Carta Encíclica Veritatis Splendor (Juan Pablo II)

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Capítulo II: "No os conforméis a la mentalidad de este mundo" (Rom 12,2)

• La libertad y la ley

«Del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás» (Gn 2, 17)

A partir de la interpretación de estos versículos, el papa realiza una reflexión donde lo que en síntesis se afirma es
que la libertad del hombre no llega tan lejos como para poder decidir él mismo lo que es bueno y lo que es malo.

La libertad del hombre es un regalo de Dios y está limitada, solamente Dios mismo es el Bien, solamente Él sabe qué
es bueno y que es malo para sus hijos. No hay conflicto posible entre libertad y ley, más bien es la Ley de Dios la que
garantiza la libertad humana.

Dios revela a los hombres lo que es bueno y malo para ellos (ley moral), escribiéndola en sus corazones,
manifestándola en los Mandamientos y en Cristo. Así la ley moral tiene su origen y fin en Dios y es la ley propia del
hombre.

• Conciencia y verdad

En este apartado, se aborda las teorías que proponen una interpretación creativa de la conciencia. Según éstas, la
conciencia no puede limitarse a aplicar normas universales, que no recogen las particularidades de las distintas
situaciones y personas. Por tanto, la conciencia estaría autorizada a salirse de la ley para justificar que se haga lo que
ésta prohíbe.

El Papa explica que la conciencia es testigo de la cualidad moral de la persona y de sus actos; por eso actúa
aplicando la ley al caso, pronunciando juicios de absolución y de condena. Lo que sólo puede hacer porque reconoce
el carácter universal de la ley. De modo que la conciencia es la “norma próxima de la moralidad personal”,
justamente porque “la autoridad de su voz y de sus juicios derivan de la verdad sobre el bien y sobre el mal moral,
que está llamada a escuchar y expresar” por eso, cuando se actúa contra ella se comete un mal moral.

Ciertamente, la conciencia puede errar, si esto se debe a ignorancia, el acto malo puede no ser imputable,
pero no deja de ser un mal. La posibilidad de errar muestra la necesidad de formar la conciencia, de hacerla objeto
de continua conversión a la verdad y al bien.

En consecuencia, los pronunciamientos de la Iglesia no quitan libertad a los fieles, pues «la libertad de la
conciencia no es nunca libertad "con respecto a" la verdad, sino siempre y sólo "en" la verdad».

• Pecado Mortal y Venial

Es pecado mortal no sólo el rechazo expreso de Dios, sino todo pecado que teniendo por objeto una materia grave,
se comete con plena conciencia y deliberado consentimiento. Aunque haya casos en los que, pese a la materia grave,
por falta de una conciencia o un consentimiento pleno, no exista pecado grave.

El pecado venial es una transgresión voluntaria de la ley de Dios en materia leve, los efectos del pecado venial son
poner enferma la vida sobrenatural del alma, y disponernos para el pecado mortal. Si bien el pecado venial no
rompe la amistad con Dios, sí la enfría.
• El acto moral

Esta parte de la Encíclica, que se ocupa del análisis del acto humano, es la más importante y la que se presta a más
preguntas. La teología moral tradicional presupone que hay actos "intrínsecamente malos", caracterizados por ser
ilícitos sin excepción alguna y, por tanto, absolutamente injustificables. En realidad, esto ya vale para toda acción
moralmente mala. Pues una acción de la que consta que es mala nunca es justificable ni por intenciones ulteriores ni
por circunstancia alguna.

El Papa reafirma la doctrina tomista sobre la naturaleza del acto humano y acto moral: la moralidad de un acto está
determinada por el objeto y no solamente por las intenciones de la persona. Por eso, el fin nunca justifica los medios
porque algo que es intrínsecamente malo no se convierte en bueno solamente por la intención.

El Papa define la moralidad como la ordenación racional del acto humano hacia el bien en toda su verdad y la
búsqueda voluntaria de este bien, conocido por la razón.

Habla también de moral autónoma, esta, o no da suficiente importancia al papel de la voluntad en el acto moral,
poniendo el énfasis en las consecuencias de los actos (consecuencialismo) o ponen énfasis sobre la proporción entre
buenos y malos efectos de actuar o no actuar (proporcionalismo).

El Papa vuelve a repetir la doctrina tradicional sobre la ordenabilidad de los actos al Fin Último y más adelante hace
referencia explícita a aquellos actos mencionados en el Vaticano II como nunca ordenables a Dios por ser
intrínsecamente malos.

Termina el capítulo con una exhortación a los Obispos a no solamente presentar lo negativo o los errores sino a
mostrar lo fascinante del Esplendor de la Verdad de Jesús.

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