Remi's War - V.F Mason

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Al poder del amor
¡Importante! _______________________ 3 Capítulo Diez _____________________ 307
Contenido _________________________ 5 Capítulo Once ____________________ 319
Staff ______________________________ 6 Capítulo Doce ____________________ 370
Sinopsis ___________________________ 7 Capítulo Trece ____________________ 425
Prólogo ___________________________ 9 Capítulo Catorce __________________ 483
Capítulo Uno ______________________ 19 Capítulo Quince___________________ 516
Capítulo Dos ______________________ 36 Capítulo Dieciséis _________________ 550
Capítulo Tres ______________________ 53 Capítulo Diecisiete ________________ 570
Capítulo Cuatro ____________________ 91 Capítulo Dieciocho ________________ 596
Capítulo Cinco ____________________ 117 Capítulo Diecinueve _______________ 613
Capítulo Seis _____________________ 168 Capítulo Veinte ___________________ 626
Capítulo Siete ____________________ 202 Epílogo__________________________ 636
Capítulo Ocho ____________________ 233 Epílogo Adicional __________________ 649
Capítulo Nueve ___________________ 262 Agradecimientos __________________ 668
Traducción
Hada Fay

Corrección
Hada Aine

Lectura Final
Hada Aerwyna

Diseño
Hada Anjana
Érase una vez ella se convirtió en mía. Mía para casarse.

Poder. Dinero. Estatus.

Me abrí camino hasta la cima.

¿Y si alguien se atreve a ir contra mí?

Los destruyo viciosamente.

Soy un monstruo que busca venganza por la injusticia cometida contra él.

Un cazador, hambriento de atrapar y castigar a su presa antes de enviarla a


pudrirse en el infierno.

Mi presa cree que me mató hace mucho tiempo cuando me robó mi


derecho de nacimiento.

No lo hizo.

Todo monstruo conoce una regla:

Para ganar una guerra hay que destronar al rey.

Y para eso, tengo que tenerla a ella.


Una belleza inocente que termina casada con una bestia horrible.

Llevando el nombre de la dinastía que tiene las llaves de mi victoria.

Me he cansado de esperar para reclamar lo que me pertenece por derecho.

¿Y si una criatura inocente termina siendo un daño colateral en todo esto?

Bueno, entonces que así sea.

Ella será mía.

Incluso si tengo que declarar la guerra para hacerlo.

Después de todo, la vida es injusta.

La vida es injusta.

Y yo también lo soy.
"Deberíamos tener cuidado con lo que deseamos.
La vida tiene tendencia a dárnoslo cuando ya no lo queremos".
Penelope

Penelope
Un soplo áspero de angustia se me escapa cuando la música de
órgano llena el espacio, haciendo vibrar las paredes a mi alrededor.
Me estremezco un poco, la piel se me pone de gallina, despertando
cada vello de mi cuerpo.

Un fuerte trueno resuena en la noche; el relámpago que ilumina el


cielo es visible a través de la ventana mientras las nubes se acumulan,
listas para verter la lluvia y empapar a la gente que corre
apresuradamente hacia el interior.

Parece que hasta la propia naturaleza llora conmigo, compartiendo


mi dolor en el día que debería ser el más feliz de mi vida, en el que el
amor y la esperanza deberían llenar mi corazón.

En cambio, es una pesadilla de la que ningún pellizco puede


arrancarme ni cambiar esta horrible realidad que me corroe el alma,
mordisco a mordisco, dejando tras de sí dolorosas y enconadas
heridas.

Una vez más, los truenos sacuden el cielo y se mezclan con la


música, aumentando el miedo que se extiende lentamente por mis
venas, creando imágenes sangrientas en mi cabeza -una más
aterradora que la otra- sobre los resultados que mi decisión puede
traer al futuro.

Mis dedos temblorosos rodean el velo corto que hay sobre el


tocador y retuerzo los labios para atrapar el grito que está a punto de
salir de mi garganta al verlo. Según algunas tradiciones, simboliza la
felicidad y la pureza de la novia.

Dos cosas que ya no poseo, porque él me reclamó y me arrastró a


su infierno.

Hecho del material más fino y diseñado especialmente para mí,


uno podría rasgar el costoso tul si no tiene el suficiente cuidado.

Nada más que lo mejor para los monstruos que deambulan por las
calles de Chicago y se consideran los reyes de este mundo mientras se
excitan con su poder absoluto que hace miserable a tanta gente a su
alrededor.

Hombres que están destinados a traer apocalipsis a esta tierra si así


lo desean.

Mis manos se aprietan alrededor del velo, mis dedos presionando


el material, y por un segundo, contemplo la posibilidad de tirarlo y
pisotearlo hasta que se vuelva negro, mostrando sus verdaderos
colores que bien podrían ser las esposas que me aprisionan en una
celda oxidada con todas las rutas de escape cerradas para mí.
Solo imaginar el acto trae satisfacción a mi magullada alma. Estoy
dispuesta a dejarlo caer y aplastarlo bajo mis zapatos azules para que
el novio se atragante con la visión.

Sin embargo, en el último momento, me detengo porque toda


acción tiene consecuencias en mi mundo, y esta vez hay demasiado en
juego como para sucumbir a la locura que me invade.

Lo levanto, me lo pongo en la cabeza y coloco las pinzas en el


cabello. Intento ignorar los pellizcos que me producen las horquillas
metálicas que tiran con fuerza de mis oscuros mechones, y me
pregunto si me quedará algo de cabello al final de esta pesadilla.

Aunque en la gran escala de las cosas no importa, ¿verdad?

Al terminar, me concentro en mi reflejo en el espejo y parpadeo


ante la opacidad de mis ojos de zafiro, que la mayoría de los días
brillan como la más brillante de las piedras pero que hoy señalan la
próxima fatalidad que acabará para siempre con mi vida tal y como la
conozco y me arrojará al fuego de su creación.

El rey de la manipulación y la obsesión que roza la locura.

Un hombre que reside permanentemente en la oscuridad y reúne a


todas las almas perdidas alrededor, alimentándose de sus gritos de
dolor.

Un demonio enviado desde el infierno para darse un festín con mi


carne hasta que no quede nada.

Suenan tres golpes en la puerta de madera antes que alguien la


abra suavemente, y la suave voz de una mujer acalla los pensamientos
que me crispan los nervios. Una sola lágrima corre por mi mejilla y
cae sobre mi falda blanca.
—Tenemos que irnos ya. Todos están esperando. —Una pausa y
luego añade—: Siento mucho que hayamos llegado a esto.

Mirando en su dirección, noto que la culpa marca sus rasgos, sus


ojos llenos de pena y compasión, haciéndolos enormes en su rostro.

Aunque sus palabras apenas importan.

Al fin y al cabo, ella pertenece a su familia y, como tal, permanece


siempre de su lado, sin importar las horribles acciones en las que
participe.

Un enemigo no es una persona malvada o un villano que busca


darse un festín con la carne vulnerable; un enemigo es alguien a quien
no le importa sacrificarte a ti o a cualquier otro con tal que sirva a sus
deseos egoístas.

Tragando más allá de la bilis en mi garganta y agarrando el ramo


de orquídeas cercano, me levanto de la silla del tocador, que raspa
contra el suelo de madera. La mujer hace una pequeña mueca al notar
que mi maquillaje se ha estropeado por mis lágrimas.

Saca un pañuelo de su bolso y se acerca a mí.

—Puedo arreglarlo antes de...

Mi palma extendida detiene lo que quiera decir y, sin responderle,


sacudo la cabeza y me ajusto el velo en la cara, ocultándome
parcialmente de las miradas indiscretas de los monstruos que están
dispuestos a encontrar todos mis puntos expuestos para golpearme
donde más me duele.
Aunque a estas alturas, deberían rendirse. Ya han asestado tantos
golpes a mi frágil corazón que sangra con sangre invisible, gota a gota,
dejando que mi vida se desvanezca lentamente.

Me doy una última mirada, mantengo la barbilla alta y salgo de la


habitación, mis tacones chocan con el mármol mientras la mujer me
sigue.

Intenta arrastrar mi larga cola y ayudarme a llevar parte del peso,


ya que el material de encaje y seda es pesado, pero le digo por encima
del hombro:

—No me toques. —Me lleva al matadero porque un hombre al que


considera un hermano ha puesto sus ojos en mí y ha declarado la
guerra a mi familia. Nada más que el matrimonio con el monstruo
puede detenerla.

Porque no descansará hasta poner sus manos sobre mí, y Dios sabe
cuánta gente caerá cuando todos elijan el camino de la venganza.

¿Cómo puede pensar siquiera por un segundo que yo aceptaría su


ayuda o le permitiría acelerar el proceso solo para que pueda respirar
con tranquilidad y no preocuparse por las consecuencias que
inevitablemente vendrán?

Se queda paralizada, con las manos en un puño, y en su rostro


aparece el fastidio, insinuando el carácter que no me ha mostrado
hasta ahora al aceptar todo lo que los monstruos le han propuesto.

Se endereza y dice:

—Muy bien —mientras pasa a mi lado y se dirige a las puertas


dobles abiertas de par en par que conducen al altar de la iglesia. La
música se hace más fuerte a cada paso que damos.
Me hace un gesto con la mano antes de entrar, y yo llego a la
puerta en dos pasos cortos, deteniéndome en la entrada.

Con dificultad para respirar, aprieto el ramo contra mi pecho y


hago todo lo posible para que mi autocontrol y mi valentía salgan a la
superficie. Rezo a todo lo que es sagrado para que envíe algún tipo de
intervención y detenga esta locura, aunque, en el fondo de mi alma, sé
que nadie vendrá a salvarme.

El destino me demostró hace mucho tiempo que no tiene piedad ni


compasión, y que todos los ruegos solo lo enfurecen más, haciendo
que envíe más flechas mortales hacia mí.

Pase lo que pase, siempre estaré ahí. Solo tienes que decir la palabra, y yo
mataré a todos los dragones.

La voz de mi padre suena en mis oídos, instándome a correr hacia


él y pedirle que haga lo que prometió, encontrando consuelo bajo su
protección.

Sin embargo, ni siquiera mi padre puede salvarme esta vez,


porque hacer lo que mi corazón desea significaría someterle a él y a
toda la gente que quiero a tanto sufrimiento y muerte que nunca sería
capaz de aceptar.

Ellos me lo dieron todo, así que dar mi vida y mi futuro a cambio


de su paz no debería ser tan difícil.

O esa es la mentira que me digo a mí misma mientras la amargura


llena mi boca, y con una rápida toma de aire en mis encogidos
pulmones, mis piernas avanzan por sí solas.

La música se detiene un segundo mientras el organista parpadea


ante mi presencia, y luego reanuda la interpretación, con sus manos
flotando impecablemente sobre las teclas, mientras mis ojos recorren
el espacio y se ensanchan ante la imagen que tengo delante.

La iglesia que han elegido para la ceremonia tiene costosas


vidrieras en las ventanas, y el techo está curvado en forma ovalada, lo
que casi da una sensación de cuento de hadas, creando una atmósfera
mágica. Me sorprende que los ángeles no hayan bajado del cielo para
cantar al ritmo de la música.

El mármol dorado brilla bajo la luz de las velas, señalando las


diversas y costosas obras de arte expuestas en las paredes, a juego con
el exquisito diseño.

A pesar de su belleza, que puede hipnotizar a una persona en un


estado constante de asombro, el lugar apesta a perdición y
desesperanza que nada puede ocultar.

Y menos aún las máscaras de engaño que llevan sus ocupantes.

Lentamente, comienzo a caminar por el pasillo mientras los


hombres sentados en los bancos se ponen de pie, con sus miradas de
halcón clavadas en mí, y puedo sentir físicamente sus miradas
deslizándose por mi figura, esperando una rebelión por mi parte en
cualquier momento.

¿O tal vez anhelando?

Porque a pesar de apoyar al malvado monstruo que decidió


reclamarme, incluso su familia hubiera preferido no unirnos en una
unión que trae más problemas que beneficios.

Levantando la barbilla en alto, acelero, pasando junto a todos ellos


con rapidez, pero me pongo tensa cuando el familiar sonido de los
seguros de las pistolas resuena en las paredes, y los hombres que
están a ambos lados de mí se apuntan con sus armas. Lo único que
impide que se maten unos a otros es que yo esté en medio.

Y si inclino la balanza hacia el lado de alguno, no dudarán en


disparar.

Todo ello mientras el hombre que espera al final del pasillo me


observa atentamente. Sus ojos marrones me escrutan de arriba abajo;
una satisfacción profunda los llena mientras su boca se curva en una
sonrisa siniestra, mostrando su verdadera naturaleza que ni siquiera
su traje oscuro de tres piezas puede ocultar.

Un bárbaro que ha destrozado mi mundo.

Respirando con dificultad, camino más rápido, notando la energía


que se arremolina a nuestro alrededor y que indica que la paciencia de
todos se está agotando.

La tensión en el aire alcanza proporciones épicas.

Vuelvo a centrar mi atención en el novio.

Tres pasos más y me sitúo frente a un sacerdote que abre la Santa


Biblia y me sonríe, aunque sus manos tiemblan ligeramente mientras
recorre la sala con la mirada.

Una risa amarga se me atasca en la garganta. Un sacerdote debería


proteger a todos los necesitados tras los muros de la iglesia. En lugar
de eso, solo aumenta la miseria participando en sus horrendos
crímenes.

—Queridos amigos... —dice, pero su voz profunda y ronca,


impregnada de algo perverso y prohibido, lo interrumpe,
provocándome escalofríos.
—No hace falta todo eso, padre Paul.

Se me escapa un jadeo cuando su brazo me rodea la cintura, mi


pecho choca con el suyo cuando me quita el velo de la cara, y me
pican las uñas por arrancarle la sonrisa de su apuesto rostro.

—Pasemos a la parte más importante. Al fin y al cabo —se inclina


más hacia mí, con su aroma masculino mezclado con tabaco—,
tenemos un público que nos observa. Es de mala educación hacerlos
esperar.

—Te odio —digo en voz baja, lo suficientemente alto para sus


oídos, mientras el padre Paul asiente, aclarándose la garganta, pero no
antes de mirar hacia mí como si intentara tranquilizarme.

El novio se ríe y pone su mano en mi mejilla; un escalofrío de asco


me recorre cuando su pulgar roza mi piel, limpiando la lágrima.

—Odio es una palabra muy fuerte, ma chérie1. —La advertencia


recubre sus siguientes palabras mientras su pulgar presiona mi
barbilla, provocando punzadas de dolor en mi cráneo—. Úsala con
prudencia en mi compañía. —Se inclina aún más, su aliento me
abanica la mejilla mientras mi corazón late con tanta fuerza en mi
pecho que temo que salte y el monstruo lo tome como rehén, sin
dejarme respirar sin su permiso—. Además, no querrás que la sangre
de tu familia manche las paredes de esta iglesia, ¿verdad?

Mirándolo ahora, me pregunto si me eligió como su víctima


voluntaria solo porque mi belleza le habló, y se negó a condenarse a la
soledad eterna en su inframundo.

Creerlo sería un error por mi parte.


1
Mi querida, en Frances.
Porque él pertenece a una hermandad oscura que lleva la
catástrofe a quien les parece oportuno siempre que sirva para su
diversión y sus deseos, ignorando todo lo demás.

Hombres para los que la compasión, la piedad y la cordura no


existen, porque prosperan en el caos que crean.

—¿Aceptas tú, Penelope Psique Walsh, a Remi Odiseo Reyes como


esposo y prometes amarlo hasta que la muerte os separe?

Con el amor colándose en cada parte agrietada de mi corazón


hacia mi familia y el odio despiadado con sabor a veneno en mi
lengua hacia el novio, respondo:

—Sí.

Con una simple palabra, sello para siempre mi destino.

¿Y lo más irónico de todo?

No soy la que él quiere de verdad.


"Las obsesiones son adicciones peligrosas.
Tal vez por eso es por lo que me encanta satisfacerlas".
Remi

Remi
Chicago Illinois
Una semana antes

Un gemido resuena en la oscuridad, atravesando la música clásica


a todo volumen que sale de los altavoces.

Mi boca se curva en una sonrisa sádica al entrar en mi mazmorra.

Las desafortunadas criaturas que acaban atrapadas en ella la


asocian con el infierno en la tierra, donde reina la maldad y todas las
súplicas caen en saco roto, porque su miedo y su carne son demasiado
tentadores para resistirse al monstruo que reina en ella.

Estas comparaciones me parecen divertidas y engañosas, aunque


ninguno de ellos viva lo suficiente para hablar de sus torturas.
Al fin y al cabo, el diablo expresará mucha más misericordia y
compasión de lo que yo jamás haré.

Dando dos palmadas, abro los brazos de par en par cuando las
luces del proyector que cuelgan del techo se encienden una a una con
fuertes chasquidos, iluminando todo el espacio en toda su majestuosa
y horrible gloria.

Ah, ¿existe una belleza mayor en este mundo?

La mazmorra de forma rectangular es enorme, se extiende


horizontalmente y muestra un perímetro laberíntico en el que uno
podría perderse fácilmente y no encontrar ninguna vía de escape, sus
cuerpos exhaustos dejando huellas sangrientas en el suelo
perfectamente pulido. A algunas presas les encanta pensar que las
dejaré marchar, cuando en realidad su carrera por este lugar mientras
gimen de desesperación sirve de diversión a los voluntariosos
espectadores de la zona de observación situada justo en el centro.

La zona está separada por cuatro paredes de cristal en las que hay
dos sofás de cuero, traídos directamente de Francia, y un pequeño bar
con innumerables botellas de whisky caro.

Varias mesas hechas con el mejor roble brillan a la luz, llamando la


atención sobre las bellezas que las ocupan: desde raros venenos que
tienen la capacidad de matar a alguien con una sola gota, hasta
cuchillos de acero que extraen sangre con solo un ligero pellizco.

La gente podría pensar que soy un bastardo cruel que prospera


entre la sangre que crea a su alrededor y que no tiene compasión hacia
aquellos a los que hace daño... y tienen razón.

Empatía, piedad, remordimiento.


No existen dentro de este lugar en el que mi mente, que me grita
cada día mientras muestra recuerdos no deseados que deseo olvidar,
encuentra temporalmente la paz.

Un hombre vuelve a gemir e intenta hablar a través de la cinta


adhesiva que tiene pegada en la boca, y yo desvío mi atención hacia la
izquierda, hacia un alto soporte de metal en el que el hombre está
atado, con varias cuerdas enrolladas alrededor de su cuerpo con tanta
fuerza que le han rozado la piel y le han sacado sangre.

Respira con dificultad, tragando aire en sus pulmones mientras la


sangre resbala por su frente debido a la paliza que recibió antes de
llegar aquí.

Varias magulladuras profundas marcan su piel, lo que intensifica


mi diversión. Me acerco lentamente a él, asegurándome de que mis
pesadas botas lo alerten de cada uno de mis pasos. No hablo, sabiendo
que mi silencio es algo que todos odian.

Porque lo desconocido asusta a la gente y a las presas por igual


mucho más que la maldad que acecha en las sombras, lista para
reclamar cualquier alma y no soltarla nunca.

Porque si estás embadurnado de oscuridad, nada ni nadie podrá


limpiarte de ella.

Aprieta los ojos bajo la dura luz, parpadea dos veces antes de
centrar su mirada en mí, y su cara se ilumina. Una emoción con la que
estoy demasiado familiarizado la cruza, ya que siempre despierta
nada más que rabia dentro de mi alma.

Esperanza.
Por desgracia para él, la esperanza tiene la tendencia a aplastarse
como el más fino de los cristales bajo la dura realidad que es la vida.

Porque a veces a nadie le importa una mierda ni las pesadillas en


las que el destino te ha metido, ni siquiera la propia intervención
divina.

Poniendo mi mano enguantada en su barbilla, le sonrío; la


adrenalina corre por mis venas en previsión de mi próximo
movimiento.

Se le llenan los ojos de lágrimas y su cuerpo casi se hunde de


alivio, esperando claramente que lo salve de esto, solo para que su
fuerte grito resuene en el espacio cuando arranco bruscamente la
cinta, colgándola en el aire frente a su nariz, mostrando la piel
desgarrada en los bordes de la misma.

Sus labios agrietados crean una visión patética, la sangre sale de


las heridas abiertas, y las lágrimas empiezan a caer por sus mejillas.

—Por favor —susurra, escupiendo sangre en el suelo junto a mis


pies, y yo chasqueo la lengua.

—Ahora, James. ¿Por qué te comportas como un cobarde? —Se


congela al oír su nombre en mis labios, sus ojos se ensanchan mientras
la comprensión se adentra lentamente en su mirada, y su respiración
se vuelve aún más agitada.

—Por favor —repite, probablemente demasiado asustado para


pronunciar algo más, porque en comparación con la mayoría de las
otras víctimas, solía ser un cabrón inteligente que se excitaba con el
poder que poseía y aprendió a reconocer a los que eran como él.
Monstruos viciosos que solo sobreviven con la sangre y el
sufrimiento de los que le rodean.

Una risa sale de mi garganta.

Los recuerdos son algo tan complejo en la vida de uno; siempre me


sorprenden, porque sus cualidades contradictorias los convierten en
una ficha de oro con dos caras.

Su existencia hace que recordemos todos los momentos felices con


nuestros seres queridos, filmando una película en nuestra mente que
podemos apagar o volver a encender, sirviendo de testigo de nuestra
existencia y nuestras emociones.

Sin embargo, irónicamente, a veces los recuerdos se convierten en


una maldición, destrozando a alguien sin remedio porque no hay
forma de librarse de ellos.

Y como tal, uno reside en la oscuridad, donde los deseos malignos


gobiernan y no queda nada humano.

Me dirijo a la mesa cercana, pasando los dedos por mi colección


favorita de bastones de diferentes formas y materiales, recolectados de
todo el mundo. Encuentro la belleza en cada pieza, prediciendo solo
con el tacto cuánto dolor podría provocar.

Me decido por el de metal, lo cojo y me pongo de nuevo frente a


James.

—Actúa como un hombre. —Antes que pueda decir nada más, tiro
de mi brazo hacia atrás y lo golpeo con el instrumento en la cara. El
aire se llena de crujidos y me río—. No llores como una pequeña
perra. —Su grito me envuelve de pies a cabeza, el sonido me inspira
un placer tan profundo que me pregunto si debería golpearle de
nuevo, pero lamentablemente su nariz ya está rota, derramando
sangre por todas partes, y se ahoga un poco, escupiendo de nuevo.

Lanzo el bastón hacia arriba, lo cojo por el medio y se lo clavo en la


clavícula con su afilada punta. Los gemidos y quejidos seguidos de
gritos huecos llueven. El rojo mancha tanto su piel que empieza a
recordarme a un fascinante cuadro expuesto en una galería para que
todo el mundo lo admire.

De una manera muy oscura y retorcida, todos los monstruos son


pintores y escultores, que dominan su oficio con cada víctima y crean
piezas cada vez más despreciables que la sociedad nunca aceptaría,
por lo que permanecen ocultos bajo tierra.

Y en cierto modo, eso es una bendición disfrazada, ya que la


mayoría de estas personas están tan podridas que nunca deberían
haber nacido en primer lugar.

—Remi —pronuncia mi nombre por primera vez, haciendo una


mueca de dolor mientras apoyo el brazo en el bastón pegado a él y me
froto la barbilla mientras él parpadea varias veces antes de
continuar—. Por favor. Lo siento mucho.

—¿Lo sientes? —Asiente enérgicamente y mis cejas se fruncen—.


¿De qué te arrepientes exactamente, James? Dilo. —Mi codo empuja
con más fuerza el bastón, lo que hace que el extremo afilado se clave
más profundamente, y él grita—. No me dejes esperando, James. La
paciencia nunca fue una de mis virtudes.

En lugar de responder a mi pregunta, decide darme una


explicación inútil que no significa absolutamente nada para el
monstruo que controla todos mis movimientos.
—Éramos muy jóvenes. Y sin dinero. Necesitábamos dinero, y él
nos lo ofrecía en abundancia. —Exhala con fuerza, haciendo una
mueca de dolor mientras su lengua roza sus labios—. Solo queríamos
una vida mejor. Por favor, Remi.

Inclino la cabeza hacia un lado. —¿Lamentas que te hayan


atrapado?

—Fue un error. Una cosa de una sola vez. Estábamos drogados


constantemente y apenas entendíamos nuestros actos.

Un remolino de rabia se desliza por mi piel, calando en mis huesos


mientras me envuelve una neblina roja, dispuesta a romperle el cuello
con un movimiento de muñeca y acabar con su vida de inútil.

Para que por fin se calle y deje de fingir el remordimiento que


nunca ha sentido.

Sin embargo, James no tiene sentido de la autopreservación.


Vuelve a hablar, sus dientes castañeando, ya que el miedo debe
contaminar cada una de sus células, pensando solo en la
supervivencia.

—¡Deberías estar enojado con ellos! Nos ofrecieron el dinero. No


deberían haberlo hecho. Ve tras ellos, Remi.

Lamentablemente, las presas son tan parecidas en su naturaleza,


que me aburren hasta la saciedad con las constantes súplicas o los
intentos de psicología inversa, tratando de hacerse los desentendidos
cuando la mayoría de ellas se orinan en cuanto alzo la voz.

Si el monstruo te atrapó en su infierno... no tiene intención de


dejarte ir.
A no ser que jugar con tu psique sea parte del juego, pero los
cabrones podridos como James apenas me inspiran interés, aunque la
idea de verlo ahogarse en su sangre mientras las cadenas atadas a sus
miembros tiran de él en diferentes direcciones y le desgarran la carne
suena atractiva.

Lástima que no haya tiempo que perder.

—¿Crees que eso es lo que debo hacer? —le pregunto


despreocupadamente, agarrando el bastón y haciéndolo girar de
nuevo, ganándome un gemido lleno de dolor mientras más sangre
brota de su herida—. ¿Y supongo que por fin estás preparado para
decirme quiénes son los llamados ellos? —Mi tono se mantiene
uniforme, aunque la locura me consume lentamente, bloqueando el
sentido común que me ordena jugar este juego y obtener mi
satisfacción del proceso mientras pueda.

Porque una vez que la víctima está muerta, ya no tengo una salida
para la rabia que llena mi corazón cada día, dejándome vivir lo
suficiente para cumplir una promesa que me hice a mí mismo a los
dieciocho años.

La cabeza de James se inclina hacia un lado. Respirando por la


nariz, responde:

—Sí. La carpeta de mi despacho tiene toda la información que


podrías necesitar. Perdona mi vida y podrás castigar a todos los
implicados. Los verdaderos villanos de esta historia. —La emoción
brilla en sus ojos, la felicidad cubre su cara, e incluso su maldita voz se
hace más fuerte en la anticipación de su libertad.
Sacando el palo, mi boca se curva al ver la sangre deslizándose por
su forma, aunque la herida nunca tocó una arteria importante; solo
envió sensaciones desagradables a su sistema nervioso, permitiendo
que el miedo sea una emoción primaria, que solo alimenta el dolor en
su cuerpo.

No se llega a ser un monstruo experto sin estudiar bien la


anatomía humana.

—Gracias —susurra, contoneándose en las cuerdas y apoyándose


en el poste metálico, con el sudor empapando su cabello—. No te
arrepentirás.

Dejando caer el bastón al suelo, digo:

—Solo hay un pequeño problema con este plan.

Parpadea sorprendido. —¿Qué?

—Ya están muertos. Todos ellos.

Cuando un cazador quiere destruir una guarida o una manada...


tiene que matar primero a todos los eslabones débiles para llegar al
alfa de la manada. Porque el verdadero poder del alfa reside en sus
súbditos, que le guardan las espaldas del peligro que se avecina.
Aunque sea más fuerte que el resto, su fuerza depende de la unidad
dentro de su círculo.

¿Y cuándo ese círculo se destruye?

Se vuelve demasiado vulnerable para sobrevivir en la naturaleza y


termina siendo la comida de alguien.
—Remi, escucha… —Gime desesperado cuando pongo mi mano
en su cuello, presionando mis dedos en sus glándulas, acogiendo su
pánico, transformándolo de nuevo en el cobarde que siempre ha sido.

Por mucho perfume que se rocíe sobre la basura, no deja de


apestar.

Mi mano lo aprieta tan fuerte que no entra aire en sus pulmones,


haciéndole agitar la cabeza de un lado a otro. Su cara se pone roja y
sus ojos casi se salen de sus órbitas. Intenta esquivar mi agarre, pero el
zumbido de mis oídos ha comenzado, y le aprieto por última vez
antes de dar un paso atrás.

James traga saliva, se orina en el proceso y luego rompe a llorar,


sus sollozos rebotan en las paredes y superan la música.

—Por favor, Remi. Te pido clemencia. —Su rígida respiración llena


el espacio mientras me dirijo a la mesa de las armas, preguntándome
cuál usar a continuación, pero James juega con mis nervios, casi
suplicándome que haga lo contrario y lo mate ahora mismo—. No eres
como nosotros.

—Es cierto. No lo soy. —Ajustando los guantes en mis manos,


agarro la sal y una hoja de acero que refleja la lámpara del techo antes
de volver a centrar mi mirada en él. Presenta una visión patética,
pegado al poste, sus pies resbalando bajo él mientras la sangre de las
heridas abiertas se mezcla con la orina que empapa sus pantalones—.
Yo soy mucho peor.

Con esto, derramo sal sobre su pecho, sonriendo ante los fuertes
gritos y gemidos cuando la sal añade más dolor del que ya tiene. La
agonía le hará entrar en una espiral de locura de la que ningún
hombre sale vivo.

—Un día debería grabarlos a todos. Un pequeño recuerdo para


recordarlos. —Abre la boca, dispuesto a escupir más mierda para
salvar su culo, pero se transforma en un grito ronco desesperado,
lleno de dolor cuando le atravieso la polla con la cuchilla,
cortándosela y haciendo que se derrame más sangre y se cree un
charco a sus pies; pero el hombre aún tiene la capacidad de gritar.

—La debilidad no te sienta bien, James. —Las lágrimas corren por


sus mejillas, la boca abierta, mientras el pulso apenas visible me indica
que sigue vivo. Sus heridas deberían provocarle un malestar extremo,
pero no matarlo.

Oh, no.

Ninguno de ellos merece una muerte amable.

Sacando la hoja, deslizo la punta sobre su pecho hasta la clavícula


y me desplazo hacia el cuello. Los ligeros cortes dejan huellas en la
piel mientras elijo el lugar perfecto para mi próximo objetivo, con
cuidado de evitar todas las arterias importantes.

Después de todo, ¿dónde estaría la diversión en eso?

—Para.

—Tu voz está empezando a molestarme, James. Así que o te callas


o te corto la lengua.

—Remi, por favor.

Suspirando fuertemente, le acerco la cuchilla a la boca y le


anuncio:
—Cortar será.

Sacude la cabeza cuando alzo la mano para atrapar su lengua, y


murmura rápidamente:

—El jefe. ¿Sabes lo del jefe? —Hago una pausa, y él se lame los
labios, elaborando, claramente pensando que ha encontrado una mina
de oro—. Él dio la orden. Nosotros solo la ejecutamos. La culpa es de
él. —Gime cuando le pongo el cuchillo en el ombligo, la punta se clava
con fuerza en la piel, casi perforándola—. Por favor, Remi.

—Podría considerarlo. —Se paraliza ante mis palabras. Inclinando


un poco la cabeza hacia delante, la sangre de su nariz gotea sobre la
hoja—. Pero primero tienes que responder a mi pregunta. —Mi voz se
vuelve grave y peligrosa, con una ira apenas contenida en cada una de
mis palabras, porque la idea que este hombre espere siquiera por un
segundo que pueda escapar de mis garras crea un cúmulo de rabia en
mi interior—. ¿Cuántas veces has mostrado misericordia hacia
aquellos que te rogaron que los perdonaras?

El pánico brilla en su cara y las lágrimas vuelven a formarse en sus


ojos, sus labios se tambalean y susurra:

—Por favor, Remi. —Tiro del brazo hacia atrás y le doy un golpe
en la boca, arrancándole algunos dientes.

Lo agarro del cabello y inclino su cabeza hacia atrás, y sus ojos


parpadean varias veces para centrarse en mí, pero luego se cierran
cuando su cuerpo se adapta a su estado. Sin embargo, la adrenalina
que corre por sus venas debe seguir bloqueando la mayor parte,
porque sigue de pie y despierto. Mi mirada se posa en mi reloj de
pulsera. —Ojalá tuviera más tiempo para jugar contigo, James, pero la
vida tiene otros planes.

La venganza es una fuerza poderosa que me impulsa a torturar


para ofrecer una venganza de la manera más despiadada, asegurando
su gran sufrimiento antes que las puertas del infierno den la
bienvenida a las almas podridas.

Sin embargo, ninguna venganza podría ser más importante que


mis objetivos.

Como James no tiene fuerzas para replicar, me dirijo a la mesa de


mis armas y limpio la hoja, colocándola de nuevo en el lugar que le
corresponde. Luego me quito los guantes, tirándolos a la papelera más
cercana, y voy directamente a la barra, cogiendo una botella de
whisky y sirviendo un poco en un vaso.

—Gracias —susurra James, a juzgar por el movimiento de sus


labios.

Dejo caer unos cubitos de hielo en mi vaso, lo agito un poco y me


dirijo a él.

—¿Por qué me das las gracias, James? —murmura algo, pero ya


me importa un carajo lo que tenga que decir—. La mejor parte está a
punto de llegar. Envía mis más cálidos saludos al diablo, James. Que
tu puta alma nunca conozca la paz.

Chasqueo los dedos, y al instante la oscuridad se instala en la


mazmorra; pequeñas luces iluminan el suelo a nuestro alrededor
desde diferentes rincones, creando una ilusión de luciérnagas flotando
en el aire.
Mi mazmorra se considera sencilla en comparación con las que
tienen mis amigos. Impresionar a mis víctimas nunca me ha
interesado demasiado, y, además, mientras se adapte a mis
necesidades, funciona bien.

Lo más fascinante del lugar en el que reina la maldad es que lo he


diseñado yo mismo, pasando meses prestando atención a los más
mínimos detalles y dedicando mucho dinero a ello.

Sin embargo, el resultado final ha merecido la pena.

—Mira hacia abajo, James —le ordeno al maldito, y él mueve la


cabeza obedientemente. Sus ojos se ensanchan, y su cuerpo tiembla;
quizás ya sospecha su futuro.

El suelo cambia lentamente de color, el cristal transparente


muestra la vista del pequeño cielo tropical que hay debajo: gruesos
árboles con las más largas hojas verdes, piedras de diferentes formas y
un espacio infinito cubierto de hierba.

Por un segundo, todo lo demás es invisible, susurrándole a uno


que baje la guardia y admire la belleza natural. Pero esa es una manta
de seguridad de corta duración, ya que una criatura verde se desliza
entre los árboles, envolviéndose en las ramas, con sus ojos brillando
un poco y su lengua asomando. Detiene sus movimientos,
probablemente reconociendo las vibraciones, cuando la sección por
encima del poste se abre y baja la plataforma hacia la pequeña tierra
tropical.

James se agita en sus ataduras, gimiendo y llorando, su boca


murmura algo, y vuelve a temblar, el miedo sale de él a borbotones,
pero yo solo lo despido antes de guiñarle un ojo.
Se contonea entre las cuerdas y luego chilla algo a través de su
garganta seca mientras el anillo se cierra finalmente, dejándolo a solas
con mi pitón apodada Anguis, que significa serpiente en latín. Ella ya
ha posado su mirada en su nuevo juguete, deslizándose hacia él, y
James vuelve a gemir, y su cara se retuerce tanto que le sale más
sangre.

Ella nunca se los come, incluso mi pitón encuentra su olor


despreciable, pero le encanta estrangularlos, y los de la talla de James
no merecen menos por toda la mierda horrible que han hecho.

Dando un sorbo a mi whisky y disfrutando de las sensaciones de


ardor en mi garganta, veo a Anguis llegar a los pies de James y luego
deslizarse sobre sus piernas, envolviendo con fuerza, pero sin usar
toda su fuerza ya que James aún respira. La mirada de James se
vuelve vidriosa, su corazón probablemente entra en paro cardíaco,
incapaz de funcionar debido a su miedo y a todas las heridas.

Tras unos segundos más, James se queda quieto con la boca abierta
y Anguis se aleja siseando un poco antes de desaparecer entre los
árboles hasta la próxima vez.

Sacando mi teléfono, pulso la pantalla, y el anillo se abre de nuevo


y levanta el cuerpo que pronto tendré que enterrar.

Me doy la vuelta, bebo un ávido sorbo de mi vaso y concentro mi


mirada en el tablero situado a varios metros de mí, que contiene las
fotos de once hombres.

Diez en el círculo alrededor de la principal en el centro, sus


últimas fotos me recuerdan a los monstruos que nunca pudieron
ocultar su naturaleza, aunque tuvieran un nuevo nombre.
Volviendo a dejar el vaso sobre la mesa, cojo mi navaja y la tiro
directamente a la foto de James situada justo encima del jefe,
marcando la foto. Todas las personas del círculo tienen una navaja
para anunciar su muerte.

Solo el único, el alfa -o como le llamaban cariñosamente, el jefe- en


el medio sigue vagando por esta tierra, considerándose invencible y
creyendo en su poder absoluto.

La rabia familiar empuja de vuelta, pero la aplaco,


concentrándome solo en el objetivo. Porque secuestrar y matar al jefe
no será suficiente, oh no.

Quiero que su desesperación, su humillación y su sufrimiento sean


tan fuertes... y que todas las personas de esta maldita ciudad sepan de
su alter ego y de las hazañas que realiza.

Un hombre que me robó mi identidad, mi herencia y mi verdadero


apellido.

Porque nací heredero al trono y en cambio me convertí en nadie


más que el hijo de la servidumbre.

Tiene que pagar por todo.

Solo entonces el niño que llevo dentro encontrará la paz.

Cuando uno quiere destruir a un monstruo, debe encontrar sus


puntos vulnerables y asestarle un golpe al que ni siquiera la maldad
pueda sobrevivir.

Para lograrlo, tengo que quitarle lo que más ama y valora.

El poder y su reputación.
Y para eso, debo tener una esposa.

Porque ella lleva el nombre de la dinastía que tiene la clave de mi


victoria.

Me he cansado de esperar para reclamar lo que me pertenece por


derecho.

¿Y si una criatura inocente termina siendo un daño colateral en


todo esto?

Pues que así sea.

Después de todo, la vie est injuste.

La vida es injusta.

Y yo también lo soy.
"Todas las familias tienen sus oscuros secretos.
Algunos son sorprendentes.
Otros horribles.
Y algunos tan hirientes que desearías no haberlos conocido nunca"
Penelope

Del Diario de Penelope…

Me tiemblan las manos mientras escribo esta entrada del diario, con el
corazón aplastado dentro del pecho. El dolor es tan fuerte que envuelve mis
sentidos y hace difícil respirar.

Porque la verdad que acabo de descubrir en el estudio de mi padre me


rompe el alma en pedacitos, dejando que se dispersen junto a mis pies
descalzos mientras el viento áspero entra bruscamente por la puerta abierta
del balcón de mi habitación.

Dejo que las lágrimas caigan sobre el papel blanco y emborronen la tinta
negra. La devastación me golpea una y otra vez, los sollozos se me atascan en
la garganta, mientras mi padre sigue golpeando la puerta, haciendo sonar la
madera.

Dice algo, pero sus palabras quedan amortiguadas por las paredes
insonorizadas, y tampoco me interesan sus explicaciones. Nada puede
justificar la ilusión que ha creado sobre mi existencia.
Las mentiras que he vivido toda mi vida.

El hombre al que consideraba mi padre... mi mejor amigo... la persona que


siempre apoyó mis sueños por muy temerarios que fueran... un hombre que
me dijo que una chica podía hacer cualquier cosa si se lo proponía... ocultó la
verdad sobre mi nacimiento.

Porque el certificado de nacimiento y la carta que encontré en el sobre que


yacía en su escritorio me mostraron que, para empezar, nunca fue mi padre.

En cambio, es mi tío, que obtuvo mi custodia cuando mis padres murieron


en un accidente de auto.

Es como si se esforzara por fingir que la vida antes del accidente no existía
y me protegiera ferozmente.

Sin embargo, todo esto podría haberse perdonado. Incluso podría entender
por qué decidió protegerme de esta dolorosa verdad hasta que fuera lo
suficientemente madura como para manejarla adecuadamente.

También debió dolerle en el alma la pérdida de su único hermano


Theodore, con el que -según sus primeros relatos- compartía un fuerte
vínculo, y cuya muerte lo devastó hasta el punto de no poder ni siquiera
pintar o leer a sus poetas favoritos.

Aunque no conozco a ese hombre más allá de las historias que me contaba
mi padre, la tristeza se cuela en cada grieta de mi corazón, echando sal sobre
las heridas ya sangrantes, haciéndome añorar a un hombre que nunca tuve la
oportunidad de conocer.

La desesperación que me invade por su muerte parece una experiencia


nueva, ya que he llorado la muerte de mi madre toda mi vida, desde que papá
me convenció que había muerto durante el parto.
Ella siempre ha sido solo un espejismo en mi mente, sin rostro ni historia,
pero ahora... ahora, apretando su foto en mi mano mientras caen más
lágrimas sobre el papel, el dolor en mi pecho es casi insoportable, y los
sollozos se escapan de mi boca, mis gemidos resonando en la habitación, que
por lo demás está en silencio.

Sin embargo, ni siquiera se aproxima al dolor que se apodera de mi


corazón, que me quema por dentro, creando un infierno en mi alma que
ningún agua podrá apagar ante la verdadera traición que he descubierto hoy.

Mis padres no dieron a luz a una sola niña; tuvieron hijas gemelas.

Las hijas gemelas fueron separadas por los familiares de ambos lados.
Dividieron a las niñas, a mí y a mi gemela, por lo que mi hermana se fue a
vivir con la hermana de nuestra madre.

Ni siquiera estoy segura de cómo es posible bajo ninguna ley. A juzgar


por los papeles y la riqueza de mi padre, ¿no debería haber obtenido la
custodia de nosotras solo uno? ¿Cómo pudieron mis padres fallar tanto en la
protección de sus hijas?

Aunque ahora, todas las intenciones de papá han quedado bastante claras
y por eso se instaló en Francia, negándose a volver nunca a su ciudad natal.

Chicago.

Probablemente teme que pueda tropezar accidentalmente con Amalia -así


se llama mi gemela- y el corazón se me aprieta en el pecho con tanta fuerza
que jadeo.

Una gemela.

La otra mitad de mi alma existe en algún lugar, y no sé nada de ella más


que un nombre.
Mi familia, mi padre, el destino me la arrancó, dejándome un profundo
hueco en el corazón, un vacío que nada pudo arreglar, y quizá eso explique
que a veces me envuelva un dolor tan fuerte que no sé cómo afrontar otro día.

Dicen que las gemelas tienen la capacidad de sentirse mutuamente


incluso a kilómetros de distancia.

Si tal sentimiento es cierto, entonces mi gemela está sufriendo mucho en


algún lugar, pensando que está sola para enfrentar los demonios que aplastan
su espíritu.

Y yo no puedo hacer otra cosa que llorar, estando a kilómetros de ella, sin
poder alcanzarla.

Pero no dejaré que siga sola, porque a partir de hoy haré todo lo que esté
en mis manos para encontrarla.

Me reuniré con mi gemela, y cuando lo haga...

La abrazaré tan fuerte que no volverá a sentirse sola en este mundo.


Penelope
Agarrando mi maleta por el asa, resoplo con exasperación cuando
mis gafas se deslizan por mi nariz y caen al suelo justo antes que un
pasajero que corre hacia la salida las pise.

Crujen con fuerza bajo sus pesadas botas.

Mira por encima del hombro, sus ojos se ensanchan al darse cuenta
del desastre que ha causado, y grita:

—¡Perdón! —Se da la vuelta para reanudar su acción sin


molestarse siquiera en ver cómo estoy o disculparse adecuadamente.

Pasan varias personas más mientras que todo en la distancia se


convierte en un borrón iluminado por las luces empañadas.

Exhalando un suspiro, murmuro:

—Bienvenida a los Estados Unidos, supongo. —Aunque mis


expectativas sobre la acogida que recibiría en mi país de origen no
eran altas ni importaban tanto, de alguna manera no esperaba perder
mis gafas y poner en peligro mi visión en los primeros minutos de
pisar suelo estadounidense.

Recogiendo lo que queda de mis gafas, las tiro en el cubo de


basura más cercano y aprieto los ojos, buscando el camino correcto
mientras saco el teléfono que vibra de mi bolso.

Aparecen varios mensajes uno tras otro, todos de naturaleza


similar, y sacudo la cabeza, caminando lentamente hacia mi destino
mientras tiro de la maleta detrás de mí, cuyas ruedas se mueven
impecablemente sobre el suelo pulido.

<Papá> ¿Ya llegaste?

<Papá> Según la hora, ya deberías estar en Chicago.

<Papá> Thomas estará allí para recibirte. Tiene instrucciones de


llevarte a un hotel y a otros lugares. No te atrevas a salir sin él.

Pongo los ojos en blanco ante su última orden, encontrando muy


divertida la idea de que alguien quiera hacerme daño, pero prefiero
mantener la boca cerrada para no acabar en otra discusión con mi
padre que nunca lleva a ninguna parte.

Él cree que alguien aquí tiene una recompensa por mi cabeza, así
que venir aquí solo era posible con una condición.

Jugar con las reglas de mi padre.

Y no habría jugado con ellas a los veintitrés años si él no tuviera las


llaves para descubrir el paradero de mi hermana y no hubiera tenido
un segundo infarto hace varios meses, que lo puso de nuevo en
reposo.

El desasosiego se apodera de mí cuando la imagen de él tendido


en el suelo sigue asolando mi mente, el miedo es tan poderoso que
puedo saborearlo en mi lengua, y la frialdad se hunde en mis huesos,
recordándome que una vida puede acabar en un abrir y cerrar de ojos.

Lo que hace que mi misión sea aún más importante, ya que solo
tenemos el día de hoy, y el mañana nunca está prometido.

<Papá> ¡Penelope Psyche Walsh, contéstame!


Tecleando rápidamente una respuesta mientras me muevo entre la
gente, me pregunto si concertar una cita hoy con un investigador
privado ha sido una buena idea, porque el jet lag está arruinando mi
concentración y posiblemente mi juicio sobre su carácter. Esta
investigadora podría pensar que soy un blanco fácil, porque ha
colgado una zanahoria delante de mí -la información sobre mi
hermana- y he volado inmediatamente hacia ella, pero pronto
descubrirá que no es así.

Puedo ser ingenua en muchos aspectos, pero ser estúpida y dejar


que la gente me utilice en su beneficio no es uno de ellos.

Sin embargo, el anhelo y el deseo de encontrar a tu propia gemela


es una fuerza poderosa, sobre todo cuando durante años te has topado
con una pared de ladrillos y has magullado tu corazón una y otra vez.

Porque Amalia Walsh no existe en ninguna base de datos, y


buscarla por mi foto tampoco trae resultados. Una persona no puede
desvanecerse en el aire y no dejar rastro en ninguna parte.

Por no hablar que mi hermana nació tres minutos antes que yo, lo
que significa que es heredera del trono de Theodore y de todos sus
bienes, junto con las cuentas bancarias, que le pertenecen. El imperio
se ha perdido para siempre, pero él seguía teniendo acciones en
diferentes empresas que ahora mismo valen millones.

¿No le interesaría al menos obtener sus derechos de nacimiento y


vivir sin preocupaciones el resto de su vida?

Solo el hijo mayor recibe la herencia; esa es la estipulación que él


personalmente puso en el testamento, según el viejo abogado de la
familia.
Lo siento, Penelope. Tu padre vino a mi oficina cinco días antes del
accidente y exigió estos cambios. Originalmente, el testamento decía que se
dividiera la herencia entre ustedes dos, y con su hermano actuando como
benefactor con sus fondos fiduciarios. Al contrario que la mayoría de los
padres no quería que vivieras a merced de la persona responsable de velar por
ti. A los dieciocho años habrías tenido los fondos del fideicomiso y a los
veintiún todos los derechos sobre la empresa y las propiedades repartidas por
todo el mundo. También añadió la cláusula que Amalia iría con Beatrice
mientras tú irías con Asher, a pesar que la reputación de tu tía no era muy
buena. Intenté razonar con él, porque, francamente, te habían dejado en la
pobreza, pero no me escuchó. Simplemente tachó tu existencia del testamento
por completo.

En la gran escala de las cosas, el testamento no significaba nada


para mí, y no podía importarme menos la herencia que Theodore me
negaba. Pero el dolor seguía calando en mis huesos, contaminando mi
mente con pensamientos contradictorios sobre por qué mi padre
decidió esencialmente desheredarme cuando aún no había nacido.

Cuando le pregunté a Asher, papá, por qué su hermano había


hecho algo así, su expresión se volvió cautelosa, y me aconsejó que no
juzgara un pasado que no había vivido.

Miles de cosas inexplicables y mentiras rodean mi pasado, lo que


no hace más que alimentar mi deseo de descubrirlas todas, de obtener
por fin todas las respuestas y reunirme con Amalia.

Aunque ella no quiera ser encontrada.

La voz que anuncia el siguiente vuelo me saca de mis


pensamientos y me devuelve a la conversación, ya que mi mensaje
sigue sin ser enviado.
<Yo> ¿Nombre completo? Veo que estás sacando la artillería
pesada.

Mi teléfono vibra al instante.

<Papá> Esa es la única manera de llamar tu atención.

<Yo> Touché.

<Papá> Te quiero, cariño. Por favor, ten cuidado.

Puede que Theodore nunca me haya querido y me guarde un


inexplicable resentimiento. Al menos su hermano, el hombre al que
siempre consideraré mi padre, me rodeó de tanto amor y cariño que
encontré una forma en mi corazón de perdonar su mentira y
reconstruir nuestra relación desde el montón de dolor que se
desmoronó después que la verdad saliera a la luz.

Ojalá hubiera acogido también a Amalia aquel fatídico día. Pero


entonces, ¿tenía él realmente la culpa, teniendo en cuenta que tenía
que cumplir los deseos de nuestros padres?

<Yo> Lo mismo digo, papá, y no te preocupes. Lo haré.

Después que consiga encontrar el centro óptico más cercano y me


compre unas gafas adecuadas, claro. De lo contrario, varios peligros
que no se ven a través de mi visión borrosa me sorprenderían y me
provocarían lesiones no deseadas. Dios sabe que las pocas cicatrices
que ya han marcado mi piel pueden dar fe de esta afirmación.

Como mi atención se centra en la pantalla parpadeante, no miro


por dónde voy y choco con un pecho duro. Me balanceo hacia atrás,
pero un fuerte brazo me rodea la cintura, apretándome contra los
duros músculos y evitando que me caiga de culo, pero mi teléfono cae
al suelo al quedar mis manos atrapadas entre nuestros cuerpos.

Al instante, un aroma masculino mezclado con colonia y tabaco


me envuelve en una extraña bruma, haciendo que se me erice el vello
de la nuca mientras la piel de gallina se extiende por mí, enviando
sensaciones desconocidas por mi cuerpo.

Mis suaves curvas casi se funden con su poderoso armazón, y me


pica la palma de la mano por recorrer su pecho para comprobar si
todos esos músculos tallados son reales o solo un fragmento de mi
imaginación.

Definitivamente, no debería haber bebido ese vino en el avión,


porque nada más que la locura explica esos pensamientos hacia un
desconocido, cuando los hombres nunca me han inspirado nada más
que confusión.

Saliendo de mi asombro cuando suena otro anuncio, finalmente


encuentro mi voz y murmuro antes de retroceder:

—Dios mío. Lo siento mucho. —Pegando mi mirada al suelo, cojo


mi teléfono y susurro una vez más—: Lo siento mucho. —Como el
hombre permanece en silencio, aprovecho para alejarme rápidamente
de él por miedo a que me grite o intente iniciar una conversación que
siempre acaba siendo incómoda para mí, porque la mayoría de los
hombres me encuentran rara o molesta.

Ni siquiera puedo culparlos, porque en su compañía me convierto


en una tonta que no puede formar una frase coherente y se sonroja
tanto que la gente se burla de mí.
Ser una introvertida en el mundo moderno y extrovertido es una
mierda.

Me toman varias maniobras más por el aeropuerto hasta que me


dirijo a la salida y frunzo los ojos, buscando a Thomas, cuando una
voz masculina me llama por mi nombre.

—¿Penelope Walsh? —Al girar a la derecha, veo a un hombre


rubio, bajito y de mediana edad, que lleva un traje negro desgastado y
me sonríe alegremente. Me tiende la mano—. Thomas Smith a su
servicio. —Me arrebata la maleta después de estrecharme la mano y
me hace un gesto para que avance—. El auto está esperando fuera.
¿Ha tenido un buen vuelo?

Hablamos de camino a la entrada, y me mantengo cerca de


Thomas para no crear otro accidente o perderme, y asiento con la
cabeza.

—Sí, gracias. Aunque todo este paseo es increíble después de casi


nueve horas en el avión.

Llegamos a las puertas dobles, y cuando se abren, un viento áspero


me abofetea el rostro antes de echarme el cabello hacia atrás. El aire
fresco me llena los pulmones mientras suenan varios cláxones que
indican que hay mucho tráfico en la zona de desembarco del
aeropuerto.

Frotándome los brazos por el frío que me rodea -no he


comprobado el tiempo antes de reservar un vuelo aquí-, sonrío al
conductor que espera junto al auto negro, y este se levanta el
sombrero.
Thomas se dirige directamente al maletero ya metiendo mi maleta
dentro, mientras mi atención se mantiene en el hombre mayor.

—Bienvenida a Chicago, señorita Penelope. —La calidez recubre


su voz mientras me sonríe y abre la puerta del vehículo.

Parpadeando sorprendida e ignorando el bocinazo adicional,


coloco la palma de la mano en el techo. Un escalofrío me recorre la
columna como si algo poderoso se deslizara sobre mi piel, dejando
una huella invisible en mí, marcándome para siempre para que todo
el mundo lo vea.

Volviendo la vista hacia la terminal, me pregunto por un segundo


sobre el extraño hombre que no tiene nombre ni cara, pero que solo su
olor ha creado una poderosa respuesta de todo lo femenino que hay
en mí.

Una sonrisa da forma a mi boca a pesar de todo el lío en que se ha


convertido mi vida. Aunque no vuelva a verlo y no haya pasado nada
realmente, el pequeño encuentro me demuestra una cosa.

No soy una criatura fría, incapaz de sentir nada físico hacia los
hombres como han afirmado varias citas fallidas, lo que significa que
algún día podría encontrar ese amor verdadero del que tanto hablan
los poemas, los mitos y los cuentos de hadas.

Tal vez entonces, la soledad que me araña el alma y que sigue


extendiéndose en mi interior desde que leí la carta que cambió mi
mundo, destruyéndolo, desaparezca y sea sustituida por algo más
poderoso.

Algo que me permita ser yo misma y no presentar una hermosa


máscara a todas las personas que me rodean y creen conocerme.
Porque incluso tu familia puede convertirse en un arma poderosa
contra ti si se lo proponen, y tu verdadera naturaleza tiene que
permanecer oculta a las miradas indiscretas, dispuestas a manipularte
para convertirte en algo que nunca serás, solo para que encajes en los
criterios que ellos necesitan.

Amar a mi padre no me hizo ciega a sus defectos, y


desgraciadamente esos defectos me hacen más daño de lo que él
nunca se dará cuenta.

Sacudiendo mi cabeza de los pensamientos sombríos y las


cavilaciones internas que no deberían tener lugar en mi mente
mientras estoy en mi misión, le digo al conductor:

—Gracias. Paremos primero en una óptica. —Luego me meto


dentro, apoyando la cabeza en el asiento del auto mientras cierro los
ojos, con el cuerpo zumbando ante el recuerdo de los duros músculos
apretados contra mí, dejándome sin aliento.

Bienvenida a Chicago.
Remi
Si el diablo quisiera enviar a la tierra una criatura capaz de atraer a
los hombres a su perdición porque estaban tan hipnotizados por el
bello espejismo que representaba cuando decía su nombre, tendría su
rostro.

Mantengo la mirada fija en la mujer, que se congela junto al auto,


reflexionando sobre algo mientras el viento juega con sus oscuros
mechones que caen por su columna vertebral en pesadas ondas,
recordándome el océano durante una tormenta. Me permito absorber
sus rasgos, bloqueando momentáneamente el mundo exterior, algo
que casi nunca ocurre.

Un cazador nunca duerme; en cambio, siempre está listo para


atacar a cualquiera que se interponga en su camino, destruyendo al
oponente de las formas más despiadadas.

Su piel parece casi de porcelana bajo la brillante luz del sol,


mostrando la suave perfección, pero no revela sus venas ni el latido de
su pulso que anunciaría sus verdaderas emociones en este momento.

Un lienzo impecable con infinitas posibilidades por descubrir, una


estatua aún por esculpir destinada a adornar los museos más famosos,
porque una belleza así no debería ocultarse al mundo.

Algo desconocido se enciende en mi interior, algo que no había


sentido antes al observar a una mujer, lo que no hace sino intensificar
la necesidad que corre por mis venas, instándome a acercarme a la
mujer y arrebatársela a quien haya venido a recogerla.
Mía.

Interés y curiosidad, dos sentimientos que un monstruo como yo


olvida, porque ya nada me sorprende.

Al fin y al cabo, cuando uno vive en la oscuridad y el engaño


durante tanto tiempo, habiendo visto las cosas más despreciables que
se hace la humanidad entre sí, ya no se asombra con facilidad ni
encuentra a la gente que le rodea divertida o digna de su tiempo.

Esta fascinante criatura podría convertirse en mi única excepción,


y ¿no haría mella en mis planes cuidadosamente trazados?

Su vestido de gran tamaño insinúa algunas curvas, pero solo me


permite ver sus largas y esbeltas piernas, que son una sorpresa,
porque la parte superior de su cabeza apenas me llega a la clavícula.

Su aroma a lilas aún persiste en mis fosas nasales, enviando un


extraño estremecimiento a mi sangre, exigiendo que rodee su cintura
con mis manos y la sujete a mí de cualquier manera posible, para que
no sonría a ningún otro hombre.

Mía.

No he tenido la oportunidad de estudiar sus ojos, y la necesidad


me consume por completo. La bestia posesiva que vive dentro de mí
ruge de disgusto al negársele la vista y casi se lanza hacia ella para
agarrarle la barbilla y hacer que me mire.

Porque, aunque sé que son azul cielo y gélidos por naturaleza, el


monstruo ansía contemplar su belleza en la vida real y no a través de
una foto.
Al fin y al cabo, llevo tanto tiempo estudiando el instrumento de
mi venganza que lo he aprendido todo sobre ella, hasta su bebida
favorita y cómo le gusta ponerle más azúcar a todo.

Sin embargo, ni una sola vez en todos estos años he sentido esa
atracción hacia ella o algún tipo de reacción de mi cuerpo queriendo
reclamar donde no debe.

Porque lo que un cazador utiliza como cebo y arma para atrapar a


su presa no puede ser nunca de vital importancia para él.

Lo que el cazador no puede controlar tiene la tendencia y el poder


de perturbar su entorno y luego destruirlo.

Sin embargo, la idea de dejarla ir alguna vez ya no me satisface, a


pesar que al principio del plan no tenía intenciones de hacerle daño.

Todos en mi mundo creen que me enamoré de ella hace años, y así


nació mi obsesión, aunque la idea en sí es tan risible que una risita se
me escapa de los labios.

El amor es un error en la vida de cualquiera, que trae


consecuencias a personas inocentes a su alrededor, y quien crea lo
contrario es un ingenuo.

No tienen ni idea que se trata de una mentira engañosa para


conseguir lo que quiero y acabar por fin con su reinado de la forma
más horrenda.

Mi deliciosa criatura vuelve a sonreír, sus regordetes labios se


ensanchan, y la felicidad mezclada con la tristeza irradia de ella, casi
llamando mi nombre y tentándome a tocarla, a formar parte de ella, y
así reclamarla como mía.
Mi cuerpo se pone duro como una roca solo con la idea de poner
mis manos en su perfección, necesitando poseerla como necesito aire
para respirar, y por un segundo, me quedo quieto ante la avalancha
de emociones que nunca había conocido.

Ella mira hacia la puerta una última vez y luego se sienta dentro
del auto, escondiéndose de mí, pero no por mucho tiempo.

Porque no hay ningún lugar en esta ciudad donde pueda


esconderse de mí.

Tomo el teléfono de mi bolsillo trasero y marco un número, el


hombre al otro lado de la línea lo coge al segundo timbre.

—¡Remi! Me preguntaba dónde estabas. Estamos listos para el


despegue —dice alegremente mi piloto, probablemente anticipando
ya nuestro próximo viaje a Nueva York, que últimamente es más
frecuente.

Cualquier mentira tiene que estar ejecutada a la perfección para ser


creíble, y ¿qué hombre se obsesiona con una mujer sin querer
comprobar cómo está?

Aunque nunca conocí una verdadera obsesión hasta que mis ojos
se posaron de verdad en ella; de lo contrario, no habría sido capaz de
sobrevivir un día sin estar con ella.

—Cambio de planes.

¿Por qué iba a ir a Nueva York ahora?

Después de todo, Amalia está aquí.


"Tal vez la locura no habría adquirido tal reputación...
si no fuera por la maldad que siempre acecha en sus bordes".
Remi

Del Diario de Amalia…

El viento se cuela en el interior desde la ventana abierta, ondulando las


cortinas amarillas que rozan mi piel. El aire frío no me disuade de plasmar
mis pensamientos en el papel.

Un papel que últimamente se ha convertido en mi única vía de escape, en


el que no existen juicios ni pretensiones, y en el que solo queda el dolor
profundo, que se clava cada vez más en mi corazón.

Me pregunto cuánto dolor puede soportar antes de rendirse y dejar de


latir dentro de mi pecho, dejando solo una cáscara hueca.

Las lágrimas que corren por mis mejillas caen sobre el papel, mezclándose
con la sangre que gotea de las yemas de mis dedos, donde hoy me he arañado
con tanta fuerza que no me quedan uñas.

El que se convirtió en mi mayor pesadilla, el que viene por la noche y me


muestra lo verdaderamente malo que es este mundo... porque por mucho que
rece o suplique la intervención divina, mi sufrimiento no termina.
Por el contrario, me succiona la vida, un esqueleto que camina y respira y
que pasa por el camino, temiendo ver otro día.

Dicen que los padres son las personas que se supone que más te quieren.

Mi existencia demuestra lo contrario, porque la mujer que se llama a sí


misma mi madre no me ha traído más que dolor.

Llamarla por su nombre de pila, Beatrice, apacigua de algún modo el


infierno que llevo dentro, exigiendo justicia por los males que me ha causado
su naturaleza codiciosa, que permite cualquier cosa siga bajo su techo siempre
y cuando asegure su lujo.

Como casarse con un hombre que está más interesado en su hijastra que
en una esposa.

Se casó con Jonathan hace dos años, lo conoció en un crucero y volvió a


casa con los ojos brillantes, lo que me hizo exhalar de alivio.

Porque su mal humor significaba moretones y dolor para mí y a veces


hambre.

Anunció su próximo matrimonio y nuestro traslado a Estados Unidos,


donde nos daría todas las riquezas posibles, ya que estaba tan enamorado de
Beatrice.

Dos años.

Veinticuatro meses.

Setecientos treinta días.

Se acerca a mí todas las noches, golpeando la puerta como si anunciara su


entrada antes de tomarme por la fuerza a pesar de mis gritos y luchas.
Y cada vez, mi madre lo ignora, durmiendo profundamente y permitiendo
que el monstruo se dé un festín con mi carne mientras le dé lo que quiere.

Intenté hablar con alguien en la escuela, pidiéndole que me salvara de esta


pesadilla. Pero en cuanto abrí la boca de nuevo, Beatrice me advirtió que me
internaría en un manicomio, y que debía dejar de inventar historias para
separarla de su marido.

Ella lo sabe. Mi madre lo sabe. Es imposible no oír mis gritos y mis


ruegos para que me deje en paz, pero ella lo permite.

Lo que más le importa es asegurar su paz.

Aun así, no hice caso de su advertencia y le conté a mi profesora lo de los


abusos, con la esperanza que tal vez ella pudiera alertar a alguien y me
llevaran lejos.

Pero resultó que Jonathan es un gran patrocinador de mi escuela privada,


y le contaron todo, aconsejándole que buscara ayuda profesional para una
adolescente difícil.

Mi espalda aún tiene varios moretones oscuros del costoso cinturón de


cuero, el favorito de Beatrice, desde que me asestó golpe tras golpe en la
espalda, siseando que tenía que saber cuál era mi lugar y hacer lo que me
decían.

A veces, mis ojos se detienen en el cuchillo de cocina, imaginando que


atraviesa su garganta, o la mía, para acabar por fin con esta tortura de la que
no hay indulto.

Sin embargo, a pesar de todo lo que me sucede, tengo tantas ganas de


vivir.

Tanto, tanto.
Porque cada nuevo día me da otra oportunidad de encontrarla.

A mi gemela.

Aunque sé muy poco de ella, mi Penelope, toda mi alma anhela rodearla


con mis brazos y no soltarla nunca.

A Beatrice le encanta decir que el tío Asher no quería saber nada de mí y


que eligió a Penelope porque era más guapa, y al final se quedó conmigo. Pero
no creo sus mentiras.

Tal vez el tío Asher y Penelope me buscan activamente. Basado en todas


las historias que a Beatrice le gusta escupir cuando está borracha, él es un
buen hombre.

Un pintor de alma romántica y amante de todo lo bonito, según ella, que


la ignoró cuando intentó ligar con él.

Ellos son mi única esperanza en este mundo, las únicas personas que me
mantienen viva durante la tortura. Porque cuando cierro los ojos, me los
imagino irrumpiendo en esta horrible casa y arrebatándome de las garras del
mal.

Sin embargo, a veces, acostada en la cama después de las visitas de


Jonathan, con el cuerpo dolorido y la sangre rezumando de mis heridas,
espero que nunca venga a verme.

¿Y si Asher es débil y el monstruo que destruye mi vida dirige su


atención a Penelope, que debe ser la viva imagen de mí?

Beatrice se jactó una vez que, si quería, podía recuperar a Penelope,


porque eliminar a mi tío de la ecuación no debería ser demasiado difícil.
En estos momentos de traición, un miedo sin precedentes me invade,
envenenando mi sangre mientras mi corazón crea varias imágenes de mi
pobre gemela llorando.

Si me meten en el manicomio, ¿traerá a Penelope como mi sustituta?

A Jonathan le encanta repetir que es un hombre contra el que nadie puede


ir, y que todos mis intentos son inútiles, porque ningún hombre cuerdo le
desafiará.

Y menos un pintor que vive en las nubes.

Tal vez en lugar de rezar para que todo el sufrimiento cese, debería rezar
para que alguien extraordinario venga a aplastar al monstruo, alguien que
sea tan poderoso y malvado que torture a Jonathan de las formas más
horribles.

Para que nadie más sea víctima de su crueldad.

Y entonces encontraré por fin a mi Penelope.

Entonces nada ni nadie nos separarán de nuevo.


Penelope
Owen detiene el auto bruscamente, y yo salgo volando hacia
delante, con la palma de la mano extendida protegiéndome en el
último momento de golpearme la frente contra el asiento delantero.

—Mis disculpas, señorita Walsh —dice, con un tono de


preocupación mientras se aclara la garganta—. Hay una zanja en la
carretera de la que no me había dado cuenta.

Me enderezo en mi asiento y me paso un mechón de cabello por


detrás de la oreja, le doy una palmadita en el hombro y le digo
tranquilizadoramente:

—No pasa nada. —Sin embargo, a pesar de mis palabras, no se


relaja; en cambio, la tensión se multiplica por diez en él, a juzgar por
cómo cambia la energía dentro del auto a nuestro alrededor, y sigo sus
ojos fijos en algo en la distancia.

Ajustando mejor mis nuevas gafas en la nariz, parpadeo


sorprendida al ver el barrio al que nos ha traído, quedándome
absolutamente sin palabras.

La imagen que nos recibe a través del parabrisas no puede


calificarse de otra manera que de... horrenda con un toque de miedo.

El barrio registrado en las notas del detective privado presenta una


atmósfera sombría formada por edificios de hormigón gris y negro
con grietas visibles bajo la luz del sol, que indican que podrían
derrumbarse en cualquier momento.
Owen empieza a mover el vehículo de nuevo, conduciendo hacia
el destino que muestra el GPS mientras yo sigo estudiando la calle.

No hay nada más que el vacío que rodea el lugar, la hierba que
antes era verde ahora está amarillenta con un poco de naranja. Varios
cubos de basura volcados están esparcidos por el lugar, con bolsas
negras medio abiertas llenas de comida podrida que se derraman en el
suelo. Las moscas revolotean por encima de ellas mientras un par de
gatos escarban en la comida, maullando ruidosamente.

La gente, con diferentes ropas, desde vestidos formales hasta


bikinis, deambula por las calles, charlando o paseando entre ellos, y la
mayoría lleva algún tipo de bebida en la mano.

Pasamos por una zona más amplia con un parque infantil con
columpios rotos, toboganes y un arenero lleno de más basura que
arena. En medio de todo esto, los niños corren de un lado a otro, se
ríen a carcajadas y siguen encontrando la alegría.

Owen pisa el acelerador y se dirige rápidamente al enorme edificio


gris de cinco plantas que tiene aún más grietas que los anteriores.
Tiene una gran entrada en la que un grupo de personas merodea,
jugando a las cartas y bebiendo.

Por el rabillo del ojo, veo a una mujer apoyada en la puerta de un


auto, con ropa bastante provocativa, y me pregunto si es una
prostituta que se gana la vida.

—¿Qué demonios? —Thomas, que ocupa el asiento delantero,


murmura en voz baja, aunque yo lo sigo oyendo, y Owen encuentra
una plaza de aparcamiento, aunque llamarlo así es darle demasiado
crédito. Hay muchas piedras, y algunas son tan grandes como para
romper la puerta de un auto.

Thomas teclea algo furiosamente en su teléfono, sin duda dejando


un informe para mi padre, y yo aprieto los dientes con fastidio,
intentando mantener la calma.

Vuelvo a mirar el teléfono y compruebo la dirección para


asegurarme que estamos en el lugar correcto, pero no hay ningún
error.

No quiero sonar como una perra prejuiciosa ni nada por el estilo,


pero de alguna manera me imaginaba que una investigadora privada,
que prometió encontrar a mi gemela en tiempo récord, viviría en
alguna otra zona que no fuera esta.

Todo dentro de este lugar habla de desesperanza y perdición, de


sueños muertos y del deseo de romper el techo de cristal, pero siendo
incapaz de hacerlo.

Resoplando con exasperación y decidiendo ser abierta de mente a


pesar que este ambiente deja mucho que desear, escribo rápidamente
un mensaje a la mujer.

<Yo> ¡Hola! Estoy aquí.

La respuesta llega al instante.

<Investigadora privada> Estaré allí en cinco minutos.

—Señorita Walsh, tal vez debería reconsiderarlo —dice Thomas


con cuidado, girando en su asiento para que nuestras miradas se
encuentren—. Tengo una lista de investigadores privados muy
recomendados.
Apenas contengo la risa sarcástica que está a punto de brotar de mi
garganta, porque los llamados "altamente recomendados" habían
venido con las manos vacías cada vez que recibieron el caso. Confiar
en ellos sería una tontería por mi parte en estos momentos.

Thomas abre la boca para añadir algo más, tomando claramente mi


silencio como un estímulo, pero las palabras mueren en sus labios
cuando abro la puerta del auto, el asqueroso olor me envuelve y casi
toso.

Salgo y cierro la puerta, pero no antes de dirigirme a Thomas.

—Quédate en el auto. —Lo último que necesito en este momento


es que abra la boca y que pueda ofender o asustar a la persona que se
puso en contacto conmigo personalmente.

Vecindario cuestionable o no, esta persona podría proporcionarme


la información que ansío desesperadamente, así que mis pies no van a
moverse ni un centímetro hasta que hablemos.

Según las escasas investigaciones que he podido hacer sobre ella,


se ha trasladado recientemente a Chicago desde Nueva York, donde
trabajaba como agente de policía. Por alguna razón, se trasladó aquí,
pero prefirió seguir trabajando como investigadora privada, aunque
su historial policial no mostraba ningún conflicto que provocara ese
cambio de carrera.

Trabajó con mi anterior investigador durante varias semanas antes


de dejar su consulta y hacer Dios sabe qué, y así fue como se enteró de
mi caso.

Sus correos electrónicos llegaron de forma inesperada, por no decir


otra cosa, pero la promesa y la pasión que había detrás me hablaron y
me hicieron creer en ella, porque poseía lo que les faltaba a todos los
investigadores anteriores.

Está convencida que puede encontrar a Amalia, porque le han


llegado importantes pruebas; sin embargo, necesitaba recursos para
continuar la búsqueda.

¿Cómo podría dejar pasar una oportunidad así?

Mi corazón da un vuelco dentro de mi pecho, enviando calor a


través de mi sistema con solo imaginarme sosteniendo a mi gemela en
mis brazos, inhalando finalmente su aroma, y reuniéndome con mi
otra mitad.

Y estoy dispuesta a todo y a todos por la pequeña posibilidad de


eso.

Al acercarme a la entrada, veo que dos chicos me ven. Sonríen y


dejan de beber a la vez, señalándome con la barbilla, lo que hace que
otros tres cambien su atención en mi dirección también.

—Hola, guapa. ¿Eres nueva aquí? —me pregunta uno de ellos, el


más joven a juzgar por su aspecto, mientras me mira con interés—. No
te había visto antes.

—La honesta verdad de Dios —interviene otro, que da un goloso


trago a su botella y luego se limpia la boca con el dorso de la mano—.
No echaría de menos a alguien tan bonito.

Me sorprenden ligeramente los cumplidos; mi aspecto apenas


inspira comentarios.
—Gracias. —Y al instante me arrepiento, pensando que podrían
considerarlo un estímulo, lo que solo se volverá aún más incómodo
para mí.

Teniendo en cuenta que estamos en medio de la nada, en un país


que me es ajeno, a pesar de haber nacido aquí, no quiero entrar en
ningún conflicto o pelea si se vuelven insistentes.

Los borrachos son imprevisibles.

—No agradeces la verdad, chica. —El tercero me guiña un ojo y


levanta su cerveza como si brindara por mí antes de bebérsela.

Para mi sorpresa, vuelven a centrar su atención en el juego,


ignorándome por completo.

Qué interesante.

La gente no actúa realmente como uno supone que lo hará, y quizá


por eso la psicología humana siempre me ha cautivado, haciéndome
estudiar varios casos para entender mejor la mente humana. Ser
psicóloga nunca me interesó; sin embargo, ser experta en el tema sí.

Tal vez porque al crecer, rodeada de arte, no pude evitar estudiar


las emociones y las personas a través del prisma de las creaciones
ajenas, lo que me enseñó a mirar la maldad, la bondad, los hechos y
las acciones bajo una luz diferente, encontrando capas y capas en
personas que podrían ser horrendas en la superficie, pero hermosas en
el fondo.

Y viceversa.
A veces, los monstruos más mortíferos llevan las máscaras más
hermosas, ocultando su verdadera naturaleza tras la fachada de la
perfección.

Unas pesadas botas que golpean el hormigón resuenan a nuestro


alrededor, haciendo que todo el mundo mire a la entrada cuando
aparece una mujer joven, vestida con vaqueros y un jersey negro. Es
tan menuda que uno podría confundirla con alguien suave y gentil,
pero todos esos pensamientos se desvanecen una vez que alguien
posa su mirada en su rostro, ya que su expresión obstinada tiene el
poder de mover montañas.

Y a juzgar por su historial, lo ha hecho siempre, atrapando a sus


sospechosos, aunque eso le haya costado un puesto de trabajo.

Su piel tersa y bronceada y sus pómulos altos enfatizan sus rasgos


simétricos, agudizando la atención en sus vivos ojos grises que me
recuerdan al acero fundido que papá utiliza en sus estatuas.

A pesar de no ser considerada clásicamente bella, tiene un aura


sensual a su alrededor que probablemente llama la atención de los
hombres, aunque los que ocupan las escaleras se limitan a saludarla
con la mano antes de seguir jugando a las cartas.

Con una sonrisa tensa, me saluda con la cabeza, saltando los dos
últimos escalones y llegando hasta mí en un tiempo récord.

—Penelope, hola. Encantada de conocerte. —Me tiende la mano y


la estrecho—. Ojalá nos hubiéramos conocido en otro lugar, pero no
estaba previsto. —Me señala el banco vacío que hay a varios metros
de distancia, lo que nos da algo de intimidad.
Mis cejas se fruncen ante sus palabras; ella fue la que sugirió que
nos viéramos cuanto antes y se negó a verme en mi ático o en un lugar
público, lo que no me dejó otra opción que venir aquí.

—La gente es muy amable aquí.

La diversión parpadea en sus orbes grises.

—Podría decirse que sí. Pero por lo demás es una zanja. —Se
encoge de hombros—. Aunque sirve para algo.

—A veces hay gente horrible que vive en los castillos y que hace
insoportable vivir allí, así que creo que tienes suerte, teniendo en
cuenta todo esto.

—Suerte es una palabra muy fuerte —murmura y empieza a


caminar hacia el banco, así que la sigo, encontrando esta conversación
más que extraña. Por lo general, los investigadores privados van al
grano enseguida, pero para ser justos, todos ellos tenían entre
cuarenta y cincuenta años, y preferían tratar con mi padre en su lugar,
porque no podían soportar mis arrebatos emocionales durante el
proceso de investigación.

Sin embargo, Isla es solo cuatro años mayor que yo, una de las
razones por las que decidí creerle y venir aquí. Estoy harta que me
traten como una niña mimada que debe dejar de buscar a mi gemela
solo porque todo el mundo me lo dice.

Se deja caer en el banco, interponiendo su teléfono entre nosotras,


y yo me siento a su lado, temblando ligeramente por los truenos que
resuenan en el cielo y el viento que indica el cambio de tiempo.

Espero que podamos terminar esta reunión antes que la lluvia


torrencial nos empape a las dos.
—Como probablemente sepas, trabajé para el señor Jameson y
encontré tu expediente en su escritorio. Me dijo que me encargara de
él, pero parecía que apenas creía en el caso. —Entorno los labios para
evitar decir algo sobre el viejo que casi se rió en mi cara cuando papá
le explicó nuestra situación. Me dio cero esperanzas, y por la falta de
entusiasmo que mostraba hacia el caso, sabía que no encontraría a
Amalia—. Sin embargo, algo me rondaba la cabeza, así que me llevé el
expediente cuando me despidió.

Parpadeo sorprendida, apretando las manos sobre mi regazo,


contemplando esta declaración y preguntándome si Isla tiene algún
problema. Dejó su anterior trabajo y consiguió que la despidieran casi
inmediatamente de este. Además, ¿no debería ser alarmante cómo
cogió mi caso? Lo último que necesito es lidiar con un psicópata en mi
búsqueda.

—Y el resto, ya sabes. —Se ríe—. Deberías ver tu cara ahora


mismo. No te preocupes; estoy bastante cuerda.

—Sin embargo, estás de acuerdo en que tu comportamiento es


raro, ¿verdad? —le pregunto, extrañamente relajándome un poco en
su compañía, lo que rara vez ocurre con desconocidos, y una
sensación de calma se instala en mí. A pesar de su actitud de no
joderme, rezuma una calidez inexplicable que me hace confiar en ella
de inmediato—. He viajado hasta aquí porque me has convencido que
tienes una pista para mí.

Sacude la cabeza. —No tengo ninguna pista, Penelope.

Mi corazón se hunde, la frialdad me cala los huesos y la familiar


desesperanza me envuelve el corazón, apretándolo tan fuerte que creo
que podría romperse.
Dios, ¿cómo he podido ser tan tonta?

Una mujer no aparece de la nada y afirma haber encontrado una


pista donde tantas otras antes de ella fracasaron, a menos que quiera
algo de ti.

Como un cazador que atrae a su presa fuera de la zona de confort


para atraparla para sus perversos deseos colgando un cebo irresistible
delante de su nariz.

Mi anterior relajación se desvanece y la ira la sustituye, calmando


temporalmente el dolor que me aplasta como pesadas olas que
destruyen todo a su paso.

Mi tono, sin embargo, se mantiene frío y uniforme, ocultando mi


turbación a Isla mientras me levanto.

—Bueno, entonces hemos terminado aquí. Enhorabuena, Isla. Me


has hecho perder el tiempo. Me dispongo a correr hacia mi auto, pero
ella me agarra de la muñeca y detiene mis movimientos.

Tirando de mi mano, grito entre dientes:

—Suéltala. —Rara vez muestro mi temperamento Walsh a menos


que se me provoque.

Y la gente de mi familia no es conocida por su paciencia y


comprensión cuando se trata de alguien que se atreve a contrariarnos.

Suspira, y un rizo encrespado se escapa de su moño y se posa en


su nariz. Se lo quita de encima y luego dice:

—No tengo una pista, porque no la necesito. He encontrado a


Amalia.
Todo en mi interior se congela una vez más; el mundo exterior
deja de existir, y todos los sonidos son bloqueados por el fuerte
zumbido en mis oídos.

La piel de gallina me recorre mientras la felicidad mezclada con la


incredulidad me sacude todo el cuerpo y, sin pensarlo, la agarro por
los hombros, con voz temblorosa cuando pregunto:

—¿De verdad? ¿De verdad has encontrado a mi gemela?

Después de todos estos años... ¿al fin alguien la ha encontrado


entre más de siete mil millones de personas?

—Sí.

—Oh, Dios mío —exclamo, inclinándome hacia delante y


abrazándola contra mí, con las lágrimas cayendo por mis mejillas
mientras la risa se desliza por mis labios. El conocimiento de su
existencia llena la oscuridad y el vacío creados por los años de soledad
sin ella—. Dios mío —repito, apretando más a Isla—. Gracias. Gracias.
Muchas gracias.

Me da unas palmaditas en la espalda con torpeza, y una extraña


tensión parece llenar su cuerpo. Quizá no esté acostumbrada a que sus
clientes la abracen.

La suelto, dando varios pasos atrás, lo que le permite levantarse.

—¿Dónde está? Por favor, dímelo. —Abre la boca para decir algo,
pero me doy una palmada en la frente, resoplando por mi propia
estupidez—. Lo siento. Sé que tus servicios no son gratuitos. ¿Cuánto
quieres por esta información? Te pagaré cualquier cantidad. Solo di tu
precio. —Usaré todo mi fondo fiduciario si es necesario para conocer
el paradero de Amalia.
Porque todas las riquezas del mundo no importan si mi gemela no
está a mi lado.

Solo un poco más y podré rodearla con mis brazos y no soltarla


nunca más, y este ardor en el pecho que me duele cada día
desaparecerá para siempre.

¡Gracias, Dios, ¡por poner a esta mujer en mi camino!

—No quiero tu dinero.

Mis cejas se fruncen ante sus palabras junto con su tono frío, como
si la hubiera insultado.

Y entonces su afirmación queda registrada en mis oídos.

¿Qué?

¿Qué quiere decir con que no quiere mi dinero?

Por suerte, se explaya. —Recibirás su expediente, que incluye su


dirección y su foto, cuando hagas algo por mí. Si te niegas... no te
ayudaré. —Su voz vacila en la última parte, lo que me hace dudar de
su amenaza, pero la obstinación con que levanta la barbilla indica que
tiene mucha determinación.

Debería haber sabido que no sería fácil, porque aparentemente


cuando eres un Walsh, tienes que pasar por el aro para llegar a tus
parientes.

—Y no la encontrarás por tu cuenta. Créeme: todas tus conexiones


y tu riqueza no serán suficientes para descubrirla.

¿Qué demonios?
Me dejo caer de nuevo en el banco y la miro confusa, porque lo
que dice no tiene ningún sentido para mí. ¿Qué investigador privado
exige algo a cambio de sus servicios en lugar de dinero? Un cheque en
blanco, además.

Quizá esté loca después de todo.

Ella resopla exasperada, enganchando el rizo detrás de su oreja.

—No estoy loca. —Mierda, debo haberlo dicho en voz alta—.


Digamos que todos tenemos un pasado, y la clave del mío está en
algún lugar al que no tengo acceso.

—De acuerdo.

Se inclina hacia delante, apoyando los codos en las rodillas,


mientras yo froto mi frente, esperando que lo que pida esté dentro de
mis posibilidades.

Aunque suene a derecho, el dinero es fácil en mi mundo, pero todo


lo demás... eso sí que es un gran reto.

—Hay un club de élite en Chicago que solo permite entrar a los


más ricos entre los ricos. —Pasa un tiempo—. Solo se puede entrar por
invitación. Lo he intentado todo e incluso he utilizado los contactos de
mi mejor amigo, pero aun así me han negado el acceso. —Gira la
cabeza y me mira, sus ojos me agujerean—. Necesito que me lleves allí
mañana por la noche. Es el único momento del año en que él
interactúa con las mujeres.

Parpadeando varias veces porque es lo último que esperaba que


me pidiera, niego con la cabeza, y mi estómago da un vuelco de
pánico ante la perspectiva de perder mi oportunidad de encontrar a
Amalia.
—¿Cómo se supone que voy a hacer eso? Acabas de decir que solo
permiten entrar con invitación. —Se me ocurre otra cosa—. ¿Y quién
es él?

Ella ignora mi última pregunta y dice:

—Tú eres diferente.

—¿Cómo? —Exhalo una pesada respiración ante esta extraña


petición y el comentario sobre su deseo de conocer al hombre
misterioso—. Mira, puedo pagarte la cantidad que quieras, pero por
favor solo...

Se levanta, se pasea de un lado a otro frente a mí y se pasa los


dedos por el cabello mientras yo la observo, preguntándome cómo
consigue la gente acceder a este club. ¿Entregan sus extractos
bancarios o qué?

Yo crecí en colegios privados y con toda la palabrería que eso


conlleva, pero nunca tuvimos acceso secreto a cosas que no estaban al
alcance de mis otros amigos.

Finalmente, Isla engancha los pulgares en los bolsillos de sus


vaqueros y se enfrenta a mí.

—Eres la hija de Theodore Walsh. Tú también fuiste criada por un


Walsh. Tu familia viene de dinero viejo, y ustedes valen millones. —
Como no estoy segura de cómo reaccionar ante esta información tan
obvia, me quedo callada—. Si quieres, puedes pedir la invitación. —
Chasquea los dedos—. Solo tienes que llamar a tu tío.

—¿Mi tío? ¿Te refieres a mi padre? —Mierda, ¿cómo demonios se


ha metido en todo esto?
Ella asiente, con la determinación escrita en sus rasgos. —Solía
trabajar en un proyecto con Rebecca Esmeralda Cortez.

El nombre me suena vagamente. Mi padre le preparó una vez una


exposición en Francia hace unos quince años; es considerada una de
las mejores artistas de su generación.

—¿Y Rebeca Cortez es la dueña de este club?

Isla se ríe, encontrando mi suposición hilarante al parecer, y luego


sacude la cabeza. —No. Pero ella nos conseguirá una invitación.

Todavía recuperándome por la información de que tengo que


llamar a mi padre para esto, que para empezar no era el mayor fan de
Isla, algo llama mi atención entre sus palabras. —¿Nosotras?

—Iremos juntas. Después, te daré el expediente de Amalia. —


Agarra mi mano, apretándola con fuerza hasta el punto que los
nudillos se me ponen blancos, pero lo único que puedo hacer es
mirarla fijamente mientras la esperanza y la desesperación se mezclan
en su voz—. Una llamada telefónica. Eso es todo lo que te separa de
reunirte con Amalia. Y que yo encuentre por fin la verdad sobre mi
pasado.

Mi corazón se agita dolorosamente en mi pecho, enviando dolor a


través de mi sistema, y la compasión se arremolina dentro de mí,
porque la entiendo.

Y la angustia se refleja en sus ojos grises, rogándome que acepte su


acuerdo y le dé la llave para abrir la caja de Pandora que reside en su
mente.
Está claro que lo que necesita de ese hombre en el club la quema
viva cada día, igual que la ausencia de mi hermana. Un espíritu afín
que reconoce la agonía de otro porque la ha experimentado él mismo.

Al pensar en Amalia, una profunda añoranza se hunde con fuerza


en mis huesos y el familiar dolor de mi pecho vuelve a arder.

El dolor que a veces no me deja dormir mientras las lágrimas se


forman en mis ojos sin razón alguna, y sin embargo todo en mi
interior me pide que huya lejos, muy lejos.

Emociones que no me pertenecen, pero que puedo sentir, saborear


y experimentar igualmente.

Quito mis manos de su agarre y las coloco en mi clavícula,


rodeando con los dedos mi medallón de platino, y doy un paso atrás.

—Mi gemela... ¿está en peligro ahora mismo?

—No. —Aunque una nota extraña baila en los bordes de su tono


ante esta respuesta—. Te lo prometo. No te ocultaría ninguna
información si lo estuviera. —Aprieta los puños—. Tu hermana
podría darme una patada en el culo si quisiera.

Esto me llena de orgullo, mientras la felicidad se extiende por mis


venas, aliviando la tensión anterior mientras una pequeña sonrisa
curva mi boca.

Amalia tiene carácter, y eso es lo primero que sé realmente de mi


gemela, lo que intensifica mi deseo de conocerla.

Sin embargo, no puedo darle una patada en el culo a nadie, pero


aun así... estoy lejos de ser una idiota.
—¿Cómo puedo estar segura que cumplirás tu palabra? —Mis ojos
recorren su figura mientras ella frunce el ceño—. ¿Sabes que dicen que
el apetito crece al comer? —Como sigue con una expresión de
despiste, le explico—: Tus exigencias podrían crecer con el tiempo.

Ella niega con la cabeza. —No. Eso es todo. Por favor, Penelope,
haz esto por mí y no tendrás que volver a verme ni a hablarme.

Buscando en su rostro algún engaño y no encontrando ninguno,


retrocedo varios pasos más mientras reflexiono sobre sus palabras.

Creo que no tiene derecho a ocultar información, y si quisiera


involucrar a las autoridades, podría hacerlo.

Sobre todo, teniendo en cuenta que robó el expediente de su


anterior empleador.

Y, sin embargo, no tengo el valor de hacerlo.

Porque en comparación con todos los hombres que aceptaron mi


caso y no cumplieron sus promesas, esta mujer creyó en mí y me dio
más de lo que ninguno de ellos hizo jamás.

Así que, ¿no debería mostrarle mi gratitud ahora cumpliendo su


petición?

Si una invitación puede cambiar la vida de ambas, que así sea.

Exhalando un fuerte suspiro, saco mi teléfono del bolsillo del


vestido y pregunto:

—¿Cómo se llama el club?

Sus ojos se iluminan y respira profundamente antes de decirme el


nombre.
One night

Puedo fingir ser una mujer sofisticada interesada en los negocios


de este club durante una noche y luego reunirme con mi hermana,
poniendo fin a nuestro pasado de una vez por todas.

El deseo de nuestro difunto padre de hacernos vivir vidas


separadas ya no existirá.

Además, debería ser divertido ver cómo pasa el tiempo la élite de


Chicago, y mi curiosidad natural siempre se apodera de mí,
metiéndome en situaciones dudosas.

No es que esta sea una de ellas.

Después de todo...

¿Qué daño podría hacer una pequeña invitación y una visita?


Remi
La música clásica suena a todo volumen mientras deslizo mis
dedos sobre las diversas armas extendidas sobre la mesa. Disfruto de
la luz que se refleja en la plata mientras los gemidos angustiosos
resuenan en el espacio, obligando a mi boca a curvarse en una sonrisa.

Ah, los dos sonidos más agradables del mundo para mí.

Quienquiera que dijo que en la crueldad nunca se puede encontrar


el placer porque está diseñada para despojarte de todo lo humano...
seguramente nunca tuvo a nadie que le jodiera la vida.

Porque solo los que crecieron en el amor y el afecto se dan el lujo


de predicar sobre el bien mayor y las cualidades estelares del carácter.

¿El resto de nosotros, sin embargo?

Nos entregamos a nuestros vicios porque de todos modos estamos


condenados a vivir en el infierno.

Además, ser un pecador es muy divertido, así que ¿quién estaría


dispuesto a apuntarse a una existencia aburrida que siguen todos los
santos?

Desde luego, yo no.

—Ayuda —susurra el hombre mientras cojo un cuchillo de


carnicero y lo sumerjo en veneno, dejando que cubra el acero mientras
miro por encima de mi hombro al hombre que se encuentra
actualmente en el centro de la mazmorra.
Una pesada cadena enredada en su garganta le permite
balancearse de un lado a otro ligeramente cuando intenta escapar de
las garras del destino. La sangre resbala desde su frente hasta su boca,
haciéndole toser.

—Ayuda —repite, con la piel de gallina salpicando su piel


desnuda. Gime cuando sus pies pisan los cristales rotos esparcidos
por el suelo.

Solo algo para calentarlo un poco para lo que está a punto de


llegar.

¿Una de las reglas de la buena tortura?

Jugar con la víctima durante horas y empezar con cosas básicas


para construir su terror. Después de cada sesión de tortura, esperan
ser rescatados, y cuando no llega y se enfrentan a más agonía,
entonces se arrepienten de verdad de sus actos pasados.

No es que importe.

Porque yo nunca perdono ni olvido.

Especialmente a alguien que me robó hace treinta y un años.

Aunque quisiera, mi memoria fotográfica nunca me lo permitiría.

—Estamos bajo tierra en un terreno que me pertenece. Puedes


pedir ayuda —digo, cogiendo el cuchillo. El líquido se desliza
lentamente hacia el mango y mancha mis dedos enguantados—. Pero
no esperes que nadie aparezca y te libere.

Girando, me paseo hacia él mientras sus ojos se ensanchan y se


echa hacia atrás, queriendo evitar mi presencia.
Me río.

Todos estos años y todos estos cobardes todavía consiguen


sorprenderme con las ganas que tienen de vivir a pesar de sus
circunstancias vitales.

Aquí, Robert lleva veintisiete años exiliado, apenas se gana la vida,


escondido en el bosque en una pequeña cabaña construida por su
bisabuelo, y todos sus hijos se niegan a tener nada que ver con él. Por
no hablar de los hombres que el jefe le envía cada año para darle una
paliza y recordarle que debe mantener la boca cerrada o las
consecuencias pueden ser graves.

Sin embargo, pide perdón de todos modos, deseando prolongar su


estancia en esta tierra y en su miseria.

Supongo que incluso los pedazos de mierda tienen extraños


apegos a este mundo.

—Estaba siguiendo órdenes. Dijo que era por el bien de la familia


—habla el hombre, respirando con dificultad mientras mis botas
golpean con fuerza el suelo. Cada golpe crea una fricción nerviosa en
él, a juzgar por la forma en que hace una mueca de dolor y sus
hombros se encogen. Solo para que vuelva a erguirse cuando el
collarín le aprieta demasiado la garganta y vuelve a toser. Continúa
escupiendo sus excusas como si a alguien le importaran—.
Presentabas un peligro para el clan y el sindicato. —Pasa un tiempo—.
Eras un error que había que arreglar, según él. Un niño que podía
arruinar a su hija.

La furia se desliza por mis venas, despertando la bestia que llevo


dentro, hambrienta de sangre y dolor, deseando cortarle el cuello y
ver cómo se ahoga mientras lucha por respirar. La vida abandonaría
lentamente su cuerpo, y yo disfrutaría cada puto segundo, haciendo lo
posible por olvidar sus palabras que aún me afectan después de todos
estos años.

Un error.

Podría ser mi segundo nombre por todas las veces que lo he


escuchado mientras crecía.

Reprimiendo la ira que contamina mi mente y haciendo retroceder


al pequeño niño que aún existe dentro de mí y que ansía vengarse
ahora mismo por toda la injusticia cometida, ensancho la boca en una
sonrisa más grande.

Mostrar las verdaderas emociones era un privilegio que nunca


pude permitirme entre aquellos que gobernaban el mundo con sus
puños de hierro.

Cuando creces entre la pobreza y te abres paso hasta la cima,


aprendes muchas cosas.

Principalmente, cómo escuchar la información sin que nadie sepa


lo que realmente piensas. Y cómo morderte la lengua cuando te tratan
peor que a los demás para conseguir lo que quieres.

A veces, para ganar una guerra, hay que perder varias batallas.

—Ah, Robert. No nos hagamos las víctimas, ¿ok? —Pongo la punta


del cuchillo en su mejilla, presionando con fuerza hasta que atraviesa
la piel, y su grito llena el aire—. Ambos sabemos qué harías cualquier
cosa por una botella. Incluso vender a tu propio hijo al diablo.

Excepto que él no siguió el plan cuando se trataba de mí.


En lugar de eso, me mantuvo con adictos durante los primeros
cuatro años y luego hizo un trato con dos personas desesperadas que
habían rogado a Dios por un hijo.

Solo para joderlo más de la cuenta, ya que el niño tenía un


propósito específico para ellos.

Uno que no incluía ser amado o apreciado.

—Remi, no lo conoces. Él es... cruel. Despiadado. Me habría


matado. —Se lame la sangre de los labios y retrocede, gimiendo
cuando el cristal le corta más profundamente en los pies y el cuchillo
se clava más en la mejilla, probablemente quemándole desde dentro.

Este veneno tiene un propósito muy específico. Lo adquirí en el


mercado negro hace varios años mientras viajaba por el mundo,
dedicando mi tiempo a encontrar los líquidos más raros diseñados
para hacer que uno pierda la razón, tiemble en una agonía
interminable y traiga tanto dolor que la víctima nunca encuentre
descanso antes de su muerte.

Los cuchillos y las armas me interesan poco, aunque la sangre es


agradable de ver, sobre todo cuando la víctima se empapa de ella,
pero el veneno me atrae el alma, se cuela en la persona de forma
inesperada. Nunca lo ve venir y sigue teniendo esa esperanza que lo
consume todo en sus ojos.

Por eso me encantan las serpientes y me hice con una.

Estos magníficos reptiles tienen su propio atractivo, hablan a la


oscuridad que reside en mí y que aplastó mi alma hace mucho tiempo.
Crean miedo y repulsión en quien entra en contacto con ellas. Algo
parecido a mi experiencia, en la que mi sola existencia amenazó con
destruir a dos familias hace tiempo.

Dos familias a las que no les importó sacrificarme en el altar de su


egoísmo para mantener el statu quo del prestigio y el lujo en el que
prosperaban.

—Quería matarte. —Sus cejas se fruncen y su voz se eleva a un


tono más alto mientras se queda quieto, respirando con dificultad
después de cada grito—. 'Dispárale', dijo. 'Dispárale para que mi hija y
nuestras familias se liberen de esta vergüenza'. —La molesta voz de
Robert me pone de los nervios cuando continúa con sus excusas. El
idiota realmente cree que una pésima explicación lo va a salvar.

Lástima que el miedo no signifique nada para mí.

Si eres un cobarde que hace daño a los inocentes, no te molestes en


excusar tu comportamiento, ya que te mataré de todos modos.

Sin embargo, la forma de matar a alguien depende de mi estado de


ánimo y de la información que pueda darme.

Todo en este mundo tiene un precio.

Siseo una respiración entre los dientes. —Ah, no escuchaste la


orden.

—No pude hacerlo. Eras tan pequeño. Apenas un día de vida. Te


juro, Remi, que hice todo lo que pude.

—¿Lo hiciste? —Suspiro, mi agarre de la manivela se tensa


durante una fracción de segundo—. Entonces, ¿debo agradecer a tu
naturaleza compasiva que acabara con unos adictos?
Asiente con la cabeza, el alivio aparece en su cara, y entonces sus
gritos agónicos resuenan en la mazmorra cuando le clavo el cuchillo
más profundamente en la mejilla antes de deslizarlo más abajo y
apuñalarlo con fuerza en la clavícula, aunque sin tocar ninguna arteria
importante.

Robert no se merece una muerte rápida.

Retiro el cuchillo, sonriendo al ver la sangre que recubre el acero, y


lo arrojo al suelo, donde cae con un fuerte estruendo.

Robert coloca sus manos temblorosas sobre sus heridas antes de


deslizarlas hacia arriba e intentar arrancar el collarín que le rodea el
cuello mientras las lágrimas corren por su cara, mezclándose con la
sangre. Se las lame y llora un poco más. Todo ello mientras el dolor
llena sus ojos, tan profundo y hondo que permite que el placer recorra
mis huesos por un momento.

Un momento, porque me recuerdo a mí mismo y a todos sus actos,


y este dolor se refleja en mí.

No es nada comparado con el infierno que tuve que vivir y que fue
similar al infierno en la tierra, pagando las cuotas por los pecados que
mis padres cometieron.

—Por favor —suplica roncamente, su voz apenas es audible ahora.


Sus rodillas se doblan más a cada segundo y se ahoga con su propia
sangre antes de ponerse de pie y repetir la acción de nuevo.

Es un espectáculo lamentable, pero aún no es suficiente para


satisfacer al monstruo que ruge en mi alma, buscando la destrucción
total de sus enemigos, e incluso eso podría no ser suficiente para
satisfacer la ira que todo lo consume presente en cada respiración que
hago.

Porque hay que vivir en la más absoluta miseria para poder


relacionarse con ella.

Enrollando la palma de la mano alrededor de la cadena, elevo un


poco a Robert hasta que los dedos de sus pies apenas tocan el suelo y
se pone azul, forcejeando en mi agarre todo lo que puede mientras se
mantiene despierto y lucha por su vida lo mejor que puede.

—Hoy es tu día de suerte, Robert —le digo, levantándolo un poco


más antes de abrir la cerradura con el giro de mi muñeca, y él cae con
fuerza en el suelo, su gemido hiriente fuerte en el silencio—. Me siento
generoso. Un poco al menos.

Respira con dificultad, tragando saliva mientras tose cada dos por
tres. Se incorpora solo para caer de nuevo de espaldas. Agarro la silla
cercana y lo golpeo con fuerza con ella, cerrando los ojos para
empaparme de su grito que supera cualquier música del mundo para
mí.

No hay melodías más hermosas que las que emiten mis víctimas
en la agonía de su desesperación.

Colocando la silla sobre su pecho, me pongo a horcajadas sobre


ella y miro a Robert, que se limita a corear:

—Por favor, por favor, por favor. —Poniendo los ojos en blanco,
cojo la pistola del bolsillo trasero y le quito el seguro, lo que hace que
se paralice al instante.
Su mirada llena de dolor se centra en mí mientras sacude la
cabeza, apretando los ojos con fuerza en previsión de un disparo
posterior.

—Voy a darte a elegir, Robert, cómo vas a morir. —Me mira de


nuevo, con el pánico grabado en sus rasgos, y finalmente la esperanza
se escapa lentamente.

Ah, el espectáculo más glorioso en verdad.

Vuelve a estallar en lágrimas, sollozando, y yo chasqueo la lengua.

—Robert, aprende a aceptar el regalo que te hago. O morirás del


veneno que ya te está matando por dentro… —Niega con la cabeza y
yo ladeo la cabeza hacia un lado—. ¿No? No te gusta esa opción.
Bueno, como no hay antídoto, tu muerte será larga y dolorosa de
formas que ni siquiera puedes imaginar. —Le doy unos golpecitos en
la mejilla con mi zapato de cuero, presionando sobre la herida que
tiene allí, lo que me hace ganar más gritos—. A no ser que sueltes un
pequeño secreto, y entonces te dispararé en la frente. —Incluso
permitirle elegir exige una gran contención.

Sin embargo, para llevar a cabo mi plan, necesito la información


que tiene Robert.

Siempre fue un borracho, dispuesto a todo por su próxima dosis,


pero este secreto casi se lo lleva a la tumba.

—Remi, por favor… —Cualquier cosa que quiera decir se


desvanece en un grito agónico cuando piso con fuerza su mano,
oyendo cómo crujen los huesos bajo la presión.
—Veneno o una pistola, Robert. Elige. —Miro mi reloj de pulsera,
la flecha se acerca a las cinco y me recuerda mis planes para más
tarde—. Tienes exactamente un minuto para decidir. Tick tock.

Abre la boca y la cierra, hace un gesto de dolor y vuelve a abrir la


boca, pronunciando algo, y yo me inclino un poco hacia delante.

—¿Qué fue eso, Robert? Más alto.

Más lágrimas fluyen de sus ojos mientras finalmente susurra:

—Pistola.

—Excelente elección. —Frotando la barbilla con la pistola, lo


interrogo—. ¿Por qué el jefe mató a Theodore Walsh?

Aunque organizó todo un espectáculo con el accidente de auto en


el que Walsh murió trágicamente junto a su esposa, no me fue difícil
averiguar que alguien lo mató una vez que profundicé en el tema.

Según varios miembros del personal, Theodore era un hombre


orgulloso y bueno que valoraba la integridad y la lealtad, y trataba a
sus empleados con respeto. Adoraba a su mujer y quería a su
hermano que, comparado con él, prefería el arte e ignoraba el negocio
familiar. Sin embargo, Theodore nunca se lo echó en cara.

Totalmente opuesto al jefe, así que no sé por qué decidió pactar


con él.

El hombre firmó su propia sentencia de muerte ese día.

Por la sorpresa que aparece en la cara de Robert, esta no era la


pregunta que esperaba, y traga saliva, reflexionando un poco
demasiado para mi gusto, y vuelvo a darle una patada.
—El jefe lo quería y lo consideraba un novio perfecto para su hija.
Así que le dio el quince por ciento de las acciones de su imperio.
Acordaron en silencio que Theodore se casara con su hija, y luego las
acciones volverían a sus hijos.

Ah, sí.

Mucho mejor que cualquiera por debajo de su estatus; después de


todo, el jefe solo valora una cosa.

La riqueza.

Y si no la tienes, no le interesas.

A menos que decidas interponerte en su camino.

Entonces te elimina de su camino.

Haciendo girar la pistola en mis dedos, sin perderme cómo sus


ojos siguen cada uno de mis movimientos, el maldito debe tener
miedo que le dispare accidentalmente.

Se pueden decir muchas cosas sobre la gente que murió por mi


mano, pero morir por un accidente no es una de ellas.

—¿Por qué necesitaría Theodore estas acciones?

La respiración de Robert se acelera y traga aire varias veces antes


de responder.

—Perdió varios millones en aquel entonces en la bolsa, y su


corporación se enfrentó a algunos problemas. El trato del jefe parecía
la respuesta a todas sus plegarias. —Se mueve un poco, queriendo
sentarse, y luego gime de dolor cuando más sangre brota de sus
heridas—. Pero después de unos meses, consiguió recuperar todos sus
bienes y triplicó sus ingresos. Sin embargo, quiso mantener su
palabra.

—Pero entonces conoció a su futura esposa.

Robert asiente. —Se casó con ella, y el jefe estaba lívido. Theodore
se negó a devolverle sus acciones, porque para entonces ya había
descubierto sus negocios paralelos.

Correcto.

Burdeles ilegales con clientes ricos que pagarían lo que fuera con
tal que sus perversiones permanecieran ocultas en la oscuridad y no
mancharan su reputación.

—¿Lo chantajeó?

—Theodore creía que las mujeres trabajaban allí contra su


voluntad. —Mis cejas se levantan—. No lo hacían. Su... el jefe. —Se
corrige rápidamente antes de llamar al jefe por su verdadero nombre.
O más bien como le habría llamado si no me hubiera despojado de mi
apellido. Lo que era mío por derecho—. Solo contrataba a mujeres y
hombres dispuestos que no les importaba ganar algo de dinero. Era...
amable en ese sentido.

Un chulo simpático que ordena fusilar a un bebé y arregla un


accidente de auto para sus enemigos.

Mi risa retumba en el espacio y él se queda quieto, parpadeando


sorprendido, pero tras una prolongada pausa, se explaya más. —El
jefe le advirtió varias veces, pero Theodore no le hizo caso. Así que el
jefe lo mató junto con su esposa. Asher era un estúpido en lo que
respecta a los negocios, así que supuso que recuperaría sus acciones
fácilmente.
Levantándome, empujo la silla hacia atrás y disfruto de su
resoplido asustado antes de pasear por el calabozo, pensando en su
confesión sobre los acontecimientos de hace veintitrés años,
encontrándolos increíblemente estúpidos.

Todo lo que tenía que hacer era chantajear a Theodore para que
firmara los papeles.

El maldito solo quería matar a toda la familia como venganza por


atreverse a ir en contra de sus órdenes.

—Pero Theodore fue más astuto que él.

—Sí. Hizo un testamento dejando toda su riqueza a su hija Amalia.


Ella sobrevivió y fue dejada para que su tía la criara en el último
momento. Y luego desapareció con la niña sin dejar rastro. Debe haber
cambiado su apellido. Asher salió del país incluso antes, a Francia, y
adoptó allí a una niña. —La información que ya he leído en el
expediente está dando vueltas en mi mente. Necesita ser ordenada y
alineada para crear una imagen completa; ahora mismo, me deja con
demasiadas preguntas.

Principalmente, por qué un chico de diecinueve años adoptaría a


una niña y la vigilaría ferozmente: la prensa nunca ha conseguido ni
siquiera una foto de ella. Tuvo tres trabajos para mantenerlos hasta
que su arte encontró la fama necesaria. Su hermano lo dejó sin nada
por todo el amor que decía sentir hacia Asher.

¿Afectado por la pérdida de su hermano?

¿O había algo más?

La voz de Robert me devuelve al presente.


—Las acciones representaban un peligro para el jefe, porque
amenazaban su reinado. Sus sobrinos están en su contra, así que quien
tenga las acciones puede expulsarlo de su puesto, y si el secreto de sus
negocios paralelos sale a la luz... será destruido.

No hay ningún sí al respecto.

Para cuando termine con él, su nombre será sinónimo de


vergüenza y humillación entre el pueblo.

Bendito sea Theodore por ponérmelo tan fácil.

Vuelve a centrar su mirada en mí, mientras comienza a suplicar


una vez más. —Por favor, Remi. Perdóname. Por favor.

Demasiado aburrido con este intercambio, le apunto con la pistola


y le disparo en la frente, ya que ha cumplido su propósito.

Tardo una hora en deshacerme del cuerpo y lavarme las manos de


toda la sangre que hay en ellas, mientras cuento las horas que faltan
para la reunión de esta noche antes de poder pasar a ejecutar mi plan.

Amalia llevará mi anillo a finales de esta semana y me cederá sus


acciones.

Durante todos estos años, he esperado pacientemente a que se


muestre más cooperativa en este plan mío, pero la mujer no me ha
dado ni la hora, lo que ha creado los rumores que estoy suspirando
por ella.

No es que me importe un carajo.

La fría y sofisticada criatura no ha inspirado ningún tipo de


reacción física en mí, y estoy seguro que no he sido un santo todo este
tiempo.
Sin embargo, en el aeropuerto, despertó algo dentro de mí, algo
que quería desnudarla y ver si bajo el toque adecuado, mi toque,
cobraba vida y me mostraba a la verdadera mujer que se escondía tras
la fachada perfecta.

Una mujer que la bestia que llevaba dentro ansiaba poseer.

¿Y por qué no deleitarme con su belleza mientras destruyo a mi


peor enemigo?

Porque todo lo demás está descartado.

Nunca amaría a una mujer.

Tales obsesiones y sentimientos no traen más que desastres en mi


linaje.

Mi destino puede dar fe de ello.


"A veces, el pasado, el presente y el futuro chocan de tal manera que pueden traer los
resultados más inesperados.
Como el caos que inspiran tiene el poder de destruir la vida de uno".
Penelope

Del Diario de Penelope

Querer a alguien no debería ser tan difícil, ¿verdad?

Esa es la pregunta que me hago cada día cuando me duele el corazón por
mi gemela mientras estoy atrapada en otro país, jugando con las reglas que
me impusieron los adultos.

Aunque papá prometió utilizar todos sus recursos para localizar a


Amalia, eso no impide que el dolor me apriete el corazón cada día más.

Quizá porque presiento que algo va mal, terriblemente mal.

En mis sueños, aunque deberían llamarse pesadillas, siempre estoy


corriendo dentro de un edificio, intentando escapar de las pesadas paredes de
metal, pero algo o alguien siempre consigue atraparme, atrapándome dentro
mientras mis gritos se amortiguan.

Siempre me despierto con un grito, sentada en mi cama, con el sudor


corriendo por mi espalda y mis sentidos en alerta máxima.
En esos momentos, sé... solo sé, por mucho que la gente lo niegue, que
Amalia está en peligro.

Pero papá me ha prohibido salir del país hasta que cumpla los veinte años,
alegando que correría menos peligro una vez que el testamento entre en vigor,
signifique lo que signifique, y ninguna cantidad de súplicas ayuda a mi
causa.

A veces me pregunto si mi padre también piensa que estoy loca y por eso
retrasa mis viajes. No entiende por qué tengo que ir en contra de los deseos de
mis padres biológicos y romper el statu quo.

Sin embargo, sin dinero ni su apoyo, por ahora, tengo las manos atadas, y
lo odio con todo mi ser.

Sin embargo, tengo un plan que me permitirá viajar a Chicago dentro de


un año.

Como me envió a la escuela un año antes, me graduaré pronto, lo que


significa que podré matricularme en una universidad y luego utilizar un
programa especial para pasar un semestre en Estados Unidos.

Mi mejor amiga, Monique, que se graduó el año pasado, ya tiene un


trabajo para mí. Me dijo que podría ayudar a su padre en su oficina con las
traducciones y dar clases de inglés a su hermano pequeño. Como ya hablo tres
idiomas y pienso estudiar lingüística para añadir dos más, también será una
buena práctica para mí.

Así tendré dinero para usar, y papá no podrá colgar nada sobre mi cabeza.

Espero de todo corazón que el pánico no sirva para nada, y que Amalia
esté disfrutando felizmente de la vida, sin saber nada de nuestro pasado.

Pero si realmente sufre... le ruego que aguante un poco más.


Porque no descansaré hasta tenerla en mis brazos sana y salva.
Penelope
—Creo que ha sido un error horrible —digo mientras mi chófer se
detiene frente al club con una cola kilométrica que conduce a la
llamativa entrada roja donde tres porteros custodian el local.

Tienen los brazos cruzados mientras observan melancólicamente


su entorno, con los músculos abultados bajo las camisas, y yo me
encojo por dentro.

Un sinfín de mujeres y hombres vestidos con ropa fina muestran


varias de las últimas colecciones de diseñadores de la temporada,
mientras que diamantes de aspecto caro brillan bajo las luces
resplandecientes que los rodean.

Una señora revisa las invitaciones de todos y envía a algunos a


casa. Algunas mujeres rompen a llorar y piden que las dejen entrar.

Un hombre intenta discutir, pero se calla cuando un portero lo


empuja.

Isla resopla a mi lado, apretando su chaqueta. —No nos pongamos


dramáticas. —Me da una palmadita en la mano y señala la puerta—.
Deberíamos averiguar a qué se debe todo este alboroto, ¿no? —Me
dirige una sonrisa tranquilizadora antes de presionar el mango y salir
del auto mientras yo gimo por dentro.

No importa lo que esta chica afirme, está loca y vive en su propia


cabeza, porque ¿qué otra cosa explica que actúe como si hubiéramos
sido las mejores amigas que han soñado con ir al club?
Para mi sorpresa, mi padre estuvo encantado de cumplir mi
petición y nos consiguió invitaciones en una hora, e incluso me
recomendó que me divirtiera mientras estuviera en Chicago.

Es una ciudad de la que te enamoras una vez... y nunca te deja ir.


Disfrútala, y luego vuelve a casa.

No se me escapó su suspiro melancólico ni las notas de tristeza en


su tono, que también me confundieron en exceso. ¿Por qué no hemos
venido antes?

Solo por esta razón, decidí no contarle la información de Isla; tal


vez conocer a mi gemela y leer su expediente me dé una idea de qué
demonios pasó hace tantos años que dio lugar a este lío.

Una vez solucionado, me fui a la habitación del hotel, pero no


pude dormir, pensando en Amalia y en Isla, pero sobre todo en esta
última, porque la chica es fascinante a pesar de su rareza.

Se presentó hace una hora en mi hotel, dispuesta a irse, no sin


antes advertirme que me mantuviera cerca y no hiciera ningún
movimiento brusco.

Después de parpadear varias veces ante esta orden, mantuve la


boca cerrada durante todo el camino mientras ella seguía dándome
indicaciones.

Si alguien se te insinúa, puedes decir que no.

Si ves algo raro o chocante, ignóralo. Es algo normal y no va contra las


reglas.

Si en algún momento te sientes incómoda, avísame. Nunca te alejes sola.


Cuanto más hablaba, menos tranquila me quedaba con todo este
asunto, y mi ansiedad aumentaba a proporciones épicas. La única
razón por la que he mantenido el culo en el auto y no he gritado a
Owen para que me lleve de vuelta al hotel es Amalia.

¿Qué demonios está pasando dentro de ese maldito lugar de todos


modos? Espero que no vayamos a un club de sexo porque no me
importa que la gente se divierta donde quiera, pero realmente no
quiero ver a hombres y mujeres al azar teniendo sexo.

—No tiene que ir si no quiere, señorita. —La voz de Owen me saca


de mis pensamientos, y reúno una sonrisa para mi preocupado
conductor mientras mira a Isla que me espera en la acera.

—No pasa nada. Puedes irte a casa. Tomaremos un taxi de vuelta.

—Como quiera, señorita. —Pasa un rato—. ¿Debo venir mañana


por la mañana?

Las mariposas estallan en mi estómago mientras la felicidad viaja


por mi sistema, sirviendo como bálsamo curativo sobre mis nervios,
porque "mañana" tiene un bonito sonido.

Mañana, cuando por fin encontraré a mi hermana o quizás consiga


hablar con ella y verla.

Sonriéndole y exhalando un poco más tranquila por la noche que


se avecina, le respondo:

—Te llamaré. —Él asiente, y yo salgo, con mis tacones haciendo


clic en el asfalto.

Espero no romperme el cuello con ellos.


Isla me agarra del codo, engancha su brazo en él y nos arrastra
hasta los porteros que levantan las cejas, escudriñando nuestra
apariencia de pies a cabeza.

La mayoría de los días me da igual lo que ponerme, pero hasta yo


sé que en estos lugares tan lujosos hay algún tipo de código de
vestimenta. Así que elegí un sencillo vestido negro de gran tamaño,
que termina justo por encima de las rodillas, y unos tacones de diez
centímetros, porque todo el mundo se eleva siempre por encima de
mí.

—¿Se han perdido, señoritas? —pregunta uno de ellos.

Me muevo incómoda, con una ráfaga de viento que me golpea y


hace ondear mis cabellos hacia atrás. Apretando la sujeción en mi
chaqueta de terciopelo, les extiendo mi invitación, y ellos comparten
una mirada antes de hacerse a un lado y dejar que la señora nos
salude con una falsa sonrisa enyesada que estira sus finos labios.

—Buenas noches, señoritas. —Me quita el sobre, sus ojos se


ensanchan durante una fracción de segundo antes de abrirlo, y luego
hace un gesto con la cabeza hacia uno de los porteros—. Espero que lo
pasen muy bien. —El portero retira la cuerda dorada y nos permite
entrar.

—Gracias —apenas logro responder, mientras Isla avanza


rápidamente como si estuviéramos en una línea de tiempo ajustada o
algo así. Sin embargo, mi mente sigue dando vueltas a su reacción.

¿No debería haber comprobado al menos los nombres o algo así?

¿O solo el color era suficiente para determinar nuestra importancia


en este mundo?
Una vez dentro, caminamos por el estrecho y oscuro pasillo que
lleva al mostrador de recepción, iluminado únicamente por las luces
del suelo, lo que da al lugar un aire misterioso y me produce
escalofríos.

Otra mujer nos recibe aquí, detrás del mostrador, con la misma
sonrisa falsa, y leo una etiqueta con su nombre en el pecho.

Samantha.

Debe ser la anfitriona.

—Bienvenidas al club, señoritas. ¿Podrían darme sus invitaciones?


—Le extiendo mi mano y ella las coge, las abre y escribe algo
furiosamente en su teclado.

Parpadea varias veces ante la pantalla del escritorio, y luego una


mayor calidez se desliza en su mirada, y coge dos menús.

—Señora Walsh, es un placer tenerla aquí. Su mesa está en la sala


VIP. Por favor, sígame. —Su vestido verde lápiz resalta su esbelta
figura, y sus mechones dorados acentúan su sutil belleza, encajando
orgánicamente en el lujo y el prestigio que nos rodea.

Se dirige a las pesadas puertas dobles mientras Isla y yo la


seguimos, y susurro con la comisura de los labios:

—¿Sala VIP? —Y entonces la reacción de todo el mundo, como si el


mismísimo rey me diera permiso para entrar en su reino, hace clic.

Isla debe leer mi mente, ya que dice:

—El hijo de Rebecca Cortez es uno de los propietarios.

Bueno, eso explica su confianza de nosotras entrando aquí.


Abro la boca para hacer más preguntas, cuando Samantha empuja
las puertas vibrando por la música, y al instante el olor a alcohol,
cigarrillos y sexo me envuelve.

La música a todo volumen resuena en el espacio acompañada por


el chasquido de los zapatos en el parqué mientras la gente se pierde
en la pista de baile, rozándose unos con otros. Algunos incluso se
enzarzan en intensas sesiones de besos. En un rincón, dos hombres
tienen a una mujer apretada contra la pared y se turnan para besarla
mientras ella gime bajo sus caricias y rodea a uno de ellos con las
piernas. En cualquier momento se abalanzará sobre ellos.

Me quedo boquiabierta y casi me caigo al suelo cuando me doy


cuenta.

Un trío.

En el club para que todo el mundo lo vea.

—Oh, Dios mío —murmuro, escudriñando más el magnífico club


y haciendo lo posible por ignorar los diversos actos sexuales que
ocurren a mi alrededor. Un trío podría ser lo más inocente en lo que
mis ojos se posen aquí.

Aunque, después de ver a mi padre construir su imperio artístico,


entiendo que cuanto más misterioso es el lugar, más demanda tiene
entre la sociedad. Y eso trae consigo grandes beneficios y el deseo de
entrar, sobre todo cuando dicen que solo entra gente especial.

El más rico entre los ricos se apresuraría a ser considerado especial,


al tiempo que aumentaría el prestigio del club.

Un juego perfecto con la psicología humana para su propio


beneficio económico.
El club está decorado en plata, rojo y negro, y el primer
pensamiento que me viene a la mente es el de los cuatro jinetes del
apocalipsis montando caballos con estos colores.

El mito me asustaba de niña; prefiero la mitología griega y


romana. Aun así, me parecía fascinante la idea de cuatro seres
majestuosos que vendrían un día a la tierra para acabar con ella, no
sin antes enviar la miseria a todos los que les rodean.

El bar está en la esquina derecha del fondo, con cuatro camareros


que preparan afanosamente las bebidas para todo el mundo mientras
el resto del personal se desplaza con facilidad por el club hacia las
cabinas y las mesas de la esquina izquierda. Entregan pedidos de
comida humeante en platos de porcelana, cuyo delicioso olor flota en
el aire y hace que mi estómago gruña.

Todos llevan pantalones negros y camisas blancas abotonadas.

En cuanto al diseño de los muebles, se han decantado por sofás


redondos de cuero que parecen lo suficientemente cómodos para
sentarse, y hay sillas en mesas redondas con lámparas por si alguien
necesita hablar en privado. La mayoría de las personas que se sientan
en ellas se están besando o están borrachas.

Me dirijo hacia las cabinas, cuando la voz de Samantha me detiene


y me empuja suavemente a la izquierda, hacia las pequeñas escaleras.

—La zona VIP está en la segunda planta, que tiene varias salas
insonorizadas. Estará más cómoda allí.

Por lo visto, solo lo mejor para los huéspedes de los Cortez.

Isla se mantiene callada durante todo el trayecto mientras nos


abrimos paso entre los cuerpos sudorosos antes de subir las escaleras,
sus ojos estudian cada pequeño detalle mientras Samantha sigue
charlando.

—Dos veces al mes tenemos espectáculos especiales de baile.


Debería venir la próxima vez. Me temo que esta noche es un poco
aburrida.

Una risita se me escapa de los labios. —Créeme, no sobreviviré a


que se vuelva más interesante.

Me sonríe mientras entramos en un estrecho pasillo con una


docena de habitaciones privadas y pasa la tarjeta del número siete.

El interior es casi idéntico al de la planta baja, con la única


diferencia que los sofás son negros y hay un bar privado lleno de una
costosa selección de licores en un lateral.

Sin embargo, lo más llamativo de la sala VIP es la pared de cristal


que muestra la vista de todo el club, presentándolo bajo una luz
bastante diferente.

Casi siniestra y prohibida, pero a la vez tentadora.

—Aquí están los menús. —Samantha los pone sobre la mesa


redonda y luego señala el pequeño botón que hay en ella—. Solo tiene
que pulsar aquí cuando quiera pedir, y el camarero vendrá. —Su
mirada se desplaza entre nosotras—. ¿Debo informar al Sr. Cortez
sobre ustedes una vez que venga?

—No —habla Isla por primera vez, y las cejas de Sam se


levantan—. Gracias.

—Muy bien. Diviértanse, señoras. —Se da la vuelta y sale bailando


hacia el pasillo, cerrando la puerta tras ella.
Suspiro aliviada cuando el silencio se instala a nuestro alrededor y
me siento en el sofá, moviendo los dedos de los pies en mis zapatos
mientras clavo mi mirada en el cristal.

Cuatro jaulas cuelgan del techo con bailarinas vestidas de forma


provocativa en su interior, mostrando sus habilidades y flexibilidad
ante el asombro de todos los que las observan. Los cristales de las
lámparas de araña se mueven con la brisa del aire acondicionado,
iluminando todo el espacio con luces de colores.

—Si esto se cae, alguien saldrá herido —murmura Isla, cogiendo


una nuez del plato de la mesa y llevándosela a la boca—. Debe costar
una fortuna. —Se deja caer en la silla de enfrente y apoya la barbilla
en la mano.

¿Quiere hablar de una lámpara de araña? ¿Me está tomando el


pelo?

—¿Por qué estamos aquí? —le pregunto, concentrando mi mirada


en ella mientras parpadea sorprendida—. Hice lo que me pediste. ¿No
crees que merezco saber qué demonios está pasando?

—Hay un hombre al que tengo que conocer. —Mis cejas se


fruncen—. Como es rico, llegar a él es casi imposible. Por no hablar
que me ha echado de su empresa. No quiere hablar conmigo. Así que
aquí estamos.

Oh, Dios.

Es una acosadora y está loca después de todo.

Sin embargo, en mi defensa, no me dejó otra opción.


—De acuerdo. —Me sirvo un poco de agua y presiono el vaso frío
contra mi mejilla—. ¿El expediente de Amalia?

—Recibirás el correo electrónico por la mañana. Te lo prometo. —


Se acerca a la ventana y se queda mirando la pista de baile, la luz
parpadea en sus ojos y me ignora por completo durante los siguientes
quince minutos mientras yo hojeo el menú.

Nunca pensé que encontraría una persona más rara que yo, pero
Isla gana.

Como el silencio no hace más que extenderse a nuestro alrededor,


decido pedir algo de comida, cuando ella exclama, haciéndome
estremecer,

—¡Ya están aquí! —Se levanta de un salto, prácticamente pegando


su rostro contra el cristal, y yo me acerco, siguiendo su mirada hacia la
multitud que se separa en la pista de baile.

Es como si toda la discoteca se hubiera congelado en el tiempo


para dejar espacio a los recién llegados.

Un murmullo invade a la multitud, a juzgar por su lenguaje


corporal, cuando cuatro hombres entran al unísono, uno tras otro,
diferentes pero magníficos en su propia naturaleza.

Al fin y al cabo, sus imágenes cubren con frecuencia las revistas


más populares, ya que inspiran curiosidad e interés entre hombres y
mujeres por igual.

No hace falta vivir en Chicago para saber de ellos y de sus


hazañas.
En primer lugar, entra uno de los hombres más guapos que he
visto nunca, su cabello rubio brilla bajo la luz, y sus ojos verdes
brillantes me hacen pensar en la más clara de las esmeraldas. En
comparación con la mayoría de ellos, está en el lado más delgado; el
traje de tres piezas y el ambiente lujurioso le sientan como un guante,
mientras que la sonrisa perversa de su boca podría encantar a
cualquier mujer dispuesta a quitarse las bragas en un tiempo récord.

Sus costumbres de prostituto son legendarias, y rompió muchos


corazones en su día, aunque nunca prometió a nadie compromiso o
fidelidad. Se rumorea que evita la palabra como la peste.

No es que las mujeres lo hayan intentado mucho.

Los hombres de su familia tienen fama de pasarlo bien y tener


relaciones desastrosas.

Perteneciente a la exclusiva dinastía de joyeros cuyas piezas se


exhiben en todo el mundo y cuestan una fortuna, se le considera uno
de los raros que adquirió el talento de su bisabuelo. Aunque para
consternación de su familia, se niega a tomar las riendas y heredar el
negocio de su padre.

Florian Price.

Un camarero ya corre hacia él, sosteniendo una bandeja con una


bebida que él engancha fácilmente, y luego guiña un ojo a las mujeres
que pasan y se ríen alegremente por su atención, y mi mirada se
desplaza al hombre que le sigue justo detrás.

La mitad de su cabeza está afeitada y el resto le cae por un lado de


la cara, cubriendo una larga y roja cicatriz de aspecto enojado en la
mejilla sobre la que a la prensa le encanta especular, pero a la que
todo el mundo evita mirar. Su fría mirada tiene el poder de despertar
a los muertos para que hagan lo que él dice. Apodado un bárbaro
atrapado en un traje cuyo cuerpo desgarrado está listo para salir de él
en cualquier momento, y por eso casi nunca se lo pone a menos que
sea absolutamente necesario.

Un heredero del imperio del petróleo que infunde miedo a quien


entra en contacto con él, y las mujeres lo evitan a toda costa a pesar de
la riqueza y el estatus que posee.

Octavius Reed.

Se acerca a la barra y chasquea los dedos al camarero, que al


instante saca un sobre y se lo da.

A Isla se le hace un nudo en la garganta.

La miro mientras ella enrosca los dedos en el vaso, con toda su


atención puesta en Octavius, y la comprensión cae sobre mí como una
tonelada de ladrillos.

Este es el hombre al que está acechando. ¿Se ha vuelto loca?

Sacudo la cabeza y gimo para mis adentros ante el desastre que se


avecina, porque Octavius Reed no es conocido por ser amable, ni
siquiera por ser justo. De hecho, en la mayoría de los casos, es
directamente cruel y tiene poca consideración por las emociones de la
gente. La única persona con la que se le ha visto ser amable es Estella,
su hermana menor, que se casó con su profesor hace unos años.

Hablando de ser valiente. Yo no podría haberme metido con mi


profesor si tuviera a Octavius como hermano.

Mis ojos pasan a estudiar al tercer hombre.


Su cabello oscuro acentúa su piel morena y resalta los altos
pómulos que llaman la atención sobre la perfecta simetría de su cara.

Si un escultor quisiera esculpir alguna vez su imagen, tendría una


estatua perfectamente hipnotizante. Una verdadera obra de arte en un
cuerpo humano.

Sus labios carnosos se inclinan en una sonrisa, aunque comparada


con la de Florian, casi sirve de advertencia a quien quiera acercarse, y
sus penetrantes ojos azul marino permanecen absolutamente fríos,
insinuando su carácter cruel y su naturaleza despiadada.

La camisa blanca que cubre su pecho tiene varios botones abiertos,


y una chaqueta de cuero está lanzada por encima del hombro,
mostrando su musculoso físico.

Sofisticado y despampanante, dos palabras que describen a


cualquier miembro de esta dinastía de siglos, cuya riqueza podría
comprar un pequeño país, y aun así generaciones y generaciones de
personas vivirían con lujo.

Un hombre que, según las últimas habladurías, obligó a su propia


esposa a casarse con él, y desde entonces está atrapada sin remedio en
esta unión.

Santiago Cortez.

Debería haber atado todos los cabos antes, con respecto a su


madre; de lo contrario, no me habría sorprendido tanto.

Y finalmente mis ojos se posan en el cuarto, que camina


ligeramente alejado de todos los demás mientras escudriña el club
como un cazador que merodea por el bosque y busca su presa,
dispuesto a clavar sus garras en quien considere oportuno.
Mi corazón se detiene dentro de mi pecho y luego late tan
salvajemente que es un milagro que no salte fuera de mí. Se me escapa
un suspiro cuando aparece su belleza masculina, menos pulida y
refinada que la de sus amigos, pero me golpea con tanta fuerza que
me balanceo un poco bajo la presión.

Su cabello castaño cae por debajo de las orejas, lo que atrae la


atención sobre su piel morena y su nariz, rota en algunos puntos, lo
que habla de la aspereza de su temperamento y se suma a su belleza y
carisma natural. Tienta a todas las mujeres que le rodean a descubrir
lo que se esconde tras la imagen perfecta que presenta al mundo.

Una ligera cicatriz estropea sus labios carnosos estirados en una


fina línea. El hombre rara vez agracia a nadie con sus sonrisas, y solo
su silencio comunica a cualquiera que se interponga en su camino que
nunca se meta con él o habrá consecuencias mortales.

Al fin y al cabo, nunca juega limpio, y si se le presenta la


oportunidad, la utilizará contra ti. Nunca deja que la gente olvide que
viene de los harapos, y que todo lo que tiene lo ha conseguido con
sangre y sudor.

No nació en la riqueza y el privilegio, pero lo consiguió a pesar de


todo gracias a su pura voluntad. Se ha enfrentado a tanta mierda de
diferentes instituciones que un hombre menor se habría rendido hace
mucho tiempo.

Puede que tenga dinero, pero nunca alcanzará un estatus entre la


élite, haciéndoles sentir mejor que él, porque no tiene un apellido que
lo respalde.
Sin embargo, todas las puertas se le abren, porque sus amigos
destruirían a cualquiera que se atreviera a no invitarlo a las funciones,
pero él no tiene su respeto.

Sin embargo, tiene su miedo, un miedo que no duda en utilizar


cuando quiere adquirir otra empresa o aplastar a su oponente de la
forma más cruel.

La bondad, la compasión, la empatía.

No existen en el vocabulario de este hombre.

Sus ojos marrones oscuros permanecen huecos e indiferentes la


mayoría de los días, sin dejar que nadie vea lo que hay dentro de su
alma, y se convierten en fuego ardiente cuando alguien lo enoja,
mostrando lo verdaderamente despiadado que puede ser. Una
combinación embriagadora que hace que uno desee descubrir qué
secretos alberga en su corazón y qué tipo de pasado tuvo que afrontar
para construir una armadura tan fuerte a su alrededor.

A diferencia de sus amigos, lleva una camisa negra, vaqueros y


botas de cuero que acentúan su musculatura. Su paquete de seis es
visible por las duras líneas de su torso, y su poderosa estructura
tentaría incluso a un santo. Una mujer podría creer que nada podría
herirla mientras él permaneciera cerca, protegiéndola como un muro
de ladrillos.

Todo en él grita que hay que huir lejos, muy lejos, y no mirar atrás,
porque este hombre lleva la caída y la miseria escritas por todas
partes, y sin embargo todas las mujeres acuden a él, incapaces de
resistir la atracción magnética que ejerce sobre ellas.
La sexualidad primitiva rezuma de él, enviando calor por todo mi
cuerpo y llenando mi mente de pensamientos perversos que deberían
estar prohibidos por lo insensatos que son. Porque este hombre debe
saber cómo tocar a una mujer para que estalle en llamas y deje de
pensar por un segundo.

La lujuria con un hombre así sería devoradora y adictiva.

Un hombre al que nunca, jamás, podría complacer, porque me


quemaría viva, y mis cenizas se esparcirían por todo el mundo, para
no volver a ser vistas.

Además, un hombre como él nunca miraría a una mujer como yo


una vez... y mucho menos dos o suficientes veces como para
desearme.

Los caballeros apuestos luchan por las manos de las princesas en


los cuentos de hadas y no por sus primas menos estelares.

Remi Reyes.

Tres herederos de diferentes tronos y un rey hecho a sí mismo.

Cada uno poderoso por su cuenta, sin embargo, su verdadera


fuerza reside en su unidad, ya que su valor combinado les permite ser
invencibles ante cualquiera y cualquier cosa.

Hombres para los que las reglas y el orden no existen, porque los
aplastan bajo sus pulgares.

La vida es un juego sin fin, mientras que las mujeres no son más
que cuerpos intercambiables.

Dicen que no hay mujer viva que se les resista ni hombre que no se
incline ante ellos.
En el caos prosperamos.

Los cuatro jinetes oscuros.


Remi
Tomo un whisky de un camarero cercano, doy un gran sorbo y
agradezco la sensación de ardor en la garganta mientras sigo
observando el club, haciendo mi habitual vigilancia del lugar.

Las personas pueden hacer prácticamente cualquier cosa que


deseen en nuestro club, siempre que sean consentidas y paguen la
gran cantidad de dinero que les permite entrar.

Cuanto más único es el lugar, mayor es la demanda, y con la


demanda vienen los clientes adinerados que, con la información
adecuada, pueden ser chantajeados para que hagan lo que se les
antoje.

Todo en este mundo tiene que ver con el poder, y quien te diga lo
contrario nunca lo ha tenido.

Nuestro club está considerado como uno de los establecimientos


más lujosos del país, con clientes que ruegan por entrar en nuestra
lista de espera de un kilómetro de largo.

Ninguna persona se ha colado aquí por casualidad; la lista de


invitados siempre se revisa cuidadosamente para saber con quién
estamos tratando y lo que pueden ofrecernos si lo necesitamos.

Aunque de vez en cuando elegimos mujeres hermosas para tener


sangre fresca para todos los que estén dispuestos a pagar, pero
normalmente Samantha las encuentra.
Tenemos reglas estrictas que todos deben cumplir, y si las
ignoras... estás muerto.

Los Cuatro Jinetes Oscuros no dan segundas oportunidades.

A pesar que nos dan beneficios todos los años, el dinero que
ganamos es cambio de bolsillo y apenas supone una diferencia en
nuestras cuentas bancarias. Pero el club es la tapadera perfecta para
usar en caso que la policía llame a nuestras puertas y pida coartadas.
Además, es un buen lugar para relajarse de vez en cuando, pero eso es
todo.

Los verdaderos monstruos no necesitan clubes apartados para


mostrar sus vicios o dar rienda suelta a sus oscuros deseos, asustando
incluso a los más valientes.

Sin embargo, tengo que decir que es muy divertido ver cómo la
gente especula con lo que ocurre detrás de las paredes de nuestro club
y sueña con entrar solo para echar un vistazo a nuestras vidas que
tanto codician.

—Remi, me alegro de verte aquí. —Samantha se apresura a


acercarse a mí y da un golpecito en su tableta mientras también saluda
con la cabeza al resto de los chicos que ahora están junto a la barra,
esperando a que termine y me dirija a los ascensores que nos llevarán
a la planta baja, donde podremos discutir mi última acción que nos ha
llevado al borde de una guerra con ciertas personas.

Y teniendo en cuenta que he tomado todas las decisiones por mi


cuenta y ni siquiera me he molestado en informarles de ello, estarán
furiosos y tendrán mucho que decir.
En la planta de abajo está nuestra sala de reuniones y nuestros
cuartos privados en caso que nos apetezca follar.

Bueno, excepto el de Santiago.

Él renovó el suyo y nunca toca a su mujer allí, algo así como que
ella es especial y todo eso.

¿Y el resto de nosotros?

No llevamos mujeres a casa, ¿para qué diablos? Lo siguiente es


que empiecen a planear un futuro contigo, y la idea es realmente
hilarante.

No hay futuro con gente como nosotros.

Aunque Santiago pretende demostrar que estamos equivocados.


Teniendo en cuenta que secuestró y luego chantajeó a su mujer para
que se casara con él, no estoy seguro que sus acciones deban ser las
que todos sigamos ciegamente.

La voz de Sam me arrastra de nuevo a la conversación que


tenemos entre manos mientras termino mi bebida y coloco el vaso en
la bandeja.

—Les he enviado el último informe esta mañana, pero puedo


imprimirlo si quieren.

—No hace falta —digo, preguntándome cuándo deberíamos darle


un aumento por toda la mierda que hace aquí—. ¿Algo más?

Ella niega con la cabeza, pero luego habla.

—Ah, sí. Tenemos una invitada VIP en el número siete.


Normalmente, los tenemos reservados para ustedes, pero como la
invitación vino de la familia Cortez, supuse que estaría bien. —
Parpadea nerviosa al ver mi ceño fruncido, sus manos se enroscan en
la tableta, y añade—: Todas las demás habitaciones estaban ocupadas
para esta noche.

¿Invitación de un Cortez?

Somos dueños de este club desde hace años, pero nunca hemos
invitado personalmente a nadie a pesar de tener derecho a hacerlo.

¿Una invitada?

¿O una impostora que ha venido con alguna agenda específica?

Mis ojos se disparan hacia la sala y mi mirada choca con los de un


color azul intenso cubiertos por unas enormes y gruesas gafas que
nunca deberían estropear unos rasgos tan delicados.

Sin embargo, a pesar de su apariencia, no disminuyen su belleza,


que brilla como un diamante caro entre las joyas falsas y baratas, una
sirena que atrae a los hombres indefensos hacia ella solo con su
presencia y les promete noches llenas de pasión si sucumben a la
tentación.

Y todos los hombres cuerdos saben que las tentaciones tienen


consecuencias horribles en la mayoría de los casos porque hablan a las
partes más oscuras de ellos.

Los pecadores buscan y anhelan a los santos como ninguna otra


cosa. ¿Qué chico malo se resiste a una chica buena si tiene la
oportunidad de mancharla?

Ella jadea, sus ojos de zafiro se ensanchan sorprendidos por mi


atención, y retrocede como si leyera mi mente mientras puedo
imaginar su pulso latiendo salvajemente, la anticipación llenando
cada uno de sus huesos.

Aparta su mirada de mí mientras desliza la mano hacia arriba y


hacia abajo por su garganta, respirando con dificultad, y entonces
sacude a una mujer que está a su lado, susurrándole algo.

Mi sangre hierve de furia ante la retirada de la belleza, el monstruo


que despertándose para destruir a cualquiera que se interponga en mi
camino o que piense siquiera en robarme su atención.

Su atención debería centrarse en mí, siempre.

No debería haber venido a nuestro club.

Todos los hombres la mirarán una vez y querrán follársela,


agarrando con fuerza sus mechones oscuros que casi le llegan al
trasero, y despojarla de la inocencia que brota de ella con cada
respiración. Verán cómo sus inhibiciones desaparecen mientras su
cuerpo encuentra el placer.

Me invaden unos celos y una posesividad desconocidos, que hacen


rugir a la bestia que llevo dentro ante la idea que otro hombre pueda
tocarla, y mucho menos pensar en poseerla, porque me pertenece.

Mía. Mía. Mía.

Miles de marcas de propiedad deberían cubrir su piel de


porcelana, mostrando a todo el mundo que este delicioso cuerpo tiene
un hombre que lo adora a diario y que matará a cualquiera que se le
ocurra ponerle una mano encima.

Y un enorme anillo.
Tal vez entonces la bestia que llevo dentro encuentre la paz, en
lugar de aferrarse a duras penas a su cordura, cuando la esconda en
algún lugar lejos, muy lejos, para que nadie le haga daño ni me la
arrebate.

Pensamientos inaceptables cuando ella es un peón en mi gran


plan, de veintisiete años de duración.

Amalia está aquí.

Mi futura esposa no debería haber venido a mi club esta noche.

Con esto, ella ha acelerado su desafortunado destino.

Porque, ¿qué puede ser peor que estar casada con uno de
nosotros?

Nuestras mujeres están condenadas desde el principio.

¿Pero cuándo algo nos detuvo?

Lo que queremos, lo conseguimos.

Esa es nuestra ley más absoluta.


"No todos los monstruos son criaturas horribles que se esconden en la noche.
Algunos monstruos son tan hipnotizantemente bellos que no puedes evitar acudir a ellos.
Irónicamente, enamorarme de uno de ellos se convirtió en mi mayor perdición".
Penelope

Del Diario de Amalia…

Mis miembros temblorosos apenas pueden sostener el lápiz en mi mano


mientras escribo estas palabras, raspando la punta con dureza contra el papel
sucio lleno de dibujos estúpidos que me mostró el psiquiatra.

Sin embargo, las palabras son la única escapatoria que tengo en este lugar
que debería llamarse el infierno en la tierra, gobernado por el despiadado
diablo que no tiene piedad de nadie mientras tenga los bolsillos llenos.

¿O tal vez solo disfruta infligiendo la perdición eterna a los más débiles
que él mientras se excita con sus gritos de dolor?

El fregadero de la esquina derecha de esta pequeña habitación cuadrada


gotea lentamente, el sonido me pone nerviosa y me vuelve loca. Aprieto mi
mano, odiando lo mucho que deseo balancearme en esta cama mugrienta y
taparme los oídos para conseguir un respiro temporal.

Sin embargo, el silencio no es una opción en la habitación con paredes de


metal de este manicomio donde Beatrice y Jonathan me pusieron cuando ya
no pude resistir el deseo de asestarle un golpe esperando que no sobreviviera.
Lo apuñalé con un cuchillo, gritando que dejara de hacerme daño.

Todo dentro de mí cobró vida cuando la hoja atravesó su piel, derramando


sangre sobre mis manos. Su grito horrorizado fue como la más hermosa
sinfonía bloqueando el mundo exterior y manteniéndome en el nirvana de mi
creación.

El placer era tan fuerte que me inundaba en una oleada tras otra,
susurrándome que lo apuñalara de nuevo, pero antes que pudiera hacerlo,
Beatrice intervino y llamó a seguridad.

Me encerró en mi habitación, embadurnada en su sangre, mientras


esperaba una actualización de Jonathan, que para mí desgracia vivió. Sin
embargo, no estaba contento con mi rebelión.

Su paciencia se agotó, así que me envió aquí, riéndose en mi cara mientras


me retorcía en las manos de los guardias, y prometió encontrar a Penelope
como su nuevo juguete.

Lo que trajo tal devastación a mi corazón que pensé que no podría


respirar, pero qué equivocado estaba.

Sigo sobreviviendo cada día, resistiendo a sus constantes torturas y a las


medicinas que me meten a la fuerza en la boca. Aunque, después de descubrir
que no se molestan en tratar las mentes de las personas que ya están locas,
aprendí a actuar de una manera determinada que les hizo creer que ya no
diferenciaba la realidad de mi imaginación.

Los gritos de los demás reclusos -nadie está aquí por voluntad propia; lo
dijo el propio Elías, el dueño- llenan constantemente la noche, mientras que,
durante el día, los malvados que trabajan aquí utilizan su poder para
torturarnos.
A veces nos retienen la comida.

A veces no nos dejan ir al baño.

Y a veces les gusta golpearte cuando no sigues sus órdenes.

Llorar de la noche a la mañana en la almohada probablemente aliente su


alegría sádica, y me odio por esa debilidad, pero el dolor no se puede contener.
En algún momento, va a estallar.

Creo que ya han pasado dos años en este nuevo infierno, y todavía no ha
aparecido nadie para rescatarme. Rezar para que un hombre poderoso venga a
romper este horrible círculo de abuso dibujado alrededor de mi vida también
ha resultado inútil.

¿Y si todo ese discurso que la bondad prevalece sobre el mal es mentira?

¿Y en verdad, solo el mal puede extinguir el mal, porque ninguno de los


dos juega limpio y ambos son despiadados en su naturaleza?

Poco a poco, mis esperanzas se transforman en un resentimiento que tiene


un sabor amargo en mi lengua, y la oscuridad se hunde cada vez más en mi
alma, sirviendo de algún modo como manta sobre el dolor y la injusticia de
todo ello.

Todos mis intentos de escapar han acabado siendo infructuosos; cada vez,
alguien me atrapaba y me daba más castigo.

Creo que en algún momento incluso dejó de importarme si vivía o no.


Tenía demasiado miedo para volver a intentarlo después de la última vez,
cuando me dejaron heridas en la espalda por sus cuchillos y luego dejaron que
supuraran durante días antes de prestarme ayuda.
Aún así, escribo esta entrada como si todavía tuviera mi diario habitual,
porque solo las palabras me mantienen cuerda. Ellos tampoco la leerán. La
rompo en pedacitos y no hacen preguntas al respecto.

No estoy segura de cuánto tiempo más podré sobrevivir en este infierno y


no sucumbir a la locura que llama mi nombre tan dulcemente, extendiendo su
brazo hacia mí y prometiendo la paz si solo cruzo la línea.

Penelope.

El nombre de mi hermana representa unas cuerdas apretadas alrededor de


mis muñecas, atándome a algo sólido, tirando de mí en otra dirección
mientras yo solo quiero saltar del acantilado.

Sin embargo, las cuerdas tienen la tendencia a adelgazar en algún


momento.

¿Y cuándo las mías lo hagan?

Seré solo un recuerdo en el tiempo.

Una chica que sufrió tanto que ya no pudo sostenerse.

Incluso por su gemela.


Penelope
Aparto la mirada del magnífico desconocido que hay abajo. Su
sola mirada me pone la piel de gallina y el fuego se desliza por mis
venas, disparando directamente a mis terminaciones nerviosas que
reclaman su atención. Me acerco a la mesa y cojo un vaso de agua,
engulléndolo con avidez y dando la bienvenida a las sensaciones
refrescantes en mi garganta.

Dios mío, ¿qué me está pasando?

Llevo aquí veinticuatro horas y ya he conseguido reaccionar ante


dos hombres que despiertan en mí deseos dormidos que, teniendo en
cuenta mi vida amorosa, creía que nunca conocería.

Quizá si reprimes tus ansias naturales durante mucho tiempo, el


resultado es que quieres lanzarte sobre cualquier hombre guapo.

Pero entonces, si eso fuera cierto, habría apreciado a los otros tres
Cuatro Oscuros, pero ellos no me inspiran esas ansias y me estremece
la idea de hacer algo con ellos.

Ahora bien, Remi, por otro lado...

Vuelvo a gemir para mis adentros por la estupidez de todo esto.


¿Quién demonios se excita solo con la apariencia? Agarro la botella de
agua, dispuesta a servirme otro vaso, cuando Isla gira sobre sus
talones.

Mis cejas se levantan cuando traga saliva, abriendo y cerrando la


boca como si hubiera una batalla en su interior, y luego dice:
—Tengo que irme. —Esa es toda la advertencia que recibo antes
que corra hacia la puerta, la abra de par en par y se vaya a Dios sabe
dónde.

—¿Qué demonios? —murmuro, dejando rápidamente la botella


sobre la mesa, y la sigo, con mis tacones haciendo ruido en el parqué.
Me apresuro a atravesar el pasillo y luego la planta baja, y apenas la
alcanzo en la pista de baile. Está apartando los cuerpos, avanzando
como si tuviera una misión.

La agarro por el codo para detenerla y la atraigo hacia mí para que


esté de frente. La música resuena en los altavoces y el suelo vibra bajo
nosotras por la gente que baila.

—¿Adónde vas, Isla?

Para mi sorpresa, sus mejillas se calientan y exhala con fuerza. Se


acerca a mí cuando alguien choca con ella por detrás y dice:

—Lo siento, Penelope. Pero necesito hablar con uno de ellos sobre
mi pasado. —Se engancha un mechón marrón sobre la oreja—. He
estado esperando esto durante meses, lo creas o no —murmura la
última parte, entrecerrando los ojos mientras se pone de puntillas,
intentando mirar por encima de las cabezas de la gente hacia la
barra—. Creo que deberías irte a casa.

Pestañeo sorprendida al oír esto, y mantengo mi agarre sobre ella,


mientras pregunto:

—¿Qué?

Ella asiente, liberándose completamente de mi agarre. —Gracias


por darme esta oportunidad. Te enviaré el informe mañana. No sabes
cómo me has ayudado. —Se da la vuelta y vuelve a mirar a la barra—.
Pero tengo que irme. Probablemente no debería haberte arrastrado a
esto, y por eso, te pido disculpas.

¿Me está tomando el pelo?

Al menos podría haberme avisado que no me iba a necesitar más


de quince minutos; no habría enviado a mi chófer a casa. ¿Y ahora qué
quiere que haga? ¿Qué confíe en su palabra y pase otra noche sin
dormir en la habitación del hotel mientras espero su informe?

Es más que extraña y está claro que tiene algún problema sin
resolver con Octavius Reed, pero realmente me importa una mierda.

Ya he terminado de jugar a su juego y de pasar por varios aros


para conseguir lo que me prometió en primer lugar.

—Envíame el informe ahora, y habremos terminado.

Sacude la cabeza. —No. No puedo. No antes...

—¿No puedes? —repito y resoplo con exasperación, mirando al


hombre que agita las manos en el aire y derrama un poco de su bebida
sobre mis zapatos—. Isla, cumple tu palabra o te juro que te echarán
de este club antes que tengas la oportunidad de hablar con uno de los
dueños.

La ira cruza su rostro. —Estoy harta que todos los ricos me


amenacen. —Se cruza de brazos, aunque la diversión baila en los
bordes de su voz—. Es divertidísimo, todo sea dicho.

Ignoro su comentario. Mis palabras apenas cuentan como una


amenaza, porque no tengo ni idea de cómo echan a alguien de este
lugar, pero, aun así.

¿Quién sabe lo que pedirá Isla si esta reunión se va al traste?


—¿Sí? Bueno, yo también estoy cansada de toda la mierda que me
hacen pasar los investigadores privados. Envía el informe y
terminamos.

Me estudia durante varios segundos mientras la tensión aumenta


entre nosotras, y luego una sonrisa estira su boca, iluminando todo su
rostro, lo que me hace fruncir el ceño.

—Creo que empiezas a gustarme, Penelope. Eres todo un


personaje bajo esa apariencia de niña buena. Tienes eso en común con
Amalia. —Me quedo helada ante esto, mis oídos se agudizan cada vez
que el nombre se desliza por sus labios, absorbiendo con avidez
cualquier información que pueda obtener sobre mi gemela—.
Tampoco duda en poner a la gente en su sitio si ponen a prueba su
paciencia.

La música cambia de un ritmo suave a un golpe fuerte. Mi sangre


bombea por el subidón de adrenalina y veo a la gente moverse por la
pista de baile, acercándonos. El olor a sudor y a sexo llena el aire, y no
protesto cuando me agarra de la muñeca y me empuja hacia la barra.
Estar en medio de esta gente es asqueroso; no necesito los fluidos de
nadie sobre mí.

Una de las razones por las que encontré el sexo tan escaso y
aburrido era porque mi mente no podía dejar de pensar en mi entorno
o en lo incómodo de todo ello.

Según Monique, yo solo tenía una pésima relación sexual, y a


juzgar por todas las mujeres que se excitan aquí, creo que tenía razón
porque no me imagino teniendo sexo en un club. ¿Qué tan buen
amante tiene que ser un hombre para hacerte olvidar todo y a todos
menos a él?
Damos unos pasos antes que un muchacho con una sonrisa juvenil
se ponga delante de Isla, guiñándonos un ojo a las dos. Su traje
muestra su cuerpo delgado y, por el encanto que rezuma, no me cabe
duda que es popular entre las mujeres.

—Hola, señoras. No las había visto antes por aquí. —Su mirada
pasa entre nosotras antes de prestar toda su atención a Isla.

La recorre de pies a cabeza, con interés en sus ojos. Sus botas de


cuero, sus vaqueros negros y su blusa verde destacan entre los
elegantes vestidos del lugar.

—¿Me permites invitarte a una copa? —Extiende la mano hacia


otro mechón de cabello que se ha escapado de su banda, cuando una
mano musculosa cae sobre la suya, apretándola con fuerza y haciendo
que el tipo dé un respingo.

—No la toques, Steven. —Mis ojos se ensanchan ante la voz


profunda y peligrosa de Octavius. Una expresión furiosa se instala en
sus rasgos mientras empuja al tipo.

Steven se sacude la mano herida, parpadea varias veces a Octavius


y, con un movimiento de cabeza, se va en otra dirección, pero no antes
de oírle murmurar:

—¿Por qué siempre ofrezco bebidas a sus mujeres?

Octavius me mira y pregunta, aunque suena más como un gruñido


molesto:

—¿Qué haces aquí? —La confusión me invade cuando su mirada


llena de odio se posa en mí—. Ya nos has traído suficientes problemas.
Si no lo supiera, pensaría que me conoce, pero eso es imposible.
Nunca lo he conocido, y mucho menos he hecho algo para merecer
estas emociones.

Abro la boca para decirle lo que pienso. No me interesa su tono ni


sus implicaciones.

Pero el imbécil con derecho ya ha cambiado su enfoque a Isla, que


se limita a mirarlo con asombro. Algo parecido a la curiosidad, y al
miedo, reluce en sus ojos grises cuando él se acerca a ella.

—Te he dicho que te alejaras de mí o habría consecuencias.

—Y yo te dije que no me asusto fácilmente.

Una sonrisa siniestra como una mueca -debido a su cicatriz- da


forma a su boca, advirtiendo a todos que se mantengan alejados, y la
respiración de Isla se entrecorta cuando él rodea su cuello con la
mano, atrayéndola hacia su pecho.

—Deberías, cariño. —Pasa un tiempo y él se inclina hacia ella, con


sus rostros separados por centímetros—. Todo acto de valentía tiene
un precio. Y el tuyo podría costar más de lo que esperas.

Ella aprieta la camisa de él, sujetándolo, mientras responde:

—Estoy dispuesta a pagar.

La tensión sexual los envuelve, arremolinándose en el aire,


haciendo que sea incómodo estar en su presencia, porque me siento
casi como una intrusa a pesar de la multitud que nos rodea.

—Entonces eres más estúpida de lo que pensaba. Y no te he dado


mucho crédito para empezar. —Isla palidece y Octavius la suelta—.
Vete de mi puto club. —Me mira de nuevo—. Las dos. —Luego se
marcha, la gente se separa para dejarle espacio, y yo me muevo con
incomodidad, ya que Isla acaba de ser rechazada para que todo el club
lo vea.

Por enésima vez, pienso en cómo he acabado en todo este lío.

—Escucha...

—¡Ese hombre exasperante! —exclama y se lanza tras él, mientras


yo me quedo sola en la maldita pista de baile.

Me lo merezco por confiar en gente nueva.

Suspirando con frustración, me tiro de los mechones oscuros y doy


un paso en su dirección. A estas alturas, no tengo nada más que
perder.

Sin embargo, una voz profunda y ronca me detiene en seco, tan


siniestra que parece que la seda se desliza lentamente sobre mi piel,
tirando de mí hacia él y atrayéndome a mi perdición. Ninguna
persona buena debería tener un timbre tan tentador.

—Yo en tu lugar no los seguiría. —Me doy la vuelta rápidamente,


casi tropezando, pero un brazo musculoso me rodea la cintura,
atrapándome fácilmente y arrastrándome hacia él—. Sus encuentros
tienden a ser salvajes.

Jadeo al encontrarme cara a cara con el desconocido de ojos


oscuros que antes despertó una reacción tan fuerte en mí.

Remi.

Mis palmas extendidas se posan en su pecho mientras lo miro


fijamente. Su aroma masculino a tabaco, de alguna manera familiar,
hace que mis fosas nasales se estremezcan. Me hace sentir una
sensación de ardor en todo el cuerpo y añade gasolina al fuego que ya
está ardiendo en mi interior por su presencia.

Contemplando sus orbes llenos de secretos que me hipnotizan,


creando una niebla alrededor de mi mente, agarro su camisa por
reflejo y me enderezo. Los músculos debajo de mí se flexionan, duros
como el granito que probablemente hablan de años de trabajo
dedicado.

Y una vez más, su presencia me resulta familiar. Intentando resistir


la tentación de enroscar mis dedos en su pecho, lo miro fijamente
como una idiota, haciendo lo posible por recordar cuándo conocí a
este hombre y logré aprender cómo se siente bajo mis manos.

—Lo siento —susurro, aun aferrándome a él por la vida. Se me


calientan las mejillas solo de pensar en mi torpeza cerca de un hombre
tan poderoso que probablemente nunca se relaciona con desastres
andantes porque puede elegir a quien quiera.

Incluso ahora, muchas mujeres me lanzan dardos por estar en su


compañía, y sonrío, con una pequeña risa deslizándose por mis labios.

No deberían preocuparse; el hombre podría ser lo suficientemente


amable como para ayudarme a no caer en su propio club, pero no
mostrará un verdadero interés por mí.

No se elige una piedra corriente que se encuentra en todas partes


si se puede elegir entre los diamantes.

La tensión lo atraviesa, sus dedos se clavan en mi piel, y me


aprieta contra él con más fuerza, mis curvas se funden contra él
mientras en su cara destella algo que me acalora y confunde al mismo
tiempo.
—El placer es todo mío, querida —dice con esa maldita voz de
nuevo, envolviendo la seda invisible con más fuerza y
aprisionándome en una burbuja ardiente que puede estallar en
cualquier momento—. He disfrutado bastante sosteniéndote. Dos
veces —añade, balanceándose ligeramente al ritmo de la música lenta,
llevando mi cuerpo hacia la pista de baile mientras yo sigo sus pasos,
con los brazos rodeando su cuello, porque estoy demasiado aturdida
para hacer otra cosa que no sea escucharle.

Si hubiera una versión masculina de una ninfa, sería él. Ningún


hombre tiene derecho a ser tan magnético.

Mis cejas se fruncen. —¿Dos veces? —Este club debe ser un lugar
mágico en el que los dueños conocen a todo el mundo, porque
aparentemente me he cruzado con todos ellos, pero no lo recuerdo.

Tal vez su majestuosa presencia me asombró tanto que borró su


imagen de mi cerebro.

Pero ¿cómo puede una mujer olvidar a alguien como Remi?

—La primera vez en el aeropuerto y la segunda ahora mismo. —


Las notas se vuelven más suaves, más sensuales, y la energía que nos
rodea cambia, creando una atmósfera diferente mientras la realización
me golpea con fuerza.

El desconocido del aeropuerto.

El hombre misterioso y Remi son la misma persona, lo que


significa que solo he reaccionado ante un hombre en Chicago.

Y lo que es aún más increíble es encontrarme en su club de todos


los lugares.
Jadeo cuando me empuja y luego me agarra de la mano,
haciéndome girar, y me aprieta con fuerza contra él una vez más. El
aire se corta en mi garganta, nuestras bocas están a centímetros de
distancia.

—Fuiste tú.

Una sonrisa amenazante aparece en su cara y asiente con la cabeza,


murmurando en mi oído:

—Fui yo. —Su palma caliente se desliza por mi espalda, dejando


un infierno a su paso, bloqueando el mundo exterior. Sus labios rozan
mi cuello—. Bienvenida a mi club, querida. —Agarra mi muslo, lo
sube a su cadera, y nuestras respiraciones se mezclan, una bruma
sensual me envuelve por completo—. Por fin estás aquí. —La ira y la
posesividad se mezclan con las palabras que no tienen sentido para
mí, y sin embargo todo lo femenino que hay en mí reacciona ante
ellas. La electricidad me atraviesa y me acerco aún más a él,
despreciando la ropa que nos separa.

La locura, una locura inexplicable que domina la lógica y el


sentido común, exigiendo el placer de la carne y el deseo de sentir su
cuerpo desnudo contra el mío.

Me levanta y me hace girar, mis uñas se clavan en sus hombros


mientras miles de sensaciones recorren mi organismo, una más
poderosa que la otra, embriagada por la necesidad que este hombre
haga algo.

Se congela y se inclina hacia delante, dispuesto a besarme, cuando


veo a Isla en el segundo piso, intentando decir algo a Octavius, que la
agarra y la sujeta a la pared antes que el cristal se oscurezca,
ocultándolos de la vista.

Su imagen sirve como agua helada sobre mi mente ofuscada y me


saca del estupor en el que me ha metido este desconocido,
recordándome por qué he venido aquí esta noche.

Amalia.

Y casi me olvido de ella por culpa de Remi.

Nada ni nadie tiene el poder de hacer que me olvide de mi gemela,


y sin embargo este hombre lo ha conseguido en los primeros cinco
minutos de nuestro encuentro.

Dios mío, ¿el aire es diferente en Chicago o qué? Estoy actuando


como una lunática que ha visto a un hombre guapo por primera vez.

Sacudiendo la cabeza, lo empujo y él frunce el ceño, sin esperarlo.

—Isla —digo y luego me lanzo hacia las escaleras, dispuesta a


arrastrar a la molesta mujer fuera de allí y a utilizar cualquier medio
necesario para conseguir la información.

Luego puede follarse a Octavius Reed todo lo que quiera o


cualquier cosa rara que estén haciendo.

—No tan rápido. —Remi me agarra del codo, haciéndome girar


para que vuelva a mirarlo. Varias personas pasan, chocando con
nosotros y luego huyendo asustadas cuando Remi los mira.

Sus ojos marrones se vuelven mortalmente oscuros mientras una


expresión asesina se instala en sus facciones, provocando escalofríos
en mi columna vertebral. Incluso me encojo por dentro, no queriendo
estar nunca al otro lado de esa mirada.
Los Cuatro Jinetes Oscuros pueden ser justos y respetuosos, pero
también son rompedores de reglas que adoran el poder, y nunca
temen infundir miedo a los que no se alinean con ellos.

Decidiendo no enojar a un hombre que básicamente es el dueño de


esta ciudad, esparzo una sonrisa cortés y pido tentativamente,
mirando el cristal todavía oscuro,

—Por favor, déjame ir. —Tuerzo mi brazo, pero su agarre sigue


siendo implacable—. Isla tiene algo que necesito. Entonces puedo
irme. —Y olvidarme de todo esto.

En especial el desconocido que probablemente eligió distraerme


para que no molestara a su amigo y... quién demonios sabe quién es
Isla para él.

No es la primera vez que un tipo me utiliza para su agenda. Sin


embargo, esta vez, de alguna manera, apesta, y una inyección de dolor
me apuñala en el corazón, haciéndome sentir como una idiota.

Que hayas reaccionado ante un hombre no significa que esté realmente


interesado en ti; basta con mirarlo.

Es un dios griego en carne humana. Se enamoran de las diosas y


no de nosotras, meros humanas que los miramos con asombro.

Con el ánimo y el orgullo por los suelos, me froto los brazos


mientras la frialdad se hunde en mí y me empuja al abismo de la
desesperación. Una vez más, nada ha salido como yo pensaba.

—Okey —le digo mientras me estudia con atención y me muevo


incómoda—. Tengo que pedir un taxi.
Espero que la palabra de Isla signifique realmente algo. De lo
contrario, mañana sí que utilizaré todos mis contactos para recuperar
el expediente de Amalia.

—Deberían terminar pronto. Ven conmigo. —Me arrastra a un


lado, a la parte más oscura del club, donde varios sofás VIP se
extienden horizontalmente con pequeñas mesas redondas llenas de
bebidas y comida, y... ¿son condones?

Sin embargo, no me deja concentrarme en ello, sino que sigue


merodeando por el espacio mientras la música se va apagando a cada
paso. Finalmente, llegamos a los escalones que nos conducen a la
planta superior, y entonces nos encierra en una habitación similar a la
que estuve antes con Isla.

Solo que, de alguna manera, esta parece más sensual, perversa y


oscura que la anterior. La energía que zumba a mi alrededor me
inquieta, y parpadeo cuando se quita la chaqueta y la tira en el sofá
antes de enrollarse las mangas.

Gimo para mis adentros al ver que esto no hace más que aumentar
su sensualidad. Se me eriza la piel y me pica el dedo para recorrer el
tatuaje parcialmente visible y las afiladas venas de su musculoso
brazo.

Concéntrate, Penelope, concéntrate.

—¿Por qué me has traído aquí?

—Porque esta es mi sala VIP. —Debe leer la confusión en mi


rostro, ya que se explaya—. Tienes una invitación a la habitación de
Santiago. ¿Cómo sucedió eso? —Por cómo formula la pregunta, creo
que no le gusta que utilice el nombre de su amigo para entrar.
—Mi padre me la consiguió. Conoce a Rebecca.

La diversión baila en sus orbes ante esto, e incluso ladra una risa,
lo que me hace fruncir el ceño.

¿Qué tiene de gracioso?

—¿Tu padre? Qué interesante —dice y luego se dirige a la pequeña


barra en la que no me había fijado antes—. ¿Quieres algo de beber?

Abro la boca para negarme, pero luego pienso que esta noche ha
fracasado estrepitosamente y que este desconocido me ha traído aquí
para Dios sabe qué.

¿O tal vez quiere hacerme saber con delicadeza que lo que ha


pasado antes era solo una estratagema para mantenerme ocupada?
¿Dejarme tranquila?

Un poco de alcohol no me vendrá mal para afrontar la dura


realidad. —Vino tinto, por favor.

Coge un vaso y vierte la bebida en él, se acerca a mí y me lo da.

—Gracias. —Tomo un sorbo, agradeciendo el sabor agridulce en


mi lengua, mientras él se sirve whisky y deja caer unos cubitos de
hielo en su vaso—. Todavía no has respondido realmente a mi
pregunta anterior. —Me siento en el sofá y me ajusto el vestido,
echando un vistazo al club. Me doy cuenta que la vista es diferente
aquí. Veo la parte del lugar por el que pasamos, y tengo una vista total
del espectáculo que está teniendo lugar en el piso de abajo.

Me quedo boquiabierta cuando el hombre enreda sus manos en el


cabello de la mujer, acercándola a su polla. Sacudo la cabeza,
esperando borrar esa imagen de mi cerebro.
Remi se deja caer en el sofá de enfrente. —Bueno, ya que tienes
que esperar a tu amiga, he pensado que podrías hacerlo aquí. —Da un
gran sorbo, con la nuez de Adán balanceándose—. ¿De dónde conoces
a Isla?

—Es investigadora privada y tiene una información que necesito.


—Hasta aquí llegó con lo de compartir. Remi podría ser amable al
dejarme quedarme aquí, pero no quiero entrar en detalles sobre mi
gemela.

Durante los últimos ocho años, hablaba de ella con cualquiera que
quisiera escuchar, y solo quiero que una conversación sea sobre mí y
mis sentimientos y no sobre ella.

Aunque el sentimiento de culpa se dispare en mi interior al


pensarlo.

—¿Desde cuándo necesitas un investigador privado? —Otra


carcajada, que vuelve a nublar mi mente mientras reflexiono sobre sus
extrañas declaraciones.

¿Quizás me ha confundido con alguien?

—Desde que perdemos cosas y personas que necesitamos


encontrar —respondo, y luego me aclaro la garganta—. Me llamo
Penelope.

Su vaso se detiene a medio camino de su boca, la sorpresa


parpadea en su cara, y su ceja se levanta.

—Penelope.

Asiento con la cabeza.

—Sí.
Me mira fijamente durante varios segundos, y me gustaría saber
en qué está pensando ahí dentro, ya que sus ojos marrones brillan con
una luz peligrosa, y eso crea un fuego en la boca del estómago. Lo
escucho murmurar:

—¿Así es como quieres jugar esta noche? —Sin embargo, es apenas


audible, así que tal vez todo esté en mi cabeza cuando vuelve a hablar,
con su voz transmitiéndose por el espacio—. Muy bien entonces. Por
esta noche, soy Odiseo.

La decepción llena cada una de mis células, y bebo un poco más de


mi vino, odiando cómo este extraño utilizó la táctica de burla de mis
compañeros.

—Por favor, piensa en algo original —murmuro, apretando el vaso


contra mi mejilla—. Ese chiste lo han utilizado conmigo una y otra
vez, y para que lo sepas, no es divertido ni agradable.

Debería haber sabido que no sería capaz de resistirse.

Mi nombre es una maldición a veces, especialmente entre los


artistas que adoran representar mitos y poemas griegos en su arte y,
como tales, encuentran un significado más profundo en todo.

—¿No me crees?

—Por supuesto que no. —Me engancho un mechón de cabello


sobre la oreja—. No es precisamente un nombre popular. Y qué
conveniente para ti que vaya con el mío, ¿eh?

Saca su teléfono, lo pulsa un par de veces y lo pone sobre la mesa,


haciéndolo volar hacia mí, y lo cojo con facilidad.
Es una foto de su identificación con su nombre completo, y
parpadeo un par de veces, sin creerlo.

Remi Odysseus Reyes.

—Nunca he conocido a nadie con ese nombre. —Y realmente,


¿cuáles son las probabilidades de tropezar con este hombre en
Chicago de todos los lugares?

Una sonrisa da forma a su boca, y me guiña un ojo, tomando un


sorbo y luego girando su vaso en la mano, la luz brillante de arriba
reflejándose en él y proyectando diseños coloridos en la mesa.

—Algunos dirían que estamos destinados a encontrarnos.

Homero, famoso poeta griego, escribió dos obras maestras durante


su vida, Ilíada y Odisea.

Cuando el príncipe de Troya Paris se enamoró de la esposa del rey


Menelao, Helena, y la robó, hizo que los griegos declararan la guerra a
Troya. La guerra duró diez años y los griegos ganaron e incendiaron
Troya. Como Troya tenía una muralla irrompible, utilizaron
artimañas. Construyeron el Caballo de Troya y lo presentaron como
un regalo de los dioses. Los soldados se escondieron en él, y luego,
una vez que el caballo fue llevado al interior de la ciudad, todos
salieron y la quemaron y conquistaron.

En la guerra hubo muchas pérdidas, victorias e historias de amor,


con hombres valientes y ávidos de poder, viciosos en ambos bandos
que harían cualquier cosa por ganar.

Tres personajes fueron los que más destacaron para mí.


Héctor, el príncipe troyano que protegía su tierra con todo lo que
había en él y cuyas habilidades y moralidad inspiraban respeto
incluso en los griegos. Uno de los hombres más valientes que solo
quería vivir en paz con su familia, pero al que se le negó ese derecho.

Aquiles, el mejor guerrero de los griegos, participó en la guerra en


busca de una gloria infinita y la encontró. Le costó la vida, pero de
todos modos no la valoraba. Según él, era mejor morir en buena
compañía que vivir en una mala.

Entre todos ellos, sin embargo, hubo uno que sobrevivió a la


guerra y llegó a casa.

Odiseo era un rey de Ítaca conocido por su conducta tranquila y su


astuta inteligencia, que sirvió mucho a los griegos durante la guerra
de Troya. Fue un gran defensor de esta y consiguió manejar muchos
conflictos internos para que el ejército siguiera luchando, haciendo
gala de sus habilidades diplomáticas. Si Aquiles era conocido por su
temperamento y su cólera que estallaba como sofocos, Odiseo era todo
lo contrario a él, siempre pensando primero y actuando después.

Sin embargo, en comparación con el poderoso guerrero, tenía una


razón para volver a casa: su amada esposa Penelope y su hijo.

Después que los griegos ganaran la guerra, emprendió su viaje a


Ítaca y se enfrentó a tantos desafíos que un hombre menor se habría
rendido.

Pero después de diez años -o veinte en total, si contamos la guerra-


llegó a casa justo a tiempo para salvar a su esposa de un matrimonio
no deseado, ya que muchos pretendientes deseaban casarse con ella y
arrebatarle Ítaca.
Sin embargo, Penelope se mantuvo fiel a su marido y los rechazó a
todos, esperando pacientemente a que él volviera a casa. A lo largo de
los años, utilizó muchos trucos para evitar encuentros no deseados y
la necesidad de elegir un nuevo pretendiente.

Mi padre siempre encontró fascinante la obra de Homero. Muchos


de sus cuadros están inspirados en él, y por eso decidió llamarme
Penelope. Según él, ella mostraba mucho carácter y voluntad, siendo
valiente y manteniendo el amor por su marido ardiendo en su
corazón, aunque no hubiera esperanza. Deseaba que yo encontrara
una historia de amor como la suya.

Para mí no tenía ningún sentido, ni siquiera de niña, pero nunca se


lo dije a mi padre.

Su historia de amor, en mi opinión, es trágica. Perderse y separarse


justo después de tener un hijo... siendo jóvenes y despreocupados...
¿para volver a reunirse después de enfrentarse a tantas dificultades?

¿Quién desearía una historia de amor así?

—El destino es algo voluble —le respondo finalmente—. Además,


no puedo decir que haya soñado con conocer a Odiseo.

Se echa hacia atrás en el sofá, apoyando el brazo en la parte


superior del mismo, y tamborilea con los dedos, con su reloj de
diamantes brillando.

—¿No te gusta el romance? —Chasquea la lengua—. ¿Dónde está


tu naturaleza aventurera?

—Por favor —murmuro, terminando mi vino y poniendo la copa


sobre la mesa—. Ella le fue fiel mientras él tenía otras mujeres. Incluso
pasó un año con la diosa Circe a su regreso, bebiendo y divirtiéndose.
—Realmente no le echó en cara que se acostara con otras, teniendo en
cuenta que habían pasado veinte años para el tipo, pero ¿qué hay de
romántico en todo esto?

El tipo literalmente vivió su mejor vida mientras su esposa sufría.

—¿No tuvo a sus hombres como rehenes al principio,


convirtiéndolos en cerdos? Podría decirse que Odiseo no tuvo opción.
—Me lanza un desafío y hace girar su bebida, los hielos se frotan entre
sí y el sonido resuena en el espacio.

—Si la única opción de mi esposo para sobrevivir es follar con otra


persona durante todo un año, puede quedarse con ella. Lo lloraré de
por vida. —De todos modos, esta excusa es una mierda. Según el
poema, ella nunca lo obligó a acostarse con ella. Obviamente, no
debería juzgar sus acciones a través del prisma moderno, pero lo
hago.

Remi echa la cabeza hacia atrás y se ríe, mis mejillas se calientan


ante esto, mientras yo suspiro resignada, dispuesta a escuchar más
burlas al respecto. Nadie entiende mi punto de vista, así que estoy
acostumbrada. Especialmente mi padre, que se limita a mirarme con
extrañeza cada vez que saco a relucir este punto.

¿Tal vez los hombres lo ven de manera diferente? No lo sé.

Todo lo que digo es que Penelope podría haber conseguido algo en


esos veinte años.

—Hay un poco de crueldad y posesividad en ti. Me gusta. —Un


sofoco me recorre ante la mirada acalorada que me dirige—. Penelope.
—Saborea mi nombre en su lengua—. Extrañamente, te sienta bien. —
Se frota la barbilla, clavando su mirada en mí durante varios
segundos—. El amor es imprevisible y tiene muchas capas. Al menos
para los que creen en él.

Poniendo los ojos en blanco ante esta afirmación demasiado


familiar, le respondo:

—Mi padre dice que el amor es un veneno al que todos nos


sometemos voluntariamente. Quizá por eso nos parecen románticas
tantas historias de amor y deseamos experimentar algo tan poderoso.
El amor, sin embargo, no puede justificar ni soportar todo.

Si un hombre es cruel y capaz de hacerte daño a ti o a los demás,


no puedes amarlo. Puedes llamarlo obsesión, pasión o incluso
síndrome... pero ¿amor de verdad?

De ninguna manera.

Una vez que muestra su naturaleza sádica, tienes que huir lejos,
muy lejos, y rezar para que el monstruo que te persigue muera o se
rinda; porque, de lo contrario, nunca te dejarán respirar libremente.

Reflexiona un rato sobre mis palabras. No se me escapa cómo la


molestia cruzó su cara cuando mencioné a mi padre, como si lo
hubiera insultado personalmente, pero no tengo idea de qué podría
justificar tal reacción.

Finalmente, rompe el prolongado silencio.

—Estoy de acuerdo. —¿En qué está de acuerdo? ¿Que el amor no


puede justificar todo? —Aunque las probabilidades de conocer a
Penelope esta noche me sorprendieron incluso a mí.

—Sí, las probabilidades que dos desconocidos se llamen como el


poema épico son muy escasas.
Él sonríe. —¿Dos desconocidos, querida?

Asiento con la cabeza. —Eso es lo que somos, ¿verdad? Dos


desconocidos que se acaban de conocer.

—Si tú lo dices, querida. Esta noche vamos a jugar con tus reglas.
—Un escalofrío recorre mi columna ante las notas sensuales que
recubren sus palabras mientras el calor me envuelve por completo,
haciéndome luchar por respirar mientras el propio aire se electriza
con algo perverso.

Todo lo que rodea a este hombre es misterioso, y en lugar de tener


miedo, siento una extraña atracción hacia él que me exige descubrir lo
que se esconde detrás de la persona que presenta al mundo.

Dicen que los Cuatro Jinetes Oscuros son criaturas apasionadas, y


sin embargo nadie lo sabe con certeza, ya que nunca se les vio con
ninguna mujer.

Sin embargo, me llevó con tanta facilidad al interior de su sala VIP


que probablemente lo hacen con discreción.

Esta constatación, aunque estúpida, altera de alguna manera mi


estado de ánimo, y disparo otra pregunta, prefiriendo recordarme a
mí misma que el encuentro es para evitar que interrumpa a su amigo
y nada más.

—¿Por qué decidieron abrir un club? —Ganan tanto dinero con sus
imperios; ¿no es esta pequeña empresa una pérdida de tiempo?

—Perdimos una apuesta con Florian. —Parpadeo ante esto, así que
se explaya—. Y su deseo era abrir un club donde gobernaran los vicios
humanos y que fuera tan elitista que la gente se peleara por entrar. El
resto es historia. —Termina su bebida y la deja sobre la mesa—. Con
nuestro poder, era un hecho que tendría éxito. —Habla de ello con
tanta despreocupación, pero ¿por qué no iba a hacerlo?

Todo lo que tocan se convierte en oro.

—¿Los encuentras fascinantes? —Nuestras miradas se cruzan de


nuevo, y aunque me obligue a parar, no puedo evitar el deseo de
saber qué pasa por la cabeza de este hombre—. Los vicios humanos.

—Yo no diría eso. Sin embargo, las reacciones de la gente hacia


ellos son fascinantes.

Mis cejas se fruncen ante esto. —¿Qué quieres decir?

—Los vicios se consideran malos, y sin embargo todo el mundo los


tiene.

—Eso no es cierto. La gente buena...

—Solo los ocultan mejor. Negar el lado oscuro crea un conflicto


interno, y la gente pasa tanto tiempo luchando contra sí misma que se
agota.

—¿Así que crees que la oscuridad vive dentro de todos?

Sonríe, con la mano apretando el sillón, y un calor abrasador me


recorre ante el músculo hinchado que muestra.

—Por supuesto. La bondad y la maldad están en el ojo del que


mira. ¿Cómo podríamos saber qué es un vicio o no si no fuéramos
capaces de distinguirlos?

—Eso no es cierto. —Por alguna razón, el nerviosismo me invade,


como si estuviéramos pisando aguas peligrosas, y trato de dar sentido
a su punto de vista—. Hay cosas que nunca se pueden justificar.
—¿Cómo qué?

—Como el asesinato.

La diversión, para mi sorpresa una vez más, aparece en sus rasgos.

—El asesinato. Es cierto. No importa el motivo, no tenemos


derecho a quitarle la vida a nadie. —Exhalo aliviada. Por un segundo,
pensé que no lo consideraba un gran problema—. Dicho esto...
dependiendo de con quién hables, algunos podrían no verlo como un
crimen.

—¡Eso es imposible! —siseo.

—Esa es la verdad. La brújula moral, los vicios, lo que está bien o


mal... no están grabados en piedra. Nuestras creencias están
moldeadas por nuestro entorno y experiencias. Y en esto, no pueden
ser las mismas.

Estoy demasiado aturdida para hablar ahora.

—Según esta lógica, no deberíamos tener leyes ni reglas, ya que


cada uno decide por sí mismo qué hacer.

—Bueno, cuando se trata de asesinos, no creo que les importen una


mierda las leyes, querida —concluye, y yo resoplo con frustración,
aunque tiene razón—. De todos modos, nadie en esta tierra es un
santo. ¿Quieres saber por qué? —Apoya los codos en las rodillas y
hace girar el reloj—. Porque nuestras mentes están deformadas, y a
veces las personas más perfectas por fuera están en realidad tan
podridas que huirías de ellas si las conocieras de verdad.

—Esa es una forma de pensar muy deprimente.


—Es la verdad. La verdad no suele ser bonita. —Una emoción
parpadea en su rostro—. Debes tener curiosidad por los vicios, ya que
has venido aquí.

Mis mejillas se calientan ante esto mientras la vergüenza me


invade, pensando en lo que debe parecerle a él.

—No, no tenía ni idea que permitieran eso. —Hago un gesto con la


cabeza hacia la ventana.

Su risa retumba en el espacio, y no creo que me crea. —No pasa


nada, querida. Todos deseamos darnos el gusto de pecar.

El apelativo me molesta, porque suena impersonal en sus labios, y


lo odio. —No me llames querida. No nos conocemos lo suficiente
como para ser tan informales.

—Ah, ¿eres un amante de las reglas, querida? —Prolonga la última


palabra, y yo entrecierro los ojos sobre él—. Creo que, teniendo en
cuenta lo que casi ocurrió en la pista de baile, podemos dejar de lado
las formalidades.

Abro la boca para protestar, pero luego la cierro, porque recuerdo


haber leído sobre ellos en una publicación en las redes sociales, y
citaron a Remi.

Los que se rinden y pierden no valoran la victoria. Si no, siempre


ganarían.

Era muy arrogante, y la gente lo discutió durante días. Sin


embargo, la cita presenta ahora todo bajo una luz diferente.
¿He tocado una fibra sensible con mi negativa a ser hechizada por
sus encantos, por lo que ahora en su agenda esta noche, hay
seducción?

—Tengo que irme. —Me levanto rápidamente, la electricidad


ondulando por todo mi cuerpo en llamas ardientes jugando con mi
mente. Me impulsa a correr lejos, muy lejos de este hombre, porque
sus acciones no se pueden predecir.

Y lo que es peor.

Como una polilla a la llama, no puedo resistirme a descubrir todos


sus secretos, y con eso, me enfrentaré a mi perdición.

Apartando mi mirada de él, me dirijo a la ventana, de repente


demasiado sin aliento para hablar. Colocando la mano sobre el vaso,
bebo con avidez y vuelvo a centrarme en la pareja, que ahora ha
cambiado de posición.

Ella está sentada en la mesa, mordiendo una fresa, mientras él


observa cómo el jugo corre por su barbilla y se lame los labios
mientras ella se levanta lentamente la falda, invitándole claramente a
probar algo más.

Un sofoco me invade, y aunque creo que esos momentos son


íntimos, una parte de mí quiere ver si ella obtiene placer de ello.

¿Es este el secreto del gran O del que todo el mundo habla pero
que yo nunca he experimentado?

Oigo los pasos de Remi, y entonces nuestras miradas se


encuentran en el reflejo del cristal mientras él se acerca cada vez más a
mí, mis latidos se aceleran con cada uno de sus pasos, y un calor
instantáneo me rodea cuando su poderosa forma me atrapa entre el
cristal y su pecho duro como el granito.

Coloca las palmas de sus manos a ambos lados de mi cabeza y se


inclina hacia delante, inhalando mi aroma mientras su aliento me
abanica el cuello y me pone la piel de gallina.

—¿Te gusta lo que ves, querida? —pregunta justo cuando el tipo


agarra las caderas de la mujer y la empuja para que se tumbe de
espaldas.

Ella se ríe y luego arquea la espalda cuando él le aparta el vestido,


abriéndola para su boca hambrienta y colocándola en su centro para
que todos la vean, y mi núcleo se contrae, creando un charco de deseo
conmigo.

Por un segundo, imagino cómo sería estar tumbada en una mesa


mientras el hombre que está detrás de mí me come.

Una respiración áspera se me escapa cuando los labios de Remi


caen sobre mi hombro, sus dientes rozando mi carne y despertando
cada instinto dormido dentro de mí.

—¿Te gusta mirar, Penelope? —pregunta contra mi piel justo antes


de morder mi carne, mi gemido resonando en el espacio, seguido de
un suspiro cuando lo lame con su lengua. Alivia el escozor y solo
aumenta el deseo que se agita en mi interior, prometiéndome un
respiro temporal de este mundo.

Invitándome a entregarme a los vicios de los que tanto habla


mientras el aura que me rodea crea innumerables redes que desean
atraparme mientras sucumbo a la pasión que me envuelve por
completo.
—Oh mon Dieu —susurro al ver el éxtasis total en el rostro de la
mujer, y el calor me recorre cuando Remi aprieta más sus caderas
contra mí. El grueso bulto oculto por sus pantalones me produce una
avalancha de sensaciones embriagadoras ante la idea que este hombre
me desee con todas las mujeres de su entorno a su disposición,
proporcionándome tanta alegría. Un escalofrío me recorre la espalda
cuando pone una de sus manos en mi cintura, apretándola con tanta
fuerza que se gana un jadeo—. Remi.

Su otra palma extendida se posa en mi vientre mientras aprieta la


tela, haciendo que el vestido se pegue a mis pezones puntiagudos, y
en un acto reflejo, arqueo la espalda y apoyo la cabeza en su hombro,
lo que me abre más a sus labios hambrientos que rozan hacia arriba,
donde me muerde el lóbulo de la oreja antes de murmurar:

—Contéstame. —Y entonces me chupa con fuerza el cuello,


dejando seguramente chupetones marcando mi piel para que todo el
mundo los vea.

Demasiado perdida en el placer que se extiende como un fuego


salvaje dentro de mí, intento entender qué quiere de mí, y entonces
recuerdo su pregunta, echando un vistazo a la pareja que está tan
perdidos el uno en el otro que no les importa quién los mira. Esto solo
intensifica la necesidad que se mece dentro de mí.

—No —respondo y me muerdo el labio inferior cuando su palma


se desliza cada vez más abajo hasta que agarra el borde de mi vestido,
tirando de él hacia arriba y dejando al descubierto las empapadas
bragas de encaje que cubren mi núcleo.

Coloca su mano sobre mí, frotándome de arriba abajo mientras un


gemido brota de mí, y él se ríe, haciéndome cosquillas en la oreja.
—Estás empapada, chérie2. —Desliza sus dedos dentro de mis
bragas y estos conectan con la carne desnuda y húmeda, haciéndome
estremecer como si recibiera una descarga de mil voltios de
electricidad—. ¿Te excita la idea de ser observada?

El aire se agita en mi garganta cuando su dedo corazón se desliza


por mi núcleo mientras su pulgar roza suavemente mi clítoris antes de
presionarlo con fuerza, mi gemido se balancea entre nosotros, y por su
propia voluntad, mis piernas se cierran en torno a él, atrapando su
mano, y él me atrae más hacia él, sin dejar espacio entre nosotros.

Mi sentido común me grita que lo aleje y que escape de esta locura


que tiene el desamor escrito por todas partes, y sin embargo la
criatura apasionada que este hombre ha despertado lo acalla,
instándome a saltar al precipicio y dejar de resistirme a esta tentación.

—No... no lo sé —respondo con sinceridad, volviendo a dirigir mis


orbes hacia la pareja, y mi abertura se humedece cuando el hombre
saca la lengua y la lame de abajo a arriba mientras ella enreda las
manos en su cabello.

Deseo experimentar lo que ella hace, pero no quiero que todo el


mundo sea testigo de mi placer.

Pero ¿cómo sería estar tan perdida en todas las sensaciones, al


margen de los demás?

Su agarre en mi cintura se hace casi insoportable cuando flexiona


su mano sobre mí, y se pone duro como una roca contra mí,
mordiéndome el hombro, sus dientes hundiéndose en mi piel y
rompiéndola. Recibo con agrado el escozor que me invade mientras su

2
Querida, en Frances.
dedo recorre mi abertura, y luego profundiza, entrando en mí. Gimo,
y resoplo entre los dientes.

—Remi, por favor —le ruego, pidiéndole en silencio que calme el


infierno que arde con fuerza, exigiendo una salida, y me balanceo
hacia atrás, amando cómo mueve mi clítoris de lado a lado con su
pulgar. Luego presiona el talón de su palma contra mí y me penetra
con dos dedos—. Por favor.

Golpeo el cristal con la palma de la mano, un aliento áspero se


desliza por mis labios y empaña la ventana que tengo delante,
recordándome que toda la gente de abajo puede vernos si levanta la
vista.

Pero en este momento, no me importa nada más que la dicha que


me saluda desde el horizonte, y pongo mi mano sobre su muñeca,
empujándola más fuerte contra mí, y susurro de nuevo:

—Por favor.

—Por favor, Remi, ¿qué, chérie? —susurra su voz perversa y


siniestra, seduciéndome con cada palabra suavemente pronunciada
que me produce un estremecimiento, prometiéndome placeres
carnales que no tendrían límites—. ¿Fóllame? ¿Méteme los dedos? —
Hunde sus dedos más profundamente, mi coño se aprieta alrededor
de ellos ante la imagen que pinta en mi cabeza mientras su erección
aumenta, haciéndome saber que sus dedos son solo un sustituto de la
cosa real que me espera.

—Sí.

Al salir de mí, separa mis labios inferiores, abriéndome, y en el


reflejo puedo ver cómo mi centro brilla de deseo. Desliza las yemas de
sus dedos hacia arriba, dejando sensaciones de cosquilleo a su paso,
volviéndome loca con cada segundo que pasa.

—No, chérie. —Gimoteo angustiada, pero me calmo cuando


añade—: Lo que necesitas es mi boca entre tus piernas. Este coño está
pidiendo que lo laman, y yo soy el hombre adecuado para ello. —
Jadeo cuando me hace girar y me empuja contra el cristal, su palma se
posa en mi clavícula para deslizarla hacia arriba, hacia arriba, hasta
que me rodea la garganta y aprieta un poco, su pulgar rozando mi
pulso. En lugar de asustarme, me balanceo hacia él, agarrando su
camisa y perdiéndome en la intensidad de sus ojos marrones que
parecen absolutamente lívidos—. El único hombre. —La posesividad
y la dureza se entremezclan en su tono, dándome a entender que a
este hombre no le gusta compartir—. Espero que hayas disfrutado del
espectáculo, chérie, porque nunca volverás a tener una oportunidad
así.

Presiona un poco más y, por un segundo, se hace difícil respirar


mientras añade:

—Eres mía. Y no comparto. —Su pulgar se desplaza hasta mi


barbilla, inclinándola hacia arriba y exponiendo mi cuello a su boca
hambrienta mientras besa mi pulso, mi corazón palpitando en mi
pecho ante el suave gesto que contrasta con sus acciones anteriores—.
Me perteneces. Propiedad de Remi Reyes.

Las sensaciones, una tras otra, me recorren, hacen arder mi sangre


y despiertan cada vello de mi cuerpo, sumergiéndome en el sensual
océano que me engulle. Sus palabras alimentan el deseo ya ardiente
que hay en mí, y aprieto su camisa con más fuerza, aferrándome a él;
de lo contrario, el fuego podría estallar en cualquier momento en una
explosión que nos destruiría a todos.

Respirando con dificultad, cierro los ojos cuando me pellizca el


cuello antes de rozarme la barbilla, y sus dientes rozan mi piel, su
lengua asoma mientras lame la carne maltratada, el calor me invade.

—Remi, no —le ruego, luchando contra lo inevitable, porque sé sin


lugar a duda que una vez que me bese, no habrá vuelta atrás.

Aunque en realidad no hubo vuelta atrás en el momento en que


nuestros cuerpos chocaron en la pista de baile.

—Mírame —me ordena, y hago lo que me dice, todo en mí


reacciona a la orden en su tono que casi trae alivio a mi mente que
trabaja constantemente y que no conoce el alivio de mis pensamientos.
Sin embargo, con este hombre, creo que puedo cederle todo el control
y que él sabrá manejar la niebla pasional que invade mi mente
mientras mi cuerpo zumba de expectación. Tengo la piel tan tensa que
siento que podría desgarrarse en cualquier momento—. A partir de
hoy no habrá nadie más, porque eres mía. Este cuerpo me pertenece.

Su mano me agarra el culo y me levanta, empujando su erección


contra mi núcleo empapado, y compartimos un jadeo al contacto, con
sus labios a centímetros de los míos.

—Tienes una gran necesidad de que te monten duro, chérie.

La energía sensual que flota en el aire que nos envuelve se vuelve


tan densa con la tensión y la anticipación que casi puedo verla, y un
calor abrasador se hunde en mí, creando un frenesí en mí con solo la
idea de pertenecer a este hombre.
Es una locura, una auténtica locura, y sin embargo no puedo
resistir su tentadora atracción.

—Remi, por favor.

La lujuria me invade en oleadas, exigiéndome cosas de las que solo


he oído hablar y nunca he experimentado. Mis pezones se asoman a
través del vestido, las sensaciones son casi demasiado dolorosas,
porque este hombre magnético puede excitarme solo con sus sucias
palabras.

—Dame tu boca, Penelope, antes que te lama el coño.

Pasa la lengua por mis labios y luego atrapa el inferior entre sus
dientes, tirando de él, y mis manos se mueven para rodear su cuello,
acercándolo aún más a mí, amando cada escozor mezclado con el
placer. Nos coloca en un capullo invisible de lujuria y necesidad,
donde solo nosotros existimos en este universo. Los deseos carnales
gobiernan aquí, amenazando con lanzarte al abismo del que no hay
escapatoria.

Y lo que es peor.

Donde el diablo reina y te permite complacerte en cada pecado


conocido por el hombre.

—Te encantará mi lengua —susurra, apretando sus labios contra


los míos mientras compartimos un suspiro—. La necesitarás todos los
días. Será tu juguete personal. Justo después de mi polla.

Una locura. Sus palabras son una locura, porque acabamos de


conocernos, y nuestro encuentro no tendrá futuro.
Mi vida está en Francia, y la suya en Chicago, y aunque quisiera
creer en los cuentos de hadas o en que los sueños se hacen realidad,
no puedo.

Así que, en lugar de pensar en el futuro, toco su cabeza y me


pongo de puntillas, uniendo nuestras bocas, deseando saber qué se
siente al ser poseída por un hombre así.

Se traga mi gemido, abriéndome más para él mientras desliza su


lengua en el interior, vagando y explorando, reclamando el territorio
como si fuera un derecho suyo, para que nadie más se atreva a
besarme de nuevo.

Cada lametazo y cada movimiento atrae mi lengua para que


juegue con la suya, atrayéndome más hacia él y perdiéndome en su
abrazo mientras el calor me envuelve, el gozo llamando mi nombre y
diciéndome que nada volverá a ser igual.

Mi vida estará dividida para siempre -antes y después de Remi


Reyes- y de alguna manera la parte de después contiene un placer
oculto que necesito con una intensidad enloquecedora, ya que tiene el
poder de liberarme para experimentar cosas de las que solo he oído
hablar pero que nunca he sentido.

En sus brazos, con su boca poseyendo la mía, no soy la frígida


reina del hielo, sino la mujer de sangre caliente desesperada por su
tacto que acoge sus tendencias posesivas y el beso que se asemeja a las
esposas que quiere unir a él.

Casi me comunica que nunca me dejará marchar y que me he


condenado a mí misma al decidir entregarme a los pecados carnales.
Nuestras lenguas se baten en duelo, luchando por el dominio, con
él ganando, y yo arqueo la espalda, dejando que profundice el beso
mientras agarro con fuerza su camisa antes de deslizar las manos
hacia su pecho, gimiendo ante los calientes músculos que se flexionan
y los latidos de su corazón debajo.

Deslizándolas hacia arriba, aparto la boca cuando encuentro la piel


fruncida, que me recuerda a las cicatrices, y gimo de nuevo cuando
me tira hacia atrás para darme un beso más mientras enredo los dedos
en su cabello, acercándolo a mí.

Esta vez, el beso no tiene nada de suave. Nos devoramos con


avidez mientras miles de sensaciones me golpean desde todos los
rincones, balanceándome en diferentes direcciones, exigiendo que se
sacie la ardiente necesidad que hay en mi interior.

Los dos gemimos cuando me levanta, mis piernas lo rodean y mi


núcleo entra en contacto directo con su erección. Nos hace girar,
llevándonos a algún sitio. Como mis pulmones piden oxígeno a gritos,
echo la cabeza hacia atrás y trago el aire que tanto necesito mientras él
chupa mi cuello con fuerza, tirando de la piel, que llevará su marca
por todas partes.

Y en este momento, la idea me emociona mientras todo lo


femenino que hay en mí grita de placer para que todos lo vean.

Porque para este hombre, ahora mismo soy el centro de su


atención, y acalla todas las voces de mi cabeza que me dicen cómo
actuar, qué sentir, qué desear o a quién encontrar.
En este momento, solo soy Penelope, que es deseada por lo que es,
y este magnífico hombre me desea tanto que no le importa que todo el
mundo lo vea.

Él descubre una parte oculta de mí, la atrevida y sensual que ha


estado dormida todo este tiempo, y la alegría pura me invade ante la
perspectiva de liberarla finalmente al mundo. Y por la lujuria que me
susurra al oído que pruebe la fruta prohibida, sé que Remi tiene la
llave de todo mi placer.

Mi piel choca con una superficie de cristal, y tardo un momento en


darme cuenta que me ha colocado sobre la mesa, haciendo volar
nuestras bebidas y rompiéndolas mientras él se deja caer de rodillas,
con la cara ensombrecida. Y justo en este momento, no lo veo como un
multimillonario famoso.

No, la mirada feroz y la intensidad de sus ojos me recuerdan a un


antiguo guerrero que ha vuelto a casa y espera la recompensa por
todos sus sacrificios.

Aspira una bocanada de aire entre los dientes.

—Eres preciosa. —Sus orbes oscuros centellean, y las flechas


calientes se disparan directamente a mi clítoris ante esto—. Y toda
mía. —Separa mis piernas con los hombros y me levanta el vestido,
exponiéndome de nuevo a su vista.

Aunque debería sentirme avergonzada por tenerlo tan cerca de mi


carne más sensible, no lo hago. Por el contrario, un temblor me recorre
cuando mis bragas empapadas vuelven a estar a la vista y él engancha
sus dedos en ellas, retirándolas lentamente, el deslizamiento de la
seda sobre mi piel resaltando mi necesidad, y luego se las lleva a la
nariz, inhalando mi aroma, y mis mejillas se calientan mientras mi
núcleo se humedece aún más.

—Acuéstate, chérie —me ordena y empuja hasta que mi espalda


cae sobre la mesa. Miro fijamente el techo negro que me muestra un
reflejo de nosotros, y se me escapa un gemido, mis manos se aprietan
contra el vestido mientras mis pezones me duelen tanto que quiero
quitarme la tela ofensiva.

—Remi —jadeo cuando él desliza su dedo corazón desde mi


trasero hasta mi clítoris y lo acaricia ligeramente, jugando con mis
terminaciones nerviosas como un maestro.

—Mírate. Este coño necesita urgentemente mi lengua. —Abre mis


piernas y deja espacio para su poderosa figura, doblándolas para que
mis talones se apoyen en el borde de la mesa y abriéndome a él
mientras palpito de necesidad.

Siento su cálido aliento en mi cuerpo, que me pone la piel de


gallina, y se me escapa un gemido ante el sensual reflejo, ya que la
imagen es afrodisíaca en sí misma.

—¿Disfrutas de la vista, chérie? —Mi centro se humedece ante las


perversas palabras—. ¿Te gusta saber que me tienes a tu merced? —Su
pregunta me hace temblar, y asiento con la cabeza, aunque él no
pueda verlo.

La idea que este hombre me anhele tanto como yo a él me marea, y


también quiero marcar su piel para que todas las mujeres de ahí fuera
sepan que por un momento ha pertenecido a alguien.

A mí.
Sus dedos rozan mis muslos antes de chupar el interior de uno de
ellos, y yo siseo al contacto, agarrándolo del cabello y empujándolo
más cerca de mi coño mientras su risita vibra en mi interior, solo para
aumentar la burbuja de lujuria que está a punto de estallar dentro de
mí. —Remi, por favor.

Sus palmas se deslizan por debajo de mi culo, levantándome hacia


su boca hambrienta, y los dedos de mis pies se curvan cuando ordena:

—Mira.

Esa es toda la advertencia que me da antes que coloque su boca


sobre mí, clavando su lengua en lo más profundo, y mis músculos se
aprietan instantáneamente a su alrededor mientras grito, arqueando la
espalda.

Me lame entre mis pliegues, moviéndose de un lado a otro,


pasando su lengua por mis labios uno a uno, antes de chuparlos en su
boca mientras su pulgar roza mi clítoris y luego lo presiona.

Un calor abrasador se extiende por mí, arde tanto que mi propia


piel se siente extraña en mi cuerpo, y el placer llena cada una de mis
células mientras la necesidad anterior se vuelve más hambrienta.

Y la imagen de arriba, mostrándome cómo saca la lengua,


haciéndola plana, lamiéndome de abajo a arriba, sus dedos
abriéndome más para él, es una tortura en sí misma. —Remi —digo
en un gemido cuando sus dientes rozan mi clítoris antes de atraparlo
entre sus labios.

Mis manos abandonan su cabello y me aferro a la mesa, mis


talones se clavan con más fuerza en el cristal mientras el sudor se
desliza por mi piel mientras el fuego me envuelve por completo sin
que se vislumbre un respiro.

—Remi, por favor. —No tengo ni idea de lo que estoy suplicando,


pero él parece saberlo, porque vuelve a entrar en mí con su lengua,
haciéndola girar dentro de mí, empujando más y más profundamente,
y cada deslizamiento me acerca al borde, después del cual nada
volverá a ser lo mismo.

Sale y vuelve a entrar, con sus dedos agarrando con fuerza mis
nalgas mientras bebe hasta saciarse y sigue asolándome con su
lengua.

Un hombre que puede hacer tales maravillas debería estar


prohibido, porque ¿cómo puede una mujer pensar con claridad
cuando él muestra tales habilidades?

Sin embargo, mi cuerpo está desesperado por la fricción y empiezo


a levantar las caderas al ritmo de sus empujones, moviéndome sobre
su lengua, y vuelvo a enhebrar los dedos en las sedosas hebras,
sujetándolo con fuerza para que me deje encontrar la liberación que
susurra mi nombre, cada vez más cerca con cada golpe de su lengua.

Sin embargo, con fuerza devuelve mis caderas sobre la mesa y


gruñe antes de volver a lamerme de arriba abajo, y los sonidos
obscenos resuenan en la habitación. Agito la cabeza sobre la mesa,
demasiado excitada para mirarnos y, sin embargo, viviendo en una
constante anticipación de su próximo movimiento.

Todo ello mientras la presión aumenta en mi interior,


prometiéndome el alivio de toda esta dulce tensión que me inspira
tanto calor y que me permitirá acceder al abismo que lleva escrito el
placer y la satisfacción.

—Remi, por favor. —Mis uñas se hunden en su cuello cuando


vuelve a centrarse en mi clítoris, chupándolo, y entonces dos dedos se
deslizan dentro de mí, estirándome ampliamente, y las dobles
sensaciones casi se convierten en mi perdición.

Los sofocos me inundan en oleadas, poniendo la piel de gallina


mientras miles de cosquillas me envuelven.

Solo un poco de fricción, y yo...

Mi gemido frustrado se mezcla con su risa cuando vuelve a


cambiar sus movimientos, colocando toda su boca sobre mí mientras
continua follandome con su lengua y su pulgar se dirige a mi clítoris.

—¡Remi, por favor! —Le ruego con rabia, porque ¿cómo se atreve a
negarme el placer que me prometió en primer lugar?

Este hombre me ha excitado. Tiene que cumplirlo.

—¿Qué quieres, chérie? —Me lame—. Dime. —Otra larga lamida,


que se convierte en un suave empujón, lo que me hace gemir. Sin
embargo, una vez más, esta acción me acerca al límite, pero no me
empuja, dejándome flotando en el aire—. Expresa tu deseo. —Vuelve
a sumergirse, torturándome mientras encuentro el valor para decir las
palabras que ansía escuchar.

Agarrando su cabello, finalmente consigo que me mire y gima


interiormente al ver cómo le brillan los labios por mí, y susurro:

—Fóllame fuerte, Remi. —Nunca en mi vida había pronunciado


esas palabras, pero no cabe otra cosa.
Nos miramos fijamente, y por un segundo, creo que he dicho algo
malo. Pero entonces él gruñe, dándome un último y largo lametón, y
restriega su cara por mi ombligo, manchándolo con mis jugos.

Se desliza hacia arriba, dejando besos como de mariposa en mi


estómago, y levanta el vestido hasta dejar al descubierto mis pechos
cubiertos de sujetador y dice:

—Espera.

Agarro al vestido mientras él me baja el sujetador y gimo cuando


roza con los pulgares el pico puntiagudo antes de pasar la lengua por
la punta, y luego lo chupa con fuerza en su boca, cubriendo mi pezón
con su saliva.

—Remi. —En ese momento, su nombre se convierte en una oración


mientras se deleita con mi carne. Vuelvo a arquear la espalda,
observando la pista de baile, tan increíblemente excitada por nuestros
reflejos y por cómo su poderosa forma se cierne sobre mí. Se desplaza
hacia el otro pecho, dándole el mismo tratamiento, y el sensual sofoco
que me invade me hace flexionar las piernas en torno a él, y dejo caer
el vestido, enredando de nuevo mis dedos en su cabello y tirando de
él con fuerza hasta que levanta la boca—. ¡Remi, por favor!

Si no hace que me corra en los próximos segundos, voy a entrar en


combustión y convertirme en cenizas, para no conocer nunca más el
placer en este mundo.

Gimoteo solo ante la posibilidad.

—Ah, eres tan inocente. Disfrutaré corrompiendo este cuerpo,


mente y alma, chérie. —Su boca continúa su viaje hacia mi clavícula y
mi cuello, donde raspa sus dientes, y finalmente llega a mis labios y
me otorga un beso profundo y apasionado.

Gimo al sentir mi sabor, nuestras lenguas se lamen mutuamente


mientras la urgencia llena nuestro beso junto con la lujuria. Inclinando
la cabeza, dejo que me posea por completo, tan perdida en el calor que
nos consume que no me importa nada más. Este hombre será mío,
¡incluso si alguien atraviesa esa maldita puerta e intenta
interrumpirnos!

—Cada centímetro de ti anhelará una cosa. A mí. Serás tan adicta a


mí que no sabrás pasar un día sin mí. —La posesividad en su tono
actúa como gasolina para el fuego que ya arde en mis venas, y me
aprieto más contra él, mis brazos rodeando su cuello, rogando por un
beso más, pero él tiene otros planes.

En lugar de eso, me agarra de los muslos y nos levanta,


empujando su erección contra mí y dirigiéndonos a ciegas hacia la
ventana. Mi espalda vuelve a chocar con ella y suelto un fuerte
resoplido.

—¿A quién perteneces? —vuelve a preguntar, el áspero timbre de


su voz es una seducción en sí mismo.

—A ti. —En este momento, le digo lo que quiere oír.

La satisfacción cruza su cara. —Sí, solo que siempre mía y no suya.


—Me agarra con fuerza, como si quisiera borrar mis protestas, pero
me limito a negar con la cabeza, sin entender su comentario.

Pero no me deja pensar mucho en ello, porque me penetra


profundamente, estirándome hasta el límite, con sensaciones de ardor
que astillan mis paredes ante semejante intrusión.
Atrapa mi gemido con la boca, besándome con todas sus fuerzas
mientras deja que me adapte a su polla. La realidad se estrella contra
mí, porque después de esto, nunca seré la misma.

La línea invisible que separa la bondad y la oscuridad casi se


muestra, y la he cruzado, sucumbiendo a las ansias que salen de mi
interior y que solo este hombre puede satisfacer.

Lentamente se echa hacia atrás, abandonándome por completo, y


luego vuelve a penetrarme, mi cabeza presionando contra el cristal
mientras él se sacia, el beso se vuelve más áspero mientras le araño la
espalda, apretando las piernas a su alrededor mientras sus dedos se
clavan tan profundamente que me magullan la piel.

Sin embargo, tan perdida en el éxtasis que se arremolina


lentamente a mi alrededor y que aún no me alcanza, apenas le presto
atención. En cambio, me encanta el escozor que se mezcla con el
placer que enciende mi sangre con cada deslizamiento de su polla,
empujando más y más dentro de mí, marcándome para el futuro.

Un hombre así puede arruinar a una mujer sin remedio y no mirar


atrás, pero no me importa.

Ahora mismo, este hombre es mío, y esto es lo único que importa.

Sus caricias uniformes evocan sensaciones electrizantes y


lujuriosas en todo mi cuerpo, avivando el calor abrasador que se
arremolina en mi interior mientras crea un mundo en el que solo
existimos nosotros, una burbuja protectora en la que nadie más que
nosotros tiene permiso para entrar.

Tragando saliva, echo la cabeza hacia atrás, dándole acceso a mi


cuello, mientras el ritmo de sus embestidas aumenta, y se abalanza
sobre mí con tanta fuerza que no sé dónde acaba él y dónde empiezo
yo.

Me arden los muslos, acomodándose a su cuerpo musculoso,


mientras un estremecimiento femenino me recorre, y le agarro el
cabello con más fuerza mientras él sigue reclamándome. Parece que
está intentando follarme hasta el olvido, para que no recuerde a nadie
más que a él.

Como si fuera posible.

Este hombre tiene el poder de hacerme adicta al placer,


buscándolo como una drogadicta que necesita una dosis, y sin
embargo lo busco, lo necesito como mi último aliento, así que aprieto
mis piernas alrededor de él, tirando de su cabello hasta que nuestras
miradas chocan.

—Remi, por favor.

Su única respuesta a mis súplicas es una profunda embestida que


me inspira un sofoco, enviando cosquilleos directamente a mi clítoris.
Lo abrazo más fuerte, pasando mis labios por su hombro, moviendo
su camisa a un lado para poder agarrarme a su piel desnuda,
disfrutando del sabor del sudor y de él.

Me penetra una y otra vez, mientras me lleva cada vez más alto,
construyendo algo dentro de mí que crece más y más con cada
impulso errático.

Mis entrañas se estremecen en torno a su longitud cuando me


penetra tan profundamente que ya no puedo resistirme, y la burbuja
que hay en mi interior estalla, empapándome de un placer y una
felicidad que nunca había conocido.
Grito y hundo mis dientes en su hombro mientras él me penetra, y
mi cuerpo se aprieta con cada deslizamiento mientras me aferro a él.

Inclinándome hacia atrás, le doy una palmadita en la cabeza y nos


fundimos en un beso, nuestras lenguas follando la boca del otro,
imitando sus empujones, y la tensión crece en él mientras gruñe
dentro de mí.

Empuje. Empuje. Empuje.

Se libera dentro de mí, y solo entonces me doy cuenta que ha


tenido tiempo de ponerse un condón en algún momento, y le rodeo
con las manos, deseando quedarme en sus brazos para siempre
mientras estamos unidos de la forma más primitiva.

—Remi —digo asombrada, aún sin creer lo que acabo de hacer con
este hombre que parecía casi feroz en su necesidad de mí.

De hecho, solo la idea me excita de nuevo, un calor abrasador me


llena la sangre.

Sin embargo, la frialdad parecida al agua helada se abalanza sobre


mí cuando me susurra:

—Amalia.

Y con esto, lo arruina todo y convierte en una burla la mejor


experiencia de mi vida.

El nombre de mi gemela siempre trajo alegría a mi corazón,


envolviéndolo con tanto amor y añoranza que no sabía cómo manejar
las emociones la mayoría de los días.

Ella me dio consuelo en mi tristeza.


Esperanza sobre mi futuro en el que podríamos volver a
encontrarnos.

Felicidad ante la perspectiva de no estar sola en el mundo y de


ganar más familia.

Después de todo, nuestro vínculo es eterno. Ni siquiera la ciencia


puede explicarlo.

Sin embargo, por primera vez en mi vida, el nombre de mi


hermana pronunciado al oído no me inspira ninguna de esas cosas y,
en cambio, la devastación se hunde en mi piel. Unas garras invisibles
desgarran mi carne mientras el dolor me aprieta tanto el corazón que
casi puedo sentir las gotas rojas goteando en el suelo, creando un
charco sangriento junto a mis pies.

¿Es esto lo que sintió Cenicienta cuando el reloj marcó la


medianoche y la magia que su hada madrina roció sobre ella empezó
a desaparecer, haciéndola dejar al príncipe a toda prisa?

Aunque mi cuento de hadas terminó antes de empezar de verdad,


y no habrá un zapatito de cristal que dejar para que me encuentre.

El hombre que inspiró la pasión y el deseo en mi cuerpo, creando


una profunda necesidad de él solo y despertando antojos dormidos
dentro de mí, nunca me quiso en primer lugar.

Quería a mi gemela.

Aunque esto no debería haberme sorprendido.

A medida que descubro más verdades sobre mi vida, más llego a


la conclusión que mi gemela siempre fue lo primero para todos, en
todo.
Y yo solo soy un premio de consolación, una niña no deseada y la
mujer equivocada que le tocó a Remi.

Por suerte, me crio un buen hombre que me quiso y me enseñó


una valiosa lección.

Nunca te conformes con lo segundo.

Así que, bloqueando cualquier otra emoción y el dolor que me


desgarra, empujo a Remi y me libero de su agarre.

Me ajusto rápidamente el vestido y me dirijo a la salida, con los


tacones haciendo ruido en el parqué. Me tapo los oídos cuando
pronuncia el nombre de mi gemela.

Tal vez mi padre haya tenido razón todo el tiempo.

Algunos pasados no deben ser perturbados, porque tienen el


poder de destruirte.
"La lujuria es considerada un pecado por algunos.
Porque rara vez alguien puede resistir su llamada prohibida.
Y lamentablemente...
Yo no soy una excepción a esta regla".
Penelope

Del Diario de Penelope…

Todos mis planes cuidadosamente elaborados sobre mi viaje a Chicago se


vinieron abajo.

Ahorrar todo el dinero ganado en mi trabajo secundario resultó ser una


buena estrategia, y conseguir una beca fue una agradable sorpresa. Esperé
todos los días a que saliera el programa internacional para poder solicitarlo,
solo para descubrir que los becados no pueden estudiar en el extranjero y
tienen que terminar su carrera aquí.

Y quizá eso no me hubiera detenido y hubiera intentado trasladarme a


Chicago, pero el repentino ataque al corazón de papá cambió todos mis planes
para siempre.

Los médicos le aconsejaron reposo en la cama y me advirtieron que


cualquier tipo de estrés en su estado podría volverse crítico.
Y si le planteaba la posibilidad de marcharme, se habría puesto furioso, y
yo no podía correr ningún riesgo con mi padre.

Sin embargo, seguí dando la lata a los investigadores, exigiéndoles que


encontraran respuestas, pero todos vinieron en blanco, sin encontrar a
Amalia e insinuándome sutilmente que me rindiera finalmente.

—A veces, la gente no quiere ser encontrada —fueron las palabras


exactas que utilizó uno de ellos.

Y últimamente, desde que las pesadillas cesaron hace un año y la


inquietud familiar no llena mi alma, me he preguntado si tal vez hay algo de
verdad en esta afirmación.

¿Y si Amalia construyó una nueva vida donde no hay lugar para su


gemela perdida?

En la universidad, durante nuestra clase de psicología, planteamos el


tema de cómo a veces la gente nos recuerda nuestro pasado que deseamos
olvidar, y no podemos soportar estar en su presencia.

¿Acaso mi naturaleza obstinada juega en mi contra en este momento, y


debo dejarlo pasar?

Sin embargo, no importa lo horrible que sea el pasado... la luz tiene que
brillar sobre él y descubrir sus secretos para que la gente pueda finalmente
seguir adelante.

Si mi hermana me hubiera tendido la mano, la habría escuchado.

Si mi hermana me rechaza una vez que mis ojos se posen en ella, lo


aceptaré.
Pero hasta entonces, con el eco del dolor que sacude mi alma dentro de
mí...

No abandonaré mi búsqueda.
Remi
—Amalia. —La llamo por su nombre, empujando a través de los
cuerpos hacia la salida, mi sola mirada advirtiendo a todos los que
están cerca que abran paso.

Si mi mujer cree que puede dejar que la toque y luego huir de


vuelta a Nueva York con su prometido, entonces tiene otra cosa
viniendo.

Mataré a Lionel delante de sus ojos antes de dejar que eso ocurra.

Una mano agarra mi codo, deteniendo mis movimientos, y me doy


la vuelta para arrancarla y dar un puñetazo al cabrón que se atreve a
impedirme perseguir a mi mujer, cuando veo a Octavius de pie frente
a mí.

—Remi. —El tono de advertencia se mezcla con sus ojos, que lo


dicen todo—. Sala de reuniones ahora.

—Suéltame. —Intento apartarme, pero su agarre es implacable, y


varios grados caen entre nosotros, la tensión crece rápidamente
mientras nos enfrentamos—. Cinco segundos, Octavius. Tienes
exactamente cinco segundos para dejarme ir, o me olvidaré que eres
mi amigo. —Vuelvo a mirar a la entrada, viendo a Amalia desaparecer
por ella, y el cazador que hay en mí solo canta una cosa.

Atrápala. Atrápala. Atrápala.


—Estás actuando como un loco. —Sus dedos se clavan en mi codo,
pero lo retuerzo, liberándome finalmente de él—. Traerás la guerra
sobre nuestras cabezas, y no dejaré que lo hagas.

—No eres el líder, Octavius. Recuerda tu lugar.

Sonríe, sus ojos se vuelven más fríos. —Sigue tu propio consejo,


Remi.

La gente se reúne alrededor, susurrando entre sí, mientras


Samantha se mantiene a varios metros de distancia, con el miedo
grabado en sus rasgos, ya que no sabe cómo reaccionar ante esta
situación.

Nunca nos peleamos, al menos no contra el otro.

—No tengo tiempo para esto. —Me doy la vuelta, lanzándome tras
Amalia, necesitando ponerle las manos encima antes que vuele,
cuando Octavius me detiene una vez más, maldición.

Y esta vez de una manera que no puedo ignorar.

—Tenemos reglas. Has jurado seguirlas.

Operamos con unidad, creando un frente poderoso que nada


puede romper, y en esto, todos se mantienen alejados de nosotros.

Lo que significa que cualquier pequeña cosa puede sacudir la


unidad y traer la caída a los cuatro involucrados, una de las razones
por las que hemos acordado votar las decisiones.

Si haces daño a uno de nosotros, también podrías habernos hecho


daño a todos.
Si un voto no es a favor de alguien, significa que uno de los cuatro
está solo y se ocupa de su situación por separado, sin poner en peligro
a nadie más.

El anillo en mi dedo me quema la piel, destellando un recuerdo en


mi mente tan brillante que es como si hubiera ocurrido ayer.

—¿Qué diablos es esto? —pregunto, cogiendo uno de los anillos con una
piedra negra, examinándolo de cerca.

—Estos son nuestros anillos. —Florian nos da el resto, cada uno de ellos
tiene una piedra preciosa de diferente color en el centro, a juego con nuestros
ojos, mientras que la forma general y el platino que lo rodea son idénticos—.
Con esto, formamos parte de los Cuatro Jinetes Oscuros, nuestra unidad.

—¿No es como una cosa de chicas? —pregunta Octavius, deslizando el


anillo en su mano—. Voto por tatuajes a juego.

—Haremos eso también. —Les enseño el diseño en mi libreta junto con la


cita. En el caos prosperamos—. Eso es lo que nos hace sentir vivos —
respondo, y todos nos reímos mientras la oscuridad se instala lentamente en
nuestros corazones cuando el significado completo de esto nos golpea.

Esos anillos representan para siempre una simple verdad.

Somos asesinos unidos por un horrible secreto del pasado.

Y por el juramento que todos hemos hecho hace unos segundos, firmando
juntos el pergamino con nuestras diez reglas.

—Caballeros, creo que se han olvidado de nuestro encuentro. —La


voz de Santiago me saca de mis recuerdos, y lo miro, sonriendo a
todos mientras nos echa los brazos por encima de los hombros, la
tensión vibra en él mientras aprieta los dientes—: ¿Están los dos locos
de remate? —Se pone de pie ante las mujeres que pasan y nos
fotografían—. ¿Haciendo una escena en medio de un club? —Nos
dirige hacia los ascensores. Me encojo de hombros y me adelanto
mientras todo mi interior se rompe en dos.

Ansío ir por mi mujer y atraparla rápidamente en este matrimonio


para que ningún bastardo vaya por ahí pensando que tiene algún
derecho sobre ella.

La otra parte de mí, la parte racional y cuerda que todavía piensa


varios pasos por delante, sabe que no puedo ignorar nuestras reglas y
actuar, porque mi acción, especialmente mi matrimonio, afectaría la
poca paz que tenemos con cierta hermandad.

Diez minutos.

Ellos pueden votar en diez minutos, y tendré su apoyo o me


volveré un rebelde en esta misión.

De cualquier manera, al final de mañana, Amalia llevará mi anillo.

El viaje hacia abajo es tranquilo, aunque el juicio silencioso en la


mirada de Octavius me perfora, y Santiago saca un cigarrillo de su
bolsillo trasero, encendiéndolo. Nos bajamos del ascensor y entramos
en la amplia sala de reuniones, que tiene una enorme mesa redonda
con cuatro sillas, un televisor colgado en la pared, portátiles y cuatro
tabletas.

Y un cuenco de oro justo en el centro de la mesa es donde


lanzamos nuestros anillos cuando tomamos decisiones importantes.

Cierro la puerta y pregunto:

—¿Dónde está Florian?


A pesar de cómo le gusta actuar a Octavius, no tenemos líderes en
nuestra hermandad oscura; cada uno de nosotros tiene el mismo
poder. Esa es la única razón por la que, con nuestros difíciles
caracteres, hemos conseguido mantenernos como una unidad durante
tanto tiempo.

Lo que significa que a pesar de mi complicada relación con Florian,


considerando nuestra historia pasada, no podemos decidir una
mierda sin él.

—Está en camino. Algo lo retuvo abajo. —Octavius agita la botella


de whisky y la vierte en un vaso antes de dejar caer también unos
cubitos de hielo—. Ya lo conoces.

Santiago se ríe, exhalando humo a nuestro alrededor. —Mujeres.

Correcto.

¿Qué más le interesa a Florian en este mundo además de las joyas


y las mujeres?

Excepto que Santiago se sorprendería de quién ocupó la mente de


nuestro amigo durante los últimos tres años y de cómo no todo es lo
que parece.

Que Dios nos ayude a todos entonces, porque Santiago lo mataría.

—Has estado obsesionado con Amalia todos estos años y sin


embargo nunca la has reclamado —dice Octavius, y la tensión se eleva
en el aire, tan espesa y pesada que casi se puede tocar—. ¿Qué quieres
realmente de ella, Remi?

—La quiero a ella.


—Lachlan la considera una hermana pequeña. Se mantuvo
civilizado hasta que salivaste tras ella desde la distancia, pero nos
advirtió a todos. Se ha comprometido con otra persona. ¿Y ahora la
has tocado y planeas qué? ¿Secuestrarla? —Da un gran sorbo a su
bebida—. La mujer tomó su decisión. Respétala. —Sin embargo, por el
desagrado que se percibe en su tono cuando habla de ella, está claro
que no la respeta.

Por otra parte, Octavius tiene un alto sentido de la moral, y


cualquier infidelidad en sus ojos es un crimen que nunca podría ser
perdonado.

Chasqueo los dientes al recordar su compromiso.

La noticia se dio a conocer hace unos meses. Al parecer, se


enamoró de un famoso violinista durante una de sus giras, y desde
entonces son inseparables. A decir verdad, no podría importarme
menos si lo intentara. Amalia no representaba ningún interés para mí
en aquel entonces, excepto por su apellido.

Así que todo lo que quería hacer era tomarla prestada solo por un
tiempo, sin dañar ni tocar un pelo de su cuerpo, y luego devolverla
sana y salva a Lachlan.

Sin embargo, después de esta noche, cuando sentí lo que era que
una mujer así me perteneciera, follármela tan fuerte y profundamente
que lo único que podía hacer era corear mi nombre... no la dejaré
marchar ni se la devolveré a un puto violinista.

Aunque su "hermano" presenta una pequeña complicación para


mí.
Lachlan Scott es el rey clandestino de Nueva York, uno de los
asesinos en serie más hábiles que hemos conocido, y conocemos tantos
que podríamos construir un puto estadio lleno de ellos. Gobierna a
sus protegidos con puño de hierro, y su reputación le precede. Todo el
mundo sabe que no hay que joderle a él ni a su ciudad, porque las
consecuencias son graves.

Sin embargo, nuestro valor neto es más o menos el mismo, así que
la mayoría de los días nos importan un carajo sus deseos o sus
estúpidas reglas. Sin embargo, tenemos que ser amables, porque no
queremos que aparezca en Chicago e intente reclamar nuestro
territorio. Por no mencionar que es varios años mayor que nosotros, y
su experiencia en la tortura podría ser admirada, o bien... sí.

Así que lo respetamos la mayoría de los días, aunque sus órdenes


me han molestado a sobremanera en los últimos años, aunque las
entendía.

Ninguno de sus protegidos tuvo una vida fácil, así que el hecho
que fuera protector con Amalia me impresionó, pero todos sabíamos
una cosa.

Para conseguirla, tendríamos que declararle la guerra, una guerra


sangrienta y cruel en la que nadie mostraría piedad o compasión por
los demás. Las alianzas y las amistades se pondrían a prueba, y solo
podría haber un ganador, siempre.

Aunque mis amigos trataron de evitarlo a toda costa, estaban de


acuerdo con ella antes de su compromiso; sin embargo, cambiaron de
opinión después.

Porque ella claramente hizo su elección.


Y nosotros no forzamos a las mujeres.

Nunca.

O al menos no lo hacíamos... hasta que Santiago secuestró a su


mujer.

—Ella es mía.

—Ella pertenece a alguien más. —Santiago aprieta la colilla de su


cigarrillo en el cenicero mientras mantiene su mirada en mí, sus ojos
abiertos preocupados y molestos al mismo tiempo.

Mi mejor amigo ha dominado sus miradas perforadoras a lo largo


de los años, y aunque tienen efecto en la mayoría de la gente, a mí me
resultan indiferentes.

—En cuanto vayas por ella ahora, empezarás una guerra. Lachlan
es despiadado. Ya ha robado a varios de nuestros empleados y les ha
ofrecido trabajo en su club. Arruinó el trato de Octavius. Las joyas de
Florian acaban de desaparecer de la última colección. Nos ha estado
advirtiendo todo el tiempo porque has pasado mucho tiempo en
Nueva York.

Cierto.

Fue divertidísimo erizarle la piel y mantener mis ojos en Amalia,


queriendo encontrar una oportunidad para ofrecerle un trato.

Su participación voluntaria en mi plan habría acelerado muchas


cosas, pero el destino tenía otros planes a la vista para ambos.

Santiago continúa, apoyándose en la mesa. —Amalia huyó de ti


esta noche. Algunas batallas están destinadas a ser perdidas, amigo,
para sobrevivir.
—No he llegado tan lejos en mi vida, amigo, perdiendo. —Me
tratan como a uno de los suyos, y por eso, siempre les estaré
agradecido.

Nunca me han faltado al respeto ni me han hecho sentir menos


que ellos.

Pero en momentos como este, deberían recordar mis orígenes y lo


que realmente me costó estar en la cima del mundo ahora mismo.

No se consigue el poder siendo amable y comprensivo.

—No voy a declarar la guerra por una puta —dice Octavius,


haciendo que mi atención se centre en él mientras una rabia afilada
corre por mis venas, despertando la bestia salvaje que hay en mi
interior rugiendo ante el insulto lanzado a la mujer que considero mía.

Al menos por ahora.

Tener apegos permanentes en nuestro mundo es peligroso; la vida


me ha enseñado que las cosas buenas le suceden a quien jodidamente
nunca lo espera.

Todos mis rezos y deseos han caído en saco roto, seguidos de las
despreciables risas de la gente que no merece respirar.

—Cuida tu boca, Octavius. —Mi voz se mantiene uniforme y baja,


aunque a nadie se le escapa el peligro que encierra. Puedo ser
comprensivo con su pasado y con el hecho que tenga emociones tan
fuertes sobre el tema, pero no va a insultar a mi mujer.

Se limita a sonreír, con la frialdad de su mirada mientras se acerca.


—¿O qué?
Sin pensarlo, echo el codo hacia atrás y le doy un puñetazo en la
nariz, haciendo que su cabeza se incline, su poderosa forma se
desplaza hacia atrás mientras un pequeño resoplido se desliza por sus
labios. El vaso de whisky cae al suelo, donde suena con fuerza y para
mi sorpresa no se rompe.

—O no te gustarán las consecuencias.

Santiago exclama en voz alta:

—Mierda —antes de lanzarse hacia nosotros.

Sin embargo, Octavius no tarda en encontrar el equilibrio y me


envía un golpe, más duro y peor que el que yo le di, golpeándome tan
fuerte en el estómago que el aire se me atasca en la garganta.

El cabrón malvado incluso clava sus nudillos en mi reciente herida


de bala, y una pequeña mancha de sangre aparece en mi camisa,
indicando que podría haber roto los puntos.

Tropezando, golpeo la pared con mi espalda, y un dolor agudo


recorre mi organismo. Juntando los labios, atrapo el gemido que está a
punto de salir de mi garganta, porque él no tendrá la satisfacción de
saber cuánto me ha dolido su golpe.

Puede que Octavius sea un hombre civilizado la mayor parte del


tiempo, que tiene que acatar las normas de la sociedad, pero en el
fondo es un bárbaro que se alimenta del dolor y el sufrimiento de los
demás.

Aunque sea su mejor amigo desde la infancia... en el momento en


que el cazador que lleva dentro olfatea la debilidad y la sangre, ataca
al oponente hasta que no queda nada más.
Se limpia la sangre de la boca. —¿Qué pasa, Remi? ¿No te gusta oír
la verdad?

—Mi mujer no es una puta —respondo, apartando a Santiago que


se interpone en mi camino probablemente con el objetivo de detener la
pelea, pero la ira que bombea mi sangre no le da la oportunidad de
hacerlo.

Además, a pesar de ser mi mejor amigo -un hermano en realidad


en todas las cosas que importan- no lo entiende.

Simplemente no lo entiende.

Un hombre al que se le ha dado todo lo que ha querido en bandeja


de plata desde su nacimiento nunca entenderá la necesidad de poseer,
de anhelar algo propio como yo lo hago ahora.

Y el recordatorio que Amalia no me pertenece y que se considera


unida a Lionel, a quien eligió voluntariamente como futuro esposo y
que siempre tiene una mirada de amor en su rostro cada vez que su
mirada se posa en él, no hace más que intensificar la locura que me
lleva al punto de la demencia.

Porque ayer, Amalia era solo un medio para un fin. Nunca planeé
tocarla, solo utilizarla para consumar mi venganza.

Su única cualidad tentadora era su verdadero apellido, que


esencialmente me daba una llave para desentrañar los secretos más
oscuros de ciertos segmentos de la sociedad.

¿Pero ahora? Después de verla aquí, de tocarla, de hundirme en


ella y de sentir su apretado coño envolviéndome la polla mientras sus
gemidos resonaban en mi oído, consumiéndome tanto que ya no me
importaba nada más que reclamarla...
La posesividad desconocida y la furia rabiosa odian a cualquier
hombre de este planeta que crea tener algún derecho sobre una mujer
que es mía.

Mía y de nadie más.

Que me maldigan si permito que algo me la arrebate ahora.

Octavius se encoge de hombros mientras se golpea la barbilla con


el dedo. —Está comprometida con otro hombre, y sin embargo se
acuesta contigo en nuestro club. A mí me parece una puta.

Mi rugido reverbera a través de las paredes mientras me abalanzo


sobre él, golpeándole en la clavícula, pero consigue bloquear mi
puntería y se inclina un poco, lo que nos hace volar a los dos al suelo,
donde empezamos a darnos puñetazos a ciegas, sin importarnos una
mierda dónde con tal de asegurar el dolor del otro.

Nuestros golpes son mezquinos, ásperos y cargados del deseo de


destruir al oponente para reclamar la victoria y ganar esta discusión
que ni siquiera debería pasar en primer lugar.

Nadie puede cuestionar, insultar o juzgar a mi mujer, y menos uno


de nosotros.

—¡Discúlpate! —grito, dándole una patada en las piernas, pero el


cabrón solo se ríe, encontrándolo muy divertido.

—No me disculparé por decir la verdad —me responde, me da un


puñetazo en el estómago y sisea de dolor cuando yo hago lo mismo, lo
que hace que afloje su agarre y me permita rodar hacia un lado,
apoyando las palmas de las manos en el suelo y levantándome.
Octavius hace lo mismo y, en un segundo, ambos estamos de pie,
uno frente al otro, con los pechos subiendo y bajando mientras
respiramos con dificultad.

Aunque la energía arremolinada sigue flotando en el aire,


consumiéndonos a ambos, poco a poco se vuelve más tranquila y
mortífera, deslizándose lentamente sobre mi piel mientras me
anuncia:

—No voy a arriesgar la hermandad porque hayas decidido


reclamar a una mujer tomada. —Levanta la mano, cortando mi
protesta antes que las palabras salgan de mi boca mientras la nueva
ira se abre paso en mi oscuridad, exigiendo que castigue más a
Octavius para que se atragante con sus palabras—. ¿Se casa con él en
dos semanas y folla contigo? Una mujer desleal nunca será la novia.
Amalia será la perdición de esta hermandad.

Ah, claro.

Octavius y sus reglas.

Aunque en esta regla en particular, la número diez, insistí cuando


era un tonto de dieciocho años que creía ser capaz de enamorarse de
una mujer algún día y quería protegerla a toda costa.

Incluso me llamaban el más romántico del grupo, lo cual es


hilarante, ya que solo tuve una novia en la secundaria y nunca tuve
ningún gesto romántico con ella. La chica acabó follando con Florian
en el baño de la fiesta, porque "quién podría resistirse a él" sus
palabras exactas.

A pesar que la chica me importa una mierda, sigo guardando


rencor hacia Florian, porque su traición caló hondo.
El muy imbécil ni siquiera puede explicar por qué hizo lo que hizo,
solo que fue por mi bien. Ni que decir tiene que todavía no lo he
perdonado. Lo que no impidió que fuéramos mejores amigos que
morirían el uno por el otro, por muy jodido que suene.

El resto de las mujeres simplemente fueron folladas y nunca


reclamaron. Nunca prometí compromiso a nadie.

Con un fuerte garabateo, Octavius termina de escribir en el pergamino


que pedimos, mojando su pluma en la tinta una última vez antes de poner un
punto en él.

—Así que nueve reglas en total, y tenemos que sellarlas con nuestra
sangre.

Florian coge el cuchillo, dispuesto a abrirse la palma de la mano, cuando


mi pregunta lo detiene.

—¿Qué pasa con las mujeres?

—¿Qué pasa con ellas? Puedes follar con quien quieras. Eso sí, mantenlo
cubierto, porque no necesitamos pequeños jinetes en nuestras vidas —dice
Santiago, estremeciéndose un poco ante la idea de traer un niño a este
mundo. Él ha sido el que más ha dicho que no quiere casarse nunca.

—Ja, ja. Vete a la mierda, Santiago —ladro antes de elaborar—. Si


alguno de nosotros reclama una mujer como propia, ¿qué pasa?

—Ehh, ¿depende de ti? —dice Florian, tan confundido con esta


conversación como el resto.

Es cierto.

Probablemente nunca piensa en el compromiso.


—Excepto que cuando un hombre toma a una mujer, comparte con ella.
Ella se convierte en parte de ti. Contradice la regla número cinco, en la que
no revelamos los verdaderos hechos de la hermandad.

Florian se pasa la mano por la cara, murmurando algo sobre mi


naturaleza romántica, mientras que Santiago resopla, su lenguaje corporal
muestra en todo su esplendor el desagrado que le produce mi declaración.

Octavius, siempre el pacificador, encuentra su voz primero. —Mira,


Remi...

—No. No voy a dejar esto al azar. Nos pondremos de acuerdo ahora


mismo, maldición, o esta hermandad seguirá sin mí.

Santiago se levanta, enfrentándose a mí, con la ira brillando en sus orbes


mientras sus puños se cierran.

Bueno, parece que una pelea a puñetazos será inevitable a estas alturas.

—¿Quién eres tú, Remi, para darme ultimátums?

—¿Quién eres tú para decirme que no puedo proteger a mi mujer?

—Ella ni siquiera existe. Es un concepto mítico que crees que algún día
querrás tener. —Me golpea en el pecho, y yo me balanceo un poco antes de
encontrar el equilibrio rápidamente y asestar mi propio golpe, enviándome,
volando a la pared, mi espalda golpeando la piedra con fuerza.

—¡Discúlpate, joder! —grito, moviéndome hacia él, y en su lugar me da


un puñetazo en la cara.

El resto de los chicos se levantan de un salto.

—Lo siento, Remi. ¿Te parece suficiente una disculpa? —pregunta con
una amplia sonrisa en la boca.
Me lanzo hacia él, dándole mis propios golpes en la cara mientras caemos
hacia atrás. Me golpea en el estómago y me doblo en dos.

Santiago puede ser un auténtico bastardo si quiere.

—Basta, los dos. —Ninguno de los dos escucha a Octavius, y


continuamos golpeándonos, los sonidos de los crujidos reverberan por el
espacio.

—¿Qué pasa, Remi? ¿Quieres una mujer propia para que compense tu
infancia?

Por supuesto.

Por supuesto que usa mi infancia contra mí, pero entonces, ¿qué hay de
nuevo? Después del infierno que ha soportado, Santiago siempre arremete de
la manera más despiadada.

—¡Cállate!

Me empuja más fuerte, y caigo sobre uno de los escritorios, donde


seguimos repartiendo golpes, solo para que yo le dé una fuerte patada, y como
resultado, los dos caemos al suelo.

Un segundo, Santiago está debajo de mí, y al siguiente, alguien me


levanta.

—¡Basta, Santiago, basta! —grita Florian, rodeándolo con su brazo y


manteniéndolo alejado de mí, mientras Octavius hace lo mismo conmigo,
ambos de pie uno frente al otro y respirando con dificultad. La sangre gotea
de sus labios, los moretones ya se están formando bajo su nariz, y siento que
mi frente gotea.

—Suéltame —ordena, pero Florian no le hace caso.


Cuando se trata de conflictos, es cuando brilla su determinación, porque
Florian nunca hace nada a menos que esté absolutamente seguro que todos se
han calmado.

—No hasta que los dos hayan terminado.

—Por favor, déjame ir. Estoy bien. No voy a hacer nada. —Octavius
espera un segundo como si contemplara mis palabras y asiente, dando un
paso atrás, y yo me ajusto la camisa, limpiando la sangre, y apunto con un
dedo a Santiago—. Tienes problemas.

Florian finalmente lo suelta, y se acerca a mí, sonriendo.

—Sí, tú también. —Nos miramos un segundo antes de abrazarnos,


dándonos palmadas en la espalda, y susurro—: Es importante para mí.

Especialmente después de lo que le pasó a mi familia y de cómo el


borracho de mi padre no pudo manejar estos cambios, por lo que casi nos
destruyó a los dos con sus decisiones.

—Sí, lo sé.

Aunque anhelo encontrar el amor de mi vida algún día para compartir


todas las dificultades con ella, si tales términos como almas gemelas
realmente existen en este mundo, entonces la mía es Santiago. Aunque
seamos un grupo reducido de cuatro, él es mi mejor amigo, la segunda mitad
de mi alma. Él es la tormenta furiosa que lanza truenos por el cielo, mientras
que yo soy la orilla pacífica. Es el imbécil cínico que cree que el amor es solo
una palabra, mientras que yo soy un romántico empedernido. Es un hombre
sofisticado y encantador, comparado con mis tendencias bárbaras... y a
primera vista, no tenemos nada en común.

Sin embargo, no confío en nadie más en este mundo que en él y no puedo


imaginar una vida en la que él no esté a mi lado.
—Escribe la ley —dice mientras nos inclinamos hacia atrás, y yo cuelgo
mi brazo sobre sus hombros, dando instrucciones a Octavius, que está de
vuelta en su silla, con la pluma en la mano goteando tinta sobre el
pergamino.

—Si uno de los Cuatro Jinetes Oscuros reclama a una mujer como su
novia, ella se convierte en uno de nosotros. —La pluma se rasca contra el
papel mientras continúo—. Ella tiene nuestra lealtad y protección.

—Espera. ¿Y si termina siendo una maldita perra que no merece la


confianza?

Ah, Florian, siempre el pesimista que nunca confía en las mujeres a pesar
de tener la intención de follarse a todo Chicago.

—Teniendo en cuenta quién está al otro lado… —Octavius se interrumpe


y deja de escribir—. Acabamos con ella.

—No sin una votación —advierto, conociendo sus ánimos.

Con nuestros asentimientos, esperamos a que Octavius termine y nos


cortamos las palmas de las manos una a una, sellando nuestros juramentos
con sangre.

Santiago da una palmada, arrancándome del pasado a la situación


actual. —Cállate por favor.

—Cállate también. —Florian elige este momento para entrar,


barriendo perezosamente su mirada sobre la escena que le rodea, y
luego se lleva un cigarrillo a la boca, moviendo el encendedor entre el
pulgar y el índice—. Creo que hay que encender la televisión. —Todos
le lanzamos una mirada de muerte, y él exhala dramáticamente—.
Tengo que hacer todo el trabajo en esta hermandad solo.
—La televisión es lo último que tenemos en mente ahora mismo.
Maldito voto, Florian —siseo, y él se limita a enarcar una ceja.

Coge el mando y lo pulsa mientras me hace una pregunta. —¿O


qué? ¿También me vas a pegar a mí? Ahorra fuerzas, nuestro bárbaro
romántico. —Me guiña un ojo, y mi pura voluntad me impide
golpearle en la cara.

Florian eligió un mal día para poner a prueba mi carácter exaltado.

Las imágenes de vigilancia aparecen en la entrada principal. —


Pensé que te interesaría ver esto.

Amalia aparece a la vista, corriendo angustiada por la acera,


mientras extiende la mano e intenta coger un taxi, entretanto se limpia
una lágrima que resbala por su mejilla.

Mis puños se aprietan solo con ver su miseria, sensaciones


incómodas me recorren al ver su tristeza, que habla de la parte oculta
de mí que creía haber perdido hace mucho tiempo.

Pero esa sensación se ve rápidamente reemplazada por la ira


cuando un hombre vestido de negro se acerca sigilosamente por
detrás de ella y le rodea el cuello con la mano.

Ella se debate en su agarre durante unos segundos, y luego,


lentamente, sus rodillas se tambalean. El hombre la coge en brazos y
la arrastra hasta un auto cercano.

Se marchan mientras el silencio se apodera de todos nosotros. La


furia hierve mi sangre, envenenando mis venas mientras mis oídos
bloquean casi todos los sonidos, dejando solo el poderoso rugido de la
bestia que llevo dentro al aparecer ante la perspectiva que mi mujer
esté en peligro.
Porque no pude protegerla a tiempo.

Florian rompe el silencio primero. —¿He mencionado que Lachlan


vino a Chicago? Tiene una mansión en las afueras de la ciudad.
Supongo que ahora quería ver a su supuesta hermana. —Me mira, sus
ojos verdes son ilegibles—. Si vas por ella, sí que empezarás una
guerra. Así que piénsalo bien por una vez en tu vida, Remi, y elige.

—No hay que elegir. —Me quito el anillo y lo arrojo al cuenco


dorado, donde suena con fuerza, anunciándoles mi elección, porque
no hay tiempo que perder.

Lachlan nunca hará daño a Amalia, pero mientras no esté


conmigo, nunca podré estar seguro de su seguridad.

Toda mi vida elegí lo que me convenía para avanzar en esta


sociedad, evaluando cuidadosamente mis opciones, porque tenían
mucho peso. No podía cometer ningún error, ya que todas mis
cagadas tenían mayores consecuencias que las de mis amigos.

Ni una sola vez elegí lo que mi inexistente corazón deseaba; las


preferencias personales no jugaban ningún factor en la forma de
avanzar hacia mi objetivo.

Sin embargo, por una vez, voy a pensar en mí mismo y a


complacer este nuevo anhelo de poseer a una mujer que me vuelve
loco con cada respiración.

Si eso es una locura, que así sea, porque para empezar no estaba
cuerdo.

—Voy por ella —les anuncio y me doy la vuelta, corriendo hacia la


puerta, preguntándome ya cuál de las mansiones pertenece a Lachlan.
La voz de Santiago me detiene con la mano en el picaporte
mientras dice:

—Somos una unidad.

Sin darles la espalda y todavía de cara a ellos, respondo:

—Estuve a su lado cuando tomaron sus decisiones. Decisiones


horribles que alteraron nuestras vidas. —Miro por encima de mi
hombro y noto que los músculos de sus mejillas se crispan. Aunque
por lo demás no tienen ninguna reacción externa a mi declaración.

Excepto Octavius.

Sus oscuros orbes parpadean con algo parecido al arrepentimiento,


pero rápidamente desaparece con indiferencia, ocultándome sus
verdaderas emociones.

—Nunca he mostrado mi juicio u opinión al respecto. Sus


decisiones fueron suficientes para mí. Pero tal vez esa sea la diferencia
entre nosotros y nuestra amistad. —Abro la puerta—. Después de
todo, siempre he sido el hijo de un jardinero entre príncipes. No tengo
un reino que arriesgar. —Antes que nadie pueda decir nada más,
cierro la puerta tras de mí y me dirijo a los ascensores, con la intención
de encontrar a mi mujer, al margen de todo lo demás.

¿Y si tengo que ir a la guerra solo y enfrentarme a Lachlan en su


territorio mientras lucho contra sus protegidos?

Que así sea.

Nunca he perdido una batalla en mi vida, y ciertamente no


perderé esta.
Penelope
Dolor.

Es lo primero que pasa por mi mente cuando giro la cabeza hacia


un lado y gimo cuando el mullido cojín se hunde debajo de mí, y el
dolor se extiende desde el cuello hasta el hombro.

Abro los ojos para volver a cerrarlos cuando miles de cosquillas


parecidas a la agonía me invaden, golpeándome desde todos los
rincones mientras la cabeza me da vueltas.

Dios, ¿me he vuelto a quedar dormida mientras leía un libro?

Creía haber superado esa tendencia de adolescente.

Colocando la mano en mi mejilla, la froto un poco antes de


levantarme sobre el codo y gemir de frustración cuando el dolor se
hace casi insoportable, la sangre corriendo hacia mis músculos
entumecidos y despertándolos sin piedad.

—¿Qué demonios? —murmuro, abriendo de nuevo los ojos y


mirando a mi alrededor, esperando ver una botella de agua solo para
parpadear de sorpresa.

Porque el entorno que me recibe no es uno que reconozca.

En lugar de mi habitación blanca y púrpura en Francia, con los


pájaros cantando desde la puerta de mi balcón, que suele estar abierta,
aparece una habitación blanca y desnuda, con un amplio sofá de cuero
en su interior y un pequeño escritorio a varios metros de distancia.
Una enorme ventana cubre una de las paredes, dejando que la luz
de la luna se cuele en el interior y se mezcle con la lámpara de araña
que brilla por encima de mí y que acentúa el vacío de la habitación.

Todo en ella apesta a frialdad, peligro y desesperanza, como si, por


mucho que uno se esfuerce, su vida siempre quedará en blanco como
esta habitación.

¿Dónde estoy?

—Por fin te has despertado. —Una voz profunda y ronca me


sobresalta, y me incorporo en mi asiento, mi mirada se dispara hacia
la derecha, donde un hombre alto y rubio que lleva un traje de tres
piezas que le sienta como un guante está de pie, haciendo girar un
vaso en su mano—. Empezaba a preguntarme si mis hombres habían
usado demasiado sedante para traerte aquí.

¿Sedante?

Con una sola palabra, todos los acontecimientos de esta noche se


me vienen encima: desde mi desastrosa visita al club, donde acabé
teniendo sexo con un tipo enamorado de mi gemela, hasta el
desconocido que me cubrió la boca con un paño de olor dulce.

Oh, Dios mío.

¡Alguien me ha secuestrado!

El miedo no se parece a nada de lo que he sentido antes y me traga


por completo. Es como si una cuerda tensa me rodeara el cuello y me
cortara todo el suministro de oxígeno, instándome a correr lejos, muy
lejos de aquí.
Porque incluso el propio aire está saturado de peligro y de una
oscuridad tan perversa que uno siempre debe mantenerse alejado de
él para sobrevivir.

Mis ojos recorren la habitación, buscando una salida y no


encontrando ninguna excepto la puerta que seguro está custodiada
por alguien, ya que mencionó a sus hombres. De todos modos, me
atraparía antes que diera dos pasos hacia ella.

—¿Quién eres tú? —pregunto, con la voz ligeramente temblorosa


mientras mis dedos empujan el dobladillo de mi vestido, tratando de
cubrirme lo más posible.

Solo entonces se registran en mi mente mis pies descalzos, sin


zapatos a la vista, por lo que deben de habérmelos quitado, pensando
unos pasos adelante.

Oh, Dios, oh, Dios.

¿Qué hace la gente en situaciones como esta?

Vagamente, recuerdo que mi padre me dio la charla hace unos


años que, debido a mi apellido, la gente podría secuestrarme para
pedir un rescate, por lo que debía tener siempre cuidado y no hacer
sonar nuestro apellido en ningún sitio.

En aquel entonces, sus palabras me parecieron paranoicas, pero


cuanto más tiempo paso en Chicago, más llego a la conclusión que mi
padre tenía razón desde el principio.

Chicago debe odiar a todos los Walshes, porque hasta ahora me


han tratado como una mierda casi todos.
—Si necesitas dinero, mi padre te pagará cualquier cantidad —
digo, haciendo lo posible por sostener su mirada mientras contengo el
pánico que se arrastra lentamente y que amenaza con borrar cualquier
pensamiento sensato.

Sus penetrantes ojos azules me escudriñan de pies a cabeza, con


una mirada aburrida que se posa en sus rasgos, como si no encontrara
nada interesante en ellos.

—Si de verdad te hubiera secuestrado, Penelope, ahora estarías


sufriendo en mi calabozo, suplicando que te perdonara la vida. —
Mira su reloj de platino que brilla bajo la luz—. Más o menos cinco
minutos.

Todo en mi interior se congela ante su admisión, un sudor frío me


recorre la piel mientras se me pone la piel de gallina y la bilis me llena
la garganta ante la imagen que ha pintado en mi mente.

Me deslizo hacia atrás en el sofá, presionando con fuerza, como si


pudiera protegerme de él mientras me pregunto frenéticamente qué
más puede querer este hombre de mí. No lo he visto nunca en mi
vida, pero una sensación de dominio y poder se filtra de él, casi
asfixiándome.

Probablemente la gente que se cruza con este hombre no vive lo


suficiente para contarlo.

—¿Quién eres tú ? —repito mi pregunta mientras busco en mi


memoria todas las charlas de mis clases de psicología sobre psicópatas
que hacen actos oscuros por diferentes motivos y cómo tratarlos.

Aunque a mi padre le resultaba extraño, mis programas favoritos


siempre incluían algún tipo de crimen, y podía pasarme horas viendo
documentales sobre asesinos en serie, fascinada y horrorizada por sus
mentes.

Sin embargo, en casi todos estos programas, la mayoría de ellos


tenían un aspecto espeluznante y llevaban una vida menos que
estelar, y este hombre no parece uno de ellos basándose únicamente
en sus apariencias.

Pero las apariencias engañan, así que hasta que no me diga qué
quiere de mí, no excluiré la posibilidad que sea un psicópata.

Ignora mi pregunta y continúa con su pensamiento anterior. —


Afortunadamente, has llevado una vida aburrida e inocente. No hay
que tener miedo. —Coge una silla cercana del escritorio y la arrastra
hasta el sofá, las patas rozando el suelo de madera y chirriando mis ya
tensos nervios—. Sin embargo, cierta situación requiere nuestra
mutua cooperación para que pueda ser beneficiosa para ambas partes.
—Se desabrocha la chaqueta del traje, echándola hacia atrás mientras
se acomoda en la silla, apoyando el tobillo en la rodilla mientras los
codos se apoyan en los brazos de la silla.

Sus palabras llenas de acertijos no tienen ningún sentido para mí.


—No lo entiendo. —El dolor de cabeza se intensifica y comienzan las
punzadas en mis sienes—. Creo que me has confundido con otra
persona.

La diversión destella en sus ojos, y su risa resuena en la habitación,


hueca por naturaleza, advirtiendo a todos sobre el verdadero carácter
de este hombre. —Yo no cometo errores. —Hace girar el vaso en su
mano y luego habla—. Remi Reyes. Un hombre que te considera suya.
Parpadeo sorprendida al oír su nombre, y mi cuerpo traicionero
deja que el calor me inunde, recordando lo que sentí al tener sus
fuertes y poderosos brazos abrazándome tan cerca que el mundo
exterior desapareció.

Y con él, todas las preocupaciones, mientras que nada más que el
placer existía para mí por primera vez en mi vida.

Todo esto era solo una ilusión, un fragmento de mi imaginación,


porque su pasión y todas las palabras sucias pertenecían a mi gemela.

Una gemela que debía conocer y querer, ya que me acechó en el


club y me reclamó casi al instante.

Y la idiota que soy creyó que realmente sentía esas emociones por
mí.

Tonta ingenua.

Este debería ser mi apodo.

Sacudiendo mi cabeza de los pensamientos sobre el misterioso


hombre que incendió mi cuerpo y guardándolos en la caja encerrada
en mi corazón, digo:

—No tengo ni idea de lo que estás hablando. —Mis dedos aprietan


con más fuerza el vestido—. Remi no me quiere. —Al menos esto es
cierto.

Su ceja se levanta. —¿Por eso te reclamó delante de todo el club?

Frunzo el ceño ante su pregunta. ¿Qué quiere decir con eso?

Todo lo que hizo fue bailar conmigo antes de llevarme al lugar


aislado donde tuvo sexo conmigo.
Estoy segura que ha tenido mucho sexo en su vida.

La rabia pura me invade mientras el monstruo de ojos verdes se


despierta dentro de mí, queriendo arañar su cara ante la perspectiva
que toque a alguien más como me tocó a mí o incluso se atreva a mirar
a otra mujer.

Es mío.

Sí, de acuerdo.

Estoy loca.

Los celos no tienen cabida en las relaciones de una noche o con un


hombre que nunca te ha deseado para empezar. Sin embargo, la
posesividad ajena es difícil de controlar y un sabor amargo me llena la
boca.

Quiero mucho a mi gemela a pesar de no haberla conocido nunca,


pero en este momento, la ira se arremolina en la boca del estómago al
saber que Remi la prefiere a ella antes que a mí. ¿Y no demuestra eso
lo superficial que soy?

El hombre se aclara la garganta, atrayendo de nuevo mi atención


hacia él. —Créeme. Remi quiere a otra persona. No a mí. —Pasa un
rato y digo—: Así que, por favor, déjame ir y resuelve el problema que
tengas con él. —Así podré volver al hotel, obtener información de Isla,
que decidió abandonarme en el maldito club, y olvidar todo lo que ha
pasado en Chicago como un mal sueño.

—Ah. ¿Te refieres a Amalia? —Un grito ahogado se desliza por


mis labios al escuchar el nombre de mi gemela—. La ha perseguido
durante los últimos años a pesar de mi desaprobación. Nunca me
gustó el cabrón, pero su determinación me impresionó.
¿Su desaprobación?

Giro las piernas hacia un lado, mis pies descalzos tocan el frío
suelo, mientras mi torso se balancea hacia delante. —¿Amalia?
¿Conoces a Amalia?

Una sonrisa perfila su boca. —Es una de mis protegidas.

¿Qué demonios? ¿Protegida? ¿Quiénes son estas personas? ¿Una


hermandad secreta o algo así?

—Isla tiene suerte que su mejor amiga esté casada con uno de los
nuestros. —Sujeta el vaso con más fuerza—. No apreciamos que los
extraños creen informes sobre nosotros.

Olvidando momentáneamente que este hombre me ha secuestrado


y amenazado a Isla -que al parecer ha omitido un dato importante,
como el de espiar a la gente de clase alta-, me levanto y junto las
manos.

—¿Amalia? ¿Dónde está Amalia?

Toma un sorbo y cuenta. —Tres. Dos. Uno.

El chasquido de los tacones en el suelo resuena antes que las


puertas dobles se abran de golpe y entre una mujer despampanante,
con una furia tan fuerte que siento que carga el aire a nuestro
alrededor.

El fuerte viento que viene de atrás hace ondear su cabello liso


hacia delante, mientras el vestido rojo de cuello alto y mangas largas
termina a medio muslo. El vestido muestra su cuerpo de la forma más
favorecedora y destaca la generosa turgencia de sus pechos y sus
largas piernas.
Sofisticada, elegante, preciosa.

Son solo algunas palabras para describirla, pero no le hacen


justicia.

Un maquillaje impecable acentúa sus altos pómulos y sus vivos


ojos oceánicos enmarcados por largas pestañas negras.

Mi corazón se hincha de felicidad y alegría. Estoy tan orgullosa


que lo único que puedo hacer es mirar a mi gemela después de todos
estos años, asombrada por su belleza.

Todo este tiempo, mientras me preguntaba sobre nuestro


encuentro y jugaba con miles de escenarios en mi cabeza, pensé que
verla por primera vez sería casi como ver mi reflejo en el espejo.

Oh, qué equivocada he estado.

Porque ella es la versión despampanante a la que nunca podría


llegar, un espejismo hipnótico del que no puedes apartar la vista.

¿Podría culpar a Remi por desearla?

Mi gemela, la otra mitad de mi alma, mi hermana, está por fin


aquí, frente a mí, y mis manos pican por recorrer su rostro para
confirmar que es real.

Se me llenan los ojos de lágrimas mientras mi estómago se agita,


mi corazón late con tanta fuerza que siento el pulso en el cuello, y
hasta el dolor de cabeza que tenía antes ha desaparecido.

Porque el secuestro ha merecido la pena si significa que realmente


voy a ver a mi Amalia.
—Amalia —susurro su nombre, dirigiéndome a ella por primera
vez, y doy un paso hacia ella, dispuesta a abrazarla y no soltarla
nunca.

Se me escapa un sollozo y me tapo la boca con la palma de la


mano, las emociones amenazan con desbordarme en este momento.

Incontables noches llenas de pesadillas. Investigadores privados


que me consideraban loca.

Después de todos estos años, ¡por fin la he encontrado!

Solo para detenerse bruscamente cuando su áspera voz sirve de


jarra de agua fría apagando mis felices emociones por este
reencuentro y anuncia que algunos sueños nunca están destinados a
hacerse realidad.

—¿Qué diablos estás haciendo aquí?

Cinco palabras.

Pero aplastan y queman la esperanza que floreció en mi pecho


todos estos años.

He encontrado a mi gemela.

Pero parece que mi gemela nunca quiso ser encontrada en primer


lugar.
"A veces, el destino no te da otra opción sino poner tu alma en el altar del diablo y
suplicar misericordia.
Incluso si todo dentro de ti arde con odio hacia la oscuridad en la que residen las criaturas
viciosas".
Penelope

Del Diario de Amalia…

Creo que mi teoría era correcta después de todo.

Tienes que rezar para que otro monstruo venga a matar al que está
destruyendo tu vida si quieres seguir viviendo.

Porque solo alguien que está permanentemente embadurnado de maldad


puede extinguir a los suyos. Además, los que viven en la oscuridad nunca
sueltan por voluntad propia a los que han atrapado en su infierno, y por eso
no se puede huir de ellos.

La cegadora luz del sol se cuela por la enorme ventana del hospital,
iluminando el espacioso lugar y mostrando su magnífica gloria. Los pájaros
gorjean en la distancia, anunciando la llegada de un nuevo día y disfrutando
del clima primaveral. Uno de ellos picotea el cristal, con la mirada puesta en
mí mientras sigue golpeando varias veces y vuelve a piar.
El olor a rosas y orquídeas me hace cosquillas en la nariz, atrayendo mi
atención hacia las diversas flores repartidas por la habitación. También me
fijo en el sofá que hay a varios metros de distancia y en una mesa redonda,
frente al televisor de pantalla plana que cuelga de la pared.

Las voces del exterior son amortiguadas, con médicos y enfermeras que
entran periódicamente, comprueban mis constantes vitales y me ponen al día
sobre mis diversas lesiones, que se están curando bien, y debería estar bien en
unas semanas.

Después que tenga suficiente terapia para caminar por mi cuenta y


mantener la comida dentro sin vomitar por todo el suelo.

Por suerte, no tuvieron que hacer nada con mis brazos, así que puedo
escribir estas entradas, porque los sentimientos que luchan dentro de mí
necesitan una salida; de lo contrario, podrían abrumarme. No confío en que
nadie aquí pueda manejar mis histerias.

Al menos no todavía.

Elijah tuvo la brillante idea de meterme en la celda con otra víctima, a la


que llamó Emerald, para que tuviera algo de compañía. Creo que estaba
obsesionado con ella y la mantuvo allí a la fuerza, ya que también tenía una
expresión sin vida que brillaba en sus ojos y que vi reflejada en el espejo.

Sin embargo, seguí actuando de mi parte y le hice creer que estaba un


poco desviada, porque arriesgarse a la ira de Elijah no era una opción.

Una noche, la puerta se quedó abierta y Emerald aprovechó la ocasión


para agarrarme de la mano y salir corriendo. La alarma sonó tan fuerte que
pensé que mis tímpanos iban a estallar. Encontramos las escaleras, listas para
escapar juntas, cuando tropezamos con tres hombres.
Aunque apenas tuve tiempo de fijarme en ellos, porque me caí por las
escaleras y me golpeé fuertemente la cabeza, ya llorando dentro de mi alma
antes que el olvido me reclamara que mi nuevo intento resultó inútil y me
esperaba más tortura.

Solo que mis predicciones no se cumplieron.

Los hombres que aparecieron no trabajaban con o para Elíjah. No, en


cambio, pertenecían a una especie de hermandad oscura, y volaron todo el
lugar, liberando a todas las almas ocultas atrapadas en él.

Un rey del inframundo y sus fieles caballeros oscuros.

Desperté en una habitación de hospital donde los médicos me aseguraron


que podían curar todas mis heridas y me aconsejaron que guardara reposo.
Acepté su ayuda, sin querer morder la mano que me había salvado.

Además, la vida me enseñó una cosa... nunca actúes según tus emociones,
y estudia primero tu entorno antes de tomar cualquier decisión precipitada.

No hice muchas preguntas, solo obedecí todas las órdenes y vi la


televisión, aprendiendo muchas cosas nuevas sobre el mundo moderno, y leí
los libros que me trajeron.

Entre esos libros, encontré un diario vacío, que por primera vez me dio
tanta felicidad que rompí a llorar, llorando tanto y durante tanto tiempo que
una enfermera tuvo que darme un sedante.

Según ella, era normal experimentarlo todo bajo un fuerte estrés, pero,
aun así, me limité a asentir y me negué a ver a un psiquiatra.

Esa gente aún podía hacerme daño, y yo no iba a darles ningún arma para
que la usaran contra mí.
Al cabo de dos semanas, apareció un hombre cuya aura de dominio y
poder llenaba el espacio circundante, lo que me hizo sentarme y observar cada
uno de sus movimientos con cautela, sabiendo que, si este hombre desataba su
ira contra mí, no sobreviviría.

Mi primer instinto fue salir corriendo; ninguno de los hombres de mi vida


había sido amable conmigo, pero me quedé helada cuando, en lugar de decir
nada, dejó caer una carpeta sobre mi cama de hospital.

Al recogerla con manos temblorosas, jadeé al ver los informes sobre la


muerte de Jonathan y cómo ese monstruo se casó de nuevo después de echar a
mi tía y violar a otra hijastra. Lo encontraron en el bosque, con los miembros
cortados y la cara apenas reconocible.

Y la parte oscura de mi interior, la que disfrutaba haciéndole daño, casi


lloró de placer al encontrar esta justicia adecuada, aunque fuera horrenda.

De todos modos, nada lo habría detenido, excepto la muerte.

También había un informe sobre Beatrice, que luchaba por encontrar otro
tonto que se casara con ella y necesitaba desesperadamente dinero para seguir
con su vida.

El hombre finalmente habló cuando levanté la cabeza, su mirada se centró


en mí, pero era tan inexpresiva que no pude predecir lo que sentía.

—Ya no tienes un pasado que te persiga. Eres libre de hacer lo que


quieras. —Tragué con fuerza, ligeramente perdida ante sus palabras, con la
garganta tan seca que no podía pronunciar nada, pero afortunadamente
continuó—. Todos los demás han encontrado su hogar. Tú no tienes
ninguno. Si quieres, puedes venir conmigo.
Mis ojos se ensancharon, el miedo me envolvió cuando ciertas imágenes se
reprodujeron en mi mente, creando imágenes bastante sangrientas, pero él las
calmó rápidamente.

—No hacemos daño a los inocentes, y nunca quitamos la libertad a los


que la ansían. Puedo darte una nueva vida. Una en la que nadie se atreva a
hacerte daño de nuevo. —Su voz tenía mucha convicción, y por el acero
implacable que sonaba en su tono, supe que era la verdad.

Aclarando mi garganta, finalmente encontré el valor para responder. —


Gracias por salvarme la vida, pero... me gustaría estar con mi gemela.
¿Podrías encontrarla en su lugar? —Me retorcí las manos, con el corazón
latiendo tan fuerte en mi pecho que sentí el pulso en mi cuello, y algo destelló
en su cara antes que asintiera.

—Por supuesto. —Con esto, se dio la vuelta, listo para irse, pero mi
siguiente pregunta detuvo sus movimientos.

—¿Cómo te llamas? —Por alguna razón, necesitaba saber el nombre de


mi salvador, porque, aunque participara en cosas horribles, le estaría
eternamente agradecida a él y a sus amigos.

O a quienquiera que fueran todos estos hombres.

—Lachlan Scott.

Así es como aprendí el nombre y después la importancia que tiene en el


mundo.

Y aunque todavía existe el temor que se transforme en un monstruo que


anhele desgarrar mi carne, la conocida esperanza arde más y más cada día en
mi alma cuando mis días aquí llegan a su fin.
Porque Lachlan, como prometió, encontró a mi hermana, y su avión
privado me llevará a Francia de inmediato.

Incluso hizo mi pasaporte y todo el papeleo, reclamándome como su prima


lejana y dándome temporalmente su apellido. Sabía que no lo necesitaría una
vez que conociera a Penelope.

Mi corazón se aprieta con fuerza, y ahora las sonrisas adornan siempre mi


boca. Mi felicidad consigue bloquear los gritos en mi cabeza que me
despiertan por la noche y las voces que me susurran al oído que ataque a los
hombres que me rodean, ya que a veces sus caras se funden con las de
Jonathan o Elíjah, haciéndome perder la cabeza.

Pero me mantengo fuerte, resistiendo la atracción, porque tengo una


razón para vivir.

Penelope.

Cuando esté en sus brazos, todo estará bien.

La pesadilla finalmente terminará, y viviré feliz para siempre como en


todos los cuentos de hadas.

Con Penelope a mi lado.


Penelope
Amalia me examina de pies a cabeza. Tiene los brazos cruzados,
las uñas rojas clavadas en los codos, mientras sisea:

—¿Tienes idea del lío que has creado? —Mira al hombre y se


dirige a él por primera vez—. Lachlan. ¿Por qué no la enviaste a
Francia?

—Cuida tu tono cuando me hablas, Amalia.

Está claro que nadie le da órdenes ni levanta la voz en su


presencia.

Espera.

¿Enviarme a Francia? ¿Lío?

El zumbido en mis oídos comienza mientras una horrible


realización baila en los bordes de mi mente, pero me niego a verla,
porque la cantidad de dolor podría ser catastrófica para mí.

—Sabes de mí. —Las palabras se escapan de mi boca antes que


pueda detenerlas, y la atención de Amalia vuelve a centrarse en mí—.
Todos estos años... ¿sabías de mí?

En los momentos de desesperación por no poder localizar a mi


gemela, me preguntaba si tal vez ella también me buscaba a mí.
Aunque esta idea rara vez se me pasó por la cabeza, porque papá y yo
éramos muy fáciles de encontrar.
Una búsqueda en Internet habría dado resultados, así que supuse
que nuestra tía guardó el secreto y se lo llevó a la tumba. Murió hace
un par de años en un accidente de barco.

Desgraciadamente, la verdad era mucho más sencilla de lo que


podía prever.

Ella lo sabía y no tenía ningún deseo de ponerse en contacto


conmigo.

—Beatrice me lo dijo cuando tenía cinco años. En comparación


contigo, yo no vivía en un castillo con un padre que me adoraba. —
Parpadeo varias veces ante el dolor y el disgusto que se desprende de
su tono. Las cuerdas de mi alma y el familiar dolor de mi pecho
empiezan a palpitar—. Repito: ¿qué demonios haces aquí?

Me quedo inmóvil cuando unos ojos azules idénticos me miran


con tanto odio que me queman por dentro y me llenan de confusión y
desesperanza. Doy un paso atrás, su ira me hiere físicamente en este
momento.

—Quería verte. —Me engancho unos mechones de cabello errantes


detrás de la oreja y me estremezco un poco ante la repentina frialdad
que se instala en mi piel—. Desde que cumplí quince años y me enteré
de ti, es lo único que he querido —susurro mientras el silencio cae en
la habitación, casi derrotado y pesado por naturaleza, mientras
nuestras miradas chocan.

Una sola lágrima resbala por mi mejilla y la seco, negándome a


llorar ahora que mi gemela ha dejado bien claro que me desprecia.
Un reencuentro con el que he soñado durante tanto tiempo, que se
suponía que iba a curar una vieja y enconada herida, en lugar de eso
ha echado sal sobre ella y ha intensificado el dolor.

¿Has pensado alguna vez que tal vez Amalia vive una vida tranquila y no
necesita que la perturbes con la verdad o con viejos recuerdos?

Tal vez debería haber confiado más en mi padre a la hora de juzgar


el carácter de las personas.

Porque él predijo con exactitud nuestro reencuentro y, en


comparación conmigo, nunca vivió con la ilusión que Amalia me
recibiera con los brazos abiertos.

Por un segundo, una emoción que no puedo nombrar reluce en su


rostro, dejándome ver bajo el duro exterior que presenta, pero
desaparece tan rápido que creo que mi corazón lleno de esperanza lo
ha imaginado.

Mueve la mano de arriba a abajo. —Bueno, ya me has visto. Ahora


puedes volver a Francia y dejar de enviar investigadores privados tras
de mí. —Mis ojos se ensanchan ante esto; ella debía de estar al tanto
de todos ellos y se había escondido de mí. Dios mío, qué ingenua he
sido—. Ya has llamado bastante la atención sobre mí al ir al club de
los Cuatro Jinetes Oscuros.

—Me temo que es imposible que se vaya ahora —dice Lachlan,


frotándose la mano en la barbilla—. Remi la reclamó en el club y la
codicia. Aunque se vaya al fin del mundo, él la seguirá. —Le guiña un
ojo a Amalia—. También pone en riesgo tu boda.

Boda.
A duras penas contengo la risa histérica que está a punto de brotar
de mí ante esto y aprieto los puños con fuerza, dejando que las uñas se
me claven en las palmas y casi me hagan sangre. El dolor me pega al
presente.

Mi gemela está a punto de casarse y no me quería con ella. Y lo


que es peor... me acosté con un hombre totalmente obsesionado con
ella que ahora cree que tiene una oportunidad con ella.

Soy como un amuleto de la mala suerte que les ha jodido la vida y


los planes solo con mi presencia, y quieren que desaparezca.

Si bien puedo lidiar con todo eso, el rechazo de mi gemela es tan


profundo que no estoy segura que haya una forma de curar el
moretón que se está formando en mi alma.

Amalia se queda con la boca abierta y resopla exasperada,


pasándose los dedos por el cabello mientras sus ojos me lanzan dagas.
Creo que, si tuviera un cuchillo de verdad ahora mismo, me
apuñalaría hasta la muerte.

—¿La reclamó en el club? —sisea—. ¿Cómo si te hubiera follado?

Me estremezco ante las crudas palabras, retrocediendo aún más


hasta que la parte posterior de mis rodillas choca con el sofá. Evito su
mirada mientras la humillación me invade al hablar de esas cosas con
ese tal Lachlan en la habitación.

—Sí.

Amalia, sin embargo, no tiene piedad de mí y me lanza otra


pregunta, esta vez con cinismo y burla recubriéndola como si casi le
diera placer.
—Sin embargo, ¿te folló a ti o pensó que era yo?

—Tú.

El silencio sigue a mi respuesta; solo el reloj de madera hace un


fuerte tictac en la pared. Me concentro en mi respiración, sin dejar que
el pánico se apodere de mí, y me pregunto qué tan rápido puede
terminar todo esto para poder regresar a casa.

Papá siempre tuvo razón. Chicago no es para mí, y nunca debería


haber puesto un pie en esta maldita ciudad que no me ha traído más
que disgustos.

La suposición de Lachlan no me asusta. Cuando Remi se entere no


tocó a la verdadera Amalia, me ignorará. Me muerdo el labio inferior
ante la dolorosa punzada en mi corazón.

Sin embargo, parece que Amalia está empeñada en destruirme. Su


siguiente afirmación, escupida con rabia, hace que me deje caer en el
sofá, luchando por respirar.

—Lleva años acosándome. Un psicópata completamente


obsesionado que apenas ha aceptado un no como respuesta.

¿Psicópata? ¿Qué quiere decir con eso?

Se ríe, aunque carece de humor. —He rechazado todos sus avances


y regalos. ¿Y ahora, cuando estoy a punto de casarme con el hombre
que amo, tú me lo fastidias todo? —La última parte la grita mientras
su pecho sube y baja.

El remordimiento me cala en todos los huesos del cuerpo,


exigiéndome que calme su angustia, porque solo la idea de herirla me
produce miseria. —Lo siento. —No sé qué más decir, y por la forma
en que la furia se desliza por sus rasgos, le importa un bledo mi
remordimiento.

De hecho, eso solo alimenta más su ira. Me sorprende que no le


salga humo de las orejas a estas alturas. —Bueno, tu arrepentimiento
no va a arreglar las cosas, ¿verdad, Penelope? —Se pellizca el puente
de la nariz y se vuelve hacia Lachlan, que sigue dando sorbos a su
whisky con una expresión indiferente en la cara, lo que hace imposible
calibrar sus verdaderos sentimientos al respecto—. Enviémosla a París
en un avión privado y yo me encargaré de Remi.

Me invaden unos celos irracionales ante la idea que ella -con toda
su belleza- esté en el mismo espacio que él. Mi interior me exige que
se lo impida, porque él es...

¿Qué?

El aire de aquí debe estar envenenando mi sangre; mi estupidez no


puede ni siquiera medirse en la situación actual.

¿Y qué quiere decir ella con lo de manejarlo, de todos modos?

Según el abogado del bufete, nunca se reunió con él ni aceptó su


herencia, así que ¿cómo tiene dinero y poder para ir contra los
poderosos Cuatro Jinetes Oscuros?

Lachlan debe ser muy rico si ha conseguido mantener a Remi a


raya todo este tiempo, y a juzgar por cómo Amalia le muestra respeto,
es importante para ella.

Parpadeo y luego les presto más atención, mi mirada se desplaza


entre los dos, y una pregunta se desliza por mis labios.
—¿Eres su prometido? —Eso explicaría su carácter protector y su
disgusto con toda esta mierda.

Amalia me mira como si estuviera loca, mientras Lachlan levanta


la palma de la mano y la voltea mientras el anillo que lleva en el dedo
-una simple banda de platino- brilla bajo la luz.

—Ya estoy casado y tengo una hija. —Por como la posesividad


resuena en su respuesta, no deja duda que su obsesión por su esposa
rivaliza con la de Remi hacia Amalia.

Me pregunto si la belleza es el requisito para que un hombre te


desee tanto, o hay alguna otra cualidad mágica.

O simplemente una falta de pensamiento racional.

¿Quién se casaría voluntariamente con un psicópata? No es que


Lachlan dé la impresión de serlo, pero cualquier hombre que secuestre
a la gente por la razón que sea no puede llamarse cuerdo.

Gruñendo para mis adentros por mi extraña mente a la que le


gusta pensar en las cosas más aleatorias en momentos inapropiados,
digo:

—Déjame hablar con él. Después que le explique, estoy segura que
no volverá a molestarte. —Me esfuerzo por decir las palabras que
saben a veneno en mi lengua—. Entonces compraré un billete en el
primer vuelo y no tendrás que volver a verme.

Apretando mi vestido entre las manos, rezo para que rechace mi


oferta y cambie de opinión sobre nuestro reencuentro, haciéndome
saber que todo esto ha sido solo un mal sueño y que podemos volver a
empezar.
Aunque sea egoísta, porque probablemente no tuvo una vida fácil.
Si no, no me odiaría tanto.

La risa de Amalia resuena en el espacio, y trago saliva, ya que el


sonido me rompe el corazón en pedacitos, esparciéndolos por el suelo
impecable para que todos los vean. —Siempre supe que eras ingenua.
Pero no esperaba que fueras tan estúpida.

Mi cabeza se levanta ante esto. El enojo recorre mi cuerpo,


cubriendo el dolor que se arremolina en mí ser y recordándome que
quiero a mi gemela con todo lo que tengo.

Pero nadie puede burlarse de mí o, peor aún, tratarme como un


felpudo o un saco de boxeo para su ira.

—Si amar a alguien y querer arreglar mis errores significa ser


estúpida, entonces por supuesto que lo soy. Lástima que no tengas ni
idea de esas cosas. Quizá entonces no te comportarías como una perra
conmigo. —Me tapo la boca en señal de sorpresa por lo que acabo de
decir, y por cómo Amalia parpadea varias veces, sé que he conseguido
sorprenderla incluso a ella.

Sin embargo, antes que nadie pueda reaccionar a mi afirmación,


una alarma penetrante estalla a nuestro alrededor, tan fuerte y
molesta que hago una mueca de dolor y me tapo los oídos, mientras la
sirena se intensifica a cada segundo.

—Bueno, parece que Remi nos ha encontrado —dice Lachlan y se


levanta, colocando el vaso en la mesa cercana—. No te muevas —le
ordena a Amalia y luego desaparece detrás de la puerta, mientras la
alarma hace que sea casi imposible concentrarse.
Finalmente, la alarma se detiene y exhalo aliviada, pero entonces
sus palabras se registran en mis oídos, congelándome en el acto. Mi
corazón casi se detiene y luego galopa en mi pecho, y me levanto de
un salto.

—Remi está aquí. —Me lanzo hacia la puerta, queriendo llegar


hasta él y explicarle este gran malentendido.

Amalia me coge por el codo y me tira hacia atrás con tanta fuerza
que tropiezo un poco. —Ya has hecho bastante. —Nos ponemos cara a
cara, y me horroriza ver el brillo cruel en sus ojos—. Ahora no nos has
dejado otra opción que declarar la guerra.

—Guerra —repito confundida.

—Sí. Llevamos una década de odio reprimido hacia el otro, y tú


acabas de darles una razón para liberarlo finalmente.

Nada de esto tiene sentido para mí.

¿Pertenecen a algún tipo de mafia, y se cruzaron en el pasado, o


qué? Es cierto que secuestrarme no los pinta de la mejor manera, pero
la gente rica hace cosas raras como esa todo el tiempo para establecer
su poder.

Ha habido rumores sobre los Cuatro Jinetes Oscuros y sus diversas


hazañas, aunque nadie ha tenido pruebas para acusarlos, así que lo
consideré una leyenda urbana.

¿Tenía algo de verdad, después de todo?

Esto se suma al pánico que se arremolina en mi estómago,


haciéndome sentir náuseas mientras el sangriento cuadro que se pinta
en mi mente crea horribles perspectivas para mí en el futuro.
—No lo entiendo.

—Dios mío, ¿cómo se me ha pasado que vinieras aquí? —


murmura Amalia en voz baja, añadiendo más gasolina al fuego que
me destruye por dentro, mientras mi mente intenta desesperadamente
encontrar una solución a este lío.

Solo quiero ir a casa ahora y encontrar consuelo en los brazos de


mi padre. Él encontrará la manera de arreglarlo todo. —Si me
hubieras buscado y me hubieras dicho que no querías verme, no
habría venido. —Pasa un tiempo y le pregunto—: ¿Por qué no lo
hiciste?

Ella se queda quieta ante esto y me suelta, dirigiéndose a la barra y


cogiendo una botella de whisky. Vierte una generosa cantidad en un
vaso, bebe un gran sorbo, y en ese momento veo realmente lo lejos
que estamos la una de la otra.

Y no es solo porque hayamos crecido en circunstancias diferentes.


Amalia ha puesto entre nosotras una barrera como un muro de
ladrillos que no se puede romper.

—¿Qué sentido tiene? Nunca entenderías el infierno que viví.


Después de todo, tú eras el rayo de sol de nuestro tío, mientras que
nuestra tía se encargaba de destrozarme. Yo vivía en una pesadilla
interminable mientras tú prosperabas.

Su amargura y su dolor -ocultos tras la dureza del exterior- me


apuñalan profundamente el corazón. Aprieto mi puño, queriendo
correr hacia ella y abrazarla, reconfortarla de las pesadillas de las que
no tengo ni idea.
Sin embargo, sé que ella las vivió, porque sentí su dolor desde la
distancia, despertando de imágenes horribles con un vacío en el
pecho, y nada podía calmarme.

Dicen que la conexión entre gemelos es legendaria, y no sé si es


cierto para la mayoría de la gente, pero para mí... lo es.

Esta es una de las razones por las que nunca he renunciado a


encontrarla y a colmarla del amor que mi familia tiene en abundancia.

Pero la juzgué mal.

A veces el amor es parecido a una tortura para los que nunca lo


han tenido. Les recuerda lo que el destino les robó, y no pueden mirar
más allá.

Y para Amalia, yo soy una representación viviente de lo que


podría haber tenido.

—Somos gemelas —digo, y eso me hace ganar otra risa, esta vez
más despiadada y fría que la anterior.

—Solo por la sangre. Pero resulta que la sangre no es más espesa


que el agua. —Me estremezco ante su tono duro y casi gimoteo de
desesperación cuando no deja lugar a dudas sobre sus emociones—.
Entiende la indirecta, Penelope. Crecimos separadas la una de la otra,
y nuestras vidas no podrían ser más diferentes si lo hubiéramos
intentado. ¿Qué esperabas de todos modos? ¿Un reencuentro con
unicornios y arco iris?

Abro la boca para contestarle, pero entonces los disparos resuenan


en las paredes, despertando el miedo en mi interior mientras el terror
hunde lentamente sus garras en mí.
—Dios mío —susurro, corriendo hacia la ventana, pero en la
oscuridad de la noche, no puedo ver nada, solo pequeños destellos de
luz acompañados por los sonidos de los disparos—. Tenemos que
hacer algo. —Si Remi llegó solo a reclamar a Amalia, significa que lo
superan en número, y solo la idea que esté herido me hace querer
salvarlo y protegerlo de cualquier daño.

Puede que no me quiera, pero para mí siempre será especial,


aunque sea una estupidez.

Amalia da otro sorbo y luego tamborilea con los dedos sobre el


vaso mientras mi pulso se acelera. Las palmas de mis manos se
humedecen, el sudor se rompe en mi espalda mientras se producen
más disparos.

—Van a matarse entre ellos.

Si no le importa Remi, debería pensar en Lachlan, que tiene mujer


e hijo.

¿No debería hacer algo al respecto? Seguro que un hombre como él


no actúa solo.

La energía cambia en la sala, se vuelve más electrizante, y vuelvo a


centrarme en Amalia mientras bebe otro sorbo antes de dejar caer el
vaso sobre la mesa.

Una sonrisa curva su boca, implacable en su naturaleza, que casi


cuenta por sí sola de lo que es capaz. Se acerca a mí, con una
expresión ilegible en sus rasgos, mientras sus ojos azules brillan con
anticipación.

—¿De verdad quieres arreglarlo? —Hace girar su dedo en el aire—


. ¿Expiar todos los problemas que has traído a la cabeza de mi familia?
Ignorando el dolor punzante que se desliza por mis venas al ver
que considera a otras personas como familia mientras tiene poca
consideración por mí, asiento con la cabeza, deseando traer la paz a
este lugar. No quiero la muerte de nadie en mi conciencia.

—Bueno, entonces tengo la solución perfecta.

—¿Cuál es? Haré lo que sea.

Y cuando me lo dice... desearía no haber hecho nunca tal promesa.

Porque su petición es tan horrible y escandalosa que debería salir


corriendo.

En cambio, acepto.

Porque la vida ya ha castigado bastante a mi hermana, y se merece


un poco de felicidad.

Quizá haya llegado el momento de sacrificarme en nombre de la


familia.

El dicho es correcto después de todo.

Ten cuidado con lo que deseas.

Porque tiende a hacerse realidad.


Remi
Levantando la mano en alto, aprieto el gatillo varias veces más,
disparando balas al aire. Quiero alertarles de mi presencia, porque
mis zapatos de cuero no hacen ruido sobre la hierba perfectamente
cortada que rodea la vasta propiedad de Lachlan.

Adquirió esta mansión de tres niveles hace dos años. Al parecer, se


levanta sobre una enorme extensión de terreno vacía, según el informe
que he descargado de camino aquí. El maldito nunca viene a la
ciudad, y la única razón por la que se molestó en comprar este lugar
fue para mostrarnos su poder.

Puede que sea el rey de Nueva York, pero Chicago nos pertenece.

Nos odiamos mutuamente y despreciamos las costumbres del otro;


además, nos parece escandaloso y difícil de tratar. Lachlan y sus putas
reglas nos aburren hasta la saciedad, ya que nosotros prosperamos en
el caos y nos regodeamos en la libertad que crea.

Él, en cambio, gobierna su reino con puño de hierro, y aunque los


hombres que le son leales podrían rivalizar con él en fuerza y poder,
todos sabemos quién es el líder entre ellos.

Después de todo, todos están en deuda con él, y esto crea el tipo de
lealtad que dura toda la vida.

Por otra parte, trata con jóvenes psicópatas al borde de la locura,


reuniéndolos de todo el país y enseñándoles formas de canalizar su
ira en algo más útil que perder la cabeza.
Como matar a los cabrones que se lo merecen y, en esto,
enfrentarse a su pasado. Con los que no lo hacen, acaba rápidamente
con ellos.

Todo monstruo conoce la única regla de oro absoluta.

Si se pierde la cabeza... la persona será destruida por su deseo de


sangre, y el dolor dañará a los que la rodean.

Lo que no puede ser controlado, no puede ser curado.

Lachlan tiene mi respeto por hacer el trabajo del diablo, y eso es


todo. Ya me he hecho el simpático durante mucho tiempo con todo el
asunto de Amalia.

Cambiando el cargador de mi pistola, apunto a la estatua de


mármol que representa a Zeus y sonrío cuando se rompe en miles de
pedacitos, destruyendo la obra del artista en cuestión de segundos.

El dios del trueno siempre me ha inspirado odio, porque sus


valores y acciones me recuerdan que son suyos.

El hombre que me negó la vida y mi derecho de nacimiento en el


momento en que respiré por primera vez.

Una criatura poderosa que juega con el destino de las personas a


su antojo sin tener en cuenta sus sentimientos con tal de mantenerse
en la cima.

Ni siquiera perdonó a su propia hija.

—Ah, qué falta de respeto hacia mi arte. —Una voz profunda me


saca de los recuerdos que amenazan con aplastar mi cordura, y miro
al frente para ver a Lachlan salir de la mansión, con su bastón de
metal brillando a la luz—. Esperaba algo mejor de ti, Remi.
—¿Dónde está Amalia? —No tengo tiempo para los juegos
mentales que planea jugar y decido ir al grano. Cuanto antes me la
entregue, antes acabará toda esta mierda.

Se acerca a mí lentamente; el cabrón mide cada paso mientras


mueve el bastón de un lado a otro. —Donde ella debe estar. Con su
familia y su prometido.

Los celos y la posesividad me invaden, sangrientos y viciosos por


naturaleza, dispuestos a matar a cualquier hombre que se crea con
derechos sobre mi mujer, especialmente al que le puso un puto anillo
en el dedo y anunció al mundo entero que es suya.

Amalia es mía. Mía y de nadie más.

Puede que mi obsesión haya tardado más en mostrarse ante mí,


pero una vez despertada, nunca desaparecerá.

No debería haber venido a Chicago si quería una vida tranquila


con un violinista.

Aunque nuestra unión era inevitable, ¿no? La utilizaría para mi


venganza tarde o temprano.

—Entrégamela —digo entre dientes. Nos detenemos a varios


metros de distancia el uno del otro, la energía irradiando de nosotros,
mi cuerpo zumbando con anticipación y peligro, instándome a forzar
a Lachlan a salir de mi camino—. Ella es mía.

Sus cejas se levantan. —¿Lo es? —Se frota la barbilla con la punta
del bastón—. Ella huyó de ti. —Chasquea la lengua—. Debe haber
encontrado que tus encantos son escasos.
Contando hasta diez y con toda mi paciencia en el puño, aún
mantengo la calma cuando digo:

—Teníamos un trato hace mucho tiempo.

—Lo teníamos —asiente—. Te dije que, si ella te elige


voluntariamente como su hombre, no me opondré. —Pasa un
tiempo—. Su respuesta es Lionel. Lo respetarás.

Casi ladro una carcajada ante esto. Esto viniendo de un hombre


que mantuvo cautiva a su propia esposa.

—Ella vino a mí. La reclamé. Es mía.

—Me temo que tendremos que acordar no estar de acuerdo en


esto, jinete. —No se me escapa cómo la burla cubre su voz en la última
palabra—. Amalia hizo su elección. La dejarás en paz. O…

—¿O? —Si la situación no fuera tan grave, me parecería divertido


que alguien se atreviera a amenazarme y creyera que puede salirse
con la suya.

¡En mi ciudad!

La ira y el peligro brillan en su cara, alertándome del verdadero


monstruo que reside en su alma, el que está dispuesto a clavar sus
garras en quien se interponga en su camino. —No te gustarán las
consecuencias. —Me mira de arriba a abajo—. Te perdonaré este
arrebato emocional y que hayas irrumpido en mi propiedad. No
vuelvas a cometer el mismo error, Remi. Porque la próxima vez, te
mataré. —Se da media vuelta, esperando plenamente que obedezca,
pero se congela cuando disparo varias balas al aire.

—No me iré sin ella, Lachlan.


Ya nadie me alejará de Amalia. He jugado limpio todos estos años.

A la mierda esa mierda.

Se endereza, nuestras miradas chocan mientras nos enfrentamos,


con igual determinación en nuestros rasgos, y asiente, aceptando mis
condiciones.

—Muy bien. Si es una guerra lo que quieres, es una guerra lo que


tendrás. —Con esto, saca una pistola de la parte trasera de sus
pantalones y me apunta mientras yo hago lo mismo, quitando el
seguro de la mía.

Y al instante, la energía que nos rodea cambia, volviéndose más


electrificada y peligrosa, intensificada por los truenos que resuenan en
la noche y los relámpagos que surcan el cielo, seguidos por la
oscuridad que se instala a nuestro alrededor.

La naturaleza se prepara para la tormenta que se avecina,


rivalizando con la que está ocurriendo entre nosotros.

Me doy cuenta que hay movimiento detrás de Lachlan. Cuatro


hombres salen de los arbustos y se unen a él, dos a cada lado, uno más
mortífero que el otro, y cada uno tiene su propia arma.

Por supuesto, el rey no viaja sin sus fieles caballeros.

Arson, Callum, Madman y Micaden.

—Cinco contra uno. —Suspiro dramáticamente, poniéndome la


mano en el pecho, y sacudo la cabeza con falsa decepción—. ¿Dónde
está tu famoso código moral?

Un músculo se mueve en la mejilla de Lachlan. —Cuando quieres


secuestrar a uno de los nuestros, no obtienes nuestro código moral. —
Su mirada se desplaza un segundo detrás de mí y añade—: Además,
son cinco contra cuatro.

Es entonces cuando siento que mis mejores amigos se unen a mí,


Santiago a mi derecha y Octavius con Florian a mi izquierda, sus
armas brillando bajo la luz de la luna, y sonrío.

Nunca dudé de su elección.

Podríamos enojarnos unos con otros, y no apoyar nuestras


decisiones, ya que podrían parecer demasiado locas para nosotros.

Pero nos apoyamos mutuamente pase lo que pase, y afrontamos


juntos todos los problemas, sin rehuir nunca las consecuencias.

Juntos, asumimos todas las responsabilidades y nos protegeremos


mutuamente para siempre. Si haces daño o te cruzas con uno de
nosotros, también podrías habérnoslo hecho a todos.

—Hola, Lachlan. ¿Cómo estás? —Santiago le guiña un ojo al


hombre, que se limita a levantarle la ceja y a centrar su atención en los
demás—. Caballeros, bienvenidos a Chicago. —A pesar de su tono
indiferente, detecto notas de furia, especialmente cuando sus ojos se
posan en Arson y Callum—. Después de todo lo que he hecho por
ustedes dos, ¿me dan la espalda? —Exhala con fuerza, siseando entre
dientes—. Como Brutus, que traicionó a César.

Callum pone los ojos en blanco, aunque un fantasma de sonrisa


aparece en su cara. Probablemente, esta situación le resulte divertida.

—Corta la mierda, Santiago —suelta Arson, el viento agitando su


cabello azul—. Coge a Remi y lárgate de aquí.
—Cuidado, amigo. Estás pisando aguas peligrosas —advierte mi
mejor amigo, pasando el dedo por el gatillo—. No vienes a nuestra
ciudad a amenazar a uno de nosotros sin repercusiones.

—No reclamas a uno de los míos en contra de su voluntad sin


repercusiones —le devuelve Lachlan a mi amigo, mientras la tensión
se intensifica aún más, acompañada de potentes estampidos en el cielo
mientras más truenos lo sacuden.

Octavius habla, rozando su hombro con el mío, y sé que es una


disculpa silenciosa de su parte por su anterior arrebato.

—Amalia vino a Remi por voluntad propia. Es suya. Tú, en cambio


—señala a Lachlan con la barbilla—, rompiste el tratado grabado en
piedra.

Ah, claro.

No compramos propiedades en las ciudades del otro ni


aparecemos allí sin permiso, y ellos hacen lo mismo.

Un frío acuerdo que nos permitía una existencia pacífica y que mi


obsesión traerá a su fin.

Florian se adelanta, balanceando la pistola de un lado a otro


mientras se dirige a Lachlan. —Vamos a calmarnos todos y a pensar
racionalmente, ¿de acuerdo? —Siempre el encantador del grupo
consigue mantener sus emociones bajo control y nunca permite que la
rabia dicte sus acciones—. Si nos dan a Amalia, nos olvidaremos del
tratado. Después de todo, seremos familia. —Su mano levantada
detiene lo que Arson quiere decir—. Si no lo hacen, la guerra será
sangrienta. Aunque hoy nos matemos entre nosotros, todos tenemos
alianzas. ¿Quieren que ellos también luchen?
Así es.

Nuestras muertes iniciarán una cadena de eventos que nos


afectarán no solo a nosotros sino a todas las casas de la mafia
conectadas con nosotros.

Como los MacAlister y la Trinidad Mortal de Boston.

Esos dos no necesitan más estímulo para luchar del que ya tienen.

Se hace el silencio a nuestro alrededor, solo interrumpido por el


ulular de los búhos en la distancia, mientras Lachlan y yo tenemos
otro enfrentamiento.

No voy a retroceder, pase lo que pase. Por primera vez en mi vida,


soy egoísta y deseo que mi mujer esté a mi lado mientras acabo con el
reinado del responsable de nuestras miserias.

Incluso la paciencia de un villano se agota con el tiempo.

—No —responde finalmente Lachlan, la afirmación anuncia el


comienzo de una guerra—. No la tendrás.

La tensión se extiende por todo el mundo. Las primeras gotas de


lluvia comienzan a caer sobre nosotros, los relámpagos parpadean,
cargándonos con la tan necesaria energía de la perdición y el caos.

—Que gane el más fuerte, entonces.

Pero antes que nadie pueda decir nada más, una voz fuerte
atraviesa la niebla de rabia que nos envuelve.

—¡Alto!

Desvío mi atención hacia Amalia, que corre hacia nosotros, y la


bestia que llevo dentro suspira aliviada al verla de nuevo. La
necesidad constante de tenerla cerca es nueva e inusual, porque me he
propuesto no necesitar nunca a nadie en este mundo.

Pero mi belleza de cabello oscuro es la excepción a esta regla.

Llega rápidamente hasta nosotros, con sus pies descalzos


asomando entre la hierba, y mis cejas se fruncen al notar que lleva un
vestido nuevo de estilo muy diferente al anterior.

¿Tuvo tiempo de cambiarse?

—Lachlan, para —dice ella, tragando saliva, y le agarra el codo—.


No quiero la guerra. —Él frunce el ceño y ella fija su mirada en mí—.
Me casaré con él. —Se echa el cabello hacia atrás—. Y tú nos darás tu
palabra que, pase lo que pase, nunca habrá otra guerra. —Pasa un
tiempo—. Nuestro matrimonio arreglado, por así decirlo, formará una
especie de alianza.

—Amalia —pronuncia su nombre, pero oigo una nota no


reconocida, como si estuviera casi decepcionado con ella.

Sin embargo, no es eso lo que llama mi atención y me hace


estudiar a la mujer que tengo delante con más ahínco que nunca.

Es la falta de reacción hacia ella en absoluto.

De hecho, no me recuerda en nada a la mujer que hace unas horas


se deshizo en mis brazos, gritando mi nombre.

Sus fríos ojos de zafiro tienen tanta oquedad y crueldad en ellos


que apestan a oscuridad y engaño, lo que me hace querer alejarme de
ella, ya que no tiene ninguna suavidad ni atracción para mí.
Por un segundo en el club, mi oscuridad -empapada de sangre y
tortura- encontró una orilla pacífica donde todo lo que había dentro
de mí se calmó, y las asperezas presentes en mí se apaciguaron.

Una mujer que me mostró una parte diferente de sí misma que


creía haber echado de menos antes, suave y femenina frente a mi dura
y bárbara.

¿Dónde está esa mujer?

¿Y por qué todo en mí se rebela solo ante la idea de tocarla ahora o


de pegar mi boca a la suya, reclamándola para que todos la vean? Para
que nadie dude de a quién pertenece, y seguro que nadie tiene
derecho a alejarla de mí.

Ciertos recuerdos comienzan a hurgar en mi mente, juntando


diferentes piezas alineadas para construir un rompecabezas en mi
cerebro para que mi mente pueda por fin ver con claridad lo que
realmente está pasando, respondiendo a todas las preguntas en mi
cabeza.

Mi padre dice que el amor es un veneno al que todos nos sometemos


voluntariamente.

Eso es lo que somos, ¿verdad? Dos extraños que acaban de conocerse.

Asher se fue incluso antes a Francia.

Y luego cómo la mujer en mis brazos se aquietó antes de huir de


mí en cuanto la llamé Amalia.

Porque ella no era Amalia, ¿verdad?

Asher Walsh nunca adoptó a una niña desconocida en Francia;


adoptó a su sobrina y la guardó como el secreto mejor guardado.
Gemelas.

Dos herederas del imperio de Theodore Walsh y, por tanto, más


armas con las que destruirlo.

El destino no podría haberme concedido un regalo mayor, aunque


lo intentara.

—Remi. —Santiago me golpea con el hombro, sacándome de mis


pensamientos, y me centro en la situación actual.

O más bien en mi futura cuñada que espera mi respuesta,


dispuesta a sacrificar a su hermana para acabar con esta guerra y
salvar a su familia.

Porque si no, Amalia Scott nunca me diría que sí.

La rabia me recorre, mi agarre de la pistola se hace más fuerte, ya


que desprecio que alguien utilice a mi mujer en sus retorcidos juegos
y la ponga en peligro.

Sin embargo, para ganar un juego, hay que ser inteligente, y


mostrar emociones solo indica estupidez.

—Acepto las condiciones. —La satisfacción cruza su rostro y me


dedica una sonrisa de satisfacción. Casi siento el placer de aplastarla
cuando añado—: Con una condición.

—¿Cuál es la condición? —pregunta con recelo, intercambiando


una mirada con Lachlan.

—Nos casamos esta noche.

Como he dicho, la paciencia es una virtud que lamentablemente ya


no poseo.
Esta noche, su gemela se convertirá en mi esposa.

Su nombre efectivamente es Penelope, pero no importa de todos


modos.

Porque el mundo la conocerá como mía.


"De niña, me fascinaba mi nombre completo. Penelope por la esposa de Odiseo y Psique
por la de Cupido.
En ambos casos, las mujeres amaban tanto a sus esposos que no les importaba esperarlos o
buscarlos, porque no se imaginaban vivir sin ellos o con otra persona.
Un amor tan fuerte que soportó todos los desafíos, separaciones e incluso la interferencia
de otras personas malvadas.
Sus historias me sorprendieron.
Pensé que, por defecto, el destino me tenía reservado algo tan hermoso y legendario como
mis homónimas.
En cambio, el destino me ha entregado al villano enamorado de mi gemela.".
Penelope

Penelope
Tirando del vestido, muerdo mi labio inferior mientras el vehículo
atraviesa el estrecho camino.

Una lluvia torrencial cae desde lo alto, y las gotas que golpean el
techo del auto son el único sonido en el ensordecedor silencio que
irrita mis oídos en el espacioso auto, mientras Amalia conduce en
línea recta.

No entiendo cómo puede ver algo en esta oscuridad.


Me ajusto las gafas en la nariz y vuelvo a tirar del vestido,
esperando todavía que la maldita cosa me cubra los muslos en lugar
de mostrarlos a todos los que me rodean.

—Basta —sisea mi gemela, haciéndome dar un respingo, y la miro


mientras da un brusco giro a la derecha que me obliga a apoyarme en
la puerta—. ¡Nunca creerá que soy yo si sigues pareciendo tan
incómoda con mi vestido!

Hago una mueca, con el alma aplastada, pensando en el plan para


enfrentarme a mi futuro esposo, Remi, que cree que por fin ha
conseguido a la mujer de sus sueños.

Cuando Amalia propuso su solución al problema, no pensé. Solo


reaccioné y quise salvar a esos hombres de morir por mi estúpido
error.

Casarme con uno de ellos parecía un mal menor y, además,


Amalia me convenció que solo duraría un mes antes que revelaran la
verdad a los cuatro oscuros.

—Una vez que me case con Lionel, Remi perderá el interés. Le encanta
ganar, así que ahora mismo, conseguirme significa la victoria para él. No me
querrá después que tenga un anillo en mi dedo. Ellos nunca van por las
casadas.

Esta información apenas me hizo sentir mejor, porque si a un


hombre le encanta ganar... ¿qué hará cuando descubra que ha
perdido?

Sin embargo, Amalia ignoró mi pregunta y se limitó a exigirme


que aceptara, y, como la estúpida que soy a la que le gusta el castigo,
lo hice.
Tal vez en algún nivel subconsciente, siento que le debo una por
haber vivido con nuestra tía mientras nuestro tío me amaba, así que su
ataque está justificado a sus ojos.

Y, sin embargo, cuanto más nos acercamos al lugar al que Remi


ordenó llevarme para discutir algo antes del matrimonio, más miedo
siento al darme cuenta de todo.

He aceptado casarme con un desconocido que codicia a mi gemela.

¿Qué he hecho?

Por no hablar que aún no estoy segura de lo que hacen que tienen
tal problema con Lachlan.

—Amalia. —Me relamo los labios y junto las manos, resistiendo el


impulso de ajustarme el vestido una vez más. Me dijo que me lo
pusiera para que Remi no sospechara, aunque creo que debería haber
usado mi ropa en su lugar. Al menos habría tenido algo familiar para
calmarme en este nuevo e incierto mundo diseñado para volverme
loca y hacerme daño de las formas más inesperadas.

El vestido es demasiado ajustado y corto para mí, lo que me hace


parecer más idiota de lo que ya soy, y mi incomodidad debe verse a
kilómetros de distancia.

—¿Qué? —suelta, haciendo clic en el botón y añadiendo más calor


para que nos dé una ráfaga; no es que ayude a mi piel helada. La
frialdad se hunde tanto en mí que no creo que vuelva a entrar en
calor.

¿Podrías ser más dramática, Penelope?


Asqueada de mí misma, me aclaro la garganta e intento luchar por
la razón en esta locura. —Mi matrimonio con él es un error. —Sus
manos se tensan sobre el volante mientras la ira reluce en su rostro,
pero permanece en silencio, y eso me da la suficiente esperanza para
continuar. —Esperará que sea... su esposa. —Las náuseas me golpean
con solo imaginar a Remi tocándome mientras susurra el nombre de
Amalia. No sobreviviré a semejante humillación. Puede que sea una
locura, pero siento algo hacia él. Ser su sustituta me dolerá más de la
cuenta—. ¿Cómo puedo fingir durante tanto tiempo? —El shock
inicial de la situación se ha disipado, y por eso ahora entro en razón,
dispuesta a salir corriendo en cualquier momento de este barco que se
hunde que es mi vida.

Amalia detiene el auto bruscamente, haciendo que me tambalee


hacia delante, y el cinturón de seguridad me tira hacia atrás de nuevo
mientras el aire se me atasca en la garganta.

—Te lo follaste en el club. Estoy segura que no tendrás ningún


problema en compartir su cama.

Mis hombros se hunden ante el recordatorio, odiando lo sucio que


suena nuestro encuentro en sus labios, pero no tengo palabras para
rebatir su afirmación.

Buscando la explicación adecuada, digo:

—Ahora es diferente. Y mentir está mal. —El comportamiento de


Remi hacia mi gemela es una bandera roja gigante, ya que no acepta
su no como respuesta. Sin embargo, idear este plan para ganar algo
para sí misma no hace que Amalia sea mejor.
De hecho, su completo desapego y su voluntad de empujarme en
sus brazos me aturde.

¿Sabe siquiera lo que es la compasión, o es que mi tía ha


conseguido arrancarle el alma y ahora no es más que esta mujer cruel
que no ve ningún problema en utilizar como arma a la gemela que le
desagrada?

—Penelope —se dirige a mí, y nuestras miradas se encuentran


cuando coloca su mano sobre la mía. La esperanza florece en mi pecho
al pensar que me tiende la mano, solo para gritar de dolor cuando
aprieta tan fuerte que sus uñas se clavan en mi piel—. Le debo todo a
Lachlan y a los protegidos oscuros. Son mi familia y lo que más me
importa.

Me retuerzo en su agarre, intentando liberarme, pero ella me


aprieta más, provocando punzadas de dolor en mí. El interior del auto
se encoge, haciéndome desear salir de él.

—Ya ves, mi querida gemela. —La burla cubre su tono mientras


sonríe—. Metiste la pata, y en nuestro mundo, toda metida de pata
tiene una consecuencia. Así que ahora tienes que pagar el precio por
ello. —Me tira de la mano y yo siseo, mi piel se pone roja mientras sus
uñas dejan huellas en mi carne—. Si querías paz, deberías haberte
quedado en París. —Me suelta y froto la mano sobre las marcas,
sorprendida que no me haya sacado sangre, mientras mi corazón llora
de desesperación ante semejante trato.

Supongo que, al encontrar a Amalia, he cometido un crimen por el


que el universo no puede evitar castigarme.
Incontables años de búsqueda, angustia y soledad solo para que
ella se portara como una perra total conmigo.

—No te preocupes, Amalia. Créeme, si lo hubiera sabido, nunca


habría venido a Chicago.

De verdad. La familia que creamos es la única que importa. La mía


de nacimiento no hizo más que herirme.

Podría decirse que Asher sigue siendo mi tío de sangre, pero


construyó un pequeño mundo para nosotros en París, escondiéndome
de la fealdad que tanta gente lleva en sus corazones.

Al menos ahora lo sé y puedo seguir adelante.

O esa es la mentira en la que quiero creer, para soportar esta


situación.

Una emoción cruza su rostro, pero la enmascara rápidamente.

—Sal. Entra en el edificio y Remi te recibirá allí. No puedo


acercarme más, o descubrirán la verdad. —Se inclina y abre la
guantera, sacando un paraguas negro y dejándolo caer sobre mis
rodillas.

Envolviendo mi palma alrededor de él, asiento con la cabeza y


luego abro la puerta, el zumbido de fuera me calma un poco, y pongo
mis pies de tacón en el hormigón, salpicando agua a mi alrededor
mientras la lluvia sigue cayendo, empapando instantáneamente mis
piernas.

—¿Me recogerás? —Me ha dicho que el novio ha insistido en la


boda esta noche, pero no estoy al tanto de los planes futuros después
de este pequeño encuentro.
Lo cual me sigue confundiendo. Consiguió lo que quería, así que
¿por qué siente la necesidad de hablar conmigo antes de esta boda?

—No. A partir de ahora, estás por tu cuenta. Felicidades por el


matrimonio. —A duras penas contengo la risa hueca que brota de mis
labios ante su advertencia, como si alguien hubiera estado conmigo
hasta ahora. Soy un cordero tratando de sobrevivir entre lobos
hambrientos.

—De acuerdo —es todo lo que digo antes de salir y abrir el


paraguas, temblando cuando la ráfaga de viento me golpea y me hace
tambalear hacia un lado.

—Y mantén la boca cerrada. Si alguien sale herido por tu culpa, te


prometo, Penelope, que me vengaré de ti de formas que no puedes
imaginar. —Con esto, ella misma cierra la puerta y se aleja, los
neumáticos chirriando y resonando en el espacio mientras miro a mi
alrededor.

La oscuridad total me saluda, interrumpida por los relámpagos


que destellan en el cielo y que iluminan mi camino por el callejón
hacia un edificio de un solo nivel, mis tacones chasquean con fuerza.
Agarro con fuerza el paraguas cuando el viento me azota con tanta
fuerza que casi se me escapa de las manos.

Un búho ulula a lo lejos, y vuelvo a saltar, odiando el miedo que se


desliza por mis venas ante lo desconocido, pero me escudo en la
indiferencia. Amalia no perdería la cabeza en la situación actual.

Probablemente caminaría ahora mismo con toda la confianza del


mundo.
Finalmente, llego a la enorme puerta metálica y alzo el puño para
golpearla, cuando se abre automáticamente.

Parpadeando por la sorpresa, entro, apretando los ojos por la luz


que entra por arriba, y sacudo mi paraguas antes de doblarlo.

—¡Hola! —llamo, pero nadie me saluda. Sin embargo, la música


clásica se mece en las paredes y, siguiendo el sonido, desciendo las
escaleras, con extrañas sensaciones que me recorren, como si trataran
de advertirme del peligro que se avecina y que, sin embargo, no
pueden explicar que es—. ¡Hola! —Vuelvo a llamar cuando llego
abajo, y la oscuridad cubre la mayor parte del espacio, con pequeñas
lámparas encendidas por toda la habitación, supongo que, mostrando
varias mesas, con algo que brilla bajo ellas.

Qué extraño.

Todo en mí grita que huya lejos de aquí y no mire atrás, porque


algo malo va a pasar pronto, y nadie podrá salvarme.

Pero ¿qué opción tengo?

Si Remi no me hace daño, entonces Amalia lo hará.

Maldita si lo hago y maldita si no lo hago.

—¡Hola! —grito, esta vez más fuerte, y me dirijo a una de las


mesas, esperando encontrar agua. Me duele la garganta seca como si
tuviera mil arañazos de gato.

Mis ojos se ensanchan cuando se posan sobre una colección de


cuchillos de diferentes formas y variaciones, seguidos de otra muestra
de pequeñas botellas, cada una con una descripción escrita debajo.

Veneno.
Todas y cada una de ellas.

Se me escapa un jadeo cuando mi mirada se desplaza a la siguiente


mesa. Esta vez, una colección de armas se abre a mi vista con muchas
balas listas para ser usadas contra la gente.

—Dios mío, ¿qué es este lugar?

Esto me convence que los cuatro oscuros sí bordean el mundo


criminal y, en el fondo, participan en algunas cosas perjudiciales. ¿Por
qué si no alguien necesitaría todas estas armas?

No me extraña que Lachlan no quiera que Amalia esté con Remi.

¿Es por esto por lo que me ordenaron venir aquí? ¿Para saber con
quién estoy tratando?

Otro pensamiento me golpea.

¿Y si saben la verdad, y esto solo está destinado a ponerme a


prueba?

Me quedo helada cuando veo una pared, con lo que parecen


cientos de fotos esparcidas por toda ella, mostrando una de las
imágenes más horribles que he visto nunca.

Cada una de ellas muestra a los hombres que aparecen en ellas


siendo descuartizados, disparados o torturados, con la sangre
acumulándose a su alrededor, hablando del infierno que les tocó vivir
antes que su asesino acabara con ellos.

Víctimas.

He visto suficientes documentales para saber quiénes cometen esos


crímenes, hombres que pierden la cabeza y se consideran dioses en la
tierra destinados a herir a quienes hablan del mal permanente que
contamina su mente.

Incluso una sola palabra pronunciada por descuido puede


desencadenar que cometan un crimen horrible para sostener al
monstruo que les corroe por dentro.

Me tapo la boca por la sorpresa, el grito atascado en mi garganta


ante la perspectiva de lo que podría significar, y mi cerebro lucha con
mi corazón por la conclusión que está a punto de sacar mientras me
niego a creerlo.

No, no, no.

Lentamente, me alejo de la mesa, respirando con dificultad


mientras me ordeno internamente no dejar que el pánico me abrume y
me haga actuar como una loca.

Cuando la vida te envía a la oscuridad para jugar con los


demonios, te mantienes alerta a toda costa; de lo contrario, reclamarán
tu alma.

Otro paso atrás, y otro más, todo mientras el miedo pulsa en


oleadas sobre mí, pellizcando mi piel y susurrando en mi oído que
corra con todas mis fuerzas lejos de aquí, aunque estoy casi congelada
en el tiempo, todavía boquiabierta ante las horribles imágenes que
muestran lo crueles que pueden ser los humanos en toda su gloria.

¿Soy la siguiente?

¿Fue por eso por lo que ordenaron traerme aquí? ¿Mentimos, así
que mi castigo es ser picada como un trozo de carne?
El sombrío futuro que me espera pintado en mi asustada mente me
saca por fin de mi estupor.

Me doy la vuelta, dispuesta a salir corriendo, pero me tropiezo con


un pecho duro y musculoso, el paraguas cae a mis pies, y mi grito
resuena en el espacio cuando un fuerte brazo rodea mi cintura,
atrapándome en el abrazo mientras una risa sádica me hace cosquillas
en el oído.

Y justo en ese momento, el espacio que me rodea se ilumina


cuando las lámparas de arriba se encienden una a una, su intensidad
me ciega y me hace sentir pinchazos en los ojos, y mi visión se vuelve
borrosa, ocultando parcialmente al monstruo que me sujeta en ese
momento.

—Ma chérie —susurra la voz ronca y profunda, provocando


escalofríos en mi espina dorsal, y aprieto los talones de las palmas de
las manos contra las cuencas de los ojos, rezando por despertar de la
pesadilla que se reproduce actualmente en mi mente y negándome a
reconocer a este hombre—. Por fin estás aquí. —Pasa un segundo—.
Abre los ojos.

Sacudo la cabeza en señal de negación, demasiado asustada para


aceptar mi realidad, pues significaría que no solo he cometido un
error esta noche.

¡Me he traído a un asesino en bandeja de plata!

—Por favor, Dios ayúdame —susurro, entonando la única oración


que mi mente recuerda. A papá nunca le gustó ser religioso, y ahora
mismo, realmente lo odio.

¡Una oración más podría haberme ayudado con este demonio!


El hombre chasquea la lengua, y su otra mano se enreda en mi
cabello y lo jala con fuerza, provocando dolor que irradia mi cuero
cabelludo.

—Me temo que es demasiado tarde para eso. —Tira de mis


mechones, ganándose un grito ahogado, y me inclina hacia atrás—.
Después de todo, acabas de venir voluntariamente a mi guarida,
chérie. —Mis manos caen sobre su pecho, agarrando su camisa con
fuerza, aunque todo en mí grita que lo aleje—. Abre. Tus. Ojos.

Con el pavor llenando cada espacio de mi alma, hago lo que me


dice, estudiando el entorno que me rodea, e intento no gritar de
desesperación ante la visión que me hiela la sangre. Hace que mi
corazón se acelere tanto en mi interior que temo que acabe en el suelo
donde el monstruo lo pisoteará.

Todo ello mientras se ríe de mí.

El lugar apesta a desesperanza, a perdición, a sangre y a peligro,


pero también a dolor y a horror, ya que varios dispositivos que hay en
él no dejan nada a la imaginación.

Cada pieza habla de la tortura que espera a cualquiera que tenga la


mala suerte de cruzarse con este hombre.

Remi.

Me muerdo los labios, sin dejar que se me escape ningún sonido


que demuestre alguna debilidad, ya que los monstruos siempre la
utilizan en su beneficio.

—Buena chica —me elogia y desliza sus dedos por mi cuero


cabelludo, frotando la carne maltratada mientras la bilis en mi
garganta sube, y yo giro la cabeza hacia un lado, evitando su contacto.
No quiero que vuelva a tocarme con estas manos.

—No —grito entre los dientes, lo que lo hace reír de nuevo, y otra
voz a varios metros de distancia habla, más grave y divertida,
haciéndome odiar al instante a la persona a la que pertenece.

—Ella es una luchadora. Me gusta.

Mi padre me envió una vez un verano entero a Madrid, así que


hablo español con fluidez. Me irrita que le guste que sea una
luchadora. Menudo imbécil. No me extraña que obligara a su propia
mujer a casarse.

Santiago y el resto de los cuatro oscuros ocupan los sofás que hay
en medio de esta... mazmorra, a falta de una palabra mejor, con una
mesita llena de botellas medio vacías y un bol con hielo.

—Bueno, la resistencia es interesante hasta cierto punto —habla


Florian, inhalando su cigarrillo y luego exhalando el humo en un
anillo—. Luego se vuelve muy aburrida. —Me guiña un ojo—. Hola,
querida. No hemos tenido el placer de conocernos.

—¡No me llames querida! —le siseo, la ira sustituye


temporalmente el pánico que se arremolina en mi interior con un
miedo paralizante.

Locura, tal locura a mi alrededor, y ni siquiera una pizca de


remordimiento se muestra en sus caras.

Florian se limita a reírse de mi arrebato, lanzándome un beso,


mientras Santiago levanta su vaso en mi dirección antes de terminar
su bebida de un trago.
—Ah, ella también responde. Eso es mucho más interesante que la
histeria. Aquí no hay lágrimas ni súplicas que animen las cosas. —Se
sirve otro trago de una botella de tequila.

Todo en mí grita que les diga algo, o que me lance a la mesa de las
armas y coja una pistola, y que amenace con disparar hasta que me
dejen ir.

La niebla del terror casi me consume, impulsándome a la locura,


sin importarme las consecuencias.

Sin embargo, mi rabia me ayuda a despejar la niebla de mi cerebro,


me hace aterrizar en el presente y me dispone a ser valiente, a
enfrentarme a estos hombres con mi dignidad intacta y a no dejar que
mis emociones manden.

Los psicópatas y sus amigos no son conocidos por ser amables o


pacientes, así que mis palabras deben ser elegidas cuidadosamente
para no cavar un agujero más profundo. Si mis sospechas son ciertas,
entonces todos ellos apoyan lo que Remi hace a esta pobre gente.

Monstruos que llevan hermosas máscaras para atraer a sus


víctimas, solo para mostrar su naturaleza podrida en la oscuridad,
despojando a personas inocentes del don que Dios les dio.

Nuestro profesor de psicología, que estaba obsesionado con los


asesinos en serie, nos dijo una vez que nunca debemos asignarles
ninguna etiqueta ni esperar una determinada imagen asociada a ellos.

Porque uno de los hechos más crueles de todos es que son


personas a las que nunca creeríamos capaces de tales actos.

Sin embargo, señaló que seguirles el juego permite a la víctima


seguir con vida durante más tiempo, ya que así les complacen en sus
fantasías. No obstante, la gente tiende a cometer errores, y cuando lo
hacen... arruinan el placer para el asesino, lo que destruye su control.
Y entonces él se quiebra, demasiado perdido en su cabeza para
detenerse.

—Ma chérie. —La mano de Remi se desliza hacia mi mejilla,


ahuecándola suavemente, y cuando me alejo del contacto, agarra mi
barbilla con fuerza, su pulgar se clava en mí y me produce dolor—.
¿Es esta la forma de saludar a tu futuro esposo y a su familia?

Sus palabras me recuerdan mi situación, aunque mi mente solo


piensa en escapar, porque es imposible que mi gemela sepa todo esto
y siga queriendo que me case con él, ¿verdad?

—No voy a casarme contigo —digo, y una sonrisa perfila su boca,


sus ojos marrones brillando con oscuridad y peligro, mientras me
empuja hacia delante y me agarra por los hombros, obligándome a
enfrentarme a sus amigos. Se limitan a mirarme con el aburrimiento
escrito en sus rasgos.

Especialmente Octavius, el hombre que se limita a balancear una


cadena en su dedo mientras sorbe whisky, sin apenas prestarme
atención.

Remi respira entre los dientes. —Chérie, ya me has dado tu


palabra. —Cierro los puños, conteniéndome para no darles un
puñetazo a todos por tratar a la gente como si fueran sus juguetes
personales y luego hacer esta escena como si la verdad no importara—
. Después de todo, tenemos un matrimonio arreglado. —Se inclina
más cerca, su aliento me hace cosquillas en la piel mientras se me
pone la piel de gallina, y susurra—: Nuestra unión garantiza la
seguridad de nuestras familias, ¿verdad... Amalia?
A pesar de todo, me estremezco ante el nombre pronunciado con
dureza en su lengua y me sacudo en su abrazo, deseando separarme
de él para que no me llame por su nombre.

Debería escribirme Felpudo en la frente, para que todo el mundo


sepa lo idiota que es Penelope Walsh.

—Pero antes de poder hacer eso, necesitas saber en qué tipo de


familia te vas a casar.

Este hombre está delirando si cree que me casaré con él después de


toda esta mierda. Es un asesino, junto con sus amigos. Debe estar
entre rejas.

Haciendo rodar los labios, me guardo todos mis pensamientos y


busco desesperadamente las palabras adecuadas en esta situación.

Tiempo.

Necesito ganar tiempo, y entonces alguien vendrá al rescate.

—Yo... ya no quiero casarme. Por favor, déjame ir. —Mi voz es


apenas audible mientras mis ojos recorren el lugar, estudiando mi
entorno y llorando por dentro al no ver ninguna puerta de
emergencia. La oscuridad cubre cualquier cosa en la distancia, y los
tres hombres con mirada de halcón centran su atención en mí, como si
me advirtieran silenciosamente que debo obedecer sus órdenes y
deseos.

De lo contrario, mi vida no tiene ningún valor para ellos; al fin y al


cabo, siempre consiguen lo que quieren.

Y quien se interpone en su camino es destruido.


—No le diré a nadie sobre... sobre… —Respiro profundamente
cuando las manos de Remi caen sobre mi cintura y me atrae con más
fuerza contra él, sus caderas chocando contra mí mientras estoy rígida
entre sus brazos—. No voy a hablar de todos esos hombres. —Mentir
nunca ha sido uno de mis puntos fuertes, pero espero que me crean—.
Solo déjame ir y...

—Ah, ma chérie. —Me muerde el cuello—. Pensé que te gustaría


que comparáramos notas antes de la boda. —Mis cejas se fruncen ante
esto mientras los otros hombres asienten—. Te estoy mostrando mis
crímenes. Cada detalle despreciable. Así podrás compartir algunos de
los tuyos. —¿De qué está hablando? Un pensamiento horrible baila en
el borde de mi mente, pero lo alejo, negándome a reconocerlo siquiera
por un segundo—. Aunque he oído que eres aún más cruel que yo. —
Su agarre se hace más fuerte, provocando punzadas de dolor en mi
organismo—. Tus víctimas siempre tienen una muerte lenta y agónica,
gritando hasta desgarrarse la garganta.

No.

No. No. No.

Amalia... mi gemela... ¿es igual que ellos?

Mi corazón podría resistirse a la información; sin embargo, mi


mente muestra una prueba tras otra de su declaración, desde todo este
matrimonio hasta cómo ella amenazó con castigarme si alguna vez le
pasaba algo a su familia.

Y con claridad, comprendo por qué nunca quiso conocerme y


estaba tan enojada porque me acosté con Remi.
Son asesinos, almas oscuras que ocultan bien sus actos, ya que los
que conocen sus acciones probablemente no viven lo suficiente para
contarlo.

—Nos dedicamos a las torturas, por supuesto. Es nuestra pasión,


pues no hay nada mejor en este mundo que los gritos y el sufrimiento
de tus víctimas suplicando que les perdones la vida mientras la sangre
brota de sus heridas.

Me tapo la boca, el profundo deseo de vomitar por todo el suelo


me golpea ante el placer que recubre su afirmación, como si solo
estuviera comentando sobre sus aficiones. —¿Ves? Encajamos
perfectamente el uno con el otro. —Coge mi vestido, en un puño
apoyando su barbilla en mi hombro, mientras Santiago y Florian dan
golpecitos a sus tragos de tequila antes de engullirlos rápidamente—.
Quizá ese debería ser mi regalo de bodas para ti. Una víctima atada al
poste aquí para que pudieras jugar con él. O con ellos. Dependiendo
de tu estado de ánimo.

La devastación y el odio se mezclan dentro de mi alma, cubiertos


por el miedo y el horror, y finalmente encuentro la fuerza para
arrancar su mano de mí mientras me hago a un lado, palmeando mi
cabeza y temblando por completo. Sus palabras, que suenan en mi
mente una y otra vez, suenan más siniestras y desesperadas con cada
repetición.

—Esta no puede ser mi realidad —susurro, cerrando los ojos y


deseando que todo esto sea solo una pesadilla.

¿Cuáles son las probabilidades de conocer a un asesino y enamorarte de él


y que luego tu gemela acabe siendo también un monstruo?
Me paralizo al darme cuenta que he hablado en voz alta en francés,
porque suelo hacerlo cuando estoy nerviosa, y miro a los hombres.

Sus expresiones no cambian cuando Remi se acerca a la mesa y


coge una cuerda gruesa, envolviéndola en su mano.

Al menos no hablan francés; si no, estos monstruos se pondrían


como locos si se enteraran que se han equivocado de chica.

—No deseo casarme contigo —intento de nuevo, enderezándome,


y a pesar que mi hermana es una sádica, sigo sin querer hacerle daño.

Aunque, a estas alturas, debería pensar en salvar mi propio culo,


porque está claro que Amalia difícilmente es una opción más segura o
mejor; ella también me mataría. —Por favor. Estoy segura que
preferirías una novia dispuesta.

A veces, los monstruos también anhelan el consentimiento, porque


a la oscuridad que hay en ellos le encanta creer que alguien los eligió
voluntariamente.

Delirantes, gente delirante.

¿Quién se sometería voluntariamente a vivir con ellos?

Las criaturas oscuras pueden enamorarse, no lo dudo.

Pero su amor es tan podrido e hiriente que inevitablemente


destruirá poco a poco al objeto de su fascinación, pues su naturaleza
no puede evitar el ansia de mantener el hambre que gobierna su
psique.

—Prefiero una novia que quiera, y a quien quiero es a ti —


responde mientras yo gimo interiormente, pero entonces me quedo
quieta cuando añade—: Sin embargo, no tomaré a una mujer por la
fuerza. —Retrocedo mientras él avanza sobre mí hasta que mi culo
choca con la mesa, haciéndola sonar, y me enjaula, colocando sus
manos a cada lado de mí, nuestros labios separados por centímetros y
su aroma haciendo cosquillas en mis fosas nasales—. Si no quieres
casarte conmigo, no tienes que hacerlo, ma chérie.

El alivio me invade al instante, y se me escapa una pesada


respiración, aunque la confusión se arremolina en mi mente. ¿Por qué
organizó todo esto entonces, si todavía me está dando una salida? ¿Y
por qué confesar sus crímenes?

Por otra parte, Amalia difícilmente correría a la policía, teniendo


en cuenta sus propios gustos. ¡Qué lío!

Tengo que subirme a un avión a la menor oportunidad y no volver


a pisar Chicago. Sin embargo, este pensamiento me inquieta, porque
¿qué pasa con toda esta gente?

Tal vez debería centrarme en mi propia supervivencia en lugar de


intentar hacer justicia en este mundo corrupto gobernado por
criaturas engañosas y poderosas.

—Genial. Entonces me iré. —No mueve ni un músculo—. No


deseo casarme contigo.

Se inclina más cerca, su aliento abanica mi mejilla mientras miles


de cosquillas me bañan mientras su poderosa forma se aprieta más
contra mí, contrastando con mis suaves curvas. —¿Es tu elección
final? —Sus labios rozan mi hombro y suben hasta mi cuello, donde
me pellizca suavemente, y yo lo empujo, queriendo liberarme, pero es
inútil—. Ten en cuenta que tu negativa significaría la guerra. Mataré a
cada uno de ellos por engañarme. Y todos ellos están casados, algunos
tienen hijos.

Me paralizo, cerrando los ojos y negándome a escucharlo o a dejar


que se me meta en mi cabeza.

Estos hombres son unos psicópatas. ¿Por qué deberían importarme


sus familias?

Sin embargo, al ser una niña que perdió a sus padres muy joven,
no le deseo tal dolor a nadie, y mucho menos a niños inocentes que
probablemente no tienen ni idea de lo que hacen sus padres.

—Luego están nuestras familias. Todos se convertirán en daños


colaterales. —Chupa mi carne, y yo jadeo, volviendo a apretar en un
puño su camisa, odiando cada una de sus caricias y palabras. Hablan
de mi naturaleza compasiva, y debería estar muerta y en el infierno.

Si no, ¿cómo puedo sobrevivir?

Me susurra al oído:

—Tantas muertes. ¿Estás preparada para todas ellas? —Me


muerdo el labio, conteniendo el grito de desesperación que amenaza
con brotar de mi garganta. Da un golpe en la mesa con las manos, y yo
me sacudo, manteniendo aún los ojos cerrados—. Contéstame. ¿Qué
va a ser, ma chérie? ¿Matrimonio... o una masacre?

La pregunta queda suspendida en el aire entre nosotros. Me da la


salida que tanto deseo, y sin embargo sus condiciones son horrendas.

Este hombre y sus amigos, de hecho, iniciarían una masacre y me


harían indirectamente responsable de todo el desorden que creen.
Mi padre me dijo una vez que la compasión es una de nuestras
mayores virtudes y que debemos mostrarla siempre que tengamos la
oportunidad, porque la vida no es amable con todo el mundo. Según
él, ser egoísta no es un pecado, pero debemos ser conscientes de cómo
nuestras acciones afectan a los que nos rodean y hacer lo posible por
minimizar el daño.

Nunca estuve muy de acuerdo con lo que decía, porque sonaba


como si tuviéramos que amoldar nuestras vidas a los deseos de los
demás, lo que a su vez inspiraría resentimiento.

Ahora mismo, dos personalidades luchan dentro de mí: la parte


egoísta que me dice que me elija a mí misma y que deje que todos
estos psicópatas se ocupen de los demás, ya que, de todos modos, esto
nunca tuvo que ver conmigo.

Tarde o temprano, Remi habría declarado la guerra a mi gemela.

Pero la otra parte... la que fue criada por un padre que se pasaba
los días ayudando a los menos afortunados, el padre que me acogió
cuando no tenía que hacerlo, el padre que siempre predicaba sobre
hacer lo correcto, ya que es lo único que nos hace destacar entre la
crueldad de este mundo...

Esa parte me ruega que haga lo que él dice y me someta a un


matrimonio, aunque sea temporal, con un monstruo.

La masacre significaría que muchas personas se convertirían en


daños colaterales en su retorcido juego, y en este matrimonio... yo
sería la única que sufriría.

¿Pero no sufriría de cualquier manera?

La masacre me sometería a una agonía eterna.


Mi corazón se rompe en miles de pedazos que nada podrá pegar
mientras abro los ojos de golpe, y chocan con los oscuros y
calculadores que esperan mi respuesta.

Aprieto las manos con tanta fuerza que siento una puñalada de
dolor me invade, aunque es incomparable con el que me sacude el
alma ahora mismo.

Finalmente digo la palabra que sabe a veneno en mi lengua, ya que


sella mi destino.

—Matrimonio.

Durante un breve y traicionero momento, creo que la decepción


aparece en su cara, como si esperara otra respuesta de mi parte, pero
luego una sonrisa curva sus labios, y inclina mi barbilla, la repulsión
corriendo sobre mí al tacto.

—Ah, chérie. Tu compasión es admirable, aunque es estúpida.


Cuando tengas una oportunidad, elígete a ti misma, porque las
personas son bastardos desagradecidos que no dudarán en utilizarte
en su agenda y en alimentar a los lobos. —Se aleja de mí y respiro
profundamente, teniendo un poco de espacio para tragar oxígeno sin
que él se cierna sobre mí—. Vamos a celebrar una boda, chicos.

Los imbéciles aplauden, levantando sus copas, y Remi les guiña un


ojo antes de centrar su mirada en mí. —Ahora, solo tienes que conocer
a alguien muy importante para mí, y luego podemos preparar el
evento de esta noche.

¿Qué?

El suelo cambia lentamente de color, el cristal transparente


muestra una vista de un pequeño oasis tropical debajo: gruesos
árboles con las hojas verdes más largas, piedras de diferentes formas y
un espacio infinito cubierto de hierba.

¡Oh, Dios mío! A pesar de mi situación, esto es absolutamente


hermoso y tan memorable que es como si hubiéramos entrado en una
dimensión diferente, y todo un mundo nuevo existe debajo de
nosotros.

Por un segundo, todo lo demás es invisible, susurrando para que


uno baje la guardia y admire la belleza natural. Pero esa es una manta
de seguridad de corta duración, ya que una criatura verde se desliza
entre los árboles, envolviéndose en las ramas, con sus ojos brillando
un poco y su lengua asomando. Detiene sus movimientos, y juro que
debe oírnos, porque parece que mira hacia arriba.

Una serpiente.

No, no solo una serpiente.

¡Una maldita pitón que debe medir tres metros!

Me aprieto más contra la mesa, como si esta acción pudiera


salvarme, porque incluso con el cristal que me protege de ella, tiene
un aura amenazante que me advierte que me aleje o me tendrá de
cena.

—¿Qué es esto? —pregunto, con horror en mi voz.

—Anguis. —Ante mi mirada confusa, explica—: Así se llama. Te


presento a mi mascota, ma chérie. Después de todo, es un miembro de
la familia.

Olvidando momentáneamente todo lo demás, trago con fuerza y


repito después de él:
—Una mascota. —¿Acaba de decir que tiene una pitón como
mascota?

—Correcto. La encontré durante una de nuestras masacres. El


dueño original no la trataba bien, así que me la llevé. —Es tan
indiferente a todo esto que quiero gritar. Sin embargo, considerando
todas las cosas, esto debería ser la menor de mis preocupaciones.

—¡Eso no es una mascota! —grito, señalando la cosa y odiando su


atención en mí—. Es una criatura peligrosa que te comerá vivo a la
primera oportunidad. —Vuelvo a mirar a la serpiente para ver cómo
sisea y se escabulle hacia los arbustos, ocultándose de nuestra vista.

—Awww, creo que has herido los sentimientos de mi pitón.

—Eres... eres… —Ya no sé cómo llamarlo, porque ya he usado


todas mis malas palabras, así que me conformo con:

—Me arrepiento del momento en que te conocí.

Al instante, la energía cambia, y veo que Santiago se levanta, ya


corriendo hacia nosotros mientras una máscara se instala en la cara de
Remi, la rabia cruza sus facciones y me agarra de los brazos. Sus
dedos se hunden tan profundamente en mí que hago una mueca de
dolor, pero no me suelta.

—Qué pena, chérie. Porque estás atada a mí de por vida. —La


dureza y el acero se entrelazan en su tono, haciéndolo tan mortal que
el miedo arde en la boca de mi estómago.

Debo haber dicho algo muy malo, pero por mi vida, no sé qué es.

—Me haces daño —susurro, retorciéndome el brazo, pero a él no le


importa.
Creo que incluso quiere castigarme por mis remordimientos,
actuando como si hubiera cometido un crimen imperdonable.
¡Mientras que él es el que mata a la gente!

Remi tira de mí hacia él y yo sacudo la cabeza, evitando su beso, y


sus labios se posan en mi mejilla. —Será mejor que lo recuerdes antes
de hacer cualquier estupidez. —Me empuja, lanzándome sobre
Santiago, que me atrapa fácilmente y no deja que mi rostro golpee el
suelo—. El conductor está aquí. Métela en el auto.

—Amigo...

—Estoy bien. Llévatela de una puta vez. —Y entonces su mirada se


dirige a mi brazo herido que sigo frotando—. Lo siento. No debería
haber hecho eso.

Demasiado confundida por su disculpa tan diferente a su anterior


estallido de rabia, abro la boca para decirle que puede meterse esas
disculpas por la garganta, cuando Santiago me ordena:

—Vamos, Amalia.

El nombre me recuerda una vez más cómo acabé en este lío, y


mientras sigo a uno de los cuatro oscuros, me pregunto una cosa.

¿Por qué hacemos listas de deseos?

Porque desde mi punto de vista...

...mis deseos y sueños me jodieron.

O es lo que creo que debo pensar.

Cuando en realidad, el único pensamiento que me preocupa ahora


mismo es la reacción de Remi y algo parecido al dolor que resuena en
su declaración. La parte estúpida y desesperada de mí anhela
calmarlo, porque odio causarle dolor.

Solo que estas son solo mis ilusiones.

Los villanos no necesitan compasión.

Solo tengo que concentrarme en este juego y jugarlo al máximo


para sobrevivir entre ellos, y tal vez, solo tal vez, salga de él.

Aunque signifique romperme el corazón una y otra vez.


Remi
Me arrepiento del momento en que te conocí.

Su afirmación, escupida con rabia, resuena en mi oído mientras la


ira alimenta mi sangre, mientras el deseo de romper algo se vuelve
demasiado fuerte, mis puños pican por una pelea, pero no hay tiempo
para una.

El tiempo corre, y cuanto más me entretenga, más tiempo estaré


lejos de mi venganza, lo cual es inaceptable.

Nadie ni nada se interpondrá en mi camino para ejecutar mi


venganza, ni siquiera el dolor y las lágrimas en los ojos de mi futura
novia.

Arrepentimiento.

Ese es el sentimiento que más conozco en esta vida, ya que todo el


mundo siempre se arrepintió de mí.

¿Por qué iba a ser Penelope una excepción a esta regla?

Su naturaleza compasiva y su abnegación no me sorprendieron,


aunque me decepcionaron. Pero también me maravilló, y no muchas
cosas lo hacen, porque está dispuesta a hacer cualquier cosa para
proteger a su hermana.

Puedo admirar la lealtad, pero nunca puedo esperarla de ella a


cambio.

No importa.
Ella será mi esposa esta noche.

Y entonces su lealtad será la mía por defecto.

Porque ir en contra de mí significaría la muerte de los que ella


ama.

Después de todo, soy un monstruo.

Y nosotros no tenemos corazón.


"Desearía que fuera yo a quien quiere.
Él es un monstruo.
Sin embargo, no puedo evitar querer estar en el extremo receptor de su obsesión.
Una fea verdad que nunca compartiré con nadie.
Porque, ¿cómo puede una mujer cuerda codiciar a un hombre que puede ser tan cruel?"
Penelope

Del Diario de Amalia…

La sangre gotea de mis dedos mientras escribo mi última entrada en este


diario. Las lágrimas corren por mis mejillas, lavando cualquier bondad que
queda en mi corazón. Pronto, el diario que ha sido testigo de mis esperanzas y
sueños durante los últimos meses arderá con fuerza, convirtiendo en cenizas
el papel que guarda mis ingenuos pensamientos.

Porque esa Amalia ha muerto hoy, y esta entrada es su panegírico, una


especie de funeral que me permite despedirme de lo tonta que he sido.

Hace tres días viajé por fin a Francia para conocer a Penelope. Los
médicos me dieron el "visto bueno" hace meses, pero Lachlan me mantuvo en
Nueva York durante un tiempo hasta que las cosas se asentaran y para
permitir que algunas personas me enseñaran las cosas que me perdí durante
mi cautiverio.
Incluso contrató a una dama de etiqueta especial que me enseñó a
comportarme en diferentes reuniones y a elegir adecuadamente mi ropa,
mientras me aconsejaba que pensara en mi futura profesión. Creó un diploma
falso para la escuela, pero aun así me hizo estudiar con ahínco todas las
asignaturas. Mi tutor era muy optimista en cuanto a la posibilidad que fuera
a la universidad en un año.

Intenté decirle a Lachlan que no tenía por qué hacerlo, porque la carpeta
que me trajo sobre Penelope demostraba que mi hermana tenía una buena
vida, por no hablar de mi herencia. Por el amor y la añoranza desconocidos en
mi pecho, sabía que mi gemela también quería verme, así que planeé
quedarme en Francia a su lado.

Mi corazón se llenó de alegría ante la idea de su felicidad y que nuestro


tío era un buen hombre que apreciaba el regalo que había recibido de su
hermano, en comparación con la forma en que Beatrice me trataba.

Lachlan no me escuchó, pero como descubrí, rara vez escucha a alguien, y


su palabra por aquí se considera absoluta. Creó todos estos recursos para mí y
me dijo que podía volver cuando quisiera.

Sin embargo, fui testaruda e insistí en el viaje de inmediato, y durante


todo el trayecto a Francia, mi mente pintó varias imágenes del reencuentro y
de cómo sabría por fin lo que es el amor. Mis dedos recorrieron suavemente su
rostro en las fotos, estudiando cada pequeña expresión y encontrando tantas
similitudes entre ella y yo.

Sus oscuros mechones eran largos, casi le llegaban a la cintura, y llevaba


unas gruesas gafas, lo que dificultaba calibrar sus reacciones.

Arson, que viajaba conmigo, me llevó a la mansión; nos detuvimos junto


a la puerta de hierro y, para mi sorpresa, el guardia nos dejó entrar, pensando
que habíamos llegado para la boda.
Entramos, y mis ojos bebieron la belleza que me rodeaba mientras el
cálido aire primaveral acariciaba nuestra piel. Un vasto jardín estaba lleno de
flores exóticas y exquisitas estatuas de mármol.

Llegó mucha gente con vestidos y trajes largos, y Arson me dijo que
tuviera cuidado, pero lo ignoré. Frenéticamente, busqué entre la gente para
encontrar a mi gemela, y entonces la divisé junto a un enorme arco.

Me quedé helada en el sitio, viendo cómo echaba la cabeza hacia atrás y se


reía de algo que decía el tío Asher.

La felicidad y la tranquilidad que irradiaba de ella me golpearon, y me


balanceé hacia un lado, chocando afortunadamente con Arson, que me atrapó.

Todo lo que me rodeaba hablaba de lujo, de sociedad y de imágenes


perfectas que mostraban al mundo.

Una vida en la que la gente no conocía la pena y vivía en su círculo


especial en el que los forasteros no pertenecían.

Penelope, con su vestido amarillo, entre su familia y amigos, parecía casi


etérea, representando todo lo bueno sin ningún toque de maldad a la vista.

Su aura cálida casi te animaba a acercarte a ella y descubrir si esa calidez


seguía calando en ti cuanto más tiempo permanecieras en su compañía.

Un ángel bajado del cielo que no conoce la pena y que probablemente creía
en los cuentos de hadas porque todo el mundo la adoraba.

En todos los escenarios que reproducía en mi cabeza sobre nuestro


reencuentro, nunca imaginé que me sentiría tan inadecuada a su lado. Como
algo sucio que no debería manchar su bondad con la oscuridad y todos los
actos horrendos que me hicieron en el pasado.
Me ahueco la mejilla, pasando los dedos por las pocas cicatrices que aún
marcan mi piel. Pronto se arreglarían con cirugía. ¿Me aceptaría como su
gemela, o necesitaría una?

Toda mi vida he soñado con el momento en que estaría con ella, porque
entonces significaría el fin de mi pesadilla. Una gemela que se suponía que
era mi persona, alguien que estaría a mi lado a pesar de todo.

Pero, aunque soñara conmigo... ¿esperaba que fuera una carga que nunca
funcionaría normalmente?

Incluso ahora mismo, el ácido me llena la boca cuando varias voces


masculinas me irritan los nervios, y me pica la mano para agarrar un objeto
afilado y callarlas mientras se funden con los otros susurros en mis oídos,
recordándome el pasado.

¿Cuánto tiempo pasará hasta que haga algo tan malo que ella no sea
capaz de mirarme? O peor aún... ¿le destrozaría el mundo, y la gente que
ama podría darle la espalda, porque su gemela es una psicópata incapaz de
controlar sus impulsos?

Dicen que un corazón humano solo puede aguantar cierto sufrimiento


antes de resquebrajarse. Nunca podría sobrevivir a su rechazo ni al dolor de
saber que la he convertido en una paria.

Durante mi estancia en el hospital y en la mansión, pensé que había


mejorado. Me desenvolvía con normalidad cerca de los demás protegidos
oscuros, aunque no era tan difícil, ya que siempre me daban espacio y, de
todos modos, nunca hablaban mucho conmigo.

Como me dijo uno de ellos, todos tienen sus propios demonios.

Sin embargo, los demonios tienen tendencia a aparecer y a hacer daño a


los inocentes que menos se lo merecen.
Nunca podría permitir que mi pasado o los demonios destruyeran lo que
más valoro: mi estrella del norte que me ha mantenido viva todos estos años.

Mi gemela, la otra mitad de mi alma... la mejor mitad que probablemente


ni siquiera me necesita ni sabe de mi existencia. Según los informes, Asher la
adoptó legalmente e incluso añadió otro nombre al suyo. Como si quisiera
borrarme de su vida por completo.

Una ira ardiente y familiar sustituyó a mi pena, deslizándose por mis


venas y llenándome de la furia que me rogaba que incendiara este lugar y
exigiera venganza por la injusticia cometida contra mí.

Por eso me aparté, y Arson no dijo ni una palabra mientras volvíamos a


entrar en el auto y nos dirigíamos al aeropuerto, mientras yo apretaba las
manos y mantenía a raya mis impulsos hasta que pudiéramos llegar a Nueva
York.

Lejos, muy lejos de mi gemela.

Apenas recuerdo el viaje en avión o cómo me senté adormecida en mi


asiento, ignorando la comida y las bebidas mientras contaba los minutos para
mi llegada.

Porque algo oscuro dentro de mí se rompió, algo que me impedía actuar


según los crecientes instintos que tenía dentro, y el monstruo que vivía en mi
alma quería sangre.

Tal vez ese era mi destino desde el principio.

Una vez en Nueva York, le pedí a Arson que me dejara en el parque, y


para mi asombro no se opuso.

Cuando me di cuenta que nadie me seguía, me senté en el banco y conté


una cantidad indefinida de números, resistiéndome aún a la llamada mientras
apretaba contra mi pecho la navaja que conseguí meter en el bolsillo desde el
avión.

Mi corazón se resquebrajó, llenándose de un dolor y una agonía que no


conocían la piedad y querían herir a alguien a cambio.

Principalmente al monstruo que empañó tanto mi carne que ya no podía


funcionar correctamente en sociedad ni construir una relación con mi gemela.

Cuanto más tiempo me mecía en el banco ante las miradas extrañas de la


gente que pasaba, más me enojaba con todas las personas que me habían
fallado en esta vida.

El tío Asher, que no luchó por mí y dejó que Beatrice me tuviera.

Beatrice, por venderme al mejor postor para poder tener su paz.

Jonathan, que me violó una y otra vez y luego me metió en un asilo.

Elíjah.

Toda la gente que trabajaba allí, abusando de mi carne una y otra vez,
tratándome como si fuera tierra bajo sus uñas y no un ser humano.

Los gritos internos llenaron mi cabeza, trayendo todos los recuerdos de la


imagen amenazante de Jonathan con sus sádicos susurros.

—Sonríe, Amalia. Sonríe para mí y disfruta de lo que estoy


haciendo.

El cuchillo que tenía en la mano se clavó profundamente en la palma de la


mano, extrayendo sangre, pero apenas comprendí la picadura ni mis
movimientos.
Solo el dolor me mantenía anclada en el presente y no me permitía caer en
esa madriguera llamada locura.

Y entonces sucedió.

Una voz masculina en el presente me habló, sonando casi similar a


Jonathan en el tono mientras el fuerte olor a alcohol llenaba el aire.

—Hola, pequeña. ¿Estás bien? —Mis ojos se centraron en sus botas


sucias mientras daba un paso más cerca, y respiré con fuerza, su cercanía
sirviendo como gasolina al fuego listo para estallar en cualquier segundo—.
Una chica como tú debería sonreír. No llorar en el parque. Sonríe —dijo y
luego me dio una palmadita en el hombro, y ese fue mi punto de quiebre.

Donde mi vida se dividiría en un antes y un después.

Levantando lentamente mi mirada hacia él, vi a Jonathan cerca de mí y


me sentí como una niña indefensa que no podía hacer nada.

Solo que no era cierto, ¿verdad?

Agarrando mi cuchillo por el mango, le apunté, gritando:

—¡Cállate! —Y él retrocedió, sus ojos se ensancharon, mientras otro


brazo conseguía bloquearme, apartando el cuchillo de mi mano antes que
pudiera atravesar el estómago del hombre.

El hombre sacudió la cabeza y empezó a huir, mientras yo parpadeaba con


rabia varias veces, haciendo desaparecer la imagen de Jonathan.

Luego cambié mi atención hacia el que vino al rescate y no me dejó matar


a un hombre inocente.

Lachlan.
Sacó su pañuelo y lo envolvió alrededor de mi mano sangrante mientras
Arson se mantenía a varios metros de distancia, estudiándome atentamente.

El miedo y la decepción sustituyeron mi rabia anterior, odiándome por


haber sucumbido a la oscuridad en lugar de construir una nueva vida.

Y ahora el hombre que me dio la oportunidad de vivir libre era testigo de


mi horrible naturaleza.

Sin embargo, sus palabras me sacaron de mi estupor y me confundieron,


aunque el alivio llenaba cada poro. —Aprenderás a controlarlo, Amalia. La
oscuridad tiene su belleza, pero siempre debe tener límites. Porque lo que no
tiene límites siempre trae las consecuencias más devastadoras.

Tragando la bilis que se formaba en mi garganta, pregunté:

—¿Y si no puedo?

Su cara permaneció ilegible, pero la energía que se arremolinaba a nuestro


alrededor se transformó en pesada y aterradora, enviando frialdad a través de
mí, mientras su voz contenía una nota de advertencia cuando respondió:

—Si pierdes la cabeza y empiezas a matar a los inocentes, no vivirás lo


suficiente para satisfacer tus antojos.

Comprendí entonces lo que quería decir y, extrañamente, lo agradecí.

La sociedad me consideraría un monstruo a pesar de todo, pero al menos


ningún inocente sufriría por mi locura.

Por eso esta es mi última entrada.

Porque en lugar de fortalecerme con mis experiencias y aprender a vivir


con mi pasado y encontrar la felicidad... no puedo resistir la oscuridad. Mi
deseo de infligir una tortura y una agonía similares a aquellos que lo merecen
es demasiado tentador como para ignorarlo.

La gente experimenta cosas peores que las que yo viví y aun así se las
arregla para encontrar la paz y el amor, porque el amor lo supera todo en su
corazón. Así es como debería ser. El pasado no debería dictar el presente y el
futuro.

Sin embargo, esa no es mi historia, y aprenderé a aceptarla.

Hace tiempo, deseaba encontrar a mi gemela.

¿Y ahora?

Rezo para que nunca nos crucemos.

Porque un ángel no pertenece al infierno entre los monstruos.


Penelope
—Solo un poco más de color aquí y habremos terminado —me
dice la maquilladora, Erica, mientras me aplica una capa más de lápiz
labial rojo en los labios antes de dar un paso atrás y sonreírme—. Estás
guapísima. —Vuelve a guardar el lápiz labial en su bolso y busca algo
más en él—. Toma. —Introduce un lápiz de ojos en mi pequeño
bolso—. Esto hará maravillas con tus ojos de zafiro. —Mueve la nariz
con desagrado ante las gafas que hay sobre la mesa. Me han obligado
a usar lentes de contacto por primera vez en mi vida, e incluso me
dieron un tutorial completo al respecto—. Y perdería estas gafas en
particular, porque esa montura no le quedaría bien a nadie.

—Kelly me ha dicho que no estás planeando una luna de miel


pronto. Puedo hacer una nota para que pida una amplia selección de
monturas nuevas para que te las pruebes —dice Aly, haciendo que la
mire mientras teclea algo en su tableta—. Deberían llegar junto con tu
ropa.

—¿Mi ropa?

Asiente con la cabeza, sonriéndome. —Remi pidió un nuevo


vestuario para ti, así que lo hemos estado preparando. Debería estar
listo en un par de días, pero ya hemos llenado el armario con algunas
de las últimas piezas de diseño. —Oigo unos cuantos clics más en la
tableta—. Son un poco diferentes de tu estilo habitual, pero Remi nos
aseguró que te gustarían.
Gritando internamente de frustración, y manteniendo la calma por
fuera, respondo:

—Oh. Gracias.

¿Qué más se puede decir?

La asistente de Santiago ha estado pegada a mi lado desde que


llegué a esta habitación de hotel, lista para preparar la farsa, o lo que
todo el mundo llama boda.

Al parecer, los Cuatro Jinetes Oscuros se opusieron a que me


preparara en la mansión de Lachlan, así que eligieron un territorio
neutral en un hotel de lujo y enviaron a sus propios ayudantes, que
trajeron a todo un ejército solo para poder hacer su magia conmigo.

Un sinfín de personas me mimaron mientras yo tomaba café e


intentaba entender cómo demonios acabé preparándome para
casarme con un monstruo, y mi gemela me odia tanto que se filtra en
cada respiración.

Mi corazón se contrae dolorosamente en mi pecho. Me limpio


rápidamente las lágrimas antes que arruinen el maquillaje que Erica se
esforzó tanto en aplicar. La chica acabó siendo la más conversadora de
todas, contándome historias sobre varias novias que solicitaron el
maquillaje más raro, pero a ella no le importaba mientras la paga
fuera buena.

¿También por eso aceptó este trabajo? Porque no era difícil


adivinar, por la miseria grabada en mis facciones y mi total desinterés
por todo lo relacionado con la boda, que esto no era algo que quería.
Aly y Kelly, las asistentes de Remi, han hecho todo lo posible por
levantar mi estado de ánimo trayendo deliciosos postres y
haciéndome preguntas sobre Francia. Pero deben conocer muy bien a
sus jefes, porque ni una sola vez han preguntado nada personal.

O cuestionado una boda que tenían que organizar en exactamente


tres horas.

Al menos tomé una pequeña siesta, que no hizo más que aumentar
mi dolor de cabeza. Lo único que quería era correr a Francia y
encontrar consuelo en los brazos de mi padre.

Nunca debí haber tocado el pasado.

Ahora, le debo a mi hermana casarme con un hombre tan


obsesionado con ella que no le importa que esté comprometida con
otro.

Ni en mi peor pesadilla podría haber imaginado un escenario así.

Exhalando fuertemente, me concentro en mi reflejo en el espejo.


Agradezco a Erica que, a pesar de ver a una criatura hipnotizante que
me devuelve la mirada, aún encuentro rastros de mí en mi reflejo.

Aunque ahora mismo soy casi una copia de Amalia, sin el cabello.

Mis pesados mechones están unidos en una trenza suelta tirada


sobre mi hombro. Varias horquillas pequeñas de cristal están
colocadas estratégicamente para crear un reflejo brillante, llamando la
atención sobre el grosor y el color reluciente de mi cabello.

La máscara de pestañas artísticamente aplicada y el delineador de


ojos negro resaltan la viveza de mis ojos azul marino, llenos de
desesperación y lágrimas congeladas. El suave colorete en la pálida
piel de mis mejillas me da un aspecto más saludable del que merezco.

El color rojo añade plenitud a mis labios, llamando la atención


sobre la forma de mi boca. El efecto combinado me hace pensar en las
diosas griegas expuestas en diversas galerías.

Tentadoras y seductoras, pero suaves y delicadas.

¿Por qué entonces tengo la sensación que todo lo que tengo que
hacer es golpear el dedo en el espejo, y la imagen se romperá,
mostrando mi verdadero reflejo?

Todo esto es una ilusión diseñada para engañar al monstruo y


hacerle creer que ha conseguido su codiciada presa para que deje de
cazar. Y solo Dios sabe lo que hará una vez que el engaño salga a la
luz.

Pero supongo que a mi gemela le importa un carajo eso, ¿y por qué


debería hacerlo?

Solo soy una molestia de la que quiere deshacerse.

—Esta es una cola muy larga —murmura Erica antes de ajustarla


para que mis piernas no se enreden en la gasa—. Es un toque
anticuado para el vestido.

—Erica —sisea Aly, lanzándome una mirada asustada—. Remi


eligió este vestido él mismo. Le encanta el diseño. —Mira a su amiga,
que se encoge de hombros, aunque no la culpo.

Cuando me trajeron el vestido hace una hora, se me cayó la


mandíbula de tal manera que todavía me duele.
El vestido blanco de cuello alto y mangas largas de encaje fluye
sobre mi figura, abrazándola con fuerza y mostrando cada curva e
inmersión en mi cuerpo. Los innumerables botones lo sujetan todo. La
sedosa cola de monarca le da un mayor alcance y tira con fuerza de mi
cintura. Para rematar el conjunto, mis tacones de aguja de terciopelo
azul asoman por debajo de la larga falda.

Remi decidió que debían ser mi algo azul, así que me encontró
unos zapatos de diseño con un bonito cristal en la punta.

El vestido parece de otro siglo, pero, irónicamente, es exactamente


lo que habría elegido para mí si todo esto fuera real.

Sería la novia más feliz del planeta si el hombre de mis sueños que
despertó mi cuerpo a todos sus placeres me conociera tan bien como
para elegir este vestido para mí.

Excepto que lo eligió para mi gemela.

Y el apuesto caballero del club que creció con príncipes terminó


siendo un villano.

En el fondo, sin embargo, una parte de mí, la que no se siente


orgullosa, podría haber intentado entender por qué hace lo que hace y
lo horrible que es esto.

Sin embargo, nunca podré superar a quién quiere de verdad, y


solo la idea que vuelva a tocarme pensando en Amalia aplasta mi
alma en más de un sentido.

Mirando el reloj de madera, que anuncia la llegada de una nueva


hora, reúno una sonrisa. —Bueno, sí estoy lista, entonces me voy a
sentar. —Tengo que dejar de mirarme a mí misma, o las cataratas van
a comenzar ante la injusticia de todo esto.

—¿Y el velo? —pregunta Erica, cogiendo una caja negra de la silla


cercana—. Es muy bonito y quedaría genial con este vestido.

Un velo.

¿No significa la pureza y la felicidad de la novia?

Llevar un velo sería escupir sobre esta creencia y tradición;


además, un velo no salvará este matrimonio de un final desastroso
una vez que el villano descubra que se casó con el patito feo en lugar
del cisne.

Sacudo la cabeza.

—Y otra se opone a un velo. ¿Qué les pasa a todas sus novias? —


murmura Erica en voz baja, y mis cejas se fruncen.

¿Otra más?

Antes que pueda pensar en ello, un golpe seguido de unos tacones


chocando en el suelo hace que mi mirada se dirija a una recién
llegada.

Parpadeo sorprendida; no he visto a una mujer más impresionante


en mi vida, y teniendo en cuenta que he estado rodeada de belleza
toda mi vida, eso dice mucho.

Ni siquiera Amalia le llega a la suela de los zapatos, por muy mal


que suene.
Tiene una larga melena negra que le cae por la espalda en pesadas
ondas. La luz brillante se refleja a través de los mechones ondulados y
sedosos que le llegan al culo.

Sus ojos azules me recuerdan al cielo claro de un día de verano y


destacan como dos diamantes sobre su piel bronceada. El vestido de
lana le envuelve el cuerpo, mostrando las generosas curvas de sus
pechos, culo y el ligero bulto de su vientre, casi invisible para un
transeúnte. Mi mejor amiga dio a luz a un niño sano hace un año, así
que sé cómo se ve un bulto de embarazo en las primeras etapas.

El vestido termina ligeramente por encima de las rodillas, dejando


al descubierto sus largas piernas, y cuando se acerca, su aroma a,
rosas mezcladas con orquídeas y lavanda, me inunda.

Ah, la famosa heredera al trono y la princesa de los Cuatro Jinetes


Oscuros a la que todos adoran. Incluso la hermana de Octavius,
Estella, no recibe tanta atención como esta chica.

Tal vez porque es once años menor que ellos, por lo que todos se
sienten protectores con ella, especialmente su hermano mayor
Santiago.

Aunque tiene los rasgos combinados de su padre y su madre, su


aspecto general grita Rebecca Cortez. Todos ellos tienen la misma
mirada cálida que te invita a contarles tus secretos, porque no te
enfrentarás a un juicio por su parte.

Solo aceptación y amor.

¿Es por esto por lo que aman a los cuatro oscuros? Es imposible
que no sepan de sus actos, y, además, la invitaron a la boda.
Así que ella debe saber que todo es una gran estratagema en la que
un hombre obliga a una mujer a casarse con él, o de lo contrario, la
gente morirá.

Me mira fijamente durante un segundo antes de ensanchar sus


carnosos labios en una sonrisa. —Jimena Cortez —se presenta, y
entonces, para mi asombro, me abraza tan fuerte que me saca el aire—
. ¡Bienvenida a la familia!

Como esta mujer no tiene nada que ver con las acciones de mi
prometido, respondo:

—Gracias. —Y le doy unas palmaditas torpes en la espalda


durante unos instantes antes de inclinarme hacia atrás—. Sin
embargo, no participo de buena gana en esta boda.

Actuar como mi gemela es una cosa, pero fingir que estoy de


acuerdo con este espectáculo es otra muy distinta.

Además, Amalia lleva años rechazando sus insinuaciones, así que


su resistencia a casarse con Remi debe de ser de dominio público a
estas alturas.

Un grito ahogado resuena en la sala, y gimo interiormente ante las


expresiones de sorpresa de Erica y Aly; me había olvidado de su
presencia.

—Ya he escuchado eso antes —dice otra voz suave, y veo entrar a
una mujer. Más suave y con más curvas que Jimena, y aunque no se
puede decir que sea guapa, tiene una presencia magnética.

Su cabello castaño cae por la espalda y contrasta con el vestido


lápiz beige que resalta sus inusuales ojos.
Uno es verde y el otro marrón oscuro. Brillan con curiosidad
mientras me estudia de pies a cabeza antes de sonreír.

—Briseis. —El nombre no me suena, y debe leer la confusión en mi


rostro, porque añade—: La esposa de Santiago.

Oh.

Por la charla de Erica de antes, sé que se casaron hace poco más de


dos meses. ¿Fue suficiente tiempo para que ella se hiciera a la idea y
aceptara esta prisión de por vida? ¿Hasta el punto de asistir a una
boda en la que se obliga a otra novia a casarse con uno de los suyos?

A veces, entender a las mujeres está más allá de mi comprensión.

—Tenemos que estar en la iglesia en una hora —anuncia Aly y


agarra a Erica por el codo—. Te esperaremos en el pasillo. El auto
debería llegar en veinte minutos. —Las dos asienten con la cabeza y
Jimena las despide con la mano.

En el momento en que la puerta se cierra tras ellas, Briseis suspira


y arroja su abrigo sobre la silla. —El juicio en su cara lo dice todo.

—Solo para aclarar. Te juzga a ti —dice Jimena, abriendo la caja y


pasando los dedos por el velo—. Tú eres la que se casó con mi loco
hermano.

Briseis parpadea y luego entrecierra los ojos, colocando las manos


en las caderas. —Mientras tú estabas allí como testigo. —Pasa un
segundo—. También cantaste sus alabanzas.

Jimena saca el velo y mira a Briseis como si hubiera perdido la


cabeza. —Pues claro. Mi hermano es perfecto. Lo que no cambia el
hecho que esté loco. —Me guiña un ojo y luego se acerca, levantando
la cosa por encima de mi cabeza, y yo me balanceo hacia atrás,
evitándola.

—No lo hagas —advierto, despreciando la idea de ponérmelo.


Algunas tradiciones son sagradas, y no voy a mancharlas con todas
estas horribles mentiras—. No me lo pondré.

Debe leer determinación en mi rostro y advertencia en mi voz,


porque suspira resignada y vuelve a colocar el velo en la caja. —Sin
embargo, tendrás que llevarlo en la iglesia. Remi insistió. Es muy
tradicional.

Me muerdo el labio inferior para no gritarle que en realidad me


importa un bledo lo que insista Remi; además, ¿qué hombre tiene
tantas malditas reglas para su boda de todos modos?

Briseis habla, su tono me invita a compartir cosas que no debería.


—No tienes que controlarte. No estamos del lado de nadie.

Se me escapa una risita, aunque carece de humor, y agradezco que


la ira me llene todos los huesos del cuerpo. —Y, sin embargo, no te
escucho ofrecerme ninguna ayuda.

—¿Has conocido a los Cuatro Jinetes Oscuros? Si se fijan en algo,


es imposible escapar de ello —responde, y yo me limito a parpadear—
. Dondequiera que corras... te encontrarán. —Pasa el pulgar por el
anillo de zafiro de su dedo, que brilla bajo la luz—. Pero si realmente
quieres huir, entonces te ayudaremos.

Jimena frunce el ceño, estira la mano para coger un chocolate de la


mesa y pregunta:
—¿Lo haremos?

—Sí.

—Te recuerdo que Remi es el mejor amigo de mi hermano y


prácticamente familia para nosotros.

—¿Y?

—Entonces, ¿dónde está tu lealtad, mujer? —Jimena se lleva el


chocolate a la boca—. Como novia, no puedes ir en contra de la
hermandad.

Briseis se rasca la cabeza mientras mi mirada se mueve entre ellas,


escuchando su diálogo, aunque no entiendo nada.

—¿No puedo?

—No. Tu lealtad es siempre hacia los cuatro oscuros.

—¿Quién lo dice?

Jimena coge otro chocolate, lo mastica antes de responder:

—Las reglas que escribieron a los dieciocho.

—¿Tienen reglas?

—Sí.

Briseis medita esta información durante unos instantes y luego


exhala. —No puedo ayudarla, entonces.

—No.

—¡Esto es una mierda, Jimena!


—¡Oye! Tú eres la que se casó con uno de ellos. —Jimena desplaza
su atención hacia las fresas—. Yo solo estoy pasando el mensaje.

—¡Me chantajeó para que me casara!

¿Es que estos hombres no tienen ni idea de lo que significa el


consentimiento? ¿Por qué sienten la necesidad de obligar a las mujeres
a casarse con ellos? Que yo sepa, encabezan las listas de solteros más
deseados.

Gimo para mis adentros ante la furia que me produce la idea de


que alguien enganche a Remi y me ordeno a mí misma que me
componga.

Mis emociones contradictorias me darán un latigazo algún día.

Exhalando una fuerte respiración, me ordeno internamente que me


calme; mi histeria no traerá nada bueno. —Me casaré con él. Aunque
agradezco la oferta. —Le envío una sonrisa a Briseis, aunque ella se
echó atrás muy rápido.

¿Y qué son estas reglas de todos modos?

Si Remi cree que voy a seguir sus retorcidas reglas, tiene otra idea.

En el momento en que Amalia se case, llamaré a la policía por


todos estos psicópatas.

Sigo mirando a Jimena. —Un poco de compasión no te mataría.

Se encoge de hombros. —Soy una Cortez. No somos conocidos por


ser compasivos.
Mis cejas se fruncen ante el orgullo con el que pronuncia esta
afirmación, y abro la boca para comentar, cuando el sonido distintivo
de un teléfono sonando resuena en el espacio.

Briseis saca el teléfono del bolsillo de su abrigo y dice:

—Es Santiago. —Con esto, sale de la habitación, cerrando la puerta


detrás de ella suavemente.

El silencio se apodera de nosotras, y aliso las líneas inexistentes de


mi vestido cuando Jimena me pregunta:

—¿Cómo te llamas?

Me quedo quieta ante esto. —Amalia. —Remi ni siquiera se ha


molestado en decir el nombre de su prometida.

Se levanta, cogiendo un pañuelo y limpiándose las manos.

—He visto a Amalia unas cuantas veces a lo largo de los años.


Puedes engañar a mi cuñada, que aún es nueva en nuestro círculo,
pero a mí no. —Jadeo de sorpresa ante esto, y ella se acerca a mí,
cruzando los brazos—. Así que voy a preguntar de nuevo. ¿Cuál es tu
nombre?

El pánico se apodera de mí, mientras mi mente busca con ahínco


las palabras adecuadas para encubrir la mentira y no meterme en más
problemas. Si Briseis les es tan fiel a pesar de haber sido obligada a
casarse con Santiago, seguro que su hermana correrá a contarle la
verdad a Remi.

—No tengo ni idea de lo que quieres decir.

Jimena ladea la cabeza, estudiándome durante varios segundos.


—Tus ojos. Son diferentes. Los suyos son fríos y, francamente, tu
hermana es una perra despiadada con los que la rodean. —Parpadeo
ante esto, queriendo defender a mi gemela, pero al mismo tiempo, le
doy la razón—. Los tuyos son cálidos y suaves.

Apartando mi mirada de ella, me giro para mirar al espejo y juego


con mi cabello, queriendo ignorarla del todo, cuando nuestras
miradas se encuentran en el reflejo.

—Sé lo de la invitación que te hizo mi madre, Penelope.

Casi lloro de desesperación, porque ella ya sabe la verdad; solo


quiere mi admisión.

La batalla interna dura apenas un segundo antes que mi


determinación se rompa y mi dolor de cabeza se intensifique. —Por
favor, no se lo digas —susurro, sin poder seguir mintiendo bajo su
mirada perforadora—. No la dejará en paz, y tengo que arreglar esto.

Una horquilla se desliza de mi cabello y cae a un lado, colgando de


un mechón, y con manos temblorosas, intento ajustarla, pero no lo
consigo.

Jimena tira suavemente de mi codo hasta que estamos frente a


frente. Ella pone sus dedos en la horquilla, desprendiéndola
fácilmente.

—Son los mejores amigos desde siempre. —Tira de la punta antes


de acercarse a mí y deslizarla en mi cabello—. Crecí con todos ellos.
De hecho, Remi es tan hermano mío como Santiago. —Aunque sus
palabras destilan amor, no siento celos por el vínculo que claramente
comparte con Remi. Vuelve a poner la horquilla y me da un golpecito
en la nariz—. Los hombres como ellos no esperan años para reclamar
a las mujeres que quieren, y no dejan que se comprometan con otro. —
Las mariposas brotan en mi estómago ante esta admisión, dando
esperanzas a las partes asustadas de mi interior que, a pesar de todos
los secretos, ansían saber que Remi me quiere a mí y no a mi gemela.

Chica tonta, tonta.

Y, sin embargo, con este vestido de novia, a punto de casarme con


el justiciero, anhelo creer que tiene que ver conmigo.

Sin embargo, Jimena no ha terminado. —Pero lo más importante


es que nada ni nadie puede impedirles reclamar su derecho una vez
que fijan sus ojos en sus mujeres. —Aunque me dice estas palabras,
casi se siente como si las hubiera repetido lo suficiente en su vida
como para creerlas completamente, y, por alguna razón, el dolor
destella en sus ojos antes de disimularlo con una sonrisa.

¿Por qué esto la lastimaría?

Se frota el vientre, sin dejar ninguna duda que está embarazada, y


se aclara la garganta, sonriendo de nuevo, pero no llega a los ojos.

El padre del bebé debe ser un imbécil.

Pero, no me deja pensar en ello. —Según los rumores, Remi quería


a Amalia desde hace años. Y, sin embargo, tardó menos de
veinticuatro horas en reclamarte y declarar la guerra.

Le sostengo la mirada un momento antes de estudiar mi reflejo en


el espejo una vez más. El precioso vestido y cada uno de sus cuidados
detalles hablan del deseo del novio que sea perfecto.
¿Existe realmente la posibilidad que se haya enamorado de mí y
no de mi gemela? ¿Y que haya algún secreto oculto tras su supuesta
obsesión por mi gemela?

¿Sin embargo, cambia algo?

Sigue siendo un monstruo que mata gente; sus justificaciones por


los crímenes no los borra ni lo perdona.

A pesar de ello, este conocimiento me da esperanza para seguir


adelante, haciendo esta farsa más soportable, y puedo fingir que todo
esto es por mí mientras existo temporalmente en su mundo demente.

Además, un monstruo podría perdonarme una vez que sepa que


nunca quiso a mi gemela y me deje libre sin declarar la guerra a la
familia de Amalia.

Trago saliva, inhalando todo el oxígeno posible, porque esta nueva


esperanza me llena de felicidad y determinación para hablar con él
antes de la boda.

¿Y si podemos detener esta locura todos juntos?

Briseis vuelve a entrar. —Tenemos que irnos. Nos esperan en la


iglesia.

Sí.

Le daré a Remi una última oportunidad para que me demuestre


que no soy una idiota que mira este mundo a través de lentes color de
rosa.

Y según su respuesta, sanará mi corazón o lo destrozará sin


remedio.
Que Dios me ayude.
Remi
—¿Qué significa todo esto, chicos? —pregunta el padre Paul,
mirando confundido alrededor de la iglesia cuando esta se llena de
hombres -cada uno más mortífero que el otro- que se dejan caer en
varios bancos.

Lachlan se ha negado a asistir, ya que nunca pisa las iglesias, pero


sus leales caballeros se han presentado para asegurarse que mi novia
siga adelante con la boda.

—Tendremos una boda aquí. —Santiago consulta su reloj de


pulsera—. En veinte minutos para ser exactos.

El padre Paul se queda boquiabierto, luego parpadea antes de


fruncir las cejas y su mirada se dirige a nosotros cuatro. —¿Quién se
va a casar?

—Yo —respondo, y al oírlo se relaja, con una sonrisa en la boca y


la felicidad brillando en sus ojos.

Incluso suspira, el pobre.

—Ah, Remi. ¿Es esta la familia de la novia? —Como el silencio


saluda su pregunta, y en su lugar Arson revisa el cargador de su
pistola, la sonrisa comienza a desaparecer lentamente, y la
preocupación junto con el temor la reemplazan—. ¿Otra novia
forzada?
—Solo las llamamos novias. Lo de forzadas nos da mala
reputación —responde Florian, ganándose una risa de Santiago, y
Octavius abre la botella de tequila, dispuesto a dar un codicioso trago.

No hace falta decir que no seguimos las reglas sagradas de la


iglesia ni tenemos mucho respeto por la institución.

Y nos salimos con la nuestra porque el padre Paul es el mejor


amigo del tío Lucian, el padre de Santiago, y la familia Cortez financia
esta iglesia y todas sus organizaciones benéficas.

El padre Paul me mira fijamente y sacude la cabeza. —Remi,


¿cómo has podido?

La risa amenaza con escaparse de mi ante esto; la idea que alguien


piense que tengo una moral más elevada que la de mis amigos es
realmente hilarante.

A lo largo de los años, me he ganado la reputación de ser un


imbécil impetuoso que actúa primero y piensa después, porque
siempre me concentro solo en lo que quiero conseguir.

Consecuencias. Las opiniones de la sociedad. Los sentimientos.

No me importan a menos que se interpongan en mi camino.


Entonces me ocupo de ellos o los destruyo, dependiendo de mi estado
de ánimo.

Cuando las personas no tienen nada y dependen únicamente de


los recursos que la naturaleza les ha concedido, aprenden
rápidamente a coger las oportunidades con las dos manos. Esta es una
de las razones por las que la mayoría de nosotros estamos agradecidos
cada vez que alguien nos muestra amabilidad y nos trata como
iguales a ellos sin juzgarnos por lo que tenemos.

Mi gratitud hacia los padres de mis amigos es absoluta. Nunca me


trataron como menos que ellos ni animaron a sus hijos a alejarse de
mí, el hijo del jardinero.

De ahí que a lo largo de los años muestre más respeto a los que me
rodean que mis amigos, y controlo mi temperamento, haciendo lo
posible por no entrar en peleas inútiles a menos que alguien cruce una
línea que no pueda dejar pasar.

No quería que los padres de Santiago o de Florian se


decepcionaran de mí y se arrepintieran de haberme dado una
oportunidad cuando la mayoría de la gente de esas dinastías no lo
haría.

Sin embargo, de alguna manera, todos también han llegado a la


conclusión que soy el caballero del grupo por tener un alma
romántica, porque creía en encontrar el verdadero amor. Ver el
matrimonio de los padres de Santiago inspiraba asombro.

Aunque ese chico romántico murió a los dieciocho años, cuando la


verdad sobre mi pasado salió a la luz y puso el mundo de cabeza.
Todo lo que dije después fue una actuación para que nadie lo supiera.
Incluso mis mejores amigos, que me apoyaron en todo momento.

A veces nuestro pasado y nuestros secretos son tan horribles y


dolorosos que preferimos mantenerlos encerrados en nuestras oscuras
y torturadas almas, porque compartirlos podría traer el desastre a
quienes nos rodean.
El padre Paul se aclara la garganta y vuelvo a la conversación que
nos ocupa. —La vida está llena de sorpresas inesperadas, Padre. —Le
guiño un ojo—. He decidido mantener la tradición.

Sus labios se afinan, y se cruza de brazos, su manto se agita hacia


atrás en la acción mientras levanta la barbilla obstinadamente hacia
mí.

—No voy a consagrar esta boda. —Pasa un tiempo y añade—: Está


mal.

Arson se ríe detrás de nosotros y silba. —Parece que ni el propio


sacerdote va a bendecir esta unión. Todavía tienes la oportunidad de
cambiar de opinión, Remi.

Sin girarme hacia él, le hago un gesto con el dedo corazón, lo que
me hace ganar más risas. Aprieto los dientes con fastidio ante la
negativa del padre Paul.

—No le vi objetar mucho cuando Santiago arrastró a Briseis hasta


aquí hace dos meses.

Sus mejillas se calientan, y abre y cierra la boca varias veces como


si buscara las palabras adecuadas para objetar. Levanto la ceja,
instándole a seguir. —¿Y bien? ¿O exige una generosa donación a la
iglesia para poder hacerlo? Diga el precio, padre, y lo recibirá.

Esta es una jugada totalmente idiota de mi parte, y el tío Lucian


probablemente me pateará el trasero cuando se entere, pero no puedo
ser amable en este momento.

La bestia dentro de mí exige que reclame a Penelope para que


nadie piense que tiene derecho a quitármela.
Ella es mía y, en cierto modo, toda nuestra vida nos ha llevado a
este momento para unirnos en una santa unión con el fin de obtener
nuestra mutua venganza.

Aunque ella no tenga ni idea de lo que realmente pasó hace tantos


años.

—Remi, hijo, sabes que...

—No me llames hijo.

La tensión a nuestro alrededor aumenta. El cazador que hay en mí


se despierta de golpe y está dispuesto a clavar sus garras en el
sacerdote para que aprenda su lugar y una lección: no ir nunca en
contra de mis deseos.

Solo un hombre en la tierra me ha llamado hijo, y lo desprecio


tanto que la sola palabra despierta mi ira cuando su despreciable voz
resuena en mi oído.

—Eres mi hijo, Remi. Así que limpia mi puto desorden y deja de llorar a
no ser que quieras que te rompa el cráneo.

—Consagrará esta boda. Quiera o no, padre Paul.

El sacerdote se tira del cuello de la camisa, el miedo cruza su cara,


e incluso se aleja de mí como si no estuviera seguro de lo que podría
hacerle a continuación.

Santiago me pone la mano en el hombro y, con el acero que


recubre su voz al advertirme que frene mis deseos, me dice:

—Déjamelo a mí. —Y sonríe al sacerdote con su característica


sonrisa cruel y sádica que hace que el padre Paul se mueva incómodo
y luego frunza el ceño—. Hablemos, Padre. —Con esto, agarra el codo
del sacerdote suavemente y lo tira hacia un lado, ya susurrando algo
en su oído, lo que solo hace que el sacerdote frunza más el ceño.

Somos unos auténticos imbéciles que prosperan en la oscuridad,


acogiendo el dolor y el sufrimiento de los que nos rodean, ya que
adormece las voces de nuestra cabeza, que nos arrullan hacia la
oscuridad y nos llaman cada día.

La necesidad de nicotina me golpea con fuerza cuando las voces


dentro de mí se hacen cada vez más fuertes, sin dejarme descansar.
Giro sobre mis talones, saliendo, e inhalo una bocanada de aire fresco
antes de coger un cigarrillo y llevármelo a la boca.

Un encendedor chisporrotea a mi lado, el naranja y el azul de la


llama se mezclan, y veo a Florian sosteniéndolo para mí con Octavius
justo detrás de él.

Enciendo el cigarrillo, le doy una calada codiciosa y luego exhalo


el humo a nuestro alrededor mientras Florian mueve el encendedor
entre sus dedos.

—Un poco duro, Remi —dice Octavius, balanceando la botella de


tequila en su mano—. El padre Paul es de la familia —dice el hombre
que desprecia la iglesia y todo lo que se asocia con ella. Ni siquiera
puede estar en una sin que haya alcohol de por medio; de lo contrario,
los flashbacks le vienen de diversas maneras, una más horrible que la
otra.

Fue él quien se cruzó con el asesino de la iglesia durante una de


sus masacres. Por eso Isla lo quiere. Ese asesino acabó con toda su
familia hace más de diez años.
Apuesto a que no acecharía a Octavius si supiera toda la verdad.

—Le enviaré una cesta alguna vez.

—He oído que le encanta el queso —Florian apoya su espalda en la


pared—. ¿Qué está pasando, Remi?

—¿Qué quieres decir?

—Durante el último año, has pasado más tiempo en Nueva York


que en Chicago. Mostrando una paciencia de la que eres simplemente
incapaz la mayoría de los días. —Octavius toma un gran sorbo y
luego se limpia la boca con el dorso de la mano—. Pero esta noche...

—Te saliste de control y casi haces que nos maten a todos con tu
mal genio. —La voz de Santiago nos hace girar la cabeza hacia él
cuando sale de la iglesia y se engancha los pulgares en los
pantalones—. Podríamos entenderlo después que la reclamaras. Y sin
embargo...

—El hecho que te acostaras con su gemela no te impidió perseguir


este matrimonio —dice Florian mientras se aparta de la pared,
acercándose a mí hasta que todos forman un círculo familiar a mi
alrededor—. Ni una pizca de culpa tampoco.

Me enderezo, sabiendo ya a dónde va a llevar esta conversación,


porque les he puesto en una situación imposible con toda esta mierda.

Los Cuatro Jinetes Oscuros nunca se mienten entre sí, pero mentir
es lo que he hecho casi toda mi vida.
El pavor me invade, derramando más veneno en mi organismo, a
la espera de su reacción que podría cambiar el equilibrio de nuestra
amistad.

Mi mejor amigo, el único que nunca juzga mi obsesión y me da


sermones que de todos modos caen en saco roto, me sostiene la
mirada y dice:

—Nosotros necesitamos saber.

—¿Qué necesitan saber?

—¿Es ella una novia que custodiamos y protegemos como propia


porque es una extensión de los Cuatro Jinetes Oscuros? —pregunta
Florian, subiéndose las mangas de la camisa—. ¿O es un arma
intercambiable que planeas utilizar para destruir a un hombre que te
robó tu derecho de nacimiento?

El cigarrillo se detiene a medio camino de mi boca mientras su


pregunta se registra en mi mente.

Y entonces su comportamiento durante los últimos años se vuelve


cristalino.

Cómo Santiago siempre me prometió su apoyo durante varios


negocios.

Octavius nunca discutió conmigo sobre mi obsesión o mis


constantes viajes a Nueva York, a pesar que hacía todo lo posible por
formar la paz con Lachlan y sus aliados.

Florian viajaba conmigo con frecuencia, siempre salvando mi culo


de los errores y vigilándome, lo que me resultaba divertidísimo,
porque Amalia nunca me volvía tan loco como para olvidarme del
sentido común.

—Lo saben —digo lo obvio, y las risas se extienden entre ellos. La


diversión aparece en sus caras mientras me miran desconcertados.

Santiago se encoge de hombros.

—Por supuesto.

—¿Desde hace cuánto?

Florian le roba la botella a Octavius y responde antes de dar un


trago:

—Desde los dieciocho años.

—Yo me enteré a los dieciocho años. —E inmediatamente formé


un plan, pero no antes de querer ver por mí mismo al responsable de
todas las mentiras que rodean mi existencia.

—Bueno, sí. Y te seguimos cuando fuiste a… —Octavius para, la


palabra rondando en la mente de todos, pero nadie se atreve a
pronunciarla en mi presencia.

Porque a pesar del parentesco con el demonio que destruyó mi


vida, nunca lo consideraré digno del título que podría haber tenido.

Eligió la codicia y el prestigio de la sociedad antes que a mí.

—Pensamos que querías matarlo. —Florian se frota la barbilla—.


En ese momento, todos teníamos suficientes habilidades gracias a esta
cara bonita. —Agarra la barbilla de Santiago, soplándole un beso, y
luego se ríe cuando nuestro amigo lo empuja, derramando el tequila
en el suelo.

—Vete a la mierda, Florian —murmura, aunque sin ningún tipo de


calor—. Sin embargo, te limitaste a mirar y luego te fuiste.

—Nos imaginamos que elegiste una forma diferente de vengarte


—dice Octavius, y yo suelto la colilla, retorciendo mi zapato sobre
ella, mi mente todavía tambaleándose por toda esta información—.
Una vez que empezó esta mierda con Amalia y conectamos su nombre
con el de Walsh, fue fácil adivinar tu plan.

Oculté la verdad para protegerlos, porque todas sus familias


tenían varios negocios con él. La lealtad de mis amigos nunca les
habría permitido seguir haciéndolos, y yo necesitaba que él tuviera
éxito y que su imperio prosperara.

Para así poder aplastarlo y verlo sufrir, porque la sociedad que


tanto ama se alejaría de él.

A veces, la tortura psicológica es más agonizante que cualquier


herida física.

Y sin embargo... no veo juicio en sus caras, ni desprecio, aunque


hayamos hecho un voto.

El viento sopla a nuestro alrededor y los búhos ululan con fuerza en una
noche que, de otro modo, sería silenciosa, mientras nos encontramos frente a
la casa de Octavius.

Él hace girar el cuchillo entre sus dedos antes de posar la punta en su


palma extendida, cortándola y sacando sangre mientras todos lo observamos
confundidos. —Hagamos un trato y sellémoslo. —Extiende el cuchillo a
Florian, que lo coge y se corta la mano también sin preguntar.

—¿Qué trato?

—Nunca habrá mentiras dentro de los cuatro oscuros. No importa lo


horribles que sean nuestras acciones, nunca nos engañaremos unos a otros.
La honestidad por encima de todo.

Todos intercambiamos miradas, sabiendo muy bien cómo valora Octavius


estas cualidades, y a veces me pregunto qué pasará con la gente que le
traiciona.

O si una mujer lo hace. Creo que, entre todos nosotros, él será el único
que no tendrá piedad con su mujer si esta comete un acto imperdonable a sus
ojos.

—Bueno —asiente Santiago, arrebatando el cuchillo a Florian y cortando


su mano antes que yo haga lo mismo.

Todos colocamos nuestras palmas extendidas sobre las de Octavius,


dejando que nuestra sangre se mezcle mientras sellamos para siempre un voto
que ninguno de nosotros piensa romper.

Porque si lo hacemos... nuestra unidad se romperá, y eso es lo único que


nos mantiene vivos.

—¿Por qué no me dijeron que lo sabían?

—Nuestros pasados son sagrados para nosotros. Nosotros no


decidimos cómo los monstruos dentro de nosotros lidian con sus
heridas —dice Octavius, haciéndome saber que no considera esto una
violación de nuestro voto.
—Además, tú sabías que lo sabíamos —habla Santiago, nuestras
miradas chocan, ya que mi mejor amigo solo con sus ojos me permite
ver la verdad en sus palabras—. Solo preferiste fingir que no lo
sabíamos.

Esconderse de Santiago es como esconderse del espejo, porque él


me conoce mejor que nadie.

Y nunca habría puesto en peligro a los cuatro oscuros en mis


retorcidos juegos, si no sospechara que en algún nivel subconsciente
estaban al tanto de mi plan todo el tiempo.

Nuestro vínculo nos mantiene unidos allá donde vayamos, sin


dejarnos nunca solos ante la desesperación y la agonía que
contaminan nuestras mentes.

Florian aplaude, derramando aún más tequila, por lo que Octavius


le arrebata la botella. —Nuestra pregunta permanece. ¿Quién es
Penelope para nosotros? ¿Una novia? ¿O un arma?

Penelope le habla al monstruo que llevo dentro, calmando su rabia


de una forma que nunca creí posible mientras ansía poseer cada uno
de sus pensamientos para que no se le ocurra escapar de mí.

El mundo se vuelve casi soportable en su presencia, a pesar de la


injusticia que me ha mostrado una y otra vez. Es una adicción a la que
puedo acostumbrarme fácilmente; la anhelo hasta la locura.

Una verdadera locura que sirve de martillo a las cadenas que


mantienen mi control, amenazando con borrar todo pensamiento
cuerdo de mi cabeza y actuar como un verdadero bárbaro al
reclamarla para que todos lo vean.
Una obsesión y un deseo destinados a ser mi perdición. Me hace
olvidar mi venganza. Desprecio usarla en mi plan, porque quiero
dañar, o incluso matar, a cualquier hombre cercano que siquiera
piense en hacerle daño.

Un ángel que creció en el amor, mimada por su padre, una


princesa que soñaba con un príncipe apuesto, y en su lugar obtuvo un
villano sin moral que reside en la oscuridad que la envolverá a ella
también. El placer y la posesividad me invaden mientras disfruto de la
idea que pierda parte de su pureza, para que pertenezca al infierno
conmigo, en lugar de intentar huir al cielo.

Porque su alma dulce y compasiva no puede soportar la sangre y


el dolor que inflijo a quien me parece.

Sin embargo, eso no me impedirá encadenarla a mí, viendo cómo


la esperanza muere lentamente en su interior, hasta que finalmente
acepte su inevitable destino.

Mi sirena que, solo con su rostro y su voz, tiene el poder de


destruirme de formas que mis enemigos no han conseguido. El amor y
la lujuria en mi familia siempre tienen las consecuencias más mortales.

La necesidad de poner mi anillo en su dedo y el deseo de cubrir su


cuerpo con mis marcas de propiedad me consumen, para que luego
todos sepan que está tomada. Esta obsesión me invade y hace temblar
los cimientos de todo lo que he intentado construir y conseguir todos
estos años.

A través de los años, me he follado a muchas mujeres. Nunca me


he molestado en recordar sus nombres, ya que nunca me he acostado
con ninguna más de una vez. Cualquier cosa permanente ha
representado un peligro para mí, y tener una mujer cuando construía
un imperio era una distracción que no necesitaba. Disfruté tanto del
sexo como cualquier chico, pero en el momento en que el acto estaba
hecho, la mujer no me interesaba.

Mis emociones no se involucraban en absoluto.

Con Penelope, todo es diferente.

Quiero adorar su cuerpo desnudo sobre mis sábanas de satén


durante horas, haciéndola adicta al placer que solo yo puedo
proporcionarle, para no estar solo en esta necesidad enloquecedora.

Quiero conocer cada centímetro de su cuerpo antes de follarla tan


fuerte que no recuerde nada más que a mí.

Gruño ante la idea de utilizarla como arma ahora, dando a mis


enemigos la oportunidad de quitarme algo tan valioso y utilizarlo en
su beneficio.

De hecho, el monstruo que hay en mí quiere esconderla lejos de mi


venganza para que nunca llegue a verla, y mucho menos a hablar con
ella.

—Remi. —La voz de Santiago me devuelve al presente—. ¿Cuál es


tu respuesta?

Mi respuesta solo puede ser:

—Novia. —Los truenos resuenan en el cielo, casi sellando la


palabra y el compromiso que significa para mis jinetes, que asienten
con la cabeza.
El auto negro que se detiene junto a la iglesia con un fuerte
chirrido nos interrumpe; sus faros brillan a lo largo de toda la acera.

Rápidamente, Briseis se baja, ajustando su vestido, y Santiago le


señala con el dedo.

—Querida, ven aquí. —Ella pone los ojos en blanco ante su orden,
pero se precipita hacia él, riendo cuando la rodea con su brazo y la
abraza con fuerza, ya está pegando su boca a la de ella.

Jimena es la siguiente en salir, con sus tacones chocando contra el


hormigón, mientras se acerca a mí y exclama: —Te vas a casar. —Me
alcanza rápidamente y me rodea el cuello, poniéndose de puntillas y
besándome en la mejilla—. ¡Felicidades, hermano!

Atrapo su nariz entre mis dedos y la aprieto ligeramente.

—Gracias, princesa —le digo antes de abrazarla, porque puede que


no seamos parientes de sangre, pero esta niña fue mi hermana
pequeña desde el momento en que sus padres la trajeron a casa.

Una niña pura, inocente y cariñosa que iluminaba nuestros


mundos solo con sus sonrisas y calmaba el dolor de la pesadilla que
su familia encontró y que nos sacudió a todos.

La princesa de los Cuatro Jinetes Oscuros que todos amamos y


protegemos ferozmente. Así que, si alguien se atreve a hacerle daño,
tendrá que responder no solo ante Santiago, sino ante todos nosotros.

Durante un breve segundo, capto la mirada posesiva de Florian


deteniéndose en ella, bebiendo de su belleza, y aprieta el puño. Sin
embargo, la expresión desaparece rápidamente y es sustituida por su
habitual indiferencia, que roza la frialdad, mientras sonríe.
—Cuidado, Remi. Tu novia podría ponerse celosa.

Jimena se congela en mis brazos y luego retrocede, sus mejillas se


calientan mientras murmura:

—Lo siento. —Luego levanta la barbilla y le sonríe a Florian, sus


orbes azules parpadean peligrosamente mientras su obstinada
naturaleza Cortez se impone, cubriendo claramente su dolor.

—Los putos, como tú, son incapaces de entablar amistades


duraderas con el sexo opuesto, por lo que no entienden esos vínculos.
Por suerte, su futura esposa no es una de ellas.

—Tengo suficientes amigos, princesa. Prefiero follar con el sexo


opuesto.

Ella resopla con disgusto. —Eres un imbécil.

Él se encoge de hombros. —Al menos soy honesto.

Todos los pensamientos vuelan de mi mente cuando centro mi


atención en la visión de blanco que emerge del auto en toda su
magnífica gloria.

Nunca he visto una mujer más hermosa que ella, una criatura
seductora que atraerá a todos los hombres lo suficientemente
desafortunados como para conocerla.

Porque la bestia que ruge en mi interior les clavará sus garras y no


descansará hasta probar la sangre, matando a la competencia, para
que mi belleza ni siquiera contemple soñar con otro.
Soy un bastardo posesivo que nunca ha tenido nada valioso que
sea realmente suyo, solo a Penelope. La guardaré y lucharé contra
cualquiera por ella.

Me observa con recelo antes de respirar profundamente y caminar


hacia mí. Me doy cuenta que no lleva velo, y solo entonces veo una
caja en sus manos. —No voy a llevar velo. —Se muerde el labio
inferior y añade rápidamente—: ¿Puedo hablar contigo, por favor?

Mis cejas se alzan ante tal petición. La esperanza brilla en sus ojos
junto con una profunda necesidad mientras sus dedos hurgan en la
caja.

—Me llevaré eso y te esperaré en la habitación de la novia. —


Briseis casi le arranca la caja a Penelope, mientras Santiago dice:

—Estaremos en la iglesia. No tardes mucho, amigo.

En un tiempo récord, nos quedamos solos mientras mi novia


exhala e inhala con fuerza, reuniendo el valor para expresar lo que le
molesta, y yo resisto el impulso de capturar sus labios regordetes en
un beso acalorado, borrando todas sus preocupaciones.

Mi polla se endurece solo de pensar en cómo se corrió en mi club,


apretándome tan fuerte y aferrándose a mí para salvar su vida.

—¿Por qué quieres casarte conmigo ahora? —Finalmente levanta


sus orbes de zafiro hacia mí, clavando su mirada en mí—. Me has
perseguido durante años. ¿Qué ha cambiado esta noche? —Su voz se
entrecorta, y la anticipación cruza su rostro mientras espera mi
respuesta.

Ah, mi pequeña y hermosa mentirosa.


Se aferra a la esperanza que la bondad reside en algún lugar
profundo de mí, aunque estuvo en mi calabozo y sabe de lo que soy
capaz. Y como tal, ansía escuchar que la quiero a ella y no a su maldita
gemela, que no ha sido más que un dolor de cabeza para mí.

Dos emociones conflictivas luchan por el dominio dentro de mí.

La protección, que me empuja a calmar todas sus preocupaciones y


a decirle que sé lo del cambio y que solo la deseo a ella.

Y odio, porque para ejecutar mi plan y acabar con esta guerra,


tenemos que casarnos ahora mismo delante de todo el mundo con ella
todavía creyendo que no conozco su verdadera identidad.

Esta noche, cuando todo esto termine, aliviaré su dolor con mi


boca y mi lengua, pero ahora no tengo más remedio que ser cruel.

Atrapo su barbilla entre mis dedos y inclino su cabeza hacia atrás;


nos miramos fijamente durante varios segundos, antes de decir:

—Viniste a mí y me diste tu cuerpo. —Su esperanza se transforma


en desesperación y dolor, oscureciendo sus ojos antes de apartar mi
mano de un manotazo y retroceder—. Te convertiste en mía, así que
no vi ningún sentido en esperar.

—Ya veo —susurra, tragando con fuerza y negando con la cabeza.

Se endereza y me lanza dagas. El orgullo me llena el pecho al ver


que cubre su debilidad y afronta todos sus problemas con la barbilla
alta. —Te odio, Remi —me sisea mientras se recoge la falda y corre
hacia la iglesia, sin dedicarme una sola mirada.
Una sonrisa se dibuja en mi boca mientras la sigo, agradeciendo la
alegría que me invade porque mi victoria está cerca.

Hay una línea tan fina entre el amor, la obsesión y el odio...

Y Penelope las cruzará todas.

Estoy condenado. Este fuego lujurioso que inspira en mí me está


volviendo loco; la arrastraré conmigo para que ambos podamos arder
juntos.

Aunque una vez que descubra mi verdadera identidad y de quién


es la sangre que corre por mis venas, podría odiarme de verdad.

Pero para entonces será demasiado tarde.

Porque estará encadenada a mí para siempre.


"Con este anillo, yo…"
Penelope

Penelope
Una respiración áspera se me escapa, mientras la música del
órgano llena la iglesia, haciendo vibrar las paredes a mi alrededor. Me
sacudo un poco y se me pone la piel de gallina.

Los truenos resuenan en la noche; los relámpagos son visibles a


través de la ventana. Las nubes se acumulan, dispuestas a llover y a
empapar a la gente que corre apresuradamente hacia el interior.

Parece que hasta la propia naturaleza llora conmigo, compartiendo


mi dolor en el día que debería ser el más feliz de mi vida, el día en el
que el amor y la esperanza deberían llenar mi corazón.

En cambio, es una pesadilla de la que ningún pellizco puede


despertarme ni cambiar la horrenda realidad que me corroe el alma,
mordisco a mordisco, dejando tras de sí dolorosas y enconadas
heridas.
Una vez más, los truenos sacuden el cielo y se mezclan con la
música, aumentando el miedo que se extiende lentamente por mis
venas, creando imágenes sangrientas en mi cabeza -una más
aterradora que la otra- sobre los resultados que mi decisión puede
traer al futuro.

Mis dedos temblorosos rodean el corto velo que hay sobre el


tocador y retuerzo los labios para atrapar el grito que está a punto de
salir de mi garganta al verlo.

La delicada cosa está hecha del material más fino y diseñada


especialmente para mí. El caro tul puede rasgarse fácilmente si no
tengo cuidado.

Nada más que lo mejor para los monstruos que vagan por las
calles de Chicago.

Hombres que están destinados a traer apocalipsis a esta tierra si así


lo deciden. Dios sabe que tienen todos los recursos y las armas
necesarias.

Mis manos se tensan sobre el velo, mis dedos presionan el material


y, por un segundo, contemplo la posibilidad de tirarlo y pisotearlo
hasta que se vuelva negro, mostrando mis verdaderos colores.
También podrían ser las esposas que me aprisionan en una celda
oxidada con todas las vías de escape cerradas.

Solo imaginar el acto trae satisfacción a mi magullada alma. Estoy


dispuesta a dejarlo caer y aplastarlo bajo mis zapatos azules para que
el novio se atragante al verlo.
Sin embargo, en el último momento, me detengo, porque a partir
de ahora, cada acción tiene consecuencias en mi mundo.

Por eso, a pesar de haber jurado a todo el mundo que no lo haría,


levanto el velo, me lo pongo en la cabeza y coloco los clips en el
cabello. Trato de ignorar los mordiscos de las horquillas metálicas que
tiran con fuerza de mis mechones oscuros, y me pregunto si me
quedará algo de cabello al final de esta pesadilla.

Aunque no importa en el gran esquema de las cosas, ¿verdad?

Porque cuando Remi se entere de la verdad sobre esta decisión,


podría matarme. O, si tengo suerte, simplemente me dejará.

Todo dentro de mí se rebela contra esta idea, porque los cuatro


oscuros no me parecen personas que matarían a un inocente.

Pero soy una idiota ingenua, así que no se puede confiar en mi


juicio.

Suenan tres golpes en la puerta de madera antes que alguien la


abra suavemente. La suave voz de Briseis acalla los sonidos que me
crispan los nervios.

El hecho que su matrimonio haya funcionado, por la razón que


sea, no significa que deba apoyar a estos imbéciles en sus métodos. Al
diablo con sus reglas.

Una sola lágrima corre por mi mejilla y cae sobre mi falda blanca.
—Tenemos que irnos ya. Todos están esperando. —Una pausa y luego
añade—: Siento mucho que tenga que ser de esta forma.
Mirando en su dirección, noto que la culpa marca sus rasgos, sus
ojos llenos de pena y compasión, haciéndolos enormes en su rostro.

Sus palabras apenas importan.

Al fin y al cabo, ella pertenece a su familia, y como tal, permanece


siempre de su lado, sin importar las horribles acciones en las que
participe.

Un enemigo no es una persona malvada o un villano que busca


darse un festín con la carne vulnerable. Un enemigo es alguien a quien
no le importa sacrificarte a ti o a cualquier otra persona mientras sirva
a sus deseos egoístas.

Tragando más allá de la bilis en mi garganta y agarrando el ramo


de orquídeas cercano, me levanto de la silla del tocador, que raspa
contra el suelo de madera. Briseis da un pequeño respingo al notar
que mi maquillaje se ha estropeado con mis lágrimas.

Saca un pañuelo de su bolso y se acerca a mí. —Puedo arreglarlo


antes de...

Mi palma extendida detiene lo que quiera decir y, sin responderle,


niego con la cabeza y ajusto el velo sobre mi rostro, ocultándome
parcialmente de las miradas indiscretas dispuestas a encontrar todos
mis puntos expuestos para atacarme donde más me duela.

Aunque a estas alturas, deberían rendirse; ya han asestado tantos


golpes a mi frágil corazón que sangra con sangre invisible, dejando
que mi vida se desvanezca lentamente.

Me arrepiento de haber pisado esta ciudad que no me ha traído


más que penas.
Me dirijo una última mirada, alzo la barbilla y salgo de la
habitación, con los tacones golpeando el mármol mientras Briseis me
sigue.

Intenta arrastrar mi larga cola y ayudarme a llevar parte del peso,


ya que las capas y capas de chiffon son pesadas, pero le digo por
encima del hombro:

—No me toques. —Me lleva hacia el matadero.

¿Cómo puede pensar, aunque sea por un segundo, que voy a


agradecer su ayuda o permitirle acelerar el proceso solo para que
pueda respirar mejor y no preocuparse por las consecuencias que
inevitablemente vendrán?

Se queda paralizada, con las manos en un puño, y en su rostro


aparece el fastidio, que deja entrever el carácter que no me ha
mostrado hasta ahora.

Se endereza, dice:

—Muy bien —y pasa de largo, caminando hacia las puertas dobles


abiertas de par en par que conducen al altar de la iglesia. La música se
hace más fuerte a cada paso que damos.

Me hace un gesto con la mano antes de entrar, y yo llego a la


puerta en dos pasos cortos, deteniéndome en la entrada.

Tragando saliva, aprieto el ramo contra mi pecho y hago que todo


mi autocontrol y mi valentía salgan a la superficie, rezando a todo lo
que es sagrado para que envíe algún tipo de intervención y detenga
esta locura, aunque, en el fondo de mi alma, sé que nadie vendrá a
salvarme.
—Pase lo que pase, siempre estaré ahí. Solo tienes que decir la palabra, y
mataré a todos los dragones.

Sin embargo, ni siquiera mi padre puede salvarme esta vez. Hacer


lo que mi corazón desea significaría someterlo a él y a toda la gente
que amo a tanto sufrimiento y muerte que nunca podría perdonarme.

Los Cuatro Jinetes Oscuros no dudarán en herir a quienes más


quiero.

Mis seres queridos me lo dieron todo; sacrificar mi vida y mi


futuro a cambio de su paz no debería ser tan difícil.

O esa es la mentira que me digo a mí misma mientras la amargura


llena mi boca, porque nunca perdonaré a Amalia por esto.

Siempre la querré, es mi gemela, pero rompió nuestro vínculo en el


momento en que me empujó a casarme con un asesino y puso a
Lachlan y sus amigos por encima de mí.

Con una rápida inhalación de aire en mis encogidos pulmones, mis


piernas avanzan por sí solas.

La música se detiene un segundo cuando el organista parpadea


ante mi presencia, y luego vuelve a tocar, con sus manos impecables
sobre las teclas, mientras mis ojos recorren el espacio y se ensanchan
ante la escena que tengo delante.

La iglesia que han elegido para la ceremonia tiene costosas


vidrieras en las ventanas y el techo tiene forma ovalada, lo que casi da
una sensación de cuento de hadas, creando una atmósfera mágica. Me
sorprende que los ángeles no hayan bajado del cielo para cantar al
compás de la música.
El mármol dorado brilla bajo la luz de las velas; las costosas obras
de arte expuestas en las paredes hacen juego con el exquisito diseño.

A pesar de su belleza, que puede hipnotizar a una persona en un


estado constante de asombro, el lugar apesta a una perdición y
desesperanza que nada puede ocultar.

Y menos aún las máscaras de engaño que llevan sus ocupantes.

Lentamente, comienzo a caminar por el pasillo mientras los


hombres, que habían estado sentados en los bancos, se ponen de pie,
con sus miradas de halcón clavadas en mí, y puedo sentir físicamente
sus miradas deslizándose por mi figura, esperando una rebelión por
mi parte en cualquier momento.

¿O tal vez anhelando?

Porque a pesar de apoyar a Remi, que decidió reclamarme, incluso


su familia hubiera preferido que no nos uniéramos en esta unión que
trae más problemas que beneficios.

Levantando la barbilla en alto, acelero, pasando junto a todos ellos


con rapidez, pero me tenso al escuchar el familiar sonido del
chasquido de los seguros de las pistolas, y los hombres a ambos lados
de mí se apuntan con sus armas; lo único que evita que se maten entre
ellos soy yo, de pie en el medio.

Y si inclino la balanza hacia el lado de alguno, no dudarán en


disparar.

Todo ello mientras Remi, que espera al final del pasillo, me


observa atentamente. Sus ojos marrones me recorren de arriba abajo.
Una satisfacción tan profunda los llena mientras su boca se curva en
una sonrisa siniestra, mostrando su verdadera naturaleza que ni
siquiera su traje oscuro de tres piezas puede ocultar.

Un bárbaro que ha destrozado mi mundo.

Respirando con dificultad, camino más rápido, notando la energía


que se arremolina a nuestro alrededor y que indica que la paciencia de
todos se está agotando.

Vuelvo a centrar mi atención en el novio.

Tres pasos más y me sitúo frente al sacerdote, que abre la Santa


Biblia y me sonríe, aunque sus manos tiemblan ligeramente mientras
recorre la sala con la mirada.

Una risa amarga se me atasca en la garganta. Un sacerdote debería


proteger a todos los necesitados dentro de los muros de la iglesia; en
cambio, aumenta la miseria participando en sus horrendos crímenes.

—Queridos amigos… —Pero una voz profunda y ronca


impregnada de algo perverso y prohibido lo corta, provocando
escalofríos en mi columna vertebral.

—No es necesario todo esto, padre Paul. —Se me escapa un jadeo


cuando el brazo de Remi rodea mi cintura, mi pecho choca con el suyo
cuando levanta el velo, y me pican las uñas por arrancar la sonrisa de
su apuesta cara—. Pasemos a la parte más importante. Hazle la
pregunta a la novia y será suficiente. Después de todo —se acerca más
y su aroma masculino mezclado con tabaco me inunda—, tenemos un
público que nos observa. Es descortés hacerles esperar.
—Te odio —digo en voz baja, lo suficientemente alto para sus
oídos, mientras el padre Paul asiente, aclarándose la garganta, pero no
antes de mirar hacia mí como si intentara tranquilizarme.

A este paso, el sacerdote es más un obrero del diablo que de Dios,


teniendo en cuenta que permite los matrimonios forzados a diestra y
siniestra.

El novio se ríe y pone su mano en mi mejilla; un escalofrío de asco


me recorre cuando su pulgar roza mi piel y me limpia una lágrima. —
Odio es una palabra muy fuerte, ma chérie. —La advertencia recubre
sus siguientes palabras mientras su pulgar presiona mi barbilla,
provocando punzadas de dolor—. Úsala con prudencia en mi
compañía. —Se inclina aún más, su aliento me abanica la mejilla
mientras el corazón me late con tanta fuerza en el pecho que temo que
salte y el monstruo lo tome como rehén, sin dejarme respirar sin su
permiso—. Además, no querrás que la sangre de tu familia manche las
paredes de esta iglesia, ¿verdad? —Una nota extraña se cuela en su
voz, casi divertida por la palabra "familia" y por la forma en que me
clava la mirada, sé que está midiendo mi reacción.

Mirándolo ahora mismo, me pregunto si el propio Odiseo decidió


honrar la tierra con su presencia y me eligió como su víctima
voluntaria solo porque se negó a condenarse a la soledad eterna.

Solo que creer eso sería un error por mi parte.

Porque él pertenece a una hermandad oscura que lleva el


apocalipsis a quien le parece oportuno, siempre que sirva para su
diversión y sus deseos, ignorando todo lo demás.
Hombres para los que la compasión, la piedad y la cordura no
existen, porque prosperan en el caos que crean.

—¿Tú, Penelope Psique Walsh, aceptas a Remi Odiseo Reyes como


esposo y prometes amarlo hasta que la muerte os separe?

Con el amor hacia mi familia colándose en cada parte agrietada de


mi corazón y el odio despiadado sabiendo como veneno en mi lengua
hacia el novio, respondo:

—Sí.

Con estas dos simples palabras, sello para siempre mi destino.

Porque el pecador que ahora me posee nunca me dejará ir.

¿Y lo más irónico de todo?

No soy a la que él realmente quería.

Pero entonces, el nombre que pronunció el sacerdote se registra en


mi mente, y doy un grito de sorpresa, la comprensión me golpea como
una tonelada de ladrillos.

Penelope.

Él lo sabe.
Remi
Penelope me pertenece ahora.

El solo hecho de pronunciar la palabra en mi cabeza me produce


tanta satisfacción, y el placer me llena los huesos cuando mi agarre
sobre ella se hace más fuerte, y ella jadea en mi boca, sus pechos
presionando mi pecho mientras sus dedos se enroscan en mi camisa,
su cuerpo ya se balancea hacia mí porque conoce a su amo.

Mi bella esposa puede negarlo todo lo que quiera, pero ambos


sabemos que no habrá escapatoria de este matrimonio, y usaré
cualquier arma necesaria para atarla para siempre a mí. Crecí en la
pobreza y llegué a la cima por pura voluntad y trabajo duro, y nunca
jodidamente renunciaré a lo que he reclamado, porque nunca he sido
dueño de nada en mi vida.

¿Mi esposa, sin embargo?

Cada pelo de su cuerpo, cada aliento que toma, cada emoción que
experimenta me pertenece ahora.

Y que me parta un rayo si alguien se atreve a herirla o a


quitármela.

Por no mencionar que este matrimonio es un verdadero regalo que


el destino me ha concedido por todas las dificultades que he
soportado; solucionando no solo uno, sino dos problemas.
Nuestra unión pondrá fin a la guerra en curso con Lachlan y sus
protegidos, liberándonos por fin de este conflicto de una década que,
para empezar, no debería haber estado sobre la mesa.

Solo la idea de que pudiera querer a Amalia es irrisoria. A primera


vista, comparte su cara con mi mujer; sin embargo, no podrían ser más
diferentes.

Amalia es fría y sofisticada, siempre estirando la boca en sonrisas


falsas, incluso hacia su prometido, que no debe saber nada de sus
crueles tendencias.

Si el monstruo que llevo dentro la considerara mía, nunca habría


esperado años para reclamarla.

¿Pero mi mujer?

Es cálida como el sol que brilla sobre el océano. Sus ojos llevan sus
emociones para que todos la vean, la calidez que tienta a la bestia y le
promete la paz eterna del dolor y el sufrimiento que soportó durante
tanto tiempo.

La atracción física no habría sido suficiente para casarme.

Sin embargo, esta unión iniciará otra guerra.

Una guerra que pretendo ganar, sin importar el costo.

Después de todo...

Todo en este mundo tiene un precio.

Y el hombre que destrozó mi vida y mi alma tiene que pagar por


todos sus pecados, si no, nunca descansaré.
"Si temes o desprecias a un monstruo... nunca le preguntes por su pasado.
Porque su pasado podría hacerte sentir compasión por su dolor.
Ya que la bondad y la maldad están en el ojo del que mira".
Remi

Chicago, Illinois

Remi, cinco años.

Mi estómago gruñe con fuerza en la noche, y yo aguanto mi gemido,


rodando hacia un lado y esperando que la gruesa manta amortigüe los
sonidos y no alerte a mis padres, que están discutiendo a varios metros de mí.

No les gustará que esté despierto en lugar de seguir su orden de dormirme


en el colchón que me han regalado. Aunque apesta tanto que tengo que evitar
vomitar y los resortes se me clavan en la piel, pero al menos es más cómodo
que el suelo.

Papá lo encontró en la basura el otro día y proclamó que era su regalo por
mi quinto cumpleaños, aplastando mi sueño de una comida completa. Hace
días que no tengo comida sólida en la boca. Papá se ha gastado todo el dinero
en alcohol y en el chocolate favorito de mamá.

El movimiento de succión en mi estómago continúa, enviando punzadas


de dolor a través de mí, y retuerzo los labios, sin dejarme llorar.
—¡Estás borracho otra vez! —El grito de mamá se oye por encima de la
televisión que suena en toda la habitación mientras agita la botella de whisky
vacía que tiene en la mano—. ¡Una botella entera en un día! —Se pone
delante del televisor, impidiendo que papá vea el partido de fútbol. Él agita la
mano, despidiéndola mientras sube el volumen—. ¡Tienes una entrevista de
trabajo mañana! ¿Cómo has podido, Roland? —le pregunta con
desesperación.

Puede que no le guste que trabaje, porque se pone celosa muy


rápidamente, lo que hace que papá siempre encuentre nuevos trabajos por
todo el país, pero le encantan sus regalos.

Por eso siempre lo presiona para que empiece un nuevo trabajo hasta que
él deja de ir por su histeria.

En comparación con la mayoría de los padres que veo en el patio de


juegos, los míos, son muy raros y nunca me miman como deberían.

En lugar de eso, se dedican a los demás mientras que yo soy una


ocurrencia tardía la mayoría de los días.

—Estaré sobrio por la mañana. Ahora muévete. No voy a perderme el


touchdown por culpa de tu molesto culo.

Pero mamá no escucha y deja caer la botella en el suelo alfombrado, donde


cae suavemente. Señala con el dedo a mi padre. —Apestas a whisky. Este no
es un trabajo de mierda. Estamos hablando de uno para Lucian Cortez. —Ella
grita la última parte, y él solo se ríe, encontrando sus palabras divertidas
mientras yo frunzo el ceño confundido.

El nombre me resulta muy familiar. Mis padres salieron una noche y yo


me quedé solo, sin tener nada mejor que hacer que leer. ¿No era él el que salía
en el periódico hablando de sus logros y de cómo es considerado uno de los
hombres más ricos del mundo? Además, tiene una esposa muy famosa y un
hijo de mi edad.

¿Por qué iba a considerar un hombre así la posibilidad de contratar a mi


padre, que hacía sobre todo trabajos bajos y extraños y era despedido con
frecuencia, lo que habla de su ética y carácter poco estelares?

Aunque eso explica por qué mi madre está tan agitada. Apuesto a que ya
está contando el dinero que podría gastarse en un vestido nuevo.

Podemos pasar hambre durante días, porque ellos sobreviven solo con
alcohol durante sus días de fiesta, pero Dios no quiera que mi madre tenga
que dejar de comprar.

Una vez, mi profesora dijo que a mis padres les encantaba vivir por
encima de sus posibilidades. No entendí lo que significaba, pero supongo que
puede significar que tus necesidades son más importantes que las de un niño.

O al menos esa es la realidad que estoy viviendo ahora.

—¿Y? Como si me importara una mierda su estatus social. Si no me


contrata, que se joda —dice papá, y el volumen aumenta mientras mamá se
queda con la boca abierta por el asombro, antes que la ira le cruce la cara y
apriete las manos.

Apretando más la manta, cierro los ojos y siento físicamente cómo un


cuchillo invisible se hunde en mi corazón, hiriéndolo en el proceso, porque ya
nada detendrá la tormenta que se avecina.

Sin embargo, dirijo mis oraciones a Dios que, según los sacerdotes de
nuestra iglesia, vela por nosotros y siempre escucha nuestras súplicas.

Por favor, Dios. Haz que se calle. Por favor. Haz que mamá se
duerma para que papá pueda ver su partido en paz.
Sin embargo, todas mis esperanzas se rompen cuando el silencio cae sobre
la pequeña habitación del motel. —¿Qué has hecho, zorra? —sisea papá, y
miro rápidamente hacia allí, viendo cómo mamá apaga la televisión y papá se
levanta, dispuesto a reanudar su juego—. Te lo advierto, Judith.

—Necesitamos este trabajo. ¿Lo entiendes? —Hace un gesto a su


alrededor—. No nos queda dinero, y él nos ofrece el cielo en la tierra. Arreglos
de vivienda, un buen salario. Incluso vacaciones de Semana Santa y Navidad.
Y tú podrías echarlo a perder, ¡porque no pudiste resistirte a beber,
maldición!

Mamá controla sus adicciones y se entrega al alcohol cuando sucede algo


increíble, o al menos eso es lo que dice.

"Es increíble; tenemos que beber y celebrarlo" —su frase favorita.

Mi padre, sin embargo, encuentra cualquier excusa para beber, y se


mantiene adicto durante días.

Papá se acerca al pequeño armario, coge otra botella de whisky y la abre


de golpe, engullendo con avidez, sin dejar de mirar a mamá, que casi tiembla
de furia. El aire acondicionado zumba en la habitación ondulando sus rizos
rubios hacia atrás, llamando la atención sobre su rostro arrugado, a pesar de
su corta edad, y varios moretones desvanecidos que marcan sus mejillas.

Perdió su kit de maquillaje durante nuestra última mudanza, así que no


tiene nada con qué ocultarlo. No es que a la gente de esta zona barata le
importe de un modo u otro que la golpeen regularmente.

Se limpia la boca con el dorso de la mano y levanta la barbilla hacia ella.


—Tal vez haya llegado el momento que cargues un poco del peso por aquí.

—¿Qué? —exclama ella con recelo, y él asiente, dando un sorbo a la


botella y gimiendo de placer antes de explayarse.
—Todos estos años he luchado, haciendo trabajos esporádicos para pagar
las facturas porque tu maldito error nos convirtió en parias. Estoy
condenadamente cansado de mantenerte a ti y al pequeño bastardo al que le
encanta lloriquear. —El dolor me atraviesa el alma, las afiladas garras
envuelven mi corazón y dejan heridas sangrantes, recordándome una vez más
que mi padre solo tiene un pesar en esta vida.

Yo.

Metiéndome más en la manta, presionando mi nariz contra la tela sucia


que ha visto días mejores, escucho su conversación. Aunque, a estas alturas,
sus discursos habituales están grabados en mi cerebro. Él repite lo mismo una
y otra vez. Frases que me confunden hasta la saciedad. Porque por mucho que
las retuerza en mi cabeza, nunca tienen sentido para mí.

Una risa hueca se escapa de los labios de mamá, que se pone la mano en la
cadera y le sisea.

—No tuviste ningún problema en aceptar su dinero cuando nos lo


ofrecieron, ¿pero ahora es culpa mía? ¡Sabes muy bien que no teníamos otra
opción! —Baja un poco la voz, como si recordara por primera vez que su
pequeño hijo está en la habitación con ellos, y yo cierro rápidamente los ojos,
sintiendo su mirada fija en mí antes que continúe—. ¡Podríamos haber vivido
cómodamente, pero apostaste todo nuestro dinero!

—Tu aceptaste de buen grado a su bastardo para que pudieran ocultar su


vergüenza. Deberían haber pagado más. Estamos atascados con este bastardo
de por vida, mientras ellos disfrutan de la suya al máximo. Escuché que ella
se comprometió. Seguro que no lo lloró durante mucho tiempo.

—Firmamos el contrato. Tienes que dejar de hablar de ello, a menos que


quieras que alguien escuche y envíe a la policía a por nosotros. ¡Legalmente,
es tu hijo!
¿Qué otra forma hay de tener un hijo?

Padre da otro gran sorbo, el whisky chapotea en su botella, y luego la


vuelve a colocar en el gabinete con un fuerte golpe. —Bien. De poco me sirve.
Es como una mascota inútil que no puede aportar nada pero que necesita ser
alimentada a diario. Un pedazo de mierda inútil, un peso en mi espalda. —
Escupe en el suelo—. Y esa estúpida memoria fotográfica suya no es más que
un problema también.

Se me llenan los ojos de lágrimas al ver que vuelve a lanzarme indirectas.


Según algunos, mi memoria es un don, pero mi padre desprecia que recuerde
cada pequeño detalle de todo el mundo y que lo aprenda todo rápidamente.
Basta con que lea algo para que quede impreso para siempre en mi cerebro.
Incluso he memorizado el diccionario, porque las palabras interesantes y su
significado me inspiraban curiosidad.

He leído mucho, sobre todo en las noches en que me dejan solo o en las que
hacen mucho ruido en su habitación. A veces, me ordenan que me quede fuera
de la habitación del motel y que no les moleste hasta la mañana, así que
siempre tengo que buscar un lugar donde esconderme.

Una vez, un hombre casi me llevó, mostrándome chocolate y señalando


con los dedos para que lo siguiera a su habitación, y me asustó tanto que los
escalofríos de asco todavía me recorren mientras intento borrar su horrible
cara de mi cerebro.

Llamé a la puerta para volver rápido con mis padres, no quería darle a
este hombre la oportunidad de intentar algo más, pero mamá se limitó a reírse
y me dijo:

—Aprende a sobrevivir, chico. No te vamos a salvar el culo para siempre


—antes de cerrarme la puerta en las narices.
Así que ese día lluvioso en particular, me escondí en el gran cubo de
basura, con ratas que me acompañaban, porque cualquier cosa era mejor que
darle al hombre acceso a mí.

Tengo unas cuantas cicatrices en el cuerpo por sus mordeduras, que pican
mucho porque mamá no compró ninguna medicina para ellas.

—Roland, necesitamos este trabajo. Deja de beber. —El dinero debe hacer
realmente feliz a mi madre si está dispuesta a llegar a tales extremos y seguir
insistiendo en el tema.

—A menos que quieras abrir esas largas piernas, Judith, y dirigirte a la


carretera para atrapar a alguien dispuesto a follarte por dinero, tienes que
dejar de ladrar. —Eructa con fuerza, vuelve a coger la botella y la empuja a
un lado, dirigiéndose hacia el televisor. Le lanza por encima del hombro—:
Ahora cierra la boca y déjame disfrutar de este juego. —Se balancea un poco
hacia un lado, se agarra a la mesa y respira con dificultad. Significa que ya ha
bebido más de lo debido y que pronto se dormirá.

Solo que mi madre tiene otros planes, y el sudor recorre mi columna


vertebral mientras el miedo penetra en mis huesos ante la perspectiva de lo
que sucederá pronto. Y lo hará, no me cabe duda. Porque siempre que mis
padres se pelean, yo me convierto en el daño colateral.

—No dejaré que destruyas esta oportunidad para nosotros. Es nuestro


billete para una vida mejor. Quiero estabilidad para Remi. —Su tono es
afectuoso y me hace sonreír, porque mi madre puede tener muchos defectos,
pero me quiere a su manera. Sin embargo, todavía se las arregla para
gritarme o golpearme con el cinturón hasta que la sangre aparece en mi piel y
los moretones marcan mi cuerpo. Sin embargo, sus abrazos y palabras tienen
más emoción que los de mi padre. Él se limita a gruñirme o a ignorarme.
Así que lo considero amor cuando la mayoría de la gente no lo haría, ya
que nunca he conocido otra cosa.

—Y yo quiero quitármelo de encima. Supongo que veremos quién


consigue su deseo primero.

En cuanto coge el control remoto, mamá abofetea su mano y lo deja caer a


varios metros de distancia.

La furia invade a mi padre y sus ojos se entrecierran mientras mi madre


retrocede varios pasos, aunque no le sirva de nada ahora.

Ha despertado al monstruo que no descansará hasta castigarla por el


crimen.

Molestarlo es peor que el hecho que ella le niegue el sexo, algo que ocurre
varias veces al mes.

A veces, incluso trae a otra mujer a la habitación del motel y la toma


delante de mamá. Él me dice que me siente en el baño con el agua abierta para
que no oiga nada.

Mi madre suele unirse a mí a los pocos minutos, llorando a mares y


agarrando el inodoro mientras vomita en él varias veces.

—Ya he tenido suficiente de esto, perra —sisea, agarrando su cabello,


mientras su aullido resuena en el espacio—. Aprende a quedarte en tu puto
sitio. —La arrastra hasta la pared más cercana y la golpea con fuerza contra
ella, su grito ahogado me mete el miedo en todos los huesos del cuerpo—. ¿No
has trabajado ni un día en tu vida y crees que puedes dictar me? —La golpea
de nuevo contra la pared—. Maldita perra.

—¡Para, Roland! —le suplica ella, con las uñas rozando la pared
mientras gime de dolor—. Para. —Ella forcejea, tratando de liberarse, pero él
solo se ríe, apretando su cuello con fuerza, y por los sonidos familiares de sus
tragos, sé que está luchando por cada respiración.

Salto de la cama y me precipito hacia ellos, gritando:

—Suéltala. —Le doy varias palmadas en las caderas. Gira la cabeza hacia
mí, con sus ojos negros brillando—. ¡Suéltala, papá!

La suelta mientras ella solloza incontroladamente y la sangre mancha la


pared. Se centra en mí, me agarra de la camisa y me levanta.

—El bastardo está aquí. —Me sacude con tanta fuerza que mis dientes
chocan entre sí—. Me arrepiento del día en que naciste. —Me escupe esto en
la cara antes de tirarme. Gimo cuando mi espalda choca con el suelo y el dolor
me recorre todo el cuerpo.

Aunque mi padre nunca me hace daño físicamente, al menos con los


puños, no le importa mucho dónde acabe después de quitarme de en medio.

Y en esos momentos, aparecen en mi cerebro, uno tras otro, extraños


flashes, como si fueran recuerdos, en los que un niño pequeño es herido por
varios hombres. Y mientras siento el daño e incluso el miedo, no puedo ver
bien su cara.

Incluso le aprietan colillas de cigarrillos en la espalda, dejándole pequeñas


y redondas cicatrices similares a las de mi piel.

Las risas también resuenan en mis oídos en esos momentos, casi


congelándome en el tiempo y obligándome a ver las horribles imágenes en mi
cabeza una y otra vez, como si me ordenaran recordar.

Estos flashes son tan intensos que nunca se los cuento a nadie; todo el
mundo ya piensa que soy estúpido o raro.
—Todo cambió por tu culpa. —Papá me señala con un dedo, su voz
atraviesa la niebla, y luego le da una patada a mamá en el estómago. Ella tose
con fuerza y se hace a un lado para evitar otro golpe—. Querías tanto un bebé
que estabas dispuesta a poner en juego nuestras vidas. Yo era un contable con
una casa, ¿y ahora? ¡Tengo que ser jodidamente amable para que me
consideren siquiera jardinero! —Le da una última patada antes de volver al
sofá y dejarse caer en él, colocando los pies sobre la mesa—. Los dos, cállense
y déjenme ver la tele. —Con esto, vuelve a encender el juego y nos ignora
mientras la voz del locutor resuena por los altavoces.

Me arrastro hasta mamá, que está sentada en un rincón, con la sangre


goteando de su frente y mezclándose con las lágrimas que caen por sus
mejillas.

Cogiendo los pañuelos de papel que hay cerca, me acerco a ella


rápidamente y le limpio el rostro mientras le susurro:

—No llores, mamá. —Ella mira a lo lejos, con la mirada vidriosa


mientras se le forman más lágrimas en los ojos—. Todo saldrá bien.

Ese es mi lema en esta familia, porque, según los libros, la oscuridad


siempre llega antes que el amanecer, lo que significa que algún día la vida
debería ser buena para nosotros.

Sumerjo el pañuelo en la sangre. Se estremece un poco y me doy cuenta


que esta vez los cortes no son tan profundos como podrían ser, lo que significa
que se las arregló para poner las manos en la pared, por lo que recibieron la
mayor parte del golpe. —Tenemos que limpiarlo, mamá —le digo,
poniéndome de pie y girando sobre mis talones para buscar el botiquín del
baño. Quiero aliviarle el dolor.
Y mientras lo hago, oigo su murmullo, apenas audible, y sin embargo
cada una de sus palabras me apuñala como el cuchillo con el que papá corta
su pan favorito. —Tiene razón. Ojalá no hubieras nacido. Nos has arruinado.

Apretando los ojos y manteniendo a raya las lágrimas a punto de emerger


ante el dolor que se extiende por mí y que amenaza con destruirme, estiro la
boca en una sonrisa y consigo todo lo necesario para ella, sin mostrarle el
efecto que sus declaraciones tienen en mí.

Porque son los únicos padres que tengo, y se supone que debemos
quererlos, pase lo que pase, ya que nos mantienen. No me abandonaron ni me
hicieron vivir en la calle como hace tanta gente.

Debería estar agradecido.

Pero a veces... sobre todo en estos momentos... los odio tanto que casi
puedo saborear la amargura en mi lengua y anhelo huir de ellos, o peor...
verlos sufrir y lamentar cada insulto que me han lanzado.

Porque me hacen desear no haber nacido en este mundo también.

Cuando la gente comete crímenes impensables, nunca quiere que


se los recuerden.

De hecho, actúan como si nunca hubieran ocurrido y siguen con


sus vidas.

Mi existencia, sin embargo, sirvió como un recordatorio vivo y


palpitante de cuánta gente se equivocó, porque el jefe solo quería una
cosa.

Mi muerte.

En cambio, yo sobreviví.
Y tengo la intención de manchar su dinastía de tierra y sangre
hasta que no quede nada de su reinado. Su solo apellido inspirará
vergüenza y asco a todos los que lo rodean.

Solo entonces el niño que llevo dentro -que escuchó 2562 veces lo
mucho que todos deseaban que muriera- encontrará la paz.
Penelope
—Lo sabes —susurro, aún conmocionada por la noticia. Su boca se
levanta en una media sonrisa, y sus orbes marrones brillan con un
destello ilegible.

—Puedes besar a la novia —dice el sacerdote apresuradamente en


el silencio que nos rodea. Mi respiración se acelera mientras miles de
pensamientos se arremolinan en mi cabeza; sin embargo, uno de los
más destacados entre todos ellos, Remi sabía todo este tiempo lo del
cambio, incluso en su mazmorra cuando me lo reveló todo.

Se me pone la piel de gallina cuando su voz ronca resuena en mis


oídos mientras Remi agarra el velo suavemente antes de retirarlo,
permitiéndole ver mi rostro.

El monstruo fascinantemente apuesto que amenazó con declarar la


guerra a la mujer que anhelaba hasta el punto de la locura... ¿codició a
su gemela todo el tiempo?

¿Y aun así siguió adelante con esta boda?

Nuestras miradas chocan, la suya posesiva y la mía confusa. El


calor se extiende por mí, despertando cada vello de mi cuerpo cuando
sus pulgares apartan las lágrimas anteriores, los temblores me
invaden ante su contacto.

—Bienvenida a mi vida, Penelope —murmura, inclinándose hacia


delante y presionando sus labios contra mi frente, dándome un beso
casi de mariposa. Su aroma me envuelve en un capullo protector,
alejándome de todas las dificultades y el dolor que me ofrece mi
existencia, y en cambio da paz a la parte doliente que hay en mí y que
suplica amor y atención.

La esperanza traicionera florece en mi pecho ante la perspectiva


que todo este lío se haya hecho para ganar y reclamarme a mí y no a
mi gemela. Vierte un bálsamo calmante sobre la herida supurante que
podría haber dejado una profunda cicatriz en mi corazón. Porque, a
pesar del sentido común, caí en la lujuria de este desconocido.

Una lujuria profunda, que lo consume todo y que lo anhela


constantemente, ya que el fuego que evoca en mí no puede
extinguirse.

Solo puede estallar, ya que nuestra colisión es inevitable.

—No llores más. —Un beso más y añade antes de apartarse—:


Disfrutarás de la oscuridad, chérie, tanto como yo.

Sin embargo, junto con la esperanza llega la realidad que aplasta el


alma sobre su verdadera naturaleza y donde prospera. Su mazmorra.
Las innumerables armas, así como la forma en que hablaba con tanto
orgullo de sus hazañas, pasan por mi cabeza.

Un hombre que mata a la gente no tiene corazón, y nunca mostrará


piedad con nadie, y menos con una mujer a la que considera su
juguete personal. Juega con mi destino como le parece.

Y la gente tiende a superar sus juguetes, así que ¿qué hará cuando
le pase a él?

Junto con esta comprensión viene también el miedo, ya que todas


las variables han cambiado en nuestra ecuación.
Porque si me quiere, ¡no me dejará ir cuando Amalia se case!

Oh, Dios.

¿En qué me he metido?

Remi desliza sus manos desde mis mejillas hasta mi cuello, mi piel
arde con el contacto, y me balanceo hacia él, agarrando su camisa con
más fuerza entre mis dedos. Justo cuando abro la boca para protestar
por el hecho que la verdad, en el gran esquema de las cosas, no
cambia absolutamente nada de lo nuestro, se produce un destello en
la iglesia que nos ciega a los dos.

Más sonidos de chasquidos rebotan en las paredes, seguidos de un


fuerte chillido.

—¡Felicidades! —Jimena se precipita hacia nosotros, rodeándome


con sus brazos con tanta fuerza que me corta el suministro de oxígeno.
Esta chica es claramente una abrazadora—. Me imaginé que
necesitarías al menos una foto para los futuros pequeños. —Se echa
hacia atrás y me sonríe ampliamente mientras sus ojos oceánicos
brillan de felicidad y tristeza al mismo tiempo.

Una combinación que pensé que no era posible que una tuviera, y
sin embargo me demuestra que estaba equivocada.

Parece que incluso las princesas que viven en castillos y que son
adoradas por todo el mundo también conocen las penas y las
dificultades, y de alguna manera este conocimiento me deprime
enormemente.

Espera.
¿Pequeños?

¿Está loca?

Aunque, en este momento, hacer esta pregunta sobre todas las


personas que me rodean actualmente parece bastante estúpido, ya que
la respuesta a la misma es un sí inequívoco.

—Oh, sí. Iría muy bien, junto con la historia de cómo la chantajeó
para que se casara con él —habla Florian mientras se levanta del
banco y se acerca a nosotros—. A los pequeños les encantaría. —No se
me escapa cómo Jimena se pone la palma de la mano extendida sobre
el estómago y se acerca a Remi como buscando su protección, y le
lanza una dura mirada a Florian sin que Santiago lo note, que
murmura algo a su mujer, y ella se sonroja con fuerza.

Si no lo supiera, pensaría que es el padre del bebé, pero eso es


imposible.

¿Por qué se iba a enamorar del mayor puto de la ciudad cuando


podía elegir a quien quisiera?

Por no hablar que... ¿no es su padre su padrino y viceversa? Me


imagino que eso haría que todas las reuniones familiares fueran súper
incómodas. Y la diferencia de edad: él la vio crecer.

Su posible relación es un desastre.

Florian me tiende la mano. —Felicidades. —Notando la extraña


tensión que llena el aire y los dedos de Remi clavándose en mi cintura
con más fuerza ante la acción de su amigo, pongo mi palma en la suya
instintivamente, y él la levanta hasta su boca, besándola suavemente.
—Eres la novia de la hermandad. Tendemos a proteger lo que es
nuestro. —Una sonrisa curva su boca, seductora y de advertencia
sobre su naturaleza, mientras su mirada se detiene en mí—.
Bienvenida a nuestro mundo, Penelope.

Remi nos desconecta a la fuerza y empuja a Florian. Se ríe mientras


mi esposo le gruñe. —No la toques. —Parpadeo sorprendida por lo
acaloradas que son sus palabras. Por lo rígidos que se ponen sus
músculos a mi lado, no me atrevo a decir nada ni a reconocer la
afirmación anterior de Florian.

Me guiña un ojo por última vez mientras da un paso atrás y roza


discreta e intencionadamente con sus dedos los de Jimena mientras
pasa a su lado. Ella cierra los ojos, el aire se engancha en su garganta.

Todo esto sucede en un segundo. Pero es suficiente para sentir la


energía chisporroteante que emana de ellos revestida de anhelo y
deseo, lo que no deja lugar a dudas que tienen algo entre manos.

Dios mío.

¿Qué harán sus familias cuando se enteren? Pero, por otra parte.
La chica no tiene un anillo en el dedo, así que está claro que Florian no
ha reclamado su derecho, lo que lo convierte en un imbécil aun más
grande de lo que pensaba.

Prostituirse es una cosa, pero ¿dejar embarazada a una chica y no


asumir ninguna responsabilidad?

Cretino.

Sacudiendo la cabeza ante estos pensamientos, respiro hondo y me


ordeno a mí misma que me calme y no entre en una histeria que no
ayudará a nadie, y menos a mí.
Estos hombres son monstruos deseosos de satisfacer sus oscuros
antojos que las mujeres de su familia por alguna razón aprueban.
Tienen un poder absoluto en esta ciudad que me ha fallado tantas
veces que he perdido la cuenta, y huir de ellos o conseguir ayuda es
casi imposible.

¿Quién iría en contra de dinastías tan poderosas? Los que tienen


poder y dinero reinan en el mundo y dictan las reglas que los simples
mortales tienen que seguir para sobrevivir en esta cruel realidad
donde la bondad se convierte en un vicio que nadie aprecia ni quiere.
En cambio, la maldad consume sus almas, exigiendo más sangre cada
día, y no les importa utilizar su propia carne y sangre para conseguir
lo que quieren.

Como Amalia, que me envió a los lobos con tal que su verdadera
familia estuviera a salvo.

Gente egoísta que predica con el ejemplo porque probablemente


solo el egoísmo les permite vivir con crímenes tan horribles en su
conciencia y no sentir ni una pizca de culpa.

Dejar salir mis verdaderas emociones es un lujo que no me puedo


permitir ahora mismo; en su lugar, tengo que ser lógica, ya que solo
eso me permitirá ganar el juego que esté jugando Remi.

O más bien salir viva de él antes que el hombre destruya mi vida o


haga daño a los que más quiero.

Mientras él me anhele, nadie se atreverá a hacerme daño, pero una


vez que todo esto termine, ¿dónde me dejará?
Por eso, no importa lo que diga o haga, mi corazón debe
permanecer frío hacia él y no involucrarse nunca.

No seré la Penelope que sufre durante veinte años porque espera


que su esposo aparezca y acabe con la caza de ella por parte de todos
los hombres de Ítaca.

Remi es un villano en este cuento mío, y no soy tan estúpida como


para creer que un poco de amor lo transformará en un príncipe.

—Felicidades, hermano. —La profunda voz de Santiago me saca


de mis pensamientos mientras abraza a Remi, dándole una palmada
en la espalda—. Y a ti, pequeña cuñada. Bienvenida a la familia.

Incluso sin haber estado mucho en su compañía, puedo sentir lo


profundamente que se quieren estos dos.

Santiago ha apoyado a su amigo en todo, y su familia considera a


Remi como algo propio; incluso lo dijeron durante su última
entrevista.

Me asiente con la cabeza, pero no hace ningún movimiento para


tocarme; en cambio, entrelaza sus dedos con los de Briseis,
acercándola como si no pudiera soportar físicamente estar lejos de
ella.

Ella me sonríe, aunque la preocupación sigue brillando en sus


coloridos ojos mientras susurra:

—Felicidades.

—Gracias —respondo, observando a ambos por un momento y


preguntándome qué podría haberle ofrecido para que ella no solo se
quede con él, sino que incluso busque su contacto, acercándose más a
él hasta que su brazo rodea sus hombros y su abrazo prácticamente se
la traga entera.

La familia Cortez es legendaria por sus matrimonios de amor


duradero que pueden resistir cualquier tormenta o dificultad que se
les presente. Sus hombres aman como locos. Pero en serio.

¡Amar a un asesino es un tramo!

Octavius se levanta del banco, toma otro gran sorbo y levanta la


botella hacia mí, pero no dice nada. Casi me río de su completa
indiferencia hacia el padre Paul, que lo mira fijamente, lo cual es
realmente rico.

Aprobar una boda en la que la novia no está dispuesta es un


pecado mucho mayor que beber en la iglesia.

Remi me rodea la muñeca y me arrastra hacia la salida,


deteniéndose momentáneamente junto a Arson y Callum, que
encienden sus cigarrillos y hacen que el humo nos rodee.

—Esto es una violación de nuestro tratado. Me mentiste


deliberadamente. —Se me revuelve el estómago ante su duro tono.
¿Significa esto que todos mis sacrificios han sido inútiles y que la
guerra seguirá adelante? —Si Lachlan no quiere una guerra, me dará
lo que he pedido. Más vale que el contrato esté firmado para mañana,
o habrá guerra independientemente de quién se haya casado con
quién.

Arson levanta la ceja. —Ella es nuestra familia. No amenaces la


hermandad a la que su gemela es leal.
—Penelope es mía. —La posesividad adorna cada una de sus
palabras, poniéndome la piel de gallina mientras se enfrenta a los dos
hombres. El resto de los cuatro oscuros se acercan de nuevo a nosotros
para formar un frente unido. Santiago empuja a su mujer y a su
hermana detrás de él para que no sufran ningún daño—. Ella nos
pertenece a mí y a los demás jinetes. Tu hermandad no tiene ningún
derecho sobre ella, y nuestro matrimonio no tiene nada que ver con
ustedes.

—Amalia es su gemela —dice Arson, exhalando más humo, y yo


toso un poco, lo que no pasa desapercibido para mi esposo.

Remi le arrebata el cigarrillo al peli azul y lo tira al suelo, haciendo


girar el pie sobre la colilla ofensiva.

—Una gemela que la empujó a casarse con un monstruo. Mi


esposa no volverá a sufrir la crueldad de su hermana. —Mi corazón se
estremece dolorosamente ante la verdad de su afirmación y, al mismo
tiempo, se calienta ante su protección, lo que inspira una furia dirigida
a mí misma por apreciar cualquier cosa que este villano haga por mí.

En cualquier momento, consideraré a este hombre un héroe,


cuando es él quien ha creado la situación de villano de la que
necesitaba ser rescatada para empezar.

Con la amenaza lanzada, Remi tira de mí hacia la salida y, en


cuestión de segundos, estamos fuera. El aire fresco entra en mis
pulmones y trae alivio a mi acalorada piel. El auto negro que me ha
traído hasta aquí está estacionado a un lado. El conductor,
sonriéndome alegremente, lo rodea para abrirme la puerta.
—Señora Reyes, será un honor trabajar para usted a partir de
ahora.

Ignorando su afirmación por miedo a gritarle que se despierte de


una puñetera vez y vea lo que hace su jefe, me agarro a mi sedosa
falda y subo al interior del auto, recogiendo el material a mi
alrededor, mientras el título que acaba de otorgarme se arremolina en
mi cabeza.

A partir de ahora, el mundo me conocerá como la Sra. Reyes, con


todo lo que ello conlleva. Aunque imagino que muchas mujeres
sueñan con casarse con uno de ellos, el título no me produce más que
tristeza.

Pensé que, si me ponía el apellido de otra persona, sería por amor


y no por chantaje.

Remi entra por el lado opuesto, su poderosa presencia reduce el


espacio que nos rodea. Su aroma masculino mezclado con la colonia
perturba mis sentidos, recordándome su duro cuerpo presionando
contra mí, volviéndome loca.

—A casa, Van —ordena, desabrochando la chaqueta de su traje y


abriéndola de un tirón mientras nos ajusta el aire acondicionado.

—¿Dónde es casa exactamente? —pregunto. El miedo se apodera


de mí al imaginar una casa extraña con dispositivos de tortura como
los de su calabozo. O peor... ¿y si el calabozo es donde más se queda?

A los asesinos les gusta estar cerca de sus trofeos, ¿no?

—Ya verás.
Gimiendo de frustración y deseando arañarle la cara por ser tan
indiferente con todo esto, me muerdo la lengua y suspiro con
resignación cuando la pantalla se levanta, bloqueando nuestra
conversación al conductor.

Parece que ni siquiera Van está de humor para mis preguntas.

Mirando por la ventanilla, lo veo alejarse de la iglesia antes de


entrar en la autopista con cientos de autos, con las luces brillando a
nuestro alrededor. Conduce el vehículo a una velocidad constante,
dejando que mis pensamientos se alejen.

Principalmente en cómo voy a sobrevivir a esta noche de bodas


con un hombre que pretende reclamar lo que le corresponde, o al
menos eso cree él.

De alguna manera, cuando Amalia me propuso este matrimonio


para arreglar mi lío, no pensé más allá de la boda. Tampoco consideré
las consecuencias, pensando que solo necesitaba una distracción hasta
que mi gemela se casara con quien ella quisiera.

Sin embargo, Remi se casó conmigo, se casó de verdad, así que tiene
sus expectativas. El miedo me invade solo de pensarlo.

Me ha demostrado que puede ser encantador cuando lo desea, ¿y


si me muestra tanto esa parte de su personalidad que desarrollo aún
más el síndrome del cautivo?

Entonces se me ocurre otro pensamiento.

Mi padre.

Dios mío.
En cuanto los medios de comunicación se enteren que uno de los
jinetes se ha casado, la noticia se extenderá al instante, lo que significa
que mi padre se enterará de este matrimonio que no es más que una
farsa. Se pondrá furioso y dolido.

Aprieto con fuerza la falda de mi vestido, cerrando los ojos con


resignación mientras contemplo esa conversación en particular, y
hago una mueca de dolor cuando mis uñas se clavan en la palma de la
mano.

—Te estás haciendo daño. —La voz ronca de Remi me saca de los
pensamientos sobre mi deprimente futuro. Coloca la palma de la
mano sobre la mía, frotando mi carne magullada. —No vuelvas a
hacer eso. —Me sostiene la mirada, sus ojos marrones llenos de una
expresión que no puedo nombrar—. No hagas daño a lo que es mío.
No reacciono bien.

El estómago se agita, la electricidad me recorre ante su contacto,


mientras la ira se mezcla con todo ello, y se me escapa una risita
hueca. —No. Supongo que prefieres ser tú quien castigue y haga daño
a tus víctimas. —Mi voz se entrecorta con la última parte, sus
horribles crímenes aparecen en mi cerebro y cubren de oscuridad
cualquier palabra dulce que pueda pronunciar hacia mí.

Agarrando mi vestido en un puño, tira de mí con fuerza hacia él, y


yo jadeo. Su otra mano me rodea el cuello en un abrazo posesivo
mientras mis palmas extendidas se apoyan en su pecho. La ira se
dibuja en su cara y, fascinada, observo el tic de su mandíbula mientras
su mirada melancólica me provoca un extraño deseo. Casi agradezco
el arrebato de emoción de este hombre que parece no inmutarse por
nada ni por nadie.
Y, sin embargo, conmigo parece casi humano.

Se inclina hacia delante, su aliento caliente me abanica la oreja


mientras susurra:

—Te he dado mi apellido. —Sus labios se deslizan hasta mi cuello,


mordiendo la carne y haciéndome jadear. Luego la calma con un largo
lametón. Sus dedos se clavan en mi cintura mientras su otra mano
agarra mi velo. Mi espalda se arquea, exponiendo mi cuello a su boca
hambrienta—. Te reclamé delante de las dos hermandades.

Mis dedos aprietan su camisa, los temblores me recorren mientras


mi mente grita que lo aleje. Pero me quedo cerca de él, agradeciendo
cada una de sus caricias.

—Te follé con tanta fuerza que gritaste hasta que tu voz se volvió
ronca y tu coño envuelto alrededor de mi polla, sacándome el semen.
—Sus palabras lujuriosas pronunciadas en voz baja me provocan un
calor abrasador en el cuerpo, quemándome por dentro, mientras sus
labios se desplazan hasta la parte inferior de mi barbilla, donde su
lengua deja huellas en mí.

Gimo cuando su mano se desplaza hacia arriba, ahuecando mi


pecho a través del vestido. Su pulgar y su dedo me aprietan el pezón,
ganándose un gemido, mientras me pellizca la barbilla, sus dientes
rozando mi piel, añadiendo gasolina al fuego de nuestro deseo mutuo.
Mi núcleo se aprieta cuando desliza su lengua por mis labios,
chupando el inferior y tirando de él.

—Lo único que aún no he reclamado es tu bonita boca llena. ¿Te


gustaría, querida? —me pregunta, acercando sus labios a los míos,
captando mi jadeo y empujando su lengua dentro, lamiendo la mía,
pero sin llegar a besar del todo—. ¿Envolver esos labios tuyos
alrededor de mi polla hasta que mi semen te llene la boca?

El aire se engancha en mi garganta ante la imagen que presenta en


mi cabeza. Mis muslos se frotan entre sí mientras la necesidad me
consume, exigiendo ser satisfecha, deseando tener a este hombre a mi
merced.

—Ah, lo harías. —Desliza su mano hacia arriba, posándose en mi


cuello como si fuera una cadena. Y entonces me quedo quieta de
sorpresa cuando me corta el oxígeno por completo—. No vuelvas a
llamarte mi víctima, Penelope. Eres mi esposa. —La furia cubre cada
una de sus palabras y me mareo cuando afloja su agarre sobre mí.
Trago saliva y grito de placer instantáneo cuando me chupa el cuello
con fuerza, marcando mi piel con otro chupetón, para que nadie dude
de su afirmación, y menos yo.

Una emoción junto con un alivio recorren mi sistema, porque su


afecto es lo único que me protege en este mundo oscuro donde existen
los monstruos y se sacrifica a gente inocente por un bien mayor.

Cuando eres la mujer amada de un monstruo, nadie se atreve a


hacerte daño, ya que él mataría a cualquiera que te mirara mal.

Y eso no debería hacerme feliz ni estar agradecida, y, sin embargo,


con el miedo y lo desconocido rondando en el horizonte, lo deseo,
aunque la vergüenza vaya unida al sentimiento.

—Abre la boca para mí —ordena y luego la atrapa. Clava su


lengua en lo más profundo, buscando la mía hasta que chocan en un
dúo, adueñándose de mi boca para su satisfacción. Cada roce, cada
lametón y cada chupada me hablan en silencio de su absoluta
obsesión que no conocerá límites ni objeciones. Su pulgar presiona mi
pulso que late con fuerza, mostrándole lo mucho que mi cuerpo desea
el suyo.

El beso se hace más profundo. Inclino la cabeza, disfrutando de los


suaves deslizamientos de su lengua, que vaga perezosamente por el
interior de mi boca mientras me hace adicta a ella. La lujuria que nos
rodea se extiende, alejándonos de la horrible realidad en la que
debería alejarme de él.

Mis dedos tiran de su camisa, desabrochando los primeros botones


mientras ansío poner la palma de mi mano sobre su piel y sentir los
latidos de su corazón contra ella, queriendo sentir los rígidos
músculos clavarse en los míos mientras su perversa lengua sigue
dominándome, ahondando cada vez más.

Su mano baja de mi cabello a mi espalda, buscando arrancar los


ofensivos botones para abrirme a él, y casi estallo de placer ante la
perspectiva.

Mis pulmones arden en busca de aire, pero no les presto atención,


gimiendo cuando mi piel finalmente se conecta con la suya y la carne
áspera y maltratada se encuentra conmigo, congelándome en el acto.

Cicatrices.

Cicatrices horribles que hablan de sus peligrosos crímenes y me


recuerdan que un príncipe no se casó conmigo.

El villano lo hizo.

Apartando mi boca de él, lo empujo mientras mi pesada


respiración llena el espacio, y deseo que el suelo del auto se abra y me
trague entera para no tener que volver a enfrentarme a la humillación.
Se mueve en el asiento y el miedo me invade. Si vuelve a acercarse
a mí, mi cuerpo traicionero volverá a entregarse a la pasión que él me
regala con tanto gusto.

Pero no lo hace. En su lugar, abre la nevera y saca una pequeña


botella de agua.

—Mi esposa, yo no tomo a las mujeres por la fuerza. —Nuestras


miradas se encuentran mientras abre la botella y extiende su mano—.
Bebe.

Le quito la botella y bebo a sorbos, conteniendo mi risa histérica


ante su afirmación.

Poco sabe que no tendrá que forzar nada, porque mi moral es muy
escasa. Incluso estoy dispuesta a acostarme con un monstruo con tal
que me prometa placer.

Estúpida, estúpida chica.

No me extraña que haya acabado en esta situación.

—Yo no me entregaría mucho al autodesprecio —dice,


enviándome una sonrisa torcida.

—Vamos a follar, cariño, tarde o temprano. Será mejor que te


pongas en paz con ello.

Y así, sin más, despierta mi odio una vez más.

—En tus sueños, Remi. —Lo cual suena idiota, teniendo en cuenta
que estaba a punto de acostarme con él hace un momento—. Solo me
casé contigo para que dejaras de acosar a mi hermana. —Hace una
mueca de dolor por alguna razón. ¿Es culpa en su mirada?
¿Siente ya remordimientos por sus actos?

—Nunca quise a Amalia. Nunca. No así.

Parpadeo ante este brusco cambio de tema. Su tono es muy


acalorado y me mira fijamente. Estoy demasiado sorprendida y
confundida para hablar. ¿Por qué demonios la persiguió todos esos
años e incluso le declaró la guerra entonces?

Por suerte, en ese momento el vehículo deja de moverse. Veo que


hemos estacionado junto a un enorme y largo edificio moderno en el
centro de la ciudad, por lo que parece, teniendo en cuenta que todos
los que andan por aquí llevan trajes elegantes y los autos que tocan la
bocina a lo lejos.

El portero está de pie junto a las puertas giratorias, saludándonos


al parecer, ya que no hay nadie más cerca para entrar.

—¿Vamos a parar en algún sitio antes de ir a tu casa? —pregunto,


ya despreciando que estoy haciendo el papel de novia ruborizada
delante de él, cuando niega con la cabeza—. ¿Entonces por qué
estamos aquí?

—Porque esta es mi casa, ma chérie.

¿Qué?

Antes que pueda hacer más preguntas, sale del auto y Van me abre
la puerta. Remi me alcanza en segundos, abriendo su mano. Coloco la
mía en la suya, saliendo mientras toda la gasa flota a mi alrededor, y
resoplo con exasperación.
Mis ojos viajan hacia arriba. El rascacielos es tan alto que mi cuello
se arquea para mirar hacia arriba, y luego vuelvo a bajar la mirada
hacia la entrada. —¿Tienes un apartamento aquí?

No es que el edificio no apeste a lujo, pero de alguna manera


espero que los Cuatro Jinetes Oscuros posean tierras y mansiones con
enormes cantidades de cosas.

Mi familia está bien, pero no somos súper ricos. Ni siquiera al nivel


del viejo Walsh, mucho menos de los Cuatro Jinetes Oscuros.

Y, sin embargo, incluso nosotros tenemos un gran y caro


apartamento en Francia.

Remi niega con la cabeza, y yo me siento aún más confundida.


¿Está alquilando un apartamento?

Vuelve a cerrar nuestras manos y le dice a Van: —Te llamaré


mañana. Estás libre hasta entonces.

El hombre inclina su gorra de chófer hacia mí. —Gracias, señor, y


buenas noches, señora. Por cierto, enhorabuena por la boda.

—Gracias —logro decir antes que Remi me arrastre hasta el


edificio, donde el sonriente portero me recibe.

La música clásica resuena en el aire mientras los aromas florales de


las orquídeas y las rosas me rodean en el amplio y lujoso vestíbulo con
su reluciente suelo de mármol blanco.

Una araña de cristal se balancea ligeramente bajo el aire


acondicionado y refleja luces de colores a nuestro alrededor. Sillas y
sofás de cuero ocupan el vestíbulo con un par de recepcionistas en el
mostrador.
Incluso hay una máquina de café y té junto con unos deliciosos
pasteles cerca para que todo el mundo pueda disfrutar felizmente de
su tiempo.

Si no lo supiera, pensaría que me ha traído a un hotel, porque


nunca en mi vida he estado en un edificio así.

No me extraña que le guste quedarse aquí.

—Sra. Reyes. Acabo de escuchar las noticias. —Los ojos del portero
se dirigen a mí—. Felicidades.

—Gracias —repito como un loro mientras Remi se limita a asentir


al hombre, empujándonos hacia el ascensor privado y pulsando un
botón—. Me ha parecido un poco grosero. El hombre te está mirando
como si quisiera decir algo, pero se contiene.

—Hablaremos mañana. Probablemente a alguien le haya gustado


uno de los apartamentos y quiera comprarlo. Tiene que negociar el
precio conmigo.

El ascensor suena con fuerza y se abre, dejándonos entrar. Remi


pulsa el botón P para el pent-house.

No me sorprende.

Mis cejas se fruncen. —¿Por qué iba a hablar de eso contigo?

Sus grandes dotes para los negocios son de sobra conocidas;


normalmente los tratos que hace o las empresas que emprende tienen
mucho éxito. Pero, aun así. ¿No es raro que la gente prefiera discutir
con él antes de comprar?

¿Y realmente tiene todo este tiempo para ayudar a cada


comprador?
—El edificio es mío. —Mi mandíbula se abre, mis ojos se
ensanchan, y él se ríe, inclinando suavemente mi rostro hacia arriba
con su dedo—. Te has casado con un multimillonario, cariño. No hay
nada en este mundo que no pueda conseguir. Solo tienes que desearlo
y será tuyo. —Estoy demasiado aturdida para hablar mientras calculo
el valor de este edificio.

Hay ricos, y luego hay ricos. Está claro que Remi y sus amigos
residen en la última parte del espectro.

De alguna manera, este conocimiento me entristece, porque ahora


comprendo de verdad que, a menos que él quiera dejarme ir, nunca
me libraré de este matrimonio.

En este momento, desearía que nunca me hubiera traído a su


mazmorra, por muy mal que suene, y me hubiera mostrado el
monstruo que puede ser. Porque entonces casi podría convencerme de
ser feliz con él durante el tiempo que dure este matrimonio.

Crecí rodeada de arte y de gente artística que creía en el amor a


primera vista y en el romance, así que el pensamiento racional dictaba
mis decisiones. Todo esto podría haberme encantado lo suficiente
como para creer en los cuentos de hadas.

Solo Remi fue sincero, y su sinceridad me complicó tanto las cosas


que ahora no sé qué hacer conmigo misma.

Aunque supongo que debería estarle agradecida.

Al menos no hay secretos entre nosotros, bueno, en cuanto a su


personalidad.

Todavía tengo que entender por qué se casó conmigo en primer


lugar.
—Mi libertad —digo, y su frente se levanta—. ¿Me devolverás mi
libertad?

Llegamos a nuestro piso mientras él dice:

—Todo menos eso, chérie. —Con esto, entra en el amplio salón, y


yo le sigo, estudiando todo lo que me rodea.

El blanco y el negro dominan la combinación de colores. Recorro


con mis dedos un sofá de cuero y dos sillas que están junto a la
chimenea, con una pequeña mesa con una pila de libros cerca.

Varios óleos con mitos bíblicos cuelgan de las paredes, creando


una atmósfera bastante lúgubre. Sus imágenes sangrientas me
inquietan, así que me dirijo a una estantería que muestra una
colección de libros sobre mitos de todos los países.

El impecable suelo de mármol negro refleja la luz que brilla sobre


nosotros, mientras que las puertas abiertas del balcón permiten que la
brisa haga ondear las cortinas hacia atrás. A través de la tela,
vislumbro lo que seguramente será una vista increíble.

También hay una estantería acristalada que sostiene una colección


de cuchillos de plata de todos los tamaños y formas, con pequeñas
notas debajo que explican su historia y origen.

Un pequeño pasillo conduce a tres habitaciones separadas, y


supongo que una de ellas es la cocina.

En general, este ático es aburrido y soso. Con sus recursos,


esperaba ver diseños interesantes y algo más.

En cambio, parece un lugar en el que duerme, pero en el que


probablemente no se quede mucho tiempo.
Ni siquiera tiene televisión, solo un escritorio a unos metros con
un portátil y un bar cercano con tantas botellas que me pregunto si un
hombre puede beber tanto y no morirse.

—Es tan… —Intento buscar las palabras adecuadas y me decido


por—, minimalista.

Me sonríe y se quita la chaqueta, tirándola en el sofá, y luego se


sube las mangas, mostrando de nuevo esos malditos brazos
musculosos que me metieron en este problema en primer lugar. —
Eres muy amable. Aunque creo que esperabas ver el lujo aquí.

Mis mejillas se calientan. —Bueno, para ser sincera, normalmente


cuando la gente llega a la cima, tiende a hacer alarde de su riqueza. —
Esto suena tan estúpido a mis propios oídos, y realmente me odio por
parecer tan sentenciosa y esnob—. No quise decir eso.

—Cuando firmé mi primer apartamento hace unos ocho años,


compré toda la mierda cara que pude conseguir. —Se acerca a la
barra, se sirve un whisky y bebe un sorbo—. Incluso adquirí un auto
que nadie más tenía en esta ciudad. Era importante para mí mostrar a
todo el mundo que por fin tenía la clase de dinero que podría
arruinarlos. —Termina su bebida y vuelve a colocar el vaso en la barra
con un golpe seco—. Sin embargo, resulta que no me dio la alegría ni
la satisfacción que esperaba. Así que me deshice de toda la mierda
innecesaria y me centré en hacer crecer mi riqueza. —Me mira,
encogiéndose de hombros—. Una cosa que la gente que persigue el
éxito debe saber es esto: no te vuelves más feliz con él. Ahora, el dinero
es totalmente diferente.

—¿Amas el dinero? —pregunto, y él asiente con la cabeza.


—Por supuesto. ¿Cómo no voy a quererlo? Me permite todo esto.
—Agita la mano—. La gente que dice que no da felicidad no ha
pasado hambre en su vida. Porque créeme, el dinero es libertad.

No puedo evitar que la siguiente pregunta se deslice por mis


labios. —¿Pasaste hambre? ¿De niño, quiero decir? —No hay mucha
información sobre Remi o su familia en Internet, solo que su padre era
jardinero y eso es todo. Siempre que la prensa ha intentado
profundizar, ha obtenido silencio de radio.

Su risa hueca resuena en el espacio, trayendo consigo frialdad, y


me froto los brazos odiando el odio a sí mismo que emite cuando
responde:

—Constantemente. Pobre ni siquiera empieza a describir la


pobreza en la que vivían mis padres. Pero eso no es lo peor.

—¿Qué fue lo peor? —Temo su respuesta, porque me abre a las


horribles verdades que ofrece este mundo, verdades que nunca conocí
de primera mano, ya que mi padre creó una burbuja protectora a mi
alrededor en Francia.

—Lo peor es saber que a nadie le importa un carajo cuánto sufres.


Por eso la compasión no tiene valor para mí. —Aprieta el puño y
empieza a desabrocharse la camisa.

Me duele el corazón imaginando a un niño pequeño hambriento


de comida y enfrentándose al rechazo o a la negativa. ¿Cuántas veces
hay que experimentarlo para volverse frío y despiadado?

Está claro que sus padres no eran geniales, porque la ira cubre su
voz cuando habla de ellos.

Lo cual no debería sorprenderme, ¿verdad?


Rara vez, si es que alguna vez, las personas que crecieron en un
entorno amoroso se convierten en psicópatas que dañan a los demás a
su alrededor.

En el momento en que el pensamiento pasa por mi cabeza, sirve


como una llamada de atención y un recordatorio de con quién me casé
realmente y que conocer al monstruo no me traerá nada bueno.

Porque su pasado no puede excusar su presente. Simplemente no


puede.

Apretando los pliegues de mi vestido, pregunto:

—¿Dónde debería dormir esta noche? —Sus cejas se levantan—.


Me gustaría ir a la cama, si no te importa. —Lo último que necesito en
este momento es entrar en una discusión con un hombre con el que no
estoy segura de cómo actuar.

Tomé la decisión de no ponerme histérica, así que ahí está eso,


pero, aun así, de ninguna manera me acostaré con él.

Antes, en el auto, me he dado cuenta que a mi cuerpo no le


molestan sus manos sobre mí, pero mi mente se resiste, lo que
significa que tengo que esconderme en algún sitio al menos hasta
mañana para averiguar qué hacer a continuación.

—Primera puerta a la derecha. —Exhalo aliviada, agradecida que


no discuta conmigo en esto, y me dirijo a la habitación, con mis
tacones haciendo clic en el suelo. Enrollo las manos en el pomo de la
puerta, lo hago girar y entro, solo para jadear cuando miles de velas
encendidas, al parecer, rodean el lugar, iluminándolo con una luz
romántica con pétalos de rosas rojas esparcidos sobre las sedosas
sábanas negras.
—Romántico, ¿verdad? —pregunta Remi, siguiéndome de cerca, y
yo me giro para mirarlo, con los ojos abiertos ante su pecho
desnudo—. Kelly se ha superado a sí misma.

—¿Qué es todo esto? —pregunto, mis ojos en su cara, negándome


a enfocar su piel bronceada y el perfecto tono muscular que debería
estar prohibido para cualquier hombre.

No tuve la oportunidad de estudiar su magnífica forma allá en el


club, pero ahora mismo, a pesar de la verdad, todo lo femenino que
hay en mí reacciona ante él y ansía tocarlo para ver si sus pectorales
están tan duros como parecen.

Sacudiendo la cabeza de la niebla lujuriosa que me provoca su sola


presencia, espero su respuesta, y entonces se me cae la mandíbula
cuando se quita el cinturón con un silbido, tirándolo a un lado. —
¿Qué estás haciendo?

—Es mi noche de bodas. Así que pienso excitar a mi esposa con mi


lengua antes de follarla una y otra vez en mi cama.

Un sofoco me invade ante sus palabras, las imágenes carnales


llenan mi cabeza mientras el deseo se enciende en mi interior,
haciendo arder mi sangre mientras su energía perversa flota a nuestro
alrededor, invitándome a sucumbir a la tentación.

Sin embargo, me resisto a sus cantos de sirena y cojo el velo, me lo


quito de la cabeza y lo dejo suavemente sobre la cama antes de
enderezarme y levantar la barbilla.

—Bueno, tu esposa no está interesada, así que vete, por favor. —


Una risa se une a mi respuesta, y él se baja la cremallera mientras doy
un paso atrás, cuando se acerca a mí—. Lo digo en serio, Remi. Lo que
pasó en el auto fue un error.

—¿Lo fue, ma chérie? —pregunta y ahora se quita los pantalones,


dejándolo desnudo delante de mí con esa gruesa y larga polla a la
vista.

Dios mío, ¿cómo cupo dentro de mí antes?

Mi núcleo se aprieta al recordarlo, y eso solo intensifica la rabia


que siento por mi evidente deseo, y respondo:

—Sí. —Se acerca, y yo retrocedo varios pasos hasta que mi espalda


choca con una pared, atrapándome entre los muros de granito y un
macho excitado que avanza hacia mí.

—Remi, por favor. —El poder y el deseo que desprende son casi
mi perdición, ya que me congelan en el sitio mientras la piel se me
pone de gallina a la espera de su próximo movimiento.

—Tú. —Pone la mano en la pared—. Eres. —La segunda también,


aprisionándome mientras se cierne sobre mí—. Mía. —Su mejilla se
estremece—. Mi esposa. Tienes que aceptarme a mí y a tu nueva
realidad.

—¡Eres un monstruo! —le grito, empujándolo, solo para gemir


interiormente por la electricidad que me recorre al contacto—. Me has
obligado a casarme. —¿Cómo es que no lo entiende? Afrontar esto y
aceptar nuestra pasión significaría, indirectamente, no ver nada malo
en lo que hace.

¿Qué mujer acepta un destino así?


—Yo mato a los que no merecen vivir. —Sacudo la cabeza,
discrepando con él—. ¡Sí! Créeme: esa gente no debería andar entre
nosotros, y han traído mucha más oscuridad al mundo de la que yo
podría traer.

Aunque eso pudiera ser así y yo pudiera creer en ello... ¿cambia


alguna variable en esta ecuación?

—¡Sigues quitando vidas! Eso no lo hace correcto, no importa


cuánto lo retuerzas. —Le empujo de nuevo, pero él sigue siendo un
muro inamovible—. Justificarlo no lo hace correcto.

—Me importa un carajo tener razón. Acéptame como tu esposo y


danos lo que tanto queremos los dos.

Pero él no quiere solo mi cuerpo, ¿verdad?

Desea reclamar mi alma de nuevo para que lo acoja en mis brazos


con toda la oscuridad y las horribles acciones, dándole la salvación y
la expiación que no merece.

Sin embargo, lo anhela. ¿Pero qué ofrece a cambio?

Solo me doy cuenta que lo he preguntado en voz alta cuando


responde:

—Mi completa obsesión.

—¡Eso es una locura! ¿Por qué matas a la gente? ¿Por qué haces lo
que haces? —Tal vez si me da más respuestas, una visión de su
pasado, lo veré bajo una luz diferente.

—Resido en una oscuridad tan espantosa que nunca deberías


formar parte de ella. Eres mi única luz en un mundo que no ha sido
más que cruel conmigo. Así que acéptame como soy y deja de luchar
contra nosotros. Perderás, así que no nos sometas a la miseria por un
alto código moral que tienes en la cabeza.

—Tu oscuridad me asusta, Remi. Porque un día, podrías volverla


contra mí, ¿y entonces qué?

Se sacude como si le hubiera abofeteado y susurra:

—Nunca te haría daño. No soy capaz de hacerlo. Tendrás que


confiar en mí.

¿Confiar en él? ¿Después de todo?

Su mano rodea mi cuello, su pulgar presiona mi pulso, y por un


segundo, corta mi suministro de oxígeno antes de devolvérmelo.

—Somos como el aire que respiramos. Ya no podemos existir el


uno sin el otro, y este cuerpo… —Recorre mi figura—, me pertenece y
conoce a su dueño.

Cierro los ojos, odiando la verdad de su afirmación, mientras su


acción envía un calor abrasador a través de mi sistema, anunciándome
que tarde o temprano esta pasión que nos mantiene prisioneros le
ganará a mi determinación.

Y mi adicción al placer que me ha dado una sola vez ya ha crecido


tanto que borra el sentido común, la lógica y todo lo demás, con tal de
poder deleitarme en él.

¿Sería tan malo aceptarlo?

Estamos casados. No hay forma de escapar de él o de esta unión.


Puede que se aburra, pero antes de eso, Remi se encargará de
seducirme; lo sé.
—Penelope. —Lo miro mientras sus orbes marrones se oscurecen
con el deseo y la posesividad a la que reacciona todo lo femenino que
hay en mí—. Soy un monstruo sin redención a la vista. A pesar de mi
pasado y mi presente, me quieres, y tienes que aceptarlo para ser feliz.
Porque nunca, nunca te dejaré ir. Eres mía.

Un monstruo puso sus ojos en mí y cree que su obsesión durará


para siempre, solo yo sé la verdad.

Tales emociones no viven mucho tiempo, así que ¿no debería


aprovechar la oportunidad ahora y empaparme de su atención antes
de encontrar una forma de escapar de él?

Remi, no importa a dónde vaya después de esto, siempre seguirá


siendo un hombre especial que me rompió el corazón tan
descuidadamente mientras me despertaba a los placeres carnales.

Dicen que las mujeres nunca olvidan sus primeras veces, y quizá
sea cierto.

Sin embargo, puede que él no haya sido mi primero, pero no creo


que lo olvide nunca. No, su recuerdo me perseguirá hasta el final de
mis días.

—Eres mi mayor maldición en esta vida, Remi. Un hombre que me


da placer y me hace daño al mismo tiempo, y aunque sé que no hay
bondad en ti... te sigo codiciando como a ningún otro. Y ahora mismo,
te odio por ello.

Pega su boca a la mía, captando mi gemido, y nos envuelve en un


beso emocionante, y todo mi cuerpo se despierta al contacto,
inundando mis entrañas de un calor y una lujuria que me consumen.
Sus manos suben y bajan por mi cintura, apretando mi carne, y nos
aleja de la pared mientras seguimos besándonos, nuestras lenguas
jugando y buscándose mientras el mundo deja de existir, dejándonos
en este momento, rodeados por las velas que crepitan cada segundo.

Palmeo su cabeza, pegándome a él, amando el tacto de su piel y


despreciando mi vestido de novia que me impide experimentarlo en
toda su gloria. Mi gemido resuena entre nosotros cuando él se aparta,
con mis labios ardiendo, y nos miramos el uno al otro.

—Remi —susurro entrecortadamente, el calor me envuelve


mientras las emociones confusas contaminan mi mente. Sin embargo,
la necesidad de encontrar alivio con este hombre se impone a todas
ellas.

—En el momento en que te vi salir del auto con este vestido, quise
abrirlo y follarte allí mismo, reclamando mi derecho sobre ti de nuevo.
Para que todos los hombres que dudaban de este matrimonio
supieran a quién perteneces. —Me atrae hacia él, sus dedos se ciernen
sobre los botones de mi espalda—. Cubierta de pies a cabeza, y nadie
podía ver mis marcas en ti. —Me roza la barbilla con los labios,
mordiéndola suavemente antes de echarme la cabeza hacia atrás y
dejar al descubierto la poca piel desnuda que permite mi diseño de
cuello alto.

—Planeé desabrocharlo lentamente, besando cada centímetro de tu


cuerpo hasta que estuvieras tan perdida en el deseo que no supieras
cuándo acababa yo y empezabas tú. —Las palabras por sí solas hacen
que mi núcleo se apriete, y mi boca se abre a la espera de un beso—.
Sin embargo, soy demasiado impaciente para eso, ma chérie. La
próxima vez lo haré más despacio.
Jadeo cuando agarra con fuerza el vestido por ambos lados y lo
abre, haciendo que los innumerables botones vuelen al suelo, cayendo
en cascada a nuestro alrededor.

Me estremezco un poco, de pie en mis bragas blancas junto con las


medias y los tacones, y una sonrisa siniestra curva su boca.

—Preciosa y solo mía. —Chupa con fuerza mi clavícula hasta el


punto de provocar un ligero dolor que me recorre mientras sus manos
me acarician los pechos, los sopesan y luego los aprietan con tanta
fuerza que jadeo—. No he tenido la oportunidad de disfrutar de ellos
antes. —Se inclina hacia ellos y enredo los dedos en su cabello cuando
lame la areola, cubriéndola de saliva antes de llevársela a la boca, con
un calor abrasador que me recorre mientras la lame una y otra vez. La
electricidad llega directamente a mi clítoris, y aprieto las piernas,
agradeciendo la ligera fricción, aunque es un pobre sustituto de lo que
este hombre puede hacer.

—Remi.

Desliza su boca hacia el otro pecho, dándole un tratamiento similar


mientras sus manos agarran mis caderas, sus pulgares se enganchan
en mis bragas, y ni siquiera me sorprende cuando las rompe también.

A estas alturas, el hombre tendrá que comprarme todo nuevo


después de cada uno de nuestros encuentros.

Se pone de rodillas, sus labios rozan mi estómago y luego


presionan un beso en mi centro, haciéndome estremecer ante el
contacto.

—Pon tu mano en mi hombro —me indica, y yo lo hago mientras


él levanta uno de mis pies y me quita el zapato y luego repite la acción
con el otro. Todo ello mientras su lengua lame perezosamente mi
carne, volviéndome loca con cada pasada, mientras crece la necesidad
enloquecedora en mi interior.

—Mi posesividad te excita, ¿verdad, chérie? —Sus dedos juegan


con los bordes de mis medias antes de deslizarse por la seda,
poniendo la piel de gallina mientras me recorren dulces flechas de
lujuria—. A mi esposa le gusta saber que es especial. —Agarra mis
nalgas, moldeándolas mientras da otro largo lametón,
manteniéndome firme ante la avalancha de sensaciones que atacan
desde todos los rincones.

Mis uñas se hunden en sus hombros, y él gime, la vibración no


hace más que aumentar el fuego que me atraviesa, y yo gimo, echando
la cabeza hacia atrás cuando introduce su lengua en mi interior.
Recorre mis pliegues, me clava la lengua en lo más profundo antes de
lamerme desde abajo hacia arriba, rodeando mi clítoris, atrapándolo
entre sus labios, y luego lo muerde suavemente.

Mis manos se dirigen a su cabello para mantener el equilibrio.


Muevo las caderas hacia delante, suplicándole en silencio que
continúe mientras desliza uno, dos y luego tres dedos dentro de mí
mientras su lengua me lame de arriba abajo.

Las sensaciones dobles me sirven de perdición, la gasolina


encendiendo mi sangre y despertando cada vello de mi cuerpo,
empujándome hacia el precipicio que encierra la promesa de una
dicha y un hambre sin límites.

—Remi, por favor. —Mi centro se humedece con cada


deslizamiento, deseando empaparme de su lengua y no soltarla
nunca, mientras los temblores caen en cascada sobre mí en forma de
descargas de hormigueo.

Su lengua sustituye a sus dedos, empujando hacia dentro, y me


vuelve loca mientras todo mi ser grita a este hombre que retiene mi
placer pero que no le importa torturarme hasta el punto en que el
sudor se rompe en mi piel, y no puedo pensar con claridad.

Y, sin embargo, a pesar de todo eso, lo anhelo a él y a su tacto más


que a mi próximo aliento, sucumbiendo voluntariamente a la
oscuridad donde sus deseos y acciones pecaminosas juegan con mi
mente y crean sus propias redes de engaño a su alrededor.

—Remi, por favor. —Me duele la espalda de estar en esta posición,


pero no hago ningún movimiento para retroceder, el placer que me
hormiguea por todo el cuerpo es demasiado fuerte como para
rechazarlo.

Remi sabe cómo tocarme, enseñando a mi cuerpo a responder a él


de formas que nunca había previsto. Lo domina solo con su presencia,
y al igual que uno de los músicos más hábiles del mundo, sabe tocarlo
con maestría.

El fuego que me consume se hace tan fuerte que mi respiración se


agita mientras extiendo la palma de la mano sobre mi estómago y la
deslizo hacia abajo, queriendo presionar mi clítoris y encontrar la
fricción que mi cuerpo tanto busca, cuando él gruñe contra mí:

—No.

Gimiendo de frustración, le digo:

—Fóllame ya, Remi. —Me aprieto los pechos, sin miedo a caer con
él sujetándome tan fuerte—. Estoy ardiendo, cariño. Ardiendo por ti.
Se congela, sus dedos se clavan en mis nalgas con tanta fuerza que
gimo y me muerdo el labio inferior ante su posesión, emocionada por
el efecto que mis palabras tienen en él y por lo mucho que este
magnífico y poderoso hombre está, de hecho, a mi merced.

Y entonces su boca desaparece, y tengo un segundo para


parpadear antes que me levante y me ponga boca abajo y de rodillas
sobre la cama mientras me agarra de las caderas, mordiéndome las
nalgas una a una antes de besar la carne maltratada.

—Remi —susurro, agarrando las sedosas sábanas mientras los


pétalos de rosa se pegan a mi piel, realzando la sensual atmósfera que
nos rodea.

—Esta noche va a ser muy duro —me advierte, y me estremece


pensar en ello, y grito cuando me tumba de espaldas y me pasa la
lengua desde la clavícula hasta el ombligo, rodeando el orificio y
luego sumergiéndose en él mientras me separa las piernas con los
hombros y se instala entre mis muslos—. Pero primero déjame
disfrutar bien de este coño.

Coloco mis pies sobre sus hombros, abriéndome más para él,
mientras arqueo la espalda y gimoteo:

—Por favor, Remi. —No quiero que esto se alargue eternamente;


nuestra pasión es combativa y urgente, así que todo este prolongado
juego previo no hace más que provocar mis terminaciones nerviosas.

Sin embargo, mi esposo tiene un plan diferente, ya que me pellizca


el interior del muslo y se ríe cuando quiero cerrar las piernas en torno
a él, instándole a que me dé su boca, y en su lugar, cambia su atención
al otro muslo, chupando la carne con fuerza y luego frotando su
marca sobre mí, magullando mi piel, y todo lo que puedo hacer es
gemir.

—Remi, por favor, solo...

Mis palabras se convierten en un prolongado gemido cuando él


pone su boca sobre mí y su antebrazo sobre mi estómago,
manteniéndome en su sitio cuando levanto las caderas, queriendo
apretarme más a él. Estoy experimentando sensaciones insanas que
lentamente barren mis sentidos racionales, dejando atrás a una
criatura frustrada y excitada que codicia a este hombre hasta la locura.

Lame mis labios inferiores de arriba a abajo, de un lado a otro,


antes de morder la carne y luego deslizar su lengua, dando vueltas
alrededor de mi abertura, y luego golpeando contra ella. Se sumerge
en lo más profundo, recorriendo mis pliegues, mientras su agonizante
tortura me acerca al borde, pero no lo suficiente como para dar el salto
y reclamar mi placer.

—Remi —gimo, frotando mi pie por su espalda, y me aferro a su


cabello, manteniéndolo en su sitio mientras lame mi clítoris,
lamiéndolo perezosamente y ganándose un siseo de mi parte.

Su boca vuelve a bajar mientras arrastra su lengua por mi carne


con movimientos lentos y luego la clava profundamente, sus manos se
deslizan bajo mi culo y me levantan un poco mientras se sacia.

Le agarro el cabello con más fuerza y le clavo el talón en la espalda


mientras sigue follándome con la lengua y muevo las caderas al ritmo
de sus movimientos, encontrando la tan necesaria fricción mientras el
calor me envuelve lentamente, un rubor que me recorre en oleadas, y
arqueo la espalda, gimiendo en voz alta:
—Remi, por favor. —El éxtasis se cierne sobre mí, me señala con el
dedo, y me insta a soltarme mientras mi esposo me da una larga
lamida de arriba abajo.

Un gemido frustrado se me escapa cuando abandona mi carne, y


sus labios rozan desde mi estómago hasta la clavícula, y entonces
captura mi boca en un beso profundo, sensual, que me enciende de
nuevo.

Envolviendo mis piernas alrededor de él y hundiendo mis uñas en


su nuca, balanceo mis caderas, buscando su dura longitud
presionando dentro de mí, la punta rozando mi centro antes que él
agarre mis piernas con fuerza y aparte su boca de la mía.

—Prepárate para que te follen duro, chérie. —Los separa más,


entrando solo con la punta, y mi coño se aprieta alrededor de él, lo
que lo hace soltar una risita.

—Buena chica. Mi buena chica que necesita correrse con urgencia.

Oh, sí, ¡por fin!

Nuestros gemidos combinados resuenan en el espacio cuando me


penetra hasta la empuñadura, su longitud desnuda me estira hasta el
borde y me produce un profundo alivio porque está dentro de mí.

Se retira y vuelve a penetrar, cada vez más profundo y


moviéndonos en la cama mientras el fuego arde en la boca de mi
estómago, enviándome a una espiral de lujuria que se adueña de mi
cuerpo y mi alma mientras este hombre me usa como su juguete
favorito.

Mi cuerpo se estremece con cada deslizamiento dentro de mí, el


placer crece más y más alto que en el club, y lo atraigo más hacia mí,
envolviéndome fuertemente alrededor de él, y levanto mis labios para
besarlo.

El me obedece, encerrándonos en un poderoso duelo similar al que


está ocurriendo entre nosotros, y se echa hacia atrás solo para empujar
de nuevo, moviéndonos en la cama hasta que el cabecero se golpea
contra la pared.

La felicidad se vislumbra en el horizonte, la calidez se desliza a


través de mí mientras soy arrastrada hacia el resplandeciente placer
que me consume y me posee, porque soy incapaz de resistirme a él.

Debería tener miedo, pero en lugar de eso, lo persigo, corriendo


hacia él con todas mis fuerzas, todo ello mientras Remi me penetra
con fuerza, llevándome a la cima.

Jadeando, apoyo la cabeza en la cama mientras observo atónita a


mi esposo, quien me posee tan bien. No es un príncipe.

Nunca un príncipe.

Sino un guerrero que no se detendría ante nada para conseguir lo


que quiere, y lo que quiere soy yo.

Y de alguna manera, en este momento, este conocimiento me hace


sentir protegida y apreciada, porque nadie puede hacerme daño
mientras él permanezca a mi lado.

Me aferro a él mientras acelera, con fuertes embestidas que me


hacen volar cada vez más alto hasta que todo se queda en blanco y me
arroja al abismo mientras el placer estalla en todo mi organismo.

Grito, y en tres empujones más, se une a mí, gimiendo por encima


de mí, y se corre dentro de mí, haciendo que mi núcleo se apriete.
Respirando entrecortadamente, nos miramos fijamente, y luego él
me besa de nuevo mientras yo lo abrazo más fuerte, deseando que
esta noche no termine nunca.

Porque en el momento en que lo haga, la realidad volverá a


golpearme, y me siento demasiado bien para pensar en otra cosa que
no sea mi esposo.

O en que una pequeña y traicionera parte de mí se alegra que se


haya casado conmigo.
Remi
Odisseus encontró a su Penelope que inspira una bestia tan
posesiva y obsesiva en su interior, que quiere atraparla para siempre a
su lado y no dejar que se vaya nunca.

Y ahora, con ella en mis brazos, anhelo más que nunca terminar mi
venganza, destruir a mi enemigo para siempre.

Para que nunca piense en dañar lo que me pertenece.

Mi oscuridad me ayudó y me salvó de la locura.

Pero mi oscuridad nunca tendrá a Penelope. Si no, la perderé.

Y no la he esperado tanto tiempo para hacer eso.


"El destino me maldijo antes de venir a este mundo.
Fui concebido en la vergüenza y nací en la agonía y la desesperación.
Mi existencia amenazaba no a una, sino a dos dinastías, y por ello, la gente quería
destruirme.
A pesar de ello, me abrí camino hasta la cima y sobreviví.
Pero nunca lo habría hecho sin mis amigos.
Tres príncipes a los tronos que me aceptaron con los brazos abiertos".
Remi

Remi, 5 años
Las enormes puertas de hierro se abren mientras uno de los guardias
grita:

—Déjenlos entrar. —Mi padre vuelve a arrancar el motor, con sus


nudillos sucios agarrando el volante, y conduce nuestro viejo y oxidado auto
por la estrecha carretera de asfalto mientras mi madre suspira aliviada.

El olor a alcohol contamina el aire. Mi padre apenas consiguió ducharse


aún teniendo resaca, y mi madre hizo todo lo posible por disimular sus
moretones con algo de maquillaje prestado por una puta en una habitación de
hotel cercana.
Incluso me peinaron y me pusieron una camisa nueva mientras
maldecían en voz baja cuando mi estómago gruñía de hambre.

Aunque no hicieron nada para calmarlo, solo me dijeron que me callara y


que me asegurara quedarme en el auto mientras ellos hablaban con los
empleadores.

—Gente rica —resopló papá, pisando el acelerador mientras fruncía el


ceño—. Hasta tienen malditos guardias.

—Es uno de los hombres más ricos del país. ¿Qué esperabas? —Ella da
una palmada mientras la excitación adorna su tono—. ¿Imaginas cómo será
nuestra casa? En la descripción del trabajo, decía que se proporciona
vivienda. —Se echa el cabello hacia atrás—. No más moteles baratos.

Papá vuelve a resoplar, claramente no impresionado, y yo me pego a la


ventana, observando con asombro el panorama que se abre ante mí.

La hierba verde esmeralda rodea la enorme propiedad que conduce al


hipnotizante jardín en la distancia con tantos arbustos con flores. Me quedo
boquiabierto, ya que solo los he visto en los libros de botánica.

Uno de nuestros vecinos era jardinero y me prestó los libros para que no
me aburriera.

Las rosas y las orquídeas están dispuestas en interesantes diseños y


formas, y su belleza es tan cautivadora que podrías entrar en el jardín y no
querer salir nunca. Mi nariz se estremece al imaginar su increíble aroma.
Deseo bañarme en él, para que tal vez así se lleven todos los asquerosos olores
adheridos a mí desde que nací y me hagan más atractivo para la gente que
suele rehuir mi estado sucio y maloliente.

Las ramas de los grandes árboles están cargadas de hojas que rozan el
suelo cada vez que el viento las golpea y las balancea en diferentes
direcciones. Los pájaros posados en las ramas gorjean con fuerza a la luz del
sol.

Más allá se alza una casa de cristal, probablemente un invernadero. Al


menos así se llama en el libro, y en ella hay macetas, visibles incluso a través
del cristal. Varias alcobas salpican los jardines con flores que crecen en las
paredes, y veo un enorme lienzo con un pequeño escritorio que tiene pintura.

¿Hay algún pintor en esta familia?

Nunca he visto nada tan hermoso, y mi alma se eleva solo con mirarlo. Es
un contraste tan grande con el vertedero interminable que me ha rodeado toda
mi vida.

Sin embargo, al darme cuenta de esto, se me cae el estómago y gimoteo,


sabiendo ya que no van a contratar a papá. El jardín es precioso, y las
habilidades de mi padre no son lo suficientemente buenas como para hacerlo
lucir mejor.

De hecho, probablemente lo empeorará, y entonces solo Dios sabe lo que


hará el propietario.

—Mira esa casa, Roland —susurra mamá conmocionada y sacude el


brazo de mi padre.

Apartando la mirada de los jardines, desvío mi atención hacia la enorme


casa de ladrillo que se extiende horizontalmente sobre la propiedad. Mi padre
trabajó en la construcción hace unos meses y me hizo memorizar varios
materiales, y lo hice porque me aburría.

Por lo general, mi mente se aburre con facilidad porque absorbo la


información con gran rapidez, y luego busco nuevas fuentes de conocimiento.
Según algunos estudios, mi cerebro me ayudará a conseguir grandes cosas en
el futuro, pero no lo sé. Sin embargo, mientras mi estómago esté lleno, me
consideraré afortunado. Espero que mi cerebro sea capaz de proporcionármelo.

Las rosas suben por las paredes y realzan el ambiente de cuento de hadas
del lugar, donde probablemente todos se quieren y viven en paz sin que nadie
resulte herido.

La casa tiene tres niveles, e intento contar todas las habitaciones por
ventanas. Pero no consigo captarlas todas. ¡No puedo ni imaginar tener tanto
espacio para una sola familia!

Unos pocos pasos conducen a las puertas dobles marrones que se abren, y
un hombre emerge con un traje perfectamente confeccionado. Vuelvo a jadear,
al sentir una avalancha de poder procedente de él.

Odio este tipo de emociones, porque a mi padre le encanta presumir; que


tiene todo el poder y me transmite miedo cada vez que hago algo malo.

Sin embargo, este hombre es diferente. Por alguna razón, su vibración me


hace querer correr hacia él y pedirle protección contra todo el dolor que esta
vida me causa, y él me la daría, sin hacer preguntas.

Si mi padre puede ser el villano de los cuentos de hadas, entonces este es


el rey que puede matar a cualquier dragón.

—Oh, Dios —exclama mi madre, bebiendo en el extraño mientras se


ajusta sus faldas—. Qué hombre más guapo.

Padre ladra una carcajada. —Nunca miraría tu lamentable trasero.


Créeme, me gustaría prostituirte con él. —Hago una mueca de disgusto ante
las groseras palabras, y me tapo los oídos, tratando de bloquear cualquier cosa
desagradable que quiera decir a continuación, pero no lo consigo—. ¿Has
visto a su mujer? No solo es famosa, sino quince años más joven que él.
Es entonces cuando una mujer sigue al hombre, haciéndome parpadear
mientras pego mi nariz a la ventana para estudiarla mejor.

Es muy inusual.

Lleva un largo vestido azul, sus pies descalzos asoman por debajo,
mientras sus manos están manchadas de pintura. Su cabello morado cae por
la espalda en forma de ondas, brillando a la luz del sol. Sus ojos azules y
cristalinos parecen casi irreales en su rostro. Se ríe de algo que dice su esposo
antes de ponerse de puntillas para besarlo en la mejilla.

Es tan hermosa.

—Qué bicho raro —dice mamá, los celos cubren su grosero comentario
mientras papá se lame los labios, y mis hombros se hunden.

Lucian Cortez no me parece un hombre que se tomaría a bien que papá


mirara a su mujer como si fuera una puta barata que se encuentra en la
carretera.

Y por la forma en que el hombre frunce el ceño y luego una expresión fría
se instala en sus rasgos, sé que ha notado la atención no deseada.

Aprieta la cintura de su mujer, lanzándole una mirada cariñosa, antes de


bajar las escaleras con ella.

El amor prácticamente brota de ellos, y me quedo mirando a esta pareja,


preguntándome qué tiene que hacer uno en la vida para ser como ellos. Y no
como mis padres.

O tal vez hay que nacer en una determinada familia.

Papá sale del auto y me dice:

—Quédate quieto y no hagas ruido.


Asiento con la cabeza mientras mamá lo sigue, sonriendo alegremente a
Lucian. Él la ignora y se dirige a mi padre.

—Lucian Cortez. —Señala con la cabeza a la mujer—. Y ella es mi


esposa, Rebecca. —Para mi sorpresa, le tiende la mano a mi padre. De alguna
manera, pensé que a la gente rica no le gustaba tocar a la gente como
nosotros, y mi padre la estrecha. Veo cómo se congela, y el dolor reluce en su
cara. Trata de liberar la mano, pero Lucian sigue sujetándola mientras una
sonrisa de satisfacción le dibuja la boca.

Debe de apretar muy fuerte, porque la mano de mi padre se pone roja. Se


mueve incómodo mientras el dolor llena su mirada, y de alguna manera esto
me produce placer, y oculto mi sonrisa.

Nadie consigue nunca hacer daño a mi padre, y en este momento, este


hombre es realmente un héroe para mí.

Sé que es un pecado desear el mal a alguien, pero de alguna manera no me


importa. Además, todo el mundo ya me llama engendro de Satanás después
de conocer a mis padres, así que da igual.

—Roland —responde mi padre, con la voz tensa—. Encantado de


conocerte. —Y sé que mi padre ha entendido el mensaje, ya que Lucian por
fin lo suelta. Apuesto a que no volverá a mirar a su mujer.

¿Cómo es tener tanto poder? ¿Y cómo se consigue?

Los ojos marrones de Lucian parpadean hacia el auto y pregunta con


sorpresa:

—¿Has traído a tu hijo?

Mi madre asiente y luego me llama:

—Remi, ven aquí, cariño.


Hago lo que me dice, pasándome la mano por el cabello mientras me
acerco lentamente a la pareja que me observa. Algo extraño cruza sus miradas
antes que vuelvan a quedarse en blanco.

Rebecca me sonríe alegremente, y de alguna manera esta sonrisa por sí


sola me calienta por dentro, cuando dice:

—Hola, Remi.

—Hola. —Empujo la palabra, evitando mirar a Lucian, que sigue


mirándome fijamente mientras su mujer me lanza más preguntas.

—¿Cuántos años tienes?

—Cinco.

—¿Cinco? —Rebecca frunce las cejas en señal de confusión—. En la


solicitud, dijiste que tu hijo tenía cuatro años.

Mis padres se ríen nerviosamente mientras mamá me agarra por los


hombros, clavando las uñas con tanta fuerza que aún se me escapa un grito
de dolor.

—Tiene cuatro años. Solo que aún no se sabe muy bien los números.

Pagaré por este desliz; esto lo sé. Mi padre acabará ordenando a mi madre
que me dé una paliza con el cinturón, y Dios sabe cuándo comeré.

Se me forman lágrimas en los ojos, pero no las dejo salir, demasiado


temeroso de las consecuencias que pueda tener para mí.

Por alguna razón, mi edad es siempre un gran problema. Ocultan que


tengo cinco años, como si ese conocimiento los fuera a perjudicar.

Los ojos de la pareja se detienen en mis hombros, y mamá empieza a frotar


la carne herida, haciéndose la buena madre, aunque no se creen la actuación.
Lucian se dirige a su mujer, y empiezan a mantener una conversación en
un idioma que no entiendo y mis padres tampoco, ya que sus cabezas solo
hacen ping pong entre ellos, esperando el veredicto.

El matrimonio Cortez no deja de mirarme mientras muestran una total


aversión a mis padres y luego vuelven a mirarme a mí, como si estuvieran
contemplando la posibilidad de enfrentarse a mis padres solo por mí.

Pero eso es una estupidez.

¿Por qué iba a hacer alguien algo por mí, especialmente una pareja tan
rica como ellos, cuando ni siquiera mis padres lo hacen?

Finalmente, Lucian vuelve a hablar en inglés. —Vamos a hablar adentro.


Estás contratado, pero aquí nadie firma un contrato sin que yo lo apruebe
primero.

Qué extraño. ¿No tienen gente especial para eso?

¿A menos que haya pasado algo en el pasado? Eso explicaría lo de los


guardias y como hay que tener permiso para entrar con un auto.

Rebecca me empuja suavemente, señalando el otro lado del jardín. —¿Por


qué no vas a conocer a los chicos mientras esperas a tus padres, cariño? Hace
demasiado calor para sentarse en el auto.

El miedo se apodera de mí ante esto. Quiero protestar, pero en las


circunstancias actuales, no me atrevo. Así que, con el corazón encogido,
recorro el camino hacia donde ella señala mientras temo encontrarme con los
chicos.

Todas mis experiencias en el pasado han resultado desastrosas. A los


chicos les gusta meterse conmigo, y cada vez que intentaba hacer un amigo,
todos se reían y siempre se negaban.
Uno de ellos incluso me llamó basura blanca y dijo que sus padres les
habían enseñado a mantenerse alejados de gente como nosotros, sea lo que sea
que eso signifique.

Las fuertes voces me sacan de mis recuerdos y levanto la cabeza para


mirar hacia delante, viendo a tres chicos corriendo por el jardín y riéndose a
carcajadas. La música suena desde una radio situada a varios metros de
distancia sobre una manta extendida que también tiene una gran cesta.

Observo a los tres chicos, tan diferentes a los demás niños que he visto
hasta ahora en mi vida.

Un chico con un parche pirata en la cabeza extiende la mano con una


espada de madera, inclinando la cabeza hacia atrás, y grita:

—¡Prepárense para el ataque! —mientras corre hacia el chico de cabello


rubio, que es tan bonito que es difícil no mirarlo.

¡No sabía que los chicos pudieran ser tan bonitos!

El chico suelta una risita, se le cae un lápiz de la oreja mientras corre y


grita por encima del hombro:

—¡Socorro! ¡Guardias!

Mis cejas se fruncen.

¿Qué es este juego?

Entonces el tercero empuja al rubio y se enfrenta al pirata, sosteniendo su


propia espada en alto. —Nadie toca al príncipe.

—Ha traicionado a su pueblo —dice el chico, levantando la barbilla—. En


este reino, eso significa la muerte.

El guardia responde:
—No mientras yo esté vivo. —Y sus espadas chocan mientras luchan
entre sí, dando varios pasos hacia atrás y luego hacia adelante, mientras el
rubio los anima.

Luego se abalanza sobre la manta, coge su propia espada y se coloca junto


al que hace de guardia, amenazando al pirata.

—Tú serás el que muera hoy, pirata. —Hace un gesto hacia la casa—.
¡Yo ganaré esta guerra! —Y con un grito de guerra, supongo, se lanza por el
pirata, moviendo cada uno sus espadas en diferentes direcciones hasta que el
chico de cabello oscuro cae al suelo y los dos acaban encima de él, estallando
todos en una risa incontrolable.

En este momento, me gustaría poder tener amigos que jugaran conmigo


así y disfrutaran de mi compañía. Me sentiría menos solo en las pesadillas en
mi cabeza que consume información, pero no tiene a nadie con quien
compartirla.

Mi corazón se estremece dolorosamente, y es entonces cuando mis ojos


chocan con el único azul, tan intenso que quiero que el suelo se abra bajo mí.

Sus amigos fruncen el ceño y luego cambian su atención hacia mí, todos
me miran fijamente mientras se levantan y se quitan tierra de las rodillas.

El nerviosismo me invade. Jugueteo con el extremo de mi camisa,


dolorosamente consciente de cómo mi ropa deslavada y ligeramente pequeña y
mis zapatos sucios deben destacar para ellos.

Todos llevan pantalones vaqueros azul oscuro, camisetas de colores y sus


zapatos brillan a la luz del sol, e incluso sin mucha experiencia, sé que deben
ser muy caros.
Los niños ricos del patio de juegos que siempre tenían juguetes y helados
habrían quedado mal en comparación con ellos. Para ellos, probablemente soy
una basura en todos los sentidos.

Se me ponen los vellos de punta cuando empiezan a caminar lentamente


hacia mí, estudiándome con interés, y me preparo mentalmente para escuchar
otro rechazo, y con suerte entonces podré esconderme en el auto.

Estos chicos, con todo lo que tienen, no tienen que ser amables.

Y, además, la gente nunca es amable conmigo, ni siquiera cuando tienen


que serlo.

—Hola —me saluda el pirata, quitándose el parche y guardándolo en el


bolsillo—. ¿Quién eres tú? —No tengo ni idea de lo que dice, pero me da
demasiado miedo admitir nada—. ¿Cuál es tu nombre? —Frunce el ceño
ante mi silencio y se cruza de brazos, frustrándose conmigo—.
¡Respóndeme!

Debe ser hijo de Lucian; tiene los ojos de su madre.

El pánico me envuelve, los temblores me sacuden, ya que no deseo enojar


a su hijo. Mis padres realmente me matarían si mi comportamiento les
costara este trabajo.

—Santiago, no te entiende. —El chico rubio pone los ojos en blanco y me


sonríe, lo que hace que me ponga aún más tenso. El último grupo de chicos
sonrió mientras me echaba zumo de naranja por la cabeza porque pedí un
sorbo. A veces las sonrisas son más hirientes que los ceños fruncidos. —
¡Hola! ¿Quién eres tú? ¿Cómo te llamas? —Dispara las preguntas—. Esto
es lo que dijo mi amigo antes de ordenarte que respondieras. —Me saluda con
la mano—. Me llamo Florian y este —señala con el pulgar al tercer chico, que
se limita a observarnos en silencio, pareciendo estar a kilómetros de distancia,
aunque su mirada parpadea entre nosotros—, es Octavius.
—Hola. —Me relajo un poco, aunque sigo siendo cauteloso—. Me llamo
Remi. Mi padre es el nuevo jardinero aquí. Acaba de conseguir el trabajo.

Todos parpadean y luego se miran entre sí, reflexionando sobre esta


información, y yo suspiro interiormente, anticipando sus malas palabras.

Ellos son básicamente príncipes, ¿y yo qué?

Un niño sucio, pobre y hambriento.

—Así que vivirás aquí. —Santiago frunce aún más el ceño—. ¿No hablas
español? —Sacudo la cabeza—. Todos en nuestra casa hablan español.

Sin embargo, antes que nadie pueda comentar nada, mi estómago se queja
con fuerza y mis mejillas se calientan de humillación, aterrorizado por el
hecho de que se burlen de mí ahora.

—Oh, no. Tienes hambre —dice Octavius y luego, para mi sorpresa, me


agarra por el codo y tira de mí tras él mientras marcha hacia la manta y
ordena—: Siéntate. —Hago lo que me dice y entonces abre la cesta, saca una
hamburguesa y se me hace la boca agua al verla—. Come. —Prácticamente
me la empuja y la cojo—. Necesitamos fuerzas.

Sin saber qué hacer con eso, muerdo el pan y gimoteo ante la primera
comida en tanto tiempo, masticando cuidadosamente cada bocado mientras
ellos siguen observándome.

¿Quién sabe?

Puede que se trate de algún truco para hacerme daño más adelante, pero
estoy demasiado hambriento como para preocuparme ahora mismo y no
aceptar la comida cuando me la ofrecen. Los desconocidos nunca me habían
dado de comer. Una vez rogué a alguien en el patio de recreo que me diera un
palito de zanahoria, y su madre me dijo que debería avergonzarme.
No sé cómo avergonzarse cuando el hambre te consume, pero aprendí a no
volver a mendigar nada.

—¿Quieres jugar con nosotros? —pregunta Florian, tumbado a mi lado y


extendiendo los brazos mientras mira al cielo—. Necesitamos un cuarto
chico. —Suspira—. Si no, Santiago siempre pierde.

—¡No lo hago! —suelta y se deja caer en el césped justo delante de mí,


cruzando los pies y alcanzando su propia hamburguesa—. Es que siempre te
gusta ser un príncipe.

Octavius me ofrece una lata de refresco, y yo asiento con la cabeza


mientras sigo escuchando a los chicos discutir.

—Soy más guapo que tú.

—No, no lo eres.

—¡Lo soy!

—Da igual. La próxima vez, yo soy el príncipe y Remi es el guardia. —


Me mira—. Entonces cambiaremos.

Demasiado confundido con esto, miro a Octavius, que se echa una nuez a
la boca y se encoge de hombros.

Supongo que eso debe ser una respuesta en sí misma.

—Juguemos a otra cosa —sugiere Florian y se sienta, con la emoción


brillando en sus ojos—. Ahora que somos cuatro.

Comiendo la hamburguesa y bebiendo mi refresco, tengo mucho miedo de


decir una palabra, porque no son crueles conmigo.

De hecho, ¡incluso quieren jugar conmigo!

Qué extraño.
—Imagino que cambiarás de opinión una vez que tenga la oportunidad de
ganar —refunfuña Santiago y traga su bocado antes de preguntar—: ¿A qué
quieres jugar?

—¡Los cuatro jinetes del Apocalipsis! —exclama Florian, y mis cejas se


levantan. He oído hablar del mito; el pastor lo mencionó una vez.

—Vamos a un colegio privado y tenemos tutores —explica Octavius,


como si eso tuviera que significar algo para mí.

—Ok —digo y vuelvo a morder mi hamburguesa.

—¡Así que cada uno de nosotros elige un jinete y llegamos a esta tierra
para causar el caos! —Florian grita y se levanta de un salto, alzando los
brazos, mientras sus amigos se limitan a negar con la cabeza.

Entre los tres, él parece ser el más alegre. Y las yemas de sus dedos están
manchadas de gris, así que también debe pintar mucho.

—Es mi mejor amigo en todo el mundo —me informa Santiago, tomando


una servilleta y limpiándose las manos—. Pero está loco. —Con esto, se
levanta también y luego coge una cámara junto a ellos, sacando unas cuantas
fotos de Florian, que pone caras divertidas.

—Eso es genial. —Como yo tampoco tengo ni idea de lo que significa esa


palabra, me armo de valor y le pregunto a Octavius—: ¿Qué significa?

—Loco.

—Oh.

Bueno, supongo que es apropiado.

Sin embargo, Santiago lo escucha. —Tienes que aprender español. Todos


nosotros lo hablamos. Y francés. Y alemán. —Asiento con la cabeza, aunque
la tristeza me invade mientras termino mi hamburguesa.
Hoy están muy amables. Quizá porque necesitan un cuarto miembro para
jugar y se aburren. Pero cuando se les pase el efecto, me ignorarán.

Los príncipes no son amigos de los plebeyos. ¿Por qué querrían ser mis
amigos de todos modos?

No es que tenga juguetes o pueda comprarles caramelos; además, les dará


demasiada vergüenza que los vean conmigo en público.

—¿Quién es tu mejor amigo?

Octavius mira de reojo a los chicos cuando se pelean por la cámara.


Florian se la arrebata y sale corriendo. Sin embargo, Santiago le pisa los
talones.

—Nadie. —Pasa un rato y ofrece—: Podemos ser mejores amigos.

—¡Gran idea! —grita Florian, echando el brazo por encima del hombro de
Santiago mientras se balancean al ritmo de la música, con la cámara colgando
del cuello—. Así es justo.

—¿Justo?

—Sí. Si alguna vez nos peleamos dentro del grupo, siempre habrá una
persona que nos proteja. —Aprieta a Santiago—. Los mejores amigos, pase lo
que pase. ¿Estás de acuerdo?

—Sí.

—Pero ¿qué pasa si no estamos de acuerdo con lo que hacen?

Florian aleja las preocupaciones de Octavius. —No importa. El mejor


amigo siempre sigue siendo un mejor amigo.
En ese momento, una criada se acerca a nosotros, sosteniendo una
bandeja de pequeños pasteles. —Chicos, es hora del postre. —La coloca sobre
la manta mientras Florian se acerca a ella.

Le pregunta:

—¿Podría tomarnos una foto, por favor?

—Por supuesto, cariño.

—Dulce.

Nos insta a Octavius y a mí: —Vamos, chicos. Levántense. Tomemos una


foto.

Hacemos lo que ella dice, alejándonos unos metros mientras nos


abrazamos todos, de cara a la cámara, y mis labios se estiran en una sonrisa
cuando la emoción, por primera vez, se enciende en mi interior.

Esta amistad no durará, lo sé. De hecho, no me sorprendería que


cambiaran de opinión en una hora, por considerarme demasiado estúpido o
pobre para ellos.

Van a un colegio privado, lo que significa que siempre estaremos a


kilómetros de distancia. Además, ¿quién querría mezclarse con el hijo de la
ayuda de todos modos?

Sin embargo, es la primera vez que interactúo con alguien de mi edad, y


lo absorbo, sonriendo a la cámara cuando se dispara el flash.

Y luego, durante el resto del día, fingimos ser los Cuatro Jinetes, cada uno
de nosotros escogiendo un jinete y actuando en consecuencia hasta que
Florian y Octavius tienen que irse a casa.

Ese día, me voy a la cama feliz y contento, dispuesto a valorar el momento


durante el resto de mi vida.
Después de ese día trascendental, no volví a pasar hambre de
nuevo.

Porque tres chicos que nunca deberían haber mirado hacia mí,
contra todo pronóstico, se convirtieron realmente en mis mejores
amigos, dispuestos a hacer cualquier cosa por mí.

Lo que era de ellos era mío, y lo que era mío era de ellos.

Sin embargo, Octavius y yo no estábamos destinados a ser los


mejores amigos que se apoyan mutuamente sin importar nuestras
meteduras de pata.

Porque ambos crecimos en hogares de mierda con padres horribles


que solo se preocupaban por ellos mismos y nos hacían vivir en
nuestro propio infierno personal.

Mientras que Santiago y Florian tenían padres amorosos que los


adoraban. Conocían mucho amor en esta vida; lo tenían en
abundancia.

La necesidad de compartir era simplemente demasiado grande, y


así fue como poco a poco Santiago se convirtió en mi verdadero mejor
amigo, un hermano al que le debía todo y cuya familia me dio la
oportunidad de una vida mejor.

Me pagaron la escuela privada para que no me separara de los


chicos, pusieron en la lista negra de su casa a quien se atreviera a decir
que su hijo no debía mezclarse con la ayuda, y me dieron su
protección siempre que la necesité.

Se convirtieron en mi propia familia, salvándome del desastroso


remolino que crearon mis padres.
Mi mejor amigo incluso invirtió dinero de su propio fondo
fiduciario para ayudarme a crear mi imperio.

Florian formó una conexión inquebrantable con Octavius,


protegiéndolo a través de tanta mierda que cualquier otro
probablemente habría abandonado. Sin embargo, nuestro jinete más
alegre y despreocupado... es el hombre más leal que podrías
encontrar.

Ese día fue el comienzo de un fuerte vínculo, que resiste la ira, el


dolor, la separación, y sigue prosperando pase lo que pase.

Incluso cuando Santiago fue secuestrado y se fue durante tantos


años, nunca dejamos de considerarlo uno de los nuestros.

Sin embargo, su ausencia rompió nuestra unidad de una manera


que pensé que nunca podríamos recuperar, y puso a prueba los
límites de nuestra amistad, haciéndonos cuestionar muchas cosas.

Volvimos a unirnos, pero no porque todos quisiéramos.

Uno de nosotros cometió un crimen espantoso.

Y el resto le ayudó a encubrirlo.

Toda hermandad oscura comienza con sangre en sus manos.

En su día, elegimos a nuestros jinetes favoritos por la profundidad


con la que resonaban en nosotros a cualquier edad.

El de Santiago es Conquista, porque le encanta conquistar lo que la


vida le depare o a quien le suponga un reto, una de las razones por las
que sobrevivió al infierno al que lo sometió su enemigo.
El mío es Guerra, porque toda mi existencia fue una guerra.
Primero con mi destino y luego con él, ansiando llevar a la perdición
al responsable del desastre que me acompaña desde mi nacimiento.

El de Octavius es Hambre, porque el hambre es lo único que


conoció en su existencia. Primero por necesidades básicas, ya que su
horrible padrastro lo golpeaba a diario y lo mataba de hambre. Luego
por el conocimiento y el poder, para que nadie le volviera a hacer
daño.

Y el de Florian es la Muerte, ya que lo persiguió desde que respiró


por primera vez, porque un psicópata destruyó a su familia, y luego
empezó a buscarlo él mismo, empapándose de los vicios y pecados
que este mundo ofrece para salvarse de la agonía y la culpa que lo
carcome.

Tan diferentes y a la vez tan parecidos.

Somos los Cuatro Jinetes Oscuros, no importa a dónde vayamos, lo


que hagamos o en quién nos convirtamos.

Solo en la unidad sobrevivimos, porque en el caos prosperamos.


Penelope
Estoy flotando en una nube. O al menos eso parece, ya que la
calidez y la suavidad me rodean, tragándose mi cuerpo y enviando un
dolor placentero a través de mí. El reino del sueño aún me retiene en
sus apretadas garras, instándome a ir a la deriva lejos, muy lejos,
mientras me niego a abrir los ojos.

Sin embargo, algo salpica mi piel con agua. Enviando sensaciones


a través de mí, arrastrándome de la satisfacción y forzando el fastidio.

Como no estoy dispuesta a renunciar a este cielo, giro la cabeza


hacia un lado, pero la humedad me sigue y mis cejas se fruncen.

¿Por qué me gotea algo mientras duermo?

Apretando la manta, me la pongo sobre la cara y murmuro a lo


que sea:

—Vete. —Por alguna razón, mi subconsciente no quiere que me


despierte, convenciéndome que ocurrirá algún desastre cuando lo
haga.

Todo mi cuerpo está dolorido en lugares que no debería, lo que me


confunde aún más. Aun así, hago lo posible por volver a dormirme.

—Me temo que no puedo hacerlo, chérie.

La voz profunda y ronca me hace abrir los ojos de golpe y, cuando


bajo la manta, chocan con los profundos y oscuros del hombre que se
cierne sobre mí, con las palmas de las manos extendidas aprisionando
mi cabeza. El agua gotea de su cabello mojado sobre mí.
Su aroma masculino y el olor de la crema de afeitar recién aplicada
me acarician la nariz. Su piel bronceada aún tiene gotas de agua.

Remi.

Mi esposo.

Los acontecimientos de la noche anterior suceden en mi mente,


uno tras otro, empezando como una comedia romántica convertida en
horror erótico en la que no pude resistir la tentación y permití que mi
captor utilizara mi cuerpo a su antojo.

¿Y lo peor?

Disfruté cada segundo de ello. Al parecer, a mi cuerpo no le


importa la moral; solo ansía el placer y la satisfacción que solo este
hombre ha sido capaz de darme.

Chasquea la lengua, devolviéndome al presente, y me guiña un


ojo. —El autodesprecio no es bueno para la salud, ma chérie. Yo en tu
lugar no le daría demasiadas vueltas a nuestra relación. —Me quita un
mechón de cabello de la cara y me sonríe mientras un sofoco recorre
mis venas ante su proximidad, haciéndome dolorosamente consciente
de mi estado de desnudez bajo la manta—. Eres mía. Cuanto antes lo
aceptes, más fácil será nuestra vida.

La furia me domina y lo empujo, siseando:

—Suéltame. —Me siento, apretando la manta contra mi pecho,


agradeciendo que al menos las persianas estén cerradas para que no
vea mucho.

La única luz proviene del pasillo, donde la puerta está abierta, y


del baño también; por lo demás, la oscuridad nos rodea.
Sin embargo, mi alivio dura poco cuando Remi pulsa algún botón
en la pared, y al instante las persianas se levantan, dejando que el sol
entre por la enorme ventana y me ciegue durante un segundo.

Me cubro los ojos con el brazo y la manta se desliza hacia abajo,


mostrándole mis pechos antes de volver a ajustarla. El hombre
imposible se ríe divertido.

—Anoche los tuve en la boca, Penelope. Estoy más familiarizado


con ellos que tú.

—Eres asqueroso —digo con brusquedad, echando un vistazo a la


habitación y fijándome por primera vez en su diseño.

En general, el dormitorio principal coincide con el ambiente


anodino de todo el apartamento, pero tiene una cama espaciosa y una
silla junto a una pequeña mesa que tiene un paquete de cigarrillos y
un cenicero. Incluso tiene un televisor colgado en la pared, así que el
monstruo debe ver películas.

Aunque no sé por qué se molesta. Su vida está mucho más


desordenada que cualquier historia cinematográfica.

Una puerta conduce al vestidor; el baño parece enorme, a juzgar


por los pequeños vistazos que recibo desde la cama.

Los pétalos de rosa están esparcidos por todo el suelo, y algunos


siguen pegados a mi piel. Mis mejillas se calientan al recordar cómo
los deslizó sobre mi piel antes de follarme por segunda vez con tanta
fuerza que nada más que él importaba.

Se me pone la piel de gallina y una inyección de deseo me recorre,


pero sacudo la cabeza, con una mueca de humillación.
—Solo digo la verdad, chérie. —Vuelve a caminar hacia mí, y
realmente odio cómo muestra su perfectamente esculpido paquete de
seis, y sus vaqueros bajos hacen demasiada justicia a su físico en
general.

Dios, Penelope, por favor, deja de ser tan puta para este hombre. Él mata
literariamente a la gente y te obligó a este matrimonio. La gente te llamaría a
un psiquiatra si lo supiera.

—Tenemos un matrimonio arreglado. —Mi mirada se dispara


hacia él y frunzo el ceño ante esta afirmación—. No te he obligado a
nada, chérie. Para salvar sus culos, tu familia -aka Amalia- te ha
utilizado para cubrirse las espaldas. Considéralo una especie de trato.
—Agarra mi barbilla, rozándola con el pulgar, y mis ojos se ensanchan
en par cuando me doy cuenta que he dicho las palabras en voz alta—.
Te convertiste en mi esposa por tu propia voluntad. No lo olvides
nunca, Penelope, y no vuelvas a llamarte puta. Ahora levántate. —
Añade la última parte con más dureza y se dirige al pasillo. Agarro
una almohada cercana y grito en ella, horrorizada que conozca mi
conflicto interno.

Y su risa resonando en las paredes no hace más que aumentar mi


miseria.

—Okay —murmuro, colocando la almohada a mi lado, pero sin


dejar de clavar los dedos en ella—. Despeja tu cabeza.

Lo que haga la gente en el cautiverio no importa, porque lo hacen


para sobrevivir. Probablemente mi psique me protege de la locura y
hace que mi esposo me resulte irresistible para no experimentar más
dolor. No podemos ser demasiado estrictos con nosotros mismos y
seguir nuestra moral cotidiana mientras tratamos con asesinos; solo
tenemos que sobrevivir por cualquier medio necesario.

Todo este exceso de pensamientos me agotará a la larga, y no


puedo permitirlo si quiero encontrar una salida a esta situación.

Y lo haré.

Porque por mucho que diga que fue mi decisión casarme con él, no
lo fue. Acepté casarme con un desconocido que estaba obsesionado
con mi gemela para salvarla de un problema que mi presencia había
creado.

No con un hombre con su propia mazmorra y amigos psicópatas


cuyas aficiones son coleccionar armamento y torturar-matar a la
gente.

Con la mente asentada, tiro las sábanas y corro rápidamente al


baño, siseando cuando mis pies conectan con la fría baldosa negra
mientras miro el espacio.

Tiene una bañera en la que caben hasta tres personas, una ducha a
varios metros de distancia y dos lavabos con dos espejos que
muestran mi reflejo menos que estelar.

Me quedo boquiabierta al ver mis rizos oscuros yendo en distintas


direcciones. Me quito unos cuantos pétalos más pegados al cabello
antes de pasar los dedos por los innumerables chupones que me
marcan el cuello. Están en mi clavícula y apenas se ven en mis pechos.
La bestia me ha reclamado por todas partes para que nadie pueda
dudar de quién soy.

Al meterme en la ducha, hago lo posible por restregarme,


deseando borrar todas sus caricias ya que hablan de mi vergüenza, y
después de empaparme lo suficiente bajo el chorro caliente, salgo y
me seco, dejando que los mechones húmedos de mi cabello caigan por
mi espalda.

—Dios mío.

Ropa.

No tengo ropa limpia que ponerme.

Temiendo y maldiciendo una vez más al hombre imposible,


vuelvo a la habitación, dispuesta a ponerme una de sus camisas, lo
que probablemente emocionará al imbécil posesivo hasta el extremo.
Me detengo en seco cuando veo una bolsa rosa sobre la cama.

Incluso reconozco el nombre; es una diseñadora neoyorquina que


ha abierto recientemente una tienda en Chicago.

Espero que te guste el color. El resto de la ropa llegará hoy.


Frankie eligió personalmente tu vestido para el evento de esta noche, y te
lo haré llegar a primera hora. Remi preaprobó el diseño.
Kelly

¿Cómo la asistente de Remi me consiguió ropa?

¿Evento?

Me enfurece que Remi decida lo que tengo que llevar, y aprieto los
dientes para no gritar de frustración.

Pero bueno, su juego, su ciudad y sus reglas, ¿no?


Estoy deseando que mi gemela se case, aunque en el fondo estoy
convencida que su matrimonio no cambiará mucho mi relación.

Abriendo la bolsa, saco un vestido morado junto con unas bragas.


El vestido no es nada que yo misma elegiría, ya que muestra
demasiada piel y resalta mi físico curvilíneo, pero por desgracia.

Me lo pongo, agradeciendo que la suave tela se deslice sobre mi


piel. Sin molestarme siquiera en mirarme en el espejo, salgo al pasillo,
desde donde un molesto sonido resuena en el aire junto con una
vibración.

El teléfono se agita en el escritorio junto a Remi mientras teclea


algo en su portátil. Una taza de café humeante, a juzgar por el aroma
fresco que flota en el aire, está a su lado. Su rostro está totalmente
concentrado.

—¿No quieres contestar?

Señala la pequeña mesa que hay junto al sofá. —Tu té está listo. —
Abro la boca para decirle que no lo quiero, pero sería una mentira.

No beberlo por la mañana suele provocarme dolores de cabeza y


no puedo pensar con claridad.

Sacrificar mi salud y mi comodidad solo para demostrarle algo a


Remi no parece una idea inteligente en este momento. Además,
cuando eres la presa, y un cazador te vigila; más vale que siempre
estés preparado para huir, y eso significa reunir todas tus fuerzas.

Si estos hombres son tan delirantes como para vivir según algún
tipo de código que les excusa su comportamiento, quizá crean en los
mitos por los que intentan vivir.
Odisseus nunca hizo daño a Penelope; la amaba mucho. Con
suerte, estoy a salvo de su rabia, y nunca la volcará sobre mí.

Envolviendo mis manos alrededor de la taza, doy un tímido sorbo


al té verde, agradeciendo el calor y el sabor.

—¿No hay desayuno? —Por alguna razón, no puedo evitar


pinchar a la bestia—. ¿El hambre también forma parte de este
matrimonio?

La diversión baila en los ojos de Remi mientras se reclina en su


silla. —No desayunas. Prefieres almorzar y cenar.

Me quedo paralizada ante esto, la taza se detiene a medio camino


de mi boca, y miro fijamente, frunciendo el ceño. ¿Cómo sabe todo
esto? En el club, apenas hablamos de mis preferencias, ya que mi
estúpida yo estaba demasiado hipnotizada por el diablo como para
pensar.

Debe de haber leído la pregunta en mi mente, ya que responde. —


Antes de adquirir cualquier cosa, suelo reunir toda la información
sobre ella. Es una buena habilidad para los negocios.

En otras palabras, pidió un informe sobre mí y probablemente


ahora lo sabe todo, hasta mi profesor favorito en primer grado.

Los acosadores obsesivos bucean en lo más profundo para herir al


objeto de su fascinación.

—No soy algo que hayas comprado. —¡La audacia!—. Y llámalo


como es, por favor, un psicópata al que le encanta aprender las
peculiaridades de su víctima para usarlas en su beneficio. —Hago un
gesto a la taza con la barbilla—. El té verde está muy bien, pero no es
lo suficientemente potente como para hacerme ver un príncipe donde
hay un monstruo.

Tener sexo con él en cautiverio es una cosa, pero estar agradecida


por sus dones y su gentileza es otra. De ninguna manera voy a
mostrarle aceptación cuando no se merece ninguna.

Se encoge de hombros. —Nunca he pretendido ser un santo o


cuerdo. —Pasea sus ojos marrones por mi forma, con el placer
brillando en ellos, y deseo volver a mi habitación y esconderme
mientras el fuego traicionero estalla en lo más profundo de mi ser ante
esto—. Eres preciosa.

Antes que pueda soltar algo grosero ante su comentario, el


teléfono vuelve a sonar, y el molesto sonido hace irritar mis nervios ya
alterados.

—¡Contesta el maldito aparato!

—No tengo la costumbre de contestar el teléfono de otra persona.


—¿Qué? —Es el tuyo.

Jadeo cuando veo la funda azul con una pequeña cadena dorada
atada a ella y me doy cuenta que, efectivamente, es mío.

Vuelvo a dejar la taza sobre la mesa, lo cojo y gimo al ver las casi
cien llamadas y mensajes perdidos de varias personas.

Pero la mayoría son de mi mejor amiga.

<Monique> ¡TE CASASTE!

<Monique> Por si no ha quedado suficientemente claro, te estoy


gritando ahora mismo.
<Monique> Claro... ignora mis mensajes en la felicidad del
matrimonio. ¿Por qué no me dijiste que tenías una relación?

<Monique> Esto no es lo que quise decir cuando dije que


vivieras el momento.

<Monique> POR CIERTO, tu padre llamó, y está lívido. Me dijo


que confesara y le diera todos los detalles de tu "relación". Tenía
cara de póker, pero en serio.

<Monique> Bien... contéstame cuando puedas, porque, ¡chica!


Eso es una locura.

<Monique> Se me olvidó añadir: él está totalmente caliente.


Aunque siempre me ha gustado más el rubio. Es tan encantador.

Sin embargo, apenas me centro en los mensajes que me ha


enviado, ya que también me ha enviado unos artículos en internet en
los que salgo vestida de novia junto a Remi. Debe de ser la foto que
hizo Jimena, ya que consiguió captarme mirando a mi esposo con
asombro mientras me acariciaba suavemente la mejilla. Desde fuera,
incluso podría parecer que siente algo por mí, y el efecto de blanco y
negro le da un aire de cuento de hadas.

Todo el mundo sabe que estamos casados.

Y los titulares son tan ridículos.

Otro que se casa. Señoras y señores, Remi Reyes está oficialmente


fuera del mercado.
Preparen sus pañuelos, porque uno de los solteros más codiciados
de Chicago acaba de encontrar su para siempre.

Remi Reyes se casó anoche con Penelope Walsh. La novia es la


hija del famoso pintor y filántropo, Asher Walsh, que resulta ser buen
amigo de Rebecca Cortez. Se rumorea que así se conocieron los recién
casados hace unos meses, durante una de las exposiciones de arte de
su padre en Francia. La pareja celebró una pequeña ceremonia privada
a la que solo asistieron amigos.

Una risa histérica se me escapa ante el artículo. ¿Ahora también


tenemos toda una historia falsa para respaldar este "matrimonio
arreglado"?

No había pensado tanto en mi participación en todo esto. Suponía


que podría representar mi papel y luego largarme a Francia, donde
todo esto se olvidaría como un mal sueño. Se suponía que Remi quería
a Amalia y se pondría furioso cuando descubriera que le habían
engañado.

Ahora, todas las variables de nuestras ecuaciones han cambiado, y


el resultado ya no es conocido ni predecible.

Con la prensa que se ha enterado tan rápidamente y lo ha


difundido, este matrimonio siempre será de dominio público, y nunca
lo borraré de mi existencia.
¡Divorciarte o enviar a su multimillonario esposo a la cárcel sería
una maldita noticia más importante que la boda!

—¿Cómo pudiste? —le pregunto a Remi, que me observa


atentamente mientras da un sorbo a su café—. ¡Todo el mundo lo
sabe! —Agito mi teléfono con la captura de pantalla—. Nuestra foto
está por todo internet.

—¿Esperabas que ocultara el hecho que estoy casado? —Mi


mandíbula casi golpea el suelo por cómo lo dice; lo hace sonar como si
yo fuera la idiota que fue lo suficientemente ingenua como para creer
que toda esta mierda se mantendría en secreto—. Especialmente con el
evento de esta noche. La gente se enterará tarde o temprano; yo solo
aceleré el proceso. —Hace un clic en su portátil—. Tus tarjetas de
crédito y de acceso a mis edificios estarán listas para ti pronto.
Tampoco tienes licencia, así que Kelly está entrevistando a los
conductores ahora mismo.

—No quiero tu dinero. Tengo el mío. —Aunque mis ahorros no


alcanzarían para cubrir todos mis gastos, no quiero deberle nada a
Remi—. Además, ¿qué haría yo con esas tarjetas? No es que a los
cautivos se les permita vagar sin su captor.

Ignora el pinchazo que le envío, aunque sus orbes parpadean en


señal de advertencia, insinuándome que mantenga la boca cerrada si
quiero salir de todo esto con la cordura intacta. Instar a la bestia a que
se ponga en marcha no sería inteligente, porque ¿cómo me protegería
de él, entonces?

—Tienes un trabajo mal pagado en Francia y vives con tu padre,


que ha financiado todo tu viaje hasta aquí. Y no recibirás el fondo
fiduciario que Asher creó para ti hasta los treinta años.
Papá cree en el trabajo duro, así que ha decidido darme los dos
millones que tiene para mí más adelante, en esto de empujarme a
conseguir grandes cosas en mi carrera. Los Walshes siempre
encuentran el éxito; solo tienen que poner sus ojos en algo.

Lástima que mi padre nunca me escuchara cuando le dije que no


tengo grandes aspiraciones profesionales y que, de hecho, estoy
bastante contenta con mi vida ordinaria. Y es difícil no sentirse raro
por ello también cuando, desde cada esquina, todo el mundo insiste
en que tienes que ser súper exitoso o de lo contrario apestas.

¿Es realmente tan malo limitarse a disfrutar de tu trabajo y formar


una familia sin tener el deseo de conquistar el mundo?

Mi teléfono vuelve a sonar, arrancando mi atención de sus


palabras nada crueles que echan sal sobre mis viejas heridas, y gimo
antes de morderme el labio al hacer clic en el nombre de mi padre.
Aparecen tantos mensajes que no puedo seguirlos todos.

Sin embargo, me centro en los que se envían después de una


captura de pantalla, porque ahí es donde reside la verdadera furia de
mi padre.

<Papá> Penelope Psyche Walsh. Dime que esta noticia es falsa y


que no te acabas de casar con alguien que apenas conoces.

<Papá> ¡He tenido que llamar a Rebecca para enterarme del


matrimonio de mi hija! Ella canta sus alabanzas como si él fuera su
propio hijo.

<Papá> Al parecer, mi propia hija me engañó lo suficiente como


para ocultarme toda otra vida.
<Papá> ¡Llevabas un vestido de novia. El matrimonio en Las
Vegas no me habría dolido tanto como esto!

<Papá> Me llamarás lo antes posible.

Sin pensarlo, marco el número de mi padre. Él contesta al segundo


timbre.

—Papá.

—Te casaste —dice, con la voz ronca, y oigo los cubitos de hielo
chocar entre sí. Debe de estar bebiendo, porque ya es de noche. Mi
padre nunca bebe sin una razón, pero, por otra parte, el hecho que su
propia hija se haya casado en su primer día en Chicago es
probablemente una razón suficientemente grande—. Con un hombre
que ni siquiera conozco.

—Papá...

—¿Te enamoraste? —pregunta, y odio su pregunta, porque no


aceptaría otra cosa que un "sí" a esto. Sin embargo, ¿cómo puedo
decirlo, si es una mentira?

Pero una mentira lo tranquilizaría. En el mundo del arte de mi


padre, el amor lo justifica casi todo. Y como la mayoría de los artistas
son muy impulsivos y se rigen por sus emociones, incluso aceptaría
eso del amor a primera vista.

—¿Creías que no lo aprobaría?

—No —me apresuro a decir y veo que Remi se levanta de su silla,


acercándose a mí mientras escucha nuestra conversación—. Fue algo
repentino. Me lo propuso y dije que sí. No era mi intención que esto
sucediera.
Papá se queda en silencio durante unos instantes, y lo oigo abrir el
champán y servirse una copa si el sonido es por algo que guiarse.

—¿No podías esperar un poco? ¿O venir a Francia para esto? —


Bebe un sorbo—. Es multimillonario. Podría haberlo organizado.

—Papá, te prometo que no tenía planes de casarme. Simplemente


ocurrió. —Todas mis excusas son poco convincentes y muy injustas
para mi padre.

Nunca, jamás, me prohibió salir con alguien, solo me aconsejó que


tuviera cuidado y que le dijera siempre si alguien me hacía daño. Se
puso de mi lado, pasara lo que pasara, y nunca dejó que nadie me
tratara mal.

No tenía que amarme solo porque su hermano lo había nombrado


mi tutor. Pero me amó, tanto que nunca me sentí no amada o no
deseada.

—¿No merecía llevar a mi hija al altar, Penelope? —Cierro los ojos,


las lágrimas los llenan ante el tono decepcionado y lleno de dolor de
mi padre—. A lo largo de todos estos años, solo he cometido un error.
Porque le prometí cumplir un juramento a Theodore. —Una risa
hueca se le escapa mientras cuchillos invisibles se clavan en mi
adolorido corazón por haber herido a mi padre de esta manera—. De
alguna manera, esto me hizo indigno de saber siquiera de este
matrimonio, y mucho menos de asistir a él.

Elegí a Amalia antes que a él, y sin embargo es la única persona


que me ha amado. Puso toda su vida de cabeza a los diecinueve años
para cuidarme y ser el mejor padre del mundo, aunque hayamos
discrepado en muchas cosas.
—Papá, sabes que te amo. —Realmente espero que escuche la
verdad en mis palabras y me perdone con el tiempo. Siempre lo hace,
sin importar mis errores. Solo quiero que no le duela más—. Lo siento
mucho. Por favor, créeme. —Una lágrima se desliza por mi mejilla, y
es entonces cuando Remi me arrebata el teléfono de las manos y pulsa
el botón del altavoz—. ¿Qué estás haciendo? —le susurro-grito,
intentando recuperar mi teléfono, pero él me ignora, apartando mi
mano, y levanta el teléfono en alto fuera de mi alcance.

Entonces se dirige a mi padre. —Sr. Walsh, le habla Remi. —Pasa


un segundo—. Su yerno.

—Dámelo. —Salto para alcanzar el teléfono, temiendo que lo haga


peor.

Mi padre puede ser un artista, pero es un Walsh.

No somos conocidos por nuestra paciencia.

—No eres nada para mí, chico, hasta que demuestres lo contrario.
—La afirmación de papá está impregnada de furia y frialdad, pero
Remi se limita a sonreír, encontrándolo divertido.

—Entiendo su frustración. —Se frota la barbilla—. ¿Qué lo


mejoraría?

Le clavo las uñas en el bíceps, esperando realmente que le duela,


porque, en nombre de Dios, ¿qué está haciendo?

Todo este lío será lo suficientemente difícil de limpiar cuando todo


esto termine, una vez que se aburra con cualquier juego que tenga en
mente. No necesito el problema añadido de enfrentarme también a la
ira de mi padre. Por no mencionar que esto no es una fusión de
negocios en la que pueda discutir los términos y darle a mi padre una
mejor propuesta para que cambie de opinión sobre él.

—Tener una hija amada que camina hacia el altar sin ti. —La
respuesta de papá se encuentra con la risa de Remi—. No hay otra
cosa que hacer.

Mi esposo me mira, con la posesión llenando sus ojos mientras


dice:

—Intentaré entonces tener una hija con los ojos de Penelope. Una
cosita bonita.

La parte de mí que se enamoró de un desconocido en el club se


derrite por esto. Mis entrañas se agitan solo con imaginar que voy a
tener un bebé suyo, pero la parte racional es más fuerte esta vez, y me
grita que despierte.

—Termina la conversación —susurro, y él niega con la cabeza.

Sin embargo, parece que a papá le encanta la idea, ya que se ríe y


su voz se vuelve más cálida. —Qué negociador nato eres. No me
extraña que hayas llegado tan rápido a la cima. —La tregua dura solo
un segundo, ya que añade—: Aun así, no tengo idea de quién eres
realmente, y no voy a dar mi bendición a este matrimonio hasta que
los dos aparezcan por aquí.

¿Qué? ¡No quiero a Remi cerca de Francia!

—Papá, por ahora es...

—Organizaré un vuelo para nosotros, y verás por ti mismo que


soy la mejor elección que tu hija podría haber hecho.
—No seas engreído, chico. Todavía estás en mi lista de mierda y
permanecerás allí hasta que decida lo contrario. —Bueno, al menos
está eso. Que papá lo odie funcionará bien una vez que me divorcie y
exponga sus actos—. Cariño, te quiero y no estoy enojado. Pero tienes
que venir a casa, ¿de acuerdo? Dale el gusto al viejo.

—Tienes cuarenta y dos años, papá. —Como se queda callado, sé


que espera la promesa que detesto dar porque es una mentira más que
le lanzan, pero no tengo opción—. De acuerdo. En cuanto podamos,
papá.

Lo que para mí significa nunca. De ninguna manera traeré un


monstruo a mi hogar y santuario familiar. Lo contaminará en la
oscuridad antes de destruirlo.

—Muy bien. ¿Y Remi?

—¿Sí?

—Si dejas embarazada a mi hija y me entero por los medios, eres


hombre muerto. Puede que sea un artista, pero tengo un arma. —Con
esto, mi padre nos cuelga, dejándome atónita.

Mi padre nunca ha amenazado a nadie en su vida, y ahora mira en


qué lo ha convertido Remi.

Cubriéndome la cara, resoplo con frustración.

—Espero que seas feliz. —Miro fijamente a Remi—. ¿Tienes algún


tipo de misión?

—¿Misión?

—¿Te has propuesto destruir mi vida? Mi padre no forma parte de


tu juego.
—¿Juego? —Su voz baja unas octavas, enviando escalofríos por mi
espina dorsal y alertándome del cazador que es este hombre.

Y yo no soy más que un ratoncito ingenuo que tropezó con una


trampa debido a sus ilusiones.

Muevo un dedo entre nosotros. —Sea lo que sea lo que quieras


conseguir, no arrastres a mi padre a ello. Cuando te aburras de este
matrimonio, no quiero hacerle daño. —Exhalo un fuerte suspiro—. Y
se lo haré. Porque pensará que su hija tiene el corazón roto. Así que,
por favor, aléjate de él. De hecho, no le hables en absoluto.

Giro sobre mis talones, dispuesta a encerrarme en mi habitación


hasta nuevo aviso o más bien hasta el misterioso evento al que planea
llevarme y que requiere algún vestido de diseñador.

Si esperaba que fuera una heredera que fuera una mariposa social,
se sentirá muy decepcionado. Aunque me mezclo en el mundo del
arte y no se me puede llamar reclusa, prefiero los lugares tranquilos y
soy súper torpe con la gente nueva.

Una sonrisa curva mis labios, pensando en esto. En mi situación


actual, tengo que encontrar la alegría en la cosa más pequeña.

Sin embargo, no voy muy lejos, ya que me agarra del codo, me


hace girar y me pega a la pared más cercana, con su mano rodeando
mi garganta lo suficientemente fuerte como para que sienta la presión,
pero no me corte el aire.

Apoya un brazo por encima de mi cabeza, sosteniendo mi mirada


mientras mi pecho sube y baja a la espera de su movimiento,
dispuesta a luchar contra nuestra atracción esta vez.
—Querida, parece que esta boca tuya no puede evitar pedir
problemas. —Aprieta mi cuello, haciendo que mí respiración se
entrecorte—. Me provoca para que vuelva a poner mi reclamo en ti.
¿Es eso más fácil de soportar, entonces? —Se inclina más cerca,
nuestras bocas están a centímetros de distancia—. ¿Cuándo tomo lo
que es mío y te hago olvidar tus reservas?

Desliza su mano abierta por mi clavícula hasta llegar a mi pecho y


lo palmea suavemente antes de pellizcarme el pezón. El calor
abrasador se desliza por mis venas y despierta la lujuria que arde en
mi interior. Se me escapa un gemido y trato de apartarlo, pero él es un
muro.

—Si no fueras tan testaruda, te tendría para desayunar. —Su mano


se desplaza más abajo, apretando mi vestido sobre mi estómago y
haciendo que se me ponga la piel de gallina. Un pequeño temblor
viaja desde la parte superior de mi cabeza hasta los dedos de los pies.
—¿Te gustaría, Penelope? ¿Que mi lengua te folle tan dulcemente que
no puedas ver bien?

Su palma caliente se desliza más y más abajo hasta que se posa


justo sobre mi carne, y sus dedos se deslizan más allá, ahuecándome a
través del vestido. Gimo, las pequeñas sensaciones me envuelven.

—Apuesto a que este coño está goteando y deseando que me


ponga de rodillas. —Pone sus labios sobre los míos, nuestras
respiraciones se mezclan mientras su dedo corazón sube y baja,
sondeando mi abertura y luego rozando mi clítoris, volviéndome más
loca con cada deslizamiento. Se traga mi gemido y luego me muerde
el labio inferior, sus dientes se hunden hasta sacar sangre. El escozor
se mezcla con el placer, sacudiéndome mientras lame la carne
maltratada—. Es una pena que esta bonita boca necesite una lección —
murmura, y entonces su otra mano me aprieta el cabello, mi gemido
resuena entre nosotros, mientras me echa la cabeza hacia atrás.

Me muerde el cuello, chupándome la piel, mientras mis uñas se


clavan en su pecho. Mi mente trata de obligarme a apartarlo y a salir
de la bruma apasionada que siempre consigue crear, mientras mi
cuerpo y mi corazón me instan a caer en la tentación.

Presiona la palma de su mano contra mi clítoris mientras sus


dedos siguen profundizando más y más, mis bragas se empapan
mientras la necesidad enloquecedora me consume, borrando todos los
pensamientos racionales.

—¿Debo hacer que te corras primero, chérie? —pregunta,


arrastrando su boca hasta mi hombro y mordisqueando mi piel—. ¿O
quieres que te castigue? —Un estremecimiento adicional me recorre,
sacudiendo todo mi organismo ante las palabras susurradas con
aspereza que pintan imágenes sensuales en mi cabeza, llamando mi
nombre—. Ponte de rodillas, esposa. Estás a punto de servir a tu
hombre.

Todo lo femenino que hay en mí se enciende ante la orden, el


deseo llena mi mente, pero antes que pueda reaccionar, el familiar
tintineo del ascensor resuena en el espacio, sirviendo de agua fría al
anillo de fuego que nos rodea.

Remi me suelta y me empuja detrás de él mientras un hombre


entra, silbando con fuerza mientras se tapa los ojos.

—¡Alerta! Un jinete en la casa. —Mira a través de sus dedos y


ladea la cabeza—. ¿Está tu mujer decente, Remi? Me gustaría no estar
muerto en breve. —Mi esposo gruñe, y su amigo se ríe, mirando
finalmente al frente—. Siento interrumpir tu felicidad conyugal. —Me
ajusto rápidamente el vestido, alisando la falda, y me hago a un lado
mientras Florian agita un sobre dorado en su mano—. Pero las
invitaciones no esperan a nadie.

—Yo ya tengo una —suelta Remi, y su amigo suspira


dramáticamente mientras se dirige a la barra y coge una botella de
agua, guiñándome un ojo.

Mi cara debe estar roja de vergüenza. Una vez más, mi cuerpo me


ha traicionado, pero también Florian sabe ahora que, a pesar de su
pasado, uno de ellos me resulta irresistible.

—Te has casado, amigo mío. Lo que significa que tu invitación


quedó invalidada, y esto… —Le extiende el sobre a Remi, que
prácticamente se lo arranca mientras Florian abre la botella y da unos
sorbos antes de continuar—, incluye a tu esposa. —Me mira con sus
ojos verde esmeralda—. Mi abuelo te ha invitado personalmente a su
ochenta y cinco cumpleaños. Llega ahí a las ocho en punto, o te va a
dar una paliza. —Le sonríe a Remi—. Sus palabras exactas.

—Ahí estaremos.

Mi mente se arremolina ante esta información, juntando todas las


piezas del rompecabezas.

¿Así que ese es el evento al que tenemos que ir? He oído hablar de
él, por supuesto. Llevan un año planeando la celebración. Toda la élite
está planeando asistir al cumpleaños del patriarca. A pesar de haber
cedido las riendas del negocio a su hijo hace mucho tiempo, sigue
diseñando sus piezas de joyería junto con Florian. Incluso mi padre
recibió una invitación, porque creó una de las esculturas de su
mansión, pero la rechazó. Lo cual no fue bien recibido.

Los Price no solo quieren lo mejor, sino que lo exigen. Y si te


envían una invitación, tienes que ir.

De lo contrario, te ponen en la lista negra de todas partes. Ese es el


poder que tiene esta dinastía.

—Amalia estará allí para cederte las acciones. —Se ríe—. Creo que
casi le da un ataque al corazón al abogado cuando irrumpió en su
oficina y exigió acceso a su herencia.

¿Qué?

¿Y pudo hacer eso con tan poca antelación?

Aunque eso es una vez más una pregunta estúpida. Estos


imbéciles pueden hacer que ocurra cualquier cosa cuando lo desean.

Un músculo se tensa en la mandíbula de Remi y asiente a su


amigo. —Muy bien. ¿El contrato?

—Santiago estará allí. —Supongo que alude al hecho que el


hombre Cortez es licenciado en derecho corporativo. —Una vez que el
contrato tenga tu firma, el trato estará hecho, y serás oficialmente
dueño del quince por ciento. —Florian agita la botella de lado a
lado—. Después de todo este tiempo, por fin las tendrás. —Levanta la
botella en el aire—. Bien hecho, hermano.

—Lo que queramos...

—Lo conseguimos —dice Florian y deja caer el sobre sobre la


mesa—. Como mi trabajo de mensajero ha terminado, me voy a ir.
Mi cabeza zumba con todo esto, mientras la confusión nubla mi
mente. ¿Remi acosó a Amalia por sus acciones?

¿Por dinero?

¿No tiene suficiente? ¿Y esas acciones realmente valían la guerra


que estaba dispuesto a lanzar contra Lachlan y sus hombres?

—No llegues tarde, Remi. Te juro que Satanás hará todo un


espectáculo. —Parpadeo varias veces al ver cómo se refiere a su
abuelo. Y entonces me da un golpecito en la nariz al pasar por delante
de mí.

Mi esposo lo empuja a un lado por esto, y el maníaco se ríe. Mete


la mano en el bolsillo de su traje y saca una pequeña caja de terciopelo
con el nombre de la familia Price. —Casi me olvido de darte esto. —Se
la lanza a su amigo, que la coge con facilidad—. Lo diseñé yo mismo
hace unos años y hoy le he dado los últimos toques.

¿Es una especie de joya?

—Adiós, mi amor. —Le lanza un beso a Remi, que lo rechaza—.


Penelope, aléjate de Satanás esta noche. Si no, el viejo intentará
manosearte antes que puedas parpadear. —Con esto, sube de nuevo al
ascensor y desaparece tan rápido como llegó.

—¿Manosearme?

—Al abuelo Carton le encanta abrazar a las mujeres hermosas. —


Su tono es divertido—. No te preocupes. Es inofensivo. Y no te pondrá
un dedo encima. —Algo brilla en su mirada—. Sabe más que eso.
Mis entrañas se sienten tan crudas después de nuestro encuentro
anterior que necesito desesperadamente hablar para aliviar la energía
que aún nos golpea. —Así que el evento de esta noche...

—Ven aquí.

Demasiado asustada para acercarme a él después de lo que acaba


de ocurrir antes que Florian apareciera, trago saliva y doy un paso
hacia el dormitorio.

—No creo que...

—Ven aquí —repite, y suspirando con resignación ante el acero de


su tono, hago lo que me dice y me agarra la mano, con lo que una
instantánea sacudida de electricidad me atraviesa.

Mi pasión, que parece conocer un solo amo, es realmente una


maldición que nadie puede romper.

Abre la caja y me quedo boquiabierta al ver el magnífico anillo con


halo de diamantes talla esmeralda y banda de platino. El diamante es
tan cristalino que refleja la luz del sol que entra por la ventana, y nos
proyecta cuadros cegadores. Los diamantes más pequeños rodean al
más grande, creando una obra de arte bastante fina.

Remi lo saca y tira la caja en el sofá antes de levantarme la mano y


ponérmelo en el dedo, justo al lado de nuestra alianza, y tiene el
tamaño perfecto. —Es precioso —susurro, frotando el pulgar sobre él
y maravillándome de lo agradable que es al tacto.

—Cualquier cosa que diseñe Florian está destinada a encantar a las


mujeres. —Me dedica una sonrisa torcida cuando nuestras miradas se
conectan, y besa el anillo, mi corazón da un vuelco dentro de mí ante
la acción—. Ahora nadie tendrá dudas de a quién perteneces. —Otro
beso—. Tu cuerpo y tu alma son míos, y cualquier hombre que piense
lo contrario solo encontrará la muerte.

Por un segundo, imagino cómo habría sido el regalo de este anillo


si Remi me hubiera pedido matrimonio mientras nos enamorábamos
perdidamente.

Sería la mujer más feliz del mundo, absorbiendo toda la atención y


las maneras posesivas, mostrando con gusto todos los chupones y
elementos de sus derechos absolutos sobre mí.

Porque nadie más me habría importado.

Sin embargo, en este cuento de hadas mío, no hay príncipe azul, y


estoy sola, enfrentada a decisiones imposibles mientras vivo en una
ilusión.

Y todos los espejismos tienen que ser destruidos; de lo contrario,


miraré el mundo a través de gafas de color rosa, creyendo que un
hombre puede cambiar.

Solo que los villanos no cambian, porque su codicia y su deseo de


quemar el mundo son siempre mayores que cualquier amor que
puedan experimentar.

—Sí, supongo que las esposas de diamantes estaban descartadas.


La gente podría haber fruncido demasiado el ceño al ver que tenías
una cautiva tan obvia.

Me arrepiento de las palabras en el momento en que salen de mis


labios, ya que la energía que nos rodea cambia al instante,
contaminando el aire con maldad y deseos prohibidos, advirtiéndome
de la perdición que se avecina, ya que me atreví a ir en contra de los
deseos del monstruo.
Los ojos de Remi se oscurecen y me agarra la mano con fuerza,
tirando de mí hacia él y apretándome contra la pared más cercana una
vez más, con lo que mi espalda choca con la dura superficie. Mi
gemido resuena en la habitación cuando su pelvis me empuja,
atrapándome en su abrazo y sin dejarme espacio para huir.

—¿Qué he dicho de llamarte otra cosa que no sea mi esposa? —


pregunta con calma, aunque por la forma en que su cuerpo vibra de
tensión, sé que está lejos de ello. Su mano me rodea la garganta,
haciéndome inclinar la cabeza, y su aliento caliente me abanica los
labios mientras el calor me envuelve, enviando sensaciones
abrasadoras por todo mi sistema mientras mi cuerpo zumba de
anticipación. Mi núcleo se contrae ante la acción, necesitando muy
poco para avivar el fuego lujurioso que hay en mí.

Su aroma a tabaco mezclado con café recién consumido me hace


sentir un cosquilleo en la nariz cuando se acerca, rozando sus labios
con los míos mientras habla.

—¿Tienes el coño mojado, chérie?

Sacudo la cabeza, negándome a admitirlo, porque soy muy débil


cuando se trata de este hombre. Lo cual es mi vergüenza personal,
aunque la vocecita en mi cabeza susurra que ha sido increíble
conmigo.

Pero su verdadera identidad tiene que evitar que me enamore de


él. Porque si puedo enamorarme de la bestia, entonces... ¿quién soy
yo?

¿Cómo puedo aceptar su toque y esta unión por el tiempo que


planea permanecer casado conmigo, si es un asesino a sangre fría?
—Deja de resistirte —me ordena, rozando sus labios sobre los míos
antes de presionar su pulgar en mi barbilla, abriendo a la fuerza mi
boca para él—. Soy tu esposo. —Me recorre un escalofrío y un
cosquilleo que me pasa desde la cima de la cabeza hasta la punta de
los dedos de los pies por la forma absolutamente obsesiva en que
pronuncia esta obviedad—. Tú. Eres. Mía.

Me chupa el cuello, con fuerza, hasta el punto que me duele, y yo


gimoteo, enredando los dedos en su cabello mientras él vuelve a
reclamar su derecho sobre mí. El viento de la puerta abierta del balcón
nos sacude, trayendo el tan necesario alivio a mi acalorada piel
mientras el deseo me consume, sus caricias incendiando mi cuerpo y
volviéndome loca.

—Acéptalo. Aprende a vivir con ello. Malditamente prospera con


ello —dice con dureza, apartando su boca de mí antes de agarrar mi
vestido y partirlo en dos. La tela que se desliza por mi cuerpo aterriza
a nuestros pies, dejándome solo con mis bragas empapadas frente a él.

Su mano se desliza hacia mi cabello, empujándolo con fuerza


mientras me echa la cabeza hacia atrás, exponiendo más de mí a él,
mientras su erección roza mi estómago, aumentando el fuego que se
extiende por segundos y poniendo la piel de gallina en mi carne una y
otra vez. Se me aprieta el núcleo al recordar cómo me estira el grueso
bulto y gimo, subiendo la pierna por encima de sus caderas, tratando
de trepar por él.

Me agarra de la cadera, manteniéndome firme, y la acción apenas


me proporciona mucha fricción, y grito de frustración, tirando de su
cabello y exigiendo en silencio que cumpla mis deseos. —¿A quién
perteneces? —me pregunta. Cuando no le respondo, me da una
bofetada en el culo, lo que hace que se me entrecorte la respiración—.
¿De quién es este cuerpo, Penelope?

Sacudo mis caderas hacia delante, buscando su polla, pero él se


balancea hacia atrás, haciéndome gemir de frustración.

—Por favor, Remi. —¿Quiere mi vergüenza? ¿Por qué no puede


terminar lo que empezó, ya que ambos parecemos necesitarlo tanto?

Mi cuerpo se convierte en un instrumento en sus manos que toca


con tanta maestría que debería estar prohibido, y sin embargo vuelvo
por más una y otra vez.

Sentido común. Dignidad. Humanidad.

Todo esto queda relegado al fondo de mi mente cuando me


enfrento a la pasión que me inspira este hombre.

Agarro sus hombros con más fuerza y vuelvo a susurrar, casi con
frenesí:

—Por favor.

Coloca la palma de su mano caliente sobre mi vientre desnudo,


que se hunde bajo el tacto, y el gozo me recorre por completo, y
entonces su agarre del cabello se estrecha mientras pega sus labios a
los míos, sellándonos en un beso que nos consume. Nuestras bocas
luchan por el dominio mientras nuestras lenguas se rozan, creando un
torbellino de sensaciones en mi interior, y él se traga mi gemido
mientras el beso se vuelve más caliente y profundo, imitando el arte
de hacer el amor.
Este beso parece un reclamo por sí mismo, anunciándome que
nunca, jamás, podré dejar atrás a este hombre que me anhela y se
niega a estar solo en esta pasión.

En este oscuro abismo en el que reinan la oscuridad y los vicios, el


monstruo me mantiene enjaulada para que nunca pueda escapar del
efecto mágico que tiene sobre mí.

Un gemido de protesta se agita entre nosotros cuando aparta su


boca, para convertirse en un gemido cuando se arroja de rodillas, sus
dedos se clavan en mi piel cuando coge mi pierna y se la echa por
encima del hombro después de arrancarme las bragas y tirarlas.

Apoyando la cabeza en la pared, enrosco los dedos en su cabello


mientras él frota su cara sobre mi núcleo húmedo, inhalando
profundamente, y su tacto juega con mis terminaciones nerviosas,
despertando todo lo femenino en mí. El frenesí de la necesidad se
vuelve casi insoportable, su aliento caliente me hace cosquillas sobre
la piel.

—Remi, por favor. —Mi voz ronca suena dolorosamente parecida


al dolor que mi cuerpo experimenta ahora mismo cuando él me niega
el placer.

Mis súplicas, sin embargo, tienen poco o ningún efecto sobre él. —
Mira qué mojado está este coño. —Pasa dos dedos por mi carne,
deslizándose arriba y abajo, recogiendo la humedad en su camino, y
mi coño se aprieta, deseando que entre en mí, en lugar de
torturarme—. Suplicando ser lamido y chupado. —Muerde mis labios
inferiores, haciendo que me sacuda en sus brazos, y los dedos de mis
pies se curvan—. Entonces déjame complacerlo.
Esa es toda la advertencia que recibo cuando introduce su lengua
profundamente en mí, mi gemido reverbera en el espacio mientras mi
esposo ensancha su boca sobre mí, sujetando mis caderas con fuerza.

Hace girar su lengua dentro de mí, empujando más


profundamente, mientras yo me aprieto alrededor de él,
succionándolo y sin querer soltarlo. Presiona su pulgar en mi clítoris,
creando una doble sensación que me hace volar hacia el abismo donde
solo existe el placer y la necesidad enloquecedora.

Un calor abrasador me recorre en oleadas una y otra vez mientras


él sustituye su lengua por dos dedos, estirándome bien mientras su
lengua lame mis labios antes de rodear mi clítoris. Luego lo atrapa con
sus dientes y chupa con fuerza.

Me balanceo hacia delante, agarrando su cabello con más fuerza,


levantando mis caderas al ritmo de sus movimientos, machacando su
lengua mientras él sigue follándome con sus dedos, dejando que el
infierno que arde en mi interior arda en proporciones épicas,
consumiendo todo mi ser.

Uno. Dos. Tres veces entra en mí, y entonces sus dedos se deslizan,
pero los sustituye una vez más por su lengua, vagando entre mis
pliegues, comiéndome como si fuera su comida favorita.

—¡Remi, por favor! —grito, el deseo brotando de mí y empañando


mi mente, corriendo hacia la dicha en el horizonte mientras me cuesta
respirar.

Justo cuando estoy rondando el borde, con el placer casi al alcance


de mi mano, repite su pregunta. —¿A quién perteneces?
Me muerdo el labio, aun negándome a decírselo, y gimoteo de
angustia cuando sigue lamiéndome, pero lo hace de una forma que
solo me agita y no me libera.

Apretando su cabeza contra mi cuerpo, tiro con fuerza de su


cabello, haciendo que sisee contra mi carne, lo que me produce una
descarga eléctrica.

—Haz que me corra, Remi.

Las palabras suenan tan sucias en mis labios, pero por cómo gruñe
contra mí, sé que las aprecia.

Me da dos largos lametones más, de arriba a abajo, antes de


limpiar su cara en mi ombligo, un acto que me excita aún más. Por un
segundo, deseo que su semen manche mi piel, que me marque de la
forma más antigua y que se combine con mis jugos.

Roza sus labios hacia arriba, mordisqueando mi estómago antes de


subir a la parte inferior de mi pecho. Luego pasa su lengua por mis
pezones, la lujuria me envuelve más, y los colma de atenciones.
Vuelve a subir hasta llegar a mi boca y me besa profundamente,
compartiendo mi sabor conmigo.

Le rodeo el cuello, apretándome a él y meciéndome contra su


erección, necesitándolo tanto que me produce un dolor en todo el
cuerpo, mientras mi cuerpo prácticamente pide que lo folle, que lo use
y que abuse de él, con tal de poner fin a esta tortura.

El beso se vuelve cada vez más perezoso hasta que se limita a


darme un picotazo y luego tira de mi labio inferior. Se aparta y veo
cómo se baja la cremallera de los vaqueros, el sonido hace que todo mi
ser zumbe, y se aprieta la polla, masturbándola con unas cuantas
caricias.

—Remi, por favor. —Me relamo los labios, deseando limpiar con la
boca el pre-semen que gotea de la punta, pero él chasquea la lengua.

—Demasiado tarde para eso, chérie. Sin embargo, pronto me follaré


esta boca. Te encantará y luego pedirás más. —Me pongo las manos
en los pechos, lo que no hace más que aumentar el calor abrasador
que me quema de dentro a fuera—. Completamente a mi merced
mientras te enseño a tomar mi polla profundamente en tu garganta. —
Antes que pueda siquiera parpadear, me hace girar y me ordena—:
Manos a la pared.

Hago lo que me dice, inclinándome hacia delante y probablemente


exponiéndome a él, y él me separa las piernas, haciendo más espacio
para él.

Los segundos transcurren mientras la emoción y la lujuria se


mezclan en mi interior, extendiéndose como un incendio y
prometiendo el alivio de esta pasión que me impulsa a saltar por el
precipicio y alcanzar la dicha invisible.

Y, sin embargo, mi esposo no hace nada, así que le ruego:

—Remi, por favor.

Se acerca, su aliento caliente sobre mi piel mientras el calor me


rodea, haciéndome contener el gemido a punto de brotar de mi
garganta, y resisto el impulso de apretar las piernas para darme algún
tipo de fricción o podría volverme loca.

—¿A quién necesitas, Penelope? —pregunta, frotando la punta de


su polla contra mi abertura, empujando un poco pero luego
dejándome con ganas mientras mis uñas se clavan en la pared, mi
boca jadeando—. ¿Quién hace que este coño esté tan mojado? —Un
sonido de bofetada resuena cuando golpea y luego aprieta mi nalga, el
contacto hace que mi núcleo se contraiga y llore por su ausencia—.
¿Quién me pone la polla tan dura que apenas puedo pensar con
claridad? —La última pregunta me produce una sacudida de alivio,
porque demuestra que no estoy sola en mi necesidad.

Esta lujuria que me consume y no conoce límites lo tiene


prisionero tanto como a mí, y en esto, lo que experimentamos aquí es
solo nuestro para compartir.

Especial.

Le pertenezco, pero creo... creo que él también me pertenece, y a


pesar de todas las probabilidades, la verdad y la realidad, este
conocimiento hace que las mariposas estallen dentro de mi estómago.

—Lo hago.

—¿Y quién soy yo?

Lamiéndome los labios secos, respondo:

—Mi esposo. —Y grito cuando me agarra por las caderas y me


penetra con un movimiento rápido, mi espalda se arquea mientras
mis palmas extendidas empujan contra la pared, manteniendo el
equilibrio mientras el placer se extiende por mí. Vuelve a empujar y
hace una pausa, así que vuelvo a decir:

—Mi esposo. —Me penetra con más fuerza y dureza que la vez
anterior, con poderosas olas que me atraviesan una y otra vez
mientras él mantiene el ritmo, entrando y saliendo de mí mientras el
sudor nos pega y gotea por mi espalda. Y entonces se me escapa una
palabra que no esperaba—. Mío. —La sola idea que otra mujer
disfrute así de él me hace entrar en una espiral de rabia mientras la
posesividad me corroe.

Un segundo está dentro de mí, y al siguiente me hace girar,


atrapando mi jadeo con su boca, besándome profundamente mientras
me levanta. Mis piernas lo rodean y él vuelve a penetrarme,
llevándome al límite mientras nuestras lenguas bailan una alrededor
de la otra, aumentando la locura que nos consume con cada
movimiento de sus caderas.

Mis uñas marcan su piel, dejando mis propias marcas en su carne


bronceada, y él gime en el beso, acariciando nuestras lenguas mientras
se introduce en mí.

El olor a sudor y a sexo flota en el aire, mis pulmones arden en


busca de oxígeno, y jadeo, gimiendo cuando se aferra a mi cuello,
chupándome con fuerza. Sus caderas palpitan, el placer aumenta cada
vez más en mi interior hasta que estalla en un éxtasis que lo consume
todo, y mi coño se aprieta alrededor de él.

Sus empujones se vuelven más erráticos. Acelera mientras yo


apoyo la cabeza contra la pared, dejando que use mi cuerpo para su
propio placer.

—Tú. —Empuje—. Me. —Empuje—. Perteneces.

—Sí, te pertenezco —respondo simplemente, aceptando por fin


este hecho, al menos por el momento, sin que me queden fuerzas para
resistirme a él en ningún momento ni para luchar contra nuestra
conexión, que es primitiva a otro nivel.
Aprieto las piernas en torno a él, con un calor abrasador que me
recorre, y él me da tres empujones más antes de gemir en mi cuello,
corriéndose dentro de mí. Lo aprieto contra mí, y nuestra respiración
es el único sonido en la habitación.

Me he casado con un monstruo.

¿Por qué no disfrutar de sus oscuros placeres antes que me


muestre la puerta?
"Crecer entre príncipes mientras su sociedad te considera por debajo de ellos, te enseña
muchas cosas.
Una de ella es ser despiadado.
Porque para sobrevivir y conseguir cosas en este mundo brillante, tienes que ser un
excelente jugador de ajedrez.
Cada uno de tus movimientos dicta quien gana la partida, y si muestras compasión por
alguien, es una debilidad que puede y será utilizada en tu contra.
La gente tiene hambre de poder y hará cualquier cosa por él.
Mis enemigos nunca pudieron atacarme, porque no tenía ninguna debilidad.
Hasta ella".
Remi

Remi, 15 años
Poniendo el pie sobre la pala, presiono con fuerza, recogiendo la tierra y
tirándola a un lado, preparando el terreno para los nuevos rosales.

El sol brilla por encima de mí, enviando sofocos por todo el cuerpo
mientras el sudor me resbala por la espalda y me pega la camiseta al cuerpo.

Limpiándome la frente, agarro el mango con más fuerza y continúo con la


acción, agradeciendo haber usado guantes, porque las ampollas ya marcan mi
piel de tanto trabajo, y realmente no necesito nuevas antes de mi presentación
en la clase de ciencias.

El colegio privado es increíble por la oportunidad que me da, pero tiene


algunas personas de mierda dentro que aún no se han cansado de señalar
cómo no pertenezco ahí.

La rabia aumenta en mi interior al recordar algunas de sus palabras que


resuenan en mis oídos cada día, fusionándose con otras que despiertan un
monstruo en mi interior.

Deseo herirlos a todos de tal manera que se callen para siempre y dejen de
existir en este mundo para vomitar odio a cualquiera que sea mínimamente
diferente a ellos.

El pobre niño.

El caso de caridad de Cortez.

El hijo del borracho.

¿Quieres venir a mi casa y limpiar nuestros baños? Ya que eres el


hijo de la ayuda, pensé que podrías empezar tu carrera temprano.

Uno de nosotros tendrá que follarse a tu futura novia o esposa


primero. Al fin y al cabo, estás acostumbrado a que te den limosna,
¿no?

Paleo con más fuerza, deseando poder golpear a David con ella y
arrancarle los dientes, pero su padre es rico.

Los Cortez me salvarían de cualquier problema; sin embargo, la escuela lo


pondría en mi historial, y eso afectaría a mis solicitudes de becas en el futuro.
Tengo que ir a la escuela para obtener mi educación para construir un
imperio con el fin de demostrar a todas estas personas que merezco una
oportunidad.

¿Y desde cuándo trabajar duro se ha convertido en algo vergonzoso? Casi


todo el mundo lo utiliza como un insulto contra mí.

Así que me quedo callado, sin participar en todos los golpes, mientras la
furia dentro de mí crece y crece, lo que hace que rompa cosas por la casa y
saque mi frustración durante mi tiempo de boxeo.

No es que ayude.

Ansío sentir la carne humana contra mis puños, buscando moratones y


sangre, imaginando a todos los que alguna vez me hicieron daño.

Escupiendo en mi comida.

Derramando zumo en mi mochila para que se estropeen todos mis libros.

Rompiendo mi uniforme en el gimnasio.

Haciendo que me tropezara en el entrenamiento de fútbol, lo que hizo que


me rompiera la pierna y no volviera a hacer deporte.

¿Serían tan valientes una vez que los tuviera encadenados en algún lugar
y les diera una paliza?

Apuesto a que esos imbéciles pedirían clemencia, y a mí me encantaría no


dársela.

Sus padres no serían capaces de salvarlos entonces.


El graznido de los pájaros arriba me saca de mis pensamientos
hipnotizantes que tienen un control tan fuerte sobre mí que me asustan, ya
que su naturaleza mortal habla de la maldad que reside en mi alma.

Porque ya no siento culpa al imaginarlo.

Termino rápidamente este trabajo y luego arrastro la tierra al invernadero


para poder utilizarla más tarde. Todavía tengo que trabajar en algunos
arbustos y regar unos cuantos árboles más esta noche.

Me dirijo a nuestra pequeña casa de un solo nivel, al final de la propiedad,


y saco un cigarrillo del bolsillo trasero y lo enciendo, echando el humo a mi
alrededor.

Suspiro cuando la nicotina llega a mi organismo y exhalo con alivio,


agradeciendo el sabor que me hace sentir en el presente y que no me permite
sucumbir a la locura que me susurra al oído que deje de contenerme para
satisfacer mis antojos.

Fumar es un vicio, según algunos, y se supone que no debo hacerlo, pero


sigo haciéndolo después de una dura jornada de trabajo en el jardín, lo que
ahora ocurre con más frecuencia, ya que el padre más querido no puede
mantenerse lo suficientemente sobrio como para estar de pie, y mucho menos
para trabajar.

El tío Lucian y la tía Rebecca no me hacen trabajar. Solo quieren que me


concentre en la escuela, pero sé que tampoco despedirán a Roland por mi
culpa. Legalmente, él es mi tutor hasta que cumpla los dieciocho años, así que
prefieren tenerlo cerca.

Terminando mi cigarrillo, entro en la casa, haciendo una mueca de dolor


por el olor a alcohol, y me dirijo a la cocina, lavándome las manos antes de
abrir el refrigerador y dar la bienvenida al aire gélido en mi acalorada piel.
—¿Dónde estabas? —pregunta Roland, y yo lo miro con la barba sucia
cubriendo su cara, tratando de ponerse de pie junto al sofá, agarrando el
brazo. Parpadea varias veces por el sol cegador que entra por nuestra
ventana.

Ignorando su pregunta, cojo una botella de agua y la abro, tragando con


avidez mientras el frío líquido se desliza por mi garganta.

—En mi casa entras y sales a tu antojo —dice, tosiendo. Cierro la puerta


del refrigerador de una patada—. ¿Crees que eres lo suficientemente mayor
para ser tan valiente, chico?

Poniendo los ojos en blanco ante sus ridículos improperios, enciendo la


cafetera y me dirijo a mi habitación, necesitando una ducha para quitarme
toda la suciedad. Como es fin de semana, tengo que dar los últimos toques a
mi proyecto de grupo y luego volver al jardín para celebrarlo.

Un disparo de dolor me apuñala en el corazón, mi alma se desgarra en dos


mientras innumerables recuerdos de mi mejor amigo se reproducen en mi
mente uno tras otro.

Santiago.

La gente podría decir que no se puede construir una amistad para toda la
vida a una edad tan temprana, y yo les diré que se equivocan.

Él me entendía como nadie, y nada más que la soledad me llena desde que
lo secuestraron a los siete años.

Hoy habría cumplido quince años.

Ocho años.
Ocho largos años sin él, preguntándome dónde está y si volverá algún
día. La policía dijo a sus padres que se rindieran; la posibilidad que un niño
sobreviva después de las primeras cuarenta y ocho horas es escasa. Además,
tampoco han encontrado ninguna pista en el caso y sospechan que está
enterrado en algún lugar.

Sin embargo, Lucian y Rebecca se niegan a creerlo. Todos los años


celebran su cumpleaños haciendo una hoguera en el jardín y enviando
palomas blancas al cielo, como si esperaran que una de ellas les devolviera a
su hijo.

Vuelvo a mirar el refrigerador y estudio la foto en la que Santiago y yo


nos reímos ante la cámara mientras nos abrazamos con fuerza, con nuestros
uniformes escolares. Era mi primer día en su colegio y estábamos muy
emocionados.

¿Estás realmente muerto, Santiago?

—¡Contesta! —ladra Ronald, devolviéndome al presente, y veo que se


acerca a mí, levantando el puño para golpearme, pero lo cojo con facilidad.

Se queda helado cuando lo aprieto tan fuerte que grita de dolor. Entonces
lo empujo hacia atrás y cae de culo con un fuerte golpe, rompiendo a llorar.

—Jodidamente no vuelvas a tocarme —le advierto, con el cuerpo aún


lleva de las cicatrices que me dejó de niño. Colocando mi pie en su estómago,
presiono con fuerza, y él brama de dolor—. ¿Lo entiendes?

Después que su saco de boxeo favorito, también conocido como mi madre,


muriera hace seis años por una sobredosis de drogas, dirigía su rabia hacia mí
cada vez que intentaba recordarle que debía trabajar.

Así es como empezaron a aparecer todos los golpes de hebillas de cinturón


y, a veces, incluso la asfixia, porque se perdía aún más en su adicción.
Mezclaba el whisky con algunas pastillas y se reía durante horas antes de
buscarme para hacerme daño.

Todo ello mientras descuidaba el trabajo que pagaba la puta adicción en


primer lugar. Tenía alrededor de nueve años cuando empecé a hacer las cosas
por él.

Lo escondí bien de Lucian y aprendí jardinería mientras escuchaba cómo


se arrepiente de que yo naciera y que debería haber muerto en lugar de Judith.

A decir verdad, me importaba un bledo sus discursos, y mamá nunca fue


muy amable conmigo, mirándolo ahora. Me entristeció su muerte, pero nada
más.

La ausencia de Santiago me dolió mucho más que la muerte de mamá.


Sobre todo, porque en sus dos últimos años, se limitó a malgastar todo el
dinero en maquillaje o a presumir con algunos nuevos amigos de los que
conseguía las drogas.

—¡Soy tu padre! —grita, rodando hacia un lado y haciéndose un ovillo—


. Muéstrame respeto. Me merezco respeto —susurra la última parte, y mi
risa hace resonar las paredes.

¿Respeto?

¿Por este imbécil?

A la mierda.

Reanudo el camino de vuelta a mi habitación.

—Nunca deberíamos haber firmado ese trato. —Vuelve a toser—. Nunca


deberíamos haberte adoptado. —Lo miro por encima del hombro mientras
nuestras miradas chocan—. Sí, no eres mío y nunca lo fuiste. ¿Crees que te
habría tratado así si lo fueras? —Mientras mi cara permanece indiferente,
internamente el fuego estalla en mi interior, amenazando con romper mi
férrea determinación y exigirle todas las respuestas al imbécil. Probablemente,
eso le daría una gran satisfacción. Ha perdido su poder sobre mí, así que
cualquier arma contra mí le produce alegría—. Te adopté y tuve que cambiar
nuestros nombres e identidades solo para tenerte. Jodidamente odio ese día. —
Se ríe, y el sonido me produce escalofríos—. Te robaron a tu madre y te
trataron como una mierda—. Te salvamos. —Se golpea el pecho. —¡Y así es
como me pagas!

Su voz me pone de los nervios, hablando a la parte más oscura de mi


interior que se pregunta constantemente cuánta sangre tiene realmente un
cuerpo humano, y si puedo utilizar a alguna de las personas que me trataron
como él para averiguarlo.

Contando mentalmente hasta diez para tener paciencia, inhalo y exhalo,


recomponiéndome y resistiendo el deseo una vez más.

Girando sobre sí mismo, agarro su camisa en un puño y tiro de mi codo


hacia atrás, sus ojos se abren de miedo mientras se llenan de lágrimas.

—¿De qué estás hablando?

A Roland le gusta escupir tonterías cada vez que se emborracha, y cree


que sus palabras tienen el poder de herirme mientras yo apenas las tolero.

Sin embargo, por primera vez en mi vida, no creo que esté mintiendo,
porque muestra demasiada alegría al darme esta información.

Aunque esta explicación tiene sentido, ¿no?

Moviéndose constantemente, aludiendo a algunas personas a las que


temían, ocultando mi edad, y luego adorando trabajar en la mansión de los
Cortez y abandonándola raramente.
Se comportaban muy bien con ellos y hacían todo lo posible por mostrar
respeto.

De hecho, mamá se sentía como la jodida reina, comprando toda la mierda


para ella mientras Cortez asumía toda la responsabilidad por mí.

Me daban de comer en la casa principal, me dejaban estudiar allí,


probablemente sabiendo perfectamente que mi situación familiar era una
mierda, me pagaban la escuela e incluso intentaban darme dinero para mis
necesidades diarias.

Me negué y en su lugar encontré trabajo en una tienda de comestibles


después de la escuela, y luego hubo jardinería.

Ha sido una vida dura con constantes piedras lanzadas en mi camino, ya


sea con su crueldad o de la sociedad; las únicas personas buenas son las
familias Cortez y Price.

Todo este tiempo, mientras aguantaba toda esta mierda de mis padres, ¿ni
siquiera eran mis padres?

Sacudo a Roland hasta que sus dientes chocan entre sí.

—¡Respóndeme!

Una sonrisa perfila su boca y se ríe. —No soy estúpido, chico. Solo te lo
diré cuando cumplas dieciocho años. O me dejarás antes. —Se lame los
labios—. Trabajarás mientras yo disfruto de mi vida. —Su grito ahogado
reverbera por toda la casa cuando mi puño conecta con su nariz. El sonido de
la rotura llena el aire y la sangre brota al instante de su nariz.

Le doy una fuerte patada en el costado, aumentando su sufrimiento, y le


señalo con el dedo. —Esta noche me lo contarás todo, maldito. Si no lo haces,
esto parecerá el cielo.
Murmura algo, pero no le presto atención. Me voy a mi habitación y me
ducho en un tiempo récord. Y luego, con el vapor arrastrando tras de mí,
corro hacia su habitación, buscando por todas partes cualquier fuente de
información.

Incluso miro debajo del colchón, pero no encuentro nada, frustrado y


enojado, pero aun controlando mis emociones.

Le sacaré la verdad a golpes.

Después de todo, Roland es un cobarde.

Y ellos tienen tendencia a quebrarse fácilmente.

Las llamas anaranjadas y azules se mezclan, ardiendo intensamente en el


pozo de fuego mientras el atardecer proyecta un hermoso resplandor en el
horizonte, bañándonos en el calor y la calma que ninguno siente.

La mansión de la familia está empapada de pena y dolor, porque su


heredero sigue desaparecido.

Las sirvientas se pasean de un lado a otro, montando una mesa redonda


con ocho sillas y colocando sobre ella diversos platos de comida, desde patatas
fritas hasta pasta.

Los favoritos de Santiago.

Aunque, por qué se molesta la cocinera de la familia, nunca lo sabré.


No comemos, solo miramos el cielo en silencio, interrumpido solo por los
silenciosos sollozos de la tía Rebecca.

La veo de pie junto al enorme roble en el que todos solíamos pasar el rato
cuando éramos niños, pasando suavemente los dedos por él mientras el viento
hace ondear su cabello rubio natural hacia atrás y su vestido blanco se pega
contra sus piernas.

No se ha teñido el cabello desde que perdió a Santiago ni ha creado obras


de arte. Todo lo que pinta, lo destruye inmediatamente después y vuelve a
empezar.

Se encierra en casa y rara vez sale, siempre esperando que aparezca


Santiago. Según ella, él necesita ver primero a su madre para saber que ella
cree que está vivo.

Mi mirada se desplaza hacia el tío Lucian, que se limita a observarla, más


delgado que hace unos años y más estoico.

Nunca muestra ninguna reacción hacia el exterior, siempre se limita a


abrazar fuertemente a su mujer cuando llora o estalla en histeria, el dolor
brota de ella, y él es el único que consigue calmarla.

Cuando nos enteramos que se habían llevado a Santiago, el tío Lucian


desapareció durante meses, tratando de encontrar a su hijo, utilizando todas
sus conexiones y recursos clandestinos. Volvió derrotado, pero volvió a
buscar, sin descansar ni preocuparse por nada más que por encontrar a su
hijo.

Su legado se iba desmoronando poco a poco; no acudía a la oficina ni


realizaba ningún negocio. Todo el mundo predijo su caída y quiebra.
Fue entonces cuando la familia Price les demostró su lealtad. El abuelo
Atlas volvió a liderar su imperio de la joyería, porque Jacob renunció para
tomar las riendas de los Cortez.

Durante cuatro años, el tío Jacob dirigió el imperio de tal manera que no
solo sobrevivió a la ausencia del rey, sino que prosperó y creció aún más.

Qué poderosa amistad podríamos haber tenido Santiago y yo.

Estar ahí sin importar lo que pasara.

El tío Lucian acabó volviendo a una vida semi normal; aunque seguía
desapareciendo una semana cada mes y volvía con una herida de bala o con
moretones en el cuerpo.

La tía Rebecca todavía se queda en la casa, pero ahora sale al jardín y se


ríe un poco más, aunque el dolor siempre marca sus rasgos.

Y todo eso ocurrió por ella.

Un rayo de sol que ilumina la oscuridad en la que todos residimos


permanentemente mientras cosechamos sueños desesperados en nuestros
corazones por un futuro feliz en el que la persona que más amamos vuelva a
nosotros.

Una cosita de cuatro años que se fija en mí mientras juega con su muñeca
sobre la manta, y sus ojos azul marino se iluminan.

—¡Remi! —exclama Jimena, saltando y corriendo hacia mí, con su


vestido rosa balanceándose a su alrededor, al igual que su cabello oscuro
recogido en una coleta—. ¡Atrápame! —grita, abriendo los brazos de par en
par, y yo lo hago, levantándola por encima de mi cabeza y dando vueltas
mientras estalla su melódica risa.
Entonces la abrazo y ella me aprieta con fuerza, echándose hacia atrás y
sonriendo, con los labios untados de chocolate. —Mamá dijo que podía comer
una magdalena antes de la cena. —Sus cejas se fruncen—. ¿Está mal?

Tirando de su coleta, niego con la cabeza y ella vuelve a sonreír,


recordándome tanto a su hermano.

Desde el momento en que la trajeron a casa, alivió el dolor de todo el


mundo, y la han mimado constantemente.

La princesa del castillo no se merece menos.

Y extrañamente, yo también le gusto. Le cantaba canciones de cuna y mi


voz era la que más la calmaba.

En cierto modo, empecé a pensar en ella como en mi hermana pequeña y


ocupé el papel que tendría mi amigo si estuviera aquí.

Además... Santiago querría que cuidara de Jimena.

Le encanta jugar en el jardín y habla dos idiomas con fluidez mientras


interrumpe constantemente mi trabajo o mis estudios viniendo a abrazarme o
a compartir un secreto.

O a escuchar historias sobre su hermano.

Su foto está en todas las paredes de todas las habitaciones y a ella le


encanta hacer preguntas sobre él, y ya lo quiere por defecto.

Eso es lo que mejor que hace Jimena, derrochar cariño a todo el mundo y
hacernos sonreír, aunque no nos apetezca.

Jadea y mueve su cuerpo, queriendo bajar, y yo la vuelvo a poner en el


suelo, sabiendo ya quién ha despertado semejante reacción.
Solo hay una persona cuya compañía prefiere por encima de la mía.

Da una palmada y grita:

—¡Florian! —Con esto, se aleja por detrás de mí, y me giro para ver a mis
dos amigos caminando uno al lado del otro junto con Estella, que va delante
de ellos.

Octavius no deja sola a su hermanita últimamente en esa maldita casa de


ellos, donde su padrastro hace lo que quiere y su madre es una inútil.

A veces parece que las madres de él y de Florian compiten por quién es la


más perra con sus hijos.

Un sinfín de nuevas cicatrices estropean su cuerpo, añadidas a las


antiguas, por no hablar de la que tiene en la mejilla a la vista de todos, pero
Octavius lo soporta todo.

Soportará cualquier cosa si eso significa proteger a Estella.

Florian se arrodilla, abriendo los brazos de par en par, y Jimena casi lo


derriba, abalanzándose sobre él y rodeándole el cuello con sus brazos.

—Hola, mi princesa. —La saluda con el apodo que todos le otorgamos y


luego la levanta, ajustándola en su cadera—. ¿Cómo estás? —Le limpia el
pastel de la comisura de la boca.

—Muy bien. ¡Estás aquí! —La chica adora a Florian, pero creo que está
destinado a ser amado por las mujeres, independientemente de su edad.

Era un romántico de corazón, que soñaba con un gran amor, y se limitaba


a pegar la nariz a su cuaderno de bocetos, creando todas las piezas que
esperaba exhibir en su casa de joyas mientras ignoraba las constantes miradas
hacia él.
Sin embargo, algo cambió hace un año. Se transformó en una puto total y
se acostó con tantas chicas de nuestro colegio que perdí la cuenta.

¿Su única regla?

Nunca ir por las más jóvenes. De hecho, ni siquiera se acuesta con


nuestras compañeras de clase, ya que lo encuentra demasiado sucio, y solo va
por las chicas que están en los cursos por encima de nosotros.

Me gusta el sexo tanto como a él, lo he probado yo mismo unas cuantas


veces, y consigue darme un respiro temporal de la tensión constantemente
presente en mi vida que me impulsa a castigar a todos los que me rodean.

Pero ¿pasar realmente todo mi tiempo en ello?

A la mierda. Tengo cosas más importantes que hacer, como estudiar y


trabajar, y las chicas son una distracción constante.

—Por supuesto. Nunca nos lo perderíamos —responde Florian y luego le


hace cosquillas en la barriga, lo que la hace reír, y ella aprieta sus mejillas
contra las de él, suspirando. Él me sonríe, sacando la lengua.

Discretamente, lejos de la vista de la chica, le enseño el dedo. El muy


imbécil cree que su afecto por nosotros es una competición o algo así.

Aunque también siente debilidad por ella; ya ha diseñado unas cuantas


diademas para que se las ponga y la ayuda con sus rompecabezas. Puede ser
un imbécil insoportable con cualquiera, pero nunca con ella.

—Hola, amigo mío. —Me sopla un beso, y yo le saludo con la cabeza y


luego abrazo a Octavius, que gruñe, pero se las arregla para mantener la
distancia a pesar de nuestra proximidad.
Entre todos nosotros, desprecia cualquier signo de afecto o tacto, lo cual es
comprensible, todo sea dicho. Sin embargo, a veces lleva toda esta mierda al
siguiente nivel.

Hace un año hizo un juramento de no casarse ni tener hijos; por eso sigue
siendo virgen y tiene la intención de mantenerlo así durante Dios sabe cuánto
tiempo.

—Hola. Llegas tarde.

—Teníamos que recoger a Estella de su clase de baile.

Se apoya en Octavius y me sonríe. —Hola, Remi.

—Hola, chica. ¿Cómo estás?

—Bien. —La pelirroja de diez años es dolorosamente tímida,


normalmente se esconde detrás de su hermano u opta por estar en silencio. Le
encanta leer, y eso es todo. Durante la mayoría de nuestros encuentros, elige
un rincón de la casa y se queda allí o se limita a ver la televisión.

Jimena besa sonoramente a Florian en la mejilla y luego le pide:

—Bájame, por favor. —Lo hace y ella enlaza sus dedos con los de
Estella—. ¡Vamos a comer más tarta! —Las dos se lanzan a la mesa y todos
perdemos la sonrisa, la seriedad del momento nos invade.

—¿Creen que sigue vivo? —pregunta Florian a nadie en particular,


encendiendo y apagando el encendedor, y su pregunta pesa sobre nuestros
hombros.

Tal vez porque en el fondo sabemos que las probabilidades no están a su


favor, y lo más probable es que esté muerto.
Sin embargo, esa trágica constatación tiene el poder de destruirnos, así
que fingimos lo contrario.

—Sí —digo.

Pasa un momento, y Octavius me informa:

—Le dimos una paliza a esos tipos que escupieron tonterías sobre ti
durante la primera hora.

Florian suelta una carcajada. —Deberías haber visto sus caras; uno de
ellos incluso lloró. —Se señala los nudillos magullados—. Valió la pena cada
momento. Ahora se irán por otro lado cuando te vean.

Otra vez no. —No tenían que hacerlo.

Por alguna razón, hicieron su misión de protegerme en la escuela ya que


no puedo defenderme sin meterme en problemas.

Sin embargo, los chicos no se atreven a ir en contra de un Reed o un


Price, así que usan su poder constantemente, ya sea metiéndose en peleas por
mí o intimidando a los que me intimidan. Han hecho coincidir nuestros
horarios para que comamos todos juntos, e incluso se han apuntado a mi
gimnasio para pasar más tiempo conmigo.

O al menos esa es la excusa. Sé que saben que me encanta destrozar a mis


oponentes e incluso conocen mi trabajo extra.

Soy más alto para mi edad y más voluminoso, así que puedo participar en
peleas clandestinas fingiendo mi edad. Aunque el dueño del club lo supiera,
no le importaría, ya que mis combates son los que más dinero le reportan.
Pagan generosamente, y me da tanta puta satisfacción herir a alguien que
debería asustarme, y sin embargo me apunto a más peleas, haciéndome adicto
a todo ello.

Cuanta más sangre, heridas, huesos rotos... mejor.

—Somos amigos, una unidad. —Florian enfatiza la última palabra—. Un


insulto lanzado hacia ti es un insulto lanzado hacia nosotros.

—Sí —dice Octavius y luego me da una palmada en el brazo—. Además,


son imbéciles, así que nuestras acciones no son precisamente altruistas. Lo
disfrutamos.

Su amistad y apoyo aún me sorprenden. Esperaba que se alejaran de mí


de forma natural. Viven más cerca el uno del otro, no tienen ninguna razón
para aparecer aquí, y simplemente somos diferentes en muchas cosas.

Sin embargo, me han acosado en la escuela, vienen a buscarme


constantemente y han arrastrado mi trasero a varias actividades, pagándolas
todas.

Bueno, Florian se encargaba de las facturas, ya que el padrastro de


Octavius se negaba incluso a darle comida, y mucho menos dinero.

Nuestra amistad, sin embargo, a pesar de todos nuestros esfuerzos


combinados, no es lo mismo. Me he sentido como un extraño la mayoría de
los días, ya que ellos tienen una conexión de la que yo nunca podría formar
parte.

Éramos una unidad de cuatro, cada uno de nosotros aportaba algo al


vínculo y mantenía el equilibrio.

Nadie estaba solo ni se quedaba fuera.


Sin embargo, en la ecuación actual... Santiago y yo estamos solos, ya que
estamos separados, y Dios sabe el infierno que vive ahora, si es que está vivo.

Las piezas rotas y separadas no pueden mantener la unidad, solo la


ilusión de ella.

—Vamos —murmura Florian, señalando con la barbilla hacia el fuego


mientras Rebeca saca una paloma blanca, murmurándole algo mientras frota
su mejilla sobre ella, dispuesta a liberarla.

Todos cogemos nuestras propias palomas, rodeando a los padres de


Santiago, dándoles nuestro apoyo silencioso mientras las chicas se pegan a los
chicos.

Florian se agacha para dejar que Jimena acaricie la paloma, y ella jadea
asombrada cuando el pájaro mueve la cabeza.

El tío Lucian rodea la cintura de la tía Rebecca con sus brazos y se le


escapa una pesada respiración. —Feliz cumpleaños, mi niño. —Besa a la
paloma—. Dondequiera que estés, por favor, sobrevive y vuelve a casa. No
importa lo que haya pasado... solo vuelve a casa. —Su voz se quiebra, aunque
llena de tanto amor y dolor, mientras el anhelo es evidente en cada
respiración que hace.

Por un segundo, la estudio y recuerdo la confesión de Roland, que aparté


de mí para centrarme en mi amigo.

Sin embargo, en este momento no puedo ignorar el conocimiento que ha


sacudido los cimientos de mi vida.

Te robaron de ella.
¿Existe alguna mujer en esta tierra que llore a su hijo tanto como la
familia Cortez al suyo, enviando palomas al cielo con su corazón dolido y
rogando que vuelva?

¿Hay alguna madre que desee que su hijo entre en su casa y le diga que
está vivo?

¿Existe una mujer... que realmente me ame?

Emociones desconocidas me rodean, creando un caos en mi cabeza e


instándome a correr de vuelta a casa y exigir respuestas de nuevo a Roland,
porque algo en mí no quiere hacer daño a esa mujer.

Pero la otra parte, la maltratada y magullada por años de negligencia,


reza para que todo lo que dijo sea mentira.

Porque la sola idea es tan devastadora que no estoy seguro que mi psique
pueda soportar la cantidad de dolor que me costaría.

—Vuelve a casa, Santiago —susurra Rebeca y luego levanta las manos,


soltando a la paloma, y todos la seguimos, viendo a los pájaros dar vueltas
sobre nosotros antes de lanzarse en dirección contraria, desapareciendo en el
atardecer.

—Vuelve, hermano —Jimena suspira, apoyándose en Florian mientras


una lágrima resbala por su mejilla, y él la limpia, abrazándola más fuerte.

Efectivamente, vuelve, hermano.

Tal vez entonces la verdad me resulte más fácil de afrontar con mi mejor
amigo a mi lado.

Un mes más tarde, el heredero del trono volvió, golpeado y


maltratado sin remedio.
Había cambiado, y nosotros también.

Porque su regreso fue el comienzo de nuestra caída en la


oscuridad y los vicios que corroían nuestras almas, destruyendo
cualquier bondad en nosotros.
Penelope
Las puertas de hierro dorado se abren, el molesto sonido reverbera
en el espacio mientras los guardias vestidos de negro nos asienten con
la cabeza y saludan a Remi.

Se abre un estrecho camino de asfalto y el conductor hace rugir el


auto de nuevo, volando hacia el interior mientras la brisa de las
ventanas abiertas me hace cosquillas y trae alivio a mi acalorada piel.

Extendiendo las palmas de las manos, las coloco a ambos lados de


mí, demasiado asustada para manchar con mi sudor el sedoso vestido
azul que cae en cascada sobre mi forma y se abraza a mi cuerpo,
mostrando cada inmersión y curva con la espalda abierta. Unos
zapatos plateados con tacones de diez centímetros rematan la
composición, dándome un aspecto bastante sofisticado y elegante a
pesar de mi incomodidad.

Cuando Kelly lo trajo, casi se me salen los ojos de las órbitas,


teniendo en cuenta que nunca me había puesto algo tan atrevido. Sin
embargo, a mi esposo le encantó y, al parecer, eso fue motivo
suficiente para que todos me lo pusieran.

Remi cubre mi mano con la suya, y su voz ronca habla,


tranquilizándome para mi completa consternación.

—No te pongas nerviosa, chérie. —Me aprieta, presionando mi


anillo que anuncia al mundo entero que soy suya, y que brilla a la luz,
llamando la atención sobre su belleza—. Nadie se atrevería a hacerte
daño.

—Esta gente me juzgará. —Las palabras salen de mi boca antes


que pueda detenerlas. Mostrarle mi debilidad después de haberme
acostado con él dos veces apesta.

Suficiente.

No voy a permitirme más el autodesprecio, solo sacar lo mejor de


mi situación.

Y actualmente, en este mundo monstruoso, mi esposo es lo mejor


para mí.

Levanta nuestras manos unidas hacia su boca y me da un suave


beso, sosteniendo mi mirada mientras sus orbes marrones destellan
con posesividad y peligro.

—¿A quién le importa? Me juzgan todo el tiempo. —Otro beso


suave y me atrae hacia él, con los labios separados por centímetros—.
Tú. —Me muerde el labio inferior—. Eres. —Su lengua recorre la
carne maltratada, enviando sensaciones de cosquilleo por todo mi
cuerpo—. Mía. —Nos une en un beso que hace que se me encojan los
dedos de los pies, clavando su lengua en lo más profundo e incitando
a la mía a jugar con la suya, vagando dentro de mi boca y
adueñándose de ella.

Gimiendo por el contacto, aprieto su camisa, deseando sentir su


piel desnuda bajo la mía y olvidarme en sus brazos una vez más,
porque mi mente siempre se calma, porque él tiene todo el control.
En sus brazos, por primera vez, soy el centro de atención de
alguien, y la sensación embriagadora solo se intensifica con cada
encuentro, encadenándome a la pasión que solo él inspira.

Sus dedos se deslizan por mi espalda desnuda, sumergiéndose


bajo el vestido hasta la curva de mis nalgas, y la electricidad me
recorre, y me arqueo, dándole mejor acceso para profundizar el beso y
hacer algo con el fuego que se extiende por mis venas.

Es entonces cuando separa su boca, dejándome tragar algo de aire,


y me aparta, apoyando de nuevo mi espalda contra el cojín de cuero.
Se me escapa un gemido de decepción. —Créeme, chérie, lo único que
quiero es follar contigo ahora mismo, todo lo demás se puede ir al
demonio. —Su pulgar roza mis labios, sus ojos se oscurecen cuando lo
muerdo—. Estamos a minutos de asistir a la fiesta. No me arriesgaré a
que nadie escuche un solo gemido saliendo de esa bonita boca tuya.
—Su tono es duro cuando añade—: Me pertenece.

Le quito la mano de un manotazo y murmuro:

—No eres nada divertido, Remi. —Se ríe, agarra mi muslo y yo me


enderezo, y mi atención se desplaza momentáneamente a la vista que
nos recibe fuera.

Me quedo boquiabierta, estudiando la magnífica mansión de los


Price, porque, sencillamente, nunca he visto nada más impresionante,
y todas las fotos que circulan por Internet no le hacen justicia.

El césped verde esmeralda cubre la enorme propiedad, tan suave y


pulcramente cortado que llama la atención sobre las enormes estatuas
de mármol que representan a diosas griegas, desde Afrodita hasta
Atenea, repartidas por todo el terreno, cada una más hermosa que la
otra.

Incluso reconozco una de las obras de mi padre por lo detallada


que es la pieza artística, con el vestido de la diosa dando una
impresión de movimiento.

Una fuente se encuentra en medio de todas ellas, con un hombre


sosteniendo una flecha mientras apunta a alguien en la distancia, y el
agua cae de su boca, dándole una vibración bastante peligrosa e
irritante, haciéndome querer dejar de mirarlo o podría realmente
cobrar vida y enviar su arma mortal hacia mí.

Sus ropas son escasas, tratándose de un personaje de un mito,


aunque cuando me devano los sesos para saber quién podría ser, me
quedo en blanco.

—París. —Miro a Remi, que debe haber notado mi confusión—. El


abuelo Atlas quiere mucho al personaje.

Parpadeo ante esto. —¿No provocó la guerra que acabó con su


nación cuando se enamoró de una mujer que no debía? —¿Y por qué
la obsesión de todo el mundo con la guerra de Troya? A este paso, no
me sorprenderá si a otro jinete se le ha dado un segundo nombre en
homenaje a un personaje querido—. Tampoco era un gran guerrero.

—Su flecha mató a Aquiles. Eso impresiona al abuelo Atlas.

Bueno, una victoria cuestionable en realidad, teniendo en cuenta


que la única debilidad de Aquiles era su talón, por el que su madre lo
sujetaba cuando lo sumergía en el río para protegerlo de cualquier
herida.
Nos adentramos en el interior, donde nos recibe un fascinante
jardín formado por varios arbustos y pesados árboles; las flores
florecidas dan a todo el lugar un ambiente colorido y mágico que
contrasta con las estatuas anteriores.

Innumerables lámparas iluminan el espacio, mostrando su belleza


bajo la luz más favorecedora.

Incluso hay nichos con rosas blancas trepando por las paredes, que
casi invitan a entregarse al pecado y a los antojos más básicos en su
interior.

De hecho, todo aquí apesta a necesidades y vicios carnales


permanentemente adheridos a nosotros los humanos.

La luz de la luna, que proyecta sombras junto con miles de


estrellas en el cielo, no hace más que aumentar la atmósfera siniestra,
llamando la atención sobre el enorme edificio que se ve a lo lejos, con
muchos autos caros que se detienen para que la gente salga de ellos y
sea recibida por el personal.

La mansión de tres niveles se extiende horizontalmente, hecha de


ladrillo y de la mejor madera, a juzgar por cómo las puertas dobles se
abren ampliamente para recibir a todos los invitados.

La cantidad de ventanas alude a un gran número de habitaciones,


y junto a la puerta principal se alzan dos estatuas más, leones que
rugen entre sí en posturas de lucha, y varias mujeres incluso saltan un
poco al pasar junto a ellas.
En definitiva, solo dos palabras describen la energía que bulle en el
lugar y que me hace sentir curiosidad por echar un vistazo al interior
de la mansión y, al mismo tiempo, temor.

Poder y estatus.

Quienquiera que entre en ella, lo hace sabiendo que la dinastía


Price tiene el poder de destruirle y despojarle de todas sus riquezas, y
solo la idea de conocerlos hunde el miedo en cada célula de mi
cuerpo.

El nerviosismo familiar se manifiesta cuando el calor que viene de


atrás me cubre, calentándome de adentro hacia afuera.

—Penelope —me susurra Remi al oído—, sonríe y recuerda


siempre que la gente está mirando. Nunca dejes que vean tus
debilidades. —Lo miro por encima del hombro y me pellizca la
nariz—. Ya te acostumbrarás, chérie.

¿Lo haré?

¿O me dejará de lado antes, aburrido que yo sea su esposa?

No tengo tiempo de concentrarme en este pensamiento


deprimente y confuso cuando se abre la puerta del auto y un hombre
se inclina un poco, saludándonos. —Bienvenida, señora Reyes. —Me
tiende la mano y yo la agarro, saliendo del auto, y al instante un flash
se dispara en mi rostro.

El fotógrafo comprueba la cámara y sonríe. —Bonita. —Luego


vuelve a enfocarla hacia mí, cuando Remi me rodea con su brazo por
la cintura, acercándome a él y apretando un beso en mi frente—. ¡Por
favor, miren a la cámara! —dice el hombre, y la mortificación me
recorre ante la perspectiva de posar para él y que luego mis fotos
salgan en las revistas para que todo el mundo las vea.

Mi esposo hace caso omiso de su petición y en su lugar asiente al


miembro del personal, que dice:

—Felicidades, señor Reyes.

—Gracias. ¿Los cuatro oscuros?

El hombre señala las puertas. —Están todos adentro.

Remi nos empuja hacia las escaleras de mármol y me dice:

—Ignora a los fotógrafos. A Atlas Price le encanta la prensa, así


que los buitres estarán a la caza esta noche.

Lo fulmino con la mirada, aunque manteniendo intacta mi falsa


sonrisa. —¿Sabes cómo tranquilizar a una chica o qué? —El sarcasmo
gotea de mí, y oigo a una mujer jadear, susurrando algo a su
pretendiente mientras nos miran.

Genial.

La gente ya está juzgando.

Remi no me deja pensar mucho en ello mientras me arrastra al


interior de la casa, y al instante el aroma de las flores y la colonia cara
mezclada con el tabaco asalta mis sentidos mientras mis ojos beben la
magnificencia que me rodea y que podría rivalizar con la que
acabamos de encontrar fuera.
Una combinación de colores oro y platino domina el enorme lugar,
con suelos de mármol que brillan bajo la luz, tan impecables que
incluso podrían mostrarnos nuestro reflejo.

Sin embargo, eso no es lo que más me llama la atención; son las


pinturas que cuelgan en la pared de este pasillo, que representan
imágenes sangrientas de cuatro jinetes que llegan a este mundo para
causar el caos en la humanidad. Los óleos casi sirven de advertencia
para entrar bajo tu propio riesgo y aceptar las consecuencias.

Unas enormes escaleras con barandillas marrones te invitan a


subir, pero la completa oscuridad que reina allí te indica que nada
bueno te espera si aceptas la invitación. A pesar que la mansión
aparece en las revistas por su diseño, la familia Price nunca, jamás,
permitió que nadie ajeno a la familia subiera al piso superior. Se
rumorea que ni siquiera sus amigos pueden ir allí, lo que hace saltar
las alarmas en mi cabeza.

¿Qué esconden para tener esas reglas?

Me estremezco un poco ante la extraña sensación que me envuelve


en esta casa, y me acerco a Remi, que sigue sujetándome mientras
avanza hacia la puerta arqueada de la que sale la música que resuena
en el aire.

Y risas.

Risas melódicas y frías diseñadas para hacerme morder las uñas de


nerviosismo por miedo a meter la pata de alguna manera esta noche,
ya que no solo represento a Remi.
El nombre de mi padre también está en juego, y el de los Walsh en
general; no es que crea que nadie se acuerde mucho de nosotros, pero,
aun así.

Son clientes caros, y no podré perdonarme si mi comportamiento


hace que mi padre pierda alguno de ellos.

—Penelope, relájate —dice Remi una vez más, sus dedos se


hunden en mi cintura y me hacen estar hiperconsciente de él—. Es
una fiesta de cumpleaños.

—Para ti es fácil decirlo. Los conoces a todos. —Y también los


domina a todos.

Los Cuatro Jinetes Oscuros pueden dejar literalmente en


bancarrota a quien quieran en esta fiesta, pero su poder apenas me
calma.

Una emoción que no puedo nombrar cruza su cara, y una nota


extraña recubre su tono cuando responde:

—Confía en mí, chérie. Nadie tiene el poder de hacerme daño a mí


o a lo que me pertenece. Ya no.

La afirmación es tan cortante que no tengo idea de qué responder,


porque siento que he pisado una mina, pero no sé qué es exactamente
lo que ha hecho estallar dentro de mi esposo.

Tal vez solo tenga que callarme, ya que el dolor de cabeza no


ayuda en absoluto a la situación.

Varios camareros que llevan bandejas con comida y bebidas se


mueven sin problemas por el pasillo hacia la sala, esparciendo
sonrisas amables en sus caras mientras llevan un uniforme negro
compuesto por pantalones y una camisa.

Uno de ellos se detiene junto a nosotros. —¿Quieren beber algo? —


Como lo único que ofrece es champán, niego con la cabeza y ella se
aleja mientras yo me quedo quieta en el marco de la puerta.

Como la gente todavía no se ha dado cuenta de nuestra llegada,


me da tiempo a evaluar la situación.

Mujeres y hombres vestidos con ropas caras de las últimas


colecciones de diseñadores ocupan el amplio salón de baile,
enfrascados en acaloradas conversaciones mientras beben o comen
bocadillos, estallando en risas cada dos por tres.

Sus joyas, probablemente diseñadas por la familia Price para


mostrarles su homenaje, brillan bajo la araña de cristal que hay sobre
nosotros, iluminando todo el espacio y llamando la atención sobre su
magnificencia.

La creó el tatarabuelo de Florian, por lo que no tiene precio, y no es


de extrañar que varias personas la contemplen con asombro mientras
los cristales proyectan cuadros de colores en el suelo, y la luz de la
luna que entra por la puerta de la terraza abierta de par en par que da
al jardín no hace sino intensificar su belleza.

Justo en el centro, una banda toca música clásica, sus movimientos


y notas son tan precisos que uno podría escucharlos durante horas, lo
que da a toda esta reunión una atmósfera bastante engañosa de
tranquilidad.
Aunque creer en ello sería una tontería, ya que aquí se realizan
juegos silenciosos en los que uno establece su poder y sus conexiones
haciendo alarde de su riqueza. Lo hacen con tanta clase que nunca lo
adivinarías si no te fijas bien.

Los camareros deambulan por la sala ofreciendo bebidas a todo el


mundo, y observo que hay varias mesas repartidas y cargadas de
comida, mientras que otra puerta arqueada conduce a la mesa del
comedor, donde probablemente se servirá la cena principal.

—Es muy... tranquilo. —Finalmente, suelto las palabras, incluso un


poco decepcionada que todo parezca tan normal.

De alguna manera, con la reputación que se ha ganado la familia


Price a lo largo de los años, esperaba más locura.

—¿Esperabas mujeres desnudas nadando en candelabros? —se


burla Remi, arrebatando el whisky y el vino al camarero que pasa por
allí, y prácticamente me empuja el vino en la mano.

Tomo un gran sorbo, reflexionando sobre sus palabras, y digo


honestamente:

—Sí.

—Vienen después. —Pasa un segundo—. El abuelo Atlas prefiere


follar con mujeres en la intimidad de su club de campo. La fiesta allí
será salvaje. Por eso ninguno de nosotros está invitado. —Se
estremece—. Estamos marcados de por vida después de la última vez.

Me atraganto con mi bebida, tosiendo un poco mientras mis ojos se


humedecen, y lo miro con asombro.
—¿De verdad? —El tipo ha cumplido ochenta y cinco años. ¿Cómo
tiene toda esa energía para follar?

Supongo que mantiene viva la reputación de la familia de putos


masivos que no pueden mantener la cremallera de sus pantalones
cerrada para nadie, y mucho menos para sus esposas.

Remi da un sorbo a su bebida y quiere decir algo, cuando noto la


atención de la multitud sobre nosotros, las mujeres me escrutan de
pies a cabeza, entrecerrando los ojos durante una fracción de segundo
antes de encogerse de hombros y volver a sus conversaciones.

Los hombres ni siquiera se molestan en mirarme, ya sea porque no


me encuentran lo suficientemente interesante o porque la mirada
mortal de mi esposo les advierte que no dejen que sus miradas se
detengan en mí.

Y así pasa la parte más intimidante de la velada, y yo resoplo con


exasperación.

Ser la esposa de Remi es toda una experiencia, porque


efectivamente nadie puede decir nada a lo que es suyo sin miedo. —
Bueno, esto es muy anticlimático —murmuro con decepción en mi
voz. Pero antes que Remi pueda reírse a mi costa, le clavo un dedo en
el pecho—. No te rías.

—No me iba a reír —me asegura y luego choca su vaso con el mío,
y es entonces cuando me doy cuenta que cuatro pares de ojos nos
estudian desde el otro lado de la sala.

Y en comparación con todos los demás, no se privan de clavar sus


miradas en nosotros.
Concentro mi atención en el primer par, una mujer de cabello
morado que ladea la cabeza y nos sonríe mientras su vestido negro de
lápiz muestra una gran figura. Sus ojos azules cristalinos irradian
calidez, lo que hace que sea magnético estar cerca de ella, y de alguna
manera deseo acercarme a ella. Le dice algo al hombre de cabello
oscuro que está a su lado y le roza el brazo, y él le dedica una sonrisa
antes de besarla en el cuello para que todo el mundo lo vea. El
momento parece casi demasiado íntimo para verlo.

Mi mirada se desplaza hacia la segunda pareja, una mujer pelirroja


que junta sus manos, con la emoción brillando en su rostro. Su vestido
plateado cae en forma de ondas, aunque sigue resaltando su
curvilínea figura.

Codea a su marido, a juzgar por lo fuerte que la tiene abrazada,


aunque hacen una pareja bastante extraña.

Ella parece mucho más joven que él; sin embargo, él sigue siendo
impresionante para un hombre de su edad, mientras que ella es
demasiado sencilla. Su relación causó un gran escándalo en su día, ya
que ella era diecisiete años más joven que él y era la niñera de su hijo
de seis años. Su padre lo amenazó con quitarle sus derechos sobre el
imperio, pero él ignoró la advertencia y se casó con ella de todos
modos.

Curiosamente, es el único hombre de su dinastía que nunca


engañó a sus esposas y se mantuvo respetuoso con ellas. De hecho, su
primera esposa fue la que huyó con un amante y se negó a ver a su
hijo, dejándolo para que lo criara su padre. Incluso lo llamó engendro
del diablo.
No tienen que presentarse para que yo sepa quiénes son.

Sus herederos son la viva imagen de sus padres.

Lucian Cortez y Jacob Price.

Remi hace un gesto para que venga el camarero y coloca su vaso


vacío en la bandeja mientras yo hago lo mismo.

—Vamos. Después de los cuatro oscuros y Jimena, son algunas de


las personas más importantes de mi vida.

Oh, Dios.

Teniendo en cuenta que estas dos familias prácticamente han


criado a Remi, esto equivale a conocer a los padres, ¿no?

Mi corazón tamborilea con fuerza en mi pecho mientras mi pulso


se acelera, y el aire se engancha en mi garganta cuando llegamos a
ellos, demasiada nerviosa para pronunciar una palabra, ya que las
primeras impresiones lo son todo.

—Tío Lucian y tía Rebecca —se dirige a la primera pareja, y luego


se dirige a la segunda—. Tío Jacob y tía Calliope. —Me aprieta más
hacia él—. Esta es mi esposa, Penelope Reyes.

Apenas resisto el giro de ojos ante la satisfacción que envuelve esta


afirmación y asiento con la cabeza a todos ellos. —Hola, es un placer
conocerlos —digo con timidez a algunas de las personas más
poderosas de la sala.

—Ah, has crecido mucho. Te recuerdo así de pequeña. —Rebeca


pone la palma de la mano extendida a la altura de su cadera—. Con
dos coletas. Y ahora estás casada con Remi. —Se acerca a mí y me da
un fuerte abrazo, su aroma floral me golpea y alivia la tensión
anterior—. Bienvenida a la familia, Penelope. —Se echa hacia atrás y
me palmea las mejillas—. Felicidades.

Sí, Jimena heredó su carácter y personalidad de su madre. Aceptan


tan fácilmente a la gente si uno de los suyos los elige.

Por alguna razón, esto me emociona tanto, porque nunca conocí el


amor materno en mi vida, y aunque papá me quería con todo su
corazón, algunos vacíos no se pueden llenar por mucho que lo
intentemos.

—Gracias. Y mi padre todavía tiene tu cuadro colgado en su salón


—siento la necesidad de añadir, esperando que sepa que la valora
como amiga y como artista.

—Tiene mucho talento, así que no es de extrañar —dice Lucian y


luego me guiña un ojo—. Felicidades. Te apellidas Reyes, pero ahora
formas parte del clan Cortez. No dudes en acudir a nosotros si
necesitas algo. —Agarra el hombro de Remi—. Lo has hecho bien,
Remi. —Le da una palmada en la espalda, y no veo más que respeto
en la mirada de mi esposo cuando mira a Lucian—. Aunque, como
padre cariñoso que tiene una hija, debo decir que buena suerte para
conseguir la gracia de tu suegro.

—Está en mi lista de tareas pendientes. —Con la seguridad con la


que habla, Remi no tiene ni idea de cuánto tiempo mi padre puede
aguantar el rencor.

Aunque, ¿importa?
Puede que ni siquiera seamos pareja durante mucho tiempo. No
debo olvidar que todo esto es solo una ilusión diseñada para la
diversión del monstruo.

Mi estado de ánimo se deteriora mientras mi lucha interna me


agota. Perder la guardia con este hombre y creer que este matrimonio
arreglado puede tener éxito en el futuro... es un error.

Aunque solo mate a gente mala, enamorarse y construir una vida


con un asesino difícilmente cuenta como una historia de amor de
cuento de hadas.

Tiene una familia que lo ama, lo cual es muy extraño, ya que


nunca te imaginas que un villano que ama la oscuridad tenga
vínculos.

Sin embargo, si tuvo tanto amor mientras crecía con todos ellos,
¿por qué se convirtió en un monstruo en primer lugar?

¿Qué le ocurrió?

La suave voz de Calíope me devuelve al presente. —Eres preciosa.


—Mis mejillas se calientan bajo su elogio, y ella me abraza antes de
besarme en la mejilla y acariciar mi brazo—. Ah, me encanta, que
todos los chicos se casen últimamente.

—Bueno, tienen más de treinta años, mi amor —dice Jacob y me


sonríe, pero no hace ningún movimiento hacia mí. En comparación
con los otros tres, es más reservado y, sin embargo, su tono es muy
suave y afectuoso cuando se dirige a su mujer. No deja duda que la
adora—. Y si necesitas algo, también puedes contar con la familia
Price. —Mira a Remi—. Espero una fiesta como Dios manda. —Mi
esposo abre la boca para decir algo, pero la palma levantada de Jacob
lo detiene—. Santiago y tú les han robado a sus mujeres un buen
evento. Organiza algo para combinar los dos. —Señala a su amigo—.
Este se casó con su mujer en su propio jardín con sus mayordomos
como testigos, así que por supuesto que lo aprueba y no lo juzga.

Lucian atrae a Rebecca hacia él, pegándola contra su pecho


mientras amortigua una carcajada. —Treinta y dos años y contando,
amigo. —Pasa un segundo—. ¿Y no arrastraste a Callíope a un
juzgado, y cito, 'para hacer oficial esta maldita obsesión'?

—Al menos te invité a la mía.

—Porque alguien tenía que vigilar a tu hijo.

—Aun así, la idea cuenta. No estuve presente en la tuya.

Rebecca suspira mientras Calliope coge una fresa de la mesa


cercana y se la mete en la boca, negando con la cabeza.

—Oh, ya veo que llegamos justo a tiempo. —Suena una voz


divertida detrás de nosotros, y me medio giro para ver a Florian
merodeando hacia nosotros entre la multitud junto con Santiago y
Octavius—. ¿Papá sigue enojado por no haber recibido una invitación
a la boda? —Se dirige directamente a Rebecca, arrancándola de los
brazos de Lucian y abrazándola con fuerza, levantándola un poco y
volviéndola a dejar en el suelo—. Hola, Madrina —la saluda
suavemente, y mis cejas se levantan al oírlo, mi mirada se dirige a
Remi, que me rodea con su brazo, pasando sus dedos por encima de
mí con movimientos tranquilizadores mientras yo proceso esta
información.
¿Madrina?

El hombre sí que ha probado la fruta prohibida. Está


prácticamente emparentado con Jimena a diestra y siniestra.

¿Realmente la ama tanto? ¿O no ha podido evitar involucrarse con


ella?

—Hola, ahijado. —Le dirige una mirada severa y luego mira a su


hijo y a Octavius, que se quedan helados—. Hace tiempo que no veo a
ninguno de ustedes. —Su atención vuelve a centrarse en Florian—.
Especialmente a ti. ¿Alguna razón en particular? —Como todos se
quedan callados ante esto, anuncia—: La semana que viene voy a
organizar una cena en mi casa. Todo el mundo tiene que estar allí. —
Los gemidos colectivos llenan el aire ante su orden, aunque todos se
enderezan cuando Lucian les envía una mirada de advertencia desde
detrás de ella—. Y si alguien llega tarde o no aparece, lo arrastraré
personalmente por las orejas hasta mi casa. —Ella se coloca las manos
en las caderas—. ¿Está claro?

—Sí.

Engancha su brazo al de su esposo y le dice:

—Vamos a bailar, mi amor.

Él inmediatamente la arrastra a la pista de baile, mientras Jacob


dice al mismo tiempo:

—Voy a ver cómo está Satanás. —Agarra a su mujer y le murmura


algo al oído, y ella frunce el ceño—. Hasta luego, chicos. —Con esto,
se alejan en otra dirección mientras yo exhalo una pesada respiración
en la inquieta energía que me rodea y que está permanentemente
unida a los cuatro oscuros.

Parpadeando ante mi realidad surrealista, trato de dar sentido a


los últimos diez minutos, que parecían casi... normales, a fin de
cuentas.

Y esto, en sí mismo, debería preocuparme en gran medida, ¿no?

Es malo estar así de cómoda en compañía de gente que aprueba lo


que hacen sus hijos, porque es imposible que no lo sepan.

—Esto es muy raro —murmuro en voz alta y gimo por dentro


cuando todos me clavan sus miradas—. Sus padres son encantadores.

Los ojos de Santiago brillan divertidos y ladea la cabeza. —


¿Esperabas que todos fuéramos criados por demonios?

Me quedo callada, porque -maldita sea- ¡sí! ¿Qué personas, que


crecen con amor, cometen crímenes tan horribles como ellos? No es
que nada pueda justificar sus horribles actos, pero al menos los que se
enfrentaron a la mierda tienen su psique dañado.

¿Cuál es su excusa?

—El mundo es multifacético, Penelope. A veces, los monstruos son


la única salvación contra el veneno que contamina esta tierra. —Mis
cejas se fruncen ante esta explicación, odiando la metáfora utilizada,
porque insinúa que tienen moral.

Y si por un segundo me permito creer eso, entonces mi corazón


podría sucumbir ante Remi e incluso ver a su familia de forma
diferente, lo que será un gran error por mi parte.
¿No empiezan así todas las relaciones abusivas? ¿Ignoras las
señales y esperas lo mejor, pero lo mejor no llega y, en cambio,
empeora hasta convertirse en una pesadilla?

Aceptar nuestra unión por el momento y por mi propia cordura e


intentar que funcione a largo plazo son dos cosas diferentes.

—No asustes a mi esposa, Santiago. —Remi deposita un suave


beso en la curva de mi cuello—. Relájate, chérie.

—Por favor, deja de decir eso. Nada es relajante desde que te


conocí —refunfuño, y los hombres sonríen.

—Ya te acostumbrarás. —Otro beso y luego lanza una pregunta a


Santiago—. ¿Dónde está Briseis?

—Está con Jimena. —Noto que la mandíbula de Florian se tensa—.


Se enfermó en el camino, así que están en el baño. Debe haber comido
algo. —Todo el humor desaparece de los ojos de Santiago—. Hace
meses que no está bien, pero se niega a ir al médico. Quizá puedas
convencerla. —Le da un codazo a Florian, que se queda quieto, con
una máscara indiferente una vez más—. Ella siempre te escucha. —
Suena el teléfono en su bolsillo y lo saca—. Tengo que contestar. —Se
dirige a la terraza antes de salir, y es entonces cuando Florian gira
sobre sus talones y, sin pronunciar una sola palabra, se dirige
directamente al baño, supongo.

—¿Qué pasará cuando Lucian y Santiago se enteren que Jimena


está embarazada? —Un silencio sepulcral acoge mi pregunta mientras
la tensión a nuestro alrededor aumenta.
Quiero decir que no pueden ignorarlo durante mucho tiempo,
teniendo en cuenta que ella debe estar de... ¿cuánto? ¿De unos tres o
cuatro meses?

Octavius coge un vaso de whisky del camarero que pasa. —


Infierno.

—Guerra —añade Remi.

—Se derramará sangre. —Octavius se frota la barbilla—. Se


romperán amistades.

Más de una.

Lucian y Jacob pueden ser amigos desde hace más de cincuenta


años, según mi padre, pero los reyes protegerán a sus cachorros si
estalla una pelea.

Sin embargo, ¿sobrevivirán los Cuatro Jinetes Oscuros?

Si yo fuera Santiago, les mostraría a todos ellos un gigantesco dedo


corazón por ocultarme algo tan grande.

Justo después de matar a Florian, por supuesto.

—En cualquier caso, no será como tu situación. —Octavius da un


sorbo a su bebida—. Una pequeña conversación y una promesa de
matrimonio no arreglarán esta mierda. Lucian y Jacob irían a la
matanza el uno con el otro por sus descendientes y ese nieto. Y como
tienen el mismo poder en este mundo, será fascinante y aterrador
verlo. —Con esta nota más bien sombría, se aleja hacia Dios sabe
dónde.
Los cuatro oscuros van y vienen a su antojo de las formas más
extrañas, de verdad.

La música clásica cambia a jazz y Remi me susurra al oído: —


Olvidémonos de los demás, chérie. —La voz de este hombre debería
estar prohibida, porque me hace desear cosas que no debería y habla
del deseo que vive dentro de mí mientras silencia el sentido común y
la autopreservación—. ¿Quieres bailar? —Niego con la cabeza—. ¿No?
¿Por qué no? —Sus dedos recorren mi cuello, dejando la piel de
gallina a su paso, y el familiar fuego se extiende por mis venas, y
pronto se convertirá en un infierno que ninguno de nosotros puede
controlar.

¿Cómo es posible que solo con su tacto consiga bloquear todo lo


demás? Es un don y una maldición al mismo tiempo.

Quizá por eso hay tanta gente que se mete en matrimonios


arreglados; acaban siendo más apasionados que uno normal.

O la verdad es aún más sencilla.

Donde hay un gran odio, hay un gran sexo.

Pero ¿alguna vez lo odié? ¿O me dolió el corazón traicionado por


su verdadera naturaleza, porque el Príncipe Encantador termino
siendo una bestia?

Para mi sorpresa, me decanto por la sinceridad. —No puedo


pensar cuando me tocas, y lo último que quiero es que la prensa saque
una foto de nosotros besándonos. —Me estremezco—. Mi padre
podría verla.
Por el brillo posesivo de sus orbes marrones, sé que le encantan
mis palabras, y su abrazo se hace más fuerte. —Tendrá que
acostumbrarse al hecho que ahora tienes un hombre en tu vida. —
Pone su boca sobre la mía, no me besa, y sin embargo el contacto hace
que todo mi sistema se sensibilice—. Uno que te necesita
constantemente y que te tocará y besará donde demonios quiera.

Atrapa mi gemido con un beso profundo, mi mano aprieta su


camisa y lo acerca aún más mientras miles de sensaciones viajan sobre
mí en poderosas olas, exigiendo una salida. Mi cuerpo empieza a
zumbar de forma natural con la conciencia familiar, esperando ya
recibir placer de este magnífico hombre.

Sin embargo, una voz áspera y afilada atraviesa la niebla


arrojándonos agua helada, y me separo de él cuando las palabras de
Amalia se registran en mis oídos.

—Bueno, mira que ya te gusta tu esposo.

Giro la cabeza hacia la derecha, donde la veo de pie con un


impresionante vestido negro que envuelve su figura, envolviéndola
de forma tan ajustada que no deja lugar a dudas sobre la perfección
que es su cuerpo. Varios hombres miran en su dirección y luego hacen
una doble toma mientras posan sus ojos entre nosotras, y los
murmullos ya comienzan.

Apartando a Remi, doy un paso hacia ella y le susurro:

—Amalia.

Ella levanta la palma de la mano extendida y responde:


—No me interesa lo que quieras decir, Penelope. —Clava su
mirada en mi esposo, que frunce el ceño, y sus dedos me aprietan con
más fuerza como dándome un apoyo silencioso mientras mi hermana
me rechaza una vez más—. Vamos a firmar lo que sea necesario para
que por fin pueda irme a Nueva York.

—¿Tal vez podamos hablar después? —le ofrezco, porque la


adolescente que pintó innumerables escenarios en su cabeza sobre su
gemela aún vive dentro de mí, anhelando conocerla y colmarla de
todo el amor reprimido en mi corazón.

Pero los pedazos que quedan de ese corazón se rompen cuando


ella dice con desprecio:

—No.

Mis hombros se hunden y el brazo que rodea mi cintura se tensa,


los músculos abultados se flexionan.

—Cuidado con cómo le hablas a mi esposa, Amalia. —Le hace una


advertencia que mi hermana odia, a juzgar por los destellos de
molestia en sus ojos, y sin embargo no dice nada. Remi besa mi frente,
murmurando solo para mis oídos—: Espérame. —Un beso más y se
dirige a las puertas dobles que dan al pasillo, caminando hacia allí
mientras Amalia lo sigue, ignorándome por completo.

Me froto la frente mientras un dolor de cabeza palpitante


comienza a formarse y me dirijo a la mesa de aperitivos, necesitando
desesperadamente comer algo para calmar mis nervios. Casi salto en
el sitio cuando Santiago aparece a mi lado.
—Dios mío, me asustaste —murmuro, poniendo la mano en el
pecho y mordiendo una galleta.

Él sonríe, enganchando el pulgar en el bolsillo de su pantalón. —


Eres una mujer interesante, Penelope.

—Si interesante es la palabra clave para rara, no eres la primera


persona que lo señala. —Todavía no estoy segura de qué hacer con los
cuatro, pero odiarlos a todos es agotador, así que podría aceptarlos
mientras intento conocerlos.

—Cuando no encajas en ciertas expectativas sociales, o te


comportas de una manera que mucha gente no entiende, tiendes a
reunir muchas etiquetas. —Pasa un segundo—. Por eso me importa
una mierda lo que piensen los demás.

Miro en dirección en la que Amalia desapareció, y mi corazón se


estremece, mis entrañas se rebelan por lo mucho que me afecta su
rechazo, ya que a ella le importo una mierda.

Parece que somos representaciones veraces de una medalla con


dos caras, y mi mitad se llevó toda la empatía y la compasión.

Santiago debe adivinar el hilo de mis pensamientos cuando dice,


mientras arrebata otro vaso de whisky a un camarero que pasa,

—Ya entrará en razón. —Nuestras miradas chocan, y una emoción


pasa por sus ojos—. Quizá no hoy, ni mañana, ni dentro de un año.
Pero con el tiempo, lo hará.

—No estoy segura de creerlo. Probablemente desea que nunca,


nunca le vuelva a hablar.
El silencio cae sobre nosotros, y me apoyo en la mesa, suspirando
fuertemente, pero me congelo ante la pregunta de Santiago.

—¿Sabes cuál es su mayor temor? —Cuando niego con la cabeza,


responde—: Tu rechazo.

Mis cejas se fruncen en confusión. —Eso no tiene sentido para mí.


—He sido yo quien la ha buscado, y ella ha estado huyendo todo el
tiempo.

Da un sorbo a su bebida. —Que la aceptes significa mostrarte su


verdadero yo. Su dolor pasado y su presente, en el que comete
horribles crímenes para acallar el dolor que contamina cada uno de
sus respiros. Porque una vez que experimentas el infierno en la tierra,
no puedes dar la espalda a la gente que sufre igual que tú.

Tragando más allá de la bilis en mi garganta, susurro:

—Pero estoy dispuesta a mirar más allá. —¿Quizás no lo he dejado


lo suficientemente claro? Estoy segura que su pasado es una mierda, y
asumo que solo mata a gente mala.

No es que lo justifique de ninguna manera, pero en las


circunstancias actuales, lo aceptaré.

Nunca en un millón de años pensé que podría aceptar esas cosas,


pero aquí estamos.

—¿Lo haces? —Parpadeo ante esto—. Porque si estás dispuesta a


hacer eso por tu gemela, que te trata como una mierda, ¿por qué no
tienes la misma cortesía con mi mejor amigo?

—No es lo mismo.
Hace girar el vaso entre sus dedos. —¿No lo es? Estás dispuesta a
largarte de aquí cuando todo esto termine, y sin embargo él te ha
tratado como una reina todo este tiempo.

—Me chantajeó para...

—Matrimonio arreglado. Esto fue idea de Amalia, no de él.


Creciste en el amor igual que yo. —Sus rápidos cambios de tema me
provocan un latigazo, porque no entiendo si es la ira o la molestia en
su tono lo que me molesta.

O tal vez sea la verdad.

No sé si espera una respuesta a su afirmación, pero se la doy de


todos modos.

—Sí.

—Remi no lo hizo. De hecho, su vida familiar era una completa


mierda. Donde constantemente escuchaba cómo todos deseaban que
no hubiera nacido. —Me quedo quieta, con la mano apretada en el
pecho, y el dolor me invade pensando en mi esposo, que fue sometido
a semejante crueldad cuando era niño.

Nadie merece escuchar algo así.

—Y ahora tiene una esposa que desearía no haberlo conocido. —


Me inclino hacia atrás como si me hubiera abofeteado, y una
expresión peligrosa se instala en sus rasgos—. Lo tratas igual que
Amalia te trata a ti.
—Eso no es justo. —Cruzo los brazos, haciendo lo posible por
protegerme de Santiago, que ha decidido darme un sermón de
repente. Y hay algo de verdad en su afirmación, aunque lo odio.

Porque, a pesar de todo, no quiero herir a nadie de la forma en que


mi gemela decidió herirme, ni siquiera al villano con el que me casé.

—No tenía ni idea de todo esto ni elección. Si la gente supiera...

Me interrumpe: —¿A quién coño le importa la gente? —Como la


pregunta es retórica, guardo silencio mientras él continúa—. Remi es
mi mejor amigo. Lo quiero como a un hermano, y se merece algo
mejor que una esposa que está dispuesta a huir de él y a venderlo a la
policía en la primera oportunidad porque cree que eso es lo correcto.
—Mis ojos se ensanchan al ver cómo me lee tan bien—. Somos una
familia. Piensa bien tus acciones futuras, Penelope. Porque si haces
algo que dañe a mi amigo, te destruiré. —Una promesa absoluta
resuena en sus palabras; este hombre me castigará si alguna vez
pongo en peligro a Remi o a su familia.

Doy un paso atrás ante la avalancha de energía temerosa que me


llega a raudales. —No me amenaces —le advierto, con la voz
ligeramente temblorosa, pero sigo manteniendo la barbilla alta, sin
apreciar cómo ha decidido atacarme mientras mi esposo no está cerca.
No estoy segura con qué mierda le permite Briseis salirse con la suya,
pero como dijo, crecí en un hogar amoroso. ¡No estoy sola en este
mundo! —Soy una Walsh, y…

Me interrumpe una vez más, haciéndome apretar los dientes.


—Eres una Reyes. Te casaste con uno de nosotros, y tu lealtad
permanecerá con nosotros. Si alguna vez vas contra nosotros, no te
gustarán las consecuencias.

Me erizo ante esto. —¡Remi nunca dejaría que me hicieran daño!


—Todas sus acciones hasta ahora me han demostrado que no me
haría nada físicamente.

Soy su preciada posesión y obsesión, y eso es sagrado para estos


monstruos.

Santiago sonríe ante mi afirmación y luego me guiña un ojo. —¿No


es irónico? Un hombre que dices odiar es el único en quien confías
para salvarte. —La comprensión me golpea como una tonelada de
ladrillos—. Ni tu hermana con su hermandad oscura, ni tu padre con
todas sus conexiones. Sino un esposo que te atrapó en este
matrimonio. Piénsalo antes de hacer caso al sentido común, a lo que la
sociedad considera correcto, y hacer un daño irreparable.

Nos miramos fijamente durante un segundo, y luego él coge otra


nuez, se la mete en la boca, y se va tras Remi y Amalia, probablemente
para encargarse del papeleo, mientras su consejo suena una y otra vez
en mi mente.

Toda mi vida, siempre elegí lo que era correcto.

¿Sería tan malo por una vez elegir lo que mi corazón desea,
aunque nadie lo entienda?

¿Sería tan malo seguir lo desconocido?

¿Sería tan malo... enamorarse de un villano en lugar de un


príncipe?
Remi
Amalia sella la cesión de sus acciones con una sola firma y luego
me desliza el documento, cerrando su pluma antes de dejarla caer en
su pequeño bolso.

—Son todas tuyas.

Miro los papeles que anuncian mis acciones en su imperio, y el


familiar placer se extiende por mis venas ante mi próxima victoria.

Ahora todo lo que tengo que hacer es enviarle distracciones antes


de humillarlo públicamente.

Curiosamente, el pensamiento que debería calmar al monstruo que


llevo dentro lo hace más inquieto, ya que, por primera vez en mi vida,
tengo algo que perder.

Penelope.

La tensión se me escapa mientras su imagen destella en mi cabeza,


mi hermosa esposa con los ojos más hipnotizantes que me miran con
deseo y miedo por igual, y me encanta cada segundo de ello.

Probablemente esto me convierte en un cretino, pero me importa


un bledo.

Amalia se echa el cabello hacia atrás mientras dice:

—Con suerte, esto pondrá fin a tu acoso.


Mi ceja se levanta ante esto. —Que yo vaya a Nueva York e intente
tener una conversación contigo no cuenta como acoso, Amalia. —
Aunque no he pasado nada de tiempo a solas en su compañía y sobre
todo he discutido con Lachlan por ella, los recuerdos de mi supuesta
obsesión por ella siguen inspirando ira en mi interior.

Porque mis emociones por ella nunca fueron genuinas, pero


incluso esas emociones falsas lograron herir a mi esposa.

Mi obsesión y mi posesividad solo le pertenecen a ella. No quiero


que nadie -y especialmente ella- piense nunca lo contrario.

Ella resopla, empujando su silla hacia atrás, y esta raspa


sonoramente contra el suelo mientras se levanta. —No me salgas con
esa mierda, ¿quieres? Has sido la ruina de mi existencia durante años,
así que créeme cuando digo que espero que sea el final.

Santiago coge los papeles, pasando los ojos por encima, y asiente
satisfecho. —Voy a enviar esto ahora para que podamos empezar el
proceso. —Apenas le dedica una mirada a Amalia—. Haznos un favor
a todos y mantén a tu familia lejos de nuestra ciudad. La próxima vez,
no reaccionaremos con tanta amabilidad si rompen las reglas y nos
engañan. —Con esta nota, me deja a solas con la mujer que es casi la
viva imagen de mi esposa y, sin embargo, no causa absolutamente
nada en mí.

De hecho, la única emoción presente es la furia por comportarse


tan mal con ella y tratar sus afectos como un insecto molesto al que
desea matar.

Amalia es un invierno gélido, mientras que Penelope es un cálido


día de verano que mi oscuridad no puede evitar anhelar y creer que
hay algo en lo más profundo de mi ser, además de la ira y el deseo de
infligir tortura.

La necesidad de poseerla me acosa constantemente. Incluso ahora


mismo, quiero volver a ella lo antes posible para que nadie se atreva a
hacerle daño, y beber de ella hasta la saciedad.

La mujer me pertenece. Solo será mía, y eso es afrodisíaco para una


persona que nunca tuvo nada propio, ni siquiera su apellido.

La gente que lo tenía todo nunca entendería a los que tuvieron que
vivir sin ello.

Me levanto también, saco el paquete de cigarrillos del bolsillo


trasero y me meto uno en la boca mientras me doy cuenta que Amalia
sigue de pie junto a su asiento como si esperara algo.

—Amalia, no me presentaste ningún interés más allá de las


acciones que tenías. —Enciendo mi cigarrillo, haciendo que el humo
vuele a nuestro alrededor.

Ella reflexiona sobre esta afirmación, su mano agarra con fuerza la


correa de su bolso hasta el punto que sus nudillos se vuelven blancos
y finalmente escupe una pregunta.

—¿Y Penelope? —Se muerde el labio y añade—: ¿La tratarás bien?

Está claro que le duele físicamente expresar su pregunta, porque


ambos sabemos el significado oculto detrás de ella.

Ella se preocupa.
A pesar que hace todo lo posible por no hacerlo, se preocupa por
su gemela, y eso es un arma en sí misma, ya que siempre puedo usarla
en su contra.

Sin embargo, no debería preocuparse. Penelope la ama, y lo que mi


esposa ama no será dañado.

A menos que alguien o algo decidan llevársela, entonces todos


jodidamente morirán.

—¿No es un poco tarde para preocuparse por eso? Hiciste que se


casara conmigo para salvar a tu familia.

El arrepentimiento reluce en su rostro antes de enmascararlo con


indiferencia y enderezarse.

—Solo responde a mi pregunta, Remi. ¿La tratarás bien? ¿Cómo


los hombres Cortez tratan a sus mujeres?

—No soy un Cortez, Amalia —sisea enojada, y yo doy una calada


codiciosa, disfrutando de ver su frustración por el bien de mi esposa.
Nadie llega a herirla sin enfrentarse a alguna mierda de mi parte—. Y
has dejado muy claro que no quieres tener nada que ver con ella, así
que nuestro matrimonio no es asunto tuyo.

Abre y cierra la boca, una batalla interna que se libra en su interior


mientras trata de refrenar sus emociones, pero finalmente la más
prominente gana cuando grita:

—¡Si le haces daño, te voy a matar!


Mi risa reverbera por las paredes, lo que a su vez la hace enrojecer,
y tira de la puerta para abrirla, solo para sisear a Florian que está en el
marco de la puerta:

—Apártate, Price.

—Aww, ¿te vas tan pronto, cariño? —pregunta él, suspirando


dramáticamente—. ¿Ni siquiera te vas a quedar a comer pastel?

Ella se aleja mientras Florian sonríe.

—Tengo que decir que me alegro que te hayas casado con


Penelope. —Se estremece—. ¿Has visto lo que le hizo a su última
víctima?

En lugar de responderle, frunzo el ceño, notando una huella de


mano roja en su mejilla. —¿Qué te ha pasado?

—Nada.

La tensión aumenta entre nosotros mientras ambos nos miramos


fijamente, sabiendo perfectamente quién lo abofeteó. Lo cual no es
sorprendente.

Porque la lengua de plata que tiene Florian, escupe pura mierda


cruel a la madre de su hijo.

—Sabes que no vas a poder ocultar esto para siempre, ¿verdad?

Cuando me enteré del embarazo de Jimena, le di una paliza a


Florian y probablemente le hubiera roto algún hueso si Octavius no
me hubiera apartado.
Nuestra princesita creció frente a nuestros ojos y él la tocó,
maldición.

Y lo que es peor.

¡Se acostó con ella!

Una vez que me tranquilicé, refrené mis instintos, porque Florian


no la obligó a una mierda, y ella ha estado enamorada de él desde
siempre. Y después de hablar con ella, prometí mantener la boca
cerrada, aunque despreciaba mentirle a mi mejor amigo.

Sin embargo, la lealtad a Jimena es lo primero; yo también soy su


hermano mayor, y la ira de Santiago en su frágil estado la habría
herido demasiado. Por no hablar que no quería someterla a semejante
estrés en su primer trimestre.

Esperé y esperé a que Florian se hiciera hombre, pero el muy


cabrón no hace nada mientras se les acaba el tiempo.

—En el momento en que reclame al niño como propio, será un


primogénito Price. —Su nuez de Adán se balancea al tragar mientras
el miedo me invade, recordándome a un psicópata que lleva casi
cuatro décadas persiguiendo a la familia Price—. Hasta que no lo
atrape, no reclamaré a mi hijo. —Su tono no deja lugar a la discusión,
y yo tampoco sé qué decir, porque en el fondo lo entiendo.

Los primogénitos siempre mueren en la familia Price. Florian


perdió a su gemelo a los tres años. El niño fue brutalmente violado y
luego descuartizado, entregado en la puerta de la familia Price con
una nota que decía Hasta el próximo heredero.
Esa es la razón por la que el tío Jacob no dio ninguna fortuna
familiar a su hijo con la tía Calliope. Aunque tiene un fondo fiduciario
de mil millones de dólares, nunca será el siguiente en la línea de
sucesión al trono de los Price ni se le permitirá formar parte del
negocio familiar.

De lo contrario, pondría en peligro a Florian, ya que ahora es un


heredero.

Ni que decir tiene que el chico nunca se lo ha tomado bien, y por


eso arma un infierno en el internado en el que estudia actualmente. Lo
último que he oído es que él y sus cuatro mejores amigos lo gobiernan
considerándose reyes.

Florian incluso tuvo que volar hasta allá cuando el director llamó
con el informe que su hermano estaba acosando tanto a una chica que
ella tenía miedo de asomar la nariz en el colegio.

—Estás haciéndole daño a Jimena. Y tú sabes mejor que yo lo que


hacen los Cortéz cuando les hacen daño. Toman represalias.

Por eso será un milagro que Santiago no nos destruya a todos


cuando se entere.

La mano de Florian se aprieta y se relaja, mientras la agonía


destella en su cara, pero la determinación y la absoluta resolución lo
cubren. Puede que en el pasado haya sido un puto, pero nunca ha
mirado a nadie desde que ella volvió del internado hace unos años.
Esa era su única gracia salvadora, para impedir que lo matara.

—Creo que...
—No lo hagas. —Su dura palabra se interpone entre nosotros,
haciéndome saber que no profundice, ya que las cicatrices de Florian
siempre estuvieron fuera de los límites.

Incluso Octavius conoce sus límites cuando se trata de su mejor


amigo.

Le hago un gesto con la cabeza, presionando la colilla de mi


cigarrillo en el cenicero, y él se aclara la garganta.

—Hay una razón por la que vine. —Lo miro, esperando que se
explaye, y cuando lo hace, el mundo a mi alrededor se detiene al
despertar la furia—. Los Carrington están aquí.

Un solo nombre de familia.

Y, sin embargo, no hace otra cosa que enviar la rabia a cada uno de
mis poros, empapándolos de tanta oscuridad que olvido cómo
respirar.

Aunque un pensamiento permanece.

Penelope.

Tengo que llegar a ella antes que cualquiera de ellos.

De lo contrario, dañarán lo único que me importa en este mundo, y


no puedo permitirlo.

Me han destrozado el alma.

No pueden tocarla.
"Su oscuridad tiene muchas capas.
Debajo de ellas se encuentra su alma y su corazón.
Y yo anhelo poseer ambos.
Pero...
¿Entonces su oscuridad me reclamaría a mí también?
Porque, ¿cómo pueden coexistir el bien y el mal?"
Penelope

Remi, 18 años
Agarrando la pesada bolsa de tierra, la levanto y la tiro sobre la mesa del
interior del invernadero, haciendo sonar las macetas a mi alrededor.

Acomodándolas mejor, la abro y luego agarro una pequeña pala,


distribuyendo la tierra en cada una de ellas, ya que estas macetas de rosas
florecerán maravillosamente en varios meses bajo el radiante sol del salón. A
la tía Rebecca le encanta el aroma floral que flota en el aire de su mansión, así
que me aseguro de preparar suficientes flores para ella.

Ya he regado las plantas y cortado la hierba, así que, una vez hecho esto,
puedo volver a hacer la tarea que nos encomendó el director.
Un gruñido se me escapa al pensar en ello, y la maceta se aplasta en mi
mano, haciéndome maldecir. —Por el amor de Dios. —Tiro la maceta rota a
la basura y hago una nota mental para comprar una nueva.

Mi teléfono vibra en el bolsillo y, tras quitarme el guante con los dientes,


lo saco y compruebo el mensaje de Tim, el dueño del club donde se producen
todas mis peleas ilegales.

<Tim> Pelea. Esta noche. $5000.

Mis cejas se levantan al ver la cantidad; normalmente recibo alrededor de


dos mil dólares, dependiendo de la comisión que Tim decida aceptar.

Una sonrisa curva mis labios al recordar a mi último oponente tirado en


el suelo después que lo derribara y le rompiera la nariz. El muy imbécil golpeó
a su esposa justo antes de saltar al ring, así que le di un puñetazo extra y
hasta le hundí los dedos en la vesícula, haciéndole dar varias arcadas, y le
tapé la boca para que se lo tragara todo.

Sí, en el terreno de la lucha, no tengo moral ni limitaciones. Mi rabia se


dirige al mundo en abierto, lo que me viene muy bien, ya que hace tiempo que
no pierdo.

Quitándome el segundo guante, respondo rápidamente.

<Yo> ¿Cinco mil?

<Tim> Un tipo nuevo, más voluminoso y pesado que tú. Quiere


luchar contra Odysseus, así que la apuesta es mayor.

Como mi nombre está tan asociado a las dinastías ricas, he decidido


utilizar el segundo como una especie de nombre artístico. Además, el nombre
me parece ridículo; Judith debía de estar drogada cuando me lo puso. Por lo
menos, el tipo tras el cual me puso el nombre era un gran personaje, y
aplaudo su gran voluntad de volver a casa, sin importar los obstáculos.

Además, las invitaciones para las becas están llegando, y de ninguna


manera habría puesto en peligro mis posibilidades de entrar en una buena
universidad. Trabajé duro para conseguirlas, estudié hasta altas horas de la
noche mientras trabajaba esencialmente en tres empleos, y he ahorrado todo lo
que he podido para alquilar por fin un apartamento una vez terminados los
estudios.

La rabia y el orden tienen un lugar en mi vida, y he aprendido a combinar


ambos para llegar a la cima.

Los Cortez nunca me echarían, pero una vez que Roland no sea capaz de
fastidiar las solicitudes por mí, el tío Lucian lo echará seguro. Un hijo de un
viudo que trabaja como jardinero para mantener a su hijo queda mejor en las
solicitudes que un hijo distanciado con un padre borracho.

Todo en este mundo es cuestión de estrategia, la imagen que presentamos


a los demás es una de ellas.

La ira me invade al pensar en el borracho que ahora se queda casi siempre


en casa; ni siquiera se molesta en trabajar, alardeando que lo mantendré cerca
solo para que me entregue información sobre mi madre.

No importa lo que haya intentado, no ha confesado. Según él, su vida se


iría a la mierda de todos modos una vez que deje de cubrirle el culo, así que
¿para qué molestarse en facilitarme las cosas?

He utilizado los limitados recursos de los que disponía para buscar a


cualquier mujer que hubiera perdido un hijo antes de tiempo o que hubiera
denunciado la desaparición de un niño que tuviera más o menos mi edad.
Todos los hackers encontrados a través de la red clandestina por Tim no
han encontrado nada, alegando que los términos de búsqueda eran demasiado
amplios. Miles de casos encajaban con mi descripción, y querían más detalles.
Pero yo no tenía ninguno para ellos.

Solo sospechaba que no podían ser de Chicago, ya que nos movíamos


mucho, y los flashes en mi cabeza del niño torturado debían ser yo.

Mi memoria fotográfica grabó para siempre sus abusos en mí, pero de


alguna manera se las arregló para seguir protegiéndome de recordarlos
demasiado vívidamente.

Así que Roland está vivo por ahora, no es que no reparta algún golpe aquí
y allá cuando se le va la boca por no traerle alcohol.

Se volvió loco sin él durante una semana cuando se lo retuve por


diversión, disfrutando de su sufrimiento y de la cantidad de ruegos que estaba
dispuesto a hacer por él.

Hace poco me propuso un trato. Si convenzo al tío Lucian que lo deje


quedarse sin trabajar hasta que se muera, me lo dirá.

Al diablo con esa mierda.

Encontraré lo que necesito de una forma u otra. Empiezo a pensar que


necesito usar la tortura para hacer hablar a Roland.

Lástima que no haya nadie que me enseñe esta excelente habilidad.

Al menos por ahora.

Mi teléfono vuelve a vibrar.

<Tim> ¿Tenemos un trato?


Normalmente pido más detalles sobre mis oponentes, pero cinco mil
dólares es una oportunidad que no voy a dejar pasar.

<Yo> Sí. Estaré allí esta noche.

Guardando el teléfono en mi bolsillo trasero, termino y limpio


rápidamente la mesa, dirigiéndome a la casa principal, ya despreciando la
tarea que me espera.

Pisoteo mis botas sucias mientras el sudor que gotea por mi espalda
humedece mi camisa, pero no tengo tiempo de ducharme.

La música rock suena en los altavoces de la casa de invitados mientras me


dirijo hacia ella, moviendo la cabeza al ritmo, pensando en qué otra mierda
me dirá Santiago hoy.

Volvió con nosotros hace tres años, todo magullado y con muchas
cicatrices. Lo llevaron al hospital de inmediato. No podía esperar a verlo; mi
felicidad no tenía límites.

Los chicos y yo compramos su chocolate y sus libros favoritos, y


decidimos visitarlo juntos por primera vez.

Mi mejor amigo volvió; ¡sobrevivió! No podía creerlo durante todo el


camino al hospital, asombrado por su fuerza y determinación. Me enteré de
algunas de las barbaridades que le hicieron cuando apareció el FBI.

Pero mi felicidad duró poco, ya que se negó a vernos. El tío Lucian y la tía
Rebecca intentaron razonar con él, pero gritó rotundamente "no" y tuvieron
que respetar su decisión.

Florian y Octavius propusieron darle algo de tiempo, dejar que se


adaptara, considerando la situación, y decidieron no presionar.
Yo dije que a la mierda y presioné. Me colé en su habitación y le hablé
hasta la saciedad mientras él me ignoraba, mirando la ventana.

Me presenté todos los días, llevando juegos y libros e incluso películas, ya


que tenía un televisor enorme en su habitación. Sin embargo, todos mis
esfuerzos se encontraban con una molestia o un enojo que no reconocía.

Un cretino sustituyó a mi mejor amigo, y me advirtió que conseguiría


una orden de alejamiento, así que los de seguridad tuvieron que escoltarme
fuera, y ahí dejé de hacerlo.

Estudió con tutores los dos primeros años, poniéndose al día con el
material que había perdido. Así que tiene suerte de estar solo un año por
detrás de nosotros, pero era difícil hablar con él.

Era un infierno convivir con él, constantemente no tenía más que


reproches sarcásticos para todos nosotros, y seguía ignorándonos y
simplemente se empapaba de conocimientos o desaparecía quién sabe dónde.

Las únicas personas con las que se mostraba amable y semi-cálido eran la
tía Rebeca y Jimena. Incluso el tío Lucian recibía mierda de él.

En general, había una vibración mortal, casi viciosa, a su alrededor que


me fascinaba de una manera que no podía explicar. Una cierta oscuridad le
rodeaba, y deseaba que me hiciera parte de ella en lugar de apartarme.

Porque yo también tengo mi oscuridad.

Últimamente, he intentado una estrategia diferente, dejarlo ser, pero hoy


no puedo hacerlo, ya que la estúpida idea que se le ocurrió al director requiere
su cooperación.
Llamando a su puerta tres veces, irrumpo en la casa de invitados que por
alguna razón reclamó como suya, despreciando quedarse en la casa principal.
Abro los brazos de par en par. —¡Amigo! —Lo saludo.

—No soy tu amigo. No recuerdo haberte permitido entrar —responde


con frialdad. Coge el teléfono y los cigarrillos de camino y me empuja para
salir. Atraviesa el jardín hasta el camino de entrada, donde ya lo espera su
auto.

—Sigues siendo mi amigo. ¿A dónde vas? —pregunto, sin inmutarme


por sus palabras, mientras avanzo a su lado, igualando su paso.

Podría invitarme a cualquier sitio y lo seguiría. Me habría ofendido más


si se hubiera hecho amigo de alguien más o incluso hubiera seguido en
contacto con los chicos.

Sin embargo, él también los ignora, aunque ellos son más tranquilos al
respecto, por supuesto.

Se tienen los unos a los otros; soy yo el solitario en esta ecuación.

—No es asunto tuyo.

Chasqueo la lengua ante su grosera respuesta. —Es asunto mío, porque...

La ira cruza su cara y la amargura llena su voz cuando escupe: —¿Por


qué? ¿Porque mi padre te lo ha ordenado?

Esta afirmación es tan inesperada que me sorprende, y mis cejas se


fruncen. —No, él no ha dicho nada. Solo quiero asegurarme que no piensas
hacer ninguna estupidez como la última vez. —Con la última vez, me refiero
a cuando quemó su auto y lo anunció con orgullo a su padre, esperando que
explotara o algo así. El tío Lucian, sin embargo, se lo tomó todo en silencio y
simplemente le compró otro.
Se enfrenta a un montón de mierda de su hijo, pero supongo que todos
sabemos por qué se comporta como lo hace.

Todavía veo rastros del niño que fue cuando es respetuoso con el personal
o controla su ira lo suficiente como para no gritar delante de Jimena, que lo
quiere mucho.

No soporta que lo abracen y sin embargo permite que su madre lo haga.


Sin embargo, su cara durante estos momentos... me duele, y realmente quiero
sacudirlo para que me diga la puta verdad y no viva en su pesadilla solo.

—Espera. —Está a punto de pisar el asfalto cuando lo agarro por el codo


y lo hago girar para que me mire, la rabia me invade cuando me doy cuenta—
. ¿Es por esto por lo que ya no somos amigos? ¿Estás jodidamente celoso?

¿Cree que su familia me quiere más que a él o algo así? ¿O peor aún, que
está resentido conmigo por estar aquí con ellos mientras él no pudo?

Entonces debería hablar conmigo, y le contaré la agonía que todos


experimentaron esperando su regreso, viviendo y respirando solo para
encontrarlo.

Tirando de su brazo hacia atrás, me empuja el pecho. —No me toques, y


vete a la mierda. ¿Quién eres tú para cuestionarme? No quiero ser tu amigo.
Deja de intentarlo, maldición. ¿Cuándo lo entenderás por fin? No eres más
que el hijo del jardinero en esta casa. Conoce tu lugar. —Las horribles
palabras salen de su boca. ¿Este es el mismo chico que pateó a nuestro
compañero de clase en primer grado por burlarse de mí por no haber subido
nunca en un avión?

Él sabe mejor que nadie lo mucho que me dolían estas cosas hasta que
aprendí a que no me importara una mierda.
Doy un paso atrás, con la incredulidad cruzando mi cara, y luego sacudo
la cabeza antes de reír, aunque carece de cualquier humor.

—¿En serio? ¿Estás dispuesto a caer tan bajo para alejarme? No va a


funcionar. —Sobre todo, porque el remordimiento ha brillado en sus ojos en
cuanto lo ha dicho, así que sé que se arrepiente.

Mala suerte para él, porque sus golpes no me alejan.

Y sin más, su enojo vuelve a aparecer, y me sonríe, aunque sus ojos


permanecen muertos. —Cuidado, Remi. ¡Tú actuación de exnovia pegajosa
está empezando a ponerme de los nervios! —grita la última parte, y yo
sonrío.

Las emociones son buenas; al menos me demuestra que se preocupa por


mí en lugar de mostrarme siempre una fría indiferencia. En el fondo, él
también me echa de menos. —Bien. Y mantengamos las declaraciones
precisas. Mi acto de amigo pegajoso. —Me choco con su hombro.

Una voz a unos metros de distancia interrumpe nuestra conversación,


haciendo que me moleste al instante.

—Ah, los tortolitos se están peleando otra vez.

Florian está cerca del auto de Santiago mientras el suyo está aparcado en
la distancia. Nos guiña un ojo, con un traje.

—¿Qué diablos haces aquí?

—Hola a ti también, Cortez. —Me mira brevemente—. Hola, hombre. —


No me molesto en contestar.

De hecho, no hemos hablado en absoluto después que le diera una paliza


cuando lo encontré follando con mi novia. Aunque ahora me entrego al sexo
con más frecuencia, sobre todo en el club, donde siempre hay una amplia
oferta de mujeres que saben que no se les promete la eternidad, y que mi
corazón nunca está en ello.

Además, nunca me acosté con ella, así que al menos está eso. En realidad,
planeé tratar a alguien como mi chica por una vez, porque una novia estable
funciona mejor para la imagen que ser un prostituto.

Con los años, el comportamiento de Florian ha empeorado, y ninguno de


nosotros sabe por qué, lo que hace casi imposible tratar con él.

—Estoy aquí para terminar la tarea, para luego seguir con mis planes de
hacer un trío esta noche —dice, sacándome de mis pensamientos.

¿Otro trío?

Al paso que va, pronto tendrá un cuarteto.

—¿Qué tarea? —Santiago pregunta, y aquí vamos.

La razón por la que acudí a él en primer lugar. —Es lo que mencioné


antes. La directora nos ordenó hacer una presentación sobre Los Cuatro
Jinetes del Apocalipsis como castigo por nuestro apodo.

Florian se explaya sobre esta idea idiota. ¿A ella no se le podía ocurrir


otra cosa? —No le gustó que destruyéramos la cafetería. —Se ríe—. Se enojó
y gritó, para ser exactos, pero tu padre se encargó de ello. Hacemos la tarea,
escuchamos su mierda delante de toda la escuela, y no lo pone en nuestros
registros, jodiendo nuestro papeleo.

—¿Qué pasó en la cafetería?

—David le hizo un comentario a Remi que no debería estar en nuestra


escuela, ya que no aceptamos casos de caridad, y por supuesto nuestro amigo
le dio un puñetazo en la nariz. —Me guiña un ojo—. Es bueno con su
gancho de derecha.

—Cállate, Florian —interrumpo y continúo la historia—. Sus amigos se


unieron a la pelea y Octavius acudió en mi defensa para ayudarme. La cosa se
complicó.

Octavius es el único tipo estable entre mis amigos, siempre estoico y


silencioso, pero siempre te salvará el culo si lo necesitas.

No tiene cambios de humor ni cambios de opinión como estos dos


imbéciles.

Florian se pone la mano en el pecho. —No podía soportar no ayudar a


Octavius, así que me arremangué y golpeé algunos culos. Antes que
apareciera la seguridad, destruimos unas cuantas mesas, rompimos una
ventana y alguna otra mierda que requiere reformas. Tu padre también
pagará por eso.

—¿Qué tiene que ver conmigo?

Me froto la barbilla. —La escuela seguía diciendo que lo habían hecho los
cuatro oscuros, empezaron los cuatro oscuros y esa mierda, ya sabes que nos
llamaban así en su día. De todos modos, el director simplemente asumió que
estabas allí, así que eres culpable por asociación.

Santiago suelta una carcajada. —A la mierda. No voy a hacer esta tarea.


Buena suerte.

Con esto, se dirige a su auto. Está a punto de entrar cuando las palabras
de Florian detienen sus movimientos.
Cruzando los brazos detrás de la cabeza, inclino la cara hacia el sol y
escucho su conversación, sin atreverme a acercarme. Mi amigo saldría
corriendo hacia las colinas.

—Echará a Remi del colegio. Ya conoces al padre de David y su poder.


Afectará su beca si aparece en su expediente.

Ah, Florian tiene tanta dualidad.

Se preocupa por mi beca, pero aun así se metió conmigo. Ni siquiera es la


traición; es cómo todo el colegio lo sabía, y algunos se reían de que él nunca
habría hecho algo así a Santiago u Octavius.

Porque eran de sangre pura.

Sin embargo, pase lo que pase, no lamento el dolor de David. Ese bastardo
ha suplicado mi puño desde el primer grado, y ya me había contenido lo
suficiente. Más vale que nunca se cruce conmigo en el futuro. Nada me
impedirá entonces infligirle dolor por cada insulto que me ha lanzado.

Apenas contengo la risa cuando mi amigo le hace una pregunta, con un


tono de desagrado que lo dice todo. Desaprueba lo que hizo Florian, lo que me
demuestra que aún me considera un amigo. Al menos eso es lo que hay.

—¿Tanto te importaba Remi cuando te follaste a su novia?

—Yo también estoy sorprendido.

—¡Remi! —me llama por primera vez desde que regresó, y yo muevo la
cabeza en su dirección, sorprendido de escuchar mi nombre de él después de
todos estos años. Me hace un gesto para que me acerque a ellos.

Corro hacia ellos y termino junto a ellos, cuando anuncia:


—Acabemos rápido y, con suerte, no tendré que ver ninguna de sus caras
en mucho tiempo. —Sí, eso no va a suceder si tengo una opinión al respecto.
Centra su atención en Florian—. ¿Dónde está Octavius?

—Debería estar aquí. —Frunce el ceño, saca su teléfono y le marca. Pasa


un rato antes de decir—: No contesta.

Hablo, con la preocupación subiendo por mi espalda. —Se fue a casa


después del colegio.

Florian vuelve a marcar, pero obtiene el mismo resultado; la tensión entre


nosotros aumenta, ya que probablemente un pensamiento similar se instala
en nuestras mentes.

Su padrastro ha vuelto a casa después de una larga ausencia, y si se


entera de lo ocurrido en el colegio... las repercusiones podrían ser graves.

Con Octavius sin responder la llamada, podríamos necesitar actuar


rápido. Mis puños se cierran solo de imaginar lo que podría hacerle. A veces,
quiero atarlo a un poste y golpearlo hasta su último aliento, para que luego no
conozca más que el dolor y el miedo por el resto de su vida, porque a eso ha
sometido a mi amigo. La vida le confió un hijo y, en cambio, no solo lo
arruinó, sino que sigue usando su bondad en su contra.

—Tenemos que ir a su casa. Florian, vendrás con nosotros —ordena


Santiago, y entiendo por qué lo dice. El padrastro de Octavius se preocupa
tanto por la imagen que no se atreve a hacerle daño delante de nosotros.

O más bien tiene miedo de tocarlo con los chicos presentes, porque se lo
dirán a sus padres.

Y sus padres ya lo mandaron al hospital hace unos años. Pensamos que la


tortura terminaría, pero continuó.
Octavius simplemente mejoró en ocultarlo.

Todos entramos rápidamente, y espero que no le haya pasado nada.

Porque la oscuridad se extiende dentro de mí tanto que creo que mataré a


su maldito padrastro si le hizo algo a mi amigo.

Si le deja una sola cicatriz más... o si vuelve a yacer en un charco de


sangre y orina... o si está encadenado en el sótano... le romperé el cuello.

En aquel entonces, no sabíamos que cada acción en esta vida tiene


una reacción; nuestras decisiones traen consecuencias.

Y lo que hicimos en aquella fatídica fecha selló para siempre


nuestros destinos, entrelazándolos de tal manera que nunca más
pudimos darnos la espalda.

Porque despertó monstruos en nuestro interior a los que dimos


nuestro primer sacrificio, y luego la oscuridad exigió más y más.

Después de todo, creamos una hermandad.

Y para tener una hermandad oscura, hay que hacer sacrificios.

Es inevitable.
Penelope
Mientras la gente baila y conversa a mi alrededor y yo me quedo
sola como una idiota, cojo un plato vacío cercano y le pongo unas
cuantas fresas junto con el chocolate, con toda la intención de
dirigirme a la terraza, lejos de todas estas miradas indiscretas.

Puedo sentir el juicio silencioso sobre cómo mi esposo se largó con


mi gemela.

Creo que alguien ya publicó en las redes sociales cómo estamos


conectadas, así que es cuestión de tiempo que reciba otra llamada
furiosa de mi padre.

—Simplemente genial —murmuro, exhalando fuertemente, y


luego salto en el lugar cuando una voz profunda habla desde detrás
de mí.

—Las jóvenes no deberían suspirar tan fuerte, querida.

Me doy la vuelta, parpadeando sorprendida ante el hombre alto y


viejo que está de pie frente a mí y que lleva un colorido traje de tres
piezas de color púrpura mientras su arrugado rostro me sonríe. Si los
característicos ojos verdes no fueran un indicador suficiente, su
aspecto imponente para su edad habría sido un claro indicio.

Atlas Price en carne y hueso.


—Hola —digo y vuelvo a dejar el plato sobre la mesa, ligeramente
nerviosa sabiendo de su reputación de hacer listas negras a diestra y
siniestra—. Feliz Cumpleaños.

—Bueno, gracias, querida. —Recorre su mirada sobre mí y luego


sonríe aún más—. Eres la viva imagen de tu madre. —Se me hace un
nudo en la garganta; nunca nadie me había dicho eso—. Ella solía
hacer girar las cabezas. No me extraña que tu padre se enamorara de
ella. —Abre los brazos de par en par y me atrae hacia él, abrazándome
tan fuerte que me cuesta respirar por un segundo—. Bienvenida a la
familia, Penelope. —Se echa hacia atrás y me acaricia las mejillas—.
Me alegro mucho por Remi. —Luego frunce el ceño y su tono se
vuelve frío—. Sin embargo, no me gusta que Asher haya ignorado mi
invitación. Después de todo lo que he hecho por él. —Resopla, sus
ojos se iluminan con un brillo peligroso—. Tiene suerte que me guste
su arte lo suficiente como para no ofenderme. —Luego vuelve a
sonreír, y entiendo por qué sus cambios de humor son legendarios. Se
rumorea que una vez demolió toda una colección de joyas porque la
luz le cayó mal—. Si tuviera solo cinco años menos, querida, me
pelearía totalmente con tu esposo por ti. —Me guiña un ojo y se me
escapa una risa nerviosa.

¿Qué demonios?

—¿Cinco años? Prueba con cincuenta, abuelo Atlas. —Jimena,


junto con Briseis, baila hacia nosotros, y está preciosa con su vestido
rojo de flores que la rodea—. Y, aún así, seguirías siendo mayor que
Remi ahora mismo.

Los ojos de Atlas se suavizan al posarse en ella, y me suelta,


abrazándola en su lugar y besándola profundamente en la mejilla. —
La chica más guapa de todo el mundo está aquí. —Y entonces la
fulmina con la mirada—. ¿Acabas de llamarme viejo?

Ella le sonríe inocentemente. —No. Solo que eres demasiado


mayor para Penelope.

Se quedan mirando un rato, y luego él se echa a reír, con el bigote


rizado, y le sacude la cabeza. —Siempre inteligente, tan inteligente. —
Se dirige a Briseis—. Me alegro de verte aquí también, querida.
Quédate hasta el final. El espectáculo será increíble. —Entonces da
una palmada y aparecen dos mujeres jóvenes y rubias con vestidos
cortos, y cada una le agarra por un codo—. Señoras, ¿procedemos? —
Y sin más, se aleja, dispuesto a hablar con otros invitados.

Me da miedo incluso imaginar lo que supone el espectáculo


posterior con un hombre tan excéntrico.

—Él es… —Intento encontrar una palabra perfecta para


describirlo, pero no lo consigo.

—Interesante. Yo siempre opto por lo interesante sugiere Briseis y


luego frota la espalda de Jimena cuando se tapa la boca y luego agita
la mano—. ¿Estás bien?

Aunque ella palidece un poco, asiente. —Sí. Su perfume era tan


fuerte que no puedo.

—Cuando mi amiga estaba embarazada de su hijo, le ayudaba oler


una pastilla de jabón. —El asombro está escrito en sus rasgos, y pongo
los ojos en blanco—. Sí, lo sé, y no, no le he dicho nada a Santiago. —
Miro a Briseis—. ¿Cuán enojado crees que va a estar contigo?
—Mucho. Lo que resultará en sexo de reconciliación enojado, así
que hay un lado positivo.

Antes fue malo conmigo, pero me siento mal de pensar en lo que


pasara cuando el tipo se entere de todo esto.

—Bueno, siempre y cuando te mantengas positiva.

Sexo de reconciliación enojado.

Me pregunto cómo se siente eso. ¿Es incluso mejor que el sexo


normal? Aunque el sexo mejor podría matarme de placer, porque no
puedo imaginarme de recibir más de lo que ya lo hago con Remi.

—Yo me encargo de mi hermano —asegura Jimena—. Nadie


saldrá herido. Tengo un plan.

—¿Lo tienes? —preguntamos las dos al unísono, y ella asiente.

—Y es perfecto. Así todos serán felices y nadie se enojará.

Comparto una mirada con Briseis, sin saber muy bien qué hacer
con esto.

—¿Qué te hará feliz?

Parece sorprendida por mi pregunta y entonces coge la botella de


agua, abriéndola. —No importa. Nuestras dos familias no se pelearán
y acabarán con amistades centenarias por mi estupidez. —Ella traga
con fuerza—. ¿Sabían que hasta nuestros abuelos eran mejores
amigos? Soy la única chica que ha nacido en cualquiera de las dos
dinastías, y me las arreglé para joder a las dos. —Apesta a
autodesprecio, y no sé qué decir.
—Jimena...

Interrumpe lo que Briseis quiere decir a continuación. —No. Sabía


que nunca se comprometería, y aun así lo elegí a él por encima de
cualquier otro. La culpa es mía.

Briseis suspira resignada y luego cambia su atención hacia mí. —


Tu amiga pasó por aquí. —Mis cejas se fruncen y ella se explaya—.
Isla. Intentó colarse dentro, pero los de seguridad la atraparon, así que
Octavius se está encargando de ella ahora mismo.

—¿Qué? —Creo que voy a tener un dolor de cabeza permanente


por todo el drama que está surgiendo a mi alrededor. Isla trató de
comunicarse conmigo por teléfono varias veces, pero sus llamadas
fueron directamente al correo de voz—. ¿Dónde está?

—Estaba fuera, junto a la puerta.

Me dirijo directamente a la dirección que me indica Jimena y, en


un tiempo récord, llego a la puerta principal, solo para detener mis
movimientos cuando veo a Isla acorralada en una esquina con un
furioso Octavius que se cierne sobre ella.

—¿Qué diablos crees que estás haciendo? —sisea y golpea con el


puño la pared por encima de su cabeza, y ella se limita a parpadear,
mirándolo fijamente.

—Necesitaba hablar contigo. Hay algo...

—Me importa un demonio lo que sea. ¿Qué parte de "no me


interesas" no entiendes? —Ella se estremece ante sus duras palabras y
cruza los brazos como si quisiera protegerse de su ira—. A ningún
hombre le gustan las mujeres desesperadas, Isla.
Okaaay.

Isla no es mi persona favorita, en general, pero esto se ha pasado


de la raya.

—¡Hola! —llamo, y me miran—. ¡Estás aquí! —Decido improvisar


y caminar hacia ellos—. Me alegro que hayas llegado bien. —Me meto
entre Octavius y ella, abrazándola, pero no antes de notar que el alivio
la invade—. ¿Por qué tardaste tanto?

Se le escapa una respiración áspera. —Había tráfico en la carretera


y olvidé mi invitación.

Octavius lanza su mirada entre nosotras, esperando claramente


una explicación, así que se la doy. —Ella quería verme, así que
acordamos encontrarnos aquí.

—Aquí —repite, y yo asiento con la cabeza—. ¿En esta fiesta?


¿Quién te dio la autoridad para invitar a alguien?

En este momento, me alegro mucho de haberme casado con Remi,


e incluso Santiago me parece un buen tipo comparado con Octavius.
Por qué Isla está obsesionada con él, nunca lo sabré.

—Remi. —Levanto la barbilla en alto—. ¿O eso es un delito ahora?

Una sonrisa curva sus rasgos, mezquina en su naturaleza,


anunciándome que no cree ni una palabra de lo que digo, y entonces
jadeo cuando rodea la garganta de Isla con su mano, apretándola más
contra la pared.

—No te pasees por la mansión. Quédate dentro con las chicas. —


Solo entonces me doy cuenta que Briseis y Jimena se han unido a
nosotros—. Si le pasa algo aquí, tu esposo pagará el precio —me
lanza, dando un ligero apretón más a su garganta, y luego se echa
atrás, dirigiéndose a la sala de fiestas y dejándonos a todas
boquiabiertas.

—Estoy muy confundida con todo esto —murmuro finalmente


mientras Isla se frota la mano por el cuello—. ¿Soy la única?

—Octavius suele ser muy reservado. Eso no es propio de él —dice


Briseis, sonriendo a Isla—. Debes haberlo perturbado.

—Quiere matarme con sus propias manos. Yo no llamaría a eso


perturbar —refunfuña, y Jimena se ríe. Isla me mira—. Gracias por
salvarme. No tenías por qué hacerlo.

—Creo que tienes que dejar de acosarlo.

Jimena sacude la cabeza y suelta otra carcajada. —Oh, por favor,


continúa. ¿No has oído lo protector que es con ella a pesar de estar
enojado? —Le da una palmadita en el hombro a Isla—. He crecido con
estos hombres. No quiere matarte. ¿Follarte? Absolutamente.

Nuestra investigadora privada se pone roja como un tomate. —No


lo habría acosado si me hubiera escuchado y aceptado ayudarme. —Se
pasa los dedos por su sencillo vestido negro que hace poco por su
belleza. El material parece barato, y ella destaca -no en el buen
sentido- entre la multitud—. ¿Por qué es tan difícil para él?

—Bueno, estos hombres son difíciles —Jimena afirma lo obvio—.


¿Vamos a la terraza? Tiene una bonita vista y un pequeño mirador
donde podemos hablar mientras ocurre toda esta locura. —Hace girar
su dedo en el aire—. Y tal vez puedas compartir tu pequeño problema
con nosotras. Nosotras también somos bastante poderosas, ya sabes.
—Le guiña un ojo a Isla, que se relaja un poco.

—Me parece un buen plan. Echo de menos hablar con alguien. Mi


mejor amiga se casó y vive en Houston. —La nostalgia resuena en su
tono, y se explaya—. Probablemente conocen a su marido. Callum.

Mis ojos casi se salen de sus órbitas ante esto.

¿Su amiga también se casó con un psicópata?

A estas alturas, creo que deberíamos formar un grupo de terapia o


un club.

—Así que me vendrían bien nuevas amigas. —Luego se corrige


rápidamente—. No es que espere que sean mis amigas. Ahora me
callo.

Todas se ríen, y Jimena le engancha el brazo por el codo,


acercándose a ella. —Vamos a empezar con una charla. —La arrastra
en dirección contraria al salón de baile hasta un estrecho pasillo—.
También deberíamos tomar un té. —Agarra a Briseis con el otro brazo.

—Lo que tú digas, cuñada.

Mientras las sigo, algo en la pared llama mi atención y cambio de


dirección, acercándome a la magnífica obra de arte que muestra un
barco meciéndose en una tormenta mientras algún ser mítico intenta
atacarlo.

Quien lo haya pintado debe de ser un genio, ya que los colores del
óleo son tan precisos y realistas que casi parece que está sucediendo
en la vida real y que puedes ver este fascinante y aterrador
acontecimiento en directo.

Pasando los dedos por el marco dorado, leo la descripción.

Odisseus de camino a Íthaca.

Él y sus hombres se enfrentaron a muchas tormentas, lo que sirvió


como una de las razones para que la diosa lo atrapara.

—Hermoso, ¿no? —Parpadeo ante la mujer que está a mi lado, con


un vestido marrón y sedoso que le cae hasta los pies mientras su
oscura y espesa trenza cuelga sobre su hombro. Sus ojos marrones me
sonríen, aunque parece que en ellos reside una pena permanente—.
Muestra en todo su esplendor lo impotentes que somos ante la
naturaleza. —A pesar de ser probablemente más vieja que yo por
veinte años, su piel bronceada es impecable, y de ella emana tal
calidez que me siento instantáneamente a gusto en su compañía.

—Sí. Quien lo haya pintado tiene un talento innato. —Vuelvo a


estudiar la obra, centrándome en la atención que el artista prestó a los
detalles—. Ha captado perfectamente su terror.

—Y la determinación de sobrevivir en la cara de Odysseus —


concluye, jugando con el collar de zafiro que lleva al cuello—.
También eligió un personaje perfecto para ello. Nada habría impedido
a este hombre volver a casa. —La nostalgia resuena en esta
afirmación, y la miro—. Por eso siempre fue mi favorito en cuanto a
los héroes de Homero.

Gimoteo. —¿De verdad? Creo que soy la única a la que no le


parece romántica su historia de amor.
La comisura de su boca se tuerce mientras la diversión
relampaguea en sus ojos. —A veces, acabamos en circunstancias tan
imposibles y difíciles que no tenemos más remedio que ir incluso
contra nosotros mismos para sobrevivir. Algunos incluso dirían que el
juicio es el privilegio de los que nunca han tenido que elegir entre dos
males.

¿Es esto por lo que tuvo que pasar Remi mientras crecía?

¿Elegir entre dos males y convertirse en un villano que mata a toda


esa gente por la razón que sea lo mantuvo semi-sano?

Y mi juicio sobre sus acciones sin preguntar lo que realmente le


pasó en el pasado, ¿es mi privilegio porque conocí el amor?

Cuando no has tenido amor en tu vida, ¿en qué te conviertes?

Vuelvo a centrarme en el cuadro y veo a Odisseus bajo una nueva


luz, aunque sigo encontrando la historia de amor poco convincente.
Sin embargo, el mito muestra que a veces, por mucho que desees algo,
el destino no te lo concede y te lanza batallas y obstáculos uno tras
otro, como si pusiera a prueba tu verdadero deseo de alcanzar la meta.

Los que se rinden no obtienen la recompensa de los que aguantan


hasta que les sangran las manos.

¿O es esto también un mito?

¿Y si a veces rendirse es la única opción para sobrevivir? ¿Incluso


si significa renunciar a tu humanidad?

—Tal vez. Ciertamente, sus habilidades durante la guerra de Troya


podrían ser admiradas.
—Siempre lo imaginé como un hombre tranquilo, protector y
astuto. Una de las razones por las que le puse su nombre a mi hijo. —
La risa melódica se desliza por sus labios, y sin embargo el dolor baila
en los bordes de esta, tirando de mi fibra sensible por alguna razón—.
En mi opinión, el nombre, por defecto, da una cierta vibración a la
persona que lo lleva.

Qué extraño también. He pasado veintitrés años sin conocer a


nadie que se llamara así, y ahora me entero que una segunda persona
se llama como el poderoso héroe.

—Sí, bueno. Apuesto a que le encantaba el nombre mientras crecía.

Se congela, los dedos apretando su collar con tanta fuerza que los
nudillos se vuelven blancos y el aire se le atasca en la garganta.

—Murió justo después de nacer.

Oh.

—Siento mucho su pérdida.

—Gracias, querida. —Luego se endereza y sacude la cabeza,


esparciendo una sonrisa que una vez más parece fuera de lugar en sus
rasgos—. Me sorprende ver a una chica tan joven admirando el arte.
Normalmente, son los mayores.

Exhalando interiormente con alivio por el cambio de tema, digo:

—Mi padre me quitaría el pellejo si supiera que no muestro


aprecio donde es debido.

Sus cejas se levantan, y por un segundo, el movimiento me parece


tan familiar, pero no puedo ubicarlo.
—¿Quién es tu padre?

—Asher Walsh.

Sus ojos se ensanchan con sorpresa, y su bufanda roja se desliza


por sus brazos cuando se acerca a mí.

—¿Penelope? —pregunta, y yo asiento con la cabeza—. Íbamos al


mismo colegio, aunque él era cuatro años más joven que yo. —
Entonces tiene cuarenta y seis años—. Bueno, eso y que estaba
comprometida con tu padre biológico.

Se me cae la mandíbula ante esta admisión, demasiado aturdida


para pronunciar una sola palabra mientras mi mente se arremolina
con todo esto.

¿Theodore estaba comprometido? ¿Y quién es ella? Papá nunca lo


mencionó.

Debe de leer las preguntas en mi cabeza, porque responde sobre


ellas. —Me llamo Sofía Carrington. Ese compromiso duró unos meses,
y luego tu padre conoció a tu madre. El resto es historia.

Oh, mierda.

—¿También Theodore era infiel? —Las palabras salen a


borbotones de mi boca, y ella resopla, agitando la mano en un gesto
despectivo, aunque creo que le hace gracia mi suposición.

—Por supuesto que no. Se enamoró. Además, me alegré cuando


terminó. —Frota suavemente la palma de su mano por mi brazo—. Y
todo salió bien. Las tuvieron a ustedes, chicas. —Ella junta sus
manos—. Me alegré mucho al enterarme esta mañana de lo de
ustedes. —Sin embargo, la tristeza reemplaza rápidamente la alegría
en su rostro y pone su mano en el pecho—. No todo el mundo tiene
tanta suerte. Saber que sus hijos sobrevivieron a pesar de todo. Y, sin
embargo, esperamos lo imposible, como hizo Odisseus. —Pasa un
tiempo, y entonces ella lanza otra pregunta—. ¿Cómo está Asher? No
lo he visto desde que murió Theodore.

—Está bien.

—¿Casado?

—No. Papá dice que será soltero para siempre.

Ella sonríe. —Eso suena mucho a él. —Ella abre la boca, queriendo
decir algo, pero la voz áspera de Remi nos interrumpe.

—Penelope.

Miro por encima de mi hombro para verlo unirse a nosotras.

—Oh. ¿La reunión ha terminado? —Espero que me rodee la


cintura con la mano, pero, para mi sorpresa, se queda de pie a mi
lado, con las manos en los bolsillos delanteros mientras permanece
absolutamente frío y quieto como una pared de granito, con la mirada
clavada en Sofía.

De hecho, su mirada es tan intensa que me hace moverme


incómodamente mientras varias emociones me invaden en oleadas
confusas mientras la incomodidad se instala a nuestro alrededor.

¿Por qué actúa así?

Me aclaro la garganta y los presento. —Esta es Sofía Carrington.


Nos acabamos de conocer, y él es...
—Remi Reyes. Tu esposo. He oído muchas cosas sobre ti a lo largo
de los años. —Ella le sonríe suavemente, pero mi esposo no le da
ninguna reacción.

Se queda en silencio, mirándola fijamente, mientras sus ojos se


vuelven más preocupados y confusos a cada segundo que pasa.

¿Quién es esta mujer para que tenga tal efecto sobre mi esposo?

Pensaría que son ex-amantes o algo así, pero parece que no se


conocen.

Pero la mirada perforadora de Remi me inquieta incluso a mí.


¿Está enamorado de su belleza o algo así?

—Espero que solo cosas buenas —digo, odiando cómo la tensión


crece rápidamente dentro de nuestro círculo, una burbuja que puede
estallar en cualquier momento, y Dios sabe qué pasará después.

—Bueno, a mi padre no le gustó descubrir que ahora eres dueño


de las acciones de Amalia, pero así son los negocios. —Su seca
respuesta causa más estragos en mi camino.

Mis cejas se fruncen.

Las acciones. ¿Eso es lo que siempre quiso de Amalia? No me


extraña que esté así de tenso.

Probablemente por eso ahora todo el mundo sabe lo de mi gemela


y yo también.

—Tengo que ir a felicitar a Atlas por esta increíble fiesta, o si no...


—Pone los ojos en blanco y se envuelve la bufanda con fuerza—. Ha
sido un placer conocerlos a los dos. Felicitaciones por su boda.
—Gracias —logro decir.

Se da la vuelta y se dirige con elegancia a la sala principal mientras


yo me enfrento a mi esposo.

—¿Por qué has sido tan grosero con ella? —Él permanece en
silencio, todavía mirando el lugar donde ella estaba parada, y yo le
agarro el codo, sacudiéndolo un poco—. ¿Remi?

El resto de los cuatro oscuros salen de la sala de fiestas,


conversando sobre algo; sin embargo, su atención está puesta en
nosotros.

Entonces caigo en la cuenta.

Están esperando una explosión.

Remi finalmente sale de su trance, pero la frialdad lo envuelve aún


más, si la energía mortal y la actitud de no me jodas son algo por lo
que pasar.

—¡Santiago! —Su amigo se acerca—. Me voy. Lleva a Penelope a


casa una vez que la fiesta haya terminado.

Se da la vuelta, dirigiéndose directamente a la salida, y le agarro la


mano, deteniendo sus movimientos. —¿Qué quieres decir con que te
vas? —Hace una pausa mientras yo continúo—. Entonces me iré
contigo.

—No. Te quedarás.

¿Me está tomando el pelo ahora mismo? ¿Me arrastró a este lugar
y ahora quiere salir corriendo de aquí para que los buitres se
pregunten por qué mi propio esposo me abandonó el primer día de
nuestro matrimonio?

—Amigo...

—¡Aléjate de eso! —Remi le advierte que no se meta en esto, y los


ojos de Santiago se entrecierran, pero enrolla sus labios. Entonces mi
esposo se dirige de nuevo a mí—. Disfruta de la velada y nos vemos
en el pent-house.

Respirando hondo, contengo la furia que amenaza con estallar en


mi interior ante su extraño comportamiento y trato de encontrarle una
explicación razonable. —¿Adónde vas? ¿Ha pasado algo? —¿Tal vez
Amalia fue muy grosera con él y tienen otro problema con Lachlan?

—No es asunto tuyo.

—¡Tengo derecho a saber! Soy tu esposa.

La risa hueca, sádica en su naturaleza, envía un frío glacial a cada


célula de mi cuerpo, haciendo vibrar las paredes mientras me quita la
mano de encima y libera su brazo de mi agarre.

—¿Esposa? ¿Desde cuándo? Como te gusta decir elocuentemente,


eres mi cautiva. Así que, mi cautiva… —Se inclina más cerca, y me
cuesta todo lo que hay en mí no retroceder ante el ataque de furia que
irradia de él y no perderme en el dolor que me traga lentamente—,
aprende cuál es tu puto lugar y haz lo que se te dice.

¿Quién es este hombre despiadado que me lanza dagas, que quiere


que me desangre? No lo reconozco.

Santiago ladra: —¡Muestra algo de respeto a tu esposa, Remi!


Qué ironía que sea él quien salga en mi defensa mientras mi
esposo se empeña en despedazar mi alma si no cumplo sus deseos.

Supongo que, después de todo, su obsesión duró poco y ya se


aburrió.

—Ahórratelo, Santiago. —Empuja las puertas y marcha hacia


afuera sin siquiera una mirada hacia atrás o una disculpa mientras el
viento se abalanza sobre mí, rompiendo la piel de gallina en mi carne,
pero apenas lo registro en mi mente.

El dolor se hace tan fuerte en mi pecho que me balanceo un poco, y


Florian me atrapa a tiempo antes que tropiece con la pared. —Lo
siento —digo, agradecida que mi voz se mantenga uniforme mientras
se me forman lágrimas en los ojos, pero las aparto con un parpadeo—.
La pequeña cautiva se quedará aquí. Iré a buscar a las chicas.

—Penelope...

Sacudo la cabeza ante cualquier excusa de mierda que se le ocurra


a Santiago para defender al monstruo que acaba de hundir sus garras
en mí, y me pongo de cara a la pared, enjugando la única lágrima que
resbala por mi mejilla.

El hombre ordena en cambio:

—Octavius, síguelo.

Por el modo en que el suelo vibra bajo nosotros debido a las


pesadas pisadas, sé que ha escuchado la petición, y entonces Florian
habla.
—Estaré aquí y vigilaré a las mujeres. —Pasa un segundo—. ¿Vas a
ir tras él?

—No puedo. Tu abuelo me daría una paliza. Me quedaré un rato y


luego me iré.

Una mano suave me toca el hombro. —No lo decía en serio. —Las


palabras de Florian hacen poco para curar las heridas que su amigo
me ha infligido—. A veces, las emociones nublan nuestro mejor juicio.
Piensa, Penelope. Piensa y entenderás. —Dando este críptico consejo,
se marcha junto con Santiago mientras yo vuelvo a quedarme
confundida, dolida y...

Y simplemente dolida. Punto.

¿Cómo se supone que debe actuar una mujer cuando su propio


esposo la desprecia así delante de todos y de sus mejores amigos?

Incluso delante de Sofía, que...

Me quedo quieta, apoyando la mano en la pared que tengo delante


mientras los rompecabezas dispersos flotan en mi cabeza, formando
todo un cuadro que me resulta aterrador de comprender y que, sin
embargo, explica tantas cosas.

Una conversación que mantuvimos esta tarde pasa por mi cabeza.

—¿Por qué quieres tanto estas acciones? Eres multimillonario.

—Hay cosas que no se pueden comprar con dinero, chérie.

—¿Cómo qué?

—Como el derecho de nacimiento.


Remi señaló varias veces que Amalia era solo un medio para
destruir a un enemigo que le había robado algo.

Carrington.

Ese era su nombre.

Y entonces las palabras de Sofía resuenan en mis oídos, y los tapo,


odiando la realización que me golpea desde cada esquina, porque
hace girar el mundo a mi alrededor sobre su eje.

Una de las razones por las que le puse su nombre a mi hijo.

Oh, Dios mío.

No, es imposible, y, sin embargo, con cada fibra de mi ser, sé que


es la verdad que hace tambalear los cimientos de todo este
matrimonio y del encuentro anterior.

Sofía es la madre de Remi.

Es un Carrington de nacimiento.

Y pretende destruir el imperio de sus abuelos por atreverse a


rechazarlo.

Un príncipe rechazado que ha vuelto para vengarse y no


descansará hasta conseguirlo.

Incluso si eso significa perder su alma en el proceso.


"Madre.
Una de las palabras más importantes en este mundo.
Para algunos, significa amor y calor, risa y felicidad, aceptación y paz.
Para otros, rechazo y dolor, anhelo y rabia, confusión y deseo de complacer.
Sin embargo, en mi vida solo significó traición, ya que mi madre adoptiva me trató como
una mierda y mi madre biológica no me protegió de la furia de su padre".
Remi

Remi, 18 años
George detiene el auto junto a la mansión de Octavius y Florian sale
volando, con el teléfono aún pegado a la oreja. Lo ha estado llamando sin cesar
durante todo el trayecto de veinte minutos hasta aquí.

Santiago y yo lo seguimos mientras le dice al conductor:

—Puedes irte a casa, George. Nosotros estudiaremos aquí.

Él asiente; sabemos que mantendrá la boca cerrada pase lo que pase.


Después de todo, nos conoce a todos desde que éramos pequeños.

—¡Contesta, maldición! —exclama Florian, y corremos hacia la puerta


principal que está ligeramente entreabierta. Sorprendentemente, Antonio, el
mayordomo de la casa, no sale corriendo a recibirnos.
El miedo me envuelve, ya que esto significa que algo va mal, y cuando
empezamos a subir las escaleras, oímos música rock a todo volumen en los
altavoces, haciendo sonar las paredes. Intercambiando miradas, aceleramos.
Florian irrumpe con nosotros chocando con su espalda.

La oscuridad nos da la bienvenida junto con el olor a alcohol que satura el


aire. Florian enciende la luz y se ve la habitual casa limpia y reluciente. Nada
parece fuera de lo normal.

Bueno, aparte de la música rock que se hace más fuerte cuanto más nos
adentramos, música que está prohibida en esta casa, porque el padrastro de
Octavius ordena que todos escuchen solo música clásica.

—Tal vez exageramos. Tal vez aún no está en casa. —Rompo el silencio,
aunque no sueno convencido ni siquiera para mis propios oídos, mirando
hacia el interior del salón—. ¿Hay alguien aquí? —Nadie responde, lo que en
circunstancias normales no habría sido tan sorprendente, ya que en la casa
solo está Antonio, un chófer y dos criadas, porque sus padres creen en un
enfoque minimalista de la vida.

Su padrastro incluso se niega a que la seguridad vigile su propiedad, y las


puertas de hierro tienen un código especial que permite entrar.

Florian es uno de los pocos que lo conoce.

Sin embargo, ahora que la música suena tan fuerte en el vacío, el silencio
es extraño y alarmante.

Octavius prefiere permanecer en silencio, ya que los gritos son lo único


que ha conocido. A veces incluso se pone auriculares para que la gente no le
hable.

Florian empuja a Santiago a un lado y luego se lanza hacia el segundo


piso, con sus botas golpeando fuertemente el mármol, y nosotros le seguimos
mientras la música se hace cada vez más fuerte, viniendo de la dirección del
dormitorio principal.

Esta vez, sin embargo, otro sonido se une a él, un fuerte gemido, seguido
de un grito de dolor que eclipsa la música.

¡Joder!

El padrastro ha decidido darse el gusto de castigarlo después de todo. Por


eso seguramente envío lejos al personal. Aunque no le importa torturar a
Octavius delante de todos, prefiere estar solo para asestar sus más horribles
golpes.

Como si la cicatriz en su mejilla no fuera suficiente para servir de


recordatorio permanente de su odio hacia él.

—¡Ese maldito imbécil! —murmura Florian, abriendo la puerta de una


patada. Entramos corriendo, pero nos detenemos en seco cuando vemos lo que
realmente ocurre.

El Sr. Reed está en la cama, agitándose mientras gime algo incoherente. O


al menos lo intenta. Octavius le aprieta la boca con la mano mientras con la
otra sostiene un cuchillo con el que está apuñalando a su padrastro, una y
otra vez. Su ropa y las sábanas blancas están empapadas de sangre.

—¡Cállate, cállate, Cállate! —grita Octavius, levantando la mano y


apuñalándolo de nuevo. Al verlo, por fin salimos de nuestro asombro.

—Octavius, no. Detente. —Florian se lanza por él primero, gritando—:


¡Para! —Intenta agarrarle el codo, pero Octavius lo empuja hacia un lado y
Florian pierde el equilibrio, cayendo de culo junto a la cama y gimiendo.

Me precipito a continuación, rodeo con mis brazos los hombros de


Octavius y tiro de él hacia atrás, intentando separar los cuerpos
ensangrentados, lo que solo consigue que Octavius se dé la vuelta todavía
arrodillado sobre su padrastro. Balancea el cuchillo y me corta el brazo. Siseo
ante el maldito escozor mientras salto a un lado y me uno a Florian en el
suelo.

¿Qué demonios le pasa? Debe estar en estado de shock; si no, nunca nos
trataría así.

Octavius vuelve a apuñalar a su padrastro una y otra vez, sin dejar de


corear: —¡Cállate! ¡Cállate! ¡Cállate!

—¡Lo estás matando! ¡Para de una puta vez, Octavius! —Florian se


levanta rápidamente, atrapa el brazo de Octavius entre las palmas de las
manos, intentando arrastrarlo hacia un lado, pero no tiene ningún efecto
sobre nuestro amigo, que ya está en la zona, con los ojos vidriosos mientras
asesta puñaladas cada vez más profundas.

Mi herida sangra y la cubro con la mano, pensando en cómo detener a


Octavius. Me importa un carajo su padrastro. De hecho, yo también lo
apuñalaría de buena gana, pero la seguridad de mi amigo es lo primero.

Tenemos que sacarlo de aquí antes que vuelva el personal.

Florian cae sobre su culo una vez más. Y es entonces cuando Santiago
llega desde un ángulo diferente, atrapando la muñeca de Octavius mientras
la levanta, el cuchillo goteando sangre entre ellos. Su mirada es vidriosa de
furia.

Ningún pensamiento racional reside allí, y lo que sea que haya hecho su
padrastro esta vez ha borrado su humanidad, porque él solo quiere venganza.

Conozco su expresión; la veo en el espejo antes de cada pelea.


Se sacude en el agarre de Santiago, listo para dar otro golpe, cuando
Santiago tira del brazo hacia atrás y le da un fuerte puñetazo en la cara.

Florian quiere lanzarse hacia ellos, pero lo rodeo con los brazos,
manteniéndolo firme en mi agarre. —¡Suéltame! —grita, pero me limito a
estrechar mis brazos en torno a él.

Nuestro amigo tiene toda la razón en su acción.

Cuando una persona está en la zona, bajo el efecto de esta rabia, hablarle
no sirve de nada. No pueden escucharte.

Solo oyen la voz de su agresor susurrándole al oído lo inútiles y débiles


que son, borrando todo el autocontrol y la dignidad que tienen.

Y la necesidad de matar se vuelve tan insoportable, que lo hacen sin darse


cuenta de lo que está pasando o de quién está delante de ellos.

Octavius retrocede a trompicones, cayendo al suelo de rodillas, y el


cuchillo se le escapa de los dedos, cayendo con un fuerte estruendo.

Florian ya se desliza hacia él y le pone la mano en el hombro, apretándolo


con fuerza, pero no provoca ninguna reacción en nuestro amigo.

Se limita a mirar al espacio, con el pecho subiendo y bajando con cada


respiración, cada vez más pesada. Sus palmas extendidas sobre el mármol
dejan huellas sangrientas.

Vuelvo a sisear cuando el dolor de mi brazo se intensifica. Presionando mi


mano con más fuerza sobre la herida, me pregunto cómo detener la
hemorragia.

Parpadeo sorprendido cuando Santiago se agacha frente a mí, apartando


mi mano para examinar la herida.
No debería preocuparse; no es mi primera herida de cuchillo.

Las cosas en los clubes se vuelven locas.

Aunque la punta golpeó profundamente y podría dejarme una cicatriz en


el brazo, no tocó ninguna arteria importante.

Teniendo en cuenta que el cuchillo estaba en un cuerpo del ahora muerto


hace unos segundos, tengo que limpiar la herida y vendarla.

—¿Estás bien? —Asiento con la cabeza, mirando por encima de su


hombro a los chicos antes de cambiar mi enfoque al cuerpo—. Está muerto —
me dice mientras calibra mi reacción como si esperara un ataque de histeria.

Sonrío, el placer me llena al ver a ese cabrón en la cama, y escupo a un


lado.

—Feliz maldito viaje.

Ni siquiera merece ir al infierno por lo que le ha hecho a Octavius, así que


espero que su alma arda en el purgatorio sin alivio a la vista.

Vuelvo a hacer una mueca de dolor, estudiando la herida y


preguntándome si tiene el poder de afectar a mi combate de esta noche.

Tim se pondrá furioso cuando se entere. Mi herida en el brazo dará


ventaja a mi oponente, pero tendré que correr el riesgo.

Arrancando un trozo de mi camisa, lo presiono sobre el corte mientras


Santiago se limita a observarme con incredulidad. Sus cejas se levantan en
señal de sorpresa, y al notarlo, susurro:

—No eres el único que tiene secretos, amigo. —Tal vez si se hubiera
fijado bien, habría visto cómo hemos cambiado todos.
Y cómo llevamos nuestra propia marca de oscuridad. Dejamos de ser
santos hace mucho tiempo.

—¿Qué vamos a hacer ahora? —pregunta Florian con calma, acariciando


la espalda de Octavius, que ahora se sienta en el suelo y se abraza las rodillas
contra el pecho, meciéndose de un lado a otro, todavía en trance.
Probablemente ni siquiera comprende lo que ha hecho.

Santiago se levanta, rodando los hombros mientras centra su atención en


Florian, que tiene una expresión de aburrimiento en su cara. La única
preocupación que muestra es cuando su mirada se posa en Octavius. Sin
embargo, el cuerpo sobre la cama solo se gana un gruñido y un murmullo de
—púdrete en el infierno, imbécil.

Sí, es seguro decir que ninguno de nosotros siente una pizca de


compasión hacia el cabrón. Lo odiamos desde que éramos pequeños y le dio los
primeros golpes a Octavius, marcando su piel con interminables cicatrices.

Sin embargo, Florian tiene razón.

¿Qué vamos a hacer? Cometió un crimen al aire libre en la mansión de su


familia. Si lo hubiera hecho en cualquier otro lugar, tendríamos más
posibilidades de tratar de barrerlo bajo la alfombra.

—Cumplió dieciocho años el mes pasado. Si llamamos a la policía, lo


meterán entre rejas —dice finalmente Santiago la verdad que no queremos
afrontar.

Intento encontrar el lado bueno de esto. —Puede alegar defensa propia. —


Me levanto, siseando un poco al mover el brazo—. Podemos servir de
testigos. —Porque somos sus mejores amigos, ¿significaría algo nuestro
testimonio para la policía?
Florian niega con la cabeza. —Esto no contará como defensa propia.
Tenía un puto cuchillo en la mano y lo apuñaló muchas veces. No tiene
ninguna herida. —Levanta la camisa de Octavius, y aunque su espalda puede
rivalizar con la de Santiago en el departamento de cicatrices, no hay heridas
recientes en su piel—. Probar la defensa propia será casi imposible.

Puede que el imbécil no le haya tocado físicamente recientemente, pero ha


jugado con él psicológicamente. Últimamente, Octavius ha estado más
nervioso que de costumbre, revisando constantemente su teléfono y
prefiriendo estar acompañado.

¿Qué diablos pasó para que se produjera semejante arrebato emocional?

—Todavía le darían años tras las rejas. Así que, de cualquier manera,
acabará en la cárcel. —Santiago apoya el punto de vista de Florian—. Ni
siquiera los años de maltrato y un psiquiatra que diga que no estaba en sus
cabales lo salvarán.

—¡Mierda! —exclamo, acercándome a Octavius.

Él sigue balanceándose en el lugar, coreando:

—Cállate. Cállate. Cállate —una y otra vez, con sus pies descalzos
golpeando el suelo y manchando más sangre en su piel.

—Si no llamamos a la policía de inmediato, nuestros culos también


estarán en juego. —Santiago aborda una preocupación válida—. Cuanto más
tardemos, más culpables seremos.

De hecho, todo el mundo creerá que él planeó esta mierda y nos involucró,
ya que somos considerados los cuatro inseparables.
Con la cantidad de enemigos que tienen el tío Lucian y el tío Jacob, es
muy posible que mucha gente haga lo posible por intentar meternos en más
problemas.

Florian se tira del cabello, se levanta también y se pasea de un lado a otro.


—Tienen cámaras de seguridad. Eso podría ser una buena prueba.

—¿Y cómo piensas conseguirlas? ¿Antonio no supervisa esta mierda? No


dudo que...

Un sonido áspero resuena en el espacio, interrumpiéndome, mientras el


vidrio se rompe en pequeños pedazos detrás de nosotros. Todas nuestras
cabezas giran hacia el marco de la puerta, donde hay un hombre con una
bandeja a sus pies.

Jodidamente increíble.

Un testigo que pondrá fin a nuestra discusión. Si decide llamar a la


policía, no podremos hacer una mierda.

Octavius creció con él; de hecho, el viejo lo cuidaba y atendía sus heridas
ya que solía trabajar para su difunto padre. Sin embargo, las lealtades son
algo voluble.

Nos miramos unos a otros durante unos instantes, la mirada de Antonio


pasa entre todos nosotros y finalmente se posa en Octavius. Y entonces se
centra en el cadáver.

Jadea, se tapa la boca y tiembla ligeramente.

Varias emociones aparecen, ola tras ola, en su cara antes que finalmente
se enderece, se ajuste su chaqueta de mayordomo y se dirija a mí, de entre
todas las personas. Tal vez porque Santiago es un desconocido para él, y a
Florian le desagrada de plano y no lo oculta. Según él, el mayordomo debería
haber protegido mejor a Octavius, y estoy de acuerdo con él. Pero, de nuevo,
no es como si pudiéramos descargar nuestras frustraciones en un hombre
mayor que era demasiado débil para hacer algo con el cabrón.

—El chofer llevó a Estella a visitar a su amiga, y las criadas tienen el día
libre hoy. —Su voz tranquila es apenas audible—. La grabación de la cámara
está abajo, en el sótano. —Mira entre nosotros—. ¿Qué debo hacer?

A pesar de la seriedad de la situación, apenas puedo controlar mi risa ante


la expresión de asombro de Santiago. Debe encontrar todo esto más que
extraño; nadie está corriendo por ahí cagado de miedo.

Se le escapa una risa. Florian le empuja en el hombro, y toda la diversión


desaparece al instante. —¿Qué es tan gracioso, Santiago? Octavius podría
acabar en la cárcel —grita, levantando el brazo. Santiago lo bloquea y en su
lugar le da un puñetazo en el estómago, por lo que retrocede a trompicones.

—Entonces no debería haber matado a su padrastro para que todo el


mundo lo viera —responde Santiago, con indiferencia en su tono, y la furia
recorre mis venas al ver lo poco afectado que quiere parecer.

¡Es nuestro mejor amigo! Secuestrado o no, no ha dejado de ser uno de los
nuestros. Cuando uno de nosotros se mete en problemas, ¡lo manejamos todos
juntos!

—¡Vete a la mierda! —Florian escupe, abalanzándose de nuevo sobre


Santiago, y es entonces cuando sé que tengo que interferir y seguir siendo
racional.

Me interpongo entre ellos, gritando:

—¡Cállense los dos! Cállense. Pelear ahora mismo no servirá de nada.


Tenemos que pensar.
Octavius gime, palmeando su cabeza, y su balanceo se vuelve más
violento, llamando nuestra atención hacia él.

Gruño, odiando nuestra completa impotencia en la situación actual.


Nuestro amigo ya ha sufrido bastante por las malas decisiones de su madre.

No pueden volver a meterlo en el infierno por haber matado a ese hombre,


porque él envió al demonio a donde jodidamente le correspondía.

Aclarándose la garganta, Santiago le ordena a Antonio:

—Borra toda la grabación de la cámara ahora mismo. —Él asiente, listo


para salir corriendo, pero las palabras de Santiago lo detienen—. Si alguna
vez hablas con alguien de lo que ha pasado esta noche, tú también serás
culpable. Tenlo en cuenta. —Vuelve a asentir con la cabeza y se aleja
mientras Santiago se enfrenta a nosotros—. ¿Alguna idea de cómo
manejarlo? Piensen rápido. A estas alturas, todos seremos culpables del
crimen. Nuestros abogados no podrán ayudarnos.

—Tenemos que esconder el cuerpo —dice Florian, frotándose la cara.

Aprieto las manos. —Hay sangre por todas partes, su ADN y sus huellas
dactilares. No podemos simplemente esconderlo. Lo buscarán; es uno de los
tipos más ricos del país. Además, ¿cómo piensas deshacerte de él de todos
modos? —Por no mencionar que no tenemos el equipo profesional ni las
habilidades para hacer la mierda que la gente suele hacer en situaciones como
esta.

—No lo sé, Remi. ¿Qué soy yo? ¿Un asesino en serie a la puta caza? —
escupe Florian. Nos miramos con rabia y luego miramos a Santiago cuando
chasquea los dedos, manteniendo nuestra atención.

—Asesino en serie. Tenemos uno en el país ahora mismo, ¿verdad?


—Sí. Lo mencionaron en las noticias. ¿Qué es lo que...? —Mis ojos se
ensanchan—. Podría ser la coartada que necesitamos.

Florian abre la boca para comentar, cuando Octavius susurra:

—Florian. —Se precipita hacia él y cae de rodillas, atento a no meterse en


la sangre, y coloca sus manos sobre los hombros de Octavius—. ¿Qué he
hecho, Florian? —Su voz por fin resuena con conciencia, y nos mira por
encima del hombro—. ¿Qué he hecho? —Una expresión de horror cruza su
cara y sacude la cabeza. —Lo he matado. Mierda, lo he matado. —Se le llenan
los ojos de lágrimas—. Estella. Se quedará sola —susurra la última parte.

—No, tenemos un plan.

—¡No! —grita, golpeando su puño contra el pecho—. La culpa es mía.


Yo lo hice. Salgan. Salgan todos y llamaré a la policía. Me entregaré—. Solo
promete cuidar de Estella —le dice a Florian y añade—: Por favor.

Florian aprieta más a Octavius, su voz se vuelve mortal. —Haré


cualquier cosa por ti, hombre, pero no esto. Encontraremos una manera.

—¡No hay ninguna maldita manera! Soy un asesino. ¡Fuera!

No me sorprende. Entre todos nosotros, Octavius tiene el más alto sentido


de la moral y siempre admite sus faltas. Ama a su hermanita y a nosotros más
que a sí mismo, así que ni siquiera nos someterá voluntariamente a cualquier
peligro.

Es el tipo de persona que sacrificará su propia alma si eso significa salvar


a los que ama. Es único en su especie.

Si yo soy Odisseus, entonces él es Héctor.

Y que me aspen si lo dejamos hacer lo que quiere.


Santiago pone los ojos en blanco y se dirige a él, luego le da una fuerte
bofetada a Octavius en la cara.

—¡Qué demonios, Santiago! —Florian ruge, pero Santiago también lo


empuja hacia atrás, sosteniendo la mirada de Octavius que por fin se aclara, y
sus ojos marrones comprenden la información.

—Nadie va a ir a la cárcel por culpa de tu irresponsable culo. Nuestro


futuro está en juego. Ahora sal de tu maldito shock. Tenemos que ocuparnos
de tu lío, y no tenemos tiempo para consolarte. —Octavius parpadea, y
Santiago respira profundamente, contemplando internamente algo, a juzgar
por la expresión de su cara.

Pensó que esta asignación que requiere que estemos todos juntos pondría
fin a nuestra amistad de una vez por todas, destruyendo nuestro vínculo.

Sin embargo, la asignación es solo el principio, porque ahora no tenemos


más remedio que trabajar juntos para arreglar este desastre y salir de esto con
nuestra libertad intacta.

Así que eso es lo que hacemos.

Lo organizamos todo y a duras penas conseguimos llegar a mi club de


lucha, donde peleo con mi brazo lesionado.

Gano la pelea y mis amigos se quedan a mi lado. Y más tarde, cuando


Santiago se queda a dormir y nos cuenta lo que le pasó...

Le pedimos que nos enseñe a torturar a la gente de la manera correcta,


para poder castigar a quienes se lo merecen.

Nuestro mejor amigo se muestra reacio, pero hace lo que le pedimos, y así
es como nos volvemos invencibles.
Poco a poco, no al instante, nos convertimos en una unidad
inquebrantable, que destruye todo lo que se interpone en nuestro camino.

Solo nuestro nombre inspira miedo y temor por igual en quienes nos
rodean.

Tres días después de aquello, Roland murió de un ataque al


corazón, pero no antes de susurrarme al oído el nombre de mi madre
y cómo ella nunca me quiso, por lo que su padre se deshizo de mí.

Descubrí la verdad con todos mis contactos.

Nací en este mundo como Odysseus Carrington, heredero del


imperio Carrington, ya que Duke Carrington solo tenía una hija.

Todas las riquezas me pertenecían si solo mi abuelo me hubiera


conservado.

En cambio, ordenó que me mataran. Así que, durante los tres


primeros años de mi vida, estuve sometido a abusos que pude ver con
mis propios ojos en los vídeos que estos imbéciles guardaban. Lo
documentaron todo como su seguro en caso que la policía los
persiguiera.

Me daban patadas, me quemaban la piel con cigarrillos, me


empujaban, me hacían pasar hambre, incluso me obligaban a comer
mi propio vómito, y algunos incluso me echaban whisky solo para
reírse de ver que no podía respirar por la asfixia.

Resulta que las imágenes que parpadeaban en mi cabeza eran mis


recuerdos.
Los imbéciles se negaban a matarme, pero no les importaba
hacerme daño. Su adicción y su estilo de vida requerían dinero, así
que me guardaron por si tenían el valor de chantajear a Duke.

Me entregaron a la familia Reyes con un generoso cheque adjunto


cuando Duke descubrió su mentira, y desde entonces tuvieron que
esconderse de él, cambiando incluso sus identidades.

No merecían ninguna piedad, así que los encontré a todos y los


maté de las formas más horribles, disfrutando de cada gota de sangre
y de cada grito que salía de sus gargantas.

Sin embargo, una cosa buena surgió de mi pasado, a pesar que


solo existían demonios en él.

La crueldad de todos dirigida a mí me convirtió en lo que soy hoy.

Poderoso. Despiadado. Sin corazón.

Yo, Remi Reyes, llegué a la cima y conquisté todo lo que quería en


esta vida, demostrando a todos los que querían destruirme que habían
perdido.

Juré quitarle su imperio como él me quitó mi infancia.

El plan iba perfectamente.

Sin embargo, a través de todos mis cálculos y esquemas, no pude


predecir una cosa.

Ella.

Porque solo su presencia despierta mi corazón bueno para nada y


le recuerda que debe latir de nuevo.
Penelope
Todavía aturdida por la información que tengo en la cabeza, me
dirijo al salón principal, abriéndome paso entre los cuerpos hacia la
terraza, donde encuentro a las chicas bebiendo en el cenador que se
abre a una vista del precioso jardín.

Florian y Santiago se apoyan en la barandilla, observando


melancólicamente a sus mujeres.

—Es su hijo, ¿verdad? —Sus cejas se levantan, aunque no se me


escapa la aprobación en los ojos de Florian—. Por eso quiere acabar
con todos.

—¿El hijo de quién? —pregunta Jimena, levantándose, pero no le


presto atención, toda mi atención está puesta en los dos jinetes.

—¿A dónde fue? —Permanecen en silencio—. Necesito estar con


él.

Santiago se ríe. —Confía en mí, Penelope, no lo necesitas. —La


forma en que lo dice, habla mucho sobre el paradero de Remi.

Estaba tan enojado, tan, tan furioso con todos, que ese tipo de ira
necesita una salida.

Sus diversas cicatrices me vienen a la cabeza junto con los


comentarios crípticos. Cuando le pregunté antes por ellas en la ducha,
me dio una respuesta cortante.

Las conseguí haciendo lo que más me gusta. Pelear.


¿A dónde va un monstruo cuando se enfrenta a su pasado que aún
le duele y le persigue?

Al lugar donde puede olvidar y establecer de nuevo su poder, ya


que el dolor físico tiene la capacidad de apagar el fuego del
autodesprecio que nos carcome por dentro.

—Yo me encargaré y lo traeré a casa —me informa Santiago, y yo


niego con la cabeza, haciéndole arquear la ceja—. ¿Objeciones?

—Necesito verlo. Se va a hacer daño.

—Nada nuevo —reflexiona Florian, terminando su bebida de un


solo trago y haciendo girar el vaso en su mano—. Las emociones de
Remi son imprevisibles ahora mismo. Quien se interponga en su
camino saldrá inevitablemente herido.

—Y no podemos dejar que te haga daño. Porque entonces se


volverá loco —concluye Santiago y sonríe a su mujer a través de la
tensión. Ella se acerca a él y le frota el pecho mientras me mira con
preocupación—. Respeta su deseo, perdona su temperamento y
espera a que aparezca. Lo traeremos.

La ira me hierve la sangre, la furia me inunda y me envuelve con


fuerza ante sus consejos, porque eso es lo que he estado haciendo toda
mi vida.

Esperar y esperar a que el destino me devolviera a Amalia, a que


los investigadores privados hicieran su trabajo y cambiaran algo.

La espera fue un elemento permanente en mi vida durante tanto


tiempo que ya no deseo hacerlo.
Estar sentada me trajo una gemela que no quiere saber nada de mí.

Mi esposo reside en la oscuridad, donde cualquier paso en falso


podría hacerlo entrar en una espiral de locura tan profunda y sádica
que le desgarraría el alma.

Y no dejaré que eso ocurra.

Es un monstruo, sí, pero es mi monstruo, así que voy a hacer algo


por mí misma por una vez en esta vida.

Elegir al hombre del que todos me advierten que me aleje.

—No —respondo, y los hombres me clavan sus miradas—. Soy su


esposa. Tengo derecho a estar con mi esposo ahora mismo, y tú me
llevarás con él. —Señalo con un dedo a Santiago—. Porque él es tu
mejor amigo, y ahora mismo soy la única que puede calmarlo.

Un músculo de su mandíbula se tensa y algo cruza su cara. Sé que


está a punto de decir algo malo, cuando Briseis le susurra:

—¿Mi amor? —Él la mira mientras comparten un momento—. ¿Si


fueras tú y Remi fuera el que me alejara de ti...?

Él flexiona su brazo alrededor de la cintura de ella, acercándola, y


ella pasa sus dedos sobre su cuello.

Estoy a punto de abrazar a Briseis cuando él aparta su mirada de


ella y me señala con la cabeza. —Te llevaré conmigo. —Suspiro
aliviada, pero luego me tenso cuando añade—: Pero si después de esto
decides dejarlo... nada te salvará de mi ira. Debes estar muy segura,
Penelope. Porque después de esta noche, no te harás ilusiones sobre
con quién te has casado.
Estas palabras deberían asustarme, pero en cambio, hacen que mi
corazón sangre.

Mi monstruo está agonizando, ya que el destino le repartió una


mano de mierda, y aunque suene irónico, soy la única persona que
realmente lo entiende.

Mis padres me querían, y Sofía debió querer a Remi... pero su


amor no nos salvó de una realidad torturada. En cambio, su amor
sirvió como veneno en nuestra sangre, trayendo un dolor del que
nada podría curarnos.

Así que no importa lo que vea esta noche, no lo dejaré.

Al menos no por esto.

Que Dios me ayude.


Remi
Cogiendo las vendas del banco me las ato alrededor de las manos
una a una, la tela blanca e impoluta contrasta con mi piel bronceada
que pronto se empapará de la sangre de mis oponentes.

El aire acondicionado zumba con fuerza en el espacio, refrescando


mi caliente pecho desnudo mientras me miro en el espejo y estudio mi
mortal reflejo.

Y me odio con cada fibra de mi ser justo en este momento, porque


mi crueldad que no conoce límites golpeó a mi propia esposa.

La llamé cautiva después de haber hecho todo lo posible para


demostrarle lo contrario, y la mirada de dolor en su rostro me siguió
hasta aquí. No puedo borrarla de mi cerebro, la bestia que hay en mí
ruge de disgusto y desea calmarla.

Sin embargo, ese es un lujo que no puedo permitirme en este


momento mientras la rabia rebota por todo mi sistema, instándome a
desgarrar a alguien para que no se convierta en autodestrucción.

Y entonces otro rostro aparece en mi mente, y me apoyo en el


lavabo, agarrándolo con tanta fuerza que podría romperse.

Sofía Carrington.

Mi... Madre.
La palabra tiene un sabor amargo en mi lengua, y recojo un poco
de agua en la palma de la mano y la bebo, deseando lavarla, pero el
sabor se queda conmigo.

Nunca he hablado con esta mujer en mi vida; sin embargo, la he


visto durante innumerables funciones y en periódicos y revistas,
memorizando cada uno de sus rasgos y tratando desesperadamente
de ver nuestro parecido mientras despreciaba su felicidad.

Ni una sola vez se mencionó que tenía un bebé y, en cierto modo,


estaba muy agradecido por ello, porque daba cabida a toda mi
venganza sin tenerla en cuenta a ella.

Si ella no me quería, entonces no merecía piedad, ¿no? Además, no


ser querido no era nada nuevo.

Mi madre adoptiva deseaba que yo nunca naciera, mientras que mi


madre biológica consiguió que se cumpliera su deseo. Su padre,
también conocido como mi abuelo, la liberó de la carga de criar a un
bastardo.

Curiosamente, mi padre biológico procedía de una poderosa


dinastía, por lo que por mis venas solo corre sangre real, pero eso no
es suficiente.

Hay que nacer príncipe para ser considerado digno en esta


sociedad; de lo contrario, traes la vergüenza.

La vergüenza me empujó al infierno que me despojó de todos mis


derechos, por lo que mi venganza nunca estuvo de más.

¿Por qué deberían vivir felices, cuando yo sufría?


Sin embargo, esta noche, la escuché, el temblor en su voz, el dolor
en sus ojos cuando habló de su hijo, y eso...

Me enfureció más allá de lo imaginable, porque ella no tiene


derecho a sentirse así.

Ella adora a su padre. Si no lo hiciera, no estaría jugando con sus


reglas, así que ¿cómo se atreve a llorar al hijo que él ordenó matar?

Y me enojo conmigo mismo por seguir preocupándome a pesar de


saberlo mejor.

Aunque le dijera la verdad y me recibiera con los brazos abiertos,


nunca acudiría a ella.

El amor no puede curarlo todo, y menos un alma que ha sufrido


durante treinta y un años.

Tal vez sea la naturaleza.

No podemos evitar estar apegados a nuestras madres en algún


nivel, aunque eso solo nos lleve a la ruina.

Algunas relaciones son simplemente tóxicas y te destruyen, así que


es mejor mantenerse alejado o no conocerlas nunca.

O esa es la excusa que me doy a mí mismo para callar las voces


que gritan en mi cabeza que vaya hacia ella y la sacuda tan fuerte
hasta que responda por qué no luchó lo suficiente.

¿Por qué creyó que su bebé había muerto?

¿Por qué se rindió tan fácilmente y nunca me lloró?

¿Por qué, Sofía?


Las puertas se abren de golpe, sacándome de mis pensamientos, y
me encuentro con la mirada de Tim en el espejo mientras juega con su
bigote. —Hora de pelear.

Todavía es dueño y dirige este pequeño club en las afueras de la


ciudad, ganando dinero con las peleas, y a pesar que estamos a
kilómetros de distancia social y económicamente, lo visito de vez en
cuando para presentar mis respetos a un hombre que en cierto modo
me ayudó de adolescente.

Aunque, este lugar es una completa zanja llena de suciedad y


codicia.

Empujo hacia atrás, haciendo rodar los hombros, y crujo mi cuello


de lado a lado, bloqueando todo lo que no sea el bombeo de mi sangre
y la adrenalina deslizándose por mis venas, alimentándola de rabia
una y otra vez.

—Hace tiempo que no haces esto. El club está lleno. —Parece


complacido, aunque no me importa un carajo.

Me doy la vuelta y le doy una sonrisa torcida. —Entonces tienes


suerte, ¿no? Vas a ganar algo de dinero. —Frunce el ceño, pero
retrocede cuando salgo ante el rugido de la multitud mientras el olor a
sudor y alcohol impregna el aire.

Cierro los ojos por un segundo, me lo bebo todo y dejo que la


oscuridad me envuelva por completo, absorbiendo la energía que me
rodea.

Soy un monstruo.

¿Por qué diablos me atreví a tocar a una princesa?


Penelope
Una respiración áspera se me escapa, cuando Santiago introduce
su auto en el oscuro callejón, unos cuantos gatos callejeros se pasean
por el perímetro mientras la oscuridad y el engaño flotan en el aire.
Me hace encogerme en los cojines de cuero, odiando como tomó casi
cuarenta minutos llegar hasta aquí, ya que este club se encuentra
aparentemente en un lugar prohibido por Dios.

—No es demasiado tarde para cambiar de opinión —dice Florian,


dirigiéndose a mí desde el asiento delantero y encendiendo su
cigarrillo.

No me molesto en contestar; estos dos ya han intentado todo lo


posible para convencerme que no asista, como si su amigo se
convirtiera en una bestia allí dentro o algo así.

No puede ser peor que lo que he visto en las fotos del calabozo,
¿verdad?

Agarrando la manilla, salgo, seguida rápidamente por los chicos, y


al instante me tapo la nariz ante el olor putrefacto que contamina el
aire y algo parecido a... ¿orina?

Las puertas dobles y metálicas se encuentran a unos metros de


distancia, y vibran con la música rock pesada que suena desde el
interior, y es entonces cuando Santiago me hace un gesto para que
camine. —Vamos, Penelope. Quédate siempre a nuestro lado.

—Y veas lo que veas, no grites. Él se volverá loco.


Con este pequeño consejo, Florian pulsa un código en el panel de
la puerta, y esta se abre, dejándonos entrar donde nos recibe un
musculoso portero, con un cuenco lleno de dinero. —Oh. Los Jinetes
Oscuros. —Mueve la cabeza—. La pelea ha comenzado.

Florian deja caer un par de cientos en el cuenco, y apenas tengo


tiempo de pensar en ello cuando llegamos a otra puerta, y esta vez,
cuando Santiago la abre de una patada, mis ojos se ensanchan y un
grito ahogado se escapa de mis labios al ver el interior.

Porque nunca he visto nada tan crudo y sucio.

El amplio local está repleto de gente, innumerables cuerpos


apretados unos contra otros, ocupando las distintas sillas, taburetes, y
bailando al ritmo de la música, bombeando los puños hacia arriba. Las
camareras pasan por las mesas, sosteniendo bandejas de plástico y
vistiendo tops ajustados y pantalones cortos que apenas les cubren las
nalgas.

Llevan sonrisas educadas en sus rostros, pero no se me escapa


cómo una de ellas fulmina con la mirada al hombre que intenta tocarla
e incluso le da una bofetada, y este levanta al instante las manos para
defenderse, reanudando su bebida.

Lo que dice mucho del dueño. Si sus trabajadores se sienten lo


suficientemente seguros como para objetar, probablemente no sea tan
malo. No es algo que esperaría de alguien que fuera dueño de este
establecimiento, ya que incluso las paredes de este lugar apestan a
vicios y suciedad, como si la oscuridad residiera y gobernara aquí,
dictando a todos cómo comportarse.
El malestar me invade, y me froto los brazos, sintiendo de repente
un escalofrío, especialmente cuando un hombre se baja la bragueta y
se rodea la polla con la mano mientras observa a una stripper que se
arremolina en la barra. Está enseñando a todo el mundo sus pechos y
su culo desnudo mientras todos los hombres intentan darle dinero.

—Qué asco —le murmuro al hombre y luego veo cómo otro


portero lo agarra por el cuello y lo arrastra hacia la salida, así que
supongo que eso no está permitido.

El camarero se dedica a servir las bebidas en los vasos, mientras


los hombres exigen tragos, y algunos incluso se las arreglan para follar
con las mujeres en los rincones oscuros, si sus movimientos sirven
para algo.

El olor a alcohol me hace cosquillas en las fosas nasales mientras el


humo flota en el aire, haciendo que me lloren los ojos, y realmente
deseo volver a salir corriendo para respirar un poco de oxígeno fresco.
Sin embargo, pego los pies al suelo.

Cualquier muestra de debilidad en este momento no será bien


recibida.

Santiago y Florian me colocan justo en medio de ellos cuando


empezamos a movernos, protegiéndome de cualquiera que intente
entrar en contacto conmigo. La gente se separa de forma natural para
ellos, permitiéndonos atravesar los cuerpos con facilidad, aunque eso
no me alivia.

—No mires a tu alrededor. Somos criaturas posesivas —aconseja


Florian, y yo le dirijo una mirada de desconcierto.
—¡Apenas me importan estos hombres!

—Bueno, algunos tienen la polla fuera, querida. Remi no lo


apreciaría.

Es admirable cómo se cubren las espaldas el uno al otro, sin


embargo, esto es completamente ridículo.

—Son asquerosos.

Santiago me envía una sonrisa irónica. —Todavía no has visto


nada.

Mi estómago se revuelve mientras el pavor llena cada una de mis


células, y a pesar de tener miedo de lo que pueda descubrir pronto,
sigo obligándome a caminar hacia nuestro destino.

Tres pasos más y llegamos a un callejón sin salida, por lo que mis
cejas se fruncen en confusión.

¿Y ahora qué?

Santiago me mira. —Recuerda una cosa. Su mayor temor es que


los abandones. —Supongo que también alude a Amalia—. Así que
mantén la decisión que has tomado. —Pone la palma de la mano
extendida en la pared, y esta se desplaza hacia un lado, haciéndome
parpadear de sorpresa.

¿Un pasaje secreto?

Esto solo intensifica la inquietud, transformándola rápidamente en


pánico, porque si tienen que llegar a estos extremos para ocultarlo... lo
que ocurre dentro debe ser ilegal.
Peleas.

Mi corazón se detiene al darme cuenta.

¿Peleas sin reglas? Es decir... ¿hasta que uno de ellos esté muerto o
demasiado débil para levantarse, con la posibilidad de repercusiones
de por vida?

Santiago entra primero, luego yo, mientras Florian cierra nuestro


círculo mientras bajamos las escaleras, con cánticos cada vez más
fuertes hasta que es lo único que oigo.

El público aquí dentro está aún más lleno de gente de pie junto a
los bancos mientras beben y agitan su dinero, gritando "Odisseus" o
"Bellamy" y luego lo lanzan en las bolsas que sostienen los servidores,
que recogen el dinero como si tuvieran el culo en llamas.

Rodean un cuadrilátero de boxeo justo en el centro, la lámpara


brilla intensamente sobre él y muestra en todo su esplendor a dos
hombres con el pecho desnudo enfrentados, el sudor goteando por su
piel, haciéndoles brillar mientras sus venas palpitan a lo largo de sus
abultados músculos.

—Oh, Dios mío —susurro con horror y fascinación al ver cómo mi


esposo cierra el puño y luego golpea a su oponente con fuerza en el
estómago, lo que le hace ganar un gemido. El fornido hombre se dobla
en dos, y entonces Remi lo golpea con el codo en la espalda, lo que
provoca su caída de rodillas mientras respira con dificultad.

—¡Odisseus! ¡Odisseus! Odisseus! —canta el público como loco


una y otra vez, creando un frenesí a nuestro alrededor mientras Remi
rodea a su enemigo, la sangre resbala por su frente mientras un
gruñido curva su labio, recordándome a un animal enjaulado que
finalmente se ha liberado y exige venganza.

Y en cierto modo, es verdad, ¿no?

El monstruo que esconde viviendo en lo más profundo de su ser


por fin tiene rienda suelta por el momento y disfruta cada segundo
del sufrimiento que reparte a los que se interponen en su camino.

—¡Bellamy, vamos! —grita un hombre con barba, agitando su


botella de whisky—. ¡Apuesto mil dólares a que ganas, maldición! —
Da un trago más grande a su bebida y luego se limpia la boca—. Mata
a ese maldito imbécil… —Octavius, que camina detrás de él, lo
empuja hacia un lado, y el hombre se atraganta con su propia saliva,
derramando su bebida.

El último jinete se une a nosotros, con su chaqueta echada al


hombro mientras saluda con la cabeza a sus amigos. Supongo que no
ha vigilado lo suficiente a mi esposo, ¡ya que está en un maldito ring
de boxeo!

Bellamy se levanta, aunque con las piernas temblorosas, y Remi se


acerca, y entonces el hombre golpea con su puño la clavícula de mi
esposo, haciéndolo tropezar hacia atrás en las cuerdas, y luego
continúa golpeando a Remi con potentes golpes, uno tras otro.

Por instinto, me abalanzo hacia él, pero Florian me tira de nuevo


hacia él.

—¡Le está haciendo daño!

Octavius se ríe, aunque carece de humor.


—No, lo está agotando. Pasa un segundo—. Espera, ¿por qué
demonios la has traído aquí?

—Era imposible detenerla.

Sin embargo, los silencio y vuelvo a centrarme en el cuadrilátero,


donde el hombre da dos golpes más y luego retrocede cuando Remi se
apoya en las cuerdas, respirando con dificultad mientras una sonrisa
curva la boca de Bellamy en la anticipación de la victoria.

Solo para que se le escape cuando Remi levanta la cabeza y luego


salta desde las cuerdas, golpeando al hombre bajo la barbilla, lo que lo
hace retroceder la cabeza, y la sangre salpica el ring. Otro golpe va a
su estómago, y entonces Remi envuelve su mano alrededor del cuello
del hombre, sosteniéndolo en el pliegue de su codo mientras presiona
su puño en el bazo del hombre, probablemente provocando mucho
dolor.

El hombre lucha en su agarre, tirando del codo y cortando


lentamente su suministro de oxígeno, y su cara se pone roja mientras
Remi se limita a flexionar los músculos, sonriendo ante la muestra de
desesperanza. Mi corazón se detiene por un segundo, porque ya no
hay escapatoria.

La crueldad que vive dentro de él brilla a la vista de todos, ¿y lo


peor de todo?

Remi se regodea en ella, empapándose de alegría a cada segundo,


porque la oscuridad debe apagar su corazón por completo, lo que
significa que no siente nada.

Especialmente el dolor.
Poniendo mis dedos en mis labios, entiendo con claridad por qué
todos ellos se entregan a todos sus horribles crímenes, sintiéndose
vivos haciendo todas esas horribles acciones y nunca pidiendo perdón
por ellas.

Si no lo hacen... significa que no podrán luchar contra los


demonios que los arañan y les instan a sucumbir al lado oscuro.
Perderían su humanidad por completo cuando el dolor se vuelve tan
insoportable que no pueden soportarlo más.

Almas torturadas y oscuras que vagan por esta tierra en busca de


una expiación que saben que nunca obtendrán, por lo que se adentran
más y más, como si desafiaran al mundo a mostrarles lo contrario.

Atreviéndose a hacerles creer que alguien podría amarlos o


aceptarlos por lo que son sin tratar de cambiarlos.

Pero no tienen esa fe, así que cuando ven a una mujer que
quieren... la obligan a estar con ellos, ya que ¿quién se apuntaría
voluntariamente a una vida así?

Toda bestia que está enojada... suele sangrar de dentro hacia


afuera, usando su duro exterior para que nadie pueda usar su dolor
contra ellos.

—Remi —susurro, su nombre es casi una oración en mis labios,


porque justo en este momento, el dolor que experimenta me atraviesa
a mí también.

Me ha reclamado delante de todo el mundo y en este silencio me


ha pedido que lo acepte con todos sus defectos.

Y yo lo he rechazado una y otra vez.


¿Cómo puedes saber cómo amar si nunca te han amado?

Un rugido del público me saca de mis pensamientos y vuelvo a


mirar al ring, donde Remi deja caer al hombre al suelo, arrebatándole
el whisky al árbitro y engulléndolo con avidez. Bellamy se abalanza
de nuevo sobre él, pero mi esposo lo agarra por el cuello,
congelándolo en el lugar.

Un poco más de presión y lo asfixiará o le romperá el cuello.

—¡Acaba con él!

—¡Hasta el final, Odisseus!

Junto mis manos temblorosas, el miedo que se desliza sobre mi


forma me envuelve lentamente, mientras temo verlo matar realmente
a alguien.

—Debería matarlo. A ese cabrón le encanta pegar a las mujeres —


reflexiona Florian—. Y a los niños.

Octavius habla:

—Le ha arrancado todos los dientes y estoy seguro que le ha


fracturado el brazo de forma que nunca podrá levantar la mano a
nadie. Su cuerpo funciona solo con adrenalina. —Él también parece
satisfecho, y no es que lo culpe. Si este hombre es cruel con la gente,
entonces no tiene compasión de mi parte.

—Ya conoces a Remi y su código. —Santiago no da más detalles, y


entonces el grito de Bellamy reverbera en el espacio cuando Remi tira
de su otro brazo y lo rompe de forma que lo hace oscilar en una
posición incómoda.
El hombre cae de rodillas, con la sangre resbalando por su cara,
murmura algo mientras Remi se frota la barbilla con la botella antes
de tirarla.

El árbitro corre hacia el tipo y prácticamente le empuja el


micrófono a la cara, y sus palabras torturadas inundan al público.

—Por favor. Por favor, para.

—¡A la mierda! Mándalo a la cama del hospital —grita alguien, y


yo les sacudo la cabeza con asco, odiando cómo actúan todos.

Remi se aprieta el cabello, echando el puño hacia atrás, lo que es


una respuesta en sí misma, cuando levanta los ojos... y chocan con los
míos.

Ambos nos quedamos paralizados, y por un segundo, parece que


el mundo entero deja de existir, dejándonos solos en él mientras nos
miramos fijamente. Sus oscuros orbes están horrorizados y furiosos,
mientras que los míos están probablemente asustados.

Al monstruo no le gusta que vaya a su territorio de caza sin


invitación.

Rompe nuestra conexión soltando a Bellamy y saltando a través de


las cuerdas, dirigiéndose hacia mí a largas zancadas.

Florian silba. —Buena suerte, querida.

—Recuerda lo que dije sobre rendirse —añade Santiago mientras


Octavius se limita a reír, encontrando todo esto hilarante al parecer,
mientras el pánico y la expectación me llenan hasta el borde mientras
intento desesperadamente calibrar la reacción de Remi, pero no lo
consigo.

Finalmente, llega hasta mí, agarra mi barbilla y la aprieta con


fuerza mientras respira con dificultad. —¿Quién la trajo aquí? —
pregunta a nadie en particular. Y luego, sin esperar respuesta, se
inclina un poco y me echa por encima de su hombro mientras todo se
vuelve del revés para mí. Ignora mi chillido y me enderezo un poco,
hundiendo mi uña en su espalda mientras su duro músculo se clava
en mi estómago.

—Me ocuparé de ustedes más tarde —sisea a sus amigos mientras


se mueve como una pantera hacia la salida, con su agarre tan fuerte
que es un milagro que no me aplaste los huesos.

No tengo ni idea de adónde me lleva, pero hay una cosa que sé con
seguridad.

Me castigará por desobedecer su orden.

Porque me atreví a ver lo que él escondía tan bien...

Un corazón sangrante y desesperado por amor.

Y esta verdad lo cambia todo.


"Todo el mundo sabe cómo acaba la historia cuando te enamoras de un príncipe.
Sin embargo, ¿cómo acaba cuando te enamoras de un monstruo?"
Penelope

Penelope
El ascensor suena anunciando nuestra llegada y, en cuanto se
abren las puertas, Remi sale y se dirige directamente a nuestra
habitación mientras yo resoplo de frustración.

Después de ordenarme que subiera a su auto, condujo hasta aquí


en completo silencio, y como tampoco tenía idea de qué decirle,
teniendo en cuenta que estaba embadurnado de sangre y parecía
furioso a más no poder, decidí mantener la boca cerrada.

Solo que no esperaba que todo esto durara tanto.

Me quito los tacones y me froto las pantorrillas por el dolor que


me produce llevarlos puestos, y lo sigo hasta la habitación justo a
tiempo para verlo meterse en la ducha y abrir el agua.

—Remi, tenemos que hablar —le digo, riéndome de mi elección de


palabras.
Por lo visto, a ningún hombre le gusta oírlas.

No responde, así que golpeo la puerta de la ducha y repito:

—Tenemos que hablar.

—Me estoy duchando —afirma lo obvio, y me apoyo en el lavabo,


dando golpecitos con el pie para hacerle saber que me quedo, para
que no piense que tiene todo el tiempo del mundo para evitarme.

Debe de funcionar, porque se ducha en un tiempo récord y al cabo


de unos instantes sale en todo su esplendor desnudo. Coge la toalla
que tiene cerca, se la pone alrededor de las caderas y se pasa los dedos
por el cabello mojado.

Ignorándome por completo, vuelve a la habitación y se dirige al


bar, sirviéndose un vaso de whisky mientras la luz de la luna que
entra por la ventana abierta ilumina el espacio que nos rodea y le da
un atractivo aún más siniestro.

—Tráelos. —Da un gran sorbo, cierra los ojos al tragar y su nuez


de Adán se balancea, llamando la atención sobre su garganta y las
venas abultadas que hay en ella.

Mis cejas se fruncen en confusión y enciendo la luz tenue de la


habitación, lo que me permite estudiar mejor su expresión.

—¿Traer qué?

Bebe un sorbo más de su bebida antes de apoyar la espalda en la


pared. —La histeria. —Pasa un rato y se explaya—: Grita cómo me
odias y el monstruo que soy por estar vivo. Y no olvides enojarte por
la forma en que te hablé antes. —Me saluda con su vaso, derramando
el alcohol en el suelo—. En otras palabras, mi esposa, maldíceme hasta
que te canses. Vamos.

Mi corazón da un vuelco dentro de mi pecho, envolviéndolo de


dolor ante el cansancio y la aceptación en su tono, como si no esperara
otra cosa de mí.

¿Por qué no iba a hacerlo?

He dejado muy claros mis sentimientos y he luchado contra él en


todo momento.

—No quiero hacer eso. —Se queda quieto, con el ceño fruncido, y
puedo leer en su cara que no me cree—. Lo único que necesito es
entender.

—¿Entender qué?

—¿Cambiará algo una vez que cumplas tu venganza? —Frunce el


ceño, terminando su bebida, así que añado—: ¿Se calmará tu corazón
una vez que castigues a tu abuelo por lo que hizo

Se queda paralizado, mirándome con sorpresa que rápidamente


cubre con indiferencia, y vuelve a coger la botella de whisky, tirando
el vaso que cae en la alfombra con un golpe sordo. Bebe directamente
de la botella, de un trago, porque creo que necesita el valor para
hablar de su dolor.

De lo contrario, no será capaz de sobrevivir.

—No lo sé —dice, limpiándose la boca—. Seguro que me dará


satisfacción.

—¿Lo hará? —Me acerco a él, pero no me atrevo a tocarlo. En su


lugar, me siento en la cama, con la mirada fija en él, demasiado
temerosa de asustarlo antes que comparta algo—. ¿O seguirás
luchando en clubes y matando gente?

Una sonrisa torcida destella en sus labios mientras sus ojos


marrones permanecen absolutamente muertos. —Érase una vez
cuatro chicos que se enamoraron de cierto mito, porque representaba
en cierto modo nuestras propias cualidades. Cuatro jinetes destinados
a traer el caos a este mundo, y, sin embargo, a pesar de sus
diferencias, siempre permanecieron juntos. —Otro gran sorbo, y hago
lo posible por centrarme en esta conversación, aunque no responde a
mi pregunta, sin embargo, creo que la verdad se esconde tras su
historia de fondo—. Entonces uno de nosotros fue secuestrado
mientras los otros tres sufrían a su manera, años y años de abusos y
dolor que se embotellaban dentro de nosotros, exigiendo una salida.

—¿Así que elegiste la violencia?

Se da media vuelta, apoyando el brazo en la ventana mientras mira


a través de ella con nostalgia. —Entre otras cosas. No tenía derecho a
expresar mis emociones, porque no era nadie. Mi arrebato podría
haberme costado el futuro. Simplemente, no tenía ese privilegio.

—Odiabas a todo el mundo.

—No. Me refiero a los niños que se burlaban de mí, sí. Quería


castigarlos, así que empezaron las peleas. Sin embargo, había una
cierta sensación de aceptación, porque iba a la escuela con princesas y
herederos mientras mis padres eran quienes eran.

No importa lo pragmático que seas, el comportamiento de mierda


de la gente nos afecta a todos por igual. Él no merecía su crueldad.
—Luego ayudamos a nuestro amigo a encubrir la muerte del
padrastro de Octavius, y todo cambió. Nos convertimos en criminales.
—Apenas logro disimular mi sorpresa, pero sinceramente, hasta
nunca—. Y descubrimos que castigar a los que hacían daño a los que
eran como nosotros nos proporcionaba placer y propósito, igual que a
los jinetes de verdad. Así es como nos convertimos en los Cuatro
Jinetes Oscuros.

Aunque aprecio esto... —No responde a mi pregunta.

—Lo hace. Escucha con atención. Soy un jinete que prospera en la


oscuridad y nunca, nunca detendrá sus actos, porque por muy malo
que sea lo que hago... el monstruo que hay en mí permite que
duerman niños inocentes. Porque elimino a los que desean hacerles
daño o les hicieron daño en el pasado. —Me mira, y la resolución
cruza su cara—. Eso no excusa lo que hacemos ni nos hace mejores
que nadie. La verdadera fuerza de una persona reside en superar las
malas experiencias y no volver a ser como aquellos que te torturaron.
Porque mientras los cazas y los matas, eres igual que ellos.

—No —susurro, viendo la lógica retorcida en esto, y de alguna


manera esto me permite respirar más fácil, porque saber a quién
castiga lo hace parecer casi aceptable.

—Sí. Estamos en bandos diferentes; sin embargo, nuestras armas


son todas iguales. Empapadas de sangre, dolor y tortura de aquellos a
los que les ponemos las manos encima.

No apruebo la matanza, pero ¿es tan malo destruir a los que hieren
a los inocentes? En un mundo ideal, nuestro pasado no nos atenazaría,
y seríamos capaces de seguir adelante pase lo que pase.
Cuando en realidad algunos de nosotros nunca nos curamos de
nuestras experiencias. De cualquier manera, las únicas personas que
realmente logran esas tareas son aquellas que vivieron un infierno,
obtuvieron ayuda y terapia, y viven su mejor vida para darle un dedo
medio gigante a sus abusadores hasta que ya no les importan.

La libertad cuesta mucho y requiere trabajo y un deseo constante


de hacerlo mejor. Sin embargo, Remi y sus amigos no lo necesitan.

No buscan la validación. Son quienes son y no se disculpan por


ello.

—¿Por qué no los torturan y luego los llevan a la policía? —¿No


sería mejor para su tranquilidad?—. Tenemos leyes para protegernos
y hacer justicia.

Su risa amarga llena el espacio.

—Ma chérie. No tienes ni idea de lo poderosas que son algunas de


estas personas. Tienen conexiones en todas partes, y cualquier
escándalo puede ser encubierto con la cantidad adecuada de dinero y
estrategia. —Bebe un poco más de whisky antes de guardar la
botella—. Te sorprendería saber cuántos santos perfectos con las
familias más perfectas y las imágenes presentadas a todo el mundo
están tan podridos por dentro que pensarías que un demonio los
reclamó.

Agarrando las sábanas, reflexiono sobre esto y en silencio estoy de


acuerdo con él en el asunto, aunque pinta todo lo que nos rodea en
una luz bastante deprimente.

—¿Los monstruos también tienen diferentes razas? —Me burlo,


pero él niega con la cabeza.
—No, somos iguales. La oscuridad nos consume. Solo que todos la
canalizamos de forma diferente. ¿Recuerdas lo que te dije en nuestro
club? El bien y el mal están en el ojo del que mira. —Pasa un
segundo—. Tenemos nuestro código moral. Si haces daño a los
inocentes, te mataremos o te castigaremos, dependiendo de tu crimen.

—¿Una vida por una vida? —pregunto para dejarlo claro, y él


sonríe.

—No. ¿Crees que me importa un carajo si matan a alguien? Con


hacer daño es suficiente. Una vez que el monstruo ha probado la
sangre y el pecado, nunca dejará de cazar.

Lamiéndome los labios secos, finalmente hago la pregunta que


probablemente encenderá toda su furia. —Quieres destruir todo lo
que ha construido, no solo castigarlo. ¿Pero estás seguro que es justo
para tu madre?

Su cara se vuelve aún más cerrada, si es posible, y se cruza de


brazos mientras los truenos resuenan en el cielo seguidos de los
relámpagos. Es un clima bastante apropiado para la tormenta que está
ocurriendo dentro de esta habitación en este momento.

Acabo de pisar la herida de la bestia y quién sabe cómo


reaccionará.

El tiempo pasa mientras él se queda callado, y creo que no va a


responder, cuando finalmente contesta:

—No tengo madre. Verás, mi madre biológica se olvidó de mí, y la


adoptiva me trató como una mierda. —Se da la vuelta, y el aire en mi
garganta se engancha cuando señala sus cicatrices de nuevo, más
profundas bajo la dura luz, mostrando líneas sobre líneas en su carne
con huellas de hebillas de cinturón junto con quemaduras de
cigarrillos—. ¿Parezco un niño que tuvo una madre?

Se vuelve para mirarme. —Quizá no sea justo para Sofía, pero mi


vida era una basura hasta que conocí a los cuatro oscuros, e incluso
después de eso, sufrí. Todo porque me atreví a vivir cuando
absolutamente todo el mundo deseaba que no hubiera nacido. —Me
tapo la boca con la palma de la mano, las lágrimas llenan mis ojos ante
la agonía que ya no oculta en su voz—. Así que perdóname si no
siento remordimientos. Quiero que se haga justicia por una vez en mi
vida. No puedo matarlo. —Mira hacia abajo, tirando de su cabello,
antes de volver a mirarme—. Me convencí que quería su vergüenza, y
es cierto. Pero tampoco tengo ganas de matar a mi propio abuelo.

—No —susurro—, porque no te pareces en nada a él. —Y aunque


probablemente se niegue a admitirlo, no quiere herir a su madre.

—¿Estás segura? —Más truenos retumban en el cielo—. Has visto


de lo que soy capaz, y nunca cambiaré. ¿Dónde está tu deseo de huir,
mi bella esposa?

La rabia que lo posee nunca desaparecerá de verdad, porque


aprendió a usarla en su beneficio, y si elijo vivir con él, tendría que
aceptarlo, entre otras cosas.

Sin embargo, mi hombre fue y es siempre honesto, ¿no?

No me promete que vaya a cambiar, solo que siempre tendré su


devoción eterna.

Si le doy la oportunidad... podría vivir con muchas cosas, incluso


con su oscuridad, pero el amor lo vencería todo, ¿no?

¿O ayudaría a soportarlo?
Briseis ama a Santiago a pesar de su pasado y su presente, y ese
hombre la adora a su manera, imagino.

Podríamos tener lo que ellos tienen si solo creyera, ¿verdad?

Finalmente, la lucha interna en mi interior desde que tuvimos sexo


aquella primera vez se asienta, y una burbuja de risa emerge de mi
garganta, dando la bienvenida a esta libertad para tal vez
enamorarme de un hombre que todos dicen que es una mala semilla.

Mi apuesto villano que mataría a cualquier príncipe y dragón que


se interpusiera en su camino, y es esto lo que me hace sentir más viva.

Remi frunce el ceño y luego se queda quieto cuando me levanto,


acercándome a él hasta que las puntas de mis pies tocan los suyos.

Colocando las palmas de las manos sobre su piel, las deslizo hacia
arriba hasta rodear su cuello y lo acerco a mí, nuestras bocas a
centímetros de distancia la una de la otra, y un temblor lo recorre al
ver mi adoración y aceptación en mi rostro.

—No más huir. Le daré una oportunidad a este matrimonio. Soy


tuya.

Me mira fijamente como si no pudiera comprender lo que acabo de


decirle y luego, con un gemido, pega su boca a la mía.

Sí.

He reclamado a uno de los Cuatro Jinetes Oscuros.

¡Y él es todo mío!
Remi
Gime cuando busco su lengua con la mía, chocando en un beso
caliente que la hace apretarme con tanta fuerza que la piel se le pone
de gallina mientras echa la cabeza hacia atrás, dándome un mejor
acceso a su boca.

Agarro su cabello y lo inclino mejor antes de sumergirme


profundamente, batiéndome en duelo por el dominio mientras ella me
iguala golpe por golpe mientras, con este beso -a pesar de su pasión-,
hago lo posible por comunicarle mi gratitud.

Porque bajo las capas de armadura que he adquirido a lo largo de


los años para protegerme, ella me ve.

Por primera vez desde que conocí a los cuatro oscuros, alguien me
quiere por mí con todos mis defectos, dándome algo que nunca conocí
en este mundo.

Aceptación y un lugar en la vida de alguien que no está manchado


por la oscuridad.

Nos separamos por una fracción de segundo, ambos respiramos


con dificultad y luego nos volvemos a besar, esta vez más lentamente,
disfrutando de cada roce de nuestras lenguas mientras nuestros
corazones laten el uno contra el otro en un latido casi sincronizado.

Mi hermosa, hermosa esposa.


El amor nunca tuvo mucho sentido para mí, y aún no sé si soy
capaz de sentirlo, pero con Penelope... ella me hace creer que hay
expiación y un futuro mejor para los que son como yo.

Un futuro en el que una buena mujer puede amarte y librarte de la


soledad que te corroe por dentro y que nunca desaparece.

¿Amor a primera vista? No. ¿Lujuria a primera vista y el deseo de


poseerla para que nadie le ponga las manos encima, porque
conmueve mi corazón bueno para nada? Sí.

Siempre supe lo que quería y lo conseguí.

Mi esposa, sin embargo... forzarla siempre se sintió mal, porque


por una vez quería que alguien me eligiera por mí.

Aunque, incluso ahora, no es realmente una elección, ¿verdad?

Ella está ligada a mí, para siempre, porque nunca la dejaría ir. Su
aceptación alivia la parte rota de mí, pero eso no cambiará el
resultado.

Los monstruos de este mundo no regalan lo que más aprecian, no.


Sin embargo, mataremos a cualquiera que se atreva a pensar en
tomarlo.

Lentamente, mientras soy dueño de su boca, nos muevo hacia la


cama, necesitando complacer a mi mujer cuando ella se detiene,
empujando mi pecho hasta que nuestras bocas se separan, y gruño, lo
que la hace reír.

Preciosa mujer y toda ella jodidamente mía.

—¿Ya te arrepientes, chérie?


Niega con la cabeza y se aleja aún más de mí cuando intento
alcanzarla, dando vueltas, con su cabello oscuro cayendo en cascada
por su espalda.

—Quiero jugar esta noche.

Las palabras suavemente mezcladas con el deseo y la necesidad


me atraviesan, haciendo que mi polla se mueva. —¿De verdad?
Cuéntame, esposa. ¿Qué tienes pensado? —Su sedoso vestido abraza
su cuerpo con tanta fuerza que me muestra los apretados capullos de
sus pezones suplicando ser lamidos, y me doy un golpecito en la
boca—. Ven aquí, amor. Estás muy necesitada de mi lengua. —Jadea,
y sus ojos recorren mi figura cuando dejo caer la toalla al suelo,
rodeando mi polla con la mano y agarrándola con fuerza, dejándole
ver el pre-semen que se escapa.

Sus mejillas se calientan y el deseo brilla en sus ojos mientras se


aprieta los pechos con las manos, relamiéndose los labios, y yo le hago
un gesto con el dedo.

—Ven aquí, chérie. Ese coño debe estar empapado.

Sacude la cabeza para salir de la neblina y entonces, para mi


sorpresa, se baja la cremallera del vestido, la seda se desliza
lentamente por su piel impecable, abriendo una vista de su hermoso
cuerpo y sus curvas que mis manos están deseando tocar y mi boca
anhela morder.

Me late la necesidad de agarrarla y follarla duro sobre la superficie


más cercana, y hago un movimiento hacia ella cuando se aparta del
vestido mostrándome sus bragas de color carne y me mueve el dedo
hacia mí. —Nuh-uh. —Pero entonces ella gime cuando muevo la polla
de arriba abajo, y una sonrisa curva mis labios.

Ah, sí.

Como ambos descubrimos, mi esposa es tan adicta a mí como yo a


ella, y el mundo arde en llamas cuando estamos juntos.

—Todo tuyo, chérie —le digo y le guiño un ojo—. Mi lengua. Mis


dedos y mi polla. Solo elige y ven a follar aquí. —Termino con más
dureza de la que pretendía, pero ella se limita a enviarme una sonrisa
que se escapa rápidamente cuando se muerde el labio como si
estuviera pensando en algo.

Entonces se pone de rodillas, y mi corazón se detiene mientras


pienso que me voy a correr aquí mismo mientras ella se arrastra hacia
mí, suplicándome con los ojos que le dé una cosa que en esta vida
nunca le he dado a nadie más.

Control.

Cuando creces sin nada y aprendes a ocultar tus emociones


mientras la gente te inflige dolor, hay una cosa que deseas tener.
Control sobre tu vida y tu cuerpo para que nadie se atreva a volver a
hacerte daño o a pensar que tiene derecho a gobernarte.

Penelope no quiere jugar; quiere hacer el amor, y la idea me aterra.

—Remi, por favor —susurra mientras levanta los ojos hacia mí,
completamente a mi merced, pero ambos sabemos que en el momento
en que envuelva esos labios a mi alrededor, seré yo el que ruegue y
suplique—. Yo... Yo… —Ella busca las palabras y luego toma una
profunda bocanada de coraje—. Quiero mostrarte mi deseo. —Evita la
palabra amor, porque es demasiado pronto para nosotros.
Pero por esta acción, sé que ella lo codiciará y, peor aún, me lo
exigirá, ¿y qué pasa si estoy demasiado jodido para dárselo?

Ella encontró valentía en sí misma para elegirme, así que ¿no


debería yo darle lo mismo?

El monstruo está aterrorizado de salir herido de nuevo, pero hará


cualquier cosa por su mujer.

Enhebrando mis dedos en su cabello, lo agarro en un puño con


fuerza, y ella jadea, la lujuria llenando de nuevo su mirada y la pura
alegría ante mi aprobación.

Coloca su mano sobre mi polla, frotándola desde la base hasta la


punta, haciendo que se sacuda mientras todo en mi interior grita que
la agarre y me la lleve a la cama, pero le cedo este tiempo.

El mero hecho de verla de rodillas, preparándose para


chupármela, me vuelve loco, pero cualquier cosa que haga esta mujer
me excita. Aprieto su cabello con más fuerza y ella gime.

—¿Qué esperas? Chupa, chérie.

Se inclina hacia delante y chupa la punta, pasando la lengua por


encima y gimiendo por mi sabor, moviéndose un poco para
probablemente frotar sus muslos. Me atrae más profundamente, sus
labios son una dulce tortura para mi polla, mientras su mano trabaja a
la par, deslizándose hacia arriba y hacia abajo antes de apretar la raíz,
y veo putas estrellas.

Ella tararea en señal de aprobación ante mi gemido y se echa hacia


atrás, mi polla se escapa de sus labios con un fuerte sonido de
estallido, antes de sacar su lengua y recorrer mi sensible piel, rozando
la vena como si quisiera memorizar su forma y su longitud.
—Me encanta esta polla —susurra sobre mi carne, rozando con sus
labios y aumentando el fuego que me consume a medida que la
necesidad de correrme se acerca—. Me da mucho placer. —Pone la
otra mano en su coño y presiona el talón de la palma de la mano sobre
su clítoris, jadeando, y el sonido enciende mi sangre—. Calma la
necesidad constante que hay aquí. —Reanuda su viaje hasta la base y
luego vuelve a pasar la lengua, manteniendo su agarre mortal sobre
mí como si estuviera poniendo su propio reclamo.

Mis dedos se clavan más en su cabello y le advierto:

—Retira la mano. Solo yo tengo el privilegio de hacerte venir.

Ella gime al oír la orden, y entonces inclino su cabeza, presionando


su barbilla para que abra más la boca. La introduzco más
profundamente, y al instante su calor húmedo me rodea, su mano
sigue trabajando mi polla creando una combinación insoportable.
Apenas puedo resistirme a follarle la boca con fuerza cuando mi polla
llega al fondo de su garganta.

—Chupa, chérie.

Ella lo hace, aprendiendo de nuevo a darme placer cuando su


palma caliente se desliza hacia abajo y agarra mis pelotas, ganándose
más pre-semen. Su gemido me hace vibrar mientras me invade un
sofoco, y me balanceo un poco hacia delante.

Sin embargo, hoy estoy demasiado crudo para permitirme mi


fantasía, así que follar su boca tendrá que esperar. Ahora mismo,
necesito a mi mujer, para reclamar mi derecho.

Especialmente después de la escena que vio en el club.


—Penelope —la llamo, y ella levanta los ojos hacia mí, todavía
pasando su lengua por encima de mí—. Me voy a follar esta boca; no
lo dudes. —Ella gime, moviéndose una vez más, y yo tiro de su
cabello hasta que mi polla se libera—. Pero esta noche no. Súbete a la
cama.

Lentamente, se levanta, rozando su cuerpo sobre el mío, y mi polla


la mancha de pre-semen, lo que me encanta.

Un día la pintaré con mi semen y le haré una foto solo para mí.
Solo con imaginarlo me excita al límite, y aprieto la polla para
controlar mi deseo y no correrme ahora mismo.

Espero que escuche mi orden, pero en lugar de eso, besa mi pecho,


justo encima de mi cicatriz, y me quedo helado cuando murmura:

—Odio que te hicieran daño. Se —desplaza hacia mi brazo hasta


una de las quemaduras de cigarrillo y le da un ligero beso—. La idea
que sufrieras solo me duele de un modo que no puedo describir.

Sus labios se desplazan hasta mi hombro, y suspiro cuando


deposita suaves besos sobre las cicatrices restantes antes de trazarlas
con su lengua. Se curaron hace mucho tiempo, pero cuando ella les
muestra su amor, alivia incluso los recuerdos del dolor que
experimenté.

—Pero también hablan de tu fuerza para luchar por la vida,


cuando todos querían quitártela. —Camina a mi alrededor, besando
cada centímetro maltratado, y finalmente me mira de nuevo mientras
mis brazos la rodean—. Estabas destinado a nacer, Remi. Siento
mucho que toda esa gente horrible fuera demasiado estúpida para
darse cuenta de ello. Gracias por sobrevivir. —Se pone de puntillas y
me besa rápidamente—. Y no me arrepiento de haberte conocido.
Creo... creo que en realidad podría haber sido el mejor momento de
mi vida. —Se ríe a través de las lágrimas y gime cuando la beso,
saboreándome en ella, y eso despierta cada parte primitiva de mí.

Nos acerco a la cama hasta que chocamos con ella, y apartando su


boca, me sonríe, se sube a la cama de rodillas, y me guiña un ojo por
encima del hombro. Cuando ella se mete los pulgares en las bragas y
lentamente, agonizante y malditamente lentamente, se las quita, y yo
gimo al ver su culo perfecto y las tira fuera de la cama.

Me agarro a sus caderas, mordiendo su carne, y ella se ríe cuando


la pongo de espaldas y la abro de par en par mientras levanta su pie
para apoyarlo en mi hombro. Raspo con mis dientes su pantorrilla
mientras ella se acuesta sobre mis sábanas, con el cabello oscuro
haciendo de halo a su alrededor, y gime, apretando las sábanas.

—Remi, por favor. —Pone la palma de la mano en su estómago y


la desplaza hacia abajo hasta tocar ligeramente su clítoris—. Me duele.
Por ti. Siempre solo por ti.

Dando un suave mordisco más a su pantorrilla, me acomodo entre


sus muslos abiertos e inhalo el aroma de mi mujer, mi polla se pone
tan jodidamente dura que es un milagro que no haga un agujero en la
cama.

Deslizo la lengua arriba y abajo, recogiendo su humedad, y


pellizco la carne sensible, ganándome un gemido y un siseo, que a su
vez me hace gruñir. Me jala del cabello con más fuerza, su pie
presiona mi hombro mientras se abre aún más. —Remi, por favor. —
Atrapo su clítoris, jugando con él y cubriéndolo con mi saliva antes de
morderlo, y ella se vuelve loca debajo de mí, con su coño apretado,
suplicando mi polla.

Lamiéndola de arriba abajo, vuelvo a deslizarme dentro de ella,


endureciendo mi lengua mientras sus paredes se tensan y aprietan a
mi alrededor, advirtiéndome de su próximo orgasmo.

Ella gime, moviéndose al compás de mis embestidas, y por los


espasmos que experimenta a mi alrededor mientras arquea la espalda,
solo unos cuantos golpes más de mi lengua y se correrá en mis brazos.

Sin embargo, mi necesidad de ella en este momento, tan fresca por


pensar que casi la pierdo en el club, gana, y me retiro de ella, pero no
antes de dar una última lamida, anhelando bañarme en su aroma para
siempre.

—Remi. ¡Oh, Dios. Fóllame ya, por favor! —Me suplica, medio
grita, y rozando con mis labios su estómago hasta llegar a sus pechos,
atraigo sus pezones a mi boca uno a uno hasta que los apretados
capullos se cubren de saliva y se endurecen, frunciendo la piel.

Tras dejarlos, le muerdo la clavícula y el cuello antes de finalmente


cernirme sobre ella, con mi polla arrastrándose por su centro.

Presiono mis labios contra los suyos, compartiendo su sabor, y


como ella sigue sabiendo a mí, nuestro sabor combinado nos hace
gemir, y ella me abraza, subiendo su pierna sobre la mía mientras sus
uñas arañan mi espalda mientras me besa con todas sus fuerzas.

Y esa es toda la invitación que necesito para empujar con fuerza


dentro de ella, tragándome su gemido mientras su coño se estira
alrededor de mi polla y la succiona.
Nuestras bocas se golpean mutuamente mientras me retiro y
vuelvo a introducirme, con su calor rodeándome, instándome a
penetrarla cada vez más fuerte hasta que ambos consigamos lo que
tanto deseamos.

Ella termina el beso, jadeando y gimiendo en cada golpe lleno de


lujuria, mientras existimos en este deseo enloquecedor, que crea un
apretado capullo a nuestro alrededor donde el pasado y el futuro no
importan.

Solo dos personas que se desean ferozmente, y en esto, nuestro


acto supera cualquier cosa que hayamos compartido antes, porque en
cierto modo, pienso en esto como nuestra verdadera noche de bodas.

Su mano rodea mi cuello y me lleva de nuevo a su boca,


inclinando la cabeza mientras nos besamos apasionadamente y mis
movimientos se aceleran, empujando con tanta fuerza dentro de ella
que el cabecero de la cama golpea contra la pared.

No importa nada más que nuestro placer; todo lo demás puede


arder.

El calor abrasador llena mi sangre. El deseo que me invade es cada


vez más difícil de resistir, así que, agarrando sus nalgas, me separo de
ella y empiezo a follarla con fuerza, cada vez más fuerte que la
anterior.

Ella se lleva las manos a los pechos, jugando con sus pezones
mientras su coño se aprieta más contra mí, y el cosquilleo que me
recorre la columna me hace saber que mi liberación está cerca.
Nuestras miradas se cruzan y ella susurra roncamente: —Remi —
rompiéndome y luego uniéndome con la emoción que mi nombre
encierra en sus labios.

Tres golpes más y ella se deshace en mis brazos, gimiendo,


apretando con fuerza, mientras yo encuentro la fuerza para retirarme
una última vez antes de embestirla. Y al encontrar mi propia
liberación, me derramo dentro de mi mujer.

Nuestros cuerpos están cubiertos de sudor mientras respiramos


con dificultad, y ella no pierde tiempo en besarme de nuevo,
encerrándonos en el más suave de los abrazos mientras los truenos
siguen resonando fuera.

Mi vida ha sido una tormenta.

Pero por fin he encontrado mi orilla pacífica.

Y haré cualquier cosa para conservarla.


"¿Puede un corazón que ha sangrado tanto que ya no desea sentir nada... amar?
¿O está demasiado dañado?
En la guerra entre el pasado y el futuro, ¿quién gana?
¿Qué es más fuerte?
La llamada de la venganza de décadas,
o la persona que consume cada uno de tus pensamientos y tu respiración, haciéndote
enloquecer con solo pensar en dejarla? "
Penelope

Penelope
Envolviendo mis manos alrededor de la taza humeante, bebo un
gran sorbo, agradeciendo las cálidas sensaciones en mi garganta
mientras el viento sopla sobre mí, ondulando mi cabello hacia atrás.

Recostada en mi silla, fuera del concurrido restaurante situado en


el centro de la ciudad, bebo en la belleza que me rodea y sonrío.

A pesar que el local tiene un espacio enorme en su interior, la


mayoría de la gente prefiere sentarse en las mesas redondas de la
terraza y disfrutar de las vistas mientras los pájaros trinan cerca
mientras toman el sol en los árboles.
Una combinación de colores blanco y rosa domina el espacio,
invitando a relajarse. En el centro de la mesa hay pequeños arreglos
florales que llenan el aire de agradables aromas. La costosa vajilla
brilla bajo la luz del sol mientras la cubertería de plata muestra mi
reflejo; así de impecable está.

El diseño y la arquitectura del edificio lo convierten en uno de los


restaurantes más bonitos de la ciudad, con una lista de espera
kilométrica en la que es casi imposible entrar.

Los camareros pasan como un rayo, haciendo lo posible por


entregar los pedidos lo más rápido posible, mientras la gente se
enzarza en acaloradas discusiones o estalla en carcajadas cada dos
minutos.

Mi teléfono suena con fuerza y miro hacia abajo, sonriendo cuando


el nombre de mi padre parpadea en la pantalla.

<Papá> Te he enviado los billetes. Comprueba tu correo


electrónico.

Dejo el chocolate caliente y respondo.

<Yo> Hola a ti también, papá. No vamos a ir. De verdad que me


gustaría que dejaras de gastar tanto dinero en esos billetes.

Al instante, me contesta, y hago una mueca de dolor.

<Papá> ¡Hace un mes que están casados! Vendrás a Francia esta


semana, o juro por Dios que yo mismo iré a Chicago. Ese esposo
tuyo te ha tenido secuestrada demasiado tiempo.
<Yo> Él tiene un proyecto muy importante. Te prometo que
iremos lo antes posible. Y no puedes volar, ¿recuerdas? Tu médico te
dijo que no lo hicieras.

Mi excusa habitual no funciona con papá esta vez, no es que lo


culpe. Me casé con un desconocido a kilómetros de distancia y me
niego a visitarlo, no importa cuántas veces me lo pida. Si no fuera por
su corazón, mi padre vendría y le daría una paliza a Remi.

Tal y como están las cosas, ya le cae mal.

<Papá> Es un multimillonario con todos los recursos. Esto ya ha


durado bastante. Puedes mostrarme todas las fotos y decir que eres
feliz, pero hasta que no lo vea con mis propios ojos, no descansaré.
Tienes hasta el domingo por la noche; si no, me voy a Chicago, al
diablo con todo lo demás.

Gimo para mis adentros por su tono de firmeza, que me hace


saber, que hará exactamente lo que dice, aunque puedo entender de
dónde viene.

Después de aquella fatídica noche con Remi en la que decidí darle


una oportunidad a esta obsesión mía que me consume, la vida se ha
convertido en una dicha apasionada y oscura con una pizca de locura.

Como nunca había estado en Chicago, Remi creó todo un


programa para que explorara la ciudad, aunque es muy inusual.

En lugar de arrastrarme a todos los museos y lugares famosos por


los que Chicago es conocida, me ha llevado a lugares menos
populares, mostrándome la belleza oculta de esta magnífica ciudad y
el ambiente tranquilo que nos rodea y que todavía existe en las
megápolis. Según él, así consigo descubrir mi verdadero amor por la
ciudad, porque es como con las personas; aprendes a quererlas por
dentro después de sentirte atraído por su belleza exterior. A veces,
creo que es así como anhela que yo también lo juzgue, desde el
interior en lugar de centrarme en sus actos exteriores.

Todas las visitas turísticas no han impedido que tengamos sexo


caliente y apasionado en cualquier superficie disponible, y la piel se
me pone de gallina mientras los sofocos me recorren con solo recordar
nuestro último encuentro en el parque, donde cualquiera podría
acercarse a nosotros en cualquier momento.

Mi esposo me enseñó rápidamente a no ser tímida y a sucumbir a


nuestros impulsos allí donde nos apeteciera. En el fondo, sé que
siempre me protegerá y que nunca dejará que nadie me vea en ese
estado.

Mis ojos se cierran cuando su susurro resuena en mis oídos.

—Eres mía, chérie, siempre mía.

Mi estómago se agita mientras mi corazón se contrae en mi pecho.


Las sensaciones de lujuria y necesidad me envuelven por completo,
porque creo que poco a poco también me he obsesionado con mi
esposo.

La forma en que me abraza... me acaricia... me mira como si no


existiera nadie más para él. ¿Qué mujer podría resistirlo, y mucho
menos alguien como yo que se ha enamorado del monstruo?

Mi felicidad no me hace ciega a lo que hace en la oscuridad que es


un segundo hogar para él, y ni siquiera lo oculta. De hecho, cada vez
que llega a nuestro apartamento después de matar a alguien, hay un
desafío en su mirada, esperando mi reacción, o más bien mi rechazo.
Un hombre que ha conocido el rechazo toda su vida está dispuesto
a aceptarlo con dignidad, pero yo nunca lo hago. En lugar de eso, lo
rodeo con mis brazos y dejo que me toque con esas manos que
deberían infundirme miedo y hacerme huir lejos, muy lejos de él.

Nunca me da detalles, solo me habla de sus repugnantes actos y de


cómo esa gente nunca cambia, y aunque lógicamente lo entiendo... sé
que está mal en muchos niveles.

No estamos hechos para matar a otros ni para decidir nuestra


propia justicia; las leyes existen por una razón, y lo que él hace sigue
hablando de un monstruo que reside en su alma y que nunca lo
abandonará.

Puedo intentar domarlo o ser su amiga, pero ambos sabemos que


tiene un control tan fuerte sobre Remi, ayudándolo en los momentos
oscuros y empujándolo hacia adelante, que son casi una misma cosa.

Y en esos momentos, tengo miedo.

Miedo de amar a un hombre así de una forma tan intensa, porque


entonces estoy justificando todos sus crímenes. ¿Y si pierde la cabeza
y dirige su ira hacia un inocente? ¿O me hace daño?

Sacudo la cabeza, ya que sé que nunca me hará daño. Sin embargo,


a veces me pregunto si soy una ilusa, creyendo que un poco de amor
puede cambiar a un hombre.

¿Puedo amar a alguien que prospera en la oscuridad y que, en


lugar de desear salir del infierno, me arrastra allí junto con él para
poder tener una "orilla tranquila" como me llama?
Dice que tengo toda la libertad que este mundo puede ofrecer, y
sin embargo... si me atrevo a dejarlo, creo que me atrapará en nuestra
casa y no me dejará salir hasta que lo acepte de nuevo.

Una elección sin elección, podríamos haber vuelto a empezar esa


noche, pero las variables no han cambiado.

Enamorarse de tu captor tiene incluso todo un término psicológico,


pero mi corazón me dice que no es eso.

Aunque, pronto se vengará de su abuelo, y entonces no tendrá una


razón para seguir casado con una Walsh.

Entonces tendré mi respuesta. Porque si me ve como su esposa, me


dará una verdadera opción.

Porque solo una verdadera elección puede aceptar la oscuridad y


todos los defectos de la persona.

Durante este mes, también hemos formado una especie de tregua


con los cuatro oscuros, que no pueden llamarse el grupo más
acogedor, pero han hecho todo lo posible para mantenerse educados e
incluso, me atrevo a decir, ser amables en mi presencia en las raras
ocasiones en que Remi nos llevó al club. Octavius se quedó casi
siempre en silencio, observándonos melancólicamente, mientras que
Florian encontró la manera de burlarse de mí y de mi esposo sin
parar, lo que hizo que Remi amenazara con romperle el cuello. Lo
que, por supuesto, solo incitó a Florian a tratar de erizar sus plumas
con más fuerza.

Tal vez porque Jimena se comprometió recientemente con su peor


enemigo, que también resulta ser su primo. Estos dos complican su
relación más y más con cada día que pasa, y me siento mal de pensar
en lo que pasará con sus familias una vez que todo les explote en la
cara.

No es que Octavius sea mejor, teniendo en cuenta que hace de la


vida de Isla un infierno después que ella lo engañara para casarse con
ella. Eso no le impide lanzar fuego contra cualquiera que se atreva a
molestarla o a faltarle al respeto, pero, aun así. Su relación es una de
las más extrañas que he visto nunca.

No hace falta decir que el segundo grupo de los jinetes, como yo


los llamo, tiene muchos problemas que resolver.

La única excepción son Santiago y Briseis, con quienes cenamos


una vez a la semana. Aunque sigo sintiéndome incómoda con ese
hombre cruel que, al parecer, solo tiene corazón para su esposa -por lo
demás, se mantiene frío-, veo lo mucho que significa para Remi, pero
también, y más importante, cómo valora a mi esposo. Y por eso,
intento ver la bondad en él, en todos ellos en realidad, ya que son
mejores amigos.

La pitón de Remi se queda siempre en su mazmorra ya que, según


él, nunca piensa tener animales salvajes dentro de su casa porque
necesitan su sentido de la libertad. Aunque adora a su serpiente, que
me sigue dando miedo, no cree que sea correcto tenerla en casa. Sigue
visitando a la pitón con frecuencia y busca un buen terreno para
comprarlo y poder construir en él nuestra propia mansión. Le ofrecí, a
pesar de mi miedo, crear una especie de espacio para la serpiente allí,
ya que la considera de la familia. Se rió y negó con la cabeza,
asegurando que la pitón ya tiene un espacio perfecto para vivir.
Además, tener la pitón siempre fue para salvar al animal de la gente
mala y, como no podía enviarla a la naturaleza, se la quedó. Nunca se
trató de su profundo deseo de poseerla.

Todavía estoy estupefacta de que tenga una pitón real, pero


después de descubrir qué tipo de "mascota" tiene Octavius casi me
desmayo y me alegro que mi esposo tenga una serpiente. Pero es una
pena para Isla, ya que tiene que convivir con esa criatura todos los
días.

Un suspiro se me escapa, y el fuerte bocinazo de un auto en la


distancia me saca de mis pensamientos, devolviéndome a la
conversación en cuestión.

Remi se ha ofrecido a visitar a mi padre, pero siempre lo rechazo


porque quería estar 100 por ciento segura que él es mi elección. Nunca
le he presentado a nadie a mi papá, y es un gran problema para mi

Por no hablar que no quiero mentirle.

Pero parece que no puedo evitar lo inevitable por más tiempo.

<Yo> Iremos a Francia al final de la semana. Ni se te ocurra


viajar.

<Papá> Gracias. Te quiero, cariño.

<Yo> Yo también te quiero, papá.

—¿Le gustaría ordenar algo para comer? —pregunta una


camarera, Bethany, y lanza una mirada a la silla vacía que tengo
delante.

—No, gracias. Estoy esperando a alguien.


Asiente con la cabeza, aunque no se me escapa la lástima que hay
en su rostro antes que se dirija a otra persona.

Suspiro con resignación y miro el reloj.

Es mediodía, lo que significa que Amalia llega treinta minutos


tarde... o, mejor dicho, ha vuelto a ignorar mi invitación para
almorzar.

Después de las palabras de Santiago en la fiesta, decidí ser la


persona más grande y acercarme a mi gemela a pesar del dolor.

Ella pospuso su boda por alguna razón desconocida, así que me


dejó algo de espacio para el contacto, pero nunca ha aparecido
después de ninguna de las cinco veces que le envié mensajes,
pidiéndole que se reuniera conmigo en este lugar.

El dolor en mi pecho aparece de nuevo, y sacudo la cabeza,


odiando cómo la decepción siempre me golpea de una manera nueva
cada vez que vengo aquí.

No puedo enojarme con mi gemela; su dolor es propio, pero al


mismo tiempo, odio cómo no nos da ni una sola oportunidad de
curarnos. Nos encontramos la una a la otra contra todo pronóstico, así
que ¿no deberíamos estar unidas? Incluso sé sobre su hermandad y lo
que hace, así que no es como si tuviera que ocultarme su verdadera
naturaleza.

Sin embargo, sigo decidida.

Sacando el dinero de mi bolso, lo pongo sobre la mesa y me


levanto. Camino hacia la salida, apretando el abrigo a mi alrededor
para calentarme de la frialdad siempre presente en el rechazo de mi
gemela.
Estoy a punto de llamar al conductor para que traiga el auto,
cuando alguien se me acerca por detrás. Me quedo helada cuando
algo duro se clava en mi espalda.

—Ni una palabra —me sisea una voz masculina en el oído


mientras miro frenéticamente a toda la gente que pasa a nuestro lado.
Mi teléfono cae al suelo y se estrella contra él—. Camina hacia el auto
y mantente en silencio, o te mataré a tiros.

El pánico se arremolina lentamente en mi estómago, y jadeo


cuando me empuja en dirección a una larga limusina. Tengo miedo de
hacer un ruido, porque no quiero que nadie salga herido.

Abre la puerta y entro, y mis ojos se ensanchan cuando veo a un


anciano sentado frente a mí, con un traje caro y un reloj de diamantes.

Da un sorbo a su whisky mientras recorre mi figura con una


mirada calculadora en sus ojos marrones.

Unos ojos marrones que me resultan familiares. Aunque nunca me


han mirado con tanto odio como estos.

Se me escapa un grito, al darme cuenta de quién me ha


secuestrado.

Y debido a esto, un fuerte miedo se construye dentro de mí. Tengo


miedo de respirar y cierro las manos mientras el otro hombre se
acomoda a mi lado, colocando la pistola justo en mi oreja.

Una mueca estira la boca del anciano. Las arrugas de su cara se


profundizan cuando dice:
—Mi nieto te eligió a ti. —Chasquea la lengua—. Qué mal gusto
tiene. Pero entonces, ¿qué otra cosa podía esperar de un bastardo? —
Escupe la última parte—. La perdición de mi existencia.

Toma un gran trago mientras yo aún intento procesar todo esto


antes de entrar en modo pánico y pensar en cómo salir de esta
situación.

—Pequeño bastardo que cree que puede destruir mi imperio. —


Sonríe, y solo esto me hace saber que no tiene alma de la que hablar,
un demonio que vino de la clandestinidad para envenenar a
cualquiera que se le ocurra ir contra él—. Debería haber vigilado su
único punto débil. —Su risa llena el auto y me hace entrar en una
espiral de miedo y rabia, porque me pican los puños por darle un
puñetazo en la cara a este cabrón por todo lo que le ha hecho a mi
esposo—. En cambio, me dio un arma.

El abuelo de Remi, que ordenó matar a su propio nieto.

El diablo responsable de toda la maldad presente en su vida.

Y ahora me tiene a mi para hacerle daño una vez más.

Oh, Dios mío.


Remi
Recostado en mi silla, tomo el informe de este mes sobre su
empresa.

Los números menos que estelares de sus últimas transacciones,


varios socios que rescinden contratos con ellos y los bancos que se
niegan a concederles préstamos, ya que su posición en el mercado es
inestable, me alegran.

Casi puedo imaginarme la cara de Duke al pensar que va a perder


su imperio de una forma tan vergonzosa, porque la gente ya murmura
sobre sus negocios secundarios y se pregunta cómo es posible que
alguien que sea amigo suyo esté asociado a esa mierda por defecto.

He aprendido mucho al crecer con mis amigos de la alta sociedad,


¿y su única regla absoluta?

La reputación lo es todo. Nadie sacrificará la suya por tu bien, lo


que significa que, si el nombre de alguna familia se ve amenazado,
acabarán con las amistades para salvar sus culos.

Ahora mismo, Duke pide todos los favores para mantenerse a flote
lo suficiente como para que algún banco le dé una oportunidad, pero
eso no sucederá. Me aseguré que todos supieran que ayudarlo
significaría ir en contra de los Cuatro Jinetes Oscuros, y nadie lo hará.

Perder nuestras alianzas en los negocios significa la muerte en


nuestro mundo. Todos estamos conectados a casi todas las cadenas
importantes de este país.
Soy la tormenta que aisló su barco, es decir, su imperio, en el
maldito océano, esperando que se hunda para convertirse en un
recuerdo flotante en el tiempo.

El resto de la familia aún tendrá unos cuantos millones para


apoyarse, así que nadie debería sufrir mucho. Además, a la mayoría
de ellos les disgustaba el régimen de Duke de todos modos, así que no
veo a nadie llorando por el hijo de puta.

Mi agarre del informe se hace más fuerte, doblándolo por la mitad,


mientras una mujer de cabello oscuro aparece en mi cabeza. Sus ojos
bondadosos me persiguen en mis pesadillas y, por un segundo, la
parte traicionera de mí, la que siempre callo durante mi venganza, se
pregunta cómo estará una vez que todo esto haya terminado.

Nunca trabajó un día en su vida, dedicando su tiempo a las


organizaciones benéficas de la familia y ayudando a los necesitados
mientras cuidaba los jardines de su casa familiar. Casi podría decirse
que era una reclusa. Estuvo casada solo dos años antes que su esposo
la engañara, y debido al acuerdo prenupcial, no obtuvo nada de esa
desastrosa unión.

Y ahora descubrirá verdades sobre su padre y quedará unida para


siempre a la vergüenza que trajo a su dinastía. Como su única
heredera, ella también se enfrentará al escrutinio.

—Quieres destruir todo lo que construyó, no solo castigarlo. ¿Pero estás


seguro que es justo para tu madre?

Arrojando el informe sobre el escritorio, gruño y me levanto,


caminando hacia el enorme ventanal con vistas al centro de Chicago,
donde miles de autos circulan por las concurridas carreteras y la gente
se mueve con rapidez, sin tomarse un respiro.
La pregunta de Penelope todavía me persigue, siempre
reproduciéndose en algún lugar de mi mente cuanto más me acerco a
mi venganza.

Durante todos estos años, mi madre ha sido solo la mujer que me


dio a luz, una adolescente confundida que disfrutaba de su vida como
si no pasara nada después que su padre limpiara el "desastre" que ella
hizo.

Nunca pareció deprimida y estuvo al lado de su padre en todas las


funciones, apoyándolo en diversas empresas y siendo su niña de oro.
Era difícil no sentir resentimiento hacia ella también, aunque excusaba
sus acciones debido a su edad.

¿No es lo que hacen todos los niños?

¿Disculpar a sus padres porque es más fácil que soportar el dolor


de saber que no les importas un carajo?

Pero a pesar de lo mucho que no he querido pensar en ella


después de conocerla por primera vez, de alguna manera no puedo
quitarme la sensación que no todo es lo que parece.

La mujer que vi en la fiesta no parecía contenta, feliz o tranquila.

Solo estaba... apenada.

Y todo en mí gritaba para calmar su angustia, para decirle que el


hijo que enterró está vivo y ha vivido un infierno por culpa de su
padre, al que tanto quiere.

Sin embargo, no me atrevo a hacerlo.

No soy un príncipe, y ella ya cree que su hijo está muerto. ¿Qué


sentido tiene abrir viejas heridas?
Ya se han enconado y han provocado un daño irreparable.

Golpeo con el puño el cristal, siseando, mientras me odio a mí


mismo por tener siquiera dudas sobre esto.

La vergüenza para Duke no es suficiente. Quiero que pierda lo que


más ama para que se arrepienta de sus actos hasta el día de su muerte.

Sin mencionar que ha sometido a mi esposa, mi hermosa y amada


esposa, a tanta pena y dolor. Ha tenido que crecer sin sus padres y sin
su gemela.

Cada día que pasa, me vuelvo más obsesivo y posesivo con ella,
necesitándola como el aire que todos respiramos y queriendo estar en
su compañía constantemente. Ella es mi calma en cualquier tormenta,
domando temporalmente al monstruo que se desboca dentro de mí y
que ansía sangre y venganza.

Ella inspira un dolor en mi corazón que lleva años muerto, y a


veces me pregunto... ¿es este el amor del que tanto hablan los poetas?

¿Ansiar tanto a una mujer que ya no sabes cómo existir en la


oscuridad sin ella, porque es la única luz que posee este mundo?
¿Pensando primero en su protección y haciendo todo lo posible para
mantenerla a salvo?

¿Y sabiendo sin lugar a duda que si alguna vez intenta dejarte o se


asusta... le cortarás las alas y la arrastrarás más adentro de tu mundo
hasta que nadie más que tú la acepte?

Mi amor es una maldición, y por desgracia para Penelope, tendrá


que vivir con él resto de su vida.
Porque ningún monstruo se desprende voluntariamente de su
salvación; nosotros, mejor que nadie, nos aferramos a las cosas que
más apreciamos.

Como el destino ha sido tan cruel con nosotros, rara vez tenemos
esas oportunidades.

Kelly habla por el interfono y me saca de mis pensamientos.

—Sr. Reyes, hay una mujer aquí. No está agendada, pero insiste en
verlo.

Mis cejas se fruncen y giro sobre mis talones, mirando mi reloj. —


¿Quién? —Acordé reunirme con los cuatro oscuros en media hora en
la oficina de Santiago para discutir el último desastre de Octavius.

—Su nombre es... ¡Señorita, no puede entrar sin permiso! —Las


puertas dobles de mi despacho se abren de golpe y entra una mujer
que me deja quieto en el sitio.

Lleva un vestido negro y tacones. Lleva el cabello recogido en una


pulcra coleta mientras sus amables ojos brillan con furia.

Sofía Carrington en carne y hueso.

Se cruza de brazos y levanta la barbilla.

—Remi.

Kelly corre detrás de ella, respirando con dificultad mientras se


frota la barriga de embarazada. —Lo siento, señor. Acaba de irrumpir.
—Mira fijamente a Sofía, que le envía una apretada sonrisa, lo que
hace que Kelly parpadee sorprendida.
—Lo siento, pero tengo que hablar con su jefe. —Vuelve a centrar
su atención en mí—. A solas. —Pronuncia las palabras en un tono más
duro y, por alguna razón inexplicable, quiero ponerme de pie y
ponerme en línea.

¿Qué demonios?

Esta mujer puede ser mi madre biológica, pero no me crio, así que
no le debo una mierda. De hecho, mi madre adoptiva tampoco hizo
mucho por mí. La tía Rebecca ha sido más madre para mí que
cualquier otra persona.

De alguna manera, sin embargo, esta justificación parece


equivocada para usarla contra una mujer que creía que su hijo estaba
muerto.

Kelly lanza su mirada entre nosotros, con la confusión escrita en su


rostro, y yo le digo:

—Está bien, Kelly. —Sin embargo, como no sé cuánto tiempo


puede llevar esto, añado—: Llama a los cuatro oscuros y diles que se
reúnan conmigo aquí en lugar del Holding Cortez.

Ella asiente con la cabeza. —Lo haré, señor. —Con esto, cierra la
puerta, dejándome a solas con la mujer que tiene todas mis entrañas
revueltas. Me sudan las manos mientras me invade un nerviosismo
desconocido, que casi me hace reír.

Soy un hombre adulto que ha visto tanta mierda, que este pequeño
encuentro no debería inquietarme en absoluto.

Y, sin embargo, lo hace, y me detesto aún más por ello.


—¿Qué quiere, Sra. Carrington? —Después del divorcio, conservó
su apellido que, una vez más, debería demostrarme lo leal que es a su
familia.

¿Quién sabe?

Tal vez se alegre una vez que descubra lo que él hizo. Ella
consiguió su libertad, y nadie se enteró de su vergüenza en aquel
entonces. Ahora puede soltar verdades durante las cenas cuando
apenas afecta a su reputación.

Su padre le regaló la juventud cuando me robó la infancia.

—Muy bien —dice antes de alejarse, poniéndose a varios metros


de mí—. Está arruinando el legado de mi familia. Me gustaría saber
por qué. —Debe leer la sorpresa en mi cara, porque se explaya—.
Puede que no esté involucrada en la acción diaria del negocio, pero
reconozco los problemas cuando los veo.

Me acerco a la barra para alcanzar la botella de whisky, pero en su


lugar cojo agua, porque no quiero beber delante de ella y faltarle al
respeto.

Una risa amarga casi sale de mis labios.

Mira qué respeto le tengo a una mujer que me olvidó tan pronto y
que incluso ahora viene a mí para salvar el culo de su padre.

Sin embargo, mi madre biológica no me impedirá ejecutar mi plan.


Su padre no merece vivir en paz cuando yo nunca he tenido la
oportunidad.

Aclarando mi garganta, finalmente le respondo. —Soy un hombre


de negocios, señora Carrington. —Me doy la vuelta para mirarla de
nuevo. Al fruncir el ceño, aparecen pequeñas arrugas en su frente. Se
mueve incómoda y, en ese momento, parece perdida, pero aprieto la
mano, sin permitirme fijarme en nada más de ella—. Si veo debilidad,
ataco. —Abre la boca para decir algo, pero me adelanto—. El legado
de su familia ha estado al borde de la caída todo este tiempo. Solo he
apretado el gatillo en la cadena de eventos imparables. —Hago un
gesto hacia la barra y le ofrezco—: ¿Quiere tomar algo antes de irse?
—El mensaje entre líneas es clarísimo.

Tiene que largarse de aquí antes que la rabia embotellada en mi


interior estalle y me permita gritarle, preguntándole cómo puede
venir aquí e intentar proteger al bastardo que le quitó a su hijo.

Me lavo la amargura de la boca con agua, deseando que todo mi


autocontrol acumulado a lo largo de los años me ayude a soportar
esto y no volver a someterme a semejante tortura.

—No, y no he terminado —responde con frialdad, y mis cejas se


alzan ante su tono. No se le conoce por ser franca.

Me lo imagino. Seré yo quien haga perder los estribos a mi madre,


y de algún modo este conocimiento me produce placer.

Supongo que estoy más jodido de lo que pensaba en un principio.

—Compró todas las acciones, proporcionó diferentes contratos a


nuestros socios, cerró nuestras diversas empresas presentando una
propuesta tan buena a nuestros oponentes que no pudieron resistir.
Nos ha aislado en el mercado, y lo sabe. —Me señala con el dedo
mientras yo me limito a dar un sorbo a mi agua, deseando que sea
whisky, porque el juicio en su voz me molesta—. Y ahora viene por
nuestro patrimonio familiar. —La botella se detiene a medio camino
de mi boca ante esto—. Nuestra hermosa mansión del siglo XIX que
perteneció a los primeros Carrington en estas tierras. Mi santuario. —
Termina su perorata en un susurro y se agarra a la silla cercana,
balanceándose un poco. Salgo disparado hacia delante, el agua
derramándose sobre el mármol reluciente, dispuesto a atraparla, pero
ella me sacude la cabeza—. Esto es personal. ¿Por qué es tan cruel con
nosotros, Remi? ¿Qué le ha hecho mi familia?

—Mis razones son mías. Su padre no es un santo —digo con un


gruñido—. Y para que quede claro, no es que deba una explicación a
los Carrington, no tengo ningún interés en su patrimonio familiar.

Solo fui por sus bienes y su legado; los diversos edificios antiguos
repartidos por el país con su rica historia no tienen ningún interés
para mí.

—Ayer ya trajo a un comprador. La venderá para cubrir otras


deudas. De todos modos, nunca le gustó la casa —susurra, mirando a
lo lejos, y luego se deja caer en la silla, juntando sus manos
temblorosas—. El resultado será el mismo.

Resisto cualquier impulso de consolarla y, en su lugar, me decido


por otra cosa.

—Estoy seguro que no se quedará sin hogar. Su padre la quiere


demasiado para dejar que eso ocurra.

—¡Pero él no me encontrará en ningún otro sitio!

—¿Quién?

—Mi hijo.
Me congelo. Mi corazón deja de latir durante una fracción de
segundo cuando ella levanta su mirada, cubierta de lágrimas, hacia
mí. Sus ojos están tan llenos de dolor que casi puedo tocarlos.

—Él no me encontrará en ningún otro sitio.

Miles de emociones me arañan desde todas las direcciones,


abriendo las heridas que cosí y cerré. Se necesita todo lo que hay en
mí para superar la opresión en la garganta.

—Creo que su hijo está muerto. ¿Y no tenía solo un día cuando


murió?

Hace un gesto de dolor ante mi pregunta y se limpia las lágrimas


que resbalan por su mejilla. —Eso es lo que dice mi padre, pero esa
noche mi hijo estaba envuelto en una manta de lana con el emblema
de la familia.

¿Emblema? Ni siquiera sabía que los Carrington tuvieran uno de


esos.

—La tejí personalmente para él durante el tiempo que mi padre me


mantuvo como rehén en la mansión familiar para que nadie supiera
de su vergüenza. —El disgusto se apodera de su tono en la última
parte, como si en el fondo le disgustara su padre y no tuviera ninguna
devoción por él—. Cuando mi hijo murió, la manta también
desapareció. —Clava las uñas en el brazo de la silla, sus nudillos se
vuelven blancos—. Mi padre dice que estoy loca, pero ¿y si mi hijo
está vivo? ¿Alguien se lo ha llevó por la razón que sea? —La botella de
agua se retuerce en mis manos cuando la agarro con fuerza,
intentando controlar el caos que estalla lentamente en mi interior
cuando esta información va en contra de todo lo que he creído—. Por
eso me he quedado en la casa todo este tiempo. Es la única que tiene el
emblema de la familia. —Ella exhala con fuerza—. Él no me
encontrara de otra forma.

—Sra. Carrington...

Ella levanta una palma extendida para detener lo que quiera decir.
—Por favor, no lo haga. —Se pone la mano en el pecho—. Mi hijo está
vivo. Lo siento aquí. Fui impotente para impedir que mi padre se lo
llevara y no pude encontrarlo por más que lo busqué. Pero que me
maldigan si voy a renunciar de buena gana a mi última esperanza de
reunirme con él. —En su rostro aparece la determinación junto con el
dolor—. Lo que significa que no soy demasiado orgullosa para rogarle
que por favor detenga su venganza. O hágalo de tal manera que mi
padre no piense en vender la mansión.

Me quedo quieto, mirándola mientras sus labios tiemblan, y ella


hace lo posible por recoger todas las lágrimas que gotean sobre su
vestido negro, sus ojos sosteniwndo6 los míos en una petición
silenciosa.

¿Fue todo una mentira hasta ahora?

Mi madre... ¿cree que estoy vivo?

Su lógica está deformada, por supuesto. La gente rara vez vuelve a


ver sus mantas de bebé. La probabilidad que alguien la conserve
después de secuestrar a un niño es escasa o imposible.

Pero aparentemente el corazón de una madre puede alimentar la


esperanza incluso en las peores situaciones sin pensar en la lógica.
—Siento lo que mi familia le ha hecho. Pero, por favor, no me quite
la esperanza. La esperanza ha sido lo único que me ha mantenido viva
durante los últimos treinta y un años.

El niño pequeño que anhela la aceptación y el amor de su madre se


despierta dentro de mí, deseando decirle la verdad y encontrar
consuelo en sus brazos, para que tal vez pueda aliviar el dolor de mi
pecho que no desaparece.

Pero el hombre en el que me he convertido sabe que sería un


terrible error. Ya no soy su dulce bebé.

Su príncipe creció hasta convertirse en un monstruo que infunde


miedo a quien se cruza con él.

—Desearía que nunca hubieras nacido.

Ella no desearía un hijo así, y yo he manejado todo el rechazo que


he podido en mi vida.

No me someteré a ninguno más.

Antes que pueda responderle, las puertas vuelven a abrirse de


golpe. Mis ojos se ensanchan al ver a Amalia de pie, con la sangre
goteando de su frente, sus vaqueros y su camisa embadurnados de
tierra.

—Duke ha secuestrado a Penelope. —Se tira del cabello como si


estuviera en trance—. Se suponía que debía encontrarme con ella y se
la llevó. No pude parar el coche a tiempo. ¡La tiene, Remi!

No.
Un miedo distinto a todo lo que he sentido antes me envuelve, me
estrangula, mientras la bestia que llevo dentro ruge tan fuerte que su
furia me quema por dentro.

Mi mujer, mi hermosa mujer, está en manos del loco que me odia


con saña y que no se detendrá ante nada para hacerme daño.

Y no me ha amenazado ni ha enviado ninguna pista sobre dónde


encontrarlo, lo que solo significa una cosa.

Tiene la intención de matarla y entregarme su cuerpo en bandeja


de plata como muestra de su venganza.

Un hombre al que no le importaba matar a su propio nieto ni


siquiera pestañearía antes de matar a la esposa de alguien.

Mientras la locura me consume lentamente, derramándose en mi


alma y embadurnándola de ira, la determinación me impulsa a
encontrar al hijo de puta y torturarlo sin cesar. Mis entrañas se parten
en dos solo de pensar lo que podría hacerle a mi Penelope.

Los sentimientos ahora mismo son un lujo que no me puedo


permitir. El pensamiento racional y las victorias no existen sin una
mente fría.

Si sucumbo a mi furia, no ayudaré a mi esposa. En cambio,


permitirá que el monstruo se dé un festín con su carne, haciéndola
pagar por mis pecados.

Nunca debí hacerla partícipe de mi plan ni mostrarle afecto; el hijo


de puta sabía exactamente dónde golpearme.

—¿Me oyes, Remi? —grita Amalia, acercándose a mí y golpeando


mi pecho—. ¡Tu abuelo se ha llevado a mi hermana!
Un fuerte grito ahogado resuena en la habitación, y las cabezas de
ambos giran hacia mi madre, que parpadea rápidamente, clavando su
mirada en mí y sacudiendo la cabeza con incredulidad.

—Remi —susurra, queriendo tocarme, pero me alejo de ella.

Ahora mismo, no puedo concentrarme en ella ni en las preguntas


que se agolpan en sus ojos.

En su lugar, reviso en mis recuerdos fotográficos toda la


información que he tenido sobre mi abuelo -sus patrones, sus gustos y
disgustos- para determinar a dónde podría haber llevado a Penelope.

Como se cree tan inteligente, eso significa que elegiría un lugar


que, según él, yo nunca consideraría. Y matarla allí le daría una
alegría extra, y podrá alardear de ello después.

Un lugar que le haría creer que se ha hecho justicia por toda la


mierda que le he hecho.

¿Dónde?

Y así, la respuesta viene a mí.

La mansión de la familia Carrington. Donde nació su mayor


vergüenza y él falló en acabar con mi vida.

Así que hoy intentará rectificar la situación para darse al menos


alguna sensación de poder.

Puede que esté sano, pero su reputación y todo lo demás está por
los suelos, así que no tiene nada que perder. No me sorprendería que
el maldito planeara suicidarse una vez que ejecute su plan.

No permitiré que eso ocurra.


Me quitó mi derecho de nacimiento, mi madre, mi infancia.

No me quitará a mi esposa.

Unos pesados pasos reverberan por el espacio mientras una


energía familiar zumba sobre mí, prometiéndome un respiro en medio
del caos. Miro a mis amigos que entran en el despacho, con la
determinación escrita en sus caras mientras esperan mi reacción, que
me hace saber que escucharon la última parte.

—Lo que necesites, hermano —dice Santiago. Sin pronunciar una


sola palabra, me dirijo a la salida, pasando por delante de una Kelly
boquiabierta, mientras mis amigos me siguen.

Me quito la chaqueta del traje y la tiro al suelo, remangándome la


camisa, dispuesto a dar rienda suelta al bárbaro que siempre vive
dentro de mí.

De todos modos, nunca he sido un maldito príncipe.

Esta guerra empezó porque él me hizo daño.

Pero yo terminaré esta guerra porque él se atrevió a herir a


Penelope.

Porque en este oscuro mundo mío, ella es la única luz que he


conocido.
"Un cachorro no puede sobrevivir en la naturaleza sin su madre, porque los depredadores
lo matarían.
¿Pero si por alguna razón milagrosa lo hace?
Tengan miedo.
Tengan mucho miedo.
Porque una fuerza así es inquebrantable y no ansía otra cosa que destruir a quienes lo
lastimaron.
Especialmente si esas personas se atrevieron a tocar lo que más ama".
Remi

Penelope
Aterrizo en el suelo con un ruido sordo y el dolor me atraviesa.
Mis manos abiertas agarran la tierra mientras intento mantener el
equilibrio.

Mi cuello se tensa cuando el hombre me agarra del cabello con


fuerza, inclinando mi cabeza hasta que puedo mirarle. Me sonríe. —
¿Sabes por qué te he traído aquí, Penelope? —Hace un gesto hacia la
vasta propiedad cubierta de hierba verde esmeralda, que brilla bajo la
puesta de sol que se avecina. Magníficos arbustos en flor y grandes
árboles son visibles, y los pájaros gorjean alegremente. Un sonido
bastante molesto en las circunstancias actuales.

En el centro, veo una casa de estilo victoriano de tres niveles; la


enorme estructura de ladrillo tiene muchas ventanas. Varias fuentes se
extienden por los jardines, el agua cae en cascada por las estatuas e
invita a cerrar los ojos y dejarse llevar por las sensaciones.

Si no me hubiera arrastrado hasta aquí en contra de mi voluntad


por un hombre que me golpeó con fuerza en el auto y que luego no ha
dejado de apuntarme con una pistola, podría incluso encontrarlo
hermoso.

Ahora mismo, sin embargo, espero ver a alguien cuerdo por aquí
que pueda detener esta locura o encontrar mi huida, pero todas mis
esperanzas son infructuosas.

No hay nada más que vacío a la vista, solo interrumpido por los
pocos guardias que trajo consigo.

Duke debe leer mi mente, porque me advierte:

—Ni se te ocurra hacer una estupidez. La gente que he contratado


no dudará en dispararte. —Casi me río en su cara. Qué rico de su
parte amenazarme con la muerte cuando quiere matarme de todos
modos—. Ahora, repito. ¿Sabes por qué te he traído aquí? —Como
permanezco en silencio, negándome a complacerle en su juego, me da
una fuerte patada en el estómago. Grito mientras el dolor me atraviesa
en oleadas, dejándome sin aliento—. ¡Respóndeme! —grita antes de
darme una fuerte bofetada en la cara, y luego me suelta, lo que hace
que caiga de lado, respirando con dificultad.
La piel me arde por la bofetada. No puedo mover la mandíbula
para formar una palabra, así que me limito a sacudir la cabeza,
rezando para ganar algo de tiempo para que Remi aparezca y me
salve.

Y lo hará, lo sé con certeza.

Mi príncipe oscuro.

—Este es el lugar donde murieron todos mis sueños —continúa


mientras sus hombres me rodean, apuntándome con sus armas.

Toso. Sentándome, me alegro de llevar hoy pantalones vaqueros.

Cobardes.

—Mi hija, mi princesa, se quedó embarazada del hijo de mi mejor


amigo a los quince años. Era hermosa, inteligente y feliz. —Escupe las
palabras, arrebatando la botella de whisky al guardia y abriéndola de
un tirón—. ¡Todo un futuro por delante, y lo sacrificó todo porque se
enamoró de él! —Da un trago codicioso y se limpia la boca—. Y el
cabrón, por supuesto, lo negó. ¡Llegó a llamarla puta! —Brama la
última parte, haciéndome estremecer.

Parece que el padre biológico de Remi también era un imbécil.

—Es por eso que matar a Keith me produjo un placer extra. —


Jadeo al oír esto, mis ojos se ensanchan, y él se ríe, el sonido me pone
la piel de gallina y crea más miedo en la boca de mi estómago. ¿A
cuántas personas ha matado este hombre para conseguir sus
objetivos?—. Lo obligué a tomar una sobredosis para que su familia se
enfrentara a la vergüenza y no la mía. No llamas a mi hija puta y
vives. —Comienza a pasear de un lado a otro, reviviendo el pasado, a
juzgar por su expresión asesina—. También le sirvió bien a mi amigo.
Su hijo destruyó a mi niña.

Como el tema lo agita y emociona, decido prolongarlo. —Él era un


niño. Probablemente también se asustó.

Duke me mira desconcertado. —¡Tenía dieciocho años! Mi hija lo


amaba. ¿Puedes creerlo? Nunca la crié para que fuera estúpida, pero
él la confundió.

Me pongo tensa cuando bebe más whisky y luego tira la botella,


que cae sobre la hierba. Vuelve a agarrar su bastón, sujetándolo con
fuerza, y mis entrañas se revuelven solo de pensar que podría
golpearme con él.

—¿Qué pasó después que lo mataras?

—Sofía se volvió insoportable. Lloró a ese chico como si la


quisiera. Todo mientras cuidaba del bebé en su vientre y tejía esa
maldita manta. —Por la forma en que dice esto, parece que odia la
manta. En este punto, me pregunto si hay alguien a quien este hombre
no odie—. El bebé. La perdición de mi existencia.

La rabia se dispara ante esto, y no puedo evitar que las palabras


salgan de mi boca. —Tu nieto. Remi es tu nieto. —Aunque admitirlo
en voz alta me parece mal.

Mi hombre es un monstruo, pero no es un demonio como el


hombre cuya sangre corre por sus venas.

Duke es pura maldad.

Resopla con desagrado. —Lo odié en cuanto me dijo que estaba


embarazada. Cuando me enteré, ya era demasiado tarde para abortar,
así que tuvo que dar luz a eso. —Me muerdo el labio al ver que llama
a Remi eso. Qué imbécil—. Pensé que podría esconderla en esta casa
hasta que se asentara el polvo. Todo el mundo pensaba que estaba en
Suiza de todos modos.

—Pero ella quería quedarse con el bebé —digo. Él asiente,


golpeando con fuerza el suelo hasta que la punta del bastón se clava
en él y hace un agujero—. Usted no quería a Remi.

—Tenía quince años y estaba confundida. No necesitaba que el


bebé le diera mala reputación. Nadie lo necesitaba. Incluso la familia
de Keith prefirió que me deshiciera de él.

Gente horrible, horrible, que no merecía tener a Remi en sus vidas


de todos modos.

Sin embargo, me duele el corazón por su madre, que fue engañada


por todos y no pudo pasar tiempo con su hijo.

—Así que eso es lo que hizo.

Presiono la mano contra mi mejilla mientras él se pasea una vez


más, continuando su relato. —Por supuesto. Después del parto, le di
unas horas para que disfrutara de su tiempo con él y esa noche hice lo
que era correcto.

—Ordenó que lo mataran.

Se encoge de hombros. —No podía matarlo yo mismo. Quiero a mi


hija.

Me río, lo que no pasa desapercibido para él. —Tiene una extraña


manera de demostrárselo. —Sus cejas se fruncen, y luego la molestia
aparece en su cara. No aprecia mi humor, y veo el error de mis
maneras cuando otro golpe aterriza en mi espalda, el dolor me envía
hacia adelante mientras me duele toda la columna vertebral.

—No hables de lo que no sabes —exige, y luego vuelve a caminar


a mi alrededor, contando su historia como si realmente me importara
lo que lo llevó a tomar sus decisiones.

No importa cómo quiera justificar sus acciones, no puede.

Un padre que ama a su hijo nunca haría lo que le hizo a Sofía.

—Ella lloró, se ahogó tanto en su dolor que perdió la chispa y


nunca la recuperó. —Lo veo dar vueltas a algo con el bastón mientras
mira al horizonte—. Con el tiempo, volvió a funcionar, pero solo
existía. Hizo lo que le pedí mientras la dejara quedarse en esta maldita
casa. Incluso se casó con el hombre perfecto, pero él no pudo soportar
su dolor.

Imagino que nadie pudo, y menos su padre.

Después de una pérdida tan tremenda, su hija necesitaba terapia,


compañía, para no sentirse tan sola en lo que vivía. En lugar de eso, le
ordenó esencialmente que se callara sobre su dolor y que viviera como
si nunca hubiera sucedido.

Y luego la prostituyó cuando le dio la gana, por las conexiones y la


dinastía.

—Y buscó al bebé todo el tiempo. Yo estaba contento porque sabía


que él había muerto. ¡Solo que ese cabrón no pudo cumplir el trato y
lo dejó vivir! —concluye en un gruñido mientras yo digiero toda esta
información.
Sé que Remi ha destruido la reputación de Duke y que planea
quitarle su imperio, lo cual sería algo lógico de considerar; por eso
está tan enojado ahora.

Sin embargo, después de escucharlo, el panorama se aclara como


el cristal.

—Tiene miedo que Sofía se entere. —Se queda quieto ante esto,
girando la cabeza hacia mí—. Le dirá la verdad y entonces su hija, a la
que tanto quiere, sabrá el monstruo que realmente es. —Su cara se
pone roja mientras su boca se abre y se cierra. Es un bastardo egoísta,
pero siente debilidad por Sofía y no quiere perderla. Sin embargo,
Remi lo amenaza. Duke sabe que ella quiere más a Remi que a él, su
propio padre.

Y esa es otra razón por la que lo odia tanto.

—Será mejor que te calles, chica.

—Remi merecía crecer con su madre. Se merecía algo mejor. ¡Pero


lo que no se merecía es ser pariente de un hombre tan malo como
usted! —grito cuando vuelve a agarrar un puñado de mi cabello,
tirando de él con tanta fuerza que parece que va a arrancármelo todo.
Aun así, digo, a pesar de las lágrimas que se forman en mis ojos por
su acción—: Él sobrevivió, y no importa lo que haga hoy, él ganará. —
Si este hombre consigue matarme, quiero que lo recuerde para
siempre.

En esta guerra, su nieto ganó, porque tiene algo que el destino


nunca le dio a Duke.

Un corazón.
—Eres una idiota. Igual que tu padre, que se cruzó conmigo. —
Parpadeo, la inquietud me recorre, y él se ríe—. Se enamoró y se
olvidó de todo. Por eso los dos tuvieron que pagar por ello.

No.

No, no, no.

—Usted…

—¿Los maté? —dice y asiente, tirando de mi cabello con más


fuerza y haciéndome gemir mientras clava su bastón en mi estómago,
la carne magullada llorando por el contacto. No me separo de su
mirada, no quiero mostrarle debilidad—. Oh, sí. A mí también me dio
una alegría extra. ¿Por qué crees que Asher huyó a Francia? Quería
protegerte. Como si no supiera de ti. —Oh, Dios mío—. Me importaba
un carajo. Tu padre no te dejó nada. Sintió la necesidad de separarlas
para salvarlas de mí. La razón por la que le dejó toda su fortuna a
Amalia fue porque ella terminó con tu tía. Él sabía que Asher te
amaría. Beatrice era una puta y también murió como tal.

Las náuseas me golpean, la pena se despierta de nuevo en mi


interior por perder a mis padres que nunca tuve la oportunidad de
conocer, pero también a mi gemela.

¡Todo lo que nos ha pasado a las dos es culpa suya!

—Pagar a Beatrice para que fuera más cruel con su sobrina fue una
gran idea. Mientras estuviera mentalmente inestable, no podría
reclamar las acciones, y por eso mi imperio estaba a salvo. —Hace una
mueca, escupiendo en el suelo—. Sin embargo, todos ustedes
sobrevivieron. Tres chicos a los que quería muertos, y ninguno de
ustedes están en la tumba. Ya he tenido suficiente. —Me arrastra hacia
delante mientras lucho por sujetarme, pero mi esfuerzo es inútil
contra su fuerza. Mis rodillas rozan la hierba mientras me arrastra tras
él—. Pensé durante mucho tiempo en cómo hacerles daño a todos.
Hasta que mis ojos se posaron en ti. —Tardo un segundo en darme
cuenta que me ha llevado a la gran piscina rectangular vacía—. Verás,
Penelope, los dos te quieren y te necesitan más. Eres el pegamento que
mantiene todo unido para ellos. Matarte les traerá tanto dolor que
ninguna tortura podría competir con ello. ¡Bill!

En el momento oportuno, un hombre aparece junto a nosotros y


agarra mi tobillo, rodeándolo con una cuerda apretada que está atada
a una pesada bolsa que debe tener piedras. —Una vez que mueras,
tendré mi venganza. Todos ellos pagarán por todo lo que me han
hecho. —Con esto, me empuja con fuerza, y con un grito, caigo al
fondo de la piscina. Un dolor punzante me atraviesa cuando mi
cuerpo cae sobre el duro hormigón. Mi grito se apacigua en mi
interior; cada respiración es una lucha.

Ruedo hacia un lado y algo caliente se desliza por mi frente. No


tengo fuerzas para mover un músculo. Solo puedo mirar al cielo claro
y anhelar huir de esta angustia, pero no puedo.

El ataque se vuelve demasiado, pero lucho por mantenerme


despierta. Quiero cerrar los ojos para no tener que experimentar esta
tortura, pero el sonido del agua golpeando contra la piscina despierta
mi atención mientras se forma lentamente la humedad debajo de mí.

La está llenando. La bolsa de piedras adjunta no me deja ningún


medio para salvarme.

Y aunque pueda aguantar lo suficiente como para intentar nadar,


el ancla me arrastrará hacia abajo y moriré igualmente.
Mi príncipe no ha venido al rescate a tiempo.

Tengo miedo. Mucho miedo.

Porque si me encuentra muerta, la oscuridad llenará para siempre


su corazón.

Pero por más que lo intento, no puedo permanecer despierta.


Sucumbo lentamente al olvido que me susurra al oído que me deje
llevar y no sienta nada.

Amalia tenía razón.

Nunca debería haber venido aquí.

Tal vez así todos seguiríamos con vida.


Remi
Santiago pisa el acelerador con más fuerza, acelerando más cuanto
más nos acercamos a la mansión. Las ventanillas están bajadas, y el
viento nos abofetea en la cara, no es que yo sienta nada.

En su lugar, quito el seguro del arma y disparo contra cualquier


hombre que nos bloquee el paso, los cadáveres caen como moscas a
nuestro alrededor. Octavius y Florian, junto con Amalia, nos siguen.

El abuelo debe de haber contratado a todo un ejército para que le


vigile el culo, pero el infierno se congelará antes que un ejército
impida a cualquiera de los jinetes proteger lo que es suyo.

Por suerte, la mansión está a pocos minutos de aquí, pero cada


segundo cuenta. Perdiendo la paciencia, le digo a Santiago:

—¡Más rápido!

—Estoy conduciendo tan rápido como el auto puede ir, amigo. Con
la cabeza despejada, siempre con la cabeza despejada.

Eso es rico viniendo de un hombre que perdió la maldita cabeza


cuando la situación se invirtió.

Si algo le pasa a Penelope...

Yo, ni siquiera me permito ir allí, porque me volveré loco.

En su lugar, cambio los cargadores de mi pistola, preparándome


para disparar a varios hombres más que saltan de los árboles.
—He contado unos treinta hombres hasta ahora. —La voz de
Florian resuena en el auto cuando Santiago pulsa el botón del volante
para aceptar su llamada—. Lo que significa que una cantidad igual
podría esperarnos dentro de la mansión.

Siempre se le han dado bien los números.

—¿Y qué? —le respondo, odiando su tono distante o, en general, a


él en este momento.

—No te lances a nada hasta que podamos evaluar la situación. No


ayudarás a Penelope.

Apenas presto atención a lo que dice mientras Santiago da un giro


brusco a la derecha y vuelve a acelerar.

Finalmente, llegamos al estrecho camino que lleva directamente a


las enormes puertas de hierro abiertas. Las atraviesa volando,
haciéndonos entrar, solo para que nuestro auto sea alcanzado por las
balas una tras otra. Ambos nos agachamos, tratando de evitarlas.

—Hijo de puta —grita Santiago, con los neumáticos chirriando


mientras lo hace girar, deteniendo el vehículo. Salimos, nos
escondemos detrás de él y disparamos nuestras armas a los hombres
que nos disparan.

Florian estaciona su auto justo a nuestro lado, y todos se bajan,


apuntando con sus armas al enemigo. Quiero correr hacia la mansión
hasta que noto cómo todos los guardias se acercan al jardín.

Él no está dentro y, sin embargo, diez hombres más salen de la


casa, empuñando rifles.
Santiago sigue mi mirada y me hace un gesto con la cabeza,
matando a un hombre más antes de decirme:

—Ve tú. Nosotros te cubriremos.

Me apresuro a salir al jardín con los chicos creando un círculo a mi


alrededor, asegurándose que no me alcancen las balas, aunque las
oigo rebotar.

Somos cuatro contra Dios sabe cuántos, pero hemos estado en


situaciones peores.

Sin embargo, toda mi atención se centra en el hombre, que está de


pie con cinco guardias, sorbiendo una botella de whisky mientras
levanta la cara hacia el sol.

—Ah, el nieto más querido ha llegado. —Su repugnante voz


resuena en el aire, haciéndome entrar en una espiral de locura. No
localizo a Penelope por ninguna parte.

—No me llames así. Por lo que a mí respecta, no eres nada para mí.
—Le apunto con la pistola—. ¿Dónde está mi esposa?

—A menos que la quieras muerta, te quedarás dónde estás —dice,


engullendo whisky con avidez mientras me apunta con su propia
pistola—. Has arruinado mi vida, pequeño bastardo. Nunca deberías
haber nacido.

Comienza el zumbido en mis oídos, una furia familiar que hunde


sus garras en mí y me exige que destruya al enemigo que se atreve a
hacerme algo así una vez más. Sin embargo, me contengo.

Penelope. Solo Penelope importa en este momento, y nadie más.


Disparo a los guardias que se abalanzan sobre mí; uno a uno, caen
al suelo mientras el abuelo permanece imperturbable, solo riendo.

—¿Dónde está Penelope?

—No te lo diré a menos que me des lo que quiero. Pero cuanto más
tiempo estemos aquí, menos posibilidades tiene de sobrevivir. —Sus
palabras me hacen sentir un escalofrío, el miedo lucha por dominar.
La frialdad hace lo posible por ignorar sus amenazas y mantener la
calma—. Los dos. —Mira por detrás de mi hombro, y sé que Amalia
está a mi lado, apuntándole con su arma, mientras el odio destella en
su rostro.

—Sabía que vendrías por ella. Ella es el eslabón débil. —Gruño


ante lo que llama mi mujer, y Amalia se tensa—. Ella creció en el
amor, a diferencia de cualquiera de ustedes. Ella te ama. Para salvarla,
uno de ustedes debe morir. —Mis cejas se fruncen ante esto. El viejo
ha perdido la cabeza si cree que lo vamos a permitir—. Los dos
deberían haber muerto hace mucho tiempo. —Centra su mirada en
Amalia—. Mátalo y salvarás a Penelope. Piénsalo. —Pasa un
segundo—. Yo maté a tus padres. Y él es mi nieto. —Maldición, la
pistola en la mano de Amalia se tambalea al descubrir esta verdad—.
¿Quieres que tu gemela esté con mi vástago?

El viejo es un idiota si cree que saldrá vivo de esto. Amalia no lo


dejará vivir lo suficiente como para expresar sus arrepentimientos.

Entonces, ¿por qué está derramando todo esto?

A través de los disparos y los gritos que resuenan detrás de


nosotros, e incluso de la molesta voz del abuelo, hay algo que me
atormenta, algo que reclama mi atención, pero no consigo averiguar
qué es.

Amalia dispara una bala junto a sus pies, haciéndolo saltar y dejar
caer la botella de whisky, y maldice en voz baja. —Dime dónde está
mi gemela, o voy a disparar a esa maldita boca para que te calles de
una vez.

—A menos que uno de ustedes mate al otro, no diré nada.

Así es como sé con certeza que Duke está dispuesto a morir antes
que vivir en una sociedad que lo rechaza.

Lo que significa que todo esto es una trampa para castigarnos, y


que solo está dando largas.

Finalmente, el sonido inquietante atraviesa la niebla. El agua está


cayendo rápidamente, el sonido es diferente al de las fuentes, y
localizo el ruido, mi corazón se detiene cuando me doy cuenta que
hay una piscina.

—Penelope —susurro. Le disparo una bala en el estómago y grita,


cayendo de rodillas mientras corro hacia la piscina, con Amalia
pisándome los talones.

Mis pulmones arden en busca de aire, pero los ignoro,


concentrándome solo en la meta en la distancia, corriendo con todas
mis fuerzas para salvar a mi mujer. Aparecen más hombres por los
lados, disparándonos. El caos total me rodea, y, sin embargo, en un
segundo, están muertos mientras mis mejores amigos corren a mi
lado, Santiago gritando:
—¡La piscina! ¡Mierda! —Y con esto, acelero, prácticamente sin
sentir las piernas. Llego al lado para ver un cuerpo en el fondo de la
piscina, con más de la mitad de agua.

—¡Penelope! —grita Amalia mientras me tiro al agua,


sumergiéndome profundamente, llegando a ella rápidamente e
intentando levantarla. Pero la maldita bolsa que está atada a ella me lo
impide.

Amalia y Santiago nadan hacia mí. Mi mejor amigo se sumerge


más profundamente, sacando el cuchillo de su boca y cortando la
cuerda, mientras yo cuento los segundos en mi cabeza,
preguntándome cuánto tiempo ha estado sin oxígeno.

Si son más de tres minutos... Si ella muere, entonces mi vida no


tiene ningún sentido, y el monstruo que me insta a perder la cabeza
ganará, enviándome al oscuro abismo de la desesperación.

Santiago la libera y la arrastramos hacia arriba hasta que


atravesamos la superficie y todos tragamos para respirar.

Octavius y Florian la agarran y la colocan suavemente cerca. Rujo


al ver una profunda herida en su cabeza y su brazo retorcido en una
posición extraña. Deben habérselo roto.

He llegado demasiado tarde.

—Penelope —la llamo por su nombre. Amalia se acomoda a mi


lado junto a su cabeza mientras vemos cómo Octavius le hace
compresiones en el pecho. No hay pulso.

—Por favor, chérie —susurro. Santiago me agarra el hombro con


fuerza por si acaso decido apartar a Octavius mientras lo intenta cada
vez con más fuerza, pero sin resultados—. Despierta, querida.
Sin embargo, todos mis susurros no son escuchados, ya que ella
está cada vez más pálida, como si la vida se le escapara lentamente.

—Por favor, querida.

Si hay justicia en este mundo... si hay destino... entonces he pagado


todas mis deudas y merezco la felicidad.

Siempre trabajé duro por todo lo que he tenido en esta vida.


Nunca le rogué a nadie, sin importar las circunstancias.

Sin embargo, ahora mismo, ruego.

Le ruego al destino, que no ha sido más que cruel conmigo, que


salve a mi esposa.
"Ama y acepta mi oscuridad, ma chérie.
Nunca te hará daño, pero te atesorará de maneras que nunca esperas.
Porque no puedo vivir sin ti en ella"
Remi

Penelope
Malestar.

Eso es lo primero que me viene a la cabeza cuando abro los ojos de


golpe, para volver a cerrarlos, debido al dolor que me recorre la
cabeza.

Con una mueca de dolor, intento levantar la mano para frotarme la


frente, pero no puedo porque algo pesado la mantiene en su sitio.

A pesar del fuerte olor a antiséptico que me irrita la nariz y de los


pitidos de las máquinas que me molestan los oídos, me muerdo el
labio y vuelvo a abrir lentamente los párpados, parpadeando varias
veces para adaptarme a la luz del sol que entra por la enorme ventana
e ilumina la habitación del hospital.

Un grito ahogado y silencioso se desliza entre mis labios mientras


estudio mi entorno, desde la escayola que tengo en todo el brazo
derecho hasta la que tengo en el tobillo y la vía intravenosa que tengo
conectada. Gimoteo cuando el dolor me atraviesa, recordándome lo
que ha pasado.

Respirando con dificultad, consigo dar la suficiente fuerza a mi


brazo no lesionado para quitarme la máscara de oxígeno y sonreír a la
vista.

La enorme habitación tiene un televisor colgado en la pared, un


sofá y dos sillas con una pequeña nevera al lado y una mesa redonda
con un jarrón de rosas.

Sin embargo, lo que tiene toda mi atención son las personas que
ocupan los muebles.

Santiago está sentado en el sillón, con las piernas apoyadas en la


mesa y Briseis sentada en su regazo, escondiendo su rostro en el
pliegue entre su cuello y su hombro. Pasa suavemente la mano por su
espalda, con los ojos cerrados, pero sé que no está dormido.

Jimena está cómodamente tumbada en el sofá, con la palma de la


mano extendida sobre su estómago y la cabeza sobre el regazo de
Florian. Él la observa atentamente, su mano se cierne sobre su rostro
como si quisiera tocarlo, pero en el último momento la aprieta con
fuerza y la pone a su lado, apartando la mirada.

Probablemente no tiene idea que se ha quedado dormida sobre él;


si no, nunca permitiría que Florian estuviera tan cerca de ella.

Isla descansa en la segunda silla, con las piernas debajo de ella, y


Octavius está sentado en el suelo, recostado, con la cabeza apoyada en
las rodillas de ella mientras esta le pasa los dedos de una mano por la
cicatriz mientras con la otra mano le acaricia el cabello. En este
momento, parece casi contento, a pesar que siempre le gruñe.

Que yo sepa, nadie más que ella puede tocar su cicatriz. Tal vez
por eso le dio ese collar de diamantes en lugar de un anillo; él tiene la
llave en una cadena alrededor del cuello.

Ninguno de ellos se ha cambiado de ropa. Están todos sucios y sus


zapatos han dejado huellas sucias en el suelo. ¿Cómo han conseguido
permiso para estar aquí?

Aunque esa es una pregunta estúpida.

Son tres herederos de tronos poderosos, después de todo.

Estos hombres son aquellos de los que la sociedad nos dice que
nos mantengamos alejados, y sin embargo... me han mostrado tanta
lealtad aceptándome en su círculo y arriesgando sus vidas para
salvarme. Y a través de los años venideros, lo volverán a hacer en un
santiamén, porque una vez que un jinete te reclama, te consideran
familia por defecto.

La familia puede no gustarse o apoyar todas las decisiones que


toma cada uno, pero se apoyan unos a otros pase lo que pase, por lo
que nunca estarán solos en este mundo.

La calidez llena mi pecho junto con la gratitud hacia estas personas


que me acogieron, incluso si las formas en que lo hicieron fueron
bastante oscuras y fuera de lo común.

Mi padre me quiere, y yo crecí en un ambiente de amor, pero casi


siempre estábamos solos. Así que, ¿qué tan bueno es que el destino
me haya dado otra familia, y además mortal?
Después de ver la verdadera maldad de Duke Carrington, nunca
los consideraré malos.

No son santos, sino pecadores con su propio código moral, y


puedo vivir con eso.

Lo que obviamente dice mucho de mí, ya que sus acciones nunca


podrán ser excusadas, pero sí comprendidas.

Y he elegido a mi nueva familia.

Mi mirada se desplaza por fin hacia el gran peso de mi izquierda,


donde mi esposo está medio tumbado en la cama, lo más cerca posible
de mí con todos los cables y tubos. Respira de manera uniforme,
aunque incluso en su sueño, frunce el ceño.

El amor me llena hasta el borde, haciendo que sea difícil respirar


mientras miro fijamente a mi hombre que llegó a mi vida tan
inesperadamente y que, sin embargo, me ha dado tanto.

Mi príncipe oscuro llegó a tiempo.

Suspiro suavemente:

—Remi. —Mi garganta está tan seca que toso, y eso hace que se
despierte al instante, sus orbes marrones chocan con los míos y se
iluminan.

Se incorpora y enseguida coge la pequeña taza que hay junto a la


cama y me acerca la pajita a la boca, dejándome dar unos sorbos.

—Despacio, chérie. No queremos que te enfermes.

Una carcajada brota en mi interior ante esto, teniendo en cuenta


que estoy en una cama de hospital luciendo Dios sabe cuántas heridas,
y no puedo resistirme a burlarme de él. —Un poco de náuseas no me
matarán, no creo.

Sin embargo, líneas duras aparecen en su cara ante mi broma y se


posa en la cama, extendiendo sus manos a ambos lados de mi cabeza
y abrazándome. Mientras nos aísla del mundo exterior, el aire se
entrecorta en mis pulmones al ver la intensidad con la que me
observa.

Como si no existiera nadie para él, y en cierto modo, eso es cierto,


¿no?

Mi posesivo y obsesivo hombre.

—Lo siento, querida —dice, y mis cejas se fruncen de confusión—.


Siento que mi venganza haya dañado la única cosa pura de mi vida.
Me cegó mi pasado. Ignoré mi presente, y no es algo que volverá a
suceder.

Una lágrima resbala por mi mejilla, y él se inclina hacia delante,


recogiéndola con los labios mientras pregunto:

—¿Tu abuelo? —Un escalofrío de miedo me recorre al pensar en


ese hombre despreciable.

—Shhh —susurra Remi, dejando un pequeño beso en mis labios


antes de responderme—. Sí le disparé, pero el hijo de puta está vivo y
sano. Con el tiempo irá a la cárcel y todo el mundo sabrá lo que ha
hecho.

Mi corazón se estremece dolorosamente ante esto.

Mis padres. Los padres de Remi. Amalia.


Tantas vidas destruidas por la moral y las ideas retorcidas de un
hombre.

Entonces sus palabras se registran en mi oído.

—¿Con el tiempo? —¿No debería estar ya en custodia? ¡Casi me


mata!

Algo brilla en sus ojos y mi estómago se hunde. —Una vez que


pague una deuda con la persona a la que hizo daño. —No dice el
nombre de mi gemela en voz alta, pero entiendo que es ella de todos
modos.

Es igual que ellos, así que no me sorprende que quiera infligir su


venganza al hombre responsable de todo el infierno por el que pasó.

Aun así, me gustaría que se sobrepusiera a ello.

La verdadera fuerza reside en dejar todo atrás y vivir con luz en el


alma, porque ser un asesino en serie no te hace mejor que los que te
hicieron daño.

No puedo juzgarlos.

Solo puedo amarlos a ambos, aunque ella se niegue a verme.

Suspirando aliviada por haber atrapado por fin a este horrible


hombre, pongo la mano sobre su pecho, justo encima del corazón. —
¿Estás bien ahora? El monstruo dentro de ti, ¿está... contento?

Me pasa el dorso de la mano por la mejilla, bajando hasta el cuello


y luego hasta la clavícula, mientras sus ojos sostienen los míos, con
tantas emociones que no puedo nombrarlas todas.
Pero entre todas ellas, hay una que es la que más destaca, y le
dedico una tímida sonrisa.

—Dicen que solo con los años somos capaces de ver cómo el
destino nos da exactamente lo que necesitamos, y algún día podremos
agradecerlo, por muy duro que haya sido. —Coloca un beso de
mariposa en mi cuello—. Nací como un bastardo que se vio obligado a
vivir en el exilio entre los príncipes. Y aunque nunca deseé lo que ellos
tenían, solo trabajé para ser mejor. A pesar que mis padres me
lastimaban todos los días, y me preguntaba qué había hecho para
merecer ese trato. Cuando descubrí la verdad... odié mi vida con
pasión. Que te nieguen tu derecho de nacimiento, tu verdadero
nombre, tu familia. Ser rechazado por el simple hecho de estar vivo.
Es el tipo de dolor que nadie debería experimentar.

Mi alma llora por el niño solitario que una vez estuvo perdido en
este mundo, que nunca entendió por qué todos lo rechazaban.

—Sin embargo, si hubiera nacido príncipe, nunca habría


conseguido a la princesa. —Acaricia mi cuello, su aliento abanica mi
rostro mientras se forman más lágrimas en mis ojos—. Una princesa
que tiene una cosa en abundancia que él nunca conoció. Amor. Mi
oscuridad la anhelaba, necesitaba su luz como el aliento, porque ella
me consumía y me aceptaba sin reservas. Ser querido a pesar de mi
horrible pasado es un regalo que ella me ha dado y que apreciaré
hasta el día de mi muerte. —Aprieto su camisa, arrastrándolo más
cerca, mientras susurra—: Te amo, Penelope. Y al igual que en el
poema épico, afrontaría cualquier dificultad con tal de estar contigo.
—Pega su boca a la mía, uniéndonos en un profundo beso, nuestras
lenguas se entrelazan y se baten en duelo por el dominio, con un calor
abrasador que me recorre.
Con este beso, sellamos nuestras promesas silenciosas; lavamos el
pasado que nos hirió y esperamos un futuro mejor donde su
oscuridad existe, pero ya no necesita prosperar en ella para vivir.

Porque nuestro amor es más importante que cualquier dolor


vivido.

Siempre será uno de los Cuatro Jinetes Oscuros; sin embargo, la


diferencia es que no dejaré que su oscuridad se convierta en lo que lo
define o lo gobierna.

Su guerra interna puede finalmente llegar a su fin.

Apartando mi boca, rozo sus labios y sus cejas se levantan. —


¿Alguna confesión, chérie?

Me río y luego gimo cuando me duelen los músculos.

—Yo también te amo, Remi. Me alegro mucho que te casaras


conmigo y que persiguieras a mi hermana todos estos años. —Hace
una mueca al recordarlo. Odia que inicialmente esta información me
hiriera, y mis burlas suelen acabar con él acostándome en la superficie
cercana para mostrarme a quien siempre ha querido—. Si no, no me
habrías reclamado aquella primera noche.

Atrapa mis labios en otro beso que te encrespa los dedos de los
pies y que dura más que el anterior. —Todavía te encontraría. Eres mi
recompensa. —Mientras nos miramos el uno al otro, estoy realmente
agradecida por cada cosa que me ha llevado a este momento.

Incluso el loco y todas las heridas.


—No es que todo esto no sea tan lindo como la mierda… —La
divertida voz de Florian rompe la burbuja que hemos creado a
nuestro alrededor, y yo jadeo.

Me había olvidado por completo de nuestra compañía.

—Pero ¿podemos irnos antes que crucen la línea PG3? O peor...


podría enamorarme de Remi yo mismo. —Me guiña un ojo, y Jimena
se levanta de un salto, escabulléndose hacia el otro extremo del sofá
mientras hace girar su anillo de compromiso.

Isla se ríe, e incluso Octavius sonríe. —Tiene razón. No sabía que


fueras tan poeta.

—Bravo, amigo —dice Santiago, suspirando y poniéndose la mano


en el pecho, batiendo las pestañas hacia Remi—. Quédate tranquilo mi
corazón. Hasta yo casi derramo una lágrima.

Las risas estallan en el interior de la habitación, aliviando la


tensión que nos envolvía a todos.

—¿Estás bien? —pregunta Briseis, levantándose y acercándose a


mí—. El médico ha dicho que no tienes lesiones internas, pero la
herida de la cabeza les preocupa, así que te van a tener unos días aquí.
—Bueno, es estupendo saberlo; aunque ahora mismo, estoy lejos de
estar bien. No es que vaya a mencionar este pequeño detalle—. Un
brazo y un tobillo rotos tardarán en curarse, pero luego deberías estar
como nueva.

—Sí, no me importaría tomar más analgésicos, pero estoy bien.

3
Parental Guidance Suggested (guía parental sugerida). El contenido puede no ser apto para niños.
Remi me ajusta la almohada por detrás y me ayuda a sentarme.
Aunque tengo la cabeza un poco mareada, esta posición vertical alivia
algunos de los dolores.

Suenan tres fuertes golpes en el aire y entra Amalia, con un vestido


limpio y el cabello brillando a la luz del sol. Destaca entre todos
nosotros, aunque el nerviosismo emana de ella mientras se mueve de
un pie a otro, mirando a todos.

—Tenemos que irnos. Estos chicos tienen que ducharse, porque


apestan —dice Jimena, dándome una palmadita en el brazo—. Me
alegro que estés bien y iremos a visitarte pronto. —Las chicas asienten
mientras los chicos se despiden de camino a la puerta.

—¡Gracias! —llamo tras ellos, y solo Santiago mira por encima del
hombro, guiñando un ojo.

Sí, son un grupo interesante.

Y puedo decir sinceramente que los quiero a todos.

Remi me da un beso en la frente. —Voy a hablar con el médico


para saber cuándo pueden darte el alta. —Le doy una sonrisa de
agradecimiento mientras sale silenciosamente de la habitación,
dejándome a solas con mi gemela con la tensión aumentando a
nuestro alrededor.

El silencio se alarga, y no estoy segura que vaya a decir nada, hasta


que finalmente habla.

—He pospuesto mi boda cinco veces.

Mis cejas se levantan, porque esto no es lo que esperaba escuchar


en absoluto.
—Okaaay.

Resopla exasperada y se dirige a la ventana, dándome la espalda.


—Lionel cree que estoy nerviosa por el matrimonio, pero no podría
estar más equivocado.

Todavía un poco perdida con toda esta conversación, murmuro:

—Tal vez sea un mal momento.

—No. Es que no quería casarme sin ti.

Los latidos de mi corazón se aceleran, pero aprieto las manos, sin


permitirme albergar esperanzas.

Ella ha aplastado mis sueños tantas veces con respecto a nosotras


que prefiero ser cautelosa a partir de ahora.

—Toda mi vida he querido reunirme contigo. Todos necesitamos


aferrarnos a algo, y tú fuiste el ancla que mantuvo mi barco firme
durante la tormenta. —Se da la vuelta, cruzando los brazos; no me
extraña que se clave las uñas en la piel—. Y luego, cuando fui libre de
hacerlo, tuve miedo. Asher se aseguró que fueras amada. Una niña
perfecta viviendo en un mundo perfecto con gente perfecta. Yo nunca
podría ser perfecta. Mis defectos son profundos y permanentes, junto
con todas las cicatrices que marcan mi cuerpo.

Oh, Dios mío.

El dolor familiar vuelve a herir mi corazón, clamando por mi


gemela. —Amalia...

Ella sacude la cabeza. —No. Pero es cierto. No soy una buena


persona. Tampoco lo seré nunca. Somos como una moneda con dos
caras. Tú eres la luz y yo la oscuridad que no debería existir en el
mismo universo. Cuando me encontraste, me enojé. Porque te echaba
mucho de menos, lo cual es curioso, porque nunca habíamos estado
juntas. —Una risa hueca escapa de sus labios—. Para protegerme del
dolor, preferí rechazarte primero. No podía soportar la idea que me
despreciaras una vez que te enteraras de mi pasado y mi presente.

—Yo nunca habría hecho eso. Todo lo que quería era encontrarte.
—A veces parece que mi misión de toda la vida era reunirnos.

Nuestros padres nos separaron para salvarnos, y supongo que no


puedo culparlos por ello después de presenciar la locura de Duke.

Sin embargo, nos merecíamos algo mejor. A los veintitrés años, no


es demasiado tarde para restaurar nuestra relación.

—Yo me presenté para nuestra reunión. —Se engancha un mechón


de cabello detrás de la oreja—. Pero llegué demasiado tarde. Duke ya
te había llevado.

—Me salvaste. Gracias.

—Sí. Remi te ama, lo cual es sorprendente. No sabía que era capaz


de tanta emoción. —Ella frunce el ceño—. Deberías estar con alguien
más agradable. Pasa un segundo—. Preferiblemente alguien que
cumpla la ley.

Sonrío.

Es una cosa tan hermana para decir. Una cosa pequeña, pero que
significa mucho en este momento.

—Resulta que me gusta.

—Eso es estupendo —murmura, y el silencio vuelve a caer entre


nosotras. Con la verdad al descubierto, no sabemos cómo actuar.
Amalia ofrece una especie de tregua con su discurso, y quizás con
el tiempo construyamos una relación normal que...

Resoplo cuando se acerca velozmente a mí y me envuelve en sus


brazos, abrazándome por primera vez en nuestras vidas... y su
perfume llena mis fosas nasales.

Y, sin embargo, su presencia en mi espacio se siente tan familiar,


tan correcta y necesaria, porque me sentía vacía sin ella.

Remi es y siempre será el amor de mi vida, pero Amalia es mi


alma gemela.

Por reflejo, mi brazo la rodea con toda la fuerza posible y apoyo la


barbilla en su hombro, con los latidos de nuestros corazones latiendo
el uno contra el otro.

—Te amo, Penelope. Siento haber sido terca.

Apretando más fuerte, le susurro:

—Yo también te amo, Amalia. —Y por fin encuentro la paz,


porque mi búsqueda ha terminado.

Pasará mucho tiempo antes que podamos ser realmente hermanas,


pero el vínculo que se rompió está intacto de nuevo, y con él,
podemos hacer cualquier cosa.

Mi gemela está conmigo.

Y en este viaje, también tengo a mi magnífico hombre.

¿Qué más puede desear una mujer para ser feliz?


"Odiseo necesitó veinte años para encontrar el camino de vuelta a casa.
Pasó por muchas dificultades, pero lo resistió todo, porque su familia era una estrella que
brillaba en el cielo, guiándole en su viaje e instándole a seguir adelante para poder
reunirse con ellos.
Guerras, tormentas, diosas y maldiciones...
Eran impotentes frente a la pura voluntad que este hombre poseía, ya que el amor ardía
en su alma con tanta fuerza que todo lo demás palidecía en comparación.
Nunca entendí por qué mi segundo nombre era Odiseo, incluso lo encontré divertido.
Hasta hoy"
Remi

Remi
Apago el motor del auto, respiro profundamente y miro a
Penelope, que pone su mano sobre la mía en el volante.

—Sin presión, cariño —susurra, y me inclino hacia ella, besándola


en la boca durante varios segundos antes de apoyar mi frente contra la
suya—. Elijas lo que elijas, te amaré —dice ella, leyéndome la mente,
aunque el gran peso que me oprime el pecho se revela ante la idea de
decepcionarla.

Y, sin embargo, no dudo de sus palabras.


—Lo sé. —Absorbiendo de ella una fuerza que no poseo, me
enderezo y agarro la manilla—. ¿Estás segura que prefieres esperar en
el auto? —El médico le dio el visto bueno hace unos días. Tendrá que
llevar la escayola durante unas seis semanas, dependiendo de cómo
vaya la curación. Por suerte, lleva una bota ortopédica en el pie, así
que no necesita muletas para caminar.

Asiente con la cabeza, acariciando el libro en su regazo. —Sí.

Tras sostener su mirada unos segundos más y no leer más que


aceptación en su rostro, salgo del auto y cierro la puerta. Miro a lo
lejos, dando la bienvenida al duro viento que hace ondear mi
chaqueta hacia atrás mientras la frialdad se hunde en mí.

Tal vez así se apague el fuego que me quema por dentro.

Los truenos resuenan en el cielo, y alzo la vista para ver cómo se


acumulan las nubes oscuras, listas para verter algo de lluvia. Los
pájaros siguen piando con fuerza, sentados en las ramas, listos para
volar si la naturaleza cambia el tiempo.

Y, sin embargo, los rastros de sol se abren paso entre las nubes,
indicando que tal vez este día siga siendo soleado a pesar de la lluvia
que se avecina.

O más bien debería dejar de fijarme tanto en el tiempo y


concentrarme en lo que he venido a hacer.

Un motor ruge detrás de mí, trayendo la atención hacia el auto que


se detiene justo al lado del mío antes que tres hombres salgan de él.

¿De verdad creía que me dejarían solo en un día tan importante?


Mis mejores amigos caminan hacia mí mientras saludan a
Penelope en el camino.

Octavius pone su mano en mi hombro, dándole un ligero apretón


y mostrando su apoyo silencioso.

—Ya estamos aquí.

Florian engancha sus dedos en los pantalones y me golpea,


sonriendo, pero no llega a sus ojos tan serios. —No importa cómo
acabe, estaremos aquí. Como siempre.

Siempre.

¿No tiene razón?

Érase una vez, el día que llegué a la mansión de los Cortez y


conocí a tres chicos que me recibieron con los brazos abiertos y
siguieron siendo mis amigos no importa qué.

Nada los detuvo.

Ni nuestra diferencia social. Ni mi temperamento. Ni cómo todos


en la escuela les decían que me dejaran y que buscaran mejores
amigos que les dieran las conexiones necesarias en el futuro.

Estábamos, y seguimos estando, unidos sin importar lo que


cualquiera nos arroje.

—Porque somos más que amigos. Somos hermanos —dice


Santiago, extendiendo su mano hacia mí y tirando de mí en un cálido
abrazo mientras nos damos palmadas en la espalda.

Esta amistad no hubiera sido posible si no fuera por mi mejor


amigo.
Un chico que me dio algo más que amistad, un chico que me dio
una familia y cuyo apoyo sentí incluso cuando él vivía su infierno
personal.

Penelope me sacó de la oscuridad y me mostró que hay luz en este


mundo.

¿Santiago?

Santiago me ayudó a sobrevivir en él y a convertirme en un rey


por derecho propio, me mostró bondad cuando todo lo que conocía
antes de la familia Cortez era crueldad.

—Gracias por todo, hermano4 —le susurro al oído y puedo sentir


cómo sonríe.

—De nada —responde, y nos inclinamos hacia atrás cuando hace


un gesto con la cabeza hacia un lado—. Buena suerte.

Suerte.

No me gusta esta palabra, porque en mi opinión, la vida nunca fue


afortunada para mí, pero estaba equivocado.

Incluso en medio de la desesperación, me dio a los cuatro oscuros,


y ¿qué hombre podría pedir más?

Asintiendo por última vez y dejándolos con mi mujer, ruedo los


hombros hacia atrás y atravieso el jardín, con mis zapatos de cuero sin
hacer sonido sobre la hierba. Mis ojos se fijan en la pequeña figura que
está junto a los rosales.

4
Español en el original.
Como está tan lejos, no tiene idea de los visitantes y, para mi
asombro, ningún guardia vigila la propiedad.

Sofía Carrington.

Una vez vino al hospital, preguntando cómo estaba Penelope y


queriendo hablar conmigo, pero la evité. No estaba preparado para
enfrentarme a mi pasado con la rabia hacia mi abuelo todavía tan
fresca.

Ella lo entendió, o al menos lo entendió a su manera, porque un


día después me llegó la notificación que había vendido la propiedad
familiar al mejor postor, había pagado las deudas de su padre y se
había comprado una casita en las afueras de la ciudad.

Una buena propiedad con un enorme jardín que se extiende por


casi toda ella.

Creo que tomó mis palabras como un rechazo hacia ella y sumó
dos y dos para construir un cuadro bastante deprimente para sí
misma.

Donde su hijo sabía quién era y nunca se puso en contacto con ella.

Sin embargo, ¿cómo puedo explicarle todo? Toda la mierda que


pasó... según lo que me contó Penelope y lo que sufrió, no podrá
soportarlo.

No quiero seguir siendo la fuente de su dolor.

Sobre todo, cuando el pasado no se puede cambiar, y no vamos a


recuperar los años perdidos.

Los truenos vuelven a sacudir el cielo, devolviéndome al presente


mientras me acerco. Está cortando hojas con unas tijeras y lleva unos
guantes especiales para proteger sus delicadas manos. Su cabello
oscuro vuela en diferentes direcciones mientras ahuyenta a los
mosquitos para que no le molesten en su trabajo.

Me detengo lo suficientemente lejos como para que me oiga, y me


quedo quieto mientras mi corazón late con tanta fuerza en mi pecho
que me sorprende que no esté en el suelo. No me salen las palabras. El
nerviosismo me invade, las manos me sudan mientras los temblores
me recorren, porque tengo miedo.

Por defecto, una madre ama a su hijo cuando nace.

¿Amará una madre a un hijo que se ha convertido en un


monstruo?

En este momento, no soy un hombre en la flor de la vida con todo


el poder; ahora mismo, soy un niño pequeño que se sentía tan mal y
solo que se preguntaba por qué nadie lo quería y todos deseaban su
muerte.

Y a ese niño le aterra volver a enfrentarse a ese rechazo.

Inhalando el aire tan necesario en mis pulmones, en voz baja, digo


a través de la bilis en mi garganta:

—Mamá. —Ella no reacciona, todavía cortando las hojas, así que lo


intento de nuevo, un poco más fuerte esta vez—. Mamá.

Pero no es suficiente, y ella se echa el cabello hacia atrás cuando el


viento la golpea.

Haciendo acopio de toda mi fuerza de voluntad y valentía, me


aclaro la garganta y mi voz retumba en el espacio.

—Mamá.
Ella se detiene cortando a mitad de camino, quedándose quieta en
su sitio antes de volverse lentamente hacia mí, con la sorpresa
grabada en sus rasgos mientras su boca se abre y se cierra.

Me mira sin parpadear, probablemente preguntándose si me ha


oído bien.

Necesito todo mi autocontrol y la determinación adquirida a lo


largo de los años para decir la siguiente frase con claridad y sin
titubeos.

—Mamá, estoy en casa.

Jadea y las tijeras caen al suelo con un ruido sordo, mientras da un


paso hacia delante y otro hacia atrás, bajando la mirada, juntando las
manos y frotándolas nerviosamente.

Susurra algo en voz baja, aprieta los ojos varias veces y sacude la
cabeza, negándose a creer que estoy delante de ella.

Así que repito las palabras, esta vez más fácilmente, dirigidas a
esta mujer que debería haber formado parte de mi vida desde el
principio.

—Mamá, estoy aquí.

—Odiseo —susurra ella y levanta sus ojos oscuros hacia mí, con
tanta esperanza y amor llenándolos que casi me siento indigno de
ellos—. ¿Mi Odiseo? ¿Estás realmente aquí? —Ella palmea su
cabeza—. ¿No estoy imaginando cosas?

Tragando más allá de la opresión en mi garganta, asiento con la


cabeza. —Sí. Estoy en casa, mamá.
Se adelanta y me tiende las manos, pero luego las retira. Se quita
los guantes, los tira al suelo y se acerca a mí, con las palmas de las
manos tapándose la boca mientras las lágrimas corren por sus
mejillas.

Yo hago lo mismo, dando un paso a la vez, en la corta distancia


que nos separa y que parece toda una vida.

Porque nos ha costado treinta y un años poder hacer esto por fin.

Un paso.

Dos pasos.

Tres pasos.

Y estamos de pie el uno frente al otro, mirándonos fijamente


mientras su aroma floral me rodea, pareciéndome casi familiar. Los
relámpagos adornan el cielo y las primeras gotas de lluvia caen sobre
nosotros.

Ella levanta lentamente sus manos temblorosas, colocándolas


sobre mis mejillas, y su suave tacto alivia algunas de las heridas
internas mientras las desliza hasta mi cuello, notando la profunda
cicatriz que hay allí.

—Mi niño. Todo crecido —dice y luego se ríe felizmente antes que
grandes sollozos sacudan todo su cuerpo. Recorre mi cara con sus
dedos, sus ojos estudian cada detalle, y fluyen más lágrimas—.
Odiseo.

—Mamá.

Cierra los ojos cuando la llamo así, sus labios tiemblan mientras
intenta controlar sus sollozos, pero no lo consigue.
—¿Me has encontrado?

—Sí.

Sus manos se deslizan hacia mi camisa y la agarra. —¿No volverás


a desaparecer?

Limpiando sus lágrimas con mis pulgares, le digo:

—No.

Me mira de nuevo, con más lágrimas en los ojos. —¿Esta vez mi


niño se quedará? —Aprieta mi camisa con más fuerza—. No puedo
perderte dos veces.

Mi corazón, mi cicatrizado y dolorido corazón, late


desenfrenadamente mientras gime ante la angustia de su tono y
lamenta todo lo que nos ha impedido estar juntos todo este tiempo.

A mi madre no le importa mi pasado, mi presente ni mi futuro.

No evita tocarme, aunque sabe lo que le he hecho a su padre.

No me hace ninguna pregunta más allá de la que más le importa.

Mi madre me acepta sin conocerme, como me aceptó hace tantos


años cuando quiso quedarse conmigo.

Su amor nunca se fue; lo ha guardado en su alma y lo vierte en mí


con tanta fuerza que no sé qué hacer con todo ello.

Sin embargo, reúne los trozos dispersos de mi alma oscura y los


vuelve a pegar, se cuela en cada grieta y la alivia con el amor materno
que nunca conocí.
—No, mamá. No me perderás de nuevo. —Llora con más fuerza, si
es que es posible, y la abrazo con fuerza, apretando su mejilla contra
mi pecho mientras nos acuno a las dos—. He encontrado el camino a
casa.

El pequeño príncipe que le robaron en la noche por fin tiene su


paz.

Reunido con la reina al eliminar al malvado rey.

Siempre fui digno del amor de mi madre.

Y nadie me quitará ese derecho nunca más.

Porque yo estaba destinado a nacer.


"Érase una vez, ella llegó a mi oscuridad y destrozó el caos de mi mundo cuidadosamente
estructurado.
Algo tan precioso no debería haber sido mío, pero en mío se convirtió.
Y como tal, vivió feliz para siempre con el monstruo.
Porque incluso los villanos más despiadados... tienen corazones que anhelan el amor y la
aceptación".
Remi

Remi
Chicago, Illinois
Diez años después

El aroma de las galletas recién horneadas penetra en mis fosas


nasales al entrar en mi casa, las risas resuenan en el aire seguidas de
fuertes chillidos.

—¡Agrega un poco de chocolate, abuela!

—¡Y azúcar!

—¡Siempre añade azúcar, duh!

—¡A veces no lo hace!


—¡Es que no lo sientes, porque eres muy goloso!

—¡No lo hago!

—¡Que sí!

Una sonrisa curva mis labios al escuchar a mis hijos de siete años
discutiendo. Arrojando mi chaqueta sobre el sofá, atravieso el pasillo
hasta la cocina, donde mi madre está de pie junto a la encimera y
espolvorea un poco de chocolate en el bol antes de mezclarlo todo,
creando una masa marrón.

Mis hijos se sitúan a cada lado de ella, observándola con


concentración mientras sostienen el azúcar y el chocolate, esperando
el momento exacto para verterlos. Sus rasgos son idénticos; incluso
sus mejillas lucen un hoyuelo en el lado derecho. Es difícil
distinguirlos. Tampoco ayuda que prefieran llevar ropa idéntica, y
hoy han optado por vaqueros negros y camisas azules.

Cabello rubio y ojos verdes que parecen saber más de lo que dicen,
sus rasgos destacan entre los de nuestra familia de cabello oscuro, y a
la gente le encanta bromear diciendo que se parecen a Florian.

No hace falta decir que no aprecio esos comentarios y que, sobre


todo, gruño a quien pone en duda mi condición de padre con ellos.

Son míos, igual que mi esposa.

Sin embargo, su carácter es muy diferente; uno es silencioso y


melancólico, prefiere observar a la gente desde lejos y leer libros, y
desprecia las voces fuertes. Al otro le encanta la compañía y le encanta
llamar la atención, haciéndose rápidamente amigo de cualquiera que
vea.
A pesar de ello, son los mejores amigos y una unidad muy fuerte
que se aman mucho y pueden comunicarse en silencio entre sí, lo que
divierte a mi esposa.

Aegeus se fija primero en mí, sus ojos brillan de felicidad y grita:

—¡Papá está en casa! —Corre hacia mí, chocando con mi cadera e


inclinando la cabeza hacia atrás—. ¡Hola, papá! —Sonríe
ampliamente, y mi corazón se estremece dolorosamente cuando me
llama así, ablandándose bajo su mirada confiada.

Es una palabra que nunca con la que nunca esperé que nadie me
llamara, porque me consideraba indigno de ese título. Y pensaba que
era imposible formar una familia.

Y, sin embargo, a pesar de todas las probabilidades, ahora es mi


realidad.

Mi madre sonríe. La harina embadurna sus mejillas y el vestido


negro que necesita urgentemente un delantal. —¡Cariño! —Todo su
rostro se ilumina de alegría y parece más joven que nunca.

A veces pienso que recuperó su juventud cuando me encontró,


como si por fin hubiera pasado de la mera existencia a vivir con todo
su potencial. Volvió a obtener su título de paisajista y ahora crea arte
con la naturaleza, amando cada minuto. Hace unos años se trasladó a
vivir más cerca de nosotros, sobre todo para que los niños pudieran
quedarse más tiempo, y aprovechan cualquier oportunidad que se les
presenta para entregarse a su bondad. Ella les permite salirse con la
suya en todo, aunque no nos importe. Nunca pudimos experimentar
lo que era tener abuelos cariñosos, así que nos encanta que nuestros
hijos tengan recuerdos tan preciosos.
Aunque nuestro reencuentro inicial fue muy emotivo, y hablamos
durante horas, ya que ella no quería separarse de mí ni un segundo,
nuestra relación al principio era tensa.

No sabíamos cómo actuar el uno con el otro ni cómo encajar al otro


en nuestros mundos. Las explicaciones a todo el mundo también
parecían desalentadoras, pero poco a poco fuimos sorteando esas
dificultades y encontramos nuestro terreno en el que finalmente
pudimos formar el vínculo madre-hijo que durará para siempre.

Mamá me hace un gesto con la mano. —Odiseo, pásame el


bicarbonato, por favor. —Se niega a llamarme Remi y, en cierto modo,
lo entiendo.

Para ella, es el nombre que me puso la gente que me robó. Así que,
para ella, es un recordatorio constante que no me crió. Me alegro que
al menos haya dejado de lado el tema de cambiar mi apellido por el de
Carrington para mantener la dinastía.

Sí, a la mierda. Por suerte, su familia extendida se quedó con todos


los millones después que eliminé su compañía, y rara vez se acercan a
nosotros.

Agarrando la lata, camino hacia ella en dos cortas zancadas,


dándosela. Ella me abraza rápidamente. —Me alegro de verte. ¿No
tienes una fusión importante pronto? No esperaba verte hasta la
semana que viene.

Fusión, claro.

Esta es mi palabra clave para matar, pero mi madre nunca se


enteró del verdadero alcance de mi crueldad, así que cada vez que los
cuatro oscuros tienen que lidiar con la mierda, solo digo que necesito
concentrarme en la última fusión.

—Es sábado, mamá. Penelope me habría matado. —Además, no le


menciono que nunca me perdería la cena con mi familia.

Alesandro me mira fijamente y luego susurra, haciendo un


movimiento hacia mí:

—Hola, papá. —Su voz es apenas audible mientras aprieta el


azúcar con más fuerza, derramando parte de el sobre la encimera.
Luego se acerca rápidamente a mí y me abraza, apretando su mejilla
contra mi estómago mientras yo le paso suavemente los dedos por el
cabello, dándole su momento.

Le cuesta mostrar afecto y, a pesar de vivir en nuestra casa desde


hace tres años, sigue teniendo un poco de miedo que le hagamos daño
como hicieron sus padres biológicos cuando vendieron a los gemelos
al mejor postor. La furia se desliza por mis venas, despertando cada
uno de mis rasgos monstruosos, amenazando con hacerme perder el
control y desear que el tiempo retroceda para poder matarlos de
nuevo sin un ápice de remordimiento.

Alesandro solo pide abrazos cuando se siente solo o llora; sin


embargo, sabe que es amado y aceptado tal y como es.

El otro día, incluso compartió su último poema con nosotros y me


pidió que lo llevara a jugar al golf; para un profundo introvertido, eso
es una gran victoria.

En comparación con la mayoría de nuestros amigos, Penelope y yo


decidimos tener hijos enseguida, queriendo aumentar nuestra
pequeña familia. Sin embargo, el destino nos envió otro reto cuando
se negó a darnos un hijo, por mucho que lo intentáramos.

Los médicos se limitaban a abrir las manos y a afirmar que no


había nada malo en nosotros, y, sin embargo, todas las veces, la
prueba era negativa, lo que entristecía cada vez más a mi esposa a
medida que pasaban los años, sobre todo cuando nuestros amigos
comenzaron a tener hijos una tras otro.

Estaba muy contenta por ellos, pero buscaba constantemente lo


que le ocurría. La gota que colmó el vaso fue el embarazo de Amalia.
De alguna manera, eso rompió a mi esposa, ver a su gemela con un
bulto de bebé y básicamente mostrarle cómo podría haber sido si el
destino hubiera sido amable con nosotros. Especialmente con lo
estrecho que se ha vuelto su vínculo a lo largo de los años, ya que han
viajado para verse cada mes.

Así que hice lo correcto. Tiré todos los libros sobre bebés e
infertilidad, redecoré la habitación infantil vacía y me la llevé durante
todo un año para que viajara por el mundo con todos los recursos a
nuestro alcance.

La mimé muchísimo para que no dudara que nuestra vida era


perfecta, aunque estuviéramos los dos solos. Finalmente se dejó llevar
y volvió a ser feliz, sin ninguna sombra en sus hermosos ojos azules
que aún tienen el poder de dominarme.

Volvimos a casa, y fue entonces cuando los chicos me informaron


que habían salvado a unos cuantos niños de una red de tráfico de
menores en mi ausencia, y que había un par de gemelos que no
hablaban en absoluto y que necesitaban un lugar donde quedarse
durante un tiempo hasta que se resolviera su identidad. La mayoría
de los niños de esa redada habían sido secuestrados de familias
buenas y cariñosas, así que debería haber sido solo por un par de días.

En cuanto encontramos a sus padres, fuimos a hablar con ellos


sobre los chicos, pero los dos drogadictos solo se preguntaron si
podrían venderlos de nuevo, esta vez a nosotros.

Santiago apenas impidió que matara a golpes al pedazo de mierda


que era el padre.

Penelope y yo decidimos quedarnos con ellos hasta que al menos


uno de ellos empezara a hablar, mientras les dábamos un ambiente
cálido y toda la ayuda psicológica que pudieran necesitar. De alguna
manera, sin embargo, cuanto más se quedaban los chicos, más nos
sentíamos en familia. Entonces, un día, Penelope me preguntó si me
parecía bien adoptarlos.

Así fue como pasaron a formar parte de nosotros, y no podíamos


estar más contentos.

O al menos eso creíamos, hasta hace poco.

—¿Dónde está mi esposa? —pregunto, metiendo el dedo en la


masa marrón y riendo cuando mi madre me aparta la mano de un
manotazo.

—Afuera. Disfrutando de los últimos días de verano —responde


una voz grave desde mi espalda, y miro al hombre que entra en la
cocina, con el ceño fruncido cuando mira hacia mí, pero luego sonríe
cuando sus nietos corren hacia él—. Hola, munchkins5.

—¡Abuelo! Ya estás aquí.

5
Pequeños en aleman.
Se pone en cuclillas, dejando que los dos lo abracen, y luego se
levanta con ellos en brazos.

—Por supuesto. Pronto será su cumpleaños. No me lo perdería.

Los ruidosos vítores resuenan en el espacio.

Levanta la ceja hacia mí. —Remi.

—Asher.

Asher todavía me hace pasar un mal rato por haberme casado con
su hija sin contar con él y nunca me deja olvidarlo. Aunque es el mejor
suegro que uno podría pedir y vuela con frecuencia hacia nosotros,
viviendo entre los dos países... el hombre tiene una vena viciosa. Lo
que no le impide llamarme hijo, apoyarme y abrazarme cada puta
oportunidad que tiene.

Pero no me importa, por muy chocante que parezca. Nuestro amor


por Penelope nos une, así que tenemos puntos en común.

Besa a sus nietos y los vuelve a dejar en el suelo mientras rodea el


mostrador y envuelve a mi madre con sus brazos, aspirando su
aroma.

—Hola, amor.

Las mejillas de mamá se calientan y se apoya en él. —Hola.

Y así es como sé que es mi señal para irme, porque lo último que


quiero ver es a mi madre siendo besada por su esposo.

Digamos que nos sorprendieron a todos cuando se casaron hace


ocho años, pero son dichosamente felices. Teniendo en cuenta que
ambos sufrieron bastante en el pasado, me alegro que se tengan el uno
al otro.

¿Qué puedo decir?

Nuestra familia es muy desordenada, y explicar todas las


conexiones a la gente es ciertamente divertido, pero no lo tendríamos
de otra manera.

—Voy a ver cómo está Penelope —digo mientras los niños saltan a
su alrededor y mamá asiente. Así que, merodeando por el pasillo, me
dirijo a la terraza, donde la puerta abierta de par en par da paso al sol
cegador y al magnífico jardín.

El viento sopla sobre mí, aliviando mi acalorada piel, y durante un


segundo, me quedo en el marco de la puerta, disfrutando del calor
mientras unos cuantos pájaros vuelan en lo alto del cielo y otros pían
con fuerza desde los árboles.

Disfruto de la naturaleza hasta que mi cuerpo zumba de


expectación y pasión cuando mi mirada se posa en la hermosa visión
de azul que pasea por el jardín y arranca rosas a su paso. Su vestido
está pegado a sus piernas. Su cabello oscuro cae en cascada en
pesados mechones, y tiene ese aire terrenal que hace que me piquen
las manos para agarrarla y estrecharla contra mí.

Compartirla con cualquiera, incluso con la naturaleza, parece un


crimen imperdonable.

Mi esposa.

Mía para siempre.


Los años pasados juntos no han hecho nada para disminuir mi
obsesión y posesividad hacia mi mujer y, en cambio, solo las han
intensificado, haciéndome desear pasar todo mi tiempo con ella.

Odio a cualquier hombre en su compañía, pero me aguanto


porque tiene un enorme anillo en el dedo y ahora algo más mío que
hace que todos los que están cerca sepan que está tomada.

Marchando hacia ella, rodeo su cintura con los brazos y la aprieto


suavemente contra mí; la bestia que llevo dentro ruge de placer al
sentir su olor, que me envuelve y calma mis oscuras aristas.

Ella ríe suavemente, apoyando su cabeza en mi pecho mientras


pasa sus dedos por mis manos.

—Ah, alguien me ha echado de menos.

—Siempre —le respondo, pellizcando su hombro mientras mi


palma se desliza por su barriga, sonriendo cuando recibo una
pequeña patada de bienvenida de nuestro pequeño milagro—. Está
emocionada de verme.

Hace cinco meses, descubrimos que estaba embarazada, y fue


entonces cuando aprendí de verdad el significado del miedo.

La idea que algo puro venga de mí en este mundo cruel me


aterroriza a sobremanera. Quiero protegerla con todo mi corazón para
que nadie se atreva a hacer daño a mi bebé.

Los chicos ya conocieron el infierno, así que incluso con lo jodido


que estoy... que yo sea su padre les ha dado una mejor oportunidad en
esta vida, y no tengo miedo de mancharlos con mi oscuridad.

Esta pequeña vida, sin embargo...


Aunque en el momento en que escuché su latido, mi corazón se
calmó, y luego cuando me dijeron que es una niña... no podía esperar
a tener una princesita de cabello oscuro a la que mimar y que
probablemente alegrará el mundo como su madre.

Los chicos también están emocionados. Alesandro le escribió un


poema, mientras que Aegeus prometió enseñarle a luchar.

Santiago ya compró una tonelada de regalos para su primera


ahijada.

—Creo que te quiere más que a mí —bromea Penelope, girando


hacia mí y rodeando mi cuello con sus brazos, acercándose aún más a
mí mientras le engancho un mechón de cabello detrás de la oreja—.
No es que pueda culparla. —Se le escapa una respiración áspera
mientras me sostiene la mirada—. ¿Todo bien?

Mi mujer ha aprendido a convivir con mi oscuridad, aceptando


mis actos siempre que sean fieles a mi moral, incluso si no lo entiende.

No tenemos secretos en este matrimonio, y nunca dejaré de luchar


por aquellos que lo merecen, al tiempo que castigo a los hombres
horribles que roban la infancia y cuyas decisiones infligen maldad a
quienes los rodean.

Tendrá muchas preguntas sobre nuestra última operación,


recordándome que siempre esté seguro y vuelva a ella.

Cambió un poco después de tener a los niños; me advirtió que no


toleraría ninguna oscuridad a su alrededor, y que, si sucumbía a ella,
se los llevará a todos y se irá para que no los encuentre.
Nunca le haría daño a ninguno de ellos, porque los amo de verdad
de una forma que creía que mi oscuro corazón nunca podría. Pero la
idea que ella piense que puede alejarse de mí es realmente hilarante.

Mi Penelope está atrapada para siempre con el monstruo, aunque


sea un monstruo amado, no es que le diga eso.

Soy poderoso, pero no estúpido.

—Sí. Solo un pequeño problema. Nada que no podamos arreglar.


—Me mira con dureza y le doy un beso en la boca—. Sé valiente,
chérie. Siempre sé valiente.

Porque vivir con los Cuatro Jinetes Oscuros requiere paciencia y


valentía para sobrevivir a nuestra marca de oscuridad.

—Prefiero ser feliz —susurra ella, poniéndose de puntillas y


uniendo nuestras bocas en un profundo beso, nuestras lenguas
rozándose mientras me clava las uñas en el cuello.

Mi gemido y su gemido se mezclan en nuestras gargantas mientras


aprieto su cabello, inclinando su cabeza para tener un mejor acceso.
Profundizo el beso, recorriendo su interior y buscando su completa
sumisión.

Unas fuertes risas rompen nuestra apasionada burbuja, nuestros


hijos gritan:

—¡La primera tanda de galletas está lista! —Y entonces, por el


fuerte golpeteo en el hormigón seguido de un silencio, sé que están
corriendo hacia nosotros.

Aparto mi boca y apoyo mi frente contra la suya.

—Te amo, chérie.


Se le llenan los ojos de lágrimas.

—Yo también te amo, mi príncipe oscuro.

Y mientras nuestros hijos se acercan a nosotros, enlazando sus


dedos con los nuestros y llevándonos a la casa donde podemos
disfrutar de un tiempo en familia, me pregunto sobre mi pasado.

Cuando emprendí el camino de la venganza, perdí para siempre la


esperanza de encontrar el amor.

Porque ¿quién en su sano juicio amaría a un monstruo?

Nuestras almas están rotas y destruidas tras años y años de dolor,


empapadas de una oscuridad que asusta a la mayoría y repugna al
resto.

Y sin embargo...

Una mujer se enamoró de mí y, con ello, me regaló el mundo,


llenando con ella las grietas de mi corazón, tanto que no entiendo
cómo pude sobrevivir tanto tiempo sin ella.

Siempre pensé que mi venganza me dio un propósito claro que me


ayudó a alcanzar el poder y el prestigio, arañando desde abajo para
llegar a la cima...

Pero estaba equivocado.

Mi venganza me puso en un camino concreto, conduciendo a una


inevitable cadena de acontecimientos que me llevaron a este
momento, y en esto, el destino me ha dado un regalo impagable.

Ella.
Remi
Chicago, Illinois

Siete años después

Un fuerte estruendo resuena en el espacio, seguido de dos —Oh,


mierda. —Un silencio ensordecedor cae sobre la mansión que construí
hace varios años en las afueras de la ciudad, rodeada de tanto terreno
que nadie se atrevería a poner un pie aquí y perturbar nuestra paz—.
¡Estamos jodidos! —Al instante, la música rock estalla a través de los
altavoces, silenciando parcialmente las voces asustadas discutiendo
sobre algo indistinguible.

Hago una pausa, firmando el último informe de marketing que mi


gerente ha preparado para mí, y mi boca se curva en una sonrisa; ya
estoy anticipando la tormenta que se avecina, que será hilarante e
impresionante a partes iguales.

Me recuesto en la silla, cojo el café y aspiro su amargo aroma justo


antes de dar un sorbo, agradeciendo el líquido caliente en mi
garganta, y es entonces cuando la puerta de mi despacho se abre con
un chirrido.

Mis hijos gemelos asoman sus rubias cabezas, agarrando la puerta


con fuerza mientras sus idénticos ojos verdes chocan con los míos
oscuros.

—¡Hola, papá! —dicen al unísono.

Sonríen y me muestran sus dientes blancos en todo su esplendor.

Mi ceño se levanta. —Hola, chicos.

—Estás en casa. —Alesandro dice lo obvio—. ¿Qué estás


haciendo?

Mis gemelos nunca han mostrado interés por mi trabajo una sola
vez en todo este tiempo, si no incluía que ellos me acompañaran en un
viaje de negocios o en alguna salida con mis amigos. Les encantaban y
siempre se subían a bordo para pasar un rato con sus tíos favoritos.

Oh, esto va a ser bueno.

Decidiendo seguir su juego un poco más por pura curiosidad, toco


el informe. —Trabajando. —Pasa un segundo—. Asegurándome que
el imperio prospera.

Toda mi vida he trabajado duro para tener un imperio propio,


abriéndome camino hasta la cima sin importar las circunstancias o los
obstáculos que se me presentaran porque sabía que podía hacerlo. Por
no hablar de la constante necesidad que me volvía loco de demostrar a
todos los que me escupieron mierda que estaban equivocados.
Algunos lo pagaron muy caro cuando liquidé sus empresas y destruí
su legado.
Las ventajas de tener una memoria fotográfica.

Mis hijos, sin embargo, tienen todo lo que quieren, desde una
escuela privada hasta el respeto de sus compañeros de clase; nadie les
haría la vida imposible por ser el caso de caridad de alguien.

Estoy eternamente agradecido a todos mis amigos por su


generosidad, pero a un hombre le afecta saber que puede mantener a
sus hijos de una manera que los hace intocables y protegidos sin
importar el costo.

Sobre todo, porque mis hijos residieron en el infierno los primeros


cuatro años de su vida, cuando la gente que se suponía que los quería
más, les hizo tanto daño que apenas escaparon con el alma intacta.

Hasta el día de hoy tienen pesadillas en las que se despiertan


sudados y gritando a todo pulmón. Eso hace que el monstruo que hay
en mí ruja con furia, deseando castigar a todos esos cabrones de nuevo
como si pudiera borrar permanentemente los recuerdos agonizantes
de la mente de mis hijos.

Sin embargo, lo único que puedo hacer es amarlos y esperar que,


sin importar su pasado, puedan vivir el presente y esperar un futuro
en el que sean libres de ser quienes quieran.

Porque incluso a pesar de mi riqueza y mi poder, algunas


experiencias hay que vivirlas, y los padres no pueden proteger a sus
hijos de todo. Solo podemos estar ahí para apoyarlos y guiarlos
cuando más nos necesitan.

Me costó mucho tiempo entenderlo, pero finalmente lo aprendí.


No como mi otro amigo, que tiene todas las niñas y se vuelve loco
intentando vigilar todos sus movimientos.
Lo cual es un poco hilarante teniendo en cuenta su pasado.

Comparten una mirada y luego Aegeus pregunta:

—¿Estarías trabajando mucho tiempo? —Mira el reloj de madera


que cuelga de la pared—. Digamos... ¿durante los próximos treinta
minutos? —Alesandro le golpea el hombro—. Que decir una hora.

¿Qué demonios han hecho en el salón para necesitar una hora para
arreglar su desorden?

Tomando otro sorbo, me preparo mentalmente para cualquier


mierda que acaban de hacer y disparo mi propia pregunta. —¿Por qué
lo preguntas?

—Bueno...

—Solo queríamos jugar a la pelota contigo —se apresura a decir


Alesandro, y señala la enorme ventana que deja entrar la luz del sol en
mi despacho, iluminando el espacio entre nosotros y mostrando las
diversas estanterías de roble llenas de gruesos tomos sobre diferentes
temas, mi escritorio y tres sillas de cuero. Incluso el pequeño bar,
repleto de mis whiskys favoritos, se encuentra en la esquina derecha,
creando una especie de santuario en mi despacho que me permite
trabajar en paz. Aunque nunca he necesitado un santuario en mi
propia casa—. El clima es tan bueno.

—Sí, papá. No puedo esperar.

Mi boca se tuerce ante su excusa, pero hago lo posible por


mantener la cara seria, porque sus artimañas me divierten mucho.
Siempre me encanta ver cómo intentan salvar el culo en una situación
complicada. Estas habilidades, que posiblemente no deban ser
admiradas, les serán útiles sea cual sea la carrera que elijan, y pueden
ayudarles también en la vida.

No hemos jugado a la pelota desde que cumplieron trece años y


empezaron a considerarse demasiado guays para salir con su padre, y
en su lugar prefirieron pasar el tiempo con sus mejores amigos.

También conocidos como mis ahijados.

No me importaba mientras siguieran siendo felices y adquirieran


más confianza en este mundo nuestro en el que sabían que eran
profundamente amados y nadie se atrevería a hacerles daño nunca
más.

Aunque seguía apreciando los momentos en que se quedaban en


casa y se ofrecían a ver películas con nosotros mientras todos nos
enfrascábamos en largas e interesantes conversaciones de su elección.

A mis hijos les encantaba discutir sobre la historia y la filosofía


griegas, y encontraban el estudio de la psicología humana
profundamente fascinante e incluso insistían en que leyéramos libros
sobre el tema.

Ahora, a la edad de quince años, son casi de mi estatura, hacen


ejercicio en el gimnasio a diario y participan en los deportes de su
escuela secundaria mientras prosperan con toda la atención y los
elogios que les proporciona.

Bueno, el extrovertido Aegeus lo hace; Alesandro está ahí solo por


su gemelo, ya que juntos son invencibles. Por lo demás, se limita a
asistir a todas sus clases extraescolares de literatura, donde puede
escribir sus poesías tranquilamente.
Además, he oído que está enamorado de una de sus compañeras
de clase, lo que habría sido muy bonito... si no fuera porque es la hija
de mi mejor amigo.

Digamos que a su padrino no le haría ninguna gracia saber que mi


hijo le dedica todo su arte y que la mira fijamente cuando cree que
nadie lo está mirando. Teniendo en cuenta que es mi hijo, preveo que
no pasará mucho tiempo hasta que la reclame oficialmente, y entonces
que Dios nos ayude a todos.

Alesandro se aclara la garganta, devolviéndome a la conversación


que tenemos entre manos, y coloco mi taza sobre el escritorio antes de
levantarme mientras me clavan sus miradas.

—Vamos a jugar ahora. —Parpadean confundidos.

—¿Jugar ahora? —aclara Aegeus, con el pánico brillando en las


caras de ambos—. ¿Cómo ahora, ahora?

Haciendo crujir mi cuello de lado a lado, asiento con la cabeza.

—Sí. Puedo tomar un descanso cuando mis chicos quieren pasar


un rato conmigo.

Casi me río ante las expresiones cercas tercas que me reflejan


cuando quieren aferrarse desesperadamente a su mentira, pero al
mismo tiempo saben que ya han perdido.

Finalmente, Alesandro exhala derrotado.

—¡Bien! Tú ganas.

—¿Y qué he ganado, hijo mío?


—La verdad. —Apoya su hombro en la puerta mientras su gemelo
gime disgustado por haber soltado la lengua—. En nuestra defensa,
sin embargo, esa estatua era horrible. —Aegeus le da un fuerte
codazo—. No es que la hayamos roto a propósito. —La forma en que
lo dice deja pocas dudas sobre si alberga algún tipo de remordimiento
al respecto—. Pero podemos arreglarla.

Aegeus asiente. —Sí. Nosotros rompimos el brazo y la nariz, pero


podemos arreglarlos con un poco de pegamento. El abuelo nos enseñó
cómo hacerlo. Solo necesitamos tiempo. —Vuelve a mirar el reloj—. Y
se nos está acabando.

Reflexionando sobre toda la información que acaban de verter


sobre mí, repaso mentalmente todas las piezas de arte dispersas por el
primer piso, y solo una encaja con la horrible descripción.

—¿Rompieron la estatua que su abuelo nos regaló en nuestra


boda? —La que representa a Zeus disparando un rayo a alguien en la
distancia. La estatua tenía el tamaño justo para mostrar la furia y el
poder del personaje y era lo suficientemente pequeña como para caber
junto a nuestras escaleras como si estuviera observando a todo el que
pasara por allí.

Nunca imaginé que tendría una estatua del dios griego que me
disgustaba, pero mi suegro la hizo, y ambos sabemos por qué.

Era como si me advirtiera en silencio que su rabia sería absoluta si


me atrevía a hacer daño a su hija.

Como si yo pudiera hacerlo.

Una oleada posesiva me inunda al pensar en mi hermosa esposa,


la bestia que hay dentro de mí desea encontrarla ahora mismo y
reclamarla de nuevo para que todo el mundo no dude que me
pertenece.

Mi obsesión no ha hecho más que crecer con los años, y la


necesidad de ella me consume constantemente. Es el aire que necesito
para sobrevivir. Sin ella, la vida no tiene sentido; su luz ilumina la
oscuridad que me rodea, y nunca deja que la balanza se incline a favor
de nadie, ya que restaura mi cordura con ese glorioso corazón suyo.

Por suerte, no le importa mi locura y, en cambio, la aprecia,


amándome con todos mis vicios y consintiéndome en mis tendencias
bárbaras.

Penelope.

Hablando de la mujer que me posee:

—¿Quieren arreglarlo antes que llegue su madre?

—Bueno... sí. Ella se va a enojar. —Los gemelos bajan la mirada,


con la culpa escrita en ellos, mientras Alesandro añade, con la voz
atenuada por la angustia que la recubre—: Puede que ella se sienta
decepcionada con nosotros.

Mi oscuro y magullado corazón se estremece ante su tortura


porque, al igual que yo, mis hijos adoran el suelo que ella pisa. No les
importa contarme sus meteduras de pata, pero en el momento en que
tienen que confesarse con su madre o el director nos llama, están
cabizbajos.

Porque ella no es solo el ángel que me salvó de mi solitaria


existencia, sino que también es el suyo, y harán todo lo que esté en sus
manos para no perder nunca su amor.
Sin embargo, lo que no entienden es que ella los amará hagan lo
que hagan; esto lo sé sin ninguna duda.

—Creo que ella puede notar la nariz. —Me burlo un poco de ellos
y sonríen, aunque la tensión sigue brotando de ellos. Contemplo si
decirles lo mucho que ambos odiamos esa estatua y que solo la
conservamos por el bien de su padre.

Sería una mierda de padre por mi parte, y mi esposa se pondría


furiosa conmigo, así que, por desgracia. —Estoy seguro que
encontraran la manera de explicarle esto a su madre. Fue un
accidente. —Como se quedan en silencio y comparten otra mirada,
pregunto—: Fue un accidente, ¿verdad?

—Bueno, es un poco complicado —dice Aegeus.

—¿Complicado cómo?

Antes que cualquiera pueda responder a mi pregunta, porque qué


demonios puede ser complicado en esto, un ángel de cabello oscuro
entra bailando en mi despacho con un vestido azul marino y unas
sandalias plateadas mientras sus dos coletas se balancean de un lado a
otro.

Al instante, la energía que nos rodea cambia, volviéndose más


pacífica y alegre, cuando miro a los ojos a mi hija de siete años y ella
grita:

—¡Papi! —Ella abre los brazos y corre hacia mí—. ¡Atrápame! —


Esa es toda la advertencia que recibo cuando salta sobre mí y la
atrapo, elevándola por encima de mi cabeza y haciéndola girar
mientras su melódica risa resuena en el espacio, proyectando su
magnífica presencia por toda la habitación.
La abrazo y ella me aprieta con fuerza, apretando su mejilla contra
la mía mientras respiro su aroma y doy gracias a Dios una vez más
por habernos dado nuestro pequeño milagro que ilumina toda nuestra
existencia.

Artemis nació en un frío día de otoño, pero no trajo consigo más


que calidez en el momento en que sus ojos azules, los de mi esposa, se
centraron en mí y la acuné en mis brazos.

Mi pequeña princesa del castillo es amada y mimada por todos,


incluidos sus hermanos.

—¿No debería ella estar en la escuela? —Alesandro se acerca y le


hace cosquillas en el pie, deslizando el dedo bajo la sandalia. Ella
suelta una risita en mi cuello y libera su pierna de su agarre.

Aunque tiene razón.

Penelope la recoge de camino del trabajo, y mis chicas suelen


llegar más allá de las cinco, encontrando diferentes actividades para
hacer en el camino.

Hace unos años, mi esposa creó una organización benéfica en la


que se centran en los niños de familias menos afortunadas y les
enseñan idiomas y otros conocimientos básicos para que tengan una
mejor oportunidad en la vida. Mi empresa lo financia todo e incluso
concedemos una treintena de becas anuales a los estudiantes más
trabajadores.

Tuve la suerte de tener personas en mi juventud que se


preocuparon y me dieron oportunidades. Quiero hacer lo mismo por
otras personas para que puedan construir sus propios imperios.

Acariciando la espalda de mi hija, le pregunto:


—Princesa. ¿Por qué estás en casa tan pronto? —Le doy otro fuerte
apretón—. Estoy encantado que lo estés. —No quiero que ninguno de
mis hijos dude que los amo o lo mucho que me importan.

Mis traumas de la infancia todavía me persiguen, y en la gran


escala de las cosas nunca cambiaré porque me deleito en la oscuridad,
sin embargo, mis hijos... mis hijos no tienen que hacerlo.

Les daré una oportunidad que mi educación me negó y rezaré por


lo mejor. Como siempre podemos esperar que nuestros hijos tengan
un destino mejor que el nuestro, pero nunca podremos saberlo con
certeza.

Artemis se echa hacia atrás y me palmea la cabeza. —¡Papi!


Tenemos una tarea. —Frota su pulgar entre mis cejas cuando frunzo el
ceño ante la seriedad de su tono—. Tenemos que ganar. —Su voz se
reduce a un susurro—. Porque siempre ganamos. —Mira por encima
del hombro a sus hermanos—. ¡Ustedes también! Todos tienen que
ayudarme.

Aegeus la arrebata de mis brazos y le hace cosquillas en el costado


mientras ella ríe un poco más, y luego la apoya en su cadera.
Alesandro le pellizca la nariz mientras ella le aparta la mano de un
manotazo, pero sigue mirándolos con asombro.

Los adora, y mis gemelos no levantan nunca la voz en su


presencia, y le siguen la corriente a cualquier juego que se le ocurra, e
incluso le dedican una hora al día.

Como he dicho, tiene a todo el mundo alrededor de su dedo


meñique, y no es que nos importe mucho.

—¿Qué tenemos que hacer?


—¿Y cuál es el premio? —La pregunta de Alesandro no me
sorprende. Aunque todos mis hijos comparten mi vena competitiva, él
siempre evalúa los riesgos contra las recompensas.

Si lo segundo no le satisface mucho, ni siquiera se molesta en lo


primero.

—¿A quién le importa? —responde su gemelo y luego choca su


puño con Artemis—. La princesa quiere ganar, y eso es lo que
haremos.

—La escuela nos dio a todos la tarea de recrear alguna escena


famosa de un mito griego. —¿Qué demonios? ¿Qué clase de tarea es
esta? —Así que elegí la relacionada con la Guerra de Troya. —Me
señala a mí—. Por culpa de papi y mami.

A veces odio de verdad el hecho que mi suegro sea un artista que


se centra sobre todo en la antigua Grecia, porque desde muy pequeña
mi hija conocía todos los mitos y está un poco obsesionada con ellos,
haciendo las preguntas más confusas.

Confusas porque no sé cómo responderle.

Por ejemplo, la semana pasada ella se preguntaba qué habría


pasado si Odiseo hubiera muerto durante la guerra y Aquiles hubiera
sobrevivido.

Ni que decir tiene que a Asher le hizo mucha gracia, mientras que
yo me preguntaba cómo era posible que mi propia hija estuviera
apoyando al héroe equivocado.

Aegeus la pone de nuevo en el suelo cuando mueve las piernas. —


¿Qué tenemos que hacer, princesa?
—Dirigirnos al jardín, donde haremos una fiesta de té y luego nos
tomaremos una foto.

Los chicos parpadean mientras el pavor me invade, porque toda


esta mierda se parece sospechosamente a un reto en el que
participaron los chicos hace unos años, pero como mi hija aún no
había nacido, me salvé de llevar una corona y que el momento
quedara permanentemente grabado en la cámara.

Mis gemelos también deben adivinarlo. Alesandro sonríe


ampliamente mientras parpadea con ojos asustados. —Sí, bueno. Papá
se encargará de eso. —Señala con el pulgar por encima del hombro—.
Tenemos todo un desastre que limpiar.

—Sí. —Aegeus se encoge de hombros, dando un paso atrás—. No


podemos dejar que nadie más lo haga; es nuestra responsabilidad.

—Yo no crie cobardes. —Mi voz retumba en el espacio, y los


gemidos colectivos llenan el aire mientras me centro en mi pequeña
princesa, que rebota sobre sus pies—. Muéstranos el camino, cariño.

—¡Sí! —exclama y luego se lanza hacia la puerta, claramente


corriendo hacia el jardín, y nosotros la seguimos, aunque los chicos se
quejan de ello durante todo el camino.

—No quiero participar en una fiesta de té de princesas.

—¡Tarea! Por favor, es una trampa.

—¡De verdad!

Aunque comparto sus sentimientos en todo el asunto, y desde ya


puedo predecir todas las burlas a las que me someterán mis amigos
desde que me reí a carcajadas de sus fotos, pero lo que mi hija quiera,
lo tendrá.

Esa es la ley absoluta en esta casa. Y, sorprendentemente, no está


creciendo como una niña mimada.

Supongo que es porque gracias a Dios Penelope es la estricta. Yo


nunca podría serlo con Artemis. —Son libres de informar a su
hermana que no os interesa su fiesta del té.

—¡Oh, vamos, papá! —Alesandro me envía una mirada—. Nunca


podríamos hacer eso.

—Entonces dejen de quejarse.

Les sonrío mientras me lanzan otra mirada, y luego sus bocas se


curvan en una amplia sonrisa cuando por fin salimos al exterior, el sol
nos ilumina mientras una suave brisa nos roza, llamando la atención
sobre el cálido clima de principios de otoño, y todos miramos a lo
lejos.

Una mesa redonda se encuentra en el centro de nuestro jardín,


cubierta con un paño rojo y con varios pasteles extendidos sobre ella,
desde tartas hasta croissants. Nuestro mayordomo sostiene una
pesada bandeja llena de cinco tazas que coloca cuidadosamente en la
mesa en un orden determinado. Parece que la señorita incluso tiene
asignados nuestros asientos.

Artemis corre alrededor del mayordomo a una caja de madera


situada a varios metros de distancia, la abre con un fuerte resoplido y
busca algo en su interior.

—Si voy a llevar una corona rosa y hacerme una foto que colgará
en la pared para la eternidad, quiero verme bien. —Aegeus se
endereza y se ajusta la chaqueta—. Más vale comprometerse con todo
esto.

Ese es el espíritu, pero de ninguna manera voy a llevar una corona


rosa.

Cuando nos acercamos, Artemis gira y agita en sus manos tres


coronas que, para mi total incredulidad, parecen reales. —¡Las ha
hecho el tío Florian! Me ha dicho que es un regalo siempre que nos
hagamos muchas fotos y le demos una en la que salgas tú.

—¿Las hizo? —Los gemelos se parten de risa ante mi pregunta


inexpresiva, mientras a mí me pican las manos por estrangular a mi
amigo que me ha tendido una trampa perfecta—. Qué amable de su
parte.

Ella asiente, con sus coletas rebotando en diferentes direcciones,


antes de extender sus manos hacia nosotros.

Los gemelos cogen sus coronas de plata, trabajadas en un diseño


sencillo con el sello Price, y se las ponen mientras Aegeus saca su
teléfono y se hace un selfie.

Artemis da una palmada y luego se centra en mí. Agarro la corona


de platino con un zafiro justo en el centro, agradeciendo el gesto de
Florian ya que sabe que el azul es mi color favorito.

Desde que conocí a mi mujer, por sus ojos color océano.

Colocándola en la cabeza, me siento como un idiota, pero ver la


alegría pura en el rostro de mi hija borra cualquier malestar y solo
deja felicidad en mi alma fría y oscura.
Poder darles a mis hijos -esta realidad despreocupada en la que no
tienen que tener miedo ni pasar hambre y, en cambio, disfrutan del
amor- lo es todo.

Pero ¿amarlos de verdad y experimentar esta felicidad sin límites?

Esa es la definición de la felicidad.

Artemis me agarra de la mano y me lleva a la mesa. —¡Siéntense


todos! —ordena, y hacemos caso, dejándonos caer en las sillas. Y
entonces los chicos cogen enseguida los pasteles de chocolate. Son los
únicos de la familia que son golosos, pero antes que puedan hincarles
el tenedor, Artemis sacude la cabeza—. ¡No! Primero tenemos que
hacer una foto. —Se sienta a mi lado y sonríe—. Esta es la realidad
alternativa de la Guerra de Troya.

Mis cejas se fruncen de confusión. Pensé que todo lo de la tarea era


excusa

—¿Y qué realidad alternativa es esa? —se pregunta Alesandro,


sirviéndose un poco de té mientras su hermano abre la botella de
agua.

—Odiseo nunca fue a la guerra y pasó toda su vida con su esposa


Penelope y los niños.

Ah, mi dulce niña.

Me alegro que haya elegido un tema así; al menos en esta realidad


alternativa, el personaje que me da nombre no muere.

Aegeus frunce el ceño. —¿No tenían un solo hijo?

Artemis se encoge de hombros. —¿Y qué? Nuestro padre tiene tres


hijos, ¡y no es real! —arremete y coge su taza, sonriendo—. ¡Vamos!
¡Háganlo y miren ahí! —Señala justo delante de nosotros, y veo a mi
esposa saludándonos con la mano, mientras sostiene una cámara.

Hacemos lo que nos dice y ella saca unas cuantas fotos. —Estas
van a ir al álbum familiar, y tal vez a las tarjetas de Navidad.

—Lo que sea —responden los gemelos, y Aegeus le guiña un ojo—


. Estoy más guapo que nunca. Aunque este… —Hace un gesto con la
cabeza hacia su hermano, que ya tiene la boca llena de pastel—. Puede
que le moleste que su enamorada lo vea haciendo de principito. —
Aegeus se ríe, solo para hacer una mueca cuando Alesandro le da una
patada por debajo de la mesa.

—Compórtense, chicos —advierte Penelope, caminando hacia mí


descalza, mientras su vestido blanco se desliza sobre una de sus
piernas y muestra todas esas curvas que me encanta morder y agarrar
mientras me hundo con fuerza en ella.

Incluso después de todos estos años, mi esposa sigue siendo la


criatura más hermosa que este monstruo ha encontrado.

—Hola, chérie. —Le hago un gesto con el dedo y muevo mi silla


hacia atrás, haciéndole sitio.

Ella besa a Artemis en la cabeza antes de dejarse caer en mi regazo


y rodear mi cuello con sus brazos mientras los niños comen sus
postres, sin apenas prestarnos atención.

—Hola, mi príncipe oscuro. —Sus dedos se entrelazan con mis


mechones y se inclina hacia mí, su dulce y florido aroma me rodea y
calma instantáneamente mis aristas, y mi abrazo se hace más fuerte.
Siempre que está cerca, siento una profunda necesidad de abrazarla
para que nadie pueda pensar en quitármela.
Tal vez porque, cuando el monstruo encuentra la salvación y la
expiación, nunca la abandona voluntariamente.

—Eso fue muy astuto de tu parte.

—Oh, sí. Cuando me habló de la tarea, no pude resistirme.

—Incluso involucraste a Florian.

—Bueno, él me debe una.

Vaya si lo hace.

Pero esa es una historia para otra ocasión.

—¿Eres feliz? —pregunta, nuestros labios se rozan—. ¿Es esta la


vida que imaginaste para ti?

Oigo a nuestros hijos estallar en carcajadas cuando Artemis corre


hacia los chicos, y cada uno de ellos la deja probar sus pasteles
mientras le susurran algo al oído que la hace reír aún más, mientras
los pájaros trinan en el aire.

El poder y la riqueza fueron siempre lo que más anhelé, ya que


esas cosas significaban para mí la victoria en esta vida.

Significaba que había vencido a mi pasado y a los enemigos que


intentaron destruirme.

Y aunque estoy increíblemente agradecido por esas cosas, esta


felicidad que me ha dado con los niños es la verdadera victoria que
acabó con mi guerra interna.

Deslizando mi mano hacia arriba hasta llegar a su cuello, la acerco


aún más y comparto con ella un beso lento pero profundo, sus manos
agarrando mi camisa mientras nuestras lenguas se entrelazan en
silencio, comunicando nuestra constante necesidad mutua.

Terminando el beso con una suave lamida de sus labios, respondo:

—Nunca he sido más feliz, chérie. Nunca.


En primer lugar, quiero dar las gracias a Dios y a mi familia por
permitirme escribir y hacer posible este sueño. El apoyo significa
mucho para mí, y entiendo que a veces los vuelve locos,
especialmente cuando intento cumplir mis plazos y parezco no estar
disponible para ustedes. Pero los quiero y aprecio todo lo que hacen
por mí.

Esta historia... Me encanto escribirla y espero que hayas disfrutado


leyéndola.

Muchas gracias al equipo de Hot Tree Editing por ayudarme en el


proceso de edición. Especialmente a Becky, Donna, Peggy, Kayla y
Mandy. Además de los lectores beta y los ojos finales, que me dieron
valiosos comentarios y se aseguraron que cubriera cualquier agujero
argumental que tuviera.

Gracias a Sommer Stein, Wander Aguiar y Travis S. por la fabulosa


portada.

Heather Roberts, gracias por estar conmigo durante este


lanzamiento en cada paso del camino.

A Elle Woods PR, gracias por acoger la presentación de la portada


y el lanzamiento de la obra.

Gracias a mi grupo de lectores, ¡son increíbles!


Gracias a todos los blogueros por correr la voz sobre Remi’s War y
por dejar reseñas.

Y, por último, a todos los lectores que se arriesgaron en este viaje


de amor entre Remi y Penelope. Gracias a cada uno de ustedes.

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