Martina

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MARTINA

Daba unos últimos detalles al contenido de la maleta, todo debía estar en orden: me iría todo el
verano a la playa, así que llevaba lo necesario, desde las gafas de sol hasta las lecturas para
distraerme, aunque no faltasen tampoco un bañador y el protector solar. Debía ser un verano
distinto, el primero que viviría por primera vez con mis 18 años.

-¿Listo, gusano? -preguntó Rodrigo.


-Sí, bichito -le respondí cuando ya cerraba el equipaje.

Nos gustaba llamarnos así, y aunque él era mi hermano mayor, no dejaba escapar una
oportunidad de portarse como un chico de cinco años. Claro que había problemas, y mi hermana
servía de mediadora entre ambos: era todo tan difícil a veces. Rodrigo, Isa y yo estábamos en el
auto cotorreando sobre todo lo que haríamos este verano, pues estaríamos casi dos meses en la
playa así que tendríamos fiestas y olas suficientes para entrenarnos. Mientras miraba por la
ventana en nuestro viaje, mis cantantes favoritos resonaban en mis oídos, aunque Rodrigo
siempre me quita los auriculares. No me molesta compartirle música, en especial la que me
gusta, creo que así podría instruirlo un poco con buen gusto. Al cabo de unas horas, la entrada de
la casa de playa ya estaba ante nosotros. Era hermosa: había cerca un gran club y la playa, a
pocos metros de donde podíamos quedarnos a dormir. Bajábamos ya las maletas y cajas del auto
cuando me fijé que había más chicos ahí. Los conocía a varios de ellos, aunque un par de rostros
no me era familiar. Comenzaba a ser interesante este viaje.
Busqué mi traje de baño y vine con mis cigarrillos, el carnet de membresía y algo de dinero
(porque nunca se sabe). Ya mis amigas esperaban para fumar, o nadar, o sencillamente conversar
un poco. Un par de cervezas frías refrescaban el ambiente desde el bar. Entonces noté que la vida
me había pasado tan pronto que sin darme cuenta era dueña de mis propias decisiones. A ver,
hasta no hacía mucho, veía a los adultos conversar en las mismas poses que ahora yo tomaba.
Digamos entonces que era la misma niña, con unos años más, pero eso no me inquietaba.

Al cruzar la vigilancia, busqué fumar de inmediato: estaba tan acostumbrada que no me


importaba quien me viera, me parecía cualquier cosa, algo tan natural como respirar. Entré
saludando a todos, porque todos me conocían. Por eso solían llamarme "la alcaldesa". Papá se
molestaba por eso, que siempre vestía de traje, era elegante y remilgado; en cambio, mamá era
dulce, tierna, de ese tipo de personas a las que es casi imposible encontrar algún mal detalle;
mientras pensaba en mis padres daba varias calada a mi cigarro, a lo lejos divisaba a las chicas
riendo rodeada de un gran número de chicos, me ponía de pelos ver qué éramos tan conocidas
por ese grupo
Aquí íbamos de nuevo Martina...

—¡Chicas, miren quién viene! —saludó Nía cuando me vio llegar dándole una calada a mi
cigarrillo mientras caminaba hacia ellas.
Todos se volvieron a verme, y las muchachas corrieron a mi encuentro. Nos abrazamos y no
tardamos en comenzar una conversación de aquellas largas que tanto nos gustaban. Quienes no
nos conocían a nuestro alrededor sonreían por aquellas bromas y gritos de bromas que sólo
nosotras conocíamos. Sin embargo, era solo durante el verano que nos veíamos, todos desde
distintos lugares del país, todos de distintos acentos, pero todos con el mismo sentir.

Como no me conocían, muchos me miraban diferente; otros bromeaban sobre mis tatuajes ya
saben, esos ataques de adolescente imparable que quiere marcarse por todos lados; unos más
admiraban en silencio las sinuosas figuras que, por supuesto, se ocultaban en parte por mi traje
de baño. Es probable que intentaran adivinar lo que había debajo para completar las figuras; o tal
vez sólo imaginasen mi piel sin ropas. Nada de eso importaba, podía llenarme de orgullo
siempre.

Solté mi cabello y apagué el cigarrillo en la mesa de concreto, y ya en la tumbona estaba el resto


de mis cosas ordenadas para lanzarme a la piscina. Era un club muy movido, lleno de gente,
conocidas y otras que no, como decía, pero apreciaba esos reencuentros para disfrutar los días de
playa tan necesarios para alejarme de él y sus recuerdos.
FIESTA

La memoria siempre es traición al corazón herido, y cada rincón de este precioso lugar era una
excusa para recordarlo: no había rincón en él en el que no hubiese un bucle de risas,
complicidades, besos o secretos: no tenía una familia numerosa, y yo era su cómplice. Qué
extraño es tener un confidente del corazón que también nos acompaña en las travesuras del
camino.
El sol ya caía, pero yo estaba aún hablando y riendo por las historias de mis emociones: en
vaivén, los recuerdos eran como las olas del mar más allá, aunque nosotros estábamos en nuestro
presente en la piscina. Al fin, que jóvenes sabíamos todo y no sabíamos nada: sólo disfrutamos el
momento.

-¿Y qué hay para esta noche?

Ya el sol se había ocultado cuando salíamos de la piscina, casi a rastras, porque la vigilancia del
consort nos estaban avisando el cierre. Sin embargo, nuestra rebeldía era mayor. Y el frío del
anochecer que estremecía mi cuerpo, alentaba más bien mis ánimos.

-¡Fiesta, Mariana, fiesta y más fiesta! -respondió Alex, cuyo cabello rizado por naturaleza estaba
ahora sujeto por una coleta desordenada-. ¿Dónde y cuándo?

En sus vivos ojos estaba el alma de aquella fiesta de sus palabras: había algo de don Juan en su
mirada, que a cada una le dedicaba un tono distinto, pero coincidíamos en aquello que removía
nuestro sentir interno.
-A las nueve en la Marina.

Buscaba mis cigarrillos cuando sentí que alguien me tomaba por la cintura. Pronto me sentí
elevada por los aires gracias a aquella fuerza irresistible que me hacía gritar: mi primo,
emocionado, me hacía dar vueltas, y pronto mi cajetilla se perdió en algún lugar de la oscuridad.
Todo alegría y risas.

Abrazados nos encaminamos a nuestros apartamentos de verano, ubicados apenas más allá de la
caseta de vigilancia del club. En el camino nos poníamos al día con todo mientras nos esperaba
la fiesta, avivando su aliento como una fogata conforme nos acercábamos allí.

-¡Al fin que llegas! -Mamá acomodaba algunas cosas en el salón y el saludo me resultaba más
bien un detalle educado más que sorprenderse de verme.

-Llegué temprano -contesté sin muchas vueltas entre risas cómplices-: prometí que olvidaría todo
con fiestas y bebidas.

-Vaya manera de olvidar las cosas... -suspiró ella negando con la cabeza-. A ver si...

-Nada, mamá: esto es solo una vida.

Fui hasta la habitación preguntándome qué ponerme: el jersey me protegería de frío, pero un
escote no vendría mal para atraer a quien quería dar calor. ¿No es así? Después de una ducha fría
para despertar, el maquillaje. Bueno, no mucho: lo suficiente para ser llamativa, no demasiado
para que el calor me arruinara la vista. De todos modos, la voz de mamá y su "vaya forma de
olvidar" hacía eco dentro de mi cabeza. En fin que no se equivocaba, aunque a veces me
preguntaba de dónde sacaba tanta paciencia para mis arranques intempestivos.

Me apresuré con el maquillaje y escogí los mejores zapatos para la ocasión para luego salir a la
sala a esperar la cena con mis hermanos. Entre todos habíamos formado un torbellino de
perfumes diversos que querían, claro, cautivar a los que nos rodearan; y yo era esa flor que
renace después de la guerra, en una tierna pero aventurera terquedad emocional.

Entre los chistes malos de Rodrigo y algunos comentarios al aire entre el tintineo de las vajillas
sobre la mesa, la cena acabó tan pronto como nuestras ansias crecían. En poco tiempo, volvimos
a buscar dinero para salir: no podían faltar cervezas y cigarrillos, pensé, no importa que me
llamaran chimenea de fábrica, pero no podía evitar ciertos vicios. Incluso los inevitables de la
intimidad, florecían en mí como quien recuerda que ha vivido algo noble. Pero, y vuelvo a decir,
los lugares son siempre reencuentros de la memoria, y era claro que iba a luchar contra los
recuerdos malos y empezar unos nuevos; en fin, es un ciclo, pero siempre es posible escapar
¿no?

La salida fue animada y colmada de mis comentarios no menos alegres, y Rodrigo me secundaba
en emociones.

-Ya sabes: frente a la Marina esta noche -dijo mientras me tendía unos brazaletes de
identificación y un par de billetes importantes-, a ver que con esto te dejarán entrar.

Estaba perpleja pero le obedecí cada palabra. Luego me adelanté a buscar a mis amigas en sus
lugares, aunque no fue difícil encontrarlas: ya estaban reunidas en una mesita bajo una cabaña
que nos habían construido. De entre las sombras surgieron siete chicos: estaban bronceados,
animados por la música, y nos abrazaron anhelantes, deseosos. Pero era inevitable que nuestros
hermanos cuidaran los pasos de aquellos que nos empezaban a asediar con evidentes intenciones
de hacer destacar sus dotes de conquistadores. Claro que nos defendimos... de nuestros
hermanos, para dejarnos llevar por los otros.

Dentro del antro nos esperaban Javier, Kevin y Carlos, todos ya con nuestros brazaletes, armados
con cigarrillos y cervezas para disfrutar el rato. Ellos ya habían pasado medio año en Europa, así
que eran seis meses sin disfrutar del Caribe, de nuestro calor. Jugué con el llavero, que oscilaba
sobre mi pecho conforme avanzaba en los ritmos del baile: insinuaba, disfrutaba, vivía otra vez,
y pasaba un capítulo...
AMANECER

No reconocía el lugar: sólo estaba ahí, había despertado en un sitio que no recordaba haber visto
jamás. Cuando regresé del estupor, levanté las sábanas asustada, pero mi ropa seguía intacta,
aunque tardé un poco en encontrar mis zapatos. En la mesita de noche ya me esperaba un par de
pastillas y un vaso con jugo de naranja. Nada mal, aunque sí era extraño: reconocía las pastillas
para después de la resaca por el licor, pero ya era raro verlas en un sitio que no reconocía.
Alguien me cuidaba. O eso pasó por mi cabeza entonces. Al levantarme de la cama, salí de
aquella habitación, que aunque extraña me resultaba hermosa. Era, sin dudas, una muestra de lo
que significaba la casa en cuestión: decorada a todo dar, amplia y fresca. Debía ser una familia
holgada, pensé. Y descendí las escaleras en silencio mientras escuchaba una animada
conversación en la sala comedor. Y sí, ya me esperaban.

-¡Hola, hola! Vaya que se ha despertado la bella durmiente... -saludó con buen humor un joven
corpulento y simpático.

Se había levantado de la mesa para recibirme, y pronto tendió una mano amable para indicar que
me sentara con ellos ahí.

Tomé la mano que me ofrecía y nos acercamos a los demás: no tardaron en llegar los
acostumbrados comentarios a viva voz de mis tatuajes y cuerpo, nada mal para lo que
representaba. Eran ellos cuatro muchachos, vivarachos, bien parecidos, y todos de una singular
apariencia.
-Hola -musité, y no reconocí casi mi propia voz, que ahora estaba alterada por los excesos del
alcohol y los cigarrillos y los gritos de la noche anterior. En mi cabeza, las imágenes de todo lo
vivido en la Marina aparecían en cámara rápida, pero nunca definidas: eran manchones en los
que apenas distinguía rostros y todavía pesaba en mí el aturdimiento de la música fuerte. Giraba
todo, se revolvían un poco mis entrañas, pero ahí estaba, rodeada de estos paquetes de
testosterona que me preguntaban y reían conmigo sin prestar atención al desorden de mi
cabello...

Me gustaba esta compañía pero era momento de volver a mi realidad: mamá seguramente sería
un mar de gritos y no estaba segura de querer escucharla. Así que corté por lo sano y decidí irme
cuanto antes, no sin haber quedado en vernos en la piscina otra vez: con este paquete de
testosterona nuevo las chicas estarían alucinando, tenía que presentarlo, por no decir compartir el
hallazgo; Me despedí y salí de aquel pequeño piso, que aunque quedaba a unos edificios del mío
no sospechaba de su existencia. Estaba un poco golpeada por el sol y decidí en el camino
ahorrarme el sermón y entré por la parte de atrás de mi apartamento: nadie se había levantado, o
eso creía...

-¿Ya viste la hora que es? -preguntó una voz muy conocida con un sarcástico tono amargo: vaya
que estaba molesta.
-Hola, mamá -intenté responder con toda la naturalidad que mi desconcierto me permitía-, es
temprano: me pediste que llegara temprano -terminé con una sonrisa.
-Apenas empieza el verano y tú ya estás de amanecida -siguió mamá de verdad molesta.
Miré hacia la entrada principal del apartamento, la puerta se abrió y ahí estaba Rodrigo.
- ¡FAMILIAAAAA, HORA DE LEVANTARSE! - gritó, aunque su lengua se arrastraba.
-Necesito paciencia -musitó mamá mientras buscaba encender la cocina-, ¡paciencia, Dios!

Fui a mi habitación, busqué un pijama y me acosté a dormir un poco, aunque me costaba


conciliar el sueño pensando en la noche anterior. Busqué mi teléfono en la cartera: no estaba.
Sentí un vuelco en el estómago al tomar conciencia de que ahí tenía parte de mi vida y muchos
recuerdos, y perderlos significaba mi muerte.

-Vale, qué dramática eres, Martina -pensé para calmar los nervios, y claro que no funciona así
tan fácil. No tardé en quedarme dormida mientras trataba de recordar donde había dejado mi
teléfono. Sin embargo, la verdad era que me angustiaba perderlo pero necesitaba descansar. Al
cabo de unas horas, mamá entró a la habitación, me acarició la frente y me dio un beso en la
mejilla, se sentía tan cálido: ya no era la mujer que me había saludado con aquel amargo
sarcasmo de la mañana.

Desperté, fui al baño y me metí a bañar.


Ah, creo que no hay nada que una buena ducha fría pudiera arreglar.
Entonces busqué mi traje de baño, ropa de playa, sandalias y la infaltable cajetilla de cigarros;
también algo de dinero y mi carnet para entrar al club. Al salir de la habitación, sin mencionar
que no tenía mi teléfono, me despedí y salí de casa. Era temprano, solo había dormido unas tres
horas y me sentía como nueva.
Pase la gaceta de vigilancia y pregunté si habían encontrado un iPhone, pero no, nadie lo había
visto, así que lo di por perdido. Busqué por todo el club, pero no conseguí a las chicas en
ninguna parte. Así que decidí quedarme en una tumbona donde seguro podríamos encontrarnos
sin problemas. Y ahí, largo a largo, quedé para broncearme mientras leía una de mis recientes
adquisiciones: Yo tampoco te extraño me atrajo por su portada fresca y juvenil, y aunque era de
una autora que apenas empezaba a conocerse, prometía por su trama algo precioso e inolvidable.

Y pasaron las horas y llegó el hambre, de modo que la ansiedad de no conseguir mi teléfono se
apasiguaron (más bien diría que se distrajeron) un poco cuando a lo lejos reconocí a mi salvador
de la noche: distraído y cabizbajo, caminaba alrededor de la piscina. Sin embargo, me hice la que
no lo conocía... A ver, que una no quiere ser tampoco tan adelantada a todo, puede también
hacerse el misterioso y yo igual ¿o no?
PLAYA

Pasé un par de horas más en el club, al menos hasta el atardecer, y regresé al apartamento. El
nuevo libro comenzaba a llamar mi atención, me gustaba la historia, aunque me molestara su
protagonista: Cristina podía ser insoportable... Perdón, me distraje. Me duché y cené sólo para
encerrarme en mi habitación: la verdad, entre el libro y la noche divertida decidí quedarme en
casa. O eso pensé por un momento. Sin mi teléfono me sentía tan desconectada, tan desnuda y
lejos de todo, pero al mismo tiempo tan tranquila, que no sentía la necesidad de buscarlo de
nuevo. No hasta que mi papá toco la puerta de mi habitación.
-Martina -mi nombre retumbó como un eco dentro de mí: papá no era siempre el más cariñoso, y
su severidad ya era manifiesta en una mirada fuerte y autoritaria. Yo era su princesa, pero igual
era su hija.
-Hola, papi -respondí con la mayor tranquilidad que pude.
-¿Dónde demonios dejaste tu teléfono?
Era claro que la pregunta no tardaría en llegar. A fin de cuentas, tenía todo el derecho de
preguntar. Y él, claro, no andaba con rodeos.
- Ehm... esto...
-Me lo han entregado esta mañana -se adelantó a mis intenciones de darle una respuesta creíble e
inmediata. Y no, no era triunfo lo que veía en su rostro.
-Seguro se me cayó en el club: hoy estuve tomando sol en las tumbonas -dije de inmediato
aparentando tranquilidad con una sonrisa que podría o no delatar la verdad de mi ignorancia
sobre el asunto.
-No sabes mentir, niña -comentó papá en uno de sus magistrales tonos de sarcasmo cuando
estaba molesto-: lo encontraron en la Marina.
-Oh, vaya... -musité en un hilo de voz a la espera de que creyera en mi sorpresa.
ya iba Papá 1 - Martina 0 en el marcador.

Alargó una mano con mi teléfono y se fue de la habitación. No dio un portazo, pero papá era de
aquellos que sin necesidad de un gesto así ya parecía haber removido todos los cimientos y
deudas familiares de mis ancestros. Intacto, según revisé, puse a cargar el celular y seguí mi
lectura, aunque ya casi mis ojos se dejaban llevar por el peso del cansancio. Apagué la lamparita
de noche y me envolví en el sueño poco a poco.
Escuché ruidos fuera de la habitación, que quedaba en la parte de atrás del edificio y tenía una
puerta corrediza. Entre dormida y despierta me incorporé en la cama, y trate de adivinar de qué
ruido se trataba pero no lo encontraba. Me acerqué a la puerta y salí.
-¿Hola? -murmuré, pero no obtuve respuesta alguna.

Entré de nuevo y volví a dormirme pese a que los ruidos seguían. Entonces, salí otra vez y ahí
estaban: dos botellas y cuatro borrachos. Me reí ante la escena y aunque lucía fatal los hice pasar
a mi cuarto entre risas. Está demás decir que hubo mucho alcohol, muchos más cuentos y risas; y
con esos cuatro caballeros ¿seré justa en llamarles con tanta elegancia? y yo pasamos hasta más
allá de la madrugada. Les abrí la puerta y entre la poca luz que se percibía salieron más
borrachos y muy felices. Me acomodé en cama de nuevo y me decidí, ahora sí, a dormir, aunque
ya sus ojos marrones me perseguían por todos lados: esas risas y miradas cómplices que me
lanzaba mientras bebía un trago alegre me hacían vibrar desde la intensidad de la travesura y el
atrevimiento de los deseos.

Estaba muy cansada por la noche tan fuera de lo común. Y mis nuevos amigos, los borrachos, me
habían hecho reír tanto que todavía me dolía el estómago. Me incorporé en la cama, tomé mi
teléfono (no lo había perdido esta vez) y salí de la habitación. No tenía el mejor aspecto; la
verdad, lucía fatal: mi cabello, despeinado, estaba muy lejos de aquellos retoques de días antes,
mientras que las ojeras iban mucho más acentuadas y mi cuerpo entero todavía estaba con mucho
sueño. Debía dejar de desvelarme tanto o todo el verano tendría esta cara. Pero siempre son
decisiones del momento, temporales, efímeras...

Me senté en el mueble a analizar mi nuevo día mientras revisaba mi celular y correteaba


boquiabierta por todos los mensajes encontrados. Entonces también aparecían videos que a un
tiempo me enorgullecían y avergonzaban: sentía siempre que me grababan bailando, y aunque
llegaba hasta abajo con un hábil movimiento de las caderas, sabía perfectamente que a mi papá
no le gustaba. Él siempre hablaba sobre el baile como un pecado enorme. No podía esperar
menos de alguien tan conservador y puritano como él. Luego del desayuno, me aliste para ir de
nuevo al club: esta vez había quedado con las chicas y mis nuevos cuatro amigos de pasar el día
junto a la piscina luego comer. Adoraba ir a comer a la playa aunque la arena fría erizaba mi piel
siempre que la rozaba.

-Planeo emborracharme hasta no saber mi nombre -dijo entre risas Irinida, quien disfrutaba tanto
de esto como como a mí me fascina bailar.Todos reímos al unísono y yo solo quería ir a la clase
de baile para poder emparejar mi bronceado, aunque ciertamente me causaba mucha curiosidad
mi nuevo acompañante de madrugadas divertidas.

-Oye, Marti, ¿ y Alejandro? - preguntó Camilo mientras yo bailaba bajo el sol


- No se -gri - luego de eso di varias vueltas y entre risas y muchos movimientos la clase daba una
pausa , busqué mi agua, y de nuevo estaba en el aire.
-Te atrapé - dijo entre risas
-¡YA BÁJAME RAÚL - grite
- no hasta que digas que soy tu favorito - dijo
-¡Alo! - respondí
- acaba de decir que no chicos? - preguntó
- si - respondieron entre risas una gran cantidad de grandes jóvenes musculosos
- ahi va - dijo - tómale los pies Alberto.
-NOOOOOO, SUELTAMEEE - grite
-Jejeje, un poco de diversión no te viene mal primita - dijo
- YAAAAA - grite de nuevo - y de un solo tirón sentí el agua recorrerme por completo, entre
risas me miraban desde la parte de afuera la piscina, aunque fuera refrescante estaba echando
humo de la rabia.

-Vete a la mierda - dije.


-¿Dijo que me ama? Creo que sí -respondió.
-Idiota.
-Pesada.
-Imbécil.
-Pesada.
-Te odio.
-Me amas.
-¡YA! -grité para cerrar aquel laberinto y salí de la piscina.
Me encamine hasta la tumbona donde estaban bronceándose las chicas y al verme empapada no
dejaban de reírse, y me senté en la tumbona a secarme el cabello.
-Te ves guapa cuando te levantas, pero con el cabello mojado eres otra -escuché detrás de mí.
Sentí como mi piel se erizó, las chicas hicieron un silencio de ultratumba y mis mejillas
colorearon.
- Ehm... gracias... -dije dudosa.

SILENCIO
Mientras mi cerebro asilimaba la frase que él había dicho, todavía dudaba un poco si en serio
podía verme bien recién levantada y mojada: quizá mi mejor amiga, Eli, podía verse mucho
mejor que yo, pero él no miraba a Eli, me miraba a mí. Y aunque mis mejillas se sonrojaban
vivamente, todavía me parecía imposible que él pudiera fijarse en mí. Me levante de la tumbona
para regresar al apartamento.
Sujetó mi muñeca y me acerco de un tirón a él.
-Vamos a vernos esta noche -susurró apenas.
-¿En la Marina? -pregunté.
-Sí, a las 10.
-Está bien.
Ya estaba nerviosa. Me incorporé y las chicas me miraban fijamente: entre miradas sabíamos lo
que cada una pensaba, así recogí mis cosas en silencio y él se marchó.
-¡JA! Hoy creo que Martina dejará de ser virgen -dijo Nina entre risas.
-Por Dios, sólo piensas en sexo -respondió Andrea-: hay otras cosas ¿eh? Pero, ¡shhh!, no hagan
alboroto capaz solo van a beber.
-Basta, chicas, no tendré sexo en la Marina. Y sí, Annie: iremos a beber, ¡porque iremos todas!
Salimos todas del club, el sol se ocultaba y, mientras cada una se encaminaba a sus respectivos
edificios, yo pensaba en qué usar y en cómo encontraría a mamá: seguramente lanzaría gritos,
pero ya nada me sorprendía.
Abrí la cerradura y había mucho silencio, demasiado para lo que podía ser cómodo. Y no, no es
de esas películas de suspenso, pero sí tenía el corazón en el cuello. O por ahí. Pero no en el
pecho y no latiendo con calma.
Recorrí el apartamento, no había nadie, solo una nota en la mesa de la cocina:
"Hija, estaremos en la playa, regresamos en la noche.
Avísame si saldrás para no esperarte.
Cariños,
Mamá."
Quede boquiabierta ante el mensaje. Busqué comida y sí, habían dejado cena (eso fue bueno).
Preparé algo para comer, tomé una ducha y pasé a la rutina de escoger algo que ponerme.
Decisiones difíciles, interesantes a veces. Escogí algo cómodo para bailar hasta abajo como si no
hubiera un mañana, aunque tenía pocas ganas de emborracharme: quería disfrutar de mi noche
sobria "o feliz".
Revise mi bolso: ya no me preocupaban los cigarros que quedaban, pero guardé mi teléfono, un
par de coletas de cabello y dinero, porque sabía que serviría para algo o quizá para nada. Salí del
apartamento y me fui caminando por el estacionamiento hasta la gaceta de vigilancia. Las chicas
deberían esperarme en la Marina o en la playa. Como no estaban en la Marina, fui directamente
a la playa: era el único lugar donde sabía que las encontraría bailando un poco antes de irnos a
otro sitio.
Me parecía gracioso verlas bailar de lejos, no sabía cómo nos habíamos vuelto tan unidas; solo
sabía que las cinco éramos un huracán que arrasaba con todo, desde la pista de baile hasta más
allá. Me acerqué a las chicas, reíamos y bromeábamos un poco, mientras buscaba entre las mesas
a mis padres.
Y ahí estaban, disfrutando del ambiente. Al verlos, los saludé ondeando una mano mientras
sonreía.
-Miren quién llegó: mi pequeña niña -observó mamá.
-Hola, mamá. ¿Desde cuándo estás acá? -pregunté.
-Desde las 11: te busqué por el club pero no te vi y nos vinimos: hay fiestas por todos lados, así
que la noche será larga. Estamos agotados, pero quédate con tu hermano -explicó sonriente.
Sorprendida, balbuceé algunas palabras.
-Está bien, disfruten un poco más -dije, me alejé de la mesa y volví con mi pandilla. Como era de
esperarse, mamá estaba con sus amigos mis padrinos y hacían lo imposible por convencerla para
que yo disfrutara del verano. De modo que sus intentos hicieron efecto, y por eso me dejaba libre
esa noche. ¡Había que aprovechar!
Me aleje en busca de aquel cabello castaño, sonrisa bonita y ojos claros que me ponía nerviosa
con tan solo saludarme: me sentía tan tonta... aunque al mismo tiempo tan especial.
-¡Hey, Marti! -escuché a lo lejos.
-¡Chicos! -respondí saludando con la mano.
Las chicas se voltearon a verme con cara de que aquel iba a ser el verano del que no podríamos
olvidar nada.
"Y no vino...", pensé resignada.
-Martina -escuché de nuevo, y entones esa voz sí erizó cada centímetro de mi piel.
Dudé un poco si volverme, pero con las mejillas encendidas me decidí y ahí estaba él: la camisa
blanca, bermudas beige, zapatos de Playa y su cabello sin peinar.
-Hola... Ehm... Te queda bien el blanco -alcancé a decir en un hilo de voz.
-Y a ti te va mejor el cabello seco: esos rizos son bellísimos -dijo sujetando mi muñeca, y sentí
de nuevo el ardor de mis mejillas.
Me miró fijamente y, como si hubiese subido de golpe a un barco sin anclas, sentí un vuelco en
el estómago.
-Bueno, ¡que comience la fiesta! -exclamé animada: por primera vez en dos años de fiestas
interminables, quería estar sobria toda la noche para poder conocer a este joven tan agradable.
Aunque no niego que todavía me picaban las manos por un par de tragos... No creo que le hagan
daño a nadie ¿cierto?

El ambiente lograba emocionarme hasta lo más profundo de mi ser y entre la música, las miradas
y las risas no podía sentirme más cómoda. A pesar de todo esto que podía distraerme, él me tenía
ansiosa: sentía que hablábamos entre líneas, con indirectas que sólo nosotros podíamos
comprender porque nos comunicábamos con facilidad. A todas estas, aún no sabía su nombre,
pero él sí había escuchado de mí, y le gustaba gritar mi nombre siempre que me encontraba en la
pista. Luego de un par de horas, desapareció entre la multitud del mismo y extraño modo en que
se había cruzado en mi camino. Ciertamente no entendía porque desaparecía tanto, pero me
relajé un poco más y me sentía muy bien al no estar tan ebria. La verdad se sentía mejor poder
bailar sin tropezar y sin sentir que la vida pasa lento mientras escuchas alguna canción que te
haga mover las caderas. Pasaron unas horas, la noche se volvía poco a poco más clara, el
ambiente bajaba y una a una de nuestro grupo de amigas regresó a casa.
Por otro lado, yo decidí acompañar un poco más a mi primo y a sus amigos junto con mis cuatro
borrachos desastrosos: Andrés, Álvaro, Alejandro y Adrián, cada uno era tan diferente pero
tenían algo en común.
Las fiestas no pasaban desapercibidas y aunque todos vivíamos en la misma ciudad nos era
difícil reencontrarnos. Por eso teníamos un espíritu de vivir el momento hasta el último trazo de
nuestras energías. Tras el ahora silencioso amanecer, íbamos abrazados hasta los apartamentos:
mis amigos, los borrachos, me escoltaron entre risas y chistes malos. En casa, mamá estaba
dormida: no quería despertar a nadie y logré entrar por la puerta corrediza de mi habitación.
Quedamos en vernos más tarde para jugar volleybol en la playa. Me desnudé, me puse la pijama
y me dejé caer rendida todavía con los recuerdos volando por mi cabeza en rápidas imágenes
estroboscópicas.
PLACER CULPOSO
Escuché que la puerta corrediza se deslizaba. Me incorporé rápidamente: ahí estaba él, con la
mirada fija en mí. Me encontraba en pijamas y le cedí un lado de la cama. Se acercó con lentitud
y, como si de un beso se tratase, nuestras narices se unieron. Desde la mirada profunda, el deseo
de besarlo, sentir sus labios junto a los míos, se volvieron mi placer culposo. Sin embargo, sólo
me miraba desde la puerta, sin atreverse a tocarme, sin siquiera hacer el intento de besarme.
Entonces, sólo se acostó a mi lado y durmió. Mi corazón latía a la carrera: nunca había dormido
con alguien y ciertamente él no me parecía cualquier persona.
Al cabo de unas horas, sentí su mano acariciar mi cabello, pero el sueño me vencía y lo dejé ir:
no escuché cuando se marchó. Al despertar, había una nota en la mesa junto a mi cama:

"Me gustaría dormir contigo todos los días..."

Me sonrojé y guarde el papel en mi diario e intenté dormir un poco más pero Rodrigo entró a mi
habitación de golpe rompiendo el ensueño del momento.
—¡Gusano! —gritó.
—¿Ahora qué? —murmuré y me cubrí el rostro con la sábana.
—Afuera hay cinco chicos esperándote.
—¿Qué?
—Sí, están tomando café con mamá.
"Vaya que ahora sí el lío es grande", susurré para mí.
—¿Y bien? —dijo Rodrigo.
—Que me esperen. ¿Y tú, te vienes a la playa con nosotros? —pregunté.
—Por supuesto, gusano —dijo.
Me levante rápidamente para cambiarme: no quería que pasaran tanto tiempo con mamá y
pasaran a las incómodas fotos de la familia con información extra todavía más incómoda. Ya con
mi ropa de playa, salí de la habitación y con mis rizos sin ningún tipo de forma dijeron mucho de
mí: claro que todos voltearon a verme, y sonreí con vergüenza, y saludé uno a uno. Pero mamá
sólo reía con cada historia que contaba Alberto; Camilo acariciaba al perro; Alejandro trataba de
conquistar a mi hermana y Christopher... bueno, solo seguía siendo Chris.
—Chicos, nos vamos a la playa ¿no? —dije.
—La verdad vinimos a pedirle permiso a tu madre para irnos acampar en la playa —respondió
uno de ellos y todos se volvieron a un tiempo a ver la reacción de mamá; pusieron ojitos de perro
arrepentido y mi mamá sólo me miro.
—No se ilusionen, chicos, no iré —respondí por ella, que reaccionó aclarando su garganta.
—Bueno, puedes ir, pero con una condición: que me llames si quieres que pase por ti —dijo
dudosa.
La mire perpleja.
—¿MAMÁ? —gritamos al unísono Rodrigo y yo.
Fui de regreso a la habitación llena de ansiedad: mis manos no paraban de temblar todavía sin
creer que mamá me dejara dormir fuera de casa. Siempre recibía una negativa rotunda cuando de
pijamadas se trataba. Sin embargo, esta vez era diferente, era una pijamada en la playa, con
cuatro caballeros y mi hermano. ¿Qué podría salir mal? Lla verdad, muchas cosas, pero no iba a
perder esa oportunidad, que era de esas que no se repiten siempre o tal vez nunca.

Busque mi bolso de playa, metí la ropa de dormir, mi traje de baño, bronceador, cartas,
cigarrillos, un par de botellas de ron y muchas chucherías que tenia escondidas que robaba de
ciertas tienditas sin vigilancia alguna... Mamá entró a la habitación y me entregó un pequeño
bolso: era una tienda de acampa. De verdad estaba tan metida en todo el rollo de esta acampada
que tenía un zoológico en el estómago, por lo que la tome y la puse junto a mis cosas
—Concéntrate, Martina —dijo mi subconsciente mientras guardaba un traje de baño para cada
día. Al terminar de recoger y organizar, decidimos salir a comprar provisiones pues los chicos
habían convencido a mamá para pasar más días en un campamento playero; y esto, por supuesto,
hacía el panorama más interesante que antes.

Un par de cajas de cerveza, comida fácil de preparar durante nuestra estadía en el campamento,
mucho bronceador, unos lentes nuevos de sol, y mis cuatro borrachos y yo estábamos listos para
la aventura, aunque me intrigaba saber quién más iría a esa aventura. Le escribía a las chicas
pero, como cosa rara, un par dormía, las otras estaban en el club y nosotros necesitábamos más
acompañantes por lo que hicimos un secuestro express a cada una. Fue entonces que permisos y
mentirillas piadosas salieron a relucir, nada que mi carita de ángel no pudiera hacer, por
supuesto.
Luego de tener todo listo, los carros llenos, las chicas felices y yo seguía mordiendo con
ansiedad mi labio inferior antes de partir a nuestra nueva aventura.
—¡Martina deja de pensar en él! —gritó Eli entre risas: todos me miraron en la fila de carros
aparcados para el viaje y yo simplemente me sonrojé por un momento quería desaparecer y no
llamarme Martina.
Era claro que me delataba, sin embargo, la esperanza es lo último que se pierde ¿no?Ellos, sin
conocerme muy bien, ya sabían lo que pensaba, lo que sucedía dentro de mí, y entre los cuatro,
trataron de hacerme ver que él si quería ir. Pero entonces dijo que se le hacía difícil poder
acompañarlos. Era claro que notaban que había un silencio incómodo siempre que nos veíamos,
y era notorio que algo más buscaba.

Al cabo de unas horas en carretera, varias paradas técnicas y muchas risas, llegamos al
campamento de playa que habíamos reservado frente a la inmensidad del mar. Ya un grupo de
campistas se acomodaba en su sitio y, al ver que nos acercábamos, gustosos se ofrecieron para
darnos una mano si lo requeríamos. Éramos ruidosos, traíamos música, pero ellos estaban bien
con su colmena de niños. Aquel era un grupo que sumábamos diez tiendas de acampar y varias
mesas para comer y jugar cartas. El ambiente era genial, y decidí armar mi tienda con ayuda de
los chicos: dormiríamos todos en ella ya que era muy grande para mi sola. (La suite de playa, me
bromeaban los primos en otros años), por lo que acomodamos todas las cosas dentro de la tienda
y sacamos varias golosinas para acompañar las partidas de cartas, beber un poco y hablar.

El día estaba bellísimo: podíamos nadar, jugar, tomar el sol... Nos sentíamos en ambiente para
ser nosotros mismos y poder disfrutar. Además que resultábamos una muy buena compañía. Así,
mientras las chicas se bronceaban en animada conversación sobre las sillas extensivas, yo jugaba
volley con los muchachos y otro grupo de jóvenes que no conocíamos pero que se nos unieron al
ver que éramos igual de ruidosos y graciosos, por no desmerecer lo atractivas que lucíamos las
chicas.

Ahora nuestra pandilla, si pudiéramos llamarla así, era más grande: se sumaron casi 20 jóvenes,
algunos tal vez hasta mayores que nosotros, pero eran amables y cordiales. Pero no podía faltar
entonces que acordáramos hacer una pequeña fiesta en la playa, con mucha música. Como era
una playa muy conocida para hacer campamentos, estaba equipada con toldos, tiendas de comida
y víveres, dos restaurantes y cuartos de duchas. Con todo esto, se podía decir que, al ser un grupo
tan grande, podíamos llenar esos lugares de mucho desastre. Sin embargo, las personas de la
playa estaban a gusto con nosotros decían que tenían mucho tiempo sin recibir tantos turistas...
Era verano, así que mentiríamos al decir que no iríamos.
El día pasó pronto y el sol cayó mientras nosotros, entre risas y muchas bebidas indebidas,
pasamos la primera noche con mucho entusiasmo. Como era costumbre siempre era la que
levantaba a los borrachos y la que los acostaba a dormir, mi hermano era uno de esos borrachos.
Pero las chicas y yo, al ser pocas mujeres, nos acomodamos para dormir juntas: éramos
desastrosas pero siempre cuidábamos la una a la otra. Sin pensarlo me dormí en la tienda de
campaña.
Caí junto a mis cinco borrachos, mi hermano y las chicas, cada uno en un lado diferente pero era
acogedor. A la mañana siguiente, cuando el sol caía sobre la carpa haciéndola levemente
resplandeciente, cada uno se incorporó y salió para entrar en sintonía nuevamente con el
ambiente. La otra parte del grupo estaba preparando el desayuno y eso solo significaba una cosa:
tocaba hacer la cena para todos.

Disfrutaba este desastre de verano, pero mi placer culposo no estaba todavía en él: solo eran
pequeños instantes de diversión que podíamos tener juntos y una que otra escapada, en la que
solo me miraba mientras yo hablaba, y yo hablaba sin parar. Por entonces, no lograba entender
qué quería. Si tan solo pudiera leer su mente, todo seria completamente diferente, me decía en
secreto.

Como quien no quiere la cosa, terminé de salir de la tienda, agarré mi móvil a ver qué noticias
había por allí: algunos mensajes de mama y un solo mensaje de él: qué complicado era el asunto
cuando de él se trataba. Así que decidí no pensarlo más y disfrutar mi verano... A fin de cuentas,
había muchos peces en el mar.
MAR
A la mañana siguiente, la música flotaba en el aire por toda la playa. Sí, había más gente que los
dos días anteriores y las personas empezaban a juntarse entre grupos otra vez. Nos habíamos
levantando muy tarde, por lo que recogimos rápidamente nuestras cosas para poder hacer espacio
para las mesas. Luego guardamos las tiendas y las personas del restaurante instalaron para
nosotros varios toldos alineados para poder acomodarnos entre la multitud. —Marti ¿no ése
Humberto? —gritaba SabrinaLa música sacudía mi cuerpo, y Sabrina movía con insistencia mi
brazo para mostrarme al joven corpulento: alto, sin cabello, una barba voluminosa, una sonrisa
espléndida, sin un solo tatuaje; era tan atractivo para nosotras que sin duda alguna un poco de
envidia de la buena me producía ver a mi mejor amiga sonreír por semejante obra de arte.
Risas nerviosas, intercambios de miradas.
Sabrina que era mayor que todas nosotras: parecía y actuaba como una jovencita de 16, cuando
realmente tenía unos 20. Sin duda, Humberto hacía que sus piernas temblaran. Luego de tres
años sin verse, y de que ambos se perdieran el rastro, reencontrarse en aquella playa con el oleaje
a flor de piel, la música vibrante y las miradas de todo el grupo puestos en ellos, realmente era
una imagen que no quería borrar de mi cabeza. Decidí prepararme algo de comer mientras las
chicas se alistaban para nadar un rato. La playa estaba llena, y esta vez no cabía ni un alma, pero
el ambiente, era esplendido. Había música, risas, gente besuqueándose, conociéndose, bailando,
tal vez tocándose bajo el agua... La verdad, era algo que siempre quise vivir, y ahora que lo
estaba haciendo, me parecía imposible de creer. Luego de comer, decidí buscar a mis cinco
borrachos. Necesitaba hablar un poco, busqué entre la multitud y los divisé a lo lejos mientras
sujetaban sus vasos y hablaban con un grupo de chicas. Las demás estaban en la orilla, hablando
y nadando, pero... me faltaba una, no se encontraba a Sabrina.
—Qué de tiempos ¿no? —dijo Sabrina mientras peinaba su cabello—Tres años sin saber de ti,
me parecieron eternos. Pero, mírate, ya eres toda una mujer —comentó Humberto mientras bebía
de su cerveza—Han sido años interesantes ¿Y tu hermano? ¿No vino contigo? —preguntó ella.
—No, está en un viaje por trabajo - respondió el.
Siguieron hablando un par de horas y luego cada uno volvió a su grupo. No querían ser
descubiertos: él era mayor que Sabrina por diez años y tenía novia, quien, según se veía, llegaría
unos días después al pequeño pueblo playero. Sabrina se sentía diferente, sonreía diferente, y era
claro que algo en su interior se avivaba de nuevo. Y entonces viajó al pasado, cuando eran niños,
a aquel diciembre de hacía tres años: estaban escondidos en un baño, comiéndose la boca como
sino hubiera un mañana. No se despegaban el uno del otro, él le rogo para pasar esa noche
juntos, pero ella, como un alma libre, siguió su instinto y se escapó sin dejar rastro alguno con el
mejor amigo de Humberto. A los pocos días, en el grupo de amigos en común de cada uno se
comentaba que ella había escapado con Ramiro, pero quedaron solo como un par de
suposiciones.La música vestía el ambiente. La temática para la fiesta de la noche era vestir de
blanco. Como no había mucho tiempo que perder, nos duchamos y vestimos en los baños de los
restaurantes. Ya la fiesta, mientras mis cinco borrachos comían pescado en una mesa amplia,
decidimos incorporarnos al bufé gratis, y terminamos comiendo como una familia, una
disfuncional, con problemas y ataques de risas sin parar. Luego regresamos a la fiesta
nuevamente, donde Sabrina buscaba a Humberto. Por mi parte, yo buscaba un joven que conocí
aquella mañana; me interesaba, pero no lo suficiente como para recordar su nombre. Andrea
bailaba sin parar junto a mi hermano Rodrigo. Valentina estaba sentada pensando en que la vida
acabaría y ella seguiría sola y aburrida. Flor lo estaba dando todo en la pista de baile, siempre
daba de qué hablar en las fiestas puesto que de todas bailaba muy bien.
—Hey, chicas —grite, y todas se volvieron a mí—, vamos a bailar, es demasiado aburrido buscar
gente, bailemos y disfrutemos: nos quedan dos días aquí, vamos a gozarlo.Me amarraba una
coleta con una cerveza en la mano, un cigarro entre mis dedos. Entré a la pista de baile con Flor,
y poco a poco se fueron uniendo las demás. Los borrachos dejaron de actuar como
guardaespaldas y decidieron unirse a nuestro circulo de baile. Poco a poco fue llegando más
gente para bailar o solo apreciar de la música y de nuestros bailes sinvergüenza alguna.
Entre nosotras bailábamos, uno que otro roce que acaloraba el ambiente, y sentía que alguien nos
observaba o particularmente me miraba a mí. Busqué con sutileza entre las personas, pero no
había nadie de quién sospechar y seguí bailando con las chicas. Poco a poco se acercaron unos
jóvenes agraciados para bailar y no tardó cada una en irse con alguien. En cambio, yo fui por otra
cerveza. Inclinada en la neverita compacta, sentí unos brazos que rodearon mis caderas, y casi se
me cayó la botella. Giré con rapidez y justo ahí estaba: sus ojos verdes, cabello rubio, sonrisa
amplia eran característicos, únicos.
Me miraba fijamente y pronto sentí un ardor en mis mejillas.
—Entonces, sí viniste —alcancé a decir.—Sí, no podía perderme este maravilloso desastre.
Además, tenía la esperanza de pasar estos últimos días a tu lado —respondió Alessandro.—Me
parece perfecto. Sonreí y fui por dos cervezas, y nos encaminamos a la fiesta de nuevo. Su brazo
me rodeó y mis mejillas acaloradas no me dejaban disimular vergüenza. Las chicas voltearon a
vernos cuando notaron que volví acompañada. Ahora que, sin querer, tenía su atención, les
explicaba la situación: mis cinco borrachos, incluyendo a Rodrigo, nos miraban perplejos pero
sabían perfectamente que vendrían. Y es que se les notaba en la mirada que tenían esto planeado.
Decidimos seguir con las cervezas y bailar más. Reconozco que me había gustado bailar con él
desde que lo conocí aunque no recuerdo si la primera vez que nos vimos nos habíamos acercado
con ritmo en estas cosas.
Cuando ya amanecía, volvimos a nuestras carpas. Por supuesto, las chicas se fueron con sus
parejas de bailes para ver el sol salir, pero Alessandro y yo decidimos irnos a dormir. Me sentía
en una burbuja en el estupor del tiempo posterior al movimiento, puesto que bailamos toda la
noche. Él no dejaba de susurrarme lo linda que estaba: que si el blanco me sentaba muy bien y
cosas así, pero él, sin duda, me hacía sentir y verme mejor. Alessandro me miraba fijamente cada
vez que bailaba con las chicas, pero su instinto protector lo hacía tomarme una que otra vez por
la muñeca cuando alguno que otro chico pasado de tragos nos incomodaba. Era dulce aquello.
Nos metimos en la carpa, ahora más grande sin tantas personas dentro. En unos días más podría
dormir a mis anchas, sin las chicas, que se fueron a otro lugar con hallazgos recientes, y mis
cinco borrachos no estarían porque seguro estaban con algunas amigas que encontraran en el
camino. En cuanto a Rodrigo, pues ya lo habían adoptado como uno más del grupo grande y se
iba a cualquier sitio sin que me preocupase.
Nos cambiamos (cosa extraña, él, que parecía desearme, me dio la espalda con timidez cuando
quedé en ropa interior para pasar a mi pijama) y nos acomodamos en el colchón inflable. Sus
brazos me rodearon y me resguardé en su pecho para caer dormida casi de inmediato. A la
mañana siguiente, desperté como si de un sueño se tratase: ya él no estaba durmiendo a mi lado,
y encontré otra nota entre mi bolso
"Aprovecha de dormir un poco más: hoy daremos un paseo en yate.A.
Todavía sin reaccionar como debía ser, me incorporé sin prestar atención a la invitación. Los ya
no tan borrachos desayunaban, las chicas tomaban sol otra vez, y era momento de cambiarse de
ropa, buscar un traje de baño, comer empanadas y ver el paisaje. Traté de alistarme tan rápido
como pude en el baño del restaurante y me reuní con los demás a comer algo. Todos estaban en
muy malas condiciones, y era que si yo no los acostaba, nadie más lo haría, como quien se
desviste y deja las cosas tiradas por ahí: era fácil pensar que ellos podían amanecer en cualquier
lugar en cualquier posición inimaginable.
En Alta Mar
Recogimos las tiendas de campaña y limpiamos un poco donde estuvimos aquellos movidos
días: guardamos todo en los carros y quitamos la arena (y cualquier otra cantidad de porquerías)
de las tiendas de campaña con mangueras que tenían en las afueras de la playa. Tampoco
podíamos evitar los desastres ni en los últimos momentos: nos mojábamos y jugábamos con el
agua. Humberto no perdía el tiempo y buscaba la manera de hablar con Sabrina, aunque ella lo
evitaba porque, a ver, era intensa cuando quería y le huía a los que le obligaban nada. Al cabo de
una hora estábamos listos para el viaje en yate. Deje varios mensajes de voz a mi madre, que no
sé cómo no contestaba el teléfono conmigo afuera, y nos fuimos al puerto. Apenas un poco más
lejos del pueblo, el camino hasta allá me resultaba interesante y nuevo, pero los nervios no me
dejaban ni respirar, estaba ansiosa, tan feliz. Con la piel ya bastante bronceada, mis ánimos
todavía me pedían nadar en la playa: era un pez fuera del agua para la familia, o así siempre me
decían mi primo y mi abuela. A lo lejos se divisaba el puerto de yates: eran muchísimos, uno
siempre más lujoso que otro. Cuando era pequeña siempre me gustaban las grandes
embarcaciones. Aparcamos en el lujoso estacionamiento del puerto y nos esperaban tres marinos
con corte a la antigua. En medio de risas y conversaciones, bajamos dispuestos a disfrutar esos
dos días en yate. Los marinos nos llevaron a nuestros camarotes, donde había frutas en lujosas
bandejas y algunas tonterías más repartidas por ahí: cada habitación del barco tenía su propia
nevera ejecutiva con bebidas que se podían reponer tantas veces fuese necesario: el lujo se
derrochaba.
Salimos a la parte de arriba del barco, ya los chicos andaban tonteando con las niñas: Humberto
con Sabrina, Alejandro con Belle, Camilo con Andrea, Rodrigo con Flor... y Adrián, pues, solo
puesto que su novio estaba de viaje y no llegaba hasta dentro de una semana. Con una visión
general, noté que Alessandro no había llegado aún. Mientras tanto, jugábamos una amable
partida de UNO, que nunca lo era por completo, y nos ofrecieron cervezas y cosas para picar:
éramos tan retadores, desastrosos, pero disfrutábamos aquello.Con un beso fugaz, que dejó mis
mejillas ardiendo, Alessandro por fin llegaba al barco apenas un par de minutos antes de partir:
casi saltaba de la tabla del muelle. Él, que casi siempre era callado, esquivo y con apenas alguna
que otra respuesta puntual, ahora era más hablador y decidido. Solía jugar y bromear con todos
en el trayecto a mar adrento: la intención era pescar, o disfrutar de un paseo largo, pero en verdad
no sabía a dónde íbamos. Lo único cierto era que cerca había algunos islotes donde seguro nos
esperaban para quedarnos otros días.
Los padres de Humberto habían organizado aquello, de modo que no tenía en mente ningún
itinerario.La menor del grupo era yo, con una casi imperceptible diferencia de edad de casi 5
años, por lo que era claro que todos trabajaban (esos días disfrutaban de sus vacaciones) y yo
apenas estudiaba para graduarme en el instituto. Y aunque mamá aquellos días había estado un
poco distante, sabía que era para darme un espacio, por aquello de "mi hija se hace grande" y
todo lo demás, y poder disfrutar de este verano. De todos modos, me sentía extraña, distinta, y
con algo de temor sobre a dónde iba todo esto.
Cerca de mediodía, el yate se detuvo a petición de Humberto, que podía ver en la camarilla del
capitán. Estábamos ahí, en el medio de la nada, pero con fondo no tan profundo, lo suficiente
como para nadar sin problemas. Almorzamos, descansamos al sol un rato, y pronto los chicos
saltaron por la borda, seguidos de sus parejas cuando vieron que ellos estaban seguros. Mientras
tanto, prefería verlos desde la cubierta, apenas con mi traje de baño y con la piel marcada:
aquellas líneas que dejaban mis partes por no ser tocadas por el sol resultaban una tentación
visual. Y Alessandro, que ya estaba más que desatado, me tomaba por las caderas para besarme
frente a todos.
—¡Que le vas a gastar los labios! —bromeó Rodrigo desde el agua, pero no pudo comentar más,
ahora que Flor le callaba con beso brusco. No tardó en seguirle el juego allá abajo.
Mientras seguíamos en el agua y bromeábamos entre nosotros, la música se escuchaba en el yate.
Y tras algún tiempo detenidos en algún lugar del mar, retomamos el viaje y llegamos a nuestro
destino. Nos esperaban en una preciosa posada con piscina y áreas verdes. Aquélla era una playa
privada, de modo que, sin intrusos, era realmente acogedor. Fuimos a nuestras habitaciones a
desempacar, divididos en grupos de chicas y chicos en secciones de la posada diferentes, pero
aquello era una pérdida de tiempo: terminaríamos todos juntos en la misma zona o regados por
ahí como era costumbre. Entonces, ya ambientados, recorrimos juntos las áreas comunes de la
posada; serían tres días, breves, claro está, porque es lo que pasa cuando nos distraemos de todo.
Y comenzamos en la piscina, nosotras hablando mientras los chicos hacían carreras de nado o
buscaban bebidas, pero no tardamos en reunirnos en parejas. A pesar de ser unos 20 jóvenes,
aquel ambiente era sin duda muy tranquilo, sin padres por ahí que nos dijeran nada (sobre todo a
mí, digo) y no nos faltaba nada más para el verano.
La música que escuchábamos en la piscina, un merengue de esos bailables nos hizo mover los
cuerpos al ritmo dentro del agua. No paraba de notar, con sigilo, que Alessandro aliviaba más sus
tensiones conmigo, pero mostraba un carácter posesivo y celoso si alguno de los grandulones
amigos de Humberto se acercaba demasiado a mí así fuese por coincidencia. No parecía tan
acostumbrado a ver muchachas de cabellos negros rizados reír y bailar con todo el mundo, sólo
disfrutando del ambiente sin dañar ni perturbar la paz de nadie, sólo viviendo el momento, su
momento. Y así fue como en un abrir y cerrar de ojos (esto es literal, porque me gusta bailar con
los ojos cerrados sin prestar atención a nadie), pronto quedé casi a solas con él, que apenas se
movía al compás del merengue mientras los demás iban con sus parejas, insinuándose, riendo, tal
vez sólo jugando...
—No sabes lo divertido que es verte andar por ahí —dijo mientras me daba una vuelta. Con cada
giro, mi cabello se agitaba y mis caderas rozaban las suyas.
No tardé en sentir una de sus manos detrás de mi espalda y mientras la otra tomaba una de las
mías: era un cuadro particular, precioso, pero no era capaz de notarlo por lo distraída que estaba.
Sonaba una de mis canciones favoritas de ese momento: "Dame un besito", un merengue muy
pegajoso, que hizo que todas nos mirásemos con complicidad y nos alejamos poco a poco con
nuestras parejas: aquella divertida danza subía el tono cada vez, de forma casi imperceptible pero
confusa.
Salimos de la piscina a tomar algo refrescante: podíamos pedir y comer todo lo que quisiésemos
en estos tres días de estancia, algo que me parecía completamente excitante aunque no tan nuevo:
solía viajar fuera del país en verano y esta vez disfrutaba de estos rincones desconocidos y
paradisíacos que me generaban alegría. En un rato, cerca de la noche, fuimos a tomar una ducha:
había un código de vestimenta esta vez, por lo que debíamos ir de blanco o con alguna prenda
blanca. Como era costumbre, las chicas teníamos un desastre a pesar de la sencillez de la
indumentaria, y los chicos ya nos empezaban a tocar la puerta desesperados, sin saber casi que
corríamos para terminar de arreglarnos.
En el restaurante nos dejaron la mesa más grande del lugar, donde reíamos, conversábamos, nos
conocíamos más a profundidad: con esto aseguraba que aquel sería un verano que no podría
olvidar tan fácilmente. Por supuesto, de vez en cuando aparecían miradas cómplices entre todos,
y con eso presagiaba una noche de fiesta inigualable. Al terminar de comer, nos levantamos y
caminamos por el hotel, recorriendo sus areas verdes, dirigiéndonos hacia donde la música nos
guiaba: la playa.
En honor a la verdad
No estoy segura, pero creo que fue el resplandor del sol que me despertó: veía por todos lados el
resultado de un desastre que no vi venir, o que no recordaba cómo había sucedido. Unos aquí,
otros allá, todos dispersos en surreales posiciones que sólo provocaban risas en mí. Fui la
primera en levantarse, pero no como cuando vamos a casa de alguien a pasar la noche, que nos
incomodamos por despertarse antes que todos en una casa ajena. Aquí podía tomarme el tiempo,
asumir lo que quisiera: era libre. Aprovecharía aquel momento para disfrutar ahora un tiempo a
solas, lejos de todos, porque, a fin de cuentas, no me extrañarían.
Luego de un baño, salí a desayunar. Era la única del grupo que rondaba por ahí, y apenas algunos
turistas en la distancia, personas adultas que disfrutaban de sus vacaciones por la jubilación.

En la mesa, con carta libre, asumí una comida responsable: cereal, frutas, yogurt, jugo de
naranja, huevos... Se suponía que era una persona en camino a ser responsable, tanto como aquel
desayuno. Y, por supuesto, más sol para mi piel, pero el que correspondía para el de temprano en
la mañana, tenue, delicado. Disfrutaba de aquel silencio, porque luego de tanto ruido y desastre,
se extraña estar un momento a solas. Me había dormido en la tumbona, y lo que me despertó fue
el ardor del sol en la espalda: ahora no podía apoyarme en ningún lado sin inquietarme, sin
ahogar un respingo de dolor.

Pedí una piña colada y, con cuidado, me senté bajo una sombrilla amplia. Ya estaba bien de sol.
Desde allí veía a los demás recorrer las instalaciones del hospedaje. Los veía bien, felices,
tomados de las manos incluso, compartiendo qué sé yo qué cosas entre sí. Y entonces pensé que
necesitaba aclarar mi situación con Alessandro: era bonito sentirlo cerca, en especial ahora que
tenía esa nueva costumbre de quedarse dormido a mi lado. No me tocaba, no había nada más allá
del roce fortuito de nuestra cercanía casual. Entonces ¿qué podía esperar más adelante?

Así que esta noche quería ir un poco más lejos con él: había algo en esos besos que solíamos
darnos debajo de las sábanas que me hacían suspirar y temblar al mismo tiempo. Entonces, mis
pensamientos fueron interrumpidos cuando los amigos de Humberto se acercaron corriendo
desde la playa. Y así los conocía más cada vez con nuestros intercambios de preguntas:
—Me gusta la vida universitaria, pero siento que me falta más compañía —comentó Alberto.
—¿Compañía? Si tengo 4 años con mi chica y aún no me decido si comprometerme, viejo —le
siguió Ramiro.
—Chicos, basta, me están abrumando —les decía entre risas—. No tengo novio y ya alguien me
lanza eso de comprometerse. ¿De qué hablan?
—Martina, cuando tienes 25 años comienzas a ver la vida desde otro punto de vista: nos gustan
las fiestas, pero también disfrutamos los domingos de despertar con una mujer decente al lado
que sepa lo quiere —respondió de forma seria Miguel, quien era el mayor del grupo.
—Pues yo estoy bien como estoy —saltó Javier, y tomó un sorbo de su cerveza recostado en la
arena.
Cada uno comentaba sus diferentes perspectivas sobre la vida, pero todos parecían tener, de
todas formas, la misma sintonía: una importante necesidad de cariño, de sentar la cabeza y poder
así darle su vida entera a una sola mujer que los ame de verdad. Para mis adentros, y luego de
rápidas reflexiones, concluí que los hombres son un universo extraño, tan compacto y práctico
que es incomprensible.

No hubo muchas mediaciones y terminamos en la cama con sus manos rodeando mi cintura:
pensó que mi traje baño estorbaba y soltó con alucinante destreza cada uno de sus nudos del
mismo mientras nos besábamos frenéticamente. Él, ya sin camiseta y apenas con el short de
playa, recorría mi piel bronceada: todavía recuerdo que no podía ocultar la evidente erección
bajo la tela, lo que me indicaba que hacía mucho que probablemente no tenía acción en el
camino.

Aumentaban los besos y caricias, esta vez adelantándome a sus deseos y sus manos tocaban mi
espalda y senos. Pronto entendí que su short estorbaba en el proceso, y lo aparté con lentitud,
dejando en él un suspenso terrible hasta descubrir su erección por primera vez ante mí. No hubo
oportunidad de verle, porque pronto me vi tendida de espaldas a la cama, con él dominándome:
quería controlar aquella situación que nada de ingenuo tenía. Besó mi cuello y descendió a mi
pecho, al ombligo desnudo, para descubrir mi sexo. Sus labios rozaron mi entrepierna hasta que
sentí su lengua tocarme y hacerme gemir. De esas extrañas sutilezas, tapó mi boca con ligera
brusquedad, y me hacía gemir mientras aquel sexo oral descontrolaba mis impulsos.

Mis piernas temblaban y los gemidos resonaban en la habitación: existía entre nosotros una
correspondencia tal que parecíamos haber esperado el uno y el otro por mucho tiempo. De
pronto, se detuvo para imponerse sobre mí otra vez y me penetro de forma suave, mientras me
besaba. Entonces, gemía y tomaba sus brazos como pidiendo que no me soltara mientras el
movimiento de nuestros cuerpos iba acorde con el de mis gemidos. Al cabo de unos minutos
terminé sobre él, moviendo mis caderas rápidamente, apoyada sobre su pecho, mientras besaba
mis senos que caían sobre él. Luego, sus manos tomaron mi cuello apretando hasta una deliciosa
asfixia. No podía evitar detenerme por momentos cuando el agotamiento me alcanzaba, aunque
no acabábamos. Sin embargo, en un momento determinado, apretó de forma convulsa una mano
sobre mi cadera para avisar que estaba por correrse; pero yo seguía, mis piernas temblaban, no
paraba, y mi cabello negro caía por mi espalda entremezclándose con las gotas de sudor. Un
gemido y un gruñido se unieron en el ambiente, dejándome caer sobre su pecho. Aquello había
sido una vorágine de emociones inesperadas que terminó, sorpresivamente, en risas, como si nos
hubiésemos desprendido de aquellos salvajes animales que fuimos en el forcejeo de cuerpos
luchando uno contra el otro. Me hizo a un lado con calma, un lado de la cama, y yo me envolví
en su pecho, de modo que quedé dormida casi de inmediato.

Mientras las chicas se bronceaban, Alessandro jugaba al volley. Más allá, mi hermano nadaba en
la piscina y yo seguí hasta el camino de arena. Entonces, cuando tomaba un descanso, lo
sorprendí abrazándolo por la espalda hasta que lo hice caer al suelo después que me descubrió.
Me besó la boca, fundiéndose en mi como nunca antes, y ya entonces no había secretos para
nadie sobre lo que entre ambos había. Por su parte, Sabrina hablaba a gusto con Humberto, quien
se acercaba un poco más a ella, era increíble ver cómo le fluía ese coqueteo a ese par, y al final
del día estábamos todos sentados a la orilla de playa luego de comer. Era algo así como una gran
velada pública y privada a la vez entre todos.
Tardes de verano
Fue entonces que, luego de una semana intensa, volvimos a nuestras respectivas realidades con
nuestras familias. Mamá no paraba de preguntar cómo nos había ido, indagando detalles, sitios,
situaciones... Así que omitimos ciertas cosas, pero le contamos lo bien que la pasamos. Era el
comienzo del verano, apenas la segunda semana de julio, y quedaba un mes para disfrutar. Luego
de aquellos días lejos, me veía diferente, me sentía distinta pero esperaba que nadie notara
cambios muy profundos en mí.

Decidí quedarme par de días en el apartamento, estaba tan agotada que mi cuerpo no daba para
más. Así, encerrada en mi cuarto, desconectada del mundo exterior, las mañanas parecían pasar
con lentitud aunque las noches eran fugaces. Al cuarto día de "recogimiento", decidí salir, volver
a ponerme el traje de baño, y caminar hasta la playa. De pronto sentí el deseo de surfear un poco.
Las chicas, que ya extrañaban mi presencia, estaban en la piscina. Las saludé, hablamos un poco
y avancé a mi lugar seguro. No está demás decir que Alessandro había estado escribiendo y
llamándome por lo que habíamos quedado en nadar y tomar clases de surf. Luego de un par de
clases, Alessandro se creía todo un surfista profesional. Y su propia actitud de superioridad lo
hacía más atractivo. Entonces, ya había excusas para besos, risas, alguna caricia. Así pasábamos
los días que quedaban del verano; y, por sorprendente que fuese, las noches de fiesta habían
disminuido un poco mientras me acondicionaba para volver a bailar. Todavía me sorprende
cuánto exige el surf al cuerpo: la playa me había dejado muerta, pero seguir de fiesta hasta que
terminaran las vacaciones no era un detalle extra: era una necesidad.

Durante las noches en la discoteca del club, nuestro grupo había aumentado y ahora era más
conocido por lo que, antes de entrar, nos reuníamos en la gran casa club y pasábamos algunas
horas hablando, bebiendo o jugando antes de ir a bailar y que calentara el ambiente. Era
inevitable que, por fin, las chicas buscaran un acomodo en los chicos: todo parecía en orden. Y
no queríamos perder el tiempo, por lo que tratábamos de hacer todas las actividades divertidas
del club durante el día: bailar en la piscina, algo de dominó con premios al ganador, juegos de
playa, surf. En fin, que siempre que terminaba el día las chicas se iban a mi casa a hablar y
descansar un poco para alistarnos juntas y seguir la diversión más tarde.
Mientras nos alistábamos, siempre nos contábamos lo que nos había pasado durante el día: eran
muchas las veces que nos separábamos para hacer nuestras propias aventuras de manera
individual. Entonces le decía que yo disfrutaba tanto las clases de baile fuera de la piscina que las
chicas siempre me hacían porras; casi siempre era la última al terminar la clase. Por su parte, mis
tías y primas bailaban a mi lado y siempre terminábamos con algunas cervezas en las manos para
refrescar las energías usadas.
Bingo y fiesta
Luego de una mañana un poco aburrida, puesto que nos sentamos ajugar bingo, y
aunque me parecia un juego infinito, terminamos ganando dinero suficiente para
muchas noches de diversion, sin embargo y para como es Rodrigo, decidio jugar de
nuevo y tirar nuestra suerte a la basura, dejandonos un poco mas de la mitad del
dinero, si embargo seguiamos disfrutando de gritar bingo, hacer bailes graciosos
cada que siempre perdiamos, mis hermanos, los amigos de rodrigo, mis amigas y
yo, al terminar la última partida de bingo, decidimos ir a nadar un poco mas, luego
de casi una hora jugando bingo pues un chapuzon era necesarion, sin embargo
tenia ganas de bailar nuevamente en la clase, asi que me distancie un poco del
grupo, Alessandro nado detrás de mi, sabie perfectamente para que área de la
piscina iría, por lo que se sento a mirarme mientras hacia la clase de baile, la cual
me dejo con un gustito en las venas, al finalizar la clase, Alessandro ya no estaba en
la piscina, me dispuse a caminar dentro de la piscina, buscar a las chicas pero
tampoco estaban, el grupo se desaparecio de la faz del club, asi que busque mis
cosas en nuestro puesto cerca de la playa, había una tarjeta blanca en la mesa que
decía mi nombre

- Preciosa, alístate temprano esta noche, te esperare en el restaurante de la


marina – Ale.

Mis mejillas mas rojas de lo habitual, camine hacia las afueras del club,
donde se encotraban los apartamentos para ir a descansar un poco y
ducharme, era justo y nevcesario una ducha de agua tibia luego de
muchas horas de sol, cervezas y piscina

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