Tema 1
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. Entre los conocimientos específicos de la psicología forense incluye: las bases biológicas,
cognitivo!afectivas, sociales e individuales de la conducta. Algunos de estos conocimientos son
necesarios también para la psicología forense experimental, fundamentalmente los relativos a las
cuestiones de investigación, hasta el punto de ser conveniente (si no imprescindible) la práctica en
la investigación en procesos cognitivos básicos. Y específicamente deberá conocer en profundidad
los procesos, funciones y factores de influencia en la memoria, la percepción, la atención y los
procesos asociados como pensamiento, lenguaje, toma de decisiones, representación, etc.
Psicología versus Psiquiatría Forense En los años 70 se empezaron a presentar informes
psicológicos en los juicios y hasta los 80 se discutió sobre la competencia de psicólogos y
psiquiatras para elaborarlos. Hoy día continúa la polémica acerca de qué profesional está más
capacitado para elaborar un informe pericial sobre el estado mental de encausados y testigos. Sin
embargo, quizá lo más relevante no sea la titulación sino la especialización, el conocimiento y la
experiencia del perito. No olvidemos que el cargo no da el conocimiento. Como en la Medicina, en
la Psicología existen numerosas especialidades (clínica, organización de empresas, educativa,
social, jurídica...), e igual que un traumatólogo no es el especialista más adecuado para evaluar el
estado mental de un acusado, tampoco lo es el psicólogo especializado en la organización de
empresas y recursos humanos para valorar los daños psicológicos de una víctima. Pero incluso más
allá, tanto la psiquiatría como la psicología son ciencias donde existe gran variedad de paradigmas
(funcionalistas, organicistas...) y escuelas (dinámica, cognitiva, conductual...) y cada una es
adecuada para un objetivo determinado. No obstante, como afirma, si en las áreas clínicas existen
dudas acerca de la capacidad de psiquiatras y psicólogos clínicos para emitir un informe, en la
Psicología Forense Experimental no hay conflicto
TEMA 3-PARTE 1
les es la rama de la Psicología Jurídica que aplica sus conocimientos y técnicas para ayudar a jueces
y tribunales en su toma de decisiones (Muñoz et al., 2011). El psicólogo forense es, por tanto, el
especialista en la realización de valoraciones psico-legales, actividad técnica que consiste en poner
en relación aspectos del funcionamiento psicológico con cuestiones jurídicas. Esta actividad
técnica se lleva a cabo a través del proceso de evaluación pericial psicológica y es transmitida al
operador jurídico demandante a través del informe psicológico forense, que se convierte en un
medio probatorio más dentro del proceso judicial (Muñoz et al., 2011). La valoración del daño
psíquico se contextualiza dentro de la jurisdicción penal y es de interés jurídico principalmente por
tres aspectos (Esbec, 2000): - Facilita la calificación del hecho al Ministerio Fiscal - Facilita al juez el
establecimiento de las indemnizaciones - Puede ser tenido en cuenta para fundamentar hechos
probados En relación con el último aspecto, no debe confundirse la utilización de la valoración del
daño psíquico para fundamentar hechos probados con valoraciones sobre la credibilidad de las
alegaciones de las víctimas. En este sentido, la investigación proveniente de la Psicología del
Testimonio insiste en lo inadecuado del uso de algunas técnicas de análisis de credibilidad, incluso
para el campo para el que originalmente fueron propuestas, el abuso sexual de menores o
personas con discapacidad (Diges, 2010; Manzanero, 2010). La valoración psico-legal implica que
el perito debe transformar cuestiones jurídicas a términos psicológicos. El concepto legal de daño
psíquico haría alusión a todos aquellos desajustes psicológicos derivados de la exposición de la
persona a una situación de victimización criminal (psicopatología traumática). Debe diferenciarse,
en este sentido, entre el concepto de daño psíquico y daño moral. El primero haría referencia a las
consecuencias psicológicas derivadas del delito, siendo un concepto con base empírica, mesurable
y objetivable y, por tanto, objeto de la intervención pericial. El segundo, haría referencia a todo
aquel sufrimiento de la persona derivado del perjuicio a bienes inmateriales como el honor o la
libertad siendo un concepto impreciso, no científico y sin posibilidad de cuantificación empírica y,
por tanto, objeto de valoración por el juez y no por el perito (Esbec, 2000). El daño psíquico puede
adoptar dos formas en terminología jurídica: lesión psíquica, que hace referencia a una alteración
clínicamente significativa que afecta en mayor o menor grado la adaptación de la persona a los
distintos ámbitos de su vida (personal, social, familiar o laboral), y secuela psíquica, que se refiere
a la estabilización y consolidación de esos desajustes psicológicos (Echeburúa, De Corral y Amor,
2004). Para delimitar la secuela psíquica debemos introducir un elemento cronológico (2 años
desde la exposición al delito) y valorar la intervención clínica realizada. La cristalización de la lesión
psíquica (secuela) suele expresarse, desde el punto de vista psicopatológico, mediante la aparición
de rasgos desajustados en la personalidad de base que dificultan la adaptación del sujeto a su
entorno (i.e., dependencia emocional, suspicacia, hostilidad y aislamiento social). Psicopatología y
victimización criminal Evaluar el impacto psíquico derivado de la exposición a una supuesta
situación de victimización criminal implica un amplio manejo por parte del perito de la
psicopatología asociada a la vivencia traumática. Siguiendo la perspectiva traumatogénica, una
situación de victimización criminal es un estresor psicosocial de primera magnitud en la vida de
una persona, ya que es algo infrecuente en las experiencias humanas, desborda las estrategias de
afrontamiento del sujeto y supone un grave riesgo para su seguridad. Estas situaciones son
experimentadas, en la mayoría de los casos, con una fuerte emocionalidad negativa (vivencia
traumática), susceptible de desestabilizar el estado psicológico del sujeto (Echeburúa, 2004).
Frente a otras vivencias traumáticas (i.e., desastres naturales, accidentes, muerte repentina de un
ser querido, etc.) las situaciones de victimización criminal tienen una mayor probabilidad de
producir un impacto negativo en el estado psicológico del afectado (la probabilidad pasa de un 15-
20% para los primeros casos, al 50-70% en los segundos) ya que provocan sensación de
indefensión y vulnerabilidad, suponen la pérdida de la confianza en nuestros semejantes y
despiertan sentimientos de ira y vergüenza (Echeburúa, Amor y De Corral, 2006). Para valorar
adecuadamente el impacto de una situación de victimización criminal debemos recurrir a la teoría
del estrés transaccional (Lazarus y Folkman, 1986). Desde esta perspectiva el efecto de la
exposición a un estresor de elevada magnitud estará en función de la interacción entre variables
individuales y contextuales de la persona y la propia situación de victimización, donde se incluyen
procesos cognitivos, emocionales y comportamentales, previos al suceso criminal, propio del
mismo y posterior a este. La víctima desde este modelo teórico no es un agente pasivo en relación
al suceso, sino que tiene un papel activo en el proceso de ajuste (Soria, 2002). Por otro lado,
estudios realizados desde la psicología positiva están evidenciando que la respuesta más común
ante una experiencia traumática, aún de corte delictiva, es la resiliencia (35-55%), seguida de la
recuperación espontánea (15-35%); únicamente un reducido grupo de personas desarrollarían una
patología traumática, bien de carácter demorado (5-10%) o crónico (10-30%) (Bonanno, 2005).
Desde esta perspectiva se critica el modelo traumatogénico por la sobreestimación de la respuesta
traumática y los posibles efectos iatrogénicos derivados, al facilitar la perpetuación del afectado
en el rol de víctima y ralentizar su proceso de readaptación (Vázquez, 2005). La magnitud del
impacto psíquico asociado a una situación de victimización criminal estará modulada por distintos
factores, que tradicionalmente se han agrupado en tres grupos: factores relacionados con el
delito, factores de protección o resiliencia y factores de vulnerabilidad (Echeburúa et al., 2004). A
partir de los criterios de la teoría del estrés1 , se han descrito tres fases en la evolución del daño
psíquico derivado de una situación de victimización criminal (tabla 1): El aspecto temporal del
proceso de victimización también ha de ser tenido en cuenta por el perito. Así, el periodo más
idóneo para evaluar el daño psíquico se sitúa en torno a los 3-4 meses posteriores al hecho
delictivo. Dicho lapso temporal facilita una adecuada valoración del curso y pronóstico del cuadro
clínico (Soria, 2002). En las primeras actuaciones procesales inmediatas al delito puede
demandarse la intervención del psicólogo forense para valorar la capacidad procesal de la persona
denunciante, evitando situaciones de inseguridad jurídica. También puede solicitarse al perito
psicólogo una intervención en crisis que permita, tras la estabilización del estado psicológico de la
persona, el desarrollo de la diligencia judicial oportuna con las adecuadas garantías procesales
(i.e., toma de declaración, reconocimiento en rueda, etc.). En esa circunstancia, si se diera el caso
de que posteriormente se solicitara del técnico una evaluación pericial, ésta debería ser realizada
por otro psicólogo forense para salvaguardar la objetividad e imparcialidad que la actuación
asistencial pudiera haber contaminado. Los cuadros clínicos que más se han asociado a
experiencias traumáticas, siguiendo la nomenclatura DSM han sido (tabla 2): Tabla 1 Fases en la
evolución del daño psíquico (elaboración propia a partir de Soria, 2005) Fase Duración
Características Shock o desorganización De minutos a horas (reacción inmediata) Shock activo:
agitación, gritos, enturbiamiento de la conciencia, hiperactivación, deambulación. Shock pasivo:
catatonía, paralización o hipoactividad motriz, deambulación, enturbiamiento de la conciencia.
Reorganización De semanas a meses (reacción a corto plazo) Tipo I: sintomatología traumática
aguda. Tipo II: negación (reacción postraumática retardada). Readaptación Variable (6 meses a 2
años) (reacción a largo plazo) Recuperación o cronificación de la sintomatología traumática. Tabla
2 Cuadros clínicos asociados a experiencias traumáticas (elaboración propia a partir de Sosa y
Capafóns, 2005) Trastornos de ansiedad Trastornos disociativos Otros cuadros clínicos Trastorno
por estrés agudo (F.43.0). Trastorno de estrés postraumático (F43.1). Amnesia disociativa (F44.0).
Fuga disociativa (F44.1). Trastorno de identidad disociativo (F44.81). Trastorno por
despersonalización (F48.1). Trastorno psicótico breve con desencadenantes graves (F23.81).
Trastorno de conversión (F44.X). Trastorno de somatización (F45.0). Trastorno límite de
personalidad (F60.31) La perspectiva nosológica es de interés en victimología forense para realizar
valoraciones sobre el pronóstico clínico de la lesión psíquica, orientar sobre la terapéutica más
adecuada y valorar el grado de incapacidad funcional de la secuela psíquica. Sin duda, el cuadro
clínico más representativo en psicopatología traumática es el trastorno de estrés postraumático
(en adelante TEPT) (Echeburúa, De Corral y Amor, 1998). Sin embargo, son muchas las
controversias surgidas en torno a su uso y aplicación, entre las que destaca su capacidad para
recoger la complejidad de la respuesta traumática (Crespo y Gómez, 2012). La alta comorbilidad
que presentan los sujetos con este diagnóstico pudiera ser un indicador de sus limitaciones en este
sentido: entre un 80-85% presentan otro diagnóstico psicopatológico2 (Pérez y Vázquez, 2006).
Como alternativa a esta situación se ha planteado otra entidad nosológica, el trastorno de estrés
postraumático complejo (en adelante TEPTC) (Herman, 1992; Taylor, Asmundson y Carleton,
2006), todavía en vías de validación por la comunidad científica internacional (López-Soler, 2008)
(tabla 3). Grosso modo, el TEPT se ha asociado más a delitos de impacto (i.e., robos con violencia,
violación, etc.), mientras el TEPTC se ha relacionado con delitos de desarrollo prolongado (i.e.,
mobbing, violencia de pareja, abuso sexual intrafamiliar, secuestros prolongados, etc.)2. El curso y
evolución del TEPT es muy variable, aunque predomina la naturaleza transitoria de los síntomas
(Vázquez, 2005). De las personas que desarrollan un TEPT, la mayoría se recupera totalmente
entre los 12-24 meses; únicamente una minoría presentará un TEPT crónico (Sosa y Capafóns,
2005). Respecto al tratamiento más eficaz para el TEPT se señala la terapia cognitivo conductual
con técnicas de exposición (en imaginación o in vivo), reestructuración cognitiva y técnicas de
manejo de ansiedad. De forma simultánea, en algunos casos es necesario tratamiento
farmacológico (antidepresivos, estabilizadores del estado del ánimo u otros fármacos como los
antiadrenérgicos y las benzodiacepinas) (Báguena, 2008). Junto al estado
psicológico/psicopatológico el perito psicólogo siempre deberá valorar la estructura de
personalidad de base del evaluado. El estilo de personalidad aparece como un factor de
vulnerabilidad/protección en psicopatología traumática (vide infra), modulando la expresión de los
trastornos psicológicos (eje I) o conformando por sí mismo un área de desajuste clínicamente
significativo, es decir, un trastorno de personalidad (Muñoz y Echeburúa, en prensa). Simulación,
sobresimulación y disimulación Simular implica la invención consciente y deliberada de un
trastorno mental o físico con el propósito de obtener un beneficio personal (Inda, Lemos, López y
Alonso, 2005).
TEMA 3-PARTE 2
TEMA 3-PARTE 3