Fabula Cuento

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FABULA EL PERRO Y SU REFLEJO

Un perro muy hambriento caminaba de aquí para


allá buscando algo para comer, hasta que un
carnicero le tiró un hueso. Llevando el hueso en el
hocico, tuvo que cruzar un río. Al mirar su reflejo en
el agua creyó ver a otro perro con un hueso más
grande que el suyo, así que intentó arrebatárselo
de un solo mordisco. Pero cuando abrió el hocico,
el hueso que llevaba cayó al río y se lo llevó la
corriente. Muy triste quedó aquel perro al darse
cuenta de que había soltado algo que era real por perseguir lo que solo era un
reflejo.

Moraleja: Valora lo que tienes y no lo pierdas por envidiar a los demás.

El gallo y la joya

En la granja, un gallo muy hambriento escarbaba


la tierra buscando algo de comer para él y las
gallinas con las que compartía su gallinero, cuando
descubrió un diamante que la esposa del granjero
había perdido.

—¡Qué desilusión! —dijo el gallo—. Sin duda eres


una prenda muy costosa y quien te perdió daría
mucho por encontrarte. Pero yo prefiero un solo
grano de maíz o de trigo antes que todas las joyas del mundo.

Moraleja: Aquello que no es útil no tiene valor.

CUENTOS
Había una vez un mercader que debió emprender un viaje muy largo.
Antes de partir, dejó al cuidado de su
mejor amigo un cofre lleno de monedas
de oro.
Pasaron unos pocos meses y el viajero
regresó a casa de su amigo a reclamar
su cofre. Sin embargo, no se encontraba
preparado para la sorpresa que le
aguardaba.
—¡Te tengo muy malas noticias! —exclamó su amigo—. Guardé tu cofre debajo
de mi cama sin saber que tenía ratas en mi habitación. ¿Quieres saber qué pasó
exactamente?
—Claro que me interesa saber —replicó el mercader.
—Las ratas entraron al cofre y se comieron las monedas. Tú sabes, querido
amigo, que los roedores son capaces de devorarlo todo.
—¡Qué mala suerte la mía! —dijo el mercader con profunda tristeza—. He
quedado en la ruina por causa de esa plaga.
El mercader sabía muy bien que había sido engañado. Sin demostrar sospecha,
invitó a su mal amigo a cenar en su casa al día siguiente. Pero al marcharse, entró
al establo y se llevó el mejor caballo que encontró.
Al día siguiente, llegó su amigo a cenar y con disgusto dijo:
—Me encuentro de muy mal humor, pues el día de ayer desapareció el mejor de
mis caballos. Lo busqué por todos lados, pero no pude encontrarlo.
—¿Acaso tu caballo es de color marrón? —preguntó el mercader fingiendo
preocupación.
—¿Cómo lo sabes? —contestó el mal amigo.
—Por pura casualidad, anoche, después de salir de tu casa, vi volar una lechuza
llevando entre sus patas un caballo marrón.
—¡De ninguna manera! —dijo el amigo muy enojado—. Un ave ligera no puede
alzar el vuelo sujetando un animal tan fornido como mi caballo.
—Claro que es posible —señaló el mercader—. Si en tu casa las ratas comen oro,
¿por qué te sorprende que una lechuza se robe tu caballo?
El mal amigo, muy avergonzado confesó su crimen. Y fue así como el oro volvió al
dueño y el caballo al establo.
Moraleja: No engañes a los demás si no deseas ser engañado.

Juan y el caldero

En la bella isla de Puerto Rico, vivía Juan con


su mamá. Juan era un niño de buen corazón,
pero siempre andaba en problemas por no
seguir instrucciones.

Un día su mamá lo llamó y le dijo:


—Juan, necesito que vayas donde tu madrina y le pidas prestado el caldero. Estoy
cocinando un asopao de pollo y no me cabe en la olla. ¡Apúrate que lo necesito
con urgencia!

—Claro que sí, mamá —respondió Juan.

El asopao de pollo era su comida favorita, así que salió corriendo colina arriba
hacia la casa de su madrina.

Al llegar, su madrina lo saludó y le entregó el caldero.

—Juan, ten mucho cuidado con mi caldero, recuerda que es de cerámica y puede
romperse—le dijo.

—No te preocupes madrina —respondió Juan, mirando la enorme olla de tres


patas.

Entonces, emprendió su camino colina abajo hasta que el sudor empezó a


recorrerle por la cara y sus brazos comenzaron a sentirse muy, pero muy
cansados ante el peso del caldero.

Su casa no quedaba muy lejos, Juan puso el caldero en la tierra y se detuvo para
pensar:

“Los perros tienen cuatro patas y caminan. Los gatos tienen cuatro patas y
caminan. Las gallinas tienen dos patas y caminan, ¿cómo es posible que este
caldero de tres patas no camine?”

Juan miró el caldero y con toda seriedad le dio la orden:

—Camina caldero de tres patas, mi madre te espera para hacer asopao de pollo.

¡Pero el caldero no se movió ni un poquito! Muy enojado, Juan le dio una patada y
lo mandó rodando por la colina, con tan mala fortuna que el caldero se estrelló
contra una roca y se quebró en mil pedacitos. Nadie supo si Juan cenó asopao de
pollo.

Lo que sí se sabe es que después de ese día, la madrina dejó de confiar en


Juan... y su mamá nunca volvió a pedirl e favores.

LA LEYENDA DEL MAÍZ

Cuenta la leyenda que, antes de la llegada del Dios Quetzalcóatl, los aztecas solo
se alimentaba de raíces y algún que otro
animal que podían cazar.
El maíz era un alimento inaccesible porque estaba oculto en un recóndito lugar
situado más allá de las montañas.

Los antiguos dioses intentaron por todos los modos acceder quitando las
montañas del lugar, pero no pudieron conseguirlo. Entonces, los aztecas
recurrieron a Quetzalcóatl, quien prometió traer maíz. A diferencia de los dioses,
este utilizó su poder para convertirse en una hormiga negra y, acompañado de
una hormiga roja, se marchó por las montañas en busca del cereal.

El proceso no fue nada fácil y las hormigas tuvieron que esquivar toda clase de
obstáculos que lograron superar con valentía. Cuando llegaron a la planta del
maíz, tomaron un grano y regresaron al pueblo. Pronto, los aztecas sembraron el
maíz y obtuvieron grandes cosechas y, con ellas, aumentaron sus riquezas. Con
todos los beneficios, se cuenta, que construyeron grandes ciudades y palacios.

Desde aquel momento, el pueblo azteca adora al Dios Quetzalcóatl, quien les trajo
el maíz y, con ello, la dicha.

LEYENDA DEL HILO ROJO DEL DESTINO

Cuenta una antigua leyenda que, hace muchos años, un emperador invitó a una
poderosa bruja que tenía la capacidad para ver el hilo rojo del destino.

Cuando la hechicera llegó a palacio, el emperador le pidió que siguiera el hilo rojo
de su destino y lo condujera hacia la que sería su
esposa. La bruja accedió y siguió el hilo, desde el
dedo meñique del emperador, que la llevó hacia un
mercado. Allí se detuvo frente a una campesina en
cuyos brazos sostenía a un bebé. El emperador,
enojado, pensó que se trataba de una burla de la
bruja e hizo caer a la joven al suelo, provocando
que la recién nacida se hiriera la frente. Luego,
ordenó que los guardias se llevaran a la bruja y pidió su cabeza.

Años después, el emperador decidió casarse con la hija de un poderoso


terrateniente a la que no conocía. Durante la ceremonia, al ver por primera vez el
rostro de su futura espos a, el emperador observó una cicatriz peculiar en su
frente.

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