Creacionismo y Evolucionismo
Creacionismo y Evolucionismo
Creacionismo y Evolucionismo
El tema que nos ocupa constituye uno de los argumentos del debate cultural de
nuestro tiempo. A modo de ejemplo, podemos citar dos libros publicados recientemente
en Italia. En el primero, del filósofo Orlando Franceschelli, se sostiene que las
mutaciones casuales y la selección natural supondrían la confutación de la teología
natural por parte del naturalismo darwiniano, y harían plausible el paso del
creacionismo al naturalismo.1. En el segundo, de Telmo Pievani, profesor de filosofía
de la ciencia de la Universidad de Milán-Bicocca, ya desde la portada se presenta la
siguiente proclama: «La evolución es un hecho. Quien se lanza contra Darwin no lo
hace por amor a la verdad. Quien quisiera enseñar en las escuelas el teorema del
"proyecto inteligente" tiene en mente una sociedad antimoderna, condicionada por
valores religiosos invasivos y dogmáticos».2 (pongo estos números del 1 al 33, que
corresponden a las citas al pie de página, pero que en esta oportunidad están al final de
este texto).
Como hacía notar el Papa Juan Pablo II, «La razón última para que el hombre
viva, respete y proteja la vida del hombre está en Dios. ¡Y el fundamento último del
valor y de la dignidad del hombre, del sentido de su vida, es el hecho de que es imagen
y semejanza de Dios!».3. Si se cuestiona este fundamento último, entonces todo se pone
en juego.
En el tema que nos ocupa, lo primero que es necesario hacer es aclarar los
términos, pues de lo contrario corremos el riesgo de caer en confusiones y equívocos,
como a menudo sucede en los que abordan estas cuestiones. Muchas veces, en efecto,
no se distingue entre evolución y evolucionismo, por una parte, así como tampoco entre
creación y creacionismo, por otra parte. Y si queremos ser más precisos, también hay
que evitar la confusión entre creacionismo y teología natural, como sucede en el caso
del primer autor que citamos en nuestro estudio.
1. Evolución y evolucionismo; Creación y Creacionismo
Comencemos, por tanto, aclarando qué entendemos en este artículo por los
términos que tratamos de precisar para evitar equívocos:
Por otra parte, existen todavía muchas cuestiones abiertas, como el origen de la
vida, el origen del hombre, el influjo del ambiente, la cuestión de los caracteres
adquiridos, la "macroevolución", las discontinuidades en los registros fósiles, las
"explosiones biológicas", etc.
Existe una rica tradición teológica sobre el tema y la doctrina de la creación, que
sería muy amplio tratar aquí.6 Sin embargo, creo que conviene hacer notar un aspecto
que viene al caso para el tema que nos ocupa: la verdad de la creación no es sólo una
verdad de fe, es decir, de carácter sobrenatural, sino también de razón, es decir,
accesible a nuestra mente en su ejercicio natural. Tal verdad no es evidente de modo
inmediato, por lo que requiere de una demostración, pero ésta es posible, al menos en
línea de principio, aunque de hecho muchas veces no se alcance, por la defectibilidad y
el oscurecimiento de nuestra razón como una de las consecuencias del pecado original y
del estado de naturaleza caída. Estamos hablando aquí, ciertamente, en un contexto
teológico, pero nos parece bastante evidente el hecho de la precariedad y falibilidad del
entendimiento, sin caer en un derrotismo o falibilismo extremo, que no sería admisible.
La doctrina de la creación es, por tanto, una verdad no sólo religiosa (sostenida
por las tres grandes religiones monoteístas: el judaísmo, el cristianismo y el islamismo),
sino también racional, aunque no de carácter científico, sino más bien filosófico. La
verdad de la creación es accesible también a la razón natural, sin necesidad de una
revelación sobrenatural. En efecto, se da una revelación natural de Dios a través del
mundo, como se afirma tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento: De la
grandeza y hermosura de las criaturas se llega, por analogía, a contemplar a su Autor
(Sab 13,5). Lo invisible de Dios, desde la creación del mundo, se deja ver a la
inteligencia a través de sus obras: su poder eterno y su divinidad (Rm 1,20).
e) Por otra parte, está la cuestión del así llamado proyecto inteligente
("intelligent design"), expresión un tanto ambigua, como veremos, que algunos
consideran como una versión sofisticada y actualizada del creacionismo. Sin embargo,
no se identifica del todo con éste, pues algunos de sus fautores admiten la evolución,
pero no el evolucionismo. También aquí hay que tener en cuenta que existen diversas
versiones, algunas de ellas más cercanas a las posiciones del creacionismo y otras, en
cambio, dispuestas a admitir procesos de carácter evolutivo, pero lo común de ellas
consiste en su intento de oponerse al evolucionismo, sobre todo en su negación de la
existencia de un finalismo o un proyecto en el desarrollo de los procesos naturales,
sobre todo de los biológicos.
3. La posición de la Iglesia
a) En primer lugar, habría que aclarar por qué la Iglesia trata esta cuestión,
sobre todo para poner en claro que no se trata de una invasión de campo, como algunos
sostienen. En efecto, la Iglesia no pretende tratar cuestiones que son propiamente de
carácter científico, lo cual deja a la investigación de los especialistas. Sin embargo, la
Iglesia siente el deber y la tarea de intervenir para aclarar las consecuencias de
naturaleza ética y religiosa que algunas de estas cuestiones suscitan, ya que esto forma
parte de su misión pastoral:
«En virtud de su misión propia, la Iglesia tiene el deber de estar atenta a las
incidencias pastorales de su palabra. Conviene aclarar, ante todo, que esta palabra debe
corresponder a la verdad. Pero se trata de saber cómo tomar en consideración un dato
científico nuevo, cuando parece contradecir alguna verdad de la fe».16.
Así lo hizo notar el mismo Papa Juan Pablo II en su famoso mensaje del 25 de
octubre de 1996 sobre el tema de la evolución:
«Me alegra el primer tema que habéis elegido, el del origen de la vida y de la
evolución, tema esencial que interesa mucho a la Iglesia, puesto que la Revelación, por
su parte, contiene enseñanzas relativas a la naturaleza y a los orígenes del hombre».
«Tanto en el campo de la naturaleza inanimada como en el de la animada, la evolución
de la ciencia y de sus aplicaciones, plantea interrogantes nuevos. La Iglesia podrá
comprender mejor su alcance en la medida en que conozca sus aspectos esenciales. Así,
según su misión específica, podrá brindar criterios para discernir los comportamientos
morales a los que todo hombre está llamado, con vistas a su salvación integral».17.
b) La Iglesia, en línea de principio, no ve que haya conflicto entre la teoría
científica de la evolución - entendida correctamente, es decir, precisamente como teoría
científica, y no como ideología o concepción filosófica que pretenda negar la causalidad
divina o el finalismo, o pretenda sostener el materialismo- y la doctrina de la creación.
f) Por otra parte, con respecto a la cuestión del finalismo en los fenómenos
naturales, podemos citar algunos textos recientes que lo sostienen. Quizá el más amplio,
explícito y elocuente es el que presentamos a continuación: «La evolución de los seres
vivientes, de los cuales la ciencia trata de determinar las etapas, y discernir el
mecanismo, presenta una finalidad interna que suscita la admiración. Esta finalidad que
orienta a los seres en una dirección, de la que no son dueños ni responsables, obliga a
suponer un Espíritu que es su inventor, el Creador. [...] A todas estas 'indicaciones'
sobre la existencia de Dios creador, algunos oponen la fuerza del caso o de mecanismos
propios de la materia. Hablar de caso para un universo que presenta una organización
tan compleja de elementos y una finalidad en la vida tan maravillosa, significa renunciar
a la búsqueda de una explicación del mundo como nos aparece. En realidad, ello
equivale a querer admitir efectos sin causa. Se trata de una abdicación de la inteligencia
humana que renunciaría a pensar, a buscar una solución a sus problemas. En conclusión,
una infinidad de indicios empuja al hombre, que se esfuerza por comprender el universo
en que vive, a orientar su mirada al Creador. Las pruebas de la existencia de Dios son
múltiples y convergentes. Ellas contribuyen a mostrar que la fe no mortifica la
inteligencia humana, sino que la estimula a reflexionar y le permite comprender mejor
todos los 'porqués' que plantea la observación de lo real»23.
Por otra parte, hay que presentar la teoría de la evolución como una teoría
científica, con los argumentos a favor, pero también reconociendo sus límites y sus
cuestiones abiertas, y no como ideología, como una especie de dogma absoluto,
definitivo, intocable e indiscutible. Para concluir, de cara al tema más general de la
relación ciencia - fe, quisiera hacer notar el hecho de que aún hoy no faltan científicos
que, partiendo de una posición escéptica, agnóstica o incluso atea, llegan después de
todo a descubrir a Dios. Por ejemplo, Francis S. Collins, director del Human Genome
Project, y uno de los científicos más importantes de nuestro tiempo, en su libro The
Languaje of God30, habla de una evolución teísta, según la cual Dios habría creado el
universo y se habría servido de la evolución para crear al ser humano. El caso de uno de
los más grandes astrofísicos del s. XX, Fred Hoyle, es bastante elocuente. Siendo un
agnóstico declarado, no pudo menos que reconocer que sería increíble un universo tan
bien armonizado [fine-tuned] sin admitir la existencia de Dios.
Su posición de cara a la cuestión del origen de la vida es aleccionadora. En el
libro que escribió junto con Chandra Wickramasinghe, Evolution from Space (1981),
sostiene la improbabilidad de que surja la vida espontáneamente desde la 'sopa
primordial'. A este respecto, Hoyle se sirve de dos imágenes muy elocuentes: en la
primera afirma que creer que la primera célula se originó por casualidad es como creer
que un tornado que pasara por un depósito de partes de aviones pudiera producir por
puro azar un Boeing 747. Asimismo, Hoyle equiparó la probabilidad de obtener por azar
una sola proteína funcional por combinación casual de aminoácidos con la solución del
famoso cubo de Rubik por parte de una multitud de hombres ciegos que llenara todos
los planetas del sistema solar tratando simultáneamente de resolverlo. La conclusión de
Hoyle era bastante lógica: «El origen del universo, como la solución del cubo de Rubik,
requiere de una inteligencia». Así, Hoyle no duda en afirmar que: «A medida que los
bioquímicos profundizan en sus descubrimientos sobre la imponente complejidad de la
vida, resulta evidente que las probabilidades de un origen accidental son tan pequeñas
que deben descartarse por completo. La vida no puede haberse producido por
casualidad»31.
«There were two factors in particular that were decisive. One was my growing
empathy with the insight of Einstein and other noted scientists that there had to be an
Intelligence behind the integrated complexity of the physical Universe. The second was
my own insight that the integrated complexity of life itself - which is far more complex
than the physical Universe - can only be explained in terms of an Intelligent Source. I
believe that the origin of life and reproduction simply cannot be explained from a
biological standpoint despite numerous efforts to do so».32.
«En el momento actual parece que la ciencia nunca podrá levantar la cortina del
misterio de la creación. Para el científico que ha vivido con la fe en el poder de la razón,
el libro termina como una pesadilla. Ha escalado las montañas de la ignorancia; está a
punto de conquistar la cima más elevada; cuando se remonta sobre la última roca, le
saluda un grupo de teólogos que están sentados allí desde hace siglos».33.
NOTAS
20 Cf. JUAN PABLO II, audiencia general del 2 de enero de 1980, cuando
habla de una antropología adecuada, contraponiéndola «al reduccionismo de tipo
"naturalístico", que frecuentemente va junto con la teoría evolucionista acerca de los
comienzos del hombre».
29 S. L. Jaki, Intelligent Design?, Real View Books, Port Huron, MI, 2005,
pp. 22-23 (traducción mía). 30 Cf. F.S. COLLINS, The Languaje of God: A Scientist
Presents Evidence for Belief, Free Press, 2006. 31 F. HOYLE, El Universo inteligente,
I, 1. Ed. Grijalbo. Barcelona, 1984.