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Primera edición en inglés, 1945
Primera edición en español (Filosofia), 1950
Segunda edición (Conmemorativa 70 Aniversario), 2006
Tercera edición (Filosofía), 2019
Distribución mundial
ISBN 978-607-16-6211-8
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yy-
Nota del traductor, l 1
Introducción, 15
§ 1. Ciencia y filosofia, 15
§ 2. La idea que los griegos tuvieron de la naturaleza, 18
§ 3. La idea renacentista de la naturaleza, 19
§ 4. La idea moderna de la naturaleza, 25
§ 5. Consecuencias de esta idea, 30
I. El cambio ya no es cíclico, sino progresivo, 30
II. La naturaleza ya no es mecánica, 32
III. Se reintroduce la teleología, 32
IV. La sustancia se resuelve en función, 34
V. Espacio mínimo y tiempo mínimo, 35
a) El principio de espacio mínimo, 36
b) El principio de tiempo mínimo, 37
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ÍNDICE
Primera parte
LA COSMOLOGÍA GRIEGA
I. Los jónicos, 51
6 1. La ciencia jónica de la naturaleza, 51
I. Tales, 53
II. Anaximandro, 55
III. Anaxímenes, 58
Segunda parte
Tercera parte
10
NOTA DEL TRADUCTOR
11
NOTA DEL TRADUCTOR
12
NOTA DEL TRADUCTOR
13
NOTA DEL TRADUCTOR
14
INTRODUCCIÓN
§ 1. CIENCIA Y FILOSOFÍA
15
INTRODUCCIÓN
16
INTRODUCCIÓN
17
INTRODUCCIÓN-
18
INTRODUCCIÓN
19
INTRODUCCIÓN
1 Saint-Simon, apud Littré, citado por Croce, Storz'a della Eta‘ baracca in Italia, Bari, Laterza,
1928, p. 22. Cf. Encyclopédie: “L’ide’e du baroque entraine avec soi celle du ridicule poussé a‘
l’exce’s’.’ Y Francesco Milizia, Dizionario delle belle artí del disegno (1797): “Barocco e‘ il super-
lativo del bizzarro, l’eccesso del ridicolo’.’ Citados ambos por Croce, op. cit., p. 23.
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INTRODUCCIÓN
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INTRODUCCIÓN
autónoma del alma racional, sin ayuda alguna del cuerpo, o cuan-
do expone la doctrina de la inmortalidad y afirma que el alma
racional goza de una vida eterna no afectada por el nacimiento o la
muerte del cuerpo que la alberga.
El mismo tono encontramos en Aristóteles, quien considera
como algo sabido por todos que el alma debe ser definida como la
entelequia de un cuerpo orgánico, esto es, la actividad auto-subsis-
tente del organismo, mientras que al decirnos que el intelecto o
razón, vofig, si bien constituye en cierto sentido una parte del
“alma”, no posee ningún órgano corporal ni es tampoco actuado,
como la sensibilidad, por sus objetos correspondientes (De Anima
429315 seqq.), de modo que nada es fuera de su actividad de pensar
(ibid. 21-22) y es “separable” del cuerpo (ibid. 429b15), nos habla
como alguien que está exponiendo una doctrina misteriosa y difí-
cil. Todo esto nos pone de relieve lo que ya podíamos presumir a
base de un conocimiento general de la física presocra’tica: que, en
general, los pensadores griegos daban por sentado que la mente
pertenece esencialmente al cuerpo, vive con e’l en la más estrecha
unión, y que cuando tropiezan con razones que les hacen pensar
que esta unión es parcial, ocasional o precaria, se hallan desconcer-
tados por no saber cómo puede ser esto.
En el pensamiento renacentista la situación se invierte exacta-
mente. Para Descartes el cuerpo es una sustancia y la mente otra.
Cada una opera con independencia de la otra y de acuerdo con sus
propias leyes. Así como el axioma fundamental del pensamiento
griego acerca de la mente es su inmanencia al cuerpo, el axioma
fundamental de Descartes es su trascendencia. Descartes sabe muy
bien que no hay que extremar la trascendencia hasta el punto de
llegar al dualismo; es menester conectar ambas cosas de algún
modo; pero, cosmolo’gicamente, no puede encontrar conexión fue-
ra de Dios, y por lo que respecta al ser humano individual tiene
que recurrir al expediente desesperado, ridiculizado con razón por
Spinoza, de encontrar esta conexión en la glándula pineal, de la
que piensa debe ser el órgano de unión entre el cuerpo y el alma
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INTRODUCCIÓN
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INTRODUCCIÓN
2.4
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INTRODUCCIÓN
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INTRODUCCIÓN
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INTRODUCCIÓN
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lN'l‘R()l)U(‘(‘IÓN
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1ΝΙΉΟΌΓιΥ10Χ
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INTRODUCCIÓN
del orden de t2; y éstos son tan reales como los electrones y núcleos
que los componen, que requieren un tiempo todavía menor. La mane-
ra como el mundo natural se nos aparezca dependerá, ciertamente,
del tiempo que nos tome el observarlo; pero esto es debido a que,
cuando observamos durante cierto lapso, observamos los procesos
que requieren precisamente ese tiempo para su ocurrencia.
Otra forma peligrosa de enunciar el principio es la de adelan-
tar la hipótesis: supongamos que se detienen todo's los movimien-
tos de la naturaleza; entonces, ¿qué quedaría? De acuerdo con la
física griega y también con las ideas renacentistas que, con referen-
cia especial a su formulación por Newton, se conocen hoy día como
“física cla’sica’,’ lo que quedaría sería el cadáver de la naturaleza, un
frío mundo muerto, como la herrumbre de una máquina parada.
De acuerdo con la física moderna no quedaría nada. Pero esta Vía
es peligrosa porque la hipótesis según la cual no quedaría nada es
para la física moderna una hipótesis sin sentido: implica una dis-
tinción entre sustancia y función y lo que niega la física moderna
es, precisamente, esa distinción.
Pero se puede ilustrar el principio valiéndose de otra hipótesis,
incapaz de realización práctica pero que no envuelve un contrasen-
tido. Nuestro conocimiento experimental del mundo natural se
basa en nuestra familiaridad con esos procesos naturales que pode-
mos observar experimentalmente. Esta familiaridad se halla limita-
da hacia abajo, en el espacio y en el tiempo, por nuestra incapaci-
dad de observar cualquier proceso que ocupe menos de una cierta
extensión de espacio y dure menos de un cierto tiempo y, hacia arri-
ba, por la imposibilidad de observar cualquier proceso que ocupe
más espacio o dure más tiempo de los accesibles a la amplitud de la
Visión humana o más tiempo que el cubierto por el testimonio hu-
mano, o también puede estar limitada por la mera incomodidad de
observar procesos que requieren más tiempo que el que nosotros
estimamos conveniente dedicarles. Estos límites superiores e infe-
riores de nuestras observaciones en el espacio y en el tiempo han
sido grandemente distendidos por todo el aparato del hombre de
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INTRODUCCIÓN
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INTRODUCCIÓN
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INTRODUCCIÓN
47
…- «.….. … να. "… *…
'
PRIMERA PARTE
LA. C-OSMOLOGIA’ GRIEGA-
L.J.,:‘y
I. LOS IÓNICOS
1 E. Bréhier (Histoire de la philosophie, París, Libraire Felix' Alcan, 1928, vol. I, p. 42) dice que
la pregunta “¿de que’ están hechas las cosas?” no es de Tales sino de Aristóteles. No le falta
razón al advertimos que nuestra versión tradicional de los físicos de Ionia, a través de los
lentes de Aristóteles, nos pone en peligro de atribuir una importancia exagerada, dentro de
la mente de esos hombres, a lo que, de hecho, muy bien han podido ser no más que obiter
dicta, proyectando de este modo los problemas del siglo IV al siglo VI o últimos del VII. Sin
embargo, el mismo Bréhier dice que “el fenómeno fundamental de esta física milesia es, cier-
tamente, la evaporación del agua del mar bajo la influencia del calor” (p. 44). En otras pala-
bras, que el mismo Bréhier, a pesar de sus advertencias, sigue aceptando la idea de Aristóteles
de que el concepto fundamental de la física jónica era el de transformación.
51
LA COSMOLOGÍA GRIEGA
52
LOS JÓNICOS
2 Diógenes Laercio nos cuenta que, de acuerdo con algunas autoridades, Tales no dejó
obras escritas y que otros le atribuyen obras sobre los solsticios y los equinoccios. Teofrasto le
atribuye una obra de astronomía para los navegantes. No hay razón para creer que escribió
sobre cosmología; el tratado “sobre los comienzos’,’ que cita Galeno (apud Diels, Fragmente
der Vorsokmtiker, 4‘=1 ed., Berlin, Weidmannsche Buchhandlung, 1922, vol. I, p. 13), fue sin
duda una mistificación de época muy posterior. En la época de Aristóteles era ya cuestión de
conjetura cua’les serían sus doctrinas cosmológicas. La tradición trasmitía varias pretendidas ma-
nifestaciones suyas: el historiador del siglo IV tenia que adivinar qué es lo que querían decir.
3 λαδω'ν ι'΄σως τη*ν υ"πόληψιν ταύτην έν: του" πάντων όραν" τη*ν τροφη*ν υ'γρα*ν
ου'σαν… και* δια" τό πάντων ta‘ σπέρµατα τη'ν φύσιν υ'γρυ*α*ν ε"κειν (acaso derivaba
esta idea de la observación de que toda cosa tiene un alimento húmedo... y del hecho de
que la simiente de cada cosa es de naturaleza húmeda): Aristóteles, Metafísica, A, 983b22-27.
53
LA COSMOLOGÍA GRIEGA
modo que un árbol o una piedra son, según él, organismos vivos
en sí mismos y también una parte del gran organismo vivo que es
el mundo. Uno de tales organismos dentro del mundo es la Tierra, a
la que Tales, según nos dicen, se imaginaba flotando en un océano de
agua. Como, sin duda, pensó que la Tierra vivía y que ella y todo lo
que contiene estaban hechos de agua y es posible que pensara,
lo que ya sus discípulos pensaron en firme, que en la naturaleza todo
es fugaz y, por consiguiente, necesita una renovación o sustitución
constante, es posible que se haya figurado a la Tierra como pastan-
do, por decirlo así, en el agua en que flotaba, restaurando de este
modo sus propios tejidos y los tejidos de todas las cosas que conte-
nía, tomando el agua de este océano y transformándola, mediante
procesos afines a la respiración y a la digestión, en las diversas par-
tes de sus propio cuerpo. También se nos dice que describió el mun-
do como ποίημα θεοι)", algo hecho por Dios. Es decir, que los pro-
cesos vitales de este organismo cósmico no fueron concebidos por
e'l como existentes por sí mismos o eternos (pues dijo que Dios es
“más Viejo” que el mundo), sino que dependían para su existencia
de un agente anterior a ellos y que los trascendía.4
De estos escasos testimonios resulta, sin embargo, evidente que
las ideas de Tales se hallaban a una enorme distancia de la idea que del
mundo natural tuvo el Renacimiento: una máquina cósmica cons-
truida por un ingeniero divino para que sirviera a sus propósitos.
4 Dice Diógenes Laercio que Tales consideraba el mundo como “animado” (i-Éutpvxov), es
decir, como un organismo vivo, y repite también la información de Aristóteles (De Anima,
405319), que atribuía almas a las cosas que podían originar movimiento, por ejemplo, la pie-
dra imán.
Aristóteles (de Ccelo, 294328) nos informa de una supuesta (“dicen”) opinión de Tales de
que la Tierra flota lo mismo que una balsa de madera sobre el agua cósmica.
Entre las afirmaciones que Diógenes Laercio atribuye a Tales tenemos que “Dios es la
cosa más vieja, porque no tiene comienzo” y que “el mundo es la mejor cosa porque ha sido
hecha por Dios’.’
Que la tierra “pasta” en el agua no es una doctrina que se exprese en ninguno de los frag-
mentos de Tales o que le sea atribuida por ningún escritor antiguo, pero no soy el único en
pensar que se halla implicada en los fragmentos conservados y en su contexto. “El mundo de
las cosas se encuentra en medio de las aguas y se nutre de ellas” (A. Rey, La Ieunesse de la
Science grecque, La Renaissance de Livre, París, 1933, p. 40: las cursivas son mías).
54
LOS JÓNICOS
5 Diógenes Laercio data su nacimiento hacia 610-61 l a.C. y su muerte poco después de
547—546.
ό κυλινδροειδη"΄ “cilíndrico” dice el Seudo-Plutarco (Strom. 2; πρ…! Diels, p. 16, l. 15)
55
LA COSMOLOGÍA GRIEGA
apoyándose en Teofrasto, “con su altura un tercio de su diámetro”; cf. Hipólito, Ref. i. 6, apud
Diels, ibid., 1. 33. Sin embargo, Diógenes Laercio dice que Anaximandro consideraba la Tierra
como esférica, coatguóñ (Diels, p. 14, l. 5).
7 άόριστον και* κατ, εΐδος και* κατά µέγεθος “indefinida tanto en género como en
extensión” (Simplicio, Phys. 154, 14, apud Diels, p. 16, 1. 6, utilizando a Teofrasto).
8 και* τούτο (sc. τό άπειρν) εϊναι το δει"ον' άι3α΄νατον γάρ καιΧ άνώλερον “y lo
divino, decía, era esto [lo ilimitado]; porque esto era inmortal e indestructible” (Aristóteles,
Física, iii, 203b12, apud. Diels, p. 17, 1. 34).
9 A. άπεφη*νατο τους άπει΄ρους ου*ρανυ*ς Θεούς “A. decía que los mundos innume-
rables eran dioses” (Aecio, i. 17. 12, apud Diels, p. 18, 1. 30). A. autem opinio est nativos esse
deos longis intervallis orientis occidentisquc, eosque innumerabiles esse mundos “pero la opi-
nión de A. es que existen dioses que han venido a la existencia por nacimiento, situados en
el plano del Ecuador terrestre a intervalos grandes y que estos son innumerables mundos”
(Cicerón, De nat. Deorum, i. 10. 25, apud Diels, p. 18, l. 31). De ninguna de nuestras autori-
dades, excepto Cicerón, se desprende que Anaximandro concibiera esos otros mundos como
colocados en el plano del ecuador.
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LOS JÓNICOS
[Ο Si Tales dijo realmente que “todas las cosas están llenas de dioses” (como cuenta Aris-
tóteles, De Anima, 41 la8), no puede haber pensado de la naturaleza divina como meramen-
te trascendente en relación con el mundo. Y esto no tiene que extrañamos, porque una teo-
ría de trascendencia pura y rígida es una cosa tan difícil de encontrar en la historia del
pensamiento como una teología de inmanencia pura y rígida. Todo lo más que se puede
decir es que en esta o aquella teología la tendencia predominante es la inmanencia o la tras-
cendencia.
Pero no es muy seguro que el dicho pertenezca a Tales y no a Heráclito; ni, caso de que
pertenezca a Tales, es muy seguro lo que quiso decir; porque a menudo, en la literatura griega,
las almas son llamadas dioses, y ya sabemos que Tales pensaba que todos los cuerpos naturales
tenían alma. Véase Überweg, Geschichte der Philosophie, 12a ed., Berlín, 1926, vol. I, pp. 44-45.
57
LA COSMOLOGIA' GRIEGA
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LOS JÓNICOS
medio.12 Como todos los jónicos, creía que el medio en que flotaba
era también la estofa de la que estaba hecha. Como Anaximandro,
concebía esta estofa como un volumen tridimensional que se exten-
día infinitamente, en todas las direcciones en torno al mundo;13 pero,
a pesar del ejemplo de Anaximandro, no vio la necesidad lógica de
concebirlo como indeterminado en su cualidad. Volvió a Tales e
identificó esa estofa con una sustancia natural específica que difería
de la de Tales porque no la llamaba agua, sino aire o vapor, Oc’n‘g.“
Las diferencias entre las diversas sustancias naturales eran debi-
das a la rarefacción de este vapor en fuego o su condensación pro-
gresiva en viento, nube, agua, tierra y piedra.15 El vapor cósmico
produce eternamente el movimiento dentro de sí mismo y este
movimiento, que era de rotación, diferencio’ y segrego’ las diversas
sustancias naturales, saliendo las porciones rarificadas a la periferia
y formando los astros, mientras que las condensadas se reunían en
el centro del vo’rtice y formaban la Tierra.
Todo esto se parece bastante a lo de Anaximandro. También
siguió a Anaximandro al pensar que la sustancia primitiva era divi-
na; rechazando el trascendente dios hechicero de Tales y poniendo
'? τη*ν δέ γη"ν πλατει"αν ει"ναι έπ* άε΄ρο ς όχουμένην “dijo que la Tierra era plana y
sostenida por el aire” (Hipólito, Ref. i, 7; apud Diels, p. 23, 1. 19). τό πλάτος αι"τιον εϊναι
του" μένειν αυ,τη*ν- ού γάρ τέμνειν άλλ* έπιπωματίζειν τόν άερα τόν κα΄τωΘεν
decía que la razón por la cual la Tierra estaba quieta era porque era plana; porque no divide
al aire que tiene debajo, sino que lo presiona como una tapadera” (Aristóteles, de Ccelo,
294513; apud Diels, p. 25, 1. 24).
Anaximandro, en una de sus intuiciones ma’s notables, ha visto que la Tierra no necesi-
taba sostén porque no había razón para que cayera en una dirección más bien que en otra,
así que estaba quieta. In‘v yñv εϊναι μετε΄ωρον υ,πο* μηδενός κρατουμένην, μένουσαν
δέ διά τήν όμοίαν πάντων άπόστασιν “la Tierra, decía, se cierne libre en el espacio y
está quieta sin sostén alguno, porque todo se halla a igual distancia de ella” (Hipólito, Ref. i.
6; apud Diels, p. 16, 1. 31). Anaximenes no fue capaz de seguir esta idea de su maestro y tuvo
que hacer descansar la Tierra sobre algo.
" τω…" µεγέΘει άπειρον “ilimitada en extensión” (Scudo-Plutarco, Strom. 3; apud Diels,
p. 23, 1. 2).
Η En Homero y en Hesíodo άήρ quiere decir “niebla” o “bruma’.’
"* διαφέρειν δέ μανότητι και* πυκνότητι κατά τάς ου*σι΄ας, και* άραιου΄μενον
μέν πυ"ρ γίνεσΘαι κ.τ.λ. “difiere en rarefacción o densidad, dice, de acuerdo con las dife-
rencias entre las sustancias; enrarecido se convierte en fuego, etc.” (Simplicio, Phys, 24. 26;
derivado de Teofrasto; apud Diels, p. 22, l. 18).
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'6 οϊον ή ψυχή, φησι΄ν, ή ήµετε΄ρα άη*ρ ου*σα συγκρατεϊ ήμα"ς, και* ο'΄λον τόν κόσ-
μον πνεύµα και* άη*ρ περιέχει “así como, según dice Anaxímenes, nuestra alma, que es
aire, nos mantiene en unidad, así el mundo se halla envuelto como un todo en su aliento, es
decir, en el aire” (Aecio, i. 3. 4; apud Diels, p. 26, 1. 20).
" γενητο*ν δέ και* φΘαρτόν τόν ένα κόσµον ποιου"σιν ό'σοι άει* μέν φασιν elven
κόσμον, ov’ un‘v τόν αυ,το*ν αεί, άλλα άλλοτε άλλον γινόμενον κατά τινας χρόνων
περιόδους, ώς ,Αναξιμένης “todos los que, como Anaxímenes, dicen que existe siempre
un mundo pero que no siempre es el mismo, porque de tiempo en tiempo un mundo nuevo
aparece después de un cierto lapso, consideran que el mundo está sometido a nacer y pere-
cer” (Simplício, Phys., 1121. 12; apud Diels, p. 24, l. 20). Nec deos negavit nec tacuit; non
tamen ab ipsis aérem factum, sed ipsos ex aére ortos credidit “ni negó los dioses ni los pasó por
alto, pero no sostuvo que el aire fue hecho por ellos sino que ellos surgieron del aire” (Agus-
tín, de civ. Dei, víii. 2; apud Diels, p. 24, l. 16).
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… όθεν ου*% άπεικότως λέγεσθαι τό και* Θερµά τόν άνθρωπον ένα του" στόμα-
τος χαι* ψυχρά μεθιέναι' ψύχεται γάρ ή πνοή πιεσθεϊσα και* πυκνωΘει"σα τοι"ς
χει΄λεσιν, άνειμένου δέ του" στόματος έχπι΄πτουσα γι'γνεται Θερμόν υ,πό μανότη-
τος “y así dice Anaxímenes que no es nada insensato sostener que un hombre sopla caliente
y frío. Porque el aliento es enfriado mediante la compresión y condensación por los labios;
pero, cuando sale con facilidad por una boca abierta se calienta gracias a la rarefaccio’n” (Plu-
tarco, de prim. frig., 7. 947 y ss.; apud Diels, 26, pp. 11, 9—13).
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cipio, sino un agregado: no aquello de las cosas que las hace com-
portarse como lo hacen, sino el mundo de la naturaleza.
Presumo que φυ΄σις nunca fue empleada por los filósofos jónicos
en este sentido secundario, sino siempre en el primario. Para ellos
“naturaleza” nunca quiso decir el mundo o las cosas que compo-
nen el mundo, sino, siempre, algo inherente a estas cosas que las
hace comportarse como lo hacen. Así que la pregunta “¿Qué es la
naturaleza?” dirigida a uno de estos filósofos jónicos no le podía
sugerir la compilación de una “historia natural”, una descripción
en compendio de objetos y hechos naturales, y uno de esos filóso-
fos, al publicar un libro titulado “acerca de la naturaleza” περί
θυ΄σεως, no podía dar a entender a sus lectores que iba a tratar de
describir los objetos o los hechos naturales. Un libro que llevara ese
título en esa época de la historia de la literatura griega no podía ser
una historia natural o relato de las cosas que hay en el mundo de la
naturaleza, sino una ciencia explicativa de la naturaleza, una expo-
sición del principio en cuya Virtud las cosas del mundo de la natu-
raleza se comportan como lo hacen.
No es esto más que una mera aclaración lexicogra’fica acerca de
lo que la palabra φυ΄σις significa en todos los documentos primiti-
vos de la literatura griega y también en la mayoría de los que siguen.
Todos los demás sentidos que la palabra griega lleva consigo se pue-
den reducir a e’ste o pueden explicarse como derivados de e’l; y a
quien desee documentarse sobre el particular podemos remitirle al
largo y elaborado comentario de esta palabra en el diccionario aris-
tote’lico21 de términos filosóficos, que examinaré con mayor detalle
en otro lugar (vid. pp. 1 11 y ss.).
Como he dicho, el sentido original y propio de la palabra grie-
ga es el mismo sentido original y propio de “naturaleza” en espa-
ñol: y por la sencilla razón de que la palabra española no es más
que la traducción latina del griego. Por ejemplo, un proyectil vuela
por el aire porque ha explotado la pólvora tras e’l. No diremos que
21 Metafi'sica, Δ, 1014bl6-1015319.
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II. LOS PITAGÓRICOS
€ 1. PITÁGORAS
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LOS PITAGÓRICOS
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LA COSMOLOGIA (ι'1111,"(ι'Λ
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LOS PITAGÓRJCOS
' Las palabras “consonancia” y “disonancia” no se refieren en la música griega a las com-
binaciones de notas en armonía, sino a las sucesiones de notas en la melodía, aunque cuan-
do se inventó la armonía se vio que también regían en ella las mismas reglas.
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J
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2 Lutoslawski, The Origin and Growth of Plato’s Logic (Londres, Nueva York, Longsman
Green and Co., 1897). Sus nombres para los cuatro “grupos” (pp. 162-183) son: I) Grupo so-
cra'tico (Apologia, Eutifro’n, Critón, Ca’rmides, Laques, Prota’goras, Menón, Eutidemo, Gorgz'as);
II) Primer grupo plato’nico (Cratilo, Banquete, Fedón, República i); 111) Grupo platónico central
(República ii-x, Pedro, Teeteto, Parme’nides); IV) último grupo (Sofista, Político, Filebo, Timeo,
Critias, Leyes). La obra de Lutoslawski fue una continuación y elaboración de investigaciones
comenzadas en 1867 por Lewis Campbell. Generalmente se reconoce hoy que los métodos
de Campbell eran sanos en principio y que gracias a su aplicación se ha establecido de un
modo definitivo la cronología de los diálogos de Platón en sus líneas principales. Por esto
A. E. Taylor (Plato, Nueva York, Meridien, 1926, p. 19), achaca a Lutoslawski el “haber llevado
un principio sano al extremo del absurdo en su intento” de fechar cada diálogo respecto a
los demás, pero reconoce e incorpora a su propia obra la amplia discriminación entre una
΄
serie primera de diálogos, de los que la República constituye la obra principal, y una serie
“ulterior’Ï Y L. Robin (Platon, París, Felix Alcan', 1935, p. 37) también coincide en decir que el
método de Campbell es sano y que Lutoslawski ha sido llevado, por su atracción, a un grado de
detalle que no puede justificarse.
La fecha 385 se fija por una referencia que se hace en el Banquete a un suceso que ocu-
rrió en ese año.
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e’l lo habría salvado, sin duda, Sócrates. Un hombre que, por razo-
nes filosóficas, decide renunciar al habla y se limita a señalar con el
dedo, ha de ser un hombre en el que los alicientes comunes de los
seres humanos inteligentes han sido sofocados por completo por el
desarrollo parasitario de una filosofía capaz, únicamente, de matar
lo que la alimenta. Sócrates era un filósofo del tipo contrario; un
filósofo cuya filosofía aclaraba y vigorizaba aquellos alicientes que
la habían dado origen, especialmente el interés por los λόγοι, las
cosas precisamente a que Cratilo había renunciado: λόγοι como
conversaciones, λόγοι como enunciados, λόγοι como definicio-
nes, λόγοι como argumentos, λόγοι como razones, λόγοι como
proporciones, ratio o formas. Para un joven que ha entrado en con-
tacto con la rica y vigorosa Vida intelectual de Sócrates, recordar a
Cratilo ha debido de significar poco menos que evocar un fantas-
ma. Retrospectivamente, Cratilo ha debido de aparecer como un
hombre que ha cometido un suicidio intelectual, que ha tomado el
ba’culo por el extremo opuesto y no ha poseído la fuerza de volun-
tad de echar a andar; por el contrario, Sócrates era, a todas luces,
un hombre que vivía y se afanaba, con un apetito gigantesco, por la
Vida intelectual, porque había tomado el báculo por donde se debe.
El contraste tiene algo que ver, sin duda, con el hecho de que a
Cratilo le obsesionaba el mundo de la naturaleza tal como lo perci-
bimos. El mundo perceptible, como lo sabían los jónicos, es un mun-
do de cambio incesante. Heráclito, fiel a la tradición jónica, había
dicho que no es posible bañarse dos veces en el mismo río. Cratilo
—y es la única sentencia suya que nos ha sido conservada— dijo
que Heráclito se equivocó al pensar que uno se podía bañar en el
mismo río siquiera una vez (Aristóteles, Met. 10108115). La obsesión
por lo perceptible, como se ve, le condujo a donde ha conducido a
William James. El mundo se fundió en una “confusión abigarrada
y bulliciosa”. La lección que sacó Platón de su trato con Cratilo fue,
sin duda alguna, la sólida experiencia de que, cuando uno deja que
lo perceptible le obsesione, es esto lo que suele ocurrir. Digo “sin
duda alguna” porque las obras de Platón no nos permiten dudar
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da por la mente de Platón por estos medios, pudo ver que la teoría
trascendente del Banquete y del Fedón era una exageración. Ya no
había necesidad de seleccionar en el pensamiento de Sócrates, con el
propósito de hacer hincapié en ellos, los elementos de trascendencia,
porque esta selección e insistencia ya habían cumplido su cometido.
Ésta fue la mentalidad con que escribió el Parme’nides.
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que el mismo Kant pensó que era legítimo plantear y a la cual dio
una respuesta verdaderamente original e importante, diciendo que
es el entendimiento el que hace la naturaleza: una pregunta que te-
nemos que plantear tan pronto como nos demos cuenta de que el
mundo de la naturaleza no se explica a sí mismo, sino que se nos
presenta como un complejo de hechos que requieren una explica-
ción. Es cierto que hay un modo de explicar esos hechos mostran-
do las relaciones entre ellos: es decir, explicando a cualquiera de
ellos en función del resto; pero hay otro género de explicación que
no es menos necesario, a saber, explicar por que’ existen en general
hechos de la clase que llamamos natural: esto es lo que Kant llama-
ba metafísica de la naturaleza y éste es el tipo de investigación al
que pertenece el Timeo.
Si preguntamos, pues, por que” existe un mundo cambiante, un
mundo perceptible o natural, ¿habrá que buscar la fuente de este mun-
do en un Dios creador? ¿No se podra” identificar la fuente inmuta-
ble del cambio con las formas? Es claro que Timeo piensa que esto
es imposible: para e’l tiene que haber un Dios no menos que un
mundo inteligible de las formas; pero ¿por qué? No nos lo ha dicho,
pero más tarde Aristóteles dio la respuesta. Y es que las formas no
son OL’QXOLÏ κινήσεως, no fuentes del cambio o causas eficientes,
sino únicamente causas formales y finales: no originan el cambio, si-
no que únicamente regulan cambios iniciados en alguna otra parte.
Son patrones, pero no potencias. Así que tenemos que buscar por otra
parte la fuente activa del movimiento y de la Vida en el mundo;
y puede serlo únicamente un agente cuyos actos no sean acaeceres,
un agente eterno que no sea parte del mundo natural, algo cuyo
nombre más adecuado es el de Dios.
Lo primero que pregunta Timeo es por que’ Dios ha creado un
mundo en general. La razón que da es que Dios es bueno y la natu-
raleza de la bondad es la de rebosar y multiplicarse. Según se expre-
sa, la bondad excluye la envidia; y esto implica que lo que es bueno
no sólo se estima a sí mismo por su propia bondad y no se contenta
con gozar de semejante bondad con exclusividad, sino que, por su
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LA COSMOLOGÍA GRIEGA
propia naturaleza, tiene que prestarla a alguna otra cosa. Este argu-
mento implica que hay alguna otra cosa a que prestar la bondad; en
otras palabras, lógicamente (aunque no, claro está, temporalmente)
había o, mejor, hay algo anterior a la creación del mundo por Dios,
un mundo o caos de materia informe que constituye el recepta’culo
posible de la forma y, por consiguiente, del bien. El profesor Taylor,
al sostener que la idea de materia no desempeña ningún papel en la
cosmología del Timeo, se ve obligado a descartar ese argumento, afir-
mando que el lenguaje es deliberadamente mitológico y que ningún
pitago’rico lo habría tomado al pie de la letra. Pero ¿cuál es la doc-
trina envuelta en ese ropaje mitológico? No nos lo ha dicho y no veo
la razón de por qué Timeo nos haya hablado en este solo parágrafo
en para’bolas sin advertencia previa. Es más verosímil que quiera
darnos a entender lo que en efecto dice. Después de todo,.Dios resul-
ta en el Timeo un δημιουργός, un hacedor o artesano; su acto crea-
dor no es en ningún caso un acto de creación absoluta porque pre-
supone algo distinto a Él, a saber, el modelo bajo cuya inspiración
hace el mundo; y si se renuncia a la creatividad absoluta o perfecta-
mente libre de Dios con la doctrina de que Él hizo el mundo a base
de un modelo preexistente, no hay pérdida mayor ni mayor incon-
gruencia al sostener que lo hizo de una materia preexistente. Por el
contrario, si el modelo o forma preexistio’ al acto de copiarla, tam-
bie’n la materia ha tenido que preexistir; porque materia y forma son
términos correlativos, y si se concibe que el hacer una cosa presupo-
ne la forma de dicha cosa, también debe presuponer, lógicamente,
su materia. Entonces el acto de hacer la cosa se concibe lógicamente
como la imposición de esa forma a esa materia.
Al negar el profesor Taylor que la idea de materia se halle com-
prendida en la cosmología del Timeo, en realidad está deformando
a Platón, como es visible que lo hace a lo largo de su obra, para
adaptarlo a ciertas ideas modernas que admira y de las que partici-
pa. Resulta casi imposible exponer a los filósofos antiguos sin caer
en este tipo de error, e indudablemente todos somos sus víctimas en
grado mayor o menor. En el caso presente, el error consiste en olvi-
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III. ARISTÓTELES
€ 1. SENTIDO DE φύσις
* Véase W. Iaeger, Aristóteles, trad. de José Gaos, Fondo de Cultura Económica, Mé-
xico, 1946.
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LA COSMOLOGÍA GRIEGA
estúpido error de suponer que una palabra significa una sola cosa;
por otra parte, reconoce también que estos diversos significados se
hallan relacionados entre sí y que la palabra no resulta equívoca
por el hecho de poseer más de un sentido. Piensa que entre sus
diversos sentidos hay uno que es el más profundo y verdadero; los
dema’s no son sino sus aproximaciones, que se deben a los diversos
grados en que se marra la captación de este sentido ma’s profundo.
Por eso dispone sus significados en una serie parecida a la de los
disparos contra un blanco, que se van acercando gradualmente has-
ta dar, finalmente, en su centro.
Distingue siete sentidos de la palabra φυ΄σις:
1) Origen o nacimiento: “como si —nos dice— la υ 86 pronun-
ciara larga”. La 1) 68 realmente breve; y sir David Ross (op. cit., ad
lac.) observa que en la literatura griega la palabra nunca poseyó este
sentido y conjetura, sin duda con razo’n, que se trata de un sentido
impuesto a la palabra especulativamente en el siglo IV a.C. por una
errónea etimología. Así que el primer disparo registrado por Aris-
tóteles no da en modo alguno en el blanco.
2) Aquello de donde las cosas se desarrollan, su simiente. Otra
vez nos encontramos con un sentido que no se halla en la lengua
griega: me imagino que ha sido introducido como un eslabón entre
el primer sentido y el tercero.
3) La fuente del movimiento o del cambio en los objetos natura-
les (ya veremos más tarde que un objeto natural es aquel que se
mueve a sí mismo). Éste es el sentido que la palabra tiene cuando
decimos que la piedra cae o que el fuego asciende “por naturaleza”:
corresponde al uso griego común y no técnico.
4) La materia primitiva de la que están hechas las cosas. Ha sido el
sentido subrayado por los .jonios. Burnet lo consideraría como el úni-
co sentido que la palabra ha tenido en la filosofía griega primitiva.
Sería más exacto, pienso yo, decir que en la filosofía del siglo VI
la palabra φυ΄σις significa lo que siempre significó, a saber, la esen-
cia o naturaleza de las cosas, pero que los jonios, debido a una pecu-
liaridad filosófica y no a una peculiaridad lexicogra’fica, trataron de
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ARISTÓTELES
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ξ 4. TEOLOGÍA DE ARISTÓTELES
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ARISTÓTELES
del amor de Dios; pero, para e’l, no es Dios quien ama al mundo,
sino el mundo quien ama a Dios. El amor que mueve al mundo no
es el amor de Dios por nosotros ni tampoco nuestro amor de unos
a otros, sino un amor universal por Dios, que carece totalmente de
reciprocidad. No pretendo suprimir el contraste entre esta idea y la
cristiana, pero creo oportuno subrayar que tal contraste se mitiga
si nos damos cuenta de la diferencia en la terminología. La palabra
que Aristóteles emplea para hablar de amor es έρως, que quiere
decir el anhelo de lo que es esencialmente imperfecto por su per-
fección propia; έρως 88 61 amor que mira hacia arriba o amor de
aspiración, amor de lo que se siente inferior por aquello que reco-
noce como superior a e’l. Esto fue explicado de una vez para siem-
pre en la clásica discusión sobre el έρως en el Banquete de Platón.
La palabra cristiana para amor es άγάπη, que originalmente signi-
fica el amor que mira hacia abajo o amor condescendiente, el que
un superior siente por un inferior; es el contento que uno halla en
cosas que, no obstante ser reconocidamente imperfectas, sirven
muy bien a los fines del lugar que ocupan en la Vida de uno. Al negar
que Dios ame al mundo, Aristóteles no hace sino decir que Dios es
ya perfecto y que no abriga en sí mismo ninguna fuente de cambio,
ni nisus alguno hacia algo mejor; al decir que el mundo ama a Dios,
está diciendo que el mundo anda desasosegado en busca de una
perfección que existe ya en Dios y que se identifica con Él.
Pero, en segundo lugar —y esto ya es menos fa’cil de concertar
con nuestras ideas corrientes—, Aristóteles niega que Dios conozca
el mundo y a fortiori niega que lo haya creado por un acto de volun-
tad o que abrigue ningún plan providencial por su historia o por la
Vida de algo dentro de e’l. Una negativa semejante alivia sin duda a
la mente de muchas perplejidades; nos alivia de la necesidad de pen-
sar que Dios permite y tolera o, todavía peor, causa deliberadamen-
te todos los males de que se halla lleno el mundo, lo que constituye
siempre una grave dificultad moral para la teología popular cristia-
na, y nos libra también de la necesidad de que nos lo imaginemos
Viendo colores, oyendo sonidos y así sucesivamente, lo cual impli-
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ARISTÓTELES
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ARISTÓTELES
§ 6. LA MATERIA
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ARISTÓTELES
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SEGUNDA PARTE
LA VISIÓN RENACENTISTA
DE LA NATURALEZA
I. LOS SIGLOS XVI Y XVII
§ l. ANTIARISTOTELISMO
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LOS SIGLOS XVI Y XVII
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§ 3. COPERNICO
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LOS SIGLOS XVI Y XVII
GIORDANO BRUNO
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LA VISIÓN ΒΕΝΛ(3ΕΝΤ15"ΓΛ ΠΕ 1,Α ΝΛ'Γι…Α141ζ|,΄Λ
dades y a las variedades teóricas del grupo, sino que me voy a ocu-
par solamente de su figura principal, Giordano Bruno.
Bruno, nacido en 1548, entró en la orden dominicana muy joven
y, antes de cumplir los treinta, tuvo que abandonar Italia bajo la
acusación de herejía, Viviendo sucesivamente en Ginebra, Tolosa de
Francia, París, Londres, Wittenberg y algunos otros lugares; volvió
a Italia para residir en Venecia bajo el patronato del dogo Giovanni
Mocenigo, pero fue apresado por la Inquisición y llevado a Roma,
donde se le hizo proceso que duró siete años (1593-1600), hasta
que finalmente fue quemado vivo en la hoguera.
La contribución más importante de Bruno a la teoría de la natu-
raleza consistió en su interpretación filosófica del copernicanismo.
Se dio cuenta de que la astronomía nueva, que aceptó con entusias-
mo, implicaba una negación de toda diferencia cualitativa entre la
sustancia terrestre y la celeste. Extendió esta negativa, cosa que
Copérnico no hizo jamás, del sistema solar o planetario al de las
estrellas fijas, no reconociendo más que una sola distinción, a saber,
entre cuerpos ígneos o luminosos y cuerpos traslúcidos o cristali-
nos; todos se mueven de acuerdo con las mismas leyes, con un
movimiento circular intrínseco, y se rechazan las ideas aristotélicas
de pesadez y liviandad naturales. No hay un primer motor externo
al mundo material; el movimiento es intrínseco y natural a lo cor-
póreo como tal. Se concibe el mundo material como un espacio
infinito, no vacío, sino lleno de una materia plástica y flexible, que
nos hace pensar en el éter de la física moderna; dentro de este éter
hay mundos innumerables parecidos al nuestro, formando en su
conjunto un universo que no cambia ni se mueve por sí mismo,
sino que contiene dentro de sí todo cambio y movimiento. Esta sus-
tancia inmutable y que lo abarca todo, la matriz de todo cambio es,
al mismo tiempo, materia, en su condición de extensa y moviente,
y forma o espíritu o Dios, en su condición de existente por sí mis-
ma y fuente del movimiento; pero no se trata de un motor inmóvil
trascendente, como el Dios de Aristóteles, sino de un motor inma-
nente a su propio cuerpo y causando los movimientos a través de
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§ 5. BACON
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§ 6. GILBERT Y KEPLER
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§ 7. GALILEO
Si para Kepler ésta no fue más que una sugestión escrita al pie de la
página, para Galileo (1564-1642) constituyó un principio clara-
mente aprehendido y con sus supuestos enunciados con claridad.
“La filosofía está escrita en ese vasto libro que se halla abierto
ante nuestros ojos, quiero decir, el universo; pero no puede ser leí-
do en tanto que no hayamos aprendido el lenguaje y nos hayamos
familiarizado con los caracteres en que esta’ escrito. Está escrito en
lenguaje matemático y las letras son triángulos, círculos y otras figu-
ras geométricas, sin cuyos medios es humanamente imposible
entender una sola palabra.”l
El sentido es claro: la verdad de la naturaleza consiste en hechos
matemáticos; lo que es real e inteligible en la naturaleza es aquello
que es mensurable y cuantitativo. Las distinciones cualitativas,
como las de los colores, sonidos y así sucesivamente, no tienen lugar
en la estructura del mundo natural, sino que son modificaciones
producidas en nosotros por la operación de determinados cuerpos
naturales sobre los órganos de nuestros sentidos. Está ya completa-
mente madura la teoría del carácter meramente fenome’nico, o
dependiente de la mente, de las cualidades secundarias, tal como la
enseñó Locke. Los ingleses que estudian filosofía, cuando tropiezan
con esta teoría en Locke no siempre se dan cuenta de que en modo
alguno se trata de una invención suya, sino que hacía tiempo que
la enseñó Galileo como una verdad importante y constituyó de
hecho uno de los principios directivos de todo el movimiento cien-
tífico de las dos centurias precedentes; y que cuando llega a manos
' “Il Saggiatore” (Opcre, 1890 y 55., V1, p. 232), citado por G. da Ruggiero, La filosofía
moderna, I, Bari, Later/za, 1933, p. 70.
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9 9. 8ΡΙΝΟΖΑ
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cas. Sostuvo que no había más que una sola sustancia. Y, al no poder
haber ninguna otra sustancia, ni el espíritu ni la materia lo eran y,
por consiguiente, mal podían ser sustancias creadas por Dios. El
espíritu y la materia, decía, eran dos “atributos” de una sola sustan-
cia; y, a la manera de Bruno pero con una coherencia sistemática
mucho mayor, llamó indistintamente a esta sustancia única Dios y
Naturaleza, representándola como un todo infinito inmutable que,
qua extenso, es el mundo material y, qua pensante, el mundo del
espíritu. En ambos aspectos contiene dentro de sí partes finitas,
cambiantes y perecederas, que son cuerpos individuales y mentes
individuales. Cada parte cambia únicamente por la operación de
las causas eficientes, es decir, por la acción que sobre ella ejercen
otras partes; en este punto, Spinoza corrige a Bruno, eliminando el
último vestigio de hilozoísmo del Renacimiento temprano, y aun-
que acepta la física de Galileo en su integridad, supera al mismo
tiempo su principal paradoja filosófica, la separación de la natura-
leza material de la mente percipiente, por un lado, y de su divino
creador, por otro, insistiendo en su unión inseparable con la mente
y dando a esta unidad el nombre de Dios. Pero a pesar de los gran-
des me’ritos de la cosmología de Spinoza —me’ritos a los que no
puedo atender en esta breve exposición—, e’ste fracasó porque los
dos atributos, la extensión y el pensamiento, se mantienen unidos en
teoría casi diríamos que a la fuerza: ninguna razón puede ofrecer
Spinoza de por que’ lo que es extenso debe también pensar y vice-
versa; de donde resulta que la teoría es algo, en el fondo, ininteligi-
ble, una mera afirmación del hecho bruto.
§ 10. NEWTON
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ξ 11. LEIBNIZ
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II. EL SIGLO XVIII
§ 1. BERKELEY
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EL SIGLO XVIII
§ 2. KANT
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III. HEGEL: LA TRANSICIÓN A LA IDEA MODERNA
DE LA NATURALEZA
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HEGEL: LA TRANSICIÓN A LA IDEA MODERNA DE LA NATURALEZA
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HEGEL: LA TRANSICIÓN A LA IDEA MODERNA DE LA NATURALEZA
dad, sería alguna otra cosa; tampoco es, en modo alguno, una mera
apariencia, algo que existiría únicamente porque lo pensamos. Exis-
te realmente y existe con independencia de cualquier mente. Pero
la palabra “real” resulta un poco ambigua. Literalmente significa
poseer el carácter de una res o cosa: y si las cosas son aquello que
existe en el espacio y en el tiempo, la naturaleza no sólo es real sino
la única realidad, porque constituye, precisamente, la totalidad de
las cosas, el reino de la “coseidad’Ï Pero en su uso corriente, la pala-
bra “real” posee, por lo menos, otro sentido: como cuando deci-
mos, por ejemplo, que este cuadro no es un Rembrandt real sino
una simple copia. El cuadro es una cosa, posee realitas; pero no
posee veritas; no encarna la idea que pretende encarnar.
Ahora bien, de acuerdo con Platón y Aristóteles, todas las cosas
naturales son, esencialmente, cosas implicadas en un proceso de
devenir; y esto es porque esta’n siempre tratando de llegar a ser
encarnaciones adecuadas de sus respectivas formas sin lograrlo
nunca de modo absoluto. En este sentido, cualquier cosa de la natu-
raleza es, en algún grado, irreal en el segundo sentido de la palabra:
no una mera apariencia, menos todavía una flusión, sino algo que no
logra del todo ser e’l mismo. Hegel acepta esta idea platónico-aris-
tote’lica de la naturaleza.
Tanto para Hegel como para Aristóteles, la naturaleza se halla
infundida de Με…; todo en la naturaleza trata de llegar a ser algo
definido; pero la convergencia del proceso con su propia meta es
siempre asintótica y nunca alcanza el punto de coincidencia. Así es
como las leyes de la naturaleza no son lo que los científicos moder-
nos llaman leyes estadísticas, leyes que no describen con exacto
rigor el comportamiento de cada uno de los individuos a que se
aplican, sino la tendencia general de su comportamiento, el tipo de
comportamiento hacia el cual se orienta su movimiento. En este
sentido la naturaleza no es real; nada hay en la naturaleza que col-
me en forma plena las medidas de nuestra descripción científica de
ella, y no porque nuestras descripciones necesiten ser corregidas,
sino porque siempre hay en la naturaleza una especie de rezago, un
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LA VISIÓN RENACENTISTA DE LA NATURALEZA
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HEGEL: LA TRANSICIÓN A LA IDEA MODERNA DE LA NATURALEZA
Los conceptos del espíritu, por otra parte, son (como los de la
naturaleza) conceptos que determinan el carácter de una clase espe-
cial de cosas que existen realmente: pero esta clase de cosas (a saber,
las espirituales) poseen la peculiaridad de imponerse a sí mismas
este carácter por su propia actividad y, por consiguiente, son libres
para desarrollar en sí mismas la posesión perfecta de este carácter.
Estos conceptos definen lo que el espíritu tiene que ser, y lo que el
espíritu tiene que ser puede ser y, además, conoce que tiene que ser
esto en la medida en que está ya sie’ndolo. La moralidad, por ejem-
plo, es un concepto del espíritu, y sólo un espíritu que es ya un agen-
te moral reconoce que tiene que ser un agente moral.
La manera en que Hegel piensa los conceptos o formas que diri-
gen los procesos de la naturaleza es paralela al modo en que Platón
pensó todas las formas. El mismo Platón explica que el concepto
del estado ideal no puede ser realizado exactamente en ningún esta-
do real, porque siendo la naturaleza humana lo que es, nunca pue-
de organizarse ella misma como encarnación perfecta de tal con-
cepto; sin embargo, la exigencia de que esto ha de hacerse, la
exigencia de que la forma del estado ideal ha de realizarse en la na-
turaleza humana, es una exigencia esencial a la forma misma: de
suerte que la forma impone a la naturaleza humana una tarea a la
que no puede sustraerse y la que, sin embargo, no puede esperar
jamás colmar realmente.
Pero ¿por que’ supuso Hegel que todas las formas de la natura-
leza poseen este extraño carácter? Para responder a la pregunta
tenemos que preguntarnos todavía cua’l es la diferencia de la natu-
raleza, la peculiaridad que la distingue, como un todo, de la Idea,
por una parte, y del espíritu, por otra. La respuesta de Hegel es que
la naturaleza es, esencialmente, la realidad externa, el mundo exte-
rior. Exterior no quiere decir en este caso exterior a nosotros. En
modo alguno la naturaleza es exterior a nosotros. No es exterior a
nuestros cuerpos; por el contrario, nuestros cuerpos son parte y
parcela de ella; tampoco es exterior a nuestras mentes, pues ningu-
na cosa puede ser exterior a otra a no ser que ambas ocupen posi-
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HEGEL: LA TRANSICIÓN A LA IDEA MODERNA DE LA NATURALEZA
mos decir que el cuerpo esta’ aquí; nunca puede decir uno: “Yo soy
ahora, en este instante, viviente”. Aunque señalemos un decímetro
cúbico de espacio al decir aquí y un periodo de ocho años al decir
ahora tampoco podemos sostener que el ser del cuerpo se halle con-
tenido por completo dentro de esa circunscripción o el ser del orga-
nismo dentro de ese periodo; en ambos casos, el ser de la cosa reba-
sa los límites fijados; el cuerpo se hace sentir por sus efectos
gravitatorios a través del espacio, y el organismo, ya le considere-
mos física, química, biológica o moralmente, no es más que una
concreción temporal y local de una corriente vital que se extiende
mucho más allá por todas direcciones, y lo que nosotros llamamos
sus peculiaridades son, en realidad, características que impregnan
esa corriente vital como un todo.
Siguiendo esta línea de pensamiento, pronto llegamos a la con-
cepción que Whitehead ha redescubierto y hecho familiar en nues-
tros días, a saber, que cada trozo de materia del mundo no se halla
localizado aquí o allí sencillamente, sino en todas partes. Esta con-
cepción, como ha subrayado Whitehead, en modo alguno repugna
a la física moderna; y he aquí un hecho notable de la cosmología
moderna, a saber, que la ciencia física de hoy día ha llegado a una
idea de la materia y de la energía que concuerda hasta tal punto con
las consecuencias de la teoría de Hegel sobre la naturaleza, que un
filósofo-científico como Whitehead puede volver a formular la teo-
ría de Hegel (sin saber que se trata de Hegel, pues no creo, a juzgar
por las apariencias, que lo haya leído) abandona’ndose con tranqui-
la conciencia a su ímpetu y resolviendo con alegría, como dice e’l
mismo, el concepto de naturaleza en el concepto de actividad pura.
Pero lo que ha sido posible para Whitehead no fue posible para
Hegel, porque la física de sus días era todavía la física de Galileo y
de Newton, una física concebida en términos de cosas “simplemen-
te localizadas” (para emplear la expresión de \Nhitehead) en el espa-
cio. Por eso mismo toda la teoría natural hegeliana se halla desga-
rrada por un dualismo que acaba a la larga por quebrantarla.
Tenemos, por una parte, el supuesto previo heredado del siglo XVII,
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LA VISIÓN RENACENTISTA DE LA NATURALEZA
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HEGEL: LA TRANSICIÓN A LA IDEA MODERNA DE LA NATURALEZA
Newton era bueno para ellos y sería bueno para todas las genera-
ciones futuras. Esta querella entre Hegel y sus contemporáneos sur-
gió de ciertas discrepancias íntimas del propio pensamiento de
Hegel.
No hacía sino seguir a Kant y a Newton, a Descartes y a Galileo
cuando consideraba el espacio vacío y el tiempo como las cosas fun-
damentales de la naturaleza, la doble armazón en que se extiende
todo hecho natural; por otra parte, piensa que el movimiento que
penetra la naturaleza entera es, como pensaban Platón y Aristo’te-
les, una versión de algo más fundamental, a saber, el proceso lógi-
co, en términos de espacio y tiempo; pero ve que si se toma en serio
la concepción de la naturaleza como extendida en el espacio y en el
tiempo, nos abocamos a la conclusión de que ninguna cosa o pro-
ceso natural posee un hogar propio ni en el espacio ni en el tiem-
po, y de este modo la idea misma de existir en el espacio o de ocu-
rrir en el tiempo es una idea que se contradice a sí misma.
¿Qué hace Hegel en esta situación? Cuando algunos filósofos
tropiezan con algo contradictorio en sí mismo declaran que, por
tal razón, es una pura apariencia y no una realidad. Pero a Hegel
no le era posible escaparse de este modo, porque siendo un ultra-
rrealista en su teoría del conocimiento, las cosas que aparecen, cua-
lesquiera que ellas sean, en la medida en que realmente aparecen
son también reales. Ahora bien, la naturaleza se nos aparece real-
mente; es visiblemente presente a nuestros sentidos o, mejor dicho,
como lo ha puesto de manifiesto Kant, no a nuestros sentidos, sino
a nuestra imaginación, e inteligiblemente presente al pensamiento
del científico. Por consiguiente, es real. Pero la contradicción que
abriga prueba, según Hegel, que no es algo completo; es algo empe-
ñado en convertirse en algo diferente. Este algo diferente en que la
naturaleza esta” empeñada es el espíritu. Por consiguiente, podría-
mos decir que para Hegel la naturaleza implica el espíritu. Pero esta
implicación nada tiene que ver con un movimiento del pensamien-
to. No quiere decir que al pensar en la naturaleza nos vemos forza-
dos a avanzar y pensar en el espíritu. Tampoco quiere decir que la
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LA VISIÓN RENACENTISTA DE LA NATURALEZA
naturaleza sea algo que no puede existir a menos que exista tam-
bién el espíritu. Quiere decir que la naturaleza constituye una fase
en un proceso real que conduce a la existencia del espíritu. La natu-
raleza es para e’l una abstracción, como lo fue para Berkeley y para
Kant; pero una abstracción real, no una abstracción mental. Entien-
do por abstracción real una fase real en un proceso real, una fase
en sí misma y aparte de la fase subsiguiente, a la que conduce. Así,
el desarrollo de una yema es un proceso que acontece realmente y
acontece antes de que la flor se halle formada por completo; la sepa-
ración de las dos cosas, la yema y la flor, no es una ficción de la
mente humana; pero aunque la yema posee un carácter propio real-
mente diferente del de la flor, también es cierto que tiende a con-
vertirse en una flor y esta actividad de convertirse en una flor cons-
tituye parte de su esencia y hasta es la parte más esencial de esa
esencia. Así tenemos que la yema y la flor son fases de un mismo
proceso, y la yema en sí misma una abstracción de tal proceso. Pero
una abstracción hecha por la naturaleza, la que por todas partes
trabaja de este modo a través de fases sucesivas del proceso, hacien-
do una cosa antes de empezar con la siguiente. Ahora bien, la natu-
raleza como un todo implica para Hegel el espíritu del mismo modo
en que la yema implica la flor; la naturaleza tiene antes que nada
que ser ella misma y por eso nuestra concepción de ella es verdade-
ra y no ilusoria; pero esta’ siendo ella misma sólo provisionalmen-
te; marcha a dejar de ser ella misma y a convertirse en espíritu, del
mismo modo en que la yema esta’ siendo ella misma únicamente
para dejar de ser yema y convertirse en flor. Y este carácter provi-
sional de la yema como una fase transitoria del proceso entero apa-
rece, lógicamente, como una autocontradicción en la idea de una
yema, una contradicción entre lo que es su ser y lo que es su deve-
nir. La contradicción no es culpa del botánico; no es, en general,
culpa alguna; es una característica inherente a la realidad en la
medida en que realidad quiere decir lo que existe aquí y ahora, esto
es, el mundo de la naturaleza.
En un aspecto resulta imperfecto el paralelo entre el proceso que
180
HEGEL: LA TRANSICIÓN A LA IDEA MODERNA DE LA NATURALEZA
181
LA VISIÓN RENACENTISTA DE LA NATURALEZA
za a las superiores. Ahora bien, hay una razón que explica por que’
Hegel adoptó esta posición. La razón es que no es posible que un
mundo de la materia puramente muerto y mecánico, tal como lo
concebían los físicos en sus días (y que e’l aceptaba como punto de
partida) produzca Vida haciendo la única cosa que es capaz de hacer,
a saber redistribuirse en el espacio. En los seres vivos hay un nuevo
principio de organización actuando que difiere cualitativamente
del de la materia muerta; y como el reino de la materia se halla por
hipótesis desprovisto de diferencias cualitativas, no podía producir
en sí misma esa particular novedad cualitativa. Por consiguiente,
mientras los físicos estuvieran contentos con su concepción de la
materia muerta, su autoridad hacía imposible la aceptación de una
teoría evolutiva.
En este punto observamos una vez más el carácter incompleto
de la Naturphilosophie de Hegel, las contradicciones no resueltas de
su base lógica. ¿Qué es lo que estaba haciendo? ¿Pretendía ofrecer
una versión filosófica, a la manera kantiana, de lo que los científi-
cos de la naturaleza habían logrado de verdad y en lo que, en ver-
dad, creían? En otras palabras ¿es que su Naturphilosophie repre-
senta un intento de responder a la pregunta de cómo los científicos
llegan a conocer lo que de hecho conocen? ¿O pretendía ir más alla”
de los resultados obtenidos por los hombres de ciencia y buscaba
una serie diferente de resultados valiéndose de un método que no
era el método tradicional de la ciencia natural, sino su propio méto-
do filosófico?
Se le ha reprochado por haber hecho ambas cosas y, cada vez,
en razón de que debía de haber hecho la contraria. La verdad es que
estaba realmente haciendo las dos. Comienza por aceptar provisio-
nalmente la ciencia natural de su tiempo (y esto se le ha reprocha-
do a menudo y con encono y bien injustamente, es decir, el haber
aceptado lo que le comunicaban hombres que por haber vivido a
fines del siglo XVIII se supone ahora que eran buenas muestras de
necedad medieval) y llega a sentirse profundamente insatisfecho
con esta ciencia natural coeta’nea y trata de mejorarla de acuerdo
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HEGEL: LA TRANSICIÓN A LA IDEA MODERNA DE LA NATURALEZA
con sus propias ideas acerca de lo que la ciencia debe ser. Y tam-
bién se le ha reprochado con frecuencia y encono y bastante injus-
ticia el haber hecho esto, es decir, el no haber aceptado lo que aque-
llos presuntos necios le comunicaban y haber pretendido criticar
su obra cuando lo que le correspondía era aceptarla como “científi-
ca” y, por lo mismo, sacrosanta.
Hegel pugnaba por llegar a una síntesis entre la ciencia de su
tiempo y los resultados que había obtenido con sus propios méto-
dos, entre la idea de la naturaleza como máquina y la concepción
de la realidad toda envuelta en proceso. Tenía razón al pensar que
era necesaria una síntesis. No digo que tuviera razón por lo que res-
pecta a la síntesis particular a que llegó. Lo que digo es que se halla-
ba en un apuro y trató (habiéndose entregado a una distinción insa-
tisfactoria entre ciencia natural y filosofía) de resolver mediante la
filosofía los problemas de la ciencia natural, sin ver que la ciencia
natural es la que tiene que resolver sus propios problemas en sus
propias épocas y con sus propios métodos. Trato’ de anticipar
mediante la filosofía algo que, de hecho, no podía ser sino el des-
arrollo futuro de la ciencia natural. Su anticipación, como pode-
mos Verlo ahora, fue sorprendentemente exacta en varios sentidos,
pero el pensamiento científico no tiene lugar reservado a la antici-
pación; no aprecia más que los resultados científicamente logrados.
183
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TERCERA PARTE
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I. EL CONCEPTO DE VIDA
§ 1. BIOLOGÍA EVOLUCIONISTA
187
LA IDEA \.lODERN.-\ DF [..-Χ ΝΑ΄Γ1Ή.-Χ1.1.-'|..'Α
188
EL CONCEPTO DE VIDA
189
LA IDEA MODERNA DE Ι.Λ ΝΛ'1'υΒΑ11Ε/.'Λ
190
EL CONCEPTO DE VIDA
§ 2. BERGSON
191
LA IDEA MODERNA DE l..~\ NATURALEZA
192
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I93
LA IDEA MODERNA DE LA NATURALEZA
194
EL CONCEPTO DE VIDA
195
1.Α IDEA .\l()DFl\‘\.‘:\ [Hi I Λ .Χ'.ΧΓ['11Α1.1ζ/,΄Λ
196
EL CONCEPTO DE VIDA
197
II. LA FÍSICA MODERNA
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LA IDEA MODERNA DE LA NATURALEZA
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LA FÍSICA MODERNA
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LA IDEA MODERNA DE LA NATURALEZA
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LA FÍSICA MODERNA
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LA FÍSICA MODERNA
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LA IDEA NIODERNA DE LA NATURALEZA
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LA FÍSICA MODERNA
al choque con e’l, sino a una repulsión análoga a la que hace que los
polos nórdicos de dos agujas magnéticas se repelan entre sí.
De nuevo encontrarnos que el concepto fundamental de la mate-
ria ha experimentado una profunda alteración en su estructura. La
vieja idea era que, primero que nada, un determinado trozo de mate-
ria es lo que es y que, en razón de que goza de esa naturaleza, per-
manente e inmutable, actúa en ocasiones diversas de diversas mane-
ras. Porque un cuerpo posee en sí mismo o intrínsecamente cierta
masa, ejerce una fuerza determinada al chocar o al atraer otros cuer-
pos. Pero, ahora, las energías pertenecientes a los cuerpos materiales
no sólo explican su acción recíproca, sino también la extensión y la
masa de cada cuerpo en sí mismo; porque un centímetro cúbico de
hierro ocupa no más de un centímetro cúbico a causa del equilibrio
entre las fuerzas atractivas y repulsivas de los átomos que lo compo-
nen y éstos, a su vez, son átomos de hierro únicamente a causa de las
pautas rítmicas establecidas por las fuerzas atractivas y repulsivas de
los electrones que los componen. Resulta, pues que no sólo las cuali-
dades químicas, sino hasta las mismas propiedades físicas y cuantita-
tivas se conciben ahora como una función de la actividad. Lejos de
ser verdad que la materia hace lo que hace porque, con independen-
cia de lo que hace, es lo que es, se nos dice ahora que la materia es lo
que es a causa de que hace lo que hace; o, hablando con más rigor,
ser lo que es es la misma cosa que hacer lo que hace. Una vez más, y
ahora no sólo en la química sino en el campo mas fundamental de la
física, ha surgido una nueva semejanza entre la materia, por un lado,
y el espíritu y la vida, por otro: ya no se antepone la materia al espí-
ritu y a la vida como el reino en el cual el ser es independiente del
actuar y lógicamente anterior a e’l, sino que se le parece como un ter-
cer reino en el que el ser no es, en el fondo, sino actuar.
Para mostrar que los filósofos de hoy día que poseen una pre-
paración científica reconocen claramente estas consecuencias per-
mítaseme citar un breve pasaje de Whitehead, cuya anterior carrera
como matemático y físico se prolonga tan brillantemente con su
obra de filósofo:
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LA IDEA MODERNA DE LA NATURALEZA
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LA FÍSICA MODERNA
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LA IDEA MODERNA Dl-I LA NA’I‘URALEZA
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ξ 4. LA FINITUD DE LA NATURALEZA
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LA IDEA MODERNA DE LA NATURALEZA
en el que nada está situado y, si las tenemos, cuáles son. Por un lado,
las ideas de espacio y tiempo no parecen ser más que abstracciones
de la idea de movimiento; por otro, parecen ser los supuestos lógi-
cos previos de tal idea. La física moderna es capaz de tratarlas como
abstracciones de esa idea, pero el pensamiento filosófico, a partir
de Kant, se ha acostumbrado a tratarlas como supuestos previos.
Supongamos, sin embargo, que es el pensamiento filosófico
quien tiene razón. Si el espacio y el tiempo son lógicamente ante-
riores al movimiento y no sus meras abstracciones, se seguirá que,
hablando cosmológicamente, esto es, hablando no de presuposi-
ciones lógicas sino de la existencia real, el espacio y el tiempo tuvie-
ron que existir realmente antes que los movimientos comenzaran y . '
fuera de la región donde los movimientos tienen lugar. Argumen-
tar en esta forma equivale a hipostasiar conceptos, al atribuir exis-
tencia real a algo que, en realidad, sólo posee un ser lógico. Así como
Tales pensó la materia como algo que debió haber existido realmen-
te antes de que el mundo fuera hecho de ella, mientras que la mate-
ria, en el sentido griego del término, no es más que una abstrac-
ción lógica, así los críticos de la ciencia moderna, que se conturban
con la idea de un universo finito, esta’n pensando el espacio y el
tiempo vacíos como dos ge’neros de vaciedades que deben existir
realmente antes y por fuera del universo, siendo así que, de hecho,
no son más que sus supuestos lógicos y no el alve’olo en que se
engarza como un cristal o el seno vacío en el que se forma como
un niño.
A medida que se desarrollaba y criticaba la concepción de la
materia propia de Tales, el pensamiento griego llego’ a la conclu-
sión de que materia significa realmente potencia, de suerte que
hablar de materia como de algo que existiera antes del mundo sólo
querría decir que antes de que el mundo viniera a la existencia había
la posibilidad de que esto ocurriera. En el mismo sentido se podría
decir, acaso, que el espacio-tiempo vacío, que es el fantasma de la
vieja idea de materia, significa realmente la potencialidad del movi-
miento; de suerte que, si insistimos sobre la idea de un tiempo pre-
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LA FÍSICA MODERNA
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LA IDEA MODERNA DE LA NATURALEZA
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LA FÍSICA MODERNA
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III. LA COSMOLOGÍA MODERNA
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LA IDEA MODERNA DE LA NATURALEZA
§ 1. ALEXANDER
‘Space, Time, and Deity (2 vols.), Gifford Lectures, 1916-1918, Londres, Macmillan, 1920.
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LA IDEA \rl()l)lïl\‘i\":\ ΠΕ 1.Α 1Χ1.-11'1111ΛΙ,1ι΄/,΄Λ
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LA COSMOI.OGÍA MODERNA
existir); Dios, nos dice, es, por consiguiente, no más que una ima-
gen, pero una imagen eminentemente digna de ser pintada aunque
nada real corresponda a ella (o, tendremos que añadir, nunca ven—
drá a corresponder a ella). Por eso, cuando Alexander se pregunta
si podrá apoyar la creencia, común a la religión y a la cosmología
tradicional, de que Dios es el creador del mundo, contesta que, por
el contrario, tiene que rechazarla: es el espacio-tiempo quien es el
creador y no Dios; y, hablando con rigor, Dios no es un creador,
sino una criatura. Esta conclusión no sería de objetar en una filo-
sofía cuyo método pretendiera ser el de la deducción rígida; por-
que un me’todo semejante, caso de que llegara a conclusiones con-
trarias a las ideas corrientes, estaría autorizado a defenderlas con
argumentos (como Spinoza defiende su idea de que nuestra noción
corriente de la libertad es una ilusión); pero en una filosofía cuyo
concepto metodológico principal es el de la piedad natural sí resul-
ta objetable, porque una filosofía semejante habría de tomar las ide-
as corrientes tal como las halla y nada hay más esencial a la idea
corriente de Dios que la creencia de que ha creado el mundo.
Vemos, pues, que, a pesar de los brillantes méritos de la obra de
Alexander —uno de los triunfos mayores de la filosofía moderna y
una obra donde no hay página que no exprese verdades luminosas
e importantes—, hay en ella un como vacío entre la lógica del sis-
tema y los materiales, derivados de su experiencia general como
hombre, que ha pretendido elaborar con el sistema. De acuerdo con
la lógica del sistema, Alexander debió haber negado, desde el
comienzo, la necesidad lógica, entrega’ndose al empirismo puro; al
llegar al final, debio’ haber negado a Dios, entrega’ndose al ateísmo
puro (excepto en la medida en que identificara a Dios con el espa-
cio-tiempo). Y es fácil que esos dos pasos pudieran darlos secuaces
suyos menos ricamente dotados que e'l con la experiencia de la vida
y del pensamiento; filósofos más sagaces pero no tan grandes hom-
bres como e’l. El otro modo alternativo de seguirle es volver a con-
siderar la lógica del sistema y, especialmente, volver a plantear la
cuestión de si las características categoriales que impreglmn la na-
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LA IDEA NIODERNA DE LA NATURALEZA
6 2. WHITEHEAD
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LA COSMOLOGÍA MODERNA
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1..-Χ1111-*.Χ *.Χ|()1)1*΄11ΝλΙ"."| λΝλΠ'11'λΙ l-‘/.-\
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LA COSMOLOGÍA MODERNA
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Ι,Λ [Di-1A MODERNA Dli LA ΝΛ΄Ι*|,ΉΛΙ,|ε/,΄Λ
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