Quijote Resúmenes
Quijote Resúmenes
Quijote Resúmenes
Este hidalgo leía con gran afición libros de caballerías, y era tanta la afición que
vendió muchas de sus posesiones para comprar más y más libros de estos, ya
que se deleitaba en sus intrincados párrafos. Pero tanto y tanto los leía y
pensaba, que al final perdió el juicio. Discutía con el cura del pueblo sobre
quién era el mejor caballero, el más valiente. Siguió y siguió leyendo, hasta que
se le metieron en la cabeza todas las fantasías caballerescas, y participaba en
ellas, luchando con uno y contra otro.
Acabó rápido la cena para dar solución a esa preocupación. Llamó al ventero e
hincado de rodillas ante él, con solmenes palabras le pidió que le armase de
caballero. El ventero quedó confuso pero finalmente decidió seguirle la
corriente, lo cual agradeció Don Quijote con un hermoso discurso. El ventero
siguió pero ya buscando reírse a cuenta de Don Quijote, diciéndole que
entendía sus palabras ya que él también había sido caballero aquí y allá. Dijo
también que no había capilla disponible en el castillo, en realidad la venta,
como pretendía Don Quijote, para la ceremonia de ser armado, pero que no
hacía falta, que se haría la ceremonia siguiendo todos los pasos. Y finalmente
le preguntó si traía dinero para la ceremonia, ante lo cual Don Quijote
respondió que no, que nunca había leído que fuera necesario para un
caballero, pero el ventero le explico, que aunque no se citara en los libros, el
dinero era necesario para un caballero, asó como camisas y una caja de
ungüentos para as heridas y otros males que se pudiesen sufrir. Le prometió
Don Quijote hacerle caso y sin más se puso a velar las armas en el patio de la
venta, tras dejarlas apoyadas contra un pozo, y cogiendo su adarga se puso a
hacer guardia, andando alrededor de sus armas, hasta que se hizo de noche.
El ventero llamó a los huéspedes de la venta para que vieran tal extraña y
graciosa escena, y en esto uno los arrieros alojados en la venta fue a por agua
al pozo para sus mulas, apartando para ello las armas, lo que Don Quijote
interpretó como una afrenta, advirtiendo y amenazando al arriero, pero este
hizo caso omiso, Don Quijote, en lo que él creía su primera batalla como
caballero, se puso en combate y propinó un golpe de lanza que derribó al
arriero. Tras lo cual volvió a velar sus armas. Pero un segundo arriero llegó,
que volvió a retirar las armas de Don Quijote del pozo. Don Quijote volvió a
golpear con fuerza de este segundo arriero. Con el ruido salieron el resto de
arrieros y gente de la venta, que comenzaron a tirar piedras a Don Quijote, y
este, esquivándolas con la adarga los maldecía y amenazaba a todos, incluido
al en su cabeza el señor del castillo que no era más que el ventero, mientras
este se afanaba en tranquilizar a los arrieros, explicándoles lo loco que estaba
Don Quijote. Tal miedo se apoderó de aquellos, que dejaron de tirar piedras. El
ventero aprovechó para ordenar caballero a Don Quijote cuanto antes,
explicándole que el armar caballero en capilla no era necesario y que en allí
mismo se podía hacer y que ya había velado las armas lo suficiente. Don
Quijote aceptó las razones, pensando además que así entraría en le castillo
cuanto antes a atacar a todos los canallas que habían ido contra él. Trajo el
ventero un libro de cuentas cualquiera, balbuceó una oración y le dio el golpe y
espaldarazo que le consagraba como caballero. Llamó a las cortesanas de la
venta para que le ciñesen la espada y la espuela, y Don Quijote, convencido de
que eran altas damas, preguntó por su origen y ascendencia, y así lo hicieron
ellas, diciendo que eran hijas de un remendón y de un molinero, y Don Quijote
les dio los nombres de doña Tolosa y doña Molinera. Subió a Rocinante y
abrazado al ventero se despidió de él con palabras del todo extrañas, a las que
el ventero asintió brevemente, y sin pedirle dinero por la estancia, le dejo ir.
Don Quijote emprendió contento el camino, pero enseguida pensó que lo mejor
sería volver a casa para, haciendo caso al tendero, coger dinero y proveerse de
camisas, y así dirigió a Rocinante, que de todas formas ya conocía el camino.
En esto, oyó que de un bosque venían unos lamentos y se congratuló ante lo
que era sin duda para él una primera aventura. Se internó en la espesura y vió
a un muchacho desnudo de cintura para arriba atado a un árbol que era
azotado por un labrador, mientras aquel prometía no hacer otra vez lo que
provocaba el castigo del labrador. Don Quijote, sin pensarlo dos veces,
arremetió con duras palabras contra el labrador, prometiendo un castigo por la
cobardía que estaba cometiendo con el muchacho indefenso. Viéndole el
labrador tan pertrechado de armas, cogió miedo y comenzó a disculparse
diciendo que por la negligencia del muchacho perdía una oveja al día, y que el
muchacho decía que era mentira, que el castigo era por no querer pagarle el
salario que le debía. Don Quijote, sin embargo, al momento tomó partido por el
muchacho y exigió que le pagase lo que le debía y que le desatara. Así lo hizo
el labrador, mientras Don Quijote preguntaba al criado cuánto dinero le debía.
73 reales, dijo. Pero el labrador añadió que había que descontar zapatos y
sangrías (tratamiento médico) que le había pagado, lo que Don Quijote no
aceptó, porque a su vez el labrador también le había estado azotando cuando
no debía. Asintió el labrador, pero dijo que no tenía dinero allí para pagar al
criado y que lo mejor sería este volviera con él a casa. El criado se negó en
redondo, convencido de que una vez se fuese Don Quijote, le apalearía. Don
Quijote dijo que el juramento del labrador, caballero para Don Qujiote, sería
suficiente para estar seguro de que cumplirá su palabra. El criado, de nombre
Andrés, le aseguró que no era caballero, sino Juan Haldudo, el rico. Haldudo
juró inmediatamente pagarle la deuda, y así aceptó el juramento Don Quijote,
volviendo a dar a conocer quién era. Don Quijote, valeroso caballero. Tan
pronto prosiguió su camino Don Quijote, el labrador con buenas palabras atrajo
para así al criado, que crédulo del juramento hecho por su amo, se acercó a él.
Pero así lo hizo, lo cogió el amo y lo volvió a atar a la encina y le dio una buena
sarta de azotes, para soltarle al fijan y reírse al final de que fuera a buscar a
Don Quijote.
Mientras tanto proseguía Don Quijote su camino, contento de deshacer su
primer entuerto y agradeciendo a Dulcinea esa primera aventura. Llegó a un
cruce donde dejó a Rocinante elegir el camino. Y al poco, se encontró con un
grupo de mercaderes y sus criados. Se quedó quieto en el camino, y cuando
llegó el grupo, se le ocurrió ordenarles que afirmasen que Dulcinea del Toboso
era la más bella doncella del mundo. Extrañados y asombrados por las
palabras y el aspecto de Don Quijote, un mozo del grupo, burlón, pidió que les
mostrase tal doncella para poder afirmar eso, a lo que Don Quijote replicó que
afirmar con pruebas no tenía mérito, que lo que había que hacer es creer. Un
mercader pidió al menos un retrato, diciendo que aunque fuese tuerta, la
tomarían como la más hermosa, tal como pedía. Tomó Don Quijote esto como
una afrenta y arremetió con lanza contra ellos, pero Rocinante tropezó y cayó
con estrépito Don Quijote, y como estaba con la armadura y otros pertrechos
no pudo levantarse, mientras que trataba de cobardes al grupo. Y en estas, uno
de los mozos, cogió la lanza, la rompió y con un trozo empezó a dar una buena
sarta de palos a Don Quijote, hasta que los mercaderes le dijeron que parase
ya, que era suficiente, mientras Don Quijote les maldecía. Se cansó el mozo y
siguió el grupo su camino, mientras Don Quijote, maltrecho, se sentía aún
dichoso por considerar que eran bagajes del oficio de caballería.
El primero resultó ser Los cuatro de Amadís de Gaula que libraron del fuego
por ser el mejor de libros de caballería, pero luego mandaron al ama tirar Las
sergas de Esplandián, Amadís de Grecia y un montón mas por la ventana al
corral, cosa que hizo con gusto. Y asi siguió el cura, haciendo escrutinio e
inspección de los libros, mandándolos a la hoguera, pero siempre con una
razón de por medio. El de título Espejo de caballerías mandó el cura meterlo en
un pozo seco, para posterior inspección, criticando además el hecho de que
fuera una traducción, que dijo el cura siempre es en menoscabo de la calidad
del original. Llegó el turno de Palmerín de Ingalaterra, que salvó el cura por ser
un libro escrito con decoro y entendimiento. Y sin esperar más, dijo que se
mandara todo el resto a la hoguera, exceptuando un Don Belianis, que el
barbero daba por famoso pero el cura por enmendable en algunas partes, pero
que aún así dio permiso al barbero para que se lo llevara a casa, pero solo
para leerlo él, y nadie más. Contenta, el ama fue cogiendo todos a montones
para tirarlos, y en una de estas se le cayó uno que cogió el barbero y que
resultó ser Tirante el Blanco. El cura alabó el libro y decidió finalmente salvarlo,
permitiendo que el barbero se lo llevara a casa para leer.
Luego prosiguieron con los libros pequeños, que eran de poesía, que el cura
dijo de salvar, porque eran de mero entretenimiento y no hacían daño a nadie.
La sobrina pidió que quemaran también, no fuese que a su tío le diese por
hacerse no ya caballero, sino pastor como en las poesías o mismamente poeta.
Le dio la razón el cura, y empezó a hacer escrutinio de ellos uno a uno, como
con los libros de caballería. El primero lo salvó, pero quitándole algunos trozos,
y dejando toda la prosa. Mandó a la hoguera los siguientes, mandó enmendar
uno de un amigo suyo, salvar otro también de un amigo, dejó que el barbero se
llevara La Galatea de Miguel de Cervantes. Guardo los tres siguientes y
cansado de seguir en el escrutinio, mandó a la hoguera el resto, pero el
barbero ya tenía abierto uno del que dio noticia al cura, que lo salvó,
afortunadamente, por ser una obra de uno de los mejores poetas del mundo.
Así pasó unos días aparentemente tranquilo, sin tener ánimo para escaparse
de nuevo, conversando on el cura y el barbero, a los que intentaba convencer
de la necesidad en el mundo de los caballeros andantes, lo que el cura a veces
negaba y otras no. Pero esos mismos días solicitó Don Quijote a un labrador
vecino, corto de inteligencia, de nombre Sancho Panza, que se conviertiese
escudero en sus futuras aventuras, prometiéndole el cargo de gobernador de
una ínsula o isla que había de ganar. Con esa promesa, Sancho Panza aceptó
la propuesta. Los días siguientes Don Quijote los pasó reuniendo dinero,
vendiendo cosas que tenía, arregló alguno de sus pertrechos, consiguió otros,
y avisó a Sancho Panza de la salida. Este propuso llevar un asno y así lo
aceptó Don Quijote, pensando que luego ya le daría mejor caballería a su
escudero. Hizo provisión Don Quijote de camisas, y así una noche sin avisar a
nadie y en silencio, salieron los dos, con Rocinante y el asno, por el campo de
Montiel.