Noah, Capítulo 01 - Armando Larios
Noah, Capítulo 01 - Armando Larios
Noah, Capítulo 01 - Armando Larios
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Depresión y Obsesión
Cada problema comienza con un trauma, en realidad nunca supe cuál era el mío.
Conocí a Augusto cuando tenía ocho años, cuando me expulsaron del jardín de niños por romperle
la nariz a un niño contra el piso. Augusto fue mi psicólogo antes de convertirse en mi psiquiatra. Él
decía que hablar conmigo era como escuchar a dos personas vivir dentro de mí, alguien que podía
entenderlo, alguien que desde la primera vez que me escuchó hablar, pudo hacerlo. Al poco tiempo
fui diagnosticado con depresión y en algún momento llegó la ansiedad y con ello la obsesión.
Recuerdo que solía ir al psiquiatra todo el tiempo, mi padre
solía pelear con mi madre a causa de ello, a causa del
dinero que gastábamos en consultas o medicamentos,
puede que más allá de eso. Recuerdo nunca sentirme bien
la mayoría del tiempo, pero ¿Por qué? Eso ni siquiera yo
podía saberlo, porque cuando eres niño, creces, y tus
primeros recuerdos se desvanecen por completo.
Cuando tenía once años, mi hermana murió luego de dar su
primer hijo, Simon. Desde entonces, papá dejó de estar en
casa porque siempre trabajaba, mamá lo extrañaba, aun
cuando pensaba que él la engañaba. Jonás mi hermano,
robaba dinero y se drogaba, pero todos fingían que no lo
notaban. Por otro lado, yo me la pasaba con Augusto, porque a medida que pasaba el tiempo, mi
tratamiento no mejoraba y mis trastornos empeoraban.
A los catorce años, la muerte de mi hermana pasó a segundo plano. Mamá comenzó a beber, papá
se llenó de deudas y casi no podíamos vernos. Mi hermano se había vuelto un adicto, pero mis
padres lo idolatraban mientras que yo la mayoría de las veces les aborrecía con mis problemas al
punto de que pensaba que me detestaban. Y sin darme cuenta generé dependencia a los
medicamentos, y un día simplemente dejaron de pagarlos.
No tenía dinero para pagar un tratamiento, sin embargo, nadie sabía que seguía viendo a Augusto
todo el tiempo, cuando no sabía cómo me sentía o lo necesitaba, cuando en toda mi vida nunca hubo
nadie que realmente me ayudara. Y hacía esto cada vez que colapsaba, o cada vez que fingía
necesitar medicamentos porque sabía que de forma fácil él me los daba. Ya que luego de todos esos
años juntos creí que teníamos vínculo, o algún tipo de cariño que hacía que también se preocupara.
–Dices que el tiempo cambia, que las personas cambian, pero yo sigo varado aquí, sintiendo lo
mismo, empeorando…
–Si demás alrededor han cambiado ¿Por qué tu no hacerlo? Creo que nunca hubo momento en el
que no te dijera que lo mejor siempre sería cambiar, avanzar sin mirar atrás… –Viéndome a los
ojos, sonrió, yo confiaba en él, y entonces me abrazó.-. Y si las cosas no resultan como esperas,
estaré aquí para sostenerte como lo he hecho desde que eras un pequeño…
Esas palabras habían entrado en mi mente, pero por primera vez me había hecho sentir extraño…
Durante mi último año de secundaria, me di cuenta de que en toda mi vida jamás había tenido tantos
amigos, porque lo único que hice durante meses fue observar a chicos beber, fumar o drogarse.
Perdí la cuenta de las veces en las que dejé de estar en casa porque lo detestaba. En la escuela
seguía a aquellos que se escapaban de clases solo para perder el tiempo detrás de las aulas más
lejanas o debajo de las gradas del campo de la secundaria, lugares incomodos y asquerosos.
Cuando pasaba tiempo a su lado solamente los miraba y no decía ni una palabra, ya que, aunque
estuviese en su grupo, no formaba parte de él. Teníamos tan solo quince años, pero para ellos era
tan normal pelear por cigarrillos de marihuana, hablar mierda acerca de sus padres o de las chicas
que se cogían en las tardes… pero ¿Qué era lo que yo hacía? Preocuparme por mis calificaciones
cuando estuve a punto de perder ese año, porque todo había dejado de importarme y porque pensaba
que me sentía bien por eso, pero en fondo sabía que nunca me sentiría del mismo modo que ellos…
Creía que eso era una etapa y que me aburriría, algo que Augusto dijo que pasaría ya que las cosas
eventualmente mejorarían, pero eso no sucedió.
La relación con mi familia empeoró. Discutía con mi padre
inclusive cuando ni siquiera lo veía, reprendía mi madre
por beber a medianoche cuando nadie la oía llorar, o solo
pelear con Jonás por robar para luego culparme de ello. Y
creo que me acostumbré tanto a eso que cada vez me
reprendían o me golpeaban, ya no sentía preocupación o
mucho menos tristeza por ello.
Y si, pude darme cuenta de que era verdad, que los tiempos
cambian, que las personas cambian, pero el dolor y
resentimiento se guarda y se acumula, hace que tu cuerpo
se paralice y te duela la cabeza, como algo que retienes
durante tanto tiempo esperando que un día explote, sin
miedo, porque sabías que eso sucedería en cualquier momento.
–¡Es que es increíble como sigues haciendo esto, como todos siguen haciendo la misma mierda
mientras el niño casi se cae de las escaleras! –dije, azotando las manos sobre la mesa. Estaba
furioso, mi madre había estado bebiendo de nuevo-. Tuve que dejarlo en mi cuarto, llorando.
¡¿Dónde carajo están ustedes, al menos se preocupan por eso?!
–¡Cállate estúpido chamaco! ¡Que hablas, que si de verdad estuvieras preocupado no perderías el
tiempo allá fuera o llorando en el mugroso baño! –Sentada desde la mesa y con rabia, ella aventó la
botella en sus manos contra mi, golpeándome antes de que callera al piso y se rompiera-. ¡¿Ves lo
que acabas de hacer!?
–¿Hacer qué? ¿Hacer lo que tú no haces? ¡Siempre dices lo mismo! –Un nudo se había formado
garganta, nunca me había atrevido a gritarle de modo a mi madre-. Papá nunca está, Jonás se
droga todo el tiempo y tú te la pasas bebiendo. ¡Yo tampoco estoy bien, pero si igual me valiese un
carajo probablemente Simon ya estaría muerto al igual que su madre!
–Maldito mal agradecido… –Dijo, y por segundos tuvimos un total silencio-. No deberías referirte
así de tu hermana, como si ella no hubiese cuidado también de ti cuando eras un niño, porque de no
hacerlo tal vez serías tú el que estaría muerto.
––Nunca debió hacerlo… Tú, me obligaste a ir al médico, a
depender de medicamentos…
Cuando mi madre me escuchó decir eso, lágrimas de enojó
escurrieron de sus ojos. Se levantó de la mesa aventando la
silla en la cual estaba, tomó un vaso de cristal y se
abalanzó sobre mi con la intención de romperlo en mi
cabeza. Pude evitarlo al meter un brazo, logrando que el
cristal se partiese sobre el mismo para que luego de
segundos la sangre cayese al suelo.
Mascullé de dolor y con rabia empujé a mi madre.
–¡Estoy harto, harto de ti, de que me trates como a un
enfermo! ¡De que me eches en cara todo, como si tuviese la culpa de todo, de que papá no esté aquí
o de las cosas que hago cuando todas las aprendí de Jonás o de ti! –Mi brazo sangraba, y mi madre
se hallaba en el piso sollozando como si realmente le doliera oír miserables palabras…-. No me
importa si llamas a papá luego de esto, si le dices a Jonás que me pegue… pero si algo le pasa a ese
niño, realmente vas a desear que me hubiese muerto.
Esa pelea ocasionó que desde entonces mi madre pretendiese que le importaba Simon, que le
importaba hacer las cosas bien como un estúpido intento de dejar de beber, yendo a la iglesia,
cocinando, o dejando al imbécil de mi hermano a cargo.
Y diría que las cosas habían empeorado para mí, si no hubiese empezado a drogarme con los
medicamentos que Augusto me daba, solo porque de ese modo no tenía que fingir que me
importaba que mi madre probablemente me odiase u oír mi padre decir a través de la línea del
teléfono que cuando apenas cumpliera dieciocho sería mejor que me mudase.
Escondía frascos en cualquier lado de mi habitación, me encerraba solo para tomar píldoras y con
ello cerrar los ojos pensando que no existía. Algo que hacía en noches cuando mamá no estaba o
cuando todos dormían, pero en una ocasión eso fue diferente.
Estuve sentado, al borde de la cama, mirando todo en mis manos, pensando en tomarlo y morir en el
intento… pero Simon abrió la puerta y tallándose los ojos dijo:
–Tío… ¿P-podrías leerlo? –Preguntó desde el marco, con un pequeño libro roto, el primero que le
regaló mi padre en su primer cumpleaños-. Por favor…
Un hueco se formó en mi pecho. Tenía cuatro años, pero sus palabras eran más que claras, mis
lagrimas escurrieron así que solo me dirigí a el para cargarlo en brazos y besar su frente al decir:
–Claro, ni siquiera tienes por qué preguntarlo.
Ver a Simon dormirse luego de ello era algo que me hacía sentir vivo, por lo menos en una pequeña
parte de mí que no conocía. Era una ilusión que solamente duraba minutos antes cerrar el libro y
entonces volver al mundo real, sabiendo que lo único que me esperaba era el dolor y la soledad.
Esa noche recuerdo bajar lentamente por las escaleras, caminando en silencio a la cocina para
sorprender a Jonás robándole nuevamente a mamá, y aunque nunca me solía importar, aquella
ocasión simplemente no pude dejarlo pasar…
–Son casi las nueve, y mamá aún no vuelve. No bañaste y ni siquiera le diste de comer a tu sobrino,
acabo de dejarlo dormido.
–Bien, ese es tu trabajo –dijo, descaradamente sin siquiera mirarme.
–Deja de hacerte el tonto, a donde vas con el dinero.
-¿Y ti que carajo te importa? Dime, idiota –sin más, me empujó abriéndose paso-. No tardan en
pasar por mi así que guárdate la comida que tampoco la quiero… lo que hiciste sabía a mierda.
Nunca comprendí su odio hacía mí, nunca supe si solo se trataba de resentimiento, pero a pesar de
eso y de lo miserable que fuese, también me preocupaba por mi familia. Y no me importaba, si
moríamos de hambre o no lo hacíamos, pero cien gramos de coca no valían más que la comida de
un niño que no entendía lo que pasaba.
–¡Te hice una maldita pregunta! –exclamé tratando de tomarlo del brazo, pero él me soltó un
puñetazo.
–¡Ya cállate mierda, mejor lárgate a darle de comer a tu perro, a tu cuarto a masturbarte o llorar en
silencio como siempre lo haces! –Al verme en el piso, se acercó tomando mis hombros, hundiendo
sus dedos en ellos hasta que mis ojos llorasen de dolor-. Y no actúes como si te importara el dinero,
que tú también nos dejaste sin comer cuando fingías estar loco todo el tiempo, con tus estúpidas
terapías y tus mugrosos medicamentos.
–Yo no estaba fingiendo…
–¿Seguro? Okey, entonces yo no fingiré que no sé todo lo
que escondes debajo de tu cama o del dinero que seguro tu
también robas para gastarlo en medicamento o recetas
falsas… ¿De acuerdo?
Seguidamente de ello me golpeó fuertemente en el rostro, y
tomándome del cuello me llevó a la mesa para azotarme en
ella, apretándome hasta no poder respirar.
–Solo te diré… que si escucho que le dices algo a mamá o
a papá, o el pequeño imbécil de Simon lo hace, juro que
voy a romperte la madre.
Jonás comenzó a apretarme con mas fuerza. Yo me ahogaba y él solo sonreía…
De repente todo el ruido alrededor se silenció, una línea roja atravesó mis oídos y la inexpresión
apareció. Él me miró a los ojos pensando que había muerto, mientras que todo comenzó a volverse
rojo, borroso. Puede que él hubiese pensado en lo que haría si realmente me hubiese matado, pero
no pensó en la comida que había dejado sobre la mesa, en su sucio plato.
Tomé el plato, pero él demoro tanto en reaccionar que para ese punto ya se lo había roto en la cara,
cortando parte de su rostro. Mi hermano gritó de dolor y resbalándose con su propia sangre cayó al
piso. Aplasté fuertemente su entrepierna para para después sentarme sobre su pecho y tirar de su
cabello azotando su cabeza repetidas veces en el suelo.
No sabía lo que estaba haciendo, estaba despierto, pero había perdido totalmente el conocimiento.
Tomé cachó de cristal en el suelo e intenté apuñalarlo, pero él me detuvo al tomarlo en manos,
cortándose, así que repetidas veces lo intenté, viendo como angustiado intentaba, cortando sus
manos y con ello sangrando cada vez más… Entonces ahí supe que no quería matarlo, sino que solo
me divertía verlo mascullar de dolor, sufriendo al pensar que podía morir en medio de toda esa
preocupación…
Me harté, así que lo golpeé fuertemente en el rostro y tiré de su cabello, colocando el vidrio al inició
de su cuello… y de repente, comenzó a llorar, como yo tuviese en manos un arma a punto de
disparar.
Era un sentimiento de satisfacción indescriptible, verlo rogar del modo que a mi me hacía hacerlo
cada vez que me golpeaba…
–¡Por favor Noah… Qué es lo que te pasa, por favor para! –Exclamaba como si estuviese a punto de
desmayar de dolor-. Por favor…
No sabía si estaba a punto de matarlo o siquiera si sería capaz de hacerlo, pero el cerró los ojos y
simplemente dejó de moverse por lo que la sonrisa en mi rostro se borró rápidamente, y fue cuando
sentí todo el peso encima de mí.
Miré la puerta y ahí estaba Simon, mirándome en silencio… y detrás de él estaba mamá, con las
lágrimas escurriendo en el rostro sin decir ni una puta palabra porque finalmente todo,
absolutamente todo, se había ido a la mierda…
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-Noah (Cap. 01), Noah Herández. Por Armando Larios.
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