Rosario A San José
Rosario A San José
Rosario A San José
Meditemos en este rosario de oración a San José, sobre su vida, su fidelidad a Dios, su vida
interior, su misión de esposo de María y de Padre adoptivo del Hijo de Dios.
(Mateo 1:18-21)
El nacimiento de Jesús, el Cristo, fue así: Su madre, María, estaba comprometida para casarse con
José, pero antes de unirse a él, resultó que estaba encinta por obra del Espíritu Santo. Como José,
su esposo, era un hombre justo y no quería exponerla a vergüenza pública, resolvió divorciarse de
ella en secreto.
Pero cuando él estaba considerando hacerlo, se le apareció en sueños un ángel del Señor y le dijo:
«José, hijo de David, no temas recibir a María por esposa, porque ella ha concebido por obra del
Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de
sus pecados.»
Padre Nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.
Amén.
Amado San José, haz crecer en mí la fe, que en ella buscaré la esperanza y la caridad.
(Lucas 2:1-20)
Aconteció en aquellos días que salió un edicto de César Augusto, para que se hiciera un censo de
todo el mundo habitado. Este fue el primer censo que se levantó cuando Cirenio era gobernador de
Siria.
Todos se dirigían a inscribirse en el censo, cada uno a su ciudad. También José subió de Galilea,
de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David que se llama Belén, por ser él de la casa y
de la familia de David, para inscribirse junto con María, comprometida para casarse con él, la cual
estaba encinta.
Sucedió que mientras estaban ellos allí, se cumplieron los días de su alumbramiento.
Y dio a luz a su Hijo primogénito; lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no
había lugar para ellos en el mesón.
En la misma región había pastores que estaban en el campo, cuidando sus rebaños durante las
vigilias de la noche. Y un ángel del Señor se les presentó, y la gloria del Señor los rodeó de
resplandor, y tuvieron gran temor. Pero el ángel les dijo: «No teman, porque les traigo buenas
nuevas de gran gozo que serán para todo el pueblo; porque les ha nacido hoy, en la ciudad de
David, un Salvador, que es Cristo el Señor. Esto les servirá de señal: hallarán a un Niño envuelto
en pañales y acostado en un pesebre.
De repente apareció con el ángel una multitud de los ejércitos celestiales, alabando a Dios y
diciendo: «Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz entre los hombres en quienes Él se
complace».
Cuando los ángeles se fueron al cielo, los pastores se decían unos a otros: «Vayamos, pues, hasta
Belén y veamos esto que ha sucedido, que el Señor nos ha dado a saber»
Fueron a toda prisa, y hallaron a María y a José, y al Niño acostado en el pesebre. Cuando lo
vieron, dieron a saber lo que se les había dicho acerca de este Niño. Y todos los que lo oyeron se
maravillaron de las cosas que les fueron dichas por los pastores. Pero María atesoraba todas estas
cosas, reflexionando sobre ellas en su corazón.
Y los pastores se volvieron, glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, tal
como se les había dicho.
Amado San José, haz crecer en mí la fe, que en ella buscaré la esperanza y la caridad.
Amado San José, haz crecer en mí la fe, que en ella buscaré la esperanza y la caridad.
Oh San José, nuestro dulcísimo protector, ruega por nosotros.
(Lucas 2:22-38)
Al cumplirse los días para la purificación de ellos, según la ley de Moisés, lo trajeron a Jerusalén
para presentar al Niño al Señor, (como está escrito en la Ley del Señor: «Todo varón que abra la
matriz será llamado santo para el Señor», y para ofrecer un sacrificio conforme a lo que fue dicho
en la Ley del Señor: «Un par de tórtolas o dos pichones».
Había en Jerusalén un hombre que se llamaba Simeón. Este hombre, justo y piadoso, esperaba la
consolación de Israel, y el Espíritu Santo estaba sobre él. Y por el Espíritu Santo se le había
revelado que no vería la muerte sin antes ver al Cristo del Señor. Movido por el Espíritu fue al
templo. Y cuando los padres del niño Jesús lo trajeron para cumplir por Él el rito de la ley, Simeón
tomó al Niño en sus brazos, y bendijo a Dios diciendo:
Y los padres del Niño estaban asombrados de las cosas que de Él se decían. Simeón los bendijo, y
dijo a Su madre María: «Este Niño ha sido puesto para caída y levantamiento de muchos en Israel,
y para ser señal de contradicción, y una espada traspasará aun tu propia alma, a fin de que sean
revelados los pensamientos de muchos corazones».
Y había una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Ella era de edad muy avanzada, y
había vivido con su marido siete años después de su matrimonio, y después de viuda, hasta los
ochenta y cuatro años. Nunca se alejaba del templo, sirviendo noche y día con ayunos y oraciones.
Llegando ella en ese preciso momento, daba gracias a Dios y hablaba del Niño a todos los que
esperaban la redención de Jerusalén.
Amado San José, haz crecer en mí la fe, que en ella buscaré la esperanza y la caridad.
Amado San José, haz crecer en mí la fe, que en ella buscaré la esperanza y la caridad.
(Mateo 2:23)
Cuando llegó, vivió en una ciudad llamada Nazaret, para que se cumpliera lo que fue dicho por
medio de los profetas: «Él será llamado Nazareno».
Amado San José, haz crecer en mí la fe, que en ella buscaré la esperanza y la caridad.
(Lucas 2:44-46)
José y María caminaron un día entero, pensando que Jesús iba entre los compañeros de viaje.
Después lo buscaron entre los familiares y conocidos, pero no lo encontraron. Entonces volvieron a
Jerusalén para buscarlo.
Al día siguiente encontraron a Jesús en el templo, en medio de los maestros de la Ley. Él los
escuchaba con atención y les hacía preguntas.
Amado San José, haz crecer en mí la fe, que en ella buscaré la esperanza y la caridad.
A ti, bienaventurado San José, acudimos en nuestra tribulación; y después de invocar el auxilio de
tu Santísima Esposa solicitamos también confiados tu patrocinio. Por aquella caridad que con la
Inmaculada Virgen María, Madre de Dios, te tuvo unido, y por el paterno amor con que abrazaste al
Niño Jesús, humildemente te suplicamos vuelvas benigno los ojos a la herencia que con su Sangre
adquirió Jesucristo, y con tu poder y auxilio socorras nuestras necesidades.
Acuérdate, oh castísimo esposo de la Virgen María, San José, mi amable protector, que nunca se
oyó decir, que alguno de aquellos que invocaron tu protección e imploraran tu socorro, hubiese
quedado sin consuelo. Lleno de confianza, me presento ante ti y me encomiendo con fervor a tu
patrocinio. No desatiendas mis oraciones, oh padre adoptivo del Redentor, mas bien escúchalas y
acógelas. Amén.
Oremos: Oh Dios, que en tu inefable providencia, te dignaste elegir a San José por Esposo de tu
Santísima Madre: concédenos, te rogamos, que merezcamos tener por intercesor en el cielo al que
veneramos como protector en la tierra. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.