La Bienaventuranza Del Que Teme A Jehova

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La bienaventuranza del que teme a Jehová

(Salmo 128)
Introducción
Este salmo está muy relacionado con el anterior, en el que se trataron temas como la
edificación de la casa y la bendición de los hijos. Podríamos decir que lo complementa,
introduciendo a la esposa en la intimidad del hogar. El cuadro que se nos presenta es el
de una familia ideal: el hombre llega a casa cansado de su trabajo pero satisfecho, allí le
espera su esposa, cuyo calor llena el hogar, y los hijos, llenos de vida y de vigor en torno
a la mesa.
Curiosamente, en ambos salmos se habla de la bienaventuranza de Dios en términos de
familia y trabajo, conceptos que el mundo moderno, y a veces los cristianos, no asocian
con una vida bendecida. Sin embargo, no hay duda de que cada persona tiene que tomar
decisiones importantes en estas dos áreas, y dependiendo de ellas así será su futuro y el
de los que le sigan.
En este sentido, estudiar este salmo nos ayudará a reflexionar sobre la importancia de
cultivar una vida familiar en el temor de Dios. Recordemos que este salmo era uno de los
que se cantaban cuando las familias enteras peregrinaban a Jerusalén para allí adorar
juntas a Dios. Por lo tanto, su contexto tiene que ver con la bendición de Dios sobre las
familias que adoran juntas. Y también se nos hablará de la bendición que supone para la
vida familiar, después de un duro día de trabajo, comer juntos alrededor de la mesa en
gozosa comunión, un momento donde cada miembro aporta su propia bendición a la vida
familiar, al mismo tiempo que es enriquecido por los demás.
Resulta interesante reflexionar sobre las bendiciones a largo plazo implícitas en una vida
familiar centrada en Dios, porque con mucha frecuencia enfatizamos el efecto que la
iniquidad de los padres tiene sobre las siguientes generaciones (Ex 20:5), pero no
siempre se habla del mismo modo de las bendiciones que los justos pueden transmitir a
las próximas generaciones. Veamos una ilustración:
Un equipo de sociólogos del estado de Nueva York intentó una vez calcular la
influencia duradera de la vida de un padre sobre sus hijos y los que siguieron en las
generaciones posteriores. En este estudio se investigó a dos hombres que vivieron
al mismo tiempo en el siglo XVIII. Los legados duraderos que cada hombre dejó a
sus descendientes son tan diferentes como la noche y el día.
El primer hombre fue Max Jukes, un incrédulo, un hombre sin principios. Su esposa
también vivió y murió en incredulidad. ¿Qué tipo de influencia duradera dejó él a su
familia? Entre los 1.200 descendientes conocidos de Max Jukes se encontraban:
440 vidas de puro libertinaje, 310 pobres y vagabundos, 190 prostitutas públicas,
130 criminales convictos, 100 alcohólicos, 60 ladrones habituales, 55 víctimas de la
impureza y 7 asesinos. No es exactamente un legado distinguido.
El otro hombre estudiado fue Jonathan Edwards, el célebre pastor colonial y teólogo.
Este renombrado erudito fue el principal instrumento que Dios usó para provocar el
Gran Despertar en la América colonial. Jonathan Edwards provenía de una herencia
piadosa y se casó con Sarah Pierrepont, una mujer de gran fe. Juntos, buscaron
dejar un tipo de legado completamente diferente. Entre sus descendientes varones

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estaban: 300 clérigos, misioneros o profesores de teología, 120 profesores
universitarios, 110 abogados, más de 60 médicos, más de 60 autores de buenos
libros, 30 jueces, 14 presidentes de universidades, numerosos gigantes de la
industria americana, 3 congresistas de Estados Unidos y 1 vicepresidente. Apenas
existe una gran industria estadounidense que no haya tenido a uno de los
descendientes de Jonathan Edwards entre sus principales promotores. Este fue un
legado que perdura, uno que honra y glorifica a Dios.

La fuente de la verdadera bendición


(Sal 128:1) "Bienaventurado todo aquel que teme a Jehová, que anda en sus
caminos.”
1. La felicidad, el anhelo de toda la humanidad
El salmo comienza con una bienaventuranza: “Bienaventurado”, que es un término que se
puede traducir por “feliz”, “dichoso”.
Un deseo básico de todas las personas en todas partes, ya sea que se salven o se
pierdan, es ser felices. Nadie quiere ser miserable. Todos quieren estar contentos y
satisfechos. Y el cristiano no es una excepción. Pero la pregunta clave es: ¿Dónde se
encuentra la felicidad?
La “bienaventuranza” de la que trata el salmo tiene que ver con asuntos espirituales, con
aquellos favores que Dios da a su pueblo. Es el mismo tipo de bendiciones que el Señor
prometió en su Sermón del Monte a todos aquellos que lo siguieran (Mt 5:3-12). Y
también el primer salmo comienza de la misma manera; asegurando gozo y paz a los que
meditan en su Palabra (Sal 1:1-3). Por lo tanto, según la Palabra de Dios, la verdadera
felicidad sólo se encuentra en relación con Dios.
Este tipo de felicidad es muy diferente a la que promete el mundo, que siempre está
relacionada con cosas como el dinero, las posesiones, la popularidad, la posición social,
el prestigio… Además, muy frecuentemente, se asocia también con una vida mundana
alejada de Dios y de sus principios morales.
Pero la Biblia afirma con claridad que la felicidad del ser humano no está determinada por
su condición física o financiera, sino por su condición espiritual, por eso dice:
“Bienaventurado todo aquel que teme a Jehová”.
2. El temor de Dios
Pero ¿a qué se refiere este temor? Debemos comenzar aclarando que no se trata del
espanto que proviene de una conciencia culpable, o del terror ante un Dios majestuoso e
implacable. Nada tiene que ver con el temor paralizante que podría sentir un rebelde que
rinde sus armas después de haber sido vencido por un soberano al que antes había
insultado y ultrajado. Tampoco se trata de los sentimientos de un hombre que ha llegado a
la bancarrota por causa de sus prácticas fraudulentas y ha sido descubierto por sus
acreedores. O los de un criminal que es presentado ante la justicia con todas las pruebas
en su contra. En todos estos casos es evidente que este temor no puede resultar en la
bendición de la que se trata aquí.
El temor del Señor del que con frecuencia nos habla la Biblia, no significa terror ante su
ira o su juicio, sino que sugiere asombro ante la misericordia recibida por Dios. No implica
temor a Dios, sino miedo a desagradarle, a decepcionarle después de todo lo que él ha
hecho por nosotros. Por lo tanto, se trata de un temor que emana de un amor ardiente por

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Dios y una profunda reverencia hacia él. Podemos decir que incluye tanto la sumisión
como el amor.
Así que, el salmista advierte que todos aquellos que quieran ser participantes de la
bendición de Dios deben con sinceridad de corazón dedicarse por completo a él.
Para que esto sea una realidad Dios debe ser tomado en serio. No se puede jugar con él;
eso es extremadamente peligroso. Dios debe ser realmente el centro de todo lo que
somos, pensamos o aspiramos llegar a ser. Él debe ser nuestro punto de partida para
cada nuevo proyecto, la fuerza que buscamos en cada nuevo esfuerzo que nos
disponemos a realizar, aquel a quien deseamos complacer y honrar con todo lo que
hacemos. Si deseamos ser coherentes, no podemos tratar a Dios de una forma diferente;
debemos ofrecerle toda nuestra vida en una obediencia por amor sin límites.
Debemos tener en cuenta a Dios en cada decisión que tomamos en nuestra vida si
deseamos disfrutar de su bendición. ¿Con quién me casaré? ¿Qué debo estudiar?
¿Dónde debo trabajar?, y otras muchas cuestiones deben ser decididas con un santo
temor de Dios. No olvidemos el principio tan claramente expresado en el libro de
Proverbios:
(Pr 1:7) “El principio de la sabiduría es el temor de Jehová; los insensatos
desprecian la sabiduría y la enseñanza.”
3. Viviendo en una sociedad secularizada
No hay duda de que vivir en el temor de Dios en una sociedad totalmente secularizada no
es fácil. Para el mundo, la única realidad es la que se puede ver, sentir y medir por los
sentidos. En lugar de dar valor al ser espiritual que hay en cada ser humano, el mundo
aboga por el secularismo. El término “secular” proviene de la palabra latina “saeculum”,
que significa “esta época”. Es decir, las personas seculares son aquellas que establecen
sus límites mentales por el lugar y la época en la que viven. El secularismo opera en un
universo cerrado, un universo que no contiene nada espiritual, nada más allá de sí mismo.
Pero el pensamiento cristiano es totalmente diferente. Acepta cada cosa en relación
directa con Dios. Todo en su vida comienza con Dios, quiere continuar con Dios, y desea
terminar junto a Dios, tanto en sus pensamientos como en sus acciones.
Nuestra situación guarda importantes parecidos con la que atravesaron los israelitas
cuando Moisés fue enviado por Dios a rescatarlo de la esclavitud a la que estaban sujetos
en Egipto. En aquella ocasión Faraón les dio a entender claramente que no había otra
vida para ellos fuera de su trabajo en Egipto, y que él era el único dios al que tenían que
servir (Ex 5). Cuando acabaran de hacer todo esto, podrían disfrutar de sus pepinos,
melones, puerros, cebollas y ajos (Nm 11:5). No fue fácil para aquel pueblo que había
nacido bajo la esclavitud llegar a desligarse de esos conceptos y mirar al Dios eterno que
había ido a buscarles para darles libertad y un propósito mucho más elevado para sus
vidas. Y tampoco es fácil para los hombres y mujeres de nuestros días pensar que puede
haber algo mucho más grande que los “puerros y cebollas” que este mundo ofrece.
4. “Y anda en sus caminos”
Ahora bien, el verdadero “temor de Dios” está íntimamente vinculado con la obediencia,
por eso el salmista se apresura a concluir: “Y anda en sus caminos”. No hay bendición
para los que no andan en sus caminos. Quedan excluidos aquellos creyentes nominales;
los creyentes no practicantes. El auténtico temor a Dios y una vida santa irán
necesariamente juntas.

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No puede ser de otra manera: quien reverencia a Dios debe obedecer sus mandamientos.
La persona bienaventurada es la que está comprometida con el Señor y moldea su
conducta de acuerdo a su voluntad revelada.
A lo largo de toda la Biblia, el respeto por el Señor se evidencia en la obediencia, y la
figura de “andar en sus caminos” lo ilustra perfectamente. No escogemos ni andamos en
nuestros propios caminos. Eso nunca produce la felicidad de la que nos habla el salmista,
aunque nosotros creamos con frecuencia que puede haber felicidad desobedeciendo a
Dios. Esto es un engaño de Satanás. Sólo en los caminos del Señor el hombre estará
satisfecho y contento.
Los caminos marcados por el Señor siempre son los mejores para el hombre. Spurgeon
decía: “Si tuviera que morir como un perro, y no hubiera un más allá, todavía elegiría ser
cristiano, porque de todas las vidas que pueden ser vividas, no hay ninguna que pueda
compararse con esta”.
Al comienzo de la Biblia se nos habla de Enoc, un hombre que “caminó con Dios”. En tan
solo cuatro versículos esta frase se repite dos veces (Gn 5:21-24). En total su vida en
esta tierra duró trescientos sesenta y cinco años, mucho tiempo para caminar con Dios;
no fue un paseo casual. ¿Qué hizo en ese tiempo? Se nos dice que tuvo una familia
numerosa: “engendró hijos e hijas”, y Judas escribió que fue un predicador que profetizó
el juicio que vendría sobre la sociedad prediluviana, y condenó a todos los pecadores
impíos (Jud 1:14-15). Todo esto es lo que significó para Enoc caminar con Dios.

La bendición del trabajo


(Sal 128:2) "Cuando comieres el trabajo de tus manos, bienaventurado serás, y te
irá bien.”
Ahora vemos que la bendición de Dios abarca también nuestro trabajo. Aquí se refiere a él
como “el trabajo de tus manos”.
Cuando una persona teme y obedece a Dios, sus esfuerzos serán fructíferos y
recompensados. La laboriosidad del hombre de fe es objeto de bendición, y el trabajador
diligente gozará de la recompensa de su trabajo.
Las Escrituras no aprueban la indolencia (2 Ts 3:10), sino que en todo momento
enaltecen la dignidad del trabajo. En su amor, Dios dispuso para la humanidad una vida
de trabajo a fin de protegerla después de su primer pecado.
En el salmo la alegría familiar surge del trabajo familiar. Un holgazán en una familia
estropea esta alegría. Cada integrante debe tener su esfera de trabajo. El miembro que
no se ocupa de nada, el derrochador, el vividor, traerá muchos dolores de cabeza al
hogar. En el trabajo común se encuentra la satisfacción familiar. Una familia que trabaja
junta y come junta es una gran bendición.
El hombre bienaventurado de este salmo come con gozo del fruto de su trabajo. El punto
principal de la bienaventuranza es que disfruta de los frutos de su propio trabajo, y no los
devorarán los extraños (Lv 26:16) (Dt 28:33) (Sal 109:11). Esto era tal como la ley
expresaba la bendición de Dios en este mundo (Dt 28:11-14) (Is 65:21-23).
Recordemos que para un esclavo esto sería una extraordinaria bendición a la que
difícilmente tendría acceso. Lo mismo les ocurriría a aquellos que hubieran sido invadidos
por una nación enemiga. No se puede dar por sentado el poder comer del fruto del trabajo
de nuestras manos en lugares donde las plagas de insectos a menudo destruían los
cultivos que debían sustentar a la gente. Por otro lado, quien puede comer el trabajo de

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sus manos no es alguien que vive de la mendicidad o por medios fraudulentos. Vivir del
trabajo honesto es una gran bendición.
Por lo tanto, lo que se promete aquí es la bendición sobre el trabajo del hombre que teme
a Dios: “Bienaventurado serás, y te irá bien”.
1. ¿Se trata de una exageración?
El salmista afirma que si tememos a Dios podemos descartar todo otro temor. Al andar por
sus caminos estaremos bajo su protección, provisión y aprobación. El peligro y la
destrucción se mantendrán lejos de nosotros y todas las cosas cooperarán para nuestro
bien. Por supuesto, no será una bendición que recibimos sin esfuerzo, pero tendremos la
bendición divina que asegurará y prosperará lo que con tanto afán hacemos para él.
Estos versículos suenan realmente maravillosos: bendiciones y prosperidad de manera
universal: “para todos los que temen al Señor”. No obstante, este lenguaje no suena real a
muchos cristianos. ¿Cómo puede la Biblia hacer estas afirmaciones cuando hay cristianos
genuinos que sufren enfermedades terribles, situaciones familiares dolorosas, problemas
laborales y financieros…?
¿Hemos de interpretar el salmo como una oración para que estos ideales se hagan
realidad en nosotros? No parece que ese sea el propósito. Encontramos que el salmo
comienza con una clara afirmación: “Bienaventurado todo aquel que teme a Jehová”. Aquí
no parece haber ninguna duda al respecto.
Entonces, ¿cómo debemos interpretarlo? Una opción sería pensar que estas promesas
tienen que ver casi en su totalidad con el futuro del creyente. Esto tendría sentido si lo
pensamos a la luz del comentario que hizo el autor de Hebreos en relación a otro salmo
similar: “pero todavía no vemos…” (He 2:5-10). Una segunda posibilidad sería interpretar
que se refiere principalmente a la esfera de lo espiritual, aunque lo que vemos es que el
salmista describe bendiciones terrenales como la mujer, los hijos o el fruto del trabajo.
Otros han interpretado que presenta una combinación entre el presente y el futuro, entre
lo temporal y lo eterno en la vida del creyente.
Debemos tener cuidado de no presionar a este salmo para sacar de él una fórmula de
prosperidad automática. Este salmo debe ser leído junto a otros en los que se destacan
otros aspectos negativos de la vida de los creyentes.
En cualquier caso, debemos admitir que es muy difícil que los creyentes disfruten plena y
absolutamente de las bendiciones de Dios mientras están en este mundo bajo los efectos
del pecado. La relación inmediata entre la felicidad y la santidad nunca está garantizada
en este mundo. Todo esto nos lleva a aprender a confiar en Dios. Esta es una lección que
sólo se aprende en la escuela de la esperanza diferida.

La bendición de una familia piadosa


(Sal 128:3-4) "Tu mujer será como vid que lleva fruto a los lados de tu casa; tus hijos
como plantas de olivo alrededor de tu mesa. He aquí que así será bendecido el
hombre que teme a Jehová.”
En el Antiguo Testamento la vida bienaventurada se representaba como una familia
sentada debajo de una vid (1 R 4:25) (Miq 4:4) (Zac 3:10) o debajo de un olivo (Sal
52:8-9). Y estos mismos símbolos que se empleaban como imagen de la paz son usados
aquí para referirse a la esposa y a los hijos. No es de extrañar que debido al papel central
que el vino y el aceite ocupaban en la sencilla economía y dieta del antiguo Israel, el
salmista compare a la familia con estas dos fuentes de sustento.

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Debemos recordar también que en la cultura bíblica el papel del padre era mantener a la
familia, mientras que la esposa y madre creaba el hogar, y los niños traían vida a la mesa.
Así que, la imagen que tenemos delante nos presenta al padre que llega a casa después
de un día de trabajo con el fruto en la mano, se reclina a la mesa con los niños, mientras
su esposa está atenta a todo lo que necesitan, trayendo comida, afecto y mucha felicidad.
El esposo olvida el duro trabajo y disfruta de la generosidad de Dios en ese ambiente
familiar.
Y aunque la sociedad en la que vivimos rechaza este modelo, no tienen una alternativa
mejor. Una familia piadosa y estable tal como es descrita en la Biblia es sin duda una de
las mayores bendiciones para el ser humano. Hoy en día, como consecuencia de haber
elegido otros modelos diferentes, vemos muchísimas familias destruidas con los terribles
efectos que eso tiene sobre los hijos. Y esto seguirá ocurriendo hasta que el Señor
regrese de nuevo, por eso, según el profeta Malaquías, cuando en los últimos tiempos
venga Elías a la tierra, una de sus prioridades tendrá que ver con la restauración de la
vida familiar: “El hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los
hijos hacia los padres” (Mal 4:5-6).
1. La mujer que teme a Jehová es “como vid que lleva fruto a los lados de tu casa”
La esposa es vista aquí como una vid fructífera, llena de racimos. Esto es un símbolo de
la vida. Entendemos que en este contexto el fruto son los abundantes hijos que están por
todas partes alrededor de la casa. Pero también, la esposa vista como una vid, será para
la familia protección contra el sol, adorno en el hogar, sustento de las necesidades.
Como ya sabemos, la Biblia describe a la esposa que tenía muchos hijos como
especialmente bendecida por Dios. Recordamos cuán importante era tener hijos en el
mundo antiguo cuando pensamos en la consternación de Sara (madre de Isaac), Raquel
(madre de José y Benjamín) o Ana (madre de Samuel) antes de que tuvieran hijos. Sólo
después de que se terminó de escribir la Biblia comenzó el énfasis en las vírgenes, pero
no vemos nada de eso antes; tener muchos hijos sería lo que anhelaría cualquier mujer.
Una buena esposa es una hermosa herencia, una enorme bendición, un increíble regalo
que no se puede comprar con dinero, y que ningún rey puede dar. Todos aquellos que
hayan sido bendecidos con una deben dar gracias de corazón al Dador de tan preciado
bien. Por supuesto, es deber del marido y de la mujer mantener a lo largo de la vida el
valor de esa hermosa relación con cierto sentido del deber.
2. Los hijos son “como plantas de olivo alrededor de la mesa”
A continuación los hijos son comparados con plantas de olivo. Esto nos recuerda que
tardan mucho en madurar y ser rentables. Hay que cultivarlos con paciencia antes de que
lleguen a ser valiosos y produzcan una cosecha rentable durante siglos. Quizá con los
hijos hay que esperar más que con cualquier otra planta antes que produzcan frutos.
Los hijos son presentados aquí como olivos que han brotado alrededor de su padre y lo
rodean. Se reúnen alrededor de la mesa y manifiestan su carácter.
Lo interesante de estas dos imágenes, las vides y los olivos, es que son símbolos de la
vida abundante. No se trata de alimentos básicos como el trigo o la leche. Simbolizan una
rica bendición.
Dios sigue realizando su gran obra por la humanidad a través del testimonio de la vida
familiar. Tanto la Iglesia como la familia son las poderosas fuerzas que Dios sigue usando
para asegurar su testimonio en este mundo impío, por eso debemos respetarlas y
cuidarlas con atención.

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3. El deseo de tener una bella familia
Todos los hombres quieren tener una bella familia, pero muy pocos lo consiguen. Muchos
creyentes llegan a estas imágenes bíblicas de la alegría doméstica con cierto
escepticismo. Pueden tener buenas razones para ello; las familias están compuestas por
personas pecadoras, y el pecado siempre interrumpe hasta las más bellas bendiciones.
¡Cuántos padres tienen hijos rebeldes que deshonran a la familia y crean un clima de
tensión insoportable! ¡Cuántos maridos tienen esposas chismosas, escandalosas,
ignorantes, groseras, mundanas, que impiden su crecimiento espiritual! ¡Cuántos maridos
son vagos, irresponsables, inmaduros e insensibles con sus esposas! ¡Cuántos hijos han
sufrido abusos de sus padres y acarrean traumas durante toda su vida adulta!
Cuando (Pr 22:6) dice: “Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se
apartará de él”, no debemos entender que los niños nunca se rebelarán contra sus padres
o los desobedecerán, lo que significa es que, como regla general, la formación piadosa
que reciben les llevará a tener unos principios que les acompañarán durante todas sus
vidas, pero, por supuesto, habrá notables excepciones, como las que también el libro de
Proverbios señala cuando habla del hijo necio.
Es verdad que las personas que no han podido formar una familia como la que describe el
salmista, Dios les puede dar otras muchas bendiciones. El mismo Jesús se refirió a su
verdadera familia no por sus vínculos biológicos, sino por su identificación con la Palabra
(Lc 11:27-28).
La iglesia no solo debe apoyar y reparar a las familias, sino también encontrar la manera
de convertirse en la familia de Dios donde todos, casados y solteros, con hijos o sin hijos,
puedan florecer en el amor.
Y por último, es verdad que el salmo representa la bendición divina en términos de una
vid fructífera y plantas de olivo productivas, pero como afirma Habacub (Hab 3:17-18), el
auténtico gozo no depende de estos indicadores, porque aun cuando la vid y el olivo no
llegaran a producir fruto, todas aquellas personas que viven por fe, confiando en el Señor,
serán sostenidos en tiempos de profunda desilusión. En última instancia, el gozo proviene
de una relación vital con el Señor que da bendiciones, no sólo de las bendiciones que
recibimos de él.

La bendición de Dios empieza en el individuo pero alcanza


a la nación
(Sal 128:5) "Bendígate Jehová desde Sion, y veas el bien de Jerusalén todos los
días de tu vida,”
Al final de este salmo vemos que la familia se dirige a Jerusalén para la adoración. No se
trata, por lo tanto, de un asunto personal o privado.
Esto nos recuerda que el hombre piadoso no sólo recibe bendiciones, sino que debe ser
una bendición para todos los que lo rodean. Aquí vemos cómo esta bendición se extiende
a la nación. Porque no debemos olvidarlo; por muy bendecidos que nosotros seamos, esa
bendición siempre será incompleta a menos que abarque también a otras personas. Debe
incluir a quienes viven a nuestro alrededor.
Así como los israelitas tenían siempre en cuenta la prosperidad de Jerusalén, del mismo
modo el cristiano trabajará constantemente para la edificación de la iglesia de Dios en la
tierra. Por lo tanto, el salmo anima al individuo a contribuir a la edificación del reino de
Dios viviendo una vida justa en la presencia de Dios.

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No sería razonable que cada miembro del cuerpo de Cristo sólo deseara ser provechoso
para sí mismo, mientras que el cuerpo es descuidado. Hay que tener cuidado, porque en
los tiempos modernos, caracterizados por el individualismo, se pierden de vista los
aspectos familiares, sociales y eclesiales tan característicos de la Biblia.
La bendición de una nación comienza con el temor de Dios en el corazón de los padres.
La fuerza fluye de las familias sólidas hacia la nación. De ellas salen los trabajadores que
edifican una nación, los padres que crían buenos hijos, los hijos que son la esperanza del
futuro. Sin esta clase de familias el futuro es oscuro. En esas familias la nación y la iglesia
encontrarán su fuerza. Aunque el mundo no lo crea y se ría de esto, las ciudades
necesitan más que cualquier otra cosa familias temerosas de Dios, íntegras y productivas.
Estas son baluartes de una nación, y hacen más por su paz y preservación que todas las
municiones de guerra.
Otro detalle interesante es que la bendición de Dios proviene de Sión y nos lleva a Sión:
“Bendígate Jehová desde Sion, y veas el bien de Jerusalén”.
Sion era el lugar sagrado de la presencia divina (Sal 134:3) (Sal 76:2) y meta ligada a los
salmos de peregrinación. Allí era donde estaba la casa de Dios y desde donde se
revelaba a su pueblo.

La bendición de Dios se perpetúa en el tiempo


(Sal 128:6) "Y veas a los hijos de tus hijos. Paz sea sobre Israel.”
La culminación de esa bendición es la esperanza de una larga vida en la ciudad de
Jerusalén: “veas el bien de Jerusalén todos los días de tu vida”. Esto se cumplirá
plenamente en la Jerusalén celestial, de la cual la Jerusalén terrenal no era más que un
pobre símbolo.
Por otro lado, conocer a los nietos era señal de longevidad (Pr 17:6) (Gn 50:23) (Job
42:16). Para personas cuya edad raras veces pasaba de los cincuenta, esta era una
bendición singular.
Pero se trata también de una extensión de la bendición de los hijos a los nietos. La
auténtica bendición de Dios no se limita a unos pocos días o años. No está condicionada
por nuestras propias limitaciones temporales o geográficas.

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