Veritates Splendor

Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1de 6

Arquidiócesis de Valencia

Seminario Mayor Arquidiocesano “Nuestra Señora del Socorro”


Afiliado a la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá
San Diego, Carabobo

-Alumno: William Isaías López Simons.


-Tutor: Pbro. Cristian Guerrero.

 “CARTA ENCICLICA VERITATIS SPLENDOR CAPÍTULO 2”


-Introducción:

En este informe sobre el segundo capítulo de la carta encíclica “Veritatis Splendor”,


introduciremos y conoceremos de manera precisa lo que la Iglesia nos enseña con respecto a la
moralidad, el pecado y los actos humanos, sumergiéndonos principalmente en un texto muy
famoso como es el del “joven rico” (Mt 19, 16-22), solo para iluminar la búsqueda concreta de
los bienes celestiales que no solo dependen de lo que pensemos, sino también de lo que la santa
madre Iglesia nos regala para educarnos.

La carta encíclica “Veritatis Splendor” en el capítulo segundo inicia con el diálogo del
“joven rico” (Mt 19, 16-22) y la relación con la moral de la Iglesia. Por su parte, esta tiene un
enfoque que va en concatenación al hombre y la relación que tiene con Dios, entre la moral
como bien y su búsqueda a la vida eterna, el seguimiento a Jesús (Mc 10, 17-22) y la gracia de
los dones del Espíritu Santo. También resalta la importancia que tiene la Sagrada Escritura (2
Tim 3, 16-17) y lo que de ella brota como fuente de reflexión teológica moral, así mismo se
plantean interrogantes fundamentales sobre la vida, el bien, el pecado, la felicidad, la muerte,
entre otros, y se destaca el papel de la Iglesia en proponer respuestas a través de la enseñanza
de Jesús. Por su parte, el Magisterio de la Iglesia se ocupa de discernir y aplicar la doctrina
sana, en un contexto donde se advierte la búsqueda de puntos clave que desvíen de la verdad.

En este primer punto de la encíclica que se titula “Conoceréis la verdad y la verdad os


hará libres” (Jn 8, 32), hace énfasis en la libertad humana, destacando que en la actualidad
existe una mayor conciencia sobre la dignidad de la persona humana y la libertad individual.
Claro está que, en otra manera de pensar, solo se hace hincapié al concepto erróneo de la
libertad, convirtiéndolo en libertinaje. Sin embargo, señala que algunas corrientes han exaltado
la libertad hasta considerarla un absoluto.
Aunado a esto, la cultura moderna cuestiona radicalmente la libertad, colocando en alto
los condicionamientos psicológicos y sociales que influyen en su ejercicio. Por ello, la libertad,
dentro del Magisterio, no se trata de algo superficial, más bien se resalta la idoneidad de la
misma que hace presencia en medio de nosotros en la persona de Jesús, colocando como
ejemplo el evangelio de Juan cuando Pilatos le pregunta a Jesús: ¿Qué es la verdad? (Jn 18,
38), pues el conocimiento de esta verdad nos hará caminar en la luz.

En este mismo orden de ideas, el documento nos ilustra con el libro del Génesis,
explicando que la facultad que el hombre tiene de decidir y elegir sobre el bien o el mal es una
facultad que pertenece únicamente a Dios. Sin embargo, el hombre es libre y puede comprender
y aceptar los mandamientos de Dios, puesto que su libertad no es ilimitada, ya que debe
obedecer la ley moral que Dios le ha dado. Por ello, la autonomía moral del hombre no
significa rechazar la ley moral, sino aceptarla, y la libertad y la ley de Dios deben
compenetrarse.

Por consiguiente, hay que resaltar que la ley natural implica la universalidad y la
inmutabilidad de ciertas determinaciones racionales establecidas en el pasado. La ley natural,
en su universalidad, no prescinde de la singularidad de los seres humanos, ni se opone a la
unicidad y a la irrepetibilidad de cada persona.

Por otra parte, encontramos dentro de esta encíclica lo que tiene que ver con la
conciencia como sagrario del hombre. En este mismo sentido, podemos profundizar un poco
más para comprender, según el Catecismo de la Iglesia Católica, lo que es la conciencia y lo
que es la conciencia como sagrario. De acuerdo con el Concilio Vaticano II, “en lo más íntimo
de su conciencia, el hombre descubre una ley que él no se da a sí mismo, sino a la que debe
obedecer y cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón”1.

La conciencia moral, según el Concilio Vaticano II, es el lugar donde el hombre


descubre una ley que no se da a sí mismo, sino a la que debe obedecer. Su voz resuena en los
oídos de su corazón, llamándole siempre a amar, a hacer el bien y a evitar el mal. Esta ley,
escrita por Dios en el corazón del hombre, es la base de su dignidad y será el criterio según el
cual será juzgado en sus acciones y decisiones.

1
Vaticano II, “Constitución Gaudium et Spes”, 16
En cuanto al juicio de la conciencia, se puede reconocer que es un aspecto fundamental
en la toma de decisiones morales, siendo vista como la capacidad de discernir entre el bien y el
mal. De esta forma, la conciencia es considerada como la voz de Dios dentro de cada persona.
El Catecismo de la Iglesia Católica enfatiza la importancia de seguir la propia conciencia,

La conciencia hace posible asumir -la responsabilidad- de los actos realizados. Si el


hombre comete el mal, el justo juicio de la conciencia puede ser en él el testigo de la
verdad universal del bien, al mismo tiempo que de la malicia de su elección concreta 2 .

1. Buscar la verdad y el bien

La conciencia, como juicio de un acto, puede estar sujeta a error debido a la ignorancia
invencible, lo cual no afecta su dignidad. Sin embargo, como señala la encíclica Veritatis
Splendor, “cuando el hombre no busca la verdad y el bien, la conciencia se puede ofuscar por
el hábito del pecado”3. Por ello, es importante que la conciencia esté iluminada por la verdad
objetiva para poder juzgar correctamente,

La conciencia buena y pura es iluminada por la fe verdadera. Porque la caridad procede


al mismo tiempo un corazón limpio, de una conciencia recta y de una fe sincera4.

La conciencia recta debe buscar la verdad y el bien, no conformarse con el mundo y


renovar constantemente la mente para discernir la voluntad de Dios. Asimismo, la dignidad de
la conciencia siempre deriva de la verdad objetiva, ya sea acogida por el hombre de forma
correcta o de manera errónea. Aunque el error de la conciencia pueda ser causado por una
ignorancia invencible, seguir un juicio erróneo no exime de responsabilidad moral. Es
importante formar la conciencia a través de la conversión a la verdad y al bien, mediante
actitudes virtuosas y la connaturalidad con el verdadero bien. Por consiguiente, la Iglesia y su
Magisterio ofrecen una ayuda invaluable para la formación de la conciencia, ya que anuncian y
enseñan la Verdad que es Cristo, así como los principios morales derivados de la naturaleza
humana.

2
Catecismo de la Iglesia Católica, “el dictamen de la conciencia”, 1781
3
Juan Pablo II, “Vertitatis Splendor”
4
Catecismo de la Iglesia Católica, la conciencia Moral, 1794.
2. La elección fundamental y los comportamientos concretos

En cuanto a la doctrina moral cristiana, reconoce la importancia de una elección


fundamental que compromete la libertad ante Dios, como la elección de la fe. Esta elección
fundamental se vincula estrechamente con los actos concretos, en los cuales el hombre se
conforma con la voluntad de Dios. Separar la opción fundamental de los comportamientos
concretos contradice la integridad personal del agente moral, ya que cada elección implica una
referencia a bienes y males indicados por la ley natural. La infidelidad a la opción fundamental
puede llevar a la pérdida de la gracia de Dios, incluso conservando la fe.

Es importante señalar que el hombre no podría permanecer fiel a Dios


independientemente de la conformidad de algunos de sus actos con las normas morales
específicas, lo cual sería contrario a la enseñanza de la Iglesia.

3. Pecado mortal y venial

En la doctrina de la Iglesia Católica, los pecados se clasifican en dos categorías


principales: mortales y veniales. Esta distinción no se refiere a la gravedad del acto en sí, sino a
las consecuencias espirituales que tiene para el alma del pecador. Algunos teólogos han
propuesto una revisión profunda de la distinción tradicional entre pecados mortales y veniales,
argumentando que la oposición a la ley de Dios, que causa la pérdida de la gracia santificante,
solo puede ser fruto de un acto que compromete a la persona en su totalidad, es decir, un acto
de opción fundamental. Según ellos, el pecado mortal se verificaría solo en el rechazo de Dios,
que se realiza a un nivel de libertad no identificable con un acto de elección consciente.

Sin embargo, el Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña que “El pecado mortal
destruye la caridad en el corazón del hombre por una infracción grave de la ley de Dios; aparta
al hombre de Dios, que es su fin último y su bienaventuranza, prefiriendo un bien inferior” 5.
Por consiguiente, se afirma que un acto grave, por su materia, no constituye un pecado mortal
si no se realiza con pleno conocimiento y consentimiento deliberado. Además, se advierte que
no se debe reducir el pecado mortal a un acto de “opción fundamental” contra Dios, ya que se
comete un pecado mortal cuando el hombre, sabiéndolo y queriéndolo, elige algo gravemente

5
Catecismo de la Iglesia Católica, 1855
desordenado, implicando un desprecio del precepto divino y un rechazo del amor de Dios hacia
la humanidad. Aunado a esto, el Catecismo de la Iglesia también nos enseña que,

“El pecado venial debilita la caridad; entraña un afecto desordenado a bienes creados;
impide el progreso del alma en el ejercicio de las virtudes y la práctica del bien moral;
merece penas temporales. El pecado venial deliberado y que permanece sin
arrepentimiento, nos dispone poco a poco a cometer el pecado mortal”6

Por ello, hay que tomar en cuenta que la importancia de la distinción entre pecados
mortales y veniales advierte sobre la disociación entre la opción fundamental y las decisiones
deliberadas de comportamientos determinados, que podría llevar al desconocimiento de la
doctrina católica sobre el pecado mortal.

5. El acto moral.

En cuanto al acto moral, se debe resaltar que, para el ámbito filosófico, se menciona
como piedra angular de la ética y se erige como una acción humana consciente, enmarcada en
un contexto social, que puede ser evaluada como buena o mala en función de principios éticos.
Asimismo, el documento que hemos estado estudiando hace énfasis en que la libertad del
hombre y la ley de Dios se manifiestan en los actos humanos, que son actos morales que
determinan la bondad o malicia de la persona que los realiza.

Así mismo, la encíclica Veritatis Splendor nos menciona en cuanto al actuar moral que
“Los actos morales son actos humanos en la medida en que proceden de la voluntad deliberada,
consciente y libre, y tienen por objeto un bien concreto”7

El obrar es moralmente bueno cuando testimonia y expresa la ordenación voluntaria de


la persona al fin último y la conformidad de la acción concreta con el bien humano, tal y
como es reconocido en su verdad por la razón. Si el objeto de la acción concreta no está
en sintonía con el verdadero bien de la persona, la elección de tal acción hace

6
Ibíd, 1863.
7
Carta encíclica “Veritatis Splendor”, 78.
moralmente mala a nuestra voluntad y a nosotros mismos y, por consiguiente, nos pone
en contradicción con nuestro fin último, el bien supremo, es decir, Dios mismo”.8

Por consiguiente, estos actos no solo afectan el entorno externo, sino que también
moldean la fisonomía espiritual de la persona. Por ello, como indica la encíclica Veritatis
Splendor, “la moralidad de los actos está ligada al bien auténtico, establecido por la sabiduría
divina que ordena a todas las criaturas hacia su fin último, que es Dios”9

Finalmente, la moralidad de un acto humano no se define solamente por las intenciones


detrás de él o por sus consecuencias, sino principalmente por su objeto, es decir, por la
naturaleza intrínseca del acto en sí mismo. Como enseña la Iglesia, “la razón y la ley natural
nos permiten discernir qué actos son ordenables al bien y al fin último que es Dios, y cuáles son
contrarios al bien de la persona y, por lo tanto, intrínsecamente malos”10.

La Iglesia enseña que "hay actos que son siempre y por su propia naturaleza
moralmente ilícitos, independientemente de las circunstancias o intenciones que los rodean"
(VS 80). Algunos ejemplos de estos actos son el homicidio, el genocidio, el aborto, la
eutanasia, las mutilaciones, la tortura, la esclavitud, la prostitución y otras formas de violencia
y explotación que atentan contra la dignidad humana.

Referencias Bibliográficas:

Juan Pablo II, “Carta Encíclica Veritatis Splendor”, recuperado el 24 de Abril del 2024 de:
https://www.vatican.va/content/john-paul-ii/es/encyclicals/documents/hf_jp-
ii_enc_06081993_veritatis-splendor.html#-3V

8
Ibíd, 72
9
Carta encíclica “Veritatis Splendor”, 73.
10
Ibíd, 80

También podría gustarte