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En una ciudad bulliciosa, rodeada de colinas verdes y

ríos cristalinos, había un vertedero que se extendía


como una herida abierta en el paisaje. Era un lugar
triste y olvidado, lleno de objetos desechados y basura
acumulada durante años. Una noche, algo
extraordinario sucedió: el vertedero cobró vida.

Se levantó lentamente, sus montañas de basura


formando un gigantesco ser con ojos hechos de viejas
latas y una boca llena de desperdicios. Este ser, que
pronto fue conocido como Basurón, tenía un único
deseo: limpiar el mundo de la basura que lo había
creado.

Basurón comenzó a moverse por la ciudad, tragándose


cualquier objeto que consideraba basura. Pero su
percepción de lo que era basura y lo que no lo era no
era muy precisa. Empezó a comer juguetes, bicicletas y
hasta herramientas de trabajo. Las personas de la
ciudad, al principio, estaban asustadas y confundidas.
Pronto, su miedo se convirtió en ira.

"¡Nos está robando todo!" gritaban. "¡Tenemos que


deshacernos de él!"

Un grupo de ciudadanos decidió que la mejor manera


de librarse de Basurón era tirarlo al mar. Prepararon una
trampa y, utilizando grúas y camiones, lograron llevar a
Basurón hasta el muelle. Estaba atado con cadenas,
listo para ser arrojado al agua.

En ese momento, una enorme ballena emergió del mar.


Su piel brillaba bajo la luz de la luna, y sus ojos eran
sabios y comprensivos. Esta ballena era conocida como
Marina, la justiciera de los océanos.

"¡Deténganse!" rugió Marina con una voz que resonó


como un trueno. "Basurón no quiere hacerles daño.
Sólo intenta limpiar la basura que ustedes han creado."

Las personas, sorprendidas y conmovidas por las


palabras de Marina, bajaron sus armas y grúas. Marina
se acercó a Basurón y, con un gesto de empatía, rompió
sus cadenas.

"Ven conmigo," dijo Marina. "Te llevaré a un lugar donde


podrás cumplir tu propósito sin causar daño."

Basurón, agradecido, siguió a Marina mar adentro.


Durante el viaje, la ballena le habló sobre una isla lejana
hecha completamente de plástico y basura. Una isla
donde Basurón podría vivir en paz y hacer lo que mejor
sabía: limpiar.

Finalmente, llegaron a la Isla de Plástico. Era un lugar


vasto y triste, pero para Basurón, era un nuevo hogar
lleno de propósito. Comenzó a trabajar, recogiendo y
compactando la basura, transformando la isla poco a
poco.

La gente de la ciudad, avergonzada por su falta de


comprensión, decidió cambiar sus hábitos. Comenzaron
a reciclar, a reducir sus desechos y a cuidar mejor su
entorno. Basurón, con la ayuda de Marina, se convirtió
en un símbolo de esperanza y redención.

En su nueva isla, Basurón encontró la paz y la felicidad.


Sabía que estaba haciendo algo importante, y que su
existencia tenía un propósito. Marina lo visitaba a
menudo, y juntos, vigilaban los mares y protegían el
planeta.

Y así, lo que comenzó como una amenaza terminó en


una lección de comprensión y cuidado por la naturaleza.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

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