Vía Crucis Guía - 083022
Vía Crucis Guía - 083022
Vía Crucis Guía - 083022
«El Vía Crucis nos muestra un Dios que padece él mismo los sufrimientos de los hombres, y
cuyo amor no permanece impasible y alejado, sino que viene a estar con nosotros, hasta su
muerte en la cruz (cf. Flp 2, 8). El Dios que comparte nuestras amarguras, el Dios que se ha
hecho hombre para llevar nuestra cruz, quiere transformar nuestro corazón de piedra y
llamarnos a compartir también el sufrimiento de los demás; quiere darnos un «corazón de
carne» que no sea insensible ante la desgracia ajena, sino que sienta compasión y nos lleve al
amor que cura y socorre» (Cardenal Josef Ratzinger).
1. Inicio
Por la señal, de la Santa Cruz de nuestros enemigos líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre
del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
«Señor, que la meditación de tu Pasión y Muerte nos anime y ayude a tomar la cruz de cada día
y seguirte, para un día resucitar contigo en la gloria. Amén».
2. Acto de Contrición
«Señor mío Jesucristo, Dios y hombre verdadero, Creador, Padre y redentor mío; por ser Vos
quien sois, Bondad infinita, y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón
de haberos ofendido; también me pesa porque podéis castigarme con las penas del infierno.
Ayudado de vuestra divina gracia propongo firmemente nunca más pecar, confesarme, y
cumplir la penitencia que me fuere impuesta. Amén».
3. Credo
Sentenciado, y no por un tribunal, sino por todos. Condenado por los mismos que le habían
aclamado poco antes. Y Él calla… Nosotros huímos de ser reprochados. Y saltamos
inmediatamente…
Dame, Señor, imitarte, uniéndome a Ti por el Silencio cuando alguien me haga sufrir. Yo lo
merezco. ¡Ayúdame! Señor, pequé, ten piedad y misericordia de mí.
Que yo comprenda, Señor, el valor de la cruz, de mis pequeñas cruces de cada día, de mis
achaques, de mis dolencias, de mi soledad.
Dame convertir en ofrenda amorosa, en reparación por mi vida y en apostolado por mis
hermanos, mi cruz de cada día. Señor, pequé, ten piedad y misericordia de mí.
Padre Nuestro, Ave María y Gloria…
Tú caes, Señor, para redimirme. Para ayudarme a levantarme en mis caídas diarias, cuando
después de haberme propuesto ser fiel, vuelvo a reincidir en mis defectos cotidianos.
¡Ayúdame a levantarme siempre y a seguir mi camino hacia Ti! Señor, pequé, ten piedad y
misericordia de mí.
Haz Señor, que me encuentre al lado de tu Madre en todos los momentos de mi vida.
Con ella, apoyándome en su cariño maternal, tengo la seguridad de llegar a Ti en el último día
de mi existencia. ¡Ayúdame Madre! Señor, pequé, ten piedad y misericordia de mí.
Cada uno de nosotros tenemos nuestra vocación, hemos venido al mundo para algo concreto,
para realizarnos de una manera particular.
¿Cuál es la mía y cómo la llevo a cabo? Pero hay algo, Señor, que es misión mía y de todos: la
de ser cirineo de los demás, la de ayudar a todos. ¿Cómo llevo adelante la realización de mi
misión de cirineo? Señor, pequé, ten piedad y misericordia de mí.
Es la mujer valiente, decidida, que se acerca a Ti cuando todos te abandonan. Yo, Señor, te
abandono cuando me dejo llevar por el “qué dirán”, del respeto humano, cuando no me
atrevo a defender al prójimo ausente, cuando no me atrevo a replicar una broma que ridiculiza
a los que tratan de acercarse a Ti.
Y en tantas otras ocasiones. Ayúdame a no dejarme llevar por el respeto humano, por el “qué
dirán”. Señor, pequé, ten piedad y misericordia de mí.
Caes, Señor, por segunda vez. El Vía Crucis nos señala tres caídas en tu caminar hacia el
Calvario. Tal vez fueran más.
Caes delante de todos… ¿Cuándo aprenderé yo a no temer el quedar mal ante los demás, por
un error, por una equivocación? ¿Cuándo aprenderé que también eso se puede convertir en
ofrenda? Señor, pequé, ten piedad y misericordia de mí.
Muchas veces tendría yo que analizar la causa de mis lágrimas. Al menos, de mis pesares, de
mis preocupaciones. Tal vez hay en ellos un fondo de orgullo, de amor propio mal entendido,
de egoísmo, de envidia.
Debería llorar por mi falta de correspondencia a tus innumerables beneficios de cada día, que
me manifiestan, Señor, cuánto me quieres. Dame profunda gratitud y correspondencia a tu
misericordia. Señor, pequé, ten piedad y misericordia de mí.
Tercera caída. Más cerca de la Cruz. Más agotado, más falto de fuerzas. Caes desfallecido,
Señor.
Yo digo que me pesan los años, que no soy el de antes, que me siento incapaz. Dame, Señor,
imitarte en esta tercera caída y haz que mi desfallecimiento sea beneficioso para otros, porque
te lo doy a Ti para ellos. Señor, pequé, ten piedad y misericordia de mí.
Arrancan tus vestiduras, adheridas a Ti por la sangre de tus heridas. A infinita distancia de tu
dolor, yo he sentido, a veces, cómo algo se arrancaba dolorosamente de mí por la pérdida de
mis seres queridos.
Señor, que yo disminuya mis limitaciones con mi esfuerzo y así pueda ayudar a mis hermanos.
Y que cuando mi esfuerzo no consiga disminuirlas, me esfuerce en ofrecértelas también por
ellos. Señor, pequé, ten piedad y misericordia de mí.
Te adoro, mi Señor, muerto en la Cruz por Salvarme. Te adoro y beso tus llagas, las heridas de
los clavos, la lanzada del costado… ¡Gracias, Señor, gracias! Has muerto por salvarme, por
salvarnos.
Dame responder a tu amor con amor, cumplir tu Voluntad, trabajar por mi salvación, ayudado
de tu gracia. Y dame trabajar con ahínco por la salvación de mis hermanos. Señor, pequé, ten
piedad y misericordia de mí.
Todo ha terminado. Pero no: después de la muerte, la Resurrección. Enséñame a ver lo que
pasa, lo transitorio y pasajero, a la luz de lo que no pasa. Y que esa luz ilumine todos mis actos.
Así sea. Señor, pequé, ten piedad y misericordia de mí.
Si Cristo no hubiera resucitado, vana sería nuestra fe. Por las veces que he hecho vana mi fe al
creer en mitos que van en contra de tu Resurrección. Por las veces en que olvido que si no
muero a mí mismo, Jesús, no podré resucitar contigo.
4. Oración Final
«Te suplico, Señor, que me concedas, por intercesión de tu Madre la Virgen, que cada vez que
medite tu Pasión, quede grabado en mí con marca de actualidad constante, lo que Tú has
hecho por mí y tus constantes beneficios. Haz, Señor, que me acompañe, durante toda mi vida,
un agradecimiento inmenso a tu Bondad. Amén»