Resumen Completo de Psicopatologia II
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Resumen Completo de Psicopatologia II
Resumen de Psicopatología II
Eje Temático 1: Semiología Psiquiátrica
Los cuadros a continuación fueron definidos principalmente durante el segundo período, el de las
Enfermedades Mentales o de la clínica diacrónica, y también en los comienzos del tercer período (de las
Grandes Estructuras).
Antecedentes
Hasta la 5ta edición de su Tratado, Krápelin seguía más o menos las corrientes de la época respecto de la
clasificación de los cuadros psicóticos. A la altura de la 4ta y la 5ta ediciones, el término que englobaba
prácticamente a la mayoría de los cuadros clínicos de psicosis, era "Paranoia". La Paranoia era entonces casi
un sinónimo de locura, al punto que significaba el 80 o 90% de los diagnósticos de los internados en asilos
psiquiátricos. En ese momento la Paranoia se dividía básicamente en dos formas clínicas: la "Paranoia
Combinatoria" y la "Paranoia Fantástica". Ambas se caracterizaban principalmente por presentar un delirio.
La diferencia principal era que en la primera no había alucinaciones sino un delirio a mecanismo
interpretativo, mientras que en la otra el delirio se acompañaba de alucinaciones.
Se describían también otros cuadros, que tenían una menor incidencia estadística, bajo el nombre de "Procesos
Demenciales", donde se incluían una serie de entidades como la Hebefrenia, la Catatonía, la Demencia
Paranoide y la Dementia Praecox.
La Paranoia
Se va a plantear una modificación en la manera de concebir la oposición entre Paranoia y Demencia Precoz.
Krápelin se apoya en la psicología atomista de Wundt, tributaria de la teoría de las facultades anímicas o
mentales. Por eso establecerá diferencias entre cuadros tomando en cuenta cuáles de esas facultades están
alteradas y qué forma evolutiva se vincula con esa alteración.
Definición: "desarrollo insidioso, bajo la dependencia de causas internas y según una evolución continua, de
un sistema delirante duradero e imposible de quebrantar, que se instaura con una conservación completa de
la claridad y del orden del pensamiento, la voluntad y la acción". Este último carácter, o sea la conservación
de las facultades mentales en el curso del tiempo, es lo que lo lleva a separar a la Paranoia en sentido estricto
de lo que quedará bajo el nombre de "enfermedades paranoides" que serán incluidas dentro del grupo de la
Demencia Precoz como sus "formas paranoides".
Este modo de plantear la Paranoia toma en cuenta dos mecanismos fundamentales: el delirio de referencia
(delirio de significación personal) y las ilusiones de la memoria, como puntos de partida de la construcción
del delirio. Este puede tener diversas temáticas (persecución, grandeza, celos, etc.) y se caracteriza por ser de
mecanismo interpretativo (o sea, la interpretación errónea, delirante, de percepciones correctas) y por hacer
sistema, o sea por tener una estructura interna coherente, que mantiene las formas lógicas. No se trata
entonces de una alteración del pensamiento como tal sino del juicio, del modo en que el sujeto considera,
interpreta, los hechos de la vida. La evolución se plantea como crónica y continua, o sea sin que haya
remisiones y sin que se produzca el deterioro o el empobrecimiento de las facultades mentales.
La Demencia Precoz
En la Demencia Precoz van a entrar las anteriormente denominadas Paranoias alucinatorias o Fantásticas
(delirios con alucinaciones), así como la Demencia Paranoide, la Hebefrenia y la Catatonia.
Krápelin plantea que lo que hay en común es la alteración de dos funciones mentales: la voluntad y la
afectividad. Hay un deterioro y un empobrecimiento de ambas y, secundariamente, también de funciones
relativas al lenguaje. Por ello, Krápelin ubica el núcleo de la Demencia Precoz en el deterioro de la afectividad
y la voluntad (desinterés por lo que los rodea, falta de expresividad en lo que hace a sus afectos y también, una
franca pérdida de iniciativa.).
Las alucinaciones y los delirios son síntomas accesorios. Su evolución no es continua, sino que se realiza por
brotes y remisiones, con el detalle de que en cada brote los síntomas pueden variar. Episódicamente, los
pacientes pueden tener momentos de excitación, momentos de depresión, pueden incluso estar hiperactivos
por períodos o caer en estados de profunda abulia. Pueden tener un humor variable, estar más expansivos o
más depresivos. Además, muchas veces entre un brote y otro, pueden presentar un estado de aparente
normalidad.
Krápelin detalla el diagnóstico diferencial entre la Paranoia verdadera y las Formas Paranoides de la
Demencia Precoz. Parámetros clínicos:
Poder diferenciar ambos cuadros permitirá, sobre todo, hacer un pronóstico más ajustado. Los pocos recursos
incluían la internación más o menos prolongada, acompañada de una serie de medidas higiénico-
disciplinarias. Por eso era importante poder exponer a los pacientes y a sus familiares qué futuro tendrían por
delante. Concretamente, si se le diagnosticaba Paranoia, se podía suponer que el paciente se mantendría más o
menos estable a lo largo del tiempo. Si se diagnosticaba Demencia Precoz, en cambio, se podía suponer un
deterioro importante en un plazo relativamente corto.
Krápelin en particular no se ocupa demasiado ni de la etiología ni de la patogenia. Sí le interesó la descripción
y la clasificación, siguiendo criterios descriptivos y evolutivos.
En ésta se considera que el trastorno fundamental tiene que ver con el humor, aunque también pone el acento
en la perturbación de la ideación y de la voluntad. Según Bercherie, "Krápelin rechaza la existencia de manía
o melancolía simples con el argumento de que se observa siempre, tarde o temprano, recidivas". La idea de
que existe una circularidad o alternancia entre los accesos maníacos y los episodios depresivos es la base de
este cuadro.
A partir de ahí existen diversas formas en que ambos polos pueden combinarse y sucederse.
Este tipo de Psicosis evoluciona por brotes y remisiones, con alternancia de los estados maníacos y depresivos
y no llevarían a un déficit de las funciones mentales en su evolución, al menos no de manera marcada.
Actualmente la denominación más utilizada es la de Trastorno Bipolar, aunque tampoco recubre exactamente
la descripción que hiciera Krápelin de la Psicosis (o Locura) Maníaco Depresiva.
La Sexta Edición tuvo una amplia difusión y prontamente surgieron críticas a este modo de ordenar la clínica.
Algunas de estas críticas serán tenidas en cuenta por Krápelin que introducirá modificaciones en la octava
edición del tratado.
sin pasar al acto nunca o solo bajo ciertas un actuar que permite prolongar el delirio
circunstancias
Es continuo, crónico, persistente. Evoluciona por brotes, esto es, momentos agudos,
productivos, que alternan con remisiones (momentos
de calma) para volver nuevamente a la acción
La descripción de Krápelin es muy similar a la que hacen Sérieux y Capgras del delirio de reivindicación, si
bien Krápelin no pone tanto el acento en la combinación de un delirio apoyado en una idea fija con la
exaltación maniaca, sino que se centra en la forma de las producciones delirantes del querellante, en su
particular modo de interpretar el sistema de las leyes y de intentar utilizarlo en su favor, etc.
Hasta acá, seguimos dentro del campo de la Paranoia, tanto para Krápelin como para Sérieux y Capgras.
Recapitulemos: Las formas de las Locuras Razonantes constituyen delirios que hacen sistema. La diferencia
del reivindicativo con el de Interpretación es que tanto Krápelin como Sérieux y Capgras lo plantean como un
delirio sectorizado. O sea, un delirio que no ocupa toda la vida del sujeto. Esquemáticamente podemos decir
que, si el delirio de interpretación tiende a cubrir la totalidad del mundo del sujeto, en el reivindicativo el
delirio ocupara un sector de su vida, aquella hacia donde apunta la reivindicación.
Las Psicosis Pasionales: G.G. de Clérambault
De Clerambault planteara que el Delirio de Reivindicación no debería ser clasificado en el mismo grupo que
el de Interpretación, sino en lo que él denomina "Psicosis Pasionales". Su interés se centraba en poder detectar
lo más inicial, los primeros esbozos del desarrollo de una psicosis. Esto lo llevo a una observación
semiológica mucho más fina y detallista que le permitió delimitar lo que conocemos como "Síndrome de
Automatismo Mental".
De Clerambault explicara que en el Reivindicativo el delirio se genera a partir de un mecanismo especifico y
diverso al del Delirio de Interpretación. Allí donde Sérieux y Capgras ubicaban la idea fija, De Clerambault
plantea la existencia de lo que él llama "el postulado", el cual consiste en "un núcleo ideo-afectivo inicial",
generado por la pasión, o sea algo que se impone al sujeto no a partir de una razón (que era el planteo de
Sérieux y Capgras) sino de algo que tiene otro origen, vinculado especialmente con los afectos. De ahí que
considere que el componente afectivo es tan o más importante que el ideativo.
Clerambault planteara que el Delirio de Interpretación puede entenderse tal como lo formulan Sérieux y
Capgras, pero que el Delirio de Reivindicación debe ser desarraigado de las Locuras Razonantes (o sea del
campo de la Paranoia) porque no se trata en el Reivindicativo de lo ideativo y lo "razonante" en sí mismo, sino
de esta carga de pasión que hace que la idea se convierta en un núcleo alrededor del cual se construye el
delirio. Al punto tal que si se pudiera quitar este núcleo ideoafectivo el delirio desaparecería.
De Clerambault definirá el grupo de las "Psicosis Pasionales" que incluye otros dos tipos de delirio: los
celotipicos y los erotomaniacos.
Erotomanía, celos, reivindicación tienen en común del postulado ideo-afectivo inicial. Clerambault plantea
que en verdad son tres momentos de un único proceso. Primero surge un delirio erotomaniaco, con el
postulado: "el (o ella) me ama". Después, un momento de decepción, "el me ama, pero no se acerca,
seguramente porque hay otra persona que le interesa más" (delirio de celos). Y un tercer momento que es el de
la reivindicación: "me amo, me abandono por otra y ahora exijo me devuelva lo que perdí."
paranoico delira con su carácter”. Vemos que aquí no se trata de la Paranoia como un tipo clínico como vimos
en Krápelin; sino una forma caracterológica que define un estilo de conducta: un sujeto que es desconfiado,
hipersensible, que se toma a mal algunas cosas, piensa mal de lo que le dicen, etc. Y finalmente llega a delirar.
O sea, una forma de carácter como puede haber otras: hipocondríaco, místico, etc.
En el comienzo del Seminario 3, Lacan hace mención a esta degradación de la noción de Paranoia como una
anomalía de la personalidad, una "estructura perversa del carácter", según la cual "podía ocurrir que el
paranoico pasara los límites y cayese en esa horrenda locura, exageración desmesurada de los rasgos de su
enojoso carácter. Esta perspectiva puede ser designada como psicológica, psicologizante, o incluso
psicogenética", concepción que será criticada por Lacan en este Seminario y considerada contradictoria con lo
que el psicoanálisis plantea en términos de estructuración subjetiva. La crítica se fundamenta en que "el gran
secreto del psicoanálisis es que no hay psicogénesis", e incluso que esa es una noción contraria a los
fundamentos del psicoanálisis.
Entonces, la Paranoia deja de ser el cuadro específico y con existencia clínica propia tal como aparece en
Krápelin y prosigue en los desarrollos de Sérieux y Capgras. Las ideas de Clérambault fueron uno de los
factores que promovieron esta disolución del concepto de Paranoia. También influyeron otros autores,
especialmente los planteos de Karl Jaspers, para quien la Paranoia es un desarrollo psicogenético de un modo
de ser característico y distinguible radicalmente de lo que este autor considera una verdadera perturbación
psicótica, el "proceso esquizofrénico".
Será Lacan quien revalorizará la noción de Paranoia como fundamental para pensar la cuestión de la
psicosis (en alguna manera siguiendo a Freud, quien claramente mostraba un interés por la paranoia en
detrimento
de la Demencia Precoz o Esquizofrenia).
V. La Esquizofrenia
Bleuler, a diferencia de muchos de sus contemporáneos (incluido Krápelin) se interesó especialmente por el
mecanismo de la enfermedad. Esto lo impulsó a ir más allá de lo meramente descriptivo (la Esquizofrenia de
Bleuler sigue la descripción de Krápelin para la Demencia Precoz) e intentar explicar el mecanismo de
producción de los síntomas fundamentales de la enfermedad y fijar así un criterio para su definición.
A partir de esa preocupación por el mecanismo de la enfermedad Bleuler criticara duramente a Krápelin (aun
cuando reconoce el valor inicial de sus desarrollos) sobre todo en lo que hace a la denominación y a la
fundamentación de la "Demencia Precoz". En su texto de 1911, Bleuler propone cambiar esta denominación
por la de "Esquizofrenia" porque, afirma, la Demencia Precoz de Krápelin:
No es una verdadera demencia porque el término demencia implica el deterioro global y progresivo
de funciones como la memoria, la orientación, la atención, la inteligencia, el juicio, el pensamiento, la
ideación. Todas funciones que en la Demencia Precoz están conservadas o son de las ultimas en
deteriorarse. Recordemos que lo que Krápelin acentúa es la alteración de la voluntad y la afectividad
como perturbación esencial de la Demencia Precoz.
Tampoco es "precoz". En un primer sentido porque se registran muchos casos de pacientes con
diagnóstico de Demencia Precoz, pero que comienzan con la enfermedad a los 40 o 50 años, edades
mucho más avanzadas que las que suponía Krápelin como norma general. O, en el otro sentido de lo
"precoz", no todos los pacientes evolucionan tan rápidamente hacia el deterioro, incluso habría un
conjunto de ellos que no lo presentarían sino de manera muy leve y tardía.
Por esto es que Bleuler propone cambiar el nombre de la enfermedad y acuña el término Esquizofrenia, cuya
significación es literalmente escisión (esquizo) de la mente (phrenos). Consiste en un trastorno de la
personalidad que reside en que esta se desagrega, se escinde, por haber una perturbación de la función
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asociativa. Esto es, que hay una alteración a nivel de la asociación de las representaciones. Ya no se trata
del trastorno de la voluntad ni de la afectividad, sino de un trastorno en otro nivel, el de la asociación de ideas.
En su concepción asociacionista, se trata de que la representación-meta que dirige y orienta las asociaciones se
pierde y lo que se genera a partir de ahí es un pensamiento "abandonado a la acción de los complejos
(afectivos) por lo que el sujeto parece vivir permanentemente un estado análogo a la asociación libre, a la
ensoñación o al sueño". Se producen interceptaciones, bloqueos y otros signos de una alteración de la función
asociativa. En tanto se pierde la representación-meta, el sujeto se interrumpe bruscamente en el curso de su
pensamiento (o discurso) y cuando lo retoma se comprueba que algo se ha alterado y está pensando en otra
dirección.
De Krápelin a Bleuler hay un salto conceptual que extiende el alcance del diagnóstico de Esquizofrenia más
allá de lo que alcanzaba el de Demencia Precoz al punto que la Esquizofrenia pasara a recubrir prácticamente
todo el campo de la psicosis. ¿Qué ocurre con la Paranoia en este proceso? Si bien Bleuler la mantiene como
categoría diagnostica, esta queda mucho más restringida todavía, con el agregado de que Bleuler va a incluir
en el campo de la Esquizofrenia casi todo cuadro que presente trastornos del pensamiento (como delirios) y
trastornos sensoperceptivos (alucinaciones). Esto también contribuirá a la disolución del concepto de
Paranoia, que también para Bleuler constituye más una suerte de reacción de una personalidad predispuesta
que una entidad clínica propiamente dicha.
Bleuler plantea para la Esquizofrenia una triada sintomática:
1. El trastorno en la asociación: se evidencia en la presencia de interceptaciones, bloqueos, etc.
2. El autismo: es de alguna manera la versión censurada (porque se le ha quitado el eros, la sexualidad)
del auto(erot)ismo freudiano. Se describe que el sujeto se ha volcado hacia sí mismo, lo cual lo
volvería indiferente a lo que ocurre a su alrededor. Se asemeja a lo que Krápelin describía como
indiferencia afectiva. Pero Bleuler agrega la hipótesis de que esto se debe a "la predominancia de la
esfera del deseo sobre la percepción de la realidad". Este es un síntoma fundamental según Bleuler, tal
vez el que mejor muestra la esencia de su concepción del cuadro esquizofrénico.
3. La ambivalencia afectiva: (o sea la oscilación entre el amor y el odio, la dificultad para mantener un
vínculo afectivo estable) también es explicada por Bleuler como efecto de la imposibilidad de
mantener una asociación de representaciones orientada por una representación-meta firme que no deje
desviarse u oscilar las mociones afectivas del sujeto. Esto se acompaña de otras perturbaciones de la
afectividad (como reactividad paradojal, rigidez emocional, etc.).
Tanto para Bleuler como para Krápelin, el delirio, las alucinaciones, los trastornos del lenguaje y la escritura,
etc., no son síntomas fundamentales sino accesorios, o sea, pueden estar o no; su presencia no es suficiente
para establecer un diagnóstico y su ausencia no excluye la posibilidad del mismo.
Bleuler, siguiendo a Krápelin, también distingue formas clínicas de la Esquizofrenia: paranoide, hebefrénica
y catatónica. A estas les agregará la forma simple, en la cual se trata de la presencia de esta triada
sintomática basal (autismo, ambivalencia y trastornos de asociación), y donde abundan los "síntomas
negativos" de la Esquizofrenia; las manifestaciones más deficitarias de la enfermedad, menos productivas:
abulia acentuada, poca o nula conexión con el entorno, la atención empobrecida, ausencia de afectividad en
los vínculos, etc.
Ballet propone un nuevo cuadro al que llama Psicosis Alucinatoria Crónica (PAC) y apoya esta propuesta en
una hipótesis respecto al mecanismo de producción de las alucinaciones, basado en la idea de una
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h) El lenguaje hablado y escrito es un flujo continuo de palabras, de frases rápidas y mal hilvanadas
(logorrea, graforrea).
La fuga de ideas es el síntoma principal de esta excitación psíquica. Puede decirse que por sí solo resume
todos los otros. Es un aspecto fundamental de la "volatilidad" maníaca. La fuga de ideas y la taquipsiquia no
se reducen a un simple exceso de velocidad. Se trata de una exaltación del ser psíquico en su totalidad.
3. La exaltación del humor. El estado afectivo del maníaco viene caracterizado por la expansivídad y la
hipertimia. Éstas se manifiestan en especial a través de la euforia y del optimismo. El maníaco se siente
admirablemente bien, pletórico, infatigable, dichoso de vivir. Pero su tonalidad afectiva es inestable y así pasa
rápidamente de la alegría a las lágrimas y de las lamentaciones a la cólera.
4. La excitación psicomotriz y el juego. El maníaco siente una necesidad imperiosa de actividad. Va y viene,
gesticula, cambia los muebles de lugar, estalla en carcajadas, aplaude, canta, baila. Los movimientos son
inadaptados, desbordan su finalidad y se suceden dentro de un gran desorden. El rasgo dominante de esta
actividad estéril es el juego: el maníaco representa escenas, improvisa escenarios, imita a personajes
conocidos. La característica de este juego es el tomar sus elementos del mundo exterior. A veces, la
desordenada actividad de los maníacos les impulsa a reacciones peligrosas y medico legales (excentricidades,
atentados al pudor, etc.).
5. Síndrome somático. Por lo general, el estado orgánico se halla trastornado. El acceso maníaco se acompaña
de adelgazamiento y la recuperación del peso se produce cuando se aproxima la curación. Los trastornos del
sueño son muy importantes. Parece como si la necesidad de dormir desapareciera casi totalmente sin
ocasionar fatiga. El hambre y la sed están aumentadas. Así puede observarse una ligera hipertermia al inicio
del acceso o durante los períodos de agitación; sin embargo, lo que más ha llamado la atención de los
observadores es la resistencia al frío y la fatiga; el pulso está acelerado. La T. A., por el contrario, con
frecuencia está descendida; las secreciones están aumentadas, especialmente la saliva (esputos) y la
sudoración. En el curso del acceso existe frecuentemente una amenorrea.
FORMAS CLÍNICAS
1. La hipomanía. Se trata de un estado de agitación que ha sido llamado forma menor de la excitación
maniaca. El estado hipomaníaco puede ser caracterizado por un humor jovial, eufórico, una superabundancia
de ideas y de actividad. La exuberancia del pensamiento y del lenguaje se expresa por una gran facilidad en la
conversación y sobre todo por una abundancia excesiva de la palabra y de los escritos. En el grado más ligero,
el sujeto pasa por vivo, espiritual, inteligente, brillante pero rápidamente agresivo, irritable, autoritario,
sarcástico. El hipomaniaco tiene un comportamiento bastante característico: está constantemente en actividad,
siempre necesita hacer alguna cosa, no parece descansar nunca y no parece experimentar cansancio. Toma
numerosas iniciativas y se embarca en empresas múltiples y dispersas que muy raras veces son terminadas.
Como el control moral está más o menos alterado, puede entregarse a excesos sexuales o a una agitación tan
desordenada que a veces llega a ponerse en situaciones delicadas desde el punto de vista médico legal
(prodigalidad, alteración de la conducta sexual, etc.).
2. Manía delirante y alucinatoria. En el acceso maniaco franco no existen ni delirio propiamente dicho ni
alucinaciones. Sin embargo, en ciertas formas se observan "experiencias delirantes", caracterizadas por su
movilidad, su carácter cambiante y su mínima organización; los temas vivenciados acostumbran a ser los de
grandeza y poderío, y más raramente los de persecución. La mayoría de las veces se trata de fabulaciones
inconscientes, de un "delirio verbal".
3. Manía sobreaguda o furor maníaco. Se caracteriza por una agitación con notable oscurecimiento de la
conciencia. En esta forma puede observarse rechazo de alimentos y signos orgánicos graves de agotamiento:
deshidratación, hipertermia, etc., los cuales, en su forma externa, se confunden con el cuadro del "delirio
agudo".
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4. Estados mixtos maniacodepresivos. En ocasiones, junto a los síntomas maníacos se imbrican síntomas de
la serie melancólica, es comprensible si se tiene en cuenta que manía y melancolía son los dos términos
antagonistas de una misma estructura conflictiva de la conciencia.
III. Estados depresivos y crisis de melancolía
EL ESTADO DEPRESIVO
En psiquiatría el término "depresión" implica al menos tres significados. Puede referirse a un síntoma (Indicio
o señal de una cosa que está ocurriendo), a un síndrome (Conjunto de síntomas que se presentan juntos) y
también a una entidad nosológica (Enfermedad).
El elemento semiológico elemental es un aspecto fenomenológico caracterizado por un trastorno, un descenso
del humor (timia) que termina siendo triste. Se encuentran, además, otros dos fenómenos:
En determinados casos, es el período de la vida en el que aparece el acceso depresivo por primera vez el que
parece legitimar una forma clínica particular de depresión, se trata de la depresión de involución de Krápelin.
Se ve que la inmensa gama de estados depresivos se distribuye alrededor de dos grupos extremos: las grandes
crisis de melancolía endógena y las crisis de depresión neurótica resultante de la descompensación de una
estructura neurótica anterior. La descompensación puede también sobrevenir sobre una estructura psicótica,
dando lugar, en este caso, a un estado psicótico, transitorio o irreversible y, en definitiva, a una depresión
sintomática de una psicosis. Es decir, no es ya la personalidad premórbida subyacente la que ha de ser tenida
en cuenta, sino un proceso psicótico sobre el que evoluciona el acceso depresivo o cuyo cuadro clínico inicia.
El estado depresivo aquí no es más que la manifestación de una psicosis cuyo diagnóstico convendrá hacer, no
concediendo al estado depresivo más valor que el de un episodio.
Depresiones sintomáticas de una afección orgánica: lesiones cerebrales por tumor, trastornos vasculares,
atrofias neuronales, meningoencefalitis, arteriosclerosis, ateroselerosis, hipoxemia, intoxicaciones,
perturbaciones metabólicas o endocrinas y también las depresiones secundarías a la puerperalidad, a las curas
de desintoxicación en los alcohólicos y los toxicómanos, a determinadas terapéuticas medicamentosas
(Reserpina, etc.).
LAS CRISIS DE MELANCOLÍA
La crisis de melancolía, la cual se opone casi punto por punto a la manía, es un estado de depresión intensa
vivenciado con un sentimiento de dolor moral y caracterizado por el enlentecimiento y la inhibición de las
funciones psíquicas y psicomotoras.
HISTORIA
Esquirol (inicio del s. XIX): dentro de las locuras parciales una monomanía propiamente dicha con
componente expansivo y la lipemanía o monomanía triste.
Baillarger (1854): locura de doble forma
Falret (1854): locura circular
Psicosis periódica en Alemania.
Krápelin (1899): psicosis maniacodepresiva
CIRCUNSTANCIAS DE APARICIÓN
El acceso puede aparecer a todas las edades, pero con mayor frecuencia en el periodo de involución. Las
mujeres son afectadas más frecuentemente que los hombres. Los factores genéticos y el biotipo pícnico
(Kretschmer) tienen la misma importancia que en la manía.
Con bastante frecuencia se encuentran causas desencadenantes que revelan cíclicamente la personalidad
maniacodepresiva. El acceso se desarrolla con bastante frecuencia después de un shock emocional o en una
situación de conflicto. A veces el período depresivo ha venido precedido de circunstancias debilitantes
(puerperio, enfermedad infecciosa, intervención quirúrgica, "surmenage", etc.).
Modo de aparición. El estado melancólico se establece habitualmente con bastante lentitud. Durante semanas
(y a veces meses) el enfermo acusa una cierta astenia, cefaleas, dificultades para el trabajo, falta de gusto e
interés por todo y en un insomnio que se agrava progresivamente. Se torna preocupado, su humor es sombrío,
su actividad profesional o doméstica se enlentece.
PERIODO DE ESTADO
1. La presentación. El melancólico permanece sentado, inmóvil, el cuerpo doblegado y la cabeza flexionada
hacia adelante, su cara está pálida y lleva la máscara de la tristeza, los rasgos caídos, los ojos muy abiertos y
con la mirada fija, la frente y el entrecejo fruncidos. El enfermo, abatido, no habla, tan sólo gime o llora.
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2. Inhibición y abulia. El melancólico se siente incapaz de querer, se abandona a la inercia. La astenia del
comienzo alcanza un tal grado que el enfermo no tiene fuerza para moverse, apenas para vestirse. La
inhibición psíquica es el síntoma más constante. Tratándose de una reducción global de todas las fuerzas que
orientan el campo de la conciencia, constituye una especie de parálisis psíquica; la ideación es lenta, las
asociaciones dificultosas, la evocación penosa, la síntesis mental, así como el esfuerzo mental sostenido
imposibles; la atención está concentrada sobre los temas melancólicos sin que pueda desprenderse de ellos; la
percepción del exterior está prácticamente correcta, pero oscurecida. El enfermo tiene la impresión de vivir en
una atmósfera fría, lejana e irreal. El lenguaje está también bloqueado por esta inhibición, las frases son raras
y monosilábicas. Con frecuencia el melancólico permanece en un semimutismo y a veces, incluso, en un
mutismo completo.
3. Sentimientos depresivos. Ocupan el primer plano del cuadro clínico. El paciente aqueja siempre un estado
de tristeza profunda que invade más o menos todo campo de su conciencia. Por otra parte, tiene dificultades
en expresar su dolor moral, el cual está constituido por sentimientos intensos y vagos, de aburrimiento, de
disgusto, de descorazonamiento, de desespero y de lamentos. La tristeza es vital, monótonaprofunda,
resistente a las solicitaciones exteriores, lo que da a la relación con el melancólico endógeno un tono bastante
diferente del que se puede establecer con el deprimido neurótico, cuyo dolor parece menos "auténtico", más
patético, más en demanda de consuelo o sencillamente de compasión. La "cinestesia" penosa, el conjunto de
sensaciones internas que constituyen el fundamento de la experiencia sensible están perturbadas; el paciente
siente un malestar vago, difuso, un sentimiento de inseguridad, una profunda modificación del humor. Tiene
una impresión penosa de autodepreciación, de impotencia, de incapacidad, de improductividad, no tan sólo en
el terreno de la acción, como consecuencia de la inhibición psíquica y motora, sino también en el moral.
Siente una impresión desesperante de anestesia afectiva; se reprocha el no poder amar como anteriormente, el
estar como "embotado" en sus sentimientos. Se acusa de faltas la mayoría de las veces sin importancia
(desconsideraciones insignificantes, declaraciones fiscales insuficientes, faltas sexuales, etc.); declara haber
sido siempre un hombre grosero, haber ofendido a Dios. Presenta ideas de indignidad: se siente indigno de
toda estima, deshonesto, condenado. La hipocondría, es decir el temor y el deseo a la vez de la enfermedad, se
integra con naturalidad en la conciencia melancólica salvo en un punto: en efecto, si bien contagioso,
putrefacto, pestilente, no cesa sin embargo de afirmar que no se siente enfermo sino en falta.
4. El deseo y la búsqueda de la muerte. Son constantes en la conciencia melancólica. El rechazo de alimento,
desde la simple falta de apetito a la resistencia frente a toda alimentación. Sin embargo, el melancólico no tan
sólo busca abandonarse a la muerte, sino también inferírsela: el suicidio llega a hacerse obsesivo; imaginado,
deseado y buscado sin cesar. Se le considera a la vez como una obligación, un castigo necesario y una
solución. La posibilidad del suicidio sitúa a todo melancólico en peligro de muerte. Si bien no todo
melancólico intenta suicidarse, casi todos piensan sólo en la muerte. El raptus suicida es una impulsión brutal
y súbita que precipita al melancólico por la ventana o en el agua, le hace apoderarse bruscamente de las
tijeras, etc., en los momentos más inesperados y cuando parece estar más tranquilo. El suicidio colectivo se
observa principalmente en la mujer, la cual mata a sus hijos para llevarlos con ella en su muerte.
EVOLUCIÓN
La crisis de melancolía tiene una evolución espontánea de varios meses (generalmente 6 o 7 meses). La
intervención terapéutica es, a veces, espectacular. El recobrar el sueño y el apetito son signos capitales del
retorno al equilibrio.
FORMAS CLÍNICAS
1. Depresión melancólica simple. En esta forma domina la inhibición, el sujeto acusa una simple tendencia a
la inacción, está asténico y fatigado. El dolor moral es escaso, incluso falta a veces. El paciente sufre una
penosa impotencia y una improductividad intelectual; se siente enfermo y tiene necesidad de consuelo.
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2. Melancolía estuporosa. En esta forma alcanza su máximo la inhibición psicomotora. El enfermo está
absolutamente inmóvil: no habla, no come, no hace ningún gesto ni ningún movimiento. Su cara se mantiene
fijada en una expresión de dolor y desespero.
3. Melancolía ansiosa. Esta forma se caracteriza esencialmente por el predominio de la agitación ansiosa, por
la intensidad del miedo, el cual es vivenciado como un verdadero pánico. El enfermo inquieto tiene necesidad
de cambiar de lugar, se golpea la cabeza y pecho, se retuerce las manos, se lamenta, solloza, gime y suplica.
Sus tormentos le impulsan a evadirse, a buscar la muerte (ideas de suicidio constantes y activas).
4. Melancolía delirante. Las "ideas delirantes" melancólicas fueron estudiadas magistralmente por Seglas, el
cual señaló los siguientes caracteres:
a) Se acompañan de una tonalidad afectiva penosa.
b) Son monótonas, el enfermo repite siempre las mismas ideas delirantes.
c) Son pobres, es decir la idea delirante no se desarrolla a través de construcciones intelectuales: son más
ricas en emoción que en contenido ideico.
d) Son pasivas, el paciente acepta con inercia o desespero sus desgracias como si se tratara de una
abrumadora fatalidad.
e) Son divergentes o centrifugas, es decir se extienden progresivamente a los que le rodean y al
ambiente.
f) Se trata de delirios referidos al pasado (remordimientos, recriminaciones) o al futuro (temor,
ansiedad), los cuales retroceden o avanzan demasiado en relación a los acontecimientos presentes.
5. Estados mixtos maniacodepresivos. En los estados mixtos se mezclan síntomas propios de la melancolía
con los de la excitación (turbulencia, perplejidad, agitación, irritabilidad, etc.).
6. Formas monosintomáticas: en las que la crisis se reduce a uno solo o a varios (formas oligosintomáticas)
síntomas o equivalentes psicosomáticos.
IV. Las psicosis periódicas maniacodepresivas
Las "Psicosis periódicas" o "maniacodepresivas" se caracterizan por la tendencia "ciclotímica" a producir
accesos de manía o de melancolía. Fue Krápelin, quien, en 1899, a través de la descripción del análisis
minucioso de los estados de transición y de las imbricaciones de las crisis maniacas y melancólicas, llegó a la
noción de estados mixtos, demostrando así la identidad profunda de estas dos formas de trastornos. Krápelin
englobó entonces todas las psicosis, descritas precedentemente con las denominaciones de intermitentes,
circulares, periódicas, de doble forma, alternas, en una enfermedad fundamental y propuso colocarlas dentro
del cuadro de la locura maniacodepresiva, que consideraba como una psicosis esencialmente endógena (o
constitucional).
LAS CIRCUNSTANCIAS DE APARICIÓN
1. La edad media del primer acceso se sitúa antes de los 40 años para la mayoría de los autores
2. El sexo femenino, según Kraepelin, es afectado más frecuentemente; sin embargo, estadísticas más
recientes han atenuado claramente esta opinión clásica.
3. El papel de la raza no ha podido ser establecido de manera neta.
4. Las condiciones sociales y económicas han sido estudiadas igualmente. Las psicosis
maniacodepresivas son más frecuentes en los niveles socioeconómicos acomodados.
LAS CRISIS Y SU EVOLUCIÓN CLÍNICA
I. Principales modalidades evolutivas de las psicosis maniacodepresivas. Según el modo de aparición y de
sucesión de las crisis pueden describirse:
a) Accesos aislados de manía o de melancolía; eventualidad tanto más frecuente, naturalmente, cuanto
más jóvenes sean los enfermos considerados (12% para los enfermos de 40 años, según Lange).
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b) Accesos de manía remitentes en que los accesos de manía se suceden sin intervalo lúcido.
c) Accesos de manía intermitentes (17% de los casos, según Krápelin). Los accesos están separados en
este caso por periodos más o menos largos en los que el enfermo recobra un estado normal.
d) Accesos de melancolía remitentes de evolución subcontinua.
e) Accesos de melancolía intermitentes (50% de los casos según Kraepelin).
f) Evoluciones en forma circular doble, en las que un acceso melancólico sucede a un acceso maníaco o
recíprocamente, sin retorno a la normalidad.
g) Evoluciones en forma intermitente doble, en que los accesos en doble forma, como en los casos
precedentes, están separados por un retorno a la normalidad más o menos largo.
h) Evoluciones periódicas alternas, caracterizadas por la alternancia de crisis de manía y de melancolía
después de retornos más o menos largos a la normalidad.
De hecho, estos esquemas evolutivos son teóricos y, en la realidad, se observan evoluciones mucho más
atípicas, en las que los accesos de manía o de melancolía se suceden de tarde en tarde, sin regularidad. Lo más
frecuente es que se trate de psicosis periódicas en las que los accesos más numerosos son de tipo depresivo.
Finalmente debe recordarse la posibilidad de estados mixtos (Kraepelin), los cuales ofrecen todas las formas
de transición entre el acceso de manía y de melancolía.
II. Duración media de las crisis: ciertas crisis pueden durar tan sólo algunos días en tanto otras se prolongan
durante varios años.
III. Duración de las remisiones. La duración de las remisiones es aún más variable que la de las crisis. Por lo
general se admite que tienden a acortarse a medida que van repitiéndose los accesos. A veces, las crisis, están
separadas por varias decenas de años.
IV. Pronóstico a largo plazo. El pronóstico de recidiva es inherente al concepto mismo de psicosis periódica.
No obstante, puede esperarse una evolución desfavorable en los casos de crisis repetidas durante la juventud.
ETIOLOGÍA Y PATOGENIA
I.Herencia: Efectivamente, es en la afección maniacodepresiva, donde resulta más evidente el determinismo
heredogenético.
II. Biotipo: A la noción de herencia está vinculada la de "constitución" (disposiciones afectivas,
temperamento) o mejor la de biotipo (morfológico, humoral y psíquico). Existe, en efecto, una correlación
significativa entre el biotipo pícnico kretschmeriano y la psicosis maniacodepresiva: 64% de los
maniacodepresivos son de biotipología pícnica.
III. Factores etiológicos orgánicos y psíquicos:
1. Papel de las lesiones cerebrales. En la génesis de los accesos maniacodepresivos se han invocado
numerosas afecciones del sistema nervioso central. Principalmente son; los tumores, los traumatismos,
la arteriosclerosis y los trastornos circulatorios, las encefalitis, las meningoencefalitis, etc.
2. Factores hormonales. La interpretación de la relación clínica entre estas psicosis y los trastornos
endocrinos, a pesar de la abundancia de las investigaciones, continúa siendo plausible y confusa a la
vez.
I. - TIROIDES. Los accesos maniacodepresivos auténticos, contrariamente a los estados
confusionales o estuporosos, son raros en el curso de los síndromes de tirotoxicosis.
II. HIPÓFISIS. Si bien es todavía difícil precisar el papel de la hipófisis en la determinación de los
accesos maniacodepresivos, no está excluido, sin embargo, el que intervenga en la vasta sinergia de
las funciones hipofisohipotalárnicas, reguladoras de todo el sistema hormonal y humoral.
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III. GLÁNDULAS SEXUALES. También en este caso la investigación de las relaciones entre las
hormonas sexuales y la psicosis periódica ha suscitado considerables trabajos; a pesar de ello, el
problema etiopatogéníco no ha sido resuelto.
IV. CORTEZA SUPRARRENAL. En lo que respecta a la corteza suprarrenal merece ser señalado
un hecho bien establecido; la administración terapéutica de cortisona y de A. C. T. H. ha provocado
estados de excitación con euforia de tipo más o menos maníaco y excepcionalmente estados
depresivos. No obstante, asignar a las glándulas suprarrenales un papel en la génesis de los accesos
maniacodepresivos parece cosa prematura.
3. Perturbaciones metabólicas. se pueden relacionar con estas perturbaciones metabólicas las
observaciones clínicas de accesos maniacodepresivos durante las curas de adelgazamiento.
4. Factores tóxicos. Numerosas sustancias tóxicas pueden dar lugar a cuadros clínicos de manía. El
alcohol (en la embriaguez excitomotriz), el hachís, la cocaína, el protóxido de nitrógeno. Deben
citarse especialmente las manías sintomáticas provocadas por medicamentos recientes, tales como las
amfetaminas, la atebrina, la hidracída del ácido
5. Perturbaciones del metabolismo de ¡os mediadores en la psicosis maniacodepresiva. Ahora bien, se
sabe que la serotonina ejerce una acción importante, aunque mal conocida, sobre el funcionamiento
cerebral. Medicamentos como la reserpina y el grupo de inhibidores de la monoaminooxidasa (I. M.
A. O.) poseen una acción sobre Serotonina el metabolismo de la serotonina. Se explica la acción
sedativa y depresiva de la reserpina por esta depleción tisular en serotonina. Por el contrario, los
inhibidores de la monoaminooxidasa (I. M. A. O.) poseen una acción inversa a la de la reserpina;
disminuyen la velocidad de degradación de la serotonina de la que provocan un enriquecimiento
relativo de los tejidos.
6. Shocks emotivos y factores psíquicos. Es probable que la psicosis no sea jamás totalmente endógena,
sino que sea también más o menos reactiva, no tan sólo a los factores orgánicos que acabamos de
enumerar sino también a los factores afectivos.
7. Los factores culturales. Los factores culturales actuarán por el tipo de cultura. Especial mente
las culturas integradas en valores morales y aseguradores podrían más fácil mente conducir a unos
tipos de relaciones familiares propicias al desarrollo de una personalidad pre maniacodepresiva. Los
otros factores culturales y sociales son principalmente el nivel económico, la estabilidad social, las
inmigraciones, etc.
colectivo. Construcción «lógica» a partir de elementos «falsos», errores o ilusiones que son como los
«Postulados» de Clerambault de la fábula delirante, edificación del sistema de su mundo.
Los síntomas de este delirio son todos reductibles a una patología de las creencias, ya que las ideas delirantes
envuelven en su convicción dogmática todos los fenómenos que forman, a través del pensamiento reflexivo
del delirante, la edificación del sistema de su mundo. Polarización de todas las fuerzas afectivas en el sentido
de una construcción delirante que subordinan toda la actividad psíquica a sus fines. Carácter paranoico es
rasgo fundamental de muchos de estos enfermos: Desconfianza, orgullo, agresividad, falsedad del juicio,
psicorrigidez.
Delirios pasionales y de reivindicación: Estos Delirios están caracterizados: 1. ° por la exaltación
(exuberancia, hipertimia, hiperestesia); 2.° por la idea prevalente, que subordina todos los fenómenos
psíquicos y todas las conductas a un postulado fundamental, el de una convicción inconmovible; 3.° por su
desarrollo en sector, en el sentido de que el Delirio constituye un sistema parcial que penetra como una cuña
en la realidad. Sobre fondo de disposiciones caracterológicas llamada constitución paranoica (carácter
paranoico, y además en «sujetos de carácter difícil, recelosos susceptibles, rencorosos, vengativos») se instala
el cuadro de manera insidiosa o abrupta. Todos estos "paranoicos" reivindicativos deliran, pues, en el sentido
de un "ideal de sí mismo" imaginario.
de una malevolencia particular, enojosa o humillante). «Paranoia sensitiva» más depresivas e hipostenicas que
agresiva.
Delirio de interpretación de Serieux y Capgras: Locura razonante. «Idea fija» responde a una necesidad
hasta una manía de explicarlo todo, de descifrarlo todo conforme a un sistema de significación fundamental.
Delirio en red. Mecanismo de edificación de este delirio es la interpretación: «inferir o deducir de una
percepción exacta un concepto erróneo».
Interpretaciones exógenas: Se refieren a los datos proporcionados por los sentidos. Ej. Ciertos
enfermos ocupan todo el tiempo en descifrar lo que "quieren decir" las palabras de una canción, un
artículo del periódico, un discurso o un prospecto.
Interpretaciones endógenas: Sensaciones corporales, al ejercicio del pensamiento, a los sueños, a las
imágenes o a las ideas que se presentan en su mente a pesar de ellos.
2) psicosis alucinatoria crónica: Locura sensorial-paranoia alucinatoria. Importancia de fenómenos
sensoriales: alucinaciones, seudo-alucinaciones, automatismo mental. Basada en síndrome de automatismo
mental de Clerambault que constituye el núcleo y cuya superestructura delirante constituye una ideación
sobreañadida. Sin predisposición caracterológica de tipo paranoica.
Comienzo: a menudo repentino. Estallan las voces, las transmisiones del pensamiento aparecen en la mente,
se siente adivinado, espiado, sus actos son comentados o percibe extraños olores, gusto sospechoso en los
alimentos, fluidos en el cuerpo, corrientes eléctricas en la cabeza o en los genitales, se convierte en médium.
Sus reacciones son de asombro a este parasitismo alucinatorio. Una anamnesis minuciosa permite poner en
evidencia una progresiva alteración del humor de los sentimientos o de la conciencia, una cierta meditación o
prefacio delirante.
Triple automatismo:
1) Ideo verbal: voces (alucinaciones y seudoalucinaciones), enunciación, comentario de los actos y del
pensamiento, eco del pensamiento y de la lectura, robo y adivinación del pensamiento, el pequeño
automatismo (fenómenos e ilusiones de extrañeza del pensamiento, de ideación impuesta, de telepatía,
de mentismo xenopático, etc.)
2) Sensitivo-sensorial: gama de alucinaciones visuales, olfativas, gustativas y cenestésicas
3) Ideo motor: impresiones cinestésicas. Se trata de sensaciones de imposición de movimientos, de
articulación verbal forzada (alucinaciones psicomotrices).
3) psicosis fantástica: Forma clínica de delirios crónicos caracterizada por la riqueza fantástica de la
producción delirante que contrasta con una buena adaptación a la realidad. Estos delirios con base de
fabulación (imaginación creadora) diferentes de los de base interpretativa y de base perceptiva alucinatoria.
Psicosis imaginarias o «delirio de imaginación» sobre fondo constitucional mito maniaco. Actividades
fabulatorias que dan lugar a «ficciones» ricas y caóticas. Carácter fantástico con riqueza imaginativa del
delirio contrasta con el mundo real al que se adapta muy bien. Ausencia de sistematización y de evolución
deficitaria
1. Pensamiento paralógico: El pensamiento mágico y la imaginación está literalmente desbocado.
Toman de la pura fantasía sin importarles de la verosimilitud lógica. Tienen su fuente en arquetipos
mágicos de los primitivos. La fábula delirante se desarrolla fuera de toda categoría del entendimiento.
2. Megalomanía: temas de influencia (dominio maléfico, espiritismo, procedimientos científicos o
mágicos de acción a distancia, cohabitaciones corporales, etc.), de persecución (conspiraciones
misteriosas, combates y luchas políticas, conspiraciones de fuerzas espirituales o sobrenaturales, etc.),
ideas de envenenamiento, de embarazo, de transformación de órganos, de embrujamiento.
3. La primacía de la fabulación sobre las alucinaciones. Es muy raro que este tipo de delirio no
comporte una actividad. Es a través de voces, de revelaciones, de comunicaciones telepáticas, de
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visiones o de éxtasis, como el Delirante toma conciencia de su mundo fantástico. Pero, por lo general,
la alucinación cede el paso a la fabulación.
4. Integridad paradójica de la unidad de la síntesis psíquica. contraste entre las concepciones
paralógicas y la mitología del Delirio, y la correcta (y a veces perfecta) adaptación a la realidad. La
capacidad intelectual, la memoria, la actividad laboral, el comportamiento social, permanecen intactos
de modo notable.
Con evolución deficitaria:
Esquizofrenias, formas paranoides de la esquizofrenia
VIII. Las psicosis esquizofrénicas
HISTORIA
Siglo XIX – Morel en Francia: “afectados de estupidez desde su más temprana edad” los llamo
dementes precoces.
Hacker en Alemania: hebefrenia, estado mental de la gente joven.
Kahlbaum: trastornos psicomotores (catatonia).
1853 – Krápelin: demencia precoz, progresiva evolución hacia un estado de debilitamiento psíquico y
profundos trastornos de la afectividad.
1911 – Bleuler: esquizofrenia. Disociación que desintegra la capacidad asociativa. Disgregación
asociativa.
CARACTERÍSTICAS
La esquizofrenia es un conjunto de trastornos en los que dominan:
La discordancia
La incoherencia ideo verbal
La ambivalencia
El autismo
Las ideas delirantes y las alucinaciones mal sistematizadas
Perturbaciones afectivas profundas en el sentido del desapego y de la extrañeza de los sentimientos
Es un trastorno que tienden a evolucionar hacia un déficit y hacia una disociación de la personalidad.
El delirio tiene un carácter caótico, fragmentario, deshilvanado. Es un delirio sin progreso discursivo, que no
adelanta, que permanece estereotipado en sus fragmentos dispersos a pesar de sus complicaciones laberínticas.
FORMAS CLINICAS
I.-FORMAS GRAVES
1. Hebefrenia. Es la "demencia precoz de los jóvenes", primera forma descrita por Morel (1860). Lo que la
distingue es la predominancia del síndrome negativo de discordancia y la rapidez de su evolución. Esta forma
es tanto más frecuente cuanto más jóvenes son los sujetos, conforme a la "ley de la edad y de la masividad" de
Clérambault.
La forrija más frecuente es la de una apatía progresiva con indiferencia. A veces la hebefrenia viene
caracterizada por un comportamiento pueril y caprichoso, sobre un fondo de indolencia e inconsistencia en
relación a todos los valores sociales. A veces, en fin, se trata de una regresión masiva hacia un estado de
decadencia demencial rápida, lo que precisamente ha hecho dar el nombre de "demencia precoz" a la afección.
2. Hebefrenocatatonía. Es la forma descrita por Kahlbaum en 1874. Se caracteriza por la predominancia de
los trastornos psicomotores.
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II.—FORMAS MENORES
1. La esquizofrenia simple. Corresponde a una evolución que progresa muy lentamente. El paso del carácter
esquizoide a una especie de esclerosis de la vida afectiva y social, de desecación (Entleerung), se realiza
insensiblemente. La evolución por lo general se hace en diez, quince años o más y termina en una forma de
déficit simple.
En los antecedentes del sujeto se encuentran los rasgos de carácter esquizoide (el aislamiento, la introversión,
la rareza, la rigidez, etc.). Los que le rodean a menudo están alerta, bien porque el paciente se queja de
trastornos somáticos vagos y múltiples, bien porque cae en una apatía o en una inercia invencibles. Pero esta
"fatiga" o esta "depresión" cubren una serie de posiciones psicóticas ya antiguas: desinterés hacia actividades
realizadas automáticamente, apragmatismo sexual, conducta afectiva paradójica (frialdad, brutalidad con sus
allegados, por ejemplo).
Todo parece, pues, resumirse en una agravación progresiva de la inafectividad y del desinterés. En estos casos
es preciso buscar cuidadosamente los trastornos del curso del pensamiento, los elementos a menudo
difuminados del delirio, que se revelan en la rareza de las motivaciones o de las conductas.
2. Las esquizoneurosis. Sobre un fondo de esquizoidia puede producirse una evolución no ya lentamente
progresiva y seguida, sino que explota en sucesivos brotes entre los cuales el sujeto, curado de su "brote
psicótico", remprende una existencia "neurótica". Es decir que esta forma relativamente frecuente se
caracteriza por crisis y por sus relaciones con las estructuras neuróticas: el enfermo alterna dos modos de
respuesta a sus conflictos vitales: el modo neurótico, fondo de su existencia, y el modo psicótico, que irrumpe
por accesos.
DIAGNÓSTICO
El diagnóstico de la esquizofrenia "incipiens”: pueden cometerse terribles equivocaciones al diagnosticar
una esquizofrenia basándose simplemente en ciertos síntomas (risas locas, respuestas tangenciales, inercia,
tendencia a la abstracción, alucinaciones psíquicas, etc.). En otras ocasiones se trata deformas progresivas que,
a partir del carácter esquizoide o neurótico, realizan un estado preesquizofrénico. Aquí, como en las formas
menores de la esquizofrenia, se corre el riesgo de equivocarse en el diagnóstico de la psicosis esquizofrénica
en relación con el de las neurosis. Para este delicado diagnóstico se tendrá en cuenta la progresión y la rapidez
de los trastornos y, sobre todo, la importancia del Delirio y del síndrome de disociación.
El diagnóstico de las formas esquizoneuróticas: En efecto, ante todo se trata de hacer el diagnóstico
diferencial entre la psicosis esquizofrénica y las "neurosis". En general uno se inclinará hacia el diagnóstico de
esquizofrenia teniendo en cuenta los elementos siguientes:
1. tendencias esquizoides muy notables o, al contrario, irrupción masiva de los trastornos
2. carácter menos superficial y plástico de los trastornos
3. organización delirante estable
4. tendencia al pensamiento, al lenguaje y al comportamiento herméticos
5. falta de contacto directo e incomprensibilidad de las motivaciones
6. absolutismo de las creencias y rigidez de las aptitudes
7. tendencias negativistas y autisticas.
El diagnóstico diferencial entre la esquizofrenia y otros delirios crónicos: La Esquizofrenia difiere de los
Delirios sistematizados en el hecho de que éstos se desarrollan con orden y claridad, según mecanismos
seudorrazonantes, de tal manera que el delirante sistemático (pasional, interpretador, etc.) está de acuerdo con
la realidad salvo en lo que concierne a su sistema delirante. La Esquizofrenia difiere de las Parafrenias (en una
medida que parece discutible para la mayoría de autores) en que el Delirio fantástico ofrece, por así decir, dos
caras: la del mito delirante y la de una buena adaptación a la realidad cotidiana. A fin de cuentas, y en lo que
concierne al diagnóstico de las Psicosis esquizofrénicas en relación con el de las Psicosis delirantes crónicas,
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debemos repetir que la Esquizofrenia constituye una especie de este género, caracterizada por la regresión
cada vez más hermética a un mundo de ideas, de sentimientos, de percepciones y de creencias cada vez más y
más impenetrable.
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¿Qué plantea Freud con respecto al narcisismo? ¿Qué es necesario para que se constituya?
¿Cómo relaciona el autoerotismo y el narcisismo?
Diferencia: desde el comienzo en el individuo no está presente una unidad como el yo; el yo se desarrolla. Las
pulsiones autoeróticas son iniciales, primordiales; una nueva acción psíquica tiene que agregarse para que el
narcisismo se constituya (en el autoerotismo las pulsiones son parciales, cada una se autosatisface en su zona
erógena; en cambio en el Narcisismo se necesita una unidad hacia la cual la libido pueda dirigirse y en la cual
pueda satisfacerse. Por ello se constituirá el YO como primer objeto a investir libidinalmente). El narcisismo
que nace por replegamiento de las investiduras de objeto como un narcisismo secundario que se edifica sobre
la base de otro, primario, oscurecido por múltiples influencias
¿Cómo piensa Freud en este momento de su obra a la libido yoica y la libido de objeto?
Freud introduce una diferenciación en la libido de acuerdo a la localización: si está en el yo es libido yoica o
narcisista, si está en el objeto es libido objetal. La separación de la libido en una que es propia del yo y una
que se le atribuye a los objetos es la prolongación que dividió las pulsiones yoicas, de las sexuales. La
separación entre las pulsiones sirve para fines teóricos y por la utilidad en el análisis de las neurosis de
transferencia. Esta diferenciación corresponde al distingo entre hambre y amor. La biología aboga a su favor.
El individuo lleva una doble existencia, es fin para sí mismo y eslabón dentro de una cadena. Él tiene la
sexualidad como uno de sus propósitos, y otra consideración lo muestra como que pone sus fuerzas a cambio
de placer. Por lo tanto, la separación de las pulsiones sexuales respecto de las yoicas, se basa en esta doble
función del individuo. Por otro lado, los efectos de la sexualidad y el intermediario en la vida individual,
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provienen de procesos químicos. Al comienzo están juntas en el estado del narcisismo y son indiscernibles
para nuestro análisis grueso, y sólo con la investidura de objeto se vuelve posible diferenciar una energía
sexual, la libido, de una energía de las pulsiones yoicas.
Apartado II:
¿Cuáles son las vías de acceso que encuentra Freud para estudiar el narcisismo?
La principal vía de acceso al narcisismo es el análisis de las parafrenias; la demencia precoz y la paranoia nos
permitirán inteligir la psicología del yo. También podemos estudiar al narcisismo estudiando la consideración
de la enfermedad orgánica, de la hipocondría y de la vida amorosa de los sexos.
Enfermedad orgánica: mientras el enfermo sufre, retira de sus objetos de amor el interés libidinal, cesa de
amar. Retira sobre su yo sus investiduras libidinales para volver a enviarlas después de curarse. Libido e
interés yoico tienen aquí el mismo destino y se vuelven otra vez indiferenciables.
Hipocondría: el hipocondríaco retira interés y libido de los objetos del mundo exterior y los concentra sobre el
órgano que le preocupa. Las sensaciones penosas no tienen su fundamento en alteraciones comprobables.
Tampoco en las otras neurosis, comparables a las hipocondríacas, faltan sensaciones corporales de carácter
displacentero.
La vida amorosa de los sexos: los seres humanos tienen abiertos frente a sí dos caminos para la elección de
objeto: elección de objeto del apuntalamiento y elección de objeto narcisista; tiene dos objetos sexuales
originarios: él mismo y la mujer que lo crió; y, además, se presupone en cada ser humano el narcisismo
primario.
¿Cómo diferencia Freud lo que sucede en el caso de las neurosis de transferencia respecto de las
parafrenias?
NEUROSIS DE PARAFRENIA
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TRANSFERENCIA
Destino de la libido Introversión de la libido, sobre las La libido liberada por frustración se
formaciones de la fantasía retrae sobre el yo (megalomanía)
Freud utiliza el concepto de parafrenia para referirse al grupo constituido por la paranoia y la demencia
precoz. Considera que los enfermos de parafrenia presentan dos características principales: el delirio de
grandeza y la falta de interés por el mundo exterior. Compara el mecanismo de la parafrenia con el mecanismo
de las neurosis y considera que en estas últimas también se produce una retirada del interés hacia las personas
y objetos del mundo exterior, que posteriormente se redirige hacia representaciones imaginarias, dando lugar a
la producción de las fantasías. Pero en la parafrenia, la libido retrotraída del exterior, libido objetal, se emplea
para investir el propio yo, lo que se entiende por narcisismo, dando lugar al delirio de grandeza. Se trata en
realidad de un narcisismo secundario ya que existe una primera etapa del narcisismo que se inicia en el
momento en que el niño consigue dirigir sus arcaicos impulsos autoeróticos hacia un objeto de amor, que en
un primer momento será su propio yo. La etapa del narcisismo primario termina cuando una parte importante
de la libido yoica, debido a la intensidad que adquiere, se transforma en libido objetal, es decir, cuando el niño
puede empezar a amar a las figuras de su entorno.
«Un intenso egoísmo protege contra la enfermedad; pero, al fin y al cabo, hemos de comenzar a amar para
no enfermar y enfermamos cuando una frustración nos impide amar».
La enfermedad en la parafrenia, por tanto, consiste en el intento de restitución de la libido retirada de los
objetos del mundo exterior. Al igual que ocurre en la neurosis con la angustia resultante del fallo de la
represión, que se intenta cancelar mediante los mecanismos inconscientes que dan lugar a los distintos tipos
de neurosis (la histeria por medio de la conversión, la neurosis obsesiva por medio de las formaciones
reactivas, o la fobia por medio de la adhesión de la angustia a un objeto fobígeno), en la parafrenia la pérdida
de la libido objetal se resuelve mediante tres alternativas:
1. La permanencia en un estado de aparente normalidad o neurosis, cuando a pesar de que una parte de
la libido se retiró de los objetos del mundo exterior quedó otra parte importante ligada a ellos.
2. La megalomanía, cuando el yo se convierte en el objeto principal de amor e interés (dando lugar a los
trastornos narcisistas).
3. La restitución de la libido a los objetos, ya sea en forma de delirio (esquizofrenia) o de proyección
(paranoia).
Esta nueva investidura libidinal se produce desde un nivel diverso y bajo otras condiciones que la investidura
primaria.
¿Por qué Freud afirma que una tercera vía de acceso al narcisismo es la vida erótica humana?
Así como al comienzo la libido yoica quedó oculta tras la libido de objeto, reparamos primero en que el niño
(y el adolescente) elige sus objetos sexuales tomándolos de sus vivencias de satisfacción. Las primeras
satisfacciones sexuales autoeróticas son vivenciadas en relación con funciones vitales de autoconservación.
¿Por qué afirma que las pulsiones parciales se apuntalan a las pulsiones yoicas?
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Las pulsiones sexuales se apuntalan al principio en la satisfacción de las pulsiones yoicas, y sólo más tarde se
independizan de ellas; ese apuntalamiento se evidencia en el hecho de que las personas encargadas de la
nutrición, el cuidado y la protección del niño devienen los primeros objetos sexuales: son la madre o su
sustituto.
¿Por qué Freud habla de una reviviscencia del narcisismo de los padres con sus hijos?
Si consideramos la actitud de padres tiernos hacia sus hijos, se la puede pensar como el renacimiento del
narcisismo propio. Así prevalece una compulsión a atribuir al niño toda clase de perfecciones y a encubrir y
olvidar todos sus defectos (lo cual mantiene estrecha relación con la desmentida de la sexualidad infantil).
Deben cumplir los sueños irrealizados de sus padres; el varón será un gran hombre y un héroe en lugar del
padre, y la niña se casará con un príncipe como tardía recompensa para la madre. El narcisismo alguna vez fue
primario en los padres y con el paso del tiempo va dejando de ser narcisismo, dejando de ser libido yoica para
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empezar a ser libido de objeto, que puede cargar o investir a los objetos del mundo. Así, el niño bebé se
convierte para los padres en el objeto fundamental del mundo, en Su Majestad.
Apartado III:
Según Freud, es imposible colocar la génesis de la neurosis sobre la base del complejo de castración, por
grande que sea la fuerza con que aflora en ciertos hombres entre las resistencias a la curación de la neurosis.
La observación del adulto normal muestra amortiguado el delirio de grandeza que una vez tuvo, y borrados
los caracteres psíquicos desde los cuales distinguimos su narcisismo infantil. ¿Qué se hizo con su libido
yoica? Las mociones pulsionales libidinosas sucumben al destino de la represión patógena cuando entran en
conflicto con las representaciones culturales y éticas del individuo. Supusimos siempre que acepta dichas
representaciones como normativas, se somete a las exigencias que de ellas derivan. La represión parte del yo;
del respeto del yo por sí mismo. Las mismas impresiones y vivencias, los mismos impulsos y mociones de
deseo que un hombre tolera, son desaprobados por otro con indignación total o ahogados ya antes que
devengan concientes. Podemos decir que uno ha erigido en el interior de sí un ideal por el cual mide su yo
actual, mientras que en el otro falta esa formación de ideal. La formación de ideal sería, de parte del yo, la
condición de la represión.
El yo ideal remite al amor de sí mismo de que en la infancia gozó el yo real (su majestad el bebé: convocar y
poner a todos los demás a disposición de sus necesidades). El narcisismo aparece desplazado a este nuevo yo
ideal que, como el infantil, se encuentra en posesión de todas las perfecciones valiosas. Aquí el hombre se
muestra incapaz de renunciar a la satisfacción de que gozó una vez. No quiere privarse de la perfección
narcisista de su infancia, y si no pudo mantenerla debido a las reprimendas que recibió en la época de su
desarrollo y por el despertar de su juicio propio, procura recobrarla en la nueva forma del ideal del yo. Lo que
él proyecta frente a sí como su ideal es el sustituto del narcisismo perdido de su infancia, en la que él fue su
propio ideal.
La sublimación es un proceso que incumbe a la libido de objeto y consiste en que la pulsión se lanza a otra
meta, distante de la satisfacción sexual; el acento recae entonces en la desviación respecto de lo sexual. La
idealización es un proceso que envuelve al objeto; este es engrandecido y realzado psíquicamente. La
idealización es posible tanto en el campo de la libido yoica cuanto en el de la libido de objeto. Por ejemplo, la
sobrestimación sexual del objeto es una idealización de este.
Que alguien haya trocado su narcisismo por la veneración de un elevado ideal del yo no implica que haya
alcanzado la sublimación de sus pulsiones libidinosas. El ideal del yo reclama por cierto esa sublimación, pero
no puede forzarla; la sublimación sigue siendo un proceso especial cuya iniciación puede ser incitada por el
ideal, pero cuya ejecución es por entero independiente de tal incitación. La formación del ideal aumenta las
exigencias del yo y es el más fuerte favorecedor de la represión. La sublimación constituye aquella vía de
escape que permite cumplir esa exigencia sin dar lugar a la represión.
Existe una instancia psíquica cuyo cometido es velar por el aseguramiento de la satisfacción narcisista
proveniente del ideal del yo, y con ese propósito observa de manera continua al yo actual midiéndolo con el
ideal; esta instancia es nuestra conciencia moral. Admitir esa instancia nos posibilita comprender el llamado
delirio de ser notado o, mejor, de ser observado, que aflora en la sintomatología de las enfermedades
paranoides, y que puede presentarse también como una enfermedad separada o entreverada con una neurosis
de trasferencia. El delirio de observación lo figura en forma regresiva y así revela su génesis y la razón por la
cual el enfermo se rebela contra él.
La incitación para formar el ideal del yo, cuya tutela se confía a la conciencia moral, partió en efecto de la
influencia crítica de los padres, ahora agenciada por las voces, y a la que en el curso del tiempo se sumaron los
educadores, los maestros y todas las otras personas del medio. Grandes montos de una libido homosexual
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fueron convocados para la formación del ideal narcisista del yo, y en su conservación encuentran drenaje y
satisfacción. La institución de la conciencia moral fue en el fondo una encarnación de la crítica de los padres,
primero, y después de la crítica de la sociedad, proceso semejante al que se repite en la génesis de una
inclinación represiva nacida de una prohibición o un impedimento al comienzo externos.
Las voces son traídas ahora a la luz por la enfermedad, a fin de reproducir en sentido regresivo la historia
genética de la conciencia moral. La rebelión frente a esa instancia censuradora se debe a que la persona quiere
desprenderse de todas esas influencias, comenzando por la de sus padres, y retirar de ellas la libido
homosexual. Su conciencia moral se le enfrenta entonces en una figuración regresiva como una intromisión
hostil de fuera. La queja de la paranoia muestra también que la autocrítica de la conciencia moral coincide en
el fondo con esa observación de sí sobre la cual se edifica.
El sentimiento de sí (autoestimación) es un «grandor del yo», como tal. Todo lo que uno posee o ha
alcanzado, cada resto del primitivo sentimiento de omnipotencia contribuye a incrementar el sentimiento de sí.
El sentimiento de sí depende de manera estrecha de la libido narcisista. En las parafrenias el sentimiento de si
aumenta, mientras que en las neurosis de trasferencia se rebaja; y en la vida amorosa, el no-ser-amado
deprime el sentimiento de sí, mientras que el ser-amado lo realza. El ser-amado constituye la meta y la
satisfacción en la elección narcisista de objeto. Además, es fácil observar que la investidura libidinal de los
objetos no eleva el sentimiento de sí. La dependencia respecto del objeto amado tiene el efecto de rebajarlo; el
que está enamorado está humillado. El que ama ha sacrificado, por así decir, un fragmento de su narcisismo y
sólo puede restituírselo a trueque de ser-amado. En todos estos vínculos el sentimiento de sí parece guardar
relación con el componente narcisista de la vida amorosa. La percepción de la impotencia, de la propia
incapacidad para amar a consecuencia de perturbaciones anímicas o corporales, tiene un efecto muy
deprimente sobre el sentimiento de sí. La fuente principal de este sentimiento está en el empobrecimiento del
yo que es resultado de la enorme cuantía de las investiduras libidinales sustraídas de él, del deterioro del yo
por obra de las aspiraciones sexuales que han eludido el control.
Relación del sentimiento de sí con el erotismo (con las investiduras libidinosas de objeto)
Aplicación de la libido de manera acorde con el yo: el amar es apreciado como cualquier otra función
del yo. El amar en sí, como ansia y privación, rebaja la autoestima, mientras que ser-amado, hallar un
objeto de amor, poseer al objeto amado, vuelven a elevarla.
Aplicación de la libido reprimida: la investidura de amor es sentida como grave reducción del yo, la
satisfacción de amor es imposible, y el re-enriquecimiento del yo sólo se vuelve posible por el retiro
de la libido de los objetos. El retroceso de la libido de objeto al yo, su mudanza en narcisismo, vuelve,
por así decir, a figurar un amor dichoso, y por otra parte un amor dichoso real responde al estado
primordial en que libido de objeto y libido yoica no eran diferenciables.
El desarrollo del yo consiste en un distanciamiento respecto del narcisismo primario y engendra una
aspiración a recobrarlo. Este distanciamiento acontece por medio del desplazamiento de la libido a un ideal
del yo impuesto desde fuera; la satisfacción se obtiene mediante el cumplimiento de este ideal.
Simultáneamente, el yo ha emitido las investiduras libidinosas de objeto. El yo se empobrece en favor de estas
investiduras así como del ideal del yo, y vuelve a enriquecerse por las satisfacciones de objeto y por el
cumplimiento del ideal.
Una parte del sentimiento de sí es primaria, el residuo del narcisismo infantil
Otra parte brota de la omnipotencia corroborada por la experiencia (el cumplimiento del ideal del yo)
Una tercera, de la satisfacción de la libido de objeto.
El ideal del yo ha impuesto difíciles condiciones a la satisfacción libidinal con los objetos, haciendo que su
censor rechace por inconciliable una parte de ella. Donde no se ha desarrollado un ideal así, la aspiración
sexual correspondiente ingresa inmodificada en la personalidad como perversión.
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El enamoramiento consiste en un desborde de la libido yoica sobre el objeto. Tiene la virtud de cancelar
represiones y de restablecer perversiones. Eleva el objeto sexual a ideal sexual. Puesto que, en el tipo del
apuntalamiento (o del objeto), adviene sobre la base del cumplimiento de condiciones infantiles de amor: Se
idealiza a lo que cumple esta condición de amor. El ideal sexual puede entrar en una interesante relación
auxiliar con el ideal del yo. Donde la satisfacción narcisista tropieza con impedimentos reales, el ideal sexual
puede ser usado como satisfacción sustitutiva. Entonces se ama, siguiendo el tipo de la elección narcisista de
objeto, lo que uno fue y ha perdido, o lo que posee los méritos que uno no tiene. Se ama a lo que posee el
mérito que falta al yo para alcanzar el ideal. Este remedio tiene particular importancia para el neurótico que
por sus excesivas investiduras de objeto se ha empobrecido en su yo y no está en condiciones de cumplir su
ideal del yo. Busca entonces, desde su derroche de libido en los objetos, el camino de regreso al narcisismo,
escogiendo de acuerdo con el tipo narcisista un ideal sexual que posee los méritos inalcanzables para él.
Este ideal del yo tiene un componente social; es también el ideal común de una familia, de un estamento, de
una nación. Ha ligado, además de la libido narcisista, un monto grande de la libido homosexual de una
persona, monto que es devuelto al yo. La insatisfacción por el incumplimiento de ese ideal libera libido
homosexual, que se muda en conciencia de culpa (angustia social). La conciencia de culpa fue originariamente
angustia frente al castigo de parte de los padres; frente a la pérdida de su amor; después los padres son
remplazados por la multitud indeterminada de los compañeros. La frecuente causación de la paranoia por un
agravio al yo, por una frustración, de la satisfacción en el ámbito del ideal del yo, se vuelve así más
comprensible, como también el encuentro de formación de ideal y sublimación en el interior del ideal del yo,
la involución de las sublimaciones y el eventual remodelamiento de los ideales en los casos de contracción de
una parafrenia.
El ideal del yo es un concepto psicoanalítico clave, porque constituye un eslabón entre la primera tópica
freudiana, en la que se define un modelo espacial del aparato psíquico, dividido en zonas (inconsciente,
preconsciente y consciente) y el paso hacia la definición de un modelo estructural de la psique (en la segunda
tópica) en la que Freud distingue las tres instancias conocidas como Ello, Yo y Superyó. En particular, el
concepto de ideal del yo, es fundamental en el edificio teórico freudiano para poder postular y describir el
funcionamiento del Superyó. «Instancia de la personalidad que resulta de la convergencia del narcisismo
(idealización del yo) y de las identificaciones con los padres, con sus substitutos y con los ideales colectivos.
Como instancia diferenciada, el ideal del yo constituye un modelo al que el sujeto intenta adecuarse.»
En este escrito, Freud postula que lo que se proyecta en el ideal de yo viene a ocupar un lugar sustituto del
narcisismo infantil perdido. Este estado narcisista temprano, en el que el niño es todopoderoso, iría decayendo
paulatinamente debido a las consecuencias del establecimiento de relaciones con otros («relaciones de
objeto») significativas, principalmente con los progenitores o con quienes ocupen su lugar funcional y se
abandonaría, principalmente por la censura y crítica que los padres ejercen sobre actuar infantil. La
declinación definitiva del narcisismo primario coincide con la declinación del complejo de Edipo. En su lugar
aparece esta instancia del ideal del yo. En el texto se intenta establecer sin embargo, un cierto encuadre o
demarcación de esta instancia psíquica como algo independiente de la mera internalización de las figuras
parentales censuradoras.
El concepto será reelaborado más tarde por Freud en el contexto de su análisis de los líderes, los ídolos, las
figuras carismáticas o las relaciones de dependencia, establecidas, por ejemplo, con un hipnotizador o en los
enamoramientos «ciegos» y dependientes. En su obra Psicología de las masas y análisis del yo (1921), el
ideal del yo se define con arreglo a las funciones que cumple en las relaciones de sumisión y dependencia (al
líder, al ídolo, a la persona, al dirigente político, religioso, etc.) La instancia del ideal del yo aparece en este
texto conceptualmente diferenciada como algo independiente. La sumisión al líder o al hipnotizador es posible
porque esta persona «otra» se ha «inscrito», por así decirlo, en el espacio psíquico del ideal del yo.
Para que uno pueda investir libidinalmente objetos del mundo exterior, el sujeto deberá constituir en
primera instancia su Yo y reconocerse como un ser particular y diferente entre los demás. Para lograrlo
necesitará, en primer lugar, ser libidinizado por un Otro, y luego satisfacer las demandas de la sociedad.
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Así cumpliría con el "ideal del yo", es decir, aquellos mandatos culturales impuestos desde afuera que son
encarnados y transmitidos generacionalmente por los padres.
SZPILKA, Jaime. (1973). Bases para una psicopatología psicoanalítica. Buenos Aires: Ediciones
Kargieman. Cap. IV: “Neurosis y Psicosis”.
LACAN
Forclusión (repudio/repulsa): mecanismo especifico de las psicosis que consiste en un rechazo básico o
primordial del significante fálico. Este rechazo deviene como corolario del rechazo del complejo de castración
todo, y queda entonces como “arrojado” fuera de las posibilidades de simbolización del sujeto. En tanto este
significante no puede ser simbolizado, no encaja ni forma parte de la estructura inconsciente del sujeto, y al no
estar inscripto en el inconsciente ni estar sometido a la censura de la represión, no retorna jamás desde el
interior del sujeto, sino que reaparece imaginariamente como proviniendo desde lo real externo (lo alucina).
La forclusión, entonces, implica la imposibilidad de aceptar la castración y de simbolizarla en si misma a
través de poder aceptar la falta de pene en la mujer o la percepción de esa ausencia imaginaria, dejando el niño
mismo de identificarse imaginariamente con el falo materno.
Una falta no aceptada de una presencia imaginaria en lo real que se desea, al no poder simbolizarse
(castración, falo) no permite fundar el inconsciente como tal, ni reprimir, ni levantar la represión, ya que la
falta no tolerada aparece como presencia (alucinatoria) aparente en el lugar de esa falta. Así, a la realidad del
psicótico “no le falta nada”, y por eso mismo esta psicótico.
Dicho significante fálico es básico en el deseo y, a su vez, da sentido y organización a los otros significantes.
En cuanto al cumplimiento del deseo en el psicótico, decimos que, porque los cumple, los pierde. En el mismo
acto de lograr dicho cumplimiento, estos quedan excluidos, a su vez que el goce excluye al placer.
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MILLER, Jacques A (2005) El saber delirante. Capítulos: “Fenómenos elementales y delirio en la tesis
doctoral de Jacques Lacan” de Roberto Cueva y “Automatismo, fenómeno elemental y delirio” de Claudio
Godoy.
FENÓMENOS ELEMENTALES Y DELIRIO EN LA TESIS DOCTORAL DE JAQUES LACAN
Tesis “De la psicosis paranoica en sus relaciones con la personalidad” – Jaques Lacan
Caso Aimee (Margarite Panataine). Paranoia de auto punición:
1er momento: aparición de un fenómeno elemental que va desde la alusión hasta la interpretación
delirante propiamente dicha. Sesgo enigmático: significa que no sabe bien qué.
2do momento: un trabajo del sujeto sobre el enigma que se traduce en diferentes preguntas de
carácter acuciante.
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3er momento: surgimiento abrupto de una interpretación delirante como respuesta que fija un sentido
respecto del enigma inicial.
Rasgo paradójico de esa interpretación delirante: si bien fija un sentido, en el mismo movimiento incluye un
elemento enigmático que da lugar a una nueva secuencia en la construcción del delirio.
Delirio de Aimee
1er lugar: la localización del prejuicio que padece el sujeto (hablan mal de ella y la critican en el trabajo, en la
calle, en los periódicos). Son fenómenos elementales: “¿Por qué me hacen todo esto? Quieren la muerte de
mi hijo”. La respuesta queda fijada a lo largo del delirio.
2do lugar: la localización del agente del prejuicio, o sea, los perseguidores.
Da a luz a una niña muerta y atribuye la desgracia a sus enemigos (caracterizados de manera difusa,
sin localización precisa). Poco después del parto, recibe la llamada de una amiga, cosa que le resulta
extraña. Y bruscamente, Aimee concentra toda la responsabilidad del infortunio en esta mujer.
Tiempo después, cuando ya había nacido su hijo, Lacan indica que persiste en ella un estado de
profunda inquietud acerca de sus perseguidores. Para buscar una respuesta, decide trasladarse a París.
Introducción en el delirio de la Sra. Z: escucha a sus compañeros hablar de ella y dedujo que era ella
quien estaba en contra suyo.
Introducción en el delirio de PB, el perseguidor novelista: en sus obras encontraba alusiones a su vida
privada.
Del historial de Aimee surge claramente que el delirio no progresa mediante deducciones racionales; sino por
una suerte de precipitación de elementos significativos que recae en incidentes cuyo alcance se encuentra
abruptamente transfigurado.
Contrariamente a la doctrina clásica, Lacan instaura la interpretación delirante con las mismas características
del fenómeno elemental. La interpretación delirante como mecanismo generador del delirio que da cuenta de
su crecimiento.
¿Los fenómenos elementales dan cuenta de la fijación y de la organización del delirio?
Fijación: el delirio tiene relación con el conflicto vital que expresan (de naturaleza ético-sexual). La
permanencia del conflicto, al cual se refieren los acontecimientos traumáticos, explican la permanencia y el
crecimiento del delirio (los síntomas tienen que ver con la estructura de ese conflicto)
Organización de las ideas delirantes: a partir de modificaciones atípicas de las estructuras perceptivas, se
manifiestan modificaciones en estructuras conceptuales en la organización general del delirio. Estudia las
funciones mentales de la representación.
Estructura conceptual particular de la psicosis paranoica: formas de pensamiento paranoico.
1. Claridad significativa del contenido del delirio, da la impresión de un “presunto orden lógico”
2. Impresión lógica y espacio temporal en el desarrollo del delirio
3. Valor de realidad de los temas delirantes
4. Identificación iterativa: definida como un modo de organización pre lógico, que se refleja en las
perturbaciones de la percepción por la repetición, multiplicidad y extensión de los temas delirantes.
Queda establecida una identidad estructural entre los fenómenos elementales del delirio y su
organización general.
AUTOMATISMO, FENÓMENO ELEMENTAL Y DELIRIO
Automatismo y delirio
Lacan toma de Clerambault el termino de fenómeno elemental. Las diferencias son:
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No hay una relación parte-todo, ni sumatoria de elementos análogos, sino que la misma estructura está
presente, de diversos modos, en cualquiera de los componentes de la planta, hasta el fragmento más pequeño
es índice de su estructura. El elemento no es la parte del todo, sino que resume la estructura misma.
LACAN, Jacques. (1984). El Seminario de Jacques Lacan, libro 3: Las Psicosis. Buenos Aires: Paidós.
Cap. I: “Introducción a la cuestión de las psicosis”
Hace más o menos unos cincuenta años un paranoico era un malvado, un intolerante, un tipo con mal humor,
orgullo, desconfianza, susceptibilidad, sobrestimación de sí mismo. Esta característica era el fundamento de la
paranoia; cuando el paranoico era demasiado paranoico, llegaba a delirar. Se trataba menos de una concepción
que de una clínica, por otra parte, muy sutil.
Luego de la difusión de la obra de Génil-Perrin sobre la Constitución paranoica, que había hecho prevalecer
la noción carácterológica de la anomalía de la personalidad, constituida esencialmente por lo que puede muy
bien calificarse de estructura perversa del carácter. Como todo perverso, podía ocurrir que el paranoico pasara
los límites, y cayese en esa horrenda locura, exageración desmesurada de los rasgos de su enojoso carácter.
El progreso principal de la psiquiatría desde la introducción del psicoanálisis, consistió en restituir el sentido
en la cadena de los fenómenos. En si no es falso. Lo falso, empero, es imaginar que el sentido en cuestión, es
lo que se comprende. Lo nuevo que habríamos aprendido, se piensa en el medio ambiente de las salas de
guardia, es a comprender a los enfermos. Este es un puro espejismo.
La noción de comprensión tiene una significación muy neta. Es un resorte del que Jaspers hizo, bajo el
nombre de relación de comprensión, el pivote de toda su psicopatología llamada general. Consiste en pensar
que hay cosas que son obvias, que, por ejemplo, cuando alguien está triste se debe a que no tiene lo que su
corazón anhela. Nada más falso: hay personas que tienen todo lo que anhela su corazón y que están tristes de
todos modos. La tristeza es una pasión de naturaleza muy diferente. La comprensión sólo es evocada como
una relación siempre limítrofe. En cuanto nos acercamos a ella, es inasible.
Se llega así a concebir que la psicogénesis se identifica con la reintroducción, en la relación con el objeto
psiquiátrico, de esta famosa relación. Si la psicogénesis es esto, es precisamente aquello de lo que el
psicoanálisis está más alejado, por todo su movimiento, por toda su inspiración, por todos sus resortes, por
todo lo que introdujo, por todo aquello hacia lo que nos conduce, por todo aquello en que debe mantenernos.
Hay que decir de la psicología humana lo que decía Voltaire de la historia natural, a saber, que no es tan
natural, y que para decirlo todo, es lo más antinatural que hay. Todo lo que en el comportamiento humano es
del orden psicológico está sometido a anomalías tan profundas, presenta en todo momento paradojas tan
evidentes, que se plantea el problema de saber qué hay que introducir para dar pie con bola.
La enseñanza freudiana hace intervenir recursos que están más allá de la experiencia inmediata, y que en
modo alguno pueden ser captados de manera sensible. Allí, como en física, no es el color lo que retenemos, en
su carácter sentido y diferenciado por la experiencia directa, es algo que está detrás, y que lo condiciona. La
experiencia freudiana no es para nada pre-conceptual. No es una experiencia pura. Es una experiencia
verdaderamente estructurada por algo artificial que es la relación analítica, tal como la constituye la confesión
que el sujeto hace al médico, y por lo que el médico hace con ella. Todo se elabora a partir de este modo
operatorio primero.
¿Qué diferencia hay entre lo que es del orden imaginario o real y lo que es del orden simbólico? En el
orden imaginario, o real, siempre un más y un menos, un umbral, un margen, una continuidad. En el orden
simbólico todo elemento vale en tanto opuesto a otro.
Sí, hay por parte de Freud una verdadera genialidad que nada debe a penetración intuitiva alguna: es la
genialidad del lingüista que ve aparecer varias veces en un texto el mismo signo, parte de la idea de que debe
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querer decir algo, y logra restablecer el uso de todos los signos de esa lengua. La identificación prodigiosa que
hace Freud de los pájaros del cielo con las jovencitas, participa de este fenómeno: es una hipótesis sensacional
que permite reconstituir toda la cadena del texto, comprender no sólo el material significante en juego, sino,
más aún, reconstituir esa famosa lengua fundamental de la que habla Schreber. Más claramente que en
cualquier otra parte, la interpretación analítica se demuestra aquí simbólica.
Esta traducción es, en efecto, sensacional. Pero, cuidado; deja en el mismo plano el campo de las psicosis y el
de las neurosis. Si la aplicación del método analítico sólo proporcionara una lectura de orden simbólico, se
mostraría incapaz de dar cuenta de la distinción entre ambos campos.
Ya que se trata del discurso, del discurso impreso del alienado, es manifiesto entonces que estamos en el
orden simbólico. El material, es el propio cuerpo.
La relación con el propio cuerpo caracteriza en el hombre el campo de lo imaginario. Si algo corresponde en
el hombre a la función imaginaria tal como ella opera en el animal, es todo lo que lo relaciona de modo
electivo, pero siempre muy difícil de asir, con la forma general de su cuerpo, donde tal o cual punto es
llamado zona erógena. Esta relación, siempre en el límite de lo simbólico, sólo la experiencia analítica
permitió captarla en sus mecanismos últimos. Esto es lo que el análisis simbólico del caso Schreber
demuestra. Es tan sólo a través de la puerta de entrada de lo simbólico como se llega a penetrarlo.
Es clásico decir que, en la psicosis, el inconsciente está en la superficie, es consciente. Por ello incluso no
parece producir mucho efecto el que esté articulado. El inconsciente es un lenguaje. Que esté articulado, no
implica empero que esté reconocido. La prueba es que todo sucede como si Freud tradujese una lengua
extranjera, y hasta la reconstituyera mediante entrecruzamientos. El sujeto está sencillamente, respecto a su
lenguaje, en la misma relación que Freud. Si es que alguien puede hablar una lengua que ignora por completo,
diremos que el sujeto psicótico ignora la lengua que habla.
El asunto no es tanto saber por qué el inconsciente que está ahí, articulado a ras de tierra, queda excluido para
el sujeto, no asumido, sino saber por qué aparece en lo real.
Jean Hyppolite destacaba claramente su análisis de este texto fulgurante, es que, en lo inconsciente, todo no
está tan sólo reprimido, es decir desconocido por el sujeto luego de haber sido verbalizado, sino que hay que
admitir, detrás del proceso de verbalización, una Bejahung primordial, una admisión en el sentido de lo
simbólico, que puede a su vez faltar.
Freud admite un fenómeno de exclusión para el cual el término Verwerfung parece válido, y que se distingue
de la Verneinung, la cual se produce en una etapa muy ulterior. Puede ocurrir que un sujeto rehúse el acceso, a
su mundo simbólico, de algo que sin embargo experimentó, y que en esta oportunidad no es ni más ni menos
que la amenaza de castración. Toda la continuación del desarrollo del sujeto muestra que nada quiere saber de
ella, Freud lo dice textualmente, en el sentido reprimido.
Lo que cae bajo la acción de la represión retorna, pues la represión y el retorno de lo reprimido no son sino el
derecho y el revés de una misma cosa. Lo reprimido siempre está ahí, y se expresa de modo perfectamente
articulado en los síntomas y en multitud de otros fenómenos. En cambio, lo que cae bajo la acción de la
Verwerfung tiene un destino totalmente diferente. Todo lo rehusado en el orden simbólico, en el sentido de la
Verwerfung, reaparece en lo real.
La relación que Freud establece entre este fenómeno y ese muy especial no saber nada de la cosa, ni siquiera
en el sentido de lo reprimido, expresado en su texto, se traduce así: lo que es rehusado en el orden simbólico,
vuelve a surgir en lo real.
Hay una estrecha relación entre, por un lado, la denegación y la reaparición en el orden puramente intelectual
de lo que no está integrado por el sujeto; y, por otro lado, la Verwerfung y la alucinación, vale decir la
reaparición en lo real de lo rehusado por el sujeto.
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¿Qué está en juego en un fenómeno alucinatorio? Ese fenómeno tiene su fuente en lo que provisoriamente
llamaremos la historia del sujeto en lo simbólico. La distinción esencial es esta: el origen de lo reprimido
neurótico no se sitúa en el mismo nivel de historia en lo simbólico que lo reprimido en juego en la psicosis,
aun cuando hay entre los contenidos una muy estrecha relación. Esta distinción introduce, por sí sola, una
clave que permite formular el problema de modo mucho más sencillo de lo que se ha hecho hasta ahora.
El manejo actual de la relación de objeto en el marco de una relación analítica concebida como dual, está
fundado en el desconocimiento de la autonomía del orden simbólico, que acarrea automáticamente una
confusión del plano imaginario y del plano real. El resultado de este desconocimiento es que lo que en el
sujeto pide ser reconocido en el plano propio del intercambio simbólico auténtico es reemplazado por un
reconocimiento de lo imaginario, del fantasma. Autentificar así todo lo que es del orden de lo imaginario en el
sujeto es, hablando estrictamente, hacer del análisis la antecámara de la locura, y debe admirarnos que esto no
lleve a una alienación más profunda; sin duda este hecho indica suficientemente que, para ser loco, es
necesaria alguna predisposición, si no alguna condición.
El desarrollo no es insidioso, siempre hay brotes, fases. Ese momento fecundo siempre es sensible al
inicio de una paranoia. Siempre hay una ruptura en lo que Kraepelin llama más adelante la evolución
continua del delirio dependiente de causas internas.
No se puede limitar la evolución de una paranoia a las causas internas. Cuando se buscan las
causas desencadenantes de una paranoia, siempre se pone de manifiesto, con el punto de interrogación
necesario, un elemento emocional en la vida del sujeto, una crisis vital que tiene que ver
efectivamente con sus relaciones externas.
El sistema delirante varía, hayámoslo o no quebrantado. La variación se debe a la interpsicología,
a las intervenciones del exterior, al mantenimiento o a la perturbación de cierto orden en el mundo
que rodea al enfermo. De ningún modo deja de tomar esas cosas en cuenta, y busca, en el curso de la
evolución de su delirio, hacer entrar esos elementos en composición con su delirio.
Lo importante del fenómeno elemental no es entonces que sea un núcleo inicial, un punto parasitario, como
decía Clérambault, en el seno de la personalidad, alrededor del cual el sujeto hasta una construcción, una
reacción fibrosa destinada a enquistarlo, envolviéndolo, e integrarlo al mismo tiempo, es decir explicarlo,
como se dice a menudo. El delirio no es deducido, reproduce la misma fuerza constituyente, es también un
fenómeno elemental. Es decir que la noción de elemento no debe ser entendida en este caso de modo distinto
que la de estructura, diferenciada, irreductible a todo lo que no sea ella misma.
La dificultad de abordar el problema de la paranoia se debe precisamente al hecho de situarla en el plano de la
comprensión. Aquí el fenómeno elemental, irreductible, está a nivel de la interpretación.
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¿A fin de cuentas, qué dice el sujeto sobre todo en cierto período de su delirio? Que hay significación.
Cuál no sabe, pero ocupa el primer plano, se impone y para él es perfectamente comprensible. Y justamente
porque se sitúa en el plano de la comprensión como un fenómeno incomprensible, por así decirlo, la paranoia
es tan difícil de captar, y tiene también un interés primordial.
El momento en que han comprendido, en que se han precipitado a tapar el caso con una comprensión, siempre
es el momento en que han dejado pasar la interpretación que convenía hacer o no hacer. En general, esto lo
expresa con toda ingenuidad la fórmula: El sujeto quiso decir tal cosa. ¿Qué saben ustedes? Lo cierto es que
no lo dijo. Y en la mayoría de los casos, si se escucha lo que ha dicho, por lo menos se descubre que se
hubiera podido hacer una pregunta, y que esta quizá habría bastado para constituir la interpretación válida, o al
menos para esbozarla.
Se hace notar la integridad de las facultades del sujeto paranoico. La volición, la acción, como decía hace un
rato Krápelin, parecen homogéneas en él con todo lo que esperamos de los seres normales, no hay déficit en
ningún lado, ni falle, ni trastorno de las funciones. Se olvida, que lo propio del comportamiento humano, es el
discurrir dialéctico de las acciones, los deseos y los valores, que hace no sólo que cambien a cada momento,
sino de modo continuo, llegando a pasar a valores estrictamente opuestos en función de un giro en el diálogo.
Esta verdad absolutamente primera está presente en las fábulas populares, que muestran cómo un momento de
pérdida y desventaja puede transformarse un instante después en la felicidad misma otorgada por los dioses.
La posibilidad del cuestionamiento a cada instante del deseo; de los vínculos, incluso de la significación más
perseverante de una actividad humana, la perpetua posibilidad de una inversión de signo en función de la
totalidad dialéctica de la posición del individuo es una experiencia tan común, que nos deja atónitos ver cómo
se olvida esta dimensión en cuanto se está en presencia de un semejante, al que se quiere objetivar.
Tras una breve enfermedad, entre 1884 y 1885, enfermedad mental que consistió en un delirio hipocondríaco,
Schreber que ocupaba entonces un puesto bastante importante en la magistratura alemana, sale del sanatorio
del profesor Flechsig, curado, según parece de manera completa, sin secuelas aparentes.
Lleva durante unos ocho años una vida que parece normal, y él mismo señala que su felicidad domestica sólo
se vio ensombrecida por la pena de no haber tenido hijos. Al cabo de esos ocho años, es nombrado Presidente
de la Corte de apelaciones en la ciudad de Leipzig. Habiendo recibido antes del período de vacaciones el
anuncio de esta muy importante promoción, asume sus funciones en octubre. Parece estar, como ocurre muy a
menudo en muchas crisis mentales, un poco sobrepasado por sus funciones. Es joven para presidir una corte
de apelaciones de esa importancia, y esta promoción le hace perder un poco la cabeza. Está en medio de
personas mucho más experimentadas, mucho más entrenadas en el manejo de asuntos delicados, y durante un
mes trabaja excesivamente, como el mismo lo dice, y recomiendan sus trastornos: insomnio, mentismo,
aparición en su pensamiento de temas cada vez más perturbadores que le llevan a consultar de nuevo.
De nuevo se lo interna. Primero en el mismo sanatorio, el del profesor Flechsig, luego, tras una breve estadía
en el sanatorio del doctor Pierson en Dresde, en la clínica de Sonnenstein, donde permanecerá hasta 1901. Ahí
es donde su delirio pasara por toda una serie de fases de las que da un relato extremadamente seguro, parece, y
extraordinariamente compuesto, escrito en los últimos meses de su internación.
Freud señala al final de su análisis del caso Schreber, que nunca hasta entonces habla visto algo que se
asemejase tanto a su teoría de la libido, con sus desinvesticiones, reacciones de separación, influencias a
distancia, como la teoría de los rayos divinos de Schreber, y no se perturba por ello, ya que todo su desarrollo
tiende a mostrar el delirio de Schreber como una sorprendente aproximación de las estructuras del intercambio
interindividual, así como de la economía intrapsíquica.
Hay que reconocer que para ser psicoanalistas no están forzados en modo alguno, a menos que se sacudan un
poco, a tener presente que el mundo no es exactamente como cada quien lo concibe, sino que está tramado por
esos mecanismos que ustedes pretenden conocer.
Los psicólogos, por no frecuentar de verdad al loco, se formulan el falso problema de saber por qué cree en la
realidad de su alucinación. Por más que sea, ven bien que hay algo que no encaja, y se rompen la cabeza
elucubrando una génesis de la creencia. Antes habría que precisar esa creencia, pues, a decir verdad, en la
realidad de su alucinación, el loco no cree.
Lo que está en juego no es la realidad. El sujeto admite, por todos los rodeos explicativos verbalmente
desarrollados que están a su alcance, que esos fenómenos son de un orden distinto a lo real, sabe bien que su
realidad no está asegurada, incluso admite hasta cierto punto su irrealidad. Pero, a diferencia del sujeto normal
para quien la realidad está bien ubicada, él tiene una certeza: que lo que está en juego le concierne.
En él, no está en juego la realidad, sino la certeza. Aun cuando se expresa en el sentido de que lo que
experimenta no es del orden de la realidad, ello no afecta a su certeza, que es que le concierne. Esta certeza es
radical. La índole misma del objeto de su certeza puede muy bien conservar una ambigüedad perfecta, en toda
la escala que va de la benevolencia a la malevolencia. Pero significa para él algo inquebrantable.
Esto constituye lo que se llama, con o sin razón, fenómeno elemental, o también -fenómeno más
desarrollado- la creencia delirante.
Un fenómeno central del delirio de Schreber, que puede considerarse incluso inicial en la concepción que se
hace de esa transformación del mundo que constituye su delirio, es lo que llama la Seelenmord, el asesinato
del alma. Ahora bien, él mismo lo presenta como completamente enigmático. Considera este asesinato del
alma como un resorte cierto, que a pesar de su certeza conserva por sí mismo un carácter enigmático.
A medida que el delirante asciende la escala de los delirios, está cada vez más seguro de cosas planteadas
como cada vez más irreales. La paranoia se distingue en este punto de la demencia precoz: el delirante articula
con una abundancia, una riqueza, que es precisamente una de sus características clínicas esenciales. Las
producciones discursivas que caracterizan el registro de las paranoias florecen, casi siempre, en producciones
literarias, en el sentido en que literarias quiere decir sencillamente hojas de papel cubiertas de escritura.
El mundo que describe está articulado en conformidad con la concepción alcanzada luego del momento del
síntoma inexplicado que perturbó profunda, cruel y dolorosamente su existencia. Según dicha concepción, que
le brinda por lo demás cierto dominio de su psicosis, él es el correlato femenino de Dios. Todo se arregla en la
Versöhnung, la reconciliación que lo sitúa como la mujer de Dios. Su relación con Dios, tal como nos la
comunica es rica y compleja.
Si Schreber escribe esa enorme obra es realmente para que nadie ignore lo que experimentó, e incluso para
que, eventualmente, los sabios verifiquen la presencia de los nervios femeninos que penetran progresivamente
en su cuerpo, objetivando así la relación única que ha sido la suya con la realidad divina. Es algo que de hecho
se propone como un esfuerzo por ser reconocido. Tratándose de un discurso publicado, surge el interrogante
acerca de qué querrá decir realmente, en ese personaje tan aislado por su experiencia que es el loco, la
necesidad de reconocimiento. El loco parece distinguirse a primera vista por el hecho de no tener necesidad
de ser reconocido. Sin embargo, esa suficiencia que tiene en su propio mundo, la auto-comprehensibilidad que
parece caracterizarlo, no deja de presentar algunas contradicciones.
Al inicio, y en tal o cual momento, la duda versa sobre aquello a lo cual la significación remite, pero no tiene
duda alguna de que remite a algo. En un sujeto como Schreber, las cosas llegan tan lejos que el mundo entero
es presa de ese delirio de significación, de modo tal que puede decirse que, lejos de estar solo, él es casi todo
lo que lo rodea. En cambio, todo lo que él hace ser en esas significaciónes esta, de alguna manera, vaciado de
su persona.
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Confirmo el acting-out como equivalente a un fenómeno alucinatorio de tipo delirante que se produce cuando
uno simboliza prematuramente, cuando uno aborda algo en el orden de la realidad, y no en el seno del registro
simbólico. La verdadera pregunta es: si el símbolo es de todos, ¿por qué las cosas del orden del símbolo
adquirieron ese matiz, ese peso para el sujeto? El analista debe esperar frente a eso lo que el sujeto le
proporcionara, antes de hacer intervenir su interpretación.
Previa a toda simbolización hay una etapa, lo demuestran las psicosis, donde puede suceder que parte de la
simbolización no se lleve a cabo. Esta etapa primera precede toda la dialéctica neurótica, fundada en que la
neurosis es una palabra que se articula, en tanto lo reprimido y el retorno de lo reprimido son una sola y única
cosa. Puede entonces suceder que algo primordial en lo tocante al ser del sujeto no entre en la simbolización, y
sea, no reprimido, sino rechazado. Esto no está demostrado. Tampoco es una hipótesis. Es una articulación del
problema.
A nivel de esa Bejahung, pura, primitiva, que puede o no llevarse a cabo, se establece una primera dicotomía:
aquello que haya estado sometido a la Bejahung, a la simbolización primitiva, sufrirá diversos destinos; lo
afectado por la Verwerfung primitiva sufrirá otro.
Si Freud insistió tanto en el complejo de Edipo que llegó hasta construir una sociología de tótemes y tabúes,
es, manifiestamente, porque la Ley está ahí ab origine. Está excluido, en consecuencia, preguntarse por el
problema de los orígenes: la Ley está ahí justamente desde el inicio, desde siempre, y la sexualidad humana
debe realizarse a través de ella. Esta Ley fundamental es sencillamente una ley de simbolización. Esto quiere
decir el Edipo.
En su seno, entonces, se producirá todo lo que puedan imaginar, en los tres registros de la Verdichtung, de la
Verdrängung y de la Verneinung.
fundamentalmente alucinado. Por supuesto, nunca lo vuelve a encontrar, y en esto consiste precisamente el
principio de realidad. El sujeto nunca vuelve a encontrar, escribe Freud, más que otro objeto. Nunca encuentra
sino un objeto distinto, porque, por definición, debe volver a encontrar algo que es prestado. Este es el punto
esencial en torno al cual gira la introducción, en la dialéctica freudiana, del principio de realidad.
Lo que es preciso concebir es que en lo real aparece algo diferente de lo que el sujeto pone a prueba y busca,
algo diferente de aquello hacia lo cual el aparato de reflexión, de dominio y de investigación que es su yo
conduce al sujeto; algo diferente, que puede surgir, o bien bajo la forma esporádica de esa pequeña
alucinación que relata el Hombre de los lobos, o bien de modo mucho más amplio, tal como se produce en el
caso del presidente Schreber.
¿Qué es el fenómeno psicótico? La emergencia en la realidad de una significación enorme que parece una
nadería—en la medida en que no se la puede vincular a nada, ya que nunca entró en el sistema de la
simbolización—pero que, en determinadas condiciones puede amenazar todo el edificio.
Manifiestamente, hay en el caso del presidente Schreber una significación que concierne al sujeto, pero
que es rechazada, y que sólo asoma de la manera más desdibujada en su horizonte y en su ética, y cuyo
surgimiento determina la invasión psicótica. En el caso del presidente Schreber, esa significación rechazada
tiene la más estrecha relación con la bisexualidad primitiva. El presidente Schreber nunca integró en modo
alguno, intentaremos verlo en el texto, especie alguna de forma femenina.
Resulta difícil pensar cómo la represión pura y simple de tal o cual tendencia, el rechazo o la represión de tal o
cual pulsión, en mayor o menor grado transferencial, experimentada respecto al doctor Flechsig, habría
llevado al presidente Schreber a construir su enorme delirio. Se trata de la función femenina en su
significación simbólica esencial, y sólo la podemos volver a encontrar en la procreación. En un momento
cumbre de su existencia, no en un momento deficitario, esto se le manifiesta bajo la forma de la irrupción en
lo real de algo que jamás conoció, de un surgimiento totalmente extraño, que va a provocar progresivamente
una sumersión radical de todas sus categorías, hasta forzarlo a un verdadero reordenamiento de su mundo.
¿Qué sucede pues en el momento en que lo que no está simbolizado reaparece en lo real? No es inútil
introducir al respecto el término de defensa. Es claro que lo que aparece, aparece bajo el registro de la
significación, y de una significación que no viene de ninguna parte, que no remite a nada, pero que es una
significación esencial, que afecta al sujeto. En ese momento se pone en movimiento sin duda lo que interviene
cada vez que hay conflicto de órdenes, a saber, la represión. Pero, ¿porque en este caso la represión no encaja,
vale decir, no tiene como resultado lo que se produce en el caso de una neurosis?
Cuando una pulsión, digamos femenina o pasivizante, aparece en un sujeto para quien dicha pulsión ya fue
puesta en juego en diferentes puntos de su simbolización previa, en su neurosis infantil, por ejemplo, logra
expresarse en cierto número de síntomas. Así, lo reprimido se expresa de todos modos, siendo la represión y
el retorno de lo reprimido una sola y única cosa. El sujeto, en el seno de la represión, tiene la posibilidad de
arreglárselas con lo que vuelve a aparecer. Hay compromiso. Esto caracteriza a la neurosis, es a la vez lo más
evidente del mundo y lo que menos se quiere ver.
La Verwerfung no pertenece al mismo nivel que la Verneinung. Cuando, al comienzo de la psicosis, lo no
simbolizado reaparece en lo real, hay respuestas, del lado del mecanismo de la Verneinung, pero son
inadecuadas.
¿Qué es el comienzo de una psicosis? ¿Acaso una psicosis tiene prehistoria, como una neurosis? ¿Hay
una psicosis infantil? Todo parece indicar que la psicosis no tiene prehistoria. Lo único que se encuentra es
que cuando, en condiciones especiales que deben precisarse, algo aparece en el mundo exterior que no fue
primitivamente simbolizado, el sujeto se encuentra absolutamente inerme, incapaz de hacer funcionar la
Verneinung con respecto al acontecimiento. Se produce entonces algo cuya característica es estar
absolutamente excluido del compromiso simbolizante de la neurosis, y que se traduce en otro registro, por una
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FREUD, Sigmund. (1911). Sobre un caso de paranoia descrito autobiográficamente. Caso Schreber
La indagación psicoanalítica de la paranoia sería imposible si los enfermos no poseyeran la peculiaridad de
traslucir, aunque en forma desfigurada, justamente aquello que los otros neuróticos esconden como secreto.
Puesto que a los paranoicos no se los puede compeler a que venzan sus resistencias interiores, y dicen sólo lo
que quieren decir, en el caso de esta afección es lícito tomar el informe escrito o el historial clínico impreso
como un sustituto del conocimiento personal.
Apartado I
Schreber estuvo casado por ocho años con su esposa. Era en general un matrimonio feliz, pero surgía la
frustración por no poder tener hijos.
El doctor Schreber informa; «He estado dos veces enfermo de los nervios, ambas a consecuencia de un exceso
de esfuerzo mental:
La primera vez (como director del Tribunal Regional en Chemnitz), con ocasión de una candidatura al
Reichstag. La primera enfermedad le sobrevino en el otoño de 1884, y a fines de 1885 había sanado
totalmente. Fleschig, en cuya clínica el paciente pasó esa vez unos seis meses, definió más tarde su
estado como un ataque de hipocondría grave. El doctor Schreber asegura que esta enfermedad pasó
«sin incidente alguno que rozara el ámbito de lo suprasensible»
En junio de 1893 fue notificado de su inminente nombramiento como presidente del Superior Tribunal;
asumió su cargo el 1° de octubre de ese mismo año. En el intervalo le sobrevinieron algunos sueños, pero sólo
más tarde se vio movido a atribuirles significatividad. Algunas veces soñó que su anterior enfermedad
nerviosa había vuelto, por lo cual se sentía tan desdichado en el sueño como dichoso tras despertar, pues no
había sido más que un sueño.
En una oportunidad, llegando ya la mañana, en un estado entre el dormir y la vigilia, había tenido «la
representación de lo hermosísimo que es sin duda ser una mujer sometida al acoplamiento», una
representación que de estar con plena conciencia habría rechazado con gran indignación.
La segunda, por la inusual sobrecarga de trabajo en que se vio al asumir el cargo de presidente del
Superior Tribunal de Dresde para el cual se le acababa de designar. Sobrevino a fines de octubre de
1893 con un martirizador insomnio que le hizo acudir de nuevo a la clínica de Flechsig, donde, no
obstante, su estado empeoró con rapidez. Un informe, redactado por el director del asilo Sonnenstein,
describe su ulterior desarrollo
Exteriorizó más ideas hipocondríacas, se quejaba de padecer de un reblandecimiento del cerebro,
decía que pronto moriría, etc.
Luego ya se mezclaron unas ideas de persecución en el cuadro clínico, basadas en espejismos
sensoriales, los cuales, sin embargo, inicialmente se presentaban más aislados, al par que
imperaban un alto grado de hiperestesia y gran susceptibilidad a la luz y al ruido.
Luego se acumularon los espejismos visuales y auditivos, que, sumados a perturbaciones de la
cenestesia, gobernaron todo su sentir y pensar; se daba por muerto y corrompido, por apestado,
imaginaba que en su cuerpo emprendían toda clase de horribles manipulaciones; y pasó por las
cosas más terribles que se puedan imaginar, y las pasó en aras de un fin sagrado.
Las inspiraciones patológicas reclamaban al enfermo a punto tal que permanecía sentado durante
horas totalmente absorto e inmóvil (estupor alucinatorio), y por otra parte lo martirizaban tanto
que deseaba la muerte: en el baño hizo varios intentos de ahogarse y pedía el "cianuro que le
estaba destinado".
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Poco a poco, las ideas delirantes cobraron el carácter de lo mítico, religioso, mantenía trato
directo con Dios, era juguete de los demonios, veía "milagros", escuchaba "música sacra" y, en
fin, creía vivir en otro mundo.
Agreguemos que insultaba a diversas personas por las cuales se creía perseguido y perjudicado,
sobre todo a su anterior médico Flechsig: lo llamaba «almicida» {«asesino de almas»} e
incontables veces lo increpó «¡Pequeño Flechsig!», acentuando con fuerza la primera de esas
palabras.
Doctor Weber: «a partir de la psicosis inicial más aguda, que afectaba de manera directa a todo el acontecer
psíquico y cabía definir como un delirio alucinatorio, se fue destacando cada vez más decididamente el
cuadro clínico paranoico; por así decir, se fue cristalizando este». En efecto; por una parte, él había
desarrollado un artificioso edificio delirante y, por la otra, se había reconstruido su personalidad
mostrándose a la altura de sus tareas en la vida, si prescindimos de perturbaciones aisladas.
Por momentos el doctor Schreber no aparece ni confundido, ni inhibido psíquicamente, ni dañado de manera
notable en su inteligencia; es reflexivo, posee excelente memoria y un muy considerable saber y, en los
aspectos indicados, es difícil que el observador no advertido le encuentre nada extraño. A pesar de esto, el
paciente rebosa de unas representaciones de base patológica que se han cerrado para formar un sistema
completo, se han fijado en mayor o menor medida y no parecen admitir su enmienda mediante una concepción
objetiva y una apreciación de las circunstancias de hecho. Este enfermo se consideró a sí mismo capaz, y
emprendió los pasos adecuados para conseguir que se levantara su cúratela y lo dieran de alta del asilo.
«Se considera llamado a redimir el mundo y devolverle la bienaventuranza perdida. Pero cree que sólo lo
conseguirá luego de ser mudado de hombre en mujer».
Sostiene haber recibido esta misión directamente por inspiraciones divinas; es que unos nervios más
desequilibrados, como lo han estado los suyos desde hace largo tiempo, tendrían la propiedad de ejercer sobre
Dios un efecto de atracción; ahora bien, sostiene tratarse de cosas que no se pueden expresar en lenguaje
humano o es muy difícil hacerlo, puesto que se situarían fuera de toda experiencia humana y sólo a él le
habrían sido reveladas. En esta misión suya redentora, lo esencial es que primero tiene que producirse su
mudanza en mujer. No es que él quiera mudarse en mujer; más bien se trata de un "tener que ser" fundado en
el orden del universo y al que no puede en absoluto sustraerse.
Tiene por cosa asegurada que él es el objeto exclusivo del milagro divino y, así, el más maravilloso de los
hombres que hayan vivido sobre la Tierra desde hace años. A cada hora y cada minuto experimenta ese
milagro en su cuerpo, y también le es corroborado por las voces que hablan con él. Sostiene haber
experimentado en los primeros años de su enfermedad destrucciones en diversos órganos de su cuerpo, que a
cualquier otro hombre le habrían provocado indefectiblemente la muerte desde mucho tiempo atrás, pero él ha
vivido un largo período sin estómago, sin intestinos, sin pulmones casi, con el esófago desgarrado, sin vejiga,
con las costillas rotas, muchas veces se ha comido parte de su laringe al tragar, etc. Pero los milagros divinos
(los "rayos") le habrían restablecido cada vez lo destruido, y por eso dice ser inmortal mientras siga siendo
varón. Ahora bien, aquellos peligrosos fenómenos le desaparecieron desde hace tiempo; en cambio, ha pasado
al primer plano su "feminidad", tratándose de un proceso de desarrollo que probablemente requiera todavía
decenios, si no siglos, para consumarse, y cuyo término es difícil que llegue a ser vivenciado por alguno de los
seres humanos hoy vivos. Tiene el sentimiento de que ya han pasado a su cuerpo unos masivos "nervios
femeninos", de los cuales, por fecundación directa de Dios, saldrán hombres nuevos. Sólo entonces podrá
morir de muerte natural y conseguir la bienaventuranza como los demás seres humanos.
Entretanto, no sólo el Sol, sino los árboles y los pájaros, que son como unos "restos milagrosos de almas de
anteriores seres humanos", le hablan con voz humana, y por doquier acontecen cosas milagrosas en su
derredor»
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La mudanza en mujer (emasculación) fue el delirio primario, juzgado al comienzo como un acto de grave
daño y de persecución, y que sólo secundariamente entró en relación con el papel de redentor. Es indudable,
también, que al principio estaba destinada a producirse con el fin del abuso sexual y no al servicio de
propósitos superiores. Un delirio de persecución sexual se trasformó en el paciente, con posterioridad, en el
delirio religioso de grandeza. E inicialmente hacía el papel de perseguidor el médico que lo trataba, profesor
Flechsig; más tarde Dios mismo ocupó ese lugar.
Las «voces» escuchadas por el paciente trataron la trasformación en mujer como una injuria sexual, en virtud
de la cual se consideraban autorizadas a burlarse del enfermo. «Rayos de Dios, con respecto a la emasculación
que parecía inminente, no rara vez se creían autorizados a burlarse de mí llamándome "Miss Schreber"». «¡Y
quiere ser presidente del Superior Tribunal uno que se hace f. . .!»." — «¿Y no se avergüenza usted ante su
esposa?»
El propio Schreber señala el mes de noviembre de 1895 como el período en que se estableció el nexo entre la
fantasía de emasculación y la idea del redentor.
Cuando un hombre fallece, las partes de su alma (los nervios) son sometidas a un procedimiento de
purificación para ser finalmente integradas a Dios mismo como «vestíbulos del cielo». Así se genera un eterno
ciclo de las cosas, que está en la base del orden del universo. Cuando Dios crea algo, se despoja de una parte
de sí mismo, confiere una figura alterada a una parte de sus nervios. La aparente pérdida que así surge se
compensa cuando tras siglos y milenios se le vuelven a juntar, como «vestíbulos del cielo», los nervios de
hombres difuntos que se han vuelto bienaventurados. Las almas purificadas en virtud del proceso purgador se
encuentran en el goce de la bienaventuranza. Durante la purificación, las almas aprenden la lengua que el
propio Dios habla, el llamado «lenguaje fundamental», un «alemán algo anticuado, pero sin embargo
vigoroso, que se caracteriza sobre todo por una gran riqueza de eufemismos».
El Dios inferior y el superior tienen que concebirse como seres diferentes; cada uno de ellos, y también uno en
relación con el otro, poseen su egoísmo y su pulsión de autoconservación particulares, y por eso siempre
tratan de sacarse recíprocas ventajas». Asimismo, durante el estadio agudo de la enfermedad, estas dos
divinidades se comportaron de manera muy diferente con el desdichado Schreber. EI presidente del Superior
Tribunal, Schreber, había sido en sus días sanos un incrédulo en asuntos de religión.
Dios, de acuerdo con el orden del universo, en verdad no conocía a los hombres vivos ni le hacía falta
conocerlos, sino que, por ese orden del universo, sólo tenía que tratar con cadáveres.
Este raro Dios de Schreber tampoco es capaz de aprender nada por experiencia: «Parece serle imposible
extraer de la experiencia así adquirida una enseñanza para el futuro». Por eso puede repetir durante años y sin
modificación las mismas pruebas martirizadotas, milagros y preferencias de voces, hasta que por fuerza se
vuelve motivo de irrisión para el perseguido.
Sin embargo, esta crítica a Dios y sublevación contra él tropiezan en Schreber con una enérgica corriente
contraria «sólo se trata de un episodio que a más tardar llegará a su término con mi deceso, y por lo tanto sólo
a mí, y no a los otros hombres, me cabe el derecho de burlarme de Dios. Para los otros hombres Dios sigue
siendo el Creador omnipotente del Cielo y de la Tierra, la razón primordial de todas las cosas y el amparador
de su futuro, a quien se debe adoración y suprema veneración». La enfermedad es concebida como una
lucha del hombre Schreber contra Dios, en la cual sale triunfador el débil humano porque tiene de su
parte el orden del universo.
La bienaventuranza es para Schreber, por cierto, «la vida en el más allá» a que es elevada el alma humana
mediante la purgación tras la muerte. La describe como un estado de continuo gozar, unido a la visión de
Dios. Schreber traza la diferencia entre una bienaventuranza masculina y una femenina: «La bienaventuranza
masculina se sitúa más alto que la femenina, pues esta última parece tener que consistir de preferencia en un
continuo sentimiento de voluptuosidad»
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Los rayos de Dios pierden su intención hostil tan pronto como están seguros de asimilarse con voluptuosidad
de alma al cuerpo de él; Dios mismo demanda hallar la voluptuosidad con él, y amenaza con el retiro de sus
rayos si él se muestra negligente en el cultivo de la voluptuosidad y no puede ofrecer a Dios lo demandado
Antes de contraer su enfermedad, el presidente del Superior Tribunal había sido un hombre de rígidas
costumbres. Tras la seria batalla anímica que se dio a conocer hacia afuera por las manifestaciones de la
enfermedad, la relación con el erotismo se había alterado. Había llegado a la intelección de que el cultivo de la
voluptuosidad era un deber para él, y sólo su cumplimiento pondría fin al grave conflicto que había estallado
dentro de él o, como creía, en torno de él. La voluptuosidad era, como las voces se lo aseguraban, cosa que
debía hacerse «en temor de Dios» y sólo lamentaba no ser capaz de consagrar el día entero a su cultivo.
Antes era alguien inclinado al ascetismo sexual y no creía en la existencia de Dios; discurrida la
enfermedad fue un creyente en Dios y un buscador de voluptuosidad. No era ya una libertad sexual
masculina, sino un sentimiento sexual femenino; adoptaba una actitud femenina frente a Dios, se sentía
mujer de Dios.
Reclama un examen médico para que se compruebe que todo su cuerpo, desde la coronilla a las plantas de los
pies, está recorrido por nervios de voluptuosidad, lo cual, en su opinión, ocurre sólo en el cuerpo femenino,
mientras que, en el varón, por lo que él sabe, se encuentran nervios de voluptuosidad sólo en las partes
genitales y en su inmediata proximidad.
Las dos piezas principales del delirio de Schreber, la mudanza en mujer y el vínculo privilegiado con Dios,
están enlazadas en su sistema mediante la actitud femenina frente a Dios.
Apartado II
Schreber se queja de que lo acosan «pájaros de milagro» o «pájaros hablantes». Según su convicción, han
sido formados a partir de restos de ex «vestíbulos del cielo», vale decir, de almas de seres humanos que fueron
bienaventuradas, y, cargados con veneno cadavérico, han sido azuzados contra él. Los han habilitado para
proferir unas «frases aprendidas de memoria y carentes de sentido», que les han sido «inculcadas». Toda vez
que han descargado en él el veneno cadavérico que almacenaban, o sea, que le «repitieron maquinalmente las
frases que en cierta medida tenían inculcadas», se asimilaron en alguna medida a su alma con las palabras
«maldito tipo» o «vaya un maldito», las únicas en virtud de las cuales son todavía capaces de expresar una
sensación genuina.
Ha de referirse a unas muchachas jóvenes, a quienes, con tono crítico, se suele comparar a gansos y,
con falta de galantería, se atribuye «cerebro de pájaro»; de ellas se afirma que no saben decir más que
unas frases aprendidas, y delatan su incultura confundiendo entre sí palabras extranjeras que suenan
parecido. El «maldito tipo», única expresión seria en ellas, sería entonces el triunfo del hombre joven
que ha sabido imponérseles. «A gran número de las restantes almas de pájaro les he puesto en broma,
para distinguirlas, nombres de muchacha, pues a todas ellas se las puede comparar a niñas pequeñas por
su curiosidad, su tendencia a la voluptuosidad, etc. Y luego estos nombres de muchacha han sido
capturados por los rayos de Dios y conservados para designar las respectivas almas de pájaro».
Relación de Schreber Flechsig
El caso Schreber llevaba al comienzo el sello del delirio de persecución, sólo borrado a partir del punto de
inflexión de la enfermedad (la «reconciliación»). Desde entonces las persecuciones se vuelven cada vez más
tolerables, y el carácter ignominioso de la emasculación que lo amenaza es relegado, por responder ella a una
finalidad del orden del universo. Ahora bien, el autor de todas las persecuciones es Flechsig, quien sigue
siendo su maquinador durante toda la trayectoria de la enfermedad. Flechsig ha perpetrado o ha intentado
un «almicidio» en el enfermo.
Pronto siguió un ulterior desarrollo del delirio, que afectó la relación del enfermo con Dios sin modificar su
relación con Flechsig. Si hasta ese momento había visto sólo en Flechsig su genuino enemigo, y considerado
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la omnipotencia de Dios como su aliada, no pudo ahora rechazar el pensamiento de que Dios mismo era el
cómplice, si no el maquinador, del plan dirigido contra él. Pero Flechsig siguió siendo el primer seductor, a
cuyo influjo sucumbió Dios. Se había ingeniado para elevarse hasta el cielo con toda su alma o una parte de
ella y, así, para convertirse en «conductor de rayos». El alma de Flechsig conservó este papel aun después que
el enfermo trocó la clínica de Leipzig por el asilo de Pierson. El influjo del nuevo contorno se manifestó en
sumársele el alma del enfermero jefe, como el alma de Von W.
La persona a quien el delirio atribuye un poder y un influjo tan grandes es, cuando se la menciona de manera
determinada, la misma que antes de contraerse la enfermedad poseía una significatividad de similar cuantía
para la vida de sentimientos del paciente. Sostenemos que la intencionalidad del sentimiento es proyectada
como un poder exterior, el tono del sentimiento es trastornado hacia lo contrario, y que la persona ahora
odiada y temida a causa de su persecución es alguien que alguna vez fue amado y venerado. La persecución
estatuida en el delirio sirve sobre todo para justificar la mudanza de sentimiento en el interior del enfermo.
El enfermo temía un abuso sexual de su médico. Un avance de libido homosexual fue entonces el
ocasionamiento de esta afección; es probable que desde el comienzo mismo su objeto fuera el médico
Flechsig, y la revuelta contra esa moción libidinosa produjese el conflicto del cual se engendraron los
fenómenos patológicos.
«De esta manera se tramó un complot contra mí (más o menos en marzo o abril de 1894), que paró en esto:
luego que se hubiere reconocido o supuesto que mi enfermedad nerviosa era incurable, se me entregaría a un
hombre, y de tal suerte que le darían mi alma, y en cuanto a mi cuerpo, mudado en un cuerpo de mujer (...)
sería entregado así al hombre en cuestión para que cometiera abuso sexual...». Al final de la estadía en la
clínica de Leipzig, aflora el temor de que lo «arrojen a los enfermeros» con el fin del abuso sexual.
Homosexualidad
Otra «tormenta nerviosa», decisiva para la ulterior trayectoria, le sobrevino al enfermo mientras su esposa
tomaba unas breves vacaciones para reponerse. Bien comprendemos que de la mera presencia de la esposa
partieran unos influjos protectores contra la atracción que sobre él ejercían los hombres que lo rodeaban, y si
admitimos que en un adulto un proceso de poluciones no puede producirse sin coparticipación anímica,
complementaremos las de aquella noche con unas fantasías homosexuales que permanecieron inconcientes.
¿Por qué al paciente le sobrevino ese estallido de libido homosexual en aquel tiempo, en la situación de
transición entre el nombramiento y la asunción del cargo? En general, el ser humano oscila a lo largo de
su vida entre un sentir heterosexual y uno homosexual, y una frustración o un desengaño en un lado suele
esforzarlo hacia el otro.
El doctor Schreber tenía 51 años de edad en el momento en que contrajo esta enfermedad; se encontraba en la
época crítica para la vida sexual, aquella en que la función sexual de la mujer experimenta una vasta
involución, pero de cuya gravitación tampoco parece a salvo el hombre; también para este hay un
«climaterio», con las predisposiciones patológicas que de él se siguen.
El médico le ha hecho recordar a la esencia de su hermano o de su padre, ha reencontrado en él a su hermano
o a su padre, y entonces, dadas ciertas condiciones, ya no es asombroso que reaflore en el enfermo la añoranza
por esta persona sustitutiva y ejerza efectos de una violencia que sólo se comprende por su origen y por su
primaria intencionalidad. TRANSFERENCIA
La ocasión de contraer la enfermedad fue la emergencia de una fantasía de deseo femenina (homosexual
pasiva), cuyo objeto era la persona del médico. La personalidad de Schreber le contrapuso una intensa
resistencia, y la lucha defensiva escogió la forma del delirio persecutorio. El ansiado devino entonces el
perseguidor, y el contenido de la fantasía de deseo pasó a ser el de la persecución.
Mudanza:
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Si era imposible avenirse al papel de la mujerzuela frente al médico, la tarea de ofrecer al propio Dios la
voluptuosidad que busca no tropieza con igual resistencia del yo. La emasculación deja de ser insultante,
deviene «acorde al orden del universo», ingresa en un vasto nexo cósmico, sirve al fin de una recreación del
universo humano sepultado. Así se ha encontrado un expediente que satisface a las dos partes en pugna. El yo
es resarcido por la manía de grandeza, y a su vez la fantasía de deseo femenina se ha abierto paso, ha sido
aceptada. Pueden cesar la lucha y la enfermedad. Sólo que el miramiento por la realidad efectiva, entretanto
fortalecido, constriñe a desplazar la solución del presente al remoto futuro, a contentarse con un cumplimiento
de deseo por así decir asintótico. La mudanza en mujer previsiblemente se cumplirá alguna vez; hasta
entonces, la persona del doctor Schreber permanecerá indestructible.
Fleschig y Dios
Para el enfermo, «Flechsig» y «Dios» se sitúan dentro de una misma serie. Una fantasía le hace espiar con las
orejas una conversación de Flechsig con su esposa en la que aquel se presenta como «Dios Flechsig», a raíz de
lo cual ella lo tiene por loco, pero, además, así como, si abarcamos el conjunto del delirio, el perseguidor se
descompone en Flechsig y Dios, de igual modo el propio Flechsig se escinde después en dos personalidades,
Flechsig «superior» y «medio»; y también Dios, en el Dios «inferior» y el «superior». Respecto de Flechsig,
esa descomposición avanza en ulteriores estadios de la enfermedad. Un proceso de descomposición de esta
índole es muy característico de la paranoia. La paranoia fragmenta, así como la histeria condensa.
La raíz de aquella fantasía femenina que desató tanta resistencia en el enfermo habría sido, entonces, la
añoranza por padre y hermano, que alcanzó un refuerzo erótico:
En el desenlace del delirio de Schreber, la fantasía sexual infantil celebra un triunfo grandioso; la
voluptuosidad misma es dictada por el temor de Dios, y Dios mismo (el padre) no deja de exigírsela al
enfermo. La más temida amenaza del padre, la castración, ha prestado su material a la fantasía de
deseo de la mudanza en mujer, combatida primero y aceptada después.
La referencia a una culpa, encubierta por la formación sustitutiva «almicidio», es muy nítida. El
enfermero jefe es hallado idéntico al vecino Von W., el cual, según las voces, lo había acusado
falsamente de onanismo. Las voces dicen, fundamentando en cierto modo la amenaza de castración;
«En efecto, usted debe ser figurado como dado a vicios voluptuosos»
La compulsión de pensar a que el enfermo se sometía por suponer que, si dejaba de pensar un
momento, Dios creería que se había vuelto estúpido y se retiraría de él, es la reacción ante la amenaza
o el temor de que uno perdería el entendimiento por causa del quehacer sexual, en especial del
onanismo.
Nuestra tarea es entramar el surgimiento de una fantasía de deseo con una frustración, una privación en la
vida real y objetiva. Ahora bien, Schreber nos confiesa una privación así. Su matrimonio no le dio hijos, sobre
todo no le dio un hijo varón quien lo habría consolado por la pérdida del padre y del hermano, y hacia quien
pudiera afluir la ternura homosexual insatisfecha.
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Apartado III
El carácter paranoico reside en que para defenderse de una fantasía de deseo homosexual se reacciona,
precisamente, con un delirio de persecución de esa clase. Ocurre que en la paranoia la etiología sexual no es,
en modo alguno, evidente; en cambio, en su causación resaltan de manera llamativa mortificaciones y
relegamientos sociales, sobre todo en el varón.
Personas que no se han soltado por completo del estadio del narcisismo, vale decir, que poseen allí una
fijación que puede tener el efecto de una predisposición patológica, están expuestas al peligro de que una
marea alta de libido que no encuentre otro decurso someta sus pulsiones sociales a la sexualización, y de ese
modo deshaga las sublimaciones que había adquirido en su desarrollo. A semejante resultado puede llevar
todo cuanto provoque una corriente retrocedente de la libido («regresión»).
A la frase «Yo lo amo [a] varón]» la contradice:
a. NEGAR AL VERBO
Esta contradicción no puede devenirle consiente al paranoico en esta forma. El mecanismo de la formación de
síntoma en la paranoia exige que la percepción interna sea sustituida por una percepción de afuera. Delirio de
persecución. Así, la frase «pues yo lo odio» se muda, por proyección, en esta otra: «El me odia (me persigue),
lo cual me justificará después para odiarlo». Entonces, el sentimiento inconciente que pulsiona aparece como
consecuente de una percepción exterior:
«Yo no lo amo - pues yo lo odio - porque ÉL ME PERSIGUE».
b. NEGAR AL OBJETO
Otro punto de ataque para la contradicción lo registra la erotomanía. Y aquella misma compulsión a proyectar
imprime a la frase esta mudanza: «Yo noto que ella me ama».
«Yo no lo amo — yo la amo — porque ELLA ME AMA».
Muchos casos de erotomania podrían impresionar como unas fijaciones heterosexuales exageradas y
disformes, que no tuvieran otro fundamento que ese, si no prestáramos atención a la circunstancia de que
todos esos enamoramientos no se instalan con la percepción interna del amar, sino con la del ser-amado, que
viene de afuera.
c. NEGAR AL SUJETO AMANTE
La tercera y última variedad posible de la contradicción sería ahora el delirio de celos.
En el hombre: «No yo amo al varón - es ella quien lo ama», y sospecha de la mujer con todos los
hombres a quienes él está tentado de amar.
En la mujer: «No yo amo a las mujeres - sino que él las ama». La mujer celosa sospecha del hombre
con todas las mujeres que a ella misma le gustan a consecuencia de su narcisismo predisponente,
devenido hiperintenso, y de su homosexualidad.
d. NEGAR LA FRASE EN SU CONJUNTO
«Yo no amo en absoluto, y no amo a nadie», y esta frase parece psicológicamente equivalente a la frase:
«Yo me amo sólo a mí».
Esta variedad de la contradicción nos da entonces por resultado el delirio de grandeza, que podemos concebir
como una sobrestimación sexual del yo propio y, así, poner en paralelo con la consabida sobrestimación del
objeto de amor.
Proyección
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Una percepción interna es sofocada, y como sustituto de ella adviene a la conciencia su contenido, luego de
experimentar cierta desfiguración, como una percepción de afuera. En el delirio de persecución, la
desfiguración consiste en una mudanza de afecto; lo que estaba destinado a ser sentido adentro como amor es
percibido como odio de afuera.
La proyección no desempeña el mismo papel en todas las paranoias, y tampoco ocurre solo en la paranoia,
sino también bajo otras constelaciones de la vida anímica.
Represión
Es el mecanismo formador de síntomas en la paranoia. Tiene tres fases:
1. La primera fase consiste en la fijación, precursora y condición de cada «represión». Una pulsión o
componente pulsional no recorre el desarrollo previsto como normal y permanece en un estadio más
infantil. La corriente libidinosa respectiva se comporta respecto de las formaciones psíquicas
posteriores como una que pertenece al sistema del inconciente, como una reprimida. En tales
fijaciones de las pulsiones reside la predisposición a enfermar luego.
2. La segunda fase es la represión propiamente dicha. Ella parte de los sistemas del yo de desarrollo
más alto, susceptibles de conciencia, y puede ser descrita como un «esfuerzo de dar caza». Impresiona
como un proceso esencialmente activo, mientras que la fijación se presenta como un retardo en verdad
pasivo. A la represión sucumben los retoños psíquicos de aquellas pulsiones que primariamente se
retrasaron, cuando por su fortalecimiento se llega al conflicto entre ellas y el yo (o las pulsiones
acordes con el yo), o bien aquellas aspiraciones psíquicas contra las cuales, por otras razones, se eleva
una fuerte repugnancia.
3. Como tercera fase cabe mencionar el fracaso de la represión, la irrupción, el retorno de lo reprimido.
Tal irrupción se produce desde el lugar de la fijación y tiene por contenido una regresión del
desarrollo libidinal hasta ese lugar.
El sepultamiento del mundo es la proyección de esta catástrofe interior; su mundo subjetivo se ha sepultado
desde que él le ha sustraído su amor. Y el paranoico lo reconstruye, claro que no más espléndido, pero al
menos de tal suerte que pueda volver a vivir dentro de él. Lo edifica de nuevo mediante el trabajo de su
delirio. Lo que nosotros consideramos la producción patológica, la formación delirante, es, en realidad, el
intento de restablecimiento, la reconstrucción. Tras la catástrofe, ella se logra más o menos bien, nunca por
completo; una «alteración interior de profundo influjo», según las palabras de Schreber, se ha consumado en
el mundo. Pero el hombre ha recuperado un vínculo con las personas y cosas del mundo. El proceso de la
represión propiamente dicha consiste en un desasimiento de la libido de personas y cosas antes amadas. Lo
que se nos hace notar ruidoso es el proceso de restablecimiento, que deshace la represión y reconduce la libido
a las personas por ella abandonadas. En la paranoia, este proceso se cumple por el camino de la proyección.
No era correcto decir que la sensación interiormente sofocada es proyectada hacia afuera; más bien
inteligimos que lo cancelado adentro retorna desde afuera.
En la paranoia la libido liberada se vuelca al yo, se aplica a la magnificación del yo. Así se vuelve a alcanzar
el estadio del narcisismo, conocido por el desarrollo de la libido, estadio en el cual el yo propio era el único
objeto sexual. En virtud de ese enunciado clínico supondremos que los paranoicos conllevan una fijación en
el narcisismo, y declaramos que el retroceso desde la homosexualidad sublimada hasta el narcisismo indica
el monto de la regresión característica de la paranoia.
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DUELO MELANCOLIA
Es la reacción frente a la pérdida de una Se presenta en múltiples formas clínicas y de ellas,
persona amada o de una abstracción como la algunas sugieren afecciones más somáticas que
patria, la libertad, un ideal, etc. No es psicógenas. Puede reconocerse que esa pérdida es de
considerado un estado patológico. Confiamos naturaleza más ideal. El objeto tal vez no está realmente
en que pasado cierto tiempo se lo superará, y muerto, pero se perdió como objeto de amor (p. ej., el
juzgamos inoportuno y aun dañino perturbarlo. caso de una novia abandonada)
El duelo muestra los mismos rasgos, excepto Manifiesta una desazón profundamente dolida, una
uno; falta en él la perturbación del sentimiento cancelación del interés por el mundo exterior, la pérdida
de sí. Pero en todo lo demás es lo mismo. El de la capacidad de amar, la inhibición de toda
duelo pesaroso contiene idéntico talante productividad y una rebaja en el sentimiento de sí que se
dolido, la pérdida del interés por el mundo exterioriza en autorreproches y auto denigraciones y se
exterior, la pérdida de la capacidad de escoger extrema hasta una delirante expectativa de castigo.
algún nuevo objeto de amor, el extrañamiento Quebranto físico, fealdad, debilidad, inferioridad social,
respecto de cualquier trabajo productivo que rara vez son objeto de esa apreciación que el enfermo
no tenga relación con la memoria del muerto. hace de sí mismo; sólo el empobrecimiento ocupa un
Esta inhibición y este angostamiento del yo lugar privilegiado entre sus temores o aseveraciones. El
expresan una entrega incondicional al duelo cuadro de este delirio de insignificancia se completa con
que nada deja para otros propósitos y otros el insomnio, la repulsa del alimento y un
intereses. desfallecimiento, en extremo asombroso
psicológicamente, de la pulsión que compele a todos los
seres vivos a aferrarse a la vida.
¿En qué consiste el trabajo que el duelo opera? Hubo una elección de objeto; por obra de una afrenta real
El examen de realidad muestra que el objeto o un desengaño de parte de la persona amada sobrevino
amado ya no existe más, y es necesario ahora un sacudimiento de ese vínculo de objeto. La investidura
quitar toda libido de sus enlaces con ese de objeto fue cancelada, pero la libido libre no se
objeto. Lo normal es que prevalezca el desplazó a otro objeto, sino que se retiró sobre el yo. Ahí
acatamiento a la realidad. Pero la orden que sirvió para establecer una identificación del yo con el
esta imparte no puede cumplirse enseguida. Se objeto resignado. La sombra del objeto cayó sobre el yo,
ejecuta pieza por pieza con un gran gasto de quien pudo ser juzgado como el objeto abandonado. Tras
tiempo y de energía de investidura, y esta regresión de la libido, el proceso puede devenir
entretanto la existencia del objeto perdido conciente y se representa ante la conciencia como un
continúa en lo psíquico. Cada uno de los conflicto entre una parte del yo y la instancia crítica.
recuerdos y cada una de las expectativas en Tiene que haber existido, por un lado, una fuerte fijación
que la libido se anudaba al objeto son en el objeto de amor y, por el otro y en contradicción a
clausurados, sobreinvestidos y en ellos se ello, una escasa resistencia de la investidura de objeto.
consuma el desasimiento de la libido. La identificación narcisista con el objeto se convierte
entonces en el sustituto de la investidura de amor, lo cual
trae por resultado que el vínculo de amor no deba
resignarse a pesar del conflicto con la persona amada.
El mundo se ha hecho pobre y vacío. El yo se ha hecho pobre y vacío. Ha sufrido una pérdida
en el objeto; pero de sus declaraciones surge una pérdida
en su yo.
No hay nada inconciente en lo que atañe a la Remite a una pérdida de objeto sustraída de la conciencia.
pérdida.
Vergüenza en presencia de otros. Comunica sus dolencias/defectos a todo el mundo, falta
de pudor, como si en tal rebajamiento hallara una
satisfacción. Todo eso rebajante que dicen de sí mismos
en el fondo lo dicen de otro.
MANIA La melancolía toma prestados una parte de sus caracteres
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El yo tiene que haber vencido a la pérdida del al duelo, y la otra parte a la regresión desde la elección
objeto (o al duelo por la pérdida, o quizás al narcisista de objeto hasta el narcisismo. Se disciernen los
objeto mismo), y entonces queda disponible autorreproches como reproches contra un objeto de amor,
todo el monto de contrainvestidura que el que desde este han rebotado sobre el yo propio.
sufrimiento dolido de la melancolía había
atraído sobre sí desde el yo y había ligado. Si el amor por el objeto se refugia en la identificación
Cuando parte, voraz, a la búsqueda de nuevas narcisista, el odio se ensaña con ese objeto sustitutivo
investiduras de objeto, el maníaco nos insultándolo, denigrándolo, haciéndolo sufrir y ganando
demuestra también inequívocamente su en este sufrimiento una satisfacción sádica. Así, la
emancipación del objeto que le hacía penar investidura de amor del melancólico en relación con su
(control, triunfo y desprecio en relación al objeto ha experimentado un destino doble; en una parte
objeto). ha regresado a la identificación, pero, en otra parte, bajo
La manía no tiene un contenido diverso de la la influencia del conflicto de ambivalencia, fue trasladada
melancolía, y ambas afecciones pugnan con el hacia atrás, hacia la etapa del sadismo más próxima a ese
mismo «complejo», al que el yo conflicto.
probablemente sucumbe en la melancolía, El yo sólo puede darse muerte si en virtud del retroceso
mientras que en la manía lo ha dominado o lo de la investidura de objeto puede tratarse a sí mismo
ha hecho a un lado. como un objeto, sí le es permitido dirigir contra sí mismo
esa hostilidad que recae sobre un objeto y subroga la
reacción originaria del yo hacia objetos del mundo
exterior.
Tendencia a volverse del revés en la manía, un estado que
presenta los síntomas opuestos.
La ejecución pieza por pieza del desasimiento de la libido es adscribible a la melancolía de igual modo que al
duelo; probablemente se apoya en las mismas proporciones económicas y sirve a idénticas tendencias. Pero en
la melancolía la relación con el objeto no es simple; la complica el conflicto de ambivalencia. En la
melancolía se urde una multitud de batallas parciales por el objeto; en ellas se enfrentan el odio y el amor, el
primero pugna por desatar la libido del objeto, y el otro por salvar del asalto esa posición libidinal. A estas
batallas parciales no podemos situarlas en otro sistema que el Icc.
La ambivalencia constitucional pertenece en sí y por sí a lo reprimido, mientras que las vivencias traumáticas
con el objeto pueden haber activado otro material reprimido. Así, de estas batallas de ambivalencia, todo se
sustrae de la conciencia hasta que sobreviene el desenlace característico de la melancolía. Este consiste en que
la investidura libidinal amenazada abandona finalmente al objeto, pero sólo para retirarse al lugar del yo del
cual había partido. De este modo el amor se sustrae de la cancelación por su huida al interior del yo.
Así como el duelo mueve al yo a renunciar al objeto declarándoselo muerto y ofreciéndole como premio el
permanecer con vida, de igual modo cada batalla parcial de ambivalencia afloja la fijación de la libido al
objeto desvalorizando este, rebajándolo; también victimándolo.
De las tres premisas de la melancolía: pérdida del objeto, ambivalencia y regresión de la libido al yo (única
eficaz). Aquella acumulación de investidura antes ligada que se libera al término del trabajo melancólico y
posibilita la manía tiene que estar en trabazón estrecha con la regresión de la libido al narcisismo. El conflicto
en el interior del yo, que la melancolía recibe a canje de la lucha por el objeto, tiene que operar a modo de una
herida dolorosa que exige una contrainvestidura grande en extremo.
Freud estudia la manía en este escrito por dos razones: por un lado, menciona que es posible pasa de la
melancolía a la manía. Por el otro, hace alusión a una cuestión económica, que consiste en
Intoxicación alcohólica: elación. Por toxinas suspensión del gasto de energía de la represión. Opinión publica
placer de movimiento y acción porque está “muy alegre”. Concepto erróneo, debe ser corregido.
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SOLER, Colette. (1991). Estudios sobre la psicosis. Buenos Aires: Manantial. Cap. “Pérdida y culpa en la
melancolía”.
La depresión está de moda y su noción, que diluye las fronteras diagnósticas, tiende a absorber a la de
melancolía. En la clínica clásica el interés se volcaba especialmente hacia la paradójica culpabilidad del
melancólico, hacia el hecho de que se dirigiese a sí mismo tan feroces acusaciones. En la paranoia el sujeto
dirige sus reproches más bien al otro.
Los progresos de la farmacología tienen incidencias sobre la nosografía y a la vez sobre la concepción misma
de la enfermedad, pues la tendencia general es reducir la melancolía a los trastornos así llamados del humor.
El uso de este término indica por sí solo hasta qué punto se elimina la idea de una causalidad propiamente
subjetiva. Lacan hizo de la forclusión, en tanto ella es “rechazo del inconsciente", la causa primera de la
psicosis.
La melancolía se divide en dos grupos; los que pertenecen a la categoría de la mortificación y otros, distintos,
que podemos ubicar bajo el título de delirio de indignidad.
¿Cómo se desencadena el episodio melancólico? hay una pérdida, invocada u observable en los hechos.
¿Pérdida de qué? Freud la sitúa de manera diferente según los textos. El “Manuscrito G" dice primero
“pérdida” e incluso "hemorragia" de libido. Después, en 1914, “Duelo y melancolía" introduce la famosa
pérdida del objeto. No es lo mismo, en absoluto: la libido es lo que funda a la apetencia; el objeto, lo que sería
susceptible de satisfacerla. Puede tratarse de la pérdida de un ser querido —hijo, esposo, amante— pero
asimismo la de una pertenencia material —dinero, fortuna— o incluso de un ideal, de un valor ético. Sea cual
fuere la diversidad de contextos, lo que domina el cuadro clínico es una vivencia de pérdida tan fundamental
que a menudo hará desaparecer toda idea de defensa.
Sin embargo, el repliegue de la libido no es patrimonio exclusivo de la melancolía. Se lo observa también en
la hipocondría, por ejemplo, donde se fija sobre el órgano elegido para un beneficio de goce. En la melancolía
se le añade algo más, un daño que se extiende más allá de lo que habitualmente llamamos libido de objeto y
que involucra a la vida misma y a la conservación del organismo. Por ejemplo, el insomnio y la anorexia
melancólicos, muy diferentes de sus homólogos neuróticos, participan de una mortificación que afecta incluso
a la homeostasis vital y conduce al sujeto a diversas formas de petrificación. El problema es saber cómo
referiremos estos fenómenos a la causa de lenguaje del sujeto, y al mecanismo de la forclusión.
Hay que partir de lo que Lacan enfatizó: la negatividad esencial del lenguaje, que procede al asesinato de la
cosa. El lenguaje, que introduce a la falta en lo real, que implica una sustracción de vida, condiciona en este
sentido, para todo hablanteser, una virtualidad melancólica. El nombre de esta negativización, tal como es
revelada por la neurosis, es castración, que se significa como renuncia al goce masturbatorio. Se trata de una
mutilación de goce, en efecto, pero de una mutilación parcial y, además, compensada: es una pérdida que
reclama una “condición de complementariedad”, promoviendo ésta al objeto en su valor compensatorio.
En la melancolía se observa que la instancia de la sola pérdida se ha desencadenado y absolutizado. La inercia
estuporosa del melancólico no es sino el estado de un sujeto para quien ya no opera la condición de
complementarledad y que cae bajo la exclusiva acción de la negatividad del lenguaje. El lazo con la forclusión
se deja adivinar: lo que retorna en lo real es la castración forcluida.
La forclusión del falo condiciona una doble serie de fenómenos: de negativización y de positivización del
goce. La función fálica tiene precisamente el efecto de articularlas, de combinarlas, mientras que la psicosis
las disocia. La instancia negativa del lenguaje y la positividad del goce, por más disociadas que estén, aun así
están presentes las dos.
El melancólico subjetiviza la pérdida como “dolor moral". No es sólo un sujeto que se vive desposeído,
mutilado de la libido, y que cree carecer de todo lo que puede dar valor a la vida, amor, fortuna, fuerza, coraje,
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etc. Es un sujeto para quien la falta adopta la significación de la culpa, y por eso me parece adecuada la
expresión “delirio de indignidad". Es más que “delirio de pequeñez", pues se le suma una idea de
responsabilidad delirante. El sujeto eleva la falta a la culpa y toma la culpa a su cargo.
El dolor de existir no es patrimonio del sujeto melancólico, pues este dolor reside en el hablanteser, pero casi
nunca se encuentra en estado puro sino mixto o dividido, y ello por una razón estructural concreta; el Falo,
significante del goce, que no va sin la castración, hace también las veces de significante de la vida, y al
constituir una mediación entre la falta del Otro y el ser del sujeto, alivia a éste, por lo menos en parte, del
pathos de su daseim
El delirio de culpa está obrando aquí una certeza causal, no dialéctica, psicótica. El sujeto no sólo sitúa al mal
en posición de causa, reduciendo todo el registro del sentido al de la culpa, culpa casi siempre oscura,
primordial y que él cree encarnar, sino que no duda de que se trata también de una culpa de excepción,
inmensa y única, que a veces lo convierte en el más grande culpable de todos los tiempos. El delirio
melancólico no es llorido. Carece de la fantasía intuitiva del parafrénico y de la lógica sutil del
paranoico.
Si pérdida tiene asonancia con padre, difamar forma equívoco con mujer. En efecto, decir la mujer no es
designar una anatomía o un estado civil sino decirla no-toda, no toda fálica, o sea Otra, por estar fuera del
lugar del Otro. El melancólico no se feminiza como Schreber, pero se difama. Esta es su propia versión del
empuje-a-la-mujer. En la difamación hay un goce, sin duda, pero reducido a un goce como masoquista con el
cual no hay Otro, divino o no, que haga pareja.
La melancolía hace patente el fenómeno de la mortificación. Pero este fenómeno está también presente en la
paranoia, sólo que con frecuencia pasa desapercibido. Al menos es el término que utiliza Freud refriéndose a
lo que él juzga la enfermedad propiamente dicha de Schreber, aquella que desde su punto de vista precede al
delirio como tentativa de curación; esto es, la “catástrofe libidinal”, que es el fenómeno primario de su
psicosis. Lo dañado es la relación de objeto; hay un repliegue sobre la propia persona que puede tomar formas
diversas según los casos y que confirman en Schreber ciertos episodios un tanto imprecisos, de fatiga excesiva
atribuida al sumrmenage y de cierta hipocondría. Schreber mismo habla de un doíus indeterminatus, para
designar un daño que se parece a la pérdida del melancólico. Según Freud, este fenómeno pasa desapercibido
porque se le da toda la importancia al delirio, pero el clínico tiene que saber distinguir los preliminares de un
desencadenamiento, pues la mortificación, como retorno en lo real de la instancia negativa del lenguaje, de
hecho, jamás está ausente en la psicosis. Constituye más bien un avatar regular de la libido, que puede adoptar
formas diversas pero que siempre será hallado a título de “trastorno en la articulación más íntima del
sentimiento de la vida”.
La diferencia entre melancolía y paranoia se impone en la etapa siguiente, en la subjetivación de este daño
primario. El melancólico asume la culpa, el paranoico la carga sobre el Otro. El primero se difama, el segundo
dice, por ejemplo, “asesinato del alma”. En los dos casos juega la hipótesis causal, pero aquí se detiene la
simetría, pues el sujeto paranoico está del lado del buen derecho, del lado del orden. Esto en Schreber es muy
claro: es Dios el que quiere gozar, en efracción con el orden del universo, y es la víctima la que, a falta de ley
paterna, toma a su cargo la legalización del goce y quien, en su delirio, construye un orden nuevo en el que el
goce se torna justificable.
Acentuemos esta oposición: si el paranoico identifica el goce en el lugar del Otro según la expresión que
proponía Lacan en 1966, ¿no deberemos decir que el melancólico lo localiza, o más bien lo encarna, fuera del
lugar del Otro? Schreber identifica el goce en el lugar del Otro en forma triple y no homogénea: porque se lo
imputa al partenaire, Dios; porque lo correlaciona con el significante, puesto que su pensamiento es la
condición del goce divino; finalmente, porque cuando ese goce irrumpe en el cuerpo, que por este hecho cesa
de ser “desierto de goce", él intenta componer su cartografía y su nomenclatura mediante su lucubración sobre
la acción y el efecto de los rayos. Nada parecido ocurre en el melancólico, quien cree encarnar lo inmundo y
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lo innombrable; él no se alcanza por el verbo sino en el límite de lo simbólico, por el insulto, y no se realiza
sino en el silencio del acto, por el suicidio.
A nivel descriptivo, la manía se presenta exactamente como lo inverso de la melancolía, y sin embargo las
dos corresponden a la misma causa (forclusión) y al mismo mecanismo (retorno en lo real). Lacan reduce aquí
la manía a la excitación mortal, y la tiene por un retorno en lo real de lo que él llama “el filo mortal del
lenguaje". Así pues, en los dos casos la que triunfa es la instancia negativa del lenguaje, emancipada, y
triunfa, o bien en forma de excitación mortal, o bien en forma de abatimiento mortífero y de pasaje al acto.
El goce es pensado como un mal, Lacan mencionaba que el goce perjudica al lazo social y también a la
homeostasis del viviente. En este aspecto, el goce sexual, con su componente de placer, no es representativo;
es un goce acomodado ya al lazo social. En sí mismo, el goce primario es goce del cuerpo propio, autístico.
Hace falta toda una elaboración de discurso para hacerlo compatible con el otro. Dicho de otra manera, la
barbarie es natural al hablanteser, por lo mismo que, debido a que habla, está más allá del principio de placer.
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VIGANÓ, C; FISCHER, H. (1976). Esquizofrenia. Buenos Aires: Ed. Bonum. (pág. 5 a 22; 61 a 104)
La locura es inherente al hombre. Es una capacidad de ser del hombre, qué está en íntima relación con las
determinadas condiciones en las que se forma y desarrolla. En el transcurso del tiempo, la locura ha sido
conceptualizada de muy diferentes maneras:
En la antigüedad se le daba un carácter mítico, religioso. Era la manifestación de la voluntad divina o de
poderes demoníacos, expresados por un hombre poseído en una forma de hablar y de actuar incomprensible,
que provocaban pánico, temor, admiración, recogimiento religioso, según los casos. La causa de este proceder
era extraña y exterior al hombre, eran fuerzas desconocidas que se apoderaban de él sin que nadie pudiera
evitarlo.
En el siglo XVII sus víctimas recibían castigos, persecución, hoguera, flagelación, etcétera, hasta la creación
del hospital general, que fue la institución destinada a albergar a los transgresores de las normas sociales
vigentes, para resguardo de la comunidad. Así se incluían a los individuos que no eran delincuentes, pero que
transgreden las buenas costumbres de la época. Por lo tanto, tanto los enfermos mentales como los
delincuentes eran hospitalizados.
En el siglo XIX aparece, con Bleuler, el término psicosis, que marcó una evolución en el pensamiento con
respecto a la enfermedad mental. Está se diferencia de las enfermedades del cuerpo y de las enfermedades del
alma. Se fundan asilos donde se recluye a los locos con la intención de cuidarlos, castigarlos o domesticarlos
para poder preservar a la sociedad del peligro. La familia del enfermo era la víctima inocente que padecía el
estigma de tener un loco en su seno. Se generan médicos especializados en esta área, como por ejemplo Pinel.
Se establece la cuestión del vínculo humano con el paciente; este vínculo supone un dolor como un existir de
hombre entremezclado con el delirio o la alucinación. Sin embargo, el enfermo mental seguía segregado. Su
locura era algo que le pasaba a él. No tenía ninguna posibilidad de curación. El enfermo pasaba a ser
propiedad del médico, se sometía a una observación sistemática y se convertía en su campo de exploración.
De esta modalidad de vínculo y de estas observaciones surgió la nosografía. Esta relación médico paciente se
caracterizaba por una gran distancia, sin empatía y sin compromiso, actitud que al llenaba doblemente al
enfermo.
A partir de Freud la comprensión del enfermo mental incluye la historia del sujeto y fundamentalmente la
relación con los padres. El enfermar era algo que se iba gestando en el tiempo y en lo que tiene que ver la
relación con otros. Además, la relación del terapeuta es más comprometida, busca la individualidad del
paciente y se cuenta como uno de los dos elementos del vínculo, es decir, el paciente ya no es un objeto de
estudio frente a sus ojos.
A partir de los tratamientos biológicos practicados en 1950 el loco pierde la espectacularidad de los delirios,
las conductas llamativas, la agresividad, la peligrosidad. Esto contribuye a que se le vaya perdiendo el miedo,
lo cual también disminuye la necesidad de aislamiento.
Más tarde aparece el concepto de que el elemento patógeno es la familia. En eso se encontraría localizada la
causa fundamental de la enfermedad mental, siendo victimaria del enfermo, quién resultaría el depositario
inocente de la patología de cada una de sus miembros. Se adjudicaba el paciente una especial predisposición o
una perversión en el sistema de comunicación o una particular organización de la trama vincular que lo hacía
vulnerable a la enfermedad. El terapeuta parece establecer una alianza con el paciente en contra de la familia.
Una corriente psiquiátrica amplía aún más el contexto responsable, considerando la sociedad como agente
patógeno.
Actualmente, considerando la familia como una totalidad, se piensa que el factor patógeno sería el deseo
funcional, cuando se convierte en el motor esencial de las relaciones familiares. El enfermo mental no sería
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considerado ya como un pasivo depósito de la patología de la familia, sino como un sujeto activo que elige
enfermarse en ejercicio de su libertad, escapando a una destrucción mayor.
Cada vez en mayor o menor grado, la locura sigue envuelta en temores y prejuicios. Fácilmente se puede
reconocer que la reacción de los familiares ante una enfermedad orgánica es muy distinta a la reacción ante
una enfermedad mental. Por otro lado, existe otro factor muy importante; algunos elementos de la enfermedad
mental forman parte de nuestra vida cotidiana, con la diferencia de que lo hacen en forma parcial y
temporaria. Todos tenemos experiencias enfermas, aunque sin percatarnos de ello y sin enfermarnos
realmente.
Según Bellak, la esquizofrenia es un síndrome psiquiátrico, no una enfermedad única. Los síntomas
asociados a este diagnóstico deben interpretarse como una etapa final común a cierto número de estados
patológicos que pueden conducir a o manifestarse por una grave perturbación del yo.
Factores para la etiología y patogenia de la esquizofrenia:
1. Herencia: enfermedad familiar no es sinónimo de enfermedad hereditaria; la extensión familiar de
una enfermedad puede basarse en la contagiosidad infecciosa, la transmisión por herencia, y la
transmisión por convivencia; en la esquizofrenia queda descartado el primer mecanismo. La
predisposición hereditaria es condición necesaria pero no suficiente para la eclosión de la enfermedad.
2. Edad y sexo: la esquizofrenia es una enfermedad de la edad juvenil; su incidencia mayor es entre los
15 y los 35 años. Se presentó por igual en ambos sexos.
3. Biotipo-psicotipo: desde Kretschmer se acepta que la constitución longilinea, leptosomica o asténica,
que se corresponde en la caracterológico al psicotipo introvertido o esquizotimico, tiene una especial
predisposición a la esquizofrenia. Aproximadamente la mitad de los esquizofrénicos mostraban antes
de la enfermedad rasgos esquizotimicos. El carácter esquizotimico designa a individuos normales de
apariencia fría, humor retraído, hipersensibles, con tendencia a la inhibición, pero expuestos a las
cargas impulsivas-irritativas. De la esquizotimia se puede pasar a la esquizoidia la cual es en sí
patológica, en la que el humor retraído se convierte en aislamiento, mientras que la inhibición y la
impulsividad llegan a la inadaptación social y a la meditación profunda.
Descripción clínica
Formas de comienzo:
1. Lenta y progresiva, pudiendo adoptar distintos matices evolutivos: distimico, neurasténico,
hipocondríaco, obsesivo-compulsivo, histérico. En todos los casos se instala de manera progresiva el
delirio, el cual puede aparecer de manera débil (cambios leves de actitud, excesivas racionalizaciones,
cambios de trabajo, etcétera) o bien con una tonalidad más estrepitosa (como alucinaciones,
sentimientos de despersonalización, de influencia, etcétera).
2. Aguda: la enfermedad se instala abruptamente, bajo cualquiera de las siguientes manifestaciones:
estados catatónicos, estados delirantes y alucinaciones, estados hipomaniacos, estados melancólicos,
estados confusionales.
3. Cíclica: sobre un terreno esquizoide y esquizotípico se instalan brotes agudos, generalmente en los
dos o tres primeros años de la evolución esquizofrénica.
4. Monosintomatico: entre las más conocidas figuran los llamados crímenes inmotivados, donde el
esquizofrénico comete un crimen sin poder dar una explicación del mismo; fugas, agresiones,
tentativas de suicidio, desenfrenos sexuales, etcétera.
Periodo de estado
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La distribución tradicional de la sintomatología esquizofrénica posee una doble utilidad: por un lado, sirve
para sistematizar la repercusión del proceso esquizofrénico sobre las distintas actividades psicológicas
normales. Por otro lado, sirve para patentizar cuáles son los distritos patológicos que suelen mantenerse
normales en los enfermos esquizofrénicos como por ejemplo la memoria, la atención, la orientación, la
inteligencia, la conciencia, entre otros.
Existen en la esquizofrenia y con un fondo básico, características y común a todos ellos, que está dado por los
siguientes rasgos particulares:
La ambivalencia, qué consiste en la vivencia de un antagonismo simultáneo o sucesivo de 2
sentimientos, de dos expresiones, de dos actos contradictorios: deseo-temor, amor-odio, afirmación-
negación, etcétera.
La extravagancia, el disloque de la vida psíquica conduce a las actitudes extrañas o fantásticas, que
dan la impresión de una búsqueda barroca y paradojal, encadenadas caprichosamente.
La impenetrabilidad, característica y consecuencia de la intervención esquizofrénica.
El desapego, también objetivación de su vuelta al mundo interior.
SÍNTOMAS DEFICITARIOS
1. Alteraciones de la conciencia de sí mismo o de la conciencia del yo
Alteraciones de la conciencia del yo corporal en la esquizofrenia: la conciencia de la corporalidad tiene una
participación relevante en la estructuración y delimitación de la interrelación yo-mundo externo, mediante lo
cual es posible la captación y conocimiento de este último, lo que posibilita la relación externa más importante
para el hombre, qué es la relación interpersonal. Las alteraciones que se dan en el área corporal en la
esquizofrenia son:
Alteraciones musculares de Cramer, donde el enfermo vivencia que se hunde en la cama o que ésta
se levanta, se siente ligero, liviano, capaz de volar, o bien pesado con dificultad para moverse, a veces
cree trasladarse permaneciendo inmóvil, etcétera.
Pseudopercepciones vestibulares, donde experimentan mareos, pérdida del equilibrio, flota en el aire,
sienten que el piso se mueve, etcétera.
Pseudopercepciones corporales, se generan vivencias de petrificación, encogimiento, alargamiento,
se sienten llenos o vacíos, sienten una fortaleza extraordinaria o lo inverso, hinchazón en algún
segmento corporal, manipuleo y desaparición de órganos viscerales.
Imagen del doble, consiste en la visión de la propia imagen corporal la cual se ve en un espejo, es
decir, en la súbita aparición de un doble verdadero que puede ser total o parcial. Al individuo no sólo
le parece ver su propia imagen corpórea, sino que también tienen la sensación de hallarse en íntima
relación material y espiritual con la misma.
Alteraciones de la conciencia del yo psíquico en la esquizofrenia:
Conciencia de la actividad del yo: normalmente el hombre vivencia que su yo actúa, que de él
emanan sus ideas, sus recuerdos, sus emociones, y por eso los considera suyos. Este atributo del yo es
lo que a cada uno nos revela la dinámica y la autorrealización de nuestro yo, la energía propia de que
se haya adoptado como núcleo de la persona. Las alteraciones de esta conciencia implican una
despersonalización, que se genera cuando estos elementos psíquicos aparecen realizados con la
conciencia de la no pertenencia, de ser extraños a uno, de ser automáticos, de surgir de otra parte. Tal
situación genera en el individuo la vivencia atormentadora de la pérdida de su libertad, de
determinación, de su libertad para pensar, para sentir, para desear, para actuar. Evidentemente, el
sujeto actuará de manera extraña e incomprensible, locamente para los que lo observamos, pero su
comportamiento tiene hasta cierto punto un sentido para él. Según Jaspers, existe un subtipo
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abstracciones y de establecer conceptos, no les sirva para existir en ese nuevo mundo en que por la acción del
proceso esquizofrénico tienen que vivir junto al ser un mundo lleno de magia de fantasía, ha de retrogradar a
este enfermo a otra forma de pensamiento que aquel requiere, más primitivas y menos evolucionadas. Por eso
el esquizofrénico tiene que pensar y piensa en modo sincrético, concreto y mágico.
Alucinaciones: entre las alucinaciones auditivas parecen ser específicamente procesuales los fonemas
imperativos, los fonemas dialogados y el eco del pensamiento. Las alucinaciones auditivas tienen una
significación especial para el esquizofrénico, ya que éste tiene el convencimiento de que las voces se
disponen deliberadamente de forma que él no tenga más remedio que escucharlos. Las alucinaciones
cenestésicas o corporales son las principales contribuyentes de la despersonalización de los enfermos,
ya que éstos sienten que los tocan, que los pinchan, que los sujetan, que sus órganos son retorcidos,
mordidos o destrozados. Las alucinaciones extracampinas escapan del campo sensorial, surge el
fenómeno productor de falsas percepciones, puesto que en ellas las fuentes sensoriales se presenten
hasta tal punto, que el enfermo pretende ver lo que se encuentra por detrás o lo que escapa del campo
sensorial del sentido.
Rigidez del pensamiento: es una alteración del curso del pensamiento que consiste en la fijación
inmutable, persistente e inmodificable de una idea directriz; es decir, el pensamiento aparece
canalizado en un determinado sentido del que es imposible desviarlo.
Perseveración del pensamiento: se trata de la repetición automática y frecuente de representaciones
que son introducidas como material de relleno en los casos en que existe un déficit en la evocación de
nuevos elementos ideológicos.
Estereotipia del pensamiento: se caracteriza por la repetición continua de frases o palabras, que se
intercalan en cualquier momento del curso del pensamiento con la particularidad de que no participan
ni tienen relación alguna con el tema, por lo que no interfieran ni desvían el pensamiento.
Interceptación del pensamiento: consiste en la interrupción brusca del curso del pensamiento, y que
no afecta solamente al pensar, sino también a la acción y a toda la psique en general.
Robo del pensamiento.
Disgregación del pensamiento: surge cuando la idea directriz es incapaz de arreglar y conducir la
progresión del pensamiento hacia su objetivo lógico. Al perder su direccionalidad, el pensamiento
continúa su curso en forma regular y anárquica canalizándose en sus diversas direcciones como
aceptando imágenes e ideas absurdas, sin ninguna relación con la idea central y rectora, de tal forma
que al expresarse verbalmente resulta ininteligible para su interlocutor.
Incoherencia del pensamiento: este pensamiento incoherente, totalmente ininteligible y caótico, es
expresión de la profunda alteración de toda la personalidad. Como consecuencia de la profunda
escisión y disgregación de la personalidad, los contenidos mágico arcaicos encuentran vía franca
hacia la conciencia y entran a formar parte del contenido caótico del pensamiento esquizofrénico,
contribuyendo de este modo a conformar la caracterización anárquica de este tipo de pensamiento.
3. Alteraciones de la afectividad
Se produce una alteración cualitativa de la afectividad, que se manifiesta indistintamente en signos de déficit,
de exageración y de transformación, no solamente en las vivencias afectivas sino en sus relaciones con el resto
de las actividades psíquicas, como por ejemplo intelectivas, conativas, motrices.
Ambivalencia afectiva: el enfermo experimenta en un mismo momento sentimientos opuestos, como
por ejemplo el amor y el odio, la alegría y la pena, etcétera, Lo que conduce a una inestabilidad
constante de la afectividad que si la entre ambos polos.
Autismo
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Rigidez afectiva: consiste en la falta de elasticidad, modulación y gracia en las expresiones y actitudes
del enfermo esquizofrénico. En estos enfermos existe un estado de ánimo básico, que puede ser
eufórico, triste, ansioso, etcétera, pero tal efecto fundamental carece de resonancia y modulación
afectivas y por ello no se exterioriza de manera adecuada.
Indiferencia afectiva: se manifiesta por la falta de cariño a padres y amigos, insensibilidad ante la
felicidad y la desgracia, falta de interés por relaciones sociales, deportes, viajes, placeres, etcétera.
Esta indiferencia llega en algunos casos a tal grado que, incluso, parece atrofiado el instinto de
conservación. El enfermo se despreocupa de sus necesidades vegetativas y le importan poco las
temperaturas más extremas, no le teme al dolor y permanece impasible ante situaciones que en
general provocan dichos sentimientos.
Paratimias: se produce una falta de adecuación en los movimientos de la expresión de tal manera que
placer y displacer no se manifiestan con adecuados tonos de voz, gesticulación o actitudes, sino
muchas veces con los contrarios.
Perplejidad: surge como un sentimiento complejo para cuya estructuración concurren varios estados
afectivos, como ser sentimientos de extrañeza, de desconcierto, de asombro, de duda y desconfianza,
que revelan que el enfermo no sabe o no acierta a entender cuál es su situación.
Neotimias: el enfermo experimenta una sensación de cambio, de transformación en su mismidad; se
siente diferente a cómo era antes. Los más frecuentes de estos sentimientos son: sentimiento de
cambio de transformación, de despersonalización, de muerte y reencarnación, de transformación del
mundo circundante. Todos ellos ocasionan estados emocionales complejos y turbulentos que traducen
la exaltación en las fuentes instintivas, fuertemente estimuladas por la impresión de la amenaza al yo.
Así aparecen reacciones como la desesperación, angustia, ansiedad, temores inciertos,
desencadenando todo por la ruptura de los lazos entre los mundos externos e internos, con la
sensación de separación y alejamiento irremediable y definitivo.
4. Alteraciones conativo-motrices
Sirven para caracterizar a una forma clínica esquizofrénica: la catatonía. Sus alteraciones son:
Hipobulia: significa disminución de la actividad voluntaria. Es más aparente que real, pues a pesar de
que esta disminución es bien evidente el referente a las relaciones con el medio ambiente, no ocurre
así en lo que respecta a las demandas de la vida interior del enfermo.
Manerismo: consiste en la realización de movimientos amanerados, es decir, faltos de espontaneidad
y de soltura, de carácter artificial y teatral. Esta alteración es la consecuencia del ejercicio de un
control descontrolado de todos los actos.
Extravagancias y estereotipias: se trata de una exageración del manerismo. Cuando las
extravagancias se repiten en forma perseverante reciben la denominación de estereotipias; estás
pueden ser de actitud o de movimiento.
Ecopraxia: tratado de la imitación de actos realizados por otras personas. Puede ser expresión de una
sugestibilidad patológica, de un aumento del automatismo o de una intención de juego o de
aprendizaje.
Interceptación cinética: estriba en la interrupción brusca de una acción ya empezada conservando
entonces el enfermo la posición adquirida.
Negativismo: puede ser pasivo: desobediencia sistemática y resistencia los movimientos sugeridos, o
activo: ejecución de actos contrarios a los solicitados. La resistencia del enfermo negativista de
sistemática, se opone a todo, se resiste aun contra sus intereses personales. Se le considera como una
objetivización de la interceptación de la voluntad.
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El grado de autismo depende del grado de gravedad de la esquizofrenia. Al principio los autistas mantienen
todavía algunas relaciones con el mundo exterior, pero ni la evidencia ni la lógica modifican las
construcciones autistas, y aquello que está en contradicción con su mundo deja de existir. Ha construido una
muralla en torno de su vida interior y viven dentro de su ámbito. El mundo autístico es para el enfermo tan
real como la verdadera realidad; tiene por verdaderas sus creencias fantásticas y considera, en cambio, falsa la
realidad. No se trata de la pérdida del sentido de la realidad, ya que el autista no carece del sentido de la
realidad, salvo cuando se trata de acontecimientos y de cosas que están en contradicción con sus complejos. El
autista percibe deformada a la realidad con arreglo a ciertas leyes, y su pensamiento y conducta se dirigen por
inusitadas necesidades afectivas; pero roto el autismo y puesto en contacto con la realidad, puede pensar
lógicamente y con agudeza.
Periodo terminal
Si la esquizofrenia, por el curso de su progreso, o por la acentuación de su estado de efectuar con cada nuevo
brote, alcanza un estado de invalidez psíquica, la cual permanece estabilizada durante un periodo prolongado,
se dice que ha alcanzado un período o estado terminal. Bleuler ordena los estados finales en:
Demenciados; son incapaces de mantener una
Defectuosos graves: capaces de conversar, pero incapaces de opinar sobre problemas abstractos.
Defectuosos leves: con algunos residuos en ciertos sectores aislados y son capaces de vivir en la
sociedad, si no sé roza su contenido patológico, por ejemplo, el tema de su delirio.
Remisiones: el defecto es tan leve que el paciente puede hacer vida normal sin necesidad de
concesiones especiales.
Formas clínicas
Krápelin señaló la frecuencia con que cambia una determinada forma clínica en el curso de un mismo proceso
en un mismo enfermo; pero a pesar de ello, en general, en cada esquizofrénico predomina un determinado tipo
de síntomas sobre los demás, lo que permite diagnosticar una u otra forma clínica.
1. Esquizofrenia simple: se caracteriza por la ausencia de síntomas activos, consistiendo
fundamentalmente en un empobrecimiento progresivo de la vida afectiva primero, y luego de toda
actividad psíquica el general. Es crónica, insidiosa y lentamente progresiva. En todos los casos se van
acentuando los rasgos del carácter esquizoide, el individuo se hace más retraído y extravagante y
paulatinamente abandona sus actividades evolucionando hacia un estado de apatía y perplejidad, que
caracterizan a esta forma clínica, conjuntamente con el empobrecimiento afectivo. Al cabo de un
tiempo, más o menos prolongado entre 20 y 30 años, el enfermo está tan dominado por su apatía e
indiferencia total que es incapaz de valerse por sí mismo. La destrucción de la personalidad
evoluciona silenciosamente, observándose tan solo la progresiva incapacidad del enfermo para con
sus obligaciones sociales.
2. Esquizofrenia paranoide: comienza a una edad más avanzada que las otras formas clínicas, y se
caracteriza por la presencia de ideas delirantes primarias, que conjuntamente con las ideas delirantes
secundarias y las alucinaciones forman el trípode de esta variedad clínica. El delirio, en los estados
precoces puede presentar una sistematización tal que plantee el diagnóstico diferencial con la
paranoia. Los autores consideran que todo enfermo que sobre un delirio presenta alucinaciones, por
este solo hecho padece no ya de una paranoia, sino de una esquizofrenia paranoide. Pero por el solo
examen cuidadoso del delirio se percibe el carácter primario de alguna de las ideas delirantes, y en el
delirio, resquicios, rasgos de incoherencia que permiten comprobar que su sistematización no es
completa. En general, al progresar la enfermedad, se acentúa la falta de sistematización del delirio,
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que puede llegar a tornarse totalmente disgregado e incoherente. La forma paranoide cursa
generalmente limpia de otros síntomas, distintos de los suyos típicos en las primeras fases: en los
últimos periodos aparecen progresivamente otros síntomas esquizofrénicos, como los trastornos del
pensamiento, del lenguaje, del esquema corporal, del gobierno del yo, etcétera
3. Esquizofrenia hebefrénica: es la forma clínica de aparición más precoz. Sus características son: falta
de síntomas productivos, frecuencia de brotes sin progresión del proceso destructivo de la
personalidad y la alternancia periódica de hipo e hiperactividad, generalmente acompañados de un
cambio del humor, que oscila entre la distimia hipocondríaca y la euforia insulsa, estúpida,
impertinente. No obstante, llama la atención la falta de emoción con qué afirman las más peregrinas y
absurdas ideas hipocondriacas, y de otra parte, en las fases de agitación, la jocosidad o bobería qué
revelan sus amanerados gestos, sus extravagantes payasadas, sus petulantes y disgregadas
disertaciones, en las que casi siempre pueden sorprenderse las formas verbales características del
pensamiento esquizofrénico.
4. Esquizofrenia catatónica: predominan las perturbaciones psicomotoras. En esta esfera alternan los
periodos de hipocondría y estupor, con los de agitación motriz violento. Henri ey describe sus
variedades clínicas de la catatonía:
Estupor catatónico: estado de inercia, inactividad, en el que predominan los signos negativistas y
sobre los cuales sobrevienen bruscos accesos de agitación, que pueden durar semanas o meses.
Agitación catatónica: caracterizada por una violencia extrema.
LOMBARDI, Gabriel y otros (2009) La clínica del psicoanálisis. Las psicosis 3. Buenos Aires: Atuel. Cap.
5: “La cuestión preliminar de Jacques Lacan”
lacan introduce en 1959 la concepción de forclusión del significante del nombre del padre y sus consecuencias
en la clínica. Produce una demarcación clínica neta de la psicosis que permite acotar una etiqueta nosográfica.
Efectos de la forclusión del nombre del padre en la clínica:
Déficit en el polo metafórico del lenguaje
Ausencia de significación fálica en el decir psicótico
Inercia dialéctica (significante que viene al lugar de la metáfora cuando no hay metáfora). A
diferencia de la neurosis, en la psicosis hay significante en lo real que no remite a nada; queda fuera
del juego de lo simbólico.
El desencadenamiento de la psicosis
Lacan propone entrar en la subjetividad del delirio de Schreber. Entrar en la subjetividad del delirio implica
una disposición, una acogida de la transferencia del sujeto de la psicosis. Sumisión completa a las posiciones
propiamente subjetivas del enfermo.
Al llamado del nombre del padre responde la carencia del significante mismo. Puede responder un puro y
simple agujero, un agujero en lo simbólico determinado por la forclusión por la forclusión de ese significante.
Rechazado el padre, nada se entiende ya (desde la perspectiva de la significación fálica). Ahora bien, cuando
en ese momento de la apelación al significante paterno responde un agujero, eso deja al sujeto en la situación
clínica de la prepsicosis: el sujeto que está ante ese agujero dejado por el significante que falta no puede
siquiera preguntar nada ante la enormidad de la respuesta; entra en la perplejidad.
Pero eso no basta para llegar a la psicosis, hace falta un hecho estructural más, que para Lacan siempre se
encuentra en el comienzo de la psicosis propiamente dicha. Se trata la presencia de un padre real, un padre
que viene a terciar pero que es rechazado a lo real (ya que no figura como mediador en lo simbólico, falta
como principio de la separación).
¿Quién encarnó esa instancia del padre real para Schreber? Schreber explica que la psicosis comenzó en la
noche misma que siguió a su encuentro con el Prof. Flechsig después de 8 años sin verlo. De ese encuentro
relata: "el profesor Flechsig desplegó una elocuencia sobresaliente que no dejó de producir un profundo
efecto sobre mí. Habló de los progresos que había hecho la psiquiatría desde mi primera enfermedad, de los
somníferos recientemente descubiertos, etcétera, y me dio la esperanza de que toda la enfermedad [remitiría]
mediante un solo sueño prolongado ... ".
Con ironía, Schreber cuenta que después de eso no durmió más. La psicosis comenzó, lo simbólico se
desencadenó. Freud postula que la psicosis de Schreber se desencadenó a consecuencia de la transferencia
sobre Flechsig de la libido que antes estalla dirigida al padre.
Lacan no desmiente esa hipótesis, aunque la lleva en un sentido un poco diferente al de Freud. Porque si se
trata de una transferencia, no es de un significante a un significante, sino que es sobre un padre real; es sobre
un elemento de lo real que recae el peso de la transferencia. Ese real está ligado a lo que se rechaza (verwerfe)
por la impostura del personaje.
Los efectos más devastadores de la figura paterna se observan con particular frecuencia en los casos en que el
padre tiene realmente la función de legislador, o él mismo se la adjudica. Y el padre de Schreber cumple
holgadamente con ese requisito, ya que se propone siempre como modelo de virtud desde una posición
pedagógica que llega hasta la inhumanidad. Un pedagogo que quiera llevar la educación hasta sus últimas
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consecuencias se vuelve el agente de esa especie de máquina de picar carne en que consiste el discurso
pedagógico si se lo deja funcionar solo, sin modular de acuerdo a las peculiaridades del sujeto.
Lo fundamental que ha de enseñar un padre al hijo es que es imposible educar por completo, que la justicia del
hombre es siempre falible y nunca del todo justa, que un padre nunca puede ser el padre perfecto, y que es
sobre la base de esas limitaciones, de esos imposibles, que surge la dimensión humana y ética de lo que es
ocupar una función de padre, de educador, de juez, de gobernante, de analista, etcétera. El padre que no toma
distancia del ideal, no transmite a su hijo la castración en sentido lacaniano -es decir la operación simbólica
que ha de pasar a su hijo como el legado más valioso-. Ese padre cae en la impostura de creerse y hacer
creer que él es El padre, El educador, El médico, etcétera, es decir que se presenta como encarnando un
ideal.
Es eso lo que Schreber "manda a pasear" (verwerfe) del modo más desembozado en el momento del comienzo
de la psicosis, cuando Flechsig, con su "grandilocuencia" y con sus promesas de remisión total de la
enfermedad, no hace otra cosa que representar para el sujeto un padre impostor, que describiendo una nueva
realidad ideal encarna realmente una función fuera de la medida de lo posible; y que entonces el sujeto no
puede sino rechazar al lugar del que no debió salir, el de lo imposible. En otras palabras, lo rechaza a lo real,
fuera del discurso, allí donde las voces le restituyen una dimensión más adecuada a lo humano, gritándole:
¡Pequeño Flechsig!
La apelación al nombre del padre no se produce en cualquier momento, sino sólo cuando el sujeto se ve
comprometido por su deseo en un acto, tal como el acto de asumir la paternidad, o el acto de hacerse cargo de
una función codiciada donde el sujeto se ve confrontado con lo imposible -como Schreber en la presidencia
ele la Suprema Corte de Justicia de Dresde-. Las esquizofrenias ni siquiera requieren de un acto de esa
magnitud para desencadenarse, basta con que el sujeto comprometa su deseo en un simple acto sexual con un
partenaire amado.
La confrontación con lo imposible es condición estructural del acto, aún del acto sexual. A diferencia de lo
que sucede en la fantasía donde todo es posible, no hay acto que no implique esa confrontación con lo
imposible; y por eso es en el acto donde la referencia paterna es requerida, donde el nombre del padre es
invocado, donde es decisiva la manera en que el sujeto ha reprimido o ha rechazado la triangulación del
Edipo, o la ha resuelto asumiendo la castración que alguien le pudo transmitir.
El comienzo de la psicosis es el momento del acto, el momento en que lo real y el ideal –o la fantasía- se
diferencian, el momento en que se verifica si el padre es una referencia de lo real como imposible, o si es
realmente un impostor. Un impostor que no hizo más que hacer pasar el ideal por algo real, no pudiendo hacer
más que confundir al sujeto.
La transferencia en la psicosis
Schreber explica que todo comenzó con un influjo sugestivo eficaz proveniente de Flechsig. La sugestión es el
uso del poder que la transferencia confiere a la palabra del Otro. En ese encuentro Flechsig desplegó una
elocuencia sobresaliente, que no deja de producir un profundo efecto sobre Schreber y encarno entonces a ese
Un-padre que el sujeto no pudo sino rechazar a lo real, al precio de la ... catástrofe psicótica. A partir de ahí el
significante se desencadena, y como significante en lo real toma la iniciativa que para el sujeto se traduce en
la vivencia alucinatoria y delirante más caótica.
Esa es precisamente la maniobra de la transferencia que el analista ha de evitar, evidentemente. Tampoco es
recomendable una elocuencia sobresaliente de parte del analista, eso es precisamente lo contrario de la
sumisión completa a las posiciones propiamente subjetivas del enfermo de la que hablaba lacan. Lacan
previene sobre el riesgo de tomar prepsicóticos en análisis: eso produce psicóticos.
La cuestión preliminar de Lacan tiene como resultado entonces esa enseñanza, la de las consecuencias
nefastas que tiene para el psicótico ser forzado a apelar a una referencio con la que no cuenta. Lo que
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vuelve decisivo atender a las referencias de las que sí dispone. Por muy colaterales que parezcan respecto de
esa "carretera principal" que sería la referencia al padre, esas otras referencias suelen bastar para sostener la
estructura estable en el caso de una psicosis sin desencadenar; está también el otro caso, el de la psicosis ya
desencadenada, donde el sujeto, como Schreber, ha de elaborar sus propias referencias merced al trabajo de la
psicosis.
Las referencias que sí hay en la psicosis
Hay un nuevo punto de partida que está dado por el poder creador de la palabra. Sólo la palabra crea ex nihilo,
crea de la nada. Exactamente como en el Génesis, en ese nuevo principio para Schreber está el logos, el
significante, que puede crear de la nada, es decir hacer aparecer efectos del lenguaje en lo real, del tipo de lo
que él llama "creaciones milagrosas". Los rayos divinos son la hipóstasis, la materialización sensible del
significante.
Por el significante entonces surgen Criaturas de la palabra que no sólo se sitúan en ese borde de lo simbólico
con lo real, sino que también dan consistencia a uno de los tres pies de una trinidad con que lo simbólico
forma el contorno del agujero dejado por la forclusión del significante paterno; los otros dos son el Creador y
el Creado.
Se diseña así en el seno del delirio una trama que no sustituye, sino que suple la referencia paterna
ausente, mediante el ideal. Una suplencia no es metáfora, porque el significante que falta no está reprimido,
sino que literalmente no está. En el texto de Schreber se ve muy bien que el ideal del sujeto de ser el garante
del orden cósmico sella la impronta de la vía de suplencia que le es peculiar.
Después de esa alteración catastrófica del orden cósmico que se abrió en el momento del desencadenamiento,
esta reconstrucción de lo simbólico que va efectuando el delirio trae como consecuencia significación fálica es
también suplida: "a falta de ser el falo que falla a la madre, queda a Schreber la solución de ser la mujer que
falta a los hombres" dice Lacan. Es el sentido que, como consecuencia del trabajo del delirio, adquiere ese
fantasma surgido en el período prepsicótico: "serían muy grato ser una mujer que es sometida al coito".
También en la psicosis se verifica que el fantasma aporta un sentido para el síntoma, tornándolo más
soportable. Llegar a ser la mujer de Dios justifica y da una finalidad a todo sufrimiento. Ante tanta
bienaventuranza en el horizonte todo padecimiento se transforma en una prueba y hasta en una parte de lo que
vendrá. El goce se vuelve así más civilizado por una causa final tolerable.
Por eso Lacan sitúa otra tríada, sobre la hipérbole de lo imaginario. Tríada que consiste en el goce transexual,
que en la medida en que es condición de la copulación con Dios, ha de resultar en una prole de criaturas
schreberianas, por las que 2. La imagen de la criatura y 3. Su futuro, se ordenan.
La ausencia de la significación fálica como común medida puede hacernos pensar en que todo en la psicosis
es sin-sentido. Y es verdad que no se encuentra en ella sentido común. Sin embargo, el psicótico también
puede estabilizar un campo de significación a partir del delirio, solo que es un campo de significación con
el que no compartimos las referencias, porque de hecho son otras.
La cuestión preliminar de Lacan se propone así como la demostración de que la psicosis no es sinrazón. En
esas líneas de eficiencia que supo reconocer en la solución schreberiana está en obra la razón, dice, ya que es
en la relación del sujeto con el significante donde se sitúa el drama.
El psicótico que no puede ser exigido desde el sentido común, que no puede ser confrontado con la castración
de la que el padre sería el agente -porque para él no lo sido-, puede sin embargo afrontar su deseo en la
medida en que se sostiene del intervalo entre su Ideal y su destinatario.
¿Qué posición para "nosotros", aquellos a los que el psicótico se dirige?
El analista no se confunde en la psicosis con posiciones que tampoco para el neurótico corresponden
al psicoanalista. Si comenzáramos por decir lo que el analista no es, nos resultaría evidente que no lo
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es para el sujeto de la psicosis, pero tampoco para el de la neurosis: el analista no es el padre como
agente de la castración, tampoco se identifica al ideal, no es el amo -ni prohibir ni ordenar llevan
muy lejos-, no es el sujeto en actividad –para ser analista es necesario no ser sujeto, no al menos en
actividad-. Ya se sabe adónde conduce al psicótico el analista que desaloja de la posición de sujeto en
actividad a su paciente: lleva a la erotomanía.
El analista tampoco es el sujeto supuesto saber. Por eso Lacan destaca que el sujeto supuesto saber
es una instancia que viene a ubicarse en posición tercera entre el analista y el analizante, haciendo de
enlace de amor entre ambos. Si en la psicosis el sujeto supuesto saber tiende a realizarse en el
partenaire, es en la medida en que fracasa la función del intervalo, es decir en la medida en que falta
ese inter, ese entre analizante y analista que permitiría alojar al sujeto supuesto saber en posición
tercera.
No hay posición mejor para analista ante su paciente psicótico que la posición ... de analista, es decir la que se
define como semblante de objeto a, que es la única que permite una "sumisión completa a las posiciones
subjetivas del enfermo".
Para el psicótico la verdad como desocultamiento no tiene función alguna, porque en la psicosis no hay
latencia; debajo de la barra no hay nada que buscar, porque no hay barra. Allí nada se oculta; aun lo que por el
momento no se ve no implica esa dimensión de ocultamiento que es la de la verdad. En consecuencia no hay
goce reprimido. Interpretar en la psicosis equivale a inyectar un goce que no tiene para el sujeto ningún
correlato de verdad, y que, por la impostura y el desconocimiento que implica, tiende a reproducir la situación
del desencadenamiento. El intérprete puede alcanzar así una homología estructural con ese Un-padre que
precipitó la psicosis.
Mi respuesta a esas objeciones es que no es la interpretación el soporte último ni el único de la posición del
analista. Lacan mostró que en los límites del discurso es el acto del analista lo que da el marco del trabajo
analítico. Lo verdaderamente difícil no es concebir el comienzo del análisis de un psicótico, sino su
conclusión, donde él quedaría solo, con la responsabilidad del acto ele su lado y no ya del lado del analista.
Cap. 4: “La realidad y su pérdida”
Respecto del sujeto de la alucinación, sujeto al que la psicología mantiene en su estatuto de individuo, se
define a la alucinación como percepción sin objeto. Considerar a la alucinación como una percepción sin
objeto es una afirmación que al psicólogo y al psiquiatra les resulta cómoda. Como el psicólogo no ve nada de
lo que realmente interesa en el núcleo libidinal del sujeto, entonces concluye: sin objeto. La alucinación: sin
objeto. La angustia: sin objeto.
La realidad del esquema
imaginario, donde induce la presencia del falo (phi minúscula) como significación. El falo es la significación
que surge como efecto de la metáfora paterna, y esa significación sustituye a la existencia sin sentido del
sujeto
Tanto a, el otro imaginario, como a', el yo, muestran tener una estructura serial, o de conjunto. El otro
imaginario a abarca el segmento i - M, es decir la serie de los objetos imaginarios que van desde la imagen
especular narcisística i, pasando por los semejantes a los que se identificó el sujeto a lo largo de su historia,
hasta la madre M, que es el significante por el que la relación del sujeto con el ternario simbolico M - ¡- P se
degrada en Ja relación dual del sujeto con la madre.
El yo a' también tiene una estructura serial, porque va desde el yo m como resultado primitivo de la
identificación especular, hasta la identificación paterna l del ideal del yo (que también es un elemento de lo
simbólico).
EI campo de la realidad se inscribe entre los dos triángulos de lo simbólico de lo imaginario. Vale decir que
allí, dentro de esa zona trapezoidal R en la figura, deben situarse los objetos del mundo, los objetos
perceptibles. Esas líneas definen el límite de lo visible y de lo audible.
Eso indica que la realidad es lo real. La realidad es lo que está en lugar de lo real por la textura que lo
simbólico y sus efectos imaginarios imponen a la percepción. Hay otro objeto en cambio que es decisivo que
permanezca afuera de la realidad limitada de lo perceptible. Para nadie es lo mismo que se manifieste o no.
Una característica fundamental de ese objeto es que no pertenece a la realidad, no es un objeto de la
percepción, está fuera del alcance de los sentidos.
El objeto a, el fantasma y la realidad
"Situar en este esquema R al objeto a es interesante por esclarecer lo que él aporta sobre el campo de la
realidad". El objeto a aporta a ese campo es la constitución de la realidad misma, a partir de que él se extrae
de ella. "El campo de la realidad no se sostiene sin la extracción del objeto a, que sin embargo lo enmarca''. La
realidad, lo que se percibe, no es un caos informe, sino que es algo estructurado.
La mirada tomada como objeto libidinal, como a, necesariamente queda afuera del campo visual así
delimitado; mientras vemos, no podemos ver a nuestro propio ojo mirando. Para ver nuestro propio ojo
necesitarnos del Otro -que eventualmente puede ser reemplazado por un espejo-, pero entonces ya no se trata
de la misma mirada, porque ahora la mirada es del Otro -lo que nos aleja de to pulsional de la mirada-. La
mirada como objeto pulsional no es visible en las condiciones habituales. Y la fantasía no debe confundirse
con lo pulsional.
Sólo por la fantasía la mirada que cuenta es la del Otro, y no la pulsional --que no podría ser auténticamente
del Otro-. El esquema R es finalmente una ampliación de lo imaginario. En el R lo imaginario no incluye
solamente la relación especular como en el esquema L. sino que amplía su espectro -viene al caso decirlo así-
para incluir el fantasma) que es lo imaginario inconsciente. La fórmula $O a designa la identificación en lo
inconsciente del sujeto con el objeto a imaginado en el Otro, identificación que le permite desconocer la
pérdida del objeto a, su pérdida de la captura de los sentidos. Cuando hablamos de pérdida del objeto no
decimos que falta, o que no está. Puede estar, pero fuera de la captura de los sentidos.
En lo inconsciente, en cambio, tiene un lugar organizador. Extraído de la realidad perceptiva el a puede
funcionar como causa del deseo, y precisamente porque donde está es irremediablemente irrecuperable. El
fantasma lo sustituye por objetos "truchos", visibles. Por eso Lacan dice que es la pantalla del fantasma lo que
permite funcionar a la realidad. Sin esa pantalla que vela el agujero dejado por la extracción del objeto, no hay
realidad.
Todos los objetos imaginarios que vienen luego a poblar esa realidad pintada sobre el velo del fantasma, no
toman su valor libidinal si no es por la delegación que hace sobre ellos el objeto auténtico e inolvidable, por el
que siempre se pena, al que siempre se busca, el a. Sólo imaginariamente el sujeto se identifica a él en el
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fantasma. La manera típica del neurótico de recuperar ese objeto perdido de la realidad consiste en suponer
que está en el Otro. Sacrifica su vida a la mirada que supone en el Otro.
El objeto voz
El superyó y la necesidad de castigo que caracterizan a la neurosis se revelan como una versión fantasmática
del objeto voz, se revelan corno la puesta del sujeto al servicio de la voz del Otro. como masoquismo moral.
El neurótico no es un perverso, sino que su fantasía inconsciente reproduce imaginariamente algo parecido a
lo que el perverso realiza. Por eso hablamos de masoquismo moral en el neurótico, y no de perversión.
Los significantes que estructuran nuestro mundo a condición de que la voz se silencie. La voz como objeto
pulsional no es sonoro, es silencioso, no es audible. La voz es ese marceo de silencio que, como efecto del
significante, estructura la realidad auditiva. Sin el silencio cortando el sonido de las vocales, podría haber
grito, pero no llamado, podría haber alarido, pero no solicitud.
El objeto de la alucinación
¿Qué sucede cuando ese objeto silencioso o invisible, pulsional y no fantasmático, la voz o la mirada,
excluido de la realidad, retorna a ella? Eso dalo que llamarnos alucinación: la desorganización de la
realidad por la intrusión del objeto que no debía ser percibido. La alucinación no es entonces percepción sin
objeto, sino la percepción del objeto que no debería ser percibido.
Baillarger, en 1846 describió lo que llamó "alucinaciones psíquicas", en las que el enfermo se ve
invadido por voces interiores, voces secretas, voces sin ruido, palabras intelectuales que se le imponen
con la mayor extrañeza.
Algunas décadas después Séglas llamó "alucinaciones psicornotrices verbales" a la variedad en que el
sujeto no escucha palabras, sino que las emite en voz baja o en voz alta, a veces sólo con movimientos
esbozados de los labios, apenas perceptibles, pero en todos los casos sin que el sujeto se reconozca en
la enunciación. Esa emisión se le impone, no es voluntaria, jamás admite esas palabras alucinatorias
como propias. Muchas veces ni siquiera se emiten desde la boca, sino desde otros órganos -el hígado,
el cerebro, etc.-.
De Clérambault por su parte describió numerosos fenómenos en que la alucinación no es estésica: eco
del pensamiento, intrusión de pensamientos extraños, absurdos, adivinación del pensamiento,
intromisión de sentimientos intelectuales o de veleidades vacías, etc.
Si añadimos a éstas la amplia variedad de alucinaciones en que el sensorium interviene más claramente,
porque el sujeto las escucha, las ve, las huele, podemos ver que lo que retorna lo puede hacer por cualquiera
de los bordes de la realidad. Schreber pone en evidencia la necesidad de una topología para explicar la
relación del sujeto con el objeto en la psicosis. Allí explica que las expresiones, preguntas y giros que se le
imponían (tales como "los malditos jugueteos con los hombres". O "¿qué será esta maldita historia?"), no
surgían en su cabeza, sino que se los pronunciaba dentro de ella desde afuera.
Schreber explica que estamos acostumbrados a pensar que todas las impresiones que recibimos del mundo
externo se nos transmiten por los así llamados "cinco sentidos". Pero resulta ser que él recibe sensaciones
lumínicas y sonoras proyectadas en su interior por los Rayos (que para Lacan son los significantes), por una
vía distinta de los cinco sentidos, vía a la que llama sus "ojos espirituales". La voz es audible y la mirada es
visible aun cuando sus orejas y sus ojos estén completamente obturados. Cuando el objeto no perceptible -
efecto del significante, efecto estructurante de la realidad estésica-, el objeto que debe permanecer fuera de la
realidad, retorna a ella, se produce el crepúsculo de la realidad, incluso su pérdida.
Es la realidad misma la que se desdibuja, se desarma, se pierde, cuando el verdadero objeto libidinal retorna a
ella. Allí en el campo de la realidad, enmarcado por el corte que pasa por los puntos M - I - m - i. es un campo
vacío, que existe solamente por tomar la forma dictada, cada vez, por ese corte en el que se conjugan lo
simbólico y lo imaginario para velar lo ral.
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Ese corte es el buen corte si deja la realidad suficientemente libre de goce, vacía de goce; el corte es el bueno
si ha dejado afuera al objeto a, que condensa el goce, y se lo lleva consigo al lugar fuera de lugar, a lo real, de
donde no puede recuperarse, sino a condición de aceptar no verlo, de dejarlo fuera de la captura de lo
simbólico y de lo imaginario.
Eso no sucede en la psicosis, donde lo alucinatorio traza el trayecto de retorno del objeto, y desarma más bien
la realidad. Suele ser el trabajo del delirio el que con el tiempo logra crear una realidad nueva, completamente
diferente de la anterior al desencadenamiento
Lejos de poder afirmar entonces que la alucinación es una percepción sin objeto, concluimos en primer lugar
que la alucinación suele no ser una percepción, y en segundo que es difícil sostener que es sin objeto, porque
la alucinación es la presencia misma en el campo de la realidad del objeto no perceptible, que condiciona la
subsistencia de la realidad. En cierto sentido la alucinación es la percepción del auténtico objeto, del que no es
ilusorio, del verdadero efecto del significante en lo real.
El fenómeno de franja
Es un fenómeno en que se hace visible o audible lo que linda justo con borde de la realidad, pero que está
fuera de ella. La alucinación suele instalarse en el centro de la realidad, desorganizándola. El fenómeno de
franja, en cambio, es un efecto que ocurre en su borde.
¿Por qué dice que los fenómenos de franja son mucho más alucinatorios que las alucinaciones mismas?
Porque dan cuenta de una condición estructural anterior a las alucinaciones, y es que lo real se estructura antes
de toda dualización de los fenómenos del lenguaje, antes del surgimiento del Otro. Los fenómenos de franja
son situados por Lacan con toda precisión en dos momentos estructuralmente definibles: el de la prepsicosis y
el del alejamiento o la desaparición del Otro durante la psicosis ya desencadenada. Hay que tener en cuenta
que el Otro del delirio no está desde el comienzo de la psicosis, y que además su presencia es discontinua. Por
eso el fenómeno de franja, en la medida en que ataca la trama del delirio, lleva al psicótico a la experiencia
más aguda, más desgarradora también, de lo real que desborda los límites de la realidad cuando ningún Otro
(delirante o no) viene a mediar.
Esos fenómenos en el caso de Schreber son el milagro del aullido que surge de sus entrañas, los gritos de
socorro que "surgen de la totalidad de la masa de los nervios divinos que se desprenden". Los más evidentes
fenómenos de franja son las creaciones milagrosas que se producen, dice Schreber, “cerca de mi": moscas.
arañas, mosquitos y otros insectos, también pájaros. Esas creaciones milagrosas son creaciones ex-nihilo,
como todo lo creado por el significante, y se producen justo por fuera de su campo visual. El neurótico no se
entera de cómo la estructura del significante, re-crea cada vez la realidad.
Ese cerca de mí, pero fuera de la captura de los sentidos que caracteriza a los fenómenos de franja, se traduce
en las psicosis en una rica fenomenología que comprende las alucinaciones llamadas extracampinas (el sujeto
"ve" algo por detrás suyo, fuera del campo visual), y que para Lacan incluye también las "perturbaciones" de
las que hablaba Schreber, "eclosiones próximas en la zona oculta del campo perceptivo, en la habitación
vecina, en el pasillo, y otras manifestaciones que, sin ser extraordinarias, se le imponen al sujeto como
concerniéndole'', como producidas a propósito suyo.
Escuchar el significante inconsciente hasta reconocer en él al significante en lo real, desligado de todo valor
de realidad y de todo sentido, esa es la tarea del clínico. Porque es sólo allí, en lo real, donde se encuentra el
sujeto.
CALLIGARIS, Contardo. (1991). Introducción a una clínica diferencial de las psicosis. Buenos Aires:
Ediciones Nueva Visión. Cap. I: “La estructura psicótica fuera de la crisis”; Cap. II: “Desencadenamiento
y evolución de la crisis”
72
parcial, pues no vale por el dominio que un sujeto supuesto ejercería sobre la demanda del otro, sino que debe
por sí mismo tejer una red total e idealmente completa que proteja de la demanda del sujeto.
Aparte de eso, sí ese saber no tiene sujeto supuesto en quién confiar, la tarea de sustentar o de producir la red
de este saber le corresponde al sujeto mismo. De allí la necesidad de una errancia infinita.
Otra diferencia significativa reside en el lugar donde se sitúa el saber de defensa. Para el neurótico es un saber
supuesto al padre, para el psicótico no puede ser supuesto y debe ser producido, pero que también sólo puede
ser producido en la superficie de la cosa misma, como una cápsula alrededor de la cosa misma. La errancia
psicótica no es necesariamente una operación motriz. Puede ser una errancia intelectual. Esta nos llevaría a
pensar en un tipo de pensamiento sin organización, pero no se trata de eso. Se trata de un pensamiento que
tiene un horizonte de totalidad, que no se autoriza a partir de una filiación, o sea, de una transmisión, sino que
se sustenta en sus propios recorridos, y por eso sólo puede emanar de la cosa misma, como si aflorase en su
superficie.
La forclusión como concepto negativo
Que lo propio de la psicosis sea la forclusión del nombre del padre es una afirmación negativa. En el
desencadenamiento de la crisis existencial alguna cosa como una imposición hecha al sujeto psicótico de
referirse a un amarre central, paterno. No tiene posibilidad de referirse a este amarre, que no fue simbolizado
por él. El concepto de forclusión del nombre del padre no responde a la pregunta: ¿que sería positivamente la
organización de un saber psicótico fuera de la crisis? ¿Qué es una subjetividad psicótica? ¿qué es un sujeto
psicótico fuera de la crisis?
El psicótico está tomado en el lenguaje, pero sólo metonímicamente, Como si estuviese errando en el
lenguaje. El psicótico es sujeto, tiene significación, pero en la medida en que no disponga de una metáfora fija
este tipo de significación es perfectamente singular, es enigmática.
¿Qué es el saber psicótico más acá de cualquier tipo de problemática delirante? Para este sujeto, que parece
estar en una errancia no hay relación fundante a un significante paterno.
En la medida en que este saber es algo de lo cual el sujeto saca cierta significación, debe producir un efecto
metafórico, incluso en una errancia que parece pura metonimia. Este efecto metafórico no es una metáfora
paterna, ni una caricatura de metáfora paterna como la metáfora delirante, y ciertamente no le atribuye al
sujeto una significación fálica. Pero produce un efecto de significación, porque este tipo de sujeto no parece
jugado solamente entre imaginario y real.
El transexualismo implica justamente lo que es un delirio logrado. La primera significación que un sujeto
neurótico debe a la función paterna es el orden de la sexuación simbólica, como hombre o como mujer. Un
sujeto psicótico confrontado con la imposición de referirse a una función paterna, ve esta función en cuanto
tal, volver en lo real. En el caso del transexualismo logra la construcción de una metáfora de tipo neurótico, en
lo real mismo. Va a pedir a la instancia paterna que vuelve en lo real, que decida sobre su sexuación en lo real.
Desde este punto de vista, la operación transexual es un sustituto logrado de una metáfora paterna, neurótica,
pero con un cambio de registro. Lo que para el neurótico es la significación sexuada obtenida en la filiación
simbólica, se torna aquí sexuación obtenida en una operación quirúrgica.
En cualquier delirio el sujeto tendrá que obtener, de este padre que vuelve en lo real, una significación que va
a ser prioritariamente sexuada, como en cualquier filiación neurótica. Si él no elige resolver la cuestión en lo
real de su cuerpo, alternando su sexo, deberá construir una metáfora qué llamamos delirante, por tratar de
producir una significación a partir de la filiación con una función paterna en lo real. La significación sexual
del sujeto psicótico, en su delirio, será una significación con respecto a un padre en lo real.
Imposición y forclusión
Lo que está forcluido no son los significantes relativos al padre, al marco edípico, sino que lo que está
forcluido es la función organizadora del nombre del padre. Lo que está forcluido es el amarre en cuanto tal.
No es que el paciente psicótico no disponga de significantes para hablar de su padre, de su familia, sino que el
problema es que estos significantes no tienen la función de amarre central como en una metáfora neurótica.
Se trata de la forclusión de una función. Lo que va a hablar en lo real, porque no está simbolizada, es la
función. Va a hablar con significantes que ya estaban en el saber del sujeto.
La metáfora delirante es una metáfora para-paterna, pseudopaterna. Es una metáfora paterna pero delirante, en
la medida en que la posición paterna queda en lo real. La metáfora no paterna se genera si existe una
significación en el sujeto psicótico fuera de la crisis, entonces debe haber una metáfora, una metáfora
diferente de la metáfora paterna, sin un amarre fijo, porque si hay amarre fijo hay función paterna. Cualquier
metáfora delirante es paterna. Una metáfora delirante responde a la necesidad del sujeto psicótico de
estructurarse como neurótico. Por lo tanto responde a una imposición. Lo que sería una metáfora no paterna
sería la metáfora más acá de la imposición. Sería un tipo de metáfora que hace que un sujeto psicótico fuera de
crisis tenga una significación, a pesar de no depender de una metáfora propiamente paterna.
La proposición entre delirio y alucinación
La alucinación auditiva tiene un estatuto muy diferente de las otras alucinaciones. Esa es la vuelta en lo real
de la función paterna que, solicitada y forcluida, habla. Y es por eso que podemos decir que siempre hay por
lo menos una alucinación auditiva en cada crisis, pues en cada crisis la función paterna vuelve en lo real. Si la
constitución del delirio no se logra, las alucinaciones no auditivas proliferan.
Si, a partir de una situación crepuscular, el trabajo del delirio es construir un tipo de defensa homóloga a la
metáfora neurótica, sí ese trabajo no logra la posición objetal del sujeto, aparece en los real mismo bajo la
forma de alucinación, por ejemplo, visual. Cuando el trabajo del delirio se logra, la defensa misma del sujeto
se logra, su estatuto queda eminentemente simbólico con la diferencia de que el sujeto se refiere a un padre
real, el cual habla en lo real a través de la alucinación auditiva.
Transferencia en la crisis psicótica
El neurótico está interpretando a un sujeto supuesto saber, cuya función es simbolizada por él. Un psicótico
está interpelando o esperando algo de un padre, que también se compone de significantes y corolarios
imaginarios de eso significantes, pero que no está en lo real. Se trata de que el paciente interpela al analista
cuando la crisis está desencadenada, cuando la imposición ya fue recibida y el mecanismo de la crisis ya
comenzó. El interpela al analista para poder constituir con él, o tratar, algo así como una metáfora delirante
que responde la situación de crisis que está haciendo anticipada.
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Psicosis Ordinarias – Artículos sugeridos por el equipo de cátedra (se subirán a Whatsapp y al Facebook
de la cátedra)
Lo que hemos llamado “clínica estructural” toma como referencia la estructura del lenguaje. Ella supone partir
de algo ya estructurado cuya célula fundamental da cuenta de la cadena significante y su significación
retroactiva.
Es el “trastorno” de esta célula lo que ordena y clasifica las diferentes estructuras clínicas. También es la
ruptura lo que se pone en juego en distintos fenómenos clínicos: los desencadenamientos, la desestabilización
del fantasma, la aparición del síntoma, la irrupción de la angustia, etc. En este sentido entendemos una clínica
de la discontinuidad.
El nombre del padre, al ser una forma particular de sinthome -la más común- sirve para anudar.
La psicosis ordinaria es una propuesta de definición clínica de Jacques-Alain Miller: “la psicosis ordinaria no
tiene una definición estricta. Todo el mundo es alentado a dar su opinión y su definición de la psicosis
ordinaria. No he inventado un concepto con la psicosis ordinaria. He inventado una palabra, he inventado una
expresión, he inventado un significante, al dar un apunte de definición para atraer a los diferentes sentidos”.
Formalización de las psicosis ordinarias
Lacan: “Tratemos de concebir ahora una circunstancia de la posición subjetiva en que, al llamado del
Nombre-del-Padre responda, no la ausencia del padre real, pues esta ausencia es más que compatible con la
presencia del significante, sino la carencia del significante mismo […]. En el punto donde, ya veremos cómo,
es llamado el Nombre-del-Padre, puede pues responder en el Otro un puro y simple agujero, el cual por la
carencia del efecto metafórico provocará un agujero correspondiente en el lugar de la significación fálica. […]
Está claro que se trata aquí de un desorden provocado en la juntura más íntima de sentimiento de la vida en el
sujeto”.
Las clasificaciones basadas en la discontinuidad, en las estructuras, plantean problemas actualmente al clínico.
La clínica de las psicosis admite una temporalidad que no es solo la de la sincronía (gobernada por el
desencadenamiento y su coyuntura particular) que está presente en las psicosis extraordinarias. También
debemos contemplar la temporalidad diacrónica en aquellos casos donde no encontramos un momento claro
de ruptura.
Esto nos lleva de una clínica discontinuista (que permite fundar clases) a otra que posibilita la última
enseñanza de Lacan.
Miller sitúa la invención de este sintagma como un intento de esquivar la rigidez de la clínica binaria
(neurosis o psicosis). Pero aclara que, si bien la psicosis ordinaria es una manera de introducir el tercero
excluido por la rigidez binaria, debemos introducirla en el campo de las psicosis.
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La neurosis es una estructura muy precisa, si durante mucho tiempo (incluso años) no encontramos elementos
evidentes para reconocerla claramente en un paciente, deberíamos pensar en la posibilidad de una psicosis
velada que debería poder deducirse de pequeños indicios, de signos discretos. Una neurosis es una formación
estable, que se organiza por medio de la constancia en la repetición. Si no encontramos esto, debemos buscar
los signos discretos de “desorden en la juntura más íntima del sentimiento de la vida en el sujeto. El desorden
se sitúa en la forma en la que se siente el mundo que nos rodea, en la forma que se siente el cuerpo y en la
forma de referirse a nuestras propias ideas. ¿Cuál es, pues, este desorden que llega a la juntura más íntima del
sentimiento de la vida en el sujeto”?
Miller propone reconocer ese desorden en base a una triple externalidad: una externalidad social, una
externalidad corporal y una externalidad subjetiva.
Respecto a la externalidad social, la pregunta es por la función de la identificación social que nos da un lugar,
un sostén (una identificación profesional, por ejemplo). Miller precisa que “el más claro indicio se encuentra
en la relación negativa que el sujeto tiene con su identificación social. Cuando hay que admitir que el sujeto es
incapaz de conquistar su lugar al sol, asumir su función social. Cuando se observa un desamparo misterioso,
una impotencia en la relación con esta función. Cuando el sujeto no se ajusta, no en el sentido de la rebelión
histérica o de la manera autónoma del obsesivo, sino cuando existe una especie de foso que constituye de
forma misteriosa una barrera invisible. Cuando se observa lo que yo llamo una desconexión, una desunión”
La segunda externalidad que establece Miller es la externalidad corporal. Lacan afirma que “no somos un
cuerpo, sino que tenemos un cuerpo”. Esto sitúa al cuerpo como Otro para el sujeto. Es algo que percibimos
de modo claro en la histeria, donde “el cuerpo hace lo que quiere”. También, en el cuerpo masculino, una
parte no siempre obedece. Pero, a diferencia de lo que ocurre en las neurosis, Miller señala que “En la psicosis
ordinaria hay que tener algo más, un desajuste. El desorden más íntimo es una brecha en la que el cuerpo se
deshace y donde le sujeto es inducido a inventarse vínculos artificiales para apropiarse de nuevo de su cuerpo,
para “estrechar” su cuerpo contra el mismo. Para decirlo en términos de mecánica, necesita una abrazadera
para aguantar con su cuerpo”.
La tercera externalidad que sitúa Miller es la subjetiva. Cuando se trata de la dimensión del Otro subjetivo:
“La mayoría de las veces esto lo encontramos en la experiencia del vacío, de la vacuidad, de lo vago, en el
psicótico ordinario. Podemos encontrarlo en diferentes casos de neurosis, pero en la psicosis ordinaria se
busca un indicio del vacío o de lo vago de una naturaleza no dialéctica. Existe una fijeza especial de este
indicio. […] También debemos buscar la fijación de la identificación con el objeto a como desecho. La
identificación no es simbólica, sino muy real, porque no utiliza la metáfora. […] Digo que es una
identificación real ya que el sujeto va en la misma dirección a realizar el desecho en su persona”. Otra
dimensión de la externalidad subjetiva es que, en las psicosis ordinarias, “las identificaciones se construyen
con un batiburrillo”, no son identificaciones que tienen un centro sólido y claro.
Estas tres externalidades, nos permiten un marco donde encuadrar las particularidades de la psicosis ordinaria.
Los detalles clínicos remiten a un desorden central. A diferencia de los casos llamados borderline, no se
plantea que se trate de sujetos que no son ni psicóticos ni neuróticos. La psicosis ordinaria es una clínica de
los pequeños indicios de la forclusión, es una clínica de la psicosis, por lo tanto. Tampoco es reductible a
la categoría de psicosis no desencadenada, que se sitúa en el horizonte temporal de un posible
desencadenamiento, ya que “[…] algunas psicosis no llevan a un desencadenamiento: son psicosis, con un
desorden en la juntura más íntima, que evolucionan sin hacer ruido, sin explosionar, pero con un agujero, una
desviación o una desconexión que se perpetúa”.
Fenomenología clínica de las psicosis ordinarias
La clínica de la psicosis ordinaria se presenta bajo la forma de pequeños indicios que pueden pasar
inadvertidos. Ansermet señala los siguientes: “[…] Puede tratarse de extravagancias, de un manejo particular
del lenguaje, de disturbios del pensamiento, de ataques de angustia no reconocidos como tales, que surgen
como acontecimientos del cuerpo. El sujeto puede también encontrarse socialmente desinsertado, con
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obstáculos en las relaciones, un brusco rechazo al otro, sin premisas, sin historia, desconectado del tiempo de
los otros”. Ansermet aclara que debemos distinguir el signo discreto de la solución que engendra precisamente
porque “[…] El signo puede volverse discreto debido a la solución puesta en juego. Del mismo modo que
podría decirse que hay signos discretos que no detectamos. Y hay soluciones que resisten y soluciones que no
resisten”.
Gustavo Dessal precisa diferentes fenómenos clínicos que deben ser tomados en cuenta para pensar un
posible diagnóstico de psicosis ordinaria. Enumera los siguientes: “[…] se trata de sujetos que suelen carecer
de discurso en lo que se refiere a su historia. Se apoyan en un limitado ramillete de frases más o menos
coaguladas en su significación para referirse a su pasado y a las circunstancias relevantes, pero en las que se
destaca muchas veces con gran nitidez la ausencia de implicación subjetiva. […] es frecuente que se trate de
personas cuya vida sexual es o bien inexistente, o que muestran signos a veces sutiles y otros más marcados
de una relación lábil con la identidad sexual. Las dificultades en el lazo social suelen ser también manifiestas,
aunque también nos encontramos con muchas excepciones en este plano, especialmente en aquellos sujetos
que son exitosos en alguna actividad profesional, artística o comercial. Pero incluso en estos casos percibimos
que con frecuencia el vínculo social está atravesado en distintos grados por signos de agresividad,
desconfianza paranoide, o pasajes al acto generalmente discretos, pero que muestran puntos de forclusión
inequívocos. Otro aspecto interesante, es el hecho de que muchos sujetos a los que consideramos psicóticos
ordinarios suelen manifestar de forma espontánea una extraordinaria tendencia a recrear en su discurso una
novela “edípica” poco filtrada por la censura”. “Las psicosis ordinarias, como cualquier otra entidad clínica,
presentan muy distintas fenomenologías. Desde el exceso de normalidad, hasta la apariencia de una neurosis
caracteropática grave. En cualquier caso, nunca falta el núcleo delirante, evidentemente encapsulado, apenas
un atisbo de ideación que el paciente confiesa de forma subrepticia, o que mantiene a resguardo mediante
circunloquios o elipsis del discurso. También podemos añadir que en ocasiones se aprecia una fijeza muy
particular en la significación, son aquellos casos en los que el paciente es capaz de mantener un discurso
fabricado a partir de sintagmas que ha ido seleccionando aquí y allá, que suplen su imposibilidad de
metaforizar lo real, pero que le sirven como una forma de nominación. Lo advertimos en el uso constante de
tópicos, refranes, frases hechas, giros retóricos, citas, incluso chistes, que conforman una suerte de “ideología”
verbal que el paciente repite para encuadrar el vacío de la enunciación”.
Igualmente, la dificultad incomprensible para realizar tareas o actividades, supuestamente al alcance de la
capacidad del sujeto, y que con frecuencia desempeñaba con normalidad en el pasado, puede ser el signo de
una ruptura psicótica no evidente. La relación al lenguaje también está alterada. A menudo hablan a partir de
refranes, o lugares comunes, que recubren el vacío de una enunciación propia. También podemos observar,
como ha señalado Eric Laurent, un “uso casi neológico de palabras comunes”.
Estamos hablando de una clínica que, al menos en su expresión formal, podemos reconocer todos, y cuyas
manifestaciones no responden a la lógica de los síntomas neuróticos.
Civilización, discurso y psicosis
En las psicosis ordinarias los signos no son espectaculares, son discretos. Tampoco los déficits son
espectaculares. Por esto podemos hablar en estos casos de la locura normalizada tal como la denomina José
María Álvarez. Desde su perspectiva, la locura normalizada describe un conjunto de psicosis en las que las
manifestaciones son discretas pero que deben contemplarse como formas achicadas, subclínicas o atenuadas,
de paranoia, esquizofrenia o melancolía-excitación. José María Álvarez destaca que “con la
psicosis enloquecida, la normalizada comparte las experiencias genuinas que la identifican como psicosis o
locura y la separan de la neurosis. Se trata de experiencias que se caracterizan, en lo tocante al saber y la
verdad, por la certeza, la revelación y el rigor; en lo que atañe a las relaciones con los otros, por la
autoreferencia, la extrañeza, la intrusión xenopática, la soledad por excelencia y el perjuicio; en cuanto a la
satisfacción, el placer y el goce, por la plenitud, el exceso y la intensidad insoportable; con respecto al cuerpo,
por la fragmentación y la desunión”. Para José María Álvarez la gravedad, o la adecuación a la realidad
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común, no es lo determinante para el diagnóstico de psicosis sino compartir experiencias genuinas como las
referidas.
Los psicóticos ordinarios son psicóticos que se confunden con lo común, mientras los extraordinarios siempre
son excepcionales. Es algo constatable en la clínica: el sujeto de la persecución, el del delirio mesiánico o el
de la erotomanía, no se piensan a sí mismos en el registro de lo común sino en el registro de la excepción.
Marie-Hélène Brousse, sostiene que el campo de las psicosis parece desarrollarse y modificarse en la
actualidad. Lo relaciona con que el declive de la función paterna, del poder del Nombre-del-Padre, va
acompañado de la pluralización de su función. Así, sí en las psicosis extraordinarias (de las que el caso
Schreber sería un paradigma), el sujeto tiene que encarnar la excepción que falta (Schreber tiene que encarnar
la mujer que le falta a Dios), “[…] En la psicosis ordinaria los pacientes no se dedican a encarnar ellos
mismos la función de la excepción que falta en la organización simbólica. “Ordinaria” en la psicosis ordinaria
significa pues no excepcional, común, banal”.
Al lugar de la evaporación del padre vienen las normas sociales. Ante el declive de la Ley proliferan las
normas, el sentido común (ordinario). Por eso, dice Marie-Hélène Brousse, “Cuando hablamos de psicosis
ordinaria se trata de comportamiento supersocial, de sumisión absoluta, metonímica sin duda y no metafórica,
a los usos comunes, a la banalidad tal como se define por la mediana de la curva.
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distintos recorridos fantasmáticos. Lacan plantea que el perverso pretende fundar la relación sexual que no
hay con la ayuda de su fantasma, que utiliza para captar el goce de su compañero sexual, y así verduguea al
Otro, lo somete, se exhibe, etc. El tipo de perversión será el modo en el que busca hacerse instrumento del
goce del compañero sexual.
Resulta que el neurótico también puede llegar a decir te hago lo que quiero, pero una vez en la escena se
angustia, se inhibe, a diferencia del perverso, que decididamente se sostiene en eso, sin detenerse en
justificaciones como el neurótico. Miller opone la voluntad de justificación del neurótico a la voluntad de
goce del perverso. Precisamente éste no escucha lo que el Otro le demanda, no hay más que lo que él impone,
esa es su pasión, su voluntad de goce.
Sadismo.
A la altura del Seminario La angustia Lacan sostiene que no es tanto el sufrimiento del Otro lo que se busca
en la intención sádica como su angustia. El sádico intenta completar al Otro quitándole la palabra e
imponiéndole su voz y tanto más cuando ese Otro tiene menos autoridad.
Los personajes de Sade muestran cómo el sufrimiento causado al Otro es para producir la división subjetiva.
Como el juez sádico que, con sus fetiches a mano, recibe la demanda de la joven para que salve a su padre
condenado a la ejecución. El juez acepta evitar la muerte del padre de ésta a condición que la joven virgen se
preste.
Bruscamente, la ubica frente a un problema ético, ella está dividida entre salvar su honor o salvar la vida de su
padre. El juez opera como objeto, ella queda en posición de sujeto dividido, mientras el sádico aspira a que la
joven se angustie. El deseo sádico es un experto en hacer vibrar la angustia del otro. El sádico no es más que
el instrumento del suplemento dado al Otro, pero que en este caso el Otro no quiere. No quiere, pero obedece
de todos modos.
Masoquismo.
El hecho que el masoquista perverso requiera de un fetiche es, en este caso aún más claro el intento de ser un
objeto. Así lo exclama Leopold Von Sacher Masoch en La venus de las pieles; estaba enamorado de Wanda a
la que extorsiona para que lo trate como un esclavo, en formas cada vez más humillantes, ese es el deseo. Y
acerca de su condición erótica: “El dolor posee en mi un encanto raro, nada enciende en mí más la pasión que
la tiranía, la crueldad y sobre todo la infidelidad”. Y el Otro está concernido en tanto el perverso desde esa
posición hace angustiar al Otro.
En el caso de Sacher Masoch, un detalle crucial es que Wanda se compromete a usar pieles que están ubicadas
en el lugar de fetiche. Wanda como objeto de elección - y las pieles ubicadas en el lugar de fetiche, fetiche
causa, como elemento fijo -, se compromete con Masoch a llevar pieles a la escena.
Voyeurismo.
Muestra una vez más que el Otro es necesario en la perversión, trata de ver a la mujer dedicada al goce de su
propio cuerpo. De alguna manera procura interrogar en el Otro aquello que no se puede ver, él aporta su
mirada. Además, su reducción a la posición humillada, hasta ridícula…obedece según Lacan a que Otro pueda
atraparlo. Cabe afirmar que él se convierte en mirada oculta, que no tiene nada de íntima, es éxtima. De ahí
que, siguiendo el razonamiento de Miller, el perverso es aquel a quien el deseo no le impide tener voluntad de
goce. El perverso para realizar la pulsión escópica, necesita alguien a quien mirar o alguien que lo pueda
mirar, necesita un objeto en el mundo externo.
Exhibicionismo.
También aquí trata de obtener la presencia, la aparición del Otro. El deseo apunta al Otro, ya que los efectos
de una exhibición, provocando miedo o no al testigo provoca ese pudor y vergüenza que divide al sujeto. Él es
quien ofrece a ver, trata de hacer surgir en el Otro la mirada.
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El exhibicionista queda atrapado por el goce del Otro, y como en el resto de las perversiones el goce en juego
es el del Otro, esa es la condición.
Condición que divide al partenaire pasajero, lo fuerza a llevar su mirada ahí, si se abre la bragueta del
pantalón, ante la puerta de una Escuela y alguna de las estudiantes no parpadea, ni se ruboriza, sino que en su
lugar es recriminado por la mujer o bien ella ante presenciar su acción larga una carcajada, el acto perverso no
tiene efecto. El fantasma perverso tiene que armar un lugar donde el sujeto quede dividido, y sólo el acto es
logrado si causa goce en el partenaire.
En términos generales, la perversión es una prueba al analista para que suprima toda contratransferencia, -
como sugiere Miller en Los fundamentos de la perversión - ya que esta estructura clínica pone en cuestión los
juicios más íntimos del analista.
vindicatorio y talionico. Tiende a provocar sorpresa y miedo en el otro, y asimismo hacer explosivo en
intervalos irregulares.
Su comportamiento revela una incapacidad casi absoluta para hacerse cargo y cumplir con una tarea útil con
características estables. Se presenta un exceso de agresión. Tiene intolerancia a las restricciones de la sociedad
y a la frustración, y es incapaz de aceptar la demora de una gratificación. Presenta una grave perturbación en
los sentimientos de amor y de culpa, y por lo tanto fracasa en lograr cierto grado de insight.
Externaliza el afecto a través de actos concretos y tiene falla en los intentos de control interno de sus
conflictos intrapsíquicos. Su enfermedad consiste en buena parte en sus dificultades para pensar y
comunicarse y también para manejar las situaciones interpersonales. A su vez padece una marcada
incapacidad para concentrarse y para cualquier esfuerzo sostenido.
Tiene una dificultad para articularse en la relación grupal más amplia, pues esto implica una necesidad de
mayor control sobre los otros. La situación grupal amplia se convierte en peligrosa cuando excede sus
posibilidades máximas de control sobre el grupo.
No tiene un sentido adecuado de la realidad y por lo tanto no se puede adaptar al medio ni a la sociedad o a la
cultura en la que vive por qué su interpretación de la realidad es incorrecta o falsa. Abusa de la
racionalización.
El punto de vista psicopatológico, dinámico y de las relaciones interpersonales
El psicópata posee una estructura narcisista, cuyas ansiedades básicas primarias son de características
francamente persecutorias, que pueden alcanzar gran intensidad. La Fantasía inconsciente básica
predominante está caracterizada por ansiedades persecutorias y confusionales, con un tipo de relación objetal
específica y defensas como la omnipotencia, la identificación proyectiva, etcétera, que pueden llegar a un
cierto equilibrio inestable, cuya descomposición llega a desembocar en la psicosis o la criminalidad.
Trastornos psicopatológicos:
Perturbaciones de distinta índole en la estructura de la identidad, que conducen a la mutilación
funcional del yo
Alteraciones en el desarrollo de la simbolización que afectan en consecuencia la aparición de la
capacidad de pensar, y por lo tanto la posibilidad de formular el pensamiento verbalizado
Una patología característica referente al juego de roles adjudicados y asumidos en la sociedad, que se
traduce en una distorsión e inadecuación de las relaciones sociales
Ciertas alteraciones de la comunicación basadas en perturbaciones de la relación entre meta
comunicación y comunicación, cuyas incongruencias expresan aspectos patológicos
El parlamento puede ser directo o tangencial, a veces imperativo y con exigencias continuas. La acción y la
inoculación fuerza al otro para que actúe el rol que el psicópata necesita hacerle actuar.
El punto de vista de las características básicas de la personalidad
1. Por sus características el psicópata podría ser incluido en la denominada personalidad autoritaria, con
la configuración que dicha estructura posee. Quizás los rasgos más específicos son los referentes a la
sumisividad autoritaria, la estereotipia, el cinismo. El primer factor se refiere a la incapacidad para
criticar, rechazar o rebelarse activamente contra figuras y los valores del endogrupo más importante,
la familia por ejemplo, que necesita identificar proyecto tivamente en el depositario que desempeñará
ese rol.
2. La conducta es aloplástica.
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Estas dos cualidades facilitan la inserción del psicópata, desde el punto de vista general, en instituciones
autocráticas, discriminatorias, raciales, etcétera. De esta manera encuentra una salida institucionalizada para
su hostilidad, o sea para la necesidad antisocial, algo que se agrega la posibilidad de desempeñar el rol de otro
(impostor)
Esta estructuración básica de roles asumidos y adjudicados se origina en la identificación proyectiva en el otro
de ciertos roles que necesita excluir de sí mismo y controlar en el otro con técnicas adecuadas
Factores sociales determinantes de la sociopatía
Los económicos
La ideología
Los factores socioeconómicos y políticos
Propuesta de definición
La psicopatía es una organización de la personalidad históricamente determinada por una distorsión infantil de
la evolución yoica, con una estructura narcisista egosintonica, con intolerancia a la frustración y una
irresistibilidad impulsiva psicopatologicamente caracterizada por el predominio intrapsíquico de una situación
básica que estructura la neurosis grave de la infancia (psicosis) con deterioro de la identidad como la
simbolización, la socialización, el control de la agresión, la comunicación, con conductas aloplásticas
concretas resultantes de la interacción inicial del niño con su ámbito familiar y grupal, con un superyo lacunar
deficitario.
En el adulto estos actualiza como comportamiento estereotipado, hostil, antisocial, cruel, con carencia
aparente de angustia, de sentimientos de culpa, de insight, de capacidad de amar, con una ideología
autocrática y sumisividad, con ataques a los objetos y a las relaciones interpersonales. También se evidencian
en el psicópata adulto trastornos de la identidad (aspectos confusionales), en el pensamiento (perturbación en
la simbolización), en la socialización (capacidad de adjudicar y asumir roles; de adquirir experiencia), de la
comunicación (lenguaje de acción), con técnicas defensivas centradas en la omnipotencia, la identificación
proyectiva y otros mecanismos tempranos.
Posee un modelo estereotipado de conducta de acción aloplástica, con características sádicas vindicatorias
(tendientes al robo, al engaño, al crimen o a la impostura).
Notas definitorias mínimas: incapacidad para tolerar la frustración; conducta aloplástica y antisocial;
incapacidad para instrumentar la angustia; gran dificultad para usar el pensamiento como acción de ensayo.
Problemas diagnósticos
Psicopatía:
Para un diagnóstico general de la psicopatía hay que considerar inicialmente la precocidad y cronicidad de las
perturbaciones; la sintomatología, la dinámica intrapsíquica, la conducta, las relaciones interpersonales, que
generalmente pueden convertirse en los elementos básicos primarios que a nuestro juicio determinan el
diagnóstico. La personalidad psicopática, es puesta en evidencia porque su historial está plagado de conflictos
significativos, notoriamente manifiestos desde los primeros años de vida. Son remanentes de la conducta de
acción que es normal durante las etapas evolutivas infantil, puberal y aun adolescente, que no fueron
elaboradas en el proceso vital general.
Estos remanentes suelen reaparecer en el segundo periodo de la adolescencia como estereotipos, como pautas
de conducta patológica. Se podría diagnosticar la psicopatía en la época escolar, a través de dos vertientes del
comportamiento infantil. Una de esas se refiere a la escolaridad y a las dificultades en el desarrollo del
aprendizaje. Pero generalmente el centro de gravedad del conflicto no está en el proceso del conocimiento,
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sino en el plano de la conducta. En este nivel encontramos niños que son expulsados y que en el ciclo
primario pasan de escuela. Su conducta se organiza en general en torno a situaciones de agresión contra otros
niños, o bien rompen vidrios, o bien agreden sádicamente animales hogareños, etcétera.
En el comienzo de la adolescencia afloran ya las características básicas de los futuros psicópatas cuando
emergen los aspectos caracterológicos y de conducta. La característica afectiva en la organización patológica
de la personalidad del psicópata es la singularidad de su temperamento, relacionada con su intolerancia a la
frustración, con la dificultad para sentir amor y culpa, responsabilidad o cualquier otro sentimiento del área
depresiva, con una hostilidad y conducta antisocial que suele sobrepasar los límites de tolerancia aceptados
por la comunidad, pero que se distingue de la rebeldía porque carece de una capacidad mínima de elaboración.
Otras características significativas se refieren al predominio de la proyección del mundo interno sobre el
mundo externo, no obstante, lo cual las psicopatías pueden, aunque con dificultad, diferenciar la fantasía de la
realidad. Así mismo es ostensible una perturbación del pensar por la dificultad para simbolizar; de la identidad
por ciertos aspectos confusionales en los procesos de identificación; de la socialización por su incapacidad
para desempeñar el rol del otro, y de la comunicación.
La independencia del psicópata es solamente aparente, necesita transformar a los otros en dependientes de él.
Considera y toma a los otros como una prolongación de sí mismo. Esta personalidad básicamente narcisista
centra sus mecanismos defensivos predominantemente en la omnipotencia, en la identificación proyectiva en
un depositario de los contenidos persecutorios, controlándolos a través de un intento de fusionar lo depositado
con el depositario. La ruptura de esa simbiosis o la pérdida del control sobre el depositario y lo depositado,
crea situaciones de pánico ante el temor de la reintroyección violenta y masiva de lo proyectado.
La psicopatía, como entidad nosográfica, tiene una estructura y organización de la personalidad tendiente a la
manifestación de acción aloplástica con una modalidad antisocial para el logro vindicatorio del engaño, la
estafa, la impostura.
Diagnósticos diferenciales
Neurosis
En las psiconeurosis, consideradas como una entidad en general, el conflicto básico se estructura y se expresa
a través de los síntomas, de una manera simbólica y autoplastica. Hay una clara delimitación entre el mundo
de fantasía y la realidad externa, con excepción de la función o las partes del yo y los objetos cuya alteración
es la característica que distingue cada cuadro en particular. La angustia suele estar presente como señal
anticipatoria pero ligada en cada cuadro en particular a cierto aspecto básico de la organización de la
personalidad. El sentimiento de culpa configura un sufrimiento yoico qué es producto de distintos conflictos
según cada constelación nosográfica.
Caracteropatias
La angustia es poco evidente, ya que el acorazamiento caracterológico funciona como obstáculo para su
emergencia, y asimismo para el surgimiento de los conflictos subyacentes. A veces el equilibrio se rompe
cuando cede la defensa caracterológica y emergen ansiedades que deben ser controladas por otros sistemas de
defensas. El sentimiento de culpa y la responsabilidad suelen estar interferidos por su acorazamiento.
Aparecen como personas con gran indiferencia y con frialdad afectiva. La conducta es racional, autoplástica y
con un bajo nivel de simbolización. El conflicto patógeno es asimilado al yo y aparece externamente como un
rasgo característico de acuerdo con el tipo clínico. La agresión es reducida por el efecto de contención que
ofrece la coraza caracterológica. Las defensas aparecen rígidamente consolidadas, hecho que determina un
grado relativamente alto de estereotipia en la conducta.
Psicosis
87
El grado de angustia está en función del predominio ejercido, tanto en intensidad como en calidad como por
los aspectos psicóticos de la personalidad sobre los neuróticos. La culpa puede ser negada y proyectada como
en los esquizoides, pero también puede crear una situación dificultosa en los melancólicos, ya que su
autoestima es precaria y puede producirse una descompensación. La conducta racional es defectuosa, ya que
la objetividad es muy pobre para algunos tipos de pacientes. La diferenciación entre fantasía y realidad es
escasa o nula. La reversibilidad de este fenómeno puede ser lenta o muy rápida. El comportamiento suele ser
imprevisible y generalmente no resulta adecuado a la realidad, aunque puede ser regulado en ciertos casos
clínicos por la autoestima.
Por otra parte, el adolescente psicópata suele encontrar en sus grupos de pares los depositarios para llevar a
cabo conductas con una finalidad vindicatoria.
Inserción del psicópata en los grupos
El psicópata está fijado en un tipo estereotipado de rol actuador frente al grupo familiar externo y
posteriormente internalizado (superyó lacunar). Ello explica la peculiar necesidad del psicópata de mantener
un fuerte control sobre las relaciones interpersonales con un alto grado de rigidez en la distribución de roles.
Con este fin el psicópata recurre a su capacidad para convertirse en el ideal del yo de sus depositarios, y a
partir de allí puede inocular en secreto una serie de mensajes inductores que los demás no perciben como
tales, sino como propios. Por ello se vuelven especialmente peligrosos cuando pasan a ocupar el papel de
líderes.
Entre los distintos cuadros nosológicos, el psicópata es uno de los que tienen menos capacidad para estar solo.
Requiere constantemente depositarios en quiénes proyectar sus propios aspectos sufrientes Y ante quiénes
asumir un papel omnipotente y mágico, contraparte de su miedo a ser aniquilado.
Periodos de la estructura defensiva del psicópata
Aunque predomina lo que se conoce como la pauta psicopática básica, es necesario señalar que coexisten
simultáneamente en distintos aspectos funcionales, que a la vez, interactuando entre sí, determinan su
conducta. Se puede describir a la psicopatología de un psicópata como una estructura de la personalidad que
constituye una configuración inestable y que puede sufrir diferentes evoluciones deteriorantes.
Aspectos funcionales interactuantes en la organización psicopático de la personalidad
Existen tres áreas funcionales de expresión en la estructura psíquica de un psicópata que condicionan la
perturbación básica de la identidad, la simbolización y la socialización.
Psicótica: con núcleos autistas y criminosos, cuya patología reactivada determina la iniciación de la
desintegración yoica (del yo y de los objetos internalizados)
Psicopática: cuya patología implica el descontrol y la brusca irrupción con violencia y masividad, en
el objeto y en las partes yoicas, de aquellos objetos y partes del yo invasores, sádicos y destructivos,
cuyas técnicas básicas son las defensas maníacas omnipotentes y la identificación proyectiva. La
delimitación de esta función depende del monto de frustración inicial del yo, repetido en el
crecimiento, y del grado de epileptoidia.
Neurótica: donde se visualiza el proceso de perturbación básica de la simbolización (pensamiento)
especifica en el psicópata, con el de la identidad y la socialización. Implica la utilización de ciertas
técnicas histéricas, fóbicas y obsesivas, con lo cual logra una determinada y parcial adecuación a la
realidad.
El resultado de la interacción de las funciones en el psicópata da como resultante un déficit estructural del yo,
con perturbaciones en sus funciones globales para la adecuación a la realidad.
Cuando los objetos se instalan paulatinamente en el yo en el proceso de integración normal se estructuran
como objetos buenos a través de su relación gratificante con el pecho alimenticio, se constituyen en el núcleo
básico del proceso de maduración, crecimiento y aprendizaje, por una parte, y de una adecuada organización
de la personalidad por la otra. Pero cuando este proceso se altera porque aparece en un grado mayor el
abandono precoz qué es vivenciado como un ataque sádico y cruel al yo y a los vínculos con los objetos
externos e internos entonces, ante este rechazo del objeto para con él yo, el yo se aleja del objeto primario con
hostilidad y resentimiento, y comienza una lucha entre las distintas partes del yo por el liderazgo, para
determinar cuál será el fragmento que estará en contacto y gozará del pecho alimenticio, objeto idealizado.
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desconfianza y el pánico que les provoca sentirse descubiertos, cuyo significado en última instancia es caer
bajo el dominio de la omnipotencia del otro.
Aparentemente poseen astucia, con aspectos y actitudes normales y comunes, pero que en el fondo
demuestran la carencia de un sentido adecuado de la realidad. Su falta de adaptación al medio, como a la
sociedad y a la cultura en que viven puede ser considerada como seria y grave. En consecuencia, su lectura e
interpretación de la realidad, es incorrecta o inadecuada, y resulta a veces inconsistente. Se puede llegar a
percibir el encanto con el cual algunos psicópatas fascinan a sus interlocutores, ocultando su real
asociabilidad, ya que ese rol seductor representa la posesión de la omnipotencia y la negación del miedo.
En los psicópatas más evolucionados, su apetito por el prestigio y el reconocimiento social es insaciable, pues
en su fantasía viven en un mundo que los agravia y los trata con suma injusticia. Esto nos explica en parte su
actitud desafiante con todo el mundo y su grave dificultad para convivir con los demás. Asimismo, nos revela
su carencia de una armonía adecuada en sus relaciones con el ambiente. Su dificultad para soportar las
frustraciones inherentes a toda convivencia eclosiona brusca y repentinamente y en consecuencia cuando el
psicópata actúa lo hace sin pensar. Con frecuencia su comportamiento puede adquirir entonces un matiz de
tonto y sin sentido. Además, suelen ser muy mentirosos.
El psicópata se caracteriza en buena parte por sus graves dificultades para pensar y comunicarse. De la misma
manera diríamos que el progreso hacia la curación se acompaña siempre de una capacidad para internalizar un
objeto, con una mayor posibilidad y capacidad en sus modos expresivos, y asimismo en su capacidad de
pensar.
Cabe destacar que no poseen la capacidad para deprimirse profundamente ante los fracasos en su vida,
depresión que podría conducirlos al suicidio, tal como sucede con enfermos depresivos, por ejemplo.
Tolerancia a la frustración
El psicópata tiene una gran incapacidad para soportar el incremento de la tensión intrapsíquica; como
consecuencia de esto, una privación o frustración, por pequeña que sea, les produce un intenso sufrimiento
yoico. Esto determina que la incapacidad para postergar la gratificación se vuelva dolorosa de un modo tal que
el psicópata no pueda valorar en su grado real una demora en la gratificación.
Para el psicópata se conserva la situación primaria de unión entre lo nutricio y lo sensual, al confundir ambas
necesidades. De tal manera, una necesidad insatisfecha es rápidamente transformada en una vivencia de
extrema urgencia vital, que además se convierte en una injuria narcisista intolerable. Por todo ello, frente a
este estímulo el sujeto debe alcanzar una urgente gratificación que implique una solución de la necesidad, pero
a la vez una satisfacción vindicatoria.
Emociones y relaciones afectivas
El superyó queda consustanciado con las conductas vindicatoria del yo, por lo cual estas son de carácter
egosintonico. Por eso, el psicópata tiene dificultades para exteriorizar ansiedades depresivas y las emociones
ligadas a esa área, como ser la culpa y la vergüenza.
Uno de los sentimientos más característicos de la psicopatía es la crisis de tedio, hastío o aburrimiento. A
partir de esta emoción surgen los episodios psicopáticos que tienen por finalidad salir de esta situación y
recuperar el equilibrio psicopático.
Las relaciones genitales son frecuentemente pasajeras y el abandono de los objetos sexuales resulta una
característica bastante repetida, ya que el espejismo de encontrar el objeto idealizado, se vuelve rápidamente
una desilusión. En general la vida sexual, tanto del hombre como de la mujer son bien promiscuas.
El psicópata establece lazos emocionales superficiales, falsos, impersonales y poco duraderos, ya que teme
quedar dependiente y esclavizado con el objeto de amor. Esto redunda en una incapacidad para amar y una
falta de profundidad y permanencia en los afectos. Tratan de imponerse a los demás y mantienen una
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superficialidad emocional, para que su autoestima no se derrumbe ante la percepción de su dependencia del
otro. Utilizan la función genital para una gratificación narcisista, para probar la capacidad de un órgano
genital ilusorio. En general dan la impresión de una organización sexual perversa polimorfa en que casi no
hay una relación de objeto.
Patología del pensamiento y la comunicación
Su enfermedad consistiría en una serie de dificultades que se iniciarían por la alteración del pensar y también
del comunicarse, distorsiones estás que suelen llamar la atención ya en un período temprano de la evolución.
De tal modo podríamos decir que estos pacientes piensan con actos. El juicio del psicópata está en
desconexión con la realidad, y esto posibilita el incremento de fantasías y ansiedades persecutorias. Su
característica está dada por la calidad y cantidad de la hostilidad, que se originan la intensa envidia y la
voracidad. En líneas generales diríamos que utiliza el pensar como un hacer, como una acción, a través de la
identificación proyectiva en distintos grados de una situación persecutoria interna de la cual no puede
desprenderse, en un depositario especializado como continente.
El yo puede tolerar la adaptación a la realidad, como no puede soportar la espera de la gratificación. Cuando
aparece esta demora insoportable, surge todo el sadismo oral, anal y uretral del psicópata, y si no puede
evacuarlo sobre un objeto externo, no tiene más solución que volcarlo sobre el mismo yo. En consecuencia, es
el yo el que corre peligro de ser destruido, y este riesgo aumenta su desesperación y su urgencia evacuativa y
vindicatoria.
El psicópata típico es una persona con un nivel variable de inteligencia, que puede ser bajo, medio y hasta
inclusive frecuentemente alto.
Sintomatología según los distintos tipos de psicopatía
En el caso del psicópata esquizoide la carencia de expresión emocional es más evidente que en los
otros; por otra parte, su disposición a elegir depositarios víctimas, caracterizadas también por una
organización esquizoide de la personalidad, puede ser considerada un indicio que permite ubicarlo en
este grupo. Su falta de empatía con los demás se expresa en la tendencia a inducir las acciones más
crueles en sus depositarios, o inclusive en la realización de conductas criminosas extremadamente
sádicas. En estos casos, las fugas, por ejemplo, tienen como motivación el deseo de venganza contra
objetos primitivos abandonantes, sobre todo en momentos de cambio.
El psicópata depresivo puede intentar inocular estados de humor y, en el grado de extremo, inclusive
de sus propias tendencias suicidas. Para regular su autoestima, en los momentos de peligro tiende a
despertar compasión, para lo cual puede recurrir inclusive a falsas tentativa suicidas que, por torpeza,
pueden acarrearle graves consecuencias, hasta llegar realmente a la muerte.
El psicópata paranoide, en cambio, procura constantemente armar un contexto con la finalidad de
justificar sus propias convicciones delirantes secretas, que tiene que evitar afloren y lo descubran.
Existe en él una fuerte tendencia a la utilización de las racionalizaciones para encontrar adeptos a un
modo peculiar y extremadamente arbitrario de descifrar la realidad.
El psicópata obsesivo tiene disposiciones a inocular sus propios sistemas éticos o bien a utilizar los
escrúpulos de los depositarios, explotando determinadas escalas de valores y tendencias compulsivas
en sus víctimas. Su retórica tiende a crear este tipo de resonancias en sus depositarios, a través de un
lenguaje instrumentado cuidadosamente en todos sus niveles expresivos. A ello se une una cierta
tendencia a controlar la descarga motora inmediata que restablece la autoestima, con el fin de esperar
el momento más oportuno para llevar a cabo sus fantasías de venganza.
El psicópata fóbico tiende a inocular tendencias a desafiar peligros como solución atractiva para la
angustia que detecta en los otros. Evita determinadas situaciones de riesgo y tentación, e induce a los
otros a enfrentarlas. Generalmente la encara como un acto ilusoriamente aventurero o de libertad.
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El psicópata histérico tiende a inocular en una persona del sexo opuesto sus propios sueños diurnos
de contenido edípico, incluyendo como punto final el equivalente de una castración (defraudación
amorosa, estafa, embaucamiento, impostura). Tiene una gran ductilidad para representar múltiples
papeles según las circunstancias y para simular una gama de afectos con la finalidad de ganar la
confianza de la futura víctima. Busca gratificaciones a través del aplauso a sus actitudes teatrales. En
estos casos suele emerger también una característica que, a menor escala, es propia de otros tipos de
psicópatas: la novela familiar.
Los cortadores de trenzas: Tómese el fetichismo, que es paradigmático en este sentido, por ejemplo,
el de los cortadores de trenzas, ciertamente muy frecuente sobre fines del siglo xix. Estos casos de
fetichismo de las trenzas, que conducen a atentados sobre esos atributos de mujeres, se producen de
vez en cuando en todos los países. En noviembre de 1890, ciudades enteras de Estados Unidos
estaban, según los diarios norteamericanos, conmovidas por algún cortador de trenzas.
Bombachas y pañuelos: Avanzo ahora con un segundo tipo de fetichismo, el de la ropa interior.
El derecho al goce, el deber de gozar
Efectivamente, en la actualidad no hay ya más fetichistas de trenzas, bombachas o pañuelos. Verdaderamente
si queda alguno es excepcional, y el fetichismo que resta y se extiende en nuestra época nada tiene que ver con
las descripciones clásicas. En efecto, las perversiones prosperan por doquier como transgresión allí donde el
religioso indica con precisión por dónde anda el pecado, el moralista lo que es censurable, o el médico lo que
debe ser curado.
Perversiones liquidas, perversiones en liquidación
Debe subrayarse la aparente paradoja antes aludida: el empuje contemporáneo al goce conduciendo a la
liquidación de las practicas perversas tradicionales. Si hay consentimiento mutuo y somos adultos, adelante.
Entreguémonos pues a estas nuevas y democráticas perversiones liquidas. Más bien, perversiones lavadas,
pasadas por agua, diluidas, perversiones wash and wear.
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Paidofilia
Quizás solo la paidofilia se exceptúa de la exuberante promoción de las perversiones liquidas ofrecidas por el
mercado... legalmente. En efecto, si la paidofilia se preserva de la más generalizada liquidación de las
perversiones, ello lo consigue al precio de conservarse propiamente en la esfera del delito. Ahora bien, es
notorio que, a la vera de su circunscripción asegurada como delito, se ve a la paidofilia florecer, no obstante,
más o menos oculta, más o menos disfrazada, pero difundida sin más, en el nivel del "turismo sexual", en el
del contrabando de imágenes por internet y en la promoción de las "lolitas" al foco de la escena televisiva.
La paidofilia condenada como delito, a partir de la promoción de los derechos del niño y la niña, claro está.
Pero también, entonces, su reverso: el usufructo solapado del niño-gadget.
Versatilidad
Paso ahora de la liquidacion de la practica perversa a la liquidacion de la perversión del fantasma.
En tiempos de declive o desbaratamiento de la función del padre, encontremos bastante extendida la debilidad,
cuando no la inoperancia del fantasma, lo que da por resultado este sorprendente polimorfismo desbrujulado.
Compatible, además, con el empuje al goce propuesto por el mercado: ¿Que... no has experimentado por ese
lado aun? ¡Cómo es posible! ¿Consecuencias? Uno, depresión. ¿Que nos queda una vez que lo hemos
probado todo... o casi todo? Dos, cinismo. La ostensible posición cínica es correlativa de la liquidacion de la
padre-versión fantasmática, soporte en última instancia de cualquier posición creyente. Tres, franca
perversión polimorfa infantil.
De las perversiones a las parafilias
Liquidacion de la perversión como categoría nosológica. El término "perversión" en el DSM ha sido
reemplazado allí ya desde los años '70 por el mas neutro y aséptico, de "parafilia". Se trata propiamente de la
medicalización del pecado, por la cual, desde el fin del siglo xix, los antes denominados "degenerados",
"sodomitas", "pederastas", "depravados" pasaron a ser los "perversos" en el discurso científico médico-
psiquiátrico. De modo que el término "perversión", ahora condenado por la fuerte carga moral y valorativa
que conlleva, y por ello expulsado de las páginas del DSM, otrora era justamente la novedad que permitía al
psiquiatra clásico desprender de su ciencia "neutral" los juicios morales y religiosos.
Homosexualidad, gerontofilia y sentido común progresista
Desde que fue creado en los años '70, el conjunto de las parafilias fue perdiendo integrantes de entre sus filas.
Seguramente, el retiro más rimbombante lo constituyo la separación de la homosexualidad en 1973. En efecto,
la homosexualidad llamada egosintonica desaparece de las páginas del manual en ese año.
Sin manifestación alguna la gerontofilia fue retirada del grupo de las parafilias. Es que su condición de
miembro de esta tropa solo se justifica, solo tiene sentido, en épocas en las que el goce sexual del anciano -o
de la anciana- no este contemplado... ¡o se lo difame! El joven "desviado" ("graofilia" en este caso -e s decir,
la atracción que se siente por mujeres ancianas-) que eventualmente "abusa" de la mujer madura, la que hace
tiempo se ha retirado de la acción... pero eso es historia.
No se trata solamente de que la diferencia de edad en las parejas, permitida socialmente, vaya ampliándose
progresivamente. Es que hoy en día, la gerontofilia, no solo no es una perversión, sino que hablar de
gerontofilia supone ya, incluso, una discriminación contra las personas de edad.
Señalo entonces que el famoso Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales recoge así los
efectos del capitalismo y de la promoción universal de los derechos del hombre sobre... el sentido común,
siempre tan bien repartido. Y el DSM, con sus categorías también democráticamente consensuadas, recibe el
impacto de esa propagación: de la decadencia de la medicalización o patologización del pecado, a la
liquidación, a la dilución de la perversión como categoría nosológica en "modos de vida", "orientaciones
sexuales", "decisiones personales", "elecciones íntimas".
94
FREUD, Sigmund. (1980). Fetichismo. En Obras completas. (Tomo XXI) Buenos Aires: Amorrortu
editores.
El fetiche es un sustituto del pene, pero no es el sustituto de uno cualquiera, sino de un pene determinado,
muy particular, que ha tenido gran significatividad en la primera infancia, pero se perdió más tarde:
normalmente debiera ser resignado, pero justamente el fetiche está destinado a preservarlo de su
sepultamiento. El fetiche es el sustituto del falo de la mujer (de la madre) en que el varoncito ha creído y al
que no quiere renunciar. El varoncito rehusó darse por enterado de que la mujer no posee pene. Pues si la
mujer está castrada, su propia posesión de pene corre peligro, y en contra de ello se revuelve la porción de
narcisismo con que la naturaleza ha dotado justa mente a ese órgano. El adulto vivenciará luego un pánico
semejante si se proclama que el trono y el altar peligran, y lo llevará a parecidas consecuencias ilógicas.
La percepción permanece y se emprendió una acción muy enérgica para sustentar su desmentida. Tras su
observación de la mujer el niño salva para sí su creencia en el falo de aquella. La ha conservado, pero también
la ha resignado; en lo psíquico la mujer sigue teniendo un pene, pero este pene ya no es el mismo que antes
era. Fue designado su sustituto, por así decir, que entonces hereda el interés que se había dirigido al primero.
95
FREUD, Sigmund. (1980). La escisión del yo en el proceso defensivo. En Obras completas. (Tomo XXIII)
Buenos Aires: Amorrortu editores.
El yo del niño se encuentra, pues, al servicio de una poderosa exigencia pulsional que está habituado a
satisfacer, y es de pronto aterrorizado por una vivencia que le enseña que proseguir con esa satisfacción le
traería por resultado un peligro real-objetivo difícil de soportar. Y entonces debe decidirse: reconocer el
peligro real, inclinarse ante él y renunciar a la satisfacción pulsional, o desmentir la realidad objetiva,
instilarse la creencia de que no hay razón alguna para tener miedo, a fin de perseverar así en la satisfacción.
Es, por tanto, un conflicto entre la exigencia de la pulsión y el veto de la realidad objetiva. Ahora bien, el niño
no hace ninguna de esas dos cosas, o mejor dicho, las hace a las dos simultáneamente, lo que equivale a lo
mismo. Responde al conflicto con dos reacciones contrapuestas, ambas válidas y eficaces. Por un lado,
rechaza la realidad objetiva con ayuda de ciertos mecanismos, y no se deja prohibir nada; por el otro, y a
renglón seguido, reconoce el peligro de la realidad objetiva, asume la angustia ante él como un síntoma de
padecer y luego busca defenderse de él.
96
Las dos reacciones contrapuestas frente al conflicto subsistirán como núcleo de una escisión del yo. La
función sintética del yo, que posee una importancia tan extraordinaria, tiene sus condiciones particulares y
sucumbe a toda una serie de perturbaciones.
97
NAPARSTEK, Fabián (2009) Introducción a la clínica con toxicomanías y alcoholismo II. Buenos Aires:
Grama.
INTRODUCCION: LA ERA DE LA FIESTA PERMANENTE
Lo que antes era algo limitado en el tiempo y espacio ahora se extiende a todo. Esto es consecuencia de la
llamada caída de los ideales y de la autoridad. Vivimos un empuje a la satisfacción total por el consumo, a una
especie de fiesta permanente, donde no habría límite, donde no habría renuncia. Se resaltó el derecho a gozar -
las diferentes luchas del derecho al goce - y del derecho al gozar se pasó al empuje al goce.
Ahora el que consume obtendría un goce sin freno, el que no, se deprime. Se puede decir entre consumo y
abstinencia. La llamada globalización hace creer que en cualquier parte del mundo se puede gozar de lo
mismo, todos por igual. Lo que antes era un resto a un costado, ahora se ubica en el centro. Hay un culto por
el resto, una cultura del resto. En este punto hay que tener en cuenta que el resto puede ser un desperdicio o lo
que causa a un trabajo. El que causa al trabajo es un resto fecundo que en Freud se ve muy bien con lo que él
llama el resto diurno. Es un resto que empuja al trabajo, que pide que se lo tramite. Sin embargo, hoy hay más
bien un culto del resto como desperdicio. El desperdicio es algo propiamente humano y es lo que resta de toda
operación - simbólica - y cae como residuo.
Se entiende que la manía por la rapidez entra claramente en esta estructura que intenta evitar la irrupción del
resto como lo que cae en el corte.
El loco es el que no está interesado por el Otro ya que él tiene el objeto a. Es libre respecto del Otro ya que no
le demanda el a. Sus voces lo demuestran.
La sexualidad actual también recibe el impacto del cambio. A mi gusto hay una tendencia hacia una
sexualidad maníaca y desorientada. La "condición fetichista" del hombre no sigue al empuje del mercado. La
sexualidad perversa que Freud muestra claramente en su época, es una sexualidad firmemente orientada. La
perversión así entendida hace de brújula al hombre en un campo indefinible. Sobre la base de la falta de objeto
pulsional la sexualidad ordenada perversamente sigue fielmente la fijación a un objeto fantaseado. En efecto,
cuando Freud habla de la perversión polimorfa habla de la variedad de perversiones en el recorrido diacrónico
y libidinal del niño, pero la perversión por excelencia es unimorfa.
Hoy se trata del fetichismo por la mercancía generalizada que depende del mercado. Un mercado que va
contra la fijeza del fantasma y pide un nuevo zapato cada vez. Es una tiranía desligada de la singularidad de
cada sujeto y es justamente por eso que la llama tiranía. Se genera así una tensión entre empuje al mas de goce
de la ALLOVERDOSE o la singularidad del síntoma. La tiranía actual del a es una tiranía desligada de la
singularidad.
En la actualidad, hay una tendencia que lleva a una respuesta única y globalizada, se trata de un goce unitario
y para todos por igual, intentando barrer con todas las diferencias. Esta tendencia parece diferente a la
destacada por Freud en su malestar en la cultura. Es una época donde priman los ideales y hay cierta
preponderancia del Nombre del Padre, por eso la droga se ubica - en el caso de ciertos alcohólicos, como
posible partenaire. En ese momento, la toxicomanía parece ser una respuesta al costado de otras, como algo
localizado y puntual. Pero, a su vez, tenemos otro momento que responde a la época, llamada por J.-A. Miller,
de la inexistencia del Otro, en donde ya se trata de la "toxicomanía generalizada como un modo único y
globalizado. Es el tiempo del consumo generalizado como supuesta y única respuesta al malestar. Pero
además, se ve cómo la época ha emparejado un modo de goce bajo la forma del consumo y la locura
El punto es si se va a tratar de adaptar a la gente bajo un estilo conductista, donde se le intenta enseñar lo que
tiene que hacer en cada ocasión, o si se va a tomar la singularidad de cada sujeto.
Las drogas y la religión
En el budismo está muy presente desde el comienzo. El budismo tiene una práctica específica, que es la
práctica de la meditación y en muchos casos está acompañada por consumo, o al menos antiguamente, estaba
acompañada por el consumo de cáñamo.
En el antiguo testamento - lo que podemos llamar la cultura judeocristiana- la cuestión del consumo de
alcohol está mencionada de diferentes formas. Por un lado, tomando recaudos de lo que puede producir el
consumo de alcohol, pero, por otro lado, recomendándolo como un analgésico.
En cuanto a las religiones que pertenecen a la península hindú, también está presente el cáñamo en los
primeros escritos Vedas. Una historia religiosa habla del modo en que brota el cáñamo de la tierra. Así
también en todas las tribus de América, fundamentalmente de Centroamérica, todavía el consumo está
fuertemente arraigado en los aborígenes con una inserción religiosa muy profunda.
En la cultura grecorromana
La etimología del término Pharmakon, de donde proviene ' fármaco', que se utilizaba en aquella época,
teniendo presente que en su etimología había, al menos, un doble sentido: remedio y veneno. Tenía las dos
características, la tóxica y la benéfica. Desde ese momento comienza una discusión en la cultura
grecorromana, en cuanto al modo de utilizar el fármaco o el pharmakon, que es a lo que hoy llamamos el uso,
o no, indebido de drogas.
Sócrates: una de las discusiones es si el problema es el vino o si el problema es quien lo consume. El
problema es dilucidar si está del lado del sujeto o del lado de la sustancia.
Platón: Se puede tomar un poco, primero nada, luego un poco entre los veinte y los treinta, y después se abre
más precisamente, para el banquete.
China y el opio
El opio es una sustancia que existía en China desde mucho tiempo antes que los ingleses comenzaran a
vendérsela. Cuando éstos se la empiezan a vender, se prohíbe el opio en China, pasando a ser un negocio entre
los traficantes y los ingleses. Esto respondió a ciertas razones económicas; los ingleses compraban muchas
mercancías en China y tenían que equilibrar la balanza comercial. Así es como llegan a prohibir el opio; lo
cultivaban en India, que era una colonia de los ingleses, y se lo vendían nuevamente a los chinos.
Cuando se prohíbe, pasa a ser un problema para ellos, se transforma en el opio de los pueblos. La
cuestión parece estar en la relación entre la ley y el deseo; cuando algo es prohibido es, a la vez, más deseado.
Es el estado el que se hace cargo de cómo se consume o si cada cual se hace responsable de su propio
consumo.
Las drogas en el 1500
Esta época tiene que ver con las relaciones entre las drogas y las brujerías y es donde existen las llamadas
"cazas de bruja s", donde la droga no era el centro de la cuestión, no se perseguía la droga misma, sino que se
perseguía a las brujas. Eso luego va variando, continúa en la actualidad, y se empieza a perseguir a las drogas,
como si fueran el mismo demonio. Pero hay una asociación entre el consumo y la brujería o los demonios.
Hay un tratado de 1580 que se llama "De la demonomanei des sorciers" que establece una relación directa
entre drogas y demonios.
La época del liberalismo y el laissez faire
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La época del liberalismo y el laissez fair está muy presente en EE.UU. ya desde el comienzo del siglo pasado.
Estas ideologías están en relación con el concepto de democracia de esa época, que supone que los derechos
de cada quién permiten relacionarse libremente, entre otras cosas, con estas sustancias. Una idea muy fuerte
de la época se fundaba en la creencia de que, consumiendo ciertas drogas, se podía llegar más fácilmente al
inconsciente.
Este momento está en íntima relación con la guerra de los EEUU que es cuando se empieza a usar de manera
sistemática la morfina, un derivado del opio, fundamentalmente en los hospitales de campaña para calmar los
dolores y, cuando termina la guerra comienzan a aparecer las adicciones a la morfina; a esto se lo llamó "mal
militar".
Fue una gran novedad en la historia de la medicina pensar que el hábito debía considerarse una función del
síndrome abstinencial, y que cualquier cosa resultaba preferible a sufrir su aparición.
Entonces, históricamente es allí donde se ubica la toxicomanía, la droga-dependencia, la adicción, depende
cómo se la llame. Se ve que todo el asunto era si se lograba captar la causa material del mal y recién con el
síndrome de abstinencia eso aparece bajo la concepción cientificista de la época.
OMS: la adicción es un estado de intoxicación crónica y periódica originada por el consumo excesivo de una
droga, natural o sintética, caracterizada por:
realidad, refugiándose en un mundo propio que ofrezca mejores condiciones para su sensibilidad. También se
sabe que es precisamente esta cualidad de los estupefacientes la que entraña su peligro y su nocividad."
Él sitúa el beneficio del efecto químico en términos de independencia frente al mundo exterior; pero, lo más
interesante que señala es que aquello que funciona como paliativo se puede volver su contrario.
Hay un punto en todo toxicómano en que esta muleta que comandaba y servía para paliar el malestar se
transforma en siniestra, ya que la puede manejar y lo deja por fuera de la relación con el Otro. Lo que en un
principio era un bienestar y podían manejar, luego se les transforma en insoportable e inmanejable a la vez. Es
decir, que a muleta que respondía a los mandos de quien la lleva puesta empieza a caminar sola y lleva al
sujeto a un infierno difícil de detener. El desencadenamiento hacia la toxicomanía como un desenganche del
Otro.
En la actualidad, hay una tendencia que lleva a una respuesta única y globalizada, se trata de un goce unitario
y para todos por igual, intentando barrer con todas las diferencias. El consumo de narcóticos empieza a
perfilarse como un modo más para enfrentarse a lo real y, en todo caso, como síntoma aislado. Es una época
donde prima n los ideales y hay cierta preponderancia del Nombre del Padre, por eso la droga se ubica como
posible partenaire. Pero, a su vez, tenemos otro momento que responde a la época, llamada por J.-A. Miller,
de la inexistencia del Otro, en donde ya se trata de la "toxicomanía generalizada", como un modo único y
globalizado. Es el tiempo del consumo generalizado como supuesta y única respuesta al malestar, lo cual hace
que las cosas queden divididas en términos de consumidores y deprimidos.
En lo que respecta al uso de drogas, se perfilan tres momentos históricos. Un primer tiempo en donde el uso
de las drogas no se presentaba como posible patología; donde pudimos observar que miles de años de uso de
drogas no implicaban la existencia de la toxicomanía. De este modo, la problemática de la toxicomanía o
drogadependencia o adicción, o como se la llamara en cada momento y lugar, llega a establecerse con claridad
sólo en el momento de la aparición del síndrome de abstinencia. A partir de allí se constituye en un problema,
del cual se ocupan hasta los estados; por supuesto, con una preponderancia de la presencia de Estados Unidos
en el asunto que, desde un principio, se la pasó buscando acuerdos internacionales para enfrentar se con el
problema.
Hay un segundo momento que se inicia a fines del siglo XIX y comienzos del XX, en donde se empieza a
insta lar la droga como pudiendo procurar una dependencia. Este es el periodo del malestar en la cultura, en
donde Freud muestra al alcohólico y al consumidor de narcóticos como un síntoma acotado. Finalmente,
tenemos la época contemporánea de la inexistencia del Otro -anticipada por J. Lacan y nombrada así por J.-A.
Miller-, en donde se perfila una toxicomanía generalizada. Una época donde prima el goce del consumo
propuesto por el mercado, para todos por igual, borrando todas las diferencias. En este caso sería una solución
universal, lo cual lo quita del lugar de respuesta singular, ya que si algo caracteriza a la época de Freud es la
singularidad y su lazo con el Otro.
posiciones están dentro del campo del Otro. Se precisa de ese Otro simbólico para producir ese acto y es
dentro de dicho campo donde se realiza; pero, lo que define al acto es la característica de atravesamiento de un
umbral. Porque lo que implica atravesar el umbral es que el sujeto, a partir de ese acto, ya no queda en la
misma posición.
Hay otros actos donde el umbral que se atraviesa es el límite mismo del Otro, la frontera del Otro, y el
atravesarlo implica salirse del campo del-Otro En un caso, uno atraviesa un límite, pero es interno al Otro, y
es más: ese acto sostiene al Otro, porque uno tiene que recurrir a ese Otro.
En cambio, en este tipo de actos que atraviesan ese umbral, que es el límite mismo del Otro, se sale del campo
del Otro y salir del campo del Otro implica, además, dejar al Otro atrás por lo menos en este acto. En ambos
casos el acto está en el lugar donde no alcanzan las palabras. Salvo que, en el primero, ese acto está sostenido
por un andamiaje simbólico muy fuerte para avalar ese andamiaje mismo.
La práctica de consumo - sea la que sea- es una operación sobre lo real que no va por la vía de la palabra. En
el primer caso es un intento de atrapar lo real por lo real, aunque está sostenido desde cierto andamiaje
simbólico. En el segundo, cuando se atraviesa todo límite; es un intento de atrapar lo real por lo real sin
ningún andamiaje, y eso lo deja a uno fuera del campo del Otro. En todo caso, el consumo siempre tiene esta
característica.
Consumiendo algo se produce un efecto real, elimina la angustia, no importan las causas, no importan las
razones, no importa nada. Y los efectos del consumo son unos, en tanto y en cuanto están sostenidos por la
función paterna, y son otros radicalmente diferentes, en tanto y en cuanto no están sostenidos por esta función
y producen diferentes consecuencias para el sujeto.
El Nombre del Padre es independiente de si es encarnado o no y cómo está encarnado. Eso funciona, es un
aparatito, por decirlo así, que funciona en una estructura. No obstante, cómo eso esté encarnado tiene
consecuencias para quien lo padece. Hay que tener en cuenta que ese Nombre del Padre así planteado tiene
todas las características de un ideal. Lacan dice que es un significante equivalente a una función abstracta, a
dios. Es el padre que todo lo puede, pero este padre ideal es fundamentalmente, un padre muerto.
Entonces, mientras más ideal es el padre, aunque el padre esté vivo, mientras más idealizado está ese padre
menos relación con el padre de la realidad. El Nombre del Padre va en contra del padre de la realidad, para
decirlo de alguna forma, ausentifica al padre de la realidad. No implica que el padre ideal puede prescindir del
padre de la realidad, sino que, lo que hace el Nombre del Padre es ausentificar al padre de la realidad.
Sostener a ultranza al padre ideal tiene como contrapartida un retomo feroz de goce, que es la contracara el
padre ideal.
Cuando Lacan habla del padre de la perversión piensa en una versión del padre, que ya no tiene que ver con el
padre gozador, con el protopadre, aquél que gozaba ilimitadamente, sino que goza de algo puntual. Mientras
más ideal es el padre, mucho más difícil es ir más allá de él. Si el padre es dios, ¿cómo uno va a ir más allá de
ese dios? Mientras más de carne y hueso es, más allá del padre se puede ir, por eso Lacan habla de la
sublimación y de la creación.
Es entonces el padre que puede transmitir al hijo un pequeño goce, una versión de cómo él se las arregló con
el Otro sexo; que es una, no la única ni tampoco universal. Ante la dificultad del encuentro con el Otro sexo el
padre tuvo una versión de cómo arreglárselas con ese Otro sexo. O sea, no es tanto el padre del no, el que
prohíbe, sino, más bien, lo que Lacan en un momento llamó un padre dador, es lo que habilita, al menos, una
forma de gozar, una versión del goce.
Desde la perspectiva de Lacan se debe ubicar cierta sustitución: el lugar del tóxico viene al lugar del
autoerotismo. Ni la psicosis ni la toxicomanía han sido sencillas para el psicoanálisis. En principio, la
hipótesis a seguir allí es cierta relación compleja respecto de lo simbólico, es decir, respecto de la vía de la
palabra como cura. El adicto es alguien con quien verdaderamente, lleva todo un trabajo conseguir que algo de
su adicción se empiece a poner en palabras, que se empiece a formalizar una demanda de tratamiento. Hay
algo de la relación directa a la sustancia que implica también, una detención de la asociación no en el sentido
de las psicosis; pero, en ambos casos se ve que resisten a la cura por la palabra.
La pregunta por el modo en que un sujeto inicia el consumo, en qué coyuntura, cómo se viene a articular en su
economía psíquica, también va a ser la posibilidad de pescar su estructura.
La formación de ruptura seria la propuesta de Lacan. Laurent dice directamente que es una tesis de ruptura,
dar ese lugar a la droga como lo que permite romper el matrimonio, con el hace pipi, con el falo, Es una tesis
de ruptura, ya que en principio la droga no viene al lugar de hacer lazo de engancharse al falo, ni siquiera en el
sentido de una formación de compromiso. Éric Laurent plantea allí que, en los casos de psicóticos que
consumen, esta ruptura con el Otro no se verifica. No se verifica que la droga venga a romper con el falo, a
romper con el Otro, sino lo contrario. Él ha encontrado casos donde los psicóticos consumen, pero más bien,
como un modo de enlazarse al Otro y no de romper con el Otro. Por excelencia, en la psicosis se ve que no
hay inscripción del falo, no hay falla sino ausencia de inscripción fálica, a consecuencia de la ausencia del
significante del Nombre del Padre. En la psicosis hay una ruptura radical con el falo.
El uso del falo es eso, hacer de ese órgano algo en el campo del Otro, hacerlo pasar por el discurso. Es ese el
problema en la psicosis, cuando a falta del falo no se puede hacer pasar ese órgano al campo del Otro.
¿O sea que en la psicosis no se requiere de la droga para que haya una ruptura? Exactamente, ese es el
planteo de Éric Laurent. Es decir que la ruptura está de antemano, con lo cual queda jaqueada la idea de la
droga como la ruptura con el falo. En la psicosis la droga viene más bien, al lugar de intentar restituir esa
ruptura, no se presenta como en la neurosis. En la neurosis se ve bien cómo el tóxico va al lugar de no querer
saber nada del Otro, al lugar del autoerotismo. Es un modo de cortocircuitar la pregunta por el deseo del Otro,
el pasaje por la castración del Otro. Se instala con un punto de certidumbre en vez del ¿qué desea? o ¿qué
quiere el Otro? Para situar algo de la certidumbre del goce, hay una "certeza', que no es del orden de Ja de
certeza psicótica, pero ha lila convicción de que esa sustancia otorga un goce. Hay un saber sobre el goce que
da la ingesta. En ese punto hay ruptura con el falo, hay ruptura con el Otro. En cambio, en la psicosis
podríamos decir que esta ruptura es estructural.
En el campo de las psicosis es el falo el que permite localizar un goce, es el falo el que permite regular el goce
y todo el problema es cómo se las arregla el psicótico para regular o lograr hacer algo con ese goce, sin el
instrumento fálico. Muchas veces la relación a una sustancia es un intento más de regular, sin el falo, ese goce
que lo invade.
Está muy bien ubicar la cuestión del goce real en la neurosis, algo que escapa a la medida fálica, incluso en la
neurosis. Esto llevaría un tiempo de desarrollo y se podría tomar desde diferentes ángulos. Uno de ellos: la
cuestión de la manía, es eso lo que podría hacer confundir un toxicómano neurótico con un psicótico. Porque
la manía está en el polo opuesto del falo. Si el falo limita, la manía es lo que barre al falo.
No es lo mismo la perplejidad del psicótico a suponer que es adicto a una droga, como tantos otros. No es lo
mismo la perplejidad más absoluta, el estar fuera del campo del Otro más radical, a suponer una significación
en relación a una droga que puede entrar en un discurso, el ser adicto, que enlaza: hay un Jugar que se dedica
a eso. Se ve allí que el tóxico no va un lugar de ruptura, sino más bien a tratar de solucionar esa ruptura.
La adicción para un psicótico podría ser perfectamente una respuesta, un modo de nombrarse, un modo de
otorgarse un ser. Estos son modos de enlazarse al Otro, tomando tu pregunta, la identificación es un modo de
enlazarse al Otro. No es igual que en la manía en un neurótico que consume y que rompe con esa
103
significación, con esa inscripción fálica, pero que en el horizonte está presente y que es esa la chance de un
análisis, encontrar de qué modo esa significación fálica ha sido detenida, o suspendida.
Éric Laurent sostiene que el adicto no es un perverso porque la droga permite romper con las particularidades
del fantasma. En todo caso, él ubica cómo la relación a la droga permite cortocircuitar el fantasma, gozar por
fuera del fantasma, y el perverso goza con el fantasma.
TRIMBOLI, Alberto (2017) Consumo problemático de drogas. Bases para una clínica ambulatoria de
inclusión sociosanitaria. Buenos Aires: Noveduc. Cap. 3: Términos asociados al consumo de sustancias
Definiciones de droga
Droga proviene del francés antiguo, drogue, qué significa hierba seca, derivado a su vez del holandés droog,
qué es el nombre genérico que se aplica a toda sustancia de origen mineral, vegetal o animal que se emplea
con fines terapéuticos. También tiene la aceptación de "sustancia o preparado medicamentoso de efecto
estimulante, deprimente, narcótico o alucinógeno'' y de "medicamento".
En casi todas las definiciones, si bien se señalan los efectos de las sustancias sobre la mente, pocas veces se
alude al carácter voluntario de su consumo y a las sustancias de comercialización ilegal o ilícita que tienen
similares efectos que las prohibidas, como lo son el té y el café.
Por otro lado, la palabra narcótico proviene del griego narkoyn, significa adormecer, entumecer y sedar. Al
incorporar un sentido moral y jurídico, los narcóticos fueron perdiendo la connotación farmacológica y
pasaron a incluir a las drogas consideradas ilegales, aunque no sean inductoras de sedación o sueño.
Asimismo, es importante recalcar que para Fernández-Alonso la droga es una sustancia química que posee
tres características, más allá de su legalidad o no:
El uso frecuente, independiente de lo que es una prescripción terapéutica o medicamentosa.
La acción prevalente es la de la modificación del estado mental en al menos algunas de sus funciones,
como la percepción, el estado de ánimo, el pensamiento, la visión del mundo o el comportamiento.
Por eso estás moléculas son conocidas como sustancias psicotrópicas o psicoactivas.
La capacidad patológica para generar en la persona una ligazón adictiva.
Desde la antigüedad nos llega un concepto griego, pharmakon, qué significa tanto remedio como veneno. No
una cosa u otra, sino las dos inseparablemente. Cura y amenaza se solicitan recíprocamente en este orden de
cosas. Cabe decir que para este término griego la sustancia no es por sí sola buena ni mala, terapéutica o
nociva, sino que depende del uso que se haga de ella y de la dosis empleada.
Desde la perspectiva farmacológica, droga es toda sustancia capaz de alterar la actividad normal del cerebro
y cualquier función del organismo. En este sentido, debemos incluir dentro del término droga al tabaco, el
alcohol, el café, el té y la canela, entre muchas cosas.
Desde el punto de vista legal, a las sustancias psicoactivas se las denomina estupefacientes y, por lo general,
se pone el acento en lo perjudiciales que son para el sujeto y en especial para la sociedad, en el sentido de que
son capaces de alterar el comportamiento de los individuos.
En el lenguaje cotidiano el término droga hace referencia a un grupo particular de sustancias, tanto de origen
vegetal como sintético, que producen efectos sobre el psiquismo y qué son objeto de comercio ilegal,
justamente porque están prohibidas por la ley.
De esta manera, se le otorga a este grupo de sustancias un carácter estigmatizante que no tienen otras que
muchas veces se utilizan para el consumo no terapéutico o recreativo, cómo son los psicofármacos o el
104
alcohol. Esta situación es favorecida por los medios de comunicación masivos que suelen denominar droga
solo a las sustancias prohibidas y frecuentemente asocian a la pobreza y el delito con su consumo.
Clasificaciones de drogas
Lewin clasificó en cinco grupos las sustancias capaces de modificar las funciones cerebrales utilizadas para
obtener sensaciones excitantes:
Primer grupo: euphorica. Son los tranquilizantes. Estás sustancias disminuyen o incluso suspenden
la actividad mental. A veces conservan la conciencia y provocan en la persona un estado de bienestar
físico y mental. A este grupo pertenecen el opio y sus derivados como la morfina, la codeína y la
cocaína.
Segundo grupo: phantastica. Son las alucinógenas. Este grupo está compuesto por una serie de
sustancias de origen vegetal que producen alucinaciones. En el incluye el botón de mezcal, cáñamo de
la India y otras plantas.
Tercer grupo: inebrantia. Producidas por síntesis química (por ejemplo, alcohol, cloroformo,
bencina, éter). Comienza por una fase primaria de excitación cerebral seguida por un estado de
depresión, pudiendo provocar la suspensión temporal de las funciones cerebrales.
Cuarto grupo: hypnotica. Sustancias que provocan sueño, cómo el hidrato de cloral, veronal,
sulfonato, etcétera.
Quinto grupo: excitantia. Son estimulantes cerebrales. Sustancias de origen vegetal que producen
alteración de la conciencia y excitación general del cerebro punto a esta serie pertenecen las plantas
que contienen cafeína, tabaco, cacao, Betel, etcétera.
Una clasificación desde el punto de vista sociológico es la que menciona León Fuentes. Este último divide a
las sustancias en dos grupos:
Institucionalizadas: alcohol, té, café, tabaco y medicamentos dentro del marco curativo.
No institucionalizadas: cannabis, lsd, heroína y cocaína, entre otras.
En este tipo de clasificaciones se pone el acento en lo dañino de la sustancia para el sujeto y el peligro qué
representa para la sociedad, en el sentido de que altera el comportamiento individual y afecta a los demás.
Desde este punto de vista podemos clasificar a las sustancias de la siguiente manera:
Sustancias ilegales. Incluyen aquellas cuya fabricación, uso, posesión y comercio están
absolutamente prohibidos. Podemos ubicar al opio, la heroína, los derivados del cannabis, cocaína y
alucinógenos, etcétera.
Sustancias de utilización médica. Son todas aquellas sustancias cuya producción, venta y uso están
sujetas al control del estado y son utilizadas con fines médicos. Por ejemplo, la morfina y la
metadona, los barbitúricos, así como también opiáceos y opioides.
Sustancias legales, pero bajo alguna forma de control. Entre ellas encontramos el alcohol y el
tabaco. En efecto, está prohibida la venta de alcohol en determinados horarios o a menores y no se
permite fumar en espacios públicos cerrados.
Sustancias sin ningún tipo de control. Por ejemplo el café y el té.
En otro orden de ideas, roques afirma que prácticamente todos los productos se vuelven tóxicos si se
consumen fuera de la prescripción médica o en exceso. El riesgo para el consumidor de drogas, tanto legales
como ilegales, está vinculado a los cambios de comportamiento qué producen, más allá de los daños que
105
puede ocasionar en el organismo. Asimismo, este autor aporta una clasificación que toma en cuenta la
peligrosidad desde el punto de vista farmacológico:
Sustancia de mayor peligrosidad (incluye la heroína, la cocaína y el alcohol)
Otro grupo integrado por anfetaminas, el éxtasis, el tabaco y las benzodiacepinas.
Las sustancias menos peligrosas, dentro de las que se encuentra el cáñamo.
La OMS, en cambio, clasifica a las drogas según el efecto que producen sobre el psiquismo y el organismo del
consumidor:
Estimulantes. Aceleran la actividad mental, pueden ser de tipo anfetamínico o cocainico.
Depresores. Retrasan la actividad mental, pueden ser barbitúricos, no barbitúricos, tranquilizantes o
benzodiacepinas, opiáceos y opioides.
Cannábicos. Todos los derivados de la cannabis indica o sativa también son depresores del sistema
nervioso central, pero por su importancia se han agrupado en un solo aparato: marihuana, hachís,
aceite de hachís.
Grupo alcohol. Igualmente, depresores del sistema nervioso cómo se dividen en bebidas fermentadas
y destiladas.
Alucinógenos. Provocan alucinaciones y existe un número elevado de ácidos, entre los que sobresalen
el lsd 25 y la mescalina.
Inhalantes. Las sustancias que contienen xileno, tolueno, acetona, éter, óxido nitroso, nitrito de
amilo.
Clasificación según Soler Insa:
1. Según su origen, las drogas se clasifican en naturales, sintéticas semisinteticas. Las naturales son las
que existen en la naturaleza y podrían no necesitar ningún proceso químico para su utilización.
También deberíamos tener en cuenta las drogas semisinteticas como la cocaína y los derivados del
opio. Las sintéticas no requieren ningún producto natural para su elaboración.
2. Según su estructura química. Desde el punto de vista sanitario, es muy útil clasificar las sustancias de
este modo pero tiene muchas dificultades. Por un lado, aún no se conocen las estructuras químicas de
muchas de ellas y, por el otro, existen sustancias con estructura química casi idéntica pero con efectos
opuestos, así como hay drogas con diferentes estructuras químicas que poseen efectos similares.
3. Según su acción farmacológica. Este criterio se refiere a la acción farmacológica y farmacocinética de
las drogas y plantea una dificultad porque se sabe que las mismas producen cambios bioquímicos,
pero en muchos casos se desconoce porque cada una de ellas determina estos efectos.
4. Según sus efectos son:
a. Depresoras de la actividad del sistema nervioso central (alcohol, opio, heroína, morfina)
b. Estimulantes (cocaína, pasta base, anfetamina, cafeína)
c. Alucinógenos (solventes, pegamentos, marihuana)
5. Según su legalidad son:
a) De disponibilidad prohibida. Son aquellas sustancias incluidas en la lista de estupefacientes
sometidos a fiscalización internacional.
b) De disponibilidad limitada (medicamentos bajo receta)
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Niveles de consumo
Uso: Fernández afirma que esta categoría no tiene significación clínica alguna, pues uso significa
simplemente consumo. En consecuencia, se trata de una conducta sin efectos médicos, psicológicos,
sociales, laborales o familiares que indiquen la necesidad de intervención profesional de algún tipo.
Hábito: sería la costumbre de consumir una sustancia por la adaptación a sus efectos punto de modo
que si bien hay un deseo de consumo, no se manifiesta de manera imperiosa. Tampoco existe una
tendencia a aumentar la dosis ni trastornos físicos o psíquicos cuando no se consigue la sustancia. Sin
embargo, para la OMS, en el contexto de las drogas el término se asimila al de dependencia.
Abuso: el abuso de drogas estaría dado por el consumo de una sustancia prohibida o de cualquier
medicamento sin prescripción médica. De acuerdo con este punto de vista, para que un consumo sea
considerado abuso no importa la cantidad, la frecuencia ni el daño que pudiera causar a la salud.
Dependencia: implica una necesidad de consumir dosis repetidas de la droga para encontrarse bien o
para no sentirse mal y ese término es sinónimo de farmacodependencia. Además, específica que la
dependencia puede ser psíquica o física. La primera se aplica cuando existe una compulsión por el
consumo de sustancias, en cambio, la segunda se utiliza cuando aparece tolerancia o síntomas físicos
de abstinencia. La dependencia está caracterizada por:
El deseo dominante de continuar tomándola droga y obtenerla por cualquier medio
Intoxicación: la OMS define a la intoxicación por drogas como un estado de alteración importante del
nivel de conciencia, las funciones vitales y el comportamiento, secundario a la administración de una
sustancia psicoactiva en dosis excesivas, de forma intencionada o accidental.
Síndrome de abstinencia: se define como el conjunto de síntomas con grado de intensidad y
agrupamiento variables que aparecen al suspender o reducir el consumo de una sustancia psicoactiva
que se ha consumido de forma repetida, habitualmente durante un período prolongado y/o en dosis
altas.
Tolerancia: es la disminución de la respuesta a una dosis concreta de una droga o medicamento, que
se produce con el uso continuado. Se necesitan dosis más altas de sustancia para conseguir los efectos
que se obtenían al principio con otras más bajas.