Ivo Frenzel - Nietzsche-Salvat (1985)
Ivo Frenzel - Nietzsche-Salvat (1985)
Ivo Frenzel - Nietzsche-Salvat (1985)
BIBLIOTECA SALVAT DE
GRANDES BIOGRAFIAS
NIETZSCHE
IVO FRENZEL
Prólogo
MIGUEL MOREY
SALVAT
Versión española de la obra original alemana Nietzsche, publicada por
Rowohlt Taschenbuch Verlag GmbH, Hamburgo.
Página
Prólogo 11
1. La educación de un genio 17
2. La tragedia griega y el espíritu del romanticismo 56
3. Nietzsche en Bayreuth 90
4. La conciencia de la enfermedad 113
5. Hacia los dominios de Zaratustra 133
6. Al borde del precipicio 160
7. El final: Dionisos contra el Crucificado 178
Cronología 185
Testimonios 188
Bibliografía 191
- 7 -
Friedrich Nietzsche (1844-1900)
-9 -
Bildarchiv der Ósterreichischen Nationalbibliothek, Viena
Prólogo
Nietzsche, el malentendido
por Miguel Morey
- 11 -
quiere ser entendido, sino también no ser entendido. El que uno
encuentre ininteligible un libro no es en modo alguno una objeción
contra este libro; puede que se lo haya propuesto el autor, deseoso
de no ser entendido por todo el mundo» (La gaya ciencia, V, 381).
Su escritura huirá así de los lectores perezosos, de quienes ante un
texto se comportan como soldados que saquean —su estilo se con
vertirá en embozo contra la rapiña, disimulo y máscara, juego de
laberintos del que sólo saldrán victoriosos los lectores verdadera
mente pacientes: aquellos provistos de esa capacidad de rumiar
que Nietzsche aprendió de la filología. Todo lo que, en Nietzsche,
puede parecer producto de una exaltada imaginación poética, de
una incontinencia lírica, oculta sin embargo un calculado y cada vez
más autoconsciente arte de los efectos de pensamiento que quiere
provocar en el lector: «No es ni sensato ni hábil privar al lector de
sus refutaciones más fáciles; es mui) sensato y muy hábil, por el
contrario, dejarle que formule por sí mismo la última palabra de
nuestra sabiduría (Decálogo del estilo, X).
De la escasa acogida del discurso nietzscheano en los marcos
académicos de la filosofía, de las numerosas ampollas gremiales
que su pensamiento levantó, es en buena medida responsable esta
decisión, su voluntad de aunar pensamiento y estilo. Quiso selec
cionar a sus lectores por el trazado de su prosa, y no los halló hasta
muy tardíamente en las instituciones universitarias que decidían
qué era y qué no era eso llamado filosofía. ¿Cómo otorgar el nom
bre de filosofía a unos textos que cubren las más variadas formas de
estilo: aforismos, poemas, prosa lírica, panfletos... pero que evitan
siempre la seriedad del tratado? ¿Qué garantías ofrece el trabajo de
este hombre que, encerrado en un altanero aislamiento, lee cada
vez menos y tan sólo piensa? Se ha señalado hasta la saciedad la
falta de unidad de su discurso, su falta de sistematicidad (y lo que
tal vez sea peor: su absoluto desinterés por hacer que su pensa
miento adopte la forma sistemática); se han denunciado en su
obras infinitos puntos donde se contradice; se duda seriamente de
su rigor conceptual (¡siempre encontramos una metáfora donde
debería haber un concepto!); es conocido el escaso alcance de su
capacidad deductiva... Por todo ello, Nietzsche tardará en ser leído
por los filósofos -tardará en ser acogido en el seno de la filosofía
institucional. Habrá que esperar a las lecturas que de su obra reali
zaron, primero, K. Jaspers (1935) y, luego, M. Heidegger (1936-46,
publicadas en 1961), para que se le conceda una cierta carta de
ciudadanía, siempre con el marchamo de «autor maldito», sin
embargo (y aun así, aun entonces, Nietzsche no encontrará lectores
desinteresados, sino intérpretes que hacen, de una determinada
-12-
versión del discurso nietzscheano, premisa para sus propias posi
ciones filosóficas, ¿nuevos malentendidos?).
Sin embargo, con la publicaición, a cargo de G. Colli y
M. Montinari, de la edición crítica de sus obras completas, se nos
dibuja hoy de modo inequívoco la presencia de un gran pensador,
grande entre los grandes. Es posible que sus textos no coincidan
con el canon de obra filosófica que su época establecía, pero lo que
es indudable es que Nietzsche es un filósofo; de lo que no cabe
duda es de su terca voluntad y absoluta entrega a la tarea de ser
filósofo. El mismo Colli, que ha exhumado la totalidad de los pape
les de Nietzsche y le ha leído de su puño y letra, ironiza respecto a
las críticas a la pretendida ligereza del estilo nietzscheano con estas
palabras: «El estiló filosófico de Nietzsche es antitético al de Kant. El
primero es el resultado de una fatigosa elaboración, como se puede
comprobar mediante los cuadernos de trabajo de Nietzsche. Parte
muchas veces de esquemas, de exangües abstracciones: el escritor,
con la magia de la palabra, a través de reiterados y obstinados
intentos de reanimación, da vida a estos cadáveres. Al final aparece
la expresión, como recién salida, limpia y escueta. Kant, al contra
rio, lleva al papel el trabajoso proceder del intelecto, con todas las
desviaciones, incertidumbres, repeticiones y variantes en busca de
una mayor claridad del pensamiento, más incluso que de la exposi
ción.» Y añade: «Pero seguir las vías tortuosas del intelecto de un
individuo empírico, que le llevan a determinados resultados, tiene
escaso interés. El estilo debe borrar el condicionamiento concreto,
el procedimiento material del individuo raciocinante. El pensamien
to debe presentarse desprendido del modo en que ha sido conquis
tado, como una realidad en sí misma, sin nada personal.»
Y es que una voluntad de ruptura para con el discurso filosófi
co tradicional tan decidida como la nietzscheano, no podía darse sin
una profunda transformación de las maneras del decir propias de la
filosofía. Su fuerza polémica apuntaba a entrar en diálogo con los
grandes de la historia del pensamiento, de tú a tú y con una voz
propia. No le bastaba contradecirlos en tal o cual aspecto concreto,
sustituir un concepto por otro, negar donde ellos afirmaron o alabar
lo que ellos denigraron. Ante la vasta crisis en la que se sumía
Europa como forma de vida espiritual, ante lo que llamó «nihilis
mo», trazando de él un análisis lúcido y anticipador, Nietzsche se
sintió emplazado frente al envite de una ruptura total con la tra
dición entera del pensamiento occidental. Se trataba de intentar
pensar de otra forma, alumbrar un pensamiento que rompiera los
marcos mismos dentro de los cuales el Occidente platónico y cris
tiano encuadraba eso denominado pensar. E introducir la cuestión
-13-
del estilo en relación con el pensamiento, defender la pertinencia
de la cuestión estilística en filosofía era una finta para lograrlo. Por
que hacer de la pregunta por el estilo la cuestión filosófica por
excelencia, hacer del cuidado por el estilo la primera precaución del
pensamiento implicaba, de una vez, negar e/ valor de los análisis en
términos dicotómicos: verdadero o falso, bueno o malo, elevar al
pensamiento por encima de la mera gestión de las polaridades
establecidas. Porque no hay un estilo bueno o un estilo verdadero:
no hay una sola manera de pensar que sature toda la verdad, como
no hay un solo modo de actuar que pretenda toda 1a bondad. Hay
infinidad de estilos que traducen otras tantas perspectivas («instinti
vas», dirá Nietzsche) sobre eso que ocurre, sobre la vida. Y la tarea
de la filosofía consistirá en evaluar y jerarquizar estas perspectivas:
¿Cuál es el punto de vista más sano, más noble, más favorable a la
vida, más afirmativo? ¿Y cuál es el más bajo, el más decadente, el
que, con su interpretación, niega todo lo vivo? Así, ante un pensa
miento no hay que preguntar por su verdad o su bondad, sino
desplegar todo el arte de lo que Nietzsche denominaba «psicología»
para establecer a qué tipo corresponde ese pensamiento: ¿Quién
puede pensar esto? Porque verdades las hay de todo tipo, nobles y
viles: verdades de la enfermedad, de la decadencia, de la estupidez,
tanto como verdades de la salud, de la alegría o de la lucidez. Lo
que importará no es tanto la verdad de un enunciado cuanto su
sentido, desde dónde se puede afirmar tal o cual cosa; a quién o a
qué sirve el que se determine de éste u otro modo tal problema...
La cuestión del sentido y el valor se coloca entonces por encima del
mero asunto de la verdad positiva. Así, introducir la cuestión del
estilo en filosofía significará, en definitiva, una defensa del pluralis
mo contra todo dogmatismo del pensamiento, un magno intento
de ruptura con la tradición platónica de pensamiento, que se pro
longará multiplicada, a lo largo de veinte siglos de cristianismo,
manteniendo la ficción de una dicotomía ontológica entre mundo
aparente y mundo real, y de una dicotomía moral entre bien y mal,
como único marco válido para cualquier interpretación de la vida.
El resultado de este largo error será, para Nietzsche, una civilización
asentada sobre el desprecio por la vida: la Europa del nihilismo, y
su tarea, «filosofar con el martillo» contra ese pensar decadente, con
la mirada puesta en el futuro.
Y sin embargo el futuro no ha liberado definitivamente al pen
samiento de Nietzsche de sus ambigüedades. Antes al contrario,
añadió a los malentendidos que le acompañaron en vida, otros más
graves y postumos -esa dinamita explotó de mil modos y hoy no
puede dejar de acompañar a la obra de Nietzsche el miedo a sus
- 14 -
consecuencias— En primer lugar están los años de locura que cie
rran patéticamente su biografía; años de locura que, crítica o clíni
camente, serán utilizados para justificar una descalificación de su
aventura espiritual: ya sea atribuyendo el origen de su locura a una
temprana y mal curada sífilis, con lo que toda su obra no sería sino
la manifestación progresiva del avance de su enfermedad; ya sea
haciendo de su final la «consecuencia lógica» del intento de pensar
fuera de las órbitas de la razón. Y en segundo lugar tenemos el triste
pillaje y manipulación de su pensamiento por la barbarie nazi, posi
bilidad presentida por el propio Nietzsche desde, por lo menos,
1884, lo que le empujaría a distanciarse explícitamente de todo lo
alemán en general, y aún más del pangermanismo en particular:
«¡Escuchadme! pues yo soy tal y tal. ¡Sobre todo no me confundáis
con otros!» (Ecce Homo).
Con todo, el malentendido sigue pesando sobre Nietzsche.
Incluso su estilo parece haberse vuelto contra él y son muchos
quienes, lectores perezosos o desertores del rigor del concepto, se
reconocen en su obra —su estilo no parece permitirle ya seleccionar
lectores, mantener ese psthos de la distancia del que hizo un arte.
La mayor dificultad de la obra nietzscheano -advertirá Jaspers,
bastante antes de que la moda Nietzsche fuera un hecho- estriba
en que es demasiado inteligible. E, infortunadamente, es cierto,
aunque sólo en apariencia, por supuesto, porque hoy apenas si
estamos en condiciones para algo más que adivinar la grandeza de
su aventura espiritual. Y ello al tiempo que se hace cada vez más
evidente la urgencia por apropiamos de su saber, la necesidad de
medimos con su pensamiento para probar hasta dónde resiste eso
que creemos que es nuestro. Hoy, que apenas si sabemos quién no
era Nietzsche, qué no era su filosofía, nos siguen y seguirán aún
desafiándonos, con idéntica fuerza de sabiduría a la de los viejos
enigmas griegos, las últimas palabras de Ecce Homo, su último
texto: «¿Se me ha comprendido?».
- 15-
1. La educación de un genio
-17-
dar al autor de su obra, constituye una de esas confesiones que
demuestran qué errores pueden cometer las personas al enjuiciarse
a sí mismas. No existen en la historia de Occidente muchos casos
como el de Nietzsche: en él vida y obra, personalidad y escritos se
imbrican y se funden, y hay que considerarlos en conjunto porque
se esclarecen mutuamente.
-18-
Casa de la familia Nietzsche en Rócken, donde nació Friedrich.
-19-
Ullstein Bilderdienst, Berlín
-20-
Friedrich Würzbach: Nietzsche (Propylaen Verlag, Berlín 1942)
/A
je ,
, i ■
VUSu*L$-_
Tr^eSríAi
A ícfysrki.
G^ftú<r, Vot. IV U le í^
pC üi, CJchktr.
La casa de Naumburgo, en ►
el número 18 de la calle
Weingarten, donde
transcurrió la infancia
de Nietzsche desde la
muerte de su padre.
-22-
en la que la anciana señora había vivido antes de su matrimonio y
donde tenía su círculo de amigos.
A pesar de las apariencias, la familia mantenía un estilo de vida
muy acorde con los tiempos: el padre de Nietzsche tenía aptitudes
naturales para la música muy notables; componía, e incluso lograba
excelentes improvisaciones al piano. A su abuelo Oehler le gusta
ban la caza, las cartas, la música y el teatro, que promovía con
actores aficionados. En resumen, puede decirse que era una familia
orgullosa de sus raíces y peculiaridades, entre las que no faltaba la
leyenda: Auguste y Rosalie solían afirmar que entre sus antepasa
dos se contaba un noble conde polaco que había tenido que huir
de su patria para salvaguardar sus creencias religiosas. Con este
recurso a raíces nobles y extranjeras pretendían elevar a la familia
Nietzsche por encima de su entorno campesino y provinciano. Esa
afirmación carecía de fundamentos históricos, pero aun así dotó a
la familia de una conciencia de singularidad que, desde fecha tem
prana y para siempre, alcanzó también al joven Fritz y que se pon
dría de manifiesto en muchos de sus testimonios futuros.
-23-
Los años escolares
-24-
otro que referiré después. Uno de mis principios guía fue siempre
escribir un librito para leerlo yo mismo una vez terminado. Todavía
hoy conservo este rasgo de vanidad; pero entonces, mis propósitos
quedaban reducidos a meros proyectos: sólo en contadas ocasio
nes intenté ponerlos en práctica. Yo no dominaba los artificios de la
rima ni del metro, así que versificaba con demasiada lentitud y
componía versos sin rima. Aún conservo alguno de aquellos poe
mas. En uno de ellos quise describir el carácter efímero de la fortu
na, y con tal objeto escenifiqué los ensueños de un caminante que
dormitaba en medio de las ruinas de Cartago: Morfeo le mostraba
la historia de la ciudad, el cénit y el crepúsculo de su destino, hasta
que al final el caminante despertaba. Sí, aún conservo algunos de
los poemas de esa época, pero he de reconocer que en ninguno de
ellos aleteaba el fulgor de la verdadera poesía.» Y un poco más
adelante escribe: «Un poema sin ideas, que se reduzca a amontonar
frases e imágenes, es como la manzana que ofrece a los ojos un
aspecto sonrosado e impecable, pero que está carcomida por el
gusano en su interior. El poema no admite tópicos ni lugares comu
nes, y su uso reiterado demuestra que su autor es incapaz de crear
por sí mismo.»
Estas líneas resultan muy reveladoras porque ponen de mani
fiesto la autocrítica afectada del niño modelo, educado entre muje
res beatas y vanidosas, y al mismo tiempo una responsabilidad más
madura, poco acorde con su edad, visible en esa disculpa narcisista
de una vanidad que todavía conserva. Pero esas observaciones de
Nietzsche revelan también su sensibilidad, su creciente espíritu de
observación y esa necesidad imperiosa e indómita de crear algo por
sí mismo. Igualmente, desde fechas muy tempranas comienza a
aflorar uno de los caudales más importantes de la herencia paterna:
la música. Mozart, Haydn, Schubert, Mendelssohn, Beethoven,
Bach y Haendel se convierten durante el periodo de Naumburgo
en los pilares básicos de su formación musical. El adolescente enca
ra con escepticismo la «música del futuro» encarnada en un Berlioz
o en un Liszt. Es en el ámbito musical y artístico donde Nietzsche se
encuentra a gusto y halla esa felicidad que sólo había logrado gozar
durante las vacaciones que pasaba con sus abuelos Oehler en Po-
bles, lugar mucho menos distinguido que Naumburgo, y por el que
Nietzsche y su hermana podían deambular a su antojo, vestidos
con las ropas más extravagantes y viejas.
Al margen de estas esporádicas alegrías vacacionales, Nietz
sche iba madurando, convirtiéndose en una persona seria y reflexi
va, buen conocedor de la Biblia y de piedad muy arraigada. Más
tarde escribiría que a los doce años había visto a Dios en toda su
-25-
pompa y esplendor. A los progenitores de Wilhelm Pinder y Gustav
Krug, sus amigos de Naumburgo, Nietzsche les debe algo que su
padre, muerto prematuramente, no había podido darle: su inicia
ción en la literatura. El padre de Pinder, gran aficionado a la litera
tura, hizo que el joven Nietzsche se familiarizara con Goethe; el
consejero privado Krug, que mantenía una amistad personal con
Mendelssohn y otros músicos de la época, además de componer él
mismo, parece que fue un gran virtuoso de la música. Nietzsche
solía frecuentar ambas casas, y gracias a los padres de sus amigos
llegó a adquirir conocimientos de literatura y música muy poco
habituales para su edad.
Sus amigos Wilhelm y Gustav y su hermana Elisabeth forma
ban su círculo de afinidades, cuyo centro lo constituía el propio
Nietzsche. Pinder, por mimetismo, llegó también a escribir una
especie de autobiografía a los catorce años. De ella sacamos los
siguientes extractos que documentan las relaciones del joven Fritz
con sus amigos: «Como niño que era, se distraía con innumerables
juegos que él mismo se inventaba, lo que pone de manifiesto su
espíritu vivaz, imaginativo e independiente. Dirigía todos los juegos
y hallaba siempre formas nuevas para ponerlos en práctica...» Y en
otro lugar: «Desde los años más tempranos amaba la soledad, y a
ella se entregaba para rumiar sus pensamientos; en cierto modo
huía de las gentes y buscaba la compañía de la naturaleza, sobre
todo si se trataba de parajes grandiosos y bellos.» Su hermana
Elisabeth recoge una observación hecha por Nietzsche en la Pas
cua de 1857, a propósito de las buenas calificaciones escolares
obtenidas por ambos: «Cuando Fritz y yo... nos quedamos solos,
me preguntó si no me parecía raro que nosotros aprendiésemos
con tanta facilidad y supiéramos cosas que otros niños no sabían.»
Las descripciones de Pinder y de su hermana hay que* exami
narlas con cierta cautela. No obstante, al confrontarlas con la auto
biografía de Nietzsche demuestran que ya entonces subyacían en
su espíritu juvenil los rasgos característicos de su futuro pensamien
to y conducta. Sus primeros escritos de juventud preludian toda la
temática del futuro: la conciencia de ser diferente, la soledad, el
tema de Así habló Zaratustra, la relación intensa con el arte, las
dificultades de adaptación, su tendencia a erigirse en jefe de su
entorno de simpatizantes, su fina sensibilidad para el lenguaje, e
incluso el motivo del caminante que será tan frecuente en el futuro.
Todo esto aparece en germen en sus escritos juveniles. En esta
época Nietzsche padeció enfermedades muy a menudo, pero su
disposición de ánimo le hizo salvar todos los obstáculos, y se distin
guió tanto entre sus compañeros de colegio que le fue concedida
-26-
Carta del joven Nietzsche a su madre, fechada en Pforta, 1859.
-27-
dirección, pero, por otro lado, sembró en mi espíritu el amor por la
seriedad y por lo especulativo.
»Su desaparición quizá supuso un inconveniente adicional
porque mi evolución no fue supervisada nunca por ojo masculino
alguno, de modo que la curiosidad por lo nuevo y el afán de saber
me arrastraron hacia los campos culturales más diversos, y en ellos
me zambullí sin orden ni concierto, a riesgo de confundir a un
espíritu joven apenas salido de la infancia y de poner en peligro las
bases de un saber sólido y bien fundamentado. Este periodo de los
nueve a los quince años se caracteriza por la pasión del “saber
universal”, tal como yo solía definirlo; no desatendía, por otro lado,
los juegos propios de mi edad, pero los practiqué con un ardor casi
doctrinario, y así, por ejemplo, llegué a escribir libritos referentes a
casi todos los juegos para entregarlos a mis amigos y que tomasen
cumplida nota. A los nueve años, y por una casualidad muy espe
cial, desperté a la música y comencé a componer de inmediato, si
es que puede llamarse componer a los esfuerzos apasionados de un
niño por trasladar al papel la armonía de los tonos. Cantaba tam
bién textos bíblicos con el fantástico acompañamiento del pianofor
te, y escribía poemas espantosos, pese a que ponía en ellos todo mi
esmero y aplicación. Y por si todo esto fuera poco, hasta dibujaba
y pintaba.
»A1 llegar a Pforte, me había asomado ya a las aguas profun
das de la mayoría de las ciencias y de las artes: a decir verdad,
sentía interés por todo, excepto por esa ciencia demasiado abstrac
ta que son las matemáticas, que a mí me aburrían sobremanera.
Este vagabundear sin método alguno por todos los campos del
saber con el tiempo me produjo disgusto, y me propuse restringir
mis propios límites para penetrar más sólida y profundamente en
ámbitos más concretos.»
-28-
Ullstein Bilderdienst, Berlín
D u U n ja fib a rcr
•WmX í-j*
í o nw«u«>. ¿CtVW*
*v£ rHvt4^u ' ^ íH-<u5»
Ow s**~++*~yin, i'y** **Á j t
-v%* ^V^/j ^1-%—
CvC4 C*v-M ^4*-Um» C^| Í^*-Hvw|<)
Cx^Cu ^,w 1
K V t4 * O T v v í^ H 'VV*--vaO 1*0 M * in |4 .,
C\?<-v«c*v^ tv
C<7 *-( <rV l W ) •. f C u * ^ , ív I IT U uM m .^ ./ X .^ ^ W V . :
^ (U U i
-30-
Schulpforta
-31 -
zaron a asaltar a Nietzsche; el aprendizaje del sistema lógico y filoló
gico de Pforta le condujo a enfocar, al principio de manera in
consciente, la fe recibida de sus padres con un distanciamiento
crítico. Esta transformación de sus puntos de vista no se operó de
una manera brusca ni tuvo su origen en vivencias o acontecimien
tos externos concretos; no hay pruebas de que Nietzsche padeciera
dudas religiosas o crisis profundas que provocaran el desmorona
miento de sus creencias. Las dudas sobre el cristianismo y su poste
rior rechazo sin paliativos fueron consecuencia de una evolución
lenta y paulatina, motivada por el bagaje cultural que había adquiri
do. Nietzche tiene posiblemente razón cuando más adelante definió
este proceso como una liberación tranquila e indolora. Esta pérdida
de la fe es quizá el acontecimiento más sobresaliente y decisivo de
la juventud del filósofo.
Durante este periodo Nietzsche estudió a fondo a los clásicos y
al mismo tiempo estuvo vinculado a la poesía romántica. Conocía
muy bien a Jean Paul, pero el objeto de su devoción era Hólderlin,
poeta casi desconocido en su tiempo. Su Carta a mi amigo para
recomendarle la lectura de mi poeta favorito, fechada el 19 de
octubre de 1861, atestigua muy a las claras el exquisito gusto litera
rio de Nietzsche y su aguda capacidad crítica para discernir la
calidad:
- 3 3 -
una causa, descubre a Hólderlin cinco décadas antes que los ale
manes, y ante todo y sobre todo, pone de manifiesto la estrecha
afinidad de Nietzsche con el poeta de Tubinga: la comprensión de
un lenguaje poco común, propio del idealismo romántico, de la
crítica a los alemanes provocada por un fervoroso patriotismo, e
incluso de las tensiones y problemas derivados de la amenaza de la
locura, son elementos que obligan a Nietzsche a salir en defensa de
Hólderlin. El mundo del poeta trasluce el propio mundo de Nietz
sche. Hólderlin y Jean Paul, y más tarde Schopenhauer y Wagner,
demuestran que Nietzsche es un hijo del romanticismo, un autor
incomprensible al margen de este movimiento, y al mismo tiempo
uno de los que lo culminaron y lo trascendieron.
Durante su último curso en Pforta, Nietzsche ejecutó un con
cienzudo trabajo sobre Teognis de Mégara, con el que intentaba
armonizar y describir la personalidad del autor y su obra. El tema,
concebido al principio como un ejercicio escolar más, le fascinó
tanto que lo continuó más tarde, Al final de esta etapa escolar, era
un alumno aventajado en todas las materias (a excepción de las
matemáticas) y especialmente sobresaliente en filología clásica. En
octubre de 1864 Nietzsche, Deussen y algunos otros alumnos de
Pforta se matricularon en la Universidad de Bonn.
-34-
Bildarchiv der Ósterreichischen Nationalbibliothek, Viena
Fachada de la Universidad de Bonn.
estudios académicos Nietzsche hizo las siguientes reflexiones auto
biográficas sobre este periodo inicial, en las que resplandece la
lucidez autocrítica de anteriores manifestaciones: «Yo deseaba con
trarrestar esa tendencia mía hacia la dispersión, tan predominante
hasta entonces. Quería dedicarme a una ciencia que exigiera una
reflexión fría y lógica, un trabajo constante y uniforme que desem
bocara en resultados no inmediatos. Creí que todas estas condicio
nes las satisfacía la filología, especialidad al alcance de la mano para
un alumno de Pforta.»
Nietzsche se propone una empresa problemática, arriesgada:
defenderse con el escudo de la filología de su fuerte propensión
caracterológica hacia lo romántico. Fracasaría en el intento, por
que, más tarde, la tarea filológica que por su rigor se había autoim-
puesto iba a producir el efecto contrario.
Consciente de sus escasas aptitudes para las relaciones huma
nas, Nietzsche albergaba, al iniciar sus estudios, este deseo de fría
serenidad filológica, y se propuso conocer y entender mejor el
mundo y las personas, vistos sólo hasta ese momento a través de
los libros. Esta y no otra es la razón de que ingresara en «Franco-
nia», una corporación de estudiantes. Este paso requería una expli
cación frente a sí mismo y frente a su familia. Las asociaciones
estudiantiles habían perdido ya su perfil político, otrora determi
nante, y por entonces prevalecía sobre todo su carácter social y
mundano. El 24-25 de octubre Nietzsche, desde Bonn, escribía casi
disculpándose a su madre y a su hermana:
-38-
inseguridad al dar ese paso teniendo en cuenta su naturaleza. De
hecho, las actividades superficiales de la asociación más que
atraerle le repelían y le provocaban cierto hastío, aunque al princi
pio celebró con agrado las fiestas, bailes y amistades femeninas que
allí conoció. Nietzsche hizo incluso pinitos en esgrima y participó en
algún duelo. Sin embargo, no causa sorpresa que al año siguiente,
con unas líneas llenas de cortesía y formalismo, abandonase «Fran-
conia». Como en su época de colegial, tampoco ahora le satisfacían
a la larga las distracciones del común de la gente. En el futuro,
cuando sea profesor de la Universidad de Basilea, iniciará otra vez
una experiencia semejante. Las descripciones que hace de su parti
cipación en el gran festival musical de Colonia, de varios días de
duración, demuestran que a pesar de que participó en él con un
«entusiasmo inigualable», sumergiéndose en ese ambiente festivo
de cantos y bebida, la vida social y los actos multitudinarios le
desagradaban en el fondo. A punto de acabar su primer semestre
en Bonn, escribe Nietzsche a su familia: «Aquí, en los círculos estu
diantiles, se me considera una autoridad en música y un tipo un
tanto extravagante. Pese a mi aire socarrón, gozo de cierta popula
ridad y tengo fama de satírico. Esta opinión que de mí tienen los
demás os resultará interesante, pero he de deciros que no la com
parto, que tampoco soy feliz, que es cierto que soy un poco velei
doso y que me agrada, a veces, atormentarme, no sólo a mí mismo,
sino también a los demás.»
Son palabras escritas por un joven insatisfecho consigo mismo.
Ni siquiera el vínculo de la música estrechaba los lazos de Nietzsche
con otros miembros de «Franconia». En las canciones producto de
la bebida, sólo hallaba un placer pasajero. Durante el primer se
mestre músico poemas de Chamisso y Petófi con un estilo muy
influido por Schumann.
En el terreno académico, las cosas no le iban mejor. Las clases
de teología fomentaban sus dudas crecientes sobre el cristianismo.
Siendo un colegial, Nietzsche había leído, para gran consternación
de su familia, la Vida de Jesús de Strauss. Sus influencias perdura
ron, y Nietzsche comenzó a criticar las fuentes del Antiguo Testa
mento. Por otro lado, las rivalidades y disputas entre sus profesores
Ritschl y Jahn, que habían alcanzado una resonancia escandalosa
en el ámbito académico, perturbaban gravemente sus estudios de
filología clásica. Nietzsche, en consecuencia, tomó la determinación
de trasladarse a Leipzig para comenzar el tercer semestre, y el he
cho de que a Ritschl le ofrecieran una cátedra en Leipzig contribuyó
a su salida de Bonn, ciudad que le había sido muy poco propicia.
En Bonn Nietzsche había fracasado en su intento de llevar la
-39-
Friedrich Würzbach: Nietzsche (Propylaen Verlag, Berlín 1942)
El filólogo Friedrich
Composición musical de
Nietzsche sobre su poema
«La ¡oven pescadora»
(11 de julio de 1865).
Fachada de la Universidad
de Leipzig.
-42-
en boca en los círculos especializados. Cuando en 1869, sin acabar
aún sus estudios y de nuevo a instancias de Ritschl, le fue ofrecida
una cátedra en Basilea, se había ganado ya una sólida reputación
intelectual.
La obra sobre Teognis no fructificó sólo en el campo de la
filología. Nietzsche, al estudiar a este poeta griego, comenzó a intro-
yectar de algún modo su aristocratismo. He aquí una de las frases
de Teognis: «De los nobles aprenderás cosas nobles, pero si te
mezclas con los inferiores, perderás incluso tu propia mentalidad.»
Esta sentencia refleja una concepción del siglo -VI, pero cuando
Nietzsche la asume, se convierte en un preludio de Así habló Zara-
tustra y de su concepción del superhombre. Es lícito suponer, en
estas circunstancias, que las investigaciones sobre Teognis y su lau
reado trabajo sobre Aristóteles —que forzosamente debió conducir a
Nietzsche a Diógenes Laercio- despertaron en él el gusto por la
filosofía, o por lo menos le predispusieron a abordar problemas
filosóficos. Con todo, el encuentro decisivo con la filosofía tuvo
lugar durante el primer semestre de Leipzig y estuvo enmarcado
por la lectura de las obras de Arthur Schopenhauer. Ritschl y la
filología le encaminaban a culminar su carrera y practicar una pro
fesión en la que Nietzsche era feliz a ratos, pero que le resultaba
siempre muy laboriosa. Schopenhauer, sin embargo, despertó y
dio alas al genio que llevaba dentro. Visto desde una óptica desa
pasionada e imparcial, este despertar arrastró a Nietzsche a un
sistema ideológico personal basado en una comprensión todavía
muy inmadura e ingenua del pensamiento de Schopenhauer.
Para Nietzsche, Wagner representaba la vanguardia musical, y
Schopenhauer, la concepción del mundo más acorde con su tiem
po. Por entonces, y exceptuando a Platón, no conocía a ninguno
de los grandes filósofos. Su descubrimiento de Schopenhauer no
fue el producto de investigaciones rigurosas y serias, sino de sus
circunstancias personales derivadas de su propia naturaleza. Había
intentado domeñar su carácter, proclive al romanticismo, con
la filología, y ahora éste se vengaba de toda esa represión, porque
tras la lectura de Schopenhauer afloró con mucha más fuerza y
vehemencia:
-43-
Cari von Gersdorff, amigo de
Nietzsche y, como él, gran
admirador de Schopenhauer.
-44-
Erwing Rohde mantuvo una
estrecha amistad con Nietzsche,
que se prolongaría hasta
el derrumbamiento
final del filósofo.
-45-
Esta experiencia demuestra y ejemplifica la relación que Nietz
sche mantuvo siempre con las mujeres, una relación caracterizada
por la inhibición, el distanciamiento y la falta de compromiso. Mu
cha más trascendencia tuvo para él otro acontecimiento: el inicio de
la amistad con Erwin Rohde, que se prolongaría casi hasta el de
rrumbamiento final de Nietzsche. En Rohde halló un amigo que no
se le rendía ni se le subordinaba, sino que de alguna manera era su
igual. Rohde, un hamburgués un año más joven que Nietzsche,
había estudiado en Bonn, había asistido al festival musical de Colo
nia y había seguido también a Ritschl hasta Leipzig. Probablemente
-46-
Historisches Bildarchiv Lolo Handke, Bad Berrieck
Richard Wagner.
La «Asociación filológica» de Leipzig. De los tres que
están sentados, Nietzsche es el de la izquierda; Rohde,
el de la derecha.
-47-
ta cuenta de ello al finalizar el semestre. Sin pretenderlo, nos dejá
bamos llevar por nuestras apetencias, y pasábamos juntos la mayor
parte del día. No trabajábamos demasiado en el sentido trivial del
término, y sin embargo, los días que pasábamos en común nos
parecían extremadamente fructíferos. Esta ha sido, hasta la fecha,
la única vez en que he experimentado que una amistad en proceso
de consolidación se asentaba sobre bases ético-filosóficas. En gene
ral, las amistades nacen por afinidades en los estudios. Sin embar
go, nuestros ámbitos científicos apenas tenían cosas en común, y
únicamente coincidíamos en la ironía burlona con que encarába
mos los métodos y frivolidades de la filosofía. A menudo andába
mos a la greña porque nuestras opiniones sobre muchos temas no
coincidían; pero a medida que profundizábamos en la conversa
ción, la disonancia de pareceres se debilitaba hasta desaparecer, y
al final quedaba un acorde suave y sereno para los oídos.»
-48-
un fragmento de la autobiografía que está escribiendo, en la que
recoge una escena sobre su vida de estudiante en Leipzig, tan
divertida que no puedo recordarla sin echarme a reír; escribe con
extraordinaria soltura y agudeza.»
-50-
A Nietzsche este pesimismo le atraía con fuerza irresistible por
que compaginaba muy bien con su tendencia a la soledad y porque
los aspectos estéticos de este sistema respondían a sus propias exi
gencias. Y de nuevo, como ya le había ocurrido en el pasado con
«Germania», no vaciló en hacer proselitismo entre sus amigos para
convertirlos en seguidores de Schopenhauer: su hermana Elisabeth
y sus compañeros de estudios Mushacke, Von Gersdorff y Deussen
se contaron entre los conversos. Schopenhauer calificaba de filis-
teas a las personas normales, y prestó más atención al genio que
precisamente por ser diferente se desvinculaba de la realidad social
y afrontaba sin ayuda la relación con la naturaleza. Esta concepción
debió reafirmar al joven Nietzsche. Arrastrado por el entusiasmo
que despertaban en él las ideas de Schopenhauer, llegó incluso a
interpretar —erróneamente—la Historia del materialismo de Lange
como una apología del sistema de Schopenhauer. Esta obra básica
de Lange había visto la luz en 1866 y fue un preludio del neokantis-
mo. Nietzsche, en una carta a Von Gersdorff, dijo de ella:
-51 -
Nietzsche en 1867.
-52-
Nietzsche fotografiado con uniforme de artillería.
-53-
El servicio militar
-54-
Catedrático en Basilea
La catedral de Basilea. ►
-56-
Ullstein Bilderdienst, Berlín
de satisfacerte, y así, en una carta a Ritschl, se buda de los «paisa
nos» de Basilea. Nietzsche mira con indiferencia a la mayor parte de
sus colegas, y el trajín social termina por hastiarlo. Añora a su amigo
Rohde, al que echa de menos por encima de todo lo demás. Resur
gen en su espíritu las dudas sobre la filología, como antes las de la
religión. Además, en sus actividades docentes se siente inseguro e
incomprendido, y compensa esta vivencia de un entorno hostil con
el convencimiento íntimo de ser, de alguna manera, un elegido y de
estar llamado a desempeñar un destino excepcional. Todos estos
sentimientos encontrados se reflejan en la extensa misiva (fines de
enero-15 de febrero de 1870) que envía a Rohde:
- 58-
Friedrich Würzbach: Nietzsche (Propylaen Verlag, Berlín 1942)
Franz Overbeck, uno de
¡os nuevos amigos de
Nietzsche en Basilea.
- 5 9 -
comienzos de 1870, y con el que Nietzsche alquiló una vivienda;
Romundt, catedrático supernumerario y gran admirador de Scho
penhauer, con quien entabló una progresiva intimidad; y finalmen
te —y ésta fue la relación más importante—con uno de sus colegas
de más edad de Basilea: Jacob Burckhardt, catedrático de Historia
del Arte, veintiséis años mayor que él, y por quien sintió gran consi
deración y respeto. En 1870, Burckhardt había dado un ciclo de
conferencias que luego se harían famosas bajo el título «Reflexiones
sobre la Historia Universal». Nietzsche consideraba a Burckhardt un
«hombre de rara inteligencia». Ambos, que eran más bien de carác
ter huraño y reservado frente a su entorno, descubrieron sus sim-
I Illstein Bilderdiensí, Berlín
Cosima Wagner.
- 61 -
Historisches Bildarchiv Lolo Handke, Bad Bemeck
- 6 2 -
muy a gusto en ese ambiente familiar poco convencional. El, que
desde sus días escolares no se había recatado en pregonar su admi
ración por la obra de Wagner, sentía ahora un entusiasmo ilimitado
por la faceta humana del músico:
- 63-
causa como la guerra y la hegemonía de Prusia, por la que hasta
entonces había sentido tanta simpatía. Reemprendió sus activida
des docentes y sus trabajos de investigación. Se le reconocía su
competencia, y era apreciado como profesor, de forma que la uni
versidad le agradeció que en 1872 rechazase una oferta para trasla
darse a Greifswald, pese a que aumentaban su salario de tres mil a
cuatro mil francos.
A los veinticinco años Nietzsche había conseguido en su cañe
ra todo lo que se podía desear: era un investigador joven y respeta
do, cuyos juicios y teorías se tomaban muy en serio; sus alumnos le
consideraban un profesor excelente; había conquistado la cátedra a
una edad que pocos lo conseguían, y con ella, el escalafón más alto
de su carrera; disponía de todos los medios para llevar una vida
independiente, y tenía verdaderos amigos. Pero él, que tenía un
extraordinario talento, consideraba en su fuero interno que este
cúmulo de circunstancias felices sólo eran un paso previo hacia su
autorrealización. La seguridad de una cómoda existencia burguesa
con obligaciones relativamente reducidas ampliaba su libertad de
acción para dedicar su ocio a la investigación, a la labor de crear esa
serie de obras que le colocarían en extrema oposición a cualquier
convencionalismo burgués, científico y filosófico. No fue el medio
quien lo convirtió en un rebelde solitario ni en un profeta iracundo:
nada ni nadie le empujó para que asumiera ese papel. Fue él mis
mo quien eligió su camino, su reacción frente a la ciencia y a la
sociedad de su tiempo. El solamente. No hubo ningún otro condi
cionamiento que no fuera el de su propia naturaleza. Nietzsche
llevaba en su interior la fuerza creadora del genio.
El origen de la tragedia
- 65-
de la tragedia Nietzsche rompe todos los moldes tradicionales de la
filología clásica, con gran escándalo por parte de sus colegas que
esperaban grandes cosas de él, e inicia su andadura como filósofo,
como profeta de una nueva concepción del mundo. En esta obra
esboza por vez primera los conceptos y las líneas maestras de su
futuro pensamiento, que profesará hasta sus últimas creaciones,
cuando trabaja ya en el círculo temático de La voluntad de poder.
Cierto és que en 1886 adopta un distanciamíento crítico: «Hoy me
parece un libro inaceptable, mal escrito, soporífero, penoso, lleno
de frases apasionadas e incoherentes, empalagoso aquí y allá hasta
lo feminoide, falto de equilibrio, sin un deseo consciente de clarifi
cación...», pero defiende su posición con el mismo acaloramiento
que antes, y además de reiterar su estima por Wagner, sólo lamenta
su cobardía ante el lenguaje: «¡Qué lástima que no me haya atrevi
do yo a expresar como un poeta lo que entonces tenía que decir!
Quizás lo hubiese logrado.» Por último, las primeras líneas de Ensa
yo de autocrítica revelan los vínculos que El origen de la tragedia
guarda con la vida precedente de Nietzsche:
- 66-
Bismarck y Faure negocian la paz en Versalles.
envidiada y vital de cuantas la precedieron, por qué ellos precisa
mente necesitaban la tragedia, y más aún, el arte? ¿Cuál es la razón
del arte griego?... Se adivina en qué lugar se situaba el gran interro
gante del valor de la existencia. ¿Es necesariamente el pesimismo el
signo de la decadencia, de la desilusión, del fracaso, de la fatiga y
debilitamiento de los instintos?... ¿Existe un pesimismo de los fuer
tes? ¿Una inclinación a lo duro, a lo horrible, a lo malvado, a la
incertidumbre de la existencia, provocada por la plenitud vital, por
el desbordamiento de la existencia? ¿Existe acaso un padecimiento
en esta misma plenitud? ¿No hay una valentía temeraria en esa
mirada aguda que apetece lo terrible como un enemigo, un digno
enemigo, con el que probar su fuerza?»
-70-
Walter Heyer
no: «La apariencia de belleza del mundo del ensueño, en cuya
creación cada hombre es un artista completo, es la condición previa
de todo el arte plástico...»
En el mundo de la estética del ensueño Apolo desempeña un
gran papel:
-72-
«Si a este horror le añadimos el éxtasis lleno de delicias que
asciende desde lo más íntimo del hombre por la ruptura del princi-
pium individuationis, entonces comenzamos a ver la esencia de lo
dionisíaco, que comprenderemos mejor por la analogía de la em
briaguez. Gracias al influjo de bebidas narcóticas, de las que hablan
todos los hombres y pueblos primitivos, o bien gracias a la proximi
dad cada vez más pujante de la primavera que infunde alegría en la
naturaleza, se despierta ese sentido emocional de lo dionisíaco,
cuya pujanza disminuye la subjetividad hasta que el individuo se
olvida por completo de sí mismo. En la Edad Media alemana, gru
pos cada vez más numerosos iban de pueblo en pueblo cantando y
bailando impelidos por ese ímpetu dionisíaco: en esas danzas de
San Juan y de San’Vito reconocemos los coros báquicos de los
griegos, cuyos orígenes se remontan, pasando por Asia Menor, a
Babilonia y a las orgías saduceas. Hay personas que, por falta de
experiencia o por estupidez, se apartan de tales manifestaciones
como si fueran “enfermedades contagiosas”, y creyéndose sanos,
se mofan de ellas o las atacan. Tales desgraciados no pueden ima
ginarse la palidez cadavérica que reviste su “salud” cuando pasa a
su lado el torbellino de la vida ardiente de la exaltación dionisíaca.
»Bajo la magia de lo dionisíaco no sólo se opera de nuevo la
unión del hombre con el hombre: hasta la naturaleza enajenada,
hostil o sojuzgada, celebra otra vez la fiesta de reconciliación con su
hijo pródigo, el hombre. La tierra ofrece voluntariamente sus do
nes, y las fieras de las selvas y de los desiertos se acercan pacíficas y
sumisas. El carro de Dionisos aparece cubierto de flores y guirnal
das, y panteras y tigres tiran de él uncidos a su yugo. Transforme
mos en un cuadro el “Himno a la alegría” de Beethoven y, dando
rienda suelta a la imaginación, observemos a millones de seres
prosternándose en el polvo llenos de horror: tal es la forma de
acercarse a lo dionisíaco. Entonces el esclavo es libre, se rompen
todas las cadenas que la pobreza, la arbitrariedad o la “moda atre
vida” han establecido entre los hombres. Entonces, con el evange
lio de la armonía universal, cada cual se siente no sólo unido a su
prójimo, reconciliado, fundido con él, sino uno, como si se hubiera
desgarrado el velo de Maya y, hecho girones, revolotease ante la
misteriosa “unidad primigenia”. Cantando y bailando, el hombre
se siente miembro de una comunidad superior: se ha olvidado de
andar y de hablar y, danzando, está a punto de elevarse por los
aires. Sus gestos denotan esa magia. Al igual que ahora los anima
les hablan y la tierra produce leche y miel, así también en el hombre
resuena algo sobrenatural: el hombre se siente dios y camina con el
arrobamiento y el entusiasmo de los dioses en su sueño. El horn
os -
bre, de artista ha pasado a ser una obra de arte: aquí bajo el estre
mecimiento de la embriaguez se manifiesta la potencia artística de
toda la naturaleza, por la honda y placentera satisfacción de la
“unidad primigenia”. La arcilla más noble, el mármol más precioso,
el hombre es entonces modelado y tallado, y en medio del sonido
del cincel del artista de mundos dionisíacos se oye el grito de los
misterios eleusinos: “¿Os arrodilláis, millones de seres? Mundo,
¿presientes al creador?”»
Trono Ludouisi. Detalle de joven tocando la lira. Museum of Fine Arts, Boston. ►
-75-
cuando el mythos se representa en el teatro, se convierte en un
juego trágico. La experiencia primitiva de lo trágico, de lo místico,
se encarna en una forma apolínea.
Pero precisamente cuando la tragedia ática llega al máximo
florecimiento, surge, según Nietzsche, su mayor enemigo, que fi
nalmente la aniquilaría: el espíritu crítico del racionalismo filosófico
griego, que por su racionalismo y escepticismo no fue capaz de
implantar el sentimiento por la asunción del horror y del misterio de
la tragedia. Con Eurípedes la tragedia está ya adulterada, y sobre él
mismo se abate la sombra de Sócrates. La aporía socrática y la
metodología de ella derivada, el espíritu del puro análisis problemá
tico, son, en opinión de Nietzsche, enemigos mortales de la cultura.
- 76-
Sócrates. Museo del
Louvre. París.
Ulrich von Wilamowitz-
Moellendorff, el filósofo
alemán que polemizó
con Nietzsche en tomo a
la valoración de la
ciencia en la
antigüedad.
- 78-
La derrota
- 79-
agradecimiento a los grandes espíritus que le han arrancado al
mundo sus secretos, posibilitando un progreso paulatino; intento
acercarme con admiración a la fuente luminosa de la eterna belleza
que irradia el arte, distinto según los diferentes modos de manifes
tación; y en la ciencia, a la que consagro mi vida, me esfuerzo por
seguir los pasos de aquellos que hicieron posible la libertad de mi
pensamiento, basada en una sumisión voluntaria: y he aquí que esa
obra niega un progreso de miles de años, que aniquila las conquis
tas de la filosofía y de la religión para entregarse al pesimismo y al
abandono que nos llaman con voz agridulce desde el vacío; esta
obra hace añicos las imágenes divinas de la poesía y el arte que
pueblan nuestro cielo para entregarse a la adoración de un ídolo de
barro, la imagen de Richard Wagner.»
- 80-
profunda pesadumbre, porque sólo han asistido dos oyentes: un
germanista y un jurista.» Al cabo de cierto tiempo, los estudiantes
retornaron a sus clases, pero Nietzsche ya no volvió a recuperar
nunca su antigua fama como científico. Así lo confesaría él mismo
en algunas ocasiones con gran dolor por su parte; diez años más
tarde escribirá: «Zaratustra ya no es un sabio».
Ya se había editado El origen de la tragedia, aunque no se
había desatado la tormenta de críticas descritas en el pasaje prece
dente, cuando la actividad de Nietzsche en Basilea alcanzó un últi
mo apogeo. Entre el 16 de enero y el 23 de marzo de 1872,
invitado por la Asociación de Académicos, dio cinco conferencias
«Sobre el futuro de nuestros centros docentes», que hay que resal
tar por dos razones. La primera, de orden formal: Nietzsche, en El
origen de la tragedia, había utilizado un estilo retorcido, a menudo
oscuro, más propio de un oráculo; sin embargo, en estas conferen
cias ensaya -bien es verdad que con escaso acierto- la forma del
diálogo platónico. Un filósofo -no hay que forzar la imaginación
demasiado para ver en él a Schopenhauer— y su joven acompa
ñante —posiblemente el propio Nietzsche— conversan sentados en
un banco de la calle Roland, a orillas del Rin. Otros dos jóvenes
asisten como testigos mudos a la conversación: uno de ellos simbo
liza a Nietzsche y el otro recoge rasgos de Krug, Pinder, Deussen y
Rohde. Los jóvenes silenciosos se han acercado hasta el Rin para
celebrar el aniversario de una sociedad de la que no se cita el
nombre, pero cualquiera que esté familiarizado con la biografía de
Nietzsche inmediatamente reconoce en ella a «Germania». Por su
parte, el filósofo y su discípulo esperan a otro filósofo mucho más
importante que no aparecerá. El diálogo se desarrolla en este mar
co cercano al Rin, descrito en esta ocasión con sus mejores galas
folklóricas, y en él se debate el tema de «la cultura», que en realidad
supone un ataque frontal contra los institutos y universidades ale
manes. Nietzsche contaba por entonces veintisiete años, y seguía
siendo, por tanto, un catedrático muy joven; eligió esta forma de
exposición -que nunca volvería a emplear- probablemente para
enmascarar su propia crítica al revestirla de la autoridad de otro
personaje más experimentado y maduro, porque de otra forma sus
colegas de más edad se hubieran sentido mucho más ofendidos
cuando se les tachaba de triviales y pedantes. El otro punto intere
sante es que, en estas conferencias, Nietzsche critica en público y
por primera vez la cultura alemana y traza un bosquejo del espíritu
alemán, que acredita al filólogo de Basilea como un precursor de
ese nacionalismo que en nuestro siglo desempeñaría un papel de
tan infausto recuerdo.
-81 -
En cuanto a la forma literaria de estas conferencias, los únicos
elementos interesantes —prescindiendo de que el diálogo no es una
necesidad interna del texto, sino más bien un pretexto táctico- se
reducen a los materiales utilizados en su confección, que fueron
recogidos todos ellos de las experiencias personales vividas por
Nietzsche hasta esa fecha: los participantes en el diálogo son su
ídolo Schopenhauer, sus amigos, y por supuesto, él mismo; el insti
tuto de humanidades objeto de crítica es quizá Schulpforta, y la
situación de la escena junto al Rin señala claramente a Bonn, ciu
dad en la que Nietzsche se había sentido muy infeliz.
En cuanto al contenido, estas conferencias suponen un paso
adelante con respecto a El origen de la tragedia, y cabe considerar
las una concreción parcial que la última recogía de pasada. El ori
gen de la tragedia era un ataque a Sócrates, y por tanto al espíritu
del racionalismo. En las conferencias «Sobre el futuro de nuestros
centros docentes» Nietzsche ataca los síntomas palpables de racio
nalismo que afloraban en su tiempo, es decir, las rígidas concepcio
nes de la ciencia y la intensa especialización que esto conlleva. Pero
su crítica apunta también contra otro fenómeno: contra el periodis
mo como forma de comunicación de la creciente sociedad in
dustrial de su época.
- 8 2 -
Caricatura aparecida en el Rheinische Zeitung sobre la libertad de prensa en
Alemania.
- 8 3 -
segunda conferencia, sin embargo, Nietzsche propugna encarar la
miseria cultural con mayor franqueza:
-84-
este punto la influencia de Burckhardt debió desempeñar un papel
decisivo. Nietzsche había asistido a sus conferencias «Sobre la gran
deza histórica» y a menudo había discutido su contenido con su
autor. Pero la concepción del bueno y antiguo espíritu alemán que
representa la esperanza de emergencia de una nueva cultura trági
ca es tan provinciana como el origen de Nietzsche.
Sus conferencias tuvieron un gran éxito, y a la burguesía culta
de Basilea le gustó, tanto en su forma como en su contenido, la
trama ideológica de esta filosofía de la cultura. En aquellos mismos
días estaba en el aire el asunto de la-contratación de Greifswald, así
que Nietzsche prefirió quedarse en Basilea. La primavera era el
periodo más afortunado de su carrera docente.
Poco después llegaron los reveses, motivados, como ya se ha
apuntado, por la desfavorable acogida de su libro; reveses que, si
bien mermaron su crédito como filólogo, no lograron doblegar sus
opiniones. El origen de la tragedia era una andanada contra Sócra
tes y el camino de la ciencia que se iniciaba con él; en consecuen
cia, el modelo ideal de Ta cultura griega había que buscarlo en la
-85-
Ullstein Bilderdienst, Berlín
tragedia ática primitiva, y en general, en los filósofos presocráticos.
Este es el motivo por el que Nietzsche dio reiteradas conferencias y
cursos sobre los filósofos anteriores a Platón en los años 1872,
1873 y 1876, a las que acudieron diez asistentes por término me
dio. Puede decirse que la vuelta de Martin Heidegger, en su madu
rez, a los presocráticos, tiene en Nietzsche un precedente directo, y
que, en general, su obra se apoya en Nietzsche normalmente con
argumentos convincentes y en unas dimensiones quizá hasta ahora
no apreciadas en su verdadera magnitud.
En sus primeros tiempos como filósofo, Nietzsche se ocupa de
Tales, Anaximandro, Heráclito, Parménides, Anaxágoras, Empé-
docles y Demócrito, estudiándolos desde una perspectiva ahistóri-
ca, aunque legítima desde el punto de vista filosófico: sitúa a estos
pensadores por encima de las limitaciones de la historia y del deve
nir de las ideas y los reúne en una especie de tertulia, como si
fueran una elite escogida y excelsa del pueblo de los griegos y de
sus descendientes en el reino del espíritu puro. «Otros pueblos
-constata Nietzsche- tienen santos; los griegos, sabios. Se ha dicho,
y con razón, que un pueblo no se caracteriza sólo por sus grandes
hombres, sino por la fuerza con que los reconoce y honra. En otras
Moneda con la figura
del filósofo griego
Empédocles. Museo
Británico, Londres.
-88-
punto de vista filológico- y certeza -desde el punto de vista históri
co-, sino de utilizarlo como palanca para sus propias ideas. Esta
opción es legítima, sobre todo en un pensador que consideraba a la
filosofía como una ciencia no demostrable. Mucho más, en conse
cuencia, para Nietzsche, para quien la objetividad e imparcialidad
del científico se reducía a estúpida pedantería. La filosofía, en cuan
to ideología o concepto del mundo, es subjetivismo, puesto que en
ella las vivencias individuales y su realización práctica priman siem
pre frente al entramado teórico de la razón. Esto arroja nueva luz
sobre el problema de la verdad objetiva y constituye una conse
cuencia lógica que Nietzsche escriba en 1873 un pequeño ensayo
Sobre la verdad y la mentira en sentido extramoral en el que
observa:
-89-
3. Nietzsche en Bayreuth
El lago de Ginebra.
Malwida von
Meysenbug, la amiga de
Nietzche a través de la
cual el filósofo conocería
a Lou Andreas Salomé.
6 de mayo sobre la «Historia de la cultura griega». El 22 de mayo,
presencia en Bayreuth la colocación de la primera piedra del coli
seo del festival, y por la noche oye en concierto la Novena Sinfonía
de Beethoven. Von Gersdorff y Rohde asisten también al aconteci
miento. Es en esta ciudad donde Nietzsche conoce a Malwida von
Meysenbug, a cuya hospitalidad se acogerá en otoño de 1876 en
Sorrento, cuando se encuentre con Wagner por última vez. Elisa-
beth, la hermana de Nietzsche, pasó el verano en Basilea. A fines
de junio, Nietzsche se traslada a Munich junto con Cari von Gers
dorff y Malwida von Meysenbug para oír el Tristán dirigido por
Bülow, y constata, maravillado: «Me ha proporcionado usted la
vivencia artística más sublime de mi vida.» En la misma carta, envía
a Bülow su obra Manfred, que éste juzga de forma muy crítica.
Nietzsche le contesta, con una cordialidad y ecuanimidad asombro
sas en él, agradeciéndoselo. A finales de julio recibe en Basilea la
visita de Deussen, y un mes después, la de Malwida von Meysen
bug y unos amigos franceses. En octubre fracasa su proyectado
viaje por Italia; regresa desde Bérgamo preso de una antipatía re
pentina hacia ese país. En noviembre se reúne con el matrimonio
Wagner en Estrasburgo. Pasa las vacaciones navideñas en Naum-
burgo con su madre y su hermana, y cultiva la música en compañía
de Gustav Krug, su antiguo amigo del colegio; viaja a Weimar para
asistir al estreno de Lohengrin, y visita a Ritschl en Leipzig. Durante
estos meses comienza a manifestarse su desequilibrio nervioso ori
ginado por la crítica adversa de los filólogos a su obra El origen de ■
la tragedia.
Su vida se caracteriza, pues, por el vagabundeo y la inquietud,
por los viajes de aquí para allá para visitar el reducido círculo de sus
amigos de siempre, y por la dedicación a tareas intelectuales. Pero
Nietzsche no es un investigador minucioso, un esforzado trabajador
de la ciencia, sino un espíritu intuitivo e inquieto.
En los años posteriores, Nietzsche, de ser un especialista en
filología clásica, pasa a convertirse en un crítico de su tiempo. No
hay duda de que este compromiso le atrajo siempre. Ya en su carta
a Hólderlin, siendo adolescente, vislumbramos una crítica a los
alemanes, y con el correr de los años, el escepticismo sustituirá a su
veneración juvenil de la causa prusiana. Sus críticas a la situación
de su país eran únicamente el reflejo de su enraizado amor a lo que
él llamaba, en tono laudatorio, el espíritu alemán, y que en su
-93-
opinión se evidenciaba especialmente en la música desde Bach
hasta Wagner. Pero, si bien hasta 1872 se dedicaba fundamental
mente a las investigaciones propias de su especialidad y las críticas
a su tiempo eran una excepción, a partir de esa fecha la situación se
invierte. Quizá su aislamiento como investigador a partir de 1872
aceleró ese cambio. Desde esa fecha cabe afirmar que Nietzsche
renuncia a seguir defendiendo sus convicciones en el terreno de la
filología clásica, y elige otro camino. El grave quebrantamiento de
su salud bien pudo contribuir a su decisión de cambiar de rumbo.
La enfermedad se convierte desde entonces en su incómodo com
pañero de viaje. Entre los años 1873 y 1876 salieron de su pluma
sus Consideraciones inactuales, cuatro escritos que se publicaron
de forma individual y sucesiva y a los que no cabe situar entre las
obras capitales de Nietzsche, aunque llevan en su interior el germen
del cambio, de la nueva orientación de su autor, y cuya importancia
deriva del contexto personal y vital en que fueron esbozados. En
esta época se modifica también la relación de Nietzsche con el
compositor Richard Wagner, que conduciría, a la larga, a la ruptura
entré ambos.
La primera de las Consideraciones inactuales se titula David
Strauss, creyente y escritor, y se abre con un párrafo que incluso
hoy conserva su frescura y su vigencia:
-94-
David F. Strauss, el escritor
que fue objeto de una de las
Consideraciones inactuales
de Nietzsche.
- 95-
Bildarchiv der. Ósterreichischen Natíonalbibliothek, Viena
-96-
otra religión de recambio: en su obra tardía el teólogo se declara
ferviente partidario de una alegría y un optimismo vital basados en
la ciencia de su tiempo. Strauss creía que el mundo era lógico y
bueno; semejante opinión no podía por menos que irritar a Nietz
sche, y si además se añade el escaso afecto que aquél sentía por
Wagner, entenderemos por qué el disgusto de Nietzsche se trans
formó en cólera furibunda. Esta Consideración inactual, del mismo
modo que la siguiente, es la primera respuesta del filósofo alemán a
la confianza ciega y narcisista en el progreso de su época, y no tiene
mayor relevancia en la historia de las ideas. La filosofía vital de
Nietzsche, de corte dionisíaco, antimoral y hostil contra cualquier
racionalismo, apunta también contra la línea de flotación del racio
nalismo y toda la tradición del humanismo europeo.
La segunda de sus Consideraciones inactuales apareció casi a
renglón seguido bajo el título Sobre las ventajas e inconvencientes
de la Historia (1874). La crítica feroz de Nietzsche salpica ya a
Hegel y a Eduard von Hartmann (al que llama «bribón de bribo
nes»), pero a grandes rasgos hila más fino en sus análisis que en su
ataque contra Strauss. Nietzsche diferencia tres tipos de historia: la
épica, la anticuaría y la crítica, según él las denomina. Las tres
tienen sus peculiares ventajas e inconvenientes. La historia desde el
punto de vista épico inflama e inspira, pero en cuanto que es una
historia de héroes, su mensaje sólo tiene valor para los poderosos
de este mundo, o para los que aspiran a la grandeza. Pero, ¿acaso
es posible la grandeza hoy en día? Esto la historia ya no nos lo
revela. Sin embargo, quizá podamos sacar alguna ventaja del exa
men de la historia «anticuaría». Mas la veneración puramente pasio
nal y conservadora del pasado puede originar hostilidad contra la
vida. En efecto, la historia no debe detenerse en una contempla
ción del pasado llena de respeto, sino también romperlo y desme
nuzarlo para poder descifrarlo, y ahí reside su función crítica, pues
to que todo cuanto nace, debe de perecer algún día. «Por ello sería
mejor que no naciera nada.» La práctica crítica de esta historia
conlleva igualmente una deficiencia: «El hombre, en cuanto resulta
do de muchas generaciones, va acumulando también sus extravíos,
pasiones y errores, y aun delitos; liberarse completamente de este
lazo es imposible.» La solución de Nietzsche implica una recomen
dación a una minoría, a una elite futura, a una primera generación,
de la que se ocupa cada vez más intensamente:
- 97-
«¡Dadme primero vida y yo os daré después una cultura! Tal es
el grito de cada uno de los individuos aislados de esta primera
generación, y ellos se reconocerán entre sí por este grito. Pero
¿quién les dará la vida?
»Ni un dios ni hombre alguno: su propia juventud; si la desen
cadenáis, habréis dejado libre la vida; una vida que estaba escondi
da, encarcelada, pero en modo alguno marchita o muerta. ¡Interro
gaos a vosotros misrhos!
»Sin embargo, esa vida sin cadenas está enferma y debe ser
curada. Padece numerosos males, además del recuerdo de sus
ataduras; sufre —y éste es el punto que nos interesa sobre todo—la
enfermedad de la historia. El exceso de historia ha anquilosado la
plasticidad de la vida, que ya no sabe alimentarse del pasado para
mantener su fuerza. El mal que la corroe es terrible, y no obstante,
si la juventud no dispusiera de ese don visionario de la naturaleza,
nadie sabría que eso es un mal y que se ha perdido el paraíso de la
salud. Pero la misma juventud posee ese don de adivinar con ayu
da de los eficaces instintos de la naturaleza cómo reconquistar ese
paraíso. Sí, ella conoce los jugos vulnerarios y los medicamentos
apropiados contra la enfermedad histórica, contra el exceso de lo
histórico: pero ¿cómo se llaman?
»Que nadie se asombre porque son nombres de venenos: los
antídotos contra lo histórico son lo ahistórico y lo suprahistórico.»
El distanciamiento de Wagner
-99 -
finalizar sobre La filosofía en la época trágica de los griegos, pero las
conversaciones giraban en torno a las preocupaciones que acucia
ban a Wagner: la falta de fondos para construir el teatro de Bay
reuth y el escaso interés que por él demostraba la opinión pública.
Nietzsche se mostró profundamente decepcionado por el desinte
rés del maestro hacia la filosofía griega antigua, y sobre todo por
que vio a un Wagner completamente desconocido: ya no era ese
poeta vital, ese músico con el que compartía en el exilio sus alegrías
espirituales; no, Wagner se había convertido de repente en una
persona que dedicaba todas sus fuerzas a llevar a cabo lo que él
consideraba que era la obra de su vida. Esta apreciación descon
certó a Nietzsche, que demuestra su inseguridad y su desconcierto
en las líneas que dirige a Wagner el 18 de abril de 1873:
- 101 -
cuaderno ante sí... He de reconocerlo: cada día que pasa aumenta
mi melancolía al darme perfecta cuenta de cuánto me agradaría
ayudarle de alguna manera, poder serle útil en algo, pero soy com
pletamente incapaz de ello, y si niquiera puedo aportar mi granito
de arena para que usted se distraiga y se alegre.»
-102-
Archiv für Kunst und Geschichte, Berlín
suave de otro autor. El intento de Nietzsche de prestar ayuda a la
construcción del coliseo que atravesaba serias dificultades, fracasó.
En el verano de 1876, precisamente antes de iniciarse el primer
festival en Bayreuth, volvería a salir en defensa de Wagner con la
cuarta de sus Consideraciones inactuales.
En 1875, Nietzsche había redactado ya los ocho primeros ca
pítulos de la cuarta de sus Consideraciones inactuales; en octubre
de ese mismo año interrumpió el trabajo, y lo reanudó cuando se
convenció de que el festival iba por fin a realizarse, terminándolo en
la primavera de 1876. Richard Wagner en Bayreuth proporciona
más información sobre la evolución del filósofo alemán que sobre
Wagner. En este trabajo descubrimos a un Nietzsche ciertamente
convencido de la grandeza del arte wagneriano, pero su admiración
es mesurada y comedida, le falta la exaltación y el entusiasmo de
otros tiempos. Comprende de pronto que el fenómeno Wagner es
susceptible de análisis, y examina sucesivamente al hombre, al m ú
sico y al escritor. En los capítulos iniciales, Nietzsche traza un certe
ro perfil psicológico de Wagner, analiza su importancia, sus dificul
tades y su osada lucha. Traza el esbozo de la gran personalidad del
músico en el que no falta el parangón con la antigüedad clásica, ni
los ataques a la mente racionalista, y que ejerce una influenciá
negativa en la esfera intelectual. Tras criticar el estado nefasto de la
cultura de su tiempo, en el sexto y séptimo capítulos hay pasajes
altamente laudatorios, que parecen beber en las fuentes de El ori
gen de la tragedia y retratan y celebran a Wagner como dramaturgo
ditirámbico. Pero también alude a la misteriosa rivalidad a la que
una personalidad semejante empuja al observador. Wagner en
Bayreuth se inició bajo la impresión personal de que una amenaza
se cernía sobre los trabajos de Bayreuth, pero al llegar a los últimos
capítulos, Nietzsche' tiene ya la certeza de la inminente inauguración
del festival. Sin embargo, en el transcurso de la redacción la hipóte
sis incial ha sufrido cambios, y quizá radique aquí el motivo de que
este escrito dé la impresión de ser, en conjunto, deslavazado y
contradictorio. En este intervalo de tiempo, Nietzsche había perdi
do su fe en Wagner, y éste es un factor de más peso: la débil
apología que hace del compositor es un velo sutil para ocultar la
crítica que aflora en los últimos capítulos del ensayo. Por ejemplo,
cuando afirma: «Nadie que investigue sobre Wagner, ese poeta y
escultor de la lengua, debería olvidar que ni uno solo de los dramas
wagnerianos está destinado a ser leído, y en consecuencia, los re
quisitos que se les exigen a los dramas recitados en aquéllos es
torban.»
Con este párrafo, Nietzsche quiere decir simplemente que el
- 104-
lenguaje de Wagner es deficiente. Lo compara con Demóstenes:
«...la terrible seriedad del lenguaje y la violencia en el golpe final»
serían rasgos comunes al orador y al compositor; pero en esa com
paración, pese a sus ecos heroizantes, predomina la crítica. Wagner
carecía de esa alegría desatada que Nietzsche atribuía a Schopen
hauer y que le era tan grata. Más adelante dice que el Wagner
escritor revelaba esa violencia propia del hombre valiente que, tras
amputarle la mano derecha, pelea con la izquierda: «Cuando escri
be se manifiesta siempre como un ser enfermo porque le falta la
adecuación del estilo, el ejemplo claro y definitivo, y éste a veces es
un defecto insuperable.» Por último, Nietzsche pregunta «qué signi
ficará Wagner para este pueblo», y responde al final del ensayo:
«Algo inaceptable para nosotros, es decir, no el profeta del futuro,
como a primera vista podría parecer, sino el intérprete y glonficador
del pasado.» Con este juicio -Wagner no es un profeta, un visiona
rio, del futuro- Nietzsche, en vísperas del primer festival de Bay
reuth, rompe muchos lazos con Wagner, y reivindica para sí mismo
el don profético. Este trabajo, que en apariencia es un homenaje a
Wagner, trasluce en realidad su actitud de ruptura con muchas de
sus ataduras, entre ellas la concepción reflejada en El origen de la
tragedia de que el arte podía liberalizar la vida. Su pensamiento se
ha transformado: el artista ditirámbico ya no ocupa la cúspide, el
arte sólo es capaz de ofrecer una imagen muy simplificada de la
complejidad de la vida.
Nietzsche redacta, pues, la última de las Consideraciones inac
tuales en medio de un distanciamiento personal creciente respecto
de Wagner. Las primeras decepciones en la amistad habían tenido
lugar en 1873: en enero el músico se muestra enfadado por el
alejamiento de Nietzsche, y en abril es este último quien se deprime
por su visita a Bayreuth. En otoño fue rechazada su Exhortación. A
principios del verano de 1874 rehúsa una invitación llena de cariño
de los Wagner, y prefiere viajar a un pueblo de los Alpes para
concluir su obra sobre Schopenhauer. En agosto, Nietzsche y su
hermana, con gran alegría por parte de Richard y Cosima, se pre
sentan en Bayreuth, pero el filósofo se mostró muy reservado, y
además parecía esforzarse por irritar a Wagner. El 8 y 9 de junio
Nietzsche había escuchado a Brahms en Basilea y había comprado
la partitura para piano de la Marcha triunfal. No dudó en llevársela
a Bayreuth para provocar a Wagner, que sentía una profunda aver
sión por la música de Brahms. Y Wagner estalló: «Me di perfecta
cuenta de lo que Nietzsche quería decir: Mira, éste es uno de los
que pueden hacer grandes cosas. Bien, pues una noche exploté ¡y
de qué manera!» Así fue como dos personas de susceptibilidad
-105-
Nietzsche sabía que Wagner sentía
auténtica aversión por la música
de Brahms (en la imagen), y lo
utilizó para provocar una ruptura
que hacía tiempo se venía gestando.
- 106-
aconsejándole, en una carta que desprende cariño y amistad, que
imprima nuevos rumbos a su vida:
-107-
En el bello marco de
los bosques de Baviera
esbozó Nietzsche
sus primeras ideas
sobre Humano,
demasiado humano.
mo por Wagner. En la Pascua de 1875 adquirió la partitura para
piano de El ocaso de los dioses, recién publicada, y escribió a
propósito de ella: «Es como gozar el cielo en la tierra.» Este mismo
año inició su ensayo Wagner en Bayreuth, con la única intención
de ayudar a su amigo. En agosto del mismo año, Nietzsche, mien
tras se sometía a un tratamiento de hidroterapia en Steinabad (Sel
va Negra), escribió a Rohde: «¡No estoy en Bayreuth!... Casi no me
cabe en la cabeza. Mi alma pasa allí casi todo el día, revoloteando
como un fantasma alrededor de Bayreuth... Muy a menudo, du
rante mis paseos, dirijo para mí mismo numerosos pasajes musica
les que me sé de memoria, y además los tarareo.» Dos meses
después, en otra de sus cartas a Rohde, le confiesa: «Mi ensayo
titulado Richard Wagner en Bayreuth está casi concluido, pero no
verá la luz porque queda muy lejos de lo que me exijo a mí mismo;
en consecuencia, su único valor en lo que a mí respecta es el de
analizar el espinoso asunto de nuestras relaciones hasta la fecha.
No estoy por encima y me doy cuenta de que no he llegado aún a
analizarlo por entero: ¿cómo entonces voy a ayudar a otros?»
Nietzsche juzgaba su fracaso personal con Wagner como el
asunto más grave de su vida. Sin embargo, como ya se ha dicho, el tra
bajo quedó concluido en la primavera de 1876, e impreso en el
mes de julio. Nietzsche, con el alma en vilo, envió dos ejemplares a
Bayreuth: «Esta vez no puedo ni siquiera entrever cuál será su
reacción al leer esta obra.» Los temores de Nietzsche eran infunda
dos. Wagner, sobrecargado de trabajo, no reparó ni en la nueva
orientación del pensamiento de Nietzsche ni en su punzante crítica.
Esta fue su respuesta: «¡Amigo mío! ¡Su libro es formidable! Pero,
¿de dónde ha sacado usted tantos datos sobre mí? Venga a Bay
reuth y acostúmbrese a sacar sus impresiones de la experiencia.»
Nietzsche aceptó enseguida la invitación, y a finales de julio
llegó al hogar de los Wagner. Apenas habían transcurrido unos días
se lamenta a su hermana: «Ansio marcharme de aquí... Las largas
veladas artísticas me resultan tediosas... Estoy hasta la coronilla.»
Al descontento en el plano estético se unió un repentino
empeoramiento de su estado de salud. Nietzsche escapó de Bay
reuth antes del primer ensayo general, y se trasladó a los bosques
de Baviera, en donde esbozó sus primeras ideas sobre Humano,
demasiado humano. Este hecho demuestra claramente cuánto se
había alejado de todo lo relacionado con Wagner. Diez días des
pués, y a petición de su hermana, regresó a Bayreuth para asistir al
estreno de El oro del Rin, y aunque permaneció en la ciudad, ya no
presenció las demás representaciones del Anillo.
Nietzsche había roto ya en su interior los lazos con Wagner.
- 110-
Doce años más tarde, en su obra Nietzsche contra Wagner, recor
daría el proceso: «En el verano de 1876, mediada la época del
primer festival, ya había roto en el fondo de mi alma con Wagner.
Yo no soporto la ambigüedad; desde que Wagner se trasladó a
Alemania, comenzó a mostrarse condescendiente con cosas que
desprecio: hasta con el antisemitismo... Era hora de zanjar de una
vez el asunto, y los hechos me han dado la razón. Richard Wagner,
el aparentemente siempre victorioso Wagner, era en realidad un
desesperado y corrompido decadente que se postró, como un ser
desvalido y quebrantado, ante la cruz cristiana...» El último encuen
tro tuvo lugar en Sorrento durante el otoño de ese mismo año.
Nietzsche se encontraba en dicha localidad con Malwida von Mey-
- 112 -
4. La conciencia
de la enfermedad
-113-
semejante enlace. Otros amigos ocuparon el vacío dejado por los
antiguos: Malwida von Meysenbug, Paul Reé, y sobre todo Hen-
rich Kóselitz, más conocido en la bibliografía de Nietzsche por el
seudónimo de Peter Gast.
El joven músico Peter Gast llegó a Basilea en 1875 para cono
cer a Nietzsche en persona. Venía fuertemente impresionado por la
lectura de sus escritos, pero el contacto personal con Nietzsche, a
cuyas clases asistía, potenció su admiración por el filósofo hasta el
punto de que, en adelante, siempre permanecería vinculado a él.
Por otro lado, a Nietzsche le agradó Gast como hombre y como
músico, y no tardó en convertirse en una persona indispensable
para él, aunque exclusivamente por razones de tipo práctico: por su
hermosa y legible caligrafía. Gast escribía cuanto Nietzsche le dicta-
- 114-
Elisabeth Nietzsche.
Friedrich Würzbach:
Nietzsche (Propyláen Verlag, Berlín 1942)
- 115 -
en Naumburgo; por eso, la ayuda que prestaba a Nietzsche era
esporádica, a pesar de que su hermano la necesitaba cada día más.
La vida del filósofo seguía fluctuando entre Basilea y otros muchos
lugares de Alemania, Italia y Suiza, ya fuera para visitar a sus ami
gos, o más frecuentemente por motivos de salud, es decir, para
procurar combatir sus progresivos dolores mediante cambios fre
cuentes de clima. Nietzsche no cesó de buscar un entorno que
mejorara su deteriorada salud física y psíquica.
En 1876 y 1877 intentó solucionar el problema atendiendo las
recomendaciones que Wagner le había hecho en 1875: acarició la
idea del matrimonio como un remedio para serenar su errabunda
existencia. Uno de sus muchos viajes de convalecencia fue el que
durante los meses de marzo y abril de 1876 hizo al lago de Ginebra.
Su amigo Von Gersdorff le acompañó, y juntos leyeron Los novios,
de Manzoni. Durante su estancia, conoció a una joven holandesa
llamada Mathilde Trampedach. Pocos días después, y tras un largo
paseo de cuatro horas, Nietzsche le pidió que se casara con él.
Efectuó, claro está, su petición por escrito, y precisamente la víspe
ra de su partida. Nietzsche, a quien sin duda un paso semejante
debía potenciar sus inhibiciones, se decidió a pasar a la acción al
saber que Mathilde Trampedach había leído Excelsior, de Longfel-
low, y se había identificado con el concepto de la vida que desarro
llaba esa obra. Se decidió, pues, a escribirle las siguientes líneas,
que querían ser amables, pero que, en el fondo, dan impresión de
torpeza y de una cierta descortesía:
-116-
ñaña, en el expreso de las 11, emprendo el viaje de regreso a
Basilea; no puedo retrasarlo, por eso le adjunto mi dirección en esta
ciudad. Si la respuesta a mi pregunta es ¡sí!, le pediré a usted las
señas de su señora madre para escribirle inmediatamente. Si usted
se decide con rapidez, puede contestarme por carta -tanto si es sí
como si es no-. Yo estaré esperando su respuesta hasta mañana a
las 10 h. en el Hotel Gami de la Poste.
»Le deseo un futuro lleno de felicidad y bondad.
»Friedrich Nietzsche »
-117-
Ullstein Bilderdienst, Berlín
mo otoño. Se han cursado invitaciones a diferentes “personas”
para que acudan a Suiza; muchos de los nombres -por ejemplo:
Elise Bülow, de Berlín, Elsbeth Brandes, de Hannover- te resulta
rán completamente desconocidos. Teniendo en cuenta sus cualida
des espirituales, me parecen más idóneos los corazones nacionales.
¡Así que has logrado grandes cosas con la idealización de la pe
queña Kóckert en Ginebra! ¡Laurel, honor, loor! Pero eso entraña
un riesgo; ¿y la fortuna?»
La historia clínica
-119-
visitó por vez primera la Alta Engadina, donde notó un alivio in
mediato: «...Quizás lo adecuado sea St. Moritz. Me siento como si
hubiera llegado a la Tierra Prometida... Por primera vez experi
mento alivio. Me encuentro bien, y quiero permanecer aquí mucho
tiempo.» Dos semanas más tarde observa: «Estoy muy enfermo; he
pasado cuatro días en el lecho, y cada jornada trae su particular
historia de dolor; sin embargo, lo soporto mejor que en cualquier
otro sitio. Es como si después de tanto tiempo hubiera encontrado
lo que busco. Ya no confío en una mejoría, y menos aún, en curar
me, pero el simple alivio es un tesoro inapreciable.»
Durante decenas de años el historial médico de Nietzsche ha
inducido a numerosos autores a emprender investigaciones sin
cuento. Los resultados difieren mucho. Karl Jaspers, en su biografía
del filósofo alemán, ofrece un amplio cuadro de los hallazgos más
sobresalientes y de las teorías predominantes, demostrando con
todo ello que existen numerosas cuestiones muy controvertidas. La
tesis, comúnmente aceptada, de que su derrumbamiento espiritual,
muy patente desde finales de 1888, encubre probablemente una
parálisis, ha propiciado a menudo una interpretación de la historia
de la enfermedad de Nietzsche basada en este estadio final; con
otras palabras, todos los trastornos de los años precedentes se han
considerado como una fase previa de la parálisis. De acuerdo con
esta hipótesis, el origen de la enfermedad habría que fijarlo en su
época de estudiante, durante la cual debió de contraer una in
fección sifilítica. Deussen, en sus Recuerdos de Nietzsche, refiere
que, durante una de sus visitas a Colonia, el entonces joven estu
diante fue llevado -por error, según se dice- a un burdel por un
criado. Si hacemos caso a Deussen, Nietzsche al otro día contó a su
amigo el incidente y sobre todo relató con tintes melodramáticos su
huida de ese entorno de mujeres fáciles. Aun concediéndole crédito
al relato de Deussen, sigue siendo problemática y discutible la exis
tencia de la infección, y aun dándola por sentado, habría que in
vestigar si realmente deriva de ella la enfermedad de Nietzsche.
Otra hipótesis muy controvertida afirma que la causa desencade
nante del mal habría sido el abuso de venenos y medicamentos;
otros creen que la sintomatología de la enfermedad, a partir de
1873, guardaría relación con un proceso psiconeurótico desenca
denado por la ruptura con Richard Wagner. Especulaciones como
éstas no aportan demasiada luz, y se convierten en disparatadas
cuando de ellas se extrae la conclusión de que la obra de Nietzsche,
desde 1866, es la obra de un enfermo mental. La enfermedad y la
obra se interrelacionan, sin duda, en su vida, pero de alguna mane
ra dicha relación sigue sumida en el «misterio», puesto que sabemos
- 120 -
CEUVR.ES C O M P L É T E S , DE FRÉoáRIG NIETZSCHE
FR ÉD É RIC NIETZSCHE
H u m a in , tr o p H u m a in
emiére partie)
\
TRADUIT PAR
A.-M. D E S R O U S S E A U X
O m iiO T lO » 4BJ0JH T A l ’ íc o t* »** i i B I l l ÍT O »M
Q u a tr iim e é d itio n
PARIS
SOGIÉTÉ DV MERCTRB DE FRANGE
X V , UVE DB l ’ k CHAVBÉ-SAINT-GERMAIN , XV
AI OCCC XG IX
- 121-
muy poco sobre la etiología de sus enfermedades. Hay síntomas
específicos en la enfermedad de Nietzsche que se manifiestan ya en
su infancia: por ejemplo, en el verano de 1856 estuvo excusado de
asistir al colegio catedralicio a causa de constantes dolores ocula
res y cerebrales. En 1862 los intensos dolores de cabeza se repiten
en Pforta. En el registro sanitario de Pforta Nietzsche es descrito
como «una persona rebosante de salud, de fuerte complexión, mi
rada extrañamente fija, corto de vista y aquejado muy a menudo de
dolores que se intensifican y devienen en accesos de jaqueca». La
herida en el pecho provocada por una caída del caballo durante su
servicio militar (marzo de 1868) y las afecciones contraídas en sep
tiembre de 1870 en la guerra -disentería y difteria- son mejor co
nocidas e independientes del resto. La disentería fue responsable
de los dolores abdominales que duraron años. En 1879, el estado
general de Nietzsche empeoró de tal forma que, a finales del año,
su salud alcanza uno de los puntos más bajos. En ocasiones, los
ataques provocan la pérdida del conocimiento. Hay que poner en
tela de juicio la creencia de Nietzsche manifestada a principios de
1880 sobre la inminencia de su muerte tras las investigaciones de
Karl Schlechta, que prueban que sus cartas de despedida fechadas
el 31 de diciembre de 1879 y el 16 de enero de 1880 son falsifica
ciones posteriores de su hermana. Una cosa es segura: sus ataques
declinan en el transcurso de los años ochenta; en esta fase apare
cen estados de ánimo eufóricos desconocidos hasta entonces, y
periodos de frenética creación, a los que siguen otros caracterizados
por el vacío y el descontento. Jaspers recalca con especial énfasis el
hecho de que estos síntomas, consignados por el propio Nietzsche
en esta fase creativa tardía, difieren considerablemente de los de la
década anterior. Por lo demás, la enfermedad mental no le sobre
viene hasta el final de los años ochenta. Es lógico, por otra parte,
que algunas de las reacciones y costumbres de un hombre que
desde la juventud sufrió casi de continuo las dolencias más diver
sas, estén influidas por su enfermedad. Algunos investigadores de
Nietzsche opinan que la ruptura con Wagner provocó alteraciones
de tipo neurótico que quebrantaron irremediablemente su salud.
No obstante, con el mismo derecho podemos dar la vuelta a seme
jante argumentación y afirmar que fue el lamentable estado de
salud de Nietzsche el factor responsable de la ruptura: su excesiva
mente ruda reacción podría deberse, según esta hipótesis, a una
hipersensibilidad e irritabilidad derivadas de su enfermedad.
- 122 -
Humano, demasiado humano
Mientras el deterioro de la salud de Nietzsche progresaba de
forma imparable, el filósofo escribió Humano, demasiado humano.
La obra, iniciada en 1876 tras su huida de Bayreuth, fue publicada
en 1878. Posteriormente añadió dos escritos suplementarios: Mis
celánea de opiniones y sentencias (1879) y El viajero y su sombra
(1880) en la segunda edición y que su autor calificó de segundo
volumen de Humano, demasiado humano. La envergadura de esta
obra (casi 600 páginas según la edición de Schlechta) prueba que a
pesar de su enfermedad y de su vida errabunda, Nietzsche escribió
durante aquellos años sin parar.
Estuviera donde estuviera -Basilea, Sorrento, Bad Ragaz,
Naumburgo, Bad Bex (cantón de Waadt), Coira, Riva (lago de
Garda) o Venecia, que visitó por primera vez en la primavera
de 1880 acompañado por su amigo Peter Gast, y que le causó una
fuerte impresión- Nietzsche debió de escribir sin darse un momento
de respiro. Un examen minucioso de la obra citada deja traslucir el
continuo peregrinar de su autor: la enfermedad y los incesantes
viajes impedían una elaboración reposada; el proceso creativo
comprendía multitud de apuntes breves, notas, aforismos y ensa
yos fragmentarios. Nietzsche no tardó en acumular una cantidad
ingente de materiales, que seleccionaba, según la ocasión, y que
posteriormente reelaboraba y les daba forma decisiva.
Los viajes continuos ya no mitigaban las molestias ni las con
trariedades. El 13 de mayo de 1877, tras el regreso de Sorrento a
Lugano, Nietzsche envió a Malwida von Meysenbug un minucioso
informe sobre el viaje que no tiene desperdicio:
- 124-
“el recuerdo de tiempos casi olvidados”. Debo añadir, además, el
incordio que supone cambiar de posición de tres a ocho veces por
minuto, tanto de día como de noche: todo ello en medio del olor de
la comida y de las conversaciones de los comensales devorando
manjares exquisitos, lo cual es repugnante hasta extremos indeci
bles. Al puerto de Livorno arribamos de noche y con lluvia: yo
pretendía desembarcar, pero las frías advertencias del capitán me
hicieron desistir. En el barco reinaba un gran estrépito aquí y allá:
los frascos caían, como dotados de vida propia, los niños gritaban,
la tempestad bramaba con furia; “era un eterno insomnio mi desti
no”, que diría el poeta. El desembarco trajo consigo nuevos padeci
mientos; desquiciado por los punzantes dolores de cabeza, me de
diqué durante horas a observar con ojos muy abiertos, desconfian
do de todo y de todos. Pasé sin problemas el trance de la aduana,
pero olvidé lo principal: facturar mi equipaje en el tren. Comenzó
entonces mi odisea hacia el Hotel National, con dos bribones al
pescante que a todo trance pretendían conducirme a una miserable
trattoria: había dejado mis maletas en otras manos, a un hombre
que corría delante de mí jadeando. Me enfurecí en un par de oca
siones e intimidé al cochero, pero el otro tipo escapó. ¿Quién po
dría explicarme cómo llegué al hotel Londres? Porque yo, desde
luego, no lo sé. El hotel tenía buen aspecto, pero la llegada fue
horrible porque un ejército de pedigüeños me rodeó con las manos
tendidas. Apenas entré en mi habitación me arrojé sobre la cama,
muy enfermo. El viernes recobré el ánimo y hacia el mediodía, bajo
un cielo encapotado y lluvioso, me dirigí a la Galería del Palazzo
Brignole; para asombro mío, la visión de los retratos de esa familia
me fascinó y me insufló nueva vitalidad; un Brignole montado so
bre un poderoso caballo de batalla, en cuyos ojos aleteaba todo el
orgullo de esa familia: ¡he aquí lo que reconfortó mi deprimida
humanidad! Yo, particularmente, prefiero a Van Dyck y a Rubens a
cualquier otro pintor. Los demás lienzos me dejaron frío, excep
tuando una Cleopatra moribunda de Guercino. Así retorné a la
vida; el resto de la jornada lo pasé tranquilo y animado en el hotel.
El día siguiente me proporcionó otra alegría inesperada: la com
pañía de una encantadora y joven bailarina de un teatro de Milán
en el viaje de Génova a esta ciudad. Camilla —tal era su nombre-
era molto simpático. ¡Oh! ¡Tendría que haber oído usted mi italia
no! De haber sido yo un pachá la hubiera llevado conmigo a Pfá-
fers, y allí, durante el tiempo que me hubieran dejado libre mis
ocupaciones intelectuales, le hubiera pedido que bailara para mí.
Todavía estoy un poco enfadado conmigo mismo por no haberme
quedado con ella al menos un par de días en Milán. Camino de
-125-
Suiza, el trayecto de Como a Lugano lo hice en el ferrocarril de San
Gotardo, que ya ha sido concluido. ¿Que por qué he venido a
Lugano? En realidad no lo sé, pero aquí estoy. En el momento en
que cruzaba la frontera suiza, bajo una intensa lluvia, se dibujó un
relámpago en el cielo y luego oí un trueno; yo los tomé como
síntomas de buenos augurios. He de reconocer también que a
medida que me acercaba a las montañas, me sentía mejor. En
Chiasso, mi equipaje se dispersó en dos trenes diferentes; fue una
contrariedad desesperante, y por si fuera poco, la aduana. Hasta
los dos paraguas siguen direcciones opuestas. Un buen mozo de
cuerda me ayudó; él fue el primer suizo que me habló en alemán,
y, créame, lo escuché con cierta emoción. De repente me di cuenta
de que prefiero mucho más vivir entre suizo-alemanes que entre
alemanes.»
«Un Bignole [...] en cuyos ojos aleteaba todo el orgullo de esa familia: ¡He aquí lo
que reconfortó mi deprimida humanidad!» Nietzche se debatía en medio de la
humillación que le causaba el rechazo de sus contemporáneos. (Andrea Bignole, por
Van Dyck. Palazzo Rosso, Genova.)
- 127 -
modelos de un estilo agudo y pulido, de la expresión de los con
ceptos por medio de aforismos, de la óptica llena de ironía y es
cepticismo y alejada de cualquier compromiso. Hasta ahora, los
escritos de Nietzsche eran una especie de introducción, de preludio;
con Humano, demasiado humano se inicia su obra de madurez. ¡Un
libro para espíritus libres!, es decir, para personas sin sombra de
superstición ni de idealismo. Para él, esto significaba esencialmente
liberarse de Schopenhauer y de los espejismos de la metafísica, y
también de sus ideas estéticas, hasta entonces comprometidas con
Wagner. En varios pasajes de esta obra, Nietzsche se pone a sí
mismo como ejemplo de espíritu libre. Por ejemplo cuando escribe:
«Soy un apasionado de la independencia, y en aras de ella lo sacri
fico todo, quizá porque a mi espíritu dependiente le atormenta más
el hilo más fino que a otros gruesas cadenas.»
Esta obra encierra ideas nuevas: anteriormente Nietzsche, in
fluido por el sistema filosófico-moral de Schopenhauer y por
la teoría kantiana del conocimiento, había profesado siempre la
creencia de que el mundo no es tal como se nos aparece, de que
nuestras visiones y percepciones son falsas, pero a pesar de todo
siempre creyó que la realidad tenía un significado mucho más hon
do. Ahora, sin embargo, Nietzsche sabe que la realidad carece de
un significado en sí. Existe y tiene un ser, pero no un sentido in
manente a ella misma: «Quizá reconozcamos... que la cosa en sí es
digna de una carcajada homérica; que pareció serlo todo, y en el
fondo está vacía, carente de sentido.» Tampoco existe un mundo
metafísico, una realidad verdadera tras las cosas, o si se quiere, tras
los fenómenos que las envuelven; nadie ha legislado el mundo;
tampoco existe la trascendencia, el más allá. En consecuencia, las
categorías tradicionales ético-filosóficas carecen también de senti
do: el bien y el mal no existen en sí. Las acciones llamadas malas lo
son por razones de autoconservación; la bondad es una conven
ción: «Todas las malas acciones están motivadas por el instinto de
conservación, o más exactamente, por la tendencia del individuo a
buscar el placer y a evitar el dolor: si tal es su motivación, no son
malas. “Hacer el mal por el mal” no existe, salvo en la mente de los
filósofos, ni tampoco “el placer por el placer” (compasión, en el
sentido de Schopenhauer)... La coacción precede a la moralidad;
es más: durante algún tiempo la moralidad no es más que una
coacción a la que los hombres se someten para evitar el dolor. Más
tarde se convierte en costumbre, luego en libre obediencia y, por
fin, casi en un instinto: entonces, como todo lo que es habitual y
natural durante mucho tiempo, se vincula con el placer, y pasa a
llamarse virtud.»
-128-
También acaba el papel preponderante del arte. En el cuarto
capítulo, titulado «Del alma de los artistas y escritores», Nietzsche
revisa su propia concepción de lo dionisíaco, según la cual el arte
podía redimir la vida. Dice adiós a Wagner, al que aquí, calificado
siempre como «el artista», sitúa en el «crepúsculo del arte»:
-129-
los rostros de sus moradores quizá aún más desierto, inmundicia,
engaño e inseguridad que ante las puertas, y el día será casi peor
que la noche. Bien puede ocurrirle esto al viajero; pero luego vie
nen, en compensación, las mañanas deliciosas de otros parajes y
otros días, en los que apenas despunta el alba ve en las nieblas de
los montes los coros de las musas bailando a su lado; en los que
luego, cuando reposa apaciblemente bajo los árboles en armonía
con el espíritu de la mañana, verá caer desde las copas de los
árboles cosas buenas y luminosas, regalo de todos los espíritus
libres que moran en la montaña, en el bosque y en la soledad, y
que, igual que él, a su manera unas veces alegre, otras reflexiva,
son viajeros y filósofos. Nacidos de los misterios de la mañana,
piensan en cómo el día, entre la décima y duodécima campanada,
puede ofrecer un rostro tan puro, tan transfigurado, tan penetrado
de luz y alegría: es que buscan la filosofía de la mañana.»
- 130 -
libelos, claro está, como remedio... Las comarcas más peligrosas de
Alemania son Turingia y Sajonia: en ningún lugar se halla más
energía y conocimiento de los hombres, ni más libertad de pensa
miento, y todo ello está tan oculto bajo la capa de un lenguaje
vulgar y del extremo servilismo de sus habitantes, que apenas se
nota que alberga a los sargentos intelectuales de Alemania y sus
maestros en el bien y en el mal. La propensión a obedecer de los
alemanes del norte mantiene a raya su arrogancia, y la tendencia
de los alemanes del sur a buscar su comodidad refrena la de los
alemanes del sur. Le parecía que los hombres alemanes tienen por
mujeres a unas amas de casa muy torpes, pero convencidas de su
propia valía: hablaban con tanta obstinación de sí mismas que po
drían convencer a cualquiera, y desde luego a sus propios maridos,
de las virtudes que despliegan en su hogar las amas de casa alema
nas. Cuando la conversación giraba sobre la política exterior e in
terior de Alemania, el extranjero solía contar -él lo llamaba revelar-
que el mayor estadista de Alemania no creía en los grandes estadis
tas. Consideraba que el futuro de los alemanes estaba amenazado
y era amenazador, porque habían olvidado la alegría (cosa que tan
bien saben los italianos), y sin embargo, se había acostumbrado a la
emoción en lo que se refiere al azaroso juego de guerras y revolu
ciones dinásticas, y en consecuencia algún día estallaría entre ellos
el motín. Esta es la mayor emoción que un pueblo puede procurar
se. El socialista alemán, decía, era por todo ello el más peligroso,
porque no actúa empujado por una necesidad determinada; su
sufrimiento consiste en no saber lo que quiere; así que, consiga lo
que consiga, seguirá consumiéndose de deseo aun en el placer,
como Fausto, pero probablemente como un Fausto muy vulgar.
“Porque Bismarck -gritó por fin- ha expulsado al demonio de
Fausto, que tanto ha atormentado a los alemanes cultos: pero aho
ra este demonio ha entrado en los puercos, y es peor que antes.”»
- 131 -
dad estaba en un punto álgido, consideró esta obra como un pri
mer plano hacia su completo restablecimiento. En el prólogo poste
rior de 1886 describe con minuciosidad el proceso. El privilegio del
espíritu libre a vivir conforme a su experiencia y la voluntad de
curación resaltan con tanta fuerza como las novedades con que
topa el viajero en el desierto: «...El signo de una interrogación cada
vez más peligrosa. ¿No se podrían subvertir todos los valores? Lo
bueno ¿no será quizá malo? ¿No podría ser Dios una invención sutil
del diablo? ¿Será todo falso en sus últimas causas? Y en la medida
en que nos sentimos engañados, ¿no seremos por eso mismo enga
ñadores? ¿No se nos forzará a serlo?» Parece como si con estos
interrogantes Nietzsche señalara la dirección de su viaje futuro, rico
en descubrimientos. Aurora. Meditación sobre los prejuicios huma
nos continúa sin fisuras los aforismos de Humano, demasiado hu
mano. En esta obra, la fruición de la nueva libertad estilística es
paladeada a fondo; el tema se pule, se aligera de accesorios y se
perfila con mayor serenidad, sin añadirle, no obstante, elementos
nuevos. El tercer libro de aforismos, La gaya ciencia, puede situarse
también dentro de este contexto. Son las tres obras que beben en
las mismas fuentes, en el material disperso recogido durante aque
llos años en el que brillan perlas aisladas, pero que tomados en
conjunto adolecen de una cierta monotonía temática, que las hace
aparecer, a grandes rasgos, intercambiables entre sí. Pero La gaya
ciencia es al mismo tiempo un preludio de Así habló Zaratustra.
Nietzsche está convencido de que es un enfermo en vías de recu
peración.
- 132 -
5. Hacia los dominios
de Zaratustra
- 133 -
du mercll>íht*t Vttnriht¡U.
V ,r
ó rúJ r!A J í á h i í U -
h$j J
K'^vtia
Vm¡Í C i W d u ^ íj-r C n J u t iA f f i i j i .
V i/íftj ven 1 . W
I?S7.
Internationale Bilder Agentur, Zurich
- 135-
Nietzsche Archiv, Weimar
,, Carmen"
EUER F ,
- 136-
Historia-Photo, Bad Sachsa
- 137-
Photo Hans Steiner, St. Monte
...... ~
t
S í U , l hA /14 f ó í'tf;
Z 1 S cfi, m t
*vy
w ^ u" r¿% í ■
_ U . j J m , ¿ 4 ^ ; -w
^ Y - hv J v y i* * * /
fU4i
T Z r ? ~ ¿ « )f ' ^
5w y ^ S ¿ jJ ^ [ d i « .
M a ,w I ** T " w
j_ / «M* : ^ 7 “
^ /^ i ^ U^ í/
.r P jV * ^ ^ ^ . 7 _
u*u J ^ / A
J/^/, f,U¿< A íu fz jA ^
Carta autógrafa de Nietzsche a Gottfried Keller.
-139-
nueva fase de la enfermedad; si su evolución intelectual había
alcanzado un determinado estadio de madurez o si era la magia de
Sils la que provocaba todo lo demás. En cualquier caso, durante
esta fase Nietzsche no echa de menos a sus amigos, e incluso se
permite rechazar una visita de Paul Reé. Vive como un ermitaño en
una casita un poco apartada, casi fuera de la población en dirección
al bosque, flanqueada por árboles que le dan sombra y le protegen
de la luz del sol, que tan mal soportan sus ojos.
Nietzsche lleva en Sils una vida propia de un filósofo: reposada
y tranquila, con paseos por las orillas del lago y por los bosques de
la montaña, leyendo y escribiendo con intensidad en su solitario
retiro. Aquí comienza a perfilarse la leyenda del Nietzsche solitario,
que suele citarse tan a menudo. Pero este cúmulo de circunstancias
no contribuyen a edificar un sistema lógico, sino que se fusionan
para desembocar en un estado anímico caracterizado por senti
mientos nebulosos, por la nostalgia y los problemas del pasado: el
hogar familiar y el cristianismo, amistades antiguas y nuevas, poesía
clásica y música wagneriana, descontento e insatisfacción espiritual
y achaques físicos. En el marco de este estado anímico emerge un
elemento nuevo: la concepción del eterno retorno: «Sobre mi nue
vo horizonte se yerguen pensamientos sin precedentes... He de
vivir aún algunos años.»
Durante el invierno, mientras trabaja en La gaya ciencia, su
entusiasmo no decae, aunque tiene grandes altibajos. En noviem
bre escucha por primera vez, extasiado, Carmen de Bizet, y el día
de Año Nuevo de 1882 inicia el cuarto libro de La gaya ciencia, que
finalizará con el hallazgo de Así habló Zaratustra, con un prólogo
sorprendentemente positivo:
- 140-
Llega Loü Andreas Salomé
■4 En Roma, Nietzsche conoció a la que sería el gran amor de su vida, su discípulo Lou
Andreas Salomé.
- 143 -
cuando su estado de ánimo era sombrío, entonces revelaban una
soledad tenebrosa, casi amenazadora, como si surgiera de inquie
tantes abismos.
»Su comportamiento llevaba también el sello del hermetismo y
de la impenetrabilidad. En la vida cotidiana demostraba una extre
ma cortesía y una dulzura casi femenina, y una serenidad constante
y amable; le gustaban los modales distinguidos, a los que concedía
mucha importancia. Pero en todo esto subyacía un placer por el
disfraz; era como una capa y una máscara que recubrieran una vida
interior, que nunca descubría del todo. Recuerdo que en mi prime
ra conversación con Nietzsche -fue un día de primavera en la Basí
lica de San Pedro en Roma- sus modales exquisitos y afectados me
sorprendieron y confundieron. Pero era un barniz demasiado pasa
jero en este solitario, que llevaba su disfraz con tanta torpeza como
aquel que, al abandonar el desierto o la montaña, pretende reves
tirse de un aire cosmopolita.»
Nietzsche estaba fascinado por la nueva amistad, que se inicia
ba en una fase para él muy venturosa, ya que había concluido la
elaboración de La gaya ciencia. Posiblemente por entonces ya
rondaba por su cabeza la temática de Así habló Zaratustra, pero la
idea no debió de acometerle con mucha fuerza, porque pensaba no
volver a escribir a corto plazo e incluso proyectaba reemprender,
quizá, sus trabajos de investigación. La estancia en Roma transcu
rrió con rapidez, y en mayo viajó con Lou Andreas Salomé, la
madre de ésta y su amigo Reé a Lucerna, ciudad tan llena de
recuerdos para Nietzsche. Visitó Tribschen en compañía de Lou, y
recordó a su amiga con su desbordante imaginación los días claros
y felices en casa de Wagner; le reveló datos sobre su juventud y
desveló ante su inteligente alumna los pensamientos filosóficos que
se estaban gestando en lo más hondo de su intimidad. Nietzsche
tenía la impresión de haber conocido a una persona que le impul
saba a recomponer su vida casi rota en pedazos. Sí, no hay duda de
que se había enamorado y acariciaba todos los proyectos que ron
dan por el corazón de los amantes. Nietzsche, sin embargo, trope
zaba con un obstáculo: esa antigua inhibición que le impedía decla
rarse directa y abiertamente a Lou Andreas Salomé. Le pidió a Reé
que hiciese de intermediario, pero Lou declinó la propuesta: su
afecto hacia Nietzsche y el interés por sus ideas no llegaban hasta el
extremo de desearlo también como marido.
La situación pronto se enrareció, volviéndose un punto moles
ta, tarea a la que contribuyó el propio Nietzsche con su peculiar
forma de ser, reacia a expresar con sinceridad y sin rodeos sus
sentimientos. Por otro lado, Reé también se había enamorado de
-144-
Friedrich Würzbach: Metzsche (Propyláen Verlag, Berlín 1942)
__ U-f
-145-
Lou, y esto complicaba las cosas. La proposición de Reé tampoco
tuvo éxito, pero el amigo se había convertido para Nietzsche en un
rival que además conocía sus más íntimos deseos en este terreno.
De nada sirvió que Lou Andreas Salomé asegurase a Nietzsche que
en nada cambiaría su amistad. Afirmaciones convencionales como
ésta apenas ocultan lo difícil que resulta tranformar un amor -en
este caso además no correspondido— en una relación de nuevo
amistosa entre profesor y discípula. Cuando en julio se reunieron
sus amigos, su hermana y Lou Andreas Salomé en Bayreuth para
asistir al estreno de Parsifal, la situación no había mejorado. Entre
tanto, Nietzsche permanecía en Tautenburg, cerca de Jena, y ha
bía convencido a Lou y a Elisabeth para que le visitasen al finalizar
el festival. Nietzsche encontraba natural no acudir a Bayreuth, pero
esta autoexclusión del círculo de los wagnerianos no dejaba de
resultarle dolorosa. Ciertamente, confesaba a Lou en una carta: «A
pesar de todo, hasta la música de Parsifal me parecería soportable,
si pudiera estar a su lado, susurrándole cosas al oído.» Durante una
breve visita a Naumburgo insistió en que le permitieran aleccionar a
su hermana para el estreno de Parsifal. «Lo reconozco: con auténti
co sobresalto por mi parte he vuelto a darme cuenta de mi gran
afinidad con Wagner», escribía a Gast. Las heridas de Bayreuth,
que él mismo se había infligido, no estaban cerradas en absoluto;
supuraban todavía, con los consiguientes dolores.
Lou y Elisabeth le visitaron en Tautenburg. Allí Nietzsche con
tinuó sus conversaciones filosóficas.con Lou; se sentía comprendi
do y aprobado por su amiga y discípula, sobre todo en un poema
que ésta había escrito y que Nietzsche ponderaba con tanta exage
ración que hasta el mismo Gast creyó en un primer momento que
era una de las creaciones del filósofo.
Si los sentimientos de Nietzsche hacia Lou Andreas Salomé
debieron de ser muy poderosos, para ésta, el encuentro con el
viajero solitario no pasó de ser, probablemente, una vivencia espiri
tual profunda, una amistad que provocaba admiración y respeto.
Los celos de Elisabeth por esta amistad entre su hermano y una
mujer más joven e inteligente que ella habían nacido hacía tiempo y
desembocaron en una especie de rabia maligna. Pronto ninguno
de los dos interesados fue capaz de hacer frente a sus intrigas,
chismorreos y, sobre todo, sus calumnias contra Lou. Cuando ésta
se marchó de Tautenburg, a fines de agosto, se desencadenó un
conflicto entre los dos hermanos que provocaría la ruptura de Nietz
sche con su hermana y con su madre. Este intentó hacer oídos
sordos a las habladurías de su hermana, pero no lo consiguió por
completo. Y así, en septiembre, en la última reunión que tuvo con
- 146-
Paul Reé y Lou, surgieron también desavenencias con ésta cuando
Nietzsche le contó cosas desfavorables sobre Reé. La posesiva her
mana vio entonces el cielo abierto: a su intromisión debe Nietzsche
la ruina de su amistad con Lou y con Paul Reé, que se consumó en
otoño. El episodio terminó con un intercambio epistolar vulgar e
indigno que se prolongó hasta el año siguiente y cuyo carácter
penoso e injusto experimentó Nietzsche hasta tal punto que más
tarde trataría de desagraviar a Lou Andreas Salomé y a Reé. Tras la
ruptura, se vio más solo y desdichado que nunca. Se resistió duran
te algún tiempo a los intentos de reconciliación con su hermana, y
al final se llegó a una reconciliación al menos aparente, pero Elisa
beth ya no volvería a gozar nunca de la entera confianza de Nietz
sche. Su hermana, durante largo tiempo, contó al mundo una his
toria radicalmente distinta. (Sólo tras la muerte de Elisabeth, acae
cida en 1935, empezó a conocerse el verdadero alcance de sus
intrigas y tergiversaciones.)
En noviembre de 1882 Nietzsche huye a Génova, e inmedia
tamente después sale para Rapallo para pasar el invierno. Su salud
La bahía de Rapallo.
Internationale Bilder Agentur, Zurich
había vuelto a empeorar hasta el punto de que habla a Gast del
«peor invierno de mi vida»; el insomnio y la melancolía le atormen
taban. Pero, en enero y febrero de 1883 retorna aquella euforia ya
conocida desde el primer verano de Sils. Un torrente incontenible
de nuevas ideas le arranca de su letargo y en diez días escribe la
primera parte de Así habló Zaratustra. Queremos advertir previa
mente que las dos partes siguientes de dicha obra fueron gestadas y
escritas en un estado de ánimo similar y en un periodo de tiempo
relativamente corto: la segunda, en junio y julio de 1883 en Sils-
Maria, y la tercera, en enero y febrero de 1884. Unicamente la
última parte fue redactada, con diversas interrupciones, durante el
invierno de 1884-1885 en Zurich, Mentone y Niza.
- 148 -
Ullstein Bilderdienst, Berlín
CaA * 7 i»
í v'" ^ ’ ^ y1 I4'*’'t *« ^
j * 1^ y* J líí.S 'í- í'/ ¿ ¿ Y
S i" ^ h Ctw ’ _~ / X « ? W l i W .
pU f*n tSLm,. &&W J ¡p ,
f\ (s o S jtrkA r h pis/"/*), f
*tw n ,
>í«t
g_l ¿¿ '
ASÍ HABLÓ
ZARATUSTRA
U N L I BRO P A R A T O D O S
Y
PARA NINGUNO
EDUARDO OVEJERO Y M AU RY
Catedrático de la Universidad Central, de Madrid
AGUILAR
MADRID • BUENOS AIRES « MEXICO
- 151 -
Ullstein Bilderdienst, Berlín
do a Nietzsche. La primera parte introduce un motivo nuevo y
diferente:
- 153 -
Las auténticas virtudes del superhombre se cifran en el guerre
ro y en el soldado. No es el erudito a la búsqueda del conocimiento,
un ser solitario, mal relacionado y sensible, quien simboliza el ideal
dél superhombre, sino la naturaleza física fuerte, vital y al mismo
tiempo capaz de autodominio. Nietzsche, a menudo tan sediento
de libertad, tiene de repente la visión embriagadora del poder de la
disciplina. El, que ni siquiera hizo frente al conflicto desatado con su
hermana, que fracasó por su físico como soldado y que se había
enamorado siempre sin ser correspondido, hace predicar a Zaratus
tra: «El hombre debe ser educado para guerrero, y la mujer, para
reposo del guerrero: todo lo demás es una insentatez.» Y también la
siguiente recomendación: «¿Tienes trato con mujeres? ¡No olvides
el látigo!» ilumina la intimidad de una vida a la que la negativa de
Lou Andreas Salomé, las intrigas de su hermana Elisabeth y la
estupidez de su madre llevaron al borde de la desesperación, y
acaso al suicidio. Los elementos autobiográficos son en Zaratustra
tan abundantes como en otras obras.
Nietzsche crea su obra capital para convencerse a sí mismo. El
.simboliza de manera ejemplar la problemática del artista, persona
caracterizada por el individualismo y el subjetivismo, tal como lo
recoge la estética desde el Romanticismo hasta mediados del si
glo XX. Pero al mismo tiempo logra pasajes que figuran entre las
joyas más preciadas de la literatura alemana. Citemos sólo un ejem
plo: «La canción de la noche», que pertenece a la segunda parte de
Zaratustra y que fue escrita en Roma:
«Es de noche, y las fuentes hablan más alto con su voz cantari
na. Es de noche, y se despiertan las canciones de los enamorados...
hay en mí un ansia de amor que habla el lenguaje del amor... Yo no
conozco la felicidad de los que reciben... Una apetencia crece de mi
belleza...»
- 154 -
doctrina, que le asaltó el mes de agosto de 1881 en Sils con fuerza
avasalladora, resultó mucho más difícil de desarrollar de lo que
Nietzsche creyó en un principio. Quizá fueron incluso dificultades
técnicas las que le forzaron a manifestar, al concluir La gaya cien
cia, que deseaba enfrascarse de nuevo en el estudio. La idea del
retorno se refleja al principio en unas imágenes horribles. En el
pasaje titulado «La visión y el enigma», Zaratustra, que ha cobrado
valor para enfrentarse a sus pensamientos más penosos, espeta a
un enano que podría parecer un accesorio de la escenografía wag-
neriana del Anillo: «¡Enano! ¡O tú, o yo!» Y más adelante afirma: «El
valor es el mejor matador de la muerte... El valor que ataca golpea
rá a la muerte hasta matarla, diciéndole: “Pero ¿era eso la vida?
¡Pues bien! ¡Comencemos de nuevo!”» Pero la escena de la ser
piente negra que le ha entrado en la boca a un pastor dormido y
de la que sólo cabe salvarse de una manera, según el consejo de
Zaratustra, tan desesperada como repugnante, es decir, arrancán
dole a dentelladas la cabeza, denota cuán difícil era para Nietzsche
soportar el pensamiento del eterno retorno. Porque: «¡Ay! ¡El hom
bre retorna eternamente! ¡El insignificante hombre retorna eterna
mente!»
¿No es esta concepción altamente contradictoria en sí misma?
Por un lado, el hombre tiene que ser vencido para dar entrada al
superhombre, mientras por otro prevalece la certeza de que todo lo
que acaece está determinado y se desarrolla eij círculos, como el
tiempo, es decir, todo tiene que repetirse siempre por un imperati
vo fatal. ¿No son, en realidad, incompatibles las dos fuerzas motri
ces del libro?
Nietzsche recurre aquí a una concepción casi dialéctica, y que
remite indirectamente a Hegel: las dos tesis, el principio del eterno
retorno y la exigencia del superhombre, se unen precisamente en la
contradicción, en el antagonismo antitético. En el retorno reside la
posibilidad de la superación y perfección de la vida, y en él el
mundo, en cieño modo, se enriquece consigo mismo. Por consi
guiente, lo que desaparece, lo que expira, queda como reserva
para el futuro. Por ello la disposición de Zaratustra al autosacrificio
trágico resulta un triunfo: «Amo a los que se extinguen con todo mi
amor, porque ellos pasan al otro lado.» Y, además, puede añadir:
«¡Te amo, eternidad!»
Esta obra asombrosamente rica termina, en realidad, con la
tercera parte. Así lo pensó Nietzsche en un principio. Pero no tardó
en cambiar de idea, y proyectar una continuación. Al final redactó
una cuarta parte, que apareció el año 1885 en una edición privada
de tirada muy limitada; algunos años después (tras la muerte espiri-
- 155 -
Friedrich Würzbach: Nietzsche (Propyláen Verlag, Berlín 1942]
C+uC 'l ñ f» * * ' t í* : Ü * * f L : ~~
r r ú j^ y»c< j / /U f _ l
r O ,J cM * ¿¿P — ",
-156-
go que ilumina la escena de un Nietzsche que ha alcanzado la
cumbre. Con Zaratustra comienza su autoapoteosis —«Iré con mis
propias alas a mi propio cielo»-, salida desesperada de una vida
que ha fracasado en el mundo.
El sabor de la adversidad
-157-
Jllstein Biiderdienst, Berlín
M Elisabeth Fórster-Nietzsche en 1916.
- 159 -
6. Al borde del precipicio
- 160-
Paul Deussen visitó a
Nietzsche en Sils-Maria
cuando el filósofo, sumido en
la soledad de su prolongada
marginación, se encontraba ya
muy cerca de la locura.
- 161 -
Ullstein Bilderdienst, Berlín
de café, cáscaras de huevo, manuscritos, objetos de tocador, y más
allá un par de botas y la cama deshecha. Todo allí indicaba la
negligencia indulgente del hombre que se conforma con cualquier
cosa. Partimos al atardecer y Nietzsche nos acompañó en el trayec
to de una hora hasta el pueblo más cercano. Una vez en él Nietz
sche expresó los sombríos presentimientos que le asediaban y que,
por desgracia, no tardarían en cumplirse. Al despedirnos, tenía los
ojos llenos de lágrimas: era la primera vez que le veía llorar.»
M Nietzsche en 1887.
- 163 -
Friedrich Würzbach: Nieizsche (Propylaen Verlag, Berlín 1942)
\d\ du
W^HU-U ¿¿iiyCy.'Vyi. C
A- TlwW^W &l l/ y j1.^ H 1 “*• ¿“Y ^A ¿l«
1 í> rwwíúttti lÁlWlf ívj .
«Jm K ><«y^n WCn; ¿X. ík <W{t*^'- » í> it*» 3J
VíV* N’^lüíi/' ’ ’V^Mk *[, " " ■
*
% * ^ tí i ^i d » % i. t¿ c¿ ir 5
mwl 1li/Á
4 . ' , i 3 * _ *
- 164-
«Borrador del
proyecto de La
voluntad de poder.
Un intento de
transmutación de
todos los valores. i i/ A
Sils-Maria, agosto
de 1888.»
% Í Q ia( Z l i
m ( a J í ' K c z h t 1/ l j a t l i l
- 165-
I l ¿i iut. y (j^
un|«» H«*| •
•SHA*muy Jtv iu .
- 166-
sus manuscritos, de modo que en muy pocas semanas quedaban
listos para la imprenta. Todo a partir de la ingente cantidad de
aforismos que se incrementaba de día en día. Dictaminar en qué
pasajes de dichos manuscritos la enfermedad progresiva de Nietz
sche influyó en el contenido y en la forma expresiva, es una tarea
muy ardua. De acuerdo con el conocimiento que tenemos de su
historial clínico es casi imposible determinar con exactitud cuál fue
el momento concreto de su proceso de destrucción espiritual en el
que se puso en entredicho su propia obra. Pero las recientes in
vestigaciones de Podach recogidas en Nietzsches Werke des Zu-
sammenbruchs (Obras de la última época de Nietzsche) parecen
probar que las obras Nietzsche contra Wagner, El Anticristo, Ecce
Homo y Ditirambos dionisíacos, escritas entre el 21 de septiembre
de 1888 y los primeros días de 1889 durante la segunda estancia
de Nietzsche en Turín, llevan ya el sello del desmoronamiento de
su autor.
Pero son precisamente estas obras, junto con otra muy discuti
da, La voluntad de poder, las que han ejercido siempre una fuerza
de atracción singular, casi mágica, sobre los entusiastas partidarios
de Nietzsche. En este aspecto su autor está expuesto a los mismos
malentendidos (fecundos a veces) que Hólderlin, al que sus admi
radores, a la vista de sus últimos poemas, comenzaron a conside
rarlo un ser muy especial. Cualquier interpretación especulativa
puede ser legítima desde el punto de vista filosófico. Pero el esbozo
de una biografía requiere cautela.
En 1886 y 1887 Nietzsche volvió a editar todas sus grandes
obras escritas hasta esa fecha y les dio el visto bueno mediante
prólogos elaborados expresamente. Excluyó de la edición única
mente las Consideraciones inactuales, aunque admitiendo El ori
gen de la tragedia, teoría de la que se había distanciado tiempo
atrás. Este hecho demuestra, sin lugar a dudas, que consideraba su
obra como un todo. Los grandes temas de Nietzsche surgen en
épocas tempranas y se mantienen luego con el correr de los años,
de modo que aquel que pretenda iniciar el estudio del filósofo
alemán, no necesita sumergirse de entrada en la intrincada proble
mática de las obras postumas o de su última época. El pensamiento
de Nietzsche puede también ser descubierto y comprendido a partir
de sus creaciones anteriores. Sin embargo, toda la obra posterior a
Así habló Zaratustra acentúa una serie de conceptos que, a raíz de
su influencia en la historia, determinan de manera decisiva la ima
gen de su autor. Por ello, el análisis del último periodo no debe
orientarse tanto a las obras aisladas como los círculos temáticos más
importantes de los últimos años.
- 167-
El nihilismo como lógica de la decadencia
-168-
Jenseits
von Gut und Bóse.
V orspie 1
emér
P h ilo s o p h ie d e r Z u k u n ft.
Von
Friedrieh Nietzsche,
L e ipzig*
Druck und Verlag von V. G. Naunuum.
iKSó.
Portada de la primera edición de Más allá del bien y del mal, Leipzig, 1886.
- 169-
da de la circulación. Debilidad, porque su emergencia revela el
agotamiento y el fracaso de toda la cultura precedente. De esta
debilidad, designada por Nietzsche con el término décadence,
emana el nihilismo, que es, por tanto, una consecuencia de la deca
dencia, su lógica, como Nietzsche afirma en una ocasión. La deca
dencia es inevitable, ya que es un proceso irrefrenable y fatal. En
este punto, Nietzsche acusa un agudo influjo de las tendencias bio-
logistas. De aquí a la tesis del derecho del más fuerte a la existencia,
de que a los débiles hay encima que ayudarlos a caer, de que la
decadencia es un acontecimiento alegre -tesis que ya defendió en
Así habló Zaratustra y que desde esa obra está siempre presente-
no hay más que un paso. La idea de La voluntad de poder deriva
da del nihilismo se convierte, de hecho, en una transmutación de
todos los valores:
«El sentido del título con el que debe ser denominado este
evangelio del futuro no deja lugar a dudas: “La voluntad de poder.
Intento de transmutación de todos los valores”; esta fórmula revela
un movimiento antagónico, que desea devenir en principio y fin; un
movimiento que en algún momento del futuro reemplazará aquel
perfecto nihilismo, y que lo presupone desde un punto de vista
lógico y psicológico; un movimiento que sólo puede surgir del nihi
lismo. Pero ¿por qué se aboga ahora por la necesaria instauración
del nihilismo? Porque todos nuestros valores anteriores desembo
can y concluyen en él; porque el nihilismo es la consecuencia lógi
ca, el final de nuestros grandes valores e ideales: hay que experi
mentar el nihilismo para desentrañar el secreto de esos valores,
para ver en qué consiste realmente el valor de esos “valores”...
Necesitamos, en cualquier momento, nuevos valores...»
- 170-
La voluntad de poder como principio terapéutico
- 171 -
cidad, fueron formuladas una generación antes que la de Freud,
pero a pesar de que cuestionaban la concepción de los valores
hasta entonces admitida, no lograron ser lo que pretendían: el pre
ludio de una filosofía del futuro.
Elitismo
- 174-
CARMEN
Opéra-Comique en p aire actes.
Í.MEíLHACuLHALÉVY.
no vendrá en “mil años”: es una experiencia del corazón; está en
todas partes, y en ninguna.»
«El arte de Wagner está enfermo. Los temas que lleva al esce
- 176-
nario -problemas de personajes históricos-, su pasión convulsiva,
su sensibilidad enfermiza, su gusto estético, que introducía especias
cada vez más fuertes, su inestabilidad que disfrazaba de normas, y
sobre todo la elección de sus héroes y heroínas, considerados como
tipos fisiológicos, (¡una galería de enfermos!): todos estos elemen
tos juntos componen un cuadro clínico que no deja lugar a dudas:
Wagner est une névrose.»
¡No!
¡Vuelve!
Con todos tus tormentos, ¡pero vuelve! [...]
Son mis lágrimas un río
que corre hacia ti;
aviva el corazón sus últimos
rescoldos para ti.
¡Ay! ¡Vuelve
tú, mi dios desconocido! ¡mi dolor!
¡mi felicidad postrera!
- 178-
cados por Gast en 1891, ha extasiado y fascinado siempre a los
admiradores de Nietzsche. Los poemas no alcanzan las dimensio
nes que se les ha querido dar, pero muestran la trágica envergadura
del sufrimiento al que estuvo expuesto su autor durante su última
fase creativa. Nietzsche intentó en vano conjurarlo, porque no po
día luchar contra su propia naturaleza. Al final le quedó un asidero,
una tabla de salvación, a la que quiso agarrarse:
Historisches Biklarchiv Lolo Handke, Bad Bemeck
-179-
Georg Brandes, con sus
Ullstein Bilderdienst Berlín
- 180-
Nietzsche Archiv, Weimar
WiCtfsiv» ^ } i ( i re
l U í ‘{ íx U C \\ ¡ m m d rCiiei^ 3i fh
- 181 -
«A mi maestro Pietro:
»Cántame una canción nueva: el mundo está transfigurado y los
cielos se alegran.
»E1 Crucificado.»
- 183 -
50 años y le entregué un ramo de flores. No entendió ni una pala
bra de lo que le dije. Tan sólo las flores parecieron atraer, por un
momento, su interés, pero inmediatamente después fueron igno
radas.»
La demencia de Nietzsche se prolongó durante más de una
década. Tras la muerte de su madre, acaecida en 1897, su herma
na, que entretanto había enviudado en Paraguay, se encargó de su
cuidado. Elisabeth Fórster-Nietzsche se había instalado en Weimar.
En su casa, al mismo tiempo que cuidaba a su hermano, reunía sus
libros, manuscritos y notas. Muy pronto Elisabeth, incluso en vida
de su hermano, comenzó la comedia y la falsificación que sería el
origen de la leyenda de Nietzsche. El nunca llegó a saberlo. Murió
el 25 de agosto de 1900, y fue enterrado junto a su padre en el
cementerio de Rócken. Pocos años después se extendería por todo
el mundo la fama del mejor augur del nihilismo europeo.
- 184-
Cronología
1865 Prosigue sus estudios en Leipzig. Primer contacto con la obra de Scho
penhauer.
-185-
(aparece en 1874). Escribe La filosofía en la época trágica de los griegos
(publicado en sus obras postumas).
1878 Wagner escribe a Nietzsche por última vez y le envía el Parsifal (3 de enero).
Mayo: última carta de Nietzsche a Wagner, enviándole Humano, demasiado
humano.
1883 Febrero: escribe en Rapallo la primera parte de Así habló Zaratustra (impresa
en 1883).
Desde diciembre: primer invierno en Niza.
1884 Enero: escribe en Niza la tercera parte de Asf habló Zaratustra (impresa en
1884).
Agosto: Heinrich von Stein le visita en Sils-Maria.
Noviembre-febrero de 1885: escribe en Mentón y Niza la cuarta parte de
Zaratustra (edición particular en 1885).
Más allá del bien y del mal (aparece en 1886).
- 186-
1888 Abril: primera estancia en Turín. Georg Brandes .da en la Universidad de
Copenhague unos cursos sobre «el filósofo alemán Friedrich Nietzsche».
Mayo-agosto: El caso Wagner. Termina los Ditirambos dionisíacos.
Agosto-septiembre: Crepúsculo de los ídolos (aparece en enero de 1889).
Septiembre: El Anticristo. Un intento de crítica del cristianismo (Transmuta
ción de todos los valores I).
Octubre-noviembre: Ecce Homo (aparece en 1908).
Diciembre: Nietzsche contra Wagner. Documentos de un psicólogo.
Karl Jaspers
Filosofar con Nietzsche supone una constante afirmación contra él. En el fulgor de su
pensamiento la misma existencia, analizada con esa ilimitada sinceridad no exenta
de riesgos que entraña la metodología asistemática de Nietzsche, se acrisola hasta
descubrir la verdadera autoconciencia de ser. Esta autoconciencia de ser sólo puede
experimentarse como lo que no se disipa en la existencia, ni en la objetividad del
mundo ni en la subjetividad del ser social, sino sólo en, la trascendencia, en la que
Nietzsche desemboca directamente y de la que quiere a toda costa liberarse. Pero el
rigor de la entrega total, tal como la llevó a cabo Nietzsche, es -a pesar de su rechazo
de la trascendencia- una alegoría y un arquetipo involuntario del destruirse por
medio de la trascendencia: ante Nietzsche crece el respeto como ante un fenómeno
incomprensible que fue diáfano en sus orígenes, pero no en nosotros.
Karl Lowith
En cuanto crítico de lo establecido, Nietzsche es al siglo XIX lo que Rousseau al XVM.
Es un Rousseau invertido: Rousseau por su crítica penetrante de la civilización
europea, e invertido porque sus normas críticas son exactamente opuestas a la idea
del hombre que tiene Rousseau.
En Zaratustra Nietzsche escarneció a este mundo de humanidad carcomida, y acuñó
la imagen del «último hombre». Su contrafigura es el superhombre. Esta idea, en
cuanto concepción filosófica para superar el nihilismo, no tiene un valor intrínseco
social ni un sentido político, pero de alguna forma se concreta indirectamente en las
reflexiones históricas de Nietzsche para «hombres excepcionales», y en su idea del
futuro «hombre dominador», que tendrán la misión de encauzar la existencia del
hombre gregario de la democracia hacia una meta.
Martin Hcidegger
No se ha alcanzado aún una opinión unánime sobre Nietzsche, ni tampoco existen
todavía los requisitos previos para ello. Hasta ahora Nietzsche ha sido alabado e
imitado, o bien denostado y utilizado. Su pensamiento y sus palabras gravitan aún
sobre el presente. Aún no estamos lo bastante lejos, históricamente, como para
hacer madurar un juicio crítico sobre qué es lo que hace tan poderoso al filósofo.
Desde hace mucho tiempo se dice en las cátedras de filosofía de Alemania que
Nietzsche no es un pensador riguroso, sino un «filósofo poeta». Nietzsche no es de
esos filósofos dedicados a cuestiones abstractas, vagas y alejadas de la vida. Aun
cuando se le defina como filósofo, debería concretarse más y entenderlo como un
«filósofo práctico». Este calificativo acreditado fomenta a la vez la sospecha de que la
filosofía sería para los muertos, y por ello, en el fondo, inútil y superflua. Este modo
de ver las cosas concuerda por completo con la opinión de aquellos que celebran a
- 188-
Nietzsche como el «filósofo práctico» que habría liquidado por fin el pensamiento
abstracto. Juicios como éstos sobre Nietzsche son tan corrientes como erróneos. Y
este error sólo será reconocido cuando el acuerdo con Nietzsche inicie a su vez un
acuerdo dentro del ámbito de la cuestión fundamental de la filosofía.
Ernst Bertram
Nietzsche parece aunar en su persona, tan alabada como vilipendiada, el destino y el
•recuerdo de muchos de sus precursores. Nietzsche aparece hoy como el último gran
heredero de los que llevan dentro de sí el espíritu de oposición luciferino, una
oposición inexplicablemente unida a la nostalgia divina y que es casi idéntica a ella;
es el heredero del orgullo prometeico, de la tendencia prometeica hacia el nuevo
hombre divinizado y sin dioses, el heredero de la orgullosa resignación prometeica.
Heredero y hermano en el destino de todos aquellos que no sólo aspiran, como
Goethe, a la luz desde la oscuridad, sino que también, una vez en ella, sienten cómo
una profunda necesidad les impulsa de nuevo hacia la oscuridad, hacia la duda; de
aquellos cuya naturaleza «una y doble», como la de Proserpina, pertenece a dos
reinos del alma. Nietzsche, el asesino de Dios, es también, a su modo, el anunciador
de un dios, un dios él mismo, con dos nombres: diáfano uno, oscuro e inextricable el
otro. Es como el Eros de Platón y el «dos veces nacido» Dionisos.
Georg Lukács
En Nietzsche, el principio de la apologética indirecta se trasluce también en el estilo:
su actitud agresiva y reaccionaria hacia el imperialismo se expresa a través de gestos
hiperrevolucionarios. Ataca a la democracia y al socialismo, y estos ataques, junto
con su mito del imperialismo y su invitación a una actividad bárbara, pretenden una
revolución sin precedentes, una «transmutación de todos los valores», un «crepúscu
lo de los ídolos»: es la apologética indirecta del imperialismo en cuanto pseudorrevo-
lución demagógicamente eficaz.
Gottfried Benn
Realmente todo lo que mi generación discutía, rumiaba en su interior, experimenta
ba y analizaba en detalle, ya lo había explicado y apurado antes Nietzsche, le había
encontrado una formulación definitiva; todo lo demás era exégesis. Su naturaleza
brillante, tempestuosa y amante del peligro, su elocución llena de nervio, su priva
ción de cualquier idilio o de cualquier argumentación o razón genérica, su interpre
tación de la psicología del instinto, de lo constitucional como causa, de la psicología
como dialéctica -el «conocimiento como compasión»-, todo el psicoanálisis, todo el
existencialismo: he aquí su obra. Nietzsche es, y esto se ve cada día con mayor
claridad, el gran gigante de la época posterior a Goethe.
Ahora hay quienes afirman que Nietzsche es un político peligroso. Bajo este criterio
hay que examinar, en realidad, a los políticos. Son personas que, cuando utilizan la
retórica, se esconden siempre tras los argumentos de espíritus a los que no com
prenden, de los genios del intelecto. ¿Qué culpa tiene Nietzsche de que los políticos
se encarnasen en él? Nietzsche intuyó el fenómeno, cuando en junio de 1884
escribió a su hermana que le horrorizaba pensar cuántas veces en el futuro se
apoyarían en él para intentar probar cosas sin fundamento y ajenas a su pensamien
to. Decía además que quería cercar su pensamiento «para que no irrumpan en mis
jardines los cerdos ni los fanáticos». A pesar de todo es digno de reseñar que,
durante uno de sus periodos creativos (Zaratustra), Nietzsche estuvo sometido a
ideas darwinistas: creía en la selección de los fuertes, en la lucha por la existencia, en
la que sólo vencen los mejores. Fue éste el prisma que adoptó para enriquecer su
- 189-
visión y no la contemplación de las leyendas de santos. Con toda seguridad, Nietz
sche hubiera abominado de la bestia rubia que vendría después. Como persona,
Nietzsche era un menesteroso, un hombre íntegro y puro: un gran mártir y un gran
hombre. Podría añadir aún que fue un terremoto que convulsionó a mi generación,
y el mayor escritor en lengua alemana desde Lutero.
Thomas Mann
La filosofía no es, para la humanidad, fría abstracción, sino vida, sufrimiento y
sacrificio: así podrían resumirse las ideas y el ejemplo de Nietzsche. Ha sido empuja
do hacia las orillas del malentendido grotesco; en realidad el país al que tendía con
todas sus fuerzas era el futuro; y a los ojos de gentes que ya habitan su futuro
-como nosotros, que hemos contraído tantas deudas con él en la juventud-, Nietz
sche aparece como una figura de tragedia, llena de ternura y respeto, iluminada por
el relámpago de esta época de transición.
-190-
Bibliografía
-191-
BIBLIOTECA SALVAT DE
GRANDES BIOGRAFIAS