la noción de discurso aquí propuesta, A. J. Greimas (1976
[1966]: 121 y ss.) propuso que el análisis lexicográfico, en su fase de consti-
tución del corpus, se realizara en dos momentos, tendientes ambos a reducir
el número de manifestaciones léxicas, para obtener una cantidad limitada de
datos que fueran efectivamente sometidos a análisis. En un primer momento,
el conjunto virtualmente abierto de lexemas de una lengua es transformado
en un conjunto cerrado de unidades léxicas pertenecientes a un mismo campo
o universo semántico. Para ello, sugería tomar un contexto frástico preciso y
determinar el conjunto de lexemas compatibles con él: esta primera reducción
del inventario se obtiene a partir de un conjunto de oraciones que se obtiene
al conservar un contexto invariable y hacer variar uno de los lexemas perte-
necientes a ellas. A. J. Greimas (1976 [1966]: 121 y ss.) utiliza la frase Après
une journée de travail, je me sens ____ (Después de una jornada de trabajo, me
siento____). En el ejemplo, el espacio en blanco es susceptible de ser llenado,
entre otros, por lexemas pertenecientes al campo semántico de fatigue (can-
sancio), que el autor agrupa en clases como son adjetivos verbales de ruptura,
como rompu (roto), esquinté (reventado); de vaciamiento, como vidé (vacia-
do), crevé (reventado); frecuentativos, como broyé (triturado), moulu (molido).
En un segundo momento, propone nuevos contextos en los que es posible
incluir los lexemas del inventario obtenido anteriormente, para que, al exami-
nar los contextos, sea posible distinguir las distintas acepciones de los lexemas;
es decir, la nueva reducción se obtiene al proponer un contexto variable, man-
teniendo, esta vez, el lexema invariable. Con esta segunda reducción se torna
posible distinguir las distintas acepciones de los lexemas del campo, es decir, se
clasifican los sememas agrupándolos en subconjuntos.
Con ambas reducciones se obtiene un conjunto cerrado de lexemas divi-
dido en subconjuntos semémicos. En el fondo, este procedimiento equivale al
proceso de construcción de un discurso de extensión ilimitada, ya que se trata
de producir contextos frásticos o, mejor dicho, discursivos que posibiliten el
análisis de los sememas. En este sentido, se considera que, teóricamente, las

53
Roberto Flores O.

dos reducciones mencionadas corresponden a un modo especial en que se


realiza la clausura y segmentación del discurso. Sin embargo, el procedimiento
de la doble reducción es limitado ya que opera únicamente sobre series para-
digmáticas y no sobre sintagmas.
En el terreno sintagmático, A. J. Greimas propuso procedimientos de
segmentación para operar la clausura del discurso y reconocer las secuencias
constitutivas de un texto. Un claro ejemplo de aplicación de estos procedi-
mientos se encuentra en su análisis de Les deux amis de Guy de Maupassant (A.
J. Greimas, 1983 [1976]). En él, la segmentación aparece como la fase inicial
e imprescindible del análisis semiótico, puesto que permite al analista trabajar
no con el texto en su conjunto, sino con unidades sintagmáticas de menor ex-
tensión. Un recuento de los criterios de segmentación ahí utilizados (cuadro 1)
ofrece como demarcadores: i) los cambios de tiempo, de espacio, de actores, ii)
el uso de disjuntores lógicos como son las conjunciones, cambios de tema, que
llama disjunción tópica, las recurrencias frásticas o lexemáticas y, finalmente,
iii) los criterios gráficos —en el caso de los escritos, prosódicos en la oralidad-
que distinguen, por ejemplo, entre párrafos y capítulos. Los primeros criterios
forman una clase cerrada, mientras que los dos últimos son una lista abierta
(lo que se indica mediante puntos suspensivos). La agrupación de estos crite-
rios en tres clases se apoya en el recorrido generativo de la significación, que
distingue entre el nivel narrativo y el discursivo, además del procedimiento
de textualización, que incluye la tercera clase: los dos primeros criterios co-
rresponden a la forma del contenido, mientras que el tercero corresponde a la
forma y, eventualmente, a los cambios de sustancia de la expresión.

Cuadro 1. Criterios de segmentación del discurso.

DISJUNCIONES
Nivel narrativo Nivel discursivo Textualización
Demarcadores
Conectores lógicos &ULWHULRVJUiÀFRV
temporales
D. espaciales Disjunciones tópicas ...
D. actoriales Recurrencias
...

54
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Segundo capítulo. Segmentación y clausura

La relevancia de los tres primeros criterios descansa en el lugar prominen-


te de las estructuras narrativas en la generación del sentido y que se apoya en
la hipótesis de la narratividad. Pero, históricamente, estos criterios remiten a
la unidad dramática postulada por la preceptiva italiana del siglo XVI (Cinthio,
Scaligero) a partir de su lectura de la Poética de Aristóteles y definida como la
unidad de lugar, tiempo y acción (en A. J. Greimas, la acción es vista a través
de los actores). Lo cierto es que Aristóteles únicamente pugna por una unidad
de acción en la tragedia, por lo que las otras dos son propuestas e instituidas
en norma por los italianos, mientras que la postura de A. J. Greimas es exclu-
sivamente descriptiva.
La pertinencia de esos tres criterios descansa en la articulación narrativa
de los textos y relatos, mientras que los demás responden a las coerciones in-
herentes a la sintaxis o, incluso, a la textualización. Es decir, al reconocer un
cambio de tiempo, espacio o actor, hay mayor seguridad de que en el texto se
ha dado el paso de una unidad narrativa a otra, mientras que los otros criterios
pudieran indicar, no el paso de una unidad a otra, sino simplemente responder
a una regla sintáctica, como en el uso de conjunciones para indicar una impo-
sibilidad de la textualización, como es la de poder presentar simultáneamente
dos puntos de vista sobre la misma acción (como sucede con comprar y vender,
que juntos conforman el acto complejo de compra-venta) o, incluso, pudieran
responder a una convención gráfica, arbitraria u opcional, como es la división
en párrafos.
Sin embargo, a pesar de la importancia de los tres primeros criterios, en
algunas circunstancias, otros son los criterios que sirven para reconocer el ini-
cio o el final de una secuencia. Estos señalamientos conducen a pensar que,
si bien la primacía de los tres primeros criterios plantea la posibilidad de ela-
borar una teoría de la segmentación, esta teoría requerirá de algo más que el
mero reconocimiento y clasificación de marcas en el discurso. Aún no existe
es teoría, una teoría que no solamente permita entender la extensión de las
magnitudes semióticas, sino también su estatuto como magnitudes y el modo
en que esas magnitudes de propiedades indeterminadas pasan a ser unidades
textuales dotadas de propiedades precisas. Indicio de esta carencia es el hecho,
ya mencionado, de que, si bien los tres primeros criterios conforman una serie
cerrada, los otros dos son listas abiertas.
Por otro lado, puesto que algunas marcas son más claras y contunden-
tes, los segmentos así reconocidos tendrán también valores diferenciales: de

55
Roberto Flores O.

esta manera, habrá segmentos cuya unidad es débil frente a otros dotados de
una fuerte cohesión textual. Es posible correlacionar esta diferencia, por un
lado, con la relativa autonomía semántica de las secuencias así reconocidas: la
posibilidad de que esas unidades sean totalmente dependientes del relato en-
globante o que sean susceptibles de ser consideradas como un microrrelato. El
grado máximo de diferenciación se produce cuando las marcas aíslan un relato
completamente autónomo de su entorno discursivo. Sin embargo, es preciso
recordar que la segmentación no prejuzga acerca del contenido semántico de
las secuencias y de los relatos: un segmento es candidato a ser considerado
como una secuencia narrativa. Cuando las marcas encuadran la totalidad de
un relato —es decir, cuando se reconocen sus fronteras extremas—, se hablará
de la demarcación, mientras que las marcas al interior de un relato indican la
existencia de secuencias constitutivas del relato y se hablará de segmentación.
Es posible, también, que las marcas pertenezcan a la propia unidad (mar-
cación interna) o que la delimitación sea operada indirectamente por la pre-
sencia de marcas pertenecientes a unidades adyacentes (marcación externa):
en un ordenamiento lineal, el final de un segmento marcaría la posibilidad del
inicio de otro y, correlativamente, el inicio de un segmento señalaría el final
del segmento anterior. Además, las marcas de segmentación se acumulan, de
manera que la frontera es señalada con mayor fuerza; en tal caso, la contun-
dencia y claridad del cierre descansa en una suma y no en la naturaleza de la
marca. La acumulación de marcas ofrece varias posibilidades de segmentación:
• La secuencia o relato posee marcas tanto de inicio como de fin, sus
fronteras son inequívocas y la unidad textual demarcada posee auto-
nomía y completud semánticas.
• La secuencia no posee marcas de inicio o de fin y constituye un relato
abierto, aunque se encuentre demarcado por secuencias adyacentes.
• La secuencia posee una frontera inicial, señalada mediante marcas in-
ternas o externas, pero no posee frontera final y, por ello, no culmina.
• La secuencia no posee frontera inicial pero sí posee marcas internas o
externas de su final.
Estas consideraciones serán de gran importancia en el momento en que se
aborde el orden de los relatos en función de las secuencias de sus sucesos cons-
titutivos, pues permitirá establecer una caracterización aspectual de los relatos.

56
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Segundo capítulo. Segmentación y clausura

3. CLAUSURA METODOLÓGICA Y CLAUSURA DESCRIPTIVA

En el seno de la teoría del lenguaje son dos los lugares donde se ha ubicado la
noción de discurso; en ambos, la definición se ha dado a través de operaciones
de delimitación que, para el caso, han sido llamadas clausura del discurso,
generando con ello cierta confusión. Al discurso se le ha ubicado dentro de la
jerarquía de metalenguajes que conforman la teoría del lenguaje (L. Hjelmslev,
1976 [1963]: 167-173) en el primer y en el segundo nivel: elucidar esta doble
inscripción es de vital importancia para su definición.14 Ubicar el concepto en
el lenguaje metodológico (metalenguaje de segundo nivel) equivale a hacer
de él el nombre del objeto de estudio. Significa convertirlo en la meta de la
acción analítica, aquello a lo que se enfrenta el analista, su ob-jectum. En pocas
palabras significa, desde una perspectiva fenomenológica, construir un objeto
al momento de designarlo. Sin embargo, el acto de designación por el que el
concepto adquiere su sentido es a todas luces insuficiente. Esto es porque el
sentido así obtenido no es un sentido pleno. Por el momento, la designación
fundadora señala un lugar vacío, una mera virtualidad de sentido. La desig-
nación circunscribe un espacio cuyas fronteras no son fijadas por el espacio
mismo, sino por los espacios adyacentes en un proceso de demarcación exter-
na. De suerte que, conformándose con este primer intento de definición, el
discurso aparece como el resultado de una doble negación, como lo que no-no
es discurso. El discurso parecería ser, entonces, pura negatividad: un resto, un
desbordamiento no contemplado por otras disciplinas, un espacio de exclu-
sión y no un espacio positivamente definido.
Al respecto, cabe detenerse en la concepción semiótica de la negación,
aunque sea únicamente para evitar confusiones. Se ha sugerido definir esta
negación como una oposición privativa, dándole un estatuto lógico. Sin em-
bargo, como el mismo A. J. Greimas señala (en M. Arrivé y J. C. Coquet,
1987: 301-330), se presentan dificultades insuperables como es la de entender
qué significa un término contradictorio producto de la operación de nega-
ción: ¿qué significa, por ejemplo, el término no-vida? Desde la perspectiva
lógica este término sería equivalente a todo, a cualquier cosa que no fuera
vida, lo cual tiene la gran desventaja de hacer extensiva la categoría vida vs.
muerte a todo el universo: un mueble, un instrumento, una piedra podrían ser

14. Una precisión semejante, pero referida al signo, se encuentra en K. Heger, 1974: 2-3.

57
Roberto Flores O.

entonces caracterizados mediante el atributo no-vida, pero esta predicación


no corresponde a la negación semiótica sino al estado de no vida. Por ello,
se torna necesario distinguir la negación lógica de la semiótica y reservar esta
última a un término singular cuya existencia se caracteriza por el hecho de ser
la negación de otro término. Esto significa que se trata de una negatividad que
contrasta con un término definido en su positividad. De este modo, la nega-
ción de la vida debe ser diferenciado del estado negado: un ejemplo trivial pero
esclarecedor permite entender la existencia semiótica como negación de otro
término. En la película del célebre luchador mexicano El Santo, Santo contra
los zombis (1961), el zombi es un ser cuya existencia semiótica niega la vida,
pero no está muerto; en cambio, en El Santo vs. las momias de Guanajuato
(1970), la momia niega la muerte, pero no está viva. De modo que la negación
semiótica está cargada de cierta positividad: un término como no-discurso —y
su correlativo no-no-discurso— postula la existencia positiva de una entidad
semiótica.15
¿Qué ventaja representa definir así al discurso? En términos prácticos to-
davía nada, pero no así a nivel metodológico ya que ahí la negación señala
inmediatamente la necesidad de postular la unidad del discurso como una
hipótesis imprescindible, previa a toda descripción. Es decir, plantea la necesi-
dad de que el análisis se haga sobre un discurso globalmente homogéneo y no
sobre una colección heteróclita de fragmentos discursivos. En este sentido, es
posible decir que, al momento de designar su objeto de estudio, el analista se
ve obligado no a tomar un texto como si éste fuera una unidad objetiva, sino
a tomar un fragmento del continuo del habla y a postular hipotéticamente
que ese fragmento constituye una unidad de significación. En pocas palabras,
el analista se ve obligado a “hacer texto”, es decir, a iniciar el proceso de su
construcción. En este proceso, la primera operación del análisis es la construc-

15. Es el sentido que A. J. Greimas y J. Fontanille (1994 [1991]: 40) dan a la noción de
sommation, de difícil y engañosa traducción: “delimitar una zona, sommer un sitio, es decir,
negar lo que ese sitio no es”. Es preciso recordar que sommer tiene en francés tres acepciones:
“conminar”, “sumar”, “dominar u ocupar una cumbre”. La semiótica tensiva de C. Zilberberg
ha explotado el sentido de conminación (consulta directa al autor), pero es preciso indicar que
la cita de A. J. Greimas y J. Fontanille define el término como la negación del no-lugar. El sus-
tantivo somme, una de sus acepciones, lo hace equivalente a síntesis o resumen, términos que
dan la idea de una agrupación en un lugar determinado, lo que supone una operación de triaje,
mediante la cual la delimitación opera por el rechazo de todo aquello que no posee el atributo
rector de la operación.

58
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Segundo capítulo. Segmentación y clausura

ción de la unidad discursiva como hipótesis y no el reconocimiento de hechos


como evidencias existentes por sí mismas: esto constituye lo que aquí se llama
la clausura metodológica del discurso. Se trata del reconocimiento de una deli-
mitación y de la selección de un texto o fragmento de texto, de carácter hipo-
tético y provisional, que el análisis mismo tendrá que confirmar o modificar.
Ahora bien, al ser un postulado inicial, esta primera clausura permite pa-
sar a una segunda fase, que es el reconocimiento concreto de las fronteras,
tanto externas como internas, del texto. Esta segunda fase es lo que habitual-
mente ha sido llamado segmentación y consiste en identificar las secuencias
constitutivas del texto a partir de los distintos tipos de marca ya mencionados.
Considerar que el cierre del discurso también se efectúa en el nivel descriptivo
equivale a reconocer (i. e., construir) las secuencias textuales, las unidades dis-
cursivas de extensión limitada que concretamente serán analizadas. La extrac-
ción de las secuencias (estrictamente hablando son candidatos a secuencias) es
el objetivo de esta fase del análisis, pero también es una operación que pone en
relación diversos planos de abstracción: al elegir un texto o un fragmento de
texto y segmentarlo en secuencias, el analista elige un corpus representativo de
un universo discursivo. Por lo tanto, tres son los grados de abstracción puestos
en juego en esta selección: el universo discursivo, el texto y el corpus.
No todo el discurso ni todo en un discurso es analizado. Previo al análisis
se impone la necesidad de extraer y seleccionar los datos. Este proceso ha sido
llamado de clausura del discurso pero esta vez considerada como una fase de
la descripción.
Dentro de la práctica analítica de algunas corrientes de análisis del dis-
curso, la clausura descriptiva se ha llevado a cabo explícitamente, mediante
la selección de muestras representativas o, implícitamente, por generalización
a partir de un fragmento (J. Dubois, 1978). En ambos casos se trata de la
puesta en práctica de métodos inductivos basados en el reconocimiento de
invariantes como base del establecimiento de reglas. Es posible contrastar esta
postura con los métodos hipotético-deductivos, donde el reconocimiento de
límites en un texto y la constitución de corpus representativos están ligados
a la postulación de modelos y a su aplicación a casos concretos por medio de
un cálculo. De manera general, ambos métodos ponen en juego criterios de
exhaustividad, homogeneidad y representatividad, los cuales deben presidir la
construcción del corpus. Pero para el inductivista, la construcción del corpus
se realiza mediante el reconocimiento de marcas, ya sea por localización de

59
Roberto Flores O.

recurrencias léxicas o por reducción del texto a frases básicas: esta construcción
supone, pues, un vínculo entre forma lingüística y contenido semántico. En
contraste, el deductivista se ve obligado a preguntarse sobre el valor intrínseco
de la marca y sobre su doble poder de representación que le permite tanto pre-
sentarse a sí misma como unidad del plano de la expresión, como representar
un hito en el contenido semántico del texto.
Lejos de poseer una función sígnica simple, donde se asociaría una unidad
del plano de la expresión a una unidad del plano del contenido, la marca con
la que se reconocen los límites del discurso, además de su propio valor, posee
una función en la cual una unidad de la expresión se asocia, no a una unidad
del contenido, sino a la articulación misma de las unidades del discurso. Es
decir, una marca tal como la aparición de un nuevo actor en el relato no sólo
es un signo de sí mismo, sino el indicio de que la unidad del texto se compone
de al menos dos secuencias. Es este el papel de la marca que es preciso que
cuestionar pero, antes, es necesario explorar el modo en que se relacionan las
clausuras metodológica y descriptiva de los discursos, examinando su lugar en
el proceso analítico.

4. EL RECORRIDO ANALÍTICO

Si se distinguen los dos tipos de clausura cabe preguntarse por su articulación.


Al respecto es posible observar que, al tener la posibilidad de operar distintas
segmentaciones, dependiendo del o de los niveles de análisis elegidos, resultará
que una segmentación inicial, como la que se opera sobre la superficie textual
con el fin de reconocer sus secuencias constitutivas, será sustituida posterior-
mente por otra segmentación que sea el resultado de un análisis hecho a un
nivel de profundidad determinado y que reflejará la articulación narrativa del
texto: es decir, en la primera fase del análisis se pueden reconocer secuencias
en un texto a partir de marcas lingüísticas, pero estas secuencias no correspon-
derán forzosamente a las unidades narrativas que detecte el análisis.16 Por lo
tanto, se debe distinguir una segmentación anterior al análisis que opera sobre
los niveles más superficiales del texto, de una segmentación posterior que ope-

16. La hipótesis de A. J. Greimas (en M. Arrivé y J. C. Coquet, 1987) es que las estructuras
narrativas son las que, por su importancia, determinan la segmentación más adecuada del texto.

60
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Segundo capítulo. Segmentación y clausura

ra en un segundo momento, a partir de criterios menos inmediatos y que aquí


será llamada articulación.
Así, la segmentación no se restringe a un mero procedimiento previo al
análisis, sino que se convierte en un verdadero proceso coextensivo a todo el
recorrido analítico. Al combinar las clausuras, metodológica y descriptiva, con
el momento en que se da la segmentación con respecto al análisis narrativo,
anterior y posterior, es posible proponer cuatro momentos constitutivos de
este proceso, como se aprecia en el cuadro 2. Tres de las denominaciones ya
han sido indicadas, designación, segmentación y articulación, pero faltaría la
cuarta, que podría ser llamada estructuración dado que esta última fase del
análisis supone el reconocimiento de las estructuras que permiten la aprehen-
sión del texto ya no como una hipotética unidad discursiva sino como una
totalidad que responde a un principio de articulación.

Cuadro 2. Los tipos de clausura discursiva y el recorrido analítico.

CLAUSURAS
METODOLÓGICA DESCRIPTIVA
Designación Segmentación
ANTERIOR
Unidad discursiva hipotética Secuencias provisionales

Estructuración Articulación
POSTERIOR
Discurso como totalidad Secuencias narrativas

Los cuatro momentos se ordenan secuencialmente en un recorrido que es


posible representar mediante un grupo de operaciones de clausura (en el cua-
dro 2, las flechas indican el recorrido), el cual da cuenta del proceso de cons-
trucción del discurso desde la perspectiva de la clausura y la segmentación.
Es posible presentar estos cuatro momentos como un cuadrado semiótico
(figura 5) y homologarlo con el cuadrado de la totalidad (figura 6).17 Al interior

17. Respecto de este cuadrado es preciso consultar los siguientes artículos: A. J. Greimas
y E. Landowski, “Analyse sémiotique d’un discours juridique” (en A. J.Greimas, 1976); J. C.
Coquet, “L’École de Paris” (que es la introducción a J. C. Coquet (ed.), 1982: 5-64). También
es posible consultar con provecho un texto temprano de A. J. Greimas, “Comment définir les
indéfinis?” (1963: reimpreso en A. J. Greimas, 2000).

61
Roberto Flores O.

Figura 5. Cuadrado de las clausuras.

Designación Articulación
Metodológica anterior Descriptiva posterior

Estructuración Segmentación
Metodológica posterior Descriptiva anterior

Figura 6. Cuadrado de la totalidad y las clausuras.

Unidad integral Totalidad partitiva


(Ui) (Tp)
Designación Articulación

Totalidad integral {Unidades partitivas}


(Ti) ({Up})
Estructuración Segmentación

de esta categoría, se parte de la hipótesis metodológica inicial, anterior a todo


análisis, de que el texto en cuestión forma una unidad de sentido (Ui). Este
postulado conduce, a nivel descriptivo, a proponer una segmentación provi-
sional, que permita reconocer sus secuencias constitutivas, pero tomando úni-
camente en cuenta la ubicación de las partes en la linealidad del texto, lo que
permite considerar al texto como un conjunto de unidades partitivas ({Up}).

62
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Segundo capítulo. Segmentación y clausura

En un tercer momento, durante la descripción narrativa, las partes inicialmen-


te propuestas son sustituidas por unidades, cuya propiedad es justamente la de
dar cuenta de la totalidad del texto como una articulación narrativa (Tp). Fi-
nalmente, al considerar globalmente las articulaciones del texto se obtiene una
representación del texto como una estructura semiótica (Ti). De modo que
la hipótesis inicial acerca de la unidad del discurso se ve confirmada al final
puesto que esta unidad será reflejo de la existencia del sentido total del texto.
Con esta representación de las operaciones de segmentación y clausura es
posible volver a considerar el papel que juegan, en el análisis, los demarcadores
de secuencia correspondientes a la identificación de las unidades partitivas
({Up}).

5. JERARQUÍA DE SECUENCIAS Y SEGMENTACIONES FUERTES


Y DÉBILES

La elección de una distribución de las secuencias está en función de la natu-


raleza de los marcadores de frontera: son ellos los que determinan el tipo de
cierre, es decir, la fuerza relativa con que contribuyen a delimitar la frontera
de cada secuencia. Una distinción elemental de los cierres en función de su
fuerza permite separar cierres fuertes de cierres débiles. La fuerza o la debilidad
son relativas y dependen de consideraciones tales como la localización de los
procesos narrados en las secuencias dentro de una misma unidad espacial o
temporal, la permanencia de un mismo objeto, la integración de los procesos
narrados dentro de una misma unidad semántica, etcétera.
La fuerza de la segmentación depende del alcance de la marca. Esto es cla-
ro, por ejemplo, en el caso de las oraciones compuestas, en donde una coma,
un relativo o una coordinación articulan oraciones simples, susceptibles de
ser consideradas secuencias mínimas, pero sin mayor peso en el conjunto del
relato. Asimismo, una conjunción adversativa es susceptible de servir de mar-
ca para señalar dos proposiciones dentro de una misma argumentación. El
alcance de un adverbio es también un criterio para sopesar su fuerza y, por lo
tanto, la importancia de las secuencias así delimitadas. Así, por ejemplo en la
oración Lentamente se dirigió a la mesa, retiró la silla que se atravesaba en su paso
y, con un gesto brusco, dio un sonoro golpe: la mosca había muerto, es claro que
el adverbio inicial caracteriza los actos de acercamiento a la meta, pero que el

63
Roberto Flores O.

golpe queda excluido. Cabe, pues, distinguir dos secuencias en el ejemplo, la


primera de ellas incluye las dos primeras acciones y la segunda tanto el golpe
como el estado resultante.
Por otra parte, la fuerza también apela al contenido semántico de la se-
cuencia delimitada, tal como ya se indicó al señalar los criterios narrativos
de cambio de espacio, tiempo y actor o al mencionar los criterios discursivos
de cambio de tema o las recurrencias isotópicas. Pudiera pensarse que la seg-
mentación sólo fuera un procedimiento formal, en el sentido que muchos
lingüistas le dan, para oponerlo al contenido; por ejemplo, cuando utilizan
la concordancia para reconocer al llamado sujeto gramatical. Sin embargo, si
bien es posible encontrar marcas que se sitúan únicamente en el plano de la
expresión —aliteraciones y rimas en poesía, cambios de tipo o cambios en la
distribución del texto en la página, sangrías, etc.—, es preciso señalar que las
marcas más contundentes son aquellas que poseen el valor de un signo pleno.
La segmentación opera mediante criterios múltiples de importancia varia-
ble que se acumulan como indicios de la existencia de una magnitud semán-
tica de contenido unitario, llamada secuencia. En el plano de la expresión, las
secuencias se ordenan linealmente. Pero, en el plano del contenido, el texto
se organiza como un conjunto jerarquizado de secuencias. El propósito prác-
tico de la segmentación consiste en obtener un orden lineal de secuencias
que facilite su análisis. En cambio, el propósito analítico consiste en obtener
una representación de las articulaciones jerárquicas del texto. De ahí que, si
bien el conjunto de criterios ofrecen una imagen coincidente del orden lineal
del texto, su carácter múltiple y el peso específico de cada criterio, su relativa
fuerza demarcadora, permite obtener organizaciones jerárquicas variables, que
dependen de la ponderación de los criterios retenidos.
Es preciso presentar la jerarquía de secuencias, al distinguir secuencias de
subsecuencias. La cantidad de niveles que comprende la jerarquía no está pre-
determinada, su número dependerá de los procedimientos de descomposición
de la totalidad del relato en partes. Sin embargo, existe un nivel de base, más
allá del cual no será posible dividir más: se trata del nivel en el que la secuencia
coincide con un suceso elemental. A partir de ese primer nivel se construirá
la jerarquía por integración de secuencias en macrosecuencias, hasta abarcar
el relato entero. Un cierre fuerte indica, pues, una mayor importancia de la
secuencia delimitada, lo que en la jerarquía de secuencias supone que se en-
cuentra más cerca de la totalidad.

64
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Segundo capítulo. Segmentación y clausura

Es posible ahora presentar un ejemplo de segmentación de un fragmento


de la Historia general de las cosas de Nueva España de fray Bernardino de Saha-
gún (1988), (Libro 12, Cap. II).

Secuencia (Sc) 1
La primera vez que parecieron navíos en la costa desta Nueva España,
los capitanes de Motecuzoma, que se llamaban calpisques, que estaban
cerca de la costa, luego fueron a ver qué era aquello que venía, que
nunca habían visto navíos, uno de los cuales fue el calpisque de Cuex-
técatl que se llamaba Pínotl. Llevó consigo otros calpisques: uno que
se llamaba Yaotzin, que residía en el pueblo de Mictlancuauhtla, y otro
que se llamaba Teocinyócatl, que residía en el pueblo de Teocinyócatl,
y otro que se llamaba Cuitlalpítoc; éste no era calpixqui, sino criado
de uno destos calpisques y principalejo; y otro principalejo que se lla-
maba Téntlil. Estos cinco fueron a ver qué cosa era aquello, y llevaban
algunas cosas para venderlos, so color de ver qué cosa era aquélla. Y
lleváronlos algunas mantas ricas que sólo Motecuzoma las usaba; nin-
guno otro tenía licencia de usarlas.
Sc 2
Entraron en unas canoas y fueron a los navíos. Dixeron entre sí: “Esta-
mos aquí en guarda desta costa. Conviene que sepamos de cierto qué es
esto para que llevemos la nueva cierta a Motecuzoma.” Entraron luego
en las canoas y comenzaron a remar hacia los navíos.
Sc 3
Y como llegaron junto a los navíos y vieron a los españoles, besaron
todas las pruas de las canoas en señal de adoración. Pensaron que era el
dios Quetzalcóatl que volvía,
Sc 4
al cual estaban y están esperando, según parece en la historia deste dios.
Sc 5
Luego los españoles los hablaron. Dixeron: “¿Quién sois vosotros?
¿Dónde venís? ¿De dónde sois?” Respondiéronlos los que iban en las
canoas: “Hemos venido de México.” Dixéronles los españoles: “Si es
verdad que sois mexicanos, decidnos ¿cómo se llama el señor de Mé-
xico?” Ellos les respondieron: “Señores nuestros, llámase Motecuzoma
el señor de México.”

65
Roberto Flores O.

Sc 6
Y luego les presentaron todo lo que llevaban. De aquellas mantas ri-
cas que llevaban, unas se llamaban xiuhtlalpilli; otras, tecomayo; otras,
xahualcuauhyo; otras, ecacozcayo;18 otras, tolecyo o amalacayo; otras, tez-
capucyo. Todas estas maneras de mantas las presentaron al que iba por
principal en aquellos navíos,
Sc 7 incrustada
que según dicen era Grijalva,
retorno a la Sc 6
y los españoles dieron a los indios cuentas de vidrio, unas verdes y otras
amarillas.
Sc 8
Y los indios, como las vieron, maravilláronse mucho, y hubiéronlas en
mucho.
Sc 9
Y despidiéronse de los indios, diciendo: “Ya nos volvemos a Castilla, y
presto volveremos, y iremos a México.”
Sc 10
Los indios se volvieron a tierra. Y luego se partieron para México,...

La segmentación arroja diez secuencias que se distribuyen en los planos


de la enunciación y del enunciado. Las secuencias pertenecientes al plano de
la enunciación son aquellas en que el narrador del relato interviene para co-
mentar o interpretar los sucesos narrados. Esas intervenciones corresponden
a la Sc 4, que hace mención a otra historia, la del dios Quetzalcoatl, y la Sc 7,
en la que también aparece un discurso referido a informantes no identificados
que proporcionan la identidad del capitán de los navíos. Esta última secuencia
se encuentra incrustada en el interior de la secuencia anterior, por lo que la Sc
6 es discontinua. Dado que ambas intervenciones son puntuales y no se des-
pliegan en una narración autónoma, no serán tomadas en cuenta al discutir la
organización jerárquica del relato, en la que se agrupan las distintas secuencias
en conjuntos de mayores dimensiones.
Al examinar la segmentación se aprecia que es posible agrupar las secuen-
cias de tres maneras distintas, lo que arroja tres posibles lecturas del relato:

18. En la columna del texto en náhuatl dice coacozcayo (nota de los editores de la crónica).

66
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Segundo capítulo. Segmentación y clausura

1) Si se atiende a la integración de las secuencias se observa que existe un


proceso a todo lo largo, que es un desplazamiento de ida y vuelta que realizan los
vigías indios. Entre una y otra fase del desplazamiento se produce un intercambio
verbal y de regalos. Esta distribución es conforme a los desplazamientos del esque-
ma proppiano, que enmarcan una prueba decisiva central. Pero, a cada fase del
desplazamiento le sigue una evaluación cognoscitiva, en un caso de la identidad
de los españoles y en el otro de los bienes que los vigías reciben en retribución de
los regalos: esas evaluaciones corresponden a derrotas cognoscitivas, puesto que
sobrevaloran tanto la identidad de los españoles (“era el dios Quetzalcoatl”) como
de las cuentas de vidrios (“maravilláronse mucho, y hubiéronlas en mucho”). En
ese caso, las derrotas cognoscitivas y los intercambios se sitúan en un espacio na-
rrativo medio, enmarcado por el ir y regresar del desplazamiento: desplazamiento
/derrota-intercambios-derrota/ desplazamiento.

2) El texto también puede ser distribuido como un políptico, con un doble


panel central enmarcado por paneles dobles laterales: desplazamiento-derrota/
intercambios/desplazamiento-derrota. Si se mantiene en esta lectura el esquema
proppiano, sería necesario asignar a los intercambios el papel de prueba decisiva,
lo que no es exacto, puesto que las derrotas son los elementos cruciales del relato.

3) Se ve, también, que el texto se distribuye en una simetría inversa: despla-


zamiento-derrota-intercambio/intercambio-derrota-desplazamiento. Si en esta
última distribución de las secuencias se ignoran los desplazamientos, entonces la
primera derrota cognoscitiva aparece como el antecedente del primer intercam-
bio, mientras que la segunda derrota será la consecuencia del segundo intercam-
bio. Esta inversión tendría que ser explicada.

La fuerza relativa de las marcas de segmentación arroja la siguiente distri-


bución (cuadro 3, la finura del punteado indica mayor fuerza):

Cuadro 3. Ejemplo de segmentaciones débiles y fuertes.

1ª Derrota 1er Inter- Desplaza-


Desplaza- CREER SER cambio 2º Intercambio 2ª Derrota miento
miento IR DIOS VERBAL REGALOS MARAVILLARSE VOLVER
Sc1 Sc2 Sc3 Sc5 Sc6 Sc8 Sc9 Sc10

67
Roberto Flores O.

La elección de una distribución de las secuencias está en función de la


naturaleza de los marcadores de frontera: son ellos los que determinan el tipo
de cierre, es decir, la fuerza relativa con que contribuyen a delimitar la frontera
de cada secuencia. La fuerza o la debilidad son relativas y dependen de consi-
deraciones tales como la localización de los procesos narrados en las secuen-
cias dentro de una misma unidad espacial o temporal, la permanencia de un
mismo objeto, la integración de los procesos narrados dentro de una misma
unidad semántica, etc.
Es posible notar que los cierres débiles se encuentran indicados por su-
cesos puntuales: fueron, llegaron, vieron. Por su parte, los cierres fuertes se
establecen cuando se instaura un nuevo estado cognoscitivo en los indios:
pensaron, hubieron en mucho, se maravillaron. Existen cierres de valor local
que indican el fin de los actos verbales: hablaron, respondieron, dixeron. Esto
indica un alcance o repercusión local de los sucesos puntuales y de un alcance
global de los estados: de modo que los sucesos puntuales y, en menor medida,
los sucesos de duración acotada parecen ser determinantes para introducir o
finalizar un suceso local y los estados, para introducir procesos globales. Por
otra parte, la fuerza de los cierres también se aprecia en la integración de los
sucesos constitutivos de las secuencias: existe una fuerte integración cuando
las acciones narradas son fases de un mismo proceso global: entraron, fueron,
llegaron (fases de un desplazamiento); y una integración más débil cuando son
acciones que poseen un cierto grado de autonomía: vieron, pensaron, besaron,
con las que se manifiestan las evaluaciones en los ámbitos perceptual, cognos-
citivo y pasional.
De este modo se constata que las dos primeras secuencias —el desplaza-
miento de ida y la primera derrota cognoscitiva— se encuentran débilmente
demarcados entre ellos en la medida en que ambos relatan las acciones tanto
pragmáticas como cognoscitivas de un mismo sujeto; en cambio, se distinguen
fuertemente de las dos secuencias de intercambio, en la medida en que estas
últimas se producen en un espacio distinto —el espacio de llegada— e invo-
lucran a un nuevo actor —los españoles—. Por su parte, la segunda derrota
cognoscitiva presenta una cierta dificultad para ser identificada como una se-
cuencia fuerte o débilmente demarcada con respecto al segundo intercambio:
por un lado, hay un objeto que permanece —los regalos—; por el otro, se
produce un cambio de actor, puesto que la derrota es obra únicamente de los
indios, ya sin intervención de los españoles. Esta segunda derrota cognoscitiva

68
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Segundo capítulo. Segmentación y clausura

es similar a la primera, en la medida en que es obra de los propios indios y es la


fase final de un proceso de interpretación: de la identidad de los españoles en
un caso, del valor de los obsequios en el otro. Sin embargo, sus respectivas po-
siciones desmienten la aparente simetría: la segunda derrota es la consecuencia
del segundo intercambio, mientras que la primera no es la consecuencia del
desplazamiento, sino de la presencia de los españoles. Esta observación sugiere
que ambas derrotas se insertan en un proceso global referente a la competencia
cognoscitivo-pasional de los indios: a su credulidad o ingenuidad. Análisis de
otros fragmentos de la Historia permitirían confirmar esta hipótesis.
Como último señalamiento: es notorio que esta intervención de los indios
se encuentra enmarcada dentro de las acciones de los españoles: el desplaza-
miento de retorno no es obra de los indios, quienes regresarían a la costa, sino
de los españoles. Una vez que ha sido reconocida la naturaleza de los cierres,
es posible plantear este problema a partir de la distribución de las secuencias
en procesos. Ya se vio que las primeras tres secuencias no plantean mayor
problema, en la medida en que se distinguen claramente entre las secuencias
que se efectúan en las canoas y el intercambio que se realiza una vez llegados
al navío).19 Son las tres últimas secuencias las que plantean la dificultad, en
la medida en que, como ya fue señalado, su aparente paralelismo con las tres
primeras secuencias induce a pensar que existiría una segmentación fuerte en-
tre el segundo intercambio y la segunda derrota —análoga a la de la primera
derrota con respecto al primer intercambio—, segmentación que la unidad
de espacio y de actor desmienten. Ahora bien, si como dice el dicho, “se hace
virtud de vicio”, entonces es posible constatar que las tres últimas secuencias
introducen un factor de heterogeneidad en el relato: el hecho de que son los
españoles quienes se despiden y deciden retomar a su lugar de origen indica
la existencia de una transformación narrativa que es preciso elucidar en el
contexto general del capítulo. En efecto, el capítulo da inicio con la llegada
de los españoles, pero sin que sean presentados propiamente como actores:
“La primera vez que parecieron navíos en la costa desta Nueva España...” A su
vez, el retorno de los indios es indicado en el inicio de la siguiente secuencia,
cuando se relata el informe que dan a Motecuzoma de su entrevista con los

19. Con el afán de ser precisos es de notar que el texto no menciona que los indios hayan
subido al barco, simplemente indica que, llegados junto al barco, comenzó el intercambio de
palabras: esta precisión no afecta el análisis en la medida en que el contraste pertinente es el que
se establece entre el espacio del trayecto y el espacio de llegada.

69
Roberto Flores O.

españoles. Sin embargo, más allá de que las secuencias aquí analizadas se inser-
tan en el contexto general del capítulo y de la obra, subsiste el hecho de que,
en el marco de estas secuencias, son los indios los que van y los españoles los
que regresan: lo que indica un cambio en el enfoque de las acciones, que pasa
de los indios a los españoles. Este cambio representa una ruptura del sistema
de expectativas. En efecto, a lo largo del fragmento se vio cómo la iniciativa de
las acciones pasa de los indios a los españoles: los primeros observan la llegada
de los segundos, pero son los españoles quienes interrogan a los indios y quie-
nes anuncian su retorno a Castilla. De este modo, es posible considerar que
la primera derrota es crucial, en la medida en que no tiene como antecedente
necesario al desplazamiento y, en cambio, sí es imprescindible para definir
los papeles durante el intercambio verbal (el cual es un verdadero interroga-
torio en el que los españoles preguntan y los indios responden) y el estado
de maravilla que caracteriza a los indios cuando reciben los presentes. Esa
primera derrota instaura un estado cognoscitivo y pasional de sumisión, cuya
permanencia —señalada como un suceso abierto, sin fronteras— afectará las
relaciones entre los dos actores.

6. SEGMENTACIÓN Y ENUNCIACIÓN

Es preciso detenerse en un caso especial de la segmentación que concierne la


presencia del acto de enunciación en el relato, es decir, la llamada enunciación
enunciada.
Sería un error considerar que la articulación sintagmática de un texto
remite únicamente a la disposición lineal de las secuencias. Esta situación
sólo caracteriza un cierto tipo de textos —aunque es cierto que éstos son los
prototípicos en la escritura occidental—: la sintagmática no es sinónimo de
linealidad sino que remite a las relaciones in praesentia, relaciones y….y, que
Hjelmslev (1980 [1943]: 58-59) llama relaciones “tanto… como”. La copre-
sencia es, pues, la única condición de la sintagmática y no juzga acerca de la
disposición de las secuencias en el texto. Es así que es posible considerar las
intervenciones del narrador, y eventualmente del narratario, en el relato como
criterio de delimitación de las secuencias y definir así dos planos homogéneos
de significación, uno correspondiente al enunciado y el otro a la enunciación
enunciada.

70
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Segundo capítulo. Segmentación y clausura

Si se toma como ejemplo el fragmento de la Historia de Sahagún (Sc 4 y


Sc 7), se constata que las acciones que prevalecen son las de los personajes de la
historia, es decir del enunciado, y que la presencia explícita de la enunciación
es esporádica y se distribuye de manera discontinua a lo largo de la narra-
ción, mediante intervenciones puntuales que introducen, comentan, explican
o interpretan el propio relato. Esta situación no representa un obstáculo para
identificar secuencias distintivas de acciones y sucesos que involucran a los
actantes de la enunciación y que constituyen un plano homogéneo de la enun-
ciación, distinto del plano diegético (G. Genette, 1972: 71 y ss.) de la historia
contada, la que tiene a los españoles y a los mexicanos como personajes. De
manera general, para reconocer la presencia de la enunciación en el enunciado,
se identifican los deícticos “yo” y “tú”, los tipos de discurso (directo, indirecto,
indirecto libre, etc.) y la naturaleza de los actos de habla. De esta manera, un
relato homodiegético, para seguir la terminología de G. Genette (1972: 184),
en donde el narrador aparece como un actor distinto de los actores del relato
y que no interviene en él, conformará una suerte de relato paralelo al del
enunciado y cuyas acciones —predominantemente cognoscitivas y orientadas
a la enunciación e interpretación de las acciones y sucesos del relato— serán
susceptibles de segmentación en secuencias.
Pero la segmentación “en paralelo” del texto no termina ahí, pues también
se reconoce un tercer plano de segmentación que obedece a la posibilidad de
que los distintos actores de relato, cualquiera que sea el ámbito al que perte-
nezcan —la enunciación enunciada o el enunciado—, tomen la palabra y con
su voz construyan un nuevo plano diegético, es decir, abran un nuevo espa-
cio o universo semántico. Estas intervenciones son susceptibles de construir
relatos incrustados, relatos al interior del relato, con sus propios personajes y
acciones. A su vez, estos nuevos personajes abrirán nuevos mundos enunciados
con sus propios participantes y así sucesivamente… Como en Las mil y una
noches, no hay límites para la generación de relatos dentro de relatos, la única
limitación proviene de la capacidad del lector para reconocer la complejidad
de la trama así producida y de la capacidad del autor para gestionarla.
La creación de un nuevo espacio se da mediante el procedimiento de des-
embrague marcado mediante un introductor que corresponde a un verbo de
enunciación: es el llamado desembrague enunciativo (X dice que Y dice…).
Sin embargo este no es el único desembrague con el que se crea un nuevo uni-
verso semántico, existen desembragues cognoscitivos y otros que tienen esta

71
Roberto Flores O.

misma capacidad y que se señalan mediante verbos de contenido. Es decir, ver-


bos cuyo significado es el de un acto verbal o un estado cognoscitivo, volitivo
u otro, que apunta hacia otro estado o hacia la realización de otra acción: decir
X, querer Y, creer Z, etc. Una característica esencial de estos nuevos universos
es que su contenido diegético es simplemente mencionado y no supone que
los sucesos así referidos efectivamente hayan sido realizados. Así, por ejemplo,
en el Libro 12 de Sahagún, (capítulo XVI) a través de su intérprete Marina,
Cortés responde a la bienvenida de Moctezuma, durante su primer encuentro:

Decidle a Motecuzoma que se consuele y huelque, y no haya temor, que yo le


quiero mucho y todos los que conmigo vienen. De nadie recibirá daño. Hemos
recebido gran contento en verle y conocerle, lo cual hemos deseado muchos
días ha. Ya se ha cumplido nuestro deseo. Hemos venido a su casa, México.
Despacio nos hablaremos.

Tanto el acto de Marina de referir las palabras de Cortés, como el conteni-


do de dichas palabras (los verbos están señalados en negritas) son simplemente
mencionados y no realizados: decir, consolar, holgar, no tener temor… Los
planos de significación cuyo contenido se afirma que ha sido efectivamente
realizado conforman el ámbito del realis, mientras que las acciones y sucesos
que son simplemente referidos, pero de los que no se afirma su realización,
conforman el ámbito del irrealis.20
Los relatos insertos en el irrealis poseen su propia articulación y son sus-
ceptibles de una segmentación específica. Sin embargo, muchas veces, los pla-
nos así constituidos adolecen de continuidad y no llegan a constituir relatos
completos. La razón es que cada uno de esos enunciados depende del alcance
que tiene el acto que lo crea y que es indicado por el verbo de contenido.

20. En gramática, los irrealis son determinados “modos” verbales con los que se indica
que la acción señalada por el verbo no ha sido realizada, tales como el subjuntivo, el optativo,
el condicional, etc. Aquí se habla de una noción más amplia de irrealis que no se restringe a
determinados modos sino que incluye toda acción introducida por un verbo de contenido inde-
pendiente de tiempo o del modo verbal. De hecho lo que estrictamente es calificado de irrealis
no es el verbo introducido sino el universo semántico así creado.

72
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Segundo capítulo. Segmentación y clausura

7. HACIA UNA TEORÍA DE LA SEGMENTACIÓN

Como ya se señaló más arriba, la principal dificultad que presenta la construc-


ción del discurso mediante las operaciones de clausura y segmentación reside
en el carácter complejo de la marca. Para entender su complejidad es posible
tomar la terminología de C. S. Peirce (2006 [1903]). De esta manera, la marca
es un signo por sí mismo, el cual puede ser de distinta naturaleza: es posible
que sea un símbolo, por ejemplo, si se trata de un nombre común con el que
se identifica un lugar que marca el inicio de la secuencia, ya sea presentado
genéricamente (legisigno) o como un lugar preciso si la marca está anclada a
un contexto (sinsigno). Pero, además de su propio valor, también es un sin-
signo indicial remático cuya presencia singular indica una articulación entre
secuencias, que apunta hacia la existencia de una estructura narrativa subya-
cente al texto en su conjunto. Dicho de otro modo, como símbolo, la marca
es susceptible de ser considerada en sí misma como un enunciado aislado cuya
existencia sería singular e irrepetible, un lexema fuera de contexto. Pero cuan-
do se pasa al análisis del conjunto del texto, ese signo deja de tener existencia
autónoma y pasa a ser un índice, una juntura, puesto que su valor residirá en
su capacidad de abordar la organización textual: su existencia será entonces la
de un lexema en contexto. Por último, al ser un parte de un texto específico, la
marca realiza estructuras virtuales que pertenecen al sistema.
De esta manera, la marca obtiene tanto una existencia singular como una
universal. Como singularidad, la marca aparece únicamente como producto
del acto de su enunciación, mientras que, como universalidad, la marca de-
signa la existencia de estructuras narrativas que A. J. Greimas (1976 [1966]:
112), reticente a las declaraciones de universalidad poco fundamentadas, pre-
fería llamar “de gran generalidad”. Esto se debe a que, si bien la existencia
lingüística de la marca es de carácter singular, constituyéndose en un objeto
individual, único e irrepetible, en cambio su inteligibilidad como parte del
texto es de carácter universal. De modo que se torna necesario hacer de la mar-
ca no sólo un mero signo irrepetible, sino también una parte de un contenido
recurrente en los discursos. Para ello, es preciso trasladar la marca de un modo
de existencia a otro, haciendo que su presencia individual se resuelva en su
existencia como marca discursiva (J. Vázquez, 1986).
Por otra parte, si el sentido universal del discurso sólo se realiza merced a
la asociación de unos términos con otros, se entiende que el discurso presenta

73
Roberto Flores O.

un doble carácter, análogo al de la marca: por un lado, en cuanto realización de


una estructura narrativa, su contenido será universal y, por el otro, en cuanto
producto un acto de enunciación, su existencia misma será singular.
Esto se aprecia en la caracterización del discurso como unidad integral de
sentido (Ui) y como el producto de las relaciones entre sus múltiples enuncia-
dos constitutivos (Tp). Es en este punto donde se hace necesario contar con
una teoría de las isotopías.21 En efecto, el análisis de este discurso, simultánea-
mente unitario y compuesto, se realiza mediante el reconocimiento de marcas
que, a la vez que cierran el discurso haciéndolo uno, lo abren para permitir
el examen de su complejidad. De modo que la clausura del texto merced a la
marca también equivale a la apertura de sus isotopías constitutivas: la marca es
entonces la puerta que cierra el discurso para poder abrir su contenido.
La operación de clausura se narrativiza: si clausurar es abrir entonces esta-
mos frente a un binomio similar a las junciones paradigmáticas entre enuncia-
dos de las que habla A. J. Greimas (1989 [1983]: 59) y de las cuales comprar y
vender, dar y renunciar, robar y despojar son algunos ejemplos. En todos estos
casos tenemos dos componentes de un acto complejo que se realizan simultá-
neamente, pero que el discurso, dada la linealidad del texto, es incapaz de pre-
sentar a la vez, por lo que privilegia un término a expensas del otro. En el caso
de la clausura discursiva es claro que se ha privilegiado el término negativo:
el cierre. Pero habría que reconocer la presencia subyacente y permanente del
término positivo: la apertura de isotopía. Sólo al contar con ambos términos
es posible entender que clausurar el discurso no limita el ámbito de posibili-
dades que ofrece el sistema de la lengua, sino que también es abrir el abanico
de lecturas posibles. Quizá sean estas consideraciones las que A. J. Greimas y
J. Courtés (1982 [1979]: 55) tenían en mente cuando escribieron: “el cierre
del discurso es la condición misma de su apertura en cuanto a potencialidad”.
Con esta mención a la ambivalencia de la clausura, que hace de ella tam-
bién una apertura, acaba el capítulo. Sin embargo, no habría que dejar la im-
presión de que la reflexión se agota en este punto. Si bien aquí se ha intentado
proponer una tipología de las clausuras que permita entender al análisis del
discurso como un proceso de reconocimiento de fronteras, se han soslayado

21. Hay que recordar que A. J. Greimas y J. Courtés (1982 [1979]: 230) entienden por
isotopía “un conjunto redundante de categorías semánticas que hace posible la lectura uniforme
del relato como resultado de las lecturas parciales de sus enunciados y de la resolución de sus
ambigüedades, que es guiada por la búsqueda de una lectura única”.

74
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Segundo capítulo. Segmentación y clausura

temas no menos importantes. Es posible mencionar dos de ellos: primero, la


correlación de la subjetividad y objetividad de la segmentación con el doble
carácter de la marca y del discurso —podría entonces hablarse de la objetividad
de la marca en cuanto singularidad y de su subjetividad en cuanto parte de un
contenido universal—; segundo, la simetría fundamental entre la clausura del
discurso y la apertura de isotopía: lejos de ser simétricas, ambas operaciones
son profundamente distintas, la clausura parece ser producto del texto mismo
mientras que la apertura parece ser responsabilidad del analista, de modo que,
al afirmar su unidad como signo, el texto se cierra a la comprensión, pero el
analista lo abre al reconocer sus isotopías constitutivas.

75
TERCER CAPÍTULO
SECUENCIALIDAD Y PRESUPOSICIÓN

1. CONSTRUCCIÓN Y ORDEN DEL RELATO22

E n su proyecto de fundar la ciencia del lenguaje en un


álgebra, L. Hjelmslev (1980 [1943]) hizo del concepto
de presuposición el modo fundamental de articulación de
las unidades lingüísticas. Con este tipo de relación buscaba
instrumentar el estudio del lenguaje como un sistema rela-
cional, postulado que el danés tomaba de F. de Saussure y
que ubicaba dentro de la noción de análisis como el modo
de estudiar la relación entre el todo y las partes. Las modali-
dades de la presuposición constituyen las formas básicas de
la articulación del lenguaje, cualquiera que sea el nivel de su
estudio.
Al asumir como propia esta misma perspectiva, pero
instrumentándola alrededor de una semiótica de los relatos,

22. La argumentación de este capítulo sigue de cerca por momentos


—sobre todo en las definiciones formales— los textos relativos al mismo
tema de M. Ariza (2003, 2007, 2009), que a su vez remite a una versión
preliminar de este capítulo.

77
Roberto Flores O.

es posible apoyarse en lo establecido en los capítulos anteriores, en cuanto a


la concepción del relato como una unidad textual construida a partir de la
demarcación de una secuencia discursiva y su aprehensión como un ordena-
miento secuencial de sucesos que progresan hacia un final.
Como M. Ariza (2003: 173-174) señala, y en concordancia con una pers-
pectiva fenomenológica, el análisis narrativo textual es considerado como un
proceso de semiosis a cargo del analista, un proceso constructivo que se pliega
a un conjunto de regularidades. De esta manera se torna posible abordar de
manera formal los elementos constitutivos de la progresión narrativa. El mis-
mo autor indica:

Visto desde una perspectiva fenomenológica todo relato es, en primera instancia,
una multiplicidad, potencialmente infinita, de sucesos puestos en situación sin
más ordenamiento que el de las posibles trayectorias de sus aconteceres (M. Ariza,
2003: 176).

Y añade:

Es debido a la intervención del analista, que el relato comienza a ser configurado


a través de una primera demarcación fundante [que señala un vacío, una mera
virtualidad de sentido] (idem).

En un primer acercamiento, una magnitud semiótica hipotética es objeto


de la primera segmentación, que postula su unidad, su carácter de unidad de
sentido, por una necesidad metodológica, sin hacer todavía ninguna afirma-
ción en cuanto a su contenido concreto: es por ello que lo que se afirma con
esta primera segmentación, el discurso, es simplemente demarcado de todo lo
que no es discurso: su estatuto es el de un no-no discurso (empleando una do-
ble negación). Aquello que se afirma es la existencia de un espacio discursivo
diferencial en donde se sitúa una multiplicidad de sucesos, como posibilidad
de su aparición, es decir, como primeridad.
El paso a la segundidad (M. Ariza, 2003: 177 y ss.) se produce cuando
ese discurso, ya definido contrastivamente, es considerado como un conjunto
ordenado de sucesos, en donde cada suceso ocupa un lugar específico dentro
de la secuencia. La clave de la segundidad se encuentra en el ordenamiento y
no tanto en la membresía, la cual ya ha sido virtualmente afirmada: el recono-

78
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Tercer capítulo. Secuencialidad y presuposición

cimiento del lugar de cada suceso supone el reconocimiento concomitante y


solidario del conjunto de ellos, mediante un proceso de configuración en don-
de la totalidad, así ordenada, permite la ubicación precisa de sus miembros.
Debido a que en la segundidad se determina la pertenencia y la ubicación
de los sucesos en el relato, el orden secuencial es de naturaleza lógica. La defi-
nición del concepto de presuposición se sitúa en la terceridad y su aplicación
a la descripción de relatos específicos permite elaborar árboles de presuposi-
ción para cada relato y secuencia de relato que constituirán la base del análisis
semionarrativo. Es en la terceridad que se sitúa la caracterización del relato,
alternativamente como una mereología o como una jerarquía relacional.
De manera que, en la primeridad, se afirma la pertenencia potencial, en
la segundidad, el orden presuposicional y en la terceridad, la mereología o la
jerarquía.

2. ORDEN DE MENCIÓN Y ORDEN TEMPORAL

La secuencialidad produce un efecto de sentido específico: los sucesos y las


acciones se ordenan de tal manera que producen la sensación de que al pasar
de uno a otro un suceso o acción engendra a otro y que con ello se va desple-
gando la trama. Para la semiótica estándar, tal efecto de sentido descansa en
la estructura jerárquica de transformaciones que es responsable de orientar
la trama hacia un final, específicamente hacia un estado de cosas final que se
obtiene mediante una transformación principal; esta estructura es responsable
de la programación narrativa que subyace a los relatos. El modelo tradicional
de la semiótica narrativa describe esta estructura con ayuda de una gramática
modal, en la que transformaciones secundarias se orientan hacia la habilita-
ción de la transformación principal al producir estados modales intermedios
que conducen al estado descriptivo final.
Un ejemplo de este tratamiento se encuentra en el estudio que A. J. Gre-
imas dedica a la sopa al pistou (1989 [1983]: 178 y ss.), en donde describe la
receta de ese plato en términos de una jerarquía de programas narrativos que
corresponden a las distintas formas de procesamiento de los ingredientes. En
ese ejemplo, existe un programa principal definido como la construcción de
un objeto a partir de la transformación de un número limitado de componen-
tes que deben ser procesados. La idea de una programación narrativa ha sido

79
Roberto Flores O.

utilizada como un modo general de descripción de la estructura narrativa de


los relatos.23
La organización transformacional y modal de acciones aborda el conjunto
del relato bajo una visión discontinua y jerárquica, pero no capta el tránsito
continuo de una acción o suceso a otro, responsable del devenir del relato en
su conjunto y no simplemente del advenimiento de su estado final. Esto se
aprecia en la forma canónica de la notación de las transformación narrativas,
concebidas como cambios de estado; por ejemplo, en el paso de un enunciado
de conjunción (n), a uno de disjunción (u):

(S u O) ==> (S n O)

Como se aprecia, la transformación no es descrita sino, simplemente, pre-


sentada mediante una flecha; de modo que el tránsito mismo debe ser abor-
dado a partir de un contraste entre un estado inicial y uno final. El propósito
aquí es desarrollar una metodología de análisis que se centre en el devenir de
los sucesos de un relato, que aborde la continuidad en los relatos y la describa
con ayuda de una gramática aspectual.
Es preciso distinguir entre el orden de mención de los sucesos y acciones
en el texto, su orden temporal y el orden lógico que subyace a su organiza-
ción secuencial. De estos tres ordenamientos sólo el tercero es susceptible de
dar cuenta de la estructura narrativa de un relato, sea en términos modales o
aspectuales. El orden de mención corresponde a la secuencia de aparición de
los distintos sucesos y acciones a lo largo del relato y responde, ante todo, a
las coerciones de la textualización, que en el caso de la lengua hablada y escri-
ta, son coerciones ligadas a la linealidad del lenguaje. Por el otro, este orden
responde tanto a la organización de las secuencias y acciones en el interior del
enunciado, como a las operaciones que constituyen la instancia de enuncia-
ción: por ejemplo, efectos de sentido argumentativos (como sucede con el par
de ejemplos presentados en el primer capítulo).

1 Juan se cayó de la silla: estaba borracho (explicación).

23. Aunque es preciso mencionar las recientes propuestas de E. Landowski (2005) de for-
mas alternativas de organización narrativa reconocidas a partir del concepto de interacción, tales
como el ajuste, el azar, la manipulación estratégica.

80
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Tercer capítulo. Secuencialidad y presuposición

2 Juan estaba borracho y se cayó de la silla (narración).

Puntuación puesta aparte, la mención de los mismos sucesos en ordena-


mientos inversos produce un cambio en el tipo de discurso: en el primer ejem-
plo estamos frente a una narración llana en la que el orden en que aparecen
los sucesos en el discurso, en primer lugar o en segundo, es interpretado como
el orden de su realización; en el segundo estamos frente a una explicación,
en la que, si bien existe todavía la posibilidad de leer la narración de sucesos
desembragados, se produce la intervención de un sujeto que asume la respon-
sabilidad en la enunciación del segundo suceso mediante un embrague de tipo
explicativo. Lejos de ser desviaciones estilísticas de una narración llana subya-
cente, estas intervenciones son constitutivas de los relatos mismos: toda serie
de sucesos aparentemente poco problemática es susceptible de ser interrogada
desde la perspectiva de su enunciación. ¿De otra manera cómo sería posible
dar cuenta de la fuerza expresiva de una serie constituida con las palabras de
César —Veni. Vidi. Vici.—, en la que es imposible sustraer de la lectura la ape-
lación a una conquista ineluctable? ¿O bien, cómo confrontar un orden recto
a la magistral concisión de Augusto Monterroso (1998 [1959]: 77): Cuando
despertó, el dinosaurio todavía estaba ahí? Los relatos se “arman” con ayuda
de frecuentes retornos y anticipaciones cuyo valor narrativo descansa en la
enunciación y que de ninguna manera sería posible remitir a una estilística
concebida como una decoración inane. De modo que el orden de mención
es esencialmente heterogéneo y, por ello, no es susceptible de ser tomado en
cuenta como fundamento de la gramática de los relatos.
Tampoco es posible apoyarse en el orden temporal, tan favorecido por
muchas propuestas de análisis del discurso. Por ejemplo, G. Genette (1972:
65 y ss.), quien se apoya en la diferencia entre el orden de sucesión en la
historia frente al orden en que los sucesos son relatados para reconocer el va-
lor estilístico de los anacronismos: casos en los que el orden de mención no
coincide con el orden temporal, ya sea por prolepsis (retrospecciones) o ana-
lepsis (anticipaciones o prospecciones). Si se utiliza otra vez el primer ejemplo,
existe la indudable tentación de considerar que, si el estado de embriaguez y
la caída se vinculan narrativamente, es porque un suceso ocurrió antes que el
otro. Es preciso resistir a esta tentación dado que, independientemente de que
fuera posible en el caso de sucesos no concomitantes, el analista enfrentaría un
obstáculo insalvable en situaciones en que se menciona que ocurren sucesos

81
Roberto Flores O.

simultáneos. A. I. Goldman (1970) subrayó hace tiempo el papel que juegan,


en teoría de la acción, enunciados en gerundio: bailaba brincando.24 Fuera de
que el gerundio posee en el ejemplo un valor adverbial de modo, es preciso
reconocer que la construcción articula y presenta dos sucesos distintos, como
también sucede en los clásicos ejemplos de las gramáticas del español: reír
llorando, vivir muriendo. Goldman señala que el procedimiento es extrema-
damente común y que no se restringe a un tipo de construcción lingüística
peculiar, sino que interesa a la teoría general de la acción. Cuando se mueve
el brazo para indicar una dirección, estamos enfrente de dos acciones: el mo-
vimiento de una parte del cuerpo y el acto de orientar a alguien. Ambas se
encuentran indisolublemente ligadas y no habría temporalidad alguna que las
distinguiera. Sin embargo, pese a la solidez de su vínculo, es preciso mencionar
que existe una asimetría que indica una cierta orientación del discurso; prueba
de ello es que la inversión de las acciones enunciadas no produce un sentido
equivalente: brincar bailando no es lo mismo que bailar brincando, ni llorar
riendo equivale a reír llorando.
Una razón frecuentemente aducida para privilegiar el orden temporal de
acciones y sucesos es que permite la entrada al orden causal del discurso, bajo
el entendido de que una causa es necesariamente anterior a su efecto. A. J.
Greimas fue tajante en su rechazo a apelar a un orden causal como factor
central en la estructuración sintagmática de los relatos y lo hizo cuestionando
el relativismo cultural inherente a la noción misma de causa. El recurso a la
temporalidad como indicio de relación causal de ninguna manera es generali-
zable, dado que no todo suceso o acción que se realiza antes es causa de lo que
sucederá después.
La razón es que, con respecto a sucesos mencionados en un relato, no se
está frente a una causalidad estricta, sino frente a un acto de atribución de cau-
salidad, es decir, frente a un juicio que un narrador invita a compartir. Se trata
del resultado de un acto interpretativo y no de un hecho. Esa interpretación
postula ex post facto la existencia de una causa y la somete a una evaluación.
Este proceso tiene una restricción suplementaria que consiste en su carácter de
atribución discursiva de causalidad; lo que equivale a decir que esa causalidad
no es fáctica sino cognoscitiva y que, además, no pertenece al ámbito de la in-
teracción entre personas, sino al de la interacción entre personajes de un relato.

24. También, la reseña de J. L. Petit en D. Tiffeneau (1977: 178-222).

82
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Tercer capítulo. Secuencialidad y presuposición

De modo que la temporalidad no es un criterio generalizable dado que no


da cuenta de la simultaneidad y tampoco es un criterio confiable para deter-
minar vínculos causales.
Es así que nos vemos conducidos al orden lógico de los sucesos, pero ¿de
qué tipo de orden se trata?

3. EL ORDEN LÓGICO DEL RELATO

A. J. Greimas, quien sigue a L. Hjelmslev en este punto, privilegió la descrip-


ción de las dependencias entre magnitudes semióticas como forma básica del
análisis. Citemos al lingüista danés:

Un realismo ingenuo acaso supondría que el análisis ha de consistir meramente


en dividir un objeto dado en partes, es decir, en otros objetos, después éstos
de nuevo en partes, es decir, en otros objetos, y así sucesivamente. Pero incluso
ese realismo ingenuo tendría que elegir entre varias formas posibles de división.
Pronto queda claro que lo importante no es la división de un objeto en partes,
sino la conducta del análisis, de modo que se acomode a las dependencias mutuas
entre esas partes y nos permita dar cuenta adecuada de ellas (L. Hjelmslev, 1980
[1943]: 40).

De esta manera “resulta que los ‘objetos’ del realismo ingenuo son tan
sólo, desde nuestro punto de vista, intersecciones de grupos de tales depen-
dencias” (idem). Sean dependencias paradigmáticas (relaciones sustitutivas) o
sintagmáticas (sucesiones), estas relaciones se establecen entre dos términos,
constantes o variables. La dependencia entre dos constantes es una interde-
pendencia, la que se establece entre una constante y una variable es una de-
terminación y aquella entre dos variables es una constelación. Para el caso de
la secuencialidad de los relatos, en primera instancia, interesa reconocer las
determinaciones que se establecen en el eje sintagmático: L. Hjelmslev llama a
estas relaciones de dependencia unilateral sintagmática selecciones y A. J. Gre-
imas, presuposiciones.
En el terreno descriptivo, es posible reconocer las relaciones de presupo-
sición en el relato al considerar los sucesos presentes en el relato a partir de
su manifestación lingüística. Una condición de este reconocimiento es que

83
Roberto Flores O.

sean ignorados tanto el orden de mención, como el orden temporal y causal


de los sucesos. La descripción identifica las presuposiciones entre sucesos que
pertenecen al mismo nivel enunciativo (sea el de la enunciación enunciada o el
del enunciado) y que se planteen en modo realis, lo que significa que el relato
plantea la realización plena de esos sucesos y no simplemente su existencia vir-
tual o su carácter de objetos cognoscitivos. De esta manera quedan excluidos
aquellos sucesos simplemente proyectados o que son introducidos mediante
un verbo de contenido de tipo decir que, pensar que, creer que, etc. Los suce-
sos aparecen de manera variable, tanto en forma finita como no finita, pero
también como nombres de acción, deverbalizaciones, perífrasis verbales, entre
otras manifestaciones, por lo que para facilitar la detección de las relaciones de
dependencia entre los sucesos retenidos, se les presenta en infinitivo. Un breve
ejemplo permite ilustrar el procedimiento:

Al año siguiente, que fué a la entrada del diez y ocho, vieron asomar por la mar,
la flota en que vino el Marqués del Valle, D. Fernando Cortés, con sus compa-
ñeros, de cuya nueva se turbó mucho Motezuma, y consultando con los suyos,
dijeron todos que sin falta era venido su antiguo y gran señor Quetzalcoatl, que
él había dicho volvería, y que así venía de la parte de Oriente, adonde se había
ido. Hubo entre aquellos indios una opinión que un gran príncipe les había en
tiempos pasados dejado y prometido que volvería, de cuyo fundamento se dirá en
otra parte. En fin, enviaron cinco embajadores principales, con presentes ricos, a
darles la bienvenida, diciéndoles que ellos sabían que su gran señor Quetzalcoatl
venía allí, y que su siervo Motezuma le enviaba a visitar, teniéndose por siervo
suyo. (J. de Acosta, 1979 [1590]: 364)

Los sucesos del enunciado que tienen como protagonistas a los mexicanos
y los españoles están marcados en negritas. En cambio, los sucesos que per-
tenecen a otro nivel enunciativo están en itálicas y no pertenecen al mismo
orden presuposicional. Por último, los verbos subrayados son introducidos por
verbos de contenido y se encuentran en modo irrealis, por lo que su existencia
narrativa tiene un carácter virtual. Nótese que en tres casos (haber dejado,
haber prometido y volver) los sucesos así expresados al mismo tiempo que per-
tenecen a otro nivel enunciativo, son el contenido del suceso haber opinión,
por lo que están en irrealis. El suceso haber opinión es ambiguo, en la medida

84
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Tercer capítulo. Secuencialidad y presuposición

en que el nominal aquellos indios es susceptible de remitir a los consejeros de


Motecuzoma o a los mexicanos en general.
Un factor esencial en la descripción es que sólo hay presuposición entre
los datos que el relato ofrece. La dependencia se establece entre los sucesos
contenidos en el discurso e interpretados en ese contexto: es decir, el reconoci-
miento de las presuposiciones opera sobre la base de la clausura metodológica
del discurso que determina cuáles magnitudes semióticas entrarán exclusiva-
mente en consideración. La propuesta que aquí se hace es que estas magnitu-
des corresponden a los sucesos narrados en el relato, cuyo inventario se hace
como resultado tanto de la segmentación lineal del texto como de la distinción
entre los planos enunciativos del discurso.
Si el reconocimiento de relaciones de dependencia caracteriza lo que, para
L. Hjelmselv, es un análisis, su aplicación a casos concretos se enfrenta a situa-
ciones en las que el relato omite la manifestación de una magnitud semiótica.
Sea involuntaria o intencional, la elipsis exige el reconocimiento de la omi-
sión y la restitución de la magnitud faltante mediante un procedimiento de
catálisis. Lejos de ser excepcional, la elipsis es frecuente en los relatos, sobre
todo cuando éstos descansan en la lógica subyacente al relato o en formas es-
tereotipadas de acción, en las que se asume que el lector posee la información
necesaria para operar la restitución. El elemento que el análisis presuposicional
convoca será siempre distinguido de los datos expresos del relato mediante su
encuadre entre corchetes. Es así que en las palabras de César, Veni. Vidi. Vici.,
es posible reconstituir una magnitud faltante y su sustitución por una mag-
nitud accesoria, que no es esencial para integrar la secuencia narrativa, como
es Vidi. Una vez operada la catálisis es posible restituir la secuencia completa:
Veni. [Pugnavi.] Vici.
Al privilegiar el encadenamiento lógico de los sucesos, se reconoce que la
relación fundamental es la de presuposición, en la que un suceso consecuente
requiere necesariamente de la presencia discursiva de otro suceso que sea su
antecedente. Estas dependencias son de varios tipos: las que se establecen en
el eje sintagmático del discurso (las sucesiones) y las que pertenecen a su eje
paradigmático (las sustituciones); las dependencias bilaterales en las que dos
magnitudes se presuponen mutuamente y las dependencias unilaterales en las
que sólo uno de los términos presupone al otro. Aquí sólo serán abordadas las
presuposiciones sintagmáticas unilaterales en el discurso.
A. J. Greimas y J. Courtés (1982 [1979]: 316) utilizaron esta tipología de

85
Roberto Flores O.

dependencias para plantear un modelo de análisis narrativo; sostuvieron que


no era conveniente una lectura analítica de los relatos desde el inicio hasta el
final en la medida en que no permitía reconocer el vínculo necesario de depen-
dencia entre sucesos; en su lugar, propusieron una lectura por presuposición
siguiendo el eje de los antecedentes, en la que todo suceso —salvo el último—
es considerado como antecedente de los sucesos consecuentes; se trata de una
lectura que parte del final lógico del relato para identificar cada uno de los
antecedentes hasta llegar al inicio.25 La semiótica narrativa reconoce relacio-
nes de presuposición sintagmática entre enunciados narrativos: “por término
presupuesto se entenderá aquel cuya presencia es la condición necesaria para
la presencia del término presuponente, mientras que la presencia del térmi-
no presuponente no es condición necesaria para la del término presupuesto”
(idem). Planteado en términos de las unidades narrativas que componen el
esquema narrativo canónico: “en semiótica, la retrolectura del relato permite
(…), siguiendo el esquema narrativo, poner al día un orden lógico de presupo-
sición entre las diferentes pruebas: la prueba glorificante presupone la prueba
decisiva y ésta, a su vez, presupone la prueba calificante” (ibíd.: 317).
En lexicografía, específicamente dentro de los proyectos de construcción
de ontologías (ver el proyecto WordNet), G. A. Miller y C. Fellbaum (1991:
51) reconocen un tipo específico de relación léxica, que llaman presuposición
hacia atrás (backwards presuposition). Este tipo de relación léxica forma parte de
los entrañamientos (entailments) y se caracteriza por el hecho que “la actividad
denotada por el verbo entrañado siempre antecede en el tiempo la actividad
denotada por el verbo entrañante”. Algunos ejemplos de este tipo de relación
son los siguientes: atar-desatar, intentar-lograr, estar descompuesto-reparar. Los
autores aclaran que el significado del verbo presuponente no forma parte del
verbo presupuesto, puesto que entonces estaríamos frente a una sola y misma
acción, en la que la relación léxica correspondería a una relación meronímica

25. La lectura de un relato también es susceptible de realizarse siguiendo el eje de los con-
secuentes, es decir, yendo del inicio al final lógico del relato. Esta lectura da lugar a un modelo
de análisis que fue antaño planteado por C. Bremond (1966) bajo el título de La lógica de los
posibles narrativos. En dicho modelo, cada suceso tiene el estatuto de consecuente posible de un
antecedente. La perspectiva aquí adoptada busca conciliar ambas orientaciones de lectura, que
llamo lectura presuposicional y lectura composicional, pero haciendo que la segunda derive de
la primera: desde una perspectiva analítica, es preciso leer desde el final para remontar al inicio,
antes de leer de inicio a fin: esta subordinación de un orden de lectura al otro es ciertamente an-
ticlimático, se pierde el suspenso y el factor sorpresa, pero se gana en legibilidad y comprensión.

86
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Tercer capítulo. Secuencialidad y presuposición

(de la parte con el todo): uno de los verbos sería un componente, fase, parte o
aspecto del otro, por ejemplo en ir a-llegar.
En la presuposición léxica los dos verbos tienen una existencia autóno-
ma, lo cual quiere decir que, dado el verbo presuponente, el presupuesto es
necesario, pero que el verbo presupuesto no necesariamente conduce al presu-
ponente: es posible que un auto se descomponga sin que jamás sea reparado,
pero si un auto es reparado es que está descompuesto. El siguiente esquema
representa este tipo de relación léxica, en el que la relación de presuposición
está expresada en términos de relaciones lógicas que conllevan una modaliza-
ción: si se toma el consecuente como el dato constatado, como en el caso de
reparar, entonces el antecedente, estar descompuesto, es lógicamente necesario.

Antecedente: estar descompuesto > Consecuente: reparar


Unidad narrativa necesaria Presuposición Unidad narrativa dada

En cambio, la relación inversa no posee el mismo estatuto modal:

Antecedente: estar descompuesto > Consecuente: reparar


Unidad narrativa dada Consecución Unidad narrativa posible

Interpretada de esta manera, la presuposición léxica mantiene indudables


vínculos con la presuposición sintagmática de la gramática narrativa, en la
medida en que los elementos característicos del esquema narrativo canónico se
ordenan mediante el vínculo: consecuente dado, antecedente necesario. Así,
por ejemplo, una de las unidades narrativas más características de este esque-
ma, el contrato, que pertenece a la fase de la manipulación, se articula me-
diante los enunciados proposición de contrato > aceptación. Sin lugar a dudas, si
existe una aceptación, quiere decir que previamente hubo una propuesta, por
ejemplo, de matrimonio. No puede haber aceptación sin la propuesta previa y,
en la eventualidad en que un personaje aceptara algo, sin su correspondiente
propuesta, tendríamos que suponer que ese personaje malinterpretó la situa-
ción: se engañó al tomar un comportamiento ajeno como una propuesta.
En el ámbito de la sociología cualitativa, D. Heise (1989: en línea) ha
propuesto describir secuencias de eventos (ocurridos o nombrados) en térmi-
nos de las relaciones entre eventos que sirven como prerrequisitos para que se
produzcan otros eventos. Este autor propone una batería de preguntas, cuyas

87
Roberto Flores O.

respuestas permiten determinar si un suceso es prerrequisito de otro o no. Las


preguntas son las siguientes:
• Prerrequisitos: ¿___ requiere ___ o un evento similar?
• Implicación: ¿La ocurrencia de ___ implica ___ o un evento similar?
• Causación histórica: ¿Dadas las circunstancias, ___ fue la causa de ___?
• Contrafactual: Suponiendo que ___ no ocurrió. ¿___ podría haber
ocurrido de cualquier manera?
Heise considera que las preguntas son mutuamente equivalentes por lo
que las respuestas, de ser consistentes, deberán arrojar el mismo resultado.
Desde un punto de vista lógico, estas preguntas plantean algunas dificultades:
por ejemplo, determinar una “causa histórica” exigiría tener una definición
clara y distinta del concepto de causa, lo que parece ser difícil, si no es que
imposible. En efecto, el concepto de causalidad es vago y no permite discrimi-
nar entre causas alternativas (¿qué causó la Conquista de México?), tampoco
permite identificar y reconstruir sucesos elididos (causas que no aparecen ex-
plícitamente en el relato) o proponer un orden causal jerárquico (el problema
de determinar la causa primera). Independientemente de dichas dificultades,
que conducirían eventualmente a invalidar el procedimiento entero, es posible
interpretar dos de las preguntas, prerrequisitos y contrafactual, en términos de
Consecuente dado-Antecedente necesario, con lo que las dos preguntas serían
reformuladas de la siguiente manera:
• Deber-ser del antecedente: ¿dado el consecuente, el antecedente tuvo
que haberse producido?
• Poder-ser del consecuente: ¿si el antecedente no se hubiera produci-
do, el consecuente hubiera podido producirse?
Cuando se responde sistemáticamente a cualquiera de estas dos pregun-
tas, planteadas para cada uno de los sucesos identificados, se obtiene un árbol
en el que las ramas se obtienen con una respuesta afirmativa a la primera
pregunta o una negativa a la segunda. Cabría reiterar, sobre todo en lo que se
refiere a la pregunta contrafactual, que la búsqueda de antecedentes se hace
en el marco mismo del texto analizado; de esta manera, la búsqueda se ciñe,
por un lado, a lo que el propio texto afirma que sucedió y, por el otro, se evita
imaginar situaciones posibles. Esto significa que el reconocimiento de relacio-
nes de presuposición se da dentro del relato considerado, al tomar en cuenta
únicamente lo expresado en el propio texto, sin consideración de factores extra
textuales. Es por ello que la presuposición requiere operar sobre un discurso

88
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Tercer capítulo. Secuencialidad y presuposición

cerrado, dotado de fronteras de inicio y de fin para que el análisis se produzca


en la inmanencia del texto.
Ahora bien: al plantear la relación de presuposición se torna posible inter-
pretar las secuencias narrativas de sucesos y la integración de series de sucesos
en macrosucesos constitutivos de la estructura de los relatos.

4. ESTRUCTURAS EN LOS ÁRBOLES DE PRESUPOSICIÓN

El reconocimiento de las relaciones de presuposición permite elaborar árboles


cuya lectura ofrece claves para la interpretación de los relatos en términos de
progresión narrativa (consecución de inicio a fin), de orden secuencial (inte-
gración de sucesos en macrosucesos y descomposición de un suceso en fases
constitutivas) y de orden jerárquico (programación narrativa). En primer lu-
gar, los árboles obtenidos presentan tres tipos de estructura típicas, de acuerdo
al número de antecedentes y consecuentes relacionados en un momento dado
del relato. Estas estructuras tienen características específicas tanto retóricas
como narrativas.
Un suceso cualquiera puede tener un único antecedente y, también, un
único consecuente: de manera que el árbol toma la forma de un vínculo entre
sucesos que, para facilitar su identificación, es llamada estructura en I. Tales
estructuras son el resultado de la enunciación de formas narrativas estereotipa-
das. En ese sentido son estructuras cultural y léxicamente predecibles que no
plantean vicisitudes. Tales formas duran el tiempo definido por el contenido
semántico de las formas lingüísticas que las expresan (esencialmente verbos,
aunque no exclusivamente: considérese el caso de los sustantivos deverbales,
como el conquistador): despliegan tanto la permanencia de los estados como el
devenir interno de las acciones que poseen intrínsecamente un fin. Los relatos
así formados son susceptibles de ser interrumpidos en cualquier momento
para producir una forma débil de suspenso o bien, si se siguen cursivamen-
te, producen el suspenso al filo de su lectura: en términos de la intensidad
del contenido semántico estamos frente a formas átonas de narratividad. Las
estructuras en I poseen un contenido semántico monoisotópico, es decir, des-
pliegan un contenido semántico temáticamente unitario, a cargo de uno a
varios actores cuya interacción construye una única historia.

89
Roberto Flores O.

Figura 7. Árbol de presuposiciones: estructuras en I y en Y.

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En el fragmento arriba citado de la Historia natural y moral de Indias, Acosta


ofrece la siguiente estructura presuposicional, en la que es posible reconocer
una estructura en I (figura 7), correspondiente a la observación de la llegada
de los españoles y el informe a Motecuzoma, suceso este último que no está
manifestado mediante un verbo sino por un nominal, “de cuya nueva se turbó
mucho Motezuma”.26

26. Para preservar la fidelidad con respecto a texto, es conveniente poner entre corchetes

90
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Tercer capítulo. Secuencialidad y presuposición

Cuando un suceso tiene dos o más antecedentes se produce una estructura


en Y o estructura de confluencia. Tal estructura es el resultado de dos casos
posibles: ya sea que el consecuente sea producto de al menos dos antecedentes
complementarios, cuya interacción se da bajo el modo de la cooperación y
el ajuste; ya sea producto de antecedentes contrarios o contradictorios cuya
interacción se produce bajo el régimen del conflicto y el desajuste. Este último
caso es el más interesante: un suceso antecedente ve su devenir27 o su perma-
nencia interrumpido o, al menos, desviado por la irrupción de un segundo
suceso antecedente. El suceso que sobreviene produce una discontinuidad en
el primero: en términos de isotopías se produce una confluencia de temas,
generadora de efectos de sentido nuevos y sorpresivos; un suceso consecuente
adviene al relato como producto de ese sobrevenir; se trata de una forma tóni-
ca de intensidad narrativa en la que el lector no sabe qué esperar. En muchos
casos la irrupción de un suceso produce un efecto instantáneo y decisivo; en
tal circunstancia, los actores del relato mantienen historias independientes que
entran en contacto en el momento del sobrevenir para fusionarse en una sola
historia que continuará posteriormente. La irrupción de un suceso sorpresivo
es de naturaleza esencialmente dinámica e introduce segmentaciones fuertes
en los relatos. En términos retóricos, al producirse la fusión de dos historias
distintas que poseen su propio contenido isotópico, se crean efectos de sentido
que son susceptibles de ser interpretados como una metáfora, entendida en
este caso como una fusión de dos temas distintos que son sometidos a una
evaluación (F. Rastier, 2003). Cuando se produce la fusión, entonces es útil
comparar la confluencia de dos historias (estructuras en Y) en una sola, no
sólo con la metáfora, sino con la sinécdoque (presentar la parte por el todo):
ambas historias constituyen partes de un todo que es el relato entero o, al
menos, un macrosuceso. La confluencia de sucesos distintos produce relatos
en los que los antecedentes se unen a los consecuentes por acumulación. En

todos aquellos datos encatalizados o que son objeto de una modificación con respecto a la ma-
nifestación textual.
27. La estructura presuposicional en Y muestra así su afinidad con tres formas del deve-
nir aquí reconocidas: primero, un devenir estricto que es propio de las permanencias y de las
dinámicas imperfectivas, que dan cuenta de un mundo narrado tendiente a la estabilidad, a las
evoluciones graduales y no al cambio; segundo, un sobrevenir mediante el que un suceso irrumpe
en el campo de presencia textual y modifica abruptamente un estado de cosas previo; tercero, un
advenir mediante el que los sucesos ingresan gradualmente al campo de presencia, al anunciar
su llegada.

91
Roberto Flores O.

el ejemplo examinado (figura 7), se aprecia una estructura en Y en la que uno


de los antecedentes se refiere a la consulta hecha a los consejeros de Motecu-
zoma, mientras que el otro remite al prejuicio de los mexicanos (o, al menos,
de algunos consejeros).
Finalmente, un suceso podrá ser el antecedente de dos o más consecuentes
distintos; en tal caso estamos frente a una estructura en Y invertida o estructura
de bifurcación. Los sucesos resultantes son independientes y, por lo tanto, en-
tre ellos no se produce ninguna interacción. Las estructuras en Y invertida dan
cuenta de la escisión de la historia común de al menos dos personajes en histo-
rias independientes. Por tal razón muestran el momento en que una temática
monoisotópica se torna en una biisotópica o pluriisotópica. La bifurcación
es susceptible de plantearse gradualmente o de manera abrupta (como en un
divorcio) y conduce tanto a formas átonas o tónicas de narratividad. En ciertos
casos uno de los personajes desaparece del relato, su historia ya no es contada,
aunque se insinúe su continuidad. Pero en otros, el relato alternará entre una
historia y otra para mantener un vínculo planteado por el simple paralelismo
de su desarrollo. Un tercer caso, aunque menos frecuente, es posible: se trata
de un relato que mezcla sucesos factuales y contrafactuales o que se construye
como mundos o historias posibles de un mismo personaje. En tales casos, en
la medida en que no hay interacción entre los personajes, estamos frente a
relatos construidos por simple adición: las historias que coexisten entran en
relaciones de dominancia y establecen la distinción entre forma y fondo, es
decir, una de ellas permanecerá en un primer plano, mientras que la otra pa-
sará a un segundo; esas relaciones no son estáticas sino que podrán ser objeto
de modificaciones que F. Rastier (2006) llama metamorfismos (sustitución de
una historia en primer plano por otra), transposiciones (paso de un historia a
segundo plano o, viceversa, paso a primer plano) y metatopías (sustitución de
un segundo plano por otro). Dadas las relaciones de complementariedad entre
la forma y el fondo, será posible interpretar algunos relatos basados en este tipo
de estructura con la figura retórica de la metonimia, en la que las dos histo-
rias constituyen un relato por simple contigüidad, yuxtaposición o alternancia
pero sin fusionarse entre ellas.
La frase que sigue al fragmento de la Historia moral ya mencionado per-
mite ilustrar este último tipo de estructura (figura 8):

92
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Tercer capítulo. Secuencialidad y presuposición

Figura 8. Árbol de presuposiciones: estructura en Y invertida.

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93
Roberto Flores O.

Entendieron los españoles este mensaje por medio de Marina, india, que traían
consigo, que sabía la lengua mexicana.

Son tres los sucesos contenidos en esta cita y que se integran al árbol de
presuposiciones ya presentado: entender, traer, saber. La articulación de estos
sucesos crea tres nuevas estructuras que corresponden a dos estructuras en Y y
una en Y invertida: en primer lugar la confluencia entre saber y traer y, luego,
una segunda confluencia entre la primera y enviar [a decirles], ambas coinciden
en el nodo entender. La bifurcación se produce a partir del nodo venir, que da
lugar a dos ramas que se inician con los nodos ver asomar y traer.
En resumen, para obtener este diagrama, es preciso proceder a dos ope-
raciones de reducción del dato a unidades pertinentes de análisis. En primer
lugar, la segmentación del relato en sus secuencias constitutivas. Esta opera-
ción es necesaria porque la complejidad de los relatos, por más pequeños que
sean, y el nivel de detalle del análisis exigen que se trabaje sobre unidades de
discurso que sean manejables de manera práctica. No se toma en cuenta la
segmentación del texto en oraciones porque se trata de unidades lingüísticas
heterogéneas delimitadas mediante criterios sintácticos y semánticos: aquí se
atiende exclusivamente al criterio semántico. Los criterios semánticos de de-
limitación responden a los criterios aristotélicos de unidad de la secuencia
dramática: unidad de tiempo, espacio y acción. De modo que una secuencia se
delimita por la permanencia de un actor o de un grupo de actores, un espacio
y tiempo determinados.
En segundo lugar, la extracción de sucesos. Los sucesos que son conside-
rados son aquellos que afectan o caen bajo la responsabilidad de los protago-
nistas de la historia. Lo anterior significa que el acto de proferir el discurso, el
acto de enunciación —que incluye tanto actos de observación como de inter-
pretación— es considerado independientemente de los sucesos narrados: son
sucesos, pero ajenos a los sucesos históricos que el discurso dice que sucedie-
ron. A los sucesos en los que interviene el enunciador se les llama enunciación
enunciada. A los sucesos en donde intervienen los actores protagonistas los
llamamos, de manera un poco redundante pero explícita, enunciado enun-
ciado. De modo que el análisis de la secuencialidad se restringe al análisis del
enunciado enunciado, aunque es posible un análisis paralelo de la enunciación
enunciada y de sus vínculos con el primero.
Una vez efectuadas ambas reducciones —a las secuencias elegidas y a los

94
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Tercer capítulo. Secuencialidad y presuposición

sucesos extraídos— es posible utilizar las preguntas con las que se identifican
las relaciones de presuposición.

5. EL ORDEN DE LA LECTURA

Al obtener y caracterizar los árboles de presuposición es preciso introducir


de nuevo la noción de orden para plantear, ahora, los cauces del análisis en
términos de la orientación del acto de lectura. Es decir, el orden lógico de los
sucesos es susceptible de ser leído siguiendo el eje de presuposiciones, de los
consecuentes hacia los antecedentes, o bien es posible seguir el orden de las
consecuciones, de los antecedentes a los consecuentes. La posibilidad de leer
de dos maneras los árboles tiene consecuencias con respecto al tipo de análisis
que podrá ser emprendido.
A. J. Greimas y J. Courtés (1982 [1979]: 235) caracterizan en un primer
momento la lectura como un proceso de reconocimiento de las unidades cons-
titutivas de la sustancia de la expresión, que conduce en un segundo momento
al reconocimiento del significado. Percepción e interpretación constituyen los
dos actos alrededor de los que se organiza la lectura como un proceso de se-
miosis, equivalente a un verdadero acto de enunciación, análogo aunque no
idéntico al que realiza el productor del texto. La lectura se define entonces
como un modo de construcción del objeto semiótico.
Sin embargo, una vez hecha esta caracterización amplia, los autores pasan
a preguntarse acerca de la existencia de lecturas múltiples, basadas en las am-
bigüedades que ofrece el propio texto, y a rechazar la existencia de un número
infinito de lecturas, hipótesis que califican de gratuita por ser inverificable (A.
J. Greimas y J. Courtés, 1982 [1979]: 236). En consecuencia, el concepto de
lectura es restringido al que deriva de la teoría de las isotopías: por definición,
un texto ambiguo que admite varias lecturas es pluriisótopo. Por su parte, la
capacidad del lector de reconocer varias de las lecturas posibles responde no
sólo a su sensibilidad y competencia enunciativa, sino también a la episteme
del momento, dicho de otro modo, a los intereses y perspectivas vigentes en
una cultura, en un momento y un lugar determinados.
El punto que aquí interesa, y que es soslayado por A. J. Greimas y J.
Courtés, reside en la noción de lectura como un recorrido, a veces impuesto,
a veces sugerido, que el lector sigue al plegarse a las coerciones que le impone

95
Roberto Flores O.

la forma y la sustancia de la expresión y que, dentro del recorrido generativo


de la significación propuesto por la semiótica estándar, se sitúan en el com-
ponente de la textualización. Es ya conocido el hecho de que, con respecto a
los textos escritos, las unidades gráficas se ordenan, la mayoría de las veces, de
modo lineal. De manera que, en escritos continuos, una oración escrita sigue a
otra, desde el inicio hasta el fin: una novela tradicional ordena así sus grafemas.
Sin embargo, si bien el orden lineal del texto es un privilegio de formas
tradicionales de escritura, no deja de ser un caso específico, que no por ser pro-
totípico, impone o determina una forma canónica de lectura igualmente lineal
y orientada de inicio a fin. Esto lo sabe el lector impaciente, incapaz de esperar
plegarse al desarrollo gradual de la trama y que “brinca” hasta el final para co-
nocer su desenlace. Lo conoce también el amante del hipertexto que multiplica
los hipervínculos, con los que propone al lector rizos, callejones sin salida, en-
trecruces y bifurcaciones textuales.28 La metáfora caminera no es aquí gratuita,
pues, como ya se anunció, se trata de proponer una caracterización de la lectura
como la realización de un recorrido a lo largo de los caminos que ofrecen las se-
cuencias textuales. Pero cabe señalar que esos caminos no son unidireccionales
y que ofrecen la libertad de emprenderlos desde uno u otro sentido.
Es preciso hacer una mención especial a la psicofisiología del acto de lec-
tura y, en especial, a las teorías del control del movimiento ocular durante
ese mismo acto. Los especialistas (K. Larson, 2004; E. Reichler et al., 2003;
K. Rayner, 1998) concuerdan en señalar que el acto de lectura se lleva a cabo
mediante movimientos oculares a sacadas, durante los cuales se alternan mo-
mentos de fijación de la vista con movimientos de transición, durante los que
no hay procesamiento neuronal de la información: ese recorrido admite mo-
vimientos regresivos, tanto como progresivos. Lo relevante es que durante el
momento de fijación la mirada abarca un área asimétrica alrededor del punto
focal que, en sistemas de escritura como el occidental, comprende tres a cuatro
letras a la izquierda y catorce o quince a la derecha. Es al interior de esa área,
aunque no en toda su extensión, que es posible la identificación y comprensión
de unidades significativas. Un elemento pertinente para la discusión es que el

28. Lo lamentable es que las más de las veces generalice y se asuma como absoluta esta
ruptura de linealidad, que es característica de unidades textuales de cierta magnitud y dotadas de
completud semántica, tales como oraciones, párrafos y unidades mayores, pero que no rompen
con la linealidad inherente a la escritura. ¡Mucho menos romperá con la linealidad del lenguaje
mismo!

96
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Tercer capítulo. Secuencialidad y presuposición

movimiento ocular parece ser controlado por la comprensión del significado,


aunque esta hipótesis no es aceptada unánimemente. El reconocimiento de
las unidades grafémicas de lectura parece corresponder con el de unidades de
sentido, que muchos autores asumen como unidades léxicas: la identificación
de unidades significativas dependerá de la memoria tanto como de la anticipa-
ción, así como de retenciones y protensiones.29 Lo relevante es que, a la luz de
estos estudios, la lectura aparece como un acto complejo de reconocimiento
e interpretación de signos plenos y no de desciframiento de letras, que no es
enteramente lineal: la linealidad es un efecto posterior a la lectura entendida
simplemente como un recorrido con la mirada. De modo que la dirección de
la lectura no es impuesta por el plano de la expresión sino que responde a una
estrategia enunciativa de construcción discursiva.
En cuanto al árbol de presuposición, éste está constituido mediante series
ordenadas de sucesos que será posible recorrer en alguno de los sentidos y por
las vías que el propio árbol propone. Es así que el árbol podrá ser caracterizado
como una serie de consecutividades o como una serie de antecedencias y, en
virtud de la isomorfía entre el árbol y el texto que describe, las lecturas del
árbol serán también lecturas del texto. ¿En qué difiere esta lectura de la que
realiza el lector común? En que la relación de presuposición ha operado un
reordenamiento lógico de los sucesos a partir del orden del mención y que, en
algunos puntos, no coincide con el orden temporal.
Las dos lecturas propuestas ofrecen distintas posibilidades de análisis. Al
seguir el eje de las antecedencias, las unidades así encadenadas tienen el ca-
rácter de antecedentes necesarios para la realización del consecuente que sirve
de pivote en el acto de lectura. A partir de ese pivote, A. J. Greimas (1989
[1983]) propuso un análisis en términos de una jerarquía de programas narra-
tivos orientados hacia la realización de un programa de base y en donde cada
suceso era considerado una acción ordenada con vistas a la obtención de un

29. En fenomenología, retención y protensión son las dos orientaciones, hacia el pasado o
hacia el futuro, de la intencionalidad. Los actos de conciencia no son puntuales, sino temporales,
pues el ahora posee una duración mínima que le permite vincularse con los demás instantes, en el
fluir del tiempo. Estas dos orientaciones han sido principalmente reconocidas en fenómenos de
percepción (E. Husserl, 1964; M. Merleau-Ponty, 1945; F. Varela, 2000), sin embargo, en semió-
tica, se les examina en hechos de lenguaje. Ambas orientaciones aparecen en fenómenos como
las rimas y las aliteraciones, al igual que en las gradaciones, las repeticiones y las amplificaciones,
por citar figuras retóricas. También aparecen en la armonía vocálica, en predicaciones concesivas
o en categorías aspectuales, como el iterativo.

97
Roberto Flores O.

estado final. Dependiendo de su lugar en la jerarquía esas acciones tenían el es-


tatuto de un enunciado modal o un enunciado de base. De ahí que el modelo
propuesto ha sido caracterizado como una semiótica modal.
En cuanto al eje de los consecuentes, es posible articular alrededor de él
un tipo de análisis alternativo y complementario a la semiótica modal. En
él, los sucesos tienen el estatuto de consecuentes posibles con respecto a un
punto inicial en la lectura que sirve de antecedente. A partir de ese punto los
sucesos serán caracterizados en su temporalidad inherente, ya sea como tipos
de suceso, fases o modos de ocurrencia de los sucesos, es decir, aspectualmen-
te. Un suceso podrá entonces articularse con otro suceso para formar, juntos,
un macrosuceso, o bien podrá ser descompuesto en microsucesos. En ambos
casos los vínculos son internos a un suceso englobante. Pero cuando la articu-
lación de sucesos no permite la integración en otros sucesos, el orden conse-
cutivo será concebido como un orden causal, que responderá a una dinámica
de fuerzas. Este modelo puede ser entonces identificado como una semiótica
causativo-aspectual.
Un punto esencial en el orden consecutivo de lectura es que, al no ser
finalista, preserva los efectos de sorpresa y suspenso caros a C. Zilberberg, pero
que la lectura que sigue el curso de antecedentes ignora, en provecho de final:
en términos de la semiótica tensiva (C. Zilberberg, 2002: 140), la semiótica
causativo-aspectual se sitúa en el terreno del sobrevenir, mientras que la semió-
tica modal se sitúa en el terreno del parvenir (en español, lograr o alcanzar).

6. DEL ORDEN DE SUCESOS A SU JERARQUÍA Y


FUNCIONALIDAD

El reconocimiento de la relación de presuposición a nivel de la superficie tex-


tual da cuenta del orden lógico de los sucesos, pero no aborda las relaciones
que permiten la integración de los sucesos en macrosucesos o su descomposi-
ción en sucesos componentes. Esta limitación debe ser compensada mediante
un cambio de nivel, es decir, por medio de un ajuste en la óptica que permita
pasar de la simple consideración conjuntista, en la que un suceso es miembro
del conjunto presuposicionalmente ordenado de sucesos denominado relato,
a su consideración mereológica en la que un suceso forma parte de un ma-
crosuceso total. De acuerdo a la propuesta diagramática de M. Ariza (2009),

98
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Tercer capítulo. Secuencialidad y presuposición

pero sin entrar en las formalizaciones, el paso de una representación del texto
en términos de pertenencia, a la representación como parte de un todo se
plantea como una reformulación del ordenamiento de sucesos como nodos de
un árbol a su ordenamiento en un retículo. En términos de L. Hjelmslev, este
tránsito corresponde al paso del proceso al sistema: los sucesos ordenados pre-
suposicionalmente en el sintagma (>) pasan a ser considerados como esquemas
narrativos ordenados mediante presuposiciones paradigmáticas (»). De este
modo, la primera secuencia en I del ejemplo se compone de cuatro sucesos
ordenados presuposicionalmente:

Secuencia 1: venir > ver asomar > [informar] > turbarse.

La integración de esa serie en un macrosuceso pasa por el reconocimiento


de la relación paradigmática que agrupa los esquemas narrativos parciales (y
no los sucesos) en un esquema englobante (señalados mediante oblicuas):

/Información/ » /venir/; /Información/ » /ver asomar/; /Información/ » [infor-


mar]; /Información/ » /turbarse/.

Como Ariza señala (2009: 38) estos ordenamientos no se limitan a ser


meros dispositivos gráficos inertes con los que se describen las relaciones de
pertenencia a un conjunto o de partición de una totalidad, sino que poseen
un potencial heurístico y constructivo de carácter semántico. Esta capacidad se
manifiesta en la posibilidad de integrar los sucesos en conjuntos más amplios
cuya regla componencial no se limita a ser aditiva sino que torna posibles
construcciones de carácter gestáltico. De esta manera, los sucesos ordenados
secuencialmente en virtud de las dependencias unilaterales sintagmáticas se
agrupan localmente en series susceptibles de constituir magnitudes semánticas
de nivel superior poseedoras de un contenido semántico integrado e igual-
mente unitario. Con el término macrosuceso se identifican tales unidades pro-
ducto de una síntesis constructiva.
De acuerdo al lugar que L. Hjelmslev asignó a las relaciones de depen-
dencia, éstas no se encuentran restringidas a un nivel de análisis, sino que se
les halla extendidas a lo largo de todo el lenguaje, cuando éste es considerado
como un conjunto estratificado de magnitudes semióticas. En consecuencia,
las relaciones jerárquicas entre los sucesos y los macrosucesos que componen

99
Roberto Flores O.

son relaciones de presuposición unilateral, en las que los sucesos son condicio-
nes necesarias para la constitución de los macrosucesos; sin embargo, a dife-
rencia de la secuencialidad, esas dependencias son de carácter paradigmático y
no sintagmático.30 En palabras de M. Ariza (2009: 39), se dirá figurativamente
que, si bien, como miembro, un suceso se inserta en un conjunto, en cambio,
como parte, ese suceso estará envuelto en el macrosuceso englobante.
El macrosuceso que se constituye a partir de la composición de suce-
sos tiene una doble naturaleza, cuya diferencia será crucial para el análisis.
Desde una perspectiva holística, el macrosuceso será considerado como un
suceso más del relato, cuyas propiedades semánticas no serán distintas a las
de cualquier otro suceso. En cambio, en relación a sus partes componentes,
ese macrosuceso manifiesta una forma esquemática que tiene la capacidad de
presentar sintéticamente a la totalidad de sus partes al tiempo que muestra
ostensiblemente su carácter de unidad semántica por derecho propio. Esta
segunda capacidad supone que las partes componentes son susceptibles de
ser consideradas como un análisis de la totalidad: los sucesos son el resultado
del análisis del macrosuceso total del cual forman parte. Sin embargo, ese
análisis no agota las potencialidades semánticas de las partes, puesto que un
suceso es susceptible de entrar a formar parte una multitud de macrosucesos
alternativos, de tal manera que existe un déficit de sentido que caracteriza al
macrosuceso con respecto a sus partes. Es por ello que el macrosuceso, además
de ser un suceso por derecho propio, tendrá una representación esquemática
con respecto a sus partes.
El ordenamiento mereológico de los sucesos permite su representación
mediante un retículo, grafo cerrado, frente al grafo abierto constituido me-
diante relaciones de pertenencia a un conjunto. Esto significa que, a nivel del
sistema, si bien el nodo ab termino del grafo es un esquema narrativo que co-
rresponde al macrosuceso englobante, su nodo ad originem es el suceso vacío.
La razón es que no hay un suceso que componga un suceso elemental: a nivel
del proceso, el suceso vacío, fundante, da cuenta de la imposibilidad, factual
o lógica, de rastrear la existencia de un suceso elemental (o base) a través de
un proceso de regresión infinita. Sin la postulación teórica de la existencia de

30. Habría que considerar una tercera relación de presuposición que sería de naturaleza
categorial y que daría cuenta de la preexistencia lógica del eje semántico y la categoría por encima
de los términos que la constituyen: en tal caso el macrosuceso sería categorialmente el presupues-
to de los términos de su manifestación.

100
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Tercer capítulo. Secuencialidad y presuposición

un suceso vacío, los relatos serían sacos sin fondo sin punto de detención que
funde la trama desde un punto de vista analítico. El siguiente retículo (figura
9) muestra la primera de las estructuras en I contenidas en el fragmento utili-
zado de ejemplo.

Figura 9. Retículo de esquemas narrativos.

/Información/

/Venir/ /Ver /Turbarse/


/[Informar]/
asomar/

El retículo presuposicional de esquemas narrativos es distinto del orde-


namiento jerárquico presuposicional de programas narrativos que propone
la semiótica narrativa estándar. En términos semióticos la diferencia permite
descripciones alternativas de un relato: mediante la integración de sucesos se
permite una descripción del relato en términos secuenciales, mediante una
lectura desde el principio hasta el final; en cambio, para la semiótica estándar,
la jerarquía de programas da cuenta del ordenamiento de las secuencias de
acciones con vistas a la obtención de un fin y la lectura es presuposicional, es
decir, se dirige del final hacia el inicio del relato. Ambos análisis, sin embargo,
se apoyan en las relaciones lógicas de presuposición.
A partir de los árboles de presuposición es posible comenzar a considerar
las estructuras características de la estructura narrativa del relato, sean mo-
dales o aspectuales. Aquí se plantea una disyuntiva, pues es preciso decidir si
el interés de un análisis se orienta hacia el examen de la estructura jerárquica
de las acciones, en términos de programas narrativos de acción a cargo de los

101
Roberto Flores O.

distintos actantes funcionales del relato o si será examinada la estructura se-


cuencial del relato en términos de un conjunto ordenado de sucesos con vistas
a su progresión narrativa. En el primer caso, el árbol de presuposiciones debe
dar lugar a la integración de acciones y su jerarquización como programas
narrativos de base y de uso: esa jerarquía torna posible el reconocimiento de
series modales que permiten o impiden la realización de los programas de base,
así como la caracterización de los actantes funcionales en términos de su iden-
tidad modal en el seno de sus respectivos recorridos actanciales. En el caso de
la secuencialidad, el acento es puesto en el orden aspectual, y no modal, de las
series de sucesos. El árbol de presuposiciones es, entonces, la base a partir de la
que se obtienen conjuntos parciales de sucesos ordenados a partir de criterios
tales como su duración, perfectividad y dinamicidad. Los conjuntos parciales
se integran en una totalidad que no es jerárquica sino secuencial, orientada
hacia la culminación del relato (por lo menos en el caso de relatos perfectivos).
La integración responde al principio de que todo conjunto de sucesos es un
suceso y de que la textura aspectual de los componentes determina la identi-
dad aspectual de la totalidad de la que forman parte. Es este último enfoque
el que será aquí abordado, las estructuras modales han sido privilegiadas por
la semiótica estándar. La presente investigación no aborda la programación
narrativa y, en cambio, se centra en el análisis de la integración de sucesos.

102
PARTE II
ASPECTO

103
CUARTO CAPÍTULO
TIPOS DE SUCESO

1. INTRODUCCIÓN

A l hablar de la aspectualidad, no se pretende hacer una


presentación exhaustiva de esta vasta “metacategoría”
(como la llama M. R. Islas, 2004: 89), desde una tipología
de lenguas o desde una lingüística universal: más bien, se
trata de proporcionar un marco de referencia suficiente para
dar cuenta del ordenamiento de los sucesos desde un punto
de vista semiótico y mostrar su contribución a la produc-
ción del efecto de sentido de progresión narrativa, además de
otros efectos conexos, como pueden ser las distinciones —al-
gunas de ellas ya mencionadas— entre figura/fondo, relato
perfectivo/imperfectivo, secuencialidad narrativa cardinal u
ordinal, etc. El reconocimiento de secuencialidades abiertas
y cerradas se apoya en el carácter discreto o no-discreto de
los sucesos que contienen. Por ello, es preciso reconocer tan-
to los valores aspectuales de dichas unidades componentes
como el de las totalidades que conforman; de manera que, a
diferencia de los análisis lingüísticos, centrados en el léxico y

105
Roberto Flores O.

las oraciones, aquí se considerará al aspecto como un efecto de sentido produ-


cido en el texto, por el texto mismo.
Este capítulo aborda, desde una perspectiva paradigmática, la primera de
las tres formas básicas de aspectualidad que aquí serán reconocidas: tipo de
suceso, fase de suceso y modo de ocurrencia de los sucesos. En él se examinan
los fundamentos de la tipología de sucesos, la sintagmática será abordada jun-
to con las fases y los modos de ocurrencia. En ese sentido, esta presentación se
centra en consideraciones semánticas en torno a la tipología y su contribución
a la narratología y a la semiótica en general. Quedan, pues, de lado distin-
ciones que, desde el punto de vista lingüístico, son consideradas relevantes,
como es la de aspecto gramatical y aspecto léxico o, incluso, su restricción a
un ámbito léxico, oracional u otro tipo de unidad lingüística. Se asume que,
de las tres formas de aspectualidad aquí reconocidas, la tipología es básica
para mostrar la participación de la categoría general en la elaboración de una
gramática de relatos. La aspectualidad es considerada aquí como un efecto del
discurso que requiere la identificación de unidades de sentido y su integración
en contextos: bajo estas perspectivas los problemas suscitados, por ejemplo,
por la clasificación aspectual de los verbos desaparecen sin detrimento de la
precisión del análisis.
La diversidad de distinciones aspectuales, y específicamente la tipología
de sucesos, es de orden conceptual y pertenece a una lingüística y una se-
miótica generales, no es exclusiva de una lengua: las distinciones que aquí
serán utilizadas son producto de una actividad modelizante de los fenómenos
semiolingüísticos (que es la semiótica aquí privilegiada) y no dependen de
la generalización a partir de hechos singulares y evidentes por sí mismos. La
generalidad de los tipos propuestos dependerá, entonces, de los rasgos defini-
torios involucrados, de sus relaciones mutuas, así como de sus implicaciones
y no supone una tesis acerca de la universalidad del tipo. De otro modo, sería
preciso cuestionar la noción de universalidad y preguntarse si es el tipo de
predicado el que es considerado universal, si se trata de una distinción onto-
lógica o si se trata de un efecto de la modelización empleada, en el sentido de
que la propuesta a priori de un modelo se hace con el fin de abarcar todas las
situaciones posibles.
Si la tipología es general entonces las pruebas de pertenencia a un tipo
permiten la caracterización misma del tipo y no dependen de idiosincrasias
idiomáticas, sino que ponen de manifiesto una estructura semántica subyacen-

106
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Cuarto capítulo. Tipos de suceso

te, común a las distintas lenguas. En ese sentido, los rasgos semánticos puestos
en relieve tendrán su correspondiente noémico o conceptual (K. Heger, 1974:
168). El hecho de que la descripción de estos tipos apele a rasgos que podemos
encontrar en otros ámbitos de la lengua, como es la distinción entre nombres
de masa y contables o en el significado de los tiempos verbales (por ejemplo,
el uso del presente para expresar una cualidad permanente y, por ende, un
estado: la tierra gira; C. Fuchs, 1991: 11) aboga en favor de una constitución
de la tipología como un modelo hipotético que permita clasificar predicados
lingüísticos a partir de criterios aspectuales homogéneos.
Para la comprensión de lo aquí expresado se da por sentado la definición
del concepto de suceso como un contenido semántico, el análisis presuposi-
cional de los relatos y el papel central de la aspectualidad en la constitución
de una forma específica de secuencialidad narrativa al lado de la causalidad.

2. TIPOS DE SUCESO

Se ha tornado tradicional la tipología de sucesos31 propuesta, ya desde 1957


(aunque la referencia más citada data de 1967: 97-121), por Z. Vend-
ler: en ella se distinguen estados (states), actividades (activities), ejecuciones
(acomplishments)32 y logros (achievements). También es frecuente encontrar
referencias a otros autores que se sitúan igualmente dentro de la filosofía del
lenguaje ordinario, como G. Ryle (1949: 143-147) o A. Kenny (1963: 171-
186). La tipología de Vendler ha sido llevada al ámbito de la lingüística por
A. Mourelatos (1978: 191-212). Otro autor frecuentemente referido es David
Dowty (1979: 51-71; 1986: 37-61; reimpreso en I. Mani, J. Pustejovski y R.

31. Habitualmente se le denomina en español “tipología de eventos”, pero para mantener


las convenciones establecidas en los capítulos anteriores y subrayar el hecho de que se trata de
contenidos semánticos y no de una ontología, aquí se les denomina sucesos.
32. En defensa de esta traducción cabría señalar que las alternativas propuestas presentan
dificultades. La traducción como realizaciones se confunde con algunas traducciones del concep-
to chomskiano de performance y con el modo de existencia realizado de la semiótica greimasia-
na. Traducir el término como cumplimientos presenta la dificultad de que pone el énfasis en un
rasgo específico de este tipo de sucesos, que se refiere a una de las maneras en que se produce el
cierre de un suceso, la culminación. A favor del término ejecución, es de recordar que proviene
del latín exsequi que significa “seguir hasta el final”, que además de conllevar la idea de un suceso
durativo acotado en el tiempo, remite a la realización de una tarea compleja, dotada de una
estructura diferencial interna, lo que A. Mourelatos identifica con el término “heterogeneidad”.

107
Roberto Flores O.

Gaizauskas, 2005: 333-351). A partir del texto de A. Kenny es lugar común


afirmar que esta tipología se basa en la distinción propuesta por Aristóteles en-
tre energeia y kinesis (L. Gosselin y F. François, en C. Fuchs (ed.) 1991: 72-74).
En la Metafísica, libro IX,33 Aristóteles (1999 [1875]) distingue entre
eventos34 (aunque él habla de acciones) que culminan y aquellos que no poseen
un final. Los eventos de kinesis solamente se realizan en plenitud en el momen-
to en que son completados, mientras que los del tipo energeia se van realizando
a plenitud a lo largo de su duración: esto supone que la interrupción de este úl-
timo tipo no niega la realización del mismo; en cambio, la interrupción de un
evento de kinesis supone su no realización. Mediante esta distinción, el Esta-
girita articula una de las diez categorías o clases de predicados, la de la acción.
La energeia corresponde a actividades; su realización sólo depende de una
decisión (prohairesis) de actuar y supone el ejercicio de una capacidad de ac-
ción.35 De manera que el sujeto que realiza estas acciones es definido por el
conjunto de sus capacidades. Tener una competencia y ejercerla garantiza el
éxito; la meta de la acción se alcanza al realizarla. En cambio, la kinesis corres-
ponde a acciones cuya meta es distinta de la acción que conduce a ella, supone
alcanzar un resultado, y la acción deja de existir una vez que el nuevo estado
de cosas se crea.

33. Dado que este fundamento es muchas veces mencionado y pocas veces leído, conviene
citar in extenso: “Como todas las acciones que tienen un término no constituyen ellas mismas un
fin, sino que tienden a un fin, como el fin de la demacración que es el enflaquecimiento; tales
acciones como la demacración son ciertamente movimientos, pero no son el fin del movimiento.
Estos hechos no pueden considerarse como actos, como actos completos, porque no constituyen
un fin, sino solamente tienden a un fin y al acto. Se puede ver, concebir, pensar y haber visto,
concebido, pensado; pero no se puede aprender y haber aprendido la misma cosa, curar y haber
sido curado; se puede vivir bien y haber vivido bien, ser dichoso y haber sido dichoso todo a la
vez; sin esto sería preciso que hubiera puntos de detenida en la vida, como puede suceder con la
demacración; pero jamás se ha verificado esto: se vive y se ha vivido. De estos diferentes modos
llamaremos a los unos movimientos, a los otros actos, porque todo movimiento es incompleto,
como la demacración, el estudio, la marcha, la construcción; y los diferentes modos incompletos.
No se puede dar un paso y haberle dado al mismo tiempo, construir y haber construido, devenir
y haber devenido, imprimir o recibir un movimiento y haberle recibido. El motor difiere del ser
en movimiento; pero el mismo ser, por el contrario, puede al mismo tiempo ver y haber visto,
pensar y haber pensado: estos últimos hechos son los que yo llamo actos; los otros no son más
que movimientos. Estos ejemplos, o cualquier otro del mismo género, bastan para probar clara-
mente qué es el acto y cuál es su naturaleza” (Aristóteles, 1999 [1875], libro IX, § 6).
34. Se trata de eventos porque la distinción se aplica directamente a los hechos mismos y
no a un modo referirse a ellos.
35. Los párrafos siguientes se apoyan en L. Jansen (2003).

108
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Cuarto capítulo. Tipos de suceso

La praxis está estrechamente asociada con la energeia en la medida en que


sólo depende de la competencia del sujeto y de su decisión de hacerlo. En
cambio, la kinesis no se deja caracterizar únicamente por la puesta en práctica
de una capacidad, pues requiere de algo más para que la acción tenga éxito y
no quede en simple intento. Es preciso que la kinesis culmine en algo que es
ajeno a la acción misma: por ello corresponde a una poiesis. Prohairesis, praxis
mediante energeia y poiesis mediante kinesis se ordenan tanto paradigmática
como sintagmáticamente, es decir, contribuyen a establecer una tipología de
acciones, al tiempo que constituyen las fases de una acción —respectivamente,
como capacidad de actuar, acción considerada en sí misma y obtención de un
resultado—. Como se verá más adelante, esta característica doble se encuentra
recogida por A. Kenny, pero no por los demás autores que han propuesto
tipologías de eventos. Por otra parte, éstos no son los únicos componentes de
la acción ni los únicos criterios de clasificación: de acuerdo al modo de acción,
Aristóteles mismo distingue entre prattein (lograr, tener éxito) y poiein (que
conjuga los sentidos de hacer y de crear) y habla de pathein para remitir al
sujeto afectado por la acción; no sólo habla de la capacidad de actuar, sino que
especifica aquella capacidad que supone un conocimiento práctico (technê).
En el terreno del lenguaje, ya es común reconocer el parentesco entre la ti-
pología de sucesos y la distinción entre nombres de masa y nombres contables.
Pero también se le encuentra en formas adjetivales y participiales (I. Bosque,
1990: 177-204) y en el papel que juegan los adverbios en la actualización de
un tipo (L. Gosselin y F. François en C. Fuchs (ed.), 1991: 97-136). También
es posible caracterizar los relatos a partir de esta tipología: es fácil reconocer
que la idea típica de relato corresponde a una ejecución, en la medida en que
ese relato posee una duración definida y una estructura interna mediante la
que se opera una transformación de estados. Sin embargo, los ejemplos que
habitualmente son propuestos para ilustrar la tipología remiten a verbos fuera
de contexto o con un contexto mínimo (en la lista se incluye la notación grá-
fica que será utilizada):

Estados
Saber (estados de conocimiento)
Tener coraje (emociones)
Estar mareado (estados de los cuerpos)
Estar en Francia (localización)

109
Roberto Flores O.

Estar sentado (posiciones)


Ser alto (propiedades de los cuerpos)
Ser sensato (atributos cognoscitivos)

Actividades ___________________
Pintar
Empujar carritos del súper
Pasear

Ejecuciones |_______________|
Leer una novela
Construir una casa

Logros Ļ
Reconocer a alguien
Detenerse
Alcanzar el tren.

3. RASGOS SEMÁNTICOS

La tipología de sucesos es susceptible de ser fundada en una combinatoria


de rasgos jerarquizados. Los rasgos pueden ser simplemente caracterizantes, lo
que supone una semántica referencial expresada componencialmente, o bien
contrastantes, lo que conduce a una semántica diferencial, como la aquí adop-
tada. La primera perspectiva postula la existencia real de los tipos y de rasgos
que son eminentemente descriptivos, signos de pertenencia más que esencial-
mente definitorios: en tal caso, los tipos reconocidos tienen el estatuto de clases
naturales y los rasgos el de atributos sensibles, evidentes. En la segunda, la elec-
ción del conjunto de rasgos se hace a partir del contraste entre, al menos, dos
contextos de uso y depende de que se logre determinar tanto la denominación
específica que sería más adecuada para operar las distinciones requeridas, como
la forma pertinente y más económica de contrastar los sucesos: en este caso,
la definición se formula como un conjunto de distinciones. Diferencialmente,
al atender al criterio de simplicidad, serían únicamente necesarios tres con-
trastes (pares de rasgos, en una perspectiva binaria: x/no x) para dar cuenta de

110
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Cuarto capítulo. Tipos de suceso

Figura 10. Ordenamiento alternativos de contrastes binarios.

Rasgo
compartido

rasgo rasgo
1 no 1
contraste contraste
1 1

rasgo rasgo rasgo rasgo


2 no 2 3 no 3
contraste contraste contraste contraste
2 2 3 3

Rasgo
compartido

rasgo rasgo
1 no 1
contraste contraste
1 1

rasgo rasgo
2 no 2
contraste contraste
2 2

rasgo rasgo
3 no 3
contraste contraste
3 3

111
Roberto Flores O.

los cuatro tipos reconocidos por Z. Vendler y presentarlos como un paradig-


ma. Es posible proponer dos ordenamientos alternativos de esos tres pares de
rasgos distintivos, como los de la figura 10.
Para definir componencialmente los tipos de suceso, han sido propues-
tos múltiples rasgos, tales como: dinámico/estático, abierto/cerrado, durati-
vo/puntual, transformación/permanencia, cualidades intrínsecas/propiedades
situacionales, heterogeneidad/homogeneidad, presencia o ausencia de una
estructura interna. D. Dowty (1979: 184) proporciona un ejemplo de una
estructura jerarquizada que incluye algunos de estos rasgos (figura 11). Por
su parte A. Mourelatos (1978: 423) propone un ordenamiento directo de los
tipos. Las propuestas de estos autores plantean una disyuntiva entre una ti-
pología de sucesos establecida mediante una jerarquía de rasgos o por medio
de una clasificación hiperonímica: la diferencia entre ambas reside en que,
en la primera, sólo los nodos terminales corresponden a los tipos propuestos
—los nodos iniciales e intermedios corresponden simplemente a los rasgos
(D. Dowty)—; en cambio, en la segunda, todos los nodos caracterizan un tipo
específico de suceso y su ordenamiento se produce por inclusión (como en A.
Mourelatos, que es un ejemplo de lo que, estrictamente hablando, correspon-
de a una taxonomía). De hecho, ambos ordenamientos llegan a confundirse en
algunas propuestas, como cuando la definición de un tipo de suceso requiere
un número de rasgos menor a la definición de otros tipos (E. Bach, 1986). Los
siguientes grafos (figura 11; tomados de H. Filip, 1999: 31 y 38) muestran las
propuestas de dichos autores.
Desde la perspectiva diferencial aquí adoptada, la elección de un modelo
de rasgos jerarquizados para representar los cuatro tipos de suceso de Z. Vend-
ler responde a la idea de que se trata de una construcción conceptual apoyada
en la elección de un número mínimo de rasgos no redundantes cuya combi-
natoria permite la definición de los tipos. Si bien, para validar la operatividad
de la tipología, es necesario apoyarse en un cierto número de pruebas a las que
son sometidos los enunciados, la elaboración de un modelo tipológico descan-
sará, en última instancia, en la coherencia y la no-redundancia de los rasgos
elegidos. No se trata, pues, de una tipología que variará con respecto a las
lenguas, sino de una tipología construida conceptualmente, cuya invariancia
deriva de un conjunto explícito, ordenado y bien delimitado de criterios, que
se emplean de manera consistente, que son confrontados a criterios alterna-

112
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Cuarto capítulo. Tipos de suceso

Figura 11. Tipos de suceso: estructuras alternativas de rasgos.

Tipo de
eventualidad

ESTADO no-estado

Dinámico Estático EVENTO PROCESO

Extendido Momentáneo

Aconteceres Culminaciones
happenings

(Mourelators, 1978: 423)

113
Roberto Flores O.

Predicados
Situaciones
verbales

Momentáneo Intervalo Sucesos Estados


ocurrences
(acciones)

No cambio Cambio

Eventos Procesos
performances activities
,QGHÀQLGR 'HÀQLGR (actividades)

Sucesos Desarrollos
Singular Complejo
puntuales accomplishments
achievements

(Bach, 1986: 325) (Dowty, 1979: 163, 184)

tivos con el fin de elegir el modelo más sencillo y abarcador: en suma, deriva
del principio de empirismo (L. Hjelmslev, 1980 [1943]: 22-23 y 1985: 88).
Dada la amplia influencia que ha tenido sobre el tema, conviene citar la
caracterización que hace A. Mourelatos (1978: 416) de los cuatro tipos de
suceso:

Los LOGROS captan el inicio o el clímax de un acto, es posible fecharlos o si-


tuarlos en cualquier lugar de un lapso de tiempo, pero no se producen a lo largo
del tiempo o durante un tiempo.

Las EJECUCIONES poseen una duración intrínseca, de modo que en inglés es


posible decir ‘X V–ed ‘ (X V–perf ) para referirse al conjunto del segmento tem-

114
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Cuarto capítulo. Tipos de suceso

poral y no sólo a un único momento, por ejemplo, Jones wrote the letter over the
lunch break (Jones escribió la carta durante su almuerzo). Más aún, las ejecuciones
no son ‘homogéneas’.

Un rasgo esencial de las ACTIVIDADES es que SON homogéneas (…) Vendler


señala ‘cualquier parte del proceso es de la misma naturaleza que el todo’ (…) Un
hecho más notable es que el lapso de tiempo de las actividades es inherentemente
indefinido: no implican culminación ni anticipan un resultado.

Finalmente, los ESTADOS son susceptibles de durar o persistir durante un cierto


tiempo, difieren de las ejecuciones y de las actividades en que ‘de ninguna ma-
nera es posible considerarlas acciones’ (…) Como su nombre indica, un estado
no supone dinamicidad. Aunque es posible que surja o que sea adquirido como
resultado de un cambio y aunque sea posible que permita potencialmente un
cambio, en sí mismo, no constituye un cambio.

Con respecto a los estados, es crucial reconocer que también existe la po-
sibilidad de incluir los estados iniciales y finales, en contraste con los estados
permanentes, que se definirían mediante un cierre final o inicial, la duración y
la homogeneidad. También es posible incluir el semelfactivo (C. Smith, 1991:
28-33), que se definiría mediante los rasgos de apertura, no duración y homo-
geneidad.36
Si se considera el conjunto de rasgos propuestos y no solamente los privi-
legiados aquí, es posible ver que algunos de ellos son claramente redundantes:
la transformación da origen a un suceso heterogéneo, ya que dota al suceso de
una estructura interna. Otros sólo son rasgos caracterizantes, más no diferen-
ciales: como ya fue mencionado, bastan tres contrastes para obtener los cuatro
tipos, de modo que todo rasgo elemental suplementario, es decir, todo ras-
go que no sea posible reducirlo a otro rasgo, será considerado caracterizante.
Como se planteará más adelante (apartado 5), los rasgos retenidos se vinculan
mediante relaciones de dependencia: el rasgo puntual presupone el de cierre, la
heterogeneidad presupone duración y así sucesivamente. En cambio, algunas

36. Además que el carácter puntual de los ejemplos aducidos parece cuestionable, el se-
melfactivo (toser, brincar), introduce cuestiones del orden de la cuantificación, por lo que sería
conveniente remitirlo a los modos de ocurrencia de sucesos y no a la presente tipología.

115
Roberto Flores O.

combinaciones son incompatibles: heterogéneo con puntual, apertura con no


duración. Finalmente, algunas caracterizaciones son problemáticas: atribuir
homogeneidad al logro no es pertinente, puesto que la homogeneidad presu-
pone duración.

4. USOS

Al no pretender aquí una caracterización ontológica de los sucesos, sino se-


mántica, se asume que, de manera general, un suceso es el efecto de sentido de
una unidad semántica que constituye una secuencia discursiva o que es parte
de una. En sentido estricto, los rasgos definitorios de cada uno de los tipos
reconocidos no son atributos de una entidad, sino etiquetas de la manera en
que se comporta un tipo de construcción cuando es insertado en determinado
contexto: de modo que las pruebas aducidas corresponden a un conjunto de
pautas discursivas, claras y bien delimitadas, que son identificadas mediante
una designación económica. Un sema no es, pues, un sema, una entidad en sí
misma, sino la denominación de un tipo que permite reconocer usos específi-
cos; es la etiqueta con la que se identifica un efecto de sentido.
Desde una perspectiva diferencial, no es posible definir qué es en esencia
un estado, una actividad, una ejecución o un logro, lo único que es posible
hacer es describir los rasgos que se ven realizados en un enunciado determi-
nado.37 Los rasgos únicamente tendrán un carácter distintivo que adquiere su
valor dentro de la estructura en la que se inscriben. Estos rasgos tienen un va-
lor semántico que, eventualmente, es susceptible de corresponder con un valor
noémico o conceptual, pero que en ningún caso tendrá un valor ontológico.38
El tipo de suceso se define a partir de usos verbales específicos, al identi-
ficar las construcciones en las que pueden entrar verbos considerados en un
contexto discursivo determinado. Estos comportamientos son propios de las
lenguas consideradas, en este caso el español, pero su valor diferencial trascien-
de esta especificidad en la medida en que, si bien es posible que la construcción

37. De igual manera, un cambio o transformación sólo es susceptible de ser constatada a


través de los estados inicial y final, pero no es posible caracterizarlo en sí mismo.
38. Es de deplorar que en las investigaciones sobre el procesamiento informático de las
lenguas naturales se denomina habitualmente el nivel conceptual como ontología: este uso se ha
extendido a la semántica cognoscitiva (F. Rastier, 2001 [1991]: 123-137).

116
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Cuarto capítulo. Tipos de suceso

específica difiera de una lengua a otra, la distinción que conlleva, al menos, es


general. De manera que la tipología de sucesos así reconocida pertenecerá a
la semiótica general, sin que sea necesario abordar aquí la cuestión de su uni-
versalidad. Es preciso subrayar el hecho de que los comportamientos aducidos
califican la construcción entera y no se limitan al verbo: en ese sentido, es posi-
ble obtener un efecto de sentido como el de logro mediante la perífrasis verbal
terminar de, aun cuando el verbo también pueda intervenir en una ejecución:
terminar de comerse la torta es susceptible de corresponder al suceso puntual
que corresponde al final de la ejecución.39 De modo que, en la caracterización
de los sucesos, se encontrará una cierta ambivalencia que sólo el contexto re-
suelve. De hecho, al ir examinando ejemplos concretos, se descubre que la
ambivalencia se encuentra bastante generalizada y que, en muchos casos, el
discurso hace elipsis de los elementos que permitieran la desambiguación. De
manera que, todo intento de proporcionar ejemplos cortos y unívocos de tipos
específicos de suceso debe ser tomado cum grano salis.
Aquí se comenta el conjunto de comportamientos que habitualmente se
utiliza para caracterizar los sucesos y fundamentar el análisis narrativo: los
sucesos no se manifiestan únicamente en unidades con la extensión de una
oración, sino que lo hacen en unidades mayores, como son secuencias narrati-
vas y relatos enteros. El contraste entre distintos verbos en variados contextos
permite identificar los rasgos pertinentes para definir los tipos de suceso. Así,
por ejemplo, formas estereotipadas de relato, como los cuentos fantásticos,
tienen la forma general de una ejecución, en la medida en que se plantea una
situación inicial de carencia que debe ser remediada mediante la ejecución de
una proeza que conduce a la recompensa del héroe y el castigo de los malhe-
chores. Los principios que rigen la aspectualidad narrativa serán considerados
en el siguiente capítulo al abordar la sintagmática.
Los rasgos con los que se definen los tipos de suceso, ya reconocidos, son
susceptibles de entrar en cuatro contrastes: uno contra uno, dos contra dos,
dos a uno y tres a uno. Además, estos contrastes operan al excluir uno o varios
tipos de suceso o al incluirlos bajo el rasgo puesto a prueba. De esta manera,
es posible hacer un recuento no exhaustivo de contrastes relevantes. Así, por
ejemplo, los estados y los logros se distinguen individualmente por exclusión

39. La oración resultante no está suficientemente especificada pues también es susceptible


de corresponder a una ejecución, si el periodo final del acto de comer comprende una duración.

117
Roberto Flores O.

con respecto a los demás sucesos. Por su parte las ejecuciones tienen una ca-
racterización parcial positiva. Veremos que logros y actividades, por un lado,
y ejecuciones y estados, por el otro, admiten interpretaciones alternativas de
una misma construcción (en tanto tiempo), mientras que otra construcción
(durante tanto tiempo) proporciona interpretaciones alternativas a estados y
actividades frente a ejecuciones y logros. De manera general, mientras más
localizado esté el contraste, mayor es el número de rasgos involucrados; esto es
debido a que los tipos de suceso puestos así a prueba son más específicos. En
ese sentido, el contraste más complejo es el que opone uno a uno los sucesos:
esto es lo que sucede entre logros y estados, que difieren en cada uno de sus
rasgos. En cambio, el contraste de dos conjuntos de sucesos involucra un me-
nor número de rasgos, ya sea uno sólo o dos, cuando más: actividades y estados
difieren de los logros y las ejecuciones por ser abiertos y no ser el asiento de
una transformación.
En algunas ocasiones los contrastes en grupo se articulan de tal manera
que es posible identificarlos conjuntamente mediante una denominación elo-
cuente. Así, se verá, por ejemplo, que la homogeneidad no constituye un rasgo
elemental, sino que es el resultado de la articulación de tres de ellos. En otras
ocasiones, la agrupación y la denominación correspondientes incluyen rasgos
ajenos a la aspectualidad. Esto sucede específicamente en el caso de la agen-
tividad que, aquí, es reducida a la dinamicidad, pero que obviamente no se
restringe a ella, pues requiere la caracterización del papel temático de agente.
Sin embargo, tal caracterización escapa a la teoría del suceso y se traslada a la
teoría de la acción. En efecto, si bien toda acción es un suceso, no todo suceso
es una acción: esta última es más específica y exige la intervención de rasgos
suplementarios, ajenos a una caracterización escueta de los sucesos, por ello no
serán tomados en cuenta aquí.

I) En primer lugar, ni los logros (1a), ni los estados (1b) admiten una
construcción en progresivo, pero por razones divergentes. Los logros excluyen
tal construcción por no ser durativos, mientras que los estados lo hacen por no
ser dinámicos (el rasgo estático quizá deba ser caracterizado como no-dinámi-
co, en el seno de una oposición privativa). Como se aprecia aquí, una prueba
por exclusión no permite la identificación unitaria y positiva de un rasgo: el
contraste no autoriza a agrupar estados y logros bajo un mismo rubro, lo que
sugiere que ambos tipos de suceso se encuentran diferentemente categoriza-

118
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Cuarto capítulo. Tipos de suceso

dos, es decir, se definen mediante un conjunto distinto de rasgos, ordenados


de manera diferente.

1 a. *Juan está ganando el maratón.


b. *El coche está siendo verde.

II) Los logros (2) poseen otra caracterización específica por exclusión,
pues no se les encuentra en construcciones que indican la interrupción de un
proceso. La razón es evidente: para que un suceso sea interrumpido, debe ser
durativo, rasgo del que los logros adolecen. Cuando los logros entran en cons-
trucciones de sentido habitual o iterativo entonces sí admiten interrupción,
pero esto se debe a un efecto de composición, en la medida en que un conjun-
to de logros idénticos o comparables constituye una actividad.

2 *Juan dejó de detenerse en el semáforo (aceptable con una lectura


habitual).

Otra prueba por exclusión se encuentra en los estados, que se distinguen


de construcciones agentivas por no poseer el rasgo dinámico. Desde la pers-
pectiva narratológica, la agentividad se apoya en el carácter dinámico del suce-
so pero no activa únicamente ese rasgo, puesto que supone la intervención de
un sujeto operador competente, es decir, dotado de modalidades virtualizantes
y actualizantes que lo capacitan para la realización de la acción (el suceso se
torna, pues, en acción). Este es el sentido de la distinción entre dos tipos de
actante en la semiótica narrativa (A. J. Greimas y J. Courtés, 1982 [1979]:
24): el actante sintáctico llamado sujeto operador es susceptible de ser recono-
cido al interior de un enunciado aislado por su relación con la transformación
de estados que él opera, pero su existencia semiótica descansa en su historia
modal (deber, querer, saber, poder-hacer), lo que remite a la noción de actante
funcional, el cual se define por su recorrido narrativo.
La agentividad es característica de los otros tipos de evento: de esta ma-
nera las oraciones seudoescindidas (3a y b), las construcciones con adverbios
que marcan el carácter volitivo de la acción (4) y los habituales, son propios de
actividades, ejecuciones y logros pero no de los estados.

119
Roberto Flores O.

3 a. *Lo que hizo Juan fue estar cansado.


b. *Lo que hizo Juan fue conocer la respuesta.
4 *Juan supo inglés deliberadamente.

El factitivo (5a, b) es una construcción altamente agentiva y, por ello,


tampoco es propio de los estados; requiere un comentario que se hará más
adelante cuando se presente la distinción narrativa entre objetos de hacer y
objetos de estado.

5 Factitivo
a. *Juan convenció a María de estar sentada.
b. Juan convenció a María de estarse quieta.

Con respecto a los ejemplos, basta con decir, por el momento, que hay
enunciados factitivos de sentido persuasivo,40 que aparentemente buscan la
realización de un estado —que alguien se esté quieto, como en (5b)—, sien-
do que lo pretendido es una abstención en la acción (y abstenerse es actuar).
Para concluir con la agentividad, es preciso mencionar el caso de los procesos
naturales, que no involucran un agente. En ese caso el rasgo actualizado es,
directamente, el de dinamicidad.
Un caso específico es el de los estados permanentes que no son compa-
tibles con el habitual (6) o el iterativo. Estas construcciones no permiten la
predicación de la existencia continua y vigencia ilimitada propia de los estados
permanentes, porque remiten a sucesos con heterogeneidad interna, es decir,
dotados de transformación y cierre.

6 *Juan sabe francés, habitualmente.

Por otra parte, los enunciados que predican propiedades inherentes no


admiten el imperativo (7a), debido a que no tienen un momento de origen, es
decir, carecen de un cierre inicial. En cambio, la predicación de propiedades
contingentes, adquiridas como resultado de una ejecución sí se encuentran en
estas construcciones, en la medida en que no se trata propiamente de una refe-
rencia al estado, sino al proceso conducente a su instauración: es posible llegar

40. Son enunciados del tipo lograr cognoscitivamente que alguien haga algo (hacer-hacer).

120
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Cuarto capítulo. Tipos de suceso

a ser bueno (7b) o llegar a saber algo (7c), pero no a ser rojo, a menos que se
entendiera como una exhortación a cambiar de tono cromático: ¡enrojece!

7 a. * ¡Sé rojo!
b. ¡Sé bueno!
c. ¡Sábetelo!

J. P. Desclés (1991) señala las diferencias entre estados permanentes y


estados contingentes, es decir, entre estados que no poseen ni marca de inicio
ni marca de final y estados que deben ser instaurados o que únicamente tienen
vigencia durante un cierto tiempo. De los primeros es posible dar como ejem-
plo los enunciados que expresan juicios apodícticos del tipo: dos más dos son
cuatro. De los segundos basta con señalar el caso de los enunciados que hacen
intervenir un participio adjetivo, como en refranes y proverbios: ahogado el
niño, tapado el pozo. Con respecto a esta diferencia, es posible afirmar que afec-
ta la vigencia de los estados involucrados. En narratología, se establece un con-
traste entre los estados modales del poder-hacer y del querer-ser: típicamente, la
competencia modal actualizante (el poder) no desaparece una vez realizada la
performancia (el hacer); quien puede una vez, puede dos. En cambio, el deseo
de remediar un estado de carencia, desaparece una vez obtenida la satisfacción:
si se plantea un deseo subsecuente, se trata de otro deseo y no del mismo que ya
ha sido satisfecho;41 si comí, ya no tengo hambre, aunque más adelante tendré
de nuevo deseos de comer.

III) Las ejecuciones tienen una caracterización positiva por ser télicas, es
decir, son transformaciones, cerradas y durativas. En ellas, el complemento en
tanto tiempo indica la duración de una transformación que se realiza gradual-
mente, en donde el objeto se ve afectado progresivamente (8).42 De hecho,
esta gradualidad permite una realización parcial del suceso, como en (9). En
cambio, en el caso de los logros (10), el mismo complemento remite al plazo
previo para que sobrevenga el cambio de estado, el cual se realiza abruptamen-

41. Por supuesto que estos deseos son muy distintos de aquellos estados compulsivos que
interesan a los psicólogos y psicoanalistas.
42. Por su parte, el complemento durante tanto tiempo no indica que la actividad haya sido
completada: Juan leyó el libro durante tres días (actividad).

121
Roberto Flores O.

te. En tal caso (11), la realización parcial —a medias— indica la calidad de la


realización y no su carácter parcial.

8 Juan leyó el libro en tres días.


9 Juan dejó el libro leído a medias.
10 Juan ganó el partido en cinco minutos.
11 Juan ganó a medias el partido.

La lectura como logro se mantiene tanto en pasado como en futuro. En


presente sólo tiene sentido si se le interpreta como un presente histórico o un
presente narrativo,43 de otra manera suena extraña. Los verbos que manifiestan
sucesos puntuales se ven resemantizados con la adjunción del complemento
y pasan a indicar el plazo conducente al resultado y no el tiempo que toma el
resultado mismo para actualizarse, el cual es instantáneo.
En las actividades, la construcción, sea en presente o en futuro, indica el
tiempo que toma iniciar el suceso (12a y b). Los estados contingentes (13)
pasan a referir la ejecución conducente a la instauración del estado.

12 a. Juan actúa/actuará en una hora.


b. El avión vuela en una hora.
13 Juan está borracho en una hora.

IV) De acuerdo a las pruebas más comunes empleadas en la literatura


especializada, las actividades contrastan positivamente con las ejecuciones, en
la medida en que, para las primeras, el progresivo implica el perfecto (14). En
cambio, esa misma implicación no se verifica en el caso de las ejecuciones (15).
14 El enunciado Juan está caminando implica el enunciado Juan ya caminó.
15 Juan está construyendo su casa no implica Juan ha construido su casa.
Esta diferencia responde al hecho de que las actividades poseen una es-
tructura homogénea, en la que cada momento de una actividad realiza ple-
namente ese suceso; en cambio, las ejecuciones son heterogéneas, puesto que
un momento dado de una ejecución sólo es parte de ella y no su realización

43. En 1519, Cortés conquista Tenochtitlan (presente histórico). El Chicharito remata y


anota (presente narrativo dicho por un cronista de futbol). En el fondo ambos tiempos com-
parten el hecho de que carecen de un anclaje temporal intrínseco y su valor es modal, de tipo
evidencial.

122
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Cuarto capítulo. Tipos de suceso

cabal. La homogeneidad es una cualidad compleja que incluye los rasgos de


duración, no transformación y apertura, en ese orden de presuposición (en
cambio, veremos en el siguiente apartado que la heterogeneidad se define me-
diante otro ordenamiento: transformación, cerrado y durativo). Este contraste
es similar al que se establece con la construcción en tanto tiempo: ambos con-
traponen la duración del suceso con la que toma lograr el resultado, la energeia
a la kinesis.
Otra prueba por implicación —el perfecto implica el gerundio— permite
contrastar estados y actividades (16) con ejecuciones y logros (17):

16 Juan durmió durante una hora implica el enunciado Juan se la pasó


durmiendo.

Pero,

17 Juan construyó su casa en un año no implica Juan se la pasó construyendo.

La homogeneidad también es una característica de los estados (18), por


lo que:

18 Juan está dormido implica se la pasa durmiendo (nótese que esto sólo es
válido para estados que requieren su actualización constante y deliberada
y no estados permanentes, que son involuntarios).

Un ejemplo más claro ilustra la tenue diferencia entre estados (19a) y


actividades (20):

19 a. La piedra pómez flota en el agua (estado).


b. Juan flota en la alberca (actividad).

Por otra parte, las actividades (20a) también contrastan con las ejecucio-
nes (20b) en construcciones con indicación de duración temporal:

20 a. Durante cuánto tiempo construyó su casa.


b. En cuánto tiempo construyó su casa.

123
Roberto Flores O.

Para entender, desde el análisis narrativo, por qué las actividades sólo con-
trastan con las ejecuciones con respecto a su homogeneidad, es preciso referir-
se a dos de los modos de existencia que la semiótica reconoce: actualización y
realización. La existencia actualizada de un suceso es una existencia en curso,
que torna posible su culminación: corresponde al ámbito de los verbos mo-
dales del poder (-hacer) y saber (-hacer). En contraste, la existencia realizada
o realización, corresponde ya sea al estado que se instaura después de que se
obtiene el resultado que la ejecución del suceso buscaba (un estado o un ser)
o después de que se efectúa cabalmente el propio suceso (un hacer o un pro-
ceso), lo que ocurre desde el primer momento de su ejecución. De modo que
la realización se manifiesta de dos maneras distintas: una, como instauración
de un estado final y, otra, como la realización plena del suceso (es decir, sin
menoscabo de su propia naturaleza). En consecuencia, una ejecución es sus-
ceptible de ser presentada como una actividad, pero no así la situación inversa:
como ya se dijo, hay actividades que corresponden a la realización en curso
de una ejecución (El niño ya camina), pero también a la realización reiterada
de un mismo tipo de ejecución (Juan pinta casas para sobrevivir) y hay unas
terceras que no pueden ser remitidas a una o varias ejecuciones (Las galaxias se
alejan unas de otras).
Para la semiótica narrativa, que articula su gramática en torno a la relación
intencional entre sujeto y objeto, ambos modos de realización (del hacer o del
estado) corresponden a la conjunción con sendos objetos: el objeto de hacer
para las actividades y el objeto de estado para las ejecuciones. De modo que la
realización de una actividad se logra por la conjunción del sujeto agente con
la actividad misma, tomada como un objeto de hacer (se camina al caminar),
mientras que una ejecución se realiza cuando se instaura un estado final de
conjunción con un objeto de estado (se construye plenamente una vez que lo
construido llega a la existencia).
Corolario: la distinción anterior parece sugerir que los logros se alinean
del lado de las actividades por el hecho de que se cumplen a plenitud en el
instante mismo en que son realizados, lo que es correcto, salvo por la diferen-
cia crucial de que la construcción en progresivo sólo la admiten los sucesos
durativos y dinámicos. De modo que las actividades contrastan con las ejecu-
ciones por el hecho de que la referencia a ellas se hace en su calidad de objetos
de hacer y no desde un estado resultante; también contrastan con los estados
porque éstos no son dinámicos y con los logros porque éstos no son durativos.

124
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Cuarto capítulo. Tipos de suceso

V) La diferencia entre culminación y realización plena opera también


para distinguir los estados (21a) y las actividades (21b) de las ejecuciones y
los logros, mediante el empleo del adverbio “temporal” ya, en dos sentidos
distintos que tienen repercusiones aspectuales.

21 a. Juan ya camina (anticipación y sorpresa).


b. Juan ya es adulto.
22 a. Juan ya construyó su casa.
b. Con esta carrera, Juan ya ganó el campeonato.

En (21) ya señala el inicio de un suceso imperfectivo, su realización plena,


a partir de un momento dado. En cambio, en (22), indica el final de un suceso
perfectivo, su culminación.
Las fases incoativas y terminativas de los sucesos que ya pone en relieve
también se encuentran en su opuesto, todavía no. En (23a) el suceso no co-
mienza, por lo que puede llegar a indicar un retraso, y es objeto de una espera.
En (23b), el suceso no culmina, aunque eventualmente ya haya comenzado.

23 a. El bebé de Juan todavía no camina.


b. Juan todavía no construye su casa.

Bajo la diversidad de denominaciones que los diversos autores han pro-


puesto, es posible reconocer los siguientes rasgos: persistencia o cambio, dura-
ción o puntual, dinamicidad o estaticidad, homogeneidad interna o heteroge-
neidad, culminación o no culminación, cambio, agentividad o no, además del
hecho sintagmático señalado por A. Mourelatos de que el logro capta el inicio
o el clímax de un acto. Si la perspectiva es contrastante, las actividades sólo
parecen diferir de los estados por su carácter dinámico y las ejecuciones de los
logros por el hecho de que estos últimos no tienen duración, lo que arroja las
siguientes definiciones componenciales (cuadro 4):

125
Roberto Flores O.

Cuadro 4. 'HÀQLFLyQFRPSRQHQFLDOGHORVWLSRVGHVXFHVR

Homoge- Culmina-
Cambio Duración Dinámico
neidad ción
Estado - + - + -
Actividad - + + + -
Ejecución + + + - +
Logro + - + (?) - (?) +

Esta caracterización amerita algunos comentarios. (1) En primer lugar, los


rasgos son redundantes (específicamente, cambio y heterogeneidad): como ya
se estableció, una descripción estructural mínima sólo requeriría de tres pares
de rasgos. (2) Por otra parte, las actividades y los estados sólo difieren por un
rasgo, lo que parece conforme a la intuición de que los estados sólo son con-
siderados como sucesos por el hecho de ser definidos por el mismo conjunto
de rasgos (la situación inversa se plantea para los logros). (3) Algunos rasgos,
como el de dinamicidad (y su opuesto, el rasgo estático) son indefinibles. (4)
Aun cuando los rasgos se oponen por pares, no queda claro si la oposición
homogéneo/heterogéneo corresponde a la presencia/ausencia de un rasgo o a
la presencia de rasgos contrarios. (5) Estados y actividades comparten el he-
cho de ser homogéneos, de duración indefinida de manera inherente; difieren
únicamente por el hecho de que el primero no es dinámico mientras que el
segundo sí lo es.
En el marco de una semántica diferencial, las cuestiones que es preciso
resolver se refieren al número mínimo de rasgos que se requieren para fundar
la tipología, su naturaleza, la estructuración jerárquica más conveniente, el
modo u orden de combinación y por qué ciertas combinaciones de rasgos no
dan lugar a tipos específicos. A partir de los usos contrastados, a pesar de que
sólo se requieren idealmente tres pares de rasgos, se obtienen definiciones de
tipos de suceso mediante cuatro pares de rasgos opositivos y no redundantes.
Esto sugiere que la tipología no es homogénea o unitaria, cuestión que será
abordada en el siguiente apartado dedicado a la organización paradigmática
de los rasgos.

Estado: Durativo (Du) + Abierto (A) + no Transformación (noT) + Estático (Stat)

126
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Cuarto capítulo. Tipos de suceso

Actividad: Durativo + Abierto + no Transformación + Dinámico (Dy)

Ejecuciones: Durativo + Cerrado (C) + Transformación (T) + Dinámico

Logros: no Durativo (noDu) + Cerrado + Transformación + Dinámico

La definición de los tipos de suceso es posible, siempre y cuando no se


intente ordenar unitariamente el conjunto de rasgos involucrados. El contraste
máximo se da entre estados y logros. En lo que se refiere a los logros, aparece
una primera dificultad: este tipo de sucesos posee claramente el rasgo noDu y,
derivado de ello, el rasgo C (todo suceso noDu es necesariamente C, aunque
la inversa no es cierto). Por otra parte, si un suceso es puntual entonces sería
cuestionable asignarle los rasgos T y Dy, a menos que se asuma previamente
que un suceso puntual, un logro, siempre forma parte de una ejecución, que
es durativa, cerrada, dinámica y contiene una transformación; de hecho, es
posible sostener que el logro es la transformación misma de una ejecución y que
una transformación es, por definición, dinámica. De esta manera, los rasgos T
y Dy son atribuidos a los logros por extensión.

5. EL ORDENAMIENTO DE LOS RASGOS

Las definiciones componenciales de los cuatro tipos de suceso invitan a reco-


nocer la existencia de una serie subyacente de rasgos ordenados. Esta empresa,
sin embargo, se enfrenta a dificultades aparentemente insalvables. M. R. Islas
(2004: 123 y ss.) señala que la mayoría de los autores se ha preocupado por
identificar los rasgos, sin plantear la cuestión de su ordenamiento. Queda cla-
ro, por lo hasta ahora expuesto, que un acercamiento en términos de clases
naturales, definidas por inclusión, no permite el ordenamiento de los tipos de
suceso y su constitución en paradigma. Por ello, es preciso realizar un acerca-
miento en términos de relaciones de dependencia unilateral entre los rasgos
propuestos, de manera que se obtengan definiciones presuposicionales.
Para entender el ordenamiento que será propuesto es preciso recordar que
la relación de presuposición descansa en el reconocimiento de antecedentes

127
Roberto Flores O.

necesarios dentro de un inventario cerrado de posibilidades. Esta relación es


detectada a partir de dos preguntas complementarias:

Si B se produjo, entonces se tuvo que haber producido A: sí


Si no se produjo A, entonces hubiera podido producirse B: no

De esta manera, al considerar el orden entre dos contrastes semánticos (A


/ noA y B / noB), se obtienen dos series de pruebas de la presuposición entre
A y B o de la relación inversa:

Serie 1:
Se prueba que existe presuposición entre A (el presupuesto) y B (el presupo-
nente): A -> B.
Se excluye la relación con el presupuesto contrario: noA -> B.
Se excluye la presuposición inversa: A -> noB.
Se excluye la relación con presuponente y presupuesto contrarios: noA -> noB.

Serie 2:
Se prueba la relación inversa: B -> A.
Se excluye la relación con el presuponente contrario: noB -> A.
Se excluye el inverso del presupuesto contrario: B -> noA.
Se excluye el inverso del presuponente y presupuesto contrarios: noB -> noA.

Así, al probar una de ambas relaciones, y excluir el orden inverso, se com-


prueba la existencia de una presuposición unilateral; en caso de que ninguna
prueba se verifique, existe independencia o autonomía de los términos invo-
lucrados y cuando ambos se verifican, hay presuposición bilateral o recíproca
(cuadro 5).

Cuadro 5. El conjunto de pruebas de la presuposición.

A -> B B -> A
A es el presupuesto de B B es el presupuesto de A
No A es el presupuesto de B B es el presupuesto de no A
A es el presupuesto de no B no B es el presupuesto de A
No A es el presupuesto de no B no B es el presupuesto de no A

128
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Cuarto capítulo. Tipos de suceso

Basta un ejemplo, para ver el modo en que se aplican las pruebas:

Du -> T
Si hay transformación, entonces tiene que ser durativo: no.
Si no es durativo, entonces puede haber transformación: sí.
No hay presuposición entre ambos rasgos, pues de lo contrario, habría
que responder positivamente a la primera y negar la segunda.

noDu -> T
Si hay transformación, entonces tiene que ser puntual: no.
Si no es puntual, entonces puede haber transformación: sí.

Du -> noT
Si no hay transformación, entonces tiene que ser durativo: sí.
Si no es durativo, entonces puede no haber transformación: no.
Por ello hay presuposición.

noDu -> noT


Si no hay transformación, entonces tiene que ser puntual: no.
Si no es puntual, entonces puede haber permanencia: sí.

T -> Du
Si es durativo, entonces tiene que haber transformación: no.
Si no hay transformación, entonces puede ser durativo: sí.

noT -> Du
Si es durativo, entonces tiene que no haber transformación: no.
Si no hay permanencia, entonces podría ser durativo: sí.

T -> noDu
Si es puntual, entonces tiene que haber transformación: sí.
Si no hay transformación, entonces puede ser puntual: no.
Por lo tanto, sí hay presuposición entre ambos rasgos.

noT -> noDu


Si es puntual, entonces tiene que haber permanencia: no.
Si no hay permanencia, entonces puede ser puntual: sí.

129
Roberto Flores O.

En conclusión, para todo suceso, si el suceso no es durativo entonces


presupone una transformación y si no hay transformación presupone que es
durativo.
El reconocimiento sistemático y exhaustivo de las relaciones de presupo-
sición ofrece dos ordenamientos alternativos, lo que permite definir respecti-
vamente dos pares de sucesos: por un lado, los logros y las ejecuciones y, por
el otro, los estados y las actividades. Las presuposiciones que sí se verifican,
separadas en los dos grupos distintos, son las siguientes:

Ejecuciones y logros

1 Dy -> T
Si hay transformación, entonces tiene que ser dinámico.
Pero no es el caso que, si no es dinámico, pueda haber transformación.
Remite a las ejecuciones y los logros.

2 T -> C
Si es cerrado, entonces tiene que haber transformación.
Pero no ocurre que si no hay transformación, pueda ser cerrado.
Remite a las ejecuciones y los logros.

3 C -> T
Si hay transformación, tiene que ser cerrado.
Pero no es posible que haya transformación si no es cerrado.
Remite a las ejecuciones y los logros.

4 C -> noDu
Si no es durativo, tiene que ser cerrado.
Es imposible que si es abierto, sea puntual.
Es exclusiva de los logros.

5 Dy -> C
Si es cerrado, entonces tiene que ser dinámico.
Pero no ocurre que, si no es dinámico, entonces pueda ser cerrado.
Remite a las ejecuciones y los logros.

130
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Cuarto capítulo. Tipos de suceso

6 T -> noDu
Si es puntual, entonces tiene que haber transformación.
Pero si no hay transformación, entonces no puede ser puntual.
Es exclusiva de los logros.

7 Dy -> noDu
Si es puntual, entonces tiene que ser dinámico.
Pero si no es dinámico, no es el caso de que pueda ser puntual.
Es exclusiva de los logros.

Estados y actividades

8 Du -> A
Si el suceso es abierto, entonces tiene que ser durativo.
Pero no es el caso que, si no es durativo, pueda ser abierto.
Remite a actividades y estados.

9 A -> noT
Si no hay transformación, tiene que ser abierto: las permanencias duran
indefinidamente.
Pero no es posible que, si es cerrado, haya permanencia.
Remite a actividades y estados.

10 noT -> A
Si es abierto, tiene que haber permanencia.
Pero si hay transformación, no puede ser abierto.
Remite a actividades y estados.

11 noT -> Stat


Si es estático, tiene que haber permanencia.
Pero si hay transformación, no es posible que sea estático.
Es exclusiva de los estados.

12 Du -> noT
Si no hay transformación, tiene que ser durativo.
Pero si es puntual, no puede haber permanencia.
Remite a actividades y estados.

131
Roberto Flores O.

13 Du -> Stat
Si es estático entonces tiene que ser durativo.
Pero si no es durativo, entonces no puede ser estático.
Es exclusiva de los estados.

14 A -> Stat
Si es estático, tiene que ser abierto.
Pero si es cerrado, no puede ser estático.
Es exclusiva de los estados.

Los resultados de las pruebas realizadas para cada uno de los tipos con-
siderados conducen a reconocer que los rasgos presentan dos ordenamientos
distintos, presentados mediante dos árboles de presuposiciones (figura 12),
que corresponden respectivamente a los logros y los estados. Esto significa que
la tipología no es unitaria sino dual.

Figura 12. Árboles de presuposiciones de los logros y los estados.

Dinámico Durativo

Transformación No transformación

Cerrado Abierto

No durativo Estático

Los árboles ameritan los siguientes comentarios:

132
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Cuarto capítulo. Tipos de suceso

1. Los rasgos Stat y noDu no son el presupuesto de ningún otro rasgo.


2. Los rasgos Du y Dy no tienen presupuesto y, en consonancia, no hay
relación de presuposición entre ambos.
3. Los dos puntos anteriores son los que obligan a postular los dos ár-
boles independientes de presuposición. Esos árboles no comparten
ningún rasgo aunque apelan a las mismas categorías y caracterizan,
respectivamente, a los logros y a los estados. De hecho, apelan al tér-
mino contrario de una misma categoría, por lo que los árboles en su
conjunto se encuentran en relación de oposición.
4. Existe presuposición recíproca entre A/C y T/noT, lo que obliga a
agrupar los cuatro tipos en dos clases distintas: por un lado, los suce-
sos que involucran transformación (T) son necesariamente cerrados
y, recíprocamente, los sucesos cerrados (C) suponen necesariamente
una transformación.
5. Correlativamente, existe presuposición recíproca entre los rasgos
abierto (A) y no transformación (noT). De esta manera, se obtienen
dos agrupaciones independientes: las que verifican la solidaridad en-
tre C y T y las que verifican la solidaridad entre A y noT.
6. Al caracterizar los árboles a los estados y los logros, las actividades y
las ejecuciones difieren únicamente por el último rasgo presuponen-
te: las ejecuciones son logros, salvo por el hecho de ser durativos y las
actividades son estados “dinámicos”.
En el siguiente capítulo se mostrarán las condiciones sintagmáticas bajo
las que los estados y los logros engendran las actividades y las ejecuciones.

133
QUINTO CAPÍTULO
SINTAGMÁTICA ASPECTUAL

con la colaboración de Miguel Ariza

1. INTRODUCCIÓN

P ara producir relatos, el lenguaje no se limita a unir suce-


sos como quien ensarta perlas en un collar. Operaciones
como las de inclusión, adición, integración, instanciación e
implicación llevan a diversificar los vínculos entre los suce-
sos presentes en el relato. Así, por ejemplo, las ejecuciones
mantienen una relación de instanciación con respecto a las
actividades, en la medida en que una ejecución es la reali-
zación específica, situada espacial y temporalmente, de una
actividad:44 pintar un cuadro específico es una instancia de
la actividad de pintar. A su vez, los logros son parte de las
ejecuciones: cierto es que es posible considerar la existencia
aislada de los logros, sin embargo, puesto que las ejecuciones
son sucesos heterogéneos, dotados de una estructura comple-

44. R. I. Binnick (1991: 194) reporta que las ejecuciones contienen


una actividad como una de sus fases y que esa característica las distingue
de los logros, pero esto es inexacto: su relación no es mereológica, sino que
la ejecución es la realización en una situación concreta de una actividad.

135
Roberto Flores O.

ja, es preciso reconocer que incluyen a los logros como uno de sus componen-
tes, en especial el logro final en el que culminan. Con respecto a estados y ac-
tividades, es posible decir que las actividades derivan de estados, en la medida
en que sea posible considerarlas como una puesta en práctica. Por último, los
estados mantienen una relación limítrofe con las ejecuciones en la medida en
que la transformación de estados, la sustitución de un estado por otro, se lleva
a cabo, la más de las veces, mediante una ejecución. De manera que un estado
puede ser visto como la condición antecedente o consecuente de una ejecu-
ción, pero no forma propiamente parte de ella, aunque es posible decir que
ambos tipos de suceso conforman una unidad sintagmática: diremos, pues,
que una ejecución implica estados iniciales y finales.
Si bien en la manifestación textual los sucesos se yuxtaponen linealmente,
en la estructura subyacente los sucesos se ordenan secuencialmente, al inte-
grarse unos con otros; el orden secuencial hace que algunos sucesos se agrupen
en fases de suceso, mientras que otros se articulan causativamente. Con ello,
los sucesos adquieren nuevas determinaciones aspectuales, al tiempo que son
susceptibles de verse resemantizados (ver el capítulo 8).
El orden de los sucesos y su inclusión en macrosucesos permite entender
el modo en que se produce la secuencialidad en los relatos y, a partir de ahí, el
sentido de progresión narrativa. Para dar cuenta del tránsito de la secuenciali-
dad a la progresión es preciso abordarlo en tres momentos distintos: primero, a
través del reconocimiento del vínculo narrativo entre tipos distintos de suceso,
lo que se hará desde los efectos de sentido de interrupción e inauguración de
estados; segundo, mediante la identificación de fases en un suceso, en especial
las fases incoativa y terminativa, pero reconociendo el carácter problemático
de la fase mediana; por último, con el examen de los efectos de sentido que
derivan de los modos en que los sucesos ocurren, especialmente por efecto de
su reiteración. Todos estos efectos condicionan los sentidos de inicio y final de
relato, característicos de la progresión narrativa.

2. EL ORDEN SECUENCIAL

Para describir los relatos como encadenamientos de sucesos, es preciso mostrar


la doble relación que va primero de la narración (de las estructuras narrativas)

136
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Quinto capítulo. Sintagmática aspectual

al aspecto y, luego, del aspecto a la narración: el primero es un proceso de


aspectualización y el segundo de narrativización.

2.1 La aspectualización de las estructuras narrativas

Una cita de A. Kenny (1963: 182-183) permite establecer el modo en que los
tipos de suceso se acoplan a las estructuras narrativas:

Los estados, las performancias y las actividades con frecuencia se relacionan mu-
tuamente de la siguiente manera. Muchos de los estados obtenidos mediante per-
formancias son capacidades; y muchas actividades son la puesta en práctica de las
capacidades así adquiridas.45

En ella se da cuenta de dos relaciones sintagmáticas de carácter narrativo:


en primer lugar, el hecho de que las performancias1, en las que A. Kenny in-
cluye tanto logros como ejecuciones, conducen al establecimiento de estados
y, en segundo, que muchos de esos estados representan capacidades que se ven
realizadas como actividades. De modo que tenemos, por un lado, el vínculo
performancia1 > estado1 y, por el otro, estado1 > actividad: el primer vínculo
representa un acto productivo, y el segundo la actualización de una capacidad
(figura 13). A estas relaciones sintagmáticas entre sucesos hay que añadir el
señalamiento de A. Mourelatos, de que los logros marcan el inicio o el clímax
de las ejecuciones.

Figura 13. Tipos de sucesos y secuencialidad.

Logro inicial /RJURÀQDO

Actividad

Estado inicial Ejecución (VWDGRÀQDO

Actividad
45. Dado que el término performancia también se emplea en semiótica narrativa, pero con
un sentido distinto, en este capítulo se designará como performancia1 al concepto en A. Kenny
y como performancia2 al de la semiótica. En caso necesario, cuando no sea preciso diferenciar
los términos homónimos, se emplearán versalitas. El término estado también ofrece un sentido

137
Roberto Flores O.

Por su parte, la semiótica describe la estructura general de la acción a


través de la noción de transformación, concepción cuyos antecedentes se en-
cuentran en la filosofía (Aristóteles), retomada por la lógica simbólica (G. Von
Wright, 1965) e instrumentada por A. J. Greimas (1989 [1983]) dentro de
la semiótica narrativa estándar. Para este último autor, una acción consiste en
un cambio de estado2, en la cual es posible distinguir los estados2 inicial (Ei) y
final (Ef ) y la transformación misma.

Ei ==> Ef

Para la semiótica estándar, la transformación de estados2 da lugar a tres


modos de organización que dan cuenta de sendos análisis del relato: la prime-
ra de ellas corresponde a una organización jerárquica de programas narrativos
presupuestos por la realización del estado2 final. Segundo: esos programas son
asumidos por un conjunto de actores, cuyas funciones narrativas son descri-
tas mediante una estructura actancial. En tercer lugar, la jerarquización de los
programas narrativos responde a la estructura modal que da cuenta de la de-
pendencia de los programas narrativos de uso con respecto a un programa de
base. La conjugación de estas tres estructuras se realiza en el esquema narrativo
canónico.46 Dentro de él es posible concentrarse en los dos componentes bási-
cos de la acción: competencia y performancia2 (greimasiana, que corresponde
a la ejecución del programa narrativo de base, por parte de un sujeto héroe). El
cambio de estado2 se produce durante la performancia2, pero para realizar esta
transformación es preciso que el sujeto operador sea competente (figura 14).

Figura 14. Tipos de sucesos y secuencialidad.

Transformación
PERFORMANCIA Estado inicial (VWDGRÀQDO

Estado modal del Modalización


COMPETENCIA
sujeto operador

aspectual y narrativo, por lo que se empleará una notación análoga, además de que una
mención explícita, el contexto o un calificativo oportuno permitirá evitar la ambigüedad.
46. Es posible encontrar una exposición más extensa y didáctica de este modelo de análisis
en G. Latella (1985) y J. Courtés (1983 [1976]).

138
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Quinto capítulo. Sintagmática aspectual

De modo que, tanto en A. Kenny como en A. J. Greimas, las acciones


conducen a la instauración de estados finales y exigen el ejercicio de capa-
cidades de acción. Ambos utilizan el término performancia, aunque para el
primero, tiene un sentido secuencial y aspectual y, para el segundo, un sentido
transformacional y modal.
Aunque factible e ilustrativa, la correspondencia entre A. Kenny y A. J.
Greimas, por sí sola, no es de mucha la utilidad, pues se limita a reproducir
el análisis narrativo estándar como un análisis aspectual, sin aportar más de lo
que ya se sabe, además de engendrar la ambigüedad del término performancia
e introducir algunas imprecisiones conceptuales en las nociones de competen-
cia y de estado. En efecto, las capacidades adquiridas en la performancia1 de
A. Kenny son capacidades para actuar; en cambio, la competencia requerida
por la performancia2 greimasiana es la capacidad presupuesta por la obtención
del resultado final: aunque están ciertamente vinculadas, es preciso distinguir
la capacidad general de realizar una actividad de la capacidad demostrada por
el hecho de haber realizado una ejecución específica. Igualmente, el estado1
concebido como tipo de suceso no debe de ser identificado sin mayor preci-
sión con el tipo de enunciado homónimo en semiótica narrativa: este último
es dependiente de una transformación narrativa (estado2): el primero se define
a partir de las nociones de duración indefinida y de no transformación y el
segundo es caracterizado por A. J. Greimas a partir de la conjunción o disyun-
ción de un sujeto con un objeto de valor. Es cierto que una vez satisfecha la ca-
rencia el sujeto héroe entra en stasis, pero ambos estados son conceptualmente
distintos y dependen de análisis diferentes: modal uno, aspectual el otro.
De esta manera, preservadas las diferencias conceptuales, las correspon-
dencias entre el orden típico de sucesos propuesto por A. Kenny y el esquema
narrativo de A. J. Greimas se tornan obvias: si, a pesar de sus diferencias, se
identifica la performancia greimasiana con la definida por A. Kenny, una per-
formancia (el uso de versalitas indica que se hace referencia simultáneamente
a ambas nociones) consistirá en una transformación que produce un estado
resultante; esa transformación es realizada por un sujeto competente, cuya
capacidad es representada por un estado y puesta en práctica mediante una
actividad, de la cual la performancia específica es una de sus realizaciones.
Toda performancia da lugar a un estado que se traducirá en la realización de
nuevas actividades.

139
Roberto Flores O.

La fórmula final de los cuentos fantásticos permite entender el estado


resultante de la transformación como una stasis y el sentido perfectivo de la
performancia, pues, cuando se dice “...y se casaron y vivieron muy felices”,47
el estado final, que para A. J. Greimas consiste en la conjunción con el objeto
de valor, corresponde aspectualmente a la obtención de una estabilidad que
no exige más cambios (y no simplemente a la ausencia de movimiento o de
dinámica). De modo que el contenido semántico del relato no termina con
la última ejecución, sino que se prolonga en una stasis de carácter imperfec-
tivo. Al respecto, A. J. Greimas señala (en M. Arrivé y J. C. Coquet, 1987:
301-330) que el relato no culmina con su última frase: las dimensiones de las
secuencias reconocidas no concuerdan obligatoriamente con las de los sintag-
mas narrativos manifestados textualmente. Aunque el texto se interrumpa en
un momento dado, su sentido narrativo es susceptible de ser planteado, ya
sea bajo la forma del suspenso o como la mención de una vida después de la
proeza, identificada aquí como la stasis. Precisamente, la fórmula “y vivieron
muy felices” señala la llegada al estado de plenitud, mas no la interrupción de
toda actividad o de estado, las cuales prosiguen, simplemente ya no hay nada
interesante que contar.
Aspectualmente, esto significa que la culminación del relato no necesa-
riamente corresponde a la clausura final y definitiva del discurso, sino que
insinúa su extensión indefinida: el final en el relato tiene un sentido local y no
global, pues corresponde al final de la proeza singular que ha sido realizada,
manifestada aspectualmente como una ejecución. El advenir de un desenlace
en los relatos incide sobre un devenir previamente planteado: la perfectividad
es propia de ese advenir pero no del devenir englobante, puesto que el relato
no llega a un final absoluto (ver la nota 27). Desde una perspectiva global, el
estado de plenitud (al menos en los relatos que “terminan bien”), producto
de la transformación narrativa, se inscribe en la imperfectividad del devenir,
definido como un estado de cosas en el mundo que es indiferente a las preo-
cupaciones mundanas de los sujetos.

47. Estas fórmulas finalizan pero no clausuran el relato: tienen como característica esencial
la de permanecer en el nivel del enunciado, sin operar un embrague o retorno a la instancia de
enunciación, como sí ocurre con el igualmente clásico “y colorín, colorado, este cuento se ha
acabado”.

140
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Quinto capítulo. Sintagmática aspectual

2.2 La narrativización del aspecto

Bastan estos breves apuntes para mostrar la cercanía de la transformación


narrativa con los tipos de suceso, su aspectualización. El movimiento inverso
que narrativiza los tipos de suceso es de mayor complejidad: parte del hecho
que el orden secuencial se produce primariamente entre estados y logros, que
son los sucesos cuyo contraste es máximo, pues no comparten ningún rasgo
definitorio, es decir, sus manifestaciones lingüísticas son todas ellas divergen-
tes. Además, cada uno de ellos presenta un rasgo exclusivo, no compartido
por ningún otro suceso: estático en un caso, no durativo en el otro. Es posible
llevar el contraste al nivel de las estructuras narrativas a través del contenido
informativo.
Puestos frente a frente, en un mismo contexto, el carácter abierto de uno
sirve de fondo al carácter cerrado del otro y, en consecuencia, este último se
presenta como una figura. Sin embargo, el contraste no es absoluto, pues los
estados son susceptibles de ocupar, en otros contextos, el primer plano, aun-
que sean imperfectivos. Inversamente, es posible imaginar la reiteración de un
logro y obtener así una serie de sucesos puntuales cuya multiplicidad servirá
para establecer un fondo sobre el cual cada suceso no durativo destaque. Se
trata, pues, de la tendencia a ocupar un lugar específico en los estratos infor-
mativos de los textos, que se pone en relieve cuando se confrontan dos sucesos
aislados, fuera de cualquier otra consideración.
La dinámica entre figura y fondo se correlaciona con la asignación de
fronteras a un estado que de otro modo sería permanente: sobre el fondo
estativo se destaca el logro, es decir, sobre una duración imperfectiva que el
logro modificará al interrumpirla o, en otro caso, al darle inicio.48 Jugaba tenis,
cuando me caí: esta oración sirve de ejemplo clásico para mostrar la incidencia
de un suceso perfectivo sobre la imperfectividad. Sin embargo, también es
posible ilustrar el proceso contrario mediante el siguiente ejemplo: El hombre
se subió al autobús esperando encontrar un lugar. En este caso el acto de subir
sirve de marco para que la espera se despliegue: subir al autobús es un suceso
perfectivo, mientras que esperar encontrar es uno imperfectivo: de hecho, si

48. Es necesario precisar que no se requiere contar con un logro explícito para demarcar un
estado, basta con un suceso cualquiera que interrumpa la permanencia del estado, para producir
una discontinuidad significativa susceptible de manifestarse como un logro.

141
Roberto Flores O.

bien la espera se encuentra durativamente acotada, sus fronteras temporales no


le son propias, sino que le son impuestas por las del suceso perfectivo.
Igualmente, es posible atribuir un final o un inicio a un estado y poner,
con ello, un límite a la duración indefinida. Pero es preciso reconocer que ese
límite no es propio del estado, no podría tener tal capacidad, sino que es el
logro el responsable de la demarcación: la frontera es, pues, ajena al estado que
afecta, ésta es atributo del logro, lo cual le permite servir de delimitador del
estado. Esta característica de los relatos será abordada más ampliamente en el
siguiente apartado.
Por lo pronto, es notable que la presencia de los estados en los relatos, su
permanencia, se deba a su contraste con sucesos de composición tan simple
como los logros (recuérdese que algunos de sus rasgos se le atribuyen por ex-
tensión) y no con las ejecuciones, que sirven de modelo al relato típico; estos
últimos son sucesos complejos que poseen una estructura interna diferencial.
La importancia de los logros, su carácter seminal, va en contra de la intuición,
cuando se considera la definición que la semiótica narrativa del relato como
una transformación de estados. Para entender esta aparente paradoja, es preci-
so examinar primero las razones por las que las ejecuciones podrían reclamar
la doble responsabilidad de acotar estados y permitir el surgimiento del relato.
Por una parte, las ejecuciones incluyen a los logros como una de sus par-
tes, típicamente como su inicio y su final. De hecho, es posible reducir las
ejecuciones a la mera transformación con la que culminan, lo que les otorga
el estatus de logros. Pero, para caracterizar los relatos como ejecuciones, no es
suficiente tomar en cuenta la transformación subyacente, sino que también
es preciso considerar la jerarquía de programas narrativos en su conjunto. De
manera que esa jerarquía corresponde, la mayoría de las veces, a una secuencia
ordenada de ejecuciones, pero no debe olvidarse que también involucra a los
demás tipos de suceso, por lo que no debe reducirse un relato a una ejecución,
aunque este tipo de suceso sea el que articule a todos los demás.
Por el otro, las ejecuciones parecen representar la forma típica de relato,
pero esto supondría olvidar que hay otras formas posibles de relato. Si bien los
relatos típicos poseen inicio, desarrollo y final, lo que les otorga una estructura
compleja propia de las ejecuciones, es posible imaginar un relato compuesto
por una serie de logros que se sumaran aditivamente para producir, quizá, un
efecto de paroxismo o una concatenación paratáctica. Asimismo, en algunos
comerciales televisivos se aprecia que la repetición de una misma situación

142
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Quinto capítulo. Sintagmática aspectual

produce el efecto de un ciclo de duración indeterminada, interpretable como


una actividad habitual (típicamente se presenta una situación repetitiva en la
que el producto produce siempre el mismo estado de bienestar en distintos
consumidores). Además, es posible aducir algunos ejemplos de literatura con-
temporánea que han intentado construir relatos a partir de series de estados,
piénsese en el Nouveau Roman: La Jalousie de A. Robbe-Grillet (1957), o en
G. Perec (La Vie, mode d’emploi; 1978). Con respecto al primero, D. Bertrand
(2004: 17) muestra que la insistente reiteración del adverbio temporal mainte-
nant (en español, ahora) no juega su papel deíctico, que ancla el enunciado en
el momento de la enunciación, sino que presenta una multiplicidad de enun-
ciados descriptivos a cargo del narrador o que opera una “selección distintiva
de acciones” que realizan dos de los personajes a lo largo del tiempo: ambos
usos del adverbio tienen un sentido claramente aditivo y, por ello, imperfec-
tivo. En cuanto al segundo caso, si bien el relato consiste en una única y larga
descripción, que se compone de una multitud de estados, es la enunciación
enunciada, representada en el propio relato, la que se organiza como una eje-
cución, puesto que la descripción es un acto que se inicia y culmina en algún
momento. Por otro lado, en historiografía, las cronologías —la enumeración
de eventos relevantes introducidos por la fecha de su ocurrencia— son ejem-
plos de yuxtaposición de ejecuciones y logros que no llegan a constituir un
relato perfectivo.

3. FUNDAMENTO Y DESPLIEGUE DE LA SECUENCIALIDAD

Si, componencialmente, la distancia semántica máxima se establece entre es-


tados y logros, es a partir de ellos que será posible dar un asidero a la secuen-
cialidad en los relatos y derivar de ellos las actividades y las ejecuciones. Sin
embargo, este principio de articulación sintagmática no será suficiente para
instaurar la noción de fase de suceso, puesto que se restringe a las relaciones
entre sucesos desde su exterior. La noción de fase exige captar el suceso desde
su interior y, por ello involucra la acción de un observador. En este apartado
se abordarán las relaciones externas entre sucesos, mientras que en el siguiente
capítulo se abordará la interioridad.

143
Roberto Flores O.

3.1 Los estados y los logros

Una condición necesaria para concebir un relato como una secuencia de suce-
sos es la de suponer una situación inicial destinada a persistir indefinidamen-
te. Esa situación corresponde a lo que aquí ha sido llamado stasis y debe ser
entendida como una permanencia, como la presencia de lo que esencialmente
será caracterizado como un suceso de tipo imperfectivo que da un contenido
al devenir y no únicamente como un estado juntivo destinado a ser trans-
formado. Indudablemente las nociones de stasis y de estado juntivo son muy
cercanas, sin embargo, el propósito de estas líneas es reflexionar acerca de las
condiciones por las que un suceso durativo, pero sin fronteras, permite el sur-
gimiento de un relato y no en los antecedentes y consecuentes de la noción
de transformación. Una stasis se manifiesta mediante actividades o estados,
es decir, mediante sucesos durativamente abiertos. En ese sentido, es posible
decir que un suceso del tipo estado permanente caracteriza al devenir,49 pero
también es posible incluir aquí a la actividad, pues lo que está en juego no es
el rasgo de dinamicidad sino la imperfectividad. Cualquiera que sea la forma
evenemencial en que se manifiesta la stasis, debe quedar claro que la presencia
de este suceso no está condicionada por ningún otro suceso:

]estado[50

Si, por ventura, se hiciera presente otro suceso, por ejemplo, otro estado,
la relación entre ambos sería de coexistencia, uno se situaría al lado del otro,
sin deberle nada de su constitución interna. Esa circunstancia, obviamente
ficticia, no abre por sí misma la posibilidad de proponer un vínculo causal,
temporal o lógico. Como se trata de una situación imposible (de ahí que deba
ser señalada con *), al constatar la presencia de dos estados contiguos, es pre-
ciso suponer la existencia de sucesos intermedios que establezcan el vínculo
entre ellos:

*]Estado[ // ]Estado[

49. El devenir en estricto sentido presentado en la nota 27 y no la categoría general.


50. Los corchetes hacia afuera marcan la imperfectividad y, hacia adentro, la perfectividad.
La barra oblicua es marca de segmentación, la doble barra marca segmentación fuerte que, ade-
más, indica que los sucesos involucrados son ajenos el uno a otro.

144
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Quinto capítulo. Sintagmática aspectual

Dada la imperfectividad del estado, la copresencia de otro estado se torna


posible si se traza una frontera entre ambos, que sería ajena a la propia natu-
raleza de los estados involucrados. Ese borde crea un extremo inicial o final en
los estados y les otorga perfectividad; su eficiencia señala la irrupción de otro
suceso en el horizonte delineado por el o los estados preexistentes. Un logro
posee los atributos mínimos requeridos para crear ese borde: su presencia es
absolutamente contingente, pues por definición no puede debérsela a los es-
tados involucrados.
A. J. Greimas y J. Fontanille propusieron hace tiempo (en J. Fontanille,
1991: 8) distinguir entre aquello que es discontinuo, de aquello discreto. Así,
el carácter discontinuo de un suceso con respecto a otro corresponde al hecho
de que uno de los sucesos posee fronteras, mientras que el otro no, de modo
que la articulación es responsabilidad de uno sólo de ellos. Por su parte, una
frontera discreta se caracteriza por el hecho de que ambos sucesos poseen sus
propios bordes demarcadores. Es preciso resistir la tentación de calificar de dis-
creta la frontera entre los sucesos, apoyándose en la radical diferencia origina-
ria entre ellos. De acuerdo con el criterio aspectual aquí propuesto, la relación
entre el estado y el logro es discontinua y no discreta, dada la imperfectividad
del primero y la perfectividad del segundo.
El hecho de que el logro no comparte ningún rasgo con los estados y de
que su rasgo central es la no duración le permite establecer la distancia máxima
con respecto a ellos y desechar la idea de que es producto de la deformación
de un estado previo. El logro no existe sino como un efecto de ruptura ins-
tantánea, no tiene ningún espesor o densidad semántica, ni ningún otro rasgo
de sentido que añada algo más a su relación con el estado. El logro pone fin a
un estado previo, pero también marca el inicio de un estado posterior. Existe,
pues, la necesidad de distinguir entre logros iniciadores o inauguradores y
logros finalizadores o interruptores (sin reconocerles, en esta circunstancia una
eficiencia en la producción de la secuencia narrativa ni pertenencia a una uni-
dad narrativa más amplia: son inauguradores o finalizadores por su posición
con respecto al estado con el que contrastan). Pero, aunque sin duda están
relacionados, es preciso no confundir esta caracterización del logro, que se
establece únicamente en función de su posición con respecto al estado, con la
noción de fase de suceso que permite hablar de incoatividad y terminatividad:
un logro pone fin a un estado pero no es su parte final, análogamente, un logro
marca el inicio de un estado pero no es su inicio; poner fin y marcar son ope-

145
Roberto Flores O.

raciones que preservan la autonomía de los sucesos presentes. En ese sentido,


el logro no es un suceso totalmente independiente, aunque sea contingente,
pues el logro siempre pone fin o señala el inicio de otro suceso, que en la situa-
ción más elemental corresponde a un estado: es un demarcador de un suceso
cualquiera que no sea él mismo un logro, pues un logro no requiere de un
demarcador externo. Por otro lado, esta distinción también permite distinguir
estados antecedentes y consecuentes.

]Estado antecedente] // [Logro finalizador]

[Logro inaugurador] // [Estado consecuente[

Al no tener espesor semántico, la característica específica que distingue a


un logro de cualquier otro suceso, incluidos otros logros, depende del contex-
to en el que se produce. Este tipo de suceso impone límites o los señala y, con
ello, da origen o culmina una secuencia de sucesos. El logro se torna así en una
presencia necesaria para delimitar unos sucesos con respecto a los otros y, con
ello, permite su articulación. Dados dos sucesos, su yuxtaposición dará lugar,
al menos, a un logro que señale o cree la frontera entre ellos; en consecuencia,
el logro debe ser concebido como el suceso que surge ahí donde se produce
una diferenciación entre sucesos: el logro permite individualizar esa diferencia.

Estado inicial Logro (VWDGRÀQDO


]ei] [l] [ef[

Si a esta articulación se añade la orientación del propio logro, el origen


de su prominencia, entonces es posible reconocer la existencia de dos logros
intermedios diferentes:

Estado inicial Logro Logro (VWDGRÀQDO


antecedente ÀQDOL]DGRU inaugurador consecuente
]ei] // [lf] // [li] // [ef[

Sólo en los casos en donde la transformación es instantánea, el vínculo


entre estados se establecerá mediante un simple logro: este suceso establece el
vínculo presuposicional a los estados, pero sin concederle duración.

146
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Quinto capítulo. Sintagmática aspectual

Un punto crucial de este análisis es que cuando el estado es calificado de


inicial o final, se refiere al inicio y final del relato o de la secuencia narrativa
considerada. En cambio, cuando el logro es calificado de finalizador o in-
augurador, se refiere simplemente a su relación de demarcador con respecto
al estado. Esta diferencia pone en relieve la importancia del alcance, local o
global, de las categorías. El objetivo de un modelo aspectual del relato consiste
justamente en mostrar las condiciones bajo las cuales un contraste local entre
sucesos se torna en un principio estructurado del conjunto de un relato.
Considerado por sí mismo, sin relación con ningún otro tipo de suce-
so, un logro ocurre de manera contingente, como relámpago de agosto se dice
coloquialmente y, por ello, no tiene sentido, pues no establece contraste con
nada más. Es preciso caracterizar su entorno para que adquiera un sentido,
una orientación intencional que permita considerarlo como consecuente o un
antecedente, como lo indica la alternancia preposicional asociada al verbo de
desplazamiento: salir de y salir a, en un caso incoativo y en el otro terminativo.
La presencia en los relatos del verbo salir como disjuntor espacial marca tanto
el final de una situación anterior, como el inicio de un nuevo episodio, con-
cebidos ambos como la travesía de un umbral o una transición de fase:51 en la
morfología del cuento de V. Propp (2008 [1928]) su presencia más conspicua
se produce en la función 11, que corresponde al desplazamiento con el que
el héroe emprende la proeza. Su caracterización aspectual es la de un logro,
por más que narrativamente sea posible asignarle a ese verbo una duración a
través de una perífrasis verbal (empezar a salir, terminar de salir) o mediante
un progresivo (estar saliendo); su sentido sigue siendo esencialmente puntual,
como lo indica la prueba siguiente: si alguien no termina de salir, entonces aún
no ha salido.
De acuerdo a la distinción efectuada entre salir de y salir a, la función
proppiana de salida corresponde a una disjunción espacial que no sólo articula
dos espacios, sino tres: el espacio inicial (heterotópico), un espacio de llegada
(utópico) eventual y un espacio intermedio (paratópico) de extensión variable
que corresponde a la trayectoria de desplazamiento entre los dos primeros
(esto fue reconocido, por A. J. Greimas desde 1966, aunque no explorado as-

51.Al menos en la mayoría de sus usos, los que son distintos del sentido de aparecer —salió
bien en la foto— como señalan (P. Cadiot, F. Lebas e Y. M. Visetti, 2004), con respecto a su
equivalente en francés (sortir).

147
Roberto Flores O.

pectualmente), sugerida por el contenido intencional del verbo y su respectiva


preposición: la retención presenta la salida en función del espacio que ha sido
abandonado y deja en la indefinición tanto la naturaleza del espacio interme-
dio como la del espacio eventual de llegada; la protensión ignora el espacio de
origen e insinúa un desplazamiento que se efectúa en el espacio intermedio
o la ocupación de un espacio de llegada. En cualquier caso, la protensión se
orienta hacia la realización de un suceso dinámico y la retención se define
desde una stasis —en algunos casos el espacio intermedio y el de llegada se
confunden en uno solo—. Salir y, de manera general, los logros protensivos
señalan entonces momentos de krisis que contrastan con la stasis inicial, mo-
mentos de indeterminación que plantean una disyuntiva, sin llegar a elegir un
derrotero narrativo.
Los tres espacios dan cuenta de la complejidad de esta transformación,
que no sólo vincula al sujeto con un espacio, sino que también involucra va-
lores cognoscitivos. En efecto, al poseer la ruptura de la conjunción una doble
orientación virtual, ya sea como una fase terminal (no conjunción, en el cua-
drado semiótico de las junciones, dentro de la semiótica narrativa estándar) o
como una fase inicial (disjunción), como el abandono de un lugar o como el
arranque de un recorrido, la tarea de precisar su sentido de una u otra manera
(de reconocer la krisis) recae en un sujeto cognoscitivo encargado de identificar
la naturaleza del programa de acción. En un caso, el lugar valorado es el espa-
cio abandonado y la trayectoria inaugurada es susceptible de ser considerada,
por ejemplo, como una emigración (no conjunción); en otro, el lugar valorado
es el destino y el trayecto es, por ejemplo, un cambio de residencia o una inmi-
gración (disjunción); por último, es posible que ni el origen ni el destino sean
valorados y, en cambio, sí lo sea el espacio intermedio, en cuyo caso se está
frente a una trashumancia (esta opción no recibe una denominación en se-
miótica estándar). El sujeto también se apega emotivamente a los espacios, lo
que permite una caracterización más compleja de las transformaciones, ya sea
negativa o positivamente (aunque no siempre se cuente con lexicalizaciones
precisas), como destierro, exilio, mudanza, invasión, etc. De manera que, para
lograr establecer la salida como suceso terminativo o incoativo, a la transfor-
mación espacial, es preciso añadir la valoración cognoscitiva y pasional de los
espacios.
Se trata de que la dependencia entre sucesos prevalezca sobre su alteridad
y, con ello, de lugar al surgimiento de una fase mediana, responsable del surgi-

148
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Quinto capítulo. Sintagmática aspectual

miento de una totalidad de la que forma parte y de permitir la integración de


la interrupción e inauguración originarias respectivamente como fase inicial y
final del relato. El procedimiento aquí instrumentado es inverso al que plan-
tean A. J. Greimas y J. Fontanille (en J. Fontanille, 1991), pues ellos conciben
el paso de una continuidad a una serie de unidades discretas, mientras que
aquí se postula una discontinuidad máxima como condición inicial para el
establecimiento de una serie continua de sucesos. Con ello, pareciera que aquí
se opta por subordinar la continuidad a la discontinuidad, mientras que A. J.
Greimas y J. Fontanille optan por la posición inversa. Pero, al quedarse úni-
camente con este planteamiento, se olvidaría que, dado que el suceso inicial
es imperfectivo y, por ello, no posee fronteras ni externas ni internas, se trata,
pues, de una unidad continua a la que el logro inicial pone fin. El enigma,
puesto que lo hay, reside en la irrupción del logro en el campo de presencia
definido por el estado; esto ocurre cuando se opera una discretización brutal
(“catastrófica”, dirían algunos) de una continuidad inicial.

3.2 Actividades y ejecuciones

Claramente, el logro corresponde a la condición mínima que debe ser cubierta


para que se plantee la existencia de una secuencialidad, como suceso externo
demarcador. Otra situación se plantea en que el logro es parte constitutiva,
inicial o final de una ejecución: en tal caso no juega el papel de un demarcador
sino de parte de un suceso, ya sea como su fase incoativa o terminativa. Dada
su localización, el logro no se presenta de manera aislada, sino siempre con res-
pecto a algún suceso durativo, que le sirve de fondo: de hecho, figura y fondo
surgen simultáneamente, pues su existencia independiente es imposible. El lo-
gro es la figura que sobresale y se torna inmediatamente perceptible, al tiempo
que da existencia al fondo sobre el que destaca. Con respecto a otros logros,
en algunos casos, cuando éstos son totalmente ajenos los unos a los otros, sólo
coexisten paratácticamente, sin dar lugar a una secuencialidad y, en otros, un
conjunto de logros produce una secuencialidad simplemente aditiva. Incluso
en este último caso, como en todos los anteriores, para existir, el logro requiere
establecer un contraste con un suceso durativo: el contraste se establece con la
duración que la propia secuencia de logros crea. En los otros casos, el contraste
se establece con el suceso que demarca, un suceso necesariamente imperfecti-
vo, o del que forma parte, lo que ocurre con la ejecución.

149
Roberto Flores O.

De manera que es posible caracterizar cuatro fuentes evenemenciales de la


secuencialidad de los relatos:
1. a partir de una duración abierta (un estado o una actividad preexis-
tente) que se ve interrumpida por la irrupción de una no duración
(un logro finalizador);
2. a partir del ordenamiento inverso, como un logro inaugural que in-
dica o da origen a una nueva situación;
3. a partir de la reiteración de un mismo tipo de suceso;
4. a partir de la culminación de un suceso o de una serie de sucesos,
simples o complejos.
De entre estas formas, la irrupción y la inauguración son los efectos más
simples de las relaciones entre sucesos: mostrar el paso de los sucesos interrup-
tores e inauguradores a la idea de inicio y fin de relato, exige apelar a las otras
formas de secuencialidad.
En relación con una ejecución, es posible que un logro sea inicial o final.
Cuando es inicial, el logro inaugura la ejecución, como parte de ella y no se
limita a marcar el inicio. Cuando es final, el logro culmina la ejecución.

Logro inicial > Ejecución > Logro final

Un logro consecuente es susceptible de coincidir o de identificarse con


un logro inicial, hasta volverse uno solo, de manera que la interrupción del
estado corresponda al inicio de una ejecución. Por su parte, cuando un logro
antecedente coincide o se identifica con un logro final, corresponde al final de
una ejecución. Es necesario tomar en cuenta cuándo es que un suceso forma
parte de otro o simplemente cuándo es una marca de inicio o de fin.
Llegados a este punto, aún no es posible afirmar que se está frente a un
relato, ni siquiera frente a un esbozo de él, pues las articulaciones son débiles
y siguen manteniendo el aislamiento entre sucesos (la segmentación es fuerte).
Para avanzar en la articulación secuencial, es preciso mostrar de qué manera, a
partir del par estado-logro, se obtienen actividades y ejecuciones. Se empieza
por distinguir, dentro de la relación entre el estado y el logro, el caso en que
el logro simplemente marca la frontera del estado, del caso en que es posible
atribuir una eficiencia al logro, una operatividad sobre su antecedente o su
consecuente y no simplemente una incidencia desde el exterior, en cuyo caso
la frontera entre sucesos se torna más débil y comienza un proceso de cons-

150
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Quinto capítulo. Sintagmática aspectual

titución de secuencias complejas de sucesos. Esta situación corresponde a los


finales e inicios de los estados que J. P. Desclés (1991) reconoce y que aquí se
ha ejemplificado con sendas novelas de A. Robbe-Grillet y G. Perec.

]ei] / [lf] // [li] / [ef[

Otra situación es aquella en la que es posible mantener la distancia de los


estados con respecto a los logros y, en cambio, es posible plantear una unidad
semántica entre estos últimos. Las secuencias formadas por series de logros
plantean esta posibilidad, pero no resuelven el problema de la culminación de
la propia serie, es decir, no permiten postular la culminación de las culmina-
ciones. En efecto, estas series son naturalmente imperfectivas,52 una serie de
logros constituye una actividad, suceso abierto, y no una ejecución, suceso
cerrado.

]ei] // ][lf] … [li][ // [ef[

Dado que la serie de logros es abierta y cada uno de los sucesos incluidos
es dinámico, la formulación es equivalente a la siguiente:

Estado inicial // Actividad // (VWDGRÀQDO

A título de sugerencia, pues haría falta un estudio específico más detalla-


do, un ejemplo de relato imperfectivo internamente, pero compuesto de esta-
dos, pudiera ser la llamada historia kata genos o historia genérica. De acuerdo
a Diódoro Sículo (1935)53 y a Polibio de Megalópolis (2000)54, Éforo de Cime
(s. IV a. C.), es considerado el primer autor de una historia universal en el

52. Imperfectividad señalada mediante los puntos supensivos y con un incremento de


fuente en los corchetes abiertos que agrupan los logros.
53. [5.1.4] “...la historia universal que Éforo escribió ha tenido éxito, no sólo por el estilo
de su composición, sino por el orden de su trabajo; cada uno de sus Libros está construido para
abarcar eventos que se agrupan bajo un mismo tópico [kata genos]. En consecuencia hemos pri-
vilegiado este método para manejar nuestro material y apegarnos lo más posible a este principio
general” (Biblioteca Histórica).
54. [5.33] “No ignoro que otros muchos escritores han dicho como yo, que escribían una
historia universal y emprendían la mayor obra que hasta entonces se había visto. Pero a excepción
de Éforo, el primero y único que se ha puesto a escribir una historia universal, de todos los demás
se me dispensará el hablar o mentar sus nombres” (Historia Universal bajo la República Romana).

151
Roberto Flores O.

ámbito de la cultura occidental, quien caracterizaba su manera de escribir la


historia como kata genos (literalmente, ‘de acuerdo al género o acerca de él’),
a diferencia de la historia como relato de hechos singulares.55 Como los espe-
cialistas señalan (R. Drews, 1963, R. Mortley, 1996, K. Clarke, 2008: 106), el
uso de la expresión por parte de Éforo es susceptible de remitir a tres formas
de organizar un texto histórico: temáticamente, cronológicamente, geográfica-
mente (K. Clarke, 2008). De modo que se plantea la alternativa de centrar el
relato en lo acaecido en un periodo de tiempo, en un espacio geográfico o en
la agrupación temática de acontecimientos. Sea cual sea el sentido, es preciso
reconocer que abre perspectivas distintas de la narración cronológica, lo que
tiene como efecto colateral el derrocamiento de una idea restrictiva de narra-
ción, concebida sólo como ordenamiento temporal y como la única forma dis-
cursiva adecuada para la historiografía: se amplía así el concepto de narración
histórica, la que ya no es posible definir restrictivamente como un contenido
evenemencial referido a ejecuciones, sino que es preciso definir formalmente
y confrontarla a otros tipos de discurso, como son la descripción o la argu-
mentación, y considerar otras secuencias de sucesos, como son la articulación
entre estados y actividades. En especial, si la historia genérica remite a una
agrupación temática de acontecimientos, el relato resultante tiene el carácter
de un conjunto aditivo, y no secuencial, de estados: el carácter dinámico de
los sucesos así convocados se pierde en provecho de su valor como caso que
ilustra el tema elegido, es decir, se pierde en provecho de su carácter estático.
En los casos en que existe un vínculo eficiente entre estado inicial y acti-
vidad, es posible reconocer la articulación propuesta por la semiótica estándar
entre existencia modal y competencia modal: la calificación del sujeto opera-
dor es un estado antecedente del ejercicio de dicha calificación bajo la forma
de una actividad competente; así como es posible plantear una existencia mo-
dal permanente, la actividad a que da lugar también será permanente: dicho
pleonásticamente, quien es pintor se dedica a pintar pinturas. Como ya se
dijo en el capítulo anterior, las modalidades actualizantes son imperfectivas,
mientras que la modalidad virtualizante del querer es perfectiva. En el caso de

55. Sin embargo, la expresión es eminentemente ambigua, pues lo mismo puede ser tradu-
cido como ‘por herencia’, que ‘perteneciente a un género’, ‘en la familia’, ‘de acuerdo a un mismo
tema’. La dificultad reside en la concepción griega de género, cuyo sentido primero era familia
o filiación, pero que pasó a ser entendido como clase y, de ahí, fue susceptible de corresponder
a tema.

152
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Quinto capítulo. Sintagmática aspectual

las modalizaciones permanentes, las fronteras entre el estado y las actividades a


que da lugar tienden a desaparecer. Es preciso considerar las actividades como
casos de estabilidad estructural, en la medida en que no culminan; son stasis
que no se distinguen de los estados y son susceptibles de servir como antece-
dentes de los logros finales. A fuerza de repetirse, cualquier suceso dinámico
será una actividad, puesto que constituye un hábito que lo mismo sirve para
caracterizar el quehacer del sujeto que su ser. Por eso es que el devenir previo,
que el logro interrumpe, es susceptible de estar conformado mediante sucesos
estáticos (los estados), pero también es susceptible de estar conformado con
sucesos dinámicos de carácter abierto (las actividades).
Así como los estados son planteados, en la perspectiva aspectual, como
sucesos ab initio, es posible considerar las actividades como sucesos origina-
rios que se integran en la stasis del devenir. Cuando ésta es originaria, el rasgo
dinámico de la actividad pierde relevancia para el conjunto del relato. En caso
contrario, cuando las actividades que conforman una stasis surgen in medias
res, serán consideradas como producto de una reiteración que conforma un
hábito, sin que llegue a perder importancia el rasgo dinámico, por lo que son
capaces de caracterizar las ejecuciones como productos singulares del ejercicio
de una actividad.
¿Cómo entender entonces el surgimiento de las ejecuciones? Son dos las
fuentes de las que emergen.
Protensivamente, a partir de las actividades que consisten en el ejercicio
de una capacidad de acción, como resultado de un proceso de instanciación en
una ejecución que la concreta. Derivado de la actividad, la ejecución presupo-
ne inicialmente los rasgos durativo y dinámico, pero no los de cierre y trans-
formación: es preciso que a la actividad le sea asignado el rasgo de cierre, en el
momento en que se realiza en una ocurrencia precisa. Esto permite reconocer
que, en los relatos concretos, las actividades tienen un valor genérico, en con-
traste con los logros y las ejecuciones que deben ser necesariamente singulares.
La especificación de una actividad en una ejecución, su realización singular,
se ve acompañada de un proceso de imposición de fronteras que permite la
culminación de dicha ocurrencia. En consecuencia, la ejecución se caracteriza
como una actividad singularizada y acotada.
Retencivamente, a partir del logro final: en cuyo caso es preciso que ese
logro se transforme para adquirir el rasgo durativo. Desde esta segunda pers-
pectiva, el relato tiene un centro organizador marcado por el logro final en el

153
Roberto Flores O.

que culmina y que señala el instante de la transformación misma. Todo lo que


antecede a dicho logro es una preparación de ese momento. Por ello es posible
considerar a la ejecución como la expansión durativa de ese logro final, pero
no en dirección del estado final consecuente sino de sus antecedentes: en es-
tricto sentido, hacia el consecuente no hay nada, salvo el estado final que le es
ajeno. La existencia de la ejecución parece depender entonces del logro final:
sólo adquiere sentido en virtud de él.
De manera general, si se deja de lado el caso de los estados, dentro de estos
rasgos, la duración y la dinamicidad son compartidos por todos los sucesos,
sean genéricos o específicos, mientras que la transformación es un rasgo que
sólo poseen los sucesos específicos.Queda así establecido un contraste funda-
mental: así como el logro final se extiende retencivamente hacia sus anteceden-
tes, el estado inicial parece prolongarse protensivamente hacia su consecuente
bajo la forma de una actividad, como ya se indicó con respecto a la existencia
y la competencia modales. En la medida en que la ejecución es una instancia
de la actividad, entendida como competencia modal en acto, debe entenderse
que una actividad sólo se verifica, se realiza, en la ejecución. De ahí que la
noción de actividad adquiera un doble carácter: en términos de los modos de
existencia semiótica, es actualización del estado modal y sólo se realiza en la
ejecución.
Un último señalamiento, antes de concluir este apartado. La actividad lle-
ga a ser parte de la ejecución únicamente cuando ésta se realiza: en ese sentido
es preciso distinguir este ordenamiento de la teleología. No es que la actividad
tenga como finalidad la realización de la ejecución, sino que ésta se “apropia”
de la actividad como su antecedente y se presenta como su realización. Una
actividad aislada sin finalidad, sin cumplimiento y desde una perspectiva efi-
cientista, sólo se queda en bullicio vano, en stasis. De modo que, dentro de la
ejecución, es el logro final en el que culmina el que se apropia de la actividad
y la transforma en ejecución.
Es preciso hacer, en este punto, una breve recapitulación para entender
que ahora se plantea una dificultad. Tipológicamente, un estado es totalmente
ajeno a un logro. En el tránsito de un estado a otro, que caracteriza de manera
básica al relato, se requiere plantear de qué manera se ordenan secuencial-
mente los estados y los logros y cómo es que dan pie al surgimiento de las
actividades y de las ejecuciones —en especial estas últimas, en su carácter de
sucesos englobantes que articulan a todos los tipos de suceso—. Como sucesos

154
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Quinto capítulo. Sintagmática aspectual

ajenos el uno al otro, los estados y los logros, sean iniciales o finales, única-
mente son susceptibles de demarcarse los unos a los otros, pero no son capaces
de articularse secuencialmente. A partir del estado, A. Kenny afirma que es
posible entender la actividad como el ejercicio de una capacidad representada
por un estado inicial: de modo que ese estado da lugar a la actividad. A su vez,
las actividades se concretan en ejecuciones específicas. Por su parte, el logro
final señala la culminación de una ejecución y le da estructura a la propia eje-
cución, que de otra manera sólo podría ser considerada como una actividad
sin finalidad. Así, una actividad depende del estado que la torna posible y una
ejecución existe en virtud del logro en que culmina, al tiempo que se presenta
como la realización específica de una actividad.
Dentro de la secuencialidad, el tránsito fundamental parece ser el del esta-
do inicial en la actividad. Un estado que termina sin dar lugar a una actividad
sólo apela al logro que señala una interrupción sorpresiva y sin consecuencia
del estado. Una actividad puede ocurrir, pero sin relación con un estado ante-
cedente, en cuyo caso esa actividad es una dinámica sin finalidad. Para que la
actividad tenga un sentido debe culminar y tornarse en una ejecución: es el lo-
gro final el que se presenta como el principio de organización que hace de una
actividad una ejecución. De manera que una ejecución es susceptible de ser
caracterizada como la confluencia productiva de una actividad y de un logro:

Ejecución = actividad + logro final

155
SEXTO CAPÍTULO
FASES DE SUCESO

1. INTRODUCCIÓN

E n el capítulo anterior se postuló la existencia de una


magnitud semiótica intermedia, que debe corresponder
a una ejecución, pero a la que aún no hemos llegado. Por lo
pronto se cuenta con un enmedio discontinuo, demarcado
mediante fronteras vicarias, aún sin una extensión precisa,
pero ya dotado de una doble orientación, retenciva y pro-
tensiva, que le permite seguir una dirección también doble,
cursiva y anticipatoria o finalista. El siguiente paso consiste
en dotar a esa extensión de un inicio y un final en un doble
sentido: como una magnitud dotada de bordes propios, que
le permiten acceder al estatuto de magnitud discreta, y como
zona, lo que constituye el esbozo de una estructura partiti-
va. A partir de las relaciones externas entre tipos de suceso
es posible definir sus fases incoativa, mediana y terminativa.
Pero, para lograrlo, es preciso abordar las ejecuciones desde
su interior y desde la perspectiva de un observador. Por ello
es que antes de abordar las fases se señalará el papel de este
actante en la enunciación.

157
Roberto Flores O.

2. EL OBSERVADOR

Es tradicional y adecuado, desde una perspectiva descriptiva, distinguir en el


relato entre enunciado y enunciación enunciada pero, por otro lado, es trivial
decir que todo enunciado es producto de una enunciación. La mayoría de las
veces, cuando se examinan los relatos, el énfasis se pone en comprender las
articulaciones del enunciado, su contenido accional o evenemencial, sin con-
sideración de la instancia de enunciación. Cuando ésta es tomada en cuenta
es porque el relato mismo ofrece una intervención explícita cuya lógica o cuyo
efecto en el relato es preciso entender; se habla entonces de procedimientos de
embrague, por medio de los cuales el relato es presentado como si fuera asu-
mido por un narrador o dirigido a un narratario. Si bien es común y aceptado
describir el enunciado desligado de su enunciación, este proceder distorsiona
los relatos, pues conduce a presentarlos desembragados, en donde los perso-
najes actúan sin intervención explícita del narrador o del narratario, como un
estado neutro del relato sin perspectiva enunciativa. El relato desembragado
aparece así como un término “no marcado”, frente al relato embragado, “mar-
cado”, por utilizar la terminología de R. Jakobson (1984 [1932]).
Nada más lejos de ser verdad: de ninguna manera es posible considerar un
relato en el que la enunciación no intervenga constantemente, explícitamente,
bajo la forma de enunciación enunciada o de manera implícita. Esta formula-
ción pudiera parecer que remite a dos fenómenos divergentes, ya que el hecho
de decir enunciada parece requerir que sea explícita: sin embargo, la presen-
cia de la enunciación en el enunciado es muchas veces sutil, pero es posible
ponerla en evidencia. El ejemplo, muchas veces evocado por A. J. Greimas
(1989 [1983]: 37-46 y 59-61), es el del principio de polemicidad, en el que el
programa del héroe se ve desdoblado en el programa contrario del antisujeto:
dicho sencillamente, el despojo del que un actante es víctima, constituye una
apropiación para otro; la renuncia de uno es en beneficio del otro; sus destinos
son paralelos, aunque inversos. Dada la linealidad del lenguaje, no es posible
presentar este desdoblamiento de manera simultánea, de modo que el relato
privilegia uno de los puntos de vista en detrimento del otro: este privilegio
constituye una intervención de la instancia de enunciación en el relato. Le toca
al analista la tarea de restituir la integridad de ambos recorridos actanciales.
Otro tanto ocurre con la selección de un foco de atención, que es la situa-
ción planteada por la existencia de fases de suceso. En efecto, al ser susceptible

158
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Sexto capítulo. Fases de suceso

de contener fases distintas en su desarrollo, es posible privilegiar la manifesta-


ción textual de alguna de esas fases. Tal privilegio es obra de la enunciación y
denuncian su presencia implícita en el enunciado. De modo que, al considerar
las etapas por las que pasa un suceso, es imposible considerarlas como partes
objetivas de una totalidad, sino que su postulación es producto de actividades
de focalización y selección de punto de vista por parte de una enunciación
implícita en el relato. Tales actividades están presentes en la constitución del
relato, en la presentación de cualquier suceso, por poco que este suceso sea
integrado como fase de un suceso de mayor alcance.
A la luz de los casos aludidos, queda claro que la intervención del enun-
ciador es permanente. Por lo tanto, no hay posibilidad de considerar un relato
totalmente desembragado: siempre se requiere la intervención de un enuncia-
dor para darle sentido; en especial, su presencia es requerida para obtener el
sentido crucial del relato, el sentido del final. Un relato desembragado no es
uno del que la enunciación está ausente, sino ocultada.
Es posible que la enunciación se haga presente como una voz que narra
los sucesos o como una mirada que los observa. En este segundo caso la enun-
ciación se manifiesta como un actante cuya competencia es esencialmente per-
ceptual: el observador. Apelar a ese actante supone asumir la manifestación
figurativa, antropomorfizada, de procedimientos como los de focalización, de
perspectiva o de aspectualización, que hacen del suceso una magnitud semióti-
ca visible y, por ello, susceptible de ser descrita desde múltiples ángulos. El ob-
servador se manifiesta a través de sus intervenciones en los relatos, que consis-
ten en hacer presentes los sucesos desde puntos de vista específicos. Así como
el relato hace el recuento de lo que sucede en el enunciado, también presenta
y articula narrativamente sucesos que ocurren en la enunciación enunciada.56
Ambos niveles evenemenciales se encuentran interrelacionados: un suceso si-
tuado en el enunciado se vincula con los de la enunciación enunciada en la
medida en que, para ésta, aquello que es enunciado vale no como un suceso,
sino como un contenido informativo susceptible de ser presentado de diversas
maneras,57 es decir, como un objeto cognoscitivo. Se trata de captar el modo

56. A esto se refiere la expresión “narrativización de la enunciación” que Claude Calame


introdujo en la semiótica (un ejemplo reciente de ello se ve en C. Calame, 2004).
57. La relación afecta básicamente al contenido informativo, aunque no se descarta la pro-
ducción de efectos patémicos o emotivos.

159
Roberto Flores O.

en que el propio relato se ofrece a nuestra comprensión simultáneamente


como ocurrencia evenemencial y como contenido informativo.
A. J. Greimas aborda el relato a distancia, mientras que aquí es captado
cursivamente: este es el sentido de la alternancia entre presuposición y conse-
cutividad. La lectura por presuposición capta todos los sucesos en su ordena-
miento lógico como partes acrónicas necesarias de la totalidad que conforman,
mientras que la lectura consecutiva (que, recordemos, es posterior al reconoci-
miento de los vínculos presuposicionales) parte de cada suceso para examinar
los consecuentes en su duración, para analizar la articulación secuencial de las
posibilidades que efectivamente se verificaron. La alternancia entre el recono-
cimiento de fronteras externas y la segmentación obedece a una mirada dis-
tanciada: la totalidad del relato es reconocida primero y luego se descompone
en fases; la mirada secuencial hace un recorrido de toda la extensión del relato:
reconoce un punto de partida para ir al encuentro del final. En su camino
agrupa las múltiples unidades que encuentra como fases de un mismo suceso
total y las reúne al imponerles límites.

3. FASES DEL SUCESO

3. 1 El espacio vectorial

La organización aspectual del relato se realiza a través de la noción de fase de


suceso (aunque existen otras formas asociadas a la noción de repetición, que es
un modo de ocurrencia de los sucesos), pero se apoya en la de tipo de suceso.
Un suceso es susceptible de ser una fase de otro o desplegarse, él mismo, en
varias fases. Para ser una fase, no es preciso que el suceso sea de un tipo espe-
cífico, pero para que un suceso sea susceptible de ser descompuesto en fases,
es preciso que sea una ejecución: ninguno de los demás tipos contiene fases.
De modo que la secuencialidad del relato típico descansa en su caracterización
como un macrosuceso del tipo ejecución, que integra otros sucesos como sus
respectivas fases. La duración acotada de la ejecución constituye, pues, un in-
tervalo que es recorrido desde el inicio hasta el final: es decir, la secuencialidad
se ve dotada de una dirección responsable del sentido de progresión narrativa.
Es posible situar todos los matices de sentido atribuidos a la división
de un suceso en fases, sobre un vector temporal que mide la duración in-

160
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Sexto capítulo. Fases de suceso

terna, pero que no es de naturaleza cronológica (“conexión lógica” dice


P. Ricoeur, 1983: 81). Un vector (V) define un espacio en el que se reco-
noce un interior, un exterior y una frontera. De esta manera es posible si-
tuar un elemento en el interior de V (a), su exterior (b), en el borde (c),
en el encabalgamiento de la frontera (d). Un diagrama (figura 15) elabo-
rado a partir de E. Gwiazdecka (2005: 93), quien se inspira en J. P. Des-
clés y Z. Guentcheva (1997), permite situar un número limitado de fases:58

Figura 15. Vector de las fases de suceso.

]]
b
ingresivo
d [ ] egresivo
d [[
b

[ inceptivo
c [ mediano
a ] ]
conclusivo
c

A los intervalos ya mencionados, es posible sumar otros más, en donde


se sitúan diversos valores aspectuales. Debe notarse que los intervalos corres-
ponden, en ciertos casos, a más de un valor y que el conjunto de valores así
obtenido no debe considerarse como exhaustivo.
Incoativo:
(d) Ingresivo (con sentido de inminencia): estar por
(c) Inceptivo (inicio o comienzo del suceso): ponerse a
Mediano (desarrollo en curso):
(a) Progresivo (cursivo, comitativo): estar V-ndo
(a) Continuativo: seguir V-ndo
Terminativo:
(c) Conclusivo: terminar de (con referencia a una acción, que todavía
no culmina)

58. No se indican más para no dificultar su lectura.

161
Roberto Flores O.

(c) Interruptivo: dejar de (señala el abandono de la acción, sin men-


ción a su culminación)
(c) Culminación: terminar de (con referencia al resultado que ya se
obtuvo)
(d) Egresivo: acaba de (hace unos momentos)
(d) Resultativo: lograr que
Como es posible apreciar, tanto el ingresivo como el egresivo, correspon-
den a aspectualizaciones que se producen desde el exterior de los sucesos, más
precisamente en su frontera, por la interacción de un suceso con otro. Sin
embargo, los otros valores de fase se producen desde el interior, en la duración
del propio suceso. Es posible que las fases reconocidas coincidan con alguna
articulación del suceso englobante: es decir, que la heterogeneidad característi-
ca de la ejecución contenga en sí misma, y sin necesidad de la presencia de un
observador, componentes en los que el observador se apoya para considerarlos
como fases del suceso; así, por ejemplo, en un viaje, es posible considerar la
primera etapa como el inicio. De modo que ciertas fases (situadas general-
mente dentro del suceso considerado) coinciden con etapas que se producen
objetivamente. En cambio, sobre todo cuando la fase reconocida es exterior al
suceso, su correlación con el suceso de referencia es un producto subjetivo de
la intervención del observador; así, por ejemplo, la identificación de un inter-
valo como una fase ingresiva o egresiva, dependerá de que el observador logre
vincularlo con un suceso de referencia.
En un primer momento, el reconocimiento de fases en un suceso o, tam-
bién, la caracterización de un suceso como fase de otro suceso más amplio,
se produce de manera posicional: el logro, consecuente posible, con el que
se interrumpe un estado o una actividad permanente, le pone fin y con ello
permite considerar una forma de terminatividad captada desde el exterior, el
egresivo (1a), pero no permite captar la terminatividad desde el interior, como
culminación o cesación (1b y c).

1 a. La lluvia interrumpió el concierto (interrupción, egresivo).


b. Juan se terminó sus verduras (terminación).
c. Juan dejó de fumar (cesación).

Mediante un razonamiento análogo es posible examinar la relación que


establece el logro como antecedente necesario con respecto al estado resul-

162
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Sexto capítulo. Fases de suceso

tante. Ya quedó establecido que la relación no es simétricamente inversa a la


anterior, debido a que, en el primer caso, los sucesos son ajenos, mientras que,
en el segundo, el estado es producto de un logro, al que incluye como su mo-
mento inaugural. De esta manera, es posible concebir el logro como parte del
estado final: un logro antecedente de un estado final tiene un valor ingresivo.

2 a. Juan ganó la carrera (la culminación conclusiva es, al mismo tiem-


po, ingresiva, pues señala el inicio del estado victorioso).

Este valor aspectual contrasta con otras formas de la fase incoativa de los
sucesos, como el inceptivo y la inminencia, en donde no hay culminación que
se confunda con el inicio.

b. Juan comienza a trabajar el lunes (inceptivo).


c. Juan ya va a salir (inminencia).

La noción de fase de suceso no se construye con respecto a un intervalo


cronológico de tiempo, sino con respecto al intervalo definido por la propia
duración del suceso. Cuando aparece una marca cronológica esta debe enten-
derse como una duración que interactúa con la duración definida por el pro-
pio suceso; la asignación de fronteras cronológicas es análoga a la interacción
de dos sucesos, uno de los cuales acota al otro suceso. La noción de fase no es
esencialmente distinta a la interacción entre estados y logros, aunque es preci-
so señalar dos diferencias cruciales: 1) el logro que acota al estado y permite su
“medición” es un suceso no durativo, en cambio la marca cronológica supone
un intervalo temporal que no es nulo; 2) más que medición, la noción de fase
supone una selección de una porción del intervalo retenido: esa retención es
resultado de una focalización a cargo de un observador.
Un último señalamiento se refiere a la precisión de la marca y el carácter
subjetivo de algunos bornes de suceso. En (3a), la meta es considerada un
punto preciso de referencia, de carácter objetivo y el proceso es conclusivo: en
ese sentido, alcanzar la meta corresponde a una no culminación. En cambio,
la direccionalidad en (3b), si bien apunta a una meta precisa, cuya existencia
es objetiva, no supone la conclusión. Finalmente, en (3c) la meta es imprecisa
y subjetiva, pues su alcance depende de una evaluación, el suceso es susceptible
de ser visto como un imperfectivo, es decir, como una actividad sin fin.

163
Roberto Flores O.

3 a. Llegar al destino.
b. Dirigirse al final.
c. Hundirse en el olvido.

3. 2 Fases programadas y fases en la realización

La noción de fase de suceso presenta una ambigüedad esencial que es preciso


resolver inmediatamente antes de proseguir con la presentación de las distin-
tas fases y que remite a la posibilidad, mencionada al inicio del capítulo en
relación con el observador, de hablar de dos maneras distintas acerca de los
sucesos: un suceso es susceptible de ser narrado, es decir, presentado en el
curso de su realización o de ser considerado y presentado como un objeto de
conocimiento. De manera que la ambigüedad reside en el hecho de que una
fase de suceso corresponda a un objeto cognoscitivo o a un objeto pragmático.
Es posible plantearla como una diferenciación que se realiza cuando algunos
eventos pasan de la fase de planeación a la fase de realización. De esta manera
se distingue entre un evento planeado, objeto cognoscitivo (el acontecimiento,
en nuestra terminología), y la ocurrencia de un evento, de carácter pragmático
(el hecho). Al hablar de esos eventos (mediante la narración de sucesos) será
posible distinguir entre las fases del evento virtual y las fases de su realización:
las fases de un evento virtual son igualmente virtuales, en cambio las fases de la
realización corresponden a su actualización y a su culminación. Coincidente-
mente, R. I. Binnick (1991: 195) propone distinguir entre las fases potenciales
o nominales de un evento de las fases realizadas.
En este punto, es preciso hacer referencia a los llamados “verbos de pro-
yecto”, a los que Danto (1965:160-161) apela para presentar su concepto de
frase narrativa con la que caracteriza la estructura básica de la historiografía.
Cuando se habla, por ejemplo, de “plantar un árbol”, se describe una acción
cuyo sentido no se agota simplemente en la ejecución así referida, sino que
esa acción adquiere su sentido por el hecho de que es inscrita en un proceso
que se prolonga en un futuro, incluso lejano. La acción es realizada porque
se proyecta alcanzar una meta o lograr que un suceso advenga en un futuro
determinado: se planta un árbol para obtener su sombra, se construye una casa
para habitarla, se ahorra para comprar un auto, etc. El suceso con el que se
narra esa acción adquiere así no sólo un sentido por sí solo, sino en virtud de
un suceso cuyo futuro es simultáneamente evocado.

164
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Sexto capítulo. Fases de suceso

Es posible que ese suceso futuro, en los hechos, sea irreal y esté fuera de
alcance; la realización del primer acto con el que se pretende lograr que ocurra
le da un sentido a la totalidad y ese sentido repercute en el primer acto y lo
señala como su fase inicial. Tampoco importa si algún imprevisto ocurre que
torna imposible la realización, el acto inicial sigue teniendo un sentido. Ese
inicio se encuentra, por decirlo así, preñado de un final en potencia y sólo
existe en virtud de él. La asignación de sentido es recíproca: el suceso inicial y
la meta final adquieren solidariamente existencia semiótica.
Ocurre entonces que el suceso inicial, que es pragmático (no se olvide que
estamos en el terreno del lenguaje y no de los hechos), adquiere un sentido
incoativo con respecto a un suceso final, de naturaleza cognoscitiva. Pero tam-
bién es posible que, al situarse un observador al final del proceso en su con-
junto, el suceso presentado narrativamente como un inicio lo sea con respecto
a un final presentado como ya realizado. A lo que estas diferencias apuntan es
que, eventualmente, es posible que la descripción de un mismo suceso narrado
sea distinta dependiendo de si es virtual o realizado y de si forma parte de un
suceso englobante virtual o ya realizado. Esta posibilidad apunta hacia la inte-
gración de los efectos de suspenso y sorpresa al análisis aspectual.
Independientemente de A. C. Danto y varios años antes que él, E.
O’Gorman (2006: [1958]), en su estudio magistral La invención de Améri-
ca, mostró las consecuencias que ha tenido el desfase entre el acontecimiento
cognoscitivo virtual y el suceso pragmático realizado para la historiografía del
Descubrimiento de América. Para este autor, puesto que, en sus cartas, Colón
narra un suceso ajeno totalmente a la idea de descubrimiento, llamar Descu-
brimiento a la proeza de Colón no remite a lo que se sabe documentalmente
que aconteció, sino a una idea acerca de lo que se sabe que aconteció, Situa-
dos en la serie (H)AS, el suceso aparece como un arribo terminativo, como la
culminación de un proyecto de navegación a Asia siguiendo la ruta del oeste:
el acontecimiento cognoscitivo preexiste al suceso pragmático. En cambio,
cuando los historiadores posteriores al tiempo de Colón examinan el suceso,
lo sitúan en una serie (H)SA —el suceso pragmático ocurre antes de su identifi-
cación cognoscitiva— y, con ello, operan una resemantización del suceso que,
así, deja de ser un suceso narrado por el Navegante y pasa a ser un aconteci-
miento conocido, una idea, la idea del Descubrimiento. Esa idea es presentada
como la fase inicial del proceso de conquista y colonización de América, como

165
Roberto Flores O.

un verbo de proyecto: ¡un objeto cognoscitivo y semiótico inexistente en el


momento de su pretendida realización!
Este caso pone en relieve la estructura intencional del relato histórico. Los
sucesos narrados por Colón tienen un sentido esencialmente retencivo —apa-
recen como una culminación—, mientras que los historiadores posteriores les
otorgan un sentido básicamente protensivo. La negación del valor retencivo
de esos sucesos y su sustitución por un valor protensivo es constitutiva de
la historiografía: da cuenta de la imposibilidad de elaborar una historia del
presente, sin que inmediatamente se recurra a los verbos de proyecto. Danto
subraya el hecho que la protensividad es inherente al quehacer historiográfico
y que opera desde el momento en que se elige el vocabulario para hablar de los
sucesos. La intencionalidad es, pues, consubstancial a las frases narrativas, a los
bloques primarios con los que se construye la historia.

3.3 Fases iniciales y finales

Existen dos condiciones bajo las que es posible reconocer fases de una eje-
cución. La primera manera consiste en reconocer que ese suceso posee una
estructura compleja, formada por la integración secuencial de sucesos subor-
dinados. Cada uno de esos sucesos posee entonces una identidad propia que
le permite formar parte del todo pero que lo separa de los sucesos contiguos.
Esto significa que la estructura global del complejo recurre a fronteras discretas
en las que cada suceso aporta sus propios demarcadores. El carácter discreto
de la magnitud contrasta con el carácter arbitrario de las discontinuidades
establecidas por el observador en la segunda manera que veremos de reconocer
fases en un suceso.
La posibilidad de identificar un suceso componente de un macrosuceso
como su parte inicial o final se plantea a partir del conocimiento que el ob-
servador tenga del suceso en su conjunto, es decir, de su competencia o inteli-
gencia narrativa. El observador deja de ser simplemente quien asigna fronteras
arbitrarias para pasar a ser un intérprete susceptible de convocar modelos de
inteligibilidad de los sucesos, formas esquemáticas y estereotipadas del aconte-
cer, y de contrastarlas con sucesos singulares.
Pudiera pensarse que ese observador-intérprete se limita a convocar un
objeto cognoscitivo genérico y a seleccionar un suceso constatado para con-
frontarlos y llegar a una conclusión. Pero la historiografía nos muestra que,

166
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Sexto capítulo. Fases de suceso

cuando se trata de hacer la historia del presente, se torna virtualmente im-


posible identificar un suceso en curso y categorizarlo de manera unívoca. El
presente aparece por momentos como un conglomerado indistinto, como un
flujo continuo, tanto como un conjunto fragmentado de hechos, cuya unidad
se nos escapa. Esta manera de reconocer fases iniciales y finales descansa en
una inteligencia narrativa parcial, engañosa y, en gran medida, ilusoria. El
hecho de que ciertas formas protocolarias o ritualizadas de comportamiento
nos proporcionen cierta mirada con respecto al devenir contribuye a enmasca-
rar el carácter, en gran medida subjetivo, de la división de los sucesos en fases
distintas.
La segunda manera de reconocer fases consiste en tomar la duración del
suceso y localizar en ella las zonas inicial, mediana y final, pero sin que haya
indicios o marcas en el propio suceso que justifiquen dicha segmentación. Se
trata de una división a priori y, por ello, arbitraria, indiferente al contenido
semántico del suceso involucrado. La división se realiza en la medida en que
es posible ubicar dos zonas en toda entidad discreta, sea un objeto o un suce-
so: la zona cercana al borde y aquella lejana a él. En el caso de una magnitud
semántica dotada de un perímetro continuo, la lejanía con respecto al borde
corresponde a un centro. Es preciso observar que aquí también se produce un
efecto de insignificancia de la parte central, que ha sido reconocida con respec-
to a la porción mediana de un suceso durativo acotado. En el caso presente, el
centro es un resto relativamente indiferenciado, definido negativamente como
un no-borde. La posibilidad de definir esta zona de manera positiva reside en
la capacidad de atribuirle una eficiencia operativa y concebirla como el asiento
de operaciones dinámicas que afectan al conjunto del suceso.
Al extenderse a lo largo del tiempo, un suceso aparece como una mag-
nitud semántica dotada de dos bordes y no de una frontera perimetral conti-
nua (como cuando concebimos las fronteras espaciales de un objeto discreto
cualquiera). Esta característica le confiere cierta singularidad con respecto a
otras magnitudes semánticas: el borde inicial de una ejecución es distinto se-
mánticamente de su borde final. De manera que si con respecto a esos bordes
se reconoce su contigüidad, es posible entonces identificar una zona (y no
simplemente un borde) que corresponde al inicio de la ejecución y otra que
corresponde a su final, sin necesidad de dotarlas de atributos semánticos dis-
tintivos. Lo único requerido es la noción de proximidad.
Las zonas inicial y final tienen como rasgos característicos sus fronteras

167
Roberto Flores O.

respectivas. El extremo izquierdo del inicio es un borde preciso y su borde de-


recho es impreciso: lo inverso ocurre en el final. Debe tomarse en cuenta que la
definición de uno de los bordes no es responsabilidad del propio suceso, sino
que depende, en primera instancia, del logro interruptor o inaugurador que lo
demarca. Pero, cualquiera que sea su origen, es notorio que, como cualquier
extremidad, los inicios y los finales conjugan un borde definido y uno difuso.
Aquí se opera un proceso recursivo de división en partes que ya vimos en
obra a la escala de la ejecución entera: no ha sido necesario introducir nue-
vas operaciones semánticas, basta simplemente con la segmentación. La única
diferencia constatada es que el borde inicial de la zona inicial corresponde al
logro abrupto que pone fin al estado primero, mientras que su borde final co-
rresponde a una zona de fronteras difusas que torna imposible determinar en
qué momento preciso el inicio llega a su fin. Es posible hacer consideraciones
similares con respecto a la zona final, excepto por el hecho de que se opera
una simetría especular y lo que queda difuso es el inicio del final. Nótese que
la cara difusa tanto del inicio como del final contrasta con la cara definida que
mira hacia las fronteras externas del suceso en su conjunto. La caracterización
de ambas zonas también es posible en la medida en que se trata de un recorte
arbitrario que se opera sobre la totalidad de la ejecución.
Las subdivisiones más finas de las fases de un suceso se producen median-
te recursividad: un verbo aspectualizador se liga a un verbo principal que, en
sí, ya tenga un sentido aspectual, como en acabar de empezar y empezar a ter-
minar. Se impone así una imagen en la que un suceso total es dividido en fases
que, a su vez, son susceptibles de ser subdivididas. Cada uno de los segmentos
así obtenidos tendrá a su vez fases incoativas y terminativas. Sin embargo,
esta visión es engañosa, pues omite la relación con los tipos de suceso. De
esta manera, se torna notorio que una expresión como acabar de empezar, que
remite a la fase inicial de un suceso, utilice como auxiliar un verbo de sentido
terminativo. La razón es que este verbo es utilizado para indicar la realización
cabal del inicio, que tiene en este caso el valor de un logro puntual. De esta
manera, una oración como Tu insistencia comienza a impacientarme, tiene léxi-
camente el sentido de inicio (comienza a) aunque señala el final de un estado
(el de la paciencia).
Al recortar un suceso en zonas y extraer una de ellas para considerarla su
fase incoativa o terminativa se genera un pseudosuceso que tiene los visos de
una ejecución sin serlo propiamente: es durativo, posee una frontera clara en

168
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Sexto capítulo. Fases de suceso

uno de sus extremos y, por ello, se acerca a la perfectividad y es dinámico (la


existencia de una transformación será discutida más adelante). En el extremo
izquierdo del vector se ubica la fase inceptiva, mientras que en su extremo
derecho, la fase terminal es susceptible de presentarse como una conclusión o
como una culminación dependiendo de su orientación intencional.
Cuando el logro con el que finaliza la ejecución es visto como el instau-
rador del estado final su orientación es protensiva y, correlativamente, otorga
a la fase terminal una orientación retenciva: esa fase terminativa será entonces
considerada como conclusiva (figura 16: nótese que la flecha del logro se alinea
con el corchete que marca el inicio del estado final).

Figura 16. Fase conclusiva.

conclusión logro

/// // ] [
ejecución estado

En cambio, cuando ese logro marca el final de la ejecución, independien-


temente del estado resultante, su orientación es retenciva y presenta a la fase
terminal como una protensión, como una culminación (figura 17: en este caso
el logro se alinea con el corchete que marca el final de la ejecución).

Figura 17. Fase culminativa.

culminación logro

/// // ] [
ejecución estado

169
Roberto Flores O.

La fase incoativa no ofrece ambivalencia, pues el logro no es susceptible


de ser considerado como borne final del estado, por lo que la fase que el logro
inaugura sólo puede tener un sentido inceptivo (figura 18: el logro inaugura
la ejecucuón).

Figura 18. Fase inceptiva.

logro incepción

] [ /// //
estado ejecución

Las fases incoativa y terminativa de una ejecución contrastan con la fase


mediana en cuanto a su consistencia. En primer lugar, es notorio que la fase
conclusiva conduce directamente a la realización de la transformación que es
inherente a la ejecución y la obtención de un resultado, por lo que es hetero-
génea (para emplear el término que utiliza A. Mourelatos para caracterizar las
ejecuciones). En cambio, la fase culminativa no remite a la obtención de un
resultado final, sino a la realización completa de la ejecución (aunque ésta, de
hecho, incluye el resultado). De manera que la idea respectiva de terminación
propia de estas fases contrasta por su referencia al resultado o al suceso mismo.
El inceptivo comparte con la culminación la referencia exclusiva al suceso, a su
cumplimiento: el hecho de que la ejecución pasa por sus distintas fases hasta la
última. De manera que si la fase conclusiva es considerada heterogénea por la
orientación hacia su resultado, las fases inceptiva y culminativa lo son por su
referencia a la realización plena del suceso del que forman parte.
En contraste con las fases extremas, la fase mediana es presentada de ma-
nera indiferenciada, sin referencia a su composición. Este modo de presenta-
ción es notable, sobre todo si se toma en cuenta que se trata de la fase mediana
de una ejecución, cuya naturaleza intrínseca es la heterogeneidad. Esta para-
doja ha llevado a considerar que las ejecuciones contienen actividades: es decir,
¡que el suceso heterogéneo se compone mediante sucesos homogéneos! Pero
en el capítulo anterior ya quedó establecido que no se trata de una relación

170
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Sexto capítulo. Fases de suceso

mereológica, sino de instanciación, lo que no plantea ninguna paradoja. De


esta manera, se torna aceptable que la fase mediana sea presentada con una
consistencia homogénea, aunque pertenezca a una ejecución. En cambio, las
fases extremas son presentadas como fases heterogéneas, lo que contribuye a
considerarlas como pseudoejecuciones.
La consistencia del inceptivo y de los terminativos depende de un embra-
gue enunciativo mediante el cual el suceso es captado como un objeto cog-
noscitivo global y no narrado en el curso de su realización. De esta manera, la
heterogeneidad que plantean no es la del suceso como objeto pragmático que
se realiza en el plano del enunciado, sino la transformación cognoscitiva a que
da lugar cualquier suceso en cuanto entra en el campo de presencia del obser-
vador. En ese sentido, el suceso o su final advienen a la existencia semiótica y
su convocación en el texto corresponde a un hacer-ser cognoscitivo.
Un suceso enunciativo de naturaleza cognoscitiva se suma entonces al su-
ceso enunciado de carácter pragmático y lo sustituye como objeto de referen-
cia. La fase inicial o terminal se ve dotada de un plazo de realización, por más
que originalmente haya sido instaurada arbitrariamente por parte del enun-
ciatario, y el cumplimiento de ese plazo es identificado como una ejecución.

3.4 Etapas y fases

Una diferencia se plantea entre etapas y fases de un suceso. Las fases se ubican
en el intervalo, aunque su identidad depende de la del conjunto; poseen, ade-
más, un valor promotor de la realización del suceso en su totalidad. Como su
etimología muestra, las fases (del griego ij੺ıȚȢ, manifestación) corresponden a
las distintas apariencias del suceso entero, sugieren la idea de que el suceso es
una entidad multiforme que se manifiesta de distintas maneras, pero que no
necesariamente posee una morfología diferencial. En cambio, las etapas exigen
que el suceso en su conjunto posea una estructura mereológica: las etapas de
un viaje, por ejemplo, corresponden al itinerario seguido; además de su ubica-
ción en el intervalo, las etapas tienen una caracterización suplementaria, una
identidad autónoma.
Las fases poseen características distintivas e, incluso, pueden tener un
carácter discreto, pero no presentan una total autonomía, pues en tal caso
serían sucesos distintos y no conformarían un único suceso sino sucesos dis-
tintos unidos por otro tipo de vínculo, como son los temporales, causales o,

171
Roberto Flores O.

simplemente, los del orden de su mención. Las fases pueden corresponder


a sucesos que se integran en un macrosuceso pero, en tal caso, su identidad
total no es tomada en cuenta, sino únicamente aquellos rasgos que permiten
su integración en la totalidad de la que forman parte. El carácter distintivo de
un suceso que corresponde a una fase de otro suceso es variable, tiende a la
homogeneidad, pero es susceptible de poseer rasgos individualizantes. Así, en
las actividades que son realizadas durante un lapso determinado de tiempo, la
fase inicial o final no se distingue en nada de cualquier otra parte del propio
suceso. En cambio, en las ejecuciones, esas fases corresponden a sucesos distin-
tos, aunque no enteramente independientes: de hecho, para considerar a esos
sucesos como fases, es preciso que su realización no pierda de vista el horizonte
de realización del suceso englobante. Semánticamente, los componentes de
esos sucesos parciales se caracterizan como partes tanto del suceso local, como
del suceso global: así, por ejemplo, en cocina, añadir un ingrediente a la salsa
de un platillo equivale a añadir un ingrediente al platillo entero. De manera
que comenzar a o terminar de apuntan simultáneamente hacia dos sucesos: el
suceso local y el global. El sentido de la fase inicial y el de la fase terminal se
determina como una acomodación del suceso local en el global.
Las fronteras entre sucesos no son estancas, estables o forzosamente con-
formes. Varios casos son reconocibles.
1. Coincidencia de los bordes por yuxtaposición de ejecuciones que se
ordenan en una serie, como ocurre en los instructivos de armado de
una máquina.
2. Distancia entre sucesos que el relato tiende a llenar con otros sucesos,
como sucede notablemente con estados que no se encuentran arti-
culados. Se produce entonces un efecto de lista, con la consecuente
pérdida de secuencialidad.
3. El suceso antecedente penetra en el suceso consecuente sin confun-
dirse con él, su vigencia se prolonga aunque su presencia deja de ser
notoria. Ese suceso pasa a un segundo plano en los relatos.
4. Antes de su inicio efectivo, el suceso consecuente penetra en el ante-
cedente, pero sin fundirse en él; lo que produce un efecto de antici-
pación o de premonición.
5. Un suceso se integra y se funde en otro como una de sus fases, lo
que ocasiona que el suceso de menor alcance pierda su autonomía
semántica.

172
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Sexto capítulo. Fases de suceso

En términos del intervalo temporal en su conjunto, las fases de un suceso


son susceptibles de articularse de manera continua o discontinua. Cuando se
presenta una articulación continua se produce un efecto de modulación en el
que el tránsito de una fase a otra se realiza gradualmente, sin que sea posible
identificar un corte mediante el cual se identifique, por ejemplo, el final del
inicio o el inicio del fin. Cuando la articulación es discontinua se presentan
dos casos, ya sea que se produzca mediante contraste entre dos sucesos perte-
necientes ambos al macrosuceso o que se realice por la intrusión de un suceso
heterogéneo. Aquí, también, más que categórica, la distinción es de grado:
por un lado, es posible considerar el caso en que los sucesos parciales sean
considerados homoisótopos o, por el otro, que se introduzcan sucesos hete-
roisótopos. Así, por ejemplo, la homogeneidad se presenta en el suceso armar
un rompecabezas si la selección de las piezas y su colocación en el lugar debido
se prosiguen alternadamente y sin interrupción. En el otro caso, el suceso
trabajar referido a una actividad de intenso desgaste físico alternará fases de
trabajo propiamente dicho con fases de descanso, sin detrimento de la unidad
del suceso de conjunto. En este último caso, las fases de trabajo alternan con
fases que pudieran ser designadas como de no trabajo, si no fuera que, en el
contexto, el descanso exige ser considerado como parte del trabajo. Dicho de
otro modo, en esas circunstancias detenerse para comer no significa dejar el
trabajo sino dejar de trabajar: el primero tendrá el sentido de un abandono y,
el segundo, de una pausa.
Es posible presentar un ejemplo historiográfico del modo en que los dis-
tintos momentos de un macrosuceso, concebido como una ejecución, requie-
ren la identificación de los sucesos componentes y su caracterización cognos-
citiva como fases del mismo. En la Historia de las Indias de fray Diego Durán
(1967 [1581]: 21), se narra la salida de seis tribus nahuas de siete cuevas y en
dirección de un sitio identificado como “este lugar de la Nueva España”, el
que por indicaciones del contexto, comprende los valles de México, Puebla-
Tlaxcala y Cuernavaca. El texto se interroga acerca de la duración de ese des-
plazamiento, de más de ochenta años, “siendo tan poco el camino que en un
mes se anda”. La razón de la tardanza, explica el texto, reside en “las grandes
pausas y demoras que venían haciendo”, lo que supone la alternancia de los
desplazamientos y de periodos durante los que se detenían: “conviene a sa-
ber: edificando pueblos, poblando sitios, viendo ser los lugares apacibles y
frescos, y creyendo ser aquello lo mejor”. El contraste entre desplazamiento

173
Roberto Flores O.

y no-desplazamiento se realiza al interior de la migración, la que constituye


una macroejecución englobante. Esta caracterización permitiría integrar tanto
el movimiento como las pausas, como fases del viaje. Sin embargo, el relato
torna problemática esta lectura en la medida en que afirma que “como venían
siempre explorando la tierra, en hallando otros mejores y más recreables, luego
desamparaban aquéllos y pasaban adelante”. Con esta última cita queda claro
que la posibilidad de integrar los periodos de detención en la macroejecución
reside en la manera en que los migrantes concebían las distintas pausas, ya sea
como una simple etapa o como el arribo definitivo a su destino: “dejando en
aquellos lugares los viejos y los enfermos y la gente cansada”. De esta manera,
la migración podría llegar a ser vista, no como una ejecución, sino como una
actividad sin fin: la perfectividad del desplazamiento depende de la capacidad
de los migrantes de identificar correctamente la meta final y, correlativamente,
de resemantizar los lugares intermedios como lugares de descanso y no como
posibles lugares de destino.
Vemos que las fases de un suceso no se identifican por su absoluta homo-
geneidad semántica, sino que llegan a incluir sucesos virtualmente contradic-
torios. Para que esa contradicción no se realice es preciso que intervenga el
alcance de los sucesos componentes, de manera que es posible que un suceso
A englobante incluya como fase un suceso no-A, siempre y cuando este último
tenga un alcance local susceptible de ser resemantizado en el sentido de A. De
modo que no trabajar en el contexto del trabajo llega a ser entendido como
parar para poder continuar y no desplazarse es susceptible de ser concebido
como la condición necesaria para proseguir y, eventualmente, culminar el des-
plazamiento. Esta resemantización es conforme con la programación narrativa
planteada por A. J. Greimas (1976: 79-128) para la constitución de actantes
colectivos.

174
SÉPTIMO CAPÍTULO
MODOS DE OCURRENCIA

1. INTRODUCCIÓN

C on los modos de ocurrencia se completa la presentación


de la categoría del aspecto: éstos incluyen una variedad
de formas de iterativo, pero también dan cabida al semel-
factivo y al intensivo. Se trata de un conjunto de efectos de
sentido situados en los límites de la categoría, en la medida
en que incluyen rasgos semánticos ajenos a las ideas de dura-
ción y límite de un proceso. Pudiera pensarse que los modos
de ocurrencia remiten a la medición cualitativa o cuantitativa
de los sucesos, lo que permitiría establecer un contraste bá-
sico entre el intensivo y el iterativo. Pero, si las fases de su-
ceso requerían la intervención de la enunciación enunciada,
con mayor razón lo requieren los modos de ocurrencia, pues
convocan operaciones cognoscitivas a cargo del observador,
tales como la selección y comparación de atributos. Cierto,
la descripción de las variedades de iterativo remite a la cuan-
tificación, pero también a la genericidad y a los embragues
enunciativos operados por el observador. El intensivo mismo

175
Roberto Flores O.

no se limita a producir efectos de incremento o decremento en el “grado de


fuerza con que se manifiesta un agente natural, una magnitud física, una cua-
lidad, una expresión, etc.” o la “vehemencia de los afectos del ánimo”, como el
DRAE (en línea) define la intensidad, sino que, como se verá, trastoca el sentido
mismo de los verbos que afecta. Por último, con los modos de ocurrencia se
opera el tránsito hacia una aspectualidad que no se limita a los sucesos, sino
que determina también la constitución de los objetos.

2. VARIEDAD DE OCURRENCIAS

Si, en un primer acercamiento, el iterativo evoca la idea de cuantificación, los


“números” privilegiados por este modo de ocurrencia son el singular, el múl-
tiple y, eventualmente, el dual. Pero dentro del iterativo también es posible
distinguir una gama de manifestaciones posibles, como son el frecuentativo, el
multiplicativo y el distributivo, así como el habitual y el genérico. Al interior
de él se lleva a cabo el contraste entre el aspecto iterativo y su contrario, el
semelfactivo y se dan las condiciones para comprender el intensivo. Esta va-
riedad es producto de las formas en que se manifiesta la relación mereológica
entre sucesos componentes y macrosucesos, la que será objeto de una descrip-
ción fenoménica, en un primer momento, para luego pasar a una caracteri-
zación semántica más precisa: la relación del todo a las partes se juzgará con
respecto al grado de diferenciación morfológica del suceso caracterizado, así
como el grado de dependencia con respecto a la totalidad a la que pertenece y
con respecto a las entidades similares o del mismo rango que constituyen sus
réplicas. Estos atributos no son exclusivos de los sucesos sino que forman parte
de la consistencia figurativa de cualquier magnitud semiótica, por poco que
se vea sujeta a un juicio con respecto a su existencia singular, sean sucesos o
entidades. La más simple articulación de las cualidades involucradas se realiza
mediante un par de contrastes binarios que ofrecen un número limitado de
combinaciones posibles —su identificación no pretende constituir una des-
cripción exhaustiva, sino iniciar el análisis—: por un lado, la existencia de las
magnitudes que componen un iterativo depende de la colectividad que con-
forman y pone en juego su capacidad de subsistir independientemente; por el
otro, la pertenencia a la colectividad modifica aquellas cualidades diferenciales
que son atributos necesarios para la individualización de los componentes.

176
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Séptimo capítulo. Modos de ocurrencia

Aunque son complementarios, la individualidad y la independencia son rasgos


distintos, cuyas variaciones permiten definir varios tipos de colectividad y de
iteración.
Las diversas maneras en que es posible evocar figurativamente los no-
minales permiten tomarlos como ejemplos para ilustrar los contrastes aquí
mencionados (cuadro 6).

Cuadro 6. Atributos del iterativo.

Características individuales Indiferenciación


Existencia 8QOLEURHVSHFtÀFRGHXQ (OHVSHFWDGRUGHXQD
independiente acervo película
Existencia
(OWHFKRGHXQDFDVD 8QDSL]FDGHVDO
dependiente

Hablar del ejemplar preciso de un libro en una biblioteca (por ejemplo:


En esta biblioteca tienen El Quijote) no es convocar cualquier libro, sino cons-
tituir la figura de un objeto individualizado, lo que no sucede con el asistente
a una película, quien que es concebido como una parte discontinua pero indi-
ferenciada del público, es decir, su papel como espectador se define indepen-
dientemente de su individualidad como persona. Por su parte, el techo de una
casa remite a una parte precisa de la casa, distinta de cualquier otra parte, pero
cuya identidad depende de la posición que ocupa en la estructura de conjunto;
en cambio, una porción de sal es indistinguible de cualquier otra porción, no
sólo de un montón de sal específico, sino de cualquier cantidad de sal.
La caracterización mereológica a partir de atributos figurativos de las par-
tes es insuficiente, pues se requiere de una caracterización figurativa comple-
mentaria de la totalidad que se constituye por la articulación de las partes. Es
decir, los nominales utilizados como ejemplo poseen un complemento expre-
sado mediante un genitivo, que en los ejemplos considerados corresponden a
acervo, casa, película y sal. Ese complemento es un nominal susceptible de ser
presentado mediante atributos específicos, que delinean la existencia semió-
tica de una entidad independiente, al mismo tiempo que la presentan como
una totalidad y que, por lo tanto, también ponen en juego su consistencia
mereológica. De esta manera, salta a la vista el hecho de que el acervo de una

177
Roberto Flores O.

biblioteca, al igual que el público asistente a una película, son entidades colec-
tivas de fronteras difusas, pues se componen de un número indeterminado de
entidades individuales; igualmente, se aprecia el carácter difuso de la sal, que
sólo se diferencia de otras entidades como materia, mientras que en la casa no
ocurre lo mismo, pues ésta sí tiene una existencia singular y diferencial. Esta
manera de caracterizar los atributos figurativos de los objetos opera también
en los sucesos y permite diferenciar los modos de ocurrencia, empezando con
el iterativo.
Para R. Martin (1971: 51) existe un iterativo estricto (1) que indica la
repetición de un suceso, en donde cada ocurrencia es susceptible de bastarse
a sí misma.

1 Juan viaja mucho.

En el multiplicativo (2) se produce un único suceso por la producción de


una serie de actos idénticos, pero que no son enteramente autónomos.

2 Brincotea.

Por su parte, el habitual (3) se produce cuando la reiteración del suceso es


frecuente y suscita la expectativa de su repetición: en él, los componentes son
considerados indistintos.

3 Juan bebe.

Finalmente, el distributivo (4a y b) es el aspecto de un suceso también


único, que se compone de varios actos claramente distintos.

4 a. Hacer las compras,


b. Comprar leche, comprar carne, comprar huevos, etc.

El iterativo exige que se tome en cuenta la autonomía relativa de los suce-


sos, su grado de integración con respecto a un macrosuceso y la focalización,
ya sea sobre la totalidad o sobre alguna de sus partes. En (1), es posible que
cada uno de los viajes se realice en distintas circunstancias, sin que compartan
características comunes: un viaje será turístico, otro de negocios, un tercero

178
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Séptimo capítulo. Modos de ocurrencia

por razones familiares; es posible también que los viajes se realicen por diver-
sos medios de transporte, que tengan duraciones y destinos diversos, etc. El
conjunto es circunstancial y, en ningún caso, debe ser considerado, por ejem-
plo, como un hábito. Lo notorio del caso es que el iterativo no sólo exige la
multiplicación de un suceso, sino que requiere agrupar un conjunto de sucesos
en una misma categoría, independientemente de sus diferencias, elaborando
incluso los criterios de su inclusión. Esta tarea la realiza el observador, pues
él es responsable de su aprehensión como un todo, mediante la selección y
comparación de atributos de los sucesos convocados para integrar el itera-
tivo: esas dos operaciones forman parte de un quehacer taxonómico (A. J.
Greimas y J. Courtés, 1982 [1979]: 401), perteneciente a su vez a un hacer
interpretativo. La selección de rasgos no significa la exclusión de todos sus
atributos individualizantes, pues la agrupación operada no consiste en una
fusión e indiferenciación de los sucesos; cada suceso es identificado mediante
características propias que le proporcionan su propia singularidad (figura 19:
el cuadrado indica existencia autónoma y la línea continua su identidad singu-
lar), al tiempo que es presentado como elemento de un conjunto. En cambio,
la totalidad que así se constituye tiene poca individualidad (línea punteada) y
falta de cohesión (elipse), pues los criterios que la definen son escasos y sujetos
a la ponderación del observador. Las oblicuas entre los cuadrados indican que
no hay un vínculo causal o de propiciación entre los sucesos, aunque podría
haberse empleado un signo de más para señalar que están vinculados mediante
una secuencialidad aditiva. Es preciso concebir la composición de esta totali-
dad como la constitución de un macrosuceso, a partir de sucesos parciales, sin
restringirla a un simple efecto de cuantificación.

Figura 19. El iterativo.

viaje1 // viajen

179
Roberto Flores O.

Al apoyarse en la separación de los componentes, pero ignorando las di-


ferencias entre los sucesos constitutivos, para privilegiar unos pocos atributos
compartidos en el momento en que se integra laxamente la totalidad, el itera-
tivo se sitúa en un punto intermedio dentro del gradiente establecido entre los
polos de la unificación y la diferenciación máxima de las partes con respecto al
todo. En (2), se postula la realización de un suceso único, cuyos componentes
carecen totalmente de autonomía: ese caso corresponde al multiplicativo. La
situación es en gran medida inversa al iterativo estricto, pues aquí los sucesos
componentes pierden al máximo su individualidad (en la figura 20, con línea
punteada) en provecho de una mayor integración del macrosuceso (cuadrado
y línea continua): en el brincoteo, cada brinco es dependiente de los demás y
no es concebido en aislamiento (elipse). Una línea une los sucesos para indicar
que cada brinco tiene un suceso antecedente y otro subsecuente (aunque no se
abundará más en la caracterización precisa de ese vínculo).59

Figura 20. El multiplicativo.

brincoteo

brinco1 brincon

En el habitual, los sucesos que se repiten son similares entre ellos, si bien
no son absolutamente idénticos. Al afirmar, como en (3), Juan bebe, se afirma
que Juan es el agente de varios actos de beber (sin efectuar un juicio moral
que corresponde al vicio de beber y no a la acción de carácter habitual): cada

59. En (R. Flores, 1999b), se presenta un ejemplo narrativo de sucesos que se realizan
secuencialmente, pero que componen laxamente un macrosuceso: se trata del relato que hace
fray Diego Durán (1967 [1581]) de la salida de Chicomoztoc por parte de seis tribus nahuas. La
secuencialidad aditiva de cinco de las seis salidas sucesivas las integra como partes de un multi-
plicativo, pero deja en suspenso la caracterización de la salida de la primera tribu, que constituye
un suceso singular, distinto de los demás.

180
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Séptimo capítulo. Modos de ocurrencia

acto es distinto y se realiza en circunstancias específicas (por lo que cada acto


es señalado mediante un cuadrado); pero la oración no hace mención a esas
circunstancias, por lo que pierden su singularidad (de ahí que se emplee una
línea punteada). El conjunto de esos actos conforman una manera previsible
de comportarse, una conducta; en tal caso la integración en un todo, aunque
es débil (figura 21, elipse), no está sujeta enteramente a una apreciación sub-
jetiva o arbitraria (línea continua). El vínculo entre sucesos, la integración de
la totalidad oscila entre las circunstancias específicas de cada acto parcial y la
condición o las condiciones que determinan el surgimiento del conjunto: el
conjunto establece una fusión parcial entre los distintos actos de beber, los que
tienden a constituir un único beber. Más adelante se verá que el habitual es
susceptible de desplegarse narrativamente bajo la forma de un conflicto, que
oscila entre beber y no beber, como cuando un modo de actuar es considerado
característico de una persona.

Figura 21. El habitual.

habitual

beber1 ≈ bebern

(4a) corresponde a un distributivo, en el que la secuencialidad es aditiva


(signo de más en la figura 22): los sucesos componentes son independientes y
distintos y la totalidad que conforman es igualmente distinta, como se aprecia
en (4b), y circunstanciada, como en (5), aunque su unidad es laxa (el angli-
cismo shopping indica que, aunque débil, los hablantes lo conciben como un
suceso dotado de identidad propia), pues no existe un vínculo de dependencia
de un suceso con respecto a otro. Un factor notorio, insinuado ya por el habi-
tual pero crucial en el distributivo, es que es posible la realización del todo, sin

181
Roberto Flores O.

que se ejecuten las partes: el suceso englobante es una actividad que se realiza,
aunque no culmine ninguna de las ejecuciones que la componen (6).

5 Fui de compras de Navidad el día 22 de las 3 de la tarde a las


6 Fui de compras, pero no compré nada.

Figura 22. El distributivo.

distributivo

compra1 + compran

Un caso a tomar en cuenta, además de los que R. Martin incluye en su


lista es el genérico:

7 Juan es alcohólico.

Figura 23. El genérico.

ser alcohólico

{beber} vs. {no beber}

Sus componentes son simples actualizaciones de un mismo estado de co-


sas; incluso, es posible hacer esta afirmación sin que Juan beba, por ejemplo,
desde su ingreso a Alcohólicos Anónimos, y sin que lo vaya a hacer nunca más.

182
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Séptimo capítulo. Modos de ocurrencia

Los sucesos constitutivos son múltiples, pero indiferenciados al interior de su


propia clase (figura 23, las llaves indican su multiplicación), su singularidad es
mínima, al punto que ya no es necesaria su realización efectiva, pues basta con
su simple existencia virtual. En cambio, la totalidad resultante tiene un grado
máximo de definición: ahí también ya no es preciso que se realice efectivamen-
te (de hecho no podría serlo si los componentes no lo son), basta con su simple
evocación mediante una adjetivación o una nominalización. Como ya se vio
en el habitual, los distintos actos o sucesos que componen la determinación
genérica son susceptibles de vincularse entre ellos bajo el modo de un conflicto
entre la realización y no realización de los componentes; la puesta en relato de
los vicios tienen esa “virtud”, de que despliegan dramáticamente el dilema en-
tre beber y no beber, aparentemente sin detrimento de la calificación genérica.
El genérico pudiera parecer cercano al multiplicativo, salvo por el hecho cru-
cial de que es una determinación del ser (como tipo de suceso es un estado),
que sólo exige la presencia virtual de los sucesos (incluso del suceso negado): es
un proceso de asimilación de los componentes al suceso caracterizante.
Si, como dice el dicho, el hábito no hace al monje, lo habitual no forzo-
samente conduce al hábito. Situado en una escala gradual que va de la realiza-
ción única del semelfactivo a los distintos efectos de iteración producto de la
repetición, el habitual se sitúa en el extremo en el que los sucesos componentes
pierden su individualidad, pero no llegan a ser considerados partes de una ca-
racterización genérica. En cambio, cuando se habla de un modo característico
de ser que se manifiesta en las acciones, la realización efectiva de sucesos deja
de ser necesaria, sino que basta con que sea una mera potencialidad: los atri-
butos constitutivos del genérico no pertenecen a un hacer o una evenemencia-
lidad, sino a un ser. El genérico pertenece indirectamente al iterativo, porque
descansa virtualmente en la repetición, pero se distingue de él por el hecho de
que es una determinación permanente.
Como síntesis parcial, la variedad de iterativos conjuga, además de la mul-
tiplicación, los rasgos de individualidad que caracterizan a los sucesos compo-
nentes, los que entran en contraste con las operaciones de indiferenciación,
como sucede con la fusión; también involucran el juicio del observador, que
conduce a postular la existencia o no de un macrosuceso englobante con ras-
gos propios de individualidad, y el vínculo causal o propiciatorio que es po-
sible postular entre las partes. El iterativo permite inferencias específicas: la
afirmación Juan lee todo permite pensar que sabe un poco de todo lo que ha

183
Roberto Flores O.

leído; en cambio si Juan lee todo lo que cae frente a él, se considera que Juan es
un ávido lector, pero no que sabe todo o que conoce de todo. En el primer caso
la integración es fuerte y en el segundo es débil.

2.1 Habitual

Es preciso abundar un poco más en torno al habitual, sobre todo por su cer-
canía con el genérico. La idea de un suceso habitual se asocia con la multi-
plicación de sus ocurrencias, pero debe reconocerse que la simple repetición
no basta para producir ese efecto de sentido. En una primera aproximación,
el adjetivo habitual señala la realización de una acción de manera constante
a lo largo del tiempo y que es objeto de una simple constatación, como en el
ejemplo (8).

8 Pedro pasa por aquí todas las mañanas.

Pero esa acepción no se limita a afirmar la asiduidad en la realización de


una misma acción, pues a fuerza de repetirse, el suceso deja de ser considera-
do una situación de hecho para ser concebido como una perseverancia en la
acción, un modo de actuar a lo largo del tiempo. De este modo, se crea una
expectativa incipiente, que el iterativo no presenta: la repetición de un suceso
es constatada, mientras que la realización habitual comienza a ser esperada. De
modo que es preciso distinguir estas dos formas de habitualidad.
B. Comrie (1976: 27) señala los siguientes ejemplos en inglés en los que
el habitual puede ser ajeno a la repetición:

9 The temple of Diana used to stand at Ephesus.


10 Simon used to believe in ghosts.

Este autor interpreta el carácter habitual de los ejemplos no como la re-


petición de un suceso, sino como la pérdida del carácter incidental del suceso
en provecho de su extensión temporal indefinida. Esta última característica no
atañe a los logros y ejecuciones, pues sólo se encuentra al alcance de los sucesos
imperfectivos, estados y actividades. En español, el modo de manifestación de
esta forma de ocurrencia es mediante el imperfecto habitual que se utiliza para
designar aquellos sucesos considerados caducos (al igual que la perífrasis verbal

184
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Séptimo capítulo. Modos de ocurrencia

en inglés, used to). En cambio, el presente se utiliza en el caso del habitual que
remite a sucesos todavía vigentes, como en (8). Sólo en este caso la habituali-
dad depende de la espera y no de la facticidad.
El habitual esperado surge a partir de un juicio del observador, quien a
partir de ocurrencias anteriores se familiariza con ellas. Exactamente cuántas
repeticiones se requieren para considerar una realización habitual es una cues-
tión irrelevante, pues su instauración no depende de la consistencia del suceso,
como de la disposición del observador. Este actante integra las ocurrencias en
el inventario de lo ya conocido y utiliza ese conocimiento para identificar nue-
vos acaecimientos: la habitualidad permite reducir la novedad y permanecer
en el ámbito de aquello a lo que ya está uno acostumbrado. El carácter habi-
tual de un suceso es producto de un juicio sobre los sucesos, tanto como de un
proceso de adaptación del sujeto cognoscitivo al mundo. El observador cons-
truye un objeto cognoscitivo, un suceso desligado de cualquier circunstancia
de realización y, a partir de él, reduce la singularidad de las ocurrencias fácticas.
El hábito surge exclusivamente del habitual de expectativa: se trata de
un juicio sobre el ser, y no simplemente sobre el hacer del sujeto. No se trata,
empero, de un juicio sobre cualquier estado, pues el reconocimiento del hábi-
to descansa en la constatación de múltiples (y habituales) realizaciones de un
hacer: lo que el observador juzga es el sincretismo entre un sujeto de hacer y
uno del ser; la repetición del hacer es considerada como el medio para juzgar
la identidad del sujeto que realiza la acción. Si el habitual descansa en una
generalización basada en la multiplicidad de realizaciones, el hábito lo hace en
la indicialidad, que consiste en tomar la acción como un síntoma.
Un breve comentario acerca del semelfactivo, en su contraste con el itera-
tivo, antes de pasar a considerar el intensivo: mientras que el iterativo indica
la multiplicidad, el semelfactivo remite a una ocurrencia singular, aquello que
se produce por única vez; con ello basta para obtener una existencia semán-
tica plena, no tiene por qué suponer que lo realizado ocurra brevemente y,
mucho menos, que la brevedad signifique instantaneidad. Como ya se vio
con respecto a los logros, el rasgo puntual identifica usos en los que no caben
complementos, tales como en tanto tiempo, durante tanto tiempo o el empleo
del progresivo. De manera que es preciso reservar el término de semelfacti-
vo, y su denominación alternativa como singulativo, para la realización única
independiente de la duración intrínseca. La idea de singularidad es un juicio
tan complejo como la de hábito: G. Genette (1972: 78), por ejemplo, usa el

185
Roberto Flores O.

término singulativo para calificar el relato único de un hecho único y lo sitúa


en el componente narratológico de la frecuencia, al lado del relato singulati-
vo anafórico (contar tantas veces como ocurra un mismo hecho) y del relato
repetitivo (contar varias veces un hecho ocurrido una vez). Con esta caracte-
rización queda claro que la complejidad de este modo de ocurrencia no reside
tanto en el carácter único del relato, pues en ese sentido todo texto es análogo
a un hápax, como en las dificultades para reconocer el carácter singular del
hecho, dificultades que son del mismo orden que las que encuentra la identi-
ficación del habitual.

2.2 Frecuentativo e intensivo

Para presentar el intensivo conviene remitirse a la lengua náhuatl. Horacio Ca-


rochi, en su Arte de la Lengua Mexicana (1979 [1645]: 98), menciona diversos
efectos de sentido propios de la reduplicación en náhuatl y proporciona los
siguientes ejemplos:

Estos verbos, teniendo saltillo en su primera sílaba, unas veces significan inten-
sión en el afecto, connotando variedad de actos, nacidos de tal afecto; V. g. a:huia
es, tener uno contento; y el frecuentativo a?ahuia, significa tener uno grande
gozo, o contento: pa:qui significa estar uno contento y pa?pa:qui, tener uno mu-
cha alegría.

Otros verbos frecuentativos hay, que doblan su primera sílaba, con acento largo
en la primera: como de choca, llorar, es su frecuentativo cho:choca, llorar repetidas
veces, o con frecuencia. Y aunque es difícil distinguir estos frecuentativos de sílaba
larga, de los otros, que tienen saltillo; con todo lo más común es significar estos
de sílaba larga, frecuencia, o repetición ordenada, y con cordura; cuando los otros
con saltillo, denotan menos tiento, y orden en la frecuencia de sus actos. V. g.
Nicte?tequi in tlaxcalli; es corto así como qujiera o destrozo el pan; pero nicte:tequi
in tlaxcalli; es lo rebano, y con cuidado lo corto, o divido. Así también, nicnotza
in nopiltzin, es, llamo a mi hijo: nicno:notza, es, le doy consejos; Y nicno?notza,
es, platico con él.

En los dos últimos ejemplos se aprecian claramente efectos de sentido


distintos, correspondientes a la múltiple repetición, ordenada o desordenada,

186
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Séptimo capítulo. Modos de ocurrencia

de un proceso (sea suceso o acción); esta distinción sirve para fundamentar la


existencia de las formas aspectuales del frecuentativo y del intensivo.
Así, nicte?tequir, ‘cortar destrozando’, contrasta claramente con nicte:tequi,
‘rebanar’, a nivel fonémico por la oposición entre saltillo y vocal larga. En este
caso, H. Carochi correlaciona, a nivel semántico, el contraste fonémico con
la oposición desorden-orden, lo que, como se verá más adelante, permite dis-
tinguir entre un aspecto intensivo, ligado al desorden, y el aspecto llamado
“frecuentativo” en náhuatl, ligado al orden. De este modo, nicno?notza signi-
fica hablar con alguien de uno u otro tema, sin presuponer un orden temático
en la conversación, mientras que nicno:notza, ‘aconsejar’, implica un orden o
unidad temática.
Sin embargo, aparentemente, el contraste no se mantiene en los dos pri-
meros ejemplos que proporciona H. Carochi: a?ahuia, que traduce como ‘gran
gozo o contento’ y pa?pa:qui, ‘gran alegría’; por la presencia del saltillo, ambos
parecen corresponder al efecto de sentido intensivo, pero son considerados
frecuentativos. Por su parte, traduce cho:choca como ‘llorar con frecuencia’, lo
que le hace corresponder al frecuentativo. Al respecto, es preciso señalar que la
dificultad reside no tanto en las formas del náhuatl, sino en sus traducciones
al español: en ese caso, los dos primeros ejemplos corresponden, como J. R.
Andrews (1976: 228) señala para el caso de pa?pa:qui, a ‘estar contento o ale-
gre en diferentes ocasiones y por diversas razones’. Por otra parte, acorde con
la hipótesis aquí aventurada, también señala como significado de cho:choca,
‘llorar con frecuencia (regularly)’, en lo que se presenta como un rasgo de per-
sonalidad más que una actividad reiterada. Lejos de pretender que cambios en
las traducciones constituirían pruebas suficientes, es posible considerar estos
cambios como hipótesis necesarias para fundamentar la distinción aspectual
aquí considerada.
En algunos casos, es posible que un mismo verbo adopte ambos aspectos,
como ocurre con los siguientes ejemplos, en los que no interviene la vocal
larga (V. Peralta, comunicación personal):

10 nitzitzicuini ‘yo brinco (la cuerda)’: la acción se ejecuta de manera or-


denada y corresponde a una misma acción compuesta por múltiples
actos que poseen una unidad.
11 tzi?tzicuini ‘brinca (la lumbre)’, ‘chisporrotear’: no existe un orden

187
Roberto Flores O.

entre los múltiples acontecimientos, puesto que cada uno de ellos se


produce independientemente de los otros.
12 nicacaqui ‘escucho con atención’.
13 nica?caqui ‘oigo la misma cosa en varios lugares’.
14 nihuihuilana ‘jaloneo’.
15 nihui?huilana ‘aguango’.

Estos ejemplos son análogos a los que menciona Carochi:

16 nite:tequi ‘rebano’.
17 nite?tequi ‘destrozo’.

La presencia del saltillo o de la vocal larga, si bien ofrece una cierta re-
gularidad en su empleo, no aclara por completo el problema. Cabría señalar
que no todos los autores reconocen la vocal larga en el náhuatl clásico, por
lo que es difícil sacar conclusiones al respecto. Sin embargo, lo que sí parece
asegurado es el papel del saltillo en la marcación del intensivo. Al respecto,
cabe señalar que J. R. Andrews (1976: 229) incluye una tercera forma de redu-
plicación con vocal corta y sentido frecuentativo pero, como él mismo señala,
“esta forma es menos usada que las anteriores”. Fray Alonso de Molina (1977
[1571]) no indica ni la vocal larga, ni el saltillo pero, a partir del semantismo
del verbo que proporciona en sus definiciones, sería posible considerar al ver-
bo reflexivo ninotlatolcuecuepa, ‘decir ahora uno y luego decir otro, trastocan-
do las palabras’, como un claro ejemplo de intensivo, mientras que las formas
reflexivas y transitiva de tlatolnanamiqui, ‘dar o tomar consejo a otros’, lo son
del frecuentativo.
Es aquí donde se impone el recurso a la descomposición sémica, a partir
del significado de los ítems léxicos sujetos a análisis. Los efectos de sentido
frecuentativo e intensivo son productos diferenciales del contexto, introduci-
dos mediante las distintas formas de reduplicación. Ambos efectos responden
a coerciones ejercidas por los semas nucleares de los verbos, como sucede en
ninotlatolcuecuepa, en donde el semantismo de cuepa, ‘voltear, dar la vuelta,
regresar’, induce una interpretación frecuentativa: cada giro corresponde a una
ejecución distinta. De manera general, es posible hacer la hipótesis de que la
composición de un iterativo a partir de sucesos abiertos (estados o actividades)
sólo puede dar lugar a un macrosuceso también abierto (como en el genérico);

188
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Séptimo capítulo. Modos de ocurrencia

en cambio, una composición hecha a partir de ejecuciones arroja macrosuce-


sos que son abiertos o cerrados (en este último caso son específicamente ejecu-
ciones). Un caso especial es la composición iterativa mediante pseudosucesos,
es decir, magnitudes que no poseen autonomía semántica, como en el ejemplo
del multiplicativo brincotear, en donde ninguna de sus partes tiene el estatuto
de un suceso pleno.
La característica esencial del intensivo (figura 24) parece ser que no pre-
senta al proceso como algo que simplemente se repite varias veces, sino como
varios sucesos que se siguen unos a otros, sin que exista un vínculo de identi-
dad estricta entre ellos, puesto que cada uno tiene un distinto objeto, como
en ninotlatolcuecuepa, ‘decir ahora uno y luego decir otro’, o constituye un
suceso distinto, como en tzi?tzicuini, ‘brinca (la lumbre)’ o, incluso, sucesos
realizados por distintos sujetos, como en o:ticho?cho:caque?, ‘cada uno de noso-
tros lloró’ (ejemplo de Una Canger, 1981, del náhuatl de Zitlala; en este caso
el frecuentativo recibe una interpretación distributiva): todos estos ejemplos
son cercanos a lo que aquí se llamó el iterativo estricto y poseen una forma
composicional aditiva.

Figura 24. El intensivo en náhuatl.

suceso1
+ suceso2
+ ... + suceson

En cuanto al frecuentativo (figura 25), es posible entender la repetición


como el ordenamiento del contenido del macrosuceso: se trata, entonces, de
varios sucesos que se orientan hacia la realización de un único objetivo. Este
efecto de sentido hace que la repetición sea vista como el reconocimiento de
las sucesivas fases de un mismo proceso, a diferencia del intensivo, que posee

189
Roberto Flores O.

tantos objetos o sujetos como acciones existen. En ese caso, la forma composi-
cional del frecuentativo es secuencial y su vínculo es presuposicional.

Figura 25. El frecuentativo en náhuatl.

suceso1
> suceso2
> ... > suceson

El frecuentativo supone la existencia de varios procesos individualizados,


mientras que el intensivo presenta una estructura del proceso que se cons-
truye en detrimento de la individualidad de los componentes. La presencia
del contraste entre no-individuación e individuación es correlativa de la que
existe entre desorden y orden. El desorden hace perder individualidad a los
componentes, su identidad como sucesos distintos: el principio de compo-
sición es taxonómico. En cambio, el orden torna dependientes los sucesos
componentes, pero preserva su individualidad: su principio de composición
es sintagmático. Esto se aprecia en el contraste mencionado por H. Carochi
entre nicno?notza ‘platicar con alguien’ y nicno:notza ‘aconsejar a alguien’: am-
bos se construyen por la reiteración del acto de habla pero, en el intensivo, el
contenido es diverso y carente de unidad, mientras que, en el frecuentativo, se
produce un efecto de orden y unidad temática. Al preservar el sentido básico
de los componentes, el frecuentativo llega a operar una resemantización que se
aprecia en la distancia que existe entre una simple llamada y aconsejar a alguien
sobre algún tema específico.
Con base en A. J. Greimas (2000 [1963]: 383-400) y R. Langacker (1987:
203-207), es posible proponer dos semas, con sus respectivas negaciones, cuya
combinatoria permite caracterizar estos modos de ocurrencia. Estos rasgos son
discreción e integralidad, denominaciones que corresponden respectivamente a
los criterios de individuación y de dependencia con respecto a una totalidad,
que ya han sido utilizados aquí. De esta manera, se opera un contraste entre
los sucesos componentes que permite constituir dos totalidades distintas: am-
bos, el componente y la totalidad son:

190
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Séptimo capítulo. Modos de ocurrencia

Componente: /Discreto + Integral/ /Discreto + No integral/


Totalidad: /No discreto + No integral/ /Discreto + Integral/
Intensivo Frecuentativo
Nite?tequi Nite:tequi
“Yo destazo” “Yo rebano”

La combinatoria de ambos rasgos permite obtener cuatro caracterizacio-


nes organizadas en un grupo de Klein y, a partir de ellos, asociar la caracteriza-
ción del componente con la de la totalidad resultante; lo que arroja 42 combi-
naciones posibles. No todas ellas, sin embargo, serán efectivamente realizadas
(cuadro 7), pues su viabilidad dependerá tanto de la compatibilidad semántica
entre el todo y la parte, como del modo en que se articulan los sucesos com-
ponentes.

Cuadro 7. Modos de ocurrencia

Modo de
Todo Parte Composición
ocurrencia
Iterativo /~D+~I/ /D+I/ Contraste
Multiplicativo /D+I/ /~D+~I/ Secuencialidad
Habitual /D+~I/ /~D+I/ Equivalencia parcial
Distributivo /D+~I/ /D+I/ Adición
Genérico /D+I/ /~D+~I/ Asimilación
Intensivo /~D+~I/ /D+I/ Adición
Frecuentativo /D+I/ /D+~I/ Secuencialidad

Como ya quedó establecido al inicio del capítulo, los nominales también


son susceptibles de ser caracterizados en términos de los rasgos discreto e inte-
gral. De esta manera, se obtiene un contraste entre tipos de nominal en fun-
ción de sus formas de “pluralización”, caracterización que, en cierta medida, es
paralela a la que se establece entre los verbales, lo que permite distinguir entre
nombres contables y nombres de masa y entre nombres genéricos y colectivos,
como se aprecia en el siguiente ejemplo del náhuatl (figura 26).

191
Roberto Flores O.

Figura 26. Cuadrado de los nombres de masa y nombres contables.60

Discreción + Integralidad Discreción + No integralidad


(nombres contables) (nombres de masa)
Tetl ‘piedra‘ Atl ‘agua‘
Te:me ‘piedras‘ No pluralizable

No discreción + No integralidad No discreción + Integralidad


(nombres genéricos) (nombres colectivos)
Xochitl ¶ÁRU¶60 Moyotl ‘mosquito‘
Xo?xochiyo¶FRVDÁRUHDGD¶ Mo:moyo ‘nube de mosquitos‘

Los nombres contables tienen la propiedad de ser replicables, mientras


que los términos de la derecha —los de masa y los colectivos— no poseen dicha
propiedad pero, en cambio, son contraíbles o expansibles. Estos mismos rasgos
se encuentran en los verbales y permiten producir distinciones aspectuales,
aunque su estructuración en un grupo de Klein es problemática en la medida
en que se conjugan tanto los atributos de las partes como del todo.

3. UN EJEMPLO DE ANÁLISIS NARRATIVO

Es posible presentar ahora un muy breve ejemplo de análisis narrativo en don-


de interviene crucialmente el reconocimiento de formas alternativas de itera-
tivo. En el siguiente fragmento autobiográfico, tomado de “Instrucciones para

60. Pudiera ser sorprendente la caracterización de xochitl como un genérico, pero esa de-
nominación encuentra su justificación en que estrictamente tomado no admite plural, y que la
forma reduplicada se presenta asociada con un sufijo abstracto –yo con el que se obtiene una
colectividad que no corresponde a una multiplicidad de entidades discretas, sino a una entidad
adjetivada, carente del rasgo de individuación: la traducción al español del xo?xochiyo (V. Peralta,
1991) corresponde más a ‘(cosa) floreada’ que al plural ‘flores’.

192
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Séptimo capítulo. Modos de ocurrencia

(no siempre) llegar a Cortázar” de Juan Villoro (en línea) es posible ver un
ejemplo de asignación alternativa de identidad aspectual a un mismo suceso.

Congelo la escena en esa puerta donde la música y el remordimiento me llenan los


oídos y regreso en tranvía a la preparatoria, a las tardes en que discutía a Cortázar
con mi amigo Xavier Cara. De 1973 a 1975, nuestra principal ocupación fue
enamorarnos de exiliadas chilenas. En los ratos libres de esta extenuante y nunca
recompensada tarea, leíamos a Cortázar con un fervor disparatado. (…) No sé
a ciencia cierta cómo empezó el juego, pero Xavier y yo memorizamos cuentos
enteros de Cortázar. Uno recitaba una frase, el otro debía decir la siguiente. Se
trataba de un ejercicio fanático, autista. A la distancia, me parece obvio y mere-
cido que las exiliadas chilenas rechazaran al par de recitadores de frases sueltas.

El fragmento se articula alrededor de los siguientes contrastes semánticos:

cuentos enteros / frases sueltas


leer, memorizar / recitar
una frase,... la siguiente / frases sueltas
fervor / ejercicio fanático, autista

Mediante estos contrastes se lleva a cabo una transformación narrativa


global, a cargo del narrador, quien asume la tarea de identificar los sucesos
que se realizan en el relato. Así, el acto de leer y memorizar cuentos enteros
constituye un proceso de adquisición de competencia que permite realizar una
performancia, consistente en un acto de recitación: sin embargo, al juzgarla
tiempo después, el narrador concluye que la performancia era ilusoria.
El juicio veridictorio sigue un recorrido complejo: al ser denunciada, la
performancia cede el paso a una nueva distribución de las verdades y falseda-
des. Esta distribución de los juicios gira alrededor del valor del suceso de reci-
tación que, como tipo de suceso, pasa de ser considerada una ejecución —“uno
recitaba una frase, el otro debía decir la siguiente”—, a ser considerada una
mera actividad —“ejercicio fanático, autista [a cargo del] par de recitadores
de frases sueltas”—. El juicio pone en juego los siguientes valores iniciales y
finales (cuadro 8), que son articulados mediante juicios veridictorios.

193
Roberto Flores O.

Cuadro 8. Juicios veridictorios.

Estatuto veridictorio Estatuto veridictorio


Juicio
inicial ÀQDO
Verdad aparente Adulteración Ilusión
Verdad aparente Ocultación Secreto
Ilusorio Falsación Falsedad
Secreto Revelación Verdad revelada

Los adolescentes creen realizar una performancia que se revela ser una
ilusión: mientras conservan su creencia, no son conscientes de la ilusión, por
lo que ésta permanece en secreto. Al revelarse la verdad se pone en claro la
falsedad y se reconoce, por fin, el carácter inane de la recitación (falsación).
Al seguir el curso de los sucesos, el narrador termina por reconocer que la
“virtuosa” ejecución, consistente en recitar a Cortázar, se vio adulterada por los
adolescentes: esa transformación veridictoria, que opera sobre el ser y no sobre
el parecer, consiste en tomar un objeto cognoscitivo verdadero y desnaturali-
zarlo, para tornarlo ilusorio: los protagonistas no ejecutan la recitación desea-
da (correspondiente a la posición de verdad) frente a las chilenas que los escu-
chan: lo que llevan a cabo es una actividad “fanática y autista” (adulteración de
su empresa). Sin embargo, desde su propia perspectiva, a ellos la actividad les
parece una ejecución (producción de la ilusión). La distancia temporal es un
operador veridictorio que permite al narrador reconocer la evidencia y aceptar
el rechazo de las chilenas —“me parece obvio y merecido”—. La aceptación
del rechazo es producto de una revelación múltiple, pero ordenada: primero
se revela la ejecución como un no-ser, lo que fundamenta su carácter ilusorio,
luego se revela la verdadera naturaleza de la ejecución como una actividad. Al
final queda claro la desnaturalización a la que los adolescentes habían someti-
do la obra de Cortázar: de ser “cuentos enteros” (ser y parecer), ésta había sido
convertida en “frases sueltas” (no ser pero parecer).
El proceso de adulteración de la proeza es gradual: el tránsito hacia la
desnaturalización pasa por tres etapas, correspondientes a los actos de leer, me-
morizar y recitar. El punto de partida es un suceso implícito, singular, semel-
factivo, cuya realización afecta a un objeto igualmente singular: leer un texto
específico en una única ocasión. El punto de partida hubiera podido dar lugar

194
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Séptimo capítulo. Modos de ocurrencia

a una lectura repetitiva, por placer, de un autor. Tal actividad se compone de


un número indeterminado de ejecuciones específicas que afectan a objetos
igualmente específicos: leen, por entero y en distintas ocasiones, las novelas y
los cuentos. De manera que la imperfectividad se produce por la repetición de
sucesos perfectivos: las ejecuciones se subordinan a la actividad englobante, lo
que corresponde a una iteración.
Pero, al memorizar, adulteran la actividad lúdica, pues se torna en un
ejercicio sin sentido que invierte el predominio de los sucesos en juego: a
diferencia de la lectura por simple placer, que es imperfectiva, memorizar es
un suceso perfectivo, una ejecución que supone un inicio y una culminación,
competencia que se obtiene mediante la reproducción de la actividad de lectu-
ra, por lo que es cercano a un multiplicativo. Al leer para poder recordar, se rea-
liza una lectura repetida carente de finalidad, como ejercicio mnemotécnico:
la lectura ya no se realiza sobre objetos singulares y contables y, en cambio, lo
hace sobre objetos desnaturalizados, correspondientes a los “cuentos enteros”,
que han perdido su integralidad, aunque no sus fronteras: los cuentos ya no
están singularizados, son análogos a nombres de masa; su identidad y su carác-
ter memorable se reducen a ser de Cortázar.
Una vez situados frente a las chilenas, tal parece que los adolescentes
buscan realizar con su recitación una performancia cercana al frecuentativo
náhuatl, una proeza que en conjunto afecta a un objeto discreto e integral,
aunque vasto —la obra entera de Cortázar—, compuesto de textos singulares,
igualmente discretos e integrales.61 Sin embargo, inexorable, la desnaturali-
zación ha proseguido su curso: en lugar de reproducir los cuentos enteros,
ahora sólo logran recitar frases sueltas. Tomada en conjunto, no es posible
concebir esa recitación como una ejecución, sino como una actividad sin fin
(/~D + ~I/), cercana al intensivo, pues reproduce objetos discretos, aunque no
integrales (/D + ~I/). La empresa se señala por su intensidad, como un mero
incremento en la fuerza o energía emotiva, en detrimento del orden y sentido
de los sucesos que la componen.
La actividad de lectura es considerada fervorosa y disparatada, calificati-
vos que se aplican a un suceso eminentemente imperfectivo. Por un lado, de

61. Nótese, sin embargo, que los sucesos singulares del frecuentativo son discretos pero no
integrales. En cambio, la recitación de la obra supondría la reproducción de un cierto número
de textos discretos e integrales. La diferencia reside en el grado de individuación de los sucesos
componentes.

195
Roberto Flores O.

acuerdo a los diccionarios (Espasa Calpe: 2005 y DRAE: ambos en línea), el


fervor remite a la intensidad y constancia de las prácticas religiosas, al celo y
entusiasmo con el que se realiza un acto de admiración excesiva que es justo
llamar adoración. Por su parte, la recitación, aunque es invariable, somete a
cada frase a un incremento mayor de intensidad, por lo que el fervor cede
su lugar al fanatismo en la isotopía religiosa: si la lectura fervorosa aparece
como una actividad constante de apropiación del contenido de los textos, el
fanatismo se traduce en una simple, pero obstinada y frenética, reproducción
de la letra.
La referencia al autismo introduce una dimensión patológica que posee
dos vertientes: la repetición sin sentido y el ensimismamiento o falta de aten-
ción al entorno y, específicamente, a las reacciones del prójimo. Por su parte,
una acción disparatada corresponde a aquella que es juzgada carente de sentido
y de lógica, además de ser considerada desmesurada y exagerada. Al escapar a
la razón, la acción pierde las fronteras que la caracterizan como un suceso per-
fectivo y refuerza el carácter patológico de la recitación. Además, la intensidad
del fervor se ve reiterada en la pérdida de límites característica del disparate.
De manera que los adjetivos muestran el modo en que el suceso deja de ser
una ejecución para ser una actividad imperfectiva intensa, al multiplicarse y
escapar de los límites.
Lo que, a la distancia, se torna obvio es la incapacidad de los adolescentes
de recuperar el orden que su ejercicio había perdido. En contraste, la repro-
ducción ordenada del cuento hubiera permitido culminar la recitación: hecho
que admite el nombre de proeza y que es lo que aparentemente tenían en men-
te los jóvenes. El acento estaría puesto, entonces, en la finalización del suceso y
no en su inacabable duración. La resemantización opera, pues, en detrimento
de las fronteras y en provecho de la repetición. El texto mismo proporciona
la clave de este análisis pues, al llamar ejercicio fanático a la lectura, plantea
un contraste implícito con la pretendida ejecución, cercana a esa otra forma
de ejecución que es la interpretación de una pieza musical. De manera que el
ejercicio de repetición tediosa es confundida con la reproducción íntegra de la
obra cuentística por parte de los inmaduros enamorados y permite entender, a
la misma distancia, la impaciencia y el rechazo consecuente de las destinatarias
chilenas: en suma, el frecuentativo es confundido con el intensivo.

196
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Séptimo capítulo. Modos de ocurrencia

4. EL ASPECTO DE LOS OBJETOS

El ejemplo de Villoro muestra la aspectualidad en las acciones y sucesos, pero


se apoya en la consistencia de los objetos, que en ese caso son cuentos y frases
sueltas. ¿En qué se apoya la posibilidad de vincular la categoría con la que
hemos descrito los sucesos, con atributos análogos de los objetos? En un doble
acercamiento: el primero postula que esa categoría afecta a sucesos y objetos
en tanto que ambos son magnitudes semióticas; el segundo plantea que, al
igual que los sucesos, los objetos son susceptibles de presentaciones diversas
(su aspecto o apariencia): son precisamente estas diferencias de representación
figurativa las que la aspectualidad recoge. En el apartado siguiente se presenta-
rán las categorías que rigen el aspecto en los objetos, para concluir el capítulo
con otro breve ejemplo de análisis narrativo.

4.1 Las categorías

Para R. Langacker (1990: 59 y ss.), un nombre designa una región en un


dominio. Desde la perspectiva de una aspectualidad tanto de sucesos como de
objetos, el hecho de que un objeto perfila una región espacial en un dominio
—por utilizar su terminología— y, en cambio, un suceso perfila una región
temporal, es una diferencia secundaria. Con respecto a los objetos, si esa re-
gión es discontinua posee fronteras propias y es designada por un nombre
contable; en cambio, los nombres de masa no poseen fronteras propias. Así
establecida, la distinción entre nombres contables y de masa es análoga a la
distinción entre sucesos cerrados y abiertos.
En términos generales, para abarcar tanto objetos como sucesos, se dirá
que una magnitud semiótica es heterogénea cuando posee una estructura in-
herente y sus fronteras se establecen mediante factores internos; en cambio,
una magnitud semiótica homogénea no posee fronteras propias y carece de
estructura. Lo anterior no significa que las magnitudes abiertas carezcan abso-
lutamente de bordes, pues es posible que sean delimitadas mediante fronteras
ajenas, al entrar en contacto con una magnitud próxima, ella misma dotada de
frontera —como ya se vio que sucede con los estados y los logros—. La fron-
tera también es debida a una diferencia cualitativa, diferencia que remite a la
materia o a la substancia, como sucede en la expresión como agua y aceite. Este
último caso pone en juego los atributos internos de los objetos figurativos, su

197
Roberto Flores O.

consistencia “material” (en un sentido que será precisado más adelante), que
determina sus capacidades de interacción con objetos adyacentes y sus diná-
micas internas.
Para reconocer la homogeneidad se requiere definir una escala impues-
ta en relación con las proporciones del cuerpo humano: la composición de
los objetos de grandes dimensiones tiende a ser inaccesible, en cambio, los
componentes de objetos pequeños son susceptibles de individuación. Los
cuantificadores dan acceso a la composición de magnitudes homogéneas: por
ejemplo, granos de arena frente a un montón de arena. Igualmente, se requiere
tomar en cuenta un cierto grado de esquematicidad: algunos términos gené-
ricos son considerados homogéneos en la medida en que no distinguen entre
las especies que incluyen: por ejemplo, la palabra platería, en el sentido de un
conjunto de objetos, hechos de plata, principalmente para el servicio de mesa,
como en platería barroca.
Cuando no está dotada de fronteras propias, la magnitud es susceptible
de variar en su extensión (duración en el caso de los sucesos), desde una ex-
pansión hasta una contracción que pudiera ser considerada infinita, pero que
depende de las condiciones sensibles de captación de la magnitud: por ejem-
plo, no es posible contraer infinitamente la extensión de la magnitud agua y
seguirla considerando como tal; la escala mínima de esa materia está dada por
el cuantificador gota de. En cuanto a los genéricos, la magnitud mueble exige
ciertas dimensiones de las especies en ella incluidas. Nótese que, en este segun-
do caso, la expansión y contracción no están dadas por una cierta cuantifica-
ción de la extensión del genérico mueble, sino por las dimensiones de aquello
que será considerado un mueble. En tal caso, el sustantivo se encuentra en el
límite de lo que es posible considerar como nombre de masa.
La distinción entre nombres de masa y nombres contables tiene consecuen-
cias en cuanto a las posibilidades de pluralización y otros efectos de sentido cer-
canos. Es asumido que los nombres de masa no admiten pluralización, es decir,
no son replicables y, en cambio, son susceptibles de expansión y contracción.
Es posible mencionar aquí distinciones cercanas entre compacto, denso y
discreto, que A. Culioli (1999: 14) ha establecido como categorías de la teoría
de las operaciones enunciativas. Para este autor, se trata de formas distintas
de sopesar cualitativa y cuantitativamente la construcción de la referencia: se
identifica a un individuo mediante su denominación o se le clasifica a partir

198
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Séptimo capítulo. Modos de ocurrencia

de sus cualidades, como se aprecia al contrastar las siguientes expresiones: un


simple mortal / un mortal simple.
Las expresiones están ancladas situacionalmente y mediante un conjunto
de determinaciones internas, de carácter cuantitativo o cualitativo, que per-
miten establecer distintos tipos de configuración. Esas determinaciones son
susceptibles de ser más cualitativas que cuantitativas, (Cnt) Clt, con lo que se
produce el efecto que A. Culioli llama compacto, en el que el suceso no se en-
cuentra situado en una circunstancia determinada: Pedro es amable. La deter-
minación inversa Clt (Cnt) produce una configuración de tipo denso, en la que
la situación establece un marco en el que se inscribe un suceso: en la oración
En la mañana hubo granizo, el tiempo es concebido como una especificación
de la cantidad. Cuando la determinación es doble, Clt<—>Cnt, el tipo de
configuración es discreto, en la medida en que el suceso tiene propiedades que
lo delimitan y lo sitúan independientemente de su inscripción en el tiempo:
la lectura de ese libro (como proceso y no como tarea: la lectura de ese libro es
ardua). Un proceso compacto no posee delimitación cuantitativa y sólo admi-
te variaciones en intensidad, como sucede con estados emotivos (ser paciente).
Un proceso denso no posee determinaciones cuantitativas por sí mismo, por
ejemplo, fronteras temporales (llueve), aunque es posible atribuírselas de ma-
nera extrínseca (Hoy en día estoy leyendo un libro). Finalmente, un proceso dis-
creto posee tanto determinaciones cuantitativas y cualitativas y corresponden
a situaciones en la que se produce un estado resultante típicamente marcado
por la afectación de un objeto (Juan construyó su casa en un año). A partir de los
ejemplos señalados es posible apreciar la cercanía con las tipologías de origen
aristotélico propuestas por Z. Vendler, A. Kenny y A. Mourelatos. Sin embar-
go, también es necesario indicar, para regresar más adelante a este tema, que
estas operaciones enunciativas son susceptibles de aplicarse a cualquier tipo de
unidad semántica dotada de referencia, por lo que la tipología no caracteriza
únicamente las construcciones de tipo verbal sino también nominal e incluso
adjetival.
Por su parte, R. Langacker (1990: 69 y ss.) sostiene que la distinción entre
nombres de masa y contables es idéntica a la que se establece entre perfectividad
e imperfectividad, en la medida en que los procesos perfectivos poseen fron-
teras temporales y son replicables, mientras que los imperfectivos no poseen
fronteras, son homogéneos y son susceptibles de expansión y de contracción.
Una condición permite establecer la identidad entre procesos y entidades: los

199
Roberto Flores O.

estados que componen un estado son análogos a las entidades designadas por
el nombre. Establece, también, las siguientes incompatibilidades:

Frontera, Heterogeneidad, Replicabilidad


vs.
No frontera, Homogeneidad, Expansión o Contracción infinitas

Estos rasgos son comparables con los rasgos aquí propuestos para los tipos
de suceso. La frontera designa el cierre del suceso y la heterogeneidad designa
la existencia de transformación: ambos determinan la replicabilidad o la capa-
cidad de que el suceso o el objeto sea expandido o contraído.
Un paso más en la vinculación entre las distinciones aspectuales y su ana-
logía con la distinción entre nombres de masa y contables, así como en el
vínculo entre el análisis lingüístico y el narrativo, lo constituye el artículo de
Françoise Bastide, “Le traitement de la matière” (1987), considerado ahora un
clásico de la semiótica. La tesis central es que, en análisis narrativo, la cons-
trucción de los objetos de valor, dotados de rasgos figurativos identificados
en lengua natural como atributos de “la materia”,62 es obra de un conjunto
pequeño de operaciones elementales, constitutivo de una sintaxis figurativa.
El examen de un corpus de recetas de cocina, entendidas como descripciones
detalladas de la fabricación de objetos de valor (F. Bastide, 1987: 8), pero
también de procedimientos químicos y de producción de objetos industriales,
muestra dichas operaciones elementales y las transformaciones figurativas que
ellas producen.
Las operaciones involucradas son recurrentes, de gran generalidad y sus-
ceptibles de ser manifestadas de diversas maneras. La propuesta de F. Bastide
consiste en establecer un vínculo entre las variaciones figurativas de operacio-
nes de manipulación de la materia con un nivel abstracto en donde se postulan
invariantes de esas operaciones. Parte de una cita de Jean D’Alambert en su

62. La cuestión es mucho más amplia de lo que esta formulación deja entrever pues atañe
a la cuestión de la iconicidad, es decir, la atribución de una apariencia icónica o figurativa a los
objetos de valor. Un punto a tomar en cuenta es que, a diferencia del referencialismo en semán-
tica, la semiótica considera que el iconismo es cuestión de la construcción del parecido con el
referente y no de un reconocimiento del valor icónico de una representación. La semiótica se da
como tarea mostrar de qué manera se produce el efecto de similitud en las representaciones y
no concede de antemano lo que intenta comprender; hace del referente un problema semiótico.

200
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Séptimo capítulo. Modos de ocurrencia

Essai sur les Éléments de Philosophie (en J. D’Alembert, 1821: 142), en donde
el enciclopedista atribuye tres propiedades esenciales a los cuerpos físicos: im-
penetrabilidad, extensión y bordes. Un cuerpo impenetrable supone extensión
y bordes. Reducido al mínimo, un cuerpo es una extensión bidimensional
delimitada por fronteras. Ese cuerpo admite transformaciones que, narrativa-
mente, son representadas como cambios de estado.
Las transformaciones básicas que dan lugar a las operaciones elementales
son las siguientes:
1. amorfo <==> estructurado,
2. discreto <==> compacto,
3. expandido <==> concentrado,
4. simple <==> compuesto.
Estos atributos figurativos básicos asociados a la materia remiten única-
mente a los rasgos aspectuales de la apertura o cierre y de la transformación
o no transformación. Como ya se dijo, la expansión y concentración excluye
la atribución de fronteras al objeto. Finalmente, la complejidad o simplicidad
del objeto está asociado a la existencia de una transformación o no y a la he-
terogeneidad y homogeneidad reconocidas por R. Langacker: el vínculo no es
biunívoco, pues si bien la simplicidad excluye la heterogeneidad y, por ende,
la transformación, no todos los sucesos que involucran un cambio de estado
serán complejos (si se considera la posibilidad de llamar “simple” a una trans-
formación única de un estado).
Es posible pasar de cada uno de los estados considerados a su contrario,
mediante sendas operaciones. El paso de amorfo a estructurado es una estruc-
turación y el inverso una desestructuración. Las operaciones inversas entre
discreto y compacto son apertura y cierre: esto se debe a que los estados en
oposición se refieren a grados de cohesión de la materia: una materia compac-
ta es más cohesionada que una discreta. El tránsito entre estados expandidos
y concentrados se da mediante operaciones del mismo nombre. Finalmente,
un estado simple es resultado de una operación de triaje, mientras que uno
compuesto, lo es de una operación de mezcla. Las operaciones se encuentran
ordenadas presuposicionalmente (para su presentación, aquí se toma única-
mente una de las dos operaciones en relación de oposición, comenzando por
el término presupuesto):

Apertura > Estructuración > Concentración > Mezcla

201
Roberto Flores O.

4.2 La transformación del objeto

El texto elegido para mostrar las categorías semánticas que se ponen en juego
en la aspectualidad de los objetos es un fragmento de Fotografía junto a un tu-
lipán, de J. C. Becerra (2000:249), que M. I. Filinich analizó, con otros fines,
en su libro Descripción (2003:20-23):63

Entre los olores emitidos desde la alacena y el penduleo de los columpios en el


patio trasero, tendíase un puente sólo visible en la voz de mi tía. Ya que según
me parecía, esta voz, valiéndose de su charla pintoresca con mis padres y algu-
nas otras visitas, construía para nosotros los pequeños, indirecta, sutil, diabóli-
camente, aquel puente que operaba como el único acceso a la alacena desde los
columpios. Frases, giros, entonaciones no eran para mí sino diversos fragmentos
constructivos de aquel puente que sólo era visible hasta que la anciana le colocaba
la última piedra: la frase con que nos gritaba a sus sobrinos que las puertas de la
alacena ya iban a ser abiertas. Entonces el puente aparecía por completo y era de
lo más sencillo cruzarlo, bastaba con dirigirnos a la alacena. Pero una vez que lo
cruzábamos, volvía a desaparecer.

Los objetos aparecen con rasgos figurativos que van cambiando a lo largo
del texto. Son tres los objetos en evolución: el puente, los olores y la voz de la tía.
A lo largo del texto se distribuyen cuatro menciones al puente que dan
cuenta de las transformaciones que sufre ese objeto cuando se tiende entre los
columpios del jardín y la alacena, donde se guardan los dulces:
• … tendíase un puente sólo visible en la voz de mi tía.
• … aquel puente que operaba como el único acceso a la alacena desde
los columpios.
• … aquel puente que sólo era visible hasta que la anciana le colocaba
la última piedra:
• Entonces el puente aparecía por completo…
Una primera transformación es de orden cognoscitivo y perceptual y va de
la invisibilidad del puente a su visibilidad, mientras que la segunda es pragmá-
tica y aparece como un proceso de construcción. Por otro lado, este objeto es

63. Este apartado presenta de manera sintética los resultados de un análisis publicado en
(R. Flores, 2007).

202
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Séptimo capítulo. Modos de ocurrencia

el soporte de un desplazamiento orientado y dotado de una finalidad: se inicia


en el jardín y culmina en la alacena. Es relevante señalar que esa trayectoria
tiene una única dirección, puesto que el sentido contrario no es mencionado
en el texto. A manera de contraste cabe señalar la presencia de un movimiento
bidireccional en el “penduleo” de los columpios; se trata de una referencia
única y que, por su proximidad, contrasta más directamente con la alusión a
los olores:

Entre los olores emitidos desde la alacena y el penduleo de los columpios en el


patio trasero, tendíase un puente...

Si el puente es recorrido y los columpios ejecutan un movimiento de vai-


vén, en cambio los olores son “emitidos”: no emanan, sino que son emitidos.
La diferencia entre ambos verbos reside en que el primero es un acto involun-
tario, mientras que el segundo es voluntario y en que, también en el segundo
caso, aquello que así se desprende no necesariamente forma parte intrínseca de
la fuente. A partir de estas citas es posible reconocer que el puente y los olores
establecen, ambos, un vínculo entre el espacio del jardín y el de la alacena,
pero que su orientación es inversa. A pesar de sus diferencias, o quizá preci-
samente a causa de ellas, es posible describir la morfología de ambas figuras
alrededor de un mismo haz de categorías semánticas.
Con ayuda de la terminología establecida por A. J. Greimas (2000 [1963]),
es posible describir el puente como un objeto único, entero y discreto, y los
olores, como parciales y diversos: si los atributos del puente son evidentes y no
ameritan mayor comentario, en cambio, es preciso aclarar que las caracterís-
ticas de los olores se encuentran manifestadas en el plural, que transforman el
nombre de masa en una multiplicidad: por ese hecho, los olores forman una
colección de carácter integral; si se considera cada olor por separado sería una
entidad entera, pero si se les considera en su conjunto, adquieren un valor
parcial.
Al prestar atención a los determinantes del puente y los olores se aprecia
inmediatamente que uno es un indefinido y el otro un definido, lo que remite
al contraste entre no específico y específico: un puente es uno en una clase,
mientras que los olores son propiedades singulares de los dulces de la tía. En
cuanto a su materialidad, el puente es concentrado y localizado, mientras que
los olores son difusos y ubicuos (aunque parecen dirigirse exclusivamente al

203
Roberto Flores O.

jardín); el puente es estructurado y los olores son amorfos, aunque con cua-
lidades distintivas. Por último, el puente tiene un valor inerte, mientras que
los olores se encuentran en movimiento: la percepción del puente se produce
de un sólo golpe, aunque su construcción es progresiva, mientras que la de los
olores es acumulativa.
Por su parte, la voz aparece mencionada en varios momentos del frag-
mento y sus propiedades cambian a lo largo de él. Esta característica permite
contrastarla con la construcción progresiva del puente.
• … tendíase un puente sólo visible en la voz de mi tía.
• … esta voz, valiéndose de su charla pintoresca…
• Frases, giros, entonaciones no eran para mí sino diversos fragmentos
constructivos…
• ...la frase con que nos gritaba a sus sobrinos…
La voz es presentada inicialmente como un nombre de masa, dotado de
los rasgos no-entero y discreto, pues no posee una extensión precisa, ni es
pluralizable, pero, en cambio, tiene un valor distintivo, es la voz de la tía. Esa
voz tiene igualmente un valor omnidireccional que contrasta con la dirección
específica del puente y los olores. Aunque distintiva, la voz de la tía apare-
ce en un primer momento como una voz amorfa, pues sus cualidades son
exclusivamente sonoras y no remiten a un contenido: esa cualidad única se
ve transformada más adelante al convertirse en una multiplicidad de “frases,
giros, entonaciones”: se produce así una transformación del nombre de masa
en uno contable.
La transformación es gradual: su primera etapa sustituye la omnidirec-
cionalidad por una multidireccionalidad, pues la charla pintoresca de la tía se
dirige a los padres y a “algunas otras visitas”: esa primera fase se ve asociada a
la aparición de la imperfectividad, pues al ser llamada “charla”, la voz se pre-
senta como una actividad. Con la siguiente mención aparece la multiplicidad
y se avanza en el proceso de estructuración de la voz: en ese momento todavía
no se construye una totalidad estructurada, pues sólo tiene el carácter de una
colección de entidades, dotadas individualmente del rasgo discreto y, colecti-
vamente, del rasgo diverso. Cabe también mencionar que la voz convertida en
charla y, luego, en frases y giros todavía no es una palabra dotada de sentido.
La transformación culmina en el momento en que la voz, como mera cualidad
auditiva, y la charla, actividad sin fin, deviene en “la frase con que nos gritaba
a sus sobrinos”, entidad discreta, singular, estructurada, unidireccional y ce-

204
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Séptimo capítulo. Modos de ocurrencia

rrada. Esa frase adquiere todo su sentido, pues autoriza a los sobrinos a buscar
los dulces anhelados.
Cabe mencionar que la transformación progresiva de la voz se articula con
el proceso de construcción del puente: es la voz la que construye el puente y es
también la voz la que, de golpe, por último, lo hace aparecer. La multiplicidad
de las frases se transfigura en los elementos constructivos del puente, fragmen-
tos indiferenciados y no estructurados, que se ordenan en el momento final,
cuando la última frase, la que autoriza, culmina la construcción del puente.
Con este último señalamiento queda claro que el fragmento de J. C. Becerra se
articula mediante un juego denso de correspondencias que se establecen me-
diante un proceso textual, literalmente constructivo. En este proceso, los obje-
tos no poseen atributos inmutables y predefinidos, como el realismo ingenuo
quisiera suponer; las cualidades figurativas son progresivamente convocadas,
sin que se tenga que suponer la preexistencia de un mundo.
Al cabo de este recorrido, los modos de ocurrencia de los sucesos han dado
lugar a que se presenten los modos de presencia de los objetos. Ambos, sucesos
y objetos, responden al mismo conjunto de valores semánticos situados bajo
el dominio de la aspectualidad. El examen de la variedad de iterativos ha mos-
trado la importancia que es preciso otorgar a los procesos de individualización
y de totalización mediante los cuales se constituyen magnitudes semióticas
dotadas de fronteras y de una identidad diferencial. El recurso a ejemplos de
la lengua náhuatl ha indicado, por otra parte, que la integración de partes
en un todo es responsable de efectos de sentido que no se dejan describir
simplemente mediante operaciones de adición, sino que conllevan procesos
de resemantización radical. Aparece así una imagen fluctuante e inestable del
mundo concebido a través del lenguaje: ese mundo evocado está en constante
construcción y transformación y escapa, afortunadamente, a los imperativos y
las limitantes de la iconicidad y la referencia.

205
PARTE III
RELATO

207
OCTAVO CAPÍTULO
INTERACCIONES ASPECTUALES

1. INTRODUCCIÓN

B ajo el rubro de interacciones aspectuales se incluyen dos


procedimientos semánticos estrechamente interrelacio-
nados, aunque claramente distintos el uno del otro: el prime-
ro es la resemantización aspectual,64 que remite al paso de un
valor aspectual a otro, producto de la variación del contexto,

64. En la literatura sobre el tema en lengua inglesa, este proceso re-


cibe varias denominaciones: o aspectual alternation, aspectual coercion o
aspectual shift. La primera denominación se construye sobre la base de la
alternancia de caso, o alternancia diatética, aunque su empleo no es muy
frecuente: tiene la virtud de insertar el fenómeno en una gama de fenóme-
nos similares, el de la variación semántica inducida por cambios en una
categoría. La segunda denominación es una calca de type coercion, expresión
utilizada en informática para significar la conversión de un tipo de datos
en otro en el interior de lenguajes de programación: de manera genérica,
en lingüística el término coercion remite a la reinterpretación que sufre una
unidad en el momento en que se procede a su recontextualización. La terce-
ra y última denominación se refiere genéricamente a la noción de cambio o
de paso de un valor a otro en el seno de una categoría. Como se aprecia, las
tres presentan el mismo fenómeno bajo distintos ángulos: la variabilidad, la
tipificación y la resemantización.

209
Roberto Flores O.

y el segundo la sobreaspectualización, que alude al hecho de que, con la inser-


ción de una unidad lingüística en un contexto más amplio, los valores aspec-
tuales iniciales no siempre se pierden, sino que son susceptibles de acumularse
e interactuar con las nuevas determinaciones. De estos dos procedimientos, el
primero ha captado mayormente la atención de los lingüistas, mientras que
el segundo es un fenómeno que interesa más a los especialistas en el análisis
del contenido semántico de los textos, aunque no ha recibido la atención que
debiera. Ambos tienen en común el hecho de que se refieren a las relaciones
dinámicas que se establecen entre dos valores aspectuales, sean alternativos o
acumulativos.
El propósito de este capítulo no es el de plantear las condiciones de las
interacciones aspectuales a partir de un valor de base que sería la propiedad in-
trínseca de una unidad lingüística mínima, tal como ocurriría si se le asignara
un contenido semántico a la raíz verbal. Como ya quedó establecido, las raíces
verbales no tienen por sí mismas un valor aspectual predeterminado, sino que
poseen virtualmente la capacidad de asumir distintos valores, en función de
los contextos lingüísticos en que se ven actualizados. La identificación de las
interacciones aspectuales requiere comparar al menos dos construcciones lin-
güísticas: la interacción aspectual es concebida como el reconocimiento de los
valores asumidos por unidades lingüísticas que poseen una misma raíz verbal,
pero difieren por sus contextos oracionales y narrativos. Se asume que una
oración que llena toda la valencia del verbo es susceptible de servir como pri-
mer término de la comparación, aunque no es requisito que asuma un valor
aspectual unívoco; el segundo término de la comparación se obtiene al tomar
en cuenta la alternancia de diátesis, así como los determinantes, adjuntos y
modificadores. En el terreno narratológico, el cambio aspectual se realiza por
la asociación entre secuencias narrativas efectivamente manifestadas al interior
de una misma estructura.
La metacategoría del aspecto tiene una diversidad de manifestaciones, que
se originan tanto en los tiempos verbales como en el sentido léxico, tanto en
las perífrasis verbales como en expresiones adverbiales; a estos orígenes hay
que añadir los valores aspectuales que derivan de las estructuras narrativas. La
multiplicidad y la variabilidad de las unidades desde donde surgen exigen que
se aborde el modo en que cada manifestación aspectual interactúa con otras,
transforma su valor aspectual y permite el surgimiento de nuevos valores. Son
varios los casos que es preciso considerar:

210
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Octavo capítulo. Interacciones Aspectuales

1. Al ser insertado en un contexto más amplio, un enunciado completo


adquiere una nueva caracterización aspectual y pierde su valor aspec-
tual previo.
2. En otros casos, el nuevo valor aspectual opera sin detrimento del va-
lor anterior.
3. Es posible interpretar aspectualmente un enunciado ambiguo de dos
maneras distintas, aunque no contradictorias; en estricto sentido, no
hay un cambio aspectual sino sólo posibilidades de interpretación
alternativa.
4. Un enunciado aspectualizado implica otro enunciado con otra aspec-
tualización: es el caso de las ejecuciones, que implican la presencia de
los estados inicial y final.
5. En situación cercana se encuentran las relaciones mereológicas entre
el logro y la ejecución, pero en ese caso interviene una sinécdoque, en
la medida en que un logro evoca la ejecución de la que forma parte.
Al examinar la interacción de distintos valores aspectuales al interior de una
misma oración o dentro de una misma secuencia narrativa se observa que, en
algunos casos, la puesta en contexto sustituye un valor aspectual inicial por otro
al añadir o suprimir algún elemento oracional o textual, mientras que, en otros,
surge un nuevo valor aspectual que no elimina el valor previo, lo que produce un
efecto de acumulación. De manera que la dinámica aspectual no es homogénea,
sino que se realiza por dos vías distintas, la reaspectualización y la sobreaspec-
tualización, a las que es preciso añadir un efecto concomitante, el perfilaje (en
inglés, profiling), mediante el cual la manifestación aspectualizada de un suceso
evoca otro suceso incluido en el escenario convocado por el primero.
Se abordará el primero de los efectos, la resemantización, en un ámbito
oracional, desde la lingüística cognoscitiva (F. Vlach, 1981; L. Wagner, 1997;
L. Michaelis, 2004); el segundo, la sobreaspectualización, lo será a través de las
tesis planteadas por P. A. Brandt (1992a) en el marco de un análisis morfodi-
námico de las estructuras oracionales y textuales. Un tratamiento único de am-
bos fenómenos es prematuro, sobre todo por lo embrionario de los estudios,
que no logran plantear las condiciones en las que se produce la sustitución o
la acumulación de valores aspectuales. Dicho de manera breve, al describir
los modos en que se produce la alternancia aspectual, por ejemplo en el caso
del progresivo, se omite el análisis de los efectos de sentido aspectual que son
propios de los textos, lo que le hace ignorar los efectos de acumulación. Por

211
Roberto Flores O.

su parte, al defender la tesis de la acumulación, P. A. Brandt sostiene que la


incrustación preserva el valor del incrustado, pero para ello se ve obligado a
plantear la existencia de un valor aspectual inherente a la raíz verbal. Como
se aprecia, mientras que el cuestionamiento de la reaspectualización se centra
en las unidades de extensión mínima y media, el de la sobreaspectualización
se produce desde las formas aspectuales en magnitudes de máxima extensión.
La confrontación de fenómenos y el abordaje del perfilaje permiten ini-
ciar un tratamiento tanto de los efectos derivados de la acumulación, como
de aquellos propios de la alternancia, en el seno de una semiótica narrativa
y textual. No se trata de elaborar una propuesta completa y definitiva de los
procesos de interacción aspectual en las narraciones y los efectos de sentido
asociados a ellos: la temática es incipiente por lo que el presente estudio sólo
podría tener el carácter de un esbozo. La presentación de las tesis de ambos
fenómenos será contrapunteada con la presentación de breves análisis textua-
les que permitirán ilustrar el acercamiento aquí propuesto. Pero, previamente,
es preciso plantear, desde una perspectiva semiótica, el marco general de la
interacción aspectual.

2. CONFRONTACIONES MODALES Y ASPECTUALES

Los procedimientos de interacción aspectual aquí evocados operan reacomo-


dos que es posible abordar a partir de la noción de confrontación modal pro-
puesta por A. J. Greimas en su artículo fundacional, “Para una teoría de las
modalidades” (1976, reimpreso en 1989[1983]: 79-106), que E. Landowski
puso en obra en su célebre artículo “Juegos ópticos” (de 1981, reimpreso en
(1993 [1989]: 113-137), en donde describe los regímenes de interacción en-
tre los ámbitos público y privado a través de la confrontación modal entre las
categorías del querer-ver y del querer-ser-visto. La confrontación acopla dos
categorías modales y describe su interrelación (su “homologación”, dice A. J.
Greimas (1976 [1966]: 101), en términos de su mutua compatibilidad o in-
compatibilidad. Por ejemplo, en la modalidad del deber, cuando la oposición
deber/no-deber rige la oposición hacer/no-hacer, se obtienen cuatro términos
modales denominados, respectivamente, prescripción, prohibición, permisión,
autorización (A. J. Greimas, 1976 [1966]: 97). Al acoplar la categoría vir-
tualizante del deber, con la modalidad actualizante del poder es posible re-

212
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Octavo capítulo. Interacciones Aspectuales

conocer distintos casos en función de los términos modales específicos que


son homologados: así, el deber-hacer podrá verse asociado alternativamente
con cualquiera de los cuatro términos de la categoría del poder-hacer, que
incluyen el poder-hacer (la libertad), propiamente dicho, el no-poder-hacer
(la impotencia), el poder-no-hacer (la independencia) o el no-poder-no-hacer
(la obediencia). De esta manera, un par modal podrá contribuir o impedir la
realización del hacer modalizado en función de su mutua compatibilidad o
incompatibilidad: cuando no se presenta un obstáculo modal, el relato podrá
progresar hacia el final (por ejemplo, si la prescripción se acopla con la libertad
de actuar sin trabas), hacia la realización del programa narrativo; en cambio,
cuando un obstáculo se perfila, el programa no se realiza y, en cambio, se ve
virtualizado (por ejemplo, la misma prescripción se enfrenta a la impotencia).
Las compatibilidades propician la realización del término regido, hacer o
ser; dentro de ellas, es posible distinguir las complementariedades de las con-
formidades en función de si ambos valores comparten una misma distribución
de aserciones y negaciones o si presentan una distribución distinta. En los
casos de complementariedad, los valores modales concordantes contribuyen
igualmente a la progresión del relato, mientras que en la conformidad uno de
ellos se limita a no plantear un obstáculo (nótese la intervención de una diná-
mica de fuerzas: las confrontaciones modales, y las aspectuales, remiten a una
forma esquemática de confrontación actancial entre sujetos agonistas). Por el
otro lado, si la confrontación se produce en el terreno de la incompatibilidad,
se produce un desfase entre dos valores mutuamente contrarios, un desen-
cuentro modal entre valores ajenos el uno al otro (por ejemplo, entre deber y
poder-no-hacer) o se produce un choque entre los valores aspectuales fundado
en la contradicción (deber-hacer y no-poder-hacer).
La presencia de valores modales acoplados se inscribe dentro del relato y
su eventual incompatibilidad no supone una imposibilidad para el progreso
narrativo, más bien plantean condiciones que deben ser superadas para llegar
a un final, cualquiera que este sea, positivo o negativo. De igual manera, es
posible reconocer la existencia de conflictos entre valores aspectuales dentro de
una misma unidad lingüística o textual y la reducción de las incompatibilida-
des mediante alguno de los dos procedimientos señalados.
Antes de presentar los procedimientos es preciso indicar algunos ejemplos
clásicos de confrontaciones semánticas planteadas por la coexistencia de dis-
tintas marcas aspectuales, ya sea léxicas, morfológicas o sintácticas:

213
Roberto Flores O.

1 a. Vivió ahí / en varias ocasiones.


b. En cinco minutos / la ambulancia estaba ahí.

En (1a) el valor estativo del suceso expresado por el verbo se contrapone


con el valor iterativo introducido por el complemento. (1b) también involucra
un estado que entra en conflicto con la duración acotada presentada a través
del complemento. Si bien los ejemplos presentan incompatibilidades aspec-
tuales, el sentido global de las oraciones no es contradictorio, pues su sentido
es totalmente aceptable, lo que indica que, pese a las incompatibilidades, los
valores aspectuales en juego logran coexistir. Lo que los ejemplos ilustran es
un conflicto semántico: el hecho de que si las oraciones son divididas en dos
partes, una de ellas tiene un sentido divergente al de la otra. Dicho de otro
modo, la oración escueta admite una diversidad de complementos, mientras
que los complementos son susceptibles de encontrarse asociados a otras ora-
ciones de base.
De este modo, (1a) corresponde a un estado delimitado externamente y
no por una frontera temporal inherente y que es posible expresar mediante
el contraste entre unas ocasiones (en las que vivió ahí) y otras ocasiones (en las
que residió en otro lugar), que se articulan mediante cambios de lugar de
residencia: si vivir es entendido como un estado, entonces su imperfectividad
entraría en conflicto con la cuantificación asociada a en varias ocasiones. La
posibilidad de multiplicar (replicate, en inglés) un suceso imperfectivo deriva
del siguiente razonamiento: una duración imperfectiva no culmina sino que se
realiza plenamente en cada uno de sus intervalos y cada uno de sus intervalos
es indistinguible de la totalidad, de manera que la multiplicación se refiere a la
cantidad de intervalos que es reconocida y que es infinita, tal como es posible
realizar una infinidad de particiones en un continuo.
(1b) también recibe una delimitación externa, pero en este caso el con-
traste se establece entre una ejecución anterior que permite la instauración del
estado resultante y éste último: la oración recibe entonces una interpretación
dinámica en la que se informa la brevedad del tiempo que tomó llegar al esta-
do final. El conflicto aspectual se localiza en el hecho de que el valor aspectual
del estado (su permanencia) se orienta en sentido inverso al de la frase adver-
bial (la brevedad), lo que obliga a operar una adecuación aspectual. En efecto,
al ser imperfectivo, el estado tiene una duración indefinida, lo que incluye su
vigencia en cualquier intervalo contenido en la duración total; en cambio, la

214
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Octavo capítulo. Interacciones Aspectuales

frase adverbial no admite la igualdad de vigencia entre totalidad e intervalos,


ni la posibilidad de su mutua sustitución (presentar la duración total al men-
cionar la duración de un intervalo). Dado que no es posible imperfectivizar
la duración acotada del adverbial, la transformación recae en el estado, que
adquiere así un borde inicial enfocado de manera ingresiva.
Estar ahí es una situación susceptible de prolongarse en sus dos extremos
(duración virtual indefinida). La existencia virtual de ese suceso se transforma
con el operador adverbial en unos minutos que restringe la duración, sin afectar
ni el lugar donde el suceso se realiza ni los participantes que en él intervienen:
esa limitación sólo afecta el inicio del estado presentado como la culmina-
ción de la ejecución. La duración así acotada es presentada o perfilada desde
la transformación no estar => estar, que una representación localista concibe
como el cruce de una frontera. La oración pudiera referirse a la duración de la
transformación, pero ésta es puntual, por lo que la frontera no tiene espesor,
de manera que la frase adverbial no puede referirse a ninguna parte de ella. Esa
duración debe situarse en un espacio que desborda forzosamente el instante
del cruce de frontera, ya sea a la izquierda, a la derecha o por los dos costados.
Frente a la tercera opción, es preciso tomar en cuenta el hecho de que no es
posible presentar al mismo tiempo la zona ingresiva (el final de la ejecución)
y la zona incoativa (el inicio del estado) y que deben ser perfiladas mediante
recursos distintos, por lo que se establece la disyuntiva: o ingresivo o incoativo.
La frase adverbial introduce la frontera desde el exterior, pues no puede limitar
la duración del estado desde el interior, por la que la interpretación es ingresiva
(figura 27).

Figura 27. El ingreso a un estado.

ejecución estado
/// //

215
Roberto Flores O.

El caso más sencillo de resemantización por contextualización es el caso


de la adjunción de complementos a una unidad básica. En (2a) el enunciado
es una ejecución en virtud del complemento de objeto. (2b) es una ejecución
por la presencia del circunstancial. Un ejemplo frecuente es aquel en que la
presencia de un mensurativo determina el carácter de ejecución del suceso,
como en (2c).

2 a. Caminó el trayecto de su casa al trabajo.


b. El Chicharito corrió desde un extremo al otro de la cancha.
c. Bebió un litro de agua.

De manera general los complementos, sean de objeto o circunstanciales,


especifican una situación, añaden precisiones al escenario en el que el suceso se
realiza, lo que modifica el valor aspectual de este último. Pero, en otros casos
son los añadidos los que se acomodan al tipo de suceso: en (3a), cerveza tiene
un sentido de nombre de masa cuando aparece con artículo definido y se aso-
cia a un estado y de nombre contable cuando el indefinido aparece en sentido
específico asociado a una ejecución (3b).

3 a. A mí, la cerveza me gusta.


b. Pásame una cerveza.

3. REASPECTUALIZACIONES

El cambio o alternancia aspectual designa el hecho de que la caracterización


de una unidad lingüística es susceptible de ser modificada por la presencia o
ausencia de determinados adverbios temporales, argumentos, frases preposi-
cionales, auxiliares, tiempos o marcas aspectuales explícitas; de manera más
restrictiva, se le define como la combinación de un tipo de suceso con di-
ferentes marcas aspectuales. Si se toma como base el valor aspectual de una
magnitud semántica específica, se llamará resemantización o cambio aspectual
al hecho de que ese valor se ve sustituido por otro en el momento en que la
magnitud entra en otro contexto (ya sea por adjunción o pérdida). El cambio
se encuentra regido por mecanismos de reinterpretación contextual puestos en
obra por la necesidad de resolver conflictos semánticos, como los ya señalados.

216
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Octavo capítulo. Interacciones Aspectuales

Eventualmente, el suceso reconocido previamente al empleo del modifica-


dor desaparece y es sustituido por un nuevo tipo de suceso. En sentido estricto,
puesto que no hay un sentido propio de las raíces semánticas, ni siquiera de los
lexemas verbales aislados, el mecanismo fundamental de la aspectualización
no opera un cambio de tipo, sino la selección de un tipo de construcción. Esta
primera selección atribuye un contexto mínimo a las raíces y lexemas verbales,
considerados como magnitudes semánticas incompletas e ininterpretables, y
los torna interpretables (cuadro 9). El valor aspectual se hace presente desde
el momento en que existe una unidad semántica autosubsistente, que ya está
parcialmente construida y que permite evocar una situación o un escenario
desde donde interpretarla; posteriormente es posible que se realice un cambio
de tipo de construcción.

Cuadro 9. Diversidad de reaspectualizaciones.

Unidades no autónomas
Com- {tipos virtuales}
Comer Valor estativo (nominal)
&RPLGR Valor estativo (estado resultativo)
&RPLHQGR Actividad (progresivo)
Unidades autónomas
Come una manzana Ejecución o actividad (valor aspectual de
base)
Come manzana Actividad habitual o genérica
Come una manzana en (MHFXFLyQHVSHFtÀFDRDFWLYLGDG
GRVPLQXWRV característica de un individuo
Come una manzana $FWLYLGDGHVSHFtÀFD
GXUDQWHGRVPLQXWRV
&RUUHGXUDQWHGRV Actividad dotada externamente de una
minutos duración acotada
&RUUHHQGRVPLQXWRV Actividad dotada externamente de un
momento de desencadenamiento
/OHJDURQGXUDQWHGRV Actividad iterativa constituida por un
minutos conjunto de logros
0LWHOHYLVLyQVHPXULyGRV Estado insertado en un periodo acotado
horas

217
Roberto Flores O.

'HMyHOFXDUWRGXUDQWH Estado resultativo delimitado


GRVKRUDV externamente en su duración
/OHJyGXUDQWHGRV Ejecución presentada metonímicamente
minutos a través del logro resultante

Es posible describir las reaspectualizaciones a partir de las (in)compatibi-


lidades en el nivel de los rasgos definitorios de los tipos aspectuales, que aquí
han sido planteados bajo la forma de árboles de presuposición que definen
directamente a los estados y los logros e, indirectamente, a las actividades y las
ejecuciones. La reaspectualización opera sobre un rasgo y repercute por presu-
posición en los demás que definen el tipo de suceso. De manera que, si un su-
ceso es reaspectualizado como no-durativo (como un logro), es necesario que
presente el rasgo transformación y que sea cerrado y dinámico; en cambio, si
un suceso es tornado estático, es preciso que no aluda a una transformación y
que sea considerado abierto y durativo. En los demás casos, si el cambio no se
refiere a una transformación,65 es necesario considerar que el suceso es abierto
y durativo, aunque es posible que sea estático o dinámico; si recibe los rasgos
transformación y cerrado, tiene que ser perfectivo, pero puede ser durativo o
no durativo. La adquisición del rasgo durativo torna posible cualquier tipo de
suceso salvo los logros y, si es dinámico, torna posible cualquier suceso salvo
los estados.
Como resultado de una combinatoria que genere pares de tipos de suceso
y sin contar aquellos pares con términos iguales, resultan 12 casos posibles
de cambio aspectual. Esto es susceptible de ser presentado en términos de los
rasgos involucrados (cuadro 10):
Aparentemente sólo las transformaciones entre los rasgos dinámico/está-
tico y duración/no duración son simples. Sin embargo, al examinar la tabla se
ve que, dada la solidaridad entre los rasgos apertura/cierre y transformación/
no transformación, es posible considerar los cambios de actividad en ejecución
como una transformación simple. Al generalizar esta observación queda asi-

65. Hubiera sido posible presentar este caso a partir del rasgo abierto, que es solidario del
rasgo no transformación, y presentar más adelante el caso de la transformación a partir del rasgo
solidario cerrado.

218
Cuadro 10. Posibilidades de transformación de los tipos de suceso.

Tipo inicial Estados Actividades Ejecuciones Logros


7LSRÀQDO
Estados estático estático estático
abierto abierto
no transformación no transformación
durativo
Actividades dinámico apertura abierto
Octavo capítulo. Interacciones Aspectuales

no transformación no transformación

219
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—

duración
Ejecuciones dinámico cerrado duración
cerrado transformación
transformación
Logros dinámico cerrado no duración
transformación
cerrado
no duración
transformación
no durativo
Cuadro 11. Resemantizaciones aspectuales por tipo de suceso.

Abierto a cerrado Cerrado a abierto

Inicial Estado Actividad Ejecución Logro

Final Ejecución Logro Ejecución Logro Estado Actividad Estado Actividad

Durativo a puntual Puntual a durativo

Inicial Estado Actividad Ejecución Logro

Final Logro Estado Actividad Ejecución

Dinámico a estático Estático a dinámico

220
Inicial Actividad Ejecución Logro Estado

Final Estado Actividad Ejecución Logro

Transformación a no transformación No transformación a transformación

Inicial Ejecución Logro Estado Actividad

Final Estado Actividad Estado Actividad Ejecución Logro Ejecución Logro


Roberto Flores O.
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Octavo capítulo. Interacciones Aspectuales

mismo claro que los cambios que involucran tres rasgos remiten a cambios de
sólo dos rasgos, los cuales se refieren al cambio de un logro en una actividad y
de un estado en una ejecución. Por último, la transformación de un estado en
un logro y viceversa involucra únicamente tres cambios de rasgos y no cuatro.
Los cambios que son efectivamente simples y que no involucran covaria-
ción de rasgos se realizan al interior de un sólo árbol de presuposición; todos
los cambios restantes incluyen covariación y operan el paso al otro árbol de
presuposiciones. Dicho de una manera quizá más significativa, las transforma-
ciones no operan entre rasgos que se encuentran en los extremos de los árboles
(presuponentes pero no presupuestos o presupuestos pero no presuponentes)
sin involucrar rasgos medianos (a la vez, presupuestos y presuponentes). Es
decir, los cambios que, por un lado, involucran exclusivamente los rasgos
durativo y estático o dinámico y, por el otro, los que involucran los rasgos
dinámico y durativo o no durativo son imposibles. El cuadro 11 muestra las
resemantizaciones ordenadas por rasgo.
Sin pretender agotar el inventario de recursos, es posible presentar algu-
nos ejemplos conspicuos de las resemantizaciones presentadas en la tabla, con
mención a algunas de sus repercusiones en las fases de suceso y sus modos de
ocurrencia.

Abierto a cerrado

De estado a ejecución. Ver (1a), ejemplo ya comentado.


De actividad a ejecución. Corresponde a una instanciación o a la imposi-
ción de fronteras desde el exterior, como en (2a, 2b y 2c). Un caso especial es
el del acotamiento por interrupción:

4 Juan corrió hasta no poder.

Cerrado a abierto

De ejecución a estado. Atañe a una apertura, que se produce por implicación,


cuando una ejecución es presentada desde su estado resultativo o es insinuada
desde el estado inicial. También se produce mediante interrupción, cuando un
estado de suspenso señala la no conclusión de la ejecución.
De ejecución a actividad. Corresponde a los sentidos habituales y genéri-

221
Roberto Flores O.

cos presentados en el capítulo anterior y que suponen que la ejecución men-


cionada vale como una muestra y no por su individualidad. Un caso específico
es cuando se produce la afectación de un objeto masivo (5).

5 Juan come manzana.

De logro a actividad. Se produce con la repetición de un logro: ver el caso


del multiplicativo. Un caso específico es el del logro a cargo de un sujeto colec-
tivo (6), con el que se obtiene un distributivo. El mismo ejemplo es susceptible
de referirse al cambio de puntual a durativo.

6 El batallón entró a la ciudad durante una hora.

De durativo a puntual

Ejecución a logro. Concierne a la focalización del arranque o de la culmi-


nación de una ejecución: en sentido estricto, la victoria en (7) se manifiesta
en el logro final de una carrera, por ejemplo, mientras que los accidentes se
producen en la duración.

7 Fue una victoria muy accidentada.

Dinámico a estático

Actividad a estado. Corresponde a una estatización retenciva (8), el suceso


es enfocado desde su interior y con una perspectiva retrospectiva (si aún la está
construyendo, es que ya la ha estado construyendo antes), que enfoca un ins-
tante, pero lo vincula con una duración anterior, sin mencionar una culmina-
ción. El progresivo será comentado más ampliamente en el siguiente apartado.

8 Juan todavía está construyendo su casa.

El ejemplo (9) indica el periodo previo al inicio de la actividad, pero sin


que sea considerado inminente, por lo que no hay referencia a la fase ingresiva.

9 Juan nada en una hora.

222
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Octavo capítulo. Interacciones Aspectuales

Logro a estado. (10) es el pronóstico de un logro que crea una espera de


duración limitada.

10 Juan llega en dos minutos.

Estático a dinámico

Estado a actividad. Es una dinamización protensiva (11), en donde se


entiende que el estado se encuentra en proceso de ser instaurado; la fase es
inceptiva con orientación al futuro.

11 Juan está conociendo quién eres.

En virtud de la presuposición recíproca entre los rasgos, el tránsito de


una transformación a una no-transformación y el proceso inverso, de no-
transformación a transformación son los mismos que los de cierre a apertura
y apertura a cierre, respectivamente.

4. EL PROGRESIVO

Otra fuente de resemantización, además de los procesos de recontextualiza-


ción por adjunción o supresión de un complemento, se encuentra en los tiem-
pos verbales. Por ejemplo, poner una ejecución (12a) en progresivo (12b) no
presenta mayores dificultades, pero poner una actividad (12c) plantea el pro-
blema de visualizar la imperfectividad de un imperfectivo (12d). Esto indica
que no se trata simplemente de una imperfectivización.

12 a. Juan rompió la ventana (ejecución).


b. Juan está rompiendo la ventana (progresivo).
c. Juan rompe ventanas (actividad habitual).
d. Juan está rompiendo ventanas (actividad en curso que no es habitual).
e. Juan rompe la ventana (ejecución en curso).

L. Wagner (1997) señala que el progresivo requiere aplicarse a una acti-

223
Roberto Flores O.

vidad. Los sucesos en progresivo captan un momento de un suceso cursivo y


dinámico, todavía sin culminar: esos momentos corresponden a estados (I.
Vlach, 1981) que forman parte de una actividad; ésta, a su vez, es susceptible
de remitir a una ejecución; de este modo, el progresivo de una ejecución no se
obtiene por una aplicación directa sino que exige que la ejecución sea conver-
tida en una actividad.

13 a. El gobierno mejoró las carreteras.


b. El gobierno mejora las carreteras (actividad).
c. El gobierno está mejorando las carreteras.

Si el progresivo no se aplica a una actividad, entonces fuerza una inter-


pretación del verbo como actividad. Pero ocurre que, tomada en su conjunto,
la construcción progresiva es un estado: la reaspectualización corresponde a la
estatización de una actividad. Es posible sostener esta tesis en (13b) si se deriva
el estado (13c) de la actividad y la actividad de la ejecución (13a), la que exige
ser captada desde su culminación y de ahí el empleo del tiempo pasado. Para
extender el mismo razonamiento a (12b) es preciso suponer una ejecución en
curso como (12e). Para ello es preciso distinguir entre los dos niveles del enun-
ciado, el de la enunciación y el del enunciado, y su interrelación: el observador
se sitúa en el interior del intervalo de vigencia del suceso y desde ahí determi-
na su estado, que consiste en el hecho de que su realización está en curso. Es
decir, el progresivo corresponde a un estado porque, con él, se describe y no se
narra el suceso; la descripción afirma desde el nivel de la enunciación el carácter
dinámico de un suceso situado en el enunciado: el suceso es dinámico pero la
mirada sobre él es estática (14 a y b).

14 a. Juan está bailando.


b. Juan está en el estado presente (en curso) de realizar la actividad del
baile.

Generalmente se asume que el cambio del progresivo se limita al paso de


una actividad a un estado, sin embargo, es preciso reconocer que es susceptible
de involucrar, aunque sea indirectamente, a una ejecución.

15 Juan estaba construyendo su casa, pero no la terminó.

224
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Octavo capítulo. Interacciones Aspectuales

De acuerdo al análisis básico, (15) es un estado que remite a una activi-


dad —el estado caracterizado por el hecho de estar realizando la actividad—;
si ésta fuera toda la reaspectualización, no sería posible entender el papel de
la función adversativa, la que informa acerca de la no culminación del suceso,
porque tanto la actividad presupuesta como el estado resultante son sucesos
abiertos y de ellos no se infiere ninguna culminación. En contraste, el sin-
tagma introducido mediante la adversativa niega la culminación y al hacerlo
asume que ésta era esperada. ¿De dónde viene la asunción tácita de esta per-
fectividad, sino de la presuposición paradigmática de un suceso antecedente
de la actividad (ya de por sí presupuesta)? Esto quiere decir que, el valor de
base, a partir del que es preciso efectuar el cálculo de las reaspectualizaciones,
es una ejecución, considerada recursivamente como la presuposición de una
presuposición.

Notación UHVWULQJLGD del progresivo:


PROGRESIVO [Estado (Actividad)]
Operador Suceso resultante Suceso presupuesto
Notación H[WHQGLGD del progresivo:
PROGRESIVO [Estado (Actividad (Ejecución)]
Operador Suceso resultante Presupuesto Presupuesto del
presupuesto

El operador no realiza de golpe el cambio aspectual, sino que lo efectúa


en dos etapas: una primera etapa en la que se produce un input adecuado para
la intervención del operador y luego otra etapa en la que se realiza el cambio
mismo. Ambas etapas modifican los rasgos en presencia, a lo largo de las rela-
ciones de presuposición. De este modo, la ejecución pierde el rasgo cerrado,
para convertirse en una actividad y ésta, a su vez, cede el rasgo dinámico para
dar paso al rasgo estático. De manera concomitante a la apertura del suceso
cerrado y dada la presuposición recíproca, el salto aspectual requiere que la
transformación inherente a la ejecución sea ignorada: esto es posible porque
la transformación culmina con el momento final, al poner la última piedra, el
que precisamente ha sido excluido.
El ejemplo (15) prueba que, de hecho, no hay transformación de una

225
Roberto Flores O.

ejecución en actividad, sino sobreaspectualización, pues el suceso no deja de


ser perfectivo, lo que obliga a presentar este tipo de fenómenos semánticos.

5. SOBREASPECTUALIZACIÓN

P. A. Brandt (1992a: 158 y ss.; 1994: 187 y ss.) plantea la aspectualización en


el marco de una semiótica morfodinámica, que postula la existencia de esque-
mas dinámicos, que regulan las relaciones entre posiciones actanciales dentro
de un escenario o espacio situacional. Esta perspectiva es conforme con lo que
postula el programa de una sintaxis topológica de la morfodinámica del sentido,
de acuerdo a la siguiente cita:
• Los actantes, sean participantes o lugares, ocupan posiciones.
• Las relaciones, las conexiones, corresponden a relaciones posicionales.
• Los sistemas de conexiones (stemmas) son configuraciones posiciona-
les (Gestalten posicionales).
• Los procesos corresponden a transformaciones temporales de las con-
figuraciones posicionales (junto con los fenómenos de aspectualidad
asociados).
• Los eventos (lexicalizados por los verbos) corresponden a interaccio-
nes entre posiciones ocupadas por los actantes. Representan estados
críticos de las configuraciones posicionales que aparecen en el trans-
curso de la evolución temporal (de un proceso).
• Por último, los papeles semánticos corresponden a tipos de interac-
ción. Categorizan interacciones posibles (J. Petitot ,1995: 107).
El aspecto convierte la continuidad narrativa en discontinuidad verba-
lizable y es anterior a su orientación con respecto al presente enunciativo.
La continuidad que plantea es la que caracteriza el devenir de un actante: la
identidad de ese actante es considerada reversible, en el caso en que no sufra
una transformación, e irreversible cuando esa identidad cambia o sufre una
inflexión en su devenir (Brandt, 1992: 158).
Lo que es propio de los actantes lo es también de los sucesos en los que in-
terviene, de modo que es posible que el devenir del suceso también se plantee
como una permanencia o que sea transicional y dé lugar a una nueva circuns-
tancia: la transformación y la no-transformación son los dos extremos entre los
que oscilan los sucesos en devenir. Al concebir la ubicación de un suceso den-

226
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Octavo capítulo. Interacciones Aspectuales

tro de un espacio dotado de fronteras que sólo en ocasiones pueden ser fran-
queadas, la permanencia del suceso en el interior del espacio corresponderá a
lo que aquí se ha denominado como una stasis, mientras que el franqueamien-
to de la frontera será una transición, que corresponde a la noción de cambio
de estado y da lugar al establecimiento de una nueva stasis situada fuera del
espacio de origen. Toda transición es por naturaleza irreversible, mientras que
la stasis es considerada reversible.

16 Reversible e irreversible
a. Juan cree que la tierra es cuadrada (situación al interior de un espa-
cio de creencia).
b. Juan duda que la tierra sea cuadrada (abandono del espacio de
creencia).

P. A. Brandt propone abordar la aspectualización desde el núcleo sémico


del verbo hasta el sintagma perifrástico global. Plantea que, dentro de los se-
mas nucleares, se encuentran aquellos del Aktionsart, el aspecto propio de las
raíces verbales o aspecto radical. De su estatuto morfológico deriva la posibili-
dad de operar sobredeterminaciones aspectuales, por ejemplo, aquellas que se
realizan mediante perífrasis verbales, tales como comenzar o terminar de, con
las que también se establecen recorridos de ingreso o de salida del espacio de
referencia. De modo que comenzar a creer corresponde a una trayectoria de
ingreso en el espacio de la stasis, mientras que dejar de creer corresponde a una
salida.
Pero sucede que la raíz verbal y la perífrasis no comparten un mismo espa-
cio de referencia, sino que cada uno de ellos se sitúa en su propio espacio, por
lo que la complementación perifrástica no transforma el valor de la raíz verbal
sino que se sobreimpone a ella y la incluye en su propio semantismo, mediante
una relación de sobreaspectualización o incrustación aspectual: aspecto dentro
de otro aspecto. La raíz conserva su valor aspectual pero le añade el que le
impone la perífrasis. En términos de reversibilidad será posible considerar las
siguientes situaciones:
1. irreversibilización de un reversible, IRR(REV);
2. reversibilización de un irreversible, REV(IRR);

3. reversible sobre reversible, REV(REV);

227
Roberto Flores O.

4. irreversible sobre irreversible, IRR(IRR);


La sobreaspectualización IRR(REV) produce efectos de sentido tales
como el incoativo, comenzar a, el terminativo, dejar de o el resultativo, ter-
minar por, que corresponden a fases de suceso. Las formas del intensivo (en
un sentido más restringido del que aquí ha sido planteado) se producen me-
diante sobreaspectualizaciones REV(REV): continuativo, seguir; aumentativo,
cada vez más; degresivo, cada vez menos. REV(IRR) sólo aparece en una forma
específica de iterativo, dentro de construcciones adversativas: a pesar de…se-
guían... El caso IRR(IRR) corresponde a la transición de una transición que se
manifiesta en enunciados causativos, del tipo matar, y que es común encontrar
analizado como un hacer-morir.
Es notorio el papel que juega la dinámica de fuerzas para determinar la
sobreaspectualización del reversible y del irreversible. Al presentar el resulta-
tivo IRR(REV), lo define como un terminativo que vence una tendencia a
seguir siendo el mismo (P. A. Brandt, 1992a: 162), lo que en la terminología
de L. Talmy (2000: 414 y ss.) corresponde a una superación (figura 28: las
líneas punteadas indican la virtualización de un recorrido, las líneas plenas la
realización del recorrido contrario).

17 Después de mucho vacilar terminó por comprar el auto.

Figura 28. Árbol de presuposiciones de la superación.

No querer No tener Querer


comprar auto comprar

No comprar Comprar
el auto el auto

De igual manera, el único caso de reversibilidad sobre irreversible que


identifica como una persistencia, corresponde a un bloqueo (29).

228
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Octavo capítulo. Interacciones Aspectuales

18 A pesar de los cuidados, los enfermos seguían muriendo.

Esta oración se deja analizar como una sobreaspectualización en tres ni-


veles: es posible contrarrestar un irreversible presente en morir mediante un
reversible, los cuidados, pero a esta situación se opone al reversible del reversi-
ble, seguir muriendo. De esta manera se obtiene el “iterativo” que P. A. Brandt
defie como REV(REV(IRR).
Ambos casos corresponden a formas básicas de la dinámica de fuerzas que
es posible representar mediante sendos árboles de presuposiciones: el primero
contrarresta una resistencia y el segundo una causación (las líneas continuas
representan, respectivamente, la superación y el bloqueo y las líneas puntea-
das, una resistencia al cambio y una causación).

Figura 29. Árbol de presuposiciones del bloqueo.

Enfermedad Vivir Cuidados

Morir No morir

Los tres casos de intensivo que reconoce también ameritan un comenta-


rio: el continuativo, el aumentativo y el degresivo: seguir viviendo, vivir cada
vez más, vivir cada vez menos. De acuerdo al autor, se trata de sucesos que
oscilan entre la necesidad y la posibilidad de la existencia del actante en una
situación determinada, sin efectuar un tránsito hacia la imposibilidad, es decir,
la existencia se produce al interior de una dinámica de fuerzas de equilibrio
inestable, sin que se llegue a una resolución que cambie definitivamente el es-
tado de cosas. Otros autores han planteado el carácter peculiar de situaciones
como ésta, manifestada en los llamados verbos de “devenir”, de “modificación”

229
Roberto Flores O.

o de “evolución” ( J. C. Coquet, 1991: 199), tales como desvanecerse o palide-


cer, pues cuestionan el privilegio concedido a las nociones de discontinuidad
y de transformación por parte de la semiótica estándar. Se trata de verbos que
no es posible analizar propiamente como transformaciones de un estado ini-
cial en uno final, sino en los que hay un estado inicial que pierde o adquiere
gradualmente sus características distintivas, de manera que, si bien es posible
distinguir un borne inicial, el borne final se plantea como un límite que sólo
es objeto de una aproximación asintótica. Estos sucesos no son actividades por
contener una transformación, pero tampoco es posible considerarlos ejecu-
ciones por no poseer un frontera final, a menos de considerar el incremento o
decremento gradual como un estado.
Para rechazar la necesidad de asignar un valor aspectual a los radicales es
preciso reconocer que, en todos los casos, la forma de base que constituye la
base de la aspectualización ya está parcialmente construida, por lo que permite
esbozar una situación: lo que es relevante no es que la magnitud semántica que
sirve de input para la sobreaspectualización sea una unidad mínima, en sen-
tido absoluto, un radical, sino que sea la mínima unidad, cualquiera que sea
su extensión, susceptible de evocar una situación o un escenario descriptible
en términos de valores aspectuales. Como ya quedó establecido al presentar
la reaspectualización, puesto que no hay un sentido propio de las raíces se-
mánticas, el mecanismo fundamental de la aspectualización de esas unidades
mínimas no es el cambio de tipo sino la selección de un tipo de construcción:
esta primera selección atribuye un contexto mínimo a magnitudes semánticas
incompletas e ininterpretables y las torna interpretables; posteriormente, es
posible que se realice un cambio de tipo de construcción. Así, por ejemplo,
algunos morfemas de la llamada “morfología temporal”66 seleccionan un valor
aspectual perfectivo o imperfectivo y los atribuyen a verbales que, antes de esa
selección, son indiferentes a tales valores.

66. En (R. Flores, 2000) he sostenido la tesis de que la morfología temporal del español
no significa primariamente tiempo sino que es el vehículo de sentidos aspectuales y modales;
una tesis similar, pero universalizada, es defendida por algunos especialistas en la tipología de las
lenguas (D. Creissels, 1995: 171).

230
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Octavo capítulo. Interacciones Aspectuales

5.1 Veni. Vidi. Vici.

En el muy conocido dicho de Julio César —Veni. Vidi. Vici.— es posible en-
contrar un ejemplo de interacciones aspectuales que son el fundamento de un
relato, aunque sea extremadamente breve. En él coinciden de manera notoria
tres niveles de integración de unidades lingüísticas: el léxico, el oracional y el
narrativo, pues las tres palabras que lo componen corresponden también a sen-
das oraciones e, incluso, a tres secuencias narrativas. De esta manera, es posible
utilizar este caso para examinar el modo en que los valores aspectuales de cada
nivel se suman a los demás niveles para producir un efecto de sentido global.67
Los verbos se encuentran en la primera persona del pretérito perfecto,
tiempo con el que se indica que las acciones se han realizado plenamente y
que son presentadas desde su cumplimiento sin consideración del proceso que
condujo al final, en ese sentido su valor es puntual.
Veni es un verbo de desplazamiento que es presentado desde el lugar de
destino, por lo que adquiere un sentido terminativo. Sin embargo, dentro de
la serie, se encuentra situado en posición inicial, por lo que corresponde a
una fase incoativa. El carácter puntual es, por otra parte, compatible con esa
posición.
Vidi comparte el valor aspectual perfectivo. Como suceso es susceptible
de ser considerado durativo, pero al ser presentado desde su completud, re-
cibe un valor puntual. Sorprende entonces que ese suceso sea presentado en
posición mediana, que corresponde típicamente a ejecuciones. Esa posición
tiende a atribuirle el rasgo durativo, por lo que el predominio del valor opues-
to sólo se justifica dado el carácter lacónico del parte de guerra, que busca en
la brevedad del relato mostrar icónicamente la rapidez de la victoria: sólo de
esta manera ese suceso es susceptible de ser situado, paradójicamente, en la
posición media correspondiente a un durativo.
Por último, vici es el único suceso en el que su valor aspectual inherente
coincide con su posición en la serie: se trata de un suceso puntual que se ob-
tiene como resultado de la culminación de una ejecución. Es un suceso que
ya desde su sentido léxico introduce un valor terminativo, lo que coincide
con su posición final. Por su sentido y su posición, tiene además la virtud de

67.Este apartado presenta un resumen de un estudio más amplio publicado en (R. Flores,
2009).

231
Roberto Flores O.

servir como un operador de transformaciones aspectuales que afectan a los


otros miembros de la serie. Su capacidad como resemantizador es produc-
to del orden presuposicional de los sucesos, mediante el que un consecuente
resemantiza a sus antecedentes. Dicho aforísticamente: un último siempre re-
semantiza a los primeros (P. A. Brandt, 1992b y R. Flores, 1999b). La validez
de este dicho descansa en el postulado gestáltico de la primacía del sentido
global de los relatos por encima del sentido local de sus componentes y en el
hecho de que cada suceso integra las acciones que condujeron a él. En el caso
presente, el sentido de la narración se impone por encima de la autonomía de
léxica y oracional de los tres verbos que, de este modo, se presentan como las
fases inicial, mediana y final del relato. Sin embargo, al prevalecer el todo, no
por ello se pierde la especificidad semántica de las partes. Es ahí que reside la
complejidad del ejemplo planteado y la perplejidad que suscita: un termina-
tivo situado en posición inicial y un puntual en posición mediana y durativa.
El punto de vista local permanece y subyace al punto de vista global, aunque
por momentos impida la captación unitaria del sentido del relato. El caso es
frecuente en los relatos. Es necesario encontrar los mecanismos mediante los
cuales acciones aparentemente heterogéneas inducen efectos de sentido homo-
géneos y permiten el tránsito de un suceso narrado a otro sin perder del todo
su propia identidad.

5.2 La semiótica del ritual

Es posible plantear otros casos que atañen a una semiótica antropológica, pues
más que referirse a acciones relatadas, remiten a acciones rituales. Así, por
ejemplo, una pelea de gallos se compone mediante las distintas fases por la
que esta actividad pasa, desde la preparación de los gallos, su pesaje, su examen
por parte de los posibles apostadores, el “pique” con el que se les encrespa,
su vuelo al centro del palenque y, por último, el combate mediante el cual
se definirá un vencedor. Estas fases, someramente presentadas y que admiten
muchas instancias intermedias, permiten definir una expectativa, no sólo para
quien conoce esta práctica cultural, sino como parte de una conocimiento de
“sentido común”. Así, el hecho de lanzar los gallos previamente encrespados al
palenque, supone el cumplimiento de expectativas como son las de que los ga-
llos vuelen y caigan en el centro del redondel. Otras expectativas dependen del
conocimiento del ritual, como es la serie que es posible reconocer en el mismo

232
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Octavo capítulo. Interacciones Aspectuales

ejemplo entre examen, apuesta, combate, ganancia, que define la trayectoria


de los apostadores. Los asistentes están entonces en derecho de esperar un
desarrollo previsible, aunque no su desenlace. De manera que todo retraso en
el proceso, su interrupción o la irrupción de sucesos no previstos constituyen
fuentes de resemantización que afectan, por igual, la asignación de un tipo a
los sucesos involucrados que su inscripción como fase en el macrosuceso así
constituido. Un ejemplo más de actividad programada o ritualizada permite
precisar el procedimiento.
La semiótica antropológica (I. Geist, 2005) ha reconocido el papel de
los tipos de suceso en la organización de las prácticas rituales. Es así que, por
ejemplo, los rituales de sacrificio durante la Semana Santa entre los huicholes
y coras ponen en juego la suspensión de las actividades cotidianas de los practi-
cantes para instaurar un tiempo liminar (el mundo de los “judíos borrados” de
los coras, que corre de miércoles a sábado), en el cual se llevan a cabo activida-
des y ejecuciones específicas del periodo, caracterizados notoriamente por una
inversión de los papeles: “el mundo de los borrados es al revés” (Geist, 2005:
39). Entre los huicholes ese periodo culmina con el momento paroxístico del
sacrificio de un borrego (ibíd.: 94 95), que es un logro puntual con el que
se inaugura una serie de sacrificios de toros: “el sacrificio es un acto liminar
por excelencia, no obstante, la serie de los sacrificios de toros sólo es posible
realizarla después del sacrificio del borrego” (ibíd.: 96). Es decir, el momento
puntual inicia la realización de ejecuciones que, como conjunto, constituyen
una serie “potencialmente ilimitada”. La autora subraya el hecho de que el
sacrificio singular constituye un momento “intenso”, “punto de anclaje de
todas las acciones rituales” (ibíd.: 97): es decir, los sacrificios subsecuentes se
ven resemantizados como un conjunto de ejecuciones que constituyen una
actividad y no como una multiplicidad de logros. La nueva aspectualización
opera en virtud de una eficacia atribuida al logro inicial: “el sacrificio singular
del borrego, en realidad es un logro que pone fin a todos los esfuerzos previos
de la dinámica ritual y pone fin al esfuerzo de destruir el pasado reciente para
llegar al pasado remoto [representado en especial por el tiempo liminar de los
“borrados”], al último umbral del tiempo topológico” (ibíd.: 98). Como se
aprecia, la asignación de un valor como tipo de suceso depende del lugar que
se le asigna en las distintas fases del ritual: el sacrificio singular del borrego
interrumpe la secuencia de los borrados y abre paso a una nueva secuencia; es

233
Roberto Flores O.

ambivalente, final e inicial al mismo tiempo. La interacción entre tipo y fase es


producto de los juegos del devenir y del sobrevenir en los rituales y los relatos.
La eficacia de un suceso para producir una inflexión en el relato y asignar
a otros sucesos nuevos valores aspectuales es un ejercicio de retrasos y anticipa-
ciones. Ya merito viene se dice en español mexicano y, con ello, el suceso se ve
situado con respecto a un sistema de expectativas marcadas por el adverbio (su
importancia para la progresión narrativa será analizada en el siguiente capítu-
lo): el suceso se sitúa en un momento del tiempo y su localización es juzgada
con respecto a un momento de referencia correspondiente a su realización
esperada. De esta manera, el advenimiento del suceso puede ser considerado
como retrasado o anticipado con respecto al momento esperado.
El sentido de la palabra inminencia permite abundar sobre la riqueza de
efectos de sentido ligados a la velocidad con la que un suceso adviene y su
relación con las expectativas. Ésta resulta de examinar la fase final de un suceso
(S1) desde un suceso subsecuente (S2) y de identificar ese final con el nombre
del suceso que está por comenzar. El suceso del nivel enunciativo (S3) aquí in-
volucrado es el acto de anticipación mediante el cual se asume, desde la enun-
ciación enunciada, que el suceso subsecuente (S2) aún no se ha llevado a cabo.
El ejemplo anterior sugiere una relectura del análisis de I. Geist sobre el
ritual. La ambivalencia aspectual del sacrificio singular, como bisagra del relato
que cierra y abre a la vez secuencias distintas, obtiene su eficacia de los retrasos
y anticipaciones en el devenir de los sucesos que propicia. El frenesí que ca-
racteriza la actividad de los borrados, la multiplicación de sus acciones y la in-
tensidad de la violencia abogan por un incremento en la velocidad del flujo de
sucesos. Sin embargo, el incremento de la intensidad no logra culminar en el
retorno pleno de los tiempos remotos (tarea desmesurada, aparentemente): la
irrupción del logro interrumpe la empresa inane y la sustituye con una serie de
ejecuciones que paradójicamente, dado su carácter repetitivo, no suponen un
progreso en los tiempos, la recuperación del tiempo mundano, sino que repre-
sentan una stasis paroxística: intento aparente de prolongar el logro singular.

234
NOVENO CAPÍTULO
PROGRESIÓN NARRATIVA

1. INTRODUCCIÓN

A l hacer eco a la Poética de Aristóteles, P. Ricoeur (1980:


18, itálica del autor) erige la tripartición entre inicio,
medio y fin en el rasgo más característico de la historia:

Toda historia puede ser, o debe ser, la historia de una “entidad”


que tiene un inicio, un medio y un fin.

Esta cita se sitúa en la discusión en torno al sentido del


concepto de acontecimiento (événement, en francés) en la
investigación histórica, cuya finalidad es construir un relato
de ellos, en cuanto son entidades singulares situadas en el
tiempo: de ahí que atribuya la estructura tripartita de fases al
acontecimiento, como producto del conocimiento histórico.
Debe, sin embargo, reconocerse que, para el mismo autor (P.
Ricoeur, 1980: 19), el acontecimiento es construido al mis-
mo tiempo que el relato que lo contiene; esta concomitancia
no debe, sin embargo, confundir los procesos constructivos,

235
Roberto Flores O.

pues en un caso se crea un conocimiento y, en el otro, un relato. De modo que


las fases de las entidades históricas son, en primera instancia, fases de aquello
que es narrado, antes de ser fases de aquello que es conocido.
¿A qué responde la tripartición como fenómeno semiótico? ¿Por qué no
dividir —si división hay y no agrupación— en dos, cuatro o más fases? No hay
un criterio referencial, ni tampoco formal o hipotético deductivo, sino que su
generalidad es de facto y no postulada: la relevancia de esta partición podría
tentar a alguien a atribuirlo al principio pitagórico que reconoce la perfección
al número tres, en su capacidad de expresar el inicio, el desarrollo y el final
del ser, o reconocer ahí la fuerza esquematizante de la corporalidad que vería
en la tripartición la capacidad del ser humano de reconocer en un cuerpo es-
tructurado, no necesariamente humano, extremidades y tronco. En tal caso, el
reconocimiento de las partes seguiría un principio de segmentación en parte
estructural —el tronco une las extremidades— y en parte funcional —las ex-
tremidades son usadas para asir objetos y caminar—. O quizá corresponda a
un principio localista que distingue dos bordes extremos en los cuerpos longi-
líneos y los opone al centro (como se sugirió aquí al abordar las fases de suce-
so). Es posible que la tripartición sea también un efecto de sentido que deriva
de las tesis de P. Ricoeur acerca del papel de la mise en intrigue —la elaboración
de tramas narrativas— como fundamento de la comprensión de la historia y
el hecho de que las unidades que componen esas tramas son productos del
lenguaje. En ese caso, la división en fases opera a partir del carácter discreto
de las magnitudes lingüísticas y no sobre los objetos cognoscitivos. Con ello
adopta la serie (H)SA, en la que la estructura de los sucesos narrados condicio-
na el conocimiento de los acontecimientos: específicamente, los componentes
del relato histórico se construyen tomando como modelo las ejecuciones, con
sus dos bordes y su fase intermedia. Pero, en tal caso, si la tripartición en lin-
güística está en el origen del reconocimiento de fases de un suceso, habría que
fundamentar si también está en la base del relato entero.
Puestos frente a frente, los sucesos aislados y la totalidad que componen
son comparables, pues ambas son magnitudes semióticas que comparten atri-
butos semánticos, entre los que se encuentra la estructura de fases. Sin embar-
go, no basta con sostener que, al igual que el suceso, el relato entero tiene un
inicio, un desarrollo y un final, sino que es preciso mostrar el modo en que la
serie de sucesos conduce a la construcción de una entidad total dotada, a su
vez, de inicio, medio y fin, cuyo recorrido desborda la idea de orden secuencial

236
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Noveno capítulo. Progresión narrativa

de sus componentes narrativos para dar lugar a la noción de progresión na-


rrativa de los relatos, es decir, la idea de que cada suceso es un eslabón de una
cadena que conduce hacia un final.
La analogía entre las unidades de extensión media (los sucesos) y las de
gran extensión (los relatos) sugiere que lo que es propio del suceso también lo
es del relato, en la medida en que un relato es susceptible de ser considerado
como un macrosuceso. El ordenamiento secuencial del relato descansa en el
hecho de que los sucesos en él incluidos constituyen una totalidad, dotada de
unidad, extensión y perfectividad. Esto es conforme con la Poética de Aristó-
teles (1946: 12):

(1450b) Dejamos además por bien asentado que la tragedia es imitación de una
acción entera y perfecta y con una cierta magnitud, porque una cosa puede ser
entera y no tener, con todo, magnitud. Está y es entero lo que tenga principio,
medio y final; siendo principio aquello que no tenga que seguir necesariamente a
otra cosa, mientras que otras tengan que seguirla a él o para hacerse o para ser; y
fin, por el contrario, lo que por naturaleza tiene que seguir a otro, sea necesaria-
mente o las más de las veces, mas a él no le siga ya ninguno; y medio, lo que sigue
a otro y es seguido por otro.

Ricoeur (1983: 81) comenta el pasaje en los siguientes términos:

...si [de acuerdo a Aristóteles] es posible subordinar la sucesión a una conexión


lógica, esto se debe a que las ideas de inicio, de desarrollo y de final no surgen de
la experiencia: no son rasgos de la acción efectiva, sino productos del orden del
poema.

Si las fases de un relato responden a la estructura en fases de los sucesos


entonces en los relatos típicos, una serie ordenada de ejecuciones da lugar a
una macroejecución: este es el sentido de una progresión narrativa hacia una
culminación y constituye el fundamento sobre el que es posible plantear el
análisis de los relatos como una jerarquía de acciones y sucesos. Pero en otros
casos, como los siguientes, es preciso recurrir a las interacciones aspectuales
para reconocer el sentido de la progresión narrativa.
1. La huida a Tlaxcala después de la Noche Triste es presentada en fray
B. de Sahagún (1988) como un conjunto de ejecuciones que compo-

237
Roberto Flores O.

nen una actividad de duración potencialmente indefinida, pero que


se ve fácticamente delimitada por la afectación de un objeto definido
por el trayecto que va de Tenochtitlan a Tlaxcala, el cual es finito.
2. En fray D. Durán (1967 [1581]), la construcción del imperio mexi-
cano es presentada como un conjunto de guerras que se acumulan
potencialmente de manera indefinida y que, en última instancia, son
interpretadas como la puesta en práctica de la naturaleza belicosa de
los mexicanos.
3. Otros casos, que ya han sido mencionados aquí, corresponden al ite-
rativo estricto o al frecuentativo, que corresponden al surgimiento
de un suceso del tipo actividad mediante la reiteración de un suceso
temporalmente acotado, sea un logro o una ejecución: este caso es el
de los anales, por poco que no incluyan eventos extraordinarios.
4. Hay historias cuya eventual culminación no es perceptible desde el
inicio del relato y que, por ello, son susceptibles de ser caracterizadas
en sus fases iniciales como una actividad y no como una ejecución (o
la inversa) o cuya caracterización es vaga y da lugar a divergencias en
la interpretación: el mito de Sísifo ofrece un ejemplo de una ejecu-
ción sin fin, interpretable como una actividad.
5. Las historias ejemplares narran sucesos cuyo sentido no es exclusiva-
mente singular, sino que se presentan como modelo a seguir, digno
de ser imitado (o repudiado, en su caso); esas historias tienen un valor
genérico, que no se centra esencialmente en la repetición, sino que
deriva de su utilidad como modelo: este es el caso de las narraciones
históricas utilizadas como exempla durante la evangelización novo-
hispana (D. Déhouve, 2010), práctica preconizada por el franciscano
D. de Valadés en su Rhetorica Christiana (1989 [1579]), que M. A.
Galván (2011) estudia desde una perspectiva semiótica.
6. No toda serie de ejecuciones da lugar a una macroejecución, en la
medida en que existen formas de relato, tales como la llamada histo-
ria episódica, en donde los sucesos se yuxtaponen unos a otros o se
engarzan como incidentes inconexos que no constituyen una serie
ordenada hacia un final; en tales casos es posible que se establezcan
conexiones locales entre sucesos que no producen un efecto de senti-
do global (ver los comentarios de J. Lockhart (1993: 7) con respecto
al Libro 12 del Códice Florentino).

238
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Noveno capítulo. Progresión narrativa

El objetivo de este capítulo es explorar la posibilidad de que las fases de los


sucesos sirvan de modelo para la tripartición del relato; mostrar cómo es que
se transita del contraste entre los distintos tipos de sucesos al reconocimiento
de una continuidad entre sucesos, basada en la integración de dichos sucesos
en macrosucesos, para llegar a plantear el avance del relato de acuerdo a una
escala progresiva de dinamicidad y determinar si ese tránsito es continuo o si
existe una discontinuidad conceptual entre sucesos y relato.

2. PROGRESIÓN VS. SECUENCIALIDAD

Es preciso superar la simple analogía entre relato y suceso, incluso aunque este
sea un macrosuceso, así como tampoco podría haber analogía entre el relato
y la palabra o la oración. Esto equivale a plantear el contraste radical entre
secuencialidad y progresión narrativa, una diferencia que excluye toda solu-
ción de continuidad entre ambos conceptos, una divergencia entre ambos que
deriva del carácter local o global de las magnitudes semióticas involucradas en
uno y otro concepto. No basta con considerar que la convergencia de sucesos
define su orientación hacia un final, pues es posible coincidir con P. Ricoeur,
quien afirma que la inteligibilidad gobierna la secuencialidad. De manera que
es preciso determinar el principio que rige la comprensión de las series de
sucesos como relatos.
Cuando se adopta la perspectiva jerárquica de la programación narrativa,
el tránsito del suceso al relato se torna evidente. Si el relato se define como una
transformación de estados, al igual que la definición de esos sucesos que son
las ejecuciones, y si un relato está compuesto por un conjunto jerarquizado de
ejecuciones, entonces la conclusión natural es que el relato es una ejecución
máxima. De manera que la pregunta no es si hay una identificación entre el
suceso y el relato, sino si el hecho de ser ambos transformaciones de estado es
suficiente para dar cuenta de la naturaleza propia del relato. De ser la respuesta
afirmativa, entonces la secuencialidad narrativa —el hecho de seguir cada uno
de los sucesos en su realización— sería suficiente para captar el desarrollo del
relato: en tal caso no habría nada en la progresión narrativa que escapara a la
sucesión de sucesos: el relato tendría la misma estructura que sus componentes
básicos. Pero la premisa de esta concepción es que el relato está construido
alrededor de un suceso central, responsable de la transformación narrativa y,

239
Roberto Flores O.

en ello, encuentra sus limitaciones. Se apoya en una noción del relato (y de la


historia) como producto de cambios radicales de situación; ignora las stasis y
los cambios graduales que, de tan graduales, llegan a ser prácticamente imper-
ceptibles; desconoce también los relatos sin fin o aquellos análogos a los verbos
de devenir. De manera notable, restringe la progresión narrativa a la captación
de los sucesos pivote en los que se efectúan las transformaciones fundamenta-
les. Esta concepción opera de facto una distinción entre sucesos contingentes
que acompañan y propician los sucesos considerados fundamentales. Con ello
sólo se llegaría a la conclusión errónea de que la progresión narrativa no es una
propiedad de todos los relatos.
La historiografía de la Conquista ofrece varios ejemplos desviantes de la
concepción estándar del relato.
J. de Acosta (1979 [1590]: 373-374) culmina canónicamente su relato:
el último capítulo es un recuento de milagros que justifica la idea de que el
desenlace de la Conquista era un hecho providencial:

Quiero dar fin a esta historia de Indias con declarar la admirable traza con que
Dios dispuso y preparó la entrada del Evangelio en ellas, que es mucho de consi-
derar para alabar y engrandecer el saber y bondad del Creador.

En contraste, fray D. Durán (1967 [1581]: 575-576) plantea un devenir


decadente, posterior a la derrota de los mexicanos:

Y porque de aquí en adelante me obligan a hacer otro tratado de las cosas pasadas,
desde este punto hasta estos infelices y desdichados tiempo, y de las calamidades
que esta riquísima, fertilísima y opulentísima tierra y la ciudad de México han pa-
sado y decaído desde aquellos tiempos acá, y la caída de su grandeza y excelencia,
con pérdida de tanta nobleza de que estaba poblada y acompañada y de la miseria
y pobreza a que ha venido, concluiré con este tratado, a honra y gloria...

Ambos autores llegan a un final definido por una transformación de


estado, pero sólo en el primero es posible reconocer una liquidación de ca-
rencia; la decadencia presente que el dominico constata, encuentra un punto
de contraste con la “grandeza y excelencia” de los nobles mexicanos, que la
Evangelización no logra opacar. No hay, pues, en este autor, una culminación
propiamente dicha, sino una interrupción.

240
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Noveno capítulo. Progresión narrativa

Un tercer ejemplo es la Historia de Tlaxcala del mestizo tlaxcalteca Diego


Muñoz Camargo (1972/1892 [1591]). Su relato termina con una enumera-
ción de hechos que caracterizan la instauración del virreinato español a la ma-
nera de una crónica, relato imperfectivo que no se limita a ser una cronología,
pero cuyos breves despliegues narrativos no bastan para caracterizar como una
historia propiamente dicha. El final se desdobla en los planos enunciativos y
enuncivos. En el nivel de los sucesos, los últimos capítulos (VIII-X) muestran
la caída del relato en una stasis, desde una perspectiva hispana. Es un relato de
los primeros años de la Colonia que alterna cambios de autoridades virreinales
con recuento de expediciones y de revueltas, además de otros sucesos. La últi-
ma frase (ibíd.: 278) es una interrupción, pero que a diferencia de D. Durán,
no es enunciva, sino enunciativa; es una frase catafórica que promete nuevas
informaciones. El relato queda, pues, incompleto, pero sin que este hecho
autorice a considerarlo un relato perfectivo, sino más bien imperfectivo.

El Marqués de Villa Manrique gobernó cuatro años, en su tiempo ovo muy gran-
des negocios, que de algunos dellos trataremos en suma.

Por su parte, las últimas palabras del relato de fray B. de Sahagún (1988:
862) plantean una integración de la Conquista a la visión indígena del mundo:

Luego allí habló otro principal que se llamaba Mixcoatlailótlac Ahuelitoctzin:


“Dile al señor capitán que cuando vivía Motecuzoma, el estilo que se tenía en
conquistar era éste, que iban los mexicanos y los tetzcucanos y los de Tlacupa y
los de las chinampas; todos juntos iban sobre el pueblo o provincia que querían
conquistar, y después que la habían conquistados, luego se volvían a sus casas y a
sus pueblos. Y después venían los señores de los pueblos que habían sido conquis-
tados, y traían su tributo de oro y de piedras preciosas y de plumajes ricos. Y todo
lo daban a Motecuzoma. Todo el oro venía a su poder.”

El relato se reintegra a una stasis hecha de batallas e imposiciones de tri-


buto. La Conquista aparece, así, como un episodio más de la historia de los
mexicanos, en el que cambia la identidad de los vencedores y de los vencidos,
pero permanecen vigentes las prácticas ancestrales. Aquí no hay culminación
ni interrupción sino reiteración, con lo que el relato se torna imperfectivo.
A partir de lo expresado hasta este momento, es posible afirmar que no

241
Roberto Flores O.

hay tránsito ininterrumpido entre la secuencialidad y la progresión narrativa y


que se requiere de operaciones semióticas suplementarias para hacer un relato
de una serie de sucesos. Esas operaciones darán cuenta de la unidad narrativa
de relatos que no sólo se conforman al modelo de las ejecuciones, sino que in-
cluyen composiciones imperfectivas. Si la progresión narrativa se redujera a la
secuencialidad, entonces el único modo de lectura de los relatos sería cursivo.
La inteligibilidad del relato se reduciría a lo que una memoria que operaría por
la acumulación de las páginas transcurridas y a lo que la ventana de atención
le ofreciera en cada instante de la lectura. La comprensión sería instantánea
y recapitulativa, con exclusión de cualquier forma de proyección al futuro o,
incluso, de protensión. Tornar una serie de sucesos en relato significa aportar
los criterios de su inteligibilidad, lo que supone la intervención de la instancia
de la enunciación. Sin embargo, esta intervención debe ser cuidadosamente
examinada y contrastada con otros modelos de relato.

3. LA UNIDAD DEL RELATO

Vale la pena detenerse un poco en el último caso señalado (Sahagún, 1988), no


sólo por la importancia de ese texto en la historiografía de la Conquista, sino
por la singularidad de su adscripción cultural, que deriva de las circunstancias
de su elaboración y que ha sido debatida en múltiples ocasiones. La obra se
compone de un texto escrito en náhuatl, al que le acompaña una versión, a
veces resumida y comentada, en español y de múltiples ilustraciones. Frecuen-
temente se asume que el primer texto es obra de los informantes indígenas de
Sahagún y que, por ello, refleja una “visión de los vencidos”; en cambio, el
texto en español sería obra del franciscano, quien asumiría el punto de vista
hispano. Pero la adscripción cultural de ese texto sigue siendo problemática,
pues tanto los informantes como el traductor estaban siendo sometidos a pro-
cesos muy fuertes de aculturación, sea debido a la evangelización, sea por la
necesidad de comprender la lógica del pensamiento nahua. Con respecto al
Libro 12, en donde se narra la Conquista de México, el punto de partida es
la existencia de dos textos, uno en náhuatl y otro en español, sin suponer de
inicio, que esta diferencia de lengua obedece a un cambio de perspectiva his-
toriográfica: concluir lo uno de lo otro es un prejuicio interpretativo que debe
ser confrontado a la luz de un examen minucioso del contenido de ambos

242
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Noveno capítulo. Progresión narrativa

textos. Este apartado no es, sin embargo, el lugar apropiado para llevar a cabo
tal tarea, aunque es posible apuntar algunas direcciones de investigación, sobre
todo en lo que atañe a la unidad narrativa de la historia así contada.
Las reflexiones siguientes tienen como objeto la versión que da Sahagún
del texto en náhuatl: buscan mostrar el modo específico en que, ahí, se pro-
duce el vínculo entre secuencialidad y progresión narrativas, a partir de la
constatación hecha por J. Lockhart (1993) de que en el Libro 12 no existe
una progresión narrativa hacia un final, como sucede en la historiografía oc-
cidental, sino que la historia se compone de episodios (del griego epeisódion
‘intermedio, parentético, adventicio’), débilmente concatenados y, por lo tan-
to, prescindibles —aunque poseen una completud interna, culminan en sí
mismos, son independientes de otros contenidos y susceptibles de ser leídos
como microrrelatos independientes—. Al ser reunidos en conjuntos más am-
plios esos episodios no se encadenan para formar un relato.

Un aspecto notable del Libro Doce del Códice Florentino es su carácter visual y
episódico; aunque secuencial, la historia está constituida en gran medida median-
te una serie de instantáneas de escenas individuales (J. Lockhart, 1993: 7).

Esta característica no se extiende a lo largo de todo el Libro 12. Para apre-


ciarla es preciso dividir el texto de acuerdo a criterios narratológicos de tema,
espacio, tiempo y actor. Al tomar como marcas de disjunción las distintas
temáticas del relato que se inauguran mediante traslados espaciales, cambios
de época y aparición y desaparición de actores, es posible reconocer cinco
grandes partes que abarcan el conjunto del Libro, desde el primer capítulo
hasta el XLI. La primera gran parte corre del capítulo I al IX y narra la llegada de
los españoles a las costas del Golfo: comprende tres apartados que se refieren,
respectivamente, a los presagios de la Conquista, la llegada de Juan de Grijalva
y la llegada de Cortés. La segunda parte, que va del capítulo X al XIV, relata
los acontecimientos que ocurrieron durante la estancia de los españoles en
Tlaxcala, hasta su traslado a Iztapalapa: incluye cinco apartados que refieren,
respectivamente, el desplazamiento de los españoles a Tlaxcala, la estancia en
ese señorío, el ataque a la ciudad de Cholula, el traslado a México y las ten-
tativas de cerrarles el camino por parte de los mexicanos. La tercera parte va
del capítulo XV al XXII y se subdivide en tres apartados que narran la llegada a
Iztapalapa, el encuentro de Cortés con Moctezuma, su aprehensión y posterior

243
Roberto Flores O.

muerte que condujeron a la matanza del templo de Huitzilopochtli. La cuarta


parte corre del capítulo XXIII al XXIX y relata el sitio que sufrieron los españo-
les y su huida hacia Tlaxcala, la que comenzó en la célebre Noche Triste. La
quinta parte va del capítulo XXX al XLI, es la más larga de todas, y se subdivide
en cinco apartados que incluyen el retorno de los españoles a Tenochtitlan, el
inicio del sitio, la traición de las tribus chinampanecas, el sitio final en Tlate-
lolco, la derrota mexicana y la disputa por el oro.
La estructura episódica de esta historia es claramente visible, no tanto en
su inicio (partes 1 a 3, de las cinco en que lo he subdividido, que correspon-
den a los capítulos I a XXIII), sino sobre todo en sus partes finales (4 y 5), en
donde se narran las distintas etapas de la huida de los españoles hacia Tlaxcala,
después de la Noche Triste (capítulos XXIV a XXIX), y las distintas batallas y
escaramuzas que se dieron durante el sitio de Tenochtitlan (XXX a XLI). Así, por
ejemplo, en la cuarta parte, la huida hacia Tlaxcala (4.1., caps. XXIV a XXVIII)
es relatada mediante un recuento del camino que siguieron los españoles y el
recibimiento que les dieron los distintos pueblos del camino. A pesar de las
apariencias, la organización secuencial no es temporal puesto que cada etapa
podría ser omitida o reordenada sin mayor detrimento de la narración. Tam-
poco el hilo conductor de esa gran secuencia, en su estructura global, posee un
orden lógico presuposicional, sino de carácter espacial: es la geografía la que
impone un orden en las distintas etapas del camino. El orden lógico, así como
el orden temporal, se subordina al orden del desplazamiento: las relaciones de
presuposición sólo son relevantes al interior de cada una de las distintas subse-
cuencias para dar coherencia a las acciones realizadas en cada una de las etapas.
En la quinta parte, salvo la última subsecuencia —la disputa por el oro
(5.5., caps. XXXIX a XLI)—, el grueso del relato narra distintas peripecias del
sitio a Tenochtitlan, ataques y contraataques, combates singulares, incursiones
que no ofrecen un verdadero sentido de progresión hacia un final. Dicho de
otro modo, ninguno de esos episodios anticipa la derrota de los mexicanos u
otro aspecto del desenlace: cualquiera de ellos puede ser leído por alguien ig-
norante del desenlace del conflicto, sin que se aprecie un cambio sustancial en
la correlación de fuerzas. De hecho, muchos de esos sucesos son incidentales
y podrían ser igualmente omitidos o su orden trastocado sin detrimento del
relato global.
Un ejemplo de esta última parte permite ilustrar esta característica del re-
lato: el capítulo XXXVII comienza relatando cómo los españoles cegaban de día

244
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Noveno capítulo. Progresión narrativa

las acequias para poder incursionar y los mexicanos las abrían de noche, pasa a
contar la incursión de un bergantín en el barrio de Atlicueyan, luego refiere el
enojo de los de Cuitlahuac cuando, equivocadamente, pensaron que su señor
había sido asesinado por los mexicanos —lo que da lugar a un diálogo refe-
rido en estilo directo—, finalmente relata en primera persona una incursión
española en Tlatelolco. Es evidente el carácter vívido de ese relato, así como
su excesiva fragmentación, lo que se marca mediante el empleo reiterado del
introductor “otra vez”. En unas cuantas líneas lo vemos pasar de un tema a
otro, así como de un estilo indirecto a uno directo y de la tercera a la primera
persona: estas súbitas transiciones se acompañan de profusos detalles carto-
gráficos y de referencias a las acciones de individuos específicos, identificados
mediante sus nombres y sus rangos militares, y no simplemente a acciones
atribuidas genéricamente a cualquiera de los bandos, como sucede en la pri-
mera secuencia del capítulo.
Ejemplos como éste plantean la necesidad de un sentido global del relato
que rebase la simple adición del significado específico de cada una de sus par-
tes, como preconiza una cierta idea de la composicionalidad cuando es llevada
al ámbito del discurso. El texto de Sahagún es un ejemplo de relato que no
responde en todo momento a un relato orientado hacia el final, como sucede
dentro de la historia providencialista habitual en la época, así como también
escapa a cualquier otra configuración totalizante; su armadura laxa requiere ser
caracterizada sin detrimento de su calidad de relato.
Si regresamos un instante a J. Lockhart vemos que él señala tres rasgos
de esta peculiar historia: su carácter episódico, visual y acumulativo (aunque
secuencial, la historia está constituida en gran medida mediante una serie de ins-
tantáneas de escenas individuales). Acabamos de comentar e ilustrar aquí el
carácter episódico. En cuanto al carácter “visual” de las escenas contadas, éste
remite al hecho de que, si bien el relato es de la Conquista de Tlatelolco y
Tenochtitlan y tiene como protagonistas principales a los mexicanos y a los
españoles, lo que aparentemente favorecería un relato destinado a mostrar los
grandes momentos de esa empresa, en múltiples capítulos el relato se detiene a
referir acciones a cargo de individuos específicos que no hacen avanzar el rela-
to, sino que se insertan en el texto como episodios aislados. De esta manera, se
obtiene un relato vívido, que ofrece múltiples detalles a la imaginación, como
son los nombres y cargos de los protagonistas del episodio, sus exclamaciones,
atributos notables y vestimentas, etc. Esto se da con mayor énfasis en el texto

245
Roberto Flores O.

en náhuatl, mientras que el texto en español a veces abrevia largas descripcio-


nes. Todos estos elementos contribuyen a dar colorido al relato e individuali-
zan fuertemente cada una de las escenas relatadas, aunque no hagan avanzar la
narración. La visualidad subraya entonces el carácter episódico de la historia,
la independencia relativa de cada una de las escenas, el carácter sincopado de
la secuencialidad narrativa y su falta de vínculo evidente con el final del relato,
lo que subraya la debilidad de la progresión narrativa.
En cuanto al efecto acumulativo, en los relatos de origen europeo es muy
fuerte su orientación teleológica, hacia la conclusión de las acciones: en ellos,
cada acción relatada es una pincelada que contribuye a pintar un panorama
de conjunto; cada acción, cada suceso contribuye con su sentido inherente
a componer el relato y, al mismo tiempo, se ve modificado por el contexto
en el cual se inserta. Estos rasgos se verían puestos en entredicho al enfrentar
formas de narración en las que las unidades accionales y evenemenciales sólo
se integran en episodios y no en relatos; es decir, las unidades de nivel menor
no componen unidades de nivel mayor sino unidades de nivel medio, que
aquí he llamado “episodio”; no llegan a integrarse en totalidades más amplias,
no componen un cuadro entero sino una historia que se antoja interminable.
Con esto no quiero sugerir que las narraciones históricas en lengua nahua
presentan un déficit de coherencia con respecto a los relatos occidentales, se
trata, más bien, de una concepción alternativa de narración, cuya razón es
preciso elucidar.
Poner en relación las modestas dimensiones de una escaramuza con la
monumental duración de la epopeya en la que se inscribe es un problema de
escala que exige mediaciones entre la unidad de menor alcance y la unidad
total. Así, en un relato de Conquista, una escaramuza sólo es una entre muchas
y se produce en alguna de las fases que componen una batalla; a su vez, ésta se
integra como una de las varias que componen la guerra, la cual conduce al final
del imperio y el inicio de la ocupación. La ausencia de unidades intermedias
produce el efecto acumulativo de episodios, pues se pierde el vínculo entre la
escaramuza y el final del imperio: en esas circunstancias no es posible apreciar
la dinámica de fuerzas que se pone en juego en la escaramuza, cuyo desenlace
conduce al final que la historia narra. En suma, se pierden los efectos semánti-
cos de la causalidad que vinculan unos episodios con otros y con la guerra en
su conjunto. Se produce, entonces, un efecto de incongruencia que es preciso
superar si se quiere entender el sentido de estas narraciones. ¿Cómo se ligan las

246
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Noveno capítulo. Progresión narrativa

micronarraciones con la macronarración? ¿Cómo se integra un episodio en la


historia universal? ¿Cómo conjugan las distintas formas de la historiografía las
duraciones diferenciales, las escalas en que son juzgados los sucesos?
Grosso modo, es posible identificar la historia occidental con un relato per-
fectivo, mientras que algunos ejemplos de historia en náhuatl, como la Crónica
Mexicáyotl de Alvarado Tezozómoc (1992 [1609]), aparecen como relatos im-
perfectivos. El carácter abierto de esta última es responsable de la ausencia de
progresión narrativa y es conforme con una historia ajena al individuo: en ella,
los personajes no poseen propiamente una biografía, ni evolucionan, así como
tampoco obedecen a motivaciones personales producto de su experiencia; las
acciones en las que se ven involucrados son genéricas, estereotipadas y no se
singularizan, sino que tienen un carácter casi ritual.
Así, es posible reconocer el carácter episódico de la Conquista, tal como
se encuentra relatada en el Códice Florentino, con lo que pareciera perderse
el sentido de unidad del relato entero. Sin embargo, las distintas peripecias
encontradas no logran hacer olvidar la conclusión del relato. De hecho, pesar
de su carácter gratuito, sobre los episodios pesa sin descanso el destino final,
como conviene en una historia providencialista (aunque esto no sea atributo
exclusivo suyo). La proliferación de episodios parecen diferir el resultado final,
aunque no logre impedirlo, y su presencia, más que un impedimento, parece
reforzar la importancia y el esfuerzo requerido para llegar a él. Este recurso es
similar al que responde la triplicación de las pruebas en los relatos fantásticos.
Las secuencias episódicas que retrasan el desenlace cumplen, de hecho,
dos funciones: una es el retraso, que indudablemente existe y que pone en
relieve la persistencia del desequilibrio narrativo, motor del relato; la otra es
de carácter enunciativo y remite a la expectativa del final, espera que se ve
exacerbada como un modo de subrayar la importancia del envite. Al proseguir
la lectura para conocer el cómo de la culminación del relato, los episodios na-
rrados son interrogados en torno a su lugar en la progresión. En algunos casos,
la proliferación de ellos impide su reconocimiento como parte de una fase de
la trama y son susceptibles de ser interpretados como digresiones inútiles. Sin
embargo, es preciso reconocer la fragilidad de ese juicio, que depende, ante
todo, de la escasez de datos necesarios para llegar a una conclusión, lo que
notoriamente sucede cuando se echan de menos intervenciones interpretativas
de parte de la enunciación enunciada. Me parece que esta es la situación que
impera en el Libro 12 del Códice Florentino: en donde el relato de escaramuzas,

247
Roberto Flores O.

emboscadas, avances y retrocesos se acumulan sin permitir apreciar la evolu-


ción de conjunto. Para dar cuenta de este modo de articulación del relato,
además de la consecución del fin, que es un motor de la progresión narrativa
que busca acelerar el desarrollo de las acciones al suscitar la impaciencia, hay
que reconocer la presencia de una perspectiva alternativa que consiste en el di-
ferimiento del final, con el que se pretende mostrar la dificultad de la empresa.
No es nada sorprendente que, al confrontar distintas versiones de la Conquis-
ta, ambas perspectivas se alineen respectivamente con los puntos de vista del
vencedor y del vencido. En el segundo caso, en especial, el diferimiento no se
produce para ensalzar la tenacidad de los vencedores, sino la resistencia de los
vencidos: para quien ha persistido en la lectura de los interminables capítulos,
el desenlace del sitio de Tenochtitlan llega casi como un alivio y no como una
información. La inevitable captura y rendición de Cuauhtémoc no culmina
el relato, sino que interrumpe la batalla: ese final es distensivo más que paro-
xístico.
Lo sorprendente viene más adelante, en el capítulo final, en donde te-
nochcas y tlatelocas comparecen frente a Cortés para realizar la entrega, no
del botín, sino del tributo, como el noble Mixcoatlailótlac Ahuelitoctzin se
encarga de explicar. Con la intervención de este personaje no se produce una
sanción final, lo que correspondería a la culminación de un relato, sino que se
deja en claro el establecimiento de una nueva circunstancia, que se inscribe en
la lógica indígena de las acciones. La Historia, el encadenamiento de hechos,
no culmina sino que prosigue.

4. ENUNCIACIÓN Y DINÁMICA DE LOS SUCESOS

Es posible reconocer en W. Labov (1972) una propuesta de estructura de las


narraciones que, al menos parcialmente, se apoya en consideraciones aspec-
tuales, específicamente las que se refieren a las fases de suceso. Por narración,
este autor entiende el acto mismo de narrar y no el resultado del acto, aunque
ese acto es captado desde el resultado. El modelo se articula alrededor de siete
componentes que responden a las siguientes preguntas:
• Resumen: ¿de qué trata?
• Orientación: ¿quién, qué, cuándo y dónde?
• Desarrollo de la acción: ¿entonces, qué sucedió?

248
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Noveno capítulo. Progresión narrativa

• Clímax narrativo: ¿cuál fue el punto culminante?


• Evaluación: ¿qué sentido tiene esta historia?
• Resolución: ¿qué sucedió finalmente?
• Coda: ¿qué relación tiene con el presente contexto?
Claramente la orientación, el desarrollo de la acción, el clímax narrativo y
la resolución componen las fases del relato que sirve de punto de partida para
captar la narración. Desde la perspectiva del autor la narración de las fases no
se efectúa en función del contenido evenemencial del relato, sino en función
de lo que podría ser llamado un modelo retórico de la progresión o secuencialidad
narrativas.

Un relato completo comienza con una orientación, prosigue con el desarrollo de


la acción, se suspende en el foco de evaluación antes de la resolución, concluye
con la resolución y, con la coda, regresa al oyente al tiempo presente (W. Labov,
1972: 369).

Los componentes de valor aspectual son responsables de la secuencialidad


del modelo, pero contra lo que la cita afirma, no se trata de un modelo lineal,
pues los componentes no se suceden unos a otros a lo largo de los relatos:
en especial, la evaluación puede encontrarse en momentos muy distintos de
los relatos. La no linealidad aparece de modo más claro en este componente
puesto que es aquél mediante el cual el enunciador indica lo que es el caso
en el relato (what is the point). La respuesta a la pregunta sobre el sentido de
la historia “se concentra en la sección de evaluación, pero [...] también se le
encuentra bajo formas variadas a lo largo del relato” (W. Labov, 1972: 369).
Se trata, pues, de un modelo heterogéneo que conjuga tanto contenidos
ligados al acto de enunciación como contenidos ligados al enunciado. En al-
gunos casos la estructura del relato se orienta claramente hacia la instancia de
enunciación (resumen y coda) y en otros con respecto al relato (orientación,
desarrollo de la acción, clímax y resolución). Dentro de esta bipartición, el
papel de la evaluación resulta problemático, pues pertenece a la instancia de
enunciación, pero al mismo tiempo se le asigna la responsabilidad de dirigir
el relato: esto ocurre así debido a que los componentes meramente enuncivos
no poseen un contenido semántico pleno sino aspectual y, por ello, no son
eficientes para promover el desarrollo del relato.
En el modelo, la progresión narrativa se produce como efecto de la fun-

249
Roberto Flores O.

ción evaluadora del enunciador, que es “lo que transforma una simple crónica
de sucesos en un relato” (S. Fleischmann, 1990: 144) y la que señala “hacia
dónde se dirige el narrador” (W. Labov, 1972: 366). Se trata de lo que en
semiótica narrativa es identificado como embragues enunciativos, es decir, el
modo como la instancia de enunciación se hace presente en el enunciado. Las
evaluaciones se encuentran tanto en intervenciones explícitas de un narrador,
sea éste intra o extradiegético, como también en todo elemento que califique
el contenido de los sucesos, por lo que podría decirse, por ejemplo, que cual-
quier adjetivo puede ser manifestación de esta función en la medida en que
no sea atribuido a un personaje en especial. Por ejemplo en (4), frase tomada
de un cuento popular, es posible preguntarse quién califica al asno de “pobre”,
en contraste con (5), en donde el calificativo “agradable” de la voz del mismo
asno es claramente obra suya:

4 No pensaba el pobre asno que también lejos de su primer dueño había de


correr riesgos.
5 Tal vez después de escuchar mi agradable voz de bajo se mostrarán con-
formes conmigo.

En última instancia, la elección misma de un léxico sería muestra de eva-


luación, con lo cual este componente se vuelve análogo a una función ideoló-
gica del lenguaje.
Es curioso que, en el modelo de W. Labov, el factor de dinamicidad del
relato no sea asignado al contenido del enunciado, a través, por ejemplo, de la
dinamicidad inherente al significado de verbos de acción, sino que es atribuido
a un componente que forma parte de la enunciación. El modelo exacerba el
papel que juegan los modos de manifestación de la enunciación enunciada, en
detrimento del desarrollo narrativo. En términos jakobsonianos (R. Jakobson,
1960), subordina la función referencial a la función emotiva, la que se vuelve
la medida del relato: es decir, subordina la dinamicidad propia del lenguaje a
la dinamicidad que el enunciador introduce a través del lenguaje; con lo que
la progresión narrativa se torna en un efecto del acto de narración y no de lo
narrado.
Es cierto que la narración de los sucesos —la función referencial— se
concentra en el desarrollo de la acción y en el clímax, pero esta narración
es desligada de la secuencialidad propiamente dicha, es decir, del factor que

250
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Noveno capítulo. Progresión narrativa

permite la dinámica narrativa. La función referencial se ve así vaciada de con-


tenido para reducirlo a un simple contenido informativo, una “mera crónica
de sucesos” —como dice S. Fleischmann (1990)— incapaz de hacer del relato
un relato. En consecuencia, tal parece que el enunciado juega únicamente el
papel de medio por el cual se establece la comunicación. Con ello, el relato así
concebido pierde su autonomía semántica, puesto que descansa en la interven-
ción de la instancia de enunciación. Dicho en otros términos y con respecto a
los objetivos de la discusión aquí planteada, que busca reconocer las relaciones
entre micro y macroestructuras narrativas, se trata de un modelo fundamen-
talmente heterogéneo que pone énfasis en lo que R. Barthes (1966) llamaba el
contenido argumentativo del componente retórico de la narración.
Como consecuencia de su contenido argumentativo, este modelo de na-
rratividad parece no enfrentar grandes dificultades en correlacionar el nivel
de las estructuras narrativas con el nivel de frase. En este último nivel la na-
rratividad laboviana se refleja principalmente a través de la subordinación, la
recursividad, el encastramiento y la coordinación de cláusulas “narrativas”. Sin
embargo, al menos dos problemas pueden ser planteados a esta teoría: por
una parte, la organización de las cláusulas entre ellas es considerada a priori
como una imagen icónica de la progresión narrativa del relato; por la otra, la
segmentación de un relato en secuencias y subsecuencias es considerada como
conducente ineluctablemente a la organización de las cláusulas. En cuanto a la
primera, es posible considerar que esto sucede así únicamente en relatos linea-
les, en los cuales la organización temporal de las acciones y los acontecimientos
se ve reflejada en la secuencialidad de las frases que componen el relato: por
poco que se complique la narración, pensemos en el Nouveau Roman o en
los constantes juegos temporales en Rulfo o en Proust, la asignación de una
secuencialidad narrativa a partir del encadenamiento de cláusulas se vuelve
altamente problemática. En cuanto a la segunda, la existencia de secuencias
truncas (la elipsis) cuestiona severamente la posibilidad de pasar del nivel de
las estructuras narrativas al nivel de las cláusulas, como señala A. J. Greimas:
“pienso en Los dos amigos de Maupassant. El cuento termina antes de que se
agoten las estructuras narrativas. Existe una especie de enlace con lo no dicho
del texto: es ahí de donde nace la posibilidad de diferentes interpretaciones”
(1976: 326). Por lo tanto, es necesario asumir que, si bien la teoría de W. La-
bov puede dar cuenta de relatos con una estructura temporal secuencializada,
encuentra dificultades para describir relatos un tanto más complejos (véanse

251
Roberto Flores O.

al respecto las críticas a los esquemas narrativos de la psicología cognoscitiva


señaladas por L. Diguer, 1993: 110).
Es posible postular modelos más o menos esquemáticos; en grado extremo
nada impide vaciar todavía más las estructuras narrativas de su componente
evenemencial y reducirlas a secuencias tales como inicio de un proceso (argu-
mentativo, accional o evenemencial), desarrollo del proceso y fin o cierre de la
secuencia una vez alcanzado el resultado. Con respecto a estas propuestas, no
podemos sino hacer nuestro el comentario de G. Brown y G. Yule (1983: 120):

El analista del discurso encontrará que no le dice mucho una investigación que
concluye con que un ‘relato’ se compone de un escenario más un tema, más una
intriga, más una resolución.

Si bien los sucesos no bastan para hacer de su conjunción un relato, no


es posible ignorarlos y hacer recaer en la enunciación la orientación hacia un
final. Se requiere una conjunción específica de las instancias enunciativas y
enuncivas para lograr que el relato tenga un sentido. La manera más sencilla de
concebir la unidad interna de los relatos consiste en suponer que su duración
es una suma de las duraciones de los sucesos que los componen. Pero, esto ha
sido refutado por las razones siguientes:
• El relato es más que la suma de sucesos.
• Los relatos terminan antes de que se agoten las estructuras narrativas.
• En un relato sin fin, las fases finales que sea posible encontrar no re-
miten al final del relato sino de alguno de sus sucesos componentes.
Si bien las fases establecen el carácter de totalidad del suceso al que
pertenecen, el conjunto del relato no forzosamente se produce con la
culminación de las unidades locales que contiene, sino mediante un
juicio de parte de la enunciación enunciada que determina el mo-
mento en que el relato se ve completado o suspendido.
Es preciso dotar a la dinámica interna de los sucesos de una orientación
narrativa, lo cual se logra al dotar a los sucesos de un asidero cognoscitivo que
permita juzgar su avance con respecto a la trama del relato. Este fundamento se
torna presente en la semántica de algunos adverbios temporales, en especial el
adverbio ya que será examinado en los dos últimos apartados, aunque antes es
preciso decir algunas palabras en torno a la velocidad con la que avanza el relato.

252
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Noveno capítulo. Progresión narrativa

5. PROGRESIÓN Y TEMPO

Los ejemplos de historiografía muestran que algunos relatos no requieren cul-


minar, pero no impiden el ordenamiento de los sucesos en fases. Este es el
sentido del señalamiento que hace C. Zilberberg (2006: 133) con respecto a
la estética de Charles Baudelaire, que invierte el orden habitual entre el im-
perfectivo y el perfectivo, para proponer un orden en el que la captación del
perfectivo apunta hacia el imperfectivo: si, señala el autor, la doxa indica que se
capta el imperfectivo (por ejemplo, en el progresivo) y se apunta hacia la per-
fectividad, en predicaciones de tipo concesivo la relación propuesta es paradó-
jicamente (en francés, paradoxe) inversa, pues hay obras que apuntan hacia un
valor de imperfectividad. De esta manera se promueve una diferencia crucial
entre la obra hecha (francés, faite) y la obra acabada (francés, finie); lo que le
permite concluir que una obra hecha puede no estar acabada o que una obra
hecha pueda no ser acabada: esa imperfectividad axiologizada es la que marca
el genio de los pintores impresionistas, pero también de algunos renacentistas.
La valoración de la imperfectividad deriva del hecho que los inicios y los
finales no son puntos fijos que, como estaciones de tren, marquen los extre-
mos inamovibles de un relato. Aunque el relato arranque o se acabe en un
punto dado, aunque se dirija a un final, esos momentos son susceptibles de
ser retrasados o adelantados. Los bornes entre los que se despliega el relato no
están fijos, sino que son manipulados por el relato mismo mediante distintos
recursos narrativos como son el empleo de adverbios temporales, el recurso al
sobreentendido o las relaciones de implicación entre lexemas, especialmente
los verbales, los juegos entre tiempos verbales, la administración de la sorpresa
y el suspenso, como lo muestra el adverbio ya.
Al respecto, es posible reseñar las reflexiones de C. Zilberberg en torno a
la velocidad de los sucesos y su efecto en la progresión narrativa. En su volun-
tad de escapar a una concepción objetivante del tiempo, que articula las épocas
en torno a la oposición entre antes y después, C. Zilberberg (2004) propone
articularlo como una alternancia de tiempos breves y largos, responsables del
tempo en el relato. Todo inicio sobreviene abruptamente por definición, por
lo que es breve en su duración. Al instante puntual originario le sigue una
duración extensa, de naturaleza dinámica: C. Zilberberg no lo señala explí-
citamente, pero el contraste máximo entre ambos sucesos, si no se apela a
la imperfectividad, es una ejecución. Un sujeto cognoscitivo se inscribe con

253
Roberto Flores O.

respecto a la duración así inaugurada y le asigna una orientación que puede


ser prospectiva o retrospectiva: en el primer caso, la relación entre el sujeto y
la duración es una mira, el sujeto dirige su atención hacia la eventual realiza-
ción plena del suceso y determina que todavía no se ha cumplido, aunque ya
se perfila en el horizonte de presencia como objeto de una actualización; en el
segundo caso, la relación es una captación, con la que el sujeto concluye que
el suceso ya se cumplió y, por ello, el suceso pasa a tener una existencia poten-
cial. Esta misma orientación del sujeto con respecto al suceso, la prospección/
retrospección, es susceptible de ser planteada en términos de intencionalidad
desde la perspectiva del objeto cognoscitivo, el suceso: en tal caso, la mira
supone una protensión del suceso que se dirige a su propia realización y la
captación, una retención.
Para ilustrar la distancia entre una temporalidad posicional, centrada en
la localización relativa de los sucesos unos con respecto a otros, y una tempo-
ralidad asentada en la duración, el autor hace una distinción entre dos formas
de historiografía (C. Zilberberg, 2002: 121-122):

Tal como mostró Lévi-Strauss, en su polémica con Sartre [se refiere a El Pensa-
miento Salvaje], una cronología numera una velocidad, un ritmo, una textura;
una cronología es una red de malla variable; parece deseable distinguir ahí tam-
bién entre la forma científica encomendada a la historiografía y la forma semiótica
encomendada a la historia como disciplina interpretativa: efectivamente, no todas
las anterioridades son significativas: son interrogativas si se determina que los dos
eventos retenidos pertenecen a la misma temporalidad.

La diferencia busca otorgar al “tiempo vivido” una legitimidad y una


preminencia semiótica, por encima de las cronologías y de las localizaciones
temporales. La distinción se establece no tanto entre una historiografía y una
historia, sino entre anales, crónica e historia propiamente dicha, de acuerdo a
la distinción hecha por Hayden White (1980). A nivel del orden de los sucesos
narrados, pone en relieve el hecho de que la secuencialidad no se limita a ser
un problema de ordenamiento obtenido por yuxtaposición entre sucesos, sino
que exige tomar en cuenta que, por su posición en la secuencia, un suceso
“interpreta” a otro suceso en función de su orientación retenciva o protensiva.
Para comprender mejor las tesis de C. Zilberberg (1994/1995: 183) sobre
lo que llama “la estructura concesiva del tiempo” es preciso tomar en cuenta

254
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Noveno capítulo. Progresión narrativa

que todo juicio sobre la duración en la realización de los sucesos, su sobreve-


nir o su advenir, introduce un doble juicio del observador, quien constata la
realización y la juzga como advenida o no, mediante los adverbios ya y aún no,
y un segundo juicio cognoscitivo que también recurre a esos adverbios para
efectuar una sobredeterminación del primer juicio y que sirve de punto de
referencia para medir, no una duración absoluta, sino relativa, lo que permite
juzgar las duraciones en términos de anticipación y retraso, es decir, de velo-
cidad: “lo que adquiere sentido, lo que excita y capta la atención del sujeto es
el diferencial de tempo” (ibíd.: 184). En consecuencia, se produce una tensión
entre el tiempo constatado y el tiempo de referencia que da lugar a una sobre-
determinación de los adverbios.68
Es la tensión entre un adverbio sobredeterminado por el otro, la que C.
Zilberberg formula mediante una predicación que apela a una conjunción
concesiva: Aunque ya se haya producido todavía no ocurre, para el caso de la
sorpresa. Con la sobredeterminación se produce una valoración de la duración
en el advenimiento del suceso en términos de velocidad, lo que da lugar a la
axiologización de los juicios de anticipación y retraso como formas atractivas
o repulsivas de la espera: la impaciencia y la paciencia.

6. LOS USOS DEL ADVERBIO YA

De entre los diversos usos del adverbio ya en español, los sentidos temporales
prospectivos (ya vamos a comer, ya comerá) permiten entender mejor el sentido
de progresión de los sucesos. No se trata de hacer del adverbio en español
un término de un metalenguaje o de generalizar un uso específico a todas las
demás lenguas, sino de mostrar el modo en que el adverbio interviene en la
producción de efectos de sentido relevantes para la progresión narrativa.
N. Delbecque y R. Maldonado (2011) afirman que el adverbio no tiene

68. Lo que C. Zilberberg (en dos ocasiones: 1994/1995: 184 y 2004: 15) expresa
mediante una cita de los Cahiers de Paul Valéry (1973: 1290):
Notion des retards.
Ce qui est (déjà) n’est pas (encore) – voici la Surprise.
Ce qui n’est pas (encore) est (déjà) – voilà l’attente.
Idea de los retrasos.
Lo que (ya) es (todavía) no es – he ahí la Sorpresa.
Lo que (todavía) no es (ya) es – he ahí la espera.

255
Roberto Flores O.

tres sentidos distintos —temporal, aspectual y marcador discursivo— sino que


posee un sentido unitario que se presenta como una predicación compleja de
anclaje deíctico. El adverbio da prominencia a un suceso al mostrarlo en un
momento dado de su progresión, con vistas a su final, sea efectivo o eventual,
y contrasta, con una forma idealizada de realización (como un guión o patrón
que sería seguido), y a veces también señala una realización cíclica. Ya no sólo
es un adverbio temporal, sino que introduce valores cognoscitivos de anti-
cipación e inminencia, ligados a la realización o culminación del evento. El
adverbio señala la sincronía entre el acto de habla y la realización del suceso
(2b), pero también es susceptible de introducir una visión retrospectiva (1a) y
(3a) o prospectiva (1b), (2a) y (3b), dependiendo de si el suceso se sitúa previo
al acto de habla o posteriormente a él.

1 Ya terminé, sea que efectivamente haya acabado (a) o que falte muy
poco tiempo para que lo haga (b).
2 Ya salen los alumnos: (a) están por salir o (b) están saliendo en este
momento.
3 Ya nos fuimos: (a) ya no están o (b) la salida es inminente.

El adverbio capta aspectualmente el suceso en el curso de su inicio (4) o


de su finalización (5): la anticipación o inminencia es del inicio o del final del
suceso, como lo señalan, respectivamente, los mismos ejemplos. La inminen-
cia presenta al suceso con respecto a una medida subjetiva de su duración, más
precisamente, de la cercanía del final o del inicio. En el primer caso, ya sitúa al
locutor dentro del proceso de realización del suceso en el extremo final, pero
sin llegar a alcanzar el logro terminal. En el segundo lo sitúa fuera del suceso
pero, de igual manera, de manera muy próxima al logro inicial. De manera
notable, si bien el inicio y el final corresponden a sucesos puntuales, ya fija
un intervalo no puntual, aunque puede ser extremadamente breve, durante el
cual es posible aseverar el inicio o el final del suceso. De hecho es posible que
tal aseveración se vea sujeta a discusión por parte de un interlocutor: se estable-
ce así una tensión dinámica entre quien sostiene la inminencia del final, pero
lo aplaza, y quien presiona porque ese plazo sea el más breve posible.

4 Ya se lo llevó el tren.
5 Ya mero acabo la tarea. No me apresures.

256
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Noveno capítulo. Progresión narrativa

En la medida en que ni el inicio ni el final han sido alcanzados, el adverbio


presenta al suceso no en su extensión cumplida en el momento de la enuncia-
ción, sino con énfasis sobre todo en la parte —a veces infinitesimal— que está
por cumplirse. En ese sentido, el adverbio siempre es susceptible de tener un
sentido de futuridad, pues supone un acto de anticipación, como también lo
indican (1), (2) y (3). La realización completa del suceso es presentada como
ineluctable.
En términos de semiótica narrativa, el adverbio expresa la sanción que
realiza el enunciador como destinador intérprete sobre la culminación del su-
ceso. Es decir, la conjunción del destinador con un objeto-saber, el juicio,
y su expresión mediante un hacer-saber, con lo que se establece la siguiente
secuencia:

ADQUISICIÓN DEL SABER > JUICIO > INFORMACIÓN

saber sobre el hacer saber sobre el hacer saber


ser

En el caso de la anticipación, el juicio se articula en cuatro enunciados: un


saber sobre el estado de realización del suceso en un momento dado, una com-
paración del suceso con un programa narrativo virtual (guión), la obtención
de un saber sobre el intervalo de tiempo que falta para la realización plena y,
por último, la modalización de ese saber.

MODALIZACIÓN
ADQUISICIÓN DE
JUICIO > COMPARACIÓN > > EPISTÉMICA Y
UN NUEVO SABER
ALÉTICA

Estos cuatro enunciados suponen un intérprete competente capaz de per-


cibir el curso de los eventos en su momento, facultado para convocar un saber
sobre su desarrollo y con posibilidades de comparar un suceso en acto con
un suceso imaginario. De manera complementaria, si el destinador sitúa un
suceso todavía no finalizado en el momento futuro de su realización, él mismo
es capaz de reconocer no sólo su ubicación presente con respecto al suceso en

257
Roberto Flores O.

curso, sino de imaginar su posición una vez culminado el suceso. En el caso de


una simple constatación del final del suceso, el hacer interpretativo es mucho
más sencillo, pues se limita a captar el estado final obtenido como resultado
de la ejecución del suceso, sin que se requiera la convocación de un guión, ni
una comparación.
En tiempo pasado, el adverbio introduce una visión retrospectiva en don-
de la culminación del suceso repercute en el momento de la enunciación (6).
Esta repercusión es estrictamente cognoscitiva, a diferencia del pasado perfec-
to (7) que marca la persistencia factual de los efectos del suceso en el presente.

6 Ya terminé (la finalización del suceso se realizó en el pasado pero esa


culminación tiene vigencia en el presente).
7 El presidente ha renunciado (su estado actual es el de renunciante).

Ya introduce el suceso en el campo de presencia. Cuando es en el presente,


sitúa al suceso como parte del devenir. Cuando es desde el pasado, habla de la
persistencia de la culminación, su vigencia. Cuando es sobre el futuro, sitúa al
suceso en el eje del advenir (8), en el eje de aquello que está por suceder. Desde
esta perspectiva se torna notorio el hecho de que ya es ajeno al sobrevenir. Es
el acto cognoscitivo, y no el suceso juzgado, el que sobreviene e irrumpe en el
devenir del suceso en curso.

8 Ya verás lo que te espera.

Por su parte, el suceso debe ser dinámico, pues cuando se refiere a un


estado (9a, b y c), lo modifica al presentarlo como el producto de una transfor-
mación. Además, puesto que ya indica el momento puntual en que la culmi-
nación se produce, el suceso debe ser durativo. En consecuencia, el adverbio se
asocia exclusivamente con las ejecuciones, pero tiene un valor puntual, indica
la realización de un logro (10), que corresponde al momento a partir del cual
la situación expresada por el verbo es válida.69 Es notable que el adverbio per-
fectiviza un suceso imperfectivo: al estado (ser verde) lo presenta como resulta-
do de una transformación, como la negación de una posible transformación o

69. El adverbio indica un instante sin duración con el que se delimita un intervalo peque-
ño de tiempo, pero no puntual, correspondiente a las fases iniciales y finales del suceso.

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SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Noveno capítulo. Progresión narrativa

como la posibilidad de una transformación futura; a la actividad (caminar) le


asigna un momento inicial al tiempo que la presenta como una capacidad de
acción susceptible de dar lugar a múltiples ejecuciones.

9 a. El coche ya es verde (ya fue pintado de ese color o su color es verde


y no puede ser cambiado).
b. El coche ya será verde (llegará el momento).
c. El coche ya fue verde (ya lo fue pero podría serlo de nuevo; ya fue
transformado, ya no es de ese color).
10 Mi pequeña ya camina desde hace más de un mes.

En los casos de un ya fático o conversacional, el juicio del intérprete pue-


de ser simplemente un simulacro destinado a ser esgrimido durante la in-
terlocución, como parte de un acuerdo o de una confrontación. Dicho de
otro modo, se trata de un empleo del adverbio centrado en la expresión del
juicio y no tanto en el proceso mismo de su obtención, el enjuiciamiento. Ya
exclusivamente fático señala el acuerdo del locutor con lo expresado por su
interlocutor: señala su conjunción con el objeto saber e indica al interlocutor
la disposición a seguir el curso del intercambio verbal; en ese sentido, supone
un conocimiento sobre el curso futuro del suceso conversacional (aunque no
sobre su contenido). Ya verás dicho en un tono amenazante no supone la rea-
lización del acto, el cumplimiento de la amenaza, es posible que ésta quede en
un amago o admonición; de modo que el juicio sobre la realización ineluctable
del evento queda en una mera ilusión convocada con fines persuasivos y apela
a un desdoblamiento de la situación en una dimensión del ser y otra del pa-
recer, lo que es característico de la modalización veridictoria: es posible que la
amenaza sea simplemente simulada (parecer + no ser).
La anticipación del final es susceptible de estar asociada a un juicio so-
bre la inminencia de un suceso. De acuerdo a los diccionarios (Espasa Calpe:
2005 y DRAE: ambos en línea), anticipar es hacer que algo ocurra antes de
lo previsto; también es dar una noticia antes de que alguien más lo haga. El
enunciador no obra de motu propio sino que se hace portavoz de una instancia
que le trasciende y que es la responsable de dar el valor de estereotipo al guión
que sirve de patrón de medida de la progresión narrativa. Pero también supone
“percibir” de antemano la realización de un suceso, aunque los diccionarios
consultados omiten esta acepción cognoscitiva. En ese sentido, el suceso (11)

259
Roberto Flores O.

no se adelanta en su realización sino que es el conocimiento el que es previo a


la realización del hecho.

11 Con la carrera ya ganada, el campeón se dio el lujo de zigzaguear un


poco.

Para ser objeto de una anticipación, el conocimiento debe poseer un alto


grado de certeza. La creencia del intérprete en la realización del suceso deriva
del carácter ineludible de éste, su no poder-no ser. En eso consiste la doble
modalización, epistémica y alética, asociada al juicio y que es producto de una
comparación: creer-no poder-no ser.
Inminencia significa ser algo próximo en su realización, inmediatez con
respecto a un punto de referencia, como se aprecia en (5). Pero, con el suceso
expresado mediante un verbo en futuro (12) el momento de realización se
traslada a un momento ulterior indeterminado, aunque sigue siendo ineludi-
ble. Se produce, entonces, un efecto de distanciamiento que tiene efectos en el
juicio sobre el plazo en que se realizará el suceso. Este efecto es similar al que
produce el tiempo presente (13), en contraste con el progresivo (14): en este
último caso, el enunciador participa en la escena, mientras que en el primero
se limita a constatar un hecho que le es ajeno.

12 Ya terminaré.
13 El niño duerme.
14 El niño está durmiendo.

Tal como sucede en el presente, en (12) el enunciado es desembragado


con respecto a la instancia de enunciación y, a su vez, éste se ve reducido a
su papel de sujeto cognoscitivo que observa a distancia el desarrollo de los
eventos. Este tipo de construcción, referido a una tercera persona, en donde
no interviene la voluntad del enunciador, produce un efecto de enunciación
profética (15).

15 Ya llegará el momento.

No sucede así con el futuro perifrásico, en donde el enunciador no sólo

260
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Noveno capítulo. Progresión narrativa

sigue la situación sino que se inmiscuye en él. El efecto resultante, con respecto
al suceso, es que ese futuro señala la inminencia de la realización.

16 Ya va a venir (próximamente).
Ya + Futuro indica un suceso conclusivo y una situación aislada o condi-
cionada en su realización (16). Se asocia al futuro anterior (17) para indicar el
orden secuencial entre dos sucesos que compondrán así una situación futura.

17 Cuando él por fin llegue, yo ya me habré ido.

Al inicio de este apartado se indicaron dos ejemplos (1) y (3), con valor
de presente y de pasado, respectivamente, pero susceptibles también de una
lectura prospectiva, en donde se anticipa la culminación. Es el momento ahora
de reflexionar sobre esa prospección y mencionar que si bien se apunta hacia
una culminación futura, aquello que es modificado es el estado presente, pues
al ser la culminación ineludible, nada cambia en el curso de las cosas excepto
el acto cognoscitivo de anticipación: el resultado futuro sigue siendo el mismo,
sólo se transforma el conocimiento que se tiene en el presente de la situación
global.
Los enunciados con ya prospectivo70 tienen en germen atributos que se
encuentran plenamente desplegados en el discurso profético y que, toda pro-
porción guardada, es posible utilizar como punto de contraste. Tal como su-
cede con las profecías, este tipo de enunciado obtiene su poder no sólo de la
capacidad de prever el futuro (lo que puede llegar a ser una revelación), sino de
actualizarlo verbalmente en el ahora (el anuncio). En (14) la anticipación se ve
acompañada con un acto de autoridad que parece conminar su actualización
fáctica: es el valor movilizador de la profecía (y, en algunos casos, amenazante)
que también se encuentra en la predicación con ya, aunque de manera muy
atenuada. Ya lo verás, es un enunciado altamente persuasivo, pues no sólo es
una invitación a constatar que la situación predicha se habrá verificado en el
futuro (nótese el futuro perfecto), sino que para convencer apela a la contun-
dencia de los hechos. Su fuerza anticipatoria pretende tener una eficacia en el

70. Nótese que, en su reflexión sobre el tempo narrativo, C. Zilberberg privilegia el sen-
tido retrospectivo del adverbio ya, es decir, retencivo, por encima de su sentido prospectivo y
protensivo.

261
Roberto Flores O.

mundo: no es simplemente constativo, sino que otorga un efecto de la palabra


en el mundo al validar la predicción por sus consecuencias (18).

18 Ya se acabará el petróleo y la risa.

Ya con valor retrospectivo indica la realización definitiva del suceso, su


ejecución completa, lo que permite tomarla como punto de partida para una
nueva realización. En general, ya proyecta un límite y, con respecto a él, evalúa
la progresión narrativa, pero no sólo en términos de la meta alcanzada (19),
sino también con la anticipación con que la alcanzó, aunque no lo hace de
manera cuantitativa sino cualitativa.

19 Ya bajó tres kilos.

De manera que ya se convierte en la medida de la progresión narrativa,


pero no lo hace mediante una medición continua y acumulativa de minu-
tos, horas o cualquier otra unidad de medida, sino de manera discontinua, al
plantear metas en la actualización de los sucesos y evaluar el momento en que
éstas se alcanzan. La articulación de sucesos avanza, pues, mediante sacadas,
al plantear cognoscitivamente metas intermedias y alcanzarlas fácticamente,
articulando así secuencias de sucesos (figura 30).

Figura 30. Progresión narrativa: proyección y realización.

Proyección cognoscitiva
de metas

Realización física

262
CIERRE

1. INTRODUCCIÓN

Q ueda por plantear una pregunta relevante, que se deja


enunciar con total simplicidad: ¿si sentimos que el re-
lato avanza, hacia dónde lo hace? El ámbito de la eventual
respuesta desborda la simple curiosidad acerca de la estructu-
ra de los relatos, pues corresponde al de la inteligencia narra-
tiva (P. Ricoeur, 1983), entendida como una modalidad del
pensamiento mediante la que se organiza tanto la experiencia
humana, como su recuerdo en la mente, forma básica que es
utilizada por la razón práctica para dar sentido a las acciones,
incluidas las acciones cognoscitivas, y que se contrapone a
una inteligencia declarativa o proposicional que asevera esta-
dos de cosas en el mundo. Al sentimiento de que los relatos
avanzan se le denomina progresión narrativa, que es distinta
de la meta hacia la cual se dirigen, lo que corresponde al
sentido del final (para retomar el título del célebre libro de F.
Kermode, 2000 [1966]). A su vez, ambos efectos se distingue
tanto del orden lógico de los relatos, de acuerdo a las relacio-

263
Roberto Flores O.

nes de presuposición, como de la distribución secuencial de los sucesos; pero


esa confluencia no autoriza a confundirlas en un mismo efecto de sentido.
Es indudable que un relato no se reduce a la suma de los sucesos que
lo componen, pues precisa también de una direccionalidad que desborda el
marco evenemencial. También es enteramente indudable que una historia no
se reduce al orden de los sucesos, incluso aunque se añada a esta idea de se-
cuencialidad una idea de jerarquía mediante la que los sucesos se integran
en macrosucesos: la integración de sucesos subordinados en el seno de una
secuencia es incapaz de dar cuenta total de la perfectividad; siempre quedará
un resto inanalizable en esos términos, cuya existencia no debe ser minimizada
ni considerada como marginal. Por otra parte, no siempre los relatos alcanzan
el final hacia el que se orientan, de otra manera no habría cabida al suspenso y
a la sorpresa. Esta es la razón por la que es preciso considerar la progresión y el
final como efectos de sentido independientes, al menos parcialmente.
Para tener sentido, la historia debe obtener una dirección tanto como un
final: es en estos dos atributos que reside la captación de la progresión de los
relatos. Pero hay que reconocer también que, si bien necesaria, la dirección
narrativa no es suficiente para producir la clausura del relato: las formas que
adopta la progresión, sea que se apoye en la protensión, o que consista en an-
ticipaciones o que modestamente se reduzca a un sentimiento de inminencia,
son incapaces de dar cuenta del final de los relatos, tanto por el hecho de que
son proyecciones cognoscitivas y de la consciencia y no dan cuenta del final
efectivo, como por el hecho de que tienen un alcance local. Por ello es necesa-
rio dar cuenta de las formas efectivas en que los relatos terminan.
La idea de que el relato es una unidad de sentido dotada de fronteras
es muy antigua, aunque ha sido planteada de diversas maneras. Como ya se
señaló en el capítulo anterior, Aristóteles lo planteó para la unidad dramática
de la tragedia a partir de la unidad de la acción. Pero también es posible sumar
otros elementos de reflexión en el contraste que establece entre historia y poe-
sía, entre historiografía y relato de ficción, se diría en términos modernos. Esta
distinción se establece en términos modales: entre un ser —de hecho un haber
sido: una realización, un ocurrir o acontecer— y un poder ser que vale como
una existencia actual indeterminada. Para el Filósofo, la poesía, como forma
de conocimiento, es superior a la historia en la medida en que no está limitada
en aquello que cuenta, como sucede con la historia, que se restringe a aquello
que sucedió (Aristóteles, 1946: 1451b3):

264
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Cierre

La distinción entre el historiador y el poeta no consiste en que uno escriba en


prosa y el otro en verso; se podrá trasladar al verso la obra de Herodoto, y ella
seguiría siendo una clase de historia. La diferencia reside en que uno relata lo que
ha sucedido, y el otro lo que podría haber acontecido. De aquí que la poesía sea
más filosófica y de mayor dignidad que la historia, puesto que sus afirmaciones
son más bien del tipo de las universales, mientras que las de la historia son par-
ticulares.

La enunciación de aquello que es posible no sólo está ligada a un conjunto


definido de alternativas (un posible entre varios), sino también al hecho de que
esa posibilidad no conduce a una realización futura ni juzga una pasada (la
posibilidad no es deficiencia del ser). En contraste, el ser relatado en la historia
es algo acontecido, lo que debe entenderse en un sentido factual, tanto como
en un sentido cognoscitivo (saber que algo ha ocurrido). Desde la perspectiva
histórica, el relato es el de algo que fue en su momento efectivo y que se in-
tenta captar como un momento en el flujo del devenir y enunciar como un
saber (supuestamente) verificado. Por ello, la historia tiene una limitación,
pues únicamente narra lo contenido, sin que pueda extenderse a lo que es
simplemente posible. De esta manera, la clausura de la historia corresponde al
cierre del inventario de posibilidades.
Cognoscitivamente, si se asume la máxima aristotélica de que el cono-
cimiento sólo es de lo general, aparece otro criterio que es preciso tomar en
consideración. Si la historia vale como conocimiento, es porque para acceder
a lo general, requiere trascender su rasgo más conspicuo —el hecho de que
su objeto es singular— y no porque sea un relato verdadero opuesto a uno de
ficción. Dicho de otro modo, la singularidad destinada a ser trascendida en el
acto de conocimiento es la de aquel hecho que, factualmente, ha llegado a ser
al haber culminado y, para ello, ha negado otras salidas de la historia. El acon-
tecimiento así conocido debe dejar de ser considerado como singular para pa-
sar a ser un individual dentro de una clase de acontecimientos similares. Esta
trascendencia se realiza tanto conceptualmente como lingüísticamente, pues
los atributos del acontecimiento se definen en el modo en que se manifiesta
la narración histórica. El acotamiento de la historia reside, en este caso, en su
capacidad de ser comparado con historias similares, aunque correlativamente,
la historia siga pareciendo abierta debido al carácter singular del relato entero.
Además del sentido aristotélico, el discurso poético habla de otra posi-

265
Roberto Flores O.

bilidad que, en términos de la función poética de R. Jakobson (1960: 358),


corresponde a la proyección el eje de las simultaneidades sobre el eje de las
consecutividades. Tal perspectiva supone que este tipo de discurso obtiene su
particularidad de que las posibilidades que ofrecen los paradigmas se vuelcan
sobre las ocurrencias efectivas del sintagma. Se obtiene entonces, del lado del
ateniense, un contraste entre posibilidad y factualidad y, del lado del ruso,
uno entre agotamiento o no de las posibilidades. Desde este último autor,
el cierre textual del discurso poético no se obtiene por culminación ni por
limitación factual, sino por haber recorrido el conjunto de opciones ofrecidas:
el cierre de los paradigmas es condición de la clausura. El poema se presenta,
entonces, como una construcción en donde “los diferentes niveles [del análi-
sis] coinciden, se completan o se combinan, para dar[le] así el carácter de un
objeto absoluto” (R. Jakobson y C. Lévi-Strauss, 1962: 17), misma que le hace
“aparecer como sistema abierto, en progresión dinámica desde el inicio hasta
el final”. La mención a un “sistema abierto” no remite a una ilimitación sino al
hecho de que la consideración individual de los contrastes fonéticos y semán-
ticos constitutivos del poema no agotan el juego de simetrías y disimetrías que
constituyen el poema, sino que es preciso incluir la articulación dinámica que
se despliega en las fronteras del texto.71
Las estructuras diferenciales del discurso poético parecen estar situadas
en las antípodas del discurso histórico tanto para el pensamiento aristotéli-
co como para el estructural, aunque ambas perspectivas miren en direcciones
opuestas: la posibilidad expresiva reivindicada por la filosofía se contrapone a
la posibilidad declinada por la lingüística y la antropología; una conduce a la
manifestación irrestricta de contenidos, aunque se ve limitada por la realiza-
ción factual y, la otra, se somete a los principios de la combinatoria, aunque no
tiene limitaciones factuales. El cierre estructural no es, sin embargo, privativo
de la poesía sino que es susceptible de abarcar a la historia y a todas las formas
de relato, en la medida en que sea posible describirlos como proyecciones sin-
tagmáticas de inventarios paradigmáticos finitos. Pero esta idea de cierre está
lejos de la idea de un final narrativo.
A las nociones ya presentadas, es preciso añadir el cierre que deriva del

71. C. Lévi-Strauss encuentra que estas estructuras son análogas a las del mito, con la salve-
dad de que éstas últimas son de carácter esencialmente semántico (nota preliminar a R. Jakobson
y C. Lévi-Strauss, 1962: 5).

266
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Cierre

flujo de los propios sucesos, como se plantea dentro de la semiótica de la as-


pectualidad. Del examen de los sucesos y su integración en relatos debe quedar
clara la necesidad de distinguir entre dos formas de orientación narrativa. Por
un lado, en relación a los sucesos, éstos se orientan intencionalmente, reten-
civa o protensivamente: derivado de esta orientación, las ejecuciones reciben
una caracterización retenciva desde la actividad que instancian y protensiva
desde el logro en el que culminan. Por el otro, con respecto a los relatos, ellos
reciben una orientación que depende de su modo de captación por parte del
sujeto observador: prospectiva, cuando los sucesos se orientan hacia un final, y
retrospectiva, por los sucesos antecedentes que les dan sentido; lo que da lugar
a anticipaciones y sentimientos de inminencia. Estas dos formas de orienta-
ción, una enunciva y la otra enunciativa, no resuelven, sin embargo, todas las
dificultades que se presentan al intentar derivar el relato de los sucesos compo-
nentes, es preciso dar cabida al sentido del final en el relato: la historia progresa
y su avance debe ser entendido en términos de final, incluso aunque no culmi-
ne. Esto es debido a que, si bien todos los relatos se acaban eventualmente, no
todos ellos lo hacen de la misma manera; no todos ellos, en especial, terminan
con la consumación de los sucesos —esto sólo ocurre en aquellos relatos cuya
estructura narrativamente corresponde a un macrosuceso—. De ahí que sea
necesario reiterar la pregunta ¿cómo se acaban los relatos?

2. SENTIDOS DE FINAL

Antes de entrar plenamente a caracterizar la noción de final, es preciso realizar


algunas exclusiones. Aquí no se habla de epílogos, colofones y recapitulaciones
que marcan el final de las argumentaciones, aunque se encuentren en relatos,
pues entran en el rubro de las interpretaciones de los sucesos y no del desarro-
llo de los propios sucesos. Tampoco de la eventualidad de que, por tedio, falta
de tiempo o cualquier otra razón, sea el lector quien ponga final a la narración.
Más bien, se habla de acabar cuando el relato deja de ser, cuando ya no es, que
es el momento en que toma fin y ese final es el último aporte a su significación.
Es a ese punto que se dirigen las presentes líneas.
Las dificultades para captar el sentido del final residen, en parte, en la
propia polisemia de la palabra, pues lo mismo tiene un sentido simplemente
espacial, en la medida en que corresponde a la parte de algo que está cercana

267
Roberto Flores O.

a su borde —y en esa acepción contrasta con la noción de centro—, que un


sentido morfológico, que da cuenta del final como aquello que se encuentra
en un extremo y que contrasta, en tanto extremidad inferior o posterior, con
la noción de tronco y con la de un extremo opuesto, superior o anterior, de
acuerdo con el esquema imaginístico corpóreo evocado al inicio del capítulo
9. En este caso es preciso notar que el cuerpo preexiste a la idea de extremidad:
la extremidad se alcanza al recorrer el cuerpo y constatar que ese cuerpo está
limitado: el recorrido es a lo largo del cuerpo y el juicio es hecho por parte de
un observador, como sucede en todos los casos en que se trata de posiciones
espaciales relativas (por ejemplo, en la oposición léxica entre arriba y abajo);
en esta acepción, aquello que culmina se ubica en el extremo superativo y es
indicio de perfección, en contraste con el extremo inferativo, que es conside-
rado un inicio; bajo esta perspectiva, la imperfectividad es propia de la parte
mediana, como ocurre con el progresivo y esa imperfectividad es enunciativa
y no enunciva.
El final corresponde, también, a aquello que está en último lugar dentro
de una serie. La enumeración de sucesos, incluso aunque se tome en cuenta
su secuencialidad, es incapaz de dar cuenta del relato, pues sólo aborda lo
que el análisis del discurso ha llamado su cohesión. Intentar apelar a su pareja
conceptual, la coherencia, en sus acepciones lógica y temática, para resolver
este déficit, tampoco resuelve el problema, pues la no contradicción de las
informaciones no es criterio de completud, así como la unidad temática o iso-
tópica no conduce a la idea de final. Lo que se requiere es un principio de in-
teligibilidad que permita captar el momento en que se comprende que aquello
que la trama puso en juego ha sido alcanzado y, por ello, se ha llegado al final.
Desde una perspectiva temporal, el final también es susceptible de recibir un
sentido meramente localista y partitivo, suspendiendo la noción de tiempo,
pues corresponde al último momento de un proceso, a aquello que se realiza
en último lugar. Todas estas acepciones son también mereológicas y formales y
no exigen tomar en cuenta la sustancia del contenido, pues son indiferentes a
aquello que se narra y sólo responden a una esquematización espacial, corporal
o serial subyacente.
Además de los finales que responden a la forma que adopta el relato, hay
finales sustanciales que se produce por agotamiento de los procesos, por muer-
te o desaparición de sus protagonistas, por alcanzar un resultado u obtener
una consecuencia. La desaparición de los imperios o los relatos de extinción

268
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Cierre

progresiva son ejemplos característicos de los primeros casos; en ellos se desva-


nece la materia del discurso por un devenir gradual decadente. En cambio, hay
procesos que llegan a su fin cuando se alcanza un punto, ya sea que la frontera
final pertenezca al propio proceso o que le sea exterior: una guerra que finaliza
en la derrota total del oponente es ejemplo de final intrínseco (corresponde
a los casos canónicos en donde el relato es equivalente a una ejecución), en
cambio, la muerte prematura y sorpresiva de Alejandro, que interrumpe la ex-
pansión del imperio macedonio, es ejemplo de un suceso externo que finaliza
un proceso.
Hay un final contractual que liquida los pendientes, no deja deudas o
promesas por cumplirse; es un final que recoge todos los hilos de la trama,
como en las novelas policiacas. El final se obtiene prototípicamente por agota-
miento de la materia del relato, pero curiosamente, la idea de una trama hecha
de hilos anudados permite dos visiones contrarias del final: una de ellas como
una atadura de hilos que la trama había ido dejando sueltos a lo largo de su
despliegue y, la otra, como un desanudamiento de situaciones consideradas
críticas y cuya resolución permite seguir la continuidad de los hilos narrativos.
La posibilidad de la coexistencia entre estas dos ideas antitéticas reside en el
hecho de que cada una de ellas tiene un objeto que le es propio y distinto: en
una de ellas el relato tiende a dispersarse en un conjunto de subtramas especí-
ficas, cuyo principio de unidad corre el riesgo de disolverse; en la otra, se trata
de situaciones cuya multiplicación las pone en peligro de perder su identidad
específica. Se aprecia, entonces, que el relato establece un equilibrio entre ten-
dencias cohesivas y dispersivas: sólo un punto medio es susceptible de lograr
que el relato adquiera su justo final. El arte del narrador consiste, entonces, en
una sabia dosificación de tramas y momentos de krisis.
La contractualidad opera una axiologización del propio relato y permite
que el final sea juzgado en función del modo de su realización. Ese final es
tematizado como una justa compensación a la paciencia del lector, como una
retribución de su espera. Un final concluye con un remate, un redondeo que
no deja cabos sueltos, que perfecciona el final y lo pule de manera que no
deje asperezas. Un buen final llega a redimir un mal relato: los manuales de
redacción abundan en consejos para concluir un relato “flojo”. Un mal relato
aparece como un mundo imperfecto, abierto a sus propias deficiencias; se trata
entonces de cerrarlo dotándolo, al menos, de un final decoroso. El narrador
aparece así como protagonista de una empresa prometeica: su labor demiúr-

269
Roberto Flores O.

gica invade el dominio reservado a las divinidades, pues crea mundos cuya
única venialidad descansa en una justificación: se trata de simples ficciones. El
historiador se escuda también en su propia excusa, pues él no es el responsable
de aquello que narra, sino la Historia: disfrazado de amanuense, el historiador
esconde su labor creativa.
Un defecto de los finales es que tienden a apresurarse o, por el contrario,
se hacen desear. En todo caso no llegan en su justo momento ni en su propio
lugar. De esta consideración es fácil transitar hacia la idea de que el relato
posee una predestinación y de que el narrador no hace sino seguir un designio
que le es ajeno y al cual debe obedecer diligentemente. Pero hay que evitar
toda idea de fatalismo, pues no habría manera de mostrar el origen de ese
propósito y sería presuntuoso suponer la existencia de una mente maestra. Las
tramas sólo llegan a su final por la consistencia interna de lo que narran, por
la extensión acordada a su despliegue y por intervención enunciativa y no de
entidades ajenas a la pareja enunciado-enunciación.
Es preciso regresar al final que sobreviene cuando ocurre algo imprevisto
que modifica la situación previa y la replantea en términos totalmente nove-
dosos, para añadir algunas precisiones. Ese suceso tiene la posibilidad de ser
considerado como consecuencia —cierto, sorpresiva— de la situación anterior
y, en ese caso, como el final y como inauguración de una nueva circunstancia:
como la muerte del Archiduque de Austria, que marca el inicio de la Primera
Guerra Mundial. La consecuencia es susceptible de ser valorada en intensidad:
de esta manera es posible llegar a un extremo que es considerado como un
punto de krisis en el que aquello que se alcanza es considerado excesivo (hay
una medida y un juicio de justeza). Esto sucede en el caso de los deportes,
justamente llamados extremos, aunque no haya ahí idea de final, pero también
en la valoración ética de las acciones, cuando se llega a un extremo. Sucede
también con el clima, juzgado extremoso, pero en el sentido de oscilar entre un
borde y otro de una escala acotada de medida. La intensidad de torna entonces
dependiente de una extensión que la mide. En estos casos también es preciso
tomar en cuenta la sustancia de lo narrado, además de la forma que adopta.
Algo cesa, ya sea por virtud propia o por intervención ajena: lo que per-
mite establecer el juego verbal de los pronominales, como sucede entre detener
y detenerse, cumplir y cumplirse (no hay fecha que no se cumpla, ni plazo que
no se venza). Cuando la cesación es producto de una intervención externa,
ésta opera obedeciendo a un designio o bien de manera arbitraria o accidental.

270
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Cierre

La censura es un caso ejemplar, pero vemos también que la interrupción es


frecuente en las series de televisión, cuando los designios de la mercadotecnia
entran en conflicto con el desarrollo de la historia: los relatos llegan, así, a un
fin abrupto, descuidado que deja hilos sin atar (mal ficelés, como dicen los
franceses).
Es posible ordenar sintéticamente los finales sustanciales72 en términos de
una semiótica del devenir. En un caso, el devenir se agota, la dinámica interna
llega al final por no contar con una competencia susceptible de proseguir; ago-
tarse significa salir del campo de presencia; ese agotamiento es susceptible de
ser anticipado por aquellos que participan del devenir y es posible retrasarlo o
apurarlo. En otro, el advenir se cumple: algo llega al campo de presencia, eso
que llega es reconocido y eventualmente identificado con aquello que había
sido anticipado y quien anticipa es susceptible de ser exterior a los sucesos.
Por último, el sobrevenir interrumpe aquello que prexistía e instaura sorpre-
sivamente un nuevo estado de cosas; algo imprevisto sucede que impide que
prosiga aquello que venía ocurriendo.
De manera general, el final es el punto en el cual algo deja de existir: ese
punto conjuga una espacialidad con la negación del valor temporal de persis-
tencia; en el caso de un proceso, éste cesa de realizarse. En tal circunstancia,
el final corresponde al momento en que ya no queda nada (completud) o no
falta ninguno (abarcamiento), situaciones que contrastan con aquellas en que
todavía queda algo (incompletud) o en que aún falta todo (inicio). En esta
suerte de declinación, es posible reconocer los términos de un paradigma ce-
rrado, susceptible de ser representado mediante un cuadrado semiótico (figura
31) que conjuga cuatro términos: todo, algo, ninguno, nada, lo que recuerda
a los cuantificadores lógicos:

72. La distinción entre la narración como forma de la historiografía y el contenido his-


tórico recuerda la que establecía G. Genette (1983: 12-13) entre la narración como un tipo de
contenido, que es específicamente evenemencial y como forma del discurso. “Aparentemente
habría cabida para dos narratologías: una temática, en sentido amplio (análisis de la historia o de
los contenidos narrativos), la otra formal, o más bien modal: análisis del relato como modo de
‘representación’ de las historias, opuesta a los modos no narrativos como el drámático, y sin duda
otros extra-literarios.” El contraste lo establece a partir de la diferencia entre discurso indirecto y
directo, entre relato y discurso: es posible relatar acontecimientos (la narración como contenido)
sin que sea indispensable hacerlo de modo narrativo (en discurso indirecto, con verbos general-
mente en pasado y enunciados de acción organizados cronológicamente y remitidos a agentes
específicos, antropomorfizados). Para los lingüistas, el discurso narrativo no requiere siquiera que
sean relatados varios sucesos, basta con una oración.

271
Roberto Flores O.

Figura 31. &XDGUDGRGHORVÀQDOHV

TODO NADA
Aún falta todo Ya no queda nada
Inicio Completud

ALGO NINGUNO
Todavía queda algo No falta ninguno
Incompletud Abarcamiento

Elaborar un cuadrado semiótico en el que se combinen aserciones y ne-


gaciones del final y de la culminación es una tarea imperativa, aunque una
vez realizada la tarea, la reflexión muestre su carácter trivial, toda vez que las
categorías elegidas, si bien son pertinentes, revelan también su insuficiencia y
parcialidad. Insuficiencia, porque la idea del final se teje en una red conceptual
descentrada, que no sólo pone en juego la extensión textual y la consistencia
misma de los sucesos, sino también la disponibilidad de la información. Par-
cialidad porque esa red privilegia al enunciado en detrimento de su contrapar-
te insoslayable, la enunciación.
De hecho, los relatos cuentan con tres conceptos de final: culminación,
completud y límite textual. Decir que el relato culmina consiste en suponer que
tiene la estructura de una ejecución, es decir, que contiene una transformación
que es realizada en el momento en que se instaura el nuevo estado: esta noción
de final responde a una cualidad que Aristóteles reconocía en la tragedia que
es la de imitar una acción completa (mímesis) y que frecuentemente es llamada
unidad de acción. En cambio, decir que el relato está completo no exige una
transformación principal, pues la completud es susceptible de ser alcanzada
por simple enumeración (hay que recordar la polisemia del verbo contar): en
ese caso, la completud se obtiene cuando ya no hay más información perti-
nente que relatar. Por último, el límite del texto supone considerar a éste como

272
SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Cierre

una extensión en donde caben un número limitado de informaciones; aunque


sabemos, en virtud de la elasticidad del discurso, que es posible contar los su-
cesos en pocas o muchas palabras y que, por ello, es muy variable la cantidad
de sucesos que entra en una extensión textual dada.

3. LA ESPERA DEL FINAL

¿Cuál es el saber sobre el final, si éste aún no ha acaecido? Se trata de un saber


programático, hipotético, suscitado por la expectativa de un desenlace. En el
caso de culturas o textos que despliegan un tiempo lineal, se trata de la espera
de un final que resuelva las carencias, las incongruencias, los excesos o las in-
suficiencias planteadas desde el inicio o suscitadas por la intervención de un
antisujeto, de acuerdo a los postulados de la semiótica narrativa estándar. En
casos en donde rige una concepción cíclica del tiempo, el final siempre será
una restauración y, cognoscitivamente, una anagnórosis. En muchos casos ese
final es sorpresivo y rompe con las expectativas del enunciatario. Pero, sea sor-
presiva o restauradora, la búsqueda del final expresa narrativamente la volun-
tad de ligar el final con el inicio o, dicho más precisamente, pues en esta etapa,
el final aún no ha sido instituido, es la búsqueda de una concordancia entre el
momento inaugural con la interrupción originaria de un estado.
Se establece una consonancia del final con el inicio: es lo que P. Ricoeur
(1983: 107) aborda, a partir de F. Kermode (2000 [1966]), bajo el nombre de
concordancia discordante. Aspectualmente, el énfasis es puesto en la concordan-
cia como unidad de fases en un todo secuencial, mientras que temporalmente,
como tiempo vivido o experimentado, el énfasis está en la discordancia que
divide al presente en presente del pasado, del futuro y del presente, la distentio
animi de San Agustín. Es frecuente escuchar que el orden del relato es tempo-
ral, regido por un antes y un después, pero ese orden conduce a la dispersión:
en contraste, aquí se sostiene que la unidad de los relatos es aspectual. Un
relato perfectivo se despliega a lo largo de un par de sucesos enunciativos, entre
el anudamiento de la trama y su desenlace, lo que se configura alrededor de
una presuposición lexicalizada, entre estar atado y desatar: la trama configura
en su desarrollo un estado que el final transforma. Pero a la luz de los relatos
imperfectivos es preciso constatar que el final de un relato no es exclusivamen-
te evenemencial, enuncivo, sino también enunciativo, porque es conocido,

273
Roberto Flores O.

porque es el resultado de una elaboración cognoscitiva, como quedó estableci-


do durante el examen del adverbio ya: si el final es transformación de estado,
entonces es susceptible de romper las expectativas; de ahí que, como desenlace
imprevisto, es posible que sea irónico.
Continuidad y cisma traducen actitudes divergentes con respecto al final:
conservación del pasado o espera ansiosa del final. A partir de ello, es posible
imaginar una lucha en el interior del final, que F. Kermode (2000[1966])
presenta largamente, por retrasarlo o adelantarlo. De ahí derivan algunas acti-
tudes frente al final y su inminencia: aceptación o escepticismo. En todo caso,
el logro final opera la transformación: es peripatético, tiene efectos patémicos
en el enunciatario, de raíces tan antiguas como la piedad y el temor en la tra-
gedia. Cuando el final rompe con las expectativas, cancela la idea de que éstas
eran realistas: es decir, no hay sorpresa sin reordenamiento de la verosimilitud.
Lo verosímil está ahora situado en la novedad y no en el prejuicio. Es en ese
sentido que es instructivo: la novedad me era ajena, pero ahora la interiorizo y
me la apropio. El último resemantiza a los primeros —resume, reasume la es-
tructura entera—. El final resume en su propio advenimiento, es decir, resume
al decir lo todavía no dicho mediante mi acto de apropiación.
Pero ¿qué hay de los relatos que evaden la sorpresa? Hay despliegues na-
rrativos de un desenlace ya conocido desde el inicio: como la historiografía de
la Conquista de México. En esos casos, la sorpresa no está en el final, sino en
la ruta seguida para llegar al final. Pero también hay ficciones tranquilizadoras,
que confirman prejuicios, que no subvierten el statu quo sino que se presentan
como un restablecimiento del orden, como una reacción saludable frente al
riesgo de una subversión del estado del mundo. Es una peripecia instructiva,
pero de segundo grado: frente a la secuencia suspenso-sorpresa, estos relatos
se presentan como la resolución de un suspenso sorpresivo. En resumen, sea
cual sea el caso, el relato vive bajo la sombra del final: avanza hacia el final
y no simplemente hacia adelante. Como R. Barthes señaló en su momento
(1966: 24): en su progresión narrativa, el relato mantiene su carácter abierto
como un suspenso, como una espera que caracteriza al enunciatario. “En rea-
lidad —comenta críticamente M. Schneider, casi quince años después (en D.
Tiffeneau, 1980: 91)— el análisis de R. Barthes conduce a mirar la victoria
terminal, la epifanía del orden, como algo adquirido de antemano, el relato se
instaura en su plenitud en el espacio de un retraso”. Lo sorprendente para el
análisis estructural del relato no es que el relato llegue a un final, sino que no

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SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Cierre

llegue antes. El final se encuentra anticipado desde el inicio, quizá no un final


específico, bien determinado, sino un final, cualquier final: la estructura del
relato tiende hacia ese final. Este es el papel que juega el advenir en los relatos:
el de imponer un orden al juego entre la ruptura del devenir y su eventual
restauración o instauración de alguna alternativa y la ocurrencia sorpresiva del
sobrevenir disruptor.
Pero al integrarse únicamente en episodios, las secuencias poseen un al-
cance limitado; esto quiere decir que el sentido de las acciones y sucesos se
determina en el nivel episódico y no en el de una trama global. En Occidente,
el contexto global modifica el sentido de las unidades de menor extensión: es
así, por ejemplo, que las acciones, los sucesos y los episodios de la historia de la
Conquista reflejan una perspectiva escatológica y providencialista; en cambio,
en la historiografía nahua, el máximo nivel de integración sería episódico. Lo
anterior no forzosamente significa que los relatos nahuas carezcan de estructu-
ra global: simplemente, en caso de existir, esa estructura no es del mismo tipo
que la del relato occidental y, en gran medida, escapa a nuestra comprensión.
Es posible contrastar las dos formas de historia mediante la socorrida ima-
gen del bosque que impide ver los árboles o viceversa: una atención excesiva
a los eventos impide captar el panorama general en el que se inscriben y, a la
inversa, la atención a las tendencias de conjunto soslayan la importancia de
los eventos singulares; sería como seguir el desarrollo de una batalla atendien-
do los grandes movimientos de tropa o los hechos individuales. L. O. Mink
(1968) propone tomar en cuenta la captación conceptual de los sucesos como
un hecho cognoscitivo total. La idea de final correspondiente a esta capta-
ción holística evenemencial es la de una realización cognoscitiva, que incluso
podría ser independiente de la realización factual, pues en algunos casos la
narración de los sucesos podría ser considerada superflua una vez alcanzada la
comprensión narrativa buscada.
En el caso de las narraciones, que es el tema que aquí interesa, alcanzar el
final no sólo es un acto susceptible de ser caracterizado a partir de la oposición
entre decir y no decir, es decir, no es un acto meramente enunciativo, sino que
supone un acto cognoscitivo de evaluación, de cuantificación y de contraste
entre la progresión narrativa alcanzada por el relato en un momento dado y
la inclusión de toda la información disponible o requerida. Al dejar fuera el
caso de las interrupciones, el final ocurre cuando se considera que ya no queda
nada por decir: esta idea es especialmente interesante, puesto que supone la

275
Roberto Flores O.

capacidad de reconocer la nada misma. Si es posible, como W. Labov (1972:


369) plantea, considerar el desarrollo de la acción narrativa como la respuesta
a la pregunta ¿y, entonces, qué sucedió?, reconocer la nada supone saber que
no hay más qué, susceptible de ser enunciado a continuación. Ese reconoci-
miento no es simplemente resultado de enumerar todo aquello que es posible
relatar, sino que obedece a preguntas específicas planteadas por el relato en
torno a la trama (que W. Labov incluye bajo el rubro de la orientación). El
final se alcanza cuando ya no hay nada que contar, pero sobre todo cuando ya
no hay preguntas que responder, en lo que se denomina una narrativa erotética
(N. Carroll, 2007). Al respecto, sobrecoge la perspectiva de fray Diego Durán,
que termina su historia como si la materia de su relato se hubiera vaciado de
sustancia, como si la empresa se hubiera tornado inane. Su mirada resignada y
dimitente acerca del futuro sólo encuentra justificación por la exaltación con
la que reseñó el pasado. Del variado colorido, su mirada pasa a abarcar un
panorama hecho de grisuras. La historia de Durán, que se pretende perfectiva,
se encuentra en lucha con la imperfectividad inherente a sus fundamentos y a
su factura. La historia, que tiene vocación de enmienda de la imperfección del
ser, busca redimir a los protagonistas y los sucesos, pero en esa tarea pierde la
ocasión de redimirse a sí misma. Este sentido del final no es simplemente cues-
tión de estructuras narrativas de tipo enuncivo, sino de contenido informativo
e interpretativo dentro de la instancia de enunciación: este final, sin embargo,
nos aleja de la caracterización aspectual de los sucesos en el relato y nos adentra
en una semiótica de la experiencia histórica.

4. LA EXPERIENCIA DEL FINAL

Para algunos, la historia es mito y fabulación, sobre todo de aquellos aconte-


cimientos lejanos a la experiencia personal; para otros, en cambio, es materia
viva, recuerdo presente, recurso para dotarse de una identidad; aunque para
unos y otros, a final de cuentas, se trate de una empresa de la imaginación.
Culminados los eventos, la historia no se acaba, como sí ocurre con los relatos
de ficción, sino que se abre a desarrollos posteriores: toda historia está narrati-
vamente preñada de futuro. Es trivial decir que todo momento histórico pre-
figura un futuro: esta es la condición temporal del hombre. Lo que es menos
evidente es que ningún relato histórico acabe en un apocalipsis final, en un

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SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Cierre

final de los tiempos. En ese sentido toda historia es inacabada (aunque haya
quien anuncie su final).
El final que se alcanza, sea cual sea, está también sujeto a un juicio veri-
dictorio: por lo que es susceptible de desdoblamiento entre el final visto en
manifestación (el plano del parecer) y en inmanencia (el plano de lo que el
relato dice ser). Este desdoblamiento posible permite interpretaciones y de-
mostraciones de lo que realmente estaba en juego en los conflictos históricos
y, de manera crucial, permite establecer finales en donde el sarcasmo y la ironía
rigen la presentación de los hechos: H. White (1973) ha hecho de la historia
satírica uno de los modos fundamentales de la retórica de la historia. Estos
modos de finalizar la historia requieren un peculiar estado de ánimo, en el que
se disocia el contenido de los sucesos de su modo de presentación: escisión que
sólo es posible desde el momento en que la narración deja de ser considerada
de modo solemne como la única narración posible y se empieza a jugar con
la noción de punto de vista. La sátira (trama en la que el azar y el accidente
predominan en los asuntos humanos), la ironía (tropo que pone en duda la
posibilidad misma de encadenar los sucesos) y el sarcasmo (forma de ironía
que pone en evidencia la ambivalencia de las apariencias y el desdoblamiento
veridictorio de los relatos: burla que descalifica, crueldad que hiere) son hijas
del relativismo en la explicación histórica, perspectiva que parece ajena al siglo
XVI, toda vez que parece contraponerse a la necesidad de relatar fielmente los
designios divinos.
En algún momento hay que decirlo: afirmar la centralidad del relato en
historiografía, abogar por la historia narrativa, no significa renunciar al cono-
cimiento o interpretación (como gusten) de la historia ni sostener la falsedad
de todo relato, de cualquier relato, sino reconocer las condiciones bajo las que
éste se elabora. La experiencia de la historia que aquí interesa no son los hechos
factuales de los que el autor y el lector son protagonistas, sino aquella de la
que el propio texto da fe; una experiencia que se muestra en el modo en que
concluye la historia y que incluye tanto los finales formales como los escato-
lógicos, sean apocalípticos, providencialistas, cíclicos u otras formas en que se
anuncia y se manifiesta el final, como sucede con los presagios de la Conquista
y la espera anhelante del fin del mundo de la que dan prueba los frailes mile-
naristas. Se trata de plantear la manera en que la instancia de la enunciación
experimenta el propio relato y la conduce a darle final: no es un borne que
deba ser alcanzado, un finisterre, abismo que desemboca en la nada, sino un

277
Roberto Flores O.

proceso, un cierre corredizo que no señala, sino que realiza la clausura y que es
preciso ejecutar a todo lo largo del relato.
En algunos casos, el sentimiento de final corresponde al de una resolución
que es alcanzada: una secuencia de sucesos o una supuesta secuencia es inter-
pretada a la luz de una consecuencia que no es explicitada, pero sí inferida. Es
decir, se produce un sentimiento de conexión entre sucesos que no es de tipo
secuencial, sino analógico o de un vínculo de predeterminación, de compartir
un destino similar (como en los relatos de vidas paralelas), en donde un suceso
hace eco a otro. Se produce entonces una respuesta emotiva que corresponde
al reconocimiento, por ejemplo, de una predestinación o de que bajo la cone-
xión supuesta entre ambos sucesos subyace una moraleja que logra redondear
la historia. Una analogía permite comprender mejor este proceso: los psicólo-
gos clínicos hacen mucho énfasis en ofrecer a los pacientes la posibilidad de
terminar el proceso terapéutico, al proporcionarles los medios para efectuar un
cierre en determinados episodios de sus historias de vida. Ese proceso descansa
en la intervención del psicólogo como un actor externo que proporciona, no
el cierre mismo, sino una retroalimentación que propicia las inferencias que el
paciente requiere realizar y que le permiten llegar a una resolución emotiva. Se
trata de una actividad cognoscitiva de carácter interpretativo pero cuya eficacia
reside en la dimensión pasional, la que se despliega mediante un acto ritual.
Estos procesos involucran a un paciente esencialmente activo, sujeto de su
propia experiencia, y contrastan con aquellos tratamientos médicos en los que
el paciente es, justamente, “paciente”, pues sufre pasivamente la intervención
terapéutica.73
El sentido del final se ve así dotado de una dimensión subjetiva y partici-
pativa y deja de ser únicamente un atributo estructural de los relatos: no hay,
pues, un sentido de un final, sino una finalización, una ritualización que signi-
fica al final como final; una invitación, nueva propuesta de contrato que sitúa
al enunciatario como protagonista de una nueva empresa, la que le obliga a
elevarse a la altura del relato para asumir su propia identidad en el contexto de

73. Con respecto a la comprensión del relato histórico, J. D. Velleman (2003: 7)


subraya la importancia de la dimensión patémica:
“Aunque estos eventos no responden a una secuencia causal, no obstante proveen
una conclusión emocional, y por ello la audiencia les encuentra sentido, a pesar
de la falta de conexión causal o probabilística.”

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SUCESOS Y RELATO —HACIA UNA SEMIÓTICA ASPECTUAL—
Cierre

la historia leída; contrato de asunción en donde lo asumido es la vida propia y


no simplemente las reglas del relato, de su plausibilidad o de su verosimilitud,
pues en tal caso el enunciatario se vería limitado al papel de destinatario de
un relato que sólo puede consistir en un objeto de conocimiento, en lugar de
ser un agente de la propia historia, instituido por la historia, en su papel de
destinatario mandatario.
Al ir concluyendo, el relato busca así la complicidad de la instancia de
enunciación para tornarse significativo, un acuerdo que le permita proseguir
a pesar de haberse acabado: la finalización ocurre como garante de su conti-
nuidad. Al ser un efecto del texto en el enunciatario, el sentido del final es el
sentido de ese cierre que invita a recrear la experiencia del evento de manera
que se produzca una fusión, un embrague entre el enunciado y el enunciatario.
La historia contada se torna así en una re-presentación, en una presentación
renovada de su contenido que tiene como virtud la de ser propiedad, no del
texto, sino del lector, quien acepta la invitación y construye, con el acto de
lectura, la historia, su versión de la historia. Esa historia deja finalmente de ser
una ilusión factual y un fetiche textual para convertirse en parte indisoluble de
la propia persona. De esta manera, más que un atributo del relato, el final se
erige como el sentido de la experiencia del fin.

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Se imprimió en diciembre de 2015 en los talleres de Ediciones del Lirio S.A. de C.V.,
ubicados en Azucenas 10, col. San Juan Xalpa, del. Iztapalapa, C.P. 09850, Ciudad
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puntos y Century Gotic de 9 y 8 puntos, se imprimió en papel
Bond ahuesado de 90 g. La corrección estuvo a cargo de Carlos Iván
Lingán Pérez. La formación, de Patricia Reyes.
Cuidó la edición el Departamento de Publicaciones de la enah.

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