ESTRELLAS
ESTRELLAS
ESTRELLAS
Se forman en el interior de nubes de hidrógeno molecular: zonas del Universo donde la densidad de átomos de
hidrógeno es suficientemente grande como para que se asocien en gran número formando moléculas de H2.
En algunos lugares tienen átomos de otros elementos, restos de estrellas muertas, etc.
Estas nubes de gas y polvo pueden permanecer de esa forma durante muchísimo tiempo, pero tarde o
temprano suele haber algo que las vuelve inestables. Puede ser simplemente la casualidad que haga que la
densidad en una zona de la nube sea mayor que en otras, puede ser la colisión con otra nube, o el recibir la
onda de choque de una supernova…cualquier cosa que haga que, en una parte de la nube, haya una cantidad
considerable de moléculas que estén más cerca unas de otras que en las demás. En ese momento, la
gravedad acerca a las moléculas alrededor del punto de mayor densidad.
Por supuesto, esto hace que la atracción gravitatoria sobre otras moléculas de hidrógeno cercanas aumente,
atrayéndolas hacia el centro. Poco a poco la nube, de ser más o menos homogénea, se va dividiendo en zonas
mucho más densas separadas de regiones menos densas o casi vacías.
Pero, además, cuando las moléculas son atraídas hacia las zonas más densas, aceleran: según la región de la
nube de gas se contrae, las partículas se acercan unas a otras y se mueven cada vez más rápido, es decir, la
temperatura aumenta. La energía potencial gravitatoria se convierte en energía cinética de las moléculas -
energía térmica. Por supuesto, aún es una temperatura muy baja comparada, por ejemplo, con la de la Tierra,
pero aumenta continuamente.
Llega un momento en el que, dentro de la nube, hay pequeñas esferas de gas muy caliente,
llamadas protoestrellas, que van haciéndose cada vez más pequeñas y más calientes según la gravedad va
acercando a las moléculas de hidrógeno unas a otras. Este proceso es, dentro de la vida de una estrella,
extraordinariamente rápido - en un abrir y cerrar de ojos de sólo 100.000 años, la bola de gas se habrá
comprimido hasta el tamaño de una estrella.
Es difícil ver estas protoestrellas, porque aún no emiten luz visible y, además, suelen estar escondidas dentro
de las enormes nubes de gas y polvo. De hecho, a veces es posible verlas no porque brillen sino por todo lo
contrario: cuando tienen una gran cantidad de elementos más pesados que el hidrógeno (como silicatos, óxidos
de carbono y helio) pueden verse como siluetas contra un fondo brillante. En ese caso, se llaman glóbulos de
Bok, observados por primera vez por el astrónomo Bart Bok en los años 40.
Una vez que la protoestrella se va comprimiendo, pueden pasar tres cosas:
Si la masa de la protoestrella no es muy grande (menos de unas 13 veces la masa de Júpiter), cuando las
moléculas del gas se han acercado todo lo posible la temperatura es menor que la necesaria para que se
produzca la fusión de ningún isótopo del hidrógeno (menos de 1.000.000 K). En ese caso lo que se tiene no es
una estrella, sino simplemente un gigante de gas: nunca llega a brillar con luz visible - la superficie está a
menos de 1.000 K. Esto no quiere decir que la “estrella fallida” no emita radiación: sí la emite, pero al no
disponer de una reacción nuclear que mantenga la temperatura, el objeto subestelar se enfría muy rápido
según radia energía infrarroja.
Estas estrellas fallidas siguen enfriándose poco a poco y probablemente serán algunos de los objetos más
viejos del Universo algún día, ya que no “mueren” como una estrella que se llega a formar. Aunque no se han
formado igual, incluso nuestros grandes gigantes gaseosos, Júpiter, Saturno y Neptuno, emiten más radiación
de la que reciben del Sol.
Sin embargo, si la nube gaseosa que se contrae es más grande (entre 13 y 80 veces la masa de Júpiter),
dispone de más energía potencial gravitatoria para calentarse. Según las moléculas se aprietan unas contra
otras puede calentarse hasta un punto crítico: el millón de grados.
A esa temperatura de 1.000.000 K se inicia la fusión del deuterio y la protoestrella “se enciende” nuclearmente:
se convierte en una enana marrón. Por cierto, la distinción entre las enanas marrones y los grandes gigantes
gaseosos no está demasiado clara, pero el hecho de que produzca (o haya producido alguna vez) la fusión del
deuterio no es un mal criterio para distinguirlas de los gigantes de gas.
Pero estas enanas marrones no brillan mucho: aunque en el centro tengan un millón de grados, su superficie
está a menos de 2.000 K, de modo que son de un color rojo profundo y emiten casi toda la radiación en el
infrarrojo.
Además, piensa que lo único que una enana marrón puede fusionar es deuterio (hidrógeno-2): no puede iniciar
la fusión de protones (hidrógeno-1) porque para eso hacen falta unos 3.000.000 K, y la pequeña enana marrón
nunca podrá alcanzar esa temperatura. De modo que, en unos cuantos millones de años, se le acaba el
deuterio, pues no hay mucho comparado con hidrógeno-1…y a partir de entonces su brillo va disminuyendo. La
enana marrón, al igual que los gigantes gaseosos anteriores, va convirtiéndose en un objeto más y más frío
según radia energía, pero ahí siguen durante un tiempo enorme - nunca se encienden “de verdad”, de modo
que nunca mueren.
Ahora bien, si la protoestrella es suficientemente grande (unas 80 veces la masa de Júpiter), la temperatura en
el centro aumenta según se acercan las moléculas hasta que se “enciende” la fusión del hidrógeno - en ese
momento ha nacido la estrella. En no demasiado tiempo, la presión hacia fuera de la radiación emitida por la
fusión compensa la presión hacia dentro debida a la gravedad y la estrella se estabiliza. Su temperatura en la
superficie, dependiendo de la masa de la protoestrella, puede ir desde poco más de 2.000 K hasta 50.000 K o
incluso más en algún caso aislado.
Lo que se tiene entonces es una estrella de verdad: puede ser roja y no muy brillante, amarilla como nuestro
Sol, o de un azul intenso para estrellas más grandes, pero brilla con luz visible y una belleza arrebatadora. A
partir de entonces, la estrella recién nacida entra en lo que se denomina secuencia principal…pero de eso
hablaremos en próximas entregas de la serie. En el siguiente artículo, los tipos espectrales.
Tipos espectrales
Una vez que la temperatura en el núcleo de la estrella alcanza el valor adecuado, como dijimos en la entrada
anterior, empieza la fusión del hidrógeno. Aunque algunas estrellas tienen más hidrógeno y otras menos
cuando empiezan a brillar, en todas ellas el hidrógeno es un porcentaje elevadísimo de su masa - al final de la
serie veremos por qué algunas (como nuestro Sol) ya tienen otros elementos cuando nacen.
Hay diversas reacciones nucleares involucradas en la fusión del hidrógeno en el interior de las estrellas, pero el
resultado fundamental es el siguiente: cuatro protones (núcleos de hidrógeno) se unen para formar un núcleo
de helio (dos protones y dos neutrones), liberando dos positrones y dos neutrinos electrónicos (lo que convierte
a dos protones en neutrones), además de una enorme cantidad de energía en forma de fotones.
Cuanto mayor es la masa de la estrella recién nacida, mayor es la temperatura en su núcleo y más rápido se
produce esta reacción. Una estrella muy pequeña y relativamente fría consume su hidrógeno muy lentamente,
de ahí que pueda seguir brillando (aunque débilmente) durante muchísimo tiempo; por otro lado, una estrella
de enorme masa en cuanto nace empieza a consumimr su hidrógeno a un ritmo endiablado: brilla como un
millón de Soles, pero en unos pocos millones de años ha consumido casi todo el hidrógeno.
De modo que, dependiendo de la masa de la nube de hidrógeno que dio lugar a la joven estrella, ésta tiene un
color y luminosidad u otro. Existen muchas formas de clasificar las estrellas, pero la más común combina dos
aspectos (el color y la luminosidad), y probablemente la has visto alguna vez. Por ejemplo, nuestro Sol es una
estrella G2 V. Pero, ¿qué significa todo eso?
La primera parte de la clasificación de una estrella se denomina tipo espectral, y dice básicamente de qué color
es la estrella. O, dicho de otra manera, a qué temperatura está su superficie. Piensa en lo siguiente: si calientas
un clavo poco a poco, al principio no brilla, luego puedes verlo brillar de un color rojo oscuro que va volviéndose
más brillante, anaranjado, amarillo, blanquecino e incluso azulado. La temperatura del clavo determina el color
de la luz que emite - y lo mismo pasa con las estrellas.
Vamos a recorrer brevemente los tipos espectrales más comunes, de las estrellas más frías a las más
calientes. Los tipos espectrales son letras, de modo que es una clasificación algo artificial y escalonada. Con el
tiempo se añadió un número del 0 al 9 para suavizar la clasificación:
Las estrellas del tipo L son muy frías: por debajo de 2.000 K. Si recuerdas el artículo anterior, las enanas
marrones son estrellas de este tipo. Las estrellas de este tipo brillan con un color rojo oscuro (casi toda su
energía se emite por debajo del visible, en el infrarrojo). Aunque no son realmente estrellas “en toda regla”,
pues no producen la fusión del hidrógeno, no he querido dejar de mencionar este tipo espectral porque enlaza
con el artículo anterior.
Por supuesto, no todas las estrellas tipo L son iguales: una que sea de tipo L9 es muy fría, mientras que una L5
es algo más caliente y una L0 es casi ya del siguiente tipo (el tipo M). Así funciona el sistema “suavizado” por
los números.
El siguiente tipo es el M, el más común del Universo. Son estrellas cuya superficie está entre 2.000 y 3.500 K,
es decir, aún bastante frías (una tipo M9 estará a 2.000 K y una M0 a 3.500 K). Tres de cada cuatro estrellas
pertenecen a este tipo espectral.
Estas estrellas rojas pueden ser de muchos tamaños. Por ejemplo, probablemente sabes que el sistema estelar
más cercano al nuestro es Alfa Centauri (a poco más de 4 años-luz de nosotros). Bien, ese sistema consta de
tres estrellas, una de las cuáles (Proxima Centauri) es una minúscula estrella de tipo M5 que tiene un radio que
es la quinta parte del del Sol. Por cierto, ahora mismo Proxima Centauri está algo más cerca de nosotros que
las otras dos estrellas, de modo que es la estrella más cercana a la Tierra después del Sol.
Por otro lado, la gigantesca Betelgeuse (a unos 427 años-luz de nosotros) es de tipo M2, pero tiene un radio
que es más de seiscientas veces el de nuestro Sol. Aquí tienes una imagen de Betelgeuse tomada por el
Hubble
El siguiente tipo es el K, el de las estrellas de color naranja cuya superficie está entre 3.500 y 5.000 K. Un 13%
de las estrellas que podemos ver son de tipo K. Algunas de ellas, como Alfa Centauri B, son estrellas normales
y corrientes (denominadas de secuencia principal, como veremos en el siguiente artículo de la serie), mientras
que otras son gigantescas, como Arturo.
Llegamos ahora al tipo espectral de nuestro Sol, el tipo G de estrellas amarillas-blanquecinas…que son menos
comunes de lo que podrías pensar: sólo el 8% de las estrellas son de tipo G. Su temperatura superficial está
entre 5.000 K y 6.000 K. Algunas de las más conocidas (además, por supuesto, del Sol) son Alfa Centauri
A, Capella o Tau Ceti. Nuestro Sol, por cierto, es una estrella G2.
Pasamos ahora a estrellas más calientes que el Sol. Las de tipo F son blancas y su superficie está entre 6.000
K y 7.500 K. Únicamente el 3% de las estrellas que vemos son de este tipo. La segunda estrella más brillante
del cielo nocturno, Canopus, es de tipo F.
Pero hay estrellas aún más calientes: las de tipo A están entre 7.500 K y 10000 K y brillan con un color blanco
azulado. Paradójicamente, a pesar de que sólo una de cada doscientas estrellas está tan caliente, las estrellas
de tipo A son de las más conocidas desde hace milenios porque, al estar a una temperatura tan grande, suelen
brillar mucho y son visibles a simple vista. Por ejemplo, Vega y Deneb son de tipo A. La estrella nocturna más
brillante de todas, Sirio (más específicamente, Sirio A, porque es un sistema binario), también es de tipo A.
¡Pero no hemos acabado aún! Las estrellas cuya superficie está entre 10.000 y 30.000 K son de tipo B. Brillan
con un color azul intenso pero, al estar tan calientes, no suelen durar mucho tiempo. Hay poquísimas estrellas
de este tipo, porque hace falta una gran densidad de hidrógeno para que se formen: sólo una de cada
ochocientas estrellas es de tipo B. Sin embargo, suelen estar juntas formando grupos en las zonas en las que
las nubes de gas que las formaron eran muy densas. Las Pléyades, que ya mostramos en la entrada anterior,
contienen varias estrellas de tipo B:
Aunque parezca mentira, sigue habiendo estrellas más calientes (aunque pocas). Las de tipo O están entre
30.000 y 60.000 K y brillan, igual que las de tipo B, con color azul. De hecho, hay más radiación emitida en el
ultravioleta que en el visible. Sólo una de cada tres millones de estrellas es de este tipo - fíjate en el salto
respecto a las de tipo B. Es muy difícil que se den las condiciones para que se formen estas estrellas y,
además, duran tan poco tiempo que casi todas las que se formaron en el pasado ya no están.
Clases de luminosidad
Imagina una estrella M5. Si recuerdas lo que leíste acerca de los tipos espectrales (que indicaban el color y,
por lo tanto, la temperatura de la estrella) una estrella M5 es de color rojo y está relativamente fría. Sin
embargo, no basta con esto para saber cómo es la estrella: ya en la entrada anterior dimos los ejemplos de dos
estrellas tipo M, Próxima Centauri y Betelgeuse, una de las cuales es muy pequeña y la otra, si estuviera donde
se encuentra nuestro Sol, englobaría a la Tierra en su interior. Hace falta algo más para identificar una estrella.
Ese algo se definió en los años 40, y se denomina clases de luminosidad. ¿Qué diferencia tienen Próxima
Centauri y Betelgeuse? Que, a pesar de estar a la misma temperatura superficial, como la segunda es
muchísimo más grande que la primera, brilla más. De modo que el tamaño de la estrella puede medirse por
su magnitud absoluta, es decir, el brillo que tiene independientemente de cómo de lejos estés cuando la miras.
Esta clasificación utiliza números romanos para indicar la luminosidad de la estrella: una estrella de clase VII es
una enana minúscula (por ejemplo, una enana blanca), mientras que una de clase I es una supergigante. Para
suavizar los escalones (igual que en los tipos había un número) se utiliza una letra: a indica una luminosidad
muy grande, ab más pequeña y b más pequeña aún. También se utilizan estas letras “extra” para señalar
peculiaridades de la estrella, como el hecho de que tenga líneas de emisión o cosas parecidas.
Por si te lo estás preguntando, Próxima Centauri es una estrella de clase Ve (“e” por líneas de emisión),
mientras que Betelgeuse es una Ib. Ahí está la diferencia entre ambas. Las clases de luminosidad, y por tanto
los tamaños, junto los nombres que suelen recibir, son (de pequeño a grande):
Las estrellas VII son minúsculas. De hecho, esta clase no suele utilizarse mucho, por ser tan específica: suele
decirse simplemente que se trata de una enana blanca y punto.
Las de clase VI se denominan subenanas, aunque esta clasificación tampoco suele usarse muy a menudo.
Estas estrellas son sólo algo mayores que las enanas blancas, y una de las más conocidas es la estrella de
Kapteyn (que se llama así en honor a su descubridor), que tiene un brillo unas 260 veces más tenue que
nuestro Sol.
Las estrellas de clase V es la de las denominadas enanas o de secuencia principal. El nombre es algo confuso:
las estrellas “enanas” son mucho más comunes que las más grandes, de modo que puede decirse que son de
tamaño “normal”. Nuestro Sol es una de ellas, como lo es Tau Ceti.
Las estrellas IV se llaman subgigantes. Una de las más conocidas es Epsilon Reticuli, una subgigante naranja
que ha abandonado ya la secuencia principal por haber consumido casi todo su hidrógeno. Esta estrella es
interesante, además, porque tiene al menos un planeta (un gigante gaseoso mayor que Júpiter) que la orbita a
una distancia similar a la de la Tierra alrededor del Sol. Se piensa que, en el pasado, las posibles lunas de ese
planeta pueden haber tenido las condiciones adecuadas para la vida, pero al abandonar la estrella la secuencia
principal e “hincharse” (como veremos en posteriores entradas de la serie), la temperatura a esa distancia se
ha hecho demasiado grande para la vida que conocemos.
Las llamadas gigantes son las estrellas de clase III. Estos astros tienen un brillo muchísimo mayor que el de
nuestro Sol. Por ejemplo, Rho Persei, una gigante roja M4 IIIa (a veces aparece como M4 II). Algún día, el Sol
se convertirá en una gigante de tipo III: su temperatura superficial descenderá según se hinche, pero la
superficie será tan grande al aumentar de volumen que el brillo total aumentará mucho. Desgraciadamente, no
podremos verlo desde la Tierra: para entonces, o bien hemos emigrado a otro sistema estelar o nos habremos
achicharrado.
Pero hay estrellas aún más brillantes: las de clase II se denominan gigantes brillantes.
Sin embargo, las hay aún más grandes y brillantes: las supergigantes de clase I. Una de las más conocidas
es Mu Cephei, una supergigante roja que, si estuviera donde está el Sol, llegaría hasta la órbita de Saturno.
¡Podríamos meter mil millones de Soles dentro! Su brillo es unas cuarenta mil veces el de nuestra estrella
Puede parecer mentira, pero hay estrellas aún más brillantes que las supergigantes: son las de clase 0,
denominadas hipergigantes. No tienen por qué tener más volumen que las supergigantes, pero brillan más
porque tienen mayor masa. Las hipergigantes pueden brillar como millones de Soles.
Estos leviatanes estelares son muy inestables: su brillo suele variar debido a los cambios en su interior (a
veces cataclísmicos), y además no suelen durar mucho tiempo debido a que necesitan consumir hidrógeno
muy rápido para mantener el equilibrio hidrostático y no colapsarse y convertirse en supernovas.
Existen muy pocas hipergigantes: hasta hace muy poco sólo se conocían siete en nuestra galaxia. La más
famosa, de la que ya hemos hablado en El Tamiz, es Eta Carinae, que brilla como cinco millones de Soles
Podrías preguntarte, ¿es posible que existan estrellas aún más brillantes? Por lo que sabemos, no: existe un
límite, denominado Límite de Eddington, de unas 120 masas solares, por encima del cual una estrella sería tan
masiva y se “encendería” nuclearmente de forma tan violenta que expulsaría parte de su masa en forma de
anillo a su alrededor, quedándose con una masa inferior a ese límite. Por otro lado, sí parece que hay alguna
estrella en el Universo que sobrepasa el límite, de modo que nuestras teorías sobre formación estelar aún no
están completas.
La secuencia principal
Recordarás cómo el nacimiento de la estrella (ya sea una enana roja o una gigante azul) culminaba en el
momento en el que la protoestrella se había comprimido y calentado lo suficiente como para iniciar, en su
núcleo, la fusión del hidrógeno. Como dijimos en los dos artículos anteriores, el color y la luminosidad de la
estrella dependían de su temperatura y su tamaño.
Bien, cuando los astrónomos empezaron a catalogar estrellas (observando propiedades como las anteriores),
trataron de encontrar patrones que relacionaran estas propiedades: ¿era posible tener una estrella muy
pequeña y muy caliente? ¿una enana azul? ¿y una gigante amarilla? ¿había algunas combinaciones más
probables que otras?
Dos científicos realizaron diagramas muy parecidos a principios del siglo XX: el danés Ejnar Hertzsprung, en
1911, elaboró un diagrama que relacionaba la luminosidad de las estrellas conocidas en función de su color.
Dos años más tarde y de forma independiente, el estadounidense Henry Norris Russell creó un diagrama muy
parecido que relacionaba la luminosidad con el tipo espectral (el cual, como ya sabes, es función de la
temperatura de la estrella y por lo tanto del color de su superficie). Al ser ambos diagramas prácticamente
iguales, el nombre de este tipo de gráfica es diagrama de Hertzsprung-Russell.
Bien, si cogemos todas las estrellas conocidas y catalogadas y las representamos en un diagrama de
Hertzsprung-Russell (es decir, nos fijamos en cómo se relacionan su color y su luminosidad), aparece un
patrón muy definido y fácil de ver. Fíjate en este hermoso diagrama con 23.000 estrellas de los catálogos
Hipparcos y Gliese en el que cada estrella está representada en su color. La temperatura (color) está en el eje
de abscisas, la luminosidad en el de ordenadas.
Te habrás dado cuenta de lo mismo que observaron los astrónomos al elaborar estos diagramas con las
estrellas conocidas: prácticamente todas están concentradas en un par de regiones del diagrama. La mayor
parte de las estrellas están en esa franja más o menos sinuosa y borrosa (puesto que hay más factores a tener
en cuenta que no aparecen en la gráfica, como la composición de la estrella) que va diagonalmente desde
abajo y la derecha (estrellas poco luminosas y frías) hacia arriba y la izquierda (estrellas luminosas y calientes).
Hay estrellas en otras zonas, pero son menos, y hablaremos de ellas más adelante.
Esa franja diagonal, en la que está la mayor parte de las estrellas, es lo que se denomina secuencia principal.
Cuando la protoestrella de la que hablamos en episodios anteriores se “enciende”, es decir, empieza a fusionar
hidrógeno, entra en un punto de esa secuencia principal (donde le corresponda a su masa). Mientras esté
“quemando” hidrógeno, ocurre lo que parece de sentido común: cuanto más grande es la estrella, más caliente
está, de modo que está en esa franja, la secuencia principal. Cuando el hidrógeno del núcleo empieza a
acabarse empiezan a pasar cosas raras, y la estrella abandona la secuencia principal.
¿Qué quiere decir entonces que casi todas las estrellas estén en esa secuencia principal? Puesto que las
estrellas que vemos son muestras más o menos aleatorias de un conjunto en el que algunas son jóvenes, otras
viejas y otras ni una cosa ni otra, el hecho de que todas estén ahí sólo puede significar una cosa, y ésa es la
conclusión a la que llegaron los astrónomos al observar estos diagramas: las estrellas pasan la mayor parte de
su vida en la secuencia principal, fusionando hidrógeno.
Dicho de otra manera: imagina que observas individuos aleatorios de una especie alienígena, de edades
diferentes, y ves que algunos tienen el pelo rojo, otros verde y otros azul. Unos pocos lo tienen rojo, muy pocos
azul, y prácticamente todos lo tienen verde. Y, además, te das cuenta de que, según envejecen, el color de su
pelo va de rojo a verde y luego a azul. La conclusión lógica es que esta especie alienígena pasa la mayor parte
de su vida en la etapa “verde”, mientras que las otras dos etapas son muy breves: de ahí que veas tantos con
el pelo verde. Es un ejemplo algo simplón, pero espero que ponga de manifiesto la importancia de este
diagrama.
De modo que nuestra joven estrella (que, independientemente de su origen y composición, estará en su mayor
parte formada por hidrógeno) empieza a realizar la fusión del hidrógeno, y cae en la secuencia principal en el
punto que le corresponda a su masa. Ahí permanece durante mucho, mucho tiempo: casi toda su existencia
como cuerpo estelar, casi sin moverse en el diagrama, “quemando” hidrógeno y brillando con el color (tipo
espectral) y brillo (clase de luminosidad) que le corresponden.
Por ejemplo, nuestro Sol es, como ya dijimos, una estrella G2 V. Si te fijas en el diagrama (G en abscisas y un
brillo de 1 en ordenadas), es una estrella amarilla dentro de la secuencia principal. Ahí seguirá aún durante
unos cuantos miles de millones de años: nuestra estrella no es muy joven, pero tampoco es vieja, y todavía
tiene mucho hidrógeno por fusionar en el núcleo.
¿Quiere esto decir que durante los miles de millones de años que una estrella permanece en la secuencia
principal no cambia absolutamente nada? No. Según va pasando el tiempo, el hidrógeno se va convirtiendo en
helio, y esto es importante por una razón muy sencilla: el helio es unas cuatro veces más denso que el
hidrógeno. Por lo tanto, la estrella va, poco a poco, contrayéndose, calentándose en el núcleo y fusionando
hidrógeno más deprisa. Nuestro Sol consume ahora hidrógeno un 40% más deprisa que hace un par de miles
de millones de años - si quieres entrar en más detalle sobre este aspecto, puedes leer la entrada de hace unos
meses ¿Por qué el Sol está más caliente que antes?.
Claro, si la estrella es pequeña y fría (en la parte inferior derecha de la secuencia), consume hidrógeno muy
despacio, y puede permanecer allí… no sabemos cuánto tiempo. Las primeras estrellas pequeñas que se
formaron en el Universo aún están ahí, y probablemente seguirán mucho despúes de que nuestro Sol haya
“muerto” y se haya convertido en una enana blanca. Pero las estrellas grandes y calientes (la parte superior
izquierda de la secuencia) alcanzan tal temperatura y presión en el núcleo que consumen el hidrógeno a una
velocidad endiablada, y en unos pocos millones de años su núcleo es totalmente de helio.
Una vez que la estrella ha consumido casi todo el hidrógeno del núcleo, la mayor parte de su vida ha pasado:
lo que le queda puede ser apocalíptico o pacífico, pero será corto. Curiosamente, casi todo lo más interesante
de la vida de la estrella está por venir, en el poco tiempo que le queda, mientras que la mayor parte de su
existencia es comparativamente aburrida dentro de la secuencia principal. Además, una vez la estrella
abandona la secuencia, dependiendo de su masa pueden ocurrirle cosas muy distintas, mientras que durante
su estancia en la secuencia casi todas se comportan básicamente igual (salvo que unas permanecen durante
tiempos enormes y otras lo hacen durante unos breves millones de años).
¿Qué tipo de estrellas son entonces las que no están, en el diagrama de arriba, en la secuencia principal?
Algunos puntos aislados son simplemente casos extraños: vemos un número tan gigantesco de estrellas, con
condiciones tan variadas en su formación y evolución, que algunas pueden tener características fuera del
patrón común. Pero probablemente has visto dos grupos relativamente numerosos de estrellas que llaman la
atención: por un lado, la franja que se dirige hacia la derecha y arriba desde la secuencia principal y, por otro,
una banda casi horizontal de estrellas blancas en la parte inferior izquierda del diagrama.
El primer grupo son estrellas que han abandonado la secuencia principal y consumiendo elementos diversos en
su precipitada caída desde la secuencia: son estrellas “moribundas”. Nuestro Sol recorrerá un día ese camino.
El segundo grupo, las enanas blancas, son “cadáveres” de estrellas que recorrieron ese camino. Pero todo esto
está relacionado con lo que ocurre cuando la estrella abandona la secuencia, de modo que tendrás que
esperar a próximas entregas de la serie para saber más sobre ello.