El Ateísmo
El Ateísmo
El Ateísmo
Felix Alagastino
19. La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la unión con Dios. Desde
su mismo nacimiento, el hombre es invitado al diálogo con Dios. Existe pura y simplemente por el amor de
Dios, que lo creó, y por el amor de Dios, que lo conserva. Y sólo se puede decir que vive en la plenitud de la
verdad cuando reconoce libremente ese amor y se confía por entero a su Creador. Muchos son, sin
embargo, los que hoy día se desentienden del todo de esta íntima y vital unión con Dios o la niegan en
forma explícita. Es este ateísmo uno de los fenómenos más graves de nuestro tiempo. Y debe ser
examinado con toda atención.
La palabra "ateísmo" designa realidades muy diversas. Unos niegan a Dios expresamente. Otros afirman
que nada puede decirse acerca de Dios. Los hay que someten la cuestión teológica a un análisis
metodológico tal, que reputa como inútil el propio planteamiento de la cuestión. Muchos, rebasando
indebidamente los límites sobre esta base puramente científica o, por el contrario, rechazan sin excepción
toda verdad absoluta. Hay quienes exaltan tanto al hombre, que dejan sin contenido la fe en Dios, ya que
les interesa más, a lo que parece, la afirmación del hombre que la negación de Dios. Hay quienes imaginan
un Dios por ellos rechazado, que nada tiene que ver con el Dios del Evangelio. Otros ni siquiera se plantean
la cuestión de la existencia de Dios, porque, al parecer, no sienten inquietud religiosa alguna y no perciben
el motivo de preocuparse por el hecho religiosos. Además, el ateísmo nace a veces como violenta protesta
contra la existencia del mal en el mundo o como adjudicación indebida del carácter absoluto a ciertos
bienes humanos que son considerados prácticamente como sucedáneos de Dios. La misma civilización
actual, no en sí misma, pero sí por su sobrecarga de apego a la tierra, puede dificultar en grado notable el
acceso del hombre a Dios.
Quienes voluntariamente pretenden apartar de su corazón a Dios y soslayar las cuestiones religiosas,
desoyen el dictamen de su conciencia y, por tanto, no carecen de culpa. Sin embargo, también los
creyentes tienen en esto su parte de responsabilidad. Porque el ateísmo, considerado en su total
integridad, no es un fenómeno originario, sino un fenómeno derivado de varias causas, entre las que se
debe contar también la reacción crítica contra las religiones, y, ciertamente en algunas zonas del mundo,
sobre todo contra la religión cristiana. Por lo cual, en esta génesis del ateísmo pueden tener parte no
pequeña los propios creyentes, en cuanto que, con el descuido de la educación religiosa, o con la
exposición inadecuada de la doctrina, o incluso con los defectos de su vida religiosa, moral y social, han
velado más bien que revelado el genuino rostro de Dios y de la religión.
El ateísmo sistemático
20. Con frecuencia, el ateísmo moderno reviste también la forma sistemática, la cual, dejando ahora otras
causas, lleva el afán de autonomía humana hasta negar toda dependencia del hombre respecto de Dios.
Los que profesan este ateísmo afirman que la esencia de la libertad consiste en que el hombre es el fin de
sí mismo, el único artífice y creador de su propia historia. Lo cual no puede conciliarse, según ellos, con el
reconocimiento del Señor, autor y fin de todo, o por lo menos tal afirmación de Dios es completamente
superflua. El sentido de poder que el progreso técnico actual da al hombre puede favorecer esta doctrina.
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Formación Religiosa II Instituto del Carmen Prof. Felix Alagastino
Entre las formas del ateísmo moderno debe mencionarse la que pone la liberación del hombre
principalmente en su liberación económica y social. Pretende este ateísmo que la religión, por su propia
naturaleza, es un obstáculo para esta liberación, porque, al orientar el espíritu humano hacia una vida
futura ilusoria, apartaría al hombre del esfuerzo por levantar la ciudad temporal. Por eso, cuando los
defensores de esta doctrina logran alcanzar el dominio político del Estado, atacan violentamente a la
religión, difundiendo el ateísmo, sobre todo en materia educativa, con el uso de todos los medios de
presión que tiene a su alcance el poder público.
21. La Iglesia, fiel a Dios y fiel a los hombres, no puede dejar de reprobar con dolor, pero con firmeza, como
hasta ahora ha reprobado, esas perniciosas doctrinas y conductas, que son contrarias a la razón y a la
experiencia humana universal y privan al hombre de su innata grandeza.
Quiere, sin embargo, conocer las causas de la negación de Dios que se esconden en la mente del hombre
ateo. Consciente de la gravedad de los problemas planteados por el ateísmo y movida por el amor que
siente a todos los hombres, la Iglesia juzga que los motivos del ateísmo deben ser objeto de serio y más
profundo examen.
La Iglesia afirma que el reconocimiento de Dios no se opone en modo alguno a la dignidad humana, ya que
esta dignidad tiene en el mismo Dios su fundamento y perfección. Es Dios creador el que constituye al
hombre inteligente y libre en la sociedad. Y, sobre todo, el hombre es llamado, como hijo, a la unión con
Dios y a la participación de su felicidad. Enseña además la Iglesia que la esperanza escatológica no merma
la importancia de las tareas temporales, sino que más bien proporciona nuevos motivos de apoyo para su
ejercicio. Cuando, por el contrario, faltan ese fundamento divino y esa esperanza de la vida eterna, la
dignidad humana sufre lesiones gravísimas -es lo que hoy con frecuencia sucede-, y los enigmas de la vida y
de la muerte, de la culpa y del dolor, quedan sin solucionar, llevando no raramente al hombre a la
desesperación.
Todo hombre resulta para sí mismo un problema no resuelto, percibido con cierta obscuridad. Nadie en
ciertos momentos, sobre todo en los acontecimientos más importantes de la vida, puede huir del todo el
interrogante referido. A este problema sólo Dios da respuesta plena y totalmente cierta; Dios, que llama al
hombre a pensamientos más altos y a una búsqueda más humilde de la verdad.
El remedio del ateísmo hay que buscarlo en la exposición adecuada de la doctrina y en la integridad de vida
de la Iglesia y de sus miembros. A la Iglesia toca hacer presentes y como visibles a Dios Padre y a su Hijo
encarnado con la continua renovación y purificación propias bajo la guía del Espíritu Santo. Esto se logra
principalmente con el testimonio de una fe viva y adulta, educada para poder percibir con lucidez las
dificultades y poderlas vencer. Numerosos mártires dieron y dan preclaro testimonio de esta fe, la cual
debe manifestar su fecundidad imbuyendo toda la vida, incluso la profana, de los creyentes, e
impulsándolos a la justicia y al amor, sobre todo respecto del necesitado. Mucho contribuye, finalmente, a
esta afirmación de la presencia de Dios el amor fraterno de los fieles, que con espíritu unánime colaboran
en la fe del Evangelio y se alzan como signo de unidad.
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La Iglesia, aunque rechaza en forma absoluta el ateísmo, reconoce sinceramente que todos los hombres,
creyentes y no creyentes, deben colaborar en la edificación de este mundo, en el que viven en común. Esto
no puede hacerse sin un prudente y sincero diálogo. Lamenta, pues, la Iglesia la discriminación entre
creyentes y no creyentes que algunas autoridades políticas, negando los derechos fundamentales de la
persona humana, establecen injustamente. Pide para los creyentes libertad activa para que puedan
levantar en este mundo también un templo a Dios. E invita cortésmente a los ateos a que consideren sin
prejuicios el Evangelio de Cristo.
La Iglesia sabe perfectamente que su mensaje está de acuerdo con los deseos más profundos del corazón
humano cuando reivindica la dignidad de la vocación del hombre, devolviendo la esperanza a quienes
desesperan ya de sus destinos más altos. Su mensaje, lejos de empequeñecer al hombre, difunde luz, vida
y libertad para el progreso humano. Lo único que puede llenar el corazón del hombre es aquello que "nos
hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti".