Carta Apostólica Patris Cordis
Carta Apostólica Patris Cordis
Carta Apostólica Patris Cordis
CARTA APOSTÓLICA
PATRIS CORDE
DEL SANTO PADRE FRANCISCO
1. Padre amado
La grandeza de san José consiste en el hecho de que
fue el esposo de María y el padre de Jesús. En cuanto
tal, «entró en el servicio de toda la economía de la
encarnación», como dice san Juan Crisóstomo[7].
San Pablo VI observa que su paternidad se manifestó
concretamente «al haber hecho de su vida un servicio,
un sacrificio al misterio de la Encarnación y a la misión
redentora que le está unida; al haber utilizado la auto-
ridad legal, que le correspondía en la Sagrada Familia,
para hacer de ella un don total de sí mismo, de su
vida, de su trabajo; al haber convertido su vocación
humana de amor doméstico en la oblación sobrehu-
mana de sí mismo, de su corazón y de toda capacidad
en el amor puesto al servicio del Mesías nacido en su
casa»[8].
Por su papel en la historia de la salvación, san José es
un padre que siempre ha sido amado por el pueblo
cristiano, como lo demuestra el hecho de que se le
han dedicado numerosas iglesias en todo el mundo;
que muchos institutos religiosos, hermandades y gru-
pos eclesiales se inspiran en su espiritualidad y llevan
su nombre; y que desde hace siglos se celebran en su
honor diversas representaciones sagradas. Muchos
santos y santas le tuvieron una gran devoción, entre
ellos Teresa de Ávila, quien lo tomó como abogado e
intercesor, encomendándose mucho a él y recibiendo
todas las gracias que le pedía. Alentada por su expe-
riencia, la santa persuadía a otros para que le fueran
devotos[9].
En todos los libros de oraciones se encuentra alguna
oración a san José. Invocaciones particulares que le
son dirigidas todos los miércoles y especialmente du-
rante todo el mes de marzo, tradicionalmente dedica-
do a él[10].
La confianza del pueblo en san José se resume en la
expresión “Ite ad Ioseph”, que hace referencia al
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2. Padre en la ternura
José vio a Jesús progresar día tras día «en sabiduría,
en estatura y en gracia ante Dios y los hombres» (Lc
2,52). Como hizo el Señor con Israel, así él “le enseñó
a caminar, y lo tomaba en sus brazos: era para él
como el padre que alza a un niño hasta sus mejillas, y
se inclina hacia él para darle de comer” (cf. Os
11,3-4).
Jesús vio la ternura de Dios en José: «Como un padre
siente ternura por sus hijos, así el Señor siente ternu-
ra por quienes lo temen» (Sal 103,13).
En la sinagoga, durante la oración de los Salmos, José
ciertamente habrá oído el eco de que el Dios de Israel
es un Dios de ternura[11], que es bueno para todos y
«su ternura alcanza a todas las criaturas» (Sal 145,9).
La historia de la salvación se cumple creyendo «contra
toda esperanza» (Rm 4,18) a través de nuestras debi-
lidades. Muchas veces pensamos que Dios se basa
sólo en la parte buena y vencedora de nosotros,
cuando en realidad la mayoría de sus designios se
realizan a través y a pesar de nuestra debilidad. Esto
es lo que hace que san Pablo diga: «Para que no me
engría tengo una espina clavada en el cuerpo, un emi-
sario de Satanás que me golpea para que no me en-
gría. Tres veces le he pedido al Señor que la aparte de
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3. Padre en la obediencia
Así como Dios hizo con María cuando le manifestó su
plan de salvación, también a José le reveló sus desig-
nios y lo hizo a través de sueños que, en la Biblia,
como en todos los pueblos antiguos, eran considera-
dos uno de los medios por los que Dios manifestaba
su voluntad[13].
José estaba muy angustiado por el embarazo incom-
prensible de María; no quería «denunciarla pública-
mente»[14], pero decidió «romper su compromiso en
secreto» (Mt 1,19). En el primer sueño el ángel lo
ayudó a resolver su grave dilema: «No temas aceptar
a María, tu mujer, porque lo engendrado en ella pro-
viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le
pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su
pueblo de sus pecados» (Mt 1,20-21). Su respuesta
fue inmediata: «Cuando José despertó del sueño, hizo
lo que el ángel del Señor le había mandado» (Mt
1,24). Con la obediencia superó su drama y salvó a
María.
En el segundo sueño el ángel ordenó a José: «Leván-
tate, toma contigo al niño y a su madre, y huye a
Egipto; quédate allí hasta que te diga, porque Herodes
va a buscar al niño para matarlo» (Mt 2,13). José no
dudó en obedecer, sin cuestionarse acerca de las difi-
cultades que podía encontrar: «Se levantó, tomó de
noche al niño y a su madre, y se fue a Egipto, donde
estuvo hasta la muerte de Herodes» (Mt 2,14-15).
En Egipto, José esperó con confianza y paciencia el
aviso prometido por el ángel para regresar a su país.
Y cuando en un tercer sueño el mensajero divino,
después de haberle informado que los que intentaban
matar al niño habían muerto, le ordenó que se levan-
tara, que tomase consigo al niño y a su madre y que
volviera a la tierra de Israel (cf. Mt 2,19-20), él una
vez más obedeció sin vacilar: «Se levantó, tomó al
niño y a su madre y entró en la tierra de Israel» (Mt
2,21).
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4. Padre en la acogida
José acogió a María sin poner condiciones previas.
Confió en las palabras del ángel. «La nobleza de su
corazón le hace supeditar a la caridad lo aprendido
por ley; y hoy, en este mundo donde la violencia psi-
cológica, verbal y física sobre la mujer es patente,
José se presenta como figura de varón respetuoso,
delicado que, aun no teniendo toda la información, se
decide por la fama, dignidad y vida de María. Y, en su
duda de cómo hacer lo mejor, Dios lo ayudó a optar
iluminando su juicio»[18].
Muchas veces ocurren hechos en nuestra vida cuyo
significado no entendemos. Nuestra primera reacción
es a menudo de decepción y rebelión. José deja de
lado sus razonamientos para dar paso a lo que acon-
tece y, por más misterioso que le parezca, lo acoge,
asume la responsabilidad y se reconcilia con su propia
historia. Si no nos reconciliamos con nuestra historia,
ni siquiera podremos dar el paso siguiente, porque
siempre seremos prisioneros de nuestras expectativas
y de las consiguientes decepciones.
La vida espiritual de José no nos muestra una vía que
explica, sino una vía que acoge. Sólo a partir de esta
acogida, de esta reconciliación, podemos también in-
tuir una historia más grande, un significado más pro-
fundo. Parecen hacerse eco las ardientes palabras de
Job que, ante la invitación de su esposa a rebelarse
contra todo el mal que le sucedía, respondió: «Si
aceptamos de Dios los bienes, ¿no vamos a aceptar
los males?» (Jb 2,10).
José no es un hombre que se resigna pasivamente. Es
un protagonista valiente y fuerte. La acogida es un
modo por el que se manifiesta en nuestra vida el don
de la fortaleza que nos viene del Espíritu Santo. Sólo
el Señor puede darnos la fuerza para acoger la vida
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tal como es, para hacer sitio incluso a esa parte con-
tradictoria, inesperada y decepcionante de la existen-
cia.
La venida de Jesús en medio de nosotros es un regalo
del Padre, para que cada uno pueda reconciliarse con
la carne de su propia historia, aunque no la compren-
da del todo.
Como Dios dijo a nuestro santo: «José, hijo de David,
no temas» (Mt 1,20), parece repetirnos también a no-
sotros: “¡No tengan miedo!”. Tenemos que dejar de
lado nuestra ira y decepción, y hacer espacio —sin
ninguna resignación mundana y con una fortaleza lle-
na de esperanza— a lo que no hemos elegido, pero
está allí. Acoger la vida de esta manera nos introduce
en un significado oculto. La vida de cada uno de noso-
tros puede comenzar de nuevo milagrosamente, si en-
contramos la valentía para vivirla según lo que nos
dice el Evangelio. Y no importa si ahora todo parece
haber tomado un rumbo equivocado y si algunas
cuestiones son irreversibles. Dios puede hacer que las
flores broten entre las rocas. Aun cuando nuestra con-
ciencia nos reprocha algo, Él «es más grande que
nuestra conciencia y lo sabe todo» (1 Jn 3,20).
El realismo cristiano, que no rechaza nada de lo que
existe, vuelve una vez más. La realidad, en su miste-
riosa irreductibilidad y complejidad, es portadora de
un sentido de la existencia con sus luces y sombras.
Esto hace que el apóstol Pablo afirme: «Sabemos que
todo contribuye al bien de quienes aman a Dios» (Rm
8,28). Y san Agustín añade: «Aun lo que llamamos
mal (etiam illud quod malum dicitur)»[19]. En esta
perspectiva general, la fe da sentido a cada aconteci-
miento feliz o triste.
Entonces, lejos de nosotros el pensar que creer signi-
fica encontrar soluciones fáciles que consuelan. La fe
que Cristo nos enseñó es, en cambio, la que vemos en
san José, que no buscó atajos, sino que afrontó “con
los ojos abiertos” lo que le acontecía, asumiendo la
responsabilidad en primera persona.
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6. Padre trabajador
Un aspecto que caracteriza a san José y que se ha
destacado desde la época de la primera Encíclica so-
cial, la Rerum novarum de León XIII, es su relación
con el trabajo. San José era un carpintero que traba-
jaba honestamente para asegurar el sustento de su
familia. De él, Jesús aprendió el valor, la dignidad y la
alegría de lo que significa comer el pan que es fruto
del propio trabajo.
En nuestra época actual, en la que el trabajo parece
haber vuelto a representar una urgente cuestión social
y el desempleo alcanza a veces niveles impresionan-
tes, aun en aquellas naciones en las que durante dé-
cadas se ha experimentado un cierto bienestar, es ne-
cesario, con una conciencia renovada, comprender el
significado del trabajo que da dignidad y del que
nuestro santo es un patrono ejemplar.
El trabajo se convierte en participación en la obra
misma de la salvación, en oportunidad para acelerar el
advenimiento del Reino, para desarrollar las propias
potencialidades y cualidades, poniéndolas al servicio
de la sociedad y de la comunión. El trabajo se convier-
te en ocasión de realización no sólo para uno mismo,
sino sobre todo para ese núcleo original de la sociedad
que es la familia. Una familia que carece de trabajo
está más expuesta a dificultades, tensiones, fracturas
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7. Padre en la sombra
El escritor polaco Jan Dobraczyński, en su libro La
sombra del Padre[24], noveló la vida de san José. Con
la imagen evocadora de la sombra define la figura de
José, que para Jesús es la sombra del Padre celestial
en la tierra: lo auxilia, lo protege, no se aparta jamás
de su lado para seguir sus pasos. Pensemos en aque-
llo que Moisés recuerda a Israel: «En el desierto, don-
de viste cómo el Señor, tu Dios, te cuidaba como un
padre cuida a su hijo durante todo el camino» (Dt
1,31). Así José ejercitó la paternidad durante toda su
vida[25].
Nadie nace padre, sino que se hace. Y no se hace sólo
por traer un hijo al mundo, sino por hacerse cargo de
él responsablemente. Todas las veces que alguien
asume la responsabilidad de la vida de otro, en cierto
sentido ejercita la paternidad respecto a él.
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NOTAS:
[1] Lc 4,22; Jn 6,42; cf. Mt 13,55; Mc 6,3.
[2] S. Rituum Congreg., Quemadmodum Deus (8 di-
ciembre 1870): ASS 6 (1870-71), 194.
[3] Cf. Discurso a las Asociaciones cristianas de Traba-
jadores italianos con motivo de la Solemnidad de san
José obrero (1 mayo 1955): AAS 47 (1955), 406.
[4] Exhort. ap. Redemptoris custos (15 agosto 1989):
AAS 82 (1990), 5-34.
[5] Catecismo de la Iglesia Católica, 1014.
[6] Meditación en tiempos de pandemia (27 marzo
2020): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española (3 abril 2020), p. 3.
[7] In Matth. Hom, V, 3: PG 57, 58.
[8] Homilía (19 marzo 1966): Insegnamenti di Paolo
VI, IV (1966), 110.
[9] Cf. Libro de la vida, 6, 6-8.
[10] Todos los días, durante más de cuarenta años,
después de Laudes, recito una oración a san José to-
mada de un libro de devociones francés del siglo XIX,
de la Congregación de las Religiosas de Jesús y María,
que expresa devoción, confianza y un cierto reto a san
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vida cristiana?
• ¿Qué dificultades experimento yo para vivir la obe-
diencia? ¿Cómo hago frente a esas dificultades?
• ¿Cómo acojo yo en vi vida el plan de Dios? ¿Qué
dificultades encuentro para cumplir con su voluntad
cada día?
• ¿Afronto yo las dificultades de mi vida y las dificul-
tades pastorales, con una “valentía creativa” como
san José?
• ¿Ofrezco al Señor mi trabajo y esfuerzos de cada
día? ¿Tomo suficientemente en serio mi trabajo y
obligaciones?
• ¿Estoy integrando yo la castidad en mi vida, al
modo que nos indica el Papa, como un ofrecimiento
libre que hace más libres a los demás?
(Chiara Lubich)