III. Diálogo Constructivo

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DIÁLOGO CONSTRUCTIVO

[...] La paz es algo más que la ausencia de guerra, y tiene que ver con la superación, reducción o
evitación de todo tipo de violencias, y con nuestra capacidad y habilidad para transformar los
conflictos, para que en vez de tener una expresión violenta y destructiva, las situaciones de
conflicto puedan ser oportunidades creativas, de encuentro, comunicación, cambio, adaptación e
intercambio. Este nuevo enfoque es el que persigue la
«cultura de la paz», o «cultura para la paz», si la entendemos como un proceso que, en primera
instancia, habrá de transformar la actual «cultura de la violencia (Fisas, 1998: 349)

Es decir, el conflicto no es ni positivo ni negativo, sino que lo es la forma en la que el


mismo es regulado. Si lo regulamos positivamente, implica la transformación por medio de la
cooperación
los conflictos se pueden convertir en situaciones de aprendizaje donde se produce, principalmente,
un aumento en las relaciones del reconocimiento y del empoderamiento.
Así mismo también debemos recordar que toda situación conflictiva genera daños en las
personas, grupos y culturas afectadas. A pesar de la regulación positiva de los mismos siempre
existen daños físicos y psicológicos. Aunque las personas tengan voluntad para regular un
conflicto dejando de lado la violencia, durante ese proceso hay ciertos sufrimientos que forman
parte de la vida de las personas y que, seguramente, jamás podrán ser olvidados. No obstante un
buen manejo fortalece las relaciones y la capacidad de las partes para el tratamiento de diferencias
futuras.

Los conflictos, como decían de la energía, no se crean ni se destruyen, se transforman; es


decir, forman parte de la vida misma y no llegan realmente a «resolverse» sino que se transforman
en actos positivos, constructivos que dan por finalizado un conflicto específico en su aspecto
pernicioso, indeseable (Vinyamata, 1999: 125)

1. El diálogo y la comunicación

Definiremos aquello que entendemos por diálogo como:

Acción de comunicarse dos o más personas pidiéndose o dándose razones de por qué se hacen,
dicen o callan, lo que se hacen dicen o callan. Etimológicamente procede del griego diálogos que, a su vez,
viene del verbo dialégomai que significa hablar, decir, conversar. Es una palabra compuesta de la
preposición dia como prefijo que significa «a través de» y de logos que significa, palabra, razón, discurso
[...] Así «diálogo» es algo que nos hacemos dos a más personas, a través de las palabras, de las razones que
nos damos, de los discursos e, incluimos, de los silencios comunicativos (Martínez Guzmán, 2004a: 302)
Esta forma de entender el diálogo es la que nos interesa para la transformación de los conflictos, ya que
permite ganar responsabilidad de todos nuestros actos comunicativos. La transformación necesita de un
diálogo en el que las personas tomen conciencia de sus responsabilidades y de las consecuencias que se
desprenden cuando nos decimos, hacemos o callamos alguna cosa43. Además, requiere de un receptor atento
y dispuesto a comprender lo que se dice mediante las palabras, gestos o silencios. Únicamente cumpliendo
estas pautas se alcanza la racionalidad pragmática y se evita la violencia provocada por la ruptura
comunicativa que impide la regulación positiva de nuestros conflictos.
La buena comunicación y diálogo es un factor esencial para el desarrollo y el mantenimiento de
relaciones armoniosas. Las partes deben ser capaces de expresar sus diferencias y alcanzar
soluciones adecuadas para ambas a través del diálogo (Sandole y Merwe, 1996). De esta forma,
podemos decir que cuando dos personas se comunican, definen su relación. Es decir, el diálogo
como tal tiene dos funciones:
 por un lado, transmite información,
 y por otro lado, indica cómo ha de ser la interacción entre las partes (Vinyamata,
2003c). Se refiere al proceso de la relación, a lo que está pasando entre las personas
afectadas.

Así, observamos la comunicación como un acto inherente a las relaciones humanas, parte de
nuestra conducta y que tiene diferentes consecuencias en función de cómo sea utilizado. La
aparición de conductas violentas y destructivas se hace posible al no tener como premisas de la
comunicación el entendimiento mutuo, la empatía, el reconocimiento y la búsqueda de la verdad.
En principio, debemos clarificar que no todos los procesos de diálogo son útiles para reducir la
hostilidad y el conflicto.
Por esta razón y con la finalidad de facilitar el desarrollo de las regulaciones positivas, debemos
conocer qué tipo de diálogo es necesario para el surgir de la cooperación y para el uso de otros
mecanismos pacíficos.
De esta forma, Schnitman (2000b) habla del «diálogo transformador» como el más adecuado.

2. CARÁCTERÍSTICAS DE UN BUEN DIÁLOGO

1. Incluye a los participantes en la planificación


El diálogo es un proyecto común y no tolera agendas ocultas. Todos los que van participar
deben ser incluídos y decidir sobre los objetivos, temas, formas de trabajo y plazos. Así se
crea seguridad y un sentido de propiedad en el proyecto. Los intentos de manipular estos
procesos corroen la confianza y destruyen el diálogo. La sinceridad y la transparencia deben
estar presentes desde el primer día.
2. El diálogo para conocerse
No hay que comenzar el diálogo con las diferencias y los argumentos, sino con las personas
en sí, con compañerismo, las historias de vida, esas pequeñas historias que cada uno trae
consigo, porque somos mucho más que nuestras opiniones y diferencias.
3. Busca la equidad
El buen diálogo no significa que los participantes sean iguales, pero sí que exista la equidad.
Hay que dejar de lado los títulos y dedicar la misma cantidad de tiempo para hablar para todos
y el respeto debe ser igual para todos.
4. Empieza por los temas más fáciles
Trepa la pirca por el lugar más bajo, porque así aprendemos que es posible cruzar, incluso
cuando los obstáculos sean más difíciles. La confianza es la escalera que usamos para cruzar
estas dificultades.
5. Escucha activamente
Cada diálogo requiere de voluntad y capacidad para escuchar. Si nadie escucha, todo lo que se
dice, es en vano. Ser ignorado siempre se siente humillante y doloroso. El diálogo necesita de
la escucha activa para comprender al otro.
6. Haz buenas preguntas
Aquel que cree saberlo todo, no tiene nada para preguntar. Alguien que escucha activamente
no guarda silencio, sino que hace preguntas. Buenas preguntas nos dan la ruta para encontrar
algo que no sabemos, pero que queremos y necesitamos saber. Las buenas preguntas son
abiertas y no se contestan fácilmente con un sí o un no. Las buenas preguntas tienen un qué,
cómo, cuándo, porqué e interpretar de la mejor manera posible las respuestas que nos dan.
7. No obligues a nadie a pensar como tú
La intención del diálogo no es obligar o persuadir al otro para que cambie de opinión; esa es
la función de la propaganda. Los valores que son presionados de parte de grupos externos,
suelen tener el efecto contrario. El diálogo no utiliza otras herramientas de presión, excepto
aquellas que existen en la esencia misma del diálogo.
8. No acuses al otro de puntos de vista que no tiene
Nadie debe hablar sino por uno mismo y todos deben tener tiempo y acceso a explicar y
argumentar sus propios puntos de vista. Nadie tiene por qué defenderse de las definiciones de
otros. Nadie debe estar obligado a defender puntos de vista que uno no tiene y que otros dicen
que uno defiende o representa.
9. Compara ideales y prácticas
Solemos comparar el brillo de nuestros ideales con los fracasos de los otros, pero olvidamos
que cuando somos el denominador de la ecuación, ésta siempre va a funcionar a nuestro favor.
Para tener una imagen más real de nuestras acciones y valores, debemos comparar en forma
sincera nuestros propios ideales con los de ellos, así como nuestras propias prácticas, nuestros
propios crímenes, etc.
10. No aceptes sin mente crítica los argumentos del otro
Yo me esfuerzo para tratar de entender la forma de pensar de otras personas, no para
asumirlas sin pensamiento crítico, pero para tener un concepto más verídico de la realidad. La
tolerancia significa que debemos aguantar, pero no necesariamente aceptar lo que dicen los
otros. Para tomar a los otros en forma seria, hay que desafiar abiertamente lo que no
entendemos o lo que no podemos aceptar. Ser claro es un fundamento para crear seguridad.
11. Sé sincero y abierto, pero pon tus límites
La sinceridad no es lo mismo que ser hablador. No hablamos de todas las cosas con cualquier
persona. Algunas cosas de la vida las mantenemos privadas, lejos de la intromisión de otros.
Lo privado puede seguir siendo privado. Hay que tener respeto por lo intocable en la vida de
otros.
12. Acepta y da espacio para expresar sentimientos
Llegamos al diálogo como seres enteros, con ideas y sentimientos. Aunque el espacio del
diálogo no es una sala de terapia, debe dar espacio para expresar alegría, frustración, risa,
enojo y llanto.
13. El diálogo siempre puede continuar
Cuándo el diálogo se detiene, casi siempre estamos dispuestos a continuar en otra
oportunidad. Si así sucede, podemos dialogar sobre otros temas, otras personas se pueden
incluir y tal vez los parámetros tal vez también cambian. El diálogo se trata de comprensión
mutua y no es fácil decir que hemos comprendido todo. Aún después del mejor de los
diálogos habrán cosas que están por fuera de nuestra comprensión, y entonces tenemos que
decirnos: sigamos el diálogo.

3. Con el objetivo de alcanzar estas características, Bodine, Crawford y Schrumpf


(Girard y Koch, 1997) señalan algunas técnicas básicas y esenciales que
contribuyen a una buena comunicación. Estas técnicas son las siguientes:

1/ Escuchar activamente no sólo para entender lo que se dice, sino también para entender las
percepciones, emociones y el contexto del que se habla, y para comunicar que uno ha entendido lo
que se ha dicho.
2/ Hablar con la intención de hacerse entender.
3/ Hablar de uno mismo en lugar del otro.
4/ Hablar con un objetivo claramente establecido
5/ Finalmente, hacer ajustes que tengan en cuenta las diferencias de personalidad, sexo y cultura

ACTITUDES A PROPICIAR EN EL DIÁLOGO


1. Conocerse mejor, a los demás y a uno mismo.
2. Mover el pensamiento, sacudirse la pereza. Primar la pregunta sobre la conclusión.
3. Animar a la autobservación cuando se calienten los ánimos ( si es necesario propiciar un
pequeño enfoque de la emoción para detectarla).
4. Hacerse observador de las propias reacciones (¿Qué hay detrás?) Confianza en el propio
pensamiento y en avanzar en el pensamiento común.
5. Valorar los silencios, si se crean.
6. Autorregulación: Remitirse a las normas que fueron aceptadas por todos al principio.
7. La honestidad y la valentía como bases de la veracidad.
8. Ser capaz de observar la tendencia al protagonismo, al monólogo, la rigidez, la
intolerancia, para poder ver de qué modo obstaculizan el trabajo.
9. Notar si lo que digo lo pienso yo o me lo han dado ya pensado. Es decir si pienso o repito.
10. Valorar el aprendizaje a partir de lo que nos pasa en la vida.
11. No aferrarse a lo que uno cree, intentar comprender otras ideas.
4 Problemas que surgen si no se tiene en cuenta las técnicas anteriores:

1º.- En primer lugar, se puede dar el caso en el que las partes no den importancia a la
comprensión recíproca, sino a la consolidación de la propia posición.
2º.- En segundo lugar, puede aparecer un problema de atención debido a que unas personas
no escuchan a las otras.
3º.- En último lugar, pueden surgir malas interpretaciones debido a la transmisión y/o a la
recepción.

Por otro lado, el diálogo como método de la transformación requiere que tengamos en
cuenta también a la comunicación no verbal y al silencio como actos puramente comunicativos.
Como se ha dicho al principio de este punto, la comunicación es un acto propio del ser humano
dentro de la que los gestos y el silencio juega un papel muy importante. Es decir, cada uno y una
de nosotras decimos muchas cosas con nuestros silencios, y en función de cómo sean utilizados,
las consecuencias darán lugar a actitudes violentas o pacíficas.
De esta forma y dentro del paradigma de la comunicación, lo que nos interesa es todo
aquello que manifestamos con nuestros silencios, y al mismo tiempo, la capacidad de
responsabilizarnos de todo lo que nos hacemos callando. Cualquier cosa que hacemos, decimos o
callamos nos compromete, nos liga con los y las otras interlocutoras de tal forma que siempre
podemos pedirnos cuentas y exigirnos nuestra responsabilidad.

Soy violento y ofendo con mis palabras y mis silencios cuando suponen una exclusión del
otro, una falta de reconocimiento del otro que aparece sólidamente ligado a mí en todas mis
acciones como ser humano. Soy capaz de entender que soy violento, que mi silencio puede ser
violento, porque altero lo que es originario de las relaciones humanas, a saber, la intersubjetividad
solidaria (Martínez Guzmán, 1999b: 112)

Una comunicación guiada por actitudes pacíficas permite la convivencia armónica. De ahí
su importancia para la transformación. El habla y el silencio pueden mostrar una concepción del
ser humano en la que podemos reconstruir cómo nos hacemos las cosas y cómo podríamos
hacerlas de otra manera. «Podemos disfrutar lo que nos hacemos para bien, hablando y en silencio,
y podemos exigirnos hacer de otra manera lo que nos hacemos anulándonos unos a otros» (118).
La comunicación no verbal es otro de los aspectos que debemos resaltar al hablar del tipo
de diálogo más adecuado para la transformación de las situaciones conflictivas. Al hablar de la
comunicación no verbal nos referimos al intercambio de información por medio de signos no
lingüísticos. En este sentido y para que la regulación positiva de los conflictos tenga éxito, el uso
de la comunicación no verbal en un diálogo debe ser entendida de igual forma por todas las partes,
ya que en ocasiones, en función del contexto, un mismo gesto puede presentar significados
diferentes. Con la transmisión de estos gestos, las diferencias provocan malentendidos que
conllevan a la creación de conflictos. Por esta razón, el diálogo debe ser lo más claro posible y
comprensible para todas las partes afectadas con la finalidad de evitar tensiones y de reconciliar
las relaciones humanas.
Por otro lado, aunque los gestos tengan el mismo significado para todas las personas
enfrentadas, el mal uso de uno de ellos puede agravar el conflicto provocando la ruptura y la
violencia. Estas son las razones por las que la comunicación no verbal es una de las partes
importantes en un diálogo que debe ser cuidada, ya que suele captar la atención de los
interlocutores.
En resumen, la necesidad humana del diálogo se expresa porque la persona es un ser
necesariamente social y requiere una comunidad de comunicación. El diálogo se convierte en un
canal de expresión mediante el que la persona hace patente sus sentimientos, pensamientos y
emociones. La expresión de mencionados aspectos se realiza mediante diversas técnicas entre las
que se destaca la escritura, los dibujos, la expresión artística, la expresión del gesto, el diálogo a
través de la mirada, el habla, etc.

“ Reconocer al otro como interlocutor válido es reconocerlo en toda esta pluralidad de


canales de comunicación que el propio cuerpo ofrece y es propiciar nuevas vías de tratamiento del
conflicto en las que quedan reflejadas las tan plurales capacidades dialógicas de la persona, porque
el lenguaje simbólico de la palabra- ya sea oral o escrito- en tanto que simbólico, no llega a poder
dar cabida a la multiplicidad y complejidad de sentimientos y emociones que vive la persona tanto
en situación de conflicto latente como en el restablecimiento del estado de paz. Es necesario,
entonces, "educar para saber escuchar, no sólo oír, y saber mirar, no sólo ver; para saber
comunicar la propia opinión, los sentimientos y afectos. Por ello la expresión cultiva la libertad
personal y la creatividad"» (Burguet Arfelis, 1999: 125).

5 La mediación como técnica para la transformación.

La intervención de una tercera parte imparcial y neutral, que no tiene poder de tomar
decisiones, en una disputa o negociación, para ayudar a las partes contendientes a alcanzar un
acuerdo mutuamente aceptable sobre los temas en disputa. La mediación es un proceso voluntario.
La función del mediador es ayudar a las partes a desarrollar un procedimiento resolutivo que les
posibilite satisfacer con éxito sus intereses substanciales, de procedimiento y psicológico.
Teniendo en cuenta esta definición, podemos decir que las funciones del mediador son:
La apertura de los canales de la comunicación. Legitimador/a que ayuda a las partes a
reconocer los derechos que todos y todas las afectadas tienen a estar presentes en la negociación.
Facilitador/a del proceso para alcanzar soluciones.
Entrenador que educa a los negociadores novatos.
Creador/a de recursos que ayuda dando información técnica, ofreciendo contactos, con el
objeto de lograr un acuerdo, con expertos relevantes externos y sugiriendo nuevas ideas.
Explorador/a del problema ayudando a las personas a ver las cuestiones desde diversos
ángulos, asistiendo a la definición de los asuntos y de los intereses básicos.
Finalmente líder que adopta iniciativas para hacer avanzar el proceso. Es decir, la tarea del
facilitador es brindar ayuda para que las partes alcancen sus objetivos. En algunos casos, esto
implica dirigirlos por el proceso. En otros, es suficiente que el facilitador se quede en silencio al
lado de las personas implicadas y en otros momentos, les bastará con saber que la tercera parte se
preocupa por sus problemas (Porro, 2000).
La mediación es un procedimiento que incide en un proceso conflictivo mediante una
tercera persona. Con el uso de esta técnica se presta especial atención al tema por el que se ha
entrado en conflicto y a la relación entre las partes. Así, la persona mediadora debe ser aceptada
libremente y siempre que sea capaz de mostrar interés, empatía y preocupación para con las partes
implicadas y si ofrece garantías de confidencialidad (Iglesias Díaz, 1999). Observamos aquí otro
de los rasgos más importantes de la mediación; la confidencialidad. Es decir, el mediador es una
persona responsable que asegura
«guardar en silenció» y no decir a nadie los temas e información que durante el proceso
haya sido tratada.
Conjuntamente encontramos el compromiso como otra de las características que ha de
poseer la tercera parte. Es decir, ha de ser una persona comprometida, a quien le gusta su trabajo y
que dedique todo el tiempo que sea necesario para alcanzar la regulación de determinado
conflicto. Al mismo tiempo, ha de ser una persona neutral en el sentido que no se incline por
ninguna de las dos partes afectadas, sino que mantenga un equilibrio de poderes y trate a todos y
todas las afectadas por igual.
6. Educar para la paz y la no violencia
Los expertos y expertas señalan que la violencia es una construcción social, no hereditaria
y que está influenciada por el aprendizaje que como seres humanos tenemos en la sociedad en la
que vivimos y con las personas con las que convivimos (Rof Carballo, 1987). Afirman que hemos
sido educado en las alternativas de la violencia y que esta ha sido la forma de actuar que
principalmente hemos visto en los otros individuos de nuestro alrededor. Por esta razón y desde
los estudios para la paz, proponemos hacer cambios y aprender a educar a nuestras jóvenes
generaciones en las distintas alternativas que se presentan para interrelacionarse. Para llevar a cabo
este tipo de educación debemos ver la importancia que tienen los distintos núcleos sociales desde
lo que podemos extraer información, tales como el núcleo familiar, la escuela y los medios de
comunicación entre otros muchos.
“Todo esto en los niños muy pequeños: en los de pocos años, de tres a seis, fácil es
descubrir si se presta cuidadosa atención al medio familiar tal como éste es en realidad, o sea,
observado en el hogar y no en la consulta, y con mirada experta que aprecie el sutilísimo lenguaje
sin palabras, las tonalidades de la voz, las actitudes y ocultaciones, que la fuente de la agresividad
infantil en intrincadas relaciones sociales, en situaciones íntimas que los padres ocultan al médico,
pero que tienen en la vida cotidiana que el niño observa terrible y permanente vigencia (Rof
Carballo, 1987: 188)”
El tema del carácter biológico de la violencia da origen a uno de los debates más tratados
en la actualidad. De esta forma, vemos como algunos y algunas estudiosas hablan de la violencia
como algo constitucional que nace en nosotros mismos. Sin embargo, hay otros autores que
piensan de forma contraria y hablan del aprendizaje social de la misma. Relacionado con esta
segunda alternativa encontramos como una de las teorías construccionistas más importantes la de
Ashley Montagu (Rof Carballo, 1987). Esta autora cree erróneo que para la supervivencia de la
raza humana deba aplicarse el principio darwiniano de lucha y de competición. Considera que
muchas observaciones muestran como siempre que las necesidades humanas básicas son
satisfechas, si el niño es verdaderamente amado y sometido tan sólo a un número mínimo de
frustraciones, jamás se vuelve agresivo, y en cambio, se desarrolla como persona bien equilibrada
y llena de cooperación dentro del sistema social. De ahí la importancia del medio familiar.
Además, para esta autora la socialización tiene un papel muy importante, de tal forma que el ser
humano sufre muchos cambios desde que nace y durante el proceso de incorporación a un grupo y
de socialización. Así, concluye:
[…] el hombre nace constitutivamente bueno, lleno de potencialidades en la que podríamos llamar
su primera naturaleza. Como con esta primera naturaleza no puede hacerse nada, esto es, el
hombre no puede subsistir, forzoso le es adquirir una segunda naturaleza humana bajo la
influencia ambiental y cultural, que es lo que habitualmente, pero de manera equivocada,
consideramos como la única naturaleza del hombre. Pero, si nos fijamos bien, esta naturaleza del
hombre no es la suya, sino que es la que se le ha incrustado en el proceso de culturalización (Rof
Carballo, 1987: 191)
Teniendo en cuenta las ideas comentadas por esta autora, podemos decir que una de las
necesidades que ha de ser satisfecha para que el ser humano tenga un desarrollo equilibrado es su
necesidad de amor. Por esta razón, la educación de la que venimos hablando en los estudios para
la paz, ha de tener como finalidad penetrar en los estratos más primarios y profundos de los seres
humanos. La educación ha de cuidar ante todo las relaciones humanas y las potencialidades que
cada ser humano tiene para el amor.

Como hemos dicho anteriormente y para seguir profundizando en el tema diremos que las
actitudes violentas pueden provocar al desarrollo de movimientos violentos en cada una de las
partes de nuestro cuerpo. Así, por ejemplo, si queremos actuar de forma destructiva decimos
insultos con nuestra boca o pegamos con nuestras manos. De la misma forma y siempre que
queramos hacer un mal mayor a las otras partes, podemos hacer uso de cualquier tipo de armas
(Rof Carballo, 1987). En este sentido, podemos decir que el afán competitivo por el que se
caracterizan nuestras sociedades, así como el carácter destructivo, ha hecho que cada vez sean más
y mayores las armas de las que podemos hacer uso. Todo ello ha generado una enorme industria
que produce grandes beneficios para quienes las fabrican y grandes prejuicios para quienes las
sufren.
Queremos hacer evidente el carácter no biológico de la violencia
De este modo, comprendemos que es una alternativa más y que por lo tanto podemos regular
violentamente nuestros conflictos, o también, podemos hacer uso de mecanismos pacíficos de
transformación como otra posibilidad. Lo importante es ver que así como hemos aprendido a
actuar con destrucción, podemos aprender a actuar con ternura, reconocimiento, cooperación y
comunicación. Para ello necesitamos de un cambio en las formas de educarnos con la pretensión
de aprender que la violencia es únicamente un camino y que tenemos muchos otros que favorecen
la práctica de mecanismos pacíficos propios para la construcción de una cultura para hacer las
paces.

7. Concepto de ternura.

Kunz (Rof Carballo, 1987) nos dice que la ternura es algo que nos confirma en nuestra
individualidad y que, al mismo tiempo, consuela al ser humano de esa su limitación, de la que se
enorgullece y de su contrapartida que es estar sólo en el mundo y ser perecedero. Además, piensa
que la ternura es algo que se ejercita frente a otro ser, y que éste a su vez, recibe de otro que, en
cierto modo, aunque lleno de ternura, se le opone. Por lo tanto, la ternura ayuda al mantenimiento
de las relaciones humanas al ofrecer solidaridad y confianza a diferencia de la violencia. Para
alcanzar este fin, disfruta de algunos mecanismos entre los que se destacan aquellos que son
realizados con las distintas partes de nuestro cuerpo tales como el beso y la caricia.
La gente tiende a creer que los demás sólo tienen hambre de comida; que lo que un
individuo necesita para ser feliz es solamente alimento, ropa y vivienda.
Como esas cosas no son suficientes, lo que podemos apreciar son muchas personas
insatisfechas que se quejan:
[…] Realmente, el ser humano tiene otras hambres tan importantes como la del alimento.
Como necesitamos comida y descanso también necesitamos otros tipos de nutrientes para
sentirnos satisfechos.
[…] Ciertamente tenemos algo más que la necesidad de comida y abrigo.
Tenemos otras hambres que deben ser saciadas. Y lo más importantes es que el poder de
satisfacerlas está en nosotros mismos (Shinyashiki, 1993: 16)

Es decir, esta cita nos muestra la necesidad que tenemos los seres humanos de establecer
contactos con otras personas, a pesar de que esos contactos originen disputas y riñas en ocasiones.
Tal y como decía Kant, necesitamos interrelacionarnos porque somos seres sociables, aunque, a
veces, manifestamos nuestra insociabilidad (Insociable sociabilidad) (Martínez Guzmán, 2001d).
De este modo, comprendemos que necesitamos que ciertos gestos aparezcan en algunos momentos
de nuestras relacionas con la finalidad de sentirnos todavía respetados y reconocidos. Algunos de
los gestos de los que estamos hablando son un toque en la cabeza, un abrazo de un hermano, una
mirada fraternal, etc. Sin embargo, muchas veces hemos creído que hay otras cosas más
importantes que estas caricias y por esta razón, hemos terminado olvidándolas y haciendo poco
uso de ellas. Esta actitud nos ha llevado a creer en la violencia como la única forma de
comportarnos en nuestro mundo, y a no pensar en la ternura como su alternativa. Ahora queremos
mostrar la importancia de la ternura y de las caricias con la finalidad de aprender a hacer uso de
ellas en nuestras relaciones humanas para convivir armónicamente con todos y todas aquellas que
nos rodean.
Al hablar de este tema, se hace necesario diferenciar los distintos tipos de caricias
que existen. Shinyashiki (1993) distingue entre:
1/ Las caricias positivas que son aquellas que nos hacen sentir bien. Por ejemplo,
las caricias que ofrece la madre a su hijo mientras lo tiene en brazos, el abrazo que
recibimos de nuestro hermano o el beso de nuestros padres, entre otras muchas.
2/ Las caricias negativas que son aquellas que debemos intentar evitar porque hacen
que la persona se sienta mal al ser agresivas y producir dolor. También son caricias que
fomentan el desprestigio y que bajan la autoestima. Incluso, pueden ser caricias de lástima.
Por ejemplo, cuando un padre le dice a su hijo «Lo haces todo mal» o «No te quiero». Al
mismo tiempo, también aparecen cuando se dan miradas de poca importancia o se hacen
menosprecios.
Las caricias adecuadas son aquellas que trascienden el bienestar del momento y nos
conducen a una vida plena. Tendemos a pensar que las caricias positivas son adecuadas y
que las negativas no lo son. Sin embargo, hay caricias positivas que pueden ser malas (por
ejemplo, cuando alguien elogia el trabajo erróneo de otra persona. Esta actitud puede ser
perjudicial) y hay caricias negativas que pueden ser buenas (por ejemplo, cuando alguien le
dice a otra persona que el trabajo que está haciendo no es beneficioso y que debería intentar
actuar de otra forma. Esta caricia es positiva cuando se hace para beneficiar a la persona de
forma crítica).

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