Solamente Tú

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Solamente tú

Libro de Valarch Publishing/marzo 2023

Publicado por Valarch Publishing


Charlotte, Carolina del Norte
Estados Unidos

Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares e


incidentes son producto de la imaginación del autor o se usan
ficticiamente. Cualquier parecido con personas reales, vivas o
muertas, eventos o lugares es pura coincidencia.

Copyright © 2023 Valery Archaga


Todos los derechos reservados.

Editado por Livró y Pamela Hormazábal

Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida,


distribuida o transmitida de ninguna forma ni por ningún medio,
incluidas fotocopias, grabaciones u otros métodos electrónicos o
mecánicos, sin el permiso previo por escrito del editor, excepto en
el caso de citas breves incluidas en reseñas críticas y ciertos otros
usos no comerciales permitidos por la ley de derechos de autor.

ISBN: 979-8-218-97226-4
Numero de catalogo en la librería del congreso de los
Estados Unidos: 24012349079
Obra protegida por Safe Creative bajo el número
2309025215979
2da Edición
1

El día que empecé a trabajar como empleada doméstica


en la casa de los Galeano, creí que toda la familia se
encontraba fuera de la ciudad, así que no me preocupé por
los minutos que llevaba de retraso. Era esa época del año en
la que se mantenían de viaje haciendo donaciones a la
caridad. Además, todos sabíamos que se habían tomado unas
vacaciones extra en honor a la muerte del señor Rafael
Galeano nueve meses atrás.
Estaba muy emocionada. Ese sería mi primer trabajo
formal y, trabajando para los Galeano, estaba segura de que
mi paga sería muy buena; ya no iba a tener que volver a juntar
monedas para poder comprarle las medicinas a la abuela.
Aunque, la verdad era que lo que más me emocionaba de ese
nuevo trabajo era poder pasar tiempo junto al gran Manuel
Galeano. El soltero más codiciado de la ciudad. Me robaba
el aliento solo pensar que, en cualquier momento, podría
encontrarme frente a él.
Lily fue quien me recibió en la mansión. Ella había sido
vecina de nosotras desde hacía varios años y fue quien me
recomendó para poder obtener el trabajo.
—Apúrate, Jimena, darás una mala impresión a la señora
Patricia si llegas tarde en el primer día de trabajo —dijo Lily.
—¿¡La señora Patricia!? ¿¡No estaban de viaje!?
—Todos llegaron anoche. Tenían compromisos con la
comunidad —respondió mientras caminaba hacia el cuarto
de uniformes, al llegar me extendió uno azul—. Apúrate,
niña. Es increíble que hayas llegado tarde en tu primer día.
«No era mi intención llegar tarde», pensé y me puse el
uniforme deprisa. Al salir del cuarto seguí a Lily por toda la
casa hasta la habitación principal. La casa de los Galeano era
unas dos a tres veces más grande que la mía, o la de cualquier
otra persona que conociera. Era una mansión de revista. Solo
había tenido la fortuna de entrar dos veces antes, ambas
fueron cuando el señor Carlos se ofreció a llevarnos a mi
abuela y a mí a la consulta médica y veníamos a dejar a Lily.
Antes esta casa se llenaba de fiestas, pero esa etapa
terminó con la muerte del señor Rafael.
Lily me llevó con la señora Galeano. Me habían dicho que
era una persona muy dulce y buena, pero que la enfermedad
la estaba opacando cabello por cabello; desde su físico, hasta
su espíritu. Lily tocó la puerta pidiendo permiso para entrar
y al otro lado pude escuchar una voz muy suave que le
respondió.
Él abrió la puerta. Llevaba unos jeans rotos, una camisa
blanca, el pelo desarreglado y unos tenis Converse color
negro y blanco. De solo verlo se me olvidó respirar. Lily me
tuvo que golpear y dar un empujón para que volviera a la
tierra y entrara a la habitación. Caminamos hasta una esquina
del cuarto donde se encontraba la señora Patricia y ella podía
vernos sin necesidad de moverse mucho. Estaba sentada en
uno de los sillones de la habitación.
Verla me impresionó, pero no de la manera en que me
impresionó ver a su hijo. Era delgada, su pelo corto y de un
color negro opaco, y sus ojos verdes resaltaban en su piel tan
blanca como el marfil.
—Señora, ella es Jimena, la chica de la que le platiqué —
dijo Lily y le hizo un gesto con sus ojos. Ella me miró, sonrió
y levantó su mano para que la tomara.
—Mucho gusto, linda, eres muy hermosa. Lily, cuando me
la mencionaste no dijiste que era una muchacha tan bonita
Me desconcertó un poco el comentario, pero lo tomé
como un halago y sonreí.
—Manuel, ¿no crees que es muy hermosa? —continuó.
Mis pómulos ardieron. Él volteó a verme por solo un
segundo.
—Lo siento, madre —respondió y regresó la vista a su
reloj—. Ya que veo que estás en buenas manos, me voy.
Almorzaré con Sofía.
«¿Sofía?», pensé, «nunca escuché que Manuel tuviera una
novia».
La cara de la señora Galeano cambió.
—Esa mujer otra vez. ¿No crees que ya has sufrido
bastante por culpa de ella?
—Madre, sabes que no me gusta que te metas en mi
relación con Sofía —respondió y se acercó a despedirse de
ella.
—Solo digo la verdad, hijo. Esa víbora solo quiere tu
dinero. Hasta te engañó con tu mejor amigo. ¿Qué más
necesitas para despertar?
Manuel se apartó de ella con el rostro frío. Nos miró de
soslayo a Lily y a mí, y luego volteó hacia su madre.
—Que sea la última vez que ventilas frente a la
servidumbre mis problemas, madre —susurró señalándola,
luego volteó hacia nosotras—, y ustedes, espero no escuchar
ningún rumor o sabré quiénes lo difundieron.
Terminó de hablar, se acomodó la camisa y salió de un
portazo. La señora Galeano suspiró, sus ojos empezaron a
quebrantarse.
—¿Me podrían dejar un momento a solas, por favor? —
su voz se apagaba. Ambas asentimos y salimos de la
habitación.
—Jamás había escuchado a Manuel gritarle así a su madre
—dijo Lily al cruzar la puerta—. Creo que volveré con ella,
mientras tanto, tú ve a la cocina y prepara un té de valeriana
para la señora Patricia.
Al bajar las escaleras, camino a la cocina, escuché a Manuel
platicar con alguien en la sala. Volteé a ver quién era, pero al
girar mis ojos se chocaron con los suyos, por lo que reaccioné
de inmediato y seguí mi camino. Él estaba con una mujer.
Una joven rubia con un vestido azul corto, alta como él y con
la misma mirada petulante. Más adelante volví a voltear y él
ya no me estaba mirando. La mujer se había montado encima
de él y lo besaba mientras Manuel le agarraba el trasero.
Al terminar el té, salí de la cocina y ambos seguían en la
misma escena. Sentí ganas de decirles algo, estaban en medio
de la sala, pero no quería tener problemas en mi primer día
de trabajo así que seguí derecho hacia las escaleras.
—¡Ayuda! ¡Ayuda! —retumbó la voz de Lily por toda la
casa—. ¡La señora Patricia se desmayó!
Apenas la escuché, corrí hacia la habitación. Lily estaba en
la puerta. Dejé el té en una mesa al lado de los muebles y me
acerqué a la señora Galeano. Ella había caído al suelo y tenía
los ojos cerrados. Revisé que no estuviera sangrando por la
cabeza, pero no había rastros de golpes graves.
—Necesito un tensiómetro. ¿Hay alguno en la habitación?
—¿Tensiómetro? —respondió Lily.
—El aparato con el que le miden la presión a la señora.
Al decirle eso, Lily entendió lo que le estaba pidiendo y
abrió las gavetas del armario donde lo encontró. «Está muy
pálida», pensé. Lily me puso el aparato al lado y le tomé la
presión sanguínea.
—Será mejor llevarla al hospital —dije—. Su presión está
muy baja.
Lily llamó a la ambulancia y me ayudó a acomodar a la
señora Galeano.
—¿Cómo sabes todo eso? —preguntó al rato.
—Cuando era pequeña, mi padre tenía que viajar mucho
y me dejaba al cuidado de la abuela, él me enseñó primeros
auxilios por si ocurría alguna emergencia y la ambulancia
tardaba en llegar a la casa. Siempre dijo que lo hacía por mi
bien, pero yo estoy segura de que lo hacía más para que
pudiera cuidar bien de mi abuela.
La ambulancia llegó quince minutos después. Los
paramédicos acudieron a la habitación, le volvieron a tomar
la presión a la señora Galeano —quien ya había despertado,
pero estaba bastante adormilada, nos preguntaron qué había
pasado y sin demorarse más la subieron a una camilla y la
llevaron hacia la ambulancia. Lily y yo los seguimos hasta la
entrada, luego apareció Manuel. Desaliñado, abotonándose el
pantalón y con los labios pintados de labial.
—¡Lilian! ¿Qué hace la ambulancia aquí!? —Ambas lo
volteamos a ver con desdén.
—Es su madre, Joven Manuel.
—¿Mi madre? —Me sorprendió ver su cara de
preocupación, no parecía que le hubieran preocupado los
gritos de Lily unos minutos atrás.
Cuando terminó de arreglarse el pantalón salió hacia la
ambulancia y sin más subió en ella.
—Madre —la llamó, pero ella seguía adormilada—. Pero
hace un rato estaba bien. —Volteó hacia nosotras—.
¿Porque está inconsciente? ¿Qué pasó?
—Joven Manuel. Después de que usted se fue, su madre
quedó un poco sensible. Estuvo un tiempo sentada, pero
luego se quiso levantar al baño y mientras se ponía en pie, se
desmayó —respondió Lily.
—¿Estás diciendo entonces que es mi culpa?
—No digo que sea su culpa, joven, pero su madre ha
venido algo decaída y su conversación esta mañana quizás la
alteró un poco.
—Señor, debemos llevar rápido a su madre al hospital —
interrumpió el paramédico—. Allá pueden seguir hablando si
gusta, pero ella necesita atención inmediata.
Él vio a su madre en semejante estado y se resistió un poco
a dejarla.
—Si gusta puede venir en la ambulancia con ella, pero hay
que salir de inmediato. —Manuel se detuvo a pensarlo un
0momento, pero antes de responder sonó otra voz.
—Manuel, cariño, ¿por qué no dejas que tu madre vaya en
la ambulancia y nosotros vamos en tu coche? Yo quiero ir
contigo. —Era la rubia. Su sugerencia se escuchó más como
una pataleta que como una sugerencia y él la miró con sus
ojos encendidos.
—Esto no es problema tuyo, Sofía. Tendrás que volver a
tu hotel. Te llamaré después.
—Acabamos de estar juntos, Manuel. No me puedes dejar
así. Regresé por ti —su tono era altanero y chillón.
—¡Te dije que te vayas, Sofía! —alzó la voz y volteó hacia
el paramédico—. Andando.
El hombre cerró las puertas de la ambulancia y salieron a
toda prisa rumbo al hospital.
Apenas se fue la ambulancia, las tres quedamos en una
situación incómoda. La rubia no podía creer que Manuel le
hubiera hablado así y Lily y yo nos quedamos paradas
esperando a que ella se fuera para entrar a la casa. Pero al ver
que no reaccionaba, Lily habló.
—Señorita, creo que es mejor que se vaya. Ya escuchó a
él joven Galeano.
—¿¡Quién te crees que eres para pedirme que me vaya!?
—respondió ella como si fuera la dueña de la casa.
Lily no reaccionó a su provocación. La tomé de la manga
de su uniforme y le hice señas para que entráramos a la casa.
Lily seguía un poco alterada por la situación así que la llevé a
la cocina y le di un sorbo del té que hice para la señora
Galeano. Preparamos algo de comer para llevarle a Manuel y
a la señora Patricia una vez se despertara; algo suave y
delicioso.
Terminamos la comida faltando poco para las cinco de la
tarde. Era el final de mi turno y casi era hora de regresar a mi
casa. Lily salió a dejar la comida al hospital y un cambio de
ropa para la señora y dijo que podía irme al terminar de
limpiar la cocina. Limpié los platos, los mesones, todo quedó
casi impecable. Quería adelantarle el mayor trabajo posible a
Lily, pues sabía que no regresaría a su casa temprano y al día
siguiente estaría agotada, al terminar fui a cambiarme el
uniforme.
El camino a casa desde la mansión de los Galeano no era
muy largo, así que decidí caminar para ahorrar algo de dinero.
Guardé el uniforme en la gaveta, cerré todas las puertas que
vi abiertas hasta la entrada y al salir de la casa vi llegar a
Manuel en un taxi. Estaba triste. Se bajó del auto, pagó al
conductor y caminó hacia la casa mientras yo salía. Estuve a
punto de decirle que nos veíamos al día siguiente, pero tomó
mi brazo y se detuvo.
—Mi madre está muriendo y su único pedido es que deje
a Sofía —su respiración era pausada y profunda—. Sé que no
te contrató por tus grandes habilidades como cocinera o de
limpieza y sé que no aceptaste el trabajo porque soñaras con
ser una empleada doméstica. Así que quiero dejar algo claro:
no sé nada sobre ti y no me interesa saberlo. Eres la nueva
empleada doméstica y ya. —La altivez de sus palabras
hería—. Pero te propongo algo. Quiero que mi madre sea
feliz por lo menos los últimos meses que le quedan de vida.
No podía creer que luego de insultarme tuviera el coraje
de pedirme algo. Podía ser el soltero más codiciado, el
hombre del que una vez estuve enamorada, el joven más
hermoso del mundo, pero su boca era tan venenosa como la
de su novia y eso le deshacía todo el encanto.
—Quiero que te cases conmigo.
2

La propuesta parecía sacada de uno de mis sueños más


escondidos de no hace más de seis meses. Lo había conocido
esa misma mañana. Además, hacía solo unas horas había
tenido sexo con Sofía y ahora me estaba pidiendo
matrimonio. Mis ojos se abrieron de par en par ante tal
propuesta y me aparté un poco para verle bien el rostro.
—Antes de que tengas cualquier pensamiento lascivo,
quiero decirte que no será un matrimonio real. Tal vez sí en
papeles, pero no compartiremos cama. Yo seguiré haciendo
mi vida igual que ahora y tú también, pero mientras estemos
cerca de mi madre sonreiremos y nos llevaremos bien. Por
supuesto, te pagaré el triple de lo que te paga mi madre por
trabajar con ella y si hay un viaje o algo yo cubriré los gastos.
—Lo que él me ofrecía era más dinero del que podía contar,
pero a la vez sentía que no estaba del todo bien.
—¿Por qué yo? —pregunté al rato—. No me conoces. Ni
siquiera tu mamá me conoce. Y estás aquí, haciendo está
propuesta en mi primer día de trabajo.
Cualquier mujer que tuviera el mínimo conocimiento de
quién era Manuel Galeano moriría por la propuesta que él me
acababa de hacer; no solamente por el dinero, sino por el solo
hecho de tener el apellido Galeano, pero sentía en mi corazón
que algo no estaba bien. Manuel no me quería, lo había
dejado claro; ni le interesaba conocerme. Lo que me pedía
era ser su muñeca para hacer feliz a su madre.
—Mi madre lleva varios meses buscando una esposa para
mí —respondió—. Ella cree que no lo sé, pero desde... —se
quedó callado un momento y me soltó el brazo—, eso no
importa. El caso es que mi madre no aprueba a Sofía y
después de lo que sucedió hoy no quiero que tenga otra
recaída. Está muy débil luego de luchar todo un año contra
un cáncer de pulmón. Además, luego de la muerte de mi
padre su salud empeoró y no ha querido seguir el tratamiento.
El médico me acaba de decir que trate de darle la mejor
calidad de vida posible y ella no ha hecho más que insistir en
que no se quiere ir sin verme casado.
No sabía qué responder. ¿Esperaba que le diera una
respuesta en ese mismo momento o podía pensarlo? De
cualquier forma, la mejor opción era no meterme en algo tan
complicado. Pero antes de que dijera algo, él me interrumpió.
—Sé que esto es un golpe fuerte, Jimena. Lo veo en tus
ojos, pero piénsalo. Puedes ser la esposa del heredero de los
Galeano y a la vez convertirte en una de las mujeres más ricas
del país, o puedes dejárselo a alguien más.
«Manuel Galeano, que directo puede ser a veces», pensé y
asentí.
—Lo pensaré.
Luego de salir de la casa de los Galeano caminé unas
cuadras absorta aún con la propuesta. No parecía real.
Llegando a la casa vi una ambulancia estacionada
afuera. «¡Abuela!», pensé y corrí hasta la entrada. Frente a la
ambulancia estaba Sara, nuestra vecina, era casi tan vieja
como mi abuela. Tenía un par de lágrimas en el rostro y una
mirada perturbada. Verla me hizo sentir que un agujero en el
pecho me succionaba la vida, me acerqué a ella.
—Ay, mi niña. Debes ser fuerte. Tu abuelita se ha ido —
dijo sollozando. No lo podía creer. No lo quería creer.
—No, no puede ser cierto —dije en voz baja y corrí a la
casa—. ¡Abuela! —grité al entrar—. ¡Abuela!, ¿dónde estás?
Examiné cada una de las estancias del primer piso, luego
subí corriendo al segundo piso mientras suplicaba que me
contestara. Al llegar a su habitación, me choqué con un par
de hombres uniformados frente a su cama, detrás de ellos, mi
abuela estaba acostada, inmóvil, cubierta por una manta
blanca. En ese momento estallé en llanto.
Minutos después llegaron los de la morgue a pedir mis
datos para poder llevarse el cuerpo de mi abuela. Me era
imposible creer lo que estaba pasando; ella tenía problemas
cardíacos, pero, aunque sus medicamentos eran muy caros,
siempre pude comprarlos para que ella los tomara a tiempo.
Mi abuela era la única familia que me quedaba. Por ella había
dejado la preparatoria para cuidarla y empecé a trabajar para
poder comprar sus medicamentos, por ella había ido a
trabajar de empleada doméstica con un mejor sueldo a la casa
de los Galeano. ¿Qué iba a hacer sin ella? Su muerte era como
una caída al vacío; mi vida giraba en torno a ella y ahora, sin
mi abuela, me había convertido de nuevo en la huérfana
solitaria que una vez fui.
—Vamos, mi niña, ve a cambiarte que tienes que preparar
el velorio de tu abuela —dijo Sara apenas me vio, a la mañana
siguiente, sentada en la cama de mi abuela con la ropa del día
anterior. No había dormido nada, estaba cansada de tanto
llorar, por lo que Sara me ayudó a levantar lo que quedaba de
mí.
—¿Como haré eso, señora Sara? No tengo dinero y es un
gasto muy grande. Además, apenas empecé ayer en mi nuevo
trabajo.
¡Mi trabajo! Tenía que avisarle a Lily lo que estaba
pasando. Apenas salimos de la casa, Lily estaba llegando un
poco agitada.
—Jimena, por Dios, niña, lo siento mucho. Carlos me
llamó para contarme lo que pasó —me abrazó y volví a llorar.
La señora Sara preparó algo de comer mientras pensaba
en cómo iba hacer para el funeral de mi abuela, Lily se había
hecho cargo de llamar a la funeraria para organizarlo todo.
Sara al terminar me ofreció de comer, pero yo no tenía
apetito. ¿Cómo iba a tener apetito?, pero ella insistió, al igual
que Lily quien al terminar, me llevó a mi habitación para que
cambiara mi ropa.
—¿De dónde voy a conseguir dinero para el funeral de mi
abuela, Lily? Acabo de empezar a trabajar y no tengo ahorros.
—No te preocupes por eso —dijo acariciándome la
mano—. Déjame decirle a la señora Patricia que te dé un
adelanto. Seguro ella entenderá tu situación.
—No quiero ser una molestia para ella, Lily. Ella está muy
delicada de salud y no quiero cargarla con mis problemas.
Lily se quedó pensativa un momento y nos sentamos en
la cama. La muerte de mi abuela no fue menos difícil para
Lily que para mí. Yo había perdido a mi abuela, pero Lily
había perdido una buena amiga de años.
—¿Y si le decimos al joven Manuel? Quizás él podría
ayudarte —dijo, minutos después.
Un escalofrío recorrió mi espina dorsal.
—No lo quiero molestar. Sabes que no me gusta molestar
a la gente con mis problemas, pero la verdad es que no sé qué
más hacer.
Pedirle dinero a Manuel me llevaba directamente a pensar
en la propuesta que me había hecho. Seguro me pediría
aceptar su propuesta a cambio de ayudarme con el funeral de
mi abuela y tendría que casarme con él. Ser la mujer de
Manuel Galeano. No me molestaba el sobrenombre, aunque
no fuera real, ya él lo había dejado muy claro, pero
conseguirlo a cambio de dinero no me hacía sentir muy bien.
Demasiados pensamientos corrían por mi
mente. «Necesito el dinero; ser la mujer de Galeano; vivir un
matrimonio de mentiras; darle un buen funeral a mi
abuela». Y entre tanta incertidumbre me decidí. Iba a aceptar
la propuesta de Manuel, pero no sería bajo sus términos, sino
bajo los míos.
—¿Quieres que lo llame? —preguntó Lily.
—Creo que sí, tendré que llamarlo.
—No te preocupes, niña, yo le llamaré. Tú ve a bañarte y
a cambiarte que tenemos más preparativos que hacer —dijo
Lily y salió de la habitación.
Me levanté de la cama como si estuviera en modo
automático y caminé a buscar la ropa adecuada para un
momento como este, antes de entrar al baño. Las gotas de
agua golpeaban mi cuerpo mientras pensaba en qué iba a
decirle a Manuel. No estaba preparada para un matrimonio
falso. ¿Quién lo estaría? Cuando terminé de bañarme, me
vestí, bajé hacia la sala y al llegar él estaba caminando
alrededor de los muebles, observando los cuadros y las fotos
de las paredes. Lucía serio, pero al verme dejó ver algo de
lástima.
—Siento tu pérdida. Lilian me llamó y me contó la
situación. Este es el adelanto que ella me pidió, puedes
contarlo si quieres. —Manuel extendió su mano con un sobre
abultado. Sus ojos no tenían expresión alguna; sus grandes y
profundos ojos verdes me miraban sin más. Su belleza
brillaba como un faro de luz en la noche.
—Muchas gracias —dije y tomé el sobre—. Juro que
trabajaré tiempo extra hasta que pueda compensarle este
dinero. —Lily llegó a la sala con un plato de comida.
—Aquí tienes un poco de sopa —dijo y me lo pasó.
—No hace falta que trabajes tiempo extra —respondió
Manuel—. Puedes tomarte estos días para hacer los arreglos
que necesites para despedirte de tu abuela.
El tiempo se detuvo por un momento. Manuel, Lily y yo
nos quedamos de pie en la sala, con la mirada perdida y el
silencio total inundó la sala.
—Nos veremos luego, Jimena. —Sus ojos me miraron
fijamente, luego volteó hacia Lily y se despidió con un
ademán—. Lilian.
—Gracias —tartamudeé apenas pude volver en mí. Él
estaba cruzando la puerta así que lo seguí a la entrada y detuve
la puerta antes de que él la cerrara detrás suyo. Necesitaba
hablar con él un momento.
—Manuel, de nuevo gracias. —dije con timidez.
—No es nada —respondió e iba a voltear para seguir su
camino, hasta que lo llamé de nuevo.
—Ya tengo una respuesta. —dije. Él me vio de arriba
hacia abajo.
—No necesitas apresurarte. Vive tu duelo y después
tendrás la cabeza fría para tomar una decisión.
Se giró y lo tomé del codo, me miró.
—No necesito pensarlo más. Seré tu esposa para
satisfacer los deseos de tu madre, pero no recibiré tu dinero.
No soy ninguna prostituta.
3

Mis amigos Miguel, Guillermo, Andrés y mi novia Sofía


habían organizado una reunión en el bar de mi padre por mi
cumpleaños número 25. Esa noche era más que una
celebración de cumpleaños, el día había parecido un día de
ascensos. Mi padre me levantó esa mañana dándome la
noticia de que pronto me iba a dar el control sobre la
compañía de textiles, pero advirtió que el patrimonio familiar
iba a necesitar una persona fuerte. Por lo que iba a tener que
empezar a sentar cabeza. Primero pensé que era un tipo de
broma de cumpleaños, pues ya tenía la misma edad en la que
él comenzó su imperio, pero al darme cuenta de que hablaba
en serio, tuve que repensar mi relación con Sofía.
Esa tarde compré un anillo de oro blanco con un enorme
diamante en el centro. Las cosas con Sofía debían tomar un
rumbo más serio.
Los primeros con quienes me encontré en la noche al
llegar al bar fueron Miguel, Guillermo y Andrés. Todos
estaban en la barra y ya habían empezado a beber. Me
preguntaron sobre mi día y les conté lo sucedido con mi
padre, que al fin había abierto los ojos y estaba pensando en
ponerme a cargo de la empresa, pero que para ello necesitaría
reflejar una vida estable y fuerte, así que había comprado un
anillo para dárselo a Sofía. A fin de cuentas, ya era hora de
formalizar lo nuestro.
Los tres se miraron, tomaron un sorbo de whisky e
hicieron el mismo gesto.
—¿Qué? —pregunté. Miguel puso su mano en mi
hombro.
—Hermano. No quiero sonar mal, pero ¿estás seguro de
que Sofía es material para matrimonio? —Los tres
expresaron una sonrisa pícara—. Es decir, sé que la quieres,
pero ella no es... una mujer de relaciones muy serias,
¿entiendes?
En ese momento alguien tapó mis ojos con sus manos.
—¿Quién soy? —preguntó una voz femenina. Sus manos
tenían un aroma dulce. Era Sofía.
—Quizás la mujer más afortunada de esta ciudad. —Sofía
apartó sus manos de mis ojos y dejó ver una sonrisa. Esa
noche llevaba un vestido negro con encajes. Sus labios tenían
un color rojo encendido y sus ojos desbordaban deseo.
—¿Y puedo saber por qué soy tan afortunada? —Se sentó
a mi lado y me dio un beso.
—Aún es muy temprano para hablar de fortunas, mi
lady. Hay que dejar que la noche avance, podría traer
sorpresas placenteras. —Sofía sonrió y se acomodó en su
silla. Llamó al bartender, le pidió un vino y luego volteó.
—Entonces me urge que la noche comience; y quién sabe,
quizás no sea la única afortunada esta noche, cumpleañero
—dijo y le dio un sorbo a su trago.
Luego de tres horas en el bar, casi qué quedamos solo
nosotros, lo que era de esperar tratándose de un día de
semana. Miguel se había ido al baño hacía un rato y no volvía,
Guillermo estaba en otra mesa, casi borracho, hablando con
una rubia de vestido terracota y Andrés estaba al otro lado de
la barra coqueteando con una morena simpática. La noche
tenía buena cara.
Me paré para ir al baño mientras esperaba a Sofía para que
nos fuéramos; ella había salido a atender una llamada, o algo
así. El alcohol se me empezaba a subir a la cabeza y
necesitaba orinar. Al abrir la puerta del baño escuché
gemidos salir de uno de los cubículos. «Alguien ya empezó su
noche», pensé y seguí a lo que iba, hasta que la voz de la
mujer se me hizo conocida. Caminé hacia el cubículo con
cautela y cuando llegué estaba entreabierto. Sofía estaba
sentada sobre un Miguel casi dormido. Extasiada, subía y
bajaba sin darse cuenta de mi presencia.
La imagen fue como un golpe en la boca del estómago.
Toqué la caja del anillo que llevaba en el bolsillo y la cabeza
me ardió. «Sofía no es una mujer de relaciones serias»,
recordé las palabras de Miguel. Tenía razón. Lo que no
esperaba era que él también fuera un traidor. Harto de los
gemidos de prostituta de Sofía, salí del baño, pagué mi cuenta
y caminé hacia la salida, pero Andrés me detuvo.
—Hermano, ¿qué pasó? ¿Por qué te vas?
—La fiesta terminó.
—¿Terminó? ¿A qué te refieres? ¿Y Sofía?
—Ella está ocupada.
—¿Ocupada? ¿Qué quieres decir? —Sin decir más aparté
a Andrés de mi camino y salí del bar mientras él me llamaba.
La noche estaba fría, pero mi cabeza seguía ardiendo.
Saqué el estuche y vi el anillo por un segundo.
—Casi cometo la estupidez más grande de mi vida —me
dije.
Cerré el estuche y lo apreté con fuerza. Julián estaba afuera
del bar con el carro listo para arrancar. Salió del asiento del
conductor, dio la vuelta al carro, abrió la puerta trasera y
esperó. Segundos después reaccioné, tiré la caja a la basura
fuera del bar y entré al auto.
Eran apenas las once de la noche cuando llegué a la casa.
Mi padre discutía efusivamente con alguien por teléfono.
—¡No eres más que una mosca muerta! ¡Una
sinvergüenza! ¡No vuelvas a llamar nunca a esta casa! —
Seguro era una de sus amantes.
Rafael Galeano siempre se creyó más inteligente que el
resto del mundo y pensaba que podía ocultarle sus amantes a
toda su familia, pero todos sabíamos que él veía a varias
mujeres, aunque nadie le decía nada. Incluso mi madre lo
sabía, pero siempre se engañaba diciendo que, si él seguía con
ella era porque ella estaba por encima de todas sus otras
mujeres; y que, si él era feliz, ella también. Mi madre le
llamaba amor, yo siempre le llamé dinero. Me acerqué a su
oficina para verlo. La puerta estaba abierta. Nos saludamos
con un gesto y siguió con su llamada.
Sus gritos se oían hasta el segundo piso, aunque nadie se
escandalizaba por eso. Tenía la costumbre de comunicarse
por el teléfono a gritos. Pero de momento los gritos se
convirtieron en una tos estruendosa que no le dejó volver a
hablar. Bajé apenas escuché que la tos no cesaba y me
apresuré a la oficina. Él estaba de rodillas, el teléfono estaba
en el suelo y se tapaba la boca con la mano mientras tosía.
Cuando separó la mano de la boca, estaba llena de sangre.
—¡Padre! —Corrí a socorrerlo—. ¿Qué te pasó?
Me agaché a darle una mano para levantarlo, pero no
podía mover el cuerpo y no dejaba de toser.
—¡Ayuda! ¡alguien, ayuda! —Me paré a buscar un poco de
agua que le ayudara con la garganta, pero al momento de
ponerme en pie, se desplomó por completo—. ¡Ayuda! —
volví a gritar. No aparecía nadie.
—¡Padre, padre! —Marqué al hospital mientras le ayudaba
a voltearse. Escupía sangre cada vez que tosía y gemía un
silbido al intentar tomar un poco de aliento.
—Manuel... —dijo como un susurro. Aún en su lecho de
muerte mi padre intentaba tener una mirada altiva, como si
quisiera luchar contra su destino—. Manuel... —repitió.
La vida de mi padre se apagó en mis brazos.
Todos nuestros conocidos se habían enterado de lo que
pasó entre Sofía y Miguel nueve meses atrás, aunque nadie
había mencionado nada de eso. Nadie excepto mi madre que
no hacía más que recriminarme por haber perdonado a Sofía
y haber continuado con ella. Lo que no sabía ella era por qué
había decidido hacerlo.
Llevábamos tres meses en una relación a distancia con
Sofía donde nos veíamos dos o tres veces al mes. Yo iba
donde ella o ella llegaba a la casa. Sofía debía creer que me
tenía en la palma de su mano, eso era parte del plan. Por lo
menos mientras encontraba el momento perfecto para
devolverle su humillación con la misma moneda y el
momento se acercaba.
Ella me había llamado para avisar que llegaría pronto a la
casa, pero que quería que saliéramos a almorzar solos. Acepté
su invitación y mientras llegaba fui a la habitación de mi
madre para ver si necesitaba algo. Mi madre había tenido un
par de días pesados con su salud y cada vez era más evidente
que necesitaba a alguien que estuviera pendiente de ella.
—Madre, ¿cómo te has sentido hoy?
—Bien, hijo. Algo cansada, pero bien.
Estaba por decirle que Sofía llegaría pronto y que iríamos
a almorzar, pero alguien tocó la puerta. Eran Lilian y una
joven con el uniforme de empleada doméstica que parecía de
unos 18 o 19 años. Había escuchado a mi madre y a Lilian
hablar de que iban a contratar a alguien más, pero no sabía
que lo harían tan rápido.
El uniforme se veía bien en ella. Era pequeña; quizás me
llegaba al hombro. Tenía el cabello negro y recogido; sus ojos
eran azules y tenía la piel pálida. Parecía una pequeña muñeca.
Lilian la presentó con mi madre, ella hizo un ademán y
sonrió. Su sonrisa era dulce y tenía una mirada interesante.
—Manuel, ¿no crees que es muy hermosa? —preguntó mi
madre de un momento a otro. Sus imprudencias ya rozaban
el fastidio, así que ignoré la pregunta.
—Lo siento, madre. —respondí y miré la hora. Sofía no
tardaba en llegar—. Ya que veo que estás en buenas manos,
me voy. Almorzaré con Sofía.
Sabía que el solo mencionar su nombre ya desataría una
serie de comentarios, pero preferí hacerlo en ese momento
que aguantar el interrogatorio una vez llegara de comer.
—Esa mujer otra vez. ¿No crees que ya has sufrido
bastante por culpa de ella?
—Madre, sabes que no me gusta que te metas en mi
relación con Sofía —dije y me acerqué a despedirme de ella.
Aún intentaba mantener la calma.
—Solo digo la verdad, hijo. Esa víbora solo quiere tu
dinero. Hasta te engañó con tu mejor amigo. ¿Qué más
necesitas para despertar?
Esa fue la gota que rebasó la copa. Volteé a ver a Lilian y
a la nueva. Ambas voltearon la mirada y la cara me empezó a
arder.
—Que sea la última vez que ventilas frente a la
servidumbre mis problemas, madre —dije señalándole y
alzando la voz. Luego volteé hacia las empleadas—, y
ustedes, espero no escuchar ningún rumor o sabré quiénes lo
difundieron.
Salí dando un portazo y me dirigí hacia la entrada. Julián
ya estaba esperando con el carro, pero apenas abrí la puerta
vi a Sofía bajarse del taxi, así que la esperé. Cuando llegó hacia
mí me abrazó y de un beso me volvió a meter a la casa.
—No sabes cuánto te extrañé —dijo entre besos cada vez
más intensos.
—Eso noto —respondí—. ¿Y si te llevo al chalé de
invitados para darte la bienvenida que mereces?
Sofía se apartó un momento. Sus ojos estaban vestidos de
deseo. Levantó una ceja, se mordió los labios y rio.
—Ay, Manuel. Tú sí sabes cómo darle una buena
bienvenida a una mujer.
Luego de eso me agarró la mano y me llevó por toda la
casa hasta llegar a la pequeña habitación trasera donde los
besos continuaron. Le quité la blusa y la senté en la cama
mientras me quité la camisa; ella se apresuró en
desabrocharme el pantalón, se arrodilló en el suelo para
bajarlo y se quedó ahí a chupar mi miembro. Quizás no
sintiera lo mismo por Sofía, pero no podía negar que sabía
dar placer. Mientras estaba ocupada a la sombra de mi
cuerpo, acaricié sus cabellos y profundicé su garganta;
escuchar cómo se atragantaba era una descarga de placer,
hasta que fuimos interrumpidos por el sonido de una
ambulancia.
Supe que tenía que salir a ver qué había ocurrido. Con la
enfermedad de mi madre era probable que la ambulancia
fuera para ella, pero como estaba a punto de llegar, no detuve
a Sofía hasta que terminé. Le dije que me esperara, que tenía
que ver por qué una ambulancia había llegado a la casa y
luego volvía. Subí mi pantalón, recogí mi camisa y salí del
chalé mientras terminaba de abrocharme el botón del
pantalón. Estaban llevando a alguien en una camilla y Lilian
iba tras ellos.
—¡Lilian! ¿Qué hace la ambulancia aquí? —pregunté.
—Es su madre, Joven Manuel
—¿Mi madre?
Salí corriendo hacia la ambulancia, llamándola, pero
cuando llegué me di cuenta de que estaba inconsciente. Lilian
y la empleada nueva me siguieron. Subí a su lado y sostuve
su mano.
—Pero hace un rato estaba bien, ¿por qué está
inconsciente? ¿Qué pasó?
—Joven Manuel. Después de que usted se fue, su madre
quedó un poco sensible. Estuvo un tiempo sentada, pero
luego se quiso levantar al baño y mientras se ponía en pie, se
desmayó —respondió Lilian.
—¿Estás diciendo entonces que es mi culpa?
Los médicos de la ambulancia se apresuraron a inyectarle
una bolsa de suero a Patricia. Le pusieron un sensor en el
brazo que monitorea su pulso y uno de ellos bombeaba
oxígeno en su boca.
—No digo que sea su culpa, joven, pero su madre ha
venido algo decaída y su conversación esta mañana quizás la
alteró un poco.
«Esto no es mi culpa», pensé mientras veía a mi madre.
Ella fue la que empezó humillándome frente a las sirvientas.
—Señor, debemos llevar rápido a su madre al hospital —
interrumpió el paramédico—. Allá pueden seguir hablando si
gusta, pero ella necesita atención inmediata.
Ver a mi madre acostada en esa camilla me recordó a mi
padre y eso heló mi sangre. Primero mi padre murió ante mis
ojos, y ahora mi madre...
—Si gusta puede venir en la ambulancia con ella, pero hay
que salir de inmediato —dijo el paramédico interrumpiendo
mis pensamientos. Lo vi a los ojos y las palabras no salían.
Entonces sonó otra voz.
—Manuel, cariño, ¿por qué no dejas que tu madre vaya en
la ambulancia y nosotros vamos en tu coche? Yo quiero ir
contigo. —La voz de Sofía despertó mi ira. ¿Qué mi madre
se vaya sola en la ambulancia para que me vaya con ella?
Además, ¿cómo es que habla como si no estuviera pasando
nada; como si fuera una simple visita a un restaurante? Era
mi madre la que estaba en una camilla.
—Esto no es problema tuyo, Sofía. Tendrás que volver a
tu hotel. Te llamaré después.
—Acabamos de estar juntos, Manuel. No me puedes dejar
así. Regresé por ti. —En ese momento me arrepentí por cada
instante que desperdicié a su lado.
—¡Te dije que te vayas, Sofía! —Grité. Luego volteé hacia
el paramédico—. Andando. —El hombre cerró las puertas
de la ambulancia y salimos a toda prisa rumbo al hospital.
Al llegar al hospital, el médico que revisó a mi madre dijo
que solo había tenido una baja de presión, pero que iban a
dejarla un tiempo en observación. Se acercó a mí y me pidió
que lo acompañara afuera de la habitación.
—Tu madre está cada vez más débil —dijo—. Es mejor
que vayas preparándote, su muerte es inevitable; y más
cuando ella no quiere recibir tratamiento. Creo que lo mejor
que puedes hacer ahora es darle la mejor calidad de vida
posible. Quizás puedas preguntarle qué cosas quisiera hacer
antes de morir, o a dónde quisiera ir. Eso podría ayudarte a
lidiar con tu duelo cuando llegue su tiempo.
Mientras el doctor hablaba vino a mi mente la última
discusión que tuve con ella. Fue mi culpa alterarla hasta el
punto de que se le bajara la presión. «Tiene razón», pensé. Si
mi madre decidió morir, por lo menos tengo que hacer que
sus últimos días sean felices. Y sé qué es lo primero que la
haría feliz.
—¿Cuándo le darán el alta, doctor Nguyen? —pregunté.
—Su madre va a estar en observación hasta mañana por
la tarde. Y si su condición mejora, podrá irse —respondió el
doctor y dio media vuelta para marcharse, pero luego de dar
tres pasos giró y añadió—. Siento ser imprudente, Joven
Manuel, pero tiene la cara llena de Lápiz labial.
Apenado, me pasé la mano por la boca y vi que había
quedado manchada de rojo. Fui al baño más cercano y me
limpié la cara. Al salir del baño tuve que ir a buscar un taxi
que me llevara a la casa, pues había salido corriendo hacia la
ambulancia y no tenía mi teléfono para llamar a Julián. El taxi
no demoró en llegar a la casa y mientras me bajaba del taxi,
vi a la nueva empleada salir.
Estaba vestida con unos jeans negros ajustados, y un top
blanco. Su cabello ya no estaba en un moño, sino que lo
llevaba suelto y le adornaba el rostro.
«Justo a tiempo», pensé. Iba a esperar un poco y hacerlo
después, pero esta era la oportunidad perfecta.
4

Después de proponerle a Jimena que se casara conmigo


dejé que se fuera a su casa para que lo pensara. Aunque no
tenía inconveniente si me rechazaba, pues no iba a ser difícil
encontrar a alguien más que me ayudara con mi plan. Miles
de mujeres, matarían por casarse conmigo.
Traté de dormir esa noche, pero la madrugada me atrapó
aún despierto, me levanté, duché y alisté para volver al
hospital. Estaba preocupado por mi madre no iba a dejarla
en una habitación sola, y esperaba que mi madre ya se hubiera
despertado al volver. Pasé a comprarle unos lirios y de ahí
Julián me llevó directo al hospital. No podía dejar de pensar
en Jimena. Si ella aceptaba la propuesta tendría que manejar
el tema del matrimonio tan creíble que incluso Sofía pensara
que era verdad. Además, iba a tener que contratar un
abogado para que firmemos un acuerdo prematrimonial y
uno de divorcio.
Cuando llegué al hospital, mi madre estaba sentada viendo
por la ventana.
—¿Cómo te sientes, madre? —pregunté en un tono sutil.
—Me siento bien, hijo. Con un poco de dolor de cabeza,
pero nada más. —Supe que mentía, pero no quise insistir.
—Me alegro, madre. ¿Te han dado algo para el dolor de
cabeza? —Ella asintió y se fijó en lo que tenía en las manos.
—Te traje unos lirios. —Sonrió—. Madre, yo…
—Lo sé, Manuel. Es que siento que me voy a ir y tú
quedarás solo.
Algo de lo que decía era cierto. Sabía que lo que tenía con
Sofía nunca iba a ser algo real y aunque Jimena aceptara eso
tampoco iba a serlo. Me acerqué a mi madre y tomé su mano,
luego sonó mi teléfono. Era Lilian. Le hice una seña a mi
madre indicando que tenía que contestar y me aparté un poco
de ella.
—Hola, Lilian. ¿Qué pasó? —Nadie contestó al otro lado.
Solo se escuchó una respiración larga y profunda—. Lilian,
¿estás bien? —Mi madre me veía expectante.
—Sí, joven Manuel, estoy bien. Lo llamo porque esta
mañana me enteré de una triste noticia y quisiera pedirle un
favor en nombre de Jimena.
—¿Jimena? —Escuchar su nombre incrementó mi
curiosidad por la noticia—. ¿Qué pasó?
—Joven, lo que ocurre es que a Jimena se le acaba de
morir su abuela. La pobre está destrozada pues ella era su
única familia y no tiene el dinero para poder pagarle un
funeral. Ella no quería molestarle por que apenas empezó a
trabajar ayer, pero yo le dije que lo llamaría para saber si era
posible que usted le diera un adelanto de su sueldo y que
pudiera cubrir por lo menos algo de los gastos funerarios.
En efecto, la noticia era triste.
—Mándame la dirección. Iré hasta allá a dejarle el
adelanto, dile que no se preocupe.
—Está bien, joven, ya se la envío. Y muchas gracias.
Colgué la llamada y volví hacia la camilla de mi madre. Ella
estaba ansiosa por saber lo que había ocurrido.
—Lo siento, madre. Al parecer tendré que dejarte por un
tiempo.
—¿Te vas?, pero ¿qué pasó?
—Lilian me ha llamado para decirme que la abuela de
Jimena falleció y que necesitaba un adelanto para cubrir los
gastos funerarios. —Ella pronunció un «por Dios» en
silencio.
—Pobre niña. Lily me había contado que la abuela era su
única familia.
—Eso me dijo también.
—Está bien, hijo. Ve —Palmeó mi mano—. Seguramente
le hará bien un poco de compañía en estos momentos.
—Voy a ir a entregarle el dinero que necesita.
—Por supuesto —respondió—. Solo digo que si tienes
que quedarte un poco más no hay ningún inconveniente.
Aquí estoy bien cuidada.
Mi madre me miró con picardía y sonrió. Era bueno verla
sonreír, la risa le recargaba la vida.
—Por ahora iré a entregarle el dinero, madre —respondí
antes de salir—. Volveré en la noche para estar contigo.
—Está bien. Diviértete.
—Es un funeral, ¿recuerdas?
Mi madre hizo una mueca y movió sus hombros de arriba
a abajo. Ambos reímos.
—Estaré pendiente por si ocurre algo —dije y salí hacia la
casa de Jimena.
Al llegar a la dirección que me había mandado Lilian vi a
muchas personas afuera de una pequeña casa. Ahí debía ser.
Caminé despacio hacia la casa y todos murmuraban sobre la
muerte de la señora Aida; al parecer ese era el nombre de la
abuela de Jimena. Toqué la puerta con cautela por si me
equivocaba de casa y Lilian abrió la puerta. Adentro vi a otra
señora con una taza de lo que parecía ser té. Ella me hizo un
gesto con su mano y le devolví el saludo. Lilian me llevó hacia
la sala de la casa, pero no vi a Jimena por ningún lado.
—Jimena fue a bañarse, joven. Está bastante afectada. Le
agradezco por haber venido hasta acá. Cómo ve, ella solo nos
tiene a nosotros, sus vecinos y antiguos amigos de Aida. La
mujer que vio en la cocina al entrar se llama Sara. Ella está
preparando algo de comer, le diré que haga algo para usted
también. Siéntase cómodo, por favor.
La casa de Jimena era una de las más pequeñas y antiguas
de la ciudad. Sus paredes estaban adornadas por marcos con
fotografías y la sala estaba ocupada por viejos muebles de
madera y cojines beige. Mientras observaba las fotografías
sonó una puerta del segundo piso de la casa y al voltear a las
escaleras Jimena venía bajando. Sus ojos estaban rojos e
hinchados y su semblante ensombrecía toda la triste
habitación.
—Siento tu pérdida —dije, acercándome un poco a ella—
. Lilian me llamó y me contó la situación. Este es el adelanto
que ella me pidió, puedes contarlo si quieres. —Saqué el
sobre con dinero de mi bolsillo y se lo entregué.
—Muchas gracias —dijo en un suspiro—. Juro que
trabajaré tiempo extra hasta que pueda compensarle este
dinero. —Lily llegó a la sala con un plato de comida.
—No hace falta que trabajes tiempo extra —respondí—.
Puedes tomarte estos días para hacer los arreglos que
necesites para despedirte de tu abuela.
Lilian le entregó el plato de comida a Jimena y los tres nos
quedamos en silencio. Toda la conversación murió en ese
momento. Ninguno tenía muchos ánimos de hablar, ni
parecía algo prudente, así que era mejor que volviera con mi
madre.
—Entonces, nos veremos luego, Jimena —dije y volteé a
despedirme de Lilian.
—Gracias —tartamudeó. Y sin decir más caminé hacia la
entrada.
Al tratar de cerrar la puerta tras de mí, algo la detuvo. Era
Jimena.
—Manuel, de nuevo gracias —dijo en un tono tan bajo
que apenas pude escucharla.
—No es nada —respondí, hice un gesto con la cabeza y
volteé, pero ella me tomó del brazo.
—Ya tengo una respuesta —dijo.
—No necesitas apresurarte. Vive tu duelo y después
tendrás la cabeza fría para tomar una decisión.
—No necesito pensarlo más. Seré tu esposa para
satisfacer los deseos de tu madre, pero no recibiré tu dinero.
No soy ninguna prostituta.
Su respuesta me sorprendió tanto que me sacó una
sonrisa.
—Me excuso si en algún momento sonó de esa manera,
pero entonces si no quieres el dinero, yo me encargaré de tus
necesidades, mientras lleves el apellido Galeano. —Saqué mi
billetera y le pasé una tarjeta a Jimena—. Este es mi número
privado. Llámame o escríbeme para tener tu número.
Estaremos hablando sobre las cláusulas del contrato.
—No tengo teléfono móvil, pero podría utilizar el de Lily.
Ella siempre me lo presta, o puedo usar el de la señora Sara.
—¿Nunca has tenido un teléfono móvil? —pregunté
incrédulo. Jimena bajó su mirada y sus mejillas se tornaron
carmesí.
—Sí tuve, pero hace unos años se me dañó y, con todos
los medicamentos y cuidados que necesitaba mi abuela,
nunca pude reunir suficiente para comprarme otro. —Sus
ojos se inundaron de solo mencionar a su abuela.
—Está bien —respondí—. Yo me encargaré de eso.
Necesitaremos estar en contacto para que todo sea creíble.
La futura señora Galeano debe tener un buen celular.
Además, habrá cosas que tendremos que discutir.
Jimena me soltó y caminé dos pasos, luego volteé.
—Y, por cierto, tendrás que avisarme de los planes
funerarios que tengas. No tengo tiempo para ir a muchos
eventos sociales, pero si las personas van a creer que vamos
a casarnos, por lo menos deberán verme allá un momento.
Ella asintió, me dio las gracias nuevamente y se quedó en
el marco de la puerta hasta que subí en el auto y me alejé.
Pasé por la oficina y arreglé un par de situaciones, cuando
regresé al hospital eran casi las cinco de la tarde. Llegando a
la habitación de mi madre escuché a la enfermera hablar con
otra persona cuya voz que distinguí y aceleré el paso.
—Señorita, la señora no quiere verla en este momento. Es
mejor que se retire o espere aquí afuera a su novio. —Sofía
intentaba evadir a la enfermera y acercarse a mi madre, hasta
que la tomé por detrás del brazo y la llevé hasta otro pasillo.
—Sofía, ¿qué diablos haces aquí? —Sofía volteó, parecía
estar algo feliz, como si molestar a mi madre le causara algún
placer, pero al ver mi cara bajó la mirada.
—Hola, cariño. Solo quería saber cómo estaba tu madre.
—Te dije que yo te llamaría.
—Sí, pero no puedo estar lejos de ti, menos ahora con
todo lo de la enfermedad de tu madre. —Ella se acercó para
darme un beso y me abrazó. Había aprendido a conocer a
Sofía lo suficiente bien como para saber cuándo mentía. Ella
siempre buscaba sacar un beneficio.
—Ya es más de mediodía, Manuel —susurró—, vamos a
comer algo y te quedas a dormir conmigo en el hotel, ¿te
parece?
—Pasaré la noche con mi madre, y creo que es hora de
que te vayas. ¿En qué viniste?
—En mi auto. Sabes que a esta hora es más sencillo andar
en carro propio. ¿Me vas a llevar al hotel?
—No. Pero te llevaré hasta el carro. —Sabía que pedirle a
Sofía que se fuera era una pérdida de tiempo. Se quedaría
dando vueltas por el hospital o en alguna cafetería para seguir
revoloteando en torno a la habitación de mi madre hasta que
me fuera con ella.
Cuando llegamos al lobby nos topamos con Jimena y Sara.
—Jimena, Sara, ¿todo está bien? —Jimena me vio y luego
vio a Sofía agarrada de mi brazo. Algo de indignación brilló
en sus ojos y se volvieron cristalinos.
—Sí —respondió—. Vinimos a recoger el cuerpo de mi
abuela. La trajeron aquí por ser el hospital más cercano, pero
nos dijeron que ya es muy tarde. Tendremos que esperar
hasta mañana en la mañana.
Jimena respiraba largo y seguido para evitar que su voz se
quebrara mientras sus ojos se fijaban en mí. Era evidente la
molestia en su rostro y la impotencia me pesó al no poder
hacer nada para que Sofía no sospechara. Ella se iba a enterar,
pero ese no era el momento.
—¿Tu abuelita murió? Mi más sentido pésame —dijo
Sofía. Su tono era evidentemente falso—. Y ¿ustedes de
donde se conocen? Nunca te había visto. —Que Sofía
indagara era un problema. No podía decir que Jimena era una
empleada nueva o nunca se lo iba a creer e iba a ser una piedra
en el zapato; Sofía tenía que creer que nos conocíamos desde
hacía tiempo.
—Jimena ha sido la persona encargada de cuidar de mi
madre desde hace un tiempo cuando no estoy en casa.
—¡Mamá, Jimena! —gritó un joven que entró por la
puerta del hospital, llegó hacia nosotros y le agarró el brazo a
Jimena—. El taxi ya nos está esperando afuera.
—Él es Felipe, mi hijo —dijo Sara—. Felipe, él es Manuel
Galeano. —El chico me vio de pies a cabeza con una sonrisa
y me extendió la mano.
—Mucho gusto. Felipe.
—Manuel —respondí agarrando su mano. Era un joven
de veintidós o veintitrés años, cabello oscuro, ojos negros,
desarreglado. Su presencia causó una molestia en mi pecho.
—¿Nos vamos? —dijo al rato mirando a Sara y a
Jimena—. Tenemos que organizar la casa para el velorio.
—¿En una casa? —respondió Sofía casi burlándose.
Apreté su brazo para que se callara.
—Sí. La abuela siempre lo quiso así. Todo lleno de flores
de colores y que las personas fueran a su casa a despedirla.
—Sus ojos parecían querer desbordarse a cada momento.
—Suena ejemplar —dije.
Jimena sonrió y bajó la mirada, luego me miró a los ojos.
—Bueno, pero si quieren que este muchachote les ayude,
tenemos que salir ya. El taxi está afuera esperándonos. Adiós,
un placer conocerlos, pero tenemos que salir —dijo Felipe y
se las llevó tras él.
Me quedé un rato mirando cómo Jimena, Sara y su hijo
salían del hospital. Los ojos de Jimena seguían rondando por
mi cabeza, entonces Sofía decidió hablar.
—Quiero saber, ¿de dónde salió esa aparecida? Se le nota
en la cara que babea por ti. Tienes que despedirla. No me
gusta para nada. Hubieras visto cómo me miró en la tarde
apenas te fuiste. Se nota que es una mosquita muerta que te
quiere engatusar para salir de su pobreza.
—No la despediré. Le cae muy bien a Lilian y a mi madre.
Además, es buena haciendo su trabajo, así que acostúmbrate
porque no se irá a ningún lado.
Cuando llegamos a su carro, abrió la puerta y puso su cara
de súplica.
—¿No me llevarás a mi hotel? Podemos cenar, tomar algo
y relajarnos un poco. Después puedes volver.
—Mañana te llamo para cenar.
—¿Mañana? Está bien. Estaré preparada para mañana —
dijo emocionada. Me dio un beso demasiado largo hasta que
la aparté, entró a su auto y se fue. Al fin.
Volviendo al hospital del estacionamiento llamé a
Guillermo.
—¡Manuel Galeano! ¿A qué debo el gusto? ¿Cuál es el
nombre de la pobre alma a quien vas a demandar?
—Necesito un favor. Pero esto debe quedar estrictamente
entre nosotros.
—Para ti soy todo oídos. Solo no me digas que mataste a
alguien y necesitas quién te defienda porque sabes que ese no
es mi terreno.
Apenas me dio luz verde le conté todo lo que había
planeado; la boda con Jimena, el acuerdo de matrimonio y el
acuerdo de divorcio, lo de los bienes separados, la
manutención de las necesidades de ella, etc. El matrimonio
no tendría fecha de expiración pues todo terminaría en el
mismo momento en que mi madre muera y eso podrían ser
semanas o meses.
—¿Estás seguro de eso? —preguntó Guillermo luego de
escuchar todo—. ¿Y si la empleada doméstica se enamora o
Sofía se da cuenta? O peor, ¿y si tu madre se entera? Creo
que aún hay cosas que pensar. No obstante, yo puedo
empezar con ambos acuerdos y cuando los tenga te llamo.
Así los revisan ambos y si después de todo quieren seguir,
solo será que ambos firmen.
—Gracias, Guillermo. Sabía que podía contar contigo.
Esperaré tu mensaje.
5

Luego de despedirme de la señora Sara y de Felipe, entré


a la oscuridad de la casa. Encontrarme a Manuel junto a la
rubia me revolvió el estómago. Él había dicho que se iba a
casar conmigo y horas después estaba en brazos de otra; eso
encendería la ira de cualquiera, pero yo debía aceptarlo. Él
aún no me había confirmado nada, solo había dicho que lo
pensara un poco más. Sin embargo, yo ya estaba decidida a
ser la señora de Galeano. Esta oportunidad no se repetiría y
no la iba a desaprovechar. Ni en mis sueños más locos
hubiera podido imaginarme que Manuel Galeano, el hombre
de mis fantasías, podría convertirse en mi esposo.
Caminé hacia la sala y me senté en una silla. Había tanto
silencio sin mi abuela que no parecía su casa. Las paredes
estaban tristes, los cuadros deprimidos y la luz ensombrecida.
Ella siempre había sido quien me hacía reír y me consolaba
cuando tenía un mal día. «Ahora no tengo a nadie que se
preocupe por mí», pensé cuando mi mente volvió a la
realidad.
El día había sido tan pesado que solo quise subir a mi
cama y acostarme a dormir, pero el silencio era estruendoso
y mi mente divagaba en pensamientos sobre Manuel, hasta
que, sin darme cuenta, me quedé dormida.
La mañana siguiente me desperté escuchando golpes.
Primero creí que estos solo estaban en mi cabeza así que me
senté y cesaron un momento. Después volvieron a sonar y
comprendí que provenían de la entrada. Al abrir vi a la señora
Sara y a Lily vestidas de negro.
—Niña, ¿todavía no estás lista?, se te hará tarde. Hay que
irnos, ve a alistarte —dijo Lily empujándome hacia las
escaleras.
Ella y Sara empezaron a acomodar la casa y poner estantes
con candelas a los cuatro costados donde iba a estar el féretro
de mi abuela. Al momento llegaron Carlos, el esposo de Lily,
junto con Felipe cargando varios ramos de flores de colores
vivos. Las flores me hicieron recordar a mi abuela; una mujer
alegre y llena de luz. Pero a la vez me hicieron recordar la
razón por la que estaban ahí: su muerte.
Antes de ponerme a llorar de nuevo, fui a mi habitación y
me bañé. Me puse un vestido negro para la ocasión, no me
recogí el cabello para que se secara más rápido y me puse un
poco de maquillaje que disimulara mis ojeras. De ahí salimos
a recoger a mi abuela.
Llegamos al hospital, hicimos los trámites
correspondientes y un carro fúnebre nos ayudó a transportar
el ataúd hasta la casa. Al llegar había mucha gente esperando
despedir a mi abuela. Como había vivido toda su vida en el
mismo vecindario fue una señora muy conocida y querida.
Estaba segura de que todo estaba justo cómo ella quería su
despedida. Los de la funeraria ayudaron a acomodarla dentro
de la casa. Varias personas se acercaron a dar su pésame y al
rato el párroco de la iglesia fue y dijo unas hermosas palabras
sobre mi abuela.
Cuando llegó la hora, los de la funeraria volvieron entrar
para llevarse el ataúd para ser transportado hasta su última
morada, detrás de ellos venía Manuel. Vestía un traje azul
turquí con chaleco, una camisa blanca y zapatos caoba. Era
inevitable verlo; su presencia destacaba entre el gentío y
apenas me vio, caminó hacia mí.
No era fácil creer que estuviera en la casa, sin embargo,
ahí estaba, caminando hacia mí. No pude evitar mi sorpresa
por un momento, pero luego recordé lo que él dijo acerca de
que tenían que vernos juntos en algunos momentos para que
el plan fuera más creíble. Intenté calmarme. Él se acercó,
tomó mi cintura con un brazo y me besó la mejilla. Los
murmullos crecieron como espuma y me quise apartar un
poco. Manuel era una celebridad en toda Bellavista y que él
me abrazara como si fuéramos cercanos era algo
inimaginable para muchos de los presentes.
—No dejes que te intimiden —dijo entre dientes a mi
oído—. Tendrás que acostumbrarte a esto. Deja que hablen,
eso es lo que queremos ¿no? —Su voz en mi oído provocaba
hormigueo por toda mi espalda. Tragué saliva. Era difícil
pasar del Manuel efusivo y cariñoso, al Manuel indiferente,
pero debía obligarme a pensar que todo era una farsa para no
ilusionarme.
—Siento mucho lo de tu abuela, cariño —dijo
separándose un poco de mí para que los demás lo escucharan.
—Muchas gracias por venir. No te esperaba. —Seguí con
el plan.
—No iba a dejarte sola en un momento así. Sé lo difícil
que es perder a un familiar muy cercano. Además, traje algo
para ti —dijo dándome una bolsa pequeña que llevaba en la
mano.
—Es para que te mantengas en comunicación constante
conmigo. Si necesitas algo, solo llámame. Tengo que regresar
al hospital; en unas horas darán de alta a mi madre. Nos
vemos. —Me volvió a dar un beso en la mejilla y un abrazo.
—Gracias por todo. Espero saber pronto de ti. —En una
situación de esas era sumamente difícil reconocer si estaba
siendo genuino o solo lo hacía por actuación, mi corazón
latía con fuerza y sentía las mejillas calientes. No estaba tan
mal ser la señora de Galeano, al parecer. O al menos eso creía.
Contenta por su compañía, y su regalo, lo acompañé a la
puerta, en eso, Lily se acercó. Pensé que se despediría de
Manuel, pero se despidió de mí. Tomó mis dos manos y me
dijo que debía ser fuerte. Reaccioné al instante. La presencia
de Manuel había opacado todo alrededor; las personas, las
flores, el funeral de mi abuela… Manuel lo consumió
todo con su esencia. Volteé y estaba por arrancar el auto de
la funeraria. Corrí a mi habitación por las llaves de la casa y
mientras tanto todos los invitados comenzaron a salir hacia
sus carros para ir al cementerio.
Cuando llegamos al cementerio caí en la cuenta de cuántos
carros estaban ahí para mi abuela y no pude evitar llorar al
pensar que eso era lo que ella hubiera querido. Al finalizar la
ceremonia tomé dos rosas blancas y una roja y las dejé caer
sobre el ataúd. Sentí que la rosa roja era mi manera de
despedir a mi abuela y las dos blancas eran para mis padres
que iban a recibirla en el cielo. Una vez terminado todo,
acomodamos las flores alrededor de la placa de mármol de
mi abuela. Lily se había encargado de todos los detalles con
una rapidez increíble. Estaba infinitamente agradecida con
ella.
Llegamos a casa cerca de las siete de la noche, me despedí
y agradecí a la señora Sara, al señor Carlos y a Felipe por todo
lo que me habían ayudado durante esos dos días. Ellos me
dieron un abrazo grupal, Sara y Carlos salieron cada uno
hacia su casa, pero Felipe se quedó unos segundos más.
—Siempre puedes contar conmigo si necesitas algo. Lo
sabes, ¿no? —Asentí, sonreí levemente. Él continuó—.
Disculpa que me meta, pero ¿puedo saber que es Manuel
Galeano para ti? —Sabía que alguien iba a preguntarme por
eso, así que ya tenía una respuesta preparada.
—No somos nada, pero estamos conociéndonos.
Trabajo en su casa cuidando a su mamá, ella tiene cáncer. No
sé hacia dónde vaya el conocernos, pero él me gusta mucho.
Quería ser sincera con él, pues conocía sus sentimientos
hacia mí. Felipe siempre fue un amigo incondicional, pero
nunca sentí nada por él más que una amistad y por eso a veces
necesitaba alejarlo un poco para no darle falsas esperanzas.
No podía negar que era muy guapo y su apariencia volvía loca
a más de una mujer, pero no era mi caso. Él suspiró.
—Creo que sabes que me importas. Y mucho. Y no
quiero verte triste o lastimada. Él tiene una vida muy expuesta
y si todas las personas en la ciudad se dan cuenta de que hay
algo entre ustedes no te dejarán tranquila. ¿Estás lista para
algo así? Ya has sufrido mucho como para que el mundo
también te ataque. Además, por lo que supe él tuvo una novia
hace años y nunca se confirmó qué pasó entre ellos; solo que
ella se fue a modelar al extranjero y él tomó el lugar de su
padre al morir. —Se detuvo un momento y me miró a los
ojos—. Disculpa si te abrumo con tanto, pero no soportaría
verte sufrir por culpa de él. —Sabía que muchas de las cosas
que había dicho eran ciertas, pero no eran cosas que quería
discutir con Felipe, así que solo sonreí.
—Será mejor que entre. Pero te agradezco, eres un buen
amigo. —Con esas palabras me despedí de Felipe y entré a la
casa.
Recogí un poco las flores para que no se marchitaran tan
rápido y luego subí a mi habitación. Sobre mi cama estaba la
bolsa que me había dado Manuel. La abrí y dentro de una caja
blanca estaba el celular que él me había comprado. Era
morado. Manuel siempre tuvo muy buen gusto; el celular era
hermoso. Lo encendí y apenas cargó la señal llegaron tres
mensajes, uno tras otro.
«Jimena, ven a mi casa. Tenemos que hablar sobre la propuesta»,
decía el primero.
«Jimena, mi abogado tiene un acuerdo prematrimonial y uno
también para el divorcio. Debes venir a mi casa a firmar ambos», decía
el segundo mensaje.
Ahí estaba de nuevo el Manuel real. Un Manuel frío y
directo. Sabía que su insistencia era también por su madre,
pero hablar de un acuerdo de divorcio antes de siquiera
casarnos…, no sabía si iba a poder con tantas emociones.
Luego leí el tercero.
«Jimena, mañana estaré en tu casa a las nueve de la mañana para
hablar de lo mencionado anteriormente».
Manuel era invasivo. Ni siquiera me había dado opción
para negarme o discutirlo. Seguro quería dejarlo por escrito
antes de que el chisme se propagara por la ciudad. Una cosa
era que se esparciera una verdad, otra que se esparciera un
simple chisme.
«Hola, Manuel. Sí, está bien; estaré en casa mañana», envié el
mensaje y dejé el celular en la cama para ir a bañarme y
alistarme para dormir.
Entonces llegó otro mensaje, pero era de un número
desconocido.
«Mira, resbalosa. Aléjate de Manuel. Él es mío».
Al principio creí que era un mensaje equivocado, luego
pensé que el mensaje podía ser de alguien en específico,
aunque era imposible, pues Manuel era el único que conocía
mi número. Y él no se lo hubiera dado a esa persona.
La mañana siguiente me desperté con la luz del sol
golpeándome la cara. Había olvidado cerrar las cortinas la
noche anterior y ni siquiera me había dado cuenta de a qué
hora me había dormido. Me levanté, fui al baño y me alisté
para un día más de lucha, lucha que desde ese día tenía que
librar sola. Fui a la cocina para preparar algo de desayuno y
alguien tocó la puerta apenas me disponía a comer.
Extrañada, fui a ver quién era y me asomé a la puerta para ver
por la mirilla.
—¡Manuel! —Susurré. Había olvidado que vendría a esta
hora. Volteé a ver el reloj de la pared y eran las ocho con
cincuenta y cinco minutos. Casi me atraganté con el pedazo
de pan que estaba comiendo y corrí a la habitación a
cambiarme el pijama y arreglarme un poco. Luego bajé y abrí.
Manuel me miró de pies a cabeza y luego entró.
—¿Desayunaste? —le pregunté.
—La verdad es que no, pero con un café bastará.
«Eso no es un desayuno», pensé. Así que le insistí.
—Déjame te preparo unos huevos, ¿te gustan revueltos,
fritos o en tortilla? —Él se quedó mirándome un momento.
—Revueltos —respondió.
—Puedes ir comiendo de este —Le di el que yo ya había
preparado para mí y me puse a hacer otro. El vio el plato y
luego a mí—. Juro que no lo toqué; lo acabo de servir. —
Sonrió un poco y comenzó a comer. Fue una de las primeras
sonrisas sinceras que le vi.
Ambos desayunamos sin decir mucho. Yo solo lo veía con
su perfecto traje negro y me preguntaba cómo alguien podía
estar así de arreglado tan temprano. Sin embargo, él distraía
sus ojos con cada detalle de la casa de mi abuela.
Apenas terminamos de desayunar recogí los platos; él
agradeció, sacó dos contratos de su blazer y comenzó a
hablar de ellos.

—Primero, el matrimonio celebrado por las partes es total


y absolutamente consensuado. Ninguno está obligando o
cohesionando al otro a contraer matrimonio; Segundo, Durante
la duración del matrimonio las partes no mantendrán relaciones
íntimas. Eso conlleva a una causal absoluta e irrevocable de
divorcio; Tercero, Durante la duración del matrimonio las
partes deberán actuar de manera amorosa y expresar muestras
de cariño frente al público y sobre todo frente a doña Patricia
de Galeano. (No están obligados a hacerlo en privado); Cuarto,
Durante la duración del matrimonio don Manuel Galeano
suplirá toda necesidad económica de su esposa; Quinto,
Durante la duración del matrimonio los cónyuges vivirán juntos
en la casa que don Manuel Galeano indique; y Sexto, la
duración de este matrimonio será establecida por don Manuel
Galeano y ser aceptada sin alteración alguna por parte de su
esposa.

El contrato tenía más cosas, pero después de esa última ya


no quería escuchar más. Era como vender mi alma al diablo.
Manuel iba a tener control total sobre nuestro matrimonio y
era humillante. Al terminar, él se quedó viéndome del otro
lado de la mesa.
—Veo que hay algo que te incomoda. Si gustas puedes
decírmelo y lo cambiamos. —Sabía que no iba a cambiar
nada, aunque se lo pidiera. Él quería tener el control total
sobre el acuerdo.
—Todo está bien, solo me sorprende que va a ser un
matrimonio muy robotizado. Pero no te preocupes, veamos
el siguiente documento. —Él cambió el contrato, bajó la vista
y comenzó a leer. Era como si su mirada fría reflejara lo que
iban a ser los siguientes meses, o años de matrimonio, pero
sentía que tenía que hacerlo. Ella me había dado la
oportunidad de trabajar para su familia y me había recibido
con los brazos abiertos en su casa. Darle la mayor alegría
posible antes de su muerte era lo mínimo que podía hacer.
Además, tenía la corta esperanza de que, en algún momento,
al conocernos bien, Manuel llegara a enamorarse de mí.
—Al terminar el matrimonio, la esposa no recibirá ningún
beneficio económico por parte del esposo —continuó—;
Segundo, Ningún hijo concebido o nacido durante el periodo de
duración del matrimonio recibirá manutención o pensión, por
parte del padre, al momento del divorcio. La penalidad por
incumplir el acuerdo matrimonial será responsabilidad de la
madre quién deberá asumir la responsabilidad absoluta respecto
de "su hijo"; Tercero, ninguna de las partes se podrá volver a
casar hasta después de transcurrido un periodo de seis meses
posteriores a la ocurrencia de la declaración del divorcio;
Cuarto, (Confidencialidad) Ninguna de las partes podrá
mencionar sobre este acuerdo antes, durante o después que este
se lleve a cabo, de lo contrario se aplicarán las penalizaciones
que se encuentran señaladas al final de este documento; Quinto,
la esposa tendrá que dejar el hogar familiar que comparte con
su esposo una vez firmado el divorcio en un plazo de tres días;
Y Sexto, La esposa no podrá volver al hogar familiar ni a
buscar a su antiguo esposo o será interpuesta una orden de
restricción en su contra.

Levantó la mirada, me vio a los ojos y se quedó callado.


Yo tampoco dije nada; no tenía nada bueno para decir, así
que, por el bien de la señora Patricia, me callé.
—Te ves inconforme —Era una provocación. Parecía
querer que hablara, que estallara en ira.
—Sí, quizás no estoy de acuerdo con algunos puntos,
pero supuse que iba a ser algo así desde el momento en que
acepté. ¿Dónde tengo que firmar? —pregunté para no
retrasarlo más. Si lo seguía pensando, seguro iba a encontrar
más razones para no hacerlo. Él me pasó las hojas.
—Esta es una copia para que te quedes con ella, yo me
llevaré otra copia y los originales irán donde mi abogado. Los
seis contratos hay que firmarlos. —Me pasó un bolígrafo y
firmé todo. Luego firmó él y guardó sus contratos en tres
sobres que había llevado, dejando uno en mi poder.
—Nuestra primera aparición pública será hoy
en Marlyn’s, al almuerzo. Julián pasará por ti más tarde. —
No fue la invitación más efusiva o romántica, pero ya había
firmado esos papeles así que, en pocas palabras, ya no podía
negarme. Solo rogaba no haber firmado mi perdición con
esos contratos. Manuel se fue luego de firmar los
documentos.
Cerca del mediodía vi por la ventana a Julián parado a un
lado del auto. Manuel iba adentro. El camino al restaurante
fue tan silencioso que se tornó incómodo. Manuel estaba
inmerso en su celular. Cuando llegamos al Marlyn’s, él se bajó
primero y luego dio la vuelta al carro para abrir mi puerta, me
extendió la mano. Tomó mi brazo y caminamos hacia una
mesa que él había reservado. El restaurante era tan fino que
las únicas veces que había podido pagar una comida ahí,
habría sido con mis padres. Un lujo de esos no podría
dármelo con mi abuela.
—Jimena, ¡Jimena! —dijo Manuel agarrando mis manos,
interrumpiendo mis pensamientos—. ¿Qué deseas ordenar?
El mesero ya estaba frente a nosotros.
—Creo que necesitaré unos minutos más, todavía no me
decido. Muchas gracias. —Le sonreí al mesero y él me
devolvió la sonrisa.
—Ya te llamaremos cuando ella se decida —dijo Manuel
y me miró—. ¿Siempre eres así? —Su mirada era
desconcertante.
—¿Así? —pregunté.
—Sí, ida, dispersa. Falta de concentración.
—Lo siento, solo recordaba algo y cuando me
preguntaste no quería que el mesero se sintiera mal por tener
que volver a pedir mi orden por no saber qué pedir.
—Es su trabajo —respondió. Yo calmé mi rostro y le di
una sonrisa mucho más grande que al mesero.
Al rato pedimos la comida y el tiempo de espera se hizo
eterno en el silencio de la mesa. Manuel parecía más
pendiente que nunca de la gente a su alrededor. Algunos
volteaban a vernos y murmuraban entre ellos, otros solo
hacían cara de sorpresa y volvían a lo suyo. En efecto, éramos
el centro de atención del restaurante. Todo salía según el plan
de Manuel, hasta que llegó alguien inesperado.
—¿Manuel? —preguntó Sofía.
—¡Sofía! ¿qué haces aquí? —Manuel se puso blanco. Yo
seguí comiendo el postre, ignorando su presencia.
—Vine a comer con una amiga, pero como me canceló
de último momento y ya teníamos reservación, decidí comer
sola. Además, me dijiste que ibas a estar con tu madre, pero
veo que no es así. —Sofía volteó a verme y luego volvió hacia
Manuel esperando una respuesta. En ese momento supe lo
que tenía que hacer.
—Al parecer ustedes tienen cosas de qué hablar —dije y
me puse de pie—. Yo tengo que ir a ver cómo sigue la señora
Patricia. Que pasen feliz tarde.
Manuel tenía cara de querer detenerme, pero Sofía tenía
cara de no dejarlo ir hasta que respondiera a sus preguntas.
Salí casi corriendo de allí antes de que se convirtiera en
un show demasiado escandaloso. Tomé un taxi a la salida y me
dirigí rumbo a la casa de los Galeano. Al llegar, la señora
Patricia estaba sentada en la sala y esbozó una sonrisa apenas
me vio; hizo una seña con su mano y me pidió que me sentara
a su lado.
—Siento mucho lo que le pasó a tu abuelita. —Tomó mis
manos—. Sé lo que puedes estar sintiendo y eres una joven
muy fuerte. Yo también perdí a mis padres cuando era joven,
aunque no tan joven como tú; yo tenía 29 años, estaba
felizmente casada y ya tenía a Manuel. Me duele pensar que
ahora él va a tener que pasar por lo mismo que yo pasé.
Primero Rafael, y ahora yo. Mi único anhelo es que él pueda
encontrar a alguien que lo cuide cuando yo no esté.
Ella se detuvo y tomó largos sorbos de aire. La señora
Patricia estaba tan mal que solo hablar le robaba de a pocos
el aliento. Me pregunté si mis padres también hicieron lo
posible porque yo estuviera bien antes de irse.
—Señora Patricia, Manuel no va a quedar solo —dije
intentando consolarla—. Lo conozco apenas hace dos días,
pero ¿quién en la ciudad no conoce a Manuel Galeano? Estoy
segura de que encontrará a alguien que le de la compañía que
usted desea.
—Claro, si abre los ojos y deja a la bruja esa con la que ha
estado estancado desde hace años. —No pude evitar dejar
salir una sonrisa. Ella continuó—. Así podría enfocarse en
bellezas como tú.
Por un momento me vi tentada a contarle de mi relación
con Manuel; relación que solo existía en el papel para ambos.
Pero recordé las cláusulas del contrato y si Manuel no lo
había mencionado, era mejor esperar a que él encontrara el
momento adecuado para hacerlo. Aún era temprano para
empezar a poner a rodar la bola de nieve.
6

—¿Se puede saber qué hacías aquí con esa mujer? —


preguntó Sofía con su voz chillona e irritante.
—Solo la invité a comer para hablar sobre el plan de
cuidado de mi madre. ¿Cuál es el problema?
—Ya te dije que quiero lejos a esa mujer. No la quiero
cerca de ti —dijo con los brazos cruzados.
—Ya te expliqué que ella está encargada del cuidado de mi
madre. Lo que hable con ella para darle una mejor vida a mi
madre, no te compete.
Sofía podía ser despistada para muchas cosas, pero si algo
se metía en su cabeza era difícil sacárselo. Necesitaba que
Sofía no sospechara por lo menos hasta que tuviera que
volver a su casa. Ya me encargaría de ella cuando se enterara
estando fuera de la ciudad.
Ella suavizó el rostro, sonrió y se empezó a mover de un
lado para otro como una niña consentida.
—Está bien. Veo que tú ya comiste, pero ya que estás
aquí… y nos encontramos, podrías acompañarme; no he
comida nada y tengo hambre. ¿Sí?
Lo dudé por un momento, pero si podía distraerla del
hecho de que estaba ahí con Jimena, valía la pena. Así que la
esperé. Cuando terminó de comer le ofrecí llevarla a su hotel
y aceptó emocionada. Julián nos esperaba afuera del
restaurante y salimos rumbo a su hotel. Llegando a la entrada,
Sofía me pidió que entrara con ella, pero le dije que tenía que
ir a ver a mi madre; la verdad era que debía ir a la oficina de
Guillermo lo más rápido posible para entregarle los contratos
y de ahí sí volver donde mi madre.
Al llegar a la oficina de Guillermo, vi a Andrés y a Miguel
hablando en la sala de espera. Habían pasado nueve meses
desde la última vez que supe algo de Miguel. Creí que se había
ido a otro país, o que había decidido simplemente alejarse de
nuestra ciudad, pero ahí estaba. Avancé hacia la puerta de la
oficina de mi abogado, saludé a Andrés, quien tenía una
expresión extraña en el rostro, y seguí derecho.
—Hermano ¿acaso no estoy aquí? —preguntó Miguel—.
Tengo demasiado tiempo de no verte y ¿ni me saludas?
Verlo ya había sido molesto, pero que me hubiera hablado
como si no hubiera pasado nada fue humillante. Tuve la
tentación de golpear su cara de niño bueno, pero eso solo iba
a generar molestias con Andrés y Guillermo, por lo que no
lo hice. Miguel era un simple bastardo traidor que había
desaparecido luego de haberse cogido a Sofía sin siquiera dar
una explicación. Desapareció incluso para el entierro de mi
padre y ahora, nueve meses después, ¿decidía simplemente
aparecer llamándome hermano y pretendiendo que lo
saludara?
—Tienes razón, Miguel —me volteé y le extendí la
mano—. Felicidades por cogerte a Sofía. Si no hubieras
desaparecido, incluso para la muerte de mi padre, lo
hubiéramos celebrado con whisky. —Miguel se puso blanco,
abrió sus ojos como si no supiera de qué estaba hablando y
volteó a ver a Andrés quien se tapó la cara con una mano.
En ese momento Guillermo abrió la puerta de la oficina,
me pidió que entrara con él y le pidió a Andrés que se llevara
a Miguel. Solté la mano de Miguel y caminé hacia la oficina
de Guillermo. Me senté frente a su escritorio y tiré los
contratos sobre su escritorio. Él cerró la puerta y se sentó en
frente de mí.
—No sé cómo hice para no reventarle la cara —dije en un
suspiro.
—Manuel, sé que no quieres saber nada de Miguel, pero
hay cosas que tú no sabes y creo que ya es tiempo de que te
enteres.
—¿Qué? ¿Se cogió a mi madre también?
—Manuel. La noche qué pasó eso, ¿recuerdas haber visto
cómo estaba Miguel?
—Sí, estaba sentado en el escusado mientras Sofía lo cogía
como prostituta. ¡Yo fui quien los encontró!
—Lo sé, lo sé, Manuel. Pero ¿recuerdas haber visto cómo
estaba él? ¿Viste su rostro? —Sus preguntas se hicieron
extrañas.
—No, no recuerdo haber visto su rostro. ¿Debía ver la
cara orgásmica del bastardo mientras cogía a quien sabía que
yo le iba a pedir matrimonio?
—Manuel. Esa noche drogaron a Miguel hasta causarle
una sobredosis. Pero no solo eso, al tener relaciones sexuales
su corazón fue sobre esforzado y se detuvo. Apenas saliste,
Sofía salió gritando del baño pidiendo ayuda. Encontramos a
Miguel inconsciente sobre el escusado y llamamos a la
ambulancia mientras alguien intentaba darle primeros
auxilios. Los paramédicos dijeron que murió por unos
segundos, pero que pudieron revivirlo a tiempo. Estuvo en
coma por casi un mes y al despertar no recordaba nada que
hubiera pasado después de nuestros años en la universidad.
Creo que por eso te saludó como si nada hubiera pasado. —
Su historia parecía falsa. Un invento. ¿Iba a inventarse una
historia de esas solo para cubrir a Miguel?
—¿Por qué nunca me dijiste nada, Guillermo? Han
pasado nueve meses.
—Ese día también perdiste a tu padre. Andrés y yo
juramos no decirte nada hasta encontrar el momento
adecuado, pero luego nos dimos cuenta de que seguiste con
Sofía y no sabíamos si sería prudente recordar el incidente.
La familia de Miguel sabe qué pasó esa noche, pero también
entendieron que fue una noche difícil para ti, así que evitaron
cualquier exposición pública de la noticia. —No podía creer
lo que Guillermo me estaba contando. Estuve nueve meses
odiando a Miguel, mientras él y su familia pasaban por todo
eso.
—No tienes que culparte por nada, Manuel. Esa tragedia
tiene nombre y apellido: Sofía Mejía.
—¿Sofía?... Es verdad que ella estaba con él, pero no se
puede culpar a ella por todo. Que Miguel sea un idiota no es
culpa de ella.
—Mientras investigamos el caso, pedí ver las imágenes de
las cámaras del bar de esa noche. Sabes que no pueden poner
cámaras en los baños, así que no podemos saber qué pasó
adentro del baño, pero sí pudimos ver las de la barra. Sofía
puso una copa con una bebida extraña cerca de Miguel y
después salió a bailar contigo. Miguel vio la copa y pensó que
era suya así que se la tomó de un sorbo y salió solo a la pista.
Lo último que tomaron las cámaras de Miguel fue cuando
caminó tambaleándose hacia el baño y a Sofía siguiéndolo
luego de verlo.
Todo parecía una novela.
—¿Ya entiendes por qué tu madre te quiere lejos de Sofía?
—continuó—. Esto que estás haciendo con Jimena, aunque
sea solo para alegrar a tu madre, también podría ser una
oportunidad para ti.
Sentí la ira subirme como una oleada de calor.
—Primero destruiré a Sofía Mejía.
Guillermo sonrió y oprimió un botón en su teléfono de
mesa.
—Andrés. Ya pueden venir. Creo que es hora de
mostrarles a ambos.
—¿Mostrarnos?
—Espera a que vengan.
Minutos después tocaron la puerta y entraron Andrés y
Miguel. No pude volver a ver a Miguel con ira. Por lo menos
tenía el beneficio de la duda hasta que supiera con certeza
qué había pasado esa noche. Le volví a extender la mano.
—Dicen que no la has pasado bien —Miguel sonrió.
—Dicen que tú tampoco. Lamento la muerte de tu padre.
—¿Qué les parece si ven esto antes de que empiecen a
darse besos? —dijo Guillermo.
Andrés estaba a su lado y habían volteado la pantalla del
computador de la oficina.
—Les mostraré un video que los dos verán por primera
vez. Miguel, esto será más difícil para ti porque no recuerdas
nada. Este video solo lo tengo yo como evidencia por si en
algún momento Miguel decidía levantar cargos. Así que,
ahora que lo vamos a ver todos, ustedes me dirán qué hacer
con él.
El vídeo nos mostraba a todos tomando en el bar, cada
uno en un lugar diferente. Luego aparecía Sofía dándole
dinero al bartender y luego pasándole una bebida de color
extraño a la que Sofía agregaba dos pastillas antes de ir a
dejarla cerca de Miguel. Acto seguido, Miguel, un poco
afectado por el alcohol, veía la bebida que había dejado Sofía
y se la tomaba de un sorbo. Guillermo adelantó un poco el
vídeo hasta que vio a Miguel tambaleante y a Sofía
ayudándolo a mantenerse firme mientras lo dirigía al baño.
—¿Entonces esa mujer me drogó y luego abusó de mí en
el baño? ¿Cómo están seguros de que pasó eso?
—Yo los vi, Miguel. Sofía te llevó hacia un cubículo, te
sentó, te quitó la ropa y se subió encima de ti.
Miguel cerró los ojos un momento y se agarró la cabeza
con una mano.
—Miguel, ¿estás bien? —preguntó Andrés.
—Sí, sí, es solo un dolor leve.
—Me imagino que ha de ser difícil ver algo así, y más si
no lo recuerdas, pero ya era hora de que supieras bien qué
pasó esa noche —dijo Guillermo.
—¿Y por qué me lo ocultaron hasta este momento?
—Estábamos esperando el mejor momento. Cuando tu
salud mental y tu cerebro estuvieran en mejores condiciones
para recibir una noticia de estas. Aunque parece que debimos
esperar un poco más.
El vídeo continuó y me vi salir del baño y del bar.
—¿Y esa fue la noche en que murió tu padre? —me
preguntó Miguel.
—Sí. Al llegar a casa esa noche, Rafael murió en mis
brazos.
Miguel me dio el pésame. Le pedí disculpas por no haber
estado en todo su proceso luego de entender que era inocente
y él se disculpó conmigo antes de salir con Andrés a comprar
una pastilla para su dolor de cabeza. Luego hablamos un
poco más sobre el video.
Guillermo y yo nos quedamos viendo los documentos que
le había entregado.
—Manuel, ¿estás seguro de esto?, si te soy sincero sobre
esta chica, o es realmente tonta e ingenua, o está enamorada
de ti. Trate de hacer estos acuerdos lo más groseros y
humillantes como para que rechazara tu oferta, pero al
aceptar me deja muchas dudas acerca de ella. Que una mujer
acepté algo así sin dinero de por medio es imposible. Pero
bueno, extrañamente lo hizo. Mañana llevaré esto a
autenticar y solo quedará que me digas cuándo piensas
casarte.
Jimena era una mujer extraña, de eso estaba seguro,
aunque no podía negar que eso la hacía interesante. Me
pregunté por un momento si hacía bien al entregar esos
papeles antes de mirar qué podía pasar entre nosotros, pues
el contrato era muy claro en sus restricciones. Guillermo me
miraba con sus ojos de «deberías pensarlo un poco más» y un
poco de duda entró a mi certeza.
—Está bien, creo que lo hablaré con mi madre primero.
Le diré que ya conocía a Jimena desde hace un tiempo. Así
parecerá menos sospechoso.
—No pido más que eso —respondió Guillermo—.
Vamos a la casa de Andrés, te esperamos allá.
7

Después de pasar toda la tarde hablando con la señora


Patricia, le conté un poco más de mi infancia y luego me pidió
que viviera en su casa como su dama de compañía. Ella me
pagaría un poco más y trabajaría como interna. Le pedí que
me dejara pensarlo un poco. Tenía que consultarlo con
Manuel, no quería imponer cosas o que él pensara que lo
estaba haciendo. Lo esperé esa tarde, pero llegando la noche,
la señora Patricia me dijo que Manuel se iba a quedar en la
casa de unos amigos de él así que me fui.
Al día siguiente Manuel me despertó con una llamada.
—Jimena, ¿cómo estás? —Al parecer, Manuel había
despertado con un choque de amabilidad.
—Hola, buenos días, Manuel. Muy bien ¿y tú? —Una
pequeña risa sonó del otro lado.
—¿Por qué te ríes? ¿He dicho algo gracioso?
—No es que me extrañe tu falta de productividad,
considerando que tu día a día se basa en cuidar a mi madre y
ese trabajo lo compartes con Lilian. Pero creo que incluso en
un trabajo de esos también se debería estar despierto desde
temprano.
—Lo siento, me quedé dormida en el mueble de la sala
mientras miraba televisión y pasé muy mala noche.
—No importa. Hoy pasarás el día conmigo. Ponte algo
cómodo y deportivo. La próxima exposición pública será con
mis amigos. —¿No estaba yendo muy rápido al presentarme
a su círculo cercano? Si ellos se daban cuenta que todo era
una farsa todo acababa.
—Pienso que es muy pronto para presentarme ante tus
amistades, ¿no? Solo llevamos tres días conociéndonos. —
Debe estar tramando algo.
—Bueno, posiblemente nuestra boda sea la próxima
semana y quiero que todos te conozcan desde antes. Así
podemos convencerlos de que nos conocemos desde hace
unos meses y que poco a poco nos enamoramos. Es la
oportunidad perfecta para hacerlo público a mi familia…
—¡La próxima semana! —grité ante tal sorpresa.
—Sí, hoy hablé con mi madre, le dije que la verdad era que
nos conocíamos desde hace unos meses, pero que no
queríamos hacer nuestra relación pública hasta que fuera el
momento indicado y que, si ella no se oponía, nos casaremos
la próxima semana.
—¿Y…?
—Lo que esperábamos. Se puso contenta y dijo que quería
empezar a organizar la boda.
No sabía cómo sentirme al respecto. Todo pasaba tan
rápido que la sorpresa de cada nueva revelación no me daba
tiempo para dudas. No obstante, una pregunta se me escapó
de la boca.
—¿Y Sofía? —Él se quedó callado un momento y dejó
salir un suspiro antes de hablar.
—Olvídate de Sofía. Ella volverá a su ciudad dentro de
poco y no volverás a saber de ella. Esta semana será para que
nos conozcamos más a fondo. —La sonrisa que tenía en ese
momento era tan grande que no me la creía. ¡Me iba a casar
en una semana! No había espacio para pensar en si era falso
o verdadero o si eso iba a transformarse en una relación real
algún día. En una semana iba a convertirme en la esposa de
Manuel Galeano.
—Paso por ti en media hora —fue lo último que dijo antes
de colgar.
Salí corriendo a mi habitación, para ver en mi closet.
Gracias a Dios tenía un par de tenis negros con blanco casi
nuevos. Busqué unos leggins deportivos color negro, un top
ajustado del mismo color y para terminar una camisa a
cuadros rojos y negros que me iba a poner encima. Al salir
del baño decidí hacerme una coleta alta, me puse un set de
aretes pequeños y maquillaje suave, pero delineé bien mis
ojos. Me fijé en el tiempo y faltaban diez minutos, así que
corrí a recoger lo que había desordenado en la sala. Cuando
recién me iba a sentar en el mueble a esperar a Manuel,
tocaron la puerta.
Abrí la puerta y él me miró de pies a cabeza. Tenía
esa costumbre de verme antes de saludar. Él llevaba un suéter
color negro, una camiseta del mismo color, tenis blancos y
una gorra negra. Detrás de él se veía su auto deportivo
azul. Manuel tenía la mala costumbre de verse como un galán
de telenovela. No pude evitar morderme el labio. Él se acercó
a la puerta, besó mi frente y me llevó hacia el carro. Abrió la
puerta del copiloto y la cerró apenas entré. Dio la vuelta al
auto y entró. Apenas se sentó volteó a verme mientras se
ponía el cinturón de seguridad; sus ojos me examinaron de
pies a cabeza.
—¿Qué? ¿Estoy mal vestida? —pregunté y él sonrió.
—Creo que estas bastante bien —respondió y le quité la
mirada. Mis pómulos comenzaron a arder.
—Entonces a dónde vamos, ¿porque querías que me
vistiera así? —Le pregunté.
—Todo a su tiempo, Jimena. Aunque vestida así pareces
una muñeca; creo que así te empezaré a llamar, muñeca. —
Fue difícil creer lo que estaba escuchando. ¿Manuel Galeano
me estaba coqueteando? Pensé en que seguro era parte de su
actuación así que le seguí un poco el juego, pero también
estaba preparada para cuando volviera el Manuel frío y tosco.
—¿Y yo cómo te llamaré entonces? —pregunté y le
devolví la mirada de pies a cabeza.
—Ya encontrarás la manera adecuada.
Segundos después arrancamos. Íbamos camino al parque
en la montaña; me encantaba caminar por los senderos de la
montaña, pero hacía años que no había vuelto pues tenía que
cuidar cada vez más de mi abuela. Durante el recorrido me
preguntó acerca de mi pasado, mis papás, mi vida antes de
vivir con la abuela y se sorprendió al notar el giro de ciento
ochenta grados que dio mi vida en seis años. Luego me contó
un poco sobre sus amigos y por su forma de hablar de ellos
deduje que eran muy importantes para él. Eso quería decir
que la reunión de ese día con ellos era importante.
Llegamos al estacionamiento del parque y estacionamos al
lado de una camioneta Range Rover blanca. Manuel se bajó
primero del auto y luego bajaron tres chicos de la camioneta.
Manuel los saludó antes de llegar a mi puerta y abrirla. Me
ayudó a bajar y estando de pie a su lado rodeo mi cintura con
su brazo.
—Andrés, Guillermo, Miguel, les presento a Jimena, mi
futura esposa —dijo.
Miré al suelo un momento con algo de vergüenza por su
presentación antes de levantar la mirada para ver a los amigos
de mi futuro esposo y una cara se me hizo conocida. Él me
sonrió extrañado, yo le devolví la sonrisa, y se me acercó a
darme un efusivo abrazo.
—¡Jimena! —Le respondí el abrazo un poco incómoda.
—Guillermo...
«Seguro Manuel ha de estar sintiéndose incómodo por
este abrazo», pensé y me separé al momento. Él volteó hacia
su amigo.
—¿Ella es con quien te vas a casar? —dijo Guillermo
sorprendido.
—Sí, ella es Jimena, de la que te platiqué. Veo que ustedes
se conocen. —El Manuel frío fue quien habló en ese
momento.
—Guillermo y yo nos conocemos desde que éramos niños
—respondí—. Nuestros padres trabajaban juntos, pero
cuando mis padres murieron y vine aquí no volví a tener
contacto con nadie por dedicarme a mi abuela.
—Sí, eras una pequeña pecosa en aquel entonces y nunca
más te volvimos a ver desde que murieron tus padres. Pero
mira que pequeño es el mundo, ahora te casarás con uno de
mis mejores amigos y te volviste una pecosa hermosa de ojos
azules.
Manuel ya estaba visiblemente molesto y Guillermo no
medía sus palabras así que me acerqué a Manuel, le agarré el
brazo y le di un beso en la mejilla.
—Sí. Él es mi tesoro. —Manuel volteó a verme, su
semblante se suavizó y sentí que nuestros ojos chispeaban
por primera vez.
—Bueno me gustaría quedarme hablando, pero es hora de
ponernos en acción. Haremos el sendero tres y no quiero
quejas de nadie —dijo después de regresar al auto para sacar
una mochila.
—Jime, ellos son Miguel y Andrés. También son amigos
de este mal educado que no te los presento — dijo Guillermo
antes de empezar a caminar. Manuel se quedó callado a mi
lado y les extendí la mano a cada uno de sus amigos.
—Mucho gusto, soy Jimena Roberts, pero creo que ya lo
saben por Manuel —dije y al voltearme Manuel y Guillermo
estaban discutiendo algo en voz baja. Sabía que tenía que
detenerlos, así que tomé a Manuel del brazo y lo halé hacia
mí—. Manuel, dijiste que íbamos a hacer el sendero tres, y yo
no camino por aquí desde hace más de un año, así que
andando.
—Creo que llegó al grupo el elemento faltante para traer
equilibrio entre estos dos —dijo Andrés y el disgusto del
ambiente se enfrió un poco.
—¿Pelean mucho? —le pregunté a Andrés. Él asintió.
—Guillermo vive haciéndole bromas o comentarios algo
pasados de tono y Manuel es como un fósforo.
—Pero ellos casi siempre lo solucionan a su manera —
continuó Miguel.
Comenzando el sendero Manuel y yo nos quedamos un
poco atrás de sus amigos.
—¿Que pasó hace rato? ¿Por qué te molestaste con
Guillermo? ¿Acaso fue por nuestro reencuentro? —Él me
miró de reojo y siguió caminando.
—Sabes lo importante que es que lo nuestro pueda ser
creíble, no quiero que “nuestro amigo” interfiera con
nuestros planes. —No entendí qué tenía que ver Guillermo
con lo nuestro y solo seguí caminando.
Cuando llegamos a la cima, Manuel y Andrés acomodaron
una pequeña manta en el suelo y sacaron unos bocadillos que
traían en sus mochilas junto a unas botellas de agua. Ellos
platicaron un poco de sus anécdotas de la universidad, entre
otras cosas, vimos el atardecer sobre la ciudad y cuando nos
disponíamos a empezar a bajar, una melena rubia que todos
conocíamos pasó frente a nosotros.
8

—Buenos días, hijo, ¿cómo amaneciste?


—Bien, madre ¿y tú? ¿cómo te sientes hoy? —Mi madre
había estado algo decaída luego de la última hospitalización,
pero siempre simulaba que no pasaba nada.
—Bien, cariño. Un poco cansada de estar acostada. Le
diré a Lily que me acompañe a caminar por el jardín.
—Sabes que no puedes esforzarte —dije y ella cambió el
tema de conversación.
—¿Sabes que ayer vino Jimena a verme un rato, aun
cuando su abuela murió hace tan poco? esa niña es un ángel.
—Sabía a dónde quería llegar con esa conversación, era mi
oportunidad.
—Así es. Jimena siempre ha sido así.
—¿Siempre? —preguntó extrañada.
Tomé su mano con delicadeza y la besé.
—Te he mentido, madre. Conozco a Jimena hace unos
meses, nos hemos visto varias veces en la ciudad.
—¿¡Qué!? ¿Hace cuántos meses?
Solté una corta risa y dejé su mano sobre las cobijas. Tenía
los ojos y la boca muy abiertos, pero se notaba la chispa de
emoción que sentía.
—Hace varios meses, madre.
—¿Y por qué parecía que no se conocían cuando la viste
el día que llegó?
—Bueno, la verdad es que a Jimena la conocí en su
anterior trabajo. Verla aquí fue una sorpresa. Además, no
sabía cómo ibas a reaccionar si hubieras sabido que la
conocía, y después de que actué como si no la conociera, no
supe cómo enmendar la mentira. —Mi madre parecía estar
analizando las cosas, atando todos los cabos sueltos.
—¿Y Sofía? —Sabía que haría esa pregunta.
—Sofía es tema aparte. Lo importante es que… —Me
senté al lado de ella en el sillón de su habitación—. He estado
pensando en que quizás con Jimena podrían funcionar las
cosas…
—¡Lo sabía! —dijo con una gran sonrisa—. Ella me
encanta. Sé que será muy buena para ti, hijo. —Hizo silencio
un momento—. Entonces fue bueno ofrecerle que sea mi
dama de compañía, o, más bien, mi cuidadora personal. Así
ella va a poder vivir aquí en la casa y tendrán más tiempo para
ustedes.
La noticia me cogió un poco por sorpresa, pero si Jimena
vivía en la casa íbamos a poder pasar más tiempo juntos y eso
haría que nuestra relación falsa fuera más creíble. Toda la
conversación con mi madre había resultado bien y ella creyó
toda la historia que le conté. Entonces me aventé con la
pregunta más importante.
—Madre, ¿sería muy precipitado pedirle a Jimena que sea
mi esposa? —Abrió los ojos y tragó mal al punto que tosió.
Evidentemente estaba sorprendida.
—¡Oh por Dios, Hijo! ¿Me hablas en serio? Pues… ¿Qué
te puedo decir yo? Tendrías que hablarlo con ella. Por mí no
te preocupes si ella te acepta, tú solo dime y empiezo a
organizar la boda. ¡Sabes cuánto he anhelado poder verte
casado! —Sus ojos se llenaron de felicidad y desbordaban
pequeñas gotas— ¡Ay, hijo, qué emoción! —Si en algún
punto había dudado del plan, ver la cara de mi madre en ese
momento había despejado toda duda. Él plan debía seguir sí
o sí.
Tomé sus manos entre las mías y la vi a los ojos.
—Me alegra que hayas dicho eso porque de aceptar ella,
nos casaríamos la próxima semana.
—¿¡La próxima semana!? —dijo casi en un grito.
—Sí. Quiero evitar que se arrepienta.
—¿Porque tendría que arrepentirse, hijo? —preguntó—.
Eres un hombre maravilloso.
—Cualquier cosa podría pasar de aquí a la boda —
respondí.
—Cualquier cosa que pase, la resolveremos —dijo.
Ambos sonreímos y luego sonó mi teléfono. Era
Guillermo. Quería que fuera con él y los muchachos a
caminar por la montaña y que además invitara a Jimena para
que todos la conocieran. Mientras más de mis conocidos
cercanos la conocieran, nuestra historia sería más creíble.
Guillermo siempre tenía buenas ideas cuando se trataba de
hacerle creer algo a la gente.
Pasé primero por la oficina en la casa, para revisar si tenía
algo pendiente. Luego de la muerte de mi padre y la
enfermedad de mi madre yo había quedado a cargo de toda
la empresa. Hice un par de llamadas y mi asistente, Joaquín,
me puso al tanto de todo lo que estaba pasando; me habló de
documentos que necesitaban de mi firma, pero que el resto
todo estaba excelente con la empresa. Lilian tocó la puerta
para decirme que el almuerzo estaba listo. Ya eran las doce y
media de la tarde y no le había dicho a Jimena de la salida con
mis amigos entonces tomé el celular y le marqué, pero no
contestó. Almorcé, seguí trabajando y le volví a marcar, pero
aún no contestaba; así que salí en el Porsche azul hacia su
casa. En el carro la llamé de nuevo.
—Jimena, ¿cómo estás? —al fin contestaba.
—Hola, buenos días, Manuel. Muy bien ¿y tú? —¿Buenos
días? Pensé y me salió una pequeña risa.
—¿Por qué te ríes? ¿He dicho algo gracioso?
—No es que me extrañe tu falta de productividad,
considerando que tu día a día se basa en cuidar a mi madre y
ese trabajo lo compartes con Lilian. Pero creo que incluso en
un trabajo de esos también se debería estar despierto desde
temprano.
—Lo siento, me quedé dormida en el mueble de la sala
mientras miraba televisión y pasé muy mala noche.
—No importa. Hoy pasarás el día conmigo. Ponte algo
cómodo, pero deportivo. La próxima exposición pública será
con mis amigos
—Pienso que es muy pronto para presentarme ante tus
amistades, ¿no? Solo llevamos 3 días conociéndonos.
—Bueno, posiblemente nuestra boda sea la próxima
semana y quiero que todos te conozcan desde antes. Así
podemos convencerlos de que nos conocemos desde hace
unos meses y que poco a poco nos enamoramos. Es la
oportunidad perfecta para hacerlo público a mi familia…
—¡La próxima semana! —gritó Jimena.
—Sí, hoy hablé con mi madre, le dije que la verdad era que
nos conocíamos desde hace unos meses, pero que no
queríamos hacer nuestra relación pública hasta que fuera el
momento indicado y que, si ella no se oponía, nos casaremos
la próxima semana.
—¿Y…?
—Lo que esperábamos. Se puso contenta y dijo que quería
empezar a organizar toda la boda.
—¿Y Sofía? —no entendí por qué todas hacían la misma
pregunta. Ni que fuera propiedad de Sofía o algo.
—Olvídate de Sofía. Ella volverá a su ciudad dentro de
poco y no volverás a saber de ella. Esta semana será para que
nos conozcamos más a fondo. Paso por ti en media hora. —
Eso fue lo último que dije y colgué.
Camino a recoger a Jimena, Sofía me llamó y la ignoré.
Antes de las dos de la tarde llegué donde Jimena; toqué su
puerta, ella abrió y casi de inmediato se me escapó un suspiro.
Su cuerpo parecía esculpido, llevaba un top donde sus pechos
se miraban apretados y pronunciados bajo el pequeño escote
y encima de este una camisa a cuadros. No puedo evitar
escanearla con la mirada y luego la invité a subir al auto.
—¿Qué? ¿Estoy mal vestida? —preguntó una vez sentada
y acomodada
—Creo que estas bastante bien.
—Entonces a dónde vamos, ¿porque querías que me
vistiera así?
—Todo a su tiempo, Jimena —respondí—. Aunque
vestida así pareces una muñeca; creo que así te empezaré a
llamar, muñeca.
Jimena bajó la mirada y dejó escapar una pequeña sonrisa.
—¿Y yo cómo te llamaré entonces?
—Ya encontrarás la manera adecuada.
Camino a la montaña hablamos un poco sobre nuestro
pasado. Era necesario si queríamos dar la impresión de que
nos conocíamos hacía meses. Llegando a la montaña
estacioné el auto al lado de la camioneta de Guillermo y todos
empezamos a bajar de los autos al mismo tiempo.
—Andrés, Guillermo, Miguel, les presento a Jimena, mi
futura esposa.
Miguel y Andrés terminaron de sacar sus bolsos de la
camioneta y cuando volteamos a mirar, Guillermo tenía una
expresión extraña en la cara.
—¡Jimena! —dijo casi gritando y corrió a abrazarla.
—Guillermo... —respondió ella con un poco menos de
emoción y volteó a verme atrapada en los brazos de
Guillermo.
Sentí que mi pecho se endurecía y ardía a tiempo. «¿Jimena
y Guillermo se conocen?», pensé confundido. No veía la hora
de que le quitara sus asquerosos brazos de encima.
—¿Ella es con quien te vas a casar? —dijo Guillermo
sorprendido al soltarla.
—Sí, ella es Jimena, de la que te platiqué. Veo que ustedes
se conocen. —Tenía ganas de golpearlo, aunque no sabía
bien la razón.
—Guillermo y yo nos conocemos desde que éramos niños
—respondió Jimena y la volteé a mirar—. Nuestros padres
trabajaban juntos, pero cuando mis padres murieron y vine
aquí no volví a tener contacto con nadie por dedicarme a mi
abuela.
Esa parte de su pasado Jimena no se había molestado en
contarla. «Seguro esconde algo. Ha de haber tenido algo con
Guillermo hace tiempo. ¿Cuánto hace que habrán
terminado? Jimena no me sirve atada a otro amorío. Y menos
si ese amorío es nuestro abogado». Empezaba a dudar si
podía confiar en ella, o si había hecho bien al elegirla a ella.
Guillermo no dejaba de mirar a Jimena mientras le habla,
hasta que ella me agarró del brazo y me besó.
—Si. Él es mi tesoro. —Sonreía. Parecía una sonrisa
sincera y cambié la cara para que no me vieran disgustado por
algo tan insignificante.
—Bueno me gustaría quedarme hablando, pero es hora de
ponernos en acción. Haremos el sendero tres y no quiero
quejas de nadie —dije y arranqué a caminar. Jimena se quedó
saludando a los otros dos y le hice señas a Guillermo para
que habláramos un rato mientras caminábamos.
—¿Que te pasa con Jimena? Te comportas como un perro
faldero frente a Andrés y Miguel. Te recuerdo que ella se va
a casar conmigo y en tu oficina están los contratos ya
firmados. Que un par de piernas no te desvíen de nuestro
plan. Me lo debes. Ya te pasé el dinero de los contratos.
—No sabía que era ella con quien te ibas a casar, Manuel.
No te voy a permitir que te cases con ella, y menos con esos
contratos. Si hubiera sabido de que se trataba de ella no te
hacía el documento de esa manera tan humillante —contestó
Guillermo.
—Ella aceptó y ya no hay vuelta atrás. Ya autenticaste el
documento. Jimena y yo nos casaremos en una semana, te
guste o no. Mas te vale limitarte a tu trabajo —dije entre
dientes.
Guillermo negó con la cabeza mientras caminaba y
empezó a zigzaguear como si estuviera maquinando algo.
Fueron solo unos segundos de silencio hasta que se hizo en
frente, me detuvo y me señaló con el dedo.
—Te lo juro, Manuel. Si la lastimas, te olvidaras de nuestra
amistad y la ayudaré a destruirte. ¿Entendiste? —Jimena
apareció antes de que le contestara.
—Guillermo, Miguel y Andrés quieren hablar contigo.
¿Nos dejarías caminar solos por un momento?
Él la miró, me miró a mí y volvió a ella que le señalaba
con una mano que se fuera donde sus amigos, mientras que
con su otro brazo agarraba al mío. Guillermo entrecerró los
ojos y caminó hacia Andrés.
—¿Que pasó hace rato? —preguntó Jimena—. ¿Por qué
te molestaste con Guillermo? ¿Acaso fue por nuestro
reencuentro?
«Si hubieran sido personas decentes, que se encontraran
como personas decentes, no hubiera habido problema»,
pensé.
—Sabes lo importante que es que lo nuestro pueda ser
creíble, no quiero que "nuestro amigo" interfiera con
nuestros planes. —Jimena solo hizo una mueca y siguió
caminando.
Al llegar a la cima comimos, bromeamos y vimos la puesta
del sol hasta que se hizo de noche. Había sido un buen
momento, pero había cosas que hacer por lo que era tiempo
de bajar. Recogimos todo lo que habíamos llevado, cargamos
nuestras mochilas y antes de comenzar el descenso una
persona se puso frente a mí y me besó en la boca.
—Cariño, te he llamado todo el día, ¿por qué no me
contestaste? —Sofía estaba acompañada de dos amigas.
Jimena se apartó de mí hacia donde estaba Guillermo luego
de que Sofía me besara.
Volteé hacia Jimena queriendo explicarle, pero a lo que me
volteé ella me lanzó una cachetada que me desestabilizó y
terminé cayendo hacia donde estaba Sofía, tirándonos al
suelo. Guillermo abrazó a Jimena y la detuvo de lanzar otro
golpe, mientras que las amigas de Sofía le ayudaban a ponerse
de pie.
—Creo que nunca dejaste de estar con esta basura de
mujer —dijo Guillermo con rabia en su rostro—. Vámonos,
Jimena. Yo te llevaré.
Jimena estaba roja de ira y sus ojos estaban cuarteados.
Parecía como si se estuviera conteniendo para no dejar salir
a flote sus pensamientos, hasta que Guillermo la convenció y
volteó para irse con él.
—Supongo que sabes quién es esa mujer —dijo
Guillermo.
—Sí, lo sé. ¿Podrían llevarme a mi casa? —Guillermo
limpió su rostro con una mano, mientras que con la otra la
rodeó y sentí que la ira me empujó.
—¡Te dije que no la tocaras, idiota! Ella va a ser mi esposa.
—Agarré la mano de Guillermo y la alejé de Jimena. Ya no
controlaba mi cuerpo. Apreté el puño y me alisté para
romperle la cara a mi amigo, pero en ese momento Jimena se
hizo en frente de él.
—¡Manuel, basta! —gruñó—. Yo me voy a ir con ellos.
Tú ve y arregla tus cosas.
Jimena tomó del brazo a Guillermo y lo llevó hasta donde
estaban Andrés y Miguel. Los cuatro comenzaron el
descenso. Traté de ir tras ellos, pero Sofía se me puso
enfrente.
—¿Te vas a casar con esa? —El desprecio en su voz fue
lo más insoportable—. ¿Y qué hay de lo nuestro? me dijiste
que le darías una oportunidad.
Tomé a Sofía de los hombros e intenté ver tras ella por
donde iban Jimena y los otros, pero en la oscuridad ya no
veía nada.
—¡Manuel! —gritó Sofía—. Estoy aquí, soy tu novia.
La miré a los ojos.
—Mira, Sofía, no quiero nada más contigo. Quiero y voy
a casarme con Jimena. —Ella me abofeteó.
—¿Y me lo dices así sin más? ¿Sabes lo que dejé por venir
aquí contigo? ¿Cuántos hombres se morían por estar
conmigo? A mí no me vas a botar otra vez, Manuel, y menos
por una arrastrada como esa. ¿Sabes lo que van a decir de mí?
Que me cambiaste por una indigente; ¡Sería el hazmerreír de
todo el mundo! No te lo voy a permitir. Tú vas a ser mío
cueste lo que cueste. ¿Me escuchaste? No te casarás con esa
mujer.
Antes de que Sofía terminara su alegato, la moví hacia un
lado y corrí hacia donde creí haber visto que se habían ido
con Jimena. «Todo se fue al carajo, necesito arreglar esto
antes de que Jimena le haga caso a Guillermo y se pierda
todo», pensé. Al llegar al estacionamiento ya no estaba la
camioneta de Guillermo. Subí al auto y fui a su casa lo más
rápido que pude. Las luces estaban apagadas, así que supuse
que no estaba ahí y arranqué hacia el apartamento de
Guillermo. Toqué la puerta y alguien se acercó del otro lado.
—Es el idiota de Manuel —gritó Andrés.
—¡No le abras, que se joda! —respondió Miguel.
—¿Y si me abren en vez de llorar como colegialas
chismosas? Tengo que hablar con Jimena.
—¿Jimena? —dijo Miguel.
—Jimena no está aquí. —Era la voz de Guillermo—.
Puedes largarte.
—¿Crees que soy tan idiota para creerte? ¡Jimena!
Tenemos que hablar, te juro que no es nada de lo que crees.
Guillermo abrió. Empujé la puerta apenas vi que
empezaba a abrirse y entré mirando hacia todos lados,
llamándola.
—Ella no está aquí, Manuel —dijo Guillermo—. Insistió
en que la dejáramos en su casa, dijo que quería descansar.
—Vengo de su casa y todas las luces estaban apagadas,
por eso vine hasta aquí. Donde le hayas llenado la cabeza de
tus estupideces, Guillermo…
—Yo no le dije nada, Manuel. Puedes preguntarles a los
muchachos. —Ambos afirmaban con su cabeza.
No se me ocurría otro lugar donde pudiera estar «¿Y sí, si
estaba en su casa?», pensé y saqué el teléfono para marcarle.
—No me contesta el teléfono. —Volví a marcar.
—Ella ha de estar descansando. Deberías dejar de ser tan
intenso y esperar a que las aguas se calmen. Más bien deberías
empezar por decirnos: ¿qué rayos haces de nuevo con esa
mujer? ¿No fue suficiente lo que le hizo a Miguel? —dijo
Guillermo.
Marqué unas tres veces más, pero Jimena no contestó, por
lo que me fui hacia el comedor y me senté a comer con mis
amigos. Todos se me quedaron viendo en silencio…
—Está bien, les contaré todo —dije y los tres se
acomodaron en la mesa. Les conté cuando Sofía volvió a
contactarme, mi plan para vengarme, lo de mi madre y en qué
punto se involucró Jimena, junto con todo el plan de la boda
falsa, pero omitiendo los detalles de los acuerdos. Guillermo
parecía ser el más afectado.
—Eres un miserable. Te aprovechas de ella y después la
vas a botar como una muñeca vieja sin importar siquiera si
ella se enamora de ti en algún momento. —Estaba seguro de
que eso no iba a pasar, lo que tenía con Jimena era un
acuerdo, nada romántico. Así que no le presté mucha
atención a sus palabras.
—Creo que Guillermo tiene razón hasta cierto punto —
comentó Andrés.
—Entonces haces feliz a tu madre en sus últimos días y
de paso jodes a Sofía. Me gusta el plan —dijo Miguel.
—¿Y cumplirás con todas las cláusulas del acuerdo
prematrimonial? —preguntó Guillermo.
—Sí. Mientras menos nos involucremos, menos riesgo
tiene ella de salir lastimada. —«Si algo llegara a cambiar entre
ambos, lo más seguro sería arreglarlo luego del divorcio»,
pensé.
Todos se quedaron en silencio por un momento. Andrés
y Miguel ya estaban un poco más convencidos con la idea,
pero Guillermo seguía de cara dura.
—Está bien, te apoyaré. Pero a la más mínima cagada de
tu parte no esperes que te ayude.
Estuve un rato más con ellos, pero me sentía cansado, me
fui a la casa temprano. Me asomé a la habitación de mi madre
para ver que todo estuviera bien y luego fui hacia la mía. No
podía dejar las cosas con Jimena como estaban, sentía la
necesidad de hacer algo, así que le envié un mensaje.
«Jimena, tengo que explicarte qué fue lo que pasó. Yo no
tengo nada que ver con Sofía ¿Vas a venir a trabajar
mañana?».
Jimena no me respondió así que decidí hacerle una última
llamada, pero tampoco contestó.
A la mañana siguiente me despertaron unos gritos. Salí
corriendo al pensar que podía ser algo relacionado con mi
madre, pero me encontré con Sofía gritándole a Jimena, que
estaba vestida con una falda pegada a su silueta, una blusa
color negro que resaltaba sus curvas y zapatillas altas. Por un
segundo me quiso distraer la vestimenta de Jimena, pero
reaccioné y corrí hacia ellas.
—¿Qué está pasando aquí? —dije luego de pararme en
medio de ambas—. Y tú, ¿qué haces en mi casa? te dejé claro
ayer que ya no quiero nada contigo. —Sofía tenía la cara roja
de la ira, entrecerró los ojos y le señalé la puerta con la mano.
—Me voy porque tengo trabajo que hacer antes de viajar,
pero regresaré, Manuel, y espero que esta mujerzuela no esté
cuando vuelva.
—Deberías dejar de humillarte, Sofía. No me interesa lo
que hagas, solo no vuelvas a esta casa.
—De mí nadie se burla, Manuel Galeano, y tú no serás el
primero —dijo señalándome la cara con el dedo, dio media
vuelta y salió.
Cuando Sofía salió, giré a ver a Jimena de nuevo. Mi madre
ya había llegado a la sala y esbozaba una sonrisa. Le pedí
permiso para que me permitiera hablar un momento a solas
con Jimena y accedió sin problema. Lilian le iba a ayudar a
hacer su rutina de caminata alrededor de la casa así que iba a
tener quién estuviera pendiente de ella durante un tiempo.
Jimena me acompañó a mi habitación y la arrastré hasta el
balcón. Sus manos sudaban y su boca brillaba como si me
pidiera besarla.
—¿Qué quieres, Manuel? —dijo al tenerla enfrente.
—Quiero explicarte lo que pasó ayer. Entre Sofía y yo no
hay nada, no sé por qué hizo eso.
—Entonces solo te dejaste besar por tu ex. Lo más normal
del mundo.
—Jimena, no sabía que Sofía iba a hacer eso. Te lo juro.
—Y entonces, ¿por qué te preocupa tanto explicarme lo
que pasó?
—Necesito saber si el plan sigue en pie. —Jimena se
mordió los labios, miró hacia afuera y luego volteó hacia mí.
Había algo en ella que me absorbía.
—Y… ¿Cómo sé que vas en serio? —Sus grandes ojos me
miraron fijamente.
Nos quedamos en silencio unos segundos, sin quitarnos
las miradas de encima. Y di un paso hacia ella.
—Entonces tendré que demostrártelo —dije y tomando
con una mano su barbilla, la besé.
Sus labios que se quedaron estáticos un momento luego
empezaron a moverse a mi ritmo hasta que me aparté de ella
y la vi abrir lentamente sus ojos.
—¿Te gustó nuestro primer beso?
Jimena se tapó la boca y miró al suelo. Su cara estaba roja
y sonriente. Sin embargo, me dijo algo muy interesante. Ese
era su primer beso y eso me gustó.
—Entonces creo que fue un buen primer beso.
9

—¿Podrían llevarme a mi casa, por favor? —Les pedí a


los amigos de Manuel una vez bajamos de la montaña.
Mi voz salió un poco rota, pero no necesité decirles
porque ese pequeño momento me hizo sentir mal e
insignificante.
—Sí, claro, sube. Tú dime por dónde —contestó
Guillermo—. Es increíble que ese idiota de Manuel siga con
Sofía, y peor después de saber lo que le hizo a Miguel. —
Parecía pensar en voz alta y no pude evitar escuchar.
Sabía que no debía meterme, era un problema entre sus
amigos, pero la curiosidad me pudo más y pregunté.
—¿Sofía le hizo algo a Miguel? —Miguel miró a
Guillermo, Andrés a Miguel y luego a todos a mí.
—Jimena —contestó Miguel—. Está no es una historia
agradable para mí, pero quizás hablarla me hará bien.
Se quedó en silencio un rato, suspiró y empezó a contarme
todo lo que había ocurrido en el bar, lo que mostraba el video
y lo que le pasó después de eso.
—Yo… lamento escuchar lo que te pasó —dije una vez
terminó la historia.
—No te preocupes —respondió Miguel—. Por eso no le
veo sentido a lo que acaba de hacer Manuel.
—Manuel siempre ha sido un idiota, eso no parece que
vaya a cambiar —dijo Guillermo mientras manejaba, y
añadió—: ¿Porque no vienes a cenar con nosotros?
—No estaría mal —contestó Andrés y miró hacia atrás,
hacia mí.
No tenía ganas de comer, de hablar, de nada… y menos
con Guillermo. Cualquier cosa que hiciera con él sabía que
iba a terminar en una pelea con Manuel.
—Muchas gracias por la invitación, y por traerme a mi
casa, pero me siento muy cansada; hace mucho tiempo que
no me ejercitaba tanto, además han sido unos días difíciles.
La verdad solo quiero descansar.
Cuando llegamos a la casa, Guillermo se estacionó de
golpe y golpeó el volante.
—Cielos santo, Jimena, es verdad, siento mucho lo de tu
abuela —dijo viéndome por el retrovisor. Andrés y Miguel
abrieron los ojos y dijeron lo mismo.
Les agradecí las condolencias y mientras me despedía de
ellos, Guillermo bajó para abrirme la puerta. Caminamos
juntos hasta la entrada de mi casa y Miguel y Andrés se
quedaron afuera del auto. Me dio un abrazo, le agradecí, le di
las buenas noches y le volví a agradecer por haberme dejado
en casa antes de despedirme.
Al entrar a la casa me dirigí a la cocina, agarré una manzana
y subí al cuarto. No tenía ánimos de nada, así que ni la luz
encendí, me bañé, me puse el pijama, bajé a la sala a poner
una película hasta quedarme dormida. Estando ahí recibí un
mensaje de Manuel:
«Jimena, tengo que explicarte qué fue lo que pasó. Yo no
tengo nada que ver con Sofía ¿Vas a venir a trabajar mañana?»
¿Explicarme lo que había pasado? No necesitaba
explicación, él había dejado que ella lo besara. «Además, si no
tiene nada con ella, ¿por qué la besó?», pensé. Dudé un
momento en si ir al día siguiente a la casa de Manuel o si me
inventaría una excusa, pero al rato pensé en la señora
Galeano y que ella me necesitaba, así que antes de caer
profundamente, decidí ir.
A la mañana siguiente llegué muy temprano a la casa de
los Galeano y en la entrada me topé con Sofía quien me lanzó
una cachetada, pero antes de que llegara a mí le agarré la
mano, la empujé y ella tropezó, pero no cayó al suelo. Lily ya
estaba en casa, así que me abrió la puerta para que entrara,
pero Sofía empujó la puerta de par en par y entró con su
altivez.
—Quítate de mi camino, sirvienta de quinta.
—Esta sirvienta de quinta tiene más decencia que tú,
regalada. Yo no ando como una exnovia ardida por las calles
pidiendo atención. Es más, deberías irte. No eres bienvenida
en esta casa. —Sofía se volteó, sus ojos estaban en llamas. Se
acercó de nuevo para abofetearme, pero le detuve el brazo.
—¿Quién te crees que eres? No eres más que una sirvienta
—dijo llena de ira—. ¡Suéltame, arrastrada!
En ese momento perdí la poca paciencia que me quedaba
hacia ella y me igualé a su tono.
—¿Qué está pasando aquí? —dijo Manuel al llegar a la
escena. Vio a Lily, luego nos vio a mí y a Sofía—. Y tú, ¿qué
haces en mi casa? dejé claro ayer que ya no quiero nada
contigo.
Sofía estaba roja de ira e intentaba soltarse de mi mano.
—Ya escuchaste, vete de aquí —susurré para que solo ella
me escuchara y le solté la mano.
—Me voy porque tengo trabajo que hacer antes de viajar,
pero regresaré, Manuel, y espero que esta mujerzuela no esté
cuando vuelva. —Señaló hacia mí.
—Deberías dejar de humillarte, Sofía. No me interesa lo
que hagas, solo no vuelvas a esta casa. —Escuchar a Manuel
echando a Sofía, con un tono tan autoritario me hizo sentir
un hormigueo en el estómago.
—De mí nadie se burla, Manuel Galeano, y tú no serás el
primero —respondió Sofía señalando a Manuel antes de
darse la vuelta y salir de la casa.
La señora Patricia ya había llegado a la sala y sonrió al ver
cómo Manuel echaba a Sofía. Luego Manuel se acercó a ella
y le preguntó algo, ella me miró y afirmó con la cabeza. Lily
estaba a su lado. No había podido ni siquiera cambiarme de
ropa y Manuel me agarró del brazo y me llevó hacia el balcón
de su habitación. Tuve que recordar por qué estaba enojada
con él, pues mis ojos empezaban a perderse en su cuerpo.
—¿Qué quieres, Manuel? —pregunté una vez llegamos al
balcón.
—Quiero explicarte lo que pasó ayer. Entre Sofía y yo no
hay nada, no sé por qué hizo eso.
—Entonces solo te dejaste besar de tu ex. Lo más normal
del mundo. —El recuerdo de ese beso me alteró un poco.
—Jimena, no sabía que Sofía iba a hacer eso. Te lo juro.
—Y entonces, ¿por qué te preocupa tanto explicarme lo
que pasó?
—Necesito saber si el plan sigue en pie.
Claro, el plan para hacer feliz a la señora Patricia. Desde
siempre supe que no significaba nada más para Manuel que
la felicidad de su madre. Me sentí una tonta por pensar que
le importaban mis sentimientos, que quería explicarme todo
para que entendiera que no tenía nada con ella y pudiera estar
tranquila. «Nuestra relación es solo un contrato, y así debería
seguir», pensé. Pero si iba a seguir en eso, necesitaba saber
que él por lo menos intentaría cumplir los acuerdos.
—Y… ¿Cómo sé que vas en serio? —pregunté mirándolo
a los ojos.
Nos quedamos en silencio unos segundos. Él se acercó.
Tragué saliva. Manuel Galeano pondría nerviosa a cualquier
mujer estando tan cerca. Puso su mano en el borde de mi
rostro y suspiré. Luego bajó su mano hacia mi barbilla y me
acercó a su boca. Primero nuestros labios se quedaron juntos,
luego él empezó a abrir un poco la boca y suavemente lo
imité. El estómago me estallaba como un mariposario y las
mejillas me ardieron; sentí que podía desmayarme en ese
preciso momento. Cuando Manuel separó su boca, sentí que
mi corazón quería salir de mi pecho.
—¿Te gustó nuestro primer beso? —preguntó sonriendo.
No sabía si decirle que era mi primer, primer beso.
Las mejillas me ardían y no podía dejar de sonreír, así que
me tapé la boca.
—¿Qué? —preguntó.
—Es que yo nunca… —Miré al suelo.
—¿Nunca habías besado a nadie? —preguntó algo
sorprendido. Yo negué con la cabeza y el continuó—.
Interesante. ¿Y qué sentiste, fue bueno?
—Creo… me hizo sentir calor en todo el cuerpo. —No
podía decirle todo lo que había sentido, tenía que ser sutil con
él o se burlaría de mí.
Ambos sonreímos.
—Entonces creo que fue un buen primer beso —
contestó.
Ese día le comentamos a la señora Patricia que íbamos a
casarnos y no podía disimular su alegría. La noticia también
sorprendió a Lily, pero después de contarle toda la historia
que habíamos planeado, la creyó por completo y se contentó
al instante. Pasaron algunos días entre preparativos de boda,
salidas a comer, al cine, lo que hizo creer a todo aquel que
nos viera que llevábamos un buen tiempo saliendo, además
pasábamos mucho tiempo con la señora Patricia, eso era
parte del contrato y parecía que estaba funcionando. Ella se
veía tan feliz, tan llena de vida, que incluso sentí que aquel
contrato tenía sentido. Todo por la felicidad de la señora
Patricia en su lecho de muerte.
Manuel y yo nos abrazábamos y besábamos como si
fuéramos una pareja real frente a todos, pero nuestra relación
no pasaba de ser muestras de afecto públicas, o en casa,
cuando su madre estaba presente. Yo no me quejaba, más
bien andaba como dice el dicho: «Flojita y cooperando».
Llegado el día de la boda, me tomó por sorpresa darme
cuenta de que Guillermo era quien la iba a oficiar por ser el
abogado de la familia. El día anterior me había llamado y me
había preguntado si estaba segura de lo que estaba haciendo
a lo que le respondí que sí. Ver a la señora Patricia feliz hacía
que el contrato tuviera sentido.
—Jimena, la maquillista y la estilista han llegado. Además,
tengo un regalo para ti. —dijo mi futura suegra entrando a
mi recamara en la casa Galeano. Me había mudado a la casa
tres días atrás a petición de Manuel y ella; me rehusaba, pues
en la casa de mi abuela fue donde estuve los últimos seis años
de mi vida, pero no pude contra ellos. Además, dijeron que
esa casa podía venderla o arrendarla y obtener algún ingreso
adicional, que ellos me iban a ayudar.
La señora Patricia entró junto con Lily que tenía una
enorme caja en sus manos. Sabía que la sorpresa era mi
vestido de novia, pues hacía unos días habían tomado mis
medidas, pero aun así no estaba preparada para lo que me iba
a encontrar. Lo sacamos de su caja y no pude evitar
emocionarme de lo hermoso que era; era un vestido de corte
sirena y sobrefalda de tul que caía hacia cada lado luciendo
en el centro la tela lisa, tenía un escote en forma de corazón
dejando los hombros y brazos descubiertos y no tenía piedras
ni detalles luminosos. El estilo era exquisito, era el vestido de
mis sueños. No pude evitar dejar escapar algunas lágrimas de
mis ojos.
—¿Qué te sucede, linda, por qué lloras? —preguntó la
señora Patricia.
Mi respuesta fue ir hacia ella para abrazarla. Lloré un poco
más en sus brazos y ella me devolvió el abrazo mientras Lily
acariciaba mi cabello.
—Entiendo qué sucede, Jimena —dijo en un tono leve—
. Pero debes pensar en que ellos te miran desde el cielo y sí
tú estás feliz, ellos también lo van a estar.
Separé un poco la cabeza de su hombro, ella se apartó un
poco, me levantó el rostro y secó mis lágrimas.
—Mi niña, no llores. Sé que no es lo mismo, pero yo estoy
aquí y a partir de hoy no solo seré tu suegra, sino que me
gustaría que me vieras también como tu madre. No espero
reemplazar a tu madre o a tu abuela, pero si tienes algo que
te hubiera gustado compartir con ellas, yo voy a estar aquí
para escucharte, aunque sea por el tiempo que me quede. —
Sus palabras y su calor maternal me llenaban el corazón con
un amor que no podía describir. Mis lágrimas no paraban de
salir y la abracé más fuerte.
—Muchas gracias —fue lo único que salió de mi boca.
Ella también lloraba.
—Siempre quise tener una hija. —la señora Patricia
sonreía entre su llanto—. Agradezco a tus padres porque,
aunque ellos no estén aquí, ellos te trajeron a este mundo y el
universo, o el destino, te trajo a nosotros.
—Y una hija buena le trajo la vida —respondió Lily que
también estaba al borde del llanto—. Pero creo que es tiempo
de dejar de ponernos sentimentales y arreglarnos, o el novio
subirá y ya saben cómo es. —No pude evitar reír por lo
último.
—Lily tiene razón, vamos a dejar que las chicas de abajo
hagan su magia en ti, y en nosotras, no creas que solo tú te
verás divina hoy. —Ambas reímos.
No esperaba menos de mi suegra. Terminado mi
maquillaje y el peinado que decidí, el pelo suelto con unas
ondas y una diadema blanca que traía la estilista, me puse el
vestido.
—Dios santo, hija, estás hermosa. Mi hijo se volverá loco
al verte —dijo la señora Patricia y sentí que mis pómulos
empezaron a arder. Aunque sabía que no era posible, que
solo era una relación de mentira, me pregunté si Manuel me
vería como su madre pensaba.
En ese momento alguien tocó la puerta y entró un hombre
vestido de negro.
—Ya estamos listos, señora. El jardín y los invitados están
listos, y, como me pidió, la chica de la prensa está aquí
también.
«¿La prensa?», pensé y volteé a mirar a la señora Patricia.
—Mi niña, no esperabas que tu boda pasará inadvertida
ante los medios. —Cuando dijo eso me paralicé, y ella
continuó—. Ahora ve abajo y haz el hombre más feliz del
mundo a mi hijo.
Con la presión de tener los ojos de todo el mundo sobre
nuestra boda, solo pude sonreír y asentir. Salimos de la
habitación, ella me llevaba del brazo para ayudarme a bajar
las escaleras hasta que, bajando el último escalón, se acercó a
nosotras un hombre alto y de buen porte. Era Samuel
Amador, el padre de Guillermo. Verlo me hizo recordar a mi
padre e intenté no llorar para no dañar el maquillaje.
—Cuando Guillermo me dijo que te había encontrado,
sentí tanta felicidad, Jimena. Supe que te habías ido con tu
abuela luego del incidente con tus padres. Y pensar que
siempre estuviste tan cerca… —Él era el mejor amigo de mi
padre—. Lamento mucho que hayas tenido que pasar
dificultad después de la muerte de tus padres. Yo... ya sabía
tu ubicación y hasta había hablado con tu abuela, pero ella
me pidió no intervenir. No deseaba ir en contra de sus
deseos, al igual que los de tus padres. —su comentario me
tomó por sorpresa, pero sabía que era cierto.
—Señor Samuel, no tiene de qué preocuparse. Ya no
podemos hacer nada para cambiar el pasado y creo en
sus palabras porque conociendo a mi abuela no iba a aceptar
ayuda de nadie. Sin embargo, usted siempre fue y será como
un tío para mí. Es más, se me acaba de ocurrir, ¿le importaría
si le pido que me entregue a Manuel? —Él sonrió casi
suspirando.
—Sería un honor para mí, Jimena.
El señor Samuel extendió su mano y caminamos hacia el
jardín. Más adelante la señora Patricia iba caminando hacia el
altar con Manuel de la mano. Se veía tan guapo que me
robaba el aliento con su traje azul y sus zapatos miel. Cuando
llegó frente al altar, su madre le dio un beso en la mejilla y lo
abrazó.
—Llegó la hora, Jimena, espero que seas la esposa más
feliz —susurró el señor Samuel, y antes de que empezáramos
a hacer el recorrido, Lily se acercó; la abracé, me dio un beso
en la mejilla y luego me enseñó la enorme sonrisa que
pintaban sus labios.
Caminando hacia el altar vi a Manuel con una sonrisa tan
grande que casi parecía realmente feliz de verme. Me
pregunté cómo podía actuar tan bien hasta el punto de
confundirme con sus expresiones y me hacía preguntarme si
para él algo de lo nuestro era real o si era simplemente por el
contrato. Tenía que recordarme a cada instante que todo era
una simple farsa y que todo era parte del contrato o sabía que
saldría lastimada.
El señor Samuel me entregó a Manuel en el altar y este le
agradeció antes de voltear a verme.
—Estas más hermosa que una tarde de invierno —dijo y
sonrió. Le devolví la sonrisa y le agradecí antes de hacerme a
su lado.
La boda fue sencilla. Los votos fueron los comunes y no
hubo nada especial durante la ceremonia hasta que,
terminando, Guillermo gritó.
—¡Manuel, puedes besar a tu esposa! —al verlo
ensimismado, pero con sus ojos sobre mí.
Algunos rieron, otros aplaudieron y, en ese momento,
Manuel me besó. Su beso fue tan apasionado que sentí que
me iba a derretir ahí mismo. Se escucharon más aplausos de
los invitados y ambos volteamos a mirarlos. En el fondo
había gente de la textilería, amigos de la señora Patricia, y por
mi parte solo estaban la señora Sara, su esposo y Lily.
—Gracias por esto, Jimena. Mira a mi madre, se ve
realmente feliz —dijo Manuel señalando a su madre, quien
hablaba con unas señoras muy contentas mientras ellas nos
miraban en complicidad.
—Es un honor para mí ser tu esposa, aunque sea en estas
circunstancias —respondí y le di un casto beso en los labios
mientras rodaba la punta de mis dedos en su mano.
—Se ven tan lindos. ¿Podría tomarles una foto? Es para
el blog de farándula de Tv9. —dijo una joven que se acercó
hacia nosotros. Manuel sonrió y asintió antes de darme otro
beso desprevenido. Ella tomó la foto. Ambos nos quedamos
viendo a los ojos después de ese beso y escuchamos
el flash otra vez.
—Les agradezco y les deseo que sean muy felices. Gracias
por darme la primicia de su boda, señor Galeano. —Manuel
le dio la mano y asintió.
Terminada la ceremonia todos los invitados se quedaron
hablando, comiendo y disfrutando de todo lo que la señora
Patricia había organizado para la celebración de la boda de su
hijo. Por otro lado, Manuel me había dicho que saliéramos
apenas acabara la ceremonia, pues tenía reservaciones en un
hotel. Me pareció un poco extraño pues la idea de todo
siempre fue hacer feliz a la señora Patricia y nada hubiera sido
mejor que ver a su hijo y su nueva nuera celebrando su boda
juntos, pero no lo pensé mucho y acepté su invitación.
—Si nos quedamos aquí, mi madre nos estará observando
toda la noche y no le gustará que durmamos en habitaciones
separadas.
«Por eso hizo la reservación en un hotel», pensé mientras
salíamos hacia mi casa. Me sorprendió un poco, pero sabía
que yo no tenía voz ni voto en nada de eso, así que me quedé
callada y acepté que iba a ser como su llavero con piernas al
haber aceptado ser su esposa.
—Tú eres mi esposa ante todos —recalcó en el camino,
como si me leyera la mente—. Lo único diferente son las
cláusulas de matrimonio que tenemos que cumplir.
Cuando llegamos, subí a mi habitación, tomé algo de ropa
cómoda en un bolso y se lo di a Manuel quien tenía un
maletín con él.
—Vamos, esposa. Ya le dije a mi madre que pasaremos la
noche fuera de casa —dijo mientras me sonreía.
Salimos casi corriendo de la casa rumbo al hotel, apenas
llegamos a la recepción le dieron las llaves de la habitación a
Manuel y al llegar nos encontramos con que toda la
habitación estaba decorada con rosas. Solo nos habían dado
una llave, por lo que pensé en que tal vez Manuel había
recapacitado y se había dado cuenta de que dormir juntos no
significaba que fuera a pasar algo, por más que yo lo quisiera.
Lo que ignoraba era que era una suite de dos habitaciones y
así, al terminar de recorrer la gran habitación, Manuel se
despidió y entró por una puerta enorme, dejándome sentada
en la sala. Miré mi maleta en el mueble, la levanté y caminé a
la habitación donde me iba a hacer la idea de que así iba a ser
siempre. La esposa de un espacio vacío.
10

El beso con Jimena fue… diferente. Ella despertó cosas


en mí que hacía mucho había perdido. De momento me vi
queriendo estar más tiempo con ella, mantenerla cerca, pero
sabía que involucrarme emocionalmente más con ella iba a
ser un problema para el cumplimiento de los contratos, así
que tuve que poner límites.
Después del espectáculo que montó Sofía en la casa, mi
madre despertó un extraño sentido maternal hacia ella y
luego de saber que estábamos juntos, se le ocurrió que ella se
mudara a la casa. Jimena intentó oponerse, pero mi madre
solía ser muy persuasiva. Días después de que la convenciera,
Jimena se mudó a la habitación enfrente de la mía, haciendo
más difícil la lucha.
Un día antes de la boda fui con los muchachos a un bar.
—Manuel, esto ya te lo he preguntado muchas veces, pero
¿estás seguro de que quieres casarte así? —Guillermo me
miró mientras se rascaba la nuca.
—Estoy seguro. Trataré de mantenerme al margen de ella.
Ya vive en la casa, dormimos en habitaciones separadas y no
ha pasado nada entre nosotros más que un par de besos y
abrazos. —Guillermo me miró esperando que confesara
algo—. Si te soy sincero, ella provoca algo en mí que no había
sentido nunca, pero no puedo dejar que eso avance. —El me
dio una sonrisa.
—Yo solo sé que estás jugando con fuego ahí. Sabes que
si algo no sale cómo está establecido, ambas partes salen
afectadas.
Sabía que él tenía razón, por eso trataba de mantener mi
distancia concentrando mis pensamientos en el trabajo y sin
pasar mucho tiempo en casa. Andrés y Miguel llegaron al
rato. Platicamos un poco de algunos casos que habían llevado
y tomamos solo un par de tragos más, aún era muy temprano
para perder la consciencia. Saliendo del bar, tuve que
quedarme en el apartamento de Guillermo pues mi madre me
había prohibido entrar a la casa para que no viera a Jimena
antes de la boda.
Guillermo abrió la puerta y ahí estaba su padre, el señor
Samuel. Fue una visita sorpresa y se le veía cansado del viaje
desde Zaragoza en auto. Durante la cena, él no hizo más que
hablar de la boda y de que estaba muy feliz por mí y por
Jimena. Confesó que siempre tuvo miedo de que Jimena se
fuera a meter con alguien que jugara con ella, pero que sentía
paz al saber que yo iba a ser su esposo. Después de ese
comentario la noche se puso tensa; Guillermo y yo nos
miramos, luego me despedí de ambos con la excusa de que
necesitaba dormir para la boda y fui a la habitación de
Guillermo.
La boda estaba programada para las once de mañana.
Mientras me preparaba no podía negar de que estaba un poco
ansioso. Una boda seguía siendo una boda, así fuera una
arreglada por conveniencia. Al llegar a la casa me dijeron que
me dirigiera directo al jardín a saludar a los invitados y a
esperar que todo empezara. Mi madre estaba radiante. Volteó
a verme desde el otro lado del jardín y sonrió. Le respondí
con una sonrisa mientras caminaba hacia mí.
—Estás resplandeciente —comenté luego de saludarla.
—¿De quién crees que heredaste tus dotes, cariño? Y
espera a ver a tu novia. Está preciosa.
Después de que todos se acomodaron, era hora de
empezar. Mi madre me tomó del brazo y al sonido de la
marcha nupcial caminamos al altar. Ella no pudo retener las
lágrimas y casi todo el camino estaba limpiándose los ojos
hasta llegar al altar.
—Había soñado mucho tiempo con este día, Manuel —
dijo una vez me soltó del brazo y me agarró la mano—.
Espero y deseo que sean muy felices y que tengan muchos
hijos.
Le di un beso en la mejilla y la abracé antes de que se fuera
a sentar. Segundos después apareció Jimena junto al padre de
Guillermo. A primera vista fue una sorpresa, pero mi mente
olvidó el tema al verla. Jimena estaba… bellísima.
La ceremonia no duró mucho, sin embargo, durante todo
ese tiempo mis ojos y mi mente estaban hipnotizados por los
encantos de Jimena. Mis mejillas ardieron cuando Guillermo
llamó mi atención. Estaba perdiendo la cabeza y eso no era
bueno. La reunión iba como lo había planeado. Le comenté
a Jimena que tenía reservaciones en un hotel donde
pasaríamos la noche para no levantar sospechas y que nos
iríamos mientras todos estaban ocupados con la fiesta. Ella
asintió y llegada la hora nos despedimos de mi madre para
salir rumbo al hotel. Jimena no podía dejar su cara inocente
ni, aunque tuviera un vestido que resaltara todos sus atributos
y eso me afectaba; «Jimena era un pecado hecho mujer.»
La suite que había reservado tenía dos habitaciones para
que ella durmiera en una y yo en otra para evitar cualquier
tentación, pero apenas entramos mi mente me empezó a
jugar una mala pasada. Su cuerpo era como una fuente de
agua de la cual estaba sediento, su cuello destapado me
incitaba a besarlo y sus labios rojos me robaban los ojos.
Tuve que enseñarle con prisa su recamara y despedirme
de ella antes de sucumbir a mis deseos y tirar por la borda
todo lo que habíamos logrado avanzar con el contrato. Eso
entristeció a Jimena; quizás esperaba que nos quedáramos
hablando o comiendo algo, pero no podía arriesgarme a estar
más tiempo cerca de ella o no iba a poder controlarme.
Esa noche no pude dormir.
A la mañana siguiente me levanté de la cama y me di un
baño rápido antes de salir a la sala donde Jimena ya me
esperaba.
—¿Quieres que bajemos a desayunar? —Su voz aún
estaba apagada. Eso me roía por dentro, pero también sabía
que así tenía que ser nuestra relación.
—Te pido una disculpa si esta situación se torna
incómoda a veces. Y sí, vamos a desayunar. Me muero de
hambre.
—Manuel, yo sé que nuestro matrimonio es bajo contrato
y que no hay entre nosotros más que afectos físicos en
público para evitar cualquier rumor. Me gustaría pedirte que
nos tratemos como amigos; no te pido más que una amistad.
Su mirada, aunque triste, se veía sincera, determinada. No
había más que una respuesta a su pregunta.
—Estoy de acuerdo… Amiga —le extendí mi mano y ella
la tomó.
—Está bien —dijo y sonrió. Sus ojos volvieron a brillar
en un segundo—. Ahora vamos a comer que me duele el
estómago ya que alguien no me dio de cenar ayer. —
Entonces recordé que llegamos temprano al hotel y como
tenía la mente ocupada ni pensé en cenar antes de
encerrarme.
—Me disculpo por eso —respondí. Jimena me regaló otra
sonrisa y me llevó hacia la puerta.
Después del desayuno pasamos a la piscina donde
nadamos un poco. Jimena sabía nadar bien, otra cosa que no
conocía de ella.
—Veo que sabes nadar —Comenté. Ella salió del agua y
tiró su cabello hacia atrás.
—Así es, nado desde los once años. Quise competir en mi
escuela, tenían un equipo de natación, pero nunca tuve el
valor suficiente para inscribirme.
El comentario de Jimena me recordó algo que había
pensado hacía unos días atrás.
—Ya que hablas de la escuela —dije, y ella volteó a
mirarme—. Me preguntaba si te gustaría la idea de seguir
estudiando a distancia.
—No creo que sea posible —respondió—. Los horarios
con la señora Patricia nunca son fijos, tengo que estar
pendiente de cualquier cosa. Además, tal vez esté ganando un
poco más de dinero, pero…
—Jimena —Interrumpí su balbuceo —la pregunta solo
fue retórica. Yo voy a pagar tus estudios y podemos organizar
los horarios de cuidado de mi madre con Lilian para que
puedas hacerlo una vez volvamos a casa. Solo falta que elijas
el lugar.
Jimena sonrió y sus ojos se aguaron.
—Gracias… —susurró. Se acercó, me besó muy
suavemente y rodeó mi cuello con sus brazos. Segundos
después reaccionó y se alejó.
—Discúlpame, me dejé llevar. Quería decirte que te lo
agradezco mucho —dijo entre sonrisas mientras se limpiaba
la cara sonrojada. Luego continuó—. Creo que es mejor
irnos a la habitación. El sol está muy fuerte y ninguno está
usando bloqueador solar. Terminaremos como pedazos de
chicharrón.
—De hecho, ya me arde un poco la espalda —respondí y
me levanté de la silla.
Salimos hacia la habitación donde nos duchamos, nos
cambiamos y nos volvimos a encontrar en la sala de la suite.
De ahí fuimos a casa de mi madre que nos tenía preparado
un pequeño almuerzo. Al abrir la puerta, mi madre nos vio
agarrados de las manos.
—Así es como se debe de ver una pareja de recién casados
que se aman —comentó.
Ambos sonreímos.
—Hola, mamá —dijo Jimena y volteé a verla. «¿Le dijo
mamá?»
—Antes de que digas algo, o que tus celos por
compartirme salgan, quiero decirte que ayer le dije a Jimena
que yo voy a ser como su madre. Y así lo será hasta el día que
me toque reunirme con tu padre.
El comentario de mi madre me recordó su condición. Fue
como un balde de agua fría en medio de la celebración de la
boda. Jimena también lo notó y apretó mi mano.
—Oh, cariño, lo siento. No quise... —Mi madre se acercó
y me abrazó.
—No te preocupes, mamá. Sé que eventualmente eso
pasará y tengo que estar preparado. —Mis ojos se nublaron
un poco.
—Lo sé, cariño, pero no estarás solo. Jimena estará
contigo; ella te cuidará y hará que mi partida sea más
llevadera. Por eso tienen que darme nietos pronto —dijo en
un tono de reclamo algo gracioso y todos reímos.
—Un paso a la vez, madre.
—Además tú todavía tienes mucho tiempo para estar
junto a nosotros. —continuó Jimena.
—Está bien —respondió mi madre—. Entonces mientras
llegan mis nietos, quiero que pasemos tiempo los tres. He
pensado en darnos unas vacaciones en Egipto.
—Eso puede ser más fácil de cumplir. Me encargaré de
los trámites y apenas tenga todo listo, te aviso para irnos.
No esperaba salir de viaje tan rápido con Jimena, pero por lo
menos teniendo a mi madre en medio de nosotros sabía que
iba a poder controlarme por lo menos un poco. Aunque la
sed por Jimena solo aumentaba con el tiempo juntos. El
contrato parecía estar destinado a fracasar.
11

Luego de pasar unas semanas increíbles en Egipto y


Dubái, volvimos a la casa llenos de anécdotas del viaje y risas,
pero todo cambió cuando frente a la puerta de la casa nos
encontramos con una molesta Sofía que llevaba un vestido
tan corto que si se rascaba la rodilla se le vería hasta el alma.
Manuel fue el primero en bajar del auto para ayudar a su
madre a salir. Luego me abrió la puerta, aunque pude notar
que no perdió contacto visual con Sofía.
—¿Qué haces aquí, Sofía? —dijo Manuel con su madre
del brazo llegando a la puerta.
—Quería ver con mis propios ojos si era cierto lo que
dicen las redes, que te casaste con una muerta de hambre. —
Sus ojos me escanearon de pies a cabeza.
—Sí, se casaron hace un mes, niñita. Y te pido que midas
tus palabras, mi nuera no es ninguna muerta de hambre, ellos
están muy felices así que deberías dejarlos en paz e irte.
Sofía la ignoró.
—Manuel, hay cosas que necesito hablar contigo —dijo y
nos vio a la señora Patricia y a mí—. En privado.
—Sofía, tú y yo no tenemos nada de qué hablar. Vete por
donde viniste. No quiero nada que ver contigo, estoy casado
y no quiero problemas —soltó Manuel con molestia. Su voz
salió tan ronca que sonó más como un rugido.
—¡Oh!, querido, puedo hablarlo enfrente de tu madre si
quieres —bufó ella.
«¿Que será tan importante? ¿Por qué quiere hablar con él
con tanta insistencia?», pensé.
—Jimena, muñeca, ayúdame a llevar a mi madre dentro de
la casa, yo iré después de hablar con Sofía —dijo acariciando
mi mejilla. Yo tampoco quería, pero la insistencia de Sofía
parecía preocupante, así que acepté. Manuel me pasó el brazo
a su madre y caminamos hacia adentro de la casa.
—¡Bienvenidas! —dijo Lily al vernos.
—Hola, Lily, te extrañamos —respondí dándole un
abrazo.
—¡Ay, niña! no puedo respirar, me estás apretando mucho
—dijo con voz entrecortada.
—Me emocioné de más, lo siento.
De ahí, Lily nos ayudó con las maletas y nos sentamos en
la sala a esperar a Manuel.
—No estoy tranquila con esa mujer cerca de mi hijo, linda.
Sé que tiene malas intenciones; además es muy ambiciosa y
eso no me gusta. Mi esposo siempre discutió con Manuel
porque él era muy detallista con ella, le compraba regalos
carísimos y solo visitaban lugares exclusivos. Esa no es la
manera correcta de enamorar a una mujer, eso las hace
volverse avariciosas, egoístas, ambiciosas y que no les
importe causar daño o dolor con tal de lograr lo que ellas
quieren. —la señora Patricia tenía las palabras exactas para
describirla.
—Recuerdo que mi padre siempre le mandaba flores a mi
madre —dije en frente de la señora Patricia y Lily—. Y
cuando salía temprano siempre le dejaba notitas a ella. Ellos
eran tan románticos. Y sí, nunca fueron de los que gastaban
dinero en cosas que no se necesitan en una relación. Ojalá
algún día pueda llegar a tener ese tipo de relación con Manuel
—suspiré y sentí que la señora Patricia puso su mano sobre
las mías.
—Y la tendrás, linda. Tú no eres como esa otra mujer, tú
conoces el valor de las cosas. Solo te pido que no dejes a
Manuel cerca de esa mujer. Es más, por favor ve afuera y
párate a la par de tu esposo, le tomas del brazo y escucha lo
que tiene que decir esa mujer.
Ambas sonreímos y mi suegra me hizo señas para que
fuera. Ya me había dado la confianza que necesitaba para
levantarme e ir hacia donde estaba mi esposo, así que lo hice.
Esa rubia no tenía ningún derecho de estar con él.
—De qué me estás hablando, Sofía. ¿Por qué dices eso?
—Escuché en lo que iba caminando hacia la puerta. Al llegar
donde Manuel, acaricié su espalda y le tomé del brazo. Él
volteó a verme y en sus ojos supe que estaba alterado.
—¿A qué viniste, Sofía? —le hablé lo más sería que pude.
—Querida, ya descubrí el teatrito que están montando. Sé
que firmaron acuerdos de matrimonio y divorcio. Y que todo
esto, inclusive tú tomándolo del brazo, es toda una farsa. —
Apreté el brazo de Manuel. Estábamos en problemas y
ambos lo sabíamos
—Si vieran sus caras en este momento…, esperen, ¿puedo
tomar una foto? —dijo jocosa mientras buscaba su teléfono
en la cartera.
—¿A qué juegas? ¿Qué es lo que quieres? —respondió
Manuel.
—Lo primero que quiero es venirme a vivir a esta casa —
dijo con una sonrisa diabólica.
—Estás loca si crees que vamos a acceder a tus chantajes,
¿tienes pruebas de lo que dices? —pregunté.
—Sí que las tengo. Y si no acceden, aquí les van sus
opciones: O Le digo a tu madre sobre este engaño que le
están haciendo a ella. Lo que la destrozaría y seguramente
adelantaría tu inevitable orfandad. O llevo las pruebas a los
medios de comunicación y que todo el mundo se entere de
su farsa. —Se acercó a Manuel—. ¿Te imaginas qué pensarán
los inversionistas de la textilería con este escándalo?
La piel del brazo de Manuel se erizó y él quedó inmóvil,
aunque su ira desbordaba por sus ojos.
—Les doy una semana para que piensen lo que harán —
terminó diciendo y, sin más, la muy bruja se fue dejándonos
hundidos en la preocupación.
—¿Qué haremos, Manuel? —le pregunté muy suave, él
me miró con los ojos llenos de rabia.
—Primero tengo que averiguar lo que sabe y cómo
consiguió las pruebas que, según ella, tiene. —Manuel se
quedó callado un momento y luego reaccionó—. Tengo que
pensar, vamos adentro.
—¿Qué quería esa mujer, hijo? —preguntó su madre
acercándose a nosotros cuando apenas entramos.
—Nada, madre, venir a molestar y a pedirme que vuelva
con ella —dijo lo más tranquilo que pudo.
—Esa mujer hará de todo por volver contigo, hijo, ten
cuidado y no caigan en sus provocaciones. —Manuel miró a
su mamá y asintió.
—La cena está lista, por si tienen hambre. —Interrumpió
Lily.
—Vamos, te ayudo a servir —me ofrecí, pero ella me
detuvo.
—Nada de eso niña, ahora eres la esposa del joven
Manuel, no es tu trabajo hacerlo.
—Ni que fuera la esposa del presidente para no ayudar en
casa —le dije con gracia y Lily y la señora Patricia rieron.
—Ay, linda, nunca cambies tu forma de ser —respondió
la señora Patricia y en ese momento Manuel también rio. Una
sonrisa de ese hombre hacía que mis mejillas
ardieran, posiblemente volviéndome un tomate. Lily tuvo
que darme un codazo para sacarme del trance en que me
había metido la sonrisa de Manuel.
—Vamos, Lily —dije empujando a Lily hacia la cocina.
—Si que te traen loca, niña —comentó Lily entre risas.
—¡Shh! Vamos a servir la comida, mejor.
La cena estuvo llena de anécdotas y personas que
conocimos en nuestro viaje. Estar con Manuel y su madre se
sentía cada vez más como estar en familia, aunque siempre
que pensaba en eso, me venía el recuerdo del contrato y tenía
que regresar a la realidad.
Después de la cena, la señora Patricia fue la primera en
despedirse.
—Buenas noches, hijos, ya me siento algo cansada así que
me voy a dormir. —Manuel se levantó para ayudar a su
madre, pero ella lo detuvo.
—No te preocupes, hijo. Puedo ir sola. —la señora
Patricia caminó hacia él, le agarró de las mejillas y le dio un
beso en una de ellas.
—Buenas noches, hija, descansen —dijo viéndome.
—Buenas noches, mamá, que descanses. Si necesitas algo
solo llámame. —Me tiró un beso aéreo
—Lo haré, linda
Apenas mi suegra se fue, sabía que la farsa terminaría así
que preferí también despedirme.
—Yo también me iré a dormir, Manuel. Buenas noches.
—Sí, subamos que necesito hablar contigo —respondió
poniéndose de pie.
Me tomó de la mano y me llevó hasta mi habitación. Al
entrar me intenté soltar de Manuel para quitarme los zapatos,
pero él apretó su agarre y me empujó hacia la pared.
Comenzó a besarme, no como los besos que habías
compartido, sino con una ferocidad que parecía querer
devorarme. Sus besos golpeaban con enojo, apretaban mis
labios con sus dientes y no me gustaba.
—¿Qué te pasa? —dije luego de empujarlo.
—No puedo aguantarlo más, Jimena. Tu cara al momento
de desafiar a Sofía me tiene ardiendo por ti; odio haber
puesto esa estúpida cláusula de no poder estar contigo.
Sus palabras hicieron que se me calentara todo el rostro,
aunque sentir su deseo hizo que mi cuerpo entero se
incendiara. Y quería decirle que yo sentía lo mismo hacia él,
pero al principio tuve miedo de que todo se echara a perder.
Nos habíamos empezado a llevar muy bien y no quería que
nada alterara todo nuestro avance, no obstante, yo también
empezaba a perder la cordura por sus besos. La noche estaba
perfecta, fría, la habitación oscura y no pude resistirme más.
Me lancé a besarlo como un koala encima de él. Mis
piernas rodearon su cintura.
—Bésame Manuel, olvidémonos de todo —tomé el valor
de decirle. Pero ahora él era quien parecía estar
recapacitando.
—Jimena, no sé si sea lo mejor —dijo, aunque no podía
parar. Amé la manera en cómo me hablaba mientras besaba
mi cuello y me abraza. Caminando hacia la cama; quería
besarlo hasta que su cuerpo se fundiera en mi boca.
—Yo quiero esto, Manuel, tanto como tú lo quieres —le
dije entre besos.
Cuando llegamos a la cama, me acostó sobre ella y me
besó con todo su cuerpo sobre el mío. Éramos dos amantes
finalmente amándonos y le empecé a desnudar el pecho.
—Jimena, para, por favor —con su boca me decía que
parara, pero seguía besándome, así que hice caso omiso a sus
palabras y me quedé con sus actos; quería amarlo por
completo. Luego de quitarle la camisa, él me quitó la mía y
siguió plantando sus besos por mi cuerpo. Entonces se
detuvo.
—¿Jimena, has estado con algún hombre? —Su pregunta
era justa, pero algo incomoda. Aunque él estaba en todo su
derecho de preguntar.
—No, Manuel. Jamás he estado con nadie. ¿Recuerdas
que te dije que tú fuiste mi primer beso? deduce desde ahí.
Manuel me miró con una sonrisa en su rostro y sus
movimientos cambiaron. Sus caricias fueron más lentas,
aunque más ardientes. Era hermoso sentir sus manos por mi
cuerpo y sentir la llamarada de fuego que dejaba en cada lugar
donde me iba acariciando.
—Así que solo serás mía, muñeca —dijo antes de volver
a besarme. Esta vez con un beso suave, pero intenso… Y
como si el destino no hubiera querido que estuviéramos
juntos, su teléfono sonó arruinando el momento más lindo
que había tenido con mi esposo hasta ese día.
Él se apartó para ver su teléfono y fue como si se hubiera
vuelto a transformar en el Manuel de antes.
—Lo siento, muñeca, pero esto no puede volver a suceder
—dijo y como si un bloque de hielo me hubiera caído, sus
palabras me rompieron en varios pedazos.
Él se levantó de la cama, recogió su camisa y sin verme
salió de mi habitación. Apenas salió, fui al baño, tomé una
ducha y me permití llorar. Dolía sentirse así por alguien y no
ser correspondido, pero no solo eso, sino también ser
rechazada. Estaba sola, y el matrimonio con Manuel no hacía
más que recordármelo.
Al no poder dormir salí de mi cama para acercarme a ver
por la ventana. Era una noche llena de estrellas. Una noche
que me hizo recordar algo que mi padre siempre me dijo:
“Las estrellas son amigas a las que siempre puedes contarles
tus secretos y problemas. Tus secretos jamás serán revelados,
tus problemas serán escuchados y su luz te iluminará para
tomar la mejor decisión».
—Papá, mamá, abuelita… Los extraño mucho. ¿Por qué
me dejaron sola? —dije viendo al cielo en búsqueda de
respuestas y, como si alguien me hubiera escuchado, pasó
una hermosa estrella fugaz que alegró mi corazón por un
momento, dándome esperanzas para el día siguiente.
—Mañana será un nuevo día, anhelando que sea mejor
que hoy.
12

—¿Qué quieres a esta hora? —contesté al teléfono luego


de salir de la habitación de Jimena.
—Cuida tu forma de hablarme, Manuel. Te recuerdo que
no estás en una muy buena posición, así que más te vale que
llevemos la fiesta en paz. —La voz de Sofía se me hacía cada
vez más insoportable.
—¿Para qué me llamas?
—Quiero saber qué día me podré mudar a nuestra casa,
querido. —Suspiré. Tuve unas ganas inmensas de tirar el
teléfono, pero conociendo a Sofía, sabía que era capaz de
cumplir sus amenazas.
—No te vas a venir a vivir a esta casa, Sofía. Si ya no
quieres vivir en un hotel, puedes alquilar un departamento.
—Ay, querido, ¿y que ustedes sigan jugando a la familia
feliz? No, mi amor. Voy a vivir en esa casa; si no, ahorita
mismo voy a los medios a revelar tu famoso acuerdo
matrimonial. ¿Y no quieres eso verdad, mi amor? Pero
bueno, te dejaré pensarlo hasta mañana y luego me dices para
cuándo preparar la mudanza, ¿vale?, descansa querido.
Al colgar me quedé pensando un rato en cómo pudo
haberse enterado Sofía del contrato, pero no sé me ocurría
nada. Luego, antes de quedarme dormido, mi cabeza volvió
a Jimena. Necesitaba controlarme, mantener los límites,
apegarme al contrato, o todo podía ser un desastre. Cualquier
ínfimo despertar de sentimientos era un peligro para ambos.
La mañana llegó más rápido de lo que hubiera deseado. El
recuerdo del calor de Jimena fue un tormento toda la noche.
Para evitar la tentación de verla todo el día, decidí ir a la
oficina. Me bañé, me alisté lo más rápido posible y bajé a
desayunar esperando salir antes de que ella despertara, pero
al llegar a la cocina, ahí estaba junto a mi madre. Tenía un
vestido color crema ajustado en la cintura y una coleta alta.
Mi respiración dio un vuelco y supe que tenía que salir de
inmediato.
—Hijo, buenos días, ¿vas a desayunar con nosotras?
—No, madre, yo ya voy de salida. Además, no tengo
mucha hambre —mentí, moría de hambre.
—Pero no puedes irte sin desayunar —dijo Jimena
viéndome a los ojos.
Sus ojos me inundaron como dos océanos. En ese
momento supe que iba a ser difícil decirle que no a ella. Mi
madre me miraba con los mismos ojos de Jimena así que me
acerqué a la mesa. Había waffles con crema y fresas, bañados
con chocolate y un vaso de leche. Volteé hacia mi madre y
ella volteó hacia Jimena con una sonrisa.
—Jimena los preparó. Y te aseguro que están deliciosos
—dijo luego de sentarse y morder uno de los waffles.
Jimena se sentó a la mesa después de mi madre y, sin
poder negarme, la seguí.
—Gracias, están deliciosos —comenté luego de probar
uno de los waffles.
Ella sonrió y sus mejillas se pusieron coloradas. Sonreímos
y cada uno se enfocó en su comida. Fue un desayuno
silencioso, o por lo menos hasta terminar de comer.
—Parece que a Manuel le gustaron los waffles que
preparaste —dijo mi madre en un tono pícaro. Y continuó—
: Por cierto, Manuel, ¿hay algún problema con que vaya con
Jimena al club? ¿Ibas a hacer algo con ella? Tengo una
reunión para terminar de preparar la cena de caridad que
hacemos todos los años y dos manos más nos vendrían bien.
La oportunidad que esperaba.
—No hay problema. Yo trabajaré en la empresa y volveré
en la noche —comenté antes de ponerme de pie y salir hacia
la puerta, pero Jimena me agarró la camisa.
—Manuel, ¿podemos hablar un momento?
Volteé a mirar a mi madre y había volteado la mirada.
Luego volví a Jimena.
—Sí, acompáñame al auto.
Me despedí de mi madre y Jimena me acompañó.
—Solo quería pedirte que lo que pasó ayer no cambie las
cosas entre nosotros. Sé que no fue correcto, pero también
es una muestra de que puede que exista algo entre nosotros
—susurró.
«Contrato, límites, desastre» fue lo único que pasó por mi
cabeza y supe que tenía que matar cualquier pequeña
esperanza o nunca iba a poder centrarme en las cláusulas del
contrato.
—No, Jimena, no te engañes. Entre nosotros no puede
haber nada. Me disculpo por haberme dejado llevar ayer,
pero te prometo que esta será la única vez. Me tengo que ir,
no sé a qué horas volveré, así que no te preocupes por hacer
la cena, así como hiciste con el desayuno.
Sin dejarla responder me subí al auto y arranqué dejándola
como una estatua frente a la puerta de la casa. En la oficina
me esperaba Joaquín.
—Buenos días, Joaquín.
—Buenos días, joven Manuel, tengo buenas noticias para
usted. ¿Recuerda el proveedor de la India que hemos querido
conseguir hace un tiempo? Por fin contestó y quiere ver
nuestra propuesta. De ser aceptada, podremos empezar a
recibir el material en dos semanas.
—¿Es enserio? —Esa fue una de las mejores noticias que
había recibido en ese tiempo. Mi padre siempre quiso hacer
negocios con ellos y por fin tenerlos de proveedores era un
gran avance para la empresa—. Bueno, entonces no
perdamos más tiempo; hay que redactar la propuesta. Tráeme
los documentos con lo que ofrecimos anteriormente y llama
al área de diseño para que empiecen a hacer bosquejos de
estilos para las telas.
Joaquín sonrió. Era un empleado muy antiguo que
siempre trabajó de la mano con mi padre, por lo que entendía
la emoción de la posibilidad del contrato.
Me llevó casi todo el día redactar la nueva propuesta.
Estuve tan inmerso en pulir cada detalle que ni siquiera llamé
a mi madre en todo el día, aunque ellas tampoco me habían
hecho ninguna llamada por lo que supuse que todo estaba
bien.
—Ya me voy, joven Manuel. ¿Necesita alguna otra cosa?
—dijo Joaquín asomándose por la puerta de la oficina.
—No, no te preocupes. Ya estaba por salir también.
Muchas gracias y nos vemos mañana.
Apenas salió Joaquín, arreglé todo para ir rumbo a casa.
Cuando llegué, todas las luces estaban apagadas al llegar y
solo se escuchaban murmullos en dirección a la habitación de
mi madre. Caminé con la luz del teléfono hasta llegar a su
puerta y entré.
—Manuel —dijo mi madre. Samuel estaba con ella—.
Qué bueno que llegas. Nos encontramos con Samuel y
Guillermo en el club y nos invitaron a cenar.
—Manuel —saludó el señor Samuel haciendo un gesto
con su cabeza.
Le respondí el saludo y busqué a Jimena por la habitación
—Tu esposa está afuera platicando con Guillermo,
querido.
—Iré a saludar —contesté y salí hacia el jardín. Guillermo
y Jimena estaban sentados en una de las bancas de afuera
dándole la espalda a la casa.
—Pecosa, deberías continuar con tus estudios. Recuerdo
que siempre fuiste la mejor en la escuela. Tus padres siempre
solían alardear por eso. —El tono de Guillermo me rayaba
en el tímpano. De momento me invadió la ira y me vi tentado
a interrumpirlos y llevarme a Jimena.
«¿Celos?», pensé.
—Sí, lo recuerdo. Desearía que ellos estuvieran con vida.
¿Sabes?… Siempre tuve la esperanza de que estuvieran vivos
considerando que sus cuerpos nunca fueron encontrados
dentro del vehículo. Fue extraño porque el auto nunca se
hundió en el mar; cayó entre rocas y por un zapato de mi
madre y sus pertenencias los de la policía dedujeron que eran
ellos, más sus cuerpos nunca aparecieron.
—Ya que lo mencionas, sí, fue muy extraño. Le
preguntaré a mi padre si supo algo más. Quizás él fue el único
que se interesó por seguir con la investigación. Los demás
decidieron cerrar el caso apenas dieron con las cosas de tus
padres; y como a las dos semanas te fuiste con tu abuela y
jamás volvimos a saber de ti, no había tampoco nadie más
que buscara respuestas.
Apenas terminó de hablar, Guillermo levantó su brazo e
iba a abrazar a Jimena, pero ella se alejó un poco evitando el
abrazo.
—Te lo agradecería muchísimo. No he podido conversar
casi nada con el señor Samuel sobre el tema, si sabes algo me
lo cuentas, por favor —dijo con una voz algo suplicante.
—Bueno, para eso tendríamos que intercambiar números
de teléfono, pero lo que menos quiero es que Manuel piense
cosas extrañas así que lo mejor sería hablar con él. —Aunque
algunos actos de Guillermo parecían demasiado
comprometedores, parecía que no tenía malas intenciones.
—Así es, Guillermo, no creo estar de acuerdo en que
hablemos a espaldas de Manuel.
—Jimena, Guillermo —dije del otro lado del jardín y
ambos voltearon a verme. Jimena caminó hacia mí y besó mi
mejilla.
—¡Hola!, pensé que no estabas en casa. No vi tu carro en
la entrada —dijo con una sonrisa.
—Lo estacioné en el garaje, de ahí entré a ver a mi madre
y me dijo que estaban aquí. Parecía que hablaban de algo
importante, escuché que le decías a Jimena que necesitabas
su número de teléfono —dije mirando a Guillermo para ver
su reacción.
Ambos se miraron.
—Sí, Jimena me pedía que investigara lo sucedido a sus
padres. Le dije que para eso necesitaría su teléfono, o que
mejor hablábamos contigo y cualquier cosa podía enviarlo a
tu celular y se lo harías saber a ella.
—¿Qué hay con sus padres? —pregunté. No conocía toda
la historia, o por lo menos ellos no sabían que no la conocía
toda.
—Cuando mis padres murieron en el accidente sus
cuerpos no fueron encontrados en el auto, solo sus
pertenencias. Yo tengo un recorte del periódico donde salió
la noticia y se puede ver que el auto estaba sobre las rocas del
acantilado; el auto jamás se hundió. Pero como todo ocurrió
de noche, pensaron que la marea subió y se llevó sus cuerpos.
No supe mucho más de ellos, pues tuve que irme a vivir con
mi abuela, pero Guillermo dice que don Samuel sabe algo
más y se ofreció a…
El semblante de Jimena se ensombreció un poco. Verla
así fue como un golpe en el pecho así que la abracé y besé su
frente.
—Haremos lo posible por saber más —dije sin pensar en
que había dejado que los sentimientos salieran de su cárcel.
Luego recapacité de lo que acababa de hacer.
«Soy un jodido desastre», pensé. Solté a Jimena, la tomé
de la mano y me acerqué a Guillermo.
—Si tu padre te comenta algo, llámame. Sé lo haré saber
a Jimena al instante. Ahora deberíamos entrar. Ya es tarde y
está empezando a helar. —Ambos movieron su cabeza en
afirmación y caminamos hacia la sala. Mi madre ya había
salido de la habitación con el señor Samuel y estaban
tomando una taza de té.
—Padre, se hace tarde. La señora Patricia necesita
descansar —dijo Guillermo.
—Pero si te estaba esperando, Guillermo —dijo su padre
y se levantó de la mesa para despedirse de mi madre.
—Muchas gracias por la cena, por habernos traído y la
compañía —dijo mi madre.
—Fue un placer, Patricia. Nos estaremos viendo —
respondió Samuel y ambos sonrieron.
—Claro que sí, vayan con cuidado. Y Guillermo, no te
pierdas, por favor.
—Sí, señora, los visitaré más seguido. Buenas noches. —
Y luego de decir eso, se fueron.
—Jimena, linda, ¿podrías ayudarme con esto por favor?
—dijo mi madre señalando a las tazas en la mesa. Ella le
sonrió, asintió y llevó las tazas a la cocina.
—Madre, ¿qué tal tu día? —pregunté. Ella se puso seria.
—Mira la hora, Manuel, ¿y hasta ahora preguntas? Ni
siquiera llamaste a tu esposa en todo el día. No tuvo un día
muy agradable por culpa de esa muchachita. Tienes que hacer
algo. No quiero a esa mujer rondando como zancudo cerca
de nosotros.
—¿Sofía? ¿Y ahora qué pasó? —Ella volteó a ver si Jimena
estaba cerca antes de hablar.
—Será mejor que le preguntes a ella. Algo pasó en el baño
del club y estoy segura de que fue Sofía porque cuando
Jimena no regresó a la mesa, fui hacia los baños y Sofía estaba
saliendo muerta de risa junto a su amiga; luego encontré a
Jimena llorando. Quise esperar un poco para preguntarle,
pero luego nos encontramos con Samuel y Guillermo, y no
pude preguntarle qué había pasado.
Mi madre puso su mano sobre la mía.
—Define tus prioridades, hijo. Solo tú puedes hacer algo
para evitarle estos malos ratos a Jimena. —Eso lo sabía, pero
Sofía me tenía de los gemelos y si antes no podía entrar en
ningún escándalo, con el nuevo contrato mucho menos.
—Veré qué puedo hacer, madre, pero primero hablaré
con Jimena. Tú ya deberías ir a descansar.
Dejé a mi madre en su habitación y volví a la cocina. No
había escuchado que Jimena hubiera subido, por lo que
esperé encontrarla allá. Ella estaba picando unos tomates;
había preparado un tazón de ensalada y unas pechugas de
pollo que había dejado emplazadas sobre la encimera. Sus
ojos se posaron en mí apenas crucé la puerta.
—Pensé que no habrías cenado así que preparé algo
rápido. Espero que te guste.
La noche estaba densa y Jimena brillaba como la luna
llena.
—No tienes que hacerlo, ¿sabes? —comenté entre
susurros.
—Lo sé, pero quería hacerlo.
Me acerqué a ella y sus manos estaban frías.
—Mi madre ya se acostó, solo necesitas fingir cuando está
ella.
Límites, necesitaba poner límites. Jimena tenía algo que
me llamaba a cruzarlos y a dejar salir a viva voz los
sentimientos, pero tenía que negarme, necesitaba hacerlo.
—No finjo nada, Manuel. Solo creo que esta es una de las
pocas formas en las que puedo tratarte verdaderamente
como mi esposo.
13

El calor de sus manos no dejó mi cuerpo ni un segundo


de la noche. No podía dejar de pensar en Manuel, sus manos,
su boca, hasta que el sol despertó. Sentía algo de culpa por lo
que había pasado la noche anterior, yo también me había
dejado llevar, así que quise compensarlo. La señora Patricia
me había hablado del desayuno favorito de Manuel y bajé a
la cocina aprovechando que era temprano y aún estaba
dormido. Lily no estaba, pues tenía el día libre y no había
quien hiciera el desayuno. Al rato llegó mi suegra.
—Me he despertado gracias al delicioso olor a waffles.
Qué delicia, ¿puedo comer uno? —Más que una petición fue
un aviso. Ya tenía el waffle casi en la boca.
—Esto está delicioso, Jimena —comentó con la boca
llena—. Creo que ni a mí me quedan tan esponjosos y suaves.
A Manuel le encantarán ¿En qué te ayudo? —Fue gracioso
que, sin decirle nada ya hubiera asumido que hacía todo por
Manuel, y no por todos, aunque cualquiera lo hubiera notado.
—Quizás puedas ayudarme a poner la mesa. Gracias.
Cuando todo estuvo terminado, empecé a servir. Solo
esperaba que ese desayuno pudiera mejorar nuestra relación.
La noche anterior habíamos hecho algo que no debíamos y
era posible que eso hubiera arruinado todo, pero, aunque eso
lo prohibiera el contrato, nos demostraba que podía existir
algo real entre ambos y que quizás pudiéramos darnos la
oportunidad de sentirnos realmente como esposos en
pequeñas cosas.
—Ven a sentarte, linda. Él ya bajará. —Estaba ansiosa
caminando de un lado a otro.
—Hija, quiero que me acompañes hoy al club. Ahora que
eres parte de la familia, sería bueno que conocieras cómo es
la cena de beneficencia. Para Rafael era muy importante,
desde que empezó la textilería, ayudar a los menos
afortunados. Su momento favorito siempre fue aquel cuando
el dinero recaudado era entregado a los hospitales, ver los
pacientes que no podían creer que sus tratamientos costosos
eran pagados. Sus rostros y el de sus familias eran el mejor
regalo para él; Siempre fue la mejor inversión. —Dio un
suspiro.
—Su esposo se escucha como un superhéroe —dije y ella
se rio.
—Es posible que muchos lo vieran como uno.
Escuchamos pasos acercarse y bajar por la escalera y de
un salto me puse de pie. La señora Patricia también se paró.
Manuel estaba listo para salir vestido de traje; impoluto. Bajé
mi mirada para que no sintiera que estaba perdida en su
belleza.
—Hijo, buenos días, ¿Vas a desayunar con nosotras? —
Preguntó su madre.
—No, madre, yo ya voy de salida. Además, no tengo
mucha hambre —respondió.
Supe que su respuesta era por lo que había pasado el día
anterior. «No querrá ni verme», pensé. Sin embargo, no podía
negar que algo había pasado entre ambos, así que insistí.
—Pero no puedes irte sin desayunar —dije. Teníamos que
arreglar nuestra relación y no podía quedarme sentada
esperando a que él hiciera algo.
Entonces aceptó. La señora Patricia se sentó primero,
luego yo y finalmente Manuel. El desayuno fue más lóbrego
y silencioso de lo que había pensado. Manuel terminó los
waffles en tres mordiscos y se dispuso a salir corriendo para
la oficina, pero alcancé a detenerlo antes de irse.
—Manuel, ¿podemos hablar un momento?
—Sí, acompáñame al auto —dijo, se despidió de su madre
y salió hacia el auto.
—Solo quería pedirte que lo que pasó ayer no cambie las
cosas entre nosotros. Sé que no fue correcto, pero también
es la muestra de que puede que exista algo entre nosotros —
susurré.
Manuel suspiró, volteó al carro y luego volvió a mí.
—No, Jimena, no te engañes. Entre nosotros no puede
haber nada. Me disculpo por haberme dejado llevar ayer,
pero te prometo que esta será la única vez. Me tengo que ir,
no sé a qué horas volveré, así que no te preocupes por hacer
la cena, así como hiciste con el desayuno.
Sus palabras fueron como un golpe en el pecho. Me quedé
viendo cómo el auto se iba y reaccioné por un momento.
Entré nuevamente a la casa con el corazón en la garganta y la
señora Patricia ya me esperaba para alistarnos e irnos. La
ayudé a llegar a su habitación y subí a ponerme un vestido
muy lindo que ella me había regalado en nuestro viaje; dejé
mi cabello suelto, pero le hice unas cuantas ondas y una vez
estuve lista, bajé. Afuera ya nos esperaba el auto que nos iba
a llevar.
El trayecto al lugar fue muy pintoresco. Había varios
árboles de varios frutos y a la entrada del club había un sinfín
de flores amarillas. Bajamos del auto y en la puerta nos
esperaba un joven que nos guio hacia donde iba a ser la
reunión. La sala de conferencias se encontraba en uno de los
restaurantes del club y estaba rodeada por ventanales. Podía
ver desde afuera a las señoras observándonos, algunas
sonreían y otras me veían de pies a cabeza. Al entrar vi a una
joven que ya había visto antes, pero no recordaba de dónde
y me quedé buscando en mi memoria su imagen.
—Buenos días, señoras, señoritas —dijo mi suegra antes
de sentarse—. Algunas de ustedes ya la conocen, otras tal vez
no la habían visto en persona, ella es mi bellísima nuera
Jimena; ella también formará parte de este comité de ahora
en adelante. Así que, si ya estamos todas, pues que lluevan las
ideas.
La reunión pasó bastante rápido y sin darnos cuenta llegó
la hora del almuerzo, el cual estuvo delicioso y mientras
comíamos no detuvimos la reunión, todas seguimos
hablando y aportando ideas mientras comíamos hasta que
solo quedó pendiente la temática de la cena.
—Podría ser una mascarada —pensé en voz alta.
—¡Sí! Es perfecto. ¿Cómo no se nos ocurrió antes? —dijo
una señora muy emocionada. No sabía que me habían
escuchado—. Tienes una nuera muy linda y creativa, Patricia
—continuó.
—Sé que Jimena será de mucha ayuda para este grupo —
respondió mi suegra en un tono un poco afligido.
Al parecer me estaba conectando con su grupo de
planificación para alistarme cuando ella ya no esté. Era un
poco cargoso pues sentí que tenía demasiada responsabilidad
en mis manos y apenas me había casado con Manuel hacía
poco más de un mes, pero la señora Patricia no podía darse
cuenta de eso o se iba a sentir mal. La reunión terminó a
media tarde y la señora Patricia se quedó hablando con una
señora. Al parecer era la mamá de la amiga de Sofía, la joven
que no había distinguido apenas llegué, a la que vi por
primera vez en el incidente con Manuel en la montaña.
—Hija, ve a pasear un poco. Conoce el club. Estoy segura
de que ya has de sentirte algo aburrida —dijo. Me negué.
—Estoy bien —respondí, pero ella no quería un no por
respuesta.
—Ve, hija, conoce un poco el lugar.
La señora Patricia era una mujer a la que era difícil decirle
que no. Esa segunda vez solo asentí y salí del pequeño salón.
Caminé por un pasillo que me llevó a una fuente con ángeles
en el centro, recordé a mis padres y me pregunté por qué mi
vida siempre había estado rodeada de muertes y tristeza, ¿será
que estoy maldita o no merezco ser amada?
—Pero mira a quién tenemos aquí —dijo una molesta voz
que reconocía. Sofía estaba con su amiga y solo las vi, más no
respondí nada. Tal vez si las ignoraba se irían.
—Ni con ropa cara y maquillaje dejarás de ser la asquerosa
sirvienta —escupió.
Me puse de pie al instante y me dirigí al salón. No iba a
hacer una escena como las que Sofía sabía provocar. Camino
al salón tuve que ir al baño, revisé que nadie me siguiera y
cuando vi todo despejado, entré. Al cerrar la puerta, se volvió
a abrir bruscamente y Sofía entró sulfurada, se dirigió hacia
donde estaba e intentó darme una cachetada, pero detuve su
brazo.
—Mira, mujerzuela, conmigo no te vas a meter. Si todavía
estás ardida porque Manuel te rechazó, eso es entre él y tú,
no conmigo. Él me pidió ser su esposa, no al revés. Si no te
gusta, no puedo hacer nada al respecto. Pero me vuelves a
intentar poner una mano encima y lo lamentarás. Deberías
tener algo de dignidad y amor propio, aceptar que te
rechazaron y avanzar.
—Maldita sirvienta, ¿quién te crees para insultarme?
Recuerda que tú estás bajo un contrato con Manuel, su
supuesto matrimonio no es más que una farsa. Pronto viviré
en casa de los Galeano y te aconsejo que te vayas lo más lejos
de la habitación de Manuel, o de la mía; de lo contrario vas a
necesitar unos tapones para los oídos, porque yo iré a su
cama o el vendrá a la mía y no será a hablar o a rezar un
rosario.
Cuando terminó de escupir su veneno, se soltó de mi
mano y salió del baño tan rápido que no me dio tiempo para
responderle. Una parte de mi creyó varias de las cosas que
ella dijo, no era muy difícil pensar que Manuel pudiera caer
en las garras de Sofía y me sentí lastimada. Odié que las
palabras de esa mujer me afectaran. Fui al lavamanos y mojé
mi rostro para ocultar las pocas lágrimas que me hizo
derramar Sofía.
La puerta se abrió de nuevo. Era la señora Patricia. En su
mirada vi que sabía que algo había pasado, pero no dijo nada
y agradecí que así fuera. No quería que supiera que había
pasado algo con Sofía, ya tenía bastantes cosas en la cabeza
como para agregarle una más.
De regreso al salón nos encontramos a Guillermo y
al señor Samuel. Como estaba por anochecer nos invitaron a
cenar y dijeron que de una vez nos podían llevar a la casa.
Fuimos a un hermoso restaurante en el centro de la ciudad,
don Samuel le contó a la señora Patricia algunas historias de
cuando Guillermo y yo éramos pequeños y la amistad que
tuvo con mi padre hasta que llegó la hora de irnos. Al llegar
a la casa, vi que el auto de Manuel no estaba fuera, no había
llegado del trabajo. «¿Estará con ella?», fue la única pregunta
que invadió mi cabeza. Don Samuel acompañó a mi suegra
hasta la habitación y Guillermo se quedó conmigo.
—¿Caminamos por el jardín un momento? —dije en
medio de la oscuridad de la casa.
Caminamos, nos sentamos, hablamos de mis padres hasta
que llegó Manuel y la situación se puso un poco tensa. Era
obvio que intentaba controlar sus celos, pero no lograba
ocultarlos. Caminamos con Manuel hasta la casa y la señora
Patricia me pidió que le ayudará a limpiar las tazas de té que
había tomado con el padre de Guillermo.
Estando en la cocina caí en cuenta de que seguramente
Manuel no había cenado. Apenas llegaba del trabajo. Saqué
algo de pollo y estaba preparando la ensalada cuando Manuel
entró a la cocina.
—Pensé que no habrías cenado así que preparé algo
rápido. Espero que te guste.
Manuel se veía algo tenso y confundido.
—No tienes que hacerlo, ¿sabes?
—Lo sé, pero quería hacerlo.
Se acercó y puso su mano sobre las mías.
—Mi madre ya se acostó, solo necesitas fingir cuando está
ella.
«El contrato», pensé. Manuel no pensaba más que en el
estúpido contrato. No podía ni siquiera darse la oportunidad
de imaginar que lo que ocurrió la otra noche no fue
coincidencia, cuyos celos no eran porque sí, que de verdad
algo empezaba a nacer entre ambos. Estaba empecinado en
negarlo todo.
—No finjo nada, Manuel. Solo creo que esta es una de las
pocas formas en las que puedo tratarte verdaderamente
como mi esposo.
Manuel se me quedó viendo a los ojos… dos, tres
segundos. Se acercó, tomó mi rostro entre sus manos y juntó
sus labios a los míos.
—¿Qué es lo que haces? —dije luego de empujarlo. Sus
confusiones me sacaban de quicio—. En la mañana me dices
una cosa y en la noche vienes y me besas, ¿a qué juegas
Manuel? Soy un ser humano que siente, no un juguete con el
que puedes jugar cuando quieras. Decide qué es lo que
quieres antes de volverte a acercar a mí de nuevo. Aquí está
tu cena, la hice por si no habías cenado. Yo me retiro. Buenas
noches.
«No seré tu juguete, Manuel».
14

—¿Qué crees que debemos hacer para que esto mejore?


—le pregunté a Samuel.
—No lo sé, Patricia. El único que puede hacer algo es tu
hijo. Si Sofía lo anda acosando y aun sabiendo que está
casado sigue insistiendo, eso no traerá nada bueno. Tienes
que hablar con Manuel.
—Lo he hecho, pero no me escucha. Hoy le contaré lo
que vi en el club a ver qué dice, pero ya conoces a Manuel.
Es muy probable que no le de importancia.
—Se me ocurre algo, pero no sé si eso genere más
problemas —dijo dudando si continuar o no.
—Dímelo. Tal vez no es tan mala idea.
—El hombre es visceral. Nunca se siente tan amenazado
como cuando cree que le van a quitar algo que es suyo. Debes
provocarle celos a tu hijo. Jimena es una joven hermosa y
cualquiera podría fijarse en ella, eso es lo que hay que hacerle
ver a Manuel.
Como si respondiera mis dudas acerca del plan de Samuel,
apenas terminó de hablar, Manuel entró por la puerta del
jardín con cara de pocos amigos, junto a Jimena, y Guillermo
entró tras ellos.
—Padre, se hace tarde. La señora Patricia necesita
descansar —dijo.
—Pero si te estaba esperando, Guillermo —dijo Samuel y
se levantó de la mesa.
—Muchas gracias por la cena, por habernos traído y la
compañía.
—Fue un placer, Patricia. Nos estaremos viendo
—Claro que sí, vayan con cuidado. Y Guillermo, no te
pierdas, por favor.
—Sí, señora, los visitaré más seguido. Buenas noches.
Apenas se fueron le pedí el favor a Jimena de que me
ayudara con los platos. Necesitaba quedarme un momento a
solas con Manuel. Le conté lo que había pasado con Sofía
mientras caminábamos hacia mi habitación y antes de salir
me prometió que por lo menos hablaría con Jimena. Entré al
baño para arreglarme para dormir cuando me atacó una tos
estruendosa; cada día se hacía más frecuente y agresiva. Me
tapé la boca queriendo evitar que me escuchara Manuel o
Jimena por si no habían subido al segundo piso y, al quitarme
las manos, tenía pequeñas gotas de sangre. Hacía varios días
que pasaba lo mismo. Mi tiempo era cada vez más corto y
aún había cosas que tenía que arreglar antes de partir.
Me lavé las manos, el rostro, y, esperando despertar al día
siguiente, me fui a dormir.
Al despertarme a la mañana siguiente me arreglé rápido y
me dirigí a la cocina. Lily estaba activa desde temprano.
—Hola, Lily, buenos días.
—Buenos días, Señora Patricia. Todo bien. Muchas
gracias por darme libre el día de ayer —dijo mientras ponía
una taza de café sobre el mesón frente a mí.
—Lily, necesito que me acompañes a un lugar más tarde.
Luego te diré a dónde porque sé que los demás habitantes de
esta casa están dormidos y no quiero que se enteren.
—Está bien, señora. Usted me avisa. —Asentí.
Mientras tomaba un sorbo de café, escuché a Manuel bajar
por las escaleras. Era más temprano de lo normal y ya estaba
listo para salir a la oficina.
—Buenos días, Madre. Lilian, hoy saldré temprano, pero
me llevo esto antes —dijo agarrando un bizcocho azucarado.
—¿Todo bien, hijo? Nunca sales de la casa a esta hora —
pregunté.
—Todo está bien, madre. Solo debo tener todo listo para
la reunión con el nuevo proveedor. —respondió y se dirigió
hacia el garaje, pero antes de llegar se detuvo un momento y
volteó hacia las escaleras. Jimena estaba bajando.
—El joven Manuel ha estado trabajando mucho
últimamente —dijo Lily.
Era verdad. El contrato con ese proveedor era algo que
estaba buscando desde hacía tiempo, pero no me gustó que
ignorara a Jimena como si hubiera pasado algo entre ellos.
—Buenos días, Lily. Me hizo falta verte ayer, ¿qué tal
todos por la casa? —le preguntó Jimena a Lily.
—Todos están bien por allá, siempre preguntan por ti.
Deberías ir a visitarlos cuando puedas. Todos quedaron
preocupados cuando te mudaste después del fallecimiento de
tu abuela y nadie supo más de ti —contestó Lily.
—Sí, tuve que dejar varias cosas mientras me acomodaba
aquí —terminó Jimena con una cara entre alegre y triste.
—Jimena, acabo de recordar que Manuel me dijo que
querías volver a estudiar y que él se encargaría de todo. —Sus
ojos brillaron.
—Así es, él me lo había dicho, aunque…
—¿Y quisieras estudiar de manera virtual o presencial? —
interrumpí. El hecho de que estuvieran peleados no quería
decir que no fuera a cumplir su palabra. Y si no lo hacía, yo
la cumpliría por él.
—Creo que a mi edad lo mejor serían clases virtuales. Así
podría estar aquí para lo que necesite.
—Muy bien. Entonces hoy iremos con Lily a inscribirte
en la universidad serás la mejor empresaria, ya lo veras.
Necesitaremos tus documentos para llenar la inscripción. —
Jimena casi se me tiró encima para abrazarme.
—Muchas Gracias, mamá. Les estoy muy agradecida por
todo lo que han hecho por mí. —Por poco y se me salen unas
lágrimas.
—De nada, hija. Salimos después de desayunar. Pero tú
irás a comprar las cosas que vas a necesitar y nosotras iremos
hasta la universidad. Sabes que no puedo caminar mucho.
—Está bien —respondió. Jimena tenía una sonrisa de
oreja a oreja. Fue una profunda alegría brindarle algo de
felicidad.
Todas estábamos igual de emocionadas que Jimena y el
desayuno no demoró mucho. Nos alistamos y nos volvimos
a encontrar en el carro.
—Compra una computadora, cuadernos y demás cosas
esenciales —le dije a Jimena luego de entregarle una de mis
tarjetas—. Compra lo que quieras sin importar el precio, ¿está
bien?, todo lo que necesites. Cuando termines me llamas para
mandar a alguien por ti, o venir nosotras si ya hemos
terminado nuestras diligencias. —Jimena se quedó viendo la
tarjeta. Dudaba. Entonces puse la tarjeta bien en su mano y
la cerré.
—Este también es tu dinero, así que no te sientas mal.
Jimena bajó del auto un poco a regañadientes, un poco
apenada, y nosotras seguimos hacia la universidad.
—Señora, no ha pasado ni una hora desde que dejamos a
Jimena. No creo que esté lista para que la llame. —dijo Lily
una vez terminamos de inscribir a Jimena y volvimos al auto.
Llegamos a la universidad y una amable señora nos
atendió de inmediato, nos mencionó con el rector de la
institución y él se encargó de agilizar todo eso junto con el
departamento de admisiones. El buen récord de Jimena
ayudó mucho para que no todo tuvieran duda en aceptarla en
su programa en línea.
—Sí, también lo creo, pero también necesito saber si
terminará rápido porque tenemos que hacer algo súper
importante. Debo hacer esto antes de partir.
—No, señora, ni lo diga. Usted no nos va a dejar todavía.
—Es un decir, Lily. Aunque si necesito hacer lo que te
digo que tenemos que hacer.
Saqué mi teléfono y le marqué a Samuel.
—Hola, Samuel. Disculpa la molestia, ¿crees que tienes un
tiempo?, necesito un favor.
—Claro, Patricia. Estoy en la oficina de Guillermo. —No
podría ser más perfecto.
—¿Me regalas la dirección? Creo que Guillermo también
puede ser de ayuda.
Samuel le preguntó a Guillermo al otro lado del teléfono.
—Mi hijo te la escribirá por mensaje.
—Está bien. Gracias.
Luego de colgar me llegó el mensaje de Guillermo. No
estábamos lejos.
Cuando llegamos a la oficina, Samuel y Guillermo ya nos
esperaban. Guillermo estaba muy elegante y Samuel vestía
uno de los trajes que acostumbraba a usar.
—Hola, Patricia, Lilian, ¿cómo están? —preguntó Samuel
mientras nos saludábamos.
—Disculpen si está enferma los molesta con mi visita.
—Para nada, doña Patricia. Lo que necesite. Estábamos
solo platicando.
—Está bien —dije y me senté en una de las sillas de la
oficina. Todos estaban atentos a lo que iba a decir—.
Guillermo, quiero que me ayudes a redactar mi testamento y
quiero que lo que esté ahí no salga de esta habitación. —
Todos me miraron como si estuviera bromeando. Luego
entendieron que era real.
—E… está bien —respondió Guillermo. Se ubicó frente
a su computador y comenzó a pedirme los detalles del
testamento.
—Como saben, mi esposo me dejó el 50% de la compañía
y el otro 50% a Manuel. Una cosa antes de continuar,
Guillermo. Por razones personales quiero que mi testamento
sea leído un año después de mi fallecimiento. —Todos
hicieron muecas y se miraron entre ellos—. Ahora sí, quiero
que Jimena reciba todo el dinero de mis cuentas bancarias
junto con el 25% de la compañía.
Me detuve un segundo a tomar aire y fuerza para
pronunciar por primera vez en voz alta las palabras que son
parte de mi mayor secreto. Sentí que el pecho me ardía.
Samuel notó que algo pasaba y me acercó un vaso de agua;
tomé un sorbo y continué:
—De haber un nieto involucrado, Jimena recibirá todos
mis bienes. Joyas, dinero y las acciones de la compañía que le
correspondan. Además, quiero que mi amiga Lily sea testigo
junto con alguno de ustedes para firmar el testamento y
proseguir con su autenticación.
Las caras de todos eran muy graciosas. Entre preocupados
y serios, como si hubiera estado diciendo que en ese
momento iba a morir. Quise reírme al terminar de hablar y
ver que todos estaban tan serios, pero el dolor en mi pecho
empeoró y empezó la tos violenta. Tomé el pañuelo de mi
bolso y no lo separé de mi boca hasta que la tos cesó. Lily
tenía un vaso de agua listo para que hidratara la garganta y al
dejar el pañuelo a un lado todos vieron la sangre que quedó
en él.
—No le digan nada de esto a Manuel. —Samuel iba a decir
algo, pero lo interrumpí—. En este momento tiene cosas más
importantes en las que pensar.
—Nada puede ser más importante que usted, doña
Patricia —dijo Lily.
—Yo me iré, Lily, y él tiene que enfocarse en las cosas que
seguirán cuando ya no esté. —Todos tenían cara de querer
decir muchas cosas, pero nadie dijo nada—. Quisiera pedirles
una última cosa, pero esta es personal.
—Lo que necesites, Patricia.
—Si ven a mi hijo equivocarse cuando ya no esté, no lo
juzguen. Ayúdenlo a encontrar de nuevo el camino. Yo sé
que Jimena lo ama, y sé que él siente lo mismo por ella. Si ella
se llega a alejar de él, Manuel sufrirá mucho, aunque su
orgullo no le permita aceptarlo.
—Haremos lo que esté a nuestro alcance, Patricia. Puedes
estar tranquila —respondió Samuel.
Guillermo terminó de redactar el documento, le puso los
sellos, los testigos firmaron y cuando el testamento quedó
completo volteé a mirar a Lily.
—Vamos que mi hija nos espera en el centro comercial.
Pronto empezará la universidad en línea y necesitará tener sus
libros.
Al llegar al auto Lily me miró y tomó mis manos.
—Es un ángel, señora. —Negué su afirmación con la
cabeza.
—Siempre cuidaré de todos, Lily. Es mi responsabilidad.
15

Cuando me dejaron en el centro comercial no supe por


dónde empezar, así que decidí comenzar por lo básico: un
par de cuadernos, lápices, entre otros materiales. Luego fui a
buscar la computadora.
—Jimena, ¡hola!, ¿cómo estás? —dijo Felipe con una
enorme sonrisa. Era uno de los trabajadores de la tienda.
—Felipe, qué gusto verte. Hace mucho que no te veía. —
Él suspiró un poco desganado.
—Ya no te acuerdas de los pobres, Jimena. Nunca más
volviste a darnos una visita después de tu boda. Aunque, con
todo respeto, te ves tan hermosa como siempre —dijo
arqueando la ceja junto a su cara llena de picardía.
—Muchas gracias. Disculpa por no volver a visitarte, pero
es que la madre de Manuel está enferma y le pidió a Manuel
un viaje antes de que su condición empeorara. —Él asintió.
—Sí, se lo escuché mencionar a Lily mientras le decía a mi
mamá que andaban de viaje. No te preocupes, siempre es un
gusto verte. Dime, ¿en qué te puedo ayudar?
—Decidí volver a retomar mis estudios y vine a buscar
una computadora que pueda utilizar para tomar mis clases en
línea. Tú sabes que la tecnología no es mi fuerte. —Felipe
sonrió.
—No te preocupes, yo te ayudo. Te enseñaré las mejores
opciones que tengo, tú decides cuál te gusta más.
Había muchas opciones buenas por elegir, pero me decidí
por una HP de catorce pulgadas. Felipe me acompañó a la
caja para pagarla, le agradecí y una vez fuera del
establecimiento, Felipe gritó mi nombre.
—¡Jimena! ¿Ya te vas o vas a estar un tiempo más por el
centro comercial?
—La verdad no lo sé, ¿por qué?
—Porque ya es mi hora de almuerzo y, si quieres, te puedo
invitar algo de comer. Además, no creo que sea muy seguro
que andes por la calle, o en el centro comercial, con una
computadora en tu mano.
Volteé a ver la gran caja que tenía en mis manos. Tenía
razón.
—Puedes acompañarme al área de comidas y pedir lo que
quieras. Yo invito —dijo y guiñó el ojo.
Al llegar a la plaza un delicioso aroma inundó mi nariz:
comida oriental. Le dije a Felipe lo que quería y ambos
pedimos lo mismo. Platicamos un buen rato y me contó qué
tal iba su vida hasta que sonó mi teléfono.
—Jimena, ¿has terminado con tus compras? Ya vamos de
regreso. En un par de horas empiezan tus clases.
—¡Sí, ya estoy lista! —respondí emocionada.
No me di cuenta de que Felipe ya había terminado de
comer cuando se acercó a despedirse.
—Pasa de vez en cuando por el barrio, ¿eh? Dame tu
número para quedar algún día y tomar un café —le di mi
número, nos despedimos de nuevo y casi corrí hasta la
entrada del centro comercial.
El auto ya estaba esperándome...
—Vamos a ir por algo de comer, ¿se te antoja algo? —
preguntó la señora Patricia apenas entraba al carro.
—Ya he comido. Después de comprar la computadora me
encontré con mi amigo Felipe y me invitó a comer.
Ella volteó a ver a Lily.
—Felipe, señora, es un amigo del vecindario. Siempre le
ayudó a Jimena en lo que necesitara y por lo que escuché
trabaja en una tienda de electrodomésticos aquí en el centro
comercial. —mi suegra solo asintió.
—¿Nos acompañas entonces con un postre? Nosotras sí
morimos de hambre. —dijo agarrándose el estómago con
una mano y ambas reímos.
Tiempo después llegamos a un restaurante muy refinado.
Nos sentamos en la mesa que nos indicó una amable mesera
y de inmediato tomó nuestra orden. Lily se le acercó al oído
a la señora Patricia y de momento su cara se transformó.
Ambas estaban viendo algo que ocurría a mis espaldas.
—No es nada importante, Jime. Cuéntanos, ¿estás
emocionada por empezar tus estudios?
Lily intentó distraerme, pero mi suegra no podía controlar
su cara; estaba quieta, callada y con la mirada fija en lo que
estaba a mis espaldas. La curiosidad no me dejó disimular en
lo más mínimo y volteé. Manuel estaba comiendo con Sofía
a unas mesas de diferencia. «No comprendo a este hombre.
Un día está revolcándose con ella, al otro le grita como si
fuera a golpearla y luego están teniendo un almuerzo como
si fueran buenos amigos», pensé. Volteé a ver a Lily y a la
señora Patricia y me obligué a sonreír.
—No se preocupen, no haré un espectáculo. Déjenlos
comer tranquilos. Han de tener asuntos que resolver para
poder cerrar capítulos y avanzar —dije tragándome mis
sentimientos junto a una cucharada del pastel que me había
llevado la mesera.
El almuerzo no duró casi nada. Mi suegra no dijo mucho
más, ni tampoco Lily. Fue como si una nube negra se hubiera
posado encima de la mesa y parecía que todas teníamos las
mismas ganas de irnos, aunque ninguna decía nada.
—Bueno, creo que es hora de ir a la casa. Tengo que
prepararme para la clase de hoy —dije interrumpiendo el
denso silencio en la mesa.
—Tienes razón. No quieres llegar tarde a tu primer día —
dijo Lily y ambas reímos—. Doña Patricia, ¿nos vamos?
La señora Patricia estaba un poco distraída. Perdida en sus
pensamientos y solo movió la cabeza antes de ponerse de pie.
Caminamos a la salida, pasamos cerca a la mesa donde estaba
Manuel y sentí su mirada sobre nosotras. Volteé un poco y vi
de soslayo que se levantaba para saludarnos. Me dio un beso
en la mejilla, saludó a Lily y luego a su madre quien evitó todo
contacto con su hijo y solo levantó su mano a la altura del
pecho antes de voltearse y seguir camino a la puerta. Lily y
yo caminamos detrás de ella. Manuel quedó pasmado ante la
acción de su madre.
Llegamos a la casa y Lily me entregó todo lo necesario
para mis clases. La primera iba a ser dentro de una hora. La
señora Patricia me dijo que no me preocupara por nada
mientras cumplía con mis estudios, así que me encerré en la
habitación y preparé todo. Las clases estuvieron muy bien,
me agradaron los maestros y pude ver en las fotos de perfil
de mis compañeros que había personas de diferentes edades.
Moría de hambre así que bajé a la cocina a preparar algo, pero
antes de hacer cualquier cosa vi que Lily nos había dejado la
cena hecha a mi suegra y a mí antes de irse para su casa. Llamé
a mi madre de la vida y ambas nos sentamos a cenar en el
comedor.
Una vez terminada la cena, ella se retiró a descansar y yo
lavé los platos antes de subir a dormir. En la habitación alisté
lo que iba a necesitar para el día siguiente, me preparé para
dormir y me acosté en la cama con el celular en la mano.
Manuel aún no aparecía; no tenía ni una llamada, ni un
mensaje de él. Mi mente comenzó a imaginar cosas, pero
antes de darle rienda suelta a mis pensamientos, puse música
en el teléfono y me obligué a dormir.
Los días siguientes fueron similares. Manuel salió
temprano de la casa y llegaba demasiado tarde. A veces,
mientras hacía mis tareas de noche, podía escuchar los pasos
en las escaleras y la manija de su puerta moviéndose. Me
pregunté si le huía a su madre o a mí, pero, a quien fuera,
Manuel no era capaz de dar la cara.
—Jimena, este me encanta para ti —dijo mi suegra. Había
invitado a una amiga suya dueña de una boutique para que nos
mostrará vestidos para la mascarada.
Los días para la señora Patricia pasaban cada vez con
mayor dificultad y se veía un poco más pálida y cansada. No
sabía si era la situación con Manuel, pero desde el almuerzo
de ese día ella se veía más apagada. «Tengo que hablar con
Manuel, su madre necesita de él, y él ya no está pasando
tiempo con ella», pensé. «Por más que yo trate de estar para
ella, sé que no es lo mismo».
—¡Sí! está precioso, aunque en rojo y con este escote, ¿no
es muy provocativo? —respondí.
—Para nada, querida. Pruébatelo. Se te verá hermoso.
Tomé el vestido y fui a mi habitación a probarlo. Me
encantó. El vestido dejaba ver más piel de la que me gustaba
mostrar, pero no podía negar que me gustaba lo que veía. Era
un escote en V, acentuando la cintura, con una abertura
desde el muslo hasta mis pies. Bajé para mostrárselo a las
demás y todas quedaron en shock.
—¡Hermosa! Definitivamente es el vestido ganador. Yo ya
elegí el mío. Lily, ven y busca un vestido para ti, nos
acompañaras hoy. —Casi se le salieron los ojos a Lily de la
sorpresa.
—¿Señora, está hablando en serio?
—Claro que sí, y dile a Carlos que también puede venir
con nosotros. Ve a mi habitación y busca entre la ropa de
Rafael algo que le pueda quedar. Nos veremos a las seis aquí
para irnos. —Lily salió emocionada a buscar un vestido.
—Gracias por ayudarnos y traer los vestidos hasta aquí,
amiga. Nos veremos en la fiesta.
—De nada, querida, nos vemos más tarde.
La amiga de la señora Patricia esperó a que Lily eligiera un
vestido y después se fue. Las tres nos fuimos para la
habitación de mi suegra.
—Hija, este collar irá perfecto con ese vestido, y este
antifaz también —dijo. Me probé ambos y me encantaron.
El collar y el antifaz hacían un juego perfecto con el vestido.
—Jimena, te quiero pedir algo —continuó la señora
Patricia. Volteé a verla y asentí—. Prométeme que, aunque
las cosas se pongan difíciles, no dejarás solo a mi hijo. Él te
ama a su manera. No lo dejes solo, Jimena, lucha por el amor.
Sé que mi hijo puede ser terco y obstinado, pero tenle
paciencia —las palabras que dijo salieron como una
despedida. Me conmovió tanto que la abracé y sentí que las
lágrimas salían de mis ojos.
—No llores, mi niña, sabes que mi enfermedad empeora
y no sé si tendré tiempo más adelante para pedirte esto.
¿Puedo contar contigo? —Ella lo dijo tranquila. Me separé
un poco del abrazo y antes de responderle, la vi a los ojos.
—Se lo prometo. Yo cuidaré de Manuel y jamás lo dejaré
solo.
La señora Patricia sonrió y me dio un beso en la mejilla.
—Gracias, Jimena. Ahora ve a terminar de arreglarte. Yo
te pondré primero el maquillaje y el peinado, y luego tú me
lo pondrás a mí.
Subí rápido a terminar de arreglarme y bajé. No quedaba
mucho tiempo para que tuviéramos que salir así que corrí a
buscar a mi suegra, pero cuando llegué a su habitación estaba
sentada en uno de los bordes de la cama.
—¿Mamá, estás bien? —pregunté.
—Sí, solo algo agotada. Ven te maquillo; tráeme el
maquillaje y siéntate aquí.
Una vez listas fuimos a la sala donde esperamos a Lily y a
su esposo Carlos que se habían retrasado un poco. Apenas
llegaron, salimos en el carro para ir al club. El lugar estaba
lleno de luces en los árboles y los alrededores. Se veía
hermoso.
—Entraré primero yo, luego entrarán ustedes, Lily y
Carlos, y tú, querida, entras después.
Todos asentimos y así fue. La señora Patricia salió del
auto, luego Lily y Carlos, y al final yo. Cuando estaba
dispuesta a entrar, sentí un brazo rodear mi cintura y una
mano agarró mi mano.
—Mi esposa no puede presentarse sola en estos eventos
—dijo Manuel en tono superficial. Quise enojarme con él,
pero recordé el contrato: tenía que aparentar en público, así
que sonreí para que nadie notara mi disgusto.
—Disculpa, ¿tu esposa? Ah, sí. Eso creo que dice el papel
que firmamos, pero no sé cómo se le puede llamar a esto
matrimonio o amistad si mi esposo o amigo no aparece.
Me solté de su mano, me puse el antifaz y me acerqué a la
entrada.
—¿Jimena Galeano? —dijo el guarda. Me tensé al
escuchar ese apellido junto a mi nombre, y seguí.
Luego de cruzar la entrada tenía que bajar unas escaleras,
pero antes de poner el pie en el primer escalón, Manuel tomó
mi cintura y me besó en la mejilla.
—¿Está celosa, señora Galeano? —dijo en mi oído. Me
separé un poco para bajar las escaleras, pero estaban
demasiado empinadas así que dejé que me ayudara a bajar
tomando su mano.
«Manuel Galeano, eres un idiota. Crees que jugaré tu juego
y no será así. Se jugará a mí manera desde ahora».
16

Al terminar de bajar las escaleras, volvió a poner su brazo


en mi cintura y me acercó hacia él hasta quedar frente a
frente. Manuel me veía con picardía mientras sonreía, como
si estuviera demostrando que tenía algún control sobre mí,
así que me aventé a darle un beso en los labios demandante
y rudo; él me siguió el beso y lo devolvió con mayor
agresividad. Incluso cuando quise separarme del beso, él
mordió mi labio inferior. Se escucharon murmullos de las
personas que están viéndonos. Me separé un poco de él para
tomar aire y al fondo del salón alcancé a ver a la señora
Patricia con una sonrisa en el rostro. Intenté caminar hacia
ella, pero nuevamente Manuel me tomó del brazo y ambos
caminamos hacia ella.
—Madre. Te ves hermosa —dijo Manuel y se acercó a
abrazarla, pero ella lo ignoró y salió hacia otro lado.
«Quizás es el mejor momento para hablar con él
sobre su madre», pensé.
—Manuel, ¿tienes un minuto? Necesito hablar contigo,
urgente. —Él frunció el ceño, pero asintió.
—Vamos afuera. Así podremos hablar con más
tranquilidad —respondió.
Manuel me tomó de la mano y atravesamos todo el salón
hasta llegar a unas bancas cercanas donde nos sentamos.
—Estás deslumbrante. Te lo digo enserio. ¿Nos sentamos
aquí? —Sus cambios de humor me daban alergia.
—Gracias. Manuel, te pedí que habláramos, pero no es
sobre nosotros, porque sé que no hay un nosotros y eso lo
tengo claro. Te pedí hablar porque me preocupa tu madre.
Estos días la he visto más pálida y decaída, y creo que se debe
a que no has aparecido por la casa. No sé si es evitándome a
mí, pero…
—He estado muy ocupado con algo en la compañía y por
eso llego tarde y salgo muy temprano —me interrumpió y se
vio las manos.
—Está bien, Manuel. Pero ella no te ha visto desde que
nos encontramos en el restaurante y estabas con Sofía. Yo
solo te digo, recuerda la situación de tu madre; te has alejado
mucho de ella y si no pasas tiempo a su lado, eso te carcomerá
por el resto de tus días. Si mi presencia es lo que te incomoda,
ve a buscarla ahora y llévala a pasear o lo que tú quieras, pero
disfrútala antes de que ya no esté. Yo estoy teniendo clases
en línea durante toda la tarde así que no me verás. Piensa bien
en lo que te dije y recuerda que el casarnos fue para hacerla
feliz a ella.
Manuel no dijo nada. Me paré y cuando iba entrando al
salón vi un tumulto de gente moviéndose de manera extraña,
luego empecé a escuchar gritos hasta que finalmente me
encontré con Lily, estaba muy preocupada.
—Jimena. ¿Dónde está el Joven Manuel? —dijo Lily.
—¿Qué pasó?
—Es la señora Patricia. Estaba normal y de un momento
a otro se desplomó y cayó al suelo.
Todo mi cuerpo sintió un fuerte corrientazo.
—Manuel está en las bancas de allá —le señalé el lugar a
Lily y salí corriendo hacia el salón—. ¡Alguien llame a una
ambulancia! —grité desesperada hasta llegar donde estaba
Carlos junto a la señora Patricia.
Tomé su mano en búsqueda de pulso y estaba muy débil.
Lucía cada vez más pálida y su respiración era leve. No pude
evitar que mis lágrimas salieran. Toda la gente se empezó a
amontonar alrededor.
—¡Apártense, déjenla respirar! —Grité y levanté la cabeza
buscando a Manuel, pero no llegaba— Carlos, llama a la
ambulancia.
—Estoy en eso. —Lily llegó.
—¿Y Manuel?
—No lo encontré, así que vine a ver si podía ayudar en
algo.
—Lily, acércate. Necesito llamar a Manuel.
Dejé a Lily a cargo de la señora Patricia y salí corriendo
hacia donde estaba con Manuel. No podía parar de llorar
mientras mis ojos lo buscaban con desesperación, pero no
aparecía por ningún lado. Entonces escuché el sonido de la
ambulancia y Manuel apareció frente a mí. Sus ojos se
conectaron con los míos y no tuve que decirle nada. Ambos
salimos corriendo hacia la fiesta. Al llegar, los paramédicos
ya estaban llegando donde mi suegra y Manuel tomó su
mano.
—No puedes irte, mamá. —Puse mi mano en su hombro.
—Ella va a estar bien. Vamos, los paramédicos necesitan
tratarla.
Tomé su mano para alejarlo un poco y que los
paramédicos pudieran subir a su madre a la camilla. Apenas
la levantaron, Manuel me sujetó con más fuerza y caminamos
detrás de ellos.
—Ve con tu madre, yo me iré con Lily y Carlos. Te veo
allá. Ella va a estar bien. —Puse mi mano sobre su mejilla y
le di un beso. Él puso su mano sobre la mía, asintió y nos
separamos.
Salimos casi al tiempo que la ambulancia y la seguimos.
Una vez en el hospital dejaron a Manuel junto a nosotros en
la sala de espera y entraron a la señora Patricia a una sección
restringida.
Pasó una hora y no supimos nada de ella. Manuel estaba
sentado lo más cerca posible a la puerta y Lily lo acompañaba.
Entonces salió una doctora.
—Familiares de la señora Galeano.
Todos nos pusimos de pie y al instante Manuel la abordó.
—Soy su hijo, ¿cómo está?
La doctora nos miró a todos y supe lo que decían sus ojos.
—La enfermedad de su madre está muy avanzada —sus
palabras me helaron la sangre—. La metástasis pulmonar ya
le ha provocado erupciones internas. Ella ya debió haber
tenido síntomas como tos acompañada con sangrado
¿notaron algo de eso?
—Sí, desde hace unos días—respondió Lily.
—Bueno, lo que pasó fue que sus pulmones colapsaron.
Hemos logrado estabilizarla, pero creo que lo mejor es que
se despidan de ella. Lo lamento mucho.
—¿Entonces mi madre solo tiene un par de horas? —
preguntó Manuel. La doctora no quiso contestar.
—¿Podemos verla ahora? —pregunté. Esta vez asintió
con la cabeza.
—Ella está muy débil, así que no va a poder moverse
mucho. —Manuel caminó hacia las sillas de la sala, se sentó
y cubrió su rostro con sus manos. Yo lo seguí.
—Manuel, tienes que entrar, por favor. No la dejes sola
ahora —le dije poniendo mi mano en su pierna.
Sus piernas no dejaban de moverse.
—Manuel… —insistí.
—No puedo hacerlo, Jimena. ¿Como me despido de ella
después de haberla dejado sola todo este tiempo? —Manuel
bajó las manos de su cara y apretó los puños—. Tú misma
viste que no permitió ni que me acercara a ella.
Una lágrima cayó de sus ojos.
—Yo iré contigo. Si no lo haces, nunca podrás perdonarte.
Nos quedamos en silencio un momento. Lily y Carlos se
adelantaron para ver a la señora Patricia. Segundos después
tomé la mano de Manuel y volví a decirle.
—Vamos…
Me puse de pie agarrada de su mano y él se levantó.
Caminamos hasta la habitación y vimos que ella tenía los ojos
cerrados. Su rostro no tenía color y sus labios estaban pálidos.
No pude evitar derramar un par de lágrimas. Manuel se sentó
en la silla al lado de la cama y agarró la mano de su madre.
Ella, al sentir la mano de su hijo entreabrió sus ojos y sentí
que debía dejarlos solos. Le di un beso en la frente a mi suegra
y ella me brindó una sonrisa.
—No olvides nuestra promesa —dijo como un susurro y
con algo de dificultad.
—Así será, no se preocupe —respondí—. Ahora los
dejaré solos.
Al salir de la habitación cerré la puerta, me recargué sobre
la pared contigua y me senté pensando en qué les hubiera
dicho a mis padres si hubiera tenido la oportunidad de
despedirme.
Esa noche Lily y el señor Carlos se quedaron
acompañándonos en el hospital. Manuel seguía adentro con
su madre y los tres nos quedamos esperando afuera. Lily
había llamado al señor Samuel, Guillermo y a los demás
amigos de Manuel; quería que Manuel estuviera lo más
rodeado de gente posible al llegar el momento.
Llegadas las cuatro de la mañana, el señor Samuel y
Guillermo entraron un momento a ver a Manuel y a mi
suegra, y cinco minutos después volvieron a salir. Una hora
después empezamos a escuchar gritos desde adentro de la
habitación.
—¡Madre! ¡Ayuda! ¡Doctora, enfermera! —Manuel abrió
la puerta de la habitación y volvió a gritar—. ¡Ayuda! ¡Algo le
pasó a mi madre!
Al instante, varios doctores salieron corriendo hacia la
habitación con diferentes máquinas. Dejaron a Manuel afuera
y cerraron la puerta.
Veinte minutos después salió el doctor principal con aires
de derrota. En ese momento todos los que estábamos ahí lo
supimos. Mi suegra, mi consejera y mi mamá se había ido.
Todos volteamos a ver a Manuel, pero él no tenía expresión
alguna. Lily comenzó a llorar y yo la seguí. Samuel, Guillermo
y los amigos de Manuel lo rodearon y uno a uno lo abrazaron.
Después de la ronda de abrazos ya estaba más quebrado y
lloraba, entonces lo abracé.
—Ya está ajena de todo dolor, Manuel.
Él afirmó con la cabeza. No supe qué más decirle, uno
nunca está preparado para momentos así, entonces se me
vinieron a la cabeza un par de palabras que mi abuela me dijo
cuando murieron mis padres.
—Dios no te dará una prueba que no seas capaz de
enfrentar. Esta frase siempre me impulsó a sobrellevar la
muerte de mis padres y a esforzarme a mejorar siempre. Que
este sea tu lema también. Eres un hombre fuerte y te sobre
pondrás. El tiempo te irá curando, lo juro.
Nadie se movía, todos estábamos pendientes de Manuel,
hasta que el padre de Guillermo habló.
—Nosotros nos encargaremos de preparar todo para
darle el último adiós a tu madre, Manuel. No te preocupes
por eso. —Manuel le agradeció.
El doctor nos pidió que nos retiráramos para poder
llevarse a Patricia a prepararla para cuando llegasen los de la
funeraria y así hicimos.
—¿Quieres que vayamos a casa? —le pregunté a Manuel.
—No. Me voy a quedar aquí hasta que lleguen los de la
funeraria.
—Señor, estos procedimientos tardan mucho tiempo. Es
mejor que vaya a su casa y en un par de horas vuelva. De igual
forma su madre irá a un área donde no se le permitirá el paso.
No tendrá nada que hacer aquí —dijo una enfermera que
salía de la habitación.
—Vamos a la casa —insistí—. Así te cambias de ropa y
volvemos.
Sabía que Manuel estaba sensible, así que cuidé y
seleccioné mis palabras para no alterarlo. Él suavemente
asintió y salimos del hospital rumbo a la casa alrededor de las
diez de la mañana. Apenas llegamos a la casa y no podía creer
lo que veían mis ojos. Me volví a ver a Manuel para que me
explicara qué significaba eso, pero él estaba tan sorprendido
como yo.
Sin decir nada caminamos hacia la sala y vi cómo la
mandíbula de Manuel se tensó. Estaba a punto de explotar.
¿Qué rayos hacía Sofía tomando café en la sala?
17

Con un poco de culpa me senté en la mesa de la cocina a


comer lo que Jimena me había preparado. Había intentado
poner límites entre ambos y centrarme en el contrato, pero
ella parecía empeñada en ir más allá de él. «Una de las pocas
formas en las que puedo tratarte verdaderamente como mi
esposo». Esas palabras no dejaron mi cabeza por un buen
rato. Jimena no entendía que quién más salía perdiendo era
ella.
Al subir me quedé pensando en el arreglo. Viéndolo en
retrospectiva no parecía haber sido una muy buena idea.
Había pensado mantenerme al margen con la nueva
pretendienta que mi madre había preparado, ella ganaba una
buena suma de dinero y mi madre era feliz, pero Jimena era
diferente a cualquier otra mujer. Además, estaba el problema
de Sofía. Estuve pensando todo el día en una propuesta para

143
calmar su acoso, pero, siendo Sofía, sabía que tenía que
pensar bien las palabras para que aceptara.
Entre los pensamientos que no me dejaron dormir,
recordé lo que me contó mi madre sobre lo que pasó con
Jimena en el club. Olvidé preguntarle a Jimena por eso. Si
hubiera sido como dijo mi madre, tenía que hablar con Sofía
antes de que se le ocurriera hacerle alguna estupidez a Jimena,
así como lo había hecho con Miguel. Agarré el celular y vi la
hora. Ya era tarde, pero sabía que aun así iba a contestar, así
que la llamé.
—Hola, cariño. Sabía que no me habías olvidado, ¿no te
está atendiendo bien tú esposita? —escupió como serpiente.
—Mañana en el Sebas Bistró a la una y treinta —dije y
colgué.
Sin darme cuenta llegaron las cinco de la mañana. Me
levanté de la cama donde descansaba mi cuerpo, más no mi
mente, hice una sesión de ejercicio en mi habitación,
necesitaba despejarme, y luego salí temprano hacia la oficina.
Abajo estaba mi madre junto a Lilian cocinando bizcochos
azucarados. Jimena no estaba por ningún lado. Agarré un
bizcocho y salí casi corriendo.
La mañana se fue revisando diseños y cuadrando detalles
con el nuevo proveedor hasta que vi la hora en mi
computador y recordé que había quedado en verme con
Sofía. Terminé rápido los últimos ajustes y salí hacia el Sebas
Bistró. Al llegar, Sofía se veía desde donde había parqueado.
Tomé aire, me acomodé la ropa y entré al restaurante.
—Bienvenido, cariño —dijo en lo que llegué a su mesa.
Luego se levantó y me besó la mejilla.
—¿Qué es lo que en verdad quieres con todo esto? —
respondí y me senté.
—No, Manuel, primero vamos a comer. No desayuné
para aprovechar el almuerzo y no me lo vas a arruinar. Así
que vamos a disfrutar un poco de esta comida antes de hablar
—dijo y puso su mano sobre la mía.
Un mesero se acercó a tomar nuestra orden y apenas pude
quité mi mano de la suya. La comida no demoró en llegar.
Comí rápido, Sofía se había convertido en una presencia
insoportable y quería terminar todo lo más pronto posible.
—Ahora sí, ¿qué sabes del acuerdo? —dije una vez
terminé el último bocado. Ella sonrió.
—Sé que tú madre te insistía en casarte y le propusiste
matrimonio a la primera mujer que le pareció bien a ella. Y
qué esa sirvienta pobretona fue la suertuda.
Parecía como si en realidad no supiera mucho del
contrato, solo lo superficial. Aunque con eso tenía suficiente
para armar un escándalo si quería.
—¿Qué quieres para que te alejes de mí y de mi familia?
¿Cuánto quieres? —Su sonrisa se hizo más grande y puso su
mano en mi mejilla.
—Ay, Manuel. Te quiero a ti.
Apenas dijo eso, distinguí detrás de ella a mi madre,
Jimena y Lilian que se levantaban de una mesa cercana a la
nuestra. Maldije en voz baja y me levanté para acercarme a
ellas que caminaban hacia la salida. Saludé a Jimena, luego a
Lilian e iba a saludar a mi madre, pero solo levantó su mano
y se mantuvo a distancia antes de seguir su camino. Tras ella
salieron Jimena y Lilian. Jimena volteó a verme un momento,
pero siguió caminando hacia afuera. El tema con Sofía ya
había demorado bastante.
—Supongo que estás satisfecha —dije una vez volví a la
mesa. Sofía estaba por reírse.
—No, Manuel, yo no tuve nada que ver con eso. Te
recuerdo que fuiste tú quien me citó aquí, no al revés. Y,
volviendo a mi petición, ya pasaron los días que te di y no me
diste mi respuesta. Pero entiendo que quizás necesites
pensarlo un poco más. Así que, si no quieres que las cosas se
pongan feas, tienes que solucionar un problemita que tengo
y te daré unas semanas más. Después de eso no hay más
prórroga. Aunque sí tienes dos opciones: o haces público tu
acuerdo de divorcio y te divorcias de Jimena, o me voy a vivir
a tu casa y yo hago público el acuerdo, dejando en claro que
siempre estuviste conmigo mientras estabas casado. Quizás
no son muy buenas opciones para ti, aunque una puede ser
peor que la otra. Pero, como dije, te daré algo de tiempo. Así
que por ahora necesito… —Se quedó pensando un
momento—. Medio millón de dólares. Sé que no es nada para
alguien con tu fortuna, pero eso calmará las aguas por ahora.
Hazme llegar el dinero y no sabrás de mí en unas semanas.
Luego de toda su perorata se puso de pie, recogió su bolso
y esperó mi respuesta.
—Tendrás el dinero. Te quiero lejos de mi familia.
Sofía sonrió, me lanzó un beso con la mano y se fue.
Tiempo después volvió el mesero y luego de cancelar la cena
me retiré al carro. Citar a Sofía en un lugar público había sido
otra de mis decisiones estúpidas. Ahora tenía que darle la cara
a mi madre y a Jimena, y tendría que dar explicaciones que
posiblemente no creerían, así que preferí dejar pasar unos
días para que Patricia se calmara.
Los días siguientes al desafortunado encuentro con Sofía
me centré únicamente en el trabajo. Salía de la casa antes de
que todos se despertaran y llegaba cuando todos ya estaban
dormidos. Me sentía como un delincuente.
Pasó una semana y no había hablado con ninguna de las
dos. Sofía tampoco había vuelto a aparecer una vez le hice
llegar el dinero. Ese sábado en la tarde, Joaquín me recordó
la mascarada de recaudación. Lo había olvidado por
completo. Era tarde y no tenía tiempo para ir a la casa a
cambiarme, así que le pedí que mandara a alguien a comprar
un traje de gala para el evento. «Aprovecharé la ocasión para
hacer las paces con mi madre y Jimena».
Apenas llegó el traje, me alisté, salí rumbo a la mascarada
y me quedé en el auto a esperar a que mi madre y Jimena
aparecieran. Una vez salió mi madre del auto, salí del mío y
apenas salió Jimena me acerqué. Jimena destacaba entre todas
las mujeres como una luz que me llamaba a ella, y antes de
que llegara a la entrara la tomé de la cintura.
—Mi esposa no puede presentarse sola en estos eventos
—dije.
Jimena no se veía nada alegre, su mirada fue como una
maldición, pero luego intentó calmarse y empezamos a
caminar.
—Disculpa, ¿tu esposa? Ah, sí. Eso creo que dice el papel
que firmamos, pero no sé cómo se le puede llamar a esto
matrimonio, o amistad, si mi esposo, o amigo, no aparece.
De un empujón se soltó de mi mano, se puso su antifaz,
yo me puse el mío y la vi acercarse a la entrada.
—¿Jimena Galeano? —dijo el guarda. Ella asintió y entró.
Luego el guarda volteó hacia mí—. Bienvenido, Señor
Galeano.
Le hice una seña con la cabeza y seguí. Luego de la entrada
sabía que había unas escaleras algo empinadas, así que me
acerqué de nuevo a Jimena, la tomé de la cintura y le besé la
mejilla.
—¿Está celosa, señora Galeano?
Jimena no dijo nada mientras bajamos, pero al llegar al
piso inferior se aventó a darme un beso intenso. No entendí
qué pasaba, pero su deseo encendió el mío y le devolví un
beso mucho más dominante y feroz. Como si hubiera
recordado algo, se separó y empezó a buscar a alguien.
Patricia nos veía desde el otro lado del salón. Caminé junto a
Jimena hacia ella para saludarla.
—Madre. Te ves hermosa —comenté. Ella me ignoró y
caminó hacia otro lado.
Luego Jimena me tomó del brazo.
—Manuel, ¿tienes un minuto? Necesito hablar contigo
urgente.
—Vamos afuera. Así podremos hablar con más
tranquilidad —respondí. La tomé de la mano y nos dirigimos
hacia la zona verde afuera del salón.
—Estas deslumbrante. Te lo digo enserio. ¿Nos sentamos
aquí? —Señalé una de las bancas.
—Gracias. Manuel, te pedí que habláramos, pero no es
sobre nosotros, porque sé que no hay un nosotros y eso lo
tengo claro. Te pedí hablar porque me preocupa tu madre.
Estos días la he visto más pálida y decaída, y creo que se debe
a que no has aparecido por la casa. No sé si es evitándome a
mí, pero…
—He estado muy ocupado con algo en la compañía y por
eso llego tarde y salgo muy temprano —interrumpí.
—Está bien, Manuel. Pero ella no te ha visto desde que
nos encontramos en el restaurante y estabas con Sofía. Yo
solo te digo, recuerda la situación de tu madre; te has alejado
mucho de ella y si no pasas tiempo a su lado, eso te carcomerá
por el resto de tus días. Si mi presencia es lo que te incomoda,
ve a buscarla ahora y llévala a pasear o lo que tú quieras, pero
disfrútala antes de que ya no esté. Yo estoy teniendo clases
en línea durante toda la tarde así que no me verás. Piensa bien
en lo que te dije y recuerda que el casarnos fue para hacerla
feliz a ella.
Cuando terminó de hablar, Jimena se levantó y salió hacia
la fiesta sin dejarme responder a su demanda. Tenía razón.
Me había dejado intimidar por Sofía y había olvidado por
completo el motivo principal por el que había empezado
todo. Tenía que hablar pronto con Patricia y aclarar las cosas,
pero en ese momento me llamó Joaquín y me alejé un poco
más del salón para hablar por teléfono, pero me vi
interrumpido por las sirenas de una ambulancia. Mi sangre se
congeló. «Mamá», fue lo único que me vino a la mente.
Colgué con Joaquín y volví hacia el salón. Al llegar a la
banca, Jimena estaba en frente confirmando mi temor.
Estaba agitada y sus ojos desprendían pequeñas lágrimas.
Corrí hacia donde se encontraba y al llegar Patricia estaba en
el suelo, siendo sostenida por Lilian. «Patricia no estaba así
hace una semana, ¿qué le pasó?» Nadie pudo contestar nada
y me arrodillé para sostenerla mientras le pedía perdón.
Tenía los ojos y los sentidos enfocados en Patricia hasta
que Jimena me hizo entrar en razón y di espacio para dejar a
los paramédicos hacer su trabajo. Al terminar de revisar y
ponerla en una camilla, la subieron a la ambulancia y yo subí
con ellos. La culpa de haberla dejado sola me ensordece y mis
manos no dejaban de sudar.
Dentro del hospital se llevaron a Patricia por una puerta
donde solo podían entrar médicos y enfermeros y tuve que
quedarme en una sala de espera. Al rato llegaron Jimena,
Lilian y su esposo. Pasó un buen tiempo y nadie salió a
decirnos nada de mi madre. Jimena intentó acercarse unas
cuantas veces, pero no le hice caso y se mantuvo alejada.
Pasadas unas horas, una doctora salió preguntando por sus
familiares. Todos nos paramos y nos explicó la situación.
Había llegado la hora.
La doctora dijo que era mejor aprovechar que estaba
estable para despedirse de ella, pero ¿cómo te despides de tus
padres a los 24 y 25 años?
—¿Podemos verla ahora? —preguntó Jimena. La doctora
asintió con la cabeza.
—Ella está muy débil, así que no va a poder moverse
mucho —respondió.
El dolor y la desesperanza me invadieron. ¿Como entraba?
¿qué le decía? ¿Quién te prepara para algo como esto?
Necesitaba alejarme así que los dejé con la doctora y me
senté. Jimena me siguió.
—Manuel, tienes que entrar, por favor. No la dejes sola
ahora.
No podía dejar de mover las piernas y la culpa subía como
volcán ardiente.
—Manuel… —insistió.
—No puedo hacerlo, Jimena. ¿Como me despido de ella
después de haberla dejado sola todo este tiempo? —Tenía
ganas de golpear algo, hasta hacerme daño—. Tú misma viste
que no permitió ni que me acercara a ella.
Una lágrima cayó de mis ojos.
—Yo iré contigo —respondió—. Si no lo haces, nunca
podrás perdonarte.
Nos quedamos en silencio un momento. Lilian y Carlos se
habían adelantado para ver a mi madre. Entonces Jimena
cogió mi mano y me llevó. Al llegar a la habitación, Lilian y
Carlos salieron para que ambos entráramos. Ver a mi madre
en esa cama de hospital con su ojos cerrados, se veía frágil.
Me senté en la silla al lado de su cama y tomé su mano. Ella
abrió un poco sus ojos y me vio, luego vio a Jimena y le dijo
algo sobre una promesa que no entendí muy bien antes de
que nos dejara solos.
La habitación se sintió estrecha una vez Jimena cerró la
puerta. No tenía las palabras adecuadas para ese momento;
nada de lo que me llegaba a la mente era suficiente, así que la
habitación se empezó a llenar de un silencio tenso.
—No tienes buena cara, hijo —dijo mi madre.
—Busco la manera de pedirte perdón.
Una pequeña risa iluminó su boca.
—Nunca hay buenas formas de hacerlo, hijo. Además, ya
te perdoné. El amor siempre otorgará el perdón así este no
se pida, y cómo yo te amo, te perdono.
Las lágrimas se derramaron de mis ojos antes de darme
cuenta.
—Lo único que siempre quise para ti, hijo, era que el amor
llegara a tu vida, no forzarte a casarte. Jimena es una buena
muchacha, ella te quiere, pero si tú corazón en realidad ama
a Sofía no me opondré… —La tos interrumpió sus palabras
y un poco de sangre quedó en la comisura de sus labios.
—Ya no hables, mamá. Entendí. Yo también te amo. —
Dije besando su rostro, intentando calmarla. Pegué mi frente
a la suya y le di un beso en su frente.
En ese momento, mi madre volvió a cerrar sus ojos y el
pitido intermitente de la máquina se volvió un sonido
constante. Vi la pantalla que tenía a su lado y solo había una
línea horizontal.
—Mamá, por favor, no me dejes solo. —Apreté su mano,
pero no respondió.
—¡Madre! ¡Ayuda! ¡Doctor, enfermera! —Corrí, abrí la
puerta de la habitación y volví a gritar—. ¡Ayuda! ¡Algo le
pasó a mi madre!
Al instante, varios doctores entraron corriendo a la
habitación con diferentes máquinas, comenzaron a quitarle la
ropa del pecho, una enfermera me pidió que saliera y una vez
afuera cerró la puerta. Esa fue la última vez que hablé y vi a
mi madre.
No estaba preparado para despedirme de ella, pero si esta
era la vida que me tocaba vivir. Tenía que aceptar que mis
padres me habían dejado solo.
Al rato salió un doctor para decirnos que ya había muerto.
Mis amigos me rodearon y don Samuel, el papá de Guillermo,
se ofreció para organizar todo lo del funeral. Quise quedarme
a que terminaran de hacer todo el proceso con ella, pero el
doctor dijo que lo mejor era que fuera para la casa y
descansara. Todos estuvieron de acuerdo. Estaba exhausto.
Destrozado. Solo quería llegar a la casa y acostarme. Mi
mente era un embrollo y necesitaba tiempo a solas.
Lilian y Carlos nos llevaron a la casa. Jimena no me quitaba
los ojos de encima como si estuviera esperando que algo me
pasara. Era cargoso. Invasivo.
Llegamos a la casa a las diez de la mañana, el sol estaba
casi en su máximo esplendor, pero yo solo quería subir a la
habitación a dormir. Abrí la puerta de la casa y de momento
sentí que la ira estalló en mi cabeza. Sofía estaba con Francis
tomando café y comiendo pastel en la sala como si fuera su
casa. Caminé hacia ellas y me pregunté si realmente golpearía
a una mujer. Mi puño deseaba hacerlo, aunque algo me decía
que no lo hiciera. Caminé furioso hacia ellas, agarré la bandeja
donde estaban las tazas y los pedazos de pastel y los tiré al
suelo.
—¡Lárgate de mi casa! —rugí. Sofía debió haber visto algo
en mi cara que jamás había visto, pues no intentó chantajear
ni negociar y simplemente se levantó indignada y ambas se
fueron.
18

Al salir las mujeres de la casa, Manuel se fue a acostar en


la habitación de su madre. Me aseguré de que se durmiera
para luego ir a descansar un momento.
Llegada la tarde noche me levanté, cambié y bajé. El señor
Samuel, Guillermo, Andrés y Miguel ya estaban en la casa.
—Hola, Jimena, ¿cómo está Manuel? —preguntó
Guillermo.
—Está más tranquilo. Apenas llegamos estalló por un
momento, pero después de eso se encerró en la habitación
de su madre y no lo volví a escuchar.
—Pero ¿qué pasó aquí? —preguntó Lily viendo la charola
tirada en el suelo.
—Una persona no invitada estaba dentro de la casa
tomando y comiendo en la sala.
Todos sabían a quién me refería y se miraron entre ellos
asombrados.
—No me digas que la sinvergüenza de Sofía estuvo aquí
sin que ustedes estuvieran —quiso confirmar Andrés.
—Así fue. Ella estaba comiendo con su amiga mientras
no había nadie en la casa. Cuando entramos, Manuel casi se
fue encima de ella; creí que la iba a golpear. Luego tomó la
charola y la arrojó al suelo. Hasta yo sentí miedo.
Los amigos de Manuel se vieron entre ellos e hicieron
varios gestos afirmativos refiriéndose a la reacción de su
amigo. Luego llegó el señor Samuel que estaba hablando por
teléfono.
—Ya está todo listo. Tenemos que ir al hospital y luego
camino a la funeraria.
Caminé despacio hacia la habitación para despertar a
Manuel, pensando en cómo decirle que ya teníamos que salir
hacia la funeraria, pero al entrar él estaba terminando de
arreglarse. Llevaba su mejor traje y se había bañado en loción.
Volteó a verme cuando sintió que se abría la puerta. Su cara
aún estaba un poco rasgada, aún se le notaba que había
llorado y no había dormido mucho.
—Manuel, ya es hora de irnos —dije. Su mirada era
intensa.
Cuando terminó de arreglarse se dirigió hacia mí y terminó
de abrir la puerta.
—Gracias por apoyarme en estos momentos, muñeca. —
Me dio un beso en la frente y siguió por el pasillo, dejándome
ahí clavada.
Manuel estaba algo diferente. «¿Será que ahora todo irá
para mejor?», pensé, aunque tampoco había podido dejar de
pensar en que legalmente nuestro contrato ya no era válido,
pues Patricia ya había muerto. Al bajar vi a Manuel siendo
abrazado por sus amigos y a don Samuel dándole las
condolencias. Después Lily salió de la cocina y fue a
abrazarlo.
—Quiero que sepas que no estás solo, Manuel —dijo—.
Todos los que estamos aquí, estamos para lo que necesites.
Sé que será difícil acostumbrarse a su ausencia, pero eres
fuerte, lo sé.
El asintió.
—¿Cómo van los preparativos? ¿hay algo que se deba de
hacer? —preguntó a todos y todos negaron.
—No, tu madre ya había dejado todo listo con la
funeraria. Lo único que falta es notificar y confirmar su
fallecimiento a la prensa. Hay algunos reporteros afuera
esperando a recibir una confirmación, pero todos creímos
que esa noticia te correspondía darla a ti —respondió Andrés.
—Está bien, vamos. No podemos intentar evadir la
prensa cuando ayer ya vieron en qué situación estaba mi
madre —dijo Manuel y salió de la casa rumbo al portón.
Todos estábamos atrás de él.
Los reporteros se amontonaron frente a la puerta una vez
empezamos a salir. Sus preguntas se perdían entre sus
propios murmullos y no se entendía nada de lo que querían
decir, así que Manuel empezó a hablar sin responderle a
nadie.
—Sé para qué están todos ustedes aquí y sé que ya saben
lo que voy a decir, pero para evitar los rumores les confirmo
que mi madre, la señora Patricia de Galeano, falleció esta
madrugada. Ella fue diagnosticada hace unos años con cáncer
pulmonar, lo que luego se esparció a ambos pulmones hasta
que su cuerpo no pudo resistir más. Les agradecería que
respeten nuestra privacidad en estos momentos difíciles.
Apenas acabó de hablar, caminó en medio de los
reporteros hasta llegar al auto. El cuerpo de mi suegra ya se
encontraba en la funeraria y rodeando el féretro había
muchas flores; en la pared del fondo había fotografías de ella
con Manuel y su padre en la playa, en la montaña, todas
recordando diferentes etapas de la vida de la fallecida. En otra
de las paredes había un cuadro de un cisne con sus alas
desplegadas y debajo de él se leía:
"El Cisne antes cantaba sólo para morir. Cuando se oyó el
acento del cisne wagneriano. Fue en medio de una aurora,
fue para revivir", Rubén Darío.
No le quité los ojos de encima a Manuel. Él estaba
distraído en las fotos y todo alrededor de la funeraria había
sido preparado para él. La señora Patricia se había encargado
de organizar algo hermoso y especial para decirle a su hijo
que siempre iba a estar con él. Manuel dio unas palabras ante
los presentes, un par de amistades y algunos empleados de la
empresa, además de familiares, y el velorio tomó toda la
noche y madrugada.
Al día siguiente, a media mañana, nos dispusimos a salir
hacia el cementerio. Lily y yo llevábamos varios ramos para
dejar lleno de flores el lugar donde descansaría la señora
Patricia. Entonces apareció Sofía en el entierro. Me pareció
insólito, increíble, y aun así, ahí estaba. Como yo la vi
primero, me acerqué a ella para evitar que hiciera alguna de
sus acrobacias monumentales.
—¿Qué haces aquí? No eres bienvenida, así que puedes
largarte por donde viniste.
—Tú no eres nadie para pedirme que me vaya, pequeña
muerta de hambre. Te recuerdo que, si antes no eras nada,
ahora mucho menos porque ya no hay nada ni nadie que
pueda evitar que Manuel se divorcie de ti. Ahora suéltame o
¿quieres hacer un escándalo aquí?
Sus palabras me dejaron helada. Tenía razón. Sofía me
miró, sonrió y siguió derecho hacia Manuel sin que la pudiera
detener. «Seguro Manuel la sacará de aquí», pensé. Apenas
llegó donde Manuel, le agarró la cara y pareció que ella le dijo
algo en el oído. Manuel tensó su mandíbula y ella le dio un
beso en la mejilla. Pocos se percataron de la presencia de
Sofía.
Intenté hacer que su comentario no me afectara, ya me
había amenazado una vez y no había pasado nada, pero el
temor hormigueaba en mis piernas. Sofía seguía agarrada del
brazo de Manuel, quien no tenía ninguna expresión en su
rostro. Incluso nuestros ojos chocaron por un momento,
pero al segundo bajó la mirada.
El atardecer estaba en su mejor punto cuando volvimos a
casa. En el auto solo fuimos Lily y yo, pues Manuel se había
ido más temprano sin haberle dicho a nadie. Al llegar a la
casa, cada una se fue a su habitación y se encerró. Caída la
noche salí a comer algo. La puerta de la oficina de Manuel
aún estaba cerrada, así que preferí no tocar para no
interrumpirlo. Hacía calor así que tomé un baño, me vestí de
nuevo de negro y bajé a ayudar a Lily con la cena, hasta que,
llegando al primer piso, la vi en la entrada.
Sofía estaba con maletas en la puerta de la casa. Volteé a
ver a Manuel pidiéndole una explicación con la mirada, pero
solo abrió la boca para lo que nunca esperé.
—A partir de ahora ella vivirá en esta casa.
No sabía si se trataba de una broma, pero no había dejado
nada de eso en su expresión. Manuel estaba serio. Entonces
sentí que mi cuerpo perdía toda su fuerza y acto seguido sentí
un duro golpe en mi cabeza antes de perder la conciencia.
19

La noche acaricio mi espalda y me desperté. Agarré el


celular para apreciar la hora y ya marcaba las seis y media de la
tarde.
Seguía sin poder aceptar que mi madre murió por la
mañana. Me levanté y me vi al espejo. Aún tenía los ojos
rojos. Por las rendijas de la puerta se escuchaban murmullos
de la conversación que estaban teniendo seguramente en la
sala. Me bañé y saqué el traje azul turquí. Mi madre me había
regalado ese traje. Siempre dijo que combinaba mejor con
una camisa blanca, los zapatos caoba y la corbata del mismo
color del traje. Para terminar, me coloqué frente al espejo y
me puse el blazer. La puerta se abrió dejando ver a Jimena.
—Manuel, ya es hora de irnos —dijo Jimena.
Volteé a verla. Jimena también había llorado. Caminé
hacia ella y abrí un poco la puerta.
—Gracias por apoyarme en estos momentos, muñeca.
Acaricié su cabello y le di un beso en la frente antes de
seguir caminando. Al bajar las escaleras me encontré con
todos: Miguel, Guillermo, Andrés y Samuel. Uno a uno se
acercó para abrazarme. Jimena ya estaba bajando por las
escaleras.
—Lo siento mucho, Manuel —dijo Guillermo.
—Siento mucho tú pérdida, hermano. Estamos aquí lo
que necesites —siguió Miguel.
—Manuel… no estás solo —continuó Andrés.
Y de último se acercó Samuel.
—Gracias a todos —respondí a sus palabras y apenas
terminé de hablar, Lilian salió de la cocina a abrazarme. Tenía
aún los ojos hinchados y se le escapaban algunas lágrimas.
—Quiero que sepas que no estás solo, Manuel —dijo—.
Todos los que estamos aquí, estamos para lo que necesites.
Sé que será difícil acostumbrarse a su ausencia, pero la sabrás
llevar, estoy segura.
Hice un gesto con la cabeza y Lilian me soltó.
—¿Cómo van los preparativos? ¿hay algo que se deba
hacer? —pregunté.
—No, tu madre ya había dejado todo listo con la
funeraria. Lo único que falta es notificar y confirmar su
fallecimiento a la prensa. Hay algunos reporteros afuera
esperando a recibir una confirmación, pero todos creímos
que esa noticia te correspondía darla a ti —respondió Andrés.
—Está bien, vamos. No podemos intentar evadir la
prensa cuando ayer ya vieron en qué situación estaba mi
madre.
Al abrir la puerta los reporteros que estaban afuera se
amontonaron contra nosotros y nos apuntaron con sus
cámaras y micrófonos, hablando todos a la vez. No entendía
nada, por lo que en el momento en que bajaron un poco la
voz, empecé a hablar.
Al concluir, caminé en medio de los reporteros y subí al
carro. Jimena se fue conmigo y el resto se fueron en el auto
del señor Samuel para la funeraria.
El ataúd ocupaba el medio del salón y estaba rodeado por
adornos florales. Las paredes estaban llenas de fotos. En la
playa con mi papá, en la casa, en el trabajo… la sala se
empezó a llenar mientras me distraje con las fotos. A uno de
los lados estaba el cuadro de un cisne con una cita a sus pies
de uno de sus autores favoritos: Rubén Darío.
La esencia de mi madre bañaba todo el lugar. Muchas
personas fueron a su velorio, mi madre siempre fue una
mujer muy respetada y querida entre la sociedad. Dije unas
pocas palabras agradeciendo por la presencia de las personas
y luego se dijeron algunas anécdotas vividas con ella.
Al día siguiente salimos hacia el cementerio a medio día.
Jimena y el señor Samuel se estaban encargando de casi todo,
por lo que no tuve que estar pendiente de nada del entierro.
Mi única función era recibir a todo aquel que llegara a darme
el pésame. Algo que es horrible, especialmente cuando dicen
esa frase de "te acompaño en tu dolor." Por supuesto que
muchos no saben lo que se siente. Por lo que no encuentro
sentido a expresar dicha frase. Caminé de un lado a otro
mientras las personas llegaban hasta que vi a Jimena hablando
con Sofía y me acerqué un poco. Sofía me vio, empujó a
Jimena hacia un lado y se acercó con prisa a mi oído.
—Si no quieres que arme un escándalo aquí, vas a dejar
que esté cerca de ti en todo momento.
Jimena se acercaba lista para devolverla a su casa, pero la
detuve. El entierro de mi madre no iba a ser ridiculizado con
uno de los shows de Sofía. Jimena se detuvo, me miró con
desaprobación y se fue con Lilian. La ceremonia estaba por
iniciar así que le hice señas a Sofía y caminamos hacia el
féretro.
—¿Qué es lo que quieres, Sofía?
—Mira, Manuel, es sencillo lo que quiero. Quiero
convertirme en la dueña y señora de la casa Galeano, como
tuvo que haber sido desde hace un año —bufé.
—Eso no va a pasar, Sofía. Te recuerdo que estoy casado
y no pienso divorciarme por complacer tu capricho
frustrado.
—Ya no, querido. Te recuerdo que estás en el funeral de
tu matrimonio falso. —Había olvidado que Sofía sabía
todo—. Además, tengo información que te va a interesar y
quizás te haga cambiar un poco de parecer. ¿Recuerdas a mi
prima Gisela? Ella vino conmigo un par de veces cuando
venía a verte. Pues hace unos meses dio a luz a un bebé y,
adivina, ¿quién es el padre?
—No sé y no me interesa ¿qué tengo que ver yo con eso,
Sofía?
Sofía miró al sacerdote que aún estaba dando la misa.
Volteó a ver a Jimena, a Miguel y volvió a mí. Tenía la cara
asquerosamente extasiada y en ella una sonrisa que irradiaba
problemas.
—Manuel, ese bebé es tu hermano. Es hijo de tu padre y
Gisela.
—¿Qu… —casi grité, pero me contuve. Algunos de los
invitados voltearon a vernos y continué más suave—. ¿Cómo
sabes que es de mi padre ese niño? —le pregunté.
—Mi prima dice que tu padre lo sabía y por eso la mandó
a otro país. Le compró una casa modesta y le dio dinero cada
cierto tiempo, con la condición de no volver aquí, o decir la
verdad sobre quién era el padre de su hijo. Pero unos meses
después del trato, ella dejó de recibir dinero y se vio obligada
a buscar un empleo porque no tenía cómo sustentarse. No
fue hasta hace un poco que se enteró de la muerte de Rafael
y, cuando nos vimos, le pedí que viniera, que ese niño
también tenía derecho a la mansión de los Galeano y a su
herencia.
Toda su historia parecía falsa, pero algo en ella, quizás su
satisfacción al contarlo, quizás su morbo por contar las cosas,
no me dejaban creer que fuera del todo mentira lo que decía.
—Ahora, contestando a qué es lo que quiero —
continuó—. Quiero vivir en tu casa y que me des dinero cada
cierto tiempo. Quiero tener la vida que soñé una vez contigo
y tu fortuna. A cambio, guardaré este secreto. No creo que
quieras que el hermoso y respetado apellido Galeano se vea
manchado por esto ¿o sí? El señor infiel que engañó a su
esposa moribunda y tuvo un hijo por fuera del matrimonio.
No te conviene, Manuel, así que dejaré que lo pienses hasta
después de enterrar a tu madre.
No podía creerlo, no quería creerlo. Necesitaba
información, Guillermo tendría que ayudarme a verificar lo
que Sofía decía. El sacerdote continuó con la misa y no
dijimos una palabra más. Lilian y Jimena no me quitaban los
ojos de encima, así como Guillermo, Andrés y Miguel. Sofía
fue la sensación del entierro.
Terminada la ceremonia salí al baño con rapidez. Me lavé
las manos, la cara, no podía dejar de pensar en lo que Sofía
había dicho. Ahora sí que tenía todas las de perder, no solo
con Jimena o mis amigos, sino también con la empresa. Hasta
Sofía sabía lo determinante que podía ser un escándalo para
una empresa, y mucho más si lo de Rafael resultaba ser cierto.
Al salir, Sofía me esperaba en la puerta.
—¿Ya tomaste tu decisión? —preguntó.
Había perdido esa batalla y ambos lo sabíamos.
—Está bien. Puedes irte a vivir a la casa hasta que
confirme lo que me acabas de decir. Pero si me has engañado,
Sofía, no habrá lugar donde no te encuentre y te haga pagar.
Ella sonrió.
—Buena decisión, cariño. Te veré en casa entonces —dijo
y se fue.
Todo el tema con Sofía me había hecho doler la cabeza y
quise irme rápido. El sacerdote terminó de dar las palabras y
me acerque a dejar una rosa sobre el féretro de mi madre y
cuando comenzó el descenso del féretro. Caminé hacia el
auto sin despedirme de nadie y salí rumbo a la casa. En el
carro llamé a Joaquín, la mano derecha de mi padre.
—Hola, Manuel.
—Joaquín, seré directo.
—Si, Manuel, ¿qué pasa?
—¿Es cierto que mi padre iba a tener un hijo?
El silencio llenó la llamada, luego escuché un suspiro del
otro lado.
—Si, Manuel, es cierto.
«Quizás si iba a esperar un hijo, pero con alguien más. No
tiene por qué ser con la prima de Sofía», pensé.
—¿Y cómo se llama la muchacha? Quiero saberlo todo.
Joaquín volvió a suspirar.
—La mujer se llama Gisela. Ella se enamoró de tu padre.
Él me confesó del error que cometió al meterse con ella, pero
dijo que se había encargado de que nadie más lo supiera. La
mandó a Estados Unidos, le compró una casa y le depositaba
dinero. Pero al morir Rafael no supe si debía seguir haciendo
los pagos, así que seguí haciéndolo por tres meses más
después de su muerte. Pero luego lo suspendí.
Sofía había dicho la verdad.
—¿Y estás seguro de que es su hijo? ¿No habrán engañado
a mi padre? —pregunté instintivamente.
—La única manera de saberlo, Manuel, es buscar a la
mujer y hacerle una prueba de ADN a ese bebé.
—Entiendo. Muchas gracias, Joaquín. ¿Me podrías
investigar el dato de alguna clínica confiable en la que
podamos hacer esta prueba de la manera más prudente
posible? Al parecer la mamá y el bebé están en la ciudad,
quisiera aprovechar eso.
—Está bien, Manuel. Mañana me pongo en eso.
—Gracias, Joaquín, buenas noches.
Sin esperar a que Joaquín se despidiera terminé la llamada.
Llegué a la casa y me recosté un rato. Al rato sentí llegar a
Jimena y a Lilian, y escuché la puerta de Jimena cerrarse.
Como no pude dormir, bajé al estudio y me puse a pensar en
qué iba a hacer para explicarle a Jimena y a Lilian sobre Gisela
y el bebé, además de en dónde iba a dormir Sofía cuando
llegara. Entonces escuché que alguien tocó la puerta de la
casa. Caminé hacia la entrada, abrí y ahí estaba ella. La peor
de mis más horribles decisiones.
Apenas abrí la puerta, Sofía entró como si la casa le
perteneciera y dejó su maleta frente a la puerta.
—¿Y cuál va a ser nuestra habitación? —preguntó.
Escuché un chillido en el barandal de la escalera. Era
Jimena esperando una explicación.
—A partir de ahora ella vivirá en esta casa —dije.
En ese momento, Jimena se desmayó y cayó por las
escaleras.
—¡Jimena! —grité y corrí hacia ella. Luego apareció Lilian.
—¡Jimena! ¿Qué le pasó? —dijo y la dejé en sus manos
mientras llamaba a la ambulancia. Luego Lilian volteó hacia
la puerta y se puso roja al ver a Sofía—. Acabas de enterrar a
tu madre hace unas horas Manuel ¿y ya la trajiste a vivir aquí?
¡No tienes vergüenza!
No dije nada, sus palabras eran más que merecidas. Nadie
podía enterarse del contrato, mucho menos de lo de Rafael.
Segundos después llegó la ambulancia y me levanté para abrir
la puerta. Sofía no se movía, ni le interesaba lo que le pasaba
a Jimena. Los paramédicos la levantaron con sumo cuidado,
le inmovilizaron el cuello y la llevaron a la ambulancia. Quise
ir tras ella y sujetar su mano, pero Lilian me detuvo.
—Le recuerdo que tiene una invitada que tiene que
atender, joven Manuel. Yo me encargaré de Jimena.
Luché un momento con la idea de irme y dejar a Sofía.
Luego volteé a verla y ella estaba tan sonriente que, aunque
odiaba la idea, Lilian tenía razón. No me atrevía a dejar a Sofía
sola en la casa.
—Está bien. Me estás avisando.
Lilian seguía roja de la ira, pero tenía razón en estarlo.
Jimena estaba siendo llevada a urgencias y yo, su esposo, tenía
que quedarme con un problema mayor.
20

Una vez se fue la ambulancia, me quedé observándola hasta


que desapareció de mi vista. Mi vida era un desastre y Jimena
era quien estaba saliendo perjudicada. «Si amas algo, déjalo
libre». Esa frase retumbó en mi cabeza. Si, estaba enamorado
de esa pequeña de ojos azules. Tenía que alejarme de ella.
Nuestro contrato ya había terminado una vez murió mi
madre, no tenía por qué seguirla atando a una relación que
no hacía más que lastimarla.
Sofía me tocó la espalda.
—Manuel ¿mi habitación?
Su toque fue un detonador y sus palabras la explosión.
Volteé, agarré a Sofía del cuello y la empujé hacia adentro de
la casa. Azoté la puerta tan fuerte que hasta las ventanas
temblaron y golpeé a Sofía contra una pared.
—Ma.… Manuel… Manuel, suéltame —dijo con dificultad.
En ese momento reaccioné y la solté.
—El área de la servidumbre está cerca de la cocina. La
segunda puerta. Esa será tu habitación —dije.
—No, yo quiero una habitación en la segunda planta —
respondió aun sobándose el cuello.
—Pediste vivir en mi casa y aquí mando yo. Si no te gusta, te
aguantas. Y tienes prohibido ir a las habitaciones de arriba,
¿te quedó claro? —Su cara estaba roja de ira, pero no se
atrevió a responder.
Caminamos hasta su habitación, tiré su maleta adentro y me
dirigí hacia la mía. Una vez cerré la puerta me desplomé en la
cama. Me sentía exhausto, pero no podía conciliar el sueño.
Necesitaba saber qué estaba pasando con Jimena, así que
llamé a Lilian.
—¿Cómo está? —pregunté. Ella sollozó al otro lado del
teléfono y me preocupé—. ¿Qué pasa? ¿por qué estás
llorando? ¿Qué le pasó a Jimena?
—¡Lilian...!
—¡Lilian!
Al no contestar me preocupé aún más. Colgué la llamada,
agarré mi billetera, las llaves y salí rumbo al hospital, pero una
mano me agarró antes de llegar a la salida.
—Te prohíbo ir donde esa mujer. —Era Sofía. Me quedé
estupefacto por su demanda tan ilógica.
—¿Quién rayos eres tú para prohibirme ver a mi esposa? Te
recuerdo que aquí las amantes no son bien vistas y no querrás
que alguien se entere de tu historia con Miguel.
La advertencia le cayó como un balde de agua y su cara
cambió. No esperaba eso. Su agarre se soltó un poco y de un
tirón recuperé mi brazo. La dejé ahí y salí hacia el hospital.
Pregunté en la recepción por Jimena y me dijeron que estaba
en el cuarto piso. El ascensor estaba demorado así que corrí
por las escaleras hasta encontrarme en la sala de espera con
Lilian, su esposo y Felipe, el amigo de Jimena.
—¿Qué han dicho los doctores? —dije jadeando apenas
terminé el último escalón.
Nadie quiso decir nada.
—Lilian, dime qué pasa, por favor. —Ella no pudo decir
nada.
—El golpe que recibió en la cabeza fue muy fuerte —
contestó su esposo—. El doctor dijo que los exámenes
mostraron una pequeña inflamación en el cerebro, por lo que
tuvieron que llevarla a cirugía e iba a necesitar entre
veinticuatro a cuarenta y ocho horas de descanso.
—¿Pero se va a recuperar? —Carlos hizo una mueca.
—El doctor dijo que lo único que se puede hacer es esperar
a que ella se levante —contestó.
—Yo voy a estar aquí esperando a que digan algo de ella, así
que, si estás ocupado, puedes irte —dijo Lilian.
—No, aquí me voy a quedar hasta que despierte. Ustedes
pueden irse a descansar. —Ninguno de los presentes se
movió.
—Somos la única familia de Jimena, no nos iremos —
respondió Lilian.
La espera duró toda la noche. Al amanecer, el doctor se
acercó a la sala para avisarnos que Jimena ya estaba
descansando en una habitación. Todos quisimos verla, pero
el doctor solo me permitió entrar a mí por ser el esposo.
Jimena estaba acostada en una camilla, con la cobija hasta el
abdomen y la cabeza envuelta en vendas, durmiendo. Era
como revivir la última vez que vi a mi madre, tan marcado
que me heló la sangre. Me acerqué a su lado y se veía tan
frágil.
—Perdóname, Jimena. Ahora no puedo darte la vida que
mereces —murmuré y tomé su mano—. Necesito organizar
el caos en mi vida. Espero que lo entiendas. Discúlpame si
esto te causa dolor, pero es lo mejor para ti.
—¿Por qué dices eso, Manuel? —dijo y volteé a ver su rostro.
Sus grandes ojos apenas se despertaban y me veían.
Me pregunté si decirle lo que estaba pensando. Parecía algo
cruel mencionarle el divorcio en su situación, pero no había
mejor momento. Jimena tenía que alejarse lo más pronto o
las cosas se podían poner peor. Además, solo tenía que
informarle; la firma ya la tenía una vez ella había firmado
ambos contratos.
—Lo que quiero decir, Jimena, es que vine a recordarte que,
con la muerte de mi madre, nuestro contrato matrimonial
finalizó y se hizo efectivo nuestro contrato de divorcio que
ya firmaste. Así que no es necesario que sigamos fingiendo
ser esposos. Por supuesto, te daré un buen pago y continuaré
pagando tus estudios en honor a la memoria de mi madre. —
Solté su mano y sus ojos se cristalizaron.
—No, Manuel, no te acepto el divorcio. No voy a dejar que
me alejes ahora —dijo intentando sentarse, pero no tenía la
suficiente fuerza.
—No necesito que lo aceptes, Jimena. Ya firmaste el
contrato. Así que nos vemos.
—No, Manuel —dijo una vez caminé hacia la salida—.
Manuel, espera…
Mientras salía me encontré al doctor en la entrada.
—¿Hace cuánto despertó?
—Acaba de despertar, doctor.
Jimena se había logrado sentar e intentaba ponerse de pie,
pero estaba demasiado débil por lo que volvió a caer sentada.
—Muy bien. Vamos a hacerle una tomografía más para ver
si la inflamación ha disminuido —comentó el doctor al
verla—. Le indicaré unos medicamentos para que tome en
casa y podrán irse una vez la inflamación haya cedido.
—Manuel, espera, hablemos de esto —dijo Jimena. Volteé a
verla y estaba hecha un mar de lágrimas.
—Está bien, doctor. Lo que necesite.
El doctor me pasó unas fórmulas y me hizo firmar unos
papeles antes de salir. El llamado de Jimena me desgarraba la
piel así que salí con prisa. Pasé en frente de Lilian y los otros
dos sin dirigirles la palabra y seguí hasta salir del hospital. Me
monté al carro y salí rumbo a casa. Al llegar a la casa, Sofía
estaba en traje de baño a punto de meterse a la piscina. Tenía
que confirmar lo que me había dicho sobre Rafael, necesitaba
saber si era otro de sus inventos desesperados, y me acerqué
a ella.
—¿Dónde puedo encontrar a tu prima?
—Aquí está su número. Se está quedando en el hotel donde
yo me hospedaba —Sofía me entregó su celular y me mostró
el número. Agradecí que al menos no había tenido que darle
dinero para que me diera la información y llamé.
—Hola —contestó una joven.
—Gisela. Soy Manuel Galeano. Necesitamos hablar.
Del otro lado del teléfono sonó un fuerte golpe seguido del
llanto de un bebé.
—¿Hola? ¿Gisela?
Nadie respondió, solo escuchaba el llanto del bebé.
—¿Gisela…?
Luego de la tercera llamada me preocupé. «Tengo que ir al
hotel», pensé. Dejé el celular de Sofía, salí de la casa y Julián
me llevó. En la recepción pregunté por Gisela.
—¿Gisela? —preguntó el guarda.
—Sí, Gisela. Ella se está quedando en el apartamento de
Sofía. Tiene un bebé.
—Ah… la prima de la señorita Sofía.
El guarda la llamó por el citófono, pero nadie contestó.
—Creo que no hay nadie, Señor.
—Su prima dijo que estaba en el apartamento, intente otra
vez.
—Lo siento, señor, pero parece que se fue.
Empezaba a perder la paciencia. Miré a los lados y la
recepción estaba vacía. Saqué la billetera y le extendí unos
billetes.
—Estoy seguro de que ella está arriba. ¿Podría ir a verla?
El guarda me miró y alzó una ceja. Vio los billetes, vio hacia
los lados y los tomó.
—Muy bien, aquí tengo una copia de la llave de ese
departamento —dijo metiéndose los billetes al bolsillo y
luego me pasó la llave.
Al subir pude escuchar el llanto del bebé desde el pasillo.
—¡Gisela!, ¡Gisela!, ¿estás ahí? —grité golpeando la puerta
varias veces—. ¡Gisela!
Una vez pude abrir, la vi. Gisela estaba tirada en el suelo y su
bebé en la cuna de al lado de la cama llorando. Me acerqué al
bebé para ver que no le hubiera pasado nada y luego intenté
despertar a Gisela. Como no despertaba llamé a la
ambulancia y fui hacia el bebé. Al verlo bien, de cerca,
entendí que no iba a necesitar una prueba de ADN, se le
notaba que era hijo de mi padre.
Al llegar los paramédicos me preguntaron qué había pasado
y por qué se había desmayado. Yo no sabía nada. La
examinaron, le tomaron el pulso, uno de ellos sacó un
algodón, lo llenó de alcohol y se lo pasó por la nariz. Al
instante la joven reaccionó.
—¿Qué me pasó?, ¿mi bebé?
—Tranquila, señorita, su bebé está bien. Usted al parecer se
desmayó, ¿ya le había pasado? —preguntó el paramédico.
—No, creo que es la primera vez.
—Bueno, pudo haber sido una descompensación —
respondió y recogió sus cosas.
—Muchas gracias —dije a los paramédicos—. Ella parece
que ya está bien. Cualquier cosa la llevaré a un hospital.
Ambos asintieron, dejaron un par de fórmulas y se retiraron
de la habitación. Cerré la puerta y volví donde Gisela.
—¿Ese es el niño del que habla Sofía?
Ella abrazó a su hijo y se alejó un poco
—Manuel, te juro que no quiero nada de ti. Solo quería venir
a despedirme de tu padre. Déjanos tranquilos a mí y a mi
bebé, no seremos una molestia. En unos días regresaré a
California.
—Quiero saber que pasó entre tú y mi padre. Y quiero la
verdad.
En ese momento Gisela me contó toda la historia entre ella
y mi padre y no era muy diferente a lo que Joaquín ya me
había dicho.
—Y eso es todo —finalizó—. No te pido dinero, ni nada,
ahorita estoy trabajando y me va bien. Quería viajar antes,
pero no tenía suficiente para los pasajes y no podía pedir
permiso en mi otro trabajo. Y, pues, viajar con un bebé
tampoco es fácil.
—¿Como se llama? —le pregunté señalando al niño.
—Se llama Jaime.
—Jaime… ¿Te importaría si nos hacemos una prueba de
ADN?
—No tengo ningún problema, pero no sé qué ganarías con
eso.
—Si de verdad es mi hermano, yo te ayudaré a brindarle lo
que necesite. Vivirás en mi casa. Si quieres trabajar, trabajarás
en la empresa, aunque no lo vas a necesitar. —Ella se sentó
en una silla cercana y me miró con sus ojos abiertos.
—No puedo quedarme aquí, Manuel. Ya tengo una vida en
California, pero, si quieres, en un futuro, puedes viajar a
visitar a tu hermano.
21

Toda esta situación me estaba sobre pasando; la muerte de


mi madre, un supuesto hermano, lo que Jimena me hacía sentir
y esta angustia de saber que estaba en el hospital por mi culpa,
la empresa, y como cereza a todos mis problemas; Sofia.
Necesitaba desahogarme y entre mis amigos solo confiaba en
uno para guardar mis secretos.
—Manuel, ¿cómo vas? —me preguntó al otro lado del
teléfono.
—Estoy del asco. ¿Cuándo tienes un tiempo y nos tomamos
algo?
—¿Qué te parece en una hora? —preguntó.
—¿Dónde siempre?
—Está bien —confirmó y terminó la llamada.
Miguel siempre había sido bueno para escuchar y dar buenos
consejos. Lograba desenmarañar todos los problemas que tenía
en la cabeza y darme una salida. O por lo menos eso podía hacer
antes de todo el incidente con Sofía, pero el recuerdo de los
consejos de Miguel me era suficiente para buscar su ayuda.
El bar estaba casi vacío, como siempre a la hora del
almuerzo. Solo uno que otro comensal que buscaba relajarse de
un arduo trabajo o comer algo ligero para el almuerzo.
—Tienes que estar muy jodido como para llamarme a mí —
dijo Miguel a mis espaldas apenas llegó a la barra.
—Y no te equivocas. Mi vida está de cabeza en este
momento. Pero pidamos primero los tragos. ¿Whisky?
—No, Manuel, yo ya no volví a tomar.
—Claro, Claro. Entonces déjame pedir uno para mí y tu pide
otra cosa.
Luego de pedir las bebidas, comencé a actualizar a Miguel de
toda la historia. Mi hermano, Jimena, Sofía… A Miguel le
costaba un poco lo que estaba oyendo, pero en sus ojos podía
saber que creía cada palabra.
—Vaya año te has tragado. Pero déjame entonces
recapitular. –Tomó un trago de gaseosa y suspiró—. Te casaste
por contrato con Jimena para hacer feliz a tu madre, pero no
pasaste sus últimos días junto a ella por andar enredado en un
problema con Sofía. Por otro lado, Sofía te está manipulando a
su antojo con revelar secretos de tu padre y tu supuesto
hermano el cual no tiene ni un año, y ahora, muerta tu mamá,
ya no hay nada que ate a Jimena a tu lado pues el contrato dejó
de estar vigente. Pero Jimena no se va de tu casa y tampoco
quieres correrla, entre otras cosas, porque sabes que no tiene a
nadie más. Sin embargo, estás tratándola como una cualquiera,
mientras aparentas tener una buena relación con Sofía para que
Jimena se aburra y se vaya. ¡Ah!, y ahora Sofía vive en tu casa
porque te amenazó con lo que ya dijimos. ¿Se me pasó algo?
—No, nada.
—Bien. Empecemos por Jimena, ¿qué te impide estar con
ella? —suspiré.
—Bueno, creo que ya la he embarrado bastante con ella. La
he ofendido, humillado, quizás ella esté mejor lejos de mí, de
todo este problema de los Galeano. Además, está la psicótica
de Sofía haciéndole creer que ella y yo volvimos y tratándola
mal también.
—Y Jimena ya sabe que el contrato ya no está vigente, que
no tiene por qué quedarse ahí.
—Sí, se lo dejé claro cuando empezó todo lo de Sofía, pensé
que así iba a poder ser más fácil para ella el irse.
—Y sin embargo se ha quedado.
—Ajá.
—¿No se te hace raro que se quede aún después de todo lo
que le has hecho, de todo lo que Sofía le ha hecho? ¿No será
que busca algo? Yo qué sé, una buena indemnización, una
herencia, y solo se queda lo suficiente hasta encontrar cómo
ganarla.
—¿Jimena? No, Jimena no es así. Sofía es el parásito. Jimena
ni siquiera quiso recibir dinero por el contrato, tuve que decirle
que de igual forma se lo iba a pagar. Ella no está buscando nada
de eso.
—Entonces, si Jimena no tiene ninguna segunda intención,
según dices. ¿No será que se enamoró? Y de alguna forma sabe
que lo de Sofía es una farsa, y solo espera a que te canses de
estar fingiendo para volver a estar contigo.
Miguel dio el último sorbo y pidió otro vaso.
—Puede ser, pero yo lo que quiero es que ella se aleje,
porque yo no soy capaz de alejarla y el que se quede sola la va a
lastimar más.
—Pero ¿estás dispuesto a dejarla ir? Porque el día en que ella
decida irse, no podrás hacer nada.
El silencio llegó a la conversación y ambos nos quedamos
dando sorbos a nuestras bebidas mientras pensábamos. Luego
Miguel interrumpió.
—Manuel, ¿por qué no le cuentas a Jimena todo lo que está
haciendo Sofía? Que ella se dio cuenta del contrato y te está
chantajeando con hacer un escándalo si no haces lo que ella
diga, pero que entre ustedes no hay nada. Así Jimena podría
entender y entre los dos buscar alguna solución. Te estás
negando a aceptar que estás enamorado de ella con la excusa de
que no quieres que ella salga lastimada, pero deberías confesarlo
antes de que sea tarde. Creo que es el mejor consejo que te
puedo dar. Con respecto a lo otro, deja a Sofía cómoda un poco
más de tiempo. Mi abogado quiere juntar unas cosas más para
poder demandarla.
«¿Demandarla?», pensé.
—No sabía que estabas buscando demandarla.
—Dicen que los resultados de las pruebas pueden salir en
unos días, así que vamos a ver si se puede. Por ahora, lo que
deberías hacer es enfocarte en recuperar a tu exesposa. —
Miguel vio su reloj—. Y bueno, no es que no quiera seguir
hablando, pero tengo algo que hacer con mi madre y ya sabes
cómo se pone.
Miguel dio un último sorbo a su segundo vaso de gaseosa, lo
dejó en la mesa y, mientras recogía el maletín, respondí:
—No te preocupes, te agradezco el tiempo.
—No lo olvides, una cosa a la vez. Cualquier cosa me llamas.
Nos vemos. —Apenas terminó de hablar Miguel, casi que salió
corriendo hacia la puerta.
—Sí, nos vemos.
Al tiempo que se fue Miguel, Sofía me llamó para decir que
se tenía que ir de viaje a Estados Unidos. El que Sofía se fuera
me servía; era mi oportunidad para poner mi cabeza en orden.
Le dije que el vuelo debía ser en la tarde, pues en la mañana
tenía un compromiso y ella aceptó con tal que nos fuéramos.
A la mañana siguiente me levanté temprano para ir a hacer
la prueba de ADN. Llegué a la clínica antes que Gisela y el
pequeño. La prueba no duró casi nada, ahora solo toca esperar
los resultados.
—¿Entonces qué haremos si Jaime es mi hermano? —
pregunté a Gisela antes de separarnos.
—No sé qué piensas, Manuel —respondió—. Pero el niño
y yo nos vamos. Ya te dije que puedes visitarlo, pero su vida no
va a ser como la tuya.
Gisela, aunque aún tenía cara de niña, hablaba con mucha
seriedad, por lo que supe que no iba a poder hacer más que
esperar que cumpliera su palabra si la prueba salía positiva.
Mientras Gisela se despedía, llamaron de la clínica para avisar
que Jimena ya iba a ser dada de alta, por lo que salí hacia allá. Al
entrar, seguí derecho hacia la habitación de Jimena y ella ya se
estaba alistando para irse.
—¿Nos vamos? —pregunté y ella volteó.
Frotó sus ojos, sonrió y entonces respondió:
—Vamos.
Salimos de la habitación, de la clínica y nos montamos en el
auto en completo silencio.
—Quiero decirte que Sofía está instalada a una habitación de
la tuya, en la casa —comenté antes de que arrancáramos. Así
iba a tener más tiempo para asimilarlo—. No quiero problemas
entre las dos, y Sofía no se va a ir, así que, si no te sientes
cómoda, te puedes ir cuando quieras.
Apenas llegamos a la casa, le ayudé a bajar la maleta, la dejé
en la sala y fui donde Sofía para cuadrar el vuelo del día
siguiente. Necesitaba ese viaje para poder aclarar mis ideas y
volver con la cabeza más despejada. Fui rumbo a la habitación
de Jimena. Lilian se encontraba en el lugar por lo que aproveché
a decirle indirectamente que me iría de viaje con Sofia, ella se
me quedó viendo, pero no le di oportunidad a decir nada ya que
solo salí de ahí.
«Ahora si Manuel a poner tu cabeza en orden.»
22

Después de escuchar las palabras de Manuel al despertar,


mi corazón se achicó.
«No me voy a rendir tan fácil, Manuel», dije para mí misma
al día siguiente que Manuel me dejó.
—Tienes que comer, niña, para que te mejores más
rápido.
—Es que no tengo apetito, Lily, gracias —le dije con una
sonrisa triste.
—Disculpa que me meta, Jimena, pero ¿ahora qué harás?
—preguntó Lily.
—Tengo una promesa que cumplir. No puedo solo
aceptar divorciarme o separarme sin dar pelea. Créeme que
no me voy a rendir sin tratar de conquistar a mi esposo.
Lily sonrió.
—Esa es la actitud, niña. Ahora come para que te mejores
más rápido —insistió y esa vez sí comí.
Pasaron dos días más. La inflamación ya había disminuido
y el dolor de cabeza era más llevadero así que me dieron el
alta. Manuel no volvió a aparecer en el hospital, aunque sí
llamaba a Lily a preguntar cómo seguía. Sentir que se
preocupaba por mí me daba esperanza. Ese día Lily se había
ido con el doctor a firmar los papeles de mi salida y yo me
quedé en la habitación guardando mis cosas en la maleta.
Entonces escuché su voz.
—¿Nos vamos? —dijo y volteé al instante.
Manuel vestía elegante como siempre. Tenía su pantalón
negro preferido, blazer negro y camisa blanca abotonada
hasta el penúltimo de los botones antes de llegar al cuello.
«Ha venido por mí», pensé y me froté los ojos pensando en
que estaba viendo mal. Era él, aunque algo más serio. Agarré
mi maleta, la puse en mi espalda y me acerqué a Manuel con
sonrisa de quinceañera.
—Vamos.
Él no respondió a mi sonrisa. Su mirada era fría. Parecía
el Manuel de antes, el Manuel del contrato. Caminamos por
el pasillo de salida hasta el carro que nos esperaba afuera sin
decir una palabra. Manuel ni siquiera me determinaba, pero
no podía estar más contenta al volverlo a ver.
—Quiero decirte que Sofía está instalada en una
habitación a lado de la tuya —dijo una vez entramos al
carro—. No quiero problemas entre las dos, y Sofía no se va
a ir, así que, si no te sientes cómoda, te puedes ir cuando
quieras.
Al llegar a la casa vi a Sofía tomando el sol en el jardín. No
sabía cómo iba a soportar vivir en la misma casa con esa
mujerzuela, pero tenía que hacerlo por mi matrimonio, por la
promesa que le había hecho a la señora Patricia, por Manuel.
Mi batalla por el corazón de Manuel apenas empezaba. Entré
a mi habitación y vi que mis cosas estaban tiradas en el suelo,
algunos de mis vestidos estaban rotos y la habitación estaba
hecha un desastre. Luego llegó Lily.
—Jimena, pero ¿qué es todo esto? —Lily me miró y
movió la cabeza. Ambas sabíamos quién había sido.
—Esto no me va a intimidar, Lily —le dije mientras
empezaba a recoger lo que estaba tirado en el closet.
Me pareció extraño que lo que me había regalado Patricia
estaba intacto. Las únicas cosas que estaban dañadas o
cortadas eran las cosas que me había regalado Manuel o me
había comprado durante el viaje y me pregunté si Sofía en
realidad había sido quien había dañado todo. «¿Habrá sido
Manuel?»
—Esto es extraño —dije en voz alta.
—¿Qué pasa? —preguntó Lily.
—No, nada, Lily. Es que este vestido es carísimo y está
arruinado. Además, me parece extraño que solo dañaron lo
más caro. La verdad es que no entendía de que me extrañaba
si ya sabía lo loca que estaba esa mujer.
—Solo lo hizo para molestarte. No le hagas caso.
—No te preocupes, no pensaba hacerlo. Me voy a recostar
un momento, me duele un poco la cabeza.
—Está bien. Te dejaré algunas golosinas y algo de fruta
aquí en la mesa por si no quieres bajar; te entendería si no lo
haces.
Alguien tocó la puerta y luego abrió sin esperar respuesta.
Era Manuel.
—Lilian, te estuve buscando por toda la casa, ¿estás sorda?
—dijo una vez entró y cerró la puerta—. Vine a informarte
que Sofía y yo nos vamos de viaje. No sé por cuánto tiempo
nos iremos, pero quedarás al mando de todo mientras no
estemos. —Manuel ni siquiera me determinó. Era como si
no existiera para él, ni siquiera se le escapó una mirada.
Manuel Galeano se había convertido por completo en el
mismo hombre frío y duro de unos meses atrás.
Dos semanas después llegó Manuel a la casa, pero solo.
Luego apareció Sofía a los cuatro días.
—¿No habían viajado juntos? —le pregunté a Lily a
escondidas.
Ella me respondió con una mueca.
Mis días en la mansión Galeano se habían vuelto
monótonos. Me había dedicado a mi estudio, así que pasaba
la mayor parte del tiempo encerrada en la habitación, salvo
una que otra vez que salía a ayudarle a Lily con algo de la casa.
Para Manuel mi existencia era nula, era como si fuera otro
mueble de la mansión, y para Sofía era solo una mugre. Ni
siquiera parecía haber algún tipo de relación entre ellos.
Éramos tres extraños viviendo en la misma casa, pero no me
iba a ir. Tenía una promesa que cumplir.
El cumpleaños de Manuel llegó y le hice un álbum de fotos
con una pequeña dedicatoria al final. Manuel había salido casi
de madrugada al trabajo, así que decidí ir a dejarlo a su oficina
rápido antes de que terminara sus reuniones matutinas,
además de que tenía trabajos pendientes y no podía
demorarme fuera.
Lily había pedido el día libre así que, al volver, la casa
estaba en completa paz. Me encerré en mi habitación, me
puse los audífonos y me dediqué a lo mío. A eso de las 10:30
bajé y al parecer no había nadie en casa todavía. Me hice algo
ligero de comer y aproveché el hecho de estar sola para poder
quedarme en la cocina antes de volver a encerrarme. Cuando
estaba por subir, escuché unos murmullos entrando por la
puerta principal. Abrí la puerta y los tres se me quedaron
viendo como si los hubiera pillado en algo malo. Guillermo
y Andrés cargaban a Manuel en brazos que estaba borracho.
Manuel sonrió, se separó de sus amigos para abrazarme y casi
me tumba al suelo.
—Manuel, te vas a caer. Sostente de mí. —Envolví su
brazo en mis hombros y lo agarré mejor.
—Jimena, nos vamos —dijo Guillermo—. Ya cumplimos
con traerlo sano y salvo a casa. —Y sin decir otra palabra,
salieron.
Manuel pesaba demasiado y no podía moverme bien.
Subirlo por las escaleras iba a ser imposible. Caminé por la
casa hasta la sala, pero pensé que después iba a ser un
problema si alguien lo encontraba ahí tirado, así que lo llevé
a rastras hasta el cuarto de Patricia. Lo senté en la cama y al
momento cayó de espaldas acostado. «Voy a tener que
quitarle algo de ropa para que pueda dormir bien», pensé. Le
quité los zapatos, las medias, y cuando iba a sentarlo para
quitarle el saco y la corbata, sus manos rodearon mi cintura y
me hizo caer sobre él.
Quedamos cara a cara. Él tenía los ojos cerrados. Movió
sus manos acariciando mi espalda y subió hacia mi cabello.
Intenté soltarme de sus brazos, pero me apretó hacia él y
abrió los ojos. Esos hermosos ojos. Se mojó los labios e
involuntariamente lo imité. Sus manos bajaban hasta mi
cintura y subían hasta mi cabello como olas que me
empezaban a llevar. Tragué saliva. Cuando menos lo esperé,
Manuel agarró mi nuca y me apretó hacia sus labios. Olía
demasiado al alcohol. Me intenté levantar de nuevo, pero me
agarró la cola y aunque me levanté de sus labios, seguí con su
cuerpo junto al mío.
Manuel se levantó un poco junto a mí y comenzó a
besarme el cuello. Las olas fueron más intensas y comencé a
dudar en si debía quitarme de encima de él. Aprovechando
que empezaba a atraparme, Manuel dio un tirón y nos dio
vuelta; ahora él estaba encima mío y al parecer se le había
quitado todo el sueño. «¿De verdad estará borracho?… Qué
cosas pienso, de no estarlo, no estaríamos en esto» Manuel
dejó de besarme el cuello y volvió a mis labios. Esa vez no
me importó el aroma y le respondí el beso. Me sentó, se
corrió un poco, me quitó el camisón y me volvió a besar hasta
quedar acostada de nuevo. Luego se levantó a verme.
—Eres hermosa.
Sus palabras estallaron en mi cuerpo y me volvió a besar.
Comencé a levantarle la camisa, pero dudé si debía dejarme
llevar. Él estaba borracho. Hacía tiempo que ni siquiera
hablábamos. Él había dejado claro que ya no quería que
pasara nada entre los dos…, de pronto un pensamiento me
invadió:
«Quizás esta es la oportunidad que estabas esperando».
«¿Y si después de esto todo vuelve a ser como antes, pero
mejor?», no divagué mucho más y me dejé llevar: «Tu muñeca
es toda tuya».
Manuel siguió besándome entre tierno y rudo por ratos.
Luego bajó hacia mi cuerpo y las olas se convirtieron en
destellos de luz. Sus besos dejaron mis labios para ir a mis
pechos y, dejando ligeras caricias en ellos, siguió bajando por
mi abdomen hasta que llegó a mi vientre y se detuvo. Lo miré
y sus ojos parecían pedir permiso para continuar, así que
asentí y poco a poco fue quitando mis pantis hasta que las
tiró hacia algún lado de la habitación y quedé completamente
desnuda. Él se desabotonó su pantalón y dejó ver lo excitado
que estaba. Su cuerpo era esbelto, hermoso. Volvió a
besarme todo el cuerpo y el contacto de su piel ardía sobre el
mío.
En un momento inesperado, Manuel bajó su cabeza hacia
mi centro y besó cada uno de mis pliegues. Cada descarga de
placer que me enviaban sus besos me hacía gemir más duro,
hasta que el calor se apoderó de mí y dejé salir un pequeño
grito, seguido de un temblor que dominaba mi cuerpo.
Cuando terminé, él volvió a subir y seguimos besándonos y
tocándonos hasta que nuestros cuerpos se fundieron.
—Sabes delicioso—me dijo al oído y se deslizó dentro de
mí.
—¡Duele! —me quejé, pero Manuel no me escuchaba.
—No me hagas parar, Muñeca, que estoy en el paraíso.
Cuando logró entrar, se quedó quieto unos segundos antes
de moverse lentamente en forma de círculos. Al principio
había dolido un poco, pero con el tiempo el dolor se
transformó en placer. Sus caderas se empezaron a mover
cada vez más rápido mientras yo me convertía en una
máquina de gemidos. Manuel me besaba suave, pero entraba
rudo. Apretaba mis nalgas y las hacía chocar con su pelvis
cada vez más rápido. Su respiración era cada vez más agitada
y el calor volvió a llenar mi cuerpo.
—Eres un paraíso. Estás tan suave y caliente. Dime, ¿de
quién eres? —dijo entre jadeos, agarrándome fuerte y con
una voz dominante—. ¿De quién eres? —repitió.
El orgasmo llegó tan fuerte que me hizo gritar la respuesta.
—¡Soy tuya!
Se detuvo por un momento y ambos jadeamos. Manuel
estaba sonriendo.
—Eres exquisita. Pero aún no hemos terminado —dijo—
. Ahora ponte sobre tus rodillas.
Manuel me embistió rápido y sentí sus caderas golpear mis
nalgas con tanto gusto que nuevamente empecé a sentir el
orgasmo formarse en mí. Apenas sintió que me volvía a
dominar el deseo, aumentó el ritmo, chocando con más
fuerza, pero esta vez gruñía mucho más fuerte que la primera
vez y, de una última estocada, terminamos ambos y caímos
juntos en la cama.
Luego de que Manuel salió de mí, sentí todo mi cuerpo
temblar y palpitar.
Al terminar Manuel se volteó hacia el lado contrario a mí,
dándome la espalda, y de pronto una sensación agridulce
recorrió mi cuerpo. Manuel no había dicho mi nombre en
toda la noche. «¿Y si cree que soy Sofía?», con lo borracho
que estaba era una posibilidad. Pero con su cuerpo
devorando todo de mí, ese pensamiento pasó a un segundo
plano. Manuel también era delicioso.
Nos quedamos acostados uno al lado del otro sin decirnos
nada. Mi mente divagaba en todo lo que acababa de pasar.
«Está tan borracho que a duras penas creo que recuerde lo
que acabamos de hacer», pensé y me levanté a bañarme.
Cuando regresé a la habitación, Manuel ya estaba bien
acomodado en la cama. «Despertar junto a él podría ser un
escándalo», pensé, así que tomé mis cosas y me subí. «Sea lo
que sea que pase después de esto, te pido, Señor, que sea algo
bueno».
23

Me vine unos días a un pequeño apartamento cerca de la


montaña. Necesitaba este tiempo solo para poder vivir mi
duelo y aclarar qué hacer con mi vida.
Solo hablaba con Joaquín para saber de la compañía.
Jimena formó gran parte de mis pensamientos durante días,
pero ya llegó el momento de volver a casa. No he llamado ni
hablado con Sofía, espero que ya esté por llegar a la casa y
que Jimena no vaya a sospechar que no llegamos juntos.
Al llegar dominó el silencio, la casa estaba impecable
como siempre, escuché voces y ella estaba en su pequeño
estudio recibiendo sus clases. No dije nada, solo me fui a mi
habitación, creo que me mantendré lejos por unos días más.
Tome la decisión de que si ella hace algo por esta relación
yo también haré lo mismo.
Quiero saber qué hará ella para mantener a flote este
matrimonio, por ahora no ha hecho nada en especial más que
decirme que no se quiere separar de mí.
Hace unos días recibí los resultados del examen de ADN
y era positivo, tengo un pequeño hermano de meses, quiero
saber de su vida y compartir con él. Gisela y yo acordamos
una mensualidad para los gastos de Jaime. Yo podré ir a verlo
cuando pueda o ella vendrá cuando obtenga días libres en su
trabajo.
Al salir de la ducha y cambiarme bajé hasta la cocina
donde ahí ya se encontraba Jimena haciendo la cena. Ella al
verme me saludo con una sonrisa. No le devolví gesto, solo
la vi serio. Ella no me preguntó si quería comer o si tenía
hambre, solo dejó un plato enfrente de mí, ella se sirvió el
suyo, se dio la media vuelta y se fue. «Como se atreve a
dejarme solo» pensé. «¿Y qué esperabas que te recibiera con
amor y cariño cuando le dijiste que te fuiste de viaje con
Sofía?» golpeo mi conciencia. Si, es cierto bueno eso sirve
para poner distancia entre nosotros.
Los días pasaron y la monotonía también, salía temprano
a la empresa y llegaba a la casa tarde solo a dormir.
Llegó mi cumpleaños, ya van 26 años, mi segundo
cumpleaños sin mi padre y el primero sin mi madre. He
quedado con mis amigos de salir a un bar nuevo en la ciudad.
El día en la oficina estuvo igual que siempre, muy pocos
sabían que era cumpleaños. Al salir rumbo a mi asunto,
Joaquín me detuvo.
—Manuel, una señorita dejó esto para ti —Yo analice el
pequeño sobre de manila que tenía escrito feliz cumpleaños,
Manuel. Al tocarlo puedo sentir como si fuera un cuaderno.
—Gracias, si quieres tomate el resto de la tarde libre, yo
ya no volveré.
—Está bien Manuel, nos vemos mañana y, ¡feliz
cumpleaños! —dijo mientras se acercó a palmar mi hombro
yo le regalé una sonrisa y asiento. Sali a mi auto donde al
llegar abrí el sobre. Vi que se trataba de álbum de fotos, al
sacarlos cayó una pequeña nota que decidí leerla primero.
“Manuel Feliz Cumpleaños, no quiero molestarte por eso
te entrego mi regalo de esta manera. Quiero que sepas que en
este álbum pongo los más bellos y felices momentos de mi vida.
Gracias por hacer que me sienta tan especial en cada uno de
ellos.

Dame una oportunidad para hacerte feliz sin acuerdos y


sin intrigas, estaré esperando por ti.

Feliz Cumpleaños Mi Esposo,


con amor, Jimena.
Tu Esposa.”

No pude evitar poner una gran sonrisa en mi rostro ante


sus palabras, ella quiere hacerme feliz y yo he sido un idiota
con ella. Mi teléfono sonó en ese momento lo que me sacó
de mi alegría.
—Hermano, ya estamos aquí ¿ya vienes? —preguntó
Guillermo.
—Si, ya voy para allá. — y terminé la llamada.
Comencé a ver las fotos, ambos salimos sonriendo
especialmente yo. Ella se ve tan hermosa en cada una de ellas.
Según la nota ella esperará por mí, así que espere que su
esposo llegará tarde esta noche. Llegué al bar y todos gritaron
sorpresa, pero ya sabía. Andrés se acercó junto a Miguel con
un trago en mano.
—Hoy te vamos a hacer tomar hasta que pierdas la
consciencia. Claro, pero te vamos a cuidar y llevar a casa
después. —Entre música y pláticas los tragos fueron uno tras
otro, ya no podía estar de pie sin marearme, me costaba llegar
al baño donde siempre iba con chaperón por si acaso. Por un
momento perdí la conciencia porque de la nada sentí los
brazos de Guillermo y Andrés sostenerme y al tiempo
después vi a mi hermosa esposa lo que significaba que
estábamos en mi casa.
Ella me sostuvo ya que yo me aventé encima y su olor era
una delicia. Me llevó hasta las escaleras, pero luego
caminamos hasta la habitación que era de mi madre. Caímos
en la cama, ella sobre mí, no pude evitar sentir tanto deseo
que me invitó a besarla y acariciarla espero no arrepentirme,
pero dudé un poco al recordar que ella no había tenido
ninguna experiencia sexual y para mí sería la primera vez
estando con una virgen.
La lujuria se apoderó de mí, quería hacerla sentir placer en
todas las maneras posibles. Besé y acaricié cada parte de su
cuerpo hasta pedir permiso para quitar su ropa, al dármelo
bajé a besar, disfrutar de su aroma y sabor el cual era
delicioso. Cuando la sentí agitarse, moví mi lengua con más
rapidez hasta sentir que temblaban sus piernas y ella me alejó
un poco, subí a sus labios sin dejar de acariciar su cuerpo.
Ella se asustó al momento que libere mi miembro de su
encierro, pero la calme dándole besos. Posicioné mi miembro
en su entrada y lentamente voy haciéndome paso. Gemí y
gruñí al sentir la resistencia que no me deja pasar, empujé con
más fuerza y ella se quejó de dolor y la calmó con besos y
caricias, para estas alturas de la borrachera no quedó nada,
quiero disfrutar de ella y que ella disfrute de mí. Voy
aumentando la rapidez de mis embestidas y la profundidad
de ellas.
Ella llegó al orgasmo el cual sentí ya que sus pliegues me
aprietan más y yo también me dejó ir en ella. Vuelvo a besarla
para que sienta esta misma sensación tan exquisita que sentía
yo. Esto claramente no era sexo, era algo mucho más fuerte.
Le pedí que me dijera a quien pertenecía.
—Soy tuya, tu muñeca es solo tuya. —respondió hasta
que ella suelta un grito el cual hace que llegue a mi clímax
también. Y me desplomé encima de ella y me quedé dormido
casi de inmediato.
La mañana siguiente a la borrachera me despertaron los
gritos de Sofía. Ella estaba acostada al lado mío, desnuda, y
yo estaba semidesnudo. «Pero ¿qué hace Sofía desnuda a mi
lado? Si anoche estuve con Jimena. ¿O no fue así?». Sofía
estaba fúrica, histérica. Sentí que la cabeza se me iba a estallar.
Vi al frente y en la puerta estaba Jimena llorando.
—¿¡Puedes largarte de una vez!? ¿No ves que no estamos
disponibles?
Jimena dejó la habitación, pero Sofía siguió gritando. No
entendía qué estaba pasando y el chirrido de Sofía no me
dejaba pensar. Jimena estaba llorando, eso era lo único fijo.
¿Por qué estaba llorando? ¿Había estado con Sofía
imaginándome a Jimena? El recuerdo del regalo que me había
hecho llegó a mi mente y me sentí miserable al despertar con
Sofía a mi lado.
—¿Qué haces aquí Sofía? —le pregunté molesto.
—¿No te acuerdas de lo bien que la pasamos a noche? Si
no lo recuerdas, ve al baño y ve las marcas en tu espalda.
Ella salió de la cama desnuda y en su cuerpo no había
ninguna señal de que hubiéramos tenido relaciones, mucho
menos del tipo de relaciones que ella dice que tuvimos. Se
puso una bata y antes de salir se volteó a lanzarme un beso.
Removí las sábanas para ver si había alguna señal de que
hubiera estado con Jimena y encontré unas pequeñas gotas
de sangre, pero eran tan pocas que no estaba del todo seguro.
Tomé un baño. Decidí esperar a que Jimena se calmara
para hablar con ella y confirmar discretamente que estuve fue
con ella y decirle que no sabía cómo Sofía había llegado a la
cama. Quizás no sonaba muy convincente después de que
ella misma la vio desnuda en la misma cama, pero debía hacer
algo. Subí a mi habitación para buscar ropa limpia, ella estaba
en su habitación, pero antes de ir donde Jimena me entró una
llamada.
—Hola, Manuel, tenemos serios problemas. —Era
Joaquín—. ¿Recuerdas el proveedor nuevo?
—Sí, ¿qué sucede?
—Manuel, su nombre está por todas las noticias.
Aparentemente este hombre lava dinero en algunas empresas
con las que trabaja y la nuestra, por ser su socio más reciente,
también está entre las nombradas en la lista. Toda la
investigación la están llevando en Estados Unidos. Tendrás
que viajar urgentemente para allá. Ya tengo los papeles listos
y tengo dos pasajes de avión reservados para hoy en la tarde.
Tenemos que movernos rápido, sino cerrarán la empresa
hasta que terminen de investigar.
—Ya mismo salgo para allá —respondí.
No tenía tiempo para quedarme esperando, por lo que
escribí una pequeña nota diciendo que teníamos que hablar y
la pasé por debajo de la puerta antes de salir corriendo.
Al llegar a la oficina todo era un caos. Llamé a Guillermo,
le conté la situación y le dije que iba a necesitar su ayuda
urgente. Luego de colgar la llamada me puse a buscar varios
documentos que Guillermo me sugirió presentarle apenas
llegara y le dejé una nota pidiéndole que estuviera pendiente
de Jimena, pues no sabía cuánto iba a demorarme y ella no se
encontraba del todo bien.
Tres semanas tardé en limpiar el nombre de la empresa en
Estados Unidos. Tres semanas en las que, aunque no podía
desviar la mente de abogados, fiscales, audiencias, no pude
dejar de pensar en Jimena y los recuerdos de nuestra noche
juntos. Por lo que, luego de terminar victorioso en Estados
Unidos, anhelé volver a Bellavista para encontrarme con
Jimena, explicarle lo que estaba pasando para poder darle una
oportunidad a lo nuestro y correr en definitiva a Sofía. Volé
lo más temprano posible, me recogieron en el aeropuerto y
con cada centímetro más cerca a la casa, estaba más decidido.
Era de mañana, llegaba apenas para el desayuno y para hablar
con Jimena, pero, al llegar, Jimena estaba en la puerta con
unas maletas.
—¿Qué está pasando aquí? —dije apenas me bajé del
auto. Ella volteó. Su mirada parecía triste.
—Me voy, Manuel. Ya no tienes que preocuparte por que
te estorbe, puedes hacer tu vida con Sofía tranquilo.
Apenas dijo eso, su transporte llegó y caminó hacia él,
pero la tomé de la mano.
—Prometiste que no me dejarías solo, ¿por qué te vas?
—No puedo seguir en esta casa, Manuel. Ni siquiera sé
qué hago aquí. Me he convertido en un adorno más de este
lugar. Tú estás con Sofía, o dándote unas buenas vacaciones
por Estados Unidos. Le prometí a tu madre que jamás te
dejaría solo y trataría de hacerte feliz, pero ya no puedo seguir
así. Te pedí una oportunidad y mira lo que hiciste con ella.
He perdido hasta mi dignidad en esta casa aguantando que
trajeras a Sofía, pero ya no más, Manuel. Hace más de tres
semanas que te fuiste. No te importó llamarme ni una sola
vez a preguntar cómo estaba, ni nada por el estilo. Así que
ahora soy yo la que se va. —Agarró con fuerza su maleta y
me haló su brazo—. Guillermo me hizo el favor de volverme
a mostrar los papeles del divorcio y sé que tengo que irme sin
nada, no volver a esta casa y mucho menos acercarme a ti.
No voy a incumplir ninguna de esas cláusulas así que te
agradezco por todo lo que tú y tu madre hicieron por mí,
jamás lo voy a olvidar, pero adiós.
Apenas terminó de hablar, se limpió con la mano un par
de lágrimas qué rodaban por sus mejillas, se volteó y siguió
caminando.
«Jimena se fue. Se fue». Mi mente se inundó con esas tres
palabras y me sentí como si hubiera estado parado en un piso
de cemento fresco que me absorbía desde los pies. «La he
perdido».
24

Después de dejar a Manuel en la habitación y subir a la


mía decidí bañarme y acostarme. Mi cabeza no dejaba de
decir que lo que había pasado fue entre dos personas libres
de condiciones o cláusulas. Habíamos violado uno de los
puntos del acuerdo, aunque en realidad ya no había acuerdo.
Ya no había contrato. Me pregunté si algo había cambiado
entre nosotros, así que me dormí esperando hablar con
Manuel la mañana siguiente.
Cuando me desperté, me arreglé y bajé a la cocina a buscar
agua, cortar fruta y alguna pastilla, pues me imaginaba que mi
esposo se iba a levantar con dolor de cabeza. Llevé las cosas
en un pequeño plato para dejarlos a su lado cuando despierte,
pero me llevé una gran sorpresa al abrir alguien más estaba
con él; Sofía. Estaba desnuda con su brazo y pierna encima
de Manuel. No pude evitar sentirme molesta, decepcionada y
celosa.
—¿Qué diablos haces aquí, Sofía? —grité. Ella se
acomodó en la cama y me sonrió.
—¿Que no ves, linda? disfruto de tu esposo.
Manuel se removió entre las sábanas a su lado y se sentó,
sujetándose la cabeza. Me vio a mí, luego a Sofía y no dijo
nada. «Le entregué mi primera vez a un borracho», pensé. La
idea de que ni siquiera recordará que estuvo conmigo inundó
mis ojos de ira. Además, Sofía no paraba de gritar e
insultarme para que me fuera, hasta que no aguanté más y me
subí a mi habitación.
¿Por qué todo debía ser dolor y sufrimiento?, nunca había
pedido nada para mí, más que buscar un poco de felicidad.
Cuando me casé y aparentábamos estar felices, aunque fuera
un espejismo fue lindo.
Tiempo después alguien tocó la puerta. Era Manuel. Dijo
que tenía que irse, pero que iba a dejar algo y pasó un papel
por debajo de la puerta.

“Jimena, lamentó que tuvieras que ver


eso, de verdad. Quería decirte que tengo que
viajar a Estados Unidos ahorita para
solucionar un problema legal, pero tenemos
que hablar, y tiene que ser de frente.
Espérame. Trataré de volver lo más rápido
posible.
Manuel”.

No supe si debía creer lo que decía ese papel. Manuel


siempre encontraba la manera perfecta de huir de las cosas,
aunque esa vez se leía algo más sincero.
Los días fueron pasando, convirtiéndose en algunas
semanas y no sabía nada de Manuel. Sofía iba y venía, pero
siempre sin decirme nada y con su cara horrible de creída.
Guillermo me visitó un par de veces, pero solo era para ver
si todo estaba bien y si no necesitaba nada.
—Niña, ¿podemos ir a tu habitación? Estás algo cansada
y quiero preguntarte algo —me preguntó Lily. Me levanté del
sillón, me mareé un poco, pero se me pasó rápido y subimos.
Antes de hablar nos sentamos en la cama, pues todo me había
empezado a dar vueltas de nuevo y ella comenzó a hablar.
—Jimena, sé que este tema no debe de importarme, pero
has estado comiendo mucho más de lo normal, desde hace 3
días te duermes en todos lados y te han dado bastantes
mareos… —Parecía que Lily quería decir algo, aunque no lo
preguntaba directamente. Luego continuó—: ¿Tu periodo te
ha venido este mes?
En ese momento me puse de pie de un impulso. «No, eso
no puede ser». Saqué mi celular del bolsillo y vi la fecha. Solo
tenía cinco días de retraso, aunque podía ser cualquier otra
cosa, o eso quería pensar. «Manuel va a matarme».
—¿Lily, te molestaría ir por una prueba de embarazo a la
farmacia? —Ella sonrió, pero al ver mi cara de preocupación
se tapó la boca.
—Dios, niña. Dudé que fueran íntimos con Manuel, pero
veo que me equivoqué —dijo dándome una mirada
acusadora y luego otra sonrisa—. He comprado una esta
mañana. Pasé a buscarla antes de venir, ya me lo sospechaba.
Toma.
Lily sacó una pequeña caja de la bolsa de su delantal. Me
la entregó y me quedé viendo ese empaque un rato. Dudaba
si debía hacerlo, aunque necesitaba hacerlo. Lily había
perturbado mi mente con la duda. Caminé hacia el baño, me
hice la prueba y lo dejé sobre el lavado. No quería enterarme
del resultado por mí misma, así que salí.
—¿Y entonces? —preguntó Lily apenas salí del baño—.
¿Hay o no hay bebé?
Levanté los hombros.
—Puedes verla tú. La dejé en el lavado.
Lily no esperó a que terminara de hablar y ya había entrado
al baño. Luego la vi dando brincos como una niña. Salió
positivo.
—Vas a ser mamá, Jimena —dijo con lágrimas en los ojos
y esas palabras me tumbaron a la cama a llorar. No podía
creerlo.
—Jimena, todo va a estar bien. Cuando venga Manuel
tienes que decirle que es su bebé. Él tiene que saberlo.
—No, por favor, Lily. No le digas a nadie. Mantengamos
este secreto entre nosotras por ahora.
—¿Pero por qué, Jimena?, ¿qué pasa?
—Juro que te lo diré, Lily, pero por ahora hazme este
favor.
Lily me miró con cara de desacuerdo, pero no insistió más.
—Prometo que te lo diré, pero ahora tengo que ir a buscar
mi computadora para hacer unos deberes pendientes —dije.
Necesitaba estar un tiempo sola. Ella asintió y ambas bajamos
las escaleras. Sofía estaba en la sala con su amiga. Las ignoré
y seguí derecho hacia el estudio donde había dejado el
computador. Al entrar sentí que alguien entró después de mí
y cerró la puerta.
—¿Te puedo ayudar en algo? —le pregunté a Sofía.
—Mira, hay cosas que tú no sabes, empleaducha, pero ya
es tiempo de que lo sepas para que no vivas engañada. —
Sofía estaba más seria de lo normal—. Para no hacer larga la
historia, descubrí que hace un tiempo Manuel me fue infiel
con mi prima, la cual hace unos meses tuvo un bebé. Él la
mandó lejos y la amenazó con arruinar su carrera y quitarle a
su niño si le decía a alguien. Pero hace unas semanas mi prima
estuvo aquí en Bellavista y trajo al bebé. Manuel se dio cuenta
y habló con ella, pero se negó a que ese bebé fuera de él y la
obligó a hacerse una prueba de ADN, y así, si salía negativo,
no le daría un solo peso más.
Sofía sonreía mientras veía mi cara. Sabía que no le estaba
creyendo nada, entonces sacó su celular.
—Sé que eres un poco bruta y por eso no me crees nada
de lo que te he dicho, pero para eso tengo esto —dijo y me
mostró una foto en su celular. Estaban los tres saliendo del
laboratorio—. Además, mira al bebé, ¿crees que necesita una
prueba de ADN?
Sofía cambió la foto y en la otra estaba solo el pequeño.
Era idéntico a Manuel, casi una copia. La prueba de ADN no
era más que una falsa esperanza porque el bebé no fuera de
él, porque a simple vista se podía ver el parecido tan grande.
Mi corazón comenzó a doler. Manuel me había escondido
que tenía un hijo. No solo eso, Manuel había negado que
tenía un hijo. «¿Y mi hijo? ¿Lo va a negar también?»
—Pero la historia no termina ahí —continuó Sofía—. Mi
prima vino a pedirle ayuda y él se enamoró de su hijo. Por
eso se fue a Estados Unidos esas dos semanas, y es ahí donde
está ahora. Cada que me llama me dice que me ama, pero que
ahora no puede dejar a su hijo. Hasta me preguntó si estaba
de acuerdo con traerlos a vivir a esta casa; a mi prima y a
Jaime, así se llama el niño. Yo le dije que primero tenía que
hablar contigo, aunque al parecer no le importa lo que opines.
Yo estoy dispuesta a perdonar su falta y a su hijo, pero no sé
qué harás tú, Jimena, cuando veas que hay mucha gente en
esta casa. Te cuento esto porque soy mujer y no me gustaría
que te humillen más. Ya haces mucho con aceptar que tu
esposo tenga sexo y ame a otra mujer en la misma casa que
vive contigo, pero creo que todo tiene un límite. Igual, te dejo
que lo pienses y tomes tus decisiones. Creo que no eres una
mala persona y por eso te digo todo esto, porque entre
mujeres tenemos que cuidarnos.
Cuando terminó de hablar, Sofía salió del estudio y quedé
estupefacta con la noticia. Cómo alguien podía ser tan ruin.
«¿Quién eres, Manuel?» Quité violentamente las lágrimas que
bajaban por mis mejillas, «ese hombre no merece ni una
lagrima». Tomé el computador, lo subí a mi habitación y me
encerré a ver la clase, aunque mi mente seguía pensando en
lo que había dicho Sofía. Cuando terminó la clase me recosté
en la cama acariciando mi vientre.
—Pequeño, perdóname por traerte a este mundo tan
complicado —dije y liberé todo mi dolor.
Sentí golpes en la puerta de mi habitación, al abrirla, un
furioso Manuel me agarró muy fuerte de la mano, bajándome
por las escaleras, estaba siendo muy brusco. Llegamos a su
estudio y lo primero que salió de sus labios fue:
—Quiero que te largues de mi casa, sabes que te casaste
conmigo porque te lo pedí y tú de ilusa aceptaste como una
idiota. —Yo estoy en shock con sus palabras. Ya sabía que
esto iba a pasar, pero no de esta manera. Vi a una mujer con
un bebé y a Sofía entrar al estudio, esta se acercó a él y le dio
un beso en los labios. Yo estaba indignada quise ir a darle una
bofetada, pero Manuel me tomó de los brazos—. Te vas a
mantener alejada de todos ellos, ya te dije que quiero el
divorcio y que te largues de mi casa. — Él les hizo una señal
para que salieran y ellas lo hicieron. Yo no sé cómo evitar que
me aleje de él y ahora mucho menos.
—¡Estoy embarazada, Manuel!, ¡no puedes hacerme esto!
—Grité con lágrimas acumulándose en mis ojos. Ya no sabía
qué hacer para evitar el divorcio. No se lo quería decir en un
momento así pero no tenía otra alternativa, no quería romper
la promesa que le hice a su madre antes de morir. Sin
embargo, no creí que se riera en mi cara.
—No me hagas reír, ¿cómo vas a estar embarazada si tú y
yo nunca hemos estado juntos? —dijo, sus palabras me
lastimaron y mucho más porque estaba claro que no
recordaba que estuvimos juntos.
—Tú no lo recuerdas porque estabas borracho, pero ya
que importa ¿no? Dime cuándo y dónde es mejor que
terminemos con esto. —dije muy segura de mí misma,
aunque por dentro era un sinfín de dolorosas emociones.
—Que bajo has caído Jimena ve y busca al padre de tu
hijo que sea él quien te ayude. Tenía pensado darte una
manutención, pero ya que estás embarazada de otro hombre.
No recibirás nada. ¡Mañana a las tres de la tarde en el Sebas
Bistró! —dijo con una sonrisa en su rostro, mientras yo me
estaba muriendo por dentro.
Sin ganas de decir más salí de esa casa rumbo a la pequeña
casa que dejó mi abuela. Al llegar empecé a pensar que iba
hacer ahora. Estaba sola en el mundo con un bebé en camino,
sin trabajo, sin familia, sin dinero y sin el padre de mi hijo.
—Seremos solamente tú y yo pequeño —dije mientras
tocaba mi vientre aún plano.
Desperté super exaltada después de ese sueño. Fue tan
frustrante, me sentí tan impotente, que me levanté sin ganas
de esperar a que Manuel pudiera llegar cualquier día a hacer
eso. Fue como una señal de que ya no podía seguir en esa
casa.
Al no poder volver a dormir, pensé en qué podía hacer y
a dónde iba a ir, pero al rato el sueño volvió a mí y no pude
evitar sucumbir ante él. En la mañana llamé a Guillermo y le
dije que necesitaba verlo en su oficina. Vi la dirección de su
buffete en internet y apenas desayuné salí para allá.
—¿Qué pasó, Jimena? Te ves alterada —dijo Guillermo
apenas me recibió en su oficina y me indicó que me sentara.
—Guillermo, tú eres uno de los mejores amigos de
Manuel. Además, eres abogado, por lo que seguramente de
que puedes ayudarme.
Guillermo abrió los ojos y se puso blanco. En otras
circunstancias hubiera aprovechado esa oportunidad para
molestarlo un poco, al fin y al cabo, fui yo quien había
aceptado los contratos, pero, aunque su reacción no dejaba
de causarme gracia, mi mente estaba enfocada en una sola
cosa. El contrato.
—Jime… Emm… Yo… Yo soy el abogado de Manuel.
Yo fui quien hizo los acuerdos, creo que soy la persona
menos indicada para ayudarte. —Sentí que no podía respirar,
«¿Guillermo hizo eso tan brutal y humillante?», y yo pensaba
contar con él para salir de aquí, pero no, desde ese momento
dejaba de ser mi amigo. Más lágrimas salieron de mis ojos, la
decepción que sentía me mataba.
—No creí que fueras igual que Manuel, pero no te
preocupes —lo interrumpí—, no estoy aquí para
recriminarte por el contrato, ni nada, decepciona muchísimo.
Sí, pero solo quiero ver el contrato de divorcio para recordar
las cláusulas. El mío se me perdió hace mucho. —Guillermo
respiró profundo e intentó recomponerse.
—¿Y para qué quieres verlo?
—Quiero irme y no tener ya nada que ver con Manuel, ni
con los Galeano. Quiero ir a un lugar lejos de todos ustedes.
—Miró hacia el suelo y luego caminó hacia su computadora,
lo vi imprimir algo y dejar esos papeles en frente de mí. Leí
el título y luego busqué mi nombre donde tenía que ir
firmado. Tomé un papel que estaba sobre su escritorio y lo
firmé. Me levanté de la silla y cuando iba a salir me tomó de
la mano.
—Juro que no sabía que eras tú la persona con la que
Manuel se iba a casar. De haberlo sabido... —no lo deje
terminar.
—¿Que hubieras hecho Guillermo? ¿A quién hubieras
elegido a Manuel o a mí? —bajó nuevamente su mirada y no
dijo nada lo que contestaba mi pregunta.
—Tu silencio respondió mi pregunta. Gracias por
ayudarme, ya no quiero estar en este lugar. Mucho menos
rodeada de personas como ustedes; egoístas y entre otras
palabras, pero no las diré. Salvaré la poca dignidad que me
queda. Despídeme de tu padre, les agradezco por todo.
Luego de decir eso, salí directamente a la casa. Empaqué
mis cosas, me llevaría solo algunas que recibí de la señora
Patricia, más nada de lo recibido por parte de Manuel. Al
bajar con las maletas
Lily se me acercó, ya le había pedido que llamara a su
esposo. No le había dicho nada, pero sabía que estaba de
acuerdo con mi decisión. Además, Lily era la única familia
que me quedaba, ambas sabíamos que, aunque estuviéramos
lejos, nunca nos apartaríamos de la otra.
Sofía estaba atrás, disfrutando de su nueva casa. No pude
evitar sentir algo de ira, de celos, por haber perdido la que
pudo haber sido mi casa ante una bruja como ella, pero estaba
también tranquila porque sabía que mi bebé merecía un lugar
mejor. Me detuve en una foto que había colocado cerca de la
entrada, suspiré al verla. Agradecí que no estuviera Manuel
para no tener que hacer una salida más dramática.
—¿Qué está pasando aquí? —dijo alguien a mi espalda.
—Me voy, Manuel. Ya no tienes que preocuparte por que
te estorbe, puedes hacer tu vida con Sofía tranquilo.
Vi el auto llegar detrás de él y empecé a caminar. No quería
hacer una despedida larga y difícil, pero Manuel me agarró
del brazo.
—Prometiste que no me dejarías solo, ¿por qué te vas?
Sus palabras fueron como puñales en mi pecho. Mis ojos
se aguaron. Alguna vez le había prometido a Manuel que no
lo dejaría solo, le había prometido a la señora Patricia que
tampoco lo dejaría solo, pero eran promesas que ya no podía
cumplir. Me partía el corazón tener que romper esas
promesas, pero debía irme. Me limpié el rostro con la mano
que aún tenía libre y miré a Manuel a los ojos.
Mis palabras hacia él fueron duras, pero muy reales y
liberadoras. Omití el hecho de saber que tiene un hijo con la
prima de Sofía.
Volví a ver el taxi del señor Carlos y no dudé en caminar
hasta él. Lily salió para ayudarme a subir mis maletas y no fue
hasta dentro de ese taxi que me desplomé en brazos de Lily.
—Llévame a la estación de buses por favor. —le pedí al
señor Carlos.
—¿A dónde irás? —preguntó Lily, limpiando las lágrimas
de mi rostro.
—Iré a Zaragoza.
—Pero ¿cómo te vas a ir si no tienes a nadie allí? —dijo
Lily con preocupación.
—Lily, Julia vive allá. Puede recibir a Jimena y ayudarla a
adaptarse, le podemos llamar. —dijo el señor Carlos.
—Sí, te vas a ir con Julia, es la sobrina de Carlos. Ella es
muy responsable y honrada.
—Lo único que quiero es irme lejos de aquí, por favor. —
Ellos asintieron.
Llegamos a la estación, compré un boleto y me fui hacia
el bus. Ellos iban a avisarle a su sobrina para que me esperara
en la estación de buses. El bus sale de la estación y no puedo
evitar pensar.
«Aquí comienza mi nueva vida contigo, mi pequeño».
25

Jimena se acababa de ir y me dejó plantado en la puerta


de la casa. Tomé la foto que miraba Jimena, era una donde
mi madre salía con ambos. No sabía que mi madre le había
hecho prometer eso. ¿En qué momento todo se volteó, si
venía a la casa era a hablar con ella para arreglarnos? Entré a
la casa aún absorto en pensamientos y sonó el teléfono. Era
Miguel.
—Jimena se fue —dije.
—¿Cómo así que se fue, Manuel? —preguntó.
—La embarré. Jimena se fue de la casa. —dije y pude
sentir como algo comenzaba a trabarse en mi garganta.
Hubo silencio en la llamada unos segundos.
—Vamos a tomar algo y hablamos. Estoy con Andrés y
con Guillermo. ¿Dónde te recogemos?
—Estoy en casa.
—Ya vamos para allá.
Al colgar la llamada me senté en el mueble de la sala, me
recosté contra el espaldar y cerré los ojos. Al abrirlos de
nuevo, pude ver a lo lejos una fotografía del día de nuestra
boda. La culpa comenzaba a brotar internamente y ya no
podía controlar mis emociones. Jimena hizo todo lo posible
por llegar a mi corazón y yo solo la rechacé.
Tenía tanto que decirle a Jimena, pero se fue sin haberle
podido decir una palabra. Por mi mente pasaron las últimas
semanas donde la había olvidado, especialmente después de
que se entregará a mí. Porque estaba seguro de que había
estado con ella la noche de mi cumpleaños y no con Sofia.
Llegué a la conclusión de que se había demorado para irse.
Jimena tenía razón.
—¡Soy una basura! —grité antes de cubrir mi rostro con
mis manos y aguantarme sobre mis rodillas. Los sonidos de
los tacones acercarse me hicieron levantar la mirada.
—Manuel, qué bueno que llegaste. Ya extrañaba tenerte
cerca. —dijo Sofía apenas me vio y se acercó a mi brazo.
—Sofía, no estoy de humor para tus estupideces —
respondí y le quité el brazo.
—¿Entonces ahora te vas a poner así porque ya no tienes
tu obra de caridad? Mejor que se haya ido, ella no era más
que un parásito. Además, ella tenía que saber que, si pasabas
tiempo con ella, le quitabas tiempo al bebé.
Apenas Sofía dijo eso, un viento helado me recorrió la
espalda.
—Sofía, ¿qué hiciste? ¿Qué rayos le dijiste a Jimena?
—La verdad, Manuel. No pensabas ocultarle el bebé a tu
esposa. ¿O sí?...
La sangre me empezó a burbujear por las venas y el calor
se me subió a la cabeza. Estaba seguro de que Sofía había
dicho algo de más y eso había hecho que Jimena se fuera.
Sofía también había sido la culpable de que me alejara de
Jimena en primera instancia; Sofía, quien había drogado y
violado a Miguel; Sofía… Sofía… «Si tan solo Sofía no
existiera» De momento sentí que me invadió una ira
profunda hacia ella y, mientras seguía cacareando alguna de
sus estupideces, la tomé del cuello anhelando que se callara.
Ella intentó quitar mis manos, patalear, pero la agarraba cada
vez más fuerte hasta que la tumbé al suelo y en medio del
trance seguí ahorcándola.
—Manuel —dijo una difusa voz masculina.
—Manuel, suéltala —dijo otra voz.
—¡Manuel!
—¡Suéltala, Manuel!, ¡la vas a matar! —gritó la última voz
masculina y me empujó con tal fuerza que mis manos se
soltaron. Sofía se había quedado inmóvil.
—Tiene pulso, está viva. —Escuché decir a Miguel con
un poco más de claridad—. La voy a llevar a un hotel hasta
que despierte. No quiero que tengas más problemas de los
que ya tienes. Cuando llegue allá, llamaré a un médico. —
Todos volteamos a verlo extraño, esperando que Miguel se
explicara un poco más.
—No le haré nada, solo será un susto inocente, pero no
le haré nada —dijo Miguel y levantó a Sofía en sus brazos—
. Manuel, manda las cosas de esta loca al hotel, por favor.
Creo que ya es hora de que deje de vivir aquí.
Guillermo escuchó a Miguel y volteó hacia mí.
—¿¡Tenías a Sofía viviendo aquí con Jimena!? —gritó y se
abalanzó a darme dos golpes en la cara—. ¿Cómo fuiste
capaz? —Otro golpe—. Infeliz.
Andrés lo apartó antes de que lanzara otro golpe y me
limpié la sangre de los labios mientras me levantaba del suelo.
—Con justa razón se fue. No eres más que un idiota.
Ahora entiendo por qué me dijo que quería salvar la poca
dignidad que le quedaba ¿Por qué le hiciste esto, Manuel? Te
pedí que no la lastimaras —Guillermo estaba furioso. Andrés
también me miraba con una cara extraña.
—Guillermo, creo que hay que dejarlo explicarse —dijo
Andrés, intentando calmar un poco a Guillermo.
—Hay mucho que contar, pero necesito una botella de
whisky antes.
Caminé adolorido hacia el estudio, abrí la botella y me
serví un trago. Guillermo y Andrés entraron y se sentaron. Se
sirvieron un trago cada uno y procedí a contarles todo lo que
no sabían de la historia.
—Manuel, pero pudiste optar por otras opciones. Claro
que Jimena se sintió humillada. Su matrimonio no era algo
real, pero debías respetarla por lo menos mientras ella vivía
aquí —dijo Andrés.
—Yo sé, pero entiendan. Mi padre no estaba para
defenderse y mi madre acababa de morir. No tenía cabeza
para solucionar un problema como ese, ¿qué hubieran hecho
de haber estado en mi lugar? —pregunté antes de beber de
un solo trago el líquido ámbar que quemó mi garganta.
Ambos se miraron y ninguno respondió.
—¿Y ahora qué harás? ¿Vas a buscar a Jimena, o la vas a
dejar ir? —preguntó Andrés.
—La voy a buscar y trataré de hablar con ella.
Probablemente esté por la casa donde vivió con su abuela,
buscaré ahí primero.
Ambos asintieron. Guillermo seguía enojado y no decía
nada, pero sabía que también le interesaba encontrar a
Jimena. Nos levantamos e íbamos a salir a buscarla, pero
llegó Lilian. «Si hay alguien quien puede saber dónde está
Jimena, es ella», pensé, y me aventé a preguntarle, aunque
tenía cara de pocos amigos.
—¿Lilian sabes dónde está Jimena? —Pregunté, pero ella
volvió a verme se acercó rápido a mí y me dio una cachetada.
—¿Todavía tienes el descaro de preguntar por ella? Si tu
madre estuviera aquí, Manuel, se desilusionaría de lo que le
hiciste a la pobre Jimena. —Si, es cierto. Mi madre estaría
muy molesta conmigo esto era algo que ella jamás habría
permitido.
—Sé que me equivoqué, Lilian, pero quiero arreglar las
cosas. Necesito saber dónde está.
Lilian bufó. No se veía muy convencida, pero aun así
empezó a hablar.
—Jimena se fue a la estación de buses, pero no sé hacia
dónde se dirige. —Mi corazón se hundió al saber que se había
ido de la ciudad. Me sentí frustrado. No tenía forma de saber
hacia dónde se había ido.
—Eso era lo que querías, ¿no? Ahora ella está lejos.
Espero se encuentre con gente buena que la ayude
sinceramente y no con segundas intenciones como lo hiciste
tú —dijo Lilian y se fue hacia la cocina.
—Hay que buscarla. Tal vez está en algún pueblo vecino
ahora no hay que perder tiempo. —dijo Andrés y eso
hicimos. Salimos rumbo a la estación de buses, pedimos
referencia de los últimos buses que salieron y para nuestra
mala suerte, habían salido seis a ciudades diferentes. La
búsqueda se volvió toda una odisea.
Llamaba a su teléfono insistentemente, pero sin respuesta
y desde hace un rato estaba apagado, pero no me iba a dar
por vencido. Debía contratar investigadores para que la
busquen. Ella tiene que regresar a mí. Ella todavía era mi
esposa, ya que ni loco firmaré los papeles dándole el divorcio.
Tres meses habían transcurrido y todavía no sabía nada de
Jimena. Le he insistido a Lily para que me dijera si hablaba
con ella, pero solo me decía que una vez le llamó, más no dijo
dónde estaba.
Necesitaba saber si estaba bien. No podía con esto que
sentía dentro de mí. La extrañaba tanto y no podía dejar de
pensar en ella ni un solo momento. Tarde me di cuenta de
que la amo y la quiero conmigo.
26

—¿Está seguro de que se encuentra bien y que esto no le


hará daño? —pregunté al médico que vino a revisar a Sofía.
—Si, es solo un tranquilizante. No hará más que dormirla,
lo cual es recomendable para que se recuperé del todo. —
Asentí, pagué por sus servicios y lo acompañé a la puerta.
Me daban ganas de matarla y desaparecer su cuerpo, esa
era la verdad. Por ella perdí meses de mi vida. La amistad,
que, por suerte, pude volver a recuperar y que ni sabía que
había perdido.
Volví a ver el cuerpo de Sofía sobre la cama y ya estaba
recuperando el conocimiento. Por lo que era mi momento de
cobrar mi venganza.
—Ahora tú y yo, nos vamos a divertir. —le dije en un tono
firme y contundente, ella me miró completamente asustada.
Tomé el tranquilizante que el médico dejó en un jeringa, listo
solo para ser aplicado y me acerqué a ella colocando una
tenebrosa sonrisa en mi rostro. La que podía ver reflejada en
el espejo al lado de la habitación.
Sofía no dijo nada, pero sí luchó para que no la inyectara.
Sin embargo, no logró evitarlo, pues coloqué el tranquilizante
en su brazo y ella fue perdiendo el conocimiento poco a
poco. De la misma manera en la que yo recuerdo que lo hice
esa noche en el bar.
Tomé mi teléfono y llamé a Guillermo. Ellos estaban
buscando a Jimena, pero necesitaba los videos que él
guardaba.
—Dime, hermano. —Contestó.
—Necesito que me hagas llegar los videos que tienes
sobre esa noche en el bar.
—¿Para qué los necesitas?
—Es hora de que esta mujer pague por todo lo que nos
ha hecho a Manuel, Jimena y a mí.
No costó mucho que llegaran esos videos a mi correo.
Guillermo se puso en contacto con mi abogado, el que me
indicó que llame a la policía y al hacerlo en un par de minutos
estaban en el lugar.
—Debió de interponer la denuncia primero. —dijo uno
de ellos y alcé la ceja.
—¿Y dejarla que se vaya o ponerla sobre aviso? Esta mujer
necesita estar tras las rejas o en algún tipo de institución
psiquiátrica. Mi abogado ya está en la delegación
interponiendo la denuncia correspondiente.
—De acuerdo, pero no podemos llevárnosla en ese
estado. Debe estar consciente. —y así fue como esperamos
media hora más para que pasara el efecto del tranquilizante.
—¿Qué pasó?, ¿qué me hiciste? —preguntó ella al no más
verme, pero se cohibió al ver a los policías dentro de la
habitación.
—Pasa que irás a prisión por intento de homicidio, estafa,
difamación y por todos los malditos cargos que mi abogado
y los de Manuel quieran poner sobre ti. —Vi a los policías—
. Ahora, ustedes ya no tienen excusa para no llevársela. Iré
justo detrás de ustedes. —Sin más los hombres salieron del
lugar llevándose a una anonadada Sofía, quien todavía está
desorientada.
Sin embargo, solo podía respirar tranquilo de que no solo
había hecho justicia por mí, sino también por mi amigo y su
padre. Porque lo que Manuel no sabe; es que en el listado de
llamadas del teléfono de Sofía ese día, hay una llamada a su
casa, por lo que nadie me sacaba de que Rafael Galeano esa
noche con quien hablaba, era Sofía.
Habían pasado ya tres meses desde que Sofía recibió un
buen susto de mi parte.
Por otra parte, era difícil ver a Manuel como un muerto
en vida porque no había podido encontrar a Jimena y no
lo culpo pues era triste su situación.
Andrés y yo estamos en Zaragoza, fuimos a cerrar un trato
con un cliente que es muy importante para mí compañía.
Andrés, en este caso, es mi representante legal.
Quedamos de vernos con el cliente en un restaurante muy
lujoso de la ciudad. Llegamos y nos ubicaron en un área
exclusiva de este, cuando llegó una joven a tomar nuestra
orden. Ella tenía sus ojos en su libreta, pero no pude evitar
ver a Andrés quien tenía la misma cara que yo.
Esa joven era Jimena y estaba muy embarazada.
27

Cuando me bajé del autobús, caminé a buscar mis maletas y


una chica de más o menos mi estatura, que se veía de tal vez
unos veinticuatro años, cabellera castaña y ojos color miel se
acercó a mí. Estaba un poco sospechosa, sin embargo, tenía una
sonrisa en el rostro así que intenté relajarme un poco.
—¿Tú eres Jimena? —preguntó.
Yo asentí con una sonrisa y de inmediato ella tomó una de
mis maletas.
—Julia, mucho gusto. —Tenía una sonrisa tierna, aunque
parecía una estudiante.
—Te pido una disculpa si tuviste que interrumpir tus
deberes por venirme a buscar —dije mientras la seguía.
—No te preocupes por eso, hoy tenía el día libre. Más bien
vamos a darte algo de comer, me dieron órdenes de cuidar de ti
y de un pequeño glotón en tu barriga —dijo terminando la frase
como un secreto. Julia parecía adorable.
—Gracias. Espero no causarte muchos inconvenientes. Es
más, ¿sabes de algún lugar donde pueda trabajar estando
embarazada? —Ella sonrió.
—Para tu suerte, junto con dos amigos de la universidad
abrimos un restaurante en la ciudad. Y no es por presumir, pero
está agarrando mucha fama entre la gente de la alta sociedad y
durante el mediodía ocupamos ayuda extra. Podrías probar y
trabajar medio día para que también descanses. ¿Qué te parece?
—Julia definitivamente era un Ángel.
—Claro que sí, te lo agradecería muchísimo. No quiero ser
un estorbo para nadie, por eso, con un trabajo, puedo rentar un
pequeño apartamento y no molestarte en tu casa. —Ella negó
enérgicamente con su cabeza.
—No, nena. Tú te quedas conmigo. En mi apartamento hay
dos habitaciones y hace mucho tiempo que quería encontrar
una compañera de piso. Así que, por incomodar, no te
preocupes. Tendrás tu espacio y yo el mío. Además, tú necesitas
ahorrar para tu bebé y conmigo no vas a pagar arriendo. —Cada
palabra que decía era como una descarga de emociones en mi
cuerpo y no pude evitar derramar un par de lágrimas por tan
bello gesto.
—Lo siento, es que creo que estoy un poco hormonal —dije
limpiando mi rostro.
—Tranquila, bella. Cambia esa cara. Sea buena, o mala, a la
vida siempre se le sonríe y más tú que tienes una persona por la
cual sonreír. No sé tú historia, y no te preguntaré nada por
ahora, pero cuando quieras hablar estaré para escucharte. —
Sonreí, asentí y me fui callada el resto del viaje. Por fin, después
de mucho tiempo, me sentía en verdadera paz.
Llegamos hasta un edificio de unos ocho pisos. Ella
estacionó el auto y me ayudó a bajar las maletas. Caminamos a
la entrada y nos recibió una montaña de escaleras. Julia me miró
y con un poco de pena mencionó que estábamos hasta arriba.
La subida de las escaleras fue un suplicio. Peor con maletas.
Pero no había de otra, pues Julia dijo que el ascensor lo estaban
reparando. El apartamento era muy agradable y tenía una vista
muy bonita. Julia me guío a mi habitación que solo tenía una
cama y una mesita. El closet era empotrado y grande, y la
habitación tenía su propio baño.
—Bueno, pues bienvenida a Zaragoza, Jimena. En el baño
hay toallas, en la cocina hay comida por si quieres prepararte
algo y en la nevera te dejé mi número por si necesitas algo más.
Tengo que ir a hacer mi ronda al restaurante. Aunque es mi día
libre. Los viernes siempre son una locura y la ayuda siempre es
requerida.
—¿Podría ir contigo? —pregunté y ella se sorprendió—. Así,
si llegan a necesitar ayuda me pueden poner a probar de una
vez.
—Claro, pero si te sientes cansada, te sientas; y eso no está
en discusión. —Asentí y ella continuó—: Me gusta tu
entusiasmo. Si quieres cambiarte o bañarte, puedes hacerlo. Yo
te espero. —dijo y salió de la habitación.
Mi primer día en el restaurante fue tranquilo, a pesar de ser
viernes, como había dicho Julia. Conocí a todos mis
compañeros y sentí que era un buen ambiente de trabajo. Con
el paso del tiempo me di cuenta de que eso era porque todos en
el restaurante eran como una familia. Todos se cuidaban entre
sí, y si había algún problema, cualquiera, el que estuviera más
cerca, siempre salía al rescate.
Julia se convirtió rápidamente en mi mejor amiga; en mi
familia. Siempre estaba pendiente de mi salud, de mi estudio,
del trabajo, incluso de mi embarazo. Julia se transformó en esa
hermana que algún día soñé tener.
Pasados los días, Julia me ayudó a conseguir una cita con una
ginecóloga y obstetra para poder saber cómo iba el embarazo y
tener a alguien pendiente de hacerme el seguimiento.
—Jimena Roberts, ¿cierto? —Soy la doctora Lucia Rojas.
Hola, Julia. —Saludó la doctora cuando entramos al
consultorio.
—Mucho gusto, doctora —respondimos ambas.
—Doctora, Jimena viene de Bellavista y viene a hacerse un
control y empezar un historial clínico aquí. —dijo Julia.
Volteé a mirar a Julia y ella me hizo una mueca.
—Muy bien, me parece perfecto —respondió la doctora.
Hizo un par de preguntas de rutina y una que otra sobre
Manuel que en realidad no sabía. Me tomó la presión y la
temperatura, luego me hizo poner una bata y me guío hasta una
camilla donde me hizo acostarme para hacer un ultrasonido
transvaginal para poder ver más en detalle el estado del bebé,
puesto que todavía era muy pequeño.
El ultrasonido se emitió en una pantalla frente a mí. No
entendí nada, pero si pude ver tres círculos negros que tenían
como un pequeño frijol dentro. De pronto la doctora se quedó
viendo un poco más concentrada, como si hubiera visto algo
malo, y me asusté.
—¿Todo bien, doctora? —ella volteó a verme.
—Sí, perfectamente. Es más, mucho mejor que bien. Vas a
ser mamá de trillizos.
Apenas ella dijo trillizos, sentí como si el mundo me hubiera
dado una cachetada. Movía la cabeza en negación, pero la
doctora lo afirmaba cada vez más y empezó a mostrarnos a los
bebés en la pantalla. Sentí que me faltaba el aire y me empecé a
sentir mareada. «De todas las mujeres en el mundo, me vino a
tocar ser madre de tres niños a mi». Ella retiró el aparato y me
senté.
—Jimena, tranquila. Trata de calmarte un poco, alterarte así
no les hace bien a tus bebés —dijo la doctora.
—¿Porque me pasan estas cosas a mí? ¿Cómo podré cuidar
de tres bebés yo sola? Esto es demasiado para mí —balbuceé.
Mi respiración se hizo cada vez más corta y rápida mientras
pensaba en la cantidad de responsabilidades que iban a acarrear
criar a tres bebés, y sola.
—Doctora, está muy alterada —dijo Julia que me tenía
agarrada una mano.
—Tendremos que ponerle un calmante. Ayúdame a
recostarla en la camilla.
Esas fueron las últimas palabras que escuché antes de
desmayarme. Cuando me levanté, estaba en otro lugar, pero en
una camilla del hospital. No había nadie en ese momento por
lo que permití dejar salir un par de lágrimas que caían
silenciosamente mojando la almohada debajo de mi rostro.
Minutos después, Julia estaba con Lorena, una de las socias del
restaurante y, al ver que estaba despierta, ambas se acercaron a
mí.
—Hola, nena, por fin despiertas, ¿cómo estás? —preguntó
Julia.
—Todos estábamos preocupados por ti —comentó
Lorena—. Julia llamó y nos contó lo que te pasó. Me alegra ver
que solo fue un ataque de pánico el que te dio. Además, tienes
que saber que no estás sola, Jimena. Todos te vamos a ayudar,
tú no tienes por qué preocuparte por nada. Todo va a estar
bien.
Las lágrimas no hacían más que seguir brotando de mis ojos.
Seguía asustada, pero no estaba sola. Les pedí su mano y cuando
pude les dije.
—No tienen idea de cómo les agradezco todo lo que han
hecho por mí. Son las únicas amigas que tengo. Gracias por
acogerme como alguien más en su familia.
Julia se puso algo sentimental.
—Ya deja de llorar y hablar así que me vas a hacer llorar. —
Lorena y yo reímos.
Los días se volvieron semanas y las semanas, meses. Ya tenía
4 meses y medio de embarazo y me había logrado instalar con
éxito en Zaragoza. Trabajaba de once de la mañana a dos de la
tarde, Julia no me dejaba trabajar más que eso, pues la doctora
me ha mantenido en reposo. Mi presión arterial últimamente se
elevaba mucho, al punto que algunas veces me he escapado de
caer desmayada a causa de los fuertes dolores de cabeza. Mi
vientre ya se notaba bastante y mentiría diciendo que he
olvidado a Manuel, porque no es así, siempre estaba presente y
más cuando les hablaba a mis bebés, los cuales podría ver a
través del ultrasonido al terminar mi turno, en la cita del mes.
—Jimena, ¿me puedes ayudar con la mesa en el salón? —Me
pidió Lorena, asentí tomé mi libreta y caminé hacia el lugar.
—Bienvenidos. Mi nombre es Jimena y yo les atenderé esta
tarde, ¿qué desean ordenar? —dije mientras colocaba el menú
en medio de la mesa y esperé su pedido con los ojos en la libreta.
Entonces sentí que una mano tocó mi brazo. Levanté la
mirada para ver qué necesitaban y vi a Miguel. Una ráfaga de
hielo tensó todo mi cuerpo desde los pies hasta la punta más
larga de mi cabello y volteé a ver a los demás anhelando que él
no estuviera. Los otros dos comensales eran Andrés y otro
hombre. Respiré un poco al no ver a Manuel con ellos. Andrés
se quedó con la boca abierta al ver mi vientre. Me separé un
poco pues sentí que me empezaba a faltar el aire y Miguel y
Andrés, se pusieron de pie buscando ayudarme. «¡Dios mío!»
pensé. Me apoyé en la otra mesa que estaba vacía y empecé a
respirar más profundo, hasta que me pude calmar un poco.
—Jimena, ¿estás bien? Respira profundo —dijo Miguel.
—Disculpen. Ya estoy bien. Les mandaré a alguien más para
que termine de atenderlos. Perdón por el inconveniente —
respondí y me di la vuelta, pero Miguel me tomó del brazo
levemente.
—No te preocupes, Jimena. Fue mi culpa. ¿Podemos vernos
cuando termines de trabajar? Te juro que Manuel no lo sabrá.
Lo dudé por un momento, pero al final asentí y les tomé la
orden lo más rápido que pude. Necesitaba irme a sentar un
momento. No pude dejar de estar pendiente de su mesa por el
resto del turno. Incluso el señor que había llegado con ellos se
había marchado, pero Miguel y Andrés seguían sentados. Al
parecer no se iban a ir sin hablar conmigo.
—¿Ves a los dos hombres de allá? —pregunté a Julia—. Son
los amigos de mi ex. Tengo que hablar con ellos y pedirles que
no digan que me encontraron. ¿Te molestaría si los llevo al
apartamento para hablar un rato?
Julia los volteó a mirar con sospecha, luego me vio.
—¿Estás segura?
—Sí, necesito hacerlo. Por favor —respondí.
—Está bien. No hay problema, pero sí te voy a pedir que me
presentes al de corbata roja. ¿Es soltero? —preguntó
refiriéndose a Miguel.
—Pues no lo sé, creo que sí. Nunca lo he visto con nadie.
Julia sonrió y me vio alzando repetidamente las cejas
mientras mordía su labio inferior. Me reí ante tal gesto.
—¿Y si te acompaño? Así no te sientes sola cuando hables
con ellos. Juro que solo es por el apoyo y por ver unos minutos
más a ese bombón. —No pude evitar que se me escapara una
carcajada esta vez, asentí y fui a la mesa de ellos a decirles que
mejor habláramos en el apartamento. Les entregué un papel
donde estaba escrita la dirección y el número de apartamento.
—Está bien —dijo Andrés—. ¿Te vas con nosotros?
—Bueno, pero déjame decirle a Julia. Ella viene conmigo.
Ambos aceptaron y salieron a esperarnos en el auto. Le
pregunté a Julia si nos íbamos con ellos y ella aceptó sin
pensarlo.
Al llegar al apartamento, Julia les ofreció algo de tomar y
cada uno aceptó una cerveza. Me senté en la sala esperando que
la conversación fuera rápida, pues tenía nada más una hora para
llegar a mi cita con la ginecóloga.
—Jimena, tengo una sola pregunta para ti —dijo Miguel,
acomodándose en el sillón—. El bebé que esperas, ¿es de
Manuel? —dudé en si decir alguna mentira para zafarme de
ellos, pero no lo hice.
—Sí, mis bebés son de Manuel. Aunque no creo que él
recuerde el haberlos procreado. —dije viendo su mirada de
incomprensión.
—Disculpa si es mucha la intromisión, pero ¿porque Manuel
no lo recordaría? —Continuó Miguel.
—El día de su cumpleaños lo llevaron borracho, ¿no es así?
No pude subirlo a su habitación así que lo llevé a la habitación
que fue de la señora Patricia y pues una cosa llevó a la otra entre
nosotros. Luego subí a mi habitación a darme un baño, cambiar
mi ropa y me dormí en mi habitación no se si para evitar algún
rechazo de su parte o por cobardía, no lo sé. Cuando desperté
quería llevarle algunos analgésicos por si se levantaba con dolor
de cabeza y mi sorpresa fue que Sofía estaba desnuda con él en
la cama. Cuando él se despertó no dijo ni hizo nada. Horas
después se fue y por casi 4 semanas no apareció, nunca me
llamó, ni preguntó por mí. Hasta el día que decidí irme de su
lado, yo no le importé todo ese tiempo y por mi embarazo no
podía seguir en esa casa con Sofía en ella. —Ellos dos se
quedaron mudos ante mi relato, Julia que estaba en la habitación
lo hizo también. Nunca le conté cómo había pasado todo entre
Manuel y yo.
Caminé hacia mi habitación y busqué los acuerdos para que
los leyeran y entendieran por qué me alejé. Le entregué los
papeles a Andrés, este lo leyó y se los pasó a Miguel. Sus caras
cambiaron evidentemente estaban molestos.
—Yo al casarme con él no tenía nada y no pedí nada porque
ya estaba todo por escrito y como pueden ver tengo que cuidar
de mis hijos y alejarme de él. —Ambos se vieron y el primero
que habló fue Andrés para preguntarle algo a Miguel.
—¿Este documento lo hizo Guillermo? no creí que fueran
tan inhumanos como para poner esos puntos. —Miguel asintió.
—Me dolió mucho saber que mi amigo de la infancia me
hiciera algo como eso, aunque no lo culpo, es su trabajo seguir
órdenes y él me dijo que no sabía que era conmigo que se iba a
casar Manuel. —dije juntando mis manos.
—Jimena, pero hay algo importante que tienes que saber. —
me dijo Andrés—. Manuel no ha firmado el divorcio, lo que
significa que todavía siguen casados. —Eso no me lo esperaba,
ahora mi miedo se hacía más grande quizás quiera quitarme a
mis bebés.
—¡No! eso no. No puede ser; puede quitarme a mis bebés.
Díganme que no puede hacer nada como eso, por favor.
Díganmelo. —Comencé a sentir que me faltaba el aire. Miguel
ayudó a que me sentara, ya que me puse de pie después de la
noticia. Julia trajo el aparato para tomar mi presión, comencé a
sentir ese dolor punzante en mi cabeza. Julia se alarmó por lo
alta que estaba mi presión.
—Hay que llevarla a su cita, su presión está muy alta y ha
tenido varios problemas con eso. La doctora la ha tenido en
vigilancia para que no sufra de preeclampsia que puede ser fatal
para los trillizos y para ella. —dijo Julia agarrando nuestras
carteras mientras los otros dos se quedaron en shock y cantaron
a coro.
—¿¡Trillizos!?
28

Miguel y Andrés estaban con la boca abierta, me hubiera


encantado haberles sacado una foto, pues se veían muy
chistosos, pero el dolor de cabeza no me lo permitió.
—Recuérdame darle una buena patada en las bolas a
Manuel, así no ocupará vasectomía. —dijo Andrés a Miguel
el cual estaba tratando de salir de su asombro.
—Bueno pero la primera se la daré yo. Cuando dijiste
hijos pues no le puse mucha atención, pero no me esperaba
esto. —dijo Miguel sentado a la par mía.
—Bueno, pero hay que llevar a Jimena a su cita como
pueden ver ella no se siente bien. —dijo Julia mientras me
ayudaba a levantar y caminar a la salida.
—Estas escaleras creo que no le hacen bien, son muchas
y su barriga crecerá mucho. —dijo Andrés, quien le quitó las
carteras a Julia, se ve muy divertido con ambas carteras una
en cada brazo. Llegamos al auto ya me estoy sintiendo más
tranquila, pero el dolor de cabeza está presente todavía. Julia
les dio la dirección de la clínica a donde vamos. El camino
estuvo muy silencioso, menos la música que sonaba en la
radio. Minutos después, ya estábamos dentro del consultorio
de la doctora y pues ni Miguel ni Andrés quisieron esperar
afuera.
—Veo que tenemos compañía —dijo la doctora con un
poco de risa— Bueno, Jimena, ¿cómo te has sentido? Te ves
algo pálida. ¿Estás comiendo bien? —dijo algo preocupada.
—Sí, doctora. Yo me estoy asegurando de que coma y
tome sus medicinas, pero hoy se encontró con estos dos
individuos y pues tuvo una subida de presión.
La doctora se levantó y me pidió que fuera a la camilla
para hacerme un chequeo.
—¿Tienes dolor de cabeza o dolor al orinar? —preguntó.
Ya hace un tiempo me habían dado un posible diagnóstico
de una enfermedad, pero dijeron que debía esperar a ver
cómo evolucionaba el embarazo.
—Sí. Algunas veces el dolor de cabeza es acompañado por
dolor en los oídos. Además, siento un dolor en la parte baja
de mi barriga. —Volteé a ver a Julia y estaba molesta. Nada
de lo que le había dicho a la doctora se lo había dicho a ella
antes.
—Necesito hacerte un pequeño examen, Jimena. Como
habíamos hablado hace un tiempo, tenías una leve
inclinación hacia la preeclampsia, y parece que todos los
síntomas que me comentas lo confirman. No quiero
alarmarte, es algo que se puede controlar con medicamentos
y cuidados, pero eso podría también dañar algunos de tus
órganos si no se tienen los cuidados adecuados.
Todo el consultorio quedó en completo silencio y el aire
comenzó a sentirse pesado.
—Lo primero que necesito —dijo la doctora—, es que me
pases una muestra de orina en este tarrito.
—¿Ya?
—Sí, tenemos que confirmar la enfermedad lo más pronto
posible para actuar con prontitud.
Luego de la prueba, y de que la doctora la enviará al
laboratorio, seguimos con el ultrasonido. Me acosté en la
camilla, me levantaron un poco la blusa y comenzaron a
transmitir a mis bebés en la pantalla. Julia fue la única que se
acercó, Miguel y Andrés parecía darles vergüenza, así que los
llamé.
—No creo que quisieran perderse la mejor parte —dije y
con discreción se acercaron.
—Al parecer aquí todo se ve muy bien —comentó la
doctora—. Pero bueno, necesito saber si quieres saber el sexo
de los bebés antes de meter la pata.
Volteé a ver a todos mis acompañantes y todos asintieron
con emoción.
—Creo que todos queremos saber —dije. Ella se sonrió y
se acercó a la pantalla, enfocándose por tiempos en cada uno
de los bebés. Yo estaba temblando de ansiedad.
—Parece que tenemos aquí a dos niños y una niña. —
Volteé a mirar a Julia que me abrazó con una gran sonrisa y
no pude evitar llorar de la emoción. Miguel y Andrés tenían
cara de sorpresa.
Terminado el ultrasonido, Julia me pasó una toalla para
que me secara las lágrimas y la doctora me entregó otra para
limpiarme el líquido del vientre. En ese momento se abrió la
puerta del consultorio y una de las asistentes de la doctora le
entregó unos papeles. De inmediato ella se fue a su escritorio
y todos la seguimos. Estaba algo preocupada.
—Jimena, tienes preeclampsia.
Alguna vez escuché ese término y nunca lo había
escuchado más que para dar una muy mala noticia. La
preeclampsia era una enfermedad de temer. Volví a sentirme
encerrada, que todo me caía encima, que nada de lo que hacía
o me pertenecía podía salir bien. Entonces la doctora
continuó:
—No quiero que te preocupes de más, Jimena. Te daré
una guía de qué cosas hacer y cuáles no, junto con los
medicamentos que tomarás de ahora en adelante. La
preeclampsia es una enfermedad grave, sí, pero con reposo,
tranquilidad y buena alimentación se puede mantener
controlada. Lo primero es que tienes que guardar reposo por
lo que te queda de embarazo.
—¡Lo que queda del embarazo! —alegó Julia y la volteé a
mirar.
—Así es. Nada de exigencia física. Puedes caminar solo
quince minutos como ejercicio diario. Evita el estrés, así tu
presión arterial no se elevará. —La doctora volteó a mirar a
mis tres acompañantes—. De ustedes es la responsabilidad
de que esté bien descansada, alimentada y tranquila. De eso
depende que esos tres bebés nazcan fuertes y sanos.
Me entregó tres hojas donde estaban las instrucciones y
recetas que tenía que seguir durante los siguientes meses que
me quedaban de embarazo y nos despidió. Saliendo de la
clínica vi una heladería al otro lado de la calle y se me hizo
agua la boca.
—¿Podemos ir a la heladería? —pregunté—. Es que me
han dado unas ganas muy fuertes de helado de fresa.
—Yo te acompaño. Después de saber que no tendré uno,
ni dos, sino tres sobrinos, necesito un trago. Pero como no
estás apta para eso, me conformaré con un helado de
chocolate con crema batida —dijo Andrés. Julia y Miguel
estaban cruzando miradas y sonrisas entre ellos sin prestar
demasiada atención, así que aceptaron sin protestar.
Luego del helado, fuimos al apartamento donde me
recosté en el mueble y todos se sentaron alrededor mío.
—¿Cansada? —preguntó Miguel.
—Un poco. Cargar tres niños no es tan sencillo como
parece.
—Tienes que dejar de trabajar, Jimena. De ahora en
adelante, Andrés y yo nos vamos a hacer cargo de ti y tus
hijos. Y por Manuel no te preocupes, él no va a saber nada
de ti. Se merece un escarmiento por lo que te hizo. Será un
secreto entre los que estamos aquí presentes.
Miguel vio a Andrés, luego volteó a mirar a Julia, sacó una
tarjeta y se la entregó. Ella la tomó sonriente y la metió en el
bolso de su pantalón.
—Muchas gracias, Miguel. Pero sé que ni mis bebés, ni
mucho menos yo, somos responsabilidad de ustedes. Harán
suficiente con guardar el secreto por mí. No los quiero cargar
más con...
—No era una pregunta, Jimena —interrumpió Miguel—.
Me comunicaré con Julia para saber de ti y de los bebés, y si
necesitan algo, cualquiera de ustedes, solo llámenme.
—Aquí también está mi información por si hay alguna
emergencia y Miguel no está disponible —dijo Andrés y dejó
su tarjeta sobre la mesa de la sala.
—¿Por qué hacen esto? —pregunté.
—Manuel ha sufrido mucho, Jimena. Y nos duele verlo
así, pero él actuó demasiado mal contigo y creemos que
quizás merece un poco más de tiempo sin saber de ti, pero,
ahora que nosotros sabemos que tienes a sus hijos en tu
vientre, no podemos hacer como si nada y dejarte a tu suerte;
menos sabiendo que no estás bien de salud. Cuando tú te
sientas preparada para hablar con él, nos dices y lo traemos,
pero mientras tanto tú sólo concéntrate en estar bien por mis
sobrinos —dijo Andrés.
—No creo que esté sufriendo —comenté entre dientes—
. Me imagino que ahora ha de estar viviendo con Sofía y la
prima de ella que es la madre de su hijo.
—¿De qué estás hablando? —preguntó Miguel.
—Sofía me dijo que Manuel tenía un hijo con su prima.
Me enseñó una foto del bebé y realmente era muy parecido a
él. También dijo que Manuel amenazó a su prima para que
ella se fuera lejos, pero que ya estaba buscando reconciliarse
después de conocer al niño.
Miguel negó con la cabeza y apretó los puños.
—¡No entiendo como esa mujer pudo haber hecho tanto
daño!
No entendí qué estaba pasando, pero Andrés puso una
mano sobre el hombro de Miguel en señal de que se calmara
y comenzó a hablar.
—Jimena, nada de lo que ella te dijo es cierto.
—Pero la prima de ella sí tiene un bebé.
—Sí, pero… —Andrés hizo una corta pausa—. Necesito
saber que lo que te diga, lo vas a tomar con calma, porque si
no, no podré contarte todo.
Nada más con que Andrés dijera eso ya me había tensado.
—No creo que sea momento para hablar de cosas que
vayan a alterar a Jimena, ustedes escucharon lo que dijo la
doctora —dijo Julia un poco molesta.
—Tienes razón, Julia, pero hay cosas que Jimena no sabe
porque el idiota de Manuel decidió callar u omitir, así que me
gustaría aclararle varias de ellas. Pero todo depende de ti,
Jimena. Si quieres escuchar.
Respiré hondo. Estaba un poco asustada por lo que
tuvieran que decir, pero también necesitaba saber la verdad.
Si ese hijo no era de Manuel, entonces por qué Sofía había
dicho eso y por qué el niño era tan parecido a él. Pensé en lo
mejor para mis bebés y me tranquilicé.
—Quiero saber.
—Sofía está en la cárcel por lo que le hizo a Miguel —dijo
Andrés—. Bueno, ella está en la cárcel por eso. —le hice cara
a Julia de que le contaría después.
—Y el bebé que ella te dijo, no es hijo de Manuel —dijo
Miguel—. Ese bebé es hijo de su padre; es decir, es su
hermano.
En ese momento apreté la mano de Julia y rompí en llanto.
Andrés se levantó a la cocina y me pasó una botella de agua.
—No tenías por qué decirle eso ahora —dijo Julia
mirando mal a Miguel—. Con lo de la arpía era suficiente.
—Ella necesitaba saberlo para que no sufriera por las
mentiras de esa mujer. Discúlpame, no quería alterarte, pero
sé que por tu actuar sigues queriendo a Manuel y no tienes
por qué pensar cosas que no son por culpa de Sofía.
Nosotros ya tenemos que irnos, pero quería que supieras eso
para que te tomes tu tiempo para pensar qué quieres hacer.
Luego de decir eso, ambos se pusieron de pie y se
dirigieron hacia la puerta, pero antes de salir, Andrés sacó una
tarjeta roja de su billetera y la dejó en la mesa.
—Te dejo esto en caso de que necesites comprar cosas
para ti o para los bebés. No te sientas mal en usarla. —Moví
mi cabeza afirmando sin poder dejar de pensar en la última
información. Julia se despidió de ellos en la puerta y luego
volvió.
—¿Y ahora qué harás? —Mi cabeza era un caos en ese
momento.
—No lo sé, pero por ahora necesito tener tranquilidad por
mis bebés y, aunque fuera verdad lo que ellos dijeron, no
quita que Manuel me ignoró por casi un mes después de
haber estado conmigo. —Ella asintió, yo me levanté para ir a
mi habitación, me acosté sobre la cama abrazando la
almohada. Esa que ha sido la única testigo de mis lágrimas y
a la que le he confesado lo mucho que sigo amando a Manuel.
29

Llegando a mi octavo mes aún no sabía nada de Manuel.


Miguel y Andrés habían estado pendientes de nosotros. Con
Julia habíamos dividido mi habitación, una mitad para los
bebés y la otra para mí y ya tenía casi todo listo para su
llegada.
Julia se volvió muy cercana a Miguel, aunque no tenían
nada formal todavía, pero esperaba que lo fueran pronto.
Ya estaba en una etapa en el embarazo donde no podía
hacer nada más que sentarme o acostarme a ver películas o
leer alguna novela romántica mientras esperaba que Julia
llegara y pudiéramos hacer algo. Se había vuelto muy estricta
con lo del reposo y no me dejaba hacer nada que no fuera
supervisado por ella.
Esa noche Julia tenía una cita con Miguel y me dijo que
ella estaba un poco tarde por lo que me pidió que le buscara
un vestido en su armario solo para venir a bañarse y
cambiarse. Por primera vez entraré a su habitación, bueno,
he entrado, pero no hasta su armario. Saqué el vestido que
me pareció más adecuado y lo puse sobre la cama. Deseaba
buscarle un par de aritos que hicieran juego. Busqué en una
cajita que tenía en su cómoda cuando vi algo que no esperaba
ver jamás.
«¿¡Qué es esto, Dios mío!?»
Julia tenía una foto de mi padre con una bebé y una mujer
muy parecida a ella. En ese momento ella entró y al verme
con la foto en la mano me dijo:
—Esos son mis padres. Yo tenía un año y casi dos meses.
Mi madre murió unos meses después.
Julia tomó la foto y la vio por un rato. Era evidente que
era una foto importante para ella y que verla le sacaba una
sonrisa nostálgica. Me alejé un poco de ella para darle algo de
espacio y después de que puso la foto de nuevo en su lugar,
volteó y me vio sollozando con una sonrisa.
—Jimena, ¿qué pasa? —preguntó.
—Ese... ese hombre, Julia. Ese era mi papá.
Ella abrió los ojos sorprendida, se tapó la boca con su
mano temblorosa y también empezó a sollozar.
—¿Es en serio? —dijo.
—No entiendo nada, Julia, ¿qué está pasando? —Logré
decir entre sollozos. Ella abrió los ojos al máximo y después
me abrazó.
—Primero, cálmate. Tienes que calmarte que estar
alterada no te hace nada bien. Te voy a contar, pero tienes
que respirar profundamente.
Julia me tomó de los hombros y me sentó en su cama.
Ambas hicimos un trabajo de respiración, ella me ayudó a
respirar profundo, pero no lograba calmarme.
—Habla ya, Julia, por favor. Estoy por volverme loca. —
Ella me tomó de las manos.
—Está bien, pero hay algo que quiero que sepas antes de
cualquier cosa. Quiero que sepas que yo te estuve buscando
por un tiempo y nunca te pude encontrar.
No entendía nada, no sabía a qué se refería.
—Jimena, hay cosas que quiero que sepas primero antes
de hablar. Quiero que sepas que no te odio, todo lo contrario,
te busqué por un tiempo y nunca te pude encontrar. Mi…
Bueno, nuestro padre era un agente infiltrado, se encargaba
de desmantelar grupos terroristas o delincuentes. Cuando
cumplí dos años, mi madre murió por culpa de unos
delincuentes que llegaron a nuestra casa y acabaron con todo
a su paso. Ella me salvó al esconderme dentro de un baúl en
el armario y mi papá me encontró después. De ahí me llevó
con mi tío Carlos, que es hermano de mi mamá, y él me crio.
No volví a ver a mi padre y solo supe de él por llamadas.
» Cuando cumplí cinco años me enteré de que se había
casado de nuevo, que tenía una hermana y viví muchos años
con la ilusión de conocerla, aunque no volví a ver a mi padre.
Mi tío Carlos siempre me dijo que era por mi bien que me
mantenía lejos de él, que solo lo hacía para que no me
hicieran lo mismo que le hicieron a mi mamá. Mi tío llenó el
vacío que dejó mi padre y la verdad nunca le guarde odio o
rencor a mi padre biológico.
» Con el paso de los años, mi papá dejó de llamar, aunque
siempre le mandaba dinero a mi tío para mis gastos y
estudios. Mi tío se casó con Lily cuando yo tenía trece años,
entonces tuve una familia con ellos. Cuando cumplí
dieciocho años me enteré de que tuvo un accidente y que él
había fallecido junto con su esposa, así que yo quería hacerme
cargo de mi hermana y empecé a buscarla. Fue ahí donde
decidí venirme a vivir aquí para buscar dónde habían
enterrado a mi padre; el dinero no fue problema, mi tío
Carlos siempre cuido bien del dinero que le mandaba mi
padre y pude comprar este departamento, además de costear
la universidad y demás gastos. Nunca encontré su tumba y
nadie supo nada de él. Fui hasta donde supe que era su casa,
pero nadie vivía allí y tenía rótulo de que se vendía, por lo
que perdí la esperanza de encontrarlos. Hasta hace dos años.
—Julia se levantó y fue hasta la gaveta de la mesita a un lado
de su cama. Sacó una carta que tenía su nombre y me la
entregó.
—Esta carta me la dejaron en la puerta de mi casa. Por
días tuve miedo de abrirla, pensé que era alguna amenaza,
pero no. Puedes abrirla y leerla, yo iré por tus pastillas y una
botella de agua. Las necesitarás.

“Querida Julia,
Disculpa si no has podido saber de mí en mucho tiempo,
pero sabes que cuando se trata de proteger a la familia se hacen
muchos sacrificios. Primero que nada, quiero que sepas que
estoy vivo; estamos vivos mi esposa y yo. Ella también es una
agente. Estábamos investigando una empresa muy poderosa,
pero nos descubrieron y querían ir por tu hermana. Así que
antes de que lo hicieran, preferimos fingir nuestra muerte y
alejarla de todo este mundo. Ella está bien con su abuela de
parte de su madre. Vive en el vecindario donde creciste, así que
no te preocupes por ella. Si alguna vez necesitas algo, contáctate
con mi amigo y abogado Samuel Amador. Él es mis ojos y
oídos entre ustedes. Te amo, hija, y lamento nunca haber estado
a tu lado, pero era por tu bien. Si te encuentras con tu hermana
algún día, no la odies porque ella está viviendo muy diferente a
como tú lo hiciste.
Posdata: Múdate de aquí. Hay que subir muchas escaleras
y yo ya estoy viejo.
Te ama, tu papá.”

Apenas terminé de leer la carta estalló en mis oídos un


dolor intenso. Julia llegó al momento de haber empezado el
dolor e intentó decirme algo, pero no escuchaba nada. De
pronto sentí que empezaba a perder la conciencia, así que dije
lo único que me vino a la mente.
—Julia, mis bebés. —Y después de decir eso, sentí que el
mundo se apagó.
30

No podía creer que Jimena era mi hermana. Desde que la


conocí tuve un instinto de protección por ella y sus bebés que
son mis sobrinos de sangre y no por amistad. Dejé un
momento a Jimena leyendo la carta que me dejó mi padre
hace 2 años, deseaba que eso no le hiciera mal a ella ni a sus
bebés que ya estaban a nada de nacer. Regresé a la habitación
y la vi recostada con sus manos en su panza como si se
estuviera quedando dormida.
—¿Jimena? ¿Te encuentras bien? ¡Jimena! —Me asusté
porque no me contestaba solo me miraba con sus ojos casi
cerrados.
—Julia, mis bebés. —Mi corazón se aceleró al igual que
mi razón, Busqué mi cartera para poder tomar mi teléfono.
Llamé a emergencia donde expliqué la situación y cómo se
encontraba Jimena. Al colgar con ellos me senté a un lado de
Jimena intentando hacerla reaccionar ligeros con golpes en
sus mejillas y no funcionaban.
Nuevamente tomé mi teléfono y llamé a Miguel que me
contestó de inmediato.
—Hola, Julia, iba a llamarte, estamos celebrando el
cumpleaños de un amigo, fue una total sorpresa. Aunque si
no le tienes miedo a andar en helicóptero te puedo ir a traer
si gustas. —Dejo que terminé de hablar y yo tomé también
ese momento para tranquilizarme, pero no lo logré.
—Miguel, es Jimena. Miguel. —Fue lo único que pude
decir intentando controlar el llanto. Su voz y su actitud
cambiaron en un instante.
—¿Qué sucede con Jimena? ¿Ella está bien? —preguntó
con seriedad.
—No, Miguel, he llamado a emergencias, nos acabamos
de enterar que somos hermanas y no se lo tomó nada bien;
está muy pálida e inconsciente. Tengo miedo, ¿qué tal si por
su enfermedad se mueren ella y los bebés? ¡Dios mío, los
bebés! —Me acerqué a tocar su barriga y sentí fuertes
movimientos. Eso me calmó un poco, pero Miguel estaba
como loco repitiendo mi nombre al teléfono.
—Julia, Julia, Julia. ¿Cómo están los bebés? —preguntó.
—Se mueven. Los bebés se mueven bien. Necesito que
vengas lo más rápido posible y creo que es mejor si vienes
con el padre de los bebés. Te dejo que ya viene la ambulancia.
Te aviso después a qué hospital la llevan. Apúrense, por
favor.
Los paramédicos llegaron, subieron rápidamente a Jimena
en la camilla y la bajaron con sumo cuidado por las escaleras.
Me preguntaron qué parentesco tenía con ella y les dije que
era mi hermana, por lo que me dejaron subir con ella en la
ambulancia. Al llegar llené los papeles con la información que
sabía sobre ella. Afortunadamente la llevaron a la clínica
donde estaba su doctora y pedí que fuera ella quien la
atendiera ya que sabía todo sobre el cuadro clínico de Jimena.
Pasaron dos horas en la sala de espera y aún no sabía nada
de Jimena ni de los bebés. Ya le había avisado a Miguel la
clínica y solo quedaba esperar. De pronto una pareja de
adultos llegó y se sentaron a mi lado. La señora parecía muy
preocupada y el hombre estaba algo distante, hasta que ella
se volteó hacia mí.
—¿Cómo se encuentra mi hija? —preguntó.
Cuando ella dijo eso, volteé mi mirada hacia el señor quien
me devolvió la mirada con algo de tristeza. Una descarga de
emoción me tensionó el cuerpo e intenté controlarme, pero
el cuerpo me tembló hasta que no aguanté y me lancé a
abrazarlo.
—Hola, hija —dijo y me dio un beso en la frente.
—¡Papá! —dije llorando, abrazándolo y aplastando mi
cabeza en su pecho.
Luego escuché dos voces acercándose. Me separé de mi
padre y vi a Miguel y a Andrés con otros dos hombres. Uno
de ellos estaba pálido y aturdido, como si no entendiera nada
de lo que estuviera pasando. «Seguro ese es», pensé y luego
lo ignoré. Miguel llegó a abrazarme y yo le correspondí.
—¿Cómo está Jimena? —preguntó Andrés.
—No he sabido nada. La doctora la está atendiendo, pero
no sé nada de ella. Solo sé que se estaba quejando de un dolor
en su cabeza cuando me fui al restaurante, pero al llegar... —
caminé hasta donde estaban mi padre y su esposa y dije en
voz baja—: Ella se enteró de que ustedes no murieron y fue
la impresión lo que hizo que se desmayara.
Mi padre intentó decir algo, pero la doctora salió en ese
mismo instante y corrí hacia ella.
—¿Cómo está? —pregunté.
—Su preeclampsia le está causando muchos problemas.
Su hígado y sus riñones están muy comprometidos. Los
bebés están bien, pueden nacer sin problemas, aunque tal vez
necesiten estar en la incubadora por un tiempo, pero para
salvar a Jimena tenemos que practicar una cesárea de
emergencia. Su presión no logrará bajar si no lo hacemos y
puede tener un derrame cerebral o un paro cardiovascular.
Así que necesito que me firmen esto, es el permiso para
inducir la cesárea y alguien puede entrar para estar con ella.
—Apenas dijo eso volteé hacia el que creí era el papá de los
bebés y le entregué los papeles.
—Haz algo bueno por ella al menos. Eres el papá de sus
hijos, ¿no? —Miguel me tomó de la mano para atraerme
hacia él.
El hombre estaba petrificado. Apenas pudo reaccionar,
firmó los papeles rápidamente y se acercó a la doctora para
luego irse con ella. Ahora solo nos tocaba esperar y rezar por
que todos estuvieran bien.
—Julia, ¿cómo pudiste decirle eso en este momento?
Sabías el estado en que se encontraba. No era tiempo —dijo
mi padre como si yo tuviera la culpa de todo lo que le estaba
pasando a Jimena.
—Ella encontró la foto donde salimos mi madre, tú y yo
meses antes de que ella muriera. Me pidió que le dijera lo que
sabía y así fue, no pude evitar contarle todo lo que sé. —dije
llorando mucho más fuerte. Miguel me abrazó, recosté mi
cabeza sobre su pecho y no pude evitar sentirme culpable.
—Si le pasa algo será mi culpa Miguel, mi culpa. —dije,
Miguel se separó de mi para verme a los ojos.
—No, tú no tienes la culpa de nada, bonita. Las cosas
siempre pasan por una razón. Ahora no hay que pensar en lo
malo, mantengámonos positivos en que ella y sus bebés
estarán bien. —dijo tomando mi rostro entre sus manos y me
dio un beso corto en los labios antes de volver a acercarme a
sus brazos.
Tenía razón, solo quedaba esperar y desear lo mejor. Me
abrumaba saber que por fin había podido encontrar a mi
hermana y que el mismo día también podía perderla.
31

Estaba a punto de volverme loco, parecía que la tierra se


había tragado a Jimena, no lograba encontrarla. Seis meses
han pasado desde que se fue de esta casa, la cual sentía que
me estaba tragando. No sé hace cuánto tiempo que dejé de
dormir y comer bien, solo sé lo que es beber y beber para
ahogarme en mi dolor.
Me preguntaba todo el tiempo:
«¿Qué será de la vida de Jimena? ¿trabajará? ¿si ya había
conocido a alguien más?, pero principalmente si era feliz.»
Lilian dejó de trabajar en esta casa, aunque siempre venía
a ver si estaba bien y hasta preparaba comida para mí y luego
se iba. Siempre le preguntaba por Jimena y ella solo me
aseguraba de que estaba bien, pero nunca me daba ni una
pista de donde la podría encontrar. Todo lo que hacía era
mecánico, ir a la empresa, volver a mi casa, tomar y se repetía
día con día.
Desde hace unos meses, Guillermo y yo notamos que
Andrés y Miguel viajaban seguido a Zaragoza. Estaba
enterado de que tenían negocios por allá, pero posiblemente
encontraron el amor por esos lados y por eso andan como
dos adolescentes concentrados en eso.
Cuando volvieron de su primer viaje, vino Miguel a mi
casa a preguntarme si había firmado el divorcio y el por qué
no lo hacía. También me pidió detalles sobre los acuerdos
que firmamos con Jimena y, pues me dio un sermón sobre lo
poco hombre que era al aceptar que Jimena había sido
humillada de esa manera al hacerla firmar esos documentos.
Yo le expliqué que no había sentimientos involucrados, en
ese momento, que lo hice porque no la conocía y no quería
que ella saliera con ventaja alguna.
Le expliqué que en el documento se establece que el
matrimonio terminaba cuando yo lo decida, a lo que él me
abofeteó diciendo que fui yo quién lo pidió primero y que ella
solo lo firmó. Si, tenía razón, yo le había pedido el divorcio,
pero solo se lo dije, jamás pedí que fuera tramitado o tuve el
documento en mis manos y muchos menos lo firme. Él se
quedó muy decepcionado y desde esa vez casi no lo he vuelto
a ver.
De verdad que lo entiendo, porque lo que hice no es de
hombres, pero ya no se podía cambiar nada del pasado.
El detective que contraté no me tenía noticias y más me
desesperaba
—¿Dónde estás Jimena? ¿A dónde te fuiste? Solo deseo
encontrarte para no volver a dejarte ir. Solo quiero decirte
cuanto te amo y pedirte perdón por todo lo que te he
lastimado. —dije, viendo su foto en mis manos. Recordé que
debía hacer algo, así que saqué mi teléfono.
—Feliz cumpleaños, hermano —dije cuando contestó—.
¿Qué vas a hacer para celebrar este magno evento?
—No lo sé todavía. Quizás haga algo en la casa. Llamaré
a Andrés, a Miguel, y tal vez les diga a algunos de la oficina.
También te espero. No me vas a hacer ir a sacarte de tu
agujero.
—Está bien. Te veo en un rato —respondí y volví al
trabajo. O a lo que se había convertido en mi trabajo, pues
Jimena era la que dominaba la mayor parte de mis
pensamientos.
El tiempo en la oficina pasó más rápido de lo que pensé y
se me empezaba a hacer tarde para ir a la casa de Guillermo.
En la mañana había comprado su regalo, un pequeño cómic
para su colección, así que no tenía que hacer ninguna parada
antes de ir a su fiesta. Terminé rápido los últimos balances
que tenía que hacer, agarré el cómic y salí.
Al llegar a su penthouse la fiesta ya había iniciado y todo
estaba lleno de gente. Miré por encima de todos a ver si
encontraba a Guillermo y él estaba del otro lado hablando
con una joven.
—Hermano, no te hubieras molestado —dijo apenas le
entregué la bolsa y nos abrazamos.
—Claro que sí tenía qué —respondí y le hice señas para
que lo abriera.
—¡No me jodas, Manuel! —gritó Guillermo apenas lo
vio—. He buscado esta edición desde hace años. Debió
costar una fortuna, solo hay cien ejemplares de esta.
—Sí, sabía que lo estabas buscando.
—Gracias, viejo —dijo y fue de una hacia su vitrina para
guardarlo.
—Veo que al fin saliste de tu madriguera —dijo alguien
detrás de mí.
—Espero que esta fiesta esté increíble, porque dejaré
plantada a alguien por acompañarte a ti, idiota —respondió
Miguel.
—Por fin una mujer te pudo doblegar. ¿Y cómo se llama
la desafortunada? —preguntó Guillermo—. Supongo que
Andrés consiguió a alguien también, porque no creo que
todos esos viajes a Zaragoza sean solo por ver el paisaje.
Ambos se voltearon a mirar.
—Se llama Julia —dijo Miguel—. La conocí hace unos
meses. Todavía no es nada formal, por eso no les había
mencionado nada, pero, cómo va la cosa, vamos muy en
serio.
Guillermo y yo asentimos, luego volteamos hacia Andrés
esperando su declaración.
—¿Y tú no nos dirás nada? ¿Alguien que tengas
escondida en Zaragoza? —Andrés se rio.
—La verdad, sí. Pero no hablaré al respecto.
Miguel lo codeó como si se molestara por no haber dicho
nada luego de que él hubiera dicho el nombre de la mujer con
quien estaba saliendo y Andrés solo se rio. Seguimos
hablando del trabajo de Miguel en Zaragoza.
Los dejé un momento para ir a buscar algo de tomar, vi
un sándwich y se me hizo agua la boca, lo tomé y lo devoré
en cuestión de segundos. Y así fui haciéndome paso entre la
comida hasta que quedé sumamente satisfecho, mi estómago
se comportaba extraño, días comía poco, otros días no comía
y había días que me llenaba de comida, así como ahora.
Andrés lo notó y se acercó a mí.
—Alguien como que está comiendo mucho. —0dijo
entre risas.
—Si, hoy es uno de esos días donde no puedo controlar
mi apetito. —dije mientras estaba comiendo una fresa
cubierta con chocolate.
—Deja de comer, si no tu cuerpo de Dios se perderá y
solo serás otro mortal más
de cara bonita. —Solté una carcajada ante su comentario,
este solo me miró serio.
—Te lo digo enserio. —Para luego guiñarme el ojo y con
eso se va donde Miguel.
Me acerqué de nuevo para continuar platicando hasta que
le entró una llamada a Miguel y aunque comenzó la llamada
algo jocoso, al rato su rostro cambió por completo. Volteó a
mirar a Andrés, luego a mí y volvió al teléfono.
—¿Qué sucede con Jimena? ¿Ella está bien? —dijo con
evidente preocupación.
«Jimena» repitió mi cabeza y se me congeló el cuerpo por
un segundo.
—¿De qué Jimena está hablando, Andrés?
Andrés también estaba petrificado, esperando a que
Miguel se explicara. Le agarré el brazo, me acerqué y repetí.
—¿¡De qué Jimena está hablando Miguel, Andrés!?
En ese momento, Miguel se acercó.
—Julia, Julia, Julia. ¿Cómo están los bebés?
«¿¡Bebés!?»
Miguel colgó y se acercó a Andrés.
—Tenemos que irnos, y llevarlo a él. Manuel, hay algo que
tenemos que decirte, pero no puede ser aquí.
Miguel y Andrés me llevaron hacia la habitación de
Guillermo. Algo grave estaba pasando, eso decía el rostro de
Miguel. Al segundo llegó Guillermo a la habitación y cerró la
puerta.
—Disculpa que arruinemos tu fiesta, Guille, pero vamos
a tener que irnos. Si quieres, vienes con nosotros, si no, lo
entenderemos —dijo Miguel—. Andrés, llama a Jaime y dile
si puede tener el helicóptero listo, tenemos que ir a Zaragoza
de emergencia.
Andrés se levantó a hacer la llamada. Miguel volvió a mí.
—Manuel, necesito que lo que te vaya a decir, te lo tomes
con calma. —Para ese momento ya tenía la presión por los
aires—. Hace algunos meses nos encontramos a Jimena
trabajando como mesera en un restaurante. Quisimos saber
por qué ella se había ido así y cuando ella nos contó lo qué
pasó, decidimos respetar su decisión de no decirte dónde
estaba. Además, desde ese entonces ya estaba algo delicada
de salud. Creímos prudente no decirte nada por su
tranquilidad y para darte una lección. Pero hoy sí necesito que
sepas que aparentemente su cuadro clínico empeoró y está
camino al hospital.
Cada palabra de Miguel la saboreaba como si fuera ácido.
El aire se hizo más caliente, el corazón me bombeaba a mil y
me empezó a doler el pecho.
—Pero ¿qué es lo que le pasa? ¿Por qué preguntaste por
bebés? ¡Cómo pudiste mantenerte eso tanto tiempo en
secreto sabiendo todo lo que yo estaba haciendo para
encontrarla! ¿Por qué tuviste que esperar a que pasara esto?
—le grité.
—No te lo dijimos porque la condición de Jimena ha sido
delicada y no queríamos alterarla. Pero ella está ahora en el
hospital esperando a que todo esté bien con tus hijos,
Manuel. Jimena está embarazada y puede morir. Su condición
es seria —dijo Andrés separándose de Miguel.
«Jimena está embarazada. Pero ¿por qué no me lo dijo?
¿Por qué se fue y me quitó el derecho de cuidar de ella y de
mis hijos? ¿son varios?».
—¿Por qué no me dijo nada? —le pregunté a Miguel—.
Además, ¿a qué te refieres con “hijos”, son gemelos?
—¿Por qué crees, idiota?, según el acuerdo que la hiciste
firmar ella tiene que hacerse cargo de cualquier hijo de
ustedes, mantenerse alejada de ti, y sin ayuda económica; eso
me recuerda. —se dio la vuelta y fue hacia Guillermo y le
soltó un golpe en la mejilla. —Esto es para que se te quite lo
patán y pienses dos veces en dejar a una mujer ser humillada
y desprotegida de esa manera. —dijo molesto, Guillermo se
sujetó la mejilla sin decir nada. —Sin mencionar que Sofía la
engañó, le dijo que el hijo de tu padre era tuyo. Ya le
aclaramos las cosas, pero esa fue una de las razones por las
que se alejó.
—Esa maldita perra…
La rabia se me quiso subir a la cabeza, pero el recuerdo de
Jimena la espantó.
—¿Y con quién está ahora?
—Con Julia —respondió Miguel y yo lo miré con un
interrogante.
—Julia es la sobrina de Carlos, el esposo de Lilian. Jimena
se fue a Zaragoza a vivir con ella. Julia le dio un techo y le
dio la oportunidad de que trabajara en su restaurante como
mesera estando embarazada. Pero al estar embarazada de
trillizos su salud empeoró y no pudo volver a trabajar más.
—¿¡Jimena está embarazada de trillizos!?
Toda la noticia era como un bombardeo. No había
descanso cada palabra o descubrimiento parecía ser peor que
la anterior. Su cuerpo era pequeño, ¿cómo era capaz de cargar
a tres niños dentro de ella?
—Jimena fue diagnosticada con preeclampsia y es grave.
Ella se cuida mucho. Ama a esos bebés como no tienes idea.
Ni aun sabiendo que su vida corre peligro dejó de pensar en
ellos primero. Te repito, ella nos pidió que no te dijéramos,
porque tenía miedo de tu reacción, así que por eso no te
dijimos nada y cuidamos de ella. La hemos apoyado
emocional y económicamente desde entonces. Ahora, al
sufrir esa fuerte impresión, su presión arterial subió mucho y
estaba inconsciente, según me dijo Julia, que al parecer es su
hermana.
—Ya está todo listo, vámonos —dijo Andrés apenas
Miguel terminó de hablar y salimos.
—Yo soy el culpable de todo esto, no debí hacer esos
acuerdos. Ella no estaría sufriendo de esta manera. —dijo
Guillermo en el trayecto a Zaragoza.
—No. Todo esto es mi culpa —respondí.
—Es verdad que ambos tienen algo de culpa, pero quien
tiene más culpa sobre todo esto es Sofía —comentó Andrés.
—Sofía —susurré—. Ojalá se pudra en la cárcel.
El helicóptero aterrizó en el hospital donde estaba Jimena.
Bajamos rápidamente, Miguel y Andrés sabían hacia dónde
ir, por lo que llegamos rápido. Al entrar a la sala de espera
nos encontramos con una joven abrazada con un señor y a
otra señora sentada. La señora tenía los mismos ojos de
Jimena, pero no pude detallarla mucho, pues al instante llegó
la doctora y todos la rodeamos.
Para salvar a Jimena había que hacerle una cesárea con
solo ocho meses de embarazo. Los bebés iban a tener que
terminar su formación en una incubadora de ser necesario y
según la doctora iban a estar bien. La doctora le entregó unos
papeles a la joven, ella los leyó, volteó a verme, caminó hacia
mí y me golpeó el pecho con ellos.
—Haz algo bueno por ella al menos. Eres el papá de sus
hijos, ¿no?
No procesaba lo que estaba ocurriendo. Había
encontrado a Jimena, Jimena estaba embarazada, pero a la
vez enferma y estaba a punto de dar a luz a trillizos que
también eran hijos míos. Todos me quedaron mirando, hasta
que la enfermera se me acercó.
—¿Va a entrar a acompañarla en la cesárea? —preguntó.
—¿Puedo entrar? soy el papá de los bebés y esposo de ella.
—Ella asintió y me guío por donde tengo que ir, me pide que
me cambie a un traje verde esterilizado y lo hago. Cuando
terminé, una enfermera me dijo que esperara unos minutos
ya que estaban preparando a Jimena. Pasaron unos minutos
hasta que la enfermera me llamó y me llevó. Mi corazón se
rompió al ver que estaba pálida. También vi su gran vientre,
mis ojos se llenaron de lágrimas ¿cómo me perdí todo esto
por mi estupidez? Observé las tres incubadoras listas y
muchas personas.
—Ella ya está anestesiada, solo falta que llegue un
pediatra y empezaremos, puedes acercarte y saludar antes de
que salgan. —dijo la doctora, algo que realmente le agradecí.
Me acerqué tembloroso y sin saber qué decirles.
—Perdónenme por no estar con ustedes todo este
tiempo, pero a partir de ahora no volveremos a separarnos.
Pronto los podré conocer y desde ya sepan que los amo
muchísimo a los tres. —me incliné a darle un beso y sentí
como empujaban desde la pancita, puse mi mano sobre ella
y se sentía tan increíble que no encuentro palabras para
describirlo. Se sintió muy bien poder tener esto que estaba
viviendo.
Horas atrás me enteré de que sería padre y no de uno, si
no de tres bebés; que dentro de algunos minutos los tendré
junto a mí.
—Hay que apurarnos, señores. Ya llevamos mucho
tiempo perdido —dijo la doctora una vez entró la pediatra y
me aparté para dejarlos trabajar.
—Ya estoy aquí mi amor, no estás sola. Gracias por
darme este enorme regalo. Te amo Jimena, te amo mi
muñeca. Te lo diré todos los días de mi vida. —confesé
dándole un beso en su mejilla.
Media hora después un fuerte llanto irrumpió en el
quirófano.
—Tenemos un niño —dijo la doctora y se lo entregó a la
pediatra quien lo examinó antes de meterlo a la incubadora.
Otro llanto se escuchó unos minutos después.
—Aquí llegó la princesa —continuó la doctora e hicieron
el mismo procedimiento. Era irreal pensar en que Jimena
estuviera dando a luz a nuestros hijos.
—Y aquí está el más pequeño. —Mi hijo no lloraba y
estaba tornándose de color azul. Me concentré en ver al bebé
y lo que el doctor hizo con él. Mi bebé seguía sin llorar y
lágrimas empezaron a caer por mis mejillas. Lograron
reanimar a mi pequeño, lo que hizo que el aire saliera de mis
pulmones en alivio. Se los llevaron rápidamente para
empezar con sus cuidados.
En ese instante, escuché que una máquina empezó a sonar
y me tenso de inmediato.
—Doctora, la estamos perdiendo.
Fue como poner el freno de mano y me devolví hacia
Jimena.
—Jimena, tienes que resistir. No puedes dejarnos en este
momento que te necesitamos. No me dejes, prometiste que
no me ibas a dejar nunca, perdóname por todo lo que hice.
Vamos a criar a nuestros bebés juntos por favor, Jimena,
quédate con nosotros. —Me acerqué a su oído y con mano
temblorosa acaricié su cabeza.
—Joven, necesito que salga del quirófano, por favor —
dijo una enfermera que me fue moviendo hasta salir de la
sala.
Llegué hasta la sala de espera, donde me dejé caer a la par
de la puerta para llorar. Todos se acercaron y preguntaron
qué me pasaba, pero no logré contestarles, solo lloré como
niño. Abracé mis rodillas y Miguel se acercó a mí, me levantó
con la ayuda de Andrés y me sentó en una silla.
—¿Qué pasó, Manuel? —preguntó Miguel.
—Al parecer las cosas empeoraron.
—¿Y los niños? —preguntó Andrés.
—Ellos al parecer salieron bien. Apenas nacieron los
llevaron en incubadoras.
—¿Y Jimena? —preguntó Julia.
—Jimena… ella… estaba muriendo.
32

Sigo en la silla, mis lágrimas silenciosas continúan saliendo


de mis ojos con mi vista hacia la nada. Solo escuché murmullos
de todos a mi alrededor. «Jimena va a morir», pensé y la mente
se me empezó a llenar de pensamientos apresurados. De
momento, el hombre que estaba con la mujer que se parecía a
Jimena se puso de pie, caminó hacia mí y me golpeó.
—¡Todo esto es tu culpa! —Su golpe me tiró al suelo desde
donde me quedé viéndolo—. Sé muy bien quién eres y todo lo
que le has hecho a mi hija. Así que óyeme muy bien, muchacho,
cuando Jimena se recupere de esto te vas a ir y no vas a acercarte
nunca más a ella, ¿me entendiste? Te quiero bien lejos de ella y
de mis nietos. —dijo mientras me señalaba con el dedo. Me
puse de pie y me acerqué a él.
—Señor, no sé quién es usted, pero ¡Jamás me iré del lado
de Jimena! Todo esto pasó por no tener el valor suficiente para
admitir que la amo. ¡Si, la amo! y entiéndanlo muy bien todos
ustedes aquí, no voy a dejarla sola. Lucharé por ella y por
nuestros hijos. Sé que fui un completo idiota, lo admito, pero
no me van a alejar de ninguno de ellos ¿quedo claro? — El
hombre estaba enfurecido, con una mano me tomó de la camisa
y me levantó, mientras preparaba el golpe con la otra, pero la
mujer lo detuvo. Él se quedó viéndome unos segundos a los
ojos, me soltó y fue a sentarse al lado de ella.
Todos se quedaron asombrados, especialmente mis amigos,
jamás me habían visto hablar con tanta determinación y
seguridad desde hace mucho tiempo. Miguel me sonrió, movió
su cabeza en afirmación y yo le devolví el gesto.
Seguimos esperando noticias de Jimena y nadie nos dice
nada. Había pasado casi una hora y estábamos sentados
esperando cuando vimos salir a la doctora. Salimos corriendo
donde estaba parada. Su cara es de cansancio y no me gusta su
expresión de tristeza.
Una hora después vi a la doctora salir por las puertas y todos
nos amontonamos frente a ella.
—¿Los familiares de Jimena Galeano? —dijo y todos
movimos la cabeza en afirmación.
—Lamento decirles que la paciente se encontraba en una
situación muy crítica. Hicimos todo lo que pudimos, pero no
logramos estabilizar a la paciente y al final Jimena ha fallecido
por un paro cardio respiratorio… —Dejé de escuchar lo que
me decía. No podía respirar, sentía calor y dolor en mi pecho.
Me voy a desmayar. ¡No, esto no puede ser!, caí de rodillas al
suelo y pegué un grito de dolor por mi esposa, mi amor, mi
muñeca. No, ella no puede estar muerta, no puede ser cierto.
En medio de mi dolor, sentí que golpeaban mis hombros
con fuerza.
—Manuel, aquí está la doctora —dijo Andrés quien me
estaba despertando.
Me levanté de golpe y fui hacia donde ya estaban casi todos
alrededor de la doctora.
—Hemos logrado estabilizar su presión, la perdimos por un
momento, pero ella está luchando por quedarse y conocer a sus
bebés. Ahora, ya está estable y en unas horas la pasarán a una
habitación. Tendremos que hacerle pruebas para saber si hay
algún daño en sus órganos y necesite tratamiento. Los dejo
tengo que ver a otra paciente, pero no se preocupen ella estará
bien. Los bebés están al final del pasillo por si quieren ir a verlos.
El pediatra les informará sobre el estado de cada uno de los
pequeños. —Terminó y se dio la vuelta, todos respiramos
aliviados. Escuchar que mi muñeca estaba bien hizo que sintiera
un alivio enorme. Mis amigos me felicitaron y me abrazaron.
De inmediato fui donde la doctora nos dijo que estaban mis
hijos. Llegué y al otro lado del vidrio vi a un doctor de pie al
lado de una de las incubadoras. Lo reconozco, él fue quien salvó
a mi pequeño cuando no lloraba; al vernos le dijo algo a la
enfermera, ella asintió y él salió de Neonatología en dirección a
nosotros.
—¿Ustedes son los familiares de los trillizos? —preguntó.
—Yo soy su padre —dije casi por impulso.
—Todo está bien con ellos, ya les hemos hecho unas
pequeñas pruebas y todo salió normal. El más pequeño, o al
menos el último en nacer, fue el que se nos quiso ir, pero no lo
permitimos; necesitamos que gane algo de peso junto con la
pequeña. Es normal al ser un embarazo múltiple que uno de
ellos, no recibe suficientes nutrientes y su desarrollo sea
diferente, pero ya tienen buen color y respira sin asistencia.
Vamos a tenerlos una semana aquí, si es necesario, para
garantizar que su desarrollo es el óptimo y puedan ir a casa.
—Gracias, doctor, ¿podemos verlos más de cerca? —
pregunté.
—Claro. Pueden entrar, pero de dos en dos. Y tienen que
ponerse un traje quirúrgico desechable.
—Yo quiero entrar primero también —dijo Julia, yo asentí
y seguimos al doctor, nos ponemos el traje y entramos al cuarto
donde descansan mis hijos en sus incubadoras.
Seguimos al doctor dentro de la sala y nos pusimos el traje
que nos había dicho antes de acceder al cuarto de las
incubadoras. Los bebés eran perfectos. Julia lloró nada más al
acercarse a ellos y sentí que me invadía una emoción que no
lograba explicar. Mis dos varoncitos, el más pequeño tiene el
pelito claro casi rubio y el otro negro como el de su mamá, al
igual que mi princesa. Mi pequeña es perfecta igual que su
mamá.
—Hola, mis pequeños. Un placer poder conocerlos ahora
que ya están afuera del vientre de su madre. Les quiero pedir
perdón por no estar con ustedes todo este tiempo y por hacer
sufrir a su madre todo este tiempo; quiero que sepan que los
amo hijos míos, con todo mi corazón. —Julia sólo estaba
viendo a mis hijos en silencio, se acercó hasta dónde está mi hija
la saluda.
—Jimena quiere llamarla como tu mamá. Mira que hermosa
es, se parece a Jimena ¿tendrá el color de sus ojos también? —
dijo mientras pensaba en que si mi madre estuviera con
nosotros le hubiera encantado conocerlos a cada uno de ellos.
—Yo me pregunto lo mismo —Ambos volteamos a vernos
por unos segundos y luego volví la mirada hacia mi bebé—.
Quería agradecerte por todo lo que has hecho este tiempo y
quiero que sepas que yo llevaba tiempo buscando a Jimena, pero
no la había podido encontrar.
—No solo para ti, Jimena lloraba casi todas las noches del
susto que tenía pensando que sería mamá soltera y de tres bebés.
No necesitaba verla para saberlo solo bastaba ver sus ojos
hinchados por la mañana. Si verdaderamente la amas; no la
vuelvas a lastimar. Ha habido muchos malentendidos entre
ustedes porque ninguno pudo hablar con sinceridad desde el
principio, pero ahora tienen que pensar en estos niños antes que
en ustedes. —dijo mientras miraba al otro bebé que estaba por
despertarse. Él fue el primero en nacer, era más grande y
robusto. Salimos para que los papás de Jimena entrarán; ¿qué
loco no? Al final las sospechas de Jimena de que había algo raro
sobre su muerte eran realmente fundamentadas.
Ellos no murieron y estaban a punto de entrar a ver a sus
nietos.
Nos quedamos un rato más con los bebés mientras Julia me
contaba sobre su relación con Jimena y quiénes eran los señores
que estaban afuera. Era como una película; los papás agentes, la
hermana desconocida, los bebés… En unos meses la vida de
Jimena se había convertido en un cliché. Aunque sentí un poco
de alivio al enterarme de que Jimena tenía más familia de la que
ella conocía. Y luego de hablar, salimos para dejar entrar a los
nuevos abuelos.
—Yo no entro, porque me van a dar ganas de tener un hijo
y pues, por los momentos, no hay con quien. —dijo Andrés,
provocando que todos nos riamos.
—Creo tener a la candidata perfecta para ti, recuérdame para
planear una cita con ella. —le dijo Julia mientras le guiñaba el
ojo. Este aplaudió y asintió varias veces con efusividad.
Tiempo después llegó una enfermera y nos dijo que Jimena
ya estaba en una habitación. Julia y Miguel se quedaron
esperando a que los papás de Jimena salieran para llevarlos a la
habitación. Al abrir la puerta, Jimena estaba acostada con los
ojos cerrados. Tenía algo más de color en sus mejillas a
diferencia de como la había visto en el quirófano y me senté en
un sillón que estaba al lado de la cama a esperar a que se
despertara.
Varias horas después, comenzando el día, todos estábamos
dentro de la habitación, pero Jimena nada que despertaba y cada
cierto tiempo llegaba una enfermera a revisar si todo estaba
bien. A las casi nueve de la mañana cuando quedamos solo Julia,
Miguel, Guillermo y yo en la habitación, Jimena comenzó a
abrir los ojos.
—Jimena —dije y le tomé la mano—. ¿Cómo estás,
muñeca?
Miguel salió a llamar a la enfermera.
—¿Quién eres? —respondió ella soltando su mano de la
mía con evidente temor de verme. Un corrientazo corrió por
mi espalda y después sonrió—. Lo siento. Tenía que aprovechar
la oportunidad.
Todos en la habitación rieron. Me invadió una inmensa
felicidad, así que me acerqué y la besé suavemente, ella me
devolvió el beso.
—No sean así, no tomé clases de violín. Ustedes besándose
y yo solo viéndolos todo románticos. —dijo Julia quejándose y
nos reímos un poco al separarnos.
—Eso lo puedo solucionar yo cariño, ven aquí. —dijo
Miguel entrando, ella caminó hacia él y le dio un beso corto,
pero luego parecía que se estaban comiendo.
Guillermo aclaró su garganta.
—¿Cómo estás, Jimena? Aprovecho para pedirte
nuevamente perdón por mi actuar, no debí hacer esos acuerdos.
En serio, mil disculpas. —dijo Guillermo ella le sonrío,
extrañaba verla sonreír.
—No te preocupes, ya eso está en el pasado y ya no me
acuerdo de eso, agradezco tu disculpa y es aceptada de mi parte.
—Guillermo le dio un beso en la frente. Yo gruñí y todos rieron
por mi gesto posesivo.
—¿Y mis bebés? ¿Cómo están ellos? Quiero verlos —dijo
Jimena.
—Están bien y son hermosos, iguales a ti, muñeca. Mira, les
tomé unas fotos y videos para que los pudieras ver cuando
despertaras. —Ella lloró al verlos, limpié sus lágrimas y me
sonrío, hago lo mismo; tomó mi mano y me miró a los ojos.
—Perdóname por no decirte nada y que te perdieras de
verlos crecer dentro de mí. Tenía miedo a tu rechazo y luego.
—No la dejé seguir.
—Ya tendremos tiempo para hablar y aclarar todo. Por
ahora, quiero decirte enfrente de los presentes que te amo con
todo mi corazón. Perdóname por no tener el valor de aceptar
mis sentimientos por ti y de alejarme por lo que me hacías
sentir. También quiero pedirte perdón por no confiar en ti mis
problemas. —dije bajando mi rostro y ella me acercó a sus
labios para unirnos nuevamente en un beso.
—Yo también te amo y mucho, tanto que se multiplicó en
3 pequeñas personitas, pero alguien me pidió que hiciera algo
así que acércate más. —Yo me acerqué a ella como me pidió
pues, pensé que iba a besarme, pero en vez de eso me dio un
jalón de orejas muy fuerte, me quejé de dolor y escuché como
los demás se reían de mí.
—Oye, ¿por qué hiciste eso? —pregunté mientras me
sobaba mi oreja.
—Tu padre me pidió que te lo diera. —dijo y me quedé
pasmado ante lo que dijo, abriendo mis ojos lo más que puedo
del asombro.
—No sé en qué momento pasó, pero vi a tus padres y hablé
con ellos un momento, luego te contaré. Y eso que hice fue
porque tu papá me pidió que lo hiciera nomás despertara. —
dijo con tranquilidad.
Jimena volteó y se encontró con Julia y se le aguaron los ojos.
—Hermana…
—No te alteres mucho, pero hay alguien más que quiere
verte —dijo Julia.
—¿Estás segura de que es prudente? —pregunté.
—Es mejor de una vez. Ella tiene que saberlo.
—¿Qué cosa? ¿Qué me están escondiendo? —dijo Jimena.
—Ya pueden entrar —gritó Julia.
En ese momento la puerta se abrió y entraron los dos
señores. Jimena se tensó al instante. La mamá de Jimena tenía
lágrimas en sus ojos, así como su padre. Caminaron lento y se
acercaron hacia ella, pero cuando la señora intentó tomarle la
mano, Jimena la apartó.
—¿Por qué me hicieron eso?, ¿por qué me hicieron creer
que habían muerto? —respondió—. Por favor, les pido que se
retiren. No quiero verlos por ahora. Tal vez luego quiera saber
por qué fingieron estar muertos dejando a una niña de quince
años, indefensa a quien le tocó luchar por cada bocado que se
metía a la boca. Sin poder estudiar por tener que trabajar.
Ellos se vieron entre sí y aceptaron. La señora me dejó su
número de teléfono y antes de irse me pidió que la llamara una
vez Jimena estuviera lista. Jimena se quedó llorando
desconsolada hasta que entró la doctora.
—¿Qué pasó? La paciente necesita tranquilidad. Acaba de
dar a luz y esto afecta su cuerpo, en especial a su leche, la cual
necesitamos en este momento.
Luego de decir eso, otros enfermeros entraron, con las
incubadoras. La cara de Jimena cambió de golpe y sus ojos se
iluminaron. La enfermera le hizo un chequeo general a Jimena.
—Todo luce bien por aquí. Tus bebés también están bien,
solo están bajo observación por su nacimiento prematuro, pero
todo se ve bien con ellos. Convencí al pediatra para que te los
pudiera traer y los conocieras, además de que ya tienen mucha
hambre. Pero quiero hacer una observación antes de dejarlos:
trata de no exigirte mucho porque la herida de tu operación aún
necesita sanar.
Jimena vio a los bebés y volvió a llorar, pero ahora era de
felicidad. Luego volteó a verme y sonrió con una de esas
sonrisas que hacen que una estrella deje de brillar. Una vez todo
estuvo bien, me quedé solo con Jimena y los bebés. Todos
fueron a bañarse y cambiarse luego de una larga jornada de
espera.
Ella me hizo un poco de espacio en la cama para que me
acostara con ella y aunque lo dudé un instante, me recosté a su
lado. Una enfermera entró, tomó a la bebé, la puso en brazos
de Jimena y le enseñó a alimentarla. Apenas la bebé empezó a
comer, pudimos ver sus pequeños ojos azules y Jimena lloró
mientras besaba su cabeza.
—Que hermosa eres mi muñequita. —dijo nuevamente
besando la frente de nuestra hija, mientras yo tomaba su
diminuta mano—. ¿Puedes creer que tú y yo hicimos a estas
personitas? —dijo viendo a los bebés que seguían dormidos.
—Si y si recuerdo cómo fueron concebidos, te pido perdón
por no haber dicho nada esa mañana. — ella me calló
rápidamente.
—Shh, no digas nada frente a los niños por favor, más
adelante hablaremos de todo ¿sí? —Asentí.
—Te ves hermosa haciendo eso. —Era nuevo para mi ver
todas estas facetas en la vida como madre en una mujer y como
padre ver la felicidad que emanaba de tal acto. Ella se sonroja
haciendo amago a cubrir su seno y a nuestra hija con la cobija.
En ese momento creí que la vida nos sonreía por fin después
de tanto sufrimiento. No había otro lugar donde me gustaría
estar, pues aquí tengo al amor de mi vida y a mis hijos.
Soy el hombre más feliz del mundo.
33

Siento el aire fresco en mi rostro, lo que me hizo querer


abrir mis ojos. Al abrirlos, estaba de pie en un muelle y
escuché el sonido de las olas llegando a la playa. Vi a dos
personas que miraban hacia el horizonte, aproveché de mirar
alrededor y no había nadie más, así que me acerco a ellos,
ambos estaban de espaldas a mí.
Al llegar la mujer fue la primera en voltearse y pude ver
que era la señora Patricia, me sorprendí al verla y más cuando
me abrazó. El señor, que estaba a su lado, también se levantó
y se acercó a mí.
—Así que tú eres la que derretiste el corazón de mi hijo.
—dijo él con una bella sonrisa, muy parecida a la de Manuel.
Me sonrojé, pero asentí.
—No entiendo ¿qué hacen ustedes aquí? o ¿qué hacemos
aquí? Yo… ¿yo morí? —preguntando esto último entrando
en pánico. No pude conocer a mis bebés, no puede ser
posible, sentí un dolor inmenso por mis bebitos.
—Tranquila, linda. Pedimos unos minutos contigo, aún
estás luchando por vivir, pero queremos decirte algunas cosas
que dejamos inconclusas y sabemos que nos puedes ayudar
para que nuestro hijo tenga paz. No tenemos mucho tiempo,
así que seremos breves. —Me relajé un poco para poder
escucharlos y asentí ante su petición.
—Jimena, queremos pedirte que le digas a nuestro hijo
que lo amamos mucho y que nos perdone por haberlo
dejado. Quiero que le digas que yo sabía del hijo de Rafael al
igual que del acuerdo que ustedes firmaron. Dile que no se
sienta mal porque yo sabía que Rafael quería a Gisela y por
estar pendiente de mí él jamás lo aceptó. Yo quería que Rafael
fuera feliz, así que casi empujé a que él fuera a ella. Cuando
él supo del embarazo de Gisela, la alejó para que yo no saliera
lastimada, pero siempre lo supe. Fui yo quien le pidió a Gisela
que lo enamorara. Y, de tu acuerdo, Samuel me lo contó.
Cuando lean mi testamento lo entenderás. Ya tienes que
regresar con mis nietos y mi hijo. Son hermosos tuve el placer
de cuidar de ellos por un momento, antes de que llegaran a
tu lado, cuida de nuestra familia Jimena. —dijo la señora
Patricia con una gran sonrisa. Yo no sé qué cara tengo
exactamente en estos momentos, pero trato de sonreírle.
—Dale un buen jalón de orejas a mi hijo de mi parte, se
lo merece por lo mal que se ha portado, dile que lo tenemos
vigilado y que si llega a lastimarlos aquí nos tendrá que rendir
cuentas. —dijo el padre de Manuel, de forma dulce con una
sonrisa, mirándolo bien son muy parecidos.
—Yo se lo haré saber, pueden estar tranquilos, los cuidaré
con mi vida y esta vez no lo dejaré ir. —Ellos sonrieron,
asintieron y comenzaron a caminar hacia un lado del muelle.
Escuché un pájaro que me hizo ver para arriba, pero el
destello del sol cegó mis ojos.
Sentí un apretón en mi mano, que me hizo ir queriendo
abrir mis ojos. Lo primero que vi fue a Manuel que me miraba
con una sonrisa; no sé por qué se me vino una idea, algo
macabra, pero igual la llevaría a cabo. Solté mi mano, fingí
asombro de verlo, hice cara de ponerme a llorar y él está con
su rostro desencajado, se notaba preocupado y asustado, vi a
Julia y no pude evitar reírme, pero el dolor en mi herida me
impidió seguir haciéndolo. Le confesé que se trataba de una
broma, pero él no se lo tomó para mal. Todo lo contrario,
me dio un beso algo apasionado y Julia se quejó por sentirse
de sobra en la habitación, pero llegó Miguel y le quitó las
palabras antes dichas con un tremendo beso. Guillermo, que
también me sorprendió verlo en la habitación. Me pidió
disculpas por su falla y pues le hice saber que eso estaba en
el pasado. No sé por qué, pero después de lo que experimenté
no quiero más resentimiento o rencor a mi alrededor. Quiero
un nuevo comienzo con Manuel que acababa de confesar que
me amaba. En eso, llegaron a mi mente mis pequeños.
Pregunté por ellos y Manuel me enseñó unas fotos y un corto
video de ellos, eran tan hermosos y pequeños.
Mis niños son muy parecidos a su papá y mi niña es más
parecida a mí. Ah, y por supuesto que le di lo que su papá me
pidió… El jalón de oreja.
Una pareja entró a mi habitación y no pude evitar tensar
mi cuerpo al verlos. Los recordaba muy bien y todo lo que
tuve que pasar por su ausencia; vino a mi mente. Me sentí
molesta ante eso, así que les pedí que se retiraran porque no
los quería cerca de mi o de mis hijos, por ahora. Ellos se
retiraron y no sentí ningún sentimiento de culpa ya que fui
muy grosera con ellos, porque ellos lo fueron más con sus
acciones.
La doctora me revisó y dijo que iban a traernos a mis
bebés y yo moría de emoción ya que quiero tenerlos entre
mis brazos. Mis bebés llegan y no puedo evitar llorar de la
emoción de tenerlos, fue una larga espera para que llegaran a
este mundo.
Mi princesa fue la primera en levantarse y llorar, la
enfermera me la pasó y no pude evitar darle un besito en su
frente e inundar mi nariz de ese delicioso aroma a bebé.
Estaba segura de que sería mi favorito por un largo tiempo.
La enfermera me enseñó cómo amamantar y mi pequeña
succionaba con fuerza, comió hasta quedar completamente
satisfecha y dormida, la enfermera la tomó y dio golpecitos
en su espalda para sacar sus gases y luego la acomodó en su
incubadora. Mis dos príncipes se despertaron al mismo
tiempo y pues gracias a Dios, mis senos estaban llenos de
leche para darles. La enfermera trajo un vaso de agua y me
dijo que la hidratación era lo más importante en este
momento, porque los bebés dependen de mí por los
primeros meses de su vida ya que la leche materna es la más
importante en esta etapa.
Manuel solo observaba cuidadosamente lo que hacía,
cuando ambos bebés ya estaban en su incubadora de nuevo
y la enfermera fue al baño, Manuel se acercó a mi cama y yo,
aunque sentía un poco de dolor, le di espacio. Él también
estaba desvelado y cansado.
—¿Porque te fuiste de Bellavista? —preguntó Manuel una
vez quedamos solos en la habitación del hospital y los bebés
se habían calmado.
—Tuve miedo de tu reacción a mi embarazo —
respondí—. Además, Sofía me dijo que tenías un hijo con su
prima y que la habías amenazado cuando te lo había contado,
pero que después de conocerlo te habías enamorado del niño
y que planeabas hacer tu familia con ella. No quería que
creyeras que solo quería alejarte de tu familia y que por eso
me había inventado que estaba embarazada.
—Pero sabes que eso es mentira.
—Bueno, ella me mostró una foto del bebé y sí eran muy
parecidos, pero luego Miguel y Andrés me dijeron que ese
niño era tu hermano. —Suspiró mientras acariciaba mi brazo
con el dorso de su mano.
—Jimena, el hijo de Gisela es un hijo ilegítimo de mi
padre. Yo solo estaba ayudando a Gisela con lo que ella
necesitara pues al morir Rafael, ella quedó desprotegida y sin
dinero.
«¿El papá de Manuel tuvo un hijo con Gisela? O sea que
él engañó a Patricia y Sofía lo sabía…»
«Eso explica el parecido. Sofía había usado eso para
engañarme y que creyera que Manuel me iba a rechazar y me
iba a echar de la casa. De no haber sido por esa mentira,
quizás habría esperado un poco más y le hubiera podido decir
a Manuel del embarazo; quizás no habría tenido que vivir
todo lo que viví embarazada lejos de Manuel y no me hubiera
tenido que esconder de él…», divagué un rato, hasta que caí
en cuenta de que Manuel estaba conmigo en el hospital.
Manuel me había encontrado. ¿Cómo había llegado hasta allí?
—¿Y qué pasó con Sofía? También, ¿cómo me
encontraste? —le pregunté él comenzó a explicarme la
manera en cómo Sofía estaba también utilizando esa
información para chantajearlo, pero que ya no nos volvería
hacer daño.
—Cuando Julia te trajo al hospital, llamó a Miguel. Él
estaba conmigo y al escuchar el estado en el que estabas, me
arrastró con él hasta acá. Durante el camino me fue contando
los detalles y, bueno, tuve unas cuantas horas de espera para
asimilar un poco. —Manuel se levantó, se sentó frente a mí,
puso sus manos sobre las mías y se quedó mirándome a los
ojos—. Jimena, perdóname. He cometido demasiados
errores y aún más contigo, pero quiero hacer las cosas de
manera diferente. Esos niños merecen unos padres que estén
juntos y que estén siempre para ellos. Te amo y fui un idiota
al no aceptar que lo hago desde hace mucho tiempo.
Recuerdo cada una de las caricias que te di aquella noche.
Perdóname, muñeca, estaba tan absorto en mi duelo y
problemas que nunca me detuve a pensar en tu precioso
corazón. Te amo, dame la oportunidad de demostrártelo.
Primero nuestros hijos, ahora Manuel estaba frente a mí
pidiéndome perdón y pidiéndome que estuviéramos juntos.
Seguramente también fue porque estaba sensible luego del
parto, pero mi rostro pintó la sonrisa más grande en años y
se me escaparon algunas lágrimas.
—Te perdono, Manuel. Y también quiero que seamos
una familia, que dejemos todos estos malos ratos en el pasado
y nos dediquemos a vivir felices con estos tres regalos que
Dios nos ha dado.
Cuando terminamos de hablar, alguien tocó la puerta.
Manuel fue a ver quién era, pues las enfermeras tocan y
siguen así uno no responda, y al abrir entraron Julia y Miguel,
Andrés y Guillermo con un montón de globos rosados y
azules.
—Aquí les traemos algo de comer y una muda para que
Manuel se cambie y deje de oler a cebolla, no sea que sus hijos
lo relacionen con ese olor para toda la vida —dijo Andrés
entregando una bolsa a Manuel y después todos se quedaron
mirando a los bebés.
—No es por nada, Manuel, pero tienes buenos nadadores
—comentó Andrés y todos empezaron a reír a carcajadas—,
pero quién sabe si será así ahora, después de sus dos patadas.
—Julia y yo nos miramos y volvimos a reír. Recuerdo cuando
ellos dijeron eso al saber que eran trillizos.
—No pensé que lo hicieran, de verdad. —dije entre risas
contenidas debido al dolor que sentía, Manuel me quedó
viendo, levantando una ceja.
—No te enojes cariño, ellos dijeron que lo iban hacer así
no necesitarías vasectomía. —dije mientras sigo riendo,
Manuel solo me vio y rio también.
—Bueno, cariño, nosotros solo veníamos a dejarte esto y
nos vamos que tenemos planes —Julia me guiñó el ojo y
tomó el brazo de Miguel.
—Nosotros vimos un bar cerca del hotel donde nos
estamos quedando. Yo tengo que volver mañana a Bellavista,
así que los veré cuando estén de regreso por allá. Cuídense y
cuídala —dijo Guillermo mirando a Manuel y se despidió.
—Bueno, nos vamos entonces. Jimena, mañana volveré
a ver cómo sigues. —Y después del alboroto de tenerlos a
todos en la misma habitación, volvimos a quedar Manuel y
yo, junto a nuestros hijos, en el silencio del hospital.
Una semana después del parto, pudimos volver al
apartamento. Aún teníamos que esperar como mínimo un
mes para poder volver a Bellavista con los niños. Manuel y
Miguel nos llevaron hacia el apartamento, mientras que Julia
se había quedado decorando nuestra bienvenida. Tenía unas
ganas inmensas de tirarme a dormir en mi cama con los
bebés.
Llegando al edificio, Miguel se adelantó para avisarle a
Julia que ya habíamos llegado y a ayudarle a decorar lo que le
faltara; pero al rato de irse, Miguel volvió agitado.
—¿Qué pasó? —preguntó Manuel.
—Subí para ayudar y para tener la puerta abierta en lo que
ustedes llegaran, pero cuando llegué, la puerta del
apartamento ya estaba abierta. Andrés estaba tirado en el
suelo con un golpe en la cabeza y Julia no estaba por ningún
lado. Acabo de llamar a emergencias, pero dicen que se
demoran en llegar. Voy a ver si encuentro a Julia por los
alrededores del edificio. Tal vez ha ido a comprar algo a una
tienda.
Miguel estaba nervioso. Toda la escena era bastante
extraña y, para peor susto, Julia no aparecía. Entonces se me
iluminó una idea.
—Manuel, tú tienes el número que dejó mi madre.
Llámala y dile lo que está pasando. Ellos sabrán qué hacer.
Por lo pronto, no nos podemos quedar aquí. Es peligroso al
parecer —le dije a Manuel y volvimos al auto. Él metió a los
bebés de nuevo en sus sillas y me quedé con ellos en el auto
mientras Manuel le ayudaba a Miguel a buscar a Julia y luego
subían por Andrés.
Al rato bajaron ambos con Andrés entre sus brazos. Tenía
un golpe con abundante sangre en la cabeza y nos
acomodamos todos en los autos para salir en dirección al
apartamento donde él se estaba hospedando. En el trayecto
alimenté a los bebés y junto a Manuel logramos que se
volvieran a dormir. En el apartamento de Andrés, Manuel
nos acomodó a mí y a los niños en la habitación y salió con
Andrés para preguntarle qué había pasado. Media hora
después volvió con el entrecejo fruncido.
—Amor, tengo que decirte algo —Manuel me tomó de
los hombros, me sentó y se sentó frente a mí. Era la primera
vez que me decía «amor» sentí un calor brillar en mis
cachetes, pero la emoción duró hasta que volvió a abrir la
boca—. Parece que secuestraron a Julia.
34

Manuel se sentó junto a mí y me abrazó.


—¿Por qué la secuestraron? ¿Tienen que ver mis padres
en esto?
—Parece que sí, pero no te alteres o le trasmites eso a los
bebés. Ya pudimos comunicarnos con tus padres y están
buscándola. Miguel está en la comisaría. Andrés salió a dar su
declaración. Pronto la encontraremos, no te preocupes.
En ese momento el miedo se convirtió en ira.
—¿Porque tuvieron que aparecer, Manuel? Estábamos
tranquilas sin ellos.
—No lo sé, pero no deberías juzgarlos. Todavía no has
escuchado qué pasó y por qué ellos lo hicieron, pero en este
momento puede que sean los únicos que pueden ayudar a
encontrarla. Además, en este momento de lo único que tienes
que preocuparte es de los bebés.
Manuel se quedó acostado a mi lado un rato mientras
esperábamos cualquier noticia sobre Julia y por un momento
pareció que todo en nuestra vida era perfecto.
—Hablando de los bebés… —dije y lo miré a los ojos—
. Aún ninguno tiene nombre, ¿quieres que les pongamos los
nombres?
—¿Ahora?
—Si te parece. Además, ¿cómo se van a acostumbrar a sus
nombres si no los llamamos así desde ya?
Manuel sonrió. Por un momento fue como si no
tuviéramos el peso de lo que estaba pasando con mi hermana.
—Está bien —respondió—. ¿Ya has pensado en alguno?
—Bueno, la niña quiero que se llame Patricia Sofía...
¿Estás de acuerdo?
—Me parece perfecto. —La sonrisa le iluminó el
rostro—. ¿Y qué opinas de Iván José y Tiago Rafael para los
niños? —Ambos nombres me encantaron. Ponerles nombre
a nuestros bebés me tenía emocionada. Sonaba extraño
ponerle el nombre de nuestra Némesis a mi hija, pero era el
nombre de mi madre y quería que mi hija llevara el nombre
de sus abuelas.
—Tiago Rafael… —dije mirando al pequeño bebé que
estaba frente a nosotros, este soltó una bella sonrisa y no
pudimos evitar derretir de amor, era tan hermoso.
—Parece que a alguien le gustó ese nombre ¿No es así mi
pequeño Tiago? —dije tomándolo en brazos y dándoselo a
Manuel para que lo cargara. Manuel lo cargó y le dio un beso
en su frente.
—Tu llevas como segundo nombre el de tu abuelo, sé
que serás un hombre sabio como él. —Escuchamos
nuevamente quejidos y así se nos fue todo el día atendiendo
a los bebés, para mi suerte, no berrean los tres al mismo
tiempo, sino que cada uno a su momento, pero de igual
manera era agotador.
La noche llegó y todavía no teníamos noticias de Julia.
Miguel regresó al apartamento y entró a la habitación, nos
saludó y volvió hacia la sala. Luego salimos Manuel y yo a
hablar con él.
—La vamos a encontrar, Miguel —dije poniendo una
mano sobre su hombro.
—Lo sé, Jimena. Pero la preocupación de que le estén
haciendo algo me carcome. No quiero ni imaginar si algo
malo le pasa.
—¿Qué es lo que saben hasta el momento? —le pregunté.
—Solo se sabe que llegaron tres hombres al apartamento,
golpearon la puerta, Andrés abrió y lo golpearon en la frente
con un arma. Una corta descripción de los hombres fue lo
único que pudo darle a la policía. De ahí no tenemos más.
Era muy poca información, prácticamente nada. Cada uno
regresó a su habitación y mientras estaba alimentando a Iván
en la madrugada, pensaba en que necesitábamos encontrar a
Julia antes de que le hicieran cualquier cosa. Hice el recorrido
mental desde la entrada del edificio hasta el apartamento,
hasta que recordé a «la señora del cuarto piso». Ella tenía
cámaras afuera de su apartamento. Si alguien podía dar
alguna pista sobre esos hombres, era ella.
Salí de la habitación y me encontré con Miguel que
evidentemente no podía dormir.
—Miguel, la vecina del cuarto piso tiene un sistema de
cámara en su puerta; una vez llevaron un paquete equivocado
donde nosotros, era para ella. Al llevárselo, me acerqué a su
puerta, ella me dijo que lo dejara afuera porque no estaba en
ese momento. Al sacarla del departamento tuvieron que
pasar por allí y la cámara tuvo que haber grabado. —dije a
Miguel emocionada de que al menos puedan ver el momento
en que se la llevaban. Miguel también se agitó ante la
información que le acababa de dar. Miró la hora en su reloj.
—Falta poco para el amanecer, llamaré a tus padres, les diré
esto para ir temprano a visitar a esa vecina y pedirle lo que
grabó su cámara. Gracias Jimena esto puede ser de gran
ayuda. Ahora regresa con esos pequeños a descansar. —Él se
fue a su habitación, la cual compartía con Andrés. Yo volví a
la mía donde ya me esperaban mis bebés, uno despierto en
brazos de su padre, mi princesa quejándose y mi pequeño
Iván seguía dormido. Los miré y supe que los próximos años
serán atareados para nosotros.
Sentía una angustia muy grande al no saber nada de Julia.
Esa pequeña castaña se había metido en mi interior de una
manera que no vi venir cuando la conocí. Había pasado un
día desde su secuestro y me encontraba en la estación de
policía para darles información sobre las cámaras que
mencionó Jimena.
—Voy a tener que redactar una orden antes de ir a pedir
las imágenes de la cámara —dijo el oficial.
Me había encontrado temprano con los padres de Julia y
decidimos que la mejor opción era ir con la policía para que
la señora del cuarto piso no pensara nada malo.
Cuando llegamos al edificio, los oficiales fueron al cuarto
piso y sentí la necesidad de subir hasta el apartamento de
Julia. El padre de Julia fue detrás de mí. Tenía una copia de
las llaves, así que pude abrir sin problemas y el apartamento
estaba como lo había encontrado ese día. Revisé un poco
más, al igual que el señor que estaba conmigo, para ver si
encontraba algo que no hubiera visto antes y vi una nota
sobre la cama de Julia.
Javier.
Es una lástima que tu hija tenga que pagar por tus errores.
Si quieres volver a verla, vas a dejar de ser un maldito cobarde
y vas a venir a las once de la mañana donde nos vimos por
última vez.
Ven solo. Serás tú a cambio de tu hija.
Javier, el papá de Julia, se acercó apenas me vio con la
nota y la leyó junto a mí. La nota decía miércoles, así que su
encuentro debía ser al día siguiente.
—¿Quiénes son estas personas? ¿Qué es lo que quieren
con ustedes? —Pregunté.
Javier suspiró.
—¿Podrías llamar a Jimena y a su esposo y decirles que
necesito hablar con ellos? Es urgente.
Luego de llamarlos, volvimos donde estaba el oficial con
la esposa de Javier y después de que el oficial recolectó todas
las pruebas, salimos rumbo al hotel a encontrarnos con
Jimena y Manuel.
—Tus hijas ya han sufrido mucho, Javier. Tenemos que
decirles todo. Esto puede ser peligroso para ellas —dijo la
señora.
—Yo también necesito saber lo que pasa —dijo Miguel—
. Julia fue secuestrada. De haber sabido el peligro que corría
no la habría dejado sola ni un momento. —Ambos padres se
miraron sin decir nada.
El resto del camino fue silencioso. Llegamos al
apartamento y Manuel y Jimena ya nos esperaban junto a los
bebés.
—Ya están aquí, ¿para que querían vernos? —dijo
Jimena.
—Jimena, pedimos verlos a todos porque necesitamos
contarles por qué tuvimos que hacer lo que hicimos —
respondió Javier. Nadie hizo o dijo nada. Solo silencio.
—Cuando yo tenía 17 años, mis padres eran dueños de
un par de restaurantes en la ciudad, les iba muy bien. Un día,
llegó al restaurante un hombre llamado René Vallejo, mi
madre lo atendió personalmente; el hombre no quitaba sus
ojos de ella y por lo que empezó como una atención
desinteresada de parte de mi madre. Aparentemente para este
hombre no lo fue, llegaba más seguido al restaurante, pedía
por mi madre para que lo atendiera personalmente. Hasta
que, en una de sus visitas, él quiso pasarse de listo y besarla
frente a todos, ella lo rechazó y mi padre se fue encima de él
a golpes. El hombre no le importó nada, solo sacó su arma y
disparó contra mi madre y mi padre. Parecía arrepentido, ya
que después de dispararle a mi madre la tomó en sus brazos
y le dio un beso en la frente.
» Después se fue tranquilamente. Yo estaba en el lugar y
prometí que mi única meta sería encontrar a ese hombre y
vengarme. No tenía conocidos en la policía, ni en el bajo
mundo. Así que decidí ser parte de la dirección de
investigación criminal. Me hice de amistades y enemigos
durante ese tiempo, pero no esperé enamorarme en el
proceso de Lucía, la madre de Julia.
» Unos meses antes del segundo cumpleaños de Julia,
había sido parte de desmantelar el cartel más grande del área.
Recibí muchas amenazas, las que dejé de tomarle importancia
hasta la fiesta de cumpleaños. El hijo de uno de los que cayó
muerto en esa redada llegó con varios hombres disparando a
quemarropa. Yo le había enseñado a Lucia que hacer en este
tipo de casos para protegerse ella y a Julia. Ella protegió a
nuestra hija con su vida y fue allí donde decidí que tenerla a
mi lado sería un peligro y no darle valor al sacrificio de Lucia
por mantenerla a salvo.
» La envié con su tío Carlos a Bella Vista, él la crio
mientras yo seguía con mi trabajo y buscando al asesino de
mis padres. Dentro de la organización conocí a esta bella
mujer. Nos habían asignado una misión juntos, cambiamos
de nombre y de estilo de vida como parte de la misión. Por
fin di con el famoso René Vallejo, nos infiltramos como sus
socios. Por años recopilando información tales como quiénes
eran sus demás socios y todo lo malo que pasaba en ese lugar.
» Un día él me citó para vernos en una casa en las afueras
de la ciudad y ahí él me dijo que ya sabía quién era. Yo no me
lo esperaba, también me dijo que lo de mis padres había sido
un error y que lo perdonara, pero yo no quise hacerlo, saqué
mi arma y le disparé en su espalda, por desgracia él no murió,
pero quedó en silla de ruedas.
» Con tu madre, ese día decidimos fingir nuestra muerte y
mandarte con tu abuela para evitar que fueran tras de ti, ya
que sabían de tu existencia. Nos escondimos en un pueblo
cercano todos estos años. Samuel, el padre de Guillermo, fue
nuestros oídos y ojos aquí y en Bella Vista. Hoy descubrimos
un paquete y un sobre en el apartamento y sabemos que fue
él. Ese hombre tiene a Julia y me pidió que vaya para
intercambiar mi vida por la de Julia. Y eso haré, no dejaré que
sufran más por mi maldita obsesión de venganza.
—¿René Vallejo? ¿Estás seguro?
Jimena se notaba agitada.
—Sí, ¿por qué?
—René Vallejo es un cliente frecuente en el restaurante.
Seguramente ya sabía quién era Julia.
—Bueno, lo importante es que mañana iré a terminar esto
de una vez. Solo quería que ustedes supieran lo que estaba
pasando. No les quiero hacer perder más su tiempo —dijo el
padre de Julia y se levantó. Su esposa soltó su mano y lo miró
muy enojada.
—¿No le dirás nada a Jimena? —Preguntó furiosa, él bajó
su rostro y vio a Jimena, que tenía un par de lágrimas en los
ojos. Él se acercó a ella y le dio un abrazo, Jimena se quedó
paralizada, pero después de un segundo dejó salir todo su
dolor abrazándose fuerte de su padre. Manuel y yo nos
miramos.
Deseando que todo el sufrimiento se termine pronto.
35

Ese abrazo con mi padre me destrozó el alma. Todo este


tiempo pensando en lo que yo viví sin ellos y ahora que era
madre pensar en lo que él pasó desde la muerte de sus padres
y luego la muerte de la madre de Julia me hizo sentir muy
triste; todo lo hizo por protegernos, pero a pesar de eso me
dio una familia y un hogar feliz. No tengo nada que
reprocharle, todo lo hizo por la familia y sé que lo seguirá
haciendo.
—Debemos armar un plan para hacer que ese señor pague
por todo lo que ha hecho, pero también tenemos que pensar
en cómo salvar a Julia —dijo Manuel antes de que mi papá
se fuera.
—No, ya me he escondido lo suficiente. Tengo que darle
la cara a la situación. Él me quiere a mí y no a Julia. Me ha
citado mañana en el lugar donde nos vimos por última vez.
Iré a esa cita y Julia quedará libre —respondió Javier.
—¿Y si es una trampa? —pregunté.
—Pueda que lo sea, hija mía. Pero es la única forma de
recuperar a Julia.
Una lágrima involuntaria se escapó de mis ojos y él me
limpió el rostro. Los bebés comenzaron a llorar.
—Hija, si quieres te puedo ayudar mientras tu padre habla
con tu esposo y Miguel —dijo mi mamá. Volteé a mirar a
Manuel y él asintió, así que le agradecí su ayuda mientras los
tres hombres se apartaban para hablar.
—Jimena, lo siento mucho —dijo una vez se calmaron los
bebés y me abrazó.
—Mamá, me pudieron decir que corríamos peligro. Yo
hubiera entendido que me mandaran con la abuela, pero
decidieron hacerme creer que murieron, tu madre sufrió
mucho con tu muerte, mamá. La cuidé lo más que pude. Tuve
que dejar mis estudios ya que no contábamos con ningún
apoyo económico. ¿Te imaginas lo duro que fue para mí?
Dejé todo para trabajar limpiando, lavando, cuidando a los
niños de los vecinos para poder comprar comida, medicinas
para mi abuela y pagar gastos de la casa solo era una niña,
tenía 15 años, mamá.
Ella me miró con vergüenza. Incluso me sentí un poco
culpable por estar recriminando tanto, pero yo necesitaba
sacar un poco del resentimiento que sentía para estar un poco
más calmada. Ella comenzó a narrar un poco más sobre lo
que pasó en estos seis años.
—Entiendo tu dolor, Jimena, y no justifico todo el mal
que te hicimos, pero teníamos miedo a perderte. A ambas.
Por lo menos desapareciendo ustedes iban a tener la
oportunidad de vivir lejos de la vida que tu padre y yo
decidimos. Eso fue lo que pensamos. Te agradezco
inmensamente por todo lo que hiciste por tu abuela y te pido
perdón porque no era una carga que tenías que llevar, pero
ahora quiero ser parte de tu vida y de la vida de mis nietos.
Por favor, dame esa oportunidad. —Tenía muchos
sentimientos chocando dentro de mi corazón, pero algo sí
tenía claro y era que, después de todo, sí quería que mis
padres fueran parte de nuestra vida.
—Si, madre. Te perdono, los perdono y entiendo que lo
hicieron por mi bien. Ahora ya dejemos eso en el pasado, hay
que pensar en cómo ayudar a mi papá para traer a Julia de
regreso. —dije ella me dio otro abrazo fuerte, nos separamos
un momento y me dio un beso en la frente. Tomó mi rostro
entre sus manos para verme.
—Deja que tu padre solucione esto hija, ellos la traerán
con bien, ya verás, solo concéntrate en cuidar de estos bebés
que no me has dicho como se llaman ven a presentarme a
mis nietos. —dijo caminando hasta la cama donde mis bebés
dormían plácidamente. Le presenté a los bebés señalando a
cada uno de ellos. Hasta que llegamos al nombre de mi
pequeña. Sus ojos se cristalizaron cuando escuchó que su
nombre era el segundo nombre de mi pequeña. Así pasamos
toda la tarde juntas, pero debo decir que, a pesar de estar con
ella, sentía extraño que Manuel no hubiese vuelto, ya habían
pasado varias horas y no tenía noticias de él o de cómo iban
los preparativos para rescatar a Julia.
Estaba en el cuarto de Jimena y los bebés, colocando los
cobertores en sus cunas, cuando escuché que tocaban la
puerta. Andrés estaba en la sala.
—¡¿Quiénes son ustedes?! ¡¿por qué entran así?! —
Escuché que les gritaba, me tensé de inmediato y salí a la sala
para ver quién era; vi a tres hombres, uno golpeaba a Andrés
en la cabeza con la cacha de su arma y Andrés cayó al suelo.
Otro se acercó a mí, yo retrocedí con miedo, pero el tercero
ya estaba a mi lado, así que me tomó de la muñeca.
—Tenemos órdenes de llevarte con nosotros preciosa, tú
decides si es por las buenas o por las malas. —dijo
tranquilamente el tipo que me tiene agarrada de las muñecas,
mientras lucho por liberarme. Me logré soltar y tratando de
escapar de ellos entrando al cuarto, pero el tipo fue más
rápido y puso su pie en la puerta por lo que no pude cerrarla.
—Bueno, queríamos hacer esto por las buenas, pero será
por la malas sólo por tu culpa, hermosa. —Él empujó
fuertemente la puerta, lo que me hizo caer al suelo. Me agarró
del brazo llevándolo detrás de mí lo mismo con el otro. Uno
de ellos puso un pañuelo en mi nariz lo que me hizo dejar de
luchar y perder el conocimiento poco a poco.
El dolor en la espalda y el cuello me levantaron. Todo
estaba oscuro y parecía estar dentro de un carro. Dos
hombres se escuchaban en la parte delantera y uno me tenía
sujetada del brazo. Entonces nos detuvimos.
—Vamos, preciosa, te bajarás conmigo —dijo el hombre
y me arrastró fuera del carro.
Caminamos hasta estar frente al auto y el hombre me
quitó la capucha. Miguel y mi padre estaban frente a
nosotros.
—¿Qué está pasando? díganme por favor.
—Pasa, Julia, que tuve que acudir a ti para poder hablar
con tu padre —dijo una voz conocida que luego apareció
frente a mí. Era el señor Vallejo—. Él y yo tenemos unas
cuentas pendientes. Él entró a mi organización, pero mi
hermano los descubrió a él y a su esposa. Lo cité aquí mismo,
pues quería darle una salida porque yo sabía quién era él, pero
cuando le recordé el pasado se cegó por su sed de venganza
me disparó y se fue. Cuando me recuperé descubrí que había
muerto junto con su esposa. Me culpé por mucho tiempo por
no tener la oportunidad de hablar la verdad y arreglar las
cosas.
» Cuando anduviste investigando sobre la muerte de tu
padre supe quién eras y me mantuve al pendiente de ti. Es
por eso por lo que cuando pusiste el restaurante con tus
amigos te frecuentaba y recomendaba. Un día vi una
ambulancia afuera del edificio donde vives, pasaba por
casualidad, pensé que algo malo te había pasado así que seguí
la ambulancia; cuando llegamos me mantuve alejado y vi que
no eras tú la de la emergencia, sino Jimena. Mi sorpresa fue
ver a tu padre ahí. Mi asombro fue demasiado que casi me
provocó un infarto. No tenía manera de acercarme a él, por
eso tuve que privarte de tu libertad por un momento.
» Puedes irte, solo quiero hablar con tu padre y discúlpame
con Andrés por el inconveniente.
—Ya deja de hablar, Vallejo, y vamos a hacer el cambio.
—Muy bien. Julia, vas a caminar hasta donde están tu
padre y tu noviecito. No vas a mirar hacia los lados, no vas a
correr. Yo voy a estar aquí observándolos y si alguno da un
paso en falso, no volverás a ver a tu Miguelito.
La fría voz del hombre me tensó todo el cuerpo y después
de darme la señal, comencé a caminar hacia Miguel. Mi padre
estaba caminando en sentido contrario hacia el hombre.
—Todo estará bien, hija —dijo cuando nos cruzamos.
Al llegar donde Miguel nos abrazamos como si fuera
nuestro último abrazo y empezaron a sonar una lluvia de
disparos.
—¡Papá! —grité y me volteé, pero Miguel me sujetó y me
llevó al carro donde nos escondimos—. Déjeme ir allá,
Miguel, ¡por favor! ¡Papá! —Mis ojos se me llenaron de
lágrimas.
—No puedes ir, Julia. ¡Te matarán!
—¡Van a matar a mi padre!
—Lo siento, princesa, pero no puedo dejarte ir. —dijo
Miguel y nos abrazamos en la parte baja del carro a esperar
que la balacera terminara, pero yo no podía evitar sentir
desesperación y angustia al saber que mi padre estaba en
peligro.
—¡Papá!
36

—Sé que para ustedes es muy difícil esta situación, pero


probablemente mi vida termine pronto y hay cosas que me
gustaría que ustedes sepan. —les dije a Manuel y Miguel,
ambos se miraron entre sí.
—Primero que todo, quiero que sepan que la seguridad de
mis hijas y nietos son lo primordial, les pido que contraten
seguridad, en especial tú, Manuel. —él me miró con
asombro.
—¿Tan peligroso es de lo que estamos hablando como
para tener que contratar seguridad? —Asentí, dejé salir un
suspiro y vi a Miguel.
—¿Qué tipo de negocios tienes con René? —pregunté.
—Bienes raíces, he decidido comprar uno de sus terrenos
a las afueras de Zaragoza para realizar un complejo
habitacional. —Contesta con seguridad, lo que me trae un
poco de calma porque significaba que no era un negocio
sucio.
—He estado tras la pista de este hombre por muchos
años, la mitad de mi vida para ser más exactos. René no era
una preocupación para mí, son las personas detrás de él,
especialmente su hermano. Mañana hay dos escenarios: o me
matan o lo mato. Y es por eso por lo que les pido que
consigan seguridad, mientras tanto y no menos importante es
que cuiden de mis hijas. Manuel se lo que le has hecho a
Jimena. Samuel me ha mantenido al tanto. Sé todo sobre los
acuerdos tan denigrantes que hiciste firmar a mi hija, pero me
alegra que su relación sea diferente. Cuida de ella y de mis
nietos. —Él puso su mano en mi hombro.
—Si, le pido disculpas por eso, trataré de enmendar mi
error dando todo por su hija y nuestros hijos, ellos son lo más
importante para mí en este momento. —Asentí y agarré mi
taza de café dándole un sorbo.
—Eso espero, muchacho. Miguel, mañana te pido que
vengas conmigo, claro que te quedaras afuera. Mi hija estará
muy nerviosa y te necesitará en ese momento.
—Si usted no me lo pedía igual lo hubiera hecho. Tuvo
que pasar esto para darme cuenta de que no puedo vivir sin
su hija y no le he podido decirle que la amo, así que claro que
iré con usted. —Manuel rio ante eso.
—Creo que mi cuñada te ha hecho regresar. Hace mucho
que no te veía como un adolescente enamorado y eso que te
conozco hace años. —le dijo golpeando su brazo con el
codo.
—¿Se conocen desde hace mucho? —Se ve que tienen
bastante complicidad entre ellos. Ellos me cuentan sobre su
historia, incluso lo que una novia de Manuel hizo para
arruinar su amistad. Otra cosa que me sorprendió fue ver al
hijo de Samuel en el hospital, ahora entendía que eran todos
amigos. A la hora llegó el otro amigo de ellos, Andrés.
Platicamos un momento más, hasta que le dije a Manuel que
fuéramos a una agencia de seguridad para contratar sus
servicios. Llegamos nuevamente al edificio de apartamentos.
Manuel entró directamente a darle un beso a Jimena que está
recostada en el sillón platicando con su madre. Se veían tan
hermosas, son tan parecidas, si no fuera por la diferencia de
edad diría que son hermanas. Jimena se sentó en el mueble y
me acerqué a ella, me senté a su lado y ella tomó mi mano
para luego verme a los ojos.
—Papá, quiero que ustedes estén en mi vida y en la de mis
hijos. Entiendo que lo hicieron para protegerse y sé que fue
un gran sacrificio. Ahora que veo a mis hijos lo entiendo, yo
haría lo mismo si supiera que su vida está en peligro. —Un
par de lágrimas silenciosas salieron de mis ojos. Pensé que
mis hijas me iban a odiar por haberles mentido y dejado, por
eso nunca me acerqué a ellas antes. Ahora, mi corazón estaba
en paz, pues mis dos hijas estaban juntas y conocí a mis
nietos. Si la muerte me llegara mañana podría irme con
tranquilidad.
—Gracias, hija. No sabes la paz que me has dado al
decirme eso, mañana iré a rescatar a Julia y no quiero que te
alteres, pero quiero que sepas que, si algo me llegara a pasar
mañana. Tú eres lo que más amo junto a tu hermana. Cuida
muy bien de mis nietos mi estrella. —Ella me abrazó con
fuerza.
—Siempre me acordaba de esas historias de las estrellas
que me decías, muchas veces les hablé de que los trajeran
conmigo y mira aquí los tengo a los dos. Descuida papá, yo
también te amo y cuidaré siempre de tus nietos. — dijo
limpiándose las lágrimas de sus mejillas.
—Bueno, Sofía. Se hace tarde y nuestra hija tiene que
descansar. —le dije a mi esposa ella se levantó, tomó el rostro
de Jimena entre sus manos y le dio un beso en la frente.
—Volveré mañana, princesa —Jimena asintió tristemente.
Yo también me acerqué a ella y le di un fuerte abrazo, un
beso en su frente y en sus dos mejillas.
—Te amo, hija mía. —Me di la vuelta y Manuel se acercó
a ella, que lloraba en su pecho. En ese momento, me hice de
tripas corazón para no voltear a verla. Sofía y yo fuimos en
silencio rumbo a nuestra pequeña casa, llegamos y ella se fue
directamente a la habitación, mientras yo fui a preparar algo
de cenar. Comimos en silencio para luego ir a nuestra
habitación. Ella no me habló, pero necesito romper este
silencio que me va a volver loco.
—¿Por qué estás tan callada? —Pregunté y trato de que
mi voz sea suave. Ella me volteó a ver y lágrimas comenzaron
a caer de sus ojos, se acercó a mí, me abrazó y lloraba en mi
pecho. La aprieto más a mi cuerpo, pero ella no lograba
calmarse.
—No puedo evitar este miedo a perderte, Javier. No
podré vivir sin ti. —Entendía su miedo, si estuviéramos en
lugares opuestos me sentiría igual.
—Sabes que es para poder tener la libertad que nunca
hemos tenido, nuestra hija y nuestros nietos merecen tenerte
a su lado y si nos seguimos escondiendo solo prolongamos
eso. —Ella se separó de mí para verme a los ojos. Yo, no
puedo ver esos ojos azules con lágrimas, algo se parte dentro
de mí. Se acercó a mis labios, me besó y me dejé llevar por lo
bien que saben sus labios. Nos vamos moviendo hacia la
habitación sin dejar de besarnos. Dejó caer su bata quedando
solo en ropa interior. Nos caímos sobre la cama y ella quiso
tomar el control, pero esta vez seré yo quien la haga disfrutar.
Ella estaba sobre mí, llevé mis manos a su espalda bajando
hasta su divino trasero el cual sujeté con fuerza. Ella soltó un
delicioso y suave gemido lo que me hizo volverme loco de
placer. Le di vuelta en la cama quedando sobre ella que me
miraba molesta y entiendo el por qué.
—Hoy seré yo quien te domine, mi bella doncella. —
Sonreí y seguí mi camino de besos hasta llegar a su zona
dulce. Me dispuse a devorar su delicioso caramelo mientras
dos de mis dedos entraban en ella. Seguí haciendo ambas
cosas rápidamente, sus gemidos se volvieron cada vez más
altos hasta sentirla derramarse en mi boca. Dejé de lamerla al
sentir como temblaba, yo no paré de mover mis dedos para
prolongar su clímax.
Hicimos el amor toda la noche, a las 3 de la mañana Sofía
se durmió en mi pecho. No sabía si era por la ansiedad de lo
que iba a pasar, pero no pude dormir. En la mañana fue difícil
salir de la cama y alejar la mano que se aferraba a mi pecho,
pero tenía que preparar todo. Cuando ya estaba listo Sofía se
levantó. Ella me abrazó y besó.
—Vuelve a casa, ¿sí? Te amo, mi caballero sin armadura.
—La abracé y le di un último beso en su frente sin decirle
nada y me fui donde quedé de verme con Miguel.
Llegamos hasta el lugar donde haríamos el intercambio
con Rene y cuando Julia le pidió explicaciones me tomó por
sorpresa tanta amabilidad para con ella y la extensa
explicación. Una vez Julia salió del lugar, pude sentirme con
mayor confianza para hablarle.
—Aquí estoy. ¿Por qué no acabas con esto de una vez?
—No sé por qué tienes la idea de que quiero matarte,
Javier.
—¿Qué más quieres que piense? Mataste a mis padres y
por eso estuve infiltrado en tu organización para acabar
contigo, pero antes de atraparte me descubrieron. Quieres
terminar el trabajo.
—Es verdad que llevo tiempo buscándote, Javier. Y sí,
supe lo de tu infiltración en la organización, pero lo que no
sabes es que después de buscarte y buscar cómo hacerte caer,
me topé con tu madre. Ella fue un amorío de hace bastantes
años que de un momento a otro tuvo que terminar, pero lo
que nunca supe yo fue que ella me había ocultado algo.
René se acercó. Su mirada no era dura, sino amable.
—Javier, tu madre me había ocultado un hijo. Y ese hijo,
eres tú.
Luego de decir esas palabras, sonó un disparo y ambos
nos agachamos. Todos los matones de René comenzaron a
disparar hacia los lados y hacia el cielo mientras se llevaban a
René a rastras al carro, uno de sus hombres me llevaba para
que me fuera con ellos.
—No me jodas, René. ¿Me estás queriendo decir que
después de tantos años, casi toda una vida buscando atrapar
a uno de los hombres más peligrosos y resulta que es mi
padre?
—Eres mi hijo y jamás te lastimaría a ti o a mis nietas.
Supe que andabas detrás del asesino de tus padres y aquí está.
—Me entregó unas fotos de un cuerpo y logré distinguir que
se trataba de su hermano.
—Hace una semana, murió de cáncer en el estómago.
Puedes tener la paz que tanto has deseado. —Yo suspiré él
puso su mano en mi hombro. No tengo palabras en este
momento—. Puedes creerlo o no, Javier. —Tosió—. Pero
era hora de que te lo dijera.
René tenía una mano sobre el estómago y noté la sangre
alrededor de su camisa.
—Mierda, te dieron. —Volteé hacia uno de sus
guardaespaldas—. Le dieron a Vallejo. Alcohol. ¡Rápido!
Uno de los hombres me pasó un aguardiente y se lo eché
en seguida en la herida. No había sido algo grave y la bala
había entrado y salido. René se quejaba del dolor mientras le
intentaba dar primeros auxilios y después de unos segundos
dejó de emitir sonido alguno. La cabeza me daba vueltas y
mil pensamientos arremetían contra mí, pero la conversación
había quedado para después.
37

Cuando dejaron de escucharse los disparos, Miguel me


soltó, se acomodó rápidamente en el volante y arrancó.
—¡Miguel, mi papá!
—Lo siento, amor. Pero él me pidió que apenas se
intercambiaran te alejara lo que más pudiera, así que por
ahora vamos a ir al apartamento de Andrés. Allá deben estar
Jimena y Manuel, y cuando las cosas se calmen podremos
pensar en buscar de nuevo a tu padre.
El resto del camino no dijimos ni una palabra. Llegamos
al apartamento, estaba solo. Sabía que Miguel había hecho lo
que había hecho para protegerme, pero no podía evitar estar
enojada. Era posible que mi padre estuviera muerto y yo
estaba en un apartamento a kilómetros de él. Miguel entró a
la cocina y se sirvió un vaso de agua, yo seguí derecho hacia
la habitación y me encerré. Unos minutos después Miguel
entró despacio.
—Julia. Lo lamento. Sé que no alcanzamos a ver si tu
padre aún estaba vivo o si necesitaba ayuda, pero le hice la
promesa de protegerte y es lo único que quiero hacer —
Miguel se acercó y me agarró los hombros—. Amor, creí que
te había perdido cuando te secuestraron y desde ese
momento no he dejado de pensar en que mis días sin ti son
solo horas que le sobran a mi vida hasta volver a estar a tu
lado…
Miguel era el hombre más extraordinario que había
conocido en mi vida. Estar con él hacía que me vibrara todo
el cuerpo.
—Por eso… —continuó diciendo y se arrodilló. El aire
empezó a faltar y mis lágrimas se desbordaron.
—Julia. Sé que en este momento no tengo anillo. Pero no
quiero dejar pasar un día más sin preguntarte: ¿Quieres ser
mi esposa?
De la emoción me tapé la boca con la mano. Sentí cómo
la felicidad invadía todo mi cuerpo. Era hermoso, era
perfecto. Primero, asentí con la cabeza y él me abrazó. Nos
dimos un beso lleno de mis lágrimas y volví a abrazarlo.
—Claro que me caso contigo, bombón —dije en sus
brazos. Luego empezamos a besarnos cada vez con más
ganas.
Entonces Miguel se separó un poco.
—¿Me darías el honor de hacerte mía?
Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo y me tensé al
pensar en cómo decirle que no había estado con nadie.
—Está bien —contesté con una sonrisa—. Pero primero
necesito algo de comer y tomar un baño. Recuerda que vengo
de estar privada de mi libertad, futuro esposo.
La cara se le puso roja y sus ojos se abrieron de vergüenza.
—Discúlpame, princesa. Me dejé llevar por la emoción.
Aquí tengo ropa limpia para ti y ahorita pido que traigan algo
de comida ¿Te parece?
—No te preocupes, bombón. Solo un momento más y
estaré dispuesta a ser tuya para siempre. —Él me miró y alzó
la ceja.
—Pensé que ya eras mía.
Miguel podía cambiar de excitación a ternura en un
segundo y eso me volvía loca.
—Claro que lo soy, pero me prometiste que ibas a pedir
algo de comida. Así que lo seré después de comer.
Al decirle eso, comencé a caminar hacia el baño antes de
que él se fuera y fui dejando una a una las prendas que me
quitaba en el suelo. Al llegar a la puerta solo me quedaban los
pantis y escuché un pequeño gruñido al otro lado de la
habitación. Volteé, sonreí y me los quité.
—Te veo en un rato, bombón. —dije y dejé entreabierta
la puerta del baño.
Miguel se apresuró a pedir mi comida. Entré a la ducha,
me mojé el cabello, cerré los ojos y al instante empecé a sentir
unas manos que rodearon mi cintura. Salté del susto y me
volteé. Después de pedir la comida, Miguel se había quitado
la ropa en un segundo y había entrado al baño. Por su cuerpo
chorreaba el elixir del deseo.
—Bombón, ¿qué haces? —pregunté nerviosa. Todo su
cuerpo era arte.
—Me voy a bañar con mi hermosa futura esposa o…
quizás haga algo más… —susurró a mi oído.
Estaba mojada a chorros. Miguel se puso en frente de la
ducha y toda el agua pasaba por él antes de llegar a mí. Nos
empezamos a besar, cada vez con mayor pasión, y Miguel
comenzó a jugar con sus manos por todo mi cuerpo.
Segundos después me apretó más contra él y sentí una
descarga en mi cuerpo. Al rato yo me uní a su jugueteo de
manos y acaricié cada espacio de su cuerpo. Era grande,
fuerte, y cada que me pegaba contra su cuerpo me hacía
desearlo más. Sus labios eran deliciosos, suaves.
Cuando menos me di cuenta comencé a gemir pegada a
su cuerpo. Eran explosiones de placer. El cuerpo me ardía
por dentro y deseaba cada vez más tener a Miguel dentro de
mí. De momento, Miguel me volteó y quedé apoyada contra
una pared del baño. Lo iba a hacer. Por fin. Pero cuando
intentó hacerlo, ambos sentimos resistencia.
Volteé a verlo con pena, pero diciéndole con los ojos que
no se preocupara, que lo hiciera. Tener a Miguel dentro dolía.
Pero no era un dolor de los que asustan, sino de los que
llaman. El calor de mi cuerpo se intensificó, aunque el agua
estuviera fría y Miguel seguía intentando entrar hasta que, en
una descarga de placer, embistió suficientemente fuerte y
entró. De mi boca salió un grito junto a un gemido. Miguel
salió un poco de la impresión y se dio cuenta de que un hilo
de sangre bajaba por mis piernas. Su rostro mostraba
evidente preocupación y salió otro poco, pero entonces yo
me empujé hacia él.
—¿Eres virgen? ¿Por qué no me lo dijiste? —dijo en un
tono serio y por un momento me asusté de que se hubiera
molestado.
—Si te lo decía ibas a esperar a que fuera la boda, pero yo
también me moría por hacerte mío. Ahora soy toda tuya, por
favor no me rechaces.
—Princesa, ¿Cómo puedes siquiera pensar que te
rechazaré? Me siento algo mal porque tu primera vez tenía
que haber sido diferente, además hubiera sido más delicado.
¿Estás bien? —Mi respuesta fue sonreír y besarlo.
—Estoy bien, bombón. ¿Podemos continuar? —dije
apretando mis nalgas de nuevo hacia él—. ¿Así se siente bien
para ti?
Él se rio, seguro por escuchar mi voz entre gemidos,
agarró mi cintura en sus manos y empezó a moverse mucho
más rápido.
—Esto se siente mucho más rico, ¿verdad princesa? —
Nada más pude asentir con la boca pues de mis labios solo
brotaban gemidos.
—Estas tan apretada que voy a explotar en cualquier
momento —dijo entre sus jadeos. Escuchar su voz era tan
excitante que quería moverme más duro y rápido, hasta que
luego de un par de movimientos más, explotó en mi interior.
Luego de eso nos calmamos un poco y terminamos de
bañarnos. Nos pusimos las batas de baño y al salir un
pensamiento invadió mi cabeza.
—¡Miguel!, no usamos protección —dije un poco
asustada. Él se veía raro.
—¿Y eso es algo malo, princesa?
—N… no, pero me gustaría disfrutar de ti un tiempo solo
para mí antes de compartirte —contesté y él se rio.
—Si fuera por mí, princesa, ahorita mismo me aseguro de
dejar un hijo dentro de ti, pero nos cuidaremos de aquí en
adelante. —Su seguridad no solo era excitante, sino
absorbente. Ya quería tener hijos con Miguel así me tocara
compartirlo.
Escuchamos que tocaron la puerta de apartamento y
Miguel salió a recibir la comida. Después de ese buen baño
tenía hambre. Miguel llevó la comida hasta la habitación y
nos sentamos en la cama. Todo olía tan delicioso que no pude
evitar gemir.
—No sigas haciendo eso o te haré mía otra vez —dijo y
yo sonreí.
—¿Ah, sí?
—Come para que luego vayamos a ver a tu hermana y tus
sobrinos —recalcó.
Mientras comía, Miguel se colocó nuevamente su ropa y
me pasó una bolsa con ropa para mí. Una vez listos, bajamos
donde nos encontramos con mi papá en la entrada y corrí
hacia él.
—¡Papá! ¿Estás bien? ¿No te pasó nada?
—Estoy bien, Julia. No te preocupes.
Mi padre se veía más tranquilo, aunque un poco pensativo.
Como no encontramos a Manuel ni a Jimena abajo, subimos
de nuevo a la suite para esperarlos, pero a lo que abrimos la
puerta ambos estaban en la sala. Miguel me volteó a mirar, yo
lo miré y la sangre nos subió al rostro. Intenté hacer como si
no hubieran escuchado nada de lo que habíamos hecho y
luego de saludarlos fui a cargar a uno de los bebés, pero en
seguida Jimena lo apartó un poco.
—Aléjate de mi hijo. Vienes de hacer cochinadas con
Miguel, corromperás a tu sobrino —dijo y todos reímos.
—Pues a mi favor solo diré que cuando se hace entre
esposos o casi esposos, no son cochinadas.
—¿¡Qué!? —dijo Jimena.
—Así como lo oyes, nos vamos a casar.
—¿Y el anillo?
—El anillo aún no ha llegado. Vamos por pasos.
Jimena se rio y Miguel se quedó hablando aparte con
Manuel. Mi padre me abrazó, me felicitó, al igual que Jimena
y después se le salió un comentario a papá que nos dejó frías.
—Quizás sea una buena ocasión para integrar a su abuelo.
—¿Nuestro qué? —dije sorprendida. Papá se quedó
pensando un momento.
—Bueno, hijas, quería esperar el momento adecuado para
contarles, pero creo que tampoco hubiera podido guardar el
secreto por mucho tiempo. Aún no estoy completamente
seguro, pero existe la posibilidad de que René Vallejo sea su
abuelo.
Luego de dejarnos esa bomba, papá llamó a Manuel y se
apartaron un poco para hablar.
38

—Manuel, quiero decirte esto con el mayor tacto posible.


No pareces un mal muchacho y sé que eres el padre de mis
nietos, pero quiero que tú y Jimena se divorcien; que desestimes
esos contratos que firmaron. Si ambos se aman, no hay
necesidad de seguir con eso.
Escuchar eso de parte del papá de Jimena fue un golpe.
—Entiendo su petición, Javier, pero eso ya está desestimado
hace tiempo.
El padre de Jimena no dijo más, pero se quedó mirándome
con duda. No me creía.
—Quiero que sepa que yo nunca supe que Jimena estaba
embarazada. Yo cometí varios errores con ella, es verdad, pero
también hubo un malentendido por el cual ella decidió irse de
la casa. Yo nunca quise que se fuera.
—Yo pensaba que habías dejado a mi hija luego de saber de
su embarazo.
—Creo que la falta de comunicación ha hecho que todo esto
sea más complicado. ¿No cree?
Javier movió la cabeza e hizo una mueca.
—Bueno, es verdad. Aunque la verdad pueda ser
inesperadamente extraña y dolorosa, es la verdad. Todo esto de
René también me tiene la cabeza en las nubes.
Salimos de la cocina rumbo a la sala y ahí estaba Sofía, la
madre de Jimena, junto a Miguel y Julia, cuidando a los bebés.
—¿Dónde está Jimena? —pregunté.
—Está en la habitación —respondió Julia.
Caminé hacia donde estaba Jimena y todos se quedaron en
la sala. Era evidente que querían que habláramos a solas. Al
entrar, Jimena estaba dando vueltas por la habitación, mirando
el suelo y mordiéndose las uñas.
—¡Manuel! —se exaltó a lo que entré.
—¿Qué pasa? —pregunté sin moverme de la puerta. Ella
seguía de un lado a otro.
—Este…. M… Mi papá quería hablar contigo sobre el
divorcio.
—Sí, ya lo hizo.
—¿¡Sí, ya!? Dios, Manuel, qué vergüenza contigo. Te juro
que yo no sabía que ellos sabían y por eso se me olvidó decirles
lo del divorcio. Yo sé que eso ya lo firmamos desde el
comienzo. Perdón por hacerte pasar por esa vergüenza.
Caminé hasta ella y tomé su rostro entre las manos.
—No te preocupes por eso, Jimena. Ya le aclaré un poco las
cosas. Además, el que él lo sepa ahora es mejor para nosotros.
—¿Mejor? ¿Por qué lo dices? Se acaba de enterar de que ya
estamos divorciados.
Besé su mejilla.
—Porque ahora podemos hacer las cosas bien, muñeca.
Tanto para nosotros como para nuestros hijos.
—¿Eso quiere decir…? —Jimena cambió de preocupación
a emoción en un segundo.
—Te daré la boda y la luna de miel que te mereces. —Jimena
sonrió, sus ojos destellaron y se lanzó a besarme hasta que
escuchamos un llanto proveniente de la sala. Luego alguien tocó
la puerta.
—Siento interrumpir, pero este señorito requiere atención
de su madre y su alimento —dijo mi suegra con Tiago entre sus
brazos.
—La pequeña Patricia tiene hambre también —apareció
Julia en la puerta con la bebé—. ¿Cómo haces para alimentar
con tus senos a tanto glotón? —comentó.
—¿Ves esos botes de agua por allá? Tu cuñado me hace
beberme dos de esos diarios. Eso recomendó la doctora.
Además, tengo que estar con el extractor de leche cada cuarenta
y cinco minutos o sino no doy abasto.
—Bueno, cuando tenga a mis hijos me explicas todo de
nuevo que ahora no entiendo nada —dijo Julia y salió de la
habitación.
Sofía y yo la seguimos para dejar que los bebés comieran y
pudieran descansar. En la sala estaba Javier con Iván.
—¿Y qué has pensado del abuelo, papá? —preguntó Julia.
—Por ahora no lo sé. Cuando llegue el momento pensaré en
qué hacer.
Alguien tocó la puerta. «Será Andrés que anda perdido»,
pensé. Julia fue a abrir y después de escuchar la puerta abrirse,
hubo silencio.
—¿Quién es? —preguntó Sofía.
Nadie respondió. Javier estaba por hacerle la misma
pregunta, pero en ese momento René apareció.
—Hola… —dijo haciendo un gesto con la mano.
—¡René! —reaccionó Javier y fue hacia él—. ¿Cómo
seguiste?
—Bien, mejor, hijo. ¿Y ese bebé tan bonito quién es?
Javier sonrió.
—Es uno de tus biznietos, hijo de Jimena —el hombre se
quedó asombrado y estático.
—Jimena…, ¿la del restaurante? —preguntó René.
—Así es —respondió Julia—. Resulta que somos hermanas.
Nos enteramos hace muy poco.
René se veía como un abuelo normal, familiar, aunque según
había comentado Julia, era despiadado. Aún no me daba
confianza que estuviera tan cerca de los bebés.
—Hola, señor Vallejo —saludó Jimena al salir de la
habitación y ver al hombre.
—Muchacha, ¿cómo estás? Cuando te vi embarazada, nunca
se me pasó por la cabeza que podían ser tres.
—Sí, son dos varones y una princesa —respondió Jimena.
El ambiente estaba un poco tenso, aunque Jimena intentaba
relajarlo un poco. Todos a esas alturas sabíamos quién era René
Vallejo. Lo que nadie sabía era lo que estábamos escuchando; la
historia de cómo se dieron las cosas entre la madre del señor
Javier, él y hasta qué punto su hermano arruinó todo.
—Solo quería venir a pedirles perdón por todo el
sufrimiento que he causado en esta familia —dijo cabizbajo—.
Yo entenderé si no me quieren cerca, he hecho cosas
imperdonables. Pero antes de irme de sus vidas quería
disculparme por todo.
El silencio inundó la sala. Todos nos miramos y nadie se
atrevía a decir nada, hasta que el papá de Jimena habló.
—Todos hemos cometido errores a lo largo de nuestra vida.
Creo que lo importante ahora es poder reconocerlo y
perdonarnos.
—Creo que a todos nos gustaría que fueras parte de nuestra
familia, abuelo —dijo Jimena y ambos sonrieron. Miguel y yo
no dijimos nada y nos alejamos un poco para darles un poco
más de intimidad.
Tres semanas después del reencuentro, los doctores dieron
la autorización para que los bebés pudieran viajar y nos
alistamos para volver todos a Bellavista.
—Nosotros nos vamos primero. —Miguel, Andrés y
Guillermo estaban listos para irse en el helicóptero de la familia
de Andrés. Jimena y yo saldríamos después con su hermana, sus
papás y los bebés.
—Estoy ansiosa por llegar. Lily me llamó y me dijo que ya
estaba listo el cuarto de los bebés.
—Ya veremos cómo está nuestra casa, señora Galeano.
39

Cuando llegamos a Bellavista, me quedé súper


sorprendida, Manuel había mandado a cambiar muchas cosas
en la casa. Los jardines estaban llenos de flores amarillas.
Adentro de la casa las paredes, las fotos y las habitaciones
estaban muy diferentes. Ya no parecía la casa de los padres
de Manuel, la casa de la que Sofía me había hecho huir, ahora
se veía como nuestra casa. Al punto donde había una pared
con una foto de cada uno de los bebés recién nacidos. Mi
corazón se estrujó en el pecho y un par de lágrimas salieron.
—¿Te gustan los cambios? —preguntó Manuel,
dándome un beso en la frente.
—Me encanta. ¿En qué momento hiciste todo esto?
Jamás te he escuchado hablar sobre estos cambios.
Manuel siguió caminando rumbo a la sala y ahí estaban
Lily, mi madre y la pequeña Patricia. Iván y Tiago estaban en
el coche. Julia y Carlos salieron de la cocina a recibirnos y mi
padre entró después de nosotros a la casa con Andrés y
Manuel cargando nuestras maletas y las cosas de los bebés.
Subimos a seguir viendo la casa y la habitación que yo tenía
había sido remodelada para los bebés. Me quedé sin aire solo
abriendo la puerta. Las paredes blancas, los arcoíris en ellas,
las cunitas blancas y todo lleno de juguetes de colores. Todo
estaba tan hermoso que empecé a lagrimear.
—Todo quedó hermoso, Lily. Muchas gracias.
—De nada, fue un placer. Aunque debo decir que la
autora intelectual de todos los colores fue la señora Patricia.
Hace mucho que ella soñaba con acomodar una habitación
para sus nietos.
Lily tomó a Tiago y a Iván y los acostó en sus cunas. Iba
a coger también a la pequeña Patricia, pero como la tenía mi
mamá se detuvo y recordé que con todas las sorpresas había
olvidado presentarlas.
—Lily, te presento a mi mamá: Sofía. Mamá, ella es Lily.
Tía madre de Julia.
—Un placer conocerte, Lily.
—Encantada, Sofía.
Luego de la presentación vi a mi mamá tambalearse de
un momento a otro. Agarré la niña y se la entregué a Lily
justo antes de que mi madre se desplomara.
—¡Mamá! Parece que está respirando con dificultad.
¡Qué alguien llame a un médico!
Segundos después subieron todos los hombres que se
habían quedado abajo conversando. Mi padre corrió a agarrar
a mi madre una vez la vio pálida, la tomó en sus brazos y salió
corriendo.
—¿Papá a dónde la llevas? —pregunté.
—Tu madre lleva un par de días sintiéndose mal. No
había querido ir al médico y decía que no era nada grave, pero
esto ya no es normal, así que la llevo al hospital para ver qué
es lo que le pasa.
Volteé a ver a mis bebés, luego a mis papás que se iban.
No quería que se fueran solos, sentía como si no los fuera a
volver a ver. Manuel vio la angustia en mis ojos y puso su
mano en mi hombro.
—Tienes que ir. Trajimos toda la leche que has
almacenado estas semanas. Lily, Julia y yo nos podemos
encargar de los bebés —dijo. El cambio de Manuel era cálido,
reconfortante. Estuve a punto de volverme hacia él y llenarle
la cara de besos, pero mi padre seguía avanzando hacia la
salida por lo que tuve que salir corriendo.
—Me llaman cualquier cosa. Trataré de volver lo más
rápido que pueda —grité una vez salí de la habitación.
Alcancé a mi padre en el auto y me subí con mi madre
en la parte trasera. Ella todavía no recuperaba el
conocimiento. Llegamos a la clínica casi en un par de
segundos. Unos doctores se llevaron a mi mamá con prisa y
mi papá se quedó sentado con cara de gárgola.
—Cálmate, papá. Ella va a estar bien. Puede que se le
haya bajado la presión por el viaje.
Me senté al lado de él, puse mi mano en su pierna y él
puso su mano sobre la mía.
—No, hija. Tú mamá ya tiene un par de días sintiendo
vértigos, náuseas y casi no ha estado comiendo. Quizás haya
contraído alguna enfermedad por alguno de los viajes o algo.
Lo peor de todo es no saber qué es lo que tiene.
Algo se me hizo sospechoso en sus síntomas, aunque
descarté la idea en mi cabeza al recordar su edad. No era
posible. Al rato salió el doctor que se la había llevado.
—La señora ya está mejor. La hemos pasado a una
habitación para monitorearla un par de horas, pero todo está
bien.
—¿Y ya saben qué es lo que tiene? —preguntó
impaciente—. Ella no se comporta así normalmente, algo
tiene que estarle pasando.
El doctor volteó a mirarme, luego volteó hacia sus
papeles.
—Hagamos algo. Suban a la habitación de la señora, es
la habitación 350. Yo voy por sus exámenes al laboratorio y
en un momento voy para que los miremos y saber qué pasa
con ella.
Mi padre y yo movimos la cabeza en afirmación y una
vez el doctor se hizo a un lado, subimos a la habitación.
Mamá estaba despierta mirando hacia la ventana algo pálida.
Mi padre se acercó a ella, le tomó la mano y la besó.
—¿Cómo te sientes, amor?
—No se preocupen. Estoy bien, solo que no he estado
comiendo bien. Creo que eso fue lo qué pasó —respondió
ella. Luego entró el doctor a la habitación mirando unos
papeles.
—Bueno, todo parece estar bien por aquí. Sus niveles de
glucosa están un poco bajos, aunque nada de qué alarmarse.
Con una buena dieta eso mejorará. Además, los niveles bajos
de glucosa tienen una explicación y es que tiene de tres a
cuatro semanas de embarazo.
«Lo sabía», pensé al instante. «Con sus síntomas estaba
casi segura de que era eso». Mi padre estaba en shock. No dijo
nada, no se movió por un rato ni miró hacia ningún lado más
que hacía mi mamá. Soltó su mano y salió caminando con
prisa de la habitación. Mamá intentó llamarlo, pero él solo se
fue y ella quedó con lágrimas en los ojos. Luego volvió con
un desborde de palabras en su boca.
—¿Cómo pudo pasar esto, Sofía? Si todo este tiempo te
has cuidado. Mira la edad que tenemos. Somos unos viejos.
Ahora lo que debemos tener son nietos, no hijos. —Cada
palabra de su parte me atravesaba hasta a mí. Entonces
intervino el doctor.
—La tranquilidad de ella es muy importante. Es muy
común que a su edad se pueden presentar complicaciones
durante el embarazo y cualquier alteración fuerte puede ser
riesgosa. En unos minutos vendrá una enfermera que le
entregará las órdenes para los medicamentos que necesita
tomar para sus náuseas, algunas de las dietas que puede llevar
y las vitaminas que debe estar tomando. Una vez se sienta
mejor, puede irse.
—Muchas gracias doctor, yo cuidaré de ella —respondí.
—Mamá, todo estará bien. Déjalo. Ya se le pasará, es
solo la impresión.
Minutos después llegó una enfermera, mamá tardó un
tiempo más en reponerse y cuando se sintió bien para salir,
salimos. Mi padre se había ido después de la explicación y no
estaba por ningún lado. Apenas llegó el taxi, mi mamá se
montó y me pidió que la dejara.
—Necesito un momento a solas, Jimena, por favor.
—Pero, mamá…
—Jimena —interrumpió.
Solo pude asentir y cerré la puerta. Apenas se fue, corrí
hacia otro taxi cercano, me monté con prisa y le indiqué que
siguiera al taxi en el que iba mi madre. La ruta se me hizo
conocida, íbamos hacia la antigua casa de mi abuela. El taxi
de mi madre se detuvo unas cuadras antes, en un parque
cercano y luego se detuvo en el que yo iba. Quería esperar a
ver qué hacía antes de salir, pero ella solo se sentó en una
banca y se quedó mirando la casa. Pagué el taxi, me bajé y
caminé hacia ella. Antes de llegar, ella habló.
—Jimena, ¿crees que sea algo bueno tener un bebé a esta
edad? —preguntó. Ya me había sentido llegar.
Me senté a su lado, agarré su mano y la miré a los ojos.
—Mamá, ¿qué sentiste cuando supiste de mi llegada? —
Ella volteó la cabeza como si estuviera pensando en algo.
—Me sentí feliz. Y con mucho miedo. Tenía sólo
diecinueve años. Tu padre también se puso feliz. No
entiendo ahora su reacción. Es verdad que es algo diferente
e inesperado tener un bebé a esta edad, pero no tenía que ser
tan cruel con su actitud y sus palabras. Tengo veintitrés años
a lado de tu padre, Jimena, y esto que acaba de hacer fue lo
peor que me pudo haber hecho. Mirarme como si yo hubiera
tenido la culpa.
—Yo entiendo que estás dolida, mamá, pero come, por
favor. Aquí te traje algo de comida. Más tarde hablaré con
Lily y te llevaré el medicamento al hotel donde estés, o a
donde sea. Y no te preocupes por mi papá, sé que su reacción
fue terrible, pero estoy segura de que recapacitará y volverá a
pedirte perdón.
Ella me cogió la cara con su mano.
—Gracias, hija. Eres un sol. Ahora tú ve con tus hijos
que ya has pasado mucho tiempo fuera y tú estás
recuperándote todavía.
—Está bien. Pero te llevó a un hotel primero.
Ella asintió, tomamos un taxi, la dejé en el hotel más
cercano a la casa y salí a ver a mis bebés.
—¿Cómo está tu madre? —preguntó Manuel una vez
volví—, ¿y dónde están? ¿Se quedaron en el hospital? —Yo
negué no con muy buena cara y Julia se acercó a mí.
—Dinos qué pasa, Jimena. tu cara nos dice que algo
malo pasa.
Tomé un largo suspiro antes de hablar.
—Mi mamá está embarazada.
Toda la habitación se quedó en pausa, con los ojos
abiertos y como si se les hubieran comido la lengua.
—Pero eso no es malo, ¿verdad, muñeca? —preguntó
Manuel una vez reaccionó.
—No, mi mamá está bien. El problema es que cuando
mi papá se enteró, trató mal a mi mamá y se fue del hospital.
—Julia se levantó apretando sus puños.
—¿Y qué fue lo que le dijo? Porque creo que para hacer
un bebé se ocupan dos. —Miguel la tomó de la mano.
—Dijo que estaban muy viejos y culpó a mi mamá por
el descuido. Estaba tan enojado que no le importó que el
doctor siguiera en la habitación, ni que ella estuviera alterada.
Después de eso se fue y no volvió. Me pidió llevarla de nuevo
al hospital, no quería venir aquí y encontrarlo. También dijo
que estaba decidida a dejar a mi papá. Incluso duda en tener
al bebé.
En ese momento la puerta de la habitación se abrió. Era
mi padre. Al verme ahí se acercó a nosotros. Aún se veía algo
molesto y Julia y yo le devolvimos la mirada.
—¿Dónde está tu mamá? —preguntó. Volteé a ver a
Julia y ella me hizo señas de que no le dijera.
—La dejé en el hospital. No quería dejarla sola, pero
tenía que venir con mis hijos.
En ese momento suavizó un poco su mirada.
—Ella no está en el hospital. Fui a su habitación y me
dijeron que ya se había ido así que vine directo hacia acá
pensando que había vuelto. —Julia me miró.
—Jimena, dijiste que mamá dudaba en tener al bebé.
¿Será que se practicó un aborto?
Mi padre levantó la mirada hacia Julia y se quedó
pasmado. Luego empezó a dar vueltas renegando y
rascándose la cabeza.
—No, no lo haría —contesté—. Posiblemente le dieron
el alta y como no había nadie con quien irse, se fue a algún
hotel cerca. Yo le dejé tu tarjeta, amor, espero no te moleste.
—No, amor, para nada. Pero hay que buscar a tu mamá.
Si está embarazada, a su edad, es peligroso que ande sola por
ahí. Mira cómo se desmayó, puede pasarle algo similar en la
calle y sin nadie que le ayude.
Papá no decía nada. Solo estaba esperando a escuchar
que alguien dijera dónde estaba su esposa.
—Jimena, ¿qué te dijo tu madre cuando te quedaste con
ella? —preguntó al final. Ya tenía los ojos tristes.
—Ella dijo que te había perdonado muchas cosas, pero
que ya era demasiado —respondí.
—Esta vez sí fuiste un bruto, papá —completó Julia.
40

—Voy a tratar de ir a buscar a tu madre, Julia. Sé que tu


hermana no me dirá dónde está, ella también está muy dolida,
pero necesito encontrarla. Necesito que me perdone.
Busqué en cada parque, cada restaurante, cada hotel de
Bellavista, hasta que, volviendo a la casa rendido, vi un último
hotel que había pasado desapercibido. Entré a la recepción,
di el nombre de mi esposa y confirmaron que ahí estaba, pero
que no tenían otras llaves de la habitación por lo que me iba
a tocar esperar afuera de su habitación y esperar a que me
abriera.
Le agradecí a la recepcionista, entré y la habitación estaba
sola en un pasillo. Me acerqué a la puerta, estaba a punto de
tocar y ella abrió. Ambos nos quedamos pasmados por un
instante, sin decir nada, y volvió a cerrar la puerta.
—Amor, perdóname —dije al fin al otro lado de la
puerta—. Te juro que mi reacción fue por mil cosas que
vinieron a mi cabeza. Por favor perdóname. No me alejes de
ti, ni de este pequeño milagro que crece dentro de ti.
El otro lado estaba en total silencio.
—Doncella, sé que te lastimé, sé que mi reacción fue
horrible, pero yo te amo, y amo a ese bebé que llevas dentro.
Por favor abre la puerta para que podamos hablar.
La puerta siguió cerrada unos minutos, pero estaba
dispuesto a esperar lo que fuera necesario. Una hora después
seguía cerrada. Entonces se abrió. Sofía tenía los ojos
inundados y me lancé a abrazarla.
—Amor, perdóname. Mi vida entera eres tú y nuestros
hijos. Por favor discúlpame por cómo reaccioné. De ahora
en adelante vamos a empezar una vida nueva y cuidaremos
todos juntos de este bebé.
—¿Entonces no estás enojado porque vamos a tener un
bebé? —dijo temerosa.
—Para nada, amor. Más bien tenemos que celebrar esta
pequeña vida. Y de verdad, hermosa, nuevamente te pido
disculpas.
—No tengo nada que perdonarte. Sé que fue algo tan
impactante para ti como lo fue para mí.
—Pero le dijiste a Jimena que no querías verme. —Ella
sonrió.
—Porque sabía que ella te lo diría y tú ibas a buscar la
manera de llegar a mí.
—Agradezco a Dios tenerte en mi vida, Sofía —dije y le
di un beso en la frente.
A la mañana siguiente nos reunimos todos en la casa de
Manuel y Jimena. Mis hijas estaban felices de que hubiera
arreglado las cosas con Sofía y todos estábamos más que
contentos con la llegada del nuevo bebé. Estábamos Carlos,
Jimena, Sofía, Julia, Miguel y yo esperando a saber por qué
Manuel nos había citado a todos, hasta que de momento bajó
junto a Lilian con la pequeña Patricia en manos de ella y se
hicieron frente a nosotros.
—Familia, nos reunimos para decirles que Manuel y yo
ahora estamos oficialmente divorciados. —dijo mi hija con
una sonrisa, vio a Julia desencajada al igual que Sofía.
—Y aprovechando que estamos todos reunidos quiero
hacer algo de la manera correcta. —Liliana viene con la
pequeña Patricia en brazos y se la entregó a Jimena esta se
fijó en el mameluco, cubrió su boca y miró a Manuel sin
poder creerlo. Julia se acercó y le quitó a la beba de sus brazos
leyó lo que estaba en ella y se la enseñó a Sofía.
—Frente a nuestra familia quiero pedirte si quieres ser
mi esposa para toda la vida. Sin contratos y acuerdos de por
medio. Estaremos solos tú y yo, nuestros hijos y nuestra
familia. —ella reaccionó.
—¡Siii! claro que si me caso contigo mi amor. —mientras
ella se abrazaba a Manuel todos aplaudimos y felicitamos.
Ahora si hay que planificar una boda como Dios manda y
esta vez podré ser yo quien entregue a mi hija en el altar.
41

No podía creer que esta vez Manuel me pidiera


matrimonio frente a mi familia. Estaba muy feliz y sin
palabras desde que vi el Mameluco de Patricia que decía
“¿Quieres casarte con mi papi?” Luego de la propuesta, Lily
nos tenía preparado un banquete. Yo me quedé viendo un
poco más el hermoso mameluco de mi pequeña Patricia y me
sentía agradecida por tener de nuevo una familia.
Al rato de estar comiendo sonó el timbre de la casa. Lily
fue a abrir y cuando volvió, lo hizo con Guillermo, una mujer
y un bebé.
—Hola, Gisela —saludó Manuel una vez los vio y todos
nos quedamos mirando—. ¿Qué tal están? Mira cuánto ha
crecido Jaime en estos meses que no lo vi.
Mi mamá y mi papá se vieron entre sí al ver el gran
parecido entre Manuel y el bebé.
—Hola, Manuel. Sí, está cada vez más enorme —
respondió ella.
Manuel saludó al pequeño, luego a Guillermo y volvió
hacia mí junto con la mujer.
—Ella es Jimena, mi esposa. Jimena, ella es Gisela. La
mamá de mi pequeño hermano.
«Ella es la mamá del hermano de Manuel», pensé. Una
brisa de calma corrió por mi corazón. Sonreí, le estiré la mano
y nos saludamos. Tanto con ella, como con el pequeño Jaime.
—¿Son sus hijos? —preguntó al ver a los trillizos.
Manuel y yo nos volteamos a ver y sonreímos.
—Es una historia algo complicada, luego te la
contaremos con más calma —respondió Manuel, y
continuó—: No me avisaste que vendrías, ¿está todo bien?
Ella volteó a buscar a Guillermo
—Tu abogado me ha llamado y me dijo que yo tenía que
estar para la lectura del testamento de tu madre. Por eso
vinimos.
Todos volteamos a ver a Guillermo.
—¿Qué les parece si nos hacemos en el estudio para
comenzar? —dijo y caminó con su portafolio hacia la oficina
de Manuel. Gisela y yo lo seguimos, y los demás se quedaron
en la sala con los más pequeños por indicaciones del
abogado.
Al llegar al estudio, Guillermo empezó a leer palabra por
palabra el documento que había redactado junto a Patricia.
Dijo que me había heredado toda la fortuna que ella había
obtenido durante sus últimos años, que al pequeño Jaime le
había dejado un fideicomiso que se le entregaría a la edad de
dieciocho años para sus estudios y una mensualidad de la que
yo era la encargada. Así mismo dijo que había dejado una
pequeña cantidad de su fortuna para Lily y que para Manuel
no había dejado nada más que una carta.
En ese momento Guillermo, Gisela y yo decidimos dejar
el estudio pues parecía que Manuel necesitaba algo de
privacidad, así que fuimos a la sala.
—No parece que hubieras tenido tres bebés —comentó
Gisela—. Quedaste muy bien. Yo me acuerdo de que,
cuando estaba embarazada de Jaime, tuve una panza enorme
y me costó varios meses volver a mi figura, aunque nunca
volvió a ser la misma.
—Bueno, Jimena tampoco la tuvo fácil —comentó Julia
a lo que llegó donde estábamos—. A los cuatro meses fue
diagnosticada con preeclampsia y fue muy difícil. Pero aquí
están tanto Jimena como mis bellos sobrinos sanos y salvos.
Todos nos quedamos mirándola.
—Disculpen que me metiera en su conversación. Soy
Julia, hermana de Jimena, mucho gusto —dijo estirando su
mano hacia Gisela. Luego llegó Miguel y besó a Julia.
—¿Miguel, cierto? —preguntó Gisela. Él asintió con
algo de resentimiento y ella continuó—. Quería pedirte
disculpas en nombre de toda mi familia por lo sucedido con
mi prima. Todos estamos muy avergonzados por su actuar.
En su cara se vio que su disculpa era sincera y triste.
—No tienes porqué disculparte. Ni tú ni tu familia
tienen culpa por sus acciones. Me da pena que ella no pensara
en las consecuencias de sus actos en ese momento y que
ahora tenga que estar reflexionando en la cárcel, pero qué le
vamos a hacer —respondió Miguel dándole una sonrisa y un
abrazo a Julia.
—Tienes razón. Bueno, me retiro. Guillermo, aquí tienes
mi tarjeta por si necesitas contactarte conmigo. Mañana
tengo que regresar a California. Gracias y nuevamente te pido
una disculpa, Miguel. Despídeme por favor de Manuel que
este gordo ya se está quedando dormido.
Dijo acariciando las mejillas de su hijo. Guillermo se
ofreció a llevarla y ambos salieron al rato. Cuando me quedé
de nuevo sola, recordé que Manuel seguía en el estudio y me
empecé a preocupar.
—¿Puedes estar pendiente de los bebés un momento?
—le pedí a Julia y luego de dejarla fui hacia el estudio.
Manuel estaba de pie, viendo por la ventana. Me acerqué
a él y lo abracé por detrás. Él se dio vuelta, me abrazó y besó
mi frente.
—¿Te he dicho que lo mejor que tengo eres tú y mis
hijos? —preguntó, yo asentí.
—¿Estás bien?
—Todo está bien, más que bien, muñeca. ¿Quieres leer
la carta?
—Es algo íntimo entre tú y tu madre. Tal vez en otra
ocasión la leeremos juntos, ¿te parece?
Manuel sonrió y asintió atrapando mi cuerpo en sus
brazos. Luego nuestros labios se juntaron y a cada segundo
el beso se fue haciendo más intenso y caliente. Estuve a
punto de dejarme llevar, pero después de que él puso sus
manos en mi trasero me aparté.
—Todavía no podemos, Manuel. Faltan varias semanas
más.
Manuel sonrió. Pero no con una sonrisa normal, sino
con una sonrisa pícara de las suyas.
—Discúlpame. Todavía no me hago a la idea de que
acabas de tener tres bebés con esa figura tan exquisita… —
Manuel se volvió a acercar a mí y volvió a poner sus manos
en mi trasero.
—Aquí ahora es más ancho y grande —comentó. Luego
subió hacia mis senos—. Aquí definitivamente hay un
cambio. Están más grandes, suaves, y deben saber deliciosos.
Sentí que debía pararlo por prudencia, pero mi cuerpo
no quería hacer nada más que disfrutar de sus toques.
—Sin mencionar que aquí está casi plano —dijo bajando
su mano por mi abdomen—. No me lo tomes a mal, pero
estás más deliciosa que antes.
Su voz era como el leve susurro del deseo. Se estaba
dejando llevar por completo por sus impulsos y me estaba
llevando con él, entonces me volvió a besar, pero esta vez
más fuerte. Me dejé llevar por uno, dos, tres segundos y lo
empujé.
—Creo que es hora de que salgamos de aquí porque no
me haré responsable de mis actos —dije y salí casi corriendo
del estudio mientras Manuel se carcajeaba. Luego me siguió.
Cuando llegamos al comedor, todos estaban cenando y
hablando de nuestra boda.
—¿Qué tal si hacemos una boda doble? —me preguntó
Julia apenas me vio. Sus ojos brillaron y sentí que los míos
también.
—Eso suena increíble —respondí.
—¿No sería mejor que cada uno haga su boda? —dijo
Miguel con un tono un poco raro—. No me lo tomen a mal,
pero es para que cada una de ustedes tenga su día especial. La
verdad no quisiera que terminaran peleando por no estar de
acuerdo con algo en la decoración o en la fiesta.
Miguel tenía un punto. Tenía que aceptarlo.
—Bueno, creo que tienes razón en eso, Miguel. Y más
porque tu futura esposa es algo perfeccionista e intensa —
dije viendo a Julia con una sonrisa y tirándole un beso.
—Sí, es cierto, pero ¿quién se va a casar primero
entonces? —preguntó Julia.
—Ustedes se comprometieron primero. Además,
nosotros necesitamos organizar más papeleo por todo lo del
divorcio, así que ustedes serán primero y luego nosotros —
respondió Manuel y yo asentí.
—Está dicho. Pero, Miguel, ¿ya les dijiste a tus papás que
nos vamos a casar? Es más, ¿cuándo me los presentarás? —
dijo Julia y Miguel se tensó. Me dio un mal presentimiento.
—Todavía no les he contado a mis padres sobre
nosotros, amor. Mañana iré a hablar con ellos.
Las piernas de Miguel no dejaban de moverse.
—¿Por qué estás nervioso? ¿No crees que me acepten?
—Miré a Manuel y él bajó su mirada.
—Mis padres son algo especiales, cariño, pero no te
asustes, todo estará bien —dijo Miguel con una sonrisa
ladeada.
El resto de la cena terminó en silencio. La tensión era
tan filosa que podía cortar cabezas. Al terminar, Julia me
ayudó a llevar todo a la cocina. Y mientras organizamos los
platos, Miguel se despidió.
Cuando terminamos, Julia subió hasta su habitación un
poco desganada y se encerró. Manuel y yo terminamos de
atender a los bebés para que se durmieran y nosotros
pudiéramos descansar. Nos cambiamos, nos acostamos en la
cama, pero yo no podía dejar de pensar en Miguel.
—Manuel, cuando Julia preguntó sobre los padres de
Miguel hubo mucha tensión, ¿no crees? ¿Qué es lo que
oculta? Sé que tú sabes.
—Amor, juré no meterme. Pero si te cuento esto,
necesito que lo mantengamos entre nosotros, ¿está bien? —
Sabía que había algo.
—Está bien.
—La madre de Miguel quiere que se case con Francis, la
amiga de Sofía. Parece que hay negocios de por medio.
Además, parece que el padre de Miguel enfermó hace unos
meses y Francis ha estado cuidándolo, ganando su cariño y
admiración. Yo le advertí que no se involucrara con Julia
hasta aclarar esa situación, pero él dijo que lo iba a solucionar.
Los padres de Miguel ni siquiera saben que está saliendo con
Julia. —Lo iba a matar ¿no pudo decirles nada en todas estas
semanas?
—Ha tenido todo este tiempo, Manuel ¿por qué no lo
ha hecho? Porque su padre ha estado enfermo y tiene miedo
de alterarlo. — yo negué—Solo son excusas tú y yo sabemos
lo que callarse causa, amor. No podemos hacer de la vista
gorda con esto Manuel. —le dije él concordó con mi
comentario.
—Y te entiendo, muñeca, pero eso ya no depende de
nosotros, si no de Miguel. —Pobre Julia si sus suegros no la
aceptan será muy difícil para ella.
42

—Buenos días, hermosa familia —dije dándole un beso


en la mejilla a mi madre y un apretón de manos a mi padre.
—Vaya, hijo, hasta que te dignas a visitar a tus padres —
comentó mi padre.
—Vengo porque tengo algo importante que contarles.
Ambos dejaron de comer y volvieron a verme.
—Bueno, adelante.
—Desde hace un tiempo me vienen diciendo que tengo
que sentar cabeza, que ya estoy volviéndome viejo, que
debería conseguir una buena mujer.
Mi madre puso una mano sobre el brazo de mi padre y
sonrió.
—¿Significa que por fin vienes a comprometerte con
Francis? —dijo mi padre con una sonrisa.
—No… papá. Conocí a una mujer. —En ese momento la
cara de ambos se transfiguró—. Ella se llama Julia. Hemos
salido por varios meses y...
—Pues tendrás que dejarla —interrumpió mi padre—. Le
di mi palabra a los padres de Francis y les dije que sería tu
esposa a cambio de perdonar una deuda que tenía con el
padre de ella.
—¿Una deuda? ¿Y de cuánto es la deuda?
—Veinticinco millones de dólares
La sola cifra me dejó helado.
—¿Estás consciente de que literalmente me estás
vendiendo y robando mi felicidad con Julia por una deuda?
—Hijo, cálmate. Dale una oportunidad a Francis. Casi
nunca la has tratado, puede que conociéndola cambies de
parecer. También me gustaría conocer a Julia, si quieres
invítala a venir a casa hoy.
—¿Como así que la traiga a esta casa? No, eso no lo
permitiré. Miguel tiene que casarse con Francis y es una
orden.
—Entiende que esa fue tu decisión, no la mía. Yo solo
quiero que mi hijo sea feliz y que, aunque Francis aparenta
ser diferente, no se te olvide que era la mejor amiga de la
mujer que le hizo daño a nuestro hijo. Y eso, por lo menos a
mí, jamás se me olvidará.
Mi padre hizo una mueca y volvió a comer.
—Invítala, hijo, ¿te vas a quedar a desayunar para llamar a
pedir otro plato para ti?
Pasé casi toda la mañana con mis padres y no se volvió a
mencionar nada sobre Francis, aunque mi madre me
preguntó sobre Julia cuando mi padre fue al baño. Le platiqué
un poco de lo que había vivido con ella y lo especial que era.
Eso la emocionaba y le hacía dar más ganas de conocerla.
Al salir de la casa de mis padres me di cuenta de que tenía
el celular en silencio y había varias llamadas perdidas de Julia.
Le puse el sonido y cuando iba a llamarla entró otra llamada
de ella.
—Princesa, discúlpame por no contestarte. Mi teléfono
estaba en silencio y hasta ahora me percaté de eso. —Julia
lloraba al otro lado del teléfono—. Amor ¿Estás bien? —
pregunté, pero ella solo lloró y luego colgó la llamada.
«Algo malo está pasando», salí hacia la casa de Manuel y
Jimena. Al llegar Jimena me recibió con una cachetada.
—¿Por qué me pegas?, ¿qué es lo qué pasa? —alegué.
Jimena me golpeó el pecho con un periódico donde había
un clasificado que anunciaba mi fiesta de compromiso con
Francis junto con una foto mía y una de ella.
—Te pido que te vayas, Miguel. Le has causado un dolor
muy grande a mi hermana. Manuel me había convencido de
darte tiempo para que solucionaras tus problemas con esta
situación, pero mi hermana no está en condiciones para estar
en medio de todo esto.
—Por favor, Jimena. Necesito verla y explicarle todo esto.
Justo hoy hablé con mis padres y la han invitado a cenar para
conocerla. Por favor, Jimena, déjame hablar con ella.
Jimena suspiró y dudó un momento y luego me dejó
entrar. Salí corriendo hacia la habitación de Julia y ni siquiera
me anuncié.
—¿Qué haces aquí? Deberías estar con tu otra prometida
¿no?
—Julia, amor, no tengo otra prometida. Yo solo quiero
estar contigo. Es verdad que no te conté desde un principio
todo lo que planeaba mi familia sin mi consentimiento,
esperaba poder arreglar las cosas, pero todo se me salió de
las manos.
—Entonces por un lado me decías que querías pasar tu
vida conmigo, mientras que por el otro lado aceptabas ya que
tus padres tenían a una prometida para ti.
—No, no, no, Julia. Déjame explicarte. Mi padre tiene una
deuda con el padre de Francis y él le dijo que le perdonaría la
deuda si ella y yo nos casábamos, pero ni mi madre, ni yo,
estamos de acuerdo con eso, te lo juro. Esa publicación tuvo
que ser obra de Francis. Esa mujer es la mejor amiga de Sofía,
quien fue la persona que les dañó el matrimonio a Jimena y a
Manuel, y sabes lo que me hizo. No quiero justificarme por
lo que estés pensando ahorita de mí, solo te puedo decir que
jamás he compartido ni el saludo con esa chica.
Tomé sus manos y Julia dejó salir un par de lágrimas
silenciosas. La abracé y todo se calmó un poco.
—¿Será mucho pedirte que busques tu mejor vestido? —
dije al rato. Julia separó su cabeza de mi pecho y me miró
extrañada.
—Mis padres quieren conocerte y me pidieron que te
invitara a cenar en su casa esta noche. Claro, si tú quieres.
Julia pensó un poco, se veía un poco indecisa, pero al final
aceptó.
—Júrame que no nos van a separar, amor. Ellos me van a
conocer y les voy a encantar tanto que no van a querer otra
mujer para ti —dijo. Poco a poco volvía a ser la de antes.
—Nadie lo hará, princesa. Buscaré la manera de saldar esa
deuda para que no la utilicen en nuestra contra. Yo solo te
amo a ti y quiero estar contigo, no lo olvides. Ahora, ponte
el vestido más hermoso que tengas que quiero que mis padres
miren lo bella que eres.
Julia corrió hacia el vestidor a saltos y yo salí hacia la
habitación de Manuel para dejarla cambiarse.
—Necesito hablar contigo —dijo Manuel una vez me vio
y me llevó hasta su estudio.
—Te advertí que la dejaras antes de lastimarla, Miguel, y
mira lo qué pasa. No planeo juzgarte, ni reprocharte nada,
pero espero que mi ejemplo te sirva para no cometer tantos
errores como lo hice yo.
—No te preocupes, Manuel. Afortunadamente mi madre
me apoya. Son problemas de mi papá, pero aceptaron cenar
hoy con Julia para conocerla. Eso ya es un avance.
—Patricia desde un principio me dijo que Jimena era la
indicada. No le quise creer y mírame ahora, estoy que, si ella
dice rana, yo salto de lo enamorado que me trae. Cuida de
Julia, Miguel, no dejes que otros la lastimen.
Alguien tocó la puerta.
—Miguel, Julia ya está lista. Más te vale que la cuides —
dijo Jimena al entrar.
—Sí, Jimena, no dejaré que nada le pase. Nos vemos y
gracias por el consejo.
Apenas salí a la sala me encontré con la mujer más
hermosa que mis ojos habían visto. Julia tenía su cabello
ondulado, un vestido azul marino que abrazó su hermosa
cintura hasta la rodilla, tacones negros y un maquillaje
impecable. Me acerqué para darle un beso en la frente, pues
sabía que si le dañaba el labial se molestaría conmigo y le
ofrecí mi brazo. Ella sonrió, aceptó y salimos rumbo a la casa
de mis padres. Al llegar había más carros de lo normal.
—No sé por qué, pero no me trae buena energía este
encuentro —dijo Julia. Tomé su mano y le di un beso.
—Estás conmigo, princesa. Todo va a salir bien.
Julia asintió un poco nerviosa. Al abrir la puerta vi a mi
madre platicando con la madre de Francis y al verme llegar,
corrió hacia mí. Julia intentó soltarse de mí, pero agarré fuerte
su mano.
—Miguel, ¿quién es ella? ¿Como traes a una mujer cuando
te vas a casar con mi hija? —dijo el señor que estaba bajando
las escaleras.
—¿Y cuando me lo dijeron? Sus tratos son entre ustedes,
no conmigo. Ella es Julia, mi prometida. Mi única prometida.
—Madre, si no es mucho pedir, ¿podrías llevar a Julia a mi
antigua habitación mientras solucionamos esto, por favor?
Mi madre asintió, se acercó, le sonrió a Julia y se la llevó.
El resto de los involucrados nos reunimos en el despacho de
mi padre.
—Miguel, no hay otra salida más que un matrimonio. Yo
no tengo los fondos para cancelar la deuda que tenemos con
ellos.
—Bueno, se trata de negocios, ¿no es así? Señor, le
ofrezco asociarse en un proyecto que promete unos 30
millones de dólares en ganancia. Es un complejo habitacional
a las afueras, al norte de Zaragoza, en terrenos que le compré
al abuelo de Julia. —Apenas mencioné eso, al padre Francis
le brillaron los ojos, pero a la vez se llenó de indignación.
—Siempre quise comprar terrenos por esos lugares —
respondió—. El único dueño de esas propiedades siempre se
negó a vender, ¿cómo se llama el abuelo de esa señorita?
—René Vallejo es el abuelo de Julia.
Cuando dije ese nombre hasta mi padre se quedó con la
boca abierta. El hombre miró a su esposa, señaló a Francis y
las dos salieron. Mi padre y yo nos quedamos hablando.
—Si acepta este trato, podemos afinar detalles en mi
oficina mañana mismo. Si no, déjame ir pagando en plazos el
dinero que se le adeuda.
El hombre volteó a ver a mi padre y sonrió.
—Tú más que nadie sabes que hacer negocios con Vallejo
es difícil —dijo—. Y tú hijo cuenta con su favor. Entonces
que así sea, muchacho. Mañana me reuniré contigo para que
hablemos sobre este negocio. El matrimonio no se llevará a
cabo. Ahora lo difícil será decirle a Francis, ella estaba tan
emocionada que cuando supo que estabas en la ciudad, lo
hizo público en los diarios.
Mi padre y yo asentimos. El problema de su hija era
problema de él, a ninguno de los dos nos importaba.
Entonces escuchamos un grito que nos hizo salir corriendo
del despacho, me congelé al encontrar a Julia en el suelo y a
Francis en medio de las escaleras, hasta que reaccioné y me
acerqué a Julia para socorrerla.
—Julia, mi amor, ¿estás bien? —Julia llevó su mano sobre
su vientre y ver su gesto me erizó el cuerpo.
—Nuestro bebé, Miguel. Tenemos que ir al hospital —
dijo con la voz quebrada y baja. Se estaba quedando
inconsciente.
—¡Oh, mi Dios!, ¡está embarazada! Hijo, no te quedes ahí.
Hay que llevarla al hospital—dijo mi madre corriendo hacia
nosotros.
Tomé mi teléfono y llamé a emergencias. Expliqué la
situación y me dijeron que no la moviera para evitar
empeorar su condición, que había una unidad muy cerca del
área.
—Julia, mi amor, reacciona. ¡Julia!
Apenas los paramédicos llegaron y la levantaron, una
pequeña mancha de sangre quedó en el suelo. La ira me
invadió y volví a mirar a Francis.
—Si Julia pierde a nuestro bebé, esto no se quedará así.
En especial para ti —dije y señalé a Francis.
Mi madre se fue conmigo para seguir a la ambulancia y en
el trayecto llamé a Manuel y a Jimena para contarles todo lo
que había pasado. Minutos después de que Julia entró a
emergencias escuché la voz de Manuel por el pasillo, me
levanté a avisarle dónde estábamos y vi que llegaba con
Javier, quien se veía molesto. Ambos me vieron y Javier
caminó hacia mí. Manuel corrió tras él y lo detuvo antes de
que me golpeara.
—Cálmese, suegro. Estamos en un hospital.
Javier respiró hondo. Los ojos de todas las personas a
nuestro alrededor nos empezaron a pesar y eso lo obligó a
calmarse.
—Suéltame, Manuel. Suéltame que no le puedo hacer
nada aquí a este imbécil.
Manuel lo soltó y el papá de Julia comenzó a caminar en
círculos pasándose las manos por la cabeza. Me senté, al igual
que mi madre, y Manuel se sentó a mi lado.
—Te advertí que la cuidarás —dijo decepcionado. Su
reacción era extraña.
—¿Desde cuándo lo sabes? —le pregunté.
—Hoy me lo ha dicho Jimena —respondió.
La doctora salió de las puertas de cirugía y se acercó a
nosotros antes de que fuéramos hacia ella. Javier también se
acercó.
—Julia está bien. Solo tiene una pequeña contusión en sus
costillas y algunos golpes en sus brazos.
— ¿Y el bebé, doctora?, ¿cómo está?
—El bebé también está bien. Logramos detener el
pequeño sangrado que tuvo, pero el bebé sigue aferrado al
útero de su madre. Vamos a tenerla en observación para ver
si todo sigue bien con el bebé antes de darle de alta. —Todos
suspiramos. Ella continuó—. Han tenido mucha suerte. El
embarazo aún es muy pequeño y hay mucho riesgo de
perderlo, pero al parecer ese bebé quiere conocer a sus papás.
—dijo con una sonrisa, eso terminó de devolverme el alma al
cuerpo. No sabría qué hubiera sido de mí, si algo les hubiera
pasado.
—¿Podemos verla? —preguntó mi suegro.
—Sí, síganme por aquí.
Todos seguimos a la doctora. Mi madre estaba a mi lado
con más miedo que esperanza. Entramos a la habitación que
señaló la doctora y ahí estaba Julia sobando su panza con una
lágrima en los ojos. Nunca había sentido tanto miedo y tanta
frustración. Al entrar corrí a abrazarla y ella me abrazó de
vuelta.
—Ya, amor. Está todo bien, no llores. —dijo y me reí
porque tendría que ser yo quien le diga eso. Me solté y me
incliné a su vientre para darle miles de besos a nuestro bebé,
Julia se ríe.
—Gracias por quedarte con nosotros, pequeño príncipe o
princesa. —Julia me dio un golpe en el hombro.
—¡Oye! pensé que yo era la princesa. —dijo bromeando.
—Pues si es una niña te tocará compartir ese
sobrenombre, mi princesa. —Mi madre y su padre miraron
nuestro intercambio de palabras.
—Julia, ¿qué fue lo qué pasó con Francis en la escalera?
—preguntó imprudentemente mi madre.
—Madre, Julia necesita descansar…
—Puedo contestar a eso, Miguel —interrumpió—. Yo iba
bajando la escalera, casi detrás de usted, cuando me dijo que
bajara al comedor, pero me dieron ganas de ir al baño y tuve
que devolverme a la habitación. Luego, cuando bajé, casi al
final de la escalera me encontré con Francis. Ella me alegó y
me dijo que ella era quien se iba a casar con Miguel, pero la
ignoré e intenté seguir mi camino, pero eso no le gustó.
Apenas di un paso, ella me agarró el brazo e hizo que perdiera
el equilibrio y bueno, el resto ya lo saben.
—Ahora tendremos que casarnos lo más pronto posible,
quiero que nuestro bebé nazca dentro del matrimonio
princesa. —Ella asintió con una enorme sonrisa y vio a mi
madre.
—Si tus padres están de acuerdo mi amor. —Mi mamá se
acercó a ella y le tomó su mano.
—Claro que queremos, mi esposo es un cabeza dura, pero
si no quiere problemas conmigo sabrá comportarse desde
hace un par de años le pedimos a Miguel que sentara cabeza
y por fin lo hará. Y más mi esposo se moría porque llegará el
momento de tener nietos y ahora ¡Seré abuela! —dijo mi
madre emocionada y le guiñó el ojo a Julia quien sonríe.
Bueno, esto no se podría poner mejor.
43

El alarido de Julia se escuchó por toda la casa y salí


corriendo hacia su habitación.
—¿Qué sucede Julia? —Ella estaba llorando con el celular
en la mano—. ¿Qué pasó? ¿Por qué gritaste de esa manera?
Aun sollozando me mostró su teléfono con los
encabezados en redes sociales donde se anunciaba el
compromiso de Miguel con una mujer llamada Francis. Mi
corazón se partió por mi hermana y el dolor que debía estar
sintiendo.
—Está comprometido y no me lo dijo, ¿por qué me hace
esto Jimena? Él solo quería jugar conmigo.
—No, cariño, no pienses así. Tal vez es solo un chisme.
Mira, no tienen ni una foto juntos. Son solo chismes, Julia,
no le hagas caso a eso.
—¿Y si es cierto, Jimena? ¿Qué voy a hacer? Estoy
embarazada y él tiene un compromiso con otra. Él no puede
hacerme algo así no pue… —antes de terminar la frase se
desmayó y entré en pánico.
—¡Manuel!, ¡Manuel! —grité hasta que apareció en la
puerta—. ¡Ayúdame!, Julia se desmayó en mis brazos y está
embarazada.
Manuel abrió los ojos a más no poder y se acercó. Levantó
a Julia y la puso sobre la cama. La cubrí con la cobija y fui al
baño a buscar alcohol y un algodón para ayudarla a
reaccionar. Minutos después Julia despertó un poco más
calmada
—Tienes que pensar en tu bebé, Julia. ¿Recuerdas lo que
me decías? Nada te tiene que derrumbar. Espera a hablar con
Miguel. Estoy segura de que no es como parece. Ahora,
cálmate, duerme un poco o, ¿quieres algo de comer?
Julia asintió y baje rápido a hacerle un sándwich. Por
suerte Lily estaba con los bebés, así que no tenía que
preocuparme por ellos. Volví a subir a su habitación y Julia
seguía llorando, Manuel ya se había ido.
—Tienes que parar de llorar, le harás daño al bebé. Es
más, ¿por qué no me lo habías dicho?
Ella sonrió por fin.
—Me enteré nada más hace dos días. Quería decírselo
primero a Miguel para luego informarle a la familia, además
quería conocer a los papás de Miguel y ver cómo se daban las
cosas. ¿Y si los papás me rechazaban y él les decía que tenía
que estar conmigo por el bebé? No, yo quiero que, si él está
conmigo, sea porque me ama, no por compromiso. Por favor
dile a Manuel que no se lo diga.
—¿Has probado a llamarlo?
—Le he marcado varías veces, pero no contesta. Le he
dejado mensajes, pero aun así nada.
—Bueno, come y luego descansa, ¿sí? Ya aparecerá.
Hablamos un momento más mientras atardecía y el turno
de Lily con los bebés terminaba. Manuel se había ido a la
oficina a arreglar algo y estaba a punto de volver, así que
apenas llegó dejé a Julia en la habitación y bajé a recibirlo
antes de que fuera tiempo de los bebés. Manuel me recibió
con un beso intenso.
—Nunca me cansaré de tus labios, muñeca —dijo y le di
un beso suave antes de ir a ver a los bebés, pero él me detuvo.
—¿Por qué huyes de mí? —dijo y pegó su cuerpo a mi
espalda. Las piernas me empezaron a temblar y me ardió un
poco la cara.
—Sabes que estamos en abstinencia todavía y vienes a
dejar mi cuerpo todo alborotado, no es justo. —Manuel se
rio, me dio un beso en el cuello y otro en los labios.
—¿Podrías culparme? He soñado con volver a estar en tu
cuerpo desde esa noche que estuvimos juntos. No me puedo
aguantar las ganas de comerte.
Una de sus manos recorrió toda mi espalda y apretó mi
trasero. Un leve suspiro se escapó de mis labios y antes de
volver a besarlo escuché el llanto de uno de los bebés. Me
aparté de Manuel de golpe y salí despavorida hacia la
habitación. Escuché la risa de Manuel mientras me alejaba.
Cuando el bebé se calmó, bajé para hablar con Manuel y
tocaron la puerta. Era Miguel. Estaba a punto de pegarle y
dejarle la cara roja, pero Manuel me detuvo.
—Muñeca, ellos tienen que hablar —dijo y lo dejó pasar.
En ese momento solo sentía odio hacia Miguel, pero Manuel
tenía razón.
Mientras esperamos a que la pareja del segundo piso
solucionara sus problemas nos hicimos en el estudio de
Manuel.
—Tienes que hablar con él, cariño —dije—. Él está a
tiempo para solucionar su problema y que no les pase lo que
nos pasó a nosotros. Julia no merece estar en medio de eso y
menos en su estado.
—Lo haré, pequeña, no te preocupes. Iré ahora a ver si
puedo hablar con él.
Dijo apenas sentimos pasos por la sala. Él salió a
encontrarse con Miguel y yo salí a terminar la cena. Minutos
después escuché unos tacones y salí a ver quién era. Julia
bajaba las escaleras con un hermoso vestido y maquillada a la
perfección.
—Qué hermosa te ves, hermana —dije una vez bajó las
escaleras.
—¿Has visto a Miguel? —preguntó—. No lo vi en el
pasillo y tampoco está aquí.
—Déjame llamarlo, tal vez está con Manuel.
Fui hacia la habitación y toqué.
—Miguel, Julia ya está lista. Más te vale que la cuides —
dije antes de que salieran.
—Sí, Jimena, no dejaré que nada le pase. Nos vemos y
gracias por el consejo.
Después de que Miguel y Julia se fueron nos quedamos
cenando en silencio. Hacía mucho que no cenábamos sin
dramas sobre la mesa. Hablamos de los niños, de nuestros
planes a futuro, y las horas pasaron cada vez más rápido.
Hablar con Manuel, con el verdadero Manuel, me enamoraba
cada vez más y me recordaba a la señora Patricia. Entonces
le entró una llamada y al otro lado del teléfono parecía haber
una algarabía.
La cara de Manuel cambió drásticamente. Colgó y volvió
a verme.
—Julia va camino al hospital. Parece que Francis le
empujó por las escaleras —dijo.
—¿¡Qué!? —grité—. Siempre tiene que pasar algo.
Primero Sofía y ahora esta mujer. ¡Las odio!
Manuel corrió a la habitación, tomó unos sacos y llamó a
mi padre para decirle lo que había pasado. Segundos después
llegó con mi mamá, ambas nos quedamos con los bebés y
Manuel y mi papá salieron hacia el hospital.
—Tranquila, hija, ella estará bien —dijo mi madre, pero
ella no sabía del embarazo de Julia. Eso era lo que más me
preocupaba.
—Lo sé, mamá, pero me preocupa. Julia está esperando
un bebé, ¿y si le pasó algo a su bebé?
—Dios mío, entonces sí es serio —respondió—. Ojalá el
bebecito esté bien también.
Pasamos unas horas de angustia mientras estuvimos
pendientes de los bebés, dando vueltas por la habitación
hasta que mi mamá me regañó.
—Hija, cálmate. Estás muy ansiosa y eso lo sienten los
bebés, por eso están inquietos.
Mi teléfono empezó a vibrar y vi que era Manuel así que
contesté al instante.
—Dime, amor, ¿cómo están Julia y su bebe?
—Cálmate, muñeca. Ambos están bien. Julia ahora está
hablando con Miguel, su madre y tu padre. La van a dejar
unos días en observación para estar pendientes de que el
embarazo siga bien y luego le darán de alta. En un rato llego
a casa.
Pude respirar aliviada y le repetí la información a mi madre
quien también se tranquilizó.
Pasaron tres semanas y llegó el día de la boda de Miguel y
Julia. Miguel se había vuelto tan sobreprotector con Julia que
no la dejaba que usara ropa muy ajustada porque decía que le
iba a apretar mucho a su bebé. Verlo en esa faceta era
gracioso.
Ver a mi hermana caminar con su vestido blanco por el
altar, acompañada de mi padre, se sintió como un sueño. Un
año atrás no tenía familia y ahora tenía una enorme que se
seguía multiplicando.
—Los próximos seremos nosotros, muñeca —dijo
Manuel a mi oído una vez Miguel y Julia estaban en el altar.
Besó mi cuello y se alejó al instante. Cuando vi hacia el lado,
mi padre nos estaba viendo con ojos de asesino y no pude
evitar reír.
La boda fue hermosa y Manuel no paró de hacerme
insinuaciones al oído. La abstinencia lo estaba volviendo
loco. Al terminar la boda, Manuel y yo decidimos quedarnos
a despedir a Julia y a Miguel que se iban a su luna de miel por
el Caribe.
—¿Dónde están los niños? —me preguntó Manuel
buscando a nuestro alrededor una vez se fueron.
—Mis padres los llevaron a casa antes de que se hiciera
más de noche y les cayera sereno —respondí y después de
terminar de despedirnos de todos los invitados, volvimos a
casa.
Al llegar nos encontramos con el silencio. Manuel me
miró extrañado porque no había nadie en casa. No había
rastros de mis padres, Lily o los niños y cuando volteé me
acerqué a él, rodeé su cuello con mis brazos y lo besé.
—Sorpresa —susurré—. Solo estamos nosotros, cariño, y
el doctor ya me autorizó suspender la abstinencia, así que
estoy a tu merced el día de hoy.
—¡Ah! ¿sí? —dijo mientras le fui besando el cuello.
Seguí besándolo a manera de respuesta y le sonreí. Sin
decir más, Manuel me tomó de los glúteos y me hizo enredar
las piernas en su cintura para salir hacia la habitación.
—Ahora sí no hay excusa para no poder hacerte todo lo
que he querido, muñeca —dijo una vez llegamos a la cama.
—Entonces la noche promete, cariño. Soy toda tuya.
No dije más pues sus deliciosos y carnosos labios
atraparon los míos en un largo beso. Ambos nos quitamos la
ropa con tal rapidez que parecía que nos picara. Cada prenda
era un estorbo del que había que deshacerse. Al estar casi
completamente desnudos, Manuel me acostó sobre la cama
donde siguió besándome y tocando mi cuerpo.
—Nena, he estado demasiado tiempo sin esto, así que
discúlpame si estoy muy ansioso, pero muero por estar
dentro de ti. —Su comentario me causó algo de risa, aunque
fue interrumpida al momento en que casi me arrancó los
pantis y luego se lanzó a besar mis pechos.
Dejé salir un pequeño gemido al sentirlo bajando por mi
abdomen. Besó mi vientre, mis piernas, y luego se enfocó en
mi entrepierna. Estaba tan húmeda que me dejé llevar
demasiado rápido. Intenté cerrar las piernas, pero él no me
dejó, las agarró con sus brazos y siguió en lo suyo,
provocando espasmos en mí. Sin esperarlo introdujo un dedo
en mí y empecé a sentir que un delicioso orgasmo quería
atravesar mi cuerpo. De igual forma, mis espasmos le
avisaron a Manuel que estaba a punto de llegar, así que sacó
su dedo y puso su cara frente a la mía, mientras dejó que
sintiera su cuerpo sobre mis labios.
—Princesa, te dejaré elegir, ¿rudo o suave? —Su voz fue
otro catalizador de mi placer y me estremeció. Mordí mis
labios al ver sus ojos verdes llenos de deseo y le contesté.
—Quiero que seas rudo.
Y sin dejarme terminar, lo empecé a sentir cada vez más
adentro. Empujando de una forma que imbuía de calor todo
mi cuerpo y aún más mi vientre mientras lo abrazaba con tal
fuerza que mis uñas marcaban su espalda. Él se movía cada
vez más rápido y respiraba con mayor agitación, lo que me
excitaba cada vez más, hasta que dejé salir un fuerte gemido
que lo hizo llegar a él también.
—Te amo, Manuel —dije en un susurro, complacida.
—Yo también te amo, Jimena. Pero esto aún no termina,
esto apenas comienza. —Nos rodó sobre la cama dejándome
sobre su cuerpo.
Tomé su miembro con mi mano y poco a poco fui
bajando, sintiendo todo su falo entrando en mí.
—Calma hermosa, si no te lastimaré. —dijo cuando
quiero dominarlo, pues yo también quiero hacerlo como
cuando lo hicimos la primera vez. Dejé salir un fuerte gemido
y sentí como si se me escapara el aire. Manuel dejó salir un
estremecedor bufido mientras aprieta mis glúteos.
—Si, nena. Que bien se siente, estás tan riquísimamente
apretada. Vamos Muñeca, muévete para tu papi. —ordenó y
yo obedecí acelerando mis movimientos, hasta que el
orgasmo nos golpeó. Así fue durante toda la noche, donde
dimos rienda suelta a nuestra pasión. El sol entró por nuestra
ventana, mi esposo estaba sobre mí y yo rodeaba mis piernas
a su cintura. Era nuestro quinto o sexto orgasmo. Bueno, los
de Manuel, los míos perdí la cuenta después del décimo. Él
cayó colapsado, con sudor en todo su cuerpo y sobre el mío.
Acaricié su espalda y me dormí, no tengo palabras para lo que
fue esta noche, solo puedo decir que esta noche fue mágica.
Fue nuestra noche mágica.
Último Capítulo

Cinco meses después de que Julia y Miguel se casaran, y que


Manuel y yo compartiéramos una cama para algo más que
dormir, por fin llegó el día de nuestra boda como Dios
manda. Yo quería esperar un poco más a que los bebés
estuvieran más grandes, pero mi madre y Julia me
convencieron de que no era lo mejor, pues ellas no iban a
poder ayudarme a cuidar a mis hijos una vez estuvieran
ocupadas cada una con el suyo.
—Te vas a ver hermosa, Jimena —dijo Gisela una vez me vio
con el vestido. Ella se había integrado más a la familia y
disfrutamos más tiempo junto con ella y el pequeño Jaime.
—El vestido es hermoso —comentó Julia—. Te envidio.
Ojalá hubiera tenido la misma suerte que tú. Yo tuve que ir a
seis tiendas en Zaragoza y a dos tiendas aquí. Me medí como
cincuenta vestidos hasta que di con el mío y tú solo fuiste a
una tienda, te mediste dos y encontraste tu vestido.
—Hermana, sabes que te amo, pero eres muy complicada e
indecisa. Agradezco a Miguel por hacerme entrar en razón
con no hacer una boda doble porque hubiera sido un
desastre.
Julia levantó los hombros y se rio.
—Pero bueno, ¿ustedes cómo van? ¿Cómo es Guillermo de
Novio? —le preguntó a Gisela y ella se sonrojó.
—Muy bien. La verdad es que, desde que tuve a Jaime, nunca
pensé en tener pareja pues…, ustedes saben. Pero Guillermo
supo llegar a mi corazón a través de mi hijo. Desde que nos
mudamos aquí se ha hecho cada vez más cercano a él. Es tan
hermoso verlos tirados en la alfombra jugando con
cochecitos. —Sus ojos brillaban.
—Me alegra muchísimo, Gisela. Creo que ambos merecen
esa felicidad —Comenté y seguimos arreglándonos.
Cuando ya estuvimos listas, salimos hacia los autos que nos
esperaban para ir a donde iba a ser la boda. Manuel se había
encargado del lugar, la decoración y la luna de miel. No me
había querido decir nada de dónde iba a ser y puso a Julia a
que empacara mi maleta.
El auto se estacionó en la entrada de un parque desde donde
pude ver flores rosadas y rojas caer de los árboles, así como
linternas en el suelo iluminando el camino. Todo era mágico.
Mi padre me esperaba en la entrada y al verme llegar se acercó
rápidamente para abrir la puerta.
—Te ves hermosa, hija mía.
Le quisieron salir un par de lágrimas, al igual que a mí, pero
tuvimos que controlarnos, pues no podía arruinar el
maquillaje. Me ofreció su brazo y caminé junto a él. Mientras
nos fuimos adentrando en el camino, empezó a sonar un
violín y mis nervios subieron al máximo. Cuando llegamos al
pasillo rumbo al altar, no pude guardar más las lágrimas. Ver
a Manuel con su esmoquin fue mejor que cualquier sueño
que hubiera podido tener sobre mi boda.
—Te deseo la mayor felicidad del mundo, hija —dijo mi papá
cuando entregó mi mano a Manuel. Luego volteó a verlo.
—La lastimas, te lastimo. ¿Estamos?
Todos los que escucharon se rieron. Volteé a ver a mis
príncipes estaban iguales a su papá y Patricia llevaba un
vestido blanco. Manuel besó mi mano y nos volteamos para
ver al abogado que nos iba a casar que no era otro que
Guillermo.
Al terminar la ceremonia, junto con Manuel habíamos
decidido abrir la fiesta con un baile, así que mientras todos se
acomodaron en sus mesas, Manuel y yo caminábamos hasta
la pista de baile a la espera de que la canción que habíamos
escogido que sonara. Las bocinas inundaron el lugar con
Solamente tú, de Pablo Alborán. Comenzamos a bailar y
Manuel me susurró la canción al oído. No pude evitar que
mis ojos se llenaran de lágrimas al pensar en todo lo que
tuvimos que pasar antes de llegar a ese punto. Si alguien me
hubiera dicho dos años atrás que me iba a casar con Manuel
Galeano, que tendría hijos con él, que mis padres estaban
vivos y que tenía una hermana que se enamoraría de un amigo
de Manuel. Jamás, pero jamás, lo hubiera creído.
—¿En qué piensas, amor? —me preguntó Manuel cuando
regresamos a la mesa.
—En lo mucho que han cambiado nuestras vidas desde que
nos conocimos. Tenemos tres hijos, una familia grande y
amigos increíbles. La verdad es que somos muy bendecidos.
Manuel besó mis labios suavemente. Mi madre y Lily llegaron
con nuestros pequeños.
—Antes de que nos los llevemos a casa tienen que despedirse
de ellos, porque no se los llevarán con ustedes estos días —
dijo Lily.
Jugamos un poco con ellos antes de que se los llevaran a casa
y Manuel le pidió a Julián que nos transportará al aeropuerto.
—¿Estás lista para ir a la nieve, pequeña? —dijo Manuel una
vez nos sentamos en el auto.
—¿En serio? ¿Por eso me preguntabas si me gustaba la nieve?
—la sonrisa al ver mi reacción le cubría toda la cara—. Te
amo, Manuel, te amo. Solo tú puedes hacer que mi corazón
lata de esta manera.
—Solamente tú eres y serás la dueña de mi corazón, Jimena.
Te amo más o igual a como tú me amas a mí y eso será hasta
que la muerte nos separe e incluso si ella nos quiere separar,
nos encontraremos y nos volveremos a amar. —respondió
viéndome a los ojos. Nos besamos sellando ese momento y
así lo hicimos durante todo el camino hasta llegar al
aeropuerto. Continuamos en el avión que nos llevó hasta
Canadá. Donde practicamos varios deportes en nieve porque
le insistí a Manuel, ya que no quería que saliéramos de la
habitación. Regresamos a casa después de una semana afuera
y nuestros hijos estaban muy felices de vernos.
Ese día estábamos todos acostados en la cama jugando y no
sé qué puede ser mejor que esto.
Todo era perfecto y esperaba que así fuera hasta que la
muerte nos separe.
Epílogo

Habían transcurrido veintiún años desde que me casé por


segunda vez con Jimena y debo decir que han sido los
mejores años de mi vida. Desde que la tengo a mi lado, junto
a mis hijos. Los trillizos de veintidós años, Julián de dieciocho
años y Gerardo de dieciséis años son mi mayor orgullo.
Jimena ha sido una madre y esposa maravillosa. Siempre
que tengo oportunidad se lo hago saber. El amor que siento
por ella es cada vez más grande, amo su paciencia y
dedicación para educar a nuestros hijos y siempre llenarme
de atenciones. Ellos me han hecho sentir el esposo, padre y
hombre más afortunado del mundo. Tener a una mujer como
ella como madre de mis hijos y a ellos por darle alegría a
nuestro hogar solo eran más de lo que creí merecer despues
de tantos errores.
Estábamos en la graduación del colegio de Julián, todos
mis hijos eran muy aplicados y perfeccionistas en lo que
hacían. Bueno, solo Tiago era un caso, se había tomado
medio año para conocer el mundo con un préstamo que me
pagará cuando desempeñe su carrera.
Algo que no tarda en suceder porque en unos meses se
gradúa de arquitecto y diseñador; Iván estaba estudiando
medicina, con especialidad en pediatría; a Gerardo le faltan
dos años más para terminar el colegio y no puedo dejar de
mencionar a mi orgullo, mi princesa Patricia. No puedo negar
que, de mis hijos, era con ella que teníamos un vínculo muy
especial. Era una joven hermosa muy parecida a su madre,
pero no podía negar qué había gestos de mi en ella, dedicada,
segura de sí misma y de sus capacidades y muy trabajadora.
Hace dos meses fue su graduación en la escuela de diseño. Le
encantaba ir a mi oficina, desde pequeña, su madre los llevaba
a visitarme mientras trabajaba y ahí encontró su camino en la
moda. Siempre le encantaba robar los pedazos de tela que me
daban de muestra antes de producirla y hacía pequeños
diseños de vestidos con ellos. Ahora ella y su madre han
empezado su propia línea de ropa.
—Cariño, ya lo van a llamar. Por favor, esta vez tomaré
las fotografías. —dijo mi esposa llamando mi atención.
Anteriormente, de la emoción de ver graduarse a mis tres
hijos, no teníamos fotos de ese momento porque al
encargado le temblaba la mano o las fotos enfocan al suelo
en vez de a ellos por querer verlos con sus propios ojos. Y
pues eso no se le olvida a mi amada, si no fuera porque la
escuela tenía un fotógrafo profesional fuera hombre muerto.
—Julián Aurelio Galeano Roberts —llamaron a mi hijo y
mi pecho se infló de orgullo, cuando lo vi caminar hacia el
estrado donde le entregaron su diploma. Él lo levantó para
enseñarlo, mientras su madre y yo gritamos y aplaudimos sin
importar las miradas de los presentes. Le teníamos una fiesta
sorpresa preparada cuando lleguemos a casa. Para él, todos
estaban ocupados o estudiando y no pudieron venir.
La ceremonia terminó, vamos a la casa y dejé el carro
estacionado afuera, Julián nos miró con el ceño fruncido.
Cuando pasamos por el portón, todos en el jardín gritaron
“sorpresa”. Mi hijo fue felicitado por los presentes. Globos
de felicidades decoraban el lugar y comida por doquier ¿qué
más podía pedir? La familia aumentó mucho de tamaño.
Guillermo se casó con Gisela y tuvieron tres hijas Cecilia,
Luz y Chloe. Sin olvidarme de Jaime, mi hermano de quien
ya era un hombre de veinticuatro años. Siempre le hicimos
bromas a mi amigo como él fue el Playboy del grupo, Dios le
mandó solo hijas.
Miguel y Julia tuvieron a Mary y Fernando. Mi amigo
Andrés encontró la felicidad con Roberta la amiga enfermera
que Julia le presentó y desde que se conocieron han sido
inseparables tienen un joven de 19 años llamado André.
Nuestros hijos crecieron juntos somos tíos de todos nuestros
hijos y entre ellos se llevan muy bien, no puedo olvidar a mi
cuñado Jerónimo, un chico que era como ver a mi esposa en
versión masculina, el mismo color del cabello y sus ojos
azules, pero con sus variantes, en especial su altura y físico.
Está esperando ser llamado para entrar en un equipo de
baloncesto profesional, lo ha practicado desde pequeño.
—Papá, ¿te molestaría regalarme un momento después de
la fiesta de graduación? —me dijo Patricia. Sus ojos no
brillaban de alegría y su tono era extraño. Algo estaba
ocurriendo.
—Claro, hija. Disfrutemos de la fiesta y después me dices
qué es lo que te preocupa.
Patricia asintió. Le puse la mano en la espalda y nos
separamos hasta el final de la fiesta.
—Patricia, ¿es algo para discutir en familia o solo lo
quieres hablar conmigo? —le pregunté mientras terminamos
de ordenar un poco el caos en la cocina.
—Papá, es algo serio. Creo que es mejor que lo hablemos
todos, de igual forma, ellos se enterarán, aunque lo hable solo
contigo. Quiero dar la cara a mis problemas.
Patricia me asustaba con sus declaraciones, parecía que
estaba pasando por algo grave. Cuando terminamos de
organizar, llamé a todos a una reunión de emergencia y
especifiqué que Patricia necesitaba hablar de algo importante.
—¿Qué sucede? Me asustan —dijo Jimena al llegar.
—Vamos, pato, habla que una chica espera por mí —dijo
Tiago y le di una palmada en la cabeza.
—Oye, ¿por qué me pegas? —respondió, pero no le dije
nada.
Patricia estaba muy nerviosa y sus ojos se empezaron a
llenar de lágrimas.
—Seré honesta porque sé que en estos momentos solo los
tengo a ustedes —dijo y se detuvo.
—Habla, hija, que estás por darme un infarto —dijo
Jimena.
—Estoy embarazada —dijo al fin—. Y les pido que me
perdonen, papá, mamá, porque les he fallado.
Su declaración fue como un pequeño fósforo que me
encendió en ira. Sentí ganas de ir y acabar con el desgraciado
que había puesto sus asquerosas manos sobre mi hija.
—Patricia, pero si no te conocemos ningún novio. ¿Como
ha pasado esto?, ¿lo conocemos? Dime quién es. Ahora —
exigió Iván. Él era el más protector con Patricia.
Ella solo nos miraba a mí y a Jimena, quien estaba aún
asombrada ante esta revelación.
—¿Y cuáles son los planes? ¿Te casarás? —preguntó
Jimena una vez pudo hablar.
Patricia tomó aire y se calmó un poco.
—No, mamá. Seré madre soltera. Él no quiere tener nada
que ver con el bebé. Me dio dinero para que me hiciera un
aborto, pero no lo haré. Sacaré a este niño adelante yo sola.
—Patricia, ¿quién es el padre de tu bebé? —Mi voz salió
más firme de lo planeado.
—Es un chico que conocí el fin de semana que fuimos a
la casa de playa con las chicas. Él también estaba de
vacaciones. Solo me había dado su número, así que lo llamé
para decirle, pero después de que lo cité en una cafetería de
la playa hace dos semanas para hablar sobre mi embarazo,
dejó muy en claro que no quería nada con mi hijo, ni
conmigo, y cambió su número de teléfono.
—Todos te cuidaremos, hermanita. No vas a necesitar de
ese idiota —dijo Gerardo.
—¿Cuál es su nombre, Patricia?, tal vez podemos buscarlo
—continuó Julián.
—¿Para qué lo quieren? Lo buscan, lo encuentran, ¿y qué
ganaríamos con eso? Su hermana ahora solo necesita
tranquilidad y seguir adelante, como dice Gerardo.
Julián no se vio muy convencido, pero ante la negación de
Jimena no pudo hacer más que aceptarlo.
—Está bien, te vamos a apoyar —dije—. Pero si ese
hombre te busca, no dudes en decirnos.
—Te lo juro, papi. No te ocultaré nada.
—¿Sería mucho de mi parte si puedo celebrar que voy a
ser abuelo? —dije provocando risas en todos Jimena se
levantó y me abrazó también.
—¡Seremos abuelos! —dijo dando de brincos. Los ojos de
Patricia brillaron nuevamente. Mis hijos se rieron por nuestra
celebración. No era quién para juzgar a mi hija. A su edad, su
madre ya los tenía a ellos y pasó por cosas muy difíciles ella
sola, sin mi apoyo.
Espero que ese hombre jamás regrese, porque si lo hace, me
encargaré de hacer que sufra por haber humillado a mi
princesa.

¿Fin?
La historia continua en…

Simplemente mía
Con Patricia Galeano
Primer Capítulo
Simplemente mía

—Vamos Patricia, la pasaremos increíble. Por favor,


hace mucho que no salimos solo las chicas. Aprovechemos
que no tendremos a nuestros hermanos cerca. —dijo Mary
agarrando mi mano, vi a las chicas con ojos de borrego y no
me pude negar a eso. Mi graduación, la cual fue ayer, será
utilizada como excusa para escapar de nuestros hermanos
sobre protectores.
—Está bien, ahora vamos a preparar maletas. ¡Nos
vamos a la playa! —dije emocionada, ellas afirmaron
emocionadas. Mary, la hija de mis tíos Julia y Miguel y Cecilia,
la hija mayor de mis tíos Guillermo y Gisela. Me sonrieron y
se vieron entre ellas en complicidad.
—Nosotras, ya tenemos nuestras cosas en el auto. —dijo
Mary guiñando el ojo.
—Ya quiero que las enanas sean mayores de edad para
poder sacarlas, pero papá y Jaime nunca las dejaran. —dijo
Cecilia refiriéndose a sus hermanas, Luz y Chloe.
Terminé de hacer la maleta, salimos de mi casa y le llamé
a papá para avisarle.
—Princesa, ¿cómo estás?
—Hola, papi. Las chicas y yo vamos a la playa en Costa
Azul, a la casa de tío Miguel. Por favor no le digas a mis
hermanos sabes cómo son. Te aviso cuando lleguemos ¿sí?
—dije, mi padre y yo teníamos una relación muy bonita y era
un tanto “alcahuete” como le dice mi madre, pero es lo que
ganas cuando eres la única hija de Manuel Galeano.
—Claro, princesa. Ya tu tío Miguel me llamó y me dijo
que va a estar la señora que cuida de la casa y eso me deja
tranquilo. Cuídate y pórtate bien, hija. Avísale a tu madre. —
dijo lo que me deja tranquila. Aunque no estaba segura de
que a mi mamá le gustara la idea, tenía que avisarle ya que la
dejaría el fin de semana con la tienda de ropa que habíamos
abierto unos meses atrás y gracias a Dios nos va bien. Trabajé
mucho para crear nuestra propia línea de ropa y como ya
había obtenido mi título, podré hacer mi propia marca, al
menos eso esperaba.
—Mamá, ¿qué tal? ¿Cómo estás? —dije cuando la
llamada se conectó.
—Mmm, ¿qué me vas a pedir? Siempre que me saludas
de esta manera es porque quieres algo y ya creo saber que es.
No te preocupes, pásala bien y cuídense, cariño. Avísame
cuando lleguen. —Tenia a los mejores padres del mundo.
Llegamos a Costa Azul y le envié un mensaje a mis
padres para avisarles que llegamos bien.
En la casa la vista a la playa es hermosa.
Subimos directo a cambiar nuestra ropa. Una señora nos
dio la bienvenida y nos dijo que ella estaría de día, pero en las
noches se iba, que había comida en la refrigeradora y postre
también. Era muy amable la señora Eva.
Estábamos tomando el sol en la playa, cuando unos
jóvenes bien definidos se acercaron a nosotras. Se colocaron
a un lado de nosotras a tomar el sol. Mary era la más coqueta
y los saludó con la mano.
—Mary, para por favor ¿o quieres que le haga una
llamada a Jaime? — dijo Cecilia lo que me dejó perpleja.
—Mary, ¿porque Cecilia tendría que llamar a Jaime? —
pregunté levantando la ceja.
—Eres una sapa, Cecilia. —dijo quitándose los lentes
para verme.
—La verdad es que nos hemos estado hablando y nos
hemos dado uno que otro beso, pero hasta ahí no más. —
Ceci se rio.
—Si, claro, uno que otro beso que parece que se van a
tragar entre ustedes. —dijo haciendo una mímica de cómo
son los besos. Mary le tiró sus lentes y seguimos riéndonos.
—Aunque es raro, Jaime no me deja hablar con mis
papás al respecto. Siento que no me quiere tomar en serio.
—dijo Mary un poco cabizbaja.
—Dale tiempo. Sabes que él es así y más cuando tu padre
y hermano son tan intimidantes. El pobre cree que le cortarán
el cuello o dejarán sin bolas. —Asentí dándole la razón a
Ceci. La verdad es que mi tío Miguel puede ser muy intenso
cuando se trata de su pequeña Mary.
—Bueno y tú no te quedas atrás. Ayer vi que te diste la
mano con un Galeano. —dijo Mary y Cecilia le aventó el
bloqueador solar. Y yo me tiré en Cecilia.
—¡Ja! ¿con que serás mi cuñada? ¿con cuál de mis
hermanos? Aunque si me preguntas honestamente solo
tengo 3 que son material para matrimonio, el otro no lo
recomiendo como mujer tengo que ser honesta. —Cecilia
abrió los ojos asustada.
—¿Quién no tiene material para matrimonio? —
preguntó rápidamente. Mary y yo reímos, sabía que se trataba
de mi hermano Iván. Había visto cómo se miraban entre
ellos, pero le haré una pequeña broma.
—Iván se puede ver recatado, estudioso y buena gente,
pero es un Don Juan de lo peor. —dije tratando de sonar lo
más sincera del mundo. Mary me guiñó el ojo, vi que Ceci se
desilusiona. No pude evitar reír y con eso se perdió mi tono
serio y mi broma.
—¡Estúpida! casi me lo creo. —dijo Ceci, empujándome
lejos de ella.
—No, nada que ver. Ese sería Tiago ese, si ustedes saben
que mi hermano se mete debajo de cualquier falda. —Todas
volvimos a reír.
Las chicas decidieron ir a mojarse un poco en el agua,
pero yo me quedé viendo una revista. Uno de los chicos se
acercó hasta mí.
—Hermosa, hola. No puedo dejar de verte, ¿eres de por
aquí? —preguntó un hombre de piel morena clara, cabello
castaño, barba corta y con un musculoso torso. La verdad
que se veía muy guapo y con lentes de sol mucho más. Salí
de mi letargo ante tal hombre enfrente de mí.
—No, vivimos en España, vine con mis primas a pasar
el fin de semana. —le dije quitando mis lentes, él me sonrío.
—Que hermosos ojos tienes, hermosa ¿te gustaría
aceptar una invitación para cenar conmigo hoy? —dijo yo
claro que lo aceptaría, pero no sabía… «¿Que puedes perder?
aprovecha a conocer a un hombre como él, posiblemente no
tendrás una próxima vez”» dijo un pequeña voz en mi mente
y pues hay razón en esa frase, ¿qué podía perder?
—Claro, aceptó —dije regalando una sonrisa.
—Okey, si quieres dame tu teléfono, para anotar mi
número. —Le entregué mi teléfono, él marcó su número y
escuché su teléfono sonar.
—Listo, ahora ya tengo tu número, pero no sé tu
nombre. Me imagino que es tan hermoso como tú. —dijo,
haciendo mis mejillas arder.
—Me llamo Patricia, ¿y tú? —pregunté, él tardó unos
segundos en contestar.
—Mi nombre es Roger, para servirte preciosa. —Los
silbidos de los otros chicos que estaban con él, nos hizo
romper contacto visual. Les hizo señal de que esperaran.
—Bueno, hermosa, yo te mando un mensaje para decirte
a donde vernos ¿te parece? —dijo, para luego acercarse y
darme un beso en la mejilla. Al separarse, asentí y él se fue
complacido con mi aceptación. Las chicas esperaban a que él
estuviera lejos para casi correr a mi lado.
—Por toda la colección de Barbie que poseo, ¿que fue
eso? —dijo Ceci, yo me reí ante su comentario.
—Pues lo que vieron, ese hermoso y guapo hombre me
ha invitado a salir esta noche. —Mary se acercó a donde
estaba su toalla y se la amarró al cuerpo rápidamente.
—Vamos, que tienes que lucir fabulosa esta noche. No
me mal entiendas, pero necesitas de un macho así en tu vida
y en este caso el vino a ti, así que, no lo dejarás ir. Iremos por
un vestido de noche y a ponerte hermosa. —Cecilia asintió
efusivamente y empezamos a recoger nuestras cosas.
Caminamos hasta la casa y revisamos la ropa que trajimos y
ninguna tenía algo bonito que me pudiera poner. Salimos a
una tienda que estaba a dos calles de la casa y encontramos
un vestido perfecto para una cena. Mi teléfono sonó con un
mensaje, justo cuando entrábamos de regreso a la casa.
—Hermosa, ¿qué tal si nos vemos en el restaurante Tapas y Copas
a las 8? —yo me emocioné, busqué en el GPS que tan lejos
estaba eso de la casa y para mi suerte estaba a tres calles.
Podría ir caminando por la orilla de la playa.
—Claro, te veré ahí. —respondí. Les hice saber a las
chicas, las cuales estaban igual o más emocionadas que yo.
Se acercaba la hora de ir a verlo, me coloqué el vestido
azul marino con encaje negro en las mangas y alrededor de la
cintura, mi cabello suelto y ondulado, maquillaje suave y un
bolso negro.
—Te miras muy linda, ojalá tu cita termine bien.
Nosotras vamos a salir a un club por aquí cerca también. Así
que diviértete que nosotras también bailaremos toda la
noche. —dijo Mary. Me despedí de ella para salir al
restaurante. Desde afuera pude verlo, pero esta vez llevaba
un sombrero playero masculino, lentes claros, camiseta negra
y jeans beige se veía impecable.
—Hola, Roger —saludé. Él se puso de pie y me ayudó
con la silla como todo un caballero.
—Hola, hermosa, gracias por aceptar mi invitación. —
dijo dándome un beso en la mejilla antes de sentarse.
—Un placer, gracias a ti por invitarme. —dijo sonriendo.
La cena transcurrió entre historias de él, sus amigos y los
lugares que le encantan visitar en Costa azul. Yo le conté un
poco sobre mis primas, que días atrás había sido mi
graduación de la escuela de diseño y un sinfín de cosas
triviales. Ninguno profundizó en detalles personales,
profesión fue más sobre nuestros gustos de música, películas,
y viajes. La verdad es que fue una muy agradable velada.
Al terminar fuimos a la playa a caminar un rato ya que
habíamos bebido un poco de más. Él me tomó de la mano y
entrelacé mis dedos con los suyos.
Caminamos un rato más, alejándonos de la casa. No se
lo dije, quería saber hasta dónde me llevaba esta noche. Jamás
me había sentido tan atraída por un hombre y el deseo que
sentía por besarlo era muy intenso. Deseaba que él se sintiera
igual.
Soltó mi mano y me tomó de la cintura, lo que me hizo
verlo a los ojos. Él se acercó acortando la distancia entre
nuestros rostros y pegó sus labios con los míos. Fue un beso
suave, pero lleno de deseo el cual correspondí gustosa.
—Disculpa, espero no ofenderte, pero deseo invitarte a
mi habitación esta noche. —Yo no le respondí, pero por
ganas, necesidad o curiosidad me lancé a darle un beso más
demandante que el anterior, lo que él tomó como un sí.
Jamás me había dejado llevar por el momento, pero
tampoco había deseado a alguien como a Roger. Llegamos
hasta su habitación en un hotel muy lujoso. Al cerrarse la
puerta él me separó de su cuerpo.
—Hermosa, estás a tiempo de irte porque una vez que
empiece a adorar tu cuerpo, será muy difícil que me detenga.
—dijo en mi oído para luego bajar y besar mi cuello nublando
mi razón por completo. El me miró de nuevo en espera de
respuesta.
—Quiero quedarme. —Al terminar su boca ya estaba
devorando mis labios y me dejé llevar ante esa sensación que
él había despertado en mí.
Han llegado al final de esta historia y espero que les haya gustado.

Agradezco mucho que se tomaran el tiempo para leer esta primera parte.

Anhelo leer sus comentarios, reseñas y más.

Aquí les contestaré una pregunta que he recibido constantemente.

¿Dónde y cómo puedes reseñar esta historia?

Amazon, el enlace estará pendiente hasta la fecha actualizada de lanzamiento… 23 de marzo.

Este libro no estará en Kindle, digitalmente solo estará en las plataformas de Dreame y Sueñovela.

Goodreads, puedes crear una cuenta o puedes utilizar tu misma cuenta

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No olvides etiquetarme en ella.

Fecha limite para reseñar es de mes y medio.

MUCHAS GRACIAS

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