Escuelas Criticas de Derecho
Escuelas Criticas de Derecho
Escuelas Criticas de Derecho
CONTENIDO
Marco teórico.
1.- Introducción.
3.- Breves notas acerca del aporte sociológico jurídico: A- Marco Teórico I: Nociones
acerca de la visión sociológico-jurídica (Una ojeada por la mirilla sobre el Derecho): i)
Diferencias entre los puntos de vista de un jurista y un sociólogo acerca del Derecho;
ii) Categorías habituales empleadas por las escuelas sociológico-jurídicas; iii)
Nociones acerca de métodos de investigación sociológicos; iv) Breve digresión acerca
del cambio social; v) La sociedad global y la aplicación del Derecho: el mundo del
trabajo en el Siglo XXI.
4.- ¿Qué cosa es esa de la escuela o visión “crítica” del Derecho?. 4. I.- La poli
funcionalidad del concepto “crítico” de alguna cosa. 4. II.- Acerca de las llamadas
teorías críticas en la comprensión del fenómeno Derecho. 4. III.- Contribuciones
destacadas de la Teoría crítica del Derecho. 4. III. I.- La utopía de un meta-derecho
limitador del poder. 4. III.II.- El aporte de Duncan Kennedy: A) El rol de los jueces
según Kennedy. 4. III. III. Debate sobre el efectivo acceso a la Justicia. 4. III.IV. El
aporte local. 4.V. Función de los “valores”. 4.V.1. Reglas morales. 4.V.2.- Alteridad.
5.- Escuelas y sistemas tradicionales y críticos: principales diferencias.
MARCO TEORICO
“Sin embargo, no es tan sencilla la propuesta de este ensayo. Que se expresa así:
rechazar la noción de fundamento, de causa, necesidad y ley, pero recuperar a la vez
la visión crítica del sujeto crítico. Insistí en rechazar los garantismos metafísicos del
pensamiento de izquierda, pero insisto en rechazar la visión azarosa, descentralizada,
acrítica y conformista que el pos-modernismo heideggeriano impulsa. Los
garantismos – tal como lo hemos visto en los textos de Fanon, Sartre y Bobbio, o
como estan presentes en innumerables textos de Marx- no hacen sino introducir otra
vez a Dios en el pensamiento. Toda garantía es teísta. Pero erradicar el garantismo –
matar a Dios - no nos debe conducir a la aceptación de una historia virtual, azarosa,
aleatoria. Una historia sobre la que el sujeto no sabe cómo actuar ya que es
inapresable. En resumen: incomprensible.
¿Cómo cambiar lo incomprensible? La cuestión, entonces, es: eliminar todo
fundamentalismo, todo garantismo metafísico, pero mantener la crítica viva. Matar a
Dios – como lo pedía Nietzsche - y construir al sujeto crítico, sin que esta construcción
implique un regreso a Dios. Sin hacer del sujeto crítico un nuevo absoluto. ¿Es
posible?”
No se accedió al ideario que ahora está a disposición de los lectores por una
inspiración genial sino por interacción colectiva (la cultura es uno de esos hechos
colectivos más característicos así como el prestigio es un aspecto de la fatuidad
individual), por lo que el uso del presente (salvo cuando se menciona el origen), es
libre y gratuito y está destinado a su empleo, discusión y crítica de la misma forma.
Esperamos que así suceda.
Uno de los autores que nos ha impresionado en este sentido, a quien tuvimos el
gusto de conocer y tratar como director de nuestra tesis de postgrado sociológico, el
Prof. Dr. Felipe Fucito, en el prólogo de una de las escasas obras de Sociología del
Derecho del mercado nacional, hablando de la excesiva dignidad que se atribuyen los
cultores del Derecho a su disciplina y a sí mismos -y su desprecio por los aspectos
instrumentales del primero- decía (el orden de los párrafos es arbitrario):
“La segunda es una oposición más reciente, que se va perfilando en contra del
nuevo dogmatismo (aunque sus orígenes tienen más de un siglo)… que definen el
derecho como el poder represivo ejercido contra los desposeídos del sistema, y
señalan la efectividad del mismo en ámbitos concretos de la sociedad (los sectores
con menos capacidad de defensa).
…”Para los primeros, lo significativo de las leyes es que debe regir, no que rige las
conductas. Los segundos sostienen: como las leyes deben regir y rigen, el orden
resultante es represivo, y entonces debe desaparecer para permitir la libertad.
“Pero en nuestro país estas ideas son, todavía hoy, casi “para-jurídicas”. No porque
se desconozcan: así piensan muchos juristas, jueces, profesores de derecho y
abogados, en charlas informales, entre pares, en comentarios silenciados sobre la
realidad. Pero no públicamente, salvo como excepción.
Identificado lo esencial a nuestro entender, resta refirmar que el propósito que anima
al autor al elaborar el presente material es despertar en sus destinatarios algún interés
sobre el multifacético mundo de la eficacia del Derecho, al margen del paradigma
estatuido.
Lo curioso del caso es que este ataque proviene desde trincheras ideológicas
opuestas. Para los juristas de “izquierda”, “progresistas”, “democráticos”, “defensores
de los derechos humanos”, “garantistas” y de ideas similares, el hecho que la
sociología jurídica detectara una multiplicidad de órdenes normativos según las
sociedades, culturas y épocas estudiadas, con muy distintos alcances de regulación y
protección respecto a algunos derechos o garantías tenidos por fundamentales y
ecuménicamente indiscutibles, resulta en extremo perturbador.
Otro tanto ocurre con doctrinarios de “derecha” o con influencia religiosa militante en
sus análisis jurídicos. El “orden natural” de las cosas o el “orden dado por Dios” que el
Derecho natural reconoce y recepta, determina que a determinados derechos y
garantías se le asignan también el carácter de universales: verbigracia, a la vida, la
integridad y la dignidad humana, a la educación, a la salud, al trabajo, a la propiedad,
a la intimidad, a la seguridad, al secreto fiscal y bancario, a la libertad de comercio y
de mercado, derechos políticos, de género, de las minorías, de quienes poseen
capacidades especiales...
Estas corrientes aceptan por lo habitual que los derechos y garantías, en orden de
prioridades y modalidades de ejercicio, variasen según cada sociedad nacional, pero
los “fundamentales” que hemos mencionado no se discuten: existen como categorías
ontológicas.
Sin embargo y más allá de lo que pudieren establecer Tratados y normas de derecho
positivo, es dable constatar por cualquier individuo del común con acceso habitual a
medios de difusión, que numerosos países limitan o directamente suprimen este
derecho-garantía de manera regular: imponiendo penas de muerte para delitos graves
(terrorismo, homicidios, traición a la patria, ilícitos de “lesa humanidad”), justificando
quitar la vida o la libertad del otro sin garantías en acciones de guerra o
“contraterroristas” (p.ej. empleo de “drones” asesinos) y aplicación de tortura en casos
especiales (obtención de información cuando se sospecha la comisión de atentados),
etc.
La labor del sociólogo del Derecho, en la medida en que estudia, describe y mide
tendencias acerca del modo en que tales “universales” resultan aplicados,
desconocidos o relativizados según cada sociedad investigada; en la manera en que
verifica que no obstante multiplicidad de Declaraciones Universales y Tratados
Internacionales acerca de Derechos de todo tipo, esto resulta en muchos supuestos
más materia de discurso y dogma que hechos comprobables; su labor, reiteramos,
constituye una actividad habitualmente esclarecedora de las contradicciones y
falsedades del statu quo.
Por ello quizás el temor, los reparos y hasta el franco desprecio que su labor genera
en los juristas de toda laya. El fenómeno se explica mejor identificando las
herramientas de abordaje utilizadas por un jurista de las escuelas dogmáticas o
positivistas y por un sociólogo, acerca de nuestro objeto de estudio (el Derecho).
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| | SUJETO OBSERVADOR O INVESTIGADOR |
| VARIABLE O |------------------------------------------------------|
| TEMATICA | RESPUESTAS DEL DOGMATICO | RESPUESTAS DEL |
| | JURIDICO | SOCIOLOGO |
|---------------------|----------------------------|-------------------------|
|* El Derecho como dis| Normativa, dogmática, ideal| Explicativa, un medio de|
| ciplina es... | | control social |
|.....................|............................|.........................|
|* La norma jurídica | Un dogma “científico” que | Un producto social, una |
| es... | provee las únicas fuentes | más de las fuentes norma|
| | normativas aplicables | tivas existentes |
|.....................|............................|.........................|
|* Producción normati-| Monopolio estatal | Estado, grupos sociales,|
| va | | cultura |
|.....................|............................|.........................|
|* Modo de abordaje | Desde lo interno a su pro- | Desde lo externo a su |
| | ducción | producción |
|.....................|............................|.........................|
|* Herramientas | Monodisciplinarias | Multidisciplinarias |
|.....................|............................|.........................|
|* Conocimientos apli-| Exclusivamente jurídicos | Jurídicos, sociológicos,|
| cados en el análi- | | antropológicos, políti- |
| sis | | cos, ciencias aplicadas |
|.....................|............................|.........................|
|* Dirección del enfo-| Hacia el pasado (existencia| Hacia el futuro (conse- |
| que | de la norma) | cuencias de la norma) |
|.....................|............................|.........................|
|* Objeto de estudio | Validez de la norma | Eficacia de la norma |
|.....................|............................|.........................|
|* Mecanismo analítico| Partiendo de la norma, ana-| Tomando la conducta, ana|
| | lizar la conducta del suje-| lizar la influencia de |
| | to alcanzado | norma en ella |
|.....................|............................|.........................|
|* Valores sociales | El Derecho es independiente| El Derecho es influido |
| | de ellos | por ellos |
|.....................|............................|.........................|
|* Método | Lógica jurídica | Inductivo, deductivo, |
| | | descriptivo |
|.....................|............................|.........................|
|* El “ser” del Dere- | Se define por el orden coac| Se define por las funcio|
| cho | tivo que impone | nes que cumple |
|.....................|............................|.........................|
|* Estado de Derecho | Condición esencial de exis-| Categoría cultural varia|
| | tencia del Derecho | ble, que justifica deter|
| | | minado statu quo |
|.....................|............................|.........................|
|* Seguridad jurídica | Condición esencial de un | Valor contingente, suele|
| | “Estado de Derecho” | obstaculizar el necesa- |
| | | rio cambio social |
|.....................|............................|.........................|
|* “Lagunas” del Dere-| No existen, el orden jurídi| Existen y es función de |
| cho | co es coherente y completo | los jueces salvarlas |
|.....................|............................|.........................|
| * Conducta del juez | Neutral a valores e influen| Condicionada por cultura|
| | cias sociales | e influencias sociales |
|.....................|............................|.........................|
| * Función del juez | Aplicar el orden jurídico e| Creador de Derecho en ca|
| | xistente sin desviaciones | sos particulares |
------------------------------------------------------------------------------
Las diferencias de abordaje entre las dos disciplinas se hacen muy notorias respecto
al tema de los valores, término sobre el que necesariamente habremos de detenernos
en unas breves reflexiones. Podemos significar por valor, en una de sus acepciones y
con concepción amplia, a todo lo que interesa a un sujeto humano. En un sentido más
restringido hace referencia a aquellas elucubraciones sobre lo deseable que influyen
en el comportamiento selectivo.
Acerca de este último significado se advierte que establece una distinción entre lo
deseado (impulsivo) y lo deseable (constructo racional), identificando esto último con
lo que se debe o es apropiado desear. Los valores regulan de tal manera la
satisfacción de los impulsos de acuerdo con toda la serie de objetivos jerárquicos
(ordenados por importancia relativa) y duraderos de la personalidad, con un
presupuesto de orden -tanto por parte de la personalidad individual cuanto del sistema
sociocultural- y con la necesidad de interactuar en tolerancia con los demás intereses
individuales y grupales. Esta noción de valores así socializada, desecha –por ejemplo-
los puramente hedonistas o egoístas.
>>Lo expresado no impide que algunos de los valores que reflejan los sistemas
culturales guarden cierta semejanza en todas partes y sus mayores diferencias
consistan en la importancia relativa dada a tales valores y en la extensión de su
aplicación. Por ejemplo, en todas las culturas la perpetuación de la sociedad prima
sobre la vida de cada individuo; ninguna sociedad deja de reprimir la traición, el
asesinato, la violación o el incesto entre sus integrantes. La idea está implícita en el
supuesto que existe una especie de armonía preestablecida de las sociedades
nacionales que enuncia (aunque no siempre fuere así) que todas deban coexistir en un
mundo pluralista y tolerante. <<
La posibilidad de un etnocentrismo excesivo cede ante la necesidad de vinculación
entre diversas sociedades (culturas) y el subsiguiente entendimiento (reconocer al
“alter”, al otro; alterarse en su etimología original: ser por momentos “el” otro para
comprenderlo e interactuar con él). La creencia que nuestros valores, nuestro orden
jurídico, sus derechos y garantías son universales por ser mejores, más científicos o
más puros que los de otras sociedades, o porque son mejores tienen alcance
universal, mientras las otras están sumidas en el materialismo, en el relativismo, el
fanatismo o en el abandono de los grandes principios morales, constituye la falacia
habitual del etnocentrismo y la justificación de todas las intervenciones e interferencias
de una sociedad nacional o supranacional (las Naciones Unidas) sobre otras más
débiles o de culturas exóticas o minoritarias.
El common law ha sido definido como “el gobierno de los jueces”, en referencia a
que la costumbre, el precedente recogido y verificado por cada juez como norma
consuetudinaria, es una medida de la coherencia del sistema. Si un magistrado,
basándose en la supuesta preexistencia de una regla consuetudinaria resuelve el caso
de una forma puntual, y otro colega, con similares contenidos fácticos lo hace de
manera diversa, se dice que uno de los dos cayó en equivocación al constatar el
precedente aplicable o, para justificar la existencia de diferencias decisorias, se suele
decir que los casos eran distintos (aunque ello no fuere así). Sólo cuando se reconoce
de forma taxativa la existencia del precedente, se debe resolver en la misma forma
que lo hiciera su antecesor.
En el sistema aplicado entre nosotros (llamado también de la dogmática jurídica), si
bien la costumbre y la jurisprudencia aparecen como fuentes del Derecho, lo son
únicamente en defecto o atribuida oscuridad de la norma escrita. El juez está obligado
antes que nada por la letra de la ley (gobierno del Legislador) y si se apartara de ella
(decisión contra legem) podría incluso cometer un delito y ser sancionado (en este
sistema jurídico el juez tiene menos o nula libertad formal para apartarse del texto del
derecho positivo).
La importancia del tema radica en que todas las complejas comunidades políticas
modernas, todas aquellas del pasado de las que existen testimonios históricos
escritos, así como todas las sociedades contemporáneas primitivas y
subdesarrolladas, se basan en unos procesos de jurisdicción cuya dirección se
encomienda a funcionarios especializados o legitimados (jueces, shamanes...), como
técnica principal para resolver conflictos entre individuos o grupos, a fin que se consiga
la máxima aquiescencia por parte de los afectados por las disputas, al propio tiempo
que se reduzca al mínimo el recurso de la fuerza y de la violencia por parte de los
litigantes y sus aliados.
Por tanto, la manera en que están estructurados tales procesos, la forma en que
funcionan y los posibles efectos sobre sus resultados, son cuestiones importantes de
la teoría y de la práctica político-social. Las comunidades políticas desde la Ilustración,
intentan proteger a los funcionarios legítimos que intervienen en los procesos
jurisdiccionales mediante la implantación de normas, ritos y lenguajes secretos que
tienen por objeto ampararlos de la curiosidad, el conocimiento y las eventuales
presiones del público en general.
Poco después, también Mott (1936, "Judicial influence", American Political Science
Review, 30:295-315) elaboró una amplia muestra sobre la reputación profesional de
los tribunales supremo federal y estatales. Para ello utilizó índices como las opiniones
de los profesores de Derecho, realizando un análisis sociométrico de la frecuencia con
que los tribunales supremos estatales se citaban mutuamente y eran citados por el
Tribunal Supremo de los Estados Unidos.
Otro camino distinto fue iniciado por Félix S. Cohen (1935, "Trascendental nonsense
and the functional approach", Columbia Law Review, 35:809-849). Una jurisprudencia
auténticamente realista, al decir de Cohen, debiera enraizarse con la teoría
sociológica, pues cada decisión judicial es un acontecimiento social y sólo puede
entenderse en virtud de la compleja red de influencias que la ha producido, así como
en la igualmente compleja serie de consecuencias que produce.
Una investigación empírica sobre las investigaciones de los grupos de presión que
se inmiscuyen en el proceso judicial fue también emprendida por politólogos como
Clement Vose (1959, "Caucasians only: the Supreme Court, the NAACP, and the
restrictive covenant cases", Berkeley: Univ. of California Press) sobre el éxito de la
campaña de la Asociación Nacional para el Progreso de la Gente de Color (NAACP)
para inducir al Tribunal Supremo de los Estados Unidos a que facilitara el acceso de
los negros a las viviendas urbanas.
Los ya citados Haines y Mott han sugerido que el estudio de las características del
medio del que proceden los jueces podría ser especialmente valioso para conocer las
bases que determinan la decisión judicial, siempre que tales datos pudieran ser
cuantificados y reunidos sistemáticamente para conjuntos de jueces y siempre también
que pudieran desarrollarse teorías y métodos para demostrar la influencia de tales
características sobre el comportamiento decisorio de los jueces.
Stuart S. Nagel (1962, "Testing relations between judicial characteristics and judicial
decision-making", Western Political Quarterly, 15:425-437) investigó la relación entre
las actitudes judiciales y los antecedentes personales. Encontró, por ejemplo, que los
jueces demócratas votaban más liberalmente que los jueces republicanos, y los jueces
católicos, más liberalmente que los protestantes. John R. Schmidhauser (1962, "Stare
decisis. Dissent and the background of the justices of the Supreme Court of the United
States", University of Toronto Law Journal, 14:194-212), presentó un informe sobre un
estudio de los magistrados del Tribunal Supremo de los Estados Unidos, en el que
investigó la interrelación entre media docena de variables (afiliación a un partido
político, experiencia judicial previa, experiencia como abogado de una compañía,
estatus socioeconómico paterno-familiar, tradición familiar de haber pertenecido al
servicio judicial y procedencia geográfica) y dos variables relativas a sus decisiones
(adhesión a los precedentes jurisprudenciales y tendencia a la disensión).
Eloise C. Snyder (1958, "The Supreme Court as a small group", Social Forces,
36:232-238) estudió las diferencias y cambios ideológicos entre magistrados del
Tribunal Supremo sobre la base de un muestreo de casos en relación con la
interpretación por el tribunal de las enmiendas a la Constitución. Sidney S. Ulmer
(1965, "Toward a theory of sub-group formation in the United States Supreme Court",
Journal of Politics, 27:133-152) posteriormente realizó un estudio algo más
perfeccionado sobre el mismo tema, utilizando como datos todas las votaciones de las
decisiones, acompañados de opiniones, durante los períodos judiciales de 1946-1961.
De tal modo, trabajos como los comentados, que desde casi un siglo se vienen
desarrollando en Estados Unidos y a partir de la década de 1920 en Inglaterra y los
países de su área de influencia (Australia, Canadá), Francia, Japón, Italia y
Escandinavia sobre todo, enriquecen el conocimiento de las respectivas magistraturas
acerca de sí mismas y el del público en general, constituyen herramientas válidas para
mejorar la eficacia y la naturaleza de sus decisiones y elevan la imagen pública de los
jueces. Por otra parte demuestran la variedad y riqueza temática que la investigación
antropo-sociológica acerca de la actividad judicial proporciona.
Se debe destacar también, por su seriedad, una larga investigación efectuada por el
Profesor de Sociología del Derecho, Dr. Felipe Fucito, a partir de 1995 por encargo del
Colegio de Abogados de la Provincia de Buenos Aires, titulada “El Perfil del Abogado
de la Provincia de Buenos Aires”, en tres tomos, que contiene interesantes aspectos y
evaluaciones cuali-cuantitativas acerca del rol judicial. Con posterioridad Fucito
completó su tarea con un segundo trabajo, “El Abogado desde la perspectiva judicial”
(1999), donde el autor del presente fue encuestado en su entonces función de juez.
Como cita de cierre, una recopilación estadística de fuente oficial (Suprema Corte de
Justicia de la Provincia de Buenos Aires) llamada “El Poder Judicial en cifras”,
publicada en La Plata, año 2000, da una visión preponderantemente cuantitativa del
desempeño judicial en el primer distrito judicial argentino, de la que se puede extraer el
comportamiento estadístico y global del fuero del Trabajo durante la década de
1990/1999.
Una sociedad sin control social equivale a una sociedad sin normas (y por ende, a-
cultural) y ello no es concebible porque no sería sociedad ante la ausencia de reglas
vinculares entre sus miembros. Todos los sistemas políticos, económicos y jurídicos
(además de los religiosos, los tradicionales, los mágicos), se han valido de algún
mecanismo cohesionante de control para subsistir. Todos también, han sido incapaces
de eliminar márgenes más o menos amplios de desviación, que los llevaron a
contener transitoriamente el cambio social o, por el contrario, desaparecer con cierta
rapidez absorbidos por otras estructuras de mayor dinámica transformadora.
Así, según el idioma donde se emplea, “control” puede tener un sentido positivo
(dominio o manejo de alguna cosa o situación, en inglés) o peyorativo (vigilancia,
como en francés). De no precisarse sus alcances, generamos polisemia con un
fenómeno que se observa en toda sociedad, institución o grupo, como el dominio,
vigilancia y contención que individuos o clases preeminentes practican en un colectivo
determinado para perpetuarse o asegurar funcionalmente la coherencia y consecución
de los fines que interpretan como propios o necesarios para el funcionamiento de
dicho colectivo.
Otro de los términos usuales por las escuelas sociológicas es pensamiento, cuyo
significado es el de aquel tipo de conocimiento que permite al hombre una
aprehensión intelectual de la realidad. Difiere así de la aprehensión sensorial y
perceptiva, intuitiva, ya que éstas proporcionan una imagen limitada, parcial o
meramente subjetiva del mundo. En este modo, el pensamiento es ante todo un
proceso de tipo funcional, presente en la indagación y resolución de problemas y en
todo tipo de actividad psicológica que comporte un fin. Busca proporcionar una visión
coherente y ordenada de los objetos y relaciones existentes en el mundo.
Siguiendo con los términos de uso habitual, los sociólogos jurídicos hacen referencia
de continuo al concepto de poder (Labourdette, I y II), empleado de tres modos
distintos: a) como potestad, en sus dos vertientes y b) como función.
De tal modo, la distinción fundamental entre los tres Poderes viene dada en que las
conductas del Legislativo y Ejecutivo suelen fundarse en consideraciones de
naturaleza de política y de poder-potestad, mientras que el accionar del Judicial se
guía (o debiera hacerlo únicamente) por consideraciones reglamentadas y racionales o
razonadas.
El objeto de estudio del Derecho son las normas, a través de su interpretación literal
o textual, neutral en lo ideológico, semántica, exegética, predictiva, comparativa con
otras normas vinculadas, de la “intención del legislador”, o según su sentido histórico
acorde a la escuela elegida, excluyendo toda referencia al entorno de aplicación y
purificada de todo factor extraño al orden jurídico positivo.
El sociólogo jurídico, acorde al cuadro desarrollado en el apartado 3A, para
desentrañar el sentido, la eficacia, el consenso y la validez de las normas, considera y
estudia el efecto que sobre un orden legal determinado, ejercen los valores, el
compatibilidad o desajuste de la conducta de los agentes sociales con las prescriptas
por dicho ordenamiento, los significados que un determinado estadio cultural
proporcionan para la elaboración del Derecho en esa sociedad, el desarrollo y calidad
de sus instituciones, la naturaleza y extensión de los conflictos, la eficacia de los
procesos de jurisdicción para dirimirlos, en otros. Para ello recurre a determinados
métodos de investigación, que ahora habremos de explicitar en sus características
generales (Hernández Sampieri, 2001).
Hay quienes objetan este paso pues consideran, como defectos del “marco teórico”,
que la elección de tal modelo es meramente subjetiva del investigador, al haber
esquemas conceptuales antagónicos, parciales o meramente especulativos; que ello
condiciona los alcances del resultado a los límites ideales elegidos. No obstante, el
autor considera, al haber tenido alguna práctica en indagaciones socio-jurídicas, que
las ventajas de tal modelo previo son muy superiores a sus inconvenientes, en la
medida que la experiencia del investigador le permita comprender los alcances del
marco elegido, superando –de ser necesario- sus carencias.
Los métodos incluidos en cada tipo de investigación para satisfacer sus fines son de
muy variada índole y su desarrollo excede el propósito de este trabajo. Enunciaremos,
sin embargo, algunos de los más empleados y sus características principales:
* Puede intentar indagar los datos la totalidad de los individuos o casos afectados por
el fenómeno (censo) o tomar una parte representativa de ellos (muestreo probabilístico
y no probabilístico y las variantes de cada uno de ellos).
Sin embargo, no debe confundirse el cambio social con un mero acontecimiento (por
ejemplo: una huelga o la muerte de un personaje), que puede –eso sí- ser parte
elemental de un cambio social de más trascendencia, pero no lo constituye por sí
mismo.
Todo cambio social es: I) necesariamente un fenómeno colectivo, II) que afecta la
cultura de esa sociedad en mayor o menor medida, III) que es identificable en el
tiempo con respecto a antecedentes anteriores, IV) que tiene cierta permanencia (no
es una moda pasajera) y V) que tiene capacidad para alterar la historia o las
tradiciones de la sociedad en la que se produce.
Las condiciones, a su vez, son los elementos del entorno capaz de favorecer,
oponerse, retardar, anular, la influencia de uno o varios factores de cambio (por
ejemplo, para el caso anterior, existencia de buenos planes de investigación de la
salud pública e inversiones consiguientes). Condiciones y factores de cambio son
fenómenos complementarios los unos de los otros.
Agentes del cambio son personas, grupos o entidades que se oponen, favorecen o
inducen las transformaciones (en el caso anterior, existencia de investigadores,
laboratorios o mecenas que aporten fondos a los fines mencionados).
Para que los cambios se produzcan o no, deben darse entonces la acción conjunta
de tres elementos: que un grupo, estamento o sociedad obre como agente productor o
retardatario, que las condiciones socioculturales estén dadas para ello y que coincidan
al mismo tiempo los factores necesarios. La velocidad y permanencia de los cambios o
el inmovilismo social estarán dados cuanto mayor fuere la correspondencia entre estos
tres factores.
Lo que suele distinguir al profetismo es: a) Poseer una visión crítica de la sociedad o
grupo estudiado; b) visión que suele basarse en los valores espirituales del
investigador; c) por medio de un carácter voluntario o voluntarista, portador de una
orientación determinada; d) por lo general, obtiene sus conclusiones con seguridad,
sin admitir dudas; e) sus visiones son nítidamente pesimistas u optimistas, quietistas o
dinámicas, acerca de la sociedad o grupo analizado.
Lo que caracteriza a las teorías sobre previsión es: a) Mirar al grupo estudiado desde
una posición declaradamente neutra, meramente descriptiva; b) No efectuar
valoraciones (esto es “bueno”, “peligroso”, “decadente”); c) Omitir toda posición
voluntarista o determinista; d) Manejar conceptos de posibilidad o probabilidad; (suele
ser relativista y no concluyente; e) Describir el futuro como cree que lo verán los
investigadores del mañana.
1) ¿Qué es lo que cambia? Pues en ninguna sociedad el cambio es total sino que
mientras algunos sectores lo hacen aceleradamente, otros quedan virtualmente
inmóviles.
2) ¿Cómo se opera el cambio? Si es continuo, regular, discontinuo, factores que lo
resisten, factores que lo aceleran.
3) ¿Con qué ritmo? Si es progresivo, evolutivo o brutal y rápido.
4) ¿Cómo debe interpretárselo? Es el proceso analítico de sus condiciones y
factores.
5) ¿Cuáles son los agentes que impulsan el cambio? Identificación de quienes
promueven y quienes se oponen al cambio.
6) Evalúan, finalmente, la posibilidad de prever el curso futuro de los
acontecimientos.
Desde mediados del siglo XX se entiende que los beneficios del crecimiento
demográfico son sólo posibles si ello va acompañado de factores económicos (la
existencia de determinados recursos potenciales) y de factores culturales (capacidad
de la población de aprender y desarrollar técnicas necesarias para generar
“civilización” o progreso o bienes o acompañar los cambios operados). El progreso se
evidencia cuando al crecimiento demográfico se agregan aumentos del producto
nacional bruto por habitante y mejoras en la distribución del ingreso (disminuyen las
diferencias entre quienes más ganan y menos ganan en esa sociedad). Esto se suele
advertir cuando la sociedad entra en la etapa de consumo generalizado o “consumo de
masas”.
b) El factor técnico.
Por factor “técnico” debemos entender de manera muy amplia a los recursos
inventados o desarrollados por el hombre para dominar la naturaleza y ponerla a su
servicio (herramientas, máquinas, procedimientos de producción, técnicas financieras,
descubrimientos y aplicaciones científicas) (Friedmann, 1966).
II) Era antropotécnica (de antropos= hombre). Se da el empleo de los metales para
herramientas y armas y el trabajo humano vía esclavitud para aumentar la
productividad de la agricultura, mejoran los medios de comunicación por empleo de
carros y naves y comienza un incipiente comercio interregional por la venta de
excedentes agrícolas. Aparecen las ciudades-estado y el pensamiento filosófico para
separar lo mágico de la realidad.
III) Era eotécnica (de eolo=viento). En Occidente se dio entre los siglos X y XVIII.
Hay empleo masivo del agua y el viento (molinos, navegación interoceánica a vela) y
de animales para suplir el trabajo humano (bueyes, caballos, mulas) y los primeros
inventos de utilidad universal: brújula, reloj, imprenta, que ejercen profunda influencia
sobre la vida social. Pese a subsistir todavía una economía agraria comienza a
aparecer el capitalismo comercial y acumulativo (bancos), la burguesía urbana y las
corporaciones de artesanos; se debilita la concepción teológica y celestial del mundo
en beneficio de la filosófica y terrenal; en lo político se asiste al auge y decadencia del
feudalismo en beneficio de las monarquías absolutas y la formación de los estados
nacionales.
V) La era neotécnica (o actual) aparece con los fines de la primera Gran Guerra. Se
descubren y explotan nuevas formas de energía (eléctrica, atómica, combustibles
minerales), el esfuerzo humano es virtualmente reemplazado por la máquina, la
automatización y la cibernética, las grandes organizaciones monopolísticas y la
intervención estatal suceden al capitalismo competitivo, la interpretación de la realidad
del individuo es reemplazada por la construcción mediática, mientras decae el
colonialismo político aumenta la dependencia económica y el atraso de los países
periféricos de Asia, América Latina y África; aparece una nueva clase social: la de los
excluidos del sistema socioeconómico; para los incluidos, se da la “sociedad de
consumo”. En el terreno de las ideas, tras la hecatombe de las Guerras Mundiales y la
difusión de los totalitarismos en buena parte del ecúmene, se difunde una vagarosa
corriente (el posmodernismo), que entre otras posturas pregona la “muerte de las
ideologías”, “el fin de la historia”, la crisis en la teoría del progreso indefinido y en el
predominio de la racionalidad. Es el predominio de la globalización, la individualidad
light y la construcción del sujeto desde la exterioridad de los medios.
c) La infraestructura económica.
Las ideas, los conocimientos y las actitudes frente a los conocimientos adquiridos
por los hombres, determinan el cambio social en la medida que activan y orientan las
motivaciones de los individuos. Cuando las meras ideas se convierten en valores
(“ideas-fuerza”, modelos de conducta) o integran un sistema ideológico quedan
formuladas explicaciones y proyectos o paradigmas de funcionamiento social, los que
como consecuencia, suelen reflejarse en el orden jurídico aplicado en esa comunidad.
Con la receptividad con que estos valores culturales fueron incorporados a las
estructuras normativas, políticas y sociales de cada comunidad, se produjeron de
manera más o menos rápida y permanente cambios sociales significativos. La
resistencia a estos cambios por parte de los sectores dominantes, también ha teñido
de conflictos, represiones y tragedias las páginas de la historia (Filmus, 1998).
e) Las ideologías.
Suele entenderse por ideología, como una modalidad de los valores culturales, a un
sistema de ideas y de preconceptos, sistema explícito y generalmente organizado,
destinado a describir, explicar, interpretar o justificar la situación de un grupo o de una
colectividad, y que inspirándose en determinados valores, propone una orientación
precisa a la acción histórica de ese grupo o colectividad (Rocher 1996).
Asume así el carácter de una “doctrina” o “dogma”, inspirada en valores a los que
recurre con frecuencia con función impulsora u orientadora hacia la acción, a través de
medios y objetivos propios.
Los modos que pueden adoptar las ideologías son múltiples: por el grupo al que se
dirige (un grupo particular, una sociedad nacional, una colectividad internacional), por
las relaciones entre la ideología y el poder (los que detentan el poder o los que aspiran
a tomarlo o los que quieren sólo influir sobre el poder), por los medios de acción que
preconiza (reformista o revolucionaria) o por su contenido (reaccionaria, conservadora
o progresista; de izquierda o de derecha).
Todas estas perturbadoras aunque naturales visiones sociológicas del Derecho, que
se constatan en la realidad del análisis conceptual y semántico de las normas, en el
discurso de los fallos y los trabajos de los doctrinarios jurídicos, hacen poco
sustentable la pretensión de una “ciencia pura” del Derecho alejada de los valores,
ideología, intereses y cambios que interactúan en cada sociedad nacional. Esto es lo
que explica el desagrado con que desde la mono disciplina jurídica se evalúan las
visiones que las demás disciplinas sociales tienen sobre ella, pues al vincularla –como
todo producto social- al entorno del que se nutre, le quitan misticismo, trascendencia
excesiva y esa mayestática dignidad que los juristas atribuyen a su objeto de estudio.
De tal forma, el medio natural es aquél en el que el hombre vive en contacto directo
e inmediato con la naturaleza, cuyos ritmos asume adaptándose a las exigencias e
imposiciones del entorno físico. En un medio natural se genera y organiza la sociedad
tradicional.
Si bien la sociedad tecnológica aparece como contando con una organización social
compleja, por la multiplicidad de roles que sus integrantes deben asumir al unísono
(padre de familia, empleado, ahorrista, consumidor, ciudadano, feligrés, excluido del
circuito socioeconómico en casos extremos, etc.), sin embargo en caso de tenerse que
condensar en una síntesis su organización, puede decirse que ella gira principalmente
en torno a la producción de bienes y servicios, a sus condiciones y a sus consecuen-
cias. El hombre de la sociedad tecnológica debe ser un productor no sólo en el ámbito
industrial, sino también en el orden intelectual, artístico, político, familiar y religioso (se
piden incesantemente "ideas, valores, filosofías nuevas" acorde al devenir científico y
técnico, más allá de la “crisis en el paradigma del progreso incesante” que es
patrimonio de ciertas teorías de la pos modernidad).
Este tipo de hombre debe ser capaz de producir mucho y sin cesar -y adaptarse a
ello- porque él mismo y su entorno consumen ingentes cantidades de bienes
materiales, ideas, imágenes, obras de arte, ídolos y símbolos de toda clase. Hay un
universo del trabajo organizado, estructurado y dominante.
Dado que reduce la necesidad de materias primas, trabajo, tiempo, espacio y capital,
el conocimiento pasa a ser el recurso central de las economías de avanzada (Alvin
Toffler); los factores de producción tradicionales se están convirtiendo en fuerzas de
limitación más que fuerzas de impulso. El conocimiento se está convirtiendo en un
factor crítico de producción (Peter Drucker), llegando algunos futurólogos a sostener
que en las próximas décadas lo único que persistirá dentro de las fronteras nacionales
será la población que compone un país. Los bienes fundamentales de una nación
serán la capacidad y destreza de sus ciudadanos (Robert Reich) porque las personas
especializadas serán la única ventaja comparativa viable (Lester Thurow).
De ello surge que la categoría de las clases sociales constituya otra medida de
evaluación de la estructura de la sociedad tecnológica. Este tipo de sociedad las ha
cristalizado y rigidizado en una medida similar a la sociedad feudal.
Entre los aspectos más salientes de este fenómeno pueden sintetizarse entonces:
1) La expansión del comercio a escala planetaria, al punto de considerarse al
mundo como un “mercado único”; donde se instalan mercados que superan los límites
políticos de las naciones;
2) La construcción de grandes bloques económicos (M.C.E., O.C.D.E., A.L.C.A.,
MERCOSUR, etc.);
3) La generalización de economías de mercado prácticamente en casi todos los
países, con su secuela de apertura de los mercados nacionales a la penetración de
cualquier poder extra estadual (principio de la “libertad de mercados o de comercio”);
4) La aparición de una híper competencia para conquistar nuevos mercados en
condiciones ventajosas, tanto de parte de las acciones públicas a nivel de estados
nacionales como en las acciones privadas de las grandes empresas multinacionales;
5) La adopción de las últimas tecnologías en lo científico, lo económico y la
formación de los individuos para elevar la productividad de los factores, lo que lleva a
la financierización de la economía (predominio de los sectores financieros sobre los
productivos, para obtener los grandes recursos de capital para encarar la híper
competencia necesaria) y a la tras nacionalización de las tecnologías;
6) Este fenómeno se ha visto potenciado en los países desarrollados por la
escolarización masiva de la población y el progreso de la automatización, como
expresamos;
7) Hay asimismo predominio de la estructura económica en la organización social;
8) El poder político se ha aproximado y consustanciado con el poder económico: los
dirigentes de cualquier nivel (presidentes, ministros, legisladores), se desempeñan
más o menos abiertamente como operadores de negocios e intereses de las empresas
multinacionales y grupos económicos;
9) En casos extremos de países periféricos y de economías dependientes, propicia
el reemplazo del Estado por el mercado como factor de asignación de recursos
sociales, la apertura de las economías y la privatización de las empresas públicas,
10) Genera una elevada concentración de ingresos y riquezas en pequeños grupos
de la población y con ello, la institucionalización de presiones corporativas sobre el
sistema político; potencia y reinstala las desigualdades que los Estados benefactores
(“padrinos”) amortiguaron durante cinco décadas del Siglo XX;
11) Paradójicamente, propugna la internalización del sistema democrático al estilo
anglosajón o europeo occidental como modelo de la organización política, aunque de
manera epidérmica y formal;
12) Se intensifican a escala mundial las relaciones sociales que enlazan localidades
muy distantes entre sí, de tal modo que lo que ocurre en una de ellas está
determinado por acontecimientos sucedidos a muchas millas de distancia y;
13) Aparecen nuevas formas culturales, donde la solidaridad social (Estado de
Bienestar) se deja de lado por modelos individualistas de progreso personal,
supervivencia del más apto y validez del éxito económico como medida de estima
social.
14) La gran afectada en este proceso es la clase media, que hasta unas décadas
atrás veía crecer sus ingresos con la edad (capitalización individual y vía seguridad
social) y creía en el dogma de una vida mejor para sus hijos; mientras que desde hace
unos veinte años ve tambalear su propia seguridad laboral y económica y que sus
hijos transitan de una pasantía a otra a pesar de todos los sacrificios que hicieron para
mejorar la educación que ellos mismos recibieron.
15) Es acentuado el proceso de desintegración en el seno de las sociedades
nacionales, multiplicándose los particularismos: excluidos (desocupados, inmigrantes,
carentes de nivel de educación suficiente para su aprovechamiento por el mercado,
gentes en pasividad previsional) y autoexcluidos (“ghettos” de los poderosos: barrios
cerrados, custodias privadas, lugares exclusivos de diversión y vacaciones) (Romero,
2001).
16) El Derecho acompaña este proceso de una manera ambigua: continúa
declamando en sus normas dogmáticas los grandes mitos garantistas: igualdades de
oportunidades y política (un hombre, un voto), democracia representativa, equilibrio de
Poderes del Estado, derechos humanos a nivel universal, protección al diferente y a
las minorías, no discriminación, condena a las guerras y a las intervenciones armadas,
libertades individuales y de mercado, etc., mientras en la práctica se observan en casi
todos los países el acceso limitado a los cargos políticos por parte de quienes cuenten
con medios –legales o ilícitos- para sustentar económicamente sus campañas,
intervencionismo estatal en detrimento de particulares y países de economías débiles,
intervenciones armadas con cualquier pretexto (incluso con el aval y tolerancia de las
Naciones Unidas), sometimiento de los Poderes Legislativo y Judicial al Ejecutivo,
violación de las libertades individuales, protección e impunidad consecuente para los
intereses económicos...
Por lo expuesto, los resultados de esta “globalización” resultan cuanto menos
contradictorios, en lo que a evolución del capital se refiere. Por un lado, los informes
del Fondo Monetario Internacional (F.M.I.) indican que en las décadas del 1980/90 y
1990/2000, el libre mercado ha producido un mejoramiento de las condiciones
socioeconómicas de los países a nivel mundial y, en particular, de aquellas naciones
que siguieron sus sugerencias. Sin embargo, el economista inglés Alan Freeman
(2002) tiene otra visión y, tras estudiar la cuestión, dijo haber obtenido resultados
sorprendentes. Tomando todos los productos brutos de las naciones del mundo, en
términos de dólares reales, en el lapso 1952-1973, llamado el “período de oro” del
capitalismo mundial, la expansión de la economía del orbe fue de alrededor del 150%,
o sea algo menor al 5% anual. Luego del crash de 1974, y en el lapso 1975-1990, el
crecimiento se redujo al 70% (equivalente a algo menos del 3,5% anual), con el
paralelo auge de la globalización. Finalmente, en la década de los ’90, el crecimiento
total fue del 20%, o un exiguo 1,5% anual. Ello produjo la intervención conjunta de
organismos que recomendaron y aplicaron recetas económicas ortodoxas (G.A.T.T.,
Ronda de Uruguay, formación de la Organización Mundial de Comercio) y las nuevas
políticas del F.M.I.; sin embargo, el crecimiento no sólo fue mucho menor comparado
con la época “de oro”, sino respecto de la década del ’80.
Las características de los ’90 fueron: los Estados Unidos crecieron a costa de casi
todo el resto del mundo. En los ’80 hubo una expansión estadounidense acompañada
por una expansión japonesa y en el sudeste asiático, pero con disminución de la
producción en el Tercer Mundo y, comparativamente, en Europa. En los años 90, en
cambio, únicamente la economía de U.S.A. crecía rápidamente y el resto del mundo
disminuía o no crecía tan rápido. Con ciertas excepciones muy importantes, sobre todo
China, que creció -y sigue haciéndolo- más rápido que el resto, incluso Estados
Unidos.
En su larga evolución, lo que hoy se llama visión o corriente crítica acerca de algo
fue empleada por múltiples escuelas de pensamiento (políticas, económicas,
sociológicas, jurídicas), en forma de una visión alternativa, opuesta, progresista o
superadora del discurso dominante en la materia de que se trate, expresado mediante
un orden ideológico (estructurado) de propuestas distintas, habitualmente lógicas y
coordinadas entre sí. No obstante, también la palabra ha sido bastardeada, resultando
frecuente denominar crítico a cualquier cuestionamiento, diatriba o mera disidencia
con algún orden dado, incluso las que se formulan desde lo interno del objeto o
estructura criticada, sin proponer mecanismos razonadamente sustentables en su
reemplazo.
En los sentidos descriptos, tiene puntos de contacto y diferencias con los enfoques o
escuelas sociológico-jurídicas. Las similitudes se hallan en la recurrencia a lo
interdisciplinario, la referencia al contexto social y el inmanente relativismo supuesto
en la negación de la neutralidad del Derecho. La principal diferencia es que su análisis
crítico o “alternativo” parte desde el mismo sistema normativo, es endógeno, y resulta
realizado habitualmente por juristas con las herramientas que su preparación
profesional les proporciona (por lo general, un discurso ideológico distinto) y no
cuestiona- sino que se funda en ellos- la existencia de determinados universales (los
“derechos o garantías” de los excluidos o carentes de poder social). En este último
aspecto, el abordaje crítico del Derecho correría el riesgo de caer en un dogmatismo
más, finalmente absolutista, en la medida en que se presenta como la mejor variante,
superadora, de la visión tradicional de la ciencia jurídica.
Creemos que pueden darse otras posibilidades a las corrientes críticas del
Derecho, que sin negarlas fueren de naturaleza tolerante, instrumental y, al cabo,
resultaren asimismo vías distintas de abordaje a lo normativo, si las analizamos desde
tres manifestaciones principales: 1) Como teorías reformadoras, 2) Como análisis
críticos propiamente dichos y 3) Como investigaciones estratégicas.
Los análisis críticos son de naturaleza más limitada: no proponen utopías ni reformas
sino que se preocupan básicamente de destacar las crisis, incongruencias,
desequilibrios y exclusiones de las sociedades y sus sistemas normativos. Aunque
hubiere alguna postura reformadora en ellos, la misma no es evidente: un ejemplo es
el autor norteamericano contemporáneo Duncan Kennedy, sobre cuya obra nos
referiremos más en detalle en las páginas siguientes. Una modalidad de esta actividad
en la jurisprudencia resulta de la elaboración de fallos o votos individuales de los
magistrados con soluciones distintas a las establecidas por las cortes superiores de
origen político, o a las tradicionales y a-críticas respecto de determinado orden
jurídico.
Al citar el concepto de discurso, entendemos por tal al sistema u orden que emana
del uso de la lengua; como facultad racional con que se infieren unas cosas de otras,
induciéndolas por consecuencias de sus principios o conociéndolas por indicios o
señales. Como veremos luego, Jürgen Habermas ha aplicado el razonamiento
discursivo a la solución de problemas sociales, postulando un discurso no dirigido,
libre de influencias, para permitir la autorreflexión. El término ha sido desarrollado por
la semiótica moderna y por el estructuralismo (vgr. Foucault). Para Ogden y Richards,
en la lengua existen el discurso simbólico y el emotivo. Para Foucault, en cambio, los
enunciados se organizan según los paradigmas establecidos para un determinado tipo
de discurso (el discurso de la verdad, por ej.) y forman un mundo, a la vez que
excluyen otros discursos y, en consecuencia, otras formas de organizar el mundo
(vgr., el discurso de la falsedad).
Las modas literarias, intelectuales o jurídicas que por oleadas se advierten, suelen
hacernos adoptar con ligereza términos o conceptos que hacen fortuna por otros lares,
aunque atribuyéndoles significados muy distintos de su versión original. Una de esas
corrientes en apariencia novedosas es la profusión de estudios “críticos” que abundan
en el mercado acerca de prácticamente cualquier fenómeno. Si bien se ve, el
mecanismo comenzó con Descartes a partir del cogito, ergo sum y su desarrollo
subsiguiente, o –según algunos- con ciertos filósofos griegos (¿Parménides?). De
modo que tener una visión o una actitud de sospecha intelectual ante el dogma o la
realidad revelados no sólo es tradicional sino hasta posee cierto estatus artístico
(recordar a Saint Exupéry y su “lo esencial es invisible a los ojos”).
1) Confrontación entre expectativas brindadas por las leyes y eficacia del sistema
judicial (Cappelletti y Garth).
2) Condición sociocultural del justiciable y defensa de sus derechos.
3) Variables que inciden sobre el acceso a la justicia: conocimientos previos,
vinculaciones sociales, disponibilidad económica, diferencias de poder entre los
litigantes, naturaleza del conflicto, el Derecho Penal y los pobres o excluidos (“los
villeros”, “los cabecitas”, “los negros”, “la portación de cara”).
4) Disfuncionalidades judiciales (p.ej. celeridad del proceso en desalojos de
inquilinos).
Con los riesgos de arbitrariedad subjetiva, sesgo y omisiones que supone toda
selección de autores-guía para cualquier desarrollo teórico, haremos una breve
mención de aquellos pensadores que seguimos en lo esencial de sus aportes, en el
aspecto puramente ius filosófico.
Según Luigi Ferrajoli, ius filósofo toscano (née 1940) a quien seguiremos en este
desarrollo, estamos asistiendo, incluso en los países de democracia más avanzada, a
una crisis profunda y creciente del Derecho, que se manifiesta en diversas formas y en
múltiples planos:
a) Como crisis de legalidad, del valor vinculante asociado a las normas por los
titulares de los poderes públicos (ineficacia de controles públicos, degradación
institucional, ilegalidad del poder, corrupción, disolución de las reglas de juego político
y de los límites y vínculos en el ejercicio del poder, pérdida de contenido de la función
parlamentaria, conflictos entre el Poder ejecutivo y el judicial porque el primero busca
habitualmente condicionar la independencia –a veces sólo formal- del segundo,
entramado entre política y mafia y el poder subversivo y oscuro de los servicios
secretos). Aunque Ferrajoli se refiere a Italia, España y Francia, no cabe duda que su
análisis es plenamente aplicable a nuestro país con ligeras variantes de detalle.
Ello conlleva una alteración en diversos planos del modelo positivista clásico:
a) en el plano de la teoría del Derecho, donde esta doble artificialidad supone una
revisión de la teoría de la validez, basada en la disociación entre validez y vigencia y
en una nueva relación entre forma y sustancia de las decisiones;
b) En el plano de la teoría política, donde comporta una revisión de la concepción
puramente procedimental de la democracia y el reconocimiento, también, de una
dimensión sustancial;
c) En el plano de la teoría de la interpretación y de la aplicación de la ley, al que
incorpora una redefinición del papel del juez y una revisión de las formas y condiciones
de su sujeción a la ley;
d) Por último, en el plano de la meta teoría del Derecho y, por tanto, del papel de la
ciencia (o disciplina) jurídica, que resulta investida de una función no solamente
descriptiva, sino crítica y proyectiva en relación a su objeto.
De tal modo, la Constitución ideal para los tiempos que corren sería el modelo
rígido (como lo denomina Ferrajoli), en el que ya no tendrían cabida leyes
reglamentarias que soslayasen, preterizaren o desconocieran los derechos
fundamentales garantidos –sólida o rígidamente instaurados-, porque éstos son
precisamente “las leyes de los sectores más débiles” de la sociedad y los frenos y
límites a los factores de poder políticos, económicos y sociales que ejercen o
pretenden ejercer su dominación sobre los demás habitantes.
Sin olvidar en este punto que las relaciones entre poder y Derecho se prestan a
dos interpretaciones diferentes:
a) Como una relación biunívoca, donde el poder es el presupuesto del Derecho y el
Derecho el fundamento del poder, en el sentido que no existe ningún Derecho sin un
poder que fuere capaz de hacerlo respetar, y no hay poder, al menos en los
ordenamientos modernos, que no encuentre su fundamento en el Derecho (N. del A:
teoría que demuestra su origen puramente endógeno a lo normativo pues
desconocería todas las fuentes de poder informales o para jurídicas, como las que
surgen de una preeminencia de causas sociales o culturales).
b) Como una relación de recíproca oposición, no ya de implicación recíproca. El
poder –todos los poderes, incluso el de los jueces- tiende a acumularse siempre en
formas absolutas (el caso luego comentado de las “doctrinas legales” bonaerenses
aparece como ejemplo pertinente); y el Derecho, a su vez, por lo menos en la edad
moderna, se configura como una técnica de ordenación, de control y represión de
desvíos sociales, incluso con pretensiones de limitación y minimización del poder.
Desde este segundo punto de vista habremos de ver al Derecho como la ley del
más débil que se opone a la ley del más fuerte propia del estado de cosas dado por la
naturaleza (N. del A: o por la acumulación de poder de parte de determinados grupos
o estamentos sociales). Dice Ferrajoli en este aspecto: “En efecto, es ley del más débil
el Derecho Penal, que protege a las víctimas frente a la violencia de los delitos;
también es ley del más débil el Derecho Procesal, que tutela a los acusados frente a la
arbitrariedad y los castigos excesivos. Es ley del más débil el Derecho del Trabajo, que
tutela a los trabajadores frente a un poder como el de los empresarios que, de lo
contrario, sería ilimitado. Son leyes del más débil todos los derechos fundamentales y
sus garantías. E incluso el Derecho de propiedad es una ley de los débiles contra el
poder de apropiación ilegítima por parte de los más fuertes.”
Es evidente que en sistemas como aquéllos el papel del juez, como órgano
sometido solamente a la ley, venía a constituirse una mera función técnica de
aplicación de la ley, (N. del A: cualquiera fuese su contenido, de modo que hacía
necesario contar con organismos casatorios, al estilo de la Suprema Corte de Justicia
de Buenos Aires, con atribuciones para uniformar los criterios de tal aplicación, a fin de
evitar desvíos del pensamiento jurídico político dominante).
En este último modelo, Derecho no era aquello considerado (en cada caso) como
ontológicamente verdadero o justo, en todos los posibles sentidos de estas
expresiones, sino aquello que fue considerado como tal por la ley. El principio de la
omnipotencia del legislador se traducía, en otro ámbito, en la idea de la omnipotencia
de la política –es decir, de la primacía de la política sobre el Derecho-, siendo la
legislación, competencia exclusiva de la clase política.
La siguiente revolución (cambio de paradigma) producida en la segunda posguerra
con la explosión de las constituciones rígidas supone el sometimiento a la norma por
parte de todos los Poderes, incluido el Legislativo, que queda subordinado a la
Constitución, no sólo en cuanto a las formas y procedimientos de formación de las
leyes, sino ahora en cuanto a sus contenidos.
Por este ámbito de lo “no decidible” –de las cosas que no es lícito decidir (o dejar
de decidir)- se expresa aquello que en las constituciones democráticas se ha querido
sustraer a la voluntad de las mayorías. En cualquier convención que se precie de
democrática habrán de quedar excluidas de decisión por mayoría (por tratarse de
condiciones de la vida en sociedad y la razón del pacto de convivencia), cuanto menos
dos cosas:
I) la tutela de los derechos y garantías fundamentales, a partir de la vida y la
libertad, que no pueden ser sacrificadas ante ninguna mayoría, ni el interés general o
el bien común;
II) la total sujeción de los poderes públicos a la norma constitucional y leyes
positivas compatibles, que es la garantía última frente a la arbitrariedad, así como
frente a las violaciones cometidas por la propia voluntad mayoritaria que produce la
ley.
Resulta evidente que para cumplir ambas funciones el juez no debe tener relación
de dependencia alguna, directa o indirecta, con ningún otro poder. “Debe ser, en otras
palabras, independiente tanto frente a los poderes externos como a los poderes
internos del orden judicial” afirma Ferrajoli, lo que implica incluso independencia frente
a posturas corporativas como las de las “familias-mafias judiciales” que en muchos
países latinoamericanos como el nuestro mantienen vínculos espurios con los grupos
de poder formales y clandestinos, en tanto núcleos herméticos e impunes de
distribución y conservación de privilegios y empleos para sus integrantes, familiares y
amigos.
Una variante de análisis que nos propone se halla en que, mientras el positivismo
dogmático de impronta kelseniana es todavía preponderante por estos lares y
cualquier crítica a sus postulados aparece como repulsivo nihilismo, en Estados
Unidos y Europa hace rato que las teorías del maestro vienés han entrado en un
irremediable cuestionamiento, sobre todo en el aspecto de ver al Derecho como: 1)
una ciencia sin fisuras, 2) autosuficiente y 3) lógicamente sustentada.
Para ello, muchos iusfilósofos han caído en cuenta que el Derecho, medio por
excelencia de control social –visto por ellos cual una creación artificial, rígida y
autoritaria (en tanto de cumplimiento obligatorio) de los individuos con poder para
instrumentarlo- se opone al decurso “natural”, cambiante y esencialmente libertario de
la existencia humana. Con el aporte de otras variables culturales como la sociología, la
antropología, la historia, la economía, la psicología, han puesto en entredicho la
validez, vigencia y eficacia de los principios de igualdad y seguridad jurídicas, acceso
a la justicia, imparcialidad y neutralidad judiciales, el mismo imperio de las leyes, entre
otras afirmaciones de fe y dogma tan caros a nuestra formación abogadil, pero poco
determinables acorde las vivencias de la praxis percibida.
Así, se observa que buena parte del debate teórico en el derecho contemporáneo
gira en torno a dos cuestiones reiteradas:
a) ¿Los sistemas jurídicos son internamente coherentes?, y
b) ¿Los jueces son aplicadores neutrales de normas jurídicas o también (o sólo)
creadores de Derecho inspirados en razones políticas o axiológicas propias y de
naturaleza coyuntural?.
Allí, los conflictos y sus decisiones por los jueces son vistos como campos de
enfrentamiento entre dichos grupos (a modo de ejemplos locales de impacto público:
la excarcelación de Chabán vs. vindicta pública anticipada o el apartamiento precoz de
varios jueces en los casos de Carrascosa y Ernestina de Noble vs. la necesidad de
investigar sin concesiones presuntos delitos que involucran a personas de clases
adineradas o con poder), en los que los órganos judiciales de cualquier grado
intervinientes, lejos de mediar en forma neutra, eligen entre interpretaciones variables
de acuerdo con el resultado que consideran individualmente más justo. Debido a esto,
las teorías (o escuelas) que sostienen la indeterminación general del Derecho, suelen
señalar igualmente el carácter subjetivo (a fortiori ideológico y político) de las
resoluciones judiciales y su cuestionable cientificidad.
Ya a fines del Siglo XIX y comienzos del XX el realismo jurídico, cuyo punto inicial
fue la obra del Juez de la Corte Suprema estadounidense O. W. Holmes, titulada The
Path of the Law (traducible como el Camino o sendero del Derecho) de 1897 –hay
versión disponible en nuestro medio editada por la Editorial Lexis-Nexis-, puso en
entredicho la supuesta objetividad y coherencia lógica del sistema jurídico, pues las
decisiones judiciales en su opinión no se reducían a formular un sencillo silogismo a
partir de la norma aplicable y los hechos del caso. Para los “realistas” las sentencias
plasmaban las preferencias de un juez o un tribunal en un lugar y momento
determinados.
Una manifestación singular, entre estas escuelas, fue la denominada Law and
Society (Derecho y Sociedad), que teniendo carácter intelectual e interdisciplinario –
superando el marco estrecho y dogmático de nuestra disciplina-, aplicó métodos de
investigación sociales para indagar lo que realmente se encontraba detrás de (y
después de) la creación de normas y de los modos judiciales de decisión de conflictos.
Por todo ello, Kennedy sugiere tomar “la ideología (de los actores jurídicos) en
serio”. Su postura se evidencia como posmoderna pues apunta a la deconstrucción de
las teorías dominantes aunque desconfía de la posibilidad de formular otras alternas.
Pretende desenmascarar las concepciones de la decisión judicial declamada como
neutral que la hacen parte del statu quo porque reproduce y refuerza las
desigualdades sociales (Ver en el Libro II la investigación sobre “Intereses judiciales”).
De tal modo sostiene que “En todos los sistemas occidentales el discurso que usan
los jueces, las autoridades jurídicas y los teóricos políticos para legitimar la aplicación
del poder estatal niega (suprime, mistifica, distorsiona, esconde, evade) dos
fenómenos claves: a) el grado en el que las reglas establecidas (contenidas en un
código o en el derecho común) estructuran la vida pública y privada de tal forma que
otorgan poder a unos grupos en detrimento de otros, y en general funcionan para
reproducir los sistemas jerárquicos que caracterizan la sociedad en cuestión; b) el
grado en el que el sistema de reglas jurídicas contiene lagunas, conflictos y
ambigüedades que son resueltas por los jueces que persiguen –de manera
consciente, semi-consciente o inconsciente- proyectos ideológicos relativos a dichas
cuestiones de jerarquía social” (“A Critique”...pág. 14).
En concreto, el discurso de la coherencia y la neutralidad tiene los significados de
hacer parecer como justo y natural el funcionamiento de un sistema jurídico que
favorece intereses de grupos que cuentan con mayor información sobre las normas y
con mayor poder económico y de gestión para defender sus posiciones (para
formularlo con una oración de raigambre jauretcheana: hasta los menos avisados
intuimos que no tiene el mismo nivel de acceso a la decisión judicial el ejecutivo local
de una multinacional informática que un “pibe chorro” de la Villa Carlos Gardel...).
Como los magistrados suelen redactar sus fallos con el estilo impersonal del
discurso silogístico, esconden deliberadamente las motivaciones reales de sus
decisiones bajo el manto de la aplicación racional de las normas, aplicación que forma
parte del paradigma dominante del rol judicial. Si se apartaren de esta concepción (por
ejemplo exteriorizando alguna inclinación ideológica), serán blanco seguro de la crítica
de los guardianes de la tradición o pretendida ortodoxia jurídica (colegas,
corporaciones de abogados, juristas, etc.), e incluso pueden llegar a perder su cargo
(destitución, juicio político).
¿Cuál sería entonces el mejor mecanismo de decisión judicial? Pues, centrar toda
la atención en la descripción de la experiencia personal del juez en un caso concreto.
Esta experiencia le permite oscilar entre la libertad para crear el derecho fundante de
la decisión en base a sus vivencias y la restricción de aplicar los materiales jurídicos
existentes (que son mucho más que las normas: como principios generales,
convenciones sociales, jurisprudencia e, incluso, su propia percepción del cambio
social operado desde la sanción de la norma aplicable). Hay generalmente una tensión
entre la sentencia a la que el juez quiere llegar y lo que el marco normativo y
jerárquico interno pareciera indicar.
Esta práctica en apariencia cínica parece ser, sin embargo, la única salida para el
juez, dado que los costos personales de las otras dos posibilidades –reconocer
abiertamente la influencia de la ideología o simplemente renunciar al caso o al cargo-
parecen muy gravosos y poco prácticos.
Más allá de una definición, el término “acceso a la justicia” puede emplearse para
focalizar los dos propósitos básicos de cualquier sistema jurídico en el cual la gente
pueda hacer valer sus derechos o canalizar sus conflictos, bajo los auspicios
generales de cada Estado. Ellos son: a) que el sistema deba ser igualmente accesible
para todos y b) que deba proporcionar resultados individual y socialmente justos. Se
infiere que una de las premisas ínsitas en tal esquema es que la justicia social, como
la buscan las sociedades modernas, presupone que todos tengan un acceso efectivo a
la justicia.
Con referencia al tema de los costos, los gastos para litigar son una de las
principales barreras de acceso en sistemas como el nuestro en que “el ganador se
lleva todo” (se refiere al concepto que el perdidosocarga con las costas, salvo
supuestos excepcionales de “prudente apreciación judicial” en que el juez puede
eximir de todo o parte de los costes al vencido). Cuando el perdedor paga los gastos
judiciales comunes, y el litigante es de baja condición económico social, este riesgo es
un límite muy duro para acceder a la defensa de sus derechos.
Las diferencias de poder entre los litigantes hacen que ciertos individuos o
corporaciones disfrutan de ventajas estratégicas en los litigios. Ellas se basan en:
1) La situación económica desahogada posibilita elegir los abogados más caros (y
presumiblemente más poderosos, con capacidad de influir o impresionar mejor a los
tribunales); permite soportar las consecuencias de la duración de los litigios y facilita la
articulación y el eventual pago de pruebas más sofisticadas y costosas, mejorando las
posibilidades de defensa y éxito final. Al depender de las partes para la investigación y
presentación de pruebas y para el desarrollo y discusión del asunto, la posición pasiva
de los jueces –habitual en los procesos civiles de impulso de parte- e
independientemente de sus aspectos axiológicamente ponderables, exacerba los
problemas mencionados.
2) La eficiencia para reconocer y hacer valer una demanda o una defensa, aunque
se relaciona asimismo con los recursos financieros, está también ligado a parámetros
como la educación, experiencia, condición social (en el caso de litigantes individuales)
e infraestructura organizativa (en el caso de personas jurídicas).
El primer paso radica en la posibilidad de reconocer un derecho que se pueda hacer
valer legalmente, ya que existen muchos intereses, reclamaciones y problemas
potenciales que son bien comprendidos por los miembros de la población en algunos
casos, mientras que otros no se comprenden o perciben como tales. La necesidad de
información jurídica masiva y sencilla aparece entonces como primordial y prioritaria,
pues en ciertas investigaciones públicas (Cappelletti y Garth citan estudios británicos)
se constató que parte importante de los pobladores jamás acudirían a abogados por
desconfianza hacia ellos. “La complicación del procedimiento, los detalles en la forma,
los tribunales intimidatorios y jueces y abogados prepotentes hacen que el individuo
que quiere hacer valer su derecho se sienta perdido, prisionero en un mundo extraño”
(op. cit., pág. 19). Finalmente, se constata que resulta difícil movilizar a las personas a
fin que usen el sistema legal para buscar la protección de derechos jurídicos no
tradicionales.
3) Otra de las diferencias radica en el contraste entre litigantes “ocasionales” y
litigantes “repetitivos”. En este último caso, se cuenta con las siguientes ventajas:
a) La experiencia con el sistema judicial le permite plantear mejor el litigio;
b) el litigante repetitivo logra economías de escala porque tiene más casos
(abogados contratados a retribución periódica, distribución de las cargas económicas
en el tiempo por manejo de las eventuales transacciones;
c) el litigante repetitivo o sus abogados permanentes, gozan de oportunidades de
crear relaciones informales con miembros de los tribunales que toman las decisiones
(lo que en el argot tribunalicio vernáculo se denomina posibilidad de efectuar “alegatos
de oreja” o de “tener llegada” al/los magistrado/s del litigio);
d) puede distribuir el riesgo del pleito entre más casos (es común en el fuero
laboral, en casos de litisconsorcios activos, en que interviene un mismo Estudio por los
trabajadores, transar los mismos mediante un arreglo global –un “paquete”- donde los
resultados individuales son apenas un porcentaje del reclamo original, so pretexto de
garantizar un resultado uniforme y acortar los tiempos de duración del reclamo);
e) permite ensayar estrategias con casos particulares de escaso riesgo económico
para adquirir experiencia en casos similares futuros de mayor importancia (elegir un
caso para explorar resultados posibles);
f) como conclusión global, los litigantes organizados son más eficientes que los
individuales.
Este nuevo paradigma nos lleva al problema siguiente: aun suponiendo que exista
la voluntad política de movilizar a los individuos para hacer valer estos derechos (tema
que en Argentina no tiene una respuesta eficaz todavía), la cuestión fundamental es
cómo se puede lograr, qué mecanismos o sistemas emplear y cuáles reformas
instrumentar para ponerlos en vigencia.
En una obra colectiva que va por su segunda edición (“Materiales para una Teoría
Crítica del Derecho”) un grupo de pensadores argentinos (Enrique Marí, Carlos
Cárcova, Diego Duquelsky Gómez, Ricardo Entelman, Marcelo Raffin y Alicia Ruiz), en
conjunto con otros autores extranjeros, demuestran que el pensamiento crítico entre
los juristas nativos es algo más que una cuestión académica; ya tiene entidad propia.
Del conjunto de sus posturas extraeremos algunos lineamientos teóricos que nos
sirven –también- como referencia súper estructural a nuestras investigaciones y
desarrollos. Con respecto a las obras extranjeras encontramos mucho más
decantadas y aplicables las propuestas de los connacionales, además de estar
formuladas con claridad y concisión destacables y ser totalmente referentes a nuestra
realidad concreta, maguer su vuelo teórico. He aquí su síntesis.
Pese a ser una obra multi-autoral, “Materiales...” permite detectar una serie de
ideas cohesionantes en la mayoría de los trabajos realizados. Las principales
enunciadas, de corrido, son:
En lo particular, son significativos los dos artículos de Enrique Marí (“Una lectura
freudiana de Hans Kelsen: a la búsqueda del banquete perdido” y “Hans Kelsen: la
teoría del eros platónico como un tratado freudiano de sexualidad”), donde indaga
sobre el pasado freudiano y psicologista de varios trabajos juveniles de Kelsen,
incoherentes con el positivismo en que luego devino.
Alicia Ruiz, por su parte, en “Aspectos ideológicos del discurso jurídico”, con citas
de Althusser, afirma que la ideología es mostrada como una práctica social, práctica
que puede ser entendida como un sistema de discursos que se caracteriza por el
empleo de un mecanismo (reconocimiento-desconocimiento), productor de un efecto
específico: representaciones.
Todo fenómeno social (y el Derecho lo es), puede ser apreciado en relación con lo
ideológico y el poder. Advierte sobre el punto, sin embargo, dos posturas nítidas: a)
Mientras las teorías tradicionales dejan de lado toda alusión a la sociedad, al poder, al
conflicto, al modo en que los hombres viven sus relaciones sociales (no como ellas
son sino cómo se las imaginan, como intentan re-crearlas a través de la imposición
normativa, agregamos nosotros); b) En la visión de la autora, aspecto éste que
compartimos, ideología, discurso, poder, son espacios de confrontación teórica y lo
que de ellos puede afirmarse está dicho a partir de una convicción básica: se trata de
tópicos problemáticos acerca de los cuales no es sencillo arribar a acuerdos ni
sostener las propias posiciones como si fueren verdades definitivas.
Por contraste, las visiones tradicionales acerca del Derecho omiten habitualmente
hacerse cargo de su naturaleza social (como práctica y como discurso), de su
constante dimensión ideológica y de su función legitimante de la distribución del poder
en cada grupo o sociedad humanos. Se limitan al análisis del plano formal del ejercicio
de los derechos por los individuos y soslayan por inconveniente toda indagación
teórica acerca de la distribución y el ejercicio del poder y de sus consecuencias más
visibles: los nuevos autoritarismos.
>> Una de las hipótesis habituales del pensamiento crítico, que expone Ruiz y
que asimismo compartimos, consiste en ver al Derecho en su aspecto
legitimante del poder en el Estado moderno, evaluando sus valores simbólicos,
en la medida en que suplanta el lugar del mito (en todas sus variantes: mágicas,
religiosas, axiológicas) en las sociedades como las nuestras, que dicen estar
marcadas por la impronta de la “racionalidad occidental”. Así, las formas y las
categorías jurídicas expresan tanto un modo del control social cuanto las
relaciones de dominación (N. del A. Uno de los modos en que esto aparece nítido es
en el Derecho Laboral y su esencial dicotomía: empleador/principal –
trabajador/dependiente, pues donde hay dependientes hay dominados, aunque fueren
por un precio en dinero –salario- y con límites –legales- a tal dominación.) <<
Afirma Alicia Ruiz: “Tras las múltiples formas en que el poder se manifiesta, está la
violencia desnuda, que el Derecho disimula, oculta, disfraza, atomiza, limita, aísla en
esos actos de fuerza. Esa violencia es determinante del poder aunque no se actualice
de manera permanente en su ejercicio”... “Porque el Derecho legitima al poder no sólo
a través de la consagración explícita de quienes son sus detentadores reconocidos.
También lo hace de manera más sutil, cada vez que determina que, sólo mediante
ciertos mecanismos, es posible producir actos jurídicos”.
Las diferencias de abordaje entre las dos escuelas jurídicas que comentamos se
hacen muy notorias respecto al tema de los valores, término sobre el que
necesariamente nos detendremos en unas breves reflexiones, pues ello condicionará
la extensión con que consideramos el fenómeno contractual. Podemos significar por
valor, en una concepción amplia, a todo lo que interesa o tiene importancia para un
sujeto humano. En un sentido más restringido hace referencia a aquellas
concepciones sobre lo deseable que influyen en el comportamiento selectivo.
Acerca de este concepto se advierte que establece una distinción entre lo deseado
(impulsivo) y lo deseable (constructo racional), identificando esto último con lo que se
debe o se estima apropiado desear según los valores elegidos. Los valores regulan de
tal manera la satisfacción de los impulsos de acuerdo con toda la serie de objetivos
jerárquicos (ordenados por importancia relativa) y duraderos de la personalidad, con
un presupuesto de orden -tanto por parte de de la personalidad individual cuanto del
sistema sociocultural- y con la necesidad de interactuar en tolerancia (con-vivencia)
con los demás intereses individuales y grupales. Esta noción de valores así
socializada, desecha -por ejemplo- las acciones puramente hedonistas o egoístas.
Estos patrones son definidos culturalmente y se verifica que varían de una cultura a
otra y de una sociedad a otra, pues como contrasentido, no hay normas o patrones
universales absolutos aceptados como válidos por todas las culturas, por el sólo hecho
de provenir de una cultura, superestructura internacional o sociedad diferentes.
Lo expresado no impide que algunos de los valores que reflejan los sistemas
culturales guarden cierta semejanza en todas partes y sus mayores diferencias
consistan en la importancia relativa dada a tales valores y en la extensión de su
aplicación. Por ejemplo, en todas las culturas la perpetuación de la sociedad prima
sobre la vida de cada individuo; ninguna sociedad de la actualidad deja de reprimir en
mayor o menor medida la traición, el asesinato, la violación o el incesto entre sus
integrantes. La idea está implícita en el supuesto que existe una especie de armonía
preestablecida de las sociedades nacionales que enuncia (aunque no siempre fuere
así) que todas deban coexistir en un mundo pluralista y tolerante.
4.V.2.- Alteridad.
El common law ha sido definido como “el gobierno de los jueces”, en la medida en
que la costumbre, el precedente recogido y verificado por cada juez como norma
consuetudinaria, es una medida de la coherencia del sistema. Si un magistrado,
basándose en la supuesta preexistencia de una regla consuetudinaria resuelve el caso
de una forma puntual, y otro colega, con similares contenidos fácticos lo hace de
manera diversa, se dice que uno de los dos cayó en equivocación al constatar el
precedente aplicable o, para justificar la existencia de diferencias decisorias, se suele
decir que los casos eran distintos (aunque ello no fuere así). Sólo cuando se reconoce
de forma taxativa la existencia del precedente, se debe resolver en la misma forma
que lo hiciera su antecesor.
Pero en los hechos, se nos pide emplear una variante inespecífica del llamado en
Lógica y Filosofía método inductivo. Explicaremos este evidente galimatías: nos
presentan alguna situación jurídica, rodeada de determinadas circunstancias de hecho
y prueba y el profesor inquiere entonces acerca de cuál sería la solución más
apropiada acorde a Derecho. Debe el azorado estudiante ir de lo particular (el caso
planteado) a lo general (la solución posible), bucear en breves instantes por el
inmenso universo del orden normativo y dar la respuesta por inducción, que
generalmente admite no una sino múltiples variantes.
De tal modo sentencian tomando en cuenta aspectos parciales que han seleccionado
apriorísticamente para fundamentar un fallo (percepción individual de hacer justicia en
el caso particular).
No extraña entonces que una misma situación fáctica genere tanta jurisprudencia
contradictoria, complementaria o dispar y que para cada tema puedan adoptarse
posturas variadas y que todas (salvo arbitrariedad manifiesta) encuentren sustento en
el derecho positivo. Es lo que Kennedy llama la radical indeterminación del Derecho.
Las respuestas a los apartados a), b), c) se fundarán en las constancias de autos, la
mayoría de las cuales responden fenómenos de las ciencias aplicadas (de Ingeniería
laboral, médica, psicológica, contable, informática). En los incisos d) y e) son
empleadas las normas de Derecho.
* Acerca de Bobbio ver sus obras “Izquierda y Derecho”, Siglo XXI, Buenos Aires.
2010 y “Derecha e Izquierda. Razones y significados de una distinción política”, Ed.
Taurus, 1995, Madrid.
* Ranking de corrupción: Argentina ocupaba el puesto 69, sobre 101 países relevados,
en un ranking sobre “percepción de corrupción” elaborado por la consultora Gallup. El
sitial de mejor país (Nº 1) se lo llevó Finlandia (“Clarín” de Buenos Aires, 06/12/2006,
página 10).
(*) El Autor:
Bibliografía: