Revolución Agraria America Latina
Revolución Agraria America Latina
Revolución Agraria America Latina
DESARROLLO RURAL
Circunstancias antecedentes
En América Latina, desde los primeros años de la conquista y hasta muy entrado el siglo XX, la posesión
o el dominio sobre la tierra estuvieron asociados a la riqueza y al poder [30]. A las extensas posesiones
coloniales otorgadas a conquistadores, órdenes religiosas y funcionarios de la Corona se sumaron las
tierras dadas como recompensa a oficiales y soldados de ejércitos vencedores de las guerras de
independencia. Más tarde, las vicisitudes de la accidentada vida política de los distintos países dieron
origen a nuevos grupos de poder y a nuevos terratenientes.
En la primera mitad del siglo XX, en la mayoría de los países de América Latina predominó en las zonas
rurales el sistema latifundista con sus medianeros, aparceros o arrendatarios; al margen de los
latifundios se encontraban los minifundios familiares.
Además de las grandes extensiones de tierras que se mantenían ociosas y de las tierras dedicadas a la
ganadería extensiva, existían desde la época colonial plantaciones de cultivos tropicales de exportación
(café, cacao, caña de azúcar), a las que se añadió, en la era republicana, el cultivo del caucho, la
extracción de la madera y las plantaciones de algunos frutales. Las empresas extranjeras participaron en
la industrialización de los cultivos tradicionales, y manejaron la mayor parte de las actividades
comerciales[31]. En el caso de los frutales de exportación, las plantaciones estaban en su casi totalidad
controladas por empresas transnacionales. Menor era el número de haciendas ganaderas que
pertenecían a empresas extranjeras, pero dichas haciendas eran importantes por su extensión territorial.
En el sector de la pesca, la pesca artesanal terminó siendo desplazada progresivamente por una pesca
realizada por grandes flotas, que eran a menudo propiedad de empresarios de países lejanos.
Al igual que en el caso de las plantaciones, se crearon en las zonas rurales de algunos países enclaves
de empresas transnacionales que explotaban minerales e hidrocarburos. Estas empresas, además de
introducir nuevas prácticas administrativas, influyeron en la creación o en el fortalecimiento de los
movimientos sindicales - incluidos los sindicatos agrarios -, y en la formación de las bases de los partidos
políticos modernos.
La población rural en los países de América Latina constituía un porcentaje muy elevado de la población
nacional total, sobrepasando en muchos casos el 50 por ciento de ésta. El aislamiento, el analfabetismo
y las endemias; la carencia de energía eléctrica y de sistemas de abastecimiento de agua potable, y las
viviendas rústicas y malsanas eran característicos de las zonas rurales, incluso en los países de mayor
desarrollo relativo.
La revolución mexicana de 1910 encauzó las reclamaciones reivindicativas de tierras agrícolas, y dio
inicio a una reforma agraria que fue ratificada por la Constitución de 1917. En el marco de los procesos
revolucionarios surgieron posteriormente otras reformas agrarias: en Bolivia en 1953; en Cuba en 1959;
en el Perú en 1970, y en Nicaragua en 1979. En Guatemala, en 1952, un intento de gobierno radical
abortó dos años más tarde a consecuencia de una rebelión militar; y en Chile, en 1971, un golpe militar
terminó con un gobierno socialista.
Algunas iniciativas y acciones reformistas se sucedieron en las décadas de 1940 y 1950, pero no fue
sino hasta la década de 1960 cuando diversas leyes de reforma agraria fueron promulgadas en toda la
región. En Venezuela, tras el derrocamiento de una dictadura militar que había durado diez años, se
promulgó, en 1960, la ley agraria. A partir de 1961, se dictaron leyes agrarias en casi todos los países de
América Latina gracias al impulso dado por la Conferencia Interamericana de Punta del Este (Uruguay) y
al apoyo político y económico prestado por el Gobierno de los Estados Unidos en el marco del programa
«Alianza para el Progreso».
Tanto los campesinos como los sectores progresistas urbanos hicieron de la reforma agraria un objetivo
importante, convencidos de que conduciría a una sociedad rural más equitativa y que llevaría el progreso
económico a las zonas agrícolas. Sin embargo, algunos dirigentes reformistas alertaron respecto a que el
quiebre del sistema latifundista y la redistribución de las tierras no eran suficientes para superar las
condiciones de marginalidad y pobreza que tradicionalmente sufrían las familias rurales desprovistas de
tierras o con tierras insuficientes. Insistieron en la necesidad llevar a cabo reformas de índole integral que
añadiesen a la dotación de tierras normas sobre suministro de créditos, asistencia técnica y apoyo al
mercadeo. En varios textos legales se establecieron disposiciones para asegurar, o al menos promover,
la provisión de servicios básicos, el acceso a viviendas sanas y la organización de los beneficiarios.
A pesar de que las leyes de reforma agraria presentan elementos comunes [32], existen en la literatura
numerosas propuestas para agrupar las reformas atendiendo a distintos criterios de tipificación. El origen
de la tierra afectada; la extensión y las condiciones de la afectación [33]; la cantidad, requisitos y
condiciones de las entregas de tierras[34], o su revocatoria, pueden constituir criterios para el análisis de la
importancia y alcance de las reformas. En algunos casos, la afectación y entrega se hicieron en tierras
denunciadas que habían sido solicitadas por algunos grupos de beneficiarios; en otros, el órgano
competente del Estado seleccionó las tierras a afectar y organizó las entregas. Ciertas reformas agrarias
otorgaron prioridad a los asentamientos en nuevas fronteras, algunas veces mediante inversiones del
Estado en infraestructura, acondicionamiento de la tierra y servicios básicos y viviendas; o simplemente
librando al campesino a su suerte pero proporcionando ayudas en transporte, alimentos, herramientas,
etc.[35].
Para la elaboración de las tipologías de reforma agraria, Delgado (1965) se basa en la naturaleza de los
conflictos agrarios y en la modificación que las reformas producen en las relaciones tradicionales de
poder o en el marco político; en la amplitud del cambio realizado y en el alcance y dirección ideológica
del proceso reformista. Otros autores como Barahona (1980) se basan en el sistema de propiedad
generado por las reformas, o en la estructura y forma de organización de la producción (Gutelman,
1974).
Martínez (1965) distingue entre las reformas agrarias que tuvieron lugar durante episodios
revolucionarios violentos y produjeron cambios en la estructura de la propiedad dando lugar a nuevas
formas de organización social, y las reformas que han buscado la solución de los problemas de
estructura y organización agraria mediante el consenso. En similar dirección, García (1982) propone tres
tipos de reformas agrarias en América Latina: las reformas «estructurales»; las reformas
«convencionales», y las reformas «marginales». Las reformas estructurales son aquellas que forman
parte de un proceso nacional de transformación revolucionaria y están dirigidas por un elenco de nuevas
fuerzas sociales; las convencionales resultan de una operación negociada, condicionada por la
interrelación de fuerzas de partidos políticos institucionalizados que procuran modificar el monopolio
sobre la tierra sin afectar a otros aspectos de la sociedad tradicional; y las marginales son las que tan
sólo pretenden disminuir la presión social, moderar el sistema latifundista sin aniquilarlo, y realizar
operaciones periféricas de colonización o de complementación (por ejemplo, infraestructuras y servicios).
La mayor parte de las reformas agrarias iniciadas en la década de 1960, y especialmente las que
tuvieron lugar entre 1961 y 1966, representaron políticas de compromiso que pretendían disminuir las
presiones y conflictos rurales sin plantear una verdadera modificación estructural. En algunos países no
hubo prácticamente ninguna acción significativa de reforma.
Ciertas leyes conservadoras o de índole marginal, promulgadas en los primeros años, fueron sustituidas
posteriormente por una legislación más radical que las convirtió en reformas «convencionales»,
«consensuadas» o de «cambios parciales», como en el caso de Colombia (1968) y de Chile (1967); o
incluso en reformas «revolucionarias» o «estructurales», como en el caso del Perú (1969) y de Chile
(1970). Entre las reformas agrarias con las cuales se logró, con un cierto grado de consenso y mediante
la participación activa de partidos políticos progresistas y de organizaciones campesinas, un avance
significativo en términos de afectación de tierras y dotación de familias beneficiarias figuran la de
Venezuela de 1960 y la de Chile de 1967.
Las reformas que tuvieron lugar durante procesos revolucionarios violentos - como en México en la
década de 1910, en Bolivia en 1953 y en Cuba en 1959 - fueron reformas de gran alcance que
debilitaron el sistema latifundista y crearon nuevas formas de organización agraria. En México y en
Bolivia se propició la explotación de tipo familiar o mixta [36] y se establecieron restricciones a la propiedad
de las tierras asignadas. En Cuba, se adoptó, en cambio, el modelo socialista [37]; se avanzó rápidamente,
a partir de 1963, hacia la colectivización de la tierra, y se reactivó, en la década de 1990, el sistema
cooperativo y la pequeña propiedad familiar.
Las reformas revolucionarias del Perú (1969) y de Chile (1970) [38] fueron reformas estructurales y
masivas. En su ejecución se cometieron varios errores que las debilitaron, pero fue finalmente la brusca
interrupción de los procesos revolucionarios nacionales la causa de la paralización y ulterior retorno a la
situación anterior a la reforma.
Las reformas agrarias forman parte del proceso evolutivo de la agricultura y, más generalmente, de la
evolución de las zonas rurales de los países. No es fácil desvincularlas de los cambios políticos,
económicos, sociales e institucionales a que han estado relacionadas desde sus comienzos. Se
reconoce que las reformas han contribuido a la paz social, a la reducción o a la eliminación de las
relaciones feudales en las zonas rurales, a una mayor atención a las tierras ocupadas por comunidades
indígenas, al respeto de la dignidad del hombre y de la mujer campesinos, y a la participación política y
gremial del campesinado. Se discute, sin embargo, la efectividad de las reformas en la reducción de la
desigualdad en materia de distribución de tierras agrícolas, en el incremento de la producción y del
empleo agrícola, y en el mejoramiento de las condiciones de vida de la población campesina.
Las estadísticas de distribución de la tierra de los países que llevaron a cabo reformas agrarias a partir
de 1960 reflejan variaciones poco significativas respecto a la situación preexistente. En la mayoría de los
casos, las explotaciones de gran superficie fueron relegadas a zonas de frontera, mientras que en las
zonas más accesibles tuvo lugar, concomitantemente con las reformas[39], un proceso de modernización
de la agricultura tradicional. Se desarrolló en estas últimas una agricultura comercial de pequeños y
medianos «empresarios», en parte con perjuicio de los beneficiarios de la reforma agraria y de las
políticas de colonización. Por falta de acceso regular a los factores de producción y al mercado, los
beneficiarios de la reforma no fueron capaces de utilizar plenamente las tierras productivas que habían
recibido[40].
Los efectos de la reforma agraria en la producción y la productividad agrícolas de un país son difíciles de
desagregar, y escasas han sido las evaluaciones al respecto[41]. Es probable que, ante la circunstancia de
una eventual expropiación, algunos medianos y grandes productores hayan optado por intensificar la
productividad de sus explotaciones; y de hecho, en varios países los primeros años de la reforma
coincidieron con mayores tasas de crecimiento de la producción agrícola[42].
Algunos estudios de casos muestran que las explotaciones de beneficiarios de las reformas lograron en
general mejores resultados de producción y productividad que los minifundios de agricultores no
beneficiarios (FAO, 1992). En algunos países, con el apoyo de donantes multilaterales, el Estado realizó
importantes inversiones en mejoras de la tierra. Sin embargo, por lo general las políticas
gubernamentales respaldaron mayormente a los productores exportadores y reflejaron las presiones de
la nueva agricultura comercial y su contribución al crecimiento de la producción agrícola, especialmente
la producción de exportación.
Las características individuales de los beneficiarios de las reformas constituyeron un fuerte impedimento
para la consolidación económico-productiva. Con frecuencia, los agricultores eran personas de edad
avanzada, analfabetas y escasamente instruidas; su experiencia en la gestión de la producción, el
mercadeo y las técnicas agrícolas era escasa o nula[43]. Por otra parte, la organización de la población
agrícola con el objeto de aumentar la productividad era escasa o inexistente.
Empleo e ingreso
Aún cuando no se produjeran los efectos esperados sobre el empleo y el ingreso agrícolas, las
relaciones laborales rurales se fueron modernizando y se desarrolló un mercado de mano de obra rural.
Se produjo una importante transferencia de ingresos a los beneficiarios por conducto de la dotación de
tierras, los subsidios y los créditos blandos y no reembolsados. Las inversiones públicas, que en muchos
países acompañaron el proceso de reforma agraria, constituyeron una fuente de empleo temporal para
las familias beneficiarias y un aporte importante a su ingreso.
La educación y salud de las comunidades agrarias mejoraron sustancialmente. Si bien las mejoras no
pueden atribuirse exclusivamente a los procesos de reforma, las concentraciones de población [44] que
resultaron de las reformas facilitaron mucho la prestación de los servicios de educación y salud.
A pesar de que los asuntos relativos al género no tenían en las décadas de 1960 y 1970 la relevancia
que tienen hoy, varias reformas prestaron atención a la mujer rural y contribuyeron a su educación y
adiestramiento; a la reducción de su carga de trabajo doméstico; al desarrollo de actividades
generadoras de ingreso, y a veces incluso al acceso de la mujer a la tierra y al crédito agrícola.
Una de las contribuciones más significativas de los procesos reformistas ha sido la organización cívica,
cultural y gremial de la población con objeto de dar cuerpo a reivindicaciones económicas o de otra
índole.
Múltiples causas determinaron que las reformas agrarias perdiesen su impulso y eficacia, cambiaran de
orientación o invirtieran su objetivo: los enfrentamientos armados, las actividades ilegales de grupos
ligados al narcotráfico, el escaso compromiso del gobierno, el elevado costo de la reforma y las
insuficiencias definanciamiento[45], la escasa o inexistente participación de la población en la definición del
proceso reformista, el manejo de forma jerarquizada y centralizada por el Estado de los planes de la
reforma, una administración burocrática, la discontinuidad administrativa, etc. La oposición de algunos
sectores influyentes, acallada inicialmente por las expectativas creadas por las reformas, se volvió a
manifestar cuando el impulso reformista se debilitó, las expectativas no se realizaron y las reformas
dejaron de contar con el apoyo de los campesinos y sus organizaciones. Con el proceso de
modernización agraria aparecieron nuevos grupos de poder de orientación capitalista que se
aprovecharon de las externalidades y deficiencias de los procesos reformistas.
Cuando, en julio de 1979, la FAO patrocinó la Conferencia Mundial sobre Reforma Agraria y Desarrollo
Rural (CMRADR), la mayor parte de las reformas agrarias de los años sesenta habían perdido su
impulso inicial o habían dejado de aplicarse. En algunos casos se había vuelto incluso a la situación
imperante antes de la reforma. La CMRADR reafirmó la importancia de los cambios en la estructura de la
tenencia de la tierra, y destacó la necesidad de fortalecer o incorporar en las políticas agrarias de los
países, según sus condiciones específicas respectivas, otros programas como la organización de la
población. También hizo hincapié en la integración de la mujer tanto en la legislación como en los
procesos de reforma; en el acceso a los insumos, a los mercados y a los servicios; en el fomento de
actividades productivas no agrícolas; y en la educación, adestramiento y actividades de extensión. En
una declaración de principios básicos, la CMRADR formuló las disposiciones operativas relativas a estos
programas.
Durante los años 1980, casi todos los países adoptaron nuevas pautas jerárquicas respecto al mercado,
y propiciaron la reducción de la intervención del Estado, la eliminación de los subsidios y las
protecciones, el libre comercio y los ajustes macroeconómicos. Los efectos de las medidas
macroeconómicas, las transformaciones institucionales y las prioridades programáticas se hicieron sentir
en el sector agrario. En las políticas de desarrollo se incorporaron los asuntos de género, de
sostenibilidad ambiental, de diversidad biológica, y de protección de las comunidades autóctonas y sus
culturas. Se otorgó especial prioridad a la seguridad alimentaria, a la lucha contra el hambre y a los
programas de reducción de la pobreza. La disminución del peso del sector agrícola en el producto interno
y en el empleo de los países; la progresiva sustitución en la producción agrícola de la tierra [46] y la mano
de obra por el capital y la tecnología; la importancia creciente de las relaciones intersectoriales y de la
cadena agroalimentaria; y la dinámica de las relaciones ciudad-campo fueron elementos que en los años
de auge de los procesos reformistas habían estado ausentes o escasamente presentes y que ahora
terminaron siendo objeto de enfoques novedosos.
A pesar de los esfuerzos realizados en el marco de la reforma y de los programas de desarrollo rural, la
carencia de tierras, que afectaba a cientos de miles de familias campesinas, la inseguridad de la
propiedad de la tierra y la indefinición de sus linderos, la violación de los derechos humanos y territoriales
de los indígenas, la contaminación y creciente escasez de los recursos hídricos, la destrucción de
bosques y selvas y, sobre todo, la extrema pobreza de gran parte la población rural han generado
conflictos frecuentes y a veces violentos, como en México, Nicaragua [47], Guatemala y Chile. Entretanto,
los procesos de colonización e invasión de tierras en las zonas bajas de los países andinos y en las
planicies y selvas amazónicas se intensificaron perjudicando a las comunidades indígenas y los recursos
naturales.
A pesar del establecimiento de zonas de protección, en muchos países el medio ambiente ha sufrido
deterioros importantes. Por sus dimensiones geográficas, el Brasil es el país donde los daños han sido
más relevantes[48]; pero en otros países tropicales y andinos la situación es igualmente alarmante [49]. En
varios países, la producción de cultivos ilícitos ha tenido como efecto la contaminación y la destrucción
del medio ambiente.
Muchos beneficiarios de las reformas han carecido de acceso al crédito, a la tecnología y al mercado, y
han debido explotar tierras de bajo potencial productivo[50].
Estos campesinos han conocido el sesgo antiagrícola de unas políticas económicas pro-urbanas e
industrialistas; y han padecido la falta de incentivos para realizar inversiones y dificultades para ahorrar y
acumular. La eliminación de servicios antes prestados por el Estado, así como la supresión de las
medidas de protección comercial, tuvo un impacto negativo en el ingreso.
Políticas adoptadas
La mayoría de los países de América Latina ha mantenido vigentes sus leyes de reforma agraria, y han
sometido a revisión algunas de estas leyes[51]. Nicaragua y El Salvador adoptaron leyes de reforma
agraria en 1979 y en 1980, respectivamente. El Brasil, cuya ley de reforma agraria había quedado casi
letra muerta, intensificó la ejecución de la reforma a partir de 1985. A finales de 2001, Venezuela
promulgó una nueva ley agraria que sustituyó a la ley de 1960, hasta entonces en vigor.
La reforma agraria de El Salvador de 1980 fue inicialmente una de las reformas no socialistas más
amplias. En vísperas de la guerra civil, el 20 por ciento de las tierras había sido entregado; la población
beneficiada fue del 10 por ciento. La fase I de la reforma convirtió las haciendas en cooperativas
campesinas; y la fase III (la fase II no se llegó a ejecutar) convirtió a los arrendatarios en propietarios[52].
Actualmente, los Acuerdos de Paz contemplan entregas de tierras a unas 75 000 personas, pero quedan
aun más de 255 000 personas en situación incierta respecto a la propiedad de la tierra [53]. En el ámbito
del Programa de transferencia de tierras, que fue fruto de los acuerdos, se creó el Banco de Tierras, que
operó con relativa eficacia a pesar de sus limitados recursos, pero sufrió las consecuencias de las alzas
de precios de la tierra.
En El Salvador y en Nicaragua los grandes propietarios no desearon vender sus tierras. En ambos
países tanto la inflación que se registró después de los conflictos civiles como las remesas de dinero de
emigrantes han hecho aumentar los precios de la tierra.
En 1979, tras los conflictos civiles, el gobierno sandinista de Nicaragua lanzó una reforma agraria radical,
pero mantuvo la producción comercial, especialmente la de exportación. A partir de 1983, el Gobierno
favoreció las explotaciones individuales, quitando el apoyo que había dado a las explotaciones colectivas
y a las cooperativas durante las insurrecciones armadas. Actualmente el Gobierno enfrenta problemas
graves debidos a la inseguridad de la tenencia. Como un 70 por ciento de la tierra confiscada no había
sido oportunamente legalizada, los beneficiarios no han podido obtener documentos de propiedad. La
mayor parte de las entregas fueron de tierras de explotación colectiva, y la propiedad ha estado sujeta a
una rotación poco selectiva. Tras la derrota electoral del gobierno sandinista, se aprobó la restitución de
unas 2 200 propiedades a sus antiguos propietarios sin que se considerasen los derechos de los
beneficiarios[54]. La deuda agraria contraída a consecuencia de las expropiaciones de tierras ha sido
demasiado elevada para que el Estado pudiese saldarla mediante recursos fiscales. Las poblaciones
indígenas han presentado reclamaciones por entregas e invasiones de terrenos en que ellas
tradicionalmente habían vivido. Por otra parte, los Acuerdos de Paz han obligado al Gobierno a entregar
tierras a ex combatientes.
En el Brasil, la reforma agraria de los años 1960 tuvo un alcance limitado [55], y puso énfasis en una
colonización dirigida. A partir de 1985, finalizada la dictadura militar, se procedió a una intensa actividad
expropiatoria que en cinco años abarcó 4,7 millones de hectáreas, y al asentamiento de 115 000 familias.
Las expropiaciones se redujeron sensiblemente hacia 1992, pero su ritmo volvió a aumentar en 1993/94,
cuando otros 1,6 millones de hectáreas fueron expropiados; las familias asentadas fueron 365 000.
Según el Instituto de Colonización y Reforma Agraria (INCRA) del Brasil, en 1994, 350 836 familias
habían sido asentadas, incluidos los beneficiarios de la colonización. En 1995, un nuevo gobierno, que
tuvo que hacer frente desde sus comienzos al recrudecimiento de los conflictos por la tierra [56], lanzó un
programa de reforma agraria concebido como una política para reducir la pobreza, establecer fincas
familiares, incrementar el nivel de utilización de la tierra agrícola, crear oportunidades de empleo rural y
reducir la violencia en las zonas rurales[57]. La reforma contempló dos tipos de intervención simultánea: la
expropiación y distribución de tierras; y el acceso a la tierra por conducto del mercado. Entre 1995 y
2002, el número de familias asentadas fue de 608 655, con un máximo anual en 1998 de 101 940
familias. El índice de concentración de Gini descendió de 0,857 en 1994 a 0,809 en 2002. La superficie
promedio de dotación por familia asentada varió entre un máximo de 48 ha en 1995 y un mínimo de 27
ha en 2000.
En Venezuela, la nueva ley agraria o Ley de Tierras dio al Estado amplia potestad sobre las tierras
agrícolas, incluyendo la explotación, el sistema productivo y la productividad. La Ley restringió el alcance
y autonomía de las entregas, facilitó las expropiaciones e incluso la confiscación de la propiedad privada
independientemente de que en las tierras confiscadas la actividad productiva se ejerciera a pleno ritmo
cuando, a juicio de las autoridades, no se cumplía con la condición de asegurar la autosuficiencia
alimentaria. (Invocando el concepto de autosuficiencia alimentaria se daba así una interpretación
equivocada a la función social de la propiedad al excluirse de la producción agrícola las actividades
agrícolas distintas de la producción de alimentos.) La Ley eliminó ciertas instituciones de protección del
campesino y del indígena, como la Ley de Tribunales y Procedimientos Agrarios y la Procuraduría
Agraria, y creó nuevas instituciones de administración centralizadas poco definidas. Como consecuencia
de su opacidad y de las insuficiencias reglamentarias, la Ley resultó poco eficaz y contribuyó a generar
una notoria inseguridad jurídica en materia de tenencia de la tierra[58].
La seguridad jurídica de la tenencia de la tierra se ha visto comprometida en casi todos los países debido
a que los programas de catastros, titulación y registro de propiedades agrarias, a pesar haber recibido
apoyo financiero y técnico de donantes multilaterales y de gobiernos amigos, fueron implantados
tardíamente y resultaron insuficientes.
En México, la reforma constitucional que liberalizaba la propiedad de la tierra agraria fue complementada
con el Programa de Certificación de Derechos Ejidales y Titulación de Solares (PROCEDE); este
programa pretendía facilitar el registro de las propiedades y la entrega de títulos (Appendini, 2002). En el
Brasil, el número de familias que habían recibido títulos de propiedad entre 1995 y 1999 fue muy
pequeño. En los países de América Central, el catastro y el registro de la propiedad han resultado
problemáticos, y tan sólo Costa Rica ha conseguido implantar un sistema de registro moderno, pero el
registro catastral es en este país todavía incompleto (Melmed-Sanjak, 1998).
En muchos casos de reformas agrarias, el Estado ha seguido manteniendo la propiedad de tierras objeto
de afectación o ha seguido tutelando su utilización. Esta política se ha considerado un obstáculo al
desarrollo de las explotaciones, ya que una vinculación estable del productor y su familia con la tierra es
fundamental para la obtención de créditos y para las inversiones en la explotación, así como para el
cuidado y conservación de los recursos naturales. También es importante para la familia campesina la
constitución de un patrimonio familiar que incluya activos fijos (tierra, cultivos permanentes e
instalaciones). No obstante, una vinculación estable no implica necesariamente la «plena propiedad»,
puesto que los activos pueden conseguirse mediante derechos de tenencia y uso de la tierra de largo
plazo heredables, negociables, legalmente garantizados, e invulnerables a decisiones administrativas.
La reforma constitucional de México de 1992 amplió los derechos sobre la propiedad de la tierra agrícola;
y autorizó a los ejidatarios a vender, alquilar y usar como colateral su posesión ejidal, y decidir el destino
de la tierra de propiedad común tras la aprobación de la asamblea ejidal. En virtud de esta reforma, las
empresas mexicanas privadas han podido adquirir tierras cuyas extensiones han sido fijadas por el
Gobierno según los cultivos a que estarían destinadas. La reforma permitió la asociación de ejidatarios
con empresarios privados. Los lotes asignados en las poblaciones ejidales a vivienda han sido
declarados propiedad privada del beneficiario. El propósito ha sido crear un mercado de tierras activo,
promover la utilización eficiente de los recursos y estimular las inversiones agrícolas.
Los programas de apoyo al mercado de la tierra agrícola patrocinados por el Banco Mundial en varios
países de América Latina no han parecido responder hasta ahora a las expectativas iniciales, ni por el
número de las operaciones a que han dado lugar, ni por las superficies objeto de transacción, ni por la
calidad de las tierras. En estos programas, los beneficiarios han recibido subsidios y créditos para la
adquisición de la propiedad.
En Ecuador, Colombia y Brasil[59], los programas piloto han puesto de manifiesto graves problemas de
implementación (Thiesenhusen, 1996): las ventajas de unos menores costos, tiempos más breves de
aplicación y menor burocracia no han resultado evidentes. Los campesinos sin tierra no han podido
pagar el valor de mercado de las tierras. Un estudio de caso realizado en el Brasil (Reydon y Plata, 1998)
concluyó que los precios de mercado promedios de las tierras eran más elevados que los precios que
tenían las tierras en el ámbito de la reforma conducida por el Estado; que la mayoría de las operaciones
de compra habían sido compras de tierras marginales, y que las transacciones no habían estado libres
de intervencionismo del Estado y de manipulaciones de las elites. Se mencionó además la escasa
capacidad de los grupos de beneficiarios de negociar las compras y de manejar eficientemente las
explotaciones, y su dificultad para obtener créditos de inversión.
En Colombia, para fomentar la compra directa de tierras por los campesinos, se introdujo mediante la ley
de 1994 un subsidio equivalente al 70 por ciento del precio de compra de la tierra. Con un eventual
crédito especial que cubriría el restante 30 por ciento, se pretendía disminuir la intervención del Estado.
Se preveían normas acerca del tamaño de la explotación y una estructura institucional descentralizada.
Además, se contemplaba un subsidio de compra adicional del 5 al 10 por ciento con objeto de promover
la organización de cooperativas en apoyo de la producción y de la comercialización. Entre 1995 y 1999,
el programa tuvo que afrontar diversos obstáculos burocráticos, administrativos y jurídicos. El precio de
compra de la tierra ha estado por encima del precio de mercado; el número de predios que han
ingresado al Fondo Nacional Agrario ha disminuido; el número de familias beneficiarias ha disminuido
respecto al período anterior equivalente, y las inversiones se han reducido (Balcázar et al., 2001). En
razón de estos problemas, el programa ha estado sujeto a revisión y ajuste.
Brasil, Colombia[60], Chile, Ecuador y Venezuela han adoptado instrumentos legales para dar prioridad a
los derechos de sus poblaciones indígenas y reconocer los aspectos culturales que les son propios.
Estos países han reconocido el derecho de ocupación tradicional de tierras que son necesarias para el
desarrollo de las comunidades autóctonas.
El problema agrario en América Latina dista mucho de haber sido resuelto. En las zonas rurales hay
cientos de miles de campesinos sin tierra y numerosas familias afectadas por la desocupación y el
subempleo; se registran conflictos de tenencia e invasiones de tierras; destrucción de recursos naturales
y deterioro ambiental, y pobreza aguda. Como consecuencia de estos factores, la producción agrícola de
algunos países se ha estancado, y la dependencia alimentaria se ha acentuado.
Se han formulado muchas estrategias indispensables para desarrollar las zonas rurales y combatir la
pobreza. Sin embargo, una condición esencial del desarrollo es el reordenamiento de la propiedad
agraria, no para hacer frente a un sistema arcaico que ya está en extinción, sino para potenciar las
capacidades productivas de la población y aprovechar racionalmente los recursos naturales disponibles.
Actualmente, los conflictos por la tierra tienen mucho que ver con la acreditación de la propiedad, la
definición de linderos, la invasión de tierras de frontera, las decisiones sobre uso del suelo, la protección
de los derechos de las comunidades indígenas y la preservación del ambiente. En las políticas y
programas de desarrollo de las zonas rurales, es preciso hacer hincapié en la lucha contra el hambre y la
pobreza, la defensa de los derechos de las minorías y la sostenibilidad ambiental. Sin embargo, el
objetivo de la redistribución de la tierra agrícola es la estabilidad, el progreso y la paz social en las zonas
rurales[61].
Para satisfacer las necesidades de la población sin tierra o con tierra insuficiente, no bastaría el recurso
de algunos países a las tierras nacionales o a otros procedimientos de facilitación del acceso a la tierra,
ni el apoyo al acceso al mercado; no podría no recurrirse, de forma selectiva[62], a la expropiación de
tierras privadas. Las tierras cercanas a poblaciones y ciudades en expansión se han convertido en un
bien de especulación, y las presiones para la compra de estas tierras han respondido más a una
intención de futuro cambio de uso que al potencial agrícola que puedan representar.
La escasa disponibilidad de tierras cultivables y de recursos fiscales, así como los resultados de las
experiencias de consolidación de dotaciones, han mostrado que los procesos de reforma agraria
deberían adoptar criterios de prioridad[63] para la selección de los beneficiarios de las dotaciones, sin que
a causa de dicha selección se impida alcanzar una masa crítica de beneficiarios. Se han, en efecto,
conseguido mejores resultados cuando los beneficiarios han tenido experiencia previa en el manejo de
explotaciones agrícolas.
Es importante evitar arbitrariedades y proteger los derechos de las personas en caso de revocatoria de
dotaciones, resarcimiento monetario de propietarios de tierras ocupadas por terceros tras Las
irregularidades deben ser resueltas por vía judicial y no puramente administrativa. El «amparo
agrario»[64] y otras cauciones similares exigidas en ciertos países deberían ser analizados para evaluar
sus ventajas e inconvenientes.
La «gran propiedad»
Se considera que ya ha prácticamente dejado de existir el sistema latifundista con sus aspectos de
explotación y negación de los derechos fundamentales de la persona, uso ineficiente de los recursos y
obstaculización de la dinámica del mercado de tierras agrícolas. En cuanto a la propiedad agraria, los
países han optado por posiciones menos radicales que en el pasado[65]. En algunos casos, se ha
permitido ampliar la extensión de las explotaciones; en otros, se ha preferido no establecer límites
explícitos a la tenencia, o se han adoptado actitudes tolerantes. Sin embargo, las afectaciones con un
criterio de selectividad pueden ser indispensables para la ejecución de los programas de asentamiento
en zonas de elevada presión campesina; y para este fin, una ley de reforma agraria es el instrumento
idóneo.
La propiedad colectiva
Los programas de apoyo al mercado de tierras agrícolas, diseñados en varios países de América Latina
mediante créditos y subsidios, no parecen haber dado hasta ahora los resultados esperados. Además de
los problemas de implementación, los programas han conducido en ciertos casos a la adquisición de
propiedades en zonas marginales o a la elevación del precio de la tierra. Se ha comprobado que este
mecanismo no puede sustituir a las intervenciones estratégicas del Estado en el marco de una ley
agraria, y que debe ser perfeccionado para convertirse en un instrumento complementario.
El impuesto progresivo sobre la tierra agrícola puede cumplir los siguientes objetivos: evitar la
subutilización o la no utilización las tierras; incentivar un mejor uso productivo de las tierras; desincentivar
la existencia de explotaciones de dimensiones excesivamente grandes; presionar los precios de la tierra
a la baja; financiar la realización del catastro y del registro de la propiedad; contribuir a la seguridad
jurídica de la tenencia; financiar programas de desarrollo rural y de inversiones en equipo; y contribuir al
fortalecimiento de las instancias de gobierno local. A pesar de estas importantes ventajas, se ha utilizado
poco el impuesto sobre la tierra agrícola, tanto debido a la oposición de determinados sectores como a
dificultades de aplicación y administración que convendría estudiar.
Solución de conflictos
Se ha de prestar especial atención a las zonas de potenciales conflictos de tierras; tratar de evitar los
conflictos; o manejar y resolver los conflictos ya declarados. Es necesario crear instrumentos jurídicos y
extrajurídicos para resolver rápida y eficazmente los conflictos que puedan surgir no sólo entre privados,
sino entre privados y el Estado, tanto durante como después de la entrega de las tierras. En varios
países de América Latina, se han creado a este efecto juzgados de tierras, tribunales agrarios y
procuradurías agrarias.
La carencia de seguridad jurídica en materia de tenencia se debe principalmente a que los interesados
no disponen de títulos formales de propiedad; a que no existe un registro de tierras exhaustivo; a
deficiencias o a la inexistencia de un catastro de tierras rurales, y a las complicaciones y elevados costos
de las transacciones de tierras. Estas imperfecciones son fuente de frecuentes conflictos, y dificultan las
inversiones productivas y el funcionamiento de un mercado de tierras dinámico.
Para contribuir a la solución de los problemas agrarios, crear relaciones basadas en la confianza y
favorecer la actividad productiva, los gobiernos deben formular y dar a conocer una definición oficial de la
política de tierras; y, en función de tal política, proporcionar los apoyos financieros e institucionales
adecuados.
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Zepeda, A. y Rojas, A. 1989. Política agraria en Chile: del crecimiento excluyente. CEDRA. Santiago,
Chile.
[29]
El autor agradece a Maximiliano Cox, Director de la Dirección de Desarrollo Rural de la FAO, sus
valiosos comentarios y sugerencias.
[30]
Mediante la posesión de la tierra se adquirían derechos sobre todo aquello que existía en la tierra, y
se establecían nuevas relaciones de dominio y de subordinación. Paralelamente al sistema de
apropiación y explotación de la tierra, las comunidades indígenas mantenían sistemas colectivos
tradicionales de tenencia en regiones más o menos marginales.
[31]
En el caso de la caña de azúcar, las empresas extranjeras llegaron a poseer gran parte de la
superficie bajo producción.
[32]
La FAO y organismos regionales como la Organización de Estados Americanos (OEA) y el Instituto
Internacional de Ciencias Administrativas (IICA) han publicado importantes estudios sobre las reformas
agrarias.
[33]
Tierras públicas o privadas; compras negociadas; expropiación con pago de indemnización, o sin pago
de indemnización (confiscación); expropiación de mejoras con o sin pago de indemnización, etc.
[34]
Algunas reformas han preferido la entrega de la tierra a título gratuito; otras han establecido pagos en
condiciones más o menos concesionales. En algunos casos, el Estado se ha reservado la propiedad y
sólo ha concedido derechos de uso de la tierra; en otros, las dotaciones han contemplado derechos
provisionales que, después del cumplimiento de determinados requisitos, podían transformarse en
derechos definitivos.
[35]
Con frecuencia, las grandes propiedades fueron establecidas por privados en las tierras del Estado,
sobre todo cuando el acceso a dichas tierras se hizo posible tras la construcción de vías de
comunicación. La reforma agraria comprendió la recuperación de estas tierras, y condujo comúnmente a
la expropiación de mejoras cuyo valor excedía a veces el de la tierra misma. La experiencia ha mostrado
que, en general, ha sido difícil encontrar tierras baldías (de la nación) aptas para el aprovechamiento
agrícola sin que se hiciese presente algún ocupante o supuesto propietario. Los ocupantes agresivos
(«terra-cogientes») han tratado de incorporar a sus posesiones las tierras vecinas que también habían
sido ocupadas «en precario».
[36]
El ejido mexicano reunía parcelas familiares y tierras comunales. Las comunidades indígenas de
México y de Bolivia mantuvieron casi siempre tierras de aprovechamiento comunal, que no equivalían
necesariamente a tierras de explotación colectiva.
[37]
Gutelman (1974) anota: «Solamente un sistema socialista puede albergar una reforma agraria
socialista. Un sistema capitalista genera una reforma agraria burguesa.»
[38]
En Chile, las expropiaciones realizadas en el ámbito de las reformas agrarias de 1967 y 1970
abarcaron el 40 por ciento del territorio nacional.
[39]
Refiriéndose a estudios de casos de Venezuela, Delahaye (1996) señala: «en ninguno de los distritos
estudiados, ni en los estudios de casos realizados, se observa la constitución de explotaciones de gran
superficie a partir de bienhechurías compradas en tierras de reforma agraria...». «Probablemente lo que
se está constituyendo es una tenencia de mediana dimensión, paralelamente al desarrollo de empresas
comerciales». Esta observación es igualmente válida en el caso de Chile y aplicable también a otros
países de la región.
[40]
En no pocos casos, los beneficiarios de la dotación de una parcela pequeña se convirtieron en
pequeños o medianos empresarios al agregar a dicha parcela otras parcelas que habían sido
abandonadas o cedidas por sus vecinos. Este fenómeno generalmente ha sido visto como un fracaso de
la reforma, mientras que en una perspectiva más abierta habría podido ser considerado como una
corrección ejercida por la dinámica social.
[41]
Thiesenhusen, reconociendo que muchas reformas fueron demasiado tímidas para haber tenido
repercusiones de alcance nacional, afirma que las medidas que suelen acompañar las reformas podrían
traducirse en cambios positivos en la producción, la inversión, el empleo, el consumo, la estabilidad
económica de las zonas rurales, y la seguridad para la inversión privada; en estímulos a la participación
laboral de los miembros de la familia, un uso más intensivo de la tierra en las pequeñas explotaciones, el
desarrollo de operaciones comerciales, y la modernización de las explotaciones.
[42]
En Chile, la tasa de crecimiento de la producción agropecuaria pasó del valor histórico del 1,8 por
ciento anual de los años 1930 a un promedio del 5 por ciento anual en el período 1964-1970 (Zepeda y
Rojas, 1989).
[43]
Muchos beneficiarios de las reformas no solían tener la capacidad o la «vocación» para manejar o
desarrollar una pequeña empresa como una explotación agrícola, y menos aún aquellos que habían sido
asalariados agrícolas o «peones de hacienda» y habían trabajado en condiciones de gran dependencia.
[44]
Se ha afirmado que en Venezuela la reforma agraria produjo una mayor concentración de población
que la que había tenido lugar durante los tres siglos de la colonia.
[45]
El Movimiento de los Sin Tierra del Brasil se propuso superar los problemas definanciamiento al
canjear por tierras las grandes deudas contraídas por los hacendados con el Banco do Brasil.
[46]
De hecho, en Colombia por ejemplo, la renta de la tierra, que no equivalía a más del 10 por ciento del
valor de la producción agropecuaria, tendió a disminuir. Mientras el peso del factor tierra en la
producción agrícola disminuía, crecían los efectos agrícolas del conocimiento científico y tecnológico.
Los avances de la tecnología permitieron superar las limitaciones derivadas de la escasa fertilidad de la
tierra o de otras carencias de los recursos naturales (Balcázar et al., 2001). Por otra parte, la experiencia
y la formación en administración brindadas a organizaciones de pequeños productores y a los miembros
de las pequeñas explotaciones familiares han determinado diferencias importantes en el crecimiento de
la rentabilidad y de los ingresos.
[47]
En Nicaragua, se concedieron títulos definitivos de propiedad sobre tierras ocupadas por indígenas a
poblaciones no indígenas, sin que fuesen atendidas las reclamaciones que los indígenas habían
presentado durante el período de provisionalidad de los títulos.
[48]
Se estima que más de 25 millones de ha de bosque fueron destruidas en las décadas de 1970 y 1980,
y que casi las dos terceras partes de estos bosques fueron abandonadas después de 4 a 8 años a causa
de la pérdida de nutrientes (Thiesenhusen, 1996).
[49]
En Bolivia, se habían otorgado hasta 1995 concesiones madereras en 22,5 millones de ha; durante
períodos relativamente cortos, existieron concesiones de extensiones de hasta 175 000 ha.
[50]
La propia dinámica del proceso de reforma ha llevado a incorporar a las superficies explotadas tierras
que con frecuencia no eran las más adecuadas.
[51]
En Nicaragua en 1983, en México en 1992, y en Colombia y Ecuador en 1994, las leyes de reforma
agraria originales fueron objeto de modificaciones de liberalización sustanciales. Chile, a partir de la
década de 1970, había liberalizado su mercado de tierras.
[52]
Casi todos los beneficiarios cooperativistas de la fase III de la reforma poseían documentos de
propiedad; pero durante la fase I, casi ninguno de los cooperativistas poseía dichos documentos. En la
mayor parte de los casos, las cooperativas no cancelaron al Estado sus deudas relativas la tierra.
[53]
Algunos países, como El Salvador y especialmente Haití, no podrán resolver su problema rural
mediante las entregas de tierras. La densidad de población, la degradación de los suelos y las
limitaciones en la expansión de la frontera agrícola obligan a identificar otras opciones de solución.
[54]
El Programa de Desarrollo para Desplazados, Refugiados y Repatriados (PRODERE) de América
Central estima que en Nicaragua más de 300 000 jefes de familia (el 40 por ciento del total) ha tenido o
tendrá que hacer frente a conflictos por el título de la tierra, y que el 60 por ciento de quienes poseen
tierras carecen de un título de propiedad legal.
[55]
Hubo muy pocas expropiaciones; y se apoyó en cierta medida la creación de cooperativas y
asociaciones campesinas y un registro catastral con vistas al cobro de un impuesto sobre la tierra rural.
[56]
En el Brasil, existen dos grandes movimientos campesinos nacionales: el Movimento dos Sem
Terra (MST) y la Confederação Nacional dos Trabalhadores na Agricultura (CONTAG). Entre las
tácticas principales de estos movimientos están las invasiones defincas: en 1995, hubo 145 invasiones;
en 1999, 502; en 2000, 236, y en 2002, 93.
[57]
Entre 1996 y 1999, hubo 1 800 invasiones de propiedades; entre 1995 y 2002, según la Auditoría
Agraria Nacional, murieron en revueltas en zonas rurales 234 personas.
[58]
Oficialmente, se reconoce la afectación de sólo 2 609 ha de origen privado entre 1999 y 2003. Bajo la
ley anterior se habían entregado casi 12 millones de ha de tierras a más de 180 000 familias, de los
cuales más de 2 millones eran de origen privado.
[59]
En el Brasil, el programa Cédula da Terra, que otorga créditos para financiar la compra de tierras,
prevé prestar apoyo mediante 150 millones de dólares EE.UU. a 15 000 familias en los estados de
Ceará, Bahia, Maranhão, Minas Gerais y Pernambuco. El programa cuenta con un financiamiento de 90
millones de dólares EE.UU. del Banco Mundial y de 45 millones de dólares EE.UU. del gobierno central.
El financiamiento restante sería aportado por los gobiernos de los estados y por los propios
beneficiarios.
[60]
Según el Instituto Colombiano de Reforma Agraria (INCORA), entre 1962 y 1999 Colombia designó
como zonas de reserva para sus comunidades indígenas una superficie de 30,45 millones de ha; con
estas tierras se han beneficiado más de 65 000 familias indígenas.
[61]
Estos han sido los elementos claves del programa de todos los acuerdos de paz firmados en América
Central. La injusticia social en las zonas rurales ha sido el fermento de los movimientos revolucionarios y
de los conflictos civiles en los países de América Latina y el Caribe.
[62]
Las propiedades de mayor extensión, cuyo peso estadístico es un factor que contribuye a alterar los
resultados de las redistribuciones realizadas en el ámbito de muchas reformas agrarias, se encuentran
en zonas de frontera que han sido objeto de pocos o ningún pedido de dotación. Como lo muestran las
experiencias de colonización, las posibilidades de consolidación de estas dotaciones de tierras son muy
escasas.
[63]
El criterio de prioridad de las dotaciones muchas veces no se ha podido aplicar debido a la presión
ejercida por grupos que se organizan para exigir tierras en determinadas zonas o en una propiedad
específica. Estas presiones suelen recibir el apoyo de una legislación que establece la obligación de
entregar la tierra en la zona misma (o en zonas cercanas inmediatas) donde residen los solicitantes y de
expropiar las propiedades denunciadas por los solicitantes que no cumplen con la «función social de la
propiedad» establecida por la ley. autorización por entes oficiales (ocupación previa), desalojo por
ocupación ilegal, etc.
[64]
El «amparo agrario» es la protección contra el desalojo que algunas leyes otorgan al campesino que
por un cierto tiempo (por ejemplo, un año) ha explotado pacíficamente o por acuerdo con el propietario
una pequeña superficie de tierra situada dentro de los límites de una propiedad.
[65]
Independientemente de que hayan podido beneficiar a un porcentaje importante de la población rural,
las reformas agrarias no vinculadas a un proceso revolucionario nacional no han producido en América
Latina un cambio permanente en la estructura de la distribución de la tenencia de la tierra.
Revolución agrícola
En Gran Bretaña el cercamiento (enclosures) o cierre de terrenos comunales llevada a cabo por
despojo mediante la resolución formal de una autoridad, llevó a una gran concentración de la tierra en
beneficio de los terratenientes, tanto por vía del acaparamiento o apropiación por parte de particulares,
iniciada desde el siglo XVI, hasta la llevada a cabo por el Parlamento inglés en el siglo XVIII.
Los titulares de cuatro quintas partes de la propiedad de una Parroquia podían cercar las tierras con la
finalidad de juntar sus parcelas, cambiando el método tradicional de cultivo por rotación hacia una
organización de las propiedades a modo de aprovechar las técnicas de producción intensiva que la
revolución agraria había generado.
Entre las consecuencias del cercamiento se pueden considerar: acaparamiento y concentración de las
mejores tierras; intensificación de la proletarización, donde los pequeños propietarios, carentes de
derechos comunales y ubicados en las más alejadas y peores tierras terminaron por vender,
convirtiéndose en mano de obra para los grandes propietarios. El mayor número de actas de enclosures
se aprobó entre 1760 y 1815, coincidiendo con una alta demanda de alimentos, siendo progresiva su
tendencia, así por ejemplo, de 1740 a 1750 se expidieron 38 decretos, en la siguiente década fueron
156, ya en la posterior serían 480.
Si bien las técnicas de la revolución agrícola provienen de los Países Bajos, después de 1730 Gran
Bretaña le da su propio impulso: sustitución del barbecho por rotación de cultivos que permite que el
suelo se regenere, introducción de plantas con efecto regenerador (nabos), cultivo de plantas forrajeras
que multiplican el ganado y permiten el aprovechamiento del abono.