Entrega Escrita de Historia Guillermo Lafon 6º SH

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Entrega escrita de Historia – Dos miradas sobre la

Dependencia (Uruguay a finales del siglo XIX)


Guillermo Lafon 6º SH
Primera parte: Conceptos principales de ambas fuentes
En la primera fuente, procedente del estudio de los historiadores
Benjamín Nahum y José Pedro Barrán, se plantea el factor del cambio en la
producción y la modernización del agro como principales causantes del
aumento de la dependencia económica nacional, planteando, en resumidas
palabras, que la introducción de la producción ovina, con su consiguiente
capitalización y su necesidad de cuidados especializados y alta tecnificación,
produjeron condiciones que llevaron a un cambio en la estructura económica
rural, lo que acabó a su vez por llevar al país a grandes modificaciones en su
estructura económica interna, producto de los movimientos internos de capital y
al aumento de la dependencia de los precios internacionales.
Nahum y Barrán hacen referencia en varias oportunidades a una
comparación fundamental: el Uruguay previo a la modernización del medio
rural, basado en la comercialización del cuero y el tasajo extraídos del vacuno
criollo, era “atrasado” y “primitivo”, sin demasiada noción del consumo y con
pocas exigencias materiales, pero por otra parte, la casi nula tecnificación en la
producción de estos productos, sumada a la inexistente industria nacional,
hacían que nuestro país fuera menos dependiente de las fluctuaciones del
capitalismo global. En contraposición, si bien sentaría las bases del Uruguay
actual, la modernización de la campaña impulsada por los gobiernos militaristas
a la par de la toma de riesgos en la inversión en tecnificación, que ahora
resultaba posible por las condiciones en seguridad y se hacía necesaria para la
producción de ovinos, resultarían en una menor autonomía para el país.
La revolución industrial exigía lana y Uruguay tenía las condiciones para
producirla; la extensión de la ganadería ovina en el país causaría un cambio en
las condiciones del medio rural, que desde la época colonial producía con los
mismos medios y ahora pasaba a recibir grandes sumas de capital y los últimos
avances en la producción. Sin embargo, esta producción orientada a satisfacer
las demandas globales y la introducción de nuevas formas en la producción de
los animales acabaría por hacer al país más dependiente de los cambios en los
precios de sus productos exportables, ante las cuales ya no podía simplemente
reducir su consumo para afrontar las fluctuaciones, ya que las fuertes
inversiones y la nueva matriz productiva no se lo permitían. Algo que destacan
los autores, no obstante, es que este aumento en la dependencia en el
Uruguay se vería relativizado, por el momento, gracias a que la ganadería
ovina no suplantaría, sino complementaría, a la producción del vacuno criollo.
Esto permitió diversificar tanto los productos como los mercados hacia los
cuales se exportaba, reduciendo el riesgo ante los cambios de los precios.
En la segunda fuente, proveniente del trabajo de los autores Julio Millot
y Magdalena Bertino, se menciona el cambio en la estructura productiva con
vistas al mercado internacional como un factor de dependencia, pero
principalmente se hace hincapié en la influencia británica en diversos sectores
de la economía del país, que se extendía desde los transportes y los servicios
públicos hasta el grueso de la deuda uruguaya en el exterior.
Los autores plantean el año 1876 (año de inicio de la era militarista)
como el año de la entrada del Uruguay en la zona de influencia británica. En
manos inglesas quedarían los transportes, parte del comercio, las
comunicaciones, el agua y el gas, entre otras, sumando inversiones directas
que en 1883 sumaban tres millones de libras esterlinas, un número que
aumentaría de forma exponencial. La influencia fundamental dicha monarquía
en nuestro país, sin embargo, se vería en el ámbito financiero, ya que el Estado
uruguayo tomaría millones de libras en empréstitos de las bancas británicas, lo
que haría a Reino Unido nuestro principal acreedor de deuda externa. Para dar
una idea del peso de estas inversiones en la economía, se aporta el dato de
que en 1910 las inversiones extranjeras (alrededor de 50 millones de libras
esterlinas, de las cuales unas 40 provenían de inversionistas británicos) eran
iguales a 7,5 veces los ingresos del Estado uruguayo.
Si bien el texto esta planteado desde una óptica de relativización de la
influencia británica en el país, aportando el dato de que nuestras importaciones
y exportaciones se encontraban diversificadas y recordando el hecho de que
nuestros acreedores ingleses se dispondrían a renegociar nuestra deuda
externa en aquellos momentos en los que Uruguay no fue capaz de hacer
frente a los pagos de la misma, resulta sumamente interesante un término
aportado por el autor norteamericano Peter Winn, al quien los autores citan, el
cual consiste en que pocos países fueron absorbidos tan completamente en el
imperio informal británico como el Uruguay. La idea de un “imperio informal”,
que condiciona y domina no desde un plano político, si no mediante la
influencia en la producción y en el ámbito financiero, parece ser considerable
para definir el caso de un país cuyo gobierno era soberano, pero sobre el cual
se imponía el curso del mercado internacional y principalmente del mercado
británico, el cual convenientemente resultaba ser además nuestro principal
acreedor.
Segunda parte: Postura personal
A partir del análisis y el contraste de ambas fuentes, se me hace difícil
no considerar tanto al factor de la influencia directa de la inversión británica en
nuestro país, principal dueño además de nuestra deuda externa, como al factor
del cambio en el sistema productivo de nuestro país, ahora modernizado y
orientado hacia la tecnificación y la exportación de los productos necesarios
para el mercado internacional, como posibles agentes de la dependencia
económica de nuestro país. No obstante, esto no significa que esté de acuerdo
con los autores de una y otra fuente, puesto que mientras lo planteado en el
texto de Nahum y Barrán es la propia visión de sus autores, el texto de Millot y
Bertino está dispuesto en una estructura sumamente particular, en la cual
primero se expresa en números crudos el inmenso peso del aparato británico
en nuestro país, para después extrañamente relativizar su influencia bajo
extraños argumentos. Me resulta sumamente importante considerar la
influencia británica directa como un factor de dependencia, y principalmente la
cuestión financiera, sin embargo, esto parece no ser del mismo peso para los
autores de la segunda fuente, por lo que puede decirse que coincido
únicamente con B. Nahum y J. P. Barrán.
La influencia del cambio en la producción del agro me parece
sumamente importante, puesto que es visible como las nuevas técnicas de
producción, inexistentes en nuestro país, pero necesarias para el cuidado del
ganado ovino, no podían provenir de otra parte si no del extranjero,
convirtiendo así a la importación de estos insumos en una compra
imprescindible, aumentando el número de gastos que el país no podía reducir
para equilibrar su balanza comercial en tiempos de recesión. A esto se le suma
lo obvio: cuando se comercializa hacia el mercado internacional un producto
como la lana, que traía consigo costos de producción mucho más altos que los
de aquellos con casi nula tecnificación, como cuero o tasajo, resulta mucho
más sensible la baja de los precios mundiales y la posibilidad de pérdidas por
parte de los inversores. En caso de crisis mundial, Uruguay tenía mucho más
capital invertido en juego, especialmente desprotegido al estar depositado en
productos cuyo precio no podía controlar.
Me resulta particular, no obstante, la forma en la que están formuladas
las ideas de Millot y Bertino acerca de la influencia británica en nuestro país.
Ciertas frases me parecen, francamente, escritas de forma casi irónica; por
ejemplo, se dice de forma redundante como tanto “los tranvías” como “el agua,
el gas, los teléfonos y los ferrocarriles” se encontraban en manos británicas,
seguido además del hecho de que “Gran Bretaña controlaba la deuda pública”,
pero se relativizan estas inapelables afirmaciones bajo el argumento de que no
todos los dueños de los medios de producción eran ingleses, o de que los
bancos británicos estuvieron dispuestos a renegociar los empréstitos
uruguayos cuando el Estado se declaró incapaz de pagarlos. Me resulta
imposible pensar en que el hecho de que otro país controle nuestra deuda
externa como principal y prácticamente único acreedor no sea suficiente para
argumentar que nos encontramos en una relación de dependencia directa con
este, como también me resulta casi gracioso hablar de la influencia británica
como “la defensa puntual de intereses en casos concretos”: ¿Cómo iba el
Estado uruguayo a considerar actuar en contra de estos intereses, pudiendo
provocar más que una simple defensa puntual por parte de Reino Unido, si este
era dueño de todos los servicios básicos y su principal acreedor? Se me hace
imposible ver al Uruguay de otra forma que no fuera atado de pies y manos por
su acreedor y dueño de servicios básicos, y por lo tanto discrepo con los
autores de forma fundamental

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