La Reincidencia y El Principio de Culpablidad
La Reincidencia y El Principio de Culpablidad
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Doctrina
Nota de Redacción: Sobre el tema ver, además, los siguientes trabajos publicados en El Derecho: La teoría
humanitaria de la pena, por Clive Staples Lewis, ED, 250-729; Revisión histórica, filosófica y científica de la crimi-
nología, por Osvaldo N. Tieghi, EDPE, 04/2004-29; Los delitos de convicción. Una perspectiva desde la teoría
de la pena. Su específica incidencia en la operación de mensura de la sanción, por Adrián Patricio Grassi, EDPE,
10/2006-5; El garantismo individualista y su constitución ad hoc, por Federico Pithod, ED, 271-945; Prisión pre-
ventiva y reincidencia: El fallo “Mannini” de la Corte Suprema de Justicia de la Nación. Una solución justa con
fundamentos inasibles, por Ernesto J. Ferreira, EDPE, 03/2009-5; Sebastián Soler y la pena de muerte, por Julio
Chiappini, ED, diario n° 14.433 del 25-6-18; El delito penal desde una perspectiva iusnaturalista, por Patricio Luis
Hughes, ED, diario n° 14.438 del 2-7-18. Todos los artículos citados pueden consultarse en www.elderecho.com.ar.
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Por tal motivo, el citado doctrinario considera que la reincidencia, como agravación de la
pena, encontraría su comprobación en la forma de vida del procesado. De esta forma, el principio
de culpabilidad experimentaría un proceso regresivo, peligroso y antigarantista de la culpabilidad
por la “conducción de vida”.
Tal pensamiento emerge con claridad en el precedente “Gramajo”, registrado en Fallos:
329:3680, de la Corte Suprema, con voto del ministro Raúl Zaffaroni, indicó que la agravación
punitiva por reincidencia vulneraría, por un lado, el principio constitucional non bis in idem (art.
18 de la CN), que prohíbe la aplicación de una nueva pena por un hecho delictivo para quien ya
hubiese sido sancionado por ese hecho, creando una categoría de personas llamadas reincidentes,
a quienes el derecho penal les impondría un tratamiento más riguroso en virtud de otros hechos
ocurridos, juzgados y compurgados en el pasado. Asimismo, este instituto de agravamiento
penal sería contrario al principio de reserva, en lo que respecta a la autonomía moral de la per-
sona, consagrado en el art. 19 de la Carta Magna, el cual no permite la imposición de una pena
a ningún habitante en razón de lo que la persona es o su personalidad, sino únicamente como
consecuencia de la conducta lesiva que dicha persona haya cometido.
Emerge, por tanto, con claridad de los considerandos de dicho decisorio que el instituto de
la reincidencia contraría al espíritu y letra de la Constitución.
En contraposición con esta postura existe otra mirada respecto del régimen de agravación
por reincidencia.
Lo que se tiene en cuenta para su aplicación –y en ello radica su fundamento– es la de-
mostración de la mayor inadaptabilidad de quien así se conduce ante la sociedad, violentando
pertinazmente su tranquilidad y su seguridad pese a la o las advertencias previas. Parece claro
que las disposiciones relativas a la reincidencia están unidas indefectiblemente al concepto de
la habitualidad como reveladora del hábito de delinquir, así como a todo aquello que demuestre
la mayor peligrosidad de quien perpetra un delito, peligrosidad a la que alude el art. 41, inc. 2º,
del cód. penal. Por tanto, quien delinque más de una vez denota una conducta a la que el Estado
debe asignarle relevancia.
En tal sentido y en relación con los planteos que se vislumbran en el fallo “Gramajo”, exis-
ten dos formas de refutar esos planteos. Respecto del principio non bis in idem, dicha objeción
es descartada teniendo en cuenta que el régimen de reincidencia funciona como un ajuste de la
pena por el nuevo delito.
Similar situación ocurre respecto del principio que prohíbe la adopción de un derecho
penal de autor. En este caso, la mayor gravedad en la sanción que el Código Penal atribuye al
reincidente se aplicaría como respuesta al mayor grado de culpabilidad que revelaría esa persona
en la comisión del nuevo delito a raíz del desprecio que manifiesta por la pena, en comparación
con aquel que cometiera un hecho equivalente sin haber cumplido pena con anterioridad. A la
luz de esta interpretación, el régimen de agravación por reincidencia no importaría una forma de
castigo relacionado al carácter propio de la persona, ni respondería a un juicio sobre el proyecto
de vida que ella ha elegido realizar. Por el contario, la agravación reflejaría una evaluación de la
responsabilidad personal del autor por la comisión del nuevo delito, habiendo tenido la posibilidad
concreta y cierta de tener otra conducta.
En definitiva, no se trata de que se condene a una persona dos veces por el mismo hecho
ni por la sola circunstancia de que registre condenas anteriores.
En la misma sintonía, el Procurador Fiscal Eduardo Casal, al expedirse en el caso “Aré-
valo”, y reeditando los argumentos que expusiera el juez Petracchi en su voto en el precedente
“Gramajo”, expresa que la reincidencia, tal como se encuentra definida en el art. 50 del cód.
penal, es un indicador razonable de una culpabilidad mayor. En efecto, la culpabilidad respecto
de un hecho delictivo se vincula íntimamente con la capacidad de la persona de “comprender la
criminalidad” del hecho que comete. En tal sentido, el previo cumplimiento efectivo de una pena
podría asegurar esa comprensión. Al menos, con base en la teoría preventiva especial positiva,
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ese sería el objetivo que cabe razonablemente atribuir a la pena: la readaptación de una persona
mediante la internalización de normas de convivencia. Esto echaría por tierra la interpretación
de la reincidencia como estandarte que propugna la adopción de un derecho penal de autor.
Ahora, y más allá de cuestiones doctrinarias y jurisprudenciales, corresponde decir que,
aunque esto contravenga cierta lógica de la época, la miseria no libera a nadie de su respon-
sabilidad criminal ni la injusticia social convierte en justa atrocidad alguna. Pero tampoco se
puede tener una visión sesgada ni acética de la realidad, desconociendo el estado actual de
nuestro sistema carcelario, en el que las personas condenadas conviven con algunos de los peo-
res delincuentes y además son sometidos a un trato punitivo cruel, inhumano y degradante, a
consecuencia del hacinamiento y ausencia de mínimas condiciones de higiene. Las cárceles se
han convertido en verdaderas “escuelas del crimen”, obteniendo como resultado un recrudeci-
miento de los problemas que luego denunciamos. Esta situación desesperante es claramente el
germen de la reincidencia, ya que el resultado no es otro que el esperable: tenemos más presos
y con mayores penas, y sin embargo los niveles de reincidencia son cada vez mayores y, como
si fuera poco, nuestra sociedad sufre más crímenes más violentos. En ese ínterin, al recluso no
se le otorga ningún instrumento superador –educación, oficios, etc.– como para que tenga una
oportunidad cierta dentro de la sociedad. Solo odio y capacitación criminal. Esto nos coloca
lejos del modelo de reinserción social que hemos adoptado en nuestra Carta Magna y los pactos
internacionales suscriptos.
Y a ello se adunan las consecuencias jurídicas negativas del instituto: 1) la imposición de la
reclusión por tiempo indeterminado cuando fuera múltiple (art. 52 del cód. penal), cuya constitu-
cionalidad es bastante dudosa, y 2) impide la obtención del beneficio de la libertad condicional
(art. 14 del cód. penal).
Respecto de este último apartado vale mencionar que la pérdida del derecho a aspirar al
régimen de libertad condicional del art. 13 del cód. penal no importa privar al interno del acceso
a otros mecanismos de atenuación paulatina de las restricciones propias de las penas de encierro
carcelario, esto es, alguna modalidad de egreso anticipado de la prisión.
Ante este estado de situación encontramos el criterio de algunos jueces de ejecución que in-
tentan “rescatar” al recluso de este posgrado delictivo al beneficiarlos con esas salidas anticipadas
en respuesta a la realidad –ya mencionada– que les toca vivir a las personas condenadas, como si
un médico le diera el alta a un paciente ante el riesgo palmario de contagiarse un virus intrahos-
pitalario y agravar su cuadro inicial. Yendo al caso que ejemplifica, un juez de ejecución penal
de La Plata, aplicando dicho criterio, hace poco tiempo atrás concedió el beneficio de la libertad
asistida a un recluso reincidente, quien terminó provocando la muerte de una menor de 12 años.
¿Cómo romper con esta realidad perversa a la que asistimos y que parece retroalimentarse?
Reconociéndola y asumiendo cada parte de la sociedad su cuota parte de responsabilidad.
Tenemos hoy una gran parte de la ciudadanía indignada, que requiere a viva voz seguridad
y justicia. Por un lado, un Estado inactivo, incapaz de responder a la demanda de prevención
del delito (fuerzas de seguridad) y de proveer las condiciones mínimas enderezadas a lograr el
cumplimiento digno de la pena (servicio penitenciario). Por otra parte, el sistema judicial, en
particular los jueces, que no deberían atarse a ideologías duras, pues no debe existir una visión
encorsetada de la realidad.
En definitiva, son muchos los que deben asumir su responsabilidad en este proceso de
construcción colectiva de la violencia social y el delito.
De cara a lo que hoy tenemos, resulta evidente que se necesita un nuevo paradigma, que
reivindique ciertos valores y deseche teorías inconducentes a ese fin.
Debe considerarse que la pena lleva implícita una función expresiva del Estado mediante la
cual se revelan aspiraciones y deseos de una sociedad; una de ellas es la intención de sancionar
a quien resulte culpable de un delito (culpabilidad) y erradicar determinadas manifestaciones de
afectación de derechos al reprobar ciertas conductas delictivas (reprochabilidad).
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