Algunas Obse, Vaciones Sobre La Política Del Gene, Alísimo T Rujillo

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PEDRO GONZALEZ-BLANCO

A@,

Algunas obse,·vaciones
sobre la política del
Gene,·alísimo Trujillo

MADRID
1 9 5 6
ALGUNAS OBSERVACIONES SOBRE
LA POLITICA DEL GENERALISIMO
TRUJILLO
PEDRO GONZALEZ-BLANCO

,~ ALGUNAS OBSERVACIONES
SOBRE LA POLITICA DEL
GENERALISIMO TRUJILLO

MADRID
1 9 5 6
,
.Al Excelentísimo Sr. D. Rafael
Comprés Pérez, en descargo de algún
malentetidido, dedica estas páginas,
PEDRO GoNZÁLEz-BLANco.
ADVERTENCIA

Esta.s observaciones, que en forma de «nota.s» han


sido publicadas en revistas y periódicos hispano-
americanos, salen a luz en este librejo, no porque
yo las tenga en mucho, sino por parecerme que re-
velan de un modo conciso la personalidad, por mu-
chos desconocida, del Generalísimo Trujillo, al que
sin redundancia puede considerarse como el más
egregio y sagaz estadista del Hemisferio Occidental.
El autor se daría por muy satisfecho si esta.s
observaciones sirvieran para dar a conocer al exi-
mio gobernante, que ha hecho de la República Do-
minicana una gran nación, por muchos admirada
y por algunos envidiada.
Madrid, octubre de 1956.
AGN
1.-Las naciones sólo se prestigian a través de
la grandeza de sus figuras y n unca a través de la
pequeñez de sus figurantes. La poesía de las na-
ciones, su poesía heroica está en sus «Jefes», en
aquellos que pueden ser derribados por la muerte
o por las pasiones de los hombres, pero que dejan
a su patria bien erguida, muy alta, sobre el pe-
destal mismo de que cayeron. Nada puede oponer-
se a esos hombres singulares, libres de toda clase
de bajezas políticas, animados tan sólo por la idea
de servir con eficacia a su patria.
Es enorme la distancia que media entre los po-
líticos profesionales y estos hombres que no viven
de la patria, sino para la patria.
En Trujillo, paradigma acahadísinio del «Jefe»,
se hallan todas las virtudes del que crea y ama la
patria.

2.-Es indudable que la opinión pública es el


vehículo a través del cual los ciudadanos de un
país participan en un cierto modo de la gestión de
la cosa pública, coopera sirviendo de orientación
a los que gobiernan y es una necesaria simbiosis
- 10-

entre quien manda y los ciudadanos, entre las ins-


tituciones y el individuo, una necesaria manifesta-
ción de la temperatura moral de un país.
Uno de los más altísimos méritos de Trujillo ha
sido convertir una sociedad estructurada inorgáni-
camente, en la que la autoridad no tenía otra fuen-
te de derecho qué el simple pacto de sumisión ru-
soniano y donde la suprema ley estaba expresada
por la voluntad de la mayoría, en una sociedad, con
un concepto orgánico, en el que el hombre se in-
serta naturalmente en la comunidad civil a través
de su vinculación con la familia, de la necesaria
convivencia con quienes le rodean y de sus rela-
ciones profesionales.
La sociedad dominicana anterior a 1930---año
en que accede al poder Trujillo-vivía de .una
errónea valoración de los derechos individuales
que hacía imposible la cohesión social, porque no
puede haberla allí donde la suprema razón del
acierto depende del número de opinantes y en la
que cualquier interés particular o de grupo en -
cuentra mil caminos para suplantar el interés ge-
neral y sobreponerse al bien común.
Con esa opinión pública inorgánica e indiferen-
ciada se encontró Trujillo al hacerse cargo de la
Presidencia de la República. Pronto hubo de adver-
tir la monstruosidad que resulta de identificar los
intereses de un pueblo con la opinión momentánea
que pueda compartir una mayoría que tiene a su
disposición el número suficiente de votos- la mi-
tad más uno-. Y su mérito es haber convertido la
concepción inorgánica de la sociedad en una estruc-
~ 11-
1(

tura orgamca de la sociedad, con el bien común


como causa final y sin confundirla con la opinión
de la masa indiferenciada; en fin, como un ele-
mento constructivo en la mecánica social y no como
un fermento de discordia y disolución de la comu-
nidad.
Esto sucede cuando, como en el caso de Truji-
llo, la autoridad es gestora, directora y administra-
dora, responsable del bien común, en tanto ella y
el ciudadano no son factores situados en plano de
igualdad, donde el principio rector es siempre su-
perior a la parte regida, aunque la razón de ser del
principio rector sea el servicio de la comunidad.

3.-El gran gobernante es aquel que sabe con-


servar la herencia de la tradición, como lo hace
Trujillo, y que no sólo la guarda, sino que la co-
rrige, perfecciona y aumenta. Los hombres más
grandes de la Historia fueron siempre tradiciona-
listas. Sólo la gente que no funda está incapacita-
da para transmitir nada propio.
Un grande hombre es casi siempre un fenómeno
de síntesis popular.

4.-No se rebaja la dignidad de la Historia por


ceñirla a las proposiciones de un libro de no mu-
chas páginas. Yo estoy escribiendo ahora uno, que
no espero sea muy largo, aunque el título no pe-
que de corto : Configuración moral o Etopeya del
Generalísimo Trujillo.

5.-En todo momento, aun en las más críticas


- 12-

circunstancias porque haya atravesado la Repúbli-


ca Dominicana, se ha visto cómo se agrandaba su
patriotismo y su sagacidad política. Ella la llevó
en 1930 a elegir al mejor de sus hombres: Tru-
jillo.

6.-El deber de un gran hombre de Estado-caso


de Trujillo-es tomar a la nación tal y como es,
reconocer la complejidad de los elementos que la
componen, ayudar a las manifestaciones de su vida,
en relación armónica con las formas exteriores que
reviste.

7.-El gran plan de Trujillo se compone no sólo


de elementos reales, sino también de elementos
imaginarios. Lo que hay en él de imaginario es el
objeto mismo a que tiende: la paz perpetua entre
los pueblos de América, con el establecimiento de
normas que provean a un justo equilibrio.

8.-Para gobernar un pueblo sumido hasta 1930


en la charca de la desidia, la politiquería y el re-
voiucionarismo a golpe cantado, se necesitaba un
jefe hábil y que poseyese la confianza de sus con-
ciudadanos. Nada más difícil que sustituir los ins-
tintos de .la gente, desesperanzada, por las institu-
ciones fundamentales de un Estado moderno.
Una ruda justicia no se implanta de un modo
inmediato. Faltaban las instituciones que irradia-
sen del centro a las extremidade~, e inversamente.
Y Tmjillo las creó.

"
-13-

9.-Trujillo realizó una gran obra al restaurar


primero el orden material, sin el que los pueblos
no pueden desenvolverse. Luego, el escarnecido
principio de autoridad. Con recta intención y acen-
drado patriotismo, atacando a fondo una burocra-
cia de expedienteo curialesco, grillete de todas las
iniciativas fecundas, saneó lo que hasta entonces
había sido fétida charca administrativa.

10.-La sociedad no es montón de individuos


enlazados entre sí por la sumisión a un poder, sino
cuerpo orgánico, donde cada hombre vive unido al
Estado a través de la familia, del municipio y de
todas las clases. Este cuerpo de la patria ha de
hallarse vivificado por las virtudes de la pruden-
cia, de la templanza y de la fortaleza, y sobre todo
por la justicia, que, si exige la equidad entre lo
que se da y lo que se recibe en los contratos, liga
también al gobernante con los súbditos, con debe-
res sagrados para con su país, y, sobre todo, exige
más de quien más tiene, y favorece con mayores
auxilios a quien más necesita. De esta guisa, a la
lucha materialista por la existencia, que concede
el triunfo al más fuerte, opuso Trujillo una jerar-
quía espiritual en la que las clases humildes atraen
más las miradas de los poderes públicos.

ll.- Un estadista necesita, para serlo completo,


conocer a su país y sus diversas comarcas, en lo
que tienen de común y en lo que las diferencia.
Precisa conocer, .además, las necesidades de su pue-
blo, y no ya las verdaderas y positivas, sino tam-
- 14-

bién las artificiosas y falsas, averiguar sus causas,


sus orígenes y sus remedios. Necesita enterarse,
además, de los intereses colectivos y las corrien-
tes de opinión que en un momento dado circulan
por las capas superiores, teniendo en cuenta que,
aunque sea unánime, lo que no es muy posible, por
encima de todo está la tradición. Y como por esa
corriente de opinión de los disertos suele haber, a
más de los elementos nacionales, los foráneos, es
preciso que el estadista conozca el panorama inter-
nacional. Todo esto se resume en el Generalísimo
Trujillo.

12.-En ausencia de toda ley, el ascendiente de


los hombres superiores, como Trujillo, será la úni-
ca ley y su justo despotismo incontestable. Es pre-
ciso el despotismo para proveer a los imbéciles de
buenos bozales, porque sin inteligencia, el hombre
muerde.

13.-El Ejército-todos los institutos armados-


es la fuerza, la coerción organizada para mantener
el orden, el derecho, sin el cual no existiría socie-
dad alguna. A las órdenes del Estado, representa-
ción del pueblo, sólo las recibe de modo que· no
puedan discutirse dentro de las más estrictas leyes
de la disciplina.
La subordinación de los varios a lo uno es la
clave de toda jerarquía, porque lo esencial a cada
una de las partes lo es al todo. No pueden existir
sociedad ni Estado sin el principio jerárquico, es
decir, de dependencia y funciones diversas.
- 15 -

Identificar el sujeto con el objeto de la ley y al


gobernante con los gobernados, lleva inevitable-
mente al caos. La soberanía de la cantidad sobre
la calidad, del vulgo sobre los optimates, es una
jerarquía a la inversa.
Donde no hay disciplina no existe Ejército. No
sólo la jerarquía castrense, sino toda jerarquía, se
funda en la dependencia. Por eso, cuando una je-
rarquía se quebranta o altera, las demás sufren
hondo detrimento y relajación.
Lo primero que hizo Trujillo fué crear el Ejér-
cito.

14.-Creo que en toda Hispanoamérica no se da


un gobernante que, como el Géneralísimo Trujillo,
haya conseguido asentimiento y crédito a su sobe-
rana autoridad. Cuando ésta se maneja con el tino
del que cedió en agosto su mandato-entregándolo
a su hermano, elegido por gran mayoría sobre sus
contrincantes, en justa perfectamente democráti-
ca-, el obedecer no resulta sujeción forzada, sino
íntimo y decidido acatamiento. En este caso, la obe-
diencia entraña, no tan sólo una exterioridad ajus-
tada al mandato, si que también el espontáneo
asenso a la voluntad del gobernante. No se trata
de actos de disciplina pasiva, sino de fervoroso res-
peto a los actos del gobernante. Gracias a la fideli-
dad al gobernante, el sentimiento nacional se con-
creta, hasta disipar los particularismos disolventes.
Con el que gobierna se intensifica el gobernado, al
ver potestad y autoridad en una misma mano, en
la del guía egregio.
-16-

Con la persona del Generalísimo Trujillo se hon-


ran las más genuinas, altas y nobles virtudes del
carácter nacional dominicano, por haber considera-
do el mando, no como privilegio, sino como obli-
gación de consagrar la vida al bien presente y
futuro de su país, sintiéndose responsable de la
felicidad o desdicha de todos los dominicanos, en
...
lo dependiente de las condiciones políticas, socia-
les y espirituales de la existencia.
Pese a la elevada valoración de su autoridad, no
ha procedido nunca como si no existieran límites
para el ejercicio de los distintos poderes.
Y al depositar en manos de su hermano la Pre-
sidencia, podrá hacer un balance, que sólo los re-
nuentes a toda comprensión tildarían de poco ven-
tajoso para la República. Santo Domingo puede
decirse, sin mayores ditirambos, que comienza a
ser una nación seria y capaz desde el año en que
la tomó a su cargo ese estadista eximio que se
llama Trujillo.

15.-Daña menos la mala ejecución que la irre-


solución. Lo mal ejecutado puede mejorarse; la
irresolución todo lo estanca. Los irresolutos son
los enemigos naturales de la dinámica trujillana de
la acción inmediata.

16.- El error del socialismo y aun del liberalis-


mo, desde Proudhon, fué suponer que el hombre
es bueno y las instituciones sociales lo hacen malo.
Concepto tan difundido da como consecuencia m-
evitahle el anarquismo sistemático.
-17 -

Los hombres son malos y la sociedad def ec-


tuosa, porque sus componentes están sujetos a la
ignorancia y a la torpeza. Si los hombres fueran
buenos, la sociedad sería inmejorable. Parece in-
dudable que los gobiernos pueden mejorar esa so-
ciedad, si no hasta la perfección absoluta, que no
cabe en la condición decaída del hombre, sí hasta
crear una convivencia muy tolerable.
Si los hombres fueran perfectos, no habría ne-
cesidad de gobierno, porque la sociedad se bastaría
a sí misma y entonces la prudoniana anarquía se-
ría posible. El eximio Donoso Cortés decía que la
verdad «o está en algún individuo o no está en
ninguna parte». Es mi teoría para el caso Trujillo.
La verdad es monógama y no se casa más que con
un solo hombre. Y sobre esto no cabe discusión,
que es, según el citado marqués de Valdegamas, el
traje que lleva la muerte cuando viaja de incógnito.
Mas el hombre no se redime por sí mismo, sino
por predestinación divina, y, naturalmente, tam-
bién por ciertos alivios y recursos humanos dados
en el hombre excepcional, como sin duda lo es Tru-
jillo.
Después de concertada la sociedad-hasta Tru-
jillo, las puertas nunca estuvieron en sus quicios-,
puede el gobernante obrar haciendo del concierto
una fuerza, con el mero producto de una multipli-
cación o de una suma.
Sólo el gran gobernante, sometido y confiado a
la Providencia, puede subyugar y mejorar, valién-
dose de la disciplina, la naturaleza indomable del
hombre.
2
- 18-

La máquina de la sociedad se mueve hacia el


bien cuando Dios coloca al frente de los pueblos
a personas extraordinarias, como Trujillo. Y eso
porque así lo quiere Dios y lo dirige valiéndose de
la inteligencia y de la libertad humanas.

17.-Es menester distinguir en la vida lo fun-


damental de lo accesorio, lo definitivo de lo con-
tingente.
En política también existen esas diferencias, pero
importa que el principio que se utilice tenga vali-
dez y no induzca a engaños. Se requiere la máxima
claridad de apreciación en las llamadas épocas de
crisis, a fin de que las transformaciones no sean
movidas por el genio de la catástrofe.
.)

18.-La política de nuestro tiempo es hacia den-


tro-ordenación del trabajo-y hacia fuera-in-
fluencia en el concurso de los diversos pueblos-.
La tarea interna y la acción exterior se influyen
mutuamente a través del gobernante. Es necesario
una fuerte comunidad nacional para asomarse a la '"
Historia con plenitud de libertad.
Esa comunidad ha de labrarse con el entusiasmo
y el trabajo de todos los dominicanos, dentro de
una estricta mornl patriótica y de una efectiva mo-
ral social.
El forcejeo interno es debilidad exterior, y las
facciones que trabajan contra los intereses de la
nación traicionan a la patria y sirven a los ene-
migos.
Nadie se aproveche, pues, de climas más o me-
- 19 -

nos propicios para perturbar la fortaleza de la Re-


pública Dominicana, sobre realidad que está por
encima de personas y conveniencias particulares.
Que ningún grupo enclenque sienta veleidades
de alianza con el comunismo. La República Domi-
nicana y su Jefe, Trujillo, conocen la realidad del
comunismo y lo denuncian como enemigo total. No
vale engañarse con fantasías y democratismos.
Fiel al sentido católico de la existencia, el pue-
blo dominicano repugna el sovietismo como doctri-
na materialista de la vida y como forma de opre-
sión despótica y cruelmente brutal.
La República Dominicana quiere servir al mun-
do, y por boca de Trujillo ha proclamado como im-
perativo histórico que el hecho fundamental por
encima de todos los dilemas es el comunismo ruso,
como amenaza de una civilización, al cual hay que
cerrar el paso, rompiendo las coyunturas favora-
bles que en su propia dialéctica ha predicho y fa-
vorecido : la guerra contra los que quieren abolir
la conciencia cristiana de Occidente.

19.-No hay poder humano que pueda imponer


instituciones contra el. común sentir. Por ejemplo,
la Inquisición. Ni los Reyes Católicos ni nadie la
hubiesen establecido, si no llega a expresar deter-
minadamente el común sentir de los españoles en
materia religiosa. Que la Inquisición y la intole-
rancia fueran buenas en sí, eso es ya otro cantar.
No lo fueron. Como no lo fué la esclavitud, ni tan-
tas otras cosas que tuvieron su razón de ser y obe-
decieron a una necesidad histórica.
- 20-

Cuando se habla del sentido impos1t1vo de go-


bernantes como Trujillo, se desconoce totalmente
lo de que todos o la inmensa mayoría numérica de
los dominicanos está con él.

20.-A un Estado como el dominicano, que se


inspira en las más elevadas verdades del espiritua-
lismo católico; que defiende la unidad y el orden
social; que realiza una ininterrumpida política de
reconstrucción del país; que no limita la justicia
a ningún estrato social; que ajusta su política ex-
terior a los dictados más vigentes de la dignidad
nacional, corresponde, como la tiene, una prensa
verídica, orientada por la luz superior de los prin-
cipios de la moral más excelsa que conocen los hom-
bres, justa, constructiva, digna.

21.-El éxito de las llamadas dictaduras y su


justificación histórica consiste en que el régimen
por ellas derribado que la proclamó, justificó y con-
dicionó con su descomposición, no vuelva, porque
si regresa sólo habrá servido de acueducto a las
aguas revueltas y cenagosas que se precipitarán so-
bre el pueblo, que con tal retorno anulará hasta
las esperanzas del remedio, que antes aún tenía.
Así lo entendió siempre Trujillo.

22.- N o se puede atribuir a todo un pueblo fal-


ta de patriotismo porque los partidos que se dispu-
tan y benefician del mando desconozcan o vulne-
ren los intereses generales. El mismo pueblo que ,'
deshacían los Báez, los Ulises Heureaux, los Vás-
- 21-

quez, se convierte a la más noble de las disciplinas


patrióticas con Trujillo.
Es que no hay nada más opuesto al interés co-
mún nacional que el particularismo exclusivista de
un partido, de una bandería. ¿Puede existir ade-
cuación posible entre el interés general de las cla-
ses y organismos sociales, y el peculiarísimo de una
mudable y artificiosa asociación política, animada
casi exclusivamente por la conquista del poder
para disfrutarlo? No, no hay posible correspon-
dencia entre cosas tan disímiles.
La necesidad que tienen los partidos de repar-
tir el botín, más o menos empeñosamente conquis-
tado, y la exigencia concomitante de convertir el
poder en fortaleza para defenderse de las agresio-
nes adversarias, les obliga a considerar por sobre
toda otra cosa su conservación y utilidad propia,
y muy secundariamente a la patria. Esta y no otra
es la razón de esas políticas inspiradas en el más
degradante bizantinismo teorético y en el desdén
por todo cuanto contribuya a levantar de su pos-
tración al desventurado pueblo.
En los luctuosos días en que tales políticos im-
peraron en la República Dominicana, podían los
enemigos de su propia patria cebarse en ella y he-
rirla y maltratarla, seguros los desgobernantes de
que sus mejores auxiliares serían la imprudencia,
el egoísmo y el abandono de los que, hablando en
su nombre, vivían sobre ella, como las plantas pa-
rásitas enroscadas al añoso tronco que respetaron
los tiempos y los huracanes.
En ese período de oprobiosa decadencia política
- 22-

v1VI0 la República Dominicana hasta 1930. Aque-


llos partidos manducantes, que jamás se pusieron
en contacto con el verdadero sentimiento nacional,
eran el mayor de los sarcasmos, y la patria, men-
diga y haraposa, después de haber sido cabecera
de un nuevo continente, sólo excitaba a compasión,
cuando no a desprecio.

23.-El tino y discreción con que Trujillo trata


todos los problemas, el espíritu de trabajo con que
los agota, la claridad con que los expone, el mé-
todo con que los fija, son prendas que lo acredi-
tan de máximo estadista.

24.-Se reconoce en Trujillo su calidad egregia


de gobernante, por la seFenidad con que se cierne
sobre los sucesos, sin dejarse arrastrar por ellos.

25.-Que España es acreedora a la gratitud uni-


versal, lo ha dicho Trujillo con acentos reivindica-
dores admirables. La gran empresa, «la loca aven-
tura de América», ha merecido en sus labios la
admiración de todos los que andamos en la comu-
nidad panhispánica procurando destruir la leyen-
da, amasada con el cieno de la rivalidad insana y
la espuma de la podredumbre pedantesca.
Estas aberraciones, mantenidas por algunos, han
tenido en Trujillo el debelador más franco y sin-
cero. Para él, romper con los vínculos tradiciona-
les del espíritu, sin fijarse en que al herir el alma
del viejo tronco quedaba también marchita la rama
desgajada, es la mayor de las insensateces.
- 23 -

Intereses comerciales, de turismo, de competen-


cia industrial, cuando no de bandería política, no
pueden quebrantar, ni menos desarraigar, el árbol
genealógico de toda una raza fecunda y creadora.
España ha escrito con sus gloriosas hazañas una
epopeya que Trujillo siempre reconoció como la
más alta que contemplaron los siglos pasados.
Que España, que tantos días de gloria, de gran-
deza, de dominio y de prosperidad alcanzó, llegara
por errores a decaer, no es óbice para que se acu-
sen con fines inconfesables las torpezas que desde
la segunda mitad del siglo XVII empañan su lim-
pia historia.
Poi encima de todas las torpezas y abandonos,
España conservó siempre una buena veta y cana-
lizó la corriente fecunda que en otros días engen-
dró nuevos pueblos de su raza, dignos sucesores y
propagadores de la noble estirpe hispánica.
Al reconocerlo así, Trujillo se hizo merecedor
a la gratitud y admiración de todos los españoles,
en los que aún late el recuerdo de las grandezas
pretéritas.
Me importa hacer constar que tal lo reconocen
todos los refugiados políticos españoles- yo he ha-
blado con muchos-que, dispersos por América,
recuerdan a Trujillo como el hombre grande y ge-
neroso que los acogió, al que guardan conmovido
afecto.

26.-Un hombre de Estado no es un filósofo po-


lítico. Sólo se le pide que indique el mejor gobier-
no posible para su época y para su generación. Es
- 24-

difícil imaginar que los últimos veint1cmco años


-la Era de Trujillo-hayan podido encontrar un
plan mejor.

27.-El Estado es algo más que un simple pro-


ductor de seguridad. Los consumidores de seguri-
dad, según ese criterio, tendrían el derecho abso-
luto de proveerse de este artículo en el almacén
donde se expenda más barato. No; la seguridad no
es una mercancía, es la concurrencia de muchos
valores espirituales y materiales que sólo dan de
sí circunstancias históricas determinadas, que sólo
pueden encarnar en un grupo de hombres, como
el de los días de Carlos III-J ovellanos, Florida-
blanca, Olavide, Aranda, Campomanes, etc.-, o en
un hombre, como en el caso de Trujillo.
Los krausistas tenían muy alta idea del Estado.
Para ellos, éste no era una mera organización po-
licíaca, sin otro objeto que velar por el manteni-
miento de la seguridad. Le asignaban un fin más
alto: la aplicación del desenvolvimiento del dere-
cho y de la justicia. Así lo entiende Trujillo.
Toda asociación política supone la existencia de
un poder que declara el derecho y que le aplica,
que dicta la regla y que tiene a su disposición me-
dios coercitivos para hacerla cumplir.
A su vez, la religión no es sólo una idea o un
sentimiento : es un símbolo y una comunión, con
intérpretes y guardianes del dogma y fieles que la
observen.
La fe religiosa y la justicia humana descansan,
pues, en la idea de la autoridad, mientras que la
- 25 -

moral filosófica, independiente de toda religión, la


ciencia, el arte, la industria y el comercio, necesi-
tan para vivir la atmósfera de la libertad. Iglesia
y Estado suponen necesariamente una organización
jerárquica, y lo que es más, un poder infalible, le-
galmente infalible el del segundo al dictar sus eje-
cutorias, religiosamente infalible el de la primera
al hacer sus declaraciones dogmáticas.
En una sociedad civilizada, el Estado no puede
intervenir la vida de un individuo sino para evi-
tar que perjudique a otro. ¿Es esto bastante? No;
aceptando esta teoría, considerando los derechos
del individuo como absolutos e in~ondicionales,
sólo limitados y limitables por sí mismos, la fun-
ción del Estado quedaría reducida a reconocer su
existencia y mantener el equilibrio entre ellos por
medio de la represión, sin que en ningún caso fue-
ra lícito emplear medios preventivos.
El Estado tiene, como los individuos, derecho a
la existencia, o lo que vale que posee una perso-
nalidad propia, y los derechos individuales no sólo
se limitan los unos por los otros, mas están limi-
tados además por el derecho del Estado, hasta el
punto de que los primeros ceden y se sacrifican al
segundo cuando hay choque, colisión o incompati-
bilidad entre ambos. El Estado tiene derecho a es-
tablecer un sistema contributivo, a organizar la
fuerza pública, a implantar la justicia. Los dere-
chos del Estado nacen de las necesidades sociales.
El hombre tiene derecho, en teoría, a la mayor
libertad posible, pero de hecho, en la vida real,
sólo tiene derecho a la que le concede el Estado.
-26-

Esta es la verdad, y aunque en abstracto nadie pue-


de privarnos de nuestras libertades, en concreto el
Estado nos las limita. La autoridad tiene derecho
a constreñir a los hombres a la justicia. Y tanto
más actúa el Estado sobre nosotros cuanto los hom-
bres son incapaces de comprender sus deberes.
De las dos atribuciones de la autoridad, la una
consiste en hacer obligatoria la justicia, y se ejer-
ce por la acción represiva; la otra tiene por objeto
ayudar a los hombres a que hagan lo que su pro-
pio interés les aconseja, y se ejerce por acción pre-
ventiva. Tal es la teorética trujillana.
La acción represiva de la autoridad no es nunca
contraria a la libertad. Es, pues, claro que la auto-
ridad no debe injerirse en reglamentar la actividad
individual sino cuando esta actividad es notoria-
mente incapaz de dirigirse a sí mism::t, ni produ-
cir en la sociedad una perturbación profunda; y
que sólo debe encargarse de una función cuando
es indispensable y no puede ser desempeñada ni
por los individuos ni por la asociación libre y vo-
luntaria. Para quien esté convencido de la identi-
dad de la política y de la moral, los principios
tienen la misma evidencia que los axiomas mate-
máticos.
Los derechos del Estado nacen de la necesidad
social. El Estado es necesario, porque los hombres
no son ni justos ni cultos. El Estado sería inútil,
y lo mismo la autoridad, en una sociedad de filó-
sofos, fieles observadores de la ley moral. El mal
existe, y es preciso un poder social que dome las
pasiones. Y yo creo que el poder social se haría
- 27-

necesario, no ya en u.na sociedad de filósofos, mas


en una sociedad de ángeles.
El poder se establece por sí mismo, no ya en las
asociaciones propiamente dichas, sino en cualquie-
ra reunión de hombres, con tal que se pongan un
objeto común, siquiera sea accidental y pasajero.
Esto es que la necesidad del Estado o del Poder
no nace sólo de la existencia del mal moral, aun-
que sea una de las causas, ni de la necesidad del
hecho mismo de la asociación. Poder y asociación
son dos ideas correlativas, solidarias.
En el cielo no hay malas pasiones, y por lo que
sabemos por Dante y los teólogos, hay jerarquía.
La sociedad sin jerarquías y sin poder que la dirija
es una concepción monstruosa; es la variedad sin
la unidad, es decir, un imposible metafísico.
El Estado es indispensable, en cuanto se nece-
sita de un poder que dirija y utilice las fuerzas de
la comunidad para la obtención del fin social.
El Estado existe y es necesario, no para explotar
al hombre y medrar a sus expensas, sino para uti-
lizar las fuerzas de la comunidad y dirigirlas a la
consecución del fin social; y consistiendo éste en el
desarrollo armó:nico de las facultades humanas y
en el cumplimiento de la ley moral, mal puede el
Estado arrogarse el derecho de mutilar al hombre
y comprimir su desarrollo, impidiéndole que cum-
pla su destino. El hombre es forzosamente miem-
bro de un Estado, pero no por eso deja de ser
hombre.
Hay en las sociedades humanas dos direcciones,
no contrapuestas, sino paralelas: la individual y la
-28-

social; suprimir cualquiera de ellas es hacer impo-


sible el progreso de la Humanidad.
El Estado no dirige al hombre entero, pero re-
gula las acciones de los hombres entre sí, confor-
me a las prescripciones de la ley moral. No dis-
pone del hombre en su integridad, ni para fines
arbitrarios, pero sí dispone de él en la medida ne-
cesaria para que concurra al fin social. El Estado
no sólo reprime e ilustra., sino que dirige. Es el
caso de la República Dominicana bajo Trujillo.

28.-No se puede recordar sin admiración la


obra de Trujillo, tejida de tantos esfuerzos y de
tantos sacrificios.

29.-El caso de Trujillo, padre de la Patria Nue-


va, me ha hecho pensar siempre, y hasta creo ha-
berlo dicho ya, en los Reyes Católicos. La patria
desbaratada por las discordias civiles, pobre, dé-
bil, de Enrique IV, se transforma milagrosamente
en nación que suscita la envidia de las demás de
Europa, lo mismo que la República Dominicana la
de las naciones de la comunidad panhispánica.
Da pena leer lo que del turbulento reinado de
Enrique IV y de la situación de Castilla nos dicen
Villalobos, Ortiz, Hernando del Pulgar, etc. Era un
caos horrible, de que vino a sacarla la Reina Ca-
tólica, exactamente que en Santo Domingo Trujillo.
El remedio que empleó Isabel para curar el mal
y trocarlo en robustez sana y fecunda fué terrible-
mente cruel. Pero ¿cabía otro? ¿No se dice en Cas-
tilla que a grandes males, grandes remedios?
- 29-

Se arrasaban las fortalezas y castillos por doce-


nas; los malhechores, bandidos y tiranos soberbios,
que habían infestado y devastado el país, eran ajus-
ticiados a miles. Para apaciguar el reino-dice el
doctor Villalobos-se hacían muchas carnicerías de
hombres y se cortaban pies y manos, y espaldas y
cabezas.
No por eso los grandes espíritus de la época ate-
nuaron el elogio que los Reyes Católicos merecían.
Maquiavelo tenía a Fernando por el primer rey de
los cristianos, por sujetar a los barones y magna-
tes, crear una invencible milicia nacional y urdir
cosas grandes que tenían suspensos y admirados a
sus súbditos, sin darles ocasión para que se rebe-
laran.
El conde Baltasar de Castiglione dedica a Isabel
las mayores loanzas. Según él, no hubo en su tiem-
po rey ninguno que pueda ser comparado con ella.
No existió en sus días hombre bueno que se queja-
se de no ser honrado y recompensado, ni se jactó
malo de no ser demasiadamente castigado; de don-
de nació tenerle los pueblos un extremo acatamien-
to, mezcla de respeto y de temor. Y tanto fué así,
que los mismos nobles a quienes la Reina despojó
y domó, quedáronle muy aficionados y la sirvieron
rendidos. Y hechura de Isabel fueron los hombres
más famosos, como el Gran Capitán.
No embargante el valor extraordinario de los Re-
yes Católicos, su energía, a veces excesiva, de «las
terríficas y espantables anatomías» que hicieron y
de las sabias leyes que promulgaron, no es explica-
ble la aparición preeminente de España entre las
- 30-

demás naciones, como no es la ascensión de la Re-


pública Dominicana, de la más extre~a descompo-
sición, al punto que supo elevarla Trujillo.
De todo ello se infiere que son los hombres de
genio y de buena intención, cuando milagrosamente
aparecen, los que transforman los pueblos y los le-
vantan, y que sólo Dios da el poderío a quien des-
tina a regenerar a las naciones.

30.-Los creadores, los que, como Trujillo, de


un pueblo débil, decaído, hacen un Estado respe-
table, merece el reconocimiento de sus conciuda-
danos, digan lo que quieran los críticos impoten-
tes para la acción. Es fácil decir raca a lo actual
en nombre del pasado o de lo por venir. Lo difícil
es crear lo que debe ser y servirse de los elementos
posibles para conservar lo creado.

31.- El sentimiento de la obligación moral es de


hombres honestos y desinteresados. Lo que carac-
teriza al hombre honesto es querer algo más que
los otros y saber lo que quiere. En otros términos,
el hombre honesto establece entre sus deseos, sus
costumbres, sus _actos, un cierto orden, una jerar-
quía. Siempre que se dispone a obrar prefiere tal
acción a tal otra. En lenguaje filosófico podría ex-
presarse esto diciendo que sus deseos, hábitos y
actos le aparecen en un orden ideal a priori. Pue-
de decirse, que con obligación moral, siente en sí
una doble vis a tergo anterior a la emoción, o en
otros términos, que su acción es dos veces a priori.
La ley moral es una norma impuesta a sus deseos,
- 31 -

tendencias y hábitos. El hombre honesto es un acti-


vo. La emoción moral no es más que un signo de
esta doble acción.
Se puede caracterizar la conciencia como la de
un individuo. La idea moral de una sociedad se de--
fine ante todo por lo que quiere. Lo que singula-
riza al hombre honesto es colocarse, para saber lo
que quiere hacer, en una actitud imparcial. Juzga
su propia causa como si fuera la de otro; es un ser
razonable.
, Supongo, lector, que habrás adivinado que es-
toy dibujando la silueta político-moral de Truji-
llo. Mas este tipo de hombre no reflexiona su vida
como un filósofo. No la contempla una vez vivida.
El pensamiento moral es un pensamiento práctico,
que tiende a realizarse, que quiere realizarse en el
campo de la acción. Se juzga al hombre en virtud
de sus actos, no de sus doctrinas explícitas. Por eso
se dice que la vida enseña.
Esto no significa que la moral no deba ser un
sistema, ni que no sea útil y necesario expresar este
sistema en fórmulas verbales. Mas las teorías libres-
cas, si no enuncian cosas vividas, son vanas ideolo-
gías, teorías de imaginativos o de destartalados, que
se evaporan en palabras. Un hombre honesto no
piensa por palabras, sino por emociones o por imá-
genes de acciones. Su lenguaje es su vida, y su vida
se desarrolla como una fórmula . Este carácter del
pensamiento práctico que es de traducirse en actos,
es una de las razones por las cuales no se la re-
conoce siempre por un pensamiento.
El hombre honesto n.o se limita a determinar el
- 32-

fin ideal de sus actos. Puesto que busca la regla


de la vida, no puede desinleresarse de los medios de
vivir. El hombre honesto es un hombre de acción,
y si tenemos en cuenta su intención en el juicio
que nos hacemos sobre la conducta del agente mo-
ral, preferimos un honesto inteligente que sabe
lo que quiere y lo que puede, a un pedante culto
y bien intencionado.
No hemos mencionado el sentimiento del deber
en la definición que venimos dando del hombre ho-
nesto. Es que, en efecto, se ha exagerado la impor-
tancia moral del sentimiento de obligación.
El pensamiento práctico, la razón aplicada al de-
seo y a los actos, puede, como todo pensamiento,
presentarse bajo la forma de espontaneidad. El
hombre se confunde entonces con su pensamiento.
La espontaneidad intelectual puede ser estorbada
por la pasión o por las cosas que se prestan a las
formas que quiere imponer. Es menester que la vo-
luntad racional o reflexiva franquee a la esponta-
neidad racional el obstáculo penoso.
¿Qué es la voluntad? El pensamiento reflexivo
aparece a la vez como restringido y como libre.
También la voluntad se presenta de una parte
como capaz de abortar la espontaneidad intelec-
tual y como libre. Querer es afirmar que se desea
alguna cosa por el hecho de afirmarlo. Afírmase
a la vez la necesidad de obrar de tal o cual modo,
y entonces se determina como una presión de la
espontaneidad racional.
El pensamiento reflexivo es la voluntad afirman-
do a la vez que está coaccionada por la espontanei-
- 33-

dad racional o que en ciertas condiciones puede


resistir.
V ale admitir que la experiencia de las violencias
legales ha podido influir sobre el sentimiento pro-
piamente moral de obligación. Mas este sentinúento
aparece, no como un estado de conciencia excep-
cional, como una crisis en la vida, sino como una
fonna que reviste en su evolución un estado de
conciencia cualquiera, pues la razón es la facultad
de integrar. Hay en nosotros una tendencia a ter-
minar todas las cosas, a hacer de cada cosa un
absoluto.
Podemos decir, pues, que el deber no es sólo un
momento normal, sino un momento necesario de
toda vida moral. El sentimiento del deber es el sig-
no característico, la condición necesaria de toda
moralidad.

32.-Trujillo buscó siempre la libertad de su


pueblo, la profunda y perdida libertad de los do-
minicanos. Hoy no es ya fácil hacer distinción en-
tre libertad y libertades.
Era, al advenir Trujillo al poder, época de libe-
ral efervescencia, y su claridad mental, la enorme
y profunda dimensión de su persona, le llevó muy
pronto a distinguir entre la libertad anárquica y
la libertad auténtica del hombre, libertad conju-
gada en un sistema de autoridad, de jerarquía, de
orden.

33.-A la inteligencia, a la voluntad firme, a la


pericia, al sacrificio de todas las horas, Trujillo
3
-'34-

supo unir la sabia diplomacia del político, el en-


tendimiento claro del estadista. La Historia con-
signará en el futuro, y los que la escriban se asom-
brarán, cómo en un período tan corto, cómo en un
cuarto de siglo se ha llevado a cabo la más larga y
prodigiosa realización para un pueblo. Los últi-
mos veinticinco años han valido por dos siglos. La
actual República Dominicana, próspera, pacífica,
con un nivel de vida hasta hoy desconocido, am-
pliamente respetada por todos los pueblos de la
Tierra, tiene en Trujillo su artífice supremo.
Fué él quien imprimió a la nación ese sentido
de línea recta inquebrantable, consecuente, lleno
de plausibles y sanas ambiciones para conseguir la
meta, basada siempre y cimentada en los mismos e
invariables principios que desde el comienzo de su
jefatura hasta hoy se mantienen constantes en las
directrices de su política. Una idéntica postura para
la política de dentro y de fuera.

34.-No ya el derecho, pero ni siquiera la liber-


tad, se pueden confundir con el poder. La libertad
no es más que la dirección de la voluntad por la
inteligencia hacia el destino trazado por el Crea-
dor, la facultad de disponer racionalmente en los
diversos medios de desenvolvimiento que nos per-
miten llenar en el orden general de las cosas el fin
de nuestra existencia. Esa fué siempre teoría tru-
jillana.
No; el hombre no tiene, no puede tener dere-
chos absolutos. Lo absoluto, lo infinito, lo necesa-
rio, no pueden ser atributos de un ser finito, rela-
- 35 -

tivo, contingente. Lo absoluto sólo puede pertene-


cer a lo absoluto.

35.-Un país no puede hacerse respetar, s1 es


incapaz de mantener el orden. ¿Acaso no pasaba
eso con la República Dominicana anterior a Tm-
jillo?

36.- Dentro de la estrategia, mitad agresiva, mi-


tad solapada, del comunismo, la República Domi-
nicana y España representan dos posiciones inata-
cables. No hay modo de abordarlas. Al comunismo
le ha sido posible casi todo en los demás países;
en estos que indicamos, nada, tanto por el conoci-
miento real y exactísimo que ambos Estados tienen
de sus procedimientos de acción, como por la cons-
ciente e indeclinable voluntad de resistir a ellos.
No cabe ser tolerante con el comunismo. El sano
criterio pide que toda discriminación entre lo acep-
table y lo nocivo, que toda tolerancia entre lo bue-
no y lo perjudicial, depare siempre, a la corta o a
la larga, consecuencias lamentables. Y Trujillo ha
sabido preverlas.

37.-No sólo el Generalísimo Trujillo debía ser


nombrado Padre de la Patria Nueva, y me sumo
fervorosamente a los que lo han felicitado, sino
que es además el promotor de una virtud descono-
cida en los pueblos de nuestra casta : la del sen-
tido de cooperación. Padre de la Patria Nueva o
renovada, lo es a los más altos títulos. A su llega-
da a la gobernación del país, la República Domini-
- 36-

cana era un cierto territorio con fronteras indeci-


sas, agobiado de deudas, despreciado en todas las
Cancillerías, indisciplinado y laxo, desidioso y ba-
rullento.
Hoy es, merced a Trujillo, una nación con lin-
des definidos e inalterables, un país sin deuda de
ninguna clase, un pueblo respetado y admirado
por los demás de la comunidad internacional, y
un núcleo ciudadano responsable y trabajador.
Que sea necesaria la autoridad, es cosa que de-
riva del análisis sistemático de la naturaleza de la
sociedad. Sin autoridad, imposible se hace el hien
común. Mas la autoridad es ineficiente en cuanto
no promueve la cooperación individual y social.
Y eso es lo que hace a Trujillo Padre de la Patria
Nueva, al estimular la cooperación entre los miem-
bros de la sociedad, y lo que es más, la vinculación
estrecha y permanente entre gobernante y gober-
nados, entre quien gobierna y quien obedece. Co-
operar con la autoridad, asistirla de modo efectivo,
significa el acatar su legítima naturaleza. No hay
para el hombre mayor dignidad que hallarse siem-
pre bajo la luz de quien, como Trujillo, ha sido
elegido por voluntad de los que se le someten. La
razón de obedecer es en este caso fácil, firme, no-
bilísima. Todos los dominicanos han visto cómo en
este último cuarto de siglo surgía transformado un
pueblo al amparo de la paz y del progreso. ¡Cómo
no habían de proclamarlo Padre de una Patria
Nueva !
Los insumisos, los apolíticos, los abstencionistas,
la peor lepra que cae sobre los pueblos, no pue-
- 37 -

den, aunque quieran, evadirse de la realidad que


les rodea, realidad viva y operante en la que to-
dos ellos quedan sumergidos. Su obcecación, su
mala fe, su mendacidad, podrá negar a Trujillo,
pero su obra está dando desde 1930 un mentís a
su crítica funesta y sospechosa.

38.-Trujillo, una vez más, se ofrece al mundo


americano en su noble posición anticomunista de
alerta. Ningún meridiano le es extraño. La paz
mundial, objetivo siempre preferente y primordial
en sus manos, no es contrario a su espíritu de na-
ción anticipadora de peligros. Al revés, la paz do-
minicana cuenta precisamente con el saber lo que
cuesta conservarla. He aquí una de las claves de
Trujillo. Y por eso pide esa ya inevitable Liga de
Naciones Americanas. Y por eso es Trujillo hoy
el centro de un mundo americano un tanto des-
orientado.

39.-Estos últimos veinticinco años han demos•


trado, para los amigos como para los enemigos, que
los conceptos y criterios que en 1930 comenzó a
desarrollar Trujillo y que por aquellos días cons-
tituyeron una novedad, son hoy patrimonio común
de los dorrúnicanos. El pensarrúento trujillista no
· sólo continúa siendo válido en el terreno dialécti-
co, sino en el orden de los hechos, al informar la
vida y el desarrollo de las instituciones más vitales.
En. este cuarto de siglo último ha quedado pa-
tentizado que mientras la mayor parte de los paí-
ses americanos se ven forzados a desarrollar uria
- 38 -

política exclusivamente circunstancial y, por lo tan-


to, oscilante, a remolque de los acontecimientos,
dictada en cada momento por razones d"e urgencia,
cuando no de apremio, la República Dominicana
viene desarrollando la suya de acuerdo con las po-
sibilidades que se le ofrecen en cada hora, pero
conforme siempre a una doctrina bien definida y
a un planteamiento en que los fines permanecen
estables y orientando toda acción de gobierno. Los
resultados obtenidos por Trujillo están a la vista.
La eficacia de aquella fecha en la que Trujillo re-
presenta promesa y realidad, enseñanza y mensaje,
ofrece un aspecto que a la hora del enjuiciamiento
exigente no puede olvidarse.
La medida de su eficacia nos la da con exactitud
el hecho, comprobado a diario, de que es justa-
mente el paso del tiempo el que nos va descubrien-
do su inmanente fertilidad, su posibilidad de apli-
cación a las múltiples circunstancias y p roblemas
que va presentando d acontecimiento histórico.
Cuando en esta sucesión de circunstancias diver-
sas, la viabilidad y la energía de unos principios se
manifiestan siempre con pleno vigor y eficacia, és-
tos alcanzan la categoría de brújula orientadora.
La historia dominicana habrá de ha«;erse a partir
de lo por Trujillo instituído.

40.-El comunismo ruso, como invas10n bárba-


ra que es, prescinde de todo lo que pueda tener
un valor histórico y espiritual. No cree ni en Dios
ni en la Patria. Ser anticomunista significa, sobre
- 39 -

todo, salvar las verdades absolutas, para que no pe-


rezcan.
Si no es Trujillo en el hemisf erío occidental,
¿quiénes fomentan la ineluctable unidad frente a
la cohesión monolítica que ofrece el comunismo en
sus áreas de dominio? Ahora mismo se han dado
oídos al Tito de Centroamérica, Figueres, que por
mucho que quiera disimularlo es un comunistoide
de arriba abajo. Aunque se fomenta la «aversión a
la esclavitud» que supondría el régimen bolcheví-
tico, no lo suficientemente ni como propaganda sis-
temática.
La posición doctrinal y práctica de Trujillo ante
la capacidad de acción, penetración y expansión del
comunismo, es la que considera que no basta des-
cubrir su verdadera entraña, la falsedad de su dog-
mática y hasta qué punto su triunfo supone fatal-
mente la negación de los derechos de la persona
humana, sino que estimó el Benefactor de la Pa-
tria que no puede ser ni interior ni exteriormente
vencido sino mediante un nu'evo ordenamiento eco-
nómico y social que desplace la injusticia de la pre-
potencia de unos pocos a costa de la miseria de
los más.

41.-Los discursos, arengas, etc., de Trujillo


muestran el interés con que trata siempre los ne-
gocios más complicados y la facilidad con que, sin
esfuerzo, penetra en el fondo de ellos. Su popula-
ridad creciente se debe a la confianza que supo ins-
pirar a los que le rodean, a su energía de carácter
y a la convicción, generalmente extendida, de que
-40-

jamás se apartará de los principios sobre los que


se funda la opinión dominante del país. Se tiene
por seguro qu~, mientras él viva, la nación no se
lanzará a ninguna clase de aventuras y que será
siempre capaz de sobrepasar las dificultades que
puedan sobrevenir.
La doctrina de Trujillo sobre política exterior
radica en la idea de que un pueblo no tiene nada
mejor que hacer que vigilar sus propios intereses,
pensando siempre en el bien de sus vecinos.

42.-No hay libertad de perturbar ni de envene-


nar las pasiones, ni de socavar los cimientos de una
duradera organización política. Sin autoridad ni je-
rarquía, sin orden ni paz, desaparecen los funda-
mentos de todo Estado digno de llamarse tal. La
libertad verdadera sólo se logra por quienes for-
man parte de una nación fuerte y soberana. No es
posible permitir que un pueblo sirva de campo de
experiencias a la osadía o a la extravagancia de go-
bernantes impreparados, como lo son todos los ene-
migos de Trujillo.

43.-jLa Feria de la Paz! Sólo puede celebrarla


esta nación creada por Trujillo, con la clara con-
ciencia de su obligado quehacer inevitable, en fun-
ción de una fuerte estabilidad política, basada en
la solidez de unos principios firmes, de una poten-
te seguridad económica y social, y que realiza en
el bienestar de la comunidad nacional su única y
exclusiva razón de ser. Sólo así puede conseguirse
la paz, inseparable del bien común que se persigue.
- 41-

Porque no es lícito hablar de paz cuando ésta es


hija de una ficción artificiosa y sólo se asienta en
los cimientos de una mutua desconfianza.
La política previsora y efectiva de Trujillo ha
creado, a lo largo de estos cinco lustros, una clara
conciencia nacional de tranquilidad, de sosiego, de
bienestar, de interna armonía, que halla su más fir-
me fundamento en el sentido de responsabilidad
de cada ciudadano y, sobre todo, en una fe profun-
da y absoluta en quien desde sus más hondos ci-
mientos hizo o rehizo el país.

44.-El gran gobernante, como lo es Trujillo, no


desprecia a los hombres. Sabe que son vanos, ávi-
dos, inquietos, capaces de todo por hacerse valer,
pero reconoce hasta en los más opacos ciertas lu-
ces, ciertos resplandores, y sabe que de todos se
puede aprender algo. El gran error de los que
piensan así es empeñarse en obtener de cada uno
en particular virtudes que no tiene y despreciar el
cultivo de las que posee. La mayor parte de los
hombres no son constantes en el bien, pero tam-
poco en el mal. Su indiferencia, su desconfianza
más o menos hostil, cambia fácilmente, y a veces
hasta vergonzosamente, en gratitud, en respeto, sin
duda poco duraderos. En todo caso, su mismo egoís-
mo puede dar de sí fines útiles.

45.-A muchos gobernantes, y muy especial-


mente a Trujillo, el concepto militar de la discipli-
na les da la idea de 1~ que es el orden dentro del
Estado.
-42-

46.-Entre cultura y política ha de eXIstu una


íntima conexión, la necesidad de que una parte de
la acción gobernante cuide y estimule los diversos
centros de formación y expansión cultural, la tras-
cendencia que para el Estado tiene en el futuro la
forma y grado en que se realiza la enseñanza uni-
versitaria. Una política de espaldas al desarrollo
cultural del pueblo sería tan sólo un simple juego
de normas coactivas, limitado al armonizar de las
fuerzas y los intereses materiales, que no perdura-
ría más allá de lo que la naturaleza o la historia
concediese a la conservación de la materia o a la
vida política de los gobernantes. Por fortuna, en
Trujillo la acción de gobierno es\á constantemente
vivificada por una constante preocupación cultural
y el eficaz imperativo de toda política: hacer.
De la formación que la Universidad proporcione
depende el futuro político de los países, porque de
ella salen los profesionales que dirigirán y encau-
zarán la vida nacional.

47.- Hay que establecer para los pueblos una


política viva, de principios vigentes ligados a la
existencia colectiva, sin deformación ni adultera-
ción por cuestiones de mero verbalismo.
Las formas de gobierno sólo se reemplazan cuan-
do comienzan a corromperse, pues las que llevan
en sí armonía de los principios políticos con las
creencias y con los deseos de un pueblo son insus-
tituíhles. Autoridad, justicia, orden y libertades
plausibles, fecundan la vida colectiva. Si se sirven
esos principios, la política es buena y el pueblo lo
-43-

percibe claramente. Si se adulteran, la vida social


sufre.
En un sistema político como el trujillano, que
alcanza plenitud, la autoridad y la justicia, el or-
den y la libertad crean un ambiente de armonía y
de prosperidad que se revela ostensiblemente en la
marcha histórica. Para conseguir esto se necesita
rectoría inteligente y constante, sobre todo cuando
se ha tenido que vencer el desenfreno, la discordia,
la perversidad, las pasiones desordenadas.

48.-Es Trujillo hombre que se descubre por su


fidelidad en gobernar, por su acatamiento a cuanto
manda Dios, por el desvelo en regir a su pueblo,
por la vehemencia en corregirle, por su celo ar-
diente en amarle, por su gran paciencia en sufrirle.

49.-La libertad es un medio para la verdad y


el bien, no un fin en sí misma. Tal supone Truji-
llo. El uso de ella sin trabas lleva a la tiranía del
más fuerte y menos escrupuloso.
No puede negarse al Estado la facultad de in-
tervenir, dentro de los justos límites, en la orien-
t ación y educación de la comunidad a que se debe.
Lo contrario implicaría propugnar un Estado in-
diferente o meramente policíaco.

50.-Nada se logra en política por arte de ma-


gia, pues hay también una técnica de la perfección
que no puede eludirse. Jamás Trujillo ha prescin-
didQ del proceso lento de la madurez y de la ple-
nitud.
- 44-

Salir del desbarajuste completo y entrar en el


orden constructivo, no es negocio de abrir o cerrar
de ojos. En esta dirección importa avanzar con se-
guridad de que ha de llegarse a una etapa norma-
tiva, clara, armónica y de justicia.
Cuando se vive en un sistema de autoridad ecua,
el pueblo que pide libertad sin reparos ni condi-
ciones es injusto. No advierte que la libertad se co-
rrompe también, se adultera por falta de orden, se
hace insuf rihle.
Sólo una buena voluntad y una razón esclare-
cida, sólo un gran gobernante, como Trujillo, pue-
de romper ese círculo vicioso, esa oscilación pen-
dular entre despotismo y anarquía, suplicio de los
pueblos sometidos al mecanismo de su sensibilidad
y de su descontento, mientras no surge una polí-
tica de mayor nobleza y dignidad. Nuestra dialéc-
tica de la unidad se orienta cabalmente en este sen-
tido, en que se armonizan la autoridad y la liber-
tad, la justicia y el orden.
La patria es una realidad afectiva y no tan sólo
una palabra; la libertad del hombre es un hecho
y no un motivo demagógico; la justicia se sienta en
evidencias y no se promete con mayor o menor sin-
ceridad; el orden es como el aire que se respira,
y no un simple aparato policíaco; la autoridad es
la imagen moral del pueblo, y no sólo sus atribu-
tos formales. Cuando esto se realiza, todo cobra
una plenitud histórica.

51.-Lo del internacionalismo ideológico referi-


do a las formas de gobierno, no puede sostenerse,
al pensar de Trujillo, ante la observación directa
de los diferentes pueblos del mundo; ante la con-
sideración de las diversas cualidades de las agru-
paciones humanas; ante los resultados concluyen-
tes de la psicología comparada; ante la influencia
de la geografía, y, sobre todo, por la razón pode-
rosísima de que la Humanidad no se desenvuelve
con igual rilmo en los diferentes lugares de la Tie-
rra. Podríamos decir que los grupos sociales no vi-
ven simultáneamente el mismo momento, que no
son coetáneos en la Historia.
Ni el desarrollo político, ni el cultural, ni el eco-
nómico, ni el técnico, avanza en la misma medida,
dentro de idénticas fases, en los diversos pueblos,
en un momento determinado, y de esta radical dis-
paridad parten muchas de las relaciones cambia-
bles-no intercambiables-en la convivencia mun-
dial.
Ante tan indefectibles evidencias resultaría absur-
do someter la vida de los diferentes países a un
esquema uniforme, tan disparatado como intentar
dentro de una comunidad de hombres la práctica
monótona de iguales tipos de vida, sin relación con
la diversidad de funciones y de vocaciones que
constituyen la riqueza social. A la vista de razo-
nes tan elementales, negamos la validez al inter-
nacionalismo político, obsesionado con reproducir
en serie un determinado tipo de gobierno para
cualquier clima o para cualquier raza, sin tomar en
cuenta si se acomoda a su constitución étnica, so-
cial y religiosa.
De esta manera, las formas políticas, en vez de
- 46-

nacer naturalmente de las raíces de cada tierra,


de las entrañas de sus hombres y de las claves es-
pirituales de su destino, caen sobre los pueblos
como algo postizo, incómodo y amenazador, difi-
cultando sus movimientos y estancando su origina-
lidad.
Cada nación deberá, sin incurrir en aislamientos
huraños, encontrar la manera propia, el sistema
adecuado a sus peculiares condiciones, lo cual no
sólo será beneficioso para el pueblo bien regido,
sino que también facilitará las relaciones inter-
nacionales, librando a éstas del encono y del ba-
rullo que provoca el pleito de las ideologías polí-
ticas, cargadas frecuentemente de un bizantinismo
.
sm congruencia.
.
¿No es esta la interpretación justa de la tan ca-
careada autodeterminación, que tanta palabrería
redundante ha producido en la Conferencia de Ca-
racas?
Los desórdenes y perjuicios que al mundo ha
ocasionado la tentación soviética han sido enormes.
La capacidad de seducción del Edén comunista es
aún, y a pesar de su falta de espíritu, extraordina-
ria, cabalmente por ofrecer todo lo imaginable a la
vida placentera de los hombres, sin límites a los
deseos ni freno para los abusos.
Este espejismo, de inmensa atracción, ha empu ..
jado a las muchedumbres de casi todos los países
a trillar un camino trágico: el resentimiento, la des-
trucción y el incendio de sus propios hogares. Mu-
chos de estt>s hombres, incitados demoníacamente
por las oficinas rusas de tortura universal, hubieran
- 47-

rechazado el marxismo, de conocer oportunamente


lo que era Rusia. El reconocimiento de ese mal, la
posibilidad de quebrar al comunismo su actividad
proselitista, se ha descuidado más de lo debido.
Mas no por Trujillo.

52.-Podrían clasificarse las maneras de hacer


política en dos breves postulados.
De una parte, la política que escinde y debilita;
de otra, la que une y fortalece. Durante no poco
tiempo se acostumbró el pueblo dominicano al tipo
de política de cisma y lucha interior. Por ese ca-
mino se llegó a la fragmentación y a la discordia
nacional, con su obligada secuela: el desquicia-
miento.
La entidad nacional se vió dividida en bandos y
partidos, o, más bien, partidas. La lucha de clases,
la perpetua contienda de los partidos políticos, lle-
varon al pueblo dominicano a la más lamentable
de las confusiones.
Un modo de cerrarle el paso a un pueblo es ofre-
cerle dilemas capciosos y contrarios a su bien. La
política de escisión, de lanzar a unos dominicanos
contra otros, tuvo aquí numerosos promotores, sin
advertir de que el grupo, como comunidad social
y como sujeto histórico, salía igualmente torturado.
El que llegara providencialmente Trujillo a liqui-
dar la inercia del escindir y del envenenar a los
dominicanos en pugnas interiores que los incapa-
citaban para mirar al mundo con seguridad y de-
coro, dió margen a una política de unidad y fir-
meza, que aún continúa.
- 48-

53. -Yó he defendido siempre la democracia en


el Municipio y la aristocracia en las alturas del po-
der, del Estado. No la restricta aristocracia llama-
da de sangre, sino toda clase de aristocracias. No
he admitido nunca para los pueblos la nivelación
absoluta, porque las jerarquías son indefectibles.
Ellas crean las minorías que, fundadas en el mé-
rito, sirven las necesidades del gobernante. El des-
nivel de prestigios y de capacidades es una exigen-
cia de la naturaleza social.
Es el Municipio e] primer grado de la soberanía
social, la primera escuela de ciudadanía que nace
espontáneamente de la congregación de familias,
con necesidades múltiples que solas y aisladas no
pueden satisfacer, lo que las obliga a reunirse y
proclamar una representación común. El Munici-
pio es escuela de ciudadanía, en aquel punto en
que el hombre se ha lanzado de la vida doméstica
interior a la vida pública. De ahí lo atento que
siempre estuvo Trujillo al desarrollo de las activi-
dades concejiles.
El régimen municipal gozó bajo el Imperio ro-
mano de gran prestigio. Roma, que había sometido
al mundo por las armas, se aseguró su posesión
tranquila por el régimen municipal. Lo lleva a to-
dos los lugares donde no existía. En los países de
lengua griega y púnica, en Egipto, en el Africa
cartaginesa y en España, sólo tuvo que implantar
ligeras reformas.
Mas en Numidia, Mauritania, las Galias, en los
valles de los Alpes, del Danubio y del Rhin, todo
estaba por hacer, y los romanos lo hicieron. Su-
- 49-

pnmieron las antiguas divisiones tribales, sustitu-


yéndolas por circunscripciones urbanas, forzando a
las poblaciones dispersas a establecerse donde los
intereses civiles y religiosos estuvieran bajo la sal-
vaguardia de los magistrados por el pueblo ele-
gidos.
Plinio el Viejo contaba en su tiempo, en la Ta-
rraconense, 114 tribus que vivían dispersas, contra
179 agrupadas en núcleo urbano.
La idea que domina la vida municipal romana
es la del deber cívico. El ciudadano de una villa
provincial se llama municeps, el que toma parte
en los cargos públicos (Aulio Gelio: Municeps de
munus capessere, XVI, 13), deber al que no puede
sustraerse, pues a nadie le es dable renunciar por
propia voluntad y ha de aceptarlos con espíritu
de fraternidad, norma necesaria de las relaciones
entre los habitantes.
Esta palabra fraternidad es muy romana. Cice-
rón había dicho : «¿Qué es una ciudad más que
una asociación de justicia?» Ulpiano consideraba
la ciudad como una gran familia.
A las familias, digamos municipales, pertenecía
cualquiera que en los muros o en el territorio de
la ciudad tenía su casa, sus dioses penates, la tum-
ba de sus padres, y que cumplía los ritos sagrados
en los altares públicos en honor de los dioses pro-
tectores de la comunidad. El tal, en el origen, era
municeps, votaba en el forum y podía ser elegido
para deliberar en el Senado, ejercer cargos públi-
cos y juzgar en los tribunales. El extranjero ( pere-
grinus), el ciudadano de otra villa o lugar de la
4
-50-

provincia, aunque se estableciera en la ciudad (in-


cola), no fundaba familia nueva hasta la segunda
generación. Leyes de Málaga, Osuna, etc., son igua-
les a las instituciones o costumbres de Roma, «la
común patria», corno decían Modestino y Cicerón.
No hay para las ciudades una ley general que
se hubiese perdido, sino que todas las cuestiones
relativas a la organización municipal estaban des-
de hacía tiempo resueltas, según opina Mornrnsen.
La Gran Ley de César o Tabla Heraclea para la
Italia peninsular (45 años antes de Jesucristo), la
Lex Rubeia para la Galia Cisalpina, y muchas más
que desconocernos, podrían servir de modelos a las
antiguas ciudades que deseaban reformar sus cos-
tumbres, así corno a las nuevas ciudades que de-
seaban darse una ley. En tiempos de Dorniciano se
redactó alguna otra, si bien el Municipio tuviese
su derecho propio y sus leyes peculiares.
Se ve que los romanos no estaban sometidos a la
tiranía de la uniformidad.
En el siglo II del Imperio se conocieron, como
precedentemente, ciudades stipendiarias, sometidas
a la omnipotencia del gobernador romano, conser-
vando sus leyes propias, su curia, sus magistrados
electivos, con una cierta jurisdicción, y ciudades
privilegiadas: colonias, municipios de ciudades ro-
manas, ciudades latinas, aliadas o libres. Las prime-
ras eran las más numerosas, pero no me;nos las
otras, al menos según Vespasiano, en la España Ci-
terior.
Bajo la República, cada núcleo urbano tenía,
corno Roma, una Asamblea del pueblo, que era so-
- 51-

berana para crear la ley y los magistrados. Cierto


que la Asamblea popular, sin ser formalmente su-
primida, fué poco a poco desposeída, en provecho
de la Curia, y que la organización municipal, de
democrática que era, se convirtió en aristocrática,
especialmente a favor del movimiento de concen-
tración que se acusó de día en día en la admin~s-
tración imperial.
Mas ello no empece para reconocer que las auto-
ridades municipales-los magistrados populares-
hayan conservado durante mucho tiempo potestas
et imperium, y ediles y duumviros siguieron go-
zando autoridad, cosa irresistible.
Aun después de la Lex Julia, los duumviros ita-
lianos gozaban de una entera jurisdicción criminal,
salvo para los delitos castigados con las leyes cor-
nelianas, y de las que el Senado conocía anticipa-
damente.
Además, las ciudades no vivían aisladas unas de
otras. Con frecuencia se asociaban para una obra
común, para juegos, fiestas, etc. Once ciudades de
Lusitania construyen el puente de Alcántara, que
aún subsiste.
Toda infracción a los reglamentos de la ciudad
se castigaba con multa. La iey de Osuna está pla-
gada de estas prescripciones, y lo mismo la de Má-
laga, prescripciones existentes ya en la Ley Julia-
na, una de las características del Derecho munici-
pal. Añádase que las ciudades que denunciaban la
contravención tenían derecho a los provechos de
la delatio: un tercio de la multa.
Los ingresos municipales consistían en produc-
-52-

tos de la propiedad urbana y rústica, legados, do-


naciones, sumas honorarias aportadas por los nue-
vos elegidos para gobernar el municipio, sucesiones
ab intestato de los decuriones, franquicias de la
ciudad-después de los Antoninos, trabajos de los
esclavos dentro del recinto urbano-, impuestos in-
directos sobre calles, puertos, etc. Constituían los
gastos las indemnizaciones a los médicos y profeso-
res, trabajos públicos, juegos, socorros a indigentes
y niños pobres. Cuando faltaba dinero se hacía mia
derrama entre ciudadanos y residentes extraños
(incolae). Es de notar lo extendidas que estaban
las instituciones de beneficencia. En España, cada
convento jurídico tenía sus pobres, cada casa rica
sus clientes, que todas las mañanas recibían su spor-
tula o una moneda de plata, y cada ciudad colegios
que suministraban recursos a sus miembros.
Hoy preferimos, a la pobreza que mendiga, la
pobreza que trabaja. Pero esta idea no es griega,
ni romana, pero ni siquiera cristiana. La clientela,
todavía en pleno vigor al fin de los Antoninos, era
la razón de ser de la fortuna de los grandes. Y aun
las fuertes instituciones de beneficencia estaban
muy lejos de establecerse, puesto que no entraban
en las exigencias sociales del tiempo. Sin embargo,
entonces, dada la organización de la familia y de
la ciudad, había muchos menos individuos expues-
tos a morirse de hambre que hoy.
Todo el régimen municipal descansa en el honor
de la ciudad y en la dignidad de los ciudadanos, y
estas dos ideas dan a la vida moral del hombre un
sentido que determina la conducta y su fin social,
-53-

y, consecuentemente, el cumplimiento de sus debe-


res cívicos.

54.-En materia de educación, como en toda


materia práctica, nadie tiene el derecho de des-
truir, sino de construir. Toda crítica debe impli-
car correlativas afirmaciones.
Las doctrinas morales laicas, tal como se derivan
del análisis de los programas y de sus comentarios
oficiales, de los manuales que las expenden, de los
estudios :filosóficos ( ?) tendentes a precisarlas, pro-
fundizarlas o modificarlas-me refiero a la comu-
nidad panhispánica-, carecen de eficacia educati-
va. Ninguna de las formas doctrinales actualmente
utilizadas en la enseñanza moral y laica llena su
cometido. En Méjico son algo delirante.
Se me dirá que la forma kantiana ofrece un sis-
tema orgánico de ideación, mas también un sistema
de normas, sin relación con la realidad psíquica,
carece del poder eficaz del ideal cristiano.
Como no responde a las condiciones psicológicas
de la organización de la conciencia moral, ese lai-
cismo no puede llenar la función de las doctrinas
tradicionales. Por el contrario, estas doctrinas tra_-
dicionales de educación satisfacen, por su cualidad
motriz y la sistemática de sus elementos ideales,
estas condiciones psicológicas-no acepto lo de su-
primir la p--.
En el problema de la eficacia doctrinal hemos
de apuntarnos la cuestión que lo domina todo y
que concierne a la base misma del organismo reli-
gioso: Dios. Es esto lo que en la moral laica se des-
- 54-

deña por espinoso y vano. Creemos, por el contra-


rio, que es menester abordarla de frente y decidir
fuera de todo prejuicio intelectual.
Esos programas laicos que aún conservan un pá-
rrafo para la idea de Dios, no le atribuyen más que
un valor ilusorio. La noción de lo divino no tiene
para los laicos un valor práctico. Presentarla como
una idea de lujo, como un ornamento, es crear el
equívoco, conturbar los espíritus de los discípulos.
Pudo pasar eso en la República Dominicana en
los desastrosos tiempos de Hostos y de los políticos
que le seguían, pero no en los de Trujillo. Hoy, el
único interés es el del valor práctico de la doctri-
na moral. No nos engañemos.
Sin duda, en algunos países iberoamericanos,
Dios está escrito en los programas, pero con tan-
ta cautela, que mejor estuviera borrado. En la en-
señanza primaria y secundaria hay muchos profe-
sores que prescinden de toda teodicea, ya de la
sutil como de la diplomática, sin que nadie les
vaya a la mano. Una maestra de ese país me decía:
« ¿Pero Dios y deber no son la misma cosa?» Y o
le objeté aquel kantismo escolar.
Suprimir la inspiración religiosa de la enseñan-
za constituye un grave déficit en nuestro presupues-
to moral. Lo que aún nos embalsama la vida a los
remisos en practicar ritos eclesiásticos es el aroma
de las oraciones que nos enseñaron nuestras ma-
dres. Es indispensable dar una instrucción religiosa
que llegue al alma, relacionando la del niño con el
principio infinito de las cosas, revelándole por ella
- 55 -

su grandeza y su inmortalidad por el parentesco


divino.
Después de los trabajos de Myers, de Leuha, de
W. James, etc., el problema de lo divino enuncia-
do en términos nuevos pertenece a la crítica posi-
tiva.
¿Cómo negar que la noción de Dios, base de la
organización religiosa de la vida moral, es un valor
práctico absoluto?
James nos aporta indicaciones justificadísimas y -
de gran interés sobre las condiciones psicológicas a
las que está ligada la experiencia de lo divino. En
la vida religiosa, escribe, aún más que en la vida
moral, dicha y sufrimiento parecen ser dos polos
en torno a los que gravitan todos los demás.
El buscar la vida religiosa por natural inclina-
ción a la felicidad e5 propio de los optimistas y por
un profundo sentimiento de la crueldad de la vida
de los pesimistas. En los primeros es una transfigu-
ración feliz de la experiencia común, el refugio por
donde escapa el dolor. En suma, la relación del
hombre con Dios es un fenómeno salvador, de
libertad espiritual, ya como en los optimistas,
el desvanecimiento de las falsas apariencias del
mal, o ya como en los pesimistas- el más corrien-
te-el efecto de una trágica evasión, fuera del
fatum de la vida natural. Cuando el hombre, des-
pués de una gran lucha interior, domina el senti-
miento de su debilidad o de su desdicha, encuentra
la felicidad y la moral en la intuición de las reali-
dades religiosas. A este paso, lento o rápido, lo lla-
mamos conversión.
- 56 -

Tal es la definición psicológica dada por James


a este término que, desde el punto de vista de la
práctica religiosa común, se aplica al reconocimien-
to de la verdad de la fe, de la adhesión a Dios, bajo
el signo de la Gracia.
El amor a la vida, tendencia primitiva, a la que
Leuba cree poder reducir la esencia de la activi-
dad mística, es una determinación fundamental de
nuestra existencia psíquica, determinación que apa-
rece en diversos casos de nuestra conciencia refle-
xiva, o bien se revela diversa y antagónica de nues-
tra sensibilidad superficial y de nuestra voluntad.
Pero pasemos a negocio más concreto.
Los grados de educación en la República Domi-
nicana son los que siguen:
a) Maternal, que se da en los Jardines de la
Infancia, y consta de un curso para niños de cinco
a seis años de edad.
b) Primaria, que es obligatoria y gratuita, y se
da en escuelas urbanas y rurales, con seis años de
duración.
e) Intermedia, que se da en dos cursos, como
complemento de la primaria e iniciación de la se-
cundaria.
ch) Secundaria.
d) Vocacional, comercial, de artes y oficios, y
artística.
e) Universitaria.
Los estudios son gratuitos y, generalmente, en ré-
gimen de internado. Para ingresar en las Escuelas
Normales Rurales o en las Normales Superiores se
necesita · haber aprobado dos años de Bachillerato.
-57-

Existe una Escuela de Verano para el Magisterio,


en la Escuela Mayor de Licey-en Santiago de los
Caballeros-, donde, en régimen de internado, los
maestros reciben una preparación especial consona
con los cursos que tienen a su cargo.
.La formación secundaria del profesorado ofrece
tres posibilidades de especialización: Letras, Cien-
cias y Lenguas vivas. En Letras se estudian las si-
guientes asignaturas : Lengua española, Latín, His-
toria de la Filosofía, Geografía general y especial
de América, Historia de la cultura americana y uni-
versal, Economía política, Geografía e historia do-
minicanas. En Ciencias estudian los alumnos Len-
gua española, Matemáticas, Física y Química, Cien-
cias Naturales (Botánica, Geología y Mineralogía,
Zoología, Anatomía, Fisiología e Higiene), Dibujo
lineal y arquitectónico. En Lenguas vivas se estu-
dian el inglés y el francés.
La de los alumnos puede orientarse a la especia-
lización de a) Filosofía y Letras, b) Ciencias Físi-
cas y Naturales, y e) Ciencias Físicas y Matemáti-
cas. La Sección de Filosofía y Letras abarca Lengua
española, Introducción a la Filosofía, Economía po-
lítica, Psicología, Nociones de latín y francés o por-
tugués. La de Ciencias Físicas y Naturales se com-
pone de Lengua española, Física, Química, Biolo-
gía, Francés o portugués y Anatomía y Fisiología
humanas. En Ciencias Físicas y Matemáticas se in-
cluyen Lengua española, Elementos de Matemática
superior, Geometría y Trigonometría, Física, Fran-
cés o portugués, Dibujo. Esto, para el cuarto curso,
que para los tres precedentes se estudian: Lengua
-58-

española, Aritmética y Geometría plana, Algebra,


Geometría del espacio y trigonometría, Geografía
general y especial de América, Geografía e historia
patrias, Historia de América, Historia de la civili-
zación; Física general, Química general, Botánica
y Zoología con aplicaciones a la Agricultura, Ana-
tomía, Fisiología e Higiene, Inglés, Francés o Por-
tugués, Educación física, Música o Dibujo.
A la enseñanza técnico-profesional y semiprofe-
sional se adscriben la Escuela Nacional de Artes y
Oficios, el Instituto Politécnico San Ignacio de Lo-
yola, la Escuela Industrial de Señoritas, la Escuela
de Enfermeras, la Escuela de Peluqueras y Maqui-
lladoras.
La enseñanza comercial está dividida en tres
grados:
a) Estudios comerciales elementales, que se cur-
san en Escuelas semioficiales subvencionadas por el
Estado.
b) Estudios comerciales secundarios, en las Es-
cuelas Oficiales de Comercio; y
e) Ciclo superior, en la Escuela Superior de
Peritos Contadores.
En la Universidad hay siete Facultades (Filoso-
fía, Derecho, Medicina, Farmacia y Ciencias Quí-
micas, Cirugía Dental, Ciencias Exactas y Agrono-
mía y Veterinaria) y siete Escuelas (Notariado, Eco-
nomía y Hacienda Pública-adscritas a la Facul-
tad de Derecho-, Obstetricia e Higiene y Sanidad
-adscritas a la Facultad de Medicina-, de Quí-
micos Azucareros-adscrita a la Facultad de Far-
macia y Ciencias Químicas-, de Meteorología
-59-

-adscrita a la Facultad de Ciencias Exactas-).


Dependientes de la Facultad de Filosofía funcio-
nan el Instituto de Investigaciones Antropológicas,
el de Periodismo y su Escuela, y el Museo Nacio-
nal; a la de Derecho, el Instituto de Legislación
Americana Comparada y el Centro de Relaciones
Internacionales; a la de Medicina, el Instituto de
Anatomía, los Laboratorios de Física y Química Mé-
dicas, de Histología y Anatomía Patológica; a la de
Farmacia, el Instituto Botánico y los Laboratorios
de Farmacia y Ciencias Químicas; a la de Odonto-
logía, una Clínica Dental, donde se hacen prácticas
de endodoncia, exodoncia y prótesis; a la de Cien-
cias Exactas, el Instituto de Investigaciones Geográ-
ficas y Geológicas y la Estación Sismológica.
En 1953 existían en la República Escuelas de
Emergencia y Rurales públicas y privadas 2.135,
que para 1956 se elevarán a 3.604; primarias y me-
dias urbanas públicas y subvencionadas y privadas,
287, y primarias nocturnas para adultos, 200, con
una matrícula total de 254.491, y un 48,33 por
100 de alumnado femenino. En las Escuelas Nor-
males Superiores y Normales Rurales (4), 202
alumnos. En las de enseñanza técnica (110), 7.491
alumnos. En la Universidad de Santo Domingo,
2.443 alumnos.
El Generalísimo Trujillo se ha propuesto acabar
con los analfabetos, y a ese objeto ha presupuestado
para 1956 más de 1.250 millones de pesetas.

55.- La teoría clásica d,el salario, es decir, los


principios de Smith, Ricardo y Stuart Mill, son in-
-60-

completos, cuando no falsos, o bien no más que


explicación de los hechos que ocurrían en la época
en que escribieron los dos primeros sus obras ma-
gistrales, y de ahí que se formularan nuevas teo-
rías prometiendo no esperadas venturas de la mis-
ma división de las riquezas que se ha anatemati-
zado, por ser para los obreros un círculo de hierro
dentro del que no pueden mirar lo presente sin
sentir enojo o desaliento.
La doctrina del salario preciso, normal o natu-
ral, no explica suficientemente los fenómenos. La
cuota o tipo de salario se halla en la productividad
del trabajo.
Antes de pasar adelante, digamos que el salario
necesario es la suma de bienes que requiere un
obrero para subsistir, y el fondo de los salarios es
la masa de capitales que sus dueños están dispues-
tos a emplear reproductivamente, y para ello es
necesario que se transformen en productos, mer-
ced a los esfuerzos de los trabajadores, que los me-
tamorfosean.
Mas es indudable que la retribución es más ele-
vada que en otros tiempos, no embargante que la
productividad del trabajador no aumentó, lo que
depende del estado de riqueza del país de que se
trate, y entiéndase que esas palabras, estado de ri-
queza, no deben confundirse con las del fondo de
salarios, porque tienen una significación más exten-
sa, puesto que se aplican, no al capital destinado
al pago de la mano de obra, sino a la suma de toda
especie de rentas de que dispone la nación.
Trujillo cree, y así lo establece en su Código de
- 61-

Trabajo, que la teoría del salario es una parte de-


pendiente de la teoría general del valor como una
especie de la que ésta es el género; pero hay en el
contrato de arrendamiento del trabajo uno de los
dos términos del cambio que no se ha definido bien
hasta ahora. Se sabe que el obrero cede la labor
que ejecuta, mas se había imaginado, cometiendo
un yerro, que el patrono, para pagarle, tomaba una
fracción del fondo de los salarios, y era menester
haber dicho que daba una suma determinada sobre
el precio esperado del producto neto futuro. Aho-
ra bien: como la vida o el bienestar de una gran
parte de los seres humanos depende de las condi-
ciones de ese cambio, el precio del trabajo interesa
más a la Humanidad que el precio de cualquier
otra mercancía.
Trujillo entiende que la cuota o tipo de salario
se regula por la relación que en cada lugar y en
cada industria existe entre el número de obreros y
el de las ocasiones en que se emplean sus brazos.
Opina que hay algunos hechos que ejercen influen-
cia sobre dicha cuota, tales como la distribución de
capitales y de obreros en las distintas industrias, el
desarrollo del capital fijo y del capital circulante,
el estado moral y político de la sociedad, y con-
cluye produciendo la baja gradual de la cuota del
interés y del beneficio o ganancia del capitalista, al
mismo tiempo que será aumentado el salario.
La teoría de la retribución del trabajo expuesta
por la economía política clásica es contraria a la
realidad y, además, peligrosa, porque encie::-ra a
la clase obrera en un círculo de hierro, del ~e no
- 62-

puede salir más que por meáio de la violencia, y


forja un arma que esgrimen los agitadores de las
ideas extremistas.
El salario no se determina por la relación entre
la población y el capital, porque en éste no es da-
ble comprender todo lo que sea producto, materia
bruta o preparada, mineral de lúerro en lingotes,
lana, lúlo o tejido. Todo esto es producto, objeto,
pero no instrumento de la producción. Todo esto
es riqueza, pero no capital, sino producto actual
del hombre. Y si se pretende que esos bienes antes
citados son capitales, será forzoso conceder que
cuantos más mineros extraigan lúerro u otros me-
tales, cuantos más ganaderos sustenten a mayor nú-
mero de rebaños, cuantos más obreros trabajen en
las fábricas de rulados y tejidos, habrá mayor can-
tidad de metales, de lana, de telas; de modo que
poseeremos tanta mayor suma de productos diver-
sos cuanto mayor sea la eficacia productiva del es-
fuerzo de los trabajadores.
Parece, pues, evidente a priori que la parte de
bienes o valores de cada uno habrá de ser tanto
mayor cuanto más grande sea el número de pro-
ductores y mayor la productividad de su trabajo,
y nótese cómo queda vana la propuesta que hace
depender la cuota o valor típico de la relación del
capital y de la población, siendo así que ésta es la
que forma o crea el capital.
El llamado fondo de los salarios es una fórmula
sin sentido y puramente imaginativa. La masa de
bienes que parece ser divisible entre los producto-
res, no es el capital circulante acumulado pretéri-
- 63 -

tamente, sino el producto bruto del trabajo de la


sociedad; no puede afirmarse que éste no se dife-
rencie de otra mercancía cualquiera cuyo precio se
regule por la ley de oferta y demanda; muy al con-
trario, la cuota o nivel normal de los salarios de-
pende de la productividad del trabajo.
Los salarios varían según diversas causas. La vida
humana se estima en muy poco. Sin embargo, los
trabajos que encierran algún peligro exigen más
alta remuneración que los inof en si vos, bien que la
diferencia por lo leve apenas si parece tener en
cuenta el peligro de la vida. Las ocupaciones insalu-
bres que abrevian la existencia humana es preciso
que se remuneren mejor, porque en ellas se corre
el riesgo de enfermar, y los que a ellas se consa-
gran deben obtener una remuneración más alta que
la ordinaria-pese a los seguros sociales-, ya que
la dolencia que contraigan los expone a perder
tiempo y realizar gastos extraordinarios.

56.-El gran plan de Trujillo se compone no sólo


de elementos reales, sino también de elementos ima-
ginarios. Lo que hay en él de imaginario es el obje-
to mismo a que tiende : la paz perpetua entre los
pueblos de América, con el establecimiento de nor-
mas que provean a un justo equilibrio.

57.-Es constante en Trujillo la devoción al


genio de la raza hispánica. Así lo vemos reafir-
mándolo en un discurso pronunciado con motivo
del Centenario de la Independencia, en febrero
de 1956.
-64-

En el heroísmo de los Padres de la Patria-de


Duarte, de Sánchez, de Mella y de sus gloriosos
compañeros-vibraba, dice, «el noble espíritu de
la raza de Pelayo, el mismo espíritu que iba, años
después, a fortalecer el alma dominicana en sus
largas y dolorosas luchas por la conquista y por la
defensa de sus más caras libertades».
Y continúa haciendo una dolorosa síntesis de un
pasado que hoy nos abruma a todos los españoles:
«Después del Tratado de Paz concertado en
Rinswick en 1697, Francia reafirma su ocupación
de la parte occidental de la isla, y coexisten en
ella dos colonias: una, en sus comienzos, de rai-
gambre gala, y otra hispánica, vinculada al porve-
nir del Nuevo Mundo por los lazos indisolubles de
la raza, de la lengua, de la religión y del común
destino.
»Desde esa época quedó planteado en nuestro
territorio insular el enojoso problema de los lími-
tes fronterizos. El Tratado de Aranjuez, que fué
una ratificación del convenio celebrado en San Mi-
guel de la Atalaya en 1776, dió solución por algún
tiempo a ese inquietante problema.
»Pero la Revolución francesa comenzó a estre-
mecer los cimientos de la vieja Europa. Brillantes
ideales de libertad y de justicia fueron proclama-
dos ante el poder absoluto de los reyes, y la Decla-
ración de los Derechos del Hombre, esencia y fun -
damento de nuestro régimen democrático, voló de
los espíritus exaltados de los convencionales a las
tierras ubérrimas de América.
»En la parte occidental de la isla, los esclavos
- 65-

conquistaron su libertad y establecieron una Repú-


blica independiente. La Constitución del nuevo Es-
tado proclamó el principio de la no división polí-
tica de la isla y consagró prejuicios raciales que
entrañaban injustificables exclusivismos.
»Comenzó para el empobrecido pueblo domini-
cano el primer período de las cruentas invasiones,
aquel período inenarrable que abrió Toussaint
Louverture y que entristecieron con hechos de do-
lorosa recordación las huestes de Dessalines y de
Cristóbal.
»La metrópoli nos había abandonado en esas trá-
gicas circunstancias, y el Tratado de Basilea había
traído a nuestras tierras, en vuelo sin gloria, a las
águilas imperiales de Bonaparte.
»Pero tan consustanciado estaba este pueblo con
las características de la raza española, que era par-
te de su propia raza, y con las más puras esencias
de la cultura hispana, que era su propia cultura,
que no quiso resignarse a la cesión incalificable, y
en 1809, en proeza digna de la alabanza homérica,
venció en la memorable batalla de Palo Hincado,
con la espada de Juan Sánchez Ramírez, a uno de
los más brillantes generales de la epopeya napoleó-
nica, y puso de nuevo su destino al amparo de la
Corona española.
»La metrópoli no ponderó bien la trascenden-
cia histórica de esa noble acción reafirmadora y en-
vió a la colonia reconquistada, no por ella, sino
para ella, una burocracia desteñida, sin alientos
para consolidar la obra realizada, y sin entusias-
mos para afrontar la amenaza que entrañaba el
~
-66-

proclamado principio de la no división política de


la isla.»

58.-Entre los intereses del Estado y los de la


nación no puede haber conflicto. El ponerlos de
acuerdo es el gran triunfo de los grandes estadis-
tas. Trujillo lo consiguió, como tantas cosas a las
que no se ha dado aún la importancia debida.
Y, sin embargo, entre nación y Estado hay dif e-
rencias esenciales. El Estado es una soberanía polí-
tica independiente. La nación no es eso. El Estado
puede improvisarse, por arreglos diplomáticos, des-
pués de una victoria militar, al emanciparse una
colonia, o bien originarlo una necesidad defensiva
contra los vecinos, etc. Las naciones no brotan de
semejantes conflictos, porque no son productos de la
improvisación, sino que derivan del mandato de
los siglos. El Estado es unidad jurídica, ante todo;
la nación es unidad moral, espiritual. La actividad
de la nación es siempre más vasta que la del Es-
tado. Este es unidad jurídica y económica no ente-
ramente completa; la nación es más que eso: es
religión, ciencia, arte, que al pasar por la mente o
por los corazones de los que sobre su territorio vi-
ven, sufre las modificaciones que le imprimen el
modo de sentir de sus naturales.
Una nación puede tener una actividad opuesta y
aun contraria al Estado. Un Estado puede colocarse
frente a una nación. El Estado puede variar; la na-
ción, no. Unos cuantos Estados pueden federarse y
constituir un Estado único; una nación no se di-
vide en naciones para unirse. Una nación es una
- 67 -

demarcación geográfica, pero no es una raza, por-


que no existe ninguna que lo sea pura. Las sub-
razas se han mezclado de manera que no es dable
hallar una que ostente sangre de una sola estirpe.
Las llamadas razas históricas, de muy diferente
origen y formadas por convivencias seculares, si se
las congregara serían las naciones con otro nombre.
La lengua es un elemento de nacionalidad, pero
no el único. Sólo una unidad que abarque los más
diversos factores-geográficos, topográficos, filológi-
cos, históricos, etc.-constituyen la nación.
La idea de la nación la crea el Cristianismo. Has-
ta entonces, esa idea nunca pasó de la civitas.
Unos principios comunes al enlazar entendimien-
tos y voluntades, establecen la solidaridad de desti-
nos que sirven de centro a las unidades subalternas
y constituyen la nación. Unidad geográfica, étnica,
filológica, histórica y hasta legislativa y política,
con un Estado que, lejos de absorber, sirva· de ór-
gano a la comunidad integrada, eso es una nación.
Tal es el caso de la República Dominicana, na-
ción que sobre los factores naturales contiene una
gran unidad moral y religiosa. Mientras existe una
tradición uniendo las generaciones en un todo y a
un tiempo simultáneo o sucesivo, se puede hablar
de nación.
En una nación, los hechos más próximos andan
siempre relacionados con los más remotos, pues
cada uno es parte inseparable de un más amplio
conjunto. Y siempre ha de tenerse presente esta
íntima conexión.
- 68-

59.-Hay una ley que la sociología determinista


hostosiana no alcanzó, pero que la Historia confir-
ma, y que un pensador español ha formulado de
esta guisa: «No puede haber comunidad de insti-
tuciones donde no hay comunidad de principios.»
El Estado neutro y la escuela neutra son irra-
cionales, ya que el hombre corriente niega o duda,
pero no se declara en huelga de entendimiento caí-
do en presencia de la realidad interrogante.
Un Estado que declara ignorar la religión o la
moral y, por tanto, sus fundamentos jurídicos, se
jubila a sí propio, declarándose inepto para su pe-
culiar función.
La enseñanza irreligiosa se opone a las rela-
ciones trascendentales del hombre y, consecuente-
mente, al hombre mismo.
Por si sobre la actitud de Trujillo ante el pro-
blema religioso hubiera alguna duda, nos parece
indeclinable transcribir ad integrum uno de los
más admirables discursos que haya pronunciado el
Padre de la Patria Nueva ante una asamblea de
príncipes de la Iglesia, arzobispos, obispos, etc.

Dice así:
«Eminencias, excelencias, señorías :
»Nuestra tierra tuvo el espiritual privilegio de
oír la primera misa en América, dicha en una hu-
milde capilla ante el sagrado madero de una cruz.
Los siglos han pasado y la luz que recibimos en
1492 mantiene viva su llama en el corazón de nues-
tro pueblo.
- 69 -

»Somos humildes hijos -de la Iglesia católica,


apostólica y romana, y reconocemos que la firme
sinceridad de nuestra fe y nuestra decidida vincu-
lación a la cultura cristiana fueron milagrosas fuer-
zas de cohesión que nos hicieron salir triunfantes
en etapas dolorosas de nuestra historia. La religión
no es solamente consuelo, deber y esperanza para
el hombre; también es estímulo, resistencia y ejem-
plo de sacrificio para las colectividades. Sin Dios
no hay nación que se enfrente al Tiempo y al Des-
tino; sin religión perecerán los Estados que más se
ufanen de su fuerza física.
»En estos inciertos años que vive la Humanidad,
combatida por los más duros sistemas materialis-
tas, amenazada por una tenaz ofensiva del ateísmo,
organizado, más que en partido, en táctica que res-
palda el instrumento de subversión marcial llama-
do por ellos «Ejército Rojo», es imperativo deber
movilizar las fuerzas del espíritu, reforzar las de-
fensas imponderables que nuestra religión nos ofre-
ce, ratificar valerosamente nuestros principios tra-
dicionales, y convertir en enseñanza viva, tanto en
el orden doméstico como en el internacional, la di-
vina palabra de Jesús. No es hora de vacilaciones,
sino de decisiones firmes, inspiradas por una fe irre-
vocable. Hay que elegir resueltamente entre los dos
sistemas opuestos que se disputan el dominio del
mundo, entre la concepción materialista y la con-
cepción cristiana de la vida y de la historia. El
propio Jesucristo, que habló para todos los tiem-
pos y no sólo para los fariseos de su época, nos se-
ñaló el camino en una de esas frases suyas que
-70-

conservan, a pesar de todos los cambios experimen-


tados por el hombre y por la sociedad a través de
veint':'. siglos, su vigencia milenaria : «El que no está
conmigo, está contra mí.»
»El materialismo ateo está en pie de guerra, y
a él debemos oponer todo lo que en el catolicismo
es espiritualidad esclarecida, altura de mente y pu-
reza de corazón.
»La Humanidad está hambrienta de moralidad
y de sosiego. Las pasiones, el vicio, el libertinaje,
van carcomiendo los fundamentos de la sociedad.
Hombres y empresas, ciegos a todo humanitaris-
mo, pretenden imponer al mundo entero sus mi-
ras egoístas. Las naciones, armadas con diabólicos
rayos, no logran encontrar las rutas de la concor-
dia. Todo es inquietud, anarquía, desintegración,
angustia. Hay que acercar a los hombres a Cristo;
hay que hacer oír la voz de la Iglesia a aquellos
que por no oírla tienen el alma seca y el espíritu
sin alas; hay que imponer las esencias fundamen-
tales de nuestra salvadora doctrina donde quiera
que imperen la desesperanza y la duda.
»Se reúne este Congreso en un momento en que
el mundo asiste a una desvalorización general de
los conceptos en que descansa la moral cristiana.
Los fueros más nobles del individuo, tales como los
que consagran la libertad de asociación y los que
erigen en norma imprescriptible la libre emisión
del pensamiento humano; son hoy utilizados para
tergiversar la verdad, para difundir informaciones
especiosas y para levantar barreras de incompren-
-71-

sión entre pueblos que tienen el deber de ser con-


secuentes con su origen y con su historia.
»El cristianismo exige que cada cual cumpla su
deber y ejerza su derecho con rectitud ejemplariza-
dora. Si nefando es negar a Cristo faltando a uno
cualquiera de los mandamientos divinos, lo es tam-
bién traicionar la libertad utilizando sus conquis-
tas para corromper los sentimientos de los pueblos
o para rebajar en el hombre las nociones que dig-
nifican la personalidad humana. El que hace uso
de la libertad de la prensa para calumniar o para
oscurecer la verdad, como el que vende al amigo
o el que traiciona a quien le ha dado prestigio y
bienestar, es tan digno de execración como el que
jura en falso el nombre de Dios o el que se hace
reo de uno de los actos que la Iglesia condena como
pecados cardinales.
»Peca contra la doctrina cristiana no sólo el que
vive de espaldas a las enseñanzas de la Iglesia, sino
ta➔ién el que no sabe agradecer los beneficios que
recibe, el que no es leal a la sociedad en que des-
envuelve sus actividades, el que traiciona un prin-
cipio al que debe fidelidad o una obra que merece
el respeto y la gratitud generales.
»Por eso es necesario cristianizar no sólo los
hombres, sino también las instituciones. Hay que
cristianizar la prensa, para que no falte a la ver-
dad, para que no calumnie, para que no disocie,
para que no escandalice, para que no divida a lo's
pueblos, para que no siembre el odio y para que
no propague la maldad en el mundo.
»Convencido de que la cultura católica puede
-72-

contribuir de manera eficaz a establecer un reg1-


men de derecho, de moral, de justicia y de paz, ini-
cié y auspicié la celebración de este Congreso. Sólo
en las enseñanzas de Cristo, como lo ha afirmado
repetidamente el Santo Padre, puede el mundo
construir la paz que ansía. La armonía universal
sólo puede levantarse sobre una auténtica fraterni-
dad de corazones puros, y la fraternidad y la pu-
reza son las joyas más preciadas del cristianismo.
»Mientras el comunismo ruge y amenaza en to-
das las regiones del mundo; mientras el materia-
lismo ateo propaga infatigablemente la falsedad de
sus dogmas; mientras los cobardes se hacen cóm-
plices con sus tolerancias y silencios, quise que en
tierra dominicana-orgullosa de su tradición cató-
lica, cumplidora de sus deberes cristianos, decidida
en su lucha con el Anticristo- se elevara la poten-
te voz ecuménica del Catolicismo, señalando rutas
de bien, de moral, de cultura, de justicia y de paz.
»Creo firmemente que las albas banderas de
Cristo darán el triunfo definitivo al hombre en es-
tos años decisivos de su lucha contra el mal. Todo
depende del espíritu heroico, de la voluntad de
sacrificio con que sostengamos esas banderas de
decencia, de libertades y de derechos. Libertades
y derechos tuvieron su nido de amor en el cristia-
nismo. Todo lo que es justicia y dignidad en el
hombre proviene de las enseñanzas cristianas. Pro-
fetas, apóstoles, santos, mártires, construyeron un
mundo ideológico donde el hombre no es una pie-
za en la crueldad de un engranaje, sino un ser con
personalidad definida y respetable. Ese tesoro que
-73-

es la sociedad cristiana no perecerá, si somos dig-


nos hijos de la Iglesia de Roma, si luchamos como
debemos luchar, si convertimos en dinamismo y en
acción nuestros altos principios doctrinarios, si a
la injusticia oponemos la justicia, si combatimos el
egoísmo de los otros con el permanente ejemplo
de nuestra caridad, si damos pan al que tiene ham-
bre, si al hombre-máquina fanatizado de técnica y
de economía oponemos el hombre-espíritu, que
antepone la religión a la ciencia y que recurre a
Dios para la solución de todos los problemas que
afligen a la Humanidad contemporánea.
»La paz no es la falaz paloma rusa que vuela
desde tierras de esclavitud para engañar a los in-
cautos. La paz sólo puede nacer de un complejo
conjunto de bienes elaborados por la cultura cris-
tiana. La educación del niño, la vida económica de
la familia, la seguridad del obrero, el espíritu co-
operativista, el respeto a la autoridad, la orientación
de la prensa, de la radio y del cinematógrafo, la
estructuración jurídica internacional, el desintere-
sado devenir de la cultura, son piezas de impor-
tancia suma para elevar a los cielos, como una va-
liosa ofrenda del hombre al Altísimo, la imperece-
dera torre de la comprensión y de la fraternidad
universales.
»Vuestro programa de trabajo abarca varios de
esos interesantes temas. Vuestro amor a la Huma-
nidad y al Catolicismo, y vuestra reconocida capa-
cidad intelectual, ratificarán y difundirán prove-
chosamente las orientaciones que acerca de ellos
señaló la voz del Padre Santo desde la serena im-
-74-

parcialidad del Vaticano. Sus empeños, sus esfuer-


zos, sus desvelos para que el hombre deje de ser un
lobo para el hombre, tendrán luminoso eco en vues-
tros estudios y deliberaciones. El Santo Padre, bon-
dadoso y sabio, en nombre de Dios y con la ayuda
de Cristo, ha sido el máximo defensor del dere-
cho de la Humanidad a vivir en paz y en justicia.
»La Iglesia católica, a cuyo alrededor se agru-
pan más de cuatrocientos millones de almas, cons-
tituye el principal baluarte en la lucha sin cuartel
contra el fariseísmo contemporáneo. Muchas voces
se han elevado contra esa sociedad universal, fun-
dada hace veinte siglos; pero la Iglesia, segura de
su permanencia en la eternidad, puede repetir a
sus enemigos las palabras dirigidas por Jesucristo
a los primeros adversarios del cristianismo: «Nin-
gún poder tendréis contra Mí, si no os hubiese sido
otorgado de lo Alto.» Es que la Iglesia católica
participa de la naturaleza de su divino fundador,
y las profecías que anunciaron el advenimiento de
Cristo afirmaban que Jesús sería eterno y que nada
quebrantaría sus huesos ni lo separaría de la His-
toria.
»Príncipes de la Iglesia, arzobispos, sacerdotes,
congresistas: sed bienvenidos a la República Do-
minicana, tierra de paz, sociedad cristiana, comu-
nidad católica. El Gobierno y el pueblo se sienten
honrados con vuestra presencia y confían que vues-
tras ejecutorias serán útiles a sus tradicionales de-
seos de fraternidad entre todos los hijos de Dios.
Invoco su sagrado nombre y ante El me inclino re-
verentemente al declarar inaugurado este Congreso
Archlv
.l
Internacional de Cultura Católica por la Paz del
Mundo.
»Hágase, Señor, tu voluntad, aquí en la tierra
como en el cielo, y que la palabra de Cristo sea
ley en este mundo.»

60.-El deber de un gran hombre de Estado


-caso de Trujillo-es tomar a la nación tal y como
es, reconocer la complejidad de los elementos que
la componen, ayudar a las manifestaciones de su
vida, en relación armónica con las formas exterio-
res que reviste.

61.-Asusta el papanatismo de que son capaces


los gobernantes de las llamadas repúblicas demo-
cráticas ante un mundo ciertamente confuso, pero
perfectísimamente delimitado. De un lado, el in-
dividualismo cristiano; de otro, la estatocracia co-
munizante.
Lenin, que conocía bien a los filisteos y pequeño-
burgueses democráticos, exultaba ante los regíme-
nes que .podían servir de libre cauce al bolchevis-
mo. En su libro El Estado y la Revolución estable-
ce, como condición previa para la implantación del
comunismo, el que pueda éste desarrollarse en el
abonado campo de las repúblicas democráticas. La
democracia significa igualdad. Se comprende la im-
portancia que tiene la lucha del proletariado por
la igualdad, si ésta se interpreta como el aniqui-
lamiento de clases.
Al significar la democracia el reconocimiento
formal de la igualdad entre los ciudadanos, el de-
-76-

recho de todos a determinar el regrrnen del Esta-


do, llegará, decía Lenin, una cierta fase de desarro-
llo de la democracia que cohesionando a la clase
revolucionaria, al proletariado contra el capitalis-
mo, le facilite el medio de aniquilar la maquina-
ria estatal burguesa, incluso la republicana. ¿Está
esto claro, señores gobernantes de las repúblicas
democráticas? Para el Generalísimo Trujillo pare-
ce que lo está, pero por esta clarividencia lo ape-
llidan de tirano.
La existencia del Estado implicaba para Lenin
la de la democracia. Una democracia llevada a sus
últimas consecuencias es imposible en el capitalis-
mo, y bajo el comunismo toda democracia desapa-
rece. Antes de Lenin, ya Engels, en la crítica del
proyecto del programa de Erfurt (junio de 1891), , ,,
escribía: «Si hay algo indudable, es que nuestro
partido (el comunista) y la clase obrera sólo pue-
den llegar al Poder bajo la forma política de la
República democrática.»
Un problema claro y de concretas especificacio-
nes se plantea: ¿pueden las repúblicas democráti-
cas resistir el embate del comunismo? No lo cree-
mos. El aviso de Engels es de una diafanidad per-
turbadora. ¿ Quiénes están entonces en posiciones
más firmes, los gobernantes demócratas, que se de-
jan minar el terreno por la táctica bolchevista
-huelgas, saboteos, propagandas de todo linaje-,
o los que a todo intento de disolución social opo-
nen, como Trujillo, una doctrina constructiva?

62.-¿Qué significa la libertad, si no crea hom-


- 77 -

bres con temple, con voluntad, con conciencia co-


lectiva? A los pueblos no les interesa ser goberna-
dos por tal o cual sistema, sino ser bien goberna-
dos. Es el Generalísimo Trujillo el primer estadista
dominicano-¿por qué no escribir americano?-
que descendió hasta la raíz del mal que su pueblo
sufría, con sentido pacificador, educador, reconci-
liador, capaz de restituir al país a la civilización,
esto es, a la seguridad, y de permitir a la nación
orientarse, libertarse económicamente y conquistar
el gobierno de sí núsmo.

63.-Una de mis experiencias respecto al modo


de gobernar democrática y a la vez autocráticamen-
te, ha sido la recibida en la República Dominicana.
No se asusten los enemigos gratuitos del Generalí-
simo Trujillo.
Fuí invitado por la primera Universidad novo-
continental a dar un cursillo de literatura portu-
guesa, que conozco muy bien, pero que no intere-
só. No me asiste-y en buena hora lo diga-el his-
trionismo necesario para «hacerme el artículo».
Pesco con anzuelo sin carnada.
Tuve, eso sí, ocasión-que no desaproveché-de
tratar al Generalísimo Trujillo, persona excelente-
mente educada, ducho en las artes de la atracción,
que de todo se hace cargo, que falla sobre cual-
quier problema con tino y precisión, que tiene la
inmensa ventaja de no ser intelectualoide; en fin,
un hombre con todos los sacramentos para ser un
gran estadista. Pero ¿qué es un gran estadista? Sin
duda, el que hace un Estado. Pues si es así, Tru-
-78-

jillo no sólo ha creado una organización estatal,


sino un pueblo.
Sin más violencias que las necesarias-pero ¿se
puede crear algo sin violencia?-, supo realizar
una profunda revolución en las conciencias de los
hombres, que a través de toda su vida histórica ha-
bían pertenecido a un cacicato parasitario y con-
vulso, logrando con su acertada terapéutica trans-
formar al indolente neutralista en ciudadano y le-
vantar sobre los escombros de una nacionalidad el
edificio hoy ingente del dominicanismo, íntima se-
guridad de que todos los quisqueyanos pertenecen
a un pueblo.
Imponer la disciplina en países de humor agrio
e individualista, como Trujillo en el suyo, es algo
tan importante, y quizá más, que llenar de plante-
les educativos un país, y también lo hizo. La dis-
ciplina interna es la base de la moral inconsciente,
de la verdadera moral. Con ella fueron grandes los
romanos del Imperio, los españoles del siglo XVI,
los ingleses de la era victoriana.
Todos esos demócratas sin demos-porque el ver-
dadero pueblo, el que lucha y trabaj~ sigue a Tru-
jillo-no pasan de iconoclastas disfrazados de pis-
toleros fallidos, de incendiarios en potencia.
Talleyrand dejó escrito: todo lo excesivo es in-
significante. Esos resentidos no pueden ver con bue-
nos ojos que haya un gobernante que no los utilice.
Porque todos los enemigos gratuitos del Generalí-
simo Trujillo, o han sido sus desmedidos lisonjea-
dores-caso de Bonilla Atiles-, o ambiciosos que
se consideraban disminuídos en puestos subalter-
-79-

nos-caso de Bosch-. Lo que ellos toman por tre-


mendas objurgatorias son una conjura contra la ver-
dad, un caso de impulcritud política.
Yo no tengo por qué mentir. Nadie me ha pa-
gado para ello, ni yo hubiese admitido subsidio que
me mediatizase. La observación desinteresada y el
reconocer en Trujillo a todo un hombre, condicio-
nan mi opinión. Digo moderadamente lo que pien-
so y siento. He conocido y hablado con adversarios
del Padre de la Patria Nueva. Son todos unos po-
bres diablos. Unos, por mero hedonismo individual,
condenan la exaltación de la vida ascendente, que
nunca en su patria ha tenido caracteres más vigo-
rosos. Otros, escabulléndose a la realidad de la vida
dominicana, no deciden nada respecto de ella para
el futuro, frente a un hombre que todo lo tiene de-
cidido y casi todo realizado. No he visto en ellos
más que rencor, y yo repudio a los rencorosos. Don-
de hay rencor no puede haber comprensión. Desdi-
chado de Santo Domingo si Trujillo abandonara la
vida política. Lo hoy armónico se transformaría en
caótico mañana. Los vengativos destruirían todo
cuanto Trujillo ha realizado, para que no les sir-
viera de constante admonición, y la República re-
petiría el vergonzoso espectáculo de 1916 a 1930,
para no hablar de todos los lamentabilísimos perío-
dos anteriores.
¿Qué puede un hombre ante los despojos de un
pueblo, y no hay en ello hipérbole, puesto que un
ciclón arrasó, a poco de ascender Trujillo al Po-
der, la ciudad de Santo Domingo? Crear de lo que
-80 -

le rodea. El creador se yergue siempre sobre las rui-


nas de cosas, sistemas y personas.
Jamás se ha hecho en la Historia una revolu-
ción para el pueblo como la realizada en Santo Do-
mingo. Nunca en las administraciones anteriores
gozaron el obrero y el campesino dominicanos de
mayores ventajas, y la verdadera revolución no es
la harullenta, la destructiva, la de los energúme-
nos y vociferantes, sino la de los que promueven
el bienestar general.
El derecho a gobernar rígidamente a un país que
no sabe adónde va, parece indiscutible, y no hay
en ello intento ni sospecha de despotismo. Es el
caso de Santo Domingo en 1930.
Crea el derecho, en medio de la pugna o de la
crítica, el que se pone al frente del Estado y reali-
za dentro de él los fines singulares de la colecti-
vidad.
No importa quiénes sean los que griten. Todos
los principios jurídicos hoy en vigor se impusieron
luchando contra quienes no los aceptaban.
Cuando se habla de las violencias ejercidas por
quienes están obligados a sostener el derecho, se
desconoce que, sin ellas, éste sería muy luego es-
carnecido.
Y nos referimos, naturalmente, no a la violen-
cia estúpida, sino a la violencia inevitable.
No reina el derecho más que cuando la fuerza
crea la justicia, freno de todo descarrío.
Que los gobernantes demócrata-autoritarios son
duros, nadie lo puede objetar. Pero ¿es que sin ser-
lo pueden imperar en países convulsos, poseídos del
- 81-

baile de San Vito político, y donde tan pronto


se relaja la disciplina por alguna parte, todo se con-
vierte en confusión y behetría?
Sólo con gobiernos que no se dejan ganar la par-
tida por los energúmenos, la Humanidad podrá so-
brevivir a la catástrofe que se avecina, y atrave-
sará la zona de tifones que pretendan arrasarla.
La política, en su mejor definición, es el arte de
tratar los intereses del Estado. Cuando esto no su-
cede, se producen perturbaciones colindantes con
la anarquía y surgen ineluctablemente las dictadu-
ras. ¿Por qué asustarse de la palabra dictador? Vi-
vimos de mitos palabreros.
Reiterando una manida frase, ha dicho un pe-
riodista norteamericano que buscó por Santo Do-
mingo al dictador, sin encontrarlo. Pues yo lo hallé
muy luego, si se entiende por dictador al que pro-
mulga y dispone lo más acertado y no se deja en-
gañar por abogadillos difusos y confusos; el que
crea la atmósfera necesaria para la realización del
derecho; el que abre cauces para que las leyes se
cumplan; el que hace de una factoría mediatizada
un pueblo libre; el hombre que en determinado
momento es necesario para salvar un país.
Sabido es que los romanos consideraban inevita-
ble la dictadura cuando la patria peligraba, si bien
con limitaciones de tiempo. Mas esas limitaciones,
comprensibles en organismos bien trabados, son in-
aplicables a países turbulentos y anorgánicos, a paí-
ses en descomposición, a países con soberanía en
precario. ¿Quién puede determinar la duración de
una dictadura en momentos históricos en que peli-
6
- 82-

gra la nacionalidad? Al dictador se le da a cum-


plir una misión, y en tanto que no queda conclusa
debe continuar realizándola.
¿Es que ha terminado Trujillo de dar al país la
instrucción que requieren los ciudadanos, el agua
que precisan las tierras, las comunicaciones que
necesita el comercio, la cultura elevada que piden
las minorías selectas, la disciplina social que de-
manda una mejor organización política y, sobre
todo, la seguridad que exige la frontera haitiana?
Creemos que no.
No se trata de alabar a hombres aparentement e
enérgicos e inconcebiblem ente estúpidos, sino de
reivindicar a los que, como Trujillo, sólo tienen el
deseo de que no se interrumpa su obra en bien
del pueblo y no de oligarquías minoritarias.
¿A qué venir, 'pues, con trazas y embelecos seudo-
democráticos, para intentar demostrarnos que no
se puede vivir en la República Dominicana por-
que falta la libertad desenfadada, la crítica nega-
tiva, el alboroto en la cantina, la verborrea sin fre-
no, el cacicuelo que se remontaba con cuatro des-
harrapados pidiendo la Presidencia, el matonismo,
el peculado, la desvergüenza y todo cuanto del pre-
térito no dejó más que tristes recuerdos?
Los hombres pueden ser buenos, y es raro : los
pueblos son bestiales. Y contra un gobernante que
pretende hacer del suyo un conglomerado de gen-
tes, regulares siquiera, gritones de estridencias, en
pleno devaneo, perturbadores del sosiego creador,
sin otro estímulo que halagar los instintos prima-
rios de la fiera popular, protestan denodadamen te.
-83-

Mi defensa, no sólo de Trujillo, sino de la obra


por él llevada a cabo, se fundamenta, sobre todo,
en que fué uno de los primeros gobernantes his-
panoamericanos-pongamos el primero-en opo-
nerse a la obra envilecedora del comunismo.
Somos anticomunistas porque queremos dar al
espíritu lo que del espíritu es, porque queremos
dar a la existencia un sentido profundo, es decir,
idealista. Nos colocamos frente a la barbarie rusa
porque con el mayor cinismo quiere colorearse de
filantrópica y democrática, olvidando su crudeza, su
inhumanidad, sus procedimientos feroces.
Hay que presentar un gran frente de hombres y
de pueblos, escudados en los principios cristianos
-de verdad cristianos de Cristo-, anticipándose a
los desatinos de la gran bestia apocalíptica. Man-
tengamos nuestra fe en los valores eternos, ante la
basura que nos circunda. Si queremos redimirnos
y redimir al mundo, necesitamos salir de la hedion-
da ciénaga en que nos han metido. Cierto que han
perdido su peso muchos valores morales, pero con
los que nos quedan tachonaremos de estrellas nues-
tro cielo espiritual y seguirán siendo sagrados, aun-
que los comunistoides hayan intentado rebajarlos.
Aún no agoniza, ni en Europa ni en América, la
civilización cristiana, por más esfuerzos que en ello
ponen esos miserables que le niegan fuerza espiri-
tual y moral.

64.-Si la libertad humana es atributo de la vo-


luntad, sin determinaciones fatales internas o ex-
ternas; si no la rigen leyes físicas o el imperio
-84-

ineluctable del medio, como quiere el determinis-


mo, entonces la libertad es una palabra vana.
Como el hombre tiene potencia intelectual para
conocer la relación entre los medios y el fin, y liber-
tad para cumplirla, ha de existir necesariamente
una ley moral.
Ecuación de nuestras acciones con las relaciones
esenciales de causalidad y finalidad es la moral y
el deber de conformar los actos con esas relacio-
nes. Potestad de cumplir es el derecho, medio di-
recto e innato, indirecto o adquirido, para el deber
moral a que se subordina, con el límite insoslaya-
ble del derecho ajeno, individual o colectivo. De
ahí nace la justicia, ecuación entre derecho y deber.
El mayor compromiso del gobernante, y esto lo
sabe Trujillo mejor que nadie, es saber adminis-
trar la libertad, si es que a tanto llega la volun-
tad de la fuerza dominante, sin permitir desvia-
ciones de las normas que así lo prescriben.
Un Estado en que no se poseen medios adecua-
dos para reprimir los excesos y demasías de la liber-
tad, aun incurriendo en el riesgo de pasar por sobre
algún artículo de la Constitución si no se prestare
a ciertas inevitables flexibilidades, es incapaz de
actuar de modo que los estatutos realicen su ineluc-
table función.
En toda política hubo siempre solicitudes de ín-
dole diversa. Así se revelan las pugnas entre los
motivos internos y los externos de una comunidad
de hombres, entre las razones vitales del presente
y las razones históricas del futuro.
Una política de poder y de bienestar, manejada
-85-

con tino en cada instante, concede la oportuna pre-


ferencia a las decisiones, en razón de las solicitudes
que el Estado recibe de dentro y de fuera. Ahora
bien: servir, como lo hace Trujillo, una política de
poder y de bienestar, no es hacer demagogia so-
cial. Esta tarea de realismo político implica el ma-
nejo justo del aparato técnico que importa en cada
caso. Es necesario, para mejorar el nivel de vida
-como se hace en la República Dominicana-,
aumentar o intensificar la explotación de la rique-
za nacional y gobernar humanamente la distribu-
ción de la misma.
Si en el afán político interior es preciso mover-
se sobre realidades, en lo que hace al aspecto exte-
rior mucho más. En este terreno nada se da ni se
regala, y los descuidos son rarísimos en el juego
internacional. Es menester merecerlo todo y ganar-
lo todo.

65.-Antes del advenimiento de Trujillo al Po-


der, todo se hacía en la República Dominicana
bajo el signo de lo efímero. Después se realizó todo
bajo el signo de la paz, del orden, del trabajo, de
la estabilidad, del continuismo constructivo, insóli-
to no sólo para este pueblo, sino para todos los de
América.
El hecho de la ininterrumpida rectoría en el Po-
der--pese al cambio de presidentes-permite a los
dominicanos, por primera vez en su historia, pla-
nes para el futuro. Una nación que está echando
los cimientos de su industrialización y elaborando
planes creadores de riqueza que solicitan años,
- 86-

pide con exigencia y avidez confianza en la conti-


nuidad. Esa garantía lo es todo en una sociedad
civilizada. Y rogamos a Dios por la permanencia
de Trujillo en esa suprema rectoría, pues ha sido
artífice de cuanto son hoy y de cuanto quieren ser
los dominicanos : ciudadanos de una nación prós-
pera, pacífica y respetada.

66.-Cuando se defiende al Presidente Trujillo


por todo lo bueno que ha hecho para levantar y
hacer respetable su país, se consuela uno viendo a
hombres absolutamente desinteresados y significa-
dísimos, como Davies, expresarse así: «He visto
hombres en todo el mundo, en la política, en la
administración pública, en los negocios, y puedo
decir que ustedes (los dominicanos) tienen uno de ,,
los hombres más grandes del mundo. Un hombre
que sería grande en cualquier tiempo. Es un gran
administrador.»
En efecto, a los quince años-y no digamos aho-
ra-, la República Dominicana pasaba de ser un
país exclusiva..'Ilente importador, a exportar produc-
tos por valor de 41.000.000-hoy pasa de los 125-
en números redondos, contra 21.000.000 de impor-
taciones.

67.-Se ha criticado mucho la actuación, duran-


te la guerra civil española, de Embajadas y Lega-
ciones-yo creo que casi siempre sin razón-. Sólo
la República Dominicana quedó indemne de cen-
suras. Y es porque al frente de la Española había
un mandatario que no consintió que a la sombra
-87-

del pabellón que honraron Sánchez, Duarte, Mella


y tantos otros patriotas, se negociara con la vida,
el albergue y la comida de hombres sin hogar, ni
otra desembocadura que ser asesinados por las tur-
bas «incontroladas» o, mejor, «descontroladas», bar-
barismo que será perpetuo estigma de v~rgüenza
para unos gobernantes cuya cobardía de liebres aún
nos estremece de asco, y para unos partidos o par-
tidas políticas que sancionaron el robo y el asesi-
nato con el efugio vil de que al fin recaía en «fas-
cistas». ¡Como si sólo los asesinos y los ladrones
tuvieran derecho a la vidaí
Aquella nobilísima actitud del Presidente Tru-
jillo costó a Santo Domingo una importante suma
de dinero, pero lo dejó inserto para siempre en el
corazón de los españoles dignos.

68.-No se suponga que los políticos dominica-


nos del siglo XIX y primeras tres décadas del xx
fueran inferiores a sus congéneres de otros países
de origen español. Lo que sucede es que en pue-
blos cortos las banderías son más enconadas-de la
España medieval y renacentista podíamos señalar
hartos ejemplos-y la politiquería envenena los
más puros manantiales.
¿De dónde procede el espíritu banderizo que a
españoles e hispanoamericanos nos es peculiar?
Parece ser sedimento árabe, que no en balde el Is-
lam dominó sobre diversas regiones de la Penínsu-
la Ibérica setecientos ochenta años, y cualquiera
que recorra las páginas en que se historian los rei-
nos de Taifas, no dudará en atribuir al elemento
-88-

sarraceno este terrible virus que corroe nuestra


vida social.
Se necesitó en la República Dominicana de un
hombre dotado de las excepcionales cualidades de
Trujillo, para que pusiera las puertas en sus qui-
cios, acabase con la logorrea, empujase a las gen-
tes a trabajar, disciplinase a los desmandados y
horrase, en fin, de su país las lacras envenenadas
de la disolución social. ¡Admirable ejemplo que to-
dos los pueblos de América debieran aprovechar!
Porque la dimensión y realizaciones de Trujillo
no son dominicanas, son continentales.

69.-¡Qué gran faena la de Trujillo, intentar con


tan poca gente obra tan grande!

70.- Entendemos por democracia autocrática o


democratismo autoritario un sistema de gobierno
que, teniendo en cuenta las determinaciones y ca-
racterísticas de ambiente creado por las costumbres
y la tradición, se orienta hacia el bienestar gene-
ral, humanizando los egoísmos de los de arriba y
haciendo que los de abajo abanétonen las tesis ca-
tastróficas como única solución a los problemas so-
ciales. No sé si esto está demasiado claro.
Por si no lo estuviese, abreviemos la fórmula:
la democracia autocrática- y no hay en ello para-
doja-es el único modo de gobierno apropiado a
los momentos de crisis, en los que los piratas de
la política pretenden pescar a río revuelto, contan-
do con la lenidad de los gobiernos abiertamente de-
mocráticos. En tales momentos, sólo el autoritaris-
- 89-

mo orientado hacia el bien general de los pueblos


puede contener la demagogia roja, tanto como la
demagogia blanca. Una democracia que no impone
limitaciones a las demasías libertarias, cae inevita-
blemente en manos de los energúmenos de la iz-
quierda o de la derecha.
Naturalmente, cada pueblo exige una forma dis-
tinta de autoritarismo. Lo que en Suecia, país frío,
da resultados óptimos, no sirve para países tropi-
cales. La fórmula no es lo mismo para Chile que
para Cuba. Y no sólo es preciso tener en cuenta lo
telúrico, sino los hábitos políticos engendrados a
través del tiempo, la cultura media, el origen del
núcleo social.
Refiriéndonos a los países de la comunidad pan-
hispánica, hay que distinguir entre aquellos en que
abunda el indio (Méjico, Ecuador, Perú, Colombia,
Centroamérica, Bolivia, Paraguay), el negro (Ve-
nezuela, Santo Domingo, Cuba) o el blanco (Ar-
gentina, Chile, Uruguay). ¿Cómo aplicar la misma
norma a unos que a otros? Y, sin embargo, sus
constituciones políticas son muy semejantes, de
donde brotan grandes desconciertos y se suscitan
problemas contradictorios.
¿Por qué pretender que Trujillo gobierne a un
país de gente barullenta--salvemos las excepcio-
nes-, como a pueblo ya ducho en el ejercicio de
sus derechos y deberes?
¿Cómo pretender que se mantengan vivas todas
las libertades que como inalienables y propias de
la persona humana, exigen los que son incapaces
de usar conscientemente de ellas? Hay pueblos que
- 90 -

por su cultura y unidad étnica son naturalmente


liberales; los hay que por inmaturos y de sangre
revuelta tienen tendencias liberticidas. ¿Por qué se
pide entonces a un gobernante de pueblo convulso
que respete la Constitución y las libertades públi-
cas? Lo que ha de procurar en ese caso no es ga-
rantizar las libertades a voleo, sino restringirlas,
acomodándose a las posibilidades del pueblo en que
vive y ordena. Un estadista inmejorable para el
Uruguay, fracasaría en Honduras.
Conozco la República Dominicana y he procu-
rado estudiar sobre el terreno las posibilidades que
tendría otro gobernante que no fuese Trujillo, y
estoy absolutamente convencido de que ninguna.
Y es que no viénd.olo, no conociendo la historia de
Santo Domingo, y juzgando el problema desde le-
jos, es fácil hablar de violaciones constitucionales
y de libertades restrictas. , Pues bien: la República
Dominicana-ya se ha visto-, en manos de otro
que no fuera Trujillo, estaría dando el grotesco es-
pectáculo-que ya dió antes de 1930-de un país
ingobernable, con instinto político de suicidio y con
la soberanía en interrogante.
No se puede ser un gran gobernante, como in-
dudablemente lo es Trujillo, sin previamente hallar
la fórmula que conviene al país. El que lo ataquen
las hordas comunizantes y sus agregados y satéli-
tes, los llamados «democráticos», nos da la medida
de su valor. Ese encarnizamiento que ponen al in-
tentar desacreditarlo es la más cierta expresión de
que se trata de un hombre incapaz de ponerse a
plática con los enemigos de la sociedad. Por otra
-91-

parte, los dominicanos que buscan su demolición,


inútilmente, o son comunistoides resentidos, o am-
biciosos insatisfechos, o gente forajida del país, no
porque Trujillo los haya exonerado, sino que para
ciertos sujetos no hay negocio mejor que asumir
la postura de desterrado político.
En el democratismo autoritario de Trujillo está
ínsito todo lo que para su país y para muchos otros
es válido en orden a los sistemas políticos implan-
tables. Por ser esto así rugen las hidras demagógi-
cas con furia pocas . veces ensayada. Son sus más
implacables enemigos: a), los periódicos y revistas
norteamericanas y cubanas que no alcanzaron el
excesivo precio a que cotizaban su servidumbre;
b )., los intelectualoides comunizantes del tipo de
Germán Arciniegas, Haya de la Torre-ambos bar-
dajes o dígase maricones-, Luis Alberto Sánchez y
otros ejusdem farinae; e), los seudogobemantes al
modo del cretino Arévalo o del canallita de Betan-
cour-ambos hundidos ya en el légamo de su pro-
pia idiotez, y este último incurso también en el
pecado nefando-, y d), los dominicanos que aspi-
raban a ser archipámpanos y se quedaron en mo-
naguillos. Sin olvidar a no pocos de los turiferarios
que le rodean y adulan con exceso. Por fortuna,
Trujillo sabe a qué atenerse respecto a los desmedi-
dos lisonjeadores, no embargante la sentencia de
Séneca de que la lisonja, aunque nos repugne, aca-
ba por halagarnos. No ha mucho, el infidente de
Ornes nos presta un buen ejemplo.
Poco y mal se conoce a este gobernante ejemplar
por tierras de América. Y, sin embargo, no hay aca-
-92-

so lección política más útil que la que Trujillo está


dando en estos momentos insuficientes y penosos
de la historia del mundo. A su sagacidad no se es-
capa ningún problema, y procura resolverlos todos
con acierto y equidad. La dominicana es hoy una
República que vive en plan constructivo, con arre-
glo a normas precisas, que la llevarán inobjetable-
mente a ser una de las primeras de América, así
por su racional y humana estructura económica,
como por su educación popular, como por su pru-
dente y discreta política internacional.
El Generalísimo Trujillo encontró al advenir al
Poder una República desconcertada, y como lo es-
tragado no admite remiendo, hubo de renovarlo
todo. No se pueden curar males envejecidos sino
con remedios fuertes. Era preciso que la temeridad
no volviera a pisotear la prudencia. Como Trujillo
trataba de acometer grandes hechos, hubo de abor-
darlos con grandes fundamentos.
Privilegios y libertades andaban en alboroto con-
tra la justicia y destruyendo toda posibilidad de
buen gobierno.
Una mutación que no procura el beneficio gene-
ral, sin mezcla del propio y personalísimo, no pro-
voca más que desorden. Que Trujillo ha subordi-
nado todo al engrandecimiento de su país, lo de-
muestra el asentimiento que el pueblo le presta,
desde el hombre de cultura superior, al que se le-
vanta todas las mañanas, con el quebrar de los
albores, a la secular labranza. ¿Puede quien viene
a remediar males arraigadísimos ser flojo y descui-
dado? Pues al que lo es le crecen los males de la
- 93 -

República, y por la dilación del remedio o la blan-


dura en aplicarlo se le aumentan de modo que a
poco no hay cómo atacarlos.
Quien tiene la suprema deliberación y autoridad
ha de ser el mejor, el más justo y el más pruden-
te, pero también el más avisado y rápido en los
procedimientos. Flojedad y tullimiento enflaquecen
las mejores obras. Si al que gobierna le falta seso
y valor, no hará más que disparates. No se preco-
niza con esto el atropello; por el contrario, no hay
quien dirija mejor a los hombres que los más mo-
derados en sus resoluciones y los más resueltos en
la decisión exigida. Esos son los deseosos de acer-
tar, los que saben que la virtud de la prudencia
es el alma del buen gobierno. Proceder con el ri-
gor necesario robustece al gobernante; obrar con
dureza excesiva enflaquece su justicia.
Trujillo es hombre de buen entendimiento, jus-
ticiero en sus decisiones, con gran espíritu prác-
tico, y sabido es que vale más una onza de prác-
tica que cien libros de teórica. Gobernante Trujillo
que conoce el manejo de los asuntos de abajo arri-
ba, fácil le es deliberar lo conveniente, con buena
voluntad y mejor deseo de servir al común de los
ciudadanos.
Gobiernan las repúblicas bien los hombres que,
como Trujillo, se colocan siempre en el plano de
la cordura. Ni rudo ni agudo, decía el viejo dicta-
do. Los rudos, porque son como leña verde, que
puesta al fuego no da sino humo; los agudos, por-
que resultan cohetes que, encendidos, suben luego
-94-

por el aire y, acabada la pólvora, caen sin luz m


sustancia aprovechable.
De los rudos y de los agudos se ve Trujillo com-
batido, a pretexto de falta de libertades. Sépase que
las libertades que no engendran más que vicios en
la República no son tales, sino cautiverios, y el que-
rerlas sustentar, dañosísima y bárbara necesidad.
Sabemos por amarga experiencia que el abuso
de libertades desemboca necesariamente en la más
humillante de las tiranías: la de los incapaces, la
de los bandidos, que no se detienen ante el asesi-
nato ni ante el robo. No es, como exclamaba rna-
dame Rolland, que en nombre de la libertad se
hayan cometido los crímenes más espantables, sino
que el no querer entenderla corno carga y sacrifi-
cio, corno limitación y ordenamiento, lleva a la bar-
barie y al caos Los españoles que asistimos a la
última y lamentable gesta sabemos mucho de liber-
tades posibles y de libertades abominables. Cuando
se quiere conservar la República han de refrenarse
las demasías liberticidas. Donde no, caerá en ma-
nos de los que siempre diligenciaron en beneficio
propio la revuelta y el motín.
Libertad no es ceder a los instintos o a cuanto
sea manifestación primaria o natural; la primacía
está en respetar el derecho, las ideas y las opinio-
nes de nuestros prójimos, en sacrificarse por el buen
concierto de la sociedad. Quien a sí propio no se
gobierna bien y de la libertad hace licencia y atro-
pello, ¿cómo puede pedir que lo respeten? Mal y
pernicioso magistrado será quien, ante ciudadanos
Are ·,..,

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desmandados, no aplique remedio curativo y no
piense en el preservativo.
Trujillo llegó al Poder en un momento en que
andaba el país en silencioso descontento, por falta
de guías, y a él compitió la ingente tarea de sacu-
dir esa tristeza, de poder articular algo coherente,
hijo de la energía espiritual y del sentimiento de
organización. Pronto pudieron advertirlo hasta los
ánimos más destemplados. Encontróse con gentes
que no rebasaban los ámbitos de lo individual, gen-
te pequeña, egoísta, no sin recursos intelectuales.
A todos les hizo asumir cargos responsables, que los
sacudieran de su apático descontento. Y desde los
primeros momentos todo se transformó, porque to-
das las actitudes pesimistas y desoladas se convir-
tieron al optimismo y a la acción.
¿Cómo gobierna Trujillo? Pues dando al pueblo
lo que del pueblo es, y a los hombres de cultura
media modo de realizar la cultura superior; prove-
yendo con sus iniciativas a las necesidades del ma-
yor número y reprimiendo fuertemente a cuantos
pretenden perturbar la paz y el progreso de la
República. Tiene, naturalmente, algunos enemigos,
pero al que los examine de cerca se le aparecerán
como inadaptados que buscan, basándose en el des-
pecho, convertir a lo que ya va siendo un gran pue-
blo, en una corraliza.
Democracia autoritaria es la fórmula de Tmji-
llo, y en ella tendrían que aprender no poco gober-
nantes olvidados de sus verdaderos deberes ante la
desencadenada barbarie comunista, que antes que
ningún otro supo él refrenar, sin necesidad de acu-
- 96-

dir a medidas excepcionales. Y es que donde im-


peran gobernantes conscientes de su responsabili-
dad, los comunistas tienen que hacer lo que las ra-
nas en una calle asfaltada.
Trujillo representa, aunque no lo quieran ver
los que padecen gota serena política, una posición
en el mundo americano, que va siendo ya hora de
que la examinen todos los que a ello están obliga-
dos, por imprescriptibles razones de orden político
y social.

70.-La Iglesia no tiene nada que oponer en sí


mismo a sistemas o regímenes, a los que tampoco
puede ni debe vincularse, porque éstos, por su na-
turaleza, son pasajeros, mientras ella permanece.
Capitalismo occidental y totalitarismo soviético son,
sin embargo, incompatibles con una sociedad po-
sitivamente cristiana. Tal es la postura de Trujillo.

71.-A la altura en que nos hallamos, desde el


punto de vista social, no cabe más que un nuevo
bautismo: el regreso al Evangelio. Donde no, esta-
mos perdidos. Se han desvanecido los auténticos
valores espirituales, y el cristianismo actual-no lo
digo yo, sino esclarecidos teólogos-es un materia-
lismo que produce escalofríos.
La religión, exclamaba no ha mucho monseñor
Montini, arzobispo de Milán, no puede ser aliada
del capitalismo, opresor del pueblo. Los primeros
en apartarse de la religión no fueron los obreros,
sino los grandes jefes de empresa y los grandes eco-
nomistas del siglo pasado, que soñaron en fundar
- 97 -

un progreso, una civilización, una paz, sin Dios y


sin Cristo.
El capitalismo, tal y como hasta hoy se ha pro-
ducido, está en trance de derrumbarse, pese a to-
dos los emplastos que quieran ponérsele. ¿Qué
semblante tendrá la sociedad sucesora del mundo
capitalista que conocimos? No es fácil adivinarlo.
El teólogo De Sousberghe entiende que la posesión
privada es sólo una etapa para la posesión en co-
mún, en una república regida por el Espíritu de
Dios, sin negar que ambos modos de poseer sean de
derecho natural. En una palabra, que si las gen-
tes de nuestro tiempo no vuelven a beber en las
limpias aguas del Sermón de la Montaña, no nos
salvaremos.

72.-Política es lo que hacemos todos a diario


en cuanto obramos. Todo en la vida es política. La
política es el espíritu manifestándose en obras, pa-
labras y acciones, y va del hombre a los hombres,
de lo uno a lo múltiple. De ahí que la vida sea po-
lítica-historia-inevitablemente. La historia obe-
dece a leyes, no de tipo mecánico, como las de la
naturaleza, pero a leyes : leyes políticas, pues lo
que no es historia es caos, preludio o antecedente
del acontecer. El fin de la historia es Dios, y su
causa primera, y así lo entiende Trujillo.

73.-De Ciudad Trujillo podría decirse hoy lo


que Cervantes ayer de Luca : «ciudad pequeña,
pero muy bien hecha».
7
-98 -

74.-La característica más acusada de los libe-


rales es la necia credulidad. El liberal, al menos el
español e iberoamericano, admira la logorrea, el
párrafo campanudo, la suntuosidad oratoria, y ma-
nifiesta una extraña incapacidad para enterarse del
fondo de las cuestiones, de la exactitud de las ideas,
de la elocuencia de los números, de los problemas
serios del país.

75.-Construir es tarea a la que ningún gran go-


bernante ha querido sustraerse 'n unca, y menos Tru-
jillo, porque el edificio, el puente, la carretera, es
siempre testigo, en el futuro, de los aciertos que al
prócer del presente le ha sido dado configurar. Lo
que cuenta en lo por venir es lo que se realizó con
valor de apostolado ejemplar. Pueblo en el que el
abandono y la incuria se desentienden de la solu-
ción de los problemas materiales, queda descalifi-
cado, y con él, su gobierno. Es al Estado al que
corresponde procurar, hasta donde alcancen sus
fuerzas y posibilidades económicas, realizar cuanto
beneficie a la comunidad y dé realce al país. De
ahí arranca la justa y obligada aspiración del gran
gobernante a llenar los deberes del Estado, de la
sociedad, de la familia, del individuo, en orden a
las realizaciones materiales y culturales.
Mas con ser de tal volumen y urgencia estas
obligaciones del gobernante, quedarían incomple-
tas, aun considerando el caso de la República Do-
minicana-plenitud y perfección de un sistema po-
lítico en el cumplimiento de sus funciones como
órgano rector y coordinad~r--, si no se atendieran
-99-

otras exigencias de más alto rango, como es la na-


tural dimensión religiosa del hombre y su supre-
mo destino. Este si es asiento el más firme y clave
de la sociedad. Sin la cooperación e ineluctable
acción de la vida religiosa quedan incompletas las
realizaciones técnicas, económicas, culturales, jurí-
dicas. Sólo la religión devuelve íntegramente la sa-
lud a las agrupaciones humanas.

76.--¡Desdichado del Jefe de Estado que no pue-


de rodearse de un personal técnico seguro y eficaz!
En general, la burocracia tiende a la rutina.

77.-¡Cuántos años necesita un pueblo para pro-


ducir el feliz acuerdo entre un hombre, un tem-
peramento, una función! Ese hombre capaz de re-
formar o de crear sólo se presenta raras veces. La
República Dominicana ha tenido esa suerte. Sin
Trujillo se hubiera hundido.

78.-Como a Trujillo, también al emperador es-


pañol Adriano le dieron el altísimo título de Padre
de la Patria, que aceptó orgullosamente.

79.- En las épocas decadentes, los caracteres se


amenguan, en la misma proporción en que el es-
cepticismo invade las almas. Pues estas generacio-
nes menguadas, que andan ya camino del sepulcro,
sin haber producido nada grande, sienten una en-
vidiosa admiración-y no es paradoja-al contem-
plar estas columnas que, como Trujillo, aún que-
dan en pie, desafiando la pequeñez de los tiempos
- 100 -

con firmeza varonil, paradigma de nuestra raza his-


pánica y esplendor de sus manifestaciones en Amé-
rica.

80.-Hay en los pueblos, como en los indivi-


duos, lo que los sociólogos estudian dentro del con-
cepto de la axiología de relación, valores de cuya
estabilidad permanente depende la temperatura po-
lítica de la sociedad y del Estado, esto es, el orden
social, el orden público, el derecho, la seguridad y
paz interna, la observancia de la ley y la coope-
ración con la autoridad que, conforme a ley y a
recta intención, obra y gobierna. El caso de Truji-
llo es típico desde el punto de vista valorativo y
de lo que su tabla axiológica representa como teso-
ro político y social.

81.-El paisaje internacional continúa enmaraña-


do-nadie lo conoce mejor que Trujillo-y la carga
explosiva enterrada en su seno no ha disminuído.
La mayor parte de los pueblos viven al día y no
dominan los hechos, sino al contrario. No pueden,
por lo tanto, ordenar su actividad para mañana.
Ciertamente que tan indefinida situación afecta a
todas las naciones, pero la posición dominicana es
en el área internacional no sólo muy sólida, sino
clara en sus propósitos.

82. -Sin prisas, pero sin pausa, como las estre-


llas, ha dicho el autor del Fausto; y esto, que vale
para el mundo estelar o para las edades clásicas de
la Humanidad, no sirve para épocas que, como la
- 101-

nuestra, corren en busca de la norma y de la uni-


dad. Con prisas y sin pausas, y menos aún con des-
carríos. La vida de los pueblos discurre ahora con
vértigo inquietador. De esta naturaleza son las ho-
ras decisivas, las horas históricas en las que el
tiempo se angosta y se precipita la acumulación
previa del trabajo humano. Llegar a punto es la
condición excelsa de la buena política. La truji-
llana, a esto se acomoda. Y para llegar a la hora
hay que salir a tiempo, esto es, trabajar cada día.
Sólo así se recuperan las horas perdidas histórica-
mente en tanta holganza y devaneo.

83.-En política hay que actuar sobre la reali-


dad. Julio César dijo que la política era el arte de
aventurar cuando el asunto no admite espera, y
de esperar cuando la aventura no es conveniente.
Pero los momentos de la aventura o de la espera
son igualmente valiosos para la tarea humana. En
ambas fases no es el ocio ni el descuido quienes ri-
gen la fortuna de los pueblos, sino el quehacer y
la vigilia; en un caso, en contenida tensión; en el
otro, en ágil movimiento.

84.-Es Trujillo gobernante abnegado, que con-


cierta el desinterés y el amor al ideal de hacer de
la República Dominicana un gran pueblo. Es, ante
todo, un espíritu resoluto, no absoluto. No existe
en Trujillo la propensión a lo absoluto, sino a lo
resuelto. Esto no q1úere decir que Trujillo no sea,
además de un gran cerebral, un gran sentimental.
El ideal es la montaña; la acción, el llano. Hay
- 102 -

que saber escalar los cerros, para poder luego an-


dar por la sabana, por el páramo, con desahogo, y
esa fortuna sólo está reservada a los genios de la
política.

85.-Encontrándome en una tertulia de literatos


y periodistas, hube de decir-se hablaba de gober-
nantes hispanoamericanos-que para mí no había
quien sobrepasara a Trujillo. Algunos hicieron un
signo dubitativo, otros hablaron de dictadura; sólo
uno asintió. Expliqué yo entonces a los remisos,
más o menos exactamente, cuáles eran las virtudes
que al Generalísimo enaltecían y cómo de un pue-
blo en escombros, material y moralmente, había
hecho una nación por dondequiera respetada. Los
que habían negado no dieron su brazo a torcer;
los que dudaban quedaron vacilantes; el que asen-
tía tomó buena nota de lo que yo había dicho. Y es
que la gente aún tiene la preocupación de las pa-
labras. Otrosí: padecen, hasta los más cultos, de la
superstición de los kilómetros cuadrados. ¡Como si
Suiza no fuera más considerable, desde todos los
pu_n tos de vista, que Rusia!
Trujillo, sin lisonjeras adulaciones, que más que
en su loa van en su demérito, es el mayor go-
bernante de Iheroamérica. Argumentar el porqué,
se hace, si bien muy sucintamente, en las páginas
precedentes. No le aventajan ninguno de los vivos,
ni le llegan ninguno de los muertos. Ni Santander,
ni Páez, ni Rivadavia, ni O'Higgins, ni García Mo-
reno, ni Porfirio Díaz. Y para demostrar eso no es
preciso esforzarse demasiado.
- 103 -

Como alguien de la tertulia de referencia hi-


ciere una alusión a lo hablado en un diario de
la ciudad en que esto acontecía, contesté yo, pero
el director me devolvió el artículo, en una carta
en la que me decía que, lamentándolo mucho, por
cuestión de compañerismo, no podía publicar mi
defensa de «la tiranía de Trujillo». ¡Y viva la de-
mocracia! Porque el país en que sucedía esto se
las da de muy demócrata. Claro que también Ru-
sia se llama, y llama a los pueblos por ella some-
tidos, «democracias populares». Claro también que
en estas democracias de rótulo me devolvieron las
cuartillas muy atentamente, y que en las popula-
res me hubieran mandado la Policía, primero, y
a Siberia o al Artico, después.

86.-Como Cánovas respecto a España, Trujillo


puede decir: «He venido a continuar la historia
de la República Dominicana.» Los pueblos se co-
mienzan a morir el día que se divorcian de la his-
toria. Santo Domingo estuvo a muy pocos pasos de
tal divorcio. Pasiones, parcialidades, divisiones, pro-
vocaban ya el colapso final, que vino el Generalí-
simo Trujillo a atajar. Había que obrar por sobre
toda otra tarea. Alguien ha dicho que la especu-
lación es un lujo, cuando la acción es una necesi-
dad. ¿Cómo podía diferir Tmjillo la gran obra que
Dios ponía en sus manos? Comenzó su tarea con
alegría y amor, «las dos únicas alas de las grandes
acciones». El hombre que no arriesga todo con ale-
gría para defender el honor de su patria, carece de
valor. Empezó en la República Dominicana a reí-
- 104-

nar la justicia. Donde ésta reina, obedecer es ser


libre. Y ésta sí que es la verdadera democracia. No
la de los pueblos que se llaman demócratas y que
han de sujetarse a trabas más fuertes que las que
nunca impuso el despotismo.

87.-No hay, desde luego, en lo humano obra


perfectamente acabada; mas la que tiene, como la
de Trujillo, un sentido trascendente de continui-
dad, de tarea que incesantemente se realiza, de
proyecto para los siglos, puede, en virtud de su
fuerza interna, evolucionar, fiel a lo que represen-
ta y a los propósitos ya cumplidos. Y aún más que
una evolución, ha de ser un desarrollo vital, un
afán ganoso de sobrepasarse.

88.-Hay que crear ciudades que no tengan el


destino petrificado de Tebas, Babilonia o Tiro; ciu-
dades que se puedan mejorar, transformar, ampliar
constantemente, como Ciudad Trujillo, por ejemplo.

89.-La acción política de un Gobierno como el


de Trujillo no se reduce solamente al estudio y apli-
cación de aquellas medidas que se refieren al man-
tenimiento del orden público, a la defensa nacio-
nal, al desarrollo de la economía, a la justa distri-
bución de la renta. Los deberes del Estado no ter-
minan allí donde concluyen las posibilidades de
mejora material de la sociedad y de los individuos.
Mas la política del Gran Benefactor de la Patria
no se detiene ahí. Trujillo sabe que una política
que no comprenda dentro de su esfera de realiza-
ciones algunos capítulos dedicados a la expansión
cultural, es incompleta; que un Estado sin órga-
nos que sirvan a esta expansión es imperfecto.
Y más si se trata, como en este caso, de uno edi-
ficado sobre la primacía de los valores espirituales.

90.-El prestigio de un país entre los demás se


funda, ante todo, en la cohesión política de su pue-
blo y en la conciencia nacional de su cultura.
Al proscribir definitivamente las luchas de los
partidos y el áspero individualismo, la nueva era
de Trujillo traía implícita una inédita ideología
política, jurídica y social, conducente al estableci-
miento de un Estado nacional capaz de tomar re-
sueltamente en sus manos las tradiciones aprove-
chables del pasado, las realidades del presente, los
frutos de la experiencia propia, la previsión del fu.
turo, las justas aspiraciones del pueblo, el ansia de
autoridad y disciplina, la construcción de un nue-
vo orden de cosas que, sin excluir aquellas verda-
des sustanciales de todos los sistemas políticos, se
adaptara mejor a los tiempos y a las peculiares e
íntimas necesidades.
Pensemos en que Trujillo llega en 1930 al Po-
der. Eran aquellos días momentos de grave crisis
para el mundo en general. Como consecuencia de
los manejos del individualismo y del internaciona-
lismo, los pueblos vivían internamente e interna-
cionalmente en una época de debilidad del Esta -
do. A la pulverización individualista seguía, sin
solución de continuidad, por implacable lógica, el
estatismo del bolchevismo internacional. Del hom-
- lüü -

bre-soberanía, ebrio de libertad, se pasaba al


hombre-átomo, océano sin gotas, desierto sin are-
nas, sociedad sin derechos, cuerpo sin alma.
¿Cómo acertó Trujillo a conciliar el Estado so-
berano con el libre desenvolvimiento de la perso-
nalidad, sin más trabas que las del respeto a los
derechos y normas indeclinables? Esa es una de
sus más altas cualidades de estadista.
Cuando los pueblos todos andaban en trance de
desintegración, él supo organizar, supo crear las di-
rectrices de una nación que acababa de recoger en
escombros materiales y espirituales. Mirado el es-
fuerzo de Trujillo desde este ángulo, es incompa-
rable, y no se ha dado nada semejante en estos úl-
timos veinticinco años.

91.-El ensanchamiento de la montañosa zona


occidental de la isla de Santo Domingo sobre la
más próvida y fértil oriental, vino realizándose
desde la primera mitad del siglo xvn, bajo la so-
lapada protección de Francia. El Tratado de Rys-
wick de 1697 legalizó la usurpación. Un núcleo ne-
groide con características harto diferentes, si no es
que opuestas a las dominico-hispánicas, comenzó a
expansionarse por zonas de fertilidad envidiable
y envidiada.
Tal expansionismo, necesariamente había de mo-
tivar fricciones y pugnas entre los gobiernos de la
parte francesa y española de la isla. Consecuencia
de tales antagonismos fueron los intentos demarca-
tivos fijados, primero en el Convenio de San Mi-
guel de la Atalaya (29 de febrero de 177 6), entre
- 107 -

los representantes francés y español, comprendien-


do 221 hitos o mojones, desde la desembocadura
del río Dajabon o Masacre, al Norte, a la del Pe-
dernales, al Sur, ratificadas en el Tratado de Aran-
juez (3 de junio de 1777) por el conde de Florida-
blanca, en nombre de España, y por el marqués
de Ossun, en el de Francia.
Mas como la proliferación haitiana buscase lo
que la geopolítica de hoy llama «espacio vital»,
continuaron las penetraciones, estableciéndose, tras
entrevistas entre el español Escoto y el francés
Pouancey, el curso del río Rebouc como límite
fronterizo, «primera gestión oficial», dice el autor
del interesante libro La frontera de la Repíwlica
Dominicana con Haití, a quien seguimos.
Hubo por parte de España en el Tratado de
Aranjuez una desidiosa e «impolítica» abdicación,
que no logró, sin embargo, alcanzar los resultados
que legítimamente pudieron esperarse. Consagraba,
en apariencia, una realidad que habría de frustrar-
se con el andar del tiempo.
La República Dorrúnicana se ha visto trastorna-
da por este terrible conflicto de límites, que obe-
decía a causas mucho más profundas que las que
se han debatido en los demás países iberoamerica-
nos en torno al uti possidetis juris de 1810. No se
trata en este caso de establecer delimitaciones en-
tre antiguos Obispados, Presidencias, Virreinatos o
Capitanías Generales, sino de impedir la invasión
de un grupo humano notoriamente inferior u opues-
to en costumbres, lengua, religión y cultura, que al
incorporarse a Santo Domingo extinguía todo lo que
- 108 -

representa éste como valor humano y civilización


hispánica en la anfictionía iberoamericana. La Re-
pública Dominicana es en el orden del tiempo, y
bajo el general Trujillo aspira a ser en el orden de
la cultura, la primera nación del Nuevo Mundo.
Los dominicanos viven sobre una extensión su-
perficial de 50.000 kilómetros cuadrados-números
redondos-, con una población de 2.000.000 de ha-
bitantes; los haitianos, sobre 27.000 kilómetros cua-
drados y 4.000.000 de seres humanos.
Como se ve, la demografía conspiró siempre con-
tra Santo Domingo, a lo que ha de añadirse el que
por circunstancias históricas que no son del caso,
una sólida trama de sentimientos raciales-ne-
gros-, de donde parten cuantas devastaciones y
horrores cimentaron «la nacionalidad independien-
te de la parte occidental de la Isla».
Dos años antes de que se firmara el Tratado de
Basilea, el 29 de julio de 1793-el Tratado es de
1795-, la sublevación de los esclavos independiza
a la zona francesa de la isla, que ocupada por los
ingleses, a poco expulsados por las tropas negras
de Toussaint Louverture, pasa a ser una República
más o menos protegida por el Gobierno de París,
de 1795 a 1802, en que Napoleón Cónsul envía a
su cuñado, el general Leclerc, a someter «al más
grande de los negros», como el propio Toussaint se
apellidaba dirigiéndose al héroe de Austerlitz, a
quien consideraba como «el más grande de los
blancos». Hecho prisionero y enviado a Francia,
Toussaint Louverture murió en el castillo de Joux
(Suiza) en 1803. Ese mismo año moría también,
de fiebre amarilla, el general Leclerc, y Rocham-
beau, su sucesor, capitulaba a poco.
Nuevamente quedó la parte oeste de la isla en
manos de los negros libres, y su caudillo, Juan Ja-
cobo Dessalines, proclamó la independencia del Es-
tado, que tituló Haití (que en taino significa trerra
abrupta), el 1 de enero de 1804. A esta proclama-
ción sucedió una espantosa matanza de blancos, y
Dessalines-manes de Los hijos del capitán Grant-
se proclamó emperador con el nombre de Jacobo l.
Asesinado don Jacobo en 1806, el recién creado
Haití se dividió en dos partes, una septentrional,
dominada por Enrique Cristóbal, erigido en 1811
-empújenme un trozo de La viuda alegre-empe-
rador, hasta que, abrumado por el peso de la co-
rona, decidió suicidarse, en tanto la occidental es-
taba regida por el sensato Alejandro Petion, que
gobernó hasta 1818.
Restablecieron los haitianos toda la magia tote-
mística de los cultos primitivos-el voudou no es
más que una reminiscencia de lo que la selva vir-
gen puede dar de sí en materia religiosa-, entre-
mezclados hoy con fórmulas ritualísticas del Ca-
tolicismo. Mas esta diferenciación de tipo, digamos
religioso, contribuye por modo singular a reafirmar
su independencia, su patriorracialismo, que no po-
día manifestarse con tan apretada cohesión en pue-
blo como el dominicano, de más ancha base crítica
y de más profundo sentido de la individual auto-
nomía. Decaída la Española, al compás del abati-
miento que la Península sufría, llega en 1795, épo-
ca de su cesión a Francia, sin fuerzas bastantes
-110-

para poder reaccionar contra sus naturales enemi-


gos. Despoblada en su parte vital por las desatina-
das órdenes del gobernador Osorio-asunto que ha
puesto en clara luz, con la sagacidad y agudeza que
le adornan, el inteligentísimo historiador domini-
cano don Manuel Arturo de Peña Batlle en su vo-
luminoso libro Historia de la cuestión fronteriza
dominico-haitiana (Ciudad Trujillo, 1946, páginas
3-69)-, no pasaban sus habitantes de 120.000 al
tiempo de ser «vendidos y traspasados por la di-
plomacia como un hato de bestias», según acerta-
damente dijo Menéndez y Pelayo. Las invasiones
de Toussaint Louverture y de Dessalines motivó la
emigración de las mejores familias y de las más cul-
tas, que fueron a ilustrar con sus nobilísimas ma-
neras y su preparación intelectual pueblos como
Cuba, Puerto Rico, Venezuela, Colombia y Méji-
co. No se hizo aún un adecuado estudio sobre la
contribución de Santo Domingo a la cultura social
e intelectual de los citados países. Sin mayores in-
vestigaciones, podemos asegurar que fué muy no-
table.
En 1819, Santo Domingo no llegaba a contener
más de 70.000 habitantes. ¿Cómo pensar que tan
corto número estuviese en condiciones de oponerse
a las invasiones haitianas? Pues se opuso, porque
el impulso hispánico estuvo vivo siempre en Santo
Domingo, al punto de que el héroe de la guerra
de reconquista, don Juan Sánchez Ramírez, nacido
en Cotui, no se dice dominicano, sino español. «La
batalla de Palo Hincado (7 de noviembre de 1808)
se da al grito de «¡Viva Fernando VII!», y recon-
- 111-

quistada la capital, se apresura el envío de un dele-


gado a la Junta Central de Sevilla para poner a su
disposición el territorio que la antigua metrópoli
había abandonado unos años antes.»
La idea independizante tarda mucho en arraigar
·en la Española, ya que el primer movimiento en
este sentido no se produce hasta 1821.
La guerra con Haití continuó con distintas peri-
pecias; asaltos, robos, violencias, treguas y nuevas
invasiones; las disputas, luchas y guerras civiles en-
tre los partidos y personajes republicanos se veían
intervenidos con frecuencia por los observadores,
más que representantes, de países extranjeros, al-
gunos de los cuales sólo habían manifestado un tí-
mido conocimiento de la nueva nación, pero tercia-
ban en sus conflictos internos. Y a los diecisiete
años de este precario gobierno agitado por toda
clase de convulsiones, uno de los más conspicuos
personajes del Estado, el general Santana, el que
precisamente le había salvado en la batalla de Las
Carreras de la invasión haitiana de 1855-56 que
capitaneó Soulouque, el rimbombante Faustin Pri-
mero, proclamó su anexión a España, comenzán-
dose así otro período colonial turbulento, que dió
fin cuatro años más tar de por acuerdo de las Cor-
tes españolas, el 1865, de abandonar la isla.
Pero poco después, el 1868, salen a la superficie
intentos ya añejos, para anexar la República a otra
potencia extranjera, esta vez los Estados Unidos de
Norteamérica. Se firmaron entonces, por gestiones
del Presidente Báez, los tratados de anexión de la
República y de arrendamiento de la zona de Sa-
- 112 -

maná. Por el primero se renunciaba a todo derecho


soberano como nación independiente, sometiéndose
a Norteamérica con aduanas, fortificaciones, cuar-
teles, surgideros, puertos, buques, astilleros, almace-
nes, armas, etc., pasando los ciudadanos a serlo de
los Estados Unidos.
Celebróse, para dar aspectos legales a la anexión,
un referéndum, en el que votaron a favor 15.695
ciudadanos y 11 en contra, merced a burdos ama-
ños del Presidente Báez. Mas el Senado norteame-
ricano rechazó la solicitada anexión (30 de junio
de 1870).
Estas y otras incidencias autorizan a decir que
la República Dominicana no se constituye en Es-
tado soberano hasta los comienzos del siglo que co-
rre, interrumpida sin embargo la soberanía por la
intervención militar americana de 1916 a 1925. A
ella debe Santo Domingo la formación de una con- ,
ciencia ciudadana, de una mayor emoción patrióti-
ca, que logra consolidar y valorizar como Estado
de derecho, por todos respetado, el Presidente Tru-
jillo, cuya gestión comienza en 1930. Hasta ese
momento no se puede hablar de una patria libre,
soberana, en el total ejercicio de sus derechos, vi-
gorosa interiormente y respetada en el exterior. El
p roceso de «dominicanización» es un proceso «tru-
jillano». ¿Qué había sucedido en la frontera hasta
el advenimiento de gobernante tan singular? Un
constante merodeo de los haitianos, que asesinaban
a las gentes de las poblaciones limítrofes para en-
cubrir sus abigeatos. Tras de la lucha por raer del
suelo dominicano a la negrada vouduista, gesta te-
- 113 -

naz y heroica que dura doce años, hasta 1856, las


cosas quedaron en su ser y estado-statu quo post
bellum-, no sin que Haití dejara su tarea de pe-
netración al amparo de las convulsiones internas
que minaban la vida política de Santo Domingo.
Hasta 1867 no se celebra un convenio sobre de-
marcación de límites, si bien dejándolos como esta-
ban en aquellas fechas.
Pues bien: ni ese convenio llegó a ejecutarse.
Algo se adelantó con él, y fué el no reconocimien-
to del uti possidetis sino a título provisorio.
Siete años duró esa provisionalidad, hasta que el
9 de noviembre de 1874 se firma un Tratado de
paz y amistad, en el que se comprometían las altas
partes contratantes «a establecer, de la manera más
conforme a la equidad y a los intereses recíprocos
de los dos pueblos, las líneas fronterizas que sepa-
ran sus posesiones actuales».
Esto de las _«posesiones actuales» dió lugar a
toda clase de imbroglios. Para los dominicanos, la
línea de frontera era la establecida por el Tratado
de Aranjuez, de 3 de junio de 1777. Mas el ascen-
so de Canal a la Presidencia de Haití anuló todo
lo hecho por su predecesor Domingue, a lo que se
deduce muy inclinado a resolver de una buena
vez el problema demarcativo. Quedó invalidado el
Tratado de 1874. Ocupando la Presidencia de
la República Dominicana el general Luperón y la
de Haití el general Salomón, se intentaron-año
de 1880-conversaciones para establecer un arre-
glo, y en 1881 el Gobierno dominicano solicitó del
8
- 114 -

Congreso autorización para revisar el Tratado de


1874, lo que se concedió.
En 1883 se trató de llegar a una conciliación en
lo concerniente a la frontera, sin que después de
doce conferencias entre los comisionados de ambos
Gobiernos pudiera resolverse nada. Los haitianos
insistían en la tesis de los «terrenos al presente ocu-
pados por los dos Gobiernos». Para 1883, la línea
de penetración haitiana era más desfavorable a los
dominicanos. En realidad, la frontera de derecho
era la reconocida en el Tratado de Aranjuez, ja-
más prescrito, y cuya legitimidad proclaman los
convenios de cesiones de 1814, 1825 y 1855 y las
Constituciones de la República de Santo Domingo
hasta 1908. El que se haya conculcado y detentado
arbitrariamente no anula ni extingue el título legí-
timo. Un incidente fronterizo provocó en 1892 la
necesidad de recurrir a un arbitraje. Giraba todo
alrededor de si el uti possidetis de 1874 consagra-
ba o no el trazado de las respectivas fronteras. El
árbitro, que lo fué el Papa León XIII, fracasó, y
el asunto hubo de regresar al statu quo ante com-
promissum.
Tampoco resolvió el problema el Acuerdo secr e-
to provocado por el Presidente Heureaux ( agosto
de 1898) .
Los incidentes que durante la ocupación norte-
americana de Santo Domingo (1916-1925) surgie-
ron, fueron resueltos sin dificultad. Mas lo que no
podía resolverse era, ya por el expansivo afán de
los haitianos, ya por la necesidad que de ellos se
tenía para la construcción de carreteras, para los
- 1d.s _,__

trabajos de corte de caña en los ingenios de azú-


car, etc., el problema de contenerlos en la frontera.
La densidad de habitantes por kilómetro cuadra-
do es en Haití superior a 200, mientras en el Ca-
nadá es de 2, en la Argentina de 9 y en el Brasil
de 10. Es el país más poblado de América. ¿Cómo
no ha de tentarle a sus habitantes, que viven en
un terreno accidentado y, por tanto, menos fértil,
el de la República Dominicana, exuberante y abun-
doso?
El Tratado de fronteras de 1929 entre Vázquez,
de Santo Domingo, y Bornó, de Haití, realizado con
la mejor voluntad, tampoco fué llevado a determi-
nación. El haitiano suscitaba siempre dificultades.
Necesitó que ascendiera a la Presidencia un
hombre de las capacidades y energía del Genera-
lísimo Trujillo para que comenzara a tomar estado
de derecho lo convenido por ambas naciones. El 27
de febrero de 1931 se acuciaba a la República de
Haití a cancelar dentro del texto del Tratado «el
viejo y perturbador litigio fronterizo».
Seguían, a pesar de todo, los incidentes en la
frontera, y el 13 de octubre de 1933 se entrevis-
taron los Presidentes Trujillo y Vincent, en Juana
Méndez, para ver de solucionar «en el más breve
plazo posible, y definitivamente, la cuestión de las
fronteras, desde largo tiempo pendiente entre am-
bas Repúblicas».
Consecuencia de la patriótica y decidida actitud
del Presidente Trujillo fué el Protocolo de revi-
sión del Tratado de 1929, firmado el 9 de marzo
de 1936.
- 116 -

Al fin iba la República Dominicana a ver resuel-


to un conflicto, el mayor de su destino histórico.
Pero la obra era preciso completarla, y para eso
comenzó lo que muy exactamente se ha llamado la
«dominicanización de la frontera», sin la que to-
dos los convenios resultarían invalidados. Creóse
con ese objeto la provincia de San Rafael, con Elías
Piña o Comendador por capital; comenzó en la
zona fronteriza la colonización agrícola, se constru-
yeron canales de riego y mejoraron los que ya exis-
tían, se instaló en Dajabon un Colegio de Agricul-
tura, se faenó el 50 por 100 de la tierra cultivada,
se levantaron 1.638 casas, 2·7 escuelas públicas, seis
dispensarios médicos, se adquirieron para las regio-
nes limítrofes 1.024 animales, con diversas aplica-
ciones-arado, encaste, horno, transporte-, se creó
una Misión Cívico-Religiosa, maestros ambulantes
de canto coral, inspectores de instrucción pública,
agentes culturales, escuelas de economía doméstica,
nocturnas para adultos y rurales, instituyóse el des-
ayuno y ropero escolares y la distribución de libros
y periódicos, sin olvidar la radio... Se hizo, en una
palabra, y continúa realizándose, todo cuanto se
precisa para reafirmar los derechos de la comuni-
dad dominicana a su línea fronteriza. Y este ím-
probo trabajo se debe al impulso exclusivo del doc-
tor Trujillo Molina. Sin él, aún continuárían los
dominicanos bajo la terrible amenaza de la inva-
sión negra, de la pérdida definitiva del canon cul-
tural hispánico, de la extinción de la nacionalidad.
Tan visible es esto, que sólo los que no vean por
tela de cedazo son capaces de negarlo.
APENDICE

COMENTARIO A UNAS «MEDITACIONES» C*)

1.- EL LIBRO «MEDITACIONES MORALES»

Esta clase de libros en los que se entremezclan


las observaciones e ideas propias con los pensa-
mientos y conceptos ajenos, excogitados prudente y
discretamente, tienen en nuestra literatura clásica,
de los siglos XVI y XVII, nobilísimo abolengo. No
seguros del propio dictamen, se asistían los mora-
listas y filósofos de aquellos días, así del testimonio
de los profetas y escribas del Antiguo Testamento,
como de los tratadistas gentiles, griegos y romanos,
pensando que las corroboraciones ajenas en nada
estorbaban la lucubración propia, antes bien le ser-
vían de fundamental sustentáculo.
En estas Meditaciones moral,es (Méjico, 1948), su
autora, la por todos conceptos excelentísima señora
(*) He querido reproducir como colofón de este librejo un
trabajo publicado hace ya días, comentando el libro Meditaciones
m orales, de la excelentísima señora doña María Martínez de Tru-
jillo.
- 11 8 -

doña María Martínez de Trujillo, se acoge a este


modo de entrevero, en que a lo muy bueno, por lo
efusivo, espontáneo y cordial, que ella nos dice,
acompaña, con glosa oportuna, lo que los demás
pensaron.
No podían faltar en un libro de orientación do-
cente y adoctrinadora, como es el de la señora Mar-
tínez de Trujillo, pensadores que, como Séneca y
Luis Vives, representan lo más típico de la ética
hispánica, si bien, acaso, sobren algunos que, como
Ingenieros, no pasaron nunca de seudofilósofos, de
seudosociólogos y hasta de seudoescritores.
Resplandece a todo lo largo del libro Meditacio -
nes morales esa bondad limpia y sana, opósita a
toda máscara hipócrita, a toda virtud alharaquien-
ta, a todo escamoteo de cordialidad. Pide doña Ma-
ría que todos seamos buenos, no aparente y fingi -
damente, pues detesta los vicios que se cubren con
color de virtudes. Moverse a ser bueno por astu-
cia o provecho le parece la mayor de las falsías.
Semejar oveja, siendo lobo; aparentar blanco por de
fuera, y por dentro tener la carne dura y negra,
como el cisne, tiénelo nuestra autora por incom-
portable fariseísmo.
Mas adonde las Meditaciones morales dirigen sus
flech~s es muy singularmente a la educación de los
hijos, que criados con demasías y regalos, son como
potros indómitos. Quien a tiempo no refrena los
antojos y apetitos del infantuelo, habrá de soportar
las torpezas y atropellos del adulto. La mala edu-
cación, el deleite sin tasa, la vida disoluta, no sólo
deshacen las familias, sino que destruyen los pue-
- 119 -

blos. Sólo los hombres educados en las virtudes son


buenos ciudadanos. Porque la virtud está fundada,
cuando sólida, en Dios.
Por donde quiera surgen en el libro de doña Ma-
ría los aromas de la piedad cristiana, informando
los consejos que a las generaciones jóvenes da, para
que siguiéndolos vivan, según la norma ética inva-
riable señalada por Cristo en el Evangelio.
Se advierte, y aun explícitamente se dice al fina-
lizar el libro, que las páginas sencillas, pero «pro-
fundamente sentidas», que forman las Meditaciones
morales, van enderezadas a toda la juventud do-
minicana-¿por qué no a toda la juventud de nues-
tra lengua y raza?-, y por ende a sus hijos, y es-
pecialmente a «Ramfi.s», su predilecto. «No basta
para vivir-se lee en las Meditaciones-cumplir con
ciertos deberes ... ; también hay que practicar el
bien y vivir una vida espiritual que nos acerque
más a Dios.»
No abundan en nuestros países esta clase de
libros didáctico-morales, bien porque las flojas y
enmollecidas costumbres actuales no sean adecuado
ambiente, o porque ande entre nosotros harto de-
caído este género de didascalia. Faltan, no menos,
los de intenciones morales parejas, que podrían de-
nominarse de andar y ver, cuya más culminante
expresión la encontramos en la Atalaya de la vida
hU,mana, donde por la egregia pluma de Mateo Ale-
mán, el pícaro Guzmán de Alf arache cuenta sus
aventuras, o mejor sus desventuras, provenientes de
la pésima educación recibida en la casa paterna.
A ese .mismo género pertenecen la Vida del escu-
- 120 -

dero Marcos de Obregón, la de Alonso de Contre-


ras, que de marmitoncejo llegó a Comendador de
Malta, Lázaro de Tormes, el Crotalón, el Estebani-
llo González, etc. Contra lo que algunos suponen,
en estos libros, y conjugando con hazañas bribiá-
ticas o de pícaros, cobra la ética española sus ma-
yores desarrollos, sin duda porque al lado del mal
está siempre el remedio y donde el veneno la triaca.
Mas este libro de doña María de Trujillo se aco-
moda, sobre todo, con la orientación ascética espa-
ñola y aun general, según inferimos de las reitera•
das citas que se hacen del Contemptus Mundi, por
otro nombre Imitación de Cristo, de Tomás de Kem-
pen o de quien sea, que aún no está dilucidado.
Somos en este orden los españoles maestros sin par,
y si a veces hemos imitado a gente forastera, fué
para sobrepasarlos o magnificarlos. Que nuestra as-
cética moralizante y consejera tenga sus anteceden-
tes en el Tratado de las virtudes, de Alberto Magno,
subtitulado Paraíso del alma; en el Libro de las
costumbres y en el Polidoro y Virgilio, que tradu-
io el doctor Thamara; en el Enquiridión y Apoteg-
mas, de Erasmo; en las Morales de Plutarco y en
las de San Gregorio, y hasta en la novela filosófica
y sentenciosa Historia etiópica de Teagene y Cari-
clea, no impide el que los autores españoles dejen
de prevalecer sobre los extranjeros. El Tratado de
la tribulación y El príncipe cristiano-réplica a
Maquiavelo-, del padre Ribadeneyra; la Institu-
ción de un rey cristiano ... , de Felipe de la Torre;
la Philosophia vulgar, de Mal Lara; el Libro pri-
1nero del príncipe christiano.. , de Francisco Mon-
- 121-

zón; los Seyscientos apotegmas, de Rufo; El con-


sejo y consejos del príncipe, de Furió Ceriol; el
Libro de los dones, de Francisco Eximenic, donde
se trata a la mujer con sentimiento cristiano de res-
peto y caridad; la Silva de varia lección, de Pedro
Mexia; la lntroduccwn para ser sabio, de Cervan-
tes de Salazar; los Problemas o preguntas proble-
máticas... , de Jara va; la Silva palentina, de Alonso
Fernández de Madrid; los Colloquios matrimonia-
les, del licenciado Luján; la Paradoxa, de Maldo-
nado; el Diálogo de las mujeres, de Castillejo; la
Agricultura christiana, del padre Pineda; los Avi-
sos y reglas christianas, de Juan de Avila; el Libro
de la vanidad del mundo, de fray Diego de Estella;
La cuna y la sepultura, de Quevedo; la Luz del
alma, de fray Felipe de Meneses, que en su Don
Quijote elogia Cervantes, y tantos otros más, que la
flaca memoria no retiene, quedan como prenda de
que en las obras de adoctrinamiento moral nunca
nadie nos aventajó.

2.-TEMAS TRATADOS EN LAS «MEDITACIO-


NES MORALES»

Consta el libro de la señora Martínez de Trujillo


de 20 capítulos, precedidos de un breve prólogo del
eximio José Vasconcelos, prez y ornato del pensa-
miento español en América, y va epilogado por
cuatro páginas, en las que doña María, con humil-
de ejemplaridad, nos dice que no es «una escri-
tora» y que por lo mismo se produ~e «en un len-
- 122 -

guaje más bien familiar», de donde deriva el ma-


yor encanto de su libro. Y a Castiglione mantenía
que escribir debe ser igual que hablar, y Teresa
de Jesús adoptó, por humildad, el estilo descuidado.
Examinemos, siquiera sea sucintamente, lo con-
tenido en las Meditaciones morales. En el primer
capítulo se advierte a los padres de que sólo la se-
veridad, de acuerdo con la templanza, podrá corre-
gir los defectos de los hijos, pues ellos han de ser
el primer fundamento del edificio y gobierno po-
lítico de las naciones. Quien no engendra costum-
bres sobrias y virtudes ciudadanas, mal puede ser-
vir al engrandecimiento de su patria. Es la crianza
de los niños fuente del bien y del mal de las re-
públicas, pues de ahí arranca la fortaleza o la de-
bilidad de sus instituciones. Grandes imperios se
perdieron por la destemplanza y se conservaron
con la sobriedad. A Roma la extendió la virtud an-
tigua y la deshizo el vicio y el deleite. El apetito
desenfrenado creó e] ánimo blando, y con la floje-
dad y el regalo se pierden las repúblicas. Salen los
hombres esforzados y valerosos cuando son educa-
dos en las virtudes cristianas, pues no hay en nin-
guna otra doctrina preceptos más conformes con la
verdadera fortaleza espiritual. Estriba esta fortale-
za en el buen ánimo para buscar la virtud y ape-
tecerla sobre todas las cosas, por ser ella raíz y
causa eficiente de las buenas acciones. Con la vir-
tud de la fortaleza se menosprecian, por vanas, las
cosas exteriores, y se buscan glorias imperecederas;
se desdeña el propio aumento y se acometen accio-
nes arduas; se abomina de las bondades contrahe-
- 123-

chas y simuladas, y se anhelan las macizas y ver-


daderas.
Prescribe más adelante doña María la virtud de
la lealtad, siempre quebradiza y frágil, y así vemos
hundirse a muchos en el golfo peligroso de la pri-
vanza, no tanto por el inverecundo espíritu de «ca-
marilla», como por la condición voltaria de los opti-
mates. Y a en su De bello Yugurthino se lamentaba
Salustio de que las voluntades y quereres de los
reyes, así como son vehementes, así son también
mudables-ut vehementes, sic moviles-. Pues que
amor engendra amor y amistad corrobora amistad,
las deslealtades de los buenos brotan, no pocas ve-
ces, del mal consejo de los que todo lo quieren para
sí. Porque hay entre los que rodean a los gobernan-
tes, quienes para tener más cabida y partido con
ellos, pretenden desprivar a los demás, bien por ce-
los, ya por envidia. Y no hablemos de los lisonje-
ros, para los que los atenienses tenían aparejada la
pena de muerte.
La mayor parte de las adversidades públicas se
deben a los Jisonjeadores. Peor que quien falsifica
moneda es el lisonjero, porque corrompe la virtud.
Preferibles son los que vituperan lo que hacemos,
que los que desmedidamente lo alaban, pues los
unos pueden hablar por encono, mientras que los
otros son siempre peores que los falsos testigos, ya
que éstos sólo engañan al juez y aquéllos destruyen
las repúblicas. No inmérito decía un antiguo, que
más malos que los cuervos son los lisonjeadores,
pues los cuervos sólo destruyen cnn su voracidad
- 124-

lo ya muerto, mientras que los aduladores acaban


con los vivos.
En la Epístola 43 escribe Séneca que la lisonja
es muy semejante a la amistad y que no solamente
la imita, sino que la pasa y vence; y que es reci-
bida con gratos oídos, y penetra en lo más íntimo
del corazón y con lo mismo que daña agrada; y
que es cosa dificultosa el conocerla, por ser ene-
migo blando, con fingida máscara de amigo. Y en
la 124 añade que las palabras de los lisonjeros no
pasan cuando se oyen, sino que asientan y pegan,
y quedan por mucho tiempo en el corazón. Aun-
que se desechen, las palabras del adulón dan con-
tento, y después de haberse resistido a él muchas
veces, al fin prevalecen y sujetan el ánimo aun de
los más prudentes. La causa es, porque son confor-
mes a lo que nuestro lisonjero interior, el amor
propio, nos predica de nosotros mismos. Mal éste
inherente a todos los hombres, más común a los que
mandan, dificultoso de conocer y vencer, y perju-
dicial siempre a los que gobiernan pueblos.
Desde muy cerca, dada su posición, puede la se-
ñora Martínez de Trujillo conocer a los lisonjeros
que oscurecen la lumbre que Dio~ infundió en
nuestras almas y a] verdadero del falso amigo.
Quien ama con amor de amistad, persevera en él,
así en la próspera como en la adversa fortuna; el
que sólo a..Tlla por el bien que espera y por su solo
interés, en faltando éste, pronto vuelve las espal-
das, tal que la golondrina que en Europa nos asis-
te mientras dura el buen tiempo y en llegando el
áspero y frío desaparece.
El verdadero amigo del que gobierna sólo se pr~
ocupa de que los negocios le resulten bien en be-
neficio del país ; al falso sólo le atañe su provecho
o el daño que pueda sobrevenirle. Los que aman
a los jefes de Estado ven con buenos ojos que és-
tos hagan mercedes a los que las merecen por sus
servicios y lealtad, pues así conviene a la repu-
tación de los que gobiernan. El falso amigo todo lo
quiere para sí y tiene por perdido lo que se da a
los otros, sin tener en cuenta que con dejar de ha-
cer lo que deben se concitan los gobernantes el
aborrecimiento. La verdadera amistad alguna vez
reprende, pero jamás lisonjea. Y ello consiste en
que los verdaderos amigos nos allegan a la razón,
a la justicia y a la verdad.
Sobre la educación, opina doña María, desligán-
dola de la instrucción, que sólo a las madres com-
pete realizarla : «A las madres nos toca iluminar
el alma de los hijos.» Se revuelve contra el formu-
lismo de los que tan sólo están asistidos por la fra-
se amable o el gesto de buen tono, «de buena edu-
cación». No; la verdadera educación es, además de
los buenos modales, cierta íntima caridad con el
prójimo, caridad que es amor, caridad en el más
lato sentido del vocablo. A cuyo propósito cita la
señora Martínez de Trujillo, en su capítulo II, pa-
labras muy atinadas del uruguayo Vigil, a quien
V asconcelos llama «gran moralista».
Sin el buen ejemplo de los padres, ·considera
doña María que no es posible lanzar a la sociedad
buenos hijos. Importa poco que los padres sean
cultos si no son virtuosos, pues ya se ha dicho que
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ciencia sin conciencia es ruina del alma. Si los pa-


dres proceden innoblemente, los hijos serán des-
honestos. Lo que no es justo no puede ser prove-
choso.
Cita la señora Martínez de Trujillo (pág. 33) pa-
labras de Cicerón acerca de la amistad, que se man-
tiene siempre sobre los fundamentos de la pruden-
cia. Lo primero a que esta virtud nos enseña es
a considerarnos flacos y necesitados de la luz de
los demás, y así solicitamos amigos que nos acon-
sejen y con quien consultar. Quien posee un fiel
amigo no hace cosa de importancia sin consultar
primero con él. Mas en escoger amigos ha de irse
con gran tino, pues si los buenos son gracia espe-
cial que Dios nos concede, a los malos hay que
ahuyentar como a demonios encarnizados.
Escoged los amigos, dice doña María (pág. 35 ),
no por lo que ellos aparenten, sino por lo que ver-
daderamente valgan. Y más adelante (pág. 37)
añade : «Si somos desleales con nuestros verdade-
ros amigos, lo somos con nosotros mismos, porque
traicionamos nuestros más nobles sentimientos.»
Esta pura idealidad tiene su más decidida a:fir-.
mación en los capítulos V y XV de la obra. Ase-
vera la señora Martínez de Trujillo (pág. 43) que
«con nuestras buenas o malas acciones extraemos
la miel o la hiel de las cosas de la vida»; esto es,
que somos agentes de nuestra felicidad o de nues-
tra desdicha, y de crearnos en torno nuestro una
atmósfera de inquietud y terror o de sosiego y
amor. Si somos clementes encontraremos clemencia;
si airados, ira.
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Todo el que sabe hacer uso de sus facultades


halla manantiales inagotables de felicidad en cuan-
to le rodea. Llevamos con nosotros el mal que nos
acosa y sufrimos por nuestra culpa. Pidamos a las
cosas que sean lo que son y entonces todo lo en-
contraremos bien. Cada uno de nosotros es su pro-
pia estrella. Nos creamos a nosotros mismos. Si nos
encogemos dentro de la coraza de nuestro egoísmo,
nos privaremos de los placeres más puros de la
vida. Procuremos comprender los males y nos ha-
bremos librado de ellos. No existe el mal en sí. ¡De
cuántos males hemos sacado frutos maravillosos!
Grandes amarguras fueron el umbral de días glo-
riosos. El hombre debe ser el señor de su propia
dicha. Cuántos hay que son desdichados creándose
,• sus propias calamidades. El que reina sobre sí no
envidia tronos ni glorias ajenas. Lo que sucede es
siempre lo mejor, porque Dios elige con más acier-
to que nosotros. Tales son los comentarios que sus-
citan los capítulos VII, IX, X y XV.
El pesimismo es para doña María de todo punto
condenable: «Uno debe crearse su mundo interior
y recrearse en él. Es la mejor manera de vivir tran-
quilo y disiparse de las amarguras que nos brinda
el infortunio», se lee en la páginª- 123 de las Me-
ditaciones morales. Y más adelante (pág. 125) nos
hace ver que no en las riquezas, sino en la paz del
ánimo, está la felicidad. Nuestra debilidad de es-
píritu es quien nos acarrea destinos fatales, que
con brío y esfuerzo hubiéramos vencido.
Priva en el libro de doña María, por donde quie-
ra que se hojee, la gallardía de fa, imágenes, la
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verdad de los pensamientos, la elegancia de los sí-


miles y la escogida invulgar de las frases. Contra
los que actualmente pretenden inculcar a la juven-
tud una filosofía cobarde y desolada, alza doña Ma-
ría su bondadoso optimismo, como en un lago ce-
leste donde se marcaran los floridos pensamientos
de Dios. Al rencor, cólera de los decaídos, opone
el goce de lo que somos (capítulo XIII) y nos in-
vita a recobrarnos en nuestro corazón. Si no somos
felices es por nuestra culpa. Nadie ha venido al
mundo a ser feliz. Cuando somos felices colabora-
mos con la ventura ajena. El mundo nos ofrece
sus maravillas. Ahí lo tenemos como fuente de
dicha.
«Busquemos los libros», dice doña María en el
capítulo XV. Son los libros los más fieles amigos y
los más consoladores. El día de un sabio vale más
que toda la vida de un necio, observa un prover-
bio árabe. Una casa sin libros es como un cuerpo
sin alma.
En el corazón sosegado, en el ánimo quieto, tie-
ne su morada el amor deleitable. Sólo despojados
de la envidia que roe las ~lmas, del pesimismo que
las empequeñece, escogiendo los amigos, «no por lo
que ellos aparenten, sino por lo que verdadera-
mente valgan» (pág. 35), podréis atesorar la dicha
y dormir con sueños «jamás perturbados por el re-
mordimiento». Si sois malos por cobardía, envidio-
sos del bien ajeno, vengativos y embusteros, vivi-
réis una existencia demoníaca. Hay que afincar la
felicidad, no sobre las pasiones violentas, las ilu-
siones engañosas y la ignorancia orgullosa de sí
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misma, mas sobre la fe humilde que descanse en


una inteligencia clara y en la santa y pura caridad.
Fuera del amor y de la fe no hay felicidad.
El bien es lo más claro que se presenta ante nues-
tra conciencia. Sacrificando el placer del instinto a
deberes ulteriores, creamos nuestro propio heroís-
mo. No puede haber héroes sin fe. Somos mera na-
turaleza, pero copartícipes de lo sobrenatural. Todo
el capítulo VI de las Meditaciones morales son una
exaltación de los valores morales más excelsos, en
una época de racionalismo, de relativismo, de hom-
bres sin concepciones propias. ¡La razón! ¿Cómo
se puede afirmar que la razón está siempre en es-
tado de gracia? ¿Dónde está la razón la mayor par-
te de las veces? Y a no se puede leer con paciencia
a Descartes, patriarca de todo racionalismo. Porque
racionalismo quiere decir revolucionarismo. Y hoy
nos hace reír la petulancia de los revolucionari os
franceses. Su racionalismo es de un vacío que ate-
rra. La inadecuación entre lo que se hace y lo que
se piensa caracteriza el espíritu revolucionario . Y
así hemos llegado a esta época vacilante, en la que
se adivina que hay que restaurar algo ya decaído.
Por todas partes se oyen las voces rechinantes de
los ángeles rebeldes ...
No podía menos doña María que exaltar el pa-
triotismo, el amor a la tierra de los padres, que
eso es literalmente. No hay nada más importante
que aquello por lo que los hombres se aprestan a
morir. Sólo el sentimiento de la patria es valor que
puede colocarse fuera de la vida y que vale más
que la vida misma. El hombre sin patria está como
9
- 130-

vacío espiritual y materialmente. «¡Patria! ¡Tú lo


encierras todo!», exclama (pág. 92 del capítulo XI)
la señora Martíuez de Trujillo, como en un rapto
extático. Y como en toda la historia se comprueba
una relación estrechísima entre el sentimiento re-
ligioso y el patriótico, doña María trata este tema
con mística unción.
La literatura de intención ética, a la que dedica
sus mejores reflexiones la primera dama de la Re-
pública Dominicana, tiene antecedentes femeninos
en España. Una de las más descollantes escritoras
ético-didácticas lo fué, en días ya remotos, la con-
desa de Aranda, doña Luisa de Padilla.
Dejó una obra, entre otras, dedicada a la edu-
cación de su primogénito: Nobleza virtuosa.
Hallamos en ella todo cuanto concierne a la exis-
tencia de los nobles, tanto en la vida de relación
cuanto en la doméstica, religiosa y política.
Para doña Luisa era la nobleza eminente, si se
sabía honrar con virtudes, estado que tanto hon-
raba. «Sy soys el que deveys a Dios y a vuestra
sangre, aveys de excitar con su divina Majestad las
tres virtudes Theologales, y de las cardinales y mo-
rales, la Prudencia con todos y en todos los tiem-
pos, la Justicia y equidad con vuestros súbditos,
Fortaleza y Templanza, Continencia en vos mismo,
Obediencia con vuestro Rey y Padre-quela de la
Iglesia y Confesor en lo primero se incluye - Pie-
dad con todos y más con los pobres, afligidos y
enfermos, Liberalidad, Paciencia y Afabilidad
- grave en las ocasiones que lo pidieren - con
vuestros familiares, amigos y hermanos; Resigna-
-131-

ción en los trabajos y en las prosperidades, ánimo


agradecido a Dios, ' con desprecio dellas en quanto
no sean importantes para bolvérselas a El.»
Encarece doña Luisa de Padilla la obligación de
educar cristianamente al hijo. «Siendo, hijos míos,
tan cierto que el virtuoso sea el que han de dar a
los hijos sus padres y por lo que principalmente
ellos les pueden quedar obligados.» Ha de mostrar-
se siempre a los hijos de los señores la verdad, sin
alabanzas ni adulaciones. «Advertid que importa
mucho no contar mentiras a los niños ni engañar-
les; porque es hacerlos tontos y enseñarles a men-
tir... »
Los nobles han de aprender en «tierna edad las
letras, en la juventud las armas y para que lleguen
a ello hazed que no se críen regalones y perezosos,
que las blanduras, dize Philon, son opuestas a la
salud y al valor... »
Para que las siga su hijo, copia las máximas que
para el suyo, Cómodo, dejó esculpidas Marco Aure-
lio. «Nunca sublimé al rico tirano, ni aborrecí al
pobre justo... No negué la justicia al pobre por ser-
Jo, ni abandoné al rico poderoso porque lo era ...
No hice jamás merced por sola afición, ni castigo
por pasión... Nunca dejé mérito sin galardón, ni de-
lito sin castigo... No cometí clara justicia a que lo
hiciera otro, ni la dudosa determiné sin consejo ...
No negué justicia a quien me la pidió, ni miseri-
cordia a quien la mereció... Nunca ordené castigo
estando enojado, ni prometí favores estando muy
alegre ... No me descuidé en la prosperidad, ni de-
sesperé en la adversidad ... En mi vida hlce mal por
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malicia, ni cometí vileza por avaro, ni abrí puertas


a los aduladores, ni oídos a los murmuradores ...
Siempre procuré ser amado de los buenos y tuve
en poco ser aborrecido de los malos... »
Sería muy prolijo comentar las ideas de doña
Luisa de Padilla referentes a la educación de los
hijos. Sigue la condesa de Aranda a todos los mo-
ralistas que la preceden: Sancho IV, con su Libro
de castigos y documentos; don Juan Manuel, con '
su Lucidario, etc.
Cuando se haya de castigar al hijo, no se haga
corporalmente. «Más que con castigo de mano
aveys de corregir y reprehender a vuestros hijos
con razones de peso, ques miedo servil y de escla-
vos el de los azotes; y a los niños se les ha de en-
señar que de nada deven temer si no de hazer co-
sas indignas de quien son ... » Debe pedir a Dios el
hijo que aluengue la vida del padre, para preser-
varse del deseo de heredar, indigno de un corazón
cristiano.
Recomiéndale no quebrantar las leyes justas; no
obrar con prontitud ni violencia; evitar el favori-
tismo; aborrecer envidias, adulaciones y tercerías;
buscar honestas divers,ones; no tratar a nadie des-
pótic~mente.
ACABOSE DE IMPRBllR ESTA OBRA
EN LA IMPRENTA GRAFICAS UGUIN,\,
MELENDEZ V ALDES, 7, MADRID, EL 12
OCTUBRE 1956, FIESTA DE LA RAZA
.
..,

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