FOUCAULT Michel - de Lenguaje y Literatura
FOUCAULT Michel - de Lenguaje y Literatura
FOUCAULT Michel - de Lenguaje y Literatura
PENSAMIENTO CONTEMPORÁNEO
Colección dirigida por Manuel Cruz
De lenguaje y literatura
Ediciones Paidós
I.C.E. de la Universidad Autónoma de Barcelona
Barcelona - Buenos Aires - México
Títulos originales: «Le “non” du pére»; «Préface á la transgression»; «Le langage á
l’infini»; «Guetter le jour qui vient»; «Distance, aspect, origine»; «La prose
d’Actéon»; «Le langage de l’espace»; «Le Mallarmé de J.-P. Richard»; «L’arriére-
fable»; y Langage et littérature.
Los nueve primeros textos pertenecen al primer volumen de Dits et écrits, 1954-
1988, de Michel Foucault, publicado en francés por Gallimard, París, 1994,
págs., 189-203, 233-268, 272-285, 326-337, 407-412, 427-437 y 506-513,
respectivamente.
Por lo que toca a Langage et littérature, Paidós quiere hacer constar un
agradecimiento especial a Publications des Facultes Universitaires Saint-Louis de
Bruselas, por su amable autorización para la edición castellana de este texto
inédito de Foucault.
edición, 1996
ISBN: 84-493-0227-7
Depósito legal: B-770/1996
Primera parte
Lenguaje y literatura................................................................. 63
Segunda parte
El «no» del padre......................................................................... 107
Prefacio a la transgresión.......................................................... 123
T El lenguaje al infinito................................................................. 143
Acechar el día que llega . ........................................................... 157
Distancia, aspecto, origen.......................................................... 165
La prosa de Acteón..................................................................... 181
El lenguaje del espacio .............................................................. 195
El Mallarmé de J.-P. Richard................................................... 201
La trasfábula................................................................................ 213
Introducción
6. «Son las palabras las que toman una actitud, no los cuerpos; las que se tejen,
no los vestidos; las que brillan, no las armaduras; las que retumban, no las tormentas.
Son las palabras las que sangran, no las heridas.» Así da pie Klossowski, en el prefacio
de su versión al francés de la Eneida de Virgilio (París, Galiimard, 1956), al título de la
recensión de Foucault: Les mots qui saignent, D.E., I, págs. 424-427.
INTRODUCCIÓN 11
7. Foucault señala que tras los temas relativos a las técnicas de interpretación está
el sueño de hacer en su día una especie de corpus general, de enciclopedia de todas
las técnicas de interpretación hasta hoy conocidas. Nietzsche, Freud, Marx, D.E., I,
págs. 564-579. Véase pág. 564 (trad. cast.: Anagrama, Barcelona, 2a, 1981, pág. 23).
8. Le langage á l’infini, D.E., I, págs. 250-261, pág. 253 (trad. pág. 140).
12 ÁNGEL GABILONDO
no sé aún exactamente qué pensar de algo que me gustaría tanto pensar... De modo
que el libro me transforma y transforma lo que pienso.» Entretien avec Michel Fou
cault, D.E., IV, págs. 41-95, págs. 41-42.
19. Ibíd., pág. 42.
20. Ibíd., pág. 43.
21. Ibíd., pág. 47. Foucault, aunque destaca que no se trata de trasponer en el
saber experiencias personales, dado que la transformación de la experiencia no ha de
ser simplemente de la de uno (ibíd., pág. 46), sin embargo reconoce que en su forma
ción intelectual resultaron decisivas un cierto número de experiencias que pueden
considerarse personales (pág. 43).
16 ÁNGEL GABILONDO
22. Archéologie d’une passion, D.E., IV, págs. 509-608, pág. 605.
23. Ibíd., véase pág. 607. En este caso, Foucault se refiere concretamente a Ray-
mond Roussel.
24. El texto de Borges cumple ya lo que dice, que resuena en el de Foucault. Les
mots et les chases. Une archéologie des sciences humaines, París, Gallimard, 1966, pág.
7 (trad. cast.: México, Madrid, Buenos Aires, Bogotá, Siglo XXI, 9a, 1978, pág. 1).
INTRODUCCIÓN 17
25. Ibíd., pág. 317 (trad. pág. 298). Véase «L’homme et ses doubles, I. Le retour
du langage», c. IX, págs. 314-318 (trad. págs. 295-299).
El reconocimiento es explícito. Tanto a la labor de Nietzsche, «el primero en acer
car la tarea filosófica a una reflexión radical sobre el lenguaje», como a la de Mallarmé:
«Es la que nos domina ahora; en su balbuceo encierra todos nuestros esfuerzos actua
les por devolver a la constricción de una unidad quizás imposible el ser dividido del
lenguaje» (pág. 316, trad. pág. 297).
26. Langage et littérature, trad. pág. 81.
27. Foucault nos lo recuerda: «Sade, Nietzsche, Artaud y Bataille lo han sabido
por todos aquellos que han querido ignorarlo; pero también es cierto que Hegel, Marx
y Freud lo sabían». (Les mots et les choses, pág. 339, trad. pág. 319).
28. Les mots et les choses, pág. 394 (trad. pág. 371).
18 ÁNGEL GABILONDO
31. «Sé muy bien por qué he leído a Nietzsche: he leído a Nietzsche gracias a (a
cause de) Bataille y he leído a Bataille gracias a Blanchot.» Structuralisme el poststruc-
turalisme, DE., IV, págs. 431-457, pág. 437.
La lectura de Nietzsche supone para Foucault una auténtica fractura: «Hay una his
toria del sujeto del mismo modo que hay una historia de la razón». (Ibíd., pág. 436).
32. Entretien avec Michel Foucault, (con D. Trombadori, en París, a finales de
1978), D.E., IV, págs. 41-95, pág. 48.
33. Véase LeMallarméde J.-P. Richard, págs. 427-437, pág. 436 (trad. pág. 211).
34. L’homme est-il mort?, D.E., I, págs. 540-544, véase pág. 544.
20 ÁNGEL GABILONDO
35. «Quizás eso que se debe llamar con todo rigor “literatura” tiene su umbral de
existencia allí precisamente, en ese fin del siglo xvm, cuando aparece un lenguaje que
recupera y consume en su rayo cualquier otro lenguaje, alumbrando una figura oscura
pero dominadora, donde desempeñan su papel la muerte, el espejo y el doble, el en
sortijamiento al infinito de las palabras.» Le langage a l’infini, D.E., I, págs. 250-261,
pág. 260 (trad. págs. 153-154).
. 36. L’arriére fable, D.E., I, págs. 506-513, pág. 507 (trad. pág. 214).
37. L’homme est-il mort?, a.c., pág. 544.
38. El recurso a Deleuze (Différence et répétition) permite a Foucault la senten
cia: «Es el fin de la filosofía (la de la representación). Incipit philosophia (la de la dife
rencia)». Ariane s’est pendue, D.E., I, págs. 767-771, pág. 769.
La tarea es tarea filosófica. Podría incluso esbozarse el carácter del nuevo pensa
miento, que se abre paso frente a las exigencias de totalización o de fundamentación.
Así procede, por ejemplo, Navarro Cordón, Juan Manuel, «Project und Philosophie,
zura “philosophischen Projekt” Foucaults», en Rühle, Volker (comp.), Beitrage zur
Philosophie aus Spanien, Friburgo/Munich, Aber-Reihe Philosophie, 1992.
INTRODUCCIÓN 21
39. Refiriéndose al siglo xix, Foucault señala que «el papel que jugó entonces la
historia lo juega ahora el lenguaje». Débat sur la poésie (con J.-L. Baudry, M.-J. Durry,
J.P. Faye, M. Pleynet, E. Sanguíneti, P. SoIIers, J. Tortel), D.E., I, págs. 390-406, pág.
400.
40. La folie, l’ahsence d’oeuvre, D.E., I, págs. 412-420, pág. 419 (trad. apéndice
a Historia de la locura en la época clásica, México, F.C.E., 2a, 1976, 2 t., t. II, págs.
328-340, págs. 337-338).
41. Ibíd., pág. 419 (trad. pág. 338).
22 ÁNGEL GABILONDO
Transgresión e impugnación
50. Foucault subraya por ello la mutua pertenencia de la escritura y la locura, que
Nerval ha hecho surgir en los límites de la cultura occidental. L’obligation d’écrire,
D.E., I, pág. 437.
51. Folie, littérature, société, D.E., II, págs. 104-128, pág. 114.
52. Véase Gros, Frédéric, «Littérature et folie», Magazine littéraire, Dossier
«Foucault aujourd’hui», octubre, 1994, págs. 46-48.
53. Nietzsche, Freud, Marx. El texto se publica en 1967. Véase D.E., I, págs.
564-579 (trad. Barcelona, Anagrama, 1970).
54. Macey, David, Las vidas de Michel Foucault, Madrid, Cátedra, 1995,
pág. 207.
INTRODUCCIÓN 25
55. Un lector invertido y descompuesto por esa lectura: «Seguí siendo ideológi
camente “historicista” y hegeliano hasta que leí a Nietzsche». Qui étes-vous professeur
Foucault?, D.E., I, págs. 601-620, pág. 613. Esta cuestión exigirá un mayor deteni
miento.
56. Véase en su caso el excelente trabajo de Alain Arnaud, Pierre Klossowski,
París, Seuil, 1990.
26 ÁNGEL GABILONDO
57. «Ser fuera de sí, consigo, en un “con” donde se cruzan los que están lejos.»
Distance, aspect, origine, D.E., I, págs. 272-285, pág. 275 (trad. pág. 168).
58. Ibíd., pág. 280 (trad. pág. 174).
59. «Robertc. ...Esa puesta fuera de sí que sugiere a los demás, a fuerza de expli
cársela mediante sus dogmas “carcomíticos”. Es eso exactamente lo que hay que des
truir.
»Octave\ Entonces, anule la conciencia humana.
»Roberte\ Al contrario, es a curarla de su infección dialéctica a lo que yo aspiro.(...)
desafiarlo a sufrir fríamente la consecuencia de sus actos.» Klossowski, Pierre, Rober-
te esta noche, Barcelona, Montesinos, 1989, págs. 100-102.
INTRODUCCIÓN 27
60. Entretien avec Michel Foucault, D.E., IV, págs. 41-95, pág. 48.
No debe dejarse al menos de mencionar que en esa liberación del universo dialéc
tico supone una auténtica sacudida intelectual la influencia de músicos seriales y do-
decafonistas franceses como Boulez o Barraqué, autor precisamente este último de una
cantata, interpretada en 1955, y con texto, entregado por Foucault, de Nietzsche (Qui
étcs-vousprofesseur Foucault?, a.c., véase pág. 613).
Foucault reconoce que el problema del signo material ha sido abordado por la mú
sica con técnicas más avanzadas que las de la literatura y la filosofía. (Débat sur le ro
mán, o.c., pág. 381.) Pero no sólo la música. Foucault habla de una cultura no dialécti
ca. Klee, al hacer aparecer en forma visible todos los gestos, actos, grafismos, rasgos,
alineamientos y superficies que pueden constituir la pintura, hace del acto mismo de
pintar el saber de la pintura misma (L’homme est-il morí?, a.c., pág. 544).
61. Baste recordar el texto bien conocido de L’ordre du discoursi escapar de He
gel supone contar con él y saber lo que es todavía hegeliano en aquello que nos permi
te pensar contra él (París, Gallimard, 1971, págs. 74 y sigs., trad. Barcelona, Tusquets,
1973, págs. 58 y sigs.). Dicha tarea compleja y dificultosa es en efecto «también y sobre
todo filosófica, la de buscar lo que es el pensamiento sin aplicar las viejas categorías, in
tentando ante todo salir de esta dialéctica del espíritu que una vez definiera Hegel»
(Débat sur le román, o.c., pág. 340).
28 ÁNGEL GABILONDO
66. Ibíd., pág. 57: «No basta con hacer una historia de la racionalidad, sino la his
toria misma de la verdad» (pág. 54).
67. Le langage de l’espace, D.E., I, págs. 407-412, pág. 407 (trad. pág. 196).
68. Distance, aspect, origine, D.E., I, págs. 272-285, véase también, págs. 273-274
(trad. pág. 166).
30 ÁNGEL GABILONDO
Ahora son más bien las palabras las que vienen a decir. Tienden
la mano, acarician, aprietan y esperan. Como Roberte, la gran opera
dora de los simulacros de Klossowski. «Sin parar, con sus manos, con
sus largas y bellas manos, acaricia hombros y cabellos, alumbra deseos,
vuelve a llamar a antiguos amantes, desprende un corsé de lente
juelas o el uniforme de las salutistas, se entrega a soldados o busca por
las miserias ocultas.»70 Ella, la que refracta, ella, que es legión. Así
Roberte, mano, palabra, es a la par pieza convincente, carne tendida
de la palma y amplitud de los dedos que posee la particularidad de
ser órgano de los sentidos. Se trata de observar lo que hace la mano
que se esconde cuando la otra mano se muestra. Esta, a su vez, se
oculta en su ponerse de manifiesto.71 Klossowski queda en efecto re
fractado para sí mismo. Amigo de Rilke y de Gide, notable teólogo,
intérprete de filmes de Bresson, excelente traductor de Virgilio, Sue-
tonio, san Agustín y Kafka, extraordinario novelista, conferencian-
72. «Ceci n’est pas une pipe», dice a su vez «ceci n’est pas un tableau».
73. La prose d’Actéon, pág. 334 (trad. pág. 191).
74. Klossowski, Pierre, Les lois de ihospitalité, «Avertissement», París, Galli
mard, 1965, pág. 9.
32 ÁNGEL GABILONDO
75. La prose d’Actéon, pág. 335 (trad. pág. 192). Con todo, Klossowski se ha man
tenido dentro del poder del signo, en tanto que signo único, nombre arbitrariamente ele
gido que vale por todos los significados del mundo, cuya persistencia como signo, den
tro del movimiento de las intensidades que determinan que su pensamiento lo ha
conducido al arte, donde el signo se hace visible en una serie de representaciones —diá
logos, cuadros vivos, descripciones de lugares que constituyen el espacio, la sombra—
sobre el que se manifiesta su brillo. García Ponce, J., Teología y pornografía. Pierre Klos
sowski en su obra: una descripción, México, Era, 1975, pág. 188.
76. Bastaría detenerse en Klossowski, Pierre, Le souffleur ou Un thédtre de so-
cieté, en Les lois de Thospitalité, o.c., págs. 175-332.
«Le souffleur» es también «el apuntador», el que sopla y sostiene el texto, su nece
sitado hálito. El texto concluye con la alusión a aquel día que, tal vez por su silencio,
vino a resultar inolvidable. Un silencio curioso. «Todo el mundo hablaba a la vez, Ro
berte estaba radiante» (pág. 332). Es ese «a la vez» el que ahora subrayamos.
77. La prose d’Actéon, pág. 336 (trad. pág. 192).
78. Ibíd., pág. 337 (trad. pág. 194).
INTRODUCCIÓN 33
el que denominamos «el nuestro», aquel que se hace pasar por noso
tros y nos atraviesa, toda vez que nunca hicimos otra cosa que hacer
nos pasar por él. Sopladas las palabras, hoy hemos de considerar la
pintura de Klossowski, lejos de todo pincel, y el quehacer minucioso
de sus lápices de colores, que logra quizá en otra escritura (una vez
abandonada la suya) que finalmente todo coexista en la comprensión
del simulacro que no se limita a ocultar ni a reproducir; su desplaza
miento hace que sea posible y visible.
De este modo, la irrupción en el seno del lenguaje del espacio pro
pio del pensamiento no hace sino confirmar la distancia de toda pa
labra respecto de sí, de todo pensamiento que habla como de toda
palabra que piensa.79 Si en efecto las palabras, como señalábamos, no
indican un significado sino que ofrecen una interpretación, no sólo
apuntan; hacen gestos y señas. Por ello, si Foucault llega a hablar de
una filosofía de la significación, cuyo representante será Merleau-Ponty,
lo hace como correspondencia a una literatura de la significación, aque
lla que con pretensión humanista, interesada por lo que significa el
mundo o el hombre, se desarrolla en Francia desde 1945 hasta 1955.
Pero en los años de los textos aquí recogidos surge algo diferente, re
sistente a la significación «y que es el signo, el lenguaje mismo», donde
brilla la fecundidad de la insignificancia, la que late en Mnemosyne de
Hólderlin, traído ahora por Foucault.80 Lo que se apunta y parece sig
nificar no tiene porvenir, sino destino. No es que resulte indescifrable,
es que es insignificante, distancia en sí, «como un enigma», «de nadie»,
que retoma cada vez como el diferenciarse de lo mismo.
Pero aquel humanismo contemporáneo, cuya molicie81 se desa
rrolla a su vez en una serie de autores con tintes más o menos mora
les, y en la medida en que se construye al ser humano como objeto de
un saber posible, es dialéctica promesa de acceso a un supuesto hom
bre auténtico y verdadero. Para Foucault, la tarea es entonces la de
una cultura no dialéctica, empeñada en la relación entre el saber y el
no saber y no en edulcorar la vida de los hombres con vanas expecta
tivas y promesas. Las preocupaciones por la literatura son, en esa me
dida, correspondencia con otro pensar. Foucault insiste: «Puede
comprenderse perfectamente de una vez la literatura clásica y la filo
sofía de Leibniz, la historia natural de Linneo, la gramática de Port-
Royal. Del mismo modo, me parece que la literatura actual forma
parte de este pensamiento no dialéctico que caracteriza la filosofía» ,82
Ello conlleva, como venimos insistiendo, una decisiva tarea, una vez
que «la desaparición del hombre en favor del lenguaje» no es sólo
empresa literaria. Robbe-Grillet, Malcolm Lowry, Borges o Blanchot
lo atestiguan.83 La coexistencia en ese espacio común es a la par ex
periencia de carencia de suelo propio. La transgresión es ya despoja-
miento, ese vaciar que al dejarlo todo en la ausencia de lugar, nos deja
sin nada. El arrebato y el extravío son los de una mirada que en efec
to vacía, fundamentalmente al sujeto del lenguaje.
82. L’homme est-il mort?, D.E., I, págs. 540 .544, pág. 543.
83. Ibíd., véase pág. 544
84. Guetter le jour qui vient, D.E., I, págs. 261-268, pág. 269 (trad. pág. 164).
INTRODUCCIÓN 35
86. «Por esta razón, no podía escribir sino con mi vida este libro proyectado so
bre Nietzsche, en el que quería plantear, y si pudiera resolver, el problema íntimo de
la moral.» Bataille, Georges, Sur Nietzsche, volonté de chance, París, Gallimard, 1945,
pág. 21.
87. «Los románticos nos han protegido de Holderlin, como Valéry de Rilke o de
Trakl, Proust de Joyce. Saint-John Perse de Pound. El esfuerzo de Maine de Biran fue
saludable contra Fichte (...) Pronto se cumplirán dos siglos desde que estamos en de
fensa. Vivimos en el corazón de un discurso almenado» (Une histoire restée muette,
D.E., I, págs. 545-549, pág. 545). Lz critique de la raison dialectique sería el magnífico y
patético esfuerzo de un hombre del siglo xix por pensar el siglo xx, el del último hege-
liano e incluso el último marxista: Sartre (L’homme est-ilmorí?, a.c., págs. 541-542).
88. Puede encontrarse una curiosa e interesante presentación de Bataille en
Eros y contrasentido: Georges Bataille, firmada por Michel Beaujour, nombre que no
hubiera disgustado a otro Michel, Foucault, tan aficionado por otra parte a seudóni
mos. (Véase en Simón, J. K., La moderna crítica literaria francesa, Madrid, F.C.E.,
1984, págs. 163-185).
INTRODUCCIÓN 37
98. Folie, littérature, société, D.E., II, págs. 104-128, pág. 124.
«El Hegel de la literatura» es, en cierto sentido, «el último escritor» (véase ibíd.,
pág. 123).
40 ÁNGEL GABILONDO
99. Ibíd., págs. 125-126. En cierto modo, para Foucault, «Blanchot es el último
escritor» (véase pág. 123).
100. Blanchot, Maurice, Michel Foucault tal y como yo lo imagino, Pre-textos,
Valencia, 1988, pág. 29.
101. Así imagina Blanchot a Foucault. Ibíd., pág. 15.
102. Véase La pensée du dehors, D.E., I, págs. 518-539, pág. 519 (trad. Valencia,
Pre-textos, 1988, pág. 9).
103. Ibíd., pág. 520 (trad. pág. 12).
INTRODUCCIÓN 41
sentidos será el del hablar, leer y escribir que sostienen en una pasión
(casa secreta de Foucault, ignorada historia de amor), un libro quizás
«aparte», escrito con otra facilidad, otro placer,116 Foucault lee a
Roussel mientras redacta Historia de la locura, y publica el libro sobre
él a la vez que Nacimiento de la clínica. Ello aísla un modo de proceder
singular que condujo a Sollers a destacar que con este texto se produ
ce una suerte de Nacimiento de la crítica f1 Se trata del ejercicio de
una escritura y la relación de una experiencia que queda abierta, en
efecto, según un modo de proceder que quizás filósofos, críticos, es
tudiosos de la literatura y pensadores de todo corte y mal asiento, en
contrarán como un desafío. Todos los textos aquí recogidos acechan,
velan y atisban este escrito «aparte» de Foucault que, a su manera, está
presente en ellos y podrían considerarse, en cierto sentido, sus infi
delidades a Roussel, ya que lo «normalizan» como un autor entre
otros.118 Pero a la par confirman una repetición, la del fantasma del
procedimiento, repetición al infinito que trama la escritura. Gracias a
él, los encuentros de sus seres parecerían obedecer a cierta «ontología
descarrilada». El lenguaje es devuelto a sí mismo, sin su voz, para ser
disuelto a continuación en un cierto silencio. Dicho lenguaje «no obe
dece a las percepciones, les traza un camino y, en su estela, vuelta a ser
muda, las cosas se ponen a centellear por sí mismas, olvidando que ha
bían sido, previamente, “habladas”».119 Pero a su vez las letras, los so
nidos y las sílabas llegan a incorporarse y desembarcan, siquiera en la
quiebra de navegantes y tripulantes.120 Las frases-espectáculo son es
cenificaciones situadas en la articulación del lenguaje, máquinas que
dan contenido en su reiteración, hasta traer un lenguaje mudo y roto.
116. Archéologie d’une passion, D.E., IV, págs. 599-608. Véanse págs. 607-608.
117. Sollers, Philippe, «Logicus Solus», TelQuel, 14, verano, 1963, págs. 46-50,
nota 50.
Para una lectura de la historia del olvido del texto de Foucault, véanse las referen
cias de Macey, David, Las vidas de Michel Foucault, o.c., págs. 194 y sigs.
118. Véase Archéologie d’une passion, a.c., pág. 607.
119. Pourquoi réédite-t-on l’oeuvre de Raymond Roussel? Un précurseur de notre
littérature moderne, D.E., I, págs. 421-424.
Efectivamente las construcciones de Roussel se inscriben en el lenguaje encontra
do. Sólo cabe construir a partir de lo ya dicho. Archéologie d’une passion, o.c., véanse
págs. 602-603.
120. Véase Roussel, Rayniond, Impressions d’Afrique, París, Pauvert, 1979 (trad.
Madrid, Siruela, 1990),
INTRODUCCIÓN 45
121. Comment j’ai écrit certains de mes livres, (trad. pág. 16) y Roudinesco,
Elisabeth, «La mort de Raymond Roussel, en Raymond Roussel, L’Arc, 1990, págs.
3-6.
122. Sept propos sur le septieme auge, D.E., II (1970-1975), págs. 13-25, pág. 20.
No es posible ahora dar más cuenta de este magnífico texto en el que se subrayan tres
formas de procedimiento presentes en Wolfson, Roussel y Brisset, que logran que fi
nalmente la boca se cierre al solaparse las cosas con las palabras. «Cuando la comuni
cación de las frases por el sentido se interrumpe, entonces el ojo se dilata ante el infi
nito de las palabras» (pág. 24).
123. Ibíd., pág. 20. En la reciente edición de D.E., los enanos (nalns) que hace
surgir Roussel pasan a ser, por la prestidigitación de una errata, sus propias manos
imams). Si las escenas maravillosas logran que las palabras tomen cuerpo, la tipografía
es ahora un procedimiento rousseliano. (Véase la versión del texto de Foucault que
precede a Brisset, Jean Pierre, La grammaire logique seguida de La science de Dieu, Pa
rís, Claude Tchou, 1970, págs. VII-XIX, pág. XIV.)
46 ÁNGEL GABILONDO
129. Ahora, en verdad, el autor-sujeto es una función variable y compleja del dis
curso, un efecto del funcionamiento de los enunciados. Sólo cabe definir de qué ma
nera se ejerce esta función, en qué condiciones, en qué campo. Véase Quest-ce qu’un
auteur?, D.E., I, págs. 789-821 (trad. págs. 35-68).
130. L’arriére-fable, D.E., I, págs. 506-513, pág. 512 (trad. pág. 220).
131. A propos de Margueríte Duras, D.E., II, págs. 762-771, pág. 763.
48 ÁNGEL GABILONDO
Angel Gabilondo
Universidad Autónoma de Madrid
132. El cuidado de sí es, en Foucault, cuidado del lenguaje, cuyo retorno es,
como es bien sabido, una pérdida del sujeto; su verdadero trastorno en la palabra. En
esta dirección los primeros textos de Foucault encuentran su verdad en los últimos,
más aún en ese texto-Foucault, tejido como cuerpo de juego y de lucha, que es, a la par,
el cuerpo de Foucault. Las palabras sangran y no las heridas, pero las palabras sangran
a través de las heridas. Sin embargo, no son éstas las que brotan. Las heridas sólo des
velan el murmullo incesante de sangrar lo que no es suyo.
Nota sobre la edición
— «Le “non” du pére», Critique, n.° 178, marzo, 1962, págs. 195-209.
(D.E., I, págs. 189-203.) [Trad. de Irene Agoff en Abraham, T., Los
senderos de Foucault, Nueva Visión, Buenos Aires, 1989.] Acerca del
libro que Laplanche publicó sobre Hólderlin: Hólderlin et la question
du pére (París, P.U.F., 1961).
— «Préface á la transgression», Critique, n.° 195-196, agosto-septiem
bre, 1963, págs. 751-769. (D.E., I, págs. 233-250.) Tras la muerte de Ba
taille, en 1961, Critique, la revista que el propio Bataille fundara en 1945,
dedica un número monográfico a su obra con la colaboración entre otros,
además de Foucault, de Blanchot, Barthes, Wahl, Klossowski y Leiris.
— «Le langage á l’infini», Tel Quel, otoño, 1963, n.° 15, págs. 44-53.
(D.E., I, págs. 250-261.) Es el único artículo que Foucault publicó en
Tel Quel, grupo al que trata con entusiasmo, en contraste con la frial
dad y la «distancia» con las que fue acogido (muy diferente fue el tra
INTRODUCCIÓN 51
MICHEL FOUCAULT
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OTROS AUTORES
PRIMERA SESIÓN
Y bien sé que alguna vez eso se produce, bien sé que algunos han
entresacado precisamente diálogos reales, alguna vez incluso registra
dos con el magnetófono, como Butor acaba de hacer para su descrip
ción de San Marco, donde en cierto modo ha pegado a la descripción
misma de la catedral las bandas magnéticas que han sido efectiva
mente entresacadas del diálogo de los que visitaban la catedral y ha
cían comentarios, entre los cuales unos se referían a la propia catedral
y otros a la calidad de los helados que se pueden tomar en la plaza.
Pero la existencia de un lenguaje real así entresacado e introduci
do en la obra literaria, cuando eso se produce, no es sino un papel pe
gado en un cuadro cubista. El papel pegado, en un cuadro cubista,
no está ahí para convertirlo en «verdadero», está ahí, por el contrario,
para horadar en cierto modo el espacio del cuadro, y, de la misma
manera el lenguaje verdadero, cuando se introduce realmente en una
obra literaria, está puesto ahí para horadar el espacio del lenguaje,
para darle en cierto modo una dimensión sagital que, de hecho, no le
pertenecería naturalmente. De tal modo que la obra finalmente no
existe sino en la medida en que en cada instante todas las palabras es
tán giradas hacia la literatura, están alumbradas por la literatura, y al
mismo tiempo la obra sólo existe porque la literatura es en ese mo
mento conjurada y profanada, la literatura que, sin embargo, sostiene
todas y cada una de sus palabras, y desde la primera.
Así pues, es posible decir, si quieren, que en resumidas cuentas la
obra como irrupción desaparece y se disuelve en el murmullo que es
la machaconería de la literatura; no hay obra que no se convierta por
ello en un fragmento de literatura, un pedazo que sólo existe porque
existe a su alrededor, por delante y por detrás de ella, algo así como
la continuidad de la literatura.
Me parece que estos dos aspectos, el de la profanación y el de esa
seña perpetuamente renovada de cada palabra hacia la literatura, per
mitirían esbozar en cierto modo dos figuras ejemplares y paradigmá
ticas de lo que es la literatura, dos figuras ajenas y que, sin embargo,
tal vez se pertenezcan mutuamente. Una sería la figura de la transgre
sión, la figura del habla transgresora, y otra, por el contrario, la figu
ra de todas aquellas palabras que apuntan y hacen señas hacia la lite
ratura; de un lado, pues, el habla de transgresión, y de otro lo que
llamaría la machaconería de la biblioteca. Una es la figura de lo prohi
bido, del lenguaje en el límite, es la figura del escritor encerrado; la
70 MICHEL FOUCAULT
habla, habla uno solo, y es el libro, esa cosa que Cervantes, lo recuer
dan, había hasta tal punto querido quemar, el libro, esa cosa de la que
Diderot había querido, en Jacques elfatalista, tan a menudo escaparse,
el libro, esta cosa en la que Sade ha estado, lo saben, encerrado, y en
la que nosotros en particular estamos, también nosotros, encerrados.
SEGUNDA SESIÓN
tido más simbólico, del lugar del lenguaje, y en el sentido más preci
so de la empresa de Mallarmé, en la que está literalmente perdido, al
final de su existencia; así pues, es el movimiento del Libro que, abier
to como un abanico, debe ocultarlo todo mostrándolo, y que, cerrado
debe dejar que se vea el vacío que en su lenguaje no ha dejado de nom
brar. Por eso, el Libro es la imposibilidad misma del libro, su blancu
ra selladora cuando se despliega, su blancura desveladora cuando se
repliega. El Libro de Mallarmé, en su imposibilidad obstinada, hace
casi visible el invisible espacio del lenguaje, ese invisible espacio cuyo
análisis habría que hacer, no solamente en Mallarmé, sino en cual
quier autor que se quiera abordar.
Me dirán que esos posibles análisis, ya esbozados en parte aquí y
allá, parecen abordar la obra en un orden disperso; hay, por un lado, el
desciframiento de los sedimentos semiológicos y después, por el otro,
el análisis de las formas de espacialización. ¿Deben permanecer parale
los esos dos movimientos? ¿Quieren ser convergentes o quieren con
verger solamente en el infinito, por el lado en que la obra es apenas vi
sible en su lejanía? ¿Cabe esperar que hubiera un día un lenguaje único
que hiciera aparecer a la vez los valores semiológicos nuevos y el espa
cio en que se espacializan? No hay absolutamente ninguna duda; esta
mos lejos de poder mantener todavía un discurso así, y la dispersión de
las propuestas que acabo de sostener lo atestigua.
Y, sin embargo, y más bien, ésta es sin duda nuestra tarea. La ta
rea del análisis literario ahora, la tarea, acaso, de la filosofía, la tarea,
quizás, de todo el pensamiento y de todo el lenguaje sería actualmen
te dejar que llegue al lenguaje el espacio de todo lenguaje, el espacio
en el que las palabras, los fonemas, los sonidos, las siglas escritas pue
den ser, en general, signos; tendrá que haber efectivamente un día en
que aparezca la reja que libere el sentido reteniendo el lenguaje. Pero
no sabemos qué lenguaje tendrá la fuerza o la reserva, qué lenguaje
tendrá tanta violencia o neutralidad como para dejar que aparezca y
para nombrar él mismo el espacio que lo constituye como lenguaje.
¿Será acaso un lenguaje mucho más ceñido que el nuestro, un len
guaje que no conocerá la separación actual de la literatura, la crítica y
la filosofía; un lenguaje en cierto modo absolutamente de primera
hora, y que evocará, en el sentido fuerte de la palabra evocación, lo
que ha podido ser el primer lenguaje del pensamiento griego? ¿No se
podría decir, tal vez, otra cosa aún: que si la literatura tiene actual
102 MICHEL FOUCAULT
* *
3. Ya desde su título (Le «non» du pére), este artículo de Foucault, que es un co
mentario acerca del libro del psicoanalista Laplanche, juega con las palabras francesas
non [no] y nom [nombre]. A la hora de traducir no parece conveniente introducir nin
gún arreglo ortográfico (como no-mbre, no/mbre o [nojmbre) que no se correspon
den con el original, pero sí se ha de tener en cuenta este deslizamiento del «no» en el
«nombre» y sus derivados, muestra de esa béance (la ausencia, el boquete) que el nom
bre del padre acarrea. [N. de T.]
EL «NO» DEL PADRE 119
* * *
4. Primer verso de una de las versiones del himno de Hólderlin titulado Mne-
mosyne. Traducido literalmente: «Un signo somos, sin significado...». fN. de T.]
* Se trata del texto de Maurice Blanchot, La Folie par excellence, publicado como
introducción al libro de Karl Jaspers (ob. cit., págs. 7-33).
EL «NO» DEL PADRE 121
* Bataille, G., L'Abhé C., X parte: Relato de Charles C. (París, Éd. de Minuit,
1950) in (Euvres Completes, París, Gallimard, «Collection blanche», t. III, 1971, págs.
263-264. [Bataille, G., £7 cura C., trad. Antonio Desmond, Icaria Editorial, Barcelo
na 1979, págs. 39-41.1
126 MICHEL FOUCAULT
* Bataille, G., L’Erotisme, 2.a parte: Eludes diverses, VII: Préface de «Madame
Edwarda», París, Ed. de Minuit, en CEuvres Completes, ob. cit. 1987, págs. 262-263. I
[Bataille, G., Madame Edwarda, trad. Antonio Escohotado, Tusquets Editores, Bar
celona 1977, págs. 28-29],
PREFACIO A LA TRANSGRESIÓN 127
* Kant, E,, Versuch den Eegriff der negativen Gróssen in die Weltweisheit einzu-
führen, Kónigsberg, Johann Jacob Kanter, 1763 (Essai pour introduíre en philosophie le
concept de grandeur négative, trad. R. Kernpf, Primera sección: Explicaron du concept
de grandeur négative en general, París, Vrin, 1980, págs. 19-20).
5. La palabra francesa contcstation, usada de una manera tan técnica como lo ha
cen Blanchot y Foucault, plantea alguna dificultad de traducción. Las diversas opcio
nes, que naturalmente excluyen el sentido de «contestación» o «respuesta», como «re
futación», «impugnación» e incluso «discusión» o «protesta» pueden ser válidas. Si se
ha preferido «impugnación» en lugar de «refutación» es por evitar, primero, el senti
do lógico que ésta conlleva y, en segundo lugar, porque parece que lo refutado es aque
llo que queda anulado, es decir, negado por lo que se le opone. «Impugnar» tiene el
sentido de una pugna que se dirige ai interior {¿n-pugnare) de aquello que combate,
primordialmente mediante la palabra, y que no predetermina más que el límite de su
enfrentamiento, pero no su resolución, afirmando, de esa manera que no es positiva, y
liberando ambos términos. ¿N. de T.J
130 MICHEL FOUCAULT
* * *
* Bataille, G„ ibíd. 2.a parte; LeSupplice, pág. 51 [Bataille, G., ob. cit. pág. 44].
PREFACIO A LA TRANSGRESIÓN 135
6. Expresión que Bataille utiliza muy a menudo para referirse al orgasmo. /TV. de T.]
* Bataille, G., Le Bien du ciel, (París, Jean-Jacques Pauvert, 1957), en CEuvres
completes, ob. cit., págs. 481-482. [Bataille, G., El azul del cielo, trad. de Ramón García
Fernández, Ed. Ayuso, Madrid, 1976, pág. 176.]
PREFACIO A LA TRANSGRESIÓN 139
arrebata hacia cualquier noche, saque a la luz del día esta relación de
la finitud con el ser, ese momento del límite que el pensamiento an
tropológico, desde Kant, sólo designaba de lejos y desde el exterior,
en el lenguaje de la dialéctica.
Escribir para no morir, como decía Blanchot, o tal vez incluso ha
blar para no morir, es una tarea tan vieja sin duda como el habla. Las
más mortales decisiones, inevitablemente, permanecen todavía en
suspenso el tiempo de un relato. El discurso, ya se sabe, tiene el po
der de retener la flecha, ya lanzada, en un retraimiento del tiempo
que es su espacio propio. Es posible efectivamente, como dice Ho
mero, que los dioses hayan enviado las desdichas a ios mortales para
que puedan contarlas, y que en esa posibilidad el habla encuentre su
infinito recurso; es posible de hecho que la cercanía de la muerte,
su gesto soberano, su resalto en la memoria de los hombres excaven
en el ser y en el presente el vacío a partir del cual y hacia el cual se ha
bla. Pero la Odisea, que afirma este regalo del lenguaje en la muerte,
cuenta al revés cómo Ulises ha regresado a su casa: repitiendo preci
samente, cada vez que la muerte lo amenazaba, y para conjurarla,
cómo —por cualesquiera ardides y aventuras— había conseguido
conservar esa inminencia que, de nuevo, en el momento en que aca
ba de tomar la palabra, regresa en la amenaza de un gesto o en un
nuevo peligro... Y cuando, extranjero en tierra de los feacios, oye por
boca de otro la voz, milenaria ya, de su propia historia, es como si
oyera su propia muerte: se vela el rostro y llora, con ese gesto que es
el de las mujeres cuando se les lleva tras la batalla el cuerpo del héroe
muerto; contra este habla que le anuncia su muerte y que se escucha
en el fondo de la nueva Odisea como un habla de otro tiempo, Ulises
debe cantar el canto de su identidad, contar sus desdichas para alejar
el destino que un lenguaje anterior al lenguaje le trae. Y prosigue ese
habla ficticia, confirmándola y conjurándola a la vez, en aquel espa
cio vecino de la muerte pero erigido contra ella donde el relato en
144 MICHEL FOUCAULT
cuentra su lugar natural. Los dioses envían las desdichas a los morta
les para que las cuenten; pero los mortales las cuentan para que las
desdichas nunca lleguen a su fin, y que su cumplimiento se sustraiga
en la lejanía de las palabras, allí donde éstas que no quieren callarse,
cesarán al fin. La desdicha innúmera, donación ruidosa de los dioses,
marca el punto en que comienza el lenguaje; pero el límite de la
muerte abre por delante del lenguaje, o más bien en él, un espacio in
finito; ante la inminencia de la muerte, prosigue con una aceleración
extrema, pero también vuelve a comenzar, se cuenta a sí mismo, des
cubre el relato del relato y aquella encajadura que bien podría no aca
bar nunca. El lenguaje, sobre la línea de la muerte, se refleja: halla en
sí como un espejo; y para detener esa muerte que va a detenerlo, sólo
tiene un poder: el de alumbrar en sí mismo su propia imagen dentro
de un juego de lunas que no tiene límites. En el fondo del espejo don
de vuelve a comenzar, para llegar de nuevo al punto en que es alcan
zado (el de la muerte), pero para alejarla otro tanto, se percibe otro
lenguaje —imagen del lenguaje actual, pero tanto más cuanto que
modelo minúsculo, interior y virtual; es el canto del aeda que canta
ba ya Ulises antes de la Odisea y antes del propio Ulises (puesto que
Ulises lo oye), pero que lo cantará indefinidamente después de su
muerte (puesto que para él Ulises es ya como un muerto); y Ulises,
que está vivo, recibe el canto como la mujer recibe al esposo herido
de muerte.
Hay tal vez en el habla una dependencia esencial entre la muerte,
la prosecución ilimitada y la representación del lenguaje por sí mis
mo. Tal vez la configuración del espejo hasta el infinito contra la pa
red negra de la muerte es fundamental para cualquier lenguaje desde
el momento en que ya no acepta pasar sin dejar huella. No es después
de que se ha inventado la escritura como el lenguaje pretende prose
guir hasta el infinito, sino que porque no quería morir nunca ha deci
dido un día tomar cuerpo en signos visibles e indelebles. Más bien
esto: un poco retraído tras la escritura, abriendo el espacio en que ella
ha podido esparcirse y fijarse, algo ha debido producirse, cuya figura,
la más originaria y la más simbólica a la vez, Homero nos dibuja, y
que forma para nosotros algo así como uno de los grandes aconteci
mientos ontológicos del lenguaje: su reflexión en espejo sobre la
muerte y la constitución a partir de allí de un espacio virtual donde el
habla encuentra la recurrencia indefinida de su propia imagen y don
EL LENGUAJE AL INFINITO 145
7. La palabra francesa psyché no sólo significa alma o mente, sino también espe
jo. Concretamente psyché es un espejo que gira sobre un eje dentro de un bastidor.
M de T.J
148 MICHEL FOUCAULT
Quizás eso que se debe llamar con todo rigor «literatura» tiene su
umbral de existencia allí precisamente, en ese fin del siglo xvm, cuan
do aparece un lenguaje que recupera y consume en su rayo cualquier
154 MICHEL FOUCAULT
10. La palabra francesa veille no sólo significa «vela» o «vigilia», sino también
«víspera». De este modo «permanecer en vela» es «acechar el día que llega», labor pro
158 MICHEL FOUCAULT
pía de la vigilia, que entonces se convierte en víspera de ese día que aguarda. Por otro
lado, ni veille ni ninguna palabra francesa es neutra, y tal vez Foucault se refiere al neu
tro del que habla Blanchot, que no es un género sino más bien una relación. [N. de T.]
11. Guet y guetter se traducen aquí por «acecho» y «acechar», pero hay que re
cordar que ambas palabras francesas proceden del alemán warten [esperar, aguardar],
la que a su vez está en el origen de las castellanas «guarda», «guardar» y «aguardar». Si
lográramos pensar que aguardar supone también guardar, guet debería traducirse pof
«guarda», y el título en castellano de este artículo de Foucault sería: «A-guardar el día
que llega». [N. deT.}
12. Alusión al luteranismo a través de las primeras palabras de su himno: Ein fes-
te Burg ist unser Got / ein guíe Wehr und Waffen... [Una fortaleza es nuestro Dios, una
buena defensa y armamento...]. [N.de T.J
ACECHAR EL DÍA QUE LLEGA 159
que toma conciencia de que allá lejos hay un torreón abierto a todas
las miradas y un buen atisbador agazapado tras sus muros; que se
despierta solamente con la certeza de que hay un velador absoluto,
gracias a cuya vigilancia puede encontrar su reposo y medio dormir
se. Se podría también oponer semejante vigilia a la de san Juan de la
Cruz —a la salida furtiva del alma que se escapa del guardián amo
dorrado y que, trepando por la escala secreta hasta la almena del atis
bo, va a exponerse a la noche. En el centro de esta sombra se encien
de una luz, que «guía con más seguridad que la luz de mediodía»:
conduce sin error ni desvío hasta el Amado, hasta el rostro radiante
donde se prosterna, olvidando la inquietud ahora irrisoria del día que
va a despuntar.
Hay que leer el texto de Roger Laporte dejando a un lado, al me
nos durante un tiempo, a esos atisbadores y esas vigilias donde la es
piritualidad occidental ha encontrado tan a menudo sus recursos me
tafóricos. Acaso un día habrá que preguntarse, sin embargo, lo que
puede significar, en una cultura como la nuestra, el prestigio de la Vi
gilia, de esos ojos abiertos que abren y conjuran la noche, de esa re
sistencia atenta que hace que el sueño sea sueño, que el ensueño se
convierta en quimera, pero también destino balbuciente y que la ver
dad centellee en la luz. En el despertar con el día, en la vigilia que
mantiene su claridad en medio de la noche y en contra del sueño de
los demás, Occidente ha dibujado sin duda uno de sus límites fun
damentales; ha trazado un reparto de donde nos llega sin cesar esta
pregunta que mantiene abierto el espacio de la filosofía: ¿en qué con
siste, pues, aparecer? Reparto casi impensable, puesto que sólo se
puede pensar ni hablar después de él: no es posible pensarlo, reco
nocerlo y prestarle palabras más que una vez llegado plenamente el
día y devuelta la noche a su incertidumbre. De manera que no pode
mos ya pensar sino esta disposición —bastión de nuestra necedad:
aún no pensamos.
El texto de Roger Laporte se despliega en esa distancia al pensa
miento en que sin duda nos encontramos desde el origen; no busca ni
reducirla ni medirla, ni siquiera recorrerla; sino acogerla más bien,
abriéndose a la abertura que es, aguardándola según un deseo que,
absolutamente, la gobierna. No es, pues, ni un texto de filosofía, ni
¡ampoco un texto de reflexión: porque reflexionar sobre esta distan
cia sería recuperarla en sí, prestarle sentido a partir de una subjetivi
160 MICIIEL FOUCAULT
cada una de ellas. Nada es más inminente que esta distancia que en
vuelve y sostiene lo más cerca de mí mismo cualquier horizonte po
sible.
Dentro de semejante alternancia, las artimañas y las promesas de
una dialéctica no desempeñan ningún papel. Se trata de un universo
sin contradicción ni reconciliación, un universo de la pura amenaza.
Todo el ser de esta amenaza consiste en acercar, acercar indefinida
mente en una desmesura que no puede soportarse. Y, sin embargo, a
ella no se le puede asignar ningún núcleo de peligro positivo; no hay
nada que amenace en el corazón de esta inminencia, sino ella misma
y sólo ella en su vacío perfecto. De modo que, en su forma extrema,
este peligro no es nada más que su propio alejamiento, el retraimien
to en que se ampara, haciendo que irradie, a lo largo de toda la dis
tancia que ha abierto, la amenaza, sin ley ni límite, de su ausencia.
¿Se podría decir que esta ausencia, peligrosa como la más cerca
na de las amenazas, sería, en el orden empírico, algo así como la
muerte o la sinrazón? Nada permite pensar que la muerte o la locura
hayan sido más ajenas a la experiencia de Laporte que a las de Nietzs
che o Artaud. Pero quizás estas figuras fijadas y familiares no tienen
para nosotros insistencia más que en la medida en que toman presta
da su amenaza de aquel puro peligro donde él se anuncia (y, en ese
sentido, sería conjurarlas a que se mantengan en su inminencia con
éZ). La locura y la muerte dominan desde lo alto nuestro lenguaje y
nuestro tiempo porque ellas se elevan sin cesar sobre el fondo de esa
distancia, y porque él permite, en aquel «aún no» de su presencia,
pensarlas como límites y como fin. El espacio que recorre Laporte
(en medio del cual es alcanzado por el lenguaje) es aquel donde el
pensamiento, indefinidamente, va hacia lo impensado que centellea
ante él, y en silencio sostiene su posibilidad. Impensado que no es el
oscuro objeto por conocer, sino más bien la apertura misma del pen
samiento: eso en lo que, inmóvil, no cesa de esperar, permaneciendo
al acecho en este adelanto sobre su propio día que de hecho hay que
llamar «vigilia». De ahí, la preocupación de Laporte —preocupación
griega y nietzscheana— por pensar no «verdad», sino «justo»; es de
cir mantener el pensamiento en una distancia a lo impensado que le
permita ir hacia ello, replegarse sobre ello, dejarlo venir, acoger su
amenaza con una espera valerosa y pensante. En una espera en que la
escritura es posible y que la escritura dirige a su promesa.
164 MICHEL FOUCAULT
15. Sollers, P., «Logique de la fiction», Tel Quel, n." 15, otoño de 1963, págs. 3-29.
172 MICHEL FOUCAULT
J- J-
17. Y más tarde, precisamente, J.-P. Faye se ha acercado a Tel Quel, él, que sue
ña con escribir novelas no «en serie», sino que establezcan unas con respecto a las otras
cierta relación de proporción.
174 MICHEL FOUCAULT
gún umbral solemne, sino que trazaran y borraran sin cesar los límites
que la vigilia y el discurso se saltan, cuando vienen hasta nosotros y
nos alcanzan una vez desdoblados? ¿Y si lo ficticio fuera precisamen
te no el más allá ni el secreto íntimo de lo cotidiano, sino el trayecto de
flecha que nos golpea los ojos y nos ofrece todo lo que aparece? En
tonces lo ficticio sería además lo que nombra las cosas, las hace hablar
y les da en el lenguaje su ser compartido ya por el poder soberano de
las palabras: «Paisajes en dos», dice Marcelin Pleynet. Así pues, no
hay que decir que la ficción es el lenguaje: el giro sería demasiado sim
ple, aunque nos resulte familiar en nuestros días. Hay que decir, con
más prudencia, que hay entre ellos una pertenencia compleja, un apo
yo y una impugnación; y que, mantenida durante tanto tiempo como
pueda conservar el habla, la sencilla experiencia que consiste en coger
una pluma y escribir desprende (como quien dice: liberar, desente
rrar, desempeñar una prenda o retirar una promesa) una distancia que
no pertenece ni al mundo, ni al inconsciente, ni a la mirada, ni a la in
terioridad, una distancia que, en estado desnudo, ofrece una cuadrí
cula de líneas de tinta y además un encabalganiento de calles, una ciu
dad naciente, ya aquí desde hace mucho tiempo:
18. Pleynet, M., Paysages en deux, Les ligues de la prose, París, Éd. du Seuil,
1963, pág. 121.
DISTANCIA, ASPECTO, ORIGEN 175
19. Pleynet, M., «Grammaire I» (Tel Quel, 14, verano de 1963, pág. 11).
176 MICHEL FOUCAULT
va; se trata más bien de ese espacio, por debajo del espacio y el tiem
po, que es el de la distancia. Y si me detengo expresamente en la pa
labra aspecto, después de haberlo hecho en ficción y simulacro, es a
la vez por su precisión gramatical y por todo un núcleo semántico
que gira a su alrededor (la species del espejo y la especie de la analo
gía; la difracción del espectro; el desdoblamiento de los espectros; el
aspecto exterior que no es ni la cosa misma ni su perímetro concreto;
el aspecto que se modifica con la distancia, el aspecto que a menudo
engaña pero que no se borra, etc.).
Lenguaje del aspecto que intenta hacer que llegue a las palabras
un juego más soberano que el del tiempo; lenguaje de la distancia que
distribuye según una profundidad distinta las relaciones del espacio.
Pero la distancia y el aspecto están vinculados entre sí de manera más
estrecha que el espacio y el tiempo; forman una red que ninguna psi
cología puede desenredar (el aspecto que ofrece no el tiempo mismo,
sino el movimiento de su venida-, la distancia que ofrece no las cosas
en su sitio, sino el movimiento que las presenta y hace que pasen). Y
el lenguaje que hace que venga a la luz esta profunda pertenencia no
es un lenguaje de la subjetividad; abre y, en sentido estricto, «da lu
gar» a algo que podría designarse con la palabra neutra experiencia:
ni verdadero ni falso, ni vigilia ni sueño, ni locura ni razón, ella alza lo
que Pleynet llama «voluntad de calificación». El apartamiento de la
distancia y las relaciones del aspecto no relevan ni de la percepción,
ni de las cosas, ni del sujeto, ni tampoco de lo que se designa gustosa
y extrañamente como el «mundo»; todo esto pertenece a la disper
sión del lenguaje (al hecho originario que nunca se dice en el origen,
sino en la lejanía). Así pues, una literatura del aspecto como ésta es
interior al lenguaje; no es que ella lo trate como un sistema cerrado,
sino porque experimenta en él el alejamiento del origen, la fragmen
tación, la exterioridad esparcida. Encuentra en él su punto de refe
rencia y su impugnación.
De aquí proceden algunos rasgos propios de tales obras: en pri
mer lugar, borradura de cualquier nombre propio (aunque fuera re
duciéndolo a su letra inicial) en beneficio del pronombre personal, es
decir, de una sencilla referencia a lo ya nombrado en un lenguaje co
menzado desde siempre; y los personajes que reciben una designa
ción sólo tienen derecho a un sustantivo indefinidamente repetido (el
hombre, la mujer), modificado solamente por un adjetivo enterrado
178 MICHEL FOUCAULT
20. Hemos subrayado demonio, yo mismo y dios. Este texto se cita en Un si fu
neste desir, recopilación capital que contiene sobre Nietzsche páginas de una gran pro
fundidad y permite una relectura completa de KIossowski.
184 MICHEL FOUCAULT
* * *
-U Jj. «.Ij.
22. Marmontel decía admirablemente: «Fingir expresaba los mensajes del senti
miento y el pensamiento» (CEuvres, París, Verdiére, 1819, t. X, pág. 431).
23. El castellano, a diferencia del francés ensemble, no puede mantener esta rela
ción de «juntos» o «conjunto» con el simulare latino. fN. de T.].
186 MICHEL FOUCAULT
24. tabula y fatum son palabras derivadas del verbo latino fari [hablar], el cual,
a su vez, procede del griego <J>r]|ií [hablar], de la misma raíz que 0aívco [mostrar, hacer
visible, sacar a la luz]. [N.de T.]
LA PROSA DE ACTEÓN 187
* * *
25. Regardant significa a la vez «el que mira» y «agarrado» o «tacaño». La pala
bra española «mirado», como cuando se dice de alguien que es muy mirado con sus co
sas, puede servir para decir lo mismo: alguien que mira, y que mira por lo suyo, y que
es visto mirando así. Pero, también, regarder es re-garder, lo que nos lleva, por un lado,
por el camino de la reduplicación o de los dobles tan frecuente en Foucault, y, por otro
lado, nos devuelve a la misma raíz de guetter (el alemán warten [aguardar]) de la que
ya se hablaba en nota anterior, abriéndonos paso hacia el «acecho», la «guarda» o la
«espera». [N. de T.]
190 MICHEL FOUCAULT
26. Aquí se encuentra, pero como forma pura y en el juego desprovisto de orna
mento del simulacro, el problema de la presencia rea! y de la transustanciación.
LA PROSA DE ACTEÓN 191
28. Virgilio, Eneida, Libro VI, v. 720 : «¿De dónde les viene a estas desgracia
das tan funesto deseo de luz?», le pregunta Eneas en los infiernos a su padre, ante el
espectáculo de las almas bebiendo las aguas del Leteo para reencarnarse de nuevo. ¿N.
de T.]
LA PROSA DE ACTEÓN 193
JL. ~U -U
31. Le Clezio, J. M. G., Le procés-verbal, París, Gallimard, col. «Le Chemin», 1963.
198 MICHEL FOUCAULT
i* V'
culas. Pero todos están desdoblados por el ojo que los sigue, los re
lata o los realiza por sí mismo. Porque esta mirada no es neutra;
aparenta dejar las cosas allí donde están; de hecho, las «entresaca»,
desprendiéndolas virtualmente de sí mismas en su espesor, para ohli
garlas a entrar en la composición de una película que todavía no exis
te y cuyo escenario ni siquiera ha sido escogido. Son esas «vistas» no
decididas pero «con preferencia» las que, entre las cosas que ya no
son y la película que todavía no es, forman con el lenguaje la trama
del libro.
En este nuevo lugar, lo que ha sido percibido abandona su con
sistencia, se desprende de sí, flota en un espacio y según combinacio
nes improbables, gana la mirada que las desprende y las anuda, de
manera que penetra en ellas, se desliza en esa extraña distancia im
palpable que separa y une su lugar de nacimiento y su pantalla final.
zAJ entrar en el avión que lo trae de nuevo a la realidad de la película
(los productores y los autores), como si hubiera entrado en ese tenue
espacio, el narrador desaparece con él —con la frágil distancia ins
taurada por su mirada: el avión cae en una ciénaga que se vuelve a ce
rrar sobre todas aquellas cosas vistas en este espacio «entresacado»,
no dejando encima de la perfecta superficie ahora en calma más que
flores rojas «ante ninguna mirada», y el texto que leemos— lenguaje
flotante de un espacio que ha sido engullido con su demiurgo, pero
que permanece presente aún y para siempre en todas esas palabras que
no tienen ya voz para ser pronunciadas.
Tal es el poder del lenguaje: él, que está tejido de espacio, lo sus
cita, lo adquiere por medio de una abertura originaria y lo entresaca
para recuperarlo en sí. Pero de nuevo está encomendado al espacio:
¿dónde podría flotar y posarse sino en ese lugar que es la página, con
sus líneas y su superficie, en ese volumen que es el libro? Michel Bu
tor, en muchas ocasiones, ha formulado las leyes y paradojas de este
espacio tan visible que el lenguaje cubre de ordinario sin manifestar
lo. La Description de San Marco^ no busca restituir en el lenguaje el
modelo arquitectónico de aquello que la mirada puede recorrer. Pero
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41. Por comodidad, tomaré como ejemplo privilegiado los tres libros: De la Tie
rra a la Luna, Alrededor de la Luna, Sin arriba abajo.
216 MICHEL FOUCAULT
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como en una especie de juego: para ver. En otros casos, cae involun
tariamente en la trampa tendida. Ciertamente, aprende al hilo de los
episodios; pero su papel no consiste nunca en adquirir ese saber y
convertirse a su vez en su dueño y señor. O bien, puro testigo, está allí
para contar lo que ha visto; o bien, su función consiste en destruir y
borrar hasta las huellas del infernal saber (es el caso de Jane Buxton
en La asombrosa aventura de la misión Barsac). Y, bien mirado, las
dos funciones se juntan: se trata, en ambos casos, de reducir la (fabu
losa) realidad a la pura (y ficticia) verdad de un relato. Maston, el sa
bio inocente, ayudado por la inocente e ignara Evangelina Scorbitt,
es aquel cuya «grieta» hace a la vez posible la imposible empresa y,
sin embargo, la encomienda al fracaso, la borra de la realidad para
ofrecerla a la vana ficción del relato.
Por sus temas y su fábula, los relatos de Julio Verne están muy
cerca de las novelas de «iniciación» o de «formación». Por la ficción,
están en sus antípodas. Sin lugar a dudas, el héroe ingenuo atraviesa
sus propias aventuras como otras tantas pruebas marcadas por los
acontecimientos rituales: purificación del fuego, muerte helada, viaje
a través de una región peligrosa, ascenso y descenso, paso al punto úl
timo desde donde no debería ser posible regresar, regreso casi mila
groso al punto de partida. Pero, más aún, cualquier iniciación o cual
quier formación obedecen regularmente a la doble ley de la decepción
y.de la metamorfosis. El héroe ha venido a buscar una verdad que co
nocía de sobra y que centelleaba ante sus ojos inocentes. No encuen
tra esta verdad, porque era la de su deseo o su vana curiosidad; en
LA TRAS FÁBULA 221