Ivo Frenzel - Nietzsche-Salvat (1985)

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NIETZSCHE

BIBLIOTECA SALVAT DE
GRANDES BIOGRAFIAS
NIETZSCHE
IVO FRENZEL

Prólogo
MIGUEL MOREY

SALVAT
Versión española de la obra original alemana Nietzsche, publicada por
Rowohlt Taschenbuch Verlag GmbH, Hamburgo.

Traducción del alemán a cargo de Rosa Pilar Blanco.

Las ilustraciones cuya fuente no se indica proceden del Archivo Salvat o


de Rowohlt Taschenbuch Verlag GmbH, Hamburgo.

© Salvat Editores, S.A., Barcelona, 1985.


© Rowohlt Taschenbuch Verlag GmbH, Hamburgo.
ISBN: 84-345-8145-0 (obra completa).
ISBN: 84-345-8161-2.
Depósito Legal: B. 38762-1984.
Publicado por Salvat Editores, S.A., Mallorca, 41-49 -Barcelona.
Impreso por Cayfosa. Sta. Perpetua de Mogoda. Barcelona, 1985.
Printed in Spain
Indice

Página

Prólogo 11
1. La educación de un genio 17
2. La tragedia griega y el espíritu del romanticismo 56
3. Nietzsche en Bayreuth 90
4. La conciencia de la enfermedad 113
5. Hacia los dominios de Zaratustra 133
6. Al borde del precipicio 160
7. El final: Dionisos contra el Crucificado 178
Cronología 185
Testimonios 188
Bibliografía 191

- 7 -
Friedrich Nietzsche (1844-1900)

Friedrich Wilhelm Nietzsche, el hombre que proclamó la «muerte de Dios»


y anunció la venida del superhombre, era hijo de un pastor
protestante y descendiente de una muy religiosa familia que durante
generaciones había defendido fervorosamente sus creencias.
Nació en Rócken, Prusia, en 1844. Estudió teología y filología clásica
en las Universidades de Bonn y Leipzig. Por aquella época
toma contacto con las teorías de Schopenhauer, el pensador que
descubrió para Nietzsche la filosofía. En 1868, con sólo veinticuatro años
de edad, le fue concedida una cátedra en la Universidad de Basilea.
En esta ciudad conoce a Richard Wagner y entre ellos surge
una estrecha amistad, que Nietzsche más tarde rompería con la misma
vehemencia con que la había iniciado. A esta primera etapa de su vida
pertenecen sus obras El origen de la tragedia, Consideraciones inactuales y
la primera parte de Humano, demasiado humano. En 1877 abandona la
cátedra de Basilea por motivos de salud. Se inicia entonces su época más
fecunda (entre 1880 y 1888 escribe La gaya ciencia, Así habló
Zaratustra, Más allá del bien y del mal, Crepúsculo de los ídolos, Ecce
Homo, etc.), pese a que su salud iba progresivamente empeorando, al
tiempo que se acentuaba su tendencia a buscar la soledad y el aislamiento.
Su primer interés por el mundo clásico griego derivó hacia la búsqueda
de lo que él llamó el espíritu libre, superior. Su atención se vuelve
entonces hacia temas morales y metafísicos, teñidos de un fuerte tono
profético. Las humillaciones de que fuera objeto por parte de sus
contemporáneos, la dramática e inútil espera de un éxito que no llegaba y
el empeoramiento de su siempre delicada salud fueron hundiéndole
poco a poco en la demencia. La muerte (Weimar, 1900) le sobrevino
cuando su enajenación era ya total.

M Friedrich Wilhelm Nietzsche.

-9 -
Bildarchiv der Ósterreichischen Nationalbibliothek, Viena
Prólogo

Nietzsche, el malentendido
por Miguel Morey

«Conozco mi suerte. Alguna uez irá unido mi nombre al re­


cuerdo de algo gigantesco, de una crisis como jamás la había habi­
do en la tierra, de la más profunda colisión de conciencia, de una
decisión tomada, mediante un conjuro, contra todo lo que hasta
ese momento se había creído, exigido, santificado. Yo no soy un
hombre, soy dinamita.»
F. Nietzsche, Ecce Homo

Que alrededor de la figura de Nietzsche iban a tejerse los más


poderosos malentendidos que jamás afectaron a filósofo alguno es
algo que el propio Nietzsche presintió frecuentemente y de modo
inequívoco. Desde mui) temprano tuvo a gala cubrir con su desdén
la progresiva soledad en la que se desenvolvían su vida y su traba­
jo: «¿Nos hemos quejado jamás de que se nos entienda mal, desco­
nozca, confunda, vilipendie y pase por alto? Ese es precisamente
nuestro destino...» (La gaya ciencia, V, 371). El mismo hizo lo
imposible por afirmar esa soledad como querida, por ver en ella la
marca del carácter forzosamente futuro de su pensamiento, por
verse a sí mismo como un pensador postumo. No ser entendido
sería entonces signo del itinerario intempestivo de su pensamiento;
sería signo de que su pensamiento había conseguido ir más allá de
los tópicos de lo que para un período histórico es pensable -signo,
por ello mismo, de hasta qué punto su pensamiento se abría al
porvenir, buscaba los lectores del siglo venidero... Llegó a soñar
incluso que estaba inventando el futuro. Se consagró así a la tarea
de no ser demasiado entendido, de no serlo por demasiada gente;
—hizo de ello un rasgo de su estilo: «Cuando se escribe, no sólo se

A Nietzsche en los últimos años de su uída, ya gravemente enfermo, en compañía de


su madre.

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quiere ser entendido, sino también no ser entendido. El que uno
encuentre ininteligible un libro no es en modo alguno una objeción
contra este libro; puede que se lo haya propuesto el autor, deseoso
de no ser entendido por todo el mundo» (La gaya ciencia, V, 381).
Su escritura huirá así de los lectores perezosos, de quienes ante un
texto se comportan como soldados que saquean —su estilo se con­
vertirá en embozo contra la rapiña, disimulo y máscara, juego de
laberintos del que sólo saldrán victoriosos los lectores verdadera­
mente pacientes: aquellos provistos de esa capacidad de rumiar
que Nietzsche aprendió de la filología. Todo lo que, en Nietzsche,
puede parecer producto de una exaltada imaginación poética, de
una incontinencia lírica, oculta sin embargo un calculado y cada vez
más autoconsciente arte de los efectos de pensamiento que quiere
provocar en el lector: «No es ni sensato ni hábil privar al lector de
sus refutaciones más fáciles; es mui) sensato y muy hábil, por el
contrario, dejarle que formule por sí mismo la última palabra de
nuestra sabiduría (Decálogo del estilo, X).
De la escasa acogida del discurso nietzscheano en los marcos
académicos de la filosofía, de las numerosas ampollas gremiales
que su pensamiento levantó, es en buena medida responsable esta
decisión, su voluntad de aunar pensamiento y estilo. Quiso selec­
cionar a sus lectores por el trazado de su prosa, y no los halló hasta
muy tardíamente en las instituciones universitarias que decidían
qué era y qué no era eso llamado filosofía. ¿Cómo otorgar el nom­
bre de filosofía a unos textos que cubren las más variadas formas de
estilo: aforismos, poemas, prosa lírica, panfletos... pero que evitan
siempre la seriedad del tratado? ¿Qué garantías ofrece el trabajo de
este hombre que, encerrado en un altanero aislamiento, lee cada
vez menos y tan sólo piensa? Se ha señalado hasta la saciedad la
falta de unidad de su discurso, su falta de sistematicidad (y lo que
tal vez sea peor: su absoluto desinterés por hacer que su pensa­
miento adopte la forma sistemática); se han denunciado en su
obras infinitos puntos donde se contradice; se duda seriamente de
su rigor conceptual (¡siempre encontramos una metáfora donde
debería haber un concepto!); es conocido el escaso alcance de su
capacidad deductiva... Por todo ello, Nietzsche tardará en ser leído
por los filósofos -tardará en ser acogido en el seno de la filosofía
institucional. Habrá que esperar a las lecturas que de su obra reali­
zaron, primero, K. Jaspers (1935) y, luego, M. Heidegger (1936-46,
publicadas en 1961), para que se le conceda una cierta carta de
ciudadanía, siempre con el marchamo de «autor maldito», sin
embargo (y aun así, aun entonces, Nietzsche no encontrará lectores
desinteresados, sino intérpretes que hacen, de una determinada

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versión del discurso nietzscheano, premisa para sus propias posi­
ciones filosóficas, ¿nuevos malentendidos?).
Sin embargo, con la publicaición, a cargo de G. Colli y
M. Montinari, de la edición crítica de sus obras completas, se nos
dibuja hoy de modo inequívoco la presencia de un gran pensador,
grande entre los grandes. Es posible que sus textos no coincidan
con el canon de obra filosófica que su época establecía, pero lo que
es indudable es que Nietzsche es un filósofo; de lo que no cabe
duda es de su terca voluntad y absoluta entrega a la tarea de ser
filósofo. El mismo Colli, que ha exhumado la totalidad de los pape­
les de Nietzsche y le ha leído de su puño y letra, ironiza respecto a
las críticas a la pretendida ligereza del estilo nietzscheano con estas
palabras: «El estiló filosófico de Nietzsche es antitético al de Kant. El
primero es el resultado de una fatigosa elaboración, como se puede
comprobar mediante los cuadernos de trabajo de Nietzsche. Parte
muchas veces de esquemas, de exangües abstracciones: el escritor,
con la magia de la palabra, a través de reiterados y obstinados
intentos de reanimación, da vida a estos cadáveres. Al final aparece
la expresión, como recién salida, limpia y escueta. Kant, al contra­
rio, lleva al papel el trabajoso proceder del intelecto, con todas las
desviaciones, incertidumbres, repeticiones y variantes en busca de
una mayor claridad del pensamiento, más incluso que de la exposi­
ción.» Y añade: «Pero seguir las vías tortuosas del intelecto de un
individuo empírico, que le llevan a determinados resultados, tiene
escaso interés. El estilo debe borrar el condicionamiento concreto,
el procedimiento material del individuo raciocinante. El pensamien­
to debe presentarse desprendido del modo en que ha sido conquis­
tado, como una realidad en sí misma, sin nada personal.»
Y es que una voluntad de ruptura para con el discurso filosófi­
co tradicional tan decidida como la nietzscheano, no podía darse sin
una profunda transformación de las maneras del decir propias de la
filosofía. Su fuerza polémica apuntaba a entrar en diálogo con los
grandes de la historia del pensamiento, de tú a tú y con una voz
propia. No le bastaba contradecirlos en tal o cual aspecto concreto,
sustituir un concepto por otro, negar donde ellos afirmaron o alabar
lo que ellos denigraron. Ante la vasta crisis en la que se sumía
Europa como forma de vida espiritual, ante lo que llamó «nihilis­
mo», trazando de él un análisis lúcido y anticipador, Nietzsche se
sintió emplazado frente al envite de una ruptura total con la tra­
dición entera del pensamiento occidental. Se trataba de intentar
pensar de otra forma, alumbrar un pensamiento que rompiera los
marcos mismos dentro de los cuales el Occidente platónico y cris­
tiano encuadraba eso denominado pensar. E introducir la cuestión

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del estilo en relación con el pensamiento, defender la pertinencia
de la cuestión estilística en filosofía era una finta para lograrlo. Por­
que hacer de la pregunta por el estilo la cuestión filosófica por
excelencia, hacer del cuidado por el estilo la primera precaución del
pensamiento implicaba, de una vez, negar e/ valor de los análisis en
términos dicotómicos: verdadero o falso, bueno o malo, elevar al
pensamiento por encima de la mera gestión de las polaridades
establecidas. Porque no hay un estilo bueno o un estilo verdadero:
no hay una sola manera de pensar que sature toda la verdad, como
no hay un solo modo de actuar que pretenda toda 1a bondad. Hay
infinidad de estilos que traducen otras tantas perspectivas («instinti­
vas», dirá Nietzsche) sobre eso que ocurre, sobre la vida. Y la tarea
de la filosofía consistirá en evaluar y jerarquizar estas perspectivas:
¿Cuál es el punto de vista más sano, más noble, más favorable a la
vida, más afirmativo? ¿Y cuál es el más bajo, el más decadente, el
que, con su interpretación, niega todo lo vivo? Así, ante un pensa­
miento no hay que preguntar por su verdad o su bondad, sino
desplegar todo el arte de lo que Nietzsche denominaba «psicología»
para establecer a qué tipo corresponde ese pensamiento: ¿Quién
puede pensar esto? Porque verdades las hay de todo tipo, nobles y
viles: verdades de la enfermedad, de la decadencia, de la estupidez,
tanto como verdades de la salud, de la alegría o de la lucidez. Lo
que importará no es tanto la verdad de un enunciado cuanto su
sentido, desde dónde se puede afirmar tal o cual cosa; a quién o a
qué sirve el que se determine de éste u otro modo tal problema...
La cuestión del sentido y el valor se coloca entonces por encima del
mero asunto de la verdad positiva. Así, introducir la cuestión del
estilo en filosofía significará, en definitiva, una defensa del pluralis­
mo contra todo dogmatismo del pensamiento, un magno intento
de ruptura con la tradición platónica de pensamiento, que se pro­
longará multiplicada, a lo largo de veinte siglos de cristianismo,
manteniendo la ficción de una dicotomía ontológica entre mundo
aparente y mundo real, y de una dicotomía moral entre bien y mal,
como único marco válido para cualquier interpretación de la vida.
El resultado de este largo error será, para Nietzsche, una civilización
asentada sobre el desprecio por la vida: la Europa del nihilismo, y
su tarea, «filosofar con el martillo» contra ese pensar decadente, con
la mirada puesta en el futuro.
Y sin embargo el futuro no ha liberado definitivamente al pen­
samiento de Nietzsche de sus ambigüedades. Antes al contrario,
añadió a los malentendidos que le acompañaron en vida, otros más
graves y postumos -esa dinamita explotó de mil modos y hoy no
puede dejar de acompañar a la obra de Nietzsche el miedo a sus

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consecuencias— En primer lugar están los años de locura que cie­
rran patéticamente su biografía; años de locura que, crítica o clíni­
camente, serán utilizados para justificar una descalificación de su
aventura espiritual: ya sea atribuyendo el origen de su locura a una
temprana y mal curada sífilis, con lo que toda su obra no sería sino
la manifestación progresiva del avance de su enfermedad; ya sea
haciendo de su final la «consecuencia lógica» del intento de pensar
fuera de las órbitas de la razón. Y en segundo lugar tenemos el triste
pillaje y manipulación de su pensamiento por la barbarie nazi, posi­
bilidad presentida por el propio Nietzsche desde, por lo menos,
1884, lo que le empujaría a distanciarse explícitamente de todo lo
alemán en general, y aún más del pangermanismo en particular:
«¡Escuchadme! pues yo soy tal y tal. ¡Sobre todo no me confundáis
con otros!» (Ecce Homo).
Con todo, el malentendido sigue pesando sobre Nietzsche.
Incluso su estilo parece haberse vuelto contra él y son muchos
quienes, lectores perezosos o desertores del rigor del concepto, se
reconocen en su obra —su estilo no parece permitirle ya seleccionar
lectores, mantener ese psthos de la distancia del que hizo un arte.
La mayor dificultad de la obra nietzscheano -advertirá Jaspers,
bastante antes de que la moda Nietzsche fuera un hecho- estriba
en que es demasiado inteligible. E, infortunadamente, es cierto,
aunque sólo en apariencia, por supuesto, porque hoy apenas si
estamos en condiciones para algo más que adivinar la grandeza de
su aventura espiritual. Y ello al tiempo que se hace cada vez más
evidente la urgencia por apropiamos de su saber, la necesidad de
medimos con su pensamiento para probar hasta dónde resiste eso
que creemos que es nuestro. Hoy, que apenas si sabemos quién no
era Nietzsche, qué no era su filosofía, nos siguen y seguirán aún
desafiándonos, con idéntica fuerza de sabiduría a la de los viejos
enigmas griegos, las últimas palabras de Ecce Homo, su último
texto: «¿Se me ha comprendido?».

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1. La educación de un genio

Si la importancia de un filósofo se mide por la influencia que


sus obras han ejercido sobre la posteridad, no hay duda de que
Friedrich Nietzsche se encuentra a la misma altura que Hegel,
Marx, Kierkegaard y Schopenhauer: fue uno de los grandes pensa­
dores que se adelantaron a su tiempo y que sentaron las bases de lo
que sería el siglo XX. Pero Nietzsche no llegó a ver en vida el influjo
histórico de su obra. Fue después de su muerte cuando sus escritos
ganaron fama y sus ideas fructificaron. Si atendemos a este pará­
metro, la vida de este pensador carece de relevancia: su existencia,
relativamente corta (unas pocas décadas), y su obra estuvieron
marcadas por la marginalidad, la soledad y la incomprensión. No
hubo en su vida acontecimientos espectaculares, ni gozó del reco­
nocimiento de sus contemporáneos. El mismo pareció entreverlo
cuando escribió en Ecce Hom o : «Una cosa es mi persona y otra mis
escritos.»
Su obra ha sido sometida a un amplísimo abanico de interpre­
taciones que va de la adoración ciega a la crítica más despiadada,
pero también se ha materializado en análisis muy lúcidos que han
desembocado en importantes estudios. A menudo, la problemática
filosófica aparece desligada del acontecer vital del filósofo, pero en
el caso de Nietzsche está profundamente enraizada y motivada por
sus circunstancias personales e íntimas. No existen muchos ejem­
plos como el suyo, en el que filosofía e ideología se imbriquen tan
profundamente con su propio devenir individual; la acendrada sub­
jetividad de sus asertos y pronósticos recuerda la de los fundadores
de religiones o la de los profetas. Las obras de Aristóteles, Kant y
Hegel se comprenden sin necesidad de apelar a las circunstancias
vitales de sus autores. Con Nietzsche el fenómeno es muy diferen­
te: sus escritos remiten siempre de forma inevitable a la personali­
dad de su autor y al contexto íntimo en que fueron esbozados. Por
eso, el conocimiento de las circunstancias vitales de Nietzsche es
esencial para entender su sistema, tan dinámico y cambiante. La
frase antes citada de Ecce Homo, según la cual habría que deslin­

-17-
dar al autor de su obra, constituye una de esas confesiones que
demuestran qué errores pueden cometer las personas al enjuiciarse
a sí mismas. No existen en la historia de Occidente muchos casos
como el de Nietzsche: en él vida y obra, personalidad y escritos se
imbrican y se funden, y hay que considerarlos en conjunto porque
se esclarecen mutuamente.

Las raíces familiares

Los antepasados de Nietzsche, desde hacía generaciones, per­


manecían fieles al credo luterano, y su hogar no fue una excepción.
Su familia era un baluarte del protestantismo: respetada, temerosa
de Dios, honrada y provinciana, encarnaba las más rancias virtudes
y tradiciones típicas de la rectoría alemana, de las que su retoño
más destacado se alejaría tanto y tan enérgicamente en el transcur­
so de su vida. Su abuelo paterno, Friedrich August Ludwig Nietz­
sche, fue un hombre entregado al servicio de Dios y llegó a ocupar
el cargo de superintendente en la Iglesia protestante; en 1796,
cuando el criticismo de Kant y el escepticismo fruto de la Revolu­
ción Francesa sembraban la inquietud en Alemania, escribió una
obra titulada Gamaliel o la eterna permanencia del cristianismo;
obra destinada a esclarecer y apaciguar ¡a agitación que sufre hoy e!
mundo teológico; y otra de 1804 llevaba por título Contribuciones
a la defensa de una ideología razonable sobre la religión, la educa­
ción, la obligación de los súbditos y la vida humana. Lo que el nieto
despreciaría y destruiría más tarde era para su abuelo un patrimo­
nio honroso que había que defender. Al morir su esposa, con la
que tuvo siete hijos, se casó con una viuda joven procedente tam­
bién de una familia de ministros protestantes. De este segundo
matrimonio nacieron otros tres hijos: Auguste y Rosalie, tías de
Nietzsche -que desempeñarían más tarde un papel preponderante
en la familia-, y Cari Ludwig, padre del filósofo. Uno de los hijos
del primer matrimonio se labró una gran fortuna en Inglaterra y al
morir la legó a la familia. Está circunstancia permitió que Nietzsche
viviera en una situación económica desahogada y tuviera siempre
cubiertas sus necesidades.
El padre de Nietzsche, nacido en 1813, fue en un principio
profesor particular, y luego preceptor de los hijos del duque de
Altenburg; más tarde, por medio de Federico Guillermo IV de Pru-
sia, fue nombrado pastor del pueblo de Rócken, situado en Sajo­
rna, muy cerca de Lützen, y allí se trasladó con su familia, compues­
ta por sus dos hermanas solteras, Auguste -encargada de la casa- y

-18-
Casa de la familia Nietzsche en Rócken, donde nació Friedrich.

Rosalie -dedicada a promover instituciones benéficas-, y su espo­


sa, que no tuvo más remedio que resignarse a poner su hogar en
manos de sus cuñadas. Hija menor del ministro protestante Oehler,
residente en el Pobles sajón, se había casado con Cari Ludwig
Nietzsche en 1843 a la edad de diecisiete años. El 15 de octubre
de 1844, precisamente fecha del cumpleaños del rey de Prusia
que tan magnánimo se había mostrado con él, el joven pastor de
Rócken tuvo un hijo.
El padre de Nietzsche era un hombre de gran corazón y sensi­
bilidad artística, pero también con una fuerte propensión hacia lo
sentimental, según lo revela el sermón que pronunció en el bautizo
de su hijo:
«¡Oh, gozoso mes de octubre! ¡Bienaventurado seas! Tú has
sido, a lo largo de mi vida, el mes en que me han sucedido los

-19-
Ullstein Bilderdienst, Berlín

-20-
Friedrich Würzbach: Nietzsche (Propylaen Verlag, Berlín 1942)

/A
je ,
, i ■
VUSu*L$-_
Tr^eSríAi
A ícfysrki.
G^ftú<r, Vot. IV U le í^
pC üi, CJchktr.

Inscripción en el registro parroquial del nacimiento y bautizo de Nietzche.

Una vísta de la muralla de Naumburgo con la Marientor.


Franziska Oehler, madre de
Nietzsche.

La casa de Naumburgo, en ►
el número 18 de la calle
Weingarten, donde
transcurrió la infancia
de Nietzsche desde la
muerte de su padre.

acontecimientos más importantes. Pero el de hoy es el mayor de


todos, y el más maravilloso, porque es el bautismo de mi hijito. ¡Oh,
deliciosa festividad! ¡Oh, inefable obra santa! ¡Oh, momento dicho­
so! ¡Bendito sea en nombre del Señor! He aquí el grito más profun­
do de mi corazón: dadme a mi querido hijo para que lo consagre al
Señor. Hijo mío, te llamarás Friedrich Wilhelm, en recuerdo de mi
real benefactor, en cuyo cumpleaños naciste...»
Friedrich Wilhelm Nietzsche, conocido familiarmente por Fritz,
tuvo otros dos hermanos: Elisabeth, nacida en 1846, y Joseph,
muerto en 1850 a los dos años de edad, unos pocos meses después
que su padre. Este había contraído en agosto de 1848 una en­
fermedad cerebral, a resultas de una caída, que le llevó a la tumba
once meses después. Nietzsche no había cumplido aún cinco años
cuando murió su padre. Desde entonces creció en un entorno do­
méstico regido y rodeado exclusivamente por mujeres: su abuela,
sus dos tías, su madre y su hermana. En abril de 1850 abandona­
ron la casa rectoral de Rocken, y por voluntad de la abuela, la
familia se trasladó a Naumburgo, una población a orillas del Saale

-22-
en la que la anciana señora había vivido antes de su matrimonio y
donde tenía su círculo de amigos.
A pesar de las apariencias, la familia mantenía un estilo de vida
muy acorde con los tiempos: el padre de Nietzsche tenía aptitudes
naturales para la música muy notables; componía, e incluso lograba
excelentes improvisaciones al piano. A su abuelo Oehler le gusta­
ban la caza, las cartas, la música y el teatro, que promovía con
actores aficionados. En resumen, puede decirse que era una familia
orgullosa de sus raíces y peculiaridades, entre las que no faltaba la
leyenda: Auguste y Rosalie solían afirmar que entre sus antepasa­
dos se contaba un noble conde polaco que había tenido que huir
de su patria para salvaguardar sus creencias religiosas. Con este
recurso a raíces nobles y extranjeras pretendían elevar a la familia
Nietzsche por encima de su entorno campesino y provinciano. Esa
afirmación carecía de fundamentos históricos, pero aun así dotó a
la familia de una conciencia de singularidad que, desde fecha tem­
prana y para siempre, alcanzó también al joven Fritz y que se pon­
dría de manifiesto en muchos de sus testimonios futuros.

-23-
Los años escolares

Nietzsche ha dejado constancia del choque que le supuso tras­


ladarse de la amplia casa rectoral situada en el campo a los estre­
chos límites del domicilio ciudadano de Naumburgo. Aun cuando
no era más que un niño, aceptó con hostilidad este cambio de
entorno, y surgieron dificultades que se multiplicaron cuando su
abuela le obligó a asistir a la escuela municipal de Naumburgo. En
sus relaciones con los que debían ser sus compañeros de juegos,
Nietzsche fracasaba una y otra vez, y era incapaz de entablar amis­
tades. Esta situación mejoró en una escuela privada que preparaba
a los niños para ingresar en el instituto catedralicio. En ella encontró
sus primeros amigos: Wilhelm Pinder y Gustav Krug, hijos ambos
de abogados que frecuentaban el círculo de conocidos de su abue­
la. A los ocho años, Nietzsche ingresó, junto con ellos, en el instituto
catedralicio. La vida en el colegio no le resultaba fácil: el aprendiza­
je de reglas y las numerosas obligaciones a las que debía someterse,
en el fondo, le desagradaban. Ya en esta época dio muestras de su
gran talento y sensibilidad.
La artificialidad y afectación del círculo familiar de Naumbur­
go, que conllevaban exigencias religiosas y morales muy elevadas,
impidieron que el joven Friedrich Nietzsche participase abiertamen­
te en los juegos despreocupados propios de su edad e hicieron que
se dedicase desde fechas muy tempranas a escribir: a los diez años
había compuesto un motete y unos cincuenta poemas; en ellos, sin
recurrir a modelos, pretendía reflejar la grandiosidad de la naturale­
za, e intentaba reducir a metro los temporales y tormentas. En
1858, cuatro años más tarde, con una precocidad sorprendente,
comenzó un diario autobiográfico. Esas páginas, escritas por un
adolescente de catorce años, son todavía hoy una lectura fascinan­
te: por ellas desfilan descripciones infantiles de la vida hogareña,
pero al mismo tiempo dejan entrever esa aguda capacidad para la
dialéctica y la autocrítica que definirán al futuro Nietzsche. Así, por
ejemplo, cuando describe sus intentos líricos y poéticos de cuatro
años atrás: «Mis primeros poemas nacieron en esta época, y en
general escenifican fenómenos de la naturaleza. ¿Hay acaso algún
corazón juvenil que no se sienta tocado por la grandiosidad, y no
desee fijarla en los versos? Aventuras en mares procelosos y tor­
mentas con rayos y truenos fueron mis primeros materiales... Yo no
tenía modelos, y apenas sabía cómo imitar a un poeta, así que
desgranaba mis versos según mi buen entender. Hubo algunos
deplorables, y en general, los poemas acusaban un lenguaje áspero
y duro, y sin embargo, prefiero con mucho este primer periodo al

-24-
otro que referiré después. Uno de mis principios guía fue siempre
escribir un librito para leerlo yo mismo una vez terminado. Todavía
hoy conservo este rasgo de vanidad; pero entonces, mis propósitos
quedaban reducidos a meros proyectos: sólo en contadas ocasio­
nes intenté ponerlos en práctica. Yo no dominaba los artificios de la
rima ni del metro, así que versificaba con demasiada lentitud y
componía versos sin rima. Aún conservo alguno de aquellos poe­
mas. En uno de ellos quise describir el carácter efímero de la fortu­
na, y con tal objeto escenifiqué los ensueños de un caminante que
dormitaba en medio de las ruinas de Cartago: Morfeo le mostraba
la historia de la ciudad, el cénit y el crepúsculo de su destino, hasta
que al final el caminante despertaba. Sí, aún conservo algunos de
los poemas de esa época, pero he de reconocer que en ninguno de
ellos aleteaba el fulgor de la verdadera poesía.» Y un poco más
adelante escribe: «Un poema sin ideas, que se reduzca a amontonar
frases e imágenes, es como la manzana que ofrece a los ojos un
aspecto sonrosado e impecable, pero que está carcomida por el
gusano en su interior. El poema no admite tópicos ni lugares comu­
nes, y su uso reiterado demuestra que su autor es incapaz de crear
por sí mismo.»
Estas líneas resultan muy reveladoras porque ponen de mani­
fiesto la autocrítica afectada del niño modelo, educado entre muje­
res beatas y vanidosas, y al mismo tiempo una responsabilidad más
madura, poco acorde con su edad, visible en esa disculpa narcisista
de una vanidad que todavía conserva. Pero esas observaciones de
Nietzsche revelan también su sensibilidad, su creciente espíritu de
observación y esa necesidad imperiosa e indómita de crear algo por
sí mismo. Igualmente, desde fechas muy tempranas comienza a
aflorar uno de los caudales más importantes de la herencia paterna:
la música. Mozart, Haydn, Schubert, Mendelssohn, Beethoven,
Bach y Haendel se convierten durante el periodo de Naumburgo
en los pilares básicos de su formación musical. El adolescente enca­
ra con escepticismo la «música del futuro» encarnada en un Berlioz
o en un Liszt. Es en el ámbito musical y artístico donde Nietzsche se
encuentra a gusto y halla esa felicidad que sólo había logrado gozar
durante las vacaciones que pasaba con sus abuelos Oehler en Po-
bles, lugar mucho menos distinguido que Naumburgo, y por el que
Nietzsche y su hermana podían deambular a su antojo, vestidos
con las ropas más extravagantes y viejas.
Al margen de estas esporádicas alegrías vacacionales, Nietz­
sche iba madurando, convirtiéndose en una persona seria y reflexi­
va, buen conocedor de la Biblia y de piedad muy arraigada. Más
tarde escribiría que a los doce años había visto a Dios en toda su

-25-
pompa y esplendor. A los progenitores de Wilhelm Pinder y Gustav
Krug, sus amigos de Naumburgo, Nietzsche les debe algo que su
padre, muerto prematuramente, no había podido darle: su inicia­
ción en la literatura. El padre de Pinder, gran aficionado a la litera­
tura, hizo que el joven Nietzsche se familiarizara con Goethe; el
consejero privado Krug, que mantenía una amistad personal con
Mendelssohn y otros músicos de la época, además de componer él
mismo, parece que fue un gran virtuoso de la música. Nietzsche
solía frecuentar ambas casas, y gracias a los padres de sus amigos
llegó a adquirir conocimientos de literatura y música muy poco
habituales para su edad.
Sus amigos Wilhelm y Gustav y su hermana Elisabeth forma­
ban su círculo de afinidades, cuyo centro lo constituía el propio
Nietzsche. Pinder, por mimetismo, llegó también a escribir una
especie de autobiografía a los catorce años. De ella sacamos los
siguientes extractos que documentan las relaciones del joven Fritz
con sus amigos: «Como niño que era, se distraía con innumerables
juegos que él mismo se inventaba, lo que pone de manifiesto su
espíritu vivaz, imaginativo e independiente. Dirigía todos los juegos
y hallaba siempre formas nuevas para ponerlos en práctica...» Y en
otro lugar: «Desde los años más tempranos amaba la soledad, y a
ella se entregaba para rumiar sus pensamientos; en cierto modo
huía de las gentes y buscaba la compañía de la naturaleza, sobre
todo si se trataba de parajes grandiosos y bellos.» Su hermana
Elisabeth recoge una observación hecha por Nietzsche en la Pas­
cua de 1857, a propósito de las buenas calificaciones escolares
obtenidas por ambos: «Cuando Fritz y yo... nos quedamos solos,
me preguntó si no me parecía raro que nosotros aprendiésemos
con tanta facilidad y supiéramos cosas que otros niños no sabían.»
Las descripciones de Pinder y de su hermana hay que* exami­
narlas con cierta cautela. No obstante, al confrontarlas con la auto­
biografía de Nietzsche demuestran que ya entonces subyacían en
su espíritu juvenil los rasgos característicos de su futuro pensamien­
to y conducta. Sus primeros escritos de juventud preludian toda la
temática del futuro: la conciencia de ser diferente, la soledad, el
tema de Así habló Zaratustra, la relación intensa con el arte, las
dificultades de adaptación, su tendencia a erigirse en jefe de su
entorno de simpatizantes, su fina sensibilidad para el lenguaje, e
incluso el motivo del caminante que será tan frecuente en el futuro.
Todo esto aparece en germen en sus escritos juveniles. En esta
época Nietzsche padeció enfermedades muy a menudo, pero su
disposición de ánimo le hizo salvar todos los obstáculos, y se distin­
guió tanto entre sus compañeros de colegio que le fue concedida

-26-
Carta del joven Nietzsche a su madre, fechada en Pforta, 1859.

una beca para el famoso instituto de Schulpforta. A los catorce años


abandonó Naumburgo, y en octubre de 1858 se trasladó a Pforta
para continuar allí sus estudios. Este acontecimiento provocó un
cambio trascendente en la vida de Nietzsche porque supuso el fin
de su infancia, sobre la cual escribió en 1864:

«Tuve unos progenitores excelentes; la muerte de mi padre,


tan admirable por todos los conceptos, me privó de su ayuda y

-27-
dirección, pero, por otro lado, sembró en mi espíritu el amor por la
seriedad y por lo especulativo.
»Su desaparición quizá supuso un inconveniente adicional
porque mi evolución no fue supervisada nunca por ojo masculino
alguno, de modo que la curiosidad por lo nuevo y el afán de saber
me arrastraron hacia los campos culturales más diversos, y en ellos
me zambullí sin orden ni concierto, a riesgo de confundir a un
espíritu joven apenas salido de la infancia y de poner en peligro las
bases de un saber sólido y bien fundamentado. Este periodo de los
nueve a los quince años se caracteriza por la pasión del “saber
universal”, tal como yo solía definirlo; no desatendía, por otro lado,
los juegos propios de mi edad, pero los practiqué con un ardor casi
doctrinario, y así, por ejemplo, llegué a escribir libritos referentes a
casi todos los juegos para entregarlos a mis amigos y que tomasen
cumplida nota. A los nueve años, y por una casualidad muy espe­
cial, desperté a la música y comencé a componer de inmediato, si
es que puede llamarse componer a los esfuerzos apasionados de un
niño por trasladar al papel la armonía de los tonos. Cantaba tam­
bién textos bíblicos con el fantástico acompañamiento del pianofor­
te, y escribía poemas espantosos, pese a que ponía en ellos todo mi
esmero y aplicación. Y por si todo esto fuera poco, hasta dibujaba
y pintaba.
»A1 llegar a Pforte, me había asomado ya a las aguas profun­
das de la mayoría de las ciencias y de las artes: a decir verdad,
sentía interés por todo, excepto por esa ciencia demasiado abstrac­
ta que son las matemáticas, que a mí me aburrían sobremanera.
Este vagabundear sin método alguno por todos los campos del
saber con el tiempo me produjo disgusto, y me propuse restringir
mis propios límites para penetrar más sólida y profundamente en
ámbitos más concretos.»

Nietzsche, que era más bien inconstante cuando se trataba de


elaborar trabajos arduos y detallados, reconoció esa debilidad suya,
atributo complementario de una inteligencia de miras más amplias.
Schulpforta y los maestros que allí tuvo encaminaron todos sus
esfuerzos a cimentar esa obligación impuesta por él mismo de la
«limitación», y le proporcionaron una sólida formación humanística
y filológica.

Nietzsche en 1861. Laboriosidad y disciplina eran los aspectos dominantes de la ►


enseñanza en Schulpforta.

-28-
Ullstein Bilderdienst, Berlín
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«A un Dios desconocido», poema escrito por Nietzsche a comienzos del otoño


de 1864.

-30-
Schulpforta

La antigua abadía cisterciense de Schulpforta, situada a orillas


del Saale y a muy poca distancia de Naumburgo, era toda una
institución dentro de la enseñanza por su solera y por el nivel de sus
conocimientos. Los esfuerzos pedagógicos se encaminaban a que
los casi doscientos alumnos adquirieran una formación clásica sóli­
da y desarrollaran y formaran su personalidad y su carácter. La
laboriosidad, la disciplina y una vida auténticamente espartana eran
las virtudes básicas de la institución; sus métodos eran severos,
pero no opresivos, y sus profesores, muy capacitados, y en algunos
casos, personalidades de renombre. Pese a todo, y como ya le
había ocurrido durante el duro intermezzo de la escuela municipal,
Nietzsche tuvo que arrastrar dificultades de adaptación al ambiente,
acrecentadas por esa nostalgia que se apodera de la mayoría de los
niños al ingresar en un internado. Nietzsche se sumergió en el estu­
dio, y al principio no hizo amistades nuevas. Durante las vacaciones
regresaba a su hogar, y allí intentaba siempre recuperar su libertad
de pensamiento, desembarazarse de los rígidos corsés intelectuales
que le imponían en Pforta. En su casa fundó un club artístico-litera-
rio,-«Germania», cuyos únicos miembros, además de él, fueron sus
viejos amigos Krug y Pinder. Según los estatutos de dicho club,
cada uno de sus miembros debía presentar todos los meses un
trabajo que se sometería a una crítica conjunta. Hay que reseñar
también que con los escasos medios de la asociación se suscribie­
ron a la Revista de Música, fenómeno que contribuyó en buena
medida a fijar los gustos musicales de Nietzsche: éste, que sólo
había prestado atención a los clásicos, descubrió de pronto a Ri­
chard Wagner, y con los últimos fondos de «Germania» compraron
la partitura para piano de Tristán e Isolda.
Un nuevo amigo entró en su vida: Paul Deussen, con el que
Nietzsche recibió la confirmación en la Pascua de 1861, y que sería
durante muchos años un compañero de viaje en su peregrinaje
espiritual. Deussen recuerda ese momento en su obra Recuerdos
de Friedrich Nietzsche: «Los confirmandos se aproximan al altar de
dos en dos, y al llegar, Nietzsche y yo nos arrodillamos juntos como
dos amigos íntimos. No se me ha borrado aún de la memoria la
religiosidad y ensimismamiento que nos había embargado en las
semanas anteriores y que se prolongó durante la confirmación.
Deseábamos separarnos para estar a solas con Cristo, y todos
nuestros pensamientos, emociones y actos estaban impregnados
por la alegría de lo sobrenatural.»
Este fervor cristiano no duró mucho, porque las dudas comen­

-31 -
zaron a asaltar a Nietzsche; el aprendizaje del sistema lógico y filoló­
gico de Pforta le condujo a enfocar, al principio de manera in­
consciente, la fe recibida de sus padres con un distanciamiento
crítico. Esta transformación de sus puntos de vista no se operó de
una manera brusca ni tuvo su origen en vivencias o acontecimien­
tos externos concretos; no hay pruebas de que Nietzsche padeciera
dudas religiosas o crisis profundas que provocaran el desmorona­
miento de sus creencias. Las dudas sobre el cristianismo y su poste­
rior rechazo sin paliativos fueron consecuencia de una evolución
lenta y paulatina, motivada por el bagaje cultural que había adquiri­
do. Nietzche tiene posiblemente razón cuando más adelante definió
este proceso como una liberación tranquila e indolora. Esta pérdida
de la fe es quizá el acontecimiento más sobresaliente y decisivo de
la juventud del filósofo.
Durante este periodo Nietzsche estudió a fondo a los clásicos y
al mismo tiempo estuvo vinculado a la poesía romántica. Conocía
muy bien a Jean Paul, pero el objeto de su devoción era Hólderlin,
poeta casi desconocido en su tiempo. Su Carta a mi amigo para
recomendarle la lectura de mi poeta favorito, fechada el 19 de
octubre de 1861, atestigua muy a las claras el exquisito gusto litera­
rio de Nietzsche y su aguda capacidad crítica para discernir la
calidad:

«Estos versos -por referirme tan sólo a su forma literaria- que


brotan de un espíritu excelso, puro y delicado, estos versos cuya
naturalidad y originalidad eclipsan el arte y la elegancia de Platens,
estos versos, repito, que fluctúan entre la inspiración más sublime y
los sones más delicados de la melancolía, ¿acaso puede calificárse­
les con otra palabra que no sea la tópica y manoseada de “perfec­
tos”?... Todo esto se refiere exclusivamente a su forma literaria y
externa; permíteme ahora añadir unas cuantas palabras sobre la
riqueza intelectual de Hólderlin, que a ti te parece confusión y
vaguedad. Tu crítica debe referirse a algunos poemas de su época
de demencia, y quizá incluso a otros anteriores que revelan la lucha
sorda contra la noche de la locura que comienza a abatirse sobre su
espíritu, pero la mayor parte de ellos son las perlas más puras y
valiosas de nuestra poesía. Te remito a poemas como “Retorno a la
patria”, “El torrente encadenado”, “Puesta de sol”, “Cantar de
ciego”, y te recuerdo las últimas estrofas de la “Fantasía nocturna”
que expresan la melancolía y el anhelo de paz más profundos:

»En el cielo nocturno florece una primavera [...]


El poeta alemán
Johann Christian
Friedrich Hólderlin
(1770-1843), por
quien Nietzsche sintió
auténtica devoción en
su juventud.

»En otros poemas, como por ejemplo, “Recuerdo” y “Exilio”,


el poeta nos eleva hasta las cimas del ideal, y descubrimos y senti­
mos con él que éste reside en el patriotismo. Queda, por último,
una serie muy importante de poemas en los que dice verdades
amargas a los alemanes, desgraciadamente con mucho fundamen­
to. En “Hyperion” no ahorra las frases más duras e incisivas contra
el “barbarismo” alemán. No obstante, esta aversión por la realidad
no está reñida con su acendrado patriotismo, que Hólderlin poseía
en alto grado. Pero esto no es óbice para que odiara el carácter
jactancioso y filisteo de algunos alemanes.
»...Yo sólo pretendo -y éste es el motivo de mi carta—que estas
líneas te impulsen a conocer y a criticar luego sin prejuicios a este
poeta, hoy desconocido para la mayor parte de su pueblo.»

Esta carta, escrita por un joven de diecisiete años, delata el


lenguaje apasionado y sugestivo del Nietzsche futuro al defender

- 3 3 -
una causa, descubre a Hólderlin cinco décadas antes que los ale­
manes, y ante todo y sobre todo, pone de manifiesto la estrecha
afinidad de Nietzsche con el poeta de Tubinga: la comprensión de
un lenguaje poco común, propio del idealismo romántico, de la
crítica a los alemanes provocada por un fervoroso patriotismo, e
incluso de las tensiones y problemas derivados de la amenaza de la
locura, son elementos que obligan a Nietzsche a salir en defensa de
Hólderlin. El mundo del poeta trasluce el propio mundo de Nietz­
sche. Hólderlin y Jean Paul, y más tarde Schopenhauer y Wagner,
demuestran que Nietzsche es un hijo del romanticismo, un autor
incomprensible al margen de este movimiento, y al mismo tiempo
uno de los que lo culminaron y lo trascendieron.
Durante su último curso en Pforta, Nietzsche ejecutó un con­
cienzudo trabajo sobre Teognis de Mégara, con el que intentaba
armonizar y describir la personalidad del autor y su obra. El tema,
concebido al principio como un ejercicio escolar más, le fascinó
tanto que lo continuó más tarde, Al final de esta etapa escolar, era
un alumno aventajado en todas las materias (a excepción de las
matemáticas) y especialmente sobresaliente en filología clásica. En
octubre de 1864 Nietzsche, Deussen y algunos otros alumnos de
Pforta se matricularon en la Universidad de Bonn.

La Universidad: Bonn y Leipzig

Los dos semestres que Nietzsche pasó en Bonn no le resulta­


ron muy fructíferos, aunque hay que reconocer la importancia de
su encuentro con el mundo universitario, alrededor del cual giraría
durante muchos años su vida. Eligió la Universidad de Bonn por
distintas razones, y la principal era la fama internacional de que
disfrutaba aquélla en el ámbito de la filología clásica. Friedrich Wil­
helm Ritschl y Otto Jahn dirigían su departamento de filología, y de
él habían salido una serie de destacados investigadores. Tras la
rígida disciplina académica de Pforta, Nietzsche se halló de pronto
inmerso en la libertad más absoluta y hermosa: era él quien tenía
que decidir por sí mismo la naturaleza de sus estudios. La base
intelectual adquirida en Pforta lo impulsaba hacia la filología, pero,
además de las materias propias de esta especialidad, se matriculó
también en otras asignaturas como Historia del Arte, Historia de la
Iglesia, Teología y Política. Cuando ya vislumbraba el final de sus

El joven Nietzsche en 1864, el ano de su ingreso en la universidad. ►

-34-
Bildarchiv der Ósterreichischen Nationalbibliothek, Viena
Fachada de la Universidad de Bonn.
estudios académicos Nietzsche hizo las siguientes reflexiones auto­
biográficas sobre este periodo inicial, en las que resplandece la
lucidez autocrítica de anteriores manifestaciones: «Yo deseaba con­
trarrestar esa tendencia mía hacia la dispersión, tan predominante
hasta entonces. Quería dedicarme a una ciencia que exigiera una
reflexión fría y lógica, un trabajo constante y uniforme que desem­
bocara en resultados no inmediatos. Creí que todas estas condicio­
nes las satisfacía la filología, especialidad al alcance de la mano para
un alumno de Pforta.»
Nietzsche se propone una empresa problemática, arriesgada:
defenderse con el escudo de la filología de su fuerte propensión
caracterológica hacia lo romántico. Fracasaría en el intento, por­
que, más tarde, la tarea filológica que por su rigor se había autoim-
puesto iba a producir el efecto contrario.
Consciente de sus escasas aptitudes para las relaciones huma­
nas, Nietzsche albergaba, al iniciar sus estudios, este deseo de fría
serenidad filológica, y se propuso conocer y entender mejor el
mundo y las personas, vistos sólo hasta ese momento a través de
los libros. Esta y no otra es la razón de que ingresara en «Franco-
nia», una corporación de estudiantes. Este paso requería una expli­
cación frente a sí mismo y frente a su familia. Las asociaciones
estudiantiles habían perdido ya su perfil político, otrora determi­
nante, y por entonces prevalecía sobre todo su carácter social y
mundano. El 24-25 de octubre Nietzsche, desde Bonn, escribía casi
disculpándose a su madre y a su hermana:

«Bien, ya os veo sacudir la cabeza una y otra vez y proferir


exclamaciones de asombro. Ciertamente comprendo que mi acti­
tud puede causaros extrañeza, pero no os lo tomo a mal. Al mismo
tiempo que yo, se han adherido a “Franconia” siete nuevos miem­
bros, y excepto dos, todos son bien conocidos en Bonn y algunos
están ya en el cuarto semestre. Voy a citaros a algunos de ellos,
porque estoy seguro de que os resultarán conocidos: Deussen,
Stóckert, Haushalter, Tópelmann, Stedefeldt, Schleussner, Michael,
y por supuesto, yo mismo.
»Como es natural, he meditado a fondo este paso, y me ha
parecido casi necesario a la vista de mi naturaleza. Somos casi
todos adictos a la filología y amantes de la música. En general, en
“Franconia” reina un ambiente interesante, y los miembros más
antiguos me han causado una muy grata impresión.»

El giro ambiente interesante, desacostumbrado en Nietzsche


por su mediocridad, deja traslucir una cierta desazón y revela su

-38-
inseguridad al dar ese paso teniendo en cuenta su naturaleza. De
hecho, las actividades superficiales de la asociación más que
atraerle le repelían y le provocaban cierto hastío, aunque al princi­
pio celebró con agrado las fiestas, bailes y amistades femeninas que
allí conoció. Nietzsche hizo incluso pinitos en esgrima y participó en
algún duelo. Sin embargo, no causa sorpresa que al año siguiente,
con unas líneas llenas de cortesía y formalismo, abandonase «Fran-
conia». Como en su época de colegial, tampoco ahora le satisfacían
a la larga las distracciones del común de la gente. En el futuro,
cuando sea profesor de la Universidad de Basilea, iniciará otra vez
una experiencia semejante. Las descripciones que hace de su parti­
cipación en el gran festival musical de Colonia, de varios días de
duración, demuestran que a pesar de que participó en él con un
«entusiasmo inigualable», sumergiéndose en ese ambiente festivo
de cantos y bebida, la vida social y los actos multitudinarios le
desagradaban en el fondo. A punto de acabar su primer semestre
en Bonn, escribe Nietzsche a su familia: «Aquí, en los círculos estu­
diantiles, se me considera una autoridad en música y un tipo un
tanto extravagante. Pese a mi aire socarrón, gozo de cierta popula­
ridad y tengo fama de satírico. Esta opinión que de mí tienen los
demás os resultará interesante, pero he de deciros que no la com­
parto, que tampoco soy feliz, que es cierto que soy un poco velei­
doso y que me agrada, a veces, atormentarme, no sólo a mí mismo,
sino también a los demás.»
Son palabras escritas por un joven insatisfecho consigo mismo.
Ni siquiera el vínculo de la música estrechaba los lazos de Nietzsche
con otros miembros de «Franconia». En las canciones producto de
la bebida, sólo hallaba un placer pasajero. Durante el primer se­
mestre músico poemas de Chamisso y Petófi con un estilo muy
influido por Schumann.
En el terreno académico, las cosas no le iban mejor. Las clases
de teología fomentaban sus dudas crecientes sobre el cristianismo.
Siendo un colegial, Nietzsche había leído, para gran consternación
de su familia, la Vida de Jesús de Strauss. Sus influencias perdura­
ron, y Nietzsche comenzó a criticar las fuentes del Antiguo Testa­
mento. Por otro lado, las rivalidades y disputas entre sus profesores
Ritschl y Jahn, que habían alcanzado una resonancia escandalosa
en el ámbito académico, perturbaban gravemente sus estudios de
filología clásica. Nietzsche, en consecuencia, tomó la determinación
de trasladarse a Leipzig para comenzar el tercer semestre, y el he­
cho de que a Ritschl le ofrecieran una cátedra en Leipzig contribuyó
a su salida de Bonn, ciudad que le había sido muy poco propicia.
En Bonn Nietzsche había fracasado en su intento de llevar la

-39-
Friedrich Würzbach: Nietzsche (Propylaen Verlag, Berlín 1942)
El filólogo Friedrich

Historisches Bildarchiv Lolo Handke, Bad Bemeck


Wilhelm Ritschl.

Composición musical de
Nietzsche sobre su poema
«La ¡oven pescadora»
(11 de julio de 1865).

Fachada de la Universidad
de Leipzig.

UUstein Bilderdienst, Berlín


vida despreocupada de un universitario «normal». En Leipzig, sin
embargo, se recluyó en sí mismo y concentró todas sus energías en
los estudios, encontrando al fin su propio estilo de vida. Pese a su
natural reservado y orgulloso, pronto ganó fama como filólogo por
algunos trabajos de mérito dirigidos por su profesor Ritschl. Cuan­
do éste le sugirió, en privado, la formación de una asociación filoló­
gica, Nietzsche dio su aprobación, y de nuevo salieron a flote, den­
tro de la universidad, los anhelos adolescentes que había manifes­
tado al adherirse a «Germania». Pronto contó Nietzsche con un
reducido círculo de adeptos. A principios de 1866 hizo su primera
disertación en público con motivo de una nueva edición de los
poemas de Teognis de Mégara. El éxito de sus conferencias le
animó a mostrar a su maestro su antiguo trabajo sobre Teognis, de
quien no recibió más que alabanzas; Ritschl le aconsejó retocar el
manuscrito y publicarlo.

«Tras esta entrevista -escribiría Nietzsche- mi vanidad y mi


persona entera ascendieron hasta el séptimo cielo. A mediodía,
mientras paseaba con un grupo de amigos hacia Gohlis (hacía un
tiempo soleado y agradable), pugnaban por salir de mis labios un
raudal de palabras sobre mi buena suerte. Al fin, sentados en una
fonda ante un café y unos pasteles, no pude contenerme más y
conté a mis asombrados amigos lo que me había ocurrido. Durante
un cierto tiempo deambulé de un lado a otro como presa del éxta­
sis. Así, con el aguijón de la alabanza, me convertí en un filólogo y
abrigué esperanzas de progresar en mi carrera.»

Tras el año perdido en Bonn, a Nietzsche le cupo la suerte de


hallar un profesor que, además de ser una autoridad en la materia,
le impulsaba a estudiar. Aceptó su dirección, sobre todo porque
Ritschl era un profesional reconocido con una aguda capacidad
para comprender el arte, fenómeno visible en cualquiera de sus
trabajos especializados. Fue este rasgo de su maestro el que más
agradó al ahora joven filólogo, y a él debe básicamente su forma­
ción intelectual. Otra de las disertaciones de Nietzsche versó sobre
la catalogación de las obras de Aristóteles y supuso un valioso
estudio crítico de las fuentes. Por sugerencia de Ritschl, la universi­
dad convocó un concurso sobre este tema, y el premio fue para el
trabajo de Nietzsche. A raíz de concedérsele tal galardón, el trabajo
se publicó en varios números de Rheinisches Museum. No tardaron
en difundirse en la misma revista otras investigaciones suyas, como
los estudios sobre Teognis y el manuscrito sobre la Oda a Dánae,
de Simónides. El nombre de Nietzsche comenzó a correr de boca

-42-
en boca en los círculos especializados. Cuando en 1869, sin acabar
aún sus estudios y de nuevo a instancias de Ritschl, le fue ofrecida
una cátedra en Basilea, se había ganado ya una sólida reputación
intelectual.
La obra sobre Teognis no fructificó sólo en el campo de la
filología. Nietzsche, al estudiar a este poeta griego, comenzó a intro-
yectar de algún modo su aristocratismo. He aquí una de las frases
de Teognis: «De los nobles aprenderás cosas nobles, pero si te
mezclas con los inferiores, perderás incluso tu propia mentalidad.»
Esta sentencia refleja una concepción del siglo -VI, pero cuando
Nietzsche la asume, se convierte en un preludio de Así habló Zara-
tustra y de su concepción del superhombre. Es lícito suponer, en
estas circunstancias, que las investigaciones sobre Teognis y su lau­
reado trabajo sobre Aristóteles —que forzosamente debió conducir a
Nietzsche a Diógenes Laercio- despertaron en él el gusto por la
filosofía, o por lo menos le predispusieron a abordar problemas
filosóficos. Con todo, el encuentro decisivo con la filosofía tuvo
lugar durante el primer semestre de Leipzig y estuvo enmarcado
por la lectura de las obras de Arthur Schopenhauer. Ritschl y la
filología le encaminaban a culminar su carrera y practicar una pro­
fesión en la que Nietzsche era feliz a ratos, pero que le resultaba
siempre muy laboriosa. Schopenhauer, sin embargo, despertó y
dio alas al genio que llevaba dentro. Visto desde una óptica desa­
pasionada e imparcial, este despertar arrastró a Nietzsche a un
sistema ideológico personal basado en una comprensión todavía
muy inmadura e ingenua del pensamiento de Schopenhauer.
Para Nietzsche, Wagner representaba la vanguardia musical, y
Schopenhauer, la concepción del mundo más acorde con su tiem­
po. Por entonces, y exceptuando a Platón, no conocía a ninguno
de los grandes filósofos. Su descubrimiento de Schopenhauer no
fue el producto de investigaciones rigurosas y serias, sino de sus
circunstancias personales derivadas de su propia naturaleza. Había
intentado domeñar su carácter, proclive al romanticismo, con
la filología, y ahora éste se vengaba de toda esa represión, porque
tras la lectura de Schopenhauer afloró con mucha más fuerza y
vehemencia:

«Por aquel entonces, preso de algunas experiencias decepcio­


nantes y dolorosas, me encontraba solo, sin amarras, sin un princi­
pio guía, sin esperanzas, sin un solo recuerdo amable. Del alba al
crepúsculo me esforzaba por construir mi propia vida. Esta es la
razón de que rompiera los últimos lazos que me ataban a mi pasado
de Bonn; corté todos los vínculos entre mi persona y aquella aso-

-43-
Cari von Gersdorff, amigo de
Nietzsche y, como él, gran
admirador de Schopenhauer.

ciación. En la feliz soledad de mi casa logré encontrarme a mí


mismo, y sólo salía de ella para reunirme con mis amigos Mushacke
y Von Gersdorff, que albergaban los mismos propósitos que yo.
Imagínese usted el efecto que, en semejante situación, podía causar
la lectura de la obra capital de Schopenhauer. Un día, por azar,
hallé en la librería del viejo Rohn ese libro, y como poseído lo tomé
entre las manos y lo hojeé. De pronto un extraño espíritu me susu­
rró al oído: “Llévatelo a casa”. Lo compré, contrariando mi cos­
tumbre de no adquirir libros a la ligera. Apenas llegué a casa, me
precipité sobre el sofá con ese tesoro recién adquirido y dejé que
actuara sobre mí ese genio enérgico y melancólico. Cada una de
sus líneas hablaba a gritos de renuncia, negación, resignación. El
fue el espejo en el que descubrí reflejada la espantosa grandiosidad
del mundo, de la vida y de mi propio espíritu, la claridad deslum­
brante y desinteresada del arte; en él descubrí la enfermedad y el
remedio, el destierro y el refugio, el cielo y el infierno. La necesidad
imperiosa de autoconocerme, de desmenuzarme a mí mismo, me
invadió con fuerza avasalladora; testigos de aquel cambio radical
son las hojas de mi diario, llenas de inquietud, melancolía, de auto-

-44-
Erwing Rohde mantuvo una
estrecha amistad con Nietzsche,
que se prolongaría hasta
el derrumbamiento
final del filósofo.

rrecriminaciones inútiles, de esperanzas en la transformación y per­


fección del ser humano. Yo procuraba y me esforzaba por despre­
ciarme a mí mismo, era amargo, injusto y desenfrenado en el odio
dirigido contra mí. No faltaron tampoco los castigos de tipo físico;
así, por ejemplo, durante dos semanas me impuse la obligación de
acostarme a las dos de la madrugada y de levantarme a las seis.
Presa de la excitación nerviosa, quién sabe a dónde me habría
conducido mi locura de no haber actuado a tiempo los atractivos
frívolos de la vida y la necesidad de dedicarme a un estudio metódi­
co y regular.»

Los atractivos frívolos de la vida eran de lo más inocente y


fugaz: el amor. Nietzsche, en efecto, se había enamorado de Hed-
wig Raabe, una actriz que durante el verano de 1866 había actuado
en Leipzig, y de cuyo arte quedó prendado. Falto de la valentía
necesaria para entrar en contacto con ella, Nietzsche le profesaba
un amor platónico y silencioso, y le manifestó su pasión con unas
cuantas canciones a las que él mismo puso música, enviándoselas a
la dama de sus sueños con una dedicatoria llena de exaltación.

-45-
Esta experiencia demuestra y ejemplifica la relación que Nietz­
sche mantuvo siempre con las mujeres, una relación caracterizada
por la inhibición, el distanciamiento y la falta de compromiso. Mu­
cha más trascendencia tuvo para él otro acontecimiento: el inicio de
la amistad con Erwin Rohde, que se prolongaría casi hasta el de­
rrumbamiento final de Nietzsche. En Rohde halló un amigo que no
se le rendía ni se le subordinaba, sino que de alguna manera era su
igual. Rohde, un hamburgués un año más joven que Nietzsche,
había estudiado en Bonn, había asistido al festival musical de Colo­
nia y había seguido también a Ritschl hasta Leipzig. Probablemente

-46-
Historisches Bildarchiv Lolo Handke, Bad Berrieck

Richard Wagner.
La «Asociación filológica» de Leipzig. De los tres que
están sentados, Nietzsche es el de la izquierda; Rohde,
el de la derecha.

ambos amigos se conocían ya desde Bonn, pero la amistad se


consolidó en Leipzig. En la brillantez filológica de Rohde, en su
temperamento y en su desaforado amor por la polémica, Nietzsche
halló un digno rival. Cuanto más intimaban, más se aislaban del
entorno. Nietzsche ha descrito perfectamente el nacimiento de su
amistad:

«En una de sus cartas, Rohde me decía que nosotros habíamos


pasado el último semestre igual que si viviéramos en una isla de­
sierta. Su interpretación es rigurosamente cierta, y yo me di perfec­

-47-
ta cuenta de ello al finalizar el semestre. Sin pretenderlo, nos dejá­
bamos llevar por nuestras apetencias, y pasábamos juntos la mayor
parte del día. No trabajábamos demasiado en el sentido trivial del
término, y sin embargo, los días que pasábamos en común nos
parecían extremadamente fructíferos. Esta ha sido, hasta la fecha,
la única vez en que he experimentado que una amistad en proceso
de consolidación se asentaba sobre bases ético-filosóficas. En gene­
ral, las amistades nacen por afinidades en los estudios. Sin embar­
go, nuestros ámbitos científicos apenas tenían cosas en común, y
únicamente coincidíamos en la ironía burlona con que encarába­
mos los métodos y frivolidades de la filosofía. A menudo andába­
mos a la greña porque nuestras opiniones sobre muchos temas no
coincidían; pero a medida que profundizábamos en la conversa­
ción, la disonancia de pareceres se debilitaba hasta desaparecer, y
al final quedaba un acorde suave y sereno para los oídos.»

Hacia el final de la época de Leipzig, Nietzsche emprendió en


compañía de Rohde una excursión a Meiningen para asistir a un
festival de los wagnerianos. Wagner y Schopenhauer eran por en­
tonces dos exponentes de ese mundo tardorromántico que tanto
habría de influir en la personalidad de Nietzsche.
En el otoño de 1868, Nietzsche se encontró por primera vez
con Richard Wagner en Leipzig. Tiempo atrás, había conocido a
Ottilie Brockhaus, hermana de aquél y esposa del orientalista Her-
mann Brockhaus. Desde entonces, Nietzsche frecuentaba su casa,
y una noche coincidió con Wagner, que había ido a visitar a su
hermana. Luego escribió a Rohde a propósito de este encuentro:

«Antes y después de la cena, Wagner tocó los pasajes más


importantes de los Maestros cantores, imitando con aire desenvuel­
to las distintas voces. Es un hombre vital y apasionado hasta extre­
mos inconcebibles; habla muy deprisa, y con su gracejo natural
ameniza reuniones restringidas como esta que te estoy describien­
do. Yo mantuve con él una larga discusión sobre Schopenhauer.
¡Ah! Comprenderás qué profunda satisfacción me produjo oírle
hablar de él con un apasionamiento indescriptible, y agradecerle
que fuera el único filósofo que había reconocido la esencia de la
música. Luego, Wagner me preguntó qué concepto tenían de él los
profesores, se burló del congreso de los filósofos celebrado en Pra­
ga y habló de los “lacayos de la filosofía”. A continuación nos leyó

El filósofo Arthur Schopenhauer. ►

-48-
un fragmento de la autobiografía que está escribiendo, en la que
recoge una escena sobre su vida de estudiante en Leipzig, tan
divertida que no puedo recordarla sin echarme a reír; escribe con
extraordinaria soltura y agudeza.»

Nietzsche, que admiraba a Schopenhauer desde hacía muchos


años, interpretó la ardorosa defensa que de él hizo Wagner como
una afortunada confirmación de que estaba en el buen camino.
Como filólogo, debía de estar muy familiarizado con Platón y Aris­
tóteles; sin embargo, no fueron éstos quienes avivaron su pasión
por la filosofía, sino Schopenhauer.

Schopenhauer poseía una cualidad poco habitual entre los


filósofos alemanes: era un escritor de altos vuelos. A primera vista,
su mundo ideológico es mucho más accesible que, por ejemplo, los
intrincados análisis de Kant y su escuela. Schopenhauer, en un
sentido radicalmente diferente del de Kant, acentuaba la incapaci­
dad de la razón humana para conocer la verdadera esencia de las
cosas. La razón es, para él, a lo sumo el vehículo con cuya ayuda el
hombre puede alcanzar las metas que, por propia voluntad, se
impone. Pero la vida en cuanto tal carece de valor afirmativo: el
hombre sólo puede liberarse renunciando a sus propios impulsos, a
la actuación ciega de su omnipresente voluntad. El egoísmo es una
actitud connatural al hombre y determina también su conducta
moral. Por ello, la compasión es una variante del egoísmo. El hom­
bre es capaz de conseguir su autoliberación de dos maneras: por
medio del quehacer moral, renunciando a su voluntad, y a través
de la contemplación de la belleza. Para Schopenhauer, el arte ad­
quiere un valor absoluto, y entre todas las artes, la música disfruta
de una posición privilegiada y única porque es expresión directa de
lo real y de la esencia de las cosas. La música no ofrece conceptos
ni conocimientos, pero cuando suena libera al hombre del espacio,
del tiempo, de la casualidad y de todas las ataduras temporales.
Mas la vivencia de lo bello no es constante ni duradera, y por tanto
no puede liberar al hombre definitivamente del dolor y de las nece­
sidades inherentes a la vida; y tampoco se logra esa liberación
desarrollando una moralidad en favor de los demás. El único cami­
no para escapar de la infelicidad radical de la existencia humana
pasa por el ascetismo individual, por la más completa renuncia, por
la extinción de la voluntad propia. Este pesimismo tiene al mismo
tiempo un fondo irracional y amoral, porque desconfía de la posibi­
lidad de conocer y actuar según la razón, y porque tampoco abriga
esperanza alguna en la moral, ya sea de tinte socrático o cristiano.

-50-
A Nietzsche este pesimismo le atraía con fuerza irresistible por­
que compaginaba muy bien con su tendencia a la soledad y porque
los aspectos estéticos de este sistema respondían a sus propias exi­
gencias. Y de nuevo, como ya le había ocurrido en el pasado con
«Germania», no vaciló en hacer proselitismo entre sus amigos para
convertirlos en seguidores de Schopenhauer: su hermana Elisabeth
y sus compañeros de estudios Mushacke, Von Gersdorff y Deussen
se contaron entre los conversos. Schopenhauer calificaba de filis-
teas a las personas normales, y prestó más atención al genio que
precisamente por ser diferente se desvinculaba de la realidad social
y afrontaba sin ayuda la relación con la naturaleza. Esta concepción
debió reafirmar al joven Nietzsche. Arrastrado por el entusiasmo
que despertaban en él las ideas de Schopenhauer, llegó incluso a
interpretar —erróneamente—la Historia del materialismo de Lange
como una apología del sistema de Schopenhauer. Esta obra básica
de Lange había visto la luz en 1866 y fue un preludio del neokantis-
mo. Nietzsche, en una carta a Von Gersdorff, dijo de ella:

«1. El mundo sensible es producto de nuestra organización


interna.
»2. Los órganos de nuestros sentidos (corporales) sólo nos
proporcionan del mundo fenoménico imágenes de objetos que
desconocemos.
»3. Por tanto, nuestra verdadera organización permanece para
nosotros tan desconocida como las cosas objetivas: invariablemen­
te, sólo tenemos ante nosotros el producto de ambas.
»... La verdadera esencia de las cosas, es decir, la cosa en sí,
nos es desconocida, pero además, el concepto que de ellas tene­
mos es simplemente producto de un antagonismo condicionado
por nuestra organización, antagonismo del que desconocemos si
tiene algún significado fuera de nuestra experiencia. Lange deduce
de todo ello que hay que dejar a los filósofos absoluta libertad, en el
supuesto de que nos lleven a alguna parte. El arte es libre e in­
dependiente incluso del ámbito conceptual. ¿Quién se atrevería a
modificar un pasaje de Beethoven o a tachar de imperfecta una
Madonna de Rafael? ¿Te das cuenta? Nuestro Schopenhauer resis­
te incluso esta crítica rigurosa, y todavía será más grande cuando
construya su edificio filosófico. Sí, para mí Schopenhauer es la
culminación de la filosofía.»

En este pasaje falsea el criticismo racional de Lange: en él


Nietzsche entroniza a la filosofía en el hueco que ha dejado libre la
religión, destruida al contacto con la realidad de la ciencia.

-51 -
Nietzsche en 1867.

-52-
Nietzsche fotografiado con uniforme de artillería.

-53-
El servicio militar

Durante el periodo de Leipzig se desarrollan algunos aconteci­


mientos que conviene reseñar. Mushacke se traslada a Berlín y Von
Gersdorff a Nuremberg para hacer su servicio militar; Nietzsche
estrecha sus lazos con Rohde; una epidemia de cólera se abate
sobre Leipzig, a consecuencia de la cual los estudios de Nietzsche
sufren una gran perturbación. En otoño de 1867 se presentó como
voluntario para hacer su servicio militar, solicitando uno de los
regimientos con guarnición en Berlín, pero su intento resultó vano;
al final fue destinado a un destacamento de artillería montada esta­
cionado en Naumburgo, con la ventaja adicional de vivir en su
casa. La vida en las milicias le satisfizo sólo a medias, aunque se
esforzó por sobrellevar con decencia los inevitables entrenamien­
tos. A Rohde le escribía:

«Ha llegado el momento de que mi filosofía me sirva para algo


práctico. En ningún instante me he sentido hasta ahora humillado,
pero a menudo me sonrío igual que si estuviera asistiendo a un
espectáculo fabuloso. Algunas veces, escondido bajo el vientre de
un caballo, murmuro: “Schopenhauer, ayúdame”; y cuando regre­
so a casa agotado y empapado de sudor, me detengo unos instan­
tes observando mi mesa de estudio, y así me tranquilizo, o bien
abro las Parerga que, junto con las obras de Byron, son actualmen­
te mis lecturas favoritas.»

Sin embargo, su entrenamiento militar se interrumpió brusca­


mente como consecuencia de un accidente que le sobrevino mon­
tando a caballo, a resultas del cual sufrió una herida en el pecho.
Como su curación se dilataba, obtuvo la baja del servicio por en­
fermedad y el licénciamiento anticipado. Hay una fotografía de esta
época que muestra a Nietzsche vestido de uniforme y con el sable
desenvainado: la pose responde a los convencionalismos típicos y
tópicos sobre recuerdos semejantes. Es la imagen de un intelectual
disfrazado. Nietzsche aprovechó su licencia por enfermedad para
profundizar en la filología, y en otoño de 1868 volvió a Leipzig con
una base sólida para afrontar su último semestre. Estaba a punto de
terminar su carrera, seguía disfrutando del favor de Ritschl y creía
que le esperaba un brillante futuro académico. Nietzsche no abriga­
ba al respecto, según confesó a Rohde, «esperanzas ilimitadas»; él
simplemente esperaba de su carrera una mayor libertad para dedi­
carse sin cortapisas a sus propios estudios y una situación de in­
dependencia tanto política como social.

-54-
Catedrático en Basilea

Las esperanzas de Nietzsche no resultaron vanas y se cumplie­


ron antes de lo que cabía esperar. En el invierno de 1868-69,
mientras planeaba con Rohde un viaje a París, Ritschl le propuso
como catedrático supernumerario de filología clásica en la Universi­
dad de Basilea. La oferta le llega en un momento en que Nietzsche
cuestiona su dedicación a la filología, e inmerso en una crisis noto­
ria califica a sus maestros, en unas cartas a su amigo, de «engendros
de filósofos» que con «los buches llenos» y «los ojos ciegos» realizan
un «trabajo de zapa». A Nietzsche vuelven a rondarle los fantasmas
del filisteo. Todavía subsiste en él ese estado anímico cuando escri­
be a Rohde aquella famosa carta, en la que intenta animar a su
amigo tras el fallido viaje a París: «Desde luego somos los bufones
del destino: no hace todavía una semana, yo pensaba escribirte
proponiéndote estudiar juntos química y arrumbar la filología en el
desván de los trastos inútiles. Y ahora he aquí que ese demonio
llamado “fortuna” me tienta con una cátedra de filología.»
Nietzsche no resistió la tentación: en febrero de 1869, sin ha­
berse doctorado aún, aceptó el nombramiento. Acto seguido la
Universidad de Leipzig, aduciendo como mérito sus publicaciones
y sin necesidad de examen previo, le confirió el título de doctor,
prescindiendo también de las formalidades habituales en su nom­
bramiento como catedrático de una universidad. Así pues, a los
veinticuatro años y medio finaliza la fase formativa de Nietzsche,
quien, sin pasar por ninguna etapa intermedia, accede a una cáte­
dra como supernumerario, y al año siguiente se convierte en cate­
drático numerario. El 28 de mayo de 1869 el joven catedrático
dictó su conferencia inaugural en Basilea sobre Homero y la filolo­
gía clásica.
2. La tragedia griega
y el espíritu del romanticismo

La vida de Nietzsche podría dividirse muy bien en periodos de


diez años: entre su ingreso en Schulpforta y el último semestre de
Leipzig -cuando ya se sentía un profesor en ciernes—transcurren
diez años dedicados a su formación; fue profesor en Basilea duran­
te otros diez; tras abandonar la docencia en 1879, emprende la
creación de sus obras capitales, que le llevará una década justa; la
última fase de su vida, caracterizada por la enfermedad mental,
dura poco más de un decenio. La periodización es bien visible; y sin
embargo, por asombroso que esto pueda parecer, semejante divi­
sión se apoya únicamente en esquemas externos. Clarifica, pero no
explica, sobre todo porque la vida de Nietzsche fue un proceso
dinámico e inquieto, una senda flanqueada por estados anímicos
opuestos, un desgarramiento constante entre dos polos, entre la
felicidad más embriagadora y el distanciamiento más escéptico y ra­
cional reflejado en la ironía crítica con que juzgaba a personas y
situaciones. Su vida en Basilea y su primera obra filosófica de en­
vergadura, escrita durante los primeros años de actividad docente,
muestran esos rasgos de su personalidad y de su actuación con
especial nitidez. Vivencias y comportamientos ya patentizados en
etapas anteriores se repetirán al iniciarse la época de Basilea.
Basilea, ese tradicional centro de irradiación de la cultura ale­
mana en Europa, recibió al joven catedrático con los brazos abier­
tos. Sus colegas y las familias principales asentadas desde antiguo
en la ciudad se mostraban muy solícitos con él. A Nietzsche, en un
principio, le agradaron las reiteradas invitaciones y el ajetreo social
lleno de corrección que aquéllas conllevaban; asistía con asiduidad
a saraos y hasta se hizo enviar desde Naumburgo un frac nuevo.
Pero no tardará en hacer acto de presencia una peculiaridad suya
puesta ya de manifiesto en anteriores ocasiones: la dificultad de
adaptación. La vida que llevan las gentes de su entorno no acaba

La catedral de Basilea. ►

-56-
Ullstein Bilderdienst, Berlín
de satisfacerte, y así, en una carta a Ritschl, se buda de los «paisa­
nos» de Basilea. Nietzsche mira con indiferencia a la mayor parte de
sus colegas, y el trajín social termina por hastiarlo. Añora a su amigo
Rohde, al que echa de menos por encima de todo lo demás. Resur­
gen en su espíritu las dudas sobre la filología, como antes las de la
religión. Además, en sus actividades docentes se siente inseguro e
incomprendido, y compensa esta vivencia de un entorno hostil con
el convencimiento íntimo de ser, de alguna manera, un elegido y de
estar llamado a desempeñar un destino excepcional. Todos estos
sentimientos encontrados se reflejan en la extensa misiva (fines de
enero-15 de febrero de 1870) que envía a Rohde:

«No puedes imaginarte cuánto te echo de menos... Aquí no


tengo a nadie a quien confiar el lado bueno y el malo de mi vida, y
esto es para mí una sensación nueva. Por si fuera poco, tampoco
simpatizo con ninguno de mis colegas... Acabo de obtener el docto­
rado,. y este hecho supone para mí la confesión más vergonzosa de
ignorancia. La profesión de filólogo cada vez se aleja más de cual­
quier aspiración crítica, fuera de los horizontes del helenismo. Dudo
incluso de si devendré algún día en un auténtico filólogo. Si la
casualidad no me ayuda, no lo lograré de ninguna otra forma. El
motivo es que, por desgracia, carezco de modelos, y me veo a mí
mismo acercándome a pasos agigantados al abismo de la pedante­
ría... ¡Qué no daría yo por vivir juntos los dos!... He dado una
conferencia sobre “Sócrates y la tragedia” que ha provocado un
gran revuelo, amén de interpretaciones equivocadas, pero me ha'
servido para estrechar aún más si cabe los lazos con mis amigos de
Tribschen. Espero que mi suerte cambie: hasta Richard Wagner me
ha sugerido de la forma más enternecedora el destino que conside­
ra más apropiado para mí... Ciencia, arte y filosofía forman un
amasijo tan informe en mi interior que puede que algún día engen­
dre monstruos.»

Estas líneas, por el estado de ánimo que traslucen y que deno­


tan objetivamente, tipifican el dilema de Nietzsche: su conciencia de
vivir al margen del mundo, de ser un marginado, y al mismo tiem­
po, el convencimiento íntimo de ser un elegido. Nietzsche intentó
atraer a Rohde a Basilea para que ocupara su cátedra, mientras él
mismo optaba a la cátedra de filosofía, pero tales esfuerzos fracasa­
ron porque Rohde se trasladó a Kiel y Nietzsche tuvo que seguir
dedicándose a la filología. No obstante, hubo aspectos positivos,
como la aparición de nuevas amistades: Franz Overbeck, un joven
catedrático de Historia de la Iglesia que había llegado a Basilea a

- 58-
Friedrich Würzbach: Nietzsche (Propylaen Verlag, Berlín 1942)
Franz Overbeck, uno de
¡os nuevos amigos de
Nietzsche en Basilea.

Süddeutscher Verlag, Bild-Archiv, Munich

Jacob Burckhardt, colega


de Nietzsche en la
Universidad de Basilea.

- 5 9 -
comienzos de 1870, y con el que Nietzsche alquiló una vivienda;
Romundt, catedrático supernumerario y gran admirador de Scho­
penhauer, con quien entabló una progresiva intimidad; y finalmen­
te —y ésta fue la relación más importante—con uno de sus colegas
de más edad de Basilea: Jacob Burckhardt, catedrático de Historia
del Arte, veintiséis años mayor que él, y por quien sintió gran consi­
deración y respeto. En 1870, Burckhardt había dado un ciclo de
conferencias que luego se harían famosas bajo el título «Reflexiones
sobre la Historia Universal». Nietzsche consideraba a Burckhardt un
«hombre de rara inteligencia». Ambos, que eran más bien de carác­
ter huraño y reservado frente a su entorno, descubrieron sus sim-
I Illstein Bilderdiensí, Berlín
Cosima Wagner.

Historisches Bildarchiv Lolo Handke, Bad Berneck


M La casa de Wagner
en Tribschen. cerca
de Lucerna.

patías mutuas al darse cuenta de que profesaban idénticas opinio­


nes estéticas e ideas similares sobre la antigüedad clásica. Pero la
relación entre ambos no pasó de ser una respetuosa amistad entre
colegas.

La amistad con Wagner

El principal amigo de Nietzsche durante esta época fue Richard


Wagner. El músico era treinta y un años mayor que él y residía por
entonces en Tribschen, cerca de Lucerna. A Nietzsche le faltó tiem­
po para renovar sus lazos de amistad con él, y ya en mayo de 1869
fue invitado a visitar el hogar que Cosima dirigía al margen de todo
convencionalismo. Cosima von Bülow, esposa de un director de
orquesta amigo de Wagner e hija de Liszt, no había contraído aún
matrimonio con el músico. Este, al morir su primera esposa en
1866, se había trasladado de Munich a Suiza, huyendo, como de
costumbre, de una difícil situación económica, política y social. Co-

- 61 -
Historisches Bildarchiv Lolo Handke, Bad Bemeck

Richard Wagner en 1867. La amistad del músico con Nietzsche se encontraba en su


mejor momento.

sima le siguió con Daniela y Blandine von Bülow, hijas de su ante­


rior matrimonio, y con Isolda, habida con Wagner. En 1867 le
nació a la pareja un nuevo retoño, su hija Eva, y dos años más
tarde, un hijo, Siegfried.
A Wagner y Cosima el joven erudito les complacía; la confian­
za era mutua, y Nietzsche pronto se convirtió en uno de los asiduos
de la familia, el huésped que era recibido con mayores muestras de
agrado, hasta el punto de que siempre tenía dos habitaciones pre­
paradas para que las usase a su antojo. Nietzsche, por otro lado,
acudía a Tribschen siempre que le era posible. Además de estar
cerca del genio de la música que tanto admiraba, se encontraba

- 6 2 -
muy a gusto en ese ambiente familiar poco convencional. El, que
desde sus días escolares no se había recatado en pregonar su admi­
ración por la obra de Wagner, sentía ahora un entusiasmo ilimitado
por la faceta humana del músico:

«He encontrado a una persona que encarna, mejor que ningu­


na otra, lo que Schopenhauer denomina “el genio”, un hombre
singular cuyo interior trasluce esa filosofía. Me refiero, claro está, a
Richard Wagner, sobre quien no debes creer ninguno de los juicios
u opiniones que se vierten en la prensa ni en los escritos de los
especialistas. No hay nadie que le conozca a fondo, y por tanto
nadie puede juzgarle, porque los demás viven con los pies sobre la
tierra y él está fuera de ella. En él reina un idealismo tan absoluto,
una humanidad tan enraizada y conmovedora y una vitalidad tan
sublime, que a su lado me siento al borde de lo divino. He pasado
innumerables días en su finca situada junto al lago de los Cuatro
Cantones, y sin embargo, no deja de producirme asombro su natu­
raleza siempre nueva e inagotable.»

Nietzsche, deslumbrado por la magia de esta amistad, hallaba


quizá por primera vez desde su infancia algo parecido a un hogar.
No había vislumbrado aún el lado oculto de la personalidad de
Wagner: su carácter dominante, su egoísmo, su carencia de escrú­
pulos, su manía derrochadora. En 1888, poco antes de su desmo­
ronamiento final, Nietzsche recordará esa relación en las páginas de
Ecce Homo: «... No quisiera olvidar a ningún precio los días de
Tribschen, esos días de confianza, de alegría, de sublimes coinci­
dencias, días de arraigada intimidad... No me importa en absoluto
lo que otros piensen de Wagner, porque ni una sola nube oscureció
nuestro cielo.» Esta suerte de contar con un hogar le duró a Nietz­
sche hasta abril de 1872, es decir, casi tres años. Después de esta
fecha, Wagner se trasladó a Bayreuth, y en dicha localidad le visitó
el filósofo para asistir a la colocación de la primera piedra del coli­
seo del festival. Esta relación entre ambos sólo se interrumpió en
una ocasión: de agosto a octubre de 1870, a causa del alistamiento
de Nietzsche como enfermero voluntario en la guerra franco-pru-
siana. Como residía en Basilea, se había convertido en ciudadano
suizo, y las autoridades cantonales impidieron su participación acti­
va en el ejército prusiano. Pero al igual que le había sucedido
durante su servicio militar, su contribución terminó prematuramen­
te por enfermedad. En efecto, mientras acompañaba a un transpor­
te de heridos, contrajo disentería y difteria. Su restablecimiento fue
lento, y regresó a Basilea enfocando con gran escepticismo una

- 63-
causa como la guerra y la hegemonía de Prusia, por la que hasta
entonces había sentido tanta simpatía. Reemprendió sus activida­
des docentes y sus trabajos de investigación. Se le reconocía su
competencia, y era apreciado como profesor, de forma que la uni­
versidad le agradeció que en 1872 rechazase una oferta para trasla­
darse a Greifswald, pese a que aumentaban su salario de tres mil a
cuatro mil francos.
A los veinticinco años Nietzsche había conseguido en su cañe­
ra todo lo que se podía desear: era un investigador joven y respeta­
do, cuyos juicios y teorías se tomaban muy en serio; sus alumnos le
consideraban un profesor excelente; había conquistado la cátedra a
una edad que pocos lo conseguían, y con ella, el escalafón más alto
de su carrera; disponía de todos los medios para llevar una vida
independiente, y tenía verdaderos amigos. Pero él, que tenía un
extraordinario talento, consideraba en su fuero interno que este
cúmulo de circunstancias felices sólo eran un paso previo hacia su
autorrealización. La seguridad de una cómoda existencia burguesa
con obligaciones relativamente reducidas ampliaba su libertad de
acción para dedicar su ocio a la investigación, a la labor de crear esa
serie de obras que le colocarían en extrema oposición a cualquier
convencionalismo burgués, científico y filosófico. No fue el medio
quien lo convirtió en un rebelde solitario ni en un profeta iracundo:
nada ni nadie le empujó para que asumiera ese papel. Fue él mis­
mo quien eligió su camino, su reacción frente a la ciencia y a la
sociedad de su tiempo. El solamente. No hubo ningún otro condi­
cionamiento que no fuera el de su propia naturaleza. Nietzsche
llevaba en su interior la fuerza creadora del genio.

El origen de la tragedia

En 1871 Nietzsche publicó en Basilea, en edición pagada de


su propio bolsillo, una obra titulada Sócrates y la tragedia griega,
que más tarde, tras numerosas adiciones, se convertiría en su obra
El origen de la tragedia o Helenismo y pesimismo, editada a princi­
pios de 1872, y que dos años más tarde conocería una segunda
edición revisada y aumentada, a la que en 1886 añadiría un nuevo
prólogo titulado «Ensayo de autocrítica». Todos estos datos esclare­
cen un poco la posición clave que esta obra ocupa. Con El origen

< Los turbulentos tiempos de la guerra franco-prusiana incidieron en la obra de


Nietzsche. Batalla de Gravelotte. Biblioteca Nacional, París.

- 65-
de la tragedia Nietzsche rompe todos los moldes tradicionales de la
filología clásica, con gran escándalo por parte de sus colegas que
esperaban grandes cosas de él, e inicia su andadura como filósofo,
como profeta de una nueva concepción del mundo. En esta obra
esboza por vez primera los conceptos y las líneas maestras de su
futuro pensamiento, que profesará hasta sus últimas creaciones,
cuando trabaja ya en el círculo temático de La voluntad de poder.
Cierto és que en 1886 adopta un distanciamíento crítico: «Hoy me
parece un libro inaceptable, mal escrito, soporífero, penoso, lleno
de frases apasionadas e incoherentes, empalagoso aquí y allá hasta
lo feminoide, falto de equilibrio, sin un deseo consciente de clarifi­
cación...», pero defiende su posición con el mismo acaloramiento
que antes, y además de reiterar su estima por Wagner, sólo lamenta
su cobardía ante el lenguaje: «¡Qué lástima que no me haya atrevi­
do yo a expresar como un poeta lo que entonces tenía que decir!
Quizás lo hubiese logrado.» Por último, las primeras líneas de Ensa­
yo de autocrítica revelan los vínculos que El origen de la tragedia
guarda con la vida precedente de Nietzsche:

«Si se me preguntase el motivo de escribir este libro problemá­


tico yo diría que fue una cuestión de primer orden y muy atrayente,
y al mismo tiempo, una cuestión profundamente personal; prueba
de ello es la época en que surgió, y a pesar de la cual surgió: la
turbulenta época de la guerra franco-prusiana de 1870-71. Mien­
tras el fragor de la batalla de Wórth atronaba Europa, el aficionado
a sutilezas y enigmas a quien cupo en suerte la paternidad de este
libro, escondido en algún rincón de los Alpes, sutil y enigmático, y
en consecuencia, preocupado y despreocupado a la vez, escribía
sus ideas sobre los griegos que habían de constituir el núcleo de
este libro extraño y poco accesible al que está dedicado este tardío
prólogo (o epílogo). Algunas semanas más tarde aún permanecía
entre los muros de Metz, sin haberse liberado todavía del interro­
gante de la presunta “serenidad” de los griegos y de su arte; hasta
que por fin, en aquel mes de extrema tensión, mientras en Versalles
se negociaba la paz, alcanzó también la paz consigo mismo, y resta­
blecido de una lenta enfermedad contraída en campaña, sintió na­
cer desde el fondo de su pensamiento El origen de la tragedia del
espíritu de la música. ¿De la música? ¿Música y tragedia? ¿Griegos y
música de tragedia? ¿Los griegos y la obra de arte del pesimismo?
¿Pero cómo? ¿Por qué los griegos, la raza más perfecta, bella,

Murallas de Metz (Alsacia). ►

- 66-
Bismarck y Faure negocian la paz en Versalles.
envidiada y vital de cuantas la precedieron, por qué ellos precisa­
mente necesitaban la tragedia, y más aún, el arte? ¿Cuál es la razón
del arte griego?... Se adivina en qué lugar se situaba el gran interro­
gante del valor de la existencia. ¿Es necesariamente el pesimismo el
signo de la decadencia, de la desilusión, del fracaso, de la fatiga y
debilitamiento de los instintos?... ¿Existe un pesimismo de los fuer­
tes? ¿Una inclinación a lo duro, a lo horrible, a lo malvado, a la
incertidumbre de la existencia, provocada por la plenitud vital, por
el desbordamiento de la existencia? ¿Existe acaso un padecimiento
en esta misma plenitud? ¿No hay una valentía temeraria en esa
mirada aguda que apetece lo terrible como un enemigo, un digno
enemigo, con el que probar su fuerza?»

Las últimas líneas redactadas por Nietzsche en su madurez son


ideología alemana; más tarde serán ensalzadas por Spengler como
la esencia «fáustica» del alemán y prolongarán su vigencia en las
ideas del fascismo y en el sistema filosófico inaugurado por Heideg-
ger. Por lo demás, este prólogo demuestra cómo en su seno se
entretejen todos los elementos conceptuales de Nietzsche: sus in­
vestigaciones sobre los griegos, su predilección por la música, su
estima apasionada por Schopenhauer... De esta mescolanza entre
profesión y afición teñida de un fuerte subjetivismo surge la ideolo­
gía de Nietzsche, su concepción del mundo, que habría de desem­
peñar un papel capital en la historia futura de las ideas.
El origen de la tragedia, en apariencia al menos, se ocupa de
una serie de cuestiones y problemas diferentes. El proyecto filológi­
co de Nietzsche consistía en analizar la génesis y evolución de la
tragedia griega a partir de la danza coral ritual del culto a Dionisos,
precisamente para probar su tesis de que la tragedia era la fusión de
dos formas diferentes de vida. Esta tarea supone un intento de
reinterpretar la antigüedad clásica. Además, con esa obra, Nietz­
sche pretendía justificar y propagar la música de Richard Wagner;
por último, en ella se enfrenta por primera vez con lo que él deno­
mina el espíritu socrático y le opone una concepción de la existen­
cia y de la historia que en el futuro definirá siempre como dio-
nisíaca.
Nietzsche analiza en un principio la dicotomía conceptual entre
lo apolíneo y lo dionisíaco. Estos dos términos ejercerán una fun­
ción clave en todo su pensamiento. En cierto modo, podrían ser
calificados de categorías básicas de su filosofía, en sí misma asiste-
mática. El comienzo de Nietzsche es típicamente schopenhaueria-

Apolo. Templo de Zeus en Olimpia. ►

-70-
Walter Heyer
no: «La apariencia de belleza del mundo del ensueño, en cuya
creación cada hombre es un artista completo, es la condición previa
de todo el arte plástico...»
En el mundo de la estética del ensueño Apolo desempeña un
gran papel:

«Los griegos representaron en su dios Apolo esta dichosa ne­


cesidad del ensueño: Apolo, dios de cualquier fuerza creativa, es, al
mismo tiempo, el dios augur. El, desde su origen, es el “resplande­
ciente”, la divinidad de la luz, y reina también sobre la apariencia
plena de belleza del mundo interior de la fantasía. La verdad más
elevada, la perfección de estas situaciones abiertamente opuestas a
la realidad cotidiana, difícilmente inteligible, y en fin, la conciencia
profunda de la naturaleza saludable y positiva del sueño y del en­
sueño, son analogías simbólicas de la facultad de adivinación y de
las artes en general, por las cuales la vida se hace posible y digna de
ser vivida. No debe faltar tampoco en la imagen de Apolo esa línea
sutil que la visión del ensueño no debe rebasar, so pena de produ­
cir un efecto patológico, pues entonces la apariencia produciría el
efecto engañoso de burda realidad: es decir, la mesura, la libertad
en las emociones más impetuosas, la serenidad llena de sabiduría
del dios de las formas. Con arreglo a su origen, su ojo tiene que ser
“resplandeciente como el sol”; aun cuando esté encolerizado y
mire con disgusto, el fuego sagrado del resplandor de la belleza no
se borra de él. Y así podríamos aplicar a Apolo, en un sentido
excéntrico, lo que Schopenhauer afirma del hombre envuelto en el
velo de Maya (El mundo como voluntad y representación, I): “Igual
que un marinero sentado en su bote se enfrenta al mar embraveci­
do que, desatado, levanta y deja caer, con gran fragor, montañas
de olas, confiando en su frágil embarcación, así el hombre indivi­
dual permanece sereno, en medio de un mundo de sufrimientos,
apoyado con confianza en el principium individuationis.” Sí, se
diría que la confianza inamovible en este principium y la tranquili­
dad y serenidad de estar empapado de él reciben en Apolo su
expresión más sublime, y hasta cabría calificar a Apolo de maravi­
llosa encarnación en un dios del principio de individuación, en
cuyos gestos y miradas nos habla toda la alegría y sabiduría de la
“apariencia”, al mismo tiempo que su belleza.»

Pero, en medio de la serena claridad de la apariencia de la


belleza brota de repente otro momento irracional, cuando las for­
mas de conocimiento de los fenómenos desconciertan o equivocan
al hombre, provocando en él un horror espantoso:

-72-
«Si a este horror le añadimos el éxtasis lleno de delicias que
asciende desde lo más íntimo del hombre por la ruptura del princi-
pium individuationis, entonces comenzamos a ver la esencia de lo
dionisíaco, que comprenderemos mejor por la analogía de la em­
briaguez. Gracias al influjo de bebidas narcóticas, de las que hablan
todos los hombres y pueblos primitivos, o bien gracias a la proximi­
dad cada vez más pujante de la primavera que infunde alegría en la
naturaleza, se despierta ese sentido emocional de lo dionisíaco,
cuya pujanza disminuye la subjetividad hasta que el individuo se
olvida por completo de sí mismo. En la Edad Media alemana, gru­
pos cada vez más numerosos iban de pueblo en pueblo cantando y
bailando impelidos por ese ímpetu dionisíaco: en esas danzas de
San Juan y de San’Vito reconocemos los coros báquicos de los
griegos, cuyos orígenes se remontan, pasando por Asia Menor, a
Babilonia y a las orgías saduceas. Hay personas que, por falta de
experiencia o por estupidez, se apartan de tales manifestaciones
como si fueran “enfermedades contagiosas”, y creyéndose sanos,
se mofan de ellas o las atacan. Tales desgraciados no pueden ima­
ginarse la palidez cadavérica que reviste su “salud” cuando pasa a
su lado el torbellino de la vida ardiente de la exaltación dionisíaca.
»Bajo la magia de lo dionisíaco no sólo se opera de nuevo la
unión del hombre con el hombre: hasta la naturaleza enajenada,
hostil o sojuzgada, celebra otra vez la fiesta de reconciliación con su
hijo pródigo, el hombre. La tierra ofrece voluntariamente sus do­
nes, y las fieras de las selvas y de los desiertos se acercan pacíficas y
sumisas. El carro de Dionisos aparece cubierto de flores y guirnal­
das, y panteras y tigres tiran de él uncidos a su yugo. Transforme­
mos en un cuadro el “Himno a la alegría” de Beethoven y, dando
rienda suelta a la imaginación, observemos a millones de seres
prosternándose en el polvo llenos de horror: tal es la forma de
acercarse a lo dionisíaco. Entonces el esclavo es libre, se rompen
todas las cadenas que la pobreza, la arbitrariedad o la “moda atre­
vida” han establecido entre los hombres. Entonces, con el evange­
lio de la armonía universal, cada cual se siente no sólo unido a su
prójimo, reconciliado, fundido con él, sino uno, como si se hubiera
desgarrado el velo de Maya y, hecho girones, revolotease ante la
misteriosa “unidad primigenia”. Cantando y bailando, el hombre
se siente miembro de una comunidad superior: se ha olvidado de
andar y de hablar y, danzando, está a punto de elevarse por los
aires. Sus gestos denotan esa magia. Al igual que ahora los anima­
les hablan y la tierra produce leche y miel, así también en el hombre
resuena algo sobrenatural: el hombre se siente dios y camina con el
arrobamiento y el entusiasmo de los dioses en su sueño. El horn­

os -
bre, de artista ha pasado a ser una obra de arte: aquí bajo el estre­
mecimiento de la embriaguez se manifiesta la potencia artística de
toda la naturaleza, por la honda y placentera satisfacción de la
“unidad primigenia”. La arcilla más noble, el mármol más precioso,
el hombre es entonces modelado y tallado, y en medio del sonido
del cincel del artista de mundos dionisíacos se oye el grito de los
misterios eleusinos: “¿Os arrodilláis, millones de seres? Mundo,
¿presientes al creador?”»

La dicotomía apolíneo-dionisíaco deriva de la experiencia es­


tética, y expresa poderes artísticos. Pero, casi al punto, Nietzsche
puntualiza que se trata de fuerzas que irrumpen desde la misma
naturaleza, «sin intervención del artista humano», es decir, fuerzas
irracionales; inexplicables e injustificables. Si en el arte apolíneo se

Trono Ludouisi. Detalle de joven tocando la lira. Museum of Fine Arts, Boston. ►

Dionisos. Vaso griego (hacia -500).


encarna el principio de la belleza, lo dioniéíaco no crea por sí mismo
formas bellas: se trata más bien de un impulso ciego, irresistible que
busca materializarse, expresarse, es el motor del proceso creador.
Nietzsche afirma que en la cultura griega primitiva se habían
establecido dos formas artísticas ligadas a estos principios diferen­
tes, pero que al fin se fundieron entre sí en la tragedia ática. En el
arte helénico, el éxtasis dionisíaco se asoció con determinadas for­
mas apolíneas, y asi salió de su postración. Nietzsche considera que
la tragedia griega surgió del coro dionisíaco. Esa danza coral extáti­
ca quiere decir: la música es el origen del mythos clásico. Pero

-75-
cuando el mythos se representa en el teatro, se convierte en un
juego trágico. La experiencia primitiva de lo trágico, de lo místico,
se encarna en una forma apolínea.
Pero precisamente cuando la tragedia ática llega al máximo
florecimiento, surge, según Nietzsche, su mayor enemigo, que fi­
nalmente la aniquilaría: el espíritu crítico del racionalismo filosófico
griego, que por su racionalismo y escepticismo no fue capaz de
implantar el sentimiento por la asunción del horror y del misterio de
la tragedia. Con Eurípedes la tragedia está ya adulterada, y sobre él
mismo se abate la sombra de Sócrates. La aporía socrática y la
metodología de ella derivada, el espíritu del puro análisis problemá­
tico, son, en opinión de Nietzsche, enemigos mortales de la cultura.

«La tragedia griega no terminó como todos los demás géneros


artísticos de la Antigüedad, sino que se autoinmoló, a causa de un
conflicto insoluble, es decir, trágico, mientras que las demás expira­
ron, a una edad avanzada, de muerte más bella y serena. Si es
propio de un estado natural feliz despedir la vida sin lucha y dejan­
do tras de sí una hermosa descendencia, entonces hay que recono­
cer que al final de aquellos géneros artísticos de la Antigüedad son
fiel reflejo de ese estado natural feliz: desaparecen lentamente mi­
rando con ojos agónicos a su hermosa descendencia, mientras le­
vantan su cabeza con impaciencia y valentía. La muerte de la trage­
dia griega, al contrario, dejó un vacío enorme, universal y profun­
damente sentido. En tiempos de Tiberio hubo navegantes griegos
que escucharon en una isla solitaria un grito estremecedor: “El gran
Pan ha muerto!* Pues de la misma manera resonaba entonces a lo
largo y ancho del mundo helénico este quejido lastimero y doloro­
so: “ ¡La tragedia ha muerto!...” Dionisos había caído ya de la
escena trágica, y precisamente por amor de una fuerza demoníaca
que hablaba por boca de Eurípedes. En cierto sentido, Eurípedes
no era más que una simple máscara: la divinidad que hablaba por
él no era Dionisos, ni Apolo, sino un demonio recién nacido llama­
do Sócrates. Surge un nuevo antagonismo entre lo dionisíaco y lo
socrático, y a sus manos pereció la obra de arte de la tragedia
griega.»

Nietzsche, sin embargo, albergaba la convicción de que la cul­


tura occidental, eclipsada a causa de Sócrates y convertida en una
huera superficialidad determinada por una concepción científica del
mundo, sería redimida por un arte nuevo: la música —simbolizada,
por supuesto, por Richard Wagner- sería capaz de revivir de nuevo
el mythos trágico. Confiaba en que la música lograría disolver la

- 76-
Sócrates. Museo del
Louvre. París.
Ulrich von Wilamowitz-
Moellendorff, el filósofo
alemán que polemizó
con Nietzsche en tomo a
la valoración de la
ciencia en la
antigüedad.

vanidad intelectual, la estrechez de miras y las supersticiones del


cristianismo, y conduciría al hombre a una existencia nueva. Así, en
el capítulo 24 de El origen de ¡a tragedia Nietzsche dirige por prime­
ra vez sus invectivas contra la Iglesia cristiana, califica a los sacerdo­
tes y acólitos de «duendes malignos», y acaba considerando al cris­
tianismo una creación más del espíritu socrático. Mientras que lo
trágico mueve a compasión a los cristianos, y a un hombre no
cristiano como Schopenhauer le lleva a concebir su idea de la re­
nuncia, en Nietzsche la conciencia trágica suscita alegría y júbilo por
sentir la fuerza de esas pulsiones primitivas hacia el éxtasis primitivo
dionisíaco, hacia el caos informe como suelo abonado para la
emergencia de lo creativo. El mundo carece de justificación moral,
y sólo puede ser comprendido desde un punto de vista estético:
como expresión del poder de Dionisos. En este punto, la filosofía
de Nietzsche se hermana con las teorías artísticas de Wagner.

- 78-
La derrota

A Wagner le faltó tiempo para escribir a Nietzsche: «¡No he


leído nada más bello que su libro!» Y el 18 de enero de 1872,
apenas dos semanas después de su publicación, le confiaba Cosi­
ma: «Usted ha conjurado en su libro espíritus que yo pensaba que
sólo podía conjurar nuestro maestro.» Hans von Bülow, primer
marido de Cosima, y sus amigos Rohde, Von Gersdorff, Burck­
hardt y Overbeck también aplaudieron la obra de Nietzsche.
Sus colegas, no obstante, no compartían semejante aproba­
ción. Los círculos intelectuales guardaron una prudente reserva y
un gélido silencio, pues de alguna forma asumían la obra de Nietz­
sche como un ataque contra ellos, y así lo percibiría, sin tardar
mucho, el joven catedrático, que el 30 de enero, eh una carta a
Ritschl, intenta romper el muro de silencio:

«Estimado señor consejero privado: espero que no se molesta­


rá usted si le digo, con absoluta franqueza, que me asombra no
haber escuchado de sus labios la más mínima palabra amable sobre
ei libro que acabo de publicar, sobre todo porque se trata de una
especie de manifiesto, y desde luego, invita a todo menos al silen­
cio. Probablemente el asombrado será usted, respetado maestro, si
continúa leyendo: yo creía que de encontrar usted algo prometedor
en su vida sería este libro, prometedor para el conocimiento que
tenemos de la Antigüedad, prometedor para el espíritu alemán, aun
cuando ciertos individuos tuvieran que perecer por ello.»

Ritschl, sin embargo, antes de cumplirse un mes de su apari­


ción, había anotado en su diario: «Libro de Nietzsche El origen de la
tragedia (= ingeniosa perogrullada).» La Litterarische Centralblatt
se negó a publicar la recensión de la obra hecha por Rohde. Final­
mente, en mayo se editó un polémico escrito de treinta y dos pági­
nas de Ulrich von Wilamowitz-Moellendorff titulado Filosofía del
futuro. Réplica a «El origen de la tragedia» de Friedrich Nietzsche.
Wilamowitz, que con el tiempo llegaría a ser uno de los filósofos
más conocidos de Alemania, contaba por entonces veinticuatro
años, había, sido educado también en Schulpforta y acababa de
doctorarse en Berlín. Wilamowitz, en su réplica, salía en defensa de
la ciencia de la Antigüedad que Nietzsche contemplaba con tanta
ironía:

«En mi opinión, una de las ideas básicas es la evolución regular


del mundo, tanto en su vertiente vital como intelectual: miro con

- 79-
agradecimiento a los grandes espíritus que le han arrancado al
mundo sus secretos, posibilitando un progreso paulatino; intento
acercarme con admiración a la fuente luminosa de la eterna belleza
que irradia el arte, distinto según los diferentes modos de manifes­
tación; y en la ciencia, a la que consagro mi vida, me esfuerzo por
seguir los pasos de aquellos que hicieron posible la libertad de mi
pensamiento, basada en una sumisión voluntaria: y he aquí que esa
obra niega un progreso de miles de años, que aniquila las conquis­
tas de la filosofía y de la religión para entregarse al pesimismo y al
abandono que nos llaman con voz agridulce desde el vacío; esta
obra hace añicos las imágenes divinas de la poesía y el arte que
pueblan nuestro cielo para entregarse a la adoración de un ídolo de
barro, la imagen de Richard Wagner.»

Pero Wilamowitz no arremetía sólo contra las ideas filosóficas


de Nietzsche, sino también contra sus teorías filológicas, llegando
hasta el extremo de afirmar que Nietzsche no estaba al tanto de las
últimas investigaciones en su especialidad: no había leído ni en­
tendido a Gottfried Hermann, ni a Karl Lachmann ni a Winckel-
mann; había confundido muchos datos, desestimado la ‘historia y si­
tuado erróneamente textos posthoméricos en la época prehomérica.
Esto supone una derrota para Nietzsche. De nada sirvió que
Rohde le aconsejase que conservara su dignidad e ignorase el pan­
fleto; tampoco que Wagner, en una carta publicada en el Nord-
deutsche Allgemeine Zeitung, saliese en defensa suya, porque el
compositor no podía atacar con argumentos decisivos una crítica
científica. Por tal motivo Rohde escribió una réplica erudita bajo el
título de «Seudofilología» que apareció en el mes de octubre de
1872. Para defender a su amigo, Rohde atacaba frontalmente a
Wilamowitz, tildándole de ignorante y mentiroso y reprochándole
además su falta de respeto y su escasa comprensión de los propósi­
tos de Nietzsche. Wilamowitz le respondió a comienzos de 1873
aduciendo que, en el fondo, Rohde le daba la razón y que su
trabajo tan sólo demostraba la estrecha amistad que le unía a
Nietzsche.
Así terminó la polémica, al menos en apariencia. Nietzsche
enseguida se dio cuenta de que la victoria no había caído de su
parte, porque los especialistas se adherían a los puntos básicos de
Wilamowitz. Las consecuencias que ello tuvo para él no se hicieron
esperar: de un plumazo, su reputación de filólogo quedó aniquila­
da, y hasta los mismos estudiantes se ausentaron de sus clases
durante el semestre de 1872-73. Nietzsche observó entonces: «He
dado un curso sobre retórica griega y romana sumido en la más

- 80-
profunda pesadumbre, porque sólo han asistido dos oyentes: un
germanista y un jurista.» Al cabo de cierto tiempo, los estudiantes
retornaron a sus clases, pero Nietzsche ya no volvió a recuperar
nunca su antigua fama como científico. Así lo confesaría él mismo
en algunas ocasiones con gran dolor por su parte; diez años más
tarde escribirá: «Zaratustra ya no es un sabio».
Ya se había editado El origen de la tragedia, aunque no se
había desatado la tormenta de críticas descritas en el pasaje prece­
dente, cuando la actividad de Nietzsche en Basilea alcanzó un últi­
mo apogeo. Entre el 16 de enero y el 23 de marzo de 1872,
invitado por la Asociación de Académicos, dio cinco conferencias
«Sobre el futuro de nuestros centros docentes», que hay que resal­
tar por dos razones. La primera, de orden formal: Nietzsche, en El
origen de la tragedia, había utilizado un estilo retorcido, a menudo
oscuro, más propio de un oráculo; sin embargo, en estas conferen­
cias ensaya -bien es verdad que con escaso acierto- la forma del
diálogo platónico. Un filósofo -no hay que forzar la imaginación
demasiado para ver en él a Schopenhauer— y su joven acompa­
ñante —posiblemente el propio Nietzsche— conversan sentados en
un banco de la calle Roland, a orillas del Rin. Otros dos jóvenes
asisten como testigos mudos a la conversación: uno de ellos simbo­
liza a Nietzsche y el otro recoge rasgos de Krug, Pinder, Deussen y
Rohde. Los jóvenes silenciosos se han acercado hasta el Rin para
celebrar el aniversario de una sociedad de la que no se cita el
nombre, pero cualquiera que esté familiarizado con la biografía de
Nietzsche inmediatamente reconoce en ella a «Germania». Por su
parte, el filósofo y su discípulo esperan a otro filósofo mucho más
importante que no aparecerá. El diálogo se desarrolla en este mar­
co cercano al Rin, descrito en esta ocasión con sus mejores galas
folklóricas, y en él se debate el tema de «la cultura», que en realidad
supone un ataque frontal contra los institutos y universidades ale­
manes. Nietzsche contaba por entonces veintisiete años, y seguía
siendo, por tanto, un catedrático muy joven; eligió esta forma de
exposición -que nunca volvería a emplear- probablemente para
enmascarar su propia crítica al revestirla de la autoridad de otro
personaje más experimentado y maduro, porque de otra forma sus
colegas de más edad se hubieran sentido mucho más ofendidos
cuando se les tachaba de triviales y pedantes. El otro punto intere­
sante es que, en estas conferencias, Nietzsche critica en público y
por primera vez la cultura alemana y traza un bosquejo del espíritu
alemán, que acredita al filólogo de Basilea como un precursor de
ese nacionalismo que en nuestro siglo desempeñaría un papel de
tan infausto recuerdo.

-81 -
En cuanto a la forma literaria de estas conferencias, los únicos
elementos interesantes —prescindiendo de que el diálogo no es una
necesidad interna del texto, sino más bien un pretexto táctico- se
reducen a los materiales utilizados en su confección, que fueron
recogidos todos ellos de las experiencias personales vividas por
Nietzsche hasta esa fecha: los participantes en el diálogo son su
ídolo Schopenhauer, sus amigos, y por supuesto, él mismo; el insti­
tuto de humanidades objeto de crítica es quizá Schulpforta, y la
situación de la escena junto al Rin señala claramente a Bonn, ciu­
dad en la que Nietzsche se había sentido muy infeliz.
En cuanto al contenido, estas conferencias suponen un paso
adelante con respecto a El origen de la tragedia, y cabe considerar­
las una concreción parcial que la última recogía de pasada. El ori­
gen de la tragedia era un ataque a Sócrates, y por tanto al espíritu
del racionalismo. En las conferencias «Sobre el futuro de nuestros
centros docentes» Nietzsche ataca los síntomas palpables de racio­
nalismo que afloraban en su tiempo, es decir, las rígidas concepcio­
nes de la ciencia y la intensa especialización que esto conlleva. Pero
su crítica apunta también contra otro fenómeno: contra el periodis­
mo como forma de comunicación de la creciente sociedad in­
dustrial de su época.

«La división del trabajo en la ciencia persigue, en la práctica, el


mismo objetivo que todas las religiones con plena conciencia: la
limitación de la cultura, más aún, su aniquilamiento. Pero ese de­
seo que para algunas religiones es justificado y coherente con su
origen y su historia, puede provocar la combustión espontánea de
la misma ciencia... En el periodismo... confluyen ambas tendencias:
en él se dan la mano la ampliación y la disminución de la cultura; el
periódico sustituye a la cultura, y el que se las da de erudito y de
culto, se suele apoyar en esa pegajosa capa intermedia que ensam­
bla entre sí todas las formas de vida, todas las situaciones, todas las
artes, todas las ciencias, de manera tan firme y digna de confianza
como suele serlo el papel de los periódicos. El periódico resume las
intenciones culturales del presente, y el periodista ha pasado a ser
el servidor, el genio, el libertador y el caudillo de la actualidad.»

Cada uno de los comentaristas de Nietzsche realza aquí un


matiz particular. La discusión sobre la cultura se centra -incluso
hoy- en los peligros de la excesiva especialización, que amenaza
con restringir la interrelación entre las distintas ramas del saber a
campos excesivamente particularizados; en este sentido, es induda­
ble que intuyó con extraordinaria nitidez los riesgos del racionalis-

- 8 2 -
Caricatura aparecida en el Rheinische Zeitung sobre la libertad de prensa en
Alemania.

mo, al privarse a sí mismo de sus propios frutos; Nietzsche se ade­


lantó en muchos decenios a las críticas que se hacen actualmente a
la manipulación cultural, que desemboca en una falsa erudición sin
pies ni cabeza. De todos modos, Nietzsche avanzaba una respuesta,
un hipotético positivum, que en el futuro habría de influir muy
negativamente en la ideología alemana: su concepción del espíritu
alemán, que insuflaría nueva vida en el cuerpo enfermo de su
tiempo y posibilitaría la emergencia de un caudillo carismático. Si
bien en El origen de la tragedia su teoría de que la cultura alemana,
simbolizada sobre todo por la obra de Richard Wagner, podría
superar la condición entonces predominante de la barbarie socráti­
ca para alcanzar una nueva época de lo apolíneo-dionisíaco, en su

- 8 3 -
segunda conferencia, sin embargo, Nietzsche propugna encarar la
miseria cultural con mayor franqueza:

«Debemos confiar más firmemente en el espíritu alemán, en


ese espíritu que se manifestó en la Reforma alemana, en la música
alemana; en ese espíritu que ha demostrado en la inusitada valentía
y rigor de la filosofía y en ese heroísmo no ha mucho probado de
nuestros soldados; esa fuerza de oposición a toda apariencia, de la
que cabe esperar también una victoria sobre esa seudocultura tan
en boga de la “actualidad”. Luchar por introducir la verdadera
escuela fuente de cultura e insuflar, especialmente en los institutos,
a las nuevas generaciones el espíritu de lo que es verdaderamente
alemán: he aquí la tarea que esperamos desarrollen en el futuro los
centros de enseñanza. En ella la denominada cultura clásica tendrá
por fin su base natural y su único punto de partida.»

Nietzsche ataca también a Hegel, y lucha contra la tendencia


progresiva del Estado a fomentar la cultura, porque supone un
control paulatino y excesivo de las instituciones de enseñanza. El
distanciamiento creciente de Nietzsche frente al Estado alemán-
prusiano, derivado de Versalles, le permite ejercitar su poderosa
clarividencia y abominar del «Estado como guía de la cultura». Pe­
ro, al igual que el futuro nacionalsocialismo, no presta oídos a la
necesidad de una sociedad pluralista. Las ideas elitistas de Spen-
gler, George y Jünger, pese a su diversidad, hunden sus raíces en
este tronco común:

«Toda cultura comienza con lo contrario de lo que ahora con


tono laudatorio se llama libertad académica, con la obediencia, con
la subordinación, con la disciplina, con la servidumbre. Y del mis­
mo modo que los grandes caudillos necesitan de sus acaudillados,
así éstos necesitan de aquéllos: la jerarquización de los espíritus se
basa, en este punto, en una predisposición recíproca, sí, en una
especie de armonía preestablecida.»

Esta concepción muestra una ideología romántica rudimenta­


ria. Le falta la idea del pueblo que entraría en juego contra el
Estado y su cultura. Pero hay un elemento nuevo en la ideología de
Nietzsche con respecto a las ideas expresadas en El origen de la
tragedia: el desplazamiento del acento de su argumentación desde
el plano estético a otro más histórico y actual; gana importancia el
hombre inmerso en la historia, en el campo visual de Nietzsche
entra el hombre excepcional para competir con el artista insigne. En

-84-
este punto la influencia de Burckhardt debió desempeñar un papel
decisivo. Nietzsche había asistido a sus conferencias «Sobre la gran­
deza histórica» y a menudo había discutido su contenido con su
autor. Pero la concepción del bueno y antiguo espíritu alemán que
representa la esperanza de emergencia de una nueva cultura trági­
ca es tan provinciana como el origen de Nietzsche.
Sus conferencias tuvieron un gran éxito, y a la burguesía culta
de Basilea le gustó, tanto en su forma como en su contenido, la
trama ideológica de esta filosofía de la cultura. En aquellos mismos
días estaba en el aire el asunto de la-contratación de Greifswald, así
que Nietzsche prefirió quedarse en Basilea. La primavera era el
periodo más afortunado de su carrera docente.
Poco después llegaron los reveses, motivados, como ya se ha
apuntado, por la desfavorable acogida de su libro; reveses que, si
bien mermaron su crédito como filólogo, no lograron doblegar sus
opiniones. El origen de la tragedia era una andanada contra Sócra­
tes y el camino de la ciencia que se iniciaba con él; en consecuen­
cia, el modelo ideal de Ta cultura griega había que buscarlo en la

-85-
Ullstein Bilderdienst, Berlín
tragedia ática primitiva, y en general, en los filósofos presocráticos.
Este es el motivo por el que Nietzsche dio reiteradas conferencias y
cursos sobre los filósofos anteriores a Platón en los años 1872,
1873 y 1876, a las que acudieron diez asistentes por término me­
dio. Puede decirse que la vuelta de Martin Heidegger, en su madu­
rez, a los presocráticos, tiene en Nietzsche un precedente directo, y
que, en general, su obra se apoya en Nietzsche normalmente con
argumentos convincentes y en unas dimensiones quizá hasta ahora
no apreciadas en su verdadera magnitud.
En sus primeros tiempos como filósofo, Nietzsche se ocupa de
Tales, Anaximandro, Heráclito, Parménides, Anaxágoras, Empé-
docles y Demócrito, estudiándolos desde una perspectiva ahistóri-
ca, aunque legítima desde el punto de vista filosófico: sitúa a estos
pensadores por encima de las limitaciones de la historia y del deve­
nir de las ideas y los reúne en una especie de tertulia, como si
fueran una elite escogida y excelsa del pueblo de los griegos y de
sus descendientes en el reino del espíritu puro. «Otros pueblos
-constata Nietzsche- tienen santos; los griegos, sabios. Se ha dicho,
y con razón, que un pueblo no se caracteriza sólo por sus grandes
hombres, sino por la fuerza con que los reconoce y honra. En otras
Moneda con la figura
del filósofo griego
Empédocles. Museo
Británico, Londres.

épocas el filósofo ha sido un peregrino solitario, producto del azar,


que se deslizaba sigilosamente a través de un entorno hostil o se
abría paso a puñetazos. Unicamente entre los griegos no es acci­
dental el filósofo.» Nietzsche cree, pues, que la investigación de los
textos presocráticos revela más datos sobre el helenismo que el
estudio de su historia: «Si interpretáramos correctamente la vida del
pueblo griego, sólo en sus genios más excelsos hallaríamos esa
imagen reflejada, resplandeciente y de vivos colores.»
Esta idea es una pretensión engañosa, debido al carácter frag­
mentario de la transmisión de las obras de los presocráticos, de las
que sólo se conservan fragmentos y aun éstos suelen estar falsea­
dos por interpolaciones posteriores. El fragmento más extenso de
los que se conservan es el Poema didáctico sobre la Naturaleza de
Empédocles, y tiene trescientos cincuenta versos. Integro debió de
abarcar unos dos mil versos. No supone un desdoro de las valiosas
aportaciones de la filología en este terreno afirmar que los fragmen­
tos de los presocráticos inducen con más fuerza que los testimonios
de otros filósofos a interpretar y especular en el más puro sentido
de la palabra. Gracias a este hecho, los presocráticos conformaron
de alguna forma la conciencia de Nietzsche. El no trataba de re­
construir el pensamiento de dichos filósofos con exactitud -desde el

-88-
punto de vista filológico- y certeza -desde el punto de vista históri­
co-, sino de utilizarlo como palanca para sus propias ideas. Esta
opción es legítima, sobre todo en un pensador que consideraba a la
filosofía como una ciencia no demostrable. Mucho más, en conse­
cuencia, para Nietzsche, para quien la objetividad e imparcialidad
del científico se reducía a estúpida pedantería. La filosofía, en cuan­
to ideología o concepto del mundo, es subjetivismo, puesto que en
ella las vivencias individuales y su realización práctica priman siem­
pre frente al entramado teórico de la razón. Esto arroja nueva luz
sobre el problema de la verdad objetiva y constituye una conse­
cuencia lógica que Nietzsche escriba en 1873 un pequeño ensayo
Sobre la verdad y la mentira en sentido extramoral en el que
observa:

«Así pues, ¿qué es la verdad? Un ejército móvil de metáforas,


metonimias, antropomorfismos; con otras palabras, una suma de
relaciones humanas que, acrecentadas, transmitidas y adornadas
por la poética y la retórica, y a consecuencia del largo uso, apare­
cen a los ojos del pueblo como inalterables, canónicas y obligato­
rias: las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado que son
metáforas que han perdido ese carácter, monedas que han perdido
su valor y ya no pueden ser consideradas como tales, sino como
simple metal.»

Nietzsche revela en este pasaje una duplicidad habitual en él:


al igual que Marx cuando con su aguda penetración relaciona el
sistema ideológico con la situación, Nietzsche apunta aquí ideas
que en nuestro siglo desempeñarán un papel decisivo en el enfo­
que del problema del conocimiento por parte de la sociología y la
filosofía. Pero al mismo tiempo, con rigurosa consecuencia, entien­
de la verdad como una convención ilusoria, e incluso la califica en
sentido moral de mentira necesaria. Nietzsche se cerró a sí mismo,y
al hombre la posibilidad de una verdad «en sí». Este posicionamien-
to es fruto de su subjetivismo ideológico, y así lo aceptaron los
filósofos posteriores que se remiten a él. Sin tener en cuenta sus
graves consecuencias, una actitud semejante es comprensible si la
analizamos como una reacción frente a la creencia banal en el
progreso científico durante el siglo XIX, manifestación, en esa épo­
ca, de un racionalismo fosilizado que se había revestido de un
optimismo ciego. Pero Nietzsche no se proponía en absoluto seguir
las modas imperantes en su tiempo en el campo filosófico.

-89-
3. Nietzsche en Bayreuth

Si se pondera la importancia del año 1872 en la vida de Nietz­


sche no es porque sucedan en su transcurso cambios espectacula­
res o acontecimientos personales sobresalientes: su rasgo esencial
consiste en ser una fase de transición, llena de inquietud; en él
coinciden una serie de circunstancias que fomentan la propensión
del filósofo a derrochar sus propias energías y que quebrantan su
débil constitución física. Es el último año del que se podrá hablar de
un Nietzsche sano («desde 1873, de una forma u otra, Nietzsche
estará enfermo», K. Jaspers). Sus dolores de cabeza, habituales

Süddeutscher Verlag, Bild-Archiv, Munich


desde la infancia, parecen soportables; las molestias oculares y los
padecimientos de estómago que le sobrevienen como consecuen­
cia de la disentería contraída en la guerra se mantienen dentro de
ciertos límites. Este año de 1872 es también el del triunfo y del
fracaso de Nietzsche como catedrático. En primavera, los Wagner
abandonan Tribschen y se trasladan a Bayreuth. De pronto, el
hogar de sus amigos, en el que había sido tan feliz, se aleja y se
convierte en un motivo para el constante vagabundeo de Nietzsche
en los días que le dejan libres sus obligaciones docentes. A princi­
pios de abril examinaba por primera vez la conveniencia de aban­
donar su cátedra de Basilea para entregarse por entero a la idea de
trasladarse a Bayreuth y dar allí ciclos de conferencias. En Pascua
se reúne con su viejo amigo Pinder y un médico de Basilea llamado
Immermann en el lago de Ginebra, y allí compone la Meditación de
Manfred. Entre el 25 y el 27 de abril visita por última vez Tribschen,
tras la marcha de Wagner, para ayudar a Cosima a empaquetar
libros, cartas y manuscritos. Durante el verano, Nietzsche dicta dos
cursos: el ya mencionado sobre los presocráticos y otro sobre las
coéforas de Esquilo, y asiste al cursillo de Burckhardt que se abre el

El lago de Ginebra.

Malwida von
Meysenbug, la amiga de
Nietzche a través de la
cual el filósofo conocería
a Lou Andreas Salomé.
6 de mayo sobre la «Historia de la cultura griega». El 22 de mayo,
presencia en Bayreuth la colocación de la primera piedra del coli­
seo del festival, y por la noche oye en concierto la Novena Sinfonía
de Beethoven. Von Gersdorff y Rohde asisten también al aconteci­
miento. Es en esta ciudad donde Nietzsche conoce a Malwida von
Meysenbug, a cuya hospitalidad se acogerá en otoño de 1876 en
Sorrento, cuando se encuentre con Wagner por última vez. Elisa-
beth, la hermana de Nietzsche, pasó el verano en Basilea. A fines
de junio, Nietzsche se traslada a Munich junto con Cari von Gers­
dorff y Malwida von Meysenbug para oír el Tristán dirigido por
Bülow, y constata, maravillado: «Me ha proporcionado usted la
vivencia artística más sublime de mi vida.» En la misma carta, envía
a Bülow su obra Manfred, que éste juzga de forma muy crítica.
Nietzsche le contesta, con una cordialidad y ecuanimidad asombro­
sas en él, agradeciéndoselo. A finales de julio recibe en Basilea la
visita de Deussen, y un mes después, la de Malwida von Meysen­
bug y unos amigos franceses. En octubre fracasa su proyectado
viaje por Italia; regresa desde Bérgamo preso de una antipatía re­
pentina hacia ese país. En noviembre se reúne con el matrimonio
Wagner en Estrasburgo. Pasa las vacaciones navideñas en Naum-
burgo con su madre y su hermana, y cultiva la música en compañía
de Gustav Krug, su antiguo amigo del colegio; viaja a Weimar para
asistir al estreno de Lohengrin, y visita a Ritschl en Leipzig. Durante
estos meses comienza a manifestarse su desequilibrio nervioso ori­
ginado por la crítica adversa de los filólogos a su obra El origen de ■
la tragedia.
Su vida se caracteriza, pues, por el vagabundeo y la inquietud,
por los viajes de aquí para allá para visitar el reducido círculo de sus
amigos de siempre, y por la dedicación a tareas intelectuales. Pero
Nietzsche no es un investigador minucioso, un esforzado trabajador
de la ciencia, sino un espíritu intuitivo e inquieto.
En los años posteriores, Nietzsche, de ser un especialista en
filología clásica, pasa a convertirse en un crítico de su tiempo. No
hay duda de que este compromiso le atrajo siempre. Ya en su carta
a Hólderlin, siendo adolescente, vislumbramos una crítica a los
alemanes, y con el correr de los años, el escepticismo sustituirá a su
veneración juvenil de la causa prusiana. Sus críticas a la situación
de su país eran únicamente el reflejo de su enraizado amor a lo que
él llamaba, en tono laudatorio, el espíritu alemán, y que en su

< Vista de la ciudad de Estrasburgo, con el imponente edificio de la catedral al fondo.


En 1872, Nietzsche se reunió en esta ciudad con Cosima y Richard Wagner.

-93-
opinión se evidenciaba especialmente en la música desde Bach
hasta Wagner. Pero, si bien hasta 1872 se dedicaba fundamental­
mente a las investigaciones propias de su especialidad y las críticas
a su tiempo eran una excepción, a partir de esa fecha la situación se
invierte. Quizá su aislamiento como investigador a partir de 1872
aceleró ese cambio. Desde esa fecha cabe afirmar que Nietzsche
renuncia a seguir defendiendo sus convicciones en el terreno de la
filología clásica, y elige otro camino. El grave quebrantamiento de
su salud bien pudo contribuir a su decisión de cambiar de rumbo.
La enfermedad se convierte desde entonces en su incómodo com­
pañero de viaje. Entre los años 1873 y 1876 salieron de su pluma
sus Consideraciones inactuales, cuatro escritos que se publicaron
de forma individual y sucesiva y a los que no cabe situar entre las
obras capitales de Nietzsche, aunque llevan en su interior el germen
del cambio, de la nueva orientación de su autor, y cuya importancia
deriva del contexto personal y vital en que fueron esbozados. En
esta época se modifica también la relación de Nietzsche con el
compositor Richard Wagner, que conduciría, a la larga, a la ruptura
entré ambos.
La primera de las Consideraciones inactuales se titula David
Strauss, creyente y escritor, y se abre con un párrafo que incluso
hoy conserva su frescura y su vigencia:

«En Alemania, la opinión pública reprime cualquier intento de


hablar sobre las consecuencias negativas y perniciosas de la guerra,
sobre todo de aquella guerra que ha terminado en victoria; y, sin
embargo, se escucha de buena gana a los escritores que alaban a la
opinión pública como lo más importante y que rivalizan entre sí por
ver quién entona más loas a la guerra y quién de ellos influye más
poderosamente en la moralidad, en la cultura y en el arte. Pese a
quien pese, hay que proclamar que nada hay tan peligroso como
una victoria, porque la naturaleza humana resiste esta última peor
que la derrota; diré más: aparentemente es más fácil lograr la victo­
ria que asumirla de manera que no resulte de ella una grave derro­
ta. De todas las perniciosas secuelas que conlleva la última guerra
con Francia, quizá la peor sea el error de la opinión pública y de sus
adalides de que la cultura alemana ha resultado vencedora también
en esa lucha, y que, por tanto, debería ser homenajeada y corona­
da con las guirnaldas apropiadas para un acontecimiento y un éxito
tan memorables. Semejante locura es altamente nociva: no precisa­
mente por su condición de locura —sabido es que existen otros
errores saludables y muy beneficiosos- sino por su capacidad para
transformar nuestra victoria en una completa derrota consistente en

-94-
David F. Strauss, el escritor
que fue objeto de una de las
Consideraciones inactuales
de Nietzsche.

el debilitamiento y, posiblemente, en la total aniquilación del espíri­


tu alemán en aras del “Imperio alemán”.»

Ideas y argumentaciones como ésta fundamentan la importan­


cia de Nietzsche en su faceta de pensador político. Las motivacio­
nes resultan casi indiferentes. En el caso concreto que nos ocupa, el
estímulo se lo proporcionó un pastor protestante, David Strauss,
que luchó por defender sus propias convicciones sobre la fe cristia­
na, y con el cual Nietzsche contrajo importantes deudas en su ju­
ventud. La obra La vida de Jesús, escrita por Strauss a los veintisie­
te años, levantó una gran polvareda. Posteriormente abandonó la
teología, pero retornó a ella, con una nueva versión de su obra de
juventud titulada La vida de Jesús adaptada para el pueblo alemán.
Lo que entusiasmó a Nietzsche de Strauss fue su crítica destructiva
del cristianismo, y sin embargo, ahora le atacaba porque ofrecía

- 95-
Bildarchiv der. Ósterreichischen Natíonalbibliothek, Viena

-96-
otra religión de recambio: en su obra tardía el teólogo se declara
ferviente partidario de una alegría y un optimismo vital basados en
la ciencia de su tiempo. Strauss creía que el mundo era lógico y
bueno; semejante opinión no podía por menos que irritar a Nietz­
sche, y si además se añade el escaso afecto que aquél sentía por
Wagner, entenderemos por qué el disgusto de Nietzsche se trans­
formó en cólera furibunda. Esta Consideración inactual, del mismo
modo que la siguiente, es la primera respuesta del filósofo alemán a
la confianza ciega y narcisista en el progreso de su época, y no tiene
mayor relevancia en la historia de las ideas. La filosofía vital de
Nietzsche, de corte dionisíaco, antimoral y hostil contra cualquier
racionalismo, apunta también contra la línea de flotación del racio­
nalismo y toda la tradición del humanismo europeo.
La segunda de sus Consideraciones inactuales apareció casi a
renglón seguido bajo el título Sobre las ventajas e inconvencientes
de la Historia (1874). La crítica feroz de Nietzsche salpica ya a
Hegel y a Eduard von Hartmann (al que llama «bribón de bribo­
nes»), pero a grandes rasgos hila más fino en sus análisis que en su
ataque contra Strauss. Nietzsche diferencia tres tipos de historia: la
épica, la anticuaría y la crítica, según él las denomina. Las tres
tienen sus peculiares ventajas e inconvenientes. La historia desde el
punto de vista épico inflama e inspira, pero en cuanto que es una
historia de héroes, su mensaje sólo tiene valor para los poderosos
de este mundo, o para los que aspiran a la grandeza. Pero, ¿acaso
es posible la grandeza hoy en día? Esto la historia ya no nos lo
revela. Sin embargo, quizá podamos sacar alguna ventaja del exa­
men de la historia «anticuaría». Mas la veneración puramente pasio­
nal y conservadora del pasado puede originar hostilidad contra la
vida. En efecto, la historia no debe detenerse en una contempla­
ción del pasado llena de respeto, sino también romperlo y desme­
nuzarlo para poder descifrarlo, y ahí reside su función crítica, pues­
to que todo cuanto nace, debe de perecer algún día. «Por ello sería
mejor que no naciera nada.» La práctica crítica de esta historia
conlleva igualmente una deficiencia: «El hombre, en cuanto resulta­
do de muchas generaciones, va acumulando también sus extravíos,
pasiones y errores, y aun delitos; liberarse completamente de este
lazo es imposible.» La solución de Nietzsche implica una recomen­
dación a una minoría, a una elite futura, a una primera generación,
de la que se ocupa cada vez más intensamente:

«Friedrich el inactual». reza al pie de esta fotografía de Nietzsche.

- 97-
«¡Dadme primero vida y yo os daré después una cultura! Tal es
el grito de cada uno de los individuos aislados de esta primera
generación, y ellos se reconocerán entre sí por este grito. Pero
¿quién les dará la vida?
»Ni un dios ni hombre alguno: su propia juventud; si la desen­
cadenáis, habréis dejado libre la vida; una vida que estaba escondi­
da, encarcelada, pero en modo alguno marchita o muerta. ¡Interro­
gaos a vosotros misrhos!
»Sin embargo, esa vida sin cadenas está enferma y debe ser
curada. Padece numerosos males, además del recuerdo de sus
ataduras; sufre —y éste es el punto que nos interesa sobre todo—la
enfermedad de la historia. El exceso de historia ha anquilosado la
plasticidad de la vida, que ya no sabe alimentarse del pasado para
mantener su fuerza. El mal que la corroe es terrible, y no obstante,
si la juventud no dispusiera de ese don visionario de la naturaleza,
nadie sabría que eso es un mal y que se ha perdido el paraíso de la
salud. Pero la misma juventud posee ese don de adivinar con ayu­
da de los eficaces instintos de la naturaleza cómo reconquistar ese
paraíso. Sí, ella conoce los jugos vulnerarios y los medicamentos
apropiados contra la enfermedad histórica, contra el exceso de lo
histórico: pero ¿cómo se llaman?
»Que nadie se asombre porque son nombres de venenos: los
antídotos contra lo histórico son lo ahistórico y lo suprahistórico.»

Nietzsche define como ahistórico la capacidad de olvido; su­


prahistórico es mirar a lo eterno, al arte y a la religión, tal como
Nietzsche los entendía. Quien de este modo pueda desembarazar­
se de la presión del pasado y potenciar una segunda naturaleza que
confíe en sí misma, podrá consolarse al comprender que su primera
naturaleza fue una vez segunda, es decir, un producto diluido en la
historia. El remedio de Nietzsche peca de impreciso y nebuloso. Su
protesta contra la educación histórica del hombre de su tiempo,
contra la obligatoriedad impuesta desde la juventud de analizarlo
todo haciendo historia, parece muy elaborada, pero la solución que
Nietzsche propone es absolutamente inaplicable. Por ello en la
tercera de sus Consideraciones inactuales se vio obligado a ofrecer
un ejemplo de una personalidad fuerte y unitaria, puesto que en las
circunstancias de entonces su existencia era perfectamente posible.
Así, en la primavera y verano de 1874 ultima Schopenhauer, edu­
cador. En este escrito, su autor todavía se declara discípulo y admi­
rador de Schopenhauer, pese a que debía de estar a punto de
separarse casi por completo de la filosofía de este pensador. Para
Nietzsche, el principal atractivo de Schopenhauer residía en su per­
sonalidad de filósofo, tal como él la entendía: Schopenhauer se
caracterizaba por su sinceridad, su alegría y su constancia. Frente al
optimismo ingenuo de un Strauss, Nietzsche le opone la «alegría
verdadera y divertida», la serenidad de un hombre que, consciente
de la miseria del mundo, había sabido encontrarse a sí mismo. A
Nietzsche le faltaba esa alegría y constancia: es lógico, por tanto,
que idealizase a Schopenhauer en su escrito. Por lo demás, éste le
da pie para reiterar de nuevo su predilección por la interpretación
heroica de la historia: «El hombre heroico mira con la misma indife­
rencia su bienestar y su malestar, sus virtudes y sus vicios, y en
general, al medir las cosas por su medida no espera nada en parti­
cular y quiere examinarlas todas hasta ese fondo sin esperanza.» No
obstante, Nietzsche albergaba la subrepticia esperanza de que el
que persigue la falsedad y sigue la pista de la mentira, al final hallará
ese fondo salvador de una experiencia vital positiva. No aclara ni
concreta más la posibilidad de semejante experiencia vital. Sus co­
mentaristas resaltan en este punto la cercanía de Nietzsche a las
ideas que subyacen en la «experiencia existencial» de Kierkegaard o
Jaspers.

El distanciamiento de Wagner

La cuarta de las Consideraciones inactuales, titulada Richard


Wagner en Bayreuth, revela el profundo cambio que se ha operado
en Nietzsche, y al mismo tiempo, su solución de compromiso al no
patentizarlo y alabar públicamente a Wagner como si nada hubiera
pasado. Sin embargo, Nietzsche ya enfocaba desde un distancia-
miento crítico el arte wagneriano. Como ya es habitual en él, sus
circunstancias personales ejercen un influjo directo en la transfor­
mación de su pensamiento. Tras la marcha de Wagner a Bayreuth,
y como consecuencia de la distancia, la familiaridad e intimidad con
los Wagner disminuyó. En mayo de 1872, Nietzsche presenció la
ceremonia de la colocación de la primera piedra del teatro del
festival de Bayreuth -como ya se ha dejado apuntado- y a finales
de otoño se reunió con el matrimonio Wagner en Estrasburgo. Sin
embargo, en las vacaciones navideñas de ese mismo año, Nietz­
sche rechaza una invitación del músico, lo que contraría a éste
bastante. Esta reacción de Wagner hiere la sensibilidad de Nietz­
sche, y en las vacaciones de Pascua intenta paliar su anterior con­
ducta visitando a los Wagner junto con su amigo Rohde. .Allí se da
cuenta de que la intimidad de Suiza ha desaparecido. Nietzsche
confiaba en discutir con los Wagner la obra que estaba a punto de

-99 -
finalizar sobre La filosofía en la época trágica de los griegos, pero las
conversaciones giraban en torno a las preocupaciones que acucia­
ban a Wagner: la falta de fondos para construir el teatro de Bay­
reuth y el escaso interés que por él demostraba la opinión pública.
Nietzsche se mostró profundamente decepcionado por el desinte­
rés del maestro hacia la filosofía griega antigua, y sobre todo por­
que vio a un Wagner completamente desconocido: ya no era ese
poeta vital, ese músico con el que compartía en el exilio sus alegrías
espirituales; no, Wagner se había convertido de repente en una
persona que dedicaba todas sus fuerzas a llevar a cabo lo que él
consideraba que era la obra de su vida. Esta apreciación descon­
certó a Nietzsche, que demuestra su inseguridad y su desconcierto
en las líneas que dirige a Wagner el 18 de abril de 1873:

«Respetado maestro: continuamente me asalta el recuerdo de


los días de Bayreuth, y las numerosas enseñanzas y experiencias

Richard Wagner en la época de su ruptura con Nietzsche. ►

Teatro del festival de Bayreuth.

Internationale Bilder Agentur, Zurich


Süddeutscher Verlag, Bild-Archiv, Munich

vividas en tan corto espacio de tiempo me abruman cada vez más.


Comprendo perfectamente que no se mostrará muy satisfecho con
mi estancia, pero esto ya no tiene remedio. Reconozco que yo me
doy cuenta de las cosas demasiado tarde; ahora, recordando el
pasado, surgen sensaciones y pensamientos nuevos que deseo gra­
bar a fuego en mi memoria. Sé muy bien, queridísimo maestro, que
una visita como la mía no debe de resultarle muy agradable que
digamos, e incluso sería insoportable en algunos momentos. Con fre­
cuencia me decía a mí mismo que era libre e independiente, al
menos en apariencia, pero en vano. En fin, le ruego me considere
uno de sus discípulos qué espera con la pluma en la mano y el

- 101 -
cuaderno ante sí... He de reconocerlo: cada día que pasa aumenta
mi melancolía al darme perfecta cuenta de cuánto me agradaría
ayudarle de alguna manera, poder serle útil en algo, pero soy com­
pletamente incapaz de ello, y si niquiera puedo aportar mi granito
de arena para que usted se distraiga y se alegre.»

Esta ,carta podría compararse a la de un amánte que apenas


puede disimular sus celos. Sin embargo, está escrita en un momen­
to en que la dependencia y servilismo de Nietzsche frente a Wagner
no es tan grande como aparenta. Unas semanas antes, había con­
fesado a Von Gersdorff que permanecía fiel al compositor «en todo
lo esencial, pero que protegía celosamente su libertad en puntos
accesorios de menor importancia y en una relativa abstinencia de
una convivencia personal más frecuente que me resulta necesaria y
que yo definiría casi como “sanitaria”». Estas líneas revelan perfec­
tamente el deterioro de las relaciones entre Nietzsche y Wagner. La
admiración del filósofo por el compositor colisionó con la tendencia
del primero a no subordinarse, o lo que es lo mismo, a asumir el
papel preponderante en cualquier relación interpersonal, incluyen­
do la amistad. Quizás fueron esos sentimientos de rivalidad los que
abrieron los ojos a Nietzsche, los que le forzaron a cambiar su punto
de vista con respecto a Wagner y a afrontar con mayor libertad
crítica su obra. Estos sentimientos provocaron la transformación,
inconsciente al principio pero incontenible, de un cariño exaltado y
apasionado en un afecto ambivalente de amor-odio. Quizá contri­
buyó también a dicho proceso el amor-odio del músico frustrado
que fue Nietzsche: debieron de ser numerosos factores impondera­
bles de este tipo los que entraron en juego en el proceso.
No obstante, la amistad no parecía estar seriamente amenaza­
da. En mayo de 1873 escribió a Wagner, con ocasión de su sesenta
cumpleaños, una carta muy afectuosa. El otoño brindó a Nietzsche
una buena oportunidad para ayudar a su amigo: el comité del
teatro del festival le encargó la redacción de un manifiesto para
inducir al pueblo a iniciar una suscripción pública. Nietzsche escri­
bió un panfleto inadecuado, la Exhortación a los alemanes, en la que
lanzaba furibundas invectivas contra los que habían acogido con
indiferencia el arte de Richard Wagner. En la asamblea de los dele­
gados de los círculos wagnerianos, celebrada en Bayreuth del 30 de
octubre al 3 de noviembre, Wagner fue el primero que rechazó la
Exhortación, y al final fue sustituida por otra proclama mucho más

Detalle del interior del teatro del festival. ►

-102-
Archiv für Kunst und Geschichte, Berlín
suave de otro autor. El intento de Nietzsche de prestar ayuda a la
construcción del coliseo que atravesaba serias dificultades, fracasó.
En el verano de 1876, precisamente antes de iniciarse el primer
festival en Bayreuth, volvería a salir en defensa de Wagner con la
cuarta de sus Consideraciones inactuales.
En 1875, Nietzsche había redactado ya los ocho primeros ca­
pítulos de la cuarta de sus Consideraciones inactuales; en octubre
de ese mismo año interrumpió el trabajo, y lo reanudó cuando se
convenció de que el festival iba por fin a realizarse, terminándolo en
la primavera de 1876. Richard Wagner en Bayreuth proporciona
más información sobre la evolución del filósofo alemán que sobre
Wagner. En este trabajo descubrimos a un Nietzsche ciertamente
convencido de la grandeza del arte wagneriano, pero su admiración
es mesurada y comedida, le falta la exaltación y el entusiasmo de
otros tiempos. Comprende de pronto que el fenómeno Wagner es
susceptible de análisis, y examina sucesivamente al hombre, al m ú­
sico y al escritor. En los capítulos iniciales, Nietzsche traza un certe­
ro perfil psicológico de Wagner, analiza su importancia, sus dificul­
tades y su osada lucha. Traza el esbozo de la gran personalidad del
músico en el que no falta el parangón con la antigüedad clásica, ni
los ataques a la mente racionalista, y que ejerce una influenciá
negativa en la esfera intelectual. Tras criticar el estado nefasto de la
cultura de su tiempo, en el sexto y séptimo capítulos hay pasajes
altamente laudatorios, que parecen beber en las fuentes de El ori­
gen de la tragedia y retratan y celebran a Wagner como dramaturgo
ditirámbico. Pero también alude a la misteriosa rivalidad a la que
una personalidad semejante empuja al observador. Wagner en
Bayreuth se inició bajo la impresión personal de que una amenaza
se cernía sobre los trabajos de Bayreuth, pero al llegar a los últimos
capítulos, Nietzsche' tiene ya la certeza de la inminente inauguración
del festival. Sin embargo, en el transcurso de la redacción la hipóte­
sis incial ha sufrido cambios, y quizá radique aquí el motivo de que
este escrito dé la impresión de ser, en conjunto, deslavazado y
contradictorio. En este intervalo de tiempo, Nietzsche había perdi­
do su fe en Wagner, y éste es un factor de más peso: la débil
apología que hace del compositor es un velo sutil para ocultar la
crítica que aflora en los últimos capítulos del ensayo. Por ejemplo,
cuando afirma: «Nadie que investigue sobre Wagner, ese poeta y
escultor de la lengua, debería olvidar que ni uno solo de los dramas
wagnerianos está destinado a ser leído, y en consecuencia, los re­
quisitos que se les exigen a los dramas recitados en aquéllos es­
torban.»
Con este párrafo, Nietzsche quiere decir simplemente que el

- 104-
lenguaje de Wagner es deficiente. Lo compara con Demóstenes:
«...la terrible seriedad del lenguaje y la violencia en el golpe final»
serían rasgos comunes al orador y al compositor; pero en esa com­
paración, pese a sus ecos heroizantes, predomina la crítica. Wagner
carecía de esa alegría desatada que Nietzsche atribuía a Schopen­
hauer y que le era tan grata. Más adelante dice que el Wagner
escritor revelaba esa violencia propia del hombre valiente que, tras
amputarle la mano derecha, pelea con la izquierda: «Cuando escri­
be se manifiesta siempre como un ser enfermo porque le falta la
adecuación del estilo, el ejemplo claro y definitivo, y éste a veces es
un defecto insuperable.» Por último, Nietzsche pregunta «qué signi­
ficará Wagner para este pueblo», y responde al final del ensayo:
«Algo inaceptable para nosotros, es decir, no el profeta del futuro,
como a primera vista podría parecer, sino el intérprete y glonficador
del pasado.» Con este juicio -Wagner no es un profeta, un visiona­
rio, del futuro- Nietzsche, en vísperas del primer festival de Bay­
reuth, rompe muchos lazos con Wagner, y reivindica para sí mismo
el don profético. Este trabajo, que en apariencia es un homenaje a
Wagner, trasluce en realidad su actitud de ruptura con muchas de
sus ataduras, entre ellas la concepción reflejada en El origen de la
tragedia de que el arte podía liberalizar la vida. Su pensamiento se
ha transformado: el artista ditirámbico ya no ocupa la cúspide, el
arte sólo es capaz de ofrecer una imagen muy simplificada de la
complejidad de la vida.
Nietzsche redacta, pues, la última de las Consideraciones inac­
tuales en medio de un distanciamiento personal creciente respecto
de Wagner. Las primeras decepciones en la amistad habían tenido
lugar en 1873: en enero el músico se muestra enfadado por el
alejamiento de Nietzsche, y en abril es este último quien se deprime
por su visita a Bayreuth. En otoño fue rechazada su Exhortación. A
principios del verano de 1874 rehúsa una invitación llena de cariño
de los Wagner, y prefiere viajar a un pueblo de los Alpes para
concluir su obra sobre Schopenhauer. En agosto, Nietzsche y su
hermana, con gran alegría por parte de Richard y Cosima, se pre­
sentan en Bayreuth, pero el filósofo se mostró muy reservado, y
además parecía esforzarse por irritar a Wagner. El 8 y 9 de junio
Nietzsche había escuchado a Brahms en Basilea y había comprado
la partitura para piano de la Marcha triunfal. No dudó en llevársela
a Bayreuth para provocar a Wagner, que sentía una profunda aver­
sión por la música de Brahms. Y Wagner estalló: «Me di perfecta
cuenta de lo que Nietzsche quería decir: Mira, éste es uno de los
que pueden hacer grandes cosas. Bien, pues una noche exploté ¡y
de qué manera!» Así fue como dos personas de susceptibilidad

-105-
Nietzsche sabía que Wagner sentía
auténtica aversión por la música
de Brahms (en la imagen), y lo
utilizó para provocar una ruptura
que hacía tiempo se venía gestando.

extrema riñeron. Su reacción, sin embargo, fue muy diferente: la


cólera de Wagner desapareció enseguida, pero Nietzsche mantuvo
abierta esa herida durante mucho tiempo. Después de esta desgra­
ciada visita, éste no regresaría a Bayreuth hasta julio de 1876, con
motivo de los preparativos del festival; es decir, estuvo dos años sin
ver a Wagner.
El matrimonio Wagner, por su parte, no escatimó esfuerzos en
pro de su amigo. Además de saludar con grandes alabanzas su
ensayo Schopenhauer, educador, no cesaron de preocuparse por
su bienestar. Pero por entonces Nietzsche recoma caminos muy
diferentes, y no tenía la menor intención de cerrar sus Considera­
ciones inactuales con un panegírico a Wagner. Había comenzado a
esbozar un manuscrito titulado Nosotros, los filólogos, en el que
reformulaba pensamientos ya conocidos sobre el helenismo y la
educación. Su interés decayó pronto, y esta obra quedó inconclu­
sa. Este fenómeno constituye un signo más de la evolución, de la
inseguridad y de la crisis interna de Nietzsche. Durante el otoño,
mantuvo una intensa relación con un grupo de compañeros jóve­
nes de Basilea que le sacó de la monotonía. Al terminar el año pasa
por momentos de depresión. Wagner intenta sacarle del marasmo

- 106-
aconsejándole, en una carta que desprende cariño y amistad, que
imprima nuevos rumbos a su vida:

«Su carta nos ha hecho preocuparnos más por usted si cabe.


Mi esposa le escribirá uno de estos días con más detenimiento,
porque yo sólo dispongo en este momento de unos pocos minutos
que querría dedicarle -quizá con disgusto por su parte- para referir­
le algo de lo que hemos hablado sobre usted. Creo que yo no he
entablado en toda mi vida una relación con hombre alguno como
la que usted soporta con otras personas en esos atardeceres de
Basilea: y si todos son hipocondríacos, entonces realmente no me­
rece mucho la pena... Creo que debería casarse o bien componer
una ópera; ambas cosas lé resultarían muy beneficiosas. Yo, en
particular, le aconsejo el matrimonio.
«Mientras se decide, yo le recomendaría un paliativo; sin
embargo, usted dispone su botica con tal antelación, que el reme­
dio es inaplicable. Le pondré un ejemplo: hacemos los arreglos
pertinentes en nuestra casa y le preparamos un alojamiento; a mí
nunca se me presentó una ocasión semejante, en los momentos de
estrechez; a la vista de tales circunstancias sería lógico que usted
pasase las vacaciones de verano con nosotros. Pero no: usted, con
una exquisita cautela, nos comunica a comienzos del invierno que
ha decidido pasar sus vacaciones veraniegas en Suiza ¡en una mon­
taña alta y solitaria! ¿No es esto un diplomático rechazo de una
posible invitación nuestra? Nosotros podemos servirle de ayuda:
¿por qué, entonces, la desdeña? Incluso Von Gersdorff y todo su
círculo de amigos podrían pasar aquí la temporada...
«Prefiero no seguir hablando de usted, porque es inútil.
»¡Por Dios! ¡Cásese con una mujer rica! ¿Por qué tendrá que
ser precisamente Von Gersdorff un hombre? Viaje, enriquezca sus
conocimientos y su persona con esas maravillosas experiencias que
hacen a Hillebrand un autor tan enriquecedor y envidiable (en su
opinión), y componga usted su ópera, que será muy difícil de re­
presentar. ¡Ha debido de ser Satán quien le ha convertido en peda­
gogo!»

En enero de 1875 Cosima Wagner preguntaba a Nietzsche por


carta si su hermana Elisabeth estaría dispuesta a ocuparse de su
casa y de sus hijos en Bayreuth mientras ella y su marido marcha­
ban de viaje. El contestó afirmativamente: la idea de comprometer­
se otra vez con sus amigos, sin implicarse él personalmente, le
pareció muy oportuna. Pero, durante este periodo no todo fue
frialdad: Nietzsche tuvo también momentos de auténtico entusias-

-107-
En el bello marco de
los bosques de Baviera
esbozó Nietzsche
sus primeras ideas
sobre Humano,
demasiado humano.
mo por Wagner. En la Pascua de 1875 adquirió la partitura para
piano de El ocaso de los dioses, recién publicada, y escribió a
propósito de ella: «Es como gozar el cielo en la tierra.» Este mismo
año inició su ensayo Wagner en Bayreuth, con la única intención
de ayudar a su amigo. En agosto del mismo año, Nietzsche, mien­
tras se sometía a un tratamiento de hidroterapia en Steinabad (Sel­
va Negra), escribió a Rohde: «¡No estoy en Bayreuth!... Casi no me
cabe en la cabeza. Mi alma pasa allí casi todo el día, revoloteando
como un fantasma alrededor de Bayreuth... Muy a menudo, du­
rante mis paseos, dirijo para mí mismo numerosos pasajes musica­
les que me sé de memoria, y además los tarareo.» Dos meses
después, en otra de sus cartas a Rohde, le confiesa: «Mi ensayo
titulado Richard Wagner en Bayreuth está casi concluido, pero no
verá la luz porque queda muy lejos de lo que me exijo a mí mismo;
en consecuencia, su único valor en lo que a mí respecta es el de
analizar el espinoso asunto de nuestras relaciones hasta la fecha.
No estoy por encima y me doy cuenta de que no he llegado aún a
analizarlo por entero: ¿cómo entonces voy a ayudar a otros?»
Nietzsche juzgaba su fracaso personal con Wagner como el
asunto más grave de su vida. Sin embargo, como ya se ha dicho, el tra­
bajo quedó concluido en la primavera de 1876, e impreso en el
mes de julio. Nietzsche, con el alma en vilo, envió dos ejemplares a
Bayreuth: «Esta vez no puedo ni siquiera entrever cuál será su
reacción al leer esta obra.» Los temores de Nietzsche eran infunda­
dos. Wagner, sobrecargado de trabajo, no reparó ni en la nueva
orientación del pensamiento de Nietzsche ni en su punzante crítica.
Esta fue su respuesta: «¡Amigo mío! ¡Su libro es formidable! Pero,
¿de dónde ha sacado usted tantos datos sobre mí? Venga a Bay­
reuth y acostúmbrese a sacar sus impresiones de la experiencia.»
Nietzsche aceptó enseguida la invitación, y a finales de julio
llegó al hogar de los Wagner. Apenas habían transcurrido unos días
se lamenta a su hermana: «Ansio marcharme de aquí... Las largas
veladas artísticas me resultan tediosas... Estoy hasta la coronilla.»
Al descontento en el plano estético se unió un repentino
empeoramiento de su estado de salud. Nietzsche escapó de Bay­
reuth antes del primer ensayo general, y se trasladó a los bosques
de Baviera, en donde esbozó sus primeras ideas sobre Humano,
demasiado humano. Este hecho demuestra claramente cuánto se
había alejado de todo lo relacionado con Wagner. Diez días des­
pués, y a petición de su hermana, regresó a Bayreuth para asistir al
estreno de El oro del Rin, y aunque permaneció en la ciudad, ya no
presenció las demás representaciones del Anillo.
Nietzsche había roto ya en su interior los lazos con Wagner.

- 110-
Doce años más tarde, en su obra Nietzsche contra Wagner, recor­
daría el proceso: «En el verano de 1876, mediada la época del
primer festival, ya había roto en el fondo de mi alma con Wagner.
Yo no soporto la ambigüedad; desde que Wagner se trasladó a
Alemania, comenzó a mostrarse condescendiente con cosas que
desprecio: hasta con el antisemitismo... Era hora de zanjar de una
vez el asunto, y los hechos me han dado la razón. Richard Wagner,
el aparentemente siempre victorioso Wagner, era en realidad un
desesperado y corrompido decadente que se postró, como un ser
desvalido y quebrantado, ante la cruz cristiana...» El último encuen­
tro tuvo lugar en Sorrento durante el otoño de ese mismo año.
Nietzsche se encontraba en dicha localidad con Malwida von Mey-

Sorrento, escenario del último encuentro entre Nietzsche y Wagner.

Süddeutscher Verlag, Bild-Archiv, Munich


senbug pasando el invierno, y los Wagner, quizá por azar, eligieron
también Sorrento para disfrutar un mes de vacaciones (5 de octu-
bre-5 de noviembre). A punto de finalizar esta estancia, un día,
mientras paseaban, Wagner inició una conversación sobre Parsifal,
obra que estaba pergeñando por entonces. El compositor hablaba
con aquella vitalidad y desbordamiento imaginativo que le caracte­
rizaban, y que Nietzsche tanto había amado en el pasado. Wagner
reveló también cuán entregado estaba a estructurar e inscribir moti­
vos específicamente cristianos en la temática de Parsifal. Nietzsche
escuchaba, rodeado de una muralla de silencio, y de repente, se
disculpó y desapareció en la oscuridad. Ya no se verían nunca más.
Aquí terminó la amistad más importante dentro de la vida de
Nietzsche. Hubo de esperar a 1878 para que se hiciera oficial y
patente una ruptura que hasta entonces había sido celosamente
silenciada. Fue una especie de epílogo personal. En enero de ese
año, Wagner mandó a Nietzsche, sin premeditación alguna ni som­
bra de rencor contra su amigo, un ejemplar de Parsifal. Nietzsche
no le contestó, pero no le ahorró críticas entre sus amigos. En mayo
envió a los Wagner su obra recién editada Humano, demasiado
humano con una dedicatoria absurda. Los ataques mal disimulados
de Nietzsche contra Wagner, que en la obra recibe el único califica­
tivo de el artista, hirieron -y con razón- a sus amigos en Bayreuth,
pero éstos guardaron silencio hasta agosto, momento en que Wag­
ner publicaba en Bayreuther Blatter un artículo titulado «El público
y la popularidad», en el que de forma soterrada criticaba con sar­
casmo el pensamiento de Nietzsche. For lo demás, Wagner, cono­
cido por su tendencia a difamar a sus amigos, se comportó con gran
comedimiento. Hasta la misma hermana de Nietzsche medió en
Bayreuth para evitar la ruptura, pero todo fue inútil: los lazos entre
ambos se habían roto definitivamente.

- 112 -
4. La conciencia
de la enfermedad

«Estoy llegando al final de los 35 años, edad que, durante mil


quinientos años, ha sido considerada “la mitad de la vida”. A esa
edad perfiló Dante sus visiones, según recuerda en el primer verso
de su poema. Yo me encuentro ahora en la mitad de la vida, pero
tan “rodeado de muerte” que puedo morir en cualquier momento;
el tipo de mis dolencias me hace pensar que moriré de manera
repentina, en medio de convulsiones; yo preferiría cien veces más
una agonía lenta y lúcida, durante la cual pudiera hablar con mis
amigos, aun a costa de mayores sufrimientos. En este aspecto me
siento terriblemente envejecido, quizá también porque mi vida ya
ha dado sus frutos. He alimentado la lámpara de aceite, y no lo
olvidaré. En realidad ya he pasado la prueba de fuego de la vida:
muchos tendrán que pasarla tras de mí. Los incensantes y doloro­
sos padecimientos no han doblegado hasta hoy mi ánimo, e incluso
en ocasiones me siento más alegre y benévolo que en toda mi vida
pasada: ¿a quién atribuir este influjo reconfortante y saludable?
Desde luego, al hombre, no, porque excepto unos pocos, todos los
demás se han “escandalizado de m í” en los últimos años, y no han
vacilado en demostrármelo.»
Nietzsche, en estas líneas dirigidas el 11 de septiembre de
1879 a su amigo Peter Gast desde St. Moritz, insiste en las graves
dolencias que le aquejaban desde la época estudiada en el capítulo
anterior. Ahora, a los diferentes padecimientos físicos, casi cons­
tantes a lo largo de toda su vida y que aumentaron paulatina y
progresivamente en intensidad, se suma ese mal social, conocido
desde su infancia: la dificultad de relacionarse con los demás, que
se pone de manifiesto en las desmedidas exigencias que reclama a
sus amigos. El afecto de su profesor Ritschl, su amigo paternal de
antaño, se había apagado mucho antes de su muerte, acaecida en
1876; también la amistad con Rohde, que había obtenido una
cátedra en Jena, se relajó. Rompió con Von Gersdorff cuando, a
punto de contraer matrimonio con una joven italiana, Nietzsche se
entrometió en su vida privada para intentar disuadir a su amigo de

-113-
semejante enlace. Otros amigos ocuparon el vacío dejado por los
antiguos: Malwida von Meysenbug, Paul Reé, y sobre todo Hen-
rich Kóselitz, más conocido en la bibliografía de Nietzsche por el
seudónimo de Peter Gast.
El joven músico Peter Gast llegó a Basilea en 1875 para cono­
cer a Nietzsche en persona. Venía fuertemente impresionado por la
lectura de sus escritos, pero el contacto personal con Nietzsche, a
cuyas clases asistía, potenció su admiración por el filósofo hasta el
punto de que, en adelante, siempre permanecería vinculado a él.
Por otro lado, a Nietzsche le agradó Gast como hombre y como
músico, y no tardó en convertirse en una persona indispensable
para él, aunque exclusivamente por razones de tipo práctico: por su
hermosa y legible caligrafía. Gast escribía cuanto Nietzsche le dicta-

£/ joven músico Peter


Gast, una de las pocas
personas que
permanecieron vinculadas
a Nietzsche hasta su
derrumbamiento final.

- 114-
Elisabeth Nietzsche.

Friedrich Würzbach:
Nietzsche (Propyláen Verlag, Berlín 1942)

ba, y luego lo pasaba a limpio, dejando las hojas listas para la


imprenta. Pronto acumuló Gast méritos suficientes ante su maes­
tro, granjeándose su confianza. Un año después de los aconteci­
mientos de Bayreuth, Nietzsche entabló amistad con el pintor y
escritor Reinhard von Seydlitz. Sin embargo, a la vista del desarro­
llo de su enfermedad, la abnegación de Gast se reveló insuficiente:
necesitaba cuidados continuos; es en este momento cuando su
hermana Elisabeth comienza a ocuparse de muchos de sus asuntos,
cobrando progresivamente cada vez más importancia en su vida.
Desde agosto de 1875 ambos hermanos viven juntos en Basilea. Al
mismo tiempo, Elisabeth tenía que cuidar a su madre, que residía

- 115 -
en Naumburgo; por eso, la ayuda que prestaba a Nietzsche era
esporádica, a pesar de que su hermano la necesitaba cada día más.
La vida del filósofo seguía fluctuando entre Basilea y otros muchos
lugares de Alemania, Italia y Suiza, ya fuera para visitar a sus ami­
gos, o más frecuentemente por motivos de salud, es decir, para
procurar combatir sus progresivos dolores mediante cambios fre­
cuentes de clima. Nietzsche no cesó de buscar un entorno que
mejorara su deteriorada salud física y psíquica.
En 1876 y 1877 intentó solucionar el problema atendiendo las
recomendaciones que Wagner le había hecho en 1875: acarició la
idea del matrimonio como un remedio para serenar su errabunda
existencia. Uno de sus muchos viajes de convalecencia fue el que
durante los meses de marzo y abril de 1876 hizo al lago de Ginebra.
Su amigo Von Gersdorff le acompañó, y juntos leyeron Los novios,
de Manzoni. Durante su estancia, conoció a una joven holandesa
llamada Mathilde Trampedach. Pocos días después, y tras un largo
paseo de cuatro horas, Nietzsche le pidió que se casara con él.
Efectuó, claro está, su petición por escrito, y precisamente la víspe­
ra de su partida. Nietzsche, a quien sin duda un paso semejante
debía potenciar sus inhibiciones, se decidió a pasar a la acción al
saber que Mathilde Trampedach había leído Excelsior, de Longfel-
low, y se había identificado con el concepto de la vida que desarro­
llaba esa obra. Se decidió, pues, a escribirle las siguientes líneas,
que querían ser amables, pero que, en el fondo, dan impresión de
torpeza y de una cierta descortesía:

«Ginebra, 11 de abril de 1876


«Señorita: como usted va a escribirme esta noche, yo quiero
corresponderle.
»Haga usted acopio de todo el valor de su corazón, y no se
asuste por la pregunta que voy a dirigirle: ¿Quiere usted casarse
conmigo? Yo la amo y en el fondo de mi corazón siento que me
pertenece. No voy a explicarle este afecto repentino, ni pretendo
disculparme de nada, puesto que no existe en todo ello culpa algu­
na. Quiero saber si sus sentimientos corresponden a los míos. No­
sotros nunca nos hemos sentido extraños, ni un solo instante. ¿No
cree que el matrimonio nos haría más libres y más felices de lo que
podríamos ser estando separados, es decir, más excelsos? ¿Se atre­
verá usted a partir conmigo para ser más libre, mejor y más sincera?
¿Se atreverá a correr conmigo los caminos de la vida y del pensa­
miento? No guarde silencio, sea sincera conmigo. Exceptuando a
nuestro común amigo, el señor Von Senger, nadie tiene noticias de
esta carta ni de la pregunta fundamental que en ella formulo. Ma-

-116-
ñaña, en el expreso de las 11, emprendo el viaje de regreso a
Basilea; no puedo retrasarlo, por eso le adjunto mi dirección en esta
ciudad. Si la respuesta a mi pregunta es ¡sí!, le pediré a usted las
señas de su señora madre para escribirle inmediatamente. Si usted
se decide con rapidez, puede contestarme por carta -tanto si es sí
como si es no-. Yo estaré esperando su respuesta hasta mañana a
las 10 h. en el Hotel Gami de la Poste.
»Le deseo un futuro lleno de felicidad y bondad.

»Friedrich Nietzsche »

Esta petición de mano, repentina pero sin temperamento, no


resulta muy reveladora con respecto a las verdaderas inclinaciones
de Nietzsche y demuestra con gran claridad sus inhibiciones: el
enamorado al mismo tiempo que solicita de su amada una respues­
ta epistolar, le anuncia su partida. Los proyectos de matrimonio ya
no volverán a rondar a Nietzsche hasta conocer a Lou Salomé.
Pero antes, sería Malwida von Meysenbug quien, de forma velada,
le hablaría de matrimonio en Sorrento. Nietzsche confesaba al res­
pecto a su hermana, el 25 de abril de 1877:

«Queridísima hermana: tu carta me ha proporcionado un pla­


cer indecible, y ha dado de lleno en el clavo. ¡Qué mal me encon­
traba! En apenas dos semanas, me he pasado seis días en la cama
aquejado de terribles dolores de cabeza; el último ha sido desespe­
rante. Cuando al fin he podido levantarme, le ha tocado el turno a
la señorita Von Meysenbug, que ha permanecido tres días en el
lecho por una dolencia de tipo reumático. Pese a estar sumidos en
el dolor, los dos nos hemos reído mucho leyendo algunos pasajes
de tu carta. Pues bien, la señorita v. M. me aconseja un plan a cuya
realización tú puedes aportar tu granito de arena; helo aquí: los dos
estamos convencidos de que mi dedicación a la docencia universi­
taria en Basilea no puede durar mucho porque me exigiría abando­
nar otros proyectos más importantes y perder la poca salud que
aún me queda. Todavía seguiré en la universidad durante el próxi­
mo invierno, pero en la Pascua de 1878 todo habrá terminado si
tiene éxito la otra parte del plan, es decir, el matrimonio con una
mujer apropiada y acomodada. Esto último es un requisito esencial:
“Buena, pero rica”, en palabras de la srta. v. M. Nos hemos reído a
carcajadas de ese “pero”. Una vez casados, residiríamos en Roma
durante algunos años, ambiente muy propicio para mejorar mi sa­
lud, mis intereses y mis estudios. El proyecto debería quedar ulti­
mado este verano en Suiza para llegar ya casado a Basilea el próxi-

-117-
Ullstein Bilderdienst, Berlín
mo otoño. Se han cursado invitaciones a diferentes “personas”
para que acudan a Suiza; muchos de los nombres -por ejemplo:
Elise Bülow, de Berlín, Elsbeth Brandes, de Hannover- te resulta­
rán completamente desconocidos. Teniendo en cuenta sus cualida­
des espirituales, me parecen más idóneos los corazones nacionales.
¡Así que has logrado grandes cosas con la idealización de la pe­
queña Kóckert en Ginebra! ¡Laurel, honor, loor! Pero eso entraña
un riesgo; ¿y la fortuna?»

Tales eran los proyectos de Nietzsche por esta época. Su dis­


posición a prestarse a un matrimonio de conveniencia en caso ne­
cesario, basándose en criterios puramente burgueses, deja maltre­
cha la imagen del Nietzsche solitario, pero ilumina de alguna mane­
ra la intensidad de sus padecimientos físicos. En junio de ese mismo
año ya ha cambiado de opinión: «El matrimonio me parece muy
deseable, pero, en mi caso, bien lo sé, es altamente improbable.»

La historia clínica

La enfermedad y los dolores atormentaban a Nietzsche, hasta


el punto de tener que solicitar continuos permisos en la universi­
dad. El proyecto de matrimonio quedó en agua de borrajas; era,
pues, inevitable elegir el otro camino, ya anunciado por él mismo,
es decir, renunciar a su cátedra de Basilea. En el verano de 1879,
las condiciones de vida de Nietzsche se endurecieron porque, a
finales de junio, su hermana había regresado, esta vez de forma
definitiva, a Naumburgo con su madre. Al iniciarse 1879 su estado
de salud empeoró; casi a diario sufría intensos dolores cerebrales,
oculares y vómitos. No le quedó otro remedio que presentar su
renuncia a la cátedra de Basilea el día 2 de mayo. Seis semanas
después, la Universidad, muy a su pesar, decretó la jubilación, asig­
nándole una pensión anual de tres mil francos, lo que indica que, a
pesar de todo, se tenían en gran estima sus méritos académicos.
Sus dos últimos cursos del semestré de invierno de 1878-79 versa­
ron sobre «Poetas líricos griegos» e «Introducción al estudio de
Platón». Tras cesar en la cátedra, Nietzsche viajó con su hermana a
Schloss Bremgarten, localidad situada cerca de Berna, y cuando
Elisabeth regresó con su madre, Nietzsche se trasladó a Zurich, y allí
la suegra de Overbeck le prodigó sus cuidados. A finales de junio

Silvaplaner y e¡ lago de Sils, cerca de Saint Moritz.

-119-
visitó por vez primera la Alta Engadina, donde notó un alivio in­
mediato: «...Quizás lo adecuado sea St. Moritz. Me siento como si
hubiera llegado a la Tierra Prometida... Por primera vez experi­
mento alivio. Me encuentro bien, y quiero permanecer aquí mucho
tiempo.» Dos semanas más tarde observa: «Estoy muy enfermo; he
pasado cuatro días en el lecho, y cada jornada trae su particular
historia de dolor; sin embargo, lo soporto mejor que en cualquier
otro sitio. Es como si después de tanto tiempo hubiera encontrado
lo que busco. Ya no confío en una mejoría, y menos aún, en curar­
me, pero el simple alivio es un tesoro inapreciable.»
Durante decenas de años el historial médico de Nietzsche ha
inducido a numerosos autores a emprender investigaciones sin
cuento. Los resultados difieren mucho. Karl Jaspers, en su biografía
del filósofo alemán, ofrece un amplio cuadro de los hallazgos más
sobresalientes y de las teorías predominantes, demostrando con
todo ello que existen numerosas cuestiones muy controvertidas. La
tesis, comúnmente aceptada, de que su derrumbamiento espiritual,
muy patente desde finales de 1888, encubre probablemente una
parálisis, ha propiciado a menudo una interpretación de la historia
de la enfermedad de Nietzsche basada en este estadio final; con
otras palabras, todos los trastornos de los años precedentes se han
considerado como una fase previa de la parálisis. De acuerdo con
esta hipótesis, el origen de la enfermedad habría que fijarlo en su
época de estudiante, durante la cual debió de contraer una in­
fección sifilítica. Deussen, en sus Recuerdos de Nietzsche, refiere
que, durante una de sus visitas a Colonia, el entonces joven estu­
diante fue llevado -por error, según se dice- a un burdel por un
criado. Si hacemos caso a Deussen, Nietzsche al otro día contó a su
amigo el incidente y sobre todo relató con tintes melodramáticos su
huida de ese entorno de mujeres fáciles. Aun concediéndole crédito
al relato de Deussen, sigue siendo problemática y discutible la exis­
tencia de la infección, y aun dándola por sentado, habría que in­
vestigar si realmente deriva de ella la enfermedad de Nietzsche.
Otra hipótesis muy controvertida afirma que la causa desencade­
nante del mal habría sido el abuso de venenos y medicamentos;
otros creen que la sintomatología de la enfermedad, a partir de
1873, guardaría relación con un proceso psiconeurótico desenca­
denado por la ruptura con Richard Wagner. Especulaciones como
éstas no aportan demasiada luz, y se convierten en disparatadas
cuando de ellas se extrae la conclusión de que la obra de Nietzsche,
desde 1866, es la obra de un enfermo mental. La enfermedad y la
obra se interrelacionan, sin duda, en su vida, pero de alguna mane­
ra dicha relación sigue sumida en el «misterio», puesto que sabemos

- 120 -
CEUVR.ES C O M P L É T E S , DE FRÉoáRIG NIETZSCHE

P U B U É E S SODS LA. D IRECTIO N- D E H E X B I A L B E R T

FR ÉD É RIC NIETZSCHE

H u m a in , tr o p H u m a in
emiére partie)

\
TRADUIT PAR

A.-M. D E S R O U S S E A U X
O m iiO T lO » 4BJ0JH T A l ’ íc o t* »** i i B I l l ÍT O »M

Q u a tr iim e é d itio n

PARIS
SOGIÉTÉ DV MERCTRB DE FRANGE
X V , UVE DB l ’ k CHAVBÉ-SAINT-GERMAIN , XV

AI OCCC XG IX

Portada de una edición francesa de Humano, demasiado humano. Biblioteca


Central, Barcelona.

- 121-
muy poco sobre la etiología de sus enfermedades. Hay síntomas
específicos en la enfermedad de Nietzsche que se manifiestan ya en
su infancia: por ejemplo, en el verano de 1856 estuvo excusado de
asistir al colegio catedralicio a causa de constantes dolores ocula­
res y cerebrales. En 1862 los intensos dolores de cabeza se repiten
en Pforta. En el registro sanitario de Pforta Nietzsche es descrito
como «una persona rebosante de salud, de fuerte complexión, mi­
rada extrañamente fija, corto de vista y aquejado muy a menudo de
dolores que se intensifican y devienen en accesos de jaqueca». La
herida en el pecho provocada por una caída del caballo durante su
servicio militar (marzo de 1868) y las afecciones contraídas en sep­
tiembre de 1870 en la guerra -disentería y difteria- son mejor co­
nocidas e independientes del resto. La disentería fue responsable
de los dolores abdominales que duraron años. En 1879, el estado
general de Nietzsche empeoró de tal forma que, a finales del año,
su salud alcanza uno de los puntos más bajos. En ocasiones, los
ataques provocan la pérdida del conocimiento. Hay que poner en
tela de juicio la creencia de Nietzsche manifestada a principios de
1880 sobre la inminencia de su muerte tras las investigaciones de
Karl Schlechta, que prueban que sus cartas de despedida fechadas
el 31 de diciembre de 1879 y el 16 de enero de 1880 son falsifica­
ciones posteriores de su hermana. Una cosa es segura: sus ataques
declinan en el transcurso de los años ochenta; en esta fase apare­
cen estados de ánimo eufóricos desconocidos hasta entonces, y
periodos de frenética creación, a los que siguen otros caracterizados
por el vacío y el descontento. Jaspers recalca con especial énfasis el
hecho de que estos síntomas, consignados por el propio Nietzsche
en esta fase creativa tardía, difieren considerablemente de los de la
década anterior. Por lo demás, la enfermedad mental no le sobre­
viene hasta el final de los años ochenta. Es lógico, por otra parte,
que algunas de las reacciones y costumbres de un hombre que
desde la juventud sufrió casi de continuo las dolencias más diver­
sas, estén influidas por su enfermedad. Algunos investigadores de
Nietzsche opinan que la ruptura con Wagner provocó alteraciones
de tipo neurótico que quebrantaron irremediablemente su salud.
No obstante, con el mismo derecho podemos dar la vuelta a seme­
jante argumentación y afirmar que fue el lamentable estado de
salud de Nietzsche el factor responsable de la ruptura: su excesiva­
mente ruda reacción podría deberse, según esta hipótesis, a una
hipersensibilidad e irritabilidad derivadas de su enfermedad.

El puente de Rialto, en Venecia. ►

- 122 -
Humano, demasiado humano
Mientras el deterioro de la salud de Nietzsche progresaba de
forma imparable, el filósofo escribió Humano, demasiado humano.
La obra, iniciada en 1876 tras su huida de Bayreuth, fue publicada
en 1878. Posteriormente añadió dos escritos suplementarios: Mis­
celánea de opiniones y sentencias (1879) y El viajero y su sombra
(1880) en la segunda edición y que su autor calificó de segundo
volumen de Humano, demasiado humano. La envergadura de esta
obra (casi 600 páginas según la edición de Schlechta) prueba que a
pesar de su enfermedad y de su vida errabunda, Nietzsche escribió
durante aquellos años sin parar.
Estuviera donde estuviera -Basilea, Sorrento, Bad Ragaz,
Naumburgo, Bad Bex (cantón de Waadt), Coira, Riva (lago de
Garda) o Venecia, que visitó por primera vez en la primavera
de 1880 acompañado por su amigo Peter Gast, y que le causó una
fuerte impresión- Nietzsche debió de escribir sin darse un momento
de respiro. Un examen minucioso de la obra citada deja traslucir el
continuo peregrinar de su autor: la enfermedad y los incesantes
viajes impedían una elaboración reposada; el proceso creativo
comprendía multitud de apuntes breves, notas, aforismos y ensa­
yos fragmentarios. Nietzsche no tardó en acumular una cantidad
ingente de materiales, que seleccionaba, según la ocasión, y que
posteriormente reelaboraba y les daba forma decisiva.
Los viajes continuos ya no mitigaban las molestias ni las con­
trariedades. El 13 de mayo de 1877, tras el regreso de Sorrento a
Lugano, Nietzsche envió a Malwida von Meysenbug un minucioso
informe sobre el viaje que no tiene desperdicio:

«Un viaje por mar es como un espejo en el que se refleja la


imagen terrible de la miseria humana, sí, una imagen terrible, pero
en el fondo tan risible como a veces me parecen mis dolores de
cabeza, que me asaltan incluso en momentos en que disfruto de un
bienestar físico considerable. En fin, hoy vuelvo a vivir inmerso en
una atmósfera de “alegre invalidez”; en el barco, negros pensa­
mientos se apoderaban de mí, pensé incluso en suicidarme, y mi
única duda consistía en hallar la fosa más profunda para hundirme
en ella y hacer imposible mi rescate, no fuera que encima tuviera
que gratificar a mis salvadores con una montaña de oro para mos­
trarles mi agradecimiento. Por lo demás yo conocía demasiado
bien los peores síntomas de los mareos desde aquella época en que
comenzó a atormentarme mi dolencia de estómago en una alianza
fraternal con los dolores de cabeza: ahora, sin embargo, retornaba

- 124-
“el recuerdo de tiempos casi olvidados”. Debo añadir, además, el
incordio que supone cambiar de posición de tres a ocho veces por
minuto, tanto de día como de noche: todo ello en medio del olor de
la comida y de las conversaciones de los comensales devorando
manjares exquisitos, lo cual es repugnante hasta extremos indeci­
bles. Al puerto de Livorno arribamos de noche y con lluvia: yo
pretendía desembarcar, pero las frías advertencias del capitán me
hicieron desistir. En el barco reinaba un gran estrépito aquí y allá:
los frascos caían, como dotados de vida propia, los niños gritaban,
la tempestad bramaba con furia; “era un eterno insomnio mi desti­
no”, que diría el poeta. El desembarco trajo consigo nuevos padeci­
mientos; desquiciado por los punzantes dolores de cabeza, me de­
diqué durante horas a observar con ojos muy abiertos, desconfian­
do de todo y de todos. Pasé sin problemas el trance de la aduana,
pero olvidé lo principal: facturar mi equipaje en el tren. Comenzó
entonces mi odisea hacia el Hotel National, con dos bribones al
pescante que a todo trance pretendían conducirme a una miserable
trattoria: había dejado mis maletas en otras manos, a un hombre
que corría delante de mí jadeando. Me enfurecí en un par de oca­
siones e intimidé al cochero, pero el otro tipo escapó. ¿Quién po­
dría explicarme cómo llegué al hotel Londres? Porque yo, desde
luego, no lo sé. El hotel tenía buen aspecto, pero la llegada fue
horrible porque un ejército de pedigüeños me rodeó con las manos
tendidas. Apenas entré en mi habitación me arrojé sobre la cama,
muy enfermo. El viernes recobré el ánimo y hacia el mediodía, bajo
un cielo encapotado y lluvioso, me dirigí a la Galería del Palazzo
Brignole; para asombro mío, la visión de los retratos de esa familia
me fascinó y me insufló nueva vitalidad; un Brignole montado so­
bre un poderoso caballo de batalla, en cuyos ojos aleteaba todo el
orgullo de esa familia: ¡he aquí lo que reconfortó mi deprimida
humanidad! Yo, particularmente, prefiero a Van Dyck y a Rubens a
cualquier otro pintor. Los demás lienzos me dejaron frío, excep­
tuando una Cleopatra moribunda de Guercino. Así retorné a la
vida; el resto de la jornada lo pasé tranquilo y animado en el hotel.
El día siguiente me proporcionó otra alegría inesperada: la com­
pañía de una encantadora y joven bailarina de un teatro de Milán
en el viaje de Génova a esta ciudad. Camilla —tal era su nombre-
era molto simpático. ¡Oh! ¡Tendría que haber oído usted mi italia­
no! De haber sido yo un pachá la hubiera llevado conmigo a Pfá-
fers, y allí, durante el tiempo que me hubieran dejado libre mis
ocupaciones intelectuales, le hubiera pedido que bailara para mí.
Todavía estoy un poco enfadado conmigo mismo por no haberme
quedado con ella al menos un par de días en Milán. Camino de

-125-
Suiza, el trayecto de Como a Lugano lo hice en el ferrocarril de San
Gotardo, que ya ha sido concluido. ¿Que por qué he venido a
Lugano? En realidad no lo sé, pero aquí estoy. En el momento en
que cruzaba la frontera suiza, bajo una intensa lluvia, se dibujó un
relámpago en el cielo y luego oí un trueno; yo los tomé como
síntomas de buenos augurios. He de reconocer también que a
medida que me acercaba a las montañas, me sentía mejor. En
Chiasso, mi equipaje se dispersó en dos trenes diferentes; fue una
contrariedad desesperante, y por si fuera poco, la aduana. Hasta
los dos paraguas siguen direcciones opuestas. Un buen mozo de
cuerda me ayudó; él fue el primer suizo que me habló en alemán,
y, créame, lo escuché con cierta emoción. De repente me di cuenta
de que prefiero mucho más vivir entre suizo-alemanes que entre
alemanes.»

¡Qué peripecias y tormentos! Aunque Nietzsche, como viajero


experimentado que era, salía siempre airoso de dificultades seme­
jantes, y aunque registraba con evidente placer cualquier suceso
jocoso o divertido de sus viajes, las penalidades a las que estaba
expuesto este hombre enfermo demuestran, sin embargo, que so­
bre su actividad creativa gravitaba una serie de cargas adicionales e
inusitadas. En medio de este clima brotó Humano, demasiado
humano.
Nietzsche subtituló su ensayo Un libro para espíritus libres, y
de hecho hay que entenderlo como un intento de recobrar su iden­
tidad y de romper las cadenas de las ideas heredadas que le ator­
mentaban. La ruptura se llevó a cabo en un doble sentido: el filóso­
fo había hallado una nueva concepción de la vida y, por otro lado,
el escritor había descubierto el vehículo expresivo más adecuado a
su persona, es decir, una escritura a base, sobre todo, de aforismos.
Huelga decir que la obra es, en gran parte, autobiográfica. La nue­
va forma de reflexión que adopta Nietzsche tiene precedentes cla­
ros: uno es Paul Reé, amigo suyo, que en 1875 había publicado
Observaciones psicológicas. Reé, con una óptica en absoluto origi­
nal, recalcaba la importancia del egoísmo en el comportamiento
humano. A Nietzsche le impresionó la obra. Otros precedentes son
los moralistas y epigramatarios franceses: Montaigne, La Rochefou-
cauld', La Bruyére, Chamfort y Stendhal. En ellos encontró los

«Un Bignole [...] en cuyos ojos aleteaba todo el orgullo de esa familia: ¡He aquí lo
que reconfortó mi deprimida humanidad!» Nietzche se debatía en medio de la
humillación que le causaba el rechazo de sus contemporáneos. (Andrea Bignole, por
Van Dyck. Palazzo Rosso, Genova.)

- 127 -
modelos de un estilo agudo y pulido, de la expresión de los con­
ceptos por medio de aforismos, de la óptica llena de ironía y es­
cepticismo y alejada de cualquier compromiso. Hasta ahora, los
escritos de Nietzsche eran una especie de introducción, de preludio;
con Humano, demasiado humano se inicia su obra de madurez. ¡Un
libro para espíritus libres!, es decir, para personas sin sombra de
superstición ni de idealismo. Para él, esto significaba esencialmente
liberarse de Schopenhauer y de los espejismos de la metafísica, y
también de sus ideas estéticas, hasta entonces comprometidas con
Wagner. En varios pasajes de esta obra, Nietzsche se pone a sí
mismo como ejemplo de espíritu libre. Por ejemplo cuando escribe:
«Soy un apasionado de la independencia, y en aras de ella lo sacri­
fico todo, quizá porque a mi espíritu dependiente le atormenta más
el hilo más fino que a otros gruesas cadenas.»
Esta obra encierra ideas nuevas: anteriormente Nietzsche, in­
fluido por el sistema filosófico-moral de Schopenhauer y por
la teoría kantiana del conocimiento, había profesado siempre la
creencia de que el mundo no es tal como se nos aparece, de que
nuestras visiones y percepciones son falsas, pero a pesar de todo
siempre creyó que la realidad tenía un significado mucho más hon­
do. Ahora, sin embargo, Nietzsche sabe que la realidad carece de
un significado en sí. Existe y tiene un ser, pero no un sentido in­
manente a ella misma: «Quizá reconozcamos... que la cosa en sí es
digna de una carcajada homérica; que pareció serlo todo, y en el
fondo está vacía, carente de sentido.» Tampoco existe un mundo
metafísico, una realidad verdadera tras las cosas, o si se quiere, tras
los fenómenos que las envuelven; nadie ha legislado el mundo;
tampoco existe la trascendencia, el más allá. En consecuencia, las
categorías tradicionales ético-filosóficas carecen también de senti­
do: el bien y el mal no existen en sí. Las acciones llamadas malas lo
son por razones de autoconservación; la bondad es una conven­
ción: «Todas las malas acciones están motivadas por el instinto de
conservación, o más exactamente, por la tendencia del individuo a
buscar el placer y a evitar el dolor: si tal es su motivación, no son
malas. “Hacer el mal por el mal” no existe, salvo en la mente de los
filósofos, ni tampoco “el placer por el placer” (compasión, en el
sentido de Schopenhauer)... La coacción precede a la moralidad;
es más: durante algún tiempo la moralidad no es más que una
coacción a la que los hombres se someten para evitar el dolor. Más
tarde se convierte en costumbre, luego en libre obediencia y, por
fin, casi en un instinto: entonces, como todo lo que es habitual y
natural durante mucho tiempo, se vincula con el placer, y pasa a
llamarse virtud.»

-128-
También acaba el papel preponderante del arte. En el cuarto
capítulo, titulado «Del alma de los artistas y escritores», Nietzsche
revisa su propia concepción de lo dionisíaco, según la cual el arte
podía redimir la vida. Dice adiós a Wagner, al que aquí, calificado
siempre como «el artista», sitúa en el «crepúsculo del arte»:

«Pronto se considera al artista un maravilloso resto del pasado,


y cpmo a un portentoso desconocido de cuya fuerza y belleza de­
pendió la suerte de tiempos antiguos, se le dispensarán honores
que no tributamos fácilmente a nuestros semejantes. Lo mejor de
nosotros mismos procede quizá de esas sensaciones de tiempos
antiguos, a los que ahora apenas tenemos acceso; el sol se ha
puesto ya, pero aunque no podamos verlo, todavía ilumina y ca­
lienta el cielo de nuestra vida.»

Sorprende también ver emerger en un Nietzsche antirraciona-


lista una tendencia hacia un racionalismo escéptico. Al desmorona­
miento del irracionalismo dionisíaco y a la negación de la trascen­
dencia metafísica sigue una invocación a la «libertad de la razón».
«El hombre a solas consigo mismo» sólo tiene una vía de escape: la
del peregrino que siempre se aleja un poco más del desierto de la
realidad; tan sólo ese viaje sin fin garantiza la sinceridad en el mun­
do, y con ello la libertad. En el aforismo 638, que cierra el primer
volumen' de Humano, demasiado humano, Nietzsche describe esa
situación con una claridad y una belleza de lenguaje que ya prelu­
dia su Zaratustra:

«El viajero. - El que no ha llegado por completo a la libertad de


la razón, no puede sentirse sobre la tierra otra cosa que un viajero,
no un viajero hacia una meta determinada, porque ésta no existe.
Pero quiere observar y mantener los ojos abiertos para todo lo que
sucede en el mundo; por eso no puede atar demasiado su corazón
a nada particular; es necesario que haya en él algo del viajero que
gusta del cambio y de la caducidad. Sin duda, un hombre semejan­
te pasará noches malas, en las que se encontrará cansado y hallará
cerrada a cal y canto la puerta de la ciudad que debía ofrecerle
reposo; quizá, como en oriente, le suceda que el desierto se extien­
da hasta esa misma puerta, y oiga rugir a las fieras más o menos
cerca, se levante un súbito huracán, o los ladrones le arrebaten sus
acémilas. Entonces la terrible noche caerá sobre él como un segun­
do desierto sobre el desierto, y en el fondo de su corazón se sentirá
cansado del viaje. La aurora saldrá para él, ardiente como una
divinidad de la ira, se abrirán las puertas de la ciudad, y él verá en

-129-
los rostros de sus moradores quizá aún más desierto, inmundicia,
engaño e inseguridad que ante las puertas, y el día será casi peor
que la noche. Bien puede ocurrirle esto al viajero; pero luego vie­
nen, en compensación, las mañanas deliciosas de otros parajes y
otros días, en los que apenas despunta el alba ve en las nieblas de
los montes los coros de las musas bailando a su lado; en los que
luego, cuando reposa apaciblemente bajo los árboles en armonía
con el espíritu de la mañana, verá caer desde las copas de los
árboles cosas buenas y luminosas, regalo de todos los espíritus
libres que moran en la montaña, en el bosque y en la soledad, y
que, igual que él, a su manera unas veces alegre, otras reflexiva,
son viajeros y filósofos. Nacidos de los misterios de la mañana,
piensan en cómo el día, entre la décima y duodécima campanada,
puede ofrecer un rostro tan puro, tan transfigurado, tan penetrado
de luz y alegría: es que buscan la filosofía de la mañana.»

Al crepúsculo del arte sigue el alba de la filosofía, cuya tarea es


subvertir todos los valores vigentes hasta la fecha.
La Miscelánea de opiniones y sentencias y El viajero y su som­
bra, que originariamente aparecieron como apéndice y suplemento
de Humano, demasiado humano y que acabarían por constituir un
segundo volumen de este último, son aún más sistemáticos, si cabe,
en cuanto a la temática. Por lo general, los aforismos ganan en
brevedad y en concreción (recordemos, por ejemplo, los que ver­
san sobre el futuro del cristianismo); pero por encima de todo hay
que resaltar las reiteradas manifestaciones sobre los alemanes, so­
bre su carácter, sus cualidades y sus vicios. Con esta obra, Nietz­
sche se convierte -junto con Heine- en el crítico más agudo de los
alemanes durante el siglo XIX. Muchas de las ideas conservan aún
su frescura, y algunas impresionan por la visión profética de su
autor y por la vigencia actual de sus opiniones. Por ejemplo, el
aforismo 324 de Miscelánea de opiniones y sentencias:

«Un extranjero que viajaba por Alemania desagradaba y agra­


daba por algunas de sus afirmaciones, según las comarcas por las
que pasaba. Todos los suabos que tienen ingenio —solía decir—son
coquetones. Pero los otros suabos seguían creyendo que Uhland
es un poeta y Goethe un inmoral. Lo mejor de las novelas alema­
nas, hoy tan en boga, es que no hace falta leerlas: ya las conoce­
mos. El berlinés parece más bonachón que el alemán del sur; como
es muy burlón, soporta mejor la burla, cosa que no sucede con los
alemanes del sur. El ingenio de los. alemanes deja mucho que de­
sear a causa de la cerveza y los periódicos: les recomienda té y

- 130 -
libelos, claro está, como remedio... Las comarcas más peligrosas de
Alemania son Turingia y Sajonia: en ningún lugar se halla más
energía y conocimiento de los hombres, ni más libertad de pensa­
miento, y todo ello está tan oculto bajo la capa de un lenguaje
vulgar y del extremo servilismo de sus habitantes, que apenas se
nota que alberga a los sargentos intelectuales de Alemania y sus
maestros en el bien y en el mal. La propensión a obedecer de los
alemanes del norte mantiene a raya su arrogancia, y la tendencia
de los alemanes del sur a buscar su comodidad refrena la de los
alemanes del sur. Le parecía que los hombres alemanes tienen por
mujeres a unas amas de casa muy torpes, pero convencidas de su
propia valía: hablaban con tanta obstinación de sí mismas que po­
drían convencer a cualquiera, y desde luego a sus propios maridos,
de las virtudes que despliegan en su hogar las amas de casa alema­
nas. Cuando la conversación giraba sobre la política exterior e in­
terior de Alemania, el extranjero solía contar -él lo llamaba revelar-
que el mayor estadista de Alemania no creía en los grandes estadis­
tas. Consideraba que el futuro de los alemanes estaba amenazado
y era amenazador, porque habían olvidado la alegría (cosa que tan
bien saben los italianos), y sin embargo, se había acostumbrado a la
emoción en lo que se refiere al azaroso juego de guerras y revolu­
ciones dinásticas, y en consecuencia algún día estallaría entre ellos
el motín. Esta es la mayor emoción que un pueblo puede procurar­
se. El socialista alemán, decía, era por todo ello el más peligroso,
porque no actúa empujado por una necesidad determinada; su
sufrimiento consiste en no saber lo que quiere; así que, consiga lo
que consiga, seguirá consumiéndose de deseo aun en el placer,
como Fausto, pero probablemente como un Fausto muy vulgar.
“Porque Bismarck -gritó por fin- ha expulsado al demonio de
Fausto, que tanto ha atormentado a los alemanes cultos: pero aho­
ra este demonio ha entrado en los puercos, y es peor que antes.”»

La publicación de esta obra no amplió el círculo de amigos de


Nietzsche. Ya se ha dicho que Humano, demasiado humano con­
firmó su ruptura con Wagner; pero hasta Rohde manifestó su dea­
cuerdo con la obra que descubría a un Nietzsche desconocido y al
que rechazaba. Lo que más disgustó a Rohde fue que su amigo
negase la responsabilidad del hombre por sus actos en un mundo
carente de sentido en sí mismo: «Nadie me hará creer jamás en una
doctrina semejante; no puede haber nadie que crea en ella, ni
siquiera tú.»
Nietzsche era consciente de las transformaciones que se ha­
bían operado en su interior. Y pese a que por entonces su enferme­

- 131 -
dad estaba en un punto álgido, consideró esta obra como un pri­
mer plano hacia su completo restablecimiento. En el prólogo poste­
rior de 1886 describe con minuciosidad el proceso. El privilegio del
espíritu libre a vivir conforme a su experiencia y la voluntad de
curación resaltan con tanta fuerza como las novedades con que
topa el viajero en el desierto: «...El signo de una interrogación cada
vez más peligrosa. ¿No se podrían subvertir todos los valores? Lo
bueno ¿no será quizá malo? ¿No podría ser Dios una invención sutil
del diablo? ¿Será todo falso en sus últimas causas? Y en la medida
en que nos sentimos engañados, ¿no seremos por eso mismo enga­
ñadores? ¿No se nos forzará a serlo?» Parece como si con estos
interrogantes Nietzsche señalara la dirección de su viaje futuro, rico
en descubrimientos. Aurora. Meditación sobre los prejuicios huma­
nos continúa sin fisuras los aforismos de Humano, demasiado hu­
mano. En esta obra, la fruición de la nueva libertad estilística es
paladeada a fondo; el tema se pule, se aligera de accesorios y se
perfila con mayor serenidad, sin añadirle, no obstante, elementos
nuevos. El tercer libro de aforismos, La gaya ciencia, puede situarse
también dentro de este contexto. Son las tres obras que beben en
las mismas fuentes, en el material disperso recogido durante aque­
llos años en el que brillan perlas aisladas, pero que tomados en
conjunto adolecen de una cierta monotonía temática, que las hace
aparecer, a grandes rasgos, intercambiables entre sí. Pero La gaya
ciencia es al mismo tiempo un preludio de Así habló Zaratustra.
Nietzsche está convencido de que es un enfermo en vías de recu­
peración.

- 132 -
5. Hacia los dominios
de Zaratustra

En la primavera de 1880 Nietzsche visita Venecia por primera


vez, acompañado de Peter Gast. Su estado de salud mejora de
forma paulatina. Lee El fin del verano, de Stifter, y tras un periodo
de inactividad, reanuda sus tareas con nuevos bríos. Hacia junio,
cuando los calores aparecen, se traslada a Marienbad (Engadina) y
luego a Naumburgo para ver a su madre y a su hermana; de regreso
al sur, se encuentra con Overbeck en Basilea; pasa el mes de octu­
bre en el lago Maggiore y finaliza su viaje en Genova, en donde
pasa el invierno. Allí sufre una recaída en su enfermedad. Nietz­
sche, en la soledad de su buhardilla genovesa, se sentía muy a
gusto, pero con el paso de los días llegaron los contratiempos: tuvo
que sufrir las inclemencias de un duro invierno sin una sola estufa, y
además con incesantes dolores de cabeza. En enero de 1881 con­
cluyó el manuscrito de Aurora; en primavera acude con Gast a
Recoaro, un pequeño balneario de montaña en Vicenza, pero su
estado no mejorará hasta el verano, que pasa en Engadina. El azar
hizo que Nietzsche descubriera el pueblo de Sils-Maria, situado en
el valle del Inn, un paraje idílico enmarcado por uno de los más
hermosos valles alpinos en el que la luz meridional se refleja en la
sobriedad solemne de las montañas. Nietzsche, fascinado, escribió
a Gast:

«A este año debo agradecerle dos cosas muy distintas que ya


me pertenecen y han enraizado profundamente en mi espíritu: su
música y este paisaje. No es Suiza, ni Recoaro; es algo muy diferen­
te, mucho más meridional. Tendría que trasladarse a las altiplani­
cies de México en la vertiente del Pacífico para hallar algún paraje
similar (por ejemplo, Oaxaca), aunque con una vegetación de tipo
tropical. En fin, que me siento muy unido a Sils-Maria.»

Nietzsche ha caído preso de un estusiasmo nuevo. Remite a su


familia noticias tranquilizadoras en relación con su estado anímico:
«Nadie podrá decir que estoy “deprimido”... Mi aspecto es muy

- 133 -
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I?S7.
Internationale Bilder Agentur, Zurich

Sils-Maria, el pueblecito alpino que cautivó a Nietzsche, convirtiéndose en su lugar


favorito de residencia.

M Boceto de Nietzsche para la portada de una de las ediciones de su obra Aurora


(1887).

- 135-
Nietzsche Archiv, Weimar
,, Carmen"

M EIN E LIE6EN KOENNTE ICH NUR AUCH SO VIEL

, H£ I T E R E S MELOgN W( l E VON EUCH KOMMT.ABER I CH

G IN IMMER W iE HALBTOOT UND JD ER LETZTE ANM L L

6EH0ERTE ZU ME I N E N S C H L I M U S T t N . IN ALLEN 2W|

SCHENPAUSEN W IE ZW1SCHEN AL L E M EL ENDE SELEE R

LACHEN W IR V IEL UND REDEN GUTE UNO BOE SE DI

N G E .V IE L IE ICHT 6E GL E I i t ICH DEN FREUND AUF

EIN EM AüSFLUGE AN D IE R I V I E R A . MOEGE S lE IMt

SO 6EFALLEN A IS IHM GENUA S E P A E L L T i ICH 6 'N

H IER OOCH SEMR IU HAUSE . E I NEt M ARQUESA

D O RIA HAT M ICH ANFRAGFN LASSEN 08 ! CH I HR

DCt'TSCHEN UNTERRICH T C EffW WOLLE =ICH HABE

NE I N GE SACT ,D ! E S C H R E i BM A' SCH I NE -I S T ZUNAECMST

• ANGRF i F fh D E R AL S IRS.END VI f, L C H E S SCHRE I BEN .

WAEHREND OES G RO SSEN v GARNE'/AL.ZUGES waren

W IR A U.F ’D E M F f i 1 E DHOF -E ■O E M SCHOÉNSTEN DEft.

S C H O E N S T E N OER ER D E . M I.TTE MAERZ 6EHT REE

zu frl.v o 'n meysenbug NACH RO M .W IR BEID E Z IE ­

MER GENUA d er s o rre n tin is c h e n la n d sc h A ft

v'O R.O REIM A l HABEN W IR IM m eere g e sa d e t.

M IT OEM h'ERZL I CH5TEN OANKE UND GR USS E

EUER F ,

saludable; mis músculos, casi los de un soldado a causa de los


incesantes paseos; mi estómago y mi vientre no me causan proble­
mas. Mi sistema nervioso, habida cuenta de la ingente actividad
que tiene que desarrollar, funciona de maravilla...»
Las líneas que anteceden pecan de optimistas y exageradas,
ya que, pocos días después, Nietzsche se queja, en una carta a
Overbeck, de que su salud no responde a sus expectativas: «¡Ex­
traño tiempo el de aquí! El cambio -que parece eterno- de las
condiciones atmosféricas va a terminar por arrojarme de Europa. Si
no llegan meses enteros de cielos despejados, no adelantaré nada.
En dos o tres días me han sobrevenido seis ataques.»
A lo largo de su vida, Nietzsche mantuvo una intensa corres­
pondencia. Durante este periodo utilizaba una máquina de escribir,

- 136-
Historia-Photo, Bad Sachsa

Máquina de escribir de Nietzsche.

Carta mecanografiada de Nietzsche a su madre (marzo, 1882).

ya que su deplorable escritura, consecuencia de su defecto visual,


le obligaba a echarse prácticamente encima del papel mientras es­
cribía. Pero hasta la máquina le deparaba dificultades, si atende­
mos a las líneas finales de una carta escrita el 21 de marzo de 1882
a Paul Reé, en las que Nietzsche describe su pugna con ese artefac­
to infernal: «¡Adiós! ¡Que le vaya bien! La maldita máquina se niega
a continuar. Todo por un defecto en la cinta.»
En Sils Nietzsche encuentra una felicidad desconocida hasta la
fecha; allí descubre a Spinoza; y también allí tiene, ese verano, una
idea que le entusiasma: la idea del eterno retorno, la clave de Así
habló Zaratustra. En Sils entró Nietzsche en un periodo de euforia,
caracterizada por la creencia en su restablecimiento: desconocemos
si, en efecto, se estaba gestando una curación o si entraba en una

- 137-
Photo Hans Steiner, St. Monte
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J/^/, f,U¿< A íu fz jA ^
Carta autógrafa de Nietzsche a Gottfried Keller.

-139-
nueva fase de la enfermedad; si su evolución intelectual había
alcanzado un determinado estadio de madurez o si era la magia de
Sils la que provocaba todo lo demás. En cualquier caso, durante
esta fase Nietzsche no echa de menos a sus amigos, e incluso se
permite rechazar una visita de Paul Reé. Vive como un ermitaño en
una casita un poco apartada, casi fuera de la población en dirección
al bosque, flanqueada por árboles que le dan sombra y le protegen
de la luz del sol, que tan mal soportan sus ojos.
Nietzsche lleva en Sils una vida propia de un filósofo: reposada
y tranquila, con paseos por las orillas del lago y por los bosques de
la montaña, leyendo y escribiendo con intensidad en su solitario
retiro. Aquí comienza a perfilarse la leyenda del Nietzsche solitario,
que suele citarse tan a menudo. Pero este cúmulo de circunstancias
no contribuyen a edificar un sistema lógico, sino que se fusionan
para desembocar en un estado anímico caracterizado por senti­
mientos nebulosos, por la nostalgia y los problemas del pasado: el
hogar familiar y el cristianismo, amistades antiguas y nuevas, poesía
clásica y música wagneriana, descontento e insatisfacción espiritual
y achaques físicos. En el marco de este estado anímico emerge un
elemento nuevo: la concepción del eterno retorno: «Sobre mi nue­
vo horizonte se yerguen pensamientos sin precedentes... He de
vivir aún algunos años.»
Durante el invierno, mientras trabaja en La gaya ciencia, su
entusiasmo no decae, aunque tiene grandes altibajos. En noviem­
bre escucha por primera vez, extasiado, Carmen de Bizet, y el día
de Año Nuevo de 1882 inicia el cuarto libro de La gaya ciencia, que
finalizará con el hallazgo de Así habló Zaratustra, con un prólogo
sorprendentemente positivo:

«Quiero aprender cada día más, ver la necesidad y la belleza


de las cosas, y así llegaré a ser uno de los que las embellecen. Amor
fati: ¡que esta divisa sea desde ahora mi pasión! No voy a entablar
combate alguno contra la fealdad; no quiero acusar a nadie, ni si­
quiera a los acusadores. Mi única negación será la indiferencia! En re­
sumidas cuentas: quiero ser algún día un hombre que sólo diga ¡sí!»

Nietzsche ha transformado sus percepciones filosóficas, ha da­


do entrada al optimismo, un optimismo muy alejado del sentido
trivial del término. El mismo año en el que se le reveló este deseo
programático, le brindó también uno de los lances más extraños de
su vida.

Lou Andreas Salomé. ►

- 140-
Llega Loü Andreas Salomé

A finales del mes de marzo de 1882, Nietzsche, movido por un


impulso repentino, se embarcó en Genova y viajó hasta Mesina,
ciudad a la que arribó aquejado de grandes mareos. Entusiasmado
por la belleza del lugar y la benignidad del clima decidió permane­
cer allí una larga temporada, pero en abril el siroco le disuadió y,
aprovechando una invitación de Reé y-de Malwida von Meysen­
bug, se trasladó a Roma. Sus amigos le presentaron a una nueva
discípula: Lou Andreas Salomé, una joven rusa quizá no muy bella
en el sentido tópico, pero sí muy atractiva y, sobre todo, extraordi­
nariamente inteligente. Nietzsche y Paul Reé se enamoraron de
ella. En esta ocasión -al contrario que en la historia banal de años
pasados- Nietzsche se sentía verdaderamente comprometido; a
Lou Andreas Salomé, por su parte, Nietzsche la atraía y la fascina­
ba. Posteriormente, ésta describiría en unas líneas admirables la
impresión que le causó:
«En una primera aproximación, lo más atractivo de Nietzsche
era el intenso aroma a soledad que desprendía. Un observador
superficial no captaba en él nada llamativo: era un hombre de
mediana estatura, vestido siempre de forma sencilla pero muy cui­
dada, de rasgos serenos y cabellos castaños peinados hacia atrás.
Un gran bigote caía sobre sus labios, ocultando el trazo delicado y
expresivo de la boca; reía con suavidad, hablaba con tono mesura­
do y caminaba con aire de ensimismamiento, encorvando ligera­
mente los hombros; había que forzar mucho la imaginación para
situar su figura perdida entre la muchedumbre, porque llevaba la
impronta de la marginalidad, de la soledad. Sus manos eran tan
bellas y bien formadas que atraían todas las miradas, y Nietzsche
creía incluso que dejaban traslucir algo de su espíritu... Parecida
significación le atribuía a sus orejas, pequeñas y de un modelado
exquisito, de las que solía afirmar que eran “orejas para captar lo
inaudito”.
»Tenía unos ojos muy expresivos y reveladores. A pesar de su
acusada miopía, no poseían ese matiz de curiosidad e involuntaria
insistencia propio de los miopes; antes bien, parecían los guardia­
nes y centinelas de tesoros íntimos, de mundos secretos, a los que
no debían acceder miradas intrusas. Cuando, fascinado por una
conversación estimulante con otra persona, descubría su intimidad,
aparecía y desaparecía de sus ojos una luz conmovedora; pero

■4 En Roma, Nietzsche conoció a la que sería el gran amor de su vida, su discípulo Lou
Andreas Salomé.

- 143 -
cuando su estado de ánimo era sombrío, entonces revelaban una
soledad tenebrosa, casi amenazadora, como si surgiera de inquie­
tantes abismos.
»Su comportamiento llevaba también el sello del hermetismo y
de la impenetrabilidad. En la vida cotidiana demostraba una extre­
ma cortesía y una dulzura casi femenina, y una serenidad constante
y amable; le gustaban los modales distinguidos, a los que concedía
mucha importancia. Pero en todo esto subyacía un placer por el
disfraz; era como una capa y una máscara que recubrieran una vida
interior, que nunca descubría del todo. Recuerdo que en mi prime­
ra conversación con Nietzsche -fue un día de primavera en la Basí­
lica de San Pedro en Roma- sus modales exquisitos y afectados me
sorprendieron y confundieron. Pero era un barniz demasiado pasa­
jero en este solitario, que llevaba su disfraz con tanta torpeza como
aquel que, al abandonar el desierto o la montaña, pretende reves­
tirse de un aire cosmopolita.»
Nietzsche estaba fascinado por la nueva amistad, que se inicia­
ba en una fase para él muy venturosa, ya que había concluido la
elaboración de La gaya ciencia. Posiblemente por entonces ya
rondaba por su cabeza la temática de Así habló Zaratustra, pero la
idea no debió de acometerle con mucha fuerza, porque pensaba no
volver a escribir a corto plazo e incluso proyectaba reemprender,
quizá, sus trabajos de investigación. La estancia en Roma transcu­
rrió con rapidez, y en mayo viajó con Lou Andreas Salomé, la
madre de ésta y su amigo Reé a Lucerna, ciudad tan llena de
recuerdos para Nietzsche. Visitó Tribschen en compañía de Lou, y
recordó a su amiga con su desbordante imaginación los días claros
y felices en casa de Wagner; le reveló datos sobre su juventud y
desveló ante su inteligente alumna los pensamientos filosóficos que
se estaban gestando en lo más hondo de su intimidad. Nietzsche
tenía la impresión de haber conocido a una persona que le impul­
saba a recomponer su vida casi rota en pedazos. Sí, no hay duda de
que se había enamorado y acariciaba todos los proyectos que ron­
dan por el corazón de los amantes. Nietzsche, sin embargo, trope­
zaba con un obstáculo: esa antigua inhibición que le impedía decla­
rarse directa y abiertamente a Lou Andreas Salomé. Le pidió a Reé
que hiciese de intermediario, pero Lou declinó la propuesta: su
afecto hacia Nietzsche y el interés por sus ideas no llegaban hasta el
extremo de desearlo también como marido.
La situación pronto se enrareció, volviéndose un punto moles­
ta, tarea a la que contribuyó el propio Nietzsche con su peculiar
forma de ser, reacia a expresar con sinceridad y sin rodeos sus
sentimientos. Por otro lado, Reé también se había enamorado de

-144-
Friedrich Würzbach: Metzsche (Propyláen Verlag, Berlín 1942)

__ U-f

Aforismos de Lou Andreas Salomé con correcciones de Nietzsche.

-145-
Lou, y esto complicaba las cosas. La proposición de Reé tampoco
tuvo éxito, pero el amigo se había convertido para Nietzsche en un
rival que además conocía sus más íntimos deseos en este terreno.
De nada sirvió que Lou Andreas Salomé asegurase a Nietzsche que
en nada cambiaría su amistad. Afirmaciones convencionales como
ésta apenas ocultan lo difícil que resulta tranformar un amor -en
este caso además no correspondido— en una relación de nuevo
amistosa entre profesor y discípula. Cuando en julio se reunieron
sus amigos, su hermana y Lou Andreas Salomé en Bayreuth para
asistir al estreno de Parsifal, la situación no había mejorado. Entre­
tanto, Nietzsche permanecía en Tautenburg, cerca de Jena, y ha­
bía convencido a Lou y a Elisabeth para que le visitasen al finalizar
el festival. Nietzsche encontraba natural no acudir a Bayreuth, pero
esta autoexclusión del círculo de los wagnerianos no dejaba de
resultarle dolorosa. Ciertamente, confesaba a Lou en una carta: «A
pesar de todo, hasta la música de Parsifal me parecería soportable,
si pudiera estar a su lado, susurrándole cosas al oído.» Durante una
breve visita a Naumburgo insistió en que le permitieran aleccionar a
su hermana para el estreno de Parsifal. «Lo reconozco: con auténti­
co sobresalto por mi parte he vuelto a darme cuenta de mi gran
afinidad con Wagner», escribía a Gast. Las heridas de Bayreuth,
que él mismo se había infligido, no estaban cerradas en absoluto;
supuraban todavía, con los consiguientes dolores.
Lou y Elisabeth le visitaron en Tautenburg. Allí Nietzsche con­
tinuó sus conversaciones filosóficas.con Lou; se sentía comprendi­
do y aprobado por su amiga y discípula, sobre todo en un poema
que ésta había escrito y que Nietzsche ponderaba con tanta exage­
ración que hasta el mismo Gast creyó en un primer momento que
era una de las creaciones del filósofo.
Si los sentimientos de Nietzsche hacia Lou Andreas Salomé
debieron de ser muy poderosos, para ésta, el encuentro con el
viajero solitario no pasó de ser, probablemente, una vivencia espiri­
tual profunda, una amistad que provocaba admiración y respeto.
Los celos de Elisabeth por esta amistad entre su hermano y una
mujer más joven e inteligente que ella habían nacido hacía tiempo y
desembocaron en una especie de rabia maligna. Pronto ninguno
de los dos interesados fue capaz de hacer frente a sus intrigas,
chismorreos y, sobre todo, sus calumnias contra Lou. Cuando ésta
se marchó de Tautenburg, a fines de agosto, se desencadenó un
conflicto entre los dos hermanos que provocaría la ruptura de Nietz­
sche con su hermana y con su madre. Este intentó hacer oídos
sordos a las habladurías de su hermana, pero no lo consiguió por
completo. Y así, en septiembre, en la última reunión que tuvo con

- 146-
Paul Reé y Lou, surgieron también desavenencias con ésta cuando
Nietzsche le contó cosas desfavorables sobre Reé. La posesiva her­
mana vio entonces el cielo abierto: a su intromisión debe Nietzsche
la ruina de su amistad con Lou y con Paul Reé, que se consumó en
otoño. El episodio terminó con un intercambio epistolar vulgar e
indigno que se prolongó hasta el año siguiente y cuyo carácter
penoso e injusto experimentó Nietzsche hasta tal punto que más
tarde trataría de desagraviar a Lou Andreas Salomé y a Reé. Tras la
ruptura, se vio más solo y desdichado que nunca. Se resistió duran­
te algún tiempo a los intentos de reconciliación con su hermana, y
al final se llegó a una reconciliación al menos aparente, pero Elisa­
beth ya no volvería a gozar nunca de la entera confianza de Nietz­
sche. Su hermana, durante largo tiempo, contó al mundo una his­
toria radicalmente distinta. (Sólo tras la muerte de Elisabeth, acae­
cida en 1935, empezó a conocerse el verdadero alcance de sus
intrigas y tergiversaciones.)
En noviembre de 1882 Nietzsche huye a Génova, e inmedia­
tamente después sale para Rapallo para pasar el invierno. Su salud

La bahía de Rapallo.
Internationale Bilder Agentur, Zurich
había vuelto a empeorar hasta el punto de que habla a Gast del
«peor invierno de mi vida»; el insomnio y la melancolía le atormen­
taban. Pero, en enero y febrero de 1883 retorna aquella euforia ya
conocida desde el primer verano de Sils. Un torrente incontenible
de nuevas ideas le arranca de su letargo y en diez días escribe la
primera parte de Así habló Zaratustra. Queremos advertir previa­
mente que las dos partes siguientes de dicha obra fueron gestadas y
escritas en un estado de ánimo similar y en un periodo de tiempo
relativamente corto: la segunda, en junio y julio de 1883 en Sils-
Maria, y la tercera, en enero y febrero de 1884. Unicamente la
última parte fue redactada, con diversas interrupciones, durante el
invierno de 1884-1885 en Zurich, Mentone y Niza.

Un libro para todos y para nadie

En Ecce Homo, la última gran obra autobiográfica concluida


en 1888, poco antes de su desmoronamiento, Nietzsche revela
algunos datos sobre la génesis de Así habló Zaratustra:

«La idea básica de la obra, el eterno retorno, fórmula más


elevada de la afirmación que pueda alcanzarse, se gestó en agosto
de 1881 “a seis mil pies de altura y mucho más lejos del hombre y
del tiempo”. Caminaba yo ese día por el bosque cercano al lago de
Silvaplana, y cerca ya de Surlei me detuve junto a un imponente
bloque rocoso de forma piramidal. Fue en ese momento cuando se
me ocurrió la idea. Si dirijo una mirada retrospectiva hacia los dos
meses precedentes, encuentro en ellos signos precursores, como
una súbita y, en el fondo, decisiva transformación de mis preferen­
cias estéticas, sobre todo musicales. Quizá la música prepara el
terreno a Zaratustra-, no hay duda de que tenía que prestar atención
a un reconocimiento del arte, que era una condición previa de todo
el proceso. En Recoaro, un pequeño balneario de montaña en los
alrededores de Vicenza donde pasé la primavera de 1881, descu­
brí, junto a mi maestro y amigo Peter Gast, un síntoma de “renaci­
miento”: el ave fénix de la música pasaba volando sobre nosotros
con el plumaje más sutil y resplandeciente que nos hubiera mostra­
do nunca. Desde aquel día hasta el parto imprevisto, que acontece,
sin esperarlo, el mes de febrero de 1883—el final, del que he citado
en el prólogo un par de frases, fue redactado en la hora sacrosanta
en que Richard Wagner muere en Venecia—, transcurren dieciocho
meses de gestación.»
Carta a Peter Gast, fechada el 1 de febrero de 1883. ►

- 148 -
Ullstein Bilderdienst, Berlín
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FEDERICO N I E T Z S C H E

ASÍ HABLÓ
ZARATUSTRA
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Y
PARA NINGUNO

TRADUCCIÓN, IN TRODUCCIÓN Y NOTAS DE

EDUARDO OVEJERO Y M AU RY
Catedrático de la Universidad Central, de Madrid

AGUILAR
MADRID • BUENOS AIRES « MEXICO

Así habló Zaratustra, la obra cumbre de Friedrich Nietzsche.


En Así habló Zaratustra, considerado casi unánimemente como
el punto culminante de la creación de Nietzsche, es, por lo que res­
pecta a la forma, una obra nueva y única. En cuanto al contenido,
reinterpreta todo el armazón conceptual del pasado para destacar
dos pilares básicos: la idea del superhombre y la concepción del
eterno retorno. Es, por tanto, un error deslindar Zaratustra, por su
contenido, de las obras precedentes. El mismo Nietzsche insistió en
que sus anteriores obras de aforismos contenían ya muchas ideas
de Zaratustra: «Al releer Aurora y La gaya ciencia me he dado
cuenta de que no hay en ellos ni una sola línea que no pueda servir
de prólogo, preparación y glosa a Zaratustra. De hecho, hice el
comentario antes que el texto.»
Hasta una idea como la de que Dios es tan sólo una «suposi­
ción» y de que todos los dioses han muerto, que se ha creído
privativa de Zaratustra, puede rastrearse en su formulación clásica
en La gaya ciencia: «El mayor acontecimiento de nuestro tiempo
-que “Dios está muerto”, que la fe en el Dios cristiano es de todo
punto inverosímil—comienza a proyectar sus primeras sombras so­
bre Europa.»
Hay que tener en cuenta que Nietzsche actúa en esta formula­
ción como mero diagnosticado^ como notario de un hecho: cons­
tata esa muerte, pero no se erige en autor de la misma. Por ello,
Emst Bertram se equivoca cuando, en sus comentarios sobre Nietz­
sche, afirma que él era el asesino de Dios.
La forma literaria y el nivel lingüístico alcanzan en Zaratustra el
punto culminante. Aunque la obra está concebida con una in­
tención filosófica, su lenguaje es el de un poema. El texto, que
abunda en parábolas y metáforas, produce la impresión de un
tratado religioso. Su autor llegó a definirlo una vez como «el quinto
evangelio». Su filosofía de nuevo cuño está concebida como una
contrarreligión, toma su savia vital de la confrontación con el dog­
ma cristiano y pronostica incluso de forma ditirámbica una nueva
filosofía basada en lo dionisíaco. Las parábolas y acontecimientos
simbólicos son ligados entre sí según una orientación libre y a me­
nudo restrospectiva. El viraje hacia una nueva filosofía de corte
dionisíaco, hacia Zaratustra, implica al mismo tiempo un incremen­
to de la pujanza del instinto estético creativo. El paisaje es incluido
también en el contexto: la soledad de la alta montaña y sus estriba­
ciones hasta el mar toman parte en el juego; en Zaratustra Nietz­
sche rindió homenaje a sus dos paisajes preferidos: la Alta Engadi­
na y el cabo de Portofino, que delimita la bahía de Rapallo.
La obra, por extraño que pudiera parecer, no comienza con la
idea del eterno retorno, pese a ser una temática que había absorbi-

- 151 -
Ullstein Bilderdienst, Berlín
do a Nietzsche. La primera parte introduce un motivo nuevo y
diferente:

«Yo os muestro al superhombre. El hombre es algo que debe


ser superado. ¿Qué habéis hecho vosotros para superarlo?... El
superhombre es el sentido de la tierra. Que vuestra voluntad grite:
¡sea el superhombre el sentido de la tierra!
»¡Yo os exhorto, hermanos míos, a permanecer fieles a la tierra
y a no creer a los que os hablen de esperanzas ultramundanas! Son
envenenadores, tanto si lo saben como si no.
»Son detractores de la vida, gentes agonizantes y envenena­
das, de los que la tierra está ya harta: que se marchen de una vez!
»En otros tiempos la blasfemia era la mayor ofensa a Dios,
pero Dios ha muerto, y con él sus blasfemadores. Ahora blasfemar
de la tierra y escudriñar las entrañas de lo impenetrable, prefirién­
dolas al sentido de la tierra, es lo más terrible.
»Antes el alma miraba con desprecio al cuerpo, y este despre­
cio era el colmo de lo sublime: el alma quería un cuerpo delgado,
repugnante y famélico, porque así le parecía más fácil huir de él y
de la tierra.
»¿Qué es lo máximo que podéis experimentar? La hora del
gran desprecio.»

Esta hora es el momento en que el hombre tiene que comen-,


zar a elevarse sobre sí mismo, dado que la suerte, la razón, la virtud,
la justicia y la compasión carecen de valor para él. Los rasgos
esenciales del nuevo evangelio prometen un reino de este mundo
sin trascendencia; puesto que Dios ha muerto el hombre sólo pue­
de aspirar a superarse a sí mismo. Una religión sin Dionisos.
Pero tal cosa sólo es posible mediante la afirmación vital de la
propia vida: así, frente a la moral cristiana, se ensalzan los placeres
de la carne, y sobre todo se recalca la importancia de la existencia
física. Lo único que se niega y se mira con ojos pesimistas es la
forma actual de la especie humana; el hecho de que el hombre
dionisíaco no se haya hecho realidad todavía en ninguna parte,
justifica la intencionalidad pesimista de Zaratustra, su crítica de lo
existente precisamente por la esperanza del futuro. (No podemos
abordar en este punto las dificultades y deficiencias que trae consi­
go esta religión de recambio individualista, así que nos limitaremos
a esbozar de manera sucinta el posterior desarrollo de la obra.)

■4 Portofino, uno de los lugares preferidos de Nietzsche.

- 153 -
Las auténticas virtudes del superhombre se cifran en el guerre­
ro y en el soldado. No es el erudito a la búsqueda del conocimiento,
un ser solitario, mal relacionado y sensible, quien simboliza el ideal
dél superhombre, sino la naturaleza física fuerte, vital y al mismo
tiempo capaz de autodominio. Nietzsche, a menudo tan sediento
de libertad, tiene de repente la visión embriagadora del poder de la
disciplina. El, que ni siquiera hizo frente al conflicto desatado con su
hermana, que fracasó por su físico como soldado y que se había
enamorado siempre sin ser correspondido, hace predicar a Zaratus­
tra: «El hombre debe ser educado para guerrero, y la mujer, para
reposo del guerrero: todo lo demás es una insentatez.» Y también la
siguiente recomendación: «¿Tienes trato con mujeres? ¡No olvides
el látigo!» ilumina la intimidad de una vida a la que la negativa de
Lou Andreas Salomé, las intrigas de su hermana Elisabeth y la
estupidez de su madre llevaron al borde de la desesperación, y
acaso al suicidio. Los elementos autobiográficos son en Zaratustra
tan abundantes como en otras obras.
Nietzsche crea su obra capital para convencerse a sí mismo. El
.simboliza de manera ejemplar la problemática del artista, persona
caracterizada por el individualismo y el subjetivismo, tal como lo
recoge la estética desde el Romanticismo hasta mediados del si­
glo XX. Pero al mismo tiempo logra pasajes que figuran entre las
joyas más preciadas de la literatura alemana. Citemos sólo un ejem­
plo: «La canción de la noche», que pertenece a la segunda parte de
Zaratustra y que fue escrita en Roma:

«Es de noche, y las fuentes hablan más alto con su voz cantari­
na. Es de noche, y se despiertan las canciones de los enamorados...
hay en mí un ansia de amor que habla el lenguaje del amor... Yo no
conozco la felicidad de los que reciben... Una apetencia crece de mi
belleza...»

Este lenguaje pulido responde al carácter aristocrático que


Nietzsche confiere a su visión del superhombre. Su elitismo, que se
retrotrae a época temprana cuando se dedicaba a investigaciones
sobre los griegos, encaja de modo natural en esta concepción. Pero
esta línea de pensamiento constituye, en realidad, una herencia
apolínea: el hombre escogido, de elite, además de poderoso y vital,
debe ser generoso. Pero el poder es la auténtica meta de la vida:
«Por todas partes donde hallé vida, hallé el deseo de poder; y hasta
en la voluntad del esclavo encontré el deseo de ser el señor.»
En la tercera parte de la obra, Zaratustra anuncia y revela su
teología, es decir, el dogma del eterno retorno de las cosas. Esta

- 154 -
doctrina, que le asaltó el mes de agosto de 1881 en Sils con fuerza
avasalladora, resultó mucho más difícil de desarrollar de lo que
Nietzsche creyó en un principio. Quizá fueron incluso dificultades
técnicas las que le forzaron a manifestar, al concluir La gaya cien­
cia, que deseaba enfrascarse de nuevo en el estudio. La idea del
retorno se refleja al principio en unas imágenes horribles. En el
pasaje titulado «La visión y el enigma», Zaratustra, que ha cobrado
valor para enfrentarse a sus pensamientos más penosos, espeta a
un enano que podría parecer un accesorio de la escenografía wag-
neriana del Anillo: «¡Enano! ¡O tú, o yo!» Y más adelante afirma: «El
valor es el mejor matador de la muerte... El valor que ataca golpea­
rá a la muerte hasta matarla, diciéndole: “Pero ¿era eso la vida?
¡Pues bien! ¡Comencemos de nuevo!”» Pero la escena de la ser­
piente negra que le ha entrado en la boca a un pastor dormido y
de la que sólo cabe salvarse de una manera, según el consejo de
Zaratustra, tan desesperada como repugnante, es decir, arrancán­
dole a dentelladas la cabeza, denota cuán difícil era para Nietzsche
soportar el pensamiento del eterno retorno. Porque: «¡Ay! ¡El hom­
bre retorna eternamente! ¡El insignificante hombre retorna eterna­
mente!»
¿No es esta concepción altamente contradictoria en sí misma?
Por un lado, el hombre tiene que ser vencido para dar entrada al
superhombre, mientras por otro prevalece la certeza de que todo lo
que acaece está determinado y se desarrolla eij círculos, como el
tiempo, es decir, todo tiene que repetirse siempre por un imperati­
vo fatal. ¿No son, en realidad, incompatibles las dos fuerzas motri­
ces del libro?
Nietzsche recurre aquí a una concepción casi dialéctica, y que
remite indirectamente a Hegel: las dos tesis, el principio del eterno
retorno y la exigencia del superhombre, se unen precisamente en la
contradicción, en el antagonismo antitético. En el retorno reside la
posibilidad de la superación y perfección de la vida, y en él el
mundo, en cieño modo, se enriquece consigo mismo. Por consi­
guiente, lo que desaparece, lo que expira, queda como reserva
para el futuro. Por ello la disposición de Zaratustra al autosacrificio
trágico resulta un triunfo: «Amo a los que se extinguen con todo mi
amor, porque ellos pasan al otro lado.» Y, además, puede añadir:
«¡Te amo, eternidad!»
Esta obra asombrosamente rica termina, en realidad, con la
tercera parte. Así lo pensó Nietzsche en un principio. Pero no tardó
en cambiar de idea, y proyectar una continuación. Al final redactó
una cuarta parte, que apareció el año 1885 en una edición privada
de tirada muy limitada; algunos años después (tras la muerte espiri-

- 155 -
Friedrich Würzbach: Nietzsche (Propyláen Verlag, Berlín 1942]
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La «Canción de la embriaguez», perteneciente a la última parte de Zaratustra.

tual de Nietzsche) fue accesible al público. Buena culpa de estos


hechos la tuvieron las dificultades con su editor. Así considerado,
Así habló Zaratustra es una obra inacabada. El gran mediodía, la
visión que finalizaría la cuarta parte y en la que introduce un nuevo
motivo, ya no sería concluida.
La conciencia de la propia valía había experimentado una
considerable alza al terminar de redactar la tercera parte. En febrero
de 1884 Nietzsche escribía a Rohde: «Creo que con este Z. he
llevado la lengua alemana a su culminación. Tras Lutero y Goethe
había que dar un tercer paso, y yo lo he dado; si no, amigo mío del
alma, observa si alguna vez han estado tan estrechamente unidas
en nuestro idioma la fuerza, la ductilidad y la armonía.»
Aquí Nietzsche se elogia a sí mismo de modo poco comedido y
establece comparaciones hiperbólicas: la cita es como un relámpa­

-156-
go que ilumina la escena de un Nietzsche que ha alcanzado la
cumbre. Con Zaratustra comienza su autoapoteosis —«Iré con mis
propias alas a mi propio cielo»-, salida desesperada de una vida
que ha fracasado en el mundo.

El sabor de la adversidad

La vida no se había hecho para Nietzsche más liviana y agra­


dable mientras daba los últimos toques a Zaratustra. Su salud había
vuelto a empeorar y el entorno le ofrecía toda clase de insatisfaccio­
nes y disgustos. La impresión del libro se retrasaba. Su editor,
Schmeitzer, no confiaba ni siquiera en un éxito moderado de la
obra, y al final se publicó sin ilusión y con desgana. En 1885, para
eludir nuevas dificultades con Schmeitzer, Nietzsche pagó de su
propio bolsillo la edición de 40 ejemplares de la cuarta parte. Por
otro lado el barón Heinrich von Stein, un nuevo adicto a Nietzsche
y a su filofosía, se distanció de él, que no le perdonó que siguiera
siendo wagneriano.
Los conflictos con su hermana y su madre eran interminables,
y los intentos de reconciliación acarreaban nuevas tensiones. En
1883 confesaba a Overbeck: «No me gusta mi madre, y cada vez
que oigo la voz de mi hermana me chirrían los oídos; siempre que
he estado con ellas he caído enfermo.» Al año siguiente escribía al
mismo amigo: «Tengo que quitarme de encima de una vez por
todas el asunto de mi familia; durante dos años he intentado una
y otra vez arreglarlo y serenar los ánimos, pero todo ha sido en
vano.»
A lo largo del verano de 1883 su madre y su hermana le
acosaron para que volviera a la universidad. Nietzsche, como tantas
otras veces, se dejó influir y tanteó las posibles perspectivas en
Leipzig. Cuando se enteró de la cruda realidad, informó a Gast:
«Heinze, el actual rector de la Universidad, me ha contestado que
mi solicitud no tendrá éxito en Leipzig y probablemente tampoco
en cualquier otra universidad dé Alemania, porque la facultad, de­
bido a mi posición con respecto al cristianismo y a mis ideas sobre
Dios, no se atreve a proponerme al Ministerio. ¡Estupendo! Ese
punto de vista me ha devuelto la conciencia de mi propia valía.»
Esta respuesta negativa de la Universidad de Leipzig provocó una
decepción en Nietzsche y una reafirmación de su soledad.
A estas contrariedades se sumó un acontecimiento más desa­
gradable y que le causó un profundo disgusto y enfado: el compro­
miso matrimonial de su hermana Elisabeth con Bernhard Fórster, un

-157-
Jllstein Biiderdienst, Berlín
M Elisabeth Fórster-Nietzsche en 1916.

maestro wagneriano berlinés que predicaba el antisemitismo y que


había tenido que dimitir de su cargo por sus actividades de agita­
ción política. Elisabeth comenzó a ofender a su hermano dirigién­
dole cartas cargadas de antisemitismo. La indignación de Nietzsche
crecía por momentos, sobre todo desde que supo que Fórster había
participado de manera ostensible en las intrigas de su hermana
contra Lou Andreas Salomé. Durante largo tiempo su hermana
Elisabeth logró convencer al mundo de que el resentimiento de su
hermano se aplacó pronto, ya que nueve meses después de la
boda, celebrada en mayo de 1885, Bernhard y Elisabeth Fórster
emigraban a Paraguay, país en el que Fórster creía haber encontra­
do la misión de «colonizador» alemán. Sin embargo, se ha demos­
trado que la hermana falseó casi todas las manifestaciones epistola­
res de Nietzsche sobre este asunto. Nietzsche encaraba la cuestión
desde una perspectiva independiente, crítica y soberana. En sus
obras predominan las observaciones de respeto hacia los judíos. Y
por más que hay elementos de su filosofía que son antecedentes
del fascismo por el influjo que en éste desempeñaron, Nietzsche fue
todo menos antisemita. El matrimonio de su hermana con un hom­
bre como Fórster le hirió en lo más hondo. A este respecto no
olvidemos la frase de su última carta a Burckhardt, escrita durante
su desmoronamiento: «...Todos los antisemitas deberían ser su­
primidos.»

- 159 -
6. Al borde del precipicio

En los años que preceden al desmoronamiento final, no acon­


tecen en la vida del filósofo alemán sucesos externos de relevancia.
Nietzsche parece haber encontrado su propio ritmo: verano en Sils,
invierno en Italia y en esta época, en Niza preferentemente, aunque
el de 1888 lo pasa en Turfn. Nietzsche se distancia un tanto de
Gast, cuya creatividad musical intentaba dirigir de alguna forma.
Más gravedad tienen sus desavenencias con Rohde, aparentemen­
te sin causa justificada, por lo que deben considerarse un indicio de
su creciente desequilibrio, de su soledad espiritual y de la subsi­
guiente irritabilidad.
En septiembre de 1887 Deussen, que acaba de ganar la cáte­
dra de Filosofía, visita a Nietzsche en Sils acompañado de su espo­
sa. Este informó a Gast de esta visita «graciosa y conmovedora»,
pero se mostró respetuoso y amable con Deussen, a quien no veía
desde hacía tiempo. Deussen le hizo un dibujo a pluma. Posterior­
mente, en sus memorias, describió con todo lujo de detalles la
impresión que Nietzsche le causó en Sils:
«Una maravillosa mañana de otoño —refiere Deussen—, a la
vuelta de Chiavenna, atravesamos mi esposa y yo el puerto de
Maloja, y de repente apareció ante nuestros ojos Sils-Maria. Yo
corrí, con el corazón palpitante, al encuentro de mi amigo y le
abracé hondamente conmovido tras una separación de catorce
años. ¡Pero cuán diferente este Nietzsche al que yo conocía! Ya no
era el hombre de porte orgulloso, paso elástico y hablar fluido.
Nietzsche parecía arrastrar los pies con dificultad, andaba ligera­
mente encorvado hacia un lado, y sus palabras eran, a menudo,
torpes y atropelladas. Quizá todo se deba a que yo le vi en uno de
sus días malos. “Querido amigo -me dijo, mirando con tristeza a las
nubes que correteaban por el cielo-, si no tengo sobre mi cabeza
un cielo limpio y azul, no conseguiré ensamblar mis pensamientos. ”
Luego me condujo a sus lugares predilectos. Todavía recuerdo con
especial intensidad una pradera situada al borde de un precipicio, al
fondo del cual bramaba un arroyo de montaña. “Este es —me dijo-

- 160-
Paul Deussen visitó a
Nietzsche en Sils-Maria
cuando el filósofo, sumido en
la soledad de su prolongada
marginación, se encontraba ya
muy cerca de la locura.

mi sitio favorito: en él suelo descansar y en él se me ocurren los


mejores pensamientos.” Mi esposa y yo nos alojábamos en un
hotel cercano a un restaurante al que acudía Nietzsche para tomar
un almuerzo consistente, por lo general, en una sencilla chuleta o
algo parecido. Nosotros nos retirábamos a descansar durante una
hora. Apenas había transcurrido ese tiempo, cuando nuestro amigo
llamaba otra vez a nuestra puerta, preguntando con delicadeza y
una cierta preocupación si todavía estábamos cansados, pidiéndo­
nos disculpas por haber llegado demasiado pronto, etc. Menciono
todo esto porque, en el pasado, Nietzsche era de carácter despreo­
cupado y no hubiera sido capaz de semejante deferencia y conside­
ración, así que el hecho me pareció que ilustraba muy bien su
estado. A la mañana siguiente me llevó a su casa, su madriguera,
según sus propias palabras: una sencilla habitación en una casa de
campo, situada a tres minutos de la carretera. Nietzsche la había
alquilado durante toda la temporada al precio de un franco diario.
El mobiliario era de una parquedad extrema: sus libros, en su ma­
yoría los mismos que antaño y que yo conocía tan bien, una rústica
mesa sobre la que campaban en un abigarrado revoltillo una taza

- 161 -
Ullstein Bilderdienst, Berlín
de café, cáscaras de huevo, manuscritos, objetos de tocador, y más
allá un par de botas y la cama deshecha. Todo allí indicaba la
negligencia indulgente del hombre que se conforma con cualquier
cosa. Partimos al atardecer y Nietzsche nos acompañó en el trayec­
to de una hora hasta el pueblo más cercano. Una vez en él Nietz­
sche expresó los sombríos presentimientos que le asediaban y que,
por desgracia, no tardarían en cumplirse. Al despedirnos, tenía los
ojos llenos de lágrimas: era la primera vez que le veía llorar.»

Las últimas creaciones

Al intentar examinar la obra tardía de Nietzsche, lo primero


que salta a la vista es la polémica que se ha entablado entre sus
investigadores y sus críticos. Pero incluso una biografía como ésta,
que no pretende un análisis exhaustivo sobre aspectos filológicos ni
filosóficos, tiene que abordar, aunque sea de pasada, este proble­
ma. La catalogación de las obras posteriores a Así habló Zaratustra
y escritas en los últimos cuatro años de actividad creativa no admite
objeción alguna: Más allá del bien y del mal (1886), Genealogía de
la moral (1887), El caso Wagner, Ditirambos dionisíacos, Crepús­
culo de los ídolos, El Anticristo, Ecce Homo y Nietzsche contra
Wagner, redactada el año anterior a su derrumbamiento. Las diver­
gencias y polémicas surgen a propósito de una obra que habría de
convertirse en la más famosa después de Así habló Zaratustra: La
voluntad de poder. En 1906, con motivo de una edición del libro,
Elisabeth Fórster-Nietzsche escribió: «A finales del invierno de
1888, mi hermano concluyó la concepción general de su obra capi­
tal, La voluntad de poder...» Con toda certeza, los 1.067 aforismos
que integran el libro proceden de los escritos postumos de Nietz­
sche y debieron ser recopilados y seleccionados según el criterio de
editores influidos por su hermana. La estructuración de la obra, tal
como se nos ha transmitido, goza de apoyos muy escasos en los
proyectos y testimonios del propio Nietzsche. Después de redactar
la tercera parte de Así habló Zaratustra, escribió a Gast: «...Durante
los próximos seis años me dedicaré a elaborar y desarrollar un
proyecto que resumirá mi “Filosofía”. Por ahora el asunto va bien y
es muy prometedor.» Pero el hecho es que esta obra básica de
Nietzsche no fue concebida tal como hoy la conocemos. Cabe
dudar, en un principio, que él hubiera elegido un título como La
voluntad de poder para una de sus obras. Es cosa sabida y demos-

M Nietzsche en 1887.

- 163 -
Friedrich Würzbach: Nieizsche (Propylaen Verlag, Berlín 1942)
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trada fehacientemente desde hace tiempo que las obras postumas


fueron editadas con mucha ligereza. Schlechta, que ha sacado a la
luz numerosas falsificaciones de la hermana de Nietzsche, echa la
culpa exclusivamente a ésta, mientras que Erich F. Podach ataca
también, quizá con razón, a esa elite de prestigiosos catedráticos
alemanes que durante décadas participaron o toleraron la desidia
editorial y la formación y pervivencia de una realidad falseada liga­
da a aquélla. A la vista de estas circunstancias, Karl Schlechta,
llevado por un afán purificador tan riguroso como comprensible,
emprendió una reordenación de los escritos de los años ochenta y
publicó su excelente edición de las obras completas de Nietzsche,
desestimando el título La voluntad de poder y renunciando a cual­
quier estructuración que no procediera de la mano de Nietzsche,
basándose en principios muy justificables desde el punto de vista

- 164-
«Borrador del
proyecto de La
voluntad de poder.
Un intento de
transmutación de
todos los valores. i i/ A
Sils-Maria, agosto
de 1888.»
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Notas manuscritas l/u. irwv4 (/XityJfi
para La voluntad
de poder.

filológico. Destacados investigadores de Nietzsche, como Karl Ló-


with, han argumentado en contra de este criterio. De todos modos
resulta curioso que un libro que ha ejercido un influjo enorme en la
historia del pensamiento se haya convertido ahora en un montón
de aforismos aislados. No obstante, nos adherimos a la opinión de
Schlechta: él no mutiló a Nietzsche, sino que liberó sus escritos
postumos de los desafueros cometidos por los editores anteriores.
La nueva estructuración no sistemática no afecta ni a la actividad
creativa de Nietzsche ni a su filosofía. Estas obras atesoran frag­
mentos de una poderosa grandiosidad: pero, a pesar de sus am­
plias dimensiones, apenas se hallan en ellas ideas básicas que no
puedan ser inferidas y desarrolladas a partir de las demás obras que
sabemos salieron punto por punto de la pluma de Nietzsche. Desde
Humano, demasiado humano el filósofo desarrolló su pensamiento

- 165-
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Nietzsche Archiv, Weimar


Fragmento de Los ditirambos dionisíacos, 1886.

sobre todo a base de aforismos, y a este estilo adecuó su método de


trabajo. Seleccionaba sus materiales de entre las abundantes notas
y apuntes, y luego los ordenaba, a menudo utilizando un criterio
asociativo; en algunas ocasiones los volvía a emplear en otros con­
textos, y en otras los eliminaba y desechaba de manera definitiva.
Por lo que respecta a sus obras postumas, cabe afirmar, sin sombra
de duda, que entre los años 1882 y 1888 Nietzsche se dedicó a la
temática que las anteriores ediciones de sus obras agrupaban erró­
neamente bajo el título La voluntad de poder. Por más que el
mismo Nietzsche calificara a su Zaratustra de «antesala», el caso es
que la «obra capital» no fue redactada, quedó en esbozo. Hay un
factor adicional que impide un análisis sereno de las obras que
surgen en los últimos cuatro años antes de su derrumbamiento: a
medida que se transforma el estado global de salud de Nietzsche,
su autovaloración y su íntima convicción de ser un elegido crecen
desmesuradamente. Cabe pensar que si es, en realidad, cierto que
las tres primeras partes de Zaratustra fueron redactadas cada una
en diez días, en sus obras tardías debía de querer crearlas en lapsos
de tiempo similares para acentuar la impresión divinizadora de su
inspiración. Teniendo en cuenta su peculiar método de trabajo, no
debió resultarle difícil recopilar, seleccionar v dar forma definitiva a

- 166-
sus manuscritos, de modo que en muy pocas semanas quedaban
listos para la imprenta. Todo a partir de la ingente cantidad de
aforismos que se incrementaba de día en día. Dictaminar en qué
pasajes de dichos manuscritos la enfermedad progresiva de Nietz­
sche influyó en el contenido y en la forma expresiva, es una tarea
muy ardua. De acuerdo con el conocimiento que tenemos de su
historial clínico es casi imposible determinar con exactitud cuál fue
el momento concreto de su proceso de destrucción espiritual en el
que se puso en entredicho su propia obra. Pero las recientes in­
vestigaciones de Podach recogidas en Nietzsches Werke des Zu-
sammenbruchs (Obras de la última época de Nietzsche) parecen
probar que las obras Nietzsche contra Wagner, El Anticristo, Ecce
Homo y Ditirambos dionisíacos, escritas entre el 21 de septiembre
de 1888 y los primeros días de 1889 durante la segunda estancia
de Nietzsche en Turín, llevan ya el sello del desmoronamiento de
su autor.
Pero son precisamente estas obras, junto con otra muy discuti­
da, La voluntad de poder, las que han ejercido siempre una fuerza
de atracción singular, casi mágica, sobre los entusiastas partidarios
de Nietzsche. En este aspecto su autor está expuesto a los mismos
malentendidos (fecundos a veces) que Hólderlin, al que sus admi­
radores, a la vista de sus últimos poemas, comenzaron a conside­
rarlo un ser muy especial. Cualquier interpretación especulativa
puede ser legítima desde el punto de vista filosófico. Pero el esbozo
de una biografía requiere cautela.
En 1886 y 1887 Nietzsche volvió a editar todas sus grandes
obras escritas hasta esa fecha y les dio el visto bueno mediante
prólogos elaborados expresamente. Excluyó de la edición única­
mente las Consideraciones inactuales, aunque admitiendo El ori­
gen de la tragedia, teoría de la que se había distanciado tiempo
atrás. Este hecho demuestra, sin lugar a dudas, que consideraba su
obra como un todo. Los grandes temas de Nietzsche surgen en
épocas tempranas y se mantienen luego con el correr de los años,
de modo que aquel que pretenda iniciar el estudio del filósofo
alemán, no necesita sumergirse de entrada en la intrincada proble­
mática de las obras postumas o de su última época. El pensamiento
de Nietzsche puede también ser descubierto y comprendido a partir
de sus creaciones anteriores. Sin embargo, toda la obra posterior a
Así habló Zaratustra acentúa una serie de conceptos que, a raíz de
su influencia en la historia, determinan de manera decisiva la ima­
gen de su autor. Por ello, el análisis del último periodo no debe
orientarse tanto a las obras aisladas como los círculos temáticos más
importantes de los últimos años.

- 167-
El nihilismo como lógica de la decadencia

El amoralismo de Nietzsche tuvo un desarrollo temprano y


muy coherente. Tras su distanciamiento del cristianismo erigió la
filosofía de lo dionisíaco, definida en un principio desde una pers­
pectiva estética. En los primeros años de Basilea, Nietzsche, influido
por Burckhardt, abandona la primacía de lo estético en beneficio
del individuo histórico: el aspecto del poder fue un elemento esen­
cial para enjuiciar la historia. Por entonces Nietzsche ya tenía unas
ideas «más allá del bien y del mal», puesto que negaba cualquier
posibilidad de justificar los postulados morales y los juicios huma­
nos sobre lo justo y lo injusto. Esta tendencia, proseguida en su
obra de juventud Sobre la verdad y la mentira en sentido extramo-
ral, persiste y se fortalece posteriormente. Su concepción de que el
mundo y la vida carecen de sentido perceptible en sí mismo, es
decir, de que las interpretaciones anteriores son resultado del hom­
bre, y por tanto sujetas a fácil impugnación, y de que la tarea
realmente importante que éste tiene en un mundo carente de senti­
do en sí es superar su propia vida, determina la obra tardía de
Nietzsche. En el verano de 1887 escribe: «La forma más extrema
de nihilismo sería comprender que cualquier creencia, cualquier
aceptación de la verdad, son necesariamente falsas, ya que de
ninguna manera existe un mundo verdadero. Todo se reduce a una
apariencia de perspectiva.» Y en otro lugar: «Imaginemos esta idea
en su forma más espantosa: la existencia tal como es, sin sentido ni
meta, pero que retorna inevitablemente, sin un final en la nada: “el
eterno retorno”. He aquí la forma más extrema de nihilismo: ¡la
nada (lo “sin sentido”) eterna!» Pero el nihilismo tiene una doble
manifestación antagónica y paradójica:

«El nihilismo, en cuanto fenómeno normal, puede ser un sínto­


ma de fuerza creciente o de creciente debilidad:
»Por un lado, aumenta tanto la fuerza para crear, para querer,
que llega un momento en que no precisa explicaciones globales ni
formulaciones de sentido (“objetivos inmediatos”, Estado, etc.).
»Por otro, hace disminuir la fuerza creadora de sentido y con­
vierte la decepción en el estado predominante, la incapacidad de
creer en un “sentido”, en “escepticismo”.»

El nihilismo es, pues, fuerza y debilidad al mismo tiempo: fuer­


za en la medida en que el conocimiento humano ve en la'emergen­
cia de aquél un proceso necesario, gracias al cual cualquier falsifica­
ción ideológica será desenmascarada y cualquier idea valiosa retira-

-168-
Jenseits
von Gut und Bóse.
V orspie 1
emér

P h ilo s o p h ie d e r Z u k u n ft.

Von

Friedrieh Nietzsche,

L e ipzig*
Druck und Verlag von V. G. Naunuum.

iKSó.

Portada de la primera edición de Más allá del bien y del mal, Leipzig, 1886.

- 169-
da de la circulación. Debilidad, porque su emergencia revela el
agotamiento y el fracaso de toda la cultura precedente. De esta
debilidad, designada por Nietzsche con el término décadence,
emana el nihilismo, que es, por tanto, una consecuencia de la deca­
dencia, su lógica, como Nietzsche afirma en una ocasión. La deca­
dencia es inevitable, ya que es un proceso irrefrenable y fatal. En
este punto, Nietzsche acusa un agudo influjo de las tendencias bio-
logistas. De aquí a la tesis del derecho del más fuerte a la existencia,
de que a los débiles hay encima que ayudarlos a caer, de que la
decadencia es un acontecimiento alegre -tesis que ya defendió en
Así habló Zaratustra y que desde esa obra está siempre presente-
no hay más que un paso. La idea de La voluntad de poder deriva­
da del nihilismo se convierte, de hecho, en una transmutación de
todos los valores:

«El sentido del título con el que debe ser denominado este
evangelio del futuro no deja lugar a dudas: “La voluntad de poder.
Intento de transmutación de todos los valores”; esta fórmula revela
un movimiento antagónico, que desea devenir en principio y fin; un
movimiento que en algún momento del futuro reemplazará aquel
perfecto nihilismo, y que lo presupone desde un punto de vista
lógico y psicológico; un movimiento que sólo puede surgir del nihi­
lismo. Pero ¿por qué se aboga ahora por la necesaria instauración
del nihilismo? Porque todos nuestros valores anteriores desembo­
can y concluyen en él; porque el nihilismo es la consecuencia lógi­
ca, el final de nuestros grandes valores e ideales: hay que experi­
mentar el nihilismo para desentrañar el secreto de esos valores,
para ver en qué consiste realmente el valor de esos “valores”...
Necesitamos, en cualquier momento, nuevos valores...»

El nihilismo, en cuanto acontecimiento inaplazable y necesa­


rio, no es, al igual que el bien y el mal, un valor en sí mismo: es
simplemente un síntoma revelador que Nietzsche diagnostica con
esa agudeza y sagacidad a las que debe su fama, aunque sus pro­
nósticos son muy discutibles. Si la interpretación consiste en una
reordenación o disposición de los valores, la concepción nihilista
del mundo está, en sí misma, desprovista de valor. Entonces, el
historicismo y la moderna ciencia de la naturaleza son formas nihi­
listas de expresar nuestra actitud ante el mundo. El diagnóstico es
concluyente. Pero, ¿es apropiada la terapéutica que recomienda?

- 170-
La voluntad de poder como principio terapéutico

Es una cuestión muy debatida si Nietzsche pretendió realmen­


te desarrollar en una obra fundamental su teoría sobre la voluntad
de poder. La idea pertenece al círculo temático central de la década
de los ochenta. El punto de partida podría situarse en la necesidad,
reconocida tiempo atrás, de sustituir la voluntad abstracta de Scho­
penhauer por un principio más concreto. Nietzsche lo intenta en
Más allá del bien y del mal -y no sólo en esta obra- recurriendo a
concepciones de marcado tinte biologista:

«En fin, suponiendo que se pudiera explicar toda la vida instin­


tiva del hombre como la ampliación y ramificación de la forma
primitiva de la voluntad (de la voluntad de poder, como yo la
denomino); suponiendo que todas las funciones orgánicas pudie­
ran reducirse a esa voluntad de poder y que también encontrasen
en ella solución los problemas de la procreación y de la alimenta­
ción —tarea problemática, como se ve—, entonces sería lícito definir
de manera unívoca cualquier fuerza eficaz como voluntad de po­
der. El mundo visto desde dentro, el mundo según su “carácter
inteligible”, sería pura y simplemente “voluntad de poder”. Nada
más.»

Cabría aducir numerosas citas similares a ésta. Hasta la nutri­


ción sería una consecuencia de esta insaciable voluntad de poder:
es «la voluntad de vivir, inagotable y que se sostiene a sí misma», el
«principio de la vida» por antonomasia; el hecho originario de toda
la historia, que los hombres geniales subliman en el arte, una em­
briaguez de la voluntad, que anhela el arte. Nietzsche escribe en
Crepúsculo de los ídolos:

«El supremo sentimiento de poder y seguridad se expresa en


todo lo que tiene un gran estilo. El poder, que no necesita demos­
tración alguna; que desdeña el agradecimiento; que reacciona con
rudeza; que se experimenta en sí mismo, sin testigos; que vive sin
saber que hay fuerzas antagónicas contra él; que descansa en sí
mismo, fatalista, como una ley entre leyes: todo esto lleva dentro de
sí el sello del gran estilo.»

Los mismos aforismos revelan la aversión antigua por el carác-


ter socrático, por la racionalidad y el conocimiento. La voluntad
ciega, enteramente instintiva, no es sólo el principio de la vida, sino
también del proceso creador. Estas interpretaciones, llenas de saga­

- 171 -
cidad, fueron formuladas una generación antes que la de Freud,
pero a pesar de que cuestionaban la concepción de los valores
hasta entonces admitida, no lograron ser lo que pretendían: el pre­
ludio de una filosofía del futuro.

Elitismo

La transmutación de todos los valores supone la instauración


espontánea de otros. Aparentemente, el carácter revolucionario y
original de Nietzsche consiste en esto: él, el enfermo, el solitario, el
incomprendido e ineficaz durante toda su vida, celebra al fin el
triunfo de la fuerza. Desde la filosofía dionisíaca de El origen de la
tragedia, pasando por Así habló Zaratustra, hasta sus últimas crea­
ciones, todo es un flujo, una tensión hacia el poder, una exaltación
del poder bajo múltiples formas. El nuevo evangelio es una apolo­
gía de la fortaleza física y espiritual, y la futura elite que detente el
poder reunirá ambas cualidades: será una aristocracia de los seño­
res, que aceptan con total tranquilidad el sacrificio de los débiles, de
los esclavos. El superhombre, el hombre superior —aristócrata, do­
minador tiránico, héroe- es el valor máximo, la culminación de la
sociedad humana y de su historia:

«La revolución, el caos y la miseria de los pueblos carecen, en


mi opinión de importancia. Lo importante es la miseria y el desam­
paro de los grandes hombres en su camino... Las miserias de los
demás hombres, aun tomadas en conjunto, nada significan en sí
mismas si no se relacionan con el sentir del hombre poderoso.
Pongamos un ejemplo concreto: La revolución hizo posible a Na­
poleón; fue su justificación. Si hubiera una recompensa pareci­
da, habría que desear el derrumbamiento anárquico de toda nues­
tra civilización. Napoleón hizo posible el nacionalismo: ésa es su
excusa.»

Nietzsche pretendía ser el profeta de una elite futura, minorita­


ria, privilegiada, la clase dominante. Sin embargo, a dicha elite le
esperaba un camino duro y austero:

«A tales hombres, que son los que me interesan, les deseo


sufrimientos, abandono, enfermedades, pesares y humillaciones:

Friedrich Nietzsche, por Edward Munch. Thielska Galleriet, Estocolmo.


les deseo que aprendan a saborear el desprecio hacia sí mismos,
el tormento de la desconfianza en sí mismos, el dolor del vencido;
no me inspiran compasión alguna, porque les deseo lo único que
puede demostrar hoy si el hombre tiene valor o no, es decir, la
firmeza.»

Este lema del estoicismo por el estoicismo puede ser conside­


rado como uno de los postulados básicos de las ideas existencialis-
tas del siglo XX: con esta concepción de la grandeza individual del
hombre aristocrático, Nietzsche se revela como uno de los más
importantes precursores de una rama de la filosofía futura, sobre
todo en Alemania. Para él los poderosos, la elite, son «fieras» para
las que la divisa de «vivir peligrosamente» se convierte en la clave
para acceder al secreto de una vida aceptable. Frente a esto, el
código moral del esclavo, del animal gregario, expresa su debilidad:

«Las sensaciones agradables que nos inspira el hombre bueno,


amistoso, justo (mientras el nuevo hombre superior provoca ten­
sión y pavor) denotan seguridad e igualdad; el hombre gregario
ensalza su propio carácter gregario porque en él se siente a gus­
to. Esta opción cómoda se enmarca con bellas palabras, y surge
la “moral”.»

Nietzsche, que en El Anticristo se desata en furibundas invecti­


vas contra el cristianismo, se atreve a adentrarse al mismo tiempo
en la especulación teológica y pergeña aforismos muy sagaces que
impresionan a cualquier creyente: «Es un puro disparate considerar
la “fe”, por ejemplo, en la redención por Cristo, como la esencia
del cristianismo: el cristianismo sólo es una práctica, es decir, llevar
una vida semejante a la de Aquel que murió en la cruz...» Y de
pronto suenan acordes que armonizan misticismo y romanticismo,
tan característicos de Nietzsche: «El “reino de los cielos” es un
estado del corazón, no algo procedente de “más allá de la tierra” o
“más allá de la muerte”. El concepto de la muerte natural falta en el
Evangelio: la muerte no es un puente, ni un tránsito, sino ausencia
de ellos, porque no existe otro mundo distinto; su existencia es pura
ficción, mero símbolo. La “hora de la muerte” no es un concepto
cristiano, porque la “hora”, el tiempo, la vida física y sus crisis, no
existen en absoluto para el Maestro del Evangelio... El reino de
Dios es nada, espera y espera de la nada; no tiene pasado ni futuro;

Nietzsche asistió a veinte representaciones de Carmen, de Bizet. ►

- 174-
CARMEN
Opéra-Comique en p aire actes.
Í.MEíLHACuLHALÉVY.
no vendrá en “mil años”: es una experiencia del corazón; está en
todas partes, y en ninguna.»

A la vista de tales manifestaciones, uno se puede sentir tentado


a definir a Nietzsche como el paradigma del ateo moderno cercano
a Dios; con todo, no debe olvidarse el contenido global de sus
manifestaciones sobre el cristianismo. El amoralismo de Nietzsche
consiste hasta el final en una oposición extrema a las ideas cristia­
nas. Y esto sucede incluso si analizamos la última conclusión de El
Anticristo, que supone casi la inversión de lo anterior y un indicio
claro de la locura que se le avecina a pasos agigantados.
La fase final de Nietzsche parece un intento de recapitulación,
de aclarar cosas en las que nunca se había detenido a pensar. Sería
erróneo justificar ese fenómeno aduciendo que presentía el final.
En 1888, Nietzsche experimenta el último acceso de una furia crea­
tiva sin precedentes, pero sus escritos muestran ya las sombras
fantasmales de la inminente noche. Wagner había muerto en 1883;
cinco años más tarde, Nietzsche vuelve a entablar una disputa con
ese hombre, ya desaparecido, a quien debía tantas cosas, pero a
quien no había dejado de considerar su más importante enemigo
intelectual. En la primavera de 1888 escribe un libelo titulado El
caso Wagner, pero, no contento con esto, hacia finales de año
recopila argumentos de sus escritos anteriores dirigidos contra su
pretendido antagonista y unifica todos estos apuntes en un manus­
crito titulado Nietzsche contra Wagner, concluido en navidades. Es
la última obra de Nietzsche. En El caso Wagner no disimulaba el
odio contra el compositor, y la utilización de Bizet como arma arro­
jadiza en contra de Wagner demuestra la ofuscación que el resenti­
miento y la envidia del filósofo infundían en su capacidad, general­
mente muy acusada, para discernir las obras musicales de calidad.
Nietzsche decidió asistir a veinte representaciones de Carmen. Pero
Ecce Homo, esa obra autobiográfica, quizá la más extraña de to­
das, revela que sus apreciaciones en cuestiones de música se ha­
bían transformado por completo: «Una palabra más dirigida a oídos
selectos: espero verdaderamente de la música la serenidad y pro­
fundidad de una tarde de octubre; la singularidad y alegría de una
mujercita dulce, desenvuelta y atractiva...» Nietzsche desprecia en
conjunto a Wagner, tachándole de comediante y conceptuándole
un artista que revela calidad en contadas ocasiones, en detalles, es
decir, un genio malogrado. En su crítica le acusa de contener rasgos
patológicos:

«El arte de Wagner está enfermo. Los temas que lleva al esce­

- 176-
nario -problemas de personajes históricos-, su pasión convulsiva,
su sensibilidad enfermiza, su gusto estético, que introducía especias
cada vez más fuertes, su inestabilidad que disfrazaba de normas, y
sobre todo la elección de sus héroes y heroínas, considerados como
tipos fisiológicos, (¡una galería de enfermos!): todos estos elemen­
tos juntos componen un cuadro clínico que no deja lugar a dudas:
Wagner est une névrose.»

De manera inconsciente, Nietzsche reviste a Wagner de los


rasgos de su propio estado mental.
7. El final: Dionisos contra
el Crucificado

El 3 de enero de 1889 Nietzsche envió desde Turín tres misi­


vas. En una de ellas afirma que «un cierto bufón divino de estos
días ha concluido los Ditirambos de Dionisos». Se refiere a poemas
suyos compuestos entre 1884 y 1888 y que acababa de corregir y
de darles forma definitiva. En clave cifrada, dichos poemas aluden
a su relación amistosa con Cosima Wagner, que aparece bajo el
símbolo de Ariadna. Esta personificación simbólica ilustra sobrema­
nera el estado en que se encontraba Nietzsche a causa de su ruptu­
ra con sus amigos de Bayreuth. He aquí un fragmento del poema
titulado «Lamentación de Ariadna»:

¡No!
¡Vuelve!
Con todos tus tormentos, ¡pero vuelve! [...]
Son mis lágrimas un río
que corre hacia ti;
aviva el corazón sus últimos
rescoldos para ti.
¡Ay! ¡Vuelve
tú, mi dios desconocido! ¡mi dolor!
¡mi felicidad postrera!

En Ecce Homo Nietzsche, mirando retrospectivamente a la


«Canción de la noche» de Zaratustra, escribe: «Jamás anteriormen­
te fueron puestos en verso, ni sentidos, ni padecidos los sufrimien­
tos de un dios, los sufrimientos de Dionisos. La respuesta a seme­
jante ditirambo que escenifica el crepúsculo del sol y la inminencia
de las sombras sería Ariadna... Pero ¡nadie sabe, excepto yo mis­
mo, quién es Ariadna!...» Este secreto lo reveló Nietzsche en su
última carta a Burckhardt, escrita ya en plena demencia: «El resto
queda para Cosima... Ariadna.»
La belleza llena de aristas de los Ditirambos dionisíacos, publi­

- 178-
cados por Gast en 1891, ha extasiado y fascinado siempre a los
admiradores de Nietzsche. Los poemas no alcanzan las dimensio­
nes que se les ha querido dar, pero muestran la trágica envergadura
del sufrimiento al que estuvo expuesto su autor durante su última
fase creativa. Nietzsche intentó en vano conjurarlo, porque no po­
día luchar contra su propia naturaleza. Al final le quedó un asidero,
una tabla de salvación, a la que quiso agarrarse:
Historisches Biklarchiv Lolo Handke, Bad Bemeck

Busto en mármol de Cosima Wagner, la misteriosa Ariadna de un Nietzsche que ya


mostraba síntomas de enajenación.

-179-
Georg Brandes, con sus
Ullstein Bilderdienst Berlín

conferencias sobre Nietzsche en la


Uniuersidad de Copenhague,
marcó el comienzo de una fama
de la que el filósofo no pudo
disfrutar.

Carta de Nietzsche a Peter Gast, ►


fechada en Turín
el 4 de enero de 1889.

«Dionisos contra el Crucificado: ésta es la dicotomía. El primer


término indica el camino hacia una existencia santa; el segundo
considera la existencia lo suficientemente santa en sí como para
justificar el dolor más inmenso. La persona trágica opta por presen­
tar cara al dolor más amargo, porque es lo bastante fuerte, íntegra y
divina en sí para resistirlo; el hombre cristiano niega la felicidad en
la tierra: es débil, pobre y suficientemente miserable para soportar
la vida en cualquiera de sus formas. El Crucificado es una maldi­
ción contra la vida, un aviso para desembarazarse de El: Dionisos,
aun descuartizado, es una promesa de vida, porque se renace eter­
namente para ser aniquilado de nuevo.»

En 1888, el último año de lucidez, Nietzsche volvió a viajar de


nuevo y atravesó por una nueva etapa vital. Tras pasar el invierno
en Niza, llegó el 5 de abril a Turín. La ciudad le causó tan grata
impresión que, en una carta posterior a su madre, la definió como
una «verdadera ganga» para él. A su estancia se sumó pronto una
noticia muy satisfactoria: Georg Brandes había anunciado que la
Universidad de Copenhague daría unos cursos sobre el filósofo
alemán Friedrich Nietzsche. Esta noticia pudo sonar en sus oídos
como el presentimiento de una fama futura que él ya no disfrutaría.
Su estado de salud había vuelto a empeorar en 1888. Exceptuando
los breves periodos de exaltación obsesiva, se sentía pobre y mise­
rable. En verano regresó, por séptima vez en su vida, a Sils-Maria,

- 180-
Nietzsche Archiv, Weimar

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lugar tan querido para él. El 21 de septiembre viajó a Turín. Duran­


te los meses siguientes se dedicó intensamente a sus últimos ma­
nuscritos, pero en su vida ya se veían las trazas del cambio, mien­
tras su autoestimación aumentaba de manera desorbitada. No hay
demasiados datos sobre el periodo comprendido entre las navida­
des de 1888 y la primera semana del año siguiente. Pero no cabe
duda de que la enfermedad debió de manifestarse entonces con
toda su crudeza. Nietzsche, en una carta a Overbeck, le revela su
propósito de encargarse él mismo de la política mundial:

«Trabajo ahora en un primer memorándum para las cortes


europeas con la intención de crear una liga antialemana. Quiero
enclaustrar al Imperio en una camisa de hierro y forzarle a una
guerra desesperada. No tendré libertad absoluta hasta no tener en
mis manos al joven emperador con todos sus atributos.»

Esto lo escribía Nietzsche el 28 de diciembre. El día de San


Silvestre respondió a una postal de Peter Gast con las siguientes
líneas: «¡Oh, amigo! ¡Qué momento! Cuando me llegó su postal, lo
que hice... Era el famoso Rubicón [...] Ya no sé mi dirección, pero
convengamos en que debería ser, al menos, el Palazzo del Quiri-
nale.»
El 4 de enero de 1889 envió una postal con las siguientes
palabras:

- 181 -
«A mi maestro Pietro:
»Cántame una canción nueva: el mundo está transfigurado y los
cielos se alegran.
»E1 Crucificado.»

Nietzche había alcanzado el último estadio de su megaloma­


nía. El derrumbamiento final ocurrió el 3 de enero, en la Piazza
Cario Alberto de Turín. Acababa de salir de su casa, cuando vio
cómo un cochero maltrataba a un caballo. Nietzsche, llorando y
con grandes gritos de dolor, se abrazó al cuello del animal y se
desmayó. Algunos días más tarde, Overbeck fue a buscar a Nietz­
sche y le llevó a una clínica para enfermos mentales en Basilea. El
médico anotó en su informe:
«Pupilas diferentes, la derecha mayor que la izquierda, que
reaccionan con lentitud a los estímulos. Strabismus convergerás.
Fuerte miopía. Lengua sucia; no manifiesta desvío, ni temblores.
Inervación facial poco alterada; [...] reflejos rotulares acusados; [...]
no tiene conciencia de estar enfermo, por el contrario, se siente
muy bien, muy entusiasmado. Declara que debía de estar enfermo
desde hace ocho días y que ha padecido a menudo dolores de
cabeza. El paciente manifiesta haber tenido también algunos ata­
ques durante los cuales había sentido una extraordinaria exaltación
y bienestar, estado durante el cual le hubiera encantado abrazar
y besar a las gentes que pasaban por la calle y trepar por las pa­
redes.»
A mediados de enero su madre y Overbeck lo recogieron y
emprendieron viaje hacia Jena, ingresándole en la clínica del profe­
sor Binswanger. El diagnóstico de Basilea rezaba así: «Parálisis pro­
gresiva». Posteriormente, la enajenación mental de Nietzsche cobró
mayor auge, al mismo tiempo que se tranquilizaba y decrecían
paulatinamente sus ideas megalomaníacas. En marzo de 1890 su
madre, que se había quedado a vivir en Jena, obtuvo permiso para
llevárselo consigo y cuidarle en su casa. Deussen, que le vio por
última vez el 15 de octubre de 1894, día en que cumplía 50 años,
informa al respecto:
«Llegué muy temprano, porque no podía demorarme mucho.
Su madre le hizo pasar a la habitación; yo le felicité porque cumplía

•4 Muchas veces oscuros y contradictorios, los escritos d e Nietzsche, que tanto


influyeron en las generaciones posteriores, recibieron lecturas muy diversas,
sirviendo de base y referencia a las posturas ideológicas más encontradas.

- 183 -
50 años y le entregué un ramo de flores. No entendió ni una pala­
bra de lo que le dije. Tan sólo las flores parecieron atraer, por un
momento, su interés, pero inmediatamente después fueron igno­
radas.»
La demencia de Nietzsche se prolongó durante más de una
década. Tras la muerte de su madre, acaecida en 1897, su herma­
na, que entretanto había enviudado en Paraguay, se encargó de su
cuidado. Elisabeth Fórster-Nietzsche se había instalado en Weimar.
En su casa, al mismo tiempo que cuidaba a su hermano, reunía sus
libros, manuscritos y notas. Muy pronto Elisabeth, incluso en vida
de su hermano, comenzó la comedia y la falsificación que sería el
origen de la leyenda de Nietzsche. El nunca llegó a saberlo. Murió
el 25 de agosto de 1900, y fue enterrado junto a su padre en el
cementerio de Rócken. Pocos años después se extendería por todo
el mundo la fama del mejor augur del nihilismo europeo.

- 184-
Cronología

1844 15 de octubre: nace Friedrich Nietzsche en Rócken, cerca de Lützen (Sajo­


rna), donde su padre era pastor protestante.

1849 30 de julio: muere su padre.

1850 La familia se traslada a Naumburgo.

1858 Comienza sus estudios en el instituto de Schulpforta, próximo a Naumburgo.

1864 Estudios de teología y filología clásica en la Universidad de Bonn.

1865 Prosigue sus estudios en Leipzig. Primer contacto con la obra de Scho­
penhauer.

1866 Comienza su amistad con Erwin Rohde.

1868 8 de noviembre: primer encuentro con Richard Wagner en Leipzig.

1869 Catedrático supernumerario de filología clásica en la Universidad de Basilea.


17 de mayo: visita a Wagner por primera vez en Tribschen, cerca de
Lucerna.
28 de mayo: discurso inaugural en la Universidad de Basilea sobre «Homero
y la filología clásica«. Comienza su amistad con Jacob Burckhardt.
Creación de El origen de la tragedia (aparece en el día de año nuevo
de 1872).

1870 Marzo: catedrático numerario.


Agosto: participa en la guerra franco-prusiana como enfermero voluntario;
contrae una grave enfermedad.
Octubre: retomo a Basilea. Comienzo de su amistad con el teólogo Franz
Overbeck.

1872 Febrero-marzo: conferencias en Basilea «Sobre el futuro de nuestros centros


docentes» (publicadas dentro de sus obras postumas).
Abril: Wagner abandona Tribschen.
22 de mayo: colocación de la primera piedra del teatro del festival de Bay­
reuth; Wagner y Nietzsche se encuentran en Bayreuth.

1873 Primera y segunda de las Consideraciones inactuales: David Strauss, cre­


yente y escritor y De las ventajas y desventajas de la Historia para la vida

-185-
(aparece en 1874). Escribe La filosofía en la época trágica de los griegos
(publicado en sus obras postumas).

1874 Tercera de las Consideraciones inactuales: Schopenhauer, educador.

1875 Escribe la última de las Consideraciones inactuales: Richard Wagner en


Bayreuth.
Octubre: conoce al músico Peter Gast (Heinrich Kóselitz).

1876 Agosto: primer festival de Bayreuth. Nietzsche en Bayreuth.


Septiembre: comienzo de su amistad con el psicólogo Paul Reé. Progresa su
enfermedad.
Octubre: la Universidad de Basilea le concede un permiso por enfermedad.
Pasa el invierno en Sorrento con Reé y Malwida von Meysenbug.
Octubre-noviembre: Nietzsche y Wagner se ven por última vez en Sorrento.
Finaliza la primera parte de Humano, demasiado humano.

1878 Wagner escribe a Nietzsche por última vez y le envía el Parsifal (3 de enero).
Mayo: última carta de Nietzsche a Wagner, enviándole Humano, demasiado
humano.

1879 Agravamiento de su enfermedad. Abandona su cátedra de la Universidad de


Basilea.

1880 El viajero y su sombra. Segunda parte de Humano, demasiado humano.


Marzo-junio: primera estancia en Venecia.
Desde noviembre: primer invierno eh Génova.

1881 Aurora. Meditación sobre los prejuicios humanos.


Primer verano en Sils-Maria.
27 de noviembre: Nietzsche escucha en Génova por primera vez Carmen de
Bizet.
La gaya ciencia.

1882 Intento de una transmutación de todos los valores (hasta 1888).


Marzo: viaje a Sicilia.
Abril-noviembre: amistad con Lou Salomé. Pasa el invierno en Rapallo.

1883 Febrero: escribe en Rapallo la primera parte de Así habló Zaratustra (impresa
en 1883).
Desde diciembre: primer invierno en Niza.

1884 Enero: escribe en Niza la tercera parte de Asf habló Zaratustra (impresa en
1884).
Agosto: Heinrich von Stein le visita en Sils-Maria.
Noviembre-febrero de 1885: escribe en Mentón y Niza la cuarta parte de
Zaratustra (edición particular en 1885).
Más allá del bien y del mal (aparece en 1886).

1886 Mayo-junio: último encuentro con Erwin Rohde en Leipzig.

1887 La genealogía de la moral.


11 de noviembre: escribe su última carta a Erwin Rohde.

- 186-
1888 Abril: primera estancia en Turín. Georg Brandes .da en la Universidad de
Copenhague unos cursos sobre «el filósofo alemán Friedrich Nietzsche».
Mayo-agosto: El caso Wagner. Termina los Ditirambos dionisíacos.
Agosto-septiembre: Crepúsculo de los ídolos (aparece en enero de 1889).
Septiembre: El Anticristo. Un intento de crítica del cristianismo (Transmuta­
ción de todos los valores I).
Octubre-noviembre: Ecce Homo (aparece en 1908).
Diciembre: Nietzsche contra Wagner. Documentos de un psicólogo.

1889 Enero: estancia en Turín; pierde la razón.

1897 Pascua: fallece su madre. Se traslada con su hermana a Weimar.

1900 25 de agosto: muerte de Nietzsche, en Weimar.


Testimonios

Karl Jaspers
Filosofar con Nietzsche supone una constante afirmación contra él. En el fulgor de su
pensamiento la misma existencia, analizada con esa ilimitada sinceridad no exenta
de riesgos que entraña la metodología asistemática de Nietzsche, se acrisola hasta
descubrir la verdadera autoconciencia de ser. Esta autoconciencia de ser sólo puede
experimentarse como lo que no se disipa en la existencia, ni en la objetividad del
mundo ni en la subjetividad del ser social, sino sólo en, la trascendencia, en la que
Nietzsche desemboca directamente y de la que quiere a toda costa liberarse. Pero el
rigor de la entrega total, tal como la llevó a cabo Nietzsche, es -a pesar de su rechazo
de la trascendencia- una alegoría y un arquetipo involuntario del destruirse por
medio de la trascendencia: ante Nietzsche crece el respeto como ante un fenómeno
incomprensible que fue diáfano en sus orígenes, pero no en nosotros.

Karl Lowith
En cuanto crítico de lo establecido, Nietzsche es al siglo XIX lo que Rousseau al XVM.
Es un Rousseau invertido: Rousseau por su crítica penetrante de la civilización
europea, e invertido porque sus normas críticas son exactamente opuestas a la idea
del hombre que tiene Rousseau.
En Zaratustra Nietzsche escarneció a este mundo de humanidad carcomida, y acuñó
la imagen del «último hombre». Su contrafigura es el superhombre. Esta idea, en
cuanto concepción filosófica para superar el nihilismo, no tiene un valor intrínseco
social ni un sentido político, pero de alguna forma se concreta indirectamente en las
reflexiones históricas de Nietzsche para «hombres excepcionales», y en su idea del
futuro «hombre dominador», que tendrán la misión de encauzar la existencia del
hombre gregario de la democracia hacia una meta.

Martin Hcidegger
No se ha alcanzado aún una opinión unánime sobre Nietzsche, ni tampoco existen
todavía los requisitos previos para ello. Hasta ahora Nietzsche ha sido alabado e
imitado, o bien denostado y utilizado. Su pensamiento y sus palabras gravitan aún
sobre el presente. Aún no estamos lo bastante lejos, históricamente, como para
hacer madurar un juicio crítico sobre qué es lo que hace tan poderoso al filósofo.
Desde hace mucho tiempo se dice en las cátedras de filosofía de Alemania que
Nietzsche no es un pensador riguroso, sino un «filósofo poeta». Nietzsche no es de
esos filósofos dedicados a cuestiones abstractas, vagas y alejadas de la vida. Aun
cuando se le defina como filósofo, debería concretarse más y entenderlo como un
«filósofo práctico». Este calificativo acreditado fomenta a la vez la sospecha de que la
filosofía sería para los muertos, y por ello, en el fondo, inútil y superflua. Este modo
de ver las cosas concuerda por completo con la opinión de aquellos que celebran a

- 188-
Nietzsche como el «filósofo práctico» que habría liquidado por fin el pensamiento
abstracto. Juicios como éstos sobre Nietzsche son tan corrientes como erróneos. Y
este error sólo será reconocido cuando el acuerdo con Nietzsche inicie a su vez un
acuerdo dentro del ámbito de la cuestión fundamental de la filosofía.

Ernst Bertram
Nietzsche parece aunar en su persona, tan alabada como vilipendiada, el destino y el
•recuerdo de muchos de sus precursores. Nietzsche aparece hoy como el último gran
heredero de los que llevan dentro de sí el espíritu de oposición luciferino, una
oposición inexplicablemente unida a la nostalgia divina y que es casi idéntica a ella;
es el heredero del orgullo prometeico, de la tendencia prometeica hacia el nuevo
hombre divinizado y sin dioses, el heredero de la orgullosa resignación prometeica.
Heredero y hermano en el destino de todos aquellos que no sólo aspiran, como
Goethe, a la luz desde la oscuridad, sino que también, una vez en ella, sienten cómo
una profunda necesidad les impulsa de nuevo hacia la oscuridad, hacia la duda; de
aquellos cuya naturaleza «una y doble», como la de Proserpina, pertenece a dos
reinos del alma. Nietzsche, el asesino de Dios, es también, a su modo, el anunciador
de un dios, un dios él mismo, con dos nombres: diáfano uno, oscuro e inextricable el
otro. Es como el Eros de Platón y el «dos veces nacido» Dionisos.

Georg Lukács
En Nietzsche, el principio de la apologética indirecta se trasluce también en el estilo:
su actitud agresiva y reaccionaria hacia el imperialismo se expresa a través de gestos
hiperrevolucionarios. Ataca a la democracia y al socialismo, y estos ataques, junto
con su mito del imperialismo y su invitación a una actividad bárbara, pretenden una
revolución sin precedentes, una «transmutación de todos los valores», un «crepúscu­
lo de los ídolos»: es la apologética indirecta del imperialismo en cuanto pseudorrevo-
lución demagógicamente eficaz.

Gottfried Benn
Realmente todo lo que mi generación discutía, rumiaba en su interior, experimenta­
ba y analizaba en detalle, ya lo había explicado y apurado antes Nietzsche, le había
encontrado una formulación definitiva; todo lo demás era exégesis. Su naturaleza
brillante, tempestuosa y amante del peligro, su elocución llena de nervio, su priva­
ción de cualquier idilio o de cualquier argumentación o razón genérica, su interpre­
tación de la psicología del instinto, de lo constitucional como causa, de la psicología
como dialéctica -el «conocimiento como compasión»-, todo el psicoanálisis, todo el
existencialismo: he aquí su obra. Nietzsche es, y esto se ve cada día con mayor
claridad, el gran gigante de la época posterior a Goethe.
Ahora hay quienes afirman que Nietzsche es un político peligroso. Bajo este criterio
hay que examinar, en realidad, a los políticos. Son personas que, cuando utilizan la
retórica, se esconden siempre tras los argumentos de espíritus a los que no com­
prenden, de los genios del intelecto. ¿Qué culpa tiene Nietzsche de que los políticos
se encarnasen en él? Nietzsche intuyó el fenómeno, cuando en junio de 1884
escribió a su hermana que le horrorizaba pensar cuántas veces en el futuro se
apoyarían en él para intentar probar cosas sin fundamento y ajenas a su pensamien­
to. Decía además que quería cercar su pensamiento «para que no irrumpan en mis
jardines los cerdos ni los fanáticos». A pesar de todo es digno de reseñar que,
durante uno de sus periodos creativos (Zaratustra), Nietzsche estuvo sometido a
ideas darwinistas: creía en la selección de los fuertes, en la lucha por la existencia, en
la que sólo vencen los mejores. Fue éste el prisma que adoptó para enriquecer su

- 189-
visión y no la contemplación de las leyendas de santos. Con toda seguridad, Nietz­
sche hubiera abominado de la bestia rubia que vendría después. Como persona,
Nietzsche era un menesteroso, un hombre íntegro y puro: un gran mártir y un gran
hombre. Podría añadir aún que fue un terremoto que convulsionó a mi generación,
y el mayor escritor en lengua alemana desde Lutero.

Thomas Mann
La filosofía no es, para la humanidad, fría abstracción, sino vida, sufrimiento y
sacrificio: así podrían resumirse las ideas y el ejemplo de Nietzsche. Ha sido empuja­
do hacia las orillas del malentendido grotesco; en realidad el país al que tendía con
todas sus fuerzas era el futuro; y a los ojos de gentes que ya habitan su futuro
-como nosotros, que hemos contraído tantas deudas con él en la juventud-, Nietz­
sche aparece como una figura de tragedia, llena de ternura y respeto, iluminada por
el relámpago de esta época de transición.

-190-
Bibliografía

Algunas ediciones en castellano de obras de Nietzsche

Obras completas, Madrid, Aguilar, 1932. Trad. de E. Ovejero y Maury.


El Anticristo. Madrid, Alianza, 1981.
Así habló Zaratustra. Madrid, Alianza, 1981.
Aurora. Meditación sobre los prejuicios morales. Barcelona, Olañeta, 1978.
Canciones del príncipe proscrito. Barcelona, Olañeta, 1979.
Correspondencia. Barcelona, Labor, 1974.
Crepúsculo de los ídolos. Madrid, Alianza, 1981.
Ecce Homo. Madrid, Alianza, 1982.
En tomo a la voluntad de poder. BaYcelona, Edicions 62, 1973.
Federico Nietzsche. Inventario. Madrid, Taurus, 1973.
La Gaya Ciencia. Barcelona, Olañeta, 1979.
La genealogía de la moral. Madrid, Alianza, 1981.
Humano, demasiado humano. Madrid, Edaf, 1980.
El libro del filósofo. Madrid, Taurus, 1974.
Más allá del bien y del mal. Madrid, Alianza, 1982.
Mi hermana y yo.' Madrid, Edaf, 1981.
El nacimiento de la tragedia. Madrid, Alianza, 1981.
Opiniones y sentencias. Barcelona, Mateu, 1970.
Poemas de Nietzsche. Pamplona, Peralta, 1979.
Sobre el porvenir de nuestras escuelas. Barcelona, Tusquets, 1980.
Sobre verdad y mentira en sentido extramoral. Universidad de Valencia, 1980.
El viajero y su sombra. Barcelona, Ricou, 1980.

Obras sobre Nietzsche

A ndreas S alom é, L o u : Nietzsche. Bilbao, Zero, 1980.


Britón, C.: Nietzsche. Buenos Aires, Losada, 1947.
C u e v a , A.: La psicopatología de Nietzsche. Cuenca, Universidad, 1950.
D e l e u z e , G.: Nietzsche y la filosofía. Barcelona, Labor, 1974.
DELHOMME, J.: Nietzsche. Madrid, Edaf, 1981.
F o u c a u l t , M.: Nietzsche, Freud, Marx. Barcelona, Anagrama, 1981.
G a o s , J.: El último Nietzsche. México, Facultad de Filosofía y Letras, 1945.
H a l e v i , D .: La vida de Federico Nietzsche. Buenos Aires, Ernecé, 1946.
JA SPERS, K.: Nietzsche y el Cristianismo. Buenos Aires, Deucalión, 1955.
J im é n e z M o r e n o , L.: Nietzsche. Barcelona, Labor, 1972.
K l o s s o w s k i , P.: Nietzsche y el círculo vicioso. Barcelona, Seix Barral, sin a.
M a n n , H .: El pensamiento vivo de Nietzsche. Buenos Aires, Losada, 1947.
S a v a t e r , F.: Nietzsche y su obra. Barcelona, Dopesa, 1979.
S o b e j a n o , G.: Nietzsche en España. Madrid, Gredos, 1967.
T h i b o n , G .: Nietzsche, o la decadencia del espíritu. Bilbao, Desclee de Brouwer,
1960.

-191-
BIBLIOTECA SALVAT DE
GRANDES BIOGRAFIAS

1. Napoleón, por Andre Maurois. Prólogo de Carmen Llorca.


2. Miguel Angel, por Heinrich Koch. Prólogo de José Manuel
Cruz Valdovinos.
3. Einstein, por Banesh Hoffmann. Prólogo de Mario Bunge.
3. Bolívar, por Jorge Campos. Prólogo de Manuel Pérez Vila.
(2.a serie.)
4. Gandhi, por Heimo Rau. Prólogo de Ramiro A. Calle.
5. Darwin, por Julián Huxley y H. B. D. Kettlewell. Prólogo de
Faustino Cordón.
6. Lawrence de Arabia, por Richard Perceval Graves. Prólogo
de Manuel Diez Alegría.
7. Marx, por Werner Blumemberg. Prólogo de Santos Juliá Díaz.
8. Churchill, por Alan Moorehead. Prólogo de José M.a de
Areilza.
9. Hemingway, por Anthony Burgess. Prólogo de Josep M.a
Castellet.
10. Shakespeare, por F. E. Halliday. Prólogo de Lluís Pasqual.
11. M. Curie, por Robert Reid. Prólogo de José Luis L. Aranguren.
12. Freud ( 1), por Ernest Jones. Prólogo de C. Castilla del Pino.
13. Freud (2), por Ernest Jones.
14. Dickens, por J. B. Priestley. Prólogo de Juan Luis Cebrián.
15. Dante, por Kurt Leonhard. Prólogo de Angel Crespo.
16. Nietzsche, por Ivo Frenzel. Prólogo de Miguel Morey.
17. Velázquez, por Juan A. Gaya Ñuño. Prólogo de José Luis
Morales Marín.

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