LEÓN MAGNO - Cartas Cristológicas

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biblioteca de patrística

león magno

CARTAS,
CRISTOLOGICAS

editorial ciudad nueva


León Magno
CARTAS CRISTOLÓGICAS

León ha sido el primer papa que ha me­


recido pasar a la historia con el apelativo
de Magno. Su pontificado (440-461), el
más largo del siglo V, se vio envuelto en
numerosas controversias teológicas. Sin
embargo, León, como representante de la
Tradición latina, supo aunar y conjugar
las, hasta entonces enfrentadas, cristologías
de la Escuela de Alejandría y Antioquía.
Recogió el testigo del concilio de Eleso
(431) e impulsó la convocatoria del de Cal­
cedonia (451), celebrado justo en la mitatt
de su pontificado:
Sus Cartas ofrecen información de pri­
mera mano tanto a historiadores -la vida­
de la Iglesia del s. V- como a teólogos
-explicación del misterio de Cristcr.
Con la f11111a del Tomus ad Flavianum,
León Magno se ha consagrado como el
4Cteólogo de la unión hipostática:., el que
mejor ha sabido explicar cómo se unen en
una única Persona las dos naturalezas
-humana y divina- de Jesucristo. El
« Tomus» -en palabras de Juan Pablo 11-
fue como la premisa del Concilio de Cal­
cedonia, que resume el dogma cristológico
de la Iglesia Antigua.
También santo Toribio de Liébana, obis­
po de Astorga (España), fue el destinata­
rio de una extensa carta en la que le pre­
senta una acabada síntesis de la fe católi­
ca, a la vez que va sacando a la luz cada
uno de los errores del priscilianismo. Le
instó a la convocatoria de un concilio ge­
neral, a la postre el segundo de los que se
celebrarán en la ciu�ad de Toledo (447).
La presente traducción es la primera que
se publica en lengua castellana.
BIBLIOTECA DE PATRÍSTICA
46
Director de la colección
MARCELO MERINO RODRíGUEZ
León Magno

CARTAS
CRISTO LÓGICAS
Introducción, traducción y notas de
Juan Carlos Mateos González

Editorial Ciudad Nueva


Madrid-Buenos Aires-Santafé de Bogotá
Montevideo-Santiago
Reservados todos los derechos. No está permitida, sin la autorización escrita de
los titulares del Copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la repro�
ducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, indui�
dos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejcm�
plares mediante alquiler o préstamo públicos.

© 1999, Editorial Ciudad Nueva


Andrés Tamayo 4 - 28028 Madrid (España)

ISBN: 84-89651-61-2
Depósito Legal: M-16512-1999

Impreso en España - Printed in Spain

Imprime: Omnia Industrias Gráficas


A Juan Pablo II,
sucesor de san León Magno
en la Sede de Pedro
y en la infatigable tarea
de anunciar a jesucristo.
SIGLAS Y ABREVIATURAS

ACO Acta Conciliorum Oecumenicorum, ed. E. SCHWARTZ,


Berlin.
CCL Corpus Christianorum. Series Latina, Turnhout.
COD Conciliorum Oecumenicorum Decreta, Bologna, 3 1973.
CPG Clavis Patrum Graecorum, Turnhout, 1974-1978.
CPL Clavis Patrum Latinorum, Turnhout, 1995.
CSEL Corpus Scriptorum Ecdesiasticorum Latinorum, Wien.
DPAC Diccionario Patrístico y de la Antigüedad Cristiana, Sala­
manca, 1991.
DTC Dictionnaire de Théologie Catholique, Paris, 1902-1972.
DS Dictionnaire de spiritualité. Ascétique et mystique, Paris,
1933.
Dz/DSch H. Dezinger. A. Sch6nrnetzer.
Ep. Epistula (carta).
MS Mysterium salutis, Madrid, 1971.
PG J. P. Mignc, Patrología Gracca, París.
PL J. P. Migne, Patrologia Latina, Paris.
PLS Patrología latinae Supplementum, ed. A. Hamman, Paris
1957-1971.
se Sources Chrétiennes, Paris, 1941 ss.
Serm. Sermo (homilía).
SP Studia Patrística, Berlin, 1957.
TU Texte und Untersuchungen zur Geschichte der alchristli­
chen Literatur, Leipzig-Berlin.
INTRODUCCIÓN

Las cartas, hasta hace bien poco tiempo, constituían el


único medio del que uno podía disponer para relacionarse
con sus parientes y amigos. Recibir una carta, entonces y
ahora, en cierto modo, hace presente al que la envía.
En los primeros siglos de la Iglesia, ya los mismos Após­
toles se sirvieron de ellas para edificar y sostener la fe de las
primeras comunidades cristianas. San Pablo no escatimó es­
fuerzos en alentar la vida cristiana de las comunidades de
Corinto, de Filipos y de Roma; en clarificar doctrinas equi­
vocadas acerca de la próxima venida de Jesucristo a los cris­
tianos de Tesalónica; en consolar y confortar en la fe a Ti­
moteo y a Tito. San Juan en sus cartas, frente a los primeros
brotes de docetismo, subraya la realidad de la Encarnación
del Verbo de Dios.
Los primeros papas (Calixto: 2 1 7-222; Ponciano: 230-
235; Fabiano: 236-250 y Cornelio: 251-253, entre otros) tu­
vieron en ellas el instrumento más apto para hacerse presen­
tes en las iglesias diseminadas por todo el Imperio, siendo
éste, el mejor modo con el que podían mantener vivos los
lazos de comunión con sus obispos y fieles, a la vez que les
tenía al día de los peligros en que se veía envuelta la fe.
Las Cartas de León I son pieza clave para acercarnos al
interior de la persona de este papa que ha merecido ser el
primero en pasar a la historia con el apelativo de Magno.
Constituyen por sí solas un corpus histórico y personal de
primera magnitud: en ellas quedan reflejados los problemas
y las controversias con los que tuvo que enfrentarse la Sede
Romana en el siglo V y los temores y esperanzas que anida-
10 INTROllUCCION

ban en el papa León Magno. El Epistolario, como proyec­


ción de su persona, nos descubre sus motivaciones y preo­
cupaciones, sus aspiraciones e ideales, su actitud ante las lu­
chas eclesiales, sus sentimientos de celo pastoral y caridad
fraterna, de gratitud o de paciencia; en resumen, en ellas en­
contramos la esencia de su alma de papa, pastor y doctor.
Quince siglos nos separan de nuestro autor, pero sus
cartas le permiten seguir «vivo» hoy. Son como el hilo con­
ductor que nos lleva a un encuentro personal con él. Su vida
y su obra van de la mano. Desde sus cartas narra y aconse­
ja; alienta y consuela; planifica intervenciones en concilios y
resuelve controversias dogmáticas y polémicas disciplinares.
Gracias a esta vinculación tan estrecha podemos trazar su
perfil biográfico a partir de sus cartas, en lo que bien pudié­
ramos llamar «autobiografía epistolar», porque los datos
precisos que nos acercan al gran papa del siglo V, los encon­
tramos en su correspondencia. «La vida de san León -como
apunta Camelot- se confunde con la historia de su actividad
como Pontífice'•. Cada una de sus misivas, aunque muy de­
siguales entre sí, va dejando constancia del ininterrumpido
progreso en la vida de León: desde su juventud hasta los úl­
timos años de su pontificado. Seguirle a través de sus cartas
es como asistir con él a las experiencias más significativas de
su vida; es profundizar en su modo de pensar; ver, de mane­
ra privilegiada, cómo resolvía los problemas y qué princi­
pios aplicaba. Por eso, iremos espigando entre su epistolario
los acontecimientos históricos de la época, el ambiente de la
Roma del siglo V, las normas y costumbres eclesiásticas, el
estado moral y espiritual de las comunidades cristianas (de
Oriente y Occidente), su vida y su pontificado, los destina­
tarios tan diversos a los que dirigió sus cartas (obispos y
emperadores, santos y herejes, monjes y fieles) y los temas

l. Cf. Léon 1 en Catholicisme VII, p. 312.


!NTRODUCCION 11

tan variados (doctrinales y pastorales, jurídicos y morales)


que abordó.
Uno en particular ocupó y preocupó el corazón del papa
León Magno: predicar y proclamar a Jesucristo, una única
Persona con dos naturalezas, humana y divina. Decir que
Jesucristo es una persona no es sólo afirmar un enunciado
metafísico, sino «confesar que el único Hijo de Dios es el
Verbo y también hombre2». La Iglesia, en los primeros con­
cilios, ha ido recogiendo lo esencial de su fe en Jesucristo: es
verdadero hombre (en su lucha contra los docetas); es ver­
dadero Dios (en su lucha contra los arrianos); es una sola
persona (en su lucha contra nestorianos y monofisitas). Se
trata de una especie de triángulo cristológico, en el que la
humanidad y la divinidad representarían dos ángulos y la
unidad de la persona el vértice. Pues bien, León Magno,
«teólogo de la unión hipostática», fue el verdadero maestro
en el diseño de este vértice triangular. Un diseño que encon­
tró precisión teológica y validez canónica en el Concilio de
Calcedonia, pero que fue elaborándose paulatinamente gra­
cias a figuras como la suya que, movidos por el Espíritu
Santo, se adentraron en el conocimiento de la persona de Je­
sucristo, el Hijo de Dios que, una vez hecho hombre, tiene
dos naturalezas: la divina eternamente recibida del Padre y
la humana formada en el seno de la Virgen María. Este es el
misterio que hace de Jesucristo un caso único en la historia:
una Persona divina en una naturaleza humana y una natura­
leza humana, sin persona humana.
De la afirmación: Cristo es «una persona» lo importante
no es tanto el artículo una como el sustantivo persona, por­
que nos muestra que lo personal es camino de revelación. La
mayor aportación que puede ofrecer León Magno al mundo
de hoy es descubrirle que Jesucristo no es ni una idea, ni un

2. Ep. 28, 5.
12 INTRODUCCIÓN

problema histórico, ni tampoco sólo un personaje, sino una


Persona y una persona viva. Leyendo sus Cartas no pode­
mos negar que León tuvo trato personal con Jesucristo. Su
noción «teológica• de persona brota del trato con la perso­
na de Cristo, a la que conocía muy «personalmente•, sa­
biendo y reconociendo que su misterio nos envuelve. Las
naturalezas humana y divina de Cristo, siendo partes del
todo, se pueden objetivar y estudiar, pero la persona, no.
Para el papa León, Jesucristo no es un objeto de estudio al
que analiza y encierra en sus Cartas cristológicas, sino el que
es «verdaderamente Hijo de Dios y verdaderamente Hijo
del hombre3». A dar cumplimiento a este propósito dedica­
rá mucha parte de sus afanes y desvelos pastorales, que plas­
mó y concretó en sus cartas.
Un modo de acercarnos a la obra de san León será ir si­
guiendo un proceso genético en la lectura, siguiendo un
•iter» teológico: partiendo de las controversias cristológicas,
llegar a las definiciones conciliares pasando por los docu­
mentos conciliares y papales intermedios. Todos estos as­
pectos encuentran cabida en los distintos apartados del libro
Cartas cristológicas. La gran disputa cristológica («Contexto
antropológico y cristológico») comenzó en el 428 con la
elección de Nestorio para la sede de Constantinopla, alcan­
zó su punto álgido en Efeso («Nestorio y Eutiques») y su
epílogo con la «Fórmula de unión• («Apéndice»), se avanzó
una primera resolución en el Sínodo de Constantinopla
(•León y Oriente») y en el Tomus de León (•Carta 28») y
se cerró definitivamente en la definición de Calcedonia
(«Apéndice»).

3. Ep. 28, 4.
INTRODUCCIÓN 13

I. VIDA Y ÉPOCA DE LEÓN MAGNO

León fue elegido papa a mediados del siglo V. Su ponti­


ficado (440-461) no sólo fue el más largo del siglo y uno de
los más largos de la Antigüedad cristiana, sino también uno
de los más gloriosos, aunque no esruvo exento de revueltas
político-sociales y teológico-eclesiales. Ha sido el primer
papa que nos ha dejado una obra literaria considerable. Su
persona y su pontificado se insertan en lo que se ha venido
llamando la «Edad de Oro» de la Patrística (325-450). Junto
a san León aparecen figuras de la talla de los dos «Grego­
rios», el de Nisa (335-385) y el de Nacianzo (330-390), san
Basilio (330-379) y san Atanasio (328-373), entre los Padres
Orientales; san Hilario de Poitiers (31 0-367), san Ambrosio
de Milán (337-397), san Jerónimo (331-419) y san Agustín
(354-430), entre los Occidentales.
León no cuenta con ninguna biografía antigua que apor­
te información acerca de su persona, su vida y su tarea de
gobierno al frente de la Iglesia. Pero aún así, contamos con
distintas fuentes que nos suministran los datos fundamenta­
les que nos permiten adentrarnos en el conocimiento de la
persona de un papa, de un santo y de un doctor de la Iglesia
del siglo V4•

4. Para el estudio de la vida y época de san León y para conocer sus


actividades como papa contamos con una documentación de primera
mano: sus propias cartas, que aunque no las escábió como literatura, sí
son literarias. Además disponemos de una nutrida bibliografía. La prime­
ra de la que se tienen noticias es la que aparece en un martirologio griego
del siglo XI-XII. Cf. C. VAN DE VORST, La vie grecque de saint Léon le
Grand en Analeda bollandiana, 29 (1910), pp. 400-408. Posteriormente
Migne inserta De vita et rebus gestis S. Leonis, anotada por Ballerini, en
PL 55,183-336, como cierre a las Sancti Leonis Magni Opera Omnia.
Entre las biografías de este siglo, citamos: A. REIGNER, Saint Léon le
Grand, Paris 191O; G. FERRONI, San Leone Magno e Roma, Roma 1940;
T. jALLAND, The Life and Times of St. Leo the Great, London 1941. Este
14 TNTRODUCCIÓN

l. }lNENTUD Y ELECCIÓN DE LEÓN

El Liber Pontificalis presenta a san León como oriundo


de la Toscana: Leo natione Tuscus, ex patre Quintiniano5•
Otros historiadores se inclinan a pensar que su nacimiento
tuvo lugar en la ciudad de Roma. El mismo León llama a
Roma su patria'. Por Vigilia de Tapso7 sabemos que «ha re­
cibido la fe de manos del papa Celestino>> (422-432). Mu­
chos han entendido este texto pensando que ha sido el pon­
tífice quien ha bautizado a León. De ser esto cierto, hubiera
recibido el bautismo muy tarde. Sin embargo, si ya en tiem­
pos de Celestino I (422-432), León ocupaba, dentro del
clero romano, una situación destacada, hemos de pensar que
comenzó su «carrera eclesiástica'> siendo aún muy joven. Su
amigo y secretario, Próspero de Aquitania', lo considera na­
cido en Roma y atribuye a León el haber inspirado al papa
Sixto III (432-440) el escrito contra el obispo pelagiano Ju­
liano, instándole a que recupere la comunión con la Iglesia

autor concibe roda su obra como una justificación del título ((Magno»
que le ha dado la historia; P. BREZZJ, San Leone Magno, Roma 1947; G.
B ARD Y, Del papado de san Inocencia a san León Magno en Fliche-Mar­
tin IV, pp. 259-267; P. BATIFFOL, Léan len DTC IX, col. 218-301; Id.,
La Sii:ge Apostolique, Paris 1921. Otros estudios, generales y particulares,
pueden encontrarse en INSTITUTO PATRÍSTICO AUGUSTINIANUM, Pa­
trología lll, Madrid '1986, pp. 725-726 y A. LADRAS, Études sur saint
Léon le Grand, en Recherches de Science Religieuse 49 (1961), pp. 481-
499.
5. Cf. Liber Pontificalis, ed. Duchesne, ], p. 238.
6. « ••• si diera la sensación que yo quería abandonar m.i patria y la
Sede Apostólica por un motivo de índole eclesiástica». Cf. Ep. 31, 4; PL
54, 794. Pero como señala Battifol, «Roma puede ser su patria desde que
ha sido elegido obispo, sin que necesariamente haya nacido allí». Cf.
Léon l, DTC IX, col. 219.
7. VIGILIO DE TAPSO Contra Eutyches IV, 1: PL 52, 119.
8. INSTITUTO PATR. AUGUSTINIANUM, ap. cit. pp. 633-642.
JNTRODUCCION 15

de Roma. Siendo elegido papa en el 440, debemos situar la


fecha de su nacimiento en los últimos años del siglo IV.
De los años que preceden a su pontificado es muy poco
lo que se sabe. Conocemos que frecuentó la escuela romana,
en la que se hizo con una amplia formación teológica y, a la
par, pudo conocer el estilo retórico de los autores clásicos
romanos.
En el año 4 1 8, en una carta de san Agustín' aparece un
acólito romano, de nombre León, que lleva al obispo de
Cartago una carta del presbítero Sixto de Roma (futuro
papa Sixto III). ¿Cabe pensar que este acólito romano es
León? Históricamente no tenemos datos fidedignos para
poder asegurarlo.
Por el contrario, sí sabemos que en el 430, el diácono
León invita a Casiano a compilar una obra Sobre la Encar­
nación de Cristo contra Nestorio. En el prólogo de su trata­
do leemos refiriéndose a León: «Tú has vencido mi decisión
de guardar silencio y la has vencido por tu encomiable celo
y por tu imponente sentimiento.. tú León, gloria de la Igle­
.

sia romana y del divino ministerio». Aquí la palabra minis­


terio puede designar el ejercicio del simple diaconado o alu­
dir al puesto ocupado por León entre los siete diáconos de
la Iglesia romana.
Al año siguiente, Cirilo de Alejandría escribe a Roma
para poner en guardia a la Santa Sede contra las maniobras
de Juvenal, obispo de Jerusalén, que pretendía obtener la su­
premacía de jurisdicción sobre toda Palestina y cree que
también debe escribir a León para informarle y poder con­
tar con su estimada opinión10• Como vemos, León, ya en
aquellos años, ocupa un lugar muy preponderante en la
Iglesia de Roma.

9. Cf. SAN AGUSTfN Ep. 191, l.


10. Cf. Ep. !49, 4: PL 54, 1040.
16 lNfRODUCCIÓN

Sin embargo, su prestigio y su valía quedan bien proba­


dos en la delicada misión que se le encomienda en el año 440
por parte de la corte de Rávena. En las Galias, León ha de
intentar lograr un acuerdo entre el patricio Aecio y el pre­
fecto del pretorio, Albino, por el peligro que existía de que
un conflicto local degenerara en guerra civil. Mientras León
estaba en las Galias para esta misión política, muere en
Roma el papa Sixto III {19 de agosto del 440). La Iglesia de
Roma acordó elegir como sucesor al diácono León11• Los
cronistas contemporáneos señalan que mientras otras elec­
ciones pontificias habían tenido lugar en medio de grandes
disputas, la de León se logró mirabili pace y mirabili patien­
tia. El pueblo romano esperó durante 40 días su regreso de
las Galias y el 29 de septiembre del año 440 fue consagrado
como obispo de Roma y elegido Sumo Pontífice de la Cris­
tiandad. Esta fecha quedará grabada para siempre en el co­
razón del papa, y desde entonces, cada año, acostumbrará a
reunir en ese día a todos los obispos sufragáneos de la dió­
cesis de Roma y celebrará con ellos la Misa, haciendo en la
homilía memoria de su elección como papa12• Se abría un
pontificado que iba a durar 21 años (440-461), coincidiendo
con uno de los períodos más agitados y difíciles de la histo­
ria de la Iglesia. Mientras en Occidente el Imperio Romano
caminaba hacia una inevitable catástrofe, elementos heréti­
cos agitaban a la Iglesia: el arrianismo, oficialmente conde­
nado, todavía a finales del siglo IV conseguía sobrevivir y
mantenía un numeroso grupo de adeptos; el pelagianismo y
semipelagianismo se mantenían aún muy activos en Roma;
resurgía el maniqueísmo; el nestorianismo, pocos años antes
condenado por el concilio de Efeso (431 ), da paso ahora, en
el pontificado de san León, al monofisismo o eutiquianismo.

11. Cf. Serm. 1, l.


12. Cf. Serm., 1-5.
INTRODUCCIÓN 17

A esto hay que añadir la presión que los bárbaros ejercían


en todas las fronteras del Imperio.
En estas circunstancias llega a la sede de Pedro León, sa­
bedor de que en el vicario de Cristo se perpetúan la autori­
dad y los poderes de Aquél de quien había recibido el en­
cargo de •confirmar en la fe a sus hermanos». El supo dar
respuesta, con solicitud pastoral, a todos los problemas que,
dentro y fuera de la Iglesia, le tocó vivir. Toda su actividad
fue mantener íntegra la pureza de la fe cristológica y refor­
zar la organización interna de la Iglesia.

2. LEóN, OBISPO DE ROMA Y PAPA

Como obispo se ocupó de mantener alejados de la grey


del Señor a los herejes. En sus obras demuestra un profundo
conocimiento de las herejías que han azotado o azotan la fe
de la Iglesia, casi todas cristológicas: Basílides, Marción, Sa­
belio, Fotino y Eunomio13; Arrío y Macedonio14; Apolinar";
los patripasianos16, Pablo de Samosata17, Cerdón y Mar­
ción18; Valentiniano19; novacianos y donatistas en Africa20•
El Liber Pontificalis le atribuye la construcción del ábsi­
de de la basílica de Letrán y la fundación del monasterio de
•San Pedro y san Pablo» en las inmediaciones de la basílica
petrina, del que aún tenemos noticias de su existencia en el
siglo VIII. Se trata del primer monasterio fundado por un

13. Cf. Serm. 16, 3.


14. Cf. Serm. 24, 5.
15. Cf. Serm. 46, 2; ep. 59, 5.
16. Cf. Ep. 15, 1.
17. Cf. lb., 3.
18. Cf. lb., 4.
19. Cf. Ep. 35, 1; 165, 2.
20. Cf. Ep. 12, 6.
18 INTRODUCCIÓN

papa en Roma, dedicado al culto del Oficio Divino. La co­


munidad de monjes allí instalada, fue cuna de la schola can­
torum, que alcanzará todo su esplendor en el siglo siguiente
con san Gregario Magno.

En su condición de obispo de Roma mantuvo estrechas


relaciones con los obispos de las Iglesias suburbicarias, es
decir, las diez diócesis que dependían del vicarius Urbis.
Trató con ellos distintos aspectos: disciplinares, canónicos y
de gobierno pastoral. A los obispos de Campania, Samnio y
Piceno21 les prohibe bautizar en el día del nata/e de los már­
tires. Ha de bautizarse, después de una severa preparación
catequética, o en la vigilia de Pascua o en la de Pentecostés.
Los obispos que contravengan esta disposición corren el
riesgo de ser depuestos de sus sedes. •La norma se ha de
aplicar en el fururo».
Pero su solicitud pastoral también llega a los obispos de
«la Italia no suburbicaria». El vicarius Italiae, se encargaba
de las tareas de gobierno de siete diócesis de Italia. Conser­
vamos la carta que Eusebio, obispo d e Milán, envió a
Lcón22, donde le notifica que en el concilio provincial que
ha tenido lugar en su sede, una vez convocados todos los
obispos del norte de Italia, se ha leído y aprobado el Tomus
ad Flavianum por unanimidad.
Sabemos de las disputas de Roma con el obispo de
Aquileia, al que León le reprocha haber acogido a sacerdo­
tes, diáconos y otros clérigos contagiados de pelagianismo,
sin haberles pedido retractación alguna de su error. El talan­
te de León -al menos en esta carta23- es enérgico y poco in­
dulgente. Le reprocha su adormecida vigilancia y su despre-

21. Cf. Ep. 168, con fecha del 6 de marzo 459.


22. Cf. Ep. 97, fechada en agosto (o septiembre) del año 451.
23. Cf. Ep. 2, fechada en el año 442 ca.
INTRODUCCIÓN 19

cio por «la autoridad de los cánones y decretos romanos».


Al obispo local compete la convocatoria de un concilio en el
que los pelagianos, que tan imprudentemente han sido aco­
gidos, han de suscribir los decreta synodalia que para la ad­
misión de herejes ha promulgado la Sede Apostólica. Sin
embargo, en la carta que años más tarde dirige a Genaro,
obispo de Aquileia24, le felicita por su vigilancia. Le confir­
ma que los sacerdotes y diáconos que retornen a la Iglesia
contagiados de alguna herejía no deben ser admitidos a la
comunión católica sin haber dado sobradas muestras de su
conversión. Deberán condenar sus errores y a los autores de
esos errores; no han de esperar promoción alguna dentro de
la iglesia; se han de sentir satisfechos con volver a ser read­
mitidos.
Al igual que León velaba por la integridad de la fe escri­
biendo numerosas cartas a obispos y emperadores, a la Sede
romana llegaban también numerosas consultas disciplinares
de cara a la recepción de diferentes sacramentos. Así, Nice­
tas, obispo de Aquileia, quiere contar con la auctoritatem
apostolicae Sedis para dos casos: «Algunos hombres han
sido capturados como prisioneros por los hunos, y sus mu­
jeres, sin esperanzas de que vuelvan con vida, -se han vuelto
a casar. ¿Qué hay que hacer si vuelve el primer marido?» y
«¿cómo se debe tratar a los fieles, que en cautividad, han co­
mido carne inmolada a los ídolos? ¿Y los que se han dejado
rebautizar? ¿Y los que han aceptado el bautismo de los he­
rejes?» El papa va respondiendo exhaustivamente a cada
cuestión25•
En caso de conflictos disciplinares, al papa es al que co­
rresponde dirimidos, pues en materia de fe y disciplina, a él
se le reconoce unánimemente esta jurisdicción. Así, la carta

24. Cf. Ep. 18, fechada el 30 de diciembre del 447.


25. Cf. Ep. 159, fechada el 21 de marzo del 458.
20 INfRODUCCIÓN

que Pedro Crisólogo, obispo de Rávena, dirige a Eutiques26


invita al monje rebelde a que acepte dócilmente lo que ha
escrito «el bienaventurado papa de la ciudad de Roma»,
porque «el bienaventurado Pedro, que vive y preside sobre
la misma sede, asegura la verdad de la fe a los que la bus­
can». El obispo de Rávena, añade: «Nosotros, por amor a la
paz y a la fe, no podemos dar crédito a otras opiniones
sobre la fe, fuera del consentimiento del obispo de la ciudad
de Roma».

Pero no solo mantuvo intercambio epistolar con los


obispos de Italia, sino que entabló frecuentes contactos con
las autoridades imperiales de la corte de Rávena y hubo de
asumir misiones diplomáticas derivadas de su cargo.
En la primavera del 452, Atila atraviesa los Alpes y
entra en Italia, ocupando Venecia y Liguria con la intención
de asediar la ciudad de Roma. Valentiniano III no cuenta
con ninguna fuerza militar seria que le permita afrontar un
combate con garantías mínimas de éxito. Decide, junto con
el Senado y el pueblo romano, que sea el papa quien enca­
bece una embajada que frene el avance de Atila hacia Roma.
El encuentro tuvo lugar en la ciudad de Mantua. El papa
«confiando en la ayuda de Dios, sabedor que nunca ha de­
jado de asistir a la gente de piedad», emprendió la negocia­
ción. Su fe no se equivocó. Atila recibió con dignidad a toda
la delegación y «Se admiró tanto de la presencia del summus
sacerdos, que decidió renunciar a la guerra y retirarse tras el
Danubio después de haber firmado la paz27». Próspero de
Aquitania, contemporáneo y secretario del papa León, no
señala ninguno de los relatos legendarios con los que se ha

26. Cf. Ep. 25, fechada en febrero del 449.


27. Cf. PRóPERO DE AQUITANIA, Crónica, del año 452: PL 51, 535-
606.
INTRODUCCIÓN 21

rodeado el encuentro entre el papa y Atila. Se cuenta, y así


está representado en los frescos que Rafael inmortalizó en
las Estancias vaticanas, que en el momento en que León ha­
blaba a Atila, éste tuvo la visión de los apóstoles Pedro y
Pablo bajando del cielo, con las espadas desenvainadas ame­
nazando a los hunos. Aunque envuelto en aires de leyenda,
el hecho histórico es que Atila evacuó Italia". La única alu­
sión que León hace de tal evento la conservamos en la carta
que dirigió a Juliano, obispo de Cos29 y nada nos revela de
esta decisiva intervención que varió el curso de los aconte­
cimientos: «Agradezco los vivos sentimientos de tu frater­
nidad por la compasión que has tenido con los males tan in­
humanos y tan crueles que hemos sufrido. Quiera Dios que
estos males, que ha permitido o querido que sufriéramos,
sirvan para la conversión de sus seguidores y que, acabando
los que nos ofenden, acaben también las ofensas. Será en­
tonces una gran misericordia suya si aleja los males y con­
vierte los corazones».
León ha sido testigo directo de numerosos aconteci­
mientos históricos, que se suceden rápidamente: el asesinato
en Roma del emperador Máximo (31 de mayo del 455); el
saqueo de la ciudad por las tropas de los vándalos (3 de
junio del 455); la pérdida del Africa romana (mediados del
siglo V); la proclamación del emperador Avito y de su pos­
terior deposición, etc. Pues bien, todos estos eventos no han
dejado ninguna huella en las cartas de san León, salvo el sa­
queo de Roma.

28. Cf. C. BARTNIK, L 'interprétation théologique de la crise de !'Em­


pire romain par Léon le Grand en Revue d'histoire Ecclésiastique 63
(1968), pp. 745-784.
29. Cf. Ep. 113, fechada el 11 de marzo del 453.
22 INTRODUCCIÓN

3. LEóN Y OCCIDENTE

Mantuvo frecuentes contactos con tres grupos episcopa­


les: los galo-romanos, los españoles y los africanos.
La esplendorosa Galia romana de antaño se encuentra
ahora muy reducida: los francos, los burgundios y los
godos han cedido gran parte de su territorio. San Hilario se
mostró un claro defensor de los privilegios que el papa Zó­
simo había concedido a Arlés y, alegando la autoridad pri­
macía! de su sede episcopal, depuso a Celedonio, obispo de
Besan\'on. Este apeló a León Magno, e Hilario marchó a
Roma a justificar su conducta. Se reunió un concilio roma­
no, (finales del 444) para examinar esta causa. Hilario, in­
flexible en sus pretensiones, reprocha al papa el dominio
que quiere ejercer sobre las Iglesias de la Galia. «El reveló
todos los secretos de su corazón -dirá León- con palabras
que ningún laico hubiera podido pronunciar ni ningún
obispo escuchar30». El papa le comunica que desde ahora
ha de someterse a la autoridad de la Sede apostólica al igual
que todos los obispos galo-romanos; que el papa, en lo su-

30. Cf. Ep. 10, que nos ha llegado sin fechar. Va dirigida a los obis­
pos de la provincia de Viennc, para esclarecer, en lo doctrinal y en lo ju­
rídico, esta causa. Junto con la carta envía una constitución imperial, pro­
mulgada por el emperador Valentiniano III el 8 de julio del 445. Este
recuerda los abusos cometidos por Hilario y la sentencia condenatoria del
papa. Valentiniano III enuncia que el primado de la Sede romana está
fundado sobre el meritum de san Pedro, que es «princeps episcopalis coro­
nae». Esta constitución del emperador lleva impregnado el espíritu de la
corte de Rávena, donde se asocia siempre la grandeza de la ciudad de
Roma con la dignidad del obispo de Roma. El primado de la sede viene
confirmado, a los ojos del emperador, por la dignidad de la ciudad. El
sabe que esta primacía ha sido corroborada por el concilio de Nicca (325),
canón 6. Esta vinculación entre la primacía romana y el poder occidental
ha suscitado numerosas interpretaciones. Cf. G. BARDY, DTC, IX col.
238-239.
INTRODUCCIÓN 23

cesivo, se reserva la ordenación de los mismos y a él pasan


los poderes reservados a los metropolitanos. El papa no
quería oir hablar de una primacía que se interpusiera entre
los obispos galo-romanos y el obispo de Roma. Quería
mantener a cada provincia bajo el gobierno de su metropo­
litano y conservar, en cada concilio provincial, su compe­
tencia como provincial. Con este régimen jurídico tan defi­
nido, las relaciones de Roma con los obispos galos son muy
frecuentes31•
Ampliando aún más la geografía de sus relaciones epis­
tolares, mantuvo contactos con el episcopado español. Los
obispos, después de la conquista de la Península por los
pueblos bárbaros y viéndose obligado a pastorear en territo­
rios gobernados por reyes arrianos, miran a Roma como su
salvación. La carta de León a Toribio (ep. 15) nos ofrece una
panorámica completa de la situación en que vivía la Iglesia
en España. Después de esta carta, sólamente encontramos
otra intervención pontificia directa32• El Tomus no llegó a
manos de los obispos españoles hasta el 451, dos años des­
pués de su redacción.
Los obispos de Africa y sus comunidades cristianas vi­
vían atemorizados por las constantes incursiones de los
vándalos, que estaban contagiados de la herejía arriana. Las
relaciones epistolares son frecuentes. León se dirige a todos

31. Cf. Ep. 66, 67, 96 y 99.


32. La ep. 138, dirigida a los obispos de España y de la Galia, en la
que les comunica la fecha de la Pascua del año 455. En esta misiva les co­
munica que ha aceptado la propuesta de los Orientales por un deber de
paz recíproca y por mantener una fecha común entre Oriente y Occiden­
te en una celebración tan importante para la vida de la Iglesia. La unani­
midad en la celebración de la fiesta de Pascua el mismo día pondrá de ma­
nifiesto la unanimidad de la fe: «Una sola fe confesamos, así también una
sola solemnidad celebramos». Cf. Ep. 88, 4, notas 6 y 7. De la Cancillería
papal salió con fecha de 28 de julio del 454.
24 TNTRODUCCTÓN

los obispos de la Mauritania33 • La ocupación política favo­


reció la confusión disciplinar que dio origen a graves tras­
gresiones en la elección y consagración de obispos. Se ele­
gía a hombres que habían estado casados dos veces, o que
estaban casados con viudas e, incluso, algunos que no habí­
an seguido los pasos previos -ordenación presbiteral- de
cara a la consagración episcopal. León tolera estas infrac­
ciones por la ignorancia que había en tales actuaciones,
pero las prohibe para el futuro, pues todos los obispos han
de prestar obediencia a los cánones que rigen en toda la
Iglesia. Esta carta adquiere más importancia aún, si consi­
deramos que el episcopado africano todavía se mostraba
muy receloso con respecto a la Sede Apostólica de Roma.
Para ellos no había autoridad mayor que la de los concilios
africanos. Sin embargo la carta de León Magno pone de
manifiesto la primacía de Roma sobre las iglesias cristianas
africanas: es Roma quién aclara las dudas, quien pone las
condiciones de elección de obispos, quien decreta las san­
ciones oportunas y quien aprueba o desaprueba los cánones
disciplinares. Qué gran contraste entre la carta del papa
León y la de Celestino al concilio de Cartago del año 426,
en la que el primado de Roma fue sustituido por el prima­
do de Cartago. Ciertamente la extinción paulatina de las
comunidades cristianas de Africa debía afligir más al papa
que los casos que relata en esta carta, y bien sabemos que
León no era un pontífice quejoso ni lastimero. El veló por
salvar la fe de esas comunidades que vivían hostigadas por
las acechanzas de los invasores, siempre favorecedores del
arrianismo y donatismo.

33. Cf. Ep. 12, una extensa carta donde se ocupa de cuestiones litúr­
gicas, morales, religiosas y disciplinares. Está fechada el 10 de agosto del
446.
INTRODUCCIÓN 25

4. LEÓN Y EL ORIENTE

Sin duda fue el Oriente quien presentó mayores proble­


mas dogmáticos y disciplinares al pontificado del papa León.
Es más, de hecho murió sin haber resuelto los problemas sur­
gidos por las aspiraciones del patriarca de Constantinopla, a
raíz del canon 28 de Calcedonia. Al comienzo las relaciones
con los patriarcas orientales fueron cordiales y no acarrearon
ningún disenso, pero la paz no duró mucho tiempo.
San Cirilo, obispo de Alejandría, conoció y estimó pro­
fundamente al diácono de la iglesia romana León. Los cua­
tro años que vivió Cirilo (440-444), siendo ya papa León,
hubo una comunicación estrecha y cordial.
En Antioquía, Domnos ha sucedido a su tío, el obispo
Juan (441), que ha pasado a la historia como el gran adver­
sario de Cirilo en el Concilio de Efeso (431). No se conser­
va ningún vestigio de la posible relación entre Domnos y
León, aunque no haya duda de que Antioquía se mantuvo
en comunión con la sede de Roma.
En Constantinopla, Proclo murió en julio del 446. Su
sucesor, Flaviano34, mantuvo intens�s contactos epistolares
con el papa, aunque sólo se tiene documentación escrita a
partir del 449. En la carta que León dirige a Anatolio" alaba
el celo del primero y la fe del segundo. Ambos fueron gran­
des colaboradores del obispo de Roma en el gobierno de las
iglesias. El imperio de Oriente estaba en manos de Teodosio
1136 desde el 408. Paulatinamente va ganando terreno la in­
fluencia de los monasterios en la vida eclesial de la ciudad.
La primera carta que León dirige a Eutiques37, archimandri-

34. Cf. Ep. 28, nota l.


35. Ep. 135, fechada el29 de mayo del454. Cf. Ep. 156, nota 10.
36. Cf. Eps. 31, nota 23; 33, nota 2.
37. Cf. Ep. 20, fechada el! de junio del448.
26 INTRODUCCIÓN

ta en un monasterio de más de trescientos monjes, es la res­


puesta papal a una misiva suya en la que notifica a la Sede
Apostólica que la herejía nestoriana está a punto de rebrotar
debido a las maquinaciones de algunos herejes en la ciu­
dad38. El papa, a juzgar por la respuesta, aún no tiene cono­
cimiento de la disputa soterrada que se vive en el Oriente ni
de la verdadera doctrina que defiende Eutiques. Sólo cuan­
do la Sede Apostólica esté mejor informada, podrá emitir un
juicio ecuánime. La intriga teológico-eclesial se debe a la au­
toría personal de Eutiques, que intenta involucrar a la sede
de Roma en sus posturas doctrinales, aunque los aconteci­
mientos se precipitan en Constantinopla.

a) El concilio de Constantinopla (448)

El 8 de noviembre del 448, Eutiques, que se creía seguro


en su «ortodoxia>>, fue denunciado por Eusebio de Dorilea
en el Concilio que convocó Flaviano, en el que se dieron
cita todos los obispos presentes en la ciudad, que en cristo­
logía eran fieles a la Fórmula de la unión (433)39• Eutiques,
una vez que había sido excomulgado, escribió al papa León
una carta40 en la que le hacía ver la pureza de su fe, al tiem­
po que se lamentaba de que sus adversarios, sin entenderla,
hubiesen condenado su doctrina y quedaba a la espera que
se le hiciera justicia. En este tiempo Roma aún no había re­
cibido comunicación alguna de Flaviano. Eutiques, mientras
tanto, ha hecho llegar a Roma un libel/us en el que inserta su
profesión de fe. Lo que el papa ignoraba es que Eutiques
también había apelado a las sedes de Alejandría y Jerusalén,

38. Cf. B. EMMI, Leone ed Eutiche en Angelicum 29 (1952), pp. 3-42.


39. Cf. Apéndice: Fórmula de Unión.
40. Cf. Ep. 21, fechada a finales del 448.
INTRODUCCIÓN 27

con el fin de ganarse adeptos para la causa. León, ante estas


misivas tan contradictorias, percibe que ha de tener en sus
manos un informe detallado de los acontecimientos para
poder juzgarlos con objetividad; por eso no duda en escribir
a Flaviano41 y reprenderle por su silencio, pues, ya hace
tiempo, debía haber informado de todo lo sucedido a la
Sede Apostólica. La carta de Flaviano42, acompañada de las
actas y de un detallado informe, pide al papa que la senten­
cia dada por el concilio de Constantinopla sea comunicada a
todos los obispos en comunión con Roma. Flaviano pide
que por carta se ratifique la excomunión de Eutiques, espe­
rando evitar así la convocatoria de un concilio. Sin embargo,
el emperador Teodosio II mandó al obispo de Alejandría la
orden de comparecer en Efeso, ell de agosto, junto con los
diez metropolitanos y diez obispos de Egipto. La convoca­
toria del concilio siguió adelante para que se celebrase en
Efeso, una ciudad de fácil acceso por tierra y por mar.

b) El Latrocinio de Efeso (449)

El papa entregó a sus legados una carta" para que se le­


yera en la asamblea. El no duda que en Efeso se confirmará
la condena del error de Eutiques, pero éste, que gozaba de
una gran influencia política, emprendió una campaña por
todo el Oriente en favor de sus tesis. Tenía en Dióscoro un
amigo y un aliado doctrinal. El concilio dio comienzo en
Efeso el 8 de agosto del 449. Recordemos solamente que la

41. Cf. Ep. 23, fechada el!S de febrero del 449.


42. Cf. Ep. 22, sin fecha exacta. En cualquier caso, será en los meses
que va desde el 1 8 de febrero dcl449, fecha en la que el papa le solicita las
actas conciliares y el informe de los hechos allí acaecidos y la segunda
carta (ep. 26) que le envía Flaviano de marzo del 449.
43. Cf. Ep. 33, fechada el 13 de junio del 449.
28 INTRODUCCIÓN

presidencia recayó en Dióscoro, obispo de Alejandría, por


mandato del emperador. Los legados papales pidieron que
se leyera la carta que el papa había dirigido al concilio. Se
objetó que aún quedaban otras cartas del emperador por
leer. Subió la tensión en la asamblea y Dióscoro, entonces,
hizo que se aclamase la fórmula: «Si alguien dice de dos na­
turalezas, sea anatema». A continuación se dio entrada a la
causa de Eutiques y se revisó el juicio que contra él encabe­
zó Flaviano. Después, por orden del emperador, se obliga a
retractarse a todos los obispos presentes que en su día fir­
maron la condena de Eutiques. Se votó (1 13 votos a favor) y
Eutiques fue absuelto. A continuación, Dióscoro recuerda
una resolución del concilio de Efeso ( 43 1 ) por la que se
prohibía, bajo pena de excomunión, componer o suscribir
otro Símbolo que no fuera el ya aprobado en Nicea, y pro­
pone condenar y deponer a Flaviano y a Eusebio de Dorilea
por «la fórmula de las dos naturalezas•. Los obispos vota­
ron conforme a la propuesta de Dióscoro. Se les declaró
«excluidos del sacerdocio y de la dignidad episcopal». Fue
entonces cuando Flaviano repuso: «Yo te rechazo a ti» e Hi­
lario exclamó en latín: «Contradicitur (No estoy de acuer­
do)•. A los dos días Flaviano fue depuesto, maltratado y
desterrado; Hilario, pudo escapar de Efeso y llegar a Roma,
donde participó en un sínodo, reunido con motivo del no­
veno aniversario de la elección de León (29 de septiembre
del 449), que reprobó y rechazó las decisiones de Efeso. Así
trascurrió la primera sesión del 8 de agosto del 44 9. Se ter­
minaron todos estos trabajos con la solemne aceptación de
los Anatematismos de Cirilo. En la última sesión, con el
apoyo del emperador, Dióscoro enfrentó al Oriente contra
Roma, a la que instaba a retractarse de la doctrina cristoló­
gica del Tomus.
Con la celebración del Sínodo romano, que negaba vali­
dez a lo decretado en Efeso, quedaba de manifiesto la auto­
ridad del papa frente a un concilio. Es un caso excepcional
INTRODUCCIÓN 29

en la historia de la Iglesia: un concilio que no es confirmado


por el obispo de Roma y que además no será objeto de nin­
guna «recepción• por parte de la Iglesia universal. Ahora sí
se hacía necesaria -así lo creía el papa León- la convocatoria
de un concilio en Italia en la que participasen los obispos de
todo el mundo católico, también los del Oriente. León es­
cribe de nuevo al emperador44, a la vez que lo hace a la em­
peratriz", una carta que sorprende por su moderación. El
papa no habla de anuiar las decisiones tomadas en el Latro­
cinio de Efeso; no reclama ninguna sanción contra los obis­
pos que han rehabilitado a Eutiques; tampoco ninguna me­
dida contra su j efe, Dióscoro; es más, acepta a Anatolio
como nuevo patriarca, al que no le pide mas que una profe­
sión de fe ortodoxa. Pero Teodosio hizo oídos sordos a
estos temas y quiso aferrarse a la legitimidad del «concilio•
de Efeso del 449. A finales de ese mes de julio, la situación
quedó desbloqueada: Teodosio murió en un accidente. Era
el final de las maquinaciones creadas por la facción de Euti­
ques. Posteriormente la emperatriz Pulqueria dio un nuevo
emperador al imperio al casarse con Marciano46, quien de

44. Cf. Eps. 44, fechada el 13 de octubre del 449; 54, del 25 de di­
ciembre del mismo año y 69, del16 de julio del450.
45. Cf. Ep. 70, salida de la Cancillería papal con la misma fecha que
la anterior.
46. Tras su elección? promovió la unidad del imperio. Su política
eclesiástica estuvo influenciada por su mujer. Durante la celebración del
concilio de Calcedonia, en la sesión del 25 de octubre, la única presidida
por el emperador, fue aprobado el symbolum Chalcedonense. León
Magno protestó contra el canon 28 del concílio que, si bien reconocía a
Roma un primado de honor, equiparaba las sedes de Roma y Constanti­
nopla. Se instauró, gracias a sus gestiones, la jurisdicción de Constantino­
pla sobre Tracia, el Ponto y Asia. El mismo concilio, no sin grandes re­
sistencias, le proclamó �protector de la fe verdadera». Luchó con éxito en
Oriente y Occidente, logrando para las comunidades cristianas mejores
condiciones de vi�a. Al ftnal gozó de una gran reputación y la Iglesia de
30 INTRODUCCIÓN

inmediato comunicó su elección a León Magno47, en la que


le mostraba su profundo deseo de que con un concilio se
devolviese la paz a la Iglesia. Una carta de Pulqueria48 con­
firma los deseos de Marciano: convocar un concilio en el
Oriente; si el obispo de Roma no puede desplazarse hasta
aquí, lo convocará donde el papa crea oportuno. Así las
cosas, el 1 7 de mayo, el emperador publica una nueva carta
convocando un concilio general en Nicea para el 1 de sep­
tiembre, al que promete asistir él personalmente.

e) El concilio de Calcedonia (451)

El papa contesta49 aceptando, aunque reconoce que hu­


biese preferido que se retrasase durante algún tiempo su ce­
lebración, pero, dado que por amor a la fe ha tenido a bien
convocarlo el emperador, él no quiere ser un obstáculo para
ello. No han de tocarse temas referidos a la fe. Se ha de con­
ceder el restablecimiento de la comunión con todo aquél
que la pidiere. El papa levanta con fuerza su pluma contra lo
sucedido en Efeso y aquí plasma el término que ha pasado a
la historia para calificarlo: «non judicio, sed latrocinio».
Vemos que la convocatoria del concilio de Calcedonia
puso de relieve las tensiones entre el papado y el imperio en
relación con la institución conciliar. Por otro lado, León, en
conformidad con la actitud de la iglesia antigua, no ponía en
duda el derecho del emperador a convocar el concilio.
Todos estaban citados el 1 de septiembre del 451 en Nicea.

Oriente lo venera como santo, al igual que a su esposa Pulqueria, Cf. Ep.
30, nota 1.
47. Cf. Ep. 73, sin fecha exacta, aunque sí sabemos que la envió a fi­
nales de agosto o principios de septiembre del 450.
48. Cf. Ep. 77, fechada el22 de noviembre del 450
49. Cf. Ep. 89, fechada el2 4 de junio del451.
INTRODUCCIÓN 31

El emperador, dividido entre sus ocupaciones políticas y su


deseo de atender personalmente a la marcha del concilio,
decidió que el concilio se trasladara a Calcedonia, ciudad
muy cercana a Constantinopla en la orilla asiática.
La sesión inaugural (hacia la rehabilitación de Flavia­
no50) refleja los dos grupos (alejandrinos y antioquenos) que
se habían formado en el episcopado. El emperador, para
suscitar la emulación en la asamblea, hizo profesión de fe
con el Símbolo de Nicea y el de Constantinopla" y creía
todo lo que estaba en conformidad con las dos cartas canó­
nicas de Efeso (la segunda de Cirilo a Nestorio y a Juan de
Antioquía) y con el Tomus de León.
En la segunda sesión (hacia una fórmula de fe), los co­
misarios imperiales pidieron que se elaborara una nueva
profesión de fe, a lo que los obispos se negaron, apelando a
la prohibición fijada en Efeso (431). Ante estas resistencias,
se encontró una salida recurriendo a la lectura de textos
normativos: la lecrura del Tomus fue acogida entre aclama­
ciones: «Esta es la fe de los Padres. Esta es la fe de los Após-

50. Los títulos están tomados de P. TH. CAMELOT, Efeso y Calcedo­


nia, Vitoria, 1971. Vienen a ser un resumen histórico-teológico de cada
una de las sesiones.
51. Es la primera mención oficial que se hace del Símbolo del conci­
lio 1 de Constantinopla (381). Fue Calcedonia quien sacó este Símbolo
del olvido y le confirió una autoridad ígual a la del de Nicea, e induso
mayor, ya que éste, más completo en su tercer artículo, se convertirá a
partir del siglo VI en el Símbolo litúrgico de la celebración eucarística,
siendo común a todas las grandes Iglesias de Oriente y Occidente. Con
esta recuperación, Calcedonia confirió una autoridad ecuménica al conci­
lio del 381, que hasta entonces era sólo regional. En adelante, en la lista de
los cuatro primeros concilios aparecerá siempre en segundo lugar el de
Constantinopla (381). Cf. J. N. D. KELLY, Primitivos Credos cristianos,
Salamanca 1972, p. 354. Una lectura actualizada de la importancia teoló­
gica e histórica de los concilios, la encontramos en ]VAN PABLO II, Los
grandes concilios en Ecclesia 2799 (1996), p. 28.
32 INTRODUCCION

toles. ¡Así lo creemos todos! ¡Pedro ha hablado por la boca


de León! Los apóstoles así lo enseñaron. León ha enseñado
piadosamente y con verdad. Cirilo lo ha enseñado así. ¡Eter­
na memoria para Cirilo! León y Cirilo han dado las mismas
enseñanzas. ¡Anatema el que no lo crea así! Esta es la verda­
dera fe52». El concilio no quiere oponer a Cirilo y a León, a
pesar de su vocabulario cristológico, sensiblemente distinto.
Los dos son intérpretes de la fe de Nicea.
La tercera sesión (la deposición de Dióscoro), desarrolla­
da bajo la presidencia de los legados romanos, se dispuso a
juzgar a Dióscoro. Este rehusó por tres veces su compare­
cencia, tras lo cual, el concilio firmó su deposición como pa­
triarca.
En la sesión cuarta (hacia la definición dogmática), los
comisarios imperiales volvieron a presentar la petición de
que el concilio se pronunciase con respecto a la fe, y en par­
ticular declarase la conformidad o no del Tomus con la fe ni­
ceno-constantinopolitana. La asamblea reconoció unánime­
mente la conformidad de la carta con la fe de los concilios
anteriores. Los obispos del Illyricum pidieron una aclara­
ción colectiva por parte de los legados romanos, quienes en­
cabezados por Anatolio, fuera de las sesiones sinodales, di­
siparon todas las dudas acerca de la unidad del ser de Cristo,
recurriendo a tres de los cuatro adverbios que aparecerán
luego en l a definición d e Calcedonia: &ouYX{muc; "'"
a'tQÉ:rrnoc; ><ai &lltmQÉnoc;: «sin confusión, sin cambio y sin
separación».
La sesión decisiva (la definición dogmática), del 22 de
octubre, reveló la confusión que reinaba en la asamblea. En
realidad el problema era complejo, porque lo que había que
elegir no era entre León y Dióscoro, sino entre León y Ci-

52. A. J. FESTUGIERE, Actes du Concite de Chalcédoine, Geneve


1 983, p. 37.
INTRODUCCION 33

rilo, es decir, entre el Tomus y los Doce anatematismos. Para


evitar la ruptura, los comisarios imperiales propusieron la
creación de una comisión formada por delegados de cada
una de las diócesis representadas en el concilio, los legados
romanos y Anatolio, que elaborarían un texto definitivo. La
comisión, por el apoyo del emperador, salió adelante y
cuando dio lectura al nuevo texto, fue aprobado por la
asamblea. La definición dogmática fue solemnemente apro­
bada y firmada por los obispos.
La del 26 de octubre (Cuestiones personales) estudió la
ortodoxia de Teodoreto de Ciro e Ibas de Edesa, que habí­
an sido depuestos en Efeso (449).
Las sesiones siguientes (Cuestiones de Derecho eclesiás­
tico) se ocuparon de la nueva jurisdicción de la sede de Jeru­
salén y otros cánones disciplinares. La del 29 de octubre
dictaminó los privilegios de la sede de Constantinopla, en
ausencia de los legados romanos. El decreto que se formuló
en aquella sesión (canon 2853) la reconocía como «segunda

53. Recordemos que este canon es una relectura del canon 3° del con­
cilio de Constantinopla, que atribuye al patriarca de esta sede la primacía
de honor después del obispo de Roma, porque «Constantinopla es la nueva
Roma». Es evidente que esta primacía le era reconocida a la ·iglesia de
Constantinopla en razón de su situación política de ciudad imperial (en ella
tienen su residencia el emperador y el senado y cuenta con los mismos pri­
vilegios civiles que la Roma imperial). Si Roma era considerada cabeza por
ser capital del imperio, del mismo modo, la «nueva Roma» tenía que gozar
de los mismos privilegios. Pero el concilio de Calcedonia va más lejos. Re­
conoce los privilegios de la sede de Roma y concede nuevos privilegios a la
«nueva Roma». Además crea en Oriente una situación sin precedentes,
pues concede al obispo de Constantinopla el derecho de consagrar a los
metropolitanos del Ponto, Asia y Tracia, como se venía haciendo hasta en­
tonces. No se trata de un mero prirn'ldo de honor, sino de una autoridad de
jurisdicción sobre una amplia región riel Oriente. El decreto de Calcedonia
es la conclusión coherente de un proceso que comenzó a mediados del
siglo IV y que, en parte, ya estaba incoado en el concilio de Constantino-
34 !NTRODUCCION

Roma» y le atribuía iguales privilegios. Este hecho suscitó


las objeciones de los legados romanos. Al final, quedó con­
firmado el «canon 28» a pesar de que persistieron las reser­
vas de los legados romanos. El papa, desde Roma, anunció
que confirmaría el concilio «en materia de fe solamente».
Esta confirmación selectiva del concilio por parte de León
es la expresión de una autoridad que se considera superior al
concilio. No en vano desde Efeso hasta Calcedonia se ha ido
imponiendo cada vez más la autoridad del obispo de Roma:
a él apelaron Nestorio y Cirilo, Eutiques y Flaviano; él
anuló las decisiones del «latrocinio» de Efeso y propuso un
texto cristológico que asumió Calcedonia.

5. ÚLTIMOS ANOS DE LEÓN

Los años que siguieron a Calcedonia, fueron años difíci­


les para la vida del papa y de la Iglesia. Las sublevaciones in­
ternas que acontecieron en la iglesia de Oriente fueron las
que más preocuparon a León, agravadas por la invasión del
norte de Italia por los hunos y de la ciudad de Roma por los
vándalos. Para que sus intervenciones en el Oriente fuesen
más diligentes, instituyó en Constantinopla una delegación
permanente -preludio de las futuras nunciaturas apostóli­
cas- cuyo primer titular fue Juliano, obispo de Cos, que de­
sempeñó con fidelidad el delicado encargo. El monofisismo,
a pesar de la condena conciliar, seguía muy extendido en los
ambientes monásticos de Palestina y Egipto. A lo que hay
que sumar la inexperiencia y la indecisión del nuevo empe-

pla (381 ). Ciertamente los privilegios constantinopolitanos ignoraban la le­


gitimación apostólica de Roma y minaban la doctrina del primado de
Pedro, promovida por los papas del siglo V, y de manera muy especial por
León Magno. Cf. V. MONACHINO, Genesi storica del Canone 28 di Calce­
donia en Gregorianum 33 (1952), pp. 261-291; 531-565.
INTRODUCCIÓN 35

rador León I, que favorecieron la expasión monofisita. Son


hechos que conocemos por la historia, pues la correspon­
dencia de León en estos años, -del 13 de marzo del 455 al 1
de junio del 457- presenta una gran laguna. En esta última
fecha escribe al emperador" en el que le solicita su interven­
ción para restaurar la fe católica en la sede de Alejandría y la
paz en toda la Iglesia, pues, en el Oriente, el papa no podía
sino intervenir mediante el «brazo secular» del emperador".
Antes de morir, el papa tuvo dos grandes consolaciones.
A la muerte de Anatolio, fue elegido para la sede constanti­
nopolitana, Genadio, hombre que gozaba de la confianza del
papa56; y, depuestos los monofisitas, ocupó la sede alejandri­
na Timoteo Salofaciol, monje, fiel a la fe católica, que contó
con el beneplácito papal desde el comienzo. En la carta de fe­
licitación", acaba con una exhortación que viene a ser como
un compendio de la que ha sido su propia actividad pastoral:
«Imita al Buen Pastor, que va en busca de la oveja perdida y
la carga sobre sus hombros... En tu celo por el servicio de
Dios, compórtate de tal manera que esos que se han alejado
de la verdad, retornen hacia Dios por la oración de su Igle­
sia. El misterioso edificio de la fe no permite una ruptura de
este género. A las almas, con tu guía solícita y verdadera, re­
únelas a todas bajo el mismo techo». Al año siguiente moría
el papa. No comamos con información exacta sobre el día de

54. Cf. Ep. 1 4 5.


55. Cf. Eps. 148, fechada el 1 de septiembre del 457; 1 56, fechada el 1
de diciembre del 457, que publicamos en nuestra edición; 1 62, fechada el
21 de marzo del 458, en la que le exhorta a no modificar nada de la fe cal­
cedonense; la 164, del 1 7 de agosto de ese mismo año en la que le prome­
te el envío de dos legados a Constantinopla y la 165, prometida 8 meses
antes, para instruir al emperador en materia de fe. Acompaña la carta con
un dossier de textos patrísticos. Ambos -carta y dossier- encuentran sitio
en nuestra edición.
56. Cf. Ep. 1 70, fechada el 1 7 de junio del 460.
57. Cf. Ep. 171, fechada el 1 8 de "-gosto de\ 460.
36 INTRODUCCIÓN

su muerte, pero si tenemos en cuenta que su sucesor, Hilario,


fue ordenado el 1 9 de noviembre, estando siete días vacante
la sede de Roma, todo induce a pensar en el 1 1 de noviembre
como el día de su fallecimiento, fecha en la que la Iglesia ce­
lebra su memoria litúrgica. Ya en el año 688 comenzó a cele­
brarse solemnemente su fiesta, cuando el papa Sergio trans­
portó su cuerpo del atrio al interior de la basílica de san
Pedro. En el 1754 fue declarado doctor de la Iglesia por Be­
nedicto XIV. A su muerte dejó una iglesia pacificada y unida.
Ciertamente, aún reconociendo el celo desplegado por los
emperadores (Marciano y León I) y por muchos obispos y
patriarcas, el mérito principal hay que atribuírselo a León. Se
mostró firme y prudente, pastor y pontífice. Su valía, en
medio de las convulsiones del Estado y de los motines surgi­
dos en las iglesias de Jerusalén, Constantinopla y Alejandría,
quedó probada a la hora de superar la crisis que surgió en
Oriente a raíz del Latrocinio de Efeso y, en el momento en
que tuvo que predicar y difundir la fe de Calcedonia. Su fi­
gura, pasado el tiempo, ha adquirido una grandeza mayor si
cabe: si tenemos en cuenta a sus coetáneos, entre los obispos
de las grandes sedes, la figura de León aparece como la más
señera: Flaviano, débil en su controversia con Eutiques;
Anatolio, de dudosa fidelidad a Roma; Dióscoro, escandalo­
so en sus actos y en su fe. Sólo en la sede de Roma se ha
mantenido la santidad como modo único de ser papa, obispo
y pastor de la Iglesia universal.

II. OBRA Y DOCTRINA

1. EL GÉNERO EPISTOLAR PONTIFICIO. EPISTOLARIO


LE ONIANO

Las cartas de los papas anteriores a León se han perdido


en su mayor parte y ni siquiera de las que se vieron libres de
INTRODUCCIÓN 37

tan generaliza pérdida, contamos con una buena edición. El


ritmo propio de la Cancillería pontificia alcanza el apogeo
estilístico y la perfección literaria con las cartas de León, «el
gran papa del siglo V». Su estilo rítmico fue el modelo en el
que se inspiraron la mayoría de los cancilleres posteriores.
Los grandes redactores medievales que reformaron el estilo
de la curia romana, tuvieron como fuente de inspiración las
cartas leonianas y, con ellas, fijaron la norma de la que des­
pués será la escuela del Ars dictaminis. Podemos decir que el
florecer y decaer del latín literario y rítmico de la Cancille­
ría pontificia del siglo V al siglo XIV es paralelo y coinci­
dente con el florecer y el decaer del estudio y de la imitación
de las cartas de León.
Aunque las noticias acerca del origen y desarrollo de la
Cancillería pontifica se pierden en los primeros siglos de la
Iglesia, no se puede negar que ésta, ya en el siglo V, estaba
constituida y organizada a semejanza de la Cancillería impe­
rial. En un archivo adecuado se conservaban las cartas y
otros documentos expedidos por los papas a obispos, me­
tropolitanos y emperadores. Al registro, que se conserva en
el archivo, recurren frecuentemente los papas para consultar
las colecciones de cartas de sus predecesores y, con la docu­
mentación consultada, enviar ellos sus propias misivas. No­
sotros sabemos que el mismo papa León se ocupaba de la
redacción y divulgación de sus cartas, aunque siguiendo un
proceso prefijado y establecido. Normalmente las cartas las
dictaba el papa a un notario, el cual, velozmente, escribía
sobre una tablilla encerada, valiéndose para ello de muchas
abreviaturas (note). El dictar en voz alta, casi declamando,
llevaba a dar al período una forma solemne por la sonoridad
y cadencia de la palabra hablada. De lo copiado en la tabli­
lla, se trascribía a un borrador que se presentaba al papa.
Allí mismo, León Magno hacía los añadidos y correcciones
que creía oportunos. Y es en la revisión del borrador donde
podían intervenir el secretario (Próspero de Aquitania) y los
38 INTRODUCCIÓN

consejeros papales. Este recurso fue también el empleado


por Cicerón y Plinio en la redacción de sus cartas. U na vez
que el borrador había sido corregido por el papa, era pre­
sentado al calígrafo que lo reproducía íntegramente. Mien­
tras la tablilla encerada y el borrador pasaban al archivo, cla­
sificándolos mediante un rótulo que señalaba el contenido,
la fecha y la persona a la que se dirigía la carta, la copia ca­
ligráfica, se le presentaba al papa, el cual, allí mismo, redac­
taba de su propia mano el saludo y la despedida para, final­
mente, ser remitida a los correos, agentes in rebus, que la
hacían llegar al destinatario.
León sabía que cuando escribía, muchas de sus cartas,
decretos y otros documentos emitidos por la Cancillería
pontificia iban a ser leídos en voz alta en asambleas de fieles,
en sínodos provinciales e, incluso, en los concilios". Por lo
general, la difusión de su contenido se confiaba a la lectura
declamada, y no tanto a la multiplicación de copias. Así se
explica cómo párrafos completos de los Sermones se han re­
producido literalmente en las cartas y viceversa. Si no se
tiene en cuenta este carácter oratorio y semipoético de las
cartas papales, será imposible comprender su composición
literaria, su estructura rítmica y tanto más juzgarlas recta­
mente y gustarlas estéticamente. Los cancilleres papales tu­
vieron siempre una conciencia viva de que escribían con un
estilo especial: stilus curiae romanae, un estilo solemne, ca­
denciado y rítmico. Ellos mismos se ocupaban de la selec­
ción de textos documentales existentes, sea para responder a
dudas sobre cuestiones dogmáticas o disciplinares que los
obispos remitían a la Santa Sede, sea para combatir las con­
troversias cristológicas del siglo V. En los sínodos y en las
reuniones periódicas que los obispos italianos tenían en
Roma con motivo del aniversario de la consagración papal

58. Cf. ep. 15, nota 5.


INTRODUCCIÓN 39

de León, los notarios pontificios eran los que redactaban los


procesos verbales, los que copiaban los discursos que se
pronunciaban, leían los memoriales presentados por obispos
de otras provincias y las cartas y rescritos enviados por el
poder imperial o político. La persistencia de algunas fórmu­
las literarias, el ritmo prosaico y las cláusulas propias ponti­
ficias, -mucho más frecuentes desde el pontificado de Siricio
(384-398)-, demuestran que se había creado en torno a la
curia pontificia una tradición cancilleresca, que tiene un fiel
reflejo en el Epistolario leoniano. El uso metódico de estas
claúsulas introduce una disciplina y una enseñanza escolás­
tica en la redacción de las cartas papales. Para aprender a es­
cribir con claridad y facilidad en prosa «métrica», además de
una natural disposición, era necesario haberse empleado,
tras un largo aprendizaje, en la práctica de numerosos ejer­
Clctos.
Del papa León contamos con 173 cartas (PL 54, 5 8 1 -
1254), de las cuales 3 0 son dirigidas a é l por otras personas.
De las 143 restantes, la 43, la 1 1 1 y 120 de la edición Migne
son consideradas como apócrifas por la crítica moderna59•
Algunas de las cartas constituyen verdaderos tratados doc­
trinales: Eps. 15, 28, 165, fuentes de obligada consulta para

59. Cf. F. DI CAPUA, JI ritmo prosaico nelle lettere dei Papi nei docu­
menti del/a Cancellaria romana da/ IV al XIV secolo, 1-III, Roma, Late­
ranum, 1937, p. 40, nota 6. El primero de los tres volúmenes está dedica­
do a estudiar la cláusula rítmica en León Magno. Capua divide la
epistolografía papal en tres períodos: el primero, del papa Liberio a Gre­
gario Magno, en el que prevalece la cláusula métrica. El segundo, dC Gre­
gario Magno a Urbano II, que son siglos de decadencia y el tercero se ini­
cia con Urbano II, cuando gracias a los cancilleres benedictinos se retorna
al estilo del papa León, y se prolonga hasta el final del Renacimiento. El
pontificado de León ocupa el centro del prímer período, el más glorloso,
y se presta, mejor que cualquier otro, para un gran estudio del estilo epis­
tolar pontificia. Cf. op. cit. vol. l, pp. 6-7.
40 INTRODUCCIÓN

la cristología, la disciplina eclesiástica y la historia de la Igle­


sia del siglo V. Las cartas de León habían tenido ya en el año
1754-57 una buena edición a cargo de los hermanos Balleri­
ni, y reproducida en la PL 54-55. Una buena edición que
por aquel tiempo era óptima. Hoy, aun faltando una edición
crítica del epistolario com�leto, las ediciones parciales apa­
recidas en estos últimos años han contribuido a la fijación y
clarificación del texto60•
Ya hemos visto cómo la copia oficial de una carta se
guardaba en los registros de los archivos de la Cancillería
pontificia. A estos registros se recurría cuando en años su-

60. E. SCHWARTZ, ACO II, 4, 1932 (recoge 114 cartas, con un gran
aparato crítico, pero resulta deficitaria en otros aspectos: una puntuación
defectuosa, omite algunas variantes importantes y no ha prestado aten­
ción al ritmo de la cláusula, tan decisivo en León); C. SILVA-TAROUCA, S.
Leonis Magni Tomus ad Flavianum episcopum Constantinopolitanum
(epistula XXVIII). Additis testimoniis Patrum et eiusdem S. Leonis M.
epistula ad Leonem 1 imperatorem (epistula CLXV). Pontificia Universi­
tas Gregoriana. Textus et documenta. Series theologica 9, Romae, 1932
(sólo recoge la 28 y 165) Años más tarde publicó S. Leonis Magni epistu­
lae contra Etychis haeresim. Pars prima. Epistulae quae Chalcedonensi
concilio praemittuntur (A. A. 449-451), Pontificia Universitas Gregoriana,
Textus et documenta. Series theologica, 15, Roma 1 934. La pars secunda
apareció en la misma colección con el número 20, 1935, pp. 93-204; y en
1937 publicó las eps. 5, 6, 13, 100, 104, 106, 135, 136, 132. Más reciente­
mente, las relacionadas con el concilio y la definición de Calcedonia han
sido publicadas en CPG 4/116 y CPL 362-364 y M. SIMONETTI, Il Cris­
to. Testi teologid e spirituali in lingua greca dal IV al VII seco/o, 2, Mila­
no 1986, pp. 418-441 (sólo recoge la 28). Para la presente edición hemos
optado por seguir la uniformidad de la PL 54, teniendo a la vista, como
criterio de referencia: para la ep. 15 la edición crítica que presenta }. CAM­
POS, La epístola antipriscilianista de S. León Magno, en Helmántica 1 3
(1962) pp. 269-308; y para las eps. 28 y 165 la edición de C . Silva-Tarou­
ca. Para una visión de conjunto actualizada de las ediciones y traduccio­
nes del epistolario del papa León, cf. Epistolari latini (secc. IV-V) en Epis­
tolari cristiani (secc. 1- V). Repenorio bibliografico. Benedictina Editrice,
Roma 1990, pp. 85-96; 121-124.
INTRODUCCIÓN 41

cesivos se debía extraer otra copia para remitirlo a otra per­


sona. Es fácil que los redactores al trascribirla o el mismo
papa al volver a copiarla introdujeran pequeños cambios de
forma o de contenido, sea para enmendar un error en una
frase, sea para dar mayor sonoridad a una claúsula o sea
para aportar mayor claridad al contenido doctrinal. Así en
la ep. 124 el papa se queía de que «traductores ignorantes ...
o con mala voluntad» han tergiversado su pensamiento ex­
presado en el Tomus y les expone la doctrina cristológica de
la doble naturaleza. Esta exposición doctrinal se trascribe
casi en su totalidad cinco años después en la carta61 que el
papa envió al emperador de Constantinopla León l. El cuer­
po de ésta lo encontramos copiado ad verbum del borrador
de la epístola enviada a los monjes de Palestina y conserva­
da en los registros del archivo. En la segunda carta ha incor­
porado algunos cambios, leves añadidos y alguna que otra
omisión. A pesar de ello; las claúsulas resultan siempre re­
gulares, en ambas redacciones. Aun modificando la expre­
sión, el papa y sus cancilleres tendían siempre a conservar la
forma rítmica. Dejando a otros la tarea de estudiar más a
fondo el examen comparativo de estas dos cartas, nos limi­
taremos a señalar los cambios de las dos redacciones, que
nos harán ver las modificaciones que la Cancillería apostóli­
ca creía lícito introducir en la copia de una carta. Así por
ejemplo el texto: ... ut uno conceptu unoque partu eadem
virgo, secundum unionem utriusque substantiae, et ancilla
Domini esset et mater62, en el 458 se trascribe: .. ut per inef­
.

fabile sacramentum uno conceptu, unoque partu, secundum


veritatem utriusque naturae eadem virgo et ancilla Domini
esset et mater.
Además del añadido per ineffabile sacramentum hay que
señalar la sustitución de la palabra substantiae, que podía in-

61. Ep. 165.


62. Ep. 124,2 .
42 INTRODUCCIÓN

ducir a algún equívoco, por naturae y el cambio de la


expresión secundum unionem utriusque substantiae por
secundum veritatem utriusque naturae, con vistas a una
mayor claridad y precisión del lenguaje teológico, pero
manteniendo en ambas frases una estilística cláusula". Algu­
nas cartas de León fueron traducidas al griego tergiversadas,
pues los traductores no sólo ignoraban aspectos teológicos
fundamentales, sino que cuando se disponían a traducir un
documento papal, no tenían en cuenta este carácter retórico
y métrico de la prosa romana y las leyes sintácticas a las que
se sometía.
Cuando los historiadores y teólogos se han acercado a
las cartas de León Magno se han detenido en la organiza­
ción pontificia y eclesiástica; en su incansable actividad en la
vida religiosa y política del Imperio; en su firmeza y equi­
dad, pero no podemos decir lo mismo en lo que se refiere a
su condición de literato y escritor de talla. Las alabanzas
han sido genéricas y, muy frecuentemente, acompañadas de
reservas. Se ha dicho: «León pertenece más a la historia que
a la literatura. No es un literato de profesión. Es simple­
mente un obispo, y además obispo de Roma. Si no hubiese
ocupado la cátedra de Pedro, León no habría tomado la
pluma en la mano. No hubiese sido literato, si no hubiese
sido papa64». La valía del Epistolario se ha fijado solamente
en su aportación cristológica, -siendo la principal-, y el
valor literario y artístico se le ha atribuido más a la cancille­
ría pontificia que al papa. Sin embargo, notemos que el latín
que emplea León en sus cartas es el latín literario, y en él

63. C. E. MESA presenta en columnas paralelas las diferencias semán­


ticas y teológicas de las dos redacciones. Cf. El concilio de Calcedonia en
Verdad y Vida lO (1952), pp. 379-382.
64. U. MOR1CCA. Storia de/la letteratura latina cristiana, Torino
1932, III/1, pp. 1 1 03-1 1 04.
INTRODUCCIÓN 43

quedan perfectamente ensamblados arcaísmos y neologis­


mos, voces del lenguaje profano y eclesiástico, construccio­
nes poéticas y vulgares, elementos clásicos y bíblicos, en­
samblados gracias a la pericia literaria de León. No hemos
de buscar el latín clásico y ciceroniano; su latín es el latín
que se enseñaba y empleaba en la Escuela de Retórica de la
Cancillería papal, que encontró su mayor altura en la pluma
del primer Magno de entre los papas. El lenguaje leoniano
no es solamente literario, sino un lenguaje teológico fuerte­
mente expresivo. León domina perfectamente un rico voca­
bulario bíblico y patrístico, clásico y popular, pues todos le
atribuyen un saber casi enciclopédico, expresado en frases,
pensamientos, sentencias y apotegmas, que extractados de
las fuentes literarias clásicas y patrísticas más variadas, pasan
a formar parte de su doctrina literaria y cristológica. La di­
ferencia entre el latín literario de León (más expresivo y ca­
dencioso, que respeta las leyes de la cantidad silábica, usado
en los documentos de la Cancillería romana en los siglos V
y VI) y el latín vulgar (sin rirmo, sin período, a veces em­
pleado por algunos miembros del clero romano) prueba la
existencia en la Roma del siglo V de una escuela cancilleres­
ca y, lo que es más, un estilo cancilleresco. Algunos críticos
han atribuido la autoría del Epistolario de León a los canci­
lleres y han negado o rebajado el mérito del papa, reducien­
do a unas cuantas cartas personales las salidas de la pluma de
León. Ninguno pone en duda que el papa se sirvió y valió
de secretarios y notarios que le facilitaban la labor de selec­
ción de textos y elaboración de las cartas, pero en el caso de
León, los críticos han exagerado mucho. La comparación de
las cartas y sermones es reveladora: párrafos enteros de los
sermones, escritos por él, han pasado a las cartas, y no es de
extrañar: los mismos pensamientos, los mismos motivos do­
minan en aquéllos y en éstas. El estilo es el mismo; el perío­
do rítmico es muy similar; el espíritu que informa a unos y
a otras es idéntico, a pesar de los períodos más oratorios de
44 INTRODUCCIÓN

aquéllos y de las fórmulas más cancillerescas de éstas. No se


excluye que algunas cartas, sobre todo las más breves y
menos importantes, hayan podido ser redactadas por los
notanos.

2. FUENTES DE LA OBRA DE LEÓN MAGNO

El estudio de las fuentes no puede ser exhaustivo y sólo


lo haremos en la medida que nos ayude a comprender mejor
al papa León y su obra65• En no pocas ocasiones sigue la
doctrina de autores anteriores a él, pero le da una impronta
personal y original suya. En la búsqueda de las fuentes
(griegas y latinas), hemos entresacado las citas de los Padres
y escritores eclesiásticos que aparecen mencionadas, directa
o indirectamente, en sus cartas66•
Entre los Padres griegos León cita a Atanasia y su Epís­
tola a Epicteto, que conocía íntegramente, como se despren­
de del envío que el papa hizo a Juliano de Cos67, aunque es
de suponer que conocía varias obras del maestro de Alejan­
dría; no en vano nombra a varios sucesores suyos en la sede:
Teófilo y Cirilo, que por su actuación en las controversias
cristológicas anteriores, era casi obligado acudir a él como
fuente de argumentación. Otros de los griegos son Gregario
Nacianceno y Juan Crisóstomo, uno de los más queridos, a

65. Un estudio comparativo entre León y los Padres que le sirven de


fuente teológica lo podrá encontrar el lector en A. GRANA'rA, Note sulle
fonti di s. Leone Magno, en Rivista di Storia della Chiesa in Italia 14
(1960), pp. 263-282.
66. La mayor parte de estos testimonios se encuentran recogidos en
el apéndice de la ep. 165 que León I, papa, envió a León I, emperador, en
el año 458. En las notas a dichos textos hemos explicitado los puntos de
convergencia entre la doctrina del papa León y la de los Padres que cita.
67. Cf. Ep. !09.
INTRODUCCIÓN 45

juzgar por el número de textos que de él trascribe. De Basi­


lio sólo cita un texto, que los críticos aún no han podido
identificar a cuál de sus obras pertenece. Con la cita de estos
Padres orientales se ha abierto un debate entre los estudio­
sos sobre si León conocía la lengua griega. La opinión más
comúnmente aceptada hoy es que no tenía un conocimiento
perfecto de ésta, aunque, ciertamente, la pudo estudiar en
sus años de formación. Sin embargo, León se supo rodear
de personas que sabían y escribían en griego, puesto que al­
gunas de las cartas son bilingües y muchos de los textos pa­
trísticos de la ep. 165 son traducciones del griego.
De este inventario se desprende que:
a) el número de Padres griegos citados es bastante res­
tringido.
b) el número de sus obras es proporcionalmente más
pobre, aún. Los textos de Atanasio y de Gregorio de Na­
cianzo se encuentran en los florilegios patrísticos existentes
en Roma, conocidos de León. Sin embargo, hay que señalar
que, aunque las obras citadas coinciden, no así los textos ex­
traídos de ellas, lo que viene a probar que León conocía sus
obras directamente y, quizá, en su integridad.
e) con estas premisas ¿podemos hablar de fuentes grie­
gas o de influencias griegas en el pensamiento en León? En
un tema tan argumentado como el que se refiere a la unión
de la humanidad y la divinidad en Cristo, no resulta aventu­
rado afirmar que «el teólogo de la unión hipostática• y •el
papa de Calcedonia» conocía perfectamente las líneas maes­
tras de la tradición oriental.
Entre los Padres Occidentales León cita a Hilario, sobre
todo por su obra De Trinitate, a Ambrosio, a Gaudencio de
Brescia, -autor del que se sirve, pero sin mencionarlo- y,
sobre todo, a san Agustín del que toma textos suyos para el
Tomus y para la antología de textos patrísticos que envía al
emperador León. Así lo ha recogido Silva-Tarouca cuando
afirma que •entre la doctrina de san Agustín y la teología de
46 INTRODUCCIÓN

las cartas de san León encontramos tanta semejanza, que es


notorio que el autor de éstas ha rastreado especialmente en
las obras de san Agustín"•. Su dependencia más directa se
debe a las fórmulas cristológicas, puesto que el obispo de
Hipona acepta la distinción de naturalezas en Cristo.
De estos datos podemos deducir que León conoce y
asume elementos de tres corrientes teológicas:
a) una corriente griega, que le llega directamente (los ya
citados, entre los que destaca Atanasio) o indirectamente
(por san Hilario o san Ambrosio, fieles a la doctrina griega
de la Encarnación redentora, a los que sigue muy de cerca
en materia cristológica).
b) una corriente latina. El vocabulario de León es el de
una lengua cristiana forjada por Tertuliano, Cipriano o Jeró­
nimo y su doctrina está muy próxima a la de Agustín, el padre
que él mejor conoce y al que más debe su pensamiento: la
doctrina de la gracia y la libertad y la cristología duofisita.

68. SILVA-TAROUCA, op. cit. 9, p. 14. Un resumen de la cristología


agustiniana, extractado de una de sus últimas obras y que ha sido fuente
de la que se ha servido san León en su lucha contra Eutiqucs, nos lo da el
mismo obispo de Hipona: «El cristiano fiel cree y confiesa que en Cristo
hay una verdadera naturaleza humana, es decir, nuestra propia naturale­
za, pero elevada a la dignidad del hijo único de Dios por su asunción in­
comparable por parte del Verbo, de suerte que el Asumente y lo asunto
son una sola y misma persona en el seno de la Trinidad... Pues no deci­
mos que Cristo es sólo Dios, corno los maniqueos, ni solamente hombre,
como los fotinianos, ni que sea hombre privado de algo que es parte de la
naturaleza humana, como el alma, o, en el alma, la mente racional, o con
un cuerpo no nacido de mujer, sino procedente de la conversión y trans­
formación del Verbo en carne, que son tres falsas y vanas opiniones de los
apolinaristas ... ; sino que decimos que Cristo es verdadero Dios, nacido de
Dios Padre... y que el mismo es verdadero hombre, nacido de una mujer
madre... y que su humanidad, por la que es menor que el Padre, en nada
disminuye su divinidad por la que es igual al Padre. Una doble naturale­
za, un solo Cristo. . » (De predestinatione sanctorum 24, 67). Cf. Ep. 165,
.

nota 99.
INTRODUCCIÓN 47

e) una corriente romana, que ha influido en el diácono


León y que ha marcado fuertemente su carácter y su espíritu.

3. LEÚN MAGNO Y LA SAGRADA ESCRITURA

Antes de rebuscar cómo y por qué cita León la Escritu­


ra, nos será útil precisar en qué medida la emplea. Veremos
así hacia donde van sus preferencias.
León es un obispo que habla a su pueblo en el momento
de las grandes solemnidades litúrgicas y escribe a emperado­
res y obispos en momentos difíciles para la comprensión de
la doctrina católica. Vemos que sus obras son comentarios
escriturísticos, pero en menor medida que otros Padres lati­
nos. León no nos ha dejado ningún comentario de ningún
libro concreto de la Escritura, ni tampoco contamos con
ninguna homilía sobre los Salmos o los Evangelios. En sus
Cartas apenas recurre al Antiguo Testamento: solamente en
24 ocasiones frente a las 1 89 del Nuevo. ¿Hay que ver en
ello una huella de las luchas que León sostuvo contra los
maniqueos, que rechazaban la autoridad del Antiguo Testa­
mento? ¿Es una consecuencia de que sus obras son eminen­
temente cristológicas? Sea como fuere, de todo el Antiguo
Testamento, Isaías aparece como el autor privilegiado, tal
vez porque León veía en él, esencialmente, al anunciador del
Mesías y al profeta de la Pasión en sus descripciones de los
sufrimientos del Siervo de Yahvé. Las citas del Nuevo Testa­
mento son, sin duda, las más importantes para nuestro autor.
En él se repite la misma variable: los evangelistas a los que
más frecuentemente se recurre son Mateo y Juan, y las car­
tas del apóstol más citadas son Romanos y Corintios, pues
ésas son las cartas más dogmáticas de san Pablo, que le sir­
ven para explicar, desde la Escritura, las verdades de fe.
Acude a la Biblia buscando auctoritates para convalidar sus
afirmaciones dogmáticas. Pero notemos que no aparece en
48 INTRODUCCIÓN

León ninguna cita del Apocalipsis, llevando hasta el extremo


una tendencia muy presente también en los otros Padres la­
tinos. «Esta ausencia -comenta un gran conocedor de la
obra leoniana- me parece responder al espíritu positivo de
León y a la desconfianza que siempre han provocado las es­
peculaciones y visiones del libro de las Revelaciones"».
Los textos del Nuevo Testamento que más gustosamen­
te emplea León, los podemos dividir en dos grupos: uno de
orden moral y otro de orden dogmático. Las citas del primer
grupo se encuentran en muchos de los sermones dogmáticos
pronunciados con ocasión de las grandes fiestas del Año Ji­
túrgico. Esta elección revela cuál es su preocupación cuando
se dirige a los fieles de Roma: iluminarles las imperfecciones
concretas de su vida cristiana, personal o comunitaria70• De
ordinario, aunque se vale del texto evangélico de cada fiesta,
no hace de él un comentario propiamente dicho, sino que
explica su contenido en orden al misterio que se celebra, y
en la medida que sea necesario para que los fieles adquieran
una mayor inteligencia del mismo. Parte de l a realidad histó­
rica (ordo rerum) de la vida de Jesús y a continuación pasa a
una comprensión más profunda de su persona para así llegar
a conocer la ejemplaridad de los actos salvíficos realizados
por Cristo. En el otro grupo, el dogmático, la cita más fre­
cuente es la de Jn 1 , 14: Y el Verbo se hizo carne y, en menor
medida, otras de los sinópticos (Mt 16, 16-19; Le 2, 14; Jn 1 ,
3 ) y de las cartas paulinas (Flp 2, 6- 1 1 ; 2 Cor 5, 19). Este em­
pleo no es por casualidad, si sabemos que la mayoría de estas
citas se relacionan directamente con el misterio de la Encar­
nación y con la realidad de la naturaleza humana en Cristo.

69. A. LAURAS, Saint Léon le Grand et l'Ecriture sainte en SP VI,


rru 81], p. 130, a quien seguimos en este apartado.
70. Cf. G. HUDON, La perf eaion chrétienne d'apres les sermons de s.
Léon, Paris 1 959.
!NTRODUCC!ON 49

Pero León establece distinciones: entre los evangelios, el de


Mateo es un evangelio esencialmente histórico, mientras que
el de Juan es más bien espiritual; y entre las canas paulinas y
el evangelio de Juan, éste está centrado en la persona de Je­
sucristo, mientras que aquéllas tienen como centro su obra
de salvación y su misterio pascual.
León, como otros Padres anteriores, ha recurrido al «ar­
gumento de la Escritura». Desde el versículo Et Verbum
caro factum est explica la realidad de la encarnación, una
verdad que León debe recordar y probar continuamente en
su lucha contra el docetismo y, sobre todo, contra Eutiques.
Pero no será ésta la única verdad que León habrá de
probar. Con la ayuda de la Escritura, defenderá otras:
a) si Cristo ha sufrido y ha muerto es porque El ha que­
rido y no porque los judíos y los poderes de las tinieblas
hayan conseguido vencerle71•
b) Cristo ha tenido unidad de voluntad total con el
Padre, tanto que no han tenido más que una misma volun­
tad, incluso a la hora de la agonía72•
e) la misericordia gratuita y eficaz de Cristo que conce­
de el perdón a todos y totalmente".
Cuando León quiere ofrecer una enseñanza dogmática,
ninguna expresión le parece más adecuada que la que le
ofrece la Escritura. Y vemos cómo a lo largo de sus escritos
reaparece su mayor preocupación pastoral: definir clara e
indiscutiblemente la doble naturaleza de Cristo, Dios y
hombre, y exhortar a los fieles a creer en la eficacia miseri­
cordiosa de los sufrimientos de Cristo.
En sus obras apenas hay lugar para una exégesis alegóri­
ca, y esta ausencia es más notoria cuando se la compara con
las obras de san Ambrosio o el mismo san Agustín. En

71. Cf. Le 19, 10; Heh4,2 7-2 8;2 Cor 5, 19.


72. Cf. Rm 8, 32 ; Mt2 6, 39.
73. Cf. Mt 9, 3. 13; Le 19, 10; Jn 8, 1 1 .
50 INTRODUCCIÓN

León, a la hora d e comentar la Escritura, confluye una


doble preocupación: la dogmática y la pastoral. El, cuando
cita la Escritura en sus escritos, lo hace pensando en las ne­
cesidades de los que van a recibirlo. La Escritura le es un
libro muy familiar y, aunque sea en un grado menor que
otros Padres latinos, León no escribe nunca sin recurrir a la
Escrirura. Ella estaba en el centro de su pensamiento y de
allí sacaba la fuerza de su doctrina y la persuasión de su pa­
labra. Por eso podemos concluir que no son tanto sus obras
las que están al servicio de la Escrirura como la Escritura la
que está puesta al servicio de sus obras.

III. LAS CARTAS CRISTO LÓGICAS

l. CARTA 15

a) Prisciliano y «el priscilianismo»

Antes de adentrarnos en el análisis de la carta de León


conviene conocer quién era Prisciliano y cuál era su «doctri­
na74». Ocupó y preocupó a papas y a Santos Padres anterio­
res a san León75•

74. Las fuentes más importantes para conocer la vida y doctrina de


Prisciliano las encontramos en la Crónica de HIDACIO, SC 218-219 y en
otros documentos contemporáneos a León Magno (d. nota 2). Las dos
mejores visiones generales son las de H. CHADWICK, Prisciliano de Avila,
Madrid 1978 y la de B. VOLMANN, Prisci/lianus en Pauly-Wissowa, Rea­
lencyclopiidie der klassischen Altertumswissenschaft, Stuttgart, supl. 14
(1974) pp. 485-559. Para otros estudios biográficos y doctrinales puede
verse la bibliografía de M. Simoneui, Hilario de Poitiers y la crisis arriana
en Occidente. Polemistas y herejes en INSTITUTO PATR. AUGUSTlNI A­
NUM, op. cit., pp. 165-166.
75. Cf. SAN JERÓNIMO, De viris illustribus, 12 1-123; ep. 75, 3; 126, 1 :
133, 3 ; SAN AGUST1N, ep. 36, 12, 28; 155, 3; 202 A, 4, 8; 237, 3, 5-7; Ad
INTRODUCCIÓN 51

La historia de este movimiento herético comienza hacia


el año 3 75, cuando aparece en escena un maestro de gran
prestigio, Prisciliano, que por entonces tenía 35 años y era
oriundo de Galicia. Desde el principio estuvo empeñado en
propagar la gnosis y el maniqueúmo. Arrastrados por su
elocuencia, atrajo a su movimiento a nobles y plebeyos y,
sobre todo, a un gran número de mujeres. Los discípulos de
Prisciliano pronto empezaron a llamar la atención por sus
singularidades ascéticas: andaban con los pies descalzos,
ayunaban en domingo, en los días de Navidad y Epifanía se
apartaban de la Iglesia; vivían recluídos en sus casas o se
ocultaban en los montes y lugares recónditos y tenían reu­
niones sólo para iniciados. Este movimiento rápidamente se
extendió de Galicia a Lusitania y de allí a la Bética y no pasó
mucho tiempo sin que despertara recelos en el clero, por su
manifiesto sentimiento antijerárquico. Ante el rápido desa­
rrollo del movimiento, Higinio, obispo de Córdoba (capital
de la Bética), acude a Hidacio, su metropolitano de Mérida
(capital de la Lusitania). Este no tardó en poner el caso en
conocimiento del papa Dámaso (366-384), quien, después
de insinuar la conveniencia de reunir un concilio, aconseja­
ba que no se condenase a persona alguna sin antes haberla
oído. El concilio se reunió en Zaragoza el año 38076• No
hubo condena personal. Los doce padres conciliares se con­
tentaron con prohibir, bajo el peso del anatema, las prácticas
de que se acusaba a los sectarios, sin ocuparse de los funda­
mentos dogmáticos77•

Orosium contra prisci/lianistas et origenistas, PL 42, 669-78; SAN AM­


BROSIO, ep. 24; 26, 1-3.
76. Cf. M. SOTOMAYOR Y MURO, La Iglesia en la España romana y
visigoda en Historia de la Iglesia en España l, Madrid 1979, pp. 238-241.
77. Cf. M. MENÉNDEZ PELAYO, Historia de los Heterodoxos españo­
les l, Madrid 41986, pp. 135-136.
52 INTRODUCCIÓN

Pero, lejos de acobardarse, los priscilianistas pasan a la


ofensiva. Logran ganar para su causa a su primer acusador, a
Higinio, obispo de Córdoba y a Simposio, obispo de Astor­
ga. Intentan apoderarse de las dignidades eclesiásticas y el
mismo Prisciliano es elegido obispo de Ávila (381 -385).
Cuando el general español Clemente Máximo es procla­
mado emperador en la isla de Bretaña, en ese momento co­
mienza el ocaso de los priscilianistas. Los cabecillas del movi­
miento fueron citados a comparecer en el sínodo que tendría
lugar en Burdeos. Entre las primeras resoluciones de la asam­
blea conciliar se encuentra la deposición de Prisciliano del
episcopado. Allí se consiguió arrancar de Prisciliano una de­
claración de maleficio, crimen que debía ser castigado con la
pena capital. Los obispos franceses consintieron que la causa
eclesiástica pasase a un tribunal imperial, porque sólo a éste
competía la ejecución de los decretos conciliares. San Martín
de Tours protestó en vano contra aquella novedad procesal.
Reconocía que los acusados eran herejes, pero pensaba que
era suficiente con su expulsión de la Iglesia. La sentencia, una
vez que san Martín había abandonado la ciudad de Tréveris,
no se hizo esperar: la decapitación de Prisciliano, dos clérigos
y un diácono. Corría el año 385, siendo el primer hereje, en la
Antigüedad casi el único, oficialmente ejecutado por el brazo
secular. Con la muerte de Prisciliano, no solamente no se
atajó la herejía, sino que se afianzó y se propagó más amplia­
mente. Sus seguidores lo habían estimado antes como un
santo; ahora comenzaron a venerarlo como mártir.
Conviene examinar si Prisciliano fue un hereje antes de
definir en qué consistía su herejía. Para ltacio, obispo de
Ossonoba (hoy el Algarve) y, ciertamente, uno de sus más
activos adversarios, era un gnóstico. Para Hidacio, obispo
de Mérida, era un maniqueo. Ahora bien, es un hecho que el
Concilio de Zaragoza (380) vio en él solamente al cabecilla
de un grupo exaltado que se diferenciaba del resto de los fie­
les por algunas extravagancias.
INTRODUCCIÓN 53

Desde 1 889 se hace cada vez más difícil poder emitir un


juicio histórico objetivo, dado que se publicaron varios tra­
tados atribuidos a Prisciliano" en los que no aparecen nin­
guno de los rasgos condenados por los escritores menciona­
dos. A partir de entonces y hasta nuestros días la crítica se
divide. Para unos, los tratados priscilianistas no pueden des­
virtuar las claras afirmaciones de los contemporáneos del
obispo de Avila79• Para otros, esas afirmaciones nacieron del
odio y de la pasión80• Así, para aquellos, Prisciliano y sus
discípulos seguirían siendo herejes en sentido estricto y,
para éstos, serían auténticos reformadores religiosos.
Algunos han pensado que la dificultad se podría solven­
tar distinguiendo entre Prisciliano y «priscilianismo». La
doctrina habría evolucionado hasta tal punto en manos de
los discípulos, que la ortodoxia del fundador se habría con­
vertido en una interminable lista de herejías. Esta postura
tiene en su contra el testimonio de la mayor parte de los au­
tores contemporáneos al obispo de Avila, que no solamente
condenan el priscilianismo, sino también a Prisciliano.
Otros reconocen en este personaje una «doble persona­
lidad»: un «Prisciliano ortodoxo» y otro «herético». El fue
el fundador de la primera <<secta secreta» que encontramos
en España, definida por diferentes aspectos esotéricos: un
conjunto de prácticas y doctrinas que sólo podían descu­
brirse a los iniciados. Todos ellos conocían un verso que era
su regla de conducta frente a los adversarios: •Jura, perjura,

78. Cf. CPL 785·796b: G. Schepss: CSEL 18 (1899). Aparecen reim­


presos por A. Hamman en PLS 11, 1391-1413.
79. Cf. M. MENÉNDEZ PELAYO, op. cit. pp. 1 33-220; G. BARDY,
Priscülien en DTC 13 {1936), col. 391 -400; M. SIMONETI1, op. cit., pp.
159-165. Cf. nota 75.
80. Cf. C. BABliT, Prisciliano y el priscilianismo, Paris 1909; P. LA­
BRIOLLE en Fliche-Martin, Historia de la Iglesia, III, Valencia 1 975, p.
386.
54 INTRODUCCIÓN

pero nunca confieses un secreto8 1 ». Ciertamente, la Iglesia,


por medio de sus obispos, fue progresando en el conocí­
miento de la doctrina herética. Será en el I Concilio de Tole­
do (400) cuando se presente una primera relación de los
errores priscilianistas. Toribio de Astorga, recogiendo nue­
vos matices y exponiéndolos con claridad, nos presenta, en
esencia, qué es el priscilianismo. Nosotros podemos recons­
truir la carta del obispo Toribio por la que conservamos del
papa León Magno. Paulatinamente se ha ido desenmasca­
. rando la doctrina priscilianista: conocida a grandes rasgos
por el informe de Itacio, mejor precisada por las revelacio­
nes hechas por los que se retractaron en el I Concilio de To­
ledo y completamente desvelada por la solicitud pastoral de
Toribio de Astorga en la carta que envió al papa León.
Su doctrina es confusa y, en algunos aspectos, sincretis­
ta. Ya san Agustín decía que •los priscilianistas mezclan los
dogmas de los gnósticos y los maniqueos82» y el mismo
León nos advierte que •si recordaramos todas las herejías
que han existido antes de Prisciliano (... ) no encontraríamos
ningún error con el que esta herejía no se hubiese contagia­
do83». En síntesis, su pensamiento se puede ir esbozando en
distintos aspectos.
En lo que se refiere a Dios eran antitrinitarios. No admi­
tían distinción real de personas, sino atributos o modos de
manifestarse la esencia divina. Dios y el hombre son de la
misma naturaleza y el primer mundo es obra de otro princi-

81. El mismo san Agusún ya nos refiere este aforismo como propio
de los priscilianistas: «De éstos se dice que en la misma nefanda doctrina
de su herejía tienen el mandamiento de mentir, aunque sea con juramen­
to, para ocultar sus dogmas. Algunos que los trataron, que fueron prisci­
lianistas y luego se libraron de ellos por la misericordia de Dios, recuer­
dan ese precepto: Jura... Cf. Ep. 237, 3.
»,

82. Cf. SAN AGUSTÍN, De haeresibus, 70.


83. Cf. Ep. 15, prólogo.
IN1RODUCCIÓN 55

pío. Este panteísmo y dualismo destruía el misterio de la Tri­


nidad. En el Concilio de Toledo (400)84 se rechaza la doctri­
na de los dos principios, con lo que declara, implícitamente,
que ésta era una idea admitida por la «secta». Por eso la Re­
gula fidei" y los Cánones del Concilio de Toledo", que hoy
la crítica histórica atribuye al obispo Pastor, insisten con rei­
teración en este aspecto.
Su cristología no se distingue del docetismo. No creen
que Jesucristo haya nacido in vera hominis natura. Para
ellos, Cristo era un eón o atributo de Dios, mostrado a los
hombres bajo una cierta apariencia humana para destruir en
la cruz el signo de servidumbre al que estaba sometido el
hombre. Y al mismo tiempo afirmaban que Cristo no existía
hasta que nació de la Virgen. Esto, que parece una contra­
dicción, se explica porque los gnósticos distinguían entre el
eón Christós, poder y virrud de Dios, que los priscilianistas
llamaban ingénito (&yévV']�o,;), y el hombre Jesús, a quien se
comunica el Pneuma, que llamaban Unigénito, no por serlo
del Padre, sino por ser el único nacido de la virgen.
Su antropología" concebía el alma del hombre como una
parte de la sustancia divina, de la que procede por emana­
ción. Pero no es una sola, sino múltiple. Dios, al sacarlas de
su propia esencia imprimía en estas almas su sello. Las almas
humanas han pecado en el espacio celeste donde habitan y
por este motivo comienzan un camino de descenso por las
regiones celestes, hasta que traspasan los lindes del mundo
inferior y caen en manos del príncipe de las tinieblas que las
encarcela en diversos cuerpos.

84. Cf. M. SoTOMAYOR, op. cit., p. 245-251.


85. M. MENf.NDEZ PELAYO, reproduce íntrego el Símbolo de la fe
profesado en el I Concilio de Toledo, op. cit., pp. 144-5.
86. Cf. M. MENÉNDEZ PELAYO, op. cit., p. 143.
87. Cf. P. SAENZ DE ARGANDOÑA, Antropología de Prisciliano, San­
tiago de Compostela 1982.
56 INTRODUCCIÓN

Almas y cuerpos viven sometidos a la influencia de los as­


tros. Por eso señala para cada parte del alma a un patriarca, a
un profeta o a un ángel y para cada miembro del cuerpo hu­
mano a uno de los doce signos del Zodiaco. De esta forma, el
hombre se veía inducido al bien por las potencias de su alma,
pero inclinado al mal por la nefasta influencia de los astros.
La moral priscilianista" se caracterizó por su ascetismo
extremo. Estaban condenadas las comidas de carnes por ser
alimento impuro. Ayunaban el Jueves santo y también <<el
día del Nacimiento del Señor», en contra de l a costumbre de
la Iglesia. Juraban por el nombre de Prisciliano. Ni legos ni
mujeres estaban excluídos del ministerio sacerdotal. Rehu­
saban el matrimonio y condenaban la procreación. Creían
que la virtud y la ciencia humanas pueden llevar a la perfec­
ción, en igualdad con Dios. Una vez alcanzado tal estado de
perfección, eran imposibles la caída y el pecado.
Como resumen de la doctrina priscilianista, la exposi­
ción más clara y más completa la encontramos en los «ana­
temas del Concilio de Braga89» (563) elaborados a partir de
la carta que León envió a Toribio.

b) Carta a Toribio, obispo de Astorga

Para conocer lo que se esconde detrás del movimiento


herético examinado y poder valorar la estrecha relación
existente -ya a mediados d�l siglo V- entre el papa y los
obispos de la Península Ibérica, nos encontramos con un
documento de primera mano, la comúnmente llamada
«epístola antipriscilianista90».

88. Cl. G. BARDY, DTC, t. XIII, col. 391-400.


89. Cl. M. MENÉNDEZ PELAYO, op. cit., pp. 150-151.
90. En nuestra edición hemos seguido la edición de los hermanos Ba­
llerini que reproduce Migne en su PL (54, 677-692). Aparece también en
INTRODUCCIÓN 57

Toribio, tras dedicarse al estudio de los códices de Pris­


ciliano, vemos que ha hecho un verdadero esfuerzo para fa­
miliarizarse directamente con los escritos priscilianistas de
primera mano. Entre las fuentes consultadas se encuentran:
el Commonitorium de Orosio y el Ad Orosium contra pris­
cillianistas et origenistas de san Agustín.
El 21 de julio del 447 León respondió a Toribio, obispo
de Astorga91, felicitándole por su celo pastoral en pro de la
fe. Su carta es una larga exposición de la fe católica y una re­
futación de los desviaciones gnósticas en las que había incu­
rrido el priscilianismo; se remite dividida en dieciséis capí­
tulos, precedida de un prólogo y completada con un epílogo
final; y, respetando la división por capítulos de Toribio, res­
ponde a cada uno de los errores.
León termina su escrito ordenando que se tenga un con­
cilio general de los obispos españoles. Para ello escribe una
carta (hoy perdida) a los obispos de las provincias Tarraco­
nense, Cartaginense, Lusitania y Galicia. Pero si el sínodo
no pudiese convocarse, que «al menos los obispos de Gali­
cia se reunan en grupo» para poner remedio a los graves
efectos que ha causado la herejía priscilianista. Lo han de
convocar Idacio, Ceponio y Toribio92• Tenemos constancia

la PL 84 (745-754) en una edición que publicó F. A. González depen­


diendo de la Collectio Canonum Ecclesiae Hispanae; en Mansi, Sacrorum
conciliorum nova et amplissima collectio V, Graz 1 960, y B. VOLLMANN,
Studien zum Priscillianismus, St. Ottiliem 1965, pp. 122-38.
91. Cf. La ciudad de Astorga fue la sede de los obispos Simposio y
Dictinio, dos seguidores del priscilianismo.
92. Acerca de su celebración o no, los historiadores se dividen. A
favor se encuentran P. DE LUIS, «Toledo» en DPAC, pp. 2 129-2133 y J.
A. DE ALDAMA en El símbolo Toledano l, Roma 1 934. Como pruebas
aducen el discurso de apertura del obispo Lucrecio en el concilio de
Braga (561) donde textualmente se lee: «los obispos de las provincias Ta­
rraconese y Cartaginense, los lusitanos y los béticos, celebraron un con­
cilio y redactaron un símbolo de la fe contra la herejía priscilianista; lo
58 INTRODUCCIÓN

de que se envió la carta de san León -o bien se redactaron


una serie de proposiciones sacadas de ella- para que los
obispos la firmaran.
Durante todo un siglo, la Iglesia gallega hubo de luchar
en dos frentes: contra el arrianismo de los suevos y contra el
priscilianismo, que gozaba aún de buena salud por el apoyo
incondicional de algunos obispos.
Mucho se ha discutido acerca del influjo de la carta de
san León en el Libellus in modum Symboli de Pastor, obis­
po de Palencia, también conocido como Símbolo del 1 Con­
cilio de Toledo". Esta fórmula, según parece, la redactó el
obispo palentino para el concilio celebrado en la misma ciu­
dad de Toledo en el año 447, como respuesta a la petición de
la carta de León en julio de ese mismo año. La fórmula ven­
dría a ser una versión larga, o segunda versión, de las Actas
del I Concilio de Toledo, en el que va exponiendo, en forma
de «Credo», la fe católica. El interés viene suscitado porque
la carta de san León se encuentra entre las fuentes del citado
Símbolo, que ha pasado a la Historia de la Dogmática por
ser el primero en emplear el término Filio que". Parece

enviaron a Balconio, prelado entonces de esta iglesia bracarense, y, dado


que tenemos aquí entre las manos el mismo ejemplar de la fe tal como fue
redactada con sus capítulos, sea leído para instrucción de los que la igno­
ran». Julio Campos, se inclina a admitir que se celebraron dos concilios:
el general en Toledo y el provincial en Galicia (cf. La epístola antiprisci­
lianista de san León Magno en Helmántica 13 (1962) pp. 269-308). Por el
contrario, otros historiadores, apoyándose en el silencio de la Crónica de
Hidacio y en la ausencia de actas conciliares, niegan la celebración del
concilio. M. Sotomayor, después de presentar el status quaestionis, se de­
canta a favor de la celebración deJ concilio en la ciudad de Toledo; cf. op.
cit., pp. 254-256.
93. Cf. DSch. 188-208; Dz 19-38. Cf. A. DE ALDAMA, El símbolo to­
ledano !, Roma 1934.
94. A. HAMMAN, así lo indica: «El Libellus es el primer testimonio
del «Filioque» y profesa con gran nitidez la distinción de las tres persa-
INTRODUCCIÓN 59

obvio que preparándose el símbolo para un concilio ordena­


do por san León, teniendo una precisa doctrina teológica
expuesta en sermones y un documento tan clarificador
como la citada carta, se hiciese uso de ella. Pero el argumen­
to más decisivo es la semejanza entre la formulación de al­
gunas de las claúsulas del Símbolo del obispo Pastor y la
carta de León".
Para nosotros, el punto interesante es saber si el obispo
Pastor tomó la fórmula teológica a Patre Filioque de León
Magno. Aparece en varios de sus sermones96• En la carta se
dice del Espíritu Santo que procede de ambos97• La decidida
intervención de León en la cuestión antipriscilianista, su au­
toridad como pontífice y las grandes semejanzas entre
ambos textos, «hacen sólidamente probable la hipótesis de
que Pastor se inspiró en la carta de san León para formular
la procesión del Espíritu Santo con el término a Patre Filio­
que procedens98•
El gran mérito de la carta de san León fue precisar con
nitidez los errores dogmáticos y morales del priscilianismo
y refutar con argumentos sólidos esos mismos errores. El,
con su carta, fue el que marcó la pauta que siguió posterior-

nas divinas en la Trinidad». Cf. Escritores de las Galias y de la Península


Ibérica en op. cit., p. 682; ]. N. p. KELLY lo corrobora: «... parece que
donde primero apareció la doble procedencia del Espíritu en sus textos
fue en España, en una serie de profesiones locales dirigidas contra la he­
rejía priscilianista» en Primitivos Credos cristianos, Salamanca 1 980, p.
427 y E. ROMERO POSE lo afirma: «[Pastor] fue el primero en utilizar el
término Filioque» en Pastor, DPAC, p. 1 708.
95. J. Ruiz-Goyo, presenta en columnas paralelas las grandes seme­
janzas en las redacciones de Ja Carta y del Símbolo. Cf Carta dogmática
de san León Magno a santo Toribio, obispo de Astorga en Estudios Ecle­
siásticos 15 (1936) pp. 367-379.
96. Cf. Serm. 75,3; PL 54, 401; Serm. 77,6; PL 54, 415.
97. Lat.:«de utroque processit��>: ep. 15, l.
98. Cf. }. RUIZ-GOYO, op. cit., p. 378.
60 INTRODUCCIÚN

mente el I Concilio de Braga (561), que no hizo sino resu­


mir la admirable carta del gran papa del siglo V. La segunda
asamblea, convocada en Braga (572) bajo la presidencia de
san Martín, pudo afirmar: «por la gracia de Cristo, en esta
provincia, no hay ningún problema acerca de la unidad de la
fe». Con este concilio, se puede decir que «murió» el prisci­
lianismo.

2. CARTA 28: EL TOMUS AD FLA VIANUM

El Tomus no aporta ningún elemento nuevo a la fe que


la Iglesia ha confesado desde siempre. Unicamente se limita
a ofrecer una síntesis cristológica acerca de la doble natura­
leza de Cristo y la unicidad de persona, motivada por la im­
periosa necesidad de dar respuesta a las doctrinas heréticas
que ponían en duda o negaban la fe de la Iglesia. León, es­
cribiendo a Flaviano, aprueba y justifica la sentencia que el
concilio provincial de Constantinopla (448) ha pronunciado
sobre Eutiques. No es una definición cristológica, sino una
exposición de la fe de la Iglesia. Tanto es así que el Tomus,
después del concilio de Calcedonia, ha sido considerado
como una regla de fe eclesial, en Occidente y en Oriente,
pues ha sido «el único texto latino que ha influido de verdad
en la teología oriental''•.
Ahora bien, el papa León no es un especulativo100• Sir­
viéndose de términos precisos, pretende manifestarse con

99. M. SIMONETII, Il Cristo, Il: Testi teologici e spirituali in lingua


greca da! IV al VII seco/o, Milano 1986, p. 419, tomado de A. AMATO,
Jesús el Señor, Madrid 1998, p. 246.
100. <�<No hay que buscar en la carta a Flaviano la abundante doctri­
na de Cirilo de Alejandría o de Teodoreto, menos aún la escolástica de
León de Bizancio. No existe, ni siquiera, una definición de naturaleza o
de persona. San León toma prestados sus argumentos del Símbolo bautis-
INTRODUCCIÓN 61

claridad; en forma de antítesis, se expresan mejor los dos


polos -humano y divino- del misterio de Cristo.
Si hemos de creer a Gennadio10 1 , Próspero de Aquitania
intervino directamente en la redacción del Tomus, sin em­
bargo encontramos notables diferencias estilísticas (la len­
gua del galo es menos correcta que la de León; su estilo es
menos expresivo e incisivo; su ritmo es más lento y son fre­
cuentes las claúsulas irregulares) y teológicas. Próspero pa­
rece haberse limitado a la elaboración de un primer esquema
y a la selección de textos cristológicos, extractados y copia­
dos de los sermones del papa. A este cuerpo antepuso una
introducción, que cerró con una conclusión, y éste fue el es­
quema que presentó a León. El papa hizo suyo este docu­
mento, aprobando algunas variaciones de lenguaje que había
introducido su secretario (natura por substantia) y corri­
giendo lo que creyó oportuno, sobre todo, en lo referido al
estilo, pues el documento estaba destinado a leerse en públi­
co. León hizo del Tomus un documento personal, en el con­
tenido y en la forma.

a) Contexto antropológico y cristológico

Si quisiéramos fijar el punto de partida del debate cristo­


lógico, hemos de remontarnos a Nicea; pero la importancia

mal y de la Escritura. El quiere pruebas concretas y elementales. El no


pretende enseñar más que lo que él ha aprendido. No se puede decir que
su carta marque un progreso dogmático y teológico en lo referido a la
unión hipostática .. »; «no hay que pedir a san León consideraciones filo­
.

sóficas ... Los términos de naturaleza, esencia, persona, de los que cons­
tantemente se sirve para defender la fe contra Enriques, no se detiene ni a
definirlos ni a profundizarlos» P. BATIFFOL, Leon /, en DTC IX, col. 250
y 281.
101. Cf. GENNADIO De viris illustribus 84: CPL 957-959.
62 INTROOUCC!ÓN

del concilio del 325 para las cuestiones cristológicas sólo se


reconocerá a partir del conflicto con Nestorio. No obstante,
el paso a esta nueva problemática ya estaba preanunciado al
final de la crisis arriana por la aparición del apolinarismo, la
primera herejía cristológica. Ahora se entiende que la con­
troversia que tuvo que afrontar León Magno no se centrara
en defender la plenitud de las dos realidades en Cristo, divi­
na y humana, sino en explicar el modo de unión de Dios y
el hombre en Jesucristo.
Los debates cristológicos del siglo V, antes de Calcedo­
nia, nos sitúan ante tres grandes tradiciones cristológicas:
alejandrina, antioquena y latina, que están relacionadas con
tres sedes episcopales: Alejandría, Antioquía/Constantinopla
y Roma, respectivamente. Todas ellas con características cris­
tológicas propias. El mayor baluarte con el que contará la
tradición latina será el papa León Magno. Las tres sedes en­
trarán frecuentemente en conflicto por asuntos político-reli­
giosos, expresión externa de profundas diferencias teológi­
cas, que en algunas ocasiones fueron auténticas divergencias.
En Oriente la problemática saltó por primera vez en el
Sínodo de Alejandría (362). La disputa entre los discípulos
de Apolinar derivaría en una controversia que se prolongó
hasta el 428, fecha en la que Nestorio fue elegido obispo de
Constaminopla, y que desembocaría en el concilio de Efeso
(431), primero, y Calcedonia (451), después.
Las dos tradiciones principales que se opusieron pueden
agruparse en el esquema alejandrino (Apolinar y Cirilo) y
antioqueno (Diodoro, Teodoro de Mopsuestia, Juan Crisós­
tomo, Nestorio y Teodoreto de Ciro).
Presentamos un resumen valorativo de dos cristologías ·

que a finales de siglo ofrecían unas características propias


muy marcadas.
El esquema fundamental de la cristología alejandrina se
resume en el Logos-sarx. Considera el momento en que el
Verbo se hace carne (encarnación in fieri). Se trata, por
INTRODUCCIÓN 63

tanto, de un esquema descendente. Su referencia bíblica


privilegiada es el evangelio de Juan y el himno de Flp 2, 6-
11, que expresa la «kénosis» del Verbo. De corte platoni­
zante (misticismo), cultivó más la exégesis espiritual y puso
mayor énfasis en resaltar la unidad de Cristo (cristología
unitaría).
El esquema de la Iglesia de Antioquía se expresa en el
Logos-anthropos. Considera al hombre Jesús en cuanto
«asumido• por el Verbo de Dios (encarnación in Jacto esse)
y analiza en su ser lo que es el «perfectamente Dios• y lo
que es el «perfectamente hombre». Sigue un esquema as­
cendente y su referencia bíblica más común son los evan­
gelios sinópticos. De acusada tendencia aristotélica (racio­
nalismo), se caracterizó sobre todo por una exégesis
histórico-literal y acentuó las dos naturalezas en Cristo
(cristología dualista).
Cada uno de los esquemas ofrece sus ventajas y sus lími­
tes. La ventaja de la escuela alejandría: le resulta fácil expli­
car la unidad de Cristo, en quien el Verbo se ha humanado
auténticamente. La comunicación de Dios a la humanidad
pasa por esta comunión humano-divina establecida en la
persona de Cristo. La valía del esquema antioqueno está en
que subraya la distinción entre la divinidad y la humanidad
y pone de relieve la condición humana de Cristo.
Los límites del esquema alejandrino se centran en cómo
explicar la distinción de naturalezas después de la unión.
Además, subraya poco la condición humana de Cristo, lle­
gando así a poner en duda o a oscurecer la existencia de un
alma humana en Cristo, por lo menos a no valorarla plena­
mente. Su peligro específico es el monofisismo, en sus dife­
rentes formas: Apolinar y Eutiques. Los antioquenos, sin
embargo, no pueden explicar fácilmente la unidad concreta
de Cristo, concibiendo la inhabitación del Logos en el
anthropos como una relación más moral que ontológica.
Prefieren el lenguaje de las dos naturalezas y su tentación
64 INTRODUCCIÓN

específica consiste en poner dos sujetos y en rechazar las


apropiaciones, como hará posteriormente Nescorio.
La escuela de Alejandría defiende un esquema de tipo
temporal, ya que considera el paso de un antes a un después:
el Verbo, apropiándose de una generación humana, se con­
vierte en el Verbo encarnado, en un solo Cristo e Hijo. Este
es el esquema que prevaleció en Efeso (43 1).
El esquema de Antioquía es de tipo «espacial•: conside­
ra a las dos naturalezas, divina y humana, en paralelo y
muestra cómo se encuentran unidas en la única persona de
Jesucristo, doblemente consustancial a Dios y a los hom­
bres. Este esquema, en parte, fue el que triunfó en el Conci­
lio de Calcedonia (451)'02.
La tradición latina está más cerca, en su lenguaje, de la
cristología antioquena, aunque históricamente, Roma, en los
conflictos con el Oriente, se alió más con las tesis de Alejan­
dría que con las de Antioquía. Si en Efeso, los legados roma­
nos se incorporaron al concilio de Cirilo de Alejandría, en
Calcedonia, el Tomus ad Flavianum será el intento por tra­
zar una vía intermedia entre las dos cristologías. La cristolo­
gía latina abarca desde Tertuliano103 hasta León Magno y de-

t 02. Incluso hoy las dos escuelas son valoradas como necesarias:
«ambas perspectivas son esenciales para captar la identidad de Jesucristo,
tal como la profesa la fe eclesial... eran voces diversas, pero convergentes
al servicio de la única verdad cristiana. El pensamiento patrístico fue ver­
daderamente una gran sínfonía de pensamiento y de vida». Cf. JUAN
PABLO II, Los Padres de la Iglesia, gran elemento de unidad entre Orien­
te y Occidente, en Ecclesia, 2803-04 (1996), p. 24.
103. La principal contribución del Mricano a la teología se sitúa en
la cristología. Algunos de sus términos (propietas, inconfuse, immutabi­
liter) y expresiones (duae naturae una persona) han pasado a la termino­
logía cristológica para siempre. El fue el primero en emplear el termino
persona, aunque con él no pretende todavía significar el concepto meta­
físico de persona: una única hipóstasis subsistente en dos naturalezas, sin
embargo sí afirma claramente las dos naturalezas en la única persona de
INTRODUCCIÓN 65

fiende un esquema dualista. Sin embargo, la tradición latina


no alcanza la originalidad ni el carácter orgánico de las dos
tradiciones orientales que acabamos de ver. No obstante, hay
que colocarla en medio de las dos. Por una parte, subraya la
distinción de las dos naturalezas'" y, por otra, asumiendo la
cristología alejandrina, reconoce la communicatio idioma­
tum105. Esta observación hecha para la tradición latina vale
también para León Magno. En La teología del Tomus la pre­
sentaremos en detalle.

Cristo: «Vemos claramente la doble condición que no se confunde, sino


que se une en una sola persona: Jesús, Dios y hombre» (Adv. Prax., 27).
No hay trasformación de la divinidad en humanidad, ni tampoco una fu­
sión o combinación que habría hecho de las dos una única sustancia. En
estas expresíones pueden reconocerse fórmulas del concilio de Calcedo­
nia (451). Ahora bien, sería falso pensar que los Padres griegos no vinie­
ron a Calcedonia más que para aprobar la fórmula cristológica del papa
León. La pregunta que nos hacemos es: ¿en qué autores se ha inspirado
el papa León y qué terminología ha asumido de cada uno de ellos? Pare­
ce que la fuente primera y principal de ciertos pasajes del Tomus es Ter­
tuliano. R. CANTALAMESSA discrepa de tales atribuciones. La teología
-según él- no es cuestión de fórmulas solamente) ni la elección de unos
términos o unas palabras) incluso en las épocas, como es precisamente las
de las grandes controversias cristológicas precalcedonenses) en las que
todo el interés parece concentrarse en una fórmula o en un término.
Después de estudiar la expresión una persona in duabus naturis, que
León toma prestada de Agustín, concluye que tales fórmulas cristológi­
cas brotan de «la herencia» que Tertuliano ha legado a Occidente, quien
en su lucha contra los docetistas, aquilató una convicción muy lúcida y
muy profunda acerca de la naturaleza humana del Salvador, inaugurando
entre los latinos esta tradición cristológica, eminentemente duofisita, que
a traves de Agustín y de León, marcó profundamente la definición de
Calcedonia. Cf. Tertullien et la formule chistologique de Chalcédoine en
SP 9 [TU 94] pp. 139-150.
104. Cf. B. STUDER, Consubstatialis Patri-Consubstantialis matri, en
Re11ue des Etudes Augustiniennes 18 (1972), p. 87-1 15.
105. A. GRILLMEIER, op. cit., p. 846-850.
66 INTRODUCCIÓN

b) Nestorio y Eutiques

Las dos herejías cristológicas del siglo V, han quedado


significados en las personas de Nestorio (nestorianismo o
duofisismo) y Eutiques (monofisismo)106• A pesar de las he­
ridas aún no cicatrizadas, cuyas divisiones llegan todavía
hasta nuestros días, la controversia supuso un paso adelante
en la cristología, a la que siguió una formulación católica de
la misma. El comienzo de la controversia puede señalarse en
el momento en que Nestorio sube a la cátedra episcopal de
Constantinopla (428) y empieza a predicar, provocando en
poco tiempo un scandalum oecumenicum107• El nuevo obis­
po encontró una comunidad dividida a propósito de la de­
signación de ewtóxo<;. Al llegar a Constantinopla intervino
en las discusiones que ya estaban en curso entre los que sos­
tenían la posibilidad de aplicar a María el término Madre de
Dios y los que, oponiéndose, se inclinaban más bien por la
expresión Madre del hombre (&.veQwJtotóxo<;). Nestorio re­
chazó estos dos términos contrapuestos y propuso una so­
lución intermedia, con la expresión Madre de Cristo
(XQLototóxo<;). Este incidente inicial resume la visión cristo­
lógica de Nestorio. Antioqueno, reaccionó siempre contra
la cristología de Arrío y de Apolinar, preocupado de que no
se confundieran las naturalezas divina y humana en Cristo.
Su preocupación se centra en mantener la humanidad plena
de Cristo. Por eso rechaza toda apropiación de las realida­
des de la humanidad al Verbo, deslizándose en un lenguaje
que lleva a pensar en dos sujetos en Cristo, uno divino y

106. Un resumen de ambas cristologías, acompañadas de numerosos


textos, la encontramos en TH. CAMELO!, De Nestorius a Eutychi!s. L 'op­
position de deux christologies en A. GRILLMEIER, Das Konzil von Chal­
kedon l, Würzburg 1951, pp. 21 3-242.
107. CTRILO DE A., Ep. 2 ad Nestorium.
INTRODUCCIÓN 67

otro humano, íntimamente ligados entre sí por un vínculo


de inhabitación. De este modo introduce una separación
entre el Verbo y la humanidad de Cristo y pone en discu­
sión la comunicación real entre Dios y la humanidad. Niega
que sea su intención dividir a Cristo en dos Hijos e insiste
en la conjunción de las dos naturalezas en una sola persona,
que representa lo que es común a la una y a la otra. Pero
esta vinculación no le libra de la sospecha de dividir a las na­
turalezas. Cirilo en la segunda carta a Nestorio, carta que
después fue aprobada por el concilio de Efeso, hace un co­
mentario detallado del Símbolo de Nicea y exhorta a Nesto­
rio a adherirse a su contenido108• Cirilo defiende el concep­
to de la unión «según la hipóstasis», unidas en un único
sujeto. Por consiguiente, se pueden atribuir al Logos tam­
bién las propiedades de la humanidad, en conformidad con
el uso de la communicatio idiomatum. La unidad de Cristo
se hace en la hipóstasis del Verbo, de manera que no hay
más que un solo sujeto subsistente. El Verbo asume un
nuevo modo de subsistir y de existir: un modo humano. La
relación de su hipóstasis con su naturaleza humana es del
mismo orden que su relación con su naturaleza divina. Con
esta explicación Cirilo ha acuñado el primer término de lo
que llegará a ser la fórmula cristológica de Calcedonia: la
unión según la hipóstasis o la unión hipostática.
Con el fin de restablecer la paz, el emperador Teodosio
convocó un concilio en Efeso. Al finalizar este concilio se
redactó una profesión de fe cristológica (muy problable­
mente elaborada por Teodoreto de Ciro ), moderada y de
gran valor, que reconocía a la Virgen como Theotokos109• El

108. Ep. 4: Apéndice ep. 165, XXX.


109. CPG 8848, 8851 y aparece recogida en la correspondencia de
Teodoreto de Ciro, sin la última parte referida a la Theotókos, ep. 151:
PG 83, 1420A.
68 INTRODUCCION

texto de este documento es ya casi la fórmula de unión de la


primavera del 433. El concilio de Efeso no promulgó nin­
gún símbolo propio, sino que hizo de la segunda carta de
Cirilo la expresión de fe acorde con Nicea. Tras el retorno
de los obispos a sus sedes, se entablaron una serie de nego­
ciaciones que hacen que el verdadero epílogo de Efeso se
sitúe en el 433. Ya se habían calmado los ánimos y habían
actuado varios intermediarios para hacer posible una recon­
ciliación entre Juan de Antioquía y Cirilo, que se logró
cuando Juan envió una carta al alejandrino1 1 0, en la que in­
sertaba una declaración de fe1 1 1 , doblemente importante,
porque recogía casi literalmente la elaborada por el «conci­
lio• en el 431, y porque sirvió de matriz a la futura defini­
ción de Calcedonia. Cirilo acepta la Fórmula de unión que
copió íntegramente en su carta de paz dirigida al antioque­
no1 1 2, con lo que reconoce autenticidad a una teología que
no corresponde exactamente con la suya, pues habla de dos
naturalezas después de la unión y no utiliza el término hi­
póstasis.
Pasaron veinte años entre Efeso y Calcedonia, no exen­
tos de hostilidades. Por el año 440, aparece Eutiques1 13, que

1 10. Aparece recogida en la correspondencia de CIRILO, ep. 78: PG


77, 169-1 73; ACO !, 1/4, 9.
1 1 1. La teología posterior le ha dado diferentes nombres para refe­
rirse a ella: Fórmula de unión a. Collantes y Dz en la nota que precede
al 142a), Ada de unión del 433 (B. Sesboüé), Símbolo de unión (P. Smul­
ders en MS III/1) o indistintamente Fórmula de unión y Símbolo de
unión (A. Grillmeíer). Nosotros, en nuestro estudio, nos referiremos
siempre a eHa con el término Fórmula de unión. Cf. Apéndice: Fórmula
de Unión.
1 12. C!RILO DE ALEJANDRÍA Ep. 39, tambien llamada Laetentur
coe/i: PG 77, 173-181; ACO !, 114 15-20; CPG 5339, 8848.
1 13. La mejor biografía y sintesis doctrinal del archimandrita -bien
documentada. muy equilibrada y sin partidismos- la presenta M. JUGIE,
Eutyches et Eutychianisme. en DTC V/2, col. 1582-1609.
INTRQl)UCCIÓN 69

parece ser el personaje del que se ocupa Teodoreto de Ciro


en su obra Eranistes o el Mendicante. Había sido amigo y
partidario de Cirilo en tiempos de Efeso. Su fidelidad a las
fórmulas cirilianas era demasiado estrecha, sin tener en
cuenta el reconocimiento que éste había hecho en la Fórmu­
la de unión, ni la apertura en la última época hacia unas ex­
presiones más cercanas a la cristología de Antioquía. Sobre
la fórmula «en una sola hipóstasis y en un solo prósopon114»
todavía pesaban numerosas reservas, pues aún no se distin­
guía con claridad hypóstasis y physis. Eutiques confiesa
abiertamente que Jesucristo es Dios perfecto y hombre per­
fecto. Lo explica diciendo que el Verbo de Dios descendió
del cielo sin carne y se hizo carne en la plenitud de los tiem­
pos, en el vientre de la virgen María; de ahí deduce que el
que es Dios perfecto desde la eternidad es también y por
nuestra salvación hombre perfecto. Para mostrar que su
pensamiento tiene pretensiones ortodoxas, no duda en con­
denar a Nestorio, a Apolinar, a los valentinianos, a los ma­
niqueos y a todos los que afirman que la carne del Señor
descendió del cielo, renegando así de todas las herejías pre­
cedentes, aunque sean tan diversas y distintas como las que
descalifica. Eutiques presenta las características del Verbo de
Dios •antes de la unión» y «después de la unión». En el pri­
mer tiempo, antes de la unión de la divinidad y la humani­
dad existían las dos naturalezas: el Verbo de Dios y la carne
que asumió de la virgen María. El Verbo se hizo carne en el
útero de la Virgen de la misma carne de la Virgen. María vir­
gen engendró al Verbo según la carne, es consustancial con
nosotros, pero no es consustancial con la naturaleza huma­
na de su Hijo, que no tomó de ella carne consustancial a la
nuestra ni de la materia humana. El distingue entre corpus
hominis y corpus humanum. En la teología de Eutiques se

1 14. Cf. Ep. 28, nota 84.


70 INTRODUCCIÓN

oponen «un cuerpo humano• a «una carne consustancial


con nosotros». Conviene advertir que cuando Eutiques
habla de la naturaleza antes de la encarnación, lo hace por
razones de claridad expositiva; sería un error pensar que de­
fiende una preexistencia de la humanidad de Cristo antes de
la unión o que no se hubiese verificado en el primer instan­
te de la concepción.
En el segundo momento, después de la unión, una vez
que el Verbo se hizo carne, Cristo no tiene dos naturalezas;
no es el subsistente de dos naturalezas. No niega la unión de
las dos naturalezas; lo que rechaza es que existan inconfusas
y unidas bajo una subsistencia hipostática después de la
unión. Si una es la persona, una debe ser la naturaleza, que
reuniría las propiedades humanas y divinas conjuntamente.
El f.1La <Púm; de Cirilo fue tan mal interpretado por Euti­
ques, que no ve otra manera de conciliar la unión hipostáti­
ca en Cristo. El nacido de santa María virgen, a pesar de su
única naturaleza, es Dios perfecto y hombre perfecto, una
persona y también una naturaleza que no podía ser consus­
tancial a la nuestra, subrayando sobre todo el cuerpo y la
carne que asumió de la Virgen. De ahí deriva la única vo­
luntad de la única naturaleza, ambas divinas, y por eso la
imposibilidad que Cristo fuese consustancial con nuestra
naturaleza. Eutiques y Apolinar han llegado a las mismas
conclusiones, pero por caminos diferentes. De hecho en el
Sínodo de Constantinopla (448) se le condenó como apoli­
nansta.

e) Teología del Tomus

El Tomus, documento cristológico que no pudo ser


leído en Efeso y que tendrá una importancia decisiva en la
definición de Calcedonia, es una exposición de cuño típica­
mente latino. León en su modo de razonar teológico, sigue
INTRODUCCIÓN 71

un esquema deductivo: pretende especular lo menos posible,


formular con nitidez los aspectos de la tradición, trazar una
vía media entre nestorianismo y monofisismo, entre Alejan­
dría y Antioquía y responder esencialmente a las conse­
cuencias soteriológicas derivadas de la Encarnación. Este es­
tilo, que se complace en alternancias simétricas, valiéndose
de la antítesis, era perfectamente adecuado para subrayar la
diferencia de las naturalezas, naturalezas que Eutiques redu­
cía a una única naturaleza después de la unión, aunque, bien
es verdad, que León, muchas veces reducía frecuentemente
el error eutiquiano a una forma de docetismo, pues, la ab­
sorción de la naturaleza humana en la naturaleza divina la
entendía como la negación de un verdadero cuerpo en Cris­
to. La conversión de la divinidad en carne, la confusión o
mezcla de naturalezas, condenada explícitamente en Calce­
donia, es entendida siempre como una eliminación de la na­
turaleza humana. Y, así, todos los textos de la Escritura de
los que se sirve son citas probatorias de la realidad humana
del Verbo concebido en el seno de la Virgen y muerto sobre
la cruz 11 5• León sitúa la verdad entre dos errores extremos,
entre los que se desarrolla la tradición latina: el adopcionis­
mo y el docetismo. Esta manera de presentar la herejía nos
lleva a precisar: el duofisismo de León está planteado para
salvaguardar la realidad y la integridad de una y otra natu­
raleza, «porque haber asumido la una sin la otra no aprove­
chaba para la salvación1 1 6». En esta misma línea leemos en el
Tomus: «En este misterio de fe, ese Eutiques, ha de ser teni­
do como demasiado ignorante, él, que no reconoció nuestra
naturaleza en el Unigénito de Dios, ni por la humildad de su
mortalidad ni por la gloria de su Resurrección, y no temió la
expresión del bienaventurado apóstol, del evangelista Juan

1 15. Cf. Mt 1, 1; Rm 1-3; Le 1, 25; 1 Jn 1, 7; 1 Jn 5, 4-8.


1 16. Ep. 28 nota 72.
,
72 lNfRODUCClÓN

que dice: Todo espíritu que confiesa a jesucristo venido en


carne, es de Dios; y todo espíritu que no confiesa a Jesús, no
es de Dios; ése es el anticristo117• Pero ¿qué es dividir a Jesús
sino separar su naturaleza humana y vaciar el misterio por el
cual hemos sido salvados, oscureciendo con vergonzosísi­
mas elucubraciones lo que se refiere a la naturaleza del cuer­
po de Cristo?118». El mismo principio que lleva a León a
salvaguardar, junto con la humanidad, la dualidad de natu­
ralezas, le lleva a salvaguardar la unidad de la persona, ésa
que posee las dos naturalezas y la que obra en ellas. La doc­
trina cristológica del Tomus gira en torno a dos ejes: las dos
naturalezas y la única persona.
Dejando a un lado el saludo y el epílogo (ep. 28, 6), po­
demos dividir la cana en 4 partes:
a) Doctrina del Símbolo bautismal y testimonios de la
Escritura.
b) Las dos naturalezas.
e) Las propiedades de cada una de las naturalezas.
d) L a communicatio idiomatum, consecuencia de la
unión de las dos naturalezas en una Persona.
Las secciones b) y e) presentan la cristología de León.
En ambas se sigue un mismo esquema: l. Asunción de la na­
turaleza humana por el Verbo, es decir, Encarnación y naci­
miento humano del Verbo; y 2. Coexistencia de dos natura­
lezas en una misma persona.
La primera sección, nos ofrece en el Símbolo bautismal
el resumen más simple del nacimiento humano del Verbo, al
que acompaña con textos de la Escritura para insistir en la
realidad y la verdad de la humanidad del Hijo de Dios en­
carnado. Este entreveramiento de ideas en León no hace
sino manifestar su modo de argumentar: si el Verbo tiene

1 1 7. 1 Jn 4, Z-3.
1 18. Ep. 28, 5.
INTRODUCCIÓN 73

una verdadera naturaleza, ha nacido verdaderamente de la


Virgen, de la que ha tomado una verdadera carne, al contra­
rio que Eutiques, que «habla engañosamente hasta llegar a
decir que el Verbo se hizo carne como si tuviera forma de
hombre y, engendrado en el seno de una virgen, no tuviera
la realidad del cuerpo de su madre1 19». Y la concepción vir­
ginal no impide en nada la realidad de este nacimiento y de
esta carne, preservada de la participación en el pecado, por­
que si la fecundidad viene a la Virgen del Espíritu Santo, la
realidad del cuerpo viene a Cristo del cuerpo de su Madre.
Esta doctrina la presenta como un comentario del Símbolo
Romano, cuya autoridad le parece suficiente para resolver el
problema: «con estas tres afirmaciones (los tres primeros ar­
tículos) se destruyen las maquinaciones de casi todos los he­
rejes110».
La doctrina de los dos nacimientos es una constante en
León Magno, al igual que en la tradición latina. Con ella
quiere remarcar la unidad de Cristo, como una continuación
de la unidad del Verbo. El que es el sujeto de los dos naci­
mientos, es también el que existe en las dos naturalezas y
éste no es otro que la persona del Verbo. El dirá que «al
creer en Dios, Todopoderoso y Padre, queda patente que el
Hijo es coeterno con el mismo Dios, no diferenciándose en
nada del Padre, porque es Dios de Dios, Todopoderoso de
Todopoderoso; nació coeterno del Eterno; no es posterior
en el tiempo ni inferior en poder, ni desigual en gloria, ni di­
visible en su esencia. El mismo Hijo, Unigénito del eterno
Padre, siendo eterno, nació del Espíritu Santo y de María
Virgen. Este nacimiento temporal no menoscabó en nada a
aquel nacimiento divino y eterno, ni nada le añadió 1 21 » .

1 19. Ep. 28, 2.


120. lb.
121. lb.
74 INTRODUCCIÓN

León ve en la concepción humana del Verbo, su Encarna­


ción, atribuyendo el doble nacimiento -el divino y el huma­
no-- a un mismo sujeto: al Hijo de Dios. Nada subraya tanto
la identidad del que nace de María y del que, siendo Hijo
eterno del Padre, se encarna, como la unión -conceptual- de
la Encarnación y del nacimiento humano del Verbo. Y nada
destruye más radicalmente esta identidad, que la defensa de
una autonomía ontológica de la naturaleza humana.
La doctrina de las dos naturalezas está presentada como
una consecuencia de la de los dos nacimientos del Verbo,
aunque en esta sección cambia de tono, y su lenguaje se hace
más dualista. La entrada del Verbo en el mundo por su na­
cimiento de la Virgen hace visible al Invisible, pasible al Im­
pasible, haciendo de esta verdad el centro de su cristología.
Su verdadera preocupación es salvaguardar la naturaleza hu­
mana de Cristo, ésa que Eutiques negaba, al considerarla
asumida por la divinidad. Cuando León habla de dos natu­
ralezas, insiste ante todo en lo específico de ambas, en la
permanencia y la plenitud de sus atributos, muy especial­
mente en la realidad y en la integridad de la naturaleza hu­
mana. En este sentido afirma «salvado lo específico de una y
otra naturaleza [divina y humana] y uniéndose a una única
persona, la humildad fue asumida por la majestad, la debili­
dad por la fortaleza y la mortalidad por la eternidad. Para
pagar la deuda de nuestra condición, la naturaleza invulne­
rable se unió a una naturaleza capaz de sufrir122». Considera
a las naturalezas como dos sustancias, en el sentido latino de
esencias, no en el griego de hypóstasis.
En el Tomus difícilmente vamos a encontrar una defini­
ción de persona. Cuando se ha partido de la idea de que el
Hijo de Dios que fue engendrado del Padre y que nació de
la Virgen, es el mismo, «unus idemque», basta con dar a éste

122. Ep. 28, 3.


INTRODUCCIÓN 75

el nombre de persona, para que la única persona que subsis­


te en las dos naturalezas, aparezca como la del Verbo
mismo, encarnado en la naturaleza humana. Cuando León
afirma: «en una integra y perfecta naturaleza de hombre
verdadero, nació Dios verdadero, completo en las cosas di­
vinas, completo en las cosas nuestras» está sirviéndose de
una distinción, sin que la teología haya clarificado los con­
ceptos tal como los entendemos hoy, entre Dios significado
como naturaleza (natura divina) y Dios significado en lo
concreto (Dios). No es la naturaleza de Dios la que nace en
la naturaleza humana; es Dios, in concreto, el Dios eterno
existiendo en su naturaleza, el que nace en el tiempo en otra
naturaleza, en la humana, por la que se hace hombre, sin
dejar de ser Dios. Este que es Invisible y Creador, es el que
se ha hecho uno de nosotros por exinanitio. Natemos que
Dios une la nueva naturaleza a su naturaleza eterna, no para
cambiarla, sino para unirlas sin confusión, sin división en la
única persona. Pero mientras que en la perspectiva del
Verbo que se encarna, parece que León designa a la persona
del Hijo de Dios que no cambia haciéndose hombre, en la
perspectiva de la permanencia de las dos naturalezas y de su
inseparable unión, este unus et idem parece ser una persona
común a las dos naturalezas, constituida por la una y la otra.
No solamente una y otra conservan sus propiedades, sino
que también, en la persona, cada una está en comunión con
la otra, inseparablemente unida a la otra y acompañada por
la otra, hasta en las menores operaciones de su obrar. La
persona de Cristo es un todo que incluye a las dos naturale­
zas, común a una y a la otra, en el que se unen tan estrecha­
mente que ponen en común sus propiedades sin que ellas
cambien de naturaleza. Las humillaciones son comunes a las
dos naturalezas y la gloria también. Las acciones de cada
una son las de las dos juntas. Así pues, la unidad de la per­
sona es presentada como una comunión constante de dos
naturalezas. Decir que las dos naturalezas poseen en común
76 IN"l'RODUCCIÓN

las propiedades, en León Magno, equivale a decir que una


sola persona las posee en una y en otra. La persona no es
para él una entidad sobreañadida a las naturalezas, sino el
ser uno y el mismo que las posee, afectado por lo que suce­
de a cada una de ellas; Hijo de Dios por una de ellas, hijo
del hombre por la otra; completamente Dios y completa­
mente hombre, viviendo las cosas divinas con su naturaleza
humana y las cosas humanas con su naturaleza divina. No es
la teología del homo assumptus, ni tampoco la del Dios
hecho hombre, sino la de un concurrir las dos naturalezas
en una sola persona: la de Jesucristo. Es evidente que si la
persona de Cristo puede ser llamada Hijo de Dios, nombre
de la segunda Persona de la Trinidad en razón de su natura­
leza divina, ésta no es otra Persona distinta de la de Jesús,
nacido de María virgen. La preocupación de León: mante­
ner la plena integridad de la naturaleza humana, y tiende a
presentarla en igualdad con la divina en la constitución de la
persona de Jesucristo, una igualdad que hay que entender en
el sentido de Calcedonia: «Jesucristo es verdadero Dios y
verdadero hombre». No esperemos en León precisiones
mayores acerca de la noción de persona, como tampoco de
naturaleza. La naturaleza, es lo que es propio a cada ser y se
manifiesta por sus atributos, cualidades y operaciones, es lo
que la distingue de los otros seres, no tanto individual y nu­
méricamente como cualitativamente. Lo que no podremos
perder nunca de vista es la idea que hilvana la cristología de
León: el único y el mismo Hijo de Dios, el mismo que es
Dios, Hijo del Padre, es hombre, hijo de María. La expre­
sión «el mismo» nos obliga a buscar hasta lo más profundo
del ser existente, lo que le hace ser El y no otro. El nombre
de persona era el más apto para designar este centro de uni­
dad. Ahora bien, muy lejos está León de elaborar una meta­
física de la persona a partir del dogma que nos define a Je­
sucristo como una persona con dos naturalezas, pero
ciertamente el concepto de persona distinto del de naturale-
INTRODUCCIÓN 77

za no existía en la filosofía griega y tuvo que ser inventado


por exigencias de la fe. Gran mérito debemos a León en la
concreción de la única persona de Jesucristo como sujeto al
que se le atribuyen las acciones de las dos naturalezas.
León presenta íntimamente unidos el misterio de la En­
carnación del Verbo y la finalidad soteriológica que éste ad­
quiere. Le gusta en su obra dividir las afirmaciones soterio­
lógicas aplicadas a Cristo en cuanto Dios y a Cristo en
cuanto hombre. Como verdadero Dios, el Señor realizó sus
milagros; como hombre tomó sobre sí los sufrimientos123•
Dios vino a obrar como hombre y a morir por nosotros.
Tales consideraciones están en relación directa con la afirma­
ción de la doble consustancialidad en Cristo 1 24• Para León
esta doble consustancialidad significa tanto unidad como
igualdad, tanto unión como semejanza: Cristo obra lo que es
divino por el hecho de estar totalmente de parte de Dios,
mientras que obra y sufre lo que es humano por el hecho de
haberse solidarizado totalmente con los hombres. Sólo Cris­
to, en cuanto Verbo Dios, podía traernos la salvación: reve­
larnos al Padre y vencer la muerte y el pecado 125; sólamente
como hombre podía anunciar a Dios a los hombres de ma­
nera adecuada; sólamente como hombre podía darles ejem­
plo de paciencia y de humildad, podía salvar a los hermanos
de su debilidad y revestir su inconstancia y su miedo con su
poder, pero, sobre todo, sólamente como hombre podía
morir y sólamente como descendiente de Adán podía sufrir
la muerte por su descendencia; sólo como hombre podía
mostrar que los horrores de la muerte habían sido vencidos
y que los hombres podían esperar la gloria divina126•

123. Cf. Ep. 28, 4; serm. 34, 3.


124. Cf. Ep. 31, 2.
125. Cf. Ep. 59, 3.
126. lb.
78 INTRODUCCIÓN

3. LAS DEMÁS CARTAS

Una vez que León ha publicado el Tomus, todos sus


desvelos se encaminarán a difundirlo y darlo a conocer. En
este empeño no escatimará ningún esfuerzo. Cambiarán los
destinatarios, pero no la teología. De este modo, las restan­
tes cartas que publicamos se circunscriben dentro del
mismo contexto histórico, de las mismas coordenadas teoló­
gicas y responden a un mismo fin: la difusión de lo ya dicho
en el Tomus.
Si alguna particularidad histórica o teológica ofrecieran,
hemos optado por reseñarla en nota, porque el gran hito
cristológico en el Epistolario leoniano lo constituye la
Carta que envió a Flaviano, y que acabamos de tratar.
León Magno
CARTAS CRISTOLÓGICAS
CARTA 151
LEÓN, OBISPO, SALUDA A TORIBIO, OBISPO '

Prólogo

¡Qué admirablemente te has conmovido en defensa de la


verdad de la fe católica y con qué celo ofreciste la consagra­
ción de tu ministerio pastoral en ayuda de l a grey del

1. Más comúnmente conocida como «Epístola antipriscilianista».


Con ella, el papa León da respuesta, desde la verdad católica, a cada uno
de los aspectos heréticos que le ha planteado santo Toribio en su carta. Al
ocuparse de un movimiento tan complejo como el priscilianismo, no es
exclusivamente el aspecto cristológico, como ocurre en el resto de las car­
tas, el eje conductor. Aborda también otros temas convergentes: trinita­
rios, antropológicos, morales y ascéticos, pero, dado su alto valor teoló­
gico e histórico, hemos optado por publicarla íntegra, junto con las
restantes de temática cristológica.
2. Toribio fue elegido obispo de Astorga alrededor del 440-445. A él
se atribuye el traslado a España del Lignum crucis que hoy se venera en
el monasterio de santo Toribio de Liébana. Percibió que en Galicia no
sólo no había disminuido la influencia priscilianista en las iglesias, sino
que se había acrecentado notablemente. De hecho, había aún varios obis­
pos cuyo apoyo a la «causa priscilianista» era de todos bien conocido.
Ante esta situación, Toribio fue preparando un resumen de sus opinio­
nes, cotejando fuentes distintas, clasificando sus doctrinas bajo diversos
encabezamientos y redactando una réplica contra las mismas. Después
les envió este informe a Ceponio e !dacio, obispos de Galicia, y a Anto­
nio de Mérida, metropolitano de la Lusitania. Pero no contento Con ello,
escribió una carta privada (epistola familiaris) al papa León, acompañan­
do copias de su memorándum (commonitorium), donde había recogido,
82 LEÓN MAGNO

Señor!, como me lo muestran los escritos de tu fraternidad',


que tu diácono• nos ha entregado, en los que te ocupaste de
comunicar, para conocimiento nuestro, que, en vuestras re­
giones, la enfermedad del error se ha propagado sobre los
restos de una antigua epidemia. La exposición de tu carta5,
la serie de instrucciones' y el texto de tu opúsculo hablan de
que la maloliente basura de los priscilianistas ha vuelto a
brotar entre vosotros. Pues no hay inmundicia alguna en el

en dieciséis proposiciones, los errores advertidos en los libros apócrifos,


y de su opúsculo (libellus), donde se refutaban las desviaciones doctrina­
les. Hoy sus restos descansan en el monasterio del valle de Liébana
(Cantabria) que lleva su nombre y su memoria se celebra en la iglesia de
Astorga, de la que es patrono, el 15 de abril con el rango litúrgico de so­
lemnidad.
3. Es un título de cortesía entre obispos que aparece en los comien­
zos del siglo V. Cf. SAN AGUSTIN, Ep. 52,1. Su uso viene registrado ya
desde la latinidad clásica (d. TACITO, Anales 1 1 , 25, 3) con el sentido de
«alianza, amistad». En el Nuevo Testamento adopta el valor de «conjun­
to de hermanos cristianos», pero León lo empleará ya como la fórmula de
tratamiento más común entre los obispos. Cf. Serm. 19, 1.
4. Hidacio nos refiere que Pervinco, diácono de la diócesis de Astor­
ga, fue el encargado de llevar la carta, el Commonitorium y el Libellus de
Toribio a León. Por este mismo diácono remitirá el papa su carta a Tori­
bio. Cf. Crónica, SC 218-219.
S. Lat.: «epistula». Conviene distinguir ehtre carta privada (litterae),
de tono personal y alejada del convencionalismo estilístico propio del gé­
nero epistolar y la carta pública (epistula), compuesta con el fin de darla a
conocer en público y elaborada conforme a los cánones literarios. Esta
distinción ya estaba claramente definida en el epistolario de Cicerón (cf.
Fam. 515, 21, 4) y se perfila aún mucho más en la literatura cristiana.
León Magno, en esta carta, emplea ambos términos: «epistula», para refe­
rirse al informe oficial que le envió Toribio, y «litteras», aludiendo a la
reseña que envía a sus hermanos y coobispos españoles. Cf. infra, 17.
6. Lat.:«commonitorium» (cf. León Magno, ep. 20). Es un término
propio de la literatura cristiana que se aplica a distintas «instrucciones
preventivas sobre algun asunto» referido, sobre todo, a obras de carácter
teológico.
CARTA 15 83

pensamiento de cualquiera de los impíos que no confluya en


este principio: mezclaron muchos despojos procedentes de
todo el fango de opiniones mundanas, de modo que unos
bebiesen todo y otros saboreasen algo.
En fin, si rápidamente recordáramos todas las herejías
que han existido antes de Prisciliano, no encontraríamos
casi ningún error con el que esta impiedad no se hubiese
contagiado; ésta, no contenta con aceptar las falsedades
de quienes se desviaron del Evangelio con el pretexto de
seguir a Cristo, cayó también en las tinieblas de los paga­
nos y así, mediante los misterios profanos de las artes má­
gicas y las vanas invenciones de los matemáticos, pusie­
ron la fe de la religión y el respeto de las costumbres en
poder de los demonios y bajo el influjo de los astros.
Todo esto, si así estuviese permitido creerlo y enseñarlo,
no tendría recompensa por las virtudes ni castigo por los
vicios, y todos los decretos, no sólo los que proceden de
las leyes humanas sino también de las instrucciones divi­
nas, se desvanecerían, puesto que ni de las buenas accio­
nes ni de las malas se podría emitir juicio alguno, si fuese
verdad que una funesta necesidad determina la vibración
de cada una de las partes del alma y que cualquier acción
que obren los hombres, no es imputable a los hombres,
sino a los astros.
A esta locura se refiere aquella grotesca división de todo
el cuerpo humano según los doce signos del Zodiaco, de
manera que distintos poderes gobiernan las diversas partes
[del cuerpo] y la criatura que Dios hizo a su imagen, está en
deuda con los astros tanto cuanto están unidos los miem­
bros de su cuerpo.
Con razón nuestros Padres, en cuya época estalló esta
impía herejía que se ha extendido rápidamente por todo el
mundo, la condenaron, de manera que este impío error fue
rechazado por la Iglesia Católica; incluso los príncipes de
este mundo abominaron de esta sacrílega locura y proscri-
84 LEÓN MAGNO

bieron a su autor y a la mayor parte de sus discípulos con la


autoridad de una ley imperial'.
Veían que desaparecería toda preocupación por la hon­
radez, se rompería todo vínculo conyugal y se destruiría el
derecho humano y divino al mismo tiempo, si se seguía per­
mitiendo a estos hombres vivir de esta manera y con esta
ocupación en cualquier lugar. Sin embargo, esta disposición
se prorrogó durante algún tiempo más, debido a la manse­
dumbre de la Iglesia que, aunque satisfecha por la sentencia
sacerdotal, rehuye los castigos crueles, aún ayudándose de
las severas disposiciones del príncipe de los cristianos. Los
que temen el suplicio corporal, con frecuencia recurren a un
remedio espiritual. Debido a esto, la invasión del enemigo se
extendió a muchas provincias y los condicionamientos pro­
pios de la guerra impidieron la promulgación de leyes'. A
partir de este momento comenzaron los trasiegos de los sa­
cerdotes de Dios, que se reunían en grupos aislados, y la se-

7. Se refiere al decreto promulgado por los emperadores Teodosio II


y Valentiniano III el 19 de junio del año 445. En él se recogían las ante­
riores disposiciones imperiales contra las herejías y consideraba a los ma­
niqueos -de cuyos errores doctrinales se han contagiado los priscilianis­
tas- como culpables de delitos contra el Estado. Cf. Ep. S.
8. León conoce perfectamente la invasión que está asolando a toda
Europa. En el año 406 los vándalos, los alanos y los suevos cruzaron el
Rin iniciando la conquista de los territorios de la Galia. Tres años des­
pués, en el otoño del 409, penetraron por los pasos sin defensa de los Pi­
rineos. Las provincias españolas se encontraron a merced de los invasores.
El saqueo y los asesinatos en las zonas rurales se agravaban con el hambre
y la recaudación de impuestos en las ciudades. La mayoría de los obispos
españoles -como es el caso de Toribio-- permanecieron en sus sedes para
atender a sus fieles, aunque algunos, abandonando sus diócesis, se unieron
a los numerosos refugiados. (Cf. SAN AGUSTíN, ep. 228, 5). En esta situa­
ción político-social, los priscilianistas gozaron de plena libertad para pro­
pagarse rápida y fácilmente, sin temor a los edictos imperiales, pues no
existía ninguna autoridad civil que los pudiera hacer cumplir.
CARTA 15 85

creta herejía, debido al desorden público, encontró libertad;


y, como me indica tu bondad, estos herejes, que debían ha­
berse corregido, provocaron la perturbación en muchas
mentes, a causa del contagio de esta peste, incluso los cora­
zones de algunos sacerdotes se han visto corrompidos por
esta letal enfermedad. Y los que se creía que tenían que des­
terrar la falsedad y defender la verdad, ellos mismos sometí­
an el Evangelio de Cristo a las doctrinas priscilianistas, de
modo que, deformada la piedad de los libros santos por
modos de pensar profanos, predicaban bajo los nombres de
los profetas y Apóstoles no lo que el Espíritu Santo enseñó
sino lo que el servidor del diablo tergiversó. Por consi­
guiente, puesto que tu fiel bondad recogió con diligencia
-cuanto pudo- las opiniones erradas en dieciséis capítulos,
nosotros hemos revisado todos los asuntos rápidamente
para que ninguna de estas blasfemias• y dudas puedan pare­
cer aceptables.

l. Lo que impíamente creen los priscilíanistas sobre la Trini­


dad de personas en Dios

En efecto, en el primer capítulo se presenta qué impía­


mente piensan sobre la Trinidad divina los que defienden
que la persona del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo son
una y la misma, como si al mismo Dios se le llamase ahora
Padre, ahora Hijo, ahora Espíritu Santo y no fuese uno el
que engendra, otro el que ha sido engendrado y otro el que

9. Lat.: «blasphemiarum>>. Un neohelenismo introducido por los es­


critores cristianos en la literatura occidental. Empezó significando «una
palabra ofensiva contra el hombre o contra la Divinidad». Cf. TERTULIA­
NO, De praescriptione baereticorum, SC 46, 32, 4. En tiempos de León
Magno se comienza a emplear únicamente con el sentido de «ofensa con­
tra Dios».
86 LEÓN MAGNO

procede de ambos"; pero, ciertamente, la única unidad ' ' ha


de entenderse en tres nombres, no en tres personas. Porque
el origen de esta blasfemia lo tomaron de la herejía de Sabe­
lio12, cuyos discípulos fueron acusados también de patripa­
sianos13 con razón, puesto que si el Hijo es el mismo que el

10. Esta expresión, «parece revelar la directa influencia de la carta de


san León en la presencia del «Filioque» en el Simbo/o del 1 Concilio de
Toledo•. H. CHADWICK, Prisciliano de Avüa, Madrid 1978, pp. 235-6.
Cf. Introducción: Carta 15.
1 1 . Aquí alude a la «unidad divina en la Trinidad». Es un término ya
empleado en los autores postclásicos latinos (SÉNECA, Quaest. Nat. 2, 2)
pero que en los Padres de la Iglesia adquiere un renovado valor teológico
para expresar la «unicidad de la nawraleza divina» (TERTULIANO, Adv.
Prax. 3, 19; HILARlO, De Trin. 4, 42) o la «unidad de la fe cristiana».
12. Sabelio, un libio que había ido a enseñar a Roma, fue condenado
por el papa Calixto (217-222). Defendía un trinitarismo modalista, es
decir, meramente manifestativo y temporal: Dios es una unidad perfecta
o mónada, que se expresa en tres operaciones. El Padre sería la forma o
esencia de Dios; el Hijo y el Espíritu, los dos modos (1tQÓOroJta) de ex­
presarse Dios a sí mismo. El Padre es la única divinidad creadora y legis­
ladora, que, en la encarnación de Cristo, se expande y que en su ascensión
se repliega sobre sí mismo. Dios viene a ser como una «mónada divina»
que se manifiesta en la creación como Padre, en la redención como Hijo
y en la santificación como Espíritu Santo. Con ello elimina la subsisten­
cia personal de Cristo y del Espíritu. Su doctrina -llamada comúnmente
sabelianismo- se inserta dentro del monarquianismo modalista, que cuen­
ta con dos manifestaciones: en Oriente (Sabelianismo) y en Occidente

(Patripasianismo). León alude a ellos cuando enumera los errores referi­


dos a la Encarnación. Cf. Serm. 28, 4.
13. Tratando de dar una solución al problema de cómo compaginar
la unidad de Dios y la divinidad de Cristo incurren en herejía. Sostienen:
«si hay un solo Dios y Cristo es verdadero Dios, es preciso afirmar que
Cristo y Dios Padre son uno y el misma. De ahí que el Hijo, que se en­
carna y sufre, no es otro que el que antes era Padre. E] Hijo no es perso­
na distinta del Padre, sino que Padre e Hijo son dos modalidades distin­
tas (en apariencia) de la misma divinidad». De este modo, el Padre, con
otra modalidad, es el que descendió al seno de María, el que padeció y
murió en la cruz. Esta herejía, salvaba aparentemente los dos grandes
CARTA 15 87

Padre, la cruz del Hijo es la pasión del Padre y todo lo que


el Hijo, en su condición de siervo, soportó, obedeciendo a
su Padre, lo soportó el Padre en sí mismo. Esto es contrario,
sin ambigüedad alguna, a la fe católica, que confiesa a la Tri­
nidad ó¡woúmov14 de la Divinidad", de modo que cree al
Padre, al Hijo y al Espíritu Santo unidos sin confusión, ca­
eternos sin tiempo, iguales sin diferencia, porque la unidad
en la Trinidad se realiza no en la misma persona, sino en la
.
mtsma esenc1a.
.

2. Sobre las virtudes que hacen proceder de Dios

En el segundo capítulo se presenta una necia y vana in­


vención: las procesiones de algunas virtudes a partir de
Dios, virtudes que El habría empezado a tener y que tendría

dogmas, la divinidad de Cristo y la unidad de Dios, pero en realidad des­


truye el valor salvífica de la redención.
14. De Ó¡tÓ�, igual, mismo, y de oüola., esencia, sustancia. El primer
uso teológico cierto en sentido trinitario, es decir, para afirmar que el
Hijo es de la misma sustancia del Padre, se lee en Dionisia de Alejandría.
Aunque el término no es bíblico, sino de origen gnóstico, pasó a formar
parte del Símbolo de Nicea (325), en oposición a los arrianos. Corres­
ponde a la palabra latina «consubstantialis», tan frecuente en León
Magno. Cf. Serm. 25, 2; ep. 15, 5; 31, 2; 156, 2; 165, 3. Para un estudio
teológico del término, cf. A. GRILLMEIER, Homoousios en Lexikon für
Theologie und Kirche V, p. 367 ss; H. QUILLIET, Consubstantiel en DTC
III-2, col. 1604-1615, y específicamente referido a nuestro autor B. STu­
DER, ll concetto di «consostanziale» in Leone Magno en Augustinianum
13 ( 1973), pp. 599-607.
15. Lat.: «Deitatis». Vocablo abstracto de creación cristiana. Se intro­
duce en la latinidad con san Jerónimo, cf. Ep. 1 S, 4; A. PRUDENCIO CLE­
MENTE, Apotheosis (Sobre la Trinidad), 114: CCL 126 (1966) 73-1 15. De
uso muy frecuence en las cartas y sermones (cf. Serm. 4, 2; 5, 2; 7) del
papa León.
88 LEÓN MAGNO

en grado superior en razón de su esencia16• También en esto


se han visto favorecidos los errores de los arrianos 17, que
son los que sostienen que el Padre es anterior al Hijo, pues­
to que existió alguna vez sin el Hijo; el Padre empezó a exis­
tir, cuando engendró al Hijo. Pero la Iglesia Católica conde­
na tanto a aquéllos como a éstos que piensan que a Dios le
faltó, alguna vez, lo que es propio de su misma naturaleza.

16. La frase encierra un sentido emancntista de origen gnóstico.


Todas las virtudes, según los priscilianistas, emanarían de la esencia divi­
na de Dios.
17. Los arrianos y Arrío -su fundador y párroco en Alejandría- re­
suelven el problema de la unidad de Dios de la manera más radical: no
hay más Dios que el Padre. Parten de un principio: la ««lyEVVflO'Í.a» (inge­
nitud) o carencia de origen es propiedad de la divinidad. Luego si el Hijo
tiene origen, porque procede del Padre, no puede ser divino. Si el Logos
ha sido engendrado por el Padre, tiene un comienzo y no es coeterno con
El. Si coexistiese con el Padre ((ab aeterno» sería ingénito y, por tanto, un
<(engendrado-ingénito», lo cual es contradictorio. Resuelven la unidad de
Dios negando la divinidad de Cristo. En su concepción de la Trinidad,
solo el Padre es Dios; el Hijo y el Espíritu Santo son «Creaturas». Sin em­
bargo, conceden al Hijo una cierta singularidad con respecto al resto de la
creación: ha sido creado directamente por el Padre, mientras que las
demás criaturas han sido creadas «por el Hijo» con el poder del Padre.
Este Hijo nació en la carne y experimenta hambre, sed, fatiga, debilidad y
humillaciones, pero con ello no hace sino probar que está sometido a
cambios incompatibles con la verdadera divinidad. El Verbo del Padre,
preexistente al mundo, pero capaz de cambio, se unió a una carne huma­
na, a título de instrumento, de tal manera que desempeña en esta carne el
papel del alma, a la que sustituye. Asumiendo la condición humana, par­
ticipa de todos sus cambios, pero se conduce de una forma tan meritoria
que se hizo perfecto y fue asociado a la divinidad. El arrianismo se ins­
cribe en el esquema Logos-sarx. La consecuencia más inmediata que se
deduce del mismo es de carácter soteriológico: si el Verbo no era Dios,
Jesucristo no pudo redimir al mundo. En tiempos de León Magno, sobre
Italia, y concretamente sobre la ciudad de Roma, se cernía el peligro del
arrianismo por las continuas incursiones de los vándalos, de confesión
arriana. Cf. Serm. 28, 4.
CARTA 15 89

Si es mutable, no nos es lícito hablar así de lo que cambia,


pues está sujeto a mutación tanto lo que disminuye como lo
que aumenta.

3. Se afirma que el Hijo de Dios se llama el Unigénito, sola­


mente porque nació de la Virgen

En realidad el contenido del tercer capítulo muestra lo


que los mismos impíos habían defendido, por eso se ha
dicho que el Hijo de Dios es el Unigénito, porque solamen­
te existe cuando nace de la Virgen.
Esto, ciertamente, no se atrevieron a afirmarlo sino los
que se contagiaron del virus de Pablo de Samosata18 y de
Fotino19 que dijeron que Nuestro Señor Jesucristo, antes de
que naciera de la Virgen María, no había existido.

18. Fue gobernador y, desde el año 260, obispo de la iglesia de An­


tioquía. No reconocía tres personas en Dios, sino que �dioel nombre de
Padre al Dios que creó todas las cosas; de Hijo, al que era meramente
hombre, y de Espíritu, a la gracia que residía en los Apóstoles:.. Cristo es
un puro hombre, sobre el que ha descendido, divinizándolo, el Espíritu de
Dios: adopcionismo. Para él el Verbo divino no es personal, es decir, no es
hypóstasis divina, sino sólo una dynamis o facultad operativa de Dios (PG
86, 1216). Jesús era superior a Moisés y los profetas, pero no era el Verbo.
Así, la Trinidad admitida por Pablo mantenía la fórmula ternaria, pero la
vaciaba de contenido: ni el Hijo es Dios, ni el Espíritu es persona. El
Concilio de Antioquía lo condenó y depuso en el 268. Para ello se apoyó
en la palabra OtwoOOt� (=de la misma esencia) que, en la doctrina del he­
reje, venía a significar que el Logos, por ser de la misma sustancia
( «homo-ousios») que el Padre, no puede tener subsistencia propia.
19. Discípulo de Marcelo de Ancira, era obispo de Sirmio (Panonia)
cuando fue condenado en el concilio de Milán (345). Afirma que el Verbo
se hace Hijo de Dios y realidad subsistente sólo con la aparición de Jesús
de Nazaret. Antes era sólo una virtualidad de Dios. Fotino �rechaza la
subsistencia eterna de Cristo, su divinidad y su reinado eterno, con el
pretexto de salvaguardar la unidad divina• (Cf. A. HAHN, Símbolo del
90 LEÓN MAGNO

Pero, si éstos quieren que se comprenda algo de su pen­


samiento, que no pongan el origen de Cristo en su madre.
Ellos defienden que no es necesario que el Hijo de Dios sea
único, sino que son también otros más los engendrados del
Sumo Padre, de los cuáles éste ha nacido de una mujer y por
eso se le llama Unigénito, puesto que ningún otro de los
hijos de Dios había asumido esta condición al nacer.
Así pues, deambulan por todas partes y se encaminan
hacia un precipicio de gran impiedad si pretenden seguir po­
niendo el origen de Cristo, el Señor, en su madre o siguen
negando al Unigénito de Dios Padre, dado que el que nació
de una madre era el Verbo Dios, y nadie, excepto el Verbo,
fue engendrado del Padre.

4. Ayunan en el día del nacimiento del Señor y en el domingo

En el capítulo cuarto se contiene que el día del naci­


miento de Cristo, que la Iglesia venera como asunción de un
hombre verdadero, puesto que el Verbo se hizo carne y ha­
bitó entre nosotros", ellos no lo honran verdaderamente,
sino que simulan honrarlo ayunando ese mismo día, como
también el domingo, que es el día de la Resurrección de
Cristo21• Ciertamente, hacen esto, porque no creen que
Cristo, el Señor, haya nacido en una verdadera naturaleza de

1li sínodo antioqueno, en Bibliothek der Symbole und Glaubensregeln in


der alter Kirche, Hildesheim 1962, p. 194).
20. Jn 1, 14.
21. En el año 380 el concilio de Zaragoza condenaba la práctica del
ayuno en domingo. San Agustín rechaza esta misma práctica, propia de
los priscilianistas y de los maniqueos (cf. Ep. 36, 12, 28-29). El 1 Concilio
de Toledo, reunido principalmente para poner fin al priscilianismo, insis­
te en la realidad de la naturaleza humana de Cristo contra todas estas ten­
ciencias docetistas de la secta.
CARTA 15 91

hombre, sino que quieren hacer ver que se mostró por


medio de una cierta apariencia, que no habría sido verdade­
ra. Estos22 seguían las creencias de Cerdón23 y de Marción24,
estando de acuerdo en todo con sus afines los maniqueos"
y, como ha sido descubierto y refutado en tu informe, ellos,

22. Los priscilianistas.


23. Hereje gnóstico de origen sirio que acruó en la Roma del s. II,
donde fundó una escuela de Teología. Enseñaba que el Dios creador y
justo, que se reveló en la ley de Moisés y en los profetas, sería distinto del
Padre de Jesucristo, bueno e incognoscible. El mundo habría sido creado
por varias divinidades unidas y negaba la resurrección. Dando muestras
de arrepentimiento fue reintegrado en la comunidad católica, pero en se­
creto siguió defendiendo sus pensamientos heréticos. Acabó siendo ex­
pulsado de la Iglesia.
24. Nació en el Ponto (año 85). Su padre fue obispo. Se trasladó a
Roma. Al poco tiempo, en julio del 144, fue excomulgado. Después de su
separación de la Iglesia de Roma, constituyó su propia Iglesia con una je­
rarquía de obispos, presbíteros y diáconos. Fue tal su expansión, que hubo
comunidades marcionitas «por toda la humanidad» (San Justino). Sostiene
que Jesús vino del Padre a Palestina en tiempo del gobernador Poncio Pila­
to y se manifestó en forma humana para abolir la Ley y los Profetas. Muti­
la los relatos evangélicos y paulinos eliminando todos los pasajes que afir­
man la identidad de Dios con el Creador del mundo y de Cristo con el Hijo
de Dios. Rechaza de plano todo el Antiguo Testamento. «El vino nuevo del
Evangelio no puede conservarse en los viejos odres del Antiguo». El Padre
lleno de amor de Jesús no puede ser el mismo que el Dios vengador de la
Antigua Alianza. Cristo, por su parte, no es el Mesías profetizado; no nació
de la Virgen María, porque ni nació ni creció; y dado que el cuerpo está
destinado a la destrucción, la redención sólo ha afectado al alma.
25. Movimiento herético de carácter sincretista que surgió como pro­
longaciQn del gnosticismo, llevando el dualismo hasta sus últimas conse­
cuencias: la luz es el poder del bien; toda la materia es mala; las obras de
la creación surgieron de una mezcla de la luz con las tinieblas. Los dos
principios son eternos: Satanás es el hacedor de la materia y en el mundo
de la luz existen diferentes eones que se reducen a Dios y no son más que
atributos o modos suyos de existir. Pasa por fundador de esta doctrina el
esclavo Mani, educado en las artes mágicas. Se apellidó Paráclito y Envia­
do de Dios y anunció una depuración del cristianismo que, según él, había
92 LEÓN MAGNO

el domingo, día que la Resurrección de Nuestro Salvador


consagró para nosotros, hacen cumplir" con la tristeza del
ayuno.
Son los únicos, como ya se ha dicho, que se dedican a
esta monificación de recelo, de manera que en todo están
en desacuerdo con la unidad de nuestra fe y los días que
para nosotros los llena la alegría, para ellos los llena la tris­
teza. De ahí que los enemigos de la cruz y de la Resurrec­
ción de Cristo, merezcan recibir tal condena cual doctrina
eligieron.

degenerado en manos de los Apóstoles. «El mensajero de la luz>�-, como él


mismo se llamaba, comenzó la predicar la «nueva religión», de la que él
era el profeta, en las regiones de Persia y Babilonia hacia el año 240. En
los siglos [II y IV se convirtió en un semillero de fanatismo religoso eri­
giéndose como un gran peligro para el cristianismo. Rechazaban el Anti­
guo Testamento y del Nuevo admitían solamente una parte, que inter­
pretaban heréticamente (cf. LEóN MAGNO, Serm. 28, 4; 34, 5; 42, 4-5).
Dados los aires de ascetismo e intelectualidad con que se presentaba, fue­
ron muchos los que se dejaron seducir. El mismo san Agustín, antes de su
conversión, perteneció a sus filas durante nueve años (Con[ V, 14,24).
Por el contrario, como sacerdote, primero, y como obispo, después, se
mostró un infatigable defensor de la fe católica en su lucha contra los
errores maniqueos. Cf. Escritos antimaniqueos, Madrid 1986. Los prisci­
lianistas, aunque admitían por entero las Sagradas Escrituras, introduje­
ron en los textos numerosas variantes y tomaron muchos elementos doc­
trinales y ascéticos de éstos, como ya señaló el mismo san Agustín. Cf.
Ep. 237; serm. 237, 1; 238, 2-3. Sobre los maniqueos y su incidencia en la
teología de León Magno, cf. A. LAURAS, Saint Léon le Grand et le mani­
chéisme romain, en SP XI, [fU 108], Berlin 1972, pp. 203-209.
26. La expresión «diem ... exigunt in moerore ieiunÜ» es un giro pro­
pio de poetas clasicos (Terencio, Lucrecio, Ovidio) y de prosistas
{CICERÓN Tusculanas 1,93) pero es infrecuente entre los autores cristia­
,

nos, lo que viene a corroborar la arraigada formación clásica y humanís­


tica del papa León. Cf. M. L. ALFONSI, Aspetti del/a tradizione cultura/e
classica in s. Leone Magno, pp. 93-100 en Annali del P. lstituto Superiore
di Scienze e Lettere «S. Chiara» 1 1 (1961), Per il XV Centenario della
morte di san Leone Magno (461-1961), Napoli 1961.
CARTA 15 93

5. Defienden que el alma del hombre es de naturaleza divina

En el quinto capítulo se relata cómo defienden que el


alma del hombre es de naturaleza divina y la naturaleza de
nuestra condición [humana] no dista de la naturaleza de su
Creador. La fe católica condena esta herejía que brota de al­
gunos filósofos y de la opinión de los maniqueos, sabiendo
que no hay ninguna criatura" tan sublime como la primera
que Dios mismo tuvo por naturaleza. Pues lo que procede
de El es lo que el mismo es, y no es otra cosa que el Hijo y
el Espíritu Santo. Pero, salvo esta unidad de la suma Trini­
dad, consustancial", eterna e inmutable Deidad, no existe
ninguna criatura que no haya sido creada de la nada. Dios
no es «algo» que sobresalga entre las creaturas, ni tampoco
algo grande y admirable, porque solo él hizo maravillas".
No existe ninguna verdad, ninguna sabiduría, ni ninguna
justicia de los hombres, sino las que participan de la Verdad,
de la Sabiduría y de la Justicia de Dios. Dios es el único que
no necesita de ninguna participación: cualquier cosa que se
piense digno de El, no es cualidad sino sustancia. Pues al In­
mutable nada se añadió, ni nada perdió, porque el ser de
Aquél que es eterno permanece siempre. De ahí que el que
permanece en sí lo renueve todo y no reciba nada que él
mismo no haya dado. Así pues, demasiado soberbios y cie­
gos se muestran cuando afirman que el alma humana es de

27. Lat.: «facturam», un término clásico («estructura de una cosa»)


que lo adoptó la literatura cristiana como «obra del Creador», «hechura
de sus manos». Cf. la Vulgata, como transcripción de 1toirnw; de los LXX:
Os 13, 2; Sal 91, 5. Tertuliano (An. 4; Adv. Mare. 5, 17), Cipriano (Hab.
virg. 15) y Jerónimo (Did. spir. 13; ep. 98, 14) consolidan el término con
su actual significado antropológico-teológico.

28. Cf. supraJ nota. 14.


29. Sal 1 1 0, 4. Seguimos la numeración que ofrece la versión de los
LXX y la Vulgata latina.
94 LEÚN MAGNO

naturaleza divina y no se dan cuenta de que no dicen otra


cosa sino que Dios es mutable y que lo mismo que ha sufri­
do en su naturaleza, también puede ser afectado en ella.

6. Dicen que el diablo nunca ha sido bueno ni ha sido obra


de Dios, sino que procede del caos y de las tinieblas"

La sexta observación señala que éstos defienden que el


diablo nunca fue bueno, ni su naturaleza es creación" de
Dios, sino que ha surgido del caos y de las tinieblas, es decir,
que no tiene ningún creador, sino que todo el origen y la na­
turaleza del mal es él mismo, cuando la fe verdadera, que es
la católica, confiesa la naturaleza buena de todas las criatu­
ras, sean espirituales o corporales, y que ninguna naturaleza
procede del mal, puesto que Dios, creador de todos los
seres, todo lo hizo bueno32• De ahí que el diablo hubiese
sido bueno de haber permanecido en Aquél que le creó.
Pero, puesto que usó mal su dignidad y no se mantuvo en la
verdad", no pasó a una naturaleza opuesta, sino que se se­
paró del Sumo Bien, al que debió adherirse. Así, esos que
defienden tales cosas, se precipitan de lo verdadero en lo
falso, culpan en él a la naturaleza, cometen espontaneamen­
te su misma falta y, por su voluntaria maldad, se condenan.
Este mal, ciertamente, estará dentro de ellos mismos, pero
no será naturaleza, sino castigo de la naturaleza.

30. Cf. supra, nota 25.


31. Lat.: «opificium». Es un vocablo técnico en la literatura clásica la­
tina (Varrón, Apuleyo) y muy poco usado en los escritores cristianos con
el valor de «creación, creatura». Solamente Lactancia (ep. 39, 11), Grega­
rio de Nisa (De opificio hominis, PG 44, 125-256: SC 6) Casiano (De coll
14, 3, 2) y León Mágno (serm. 1 9 2).
,

32. Cf. Sb 1, 13-14.


33. Jn 8, 44.
CARTA 15 95

7. Condenan el matrimonio y el uso del mismo

En el séptimo capítulo se relata por qué condenan el ma­


trimonio y detestan la procreación de los hijos. En esto,
como en casi todos los errores, coinciden con la profanación
de los maniqueos". Por eso, como lo prueban sus costum­
bres, detestan la unión conyugal, como si la disipación de la
vergüenza estuviese allí donde se observa el pudor del ma­
trimonio y de la descendencia.

8. Dicen que el cuerpo humano ha sido formado por el dia­


blo y niegan la resurrección de la carne

El octavo error de éstos es que defienden que la crea­


ción" de los cuerpos humanos es obra del diablo y la semi­
lla de la concepción se forma en el útero de las mujeres por
obra de los demonios; en consecuencia, no hay que creer en
la resurrección de la carne, porque la materialidad del cuer­
po no es congruente con la dignidad del alma. Sin duda, esta
falsedad es obra del diablo y tan prodigiosas creencias son
obra del demonio, que no forma hombres en los vientres de

34. Ya san Agustín, precisamente en su debate contra los maniqueos,


se había erigido en un audaz defensor del matrimonio cristiano, al que
exalta por sus tres grandes bienes: la prole, la fidelidad y e1 sacramento.
Con sus obras De bono coniugali (PL 40, 373-396; CSEL 41 (1900) 1 85-
231) y De coniugíis adulterinis (PL 40, 451-486; CSEL 41 (1900) 347-410)
quiso mostrar al mundo circundante, también a los priscilianistas, cuáles
son los valores inherentes al matrimonio.
35. Lat.: «plasmationem». Término tomado del griego y de uso me­
ramente cristiano con el significado de «creación)), «formación en el seno
de la madre,.. Consolidado en la literatura patrística con san Ambrosio
(De paradiso I, 1,24: CSEL 32-1) y san Jerónimo (Ad Ephesios !, 20,10:
PL 26, 442C). No aparece en la Biblia.
96 LEÓN MAGNO

las mujeres, sino que maquina tales errores en los corazones


de los herejes. Este pestífero virus, que, en su origen, proce­
de sobre todo de la herejía de los maniqueos, ya en otro
tiempo, lo descubrió y condenó la fe católica.

9. Dicen que los hijos de la promesa han sido concebidos por


el Espíritu Santo

La novena observación es evidente, porque sostienen


que los hijos de la promesa han nacido de mujer, ciertamen­
te, pero que han sido concebidos por el Espíritu Santo, para
que ese linaje, que ha nacido de la semilla de la carne, pa­
rezca que pertenece a la condición divina. Esto repugna y es
contrario a la fe católica que confiesa que todo hombre, en
la naturaleza de su cuerpo y de su alma, ha sido formado
por el Creador de todos los seres y ha recibido vida dentro
de las entrañas de una madre, manteniéndose ciertamente
ese contagio de pecado y de muerte que pasó a toda la des­
cendencia desde nuestro primer padre; pero, una vez recibi­
do el sacramento de la regeneración, los hijos de la promesa
renacen por medio del Espíritu Santo, no en el seno d e
carne, sino en virtud del bautismo". Así David que, sin
duda, también era hijo de la promesa le dice a Dios: Tus
manos me hicieron y me formaron". Y a Jeremías le dice el
Señor: Antes que te formara en el vientre, te conocí; y en el
seno de tu madre, te consagré 38•

36. León, en orden a la salvación, considera necesario el bautismo


para todos los hombres. El conferido por herejesy es válido con tal que se
salve la fórmula trinitaria, en línea con lo que ya había afirmado san
Agustín (cf. De baptismo 1, 1).
37. Sal l 1 8, 73; Jb 10, 8.
38. Jr 1, 15.
CARTA 15 97

1 O. Afirman que a las almas que han pecado en el cielo se las


castiga en sus cuerpos por el delito del pecado

El capítulo décimo nos relata que éstos sostienen que las


almas que se han introducido en los cuerpos humanos han
existido sin cuerpo y han pecado en un lugar celeste, y que
por eso han caído desde lo más sublime a lo más bajo; que
se han precipitado sobre reyes de diversa condición, sobre
potestades aéreas y astrales, unas más severas otras más sua­
ves; que han sido encerradas en cuerpos39, distintas por des­
tino y desiguales por condición para que en esta vida surjan
cosas variadas y diversas, y parezca que resultan de causas
anteriores. ¡ Qué fábula de impiedad se construyeron a par­
tir de los errores de muchos!, sin embargo la fe católica les
separa a todos ellos de la unidad de su cuerpo, predicando
constante y verazmente que las almas de los hombres, antes
de ser infundidas en sus cuerpos, no existieron ni se encar­
naron por obra de otro que no fuese Dios, que es el Crea­
dor de los cuerpos y de las almas; y, puesto que, por la pre­
varicación del primer hombre, toda la estirpe del género
humano se ha corrompido, nadie puede librarse de la condi­
ción del hombre viejo si no es por el sacramento del bautis­
mo de Cristo, por el que no existe ninguna diferencia entre
los renacidos, pues dice el Apóstol: En efecto, cuantos ha­
béis sido bautizados en Cristo, os habéis revestido de Cristo.
Ya no hay judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni
mujer, porque todos sois uno en Cristo ]esús40•

39. Ya san Agustín había prevenido al obispo Optato de los posibles


peligros en que podía caer al explicar el origen del alma. •Lejos de ti -es­
cribe el de Hipona- el admitir la opinión de... Prisciliano, o de algunos
otros que piensen lo mismo, según la cual las almas son encerradas en
cuerpos terrenos y mortales por los méritos de su vida pasada»: Ep. 202A,
4, 8.
40. Ga 3, 27-28.
98 LEÓN MAGNO

¿Qué importan aquí el curso de las estrellas, la acción de


los hados, el movimiento de las cosas del mundo y su vi­
brante distinción? Pero he ahí que a cuantos son desiguales
la gracia de Dios los hace iguales, de modo que, si permane­
cen fieles en las ocupaciones de su vida, sean las que fueren,
no podrán compadecerse y, en cualquier tentación, dirán lo
del apóstol: ¿ Quién nos separará del amor de Cristo? ¿la tri­
bulación? ¿la angustia? ¿la persecución? ¿el hambre? ¿la des­
nudez? ¿el peligro? ¿ la espada? Como está escrito: porque
por ti somos entregados a la muerte todo el dia, somos mira­
dos como ovejas de degüello. Pero en todo esto vencemos por
aquél que nos amó41• Y por eso la Iglesia, que es el Cuerpo
de Cristo, no teme nada de las desigualdades del mundo,
porque no desea ninguno de los bienes temporales y tampo­
co tiene miedo a ser molestada por el vano ruido de los
hados, la que supo desarrollarse por la paciencia en los su­
frimientos.

1 1 . Cargan un designio fatal sobre los hombres

Su undécima blasfemia es que opinan que las almas y los


cuerpos de los hombres están determinadas por los desig­
nios de las estrellas; debido a esta locura es inevitable que,
contagiados de todos los errores de los paganos, se afanen
por venerar a las estrellas favorables y por apaciguar a las
contrarias, como piensan ellos. Ciertamente, para estos he­
rejes no hay ningún lugar en la Iglesia Católica, porque el
que se consagra a tales creencias, queda todo él apartado del
cuerpo de Cristo.

41. Rm 8, 35-37. No concuerda con la Vulgata ni con la Vetus Lati­


na. En el v.35 coincide con san Jerónimo en Ad Ephesios 3, 4 (PL 26,
442C) y en el v. 36 con san Agustín, De doctrina christiana 4, (CCL 32
(1962) 1-167).
CARTA 15 99

12. Ponen a las almas y a los miembros del cuerpo bajo de­
terminados poderes

Este capítulo duodécimo se debe, entre otras cosas, a


que explican las partes del alma bajo unas potestades y los
miembros del cuerpo bajo otras, y hacen depender las cuali­
dades de los poderes interiores de los nombres de los pa­
triarcas oponiéndolos a las distintas señales de las estrellas, a
las que someten la virtud de los cuerpos. Y con todas estas
cosas se enmarañan en el intrincado error, no oyendo al
apóstol que dice: Mirad que nadie os engañe con filosofías y
vanas falacias, fundadas en la tradición de los hombres, en
los elementos del mundo y no en Cristo. Porque en él habita
toda la plenitud de la divinidad" corporalmente y están lle­
nos de él, que es la cabeza de todo principado y potestad". Y
además: Que nadie os seduzca alardeando de humildad o de
dar culto a los ángeles; es gente que presume de lo que cree
haber visto, que está hinchada de pensamientos mundanos y
que no se mantiene unida a Cristo cabeza, por quien todo el
cuerpo, a través de los ligamentos y junturas, recibe alimen­
to y cohesión y alcanza el crecimiento que Dios quiere44•
Luego ¿qué necesidad hay de admitir en el corazón lo que la
ley no enseñó, la profecía no anunció, la verdad del Evange­
lio no predicó y la doctrina apostólica no trasmitió? Pero,
por el contrario, estas otras cosas sí son adecuadas para sus
mentes. De éstos dice el apóstol: Pues vendrá un tiempo en
que no soportarán la sana doctrina, sino que, arrastrados por

42. El término «divinitas» entra en la latinidad con Cicerón y se em­


plea en toda la literatura antigua, pagana y cristiana. Sin embargo no apa­
rece en la Vulgata más que en tres ocasiones: en el pasaje aquí citado, en
Rm 1 , 20 y en Ap 5, 12.
43. Col 2, 8-10. El texto bíblico coincide con el de la Vulgata, pero
no con el que ofrece la Vetus.
44. Col 2, 18-19.
100 LEÓN MAGNO

sus propias pasiones, se harán con un montón de maestros por


el prurito de oir [novedades], apartarán los oídos de la Ver­
dad y se volverán a las fábulas45•
Así pues, los que se atreven a enseñar o a creer tales
cosas no tienen nada en común con nosotros, pues para de­
fenderlas, se valen de cualquier engaño, debido a que la na­
turaleza de la carne es ajena a la esperanza de la Resurrec­
ción, y de esta manera destruyen todo el misterio46 de la
Encarnación de Cristo, puesto que, si indigno era librar la
integridad del hombre, indigno fue asumirla.

13. ¿ Cuál es la ciencia de las Escrituras que defienden?

En el capítulo decimotercero expones cómo éstos de­


fienden que el conjunto de las Escrituras canónicas ha de
entenderse bajo los nombres de los patriarcas, porque aque­
llas doce virtudes que obran la conversión del interior del
hombre se revelan en sus nombres y sin esta ciencia ningún
alma es capaz de comprender que pueda ser trasformada la
naturaleza de la que nació. Pero la sabiduría cristiana, que
sabe que la naturaleza de la verdadera divinidad es inviola­
ble e inmutable47, desprecia esta impía vanidad. Sin embar-

45. 2 Tm 4, 3-4.
46. Lar.: «sacramentum». Un término al que recurre muy frecuente­
mente san León dándole distintas acepciones: a) «Una realidad que se
oculta»: cf. Eps. 28, 3 y 88, 2; b) «verdad misteriosa, misterio de fe»: ep.
30, 2; e) «figura simbólica o tipo»: cf. Serm. 5, 3; d) «signo sagrado eficaz,
rito sagrado»: cf. Serm. 4, 1; e) «plan escondido, designio misterioso, eco­
nomía divinal!>: cf. Serm. 22, 1; f) «misterio litúrgico, fiesta, celebración»:
cf. Serm. 28, 1 . Cf. M. M. MUELLER, The vocabulary ofpope St. Leo the
Great, Washington, 1943, p. 128.
47. Lat.: «inconvertibilem»: literalmente «incambiable)!-. Es un adjeti­
vo siempre aplicado a la Divinidad. El primero que así lo emplea es TER-
CARTA 15 101

go, ellos someten al alma a muchas pasiones, sea viviendo en


el cuerpo, sea separada del cuerpo. Ciertamente, si ésta fuese
de naturaleza divina, nada de los enemigos podría afectarle,
y por esto es incomparable: una cosa es el Creador y otra la
criatura; El es siempre el mismo y no cambia en ninguna
distinción; sin embargo, la criatura es mutable, aunque no
haya cambiado, y dado que no cambia, puede tener lo que
se le da, pero no como propio.

14. Ponen al hombre bajo el poder de los astros y de los signos

En el decimocuarto capítulo, se habla de lo que piensan


acerca de la situación del cuerpo, que subsiste bajo el poder
de los astros y de los signos [del ZodiacoJ con vistas a favo­
recer su virtud terrena; por eso, se encuentran en los libros
santos muchas cosas pertenecientes al hombre exterior, de
modo que en las mismas Escrituras aparece una cierta hosti­
lidad entre la naturaleza divina y la terrena y una cosa es lo
que reclaman para sí las potestades del alma y otra los crea­
dores del cuerpo.
Por eso cuentan estas fábulas: para afirmar que el alma
es de naturaleza divina y llegue a creerse que la carne es de
naturaleza mala; y puesto que confiesan que el mismo
mundo, con sus cosas, no es obra de un Dios bueno, sino
creación" de un hacedor malo, y, dado que los sacrilegios de
sus mentiras se colorearon con títulos de honor, profanaron

TULIANO en Ad Hermogenem 12,1 (CCL 1 (1954) 395-435) y con este


mismo sentido SAN AGUSTÍN en Con{. 7, 3, 4, del cual León Magno es
heredero. Cf. Ep. 109, 3.
48. Lat.: «conditionem»: creación (Cf. León Magno, ep. 21,2; serm.
30,4). Es un neologismo de Tertuliano sobre el griego X'tÍ.m15. En la Vul­
gata aparece en una ocasión (Ez 28, 15) mientras que la Vetus emplea
siempre «creatio».
102 LEÓN MAGNO

casi todas las expresiones divinas con la admisión de las opi­


niones de los herejes.

1 S. Adulteran las Escrituras verdaderas e introducen las falsas

Sobre el tema del capítulo decimoquinto, la palabra con­


dena y reprueba, con razón, la presunción diabólica, por­
que, gracias al relato de veraces testigos, hemos descubierto
y encontrado muchos de sus falsos códices, que ellos titula­
ban como canónicos. Y ¿cómo podrían engañar a los inge­
nuos, sino untando copas envenenadas con algo de miel49,
para no sentir como desagradables las que iban a ser mortí­
feras? Por consiguiente, esto es lo que hay que enmendar y
prever con la mayor diligencia sacerdotal, para que los códi­
ces falseados y en desacuerdo con la limpia verdad, no s e
lean.
Pero las Escrituras apócrifas que, bajo los nombres de
los Apóstoles, presentan muchas semillas de falsedad no
sólo hay que prohibirlas, sino también alejarlas y quemarlas
por el fuego. Pues, aunque existan algunas en las que parece
que queda una especie de piedad, sin embargo, nunca están
vacías de veneno y operan secretamente mediante halagos
de fábulas, de manera que seducen a los alejados con la na­
rración de cosas maravillosas y con los engaños del error.
De ahí que si alguno de los obispos no prohibiera el que se
tengan Escrituras apócrifas en las casas o, bajo el nombre de
canónicas, permitiera que se leyeran en la iglesia estos códi­
ces, que han sido falsificados por la corrección adúltera de
Prisciliano, admitiría que debía ser juzgado como hereje,

49. La figura metafórica de la copa untada de miel que disimula el ve­


neno que contiene, es frecuente en la literatura latino-cristiana, inspirada
en la obra clásica de Lucrecio, De rerum natura l, 936-941 . ·
CARTA 1 5 103

p� rque quien no aparta a éstos del error, demuestra que él


.
mtsmo se equtvoca.

16. Sobre los escritos de Dictinio50

En el último capítulo se narra una justa queja: los escritos


de Dictinio, que se redactaron según las creencias de Prisci­
liano, son leídos por muchos con gran veneración, y, aunque
piensan que hay que asignar algo a la memoria de Dictinio,
deben querer más su reparación" que su reprobación.
Por consiguiente, no leen a Dictinio, sino a Prisciliano e
intentan demostrar que lo que enseñó el que se equivocó no
lo eligió el que se arrepintió, pero nadie presuma impúne­
mente de esto, ni se sirva de los escritos que han sido censu­
rados entre los católicos, escritos condenados no sólo por la
Iglesia Católica, sino también por su mismo autor, no sea
que el que está inmune al error imite a los herejes en lo que
inventan y, bajo la apariencia del nombre de cristianos, re­
chace las disposiciones de los decretos imperiales. Para eso

50. Hijo del obispo priscilianista de Astorga Simposio. De talante ri­


gorista, se le conocía como entusiasta defensor de la memoria de Prisci­
liano. Es autor del libro que tituló Libra, donde se aboga en favor del es­
tudio de las doctrinas esotéricas. Decididos los obispos católicos a
deponer de sus sedes a todos los coobispos heréticos que no se retracta­
sen públicamente, Dictinio, su sucesor Comasio y Simposio rectificaron
en la tercera sesión del I Concilio de Toledo. Dictinio tomó la palabra y
dijo: «Oidme, excelentísmos sacerdotes; corregidlo todo, puesto que a
vosotros os han sido dadas las llaves del reino de los cielos ... No sólo me
someto a vuestra corrección, sino que abjuro y depongo todo error de
mis escritos. Dios es testigo de que así lo siento. Si erré, corregidme...
Cuanto haya dicho contra la fe, lo condeno todo, juntamente con su
autor». Cf. M. MENÉNDEZ PELAYO, op. cit. pp. 145-146.
51. Término empleado frecuentemente por León con valor soterioló­
gico (cf. Serm. 12, 1; 36, 4; ep. 26; 35, 5).
104 LEÓN MAGNO

acuden a la Iglesia católica con tanto desacuerdo de cora­


zón, para hacer suyos a los que puedan y escapar a la seve­
ridad de las leyes mientras nos engañan. Esto hacen prisci­
lianistas y maniqueos, cuyos corazones están tan ligados
que se distinguen sólo por los nombres, pero se encuentran
unidos en sus sacrilegios. Pues, aunque los priscilianistas
fingen aceptar el Antiguo Testamento y los maniqueos lo
rechazan, sin embargo, la intención de unos y otros tiende
al mismo fin: éstos combaten rechazando y aquéllos co­
rrompen recibiendo".
Sus misterios son tan execrables, que cuanto más obsce­
nos son, más rápidamente los ocultan, y no nos es lícito
contar en su totalidad semejante torpeza y obscenidad53•

52. Cf. supra, nota 25.


53. Los maniqueos, como secta secreta que son, con frecuencia se in­
miscuyen entre los mismos fieles católicos. A cal extremo llegó la situa­
ción en Roma que el papa León se vio obligado a exhortar al pueblo ro­
mano a que los denunciasen a los sacerdotes de las parroquias. Ante las
denuncias presentadas, León reunió al clero, a los obispos y a algunos lai­
cos e hizo comparecer ante un tribunal que él mismo presidía a los mani­
queos que habían sido detenidos y que eran los cabeciUas de la secta. Al1í
se puso de manifiesto la perversidad de su doctrina y las prácticas abomi­
nables de su culto. De lo confesado por Jos mismos maniqueos se descu­
bre un �infandum facinus» (ep. 7), en el que se ha visto afectada una niña
de 1 0 años, contando incluso con la aprobación de un obispo maniqueo.
El papa no quiere insistir en los detalles que ofenderían el pudor. Dicta­
minó la quema de sus libros, la entrega al brazo secular de los más obsti­
nados y ordenó a los emperadores la promulgación de severas leyes para
«esas gentes que han amenazado la ciudad de Roma». Una acción pareci­
da, según relata san Agustín, tuvo lugar en Cartago contra un grupo de
maniqueos de la ciudad (De haeresibus, 46). Este tipo de incidentes no era
nada nuevo. Aún estaba reciente lo sucedido en Aquitania entre Priscilia­
no y Prócula, una de las mujeres que le acompañaban de camino hacia
Roma. Se cuenta que la joven había quedado embarazada de Prisciliano,
y se libró de la criatura mediante un aborto. Este «hecho tan nefando» al­
canzó gran difusión y llegó a oídos de la misma curia romana.
CARTA 15 105

¡ Cuánto nos avergonzamos de contarlo! Con todo, ha­


biendo indagado con atentas averigüaciones y habiendo
sido descubiertos, según confesión de los maniqueos que
los habían sorprendido, hicimos que la noticia llegase a ser
pública, para que no pareciera dudoso lo que se contó en
nuestro juicio, al que asistieron no sólo un numeroso
grupo de sacerdotes, sino también una gran dignidad de
hombres ilustres y una parte del senado y del pueblo; todo
el crimen fue contado por boca de los mismos que lo habí­
an cometido, como muestran estas actas que ahora envia­
mos a tu bondad. Por lo que se refiere a este vergonzoso
crimen de los maniqueos, fue descnbierto y muy divulga­
do también en otro tiempo por una funestísma costumbre
de los priscilianistas. Pues, los que por la impiedad de sus
creencias son iguales en todo, no pueden ser desiguales en
sus cultos.
Así pues, una vez que he repasado todos los asuntos
que la serie del libelo relata y de los que no discrepa la ins­
trucción, mostramos, a mi juicio suficientemente, qué es lo
que censuramos de esos aspectos, -ésos que tu fraternidad
nos relató- y qué no debe ser publicado si, en medio de
tantos errores profanos, consienten incluso los corazones
de algunos sacerdotes o no lo resisten, por decirlo lo más
delicadamente posible. ¿Con qué conciencia reclaman para
sí un honor prestado, quienes no trabajan por unas almas a
ellos confiadas? Las fieras irrumpen y las vallas [de los
apriscos] de las ovejas no lo impiden; los ladrones arman
emboscadas y los centinelas no se oponen; las enfermeda­
des aumentan y no se procura ningún remedio. Pero cuan­
do se suma también esto, que se aparten de ésos que, una
vez condenadas las herejías tiempo atrás por todo el
mundo, ocultan que ellos condenan las acusaciones. Lo
que quieren que se sepa de ellos no es el número de her­
manos que son, sino la facción de enemigos a la que perte­
necen.
106 LEÓN MAGNO

Epílogo

1 7. ¿Por qué la carne de Cristo ha descansado verdadera­


mente en el sepulcro?

Me sorprende que la inteligencia de algunos católicos se


inquiete por esto que me has planteado en la última parte de
tu amigable carta, como si fuese incierto que, después de
que Cristo hubiese descendido a los infiernos, su carne des­
cansase en el sepulcro, y lo mismo que murió y fue sepulta­
da verdaderamente, así también resucitó verdaderamente" al
tercer día. El mismo Señor había anunciado esto a los judí­
os cuando dijo: Destruid este templo y en tres días lo levan­
taré". Allí mismo el evangelista añade: Esto lo decía del
templo de su cuerpo". De este tema, incluso el profeta David
había anunciado la verdad, hablando de la persona del Señor
Salvador, cuando dice: Y además mi carne descansa serena,
porque no abandonarás mi alma al infierno ni dejarás a tu
santo ver la corrupción".
Ciertamente con estas palabras se pone de manifiesto
que la carne sepultada del Señor descansó verdaderamente y
no sufrió la corrupción, puesto que, vivificada rápidamente

54. Ya san Ignacio de Antioquía en su pugna contra el docetismo


había afirmado la realidad de cada uno de los misterios de Cristo: «Jesu­
cristo, el de la descendencia de David� el hijo de María, que nació verda­
deramente, que comió y bebió, que fue verdaderamente perseguido en
tiempo de Poncio Pílato, que fue crucificado y murió verdaderamente a
la vista de los seres celestes, terrestres e infernales. El resucitó verdadera­
mente de los muertos, habiendo sido resucitado por su mismo Padre»:
Cf. A los tralianos 9, 1 -2; A los esmirniotas l, 4.
55. Jn 2, 19. No coincide con el texto de la Vulgata, ni con el de la
Vetus, pero sí con san Agustín, Comentarios al evangelio de san]uan, 47.
56. lb 2 1 .
.•

57. Sal 15. 9-10.


CARTA 15 107

por el retorno de su alma, resucitó. No creer esto es dema­


siado impío y no cabe duda de que pertenece a la doctrina
de los maniqueos y de los priscilianistas, que, así como fin­
gen confesar a Cristo con sacrílego pensamiento, así tam­
bién se alejan de la realidad de su Encarnación", Muerte y
Resurrección.
Así pues, que se celebre entre vosotros un concilio epis­
copal en un lugar que sea oportuno para todos"; que se reu­
nan los sacerdotes de las provincias vecinas, para que, te­
niendo en cuenta esto que respondemos a tu carta, s e
examine con un estudio detallado s i existen algunos obispos
que se han manchado por el contagio de este hereje. Si no
quisieran condenar a esa nefanda secta por los errores de
todas sus creencias, se les debe apartar de la comunión.
Pues, por ningún motivo, se ha de aceptar que los que han
recibido el ministerio de la predicación de la fe, se atrevan a
discutir el Evangelio de Cristo y el Símbolo60 de la Iglesia
Universal.
¿Qué discípulos habrá allí donde enseñan tales maes ­
tros? ¿ Cuál será la religión del pueblo, cuál la salvación de la
gente, allí donde, contra la familia humana, se suprime la
santidad del pudor, se rompe la alianza de los cónyuges, s e
prohibe l a propagación d e l a generación, s e condena la na­
turaleza de la carne, se niega la Trinidad de la Divinidad
contra el verdadero culto al Dios verdadero, se confunde la
propiedad de las personas, se predica el alma del hombre
como esencia divina y se encierra en la misma carne -por

58. El término es transcripción del griego iva.v9pCÓJ«10'l�, aápJC(I)(Jt� e


introducido en la Teología cristiana por san Hilario de Poitiers (cf. De
Trin., 2, 33). En las cartas que siguen, todo el empeño de san León se cen­
trará en mostrar la verdad de la Encarnación del Verbo: una persona y
dos naturalezas.
59. Cf. Introducción: «Carta 15».
60. Cf. Ep. 28, nota 4.
108 LEON MAGNO

decisión del diablo- al Hijo de Dios? Se dice que este Hijo


de Dios nació de la Virgen, no del Padre; se le predica Uni­
génito y no se le atribuye ni la verdadera descendencia de
Dios ni el verdadero parto de la Virgen, puesto que el men­
tiroso tiene como falsa la Pasión y como incierta su Muerte
e incluso la Resurrección de la revivida carne del sepulcro.
Pero en vano se sirven del nombre católico quienes no se
oponen a estas impiedades. Pueden creer estas cosas los que
pacientemente pueden oirlas. Así pues, entregamos la carta a
nuestros hermanos y «coobispos» tarraconenses, cartagine­
ses, lusitanos y gallegos" y les presentamos las actas de la
asamblea genéral del Sínodo 62• Todo ello favorecerá a la so­
licitud de tu caridad, puesto que la autoridad de nuestra or­
denación abarca a los obispos de las provincias ya mencio­
nadas; s i alguno que estuviese alejado, tuviese algún
obstáculo, para no impedir que se pueda celebrar el concilio
general que los sacerdotes de Galicia, al menos, se reunan en
un grupo junto con los otros que hayan de ser convocados.
Nuestros hermanos Idacio y Ceponio63 lo anunciarán y, una

61. Notemos que no menciona a los obispos de la Bética, quizá por­


que sabe que algunos están afectados por la herejía priscilianista y/o ma­
mquea.
62. Aquí tiene el sentido de «asamblea canónica de obispos», que
viene a coincidir con el actual. Se documenta por primera vez en san Am­
brosio (ep. 23, 1), que vivió un siglo antes que san León. Por el contrario
Tertuliano lo empleará referido al «Consejo de los 1 2 dioses mayores» en
Apologeticum 13, 9.
63. Ellos fueron los destinatarios de la carta de santo Toribio (PL 54,
693-695) donde se presentaba un primer informe detallado acerca de las
creencias priscilianistas. Su carta es una cauta petición de ayuda para mo­
vilizar la opiníón de otros obispos. Por ser Toribio un obispo de muy re­
ciente consagración, carecía del necesario prestigio personal para tomar la
iniciativa y quisó antes sondear la opinión de sus hermanos en el episco­
pado. Ahora León Magno piensa en ellos para la convocatoria del conci­
lio local.
CARTA 15 1 09

vez que esté reunida tu solicitud pastoral con ellos, se ponga


remedio, con ese concilio provincial, a tantas heridas, lo más
pronto posible.

Dada en las kalendas del 12 de agosto'\ siendo cónsules


Calepio y Ardaburo.

64. 12 de agosto del año 447.


CARTA 28
A FLAVIANO, OBISPO DE CONSTANTINOPLA,
CONTRA LA INFIDELIDAD Y LA HEREJÍA
DE EUTIQUES.

LEÓN, OBISPO, AL MUY QUERIDO HERMANO FLAVIAN01,


OBISPO CONSTANTINOPOLITANO

1. La presunción y la ignorancia han abocado a Eutiques al


error

Habiendo leído tu cariñosa carta, nos ha sorprendido


que haya tardado tanto y por fin, después de haber revisado
la relación de las actas episcopales, hemos conocido el es­
cándalo que se ha originado entre vosotros contra la integri-

t . Siendo miembro del clero de Constantinopla, fue elegido patricar­


ca en el 446, al morir Proclo. Dos años después (448), tuvo que enfren­
trarse con Eutiques, máximo valedor de los monofisitas, ante las acusacio­
nes que contra él presentó Eusebio de Dorilea. Flaviano decidió la
convocatoria de un sínodo local en el que se condenó al monje como he­
reje y se afirmó la doble naturaleza de Cristo en una sola hipóstasis y un
solo prósopon. La reacción de los eutiquianos no se hizo esperar y, capita­
neados por Dióscoro, patriarca de Alejandría, y favorecida por el empera­
dor Teodosio 11, se llegó al concilio de Efeso (449), que ha pasado a la his­
toria con el nombre de «latrocinio efesino», preparado con todo detalle
para rehabilitar a Eutiques. Flaviano, acusado por Dióscoro, fue depuesto
de su cargo. Apeló a Roma, pero el de Alejandría recurrió a la fuerza de
los soldados. En el tumulto que siguió a la deposición, Flaviano fue arras�
trado y conducido como un malhechor al destierro. La violencia y los
malos tratos empleados con él fueron tales, que murió a los tres días de
haber iniciado el camino (febrero del 450). La presente carta es la respues-
CARTA 28; Tomus ad Flavianum 111

dad de la fe. Y lo que antes parecía oculto, ahora se nos ha


manifestado abiertamente.
Por esto, Eutiques 2, que parecía digno del nombre de
presbítero, se muestra muy imprudente y demasiado igno­
rante, de modo que también de él podría decirse aquello del
profeta: renunció a ser sensato, a hacer el bien. Sólo maqui­
na iniquidad sobre su lecho'. Pues ¿hay algo más inicuo que
el deleitarse en las impiedades y no rendirse a los que son
más sabios y más doctos que uno mismo? Sin embargo en
esta insensatez caen los que están impedidos para conocer la
verdad por una cierta ceguera y aquéllos que no recurren ni
a las advertencias de los profetas, ni a las cartas de los após­
toles ni a la autoridad de los Evangelios, sino a sí mismos. Se
erigen como maestros del error, precisamente porque no
han sido discípulos de la verdad. Pues ¿qué conocimiento ha
adquirido de las páginas sagradas del Nuevo y del Antiguo
Testamento el que ni siquiera comprende lo elemental del
mismo Símbolo4? Y lo que proclama la voz de todos los que
van a ser regenerados por el mundo entero, aún no es acep­
tado por el corazón de ese anciano'.

ta que salió de la Cancillería papal a los informes presentados por Flavia­


no (ep. 22) acerca de la doctrina monofisita. Su labor fue reconocida en el
concilio de Calcedonia, donde quedó rehabilitada su memoria.
2. Cf. Introducción, «Nestorio y Eutiques».
3. Sal 36, 4b-Sa.
4. En la controversia eutiquiana se aprecia un cierto progreso: se pasa
de la invocación del Símbolo a la autoridad de Nicea; de ahí a los Santos
Padres para, finalmente, recurrir a la autoridad de Calcedonia. Durante
siglos se ha entendido por Símbolo o Credo una fórmula fija que resume
los articulos esenciales y las prlncipales verdades de la fe cristiana y que
implicaba la sanción de la autoridad de la Iglesia. El primero que emplea
el título «Credo de los Apóstoles» o Symbolum apostolorum es san Am­
brosio. Cf. Ep. 42,5 (PL 16, 1 1 74). La no aceptación de esta regla de fe,
implica quedar excluído de la fe y de la comunión de la Iglesia.
5. Toda herejía es una ofuscación de la verdad a la que sigue una pos-
1 12 LEÓN MAGNO

2. Sobre el doble nacimiento y la doble naturaleza de Cristo

Pues, no sabiendo Eutiques qué debía pensar acerca de


la Encarnación del Verbo de Dios y no queriendo, para
merecer luz sobre su comprensión, trabajar en el amplio
campo de las Santas Escrituras, al menos debería haber
aceptado con oído atento, aquella común y unánime con­
fesión mediante la cual la universalidad de los fieles hace
su profesión de fe: que creen en Dios Padre todopoderoso,
y en Jesucristo, su único Hijo, Nuestro Señor, que nació
del Espíritu Santo y de María Virgen'. Con estas tres afir­
maciones se destruyen las maquinaciones de casi todos los
herejes.
Pues al creer en Dios7, Todopoderoso y Padre, queda
patente que el Hijo es coeterno con el mismo Dios, no dife-

terior sistematización. Esta desviación del entendimiento humano, for­


malmente, aún no es herejía. Para incurrir en ella -como le ha ocurrido a
Eutiques- es necesario mantenerse en el error con presunción y pertina­
cia (d. santo Tomás, Summa Theologica II-II, q .5, a.3). La ep. 93 de san
Agustín al obispo donatista Vicente ha sido considerada tradicionalmen­
te como el documento modélico de la actitud de la Iglesia con el hereje,
que puede resurmirse en el aforismo agustiniano: <<No se entra en la ver­
dad, sino por la caridad».
6. El Credo aquí transcrito por León es el Credo bautismal romano,
desconocido en el Oriente, lo cual pudo ser uno de los motivos que ex­
plican la negativa de los alejandrinos a leer el Tomus en el Latrocinio de
Efeso arguyendo que su lectura podría dar origen a tumultos. Todavía en
e1 siglo XV, en c1 concilio de Florencia (1438) los griegos declaran no
tener conocimiento de la existencia de tal profesión de fe (cf. ACO IX,
842-843). Posteriormente, en la carta que el papa dirige al emperador
León 1 citará el Credo de Nicea, que sí era conocido y admitido por los
monofisitas (cf. Ep. 165, 3 ).
7. En estas expresiones se esconden nociones teológicas que han en­
contrado explicación en Santos Padres o en teólogos posteriores. León,
por este orden, fija el camino de la fe: primero presenta lo que la Iglesia
cree y, luego, -y es lo que se dispone a hacer en el Tomus- las razones
CARTA 28: Tomus ad Flavianum 1 13

renciándose en nada del Padre, porque es Dios de Dios, To­


dopoderoso de Todopoderoso; nació coeterno del Eterno;
no es posterior en el tiempo ni inferior en poder, ni desigual
en gloria, ni divisible en su esencia. El mismo Hijo, Unigé­
nito del eterno Padre, siendo eterno, nació del Espíritu
Santo8 y de María Virgen. Este nacimiento temporal no me­
noscabó en nada a aquel nacimiento divino y eterno, ni nada
le añadió', sino que este Hijo se consagró totalmente a la
restauración del hombre que había sido engañado10, para
vencer a la muerte y destruir por su propio poder al diablo,
que tenía el imperio de la muerte. Ciertamente, nosotros no
podríamos vencer al autor del pecado y de la muerte11 si

que se esconden en la fe. La fides qua (don de Dios) es ante todo «creer
en»; la fides quae (los Símbolos de fe) incluye el «creer que». Ya san
Agustín había subrayado la importancia de la expresión «Creer en», co­
mentando Jo 6, 29: «<Dice [-el evangelista-] creer en él, no creerlo a él. Sí,
porque si creéis en él, también lo creéis a él, pero quien lo cree a él, no ne­
cesariamente cree también en él. Los demonios lo creían, pero no creían
en él. [...] Nosotros creemos a Pablo, pero no creemos en él». (Cf. Co­
mentarios al Evangelio de san Juan 29,6; PL 35, 1631). Nosotros hemos
de distinguir: «creer a» que significa dar fe de algo o considerar verdade­
ro algo; «creer que» expresa que uno está convencido de algo o cree algo
y «Creer en» significa tener confianza, confianza en aquél en quien se cree.
Por eso, «Creer en Dios» («credere in Deum») implica una progresividad
en el conocimiento del misterio de Dios.
8. El sujeto que hace posible la encarnación es la Trinidad, no sólo la
Persona del Padre. Cf. J. MARTORELL, Mysterium Christi (León Magno),
Valencia 1983, p. 37.
9. Cf. Si 42, 21.
1O. Lat: «Sed totum reparando homini qui erat deceptus inpendit».
En el Tomus en tres ocasiones se habla del engaño del hombre (infra. 2,
3). Este engaño origina la nueva situación en la que deviene el hombre
tras el pecado de los primeros padres, pero León no entra a explicar en
qué consiste.
1 1 . cf. Serm. 22, 3; 73, 2. Notemos cómo el Tomus reproduce muchos
párrafos de los sermones que León ya había pronunciado en Roma.
114 LEÓN MAGNO

Aquél no hubiera asumido nuestra propia naturaleza y la


hubiera hecho suya11, Aquél a quien ni el pecado ni la muer­
te pudo contaminar ni retener. Más aún, fue concebido del
Espíritu Santo dentro del útero de una madre virgen, la cuál
le dio a luz de la misma manera que lo concibió, salvada su
virginidad.
Y, aunque no hubiese podido sacar de esta limpísima
fuente de la fe cristiana su comprensión exacta porque, con
su propia obcecación había oscurecido el esplendor de la
diáfana verdad, debería haberse sometido a la doctrina evan­
gélica, según dice san Mateo: Libro de la generación de je­
sucristo, hijo de David, hijo de Abraham". Tenía que haber
buscado también la instrucción de la predicación apostólica

Ahora, Próspero de Aquitania se ha encargado de la selección de un cier­


to número de pasajes cristológicos, que el papa ha ido insertando en el
corpus de la carta, sin apenas modificación; menos de la que se creyó en
un principio, porque el texto usado para la elaboración del Tomus es el de
la primera colección de sermones. Para la conexión entre las homilías y las
cartas cristológicas, cf. A. CHAVASSE, Santí Leonis Magni Romani Ponti­
ficis Tractatus septem et nonaginta, en CCL 138, pp. 612 ss.
12. La encarnación es vista como un <�<asumir» el Verbo la nawraleza
humana. León fundamenta el realismo de la salvación en el realismo de la
Encarnación, frente a las afirmaciones de Eutiques que pretende vaciar el
misterio por el cual somos salvados. Nuestro autor ilustra este principio
soteriológico-cristológico conforme a la proposición formulada por san
Gregario Nacianceno: «Quod non est assumptum, non cst sanatum: Lo
que no ha sido asumido, no ha sido redimido» (ep. 101 a Cledonio: SC
208, 51). La doctrina mística de la redención tiene como primer aspecto la
humanidad del Hijo de Dios, humanidad ella misma salvada. La sanación
no la hemos de entender desde una perspectiva platónica, según la cual, el
mero contacto del Hijo de Dios con la naturaleza humana implicaría ya
una sanación de la misma naturaleza. León Magno pasa, así, por ser uno
de los escasos representantes latinos de la teoría mística de la redención.
Cf. J. TIXERON1', Historia de los dogmas. El final de la patrística 111,
Pamplona 1913, p. 195.
13. Mt 1, 1; cf. Is 6, 9ss.; Rm 1, 28.
CARTA 28: Tomus ad Flavianum 115

leyendo l a carta a los Romanos: Pablo, siervo de Cristo


jesús, apóstol por vocación, escogido para el Evangelio de
Dios que ya había prometido por medio de sus profetas en
las Sagradas Escrituras, acerca de su Hijo, nacido del linaje
de David, según la carne14• Y tenía que haber contrastado su
paternal solicitud con las páginas proféticas encontrando en
las Escrituras la promesa de Dios a Abraham que dice: En
tu descendencia se bendecirán todas las naciones de la tie­
rra15; para que no dudara de la señal de esta descendencia,
tenía que haber seguido al Apóstol que dice: Las promesas
fueron dirigidas a Abraham y a su descendencia. No dice "Y
a los descendientes» como si fueran muchos, sino a uno solo,
«a tu descendencia», es decir a Cristo16• También tenía que
haber aprendido la profecía de Isaías con su oído interior:
He aquí que una doncella está encinta y va a dar a luz un
hijo y le pondrá por nombre Emmanuel17, que significa: Dios
con nosotros18• Y tenía que haber leído con más fidelidad las
palabras de ese mismo profeta: Un niño nos ha nacido, un
hijo se nos ha dado. Estará el señorío sobre su hombro y se
llamará su nombre «Maravilla de consejero», «Dios fuerte»,

14. Rm 1 , 1-3. León Magno recoge un texto incompleto de san


Pablo. El apóstol señala las dos sustancias de Jesucristo. Con las pala­
bras «nacido del linaje de David, según la carne» designa al hombre y al
hijo del hombre (v. 3); con las palabras «constituido Hijo de Dios según
el Espíritu» -que no cita expresamente nuestro autor- se refiere a Dios,
al Verbo, al Hijo de Dios (v. 4). El único interés que mueve al papa
León es presentar un elenco de textos de la Escritura probatorios de la
humanidad del Verbo, pues ya su divinidad está segura. Cf. TERTULIA­
NO, De carne Christi, 5, 3 (CCL 2, 881); Adversus Praxean, 27, 1 1 ,
(CCL 2, 1 1 99).
15. Gn 12, 3; 22, 18.
16. Ga 3, 16-17.
17. Is 7, 14.
18. Mt 1, 23.
1 16 LEÓN MAGNO

«Príncipe de la paz», «siempre Padre»19 en vez de hablar en­


gañosamente hasta llegar a decir que el Verbo se hizo carne
como si tuviera forma de hombre y, engendrado en el seno
de una virgen, no tuviera la realidad del cuerpo de su
madre20• ¿Pensaría que Nuestro Señor Jesucristo no era de
nuestra naturaleza, ya que el ángel enviado a la bienaventu­
rada María, siempre virgen, dijo: El Espíritu Santo vendrá
sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra, por
eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de
Dios21? Y si fue concebido de una virgen por obra divina,
entonces la carne del concebido no ha sido de la misma na-

19. ls 9, 5.
20. Así pensaban los docetas: el Verbo no se habría encarnado real­
mente, sino que habría asunúdo la apariencia de un cuerpo humano, des­
doblando así el significado de la Encarnación y de la Redención. Contra
tal «movimiento», a menos de un siglo de la muerte de Jesús, ya habían
tomado posiciones san Pablo (cf. Col 1 , 20.22; 1 Tím 2, 5) y el mismo san
Juan (cf. Jn 1, 14; 1 Jn 1, 1 ; 4, 2; 2 Jn 7). Existe una gran variedad entre los
llamados docetas, pero a todos ellos respondieron los primeros Padres de
la Iglesia: san Ignacio de Antioquía (cf. A lor esmirniotas 1-4; A los tralia­
nos 9-1 O; A los magnesios 9-11 ), Tertuliano nos refiere un catálogo de los
principales: «Marción, para poder negar la carne de Cristo, negó también
su nacimiento. Apeles admitió la carne, pero negó el nacimiento. Final­
mente, Valentín admitió ambas cosas, tanto la carne como el nacimiento,
sólo que los explicó después a su modo. Consideró que no sólo su carne,
sino incluso su misma concepción, su gestación, su nacimiento de la Vir­
gen y todo lo demás pertenecían al orden de la apariencia y no al de la re­
alidad» (De carne Christi 1, 2); san Ireneo (cf. Adv. baer. 5, prefacio) y
León Magno (serm. 28, 4). Incluso el mismo Hilario de Poitiers cuando
escribe: «Jesús no ha podido sufrir en su pasión, porque no podía tener la
debilidad de la naturaleza corporal• se halla todavía bajo el influjo del do­
cetismo (cf. De Trin. 10, 20; PL 10, 363 A), aunque poco después se re­
tracta afirmando que «sólo la naturaleza divina ha estado exenta de dolor,
mientraS que la naturaleza humana estaba sometida a él». (Cf. De Synodis,
49; PL 10, 516B-517A). Cf. A. ORBE, Cristología gnóstica, Madrid 1976.
21. Le 1, 35. El negar que Cristo es connatural con nosotros lleva a la
misma conclusión negativa de los docetas.
CARiA 28: Tom�s ad Flavian�m 117

ruraleza d e l a que l o concibió. Pero aquella generación, tan


excepcionalmente admirable y tan admirablemente excep­
cional, no hay que comprenderla así, de forma que por lo
novedoso de la creación, quedara excluido lo específico de
la generación''· Pues el Espíritu Santo dio la fecundidad a la
Virgen, pero la realidad de su cuerpo fue tomada de otro
cuerpo. Y construyendo la Sabiduría su propia casa23, el
Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros'\ es decir, en esa
carne que asumió del hombre y que animó con un espíritu
de vida racional.

3. Se explica la fe y el proyecto de Dios acerca de la Encar­


nación del Verbo

Pues bien, salvado l o específico de una y otra naturaleza


[divina y humana] y uniéndose a una única persona", la hu-

22. Algunos autores han visto en este texto de León Magno el funda­
mento patrístico para reducir la concepción virginal de María a partenogé­
nesis, como si el papa hubiera querido negar la acción milagrosa de Dios
en el seno de María. Pero León sólo insiste en que la acción del Espíritu
Santo produce en María algo característica y específicamente humano; re­
saltando así, contra Eutiques, la verdadera humanidad de Jesucristo.
23. Cf. Pr 9, 1 .
24. Jn 1, 14. Este es el texto bíblico clásico probatorio de la encarna­
ción, que ha dado lugar a lo que se ha venido llamando en la historia de
la Dogmática «cristología de la encarnación». No podemos obviar el alto
tono antidoceta del texto. El Verbo, sin dc;ar de serlo, asume total y com­
pletamente la existencia humana: salva la carne asumiendo una carne;
salva el alma asumiendo un alma; salva la libertad y la voluntad asumien­
do una voluntad y una libertad humanas. Aún no habla de las dos natu­
ralezas de Cristo, aun cuando haya sido el fundamento bíblico del desa­
rrollo teológico posterior de la cristología de las dos naturalezas. El papa
León interpreta este pasaje a la luz de Flp 2,6- 1 1 . Cf. infra, nota 32.
25. La Defmición de Calcedonia hará suya la afirmación «salvado lo
específico de una y otra naturaleza y uniéndose a una única persona»,
118 LEÓN MAGNO

mildad fue asumida por la majestad, la debilidad por la for­


taleza y la mortalidad por la eternidad". Para pagar la deuda
de nuestra condición27, la naturaleza invulnerable se unió a
una naturaleza capaz de sufrir. Así un único y mismo me­
diador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo J esús28,
podría, por hombre, morir y, por ser Dios, no morir29; nues­
tros remedios requerían eso. Pues en una integra y perfecta
naturaleza de hombre verdadero, nació Dios verdadero,
completo en las cosas divinas, completo en las cosas nues-

para resaltar la permanencia de ambas naturalezas en una única persona,


refutando cualquier atisbo de apolinarismo o cualquier contaminación
eutiquiana.
26. León Magno, para explicar la encarnación, en ocasiones aplica
como sujeto gramatical «Filius Dei», y en otras, la función de sujeto lo
desempeñan determinadas propiedades divinas referidas al Verbo: eterni­
dad, el Eterno; poder, el Poderoso ... propiedades que se oponen, por con­
traposición, a las propiedades de la naturaleza humana que ha sido asu­
mida. Lo que el papa León quiere poner de relieve es que su pensamiento
no es nestoriano, que la Persona no es un tercer elemento. Esta es la nota
pionera de León Magno que posteriormente consagrará Calcedonia.
27. El serm. 21, 1-2 le sirve de fuente, sin embargo, se ha producido
un cambio terminológico. En la cana usa el giro «ad resoluendum condi­
tionis nostrae debitum», que puede entenderse como «deshacer», «des­
truir» el debitum (refiriéndose a «pagar la deuda» o «pagar la falta por el
pecado») y en el serm. 21 emplea «ad dependendum conditionis nostrae
debitum», sirviéndose de una antigua fórmula jurídica del Derecho Ro­
mano. En ambos casos, la única pretensión es mostrar que la deuda con­
traída por el pecado ha sido destruida por la Redención de Cristo.
28. Cf. 1 Tim 2, 5. El único y mismo mediador entre Dios y los hom­
bres es un elemento de la teología paulina que León Magno toma presta­
do de san Agustín (cf. Ep. 137, 2; PL 33, 250), la hace suya y la va des­
glosando en cartas (cf. 35, 2-3; 124, 2) y sermones (cf. 96, todo él referido
a la herejía de Eutiques).
29. León recurre a elementos que están recogidos en los sermones.
Cf. 21, 2; 23, 2. El hecho de poseer la naturaleza divina no le impide
morir según la naturaleza humana. En razón de su naturaleza divina no
puede ser vencido por la muerce humana, sin embargo Jesucrisco murió
CARlA 28: Tomus ad Navianum 1 19

tras30• Como «nuestras» entendemos las que desde el co­


mienzo el Creador puso en germen en nosotros y las que
asumió para ser reparadas. Aquéllas que el Mentiroso inspi­
ró" y que el hombre, engañado, aceptó no dejaron ninguna
huella en el Salvador. Y no por haber asumido la comunión
con las debilidades humanas, se hizo partícipe de nuestros
pecados. Asumió la condición de esclavo32 sin la mancha del
pecado33, robusteciendo lo humano sin disminuir lo divino,
porque aquel vaciamiento por el que el Invisible se mostró
visible y el Creador y Señor de todas las cosas quiso ser uno
de los mortales fue inclinación" de misericordia y no falta
de poder.

en una de sus naturalezas: en la humana, no en la divina. Cf. M. J. NICO­


LAS, La doctn'ne christologique de s. Léon, en Revue Thomiste 51 ( 1 951)
pp. 650-652.
30. Cf. Serm. 23, 2. Esta teología de las dos naturalezas parece poner
de relieve el gusto del papa León por las antítesis y el paralelismo rítmi­
co: en una frase habla de las propiedades divinas, en la otra de la narura­
leza humana. Su lenguaje oscila rírmicamente de una parte a otra, como
un péndulo, pasando del lado divino al lado humano, de la trascendencia
de Dios a la inmanencia de nuestra historia terrena. Cf. A. GRILLMEIER,
Gesú il Cristo nella fede del/a Chiesa !, 2, Brescia 1982, pp. 940-1.
3 1 . Cf. Serm. 24, 2; 25, 5; 28, 3.
32. León repite muy frecuentemente que en Cristo coexisten la
<<forma Dei» (=naturaleza divina) y la «forma servi» (=naturaleza huma­
na). Aunque no las expresiones, el concepto está tomado de Flp 2, 6-11.
33. La expresión «sin mancha de pecado» está tomada de Hb 4,15 al
menos como resonancia. Este tema, -«¿cómo ha podido Jesucristo� que
era un hombre como los demás, estar exento de todo pecado?»-, ocupó y
preocupó mucho a los Padres pertenecientes a la escuela de Antioquía.
Ellos hicieron derivar la ausencia de pecado de la unión hipostática. Pues­
to que quien peca no es la naturaleza, sino la persona, que en Jesucristo
está representada por la persona divina del Verbo, decir que él habría pe­
cado sería como decir que Dios mismo podía pecar. De ahí que, por la
unión hipostática, podemos afirmar no sólo la ausencia de pecado en
Cristo, sino la impecabilidad de Cristo, que es decir mucho más.
34. Poco antes (supra, 3) ha hablado de «vaciamiento, abajamiento»
120 LEÓN MAGNO

Por tanto, el que permaneciendo en la condición divina


hizo al hombre, es el mismo que se hizo hombre en la con­
dición de esclavo". Así, cada naturaleza conserva su propie­
dad sin defecto; y como la condición divina no suprime la
condición de siervo, así la condición de siervo no disminu­
ye la condición divina. En vista de que el diablo se jactaba
de que el hombre, engañado por su astucia", había sido pri­
vado de los dones divinos, y, desprovisto del don de la in­
mortalidad, había afrontado la dura sentencia de la muerte37
y ya que presumía de que el mismo hombre había encon­
trado una especie de consuelo en sus males, aliándose con el
prevaricador, y de que Dios, por razón de justicia para con
el hombre, al que en tanto honor había puesto, había cam­
biado su propia sentencia, fue necesario que, por disposi­
ción del plan oculto, el Dios inmutable, cuya voluntad no
puede carecer de bondad, llevase a plenitud su primer de­
signio de amor, y que el hombre, arrastrado por la malicia
del pecado diabólico, no pereciera en contra del propósito
divino".

(�exinanitio»). Aquí emplea el término «inclinatio»� «entregado por no­


sotros)!>, -por condescendencia-, que traduce una palabra clave de 1a pa­
trística griega: xa1:áBam¡; estando en línea con Fil 2,6-1 1 . Hasta aquí re­
sume León toda la teología de la Encamación-Redención, un papa que ha
pasado por ser el gran defensor del realismo de la Redención que funda­
menta en el realismo de la Encarnación.
35. Sigue, casi literamente, el comienzo del De Trin. I, 7 de san Agus­
tín, que también trascribe en serm. 23, 2.
36. Cf. Serm. 22, 1; 28, 3.
37. En cartas y sermones (cf. 21, 1; 24, 2; 25, 5; 77, 2; 73, 4) habla con
reiteración de la muerte, siempre en relación con la vida que nos trae Je­
sucristo con su Muerte. La terminología de la que se sirve para referirse a
ella es: -�<suplicium aeternum», «perpetuitatem monis», .-aeterna morte»,
«praecipitia perpetuae mortis», «vinculis aeternae mortis».
38. Cf. Serm. 22, 1. El papa León, sin renunciar a una sistematización
especulativa, acentúa los aspectos soteriológicos de la Encarnación. Cf. J. A.
CARTA 28: Tomus ad Flavianum 121

4. Se exponen las propiedades de cada una de las naturalezas


y nacimientos de Cristo

Por consiguiente, el Hijo de Dios penetra en lo débil


del mundo, descendiendo desde la sede celestial y no dejan­
do la gloria del Padre en su nueva condición: engendrado
con un nuevo nacimiento. En una nueva condición, porque
el invisible en sus atributos se hizo visible en los nuestros;
el incomprensible, quiso ser comprendido; el que existía
antes del tiempo, comenzó a exisitir en el tiempo; el Señor
del universo, velada la inmensidad de su majestad, asumió
la condición de esclavo. Dios, incapaz de padecer, no des­
deñó ser un hombre capaz de sufrir y siendo inmortal, no
relegó someterse a las leyes de la muerte. Fue engendrado
en un nacimiento verdaderamente nuevo porque, una virgi­
nidad inviolada, que no conoció la concupiscencia, le pro­
porcionó la materialidad de su cuerpo. De la Madre del
Señor fue asumida la naturaleza, no la culpa39; y en el Señor
Jesucristo, nacido del seno de la virgen, y aún siendo admi­
rable su nacimiento, no por ello la naturaleza es distinta de
la nuestra. Pues el que es Dios verdadero, él mismo es
hombre verdadero y no hay ninguna falsedad en esta uni­
dad, ya que se compenetran mutuamente tanto la humildad
del hombre como la grandeza de la divinidad. En efecto,
como Dios no cambia por su abajamiento, así tampoco el
hombre queda consumido por adquirir tal dignidad. Pues
cada naturaleza obra en comunión con la otra lo que le es

CANOVAS SANCHEZ, «Propter nos». El motivo soteriológico en el «Tomus


ad Fú.vianum» <k 5an León Magno, en Scripta Fulgentina 14 (1997), pp.
221-254. Junto con este esquema de la redención, ya vimos la« Teoría místi­
ca de la redención» (cf. supra, nota 12) y posteriormente (infra, cap. 5) León
propondrá la «Teoría mercantil de la redención», cf. nota 79.
39. Cf. Serm., 22, 2; 24, 3.
122 LEÓN MAGNO

propio; es decir, cuando obra el Verbo, obra lo que es pro­


pio del Verbo y cuando obra la carne, obra lo que es propio
de la carne40• Una de ellas resplandece en los milagros y la
otra sucumbe bajo las injurias. Y como el Verbo no se apar­
ta de la igualdad de la gloria del Padre, así tampoco la carne
abandona la naturaleza de nuestro linaje. Uno solo y el
mismo41 es verdaderamente el Hijo de Dios y verdadera­
mente Hijo del Hombre, lo que ha de afirmarse a menudo.
Dios, porque en el principio existía el Verbo y el Verbo es­
taba junto a Dios y el Verbo era Dios42; y hombre, porque
el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros"; Dios, por-

40. Estas fórmulas podrían contentar a los partidarios del duofisismo


de Amioquía, si no fuese por el reiterado unus et idem, sujeto único de
todos los actos de Cristo. Uno solo y el mismo es Dios y hombre, doble
en la naturaleza, único en la persona. La unidad de persona es el quicio
sobre el que gira pendularmente el método cristológico leoniano. La
«persona» en Cristo no es un tercer elemento que resulta de la unión de
naturalezas. El que se hace hombre es el Hijo del Padre que ya existía
desde coda la eternidad y por eso, preexistía como Persona. En el mo­
mento en el que la naturaleza humana es asumida no es que llegue a la
existencia un nuevo sujeto ni tampoco que aparezcan dos sujetos (nesto­
rianismo). El Verbo, en tanto que Persona Divina, es el que actúa en una
y otra naturaleza: en la divina, directamente, y en la humana, como ins­
trumento. León subraya que cuando obra la naturaleza humana lo hace
en virtud de su propio poder, pero en ella no reside la fuerza redentora.
Para mejor entender en qué consiste la «communio» de naturalezas, cf.
Serm. 54, 1 : PL 54, 319B; 28, 1 : PL 54, 222A, donde aborda con mayor
profundidad este mismo tema.
41. Esta fórmula tradicional «unus idemque» (o la versión griega «él<;
x.ai O a{rtÓ<;» ), que empleó ya Ireneo contra los gnósticos (Adv. haer.,
III, 16, 8-9), y recogió Cirilo de Alejandría, y que aparece reiteradas veces
en la definición de Calcedonia, está igualmente en los escritos de Nesto­
rio, lo que hacía problemática su utilización, por la posibilidad de inter­
pretarla heterodoxamente.
42. Jn 1, l.
43. Jn 1, 14.
CARTA 28: Tomus ad Flavianum 123

que todas las cosas se hicieron por él y sin él nada se ha


hecho44; y hombre, porque nació de una mujer, nació bajo
la ley45• El nacimiento en carne es manifestación de la natu­
raleza humana; el parto de una virgen es señal del poder di­
vino". La infancia del niño se muestra en la humildad de la
cuna47; la grandeza del Altísimo se manifiesta por las voces
de los ángeles". Es semejante, en las carencias de los hom­
bres, Aquél al que Herodes planea matar sacrílegamente49,
pero es el Señor de todas las cosas Aquél al que los magos
se gozan en adorar humildemente. En cuanto llegó al bau­
tismo de Juan, precursor suyo50, para que no se ocultara
que la divinidad estaba cubierta por el velo de la carne, la
voz del Padre, resonando desde el cielo, dijo: Este es mi
Hijo amado, en quien me he complacido". Así, al que la as­
tucia diabólica tienta como hombre, a ése mismo, las cortes
angélicas sirven como Dios". Tener hambre, sed, cansarse y
dormir es, evidentemente, propio del hombre; pero con
cinco panes saciar a cinco mil hombres", dar con generosi-

44. Jn 1, 3.
45. Cf. Ga 4, 4.
46. La concepción y el parto virginal son un indicio de su divinidad
(cf. Serm. 22, 2: CCL 138, 92-93; ep. 165, 6) y una obra admirable (cf.
supra 2), pero no por admirable es distinta su naturaleza a la nuestra, como
sostenía Eutiques. León Magno, para resaltar la verdadera humanidad del
Verbo, va refutando los distintos errores que acerca de la Encarnación se
han vertido: la carne no le vino del cielo (cf. Ep. 165, 3), ni ha sido creada
de la nada (cf. Ep. 6; 35), sino que fue tomada en el útero de la Virgen. Y
esta humanidad verdadera, alma y cuerpo, toda ella está sin culpa.
47. Cf. Le 2, 7.
48. Cf. Le 2, 13.
49. Cf. Mt 2, 16.
50. Cf. Mt 3, 13.
S l. Mt 3, 17.
52. Cf. Mt 4, 1; 1 1 .
53. Cf. J n 6 , 12.
124 LEÓN MAGNO

dad el agua viva a la samaritana'\ que permite al que bebe


de este agua no tener ya más sed, andar sobre la superficie
del mar sin hundirse los pies55 y, una vez increpada la tem­
pestad'•, abatir la bravura de las olas, esto, sin ambigüedad,
es propio de Dios.
Por consiguiente, y dejando a un lado otras muchas
cosas, no es de la misma naturaleza llorar con amor de com­
pasión al amigo muerto57 y a éste mismo llamarlo de nuevo
a la vida con el poder de su voz, una vez movida la piedra,
después de cuatro días en la sepultura"; o colgar en una
cruz y, convertida la luz en noche, hacer temblar los cimien­
tos [de la tierra] o ser traspasado por los clavos y abrir las
puertas del paraíso a la fe del ladrón"; así tampoco es de la
misma naturaleza decir el Padre y yo somos uno"" y decir el
Padre es más grande que yo61• Aunque en el Señor Jesucris­
to, la persona divina y humana es una sola62, sin embargo
existe otro principio, de donde la ignominia es común y
también la gloria, tanto en una como en otra naturaleza•'.

54. Cf. Jn 4, 10.


55. Cf. Mt 14, 25.
56. Cf. Le 8, 24.
57. Cf. Jn 1 1, 35.
58. Cf. Jn 1 1, 43; SAN AMBROSIO, ep. 46, 7 (PL 16, 1197 B).
59. Cf. Le 23, 43.
60. Jn 10, 30.
61. Jn 14, 18.
62. El reconocimiento de la naturaleza como principio de acción no
comporta necesariamente que ésta sea el sujeto último de las operaciones.
En Cristo hay un solo sujeto, la persona divina del Hijo, que ejerce acti­
vidades divinas, por una parte, y, por otra, actividades humanas; luego un
sujeto divino que es principio de actos humanos de conocimiento y vo­
luntad y que permanece sujeto divino en su actividad humana. Por eso,
según León, la communio o connexio entre la actividad divina y la huma­
na se logra por medio de la unidad de persona.
63. Debemos distinguir entre el princípium q uod (principio que
CARTA 28; Tomus ad Flavianum 125

En efecto, por su origen humano, tiene una humanidad


inferior al Padre; por su origen divino, tiene una Divinidad
igual al Padre"'.

S. Se muestra la verdad de la carne en Cristo por la Escritura

Por tanto, para entender esta unidad de persona en cada


una de las dos naturalezas, se lee que el Hijo del hombre

actúa: la persona) y el principium quo (principio por medio del cual se


actúa: la naturaleza). La persona responde a la pregunta •¿quién es?»; la
naturaleza, a la pregunta «¿qué es?». Esta distinción tiene el mérito de
atraer la atención sobre el hecho de que el primer impulso de la activi­
dad viene del sujeto, de la persona; es ella la más directamente responsa­
ble de la acción. No quiere esto decir que la naturaleza sea simplemente
medio o instrumento; es verdaderamente principio de acción, y determi­
na el nivel ontológico, las propiedades y condiciones de esta acción,
pero ya León Magno afirma que las dos naturalezas en Cristo persiguen
el fin de su actividad (terminus actionis), cada una en el modo que le es
propio -pudiendo así reconocer dos actividades-, permaneciendo cada
una fiel a su ser. La persona es la que ejerce el imperio sobre la natura­
leza. Esta le proporciona las facultades de la inteligencia y voluntad con
las que actúa, y en este sentido, la persona depende de la naturaleza.
Pero, en cuanto sujeto, es la persona la que pone en marcha toda la acti­
vidad de la naturaleza, y la naturaleza depende de la persona como de su
administradora. Nuestro autor establece así un sólido fundamenoo para
una teología de la humanidad de Cristo, como se deduce del acento que
pone sobre la dualidad de voluntades en Cristo, una prueba de la duali­
dad de naturalezas. La elección del género neutro para hablar del princi­
pio por el cual es posible la ignominia o la gloria ( «quamvis enim in Do­
mino Iesu Chisto Dei et hominis una persona sit, aliud tamen est unde
in utroque communis est contumelia, aliud unde conununis est gloria»),
viene a subrayar que León Magno no divide a la persona, sino que quie­
re expresar la realidad de lo acontecido: la crucifixión y la sepultura no
le podían afectar «Ín divinitate ipsa», sino «in natura humanae infirmita­
te» (infra, 5).
64. Cf. GAUDENCIO DE BRESCIA, serm. 19.
126 LEÚN MAGNO

descendió del cielo65; después asumió una carne de esa vir­


gen de la que nació; y, una vez más, se dice que el Hijo de
Dios fue crucificado y sepultado, al haber sufrido esto no en
la divinidad misma, por la que el Unigénito es coeterno y
consustancial al Padre, sino en la debilidad de la naturaleza
humana66•
De ahí que todos confesemos también en el Credo, que
el Hijo Unigénito de Dios fue crucificado y sepultado,
según aquello del apóstol: Si lo hubieran conocido, nunca
hubiesen crucificado al Señor de la gloria". Nuestro Señor y
Salvador en persona, instruye la fe de sus discípulos con sus
propias preguntas: ¿ Quién dicen los hombres que soy yo, el
Hijo del hombre68? y una vez que le hubieron mostrado las
distintas opiniones de los demás, les dice: Pero vosotros
¿quién decis que soy yo"'? Yo que soy el Hijo del hombre y
al que veis bajo la condición de esclavo y en la verdad de la
carne ¿quién decís que soy yo? Entonces, el bienaventurado
Pedro, por inspiración divina y para servir a todas las gen­
tes con su propia confesión, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo
de Dios vivo70• No sin merecerlo fue proclamado dichoso
por el Señor y sacó de la roca originaria la solidez no sólo
de su virtud, sino también de su nombre. Este, por revela­
ción del Padre, confesó que el mismo Hijo de Dios es tam-

65. Cf. Jn 3, 13.


66. El comienzo de este capítulo V encuentra un paralelo muy pare­
cido en un texto de san Agustín, Contra los arrianos, 8 (PL 42, 688),
donde se afirma la unidad de persona y la communicatio idiomatum. No
hay que olvidar que el papa León, siendo todavía diácono, ya conocía las
obras del oblspo de Hípona. Cf. Introducción, «Fuentes de la obra de
León Magno».
67. 1 Cor 2,8.
68. Cf. Mt 16, 14.
69. Mt 16, 15.
70. Mt 16, 16.
CARTA 28; Tomus ad Flavianum 127

bién Cristo, porque haber asumido lo uno sin lo otro, no


aprovechaba para la salvación" y resultaba igualmente peli­
groso el haber creído que el Señor Jesucristo era meramen­
te Dios sin ser hombre o solamente hombre sin ser Dios.
Sin embargo, después de la Resurrección del Señor, que
ciertamente fue de su cuerpo verdadero, puesto que no es
distinto el resucitado de aquél que había sido crucificado y
muerto72, ¿ qué otra cosa se obró en el espacio de los cua­
renta días sino la purificación de nuestra fe de toda duda?
Pues, hablando con sus discípulos, viviendo con ellos, co­
miendo con ellos73 y dejándose tocar con amor y cuidado
por los que la duda sobrecogía, entraba, estando las puertas
cerradas, hasta dónde estaban los discípulos y, exhalando su
soplo, les trasmitía el Espíritu Santo y, una vez dada la luz
de la inteligencia, les abría los secretos de las Sagradas Es­
crituras 74; él mismo les mostraba de nuevo las heridas del
costado, los agujeros de los clavos y todas las huellas de su
muy reciente pasión diciendo: Mirad mis manos y mis pies,
porque soy yo. Palpad y ved que un espíritu no tiene carne

71. He aquí el motivo soteriológico de la unión de naturalezas, moti­


vo que ya aparece en HILARlO DE POITIERS, La Trinidad, 9,3. Cf. LEóN
MAGNO, Serm. 51,1.
72. Dos aspectos son los que quiere León aclarar: quién resucita y
cómo es posible esa resurrección en el Hijo de Dios. El sujeto de la resu­
rrección «no es distinto de aquél que había sido crucificado», Ese «no
distinto» se refiere a la persona, pues va en género masculino («non
alter»), oponiéndolo al género neutro con el que suele designar a la natu­
raleza. Resucita la persona, pero en cuanto al cuerpo, al igual que decimos
que murió la persona, pero en cuanto hombre.
73. Cf. Hch 1, 14.
74. Cf. Le 24, 45. Según toda la tradición patrística, esta lectura es de
la máxima importancia para la comprensión de la Escritura. Es la intelec­
ción dada por el Espíritu. Cf. H. DE LUBAC, Exégese Médiévale. Les
quatre sens de l'Ecriture, París 1959, pp. 355-363; LEóN MAGNO, Ep. 31,
nota 1 1 .
128 LEÓN MAGNO

ni huesos como veis que tengo yo75, para que se reconociera


que en él, la propiedad de la naturaleza divina y humana
permanecía indivisa y así supiéramos que el Verbo no es
solo carne y confesáramos que el único Hijo de Dios es el
Verbo y también carne76•
En este misterio de fe, ese Eutiques, ha de ser tenido
como demasiado ignorante, él, que no reconoció nuestra
naturaleza en el Unigénito de Dios, ni por la humildad de
su mortalidad ni por la gloria de su Resurrección, y no
temió la expresión del bienaventurado apóstol, del evange­
lista Juan que dice: Todo espíritu que confiesa a Jesucristo
venido en carne, es de Dios; y todo espíritu que no confiesa
a Jesús, no es de Dios; ése es el anticristo". Pero ¿qué es di­
vidir a Jesús sino separar su naturaleza humana y vaciar el
misterio por el cual hemos sido salvados, oscureciendo con
vergonzosísimas elucubraciones lo que se refiere a la natu­
raleza del cuerpo de Cristo? Es inevitable que también de­
satine con la misma obcecación en lo que se refiere a su pa­
sión, pues si no piensa que la cruz del Señor ha sido falsa y
si no duda de que el suplicio asumido para la salvación del
mundo78 ha sido verdadero, entonces que reconozca tam­
bién la carne, cuya muerte cree. El que reconoce que fue
hombre capaz de sufrir, que no le niegue que es un hombre

75. Le 24, 39.


76. Aquí subyacen dos modelos cristológicos. Los alejandrinos expli­
can la unidad de Cristo como unión de dos términos: el Verbo y la carne,

y el papa León considera la unión de las dos naturalezas en un solo suje­


to común a ambas: la persona del Verbo. Para Cirilo la humanidad se une
a la persona, dado que la humanidad está al servicio del Verbo -es su ins­
trumento- y para León Magno son las naturalezas las que se unen en la
persona.
77. 1 Jn 4, 2-3.
78. Lat.: «Pro mundi salute». Es el fin soteriológico de la Pasión y
Muerte de Cristo. Conserva resonancias del «pro mundi vita» de Jn 6, 52.
CARTA 28: TomuJ ad Flavianum 129

con un cuerpo como el nuestro, porque la negación de la


verdadera carne conlleva también la negación de la pasión
en su cuerpo79•
Por consiguiente, si acepta la fe cristiana y no cierra el
oído a la predicación del Evangelio, vea cuál fue la naturale­
za traspasada por los clavos, cuál la que ha quedado colgada
del árbol de la cruz y que, cuando contemple el costado
abierto del crucificado por la lanza del soldado, entienda de
dónde ha salido sangre y agua para regar la Iglesia de Dios
por el baño y por la copa80• Que escuche al bienaventurado
apóstol Pedro predicando que la santificación del Espíritu
se realiza por la aspersión de la sangre de Cristo y no lea a
la ligera las palabras del mismo apóstol que dice: Sabed que
no habéis sido rescatados con plata o con oro corruptibles, re­
cibido de vuestros padres, sino al precio de la sangre, como
de cordero sin defecto ni mancha, Jesucristo". Tampoco re-

79. En el pensamiento de León existen otros modos de acercarse a la


oeconomia salutis en los que tiene cabida el sufrimiento y la cruz como
fundamento soteriológico. Es lo que la teología posterior conocerá como
Teoría mercantil de la redención.
80. Cf. Jn 19, 34. El sentido de estos dos elementos viene precisado
por textos de la misma Escritura. La sangre (Lv 1, 5; Ex 24, 8) manifies­
ta la realidad del sacrificio pascual ofrecido por la salvación del mundo
y el agua (Gn 1, 2; 1 Pe 3, 18-21; 1 Cor 10, 2), símbolo del Espíritu,
atestigua su fecundidad espirituaL Es sobre todo Jn quien desarrolla
esta teología de la nueva alianza sellada «en el agua y en la sangre» (Cf.
1 Jn S, 6). León Magno, en comunión con toda la tradición patrística ha
visto en el agua el símbolo del bautismo (TERTULIANO, De baptismo,
8-9; CIPRIANO, ep. 69, 2; LEóN MAGNO, serm. 60, 2; D ID I M O EL
CIEGO, De Trinitate 2, 14) y en la sangre, la figura de la Eucaristía
0UAN CRISÓSTOMO, Cat. bapt. 3, 13-19: se 50, PP· 158-162; Homélie
46 sur ]ean, PG 59, 260; SAN AGUSTIN, Tratados sobre el Evangelio de
san Juan, 13: PL 35, 1953). De estos dos sacramentos ha brotado la Igle­
sia, la nueva Eva, que ha salido del costado del nuevo Adán, Cristo. Cf.
Ef 5, 23-32.
81. Cf. 1 Pe !, 18-19.
130 LEÓN MAGNO

chace el testimonio del apóstol Juan que dice: Y la sangre de


Jesús, Hijo de Dios, nos purifica de todo pecado82• Y de
nuevo: Esta es la victoria que vence al mundo, nuestra fe. Y
¿ quién es el que vence al mundo sino el que cree que jesús es
el Hijo de Dios? Este es el que vino por el agua y por la san­
gre: jesucristo; no solamente en el agua, sino en el agua y en
la sangre. Y el Espíritu es el que da testimonio, que el Espí­
ritu es la Verdad. Pues tres son los que dan testimonio: el Es­
píritu, el agua y la sangre y los tres son uno". El Espíritu de
la santificación, la sangre de la Redención y el agua del bau­
tismo, porque los tres son uno y permanecen indivisos y
ninguno de ellos existe separado de la íntima comunión. La
Iglesia Católica vive de esta fe, se nutre de ella, de modo que
en Jesucristo no se cree en la humanidad sin creer en una
verdadera divinidad y no se cree en la divinidad sin creer en
una verdadera humanidad.

6. La falaz y falsa confesión de Eutiques. Si se arrepiente, ha


de ser readmitido a la comunión de la Iglesia. Se envían le­
gados a Oriente

Pero, puesto que Eutiques ha respondido a la apelación


de vuestro examen diciendo: «Confieso que antes de la
unión, Nuestro Señor tuvo dos naturalezas; después de la
unión, una única naturaleza84». Me sorprendo de que los

82. 1 Jn 1, 7.
83. 1 Jn 5, 4-8.
84. Esta fórmula la reiteró el archimandrita en el Sínodo de Constan­
tinopla (22 de noviembre del 448), convocado por Flaviano. Después de
haber eludido las repetidas invitaciones, apareció en la última sesión. En
esta ocasión, rectificando en parte sus opiniones anteriores que parecían
poner en duda la consustancialidad humana de Cristo (sólo admitió la del
cuerpo de la Virgen con el nuestro, no la del cuerpo del Hijo con su
Madre), se reafirmó en la fórmula «ex duabus naturis... ante adunatio-
CARTA 28: 'Tomus ad Flavianum 131

jueces" no hayan censurado con ninguna objeción la confe­


sión de Eutiques, tan absurda y tan perversa, y de que sobre
una afirmación excesivamente necia y blasfema, se haya
hecho silencio de este modo, como si nada de lo que se hu­
biera oído nos ofendiera. Tan impíamente se dice que el
Hijo Unigénito de Dios, antes de la Encarnación tenía dos
naturalezas, como ncfastamente se le atribuye una única na­
turaleza después que el Verbo se hizo carne86•
Y para que Eutiques no considere que lo que ha dicho es
ortodoxo, o al menos no heterodoxo, porque no ha sido re­
futado por ninguna sentencia vuestra, apelo, queridísimo
hermano, al celo de tu solicitud, para que, si por inspiración
de la misericordia de Dios, le llega un deseo de retractación,
la imprudencia de este hombre ignorante se purifique e in­
cluso se libre de esa peste de su modo de pensar. Este, como
revelaron las actas, había empezado a apartarse felizmente
de su creencia falsa forzado por vuestra opinión, cuando

nem» pero «unam nawram... post adunationem». Su cristología es real­


mente monofisita: entiende que en Cristo, después de la Encarnación, se
había producido una asimilación de las dos naturalezas. Estas dejaban de
ser diferentes, se confundían y mezclaban sus propiedades. La naturaleza
humana se perdía en la naturaleza divina como una gota de agua en el
mar. El resultado es que la carne de Cristo no es ya consustancial a la
nuestra. El examen al que se le sometió es un calco del procedimiento ya
adoptado en Efeso y que luego asumirá también Calcedonia. Se fijaron
unas normas doctrinales, a partir de las cuales se pudiera juzgar la orto­
doxia de Eutiques. Estas se tomaron de la segunda carta de Cirilo a Nes­
torio (cf. Ep. 165, Apéndice: Antología de textos patrísticos, XXX) y de la
carta que envió a Juan de Antioquía, que contenía la «Fórmula de unión»
(el. Apéndice).
85. Se refiere a los obispos participantes en el Sínodo de Constanti­
nopla (448}, dado que en la Antigüedad los concilios que habían de tratar
cuestiones doctrinales se erigían en tribunales episcopales y eran los órga­
nos encargados de juzgar a los herejes, teniendo como ley suprema la Sa­
grada Escritura y los Símbolos de fe.
86. Cf. Jn 1 , 14.
132 LEON MAGNO

afirmaba que decía lo que antes no había dicho y que halla­


ba descanso en esta fe de la que se había alejado. Pero, al no
haber querido propiciar el acuerdo, para anatematizar su
dogma impío, vuestra fraternidad comprendió que él se obs­
tinaba en su error contra la fe y era digno de recibir un jui­
cio de condenación.
Si se duele de esto, lealmente y con provecho, si recono­
ce, aunque tarde, con cuánta buena intención se ha conmo­
vido la autoridad, y si, para su total readmisión, rechaza
todas las cosas que él ha pensado mal, de viva voz y firman­
do también la presente carta, la misericordia nada reprocha­
rá al arrepentido, por mucha que haya sido la culpa, porque
Nuestro Señor, el verdadero y Buen Pastor que dio su vida
por sus ovejas" y que vino a salvar las almas de los hom­
bres, no a perderlas", quiere que nosotros seamos imitado­
res de su bondad, de modo que la justicia corrija a los que se
equivocan, pero la misericordia no rechace a los que se arre­
pienten.
Por último, la verdadera fe se defiende con muchísimo
fruto cuando una opinión falsa es condenada por los que
antes eran sus seguidores. Pero para llevar a buen término,
con justicia y con fidelidad, todo el proceso, os enviamos,
en lugar nuestro, a nuestros hermanos, el obispo Julio89 y el
presbítero Renato, del título de san Clemente, así como a mi
hijo, el diácono Hilario90 • A estos añadimos a Dulcidio,

87. Cf. Jn 1 1, 10.


88. Cf. Le 9, 56; Mt 18, 1 1 .
89. Obispo d e Puzzuoli e n el que e l papa san León tenía depositada
mucha confianza. Figura como miembro de la delegación que llevó el
Tomus al Oriente y que representó a la Sede Apostólica en el concilio de
Efeso del 449. Cf. eps. 34, 48, 81, 86, 92, 107, 1 09, 1 13, 1 1 7.
90. Natural de Cerdeña. El fue el que, pudiendo huir del latrocinium
ephesinum, volvió a Roma y ofreció al papa información de primera
mano sobre lo a11í ocurrido. En el 455/456 fue nombrado por León
CARTA 28: Tomus ad Flavianum 133

nuestro notario, cuya fe tenemos bien probada. Confiamos


que la ayuda divina va a estar muy presente para que éste
que estaba equivocado se salve, después de haber rechazado
su opinión errada.
Dios te guarde sano y salvo, hermano queridísimo.
Dada en los idus de junio'\ siendo cónsules los ilustrísimos
Asrurio y Protógene.

Magno archidiácono de la diócesis de Roma y, por tanto, estrecho cola­


borador del papa (atendía al clero joven y controlaba las ordenaciones;
suplía al obispo en su ausencia y le representaba en los concilios). De ahí
se explica el calificativo de «mi hijo». León no oculta su admiración per­
sonal por él (d. ep. 44: PL 54, 827) y lo mismo Próspero de Aquitania, se­
cretario personal del gran papa del siglo V (cf. Chronica� a.· 449, PL 51,
601). El 1 9 de noviembre sucedió a León Magno en el pontificado y fue
un fiel continuador del talante pastoral de su antecesor.
91. 13 de junio del 449.
CARTA 30
LEÓN, OBISPO, A PULQUERIA, EMPERATRIZ'

l. Cristo es un hombre de nuestro linaje. Errores de Nestorio


y Eutiques

La confianza que debe esperar la Iglesia de Dios en lo


que se refiere a la fe de vuestra clemencia, la hemos probado
en numerosas ocasiones, en tanto en cuanto la habéis apren­
dido por inspiración del Espíritu Santo, al que habéis entre­
gado completamente vuestra autoridad y por cuya misión y
protección sois emperatriz.

1. Hija del emperador Arcadio y de Eudoxia. Nació en Constantino­


pla en enero del 399. Se consagró a Dios en virginidad, junto con sus her­
manas Arcadia y Marina. Siendo regente (414-416), ejerció una notable
influencia en la educación y formación de su hermano, el futuro empera­
dor Teodosio ll. Esta influencia quedó muy debilitada por las continuas
intromisiones del eunuco Crisafio, ministro y ahijado de Teodosio, hecho
que la obligó a retirarse a un convento durante dos años. Después de
morir su hermano, subió al trono desposándose en bodas místicas con el
anciano Marciano. A ellos dos se debe la labor de pacificación que ins�
tauraron dentro del caos religioso en que estaba sumido el Imperio, op�
tando abiertamente por la ortodoxia romana. Inteligente, enérgica y
tenaz, ella fue la principal ayuda del papa. A ella se debe la convocatoria
del concilio de Calcedonia. León no escatima elogios para su persona en
las numerosas cartas que le envía (cf. Ep. 30, 31, 45, 60, 70, 77, 79, 84, 95,
105, 1 12 y 1 1 6). Antes de su muerte, dejó su patrimonio a los pobres y
promovió instituciones humanitarias y construcciones de iglesias. La
Iglesia de Oriente la venera como santa (10/11 septiembre). Cf. P. Gou�
BERT, Le rOle de sainte Pulchérie et de l'eunuque Chrysaphios en A.
GRILLMEIER, Das Konzi/ Cha/kedon l, Würzburg 1951, pp. 303-321.
CARTA 30 135

Gracias al informe de mi hermano y <<coobispo» Flavia­


no, he conocido una cierta desavenencia en la Iglesia de
Constantinopla, provocada por la enseñanza de Eutiques
contra la integridad de la fe cristiana, tal y como aparece en
el texto de las actas sinodales2• En todo este proceso recurro
a vuestra majestad, porque conviene que un error que nació
más de la ignorancia que de la malicia, se arranque antes de
que cobre fuerzas por la pertinacia del error mismo y la ma­
quinación de los ignorantes.
Pues, cuanto Nes torio' se apartó de la verdad al afirmar
que el Señor Jesucristo nació de una madre virgen sólo en
cuanto hombre, eso mismo se desvió Eutiques de la senda
católica, pues cree que el nacido de esa misma virgen no es
de nuestra naturaleza, es decir, que lo que realizó la condi­
ción de siervo y lo que tuvo de semejante y exactamente
igual que nosotros, fue una cierta imagen y no la realidad de
nuestra carne4• Pues de nada sirve confesar que Nuestro
Señor, hijo de la bienaventurada Virgen María, es hombre si
no se cree que es hombre de aquel linaje y descendencia

2. Se refiere_ al Sínodo celebrado en Constantinopla en noviembre del


448. Cf. Introducción: «León y Oriente».
3. En el Tomus no se menciona explícitamente a Nestorio, pero en las
cartas restantes, cuando se condena a Eutiques, se anatematiza antes a
Nestorio. Cf. Introducción: «Nestorio y Eutiques».
4. Este modo de presentar las herejías está en sintonía con el estilo
de León Magno: exponer los errores esquemáticamente para poder co­
nocerlos más claramente, valiéndose -literariamente- de fórmulas antité­
ticas y quiasmos. Pero vemos cómo a Nestorio lo presenta corno un
adopcionista y a Eutiques como un doceta y maniqueo, lo cual no hace
justicia a la realidad histórica ni teológica. León se siente todavía insufi­
cientemente informado y aplica estos calificativos sobre el archimandri­
ta en espera de posteriores informaciones antes de pronunciar su juicio
definitivo. Cf. Eps. 23 a Flaviano; 34 a Juvenal, obispo de Cos; 24 al em­
perador Teodosio.
136 LEON MAGNO

cuyo comienzo se anuncia en el mismo Evangelio5• Por todo


esto, sufro mucho y mucho me entristece el hecho de que
éste, que antes merecía elogios por su deseo de humildad,
ahora se atreva a añadir cosas vanas y demasiado perversas
contra nuestra única esperanza y la de nuestros padres. Este,
al ver que la insensatez de su pensamiento desagradaba a los
oídos de los católicos, tenía que haberse retractado de su
opinión y así no hubiera perturbado a los prelados de la
Iglesia, hasta el punto de tener que recibir una sentencia de
condenación'. Ciertamente que sí él quisiera mantenerse en
su terquedad nadie podrá levantarle la condena. Pues la me­
sura de la Sede Apostólica mantiene esta norma: tratar seve­
ramente a los que se obstinan y conceder el perdón a los que
ya se han corregido.

2. Al atacar la realidad de la carne en Cristo, toda la fe


queda perturbada

Por consiguiente, puesto que tengo mucha confianza en


la incontaminada fe de tu piedad, suplico vivamente a tu
clemencia ilustrísima que lo mismo que la proclamación de
la fe católica siempre ha aumentado por tu santo celo, favo­
rezcas también ahora su libertad. Pues, no se ataca una parte
insignificante de nuestra fe, ésa que hasta el momento está
escasamente iluminada por una tenue claridad, sino que «un
vago destello de luz7» se atreve a arremeter contra lo que el

5. Cf. Mt 1, 1 SS.
6. Cf. Ep. 28, nota 84.
7. Refiriéndose a Eutiques y valiéndose de la figura metafórica de la
luz, León Magno, en línea con la tradición veterotestamentaria, presenta
la imagen de la luz en relación con la revelación de Dios que se da a co­
nocer y del hombre que progresivamente la va conociendo (d. Sal 35, 10:
CARTA 30 137

Señor no quiso que nadie ignorara en su Iglesia. Y por esto,


os pido que os dignéis colaborar, según la costumbre de
vuestra piedad, para que se rechace en las mentes de todos
lo que la blasfema ignorancia ha acarreado contra este mis­
terio extraordinario de la salvación humana.
Y si el mismo que cayó en esta tentación se arrepiente,
de modo que, lo que había comprendido mal, lo condene
mediante su propia voz y con su firma, que se le admita en­
tonces en la comunión eclesial en su mismo puesto. Quiero
que conozca vuestra clemencia que he escrito también a mi
hermano y «coobispo» Flaviano y que he delegado en éstos
que os enviamos para que se le otorgue el perdón si se re­
tracta de su error. Y para que a la piadosa disposición del
emperador, que quiso convocar un concilio de obispos8, no
le pareciese que faltaba mi presencia, envié a mis hermanos

Tu luz nos hace ver la luz) y, en línea con el Evangelio de Juan, recurre a
este símbolo para expresar la adhesión al Verbo encarnado, que es la luz
que ilumina a todo hombre Un 1, 9). Por el contrario, la imagen de las ti­
nieblas -Q la poca luz- representa la hostilidad y el rechazo del hombre a
reconocer como verdadera la Encarnación de Jesucristo.
8. Se refiere al que convocó el 30 de marzo del 449 el emperador
Teodosio II (408-450). En esa fecha, ya todo el episcopado había recibi­
do las actas del proceso y la posterior excomunión contra Eutiques (Sí­
nodo de Constantinopla, noviembre del 448), informándoles del status
quaestionis y solicitándoles su adhesión. Sin embargo, el archimandrita
había conseguido que la corte imperial dispusiera una revisión del pro­
ceso verbal, acusándolo de no haber sido verídico. Su posición se basaba
en una interpretación restrictiva del decreto efesino del 22 de julio del
431, que lo llevaba a ignorar la «Fórmula de unión» (433). Así, Eutiques
consiguió la medida más favorable que podía esperar: la convocatoria (30
de marzo) de un nuevo concilio ecuménico, que tendría por sede la ciu­
dad de Efeso, un concilio dirigido por el emperador, que delega la presi­
dencia en el eutiquiano Dióscoro, un concilio manejado por Crisafio y
Eutiques, quien va a tomarse la revancha de la condena recibida. Cf. Ep.
156, nota 3.
138 LEON MAGNO

Julio, obispo, a Renato, presbítero, y a mi hijo Hilario, diá­


cono, que bastarían para cubrir mi ausencia. Pero, al que
está en el error, se le ayudará más si, allí donde ha perdido la
sabiduría, allí mismo la recobra de nuevo; y allí donde me­
reció condena, allí mismo consigue perdón.
Dada en los idus de junio', siendo cónsules Asturio y
Protógene, ilustrísmos hombres.

9. 13 de junio de\ 449.


CARTA 31
LEÓN A LA EMPERATRIZ PULQUERIA

l. El papa solicita la vigilancia de Pulqueria contra Eutiques1

¡Tanta es la ayuda que ha dispuesto dar el Señor a su


Iglesia por medio de vuestra clemencia!, como, a menudo,
lo hemos comprobado en varios documentos'. Y todo lo
que, en nuestra época, consiguió el celo sacerdotal frente a
los enemigos de la verdad católica, ha redundado sobre
todo para gloria vuestra, y esto lo habéis aprendido, por
inspiración del Espíritu Santo, al que habéis sometido vues­
tra autoridad y, gracias a su favor y protección, sois empe­
ratriz.
Por consiguiente, ya que ha surgido una cierta disensión
contra la integridad de la fe cristiana en la Iglesia de Cons­
tantinopla, que tiene a Eutiques como causante, y que yo

l. Esta carta lleva la misma fecha de la precedente: 13 de junio del


449; va dirigida al mismo destinatario: la emperatriz Pulqueria; se ocupa
del mismo tema: denunciar y explicar el error cristológico de Eutiques, y
se escribe en el mismo contexto: vísperas del Sínodo de Efeso, convocado
para comienzos del mes de agosto del 449. Si la anterior podía parecer
una «tarjeta de visita» (es breve: solamente dos concisos capítulos), ésta
es, teológicamente, mucho más elaborada.
2. El inicio viene a ser muy similar a la anterior, comenzando por un
elogioso saludo a Pulquería. Se sirve del recurso literario «captatio bene­
volentiae», fórmula clásica muy frecuente en la preceptiva epistolar y li­
teraria de la época.
140 LEON MAGNO

conocí por un informe3 de mi hermano y «coobispo» Fla­


viano, tal y como ha mostrado el texto de las actas sinoda­
les, es digno de vuestra gloria que un error, que según yo
creo, nació más de la ignorancia que de la mala voluntad, se
extirpe antes de que la obstinación de la mentira cobre fuer­
zas por el consenso de hombres imprudentes. Y ya que,
también la ignorancia lleva, a veces, a graves errores y que,
casi siempre, una incauta ingenuidad es la que cae en la
trampa del diablo, entiendo que el espíritu de la mentira ha
sorprendido al ya mencionado [Eutiqucs]; esto será así
mientras él siga creyendo que consigue enaltecer más, reli­
giosamente hablando, la majestad del Hijo de Dios, si afir­
ma que no tiene la misma realidad de nuestra naturaleza,
pensando que la expresión El verbo se hizo carne' es de la
misma y única naturaleza'.
Y tanto cuanto Nestorio se apartó de la verdad, al haber
defendido que Cristo nació de su madre solamente en cuan­
to hombre, así también Eutiques se desvía del camino cató­
lico, al creer que Cristo no fue engendrado de la misma vir­
gen, en lo que se refiere a nuestra naturaleza, y pretende que
ésta se entienda únicamente de la divinidad, es decir, que la
condición de siervo que tomó y su ser semejante y exacta­
mente igual a nosotros, fue una cierta apariencia de nuestra
naturaleza, no la realidad.

3. Cf. Ep. 22 del 1 8 de febrero del 449. Consta de 4 capítulos bilin­


gües (griego y latín). En ella el obispo de Constantinopla presenta a la
sede romana la herejía de Eutiques, quien, por no seguir la sana doctrina
de los santos Padres, ha caído en las redes del diablo y no hace sino repe­
tir los errores de Valentín y Apolinar. Junto con la carta le envía el texto
íntegro de las actas sinodales.
4. Jn 1, 14.
5. Lat.: «substancia», refiriéndose a la naturaleza humana, que es la
que Eutiques niega en Cristo. Cf. Ep. 124, 7; serm. 19, 1; 29, 1. Para el us-o
del término «substancia» cf. infra, nota 19.
CARTA 31 141

2. Es esencial para la salvación del hombre que Cristo sea no


solamente hombre, sino también un hombre de nuestro
mismo linaje

No sirve de nada afirmar que Nuestro Señor, el Hijo de


la bienaventurada Virgen María es verdadero y perfecto
hombre, si no se cree que es un hombre de aquel linaje del
que se habla en el Evangelio.
Pues dice Mateo: Libro de la generación de ]esu cristo,
hijo de David, hijo de Abraham6• Y viene después la genea­
logía de su origen humano, llegando las líneas generaciona­
les hasta José, con quien estaba desposada la Madre del
Señor'.
Lucas, por su parte, confeccionando los grados de suce­
sión hacia atrás, se remonta al origen mismo del género hu­
mano• para mostrar que el primer Adán y el último Adán
son de la misma naturaleza.
Ciertamente, la omnipotencia del Hijo de Dios, para en­
señar y justificar a los hombres, podía haber aparecido de la
misma forma en que se apareció a los patriarcas y a los pro­
fetas en apariencia humana, por ejemplo, cuando entabló
con ellos una lucha' o mantuvo una conversación, cuando
no rehusó el deber de la hospitalidad ofrecida o cuando
tomó el alimento que se le servía10• Pero aquellas imágenes
sólo eran indicios de este hombre. Tales imágenes místicas11

6. Mt 1, l .
7. Cf. M t 1 , 18.
8. Cf. Le 3, 23-38.
9. Cf. Gn 32, 24.
10. Cf. Gn 18, 1-9.
11. Nos hallamos ante una analogía tipológica, un procedimiento de
lectura que consiste en poner en relación una realidad del AT (personaje,
objeto, prescripción de la Ley, acontecimiento), llamada figura (typos),
con una realidad del NT. Este recoge la tradición tipológica del AT, pero
142 LEÓN MAGNO

anunciaban que la realidad que él tenía que asumir pertene­


cía a la misma estirpe de los padres que le habían precedido
en el tiempo. Y, por esto, el misterio de nuestra reconcilia­
ción12, ya predispuesto antes de todos los tiempos, no lo

precisando cómo se ha cumplido en Cristo lo anunciado por los profetas.


Tenemos así -como ocurre en la analogía de León Magno que nos ocupa­
una tipología cristológica: Cristo cumple y supera las profecías del AT.
Esta relación AT/NT es de la máxima importancia en el mundo de los
Padres. Según una antigua tradición, en la Sagrada Escritura se pueden
distinguir dos sentidos: literal (centrado en el estudio de las palabras mis­
mas del texto bíblico, cuyo sentido lo descubre la exégesis, siguiendo las
reglas de una justa interpretación) y espiritual (cuando el texto de la Es­
critura, las realidades y los acontecimientos de los que se habla, pueden
ser signos que apuntan a otra realidad futura); éste último se subdivide en
sentido alegórico (por el que adquirimos una comprensión más profunda
de los acontecimientos o personajes reconociendo su significación en
Cristo), moral (por el que los acontecimientos narrados fueron escritos
para nuestra instrucción) y anagógico o místico (en el que vemos realida­
des, personajes y acontecimientos en los que podemos leer su significa­
ción eterna). La convergencia de los cuatro sentidos garantiza toda su ri­
queza a la lectura de la Biblia en la Iglesia. Un dístico medieval resume el
significado de los cuatro: «Littera gesta docet, quid credas allegoria; mo­
ralis quid agas, quo tendas anagogia» (La letra te enseña la historia, la ale­
goría qué has de creer; el sentido moral qué has de hacer y la anagogía
hacia dónde has de tender). Cf. H. DE LUBAC, Théologies d'occasion,
Paris 1984, pp. 1 1 7-136; Op. cit., pp. 125-149; 328-341. Así se ha conver­
tido en el «método de los cuatro sentidos de la Escritura», practicado
hasta la Edad Moderna. Hoy sigue siendo válido lo esencial de este mé­
todo (articular tipológicamente los dos Testamentos) y es un camino
siempre abierto para la teología, en la medida que ésta ha de arraigarse
más en la Escritura.
12. Lat.: «Sacramentum reconciliationis nostrae»; en la carta anterior
«Sacramenturn salutis humanae» (cf. 30, 2). «Sacramenturn», aplicado a
Cristo, equivale a «misterio» y en los escritos de León Magno cuenta con
dos acepciones: a) Cristo es sacramento porque es de naturaleza divina
(cf. Serm. 21, 2: CCL 138, 87-88) y porque es inocente (cf. Serm. 28, 3:
CCL 138, 141 ). Este misterio se manifiesta en los distintos momentos de
la vida de Cristo: en la epifanía (cf. Serm. 38, 2: CCL 138, 206) y sobre
CARTA 31 143

cumplía ninguna de aquellas figuras, porque todavía no


había bajado el Espíritu Santo sobre la Virgen ni el poder
del Altísimo la había cubierto con su sombra13 para que el
Verbo se hiciese carne en sus entrañas virginales, dado que
solamente la Sabiduría divina podía construirse su propia
casa14• Y así, uniendo la condición divina y la condición de
siervo 1 5 en una única persona, el Creador de los tiempos
nacía en el tiempo; y Aquél por quien fueron creadas todas
las cosas, él mismo venía a nacer entre las creadas16• En efec­
to, si el nuevo hombre, hecho tal en la semejanza de la carne
de pecado17, no hubiese tomado nuestra antigua condición,
si consustancial como era con su Padre, no se hubiese dig­
nado a hacerse consustancial con su Madre18, y si, siendo

todo en la cruz (cf. Serm. 52, 2: CCL 138, 308); y b) Cristo es misterio
porque en él se realiza el plan divino; por El, Dios nos ha ofrecido la sal­
vación (cf. Serm. 63, 4: CCL 138A, 384-385; 25, 5-6: 138, 122-124).
Como fundamento de esta sotcriología aparece la concepción paulina de
la redención, presente en los himnos cristológicos, Ef 1, 3-14; Col 1, 15-
20. Para la acepción de Cristo como «sacramentum», cf. B. SESBOÜÉ, je­
sucristo, el único Mediador, Salamanca 1990, pp. 108-110.
13. Cf. Le 1, 35.
14. Cf. Pr 9, 1.
15. Cf. Flp 2, 6-11.
16. Cf. Jn 1, 3.14.
17. Cf. Rm 8, 3; Hb 4, 15.
18. En este texto, León no intenta explicar la consustancialidad divi­
na del Verbo, que ya había quedado definida en Nicea. El tiene en mente
la doctrina de Eutiques que, aun admitiendo un cuerpo humano en Cris­
to, niega que ese cuerpo haya sido de nuestra misma sustancia y, en con­
secuencia, consustancial a nosotros y a su madre según la carne. El teólo­
go de la unión hipostática argumenta que, por la encarnación, coexisten
en Cristo dos naturalezas, totalmente reales e íntegras en todas sus pro­
piedades. Así la naturaleza divina es «consustancial con el Padre)). y la na­
turaleza humana es «consustancial con su madre». Por la consustanciali­
dad humana muestra que Cristo, nacido verdaderamente de una mujer,
aunque de modo milagroso, ha librado a la humanidad del dominio del
144 LEÓN MAGNO

como era el único que estaba inmune de todo pecado, no se


hubiese unido a nuestra naturaleza19, todo el género huma­
no hubiera seguido bajo la cautividad del yugo del diablo y,
ciertamente, no hubiésemos podido beneficiarnos del triun­
fo del vencedor si la hubiese logrado al margen de nuestra
naturaleza humana.

3. El nacimiento de los cristianos tiene su origen en el naci­


miento de Cristo. La obstinación de Eutiques y la mesura de
la Sede Apostólica

Gracias a esta participación tan admirable, ha brillado


para nosotros el misterio de la regeneración de modo que,
mediante el mismo Espíriru por el que Cristo fue concebido
y nació, también nosotros, que habíamos sido engendrados
por la concupiscencia de la carne, naciéramos de nuevo de
un origen espirirual. Por esto, el evangelista dice a los cre­
yentes: Estos han nacido no de sangre, ni de deseo de carne,
ni de deseo de hombre sino de Dios20• Todo el que se exclu­
ya de esta fe, que es principalmente lo que nos salva, no

diablo. León, con esta antítesis, no quiere poner de relieve la identidad


metafísica de Cristo con nosotros; él pretende, más bien, subrayar la co­
munión física con nosotros, gracias a la cual, El es uno de los nuestros,
sin haber sido contaminado por el pecado. Al subrayar la realidad de las
relaciones de Cristo con Dios y con los hombres, realza el hecho de que
nosotros debemos nuestra salvación a Dios mismo que, en Cristo, se ha
hecho nuestro hermano. Cf. B. STUDER, Consubstantialis Patri, consubs­
tantialis Matri en Révue d'Etudes Augustiniennes 18 (1972), pp. 87-115.
19. Lat.: «nostram naturam�, no designa la sustancia en el sentido
griego de hipóstasis (subsistentiae), sino en el sentido latino de esencia
(substantiae). Con este sentido entrará a formar parte de la definición de
Calcedonia. Cf. M. SIMONETTI, Monofisismo, DPAC, p. 1471.
20. Jn 1, 13.
CARTA 31 145

puede ser partícipe de su inefable gracia, ni puede ser conta­


do en el número de los hijos de Dios en adopción21 •
Esta es la razón por la que estoy bastante afligido y muy
apenado, puesto que éste, que poco antes, por la humildad
que prometía, parecía digno de elogio, ahora se ha atrevido
a añadir razonamientos vanos y muy necios contra la que es
nuestra única esperanza y la de nuestros padres. Este, al ver
que la insensatez de su pensamiento ofendía a los oídos ca­
tólicos, tenía que haberse retractado de su propia opinión, y
así no alterar a los prelados de la Iglesia hasta el punto de
tener que recibir una condena que, ciertamente, si él quisie­
ra mantenerse aún en su error, nadie podría levantarle, pues
la mesura de la Sede Apostólica observa esta norma: tratar
severamente a los que se obstinan, pero a la vez deseando
vivamente conceder el perdón a los que se han corregido.
Por consiguiente, y dado que tengo mucha confianza en
la muy sublime fe de tu piedad, suplico vivamente a tu loa­
ble bondad que lo mismo que la proclamación de la fe cató­
lica se ha visto favorecida siempre por tu santo celo, así tam­
bién favorezcas ahora su libertad. Quizá, por esto, permitió
el Señor que fuera aquilatada con esta prueba, para que ésos
que se ocultaban dentro de la Iglesia pudieran ser reconoci­
dos22. No hay que descuidar completamente la acogida de
éstos, para que no nos tenga que afligir su pérdida.

21. Nos encontramos con una idea fecundísima de la teología y de la


espiritualidad del papa León. «La raza formada por los que son y serán
regenerados por el bautismo comienza con Cristo y ... con su nacimien­
to. Si Cristo por su nacimiento ha sido constituido el primero de todos
los regenerados espiritualmente, es que todos ellos tienen la misma vida.
El nacimiento de Cristo no es sólo un ejemplar o modelo de nuestra re­
generación. Es ciertamente un modelo, pero también la fundación de la
nueva raza». Cf. M. GARRIDO, Homilías sobre el año litúrgico, Madrid
1969, p. 102, nota 39.
22. Cf. Hch 20, 28-31.
146 LEÓN MAGNO

4.La costumbre, la dificultad del momento, la caridad de los


conciudadanos romanos impiden que el papa León asista al
Concilio. La última herejía perturba el Símbolo apostólico

Por otra parte, el venerable y cristianísimo emperador,


deseando que se apacigüen rápidamente los desórdenes ha
notificado la convocatoria de un concilio episcopal que
quiere que se celebre en Efeso, lo más pronto posible"; ha
fijado para un tiempo excesivamente breve y corto la fecha
de la asamblea: las kalendas de agosto24• Una vez recibida la
carta el 1 3 de mayo, después que la escribió su majestad, la
mayor parte del tiempo que queda lo he de emplear para
poder organizar la marcha de los sacerdotes que van a inter­
venir en este asunto. Lo que su piedad también creyó es que
yo tenía que intervenir personalmente en el concilio, y aun­
que se pudiera alegar algún ejemplo precedente, ahora en
modo alguno podría acudir, dado que la situación, fruto de
los actuales acontecimientos, es tan incierta, que no me per­
mitiría ausentarme de las gentes de tan gran ciudad25• Los

23. ¿Por qué tenía tanta prisa el emperador Teodosio 11? Quizá por­
que así podría llevar él más directamente las riendas de la rehabilitación o
nueva condena de Eutiques. La misión del concilio consistía en un rccxa­
men del proceso llevado contra Eutiqucs por el concilio de Constantino­
pla (448). Sin embargo. a juzgar por el desarrollo de los hechos posterio­
res, no fue acertada tanta diligencia, pues la mayor parte de los presentes
en Efeso eran miembros de las delegaciones orientales (palestina y egip­
cia), partidarios del monofisismo de Eutiques. León lamentó que, sobre la
doctrina eutiquiana, no se hubiese dejado a la Sede Apostólica la resolu­
ción última, ya iniciada. La intervención del emperador convocando un
concilio hizo fracasar la intención de Roma. La representación occidental
contó con la única presencia de los legados papales: Julio, obispo de Puz­
zuoli, el sacerdote Renato, que murió en el camino, el diácono Hilario y
el notario Dukidio. Cf. Ep. 33, 2.
24. 1 de agosto del 449.
25. Eran tiempos calamitosos para Occidente: los vándalos, han inva-
CARTA JI 147

exacerbados ánimos caerían en una cierta desesperanza si


diera la sensación que yo quería abandonar mi patria y la
Sede Apostólica por un motivo de índole eclesiástica. Pues­
to que sabéis bien que esto favorece al bien común, una vez
logrado el beneplácito de vuestra clemencia, yo no podría
negarme a la caridad de mis ciudadanos. Pensad que en estos
hermanos míos que he enviado en mi lugar también yo
estoy presente junto con los demás obispos que van a asis­
tir26. A éstos les he mostrado, clara y completamente, lo que
debe mantenerse conforme a la trama que se me ha ido des­
velando, gracias al desarrollo de los hechos y a la confesión
de la persona misma de que se ocupa [el Sínodo]. Pues no se

dido España desde la Galia; los alanos, venidos de Africa, han entrado
por el sur de la Penínsul� al mando de Genserico. Armados con una gran
flota, realizan incursiones en los países mediterráneos desde el 429 en
adelante (san Agustín había muerto el año 430). La Galia venía siendo
continuamente atormentada por los ataques de visigodos, burgundios,
francos, además de las constantes revueltas entre campesinos y bandole­
ros. En vísperas del Concilio de Calcedonia (451), se produce el retorno
de los hunos, quienes, guiados por Atila, se han convertido ahora en
amos del territorio que va desde el Caúcaso hasta el Danubio, y han en­
trado ya en el Imperio de Occidente. En los primeros embates, resultó
victorioso Aecio, general de Valentiniano 111, pero al año siguiente, Atila
conquistaba Aquileia (452). Con este cúmulo de circunstancias se com­
prende que León no pudiese abandonar Roma. Cf. CL. LEPELLY, Saint
Léon le Grand et la cité romaine, en Revue des Sciences Religieuses 35
(1961), pp. 130-150. La expresión ((viderer patriam et sedem apostolicam
velle deserere» ha hecho pensar a algunos historiadores que León había
nacido en Roma y no en Toscana, como piensan otros. Cf. Introducción:
«juventud y elección de León».
26. Desde que el papa Silvestre (314-335) se hizo representar por cua­
tro legados en el concilio de Aries (314), quedó inaugurada la costumbre
de que los papas no acudan personalmente a los concilios, norma que ha­
bitualmente seguirán todos los pontífices en los concilios antiguos. El
emperador Teodosio 11 también había invitado al papa Celestino 1 al con­
cilio de Efeso (431) y, sin embargo, éste declinó acudir personalmente y
envió a tres legados pontificios en su lugar.
148 LEÓN MAGNO

cuestiona una parte insignificante de nuestra fe, ésa que


hasta el momento ha sido expuesta con menos claridad, sino
que una herejía sumamente necia se atreve a golpear en lo
que Nuestro Señor quiso que nadie, ni hombre ni mujer, ig­
norase en la Iglesia. Puesto que la breve pero exacta confe­
sión del Símbolo católico, que consta de 12 artículos, tantos
como apóstoles27, está tan defendida por la protección celes­
tial, que todas las opiniones de los herejes pueden ser trun­
cadas tan sólo con la espada de ese auxilio celeste. Si Euti­
ques quisiera recibir la totalidad de este Símbolo con un
corazón puro y sencillo, no se desviaría en nada de ninguno
de los decretos del sacrosanto concilio de Nicea y compren­
dería también lo que decidieron los santos Padres: que nadie
levantara ninguna invención ni expresión alguna contra la fe
apostólica, que no es sino una sola.
Y por esto, dignaos trabajar denodadamente según la
costumbre de vuestra bondad, de manera que lo que esta in­
sensata blasfemia ha provocado contra el misterio más sin­
gular de la salvación humana, sea rechazado por los ánimos
de todos. Y si éste, que reincide en esta misma falsedad, se
arrepiente y condena su propio error mediante una declara-

27. Alude al antiguo Símbolo romano, llamado «Símbolo de los


Apóstoles», el Credo que paulatinamente se va imponiendo en todo el
Occidente. ¿Qué podemos decír de su atribución a los Apóstoles? Se
trata de una leyenda recogida por san Ambrosio de Milán (cf. Explanatio
symboli 8: PL 17, 1 1580), por el Pseudo-Agustín (cf. serm. 240: PL 39,
2 1 89) y por Rufino (Explanatio symboli 2: CCL 2, 134) y aceptada du­
rante mucho tiempo en Occidente (san Máximo de Turín, Casiano, san
Isidoro de Sevilla), aunque ignorada en Oriente, en la que se cuenta que
los Doce Apóstoles redactaron el Símbolo romano el día de Pentecostés
antes de separarse. Cada uno de ellos habría pronunciado uno de los doce
artículos. Habrá que esperar hasta el siglo XV para que Marcos de Efeso
en el concilio de Florencia (1438) y el humanista Lorenzo Valla denun­
ciaran el carácter legendario de esta creencia. Sobre la historia de esta le­
yenda, d. H. DE LUBAC, La fe cristiana, Salamanca ZJ988, pp. 23-55.
CARTA 31 149

ción escrita, no se le niegue la comunión con la Iglesia en su


anterior dignidad. ¡Que tu clemencia sepa lo que he escrito
al santo obispo Flaviano y que tu caridad no se desentienda
de él, si es que reniega de su error!
Carta dada en los idus de junio", siendo cónsules los
ilustres Asturio y Protógene.

28. 13 de junio del año 449.


CARTA 33
-
AL SEGUNDO SÍNODO DE EFESO

LEÓN, OBISPO, AL SANTO SíNODO QUE SE REUNIÓ


EN EFES01

l. Se prueba la fe en la Encarnación a partir de la confesión


de Pedro

La fe religiosa del clementísimo emperador', sabiendo


que codo serviría para mayor gloria suya si lograse que nin­
gún germen de ningún error penetrara en la Iglesia Católica,
confió esta deferencia a las instituciones divinas, como si la

1. Breve carta, de contenido dogmático, bilingüe (latín y griego). Re­


toma el mismo tema de la 28, enviada a Flaviano, que, tras ser acusado y
maltratado en este concilio de Efeso, encontrará la muerte. Y lo que debía
ser un concilio clarificador sobre el verdadero ser de Cristo, desde el co­
mienzo resultó tendencioso, a juzgar por el relato de los hechos que se
narran en las actas del Concilio de Calcedonia. Una vez que se leyó el
edicto de convocatoria, uno de los legados de Roma pidió que se permi­
tiera dar lectura a la carta del papa (los historiadores dudan si se refiere al
Tomus o a la presente carta). La cancillería alejandría, con la complicidad
de Juvenal, obispo de Jerusalen, declina admitir la propuesta por un error
de procedimiento. De hecho, haber recibido el escrito de León hubiera
significado dar cabida a otra tradición cristológica en el interior del con­
cilio, hecho que ni la corte ni los monofisitas estaban dispuestos a con­
sentir. Este concilio será el que después, con el paso del tiempo, la histo­
ria conocerá con el nombre de «Latrocinio de Efeso», según el calificativo
que le aplicó el papa León (cf. Ep. 95, 2).
2. Se refiere a Teodosio 11, emperador del Oriente (408-450). Hom­
bre escasamente dotado para tareas de gobierno y de débil personalidad.
CARTA 33 151

autoridad de la Sede Apostólica, para lograr el cumplimien­


to de esa santa disposición, recurriese a lo que, por boca del
bienaventurado Pedro -tan alabado en su confesión- se de­
claró, al preguntarle el Señor: ¿ Quién dicen los hombres que
es el Hijo del hombre'? Sin duda, los discípulos respondie­
ron con distintas opiniones, pero al preguntarles qué creían
ellos mismos, el príncipe de los apóstoles, resumió la inte­
gridad de la fe con pocas palabras: Tú eres -dijo- el Cristo,
el Hijo de Dios vivo', es decir, tú que eres verdaderamente
Hijo del hombre, tú mismo eres también verdaderamente el
Hijo de Dios vivo; tú, verdadero en la divinidad y verdade­
ro en la carne, y con la propiedad de cada una de las dos na­
turalezas, eres una única persona. Porque, si Eutiques cre­
yera esto inteligente y ardientemente, en modo alguno se
hubiera desviado del camino de esta fe.
Por esta confesión le responde el Señor: Bienaventurado
eres Simón, porque esto no te lo ha revelado la carne ni la
sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te
digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Igle-

Fue elegido emperador a la edad de ocho años y siempre fue muy dado a
creer que los asuntos religiosos y eclesiales eran de su competencia. En las
tareas de gobierno siempre estuvo dominado por los consejeros imperia­
les (Antemio y Crisafio), o por las mujeres de la corte (su hermana Pul­
queria y su mujer Eudoxia) o por los obispos de Constantinopla {Atico,
Nestorio y Proclo). En el 424/425 reconoció oficíalmente a Valentiniano
III como emperador de Occidente. A él se debe la publicación (438) del
«Codex Theodosianus», que va a constituir el fundamento de la legisla­
ción romana-cristiana. Tanto Oriente como Occidente contarán a partir
de este momento con un Código definitivamente cristianizado. Tras la
muerte de Cirilo de Alejandría, permitió que los monofisitas se apodera­
ran de la corte imperial por medio del eunuco Crisafio y del nuevo pa­
triarca Dióscoro, que será el designado por Teodosio para presidir la
asamblea sinodal.
3. Mt 16, 13.
4. Mt 16, 16. Cf. Ep. 28, 5.
152 LEÓN MAGNO

sia y las puertas del Infierno no prevalecerán contra ella5• Sin


embargo, está demasiado lejos del entramado de esta cons­
trucción• quien no comprende la confesión del bienaventu­
rado Pedro y contradice el Evangelio de Cristo, mostrando
con esto que nunca ha tenido empeño alguno en conocer la
verdad y que en vano parece demasiado honorable aquél
que no ha adornado las canas de su vejez7 con ninguna ma­
durez de corazón.

2. Se convoca un concilio para terminar con el error y para


reconducir a los herejes a la verdad

Pero, dado que no debe descuidarse la atención a tales


personas y que, fervorosa y religiosamente, el cristianísimo
emperador quiso celebrar un concilio episcopal para que
todo error pudiera ser erradicado con un juicio lo más com­
pleto posible, os envío a nuestros hermanos Julio, obispo, a
Renato, presbítero y a mi hijo Hilario, diácono, y con éstos,
a Dulcicio, notario de probada fe. Estos intervendrán acti­
vamente en mi lugar, en la santa asamblea de vuestra frater­
nidad y, junto con vosotros, decidirán en un acuerdo común
lo que ha de agradar al Señor. Es decir, que una vez conde­
nado el pestífero error, como se hizo antiguamente y, aun­
que se trate del tema de la readmisión de ése que tan impru­
dentemente s e equivocó, cuando abrace l a doctrina
verdadera, se ha de retractar de todas las doctrinas heréticas
con las que había sido seducida su ignorancia y las condena­
rá plena y abiertamente, de viva voz y por escrito.

5. Mt 16, 17-18.
6. Cf. 1 Pe 2, 4-10.
7. Eutiques en esta época contaba ya con 70 años.
CARTA 33 !53

Esto mismo declaró también en una carta que nos había


enviado', prometiendo que iba a seguir nuestro parecer en
todo. Sin embargo, después que recibí la carta de nuestro
hermano y «coobispo» Flaviano, le respondí más amplia­
mente sobre estos temas, que me parecía, me había confia­
do, para que, una vez abolido esto que parecía nacido del
error, hubiese por todo el mundo una sola fe y una misma
confesión para alabanza y gloria de Dios, y al nombre de
Jesús, toda rodilla se doble, en los cielos, en la tierra, en los
abismos y toda lengua confiese que Cristo jesús es Señor,
para gloria de Dios Padre9•
Dada en los idus de junio", siendo cónsules, los ilustres
varones, Asturio y Protógene.

8. Todos los editores la incluyen en d epistolario leoniano. Cf. Ep. 21.


9. Flp 2, 10-11.
10. 13 de junio del 449.
CARTA 59
AL CLERO Y AL PUEBLO
DE LA CIUDAD DE CONSTANTINOPLA

LEÓN, OBISPO, AL CLERO, A LOS HOMBRES ILUSTRES


Y AL PUEBLO QUE RESIDE EN CONSTANTINOPLA

1 . Se alegra de que estén siempre unidos a Flaviano y de que


se opongan al error

Aunque nos embarga una gran tristeza debido a esos


acontecimientos que se recuerdan, ésos que recientemente
se produjeron en el Concilio de sacerdotes de Efeso1, y
dado que la noticia se propaga como si retumbara [un soni­
do] y llega a ser notoria por el efecto mismo de los aconte­
cimientos, pues allí ni se guardó la prudencia de la justicia ni
la veneración de la fe, sin embargo, nos alegramos por la
piedad de vuestra religión y por las aclamaciones del pueblo

1. El contexto de esta carta nos lo presenta León en las primeras lí­


neas. Poco después de que el diácono Hilario, legado de Roma, le conta­
se los eventos acaecidos en el Latrocinio de Efeso, escribe inmediatamen­
te al emperador Teodosio 11 (eps. 43, 44, 54), a Pulcheria (eps. 45, 46, 60),
a los presbíteros Fausto y Martín, archimandritas de Constantinopla (cf.

eps. 51, 61), a Anastasia, obispo de Tesalónica (ep. 47), a Juliano, obispo
de Cos (ep. 48), a Flaviano, -León aún no sabía que ya había muerto- (ep.
49) y a los fieles de Constantinopla (ep. 50), invitándoles, a todos ellos, a
perseverar en la fe de Nicea. Seis meses después, remite la presente carta,
esta vez dirigida no sólo a los fieles, sino también el clero. De la Canci­
llería romana salió con fecha de marzo del 450.
CARTA 59 155

santo, cuyos ejemplos nos han contado. Hemos comproba­


do el cariño de todos vosotros, pues un amor recto para con
el mejor padre vive y permanece en los buenos hijos y vo­
sotros no habéis permitido que se corrompa el conocimien­
to de la doctrina católica en ninguna parte. Pues no es de
manera dudosa cómo se alían con el error de los maniqueos
-así os lo ha revelado el Espíritu Santo- quienes niegan que
Jesucristo, en cuanto hombre verdadero y de nuestra natu­
raleza, ha sido asumido por el Hijo Unigénito de Dios y
quieren que todas sus acciones corporales hayan sido accio­
nes de un fantasma que simula 2• A esta impiedad no le pres­
téis asentimiento en nada.
Ya hemos dado recomendaciones por escrito' a vuestra
solicitud pastoral, por medio de mi hijo Epifanio y Dioni­
sia, notario de la iglesia de Roma, con las que os ofreci­
mos la confirmación [de la fe], que reclamasteis por inicia­
tiva vuestra. Y todo, para que no dudéis de que nos
gastamos con solicitud paternal en favor vuestro y que
empleamos todos los medios para que, con el auxilio de la
misericordia de Dios, todos los escándalos que han sido
provocados por ignorantes e indoctos, se acaben. Y que
ninguno de los que han sido condenados por la impiedad
de sus infames pensamientos, se atreva a jactarse de su au­
toridad sacerdotal.
Pues, si ya entre los laicos la ignorancia apenas parece
tolerable, cuánto más entre aquéllos que les presiden: su ig­
norancia no es digna ni de excusa ni de perdón, máxime
cuando presumen rechazar las falsas creencias de los herejes
y atraen a su conspiración a algunos vacilantes, o por error
o por halago.

2. Cf. Ep. 15, nota 25.


3. Se refiere a la carta 50. Cf. nota l .
156 LEÓN MAGNO

2. La realidad de la carne de Cristo queda probada desde el


misterio de la Eucaristía

Así, de este modo, se separan de los miembros santos


del Cuerpo de Cristo, pues la libertad de los católicos no
soporta que se le imponga el yugo de los infieles. Los que
niegan la misma naturaleza de nuestra carne en Cristo no
sólo contradicen el Evangelio, sino que también se oponen
al Símbolo, y tienen que considerarse fuera del don de la
gracia divina y fuera del sacramento de la salvación humana.
Y no se dan cuenta que han sido llevados a este precipicio
por su obcecación: no se fundamentan ni en la Pasión del
Señor ni en la realidad de la Resurrección, porque una y
otra se vacían de sentido en el Salvador si no se cree que en
El existe una carne idéntica a la de nuestro linaje. ¡En qué ti­
nieblas de ignorancia han caído ésos! ¡Y hasta qué punto de
negligencia llegaron que, ni aprenden por la escucha de lo ya
dicho', ni conocen por la lectura de la Sagrada Escritura lo
que en la Iglesia de Dios es tan concorde en la boca de
todos, que ni siquiera la lengua de los niños calla la verdad
del cuerpo y de la sangre de Cristo entre los sacramentos de
la comunión! Porque en aquella distribución mística del ali­
mento espiritual, esto es lo que se reparte y lo que se come,
de modo que, recibiendo la fuerza de este alimento celeste,
nos transformemos en la carne del mismo que asumió una
carne como la nuestra'.
De ahí que, para confirmar [la fe] de vuestra caridad
que combate con dignidad la opinión de los enemigos de la
verdad, permitidme que me sirva apta y oportUnamente de

4. Se refiere a toda la Tradición anterior, en la que los Padres han ex­


plicado y esclarecido los artículos del Símbolo que, junto con la Sagrada
Escritura, constituyen los pilares de la fe.
5. Cf. Jn 1, 14.
CARTA 59 157

la palabra y de los sentimientos del Apóstol que dice:


También yo, al tener noticia de vuestra fe en el Señor Jesús
y de vuestra caridad para con todos los santos, no ceso de
dar gracias por vosotros recordándoos en mis oraciones,
para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la
gloria, os conceda espíritu de sabiduría y de revelación para
conocerle perfectamente; iluminando los ojos de vuestro co­
razón para que conozcáis cuál es la esperanza a la que ha­
béis sido llamados por él; cuál la riqueza de la gloria otor­
gada por él en herencia a los santos, y cuál la soberana
grandeza de su poder para con nosotros, los creyentes, con­
forme a la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en
Cristo, resucitándole de entre los muertos y sentándole a su
diestra en los cielos, por encima de todo Principado, Potes­
tad, Virtud, Dominación y de todo cuanto tiene nombre no
sólo en este mundo sino también en el venidero. Bajo sus
pies sometió todas las cosas y le constituyó Cabeza suprema
de la Iglesia, que es su cuerpo, la Plenitud del que lo llena
todo en todo•.

3. La realidad de la carne de Cristo también queda probada


por el impulso dado sobre todo lo creado, así como por las
operaciones y padecimientos de su cuerpo

Digan ahora los enemigos de la realidad de la carne de


Cristo cuándo el Padre Omnipotente ha enaltecido a su
Hijo sobre todo lo creado, -y según qué naturaleza- o a qué
naturaleza7 le ha sometido todo lo creado. Pues la Divinidad
del Verbo es, en todo, semejante y consustancial al Padre y
una única e idéntica potencia, eterna y perenne es la del

6. Ef 1, 1 5-23.
7. Lat.: «substantia». Cf. Ep. 88> 1 ; 124, 2.
158 LEÓN MAGNO

Creador y la del Engendrado. Lo cierto es que el Creador


de todas las naturalezas, porque todo se hizo por él y sin él
no se hizo nada de cuanto existe', es superior a todas las
cosas que creó y éstas nunca dejaron de estar sometidas a su
Creador. Propio y eterno de él es no tener otro origen que
el del Padre ni ser otra cosa distinta de lo que es el Padre. En
caso de que éste tuviese un poder sobreañadido, una digni­
dad adornada, una grandeza enaltecida', el que ha crecido
resultaría menor que el que le da crecimiento y no tendría
las riquezas de esa naturaleza de cuya majestad ha carecido
en algún momento10•
Pero a todo el que pensaba cosas parecidas, Arrío se lo
llevó para su secta, cuya impiedad fomenta la depravación al
negar que el Verbo de Dios tuviese una naturaleza huma­
na11. Y mientras le repugna la humillación del Verbo en su
majestad divina, declara que en Cristo es falsa la imagen de

8. Jn l, 3.
9. Cf. Flp 2, 6-1 1 .
10. Cf. Hb 1-2.
1 1 . Para Arrio el Hijo no es eterno. Ha sido creado de la nada en el
tiempo para ser instrumento de Dios en la creación del mundo, por lo
que no es inmutable ni consustancial con el Padre. Su esquema cristológi­
co puede sintetizarse así: el Verbo del Padre, inferior a él, preexistente al
mundo y a los ángeles; se unió a un cuerpo que es su instrumento, en el
que desempeña el papel del alma, a la que sustituye. Asumiendo así la
condición humana, participa de todos sus cambios y pasiones: el Verbo es
el que nace, sufre y muere, pero se comportó de una forma tan meritoria
que se hizo perfecto y fue asociado a la divinidad. El arrianismo se ins­
cribe en el esquema alejandrino Logos-sarx, que es el que posteriormente
seguirán Cirilo de Alejandría y Atanasio de manera ortodoxa y Apolinar
de manera herética. Fundamenta su argumentación bíblica en Pr 8, 22,
donde la Sabiduría -figura del Verbo y de Cristo- proclama: «El Señor
me ha creado»; en Jn 14, 28: (<;El Padre es mayor que yo» y en Jn 11, 33
donde aparece Jesucristo, conmovido por la muerte de Lázaro, afectado
por las pasiones de los hombres.
CARTA 59 159

su Cuerpo y dice que todas las acciones y pasiones de su


cuerpo, fueron más propias de su divinidad que de su
carne12• En una palabra, es una locura que alguien se atreva
a defender estas cosas, porque ni la piedad de la fe ni la
esencia del misterio admiten que la divinidad sufra nada, ni
que la verdad mienta en nada.
Así pues, el Hijo impasible de Dios, que junto con el
Padre y con el Espíritu Santo existe en una única esencia de
la inmutable Trinidad, tiene lo que constituye· al ser eterno,
en esa plenitud del tiempo" que había sido prefijada por un
proyecto eterno y prometida por las palabras de los profetas
y por las predicciones de los hechos, este Hijo de Dios se
hizo hijo del hombre, no por la mutación de su sustancia,
sino por la asunción de nuestra naturaleza: vino a buscar y a
salvar lo que estaba perdido14• No vino a nosotros por una
aproximación en el espacio ni por un cambio de lugar de su
cuerpo, como si quisiese hacerse presente ahí donde había
estado ausente o tuviese que volver a allí de donde había sa­
lido, sino que vino para ser conocido a través de lo que era
visible y común para los que ven, es decir, tomando carne
humana y alma humana en las entrañas de su Madre, la Vir­
gen, para que, permaneciendo en su condición divina, unie­
ra la condición de siervo y la semejanza de una carne de pe­
cado, en la que lo divino no iba a disminuir al contacto con
lo humano, sino que iba a enriquecer lo humano con lo di­
vino15.

12. De manera análoga lo creían patripasianos y sabe1ianos. Cf. Ep.


15, nota 12.
13. Cf. Ga 4, 4; Ef 1, 10 y los himnos cristológicos: Ef 1 , 3-10 y Col
1, 12-20.
14. Le 19, 10.
15. Cf. Jn 16, 28.
160 LEÓN MAGNO

4. Necesidad de la Encarnación para purificar la culpa de


Adán y las profecías que la preanunciaron

Tal era la condición de todos los mortales, originada


desde nuestros primeros padres que, habiendo transmitido
el pecado original a los descendientes, ninguno podía librar­
se de la pena de la condenación a no ser que el Verbo se hi­
ciese carne y habitase entre nosotros16, es decir, tuviese esa
naturaleza que es de nuestra sangre y de nuestro linaje 17•
Por eso, dice el Apóstol: Así como por el delito de uno
solo, la condenación alcanzó a todos los hombres, así tam­
bién por la fidelidad de uno solo llega a todos los hombres la
salvación que da la vida. En efecto, así como por la desobe­
diencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecado­
res, así también por la obediencia de uno solo, todos serán
constituidos justos18• Y además: Porque, habiendo venido por
un hombre la muerte, también por un hombre viene la resu­
rrección de los muertos. Pues del mismo modo que en Adán
mueren todos, así también todos revivirán en Cristo19•
Ciertamente, todos éstos, aunque hayan nacido en
Adán, se encuentran renacidos en Cristo, manteniendo el
testimonio de la fe por la justificación de la gracia y por la
comunión de la naturaleza. El que no confiesa que esta na­
turaleza fue asumida por el Hijo Unigénito de Dios en el
seno de una Virgen descendiente de David, está lejos de
todo el misterio de la religión cristiana y, no reconociendo
al Esposo ni conociendo a la Esposa, no puede tener parte
en el banquete nupcial. Pues, la carne de Cristo es la envol­
tura del Verbo, con la que se reviste todo el que le confiesa
íntegramente. Sin embargo, al avergonzarse de ello y al con-

16. Cf. Jn 1, 14.


17. Cf. Hb 2, 1 1 .14 y Rm 5.
18. Rm 5, 18-19.
19. 1 Cor 15, 2 1 -22.
CARTA 59 161

siderarlo como algo indigno, no tendrá ningún adorno que


venga de él, aunque se introduzca en el convite del rey y se
mezcle en los banquetes sagrados inoportunamente; no obs­
tante, el convidado indigno no podrá escapar al buen juicio
del rey, sino que, como dijo el mismo Señor, será expulsado
y, una vez atado de pies y manos, será arrojado a las tinie­
blas de fuera, allí será el llanto y el rechinar de dientes20•
De ahí que cualquiera que no confiese un cuerpo huma­
no en Cristo sabrá que es indigno del misterio de la Encar­
nación y no podrá participar en su sacramento de salvación;
lo proclama el Apóstol diciendo: Porque somos miembros de
su Cuerpo, por eso dejará el hombre a su padre y a su madre
y se unirá a su mujer, y los dos se harán una sola carne21, y
explicando lo que quería dar a entender con esto, añade:
Gran misterio es éste. Yo lo digo con respecto a Cristo y a la
Iglesia22• Desde el comienzo mismo del género humano, se
anunció a todos los hombres que Cristo habría de venir en
carne. En una carne que, como ya se dijo: serán los dos en
una sola carne23, ciertamente son dos, Dios y hombre, Cris­
to y la Iglesia, que nació de la carne del Esposo, cuando del
costado del Crucificado, que manaba sangre y agua, recibió
el sacramento de la redención y de la regeneración.
Por consiguiente, la carne es la condición de la nueva na­
turaleza, la que en el bautismo se despoja no de la envoltu­
ra de la carne verdadera, sino del contagio de la antigua con­
denación, de modo que el hombre llegue a convertirse en
cuerpo de Cristo, puesto que también Cristo es cuerpo de
hombre.

20. Cf. Mt 22, 1 1 -14.


21. Ef 5, 3 1 . Cf. Mt 19, 5 y Gn 2, 24.
22 Ef 5, 32.
23. Cf. Gn 2, 24.
162 LEÓN MAGNO

5. Varios errores contra la creencia de la Encamación

Por esto, nosotros no decimos que Cristo es solamente


Dios, como afirman los herejes maniqueos"; ni decimos que
es solamente hombre, como sostienen los seguidores de la
herejía de Fotino25; ni tampoco le llamamos hombre en el
sentido de que a El le falte algo que conviene con certeza a
la naturaleza humana, sea el alma, sea la inteligencia racio­
nal, sea la carne que ha sido tomada no de una mujer, sino
originada por el Verbo, cambiado y trasformado en carne.
Estas tres mentiras y errores de los herejes apolinaristas"
han presentado tres aspectos distintos.
Nosotros no afirmamos que la bienaventurada Virgen
María haya concebido un hombre sin la divinidad; que, cre­
ado por el Espíritu Santo, haya sido asumido después por el
Verbo; esto lo condenamos, justa y merecidamente, en Nes­
torio, que lo proclama públicamente. Por el contrario, no­
sotros profesamos a Cristo, Hijo de Dios, Dios verdadero,
nacido de Dios Padre sin comienzo en el tiempo, y hombre
verdadero, nacido hombre de una madre, llegada la plenitud
de los tiempos27• Y decimos que su humanidad, por la que el
Padre es mayor, no quita nada a su naturaleza divina que es
igual a la del Padre. Por esto mismo, lo humano y lo divino
son la única persona de Cristo, que dijo con toda verdad, en
cuanto Dios: Yo y el Padre somos uno28, y en cuanto hom­
bre: El Padre es más grande que yo29•

24. Cf. Ep. 15, nota 25.


25. Cf. Ep. 15, nota 19.
26. Cf. Introducción: «Contexto antropológico y cristológico» y ep.
124, 2, nota 8.
27. Cf. Ga 4, 4.
28. Jn 1 O, 30.
29. Jn 14, 28.
CARTA 59 163

Esta es la fe verdadera e indestructible, queridísimos,


que produce verdaderos cristianos, la que, como sabemos y
reconocemos, vosotros defendisteis con piadoso empeño y
ejemplar amor. Conservadla con perseverancia y defendedla
constantemente.
Y puesto que conviene que vosotros, después de recibir
la ayuda divina, os hagáis dignos de la gracia de los príncipes
católicos, pedidla insistentemente con humildad y sabiduría,
de modo que, el clementísimo emperador se digne aceptar
esta nuestra petición por la cual hemos solicitado que se
convoque un Sínodo Universal en el que, con la ayuda de la
misericordia de Dios, se afiance, lo más rápidamente posible,
la salud de los sanos y se proporcione una medicina a los en­
fermos, si es que se complacen en ser curados.
Escrita hacia la mitad del mes de marzo del año 450,
siendo cónsules Asturio y Protógene, ilustrísimos varones30•

30. En los códices más antiguos no figura la fecha de conclusión de la


cana, pero es una opinión muy extendida, que está expedida en el mes de
marzo del 450. Cf. nota l .
CARTA 88
A PASCASINO, OBISPO DE LILIBEO

LEÓN, OBISPO, A PASCASIN01, OBISPO DE LILIBEO

1 . Envía a Pascasino su célebre carta, el « Tomus ad Flavia­


num», en la que se instruye al delegado que va a ir al Sínodo

Aunque yo no dude que a tu fraternidad le ha sido ex­


puesto completamente todo el desarrollo de los escándalos
que en torno a la Encarnación de Nuestro Señor Jesucristo
se han levantado en las Iglesias Orientales, una vez que ha
sido descubierto totalmente, sin embargo, para que, en nin­
guna circunstancia, nada pueda quedar oculto a tu solici­
tud, os enviamos la completísima carta que, sobre este
tema, escribí a Flaviano, de feliz memoria, y te la he man­
dado rápidamente para que la examines y la conozcas, de
modo que, entendiendo hasta qué punto ha sido destruida
la impiedad de todo este error, contando con la ayuda de
Dios, también tú recibas ese mismo espíritu en razón de tu
amor a Dios y sepas que deben ser reprobados los que
según la herejía y la locura de Eutiques se han atrevido a
decir que en el Unigénito Hijo de Dios, Nuestro Señor, que

1. Hombre de la confianza de León Magno, que ya a comienzos de su


pontificado (444), le consultó sobre la controversia de la fecha pascual.
Hubo entre Pascasino, obispo de Lilibeo en Sicilia (hoy Marsala), y el
obispo de Roma frecuentes contacms epistolares (cf. Eps. 3, 7 y 16). Fue
designado jefe de la delegación pontificia en el Concilio de Caldedonia (cf.
Eps. 89, 91 y 92) siendo su portavoz en todas las discusiones conciliares.
CARTA 88 165

asumió sobre sí la restauración de la salvación de los hom­


bres, no hay dos naturalezas, es decir, la naturaleza de una
perfecta divinidad y la de una perfecta humanidad y pien­
san que pueden engañar nuestra solicitud cuando dicen
creer que la naturaleza encarnada del Verbo es única, pues­
to que el Verbo de Dios tiene una única naturaleza en la
Divinidad del Padre, que es la suya, y en la del Espíritu
Santo. Y eso es cierto. Sin embargo, asumida la realidad de
nuestra carne, creemos que nuestra naturaleza se ha unido a
aquella inmutable sustancia, pues no podría hablarse de
Encarnación si no fuese porque el Verbo hubiera asumido
una carne. Tan grande es esta asunción y tal el grado de esta
unión animada por la carne, que no debe creerse que se
haya dado ninguna separación de la Divinidad no sólo en el
parto de la bienaventurada Virgen María, sino también en
su concepción; porque, por la unidad de la persona, la Di­
vinidad y la humanidad convergen en la concepción de la
Virgen y en el parto virginal.

2. Se defiende la doble naturaleza en Cristo en contra de lo


que sostiene Eutiques

Por consiguiente, lo que hay que rechazar en Enriques


es la impiedad, que en otro tiempo ya fue condenada y re­
batida por los Padres en herejías anteriores; sólo esto le
tenía que haber servido a este hombre tan necio, de manera
que, eso que no podía entender su entendimiento, al menos
intentara, por los ejemplos anteriores, no vaciar el extraor­
dinario misterio de nuestra salvación, al negar la realidad de
la carne humana en Cristo, Nuestro Señor. Porque si la na­
turaleza de su humanidad no es verdadera ni perfecta en
Aquél, ninguna apropiación nos pertenece y todo lo que
creemos y enseñamos, según su propia impiedad, es vanidad
y mentira. Pero, dado que ni la Verdad miente ni la Divini-
166 LEÚN MAGNO

dad es pasible, en el Verbo de Dios cada una de las esencias


permanece en una única persona, y de tal modo confiesa la
Iglesia a su Salvador que le reconoce impasible en su Divi­
nidad y pasible en su carne, como dice el Apóstol: Cierta­
mente fue crucificado en razón de su debilidad, pero está
vivo por el poder de Dios'.

3. Le envía los testimonios de los Santos Padres acerca de la


Encarnación del Señor y le anuncia que también se han su­
mado al « Tomus ad Flavianum» los obispos de las diócesis
orientales

Para que tu caridad por todos sea más ardiente he en­


viado a tu solicitud algunos escritos de nuestros Santos Pa­
dres', para que conozcas con más claridad qué han creído
sobre el misterio de la Encarnación del Señor y qué han
predicado a sus iglesias; escritos estos, que nuestros lega­
dos en Constantinopla, juntamente con mi carta, te han ad­
juntado .
Habrás de saber que toda la Iglesia de Constantinopla,
juntamente con muchos monasterios y muchos obispos,
han manifestado su consenso y han anatematizado sus res­
criptos a Nestorio y a Eutiques, con sus creencias. Habrás
de saber también que yo hace poco he recibido una carta
del obispo de Constantinopla• que cuenta que el obispo de

2. 2 Cor 13, 4.
3. Se trata de los testimonios patrísticos referidos a la Encarnación,
presentados en el Concllio de Calcedonia y que insertó como apéndice en
la carta que envió al emperador León I. Cf. Ep. 165, Apéndice: Antología
de textos patrísticos.
4. Anatolio, sucesor de Flaviano en el patriarcado de la llamada
«nueva Roma» (Constantinopla), fue uno de los que más trabajó por la
difusión y aceptación del Tomus en el Oriente. León Magno le estimó
CARTA 88 167

Antioquía5 y todos los obispos, una vez enviadas las cartas


por sus provincias, han manifestado su asentimiento a mi
carta y han condenado a Nes torio y a Eutiques con una
sentencia semejante.

4. Se pide que se estudie lo más rápidamente posible lo refe­


rente a la Pascua del año 455

También nosotros creemos que debe añadirse a tu solici­


tud esto: a saber, que dado que ningún cálculo sobre la cele­
bración de la fiesta de la Pascua• se oculta a tu experiencia
-cosa que nos conmueve-, según se desprende de los datos

profundamente por su celo en la defensa de la fe de Calcedonia. Cf. Ep.


156, nota 10.
5. Se refiere a Máximo, patriarca que sucedió a Domno. Siendo to­
davía diácono se enfrentó dialécticamente con Juan de Antioquía, al
que acusaba de haber hecho concesiones a los nestorianos. Asistió al
concilio de Calcedonia y, en la sesión del 26 de octubre, firmó con Ju­
venal de Jerusalén (cf. Ep. 139, nota 1) un acuerdo referido a la exten­
sión de sus respectivas jurisdicciones. Trabajó denodadamente, como
así se lo reconoció León Magno, por conseguir la adhesión al Tomus de
todos sus obispos sufragáneos. En el 455 fue depuesto de su sede por
los monofisitas.
6. La determinación de la fecha de la Pascua fue una cuestión de gran
relevancia histórica en épocas pasadas. Su celebración se generalizó en
todas las Iglesias de Oriente y Occidente desde Jos primeros decenios del
cristianismo, pero hubo controversia en la designación del día de esta
fiesta. Así en la mayor parte de las Iglesias de Occidente, se celebraba
siempre el domingo siguiente al 14 de Nisán. Según este sistema el vier­
nes anterior se celebraba la muerte de Cristo. Sin embargo, en Asia
Menor la Pascua se celebraba siempre el mismo día 14 de Nisán, de modo
que en este día se conmemoraba la muerte y dos días después la resurrec­
ción del Señor. A éste último sistema se le llamó cuartodecimanismo y
pretendían seguir la costumbre apostólica. Al final resultó una gran con­
fusión, pues algunos años la diferencia entre ambos «sistemas» llegó a ser
168 LEÚN MAGNO

que hemos encontrado en la anotación de Teófilo7, te pedi­


mos que en aquel punto examines, con esos que pueden
tener conocimiento de este cálculo y de esta norma, qué día,
dentro de cuatro años', debe celebrarse la fiesta de la Resu­
rrección del Señor.
Pues, con el favor de Dios, la próxima Pascua se ha de
mantener en el día décimo de las kalendas de abril•; pero la
siguiente, para la víspera de los idus de abril10• La tercera, la
víspera de las nonas de abriJu. Para dentro de cuatro años
Teófilo, de feliz memoria, fijó su celebración en las kalendas

de varias semanas. Hubo intentos de buscar una solución desde el princi­


pio: san Policarpo de Esmirna con el papa Aniceto, san lreneo ante el
papa Victor l; todos ellos resultaron infructuosos. Tanto el Concilio de
Aries (314) como después el de Nicea (325) fijaron la celebración en el
domingo siguiente al 14 de Nisán. En tiempos de san León (440-461) to­
davía seguía el debate abierto. Cf. eps. 3, 121, 122, 133, 138, 142. En nues­
tros días sigue siendo un sueño dorado el poder celebrar Oriente y Occi­
dente la Pascua en una misma fecha. El Vaticano II, en un apéndice de la
constitución Sacrosanctum concilium, ha vuelto a pronunciarse sobre este
tema del calendario de la fiesta de Pascua. Cf. Catecismo de la Iglesia Ca­
tólica, n. 1 1 70.
7. Patriarca de Alejandría, tío y predecesor de Cirilo. La sede alejan­
drina, en donde tenían arraigada tradición los estudios astronómicos, era
la que debía notificar a todas las iglesias la fecha en que había de cele­
brarse la pascua cada año, mediante una carta (Cartas festales) que nor­
malmente se despachaba después de la Epifanía. A Teófilo se debe el di­
seño de una tabla en la que se indicaba el ciclo pascual para los años
comprendidos entre el 380 y el 479. Se la envió al emperador Teodosio
con la intención de que, mediante decreto imperial, obligara a todo el
orbe católico a adoptar la misma fecha para la celebración de la Pascua. El
emperador rehusó poner en práctíca s u deseo, y en el siglo V la disputa
aún seguía abierta.
8. Esto es, en el año 455.
9. 23 de marzo del 452.
10. 12 de abril del 453.
1 1 . 4 de abril del 454.
CARTA 88 169

de mayo12, lo que encontramos enormemente inadecuado


para la norma eclesiástica. Sin embargo, en nuestros ciclos
pascuales, que te dignas conocer bien, se ha determinado
que la Pascua debe celebrarse el día 1 5 de las kalendas de
mayo de ese mismo año.
Y por eso, para que la ambigüedad cese entre todos no­
sotros, que tu solicitud examine atentamente este asunto,
con cada uno de tus entendidos, a fin de que en el futuro
evitemos errores de esta naturaleza.
Dada el día octavo de las kalendas de abril13, siendo cón­
sul el ilustre Adelfio.

12. En el año 455 la Pascua habría de celebrarse, según Alejandría, el


24 de abril; según Roma, el 17.
13. 8 de abril del 452.
CARTA 124
LEÓN, OBISPO, A TODOS LOS MONJES QUE
SE ENCUENTRAN EN PALESTINA'

l. Sobre la distorsionada interpretación dada por los monjes


de Palestina a la carta de san León a Flaviano

Ha quedado patente a la solicitud pastoral que en favor


de la Iglesia Vniversal y de todos sus hijos debo, por el in­
forme de muchos de vosotros, que se han levantado ciertos

1. Estamos en los meses siguientes a la finalización de1 Concilio de


Calcedonia (451). Tras el concllio, los monofisitas se reunieron en la re­
gión siro-palestina, en donde plantearon la guerra contra los «Calccdo­
nenses», El concilio, en sus disposiciones disciplinares, se había ocupado
del monacato, tratando de incorporar a las instituciones monásticas a la
jurisdicción episcopal (cánones 4 y 8), prohibiendo las conjuras y las so­
ciedades secretas de monjes dirigidas contra los obispos (canon 18) y cen­
surando la secularización de los monasterios (canon 24). Hay que tener
presente el desarrollo que fue teniendo el monacato a lo largo de los si­
glos IV y V. Los monjes -muchos de ellos eran monofisitas-, muy exten­
didos en la región de Palestina despreciaban a las autoridades eclesiásticas
y 11amaban a la Iglesia ortodoxa «Iglesia profana)). No olvidemos que Eu­
tiques fue monje y posteriormente fue elegido archimandrita (superior)
de un gran monasterio. Despues de Calcedonia se radicalizaron aún más
sus posturas. Ponían en discusión la autoridad y la infabilidad de los con­
cilios. Afirmaban que los obispos no eran más que ministros del culto, sin
ninguna otra autoridad ni competencia. En los años 452 y 453 se produ­
ce en Palestina una rebelión abierta en contra del dogma de Calcedonia,
capitaneada por los monjes. Eran las primeras escaramuzas de un conflic­
to prolongado que desembocaría (siglo VI) en la constitución de una Igle-
CARTA 124 171

agravios e n el ánimo d e vuestra caridad, porque o bien tra­


ductores ignorantes, según parece, o bien traductores con
mala voluntad no han sabido traducir las expresiones latinas
al griego' de manera conveniente y adecuada, y, dado que
cada traductor apenas si se basta a sí mismo en su propia
lengua para tratar de explicar cuestiones sutiles y difíciles,
ellos consiguieron que vosotros entendierais algunas expre­
siones de distinta forma de como yo las prediqué pública­
mente. Sin embargo, esto me ha resultado provechoso para
comprender que, mientras reprobáis todo cuanto la fe cató­
lica rechaza, sois más amigos de la verdad que de la mentira,
y lo que vosotros rechazáis, con razón, como enseñanza de
una antigua doctrina, yo también lo detesto. Pues, aunque
mi carta enviada al obispo Flaviano, de venerada memoria,
es suficientemente clara por sí misma y no necesita corree-

sia monofisita en Siria y en Egipto. Tras esta serie de altercados político­


religiosos que han estaJlado en el seno del Imperio (cf. ep. 123 a Eudoxia,
emperatriz, que se ocupa del mismo asunto que la presente), se veía nece­
saria una intervención enérgica, bien sea del emperador, bien sea del
mismo papa. Siempre se hizo uso de la mesura y de la moderación, inclu­
so con los adversarios, aunque en esta carta las palabras deban ser necesa­
riamente fuertes, como se desprende del comienzo mismo, donde no exis­
te el incipit, -saludo laudatorio-. La carta está fechada el 1 S de junio del
año 453.
2. La ep. 28, el Tomus, originariamente se redactó en latín desde la
Cancillería papal. A la hora de enviarla a los obispos orientales, se tradu­
jo al griego (cf. PL 54, 801-838). Parece ser que el distinto significado
dado a términos claves del dogma, hicieron que se cayera en todo el orbe
oriental en una gran confusión. A esto hay que añadir la ignorancia de los
monjes (como el mismo León señala refieriéndose a Euciques, cf. ep. 28,
1) o la mala voluntad (que también existió). Los desórdenes se siguieron
prolongando en el tiempo (d. ep. 1 26). A raíz de estas controversias, la
Sede Apostólica reanudó y mejoró el trabajó de traducir textos dogmáti­
cos y canónicos. Estos hechos explican que Dionisia el Exiguo, gran co­
nocedor de la lengua griega, entrara a formar parte de la CanciJlería papal
como traductor.
172 LEÚN MAGNO

ciones ni explicaciones en cosa alguna, sin embargo, otros


escritos concuerdan con ése, y mi mismo escrito, en el que
está completamente claro el sentido de mi predicación. Al
verme en la necesidad de disputar contra los herejes que ha­
bían confundido a muchos pueblos cristianos y de exponer
la sana doctrina, sea a los clementísimos emperadores', sea
al santo Sínodo• o sea a la Iglesia de Constantinopla', yo he
mostrado lo que debíamos saber y creer según la doctrina
evangélica y apostólica acerca de la Encarnación del Verbo,
y en nada me he separado de la enseñanza de los santos Pa­
dres. La fe católica es una sola, verdadera y singular, a la que
nada se le puede añadir ni quitar. Antes Nestorio y ahora
Eutiques, ciertamente por distintas razones, pero con pare­
cida impiedad, han intentado impugnarla y han pretendido
introducir en la Iglesia de Dios dos herejías contrarias, hasta
el punto de ser condenado cada uno de ellos, -y con razón-,
por los discípulos de la verdad, puesto que ha sido demasia­
do insensato y sacrílego lo que ambos han propuesto con
diferentes herejías falsas.

2. Tanto Eutiques, que confunde las naturalezas en Cristo,


como Nestorio, que duplica las personas en Cristo, han de ser
condenados

Por consiguiente, sea excomulgado Nestorio, que cree


que la bienaventurada Virgen María es solamente madre de
un hombre, hasta el punto de crear una persona de carne y
otra divina y no admitir que Cristo es uno sólo en el Verbo
de Dios y en la carne, sino que defiende que, separadamen-

3. Cf. Eps. 37, 43, 44, 45, 54, 55, 56, 57, 58.
4. Cf. Ep. 1 14.
5. Cf. Eps. 50 y 59.
CAR1'A 124 173

te y divididos, uno es el Hijo de Dios y otro el Hijo del


hombre. Porque, sin dejar de ser aquella esencia del Verbo
inmutable que, coeterna e intemporal, tiene en comunión
con el Padre y el Espíritu Santo, el Verbo se hizo carne' en
las entrañas virginales, para que la misma virgen que lo con­
cibió en una única concepción y en un único parto y de
conformidad con la unión de cada una de las sustancias,
fuese tanto esclava del Señor como también Madre. Tam­
bién esto lo comprendió y lo dijo Isabel, según nos cuenta el
evangelista san Lucas: ¿ Y de dónde a mí que la madre de mi
Señor venga a mí'?
Eutiques, cayó en el mismo anatema, porque después de
emponzoñarse en los impíos errores de los antiguos herejes,
acabó por elegir la opinión tercera de Apolinar". Negada la
realidad de la carne humana y del alma racional, defiende
que la totalidad de Nuestro Señor Jesucristo es de una única
naturaleza, como si la Divinidad misma del Verbo se hubie­
ra transformado en un cuerpo' y en un alma, y como si el
ser concebido y el nacer, el ser alimentado y el crecer, el ser
crucificado y el morir, el ser sepultado y el resucitar, el subir
a los cielos y el sentarse a la derecha del Padre, de dónde
vendrá para juzgar a vivos y muertos, fuese solamente de su
esencia y como si ninguna de estas realidades las hubiese re-

6. Cf. Jn 1, 14 y Le 1, 28.
7. Le 1, 43.
8. Apolinar de Laodicea, preocupado por salvar la verdad íntegra de
la salvación, pensaba que el Verbo no había asumido la totalidad del
hombre, porque el Verbo no podía asumir aquello que había hecho pecar
al hombre (esto es, la inteligencia, el nous), si se quería que el Verbo redi­
miese al hombre. Por eso niega que Cristo hubiese podido tener un alma
humana. El Logos haría en él la función del alma racional. Esta es la
razón por la que León Magno habla de una misma negación en Apolinar
y en Eutiques. Cf. Ep. 59, 5.
9. Lat.: «carnem».
174 LEÚN MAGNO

cibido en sí sin la realidad de la carne. Porque la naturaleza


del Unigénito es la naturaleza del Padre y la naturaleza del
Espíritu Santo, y, a la vez, es impasible e inmutable, unidad
indivisisible e igualdad consustancial de la eterna Trinidad.
De ahí que si este hereje se aparta de la iniquidad d e
Apolinar, s e verá obligado a reconocer que la Divinidad no
es pasible ni mortal; y sin embargo, se atreve a afirmar que
la naturaleza del Verbo y de la carne es una sola, -me refie­
ro al Verbo encarnado- y, sin ninguna duda, cae dentro de la
herejía de los maniqueos10 y de Marción1 1 • Cree que el me­
diador entre Dios y los hombres, el hombre Jesucristo12, ha
obrado, en todo, aparentemente, y no ha mostrado en El, a
los ojos de los que le veían, un cuerpo humano, sino una
apariencia de cuerpo.

3. No es de Cristo quien no confiesa que nuestra naturaleza


participa en El

En esto se resumen las mentiras de esta impiedad, ya que


la fe católica de otro tiempo ahora es vilipendiada y los sa­
crilegios de esos tales están condenados por unánimes afir­
maciones de los Santos Padres del mundo entero; sean los
que sean, están tan cegados y tan alejados de la luz de la ver­
dad, que niegan que una naturaleza humana, es decir, como
la nuestra, se halle en el Verbo de Dios desde el momento de
la Encarnación; de este modo manifiestan en qué sentido
usurpan el nombre de cristianos y por qué razón están en
desacuerdo con el Evangelio de la Verdad si sostienen que,
por medio del parto de la bienaventurada Virgen, la carne
nació sin la Divinidad o la Divinidad sin la carne.

10. Cf. Ep. 15, nota 25.


1 1 . Cf. Ep. 15, nota 24.
12. Cf. 1 Tim 2. 5.
CARIA 12-4 175

Pues lo mismo que no se puede negar que el Verbo se


hizo carne y habitó entre nosotros", así tampoco puede ne­
garse que Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo con­
sigo14. Sin embargo ¿qué reconciliación podrá darse, por la
que Dios intercediera por el género humano, si el mediador
entre Dios y los hombres no asumiera sobre sí la culpa de
todos? Pero ¿cómo cumpliría Cristo su realidad de mediador
si, el que es igual al Padre en su condición divina, no partici­
pa, en su condición de siervo, de nuestra naturaleza? Así,
mediante un solo hombre nuevo se lograría la renovación del
hombre viejo y el vínculo de la muerte, contraído por la pre­
varicación de uno solo, se saldaría con la muerte del único
que nada debió a la muerte15• Pues la efusión de la sangre del
justo por los pecadores fue tan poderosa en orden a la excul­
pación del hombre y tan alto su valor, que si la universalidad
de los cautivos creyera en su Redentor, no mantendrían nin­
guna atadura que les esclavizase, porque, como dice el Após­
tol, dónde abundó el pecado, sobreabundó la gracia"; y dado
que, habiendo nacido bajo el dominio del pecado, han reci­
bido la fuerza para renacer a la justicia, el don de la libertad
se ha hecho más fuerte que la deuda con la esclavitud.

4. Solamente son purificados por la sangre de Cristo quienes,


habiéndose ofrecido, habiendo sufrido y muerto en su carne,
triunfaron en El

Por consiguiente ¿qué esperanza dejan en la ayuda de


este misterio quienes niegan la realidad de una naturaleza

13. Jn 1, 14.
14. 2 Cor 5, 19.
15. Alude a Rm 5, 15. Cf. Ep. 105; serm. 64,3.
16. Rm 5, 20.
176 LEÓN MAGNO

humana en el cuerpo de Nuestro Salvador? Que digan con


qué sacrificio han sido reconciliados y con qué sangre han
sido redimidos. ¿ Quién es el que se entregó por nosotros
como oblación y víctima de suave aroma 17? O ¿ cuándo ha
habido un sacrificio más sagrado que el que el verdadero
Pontífice puso en el altar de la cruz por medio de la inmo­
lación de su carne? Pues, aunque a los ojos del Señor pre­
ciosa fue la muerte de muchos santos18, sin embargo, la
muerte de ningún inocente fue causa de propiciación del
mundo. Los justos recibieron la corona [de la victoria], no
la dieron; y de la fortaleza de los fieles han nacido ejem­
plos de paciencia, no dones de justicia. Ciertamente, singu­
lares fueron las muertes en cada uno de ellos, pero ningu­
no pagó con su muerte la deuda de otro.
Al haber surgido de entre los hijos de los hombres, el
único y solo Señor Nuestro, Jesucristo, en El todos
hemos sido crucificados, todos hemos muerto, todos
hemos sido sepultados y todos también hemos resucitado.
De todos éstos, él mismo hablaba: Y yo cuando sea levan­
tado de la tierra, atraeré a todos hacia mí19• Además, la fe
verdadera, justificando a los pecadores y creando santos,
se prolonga hasta la participación en su humanidad y
logra la salvación en el único caso en el que el hombre se
encuentra inocente. Manteniéndose libre para gloriarse de
su poder, por gracia divina, El, que se había enfrentado
contra el soberbio enemigo en la humildad de nuestra
carne, consiguió para los hombres una victoria que triun­
fó en su cuerpo.

17. Ef S, 2. Cf. Ex 29,18.


18. Cf. Sal l i S, 5.
19. Jn 12, 32.
CARTA 124 177

5. Se declaran, a partir de la cualidad de sus obras, las pro­


piedades de una y otra naturaleza

Aunque en la única persona de Nuestro Señor Jesucris­


to, verdadero Hijo de Dios y verdadero Hijo del hombre,
sea única la persona del Verbo y del hombre, cada una de
sus naturalezas, sin embargo, tienen acciones comunes; con
todo, hay que comprender las cualidades de sus propias
operaciones, hay que distinguir, por la contemplación de
una fe pura a qué cosas se eleva la humildad de su debilidad
y a qué cosas se inclina la grandeza de su poder: qué es lo
que la carne no puede hacer sin el Verbo y qué es lo que el
Verbo no realiza sin la carne. Pues, sin el poder del Verbo,
no hubiera concebido la Virgen, ni tampoco hubiera dado a
luz20 y sin la realidad de la carne no estaría recostado, en­
vuelta su niñez entre pañales21• Sin el poder del Verbo, los
magos no hubieran adorado al niño revelado por una nueva
estrella" y sin la realidad de la. carne no se le hubiera man­
dado trasladar al niño a Egipto y sustraerlo de la persecu­
ción de Herodes23• Sin el poder del Verbo no hubiera dicho
la voz del Padre que bajaba desde el cielo: Este es mi Hijo
amado en quien me complazco24 y sin la realidad de la carne
no hubiera declarado Juan: He ahí el Cordero de Dios que
quita el pecado del mundo25• Sin el poder del Verbo no se
hubiera logrado el restablecimiento de los débiles y la resu­
rrección de los muertos y sin la realidad de la carne no hu­
biese sido necesario ni alimento para el ayuno ni sueño para
el cansancio.

20. Cf. Le 1, 3 1 .
21. Cf. Le 2 , 7.
22. Cf. Mt 2, 1-12.
23. Cf. Mt 2, 13 SS.
24. Mr 3, 17.
25. Jn 1 , 29.
178 LEÓN MAGNO

En resumen, sin el poder del Verbo, el Señor no se hu­


biera declarado igual al Padre26 y sin la realidad de la carne
no hubiera dicho que el Padre era mayor que El27•
La fe católica, al acoger y defender una y otra realidad,
que están en conformidad con la propiedad de la naturaleza
divina y de la naturaleza humana, cree que el Hijo único de
Dios es no solamente hombre, sino también el Verbo.

6. Cada una de las naturalezas se han unido en la única per­


sona sin confusión

Aunque desde aquel principio, en el que el Verbo se


hizo carne28 en el seno de una virgen, nunca ha existido
ninguna división entre la naturaleza humana y la divina y
las acciones de toda su vida, a través de todo el desarrollo
corporal, han sido siempre de la única persona, sin embar­
go, esas mismas acciones, que han sido hechas inseparable­
mente, no las atribuimos por confusión ninguna, sino que
creemos lo que es propio de cada naturaleza según la cuali­
dad de sus operaciones. Pues ni lo divino condiciona lo hu­
mano ni lo humano vulnera lo divino, pues de tal manera
concurren la una y la otra en una única realidad que, ni la
propiedad de una queda anulada por la otra, ni se duplican
las personas.
Así pues, que esos fantasmas cristianos nos digan qué
naturaleza del Salvador fue la clavada en la cruz, qué na­
turaleza estuvo yacente en el sepulcro y qué carne, una
vez removida la piedra de la tumba, resucitó al tercer día,

26. Cf. Jn 10, 30.


27. Cf. Jn 14, 28.
28. Jn 1, 14. Cf. serm. 65, sobre la Pasión.
CARTA 124 179

e incluso qué cuerpo mostró Jesús, a la vista de sus discí­


pulos, cuando, estando cerradas las puertas", entró hasta
donde ellos estaban exigiendo, para hacer desaparecer
toda desconfianza en los que le reconocían, ser visto por
sus ojos y ser tocadas por sus dedos las marcas de los cla­
vos todavía abiertas, e incluso la reciente herida de su
pecho atravesado.
Pero, si entre tanta luz de verdad, la obstinación heréti­
ca no deja sus tinieblas, demuestren de dónde se prometen
ellos a sí mismos la esperanza de la vida eterna, a la que si
no es por el mediador entre Dios y los hombres, el hombre
Cristo Jesús30, no se puede acceder. Porque no hay bajo el
cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros
debamos salvarnos31 ni tampoco hay redención de la huma­
nidad cautiva si no es en la sangre del que se entregó a sí
mismo como rescate por todos32• El, como dice el bienaven­
turado Apóstol, siendo de condición divina, no retuvo ávi­
damente el ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo
tomando condición de siervo haciéndose semejante a los
hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se hu­
milló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de
cruz. Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó el Nombre que
está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús, toda
rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos y
toda lengua confiese que Cristo jesús es Señor para gloria de
Dios Padre".

29. Cf. Jn 20, 19-29.


30. Cf. 1 Tim 2, 5.
31. Hch 4, 12. La mediación de Jesucristo es universal y unica: Cf. 1
Cor 8, 5-6; Jn 1, 18; Mt 1 1 , 27; Hb 1, 1-2; 1 Tm 2, 5-7.
32. 1 Tm 2, 6.
33. Flp 2, 6-11. Cf. Ep. 28, nota 32.
180 LEÓ� MAGNO

7. Nada se ha añadido al Hijo de Dios si no es en su condi­


ción de siervo

Aunque el Señor Jesucristo es uno y, en El, hay una y


la misma persona, una verdadera Divinidad y una verdade­
ra humanidad, y la solidez de su unión no puede ser sepa­
rada por división'\ sin embargo, la exaltación por la que
Dios lo enalteció y le concedió el nombre, que se distingue
sobre todo nombre, comprendemos que se refiere a aque­
lla naturaleza que tenía que enriquecer con el crecimiento
de una exaltación tan grande35• En su naturaleza divina,
ciertamente el Hijo era igual al Padre y entre el Creador y
el Unigénito no había ninguna diferencia en cuanto a su
esencia, ninguna diversidad en su majestad; y al Verbo, por
el misterio de la Encarnación, no se le había quitado nada
que el Padre tuviese que restituirle. Pero la condición de
siervo, por la que la Divinidad, incapaz de sufrir, colmó un
misterio de gran misericordia es la debilidad humana que
fue elevada a la gloria de la majestad divina, y estando u ni­
das por la misma concepción de la Virgen hasta tal grado
de unión la Divinidad y la humanidad, que ni las operacio­
nes divinas se realizaban sin el hombre ni las humanas sin
Dios.
Por eso, igual que se dice que el Señor de la Majestad fue
crucificado, así también se dice que, el que es igual a Dios en
su eternidad, fue exaltado. Y no importa bajo qué aspecto
de su naturaleza se nombre a Cristo, puesto que mantenién­
dose la unidad de persona inseparablemente es el mismo
todo El, Hijo del hombre, en razón de la Encarnación, Hijo
de Dios, en razón de la única Divinidad con el Padre.

34. Cf. Apéndice: Definición de Calcedonia.


35. Es una explicación exegética de Flp 2, 9-1 1 .
CARTA 124 181

Luego, todo lo que Cristo ha recibido en el tiempo, lo ha


recibido de conformidad con su naturaleza humana. A ésta
se añade lo que no tuvo, pues, en razón de su poder como
Verbo, indistintamente, todo lo que tiene el Padre, también
lo tiene el Hijo y lo que recibió del Padre en su condición
de siervo, eso mismo se lo entregó también al Padre en su
condición divina.
El, el Hijo, es a la vez rico y pobre36• Rico, porque en
el principio existía el Verbo y el Verbo estaba junto a Dios
y el Verbo era Dios. El estaba en el principio junto a Dios.
Todo se hizo por él y sin El no se hizo nada de cuanto exis­
te37; y pobre, porque el Verbo se hizo carne y habitó entre
nosotros38•
¿ Cuál es su abajamiento y cuál su pobreza, sino el
haber asumido la condición de siervo por la que, oculta la
majestad del Verbo, llevó a plenitud la economía de la re­
dención humana? Pues, dado que las antiguas ataduras de
nuestro pecado no podían ser destruidas a no ser que na­
ciera un hombre de nuestro mismo linaje y de nuestra
misma naturaleza, que estuviera libre de las consecuencias
del antiguo pecado y que cancelara el edicto de muerte por
su sangre inmaculada39, como estaba previsto en el plan di­
vino desde el comienzo"", lo realizó así en la plenitud del
tiempo establecido, para que así la promesa dada a conocer
de muchas maneras en otra época, llegara al cumplimiento
esperado durante tanto tiempo y no pudiera ser ambiguo
lo que siempre había sido anunciado por testimonios cons­
tantes.

36. Cf. 2 Cor 8, 9.


37. Jn 1, 1-3.
38. Jn 1, 14.
39. Cf. Col 2, 14.
40. Cf. Ga 4, 4; Ef 1, 10.
182 LEÓN MAGNO

8. Se queja a los monjes de los escándalos que han surgido de


su propio furor

Así pues, después de haber rebatido tantas herejías que


han sido separadas del cuerpo de la unidad católica, gracias
a la santa solicitud de los obispos reunidos en Sínodo y que
han merecido ser sacadas fuera del cuerpo de Cristo, porque
hicieron de la Encarnación del Verbo, que es salvación única
para los que creen rectamente, piedra de tropiezo y roca de
escándalo41, me admiro de que vuestra caridad se esfuerce en
discernir la luz de la verdad, puesto que en muchas ocasio­
nes se ha manifestado cuán rectamente la fe cristiana ha con­
denado a Nestorio y a Eutiques junto con Dióscoro" y no
se puede llamar cristiano al que ofrece su consentimiento,
sea a la impiedad de aquél o a la de éstos.
Me entristece que rechacéis la doctrina evangélica y
apostólica -como vengo escuchando- hostigando ciudades
con vuestras sediciones, perturbando iglesias, y no sólo pro­
firiendo injurias, sino también matando a presbíteros y
obispos, Así, por la locura y por la violencia, vosotros os
habéis olvidado de vuestro propósito y de vuestra profesión
monástica.

41. Cf. 1 Pe 2, 8.
42. Siendo diácono de la Iglesia de Alejandría, acompañó a Cirilo, su
obispo, al concilio de Efeso (431). Le sucedió en la sede episcopal en el
444. El emperador Teodosio II le invitó a presidir el concilio que ha pa­
sado a la historia con el nombre de Latrocinio de Efeso (449) en el que se
defendió a Eutiques en contra del patriarca de Constantinopla, Flaviano.
El fue el que decretó su deposición y posterior destierro, en el que murió.
Dióscoro se erigió en defensor de una cristología monofisita de corte
apolinarista. Dos años más tarde, el concilio de Calcedonia (451) conde­
nó a Dióscoro en su tercera sesión. Este se vio obligado a exiliarse en Asia
Menor, hasta que murió en el 454. Hoy, en las iglesias precalcedonenses
es venerado como santo.
CARTA 124 183

¿ Dónde queda la regla de vuestra mansedumbre y quie­


tud? ¿ Dónde la generosidad de vuestra paciencia? ¿ Dónde
la tranquilidad de la paz? ¿ Dónde la firmeza del amor y la
fortaleza en el sufrimiento? ¿Qué creencia os ha apartado
del Evangelio de Cristo o qué persecución os ha separado?
O bien, ¿ cuánta ha sido la astucia del que os ha engañado,
para que hayáis olvidado a los profetas y apóstoles, la fe del
Símbolo que os salva y la confesión que pronunciasteis en
presencia de muchos testigos? Y, pues, habéis recibido el sa­
cramento del bautismo y ¿ ahora os sometéis a los engaños
del diablo? Entre vosotros ¿qué mal podían tramar las uñas
[del diablo], qué daño los crueles tormentos, si para destruir
la integridad de vuestra fe pudieron tanto las vanas imagina­
ciones de los herejes? Vosotros creéis obrar en favor de la fe
y, sin embargo, os oponéis a la fe. Vosotros os armáis con el
nombre de la Iglesia y lucháis contra la Iglesia. ¿Esto es lo
que habéis aprendido de los profetas, de los evangelistas y
de los apóstoles: a hacer extraña al Salvador nuestra natura­
leza negando la verdadera carne de Cristo y suplantando la
esencia misma del Verbo a su pasión y muerte, y a decir que,
lo que la cruz realizó, lo que la lanza traspasó, lo que la pie­
dra del sepulcro ocultó y nos devolvió, ha sido sólo obra de
su divino poder y no también obra de la fragilidad de su na­
turaleza humana? A propósito de esto dice el Apóstol: Pues
no me avergüenzo del Evangelio43, ya que conocía bien qué
oprobio se aplicaba a los cristianos por parte de sus enemi­
gos. Y, por eso, incluso el Señor lo afirmaba diciendo: Aquel
que se declare por mí ante los hombres, yo también me de­
clararé por él ante mi Padre". Pues éstos a los que la carne
de Cristo les provoca ahora vergüenza, no serán dignos del
reconocimiento del Padre y del Hijo, y probarán que no

43. Rm 1, 16.
44. Mt 10, 32.
184 LEÓN MAGNO

han sacado ninguna fuerza de la cruz porque se avergüenzan


de confesar con los labios la señal que recibieron para ser
mostrada en su frente.

9. Se les exhorta a que se arrepientan y a que acojan la fe


verdadera

Apartaos, hijos, apartaos de las seducciones del diablo.


Nada profana la verdad de Dios, pero la Verdad no nos
salva si no es en nuestra carne. Lo cierto es que, como dice
el profeta: La verdad ha brotado de la tierra45 y así como la
Virgen María concibió al Verbo, así le ha proporcionado de
su sustancia una carne que tenía que unir a sí mismo, no con
el añadido de una persona ni con la supresión de una natu­
raleza, puesto que, el que era de condición divina, recibió la
condición de siervo, de manera que Cristo es uno y el
mismo en cada una de las dos naturalezas.
Y después que Dios se abajó hasta la debilidad humana
y levantó al hombre hasta la máxima divinidad, el Apóstol
puede decir: Y los patriarcas, de los cuales procede Cristo
según la carne, el cual está por encima de todas las cosas,
Dios bendito por los siglos. Amén"'.

45. Sal 84, 12.


46. Rm 9, 5. Se echa en falta el acostumbrado saludo final, propio
del género epistolar. No es de extrañar, por las razones apuntadas en la
nota 1 .
CARTA 139
LEÓN, OBISPO DE LA CIUDAD DE ROMA,
A JUVENAL', OBISPO DE JERUSALÉN

1 . Le alegra que él haya sido recibido en su sede sin ocultar


el enredo provocado por el obispo anterior

Después de haber recibido tu cariñosa carta, que me en­


tregaron nuestros hijos, el presbítero Andrés y el diácono
Pedro, me alegré mucho de que se te hubiese permitido vol­
ver a la sede de tu episcopado; pero, viniéndome a la memo­
ria todos esos acontecimientos que te hicieron padecer debí-

l . Ocupó la sede un largo período de tiempo (422-458), durante el


que se aprovechó de las controversias cristológicas de Efeso (431) y Cal­
cedonia (451) para acrecentar hábilmente la autoridad y el prestigio de la
sede de Jerusalén. En el concilio de Efeso se puso de parte de Cirilo con­
tra Nestorio� pero en el Latrocinio de Efeso (449) apoyó a Dióscoro de
Alejandría y a Eutiques contra Flaviano. Dos años después (451), en Cal­
cedonia, viendo la nueva situación poJítico-religiosa que se había creado,
abandonó el apoyo a Dióscoro y se adhirió a las decisiones del concilio.
De esta forma, en la sesión del 26 de octubre, obtuvo para la sede jeroso­
limitana la jurisdicción sobre las tres Palestinas y logró que la asamblea
aprobara la creación del nuevo patriarcado de Jerusalén, el cuarto del
Oriente junto con los de Constantinopla, Antioquía y Alejandría. Pero
una vez que se clausuró el concilio de Calcedonia, un tal Teodosio, monje
monofisita, le obligó, tras sufrir un atentado, a exiliarse en Constantino­
pla. Durante este período la sede de jerusalén padeció graves altercados,
provocados por los monjes monofisitas (d. ep. 124), y tolerados por la
emperatriz Eudoxia, viuda de Teodosio 11, y las mismas autoridades civi­
les. Al final, el emperador Marciano, con la ayuda del clero y del ejército,
logró devolver la sede de jerusalén a Juvenal.
186 LEÓN MAGNO

do a algunos excesos, me ha dolido que hayas sido tú mismo


la causa de tus propios infortunios y de que te hayas queda­
do sin firmeza para resistir a los herejes2, pues ellos piensan
que no eres libre para reprobar a ésos que tú mismo has
acusado de que se deleitan en su error. La condena de Fla­
viano, de feliz memoria, y la recepción del impío Eutiques,
¿qué otra cosa fue sino la negación de Nuestro Señor según
la carne? Flaviano logró, con su gran misericordia, que esta
herejía se resolviese cuando, después de ser depuesto me­
diante aquella sentencia del Sínodo de Efeso, se le expulsó,
pero con la autoridad del santo concilio de Calcedonia [se le
rehabilitó], y todo para que ninguno de los impíos se que­
dase sin el remedio de la corrección.
Pues bien, dado que en el tiempo de indulgencia prefe­
riste el arrepentimiento a la obstinación, me alegro de que
hayas escogido esta medicina celestial para poder ser, por
fin, defensor de la fe atacada por los herejes.
Pues, aunque a ninguno de los sacerdotes le está permi­
tido ignorar lo que predica, sin embargo, de entre todos los
ignorantes, es más injustificable para cualquier cristiano que
viva en Jerusalén, que, para conocer la fuerza del Evangelio,
no sólo es instruido por las enseñanzas de sus páginas, sino
por los testimonios de los mismos lugares. Y lo que en otra
parte no está permitido que no se crea, allí es imposible que
no se vea. ¿ Qué trabaja el entendinúento allí donde la mira­
da es maestra? Y ¿por qué las palabras y las enseñanzas in­
ducen a la duda allí donde todos los misterios de la salva­
ción humana atraen la vista y el tacto? Parece como si, a
cada uno de todos esos que dudan el Señor, sirviéndose de

2. En el Sínodo de Efeso (449) tomó partido por la causa de los mo­


nofisitas. Siempre estuvo bajo sospecha e incluso en el concilio de Calce­
donia se le denunció ante el emperador Marciano, para que éste decidiera
si el concilio había de deponerlo. Cf. nota l .
CARTA 139 187

su voz corporal, les dijese: ¿Por qué os turbáis y por qué se


suscitan dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis
pies; soy yo mismo. Palpadme y ved que un espíritu no tiene
carne y huesos como veis que yo tengo '.

2. Los propios lugares de los misterios le enseñan

Por consiguiente, queridísimo hermano, sírvete de los


insignes textos de la fe católica y defiende la predicación de
los evangelistas por el testimonio de los santos lugares en
los que vives.
Junto a ti está Belén, en la que brilló el portador de la
salvación, nacido de una virgen de la casa de David, a quien,
envuelto en pañales en la estrechez de la cueva, recostó en
un pesebre.
Ante ti, la infancia del Salvador, anunciada por los ánge­
les, adorada por los magos y buscada por Herodes median­
te la muerte.
Cerca de ti se encuentra el lugar en el que desarrolló su
infancia, maduró su adolescencia y donde, gracias al creci­
miento, se convirtió en un hombre perfecto, con una natu­
raleza de hombre verdadero, no sin alimento para su ham­
bre, no sin sueño para su cansancio, no sin llanto para su
compasión, no sin ansiedad para su angustia; pues uno solo
y el mismo es el que, en su condición divina, obró grandes
milagros de perfección y, en su condición de siervo, soportó
la crueldad de la pasión.
Esto te repite constantemente la misma cruz; esto te
anuncia la piedra del sepulcro en donde estuvo muerto el
Señor en su condición humana y de dónde resucitó por su
poder divino. Y cuando subes a venerar el Monte de los

3. Le 24, 38-39.
188 LEÓN MAGNO

Olivos, lugar de la Ascensión\ ¿ acaso no resuena en ru oído


aquella voz angelical que en la Ascensión del Señor dijo a
los que miraban atónitos: Galileos, ¿qué hacéis ahí mirando
al cielo? Este que os ha sido llevado, este mismo Jesús, ven­
drá así tal como le habéis visto subir al cielo'.

3. Se defiende la realidad de nuestra carne en Cristo desde la


realidad de la Crucifixión

Por consiguiente, la realidad de la cruz confirma la au­


téntica concepción de Cristo; porque el que nació en nues­
tra carne es el mismo que fue crucificado en nuestra carne,
carne que no hubiera podido ser mortal si no se hubiera
hecho de nuestro linaje, sin que mediara pecado alguno.
Para reparar la vida de todos, asumió la culpa de todos,
y la fuerza de la antigua condena la canceló, el único de
entre todos que no la mereció, pagando él por todos', de
modo que, lo mismo que por el pecado de uno, todos habí­
an sido hechos pecadores, así también por la inocencia de
uno solo, todos fuesen hechos inocentes7• Por eso, se exten­
dió la justificación a los hombres allí donde la naturaleza
humana fue asumida. El Evangelista, al comenzar su predi­
cación, por ningún otro motivo distinto a la verdadera rea­
lidad de un cuerpo como el nuestro, dice de él: Libro de la
generación de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham8• Y
el bienaventurado apóstol Pablo, según doctrina concorde,
dice: Los patriarcas, de los cuales también procede Cristo
según la carne, el cual está por encima de todas las cosas,

4. Cf. Hch 1, 12.


S. Hch 1, 1 1 .
6. Cf. Col 2 , 14.
7. Cf. Rm S, 18.
8. Mt 1, l.
CARTA 139 189

Dios bendito por los siglos. Amén'; y lo mismo en la carta a


Timoteo: Acuérdate de jesucristo, resucitado de entre los
muertos, descendiente de David10•

4.Se enseña a los herejes todo lo relativo a la Encarnación


del Señor a partir de las páginas de cada uno de los dos Tes­
tamentos

Pues aunque bastara la fe de los Padres y la de mis escri­


tos entregados a Flaviano, de feliz memoria, de los cuales tú
hiciste mención, y a los que se añadió además la declaración
solemne del Sínodo Universal11, sin embargo, tú sabes per­
fectamente por la antigüedad de tu sacerdocio, cuántos ma­
estros, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, ex­
plican claramente esta verdad.
Por ello conviene que tu celo pastoral vigile que nadie
censure el inefable misterio de nuestra redención y de nues­
tra esperanza. Pero si hay algunos que todavía están ciegos
por su ignorancia o disienten por su maldad, que sean ins­
truidos por la autoridad de ésos12 cuya resplandeciente doc­
trina ha permanecido en la Iglesia Apostólica de Dios y que
conozcan que, en lo que se refiere a la Encarnación del
Verbo de Dios, nosotros creemos lo que ellos creyeron y
que no se sitúen, por su obcecación, fuera del Cuerpo de
Cristo, con quien hemos muerto y hemos sido resucitados,
porque ni la piedad de la fe ni la esencia del misterio admi-

9. Rm 9, 5.
10. 2 Tim 2, 8.
1 1 . Cf. Apéndice: Definición de Calcedonia.
12. Los Santos Padres. Cf. Ep. 165, Apéndice: Antología de textos pa­
trísticos.
190 LEON MAGNO

ten que la Divinidad haya sido pasible en su naturaleza o


que la Verdad, al asumir nuestra naturaleza, haya mentido.
Dada la víspera de las nonas de septiembre13, siendo
cónsules Aecio y Estudio, ilustrísimos varones.

13. 4 de septiembre dcl 4S4.


CARTA 156
AL EMPERADOR'

1. Después del Sínodo de Calcedonia no ha de volverse a


tocar nada referido al tema de la fe

Recibí con mucha veneración la carta de tu clemencia,


imbuida toda ella de la fuerza de la fe y de la luz de la ver­
dad, a la que desearía obedecer, incluso en el hecho de que
vuestra piedad cree necesaria mi presencia, para poder al­
canzar yo mayor estima ante la mirada de vuestra magnifi­
cencia. Pero pienso que os va a agradar más si os muestro lo
que mi razón me indicó que debía elegir.
Edificad con santo y espiritual celo la paz en toda la
Iglesia, pues nada hay más conveniente para defensa de la fe
que estar adherido a estas verdades que, bajo inspiración del
Espíritu Santo, han sido definidas irreprochablemente. A
nosotros nos parece que arrancar del Credo las verdades ya
definidas perfectamente, deponer, por exigencia de esa pre­
tensión herética, a las autoridades que la Iglesia universal ba
aceptado y no dejar de hostigar de todas las maneras posi-

l. Carta dirigida al emperador León !. (Cf. Ep. 165, nota 1). En esta
época el emperador (basileus) creía poseer todos los poderes de gobierno
recibidos de Dios y se sentía obligado a intervenir en asuntos tanto polí­
ticos como religiosos. Con el emperador León I se reforzó aún más esta
posición. En las cuestiones religiosas favoreció paulatinamente la cristo­
logía de Calcedonia y depuso a los eutiquianos que habían ocupado las
sedes patriarcales de Alejandría y Antioquía. Cf. H. R.AHNER, L 'Église et
l'État dans le christianisme primitive, Paris 1964.
192 LEÓN MAG�O

bies a las iglesias, nada más conseguir la licencia para atacar,


eso nos parece que es prolongar las rebeldías más que aca­
llarlas2.
Por eso, tras las injurias del Sínodo de Efeso, por las que
se rechazó la fe católica con el crimen de Dióscoro y se
aceptó la herejía de Eutiques3, no pudo decretarse nada más
provechoso para la custodia de la fe cristiana que el Santo
Sínodo de Calcedonia aboliera el crimen del ya mencionado
[Dióscoro] y que se pusieran allí tantos cuidados de esta ce­
lestial doctrina que nada quedara expuesto a la opinión de
nadie, nada que difiriese de las predicaciones de los profetas

2. Ya León Magno se había dirigido anteriormente al emperador


León 1: al poco de ser elegido como basileus le escribió (cf. ep. 147) in­
formándole de la situación de la Iglesia en Alejandría y rogándole que in­
terviniera en la pacificación de la rebeldía que encabezaban los monjes,
asegurándose de que los patriarcas del Oriente fuesen defensores de la fe
de Calcedonia. Los ambientes monofisitas, sostenidos por muchos de los
monjes del Oriente, se sublevaron y llegaron a instalarse en muchas de las
sedes episcopales: Timoteo Aeluro y Pedro Mongo, su sucesor, ambos
monofisitas, ocuparon la de Alejandría; Pedro el Fulón (o el Batanero) y
su sucesor, Severo, se instalaron en la de Antioquía; la de Hiérapolis la
ocupó Filoxcno y la de Edesa, Jacobo Baradai.
3. León expone brevemente los hechos históricos acaecidos en Efeso
en el año 449. El plan de Dióscoro era desmontar todo lo realizado por
Flaviano en el Sínodo de Constantinopla (448). La disposiciones inicía1es
eran de franca rebeldía. Ni siquiera se dio lectura al Tomus de León
Magno. Subió la tensión en la asamblea conciliar, y se procedió a la de­
posición de Flaviano. Al ver que éste apelaba a Roma, Dióscoro, cegado
por la ira, recurrió a la fuerza de los soldados, a los que dio órdenes de
que lo sacaran del local. Estos, ayudados por los monjes, por Eutiques y
el abad Barsumas, lo condujeron al destierro, donde murió. Son muy di­
vergentes los datos sobre la muerte del patriarca de Constantinopla. In­
cluso se llegó a dar la noticia de que fue el propio Dióscoro el que lo
había asesinado y a León Magno se atribuía la expresión: «Dióscoro man­
chó sus manos con la sangre de un sacerdote católico». (Cf. SILVA-TA­
ROUCA, S. Leonis M. epistolae, 11, p. 34 ss). Este es el crimen que el papa
León atribuye a Dióscoro, pero que históricamente no está comprobado.
CARTA 156 193

o de los apóstoles; es decir, se observó esta norma: «quedan


aparrados de la unidad de la Iglesia solamente los rebeldes y
los obstinados; a los demás: que, a nadie que se haya corre­
gido, se le niegue el perdón»4•
¿Qué otra cosa más plausible y religiosa podría decretar
vuestra piedad que, en el futuro, las cosas que han sido fija­
das, no tanto por una decisión humana como divina, no se
permita a nadie atacarlas'? Y ciertamente, ¿no han merecido
perder tan gran don divino los que se han atrevido a dudar
de la verdad del mismo Dios?

2. El que examina de nuevo la verdad defendida por la Igle­


sia es el Anticristo

Así pues, dado que la Iglesia Universal ha sido levantada


sobre roca y merced a su construcción sobre aquella prime-

4. En la tercera sesión del Concilio de Calcedonia, se aborda la reha­


bilitación -si se retracta- o la deposición -si se muestra contumaz- de
Dióscoro. Se le envía por tres veces una delegación invitándole a que se
presente en el concilio. Por tres veces rehusa, alegando, respectivamente,
que está detenido, que está enfermo, que sólamente se defenderá ante los
representantes del emperador, ausentes en esa sesión. Tras su no compa­
recencia, el concilio decretó su deposición, pero hay que advenir que esta
sentencia no estuvo motivada por razones doctrinales, sino disciplinares,
ante las reiteradas negativas de Dióscoro a comparecer ante la asamblea.
5. Si el emperador Marciano, desde el principio, había sostenido con
firmeza la definición calcedonense, en consonancia con la postura del
papa León en Occidente, el emperador León 1 fue progresivo en su de­
fensa: elaboró una amplia encuesta (llamada encyclia) entre los obispos a
propósito de su aceptación o no acerca del concilio de Calcedonia. Entre­
tanto se organizó la resistencia monofisita, que se siguó haciendo con el
gobierno de algunas sedes episcopales. Al final, para reinstaurar la fe de
Calcedonia, el mismo emperador optó por la destitución de los heresiar­
cas, valiéndose de la fuerza armada.
194 LEÓN MAGNO

ra piedra, el primero de los Apóstoles, el bienaventurado


Pedro, pudo oír por la voz del Señor que le decía: Tú eres
Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia '. ¿ Quién es,
sino el Anticristo o el diablo el que se atreve a golpear esta
firmeza inexpugnable? ¿ Quién, que manteniéndose imper­
térrito en su malicia, desea propagar mentiras, valiéndose de
los recursos de su propia ira y su propia falacia, y, con el
falso nombre de celo, finge buscar la verdad?
Una colérica locura y una ciega impiedad les ha obce­
cado a la hora de decidir qué debía rechazarse y qué debía
evitarse, para que pudieramos saber quiénes eran los que
desean retractarse del Sínodo de Calcedonia, pues, una vio­
lencia cruel se ha desencadenado contra la santa Iglesia de
Alejandría. No podíamos admitir de manera ninguna que,
nosotros, en ese Sínodo, dijéramos nada en contra de lo
dicho en el santo sínodo de Nicea, porque los herejes se
engañan al fingir mantener la fe del concilio de Nicea
cuando, allí congregados nuestros santos y venerables pa­
dres contra Arrio, confirmaron que homousion del Padre
no era la carne del Señor sino la Divinidad del Hijo'. Sin
embargo, en el concilio de Calcedonia, convocado contra
la herejía de Eutiques, se definió que el Señor Jesucristo ha
asumido la realidad de nuestro cuerpo de la sustancia de su
madre, virgen.

6. Mt 16, 18.
7. El homoousios de Nicea subrayó tanto la disyunción del Hijo de
Dios con las criaturas («consustancial significa que el Hijo de Dios no
tiene ninguna semejanza con las criaturas hechas», decía Eusebio de Ce­
saréa durante el desarrollo del mismo concilio) que será necesario otra
asamblea conciliar, la de Calcedonia, que aporte un mayor equilibrio, en
la que Cristo aparecerá «semejante a nosotros en todo», además de seme­
jante al Padre en todo: consustancial al Padre y consustancial a nosotros.
Cf. J. LEBON, Le sort du «consubstantiel» nicéen, en Révue d'Histoire Ec­
clesiastique 47 (1952), pp. 485-529.
CARTA 156 195

3. No es lícito proteger a los asesinos del obispo de la Iglesia


de Alejandría

Por consiguiente, ante ti, emperador cristianísimo, que


debes ser contado entre los predicadores de Cristo por un
honor suyo, me sirvo de la libertad que me ofrece la fe ca­
tólica y, junto a la comunidad de apóstoles y profetas, te ex­
horto a que con tesón, desdeñes y refutes a esos que ellos
mismos se han privado del nombre de cristianos y no per­
mitas que, en materia de fe, obren con fingimientos esos pa­
rricidas impíos, de quienes me consta que querían dejar sin
contenido a la misma fe.
Pues, al haber enriquecido el Señor tu clemencia con una
iluminación tan grande de su misterio, debes darte cuenta
sin vacilación que la autoridad regia te ha sido conferida no
sólo para gobernar el mundo, sino, sobre todo, para defen­
der y proteger a la Iglesia, reprimiendo los crímenes tan au­
daces que se han cometido, defendiendo las disposiciones
que han quedado establecidas justamente, devolviendo la
verdadera paz a esos asuntos que se han visto turbados, re­
chazando a los usurpadores del derecho ajeno y reinstau­
rando la antigua fe en la sede de la iglesia de Alejandría, para
que, una vez apaciguada la ira de Dios con tus decisiones,
no vuelvan a la ciudad las herejías admitidas, y que anterior­
mente se han permitido, sino que cesen'.

8. En conformidad con esta apreciación, León interpreta la función


«sacerdotal» del emperador romano: le atribuye un papel decisivo en la
lucha contra las herejías y la defensa de la paz eclesiástica; le reconoce el
derecho de convocar y presidir concilios universales y confirmar las actas
sinodales. Con reiteración recuerda a los distintos emperadores que lo
que favorece la paz religiosa redunda en beneficio del Imperio. De la au­
toridad imperial se espera su contribución a la propagación de la fe de la
Iglesia. Esta colaboración entre el papa y el emperador nace de la convic­
ción mutua de la soberanía de Cristo sobre la Iglesia y el Imperio. De ahí
196 LEÓN MAGNO

Pon delante de los ojos de tu corazón, venerable empe­


rador, a todos los que en el mundo entero son sacerdotes del
Señor. Has de verlos suplicando en favor de esta fe en la que
está depositada la redención de todo el mundo. En materia
de fe, los herejes te presionan a ti particularmente, puesto
que· los seguidores de la fe apostólica han presidido la Igle­
sia de Alejandría y han rogado a tu piedad, que no permitas
que esos hombres heréticos, condenados con razón por su
maldad, se sirvan de esa su misma perversidad, puesto que,
al ver la impiedad de su error o percatarte del acto de furia
que han cometido, te das cuenta de que no sólo no pueden
ser admitidos al honor del sacerdocio, sino que ni siquiera
merecen llamarse con el nombre mismo de cristianos.
Así pues, glorioso emperador, una vez que han obtenido
el perdón de vuestra piedad, como ya he dicho, ciegan el es­
plendor de vuestra serenidad con una sibilina influencia,
cuando esos sacrílegos parricidas se atreven a pedir eso que
ni siquiera es lícito que consigan los inocentes.

4. Las peticiones presentadas al emperador León 1 tanto por


los católicos como por los herejes. En qué se diferencian

Distintas peticiones le han sido presentadas a vuestra


piedad. De ellas me enviasteis una copia junto con vuestra
carta. En estas peticiones que pertenecen a los católicos que
ante ti se lamentan, se contiene una acusación: o la dignidad
de su honor ha sido puesta al descubierto, cosa que es vero­
símil, o bien, los nombres de cada uno de ellos han sido he­
chos públicos.

que la salvación de las almas y la salvación de la república tengan su fun­


damento en la Encarnación, argumentando bíblicamente desde Ef 2, 14.
No obstante, León, en las relaciones papado-imperio, distingue y separa
claramente entre la potestas imperialis y la auctoritas sacerdotalis.
CARTA 156 197

Pero entre las peticiones que la obstinación herética no


dudó en presentar al emperador ortodoxo bajo el nombre
incierto de «confusión universal», se rechaza cualquier
nombre y no solo se constata la ausencia de personas, sino
también su mismo mérito. Piensa que les resulta favorable
mantener oculto el número exacto, pues su identidad ya ha
quedado revelada. Y los que merecen ser condenados, no
tienen miedo; cosa incongruente, pues los hombres de esa
región ya lo hablan públicamente. Y de esta manera, en una
petición se recogen las súplicas de los católicos y en la otra,
se publican las invenciones de los herejes. En la primera, se
llora la muerte de los sacerdotes del Señor, de todo el pue­
blo cristiano y de los monasterios; en la segunda queda ma­
nifiesta la reiteración de crueles crímenes, de modo que lo
que entonces no se permitió oír, se permita ahora aplazar.

5. Todos los ministerios y misterios de la religión cristiana se


han interrumpido en la Iglesia de Alejandría

¿Acaso no está claro a quiénes tiene que socorrer vuestra


piedad y a quiénes tiene que oponerse? ¿Acaso no es menos
cieno que la Iglesia alejandrina, que siempre fue casa de ora­
ción, ahora es una cueva de ladrones? Más aún. Es evidente
que por una cruelísima y colérica violencia se ha extinguido
allí todo el esplendor de los misterios celestes: la ofrenda del
sacrificio ha quedado interrumpida; la consagración del cris­
ma ha cesado y no se han alejado aún de todas las celebra­
ciones las manos asesinas de los impíos. Y, bajo ningún con­
cepto puede ser objeto de discusión qué se va a decidir sobre
éstos, que después de tan nefandos sacrilegios y después de
haber derramado la sangre de un distinguido sacerdote, se
atreven a que las cenizas de su cuerpo incinerado sean dis­
persadas ---<:omo ultraje-- por el aire y por el cielo y se atre­
ven a reclamar para sí el derecho de su dignidad conculcada
198 LEÓN MAGNO

y la invulnerable fe de la doctrina apostólica, queriendo con­


seguir con ello la convocatoria de un concilio.
Así pues, es algo excelso lo que podéis lograr: que de la
mano del Señor se añada a vuestra diadema la corona de la
fe y que venzáis sobre los enemigos de la Iglesia. Por lo
cual, si tan grato os resulta destruir las armas de las gentes
enemigas, ¿cuánta no será la gloria de librar a la Iglesia de
Alejandría del malvado tirano, en cuyo arrepentimiento está
la afrenta de todos los cristianos?

6. Promete los documentos más favorables en torno a la fe;


censura la negligencia de Anatolio y confía en los católicos

Pero, para que mi carta resuene a tu piedad como la


conversación de una persona como si estuviera presente,
todo lo que hubiera tenido que aconsejarte sobre la fe y
todo lo que tenía que poner en los escritos siguientes, lo he
meditado profundamente. Y, para que las páginas de esta
carta no se alargaran demasiado, he escrito en otra carta lo
que está en consonancia con la fe católica, de manera que,
aunque esas verdades ya han sido proclamadas por la Sede
Apostólica, fuesen suficientes para comprenderlas y revela­
sen las insidias de los herejes e incluso estas otras que se han
añadido9•
Tu espíritu sacerdotal y apostólico debe castigar este mal
para hacer justicia de la falta cometida, que mancha perni­
ciosamente la pureza de la Iglesia de Constantinopla en la
que se encuentran algunos clérigos que están de acuerdo con

9. Le anuncia la ep. 165 que está elaborando, que le enviará 8 meses


más tarde, en la que le adjunta un elenco de textos patrísticos que corro­
boran la fe que defiende la Sede Apostólica. Cf. Apéndice: Antología de
textos patrísticos.
CARTA 156 199

el modo de pensar de los herejes y que además les ayudan


con sus afirmaciones, aún dentro del mismo seno de los ca­
tólicos. Mi hermano Anatolio10 se muestra demasiado lento
en la expulsión de los herejes, cuando tan benignamente les
perdona. Dignaos por vuestra fe, incluso en proporcionar
este remedio a la Iglesia, de modo que esos tales no sólo
sean rechazados del Orden de los clérigos, sino también
como habitantes de la ciudad.
Que el pueblo santo de Dios no se manche más por el
contagio de hombres perversos. Pero a los amigos de tu pie­
dad, al obispo Juliano11 y al presbítero Aecio, yo te los re-

10. Nacido en Alejandría, fue ordenado diácono por san Cirilo, que
le envió como legado eclesiástico a la sede de Constantinopla, cargo que
ocupó mientras Dióscoro fue patriarca de Alejandría. Con el apoyo de
éste fue elegido patriarca de Constantinopla al morir Flaviano. Por eso, el
papa León quiso cerciorarse de su ortodoxia, exigiéndole una declaración
de fe y la condenación de Nestorio y Eutiques (cf. ep. SO), e incluso envió
dos obispos y dos sacerdotes a Constantinopla con el mismo fin (cf. ep.
87). Anatolio asintió con la fe de la Sede Apostólica. Trabajó denodada­
mente por la difusión del Tomus y estuvo presente en el concilio de Cal­
cedonia, donde aprobó la condena de Nestorio. León Magno alabó su
cdo por la ortodoxia, pero se quejó varias veces de él, sobre todo en lo
que se refiere al canon 28. Sin embargo, su deseo era conservar la unidad
y la paz. Años más tarde el papa lamentó la deposición del archidiácono
Ecio, sustituido por el eutiquiano Andrés y por el apoyo incondicional
que prestó a dos sacerdotes monofisitas, Arica y Andrés. Justo cuando
trataba de solventar este último caso con el papa León, Anatolio murió
(458). Estos hechos no consiguen sino poner de relieve la histórica rivali­
dad entre Roma y Constantinopla. En la iglesia. griega se le venera como
santo. Para solventar muchas de estas tensiones, el papa León mantuvo
un intenso contacto epistolar con él: cf. Eps. 85, 91, 101, 106, 135, 146,
151, 155, 157, 163.
1 1 . Más conocido como Julián, obispo de Cos (isla de la costa adriá­
tica). Fue legado pontificio del papa León en el concilio de Calcedonia
(ep. 92). Por apoyar a Anatolio, que intentaba lograr la aprobación del
200 LEÓN MAGNO

comiendo, con el ruego de que te dignes oír tranquilamente


sus opiniones en defensa de la fe católica, puesto que tienen
tal temor religioso que puedes sacar provecho en favor de
vuestra fe.

Dada en las kalendas de diciembre", siendo cónsules los


ilustrísimos varones, Constantino y Rufo.

canon 28 de Calcedonia, fue severamente reprendido por León Magno


(cf. ep. 107 y 147), pero aún así no perdió su confianza (ep. 109, 117, 1 18,
122, 127, 131, 140 y 144). Años más tarde fue representante del papa ante
la corte imperial de Constantinopla y trabajó en la traducción de las actas
del IV concilio ecuménico.
12. 1 de diciembre del 457.
CARTA 165
DEL PAPA LEÓN AL EMPERADOR LEÓN

1. Le notifica que le envía los escritos prometidos tiempo


atrás contra la herejía de Eutiques

Venerable emperador', me acuerdo que prometí enviar­


te, desde mi indignidad, una exposición más completa en lo
que concierne a la causa de la fe, en la que bien conozco que
tu clemencia se ha ejercitado.
Con el auxilio del Señor, cumplo ahora esa promesa,
en un momento tan favorable, pensando que puede ayu-

l. Se refiere a León 1, emperador del Oriente (457-474). Nació en


Tracia (41 1 ), razón por la que la historiografía posterior le dará el so­
brenombre de León «el tracio». Fue el primer basileus que recibió la co­
rona de manos del patriarca de Constantinopla, Anatolio, lo que le per­
mitió intervenir en asuntos de índole religiosa. Dio sobradas pruebas de
su fidelidad a la fe de Roma, en unos momentos en los que la herejía
monofisita iba ganando adeptos y ocupando algunas sedes episcopales.
(Cf. Ep. 156, nota 2). Se mostró un infatigable defensor de las tesis apro­
badas en Calcedonia, razón por la que se le calificó, por parte de los cro­
nistas bizantinos, con el apelativo de Magno. La relación entre los «dos
Leones», el papa y el emperador, queda suficientemente probada por los
intensos contactos epistolares que mantuvieron: cf. eps. 148, 156, 1 62,
164, 165. Los últimos años de su reinado, a pesar de los reiterados in­
tentos por unificar el Oriente y el Occidente, se vieron asolados por la
división y la desgracia: los arrianos se sublevaron, el país se vió azotado
por grandes inundaciones y numerosos incendios y los bárbaros inva­
dieron nuevamente el territorio del Imperio, llegando hasta Tesalia.
Murió el año 474.
202 LEÓN MAGNO

darte para una formación provechosa en el santo celo de


tu piedad. Pues, aunque sepa que a tu clemencia no le
falta sabiduría humana y que ha sacado una purísima
doctrina de la abundancia del Espíritu Santo, con todo, es
propio de mi ministerio explicar lo que entiendes y pre­
dicar lo que crees, de modo que aquel fuego que, al venir
el Señor, trajo a la tierra2, reavivado por la meditación
frecuente, te enfervorice tanto como arde y te encienda
tanto como brilla. Pues la herejía de Eutiques ha decidido
extender grandes tinieblas en las regiones del Oriente y
ha intentado desviar los ojos de los ignorantes de aquella
luz que -como dice el Evangelio- brilla en las tinieblas y
las tinieblas no la acogieron'. Y, cuando la herejía misma
ha caído en su propia ceguera, cobra fuerzas ahora entre
sus discípulos, una vez que se ha debilitado en su pro­
pagador.

2. Se exponen las creencias de Nestorio y Eutiques, que si­


guen las huellas de Apolinar, Valentiniano y los maniqueos

Pues, en un no muy largo intervalo de tiempo, la fe ca­


tólica, que es la verdadera y la única, a la que nada puede
añadirse y nada puede quitarse, ha sido atacada por dos ene­
migos: de éstos, Nestorio surgió primero y Eutiques des­
pués. Ellos quisieron extender en la Iglesia de Dios dos he­
rejías contrarias entre sí, de modo que a ambos se les
condenó, y con razón, por los proclamadores de la verdad,
puesto que demasiado insensato y sacrílego fue lo que los
dos pensaron con falsedad distinta.

2. Cf. Le 12, 49.


3. Jn l , 5.
CARTA l65 203

Por consiguiente, sea excomulgado Nestorio, que cree


que la bienaventurada Virgen María no es Madre de Dios',
sino solamente de un hombre, hasta el punto de crear una
persona humana y otra divina y no admitir que Cristo es
uno solo en el Verbo de Dios y en la carne, sino declarar
que, separadamente y divididos, uno es el Hijo de Dios y
otro el hijo del hombre.
Porque sin dejar de ser aquella esencia del Verbo inmu­
table que, coeterna e intemporal, está en comunión con el
Padre y el Espíritu Santo, el Verbo se hizo carne' en las en­
trañas virginales, para que la misma virgen que lo concibió
en una única concepción y en un único parto, y de confor­
midad con la unión de cada una de las naturalezas, fuese
tanto esclava del Señor como Madre. También esto lo com­
prendió y lo dijo Isabel, como nos cuenta el evangelista
san Lucas: ¿ Y de dónde a mí que la madre de mi Señor
venga a mí"?
Eutiques cayó en el mismo anatema, porque después
de emponzoñarse en los impíos errores de los antiguos

4. El título de E>eotóxo�, Madre de Dios, apareció en la época de


grandes controversias cristológicas, durante todo el siglo V, cuando e1
problema central en torno a Jesucristo ya no es el de su verdadera huma­
nidad, sino el de la unidad de su persona. La maternidad de María ya no
se contempla sólo en referencia a la naturaleza humana de Cristo, sino en
referencia a la única persona del Vcrbo encarnado. Y dado que esta única
persona que María engendra según la carne no es otra que la Persona di­
vina del Hijo, consecuentemente, ella aparece como verdadera «Madre de
Dios». Por ello, el Concilio de Efeso advierte: «Si alguien no confiesa que
Dios es verdaderamente el Enmanuel y que por esta razón, la santísima
Virgen, habiendo engendrado según la carne al Verbo de Dios encarnado,
es la Eleo-róxo�, sea anatema».(Cf. Enchiridion Symbolorum, n. 252).
5. Cf. Jn 1, 14 y Le 1, 28.
6. Le 1, 43.
204 LEÓN MAGNO

herejes', acabó por elegir la opinión tercera de Apolinar•.


Negada la realidad de la carne humana y del alma racio­
nal, defiende que Nuestro Señor Jesucristo es de una
única naturaleza, como si la Divinidad misma del Verbo se
hubiera transformado en un cuerpo y en un alma, y como
si el ser concebido y el nacer, el ser alimentado y el crecer,
el ser crucificado y el morir, el ser sepultado y el resucitar,
el subir a los cielos y el sentarse a la derecha del Padre, de
dónde vendrá para juzgar a vivos y muertos, fuese sola­
mente de su naturaleza divina, y que ninguna de estas re­
alidades la recibió sin la realidad de la carne. Porque la na­
turaleza del Unigénito es la naturaleza del Padre y la
naturaleza del Espíritu Santo, a la vez impasible e inmuta­
ble, unidad indivisa e igualdad consustancial de la eterna
Trinidad.
De ahi que si cada uno de los seguidores de Eutiques se
apartase de la iniquidad de Apolinar, se vería obligado a re­
conocer que la Divinidad no es pasible ni mortal; sin em­
bargo, se atreve a decir que la naturaleza del Verbo y de la
carne -me refiero al Verbo encarnado- es una sola y, sin
ninguna duda, cae dentro de la herejía de los maniqueos' y
de Marción10• Cree también que el mediador entre Dios y
los hombres, el hombre Jesucristo' ! , ha obrado, en todo,

7. Esta misma acusación ya la había referido aludiendo a los priscilia­


nistas. Cf. ep. 15, prólogo.
8. Los apolinaristas fueron graduales en la negación de la humanidad
del Verbo: Jesucristo era un hombre a) privado de alma humana; b) con
alma humana pero sin el nous (la parte racional) y e) con un cuerpo no
nacido de mujer, sino procedente de la trasformación del Verbo en carne.
Cf. Ep. 59, 5.
9. Cf. Ep. 15, nota 25.
10. Cf. Ep. 15, nota 24.
1 1 . Cf. 1 Tim 2, 5.
CARTA 165 205

aparentemente, y no ha mostrado en El, a los ojos de los


que le veían, un cuerpo humano, sino una vana apariencia
de cuerpo.

3. Se muestra que todos estos errores han sido condenados


por el Símbolo de Nicea

Todas estas son mentiras de la herejía, ya que la fe cató­


lica las ha condenado desde hace mucho tiempo y los sacri­
legios de tales afirmaciones han sido reprobadas reciente­
mente en el mundo entero por las opiniones unánimes de
los Santos Padres. No hay duda de que nosotros predica­
mos y defendemos esta fe, la que el santo Sínodo de Nicea
confirmó diciendo:

Creemos en un solo Dios, Padre Todopoderoso, crea­


dor de lo visible y lo invisible. Y en un solo Señor, je­
sucristo, Hijo de Dios, nacido del Padre, Unigénito,
es decir, de la misma sustancia del Padre, Dios de
Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero,
engendrado, no creado, de la misma sustancia del
Padre (que los griegos dicen ótwoumov,) por quien
todo fue hecho, lo que hay en el cielo y lo que hay en
la tierra. Que por nosotros :!' por nuestra salvación,
bajó [del cielo], se encarnó y se hizo hombre, padeció
y al tercer día resucitó. Ascendió a los cielos y vendrá
para juzgar a vivos y muertos. Creemos también en
el Espíritu Santo.

En esta profesión de fe se contiene clarísimamente lo


que también nosotros confesamos y creemos acerca de la
Encarnación del Señor, quien, para renovar la salvación del
género humano no tomó del cielo la verdadera carne de
nuestra debilidad, sino que la asumió en el seno de la Virgen.
206 LEÓN MAGNO

4. La reconciliación del hombre pende de la Encamación, sin


la cual Cristo no hubiera llevado a cabo su misión de Me­
diador y Redentor

Sean los que sean, están tan cegados y tan alejados de la


luz de la verdad, que niegan al Verbo de Dios la realidad de
la carne humana desde el momento de la Encarnación,
mostrando así en qué usurpan el nombre de cristianos y
por qué están de acuerdo con el Evangelio de la Verdad, al
afirmar que, por medio del parto de la bienaventurada Vir­
gen, la carne nació sin la Divinidad o la Divinidad sin la
carne12•
Pues lo mismo que no se puede negar que el Verbo se
hizo carne y habitó entre nosotros13, tampoco puede negarse
que Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo".
Sin embargo, ¿qué reconciliación podría darse, por la que
Dios intercediera por el género humano, si el mediador
entre Dios y los hombres no asumiera sobre sí la culpa de
todos15? Pero ¿ cómo cumpliría Cristo su realidad de media-

12. Si para el Concilio de Efeso, la Virgen María es el criterio herme­


néutico por eJ que entendemos que Cristo es un solo Hijo, un solo Señor,
nacido como hombre al encarnarse tomando un cuerpo que no existe
aparte de El, y así podemos decir que la Virgen María es Madre de Dios
-frente a los nestorianos que dividen y separan la persona del Verbo-,
para León Magno la Virgen María es el criterio hermenéutico por el que
entendemos que el Hijo de Dios, que es su Hijo también, es verdadero
hombre, consustancial con su Madre, porque de otro modo ella no podría
haber sido Madre de Dios.
13. Jn 1, 14.
14. 2 Cor 5, 19.
15. León presenta las consecuencias soteriológicas y ontológicas de
Jn l, 14 y 2 Cor 5, 19. León se vale del lenguaje jurídico para su exposi­
ción. «Causa», en latín, es una palabra plurisemántica: «cosa», «naturale­
za», «posición»; en su acepción jurídica: «objeto de litigio», el «litigio
mismo», el «fundamento del litigio» ... Así en León Magno «suscipere
CARTA 165 207

dor si, el que es igual al Padre en su condición divina, no


participa, en su condición de siervo, de nuestra naturaleza?
Así, el vínculo con la muerte, contraído por la prevarica­
ción de uno solo, se saldaría con la muerte del único que
nada debió a la muerte16• Pues la efusión de la sangre de
Cristo por los pecadores fue de tan alto valor, que si la uni­
versalidad de los cautivos creyera en su Redentor, no man­
tendrían ninguna atadura del diablo que les esclavizase, por­
que, como dice el Apóstol, dónde abundó el pecado,
sobreabundó la gracia"; y, porque habiendo nacido bajo el
dominio del pecado, han recibido la fuerza para renacer a la
justicia; el don de la libertad se ha hecho más fuerte que la
deuda con la esclavitud.

5. Solamente por el sacrificio de Cristo el mundo se ha re­


conciliado con Dios y los pecadores han sido justificados

Por consiguiente, ¿qué esperanza en la ayuda de este


misterio aguardan quienes niegan la realidad de una natura­
leza humana en Nuestro Salvador? Que digan con qué sa­
crificio han sido reconciliados y con qué sangre han sido
redimidos ¿ Quién es el que se entregó por nosotros como
oblación y víctima de suave aroma"? O ¿ cuándo ha habido

causam» tiene unas veces el sentido de «naturaleza» (��si él no hubiera


asumido nuestra propia naturaleza»� cf. Ep. 28, 2) y otras «causa» tiene
una acepción claramente jurídica en sentido lato, indicando que Cristo
asume la defensa de algo y pone en juego todas sus capacidades para sacar
la causa del hombre adelante. (cf. Serm. 58, 5: CCL 138A, 347; 59, 1 :
CCL 138A, 350; 56, 2: CCL 138A, 330). N o defiende «algo suyo", sino
«algo de otros», que El asume como suyo.
16. Cf. Rm 5, 15.
17. Rm 5, 20.
18. Ef 5, 2. Cf. Ex 29, 18.
208 LEÓN MAGNO

un sacrificio más sagrado que ese que el verdadero y eterno


pontífice puso en el altar de la cruz por medio de la inmo­
lación de su carne? Pues, aunque a los ojos del Señor pre­
ciosa fue la muerte de muchos santos, sin embargo, la
muerte de ningún inocente fue causa de redención del
mundo. Los justos recibieron la corona [de la victoria], no
la dieron; y de la fortaleza de los fieles han nacido ejemplos
de paciencia, no dones de justicia. Ciertamente singulares
fueron sus muertes en cada uno de ellos, pero ninguno
pagó con su muerte la deuda de otro 1 9• Al haber surgido de
entre los hijos de los hombres el único Señor Nuestro, J e­
sucristo, que ciertamente era el Cordero inmaculado, en El
todos hemos sido crucificados, todos hemos muerto, todos
hemos sido sepultados y todos también hemos resucitado20•
De éstos, él mismo decía: Yo, cuando sea levantado de la
tierra, atraeré a todos bacia mí21• Además, la verdadera fe,
justificando a los pecadores y creando santos, se prolonga
hasta la participación de su humanidad y consigue la salva­
ción en el único caso en el que un hombre se encuentra ino­
cente. Cristo, manteniéndose libre, por gracia divina, para
gloriarse de su poder, El, que se había enfrentado contra el
enemigo del género humano en la humildad de nuestra
carne, consiguió para los hombres la victoria que logró en
su cuerpo.

19. Retoma muchas de las expresiones que ya aparecen en el sermón


de Pasión del año 453 (64, 3), donde compara la muerte de Cristo con la
muerte de los demás santos. ¿Por qué sólo la de Cristo nos salvó? León
señala tres razones: 1 . Sólo Cristo era el verdadero Cordero inmaculado
que «nada debía a la muerte». 2. Sólo Cristo tiene la fuerza del Verbo
para dar vida a los muertos y 3. Sólo Cristo puede asumir la condición de
«Único Mediador».
20. Cf. Serm. 69, 4.
21. Jn 12, 32.
CARTA 165 209

6. En Cristo, las propiedades de cada una de las naturalezas


se manifiestan en las distintas acciones de éste

Aunque en la única persona de Nuestro Señor Jesucris­


to, verdadero Hijo de Dios y verdadero Hijo del hombre,
sea una la persona del Verbo y del hombre, que inseparable
y conjuntamente tiene acciones comunes, con todo, hay que
comprender las cualidades de sus propias operaciones, y hay
que distinguir, mediante la contemplación de una fe pura, a
qué cosas se eleva la humildad de su carne y a qué cosas se
inclina la grandeza de su Divinidad: qué es lo que la carne
no puede hacer sin el Verbo y qué es lo que el Verbo no rea­
liza sin la carne. Pues, sin el poder del Verbo, no hubiera
concebido la Virgen, ni tampoco hubiera dado a luz22, y sin
la realidad de la carne no estaría recostada su infancia, ni
tampoco envuelta en pañales23• Sin el poder del Verbo, los
magos no hubieran adorado al niño, señalado por indicación
de la estrella" y sin la realidad de la carne no se le hubiera
mandado trasladar al niño a Egipto y sustraerlo de la perse­
cución de Herodes25• Sin el poder del Verbo no hubiera
dicho la voz del Padre que bajaba desde el cielo: Este es mi
Hijo amado en quien me complazco", y sin la realidad de la
carne no hubiera declarado Juan: He ahí el Cordero de Dios
que quita el pecado del mundo27• Sin el poder del Verbo no
se hubiera logrado el fortalecimiento de los débiles y la re­
surrección de los muertos y sin la realidad de la carne no se
hubiese necesitado ni alimento para el ayuno ni sueño para
el cansancio.

22. Cf. Le 1, 31.


23. Cf. Le 2, 7.
24. Cf. Mt 2, 1-12.
25. Cf. Mt 2, 1 3 SS.
26. Mt 3, 17.
27. Jn 1, 29.
210 LEÓN MAGNO

En resumen, sin el poder del Verbo, el Señor no se hu­


biera declarado igual al Padre28 y sin la realidad de la carne
no hubiera dicho que el Padre era mayor que El29• La fe ca­
tólica, al acoger y defender una y otra realidad, está en con­
formidad con l a confesión del bienaventurado apóstol
Pedro, que cree que Cristo, el Hijo único de Dios, es hom­
bre y Verbo. Pues, desde aquel principio, en el que el Verbo
se hizo came30 en el seno de una virgen, nunca ha existido
ninguna división entre la naturaleza humana y la divina y las
acciones de toda su vida, por medio de un desarrollo corpo­
ral completo, han sido siempre de la única persona, sin em­
bargo, esas mismas acciones, que han sido realizadas insepa­
rablemente, no las intercambiamos por ninguna confusión,
sino que creemos lo que es propio de cada naturaleza por la
cualidad de sus operaciones.

7. Se prueba la realidad de la carne en Cristo a partir de la


realidad de su muerte, de su sepultura y de su Resurrección

Pues bien, que nos digan estos hipócritas, que no quie­


ren recibir la luz de la verdad en sus entenebrecidas mentes,
¿qué naturaleza de Cristo, Señor de la gloria, fue la clavada
en el leño de la cruz?, ¿qué naturaleza estuvo yacente en el
sepulcro? y ¿ qué carne, una vez removida la piedra del se­
pulcro, resucitó al tercer día? Y ¿ quién era el que hablaba a
cada uno de sus discípulos que, aún después de la Resurrec­
ción, no creían y quién el que suscitaba la duda de los vaci­
lantes, cuando decía: Palpadme y ved que un espíritu no

28. Cf. Jn 10, 30.


29. Cf. Jn 14, 28.
30. Jn !, 14. Cf. LEON MAGNO, Serm. 65 sobre la pasión.
CARTA 165 211

tiene carne y huesos como veis que yo tengo", y al apóstol


Tomás: Trae tu mano y métela en mi costado y no seas in­
crédulo, sino creyente"?
Ciertamente, con esta aparición de su cuerpo, quedaban
ya rebatidos los �rrores de los herejes, de modo que lo que
los Apóstoles se habían encargado de predicar, lo que hay
que creer, la Iglesia Universal, que se ha de llenar de las en­
señanzas de Cristo, no lo ha de dudar.
Pero, si entre tanta luz de verdad, la obstinación heréti­
ca no abandona sus tinieblas, muestren de dónde se prome­
ten a sí mismos la esperanza de la vida eterna", a la que si no
es por el mediador entre Dios y los hombres, el hombre
Cristo Jesús34, no se puede acceder. Pues como dice el bie­
naventurado apóstol Pedro: Porque no hay bajo el cielo otro
nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos sal­
varnos", ni tampoco hay redención de la humanidad cauti­
va si no es en la sangre del que se entregó a sí mismo como
rescate por todos36• El, como dice el bienaventurado Após­
tol, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser
igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo tomando con­
dición de siervo, haciéndose semejante a los hombres y apa­
reciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo,
obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. Por lo cual
Dios le exaltó y le otorgó el Nombre que está sobre todo
nombre; para que al nombre de Jesús, toda rodilla se doble
en los cielos, en la tierra y en los abismos y toda lengua con­
fiese que Cristo Jesús es Señor para gloria de Dios Padre".

31. Le 24, 39.


32. Jn 20, 27.
33. Cf. LEÓN MAGNO, Serm. 65, 4.
34. Cf. 1 Tim 2, 5.
35. Hch 4, 12.
36. 1 Tm 2, 6.
37. Flp 2, 6-1 1 .
212 LEON MAGNO

8. La exaltación de Cristo no se hubiera podido alcanzar si


no es en la verdadera naturaleza del hombre

Pues, aunque el Señor Jesucristo es uno y, en El, hay


una y la misma persona, una verdadera Divinidad y una
verdadera humanidad, sin embargo, la exaltación -como
dice el maestro de los gentiles- por la que Dios lo enalteció
y le concedió el nombre que se distingue sobre todo nom­
bre, comprendemos que se refiere a aquella naturaleza que
debía enriquecer con una exaltación tan grande. En su na­
turaleza divina, ciertamente el Hijo era igual al Padre y
entre el Creador y el Unigénito no había ninguna diferen­
cia en cuanto a su esencia, ninguna diversidad en su majes­
tad; y al Verbo, por el misterio de la Encarnación, no se le
había quitado nada que el Padre tuviese que restituirle.
Pero la condición de siervo, por la que la Divinidad, inca­
paz de sufrir, colmó un misterio de gran misericordia, es la
debilidad humana elevada a la gloria de la majestad divina.
La Divinidad y la humanidad, por la concepción misma de
la Virgen, están unidas hasta tal grado de unión, que ni las
operaciones divinas se realizaban sin el hombre ni las hu­
manas sin Dios38•
Por eso, igual que se dice que el Señor de la Majestad fue
crucificado, así también se dice que, el que es igual a Dios en
su eternidad, fue exaltado, puesto que manteniéndose la
unidad de la Persona inseparablemente, todo E l es el mismo
y el único: Hijo del hombre, en razón de la Encarnación;
Hijo de Dios, en razón de la única Divinidad con el Padre.

38. La participación o la comunión en el obrar tiene su fundamento


en la unidad de la persona. Si comparamos la doctrina de las opera<:iones,
según aparece en el Tomus (cf. Ep. 28, 4) y en presente carta, vemos un
progreso en su formulación. Aquí se afirma con claridad que la Persona
es el sujeto de la acción. Cf. Serm. 65, 1 : CCL 138A, 395-396 que le sirve
de fuente para la presente carta.
CARTA 165 213

Luego, todo lo que Cristo ha recibido en el tiempo, lo


ha recibido de conformidad con su naturaleza humana. A
ésta se le añade lo que no tuvo. Pues, en virtud de su poten­
cia como Divinidad, todo lo que tiene el Padre, lo tiene tam­
bién el Hijo, indistintamente, y lo que recibió del Padre en
su condición de siervo, eso mismo se lo entregó también al
Padre en su condición divina39•
Pues, según la condición divina, El y el Padre son uno40;
pero, según la condición de siervo, yo no he venido a hacer
mi voluntad sino la voluntad del que me ha enviado41•
Según su condición divina, como el Padre tiene vida en sí
mismo, así también le ha dado al Hijo tener vida en sí
mismo"; pero, según su condición de siervo: mi alma está
triste hasta el punto de morir". Y él mismo es -<:omo dice el
apóstol- rico y pobre"'.
Rico, porque -<:omo dice el evangelista- en el principio
existía el Verbo y el Verbo estaba junto a Dios y el Verbo era
Dios. El estaba en el principio junto a Dios. Todo se hizo por
El y sin El no se hizo nada de cuanto existe45; y pobre, por­
que el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros...
¿Cuál es su abajamiento y su pobreza, sino el haber asu­
mido la condición de siervo por la que, oculta la majestad
del Verbo, llevó a plenitud la economía de la redención hu­
mana?

39. Cf. LEÓN MAGNO, Serm. 7 1 , 3: CCL 138A, 436; 73, l. 2. 4: CCL
138A, 450. 452. 453.
40. Cf. Jn 10, 30.
41. Jn 5, 30.
42. Jn 5, 26.
43. Mt 26, 38.
44. Cf. 2 Cor 8, 9.
45. Jn 1, 1-3.
46. Jn 1 , 14.
214 LEÚN MAGNO

9.Con la intención de honrar a la Divinidad, se le hace una


gran injuria cuando se sostiene que Cristo se deja ver bajo la
apariencia de un fantasma

Las antiguas ataduras de nuestro pecado no podían ser


destruidas, a no ser que naciera un hombre de nuestro
mismo linaje y de nuestra misma naturaleza que no tuviera
las consecuencias del pecado y que cancelara el edicto de
muerte por su sangre inmaculada47, tal y como estaba pre­
visto en el plan divino desde el comienzo"; pues bien, éste
se realizó en la plenitud del tiempo establecido, de modo
que la promesa, dada a conocer de muchas maneras en otra
época, llegara al cumplimiento esperado durante tanto tiem­
po y no pudiera ser ambiguo lo que siempre había sido
anunciado por constantes testimonios.
Pero la impiedad de los herejes pone de manifiesto que
ellos han caído en un gran sacrilegio, cuando, con la inten­
ción de honrar a la Divinidad, niegan la realidad de la carne
humana en Cristo y piensan que son más religiosos si de­
fienden que, en Nuestro Salvador, lo que salva no es verda­
dero, puesto que, según la promesa que recorre todos los si­
glos, el mundo ha sido reconciliado con Dios en Cristo, de
modo que, si el Verbo no se hubiera dignado hacerse carne,
ninguna carne hubiera podido ser salvada.
Todo el misterio de la fe cristiana se ve envuelto en una
gran oscuridad si se cree -como quieren los herejes- que la
luz de la Verdad se ha mostrado bajo la apariencia de un
fantasma. Por consiguiente, ninguno que se considere cris­
tiano se avergonzará de la realidad de nuestra carne, que se
encuentra en el Cuerpo de Cristo, puesto que los Apóstoles
y los discípulos de los Apóstoles y, ciertamente, los precia-

47. Cf. Col 2, 14.


48. Cf. Ga 4, 4; Ef 1, 10.
CARTA 165 215

ros doctores de las iglesias, que merecieron llegar a la coro­


na del martirio o a la gloria de la confesión de la fe, brilla­
ron en la luz de esta misma fe, resonando en todas partes
opiniones concordes, para que sea confesada la única perso­
na, la de la Divinidad y la de la carne, en el Señor Jesucristo.
Pero ¿en razón de qué y en base a qué textos de los Libros
Divinos considera la herética impiedad que va a recibir
ayuda, ésa que niega la realidad del cuerpo de Cristo, cuan­
do esta realidad no cesan de testimoniarla la ley, predecirla
los profetas, enseñarla los Evangelios y mostrarla el mismo
Cristo? Busquen a lo largo de toda la Escritura qué puntos
disipan sus tinieblas y qué puntos eclipsan la luz verdadera,
cuando a lo largo de todos los siglos encuentran esta verdad
resplandeciente; que vean de este modo que este gran y ad­
mirable misterio se cree desde el comienzo y que va a cum­
plirse hasta el final de los tiempos.
En lo que se refiere a este tema, ninguna parte de la Es­
critura lo omite; basta con mostrar alguna señal acorde con
la verdad, para que la fe se predisponga a todo resplandor
luminoso, perciba, mediante la luz diáfana de la inteligencia,
que el Hijo de Dios es a la vez hijo del Hombre y hombre,
y no se avergüence de ser cristiano, sino que se gloríe de ello
constantemente.

10. Se confirma la fe católica desde la Tradición de los Santos


Padres. Es digno del emperador, ante todo, defenderla

Para que tu piedad pueda estar de acuerdo con las ense­


ñanzas de los venerables Padres, he creído conveniente ofre­
certe alguna de sus opiniones junto con esta carta.
En estos, si los juzgas dignos de examinarlos, no encon­
trarás otra cosa que lo que nosotros predicamos, que es lo
que nuestros Santos Padres enseñaron en todo el mundo. Y
nadie discrepa de ellos a no ser los impíos herejes. Así pues,
216 LEÓN MAGNO

glorioso y venerable emperador, después de haber extracta­


do estas opiniones con la mayor brevedad que pude, cono­
cerás, con una fe divinamente inspirada, que nuestra predi­
cación es unánime y que no discrepamos en nada de la
apostólica y evangélica doctrina, ni tampoco del Símbolo de
la profesión católica; porque como enseña el bienaventura­
do apóstol Pablo: Grande es el misterio de la piedad: éste se
ha manifestado en la carne, ha sido justificado en el Espíritu,
se mostró a los ángeles, se predicó a las naciones, se creyó en
el mundo y ha sido levantado a la gloria". Así pues, qué
cosa es más útil para tu salvación, qué cosa más congruente
para tu autoridad que, con tus decisiones, veles por la paz de
las Iglesias del Señor, protejas los dones de Dios en todos
tus súbditos y no permitas que, por ningún motivo, por en­
vidia del diablo y de sus servidores, nadie se ensañe en la
destrucción de nadie.Y así como en este mundo temporal
ostentas el poder, en el futuro merezcas reinar con Cristo.
Dada el día 1 6 de las kalendas de septiembre50, siendo
cónsules León y Mayorino.

49. 1 Tim 3, 16.


50. 17 de agosto del 458.
APÉNDICE DE LA CARTA 165:
DEL PAPA LEÓN I
AL EMPERADOR LEÓN I

ANTOLOGÍA DE TEXTOS PATRÍSTICOS


TESTIMONIOS SOBRE EL TEMA YA TRATADO, RECOGIDOS
POR EL PAPA LEON Y DIRIGIDOS AL EMPERADOR LEÓN
DE ENTRE LOS ESCRITOS DE LOS SANTOS PADRES 51

51. Estos testimonios intentan probar cómo el error de Eutiques pro­


cede de su desconocimiento de la Escritura y de la Tradición. Con Cirilo
de Alejandría, quedó consolidado este método teológico que luego se ha
hecho clásico en concilios y en escuelas teológicas: argumentar aduciendo
«pruebas de la Escritura» y «pruebas de los Padres». El fue el primero
que hizo de los Padres argumento de autoridad en la disputas con Nesto­
río. Pensemos que este método teológico fue el que se empleó en el Con­
cilio de Efeso (431), lo que le sitúa muy próximo a la fecha en la que León
Magno se los envía al emperador: agosto del 458. (Cf. B. STUDER, «Argu­
mentación patrística» en DPAC, p. 200) El cuerpo de la carta ha incorpo­
rado diferentes pruebas de la Escritura; aquí inserta las de la Tradición
que, naturalmente, no pueden prescindir de la Escritura. En el 430, Juan
Casiano en su obra «De incarnatione Domini contra Nestorium libri VII»
(PL SO, 9-270), dedicada a León, ya citaba algunos textos de los Santos
Padres: Hilario, Ambrosio, Jerónimo, Agustín, Rufino, Atanasia. Des­
pués del Latrocinio de Efcso (449), León añadió a su I'omus textos pa­
trísticos de Padres griegos y latinos. El elenco de textos del papa León de­
pende del elenco de Casiano, con la salvedad de que el papa solamente
presenta textos de obispos. Este primer dossier de León Magno (450) fue
utilizado y asumido posteriormente por Teodoreto de Ciro en la segun­
da edición de su Eranistes seu Polymorphus (PG 83, 27-336), un tratado
contra los monofisitas. En el 458 el papa de Calcedonia enviará este
nuevo dossier patrístico al emperador León I, en el que se encuentran
textos del que recopiló en el 450 y otros nuevos: los de Atanasia, Teóftlo
y Basilio. (Cf. A. LADRAS, Saint Léon le Grand et la Tradition, en Re­
cherches de Science Religieuse 48 [1960], pp.l66-1 84). El dossier (cf. PL
54, 1483-1400) aparece sólo en latín, también para los padres del Oriente,
a diferencia de la carta que se ofrece bilingüe: latín y griego.
220 LEÓN MAGNO

I. Del libro II Sobre la Fe del obispo y confesor san Hilario


de Poitiers"

Pues uno solo es este fundamento inamovible", una la


bendita roca de la fe confesada por boca de Pedro: Tú eres el
Hijo del Dios vivo54• Esta confesión contiene en sí tantas
pruebas en favor de la verdad cuantas cuestiones perversas y
calumnias heréticas se levantan.
En las demás cosas se muestra ya la economía de la sal­
vación querida por el Padre. La virgen, el parto, el cuerpo y,
después, la cruz, la muerte, el descenso a los infiernos, todo
esto es nuestra salvación. Pues, por el bien del género hu­
mano, el Hijo de Dios ha nacido de la Virgen y del Espíritu
Santo; él mismo fue su servidor en esta acción: con su fuer­
za, es decir, con la de Dios, cubrió a María, sembró en ésta
el comienzo de su cuerpo y estableció el principio de su vida
en la carne"; de tal manera que, hecho hombre, recibió en sí
mismo de María la naturaleza carnal, y, mediante la unión
que se deriva de esta mezcla, fue santificado en él el cuerpo
de todo el género humano56; y así como todos los hombres

52. Alude a la obra doctrinal más importante de Hilario: De Trinita­


te, que otros titulan, al igual que hace León Magno, De fide. La obra fue
redactada casi en su totalidad en el exilio en Oriente y va presentando una
teología trinitaria, equidistante de las dos posturas extremas: arrianismo y
sabelianismo. El libro II presenta la relación existente entre el Padre y el
Hijo y la condición divina de éste.
53. Cf. Mt 16, 18.
54. Mt 16, 16.
55. Cf. Le 1, 35. Según el obispo de Poitiers, el Espíritu que descien­
de sobre la virgen Maria es el propio del Hijo de Dios. Cf. SAN JUSTINO,
Apol ], 33, 6; TERTULIANO, Adv. Prax. 26, 3.
56. En su Encamación el Hijo, además de su humanidad propia, a la
que se ha unido hipostáticamente, ha asumido la humanidad entera, aun­
que de modo distinto. Cf. De Trinitate, 8, 32; 9, 16; LEÓN MAGNO,
Senn. 31, l .
APÉNDICE DE LA CARTA 1 65 221

fueron incorporados a él por el cuerpo que quiso asumir, del


mismo modo él, a su vez, se dio a todos por medio de aque­
llo que en él es invisible.
Por consiguiente, la imagen del Dios invisible" no rehu­
só la vergüenza del nacimiento humano y pasó por todas las
humillaciones de nuestra naturaleza: la concepción, el parto,
el llanto, la cuna. ¿Qué le podremos dar nosotros a cambio
que sea digno de este amor manifestado con una benevolen­
cia tan grande? El único Dios unigénito, cuyo nacimiento es
inefable, crece en forma de cuerpecillo humano introducido
en el seno de la santa Virgen. El que todo lo contiene y den­
tro del cual y por medio del cual todo existe, es dado a luz
según la ley común de todo parto humano. Y en el llorar de
un niño se oye a aquél ante cuya voz tiemblan los ángeles y
los arcángeles y son aniquilados el cielo, la tierra y todos los
elementos de este mundo". El que es invisible e incompren­
sible, el que no puede ser abarcado por los sentidos, por la
vista, por el tacto, está envuelto en pañales en una cuna. Y si
alguien estima que esto es indigno de Dios, tendrá que reco­
nocerse deudor de un beneficio tanto mayor cuanto menos
se acomodan estas cosas a la majestad divina. No ruvo nece­
sidad de hacerse hombre aquél por medio del cual el hom­
bre fue hecho, pero nosotros teníamos necesidad de que
Dios se hiciera carne y habitara en nosotros", es decir, que
por la asunción de un único cuerpo estuviese presente en
toda carne. Su humillación es nuestra nobleza, su afrenta es
nuestro honor. Porque él, que es Dios, existe en la carne;
nosotros, por nuestra parte, seremos renovados a partir de
nuestra carne hasta llegar a Dios60•

57. Cf. Col !, 15.


58. Cf. 1 Pe 3, 10.12.
59. Cf. Jn 1 , 14.
60. HILARlO, De Trinitate, li, caps. 23-25 (algunos párrafos).
222 LEÓN MAGNO

U. Y también de su misma obra, el Libro IX61

Desconoce en qué consiste su vida, ciertamente lo des­


conoce, aquel que ignora a Cristo Jesús como verdadero
Dios y a la vez como verdadero hombre. Y es igualmente
peligroso negar que en Cristo Jesús esté el Dios Espíritu o la
carne de nuestro cuerpo. Pues todo aquel que me confiese
ante los hombres, yo también le confesaré ante mi Padre,
que está en los cielos; pero al que me niegue ante los hom­
bres, también yo le negaré ante mi Padre que está en los cie­
losb2. Esto decía la Palabra hecha carne63 y enseñaba el hom­
bre Jesucristo, Señor de la gloria6\ constituido en su
persona mediador para la salvación de la Iglesia y, por este
mismo misterio, mediador entre Dios y los hombres65, por­
que él es uno y ambas cosas a la vez; pues, en virtud de las
dos naturalezas unidas en uno, es un sujeto que tiene dos
naturalezas de manera que de nada carece en ninguna de las
dos: ni deja de ser Dios al nacer como hombre, ni deja de ser
hombre al seguir existiendo como Dios.
Esta es, por tanto, la verdadera fe que lleva a la felicidad
humana: predicar a Cristo como Dios y hombre, confesar­
lo como Verbo y carne, no ignorar que es Dios porque sea
también hombre, ni ignorar su carne porque sea el Verbo66•

61 . El libro IX está dedicado a la refutación sistemática de los argu­


mentos arrianos. Va presentando y exponiendo los textos evangélicos en
los que Cristo habla de sí mismo como ínferior al Padre y los explica en
relación con el misterio de la Encarnación.
62. Mt 10, 32.
63. Cf. Jn 1, 14.
64. Cf. 1 Cor 2, 8.
65. Cf. 1 Tim 2, 5.
66. HILARlO, De Trinitate, IX, 3.
APÉNDICE DE tA CARTA 165 223

III. Y asímismo, de su misma obra, el Libro lX

Así, pues, el Dios Unigénito, nacido como hombre de la


Virgen y que en la plenitud de los tiempos iba a elevar en sí
mismo al hombre hasta Dios, ha observado siempre esta
norma en toda su enseñanza evangélica: enseñar a creer que
él era el Hijo de Dios y exhortar a que se le confesara como
hijo del hombre. Ha hablado y hecho como hombre todo lo
que es propio de Dios para después hablar y hacer como
Dios todo lo que es propio del hombre; pero de una mane­
ra tal que en cualquiera de sus dos modos de expresarse ha
mostrado al único Dios Padre67•

IV. En otro lugar del mismo Libro IX

Se ofrece a los herejes la oportunidad de engañar a los


sencillos y a los ignorantes, pues afirman con mentira que lo
que él ha dicho respecto a su humanidad ha de referirse a la
debilidad de su naturaleza divina; y, puesto que es uno y el
mismo el que dice todas estas cosas que hablaba de sí
mismo, afirman que todo lo ha dicho la misma persona".

67. Cf. lb. IX, 5.


68. El que actúa es siempre «unus idemque», es decir, la persona del
Hijo. Pero no puede comiderarse como dicho de su Persona lo que afir�
ma de sí mismo como hombre, esto es, lo que se refiere a la humanidad
asumida. Pues el Hijo es Dios desde toda la eternidad y tiene como tal
naturaleza divina, pero la asunción de la humanidad ha sido «dispensatio»
y «exinanitio». Queda claro que lo que hace como hombre, lo hace tam­
bién el Verbo, pero no se puede ignorar las diferentes operaciones de su
humanidad y su divinidad («sin confusión, ni mutación, sin división, ni se­
paración», nos dirá Calcedonia. Cf. Definición del Concilio de Calcedo­
nia,).
224 LEÓN MAGNO

Ciertamente nosotros no negamos que todas las palabras


pronunciadas por él se refieran a su naturaleza. Pero si Jesu­
cristo es hombre y Dios y no empezó a ser Dios cuando se
hizo hombre, ni cuando se hizo hombre dejó de ser Dios, y
si después de ser hombre en Dios tampoco dejó de ser el
hombre entero Dios perfecto, entonces es necesario que el
misterio de sus palabras sea el mismo que el de su ser. Y
puesto que, según los tiempos, distingues en él al hombre de
Dios, distingue también entre sus palabras como Dios y sus
palabras como hombre. Y si confiesas que es en el tiempo
Dios y hombre, distingue las palabras de Dios y del hombre
dichas en el tiempo.
Y si, una vez que ha sido hombre y Dios, puedes en­
marcar el tiempo en que el hombre completo es enteramen­
te Dios, si se ha señalado alguna cosa para mostrar este
tiempo, refiere a este tiempo lo que se ha señalado, pues si
una cosa es ser Dios antes de ser hombre, otra ser hombre y
Dios, y otra, después de haber sido hombre y Dios, ser todo
el hombre enteramente Dios69; no confundas el misterio de
la salvación en sus tiempos y modos. Pues, de acuerdo con
sus naturalezas y propiedades, si consideramos el misterio
de su Encarnación, fue preciso que el Hijo hablara un len­
guaje antes de nacer, otro cuando todavía tenía que morir,
otro cuando está ya en la gloria eterna.
Por nuestra causa, Jesucristo, que permanece en todos
estos atributos y nació en cuanto hombre en un cuerpo
como el nuestro, acomodó su lenguaje al modo de nuestra
naturaleza, pero sin ocultar que el ser de Dios pertenece a su

69. Cf. Flp 2, 5-11. En Cristo se dan sucesivamente los tres estadios�
su preexistencia antes de la Encarnación, su condición terrena y su glori­
ficación pascua1, después de la resurrección y que se prolonga para siem­
pre. Es el itinerario que Cristo recorrió por nuestra salvación. Cf. Ep. 28,
nota 32.
APÉNDICE DE LA CARTA 165 225

naturaleza [divina]. Pues aunque en el parto, en la pasión y


en la muerte pasó por los avatares de nuestra naturaleza, los
soportó con el poder de su naturaleza [divina]70•

V. En otro pasaje del mismo Libro IX

¿No te das cuenta de que se le confiesa como Dios y


como hombre, de tal manera que la muerte se atribuye al
hombre y la resurrección de la carne a Dios? Con todo, no
es uno el que ha muerto y otro aquél por el que resucita una
vez muerto. La carne de la que se ha despojado es Cristo
muerto y el que resucita a Cristo de entre los muertos es el
mismo Cristo que se despoja de la carne. Reconoce la natu­
raleza de Dios en el poder de la resurrección y descubre en
la muerte la economía de la Encarnación. Y aunque cada
una de las naturalezas obran una y otra cosa, date cuenta
que Cristo Jesús es uno solo, que es a la vez Dios y hom­
bre".

VI. Y poco después

Teníamos que explicar estas cosas en pocas palabras para


que nos acordásemos de que en el Señor Jesucristo se debe
considerar a una persona que tiene dos naturalezas. Porque
el que existía en la forma de Dios tomó la forma de siervo72•

70. Cf. HILARlO, De Trinitate, IX, 5-7 (algunos párrafos).


71. lb. IX, 1 1 (final del capítulo).
72. Cf. lb. IX, 14.
226 LEÚN MAGNO

VIL De san Atanasia, obispo y confesor de la Iglesia de Ale­


jandría" a Epicteto, obispo de Corinto74

Pero ¿ cómo se atreven a dudar esos que se llaman cris­


tianos de que el Señor, que salió [de las entrañas] de María,
es ciertamente el Hijo de Dios en su sustancia y en su natu­
raleza, pero que lo que se refiere a la carne procede de la se­
milla de David y de la carne de santa María"?

73. Fue el gran defensor de la fe de Nicea frente a la herejía arriana,


llegando a ser «columna de la Iglesia», como le denominó Gregario Na­
cianceno. En su obra principal, La Encamación del Verbo, se van expo­
niendo las razones en favor de la Encarnación, Muerte y Resurrección de
Cristo para concluir que, «fuera de la Encarnación, no es posible la re­
dención de la humanidad», argumentos teológicos que León Magno ha de
esgrimir frente a Eutiques y los monofisitas. La obra de Atanasia consti­
ruye un esclarecido precedente a favor de la unidad personal de Cristo,
pues «al principio era el Verbo», «el Verbo se hizo carne» y la Virgen lo
concibió en su seno. Y aquél de quien se dicen las dos afirmaciones, �es
una persona». Tanto por su terminología y como por su cristología, Ata­
nasia pasa por ser un preclaro precursor de Calcedonia.
74. Fue contemporáneo de Atanasia, al que escribió numerosas car­
tas consultándole acerca de las distintas controversias cristológicas que se
discuten en el seno de la Iglesia durante el siglo IV. Atanasia, en las res­
puestas epistolares, le explica minuciosamente todos los detalles de los
errores denunciados por Epicteto.
75. De la Carta a Epicteto, un breve fragmento (cf. E. SCHWARTZ,
ACO, I/5, 2, p. 321 ss.). Ya en su tiempo, la carta obtuvo casi una repu­
tación canónica y fue muy citada en las controversias cristológicas. En
ella se refutan las tesis heréticas que sostenían que el Cuerpo de Cristo no
era real (docetismo). El concilio de Calcedonia la adoptó como la mejor
expresión de sus propias convicciones (Cf. MANSI, Sacrorum Concilio­
rum Nova et Amplissima Collectio, Paris-Leipzig, 1901 -1927, v. 7, p.
464 ). Fue tal la autoridad de la que gozó, que los mismos nestorianos tra­
taron de falsificar el texto para sus propios fines, hasta que Cirilo desen­
mascaró sus alteraciones (cf. ep. 40).
APÉNDICE DE LA CARTA 165 227

VIII. San Ambrosio, obispo y confesor de la Iglesia de Milán,


de los Libros que envió al emperador Graciano76• En el libro
JI, Sobre la fe 77

De ahí eso que se ha leído, que el Señor de la majestad


fue crucificado; pero no pensemos que ha sido crucificado
como Señor en su majestad, sino que él mismo era Dios y
hombre. Dios, por su divinidad, y hombre, por haber asu­
mido la carne. Se dice que Jesucristo, Señor de la majestad,
fue crucificado porque participa de cada una de las naturale­
zas, es decir, de la humana y de la divina, pero sufrió la pa­
sión en su naturaleza de hombre, aunque se diga que, inse­
parablemente, fue el Señor de la majestad el que padeció y el
hijo del hombre, como está escrito, el que bajó del cielo".

IX. De san Ambrosio, en otro pasaje del mismo libro

Así pues, se acallan vanas cuestiones de meras palabras


porque el Reino de Dios -como está escrito- no está en la
persuasión de la palabra, sino en la demostración del
poder". Mantengamos la distinción entre la divinidad y la
carne. En cada una de ellas habla el único Hijo de Dios,

76. Graciano, ostentó el gobierno del Imperio de Occidente {375-


383) en una época tumultuosa, debido a las constantes incursiones de los
bárbaros. En la ciudad de Sirmio se encontró por primera vez con Am­
brosio, entablando con él una relación de discípulo-maestro que durará
toda su vida. A él se debe la convocatoria del concilio de Roma {382) que
se ocupó del arrianismo y priscilianismo (d. Ep. 15). Graciano escribe al
obispo de Milán, manifestándole su deseo de ser instruído en la fe contra
la herejía arriana. Ambrosio redacta su obra Sobre la fe (377-378); en el
libro II rebate seis de las proposiciones defendidas por los arrianos.
77. lb. VII, 58: PL 16, 549-726.
78. Jn 3, 13.
79. Cf. 1 Cor 2, 4; 4, 20.
228 LEÓN MAGNO

porque ambas naturalezas están en El. Y si habla el mismo,


no siempre habla del mismo modo. Observa en él ahora la
gloria de Dios, ahora las pasiones del hombre. Habla como
Dios en las cosas que son divinas, porque es el Verbo, y
como hombre en las humanas, porque él hablaba según esta
naturaleza".

X. De san Ambrosio en el Libro Sobre la Encarnación del


Señor81, contra los apolinaristas

Pero mientras replicamos a unos, surgen otros" que


dicen_que la carne y la Divinidad del Señor son de una
misma naturaleza. ¡Qué infierno ha arrojado tanto sacrile­
gio! En este sentido, son más soportables los arrianos: la
fuerza de su traición crece gracias a éstos", de modo que de­
fienden con mayor tesón que el Padre, el Hijo y el Espíritu
Santo no son de la misma sustancia, porque éstos trataron
de afirmar que la Divinidad y la carne del Señor son de una
única sustancia8i.

80. AMBROSIO, Sobre /a fe, ll, 9


81. Obra que consta de dos partes: la primera -a la que pertenece este
texto- es una homilía en la que se ilustra ampliamente sobre la perfección
de las dos naturalezas en la única persona de Crísto, refutando la herejía
apolinarista. Tiene como fuente de argumentadón patrística la Carta a
Epicteto de Atanasio (el. supra, nota 75).
82. Los apolinaristas.
83. Volviendo a referirse a los apolinaristas, pone de relieve las im­
plicaciones mutuas de las herejías trinitarias (arrianos) y cristológicas
(apolinaristas) respectivamente, pues la exclusión o negación de alguna de
las verdades del Dogma, repercute en la comprensión integral y perfecta
del misterio _de Dios.
84. AMBROSIO, Sobre la Encarnación, VI, 49: CSEL 79 (1 964), p.
223-281.
APÉNDICE DE LA CARTA 165 229

XI. Del mismo, unas líneas más abajo

Y éstos mismos me recuerdan frecuentemente la doctri­


na del Concilio de Nicea que aún observan. Pero con aque­
lla doctrina, nuestros Padres dijeron que el Verbo de Dios,
no la carne, era de la única sustancia del Padre. Y cierta­
mente confesaron que el Verbo procedía de la sustancia del
Padre, pero la carne procedía de la Virgen. Entonces ¿cómo
apelan al nombre del Concilio de Nicea e introducen cosas
nuevas que nunca pensaron nuestros mayores ? Y más
cosas85•

XII. Del mismo san Ambrosio al obispo Sabino86• Dice entre


otras cosas87

De ahí que el apóstol se sirviera de la bella repetición de


una misma palabra" cuando dice que el Señor Jesucristo
siendo de condición divina no retuvo ávidamente el ser igual
a Dios, sino que se despojó de sí mismo, tomando condición
de siervo89• ¿Qué siginifica de condición divina sino en la
plenirud de la Divinidad, en esa manifestación de perfección
divina? Luego, estando en la plenitud de la Divinidad, se

85. lb. VI, 52.


86. Sabino, obispo de Piacenza (376), mantuvo una intensa relación
epistolar con san Ambrosio de la cual no conservamos nada, pero de la
que el obispo de Milán mantuvo con el de Pia<::enza conservamos, al
menos, seis cartas (45-49 y 58). Participó activamente en los concilios de
Aquileia (381), Roma (390) y Milán (392). Venerado como santo en la
Iglesia latina, su fiesta se celebra el 1 1 de diciembre.
87. El fragmento pertenece a la ep. 46, 6-7. Cf. PL 16, 913ss.
88. Se refiere a �forma», que en el himno de Flp que <::ita, traducimos
por «condición».
89. Fil 2, 6-7.
230 LEÓN MAGNO

vació de sí mismo y tomó la plenitud de la naturaleza y de


la perfección humanas. Como Dios, nada le faltaba, ni tam­
poco a la realización del hombre, siendo perfecto en cada
una de las condiciones. De ahí que diga David: Hermoso en
el aspecto entre los hijos de los hombres90• Se concluye que
todo apolinarista se encierra en sus redes y no tiene modo
con qué salir. Pues Pablo dijo: tomó la condición de siervo,
pero no lo llamó siervo. De nuevo pregunto: ¿qué significa
de condición divina? Me responderá: significa ser de natura­
leza divina. Pues son, dice el Apóstol, los que no son dioses
por naturaleza91• Pregunto: ¿qué significa tomó la condición
de esclavo? Sin duda, como ya dije, la perfección de la natu­
raleza y de la condición humanas, siendo semejante a los
hombres. Y bellamente dijo «semejante» no de la carne sino
de los hombres, porque El está en la misma carne.
Pero, puesto que él era el único que estaba sin pecado, y
todo hombre sí tenía pecado, apareció con aspecto humano.
De ahí que diga el profeta: Y es un hombre, pero ¿quién lo
conoce" ? Hombre según la carne, pero más que hombre
según su actuación divina. Luego cuando tocó al leproso pa­
recía hombre, pero más que hombre cuando lo curó". Y
cuando murió Lázaro, lloraba como cuando un hombre
llora a sus muertos, pero era más que hombre cuando, una
vez dominado el poder de la muerte, le mandó salir por su
pie94• Hombre parecía cuando colgaba en la cruz, pero más
que hombre cuando, abiertos los sepulcros, resucitó a los
muertos95.

90. Sal 44, 3.


91. Ga 4, 8.
92. Jr 17, 9.
93. Cf. Mt 8, 1-4.
94. Cf. Jn 1 1 , 35 ss.
95. Cf. Mt 27, 52.
APÉNDICE DE LA CARTA 165 231

XIII. De san Agustín, obispo de la Iglesia de Hipona, a Dár­


dano"

No dudes de que el hombre Cristo está ahora en el cielo,


de donde ha de venir. Recuerda y mantén fielmente la con­
fesión cristiana, porque «resucitó de entre los muertos,
subió a los cielos, está sentado a la diestra del Padre, y de
allí, y no de otra parte, ha de venir a juzgar a los vivos y a
los muertos97». Y conforme lo pregonó la voz evangélica, ha
de venir del mismo modo en que fue visto subir al cielo98,
esto es, en la misma forma y sustancia de la carne a la que
ciertamente dio la inmortalidad sin quitarle la naturaleza99•

96. Hombre ilustre («vir illustris») le llama el mismo san Agustín.


Era prefecto en las Galias y, después de haber cometido un homicidio, se
había retirado al desierto para llevar una vida cenobítica, siguiendo el
ideal de vida agustiniano.
97. Cf. Símbolo niceno-constantinopolitano.
98. Cf. Hch 1, 1 1 .
99. Ep. 187, 10, del año 417. Agustín comprendió la doctrina d e la
Encarnación del Verbo en las vísperas de su conversión (cf. Conf 7, 19,
25) y desde entonces la profesó y la defendió con infatigable tesón. Se dis­
tingue de la doctrina tradicional no por su contenido, sino por su clari­
dad. Recurre con frecuencia al ejemplo de la unión del alma y el cuerpo
para explicar la unión de naturalezas en Cristo: «Pues así como en la uni­
dad de la persona el alma se une al cuerpo y es hombre, así también, en la
unidad de la persona, Dios se une al hombre y es Cristo» (cf. Ep. 137, 3�
11). Por tanto, «así como todo hombre es una sola persona, alma racional
y cuerpo, así también Cristo es una sola persona, Verbo y hombre» ( cf.
Ench. 1 1 , 36). A él le debemos las fórmulas cristológicas que toma León
Magno y que preludian las de Calcedonia: «Aquel que es Dios es también
hombre, y Aquel que es hombre es también Dios; no por la confusión de
las naturalezas, sino por la unidad de la persona» (cf. Serm., 1 86, 1 , 1);
« ...

no dos personas, Dios y el hombre. En Cristo hay, ciertamente, dos na­


turalezas, Dios y el hombre, pero una sola persona» (d. Serm. 130, 3);
«Dios es siempre Dios; el hombre se une a Dios y es una sola persona; no
232 LEÓN MAGNO

XIV. De nuevo san Agustín, en la Carta a Volusiano100

Mas he aquí que apareció el Mediador entre Dios y los


hombres, uniendo en una única persona ambas naturalezas,
sublimando lo ordinario con métodos extraordinarios y
templando lo extraordinario con métodos ordinarios101•

XV. También de san Agustín, en el Tratado sobre el Evange­


lio de san Juan

Pues ¿por qué, oh hereje, siendo Cristo Dios y hombre,


cuando habla como hombre, tú levantas falsos testimonios
contra Dios? El se nos manifiesta en su naturaleza humana,
¿ y tú te atreves a deformar la divina1 02?

XVI. Y de nuevo un poco más abajo

Confesemos la doble naturaleza de Cristo: la divina, por


la que es igual al Padre y la humana, por la que el Padre es

un semidiós, Dios por parte de Dios y hombre por parte del hombre;
todo Dios y todo hombre• (cf. Serm. 293, 7).
100. Un intelectual pagano del siglo V. Procónsul en Cartago. En rei­
teradas ocasiones (cf. eps. 137-138) Agustín manifestó una gran admira­
ción por él. En su intenso intercambio epistolar, el obispo de Hipona le
exhortó a leer las Escrituras (ep. 1 32) y, a la vez que respondió a sus ob­
jecciones a la fe (ep. 138), le explicó la doctrina del cristianismo (ep. 137).
101. Ep. 137, 9, (año 412). La carta constituye un tratado completo
sobre la encarnación y la Iglesia, que la convirtió en un documento clási­
co de la teología, siendo citada por Teodoreto y Casiano.
102. Tratado 78, 2 (PL 35, 1379-1970). La obra comprende 124 dis­
cursos, unos predicados y otros dictados, de marcado carácter pastoral,
pero todos ellos muy ricos en doctrina teológica, filosófica y espiritual.
La fecha de composición se sitúa en el decenio que va desde el 410 al 420.
APtNDICE DE LA CARTA 165 233

mayor que EL La una y la otra, son a la vez, no dos, sino un


solo Cristo, para que Dios sea una Trinidad y no una •cua­
ternidad». Porque, así como el alma racional y el cuerpo son
un solo hombre, así Dios y el hombre son un solo Cristo. Y,
en consecuencia, Cristo es Dios, alma racional y carne. No­
sotros confesamos a Cristo en estas tres cosas y en cada una
de ellas. ¿Por quién fue creado el mundo? Por Cristo Jesús,
pero en la condición divina. ¿Quién fue crucificado por
Poncio Pilato? Cristo Jesús en su condición de siervo. Lo
mismo podemos preguntar acerca de las partes constitutivas
del hombre. ¿ Quién es el que no fue abandonado a la muer­
te? Cristo Jesús, pero solamente en su alma. ¿ Quién estuvo
tres días en el sepulcro para volver a resucitar? Cristo Jesús,
pero sólo en su cuerpo. En cada una de estas cosas se le
llama Cristo. Pero no son dos o tres Cristos, sino uno solo.
Y por esto dijo: Si me amaseis, os alegraríais de que voy al
Padre103; porque debemos alegrarnos de que la naturaleza
humana, de tal modo fue asumida por el Verbo Unigénito,
que fue colocada inmortal en el cielo; y de tal modo fue en­
salzada la carne que, incorruptible, está sentada a la derecha
del Padre104•

XVII. De san Agustín, del libro •Assertio fidei» (Profesión


de fe)1°5

Así pues, lo nuestro es creer; lo de aquél, conocer, y así


como el mismo Dios Verbo, asumiendo todo lo humano, se

103. Jn 14, 28.


104. Tratado 78, 3.
105. El texto del que está tomado este párrafo pertenece al Libellus
emendationis sive satisfacionis Leporü (PL 31, 1221-1232). El documento,
de clara marca agustiniana, es un precioso testimonio de la cristología la­
tina a principios del siglo V que, en ese tiempo, distinguía dos naturalezas
234 LEÓN MAGNO

hizo hombre y, asumido todo el hombre y recibiendo lo di­


vino, no pudo ser otra cosa que Dios, sin embargo, no por­
que se diga que se encarnó y vivió [entre los hombres], debe
entenderse que sufrió disminución de su sustancia. Pues
Dios ha sabido unirse [a la naturaleza humana] sin la co­
rrupción de sí mismo y, con todo, unirse verdaderamente.
Ha sabido asumirla en sí mismo de modo que nada le acre­
ciente y ha sabido infundirlo en sí, de manera que nada le
cause daño. Así pues, no pensemos que Dios y el hombre se
han unido en una confusión de Verbo y carne como si se
hubiese obtenido una especie de cuerpo; todo para conoci­
miento de nuestra debilidad que pensamos según los mode­
los visibles de los que viven sujetos a la experiencia, partien­
d o de nosotros mismos y d e creaturas semej antes
simultáneamente.
Lejos de nosotros creer que las dos naturalezas, una vez
que se han unido al linaje humano, se han convertido en una
sola, de manera que podamos pensar que son una única na­
turaleza. Pues si la unión fue de este modo, la corrupción
afecta a cada una de las partes. En efecto, Dios, capaz [de
comprenderlo todo], no puede ser comprendido; el que
todo lo penetra, no es penetrado; el que todo lo llena, no es

y una sola persona en Cristo y profesaba la unión hipostática. Leporio


fue monje en Marsella y luego sacerdote en Hipona. Se le considera pre­
cursor de Nestorio en Occidente a consecuencia de sus errores cristológi­
cos (admitía difícilmente que Dios hubiera podido nacer y morir y de ahí
deriva a un dualismo cristológico exagerado). En el 418, a juzgar por la
r"etractacción que tuvo que firmar y la posterior expulsión que recibió del
obispo Próculo, se estableció en Hipona, donde problamente pasó a for­
mar parte del clero de la ciudad (cf. san Agustín, ep. 213). Bajo la guía del
obispo de Hipona, abandonó su error, firmó el mencionado Libellus y se
lo envió a Próculo, junto con una carta muy favorable de san Agustín (ep.
219). Casiano trató severamente a Leporio, mientras que san Agustín,
convencido de que la caridad abre las puertas a la verdad, se mostró
mucho más benévolo. Cf. A. GRILLMEIER, op. cit., pp. 847-850.
APÉNDICE DE LA CARTA 1 65 235

llenado; Dios, que está simultáneamente presente y disperso


en todas las partes por comunicación de su potencia, se unió
misericordiosamente a la naturaleza humana; no unió la na­
turaleza humana a la divina.

XVIII. San Juan Crisóstomo, obispo y confesor de Constan­


tinopla, en la homilía Sobre la cruz y el ladrón106

Pero veamos por qué viene con la cruz: para que ésos
que le crucificaron se den cuenta de su ciega locura; por eso
mismo lleva el signo de su desvergüenza. Este es el motivo
por el que el profeta afirma: Entonces se lamentarán todos
los pueblos de la tierra107, viendo al acusador y reconocien­
do el pecado. Y jqué asombroso es ver venir al que lleva la
cruz cuando él mismo muestra las heridas de su cuerpo!
Pues entonces -dice- mirarán al que traspasaron"'· Y lo

106. Texto extractado de un sermón de Viernes Santo (PG 49, 393-


418), con motivo de la celebración de los oficios litúrgicos en Antioquía.
La predicación versaba, a partir de los relatos evangélicos, en torno a la
cruz y a la muerte del Salvador. El Crisóstomo, aunque fue discípulo de
Diodoro de Tarso, no tuvo una cristología de marcado corte antioqueno,
quizá para no fomentar aún más la división entre Alejandría y Constanti­
nopla. Distingue claramente entre ousia o physis para referirse a la natura­
leza, e hypostasis o prosopon para la persona. Recalca la divinidad com­
pleta de Cristo contra los arrianos, y la humanidad perfecta y completa
contra los apolinaristas. Insiste en la realidad de estas dos naturalezas en
Cristo. Defiende que «por la unión y por la conjunción, el Dios Verbo y
la carne son uno, no porque haya ocurrido una mezcla ni una destrucción
de las sustancias, sino por cierta unión inefable e inconcebible. No pre­
guntes cómo» (Hom. 11 in !oh. 2). Este texto aparece citado en la colec­
ción de textos patrísticos que presentaron los antioquenos en el concilio
de Efeso y fue también recogido por el concilio de Calcedonia en el 451.
107. Za 12, 10.
108. Za, 12, 10; Jn 19, 37.
236 LEÓN MAGNO

mismo dirá después de la Resurrección. Quiso vencer la


desconfianza de Tomás y allí mismo le mostró el lugar de
los clavos y le abrió las heridas de su costado y le dijo: Trae
tu mano y ve que un espíritu no tiene carne y huesos como
veis que tengo yo"'· Y en aquel momento, le muestra sus
heridas y le señala la cruz, para hacerle entender que es él, el
mismo que había sido crucificado.

XIX. De san Juan Crisóstomo, en la homilía de la Ascen­


sión 110

Pues lo mismo que dos que han sido separados en una


disputa, puesto que uno, en medio de los litigantes, deshace
la disputa y la discordia, así ha hecho también Cristo. Dios
se había airado justamente con nosotros y nosotros despre­
ciábamos al que se irritaba y rechazábamos al bondadoso
Señor, pero Cristo se puso en medio y unió cada una de las
naturalezas, y él mismo soportó por nosotros el castigo que
nos amenazaba.

XX. Del mismo autor, en la misma homilía

Cristo presentó al Padre las primicias de nuestra natura­


leza y el Padre, tanto se admiró del don ofrecido, por ser
tanta la dignidad que se le ofrecía y por quién se la ofrecía,

109. Le 24 39; Cf. Jn 20, 27.


,

1 1 0. En Oriente, Juan Crisóstomo (PG 50, 443-452) y Gregorio de


Nisa (PG 46, 689-693), serán los primeros en testificar sobre la celebra­
ción litúrgica de la fiesta de la Ascensión 40 días después de la Resurrec­
ción. En Occidente, Cromacio de Aquileia será el primero que lo certifi­
que, a finales del siglo IV (CCL 9A, 33-37). Cf. Homilías sobre los
Hechos de los Apóstoles, PG 60.
APÉNDICE DE LA CARTA 165 237

que ninguna mancha le afeaba. En efecto, aceptó que se le


ofreciese por sus manos e hizo que fuese partícipe de su
trono y, lo que es más, le colocó a su derecha. Veámos quién
es aquél que oyó: Siéntate a mi derecha'"; cuál es la natura­
leza a la que se dijo: Sé partícipe de mi trono. Esa misma na­
turaleza es la que oyó: Tierra eres y a la tierra volverás112•

XXI. También de san Juan Crisóstomo, en la misma homilía

¿ Qué expresión emplearé? ¿ Qué palabra diré? No


puedo encontrar ninguna. Una naturaleza frágil, una natura­
leza despreciable, una naturaleza presentada más débil que
la de todos venció a todo, superó todo y mereció ser halla­
da la más excelsa de todas hasta el día de hoy. Hoy los án­
geles han recibido las ofrendas presentadas tiempo atrás;
hoy, los arcángeles pudieron contemplar lo que deseaban
desde hace mucho tiempo; hoy, han admirado la gloria que
nuestra esplendente naturaleza ocupará en el trono inmortal
del Señor.

XXII. San Teófilo, obispo de Alejandría'", de una Carta


Pascual, que dirigió al pueblo de Egipto

1 1 1 . Sal 109, 1 ; Cf. Mt 22, 44; Hch 2, 34-35.


1 12. Gn 3, 19.
113. Patriarca de la sede egipcia durante veintiocho años (385-412).
Fue el tercer sucesor de san Atanasio. La sucesión en Alejandría iba a
estar ligada por vínculos de parentesco: a Teófilo, le sucede su sobrino
Cirilo (412-444) y a éste, Dióscoro (444- depuesto en Calcedonia en el
451), sobrino del anterior. Se entrometió en cuestiones políticas que afec­
taron a la Iglesia (la controversia sobre Orígenes, el destierro de san Juan
Crisóstomo, a quién él mismo había consagrado obispo en el año 398) y
al Estado. Los autores clásicos se dividen a la hora de emitir un juicio
238 LEÓN MAGNO

De este asunto es testigo el que dice: Todos se han desca­


rriado y a la vez se han corrompido'"· También los profetas
suplican la ayuda de Cristo: Señor, inclina tus cielos y des­
ciende115, no porque ruviera que cambiar de lugar aquél por
quien todas las cosas existen116, sino porque asumió nuestra
carne de humana debilidad para nuestra salvación, coinci­
diendo con el apóstol Pablo: El, siendo rico se hizo pobre,
para que nosotros fuesemos ricos por su pobreza'"· Y vino a
la tierra y nació hombre de un seno virginal que santificó,
confirmando, según el plan divino, la interpretación de su
nombre Emmanuel, es decir, Dios con nosotros118• Empezó a
ser de modo admirable lo que nosotros somos y no dejó de
ser lo que era y, aunque asumió nuestra naruraleza, no dejó
de ser lo que era. Pues, aunque Juan escriba: El Verbo se
hizo carnel19, es decir, con otras palabras, se hizo hombre,
sin embargo no se convirtió en carne el que nunca dejó de

sobre sus actuaciones. Contamos con fuentes que le son hostiles (Paladio,
Sócrates, Sozomeno y el mismo León Magno, cf. Eps. 53, 63 y 74}, pero
no faltan juicios a su favor de Arnobio y Teodoreto. Siguiendo la cos­
tumbre de sus predecesores, Teófilo compuso un gran número de cartas
pascuales. Tenían como finalidad anunciar la fecha de la Pascua y prepa­
rar a los fieles para su celebración. Constituyen una bellísima catequesis
escrita. Todas ellas suelen tener una acusada tendencia amiorigenista,
pero un rico contenido teológico. Esta que nos ocupa es la que dirigió el
año 402 a los obispos de Egipto. Está dividida -según el esquema que
ofrece san Jerónimo- en cuatro partes. En el proemio exhorta a los fieles
a celebrar la pascua del Señor; en la segunda y en la tercera, refuta a Apo­
linar y a Orígenes, y en la cuarta exhorta a los herejes a la penitencia. Si
en ella no se ataca tanto a Orígenes, es porque todo había quedado dicho
en la que envió el año anterior, más extensa y prolija que la presente.
1 14. Cf. Sal l3, 3; Rm 3, 12.
1 15. Sal 143, 5.
1 1 6. Cf. Jn 1 , 3.
1 1 7. Cf. 2 Cor 8, 9.
1 18. Mt 1, 25; Cf. ls 7, 14.
1 19. Jn 1 , 14.
APÉNDICE DE LA CARTA 165 239

ser Dios. Para éste habló también el santo David: Pero tú


eres siempre el mismo120• Y el Padre desde el cielo afirma y
dice: Tú eres mi Hijo amado, en quién me he complacido121,
de modo que, hecho hombre, se proclame en nuestra confe­
sión de fe que él conserva lo que fue antes de hacerse hom­
bre. Esto mismo nos predica san Pablo: jesucristo es el
mismo ayer y hoy y siempre122• Por eso, cuando dice «el
mismo» muestra que su naturaleza precedente no la ha cam­
biado, ni ha disminuido la riqueza de su Divinidad porque,
hecho pobre por nosotros, haya asumido la semejanza per­
fecta de nuestra condición m.

XXIII. Del mismo autor en otra carta Pascual, contra Ori­


genes

Unico es el Hijo del Padre y es nuestro mediador. No


perdió su igualdad con el Padre ni fue separado de su parti­
cipación con nosotros: ,Dios invisible y hombre visible, es­
condido en la condición de siervo y reconocido Señor de la
gloria por la confesión de los creyentes. Y es así que ni el
Padre•le privó del nombre de su naturaleza, después que por
nosotros se hizo hombre y pobre, ni fue llamado con otro

120. Sal 101, 28; Cf. Hb 13, 8.


121. Mt 3, 1 7 y par.
122. Hb 13, 8. Desde el siglo 1 1 hasta el siglo VI, todos los autores
han mantenido a san Pablo como autor de la carta a los Hebreos. Aunque
ya en el siglo III, Orígenes decía del estilo que «no tiene el tono sencillo
del lenguaje del apóstol» (PG 20, 584), sin embargo, Tcófilo todavía se la
atribuye a Pablo.
123. La condusión del texto viene a subrayar la finalidad soteriológi­
ca de la Encarnación. El texto latino que trascribe León Magno es una
traducción que realizó san Jerónimo (d. Ep. 98, 4) de la carta pascual de
Teófilo (402).
240 LEÓN MAGNO

nombre al ser bautizado en el río Jordán, sino Hijo Unigé­


nito: Tú eres mi Hijo amado en quien me he complacido124•
Tampoco nuestra semejanza se cambió por la naturaleza de
la Divinidad, ni la Divinidad se convirtió en semejanza de
nuestra naturalezatz>,

XXIV. De san Gregario, obispo de Nacianzo, en una homi­


lía sobre la Epifaníat26

Por consiguiente, al nacer Dios de la Virgen en la que


había asumido la naturaleza humana, nació el único que
tiene dos realidades opuestas a la vez: la de la carne y la del
espíritu. Una es asumida por Dios y la otra se cumple por
gracia de Dios.

124. Mt 3,17; Le 3, 22.


125. Carta pascual del año 401. Presenta en los cinco primeros capí­
tulos una hermosa síntesis cristológica y, en el resto de la carta, una refu­
tación de la doctrina de Orígenes que, según Teófllo, destruye la fe en
Cristo Salvador.
126. Pertenece a uno de los discursos panegíricos y hagiográficos que
pronunció el de Nacianzo entre los años 379-381, (cf. PL 54, 1 1 85), el pe­
ríodo más importante de su vida. Su cristología mereció la aprobación de
los concilios de Efeso (431) y Calcedonia (451). El primero hizo suyo un
extenso pasaje de su famosa carta a Cledonio (ep. 101); el segundo la asu­
mió entera. Define de manera inequívoca la unidad de persona en Cristo
y a él se debe la expresión «-unidad en esencia» (ep. 101, S) que tuvo gran
importancia para posteriores definiciones cristo lógicas. Además de su im­
portancia teológica, esta homilía sobre la Epifanía es uno de los primeros
testimonios escritos sobre la celebración litúrgica de esta fiesta. En
Oriente, cuando se consolidó la celebración de la Navidad, la Epifanía
pasó a ser, no ya la celebración de la encarnación, como al comienzo, sino
la fiesta de las luces, de los magos y del bautismo del Señor. A mediados
del siglo IV empezó a extenderse en Occidente.
AP�NDICE DE LA CARTA 165 241

XXV. Del mismo autor, unas líneas más abajo

Fue enviado, ciertamente, pero como hombre, pues él


tenía una doble naturaleza. Por ello, él padeció en el camino
y tuvo hambre y sed y se entristeció y lloró según corres­
ponde a un cuerpo humano.

XXVI. De san Basilio127, obispo de Capadocia

Por consiguiente, cuando en Cristo vemos una naturale­


za humana de un modo tal que no parece distar en nada de
la debilidad común de los mortales y una naturaleza divina,
que no conviene a ningún otro si no es a aquél que tiene una
inefable naturaleza divina, la mente humana se queda du­
dando por la angustia y, conmovida por el estupor de tanta
admiración, no sabe adónde ir, qué hacer, adónde dirigirse.
Si lo piensa «hombre», una vez sometido el reino de la
muerte, reconoce en él al que ha vuelto con el botín de entre
los muertos. Por esto hay que contemplarlo con todo temor
y reverencia, para que así se muestre la realidad de cada una
de las dos naturalezas en el único y el mismo [Cristo], y no

127. Algunos códices atribuyen el texto no a san Basilio, obispo de


Cesarea de Capadocia, sino a san Sabino (cf. supra, nota 89); pero los her­
manos Ballerini, razonablemente, se lo atribuyen al capadocio. (Cf. PL
54, 1 185, nota e). Basilio ha pasado a la historia de la Dogmática como el
que fijó definitivamente el significado de los términos ousía e hypostasis.
Para él, ousía significa existencia o esencia sustancial de Dios, mientras
que hypostasis quiere decir la existencia particular de cada una de las Per­
sonas Divinas. Ousía corresponde a substancia en latín, mientras que hy­
postasis corresponde a persona. Con san Basilio avanzó enormemente la
doctrina trinitaria, en particular su terminología, en una dirección que
acabó desembocando en la definición cristológica de Calcedonia. Los crí­
ticos no han logrado identificar la obra a la que pertenece este texto.
242 LEÓN MAGNO

se piense en algo indigno e impropio de aquella divina e ine­


fable naturaleza, ni se crea que lo que hizo conforme a la na­
turaleza humana es una burla de falsas apariencias.

XXVII . De san Cirilo, obispo de Alejandría'"

Hombre fue llamado, ya que Dios, el Verbo de Dios,


tiene una naturaleza tan semejante que ha compartido con
nosotros su carne y su sangre. Pues así apareció en la tierra,
no renunciando a lo que era, sino asumiendo una naturaleza
humana, perfecta en su modo129•

XXVIII. Del mismo san Cirilo, en el libro titulado Comen­


tarios sobre la Encarnación del Unigénito'"

Así pues, Dios verdadero antes de la Encarnación, es


uno solo el que en su humanidad permaneció lo que era y es

128. Su nombre ha quedado ligado a la segunda controversia cristo­


lógica que se resolvió en el concilio de Efeso y con la condena de Nesto­
rio. Sus obras nos permiten seguir muy de cerca la evolución de la cristo­
logía. Existe una gran diferencia entre las de la primera época, en las que
sigue muy de cerca la explicación de Atanasia, y las que escribe a partir
del año 429, fecha en la que, tras un estudio más completo de su cristolo­
gía, se dedica a refutar la de Nestorio.
129. De recta fide (PG 76, 1 133-1200). Una vez que se había desen­
cadenado la controversia contra Nestorio, Cirilo presentó a la corte (430)
tres textos Sobre la verdadera fe. El primero se lo dirigió al emperador
Teodosio II; el segundo a las dos hermanas más jóvenes del emperador,
Arcadia y Marina; y el tercero a su hermana mayor, Pulquería, y a su
mujer, Eudoxia. Desde el primer momento el de Alejandría capta la im­
portancia de tener a su favor al emperador o al menos a algún personaje
de la familia imperial; de ahí que rápidamente se apresure a precisarles
cuál es la fe ortodoxa.
130. Los Comentarios (Scholia de incarnatione Unigeniti) son poste-
APÉNDICE DE LA CARTA 165 243

y será. Pues no hay que dividir al único Señor Jesucristo:


por una parte en cuanto hombre, y por otra, en cuanto
Dios, separadamente, sino que afirmamos que es único y el
mismo Jesucristo, sin ignorar las diferencias de naturalezas,
pero manteniéndose unidas entre sí sin confusión.

XXIX. Del mismo autor, unas líneas más arriba

Pues, ciertamente se entiende [la Encarnación] como si


una cosa estuviese dentro de otra, es decir, como si la natu­
raleza divina sufriera confusión o cambio en la humanidad,
para llegar a ser lo que no era. Pues se dice que una cosa que
vive en otra no se convierte en lo mismo donde vive tal cual,
sino que se entiende que una vive en otra mayor. Pero no
sucede así entre la naturaleza del Verbo y la humanidad del
Verbo. La diferencia de naturalezas señala la única diferen­
cia para con nosotros, pues se sabe que Cristo es uno solo
en cada una de las naturalezas. Por consiguiente, como antes
dije, una vez mantenida la unión sin confusión, el Verbo ha­
bitó entre nosotros, porque has de saber que uno solo es el
Hijo Unigénito, hecho carne y hombre.

riores al concilio de Efeso (431), donde aclara el modo de unión de las


dos naturalezas en Cristo, sin confusión y sin división; una unión sin
mezcla de las dos naturalezas, conservándose las dos sin cambio ni altera­
ción. Se sirve de la analogía del cuerpo y alma humanos para explicar tal
grado de unión. En versión griega solamente se conservan algunos frag­
mentos (PG 75, 1369-1412), pero en versión latina conservamos la obra
íntegramente (PL 48, 1005-1 040).
244 LEÓN MAGNO

XXX. De la segunda Carta de Cirilo de Alejandría a


Nestorio131

El grande y santo concilio [de Nicea] dijo ciertamente


que el mismo Hijo Unigénito fue engendrado de Dios Padre
según la naturaleza, Dios verdadero de Dios verdadero, luz
de luz, por quien y con quien el Padre hizo rodas las cosas;
el cual descendió, se hizo carne, se hizo hombre, padeció,
resucitó al tercer día y subió a los cielos. Debemos adherir­
nos a estas palabras y obedecer estas enseñanzas, conside­
rando qué quiere decir que el Verbo de Dios se encarnó y se
hizo hombre. No decimos que la naturaleza del Verbo, ha­
biendo cambiado, habiéndose alterado, se hizo carne, ni
tampoco que se trasformó en un hombre compuesto de
alma y cuerpo, sino algo más: que el Verbo s e unió sustan­
cialmente a una carne animada por un alma racional, se hizo
hombre de modo inefable e incomprensible, y fue llamado
Hijo del hombre; esta unión no se debe solamente a la pura
voluntad, ni tampoco a la asunción de una persona sola­
mente, sino que las diferentes naturalezas se han unido en
una única unidad y de ambas resulta un solo Cristo e Hijo;
no como si por la unión se suprimiera o se vaciara la dife-

131. La carta a Nestorio es de enero-febrero del año 430, que poste­


riormente ratificarán los padres del Sínodo de Efeso, en la primera sesión
del 22 de junio del 431. Todos recomendaron su aceptación por estar de
acuerdo con el Símbolo de Nicea. San León en mayo del 450, en una carta
dirigida a Ravenio, obispo de Arles (ep. 67), inserta el texto de esta se­
gunda carta de Cirilo a Nestorio, asumiendo el juicio que sobre la misma
habían pronunciado los Padres en Efeso: «presenta claramente la fe de
Nicea». Posteriormente el concilio de Calcedonia (451) y el de Constan­
tinopla (553), la aprobaron por la misma razón. El texto griego se en­
cuentra en PG 77, 44-49, pero san León, en el apéndice, sólo trascribe el
texto latino (una versión, tal vez, elaborada para él). Parte de la carta se
encuentra en Dz 1 1 1 a.
APÉNDICE DE LA CARTA 165 245

rencia de naturalezas, sino porque la divinidad y la humani­


dad lograron para nosotros, por esta unión inefable y miste­
riosa, un solo Señor, Cristo e Hijo.
Así se dice que el que ha sido engendrado por el Padre
antes de los siglos, ha sido engrendrado también según la
carne por una mujer, no porque su naturaleza divina haya
comenzado a existir en la santa Virgen, ni porque haya teni­
do necesidad de un segundo nacimiento después de aquél
que había recibido del Padre, pues es necedad e ignorancia
al mismo tiempo decir que el que existía antes de los siglos
y es coeterno con el Padre necesita una segunda generación
para existir. Decimos que por nosotros y por nuestra salva­
ción se unió a la naturaleza humana y nació de mujer; por
esto se dice que ha sido engendrado por ella según la carne.
Pues no nació primeramente un hombre ordinario de la
santa Virgen, y después descendió el Verbo sobre él, sino
que decimos que se unió a la carne en el mismo seno. y en las
entrañas virginales se sometió a nacimiento carnal, haciendo
suyo este nacimiento de su propia carne.
En este sentido decimos que El sufrió y resucitó, no
porque el Dios Verbo haya sufrido en su propia naturaleza
las llagas, los agujeros de los clavos y las otras heridas (por­
que Dios es incorporal e impasible), sino porque el cuerpo
que hizo suyo propio padeció estos sufrimientos; por esto
se dice que el Verbo padeció por nosotros todas estas cosas,
pues dentro de este cuerpo que padecía estaba Dios, que no
puede padecer.
Del mismo modo pensamos respecto a su muerte, pues el
Verbo es por naturaleza inmortal, incorruptible, la vida de
Dios y el vivificador. Pero como además tiene su propio
cuerpo, por la gracia de Dios, -según afirma san Pablo- gustó
la muerte para bien de todos132; por esto se afirma que sufrió

132. Hb 2, 9; el. Mt 16, 28 y Jn 8, 52.


246 LEÚN MAGNO

la muerte por nosotros, no porque él experimentase la muer­


te en lo que atañe a su propia naturaleza -sería una locura
pensarlo o decirlo-, sino porque, como ya hemos dicho an­
teriormente, su carne gustó la muerte. Así también, habien­
do resucitado su carne, hablamos de su resurrección, no por­
que el Verbo haya sufrido la corrupción, -lejos de nosotros
afirmar esto-, sino porque su cuerpo ha resucitado.
Así confesamos un solo Cristo y un solo Señor, no
como si adorásemos a un hombre junto con el Verbo, para
no introducir una especie de división, sino adorando a uno
solo y al mismo [Cristo], porque su cuerpo no le es extra­
ño al Verbo y con él se sienta ahora con el Padre. Nosotros
no afirmamos que son dos Hijos los que se sientan con el
Padre, sino uno solo a causa de la unión de su propia carne.
Porque si rechazamos como incomprensible o indecorosa
tal unión según la hipóstasis, estamos abocados a hablar de
dos Hijos; pues es necesario separarlos y hablar distinta­
mente del hombre que fue honrado con la apelación de
Hijo y del Verbo que procede de Dios y que posee el nom­
bre y la realidad de Hijo de Dios. Ciertamente no debemos
separar en dos Hijos al único Señor Jesucristo, pues esto no
ayudaría en nada a la fe ortodoxa, aunque algunos133 -y no
sé como lo cuentan- hablen de la unión de personas. En
efecto, la Escritura no dice que el Verbo de Dios haya asu­
mido la persona de un hombre, sino que El se ha hecho
carne134.
Esto no quiere decir sino que el Verbo de Dios, seme­
jante a nosotros, que nos hizo partícipes de su carne y de su
sangre 1 35, hizo suyo nuestro cuerpo y nació hombre de una
mujer; El no ha abandonado su Divinidad, ni la generación

133. Se refiere a Nestorio. Cf. Introducción: «Nestorio y Eutiques».


134. Jn 1, 14.
135. Cf. Hb 2, 14.
APtNDICE DE LA CARTA 165 247

de Dios Padre, sino que permaneció lo que ya era, después


de haber asumido la carne.
Y esto es lo que enseña por todas partes la fe ortodoxa.
Estemos seguros que la fe de los Santos Padres ha tenido
este sentido. Por eso, no vacilaron en llamar Madre de
Dios"' a la santa Virgen, no porque la naturaleza del Verbo
o su Divinidad empezasen a existir en la santa Virgen, sino
porque de ella nació aquél sagrado cuerpo animado del alma
racional, a la que el Verbo se unió sustancialmente al ser en­
gendrado según la carne.

136. En el Nuevo Testamento no encontramos explícitamente el títu­


lo de «Madre de Dios» aplicado a María. La idea de la maternidad divina
de María tiene precedentes patrísticos muy antiguos: Ignacio de Antia­
quía (A los Efesios 18, 2; 7, 2), Justino (Apol. !, 63), Ireneo (Adv. haer. 3,
21, 10). En cuanto a la expresión literal, la usó ya Orígenes, si hemos de
creer el testimonio del historiador Sozomeno (Hist. eccl. 7, 32, 7). La es­
cuela de Alejandría llevaba mucho tiempo usando este título para expre­
sar la maternidad divina de María (cf. Atanasia, Or. Arian. 3, 29; 3, 14;
Alejandro de Alejandría, PG 18, 568 y los cristianos de Egipto se dirigí­
an a María con la oración: «Bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de
Dios . »).
. .
APÉNDICE:
La «Fórmula de Unión».
La Definición de Calcedonia.
FÓRMULA DE UNIÓN1 (433)

«Queremos hablar brevemente, si es necesario, sobre


cómo pensamos y decimos acerca de la Virgen Madre de
Dios y acerca de cómo el Hijo de Dios se hizo hombre, no
para añadir algo, sino para asegurarnos plenamente que
mantenemos desde el comienzo lo que hemos recibido de
las divinas Escrituras y de la tradición de los Santos Padres,
sin añadir nada en absoluto a la fe expuesta por los Santos
Padres en Nicea. Pues, como ya hemos dicho anteriormen­
te, ella basta para conocer la verdadera fe y para refutar toda
falsa opinión herética. Hablaremos sin atrevernos a abordar

l. Cf. Dz 142 a-b (DSch. 271 ss.). La importancia teológica de este


documento cristológico estriba en que logra expresar la fe católica si­
guiendo el esquema típicamente antioqueno: distingue dos naturalezas en
Cristo y defiende la doble consustancialidad. Para referirse a la unión de
naturalezas emplea por tres veces el término cirilíano «unión» (Evwm¡;) y
no el nestoriano de conjunción (O'Uvá<j>eta). A esta apertura cristológica,
le sigue el reconocimiento de María como «Madre de Dios». El final del
texto recuerda una regla exegética: las afirmaciones de la Escritura se re­
fieren a una sola persona (rtQÓaoo:rwv), pero se aplican según las naturale­
zas. Cirilo, que asumió esta <1órmula de unión», reconoce que puede ha­
blarse de dos naturalezas y dividir las frases referidas al hombre-Dios con
arreglo a cada una de las naturalezas. Adquirió validez canónica cuando
la refrendó el antecesor de León Magno, el papa Sixto III (432-440), me­
diante- sendas cartas que dirigió a Juan de Antioquía y a Cirilo de Alejan­
dría. Se trata -como la ha definido Grillmeier- del «Credo de Efeso.,.., y
une los concilios del431 y 451 en una continuidad sustancial. Cf. ACO 1,
2, p. 107-110. El mismo concilio de Calcedonia la refrendó en su primera
sesión. Cf. ACO !, 1, 4, p. 1 5-20.
252 FÓRMUlA DE UNIÓN

lo inaccesible, y confesando nuestra propia debilidad, cerra­


remos el paso a los que quieren atacarnos por discutir lo que
está por encima del hombre.
Confesamos, por consiguiente, a nuestro Señor Jesucris­
to, Hijo único de Dios, perfecto Dios y perfecto hombre,
con alma racional y cuerpo, nacido del Padre, según la divi­
nidad, antes de todos los siglos, y de María Virgen, según la
humanidad, en los últimos tiempos, por nosotros y por
nuestra salvación; consustancial con el Padre por razón de la
divinidad y consustancial con nosotros por razón de la hu­
manidad. Porque se hizo la unión (€vwOL�) de dos naturale­
zas, por la cual confesamos a un solo Cristo, un solo Hijo,
un solo Señor. Por esta noción de la unión sin confusión,
confesamos a la santa Virgen por Madre de Dios, por ha­
berse encarnado y hecho hombre el Verbo de Dios y por
haber unido consigo, desde el instante de su concepción, el
templo que de ella había tomado.
En cuanto a las expresiones del Evangelio o de los
Apóstoles sobre el Señor, sabemos que los teólogos unas
veces las aplican en común, como dichas de una sola perso­
na (ltQÓOúll'tOV), otras diferenciadas, como dichas de dos na­
turalezas: las unas conformes a la majestad divina por razón
de la divinidad de Cristo y las otras humildes por razón de
su humanidad».
DEFINICIÓN DE CALCEDONIA'

2. Cf. Dz 148 (DSch. 301-302). La definición se sitúa entre dos es­


quemas cristológicos: el alejandrino y el antioqueno. La tradición alejan­
drina, representada en Calcedonia por Dióscoro y los egipcios, y por
todos aquellos que pretendían permanecer fieles al vocabulario de Cirilo,
explica claramente la unidad de Cristo, encontrando dificultades termino­
lógicas para explicar la distinción de las naturalezas después de la unión.
Los antioquenos, representados por Anatolio, Máximo y varios obispos
de Oriente, subrayan tanto la distinción entre la divinidad y la humani­
dad que les cuesta trabajo explicar cómo ambas están unidas. Sin embar­
go, en Calcedonia se han conjugado ambas. El concilio asumió la cristo­
logía de la tradición latina sistematizada en el Tomus del papa León
Magno, defendiendo la unidad de la persona en Cristo, verdadero Dios y
verdadero hombre y manteniendo las propiedades de cada naturaleza,
según el principio: «cada naturaleza opera lo que es propio,.,
La definición comprende un largo preámbulo -a modo de declara­
ción de intenciones-, que nos permite conocer la pretensión del concilio:
«renovar la fe indefectible de los Padres»-. Se inscribe, por tanto, dentro
de la tradición de los Símbolos de fe promulgados en Nicea y Constanti­
nopla y de las cartas cristológicas aclamadas en Efeso, recapitulando así la
obra de los concilios anteriores. Calcedonia enseña la doctrina predicada
desde el comienzo, no con la intención de añadir algo nuevo que faltase a
las proposiciones anteriores, sino con el fin de explicar y traducir, inter­
pretar y actualizar las afirmaciones de fe de la Iglesia.
La definición la presentamos, simétricamente, en torno al eje central
«uno solo y el mismo Hijo, nuestro Señor Jesucristo», y, tipográficamente,
dividida en cinco secuencias, para que pueda percibírse su evolución. Las
tres primeras constituyen una recapitulación de la anterior doctrina sobre
Cristo. Las dos últimas constituyen la genuina aportación de Calcedonia: la
unidad de Cristo se reconoce «en dos naturalezas (Evbúo <J>úaemv)».
El texto mantiene el género literario de una confesión de fe: «Credo de
Calcedonia», como lo ha llamado A. Grillmeier; sin embargo, la definición
presenta un segundo artículo del Credo tan desarrollado y tan técnico, que
no puede entrar a formar parte de ningún Símbolo litúrgico, y así, con el
254 DEFINICIÓN D E CALCEDONIA

l.
Siguiendo, pues, a los Santos Padres,
todos unánimemente enseñamos
que ha de confesarse

a un solo y el mismo Hijo ,

nuestro Señor Jesucristo,


el mismo

2.
perfecto en la divinidad y el mismo perfecto en la humanidad,
verdaderamente Dios y el mismo verdaderamente hombre
con alma racional y cuerpo,
consustancial con el Padre y el mismo consustancial con nosotros
en cuanto a la divinidad en cuanto a la humanidad,
semejante en todo a nosotros
menos en el pecado\
engendrado del Padre y el mismo engendrado de María virgen,
Madre de Dios,
ames de todos los siglos en los últimos tiempos,
en cuanto a la divinidad, en cuanto a la humanidad,
por nosotros y nuestra salvación
- -

3.
que se ha de reconocer a
un solo y mismo Cristo
Hijo, Señor unigénito

tiempo, ha pasado a ser más una fórmula cristológica que un Símbolo de fe.
El verbo que encabeza el texto no es «creemos» -como en concilios ante­
riores-, sino «enseñamos que ha de confesarse», El punto de vista de la en­
señanza doctrinal se impone, en esta ocasión, al de la confesión de fe.
3. Hb 4, 15.
DEFINICIÓN DE CALCEDONIA 255

4.
en dos naturalezas,
sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación;
en modo alguno borrada la diferencia de naturalezas
por causa de la unión,
sino conservando, más bien, cada naturaleza su propiedad

S.
y concurriendo en una sola persona4
y en una sola hipóstasis5,
no partido o dividido en dos personas,
sino uno solo y el mismo Hijo,
unigénito, Dios Verbo, Señor Jesucristo,

como desde antiguo acerca de Él nos enseñaron los profetas,


el mismo Jesucristo y nos lo ha trasmitido
el Símbolo de los Padres.

4. Gr.: «JtQÓownov��.
5. Gr.: «Ú:rtÓmoo�v»,
ÍNDICE BÍBLICO

Génesis Sabiduría
1, 2: 129. 1, 13-14: 94.
2, 24: 161.
3, 19: 237. Proverbios
12, 3: 115. 8, 22: 158.
18, 1-9: 141. 9, 1 : 117; 143.
22, 18: 1 15.
32, 24: 141. Eclesiástico (Si)
42, 2 1 : 1 13.
Éxodo
24, 8: 129. lsaías
29,18: 176; 207. 6, 9ss.: 1 14.
7, 14: 1 15; 238.
9, 5: 1 16.
Levítico
1, 5: 129.
Jeremías
1, 15: 96.
Job 17, 9: 230.
10, 8: 96.
Ezequiel
Salmos 28, 15: 101.
13, 3: 238.
15, 9-10: 106. Zacarías
35, 10: 136. 12, 10: 235.
36, 4b-5a: 111.
44, 3: 230. Mateo
84, 12: 184. 1, 1 : 71; 1 14; 141; 188.
101, 28: 239. 1 , lss.: 136.
109, 1: 237. 1, 18: 141.
1 10, 4: 93. 1, 23: 1 15.
1 1 5, 5: 176. 1, 25: 238.
1 18, 73: 96. 2, 1-12: 1 77; 209.
143, 5: 238. 2, 13ss.: 1 77; 209.
258 ÍNDICE BÍBLICO

2, 16: 123. 24, 38-39: 187.


3, 13: 123. 24, 39: 128; 2 1 1 ; 236.
3, 17: 123; 1 77; 209; 240. 24, 45: 127.
3, 17 y par.: 239.
4, 1 . 1 1 : 123. Juan
8, 1-4: 230. 1, 1: 122.
9, 3.13: 49. 1, 1-3: 181; 213.
10, 32: 183; 222. 1, 3: 48; 123; 158; 238.
1 1 , 27: 1 79. 1 , 5: 202.
14, 25: 124. 1 , 9: 137.
16, 13: 151. 1 , 13: 144.
16, 14: 126. 1, 14: 48; 90; 1 16-117;
16, 15: 126. 122; 131; 140; 156;
16, 16: 126; 151; 220. 160; 173; 175; 1 78;
16, 16-19: 48. 1 8 1 ; 203; 206; 210;
16, 17-18: 152. 213; 221 -222; 238;
16, 18: 194; 220. 246.
16, 28: 245. 1, 18: 179.
18, 1 1: 132. 1 , 29: 177; 209.
19, 5: 161. 2, 19: 106.
22, 1 1-14: 161. 2, 21: 106.
22, 44: 237. 3, 13: 126; 227.
26, 38: 213. 4, 10: 124.
26, 39: 49. 5, 26: 213.
27, 52: 230. 5, 30: 213.
6, 12: 123.
Lucas 6, 29: 1 13.
1 , 25: 71. 6, 52: 128.
1, 28: 203. 8, 1 1 : 49.
1, 3 1 : 1 77; 209. 8, 44: 94.
1 , 35: 1 16; 143; 220. 8, 52: 245.
1, 43: 173; 203. 10, 30: 124; 162; 178; 210;
2, 7: 123; 1 77; 209. 213.
2, 13: 123. 1 1 , 10: 132.
2, 14: 48. 1 1 , 33: 158.
3, 22: 240. 1 1 , 35: 124.
3, 23-38: 141. 1 1, 35ss.: 230.
8, 24: 124. 1 1, 43: 124.
9, 56: 132. 12, 32: 1 76; 208.
12, 49: 202. 14, 18: 124.
19, 10: 49, 159. 14, 28: 158; 162; 1 78; 210;
23, 43: 124. 233.
ÍNDICE BÍBLICO 259

16, 28: 159. 8, 9: 1 81 ; 213; 235.


19, 34: 129. 13, 4: 166.
19, 37: 235.
20, 19-29: 1 79. Gálatas
20, 27: 2 1 1 ; 236. 3, 16-17: 1 15.
3, 27-28: 97.
Hechos de los Apóstoles 4, 4: 123; !59; 162; 181;
1, 1 1 : 188; 231. 214.
1 , 12: 188. 4, 8: 230.
1, 14: 127.
2, 34-35: 237. Efesios
4, 12: 1 79; 2 1 1 . 1 , 10: 1 59; 181; 214.
4, 27-28: 49. 1, 3-10: 159.
20, 28-31: 145. 1, 3-14: 143.
! , 15-23: 157.
Romanos 2, 14: 196.
1-3: 71. 5, 2: 176; 207.
!, 1-3: 115. 5, 23-32: 129.
1, 16: 183. 5, 3 1 : 161.
1 , 20: 99. 5, 32: 161.
1 , 28: 114.
3, 12: 238.
Filipenses
5: 160.
2, 5-1 1 : 224.
5, 15: 1 75; 207.
2, 6-1 1 : 48; 63; 1 17; 120;
5, 18: 188.
143; 158; 1 79; 2 1 1 .
5, 18-19: 160.
2, 6-7: 229.
5 , 20: 175; 207.
2, 9-11: 180.
8, 3: 143.
2, 10- 1 1 : 153.
8, 32: 49.
8, 35-37: 98.
9, 5: 1 84; 189. Colosenses
1, 12-20: 159.
1 Corintios 1, 15: 221.
2, 4: 227. 1, 15-20: 143.
2, 8: 126; 222. 1, 20.22: 1 16.
4, 20: 227. 2, 8-10: 99.
8, 5-6: 179. 2, 14: 181; 188; 214.
10, 2: 129. 2, 18-29: 99.
15, 21-22: 160.
1 Timoteo
2 Corintios 2, 5: 1 16; 1 1 8-119; 174;
5, 19: 48-49; 175; 206. 179; 204; 2 1 1 ; 222.
260 ÍNDICE BÍBLICO

2, 5-7: 179. 2, 4-10: 152.


2, 6: 179; 2 1 1 . 2, 8: 182.
3, 16: 216. 3, 10.12: 221.
3, 18-21: 129.
2 Timoteo
2, 8: 189. 1 Juan
4, 3-4: 100. 1, 1: 116.
1 , 7: 71; 130.
Hebreos 3, 14: 143.
1-2: 158. 4, 2: 1 16.
1 , 1-2: 1 79. 4, 2-3: 72; 128 .
2, 9: 245. 5, 4-8: 71; 130.
2, 1 1 -14: 160. 5, 6: 129.
2, 14: 246.
4, 15: 1 19; 143; 254. 2 Juan
13, 8: 239. 7: 1 16.

1 Pedro Apocalipsis
1 , 18-19: 129. 5, 12: 99.
ÍNDICE DE NOMBRES Y MATERIAS

Abajamiento/abajarse: 121; 181; alimento (corporal y espiritual):


1 84; 213; d. bajar, descender. 59; 99; 141; 156; 173; 177;
abandonar (el seno del Padre): 1 87; 204; 209.
106; 122; 147; 211; 233; 246. alma (racional, humana): 1 O; 35;
abismos (los infiernos): 153; 179; SS-56; 63; 83; 93; 95-101;
211. 105-107; 132; 159; 162; 173;
abolir: 153; 192. 204; 213; 233; 244; 247; 252;
Abraham: 1 14-115; 141; 188. 254.
acción/es: 75; 77; 83; 98; 155; altar: 176; 208.
159; 177-178; 209-210; 220. Altísimo (Dios): 116; 123; 143.
acólito (León): 15. Ambrosio de Milán: 13; 45-46;
actal-s (sinodales): 7; 27; 32; 58; 49; 95; 108; 1 1 1 ; 124; 227-
105; 108; 110; 131; 135; 137; 229.
140; ISO. anaternal-tismos: 28; 32-33; 51;
acusar: SI-52; 63; 86; 186. 56; 132; 135; 166; 1 73; 203.
acusación: 1 OS; 196. Anaralio: 25; 29; 32-33; 35-36;
acusador: 52; 235. 156; 198-199.
Adán: 77; 141; 160. ángeV-es: 56; 99; 116; 123; 187;
adopcionismo: 71; 89. 216; 221; 237.
adorar: 123; 177; 187; 209; 246. angustia (de Cristo): 98; 1 87;
adversario/-s: 25-26; 52-53. 241.
Aecio: 16; 147; 190; 199. anthropos: d. naturaleza huma­
Africal -ano: 17; 21-24; 147. na.
agua (del coscado de Cristo, Anticristo: 72; 128; 193-194.
viva): 124; 129-130; 161. Antiguo Testamento: 47; 91-92;
Agustín: 13; 15; 45-46; 49-50; 54; 1 1 1; 141-142.
57; 65; 82; 84; 95-98; 101; Antioquía (Iglesia de, Sede): 25;
106; 1 12; 1 18; 120; 126; 129; 31; 62-64; 66; 68-69; 71; 89;
231-233. 119; 167; 235.
Alejandría (Iglesia de, Sede, anunciar (a Dios, a Jesucristo):
Cristología): 15; 25-28; 31; S; 34; 47; 77; 99; 106; 108;
35-36; 44; 62-65; 68; 71; 158; 136; 142; 161; 166; 181; 187;
194-198; 226; 237; 242; 244. 214.
262 ÍNDICE DE NOMBRES Y MATER(AS

apariencia (humana): 55; 75; 91; atributos divinos: 54-55; 74; 76;
102-103; 140-141; 174; 204- 121; 224.
205; 2 1 1 ; 214; 242. el. doce­ autoridad (papal, conciliar, de las
tismo. Escrituras): 17; 19; 22; 24; 28;
apócrifas (cartas, Escrituras): 39; 34; 47; 59; 73; 84; 1 08; 1 1 1 ;
82; 102. 132; 134; 139; ! 51; 155; 1 86;
Apolinar de Laodicea/apolina­ 189; 195; 216.
rismo: 17; 46; 62-63; 66; 69- ayuno: 51; 56; 90; 92; 177; 209.
70; 1 1 8; 140; 162; 173-174;
202; 204; 228; 230. Ballerini: 13; 40; 56; 241.
apóstol: 9; 21; 31-32; 47; 71; 85; Basilio Magno: 13; 45; 241.
97-99; 102; 1 1 1; 1 15; 126; bautismo: 14; 18-19; 72; 96-97;
128-130; 146. 123; 130; 161; 183; 240.
apropiación: 64; 66; 165. Bética: 51; 57; 108.
arcángel: 221; 237. Biblia: cf. Sagradas Escrituras.
arrepentirse (del error): 103; 130; bondad (divina y humana): 85;
132; 137; 148; 184; 186; 198. 1 05; 120; 132; 145; 148; 236.
Arrío/ -anismo: 1 1 ; 16-17; 23-24;
58; 62; 66; 87-88; 158; 194; Cabeza (Cristo): 99; 157.
220; 222; 228. Calcedonia: 1 1-12; 25; 29-32; 34;
asamblea (conciliar, de fieles): 36; 60; 62; 64-65; 67-68; 70-
27-28; 3 1 -33; 38; 52; 60; 108; 71; 76; 1 1 1; 1 70; 185-1 86;
146; 152. 191-194; 249; 253.
Ascensión (del Señor): 188; 236. Cancillería: 23; 29; 37-44; 1 1 1 .
Astorga (España): 52; 54; 56-57; cánones (conciliares y disciplina­
82; 103. res): 18-19; 24-25; 29; 3 1 ; 33;
astucia (del diablo): 120; 123; 55; 199-200.
183. carne/-al («caro»): 19; 48-49; 56;
Asturio (cónsul): 133; 138; 149; 62; 69-73; 90; 95-96; 100-101;
153; 163. 106-108; 1 1 5-1 17; 122-123;
asumir (la naruraleza humana): 46; 125-126; 128-129; 131; 135-
65; 67; 69-72; 74; 90; 100; 1 1 4; 136; 140; 143-144; 151; 156-
1 1 7-119; 121; 126-128; 142; 157; 159-162; 165-166; 172-
155-156; 159-160; 162; 165; 178; 181; 183; 186-188; 194;
175; 181; 188; 190; 194; 205- 203-206; 208-2 1 1 ; 213-216;
206; 213; 221; 227; 233-234; 220-222; 225-231 ; 233-234;
238-240; 242; 244; 246-247. 236; 238; 240; 242-247.
atadura (del diablo): 175; 1 8 1 ; cartaginense (provincia): 57; 108.
207; 214. Cátedra de Pedro (episcopal): 42;
Atanasia de Alejandría: 13; 44- 66.
46; !58; 226. causa (de la fe, de propiciación):
Atila: 20-21; 147. 22; 27-28; 52; 85; 97; 176;
ÍNDICE DE NOMBRES Y MATERfAS 263

186; 201; 206-208; 224; 246; 96; 102-103; 105; 107; 132;
255. 136-138; 145; 148; 1 52; 155;
cautividad/cautivos: 19; 144; 175; 160-162; 165; 167; 1 72; 174;
1 79; 207; 2 1 1 . 182; 1 86; 188; 196-1 97; 202;
celebrar/celebración: 16; 27-28; 205.
30; 36; 48; 58; 107-108; 146; condición divina: 96; 120; 143;
1 52; 1 67-169; 197. 159; 175; 1 79; 181; 1 84; 187;
Ceponio (obispo): 57; 81; 108. 207; 213; 229-230; 233.
Cerdón (hereje): 17; 91. condición humana: 63; 88; 126;
cielo: 21; 69; 97; 123; 126; 151; 143; 159; 1 75; 179-181; 1 84;
153; 157; 1 73; 1 77; 1 79; 188; 187; 207; 21 1-213; 229-230;
197; 204-205; 209; 2 1 1 ; 222; 233.
227; 231; 233; 238-239; 244. confesión (de fe): 60; 69; 72; 87;
Cipriano de Cartago: 46; 93; 129. 94; 96; 101; 105; 1 07; 1 12;
Cirilo de Alejandría: 15; 25; 28; 126; 128; 130-131; 1 35; 147-
31 -32; 34; 44; 60; 62; 64; 67- 148; 150-153; 160-161; 166;
70; 122; 158; 219; 242; 244. 1 74; 1 79; 183-184; 205; 210-
clero/clérigo: 14; 18; 43; 51-52; 211; 215; 220; 222-227; 229;
154; 198-199; cf. presbítero. 231 -233; 235; 239; 246; 252;
coeterno/eterno: 73-75; 87-88; 254.
93; 1 12-113; 126; 158-159; confusión (de naturalezas en
173; 203; 208; 245. Cristo): 32; 71; 75; 87; 178;
communitorium: 57; 8 1-82. 210; 223; 234; 243; 252; 255.
communicatio idiomatum: 65; conjunción (de naturalezas): 67;
67; 72; 126. 70; 209; 235; 251.
com(padecer)/compasión: 21; 98; consagración episcopal 16; 24;
121; 124; 157; 185-187; 205; 38; sacerdotal: 81; del crisma:
227; 241; 244-245. 197.
comunión: 9; 14; 19; 25; 27; 30; Constantinopla (Concilio de,
63; 75; 107; 1 19; 121 -122; Iglesia de): 12; 25-27; 3 1 ; 33-
124; 130; 137; 149; 156; 160; 36; 41; 60; 62; 66; 70; 110;
173; 203; 212. 131; 135; 139; 143-144; 154;
concebir!-ido: 71; 96; 1 14; -1 1 6 - 166; 172; 194; 198; 235; 251.
1 1 7; 144; 162; 173; 1 77; 184; consustancial: 64-65; 69-70; 77;
203-204; 209. 87; 93; 126; 130-131; 143-
concepción: 70; 73-74; 95; 165; 144; 1 57; 1 74; 194; 204; 251-
173; 180; 188; 203; 212; 221; 252; 254.
252. conversión: 19; 21; 64; 71; 100;
concilio /s: cf. Calcedonia, Efe­ 161; 187; 234; 238; 240; 243.
so, Nicea... Cordero de Dios (Cristo): 129;
condena /-ar: 16; 19; 26-28; 34; 1 77; 208-209.
51; 53; 56; 69-71; 83; 88; 92- Córdoba: 5 1 -52.
264 ÍNDICE DE NOMBRES Y MATERIAS

corona de la victoria: 176; 208; 156-157; 159; 161; 173-174;


de la fe: 198; del martirio: 1 76; 179; 1 82; 1 88-189; 194;
215. 197; 204-205; 208; 2 1 1; 214-
costado (del Crucificado): 127; 215; 220-222; 224; 233-235;
129; 161; 2 1 1; 236. 241; 244-247; 252; 254.
Creador: 75; 93-94; 96-97; 101;
l l �; 143; 158; 1 80; 205; 212. Dámaso (papa): 51.
creaturas/criaturas: 83; 88; 93-94; David (linaje de): 96; 106; 1 14-
101; 234. 115; 141; 160; 187-189; 226;
crecimiento (humano de Cristo): 230; 239.
99; 158; 173; 1 80; 187; 204; debilidad (humana): 74; 77; 1 18-
221. 1 19; 126; 166; 177; 1 80; 184;
Credo (artículos de la fe): 58; 73; 205; 212; 223; 234; 238; 241;
1 12; 126; 148; 191; cf. Sím­ 252.
bolo, Profesión de fe. defensa de la fe: 1 59; 1 78; 191;
Cristo: 1 1 -12; 15; 17; 32; 45-46; 200.
48-49; 55; 60-64; 66-67; 70- defensa de la verdad: 81; 85; 193;
77; 83; 85; 90; 97-100; 106- 195; 210.
107; 1 12; 1 15; 1 18; 121; 125- Definición de Calcedonia: 12;
126; 128-129; 134; 136; 32-33; 60; 68; 70; 74; 1 17;
140-141; 144; 1 5 1 -153; 156- 122; 144; 1 80; 189; 249; 253.
158; 160-162; 165; 172; 174- Deidad: cf. Divinidad.
175; 1 79-184; 188-1 89; 195; Derecha del Padre: 173; 204; 233;
203; 206-216; 222; 225; 231- 237; cf. Ascensión.
233; 236; 238; 241; 243-246; descendencia (de Dios, del peca­
252; 254. do): 77; 95-96; 106; 108; 1 15;
cristología: 1 1 -12; t 7; 26; 28; 32; 135; de David: 160; 1 89.
34; 38; 40; 41 -44; 46-47; 55; descender (del cielo, a los infier-
60-67; 69-70; 72; 74; 76; 78. nos): 69; 126; 220; 238; 244-
Crucificado: 126-127; 129; 161; 245.
166; 173; 176; 180; 188; 204; deuda (del hombre): 74; 83; 1 1 8;
208; 212. 1 75-176; 207-208; 221.
crucifixión: 227; 233; 235-236. diablo: 83; 85; 94; 1 08; 113; 120;
cruz: 55; 71; 87; 92; 124; 128-129; 140; 144; 183-184; 194; 207;
143; 1 76; 1 78-179; 183-184; 216.
187-188; 208; 210-21 1; 220; diácono/s: 15-16; 18-19; 25; 47;
230; 235-236. 52; 82; 91; 132; 138; 152; 185.
cualidades (de las naturalezas): Dictinio (obispo): 57; 103.
76; 93; 99; 1 77-178; 209-210. Dios Padre: 9; 1 1-12; 20-21; 35;
cuerpo (de Cristo): 36; 41; 55-56; 49; 54-56; 62-64; 66-67; 69-
61; 70-73; 83; 95-99; 101; 77; 83-90; 93-94; 96-99; 101;
106; 1 16-117; 121; 127-129; 107-108; 1 12-113; 1 15-1 1 8;
ÍNDICE DE NOMBRES Y MATERIAS 265

120-124; 126-131; 133-134; Efeso (latrocinio): 27; 29-30; 34;


140-141; 144-145; 151; 153; 36; 1 1 0; 112; 132; 137; 150;
155-166; 168; 1 72-175; 1 77- 154; 185; 192; 219.
181; 1 84; 189; 193; 195; 199; Egipto: 27; 34; 177; 209; 237.
202-207; 209-216; 220-230; Emmanuel: 1 15; 238.
232-236; 238-240; 242-247; Encarnación: 9; 15; 46; 48-49;
251 -252; 254. 62-64; 70-72; 74-75; 77; 86;
Dióscoro de Alejandría: 27-29; 100; 107; 112-113; 1 17; 120;
32; 36; 1 1 0; 182; 185; 192- 123; 131; 150; 160-162; 164-
193. 166; 1 72; 174; 1 80; 182; 189;
discípulos de Cristo: 126-127; 196; 204-206; 212; 220; 224-
151; 172; 1 79; 202; 210; 214; 226; 228; 231 -232; 234; 239;
de los herejes: 51; 53; 62; 84; 242-244; 252.
86; 107; 1 1 1 . entrañas (de María): 96; 143; 159;
distinción (de naturalezas): 46; 173; 203; 226; 245.
54; 63; 65; 75-76; 98; 101; Epicteto: 44; 226; 228.
121; 158; 1 77; 209; 224; 227. Epifanía (fiesta): 51; 142; 240.
Divinidad: 1 1 ; 45; 63; 65; 69; 71; episcopado: 31; 1 85; español: 23;
74; 87; 99-100; 107; 121; 123; 108; africano: 24; de Priscilia­
125-126; 130; 140; 151; 157; no: 52.
159; 162; 165-166; 173-174; esclava (ancilla Domini): 41; 173;
1 80; 1 84; 190; 194; 204; 206; 203.
209; 212-215; 227-229; 235; esencia (divina): 10; 54-55; 73-74;
239-240; 245-247; 252; 254. 87-88; 107; 113; 159; 166;
división (de naruralczas): 75; 83; 173; 1 80; 183; 203; 212.
178; 180; 210; 223; 246; 255. España: 22-23; 51-53; 57; 84;
doble (naturaleza): 41; 49; 60; 74; 147.
77; 112; 165; 232; 241. Espíritu Santo: 1 1 ; 59; 73; 85; 87;
docetismo: 9; 11; 49; 55; 71; 90; 93; 96; 1 12-114; 1 16-117;
116; 226. 124; 129-130; 134; 139; 143-
Domnos de Antioquía: 25. 144; 155; 159; 162; 165; 173-
donatismo: 17; 25. 1 74; 191; 202-205; 216; 220;
dones (divinos): 120; 1 76; 208; 222; 228.
216. estilo literario: 61; 71; retórico:
dualismo: 55; 63; 65; 72; 74. 15; rítmico: 37; de la curia
Dulcidio (notario): 132; 152. romana: 37-38; cancilleresco:
duofisismo: 46; 66; 71; 122; 234. 43.
eternidad: 69; 74; 1 18; 1 80; 212.
Efeso (concilio): 12; 16; 25; 27- Eutiques: 12; 14; 16; 25-29; 34;
29; 31; 33-34; 62; 64; 67-70; 36; 46; 49; 60-61; 63; 66; 68-
132; 146; 150; 154; 185-186; 71; 73-74; 110-112; 114; 128;
192; 206. 130-131; 134-137; 139-140;
266 ÍNDICE DE NOMBRES Y MATERIAS

143-144; 148; 151-152; 164- Gregario Nacianceno: 13; 44-45;


167; 170; 1 72-173; 1 82; !86; 1 14; 226; 240.
192; 194; 201-204; 246. Gregario de Nisa: 13; 94; 236.
Evangelio/-lista: 47-49; 63; 71;
83; 85; 99; 106-107; 1 1 1; 1 14- hereje/s: 10; 17; 19; 26; 52-53; 73;
1 15; 128-129; 136; 141; 144; 85; 96; 98; 102-103; 107; 1 1 1 -
1 52; 156; 1 72-174; 182-183; 1 12; 148; 152; 155; 162; 172-
186-188; 202-203; 213; 215- 1 74; 183; 186; 1 89; 1 94; 1 96-
216; 223; 231 -232; 252. 1 99; 204; 2 1 1 ; 21 4-215; 223;
exaltación (de Cristo): 179-1 80; 232.
21 1 -212. herejía/s: 17; 19; 23; 26; 52-54;
exinanitio: 75. 57; 62; 66; 69; 71; 83; 85-86;
exégesis alegórica: 49; 142; espi­ 93; 96; !05; 146; 148; 162;
ritual: 63; 127; 142; históri­ 164-165; 172; 1 74; 182; 186;
co-literal: 63; 142. 192; 194-195; 201-202; 204-
205; cf. obstinación herética.
fantasma (el cuerpo de Cristo): Hidacio, obispo de Mérida: 5 1 -
155; 214; cf. docetismo. 52.
Filioque: 58-59; 86. Higinio, obispo de Córdoba: 5 1 -
Flaviano: 25-28; 3 1 ; 34; 36; 60; 52.
78; 1 10; 130; 135; 137; 140; Hijo (Cristo): 1 1 ; 64; 69; 73-74;
149-150; 153-154; 164; 170-171; 85-88; 93; 1 12-1 13; 1 15; 122;
1 82; 186; 189. 126; 157; 180-181; 183; 203;
Fórmula de Unión: 12; 26; 68- 212; hijo de Abraham: 141;
69; 131; 1 37; 249; 251. 188; Hijo amado: 123; 177;
Fotino: 17; 46; 89; 162. 209; 239-240; hijo de David:
1 1 4; 141; 188; Hijo de Dios:
Galia: 16; 22-23; 147. 1 1-12; 72; 74-76; 89-90; 108;
Galicia: 51; 57-58; 81; 108. 121-122; 126; 128; 130-131;
generación (de Jesucristo): 64; 140-141; 151; 155; 159-160;
107; 1 14; 1 1 7; 141; 188; 245- 162; 164; Hijo del hombre:
246. 125-126; !51; 159; 173; 177;
género humano: 97; 141; 144; 1 80; 203; 209; 215; 223; 227;
161; 1 75; 205-206; 208; 220. 244; Hijo de María: 76; 1 06;
gloria (de Jesucristo): 71; 73; 75; 135; 141; Hijo de la promesa:
77; 1 13; 121-122; 124; 126; 96.
128; 153; 1 57; 179-180; 210- Hilario de Poitiers: 13; 22; 28;
212; 216; 222; 224; 228; 239. 36; 45-46; 50; 86; 107; 1 1 6;
gnosis/gnóstico: 51-52; 54-55; 127; 132; 138; !52; 220-222.
57; 91. hipóstasis: 67-69; 74; 246; 255.
gracia: 46; 60; 98; 145; 1 56; 160; hombre: 1 1-12; 49; 54-56; 62-63;
175-176; 207-208; 240; 245. 66; 69-70, 73; 75-77; 90-91; 93;
ÍNDICE DF. NOMBRES Y MATERIAS 267

96-97; 100-101; 107; 1 13; 1 16- inconfusas (las naturalezas): 70;


123; 125-128; 131; 134-135; 254.
140-141; 148; 151; 155; 159- indivisa (la persona de Jesucris­
162; 165; 172-181; 184; 187; to; las Personas en Dios):
203-206; 208-212; 214-215; 128; 130; 174; 204.
220-225; 227-228; 230-234; infancia (de Jesucristo): 123; 1 77;
238-239; 241-246; 251-252; 187; 209.
254; d. naturaleza humana. influencias de corte aristotélico:
hombre engañado: 1 13; 1 1 9-120; 63; platonizante: 63; griegas:
183. 46; 77; latinas: 46; 62; 64-65;
Hombre perfecto Qesucristo): 71; 73; orientales: 45; 65.
69-70; 141; 187; 230; 252; inhabitación: 63; 67.
254. inmolación (en la cruz): 1 76; 208.
horno assumptus: 63; 76; 223. Inmortal!-idad: 120-121; 231;
homousion: 87; 194. 233; 237; 245.
humanidad (de Cristo): 1 1 ; 45; Inmutable: 93; 100; 1 20; 159;
63; 66-67; 69-70; 72; 1 1 7; 165; 1 73-174; 203-204.
125; 130; 162; 165; 176; 179- inspiración (divina): 126; 131;
1 80; 208; 2 1 1 -212; 223; 235; 134; 139; 191; 216.
242-243; 245; 252; 254. Invisible: 74-75; 1 1 9; 121; 205;
humildad: 71; 74; 77; 121; 123; 221; 239.
128; 136; 176-177; 208-209. Italia: 18; 20-21; 29; 34; 38.
humillación del Verbo: 75; 158;
1 79; 2 1 1; 221. Jerónimo: 13; 46; SO; 93; 95; 98.
Jerusalén (sede): 15; 26; 33; 36;
!dacio: 57; 81; 108. 185-186.
Iglesia: 9; 11; 13-17; 19; 23-25; Jesucristo: 5; 9; 1 1 -12; 49; 55; 62;
29-30; 34-37; 40; 51-52; 54; 64; 69; 72; 76-77; 89; 1 12;
56; 58; 60; 63; 83-84; 88; 90; 1 1 4; 1 16; 121; 124; 127-130;
98; 102-104; 107; 129-130; 135; 141; 155; 1 57; 164; 173-
134-137; 139; 145; 148-150; 1 74; 176-177; 1 80; 188-1 89;
155-157; 161; 166; 1 70; 172; 194; 204-205; 208-209; 212;
183; 189; 191; 193-199; 202; 215; 222; 224-225; 227; 229;
211; 222; 226-227; 231 . 239; 243; 246; 252; 254-255.
igual/-dad (Cristo y el Padre; Jesús (referido a la humanidad):
Cristo y nosotros): 56; 76- 48; 55; 63; 72; 76; 97; 1 1 5;
77; 87; 98; 1 22; 125; 135; 128; 130; 153; 179; 188; 2 1 1 ;
140; 162; 174-175; 178-180; 222; y Cristo (referido a la
204; 207; 210-212; 229; 232; divinidad): 225; 233.
239. Juan de Antioquía: 25; 31; 68.
Impasible: 74; 121; 159; 166; 174; Juan Crisóstomo: 44; 62; 129;
1 80; 204; 212; 245. 235-237.
268 ÍNDICE DE NOMBRES Y MATERIAS

Julián, obispo de Cos: 21; 34; 44; Mediador (Jesucristo}: 1 1 8; 143;


135; 154; 199. 174-175; 179; 204; 206-207;
justificación (por gracia): 160; 2 1 1 ; 222; 232; 239.
175-176; 188; 207-208; 216. ministerio (episcopal, sacerdo­
Juvenal, obispo de Jerusalén: 15; tal): 15; 56; 81; 107; 202.
150; 185. misericordia (divina): 49; 1 19;
131-132; 155; 163; 1 80; 186;
Latrocinio: d. Efeso. 211; 235.
libello!libellus: 26; 58; 82; 105; misterio/s: 1 1-12; 48-49; 55; 61;
234. 71-72; 77; 83; 100; 104; 128;
linaje (humano): 96; 1 15; 122; 137; 142; 144; 148; 156; 159-
134-135; 141; 156; 160; 181; 161; 165-166; 175; 1 80; 1 86-
188; 214; 234. 1 87; 189; 1 9-5; 197; 207; 212;
Logos: 62-63; 67. 214-216; 222; 224.
Lusitania: 51; 57; 81; 108. monasterio/s: 17; 25-26; 34; 166;
1 70; 183; 197.
Madre (Mater): 41; 73; 90; 96; monje/s: 10; 18; 20; 26; 35; 41;
1 1 6; 140; 143; 161-162; 1 73; 170-171; 182; 192.
194; 203; Madre de Cristo: monofisismo: 1 1 ; 16; 34-35; 63;
66; Madre de Dios: 66-67; 66; 71; 131; 144; 1 70; 192.
203; 247; 251 -252; 254; monal/-idad: 71; 74; 1 1 8-1 1 9;
Madre del hombre: 66; Ma­ 128; 160; 174; 188; 204; 241.
dre del Señor: 121; 141; 173; muerte (de Jesucristo): 49; 71; 79;
203; Madre virgen: 1 1 4; 135; 96; 107-108; 1 13-114; 1 1 8;
1 59; 172. 120-121; 127-128; 160; 173;
majestad (de la divinidad): 74; 175-176; 179; 181; 183; 187;
118; 121; 140; 158; 180-181; 189; 197; 204; 207-208; 210-
212-213; 221; 227; 252. 2 1 1 ; 213-214; 220; 224-225;
manifestación (del Verbo): 54; 230; 233; 241; 245-246.
76; 123; 174; 209; 229;
232. nacimiento (de Jesucristo): 55-
maniqueos/maniqueísmo: 16; 46- 56; 70; 72-76; 89-90; 100;
47; 51-52; 54; 69; 84; 91-93; 108; 1 12-113; 1 15; 1 1 8; 121;
95-96; 104-105; 107; 155; 123; 126; 135; 140; 144; 162;
162; 1 74; 202; 204. 1 74; 181; 187-188; 205-206;
Marciano, emperador: 29-30; 36; 214; 220-221; 223-224; 238;
193. 240; 245-247; 252.
Marción: 17; 91; 1 16; 1 74; 204. naturalezas (natura, pbysis) hu­
María: 1 1 ; 66; 69-70; 73-74; 76; mana y divina: 1 1 - 12; 28; 41-
89; 1 12-113; 1 16; 135; 141; 42; 46; 48-49; 54-55; 60; 63-
162; 165; 1 72; 1 84; 203; 220; 77; 88; 90; 93-94; 96;
226; 252; 254. 100-101; 107; 1 12; 1 14; 1 16-
fNDICE DE NOMBRES Y MATERIAS 269

1 1 8; 120-126; 128-131; 135; Pascua/-1 (celebración de la P.;


140-141; 144; 151; 155-162; fecha, carta): 18; 23; 167-169;
165; 169; 172-175; 177-178; 237-239.
180-181; 183-184; 187-188; Pasión (de Jesucristo): 47; 53; 87;
1 90; 203-204; 207; 209-210; 108; 127-129; 256; 183; 187;
212-214; 220-228; 230-247; 225; 227.
252; 255. Pastor, obispo de Palencia: 58-59.
Ncstorio/nestorianismo: 1 1 -12; pecar/pecado/pecadores: 55-56;
15-16; 26; 31; 34; 62; 64; 66- 73; 77; 96-97; 1 13-114; 1 1 9-
67; 69; 71; 122; 134-135; 140; 120; 130; 143-144; 1 59-160;
162; 166-167; 172; 182; 202- 175-177; 181; 188; 207-209;
203; 219; 234; 243-244; 246. 214; 230; 235; 254.
Nicea (concilio): 22; 28; 30-32; Pedro, apóstol: S; 17; 20-21; 32;
61; 67-68; 143; 148; 168; 194; 126; 129; 150-152; 194; 210-
205; 229; 244; 251. 2 1 1 ; 220.
Nuevo Testamento: 47-48; 82; Pedro Crisólogo, obispo de Rá­
92; 1 1 1 ; 141-142; 189; 247. vena: 20.
pelagianismo/pelagianos: 14; 16;
obediencia (de Jesucristo}: 87; 18-19.
160; 179; 211. perdón: 49; 136-138; 145; 155;
oblación (de Cristo): 176; 207. 193; 196; 199.
obstinación herética: 1 36; 140; perfección (de las naturalezas):
144-145; 1 79; 186; 193; 197; 56; 69-70; 1 1 8; 141; 165; 1 87;
211. 224; 229-230; 239; 242; 252;
operaciones (de las naturalezas): 254.
75-76; 124; 157; 177-178; Personalprosopon (de Jesucris­
180; 209-210; 212; 223. to}: 1 1 -13; 49; 54; 60; 63-67;
Orígenes: 238-240; 247. 70; 72-77; 85; 87; 106-107;
origen de Cristo: 90; 125; 141; 1 10; 1 17; 122; 124-126; 128;
144; 158; del género humano: 143; 147; 151; 162; 165-66;
144. 1 72; 177-178; 1 80; 184; 203;
ortodoxia: 29; 33; 53; 131; 197; 209-210; 212; 215; 222-223;
246-247. 225-226; 228; 232; 235; 240;
244; 246; 252; 255.
Pablo de Samosata: 17; 89. plenitud (de sus naturalezas): 62;
Palestina: 15; 34; 41; 170. 74; 99; 120; 157; 181; 213;
panicipación (de la humanidad 229-230; de los tiempos: 69;
de Cristo): 73; 93; 1 19; 144; 159; 162; 214; 223.
176; 208; 237; 239; 246. Pobreza (de Cristo): 181; 213;
parto virginal de María: 41; 108; 238-239.
123; 165; 173-174; 203; 206, pontificado (de León Magno): 1 O;
220-221 ; 225. 13; 15-16; 25; 36; 59; 176; 208.
270 :fND[CF DE NOMBRES Y MATERIAS

predicar: 1 1 ; 36; 66; 85; 91; 99; regeneración espiritual: 96; 1 1 1 ;


107; 1 14; 129; 171-172; 186- 144-145; 161.
188; 193; 195; 202; 205; 211; Reino de Dios: 227; de la muer­
21 5-216; 222; 239. te: 241.
presbítero/s: 15; 24; 91; 1 1 1 ; 132; renacer/renacidos: 96-97; 145;
138; 152; 182; 185; 199. 160; 1 75; 207.
prevaricación (de Adán): 97; 120; repara< (el pecado): 103; 1 1 9; 188
175; 207. rescatar (del pecado): 129; 179;
Primado de Roma: 22-24; 33-34. 211.
Prisciliano/priscilianismo: 50-60; restaurar (al hombre caído): 1 13;
82-85; 91; 97; 102-105; 107. 165.
Profesión de fe: 26; 29; 31; 67; Resurrección de Cristo: 71; 90-
1 12; 205; 216. 92; 95; 100; 1 06-108; 127-
profeta/profecía: 47; 56; 85; 99; 128; 156-1 57; 1 60; 168; 173;
106; 1 1 1 ; 1 15; 141; 159-160; 176-177; 1 87; 189; 204-205;
183-184; 192; 195; 215; 230; 208-210; 225; 230; 233; 236;
235; 238; 255. 244-246.
propiedades (de las naturalezas): Roma: 9-10; 14-18; 20-30; 34; 36;
67; 70; 75-76; 107; 1 19-121; 38; 42-43; 48; 62; 64; 88; 91;
128; 1 5 1 ; 177-178; 209; 224; 104; 1 1 3; 155; 185; 199.
255.
Próspero de Aquitania: 14; 20; Sabelio/sabelianismo: 17; 86;
27; 37; 61; 1 14. 220.
Protógene (cónsul): 133; 138; Sabino, obispo: 229; 241.
149; 153; 163. sacerdocio/-tal: 1 8-20; 28; 56;
Pulqueria, emperatriz: 29-30; 84-85; 105; 107-108; 139;
134; 139; 154; 242. 146; 154-155; 186; 189; 196-
198.
realidad (del cuerpo de Cristo): sacramento: 19; 41; 96-97; lOO;
9; 48-49; 62; 66; 71-74; 107; 142; 156; 161; 183.
1 16-1 17; 135-136; 140; 142; sacrificio (de Cristo): 176; 197;
156-157; 165; 173-175; 1 77- 207-208.
178; 1 �8; 194; 204; 206-207; Sagrada Escritura (Biblia): 43;
209-210; 214-215; 240-241; 47; 49-50; 63; 71 -72; 95; 100-
246. 102; 1 1 1 - 1 12; 1 1 5; 125; 127;
reconciliación (del hombre con 156; 215; 219; 246; 251.
Dios): 142; 175-176; 206-207; salvación del hombre: 49; 69; 71;
214. 77; 107; 127-128; 137; 141;
Redención/Redentor: 91; 1 14; 148; 1 56; 160-161; 165; 1 76;
120; 130; 143; 161; 175-176; 1 79; 182; 186-187; 205; 208;
1 79; 181; 1 89; 196; 206-208; 2 1 1; 214; 216; 220; 222; 224;
2 1 1 ; 213. 238; 245; 252; 254.
ÍNDICE DE NOMBRES Y MATERIAS 271

Salvador Gesucristo): 92; 106; 225-229; 236-239; 243; 245-


1 19; 126; 156; 166; 1 76; 178; 246; 252; 254-255.
183; 1 87; 207; 214. sepulcro (de Cristo): 1 06; 108;
sangre de Cristo (del costado de 124; 178; 183; 187; 2 1 0; 230;
C.): 129-130; 144; 1 5 1 ; 1 56; 233.
160-161; 1 75-176; 179; 1 8 1 ; Siervo Qcsucristo, en su condi­
197; 207; 2 1 1 ; 214; 242; 246. ción de s.): 47; 87; 120; 135;
Santa Sede: 15; 38. 140; 143; 159; 175; 1 79; 180-
santificación: 129-130; 220; 238. 181; 184; 1 87; 207; 21 1 -213;
Santos Padres: 3 1 ; 44; 49-50; 1 1 1; 225; 229-230; 233; 239.
1 16; 140; 148; 165-166; 172; Símbolo de la fe: 28-31; 55; 58-
1 74; 1 89; 194; 205; 215; 219; 59; 67-68; 72-73; 86; 107;
229; 247; 251; 254-255; pa­ 1 1 1; 1 13; 146; 148; 156; 183;
dres griegos/orientales: 13; 205; 216; 231; 253; 255.
44-45; 205; 219; padres lati­ Sínodo/s; Cf. concilios.
nos/occidentales: 13; 45; 47- Sixto Ill, papa: 14-16.
48; 50; 219.. sujeto (la Persona del Verbo): 64;
Sede Apostólica: 9; 19; 22; 24; 66-67; 73-74; 77; 222.
26-27; 42; 136; 144-145; 147; sustancia (de nuestra misma s.):
1 5 1; 198; Romana: 19-20; 25- 55; 74; 93; 140; 144; 159; 165;
26; 36; 151; 1 89; 198; de 173; 1 84; 194; 205; 226; 228-
Pedro: 5, 17. 229; 231; 234.
Segunda Roma: Cf. Constanti­
nopla. Teodoreto de Ciro: 33; 60; 62;
semejante (a nosotros): 123; 67; 69; 232.
135; 140; 143; 157; 159; 1 79; Teodoro de Mopsuestia: 62.
2 1 1 ; 230; 239-240; 242; 246; Teodosio ll, emperador: 25; 27;
254. 29; 67; 84; 1 10; 134; 137; 146;
seno (de María virgen): 1 1 ; 71; 150-151; 154.
73; 96; 1 1 6; 121; 160; 178; Teófilo de Alejandría: 44; 168;
205; 210; 221; 238; 245. 237-239.
sentencia conciliar: 27; 60; 186; Tertuliano: 46; 64-66; 85-86; 93;
imperial: 52; papal o episco­ 100; 108; 1 15-1 16; 120; 220.
pal: 84; 1 3 1 ; 136; 167. Theotokos: Cf. María, Madre de
Señor Oesucristo): 17; 56; 69; 77; Dios.
82; 89-90; 96; 106; 1 12; 1 1 6; Tinieblas del pecado: 49; 94;
121; 123-124; 126-128; 130; 202; 2 1 1 ; 215; de la ignoran­
132; 135; 137; 1 39; 141; 145; cia: 37; 156; 179; de los pa­
148; 151-153; 156-157; 161; ganos: 83.
164-166; 168; 173; 176-180; Todopoderoso (Dios): 73; 1 12-
183; 186-189; 194-198; 201- 1 13; 205.
205; 208-212; 215-216; 222; Toledo: 54-55; 58; 86; 90; 103.
272 ÍNDICE DE NOMBRES Y MATERIAS

Tomus ad Flavianum: 12; 18; 23; vándalos: 21; 23; 34; 84; 147.
28; 31-33; 41; 45; 60-61; 64- vencer/vencedor: 49; 77; 98; 113;
65; 70-72; 74; 78; 1 12-113; 144; 236; cf. victoria.
121; 132; 135; 164; 166-167; Verbo (de Dios): 9; 1 1, 48-49;
192; 199; 253. 62-64; 66-67; 69-75; 77; 88-
Toribio de Astorga: 23; 54; 56- 90; 1 12; 116-117; 122; 128;
57; 81; 84; 108. 131; 137; 140; 143; 157-1 58;
Tradición: 71; 156; 215; 151; la­ 160; 162; 165-166; 172-175;
tina: 62; 64-65; 71; 73; orien­ 177-178; 180-184; 1 89; 203-
tal: 45. 204; 206; 209-10; 212-214;
tradiciones cristológicas: 62, 65; 222; 228-229; 233-234; 238;
251; 253. 242-247; 252; 255.
Trinidad: 55; 76, 85-89; 93; 107; víctima (Cristo): 176; 207.
113; 159; 1 74; 204; 233. victoria (sobre la muerte): 130;
1 76; 208.
unidad (de la Persona de Cristo): vínculo: 67; 84; 175; 207.
1 1 ; 32; 63-64; 67; 70; 72-73; virgen (virgo): 11; 55; 67; 69-
75-77; 86-87; 93; 121; 125; 71; 73-74; 76; 89; 108; 1 12-
165; 174; 180; 204; 212; 222; 1 14; 1 1 6-1 1 7; 121; 123; 126;
231; 235; 243-244; 253. 140-141; 143; 159-160; 162;
Unigénito: 55; 71; 73; 89-90; 108; 165; 172-174; 1 77-1 78; 180;
113; 126; 128; 131; 155; 160; 184; 187; 194; 203; 205-206;
164; 174; 1 80; 204-205; 212; 209-2 1 0; 212; 220-221; 223;
221; 223; 233; 240; 242-244; 229; 240; 245; 247; 251 -252;
254-255. 254.
Unión hipostática: 1 1 ; 41-42; 45; virtud/es: 55-56; 83; 87; 96; 99-
61-62; 67-72; 74-75; 77; 119; 101; 126; 157.
130; 165; 173; 180; 203; 212; voluntad (de Dios, de Cristo):
220; 234; 243-246; 255. 49; 70; 120; 213; 244.
voz del Padre: 123; 1 77; 188; 209;
Valentín/valentinianos: 17; 69; de Cristo: 124; 187; 194; 221.
116; 140; 202.
Valentiniano III: 20; 22; 147; Zaragoza: 51-52.
156. zodiaco: 56; 83; 101.
ÍNDICE GENERAL

SIGLAS Y ABREVIATURAS .................................... . ........... 7


INTRODUCCION ........................ . ................ . ........... . ............ 9

l. VIDA Y ÉPOCA DE LEÓN MAGNO ................................. 13


1. Juventud y elección de León . ..................................... 14
2. León, obispo de Roma y papa ................................... 17
3. León y Occidente ......................................................... 22
4. León y Oriente ............................................................. 25
a) El concilio de Constantinopla (448) ................... 26
b) El Latrocinio de Efeso (449) ................................ 27
e)El concilio de Calcedonia (451) ........................... 30
5. Últimos años de León ................................................. 34

Il. OBRA Y DOCTRINA .......... . ........ . ... . ............................ . ...... 36


1 . El género epistolar pontificio. Epistolario leoniano . 36
2. Fuentes de la obra de León Magno . .............. ............ 44
3. León Magno y la Sagrada Escritura .......................... 47

III. LAS CARTAS CRISTOLÓGICAS .......... ..


. ........... .. .
. .......... . ... 50
1. Carta 15 ......................................................................... 50
a) Prisciliano y «el priscilianismo» ......................... . .. 50
b) Carta a Toribio, obispo de Astorga .................... . 56
2. Carta 28: Tomus ad Flavianum ..................... ..... . . ...... 60
a) Contexto antropológico y cristológico ...... .. . ........ 61
b) Nestorio y Eutiques ................................................ 66
e) Teología del Tomus ...... . ..... ... . .. ......... . . . . .......... . . .... 70
3. Las demás cartas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ....... 78
274 {NDICE GENERAL

León Magno
CARTAS CRISTOLÓ GICAS

CARTA 1 5
A Toribio, obispo de Astorga
Prólogo .
..................................... .................................................. 81
1 . Lo que impíamente creen los priscilianistas sobre la Tri-
nidad de personas en Dios . . . . . . ......................................... 85
2. Sobre las virtudes que hacen proceder de Dios ............. 87
3. Se afirma que el Hijo de Dios se llama el Unigénito so-
lamente porque nació de la Virgen .................................. 89
4. Ayunan en el día del nacimiento del Señor y en el do-
mmgo . . . . .
..................................... . .. .................... .................. 90
5. Defienden que el alma del hombre es de naturaleza di-
vma . .
.......................................... ...................... ..................... 93
6. Dicen que el diablo nunca ha sido bueno ni ha sido
obra de Dios, sino que procede del caos y de las tinie-
blas ......................................................................................... 94
7. Condenan el matrimonio y el uso del mismo ............... 95
8. Dicen que el cuerpo humano ha sido formado por el
diablo y niegan la resurrección de la carne .................... 95
9. Dicen que los hijos de la promesa han sido concebidos
por el Espíritu Santo ......................................................... 96
10. Afirman que a las almas que han pecado en el cie­
lo se las castiga en sus cuerpos por el delito del pe-
cado .. . . . ................................................................................ 97
1 1 . Cargan un designio fatal sobre los hombres .................. 98
12. Ponen a las almas y a los miembros del cuerpo bajo de-
terminados poderes . .......... ................................................. 99
13. ¿Cuál es la ciencia de las Escrituras que defienden? ..... 100
14. Ponen al hombre bajo el poder de los astros y de los
s1gnos . .
................................. ......................... ....................... 101
15. Adulteran las Escrituras verdaderas e introducen las
falsas .
...................... .............................................................. 102
16. Sobre los escritos de Dictinio .......................................... 103
17. Epílogo: ¿Por qué la carne de Cristo ha descansado ver-
daderamente en el sepulcro? ............................................. 106
ÍNDICE GENERAL 275

CARTA 28: «Tomus ad flavianum»


A Flaviano, obispo de Constantinopla
1. La presunción y la ignorancia han abocado a Eutiques
al error ................................................................................. 110
2. Sobre el doble nacimiento y la doble naturaleza de
Cristo . . ........................................ . ........... . ............................ 1 12
3. Se explica la fe y el proyecto de Dios acerca de la En-
carnación del Verbo ........................................................... 117
4. Se exponen las propiedades de cada una de las natura-
lezas y nacimientos de Cristo ............... .. .... ......... .. ..
........ 121
S. Se muestra la verdad de la carne en Cristo por la Es-
critura .
....................... .
...................................................... ... 125
6. La falaz y falsa confesión de Eutíques. Sí se arrepiente,
ha de ser readmitido a la comunión dela Iglesia. Se en-
vían legados a Oriente ....................................................... 130

CARTA 30
A Pulqueria, emperatriz
1. Cristo es un hombre de nuestro linaje. Errores de Nes-
torio y Eutiques .......................................... ;...................... 134
2. Al atacar la realidad de la carne en Cristo, toda la fe
queda perturbada ............................................................... 136

CARTA 31
A Pulqueria, emperatriz
1. El papa solícita l a vigilancia de Pulqueria contra Eutí-
ques ...................................................................................... 139
2. Es esencial para la salvación del hombre que Cristo sea
no solamente hombre, sino también un hombre de
nuestro mismo linaje ......................................................... 141
3. El nacimiento de los cristianos tiene su origen en el na­
cimiento de Cristo. La obstinación de Eutiques y la me-
sura de la Sede Apostólica .............................................. .. 144
4. La costumbre, la dificultad del momento, la caridad de
los conciudadanos romanos impiden que el papa León
asista al Concilio. La última herejía perturba el Símbo-
lo apostólico ....................................................................... 146
276 ÍNDICE GENERAL

CARTA 33
Al «segundo Sínodo» de Efeso

l. Se prueba la fe en l a Encarnación a partir d e la confe-


sión de Pedro ................................. ..................................... 150
2. Se convoca un concilio para terminar con el error y para
reconducir a los herejes a la verdad ................................ 152

CARTA 59
Al clero y al pueblo de la ciudad de Constantinopla

l. S e alegra d e que estén siempre unidos a Flaviano y de


que se opongan al error 154
....................................................

2. La realidad de la carne de Cristo queda probada desde


el misterio de la Eucaristía 156
...............................................

3. La realidad de la carne de Cristo también queda pro­


bada por el impulso dado sobre todo lo creado, así
como por las operaciones y padecimientos de su cuer-
po 157
.........................................................................................

4. Necesidad de la Encarnación para purificar la culpa de


Adán y las profecías que la preanunciaron 160 ....................

5. Varios errores contra la creencia de la Encarnación 162 .....

CARTA 88
A Pascasino, obispo de Lilibeo

l. Envía a Pascasino su célebre carta, el Tomus a d Flavia­


num, en la que se instruye al delegado que va a ir al Sí-
nodo ........................ ............................................................. 164
2. Se defiende la doble naturaleza en Cristo en contra de
lo que sostiene Eutiques .
........................ .......................... 165
3. Le envía los testimonios de los Santos Padres acerca de
la Encarnación del Señor y le anuncia que también se
han sumado al Tomus ad Flavianum los obispos de las
diócesis orientales .. ............. .. ........... .. .. ........... .. .. ............
.... 166
4. Se pide que se estudie lo más rápidamente posible lo re-
ferente a la Pascua del año 455 ........................................ 167
lNDICE GENERAL 277

CARTA 124
A los monjes de Palestina
1. Sobre la distorsionada interpretacwn dada por los
monjes de Palestina a la carta de san León a Fla-
Vlano .................................................................................... 170
2. Tanto Eutiques, que confunde las naturalezas en Cris­
to, como Nestorio, que duplica las personas en Cristo,
han de ser condenados ................. .... ...
.............................. 172
3. No es de Cristo quien no confiesa que nuestra natura-
leza participa en El .. ............... .. ................................ .. ....... 1 74
4. Solamente son purificados por la sangre de Cristo quie­
nes, habiéndose ofrecido, habiendo sufrido y muerto en
su carne, triunfaron en El ......... . . . . . . . . .... .... . . . . . . .. . .. .. .. . . . . . . . . . 175
S. Se declaran, a partir de la cualidad de sus obras, las pro-
piedades de una y otra naturaleza .................................. . 177
6. Cada una de las naturalezas se han unido en la única
persona sin confusión .. . ..
......................................... . ... ..... . 178
7. Nada se ha añadido al Hijo de Dios si no es en su con-
dición de siervo . . . . . .. ............. .. ................. ...................
.. . . .. . . 180
8. Se queja a los monjes de los escándalos que han surgi-
do de su propio furor .. . . . . .. .. .... . .. . .......... ....... .............. ...... 182
9. Se les exhorta a que se arrepientan y a que acojan la fe
verdadera ... ................... ............... ................. .. ................. .... 184

CARTA 139
A Juvenal, obispo de Jerusalén
1. L e alegra que él haya sido recibido en su sede sin ocul-
tar el enredo provocado por el obispo anterior . .. .. . . . ... . 185
2. Los propios lugares de los misterios le enseñan 187 ...........

3. Se defiende la realidad de nuestra carne en Cristo desde


la realidad de la Crucifixión . . . . . ..... . . . . . . . . . . .
........ 188 .... . . .. . . . .....

4. Se enseña a los herejes todo lo relativo a la Encarnación


del Señor a partir de las páginas de cada uno de los dos
Testamentos ................................................. ...................... 189
.
278 ÍNDICE GENERAL

CARTA 156
A León !, emperador
1. Después del Sínodo de Calcedonia no ha de volverse a
tocar nada referido al tema de la fe ................................ 191 .

2. El que examina de nuevo la verdad defendida por la


Iglesia es el Anticristo ...................................................... . 193
3. No es lícito proteger a los asesinos del obispo de la Igle-
sia de Alejandría ................................................................ . 195
4. Las peticiones presentadas al emperador León I tanto
por los católicos como por los herejes. En qué se dife-
rencian ................................................................................ . 196
5. Todos los ministerios y misterios de la religión cristia­
na se han interrumpido en la iglesia de Alejandría ....... 197
6. Promete los documentos más favorables en torno a la
fe; censura la negligencia de Anatolio y confía en los ca-
tólicos .................................................. ............................... . 198

CARTA 165
A León !, emperador
1 . Le notifica que le envía los escritos prometidos tiempo
atrás contra la herejía de Eutíques .................................. 201 .

2. Se exponen las creencias de Nestorio y Eutiques, que


siguen las huellas de Apolinar, Valentiniano, y los ma-
niqueos ............................................................................... . 202
3. Se muestra que todos estos errores han sido condena-
dos por el Símbolo de Nicea .......................................... 205 ..

4. La reconciliación del hombre pende de la Encarnación,


sin la cual Cristo no hubiera llevado a cabo su misión
de Mediador y Redentor .................................................. 206 .

5. Solamente por el sacrificio de Cristo el mundo se ha re­


conciliado con Dios y los pecadores han sido justifi-
cados 207
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

6. En Cristo, las propiedades de cada una de las naturale­


zas se manifiestan en las distintas acciones de éste ....... 209
7. Se prueba la realidad de la carne en Cristo a partir de
la realidad de su muerte, de su sepultura y de su Resu-
rrección .............................................................................. . 210 .
ÍNDICE GENERAL 279

8. La exaltación de Cristo no se hubiera podido alcanzar


si no es en la verdadera naturaleza del hombre ............. 212
9. Con la intención de honrar a la Divinidad, se le hace
una gran injuria cuando se sostiene que Cristo se deja
ver bajo la apariencia de un fantasma ............................. 214
1 O . Se confirma la fe católica desde la Tradición de los San-
tos Padres. Es digno del emperador, ante todo, defen-
derla 215
. . . . . . . . . . . . . . . . . ................. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ..........................

APÉNDICE DE LA CARTA 165


Antología de textos patrísticos 217

APÉNDICE
Fórmula de Unión . . . . . . . . . . . . .................................................. 251
Definición de Calcedonia .................................................. 253

ÍNDICE BIBLICO ...........•............................................................. 257

ÍNDICE DE NOMBRES Y MATERIAS . . . . . . . . . . . . . . . . .......................... 261


Editorial Ciudad Nueva
BIBLIOTECA DE PATRÍSTICA

1 - Orígenes, COMENTARIO AL CANTAR DE LOS CANTARES,


2.' Ed., 326 págs.

2 - Gregorío Nacianceno, HOMILÍAS SOBRE LA NATIVIDAD,


2." Ed., 154 págs.

3 - Juan Crísóstomo, LAS CATEQUESIS BAUTISMALES,


218 págs.

4 - Gregorío Nacianceno, LA PASIÓN DE CRISTO,


162 págs.

5 - San Jerónimo, COMENTARIO AL EVANGELIO DE SAN


MARCOS,
2.' Ed., 136 págs.

6 - Atanasio, LA ENCARNACIÓN DEL VERBO,


118 págs.

7 - Máximo el Confesor, MEDITACIONES SOBRE LA AGONÍA


DE JESÚS,
100 págs.

8 - Epifanio el Monje, VIDA DE MARÍA.


148 págs.

9 - Gregorio de Nisa, LA GRAN CATEQUESIS,


2.' Ed., 172 págs.
10 - Gregorio Taumaturgo, ELOGIO DEL MAESTRO CRISTIANO,
2." Ed., 176 págs.

1 1 - Cirilo de Jerusalén, EL ESPÍRITU SANTO,


2." Ed., 108 págs.

12 - Cipriano, LA UNIDAD DE LA IGLESIA,


144 págs.

13 - Germán de Constantinopla, HOMILÍAS MARIOLÓGICAS,


196 págs.

14 - Cirilo de Alejandría, ¿POR QUÉ CRISTO ES UNO?,


1 3 8 págs.

15 - Juan Crisóstomo, HOMILÍAS SOBRE EL EVANGELIO DE


SAN JUAN,
354 págs.

1 6 - Nicetas de Remesiana, CATECUMENADO DE ADULTOS,


148 págs.

17 - Orígenes, HOMILÍAS SOBRE EL ÉXODO,


228 págs.

18 - Gregorio de Nisa, SOBRE LA VOCACIÓN CRISTIANA,


132 págs.

1 9 - Atanasio, CONTRA LOS PAGANOS,


128 págs.

20 - Hilario de Poitiers, TRATADO DE LOS MISTERIOS,


122 págs.

21 - Ambrosio, LA PENITENCIA,
140 págs.

22 - Gregorio Magno, LA REGLA PASTORAL,


420 págs.
23 - Gregorio de Nisa, SOBRE LA VIDA DE MOISÉS,
252págs.

24 - Nilo de Ancira, TRATADO ASCÉTICO,


252 págs.

25 - San Jerónimo, LA PERPETUA VIRGINIDAD DE MARÍA,


104 págs.

26 - Cesáreo de Arlés, COMENTARIO AL APOCALIPSIS,


190 págs.

27 - Atanasio, VIDA DE ANTONIO,


148 págs.

28 - Evagrio Póntico, OBRAS ESPIRITUALES,


296págs.

29 - Andrés de Creta, HOMILíAS MARIANAS


192 págs.

30 - Gregorio Nacianceno, LOS CINCO DISCURSOS TEOLÓGICOS,


288 págs.

31 - Gregorio de Nisa, VIDA DE MACRINA - ELOGIO DE BASILIO,


176 págs.

32 - Basilio de Cesarea, EL ESPÍRITU SANTO,


280 págs.

33 - Juan Damasceno, HOMILÍAS CR!STOLÓGICAS Y MARIANAS,


232 págs.

34 - Juan Crisóstomo, COMENTARIO A LA CARTA A LOS GÁLATAS,


200 págs.

35 - Gregorio Nacianceno, FUGA Y AUTOBIOGRAFÍA,


272 págs.

36 - Dídimo el Ciego, TRATADO SOBRE EL ESPÍRITU SANTO,


208págs.
37 - Máximo el Confesor, TRATADOS ESPIRITUALES,
256 págs.

38 - Tertuliano, EL APOLOGÉTICO,
256 págs.

39 - Juan Crisóstomo, SOBRE LA VANAGLORIA


LA EDUCACIÓN DE LOS HIJOS Y EL MATRIMONIO,
268 págs.

40 Juan Crisóstomo, LA VERDADERA CONVERSIÓN,


-

232 págs.

41 - Ambrosio de Milán, EL ESPÍRITU SANTO,


280 págs.

42 - Gregorio Magno, LIBROS MORALES /1,


408 págs.

43 - Casiodoro, INICIACIÓN A LAS SAGRADAS ESCRITURAS,


240 págs.

44 - Pedro Crisólogo, HOMILÍAS ESCOGIDAS,


256 págs.

45 - Jerónimo, COMENTARIO AL EVANGELIO DE MATEO,


352 págs.

46 · León Magno, CARTAS CRISTOLÓGICAS,


288 págs.
Próximos volúmenes�·:

- Diadoco de Fotice, OBRAS ESPIRITUALES

- Orígenes, HOMILÍAS SOBRE EL GÉNESIS

- Gregorio de Nisa, LA VIRGINIDAD

- Gregorio Magno, LIBROS MORALES/2

- Orígenes, HOMILíAS SOBRE EL CANTAR DE LOS CANTARES

- Juan Crisóstomo, HOMILÍAS SOBRE EL EVANGELIO DE


SAN JUAN/2

- LOS PADRES APOSTÓLICOS

:¡. El presente orden no prejuzga el orden real de aparición ni el


título definitivo de las obras.
Biblioteca de Pattútica

Los Padres siguen constituyendo hoy en


día un punto de referencia indispensable
para la vida cristiana.
Testigos profundos y autorizados de la
más inmediata tradición apostólica, paní­
cipes directos de la vida de las comunida­
des cristianas, se destaca en ellos una ri­
quísima temática pastoral, un desarrollo
del dogma iluminado por un carisma es­
pecial, una comprensión de las Escrituras
que tiene como guía al Espíritu. La pene­
tración del mensaje cristiano en el am­
biente socio-cultural de su época, al im­
poner el examen de varios problemas a
cual más delicado, lleva a los Padres a in­
dicar soluciones que se revelan extraordi­
nariamente actuales para nosotros.
De aquí el «retomo a los Padres� me­
diante una iniciativa editorial que trata de
detectar las exigencias más vivas y a veces
también más dolorosas en las que se de­
bate la comunidad cristiana de nuestro
tiempo, para esclarecerla a la luz de los
enfoques y de las soluciones que los Pa.3
dres propor.cionan a sus comunidades.
Esto puede ser además una garantía de
certezas en un momento en que formas de
pluralismo mal entendido pueden ocasio­
nar dudas e incertidumbres a la hora de
afrontar problemas vitales.
La colección cuenta con el asesoramiento
de importantes patrólogos españoles, y las
obras SOf!. preparadas por profesores com­
petentes y especializados, que traducen en
prosa llana y moderna la espontaneidad
con que escribían los Padres.

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