Lengua y Comunicación 2 - EDUC A DIST
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Lengua y Comunicación 2 - EDUC A DIST
COMUNICACIÓN 2
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MANUAL DE EDUCACIÓN A DISTANCIA
GOBERNADORA DE LA PROVINCIA DE BUENOS AIRES
Lic. María Eugenia Vidal
SUBSECRETARIO DE EDUCACIÓN
Lic. Sergio Siciliano
PRESENTACIÓN
Este material que hoy llega a sus manos forma parte de una serie de módulos del Programa de
Educación a Distancia (Res. 106/18) de la Dirección de Educación de Adultos de la Provincia de Buenos
Aires. El mismo busca ampliar el acceso a la educación secundaria de aquellos jóvenes y adultos
mayores de 18 años que se encuentren imposibilitados de concurrir a nuestras escuelas.
La evolución de las tecnologías de la información y de la comunicación nos permite repensar el
modelo educativo de enseñanza-aprendizaje. El objetivo de la modalidad a distancia es superar las
limitaciones de tiempo y espacio de todos aquellos bonaerenses que quieran terminar sus estudios
secundarios. Este Programa tiene como propósito que los estudiantes puedan ingresar y egresar en
cualquier momento del año, avanzando según su propio ritmo y con la posibilidad de organizar su
trayecto formativo.
La Educación a Distancia es una herramienta que se suma a las ofertas de terminalidad secundaria
que ofrece la provincia de Buenos Aires en pos de alcanzar a aquellos que el sistema educativo no les
proponía una alternativa de estudio que no requiera concurrir a los servicios educativos presenciales
de tiempo completo y con desplazamiento diario.
Esta modalidad se caracteriza por la mediatización de la relación entre el docente y el estudiante, a
Los estudiantes contarán así con el acompañamiento permanente de un profesor tutor a través de
los distintos recursos que ofrece el Campus Virtual (campusvirtualadultos.com.ar), y también en
instancias presenciales de encuentros individuales e intercambios abiertos grupales para compartir
intereses, preocupaciones, dudas, opiniones, explicaciones, materiales, etc.
Este material estará disponible tanto en formato digital como impreso, para que sin importar sus
posibilidades, los estudiantes tengan acceso al mismo. Completar sus estudios secundarios es,
fundamentalmente, dar un paso más en la construcción de su ciudadanía.
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Pensemos por ejemplo cuando vemos una película de terror, una
policial, o una de ciencia ficción: normalmente no preguntamos si son o
no posibles en la realidad las situaciones que presentan, los personajes,
los lugares, etc., si es realista o no es realista lo que allí sucede. Por el
contrario realizamos, en tanto espectadores, un pacto: nos sentamos a
mirar una película no para dudar o afirmar de su veracidad en tanto dato
de la realidad (como haríamos si miráramos un documental), sino que le
pedimos que no defraude nuestra intención de creer que, dentro de las
características de ese género de películas, se realizarán determinadas
acciones que son esperables y no otras; que cumpla con los requisitos
para que podamos disfrutarla. Le pedimos, en definitiva, “creer que es
creíble” lo que nos cuenta dentro de ese mundo construido desde la ficción,
con sus propias reglas. Esto significa que si la ficción que estamos viendo
en un cine o en la televisión pertenece al género policial, la resolución
no puede del tipo fantástico. Como veremos más adelante la literatura
policial se define por una secuencia de acciones lógicas que se encuadran
en una investigación a través de la cual se llegará a resolver un enigma
y a determinar la culpabilidad de algún personaje. Sólo si se cumplen
estas reglas, se podrá construir este pacto, serán consideradas como
pertenecientes a ese género discursivo literario y no a otro. Con algunas
variantes, estas características nos permitirían “creer como creíble” lo que
estamos viendo en la pantalla.
Lo mismo sucede con la literatura. Establecemos un pacto de lectura a
partir del cual sabemos que lo que leemos es producto de la invención del
autor, pero que ese mundo que él construye -como todo género discursivo-
tiene sus temas, sus selecciones léxicas, su composición.
Infeliz es aquel a quien sus recuerdos infantiles sólo traen miedo y tristeza. Desgraciado aquel que vuelve la
mirada hacia horas solitarias en bastos y lúgubres recintos de cortinados marrones y alucinantes hileras de
antiguos volúmenes, o hacia pavorosas vigilias a la sombra de árboles descomunales y grotescos, cargados
de enredaderas, que agitan silenciosamente en las alturas sus ramas retorcidas. Tal es lo que los dioses me
destinaron… a mí, el aturdido, el frustrado, el estéril, el arruinado; sin embargo, me siento extrañamente satisfecho
y me aferro con desesperación a esos recuerdos marchitos cada vez que mi mente amenaza con ir más allá, hacia
el otro.
No sé dónde nací, salvo que el castillo era infinitamente horrible, lleno de pasadizos oscuros y con altos cielos
rasos donde la mirada sólo hallaba telarañas y sombras. Las piedras de los agrietados corredores estaban siempre
odiosamente húmedas y por doquier se percibía un olor maldito, como de pilas de cadáveres de generaciones
muertas. Jamás había luz, por lo que solía encender velas y quedarme mirándolas fijamente en busca de alivio;
tampoco afuera brillaba el sol, ya que esas terribles arboledas se elevaban por encima de la torre más alta. Una
sola, una torre negra, sobrepasaba el ramaje y salía al cielo abierto y desconocido, pero estaba casi en ruinas y
sólo se podía ascender a ella por un escarpado muro poco menos que imposible de escalar.
Debo haber vivido años en ese lugar, pero no puedo medir el tiempo. Seres vivos debieron haber atendido a mis
necesidades; sin embargo, no puedo rememorar a persona alguna excepto yo mismo, ni ninguna cosa viviente
salvo ratas, murciélagos y arañas, silenciosos todos. Supongo que, quienquiera que me haya cuidado, debió haber
sido asombrosamente viejo, puesto que mi primera representación mental de una persona viva fue la de algo
semejante a mí, pero retorcido, marchito y deteriorado como el castillo. Para mí no tenían nada de grotescos los
huesos y los esqueletos esparcidos por las criptas de piedra cavadas en las profundidades de los cimientos
Obras Completas H.P.Lovecraft. Buenos Aires, Diada, 2011
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» ACTIVIDAD 1 Obligatoria
a) Hay alguien que está contando una historia; a ese alguien en literatura lo llamamos narrador .
Imaginen ahora las características de este narrador y redacten un breve texto descriptivo. Pueden
utilizar las siguientes preguntas como guía: ¿quién es? ¿qué aspecto tiene? ¿qué edad tiene? ¿a
qué se dedica? ¿desde qué momento de su vida o desde qué época narra este fragmento?
b) En la consigna que presenta el fragmento se menciona al autor del cuento al que pertenece.
¿Qué diferencias existirán entre el autor y el narrador? Pueden investigar en distintas fuentes
de información que traten la diferencia entre estos dos conceptos para redactar la respuesta
(diccionarios, enciclopedias, Google, manuales escolares, etc.)
c) ¿A qué género de ficción les parece que pertenece este fragmento? Para responder, tengan en
cuenta los distintos elementos que aparecen en el texto (personajes, espacios, tiempo, acciones,
objetos, etc.)
2. 1. Continuamos…
Continuamos con la
lectura del apunte
Ya podemos identificar algunos de los elementos que nos ayudan a
construir un texto de ficción: un narrador y unos hechos que ocurren en un
espacio y un tiempo determinados.
Seguramente lograron reconocer en la actividad pedida quién cuenta
la historia, esto es porque el fragmento leído tiene datos que permiten
reconstruirlo: referencias personales (“Tal es lo que los dioses me
destinaron… a mí”) o frases enteras que sirven para describirlo (“me
siento extrañamente satisfecho y me aferro con desesperación a esos
recuerdos marchitos”), verbos que van relatando las acciones que realiza
(“me aferro con desesperación” “Debo haber vivido años en ese lugar”),
y una ubicación en un espacio determinado (“(…) que el castillo era
infinitamente horrible”).
También vimos que en este texto de ficción el espacio no es solamente
un lugar, es decir, no hubiéramos obtenido grandes datos de quién era
el narrador, de qué le sucedía, con qué ánimo se encontraba si no fuera
porque existe una descripción de un espacio en el cual él se encuentra:
no dice solamente “ … el castillo era infinitamente horrible, lleno de
pasadizos oscuros y con altos cielos rasos donde la mirada sólo hallaba
telarañas y sombras”, sino que nos va describiendo más detalles de esa
situación específica, pero también sobre la angustia que transmite al
estar solo y oprimido en un ambiente horrorosamente detallado. Todos
estos datos que el narrador nos otorga forman parte de la construcción de
lo que llamaremos verosímil: el autor (H.P. Lovecraft, una persona real ya
fallecida), inventa un narrador, un ser extraño que narra la angustia que
siente ante su origen desconocido y el lugar que habita; nos cuenta una
historia, de tal manera que podemos introducirnos en ella, imaginando
aún más cosas que las que percibimos a simple vista: es decir, Lovecraft
además de crear al narrador, inventa también un mundo en el cual el lugar
específico, las sensaciones relacionadas con él que van apareciendo
se relacionan de una manera congruente, “encajan”, es decir este autor
construye un verosímil: un mundo que es creíble en esa narración. De eso
se trata el pacto de lectura referido anteriormente: encontrar un verosímil,
una historia creíble, en el texto literario que estamos leyendo.
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En esta narración, todos los datos que forman parte de su verosimilitud
se relacionan con el espanto y el terror, género literario en el que se destacó
el escritor H.P. Lovecraft.
» ACTIVIDAD 2
Ustedes también pueden tomar el rol de escritores. Como dijimos, los escritores no “sacan de la
nada” sus narraciones, sus verosímiles. Entonces, como primer trabajo de escritura de ficción,
realizarán lo siguiente:
a) Recuerden algún lugar de la infancia, de la adolescencia, de la actualidad, que les parezca
interesante ya sea porque se tejieron historias barriales alrededor de él, porque allí les sucedieron
hechos agradables o desagradables, o simplemente porque por algún motivo aún lo tienen presente
en su memoria. Si no recuerdan ningún espacio significativo, pueden inventar alguno.
Para la realización de esta situación de escritura, deberán además inventar un narrador que
describa ese espacio elegido con el mayor lujo de detalles posible, tratando al mismo tiempo de
mostrar las sensaciones que ese lugar les produce, como se narra en el fragmento del cuento de
H. P. Lovecraft. Para poder construir ese narrador la sugerencia es que describan el lugar como si
fueran otra persona: un anciano, una niña, un ama de casa, un maestro, etc. Esto los ayudará a
tomar distancia del espacio real (o no) recordado para ir construyendo un mundo posible ficcional.
Vamos a continuar con la lectura de un fragmento del cuento “Agosto de 2026: Vendrán
lluvias suaves” del escritor norteamericano Ray Bradbury:
La voz del reloj cantó en la sala: tictac, las siete, hora de levantarse, hora de levantarse, las siete, como si temiera
que nadie se levantase. La casa estaba desierta. El reloj continuó sonando, repitiendo y repitiendo llamadas en el
vacío. Las siete y nueve, hora del desayuno, ¡las siete y nueve!
En la cocina el horno del desayuno emitió un seseante suspiro, y de su tibio interior brotaron ocho tostadas
perfectamente doradas, ocho huevos fritos, dieciséis lonjas de jamón, dos tazas de café y dos vasos de leche fresca.
–Hoy es cuatro de agosto de dos mil veintiséis –dijo una voz desde el techo de la cocina– en la ciudad de
Allendale, California. –Repitió tres veces la fecha, como para que nadie la olvidara–. Hoy es el cumpleaños del
señor Featherstone. Hoy es el aniversario de la boda de Tilita. Hoy puede pagarse la póliza del seguro y también
las cuentas de agua, gas y electricidad.
En algún sitio de las paredes, sonó el clic de los relevadores, y las cintas magnetofónicas se deslizaron bajo ojos
eléctricos.
Las ocho y uno, tictac, las ocho y uno, a la escuela, al trabajo, rápido, rápido, ¡las ocho y uno! Pero las puertas
no golpearon, las alfombras no recibieron las suaves pisadas de los tacones de goma. Llovía afuera. En la puerta
de la calle, la caja del tiempo cantó en voz baja: Lluvia, lluvia, aléjate... zapatones, impermeables, hoy… Y la lluvia
resonó golpeteando la casa vacía.
Afuera, el garaje tocó unas campanillas, levantó la puerta, y descubrió un coche con el motor en marcha. Después
de una larga espera, la puerta descendió otra vez.
A las ocho y media los huevos estaban resecos y las tostadas duras como piedras. Un brazo de aluminio los echó
en el vertedero, donde un torbellino de agua caliente los arrastró a una garganta de metal que después de digerirlos
los llevó al océano distante. Los platos sucios cayeron en una máquina de lavar y emergieron secos y relucientes.
Las nueve y cuarto, cantó el reloj, la hora de la limpieza.
Ray Bradbury, Crónicas marcianas, Buenos Aires, Minotauro, 1980, pp. 226-233.
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» ACTIVIDAD 3
Después de la lectura del fragmento del cuento “Agosto de 2026: Vendrán lluvias suaves”, responder
los siguientes interrogantes:
a) ¿Qué diferencias notan entre el narrador de este cuento de Bradbury y el narrador del fragmento
de Lovecraft? ¿tienen la misma relación con aquello que están narrando, con los espacios y los
personajes?
b) ¿Dentro de qué género ficcional podría ubicarse este fragmento? Hacer referencia a elementos
que aparezcan en el texto (personajes, tiempo, espacios, objetos, acciones, etc.)
2. 4. Recapitulando
Continuamos con la
lectura del apunte
No todas las ficciones construyen su verosímil utilizando el tiempo de una
manera tan evidente como en el texto de Bradbury, en el que esta categoría
literaria aparece exageradamente marcada. Sin embargo, tiempo y espacio
son dos elementos indispensables a la hora de construir la verosimilitud
de un relato porque si un texto de ficción ha de ser creíble dentro de ese
mundo posible construido, dentro de su verosímil, son dos elementos que
no pueden dejarse de lado.
Retomemos un poco el fragmento de Lovecraft para corroborar esto.
Allí decía: “(…) recintos de cortinados marrones y alucinantes hileras de
antiguos volúmenes, o hacia pavorosas vigilias a la sombra de árboles
descomunales y grotescos, cargados de enredaderas (…)” Esta expresión,
si bien no tiene la exactitud de reloj del cuento de Bradbury, sí proporciona
una mínima ubicación temporal, y es este dato el que usa el autor para dar
sentido a los hechos narrados.
Volvamos a la pregunta que guía esta Clase: ¿Cómo construimos un
texto de ficción? A esta altura ya estamos en condiciones de afirmar que
necesitamos de una invención que nos ayude a buscar en nuestra memoria
temas que “digan” algo para nuestros lectores; también de una selección
de frases y palabras que construyan los sentidos de lo que queremos
contar, y finalmente organizar todo ello, es decir disponer todos estos
datos en un escrito.
A estos tres momentos, que son válidos para cualquier género discursivo,
agregamos que un texto de ficción, un texto literario, construye un verosímil
y para ello necesita de un narrador que relate los hechos en un tiempo y
un espacio significativos.
Además, las distintas maneras que tienen Lovecraft y Bradbury de construir
sus verosímiles tienen que ver también con que pertenecen a géneros
discursivos literarios diferentes. Recuerden que los géneros discursivos
-aunque no pueden clasificarse con exactitud- suelen reconocerse porque
son relativamente estables en el sentido de que comparten algunos
rasgos comunes. En este caso, los rasgos comunes serían: ambos textos
son de ficción, es decir, literarios; también ambos son cuentos, es decir,
narraciones breves. La diferencia de género tiene que ver con que el tema
que tratan impone una elección de frases y una forma de disponerlas en
sus escritos totalmente diferentes diferentes : el cuento de Lovecraft suele
ubicarse dentro del género de terror, y el de Bradbury, dentro del género
ciencia ficción; el espacio y el tiempo del primero nos acercan más a un
mundo misterioso y el espacio y el tiempo en el cuento de Bradbury nos
arrojan a un hipotético futuro. Estos dos elementos, trabajados en forma
diferencial, hacen que un cuento pueda ubicarse como más cercano a un
género determinado que a otro.
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3. Algunas cuestiones que ayudan a escribir:
recursos de cohesión
Por ejemplo:
No sé dónde nací, salvo que el castillo doce nací era infinitamente horrible,
un castillo lleno de pasadizos horribles y con altos y horribles cielos rasos
donde la mirada sólo hallaba telarañas y sombras horribles. Las piedras
de los agrietados pasadizos del castillo estaban siempre horriblemente
húmedas y con telarañas también húmedas.
Ya se habrán dado cuenta de que el escrito anterior es una reformulación
del fragmento del cuento El extraño. Si Lovecraft hubiera escrito de
esta manera, sin tener en cuenta la repetición de palabras, nos hubiera
resultado muy difícil construir los sentidos que están en el original porque
los mismos términos escritos una y otra vez nos hubieran complicado la
lectura. Para solucionar estas complicaciones la gramática ofrece, una vez
más, su ayuda: los recursos de cohesión.
Sustitución léxica
El sistema de la lengua nos permite el cambio de una palabra (referente)
por otra con un significado similar dentro del texto. Este procedimiento: se
llama sustitución léxica y se puede realizar con diferentes recursos:
● A través de la sinonimia: podemos sustituir las palabras por sinónimos;
es decir términos que comparten igualdad de significados dentro del
texto que escribimos.
“No sé dónde nací, salvo que el castillo era infinitamente horrible (...)
Debo haber vivido años en ese lugar, pero no puedo medir el tiempo”
El término lugar funciona como sinónimo de castillo y su uso evita
repeticiones innecesarias.
● A través de la pronominalización: los pronombres resultan muy
efectivos para sustituir palabras porque no tienen un significado
concreto y esto nos permite utilizarlo en el reemplazo de cualquier
término. Algunos pronombres útiles: él, nosotros, ellos, lo, la, le, este,
aquella, esa, los.
“A las ocho y media los huevos estaban resecos y las tostadas duras
como piedras. Un brazo de aluminio los echó en el vertedero (…)” (Vendrán
lluvias suaves”).
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“Una sola, una torre negra, sobrepasaba el ramaje y salía al cielo abierto
y desconocido, pero estaba casi en ruinas y sólo se podía ascender a ella
por un escarpado muro poco menos que imposible de escalar” (El extraño).
En el primer ejemplo el pronombre los evita la repetición de los referentes
huevos y tostada.
En el segundo la palabra torre es sustituida por el pronombre ella.
● Por medio de la paráfrasis: cuando ya no nos quedan sinónimos
o cuando no los encontramos, podemos utilizar frases que tienen el
mismo significado que las palabras sustituidas.
“En la puerta de la calle, la caja del tiempo cantó en voz baja (…)”
(Vendrán lluvias suaves”).
En la elección de palabras que Bradbury tuvo que realizar en la
construcción de su verosímil, el término referente reloj es sustituido por
una frase que retoma su significado: caja del tiempo.
● Por último encontramos como un recurso de sustitución un
procedimiento llamado elipsis: En la elipsis no hay sustitución de
palabras, la repetición se evita por la omisión del término de referencia,
podemos recomponer su significado por la cercanía de ese referente
dentro del texto.
“Afuera, el garaje tocó unas campanillas, levantó la puerta, y descubrió
un coche con el motor en marcha” (Vendrán lluvias suaves”).
La palabra garaje aparece sólo una vez en la oración. Sin embargo, su
correcta omisión antes de los verbos levantó y descubrió, no es problemática
porque recuperamos su presencia en el texto ya que se encuentra referida
al principio del enunciado.
Ahora bien, seguramente habrán notado que en los dos cuentos aparecen
algunas palabras repetidas lo cual entraría en contradicción con lo que
estamos aprendiendo en esta Clase.
La cuestión es que este tipo de repetición no está vista como un “problema
de escritura que produce confusión”. Todo lo contrario, en literatura la
repetición de algunas palabras es un procedimiento literario mediante el
cual el escritor al disponer las mismas determinadas palabras dentro de
su texto, está interesado en que produzcan sentidos importantes dentro
de la historia.
Llovía afuera. En la puerta de la calle, la caja del tiempo cantó en voz
baja: Lluvia, lluvia, aléjate... zapatones, impermeables, hoy… Y la lluvia
resonó golpeteando la casa vacía. (“Vendrán lluvias suaves”)
ACTIVIDAD 5
Esta actividad propone continuar con su rol de escritores. Como tales, entonces, tendrán que
revisar y reescribir, si es necesario, el texto que produjeron en la actividad 2 en la que inventaron
un narrador y construyeron un espacio.
Los escritores revisan sus textos antes de considerarlos finalizados, es una tarea necesaria en la
que la sistematización de la lengua toma importancia.
Además de fijarse cómo utilizaron el tiempo para construir el verosímil; qué datos temporales
incorporaron que no sólo sean un adorno sino que constituyan algo significativo para lo que están
narrando, van a tener que controlar que “problemas de repetición” presentan en sus escritos y
corregirlos de acuerdo a los recursos de sustitución que estuvieron aprendiendo en la unidad 1.
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Continuamos con la
4. Taller de lectura
lectura del apunte
En este espacio proponemos la lectura de un cuento del escritor argentino
Julio Cortázar, a quien ya conocimos en Lengua y Comunicación 1 por su
texto “La inmiscusión terrupta”. Algunas de las categorías narrativas que
vimos en esta clase (narrador, tiempo y espacio) aparecen dispuestas de
un modo especial en esta historia.
» ACTIVIDAD 6
Después de la lectura del cuento “La noche boca arriba” analicen:
● ¿En cuántos espacios y tiempos transcurren los hechos? Describirlos
● ¿Qué tipo de narrador posee el cuento? Describirlo teniendo en cuenta los distintos tipos de
narradores vistos hasta el momento en otros textos leídos.
● Luego de leer el apartado “Para saber algo más”, analizar qué características del boom
latinoamericano presenta el cuento.
VIDEO
Los cortos fílmicos son también géneros discursivos en los que sus autores suelen versionar
textos literarios. Los invitamos a disfrutar los siguientes videos en los que con estilos diferentes se
reproducen los cuentos leídos. Con toda seguridad observarán nuevos modos de contar lo mismo.
El extraño
https://www.youtube.com/embed/sNX_dLeBKos?rel=0&controls=0&showinfo=0
Vendrán lluvias suaves
https://www.youtube.com/embed/53u4iD_Tkgc?rel=0&controls=0&showinfo=0
La noche boca arriba
https://www.youtube.com/embed/bCLtddjsU6c?rel=0&controls=0&showinfo=0
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H. P. Lovecraft, El extraño
Infeliz es aquel a quien sus recuerdos infantiles sólo traen miedo y tristeza. Desgraciado aquel que vuelve
la mirada hacia horas solitarias en bastos y lúgubres recintos de cortinados marrones y alucinantes hileras
de antiguos volúmenes, o hacia pavorosas vigilias a la sombra de árboles descomunales y grotescos,
cargados de enredaderas, que agitan silenciosamente en las alturas sus ramas retorcidas. Tal es lo que
los dioses me destinaron… a mí, el aturdido, el frustrado, el estéril, el arruinado; sin embargo, me siento
extrañamente satisfecho y me aferro con desesperación a esos recuerdos marchitos cada vez que mi
mente amenaza con ir más allá, hacia el otro.
No sé dónde nací, salvo que el castillo era infinitamente horrible, lleno de pasadizos oscuros y con altos
cielos rasos donde la mirada sólo hallaba telarañas y sombras. Las piedras de los agrietados corredores
estaban siempre odiosamente húmedas y por doquier se percibía un olor maldito, como de pilas de
cadáveres de generaciones muertas. Jamás había luz, por lo que solía encender velas y quedarme
mirándolas fijamente en busca de alivio; tampoco afuera brillaba el sol, ya que esas terribles arboledas
se elevaban por encima de la torre más alta. Una sola, una torre negra, sobrepasaba el ramaje y salía al
cielo abierto y desconocido, pero estaba casi en ruinas y sólo se podía ascender a ella por un escarpado
muro poco menos que imposible de escalar.
Debo haber vivido años en ese lugar, pero no puedo medir el tiempo. Seres vivos debieron haber atendido
a mis necesidades; sin embargo, no puedo rememorar a persona alguna excepto yo mismo, ni ninguna
cosa viviente salvo ratas, murciélagos y arañas, silenciosos todos. Supongo que, quienquiera que me haya
cuidado, debió haber sido asombrosamente viejo, puesto que mi primera representación mental de una
persona viva fue la de algo semejante a mí, pero retorcido, marchito y deteriorado como el castillo. Para
mí no tenían nada de grotescos los huesos y los esqueletos esparcidos por las criptas de piedra cavadas
en las profundidades de los cimientos. En mi fantasía asociaba estas cosas con los hechos cotidianos y
los hallaba más reales que las figuras en colores de seres vivos que veía en muchos libros mohosos. En
esos libros aprendí todo lo que sé. Maestro alguno me urgió o me guió, y no recuerdo haber escuchado
en todos esos años voces humanas…, ni siquiera la mía; ya que, si bien había leído acerca de la palabra
hablada nunca se me ocurrió hablar en voz alta. Mi aspecto era asimismo una cuestión ajena a mi mente,
ya que no había espejos en el castillo y me limitaba, por instinto, a verme como un semejante de las
figuras juveniles que veía dibujadas o pintadas en los libros. Tenía conciencia de la juventud a causa de
lo poco que recordaba.
Afuera, tendido en el pútrido foso, bajo los árboles tenebrosos y mudos, solía pasarme horas enteras
soñando lo que había leído en los libros; añoraba verme entre gentes alegres, en el mundo soleado allende
de la floresta interminable. Una vez traté de escapar del bosque, pero a medida que me alejaba del castillo
las sombras se hacían más densas y el aire más impregnado de crecientes temores, de modo que eché a
correr frenéticamente por el camino andado, no fuera a extraviarme en un laberinto de lúgubre silencio.
Y así, a través de crepúsculos sin fin, soñaba y esperaba, aún cuando no supiera qué. Hasta que en mi
negra soledad, el deseo de luz se hizo tan frenético que ya no pude permanecer inactivo y mis manos
suplicantes se elevaron hacia esa única torre en ruinas que por encima de la arboleda se hundía en el
cielo exterior e ignoto. Y por fin resolví escalar la torre, aunque me cayera; ya que mejor era vislumbrar un
instante el cielo y perecer, que vivir sin haber contemplado jamás el día.
A la húmeda luz crepuscular subí los vetustos peldaños de piedra hasta llegar al nivel donde se
interrumpían, y de allí en adelante, trepando por pequeñas entrantes donde apenas cabía un pie, seguí mi
peligrosa ascensión. Horrendo y pavoroso era aquel cilindro rocoso, inerte y sin peldaños; negro, ruinoso y
solitario, siniestro con su mudo aleteo de espantados murciélagos. Pero más horrenda aún era la lentitud
de mi avance, ya que por más que trepase, las tinieblas que me envolvían no se disipaban y un frío nuevo,
como de moho venerable y embrujado, me invadió. Tiritando de frío me preguntaba por qué no llegaba a
la claridad, y, de haberme atrevido, habría mirado hacia abajo. Se me antojó que la noche había caído de
pronto sobre mí y en vano tanteé con la mano libre en busca del antepecho de alguna ventana por la cual
espiar hacia afuera y arriba y calcular a qué altura me encontraba.
De pronto, al cabo de una interminable y espantosa ascensión a ciegas por aquel precipicio cóncavo y
desesperado, sentí que la cabeza tocaba algo sólido; supe entonces que debía haber ganado la terraza o,
cuando menos, alguna clase de piso. Alcé la mano libre y, en la oscuridad, palpé un obstáculo, descubriendo
que era de piedra e inamovible. Luego vino un mortal rodeo a la torre, aferrándome de cualquier soporte
que su viscosa pared pudiera ofrecer; hasta que finalmente mi mano, tanteando siempre, halló un punto
donde la valla cedía y reanudé la marcha hacia arriba, empujando la losa o puerta con la cabeza, ya que
utilizaba ambas manos en mi cauteloso avance. Arriba no apareció luz alguna y, a medida que mis manos
iban más y más alto, supe que por el momento mi ascensión había terminado, ya que la puerta daba a
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una abertura que conducía a una superficie plana de piedra, de mayor circunferencia que la torre inferior,
sin duda el piso de alguna elevada y espaciosa cámara de observación. Me deslicé sigilosamente por
el recinto tratando que la pesada losa no volviera a su lugar, pero fracasé en mi intento. Mientras yacía
exhausto sobre el piso de piedra, oí el alucinante eco de su caída, pero con todo tuve la esperanza de
volver a levantarla cuando fuese necesario.
Creyéndome ya a una altura prodigiosa, muy por encima de las odiadas ramas del bosque, me incorporé
fatigosamente y tanteé la pared en busca de alguna ventana que me permitiese mirar por vez primera
el cielo y esa luna y esas estrellas sobre las que había leído. Pero ambas manos me decepcionaron, ya
que todo cuanto hallé fueron amplias estanterías de mármol cubiertas de aborrecibles cajas oblongas de
inquietante dimensión. Más reflexionaba y más me preguntaba qué extraños secretos podía albergar aquel
alto recinto construido a tan inmensa distancia del castillo subyacente. De pronto mis manos tropezaron
inesperadamente con el marco de una puerta, del cual colgaba una plancha de piedra de superficie
rugosa a causa de las extrañas incisiones que la cubrían. La puerta estaba cerrada, pero haciendo un
supremo esfuerzo superé todos los obstáculos y la abrí hacia adentro. Hecho esto, me invadió el éxtasis
más puro jamás conocido; a través de una ornamentada verja de hierro, y en el extremo de una corta
escalinata de piedra que ascendía desde la puerta recién descubierta, brillando plácidamente en todo su
esplendor estaba la luna llena, a la que nunca había visto antes, salvo en sueños y en vagas visiones que
no me atrevía a llamar recuerdos.
Seguro ahora de que había alcanzado la cima del castillo, subí rápidamente los pocos peldaños que me
separaban de la verja; pero en eso una nube tapó la luna haciéndome tropezar, y en la oscuridad tuve que
avanzar con mayor lentitud. Estaba todavía muy oscuro cuando llegué a la verja, que hallé abierta tras un
cuidadoso examen pero que no quise trasponer por temor a precipitarme desde la increíble altura que
había alcanzado. Luego volvió a salir la luna.
De todos los impactos imaginables, ninguno tan demoníaco como el de lo insondable y grotescamente
inconcebible. Nada de lo soportado antes podía compararse al terror de lo que ahora estaba viendo; de las
extraordinarias maravillas que el espectáculo implicaba. El panorama en sí era tan simple como asombroso,
ya que consistía meramente en esto: en lugar de una impresionante perspectiva de copas de árboles vistas
desde una altura imponente, se extendía a mi alrededor, al mismo nivel de la verja, nada menos que la tierra
firme, separada en compartimentos diversos por medio de lajas de mármol y columnas, y sombreada por
una antigua iglesia de piedra cuyo devastado capitel brillaba fantasmagóricamente a la luz de la luna.
Medio inconsciente, abrí la verja y avancé bamboleándome por la senda de grava blanca que se
extendía en dos direcciones. Por aturdida y caótica que estuviera mi mente, persistía en ella ese frenético
anhelo de luz; ni siquiera el pasmoso descubrimiento de momentos antes podía detenerme. No sabía,
ni me importaba, si mi experiencia era locura, enajenación o magia, pero estaba resuelto a ir en pos
de luminosidad y alegría a toda costa. No sabía quién o qué era yo, ni cuáles podían ser mi ámbito
y mis circunstancias; sin embargo, a medida que proseguía mi tambaleante marcha, se insinuaba en
mí una especie de tímido recuerdo latente que hacía mi avance no del todo fortuito, sin rumbo fijo por
campo abierto; unas veces sin perder de vista el camino, otras abandonándolo para internarme, lleno
de curiosidad, por praderas en las que sólo alguna ruina ocasional revelaba la presencia, en tiempos
remotos, de una senda olvidada. En un momento dado tuve que cruzar a nado un rápido río cuyos restos
de mampostería agrietada y mohosa hablaban de un puente mucho tiempo atrás desaparecido.
Habían transcurrido más de dos horas cuando llegué a lo que aparentemente era mi meta: un venerable
castillo cubierto de hiedras, enclavado en un gran parque de espesa arboleda, de alucinante familiaridad
para mí, y sin embargo lleno de intrigantes novedades. Vi que el foso había sido rellenado y que varias
de las torres que yo bien conocía estaban demolidas, al mismo tiempo que se erguían nuevas alas
que confundían al espectador. Pero lo que observé con el máximo interés y deleite fueron las ventanas
abiertas, inundadas de esplendorosa claridad y que enviaban al exterior ecos de la más alegre de las
francachelas. Adelantándome hacia una de ellas, miré al interior y vi un grupo de personas extrañamente
vestidas, que departían entre sí con gran jarana. Como jamás había oído la voz humana, apenas sí podía
adivinar vagamente lo que decían. Algunas caras tenían expresiones que despertaban en mí remotísimos
recuerdos; otras me eran absolutamente ajenas.
Salté por la ventana y me introduje en la habitación, brillantemente iluminada, a la vez que mi mente
saltaba del único instante de esperanza al más negro de los desalientos. La pesadilla no tardó en venir,
ya que, no bien entré, se produjo una de las más aterradoras reacciones que hubiera podido concebir.
No había terminado de cruzar el umbral cuando cundió entre todos los presentes un inesperado y súbito
pavor, de horrible intensidad, que distorsionaba los rostros y arrancaba de todas las gargantas los
chillidos más espantosos. El desbande fue general, y en medio del griterío y del pánico varios sufrieron
desmayos, siendo arrastrados por los que huían enloquecidos. Muchos se taparon los ojos con las manos
y corrían a ciegas llevándose todo por delante, derribando los muebles y dándose contra las paredes en
su desesperado intento de ganar alguna de las numerosas puertas.
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a DISTANCIA
Solo y aturdido en el brillante recinto, escuchando los ecos cada vez más apagados de aquellos
espeluznantes gritos, comencé a temblar pensando qué podía ser aquello que me acechaba sin que yo
lo viera. A primera vista el lugar parecía vacío, pero cuando me dirigí a una de las alcobas creí detectar
una presencia… un amago de movimiento del otro lado del arco dorado que conducía a otra habitación,
similar a la primera. A medida que me aproximaba a la arcada comencé a percibir la presencia con más
nitidez; y luego, con el primero y último sonido que jamás emití -un aullido horrendo que me repugnó casi
tanto como su morbosa causa-, contemplé en toda su horrible intensidad el inconcebible, indescriptible,
inenarrable monstruo que, por obra de su mera aparición, había convertido una alegre reunión en una
horda de delirantes fugitivos.
No puedo siquiera decir aproximadamente a qué se parecía, pues era un compuesto de todo lo que es
impuro, pavoroso, indeseado, anormal y detestable. Era una fantasmagórica sombra de podredumbre,
decrepitud y desolación; la pútrida y viscosa imagen de lo dañino; la atroz desnudez de algo que la tierra
misericordiosa debería ocultar por siempre jamás. Dios sabe que no era de este mundo -o al menos había
dejado de serlo-, y, sin embargo, con enorme horror de mi parte, pude ver en sus rasgos carcomidos, con
huesos que se entreveían, una repulsiva y lejana reminiscencia de formas humanas; y en sus enmohecidas
y destrozadas ropas, una indecible cualidad que me estremecía más aún.
Estaba casi paralizado, pero no tanto como para no hacer un débil esfuerzo hacia la salvación: un
tropezón hacia atrás que no pudo romper el hechizo en que me tenía apresado el monstruo sin voz y sin
nombre. Mis ojos, embrujados por aquellos asqueantes ojos vítreos que los miraba fijamente, se negaban
a cerrarse, si bien el terrible objeto, tras el primer impacto, se veía ahora más confuso. Traté de levantar la
mano y disipar la visión, pero estaba tan anonadado que el brazo no respondió por entero a mi voluntad.
Sin embargo, el intento fue suficiente como para alterar mi equilibrio y, bamboleándome, di unos pasos
hacia adelante para no caer. Al hacerlo adquirí de pronto la angustiosa noción de la proximidad de la cosa,
cuya inmunda respiración tenía casi la impresión de oír. Poco menos que enloquecido, pude no obstante
adelantar una mano para detener a la fétida imagen, que se acercaba más y más, cuando de pronto mis
dedos tocaron la extremidad putrefacta que el monstruo extendía por debajo del arco dorado.
No chillé, pero todos los satánicos vampiros que cabalgan en el viento de la noche lo hicieron por mí, a
la vez que dejaron caer en mi mente una avalancha de anonadantes recuerdos.
Supe en ese mismo instante todo lo ocurrido; recordé hasta más allá del terrorífico castillo y sus árboles;
reconocí el edificio en el cual me hallaba; reconocí, lo más terrible, la impía abominación que se erguía
ante mí, mirándome de soslayo mientras apartaba de los suyos mis dedos manchados.
Pero en el cosmos existe el bálsamo además de la amargura, y ese bálsamo es el olvido. En el supremo
horror de ese instante olvidé lo que me había espantado y el estallido del recuerdo se desvaneció en un
caos de reiteradas imágenes. Como entre sueños, salí de aquel edificio fantasmal y execrado y eché a
correr rauda y silenciosamente a la luz de la luna. Cuando retorné al mausoleo de mármol y descendí los
peldaños, encontré que no podía mover la trampa de piedra; pero no lo lamenté, ya que había llegado a
odiar el viejo castillo y sus árboles. Ahora cabalgo junto a los fantasmas, burlones y cordiales, al viento de
la noche, y durante el día juego entre las catacumbas de Nefre-Ka, en el recóndito y desconocido valle de
Hadoth, a orillas del Nilo. Sé que la luz no es para mí, salvo la luz de la luna sobre las tumbas de roca de
Neb, como tampoco es para mí la alegría, salvo las innominadas fiestas de Nitokris bajo la Gran Pirámide;
y, sin embargo, en mi nueva y salvaje libertad agradezco casi la amargura de la alienación.
Pues aunque el olvido me ha dado la calma, no por eso ignoro que soy un extranjero; un extraño a este
siglo y a todos los que aún son hombres. Esto es lo que supe desde que extendí mis dedos hacia esa cosa
abominable surgida en aquel gran marco dorado; desde que extendí mis dedos y toqué la fría e inexorable
superficie del pulido espejo.
FIN
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a DISTANCIA
Ray Bradbury, Vendrán lluvias suaves
La voz del reloj cantó en la sala:
–Tictac, las siete, hora de levantarse, hora de levantarse, las siete.
Como si temiera que nadie se levantase. La casa estaba desierta. El reloj continuó sonando, repitiendo
y repitiendo llamadas en el vacío.
–Las siete y nueve, hora del desayuno, ¡las siete y nueve!
En la cocina el horno del desayuno emitió un siseante suspiro, y de su tibio interior brotaron ocho
tostadas perfectamente doradas, ocho huevos fritos, dieciséis lonjas de tocineta, dos tazas de café y dos
vasos de leche fresca.
-Hoy es 4 de agosto de 2026 -dijo una voz desde el techo de la cocina- en la ciudad de Allendale,
California -repitió tres veces la fecha, como para que nadie la olvidara-. Hoy es el cumpleaños del señor
Featherstone. Hoy es el aniversario de la boda de Tilita. Hoy puede pagarse la póliza del seguro y también
las cuentas de agua, gas y electricidad.
En algún sitio de las paredes, sonó el clic de los relevadores, y las cintas magnetofónicas se deslizaron
bajo ojos eléctricos.
-Las ocho y uno, tictac, las ocho y uno, a la escuela, al trabajo, rápido, rápido, ¡las ocho y uno!
Pero las puertas no golpearon, las alfombras no recibieron las suaves pisadas de los tacones de
goma. Llovía fuera. En la puerta de la calle, la caja del tiempo cantó en voz baja: “Lluvia, lluvia, aléjate…
zapatones, impermeables, hoy.”.
Y la lluvia resonó golpeteando la casa vacía. Afuera, el garaje tocó unas campanillas, levantó la puerta y
descubrió un coche con el motor en marcha. Después de una larga espera, la puerta descendió otra vez.
A las ocho y media los huevos estaban resecos y las tostadas duras como piedras. Un brazo de aluminio
los echó en el vertedero, donde un torbellino de agua caliente los arrastró a una garganta de metal que
después de digerirlos los llevó al océano distante.
Los platos sucios cayeron en una máquina de lavar y emergieron secos y relucientes.
“Las nueve y cuarto”, cantó el reloj, “la hora de la limpieza”.
De las guaridas de los muros, salieron disparados los ratones mecánicos. Las habitaciones se
poblaron de animalitos de limpieza, todos goma y metal. Tropezaron con las sillas moviendo en círculos
los abigotados patines, frotando las alfombras y aspirando delicadamente el polvo oculto. Luego, como
invasores misteriosos, volvieron de sopetón a las cuevas. Los rosados ojos eléctricos se apagaron. La
casa estaba limpia.
Las diez. El sol asomó por detrás de la lluvia. La casa se alzaba en una ciudad de escombros y cenizas.
Era la única que quedaba en pie. De noche, la ciudad en ruinas emitía un resplandor radiactivo que podía
verse desde kilómetros a la redonda.
Las diez y cuarto. Los surtidores del jardín giraron en fuentes doradas llenando el aire de la mañana
con rocíos de luz. El agua golpeó las ventanas de vidrio y descendió por las paredes carbonizadas del
oeste, donde un fuego había quitado la pintura blanca. La fachada del oeste era negra, salvo en cinco
sitios. Aquí la silueta pintada de blanco de un hombre que regaba el césped. Allí, como en una fotografía,
una mujer agachada recogía unas flores. Un poco más lejos -las imágenes grabadas en la madera en un
instante titánico-, un niño con las manos levantadas; más arriba, la imagen de una pelota en el aire, y
frente al niño, una niña, con las manos en alto, preparada para atrapar una pelota que nunca acabó de
caer. Quedaban esas cinco manchas de pintura: el hombre, la mujer, los niños, la pelota. El resto era una
fina capa de carbón. La lluvia suave de los surtidores cubrió el jardín con una luz en cascadas.
Hasta este día, qué bien había guardado la casa su propia paz. Con qué cuidado había preguntado:
“¿Quién está ahí? ¿Cuál es el santo y seña?”, y como los zorros solitarios y los gatos plañideros no le
respondieron, había cerrado herméticamente persianas y puertas, con unas precauciones de solterona
que bordeaban la paranoia mecánica.
Cualquier sonido la estremecía. Si un gorrión rozaba los vidrios, la persiana chasqueaba y el pájaro huía,
sobresaltado. No, ni siquiera un pájaro podía tocar la casa.
La casa era un altar con diez mil acólitos, grandes, pequeños, serviciales, atentos, en coros. Pero los
dioses habían desaparecido y los ritos continuaban insensatos e inútiles.
El mediodía.
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a DISTANCIA
Un perro aulló, temblando, en el balcón.
La puerta de la calle reconoció la voz del perro y se abrió. El perro, en otro tiempo grande y gordo, ahora
huesudo y cubierto de llagas, entró y se movió por la casa dejando huellas de lodo. Detrás de él zumbaron
unos ratones irritados, irritados por tener que limpiar el lodo, irritados por la molestia.
Pues ni el fragmento de una hoja se escurría por debajo de la puerta sin que los paneles de los muros
se abrieran y los ratones de cobre salieran como rayos. El polvo, el pelo o el papel ofensivos, hechos trizas
por unas diminutas mandíbulas de acero, desaparecían en las guaridas. De allí unos tubos los llevaban al
sótano, y eran arrojados a la boca siseante de un incinerador que aguardaba en un rincón oscuro como
un Baal maligno.
El perro corrió escaleras arriba y aulló histéricamente, ante todas las puertas, hasta que al fin comprendió,
como ya comprendía la casa, que allí no había más que silencio.
Olfateó el aire y arañó la puerta de la cocina. Detrás de la puerta el horno preparaba unos panqueques
que llenaban la casa con aroma de jarabe de arce. El perro, tendido ante la puerta, olfateaba con los ojos
encendidos y el hocico espumoso. De pronto, echó a correr locamente en círculos, mordiéndose la cola, y
cayó muerto. Durante una hora estuvo tendido en la sala.
Las dos, cantó una voz.
Los regimientos de ratones advirtieron al fin el olor casi imperceptible de la descomposición, y salieron
murmurando suavemente como hojas grises arrastradas por un viento eléctrico.
Las dos y cuarto.
El perro había desaparecido.
En el sótano, el incinerador se iluminó de pronto y un remolino de chispas subió por la chimenea.
Las dos y treinta y cinco.
Unas mesas de bridge surgieron de las paredes del patio. Los naipes revolotearon sobre el tapete en
una lluvia de figuras. En un banco de roble aparecieron martinis y sándwiches de ensalada de huevo.
Sonó una música.
Pero en las mesas silenciosas nadie tocaba las cartas.
A las cuatro, las mesas se plegaron como grandes mariposas y volvieron a los muros.
Las cuatro y media.
Las paredes del cuarto de los niños resplandecieron de pronto.
Aparecieron animales: jirafas amarillas, leones azules, antílopes rosados, panteras lilas que retozaban
en una sustancia de cristal. Las paredes eran de vidrio y mostraban colores y escenas de fantasía. Unas
películas ocultas pasaban por unos piñones bien aceitados y animaban las paredes. El piso del cuarto
imitaba un ondulante campo de cereales. Por él corrían escarabajos de aluminio y grillos de hierro, y en
el aire caluroso y tranquilo unas mariposas de gasa rosada revoloteaban sobre un punzante aroma de
huellas animales. Había un zumbido como de abejas amarillas dentro de fuelles oscuros, y el perezoso
ronroneo de un león. Y había un galope de okapis y el murmullo de una fresca lluvia selvática que caía
como otros casos, sobre el pasto almidonado por el viento.
De pronto las paredes se disolvieron en llanuras de hierbas abrasadas, kilómetro tras kilómetro, y en un
cielo interminable y cálido. Los animales se retiraron a las malezas y los manantiales.
Era la hora de los niños.
Las cinco. La bañera se llenó de agua clara y caliente.
Las seis, las siete, las ocho. Los platos aparecieron y desaparecieron, como manipulados por un mago, y
en la biblioteca se oyó un clic. En la mesita de metal, frente al hogar donde ardía animadamente el fuego,
brotó un cigarro humeante, con media pulgada de ceniza blanda y gris.
Las nueve. En las camas se encendieron los ocultos circuitos eléctricos, pues las noches eran
frescas aquí.
Las nueve y cinco. Una voz habló desde el techo de la biblioteca.
-Señora McClellan, ¿qué poema le gustaría escuchar esta noche?
La casa estaba en silencio.
-Ya que no indica lo que prefiere -dijo la voz al fin-, elegiré un poema cualquiera.
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a DISTANCIA
Una suave música se alzó como fondo de la voz.
-Sara Teasdale. Su autor favorito, me parece…
Vendrán lluvias suaves y olores de tierra,
y golondrinas que girarán con brillante sonido;
y ranas que cantarán de noche en los estanques
y ciruelos de tembloroso blanco
y petirrojos que vestirán plumas de fuego
y silbarán en los alambres de las cercas;
y nadie sabrá nada de la guerra,
a nadie le interesará que haya terminado.
A nadie le importará, ni a los pájaros ni a los árboles,
si la humanidad se destruye totalmente;
y la misma primavera, al despertarse al alba,
apenas sabrá que hemos desaparecido.
El fuego ardió en el hogar de piedra y el cigarro cayó en el cenicero: un inmóvil montículo de ceniza. Las
sillas vacías se enfrentaban entre las paredes silenciosas, y sonaba la música.
A las diez la casa empezó a morir.
Soplaba el viento. La rama desprendida de un árbol entró por la ventana de la cocina.
La botella de solvente se hizo trizas y se derramó sobre el horno. En un instante las llamas envolvieron
el cuarto.
-¡Fuego! -gritó una voz.
Las luces se encendieron, las bombas vomitaron agua desde los techos. Pero el solvente se extendió
sobre el linóleo por debajo de la puerta de la cocina, lamiendo, devorando, mientras las voces repetían
a coro:
-¡Fuego, fuego, fuego!
La casa trató de salvarse. Las puertas se cerraron herméticamente, pero el calor había roto las ventanas
y el viento entró y avivó el fuego.
La casa cedió terreno cuando el fuego avanzó con una facilidad llameante de cuarto en cuarto en diez
millones de chispas furiosas y subió por la escalera. Las escurridizas ratas de agua chillaban desde las
paredes, disparaban agua y corrían a buscar más. Y los surtidores de las paredes lanzaban chorros de
lluvia mecánica.
Pero era demasiado tarde. En alguna parte, suspirando, una bomba se encogió y se detuvo. La lluvia
dejó de caer. La reserva del tanque de agua que durante muchos días tranquilos había llenado bañeras y
había limpiado platos estaba agotada.
El fuego crepitó escaleras arriba. En las habitaciones altas se nutrió de Picassos y de Matisses, como
de golosinas, asando y consumiendo las carnes aceitosas y encrespando tiernamente los lienzos en
negras virutas.
Después el fuego se tendió en las camas, se asomó a las ventanas y cambió el color de las cortinas.
De pronto, refuerzos.
De los escotillones del desván salieron unas ciegas caras de robot y de las bocas de grifo brotó un
líquido verde.
El fuego retrocedió como un elefante que ha tropezado con una serpiente muerta. Y fueron veinte serpientes
las que se deslizaron por el suelo, matando el fuego con una venenosa, clara y fría espuma verde.
Pero el fuego era inteligente y mandó llamas fuera de la casa, y entrando en el desván llegó hasta las
bombas. ¡Una explosión! El cerebro del desván, el director de las bombas, se deshizo sobre las vigas en
esquirlas de bronce.
El fuego entró en todos los armarios y palpó las ropas que colgaban allí.
La casa se estremeció, hueso de roble sobre hueso, y el esqueleto desnudo se retorció en las llamas,
revelando los alambres, los nervios, como si un cirujano hubiera arrancado la piel para que las venas y los
capilares rojos se estremecieran en el aire abrasador. ¡Socorro, socorro! ¡Fuego! ¡Corran, corran! El calor
rompió los espejos como hielos invernales, tempranos y quebradizos. Y las voces gimieron: fuego, fuego,
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a DISTANCIA
corran, corran, como una trágica canción infantil; una docena de voces, altas y bajas, como voces de niños
que agonizaban en un bosque, solos, solos. Y las voces fueron apagándose, mientras las envolturas de los
alambres estallaban como castañas calientes. Una, dos, tres, cuatro, cinco voces murieron.
En el cuarto de los niños ardió la selva. Los leones azules rugieron, las jirafas moradas escaparon dando
saltos. Las panteras corrieron en círculos, cambiando de color, y diez millones de animales huyeron ante el
fuego y desaparecieron en un lejano río humeante…
Murieron otras diez voces. Y en el último instante, bajo el alud de fuego, otros coros indiferentes anunciaron
la hora, tocaron música, segaron el césped con una segadora automática, o movieron frenéticamente un
paraguas, dentro y fuera de la casa, ante la puerta que se cerraba y se abría con violencia. Ocurrieron mil
cosas, como cuando en una relojería todos los relojes dan locamente la hora, uno tras otro, en una escena
de maniática confusión, aunque con cierta unidad; cantando y chillando los últimos ratones de limpieza se
lanzaron valientemente fuera de la casa ¡arrastrando las horribles cenizas!
Y en la llameante biblioteca una voz leyó un poema tras otro con una sublime despreocupación, hasta que
se quemaron todos los carretes de película, hasta que todos los alambres se retorcieron y se destruyeron
todos los circuitos.
El fuego hizo estallar la casa y la dejó caer, extendiendo unas faldas de chispas y de humo.
En la cocina, un poco antes de la lluvia de fuego y madera, el horno preparó unos desayunos de
proporciones psicopáticas: diez docenas de huevos, seis hogazas de tostadas, veinte docenas de lonjas
de tocineta, que fueron devoradas por el fuego y encendieron otra vez el horno, que siseó histéricamente.
El derrumbe. El desván se derrumbó sobre la cocina y la sala. La sala cayó al sótano, el sótano al
subsótano. La congeladora, el sillón, las cintas grabadoras, los circuitos y las camas se amontonaron muy
abajo como un desordenado túmulo de huesos.
Humo y silencio. Una gran cantidad de humo.
La aurora se asomó débilmente por el Este. Entre las ruinas se levantaba solo una pared. Dentro de
la pared una última voz repetía y repetía, una y otra vez, mientras el sol se elevaba sobre el montón de
escombros humeantes:
-Hoy es 5 de agosto de 2026, hoy es 5 de agosto de 2026, hoy es…
FIN
A mitad del largo zaguán del hotel pensó que debía ser tarde y se apuró a salir a la calle y sacar la
motocicleta del rincón donde el portero de al lado le permitía guardarla. En la joyería de la esquina vio que
eran las nueve menos diez; llegaría con tiempo sobrado adonde iba. El sol se filtraba entre los altos edificios
del centro, y él -porque para sí mismo, para ir pensando, no tenía nombre- montó en la máquina saboreando
el paseo. La moto ronroneaba entre sus piernas, y un viento fresco le chicoteaba los pantalones.
Dejó pasar los ministerios (el rosa, el blanco) y la serie de comercios con brillantes vitrinas de la calle
Central. Ahora entraba en la parte más agradable del trayecto, el verdadero paseo: una calle larga,
bordeada de árboles, con poco tráfico y amplias villas que dejaban venir los jardines hasta las aceras,
apenas demarcadas por setos bajos. Quizá algo distraído, pero corriendo por la derecha como correspondía,
se dejó llevar por la tersura, por la leve crispación de ese día apenas empezado. Tal vez su involuntario
relajamiento le impidió prevenir el accidente. Cuando vio que la mujer parada en la esquina se lanzaba a
la calzada a pesar de las luces verdes, ya era tarde para las soluciones fáciles. Frenó con el pie y con la
mano, desviándose a la izquierda; oyó el grito de la mujer, y junto con el choque perdió la visión. Fue como
dormirse de golpe.
Volvió bruscamente del desmayo. Cuatro o cinco hombres jóvenes lo estaban sacando de debajo de la
moto. Sentía gusto a sal y sangre, le dolía una rodilla y cuando lo alzaron gritó, porque no podía soportar
la presión en el brazo derecho. Voces que no parecían pertenecer a las caras suspendidas sobre él, lo
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a DISTANCIA
alentaban con bromas y seguridades. Su único alivio fue oír la confirmación de que había estado en
su derecho al cruzar la esquina. Preguntó por la mujer, tratando de dominar la náusea que le ganaba
la garganta. Mientras lo llevaban boca arriba hasta una farmacia próxima, supo que la causante del
accidente no tenía más que rasguños en la piernas. “Usté la agarró apenas, pero el golpe le hizo saltar la
máquina de costado…”; Opiniones, recuerdos, despacio, éntrenlo de espaldas, así va bien, y alguien con
guardapolvo dándole de beber un trago que lo alivió en la penumbra de una pequeña farmacia de barrio.
La ambulancia policial llegó a los cinco minutos, y lo subieron a una camilla blanda donde pudo tenderse
a gusto. Con toda lucidez, pero sabiendo que estaba bajo los efectos de un shock terrible, dio sus señas al
policía que lo acompañaba. El brazo casi no le dolía; de una cortadura en la ceja goteaba sangre por toda
la cara. Una o dos veces se lamió los labios para beberla. Se sentía bien, era un accidente, mala suerte;
unas semanas quieto y nada más. El vigilante le dijo que la motocicleta no parecía muy estropeada.
“Natural”, dijo él. “Como que me la ligué encima…” Los dos rieron y el vigilante le dio la mano al llegar al
hospital y le deseó buena suerte. Ya la náusea volvía poco a poco; mientras lo llevaban en una camilla de
ruedas hasta un pabellón del fondo, pasando bajo árboles llenos de pájaros, cerró los ojos y deseó estar
dormido o cloroformado. Pero lo tuvieron largo rato en una pieza con olor a hospital, llenando una ficha,
quitándole la ropa y vistiéndolo con una camisa grisácea y dura. Le movían cuidadosamente el brazo, sin
que le doliera. Las enfermeras bromeaban todo el tiempo, y si no hubiera sido por las contracciones del
estómago se habría sentido muy bien, casi contento.
Lo llevaron a la sala de radio, y veinte minutos después, con la placa todavía húmeda puesta sobre
el pecho como una lápida negra, pasó a la sala de operaciones. Alguien de blanco, alto y delgado, se le
acercó y se puso a mirar la radiografía. Manos de mujer le acomodaban la cabeza, sintió que lo pasaban
de una camilla a otra. El hombre de blanco se le acercó otra vez, sonriendo, con algo que le brillaba en la
mano derecha. Le palmeó la mejilla e hizo una seña a alguien parado atrás.
Como sueño era curioso porque estaba lleno de olores y él nunca soñaba olores. Primero un olor a
pantano, ya que a la izquierda de la calzada empezaban las marismas, los tembladerales de donde no
volvía nadie. Pero el olor cesó, y en cambio vino una fragancia compuesta y oscura como la noche en que
se movía huyendo de los aztecas. Y todo era tan natural, tenía que huir de los aztecas que andaban a
caza de hombre, y su única probabilidad era la de esconderse en lo más denso de la selva, cuidando de
no apartarse de la estrecha calzada que sólo ellos, los motecas, conocían.
Lo que más lo torturaba era el olor, como si aun en la absoluta aceptación del sueño algo se revelara
contra eso que no era habitual, que hasta entonces no había participado del juego. “Huele a guerra”,
pensó, tocando instintivamente el puñal de piedra atravesado en su ceñidor de lana tejida. Un sonido
inesperado lo hizo agacharse y quedar inmóvil, temblando. Tener miedo no era extraño, en sus sueños
abundaba el miedo. Esperó, tapado por las ramas de un arbusto y la noche sin estrellas. Muy lejos,
probablemente del otro lado del gran lago, debían estar ardiendo fuegos de vivac; un resplandor rojizo
teñía esa parte del cielo. El sonido no se repitió. Había sido como una rama quebrada. Tal vez un animal
que escapaba como él del olor a guerra. Se enderezó despacio, venteando. No se oía nada, pero el miedo
seguía allí como el olor, ese incienso dulzón de la guerra florida. Había que seguir, llegar al corazón de la
selva evitando las ciénagas. A tientas, agachándose a cada instante para tocar el suelo más duro de la
calzada, dio algunos pasos. Hubiera querido echar a correr, pero los tembladerales palpitaban a su lado.
En el sendero en tinieblas, buscó el rumbo. Entonces sintió una bocanada del olor que más temía, y saltó
desesperado hacia adelante.
-Se va a caer de la cama -dijo el enfermo de la cama de al lado-. No brinque tanto, amigazo.
Abrió los ojos y era de tarde, con el sol ya bajo en los ventanales de la larga sala. Mientras trataba de
sonreír a su vecino, se despegó casi físicamente de la última visión de la pesadilla. El brazo, enyesado,
colgaba de un aparato con pesas y poleas. Sintió sed, como si hubiera estado corriendo kilómetros,
pero no querían darle mucha agua, apenas para mojarse los labios y hacer un buche. La fiebre lo iba
ganando despacio y hubiera podido dormirse otra vez, pero saboreaba el placer de quedarse despierto,
entornados los ojos, escuchando el diálogo de los otros enfermos, respondiendo de cuando en cuando
a alguna pregunta. Vio llegar un carrito blanco que pusieron al lado de su cama, una enfermera rubia le
frotó con alcohol la cara anterior del muslo, y le clavó una gruesa aguja conectada con un tubo que subía
hasta un frasco lleno de líquido opalino. Un médico joven vino con un aparato de metal y cuero que le
ajustó al brazo sano para verificar alguna cosa. Caía la noche, y la fiebre lo iba arrastrando blandamente
a un estado donde las cosas tenían un relieve como de gemelos de teatro, eran reales y dulces y a la vez
ligeramente repugnantes; como estar viendo una película aburrida y pensar que sin embargo en la calle
es peor; y quedarse.
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a DISTANCIA
Vino una taza de maravilloso caldo de oro oliendo a puerro, a apio, a perejil. Un trocito de pan, más
precioso que todo un banquete, se fue desmigajando poco a poco. El brazo no le dolía nada y solamente
en la ceja, donde lo habían suturado, chirriaba a veces una punzada caliente y rápida. Cuando los
ventanales de enfrente viraron a manchas de un azul oscuro, pensó que no iba a ser difícil dormirse. Un
poco incómodo, de espaldas, pero al pasarse la lengua por los labios resecos y calientes sintió el sabor
del caldo, y suspiró de felicidad, abandonándose.
Primero fue una confusión, un atraer hacia sí todas las sensaciones por un instante embotadas o
confundidas. Comprendía que estaba corriendo en plena oscuridad, aunque arriba el cielo cruzado de
copas de árboles era menos negro que el resto. “La calzada”, pensó. “Me salí de la calzada.” Sus pies se
hundían en un colchón de hojas y barro, y ya no podía dar un paso sin que las ramas de los arbustos le
azotaran el torso y las piernas. Jadeante, sabiéndose acorralado a pesar de la oscuridad y el silencio, se
agachó para escuchar. Tal vez la calzada estaba cerca, con la primera luz del día iba a verla otra vez. Nada
podía ayudarlo ahora a encontrarla. La mano que sin saberlo él aferraba el mango del puñal, subió como
un escorpión de los pantanos hasta su cuello, donde colgaba el amuleto protector. Moviendo apenas los
labios musitó la plegaria del maíz que trae las lunas felices, y la súplica a la Muy Alta, a la dispensadora
de los bienes motecas. Pero sentía al mismo tiempo que los tobillos se le estaban hundiendo despacio en
el barro, y la espera en la oscuridad del chaparral desconocido se le hacía insoportable. La guerra florida
había empezado con la luna y llevaba ya tres días y tres noches. Si conseguía refugiarse en lo profundo de
la selva, abandonando la calzada más allá de la región de las ciénagas, quizá los guerreros no le siguieran
el rastro. Pensó en la cantidad de prisioneros que ya habrían hecho. Pero la cantidad no contaba, sino el
tiempo sagrado. La caza continuaría hasta que los sacerdotes dieran la señal del regreso. Todo tenía su
número y su fin, y él estaba dentro del tiempo sagrado, del otro lado de los cazadores.
Oyó los gritos y se enderezó de un salto, puñal en mano. Como si el cielo se incendiara en el horizonte,
vio antorchas moviéndose entre las ramas, muy cerca. El olor a guerra era insoportable, y cuando el
primer enemigo le saltó al cuello casi sintió placer en hundirle la hoja de piedra en pleno pecho. Ya lo
rodeaban las luces y los gritos alegres. Alcanzó a cortar el aire una o dos veces, y entonces una soga lo
atrapó desde atrás.
-Es la fiebre -dijo el de la cama de al lado-. A mí me pasaba igual cuando me operé del duodeno. Tome
agua y va a ver que duerme bien.
Al lado de la noche de donde volvía, la penumbra tibia de la sala le pareció deliciosa. Una lámpara
violeta velaba en lo alto de la pared del fondo como un ojo protector. Se oía toser, respirar fuerte, a veces
un diálogo en voz baja. Todo era grato y seguro, sin acoso, sin… Pero no quería seguir pensando en la
pesadilla. Había tantas cosas en qué entretenerse. Se puso a mirar el yeso del brazo, las poleas que
tan cómodamente se lo sostenían en el aire. Le habían puesto una botella de agua mineral en la mesa
de noche. Bebió del gollete, golosamente. Distinguía ahora las formas de la sala, las treinta camas, los
armarios con vitrinas. Ya no debía tener tanta fiebre, sentía fresca la cara. La ceja le dolía apenas, como
un recuerdo. Se vio otra vez saliendo del hotel, sacando la moto. ¿Quién hubiera pensado que la cosa
iba a acabar así? Trataba de fijar el momento del accidente, y le dio rabia advertir que había ahí como un
hueco, un vacío que no alcanzaba a rellenar. Entre el choque y el momento en que lo habían levantado
del suelo, un desmayo o lo que fuera no le dejaba ver nada. Y al mismo tiempo tenía la sensación de que
ese hueco, esa nada, había durado una eternidad. No, ni siquiera tiempo, más bien como si en ese hueco
él hubiera pasado a través de algo o recorrido distancias inmensas. El choque, el golpe brutal contra el
pavimento. De todas maneras al salir del pozo negro había sentido casi un alivio mientras los hombres lo
alzaban del suelo. Con el dolor del brazo roto, la sangre de la ceja partida, la contusión en la rodilla; con
todo eso, un alivio al volver al día y sentirse sostenido y auxiliado. Y era raro. Le preguntaría alguna vez al
médico de la oficina. Ahora volvía a ganarlo el sueño, a tirarlo despacio hacia abajo. La almohada era tan
blanda, y en su garganta afiebrada la frescura del agua mineral. Quizá pudiera descansar de veras, sin las
malditas pesadillas. La luz violeta de la lámpara en lo alto se iba apagando poco a poco.
Como dormía de espaldas, no lo sorprendió la posición en que volvía a reconocerse, pero en cambio el
olor a humedad, a piedra rezumante de filtraciones, le cerró la garganta y lo obligó a comprender. Inútil
abrir los ojos y mirar en todas direcciones; lo envolvía una oscuridad absoluta. Quiso enderezarse y sintió
las sogas en las muñecas y los tobillos. Estaba estaqueado en el piso, en un suelo de lajas helado y
húmedo. El frío le ganaba la espalda desnuda, las piernas. Con el mentón buscó torpemente el contacto
con su amuleto, y supo que se lo habían arrancado. Ahora estaba perdido, ninguna plegaria podía salvarlo
del final. Lejanamente, como filtrándose entre las piedras del calabozo, oyó los atabales de la fiesta. Lo
habían traído al teocalli, estaba en las mazmorras del templo a la espera de su turno.
Oyó gritar, un grito ronco que rebotaba en las paredes. Otro grito, acabando en un quejido. Era él que
gritaba en las tinieblas, gritaba porque estaba vivo, todo su cuerpo se defendía con el grito de lo que
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iba a venir, del final inevitable. Pensó en sus compañeros que llenarían otras mazmorras, y en los que
ascendían ya los peldaños del sacrificio. Gritó de nuevo sofocadamente, casi no podía abrir la boca,
tenía las mandíbulas agarrotadas y a la vez como si fueran de goma y se abrieran lentamente, con un
esfuerzo interminable. El chirriar de los cerrojos lo sacudió como un látigo. Convulso, retorciéndose, luchó
por zafarse de las cuerdas que se le hundían en la carne. Su brazo derecho, el más fuerte, tiraba hasta
que el dolor se hizo intolerable y hubo que ceder. Vio abrirse la doble puerta, y el olor de las antorchas le
llegó antes que la luz. Apenas ceñidos con el taparrabos de la ceremonia, los acólitos de los sacerdotes
se le acercaron mirándolo con desprecio. Las luces se reflejaban en los torsos sudados, en el pelo negro
lleno de plumas. Cedieron las sogas, y en su lugar lo aferraron manos calientes, duras como el bronce; se
sintió alzado, siempre boca arriba, tironeado por los cuatro acólitos que lo llevaban por el pasadizo. Los
portadores de antorchas iban adelante, alumbrando vagamente el corredor de paredes mojadas y techo
tan bajo que los acólitos debían agachar la cabeza. Ahora lo llevaban, lo llevaban, era el final. Boca arriba,
a un metro del techo de roca viva que por momentos se iluminaba con un reflejo de antorcha. Cuando en
vez del techo nacieran las estrellas y se alzara ante él la escalinata incendiada de gritos y danzas, sería el
fin. El pasadizo no acababa nunca, pero ya iba a acabar, de repente olería el aire libre lleno de estrellas,
pero todavía no, andaban llevándolo sin fin en la penumbra roja, tironeándolo brutalmente, y él no quería,
pero cómo impedirlo si le habían arrancado el amuleto que era su verdadero corazón, el centro de la vida.
Salió de un brinco a la noche del hospital, al alto cielo raso dulce, a la sombra blanda que lo rodeaba.
Pensó que debía haber gritado, pero sus vecinos dormían callados. En la mesa de noche, la botella de agua
tenía algo de burbuja, de imagen traslúcida contra la sombra azulada de los ventanales. Jadeó buscando
el alivio de los pulmones, el olvido de esas imágenes que seguían pegadas a sus párpados. Cada vez que
cerraba los ojos las veía formarse instantáneamente, y se enderezaba aterrado pero gozando a la vez
del saber que ahora estaba despierto, que la vigilia lo protegía, que pronto iba a amanecer, con el buen
sueño profundo que se tiene a esa hora, sin imágenes, sin nada… Le costaba mantener los ojos abiertos,
la modorra era más fuerte que él. Hizo un último esfuerzo, con la mano sana esbozó un gesto hacia la
botella de agua; no llegó a tomarla, sus dedos se cerraron en un vacío otra vez negro, y el pasadizo seguía
interminable, roca tras roca, con súbitas fulguraciones rojizas, y él boca arriba gimió apagadamente porque
el techo iba a acabarse, subía, abriéndose como una boca de sombra, y los acólitos se enderezaban y de
la altura una luna menguante le cayó en la cara donde los ojos no querían verla, desesperadamente se
cerraban y abrían buscando pasar al otro lado, descubrir de nuevo el cielo raso protector de la sala. Y cada
vez que se abrían era la noche y la luna mientras lo subían por la escalinata, ahora con la cabeza colgando
hacia abajo, y en lo alto estaban las hogueras, las rojas columnas de rojo perfumado, y de golpe vio la
piedra roja, brillante de sangre que chorreaba, y el vaivén de los pies del sacrificado, que arrastraban para
tirarlo rodando por las escalinatas del norte. Con una última esperanza apretó los párpados, gimiendo por
despertar. Durante un segundo creyó que lo lograría, porque estaba otra vez inmóvil en la cama, a salvo
del balanceo cabeza abajo. Pero olía a muerte y cuando abrió los ojos vio la figura ensangrentada del
sacrificador que venía hacia él con el cuchillo de piedra en la mano. Alcanzó a cerrar otra vez los párpados,
aunque ahora sabía que no iba a despertarse, que estaba despierto, que el sueño maravilloso había sido
el otro, absurdo como todos los sueños; un sueño en el que había andado por extrañas avenidas de una
ciudad asombrosa, con luces verdes y rojas que ardían sin llama ni humo, con un enorme insecto de metal
que zumbaba bajo sus piernas. En la mentira infinita de ese sueño también lo habían alzado del suelo,
también alguien se le había acercado con un cuchillo en la mano, a él tendido boca arriba, a él boca arriba
con los ojos cerrados entre las hogueras.
FIN
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UNIDAD 2 La vida es cuento, algunos géneros discursivos también
Apunte de clase:
La vida es cuento, algunos géneros discursivos también
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dure nuestra lectura, que los lugares descriptos en la historia nos rodean,
que los personajes nos hablan directamente a nosotros y logran nuestra
simpatía o nuestro rencor absoluto. Esto último sucede mayormente en la
narración subjetiva muy común en las historias románticas, de aventuras,
de terror, maravillosas, etc.
Contrariamente, cuando la historia se presenta distante despojada
de sensaciones, sin demasiada descripción, se produce una especie de
extrañamiento: el lector se siente alejado de lo que lee, recorre las páginas
buscando un efecto que le anuncie qué está pasando y qué anticipaciones
puede hacer con los datos que la historia le refiere.
Es lógico pensar que un narrador de 1ª persona gramatical que cuenta
desde un “yo” totalmente compenetrado en los vaivenes de la historia va
a resultar más subjetivo que otro de 3ª persona que presenta los hechos
sin una relación que lo comprometa demasiado con lo que narra. Pero
tampoco esto es tan absoluto, en realidad lo que tenemos que hacer es
analizar qué narrador presenta cada texto literario en su particular manera
de presentar un mundo, el que quiere contar y con el que tenemos que
entablar una especial conexión.
Porque nuestro cuerpo está preparado para moverse mucho. Yo diría que la escasez de espacio es
una tortura tan grande como la de la gota que según dicen utilizan los chinos. Ya sabes a qué tortura
me refiero: tú estás atado a un poste y te cae una gota en la cabeza, la primera gota; un minuto
después, te cae la segunda, y luego la tercera, la cuarta, la quinta... claro, consideradas de una en
una, las gotas no suponen nada, pero cuando ya ha pasado un día y te han dado en la cabeza 1.440
gotas, o cuando después de una semana estás esperando la gota número 10.080, entonces es una
tortura enloquecedora, y la muerte resulta mil veces más deseable. Y con la falta de espacio viene
a suceder más o menos lo mismo. En esta cárcel, el tramo más largo lo constituyen los 160 pasos
que hay de una pared a otra del patio, y el espacio libre que queda en las celdas no pasará de cuatro
metros cuadrados. Claro, normalmente no lo notas. Pero, a veces, por cualquier bobada, tomas
conciencia de ello, y comienzas a sentir la gota en la cabeza.”
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“Señores y señoras: tengan ustedes la completa seguridad de que quién les habla no es ningún improvisado
en el tema de la presente conferencia. Muy por el contrario, pueden ustedes confiar en que, dentro de su
humildad. Tachar. Pueden ustedes estar seguros de que, modestia aparte, quien les habla conoce el tema.
Y ese conocimiento no proviene de puras especulaciones teóricas o de saberes adquiridos en otro lado que
no sea la pura experiencia.(…) Lo nuestro, señores, tiene mucho de cirujano. Y lo digo por la finura, por la
delicadeza, por el toque justo, por el movimiento perfectamente coordinado. La importancia de la tarea bien
hecha. No todos lo ven así.
(…) El hombre tenía una jarra de agua y una copa sobre la mesa. Con la vista recorrió un imaginario auditorio,
escrutando las caras del público fantasmal.
(…)Si ustedes me lo permiten, intentaré explicarlo. Esto. Cuando él viene, cuando a él lo traen, ya está
directamente destrozado y aún no le tocaron un pelo. ¿Y saben ustedes por qué sucede esto, señores? Porque
todo es una cuestión mental. Es puramente mental”.
(…)Una sombra pareció atormentar el rostro del hombre. Llevó su mano crispada a la frente. Luego, levantó
la mirada y la clavó en algún punto distante. Yo no podía dejar de mirarlo fascinado”.
“El hombre desconectó el aparato. Se levantó. Inclinándose hacia adelante, doblándose como un muñeco
mecánico, ensayó una reverencia. En sus oídos parecían resonar imaginarios aplausos, cerrados, densos
como un trueno. El hombre juntó sus notas, se secó la transpiración, se ciñó el reloj en la muñeca, miró a
un costado y a otro, como si saludara a alguien con leves movimientos de cabeza. Murmuró:
-Cuando tengo que pronunciar una conferencia, me gusta ir bien preparado-
Y dicho esto, se dirigió hasta mí, que lo había escuchado sentado en aquella silla, las manos y los pies
atados, una mordaza en la boca, él y yo solos en la habitación, uno frente al otro. Se dirigió hacia mí,
encendió la fuerte luz que caía directamente sobre mis ojos, cegándome. Y tomando en sus manos el
instrumento punzante se acercó a mí, se acercó, se acercó, mientas yo lo miraba con espanto.”
» ACTIVIDAD 7
Lean los siguientes fragmentos extraídos de textos literarios y analicen el narrador que aparece en
cada uno de ellos. Pueden hacerse algunas de estas preguntas para orientar el análisis:
a) ¿En qué persona gramatical está? ¿Influye eso en el texto?
b) ¿Sabe mucho o poco de lo que está contando?
c) ¿Deja traslucir su opinión en su narración?
d) ¿Es uno de los personajes o sólo un narrador exterior a la historia?
e) ¿Según lo que nos cuenta, nos es posible deducir qué está pasando o qué va a pasar?
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TEXTO 1
“Deja caer las agujas sobre el regazo. La mecedora se mueve imperceptiblemente. Paula tiene
una de esas extrañas impresiones que la acometen de tiempo en tiempo; la necesidad imperiosa
de aprehender todo lo que sus sentidos puedan alcanzar en el instante. Trata de ordenar sus
inmediatas intuiciones, identificarlas y hacerlas conocimiento: movimiento de la mecedora, dolor
en el pie izquierdo, picazón en la raíz del cabello, gusto a canela, canto del canario flauta, luz
violeta en la ventana, sombras moradas a ambos lados de la pieza, olor a viejo, a lana, a paquetes
de cartas. Apenas ha concluido el análisis cuando la invade una violenta infelicidad, una opresión
física como un bolo histérico que le sube a las fauces y le impulsa a correr, a marcharse, a cambiar
de vida; cosas a las que una profunda inspiración, cerrar dos segundos los ojos y llamarse a sí
misma estúpida bastan para anular fácilmente.
La juventud de Paula ha sido triste y silenciosa, como ocurre en los pueblos a toda muchacha que
prefiera la lectura a los paseos por la plaza, desdeñe pretendientes regulares y se someta al espacio
de una casa como suficiente dimensión de vida. Por eso, al apartar ahora los claros ojos del tejido
—un pull-over gris simplísimo—, se acentúa en su rostro la sombría conformidad del que alcanza
la paz a través de moderado razonamiento y no con el alegre desorden de una existencia total. Es
una muchacha triste, buena, sola. Tiene veinticinco años, terrores nocturnos, algo de melancolía.
Toca Schumann en el piano y a veces Mendelssohn; no canta nunca pero su madre, muerta ya,
recordaba antaño haberla oído silbar quedamente cuando tenía quince años, por las tardes”.
Julio Cortázar, “Bruja”
TEXTO 2
Lees ese anuncio: una oferta de esa naturaleza no se hace todos los días. Lees y relees el aviso.
Parece dirigido a ti, a nadie mas. Distraído, dejas que la ceniza del cigarro caiga dentro de la taza
de te que has estado bebiendo en este cafetín sucio y barato. tu releerás. Se solicita historiador
joven. Ordenado. Escrupuloso. Conocedor de la lengua francesa. Conocimiento perfecto,
coloquial. Capaz de desempeñar labores de secretario. Juventud, conocimiento del francés,
preferible si ha vivido en Francia algún tiempo. Tres mil pesos mensuales, comida y recamara
cómoda, asoleada, apropiada estudio. Solo falta tu nombre. Solo falta que las letras mas negras
y llamativas del aviso informen: Felipe Montero. Se solicita Felipe Montero, antiguo becario en la
Sorbona, historiador cargado de datos inútiles, acostumbrado a exhumar papeles amarillentos,
profesor auxiliar en escuelas particulares, novecientos pesos mensuales. Pero si leyeras eso,
sospecharías, lo tomarías a broma. Donceles 815. Acuda en persona. No hay teléfono.”
Carlos Fuentes, Aura .
TEXTO 3
“Escribo: un tumor me pudre la lengua. Y el tumor que la pudre me asesina con la perversa
lentitud de un verdugo de pesadilla.
¿Yo escribí eso, aquí, en Buenos Aires, mientras oía llegar la lluvia, el invierno, la noche? Escribí:
mi lengua se pudre ¿Yo escribí eso, hoy, un día de junio, mientras oía llegar la lluvia, el invierno, la
noche?
Y ahora, escribo: me llamaron - ¿importa cuándo?- el orador de la Revolución. Escribo: una risa
larga y trastornada se enrosca en el vientre de quien fue llamado el orador de la Revolución. Escribo:
mi boca no ríe. La podredumbre prohíbe, a mi boca, la risa.
Yo, Juan José Castelli, que escribí que un tumor me pudre la lengua, ¿sé todavía, que una risa
larga y trastornada cruje en mi vientre, que hoy es la noche de un día de junio, y que llueve, y que el
invierno llega a las puertas de una ciudad que exterminó la utopía pero no su memoria?”
Andrés Rivera, La Revolución es un sueño eterno
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TEXTO 4
“La sesión siete mil cincuenta y cuatro del Congreso Galáctico estaba reunida en solemne
cónclave en la vasta sala de conferencias semicircular de Erón, segundo planeta de Arturo.
Lentamente, el presidente delegado se puso en pie.. Su marcado semblante de arturiano enrojeció
con excitación, al contemplar a los delegados que le rodeaban. Su sentido dramático le impulsó a
realizar una breve pausa antes de hacer el anuncio oficial… pues, al fin y al cabo, la entrada de un
nuevo sistema planetario en la gran familia galáctica no es algo que pueda ocurrir dos veces en la
vida de u hombre.
Allí se encontraban seres de todos los tipos y formas humanas. Algunos eran altos y esbeltos,
otros grandes y corpulentos y otros bajos y gordos. Había los de cabello largo y resistente, los que
tenían un escaso vello gris que les cubría la cabeza y la cara, otros con grandes rizos rubios, y otros
completamente calvos. Había un delegado de piel verde, uno con una nariz de veinte centímetros y
otro con una cola atrofiada. Internamente la variación casi infinita.
Pero todos se asemejaban en dos cosas: eran humanoides y poseían inteligencia.”
Isaac Asimov, “Homo Sol”
Continuamos con la
2. Había una vez: los cuentos populares
lectura del apunte
A partir de esta clase y con lo que aprendieron en la anterior,
consideramos que como estudiantes están más preparados para transitar
con mayor complejidad otro espacio, otros géneros en los que la lengua
se despliega con otras convenciones. Les proponemos ingresar en un
lugar especial en el que nada es lo que parece, un territorio en el que las
palabras pueden tomar otro significado muy diferente al que nos tienen
acostumbrados, una región poblada de personajes que pueden parecerse
tanto a nosotros que sus acciones nos conmueven o enfurecen; o que
tal vez sean tan distintos que nos replanteen hacia dónde va la especie
humana, qué relaciones han establecido los hombres y mujeres con el
miedo, con la muerte o con lo diferente.
Les estamos planteando algo tan sencillo como complejo: leer ficción,
o lo que es lo mismo negociar significados con la historia que se nos va
a contar, construir el pacto del cual hablamos en la clase 1. Si bien hasta
ahora pudimos acercamos brevemente a la literatura con la lectura de
algunos textos, a partir de ahora vamos a dedicarle mucho más tiempo,
ya que entendemos que es un “discurso especial” que refiere tanto a sí
mismo como a otros discursos también especiales como los de la ciencia,
la historia, la filosofía, etc.
En relación a esta mirada acerca de lo literario, Roland Barthes, un
estudioso de las formas en que el lenguaje se presenta en el mundo
social, dijo:
“(…) sólo nos resta, si puedo así decirlo, hacer trampas con la lengua, hacerle trampas
al lenguaje. A esa trampa, a ese magnífico engaño que permite escuchar la lengua
fuera del poder, en el esplendor de una revolución permanente del lenguaje, por mi
parte, yo la llamo literatura. (…) ”
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a DISTANCIA
esas prácticas. En realidad en estos sectores , si bien no tenían ninguna
posibilidad de acceder a la letra escrita, las personas se las ingeniaban
para crear “relatos orales” que contenían muchísimos saberes de su
experiencia social (pensemos en las guerras cuyos efectos sufrían, en
las luchas por las coronas de las que formaban parte involuntariamente,
las hambrunas relacionadas con su condición de vasallaje, las pestes de
las que eran las primeras víctimas, etc.) de su experiencia filosófica (el
pensamiento religioso estaba presente en sus vidas a través de la lecturas
bíblicas que escuchaban en la iglesia y que conformaba sus reglas de
comportamiento) y fundamentalmente de sus experiencias de vida que
volcaban en las historias orales que creaban. En esas historias, la ficción
servía para elevar las cualidades del protagonista, para atrapar a los
oyentes o para justificar las acciones de los personajes. Es decir, a veces la
realidad que contaban no era demasiado atractiva o convincente, entonces
los narradores orales le agregaban un “toque” de imaginación para atraer
a un público que – aunque no leía ni escribía- era muy exigente.
En estos relatos orales, las personas volcaban su forma de pensar, de
mirar el mundo, de reconstruir lo que habían escuchado o vivido, historias
que iban modificándose, a medida que pasaban de boca en boca, con la
subjetividad o profesionalidad de los narradores populares que agregaban
o quitaban fragmentos y de esta manera reformulaban una historia escrita
muchísimo tiempo atrás.
En las narraciones que nos vienen de tiempos remotos (ya sean mitos
o relatos folclóricos), podemos reconstruir la mentalidad que recorría
la época en que fueron creados .Las creencias, temores y deseos se
volcaban en esas historias en las que los héroes no siempre eran señores
poderosos sino muchachos pobres que con su inteligencia, bondad o
picardía podían vencer al más poderoso señor de la región, quedarse a
veces con la princesa, a veces con el reino y siempre con la aceptación de
los oyentes que quedaban atrapados en un sinfín de mágicas aventuras en
las que se veían personificados. Estos cuentos son verdaderos documentos
que reflejan cómo la inmensa masa de iletrados que poblaba el mundo
representaba en sus narraciones la cruel realidad que los rodeaba.
Según el historiador Robert Darnton, quien se dedicó a recopilar y analizar
los cuentos populares europeos:
“En las reuniones nocturnas junto a la chimenea los hombres reparaban sus herramientas
y las mujeres escuchaban los cuentos que los folcloristas registrarían 300 años después,
los mismos que tenían ya siglos de antigüedad. Ya fueran que estuvieran destinados a
divertir a los adultos o asustar a los niños,(…) los cuentos pertenecían a un fondo de
cultura popular que los campesinos atesoraron durante siglos con muy pocas pérdidas.”
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a DISTANCIA
En un primer momento fueron difundidas oralmente por cada comunidad
dentro de su entorno y luego pasaron a las diversas manifestaciones
artísticas –música, danza- a través del género folclórico.
En estas historias las creencias sagradas de los pueblos originarios
americanos de cada región se fueron mezclando con la cultura religiosa
de los conquistadores españoles originando nuevas historias producto del
intercambio entre las diferentes representaciones del mundo que cada
civilización portaba.
Los antiguos relatos americanos reflejan la relación con el mundo que
rodeaba a cada pueblo, en ellos la naturaleza tenía un fuerte protagonismo;
los dioses aseguraban esa relación y su creencia y adoración permitía
mantener el equilibrio necesario entre los hombres y el universo. Con el
advenimiento de la cultura europea, esas creencias fueron anuladas y
reemplazadas por el cristianismo, sin embargo –fundamentalmente por la
transmisión familiar- se sostuvieron en la memoria de los americanos y se
refundieron con las cosmovisiones impuestas.
Las nuevas historias –originalmente mitológicas- se convirtieron en
leyendas y su carácter oral tomó la forma escrita, práctica introducida por
los españoles y desconocida por los pueblos originarios. Las cosmovisiones
presentes en los cantos, danzas y pinturas que los indígenas repetían y
transmitían en sus ceremonias religiosas y festividades quedó fija en
una escritura que incorporó elementos europeos y esto sucedió porque
los encargados de realizar ese pasaje –oralidad a escritura- fueron los
misioneros españoles. En este proceso llamado “transculturación” ese
“riquísimo fondo cultural” sufrió transformaciones según el lugar y el
momento histórico en que fue incorporado a la escritura; es por eso que de
una misma historia tenemos –según la región- diversas versiones.
El Herrero Miseria
LA RIOJA
Éste que era un viejo que tenía una herrería, pero era tan pobre que todo cuanto encontraba llevaba a su
herrería para cuando le fuera útil. Como era tan juntador de cachivaches se le denominaba Herrero Miseria.
Un día Nuestro Señor salió a conquistar almas acompañado de San Pedro. Iban acompañados en un
burro. De repente éste pierde la herradura. Entonces San Pedro le dice a Nuestro Señor:
-Ahí hay una herrería, vamos a pedirle al herrero que le coloque la herradura al burro para poder continuar
viaje. Llegaron y cuál no fue el asombro de los dos viajeros cuando pasaron a la herrería. Todo era miseria.
El viejo herró al burro y cuando terminó los viajeros le pidieron precio, a lo que el viejo respondió que no
valía nada.
-Bueno -le dijo Nuestro Señor-, para retribuir su generosidá le concederé tres gracias. Pidamé lo que
quiera.
Entonces San Pedro corrió procurando colocarse detrás de Nuestro Señor, para hacerle seña al herrero
que pida el cielo. El viejo no le hacía caso y pidió lo que a él le pareció mejor.
La primera gracia: «Que todo el que se siente en la silla de su casa no se levante más sin su permiso».
-Concedida -dijo Jesús.
-«Que todo el que suba en su nogal que se quede pegado hasta que él lo mande a bajar».
-Concedido -dijo Jesús.
-«Que donde él se siente, nadie lo haga levantar».
Una vez concedidas las tres gracias, los viajeros siguieron su camino.
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Un buen día llegó a la casa de Miseria el diablo mayor a llevarseló. El dueño de casa estaba muy ocupado
y por eso le dijo al visitante que se sentara hasta que termine el trabajito. Pasó un rato y el diablo cansado
de esperar quiso pararse para irse y no pudo; estaba pegado a la silla. Entonces Miseria le dijo:
-Si prometes no volver más a molestarme te dejaré ir, de lo contrario, allí permanecerás pegado.
El diablo prometió no molestarlo, y así pudo salir.
Después vinieron otros diablos a quererlo llevar a la fuerza, pero Miseria tranquilamente les dijo que
era necesario llevar provisión y les dijo que fueran al nogal a juntar nueces. En el acto obedecieron y se
pusieron a comer nueces. Una vez hartos quisieron bajar y no pudieron, pues estaban pegados. Entonces
el herrero les hizo prometer que se irían de inmediato para dejarlos bajar. Así lo prometieron y se fueron.
Cuando Miseria murió y se fue a golpear la puerta del cielo, sale San Pedro. Reconoció en seguida al
herrero y dice:
-¿Qué buscás, viejo?
Fue a consultar al libro de las obras buenas y aprovechando que la puerta del cielo quedó abierta, el viejo
Herrero entró y se sentó rápido en la silla de San Pedro.
Cuando San Pedro volvió a decirle a Miseria que no estaba anotado, lo encontró muy sentado en su silla...
Disjustado fue a darle parte a Dios, y Nuestro Señor le dice:
-¿Y qué, no recuerdas la tercera gracia que pidió Miseria? Ahora, Pedro, si Miseria se sentó, no hay quien
lo haga levantar...
Así el viejo se quedó en el cielo sin haberlo pedido directamente.
Antonia Ercilia Páez. Alto Bayo. General Roca. La Rioja, 1950.
La narradora es maestra de escuela. Oyó el cuento a campesinos de la comarca.
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a DISTANCIA
Sólo se podía bajá si el hombre le permitía. El hombre se puso a dormí. Se levanta más tarde y el diablo
siempre estaba arriba de la higuera, todavía no se baja. Entonce el hombre a la oración le hace seña que
se baje y se vaya. El diablo se baja golpeandosé, acalambrado, y se va.
Al otro día viene otro diablo. El hombre le pide que lo deje comer con la familia como último día. El diablo
enseñado por el que vino ante, sabe que no hay que trepá por la higuera, pero se sentó en el banco.
El hombre terminó de comé, vino y le dice:
-Bueno, ya estoy listo, vamos.
El diablo se quiso levantá, pero no podía levantarse del banco. Hacía fuerza, pero no podía. Y nada,
estaba pegado el diablo en el banco. Entonce el hombre le dice que él va a dormí la siesta mientra él se
levanta. Durmió, se levantó y nada, el diablo estaba pegado. En la oración, le hace seña el hombre al diablo
que se levante y se vaya. El diablo se levanta todo encogido de tantas horas de estar sentado y se va.
Al otro día viene otro diablo. El hombre le pide que lo deje comer con la familia como última vé, y le dice
que no. Éste venía enseñado y no trepó a la higuera ni se sentó en el banco. Entonce el hombre se pone
las apargata, y le dice al diablo:
-Bueno, vamo por fin.
Pero el hombre con las apargata salió caminando y cada paso que daba era una legua, y en seguida se
perdió del diablo y no lo vio má. Y así ganó el hombre.
Paulino Silvano Olivera, 59 años. Eldorado. Iguazú. Misiones, 1961
» ACTIVIDAD 8
Después de leer los tres textos, respondan las siguientes preguntas:
a) ¿Qué elementos literarios (personajes, acciones, espacios, etc.) tienen en común las tres historias?
b) Vimos que la transculturación es un proceso por el cual se crea un nuevo producto cultural (en
este caso, una leyenda) a partir del encuentro entre elementos propios de las culturas originarias
americanas y elementos propios de la cultura occidental de los colonizadores europeos. ¿Qué
elementos propios de cada cultura encuentran en estos textos?
c) ¿Qué particularidades presenta el lenguaje de cada uno de los textos? ¿a qué pueden deberse?
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a DISTANCIA
Muchas narraciones antiguas siguen teniendo, aún hoy, un gran
Continuamos con la atractivo. Escritores, directores de cine, creadores de comics vuelven
lectura del apunte
a ellas reelaborándolas con elementos actuales pero manteniendo la
tradición literaria que las hizo famosas en su tiempo y les permite seguir
todavía vigentes.
VIDEO
Observen el siguiente video relacionado con la Leyenda de la Salamanca y luego realicen la
actividad 9.
“La Salamanca- La casa de los espíritus - Bloque 3”.
https://www.youtube.com/watch?v=1wQp4Ytqo3U
» ACTIVIDAD 9
Después de observar el video de la clase 2, lean la siguiente leyenda en la que se mantiene la
tradición literaria en la que el diablo vuelve a aparecer como figura central y luego respondan las
siguientes preguntas:
a) ¿En qué coinciden las dos representaciones de la Salamanca: la que presenta el video
(Tucumán) y la que cuenta la leyenda (Santiago del Estero)?
b) ¿Qué diferencias pudieron observar?
c) En la clase dijimos que los narradores orales imprimían algunas características a su narración
para hacerla más interesante, para generar suspenso, retener al público oyente, etc. ¿Les parece
que el documental que observaron acude a esos recursos en algún momento?
La leyenda de la salamanca es general en toda la Provincia. No hay apenas lugar, donde la gente no crea
ver o sospeche la existencia de una salamanca.
Según la leyenda la Salamanca es un lugar diabólico, donde el “supay” enseña sus artes, donde las brujas
efectúan sus reuniones tres veces por semana y donde acuden los que se inician en la práctica del maleficio
o los que van a aprender toda suerte de maña, destreza o habilidad.
A la Salamanca concurre, según la imaginación popular el famoso cantor o guitarrero o bailarín del pago;
la moza que enamora; la vieja bruja que prepara los “gualichos”, la curandera, el bravo domador o cazador,
el que “piala” con destreza; el corredor de las carreras cuadreras; y todo aquel que de un modo u otro se ha
destacado en la pelea, en el amor o en el trabajo.
Por lo general, la Salamanca es un lugar oculto entre los breñales, de difícil acceso, cuya entrada conduce
a una cueva amplia y lóbrega. Allí se baila, se hace música, se celebran aquelarres y orgías. Las viejas y
viejos se transforman en jóvenes, los enfermos curan, la fealdad se cubre de hermosura.
Pero para entrar es preciso armarse de gran valor. Completamente desnudo, el neófito, hombre o mujer,
debe introducirse a la Salamanca con un iniciado. A la entrada de la caverna existe un Cristo “cabeza
abajo” al que hay que pegar y escupir. Ya, en el recinto subterráneo, se ven los animales más repugnantes y
asquerosos: arañas peludas, sapos y escuerzos de gran tamaño, ampalaguas, víboras y umucutis, ante los
cuales debe el iniciado permanecer impasible “aunque las víboras se envuelvan en el cuerpo”. Si ha podido
vencer la repugnancia o el miedo que tales animales producen, es sometido a nuevas pruebas, y al final, si
resulta vencedor, el neófito “puede pedir lo que quiera”. En caso contrario, se vuelve loco al salir.
Como entretenimiento, durante la reunión, se hace música con bombo, violín, guitarra y arpa; se queman
cohetes de estruendo; y se celebran bacanales que duran toda la noche.
Es creencia general que la música de la Salamanca sólo deja de sonar cuando alguien se arrima a la cueva
y que los animales que pasan por cerca de ella se “espantan” y huyen despavoridos.
Recuperado de: http://www.santiagociudad.gov.ar/secciudad/cultura/leyendas/lasalamanca.php
Seguramente en algún momento de sus vidas escucharon algún relato o pudieron ver en cine o
televisión películas que volvían a recrear viejas leyendas. Escriban el argumento de esa historia, qué
significados recuerdan haber construido en ese momento y cuáles agregan ahora luego de haberse
acercado a sus características, origen y divulgación.
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a DISTANCIA
2. 6. El mito: una explicación sagrada
Continuamos con la
lectura del apunte
Los seres humanos trataron de explicar su origen y el del mundo que
los rodeaba desde tiempos remotos: la sucesión del día y la noche, el
sentido de la muerte, etc. Como conocían muy poco acerca de la causa
de los fenómenos naturales como la lluvia o los terremotos, recurrieron
al pensamiento mágico para dar un sentido a los sucesos inexplicables.
Estas primeras narraciones llamadas mitos ayudaron a los pueblos, donde
se originaron, a mantener la memoria de su propia historia y lograr, a partir
de ellos, construir una identidad comunitaria. Estos relatos compartidos
fueron los primeros en explicar los misterios de este mundo, de cuyos
peligros y amenazas sólo podían protegerlos los héroes y los dioses que
poblaban las narraciones.
En la actualidad asociamos el mito con el género literario, creado por la
imaginación del hombre. Sin embargo, en su origen fueron escuchados
como “reales” –recordemos su carácter oral- y considerados verdades
absolutas porque daban explicaciones creíbles para hechos que, de otro
modo, eran inexplicables. Algunos temas se repiten en los mitos de distintas
culturas y en los lugares más distantes del mundo como por ejemplo, el del
origen del universo y la aparición del primer humano en la Tierra.
Pero no se trataba únicamente de explicaciones de lo incomprensible.
Cuando se producían amenazas naturales –como epidemias o sequías-
las personas intervenían solicitando ayuda o protección a sus dioses,
los únicos capaces de recuperar el equilibrio perdido. Esta participación
se llevaba a cabo mediante distintos actos religiosos o ritos en los
cuales los mitos volvían a reafirmarse y transmitirse. Por este motivo
se formularon como explicaciones sagradas que se transmitieron de
generación en generación.
Los seres humanos siempre necesitaron encontrar respuestas a los
procesos de la naturaleza o a otras cuestiones humanas que no podían
comprender. La gente no puede vivir sin tales explicaciones porque de
alguna manera resulta tranquilizante tener una respuesta para todo, da la
ilusión de poder controlar y manejar el mundo. En aquellos tiempos en que
no había ninguna ciencia se inventaron todos los mitos que hoy leemos
como narraciones literarias.
Los relatos míticos más conocidos pertenecen a Grecia y Roma, pero otros
pueblos europeos también tenían mitos, como los celtas y los normandos.
En América los pueblos originarios dieron forma a sus creencias a través
de una variada mitología.
El mito y la leyenda comparten la estructura narrativa y el sentido
mágico de las historias pero tienen una sutil diferencia: las explicaciones
fabulosas de los mitos incluían la presencia de dioses o héroes de
cualidades sobrehumanas, las leyendas se desarrollaban en el mundo de
los mortales, es decir que en sus acciones participaban sólo los hombres,
mujeres, niños, y el mundo natural a través de animales y plantas.
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a DISTANCIA
El mito de Perséfone
Perséfone es hija de Zeus y Deméter (hija de Cronos y Rea, hermana de Zeus, y diosa de la fertilidad y el
trigo). Su tío Hades (hermano de Zeus y dios de los Infiernos), se enamoró de ella y un día la raptó.
La joven se encontraba recogiendo flores en compañía de sus amigas las ninfas y hermanas de padre,
Atenea y Artemisa, y en el momento en que va a tomar una flor, la tierra se abrió y por la grieta Hades la
toma y se la lleva.
De esta manera, Perséfone se convirtió en la diosa de los Infiernos. Aparentemente, el rapto se realizó
con la cómplice ayuda de Zeus, pero en la ausencia de Deméter, por lo que ésta inició unos largos y tristes
viajes en busca de su adorada hija, durante los cuales la tierra se volvió estéril.
Al tiempo, Zeus se arrepintió y ordenó a Hades que devolviera a Perséfone, pero esto ya no era posible
pues la muchacha había comido un grano de granada, mientras estuvo en el Infierno, no se sabe si por
voluntad propia o tentada por Hades. El problema era que un bocado de cualquier producto del Tártaro o
infierno, implicaba quedar encadenado a él para siempre.
Para suavizar la situación, Zeus dispuso que Perséfone pasara parte del año en los confines de la Tierra,
junto a Hades, y la otra parte sobre la tierra con su madre, mientras Deméter prometiera cumplir su función
germinadora y volviera al Olimpo.
El mito cuenta que el origen de la Primavera radica precisamente en este rapto, pues cuando Perséfone
es llevada a los Infiernos, las flores se entristecieron y murieron, pero cuando regresa, las flores renacen por
la alegría que les causa el retorno de la joven. Como la presencia de Perséfone en la tierra se vuelve cíclica,
así el nacimiento de las flores también lo hace.
Por otra parte, durante el tiempo en que Perséfone se mantiene alejada de su madre, Deméter y confinada
al Tártaro, o mundo subterráneo, como la esposa de Hades, la tierra se vuelve estéril y sobreviene la triste
estación del Invierno.
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a DISTANCIA
» ACTIVIDAD 10 Obligatoria
Después de leer ambos mitos, respondan:
a) ¿Qué características del mito comparten?
b) ¿Qué fenómenos del mundo natural tratan de explicar?
c) ¿Por qué les parece que eran considerados sagrados por los pueblos que los crearon?
Continuamos con la
3. El cuento fantástico: la distorsión de la realidad
lectura del apunte
Las narraciones fantásticas, al igual que los mitos y las leyendas, son
consideradas un subgénero dentro de la literatura.
En este modo de ficcionalizar, un elemento fantástico, imposible de
explicar a través de las reglas del mundo que conocemos, irrumpe en el
mundo cotidiano e instala una inquietud justamente por sus formas ajenas
a lo que consideramos “real y verdadero”: por ejemplo: metamorfosis,
creaciones extrañas, fantasmas, los sueños vividos como realidad.
La representación de lo fantástico varía según la época en que cada
narración fue creada. Por ejemplo en el siglo XIX tiene como tema
principal el horror. Incluye lo sobrenatural y terrorífico vinculado al
espanto y a lo nocturno.
La literatura fantástica contemporánea, no intenta instalar el terror como
centro de la historia sino que apunta a que el lector se sumerja en una
historia en la que lo extraño e inexplicable cuestione la lógica del mundo
en que vivimos. Busca instalar en los lectores la sensación de que existe un
mundo desconocido que puede irrumpir en el nuestro como una muestra
de que existen temas sobre los que aún no tenemos todas las respuestas.
Estas narraciones se construyen como una llamada de atención sobre
aquello que creemos conocer: la muerte, la posibilidad de otras vidas, la
transfiguración humana.
En general se define como una literatura cuyas narraciones incluyen la
invención de una realidad sobre la cual ya tenemos alguna experiencia
porque su construcción es una copia del mundo que nos rodea interrumpida
abruptamente por un hecho extraño, ajeno a lo que pensamos como lógico.
El escritor se extraña, se pregunta sobre la posibilidad de las situaciones
que está leyendo; se ve increpado a “pactar” –volvemos siempre a este
término porque ejemplifica muy bien lo que nos pasa cuando leemos- con
las situaciones planteadas para poder darles un significado. El lector se
ve obligado a tomar distancia y cuestionarse sobre la aceptación o no de
los hechos.
Clotilde Ifrán
Lloró todo el día por el traje de diablo que no le habían hecho. Faltaban tres días para Carnaval, la fecha
de su cumpleaños. Su madre no tenía tiempo para ocuparse de esas cosas.
-Buscate una modista. Ya tenés nueve años. Sos bastante grande para ocuparte de tus cosas.
El canto de las chicharras, las flores de las catalpas con elocuencia señalaban el verano y el maravilloso
misterio de las proximidades de Carnaval. Clemencia buscó la libreta vieja donde estaban anotados los
números de teléfono. En la letra M encontró el número de una modista que había muerto hacía ocho años.
Decía así: Clotilde Ifrán (la finada). Pensó: ¿Por qué no la voy a llamar?. Sin vacilar marcó el número. La
atendieron en el acto. Interrogó:
-¿Está Clotilde Ifrán?.
La voz de Clotilde Ifrán respondió:
-Soy yo.
Con todos los pormenores de sus desventuras Clemencia explicó lo que le sucedía. Clotilde Ifrán con
bondad la escuchó. Prometió buscar el género. Tenía las medidas de Clemencia. Recordó que no hacía
un año le había hecho un vestido de fiesta. Iría a probarle el vestido al día siguiente, a la hora de la siesta.
Clemencia no dijo nada: era la pequeña venganza que utilizaba en contra de su madre por no haberse
ocupado del traje de diablo. Durante las horas que esperó a Clotilde Ifrán, Clemencia no comió ni durmió.
Cuando llegó Clotilde Ifrán se sentía envejecida. No había nadie en la casa. Se hubiera dicho que los relojes
se habían detenido. Clotilde Ifrán desenvolvió el traje, sacó las tijeras y los alfileres de su cartera, se enjugó
la frente y, arrodillada frente al espejo, le probó el traje de diablo, que olía a aceite de ricino. Le quedaba
muy bien, salvo los cuernos del gorro y las costuras del pantalón que en cinco minutos se podían corregir
con unas puntadas.
-¿Cuántas diabluras harás? -musitó la modista con una sonrisa distraída.
Clemencia sintió una gran simpatía por Clotilde Ifrán y se echó en sus brazos.
-Te llevaría conmigo a mi casa. Tengo bombones y una careta preciosa -exclamó con ternura-, pero tengo
miedo que tu mamá no te dé permiso.
-Tengo aquí la plata para pagarle la hechura -dijo Clemencia abriendo un monedero de material plástico-.
-Es mi regalo de cumpleaños -respondió Clotilde Ifrán, al despedirse-. Una luz oscura resplandeció en sus
ojos enormes.
-Quiero irme con vos ahora mismo -protestó Clemencia-. No me dejes.
-Vamos -dijo Clotilde-.
Envolvieron el traje de diablo en un papel de diario para llevarlo y dejaron la valija con el cepillo de dientes
y el camisón. Las dos salieron tomadas de la mano.
Silvina Ocampo, “Clotilde Ifrán”, Cuentos Completos II , Buenos Aires: Emecé, 1999.
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» ACTIVIDAD 11 Obligatoria
Después de leer el cuento, respondan las siguientes preguntas:
a) Teniendo en cuenta las características de ambos géneros vistas anteriormente, ¿se trata de un
cuento fantástico o maravilloso? Justifiquen a partir de elementos puntuales del texto (personajes,
hechos, espacios, etc.)
b) Caracterizar al narrador del cuento, repasando las características de los mismos vistas
anteriormente.
VIDEO
En la Unidad pudieron leer que los colonizadores españoles pasaron de la oralidad a la escritura las
narraciones de los pueblos originarios. Si bien este pasaje en un primer momento fue manuscrito,
con el tiempo los españoles trasladaron a sus colonias en América todas sus costumbres, ideologías
y objetos de consumo, entre estos últimos la imprenta. Observen el siguiente video en el que resume
la importancia que esta “tecnología” tuvo en la circulación masiva de la letra impresa.
¿Qué pasó?: Imprenta (capítulo completo) - Canal Encuentro
https://www.youtube.com/watch?v=rvEK2Qhf-JU&feature=youtu.be
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UNIDAD 3 Cada cuento con su tema
Apunte de clase:
Cada cuento con su tema
1. Entre la ciencia y la sospecha: ciencia ficción y policiales
“Porque la literatura es una manera de escribir pero,
además y sobre todo, es una manera de leer.”
Juan Sasturain
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2. Ciencia ficción: la representación del futuro
Una definición posible de ciencia ficción es la que pertenece David Pringle,
crítico y editor literario: “una forma de narrativa fantástica que explota las
perspectivas imaginativas de la ciencia moderna”, es decir un tipo de relato
disparado por los significados que la ciencia despierta en la ficción. Las
historias que surgen de esta combinación presentan los extremos impensables
que los adelantos científicos pueden alcanzar. Al mismo tiempo, constituyen
verdaderas críticas a la dirección que estos avances puedan tomar sobre el
hombre y la sociedad futura.
En este sentido, muchos textos incluidos en este género reflexionan acerca
de los efectos que los avances científicos y tecnológicos pueden producir en
las personas y en las formas en las que vivimos y nos relacionamos.
Llegaron porque tenían miedo o porque no lo tenían, porque eran felices o desdichados, porque se sentían
como los Peregrinos, o porque no se sentían como los Peregrinos. Cada uno de ellos tenía una razón
diferente. Abandonaban mujeres odiosas, trabajos odiosos o ciudades odiosas; venían para encontrar algo,
dejar algo o conseguir algo; para desenterrar algo, enterrar algo o alejarse de algo.
Venían con sueños ridículos, con sueños nobles o sin sueños. El dedo del gobierno señalaba desde
letreros a cuatro colores, en innumerables ciudades: HAY TRABAJO PARA USTED EN EL CIELO. ¡VISITE
MARTE! Y los hombres se lanzaban al espacio. Al principio sólo unos pocos, unas docenas, porque casi
todos se sentían enfermos aun antes que el cohete dejara la Tierra. Y a esta enfermedad la llamaban la
soledad, porque cuando uno ve que su casa se reduce hasta tener el tamaño de un puño, de una nuez, de
una cabeza de alfiler, y luego desaparece detrás de una estela de fuego, uno siente que nunca ha nacido,
que no hay ciudades, que uno no está en ninguna parte, y sólo hay espacio alrededor, sin nada familiar,
sólo otros hombres extraños. Y cuando los estados de Illinois, lowa, Missouri o Montana desaparecen en un
mar de nubes, y más aún, cuando los Estados Unidos son sólo una isla envuelta en nieblas y todo el planeta
parece una pelota embarrada lanzada a lo lejos, entonces uno se siente verdaderamente solo, errando por
las llanuras del espacio, en busca de un mundo que es imposible imaginar.
No era raro, por lo tanto, que los primeros hombres fueran pocos. Crecieron y crecieron en número hasta
superar a los hombres que ya se encontraban en Marte. Los números eran alentadores.
Pero los primeros solitarios no tuvieron ese consuelo.
Ray Bradbury, “Los colonos”, Crónicas marcianas , Buenos Aires: Minotauro, 2018.
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nosotros como lectores, también nos vemos involucrados en la polémica
instalada en el texto. De alguna manera debemos tomar una posición ante
los temas que se abordan en la ciencia-ficción y que van cambiando a
medida que la ciencia se afianza en cuestiones que no siempre se vinculan
con el mejoramiento de la humanidad.
Por la aceptación y difusión masivas que este género tuvo desde mediados
del siglo XX, podemos también tomarlo como un fenómeno de la cultura
popular ya que se incluye en cómics, series televisivas, cine y últimamente
en los videojuegos.
Si bien dijimos que la ciencia ficción apareció como una respuesta de la
literatura al vertiginoso discurso de la ciencia, podemos considerar también
a la tecnología como otro campo de discusión incorporado a sus temas.
Las representaciones que aparecen en estos textos se relacionan entonces
con los cuestionamientos instalados a partir de los increíbles adelantos
que diariamente observamos y que formulan nuevas representaciones del
mundo. Por esto mismo, los textos pertenecientes a este género suelen
incluir palabras y expresiones propias de distintas áreas del discurso
científico; este es uno de los rasgos distintivos del género. Los temas
pueden ser variados y muchas veces se mezclan varios en un mismo relato.
Los más comunes se relacionan con:
● Los viajes por el espacio y el tiempo como una nueva aventura o con la
esperanza de encontrar otros compañeros de ruta en planetas alejados y
extraños.
● Las invasiones extraterrestres acompañadas a veces de hostiles
respuestas de los habitantes de la tierra que generan guerras
interplanetarias.
● La anticipación de un futuro en el que se incluye la transformación
humana, la incorporación de las máquinas a lo cotidiano, la robotización
de la vida.
● Experimentos científicos con consecuencias peligrosas para la vida de
los seres humanos.
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2. 1. Lectura: cuento del escritor Ray Bradbury
Lean el siguiente cuento del escritor Ray Bradbury:
El Peatón (adaptación)
Entrar en aquel silencio que era la ciudad a las ocho de una brumosa noche de noviembre, pisar la acera
de cemento y las grietas alquitranadas, y caminar, con las manos en los bolsillos, a través de los silencios,
nada le gustaba más al señor Leonard Mead. Se detenía en una bocacalle, y miraba a lo largo de las
avenidas iluminadas por la Luna, en las cuatro direcciones, decidiendo qué camino tomar. Pero realmente
no importaba, pues estaba solo en aquel mundo del año 2052, o era como si estuviese solo. Y una vez que
se decidía, caminaba otra vez, lanzando ante él formas de aire frío, como humo de cigarro.
(…)El señor Leonard Mead se detenía, estiraba la cabeza, escuchaba, miraba, y seguía caminando, sin
que sus pisadas resonaran en la acera.
(…) En esta noche particular, el señor Mead inició su paseo caminando hacia el oeste, hacia el mar oculto.
Había una agradable escarcha cristalina en el aire, que le lastimaba la nariz, y sus pulmones eran como un
árbol de Navidad. Podía sentir la luz fría que entraba y salía, y todas las ramas cubiertas de nieve invisible. El
señor Mead escuchaba satisfecho el débil susurro de sus zapatos blandos en las hojas otoñales, y silbaba
quedamente una fría canción entre dientes, recogiendo ocasionalmente una hoja al pasar, examinando el
esqueleto de su estructura en los raros faroles, oliendo su herrumbrado olor.
(…) La calle era silenciosa y larga y desierta, y sólo su sombra se movía, como la sombra de un halcón
en el campo. Si cerraba los ojos y se quedaba muy quieto, inmóvil, podía imaginarse en el centro de una
llanura, un desierto de Arizona, invernal y sin vientos, sin ninguna casa en mil kilómetros a la redonda, sin
otra compañía que los cauces secos de los ríos, las calles.
(…) ¿Era un murmullo de risas el que venía desde aquella casa a la luz de la luna? El señor Mead titubeó,
y siguió su camino. No se oía nada más. Trastabilló en un saliente de la acera. El cemento desaparecía ya
bajo las hierbas y las flores. Luego de diez años de caminatas, de noche y de día, en miles de kilómetros,
nunca había encontrado a otra persona que se paseara como él.
Llegó a una parte cubierta de tréboles donde dos carreteras cruzaban la ciudad. Durante el día se sucedían
allí tronadoras oleadas de autos, con un gran susurro de insectos. Los coches escarabajos corrían hacia
lejanas metas tratando de pasarse unos a otros, exhalando un incienso débil. Pero ahora estas carreteras
eran como arroyos en una seca estación, sólo piedras y luz de luna.
Leonard Mead dobló por una calle lateral hacia su casa. Estaba a una manzana de su destino cuando un
coche solitario apareció de pronto en una esquina y lanzó sobre él un brillante cono de luz blanca. Leonard
Mead se quedó paralizado, casi como una polilla nocturna, atontado por la luz.
Una voz metálica llamó:
-Quieto. ¡Quédese ahí! ¡No se mueva!
Mead se detuvo.
- ¡Arriba las manos!
- Pero... – dijo Mead.
- ¡Arriba las manos, o dispararemos!
La policía, por supuesto, pero qué cosa rara e increíble; en una ciudad de tres millones de habitantes sólo
había un coche de policía. ¿No era así? Un año antes, en 2052, el año de la elección, las fuerzas policiales
habían sido reducidas de tres coches a uno. El crimen disminuía cada vez más; no había necesidad de
policía, salvo este coche solitario que iba y venía por las calles desiertas.
- ¿Su nombre? - dijo el coche de policía con un susurro metálico.
- ¡Leonard Mead!
- ¿Ocupación o profesión?
- Imagino que ustedes me llamarían un escritor.
- Sin profesión -dijo el coche de policía como si se hablara a sí mismo.
La luz inmovilizaba al señor Mead, como una pieza de museo atravesada por una aguja.
- Sí, puede ser así - dijo.
No escribía desde hacía años. Ya no vendían libros ni revistas. Todo ocurría ahora en casa como tumbas,
pensó, continuando sus fantasías. Las tumbas, mal iluminadas por la luz de la televisión, donde la gente
estaba como muerta, con una luz multicolor que les rozaba la cara, pero que nunca los tocaba realmente.
- ¿Qué estaba haciendo afuera?
- Sólo caminando dijo Mead simplemente, pero sintiendo un frío en la cara.
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a DISTANCIA
- ¿Caminando hacia dónde? ¿Para qué?
- Caminando para tomar aire. Caminando para ver.
- ¡Su dirección!
- Calle Saint James, once, sur.
- ¿Hay aire en su casa, tiene usted acondicionador de aire, señor Mead?
- Sí.
-¿Y tiene usted televisor?
- No.
- ¿No?
Se oyó un suave crujido que era en sí mismo una acusación.
- ¿Es usted casado, señor Mead?
- No.
- No es casado - dijo la voz de la policía detrás del rayo brillante.
- Nadie me quiere - dijo Leonard Mead con una sonrisa.
- ¡No hable si no le preguntan!
¿Sólo caminando, señor Mead?
- Sí.
- Pero no ha dicho para qué.
- Lo he dicho; para tomar aire, y ver, y caminar simplemente.
- ¿Ha hecho esto a menudo?
- Todas las noches durante años.
- El coche de policía estaba en el centro de la calle, con su garganta de radio que zumbaba débilmente.
- Bueno, señor Mead - dijo el coche.
- ¿Eso es todo? - preguntó Mead cortésmente.
- Sí - dijo la voz - Acérquese. - Se oyó un suspiro, un chasquido. La portezuela trasera del coche se abrió
de par en par - Entre.
- Un minuto. ¡No he hecho nada!
- Señor Mead...
Mead entró como un hombre que de pronto se sintiera borracho. Cuando pasó junto a la ventanilla
delantera del coche, miró adentro. Tal como esperaba, no había nadie en el asiento delantero, nadie en el
coche.
Mead se apoyó en la portezuela y miró el asiento trasero, que era un pequeño calabozo, una cárcel en
miniatura con barrotes. Olía a antiséptico; olía a demasiado limpio y duro y metálico. No había allí nada
blando.
- ¿Hacia dónde me llevan?
- Al Centro Psiquiátrico de Investigación de Tendencias Regresivas.
Mead entró. La puerta se cerró con un golpe blando. El coche policía rodó por las avenidas nocturnas,
lanzando adelante sus débiles luces.
(…)El coche corrió por los cauces secos de las calles, alejándose, dejando atrás las calles desiertas con
las aceras desiertas, sin escucharse ningún otro sonido, ni hubo ningún otro movimiento en todo el resto
de la helada noche de noviembre.
Ray Bradbury, “El peatón”, en: Las doradas manzanas del Sol
» ACTIVIDAD 12
Después de leer el cuento “El peatón”:
a) Transcriban tres fragmentos del texto donde se evidencien los cambios que los adelantos
tecnológicos están produciendo en la vida cotidiana de las personas y en su forma de relacionarse.
No olviden las comillas, que son los signos ortográficos que indican que lo transcripto se trata
de un cita textual.
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2. 2. Lectura: cuento escrito por Isaac Asimov
Continuamos con la
lectura del apunte
Luego de leer y conocer las características de este género, podemos
coincidir con lo que venimos diciendo de la ciencia ficción o aportar nuevas
interpretaciones. Cada uno de nosotros incluye en su lectura sus propias
experiencias, su conocimiento del tema, su aceptación o no del género,
etc. Este tipo de práctica es la que buscamos, ya que las apropiaciones que
realicemos desde estas lecturas no sólo fomentarán la actitud crítica, sino
que también nos ayudarán en la construcción de nuevos conocimientos que
vayan apareciendo. Todos los lectores encontramos significados poniendo
en diálogo nuestras experiencias individuales con las representaciones
que aparecen en los textos.
Lean el siguiente relato del escritor Isaac Asimov y luego realicen la
actividad 13.
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a DISTANCIA
Ames no sentía aquel temblor a lo largo de sus líneas de fuerza desde... ¿desde cuándo? Si lo intentaba
ahora para Brock y funcionaba, se atrevería a manipular la Materia ante la Asamblea de Seres Energéticos
que, durante tanto tiempo, esperaban algo novedoso.
La Materia era muy escasa entre las galaxias, pero Ames la reunió, la juntó en un radio de varios años-luz,
escogiendo los átomos, dotándola de consistencia arcillosa y conformándola en sentido ovoide.
—¿No lo recuerdas, Brock? —preguntó suavemente—. ¿No era algo parecido?
El vórtice de Brock tembló al entrar en fase.
—No me obligues a recordar. No recuerdo nada.
—Existía una cúspide y ellos la llamaban cabeza. Lo recuerdo tan claramente como te lo digo ahora. —
Efectuó una pausa y luego continuó—. Mira, ¿recuerdas algo así?
Sobre la parte superior del ovoide apareció la «cabeza».
—¿Qué es eso? —preguntó Brock.
—Es la palabra que designa la cabeza. Los símbolos que representan el sonido de la palabra. Dime que
lo recuerdas, Brock.
—Había algo más —dijo Brock con dudas—. Había algo en medio.
Una forma abultada surgió.
—¡Sí! —exclamó Ames—. ¡Es la nariz! —Y la palabra «nariz» apareció en su lugar—. Y también había ojos a
cada lado: «Ojo izquierdo..., Ojo derecho».
Ames contempló lo que había conformado, sus líneas de fuerza palpitaban lentamente. ¿Estaba seguro
que era algo así?
—La boca y la barbilla —dijo luego— y la nuez de Adán y las clavículas. Recuerdo bien todas las palabras.
—Y todas ellas aparecieron escritas junto a la figura ovoide.
—No pensaba en estas cosas desde hace cientos de millones de años —dijo Brock—. ¿Por qué me haces
recordarlas? ¿Por qué?
Ames permaneció sumido en sus pensamientos.
—Algo más. Órganos para oír. Algo para escuchar las ondas acústicas. ¡Oídos! ¿Dónde estaban? ¡No
puedo recordar dónde estaban!
—¡Olvídalo! —gritó Brock—. ¡Olvídate de los oídos y de todo lo demás! ¡No recuerdes!
—¿Qué hay de malo en recordar? —replicó Ames, desconcertado.
—Porque el exterior no era tan rugoso y frío como eso, sino cálido y suave. Los ojos miraban con ternura y
estaban vivos y los labios de la boca temblaban y eran suaves sobre los míos.
Las líneas de fuerza de Brock palpitaban y se agitaban, palpitaban y se agitaban.
—¡Lo lamento! —dijo Ames—. ¡Lo lamento!
—Me has recordado que en otro tiempo fui mujer y supe amar, que esos ojos hacían algo más que ver y
que no había nadie que lo hiciera por mí... y ahora no tengo ojos para hacerlo.
Con violencia, ella añadió una porción de materia a la rugosa y áspera cabeza y dijo:
—Ahora, deja que ellos lo hagan —y desapareció.
Y Ames vio y recordó que en otro tiempo él fue un hombre. La fuerza de su vórtice partió la cabeza en dos
y partió a través de las galaxias siguiendo las huellas energéticas de Brock, de vuelta al infinito destino de
la vida.
Y los ojos de la destrozada cabeza de Materia aún centelleaban con lo que Brock colocó allí en
representación de las lágrimas. La cabeza de Materia hizo lo que los seres energéticos ya no podían hacer
y lloró por toda la humanidad y por la frágil belleza de los cuerpos que abandonaron un billón de años atrás.
Isaac Asimov, “Los ojos hacen algo más que ver”
» ACTIVIDAD 13
En el cuento I. Asimov hipotetiza sobre una posible transformación de la materia en energía. En
el relato los seres que sostienen la conversación son sólo energía fluyendo en el espacio porque
la humanidad ha perdido su condición material a lo largo de un trillón de años luz. Uno de ellos,
Ames, como parte de un proceso de creación artística, trata de recrear la forma humana tan
remota como olvidada.
Les proponemos que imaginen y escriban, como parte del cuento, un párrafo que explique las
razones que motivaron tal transformación. Algunas ideas ¿una guerra nuclear, lluvia ácida,
manipulación genética masiva?
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a DISTANCIA
Continuamos con la
3. Razonamientos y pistas: el género policial
lectura del apunte
El pensamiento científico, el razonamiento lógico que la ciencia adopta
como forma de representar el mundo, también forma parte de otro género
literario: el género policial.
Este nuevo modo de escribir nace como narrativa en el siglo XIX, en el
mismo momento en que la ciencia se constituye como el saber privilegiado.
Los métodos, planteos y justificaciones que instala van a ser utilizados por
los investigadores de los cuentos y novelas policiales, siempre inteligentes,
siempre racionales, siempre infalibles.
La conducta obsesiva que caracteriza a estos personajes los ayuda
en la resolución del caso policial para descubrir al culpable: construyen
hipótesis, siguen pistas y datos y realizan pruebas. Difícilmente van a
equivocarse en la búsqueda de la verdad y muchas veces cuentan con
la asistencia indispensable de un ayudante que desarrolla habilidades
parecidas a las de su jefe a partir de las aventuras que comparten. Algunos
de estos investigadores han alcanzado una fama literaria tan importante
que hasta superan la de sus creadores. Un ejemplo de esto es Sherlock
Holmes y su famoso ayudante Watson, creaciones ficcionales del escritor
Arthur Conan Doyle.
Las historias ficcionales que narran los policiales muestran situaciones
tan reales que muy bien podrían formar parte de la sección policial de
cualquier diario. Además, la aceptación popular que el género ha tenido
ha traspasado su formato para instalarse en otros como el cine, las series
televisivas y las historietas.
Lo interesante del género policial es que, además de todos los elementos
mencionados, necesita un lector tan apasionado por los enigmas como el
personaje investigador. Esto lo va a convertir, también a él en un detective
más: seguirá los datos, huellas y pistas que el texto le presente y llegará
exitosamente (o no) a la resolución del caso junto con el personaje principal.
“El hombre está caído junto a un árbol, los ojos abiertos, la boca abierta, las piernas y los brazos formando
una cruz, muerto. Cerca de la mano derecha se ve un revólver de seis tiros. El viento mueve la corbata.
La pechera de la camisa está manchada de sangre. La corbata golpea suavemente la cara del muerto,
se adhiere a los coágulos que quedaron sobre la mejilla, sobre la barba de dos días. El viento la impulsa
otra vez: un hilo de sangre se prolonga desde la cara hasta la corbata, se rompe, cruza la nariz y los
labios. La corbata es verde. El saco está desabrochado, abierto sobre la hierba: cayó de espaldas al morir.
Los pantalones arrugados, las rodilleras, las botamangas angostas y deformadas, las medias, los zapatos
negros, opacos, viejos. Es un hombre de cuarenta y tres años, mide un metro ochenta, pesa setenta kilos.
Ojos: marrones. Estado civil: soltero. Señas particulares: ninguna. En un bolsillo del chaleco hay un estuche
de cuero para anteojos. Fecha y lugar de nacimiento. Hijo de. Y de. Alto, caído, muerto sobre la hierba de
un parque, el viernes 15 de julio de l966”.
Juan Martini, “Descripción de un asesinato
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“Dos días después de la Navidad, pasé a visitar a mi amigo Sherlock Holmes con la intención de transmitirle
las felicitaciones propias de la época. Lo encontré tumbado en el sofá, con una bata morada, el colgador
de las pipas a su derecha y un montón de periódicos arrugados, que evidentemente acababa de estudiar,
al alcance de la mano. Al lado del sofá había una silla de madera, y de una esquina de su respaldo colgaba
un sombrero de fieltro ajado y mugriento, gastadísimo por el uso y roto por varias partes. Una lupa y unas
pinzas dejadas sobre el asiento indicaban que el sombrero había sido colgado allí con el fin de examinarlo.
- Veo que está usted ocupado dije. ¿Le interrumpo?
- Nada de eso. Me alegro de tener un amigo con el que poder comentar mis conclusiones. Se trata de un
caso absolutamente trivial - señaló con el pulgar el viejo sombrero-, pero algunos detalles relacionados con
él no carecen por completo de interés, e incluso resultan instructivos.
“Usted había hecho las cosas con tanta limpieza que nadie, ni siquiera el muerto, hubiese podido culparlo
del asesinato.
En la noche, cuando las sustancias se sumergen en una identidad de aristas y de planos que sólo la
luz podría romper, usted vino armado de un cuchillo curvo, de hoja vibrante y sonora y se detuvo junto a
la habitación. Escuchó, y al no hallar más réplica que la del silencio, empujó la puerta; no con la lentitud
sistemática del personaje de Poe, aquel que le tenía odio a un ojo. Sino con alegre decisión, como cuando
se entra en casa de la novia o se acude a recibir un aumento de sueldo. Usted empujó la puerta, y sólo un
motivo de elemental precaución pudo disuadirlo de silbar una tonada. Que, no está de más decirlo, hubiera
sido Gimiendo por ti.
Ralph solía dormir de costado, ofreciendo un flanco a las miradas de los cuchillos. Usted se acercó
despacio, calculando la distancia que lo separaba del lecho; cuando estuvo a un metro, hizo alto. La
ventana, que Ralph dejaba abierta para recibir la brisa del amanecer (y levantarse a cerrarla por mero
placer de dormir nuevamente hasta las diez), permitía el acceso a los letreros luminosos. Nueva York estaba
rumorosa y llena de caprichos esa noche, y a usted le causó gracia observar la competencia entablada, sin
cuartel, entre las marcas de cigarrillos y los distintos tipos de neumáticos.”
Julio Cortázar, “Puzzle”.
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» ACTIVIDAD 14
Luego de leer los tres fragmentos, analizar:
a) ¿En qué o quién focaliza cada uno? Para responder, tener en cuenta quién narra y qué elementos
o personajes describe.
b) Los tres fragmentos son muy diferentes entre sí porque pertenecen a tradiciones o estilos distintos
dentro del género. ¿Qué elementos presenta cada fragmento (objetos, personajes, acciones,
espacios) que son propios del policial? ¿en qué época te parece que fue escrito cada texto?
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La loca y el relato del crimen
I
Gordo, difuso, melancólico, el traje de filafil verde nilo flotándole en el cuerpo, Almada salió ensayando un
aire de secreta euforia para tratar de borrar su abatimiento.
Las calles se aquietaban ya; oscuras y lustrosas bajaban con un suave declive y lo hacían avanzar
plácidamente, sosteniendo el ala del sombrero cuando el viento del río le tocaba la cara. En ese momento
las coperas entraban en el primer turno. A cualquier hora hay hombres buscando una mujer, andan por
la ciudad bajo el sol pálido, cruzan furtivamente hacia los dancings que en el atardecer dejan caer sobre
la ciudad una música dulce. Almada se sentía perdido, lleno de miedo y de desprecio. Con el desaliento
regresaba el recuerdo de Larry: el cuerpo distante de la mujer, blando sobre la banqueta de cuero, las
rodillas abiertas, el pelo rojo contra las lámparas celestes del New Deal. Verla de lejos, a pleno día, la piel
gastada, las ojeras, vacilando contra la luz malva que bajaba del cielo: altiva, borracha, indiferente, como
si él fuera una planta o un bicho. “Poder humillarla una vez”, pensó. “Quebrarla en dos para hacerla gemir
y entregarse”.
En la esquina, el local del New Deal era una mancha ocre, corroída, más pervertida aún bajo la neblina
de las seis de la tarde. Parado enfrente, retacón, ensimismado, Almada encendió un cigarrillo y levantó la
cara como buscando en el aire el perfume maligno de Larry. Se sentía fuerte ahora, capaz de todo, capaz
de entrar al cabaret y sacarla de un brazo y cachetearla hasta que obedeciera. “Años que quiero levantar
vuelo”, pensó de pronto. “Ponerme por mi cuenta en Panamá, Quito, Ecuador”. En un costado, tendida en
un zaguán, vio el bulto sucio de una mujer que dormía envuelta en trapos. Almada la empujó con un pie.
-Che, vos -dijo.
La mujer se sentó tanteando el aire y levantó la cara como enceguecida.
-¿Cómo te llamás? -dijo él.
-¿Quién?
-Vos. ¿O no me oís?
-Echevarne Angélica Inés -dijo ella, rígida-. Echevarne Angélica Inés, que me dicen Anahí.
-¿Y qué hacés acá?
-Nada -dijo ella-. ¿Me das plata?
-Ahá, ¿querés plata?
-La mujer se apretaba contra el cuerpo un viejo sobretodo de varón que la envolvía como una túnica.
-Bueno -dijo él-. Si te arrodillás y me besás los pies te doy mil pesos.
-¿Eh?
-¿Ves? Mirá -dijo Almada agitando el billete entre sus deditos mochos-. Te arrodillás y te lo doy.
-Yo soy ella, soy Anahí. La pecadora, la gitana.
-¿Escuchaste? -dijo Almada-. ¿O estás borracha?
-La macarena, ay macarena, llena de tules -cantó la mujer y empezó a arrodillarse contra los trapos que
le cubrían la piel hasta hundir su cara entre las piernas de Almada. Él la miró desde lo alto, majestuoso, un
brillo húmedo en sus ojitos de gato.
-Ahí tenés. Yo soy Almada -dijo, y le alcanzó el billete-. Comprate perfume.
-La pecadora. Reina y madre -dijo ella-. No hubo nunca en todo este país un hombre más hermoso que
Juan Bautista Bairoletto, el jinete.
Por el tragaluz del dancing se oía sonar un piano débilmente, indeciso. Almada cerró las manos en los
bolsillos y enfiló hacia la música, hacia los cortinados color sangre de la entrada.
-La macarena, ay macarena -cantaba la loca-. Llena de tules y sedas, la macarena, ay, llena de tules
-cantó la loca.
Antúnez entró en el pasillo amarillento de la pensión de Viamonte y Reconquista, sosegado, manso
ya, agradecido a esa sutil combinación de los hechos de la vida que él llamaba su destino. Hacía una
semana que vivía con Larry. Antes se encontraban cada vez que él se demoraba en el New Deal sin elegir
o querer admitir que iba por ella; después, en la cama, los dos se usaban con frialdad y eficacia, lentos,
perversamente. Antúnez se despertaba pasado el mediodía y bajaba a la calle, olvidado ya del resplandor
agrio de la luz en las persianas entornadas. Hasta que al fin una mañana, sin nada que lo hiciera prever, ella
se paró desnuda en medio del cuarto y como si hablara sola le pidió que no se fuera. Antúnez se largó a reír:
“¿Para qué?”, dijo. “¿Quedarme?”, dijo él, un hombre pesado, envejecido. “¿Para qué?”, le había dicho,
pero ya estaba decidido, porque en ese momento empezaba a ser consciente de su inexorable decadencia,
de los signos de ese fracaso que él había elegido llamar su destino. Entonces se dejó estar en esa pieza, sin
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nada que hacer salvo asomarse al balconcito de fierro para mirar la bajada de Viamonte y verla venir, lerda,
envuelta en la neblina del amanecer. Se acostumbró al modo que tenía ella de entrar trayendo el cansancio
de los hombres que le habían pagado copas y arrimarse, como encandilada, para dejar la plata sobre la
mesa de luz. Se acostumbró también al pacto, a la secreta y querida decisión de no hablar del dinero, como
si los dos supieran que la mujer pagaba de esa forma el modo que tenía él de protegerla de los miedos que
de golpe le daban de morirse o de volverse loca.
Nos queda poco de juego, a ella y a mí”, pensó llegando al recodo del pasillo, y en ese momento, antes
de abrir la puerta de la pieza supo que la mujer se le había ido y que todo empezaba a perderse. Lo que
no pudo imaginar fue que del otro lado encontraría la desdicha y la lástima, los signos de la muerte en
los cajones abiertos y los muebles vacíos, en los frascos, perfumes y polvos de Larry tirados por el suelo:
la despedida o el adiós escrito con rouge en el espejo del ropero, como un anuncio que hubiera querido
dejarle la mujer antes de irse.
Vino él vino Almada vino a llevarme sabe todo lo nuestro vino al cabaret y es como un bicho una basura
oh dios mío ándate por favor te lo pido salvate vos Juan vino a buscarme esta tarde es una rata olvídame te
lo pido olvídame como si nunca hubiera estado en tu vida yo Larry por lo que más quieras no me busques
porque él te va a matar.
Antúnez leyó las letras temblorosas, dibujadas como una red en su cara reflejada en la luna del espejo.
II
A Emilio Renzi le interesaba la lingüística pero se ganaba la vida haciendo bibliográficas en el diario El
Mundo: haber pasado cinco años en la facultad especializándose en la fonología de Trubetzkoi y terminar
escribiendo reseñas de media página sobre el desolado panorama literario nacional era sin duda la causa
de su melancolía, de ese aspecto concentrado y un poco metafísico que lo acercaba a los personajes de
Roberto Arlt.
El tipo que hacía policiales estaba enfermo la tarde en que la noticia del asesinato de Larry llegó al diario.
El viejo Luna decidió mandar a Renzi a cubrir la información porque pensó que obligarlo a mezclarse en esa
historia de putas baratas y cafishios le iba a hacer bien. Habían encontrado a la mujer cosida a puñaladas
a la vuelta del New Deal; el único testigo del crimen era una pordiosera medio loca que decía llamarse
Angélica Echevarne. Cuando la encontraron acunaba el cadáver como si fuera una muñeca y repetía una
historia incomprensible. La policía detuvo esa misma mañana a Juan Antúnez, el tipo que vivía con la
copera, y el asunto parecía resuelto.
-Trata de ver si podés inventar algo que sirva -le dijo el viejo Luna-. Andate hasta el Departamento que a
las seis dejan entrar al periodismo.
En el Departamento de Policía Renzi encontró a un solo periodista, un tal Rinaldi, que hacía crímenes en
el diario La Prensa. El tipo era alto y tenía la piel esponjosa, como si recién hubiera salido del agua. Los
hicieron pasar a una salita pintada de celeste que parecía un cine: cuatro lámparas alumbraban con una
luz violenta una especie de escenario de madera. Por allí sacaron a un hombre altivo que se tapaba la cara
con las manos esposadas: enseguida el lugar se llenó de fotógrafos que le tomaron instantáneas desde
todos los ángulos. El tipo parecía flotar en una niebla y cuando bajó las manos miró a Renzi con ojos suaves.
-Yo no he sido -dijo-. Ha sido el gordo Almada, pero a ese lo protegen de arriba.
Incómodo, Renzi sintió que el hombre le hablaba sólo a él y le exigía ayuda.
-Seguro fue este -dijo Rinaldi cuando se lo llevaron-. Soy capaz de olfatear un criminal a cien metros: todos
tienen la misma cara de gato meado, todos dicen que no fueron y hablan como si estuvieran soñando.
-Me pareció que decía la verdad.
-Siempre parecen decir la verdad. Ahí está la loca. La vieja entró mirando la luz y se movió por la tarima
con un leve balanceo, como si caminara atada. En cuanto empezó a oírla, Renzi encendió su grabador.
-Yo he visto todo he visto como si me viera el cuerpo todo por dentro los ganglios las entrañas el corazón
que pertenece que perteneció y va a pertenecer a Juan Bautista Bairoletto el jinete por ese hombre le estoy
diciendo váyase de aquí enemigo mala entraña o no ve que quiere sacarme la piel a lonjas y hacer visos
encajes ropa de tul trenzando el pelo de la Anahí gitana la macarena, ay macarena una arrastrada sos no
tenés alma y el brillo en esa mano un pedernal tomo ácido te juro si te acercas tomo ácido pecadora loca
de envidia porque estoy limpia yo de todo mal soy una santa Echevarne Angélica Inés que me dicen Anahí
tenía razón Hitler cuando dijo hay que matar a todos los entrerrianos soy bruja y soy gitana y soy la reina
que teje un tul hay que tapar el brillo de esa mano un pedernal, el brillo que la hizo morir por qué te sacás
el antifaz mascarita que me vio o no me vio y le habló de ese dinero Madre María Madre María en el zaguán
Anahí fue gitana y fue reina y fue amiga de Evita Perón y dónde está el purgatorio si no estuviera en Lanús
donde llevaron a la virgen con careta en esa máquina con un moño de tul para taparle la cara que la he
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tenido blanca por la inocencia.
-Parece una parodia de Macbeth -susurró, erudito, Rinaldi-. Se acuerda, ¿no? El cuento contado por un
loco que nada significa.
-Por un idiota, no por un loco -rectificó Renzi-. Por un idiota. ¿Y quién le dijo que no significa nada?
La mujer seguía hablando de cara a la luz.
-Por qué me dicen traidora sabe por qué le voy a decir porque a mí me amaba el hombre más hermoso
en esta tierra Juan Bautista Bairoletto jinete de poncho inflado en el aire es un globo un globo gordo que
nota bajo la luz amarilla no te acerqués si te acercás te digo no me toqués con la espada porque en la luz
es donde yo he visto todo he visto como si me viera el cuerpo todo por dentro los ganglios las entrañas el
corazón que perteneció que pertenece y que va a pertenecer.
-Vuelve a empezar -dijo Rinaldi.
-Tal vez está tratando de hacerse entender.
-¿Quién? ¿Esa? Pero no ve lo rayada que está -dijo mientras se levantaba de la butaca-. ¿Viene?
-No. Me quedo.
-Oiga, viejo. ¿No se dio cuenta que repite siempre lo mismo desde que la encontraron?
-Por eso -dijo Renzi controlando la cinta del grabador-. Por eso quiero escuchar: porque repite siempre lo
mismo.
Tres horas más tarde Emilio Renzi desplegaba sobre el sorprendido escritorio del viejo Luna una
transcripción literal del monólogo de la loca, subrayado con lápices de distintos colores y cruzado de marcas
y de números.
-Tengo la prueba de que Antúnez no mató a la mujer. Fue otro, un tipo que él nombró, un tal Almada, el
gordo Almada.
-¿Qué me contás? -dijo Luna, sarcástico-. Así que Antúnez dice que fue Almada y vos le creés.
-No. Es la loca que lo dice; la loca que hace diez horas repite siempre lo mismo sin decir nada. Pero
precisamente porque repite lo mismo se la puede entender. Hay una serie de reglas en lingüística, un
código que se usa para analizar el lenguaje psicótico.
-Decime, pibe -dijo Luna lentamente-. ¿Me estás cargando?
-Espere, déjeme hablar un minuto. En un delirio el loco repite, o mejor, está obligado a repetir ciertas
estructuras verbales que son fijas, como un molde, ¿se da cuenta?, un molde que va llenando con palabras.
Para analizar esa estructura hay treinta y seis categorías verbales que se llaman operadores lógicos. Son
como un mapa, usted los pone sobre lo que dicen y se da cuenta que el delirio está ordenado, que repite
esas fórmulas. Lo que no entra en ese orden, lo que no se puede clasificar, lo que sobra, el desperdicio, es
lo nuevo: es lo que el loco trata de decir a pesar de la compulsión repetitiva. Yo analicé con ese método el
delirio de esa mujer. Si usted mira va a ver que ella repite una cantidad de fórmulas, pero hay una serie de
frases, de palabras que no se pueden clasificar, que quedan fuera de esa estructura. Yo hice eso y separé
esas palabras y ¿qué quedó? -dijo Renzi levantando la cara para mirar al viejo Luna-. ¿Sabe qué queda?
Esta frase: El hombre gordo la esperaba en el zaguán y no me vio y le habló de dinero y brilló esa mano que
la hizo morir. ¿Se da cuenta? -remató Renzi, triunfal-. El asesino es el gordo Almada.
El viejo Luna lo miró impresionado y se inclinó sobre el papel.
-¿Ve? -insistió Renzi-. Fíjese que ella va diciendo esas palabras, las subrayadas en rojo, las va diciendo
entre los agujeros que se pueden hacer en medio de lo que está obligada a repetir, la historia de Bairoletto,
la virgen y todo el delirio. Si se fija en las diferentes versiones va a ver que las únicas palabras que cambian
de lugar son esas con las que ella trata de contar lo que vio.
-Che, pero qué bárbaro. ¿Eso lo aprendiste en la facultad?
-No me joda.
-No te jodo, en serio te digo. ¿Y ahora qué vas a hacer con todos estos papeles? ¿La tesis?
-¿Cómo qué voy a hacer? Lo vamos a publicar en el diario.
El viejo Luna sonrió como si le doliera algo.
-Tranquilizate, pibe. ¿O te pensás que este diario se dedica a la lingüística?
Hay que publicarlo, ¿no se da cuenta? Así lo pueden usar los abogados de Antúnez. ¿No ve que ese tipo
es inocente?
-Oíme, el tipo ese está cocinado, no tiene abogados, es un cafishio, la mató porque a la larga siempre
terminan así las locas esas. Me parece fenómeno el jueguito de palabras, pero paramos acá. Hacé una nota
de cincuenta líneas contando que a la mina la mataron a puñaladas.
-Escuche, señor Luna -lo cortó Renzi-. Ese tipo se va a pasar lo que le queda de vida metido en cana.
-Ya sé. Pero yo hace treinta años que estoy metido en este negocio y sé una cosa: no hay que buscarse
problemas con la policía. Si ellos te dicen que lo mató la Virgen María, vos escribís que lo mató la Virgen
María.
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-Está bien -dijo Renzi juntando los papeles-. En ese caso voy a mandarle los papeles al juez.
-Decime, ¿vos te querés arruinar la vida? ¿Una loca de testigo para salvar a un cafishio? ¿Por qué te
querés mezclar? -en la cara le brillaban un dulce sosiego, una calma que nunca le había visto-. Mira, tomate
el día franco, andá al cine, hacé lo que quieras, pero no armés lío. Si te enredás con la policía te echo del
diario.
Renzi se sentó frente a la máquina y puso un papel en blanco. Iba a redactar su renuncia; iba a escribir una
carta al juez. Por las ventanas, las luces de la ciudad parecían grietas en la oscuridad. Prendió un cigarrillo
y estuvo quieto, pensando en Almada, en Larry, oyendo a la loca que hablaba de Bairoletto. Después bajo
la cara y se largó a escribir casi sin pensar, como si alguien le dictara:
Gordo, difuso, melancólico, el traje de filafil verde nilo flotándole en el cuerpo -empezó a escribir Renzi-,
Almada salió ensayando un aire de secreta euforia para tratar de borrar su abatimiento.
Ricardo Piglia, “La loca y el relato del crimen
» ACTIVIDAD 15
Después de la lectura del texto, analicen:
a) Como parte de la Actividad 14 leyeron un fragmento de un cuento de Arthur Conan Doyle
que tiene como protagonista a Sherlock Holmes y que constituye el prototipo del policial clásico.
¿Qué diferencias encuentran entre los personajes, las acciones, el lenguaje y los espacios de ese
fragmento y este cuento de Piglia?
» ACTIVIDAD 16 Obligatoria
Lean el comienzo del siguiente cuento policial.
“Miré una vez más la foto: una cara juvenil, de ojos grandes, labios sensuales y pelo agresivamente
negro, Era bonita, pero carecía de esa belleza de camafeo, armoniosa y aburrida; tenía cierta capacidad
seductora, a mitad de camino entre la inocencia y la perversidad.
-Se llama Mercedes Gasset y va a estar en el hotel Los Faraones, el sábado, al mediodía.
Asentí con un ligero movimiento de cabeza. Me entregaron el cincuenta por ciento de lo pactado y el
pasaje de ida y vuelta. Dijeron que confiaban en mí, que el resto lo recibiría al final del trabajo, Asentí otra
vez y pregunté si habían pensado en algún sitio en especial. Uno de ellos dijo que la Cueva de los Verdes
podría ser el lugar adecuado y dijo que no me costaría mucho llevarla hasta ahí. Realmente confiaban
en mí, se lo agradecí y comprendí que era hora de despedirse. En un par de días tendría que volar a
Lanzarote para encontrarme con esa tal Mercedes Gasset.
El vuelo fue tranquilo, debí soportar un compañero de asiento que había resuelto mitigar su soledad, o
el miedo a las alturas, contándome el encanto de las islas Canarias. Le concedí un par de monosílabos
y simulé un sueño reparador, logré que me dejara en paz. No me interesaban las islas y jamás había
estado en Lanzarote, solo tenía una vaga referencia por un cuento, o cierto capítulo de novela, en donde
un hombre se encontraba con una mujer joven, para disfrutar del fin de semana. También yo me iba a
encontrar con una mujer joven pero no iba a disfrutar del fin de semana; iba a matarla.
La vi en el lobby del hotel y cometí el error de no consultar la foto. Así, en persona, el azabache de su
pelo resultaba más inquietante. Miraba hacia uno y otro lado, indecisa, buscando a alguien. Por fin se
acercó a la barra y pidió un vaso de leche fría.”
Vicente Battista, “Un día después”
Poniéndote en el lugar de este narrador en 1ra persona, continúen el relato del fragmento
focalizando en las sensaciones y percepciones de este narrador-asesino, hasta llegar al
momento en que el crimen se produce. No se olviden de utilizar los tiempos de la narración
vistos anteriormente.
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VIDEO
Había una vez... (El Cuento Policial) - Canal Encuentro
https://www.youtube.com/watch?time_continue=180&v=69Tn1vTXn1U
OESTERHELD Y EL ETERNAUTA
El Eternauta es una historieta argentina de ciencia ficción creada por el guionista Héctor
Germán Oesterheld y el dibujante Francisco Solano López: el argumento se centra en la
historia de una invasión alienígena a Buenos Aires, contada al propio autor Oesterheld por
un sobreviviente que viaja en tiempo.
Los siguientes videos están relacionados con el género ciencia-ficción , la historieta y con
El Eternauta. Su observación los acercará más a la extraordinaria obra de H.G.Oestergeld
y Solano López.
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UNIDAD 4 La literatura realista o el espejo del mundo
Apunte de clase:
La literatura realista
1. El realismo: la descripción ficcional de la realidad
“El escritor no puede olvidar al público que lo lee,
incluso si no pretende halagarlo. La literatura integra los destinos individuales
de una sociedad, pero llevar a la narración
“la vida misma” es el resultado de una construcción”
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de sus pensamientos, emociones, sensaciones, etc.; a este narrador se
lo llama narrador omnisciente (el que todo lo sabe). Se presenta en 3ra
persona gramatical y su intención es recrear la vida real, lograr que el
lector se sienta parte de lo que está leyendo. Sin embargo, recordemos lo
que vimos en la Clase 2: no podemos encasillar a los narradores en una
clasificación determinada, por ejemplo el narrador del realismo aparenta
ser sumamente objetivo pero podríamos también considerarlo subjetivo
porque transcribe la realidad desde su percepción de la misma y si bien la
3ra persona gramatical es la más frecuentada puede estar en cualquiera
de las personas gramaticales.
1. 1. Realismo no es realidad
Como dijimos, la literatura realista es un modo de escribir ficción que
intenta mostrar una realidad tal cual es. Para ello construye su verosímil
haciendo una mímesis o copia de la vida cotidiana sin embellecerla o
exagerarla.
Podemos decir que los escritores realistas tratan de mostrar el mundo
“tal como se ve”. Las descripciones minuciosas y la relación del hombre
con la sociedad en la que vive son características presentes en el género
desde sus orígenes y que aún persisten.
Sin embargo, consideremos que cualquier construcción ficcional de lo
real ya es en sí misma una distorsión. Por lo tanto debemos tener en cuenta
que no existe una literatura realista como sinónimo de verdadera, sino una
manera ficcional de trasladar una mirada sobre la realidad.
Para lograr el objetivo de realizar el retrato fiel de la realidad, los escritores
realistas utilizan una serie de procedimientos o técnicas de escritura
que afectan a algunos elementos de la narración: narrador, diálogos,
descripciones y personajes.
1. 2. El narrador
El narrador omnisciente es el que aparece con mayor frecuencia:
cuenta en 3ra persona gramatical y por lo general en un pasado
narrado en pretérito perfecto e imperfecto del modo indicativo (unidad
3). Conoce perfectamente a los personajes, su psicología, sus deseos,
etc. Describe y analiza su s pensamientos más profundos y las
circunstancian que atraviesan.
Lean el siguiente fragmento del cuento “Cantata para los hijos de
Gracimiano” del escritor argentino Daniel Moyano.
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“El hombre y la mujer despertaron con los huesos fríos, como dos arañas inútiles expuestas al sol. Estaban
tendidos en la expresión donde los había dejado el deseo, fatigado en una interminable reiteración mecánica
de un impulso iniciado hacía tiempo. Lo único visible del hombre era un largo brazo caído hacia el piso
de tierra, y de la mujer un mechón negro de cabellos. El resto era una construcción topográfica de huesos
puntiagudos debajo de la frazada, que latía en su fragilidad impulsada por cuatro pulmones. Últimamente
cada acto de amor les sabía a duelo, pero lo ocultaban ante el temor de que fuese verdad. Estaban ambos
boca arriba, casi juntos. Pensaban. El problema que tenían era cómo decirles a por lo menos dos de los nueve
hijos, los mayores, que ese día los entregarían a otras familias que pudiesen alimentarlos. Para los siete
restantes, menores y sin entendimiento, era un simple problema de combinar palabras, que para ellos, más
que significados, serían simplemente sonidos.”
Daniel Moyano, “Cantata para los hijos de Gracimiano”
1. 3. La descripción
Una de los aspectos más relevantes del realismo es la fiel representación
de los espacios narrados mediante una observación precisa y una
transcripción minuciosa. Para lograr este efecto recurren a los adjetivos
para transmitir con mayor énfasis sensaciones, impresiones y estados
de ánimo.
Las descripciones resultan útiles para la escritura realista porque
expresan una manera de percibir el mundo a través de una combinación
especial de palabras. También contribuye a una mejor caracterización de
los personajes y a la creación de ambientes de suspenso, intriga, etc. en
los que se desarrollará la historia.
Lean los siguientes fragmentos y luego realicen la actividad 17.
“Alrededor de la empalizada desigual que corona la meseta frente al río, las hogueras de los indios
chisporrotean día y noche. En la negrura sin estrellas meten más miedo todavía. Los españoles, apostados
cautelosamente entre los troncos, ven al fulgor de las hogueras destrenzadas por la locura del viento, las
sombras bailoteantes de los salvajes. De tanto en tanto, un soplo de aire helado, al colarse en las casucas
de barro y paja, trae con él los alaridos y los cantos de guerra. Y en seguida recomienza la lluvia de flechas
incendiarias cuyos cometas iluminan el paisaje desnudo.”
Manuel Mujica Láinez, “El hambre”
“Era como si el fin de semana se desinflara de pronto, como esos globos rojos de papel que se encienden
para fin de año y que de repente y por el motivo que sea (porque los encendimos con demasiado kerosene,
porque demoramos en soltarlos, porque se enredaron en el cable de la luz o porque los sorprendió una
ráfaga de viento) se balancean, se incendian y se vienen abajo. Los domingos a la tarde era como si esa
euforia, ese gusto por vivir que arrancaba los viernes después de la escuela, nos abandonara de repente”.
Eduardo Sacheri, “Domingos a la tarde”
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“ (…) De tantas cosas relacionadas con mi padre me acuerdo especialmente de aquellos regresos a
casa después del trabajo. Eran siempre noches grandes, cargadas de estrellas y de silencio. Así las veo.
Avanzábamos a través de un decorado de casas mudas y luces fantasmales en las ventanas y en los
patios. Yo me sentía extraviado en esa oscuridad y la sensación no me gustaba. Quería llegar rápido, para
que pasara la noche, y luego el día, y otra noche, y otro día, hasta que el cerco de las noches y los días se
rompiera. ¿Y mi padre? ¿Qué pensaba? ¿ Qué significaba para él ese tránsito entre la agitación de la jornada
y la promesa del descanso? ¿En qué medida mi presencia le servía de compañía, de incentivo, de alivio?
¿Me vería como yo me veo ahora en el recuerdo? Lo que veo es un cachorro impaciente, agazapado en el
fondo de sí mismo, esperando su oportunidad para dar un salto. Mi padre pedaleaba y yo trotaba a su lado.
No teníamos otra referencia que el foco de la bicicleta alumbrando un óvalo de tierra, hipnótico, surgido
como desde un sueño, renovándose en una calle que podría no tener un fin. Esa luz mínima marcaba el
camino y finalmente nos sacaba de la oscuridad.(…)”
Antonio Dal Masetto, “El padre”
» ACTIVIDAD 17
Después de leer los fragmentos, analicen:
a) ¿Qué se describe en cada uno?
b) ¿Incluyen solamente descripciones visuales? ¿qué otros sentidos o percepciones entran en
juego en cada descripción?
1. 4. Los diálogos
Continuamos con la
lectura del apunte
El género realista introduce los diálogos con diversas variedades
lingüísticas; el objetivo es construir la realidad de los personajes a través
de su forma de hablar.
Los escritores realistas no sólo transcriben las conversaciones de los
personajes sino también agregan observaciones sobre los modos en que
se producen los diálogos, los gestos que acompañan las palabras, los
sentimientos que las producen, etc.
“Nomás llegó, fue a la cocina a ver si estaba el mono. Estaba y eso la tranquilizó: no le hubiera gustado
nada tener que darle la razón a su madre. ¿Monos en un cumpleaños?, le había dicho; ¡por favor! Vos sí
que te creés todas las pavadas que te dicen. Estaba enojada pero no era por el mono, pensó la chica: era
por el cumpleaños.
–No me gusta que vayas –le había dicho–. Es una fiesta de ricos.
–Los ricos también se van al cielo–dijo la chica, que aprendía religión en el colegio.
–Qué cielo ni cielo –dijo la madre–. Lo que pasa es que a usted, m’hijita, le gusta cagar más arriba del
culo.
A la chica no le parecía nada bien la manera de hablar de su madre: ella tenía nueve años y era una de
las mejores alumnas de su grado.
–Yo voy a ir porque estoy invitada –dijo–. Y estoy invitada porque Luciana es mi amiga. Y se acabó.
–Ah, sí, tu amiga –dijo la madre. Hizo una pausa–. Oíme, Rosaura –dijo por fin–, esa no es tu amiga.
¿Sabés lo que sos vos para todos ellos? Sos la hija de la sirvienta, nada más.
Rosaura parpadeó con energía: no iba a llorar.
–Callate –gritó–. Qué vas a saber vos lo que es ser amiga.
Ella iba casi todas las tardes a la casa de Luciana y preparaban juntas los deberes mientras su madre
hacía la limpieza.Tomaban la leche en la cocina y se contaban secretos. A Rosaura le gustaba enormemente
todo lo que había en esa casa. Y la gente también le gustaba”
Liliana Heker, “La fiesta ajena”
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1. 5. Los personajes
Los protagonistas de las historias realistas no sobresalen de lo normal,
no tienen características especiales; por el contrario, como el objetivo es
retratar lo más fielmente posible la sociedad de una determinada época,
presenta personajes corrientes fácilmente reconocibles: funcionarios,
médicos, maestras, madres de familia, etc., cuyos sentimientos y actitudes
pueden ser también los de los lectores que se sienten parte de la realidad
que se está representando.
“Nena Daconte era casi una niña, con unos ojos de pájaro feliz y una piel de melaza que todavía irradiaba
la resolana del Caribe en el lúgubre anochecer de enero, y estaba arropada hasta el cuello con un abrigo
de nucas de visón que no podía comprarse con el sueldo de un año de toda la guarnición fronteriza.
Billy Sánchez de Ávila, su marido, que conducía el coche, era un año menor que ella, y casi tan bello, y
llevaba una chaqueta de cuadros escoceses y una gorra de pelotero. Al contrario de su esposa, era alto y
atlético y tenía las mandíbulas de hierro de los matones tímidos. Pero lo que revelaba mejor la condición
de ambos era el automóvil platinado, cuyo interior exhalaba un aliento de bestia viva, como no se había
visto otro por aquella frontera de pobres. Los asientos posteriores iban atiborrados de maletas demasiado
nuevas y muchas cajas de regalos todavía sin abrir. Ahí estaba, además, el saxofón tenor que había sido la
pasión dominante en la vida de Nena Daconte antes de que sucumbiera al amor contrariado de su tierno
pandillero de balneario.”
Gabriel García Márquez, “El rastro de tu sangre en la nieve”
ACTIVIDAD 18 Obligatoria
El realismo es una corriente que atraviesa distintas expresiones artísticas, incluida la pintura, que al igual
que la literatura también trató de reflejar en sus producciones la realidad circundante. Les proponemos el
siguiente ejercicio de escritura: elijan una de las siguientes imágenes y luego, como narradores realistas,
escriban una pequeña historia que involucre a los personajes presentes en la pintura seleccionada. No
olviden que las descripciones son fundamentales en este género literario, así que imaginen y escriban
sobre el ambiente en el que se encuentran, sobre las situaciones pueden estar atravesando, sus
características psicológicas, etc. Tampoco olviden que la crítica social es otro aspecto constitutivo del
género, así que pueden incluir alguna que la imagen les sugiera.
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Continuamos con la
2. Literatura, realismo e historia: El matadero
lectura del apunte
Anterior al realismo, explicado al inicio de esta clase, surgió en América
otro movimiento literario llamado Romanticismo. Importado de Europa,
significó dentro de la letras americanas “Un exceso de retórica, de
adjetivación, de melodrama. Contagió a buena parte de la literatura de los
nuevos países y, al mismo tiempo que obligatorias obras fundadoras, dio
lugar al ampuloso lenguaje presente aún hoy en los discursos políticos y
oficiales” (Laura Ramos).
Si bien la literatura realista surgió posteriormente como una respuesta
y un rechazo a la exageración estilística del Romanticismo, en el cual
la realidad se centraba en la subjetividad del narrador - por lo general
influenciado y conmovido por un contexto opresivo ya se tratara de
amores no correspondidos o realidades políticas adversas – podemos
encontrar el algunas producciones románticas la misma obsesión
descriptiva del realismo.
En América fue un movimiento que coincidió con la formación de los
nuevos estados independizados de Europa. Esta contextualización convirtió
al Romanticismo en mucho más que una forma de escribir literatura, se
tradujo en la manifestación de muchos autores ante una realidad nacional
con la que no acordaban. Los protagonistas de los cuentos y novelas
escritos en este período (1830-1860) se construyeron como héroes que
perseguían ideales, por lo general políticos, imposibles de conseguir.
Este héroe romántico lucha contra el poder injusto y arbitrario tanto de
la autoridad de turno como de la Iglesia Católica a la que consideran un
resabio de las prejuiciosas costumbres españolas vigentes en la Colonia.
Obviamente el recurso literario que mejor resultaba para expresar estos
sentimientos fue la detallada descripción de personajes, ambientes y
acciones puesta al servicio de las intenciones ideológicas de los autores
de esta etapa.
Un excepcional texto, ejemplificador de esto último, es El matadero,
considerado la primera ficción argentina, escrito por Esteban Echeverría
desde su destierro en la Banda Oriental (hoy Uruguay). Para algunos
críticos literarios este cuento adelanta el realismo en el Río de la Plata. La
narración centra las acciones en el matadero de Buenos Aires, dominado
por seguidores del caudillo Juan Manuel de Rosas.
Como una característica propia del Romanticismo, el relato se construye
desde la mirada de un unitario en el destierro enfrentado ideológicamente
al régimen rosista. Para lograr el impacto deseado, se identifican el
lugar y los protagonistas como parte de la barbarie federal opuesta a la
civilización unitaria.
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“Sucedió, pues, en aquel tiempo, una lluvia muy copiosa. Los caminos se anegaron; los pantanos se
pusieron a nado y las calles de entrada y salida a la ciudad rebosaban en acuoso barro. Una tremenda
avenida se precipitó de repente por el Riachuelo de Barracas, y extendió majestuosamente sus turbias
aguas hasta el pie de las barrancas del alto. El Plata creciendo embravecido empujó esas aguas que
venían buscando su cauce y las hizo correr hinchadas por sobre campos, terraplenes, arboledas, caseríos,
y extenderse como un lago inmenso por todas las bajas tierras. La ciudad circunvalada del Norte al Este por
una cintura de agua y barro, y al Sud por un piélago blanquecino en cuya superficie flotaban a la ventura
algunos barquichuelos y negreaban las chimeneas y las copas de los árboles, echaba desde sus torres y
barrancas atónitas miradas al horizonte como implorando misericordia al Altísimo. Parecía el amago de un
nuevo diluvio. Los beatos y beatas gimoteaban haciendo novenarios y continuas plegarias. Los predicadores
atronaban el templo y hacían crujir el púlpito a puñetazos. Es el día del juicio, decían, el fin del mundo está
por venir. La cólera divina rebosando se derrama en inundación. ¡Ay de vosotros pecadores! ¡Ay de vosotros
unitarios impíos que os mofáis de la iglesia, de los santos, y no escucháis con veneración la palabra de
los ungidos del Señor! ¡Ay de vosotros si no imploráis misericordia al pie de los altares! Llegará la hora
tremenda del vano crujir de dientes y de las frenéticas imprecaciones. Vuestra impiedad, vuestras herejías,
vuestras blasfemias, vuestros crímenes horrendos, han traído sobre nuestra tierra las plagas del Señor. La
justicia y el Dios de la Federación os declarará malditos.”
Texto completo disponible en:
http://bibliotecadigital.educ.ar/uploads/contents/EstebanEcheverra-Elmatadero0.pdf
» ACTIVIDAD 19
Después de leer el fragmento de El matadero analicen:
a) ¿Cómo es la imagen de Buenos Aires que se construye a través de la descripción?
b) ¿Qué referencias a elementos o personajes de la época aparecen como parte de la construcción de
verosimilitud y del género realista?
2. 2. Análisis de El matadero
Continuamos con la
lectura del apunte
No sólo las descripciones y la ironía constituyeron el mejor recurso con
que Echeverría construyó su relato. Los diálogos –otro recurso realista-
resultaron efectivos en la caracterización de los personajes. Anteriormente
dijimos que en los textos literarios muchas veces los personajes aparecen
hablando determinada variedad de lengua, la cual puede darnos
características de ese personaje: su edad, su lugar social, su ideología, su
personalidad, su profesión, su culturización. La lengua adoptada asigna un
sentido al texto ficcional porque de alguna manera organiza las ideas que
circulan dentro de él, ayudando al lector a interpretar mejor las situaciones
que se presentan.
En el caso de El matadero los personajes están divididos en dos grupos:
federales y unitarios. Los primeros son representados como incultos y
brutales, en cambio los unitarios, con los que se identifica el narrador, son
personas educados cuya forma de hablar aparece muy diferenciada del
habla popular de los habitantes del matadero.
En el siguiente fragmento el nivel de lengua determina la diferencia entre
unitarios y federales, que además ya estaba dada desde lo ideológico. El
habla de los federales pertenece a la barbarie mientras que los unitarios
representan la civilización: el lenguaje que circula dentro del matadero,
junto con las descripciones ambientales del lugar y de los personajes
reafirma la ideología que da sentido al texto.
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“Sea como fuera; a la noticia de la providencia gubernativa, los corrales del Alto se llenaron, a pesar del
barro, de carniceros, achuradores y curiosos, quienes recibieron con grandes vociferaciones y palmoteos
los cincuenta novillos destinados al matadero.
-Chica, pero gorda -exclamaban.- ¡Viva la Federación! ¡Viva el Restaurador!
Porque han de saber los lectores que en aquel tiempo la Federación estaba en todas partes, hasta entre
las inmundicias del matadero y no había fiesta sin Restaurador como no hay sermón sin Agustín. Cuentan
que al oír tan desaforados gritos las últimas ratas que agonizaban de hambre en sus cuevas, se reanimaron
y echaron a correr desatentadas conociendo que volvían a aquellos lugares la acostumbrada alegría y la
algazara precursora de abundancia.
“(…) el carnicero en un grupo descuartizaba a golpe de hacha, colgaba en otro los cuartos en los ganchos
a su carreta, despellejaba en éste, sacaba el sebo en aquél, de entre la chusma que ojeaba y aguardaba la
presa de achura salía de cuando en cuando una mugrienta mano a dar un tarazcón con el cuchillo al sebo
o a los cuartos de la res, lo que originaba gritos y explosión de cólera del carnicero y el continuo hervidero
de los grupos, -dichos y gritería descompasada de los muchachos.
-Ahí se mete el sebo en las tetas, la tía -gritaba uno.
-Aquel lo escondió en el alzapón -replicaba la negra.
-¡Che!, negra bruja, salí de aquí antes que te pegue un tajo -exclamaba el carnicero.
-¿Qué le hago ño, Juan?, ¡no sea malo! Yo no quiero sino la panza y las tripas.
-Son para esa bruja: a la m…
-¡A la bruja! ¡a la bruja! -repitieron los muchachos-: ¡se lleva la riñonada y el tongorí! -y cayeron sobre su
cabeza sendos cuajos de sangre y tremendas pelotas de barro.
Hacia otra parte, entre tanto, dos africanas llevaban arrastrando las entrañas de un animal; allá una
mulata se alejaba con un ovillo de tripas y resbalando de repente sobre un charco de sangre, caía a plomo,
cubriendo con su cuerpo la codiciada presa. Acullá se veían acurrucadas en hilera 400 negras destejiendo
sobre las faldas el ovillo y arrancando uno a uno los sebitos que el avaro cuchillo del carnicero había dejado
en la tripa como rezagados, al paso que otras vaciaban panzas y vejigas y las henchían de aire de sus
pulmones para depositar en ellas, luego de secas, la achura.”
“Atáronle un pañuelo por la boca y empezaron a tironear sus vestidos. Encogíase el joven, pateaba, hacía
rechinar los dientes. Tomaban ora sus miembros la flexibilidad del junco, ora la dureza del fierro y su espina
dorsal era el eje de un movimiento parecido al de la serpiente. Gotas de sudor fluían por su rostro grandes
como perlas; echaban fuego sus pupilas, su boca espuma, y las venas de su cuello y frente negreaban en
relieve sobre su blanco cutis como si estuvieran repletas de sangre.
-Átenlo primero -exclamó el Juez.
-Está rugiendo de rabia -articuló un sayón.
En un momento liaron sus piernas en ángulo a los cuatro pies de la mesa volcando su cuerpo boca abajo.
Era preciso hacer igual operación con las manos, para lo cual soltaron las ataduras que las comprimían en
la espalda. Sintiéndolas libres el joven, por un movimiento brusco en el cual pareció agotarse toda su fuerza
y vitalidad, se incorporó primero sobre sus brazos, después sobre sus rodillas y se desplomó al momento
murmurando: -Primero degollarme que desnudarme, infame canalla.
Sus fuerzas se habían agotado; inmediatamente quedó atado en cruz y empezaron la obra de desnudarlo.
Entonces un torrente de sangre brotó borbolloneando de la boca y las narices del joven y extendiéndose
empezó a caer a chorros por entrambos lados de la mesa. Los sayones quedaron inmobles y los espectadores
estupefactos.
-Reventó de rabia el salvaje unitario -dijo uno.
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-Tenía un río de sangre en las venas -articuló otro.
-Pobre diablo: queríamos únicamente divertirnos con él y tomó la cosa demasiado a lo serio -exclamó el
juez frunciendo el ceño de tigre-. Es preciso dar parte, desátenlo y vamos.
Verificaron la orden; echaron llave a la puerta y en un momento se escurrió la chusma en pos del caballo
del Juez cabizbajo y taciturno.
Los federales habían dado fin a una de sus innumerables proezas.
En aquel tiempo los carniceros degolladores del Matadero eran los apóstoles que propagaban a verga
y puñal la federación rosina, y no es difícil imaginarse que federación saldría de sus cabezas y cuchillas.
Llamaban ellos salvaje unitario, conforme a la jerga inventada por el Restaurador, patrón de la cofradía,
a todo el que no era degollador, carnicero, ni salvaje, ni ladrón; a todo hombre decente y de corazón bien
puesto, a todo patriota ilustrado amigo de las luces y de la libertad; y por el suceso anterior puede verse a
las claras que el foco de la federación estaba en el Matadero.
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Cuentos de amor, de locura y de muerte / Autor: Horacio Quiroga
La vida de Quiroga resultó ser una alegoría trágica. Acabó con la vida de un amigo en circunstancias
confusas, su primera mujer se quitó la vida a los pocos años de casados, su segunda esposa lo abandonó,
enfermó de cáncer y por fin, no pudiendo hacerle frente a sus fantasmas, se suicidó.
Cuentos de amor, de locura y de muerte es el corolario de esa vida abrumada y es donde a través de
ella, nos encontramos con el Poe más auténtico y en donde despliega todas sus artes. En estos cuentos, el
misterio es el principal protagonista amo y señor aunque siempre inmerso en situaciones cotidianas, lo que
aumenta el impacto. La locura y el amor se aúnan constantemente, para llevar infaliblemente a la muerte.
Sus narraciones, llenas de una violencia tácita, le abren paso a una opresiva tensión sólo redimida con el
más impensado de los finales.
El ámbito agreste y salvaje de la Misiones que él conoció, le dan marco a sus historias. Cuentos de Amor,
de Locura y de Muerte no es ni más ni menos que una de las primeras compilaciones de relatos que Quiroga
publicó; en ellos encontramos tempranamente toda su destreza como narrador y también lo esencial de su
visión del mundo. A lo largo de las páginas de Cuentos de Amor y Locura el lector se encuentra con unas
cuantas de sus historias imperecederas y un buen número de personajes que quedarán en la memoria
del lector como si los hubiera conocido a lo largo de una voluminosa novela. La vida de Quiroga fue una
parábola trágica.
En cuentos de amor de locura y de muerte nos encontramos con el Quiroga que ha conocido muy de cerca
las realidades del amor, de la locura y la muerte, realidades que son, en última instancia, la constante fatal
que traspone los cuentos escritos por un ser ermitaño como hombre y como escritor. Cuentos de un hombre
incomunicado en plena selva, en la zona lindante con Misiones, y también ya alejado de lo que aprendió
leyendo a Maupassant o a Chejov. Algunos cuentos reunidos en el volumen de 1917 podrán parecer al
lector ingenuo, fuera de quicio y morbosos, así y todo, no dejan de ser el homenaje a la maestría en un
género que es casi dominio literario del sub-continente latinoamericano. A pesar de la horrenda ocurrencia
que encierra La gallina degollada, puede advertirse la espeluznante frialdad de la narración, como allí
impera una lógica inconmovible y mortífera. Los cuatro niños idiotas han sacado provecho en el corral de
la lección como descabezar a su propia hermana, la única normal en la casa. En El solitario un hombre
ofuscado con un trabajo de orfebre le arranca la vida a su esposa hundiéndole un alfiler en el corazón.
En Quiroga no subsiste la idea de éxito o de felicidad forjada en sus cuentos. Los seres tan solo se
limitan a luchar, a enfrentarse entre sí y a luchar contra los obstáculos de la naturaleza. En La noche, el
celador de una tienda y su mujer remontan el Paraná cuando se halla peligrosamente crecido. El hombre
es emponzoñado por una raya y la mujer se ve obligada a remar sola a través de la noche. Los personajes
que se vuelven protagonistas de los cuentos son individuos incomunicados, ermitaños, que han optado
por la selva como lugar de vida a la avidez social de las ciudades. A través de todos sus cuentos el escritor
uruguayo va dejando claro la ineptitud del hombre de la ciudad y subrayando la superioridad de los hombres
y los animales.
A estos últimos los dibuja inmersos en una felicidad casi ideal, dejando atrás a las torpezas humanas. En
la Miel Silvestre un joven de la ciudad tras dar un paseo por la selva como si hiciera una caminata por un
parque, ingiere un poco de miel silvestre, es víctima de una parálisis y fallece engullido por las hormigas. En
La Insolación, dos perros se tumban a la sombra durante una insoportable oleada cálida, mientras su amo
se esfuerza trabajando temerariamente bajo el sol que ya se ha llevado la vida de un caballo. En definitiva,
Horacio Quiroga pone especial énfasis en el contraste entre la descomposición de la vida humana y la
natural armonía en que viven los animales.
Reseña escrita por Fernando Pineda
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No todas las reseñas incluyen un comentario sobre la vida del autor
literario o la descripción de los relatos que el libro incluye. Eso depende de
cada texto, de cada narrador y del estilo elegido por el crítico para realizar
sus recomendaciones.
» ACTIVIDAD 20
Luego de leer el texto completo de El matadero, escriban una reseña del mismo. Recuerden
que la reseña es un género discursivo argumentativo en el que deben escribir su opinión
sobre este relato; pueden incluir algunos aspectos de la vida del autor (si lo creen pertinente),
detalles de la narración, algún fragmento ejemplificativo, etc. La idea es convencer o no de su
validez como texto literario a los posibles lectores de su reseña.
VIDEO
El realismo literario - Canal Encuentro
https://youtu.be/RMcYEIxus9A
Impreso en Argentina: El matadero, Esteban Etcheverría - Canal Encuentro
https://youtu.be/YtA-G9ZWXuA
Bibliografía y Webgrafía
● Alvarado, Maite. “Escritura e invención en la escuela”, en: A.A.V.V., Los CBC y la enseñanza de la
lengua, Buenos Aires, AZ, 1997.
● Cuesta, Carolina: “Hacia la construcción de una nueva mirada sobre los lectores y la lectura” en
Lulú Coquette, Revista de Didáctica de la Lengua y la Literatura, Año 1, N° 1. Bs. As. Editorial El
Hacedor. 2001
● Egan, K.: “Cap. I - Imaginación y aprendizaje y Conclusión: Un complemento de fantasía e
imaginación: su poder en la enseñanza” en Fantasía e imaginación: su poder en la enseñanza.
Ediciones Morata, S.L. y Ministerio de Educación y Ciencia, Madrid, 1994.
● Bas, A.: Escribir, apuntes sobre una práctica, Buenos Aires, Eudeba, 1999
● Cassany, D.: Hacia una perspectiva sociocultural de la comprensión lectora
Disponible en http://www.lecturayvida.fahce.unlp.edu.ar/numeros/a25n2/25_02_Cassany.pdf
● Gandolfo, E: El libro de los género, Buenos Aires, Grupo Editorial Norma,2007
● Sardi, V.: La ficción como creadora de mundos posibles, Buenos Aires, Ed.Longseller, 2003
● Cuesta Carolina: La maquinaria literaria, Buenos Aires, Longseller, 2001
● Sarli D´Arielli Valeria: Los discursos sociales, Buenos Aires, Longseller, 2001
● Morinigo Mariano: Realidad y ficción de El matadero, 1965
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