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Dicho esto, no deberíamos seguir eludiendo los términos del debate entre
perspectiva de género y sistema penal. Por un lado, batallar contra la impunidad
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Así como repugna la idea de un derecho penal de autor porque las personas solo
pueden ser castigadas por lo que hacen no por las condiciones de su existencia, a
esta altura resulta insoportable tener que insistir con la obviedad de que a las
mujeres nos victimizan por lo que somos.
Y esa vulnerabilidad de género ante ciertas violencias también debe ser una
preocupación para el garantismo: más allá de su versión procesal de cara a los
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imputados, lo mejor que tiene como corriente política, acerca de los fines y usos
del derecho, es la limitación frente al poder cuando avasalla derechos en una
situación de conflicto donde se producen abusos. Las relaciones de género están
marcadas por una subordinación que no puede dejarse de lado cuando al sistema
llegan estos casos. Como repite Rita Segato en estos días, deben ser
considerados delitos de poder.
Históricamente, los sistemas penales -y sus agencias satélites como las policías-
han repelido el tratamiento de las formas de violencias que alcanzan a las mujeres
y desplazan las responsabilidades hacia nosotras (algo que no ocurre con las
víctimas de ningún otro delito). Tampoco nos creen cuando relatamos abusos (allí
está el nada científico SAP neutralizando denuncias bajo el mito de la mala
mentirosa), aun cuando el feminismo ha dejado claro ya que la violencia es
constitutiva de la experiencia biográfica femenina. Finalmente, es común ver cómo
banalizan hechos porque ocurren en contextos íntimos y en el fragor de la
discusión, como si fuera entre iguales o, como leí hace poco en un caso judicial,
aceptar como reparación un ofrecimiento de disculpas que “no implica asumir
responsabilidad” (sic).
Esas son algunas expresiones, entre muchas otras, de lo que en vidas concretas
significa lidiar con sistemas judiciales cuando se es víctima de distintas formas de
violencia de género. Gran parte de la agenda feminista bien entendida reclama
modificar esos términos en las intervenciones. Ello no tiene nada que ver con inflar
el sistema punitivo sino con dejar de consentir que un instrumento que debe
intervenir ante conflictos violentos, lo haga ignorando los intereses de la mitad de
la parte en juego; peor aún, respondiendo a la demanda legítima de quien es
victimizado con muchas otras violencias.
Lo llamo garantismo misógino porque muchos de los que sostienen ese desdén
frente a las cuestiones de género, reaccionan de forma bien distinta ante otras
formas de abuso de poder e ineficacia. Los argumentos que utilizan para depreciar
las demandas de género serían impronunciables frente a otros casos con los
cuales el derecho mínimo penal tiene simpatía. No es un juicio de valor personal -
sería insuficiente- sino una consecuencia obvia pero no inmodificable del sistema
penal, instrumento predilecto de la maquinaria heteropatriarcal.
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Como enseña otra vez Virginie Despentes, hay quienes “denuncian con virulencia
las injusticias sociales o raciales, pero se muestran indulgentes y comprensivos
cuando se trata de la dominación machista. Son muchos los que pretenden
explicar que el combate feminista es secundario, como si fuera un deporte de
ricos, sin pertinencia ni urgencia. Hace falta ser idiota, o asquerosamente
deshonesto, para pensar que una forma de opresión es insportabe y juzgar que la
otra está llena de poesía”.
Del otro lado, llegan los “manoduristas” de siempre que a sabiendas distorsionan
las proclamas libertarias feministas de exigir una vida libre de violencia para
desplegar venganza represiva.
Cuando la experiencia fallida del sistema judicial ante la violación en su forma más
extrema y amenazante aparece realizando la amenaza potencial bajo la que las
mujeres somos socializadas en un régimen de estatus basado en el género, se
desata un vale todo que en nombre de la aberración cometida, invita a los
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Estas formas de oportunismo punitivo en nombre de “las mujeres” son puro uso y
abuso para arremeter contra el garantismo. Con un objetivo: perpetuar estructuras
penales que funcionan lejos de la contención de los abusos de poder y que, en
lugar de asegurar derechos, convalidan su avasallamiento.
Suena banal el asunto de las uñas y la guerra no? ¿Cómo no ver entonces
banalizadas las demandas de transformación real que se plantean frente a la
violencia de género en un contexto donde el Presidente de la Nación sostiene que
todas nosotras histéricas a las que nos gusta que nos digan qué lindo culo
tenemos? ¿Cómo no advertir que somos una excusa para otros planes si la salida
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Cada vez que la retórica punitivista nos invoca lo hace instrumentalmente y nos
confina al lugar de víctimas como toda expresión identitaria. Así como el
garantismo misógino confunde demandas muy diversas hasta asociar
forzadamente feminismo con autoritarismo, el punitivismo nos propone
condenarnos a una única forma de reconocimiento, el de las víctimas que también
está plagado de exigencias estereotipadas que también fija el patriarcado.
Como alerta Tamar Pitch: “Con esto no quiero decir que la justicia penal no deba
intervenir, ni que las mujeres que han sufrido violencia no deban ser definidas
como víctimas [pero la sola] relegitimación de la justicia penal, su lógica y sus
símbolos, juega en contra de la política, la margina e incluso corre el riesgo de
negar o al menos, no reconocer la subjetividad femenina, reduciéndola a una
simple invocación de ayuda de un grupo reconstruido como débil y vulnerables”.
Las simplificaciones llegan rápido y pueden coincidir con parte de la respuesta que
casos como el de Micaela demandan, pero también son aprovechadas para eludir
lo que siempre se posterga: lo que emerge allí donde el daño supera la escala
individual y sacude la realidad colectivamente.
Veamos lo que se discute a partir del caso de Micaela. La figura del juez que
decidió la Libertad de Wagner está en la picota. Claro que el desempeño de los
jueces, y este caso no tiene nada que sugiera que no urge hacerlo, debe estar
sometido a escrutinios y mecanismos institucionales sobre su desempeño. ¿Pero
antes y después qué?
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El mal desempeño del juez se está construyendo, al menos en los medios, sobre
una supuesta racionalidad que, ligeramente, se asigna en estos días a los informes
de los servicios criminológicos penitenciarios. ¿Sabemos cuáles son las
diferencias de acceso a terapia que tienen estos agresores? ¿Tienen servicios
terapeúticos adecuados o son intervenciones rutinarias como las que se hacen
sobre los demás, cualquiera sea el delito cometido? ¿Quién monitorea esos
gabinetes multidisciplinarios? ¿Cómo se integran? En muchos momentos se ha
sugerido que informes de ese tipo forman parte de los intercambios corruptos
entre penitenciarios y presos, ¿sabemos de los controles que existen para evitar
cosas así? ¿Es un avance de calidad institucional y respetuoso de la ley
administrativizar el control del cumplimiento de las penas? ¿Qué haremos con los
servicios penitenciarios en su gran mayoría de impronta militarizada? ¿Son los
profesionales que los integran autónomos para ejercer su tarea, con jefes que
priorizan la humillación y el disciplinamiento violento a la reintegración a través del
ejercicio de derechos que el Estado debe garantizar cuando priva a alguien de la
libertad?
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En otro orden, ¿qué pensamos hacer con una cultura carcelaria que garantiza
continuidades patriarcales tras los muros y somete a los varones acusados de
violación a procesos disciplinantes de reprobación a través del sometimiento a
violaciones, con anuencias y silencios varios? ¿Cómo puede ser que la principal
estrategia de mediación estatal en algunos establecimientos penitenciarios sea
asegurarles lugares en pabellones religiosos? ¿Alcanza con el confinamiento
absoluto? ¿Qué nos dicen esas venganzas materializadas sobre un cuerpo agresor
acerca de la matriz reproductiva de la cultura de la violación en la que vivimos? El
medio carcelario que consiente el disciplinamiento mediante abusos, ¿no es más
bien otra forma de perpetuación de la cultura machista, del pacto entre caballeros
que resuelven también con odio de género sus formas aprobadas y desaprobadas
de disponer de nuestros cuerpos?
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ricos marcando que la bolsa es la bolsa y que vale mas que algunas vidas, convive
cómodamente con la impunidad, está al acecho cuando la necesita de excusa, la
produce y reproduce como objetivo político, no como mal cálculo.
La movilización social feminista de los últimos años avanza hacia una resistencia
activa y creativa. La experiencia acumulada va forjando unas subjetividades donde
los femenino comienza a descentrarse de la condición de víctima individual
sufriente pasiva que nos reserva el neoliberalismo cuando captura nuestras
demandas.
A eso se suma la nobleza lúcida de unos padres víctimas que optaron por no
claudicar de sus convicciones ante la inmensidad de un dolor que sería
irrespetuoso proponernos mensurar aquí, reivindicando que la transformación
radical de la realidad es la forma de justicia que esperan para su hija. Estos
elementos ofrecen un escenario distinto al de otros dramas en los que las cosas
terminaron estrelladas en el muro de la inflación penal y el endurecimiento
carcelario.
Insistir en esas desconexiones solo hace cada vez más grande el problema, más
corto el camino a la invocación represiva y niega que lo que llaman igualdad y
neutralidad está construido sobre lo masculino como universal.
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COMENTARIOS
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Fiorella Cappella
Qué lúcido análisis, aunque se me hizo un poco pesado
seguirlo. Yo pienso que la perspectiva de género abre
nuevas significaciones aún en el campo penal y de todo
corazón añoro que pronto comentemos a ver los cambios.
Me gusta · Responder · 8 · 2 años
Diana Sai
Quien hizo las fotos?
Me gusta · Responder · 1 · 2 años
Alberto Bovino
Muy bueno, Ileana. Estaba esperando leer algo tuyo sobre
el tema.
Me gusta · Responder · 3 · 2 años
Ile Arduino
Abrazo!
Me gusta · Responder · 1 · 2 años