Una Multitud de Soledades

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“Una Multitud de Soledades”


Ejercicio Teatral de Raúl Romero
Prólogo
El origen
Narrador: La pronta oscuridad y los relámpagos anuncian una tormenta que distraen a Xûan, y cae en un pozo
profundo. La caída se hace interminable. En el trayecto se golpea consecutivamente y su estado es de semi
inconsciencia. En el último tramo, se desliza hasta caer de pie en un anfiteatro natural, donde curiosamente
observa un sector con la apariencia de una farmacia.
Xuan: ¿Qué es esto?… ¿el inframundo?… ¿Estoy vivo o muerto?...
Narrador: Dirige su mirada a los estantes y vitrinas y observa frascos que parecen medicamentos etiquetados
con nombres de enfermedades como viruela, tuberculosis, sarampión, varicela, gripe, hepatitis, y muchas
más. Se sorprende, y entiende que una farmacia debería expender remedios y no enfermedades. De pronto
una voz áspera y quebrada le pregunta:
Voz: ¿Qué va a llevar?
Xuan: ... Nada
Voz: Sigue tu camino entonces…
Xuan: Dígame por favor…. ¿Qué es todo esto? Todos estos frascos son enfermedades no remedios y esto
parece ser una farmacia.
Voz: A veces las enfermedades son remedios también….
Xuan: Pero muchas de esas enfermedades provocan epidemias, aislamiento social, ¡sufrimiento y muerte! Las
cuarentenas son irritantes, provocan parejas en conflicto, hermanos que se pelean, amigos que se
distancian... intolerancia y provocación en las calles; crisis económicas que hacen crecer la delincuencia.
Voz: Pero tal vez las cosas se ponen en su lugar. La gente aprende a cuidarse a sí misma y a los demás. El
conflicto puede conducir a que digan realmente lo que piensan... ¡lo que nunca se animaron a decir! Y a partir
de ahí se reconcilien y vivan mejor. ¡Si hay amigos que se distancian es porque quizá nunca fueron amigos!
Las crisis y angustias incentivan a crecer, a esforzarse más... a desarrollar habilidades que mucha gente ni
sabe que tiene.
Xuan: ¿Y las personas que mueren?...
Voz: Ese es el costo que se debe pagar. Todo beneficio tiene un precio. Fue y será siempre así. Ahora toma
ese frasco, el más nuevo… y haz lo que dice allí, en las instrucciones.
Narrador: Ahora la tormenta se dispersa al amanecer, y los primeros rayos de sol acometen sobre los
párpados de Xûan que despierta lentamente. Lee las instrucciones que tiene en la mano que corresponden al
covid19, y cuál si fuese un terrorista, se dispone a atacar.
Todos a coro: Exhaló, como un leve disparo, monstruos invisibles, con dotes de atleta, y de boca en boca, en
la muchedumbre, generó la pandemia, en todo el planeta.
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ESCENA 1 - La necesidad tiene cara de escarabajo
Narrador 1: El escenario está desierto.
Narrador 2: La sutil brisa originada por los últimos aplausos no puede sacudir el polvo de las butacas. Los
últimos resplandores de las luces se refugiaron en las pupilas de los artistas, se mantienen intermitentes a la
espera de que se abra el telón.
Narrador 1: La pandemia está presente. No es nuevo lo que sucede, Shakespeare estuvo recluido por la peste
bubónica.
Narrador 2: Pasan los días, los meses... pero el telón no se abre.
Narrador 1: Afuera, los artistas protestan por volver a trabajar.
Narrador 2: Las necesidades a veces no reconocen consecuencias; no cuentan el pasado ni el futuro, sino el
duro presente.
Narrador 1: Mientras tanto dentro del teatro, en un rincón del escenario, una araña teje incesantemente…
Narrador 2: La inactividad humana no genera desechos; los insectos se ven afectados y comienza la función.
Narrador 1: Un escarabajo avanza por el borde del escenario. Los bocinazos en la calle y el murmullo de la
gente le ponen música; un rayo de luz, a través de una rendija, lo hace visible, y la araña se dirige hacia él
lentamente para no amedrentarlo…
Araña: ¿Cómo estás, escarabajo?
Escarabajo: Mal, tratando de alimentarme. Estoy harto de comer madera, ¡no hay nada!... ni siquiera
excremento. Por lo menos antes merodeaba por los pasillos, por los camerinos, y siempre hallaba alguna
migaja.
Araña: No sé qué está pasando. Este lugar estaba siempre lleno de gente. De vez en cuando aparece alguien
y hace una recorrida. ¡Hay que tener cuidado!... Ya ves cómo son los humanos, y si te ven, te pisan.
Escarabajo: Ya no sé cuánto tiempo podré aguantar así.
Araña: No te preocupes, yo te voy a ayudar… tengo algo para comer, pero tendrás que seguirme...
Escarabajo: ¡Gracias, araña! Creo que eres muy distinta a los demás...
Araña: Sígueme… por aquí esta lo que tengo para ti.
Narrador 1: El escarabajo queda atrapado en la telaraña, y la araña le asesta una picadura mortal, y poco a
poco es devorado por la araña.
Narrador 2: La necesidad y la desesperación superaron su instinto, y pagó con su vida.
Narrador 1: La tragedia se hizo presente en el teatro, como en su origen.
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ESCENA 2- Tomás
Soy Tomás, y hace varios meses que en esta casa estoy totalmente desconcertado. Somos seis integrantes
en esta familia. Todo el tiempo escucho lo mismo: pandemia, cuarentena, curva, vacuna, virus, infectados,
muertos, virtual, quedate en casa. Mi vida antes era muy simple; me levantaba, me estiraba, salía a caminar,
me iba a jugar con mi vecino y amigo a simular una pelea. Pero de pronto ya nadie sale. Están todo el tiempo
en la casa; van y vienen, suben y bajan. Abren el refrigerador veinte veces por día, discuten por la televisión.
Y se la pasan dándome órdenes, o me ignoran…. ¿la comida? ... ¡ A cualquier hora!. La verdad es que por
momentos pienso que solo soy un estorbo. ¡Estoy harto! Todos hablan de mis derechos, pero nadie hace
nada. ¡Me utilizan solo como una excusa para salir a caminar!... ¡Y yo lo único que quiero… lo único que
realmente quiero…. es rascarme!... Sí, ¡rascarme como se me da la gana!
Hasta han llegado a pisarme la cola varias veces.

ESCENA 3- ¡Peligro!
Joven: ¡No uses el metro, compra todo el papel de baño que puedas, no visites a nadie, haz videollamada,
usa mascarilla, lentes, guantes, cubrebocas N95, tapete sanitizante. Deja los zapatos en la puerta, lávate
cada vez que puedas, usa gel antibacterial aunque tus manos se empiezen a irritar, no salgas a correr, no
salgas a caminar, no te talles los ojos, no te agarres la boca, no abraces a la gente, el virus está en el aire,
vendría bien no respirar!
Sin darme cuenta, llevo ocho meses encerrada junto a Ramona, una gata que adopté para no morirme de
ansiedad. Sin embargo, me despierto por las noches con una angustia que parece de tiempo atrás.

Escena 4 - Sesión de Terapia


(Una sala con sillas en semicírculo. Una silla en el centro que ocupa un hombre de espaldas al público)
Doctor: Gracias.
Victoria: Todos estos meses había estado pensando que en este mundo la mayoría de las veces gana la
inercia de la violencia. La misma inercia que permite que haya personas durmiendo en las calles, sin ropa y
sin facultades mentales. Esa noche lloré compulsivamente, como nunca antes, supe que, si no lograba
calmarme en ese mismo instante, mi mente o mi cuerpo colapsarían. Salí corriendo descalza a la calle, llovía,
sentir el aire me dio un poco de cordura, pero necesité caminar algunas cuadras. ¿Cómo sucedió esto? ¿Por
qué un hecho cotidiano podía provocar eso en mí? Cuando leí la nota sobre los trastornos mentales jamás
creí que me fuera a pasar, pero pasó, y tal vez a todos les esté sucediendo, en mayor o menor medida, y cada
quien lo está afrontando con las herramientas a su alcance. Necesité salir a correr cada día y regresé aquí a
terapia. Mi cuerpo me exigía una cotidianidad que no fuera la de la catástrofe.
Doctor: Gracias Victoria por compartir… ¿Alguien más?
Sonia: Yo. Bueno… Nadie ha muerto en mi familia. Sólo síntomas muy leves: fatiga sin haber hecho gran
actividad física, dolor de cabeza que nada tiene que ver con el habitual, diarrea. Puro síntoma human-friendly.
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El covid-19 no siempre se manifiesta de manera fulminante. No sólo se presenta en vías respiratorias y con
fiebre. Pero esta información poco se mueve porque no emociona. No vende. Lo noto incluso con mis
conocidos, cuando preguntan y les cuento cómo vamos, que no hay nada fatal, responden de manera puntual
con un “Ah, qué bien”.
Rosa: A lo largo de los meses, la muerte de nuestros vecinos, de nuestros familiares y de nuestras cosas
materiales no es nada en comparación con esa parte nuestra que ha ido muriendo debido al miedo. El temor a
la muerte nos ha desgastado terriblemente. Ha quedado manifiesto que podemos ser peores de lo que ya
éramos, tras meses de encierro la violencia de los maridos parece haber crecido, es la náusea que produce a
los hombres estar con mujeres durante 24 horas seguidas, una náusea que no termina en vómito, sino en
gritos, golpes, objetos rotos, mujeres muertas. En la soledad del hogar, la mayoría de los matrimonios no se
volcó hacia el amor, sino hacia la violencia. Este país está enfermo desde sus entrañas.
Doctor: Gracias señora…
Fernando: Yo tengo una historia que contar. Es acerca de un chico que conoci hace poco.
Doctor: Adelante…
Fernando: Un día poco antes de las dos de la mañana, Ernesto se retiró a su habitación para intentar dormir
un rato, necesitaba descansar porque lo que ocurría en su vida desde hacía dos semanas era surreal. No
lograba asimilar que en la habitación de al lado su papá estuviera agonizando, era imposible procesar todo
ese dolor. Una semana atrás el médico les había dicho que no había nada que hacer, que su papá no duraría
más allá del mes. La opción de internarlo no era viable, la pandemia de covid-19 mataría a su papá incluso
antes que la insuficiencia renal. En menos de un mes su papá moriría, con eso, su orfandad sólo terminaría de
consumarse. A las 2:45 de la mañana, su hermana lo despierta. Al abrir los ojos nota las lágrimas cayendo por
sus mejillas. “Papá ya se fue”, dice su hermana con voz apenas audible. Su papá ha muerto. Ernesto abraza a
su hermana y llora, llora porque sabe que su orfandad se ha consumado. La agonía que debía durar menos
de un mes se ha limitado a seis días, no fue ni siquiera una semana. Se acerca al cuerpo de su papá, lo
abraza. Hay cosas que el amor no puede perdonar, pero él las perdona, perdona su violencia, perdona su
alcoholismo, perdona los golpes, perdona su ausencia, perdona que se haya muerto. Mientras abraza el
cadáver le promete que cuidará de su abuela, le jura que cuidará de su hermana. Se olvida de sí mismo en
esos momentos, parece no escatimar en su propia necesidad de cuidado, en la agonía que seguirá a su
duelo.
Vicente: Mi historia es muy similar… Cerca de una tienda de autoservicio, me encontré con un joven que
había perdido a sus padres. Caminamos por el bulevar cercano, y él me cuenta en detalle su desdicha. Llora
mientras lo abrazo; estoy abrazando a un desconocido, consolando a un pobre chico que ha perdido a sus
padres, en el fondo quizá me consuelo a mí mismo. La pandemia nos arrebata todo, hasta la posibilidad de
consolarnos, pero en este momento, en este instante, al abrazarlo mientras llora desconsolado, resistimos. No
a las medidas dictadas por el Estado, sino a la orfandad de lo humano a la que la pandemia nos somete.
Sofía: Yo también conocí a alguien así…Recuerdo las tardes que pasamos juntos cuando caminábamos
rumbo al zoológico, podíamos ver toda la ciudad desde un rincón casi desconocido, vimos el cambio de
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estaciones, el inicio de la temporada de lluvias. Me convertí en su amiga. Recuerdo que su rostro era muy
hermoso. Me culpo por pensar en eso, pero no me culpo por haberlo querido, por haberlo abrazado y llorado
con él, cuando todo eso estaba prohibido. No puedo arrepentirme de ser humano, incluso cuando ser humano
apenas importa, porque son tiempos de pandemia y entre seres humanos deben persistir 1.5 metros de
distancia. Hace ya dos semanas que no lo veo, hablamos apenas lo necesario. Sólo espero que esté bien,
sólo anhelo que ese muchacho, cuyo hermoso rostro expresa la tristeza de modo casi poético, logre sobrevivir
a la desdicha más grande del ser humano; el estar solo en medio de una muchedumbre. Creo que el temor a
la muerte me está desgastando.
Alejandro: ¿Cómo consolar a una sociedad entera de huérfanos de toda clase? No hay remedio para la
desdicha de nuestra propia orfandad, porque con cada fatídica noticia una parte de nosotros se va quedando
en el camino. Por ahora sólo queda el desconsuelo de nuestras casas vacías. No obstante, por sobre todas
las cosas se hizo palpable lo evidente: la gente muere más de desamor. El virus mata no sólo el cuerpo,
también el alma de quienes no enfermamos, de quienes enfrentaron la desdicha sin consuelo alguno, con
evidentes muestra de temor y no de empatía. Mueren, murieron, morirán más de desamor.
Doctor: Sus testimonios nos hablan, no de las víctimas mortales del covid-19, sino de sus víctimas
secundarias, aquellas que no enfermaron, al menos hasta ahora, pero que de una u otra manera se vieron
tocados por los efectos no físicos de la enfermedad. Por una epidemia de aislamiento que dejó tantos muertos
caminando por las calles como muertos en los cementerios. La pandemia dejará tras de sí una terrible
epidemia de desolación, temor, orfandad. Curar lo que vendrá después será lo más difícil, pues se trata de la
orfandad de nuestros seres amados, la ausencia que dejaron nuestros conocidos e incluso nuestra propia
orfandad, porque una parte de nosotros se ha extraviado. Convivir con esta multitud de soledades será difícil,
es una vuelta a la normalidad para la cual no hay protocolos.

Fin

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