1 - Padres Que Odian

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Padres que odian -Introducción-

Padres Que Odian (Susan Forward)

Claro que mi padre solía golpearme, pero sólo para hacerme entrar en vereda. No entiendo qué tiene
que ver eso con que mi matrimonio se derrumbe.

GORDON

Gordon, un excelente cirujano ortopedista, vino a verme cuando su esposa lo abandonó después de seis
años de matrimonio. Estaba desesperado intentando conseguir que volviera, pero ella le elijo que ni
pensara en esa posibilidad mientras no realizara una terapia para modificar su temperamento
incontrolable. Los súbitos estallidos de cólera de Gordon le daban miedo, y además estaba agotada por
sus críticas implacables. Él reconocía su temperamento colérico y sabía que podía ser machacón, pero
aun así se quedó espantado cuando su mujer lo dejó.

Le pedí que me hablara de sí mismo, y mientras lo hacía fui orientándolo con algunas preguntas. Cuando
le interrogué acerca de sus padres, sonrió y me pintó un cuadro resplandeciente, en especial de su
padre, un distinguido cardiólogo: Sin él, yo no habría llegado a ser médico. Él es el mejor, y todos sus
pacientes lo consideran un santo

Cuando le pregunté cómo era ahora su relación con su padre, se rio con nerviosismo y dijo:

Era estupenda ... hasta que le dije que estaba pensando en introducirme en la medicina holista.
Reaccionó como si yo quisiera convertirme en un asesino. Hará unos tres meses que se lo dije, y ahora
cada vez que hablamos empieza a vociferar diciendo que él no me envió a la facultad de medicina para
que terminara haciéndome curandero. Y ayer se puso realmente pesado. Se alteró tanto que me dijo
que debía olvidarme de que alguna vez había formado parte de su familia, y eso me dolió realmente. No
sé, tal vez lo de la medicina holista no sea tan buena idea.

Mientras describía a su padre, que evidentemente no era tan maravilloso como él había querido
hacerme creer, observé que empezaba a cruzar y descruzar las manos con gran agitación. Cuando se dio
cuenta ele lo que hacía, se controló, uniendo las puntas de los dedos, como suelen hacerlo los
profesores cuando están en su cátedra: un gesto que podía haber copiado de su padre. Le pregunté si el
padre había sido siempre tan tiránico.

No, en realidad no. Quiero decir que gritaba y vociferaba mucho, y alguna que otra vez me sentó la
mano, como pasa con cualquier niño. Pero yo no diría que era un tirano.

Algo en el tono con que dijo sentar la mano, algún sutil cambio emocional en su voz me llamó la
atención. Le pedí más detalles. ¡Resultó que su padre le había, sentado la mano, dos o tres veces por
semana, y con un cinturón y él no necesitaba hacer mucho para incurrir en un castigo: una palabra
desafiante, un boletín de notas no del todo satisfactorio o una obligación olvidada ya eran, suficiente
delito! Tampoco era muy cuidadoso el padre en cuanto a dónde azotaba a su hijo. Gordon recordaba
que le había pegado en la espalda, en las piernas, brazos, manos y nalgas. Le pregunté hasta qué punto
lo había herido físicamente.

GORDON: No me hacía sangrar ni nada; quiero decir que yo siempre salía bien. Sólo necesitaba ser
obediente.

SUSAN: Pero usted ¿le tenía miedo o no'

GORDON: Un miedo De muerte, pero ¿acaso no es siempre así con los padres

SUSAN: Gordon, ¿es eso lo que usted quiere que sientan sus hijos por usted' (Evitó mirarme a los ojos.
se sentía sumamente incómodo. Acerqué más mi silla.)

SUSAN: Su mujer es pediatra. Si en su consulta viera un niño con las mismas marcas en el cuerpo que le
quedaban a usted cuando su padre le, sentaba la mano, ¿no tendría la obligación legal de denunciarlo a
las autoridades No fue necesario que respondiera. Los ojos se le llenaron de lágrimas y susurró:

GORDON: Se me ha hecho un nudo terrible en el estómago.

Sus defensas se habían derrumbado. Con un terrible dolor emocional, había descubierto por primera vez
la fuente primaria, y durante tanto tiempo oculta, de su mal genio. Desde su niñez venía sofocando un
volcán de cólera contra su padre, y cada vez que la presión subía demasiado, él estallaba contra
cualquiera que tuviese a su alcance, generalmente su mujer. Entonces supe lo que teníamos que hacer:
reconocer y sanar al niñito maltratado que Gordon llevaba dentro.

Esa noche, cuando llegué a casa, seguía pensando en Gordon, viendo sus ojos llenos de lágrimas al darse
cuenta de la forma en que lo habían maltratado. Pensé en los miles de hombres y mujeres adultos con
quienes había trabajado, y cuya vida cotidiana seguía estando influida e incluso controlada-

Por pautas establecidas durante su niñez por padres emocionalmente destructivos. Me di cuenta de que
debía de haber millones más que no tenían la menor idea de por qué su vida no funcionaba, y a quienes
era posible ayudar. Fue entonces cuando decidí escribir este libro.

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