5 La Muerte de La Tortola

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José María Peralta Lagos

La muerte de la Tórtola
o malandanzas de un
corresponsal
BiBlioteca escolar Presidencial
Volumen 5

Ministerio de Educación
Ministerio de Gobernación y Desarrollo Territorial
Secretaría de Cultura de la Presidencia

Ing. Carlos Canjura


Ministro de Educación

Lic. Arístides Valencia


Ministro de Gobernación y Desarrollo Territorial

Dr. Ramón Rivas


Secretario de Cultura de la Presidencia

ISBN 978-99923-0-284-2

© Para esta edición: mined, mingoBdt, secultura, 2015

Diseño de portada: Juan Marcos Leiva


Imagen de portada: Acuarela de Max Vollmberg, imagen
tomada de la cuenta de Facebook Nuestro El Salvador de Antaño,
administrada por Jorge de Sojo Figuerola

867.42
P426m Peralta Lagos, José María, 1873-1944
La muerte de la tórtola o malandan-
zas de un corresponsal / José María
sv Peralta Lagos. —1.a ed.— San Salvador,
El Salv.: DPI, 2015.
182 pp.; 18 cm — (Biblioteca Escolar
198
Presidencial; v. 5)

ISBN 978-99923-0-284-2 (v. 5)

1. Sátira salvadoreña.
2. Literatura salvadoreña.
I. título.
Prólogo
Con profunda alegría presentamos este libro como parte de la
colección “Biblioteca Escolar Presidencial”, que abarca siete
títulos, con un tiraje de 25,000 ejemplares cada uno, totalizando
175,000 ejemplares, a repartirse gratuitamente entre los escolares
del sistema nacional educativo al final del presente año lectivo,
con el objetivo de que sean leídos durante las vacaciones.
Se trata de seis clásicos de nuestra literatura
nacional: Cuentos y narraciones, de Francisco Gavidia;
El libro del trópico, de Arturo Ambrogi; Jícaras tristes, de
Alfredo Espino; Una vida en el cine, de Alberto Masferrer;
La muerte de la tórtola, de T.P. Mechín; Cuentos de barro,
de Salarrué. También se incluye El Salvador: historia
contemporánea, coordinado por Carlos Gregorio López Bernal.
Son libros clave que contienen nuestras más
preclaras señas de identidad y que ofrecemos a los niños,
los adolescentes y los jóvenes estudiantes, con el objetivo
de que cultiven el hábito de la lectura durante las vacaciones
de fin del año escolar. Un pueblo que lee es un pueblo libre;
un pueblo que lee a sus autores nacionales es un pueblo que
conoce su historia, sus raíces, su pasado y su presente. Es
un pueblo que puede construir con mayor solidez su futuro.
Dos de los grandes objetivos de nuestro Gobierno
son: erradicar el analfabetismo en El Salvador y fomentar la
cultura del buen leer entre los niños, adolescentes, jóvenes
y adultos. Estamos seguros de que esta Biblioteca Escolar
Presidencial que ahora iniciamos será de gran ayuda para todos
los lectores, pues representa una muestra muy significativa
de lo que podríamos llamar nuestra salvadoreñidad.
Es de gran importancia recordar ese ambiente bucólico
y del campo salvadoreño que se puede percibir en las poemas
de Jícaras tristes, de Alfredo Espino; el rescate del lenguaje
coloquial del salvadoreño del siglo XX en el campo y la ciudad
que hace el maestro Salarrué en Cuentos de barro; el reflejo de
las tradiciones precolombinas y occidentales que sintetizan los
Cuentos y narraciones, de Francisco Gavidia; la descripción
magistral que hace de nuestra región el maestro Arturo Ambrogi
en El libro del trópico; el romance y la aventura amorosa que
describe Alberto Masferrer en Una vida en el cine o la excelente
narración, verdadera joya literaria, que constituye La muerte de la
tórtola, de T.P. Mechín, seudónimo de José María Peralta Lagos.
El séptimo libro, El Salvador: historia contemporánea,
escrito por un equipo de investigadores coordinados por el Dr.
Carlos Gregorio López Bernal, recorre 200 años de historia nacional
y es un espejo que refleja el tortuoso pero esperanzador camino
que siguió la entonces Intendencia de San Salvador de 1808 hasta
desembocar en el año 2008, con la actual República de El Salvador.
Creemos firmemente que este pan de sabiduría que
ahora ofrecemos a nuestros alumnos del sistema de educación
nacional rendirá sus frutos en un futuro cercano y contribuirá
a formar y fomentar valores cívicos, de amor a la patria y al
prójimo, así como a una mejor comprensión de las realidades que
conforman nuestra patria, todo ello enmarcado en una filosofía
del Buen Vivir.
Prof. Salvador Sánchez Cerén
Presidente de la República de El Salvador
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

…NADA ES COMO DEBIERA SER...

Por lo demás, escribir libros es un triste consuelo


de quien no se adaptó a la vida. Pensar es la más intensa, la
más fecunda función de vivir; pero bajar del pensamiento,
a la tarea dudosa de escribirlo, mengua el orgullo y denota
insuficiencia espiritual; desconfianza de que la idea viva
si no se le apunta: un poco también de vanidad y algo de
solicitud fraternal de caminante que, para beneficio de los
futuros viajeros, marca lugares donde se ha encontrado
el agua ideal que es indispensable para proseguir la ruta.
Pero un libro, como un viaje, se comienza con inquietud y
se termina con melancolía.
Si se pudiese ser hondo y optimista, nunca
se escribirían libros. Si existiesen hombres plenos de
energía, libres y fecundos, tales hombres no se dedicarían
a remendar con letra muerta el son inefable, el remoce
perenne de una vida que absorbería todos sus impulsos.
Un libro noble siempre es fruto de desilusión y signo
de protesta. No hay quien no prefiera vivir pasiones y
heroísmos, más que cantarlos, por más que sepa hacerlo
en tupidas y bravas páginas. Escriben el que no puede
obrar o el que no se satisface con la obra. Cada libro
dice expresamente o entre líneas: “nada es como debiera
ser”.

JOSÉ VASCONCELOS

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La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

UN POCO DE HISTORIA

A fines de septiembre del año 22 caminaba


para esta hacienda –no me atrevo hoy a llamarla mía–,
cuando al pasar por Guazapa tropecé con un grupo de
gente joven, alegre y optimista. Celebrábase la feria de
San Miguel; estaban muy contentos y hube de quedarme
un rato trincando con ellos. Al llegar aquí garrapateé
para Arturo Reyes, que a la sazón dirigía El Imparcial,
la croniquilla fechada el 26, hecha en estilo telegráfico
y sin otro móvil que el de jugar una broma a aquellos
simpáticos muchachos.
Firmé “Corresponsal ambulante”, y así me vino la
idea de seguir enviando durante mi ausencia otras crónicas
sobre sucesos reales o fingidos; y como en aquellos días
nos alarmara la aparición de una mancha de chapulín allá
por San Vicente, decidí trasladarme con la imaginación a
aquellos lugares para mí de gratísimos recuerdos.
Cinco años escasos tendría yo cuando emprendi-
mos un viaje –el primero, según dijeron, que se hacía en
diligencia– a la venerable ciudad que fuera cuna de tantos
hombres ilustres y de gente buena.
Allá se estableció mi abuelo D. Miguel Lagos
después de la trágica muerte del General Morazán, a cuyo
lado militó como todos los suyos, y pasados unos años
contraía nupcias con doña Bibiana Marín, de distinguida
familia.
Primogénita de ese matrimonio vino al mundo mi
santa madre el 4 de octubre del año 49, y días después,
apadrinada por el caballero migueleño D. José Silva,
recibía en la pila bautismal el nombre de Rosa.

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La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

Aprendió los primeros rudimentos con la señora


de Bogen, mas con gran pesar se separó de ella a causa del
traslado de la familia a la capital, en marzo del 63.
Pasada la guerra y el sitio famoso de San Salvador,
fue enviada a Guatemala a continuar su educación en
el reputado Colegio de Belén, dirigido por religiosas
francesas, donde permaneció varios años teniendo por
condiscípulas salvadoreñas, entre otras que dejaron este
mundo en busca de otro mejor, a las honorables matronas
doña Anita Bustamante de Ávila y doña Virginia Medina
de Lemus, cuya vida guarde Dios muchos años.
Casada con mi padre, D. Antonio Peralta Lara, en
septiembre del 72, no había vuelto a San Vicente; mas
como deseaba con vehemencia ir a respirar de nuevo los
aires de su pueblo, que en aquellas calendas era mejor
ciudad que San Salvador, y abrazar a sus muchos parientes
y amigas de la infancia, antes de que la impedimenta de
los hijos aumentara –éramos entonces sólo cuatro– nos
pusimos en camino acompañados de los abuelos y demás
familiares para ver y admirar allá una de sus rumbosas
Semanas Santas.
¡Ha pasado más de medio siglo, y sin embargo,
tengo tan presentes los sucesos y personas como si todo
ello hubiera ocurrido ayer...!
El hotelito de Cojutepeque, donde los pijijes de
don Gabriel, el propietario, nos declararon a los chicos
feroz guerra, alborotando más que nosotros.
El panorama sin par del valle de Jiboa que divisé
por vez primera desde los altos del Botadero, y luego la
vieja ciudad llena de misterioso encanto, como aquella
rarísima iglesia del Pilar con su cripta pavorosa, y el
Santuario con sus esqueletos de santos... importados; las

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La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

casonas solemnes de los parientes y familias amigas, en


las que de seguro espantaban; los innúmeros paseos o
excursiones a fincas y lugares poéticos, en obsequio de
mis padres y abuelos; el desfile constante de familiares,
entre los que eran asiduos D. Doroteo Vasconcelos y su
primo y coetáneo el tío Cesáreo, hermano del General
D. Escolástico Marín; los amigos viejos y la antigua
servidumbre, a quienes se recibía con los brazos abiertos,
y hasta aquel bendito bobo de Cunca, hermano de la
Mayaya, china de mi madre, que decía lacalácala por
decir Calvario, y al candelero le llamaba tenguelénguele.
Y José Ángel, un diablillo que estaba acabando
con el poco juicio de sus venerables tíos los Chejes; y la
chácara de la negra Vital, antigua criada de casa y madre
de una manada de simpáticas muchachas, en cuyo patio
espacioso lucía medio a medio un soberbio jilo cundido
de flores, con las que jugábamos al regreso del baño diario
en el río Acahuapa; y el tití de D. Lázaro López, vestido de
rojo y mostrándonos los dientes mientras se columpiaba
furioso en su minúsculo trapecio; y los macho-ratones
del sábado de Gloria; los sabrosísimos camotes; y tantas
cosas más sin importancia, pero que provocan dulces
añoranzas en los viejos.
El añil moría, víctima de la química, y las ferias
decaían, es cierto; mas quedaba todavía dinero; había
honradez y bienestar...: se podía vivir.
¡Eran, sin duda, tiempo mejores...!
¡Dichosos, nuestros abuelos, que murieron sin
sospechar nuestra próxima ruina; la depravación y miseria
actuales!
Yo debí nacer hace cien años, o mejor antes no
habría sufrido la humillación de no ser nunca ciudadano;

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La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

la vergüenza de sentirme paria en una patria que debió ser


digna, justa, fuerte y noble, para corresponder siquiera al
sacrificio de los próceres que soñaron algo muy distinto;
que nunca pudieron desear esto.
¡Pobre Doctor Delgado! ¡Desdichado General
Arce...!
Años después, asuntos profesionales me llevaron
al valle de Verapaz; luego estuve en San Sebastián,
Catarina y Apastepeque; trajiné en seguida por el
camino del Caballito admirando paisajes incomparables
y observando tipos, costumbres y pintorescos modos de
hablar.
Revivían aquellos recuerdos gratos a medida
que escribía a vuela pluma crónicas fantásticas, sin plan
ninguno y a lo que saliera...
Poco antes había estado preso en la Penitenciaría
por conspirador y desafecto, delito este último que no
se halla en los códigos, pero que en estos andurriales
fue y sigue siendo crimen imperdonable –el oponerse al
monstruoso negocio del empréstito no era patriotismo sino
desafección– y como guardaba frescas las impresiones
de la cárcel y el recuerdo de aquella celda inmunda,
las entremezclé en las imaginarias aventuras del joven
periodista andariego, hijos de mi fantasía éste y aquéllas.
La naturaleza del asunto y las simpatías que como
dilettante, sentí siempre por los “chicos de la prensa”, esa
juventud sana, soñadora y candorosa que por temporadas
cree en la Siguanaba, me inspiraron la idea de dedicarles
este libro, compilación de páginas de seguro ya olvidadas
por los pocos que hace diez años las leyeran.
No quise cambiar nada y sólo he añadido algunas
notas por exigirlo así el tiempo transcurrido y adelantarme
a los deseos del lector curioso.
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La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

¡Jóvenes y viejos periodistas! Recordad que si


los maestros son los forjadores de almas y corazones, a
vosotros corresponde su orientación y pulimento.
La vida es hoy durísima, y vuestro oficio cada día
se torna más ingrato y peligroso en estos rincones que
debieran ser libres y risueños.
No he de pediros que seáis de piedra ni de acero,
mas como el mejor escudo del decoro es la inteligencia,
y vosotros la tenéis, sólo os pido que lo conservéis, y que
si un día vuestros merecimientos o la suerte os deparan
un sitio confortable y sustancioso en la Administración,
procuréis guardarlo cumpliendo vuestro deber sin
abdicaciones, que nada hay tan triste como el ver a los
austeros rebeldes de ayer, encorvados hoy y enseñar los
dientes, convertidos en perros de presa, a sus hermanos
de la víspera, por ser gratos a sus amos o en defensa de un
hueso que nadie les disputa ni les envidia...
Y a ti, lector, te ruego excusar la pesadez de este
larguísimo exordio.

T. P. MECHÍN.
(JOSÉ MARÍA PERALTA LAGOS)
El Trapichito, noviembre 22 de 1932.

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La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

LA MANCHA BRAVA EN GUAZAPA

GUAZAPA, septiembre 26.– Las fiestas del


ilustre Patrono San Miguel celebraránse con inusitada
pompa en los días 28 y 29.
Mayordomo es el ex-teniente de la Guardia,
expolitécnico don Manuel Ayala, acaudalado comerciante
de la plaza, quien despliega actividad asombrosa.
Habrá corridas de caballos y carreras de toros.
Consiguióse uno muy bravo de El Coyolito, probado ya
en Chalatenango, y muy noble, pues no golpeó a nadie.
Los toreadores pueden estar tranquilos. También habrá
una o dos vacas lecheras a la disposición.
Jueces carreras son conocidos esportemanes D.
Chico Orellana y D. Gustavo Huinó, que gozan simpatías
población y bello sexo.
Habrá suntuosos bailes y solemne función
religiosa, para lo cual cheléase iglesia, y vendrá magnífica
orquesta dirigida Chico López.
Háblase también llegada de la “Mancha Brava de
la Capital”.
Noticia ha conmovido profundamente jóvenes
corazones femeniles, quienes por mi medio ruegan no
falten don Paco y el señor de Prusia.
Metalizada Compañía Eléctrica suprimió
alumbrado público, pero supliránlo ventajosamente los
ardientes ojos de nuestras bellas.
Autoridades ofrecen garantías absolutas, a menos
que de arriba no dispongan otra cosa.
El camino está bastante bueno, pudiendo llegarse
en automóvil hasta la salida de Aculhuaca...
No hay que perder esta ocasión de divertirse sin
gastar.
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La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

No habrá juegos prohibidos ni permitidos, por


falta de pisto.
Estancos suprimiránse imitación Apopa, Nejapa,
Tonacatepeque y Soyapango, donde si no reina aún el
estado seco es a causa del invierno tan copioso.1
La moral no corre riesgo.
¡A Guazapa, pues! ¡Eh! ¡A los toros o ... a las
vacas! – Corresponsal ambulante.

1
Hace diez años también hubo crisis guarera, y se cerraron varios estancos.
La historia se repite.–(nota de1932).

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La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

LO DE LA LANGOSTA

MICHAPA, septiembre 27.– No hay que


alarmarse. ¿Para cuándo dejamos la manoseada teoría de
los “hechos consumados”?
¿Que viene el chapulín? Bueno.
¿Que no es el pequeño acridio sino el enorme
individuo del género locusta? Mejor, muchísimo mejor.
El primero despunta los cañaverales, deja a la
mitad las matas de maíz y arrasa los frijolares, por los
cuales se pirra.
El segundo no le hace asco a las yucas y devora
hasta los guachipilines. Magnífico. Quiere decir que
“hace bien las cosas”.
Deja los terrenos limpios, sólo los tetuntes, y eso
economiza los chapodos y otros trabajos.
El asunto es sacar el mayor partido posible. ¿Qué
hacer? Comer ortópteros. Eso es lo que hacen en el norte
de África, y nosotros no somos menos que los africanos.
La langosta del aire, como plato exquisito, fue
descubierto por los judíos en su huida de Egipto: está
probado que el maná famoso no era otra cosa. Y aquello
que nos cuenta la Biblia de que cada cual le sentía el
sabor que más le cuadraba, no significa sino que puede
condimentarse de mil maneras (la Biblia es una charada).
Los árabes se comen las chicharras en miel. Pues
bien, una langosta de 14 centímetros puede comerse
también con mayonesa. Cocidas son puros chacalines.
Los indios de Panchimalco hacen pupusas con
cuétanos tostados. El chapulín tostado es riquísimo, y se
conserva mucho tiempo. No hay que apurarse: comamos
langosta y no teman, que nada tiene que ver este animalito

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La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

con la famosa envenenadora de ese nombre que floreció


en Roma en tiempo del dulcísimo Nerón y su digna madre
doña Agripina, a quienes sirvió devotamente.
Yo estaré esta tarde en los dominios de D. Patro,
a quien pediré permiso para comerme unos cuantos
saltones.
Avisaré resultado.
Creo que la Providencia no nos abandona, y que la
langosta no es una plaga, sino una ganga, dada la carestía
de los comestibles.
En mi humilde opinión, la merecemos por...
humildes, (la ganga; no la carestía). –Corresponsal
ambulante.

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La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

EL COMANDANTE RIJOSO

IXTEPEQUE, septiembre 28.– “El hombre


propone y Dios dispone”.
Logré penetrar al departamento de San Vicente,
tierra clásica del matagusano, de los camotes, de los
macho-ratones y de muchos hombres ilustres, Ezeta
inclusive; pero no he llegado aún a la famosa Lorenzana,
ni he visto todavía el chapulín gigante, objeto de mi viaje.
Supe en el tren que declarado “sospechoso”, me
seguían dos cuilios del género detective –que son los
peores– y prudentemente me apeé en el túnel, a riesgo de
romperme el bautismo. Milagrosamente resulté ileso.
En Molineros, mientras admiraba el portentoso
paisaje de su bellísimo valle, y veía fumar al infiernillo,
me quité, es decir, me quitaron los cuatro pelos que
conservaba debajo de la nariz, y dejé también la melena.
Mientras me afeitaban, entró en la barbería una muchacha
muy simpática, pintadita y perfumada, que a la legua
denunciaba su condición.
Tomó asiento al par que daba los buenos días a
todos con voz muy agradable...
Puso sobre sus rodillas un paquete de ropa
envuelta en un pañuelo a cuadros.
Me miró sonriente...
El corazón me dio un vuelco, pero no por lo que
usted se imagina...: es que tuve una inspiración.
Cuando terminaron conmigo se sentó a su vez
en el que para mí fue potro –me dejé allí buena parte de
la epidermis– y me senté también, dándome aire con el
sombrero, mientras examinaba con interés el contenido
del tanate que ella dejó sobre la silla...

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La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

Sí...: eran prendas femeniles de vestir...


Cuando el Fígaro terminó con ella y sacudía el
peinador, pagué los dos servicios... Ella me dirigió una
mirada de reconocimiento con un “gracias” muy amable, y
salimos juntos, cual si fuéramos viejos amigos o amantes,
llevando yo el lío bajo el brazo...
La chica, en verdad, despertaba el apetito, pero
aquello era secundario para mí... –¡Buena suerte!– nos
dijo con sorna el peluquero...
Sin muchos regateos, por cinco pesos adquirí un traje
completo de mujer, con todo y rebozo, y me despedí de la
muchacha con un dulce apretón...
Dirigióme una mirada lánguida, sonrió tristemente
y ... “tú irás por un camino y yo por otro”...
Disfrazado de meretriz –¡qué verguenza!–
continué mi camino ratitos a pie y ratos andando...
¡Lo que puede el miedo a la cárcel o el amor a la
libertad...!
Oscurecía...
Varios pucuyos cruzaban el espacio.
En Tepetitán me vio un Comandante local de los
alrededores, y desgraciadamente lo fleché (inconvenientes
de tener buen cutis).
El hombre, más feo que un pecado mortal, no me
deja a sol ni a sombra.
Le he jurado que estoy enfermo, es decir, enferma,
mostrándole al efecto mi cabeza rapada, pero él dice “que
no le hace”.
–¡No le hace, ña cangreja! ¡Menudo compromiso...!
¿Estará enfermo el maldito?
Hemos llegado juntos a Ixtepeque, y tengo
fraguado un plan para darle aquí el esquinazo, pero mi

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La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

hombre se lo ha olido. Si me hubiera olido bien a mí no


se mostrara tan obsequioso, mas yo lo habría pasado mal
(afortunadamente ya no hay trozo, gracias al nobilísimo
presidente General Figueroa, Q. D. D. G.). Del mal el
menos...
Espero la noche lleno de ansiedad. Se conoce que
el melitar está más ansioso que yo, tal vez “adelantando
dichas en su mente”.¡Mal rayo lo parta!
Con el deseo de alejarlo dígole que quiero chupar
caña (en la huerta de enfrente he visto unas macollas).
El hombre desenvaina el corvo, abre un portillo
–¡la propiedad es sagrada!– corta media docena de cañas,
pela una con todo primor y me la ofrece galante. Mientras
me la chupo –así quisiera chuparle la sangre– contemplo
las ruinas de la factoría del tabaco que aquí tuvieron los
españoles, y miro el corvo de soslayo.
Escribo estas líneas asegurándole que son para
un hermano mío que está preso en el soterráneo de San
Vicente, y le juro que para él es la ropa –la mía– que acaba
de descubrir en mi tanate. Afortunadamente este animal
no sabe leer, ¡así anda ello! Y se traga el embuste.
El muy sinvergüenza me ofrece la libertad de mi
hermano a cambio de ciertos favores. ¿Habráse visto?
¡Y no poder romper-le la crisma! ¡Y tener que decir “de
veras, Chon”, cada cinco minutos...!
¿Pero quién me metió a naturalista? ¡Dios mío!
¿Tendré que cometer esta noche un comandanticidio?
Jamás se vio mi pudor en trance tan compro-
metido...
Se me ponen los pelos de punta cuando pienso
que en vez de comer langosta aérea pudiera... ir a la cárcel.
¿Habrá gente que crea todavía que es lo más
chiche el oficio de corresponsal, ad honoris por contera?
20
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

¡Ay, don Arturo! si no fuera porque somos libre-


pensadores, le pediría que le enviara una candela a San
Expedito, o mejor a San Cucufate...
Mañana le comunicaré si han de enterrarme con
palma y con corona, o no. – Corresponsal ambulante.

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La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

EL NARCÓTICO

LOS INFIERNILLOS, septiembre 29.– Me hallo


impoluto, ileso, cuasi tranquilo, y me parece un sueño.
¡Qué nochecita! Más me valiera haber permanecido en
Guazapa, donde lo habría pasado tan guapamente...
¡Malditos sean el amor a la ciencia y al oficio!
Entrada la noche, mi hombre me condujo manu
militari a una mísera casucha, la última en el camino del
volcán. Habló unas palabras con el dueño, y éste se retiró.
–¡Proxeneta!– exclamé despreciativamente.
El desenlace se acercaba: concentré mis energías
y apelé a toda mi audacia.
–Tomá, desconfiada– me dijo el comandante,
entregándome una bamba que a una legua proclamaba su
falsedad.
No la quise coger, y entonces él me la echó dentro
de la camisa. Sentí grandísima indignación y un escalofrío
en la barriga.
En eso regresó el dueño de la casa; puso sobre la
mesa un envoltorio y unos centavos, y se largó por donde
había venido.
He mandado trer conqué –me dijo el otro animal–
porque debés de tener hambre. Voy a encender el fuego,
y mientras, mirá lo que ha traído mi compadre –dijo, y
atrancó bien la puerta.
Yo salí al patio con un pretexto muy natural, y vi
un palo de pito.
–Dios me ayuda –pensé, y corté unas cuantas
hojas.
Y me dispuse a aderezar el condumio.

22
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

Enjuagué un batidor,1 le puse agua, metí dentro


las hojas de pito y lo arrimé al fuego.
El hombre quería manosearme, pero lo rechacé
brusco y pudoroso.
–¡Embustera...! –murmuró.
–Yo no aguanto el humo –le dije endulzando la
voz–. Venga usted y haga la comida.
El hombre obedeció, pero sin quitarme el ojo
(tampoco soltaba el machete).
Vi sobre la mesa un periódico; lo tomé y me
acerqué al candil: era un número de La Palabra.2
El hombre vino a sentarse junto a mí...
–Si se está en juicio –le advertí–, le voy a leer
esto, que es muy interesante.
Sumiso se dispuso a escucharme, mirándome
embobado. ¿Me amaría de veras?
Yo comencé a leer con sonsonete de misa cantada,
y vi que mi hombre tomaba un aire de beatitud...
Exageré el sonsonete; leí tres veces seguidas unos
versos muy malos, y... ¡qué veo! La fiera con la barba
pegada al pecho, roncaba levemente...
¡Bendita sea La Palabra! ¡Qué pitos, ni qué
morfina, ni qué veronilia!
Cogí mi tanate, quité la tranca con toda suavidad,
apagué el candil, y pies para qué os quiero...
La calle era una avenida del volcán llena de
piedras, y me di media docena de porrazos... Más adelante
tuve que emprenderla a coces con los perros, que me
tomaban sin dudas por la Siguanaba.

1
Subrayo batidor porque esos españoles han dado en llamar así a los peines
escarmenadores ... ¡Qué bárbaros!
2
Diario católico de aquellos tiempos.

23
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

Antes de entrar en la carretera me vestí de hombre,


y ala, a San Vicente.
Llegué a medianoche. Escondí mi lío de ropas
entre las piedras y las escobillas que hay detrás del
Calvario, y me lancé al centro a probar fortuna.
Topé lo menos con seis policías, y todos me
preguntaron mi nombre, de dónde venía, para dónde iba y
otra multitud de cosas que yo ignoraba por completo y por
lo visto ellos también. ¿Qué sería de nosotros si no fuera
por los desvelos de la autoridad?
Llegué al hotel y llamé. Como iba a pie y no
llevaba equipaje ni criado, hubo cuchicheos y a la postre
me dijeron que no había cuarto.
Mostré un billete de diez colones y entonces el
dueño se acordó de que il sieti estaba desocupado.
Entré en mi cuarto y cerré la puerta, pero
los cuchicheos continuaban en el corredor... Sonó el
teléfono... ¡Hum!
Saqué la recomendación que llevaba para el
Gobernador, y observé el sobre cuidadosamente.
Tuve una corazonada.
Como fui empleado del Correo en tiempos de don
Floro, la abrí en un periquete con toda facilidad y la leí...
¡Quedé consternado!
Mi recomendante –gran protector mío– le decía
a aquel funcionario que yo era un peje muy peligroso, y
que seguramente iba a entenderme con los enemigos del
Gobierno, que por lo visto tiene muchos. ¡Oh! ¡El traidor!
(Me permitirá usted que no le diga su execrable nombre).
En eso escuché discretos golpecitos en la puerta interior.
–¡Voy! –dije, levantándome para ir a abrir.
Pero la puerta que abrí fue la de la calle, y salí

24
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

como alma que lleva el diablo...


Sonaron los pitos... Afortunadamente, la noche
era oscurísima...
Pronto estuve en el escobillal del Calvario, hallé
mis trapos, bajé a la quebrada; en el rincón más oscuro me
transformé de nuevo en meretriz, y como quien no ha roto
un plato, me senté sobre una piedrona a la vera del camino
a esperar el día...
No hubo necesidad de tanto.
Poco antes de amanecer detuvo su mula junto a
mí un señor de alguna edad.
–Buenos días –le dije con voz de sirena.
–Buenos días, mi alma. ¿Qué haces aquí? –Al
mismo tiempo encendía un fósforo y me examinaba...
Yo lancé un hondo suspiro y bajé los ojos...
–¿Te querés venir conmigo? –me dijo el buen
señor, muy acaramelado y quizá satisfecho de la
inspección.
–Sí señor...
Monté a la grupa de la briosa coyota.
Y aquí estoy a las órdenes de usted en una finca,
a dos pasos de Los Infiernillos, esperando que llegue
la noche para librarme también de mi nuevo protector,
cuyas verdaderas intenciones desconozco (estoy muy
escamado).
He empezado con buen pie: por ser útil en algo
acabo de quebrar el porrón...
(Esta se la mando con un negociante en tuncos,
caballero a carta cabal, pues parece que la caballerosidad
se ha refugiado en las clases humildes... “La famosa
inversión de los valores”, don Arturo. Cuídese). –
Corresponsal ambulante.

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La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

LA BOLETA NÚMERO 15873

LOS INFIERNILLOS, septiembre 30.– A la


señora Engracia, especie de ama de llaves de esta finca,
no le ha hecho ninguna gracia mi llegada. ¡Y eso que no
sabe que el patrón me trajo a la ancas! ¿O será maña vieja
que ella ya conoce?
He rezongado de lo lindo por lo del porrón.
Bailando los ojos y los escapularios me ha
señalado con el dedo tembloroso la puerta de un cuarto,
diciéndome displicente:
–Allí puede poner sus trapos y descansar...
Luego que le di mi carta anterior al tunquero,
metíme en el cuarto, que por cierto apestaba a queso, y
me tumbé sobre una cama que se parece a las guitarras
en que sólo tiene seis cuerdas. Cinco minutos después
roncaba como un cerdo y me rascaba automática y
desesperadamente.
Hallábase el sol bien alto cuando la señora
Engracia me despertó dulcemente tirándome del pelo,
y me dijo en tono desabrido que don Fulano quería
hablarme. Quise arreglarme un poco, pero aquella arpía no
me dio tiempo... “¡A priesa... ! ¡Ya te van a dar monerías!”
–mascullaba la tal.
Me acerco a don Fulano (mi protector está
recostado en la hamaca). Hago esfuerzos inauditos para
ruborizarme y toso a fin de que se me atiple la voz.
El se incorpora y me mira fijamente: yo bajo los
ojos (busco en vano los bolsillos del pantalón para meter
en ellos las manos, que en aquel momento me hacen un
estorbo horroroso).
Larga y angustiosa pausa (sin duda por eso los
alemanes llaman pause a los entreactos).
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La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

–¡Lo sé todo! –Exclama por fin don Fulano,


ahuecando la voz.
Alzo los ojos y veo con sorpresa que me alarga un
papel. Lo cojo y paso la vista por él rápidamente. Es una
boleta de la profilaxis de esa capital. Tiene el número...
15873, y está extendida a nombre de la menor Inocente
Tórtola, de 18 años de edad.
Filiación: Cara, regular. Boca, regular. Nariz,
regular. Pelo negro, cortado. Etc., etc.
Atravesado hay un letrero morado que dice:
“Enferma”.
Yo me echo a reír.
Don Fulano me mira indignado por encima de los
anteojos...
La señora Engracia, que durante mi sueño
había extraído del bolsillo de mi nagua aquel papelito,
presenciaba la escena desde lejos, gozando de su triunfo:
estaba radiante.
Yo le dediqué una sonrisa. Ella escupió y me
volvió la espalda.
–Don Fulano –le dije muy serio y con mi voz
natural–, necesito hablar a solas con usted.
El buen señor me miró receloso (el letrerito
morado, ¡ay!, me lo había cambiado por completo).
–Yo no soy esa Inocente Tórtola –proseguí–.
Todo es una mixtificación: ¡yo soy un hombre!
Y sin ningún pudor me alcé las faldas y le mostré
mis calzoncillos.
El hombre abrió tamaños ojos.
La señora Engracia, al ver mi impudicia, se llevó
ambas manos a la cabeza y se metió corriendo a la cocina.
Don Fulano me invitó a entrar en su cuarto. Vi

27
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

allí cierto retrato y comprendí que estaba salvado. La


explicación fue breve.
Entre otras cosas resultó que don Fulano había
estado con mi padre en la Escuela Politécnica.
Una hora después almorzábamos juntos, vistiendo
yo mi trajecito de palm-beach, el que por cierto todavía no
le he pagado a Próspero.
La señora Engracia nos sirve muy estirada, y no
corresponde a ninguna de mis sonrisas. Alcanzo a oír que
le dice a la molendera:
–De buena te escapaste, Inés. Por poquito dormís
con ese hombre...
La maritornes se encoge de hombros y se limpia
el sudor de la nariz con el dorso de la mano. Y le da con
más furia a la piedra...
¿Estará escrito que sea yo el Don Juan de aquesta
Inés? – Corresponsal ambulante.

P.S.– Es más que probable que me quede aquí


por unos días. Esta se la mando con el que va a ésa a
traer bebestibles para el santo del patrón, porque en San
Vicente, con motivo de las fiestas en honor del Ministro
de X..., sólo ha quedado una botella de Zarzaparrilla de
Bristol en una botica. Parece que tendremos parranda. Ya
le contaré.– Vale.
Otro sí.– No le diga a Próspero dónde estoy,
porque es capaz de mandar al cobrador, no digo a este
Infiernillo sino al mismísimo infierno.
Vale también.

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La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

PIPPERMINT NACIONAL

LOS INFIERNILLOS, octubre 1º. – Si no estoy


en casa del Duque, le falta muy poco.
Don Fulano –mi duque– no quiere autorizarme
para que descubra su nombre, no sé si por exceso de
modestia y pocos deseos de pasar a la posteridad, o porque
no le gusta que se sepa su afición a proteger doncellas
trashumantes, más o menos menesterosas. La verdad es
que su última aventura –y mía también– ha resultado
ridícula, y el buen señor está un poquitín corrido... No
hay más que ver su timidez ante la señora Engracia.
El se ha empeñado en que permanezca yo aquí
una larga temporada, y me he visto obligado a aceptar,
pero he puesto un plazo:
–Hasta que me crezca el bigote –le he dicho–,
porque así como estoy parezco un seminarista desaseado.
Don Fulano me trata a cuerpo de rey. Ha
elaborado un extenso programa de entretenimientos, en el
cual ocupan lugar preferente las excursiones. Quiere que
conozca la comarca –yo ya la admiro– y al efecto me ha
destinado un penco macizo –Rocinante– y también me ha
provisto de escudero. Este es Chico, su ahijado, hijo del
mandador de la finca “de arriba”, simpático muchacho,
imponedor, que en estos días está “haciendo de la boca”
un machito dos pelos, mero pícaro y que entiende por
Conejo.
En los ratos de ocio me dedico a la lectura, que
por dicha algunos libros encontré en un armario. Están
allí todo Pérez Escrich, la colección del Boletín de
Agricultura y un sinnúmero de folletos conteniendo cuanto
se ha impreso y publicado por aquí de treinta años a esta

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La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

parte, con títulos parecidos a Mi Martirio, Por mi honra,


La partición de la hacienda Chingulingo, El General
León y sus detractores, La verdad en su lugar –¿sabrá
alguien dónde está escondida esa señora?–, Litigio Pérez
- Gómez - López, El escándalo de la Cooperativa Pureza
y Honradez, un Album del Centenario, El libro Azul y San
Salvador al vuelo, el mamotreto que más caro nos cuesta
–10,000 dólares cobró el sinvergüenza del autor– y... en
fin, todo lo que puede adquirirse en la materia sin soltar
la mosca, ítem más los treinta mensajes presidenciales
correspondientes a dichos seis lustros, y las ciento
cuarenta y tantas Memorias ministeriales –tristísimas por
cierto– que no son sino repetición de aquellos mentirosos
mensajes.
Todo ello lleno de polvo, apolillado.
Ya me disponía a apencar con el Cura de Aldea,
cuando allá en el último rincón descubrí cuatro tomos
en octavo, con pasta de cuero y gorditos... El Ingenioso
Hidalgo Don Quixote de la Mancha, edición de 181... (El
comején no respetó la última cifra).
Se me figura que es éste el primer libro que llegó
a playas salvadoreñas...
Con perdón del autor de El manuscrito de una
madre, me decido por la vida y hechos del ilustre héroe
manchego.
Por fuerza me hago un paralelo con el sin par
caballero, aunque en ello resulte una antinomia (desde
luego es una atrocidad).
Tengo rocín y escudero, y estoy sin blanca o poco
menos. Dulcinea vive en esa... Maritornes está allí no
más, cabe la piedra. Me hallo en el palacio del Duque…
No hay duquesa ni Altisidora, pero ronda por ahí Doña
Rodríguez…
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La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

Hay sus diferencias ya que no he perdido ninguna


muela todavía, ni recibido estacazos de yangüeses, y
justamente, de librarme de ellos se trata...
Al pobre Don Alonso el Bueno le jugaron bromas
pesadísimas, como aquella de los gatos, y a mí no.
En cambio, en la mesa del Duque Don Quijote
bebía vinos exquisitos, que él, más delicado aún, apenas
cataba, y yo bebo agua pura, fresca y cristalina, eso sí.
Mas no crean ustedes que el régimen seco es
absoluto; no. Tomamos nuestro aperitivo: chaparro con
cáscaras de no sé qué, muy sabroso.
Lo único que me desconsuela es el pippermint...
escupo de sólo recordarlo.
El primer día, después de los plátanos fritos,
pusieron sobre la mesa una botella de las de coñac que
contenía un líquido verde-oscuro-opaco. Recordé en
el acto el “Bálsamo tranquilo” y tras de él se vino a mi
memoria el “Extracto etéreo de helecho macho”, droga
infame que he ingerido multitud de veces.
En ese momento lamenté que en aquel “castillo”
no hubiera vomitorium.
Don Fulano pidió vasitos y le llevaron dos de los
“dobles”. Los llenó de aquel bálsamo.
Alzó su vaso y sonriendo me dijo:
–¡Salud!
Faltando a las reglas de la buena educación
acerqué el mío a mi nariz, y permanecí indeciso... El
sonreía.
–¿Qué es esto? –Me atreví a preguntarle.
–Es pepermín hecho en casa. Tómelo sin miedo
que es muy sano. Hace doce años que yo no he tenido un
dolor de estómago...

31
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

Probé y escupí.
–¡Si es guarito con azúcar y hierbabuena...!
– añadió en tono persuasivo.
Cerré los ojos y ¡chucús! Contuve cinco minutos
la respiración, y no hablé en un cuarto de hora, logrando
así que el pippermint nacional no ascendiera por donde
había bajado...
Y todos los días, a la misma hora, sufro el mismo
martirio (me hago la cuenta de que estoy tomando un
seguro por veinte años contra el dolor de tripas).
No soy rencoroso.
Mi única venganza consiste en acusarle cada
noche las cuarenta a mi querido huésped, y ponerle panza
sobre panza. Tiene ya treinta y tres.
Hoy, hace un rato, lo he dejado “zapatero”
– Corresponsal ambulante.

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La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

EN EL UMBRAL DEL INFIERNO

LOS INFIERNILLOS, octubre 2.– No soy


Aníbal, ni cosa parecida; pero esto es Capua, o le anda
muy cerca. ¿Correré algún peligro por il dolce farniente
en que mi vida se desliza?
Ya sabe la señora Engracia quién es este cura,
y está cambiadísima. Se muestra conmigo amable y
hasta compasiva. Resulta que fue pelona –hija de casa,
dice ella– de una de mis abuelas, y me refiere muchas
anécdotas, las que he apuntado y reservo para el uso de
mis biógrafos.
Entre otras cosas me cuenta ruborosa que mis tíos
eran “muy atrevidos”. Yo me escandalizo y le declaro que
al contrario, son “mero tímidos”.
Ella arregla mi cuarto, y he notado que también
arregla su personal (los escapularios los lleva ahora al
lado de adentro). Pone flores con cierto arte en un pichel
desportillado que coloca sobre mi mesa.
–Si se le ofrece algo –me dice por la noche al
retirarse–, no tiene más que llamarme...
Cavilo un momento, y atranco bien mi puerta.
Esta mañana, después del café, he comenzado mis
excursiones, habiéndome acompañado don Fulano. Yo
insistía en que no se molestara, pero como se trataba de
visitar los infiernillos, acepté gustoso su grata compañía.
El, montando la “coyota” cuyas ancas trabaron
conocimiento con mis posaderas en la madrugada de
marras, y yo, oprimiendo los robustos lomos de Rocinante,
salimos juntos por la puerta de la corralada que da al
campo. A pocos pasos se divisa ya la movible nube de
vapor. Un poco más y escucho el ruido del formidable
escape... Mis sensaciones son extrañas...
33
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

Los resoplidos aumentan de intensidad (así


deben de oírse los escapes de los monstruosos motores de
Krupp y del Creussot). Las bestias enderezan las orejas, e
inquietas, resoplan fuertemente a su vez con las narices.
Pasado un recodo, se presenta ante mis ojos el
espectáculo grandioso... Enormes chorros de vapor de
agua escápanse del suelo con ruido ensordecedor, que se
condensan en el acto en una nube de minúsculas gotitas...
Por la tarde, cuando hay sol, deben de formarse bellísimos
arco-iris...
No parece sino que están soplando una caldera
de tres mil caballos... El terreno, en una extensión de
una manzana escasa, está calcinado y lleno de charcos
formados por extrañas aguas.
Se siente olor a fábricas de productos químicos...
De multitud de agujeros que parecen cuevas
de conejo o de cusuco, salen columnitas de humo, pero
no con la fuerza del chorro principal que surge del más
grande. En sus bordes vense cristales numerosos, cuales
de color amarillo de limón –se me figura que es azufre– y
cuales blancos como la nieve, formando haces de agujas...
¿Cloruro de amonio? ¿Sulfato doble de ...? Tente, pluma:
vale más no desbarrar.
En un charco de agua obscura hierve el líquido.
–Esa es la poza de la cernada –me dice don
Fulano–. Allí pelan los cuches... –Y como para confirmar
sus palabras, en aquel momento llegan tres hombres
llevando en una palanca un marrano recién degollado. Lo
meten en el charco durante unos segundos, y lo afeitan en
seguida con toda facilidad...
Son vecinos del caserío El Agua Agria, cuyos
techos humean a corta distancia.

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La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

El agua de condensación y las que brotan de


las calcinadas peñas corren por distintos cauces hacia
la próxima quebrada, donde mezclan sus diversos
componentes. Porque esas aguas son distintas. Dicen que
unas son agrias, terriblemente ácidas, y otras astringentes.
¿Será ácido clorhídrico libre, o...?
–Cállate, que vas a disparatar –me dice mi otro
yo; y, dócil, obedezco.
Lo que sí me atrevo a asegurar es que el agua está
a cien grados, puesto que hierve. (¿Una fruta, verdecita
por fuera y con pepitas de sandía dentro?)...
Cerca hay, sin embargo, aguas muy frescas y las
hay también termales, puras y soportables. Dicen que
para bañarse hay que ir más abajo, donde este arroyo se
ha juntado con otros, y que puede elegirse la temperatura
al gusto.
Por mi parte pienso hacer una cura preventiva
contra el reuma, bañándome con agua a 60 grados. (De
este modo tendré dos aseguros: uno contra el artritismo y
otro contra el dolor de barriga).
Dicen que gritando o disparando un tiro los
infiernillos se alborotan. Yo no grito ni disparo: no tengo
revólver. Además, estoy emocionado.
–Aquí hay inagotables fuentes de energía –le digo
a don Fulano–. ¿No ha venido el Gobernador a ver esto?
–No, que yo sepa.
–Me extraña, porque si no recuerdo mal, él
escribió desde Italia contándonos las maravillas de
Volterra, en donde los ingenieros han logrado sacar de
un sitio parecido a éste, muchos miles de toneladas de
ácido bórico, y aprovechan también algo así como doce
mil caballos de fuerza.

35
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

Esto es una riqueza inmensa, don Fulano.


Mi huésped sonríe de un modo extraño... lo duda.
¡En cambio, cree a ojos cerrados en el Purgatorio!...
¿Y qué tiene de extraño cuando San Agustín no
creía en los antípodas, y conocía en cambio al dedillo la
organización política, fiscal, militar, postal, consular y
penal del cielo y del infierno, y aun pretendió explicar
el misterio de la Santísima Trinidad, que debe ser lo
más triángulo de la Teología, sin conocer a fondo la
Trigonometría, y sin tablas de logaritmos, pues consta que
no las tenía ningún librero de Hipona?
Yo disculpo a don Fulano: haga usted lo mismo,
don Arturo. – Corresponsal ambulante.
Nota.– Ahí vea usted si cambia lo de ambulante,
por “sedentario”, porque la verdad, en estos días no tengo
nada de wanderer (ni ganas).

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La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

EN LA FINCA “DE ARRIBA”

LOS INFIERNILLOS, octubre 3.– Esta mañana


caballero en Tetunte –que éste es el verdadero nombre de
Rocinante– y acompañado de Chico, mi escudero, que a
su vez cabalgaba en su educando Conejo, emprendimos la
ascensión al esbeltísimo Chichontepec.
Caminamos un buen trecho por tierras labrantías
de ligera pendiente.
Las dobladas matas de maíz soportan no sólo la
pesadumbre de las maduras mazorcas, sino también la
tupida red de enredaderas que antes de un mes regalarán
la vista con sus alegres manchas de campanillas de colores
lila, azul o rosa.
Cruzamos en seguida un extenso frijolar que
entreabre ya sus flores a las caricias del sol y de la brisa.
–Si no llueve pronto y sigue la seca –dice Chico–
esto se va a amolar como hora tres años, que no se sacó
ni la siembra...
Penetramos luego a una cañada oscura y cubierta
de arboleda. En las laderas abundan los pepetos, a cuya
sombra prosperan en santo amor y compañía el café
borbón, y el cacao que, como dijo el poeta:

“...cuaja en urnas de púrpura su almendra...”

Chico quita las trancas de una puerta.


–Aquí ya no es del patrón –me dice–. Faltan como
veinte cuadras pa llegar a la finca de arriba, que cuida mi
papa.
El camino no es de coches ni mucho menos. Algo
pedregoso y a trechos liso, se ve que las cabalgaduras se
lo saben de memoria y marchan confiadas.
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La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

Ladran unos perros.


–Ya llegamos –dice Chico.
Abre una puerta, atravesamos una pequeña huerta,
y ya estamos en el limpio patio de la casa.
El señor Cleto regaña a los perros y sale a
recibirnos...
Me apeo.
Chico se quita el sombrero, se acerca, saluda al
autor de sus días, y le entrega un atado de puros...
Me dedico a admirar el paisaje. A mis pies el
valle sin igual, con los tres pueblos y numerosos caseríos.
Semeja el valle un tablero de ajedrez de policromas
casillas... Del sepia claro al chocolate oscuro de la tierra
que se rompe; del verde tierno de los nacientes tunalmiles
al más profundo del arroz en flor, no falta un solo matiz...
Enfrente las lomas de Jiboa... Un punto blanco
brilla allá en el filo: es la iglesia de Santo Domingo, que
presenció la capitulación de Talavera.
Más allá el Cuyutepec, hoy pretensioso “Cerro de
las Pavas”. Detrás, vistiendo de morado, el majestuoso
Quezaltepec, que semeja un león echado, sin cabeza y
que el abate Brasseur comparó a una ballena, con mucho
acierto en verdad, pero mirándolo del Norte. En el fondo,
envueltos en azules gasas, los volcanes de la sierra de
Apaneca y el soberbio Lamatepec o Cerro Padre. Más
a la derecha el Chingo célebre, testigo de tantas luchas
fratricidas, y cerrando el horizonte hacia ese rumbo, el
Brujo enorme, esquinero de los tres Estados, con su pico
de Mira-mundo entre las nieblas.
–Arriba –me dice Chico, señalándome los
enhiestos picos que están a nuestra espalda– le va a gustar
más...

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La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

Miro y se me encoge el ombligo..., no nací para


alpinista. Declino la invitación.
–Otro día que vengamos preparados –le digo.
–Si no fuera por el tiempo yo lo animaría –me
dice el señor Cleto–. El último que ha subido, y quizá ya
va pa diez años, fue un chelito que llegó perdido por aquí
una noche, en medio de una tormenta de las buenas.
–A ver, cuénteme eso –le dije yo, ya interesado.
–Pues esa noche, cuando arreciaba el agua hasta
dar miedo –vivía todavía mi difunta, la madre de éste–,
oímos unos gritos... Pusimos cuidado y no nos quedó
duda: un cristiano pedía socorro.
Me levanté, encendí el farol, cogí la escopeta, y
seguido de los perros bajé por el camino, no por el que
ustedes treparon, sino por este de la derecha que va pa la
ciudá. En eso oí los gritos más cerca: grité yo también.
Bajé otro poco y vide un bulto que me hacía señas con
una lucita.
Me encomendé a las ánimas, y con la escopeta
preparada, me acerqué.
El bulto señalaba al barranco y me decía: “mula,
allí”.
Era un chelito extranjero, joven, pero templado.
Entre los dos logramos sacar la mula. La montura y unas
arganillas grandes estaban llenas de lodo.
A pie subimos, casi a gatas, y llegamos aquí.
El gringuito no quiso comer nada y se metió en
ese cuarto. Sacó de la arganilla un matatillo que resultó
que era una hamaca, y después una chiva con flecos. En
un momento lo arreglamos y se acostó.
Cuando me levanté ya estaba él en el patio
arreglando y limpiando sus telengues. Había armado un

39
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

pie de gallo y encima atornilló un anteojo. Luego miraba


unos relojes que llevaba dentro de unas chuspas de cuero,
y lo iba apuntando todo en un cuaderno.
Entró a la cocina, vido hervir el café y metió
adentro un tubito de vidrio; después se lo arrimó a la
nariz, y apuntó también.
¡Digo yo que estos cheles son el mismo diantre!
...........................................................................................
(Suspendo aquí la relación porque se ha hecho
larga y me caigo de sueño. Son las doce de la noche.
Sucede que don Fulano ha querido desquitarse, y se ha
quedado con la sexagésima panza. No busque nunca el
desquite, don Arturo. Es lo único en que estuvieron de
acuerdo los siete sabios de Grecia). – Corresponsal
ambulante.

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La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

HUMBOLDT IMBERBE

LOS INFIERNILLOS, octubre 4.– Despierto


asustado por terribles zambombazos. En el primer
momento pienso en los zeppelines, que hora cinco años
me “echaron” de Londres, pero en seguida recuerdo que
es el santo del patrón. ¡Sea por Dios!
No es que se llame Francisco: hoy cumple años
(unos cincuenta, según dicen).
Tomaré el hilo donde lo dejé ayer.
El señor Cleto continuó su historia del gringo
geógrafo y geólogo.1
–¡Yo no he visto hombre más conforme que aquel
joven! La Cleofes, apenada, porque aquí no teníamos más
que frijoles, queso, café, dulce y guineos majonchos, y él
¡ como que con eso se hubiera criado!
Así que comió me señaló los picos y me dijo:
“¡Op! ¡Arripa!”
La verdad, yo tenía que hacer, pero el señor me
dio un billete de a cinco, y comprendí que era mi deber
acompañarlo...
Ensillé y montamos. El hombre dejó las arganillas
y sólo llevamos el pie de gallo y varias chuspas. Pronto
tuvimos que apearnos y subir a pie. Juimos primero al
pico que mira a la ciudad. ¡Qué panorama, señor! ¡Ese día
estaba la mañana bien clarita!

1
Esta es una historia verdadera, don Arturo. No se asuste si le cuento que
en 1914 salieron de las Escuelas Técnicas alemanas siete mil y pico entre
químicos, ingenieros. geólogos, astrónomos. economistas, etc., y no se vaya
a caer de espaldas... ¿Sabe cuántos salieron el año pasado? ¡Cerca de diez y
ocho mil!

41
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

El chelito preparó los estrumentos y me dijo que


encendiera fuego.
En seguida empezó a divisar uno por uno todos
los volcanes.Yo ispié en un descuido, y ¡qué cerquita se
miraban! El Momotombo, el Cosigüina, el Conchagua, el
San Miguel, el de Tecapa, el Taburete; todos los miró y los
fue apuntando. Aluego dio una vuelta al revés y empezó
por el de Cacaguatique, el de Sociedad, las montañas de
Opatoro, y saltó a los Sesismiles, y la peña de Cayaguanca
hasta dar al Brujo; y de allí se vino más acá con el cerro de
Guazapa,Tecomatepe, Macanse y lo de Apopa y Nejapa.
En ese oficio se pasó toda la mañana... ¡Y qué hombrecito
para preguntar! Pueblos, esteros, ríos; todo lo apuntaba.
En seguida puso al fuego un tiliche que quizás
tenía agua, y a saber qué vio. Después tomó muchas
vistas...
Así que acabó, a punto del mediodía, me
preguntó por señas si podíamos ir al otro pico. Yo le dije:
“¡mañana!”; pero él me dijo: “hoy”.
Yo le hice señas de irnos a comer, y entonces él se
puso a rir y me dijo: “mañana”.
Le digo a usté que si no fuera por los cinco pesos,
lo dejo allí...
Fuimos al otro pico –¡mire que se necesita ser
gringo y estar loco!– Tardamos más de una hora.
Allí repitió las mismas musarañas.
Aluego se sentó mirando al mar, y se quedó como
lelo…
Yo le hice señas de que nos fuéramos a comer, y
de que venía el agua, y él sólo me decía: “ya, ya”.
Al fin logré que bajáramos, y llegamos aquí ya
oscuro, en la mera punta del agua.

42
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

El chelito sacó unos botes y le echó al caldo


una cosa como jalea, y sacó también galletas, y unos
choricitos, cheles también.
Nunca he visto un hombre de tan poco comer.
Otro día temprano me hizo señas de que se iba: yo
lo fui a dejar hasta Tepetitán.
Como ya ve que uno tiene su curiosidad, le
pregunté que para qué era todo aquello, y él me dijo –no
se me olvidan nunca– estas palabras: “Mapa - Yustus -
Pertes - Gota”.
Yo creo que se burlaba de mí, pero como me dio
otros cinco pesos, no me importó.
Lo acompañé hasta el desaparte de los caminos,
y le enseñé el del Botadero, porque me dijo que iba pa
Cojutepeque.
–Pues señor Cleto, muy agradecido –le
interrumpí–, pero yo no soy como ese alemancito de su
cuento, y quiero estar abajo a la hora del almuerzo.
Montamos y nos despedimos. En vez de cinco
pesos, le di los cinco... de la mano.
En el camino oigo distraído a Chico que me
cuenta no sé qué historias de la Inés; que si Casimiro la
cela conmigo, y que la ha amenazado; que es muy hombre
–ya se ha despachado a dos– y que mañana, como es día
de borrachera, debo tener cuidado (Casimiro desempeña
las funciones de corralero y zacapín)... Y de matón por lo
visto.
Llegamos.
No hay más novedad sino que Chomón, el que
fue a traer los bebestibles no parece por ninguna parte
(Chico recibe orden de ir a averiguar a la estación y al
pueblo en cuanto almuerce).

43
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

Al pasar por la cocina, la señora Engracia me


muestra el cordero y los dos chumpes que están en capilla.
Dos mujeres envuelven tamales.
La Inés llora: tiene un ojo como una berenjena.
– Corresponsal ambulante.

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La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

BARRUNTOS DE TEMPESTAD

LOS INFIERNILLOS, octubre 5.– Ayer cuatro,


día marcado con tres cruces en el calendario franciscano –y
también en el de esta hacienda y sus aledaños– ocurrieron
cosas dignas de escribirse. Se lo voy a referir todo en dos
o tres crónicas, pues creo que me queda tiempo: mi bigote
no está presentable todavía.
El desayuno fue pantagruélico; como para
reventar.
Muy temprano, y a tiempo de tomarlo con
nosotros, llegaron dos compadres de Verapaz. Son marido
y mujer. Vienen a pasar el día aquí. El señor ayudará al
patrón a hacer los honores de la casa, y la comadre a la
señora Engracia en la faena extraordinaria. Parece buena
gente.
Don Fulano está molesto. Chico no ha regresado
todavía y Casimiro ha ido en su busca.
Llegan nuevos personajes: son dos caballeros, sin
duda amigos íntimos de don Fulano. El uno es de San
Esteban y el otro de San Sebastián; parecen parientes.
Se abrazan todos afectuosamente y después me
los presentan.
En seguida llegan las autoridades del vecindario:
los comisionados y comandantes locales –¡guarda,
Pablo!– vienen a felicitar al patrón, y a otra cosa.
Yo le ayudo a obsequiarles y los tomo por mi
cuenta, haciendo derroche de pippermint nacional, con la
secreta esperanza de agotar la existencia...
La señora Engracia me entrega una botella cada
cuarto de hora. ¿Dónde estará la mina, para volarla?

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La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

Aquellos animales se relamen de gusto. Luego se


limpian los hocicos con las mangas de la camisa, que se
tiñen de verde.
Llegan a su vez los colonos, ¡y allá te va
pippermint del páis! Le doy una buena vasada a cada uno.
La señora Engracia saca nuevas botellas... (Estoy
por creer que este licor brota de alguna de las fuentes de
los Infiernillos...)
En la cocina nótase inusitado movimiento. Ha
tomado la dirección en jefe la comadre de Verapaz.
Óyese extraño rumor... ¡Los bebestibles! ¡Por
fin...!
Al trote largo entran al patio dos mulas cargadas:
vienen bañadas en sudor. Chico y Casimiro asoman detrás
cubiertos de lodo (Chomón no viene con ellos).
Lo importante eran los licores...
Sin embargo, sale don Fulano a averiguar, y
Chico le cuenta en voz baja que Chomón está preso; que
unos detectives se lo llevaron para San Vicente, porque le
encontraron un pañuelo de una muchacha que asesinaron
hace días allá por el beneficio de Acahuapa –una tal
Inocente Tórtola– que había venido a Molineros de San
Salvador, “con permiso”, y que el pobre Chomón lo único
que pudo decir fue que el pañuelo lo había hallado por
aquí, cerca de la casa de la hacienda...
Don Fulano me mira y yo lo miro a él.
La noticia no es para ponerme alegre: estoy
preocupadísimo.
El pañuelo recuerdo muy bien que lo boté ya para
llegar a la casa, porque apestaba a perfume barato.
Me quedo pensativo...
Un empellón de Casimiro, que lleva a cuestas una
caja de coñac, me vuelve a la realidad. El muy bruto pasa
46
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

cerca de mí a su regreso y me mira hosco y altanero. Me


parece que ya está “a media rienda”: escupe provocativo...
¡Bestia!
Acabada la operación de descargar los víveres
sólidos y líquidos, remitidos por Balette, Chico sigue
contando. Dice que está detenido también el comandante
de Cutenampa, porque lo vieron en Ixtepeque con la
muerta el día 28 al oscurecer (!!!).
La verdad, no me siento a gusto. Debiera estar
tranquilo, pero no lo estoy.
¡Pobre muchacha! ¡Tan contenta que cogió los
cinco pesos que le di por el vestido viejo y el rebozo! ¡Y
pensar que la Inés lo anda estrenando ahora!
Usted sabe bien, don Arturo, que yo soy inocente
y que nada tengo que ver con la muerte de la Tórtola, pero
en estos momentos no recuerdo si es la Fe o la Justicia a
la que pintan con los ojos vendados, y tengo miedo. Sí,
miedo: así como suena.
¡Qué cosas!

“Cómo se pasa la vida,


cómo se viene la muerte
tan callando...”

La estoy viendo, a la pobrecita... Tenía ojos


bonitos, y una cara muy graciosa: recuerdo que le acaricié
la barbilla...
Siempre me inspiraron lástima profunda y tierna
compasión esas desgraciadas.
Me acerco a don Fulano, y con disimulo le
pregunto “qué piensa hacer”.
–Mañana lo pensaré –me contesta–. Chomón está
bien en la cárcel –agrega–; no puede sucederle nada malo.
47
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

¡Vaya una filosofía! ¡Pues es consoladora de


verdad! ¿Pero qué gente es ésta?
Yo veo a don Fulano muy huraño.
Hay que tomar una decisión, y la tomo: me echo
al coleto dos dobles de coñac, para entonarme.
A pesar de eso –no lo puedo remediar– siento
gran desasosiego.
–¡Yo soy muy hombre, hijos de tal…! ¡Y lo
sostengo...! ¡El que sea guapo, que salga...! ¡Ea... papo!
Quien así grita es Casimiro, que lleva las bestias
a la caballeriza. Antes de amarrarlas, clava con furia el
corvo en un horcón.
Las autoridades celebran aquello con grandes
risotadas...
Creo que nos vamos a divertir.
¡Dios proteja a la Inés!
(Suspendo ésta porque estoy muy nervioso). –
Corresponsal ambulante.

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La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

EL DR. PATROCINIO GUZMAN T.


Y NUESTRO CORRESPONSAL AMBULANTE

SAN VICENTE, octubre 8.– Señor don Arturo


Reyes, director propietario de El Imparcial, San Salvador.
–Mi muy estimado amigo:
En una carta del Corresponsal ambulante de tu
importante Diario, publica con el título: En el umbral
del Infierno, en el número 226, correspondiente al 6
del que corre, refiriéndose al respiradero volcánico que
existe en jurisdicción de este departamento, en las faldas
del Chichontepeque, y que se conoce con el nombre de
El Infiernillo, aquel simpático escritor dice: que a su
pregunta: “¿No ha venido el Gobernador a ver esto?”, su
interlocutor le contestó: “No, que yo sepa”.
Si fuera verdad que yo, como Gobernador de
este departamento, me hubiese descuidado de conocer
ese curiosísimo y, bajo todos puntos de vista, interesante
lugar, no cabe duda que merecería un severo reproche;
tanto más cuanto que, como recuerda el amable
corresponsal, cuando estuve en Europa escribí sobre la
industrialización de los ausoles, precisamente pensando
en esta clase de fenómenos que tanto abundan en nuestro
territorio, y entre los que, acaso sea el más interesante,
este llamado El Infiernillo; pero es el caso que, no sólo
procuré conocerlo, sino que me he preocupado mucho por
ver si fuera posible sacar de él algún positivo provecho de
significación para San Vicente y el país, no como fuente
productora de energía eléctrica, porque eso sería un sueño
irrealizable entre nosotros por ahora, pero sí como fuente
de salud para el tratamiento de algunas enfermedades,
para las cuales se me ha asegurado que las aguas de El
Infiernillo tienen admirables virtudes curativas.
49
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

En el estudio correspondiente, he tratado de


interesar a algunos médicos amigos, de prestigio científico
y también he hablado con algunas personas adineradas,
interesándolas en organizar una sociedad con el fin de
establecer un sanatorio y un hotel en las inmediaciones del
respiradero, poniendo a disposición de quienes quisieran
visitarle, un medio fácil de transporte, en el corto trayecto
que lo separa de la estación ferrocarrilera de Molineros.
Mis iniciativas sobre el particular, desgraciadamente,
no han encontrado ningún eco hasta hoy, porque aún no
hay ambiente entre nosotros para esta clase de empresas
que no son de asegurado rendimiento inmediato; pero
me felicito de que el Corresponsal ambulante me haya
dado ocasión de escribir la presente, y ojalá que logremos
llamar la atención sobre esta riqueza inexplotada.
No sólo he conocido El Infiernillo, y me ha
interesado como dejo dicho, sino que, como primera
autoridad civil del departamento, habiendo permanecido
algún tiempo, hace poco, aquel respiradero, en casi
completa inactividad, inquirí de algunos vecinos el
motivo; y habiéndoseme asegurado que éste era, la
obstrucción de la boca principal, causada por unos
pedruscos, suponiendo que tal obstrucción podría dar
lugar a fenómenos sísmicos peligrosos, mandé a limpiarlo
para que volviera a su acostumbrada actividad.
Te ruego dar cabida a estos renglones en tu
acreditado Diario, si para ello no tienes inconveniente,
con mis súplicas para el estimable Corresponsal
ambulante, de hacerme cuantas indicaciones le sugiera lo
que vea y oiga, en su gira por éstos, que graciosamente
llama “mis dominios”; en la seguridad de que, en cuanto
de mí dependa si son dirigidas al progreso, buen nombre

50
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

y prosperidad de estos pueblos, las atenderé, en la medida


de mis posibilidades.
Con anticipados y muy sinceros agradecimientos
por tu deferencia, quedo como siempre, tu afmo. Amigo y
S.S. – P. Guzmán Trigueros.

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La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

POLÍTICA, CIENCIA Y OTROS EXCESOS

LOS INFIERNILLOS, octubre 5.– Estoy


aplanado, mal, delicadísimo. Me han ocurrido mil
cosas desagradables, pero como también tienen su lado
cómico, trataré de referírselas. ¡A ver si así distraigo mi
preocupación y engaño la murria!
En cuanto escribí mi anterior –poco antes del
almuerzo– salí de mi cuarto y continué anegando con el
inagotable bálsamo las tripas de las autoridades locales y
colonos, que por cierto de todo hablan menos de irse.
La señora Engracia está muy atareada y no trae
más botellas de la “bebida verde”. ¿Se habrá acabado ya?
¡Dios lo quiera!
Creo de mi deber hacer acto de presencia en el
cuarto del festejado, y allá me dirijo.
La atmósfera está muy caldeada: se respira humo
infecto.
Me presentan a otros dos señores que llegaron
hace un rato: el uno es de Apastepeque y el otro de la
cabecera. Ambos son tinterillos.
Aquellos señores llevaban como a la mitad la
primera caja de licores, y tenían las lenguas muy sueltas
(alguna... estropajosa ya).
La mesa que antes ocupara el camarín del Santo
estaba llena de botellas vacías y a media vaciar (se me
había olvidado contarle que anteayer, último día del
novenario, se improvisó un altar en uno de los extremos
del corredor –donde hace esquina– y se trasladó allí la
imagen del Seráfico patrono).
Cuando yo entré hablaban todos a un tiempo,
echaban más humo que los infiernillos y escupían como
una embarazada de dos meses (o como seis).
52
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

Callaron al verme: me pareció que hablaban de


política.
Uno de ellos –el de Apastepeque, que se las echa
de vivo y de chistoso– dijo por disimular:
–¡Pues sí, señores! Niego que el chapulín que
ahora nos visita sea el Shistocerca cacarico; pero quisiera
conocer la opinión de este joven ilustrado...
–Yo no sé una palabra de ginecología –le respondí
devolviéndole la pelota–; la obstetricia siempre me dio
náuseas... Sin embargo, si el señor se empeña en conocer
mi opinión, diré que me inclino a creer que el tatarica
es primo hermano del chacuatete y tío segundo de la
esperanza, conocida madrastra de los grillos.
Los dos más alegritos tuvieron la amabilidad de
celebrarme la ocurrencia.
–Estamos de acuerdo –asintió el chistoso– y
opino que esta comunidad de pareceres, harto rara en dos
diputados, merece un trago.
Se levantó y llenó de coñac siete copas dobles.
–¡A la salud del simpático corresponsal de El
Imparcial! –dijo, y bebimos todos.
–¡Gracias, señores –dije yo–, pero el señor se ha
equivocado: yo no soy diputado.
–¡Pero lo será en cuanto tenga la edad! Aquí
todos somos diputados, aunque sólo uno en actividad,
un servidor, con grave pesar de los otros cinco. Nos
comprometemos todos a conseguirle una curul...
–Te equivocas si crees que estoy pesaroso –replicó
el de Catarina–. Estoy, al contrario, muy contento...
–¡Eso dices tú! Anda y cuéntaselo a tu abuela... Le
habilitaremos la edad si es preciso –continuó dirigiéndose
a mí.

53
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

–Y usted llegará muy alto –agregó otro.


–O muy bajo –decía yo para mis adentros,
pensando en el subterráneo de San Vicente.
Afortunadamente en aquel momento llegó la
comadre de la Verapaz anunciando que el almuerzo estaba
listo.
Se le hizo una ovación; llenáronse de nuevo las
copas –para ella también– y se bebió a la salud de la
simpática señora...
Pasamos al comedor. Me quedo atrás con don
Fulano y veo que a pesar de las repetidas libaciones el
señor continúa preocupado. ¿Tendrá el guaro triste?
Me contagio y tomo asiento, algo achorcholado, en un
extremo de la mesa.
No le daré detalles del suculento almuerzo porque
no estaba mi ánimo para nimiedades. Sin embargo –la
pícara costumbre– observo cómo devoran y beben
aquellos caballeros. El de Apastepeque se sirve ocho o
diez pepinillos en vinagre (cornichons) y se los come sin
arrugar la cara...
Muy pronto blanquea la osamenta de los pavos...
Crujen en seguida las costillas del carnero (siento deseos
de llamarles antropófagos).
Llega el arroz en leche rebalsando de una fuente
enorme.
Aquellos señores, antes tan alegres, se han
quedado tristes...
La señora Engracia –¡horror!– pone sobre la mesa
una botella de pippermint... Todos alargan sus vasos...
“para que no les haga daño el hartazgo”, dicen.
No recuerdo cuál de ellos, después de eructar,
dice algunas picardías del Gobierno.

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La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

Uno le hace guiños, y me señala a mí...


El del regüeldo me pregunta a boca de jarro:
–¿Es usted del... casino?
–Sí, señor. ¿Por qué me lo pregunta usted?
–Po... por nada (da dos cabezazos y se rasca una
oreja).
–Le advierto a usted que en el casino hay personas
muy decentes...
–Sí... cómo no... Yo... conozco dos o tres...
Yo tenía una barbaridad en la punta de la lengua
y la botella de bálsamo en la mano, cuando don Fulano se
interpuso. Se levantó y todos lo imitamos... y si no, ¡guay
de ese bruto!
La amabilísima comadre terció también muy
oportunamente; ofreció mandarnos el café al corredor, y
yo me escabullí y me metí en mi cuarto...
–¿Espía yo? ¿Yo, oreja? Así recapacitaba
apretando los puños... ¡Sólo eso me faltaba!
Le mando estas impresiones fresquitas.
(Pueda que les sienta olor a bolo).
Dicen que esta mañana, el que barría el patio,
exclamó al ver no se qué ensaladas: “¡a güen! ¿De cuándo
acá se han vuelto verdes los zopilotes...?”.
–Corresponsal ambulante.

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La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

SIGUE LA FIESTA

LOS INFIERNILLOS, octubre 6.– Cuéntase que


los romanos dividían los días del año en faustos e infaustos
o nefastos. Creo que Pero Grullo hacía lo mismo, mas yo
–y no por ese afán de distinguirme– los clasifico en malos
y peores, o si le gusta a usted más, en peores y pésimos.
¡Oh! ¡Ese cuatro de octubre...! ¡Y pensar que así
se titula uno de los mejores “cuadros” de Pereda!
El patrón se fue ayer para San Vicente. Díjome
que iba a averiguar lo de Chomón, y me prometió estar hoy
de vuelta, pero ya es tarde y no aparece. Probablemente
continuaré en esta ansiedad hasta el lunes, pues se dice
que habrá grandes peleas de gallos el domingo, y eso no
se lo pierde mi huésped así se hunda el universo.
Fiel a mi obligación y a mi promesa, continuaré la
crónica de aquel día infausto: lea pésimo.
Luego que los invitados durmieron la mona,
la diligente comadre se dedicó a la ingrata tarea de
despabilarlos, distribuyendo al efecto dos o tres litros de
refrescos por barba.
A eso de las seis montamos todos a caballo, para
trasladarnos a Verapaz y asistir al baile protocolar que
desde tiempo inmemorial le obsequian en este día sus
compadres a don Fulano.
En el camino charlé un rato con la buena señora.
Me mostré encantado de estos lugares y más que todo de la
nobleza de sus moradores... (Lo decía de buena fe porque
hasta la fecha no he encontrado sino dos excepciones: El
Comandante y Casimiro).
La señora se hizo lenguas de su compadre.
Dice que es un hombre excelente, honrado, servicial y
trabajador, aunque un poco... enamorado... ¡Ji, ji...!
56
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

–Usted se habrá fijado bien en esa finca –me dijo–.


Es una riqueza. Allí hay de todo: aquello es un verdadero
monopolio (supongo que la amable señora quiso decir
miscelánea, acaso emporio, o cosa parecida).
El diputado “en actividad” buscó una ocasión
y me echó pesca. El pobre señor –que según las malas
lenguas suda tinta para escribir una carta–, siente profunda
admiración por los periodistas. Me cuenta que “nosotros”
–supongo que se referirá a “ellos”, los diputados– estaban
animados de las mejores intenciones y que acariciaban
proyectos colosales, “pero... –aquí baja la voz– en este
país no se puede hacer nada. Los que mandan se infátuan,
y han hecho de la Augusta Representación ... lo que han
querido”.
–No nos dejan discutir ni las cosas más
importantes. No me refiero al empréstito, porque la
verdad, entre nosotros no hay quien entienda de eso, sino
a un artículo del Pn –un inciso nada más– que yo quería
que se reformara... ¡Pum! ¡Carpetazo! Y sin discusión...
¿Qué es eso, señor? Yo quisiera que usted dijera algo.
Yo digo que este gobierno hubiera sido mejor
a no ser por esos pícaros de la oposición, ¡los eternos
ambiciosos!, que le distraen su atención de cosas más
importantes, perjudicando al páis. Y es que aquí ya no se
castiga a nadie...
Y nosotros sacrificándonos. ¡Nueve meses de
lucha! Yo creo que vamos a empalmar este año con el
otro... Aseguran que lo han ofrecido...
–Después de nueve meses..., lo menos que puede
hacerse es... parir o reventar –le digo yo.
–¡Pues claro! –Añade él, muy serio.
Afortunadamente, hemos llegado. Nos apeamos

57
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

en uno de los soportales de la plaza. Sale a recibirnos una


muchacha gentil, aunque es mirriada y desteñida. Dicha
señorita es la ahijada de don Fulano.
Poco después me la presentan advirtiéndome que
es una gran poetisa...
–¡Oh, no...! Mi lira es muda... –protesta ruborosa.
Figura retórica no más, pues apenas hemos entrado
a la tienda, la poetisa le endilga un soneto “dadaísta” a su
padrino (aplaudimos rabiosamente).
Me presentan a varias señoritas y caballeros.
Tomo asiento cerca de una señora ya machucha,
y al compás de una mazurca que toca una pareja de
aserradores –al menos eso me parece a mí– me habla
del asunto del día: del “horrible crimen del beneficio de
Acahuapa”.
–¡No sé qué ola de crimen nos invade! Vea que
yo ya he visto mucho, aunque no cuento más que treinta
años; pero asesinatos como éste la horrorizan a una ...
Figúrese que a la pobre mujer –una de esas...–, la hicieron
pedazos y después la quemaron…
Francamente, el cuatro ha sido un día amargo
para mí.
La orquesta comienza el asesinato de un foxtrot,
y con permiso de mi compañera –que no puede bailar
porque está de siete meses– voy y saco a una larguirucha
jiluda que desde ha rato me lanza miradas ardientes.
–Le alvierto que yo no puedo bien el fostró ni el
guanesté –me dice–. Y ustedes los de la mancha brava
bailan divinamente todo eso.
–¡Oh...! Esas son... exageraciones que andan por
ahí (me doy tono haciéndome pasar por mancha brava).
–Si le parece le pediré a mi papá que toquen una
polka.
58
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

–¿Su papá?
–Sí; es el director de la orquesta, aquel que toca
el clarinete...
–¡Como usted guste! Parece que estos lugares
encantadores son muy tranquilos y viven ustedes muy
contentos, ¿eh?
–¡Cállese...! Antes no digo que no, pero ahora con
el tren, ¡ay!, esto se está poniendo perdido... ¡Figúrese
que vienen hasta limpiadores de zapatos! Y... ¿no ha
oído hablar usted del espantoso crimen del beneficio de
Acahuapa?
Siento deseos de huir...
Busco con los ojos a mis compañeros y los veo
felices, en el buffet, junto al mostrador, el que han sacado
al corredor y está lleno de botellas que ellos vacían
concienzudamente.
Bailada la polka invito a la poetisa –era un deber
ineludible– y la zarandeo al compás de un onestep. Me
declara que su sueño dorado es volar, y yo le digo que con
un poco de régimen no es difícil... Luego me confiesa que
ha mandado unos versos a Espiral, y me suplica que me
interese para que se los publiquen, lo que le prometo y
cumplo gustosísimo.
Después me recita sotto voce una composición
suya a la Libertad.Yo creí que se trataba del puerto, pero
resultó que era de la otra, de nuestra “bella desconocida”.
Sólo recuerdo que empieza así: “¡Libertad! ¡Libertad! Tú
eres la llama...” Tengo idea, sin embargo, de haber oído
eso en una distribución de premios.
Me escabullo como puedo. Encuentro una
hamaca, me acomodo en ella, y de allí me sacan para
montar y regresar a esta finca...

59
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

(Por no alargar ésta demasiado, no le cuento


la horrible pesadilla que he tenido). –Corresponsal
ambulante.

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La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

EL MAYOR MONSTRUO

LOS INFIERNILLOS, octubre 7.– Continúo sin


noticias de don Fulano: ya puede usted imaginarse cómo
estaré. Las espero esta tarde. ¡Qué cierto es que “el que
espera desespera”
Cada vez que se abre la puerta se me figura que es
Chomón, el “mesías” que yo aguardo lleno de ansiedad.
Anteayer hubo un escándalo mayúsculo. Casimiro
se agenció una botella de no sé qué, y en cuanto el patrón
se largó, se puso la gran papalina.
(Parece que la botella se la llevaba uno de los
diputados cesantes, y que él se la extrajo de las alforjas,
sin duda con el piadoso fin de obtener cien días de perdón).
El caso es que cuando menos lo pensábamos,
Casimiro entró en la cocina, cogió a la Inés por las trenzas,
y se dispuso a barrer con ella el patio.
Afortunadamente estábamos ño Chon y yo –ño
Chon es un viejo criado jubilado que hace las veces de
mayordomo– y pudimos evitar una catástrofe.
El pretendía arrancarle su víctima a Casimiro
por las buenas, pero yo fui de opuesto parecer. Cogí una
tranca y del primer estacazo lo dejé tendido. Creí que lo
había matado, mas por desgracia no fue así: le echaron
encima unos cuantos baldes de agua llovida y volvió en
sí.
La Inés, maltrecha y rota, se metió llorando en su
cuarto.
La señora Engracia, muy seria por cierto, pretende
explicar lo ocurrido echándome a mí la culpa. ¡Bonita
está la cosa! Todo el cuento es porque yo le regalé la ropa
de la muerta a la infeliz molendera. ¿Pero qué iba a hacer

61
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

yo? Me daba pena verla tan sucia, casi desnuda, y sin


intención pecaminosa le obsequié aquellos trapos –que
para ella eran una necesidad y hasta un lujo– y para mí un
estorbo. Nunca me imaginé las consecuencias.
El ama de llaves menea la cabeza con desconfianza:
no está convencida. Dice que en todo caso debí consultar
con ella...
¿Pero cómo se pudo imaginar ese animal de
Casimiro –casi bruto o bruto entero– que tengo amores
con la Inés?
Cierto es que soy muy democrático –aunque
no pertenezco al P.N.D.1 – y demócrata de verdad, sin ir
gritándolo por ahí, pero... no es para tanto.
Pienso como aquella duquesa que nunca iba a
misa, y que un día que su capellán la reprendía, le dijo:
“Dios no me puede exigir que me llene de piojos”.
También tengo presentes las palabras del héroe
de Zorrilla:

“Yo a las cabañas bajé,


Yo a los palacios subí,
Yo los claustros escalé,
Y en todas partes dejé
Memoria amarga de mí...”

Y es más; estoy de acuerdo con Tenorio y con


Mañara; pero en el caso presente veo la cuestión desde
el punto de vista estomacal, primero, y segundo, que no
quiero ser “tercero”, ni en discordia ni en... nada, porque
han de saber ustedes que el sinvergüenza de Casimiro
comparte con otro los favores de la Inés.
1
P.N.D.: Partido Nacional Democrático o Liga Roja, de infelicísima memoria.

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La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

Señor corralero y zacapín: está usted en un error.


Su Maritornes no es repulsiva, tiene ojos bonitos, no está
del todo ajada, pero... no tiene dientes; se me figura que
le apesta el aliento, y aunque yo haya hecho mi cura de
pippermint, no respondo hasta ese grado de la resistencia
de mi estómago.
¡Pues estoy divertido!
Para colmo, noto que la señora Engracia,
transformada en Argos, me vigila con disimulo... ¿Habráse
visto? ¡Maldito sea el eterno femenino!
Ayer, como quien dice, un Comandante me
pone en grave aprieto. Después tócale el turno a una
vieja envidiosa –iba a decir celosa– y ahora es la vez del
corralero, del tal Casimiro, quien halla natural que su
dama favorezca a otros patanes como él, y se enfurece
porque la pobre me sonríe en pago de una faldas viejas...
¿Y qué pensabas tú, pedazo de bárbaro? ¿Crees
que yo no tengo derecho al amor?
Pues para que lo sepas, allá, al occidente, a orillas
del turbio y murmurador Acelhuate, no digo una “Flor de
Té” sino varias, suspiran por mí, a pesar de la legendaria
exhaustez de mi bolsillo, dicho sea en honor de ellas...
Y una señora copetona, de esas que van al
teatro cubiertas de brillantes, me mira con ojos tiernos y
prometedores...
Yo no soy ningún José. Tampoco me he encontrado
nunca con Madame Putifar, pero tengo mis ideas y hasta
el día he logrado que triunfe mi razón.
Ahora –esto se lo digo confidencialmente–, si
continúo comiendo así, no respondo...
La señora Engracia no sospecha que con sus
platitos substanciosos se pone en grave peligro.

63
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

O... ¿lo sabe demasiado, la muy taimada?


¡Averígüelo Vargas!
Lo que sea... sonará. – Corresponsal ambulante.

Nota: Bauticé esta crónica titulándola “El Mayor


Monstruo”, pero no crea usted que aludo solo al de D. Pedro
Calderón de la Barca– “los celos”–, no. He querido señalar
también el flagelo nacional: el guaro.–Vale.

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La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

LA NOCHE DEL SÁBADO

LOS INFIERNILLOS, domingo 8 de octubre.–


Continúo en la oscuridad más absoluta a pesar de que el
sol brilla magnífico sorbiendo sediento las gotas de rocío
que cual fúlgidos diamantes tiemblan púdicas prendidas
en los pétalos de modestas florecillas...
Perdone la abundancia de esdrújulos y lo forzado
del estilo, pero acabo de leer la guasa aquella de “Apenas
había el rubicundo Apolo tendido por la faz de la ancha
y espaciosa tierra las doradas hebras de sus hermosos
cabellos...”; y además me siento poeta a pesar de mis
preocupaciones y de la nochecita que he pasado.
¡Cosas de edad, don Arturo! Usted sabe que no he
cumplido aún los veintitrés, aunque en esos momentos,
a causa de mi barba de once días, tenga cierto parecido
con el padre Ciriaco, aquel varón insigne que distinguía
en la virgüela los períodos febrífugo, eructivo y el de la
choquera. Discúlpeme, pues.
Yo a usted lo considero como a un padre
–entiéndase papá– y no le ocultaré nada aunque se me
caiga la pluma de vergüenza.
Casimiro, con la cabeza vendada y la camisa
manchada de verde –creo que lo curan con pippermint–
continuaba ayer con sus amenazas, las que hacía de un
modo embozado, canturreando tonadas sanguinarias y
alusivas, de esas en las que “por una infame mujer uno se
pierde”, y en las cuales no falta aquello del presidio y de
cadenas que suenan lúgubremente.
Sin que aquel bruto se percate –ño Chon es la
prudencia personificada– me entrega éste una escopeta
vieja con honores de trabuco, que por cierto se va del
seguro.
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La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

La señora Engracia, muy conmovida, declara que


no quiere que ocurra una tragedia –¡Ave María Purísima!–
y me suplica que cambie de cuarto, al menos esa noche.
Ella teme un atentado. Me ofrece apagar temprano las
luces –así llama al farol del corredor– y venir en mi busca
para llevarme a un escondite seguro.
Yo no tengo voluntad y la dejo hacer...
Me encierro pronto, pero escucho alerta. Oigo a ño
Chon que sermonea a Casimiro. Este animal le responde
que no sabe que respetos o escrúpulos me salvaron la vida
–yo si sé que se llaman “tranca”– y jura que se las he de
pagar todas juntas. “¡Vaya, hombre! Dejaría de ser quien
soy si no me atraco un día con los hígados de ese tal...!”
Así dice.
La verdad, no es agradable oír hablar de uno en
términos tan despectivos, ni que se expresen de nuestras
vísceras con tanto menosprecio o apetito. ¿Habrá caníbal?
Vislumbro un farolito errante allá por la
caballeriza: sin duda están zacateando.
Luego escucho un “buenas noches” seguido de un
bostezo... Oigo una puerta que se cierra...
Chilla una lechuza y después, nada... Es decir, casi
nada, porque un grillo, quizás muy joven o tal vez muy
viejo, rasca aburrido la única cuerda de su estradivarius.
Apago mi luz. Tres, cuatro o veinte murciélagos
retozan en mi cuarto.
¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿Media hora? ¿Una
hora? No lo sé...
Golpean a mi puerta suavemente: yo no chisto.
Repítense los golpes, más discretos...
–¿Quién?, –pregunto desconfiado y en voz baja...
–Soy yo... –me responde dulcemente (es la señora
Engracia).
66
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

–¿Qué hay, señora?


–Vengo a sacarlo, como se convino...
¿Qué pasó por mí? ¿Fue miedo? ¿Curiosidad
insana? ¿Exceso de...?
No lo sé ni lo comprendo todavía ... Usted no me
comprenderá tampoco.
¿Quién pudiera comprenderme? ¡Ah! ¡Sólo cierto
amigo malogrado, que por desdicha mora ya entre los
muertos!
¡Sí, don Arturo! Cuando yo me di cuenta estaba
en el cuarto del ama de llaves, quien cogió precavida la
más grande, la metió en la cerradura y le dio dos o tres
vueltas.
Y... allí amanecí.
He dormido poco y mal. La pobre mujer tenía
más miedo que yo y me despertaba a cada rato.
Por Dios, no vaya usted a pensar nada malo...

“Yo no digo que siempre que estén juntos,


Un mozo y una joven en un lecho,
Se ocupen sólo en discutir asuntos
De historia, de moral o de derecho...”

De seguro que esta cita le habrá venido a las


mientes, mas... no viene a pelo en mi caso, porque la
señora Engracia no es ninguna joven, ni... tan vieja como
yo creía (cuarenta nada más: me lo ha jurado).
Y me he convencido también de que no debemos
juzgar por las apariencias: créame que hay personas
engañosas...
La pobre mujer me ha jurado que sólo el peligro
gravísimo que yo corría pudo decidirla a ese acto de

67
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

abnegación sin precedentes... Me ha jurado que jamás


hombre alguno pisó el umbral de aquel santuario (en lo
del santuario no miente, porque yo conté hasta treinta y
siete estampas surtidas de diversos santucos, sin incluir
los de bulto).
Y me juró también que fui el primero... ¿A qué
seguir?
Cuando cantaron los gallitos a las cuatro a.m.
“creímos prudente separarnos”, y regresé a mi cuarto (la
Inés, bostezando y desgreñada, entraba a la cocina).
Esta mañana, mientras me servía el desayuno,
la ... Engracia me llamó de tú: por eso le suprimo el
tratamiento.
Siento una cosa inexplicable; algo así como
ixtacayotes en la cara.
Pero estoy decidido. Si esta tarde no recibo
noticias, malas o buenas, al no más ponerse el sol me
pondré en marcha. ¡Sí! La noche del sábado habrá sido la
última que pase en este encantado castillo...
Me ruboriza y me encocora, ¡voto a sanes!, que
Don Quixote resistiera a Doña Rodríguez y yo no...
Me voy de Capua, don Arturo.
Mas... Hálleme donde me hallare, usted tendrá
siempre noticias de su fiel y asendereado. – Corresponsal
ambulante.

68
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

CONSUELOS Y CONSEJOS

ADIÓS A CAPUA

LOS INFIERNILLOS, octubre 9.– Estoy de


nuevo a sus órdenes en la finca de “arriba”.
No crea usted que pienso lanzarme al alpinismo;
no. Le contaré.
Mi decisión de marcharme era irrevocable de
verdad –no como ciertas renuncias– y así se lo manifesté
a la señora Engracia, a quien no sólo le devuelvo el
tratamiento sino también su buena fama, pues hay
mucho de exageración en lo que escribí en mi anterior
(la lectura del gran libro de Cervantes me tiene un tanto
desequilibrado, así es que le ruego rebajar la mitad y un
poquito más).
Ayer me convencí de que el cariño que la señora
me ha tomado es completamente desinteresado y casi
maternal. Lloró como una Magdalena al conocer mi
determinación, pero estuvo a punto de expirar cuando
la enteré de lo que me comunicaba el patrón. Porque al
fin llegaron las suspiradas noticias, y demasiado pronto
–¡ay!– pues que son malas.
Con letra clara, muy igual y pocas faltas de
ortografía, don Fulano me dice lo siguiente:
“Estimado amigo: por mis muchas ocupaciones
no le he dado antes noticias mías y con ellas otras que
han de interesarle más. Allá van, aunque no son todo lo
buenas que habría yo deseado.
Un peso falso que usted dejó olvidado sobre la
mesa del cuarto del hotel ha puesto a la policía sobre una
nueva pista, sin que ello signifique que el Comandante

69
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

de Cutenampa esté ahora en mejor postura. Sucede que


la tía de la muerta declaró que la infeliz muchacha no
llevaba sobre ella más que un duro falso; que la vieron
hablando con usted en la barbería del valle; que poco
después regresó la interfecta, sacó unas prendas y dijo a
la declarante que volvería en seguida, pero que ya no la
vieron más.
Claro que no aseguran que sea usted ese sujeto,
ni conocen su nombre; pero desgraciadamente las señas
que dio el barbero concuerdan –color de la ropa, zapatos,
sombrero, corbata, etc.– con las que dan en el hotel de
“el joven del duro falso”, que así le llaman a usted en los
papeles, como verá por los que le mando. El detalle de la
bamba y la precipitada huida de usted han despertado las
sospechas de la Policía.
Sé que mañana lunes se dará la orden de captura
en regla, y aunque usted sea inocente de tan horrendo
crimen, como la pérdida de la libertad es muy dura, por
corta que sea, y un proceso es siempre largo, molesto y
caro, creo que lo mejor es que usted se ponga en seguridad
inmediatamente.
Falta aún lo peor. Uno de los amigos que
estuvieron con nosotros el día de mi cumpleaños –
el que le preguntó si era usted socio del casino– se ha
disgustado mucho por una broma de usted, que él califica
de pesada. Le acusa de haberle extraído de las alforjas, ya
para venirnos, un zope de Ginebra, medicina que él toma
como diurético; ha hablado un poco más de la cuenta
en el hotel y en los gallos –entre paréntesis, las peleas
resultaron magníficas– y como aquí abundan los orejas,
sin que de ello se preocupe la Dirección de Agricultura,
temo que sospechen ya que anda usted por allí, a lo que

70
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

habrán contribuido las declaraciones de Chomón, quien


jura y perjura que el pañuelo de la difunta lo halló cerca
de la casa de la hacienda, lo que por desdicha es cierto.
Chomón saldrá mañana bajo fianza: yo la daré.
Según informes, los detectives se pondrán en
camino esta noche, si no llueve, o mañana al amanecer;
así es que yo opino que usted debe ponerse en salvo sin
pérdida de tiempo.
En Bellavista, la finca de “arriba”, tendrá usted
menos comodidades, pero estará más seguro. Cuente
desde luego con la discreción más absoluta, y el buen
trato de Cleto. Puede llevar libros, una hamaca, ropa de
cama, todo lo que guste. Por lo que potis contingere le
ruego aceptar esos treinta colones, pues me imagino que
no andará muy sobrado de recursos.1
Yo llegaré por allí el martes, porque el lunes
hay peleas extraordinarias y pienso desquitarme: me
comunicaré con usted en cuanto llegue.
Tenga paciencia y sobre todo mucha prudencia.
Aquí dejaré a algunos amigos el encargo de
tenernos al corriente de las cosas.
No pierda la moral, que es lo peor que puede
acontecer en estos casos. Para su tranquilidad le hago
saber, “que con la ley en la mano no le pueden aplicar a
usted la pena de muerte: todo lo más, cadena perpetua”.
Reciba un atento saludo de su afectísimo amigo
q.e.s.m.
Postdata.– Si por desgracia llegara a caer usted en
manos de la justicia –lo que no permita Dios– le ruego no

1
Cavilando en el oportuno auxilio de los 30 colones, caigo en la cuenta de que
don Fulano no ha valuado en 50 centavos cada una de sus panzas, puesto que
tenía 60 cabales. Bíen podría haberse corrido hasta el peso…

71
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

decir de qué manera lo encontré y lo llevé a esa hacienda.


Cuente usted que llegó por su pie, vestidito de hombre,
con una recomendación de... (aquí un nombre que no me
creo con derecho a hacer público).
Otra.– (Detalle muy gracioso).– El peso falso no
pareció hasta que los periódicos contaron lo declarado
por la tía de la Inocente, pero no pareció él solo, sino
con familia. Se ha repetido el milagro de las muelas de
Santa Polonia. Dicen que la Policía ha recogido ya más
de treinta, y ninguno de plata. Sucedió que el criado que
encontró el famosísimo duro, en cuanto vio que era falso,
lo presentó a la autoridad, y parece que el Gobernador
tuvo la generosidad de darle en cambio uno bueno.
Ciertamente, es un deber del poder público
estimular la honradez, que se va haciendo muy rara en
estos tiempos.–Vale”.
¿Qué tal? ¿Qué le parece a usted mi situación?
Divertida, ¿eh?
El ama de llaves reaccionó en el acto. Al principio
me aconsejaba llena de ternura que pasara allí la noche,
pero poco después se multiplicaba la pobre apresurando
los preparativos de mi marcha. Pronto quedó arreglada
una maleta con la ropa de cama y algo más que puso
dentro la cariñosa mujer, pues mi equipaje personal se
reduce a lo encapillado.
Atiborró las alforjas de multitud de pequeñeces,
ninguna superflua por cierto, cuyo valor únicamente
conocen las madres cariñosas y los hombres veteranos...
Después de una despedida tierna y al tenor de
las circunstancias –le aseguro que nada tuvo de cómica–
guiado por Chico y alumbrado por el lucero Venus, que en
esta época no es nixtamalero, tomamos el camino de estas
alturas, dando un rodeo para mayor seguridad.
72
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

Ahora envidio a los que creen en algo.


Yo no creo más que en la imbecilidad humana y en
aquello de Hobbes: “El hombre es el lobo del hombre...”.
– Corresponsal ambulante.

73
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

EXAGERACIONES DE LA PRENSA

LOS INFIERNILLOS, octubre 12.– Durante


dos días me he visto privado del placer de escribirle,
por haber olvidado el papel en mi salida precipitada de
allá abajo. D’ont act. Lo tengo ya y reanudo gustoso mi
correspondencia.
Hoy es día de la fiesta de la raza, aniversario
430 –no lo sé decir como ordinal– del descubrimiento
de América; celebra la Iglesia a la Virgen del Pilar, y
conmemoro yo, solamente yo, el natalicio de nuestro gran
gobernante doctor don Manuel Enrique Araujo.
Como usted ve, todo es luctuoso.
Para colmo de males, desde el domingo empezó
a dolerme una muela, y en estos momentos mi centro de
gravedad se ha corrido unos milímetros a babor, a causa
del enorme flemón en que vino a parar el dolorcito.
Ño Cleto me dice que esto es “mal de amores”.
¿Sabrá ya el episodio de la noche del sábado y me estará
sazonando? Bien pudiera ser...
Pero lo del flemón es miel sobre hojuelas
comparado con lo que he leído en los papeles que me
mandó don Fulano.
Al coger el primer número de La Prensa tuve
cierta satisfacción al leer que el Gobernador General
de las Islas Filipinas hace la propaganda en favor del
consumo de la locusta aérea, y da varias recetas o
fórmulas para prepararla (ya ve usted que yo no andaba
muy descaminado en mi crónica enviada desde Michapa,
y que le hablaba en serio, lo mismo que ahora).
Ojalá que el Gobernador del Infiernillo y sus
regiones haya tomado nota y obligue a sus súbditos

74
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

–al menos a los del cantón Guacín– a comer ortópteros.


Pienso que una vez que le tomemos el gusto al chapulín,
seguiremos con el chacuatete, y acabaremos por último
con esos enemigos jurados del sueño: los grillos. Esto
sería entonces una especie de Síbaris...
Mas... ¡qué sabio fue el que dijo: “después de un
gustazo, un trancazo”!
Estoy horrorizado con los pormenores que he
leído del “horrible crimen del beneficio de Acahuapa”.
¿Pero es verdad todo eso, don Arturo? ¿No serán
exageraciones de esa prensa que vive del escándalo y
de la inicua explotación de un pueblo estúpido? Porque
yo no puedo creer que llegue a tanto la maldad humana.
Robarle a una infeliz un duro falso, y para ocultar la
falta cometer uno de los asesinatos más horrendos que
recuerda la historia... ¡No! No puedo creerlo. ¿Qué clase
de fieras se hacen pasar por hombres? Descuartizar a una
muchacha, y luego quemarla como si se tratara de una
novilla accidentada... ¡Eso es espantoso!
En lo que sí tiene razón la prensa es en pedir un
castigo ejemplar para el monstruo autor del asesinato. La
pena de muerte está indicada, aunque es poco.
“Incendio seguido de muerte”, creo que dice la
ley. El caso de ahora es la recíproca: “muerte seguida de
incendio”. Viene a ser lo mismo por aquello de que “el
orden de los factores no altera el producto”.
¿Será el hechor el Comandante que intentó
seducirme en Ixtepeque? Siento escalofríos al pensar en el
peligro que he corrido... ¡Dios me iluminó cuando se me
ocurrió leerle al asesino aquel número viejo de La Palabra
(le suplico darle las gracias en mi nombre al Director).
Maldigo, sin embargo, de la ligereza con que
a veces proceden los periodistas, la que además de
75
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

entorpecer la acción de la justicia, como en el caso


presente, echa sombras sobre una reputación inmaculada
–hablo de la mía– y lo pone a uno al borde del presidio
(digo, a la puerta). ¡Eso es intolerable y protesto con
todas mis fuerzas! Usted que está en el secreto de estos
sucesos, ¿dígame si mi llegada al hotel y mi huida de los
polizontes justificará nunca la pirámide de absurdos que
sobre un hecho tan insignificante se ha levantado?
¡Que me digan en dónde está el guapo que se deja
coger gustoso en la redes policíacas! El que sabe cómo las
gastan esos señores, ¡claro que se pone en cobro a tiempo!
El encuentro del famoso duro falso no sólo no
oscurece el asunto, sino que lo aclara hasta la evidencia.
La difunta llevaba uno y a mí me da uno el Comandante.
La difunta estaba enferma según reza la boleta, y por
consiguiente “conforme a la ley” ella no podía acceder
a la solicitud del –Comandante... Naturalmente, este
funcionario, libidinoso, encalabrinado ya, pensó
desquitarse conmigo, y el muy... sátiro y muy sádico me
ofreció en pago el producto de su crimen. ¡Qué Horror!
El es; no me cabe duda. Yo podría confundirlo; mi
declaración le anonadaría, pero... ¿quién me garantiza
que no voy a soplarme unos cuantos meses de cárcel?
Además, nuestras ideas a ese respecto –hablo
de las de la raza–, difieren mucho de las de los sajones,
por ejemplo. Aquí jamás será bien visto que se ayude a
condenar o castigar a un hombre –fuera de la política se
entiende– por grande que sea su crimen, a menos que lo
haga la parte ofendida. Pero este no es mi caso. El delito
que el militar quiso cometer en mi persona se frustró, y
cae por desgracia dentro de lo que hemos dado en llamar
“crímenes pasionales”, que por una extraña aberración

76
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

gozan de las simpatías de la generalidad, víctima


inconsciente de una sensiblería cursi e inmoral.
Lo que más me subleva es la ligereza con que
cierta prensa lanza sobre mí sospechas tan terribles, y más
que todo, eso de designarme con el mote de “El joven del
duro falso”. ¡No hay derecho para eso, don Arturo! Habrá
notado usted que hasta la fecha a nadie he designado en
estas crónicas por su apodo –y yo respondo de que lo
tienen todos– sino por sus nombres propios.
¡Ah! ¡La canalla...! Sírvase disimular este
desahogo...
No tardarán en llamarme “El Landrú de Tepetitán
o de Ixtepeque...”
En fin, basta de jeremíadas.
El patrón no ha regresado todavía. Sus “muchas
ocupaciones”, añadidas a las grandes peleas anunciadas
para hoy en celebración del descubrimiento de América,
le habrán retenido.
Seguramente hoy espera el desquite total.
¡Dios lo favorezca! – Corresponsal ambulante.

77
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

HISTORIA VIEJA Y TRISTE, O VICEVERSA

LOS INFIERNILLOS, octubre 13.– El patrón


llegó anoche a la hacienda y esta mañana ha venido Chico
con una carta suya y varias encomiendas de la señora
Engracia.
Don Fulano me cuenta que ha logrado despistar
a los detectives que rondaban por allí, haciéndoles creer
que me fui para Zacatecoluca hace algunos días, por el
camino de El Caballito. “A estas horas deben de estar en
Verapaz telegrafiando” –añade irónico. Dios se lo pague...
Me cuenta también que el Juzgado ha remitido
a la capital, para su análisis en el “Conservatorio de
Química del Museo de Historia Natural y Arqueología
de la Dirección General de Agricultura y Patología
Vegetal”, los vestigios del crimen encontrados a orillas
del Acahuapa, consistentes en un pedazo de cráneo con
adherencias de masa encefálica; tres costillas, una tibia
y un peroné; una taba; el tacón a medio chamuscar y la
punta charolada de un zapato de mujer, y una cuenta de
vidrio que “bien pudiera” haber formado parte de una
soguilla o de unas arracadas turcas, es decir, de las que
venden los turcos (se conoce que esos señores han leído
el proceso de Landrú).
Francamente, al leer esos detalles se me erizan los
pelos de la barba...
Como la hinchazón de la cara se ha corrido a
estribor, parezco mesmamente un huizayote. Mirándome
en el pedazo de vidrio sin azogue que ño Cleto guarda
como recuerdo de su difunta, me encuentro cierto
parecido con Luis Felipe –no mi apreciable colega de El
Imparcial– sino el hijo de Felipe Igualdad, a quien los

78
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

irreverentes revolucionarios del 48 llamaban “poire” con


muchísima razón. Yo también tengo ahora cara de pera.
La señora Engracia me ha mandado varias
cosillas pertenecientes al género “delicatesen” –Dios se
lo ha de premiar– y además un poco de ropa. Diríase que
ha sido hecha a mi medida si no fuera usada y ajena. Está
limpia como el oro... limpio. ¡Bienvenida sea y bendito
sea Dios por haberme dado cuerpo de pobre! No extrañe
usted que con tanta frecuencia miente ahora su Santo
Nombre: es que no hay como la desgracia para acercarnos
a Él, y archisabido es que el camino del cielo está lleno
de guijarros y erizado de espinas.Ya no me sorprenden las
conversaciones de última hora. (En la única que no creo es
en la de Talleyrand, porque era un tío demasiado inmoral,
muy cínico, y se me figura que murió mintiendo).
El ama de llaves acompañaba a su remesa unos
palotes, que una vez descifrados me han parecido más
tiernos que los espárragos de Aranjuez. Copiaré el final,
respetando la ortografía para que usted se enternezca más:
“Hayer comensé la nobena al Ceráfico señor San
Francisco no lo hei echo antes por que no la hayaba y pedí
hotra a San Visente.Alcuérdese del gran Milagro que le
conté la noche del susto; tenga fe, yebe la cuenta y berá
que a los nuebe diyas cavales se acavarán sus penas y lo
beremos libre y contento por haquí. Tan vien ago la de
San Calletano; no está de más.
Cuídese y enjáhuese con cáscaras de maquiligua
y húntese esa mantequita que le mando. No haga caso del
tufo. Sulla Engracia.
Se me olvidaba contarle que don Fulano echó a
Casimiro causa la escandalada. –Vale”.
Intrigado por lo de la ropa he sonsacado al señor
Cleto y él me ha dado la clave contándome una historia
79
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

que ha colmado la medida de mi tristeza y me hace más


simpático al pobre don Fulano, en quien comenzaba a ver
un ser egoísta.
Ño Cleto habló más o menos así:
–El patrón fue casado con una señora muy buena,
de Ilobasco. Tuvieron un hijo. La señora murió del
segundo parto con todo y la cría, sin dar tiempo a que
llegara el médico. ¡Qué desgracia, señor! El niño Raulo
quedó de un año. Las niñas –las hermanas del patrón– se
lo pedían, pero él no lo quiso dar y sólo se los mandaba
para las ferias, cuando íbamos a Sensunte o a San Miguel,
o cuando le daban fríos y calenturas. Así se fue criando y
fue creciendo...
Cuando tenía el niño como seis años, vino a la
hacienda la señora Engracia y ella le enseñó la cartilla.
El muchachito era el mesmo diablo o la cola de Judas,
pero todos lo queríamos (ño Cleto calla un momento y se
enjuga una lágrima).
Desde chiquitillo le gustaba mucho andar a
caballo, iba conmigo a todas partes, y por su gusto hubiera
dormido sobre su chiquirín, al que cuidaba él solito.
¡Quién iba a decir lo que pasó después!
Yo digo que el mal estuvo en haberlo mandado
al colegio tan pequeño, pero el patrón quería que el
niño fuera abogado, como el abuelo... ¡Pero si no tenía
necesidad, señor...! En fin, ahora ya no hay remedio (otra
pausa).
Los primeros años nada malo pasó, y el pobrecito
venía en las vacaciones muy desmedrado, se conocía que
pasaba hambres, pero aquí se reponía pronto, y pasaba
mero contento, siempre con la escopeta al hombro, y por
su cuenta yo no hubiera hecho otro oficio...

80
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

Cuando dijeron que se iba a graduar, fue el patrón


allá, y después hubo aquí gran fiesta y vinieron las tías y
mucho señorío...
Don Raulo entró a la Universalidá y entonces
empezaron los disgustos...
El niño dio en gastar mucho, y sólo era pedir y
vuelta a pedir..., inventando un día una cosa, y el otro
otra. El patrón no es apretado, pero hizo averiguaciones
y resultó que el niño no iba a clase; que se juntaba en
el restorán de un tal Mercedes con unos perdidos que le
dicen puetas y que escriben en los papeles contra nuestra
religión, creo que los excomulgó el señor Obispo.
Por más que se hizo, el niño Raulo ya no tuvo
compostura y se perdió de al tiro... Hubiera visto al
patrón: partía el alma, esa vez estuvo el pobre chupando
más de un mes.
Avisó en los diarios que no pagaría las trampas
de don Raulo, y lo desheredó ante el Juez, según dijeron
entonces.
Un día apareció por aquí arrepentido, hará como
dos años. La señora de Verapaz que usté conoció hizo
mucho, y el patrón lo perdonó, pero fue un demás.
Se portó bien como un mes; le mandaron hacer
ropa, y trajo libros.
Una mañana ya no amaneció: faltaba la mula del
patrón y mil pesos que tenía en la cómoda. Luego se supo
que él se los había gastado con otros léperos en la feria de
Cojutepeque, y desde entonces no se le ha vuelto a ver...
Ahora dicen que anda por México...
Esa ropa que le manda la señora Engracia es la de
él... Porque con usté serán de un porte y de una edá. Don
Raulo anda en veinticuatro...

81
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

El patrón no quiso casarse otra vuelta, pero ha


tenido varias mujeres. Por todo eso hay regados muchos
hijos suyos, pero él no los reconoce. Hay quien cuenta que
tiene veinte concubinas... Yo digo que son desageraciones:
¡ni que fuera gallo! Cuanti más que ya va pa los sesenta...
Es como lo que dicen de los presidentes: digo yo
que han de ser pitas, o cosas de los cumberos... Porque
da vergüenza, señor, pero usté no tiene idea de cómo
abundan los alcahuetes...
Vea, cuando uno pasa de los cincuenta y tiene
la mujer entera, apenas puede con la obligación... ¡A mí
que no me cuenten historias...! Sólo que lo viera con mis
ojos... Y quizá ni así.
(Estoy enteramente de acuerdo con ño Cleto). ¿Y
usted, don Arturo?
Por la tarde me ha dado un curso completo sobre
el cultivo de la cebolla y de los ajos, que aquí en el volcán
se dan muy bien, pero le haré gracia de ello: ya lo escribiré
algún día en el Boletín. – Corresponsal ambulante.

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La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

MILAGRO “VENTEADO”

LOS INFIERNILLOS, octubre 14.– Hay días de


color de rosa que se deslizan con encantadora placidez...
Dicen que algunos los ven azules (cuestión del
cristal famoso, digo yo)...
Bellísimo y tranquilo ha sido el de hoy... Me
siento optimista, y tengo frío. Cansado de leer dejo el
libro cuando pasa el tren de la mañana, y me dedico a la
contemplación de la naturaleza, y en seguida a la de los
“hermanos” azacuanes, que desde ayer están pasando en
interminables falanges... Van al mar del Sur...
Admiro luego a ño Cleto en sus múltiples
facultades. Este buen viejo me paga en confianza de
buena ley la que yo he puesto en él, y ya no se recata de
mí para dedicarse a su industria favorita: la fabricación
de pólvora. Me dice que se acercan los mejores meses
del año y que antes del primero de enero debe de entregar
como 300 libras a los coheteros de los alrededores.
El azufre lo saca de los infiernillos; el carbón lo
fabrica él, allá arriba, en la montaña, y el salitre lo extrae
de un calichal que hay en una barranca próxima (por
supuesto, ni una palabra de esto, don Arturo. El patrón y
ño Cleto se verían en líos con la Administración y hasta
podrían sufrir vejámenes). Ahora empiezo a comprender
por qué la apreciable comadre de Verapaz me aseguraba
que esta finca era un verdadero “monopolio”. ¿A qué
resulta que también hay sacadera?
Yo ayudo en lo que puedo. Como la hinchazón
de la cara me molesta aún, me limito a darle vuelta a un
barril, sentado en un taburete (la fábrica está instalada en
un rancho aparte, situado a unas cien varas de la casa).

83
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

Tengo una duda y quiero que ño Cleto me la


disipe. Sucede que el “gran milagro” de San Francisco
que la señora Engracia me refirió “la noche del susto”
–como ella le llama pudibunda– se me ha atragantado.
Se lo pregunté a él en la seguridad de que no ha de
engañarme, y me contesta así:
–Pues es tan cierto como que usté está pavoneando
la pólvora.
¿A ver...? Diez días faltan para que se ajusten
nueve años de la gran correntada que arruinó al pueblo.
¡Cabal! Pues en esos días sucedió todo...
La Lola Chiquillo se había casado un año antes
con Rufino Durón, por mal nombre Palojiote, matador
que tenía sus medios, pero muy bebedor y buscapleitos.
Creo que ni un mes le dio la miel a la muchacha...
Y comenzó el padecer de aquella pobre... Primero,
regaños por todo, por nada. Después fueron trompones, y a
lo último, palos. Daba compasión la infeliz... De una gran
arrastrada que le dio Palojiote, la Lola parió fueretiempo
y se vido a la muerte.
Cuando se levantó –la pobre parecía un
esqueleto– empezó a hacerle la novena al Santo Patrono
de la hacienda, para que se la llevara a ella o le quitara al
malvado del marido: ¡allá que viera el Santo!
Pues señor, el día que finó el rezo, un buey josco
cabo cuto que Rufino trajo esa mesma tarde de Jerusalén
le hizo el servicio. Nadie vido cómo fue; hallaron a
Palojiote todo golpeado, hecho un ese homo, dando las
boquiadas… Tres días batalló por no irse al Infierno,
porque era hombre duro… ¡Pero el Santo de la Hacienda
había hecho justicia!
¿Creerá usted que la mujer lloró al hombre
todavía? ¡Sí, señor...! ¡Le digo que se ven unas cosas...!
84
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

La muy tal se jalaba el pelo y decía que ella tenía la culpa,


y que se quería ir con él...
Por fortuna que con el trajín de los nueve días se
distrajo y se consoló pronto.
Pero no se había acabado el rezo todavía cuando
ya estaba otra vez la Lola con más penas que antes ... Dios
se llevo a Palojiote, pero éste dejó tres astillas.
Porque tan malos como el muerto eran los tres
hermanos y empezaron a atosigar a la viuda. Que si porque
aquello estaba porindiviso; que si había un documento de
Rufino con la firma de Manuel, registrado en Guadalupe,
y que si esto y lo de más allá... y no sólo fueron palabras
sino que le quitaron el fierro, y quemaron unos animales,
y también se querían llevar la madera que Rufino había
juntado pa levantar la casa nueva... El Manuel dicen que
la golpió.
No sabiendo de quién valerse –porque aquí no
hay justicia contra los pícaros– vuelve la infeliz a pedirle
al Santo, y le hace otra novena...
Pues, señor, ¡es cosa de maravillar! Dende
la noche antes del último día del novenario se vino un
aguaje que parecía el diluvio. Al otro día llovió tieso más
de doce horas, lo mismo que el doce de junio de este año,
o quizás más.
Rebalsó la barranca que rodea al pueblo de aquel
lado, y cuando los jiotes se percataron, ya iban tragando
lodo entre montones de piedras y árboles camino del
Chorreón, a dar a Jiboa y de allí al mar...
No quedó ni rastro de la casa: los tres perecieron.
Yo no creo que haiga milagro más patente. Y digo que
podrá haber santos más santos que el de la hacienda, ¡pero
más arrechos, no!

85
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

Si yo no lo hubiera visto, ni lo creería ni se lo


contaría a su merced...
Pues señor, la Lola se volvió a casar, gallina que
come huevo...
Ella siguió en el negocio de la matazón y le iba
bien.
En eso vino por aquí de Comandante un Teniente
de la reserva, algo sazón ya, pero con los bigotes que
parecían cachos de ixcanal... Enamoró a la Lola y la tonta
se dejó engatusar.
El hombre sacó pronto las uñas, pero no sé quién
le contó lo del milagro –yo me maliceyo que fue picardía
de la mujer– y ahora es un infeliz y un calzonazos...
En cuanto se desmanda tanto así –el señor Cleto
me muestra la mitad de la yema del dedo índice derecho–
la otra lo amenaza con la novena, y el hombre agacha la
cabeza... ¡Le digo que es para dar risa... !
“Yo sonrío y me quedo pensativo.
–Hay que creer, joven –termina ño Cleto en tono
solemne, disponiéndose a guardar la obra ejecutada en el
día, que negrea extendida sobre un cuero.
Yo le doy una mano.
No sé por qué, pero hoy me siento optimista.
¿Será la inocencia? – Corresponsal ambulante.

86
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

CAPTURA Y PRISIÓN DE NUESTRO


CORRESPONSAL AMBULANTE1

ESTUVIMOS dos días sin recibir noticias de


nuestro Corresponsal ambulante, y ya empezábamos
a inquietarnos cuando llegó a nuestras manos la
tranquilizadora carta que publicamos a continuación:
El Chile, 16 de octubre de 1922.– Señor Director
de El Imparcial.– San Salvador.
Muy señor mío: Después de pensarlo mucho me
he decidido a ponerle esta líneas –porque el correo es
persona de confianza–, con el objeto de comunicarle lo
que le ha pasado a un joven que llegó ayer por la mañana;
que capturaron en la tarde; y al que según dicen llevan por
cordillera para San Vicente o a la capital.
El referido joven llegó a mi casa, y como por
dicha era día de mi santo, yo estaba algo provista y lo pude
atender. Me pidió papel, tintero y un sobre. Escribiendo
estaba cuando llegó la patrulla. El quiso huirse, pero no le
dieron lugar porque eran muchos y habían rodeado la casa:
luchó y sopapeó bien al Comisionado, de lo que todos nos
alegramos, porque es hombre mal visto y odiado aquí.
Lo amarraron y ya se lo llevaban para San Pedro,
cuando llegaron “unos montados” que dijeron que traían
órdenes especiales, y el Comisionado tuvo que entregarlo,
contra su gusto, porque su intención era vengarse de las
trompadas, según se miraba.
Dicen que ese joven es un conspirador temible,
bolchevique o algo así; que antenoche, cuando fue la
comisión a capturarlo al volcán, del lado de Verapaz,
donde estaba escondido, voló la casa con dinamita y que
1
Nota de la redacción de El Imparcial.

87
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

allí perecieron dos deteztives o cuilios. Otros dicen que


él es el que mató a una mujer para robarle, más allá de
Molineros, pero yo digo que no puede ser, porque parece
muy educado y es muy simpático, y siendo un pícaro, pues
no lo hubiera protegido el patrón de mi padrino Cleto.
Yo aquí lo hubiera escondido con gusto y él
hubiera estado muy bien, porque yo soy viuda y tengo
alguna comodidad, pero ya ve que la fatalidad lo dispuso
de otro modo; hay otra vez será.
Por dicha tuve tiempo de esconder lo que estaba
escribiendo, y como ya había puesto la dirección en la
cubierta, dije que sería para usted, y pensé que no hacía
mal en mandárselo junto con esta noticia, por si le
interesa y puede hacer algo por el pobre joven, que me ha
simpatizado, y yo digo que no puede ser criminal.
Esta se la lleva una prima mía que va seguido a
esa motivado a que tiene un asunto en 3ª instancia, que
duró un año en la primera, dos en la segunda, y digo yo
que ahora quizás van a ser tres.
El muchacho que venía con él, que es hijo de mi
padrino, está con calentura y como asustado, hablando
muchas tonterías y mentando a cada rato a la Siguanaba.
Por si el joven es algo suyo le digo que siento
mucho lo que ha pasado y que aquí tiene una inútil
servidora a la que puede mandar con toda confianza.
Con finos recuerdos para su apreciable familia se
suscribe su atenta servidora.– Teresa v. de Murillo.
(Dispense la mala letra).

Nota.– Seguramente hay un error judicial.


Nosotros damos ya los pasos necesarios a fin de que se
esclarezcan los hechos cuanto antes, para que recobre

88
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

su libertad nuestro ambulante Corresponsal y pueda


continuar en su provechosa y seria labor informativa por
esos bellísimos lugares tan bien gobernados, que serían
prósperos y ricos si no fuera la pícara crisis...
Mañana publicaremos la crónica que dejó sin
terminar nuestro activo compañero.
¡Ojalá no vaya a ser esa su obra póstuma!

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La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

LA SIGUANABA

EL CHILE, octubre 15.– No sé cómo puedo


escribirle después de lo ocurrido y de mi carrera en pelo
por las escabrosas faldas del Chichontepec. Sin duda soy
de la misma madera de Enrique Blount y Alcides Jolivet,
los dos corresponsales que Julio Verne pintó en Miguel
Strogoff, o de Ross, el yanqui que el año 64 telegrafiaba
desde el mismo campo de batalla.
Casimiro, como los dioses ruines y de tres al
cuarto, quiso saborear el placer de la venganza... A
ponerse iba el sol cuando Chico se presentó de improviso,
y todo asustado y jadeante me dijo así:
–Ya vienen... Dice el patrón que se vaya... pa
Zacatecoluca... Yo le enseñaré el camino... Casimiro lo
denunció ... Dicen que ya es pulicía. Dése priesa...
Apenas tuve tiempo de coger mi sombrero, el
cepillo de dientes y de echarme al bolsillo unos pañuelos
y calcetines.
Abracé a ño Cleto –que por prudencia fue a
esconderse para observar mejor– y a paso largo salí detrás
de Chico. Pasamos junto a la fábrica de pólvora, y por una
vereda empinada que conduce a la salitrera nos metimos
al cafetal. El muchacho, ágil como una ardilla y ligero
como un gamo, se ve obligado a esperarme cada cinco
minutos. Parece que es él el perseguido, y que, cual otro
Mercurio, tiene alas en los pies.
Pronto se hizo de noche. Después de una hora
de caminar, yo no podía más, e hicimos alto. Me arrimé
sin aliento a un árbol... La obscuridad era completa...
Allá abajo se veían brillar las lucecitas del pueblo, y más
lejos, otros grupos de inmóviles luciérnagas, indicaban la

90
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

situación de los diversos caseríos... En aquel momento


vimos un resplandor fugaz por el lado de la finca, y
segundos después escuchamos un trueno seco y corto.
–No nos detengamos mucho –dice Chico– parece
que va a llover. A ver si logramos llegar a la molienda de
mi tío Nacho. De allí hay buen camino para Guadalupe,
pero dejaremos el pueblo a un lado, y seguiremos para La
Laguneta...
Hay que procurar pasar antes que amanezca, pa
llegar al Chile a buena hora... Allí vive la Teresa, una
ahijada de mi papa, y ella lo esconderá hasta que el patrón
lo mande a sacar para Virola...
–Adelante, pues –dije yo disponiéndome a
seguirlo.
Y vuelta a atravesar barrancos; a asirnos de
chiriviscos y raíces; a emplear las uñas, los codos, las
rodillas y hasta las narices...
Cuando ya no puedo más, hacemos otro alto.
Tengo mucha sed y una hambre atroz...
–Adelantito hay un chagüite –me dice Chico–. Ya
estamos cerquita de la molienda... Ahora no trabajan, pero
debe de estar el guardián y nos ha de dar aunque seya una
tortilla...
Nos ponemos de nuevo en marcha. Apago mi sed
en el pequeño arroyo anunciado por mi guía y al doblar un
gran saliente del cerro, éste se detiene bruscamente:
–¡A güen! –dice sorprendido–. Ya están moliendo
onde mi tío...
Efectivamente, como a unas dos cuadras se
escucha la algazara y se distinguen las luces de una
pequeña molienda... ¡Qué raro! Son como las diez de la
noche y a esa hora no se suele trabajar... En fin, pronto
hemos de llegar: ¡ale!
91
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

Encontramos una pequeña vereda, y por ella


descendemos, casi contentos
...–A güen –exclama Chico parándose en seco
nuevamente–, ¡si allí no hay nada!...
Realmente, ya no se ve ni se oye nada. ¿Qué se
hicieron las luces y el ruido?
Chico se acerca temblando, y me agarra de un
brazo...
–Patrón –me dice–, tengo miedo. (Los dientes le
castañetean).
–¿Pero qué es lo que te aflije, hombre? Habremos
visto mal. (Finjo una serenidad que estoy muy lejos de
sentir).
–Patrón; yo sé lo que le digo: allí hay espantos…
¡Brrrr!...
–¡Bah! No digas tonterías... Sigamos y veamos
si hallamos algo de comer, que yo me estoy muriendo...
Chico tiembla como un azogado, y sin soltarse de
mi brazo, echa a andar.
Pronto llegamos a la galera donde están los
peroles... Tropiezo en un molde: silencio completo.
Enciendo un fósforo y me convenzo de que allí no existe
alma viviente… En el fondo de un perol hay empozada
un poco de agua de lluvia… El trapiche duerme bajo su
cubierta provisional de tejas, resguardado además por un
cerco de canasto. Nos acercamos al rancho del guardián.
Llamamos y no responden nadie...: la puerta está atada
por fuera. Entramos: aquello también está solo. Veo un
mísero candil de barro y lo enciendo. Busco ansioso y
encuentro una tapa de dulce sobre una lata que cuelga de
una travesía... Con el corvo de Chico lo parto en dos, y le
doy la mitad... Lo veo más tranquilo y salimos corriendo.

92
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

A pocos pasos se escucha el murmullo de un arroyo...


Una espantosa carcajada estalla entonces en el fondo
de la quebrada... A mí se me erizan los cabellos... Chico
me abraza como un pulpo; creo que de buena gana se
incrustaría en mí.
En aquel mismo instante sentimos sacudir
con violencia las copas de los árboles y escuchamos
una gritería infernal. No parece sino que andan sueltos
millones de micos... En medio de la terrible algarabía se
distinguen tremendas risotadas de mujer.
–La Siguanaba, patroncito –murmura Chico más
muerto que vivo...
Yo siento que me restriegan con hielo la columna
vertebral.
La algazara se aleja, quebrada arriba... y nosotros
nos lanzamos, quebrada abajo, como alma que lleva el
diablo...
No nos detuvimos sino cuando llegamos al
camino que de Verapaz conduce a Guadalupe.
Allí nos damos cuenta de la situación y
reflexionamos un minuto. Decidido el punto nos dirigimos
hacia el último pueblo...
Llevo a Chico casi a rastras: lo siento tiritar. Por
no quedarse solo, el infeliz hace esfuerzos inauditos, y
anda, me sigue...
Atravesamos el pueblo sin más novedad que un
saludo que otro en forma de ladrido...: no contestamos.
La noche es clara: próxima a irse, la luna alumbra
tenuemente.
Sacando fuerzas de flaqueza trepamos la cuesta
interminable, por en medio de inmensos frijolares, y
llegamos a La Laguneta cuando clarea apenas por Oriente.

93
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

¿Pero es esto El Salvador o es Suiza? ¿Estaré


soñando?
Aquello es hermosísimo, de una belleza
incomparable...; pero no hay que detenerse... ¡Avanti!
Divisamos las primeras casas de El Chile cuando
el sol...
(Así termina la última carta de nuestro pobre
Corresponsal ambulante).

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La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

RESURRECCIÓN

LA CÁRCEL, Lorenzana, octubre 22.­-

“Apurar cielos pretendo,


Ya que me tratáis así,
Qué delito cometí
Contra vosotros naciendo;
Aunque si nací ya entiendo,
El delito cometido...
Bastante causa ha tenido
Vuestra justicia y rigor
Pues el delito mayor
Del hombre es haber nacido...”1

No sabiendo por dónde empezar, creí oportuno


hacerlo con una de las décimas del monólogo de
Segismundo, versos que he recitado infinidad de veces
durante los cinco interminables días que permanecí
incomunicado.
¿Ha leído usted algo más vibrante que esa pintura
del derecho del hombre al goce de la libertad, hecha en
armoniosos versos y puesta en boca de un prisionero, por
el magnífico Calderón de la Barca en su drama La vida es
sueño, siglo y medio antes de la Revolución? Pues... ¿y el
final? Esencia y resumen del hermosísimo monólogo, voy
a trasladarlo de mi memoria al papel:

“Qué ley, justicia o razón,


Negar a los hombres sabe

1
Que me perdone Don Pedro, desde la Gloria, si por debilidad de mi
memoria he alterado en algo su sonora décima.

95
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

Privilegio tan suave,


Excepción tan principal,
Que Dios le ha dado a un cristal,
A un pez, aun bruto y a un ave?”

Verdad es que nada se adelanta con inútiles


lamentaciones; que no hay que llorar sobre la leche
derramada y que no debemos acoquinarnos por las
picardías de la suerte, que es, al fin, una coquetuela
irresponsable; mas cierto es también que cuando corre
sangre en vez de horchata por nuestras venas, no es digno
soportar sin enérgica protesta los atropellos de los fuertes
ni los errores de la justicia. En fin, y sentada mi protesta,
comunico a usted mis penas para que me pesen menos,
y le digo que no mintió el que dijo: “Quien canta, su
mal espanta”. Por eso he canturriado tanto, maltratando
sin piedad desde Madame Butterfly hasta The Sheik, y
he recordado las canciones que aprendí en mi infancia,
inclusive el monótono arrurrú conque mi nana me
dormía...

“Dormite niñito
Cabeza de ayote...”

(El dúo final de Aída y el miserere del Trovador,


naturalmente, han hecho el gasto, después de la
imprecación de Segismundo).

Sentado lo que dejo dicho, ¿creerá usted que he


renegado en grande porque otros infelices vecinos míos se
permiten espantar sus penas por idéntico procedimiento?

96
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

Bueno; pero es que no hay que extralimitarse, o dicho sea


de modo más crudo, “no hay que jeringar”.
Cerca de mi celda sueña de 6 a.m. a 9 p.m.
un guitarrillo, requinto o no sé qué, del que su dueño
arranca valses primitivos –acaso la célula del vals–,
mazurcas lánguidas o pasodobles místicos, todo original
sin jerónimo de duda (la reja ha salvado al tocaor de una
estrangulación fulminante: créalo).
Un clarinete que oigo más allá me convence
de que si el divino arte de Euterpe domeña las fieras de
la selva, no ha logrado aún vencer las pasiones de los
hombres...
Se me figura que el preso es Pérez, el simpático
Pérez de La marcha de Cádiz, y desearía comunicarme
con él (ahora caigo en que Pérez no tocaba el clarinete,
y que otro lo desempeñaba, como les pasa a algunos
maridos y a ciertos gobernantes).
El músico ejecuta unas escalas y variaciones,
que se parecen al preludio de la graciosa polka‑mazurka
del maestro Valverde... Todo iría muy bien si al artista
no se le ocurriera de vez en cuando –léase todos los
días– recordar una de esas marchas fúnebres, típicas de la
procesión del “Santo Entierro”...
Del otro lado escucho una guitarra. Sus graves
sones acompañan la triste canción de un trovador
prisionero, no en las doradas redes de Cupido, sino, ¡ay!
en inmundo calabozo. ¿Será acaso un inocente como yo?
¡Pobrecillo...!
Un poco más lejos, por el mismo rumbo, un
émulo de Sarasate rasca sin descanso las tripas de un violín
de pacotilla. Suele tocar un schotis que según recuerdo
machacaba diez horas diarias la chica de un hotelero en

97
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

San Miguel, o si no, se duerme, repitiéndolo de manera


inconsciente, en los primeros compases del God save the
King (antes era Queen: cuando sea Jack me avisa).
Yo le llamaré de hoy en adelante “Sálvese quien
pueda”.
Pues... ¿y un tío que toca el pito, ese terrible
instrumento inventado por Pitágoras según Melitón
González?
Este se bate con El Mango, La Norteña y El
Trapiche.
¡Qué molienda, Señor!
Nos obsequia también con la Canción del
General Regalado –música de las Marsellesa–, la que oí
cantar a un ciego en El Chile, una de cuyas estrofas dice:

“¿Dónde está el General Regalado?


¿Dónde está ese valiente escuadrón?
Los chapines ya van derrotados...”

¡Sí, sí...! Así se escribe la historia...


¿Pero es que en este pueblo todos son músicos,
los presos inclusive?
Afortunadamente me queda lejos y logro
dominarlo recitando aquello de:

“Nace el ave, y con las galas


Que le dan belleza suma,
Apenas es flor de pluma
O ramillete con alas...”

Quisiera apartar de mí los recuerdos tristes;


pero al contrario, me persigue el sonsonete de poesías
lacrimógenas como ésta:
98
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

“Voy a morir, perdona si mi acento,


Vuele importuno a molestar tu oído”.

Otro de los versos que recuerdo con frecuencia


es el famoso Yo pienso en ti, y no porque me consuma
de amor por Dulcinea alguna, sino porque he dado en la
flor de dormir poco por las noches –la maldita ley de las
compensaciones– y ¡claro!,

“Las largas horas de la noche cuento...”

Pero vamos al grano. Voy a narrar lo ocurrido


desde que salí de El Chile. Trataré de hacerlo con cierto
método, adoptando desde luego el orden cronológico.
Llegué aquí el 16 por la noche, no reventado
sino deshecho. Mi vía crucis, la descripción del Centurión
y de la Guardia Pretoriana, se lo referiré a su tiempo. A
Herodes, Pilatos, Anás y Caifás, no los conozco todavía
–ni ganas–, pero todo se andará.
Al no más llegar me sumieron en estas honduras.
Descubrí un petate, me enrollé sobre él como hacen los
perros; improvisé con mis doloridos brazos una almohada,
y dormí como un bendito... Veintidós años, siete leguas a
pie y una conciencia tranquila... diga usted que no hay
mejor narcótico (y puede omitir, si gusta, la tranquilidad
de conciencia).
No crea usted que el Ser Supremo me ha dejado
de su mano... alguien me protege. ¡Qué cierto es aquello
de que “Dios aprieta, pero no ahoga”! Dígolo porque tres
veces al día me arrojan un paquete por el tragaluz –esto
diga usted que es puro tropo– y siempre hallo dentro panes
con gallina, queso de mantequilla y hasta salchichón...

99
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

del país (hoy encontré también matagusanos y tortitas de


camote).
Yo le preguntaba al tío que entra y sale con la
tinaja y otros chismes, pero no se dignaba escucharme,
que “no hay peor sordo que el no quiere oír”.
(Verdad es que a la puerta se quedaba, sin
quitarnos el ojo, un cabo bigotudo, blandiendo un vergajo
en la derecha mano).
No quiero añadirle otros quebraderos a mi pobre
cabeza haciendo hipótesis absurdas sobre quién puede ser
mi protector misterioso... Por de pronto le he echado el
ojo a Pilatos...
Peor para él si no resulta verdad. – Corresponsal
soterrado.

100
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

EL DÍA DE SANTA TERESA

LA CÁRCEL, Lorenzana, octubre 23.– Fiel a


la promesa que le hice ayer en mi primera de la serie que
seguiré firmando Corresponsal Soterrado –y quiera Dios
que termine pronto de serlo– voy a relatarle lo ocurrido
desde mi llegada al Chile, hasta que me bajaron a esta
cueva inmunda.
Relamíame de gusto en la finca Santa Teresa,
propiedad de la viuda de Jairo (la llamo así porque ignoro
el apellido del difunto, y yo creí que esa noche iba a haber
allí una resurrección).
Ahora sí que viene a pelo de “más vale llegar
a tiempo”... La tal Teresa resultó una real hembra... Creí
leer en sus ojos no sé qué secretas promesas... De niño
me extrañaba que Colón se hubiera enamorado de la india
doña Marina. ¡Almirante; ego te absolvo!
Era día de Santa Teresa, de la Doctora insigne
que sin pisar las aulas sabía más, ¡muchísimo más!, que
otros que habían desgastado las baldosas de Alcalá y de
Salamanca, y lo que es más cruel, que algunos de los que
andando cuatro siglos sacarían menciones honoríficas en
la modesta barraca que fundó D. Juan Lindo1.
Según sus panegiristas, Teresa de Jesús es,
después de la Madre de Dios, la santa más grande que
triunfa en el Cielo.
Deseo “quedar bien” con su homónima del
Chile, y al efecto exprimo mi memoria queriendo recordar
los lindos versos que aprendí leyendo con frecuencia la
vida de la Santa, libro que una hermana mía recibió de

1
Nuestra Universidad Nacional.

101
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

“premio” en el Sagrado Corazón. Desgraciadamente sólo


recuerdo trozos sueltos, y algunos pocos agradables por
mis circunstancias, como aquel tan bello de...

“Ven muerte tan escondida,


Que no te sienta venir,
Porque el placer de morir
No me vuelva a dar la vida...”

La verdad, en este punto no andamos de acuerdo


la virgen de Ávila y yo... Vano fue también mi esfuerzo por
recordar la sutil explicación que la valiente Madre diera
a los escabrosos versículos del Cantar de los Cantares,
capaces de sonrojar a un conocido periodista, veterano en
todo, y tan colorado como ciertas poesías naturalistas que
se publican por ahí, sin duda de poetisas en celo, y quizás
para hacer bajar los ojos a las solteras de más de cincuenta
años.
(Del rubor se encarga la química).

“¡Oh! Si Él me besara,
Con ósculos de su boca...!”
……………………………………………
“Mejores son tus pechos que el vino...!”

Me parece recordar que la santa Madre,


enredada o perdida en este laberinto, concluía por advertir
a sus hijas, las monjitas, que cuando buenamente no
entendieran algo, no se cansasen, o los decía: “Mirad,
hijas y no os hagáis las tontas, que ya bastante nos ha
hecho el Señor”.

102
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

¡Sabio consejo, por mi fe!


También es de ella esta verdad de a folio:
“Cuando el Señor quiere darlo a entender, su Majestad lo
hace sin trabajo nuestro”. Así lo creí yo toda mi vida, y no
otra cosa le digo a diario a un maestro carpintero que se
ha empeñado en hacerme evangelista, o en que me caiga
“la gracia divina”, como él dice (el pobre se escandaliza
porque yo le digo que prefiero sacarme la lotería).
Viendo a Teresa tan peripuesta por la doble
fiesta –disimule la consonancia– ordenar a sus esclavos2
como una reina, y hablar con tanto aplomo de huateras y
desponjos, creo hallarme en presencia de la mismísima
Ceres.
Descendiendo en seguida del Olimpo al Chile,
recuerdo estas palabras del Rey Sabio:
“Morena soy, más codiciable...” “No miréis en
que soy morena, porque el sol me miró...” ¡Pero qué pillín
era ese Rey Chomón!
A mí también me gusta el color de la canela...;
quizá más que su olor.
Recuerdo que mi padre tarareaba este trocito de
una zarzuela antiquísima:

“Si te gustan las rubias las hay de mi flor,


Si te gustan morenas son mucho mejor...”

¡Content! –Decía yo, recordando al Hombre que


ríe (sólo que éste anteponía un non tremendo).
Se me hacía agua la boca, don Arturo. Tiene
esa mujer un modo de mirar... y una sonrisa que ni la
Gioconda.

2
No otra cosa son todavía nuestros criados y mozos de labranza.

103
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

No sabe usted cómo bendecía yo a Casimiro, a


los cuilios, y a don Fulano por su ocurrencia de mandarme
a este paraíso, situado como a mil quinientos metros de
altura (centímetros más o pulgadas menos). ¿Por qué no
me mandaría antes? ¡Oh! ¡Qué fresco tan agradable...! ¡Y
cómo se debe dormir aquí de bien...! (Así pensaba yo,
suspirando).
Al llegar no más me metí al cuerpo cuatro tamales
de güegüe­cho legítimo, con las tazas correspondientes de
riquísimo café. Acto seguido acepté la hamaca que me
brindo la diosa, y dormí de un tirón hasta las doce. ¡Ojalá
nunca hubiera despertado...!
Honré como debía el suculento almuerzo, que
tomamos en amor y compañía de una media docena de
gaznápiros de ambos sexos, parientes de Teresa.
Un tío bizco –tío de verdad– me miraba no sólo
torcidamente, sino de mala manera (no conocí a Judas,
pero de seguro se le parecía). Se despidió el primero
yéndose cabizbajo y gruñendo no sé qué (pensé que no
iría a nada bueno)...
Me dispuse a repetir la siesta, y contemplando la
pequeña imagen de la Santa poetisa castellana; musitando
aquello, suyo también,

“Vea quien quisiere


Rosas y jazmines,
Que si yo te viere
Veré mil jardines.”

caí en brazos de Morfeo y soñé cosas muy bellas de las


dos Teresas...

104
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

Desperté como a las cuatro: ¡qué ajeno estaba


de que la tempestad se cernía sobre mi cabeza...!
Obsequiáronme con un refresco estupendo, que
parecía helado...
Luego pedí papel y tinta, y emborroné unas cuartillas
para usted...

De repente, la Sulamita, o mejor dicho


Teresa, entra lívida y me dice acongojada que vienen a
prenderme...
Salto rápido por una ventana. ¡Mal rayo! (¡La
maisón est cer­née). Estoy cogido.
No quiero empañar la placidez de esta crónica
con el relato doloroso del final de un día que si amaneció
entre nieblas, se había tornado esplendoroso, y creía
yo, ¡mísero y triste!, que acabaría en la gloria o en su
vecindario...
Prefiero conservar sólo el recuerdo de mis
ilusiones perdidas, de esas

“Hojas son, ¡ay!, desprendidas


Del árbol del corazón...”

como dijo el romántico Espronceda. –Corresponsal


Soterrado.

P. S.– Supongo que no descuidarán mi asunto, y que


se dará la velada de “ordenanza” a beneficio mío, pues
aunque la administración de justicia sea gratis, nadie sale
de la cárcel sin dejarse unas cuantas tiras del pellejo entre
las uñas de los acólitos de tan venera­ble señora.. Mas para
dejarlas, es preciso tenerlas.

105
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

Cierto es que escasean ya el valor cívico, el


patriotismo, la honradez y otras antiguallas, pero confío
en que no ha de pasar lo mismo con el “joven” y moderno
compañerismo.

106
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

POR CORDILLERA

LA CÁRCEL, Lorenzana, octubre 24.– Detesto el plagio


en sus dos acepciones, y por eso no bautizo esta crónica
con el mote de “Mi Calvario”, aunque le corresponde de
derecho. No es que yo pretenda ser original, pero entiendo
que debemos procurarlo sin... caer en exageraciones.
Imposible es, por demás, no parecerse a nadie en el estilo
o en la manera de saludar; mas una coincidencia no es
desdoro: un plagio sí...
(Para exordio me parece suficiente).
¿En qué me quedé ayer? ¡Ah! Sí: en que me vi
rodeado por el auxilio del Comisionado...
¡Qué fachas! Más parecían salteadores que
agentes de la autoridad...
¡No lo pasarían bien si se toparan con Don
Quijote...!
Yo, por no ser menos que Don Pedro de
Alvarado, forcejeé con Tecum‑Umán (ignoro cómo se
llama el bárbaro que me aporreó). Dichosamente no le
di muerte ni salí con descalabraduras de mayor monta:
fue mi pobre indumentaria la que hizo el gasto. Lo de
siempre...; al chucho más flaco... etc.
Bien asegurado me condujeron a una galera con
pretensiones de Ermita (asegurado significa atado de pies
y manos, con todas las vueltas que permiten los mecates,
que son los mismos que sirven para la conducción de los
voluntarios del Ejército).
El Comisionado sacó un envoltorio del bolsillo;
extrajo un mugriento papelito, y posaba alternativamente
su mirada sobre él y en mi linda cara. A cada confrontación
hacía signos afirmativos con la cabeza. No le cupo duda:

107
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

era yo el que buscaban. Uno de los sayones le dijo no sé


qué al oído...
–¿Cachetes inflados...? Pues claro que los tiene
soplados. ¿Para qué los querés más? –dijo el representante
de la autoridad.
–Señor Alcalde, o lo que usted sea –dije yo–,
esta hinchazón de la cara...
–¡Silencio! –Me respondió aquel bárbaro–. Allá
abajo decidirán...
En el momento se acercó al galope un grupo de
jinetes (aunque puede que fuera sólo al trote).
–¡A ver! ¿Quién manda aquí? –preguntó con
garbo el que parecía jefe.
–Yo soy el Comisionado de este Cantón
–respondió humildemente mi aprehensor, al ver las
carabinas.
–Pues yo tengo orden de hacerme cargo del
reo –respondió el de a caballo–. ¡A ver! ¡Ustedes!
–añadió dirigiéndose a cinco compañeros–. Cojan las
puntas del mecate, y ¡al camino!
La multitud de curiosos se apartó a un lado y
empezó mi calvario (y dále)...
Al pasar frente a su casa divisé a la Teresa
llorando. Me dijo “adiós” con el pañuelo (me pareció ver
sonriendo en la puerta al tío de la fosca vista).
Llegamos a Guadalupe bien entrada la noche.
Mientras mis guardianes iban a sus quehaceres y
necesidades, me archivaron en el calabozo del Cabildo,
pero dejándome un centinela de vista. El Jefe dijo que iba
a telefonear.
Volvió como a la hora, apestoso a zapotillo, y
ordenó que me registraran.

108
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

Me quitaron todo, menos el cepillo de dientes.


Protesté por el despojo del dinero.
–Cumplimos órdenes y somos muy cabales
–dijo uno–. Allá puede usted reclamar. Son cuarenta y
siete pesos un rial: ¿está conforme?
Yo me encogí de hombros, y supliqué que me
dejaran un pañuelo (dijeron que podía ahorcarme con él,
y callé).
Por imperiosa necesidad pedí que me soltaran
los brazos. Dis­cutieron un momento, examinaron la
gruesa puerta de madera, y accedieron... ¡Qué feliz fui!
Pedí agua.
–Aquí hay –dijo una pobre mujer alargando a
través de la reja una jarrilla ahumada...
¡Señor mío Jesucristo! ¿Qué habría sido de Ti
en tu calvario sin las pobres mujerucas? ¡Oh, la mujer...!
¡Vale mil veces más que el hombre...! Y con ser nosotros
tan viles y despreciables, las pobrecillas nos aman. ¡Por
el amor de un hombre, son capaces de las cosas más
sublimes y ... también de las mayores ignominias!
Víctimas nuestras, para mí todas son santas.
Pobres y ricas, jóvenes o viejas; blancas y negras, listas
o bobitas, sabias e ignorantes, todas tienen un rinconcito
en mi corazón (y no lo decía porque estuviera en Rincón
grande, que así se llamaba antes el pueblo)...
Al amanecer me amarraron de nuevo y ¡en
marcha!
Antes de llegar a Verapaz encontramos un
piquete de caballería. El oficial, un politécnico, es amigo
mío: yo veo el cielo abierto...
En este pueblo me enchironan de nuevo, y
mientras, recados vienen y recados van... El teléfono
funciona que da gusto...
109
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

Escucho voces femeninas que suplican a mis


guardianes... ¡Ellas! ¡Siempre ellas...!
Miro y veo a la comadre y a su hija, la de la
musa o lira muda, que llorosas imploran permiso para
darme de comer...
Un oficial se impone y da la orden. Me sueltan
de nuevo y puedo satisfacer al estómago ruín y miserable,
causa única de que haya tanto sinvergüenza por el mundo...
Mientras yo como, la poetisa, por medio de la
telegrafía sin hilos –el alfabeto de las manos­– me cuenta
que su padrino está en salvo (palabra de honor que me
alegro).
Me obsequian en seguida con un vaso de cerveza
que me sabe a gloria (la emoción me embarga y no puedo
dar las gracias).
No sé qué esperamos: el teléfono suena
siempre... Algunos jinetes caracolean en la plaza. Veo más
tropa, policías, guardias, ¡la mar! Rodeando el Cabildo
hay como dos mil personas1.
A eso de las tres nos ponemos en marcha.
Cerca de Tepetitán –¡maldito pueblo!– Se arma
una tremolina de los diablos. Se oyen gritos y todo el
mundo corre, huye de algo...
–La artillería... –pienso yo (lo mismo ocurre
siempre en las maniobras y en los combates).
–¡A‑pár‑ten‑se –grita uno con voz estentórea–
que vienen los toros con rabia...!
1
No crean que exagero. Cuando penetraron a mi casa los esbirros, para
capturarme, a fines de mayo de ese mismo año, hallábame tranquilamente
ayudando a mi hijo pequeño a resolver un problema. Yo esperaba el atropello y
no opuse resistencia.¡ Pero qué aparato de fuerza. Señor! La manzana rodeada
de policías, con tres armas cada uno (entonces no había monitores).
Luego tropa en las esquinas y un batallón en la plazuela... ¡Movilización
completa!
Al recordarlo, siento más vergüenza por el país y por ellos que por mí.
110
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

Me cogen en peso y me encaraman a un bordo.


Desde allí veo desfilar unos animales flacos, desfallecidos,
y quizás mal educados porque sacaban la lengua.
Adelante y atrás iban unos individuos tocando
sendos tambores. Otro, vestido de payaso, que me recordó
a nuestro viejo Chichimeco, lleva en la mano derecha una
enorme alcuza en forma de aceitera de trapiche, y de vez
en cuando les echa unas gotas de cierto líquido dentro de
las orejas. En la izquierda empuña una dulzaina. Después
he sabido que era láudano o un bálsamo cuya fórmula dio
el Mago de Tilarán o de no sé dónde –fórmula de seguro
robada a Debayle– y que, como Votán, viene de Oriente y
desembarcó en La Unión.
Los pobres animalitos, llevando cada uno
colgado del pescuezo en vez de cencerro un cartón en
que se lee “BAR”2 nos miran pidiendo misericordia. ¡Qué
bar‑bar‑i‑dad!
2 ¡Los toros con rabia...! Uno de los mil y tantos episodios ridículos de nuestra historia,
provocado por nuestros eternos sabios...
Un Gobernador diagnosticó rabia en un animalito que tal vez se debatía con un tábano en la
oreja, y al teléfono: a alarmar a todo el Gobierno y a dar qué hablar a los periodistas, que se
pirran por esos asuntos (interesan y no comprometen).
El sabio Director de Agricultura en aquella dichosa administración cuyas eran las iniciales
BAR que los bueyes ostentaban, después de telefonear a toda la superioridad, ordenó que los
animalitos fueran remitidos a la capital con todas las precauciones del caso.
Con ocasión de este ridículo episodio, le jugaron una graciosa broma al Director de Sanidad,
mi estimado amigo el Doctor D. Juan C. Segovia.
Un su colega guasón, tomó uno de los teléfonos del Hospital, y rodeado de otros médicos,
empezó la broma. Llamó al Doctor Segovia.
—Aló... ¿Quién habla? –Preguntó éste acudiendo en el acto.
—De aquí del Ministerio de Gobernación... Es para decirle que los toros con rabia acaban de
llegar, y se ha dado orden para que los lleven a la casa de usted...
—Pe… ¡pero eso no es posible! Mi casa es muy pequeña, no tiene traspatio y... no puede ser.
—Yo no tengo que ver: le comunico la orden que me han dado, y nada más...
—¿Pero no sería mejor mandarlos a... al rastro?
—Yo no sé nada: haga usted lo que quiera...
Y al par que éste soltaba el teléfono, soltaban todos la carcajada...
No recuerdo la suite de esta chucanada.
Y la historia se repite...
Con motivo de la reciente epidemia de cerdos que según dicen resultó un falso, parece que
algunas autoridades demasiado celosas dispusieron el fusilamiento en masa de los de la vista
baja en algunos lugares del país...
“Muerto el chucho se acabó la rabia”, pensaron de seguro nuestros inteligentes funcionarios…

111
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

Vienen a patita desde la vecina Insula de


Usulután, porque en el ferrocarril se negaron a darles
pasaje gratis (la contrata no habla de toros, sino de
Presidentes, etc.)
Son cinco o seis... Los más han muerto causa
la rigurosa dieta hídrica prescrita por el Gobernador.
Francamente, sería una pérdida para la ciencia que no
llegara ninguno a su destino.
Los llevan sin duda a una Casa de Salud. ¡Dios
tenga piedad de ellos!
Por fin se restablece el orden; redoblan los
tambores, y continúa mi vía crucis.
En cada pueblo o caserío esperaban millares de
curiosos.
–¿Quién será? –se preguntaban los unos a los
otros. Yo alcanzaba a oír: “Es el que mató a la Inocente”;
o bien: “es el que reventó a los cuilios con dinamita”.
Unos decían que yo era el Doctor X... y otros que era el
coronel Z... La verdad, ni yo mismo sabía ya quién era yo.
Llegamos a Lorenzana al oscurecer. En el
Calvario esperaban las autoridades y media población, o
quizás los “cuatro séptimos”. Busqué receloso si se alzaba
una cruz, y entonces me pareció distinguir a Poncio.
–Viva el pre... –gritó un entusiasta; pero no
concluyó porque le taparon la boca: Ignoro si el viva
era para mí, o si al ver aquel aparato me habían hecho el
altísimo honor de tomarme por otro, o … el pelo.
–El es...
–No es él...
–Te digo que es el del “duro falso”...
–Te apuesto que es Z...
¡Ay! Así llegué aquí, don Arturo. – Corresponsal
soterrado.

112
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

PRIMER INTERROGATORIO

LA CÁRCEL, Lorenzana, octubre 25.–


Meditando estaba sobre la vanidad de las glorias de
este mundo, y pensando alguna que otra herejía de los
hombres, especie mil veces menos noble que la de los
perros y más cruel que la de sus primos los lobos, cuando
la puerta se abrió, y una voz, en tono seco e imperativo
me dijo:
–Salí, vos
Me puse los zapatos –que por higiene me había
quitado– y empecé a atarme las pitas...
–¡A priesa! –me gritó el cernícalo ya
mencionado.
Lo seguí callado. Subimos la escalera. La luz
me ofendía, y quizás hice un gesto cómico, porque la
media docena de corchetes que debía escoltarme se soltó
en risotadas.
Temí que atravesáramos parte de la ciudad,
mas afortunadamente no salí del mismo edificio. Digo
afortunadamente, porque aunque no seamos criminales,
ofende la estúpida curiosidad del vulgo... Yo no he amado
nunca la popularidad, y no sé por qué se me figura que es
un gusto peculiar de los ambiciosos o de los imbéciles (si
soy imbécil, seré una excepción).
Me condujeron a un cuarto sobre cuya puerta
había un rótulo fresco que decía: “Juzgado Especial
Extraordinario”. “Horas de audiencia: de 1 a 4 p.m.”
(Parece que debido al notable aumento de la
criminalidad producida por el ferrocarril y la baja de la
venta de licores, los juzgados se recargaron de trabajo y
los empleados empezaron a sufrir de surmenage).
El Juez especial es un tipo extraño, a pesar de
tener estatura regular, y todo regular, menos el pelo que

113
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

tira a curunco, y la voz que suena como flauta. La edad es


indefinible: yo le calculo más de treinta años y menos de
setenta (trataré de verle un colmillo).
El hombrecito me mira de reojo y continúa
impávido viendo al Secretario coser con una lezna un
expediente del grueso de la Biblia. ¡Diablo! ¿Será el mío?
Cuando le roncó la gana, dio media vuelta en la
silla y me hizo señas de que me acercara (tiene fama de
ser un gran criminalista y gallero eminente).
Me miró largo rato sin desplegar los labios:
yo estaba impacientísimo. ¿Irá a hipnotizarme este tío?,
pensaba yo. Me tranquilicé al verle bostezar...
Al fin se dignó romper el silencio, y en tono
displicente, como si hablara consigo mismo, me preguntó
cómo me llamaba...
Le dije mi nombre...
Después de una pausa más que regular, añadió
animándose:
–Es inútil que mienta: lo sabemos todo.
Me hizo sonreír la petulancia de aquel Salomón
en tomatada.
–Me llamo como acabo de decirle –insistí yo.
–¡Miente usted! Usted es el doctor X (el
chacalincito se exaltaba)... Además, ya lo confesó en el
Chile, en el momento de su captura.
–Dispénseme, señor, pero yo no he dicho
semejante falsedad–. Comprendí entonces, eso sí, que
el Comisionado se había equivocado, pero su error me
favorecía por el momento, pues supongo que hay interés
en conservar la vida de ese señor, y así la mía correría
menos riesgo...
–Su filiación coincide exactamente con la del
doctor X... Estatura, regular; nariz, regular; boca, regular;
114
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

etc.; señas particulares: tiene los cachetes soplados (yo


sonrío).
–Efectivamente, señor Juez, ese fue el motivo
del error. El día de mi captura yo estaba algo hinchado de
la cara...; pero ahora ya ve usted: no tengo nada...
–¿Y quién me asegura que por medio de
masajes u otros procedimientos –porque dicen que usted
es hombre de mañas y recursos– no ha logrado rebajarse
los cachetes?
–¡Señor Juez, por Dios! Usted debe comprender
que eso es imposible...
–¡Hum! Qué sé yo... ¡La ciencia ha adelantado
mucho, y usted dicen que es nigromántico...!
–Gracias... Ignoro si lo será el doctor X...; en
cuanto a mí, le aseguro que no sé con qué se come eso...
Además, el doctor X... tiene más de cuarenta años, y yo
veintidós.
–¡Y el doctor Fausto? Usted cree que yo no
estoy al corriente de todo eso, y de los trabajos de Carrel,
y de las maravillas que han logrado con las glándulas de
mico? (Sic).
Me sonrío de nuevo, pero siento unas tentaciones
terribles de retorcerle la glándula a aquel micoleón...
–Y si usted no es el doctor X..., ¿quién es usted
y por qué trató de huir?
–Ya se lo dije antes; yo soy Mengánez, un infeliz
corresponsal meritorio, sin más emolumentos que una
tarjeta para poder admirar a la eminente trágica e inmensa
actriz doña Virginia. Y ni eso aproveché, pues por venir
a averiguar si el chapulín del cantón Guancín era o no el
mismo que asoló el imperio de los Faraones, me veo en
este trance.

115
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

–¿Pero quién lo ha mandado a usted?


–Don Arturo Reyes: pregúntele...
–¿Y por qué trataba usted de huir, en el Chile...?
–Porque vi que iban a capturarme.
–Pero un inocente nada debe temer de la
justicia...
–En teoría, tal vez; pero en la práctica es muy
diferente...
–¡Tenga presente que está delante del Juez!
–No lo olvido ni un momento...
–También hay fuertes presunciones de que sea
usted el asesino de la Inocente Tórtola...
–¡Como! ¿Asesino yo? Señor Juez, preferiría
ser el doctor X...
–Sí...; ya voy comprendiendo... ¿Sería usted “el
joven del duro falso”?
–No comprendo una palabra, señor Juez...
–Ya... ya haremos que comprenda. Ahora sírvase
decirme qué circunstancias lo han traído por aquí; en qué
fecha llegó; por qué se encontraba usted en el Chile y a
dónde se dirigía...
Yo me desenredaba como podía, pero sin duda
se me fue la mano... El hombrecillo se puso como un
pimiento, y exclamó echando lumbre:
–¡Tenga presente que está usted ante el Juez, en
el Palacio de Temis!
Paseo la vista por aquel cuarto destartalado y
se me encoge el corazón... Yo no creo que Temis haya
cruzado el charco todavía (y hace muy bien)... Aquí –si
viene algún día–, la inscriben en el acto donde ustedes
saben...
116
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

–Señor, no creo haberle faltado; la seguridad de


hallarme ante un gran criminalista me inspira confianza y
me da ánimos...
El señor Juez sonríe mostrándome la dentadura
más desaseada que he visto en mi vida...
–Veremos...; veremos...
Y le ordena al Secretario que señale el
vientitrés para continuar este interrogatorio y escribir mi
declaración, y que ordene por telégrafo al Museo de no
sé qué, para que remitan “inmediatamente” el dictamen
pericial que se solicitó en tal fecha.
–Vea que el telegrama sea “fuerte”. Con esos
señores sabios hay que obrar duro...
Y por ahora basta (esto último lo digo yo)...
– Corresponsal soterrado.
Nota.– Apure lo de la velada, y vea que no gasten mucho.
Recuerde que es mi única esperanza.

117
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

OFRECIMIENTOS PROFESIONALES

LA CÁRCEL, Lorenzana, 26.– Mi incomunica-


ción era sin duda relativa y no rezaba con ciertos seres
privilegiados, pues antes de levantárseme empecé a re-
cibir cartas. Todas traían un sello con un volcán en me-
dio, echando humo que se las pela... Mi primera impre-
sión fue de extrañeza, porque a mí jamás me han fiado
en París‑Volcán, y creí que de esa casa era la carta que vi
primero.
Antes de abrirlas quería reconocer la letra. ¿Iría
al fin a descorrerse el velo tras el que se oculta mi protector
o protectora misteriosa? Porque yo me inclino a creer que
pertenece al género femenino, o en todo caso al común
de dos (quiere decir que bien pudiera ser un matrimonio).
Rompo el primer sobre: extraigo y desdoblo el
pliego. Leo el membrete: “Correspondencia particular del
Dr. Rufino Rufiánez. ¡Me quedo enterado!
“Correspondencia particular”... De seguro que
este señor debe tener un elevado cargo y por consiguiente
mucha correspondencia... oficial. No sé quién es... No
conozco a nadie aquí; ni la ciudad siquiera, a excepción
de sus bajos.
Sigo leyendo (voy a resumir porque si no se
haría esto interminable). El señor Rufiánez me ofrece sus
servicios profesionales, insistiendo mucho en “sus buenas
relaciones” y en su “situación política”, etc. Me asegura
mi libertad inmediata por la módica suma de cinco mil
colones (!!). Me da un síncope del que vuelvo sin el
auxilio de nadie.
Rasgo otro sobre de los de sello con volcancito
fumador... “Co­rrespondencia particular, etc. “Dedicado

118
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

exclusivamente a su profe­sión”. Firma la carta “Numa P.


Gavilánez”, con zeta.
Me quedo un rato meditabundo. ¿Entonces
hay personas que ejercen su profesión? ¿Y algunas
exclusivamente? ¿Y por qué no he de ejercer yo la mía,
la más noble de todas –un verdadero sacerdocio– aunque
no produce más que una entrada de choto al teatro y tres
sustos diarios, uno después de cada comida?
El señor de Gavilánez no pica tan alto como su
colega Rufiánez. Tampoco me dice que haya sido esto o
lo de más allá, ni que tenga amistades en el Olimpo, pero
lo mismo que los amigos de don Fulano –los que conocí
el 4 de octubre– me confiesa que es chivo montonero, que
tiene algunas agarraderas regulares, y que es casi seguro
que el año próximo lo hagan Secretario. Me pide sólo mil
pesos y garantiza libertarme antes de tres días...
Busco en vano una carta de usted o de don
Fulano: todas tiene volcán‑infiernillo...
Abro otra. Está escrita a mano y el papel es
de oficio, y tal vez oficial. El Doctor Gallo Ronquete
–así se llama el proponente– me aconseja que no me
deje engatuzar por ciertos abogados de relumbrón y de
mucha bambolla que sólo saben cobrar caro y aumentar
las dificultades para hacerse de méritos y subir la cuenta;
que él ha estudiado mi asunto y que lo ve claro como
el agua; que por trescientos colones –cien adelantados
y doscientos al salir, firmando antes el correspondiente
quedan– me sacará a flote a lo más tardar en una semana.
En significativa postdata me advierte que estaría perdido
si pusiera mi asunto en manos de unos señores S. N., F.
R. L., A. G. Y otros, porque si es verdad que son jóvenes
inteligentes y honrados, aquí no les dan “ni agua”.

119
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

Pasaré por alto otras misivas, volcánicas


también, que dicen más o menos lo mismo, pero no dejaré
de copiarle la más original de todas ellas. Venía sin sobre y
sin volcán, doblada y pegada con un pedazo de barquillo.
Las letras son gordas y la tinta verde... Mi nombre parece
un gusano peludo.
No sin trabajo desdoblo aquel oficio y leo lo
siguiente:
“Querido hijito: no sabés con la pena que
estamos ésta y yo dende que supimos que te trajeron
amarrado, acusándote de tres crímenes diseminados, pero
Dios sabe lo que hace porque aquí estoy yo que revolveré
el mundo o armaré otra Troya con tal de sa­carte con bien.
Soy tu tío, primito carnal de tu abuela que esté en gloria,
hijos de dos hermanos, y aunque pobre, nunca por mi
culpa cayó mancha en la familia, que fueron los de la
rama rica los que afrentaron el apellido1.
No soy abogado, ni siquiera he sido diputado,
porque me estimo y nunca quise; pero soy Procurador
titulado y en todo el distrito de arriba nadie me alza el
gallo, y asunto que yo cojo en estas manos pecadoras, se
gana. Estarés curioso de saber el porqué, y no te quiero
hacer penar: pues todo el ite está en que ésta fue chichigua
de don L... (ya sabés; el que de veras manda y es el quita
y pone).
No te voy a ganar mucho, tanto porque sos mi
sangre como porque ya sé que sólo pisto falso te dejaron
esos pícaros, pero treinta pesos digo yo que onde no los
vas a conseguir, cuanti más que hei oido decir que van a

1
Usted comprenderá que por razones de familia no puedo decirle el apellido;
así es que lo de Zalea es pseudónimo.‑ Vale

120
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

dar una gran velada en tu beneficio para la procuración


de fondos.
No voy a verte porque me están componiendo
los zapatos, y mi compadre se enfermó con la influencia,
pero los ha ofrecido mañana para el almuerzo.
Con ésta te mando un poco de incienso
para sahumerio, porque ya sé cómo es eso, que pa las
elecciones pasadas me tuvieron cinco días y si no legalizo
mi situación con ésta, pues no me sacan. Me lo dio el
sacristán que es mi compadre también.
Conque decidite y mañana voy por la respuesta,
y un día aquí otro allá para hablarle a don L..., y dos de
tren, como me llamo Pedro que para la feria de los Santos
ya te he sacado afuera.
Saludes te manda ésta. No te las doy de la demás
familia porque por dicha somos solitos, que no hace más
que dos años que nos hemos juntado y ya era tarde.
Te saluda y te abraza tu tío que te estima.– Pedro
H. Zalea”.
No sé... El corazón me dice que no fíe de este
tío y que me embarque con el señor Ronquete, el de las
trescientas bambas... Ahora, si usted no cree que la velada
dé para ese gasto me defenderé solo. Deme noticias. Su
fiel –Corresponsal soterrado.

121
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

DICTAMEN PERICIAL

LA CÁRCEL, Lorenzana, octubre 27.– El Juez


se convenció al fin, no sé si para mi fortuna o por mi
desgracia, de que no soy el Doctor X... ni el Coronel Z...
No ha sido triunfo mío, y como no me gusta
engalanarme con laureles ajenos, le contaré lo sucedido,
que se reduce en dos palabras a que la Policía le comunicó
al Juez el día mismo de la segunda audiencia, que el Doctor
X... está en Tegucigalpa y el Coronel Z... en Esquipulas,
no sé si pagando una visita.
El hombrecillo se rascó la cabeza durante largo
rato después de haber leído la nota policíaca, pero no
renunció a la comedia que tenía preparada.
–Que entren esos señores –le dijo al avefría del
secretario.
El pájaro aludido introdujo a dos enmascarados
envueltos en chivas (yo creí que eran los famosos
macho‑ratones de que me hablaba mi abuela).
–¿Juráis decir verdad, etc., etc....? –les preguntó
el Juez ha­blando en si bemol.
–Sí juramos –respondieron los máscaras,
también con voz de falsete.
–¿Conocen ustedes al reo? –continuó el Juez.
–Sí, señor –contestaron los miserables, hablando
como las máscaras de Recoletos en Carnaval.
–Digan su nombre, pues...
–Fulano de Tal (uno de aquellos bandidos
pronunció mi nombre).
–Eso no basta –insistió el Juez–; necesito señas
particulares, inconfundibles.
–Tiene una cicatriz en la nalga izquierda

122
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

–afirmo el otro canalla.


Como usted comprenderá, los enmascarados
por fuerza deben ser amigos íntimos ...¡Vivir para ver!
¡Qué horrible desengaño, don Arturo...!
Para mayor ignominia, mi verdugo, es decir, el
representante de la Justicia, me ordenó que me bajara los
pantalones...
–No hay necesidad, señor Juez –repliqué
temblando de indignación–. ¡Confieso que tengo esa
cicatriz!
–Eso no basta –añadió con su calma habitual el
sacerdote de Temis—. Necesito verla.
Con movimiento rápido rasgué mi pantalón en
la parte correspondiente. El implacable leguleyo se caló
los anteojos, se acercó, observó minuciosamente, y como
Santo Tomás, quiso meter el dedo... Vea, don Arturo: ¡no
sé cómo ese hombre tiene las muelas en su sitio! ¡Qué
humillación, Dios mío!
Y no hubo remedio: cerré los ojos y me dejé
hacer cosquillas con una uña larga y enlutada.
Ordenó el Juez a las máscaras que se retiraran, y
en seguida se encaró conmigo.
–¿De modo que usted es “el joven del duro
falso”...?
–Yo soy Fulano de Tal, señor Juez: ni menos ni
más.
–Vea; esos aires debió dejárselos por el volcán...,
porque no le sientan bien a un reo acusado de tres horribles
delitos: primero, del asesinato de una pobre meretriz,
para robarle; segundo, de haber volado con dinamita a
los agentes de la autoridad que fueron a prenderlo, y de
haberlos quemado después, rociándolos con un líquido
infernal; y, tercero, de expender moneda falsa...
123
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

–Señor Juez, yo no he cometido ninguno de


esos delitos; ¡soy inocente!
En aquel momento un cartero entró y le entregó
una nota. El Juez, con la parsimonia de costumbre,
requirió de nuevo los quevedos, examinó el sello –que no
le dijo gran cosa– y luego rompió el sobre con la uña que
sin duda le sirve para todo...
Desdobló el oficio y se puso a leer... Yo hubiera
querido hacerlo en su rostro, pero aquella cara era de palo,
y no se ofenda usted, don Arturo1.
Terminada la lectura se echó de codos sobre
la mesa, y se largó con el pensamiento, para Babia, de
seguro. De vez en cuando volvía y echaba una mirada
furtiva al oficio que extendido había sobre la mesa...
Yo me comía las uñas de impaciencia... El hombrecillo,
quizás compadecido, sin decirme una palabra me alargó
el papel que cogí emocionado.
Permítame una ligera digresión.
Recordará usted que el Juzgado remitió para
su “análisis” en el “Conservatorio de Química” de una
Institución que no es precisamente la “Rockefeller”, los
huesos, un zapato viejo y una cuenta pertenecientes a la
occisa.
También creo haberle referido que antes de
ayer puso el Juez otro telegrama o nota muy enérgica,
a imitación de las de Wilson, reclamando el dictamen
1
Poco antes de estos sucesos, cierto abogado, escritor de ingenio, publicó unas
semblanzas de los periodistas que escribían en los distintos diarios —tres de
cada uno– y de Arturo Reyes escribió esto:
“Contra todo cura malo,
escribe duro, muy duro,
poniendo cara de palo,
Don Arturo”.
Por este motivo hice la salvedad. (Nota de 1932).

124
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

pericial. Pues bien. ¡Eureka!; ya está aquí. El esperado


documento es el papel que el Juez tuvo la bondad de
darme a leer...

Copiaré parte de la pieza, porque vale la pena.


Dice así:

“En San Salvador..., etc... El infrascrito


Sufsecretario de este laboratorio, etc., certifica: que
habiéndose recibido para su examen... etc., y hallándose
actualmente con el trancazo, y por otra parte, no
habiéndosele pagado ni un recibo va para dos años al
Químico Dr. H...; ítem por ausencia del Secretario de este
Eztituto que hace tres años está con licencia empleado en
un Banco de San Miguel; Yo, el que le sigue en categoría
parabajo, o sea el Sufsecretario del mizmo, en vista de
la priesa que manifiesta el Juez especial de Lorenzana,
alvirtiendo que su última nota es bastante irrespetuosa e
indizna de un compañero; solegnemente declaro, bajo fe de
ju­ramento: Que he examinado los restos fósiles remitidos
por el Juzgado referido y que no son de mastodonte ni de
persona humana, sino de ternera los huesos de la canilla;
y que la taba resultó ser de venado, por cierto bastante
jugada y de paso culera: que el frazmento de calavera,
examinado por mí en compañía de mi asesor el jardinero
de la casa, paró en que es un pedazo de ayote en dulce mal
lambido. Del zapato digo que es bayunco, y que por lo
tanto no puede haber sido elaborado en esta Capital, sino
mas bien en Suchitoto, y por lo que respecta a la cuenta de
vidrio, pues tanto el jardinero como yo declaramos que es
cuenta porque eso salta a la vista y además tiene un hoyo.

125
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

–Derechos, ¢ 5.00.– Juro. –Juan V. Trola”.


Hay una rúbrica que parece el plano del laberinto
de Creta, y un sello todo borroso y mal pintado (a una
legua se nota que no es hecho en la fábrica de sellos de
hule “Rafael Reyes”).
El Juez se ha quedado como lelo: puede que no
piense nada...
Yo, lo confieso, vislumbro una esperanza... –
Corresponsal soterrado.
Acabo de leer en el envoltorio de un sandwich
que se verificó anteayer la velada y que produjo más de
mil pesos.
¡Alabado sea Dios y que El ayude siempre y
recompense a mis generosos compañeros...!
¡Este es uno de los mejores días de mi vida...!
(Me levantaron en la misma fecha la
incomunicación).

126
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

TODO ES SEGÚN EL COLOR

LA CÁRCEL, Lorenzana octubre 28.– Desde el


día en que perdí las inapreciables y dulcísimas ventajas
del régimen de los reos políticos –me admira que un
hombre del talento de Caillaux las reclamara para él–
me he rozado un poco con mis pobres compañeros de
infortunio.
He notado que tratándose de mí, ellos se han
divido en dos bandos principales, pues no tengo en cuenta
a los indiferentes, esos cuyas almas mezquinas merecieron
el desprecio del divino autor de la Divina Comedia, y
merecen el mío para que más les duela1.
Los unos me miran con simpatía, considerándome
como “colega”, y hasta me sonríen... Son los asesinos y
los procesados por lesiones (forman también parte de este
grupo dos o tres sátiros).
Los otros no disimulan su desdén por mí llegando
hasta el límite de la grosería, pues algunos pasaron de la
raya en su empeño de probar, si no su superioridad, al
menos un menor grado de corrupción... Y es que las ideas
sobre moral, la propiedad o el derecho a la vida, no son
las mismas dentro de la cárcel que en el Mercado o en
el Casino, para no poner más que dos ejemplos. Ya lo
dijo Nietzsche: “Hay una moral de amos y una moral de
esclavos”.
Un honrado asesino me decía ayer, después de
ofrecerme un pedazo de toronja:
1
Suele haber un grupo mixto o intermedio, en el que forman los tinterillos,
borrachines, tahures, matones o especialistas en testamentos póstumos;
los defraudadores del Fisco y estafadores de alto vuelo; pero ahora no hay
ninguno detenido. Me dicen que han sido puestos en libertad, de O. S., para
ingresar en el P.N.D., que necesita de ellos para asegurarse el triunfo en la
próximas elecciones.

127
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

–Vea, compañero —yo me tragué esto junto con


la toronja—, nosotros podremos ofuscarnos a veces, ver
rojo en ocasiones y en esos momentos matar, derramar
la sangre del prójimo; pero nunca... ¡jamás! –el hombre
se exaltaba– ¡óigalo bien!, me he quedado con un real
ajeno... ¡No! ¡Antes la muerte...! ¿Robar? ¡Qué asco;
qué ignominia! (Yo aprobaba con signos de cabeza...) El
prosiguió: –Yo podré matar a diez o a veinte; mujeres,
niños o ancianos... ¡No importa...!; pero meter la mano
en el bolsillo ajeno o en las arcas nacionales... ¡No!: me
moriría de vergüenza!
Me despedí cortésmente de mi “colega”
estrechando su noble mano, y me acerqué con disimulo
a un grupo del bando opuesto. Saqué del bolsillo unos
cuadernillos de la Historia del Emperador Carlos Magno,
única lectura que ha podido procurarme el carcelero, y me
coloqué en un sitio al cual llega tenue claridad y donde se
puede leer de 10 a.m. a 3 p.m. Callaron...
Uno de ellos –sin duda el más digno– rompió el
fuego lanzando el siguiente volado:
–Quemar a una infeliz... ¡Eso clama al cielo!
¿Robar un peso falso? ¡Ja, Ja, Ja! (ríen todos).
–A mí –dijo otro– sólo de pensar que un día
pudiera derramar una gota de sangre, me da váguido.
–Cuando en mi casa iban a matar una gallina
–añadió un tercero– yo salía corriendo...
–Nunca he tenido valor de entrar al Rastro
–agregó un procesado por la enésima estafa...
–Robar no es pecado –observó el primero (el de
la carcajada).
–Moisés cambió el orden de los Mandamientos
–afirmó un ex-tesorero o secretario municipal, que según

128
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

dice él se halla en desgracia únicamente por desafecto.


–El que los discurrió primero –continuó– fue
un chino llamado Confucio, una reata de años antes de
Moisés, diciendo: “el primero no matar”.
–Y también está probado que el séptimo
mandamiento es una falsificación –interrumpió un pobre
añilero que el año anterior había introducido una piedrecita
dentro de un pucho de tinta baja, a fin de llamar menos la
atención del comprador–. Lo inventó Moisés porque los
judíos se habían vuelto meros mañosos, y ya no se podía
vivir...
¡Cómo se ilustra uno en la cárcel! –Pensaba
yo–. No sería malo que todos los ciudadanos pasaran aquí
una temporadita...
–Y Nuestro Señor –anotó otro que había sido
sacristán– anuló con hechos la ley antigua. Cuando cogió
el racimo de uvas y un apóstol metido –que nunca faltan
esos tipos– le dijo que la viña era ajena: ¿qué contestó
el maestro? “Pero yo tengo hambre”, dijo el pobrecito.
¡Palabras sublimes, señores! Nosotros estamos aquí
porque ya no hay cristianos verdaderos... Está bueno que
se castigue a los malversadores, a esos que roban millones
sin necesidad, y que acabarán al fin por vender la patria...;
a esos insaciables que si tienen un millón quieren dos, y
cuando llegan a los dos quieren los cuatro...; a esos que
le roban a la patria –es decir, ¡a todos!– porque ella es
nuestra madre y nosotros somos sus hijos... Esos merecen
castigo, y ¡muy duro!
“Pero el que coge sólo lo necesario para matar
el hambre de los hijos inocentes, o para la medicina de
la mujer baldada, o ... –pongo por caso– pa regarle una
soguilla a la muchacha a quien miguelea...; ése hace muy
bien, ¡qué carape!
129
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

¡Sí, señores! No me acuerdo si fue un francés


o un alemán el que gritó a las fauces del mundo: ¡la
propiedad es un robo! Ese hombre, aunque haiga sido un
hereje, digo yo que era un verdadero cristiano...
Los del grupo de amigos de lo ajeno se retiraron
profundamente conmovidos y yo me quedé meditando.
En los casinos y centros de cultura he oído
discusiones parecidas sobre un tema similar: el juego.
Quien, por ejemplo, opina que el juego más
decente es el chivo. “Se divierte uno sin esforzar la
inteligencia... Entra o se va a ala hora que quiere…”.2
Cada cual pone lo que puede y nadie le obliga a
subir, como en la poca...
Es rápido, limpio y expedito, ventaja
inapreciable en estos tiempos del time is money. En fin...
es un juego de señoritas.
Veamos en cambio la poca (póker).
¿Cuánto tiempo se pierde sólo en barajar y en
dar las cartas? Además; ¿hay algo más feo que eso del
envite, sobre todo entre caballeros o amigos? ¿Pues y el
bluff? Eso es robar...; no debiera admitirse.
¿Y que diré del tresillo o del bridge, que el chele
Nicolás puso de moda?
¡Jesús! La muerte para hacer cada jugada, y
luego los pleitos. (A mí no me gustan...) “¿Para qué
diablos quería usted el punto?” o “¿quién no atraviesa allí
el basto?” Que “si me endoso o que yo sé lo que hago”.
“Pero si yo salgo pidiendo bazas es porque he robado la
espada, y su deber era cedérmela”...
Y así toda una tarde... ¡Oh, no!

2
Sí, cuando no hay un llorón que de rodillas implora el desquite.

130
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

En cambio, en el chivo no hay discusiones ni


regaños. ¿Que echó usted un par de cincos? jala usted,
y “pónganse, caballeros”. ¿Que echó usted cuatros?
Pues... paga y entrega el cuchumbo. Todo muy correcto,
decentísimo... Claro que el que se calienta se expone;
pero el que sabe conservar su serenidad nada tiene que
temer: sólo la mala suerte.
En cuanto al ajedrez, sírvanse dispensarme,
pero a mí me parece un juego insulso... ¿Qué interés podrá
tener una partida en la que sólo se cruza el amor propio?
Eso, francamente, ya no se cotiza en estos tiempos...
Yo sostengo que no hay como “las muelas de la
santa” y moriré en mi ley...
Así creo que hablaba Zorrapastro...
Alguien me tocó en el hombro, volviéndome a
la realidad... Era el carcelero: la hora de “la conciencia y
del pensar profundo” se acercaba...
Y me encerré a recitar lo de:

“Nace el pez que no respira


Aborto de ovas y lamas...
Y apenas bajel de escamas
Sobre las ondas se mira...”

Corresponsal soterrado.

Nota.– Cerrada ésta recibo el siguiente


telegrama: “Exito velada, colosal. Concurrencia, selecta.
Ejecutantes, fenomenales. Producto bruto ¢ 944.87.
Remitimos cuentas correo: saldo entregarlo honorable
casa turca “Thoma y Daka”. Felicidades. – La Comisión”.

No me he muerto, don Arturo, porque nadie se


muere de dicha.– Vale.
131
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

NOVELERÍA ESTÚPIDA

LA CÁRCEl, Lorenzana, octubre 28.– Nunca


me hicieron gracia esos anuncios en que Juan Pérez o
Pedro López, avisan a sus amistades y al respetable público
que con motivo de “haber aparecido” otro individuo “de
su mismo nombre y apellido”, en lo sucesivo se firmarán
Juan de Jesús Pérez o Pedro Regalado López.
Lo gracioso del cuento está en que nunca se
sabe cuál de los Pedros o de los Juanes es el que pone el
anuncio, y además esos señores no suelen ser conocidos
sino en su casa, cuando la tienen.
En otras partes también se publican avisos
parecidos, pero dicen más o menos así: “Leonardo Pérez
García, Conductor de Trenes de la Compañía Cual, casado
con Fulana de Tal, domiciliado en la calle del Oso, número
tantos, pone en conocimiento del público que nada tiene
que ver con el individuo del mismo nombre y apellido
que aparece complicado en el robo con escalamiento del
Banco Universal de Barcelona”. Y nada más.
Cuando la comunidad de nombres y apellidos
puede causar confusiones molestas y frecuentes, o en el
caso de los hijos de Landrú, tristísimo por cierto, entonces
se recurre al cambio de nombre, pero no por sí y ante sí,
sino con permiso de la autoridad, para lo cual se acude
al Ministerio de Justicia, puesto que se trata nada menos
que de la alteración de una de las piezas que sirven para
establecer el estado civil de las personas.
Aquí las cosas van más de prisa; nadie se para
en barras, y cada uno se llama como más le agrada o
le conviene (así se explica la gran abundancia de tíos y
sobrinos de que gozamos por aquí).

132
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

Sí, se comprende que no es nada agradable


llamarse lo mismo que un individuo procesado, o como
en mi caso, acusado de repugnante asesinato y detenido
ya; pero aún lo es menos ser homónimo de un reo
prófugo, parecerse a un conspirador o tener una filiación
aproximada. Este inconveniente es aquí frecuentísimo, ya
que todos los salvadoreños, quizá como descendientes de
Atlacatl, parecemos hechos en el mismo molde. Todos
somos ladinos –los indios pasaron a al historia– y todos
tenemos estatura regular, nariz regular, boca regular
–hay honrosas excepciones— pelo negro, etc., etc. y
“señas particulares, ninguna”, aunque tengamos en
la punta de la nariz una verruga más grande que la de
Marco Tulio Cicerón. Conozco otra excepción –la de
los cachetes soplados, que motivó mi captura– pero se
explica porque se trataba de un político y esos son los
bichos más peligrosos en concepto de nuestros paternales
gobiernos.
Aquí me han contado una historia que ilustra
esta disquisición, y se la voy a referir porque tiene alguna
gracia: ocurrió hace medio siglo...
El único Juez que teníamos entonces —¡oh
tiempos dichosos!— había emplazado al reo ausente
Pedro Pérez, acusado como yo de horrible asesinato.
Un día recibió el Juez un telegrama de San Miguel en
que le comunicaban que Pedro Pérez estaba detenido y
a su disposición. El Juez ordenó que se lo remitieran con
grillos y demás seguridades. ¡Me imagino el viaje del
infeliz asesino! Atravesado en un macho trotón; sujetos
los pies y las manos, seguido a distancia por su pobre
mujer, a quien sólo le permitirían darle de vez en cuando
un sorbo de agua o un pedazo de tortilla.

133
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

Pues ¿y las bromitas de los soldados? Que si al


llegar al Rodeo vamos a fusilar a este hijo de tal... Que no;
que en Chinameca... Que si en Mercedes, en Lempa o en
los Curuncos...
En fin, que el calvario de aquel desgraciado
duró ¡cuarenta y ocho mortales horas...!
Llega a San Vicente y lo lleva al Juzgado: le
entregan al Juez la nota de remisión y éste sale a ver al
reo.
–¡Pero este hombre no es el prófugo! –exclama
el representante de la Ley, decepcionado...
–¿Verdad que no, señor? –dijo a su vez el infeliz,
tirándose del macho y cayendo de rodillas...
El tal Pedro Pérez era un honrado achín
ambulante (por lo visto resulta peligroso eso de ambular).
El pobre hombre era acreedor a una
indemnización, pero él se dio por muy contento –¡ya
lo creo!– con que le quitaran la barra de grillos y lo
pusieran en libertad... ¡La señora Justicia, después de un
desaguisado semejante, se queda tan fresca...!
Todo esto lo escribo a propósito de dos avisos
que he visto hoy, en que dos Men...gánez o mentecatos
hacen saber al público “en general”, que ellos no son yo,
y que en lo sucesivo se añadirán una H el primero y una
M el segundo. Buen provecho: no conozco a ninguno de
esos imbéciles.
Le ruego insertar en El Imparcial el siguiente
anuncio:
“El presunto asesino de la Inocente Tórtola
detenido actualmente en el soterráneo de Lorenzana,
pone en conocimiento del respetable público que no tiene
absolutamente nada que ver con los individuos de su

134
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

mismo nombre y apellido, de los cuales se distingue en


que él es gacetillero y ellos por lo visto no tienen oficio
conocido, y se distinguirán en lo sucesivo en que el uno se
pondrá una H al final y el otro una M en su sitio.
Advierte, además, que si sale con bien de
ésta, continuará haciéndose llamar como antes; en caso
contrario, ya le darán un número en la Penitenciaría
Central”.
Sí, don Arturo: libertad no habrá por aquí, pero
lo que es liber­tades... ¡vaya!
(Hoy esperaba darle los cien colones anticipados
al doctor Ronquete, y él los esperaba con más deseos que
yo. No he recibido las cuentas ni tengo noticias de los
señores “Thoma y Daka”).­– Corresponsal soterrado.

135
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

EL BENEFICIO DE TODOS

LA CÁRCEL, Lorenzana, octubre 29.– Estoy


bufando (es probable que me oiga usted desde allí). Y si
no, ya me oirán otros ¿Hase visto burla igual...? Ayer le
comuniqué el telegrama que había recibido. Pues bien;
a pesar de ser domingo, hoy estuvo aquí el abogado y le
ofrecí “darle sin falta”, mañana mismo, los cien colones
adelantados y le firmé –fíjese bien­– ¡le firmé un quedan
por 200 colones!
Media hora después recibo las cuentas, ¡las
dichosas cuentas que venían por correo y que han tardado
tanto! ¡Ojalá fueran de plomo y grandes como naranjas
para lastrar con ellas las cabezas de los que se portan de
modo tan indigno y hacen escarnio de un infeliz prisionero!
¿Dónde está el compañerismo? ¡Estoy perdido...! Jamás
he visto; nunca oí hablar de una burla semejante. ¿Las de
Tenorio y Mejía? ¡Pamema...!
(Serénese antes de leer y hágalo con calma,
porque está usted muy gordo y podría pasarle algo).
La comisión –¡siempre el anónimo!– La
comisión de... bandoleros que organizó la veladita, me
telegrafió que el producto bruto ascendía a ¢ 994.87, y
que ya me situaban el saldo por medio de la honorable
casa turca “Thoma y Daka”.
¿Sabe usted, don Arturo, a cuánto asciende
el saldo que debía servir para sufragar los gastos de mi
defensa, vestirme de nuevo –una muda nada más–, darle
una propina al carcelero, que al fin resultó buena persona y
no tiene pelo de sordo, y pagar los numerosos sandwiches
y comiditas formales que me manda mi desconocida
protectora, pues nadie me quita de la cabeza que es
una hembra, sin duda porque me acuerdo de Pranzzini?
136
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

¡Pásmese usted! Asciende –no vaya a desnucarse– a la


fabulosa suma de tres colones cincuenta centavos...!
¡Oh! ¡Los miserables...! Figúrese usted que en
mis ilusiones había llegado a creer que podría obsequiarle
a la viuda de El Chile una Santa Teresa de bulto que he
visto en una librería, frente al Mercado.
¿Que cómo puede ser eso, piensa usted? Pues
lea esas cuentas...
Yo no soy el católico Fernando de Aragón, pero
esos pillos sin duda son descendientes de un Gran Capitán
de... bandidos. Y no retiro nada de lo dicho.
Reza así el papelito –porque es un inmundo
papelito, sí señor– que huele a whisky y a rincón del
“Café Nacional”.
“Cuentas de la velada a beneficio” (!!), etc.
Abreviaré.
Producto bruto (bruto de mí) .... ¢ 994.87
Gastos (¡dénse gusto...!)
Arrendamiento del teatro (veo que ya no hay
filantropía), ¢ 50.00. Licencia (maldita se la ...), ¢ 25.00.
Alumbrado eléctrico (siempre la Vampiro Company),
¢ 75.00 Gratificación a los empleados (¿y por qué no a
sus mamaítas?), ¢ 45.00. Programas (¿y para qué sirve
la Imprenta Nacional?), ¢ 15.00. Invitaciones, boletos,
etc. (¿qué será esta etcétera?), ¢ 22.50. Correo (¿quién se
habrá quedado con las estampillas?), ¢ 2.50. Telegramas
(de seguro que no ha llegado ni uno), ¢ 8.62. Alquiler
y transporte de un piano (ida y vuelta), a V. M. C., ¢
20.00. Automóviles (¿pero es que han ido a la China esos
bohemios a traer Flores de Té?), ¢ 122.00. Cuenta de
Hane’s (¡cómo se han hartado a mis costillas!), ¢ 98.75.
Tocador, perfumería, etc. (Y dale con las etcéteras...),

137
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

¢ 30.00. Mujeres del id (¡todo sea por Dios!), ¢ 7.00.


Orquesta (rebaja del 25 %). ¡Esta sí que es gorda! ¿No
le parece que lo menos a que tengo derecho es a la
rebaja íntegra de los músicos? ¿Qué se han hecho esos
cincuenta co­lones? ¿De modo que si ellos cobran cabal,
yo hubiera quedado debiendo? ¡Ah, no! ¡Esto no puede
quedar así...! ¢ 150.001. Botones y emblemas (¿y por qué
no uñas también?), ¢ 10.00. Flores para las señoritas que
galantemente han tomado parte, etc.... (Y sandwiches
también: ¡adiós mis flores!), ¢ 50.00. Licores y chibolas
para los caballeros que galantemente han tomado, etc.,
etc. (¿Es decir que mi desgracia ha servido para fomentar
el vicio a ciertos borrachines?), ¢ 24.25.

Cuentas pagadas a los acreedores del


beneficiado (!!!).
¿Pero ha visto usted un abuso parecido? Estoy
procesado, injustamente por cierto, ¡pero no estoy
concursado! Dígame con la mano puesta sobre el corazón
si no tengo derecho a liarme a bofetadas o de matar como
perros a los escribidores indignos y falsos sacerdotes de
... ¿cómo se llama la Musa de la Prensa, don Arturo? ¿Y
no ha llovido fuego sobre esa Sodoma, o mejor dicho,
Gomorra?
Lea, y acompáñeme en el sentimiento...
A. P. Hernández, por un traje de palm‑beach,
con documento (!!!), ¢ 60.00. A la Negra Catarina, por
mes quince días de mantención (sic), ¢ 60.00. A la Trini,
por refrescos variados, ¢ 1.50. Cuenta de la “Librería
1
En la última Fiesta de Caridad celebrada a fines de diciembre, resultó un
déficit de C. 9.00, a cargo de la Beneficencia Pública.
¡Para que me tachen de exagerado! —(Nota de enero de 1933).

138
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

Mundial”, ¢ 7.50. A Felipe J., por dos pares de borceguíes


y remuda de tacones (nunca creí esto de Felipe...),
¢ 28.00. Suscripción de La Palabra (septiembre). Esto,
en conciencia, debía pagarlo usted. Ya sabe lo que...
quiero decir, ¢ 1.25. Por un billete de la lotería, al cuto
de la carretilla, ¢ 5.00. Vales del Hispano (¡y D. Luis es
amigo de mi padre...!), ¢ 1l.50. Por dos meses de pieza, la
tercera parte (¡pero si hace un mes que salí de allí y otro
duerme en mi tijera!), ¢ 20. Saldo a favor del beneficiado
(¡soy millonario!) ¢ 3.50. Total S. E. u O.: ¢ 994.87.– La
Comisión.
Como usted ve, no falta ni un centavo. ¡Qué
exactitud...! ¡Qué meticulosidad...! ¡Cuánta honradez...!
Dan ganas de llorar...
Yo no puedo conformarme, don Arturo, y le
voy a pedir un favor: háblese con su tocayo el señor Lara
y hágale ver esta injusticia... Procure tocarle la cuerda
sensible... El ha sido siempre muy abierto y generoso, y
a mí me permite entrar al teatro cuando no tengo cómo
pagar, lo que sucede con harta frecuencia, por no decir
siempre... Si me devolvieran esos cincuenta colones, se
aliviaría un poco mi situación...
Mi número de la lotería es el 606; pero está en
poder del Juez, junto con cuarenta y siete colones doce
centavos: todo mi capital.
Sin noticias de la honorable casa “Thoma y
Daka”.
Renuncia para siempre a ser otra vez
“beneficiado” y confía en sus gestiones, su afectísimo. –
Corresponsal soterrado.
P.S.‑ Conste que no protesto por lo que se gastó
en flores y perfumes para las bellas y distinguidas señoritas

139
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

que tomaron parte en la velada –aunque el perfume no era


necesario–, que ellas se merecen eso y mucho más... ¡ya
lo creo!

140
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

EL COMANDANTE, LA TÍA Y EL JUEZ

LA CÁRCEL, Lorenzana, octubre 29.– Fue


tal mi indignación esta mañana que no me aguanté, y ya
vio usted cómo invertí el orden natural, hablándole de la
velada antes de tiempo. La verdad es que era lo que más
me interesaba por el momento.
Desde que entré en el goce del régimen de los
reos comunes, mi protectora incógnita ha hecho alarde de
generosidad. No sólo me manda unas comiditas capaces
de resucitar a un muerto, servidas en una batea nuevecita,
cubierta con nívea y bordada servilleta, sino que desde el
primer día me envió ropa –dos mudas de blanca interior
y un ambo de dril de cáñamo casi nuevo, como no lo
soñé nunca–. La ropa me queda pintiparada. ¿Sería del
hijo de don Fulano y andará en esto la mano de la señora
Engracia? Todo puede ser... Por la tarde me pidieron la
ropa sucia. No hay que hacer: tengo una madre providente
en Lorenzana.
Cuando llegué al Juzgado, el día de la tercera
audiencia, el Juez examinaba con atención exquisita unos
huevos de gallina que envueltos en algodón sacaba de una
caja... Mientras observaba uno al trasluz, le habló así al
Secretario:
—Vaya un momento allí enfrente –creí que
lo mandaba a la farmacia a prestar un microscopio, una
balanza de precisión o a traer algún reactivo– y dígale al
señor Comandante que tenga la bondad de prestarme un
momento al reo Garrote.
Este debe ser el sátiro de Ixtepeque –pensé yo–
que por su calidad de Comandante de Cutenampa, goza
del fuero de guerra y vive muy arrecho en el cuartel,

141
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

mientras su víctima –hablo de mí– se pudre en este


sumidero...
No me equivoqué. Momentos después entraba
dicho animal con la misma cara de idiota, limpio sí, con
la camisa azuleja, sin duda por habérsele ido la mano en
la dosis de sacatinta a la señora comandanta.
—Acérquense– nos dijo el Juez, hablando esta
vez en la me­nor. Se encaró luego con el militar, y le
preguntó: –¿Conoce usted a este señor?
El interpelado me miró estúpidamente, y en
seguida hizo signos de negación con la cabeza (tiene este
bruto cierto aire con Robinsón)...
–¿Y usted lo conoce a él? –me preguntó el Juez
en seguida.
–¡Sí señor! –Repuse alzando la voz–. Este
hombre, tomándome por una mujer, quiso abusar de mí la
tarde del 28 de septiembre, en Ixtepeque...
El infeliz abrió la boca de a cuarta...
–No me conoce –proseguí– porque estoy
barbado, y esa tar­de yo llevaba puesto el traje que le
compré a la infeliz asesinada. Este señor me condujo por la
fuerza a una casucha apartada; allí pretendió seducirme, y
tuvo la audacia de darme el famoso duro falso, que según
parece pertenecía a la muerta... Como yo no lo cogiera, él
me lo echó dentro de la camisa...
Yo creí que iban a saltársele los ojos al pobre
Comandante...
–¿Y usted qué dice a esto? –le preguntó el Juez–.
Usted negaba que hubiera estado con la muerta esa tarde,
y ya ve lo que dice el señor...
–Bueno... es verdad que yo miguelié a una que
ha resultado ser uno, puesto que el señor dice que era él...;

142
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

pero de la muerta no sé nada, ni la vide nunca...


–¿Es cierto que usted le dio al señor el peso
falso?
–Eso no lo niego; pero yo no sabía que era
falso...
–¿Y cómo tenía usted ese peso? ¿Dónde lo
había usted cogido?
–Pues yo digo que quizás me lo dieron en el
pago de una media hanega de maíz que vendí la víspera...
Un peso falso lo tiene cualquiera, y uno... pues no los
bota. Claro que procura pasarlos, así como se los meten a
uno. Yo no lo hei hecho...
Pero, bueno –prosiguió después de recapacitar un
momento y de expeler medio litro en un solo escupitajo–,
si el señor venía vestido de mujer, y los trapos eran de la
difunta, pues está visto que él es el matador...
(Aquella bestia no era tan bestia).
Le ordenó el Juez al “pájaro triste” que sacara la
ropa recogida en la finca de los Infiernillos, y yo reconocí
en el acto los trapitos que estrenó la Inés el día de San
Francisco, y que en mala hora adquirí. Por cierto que
están hechos trizas (de seguro que en ello anduvo la mano
celosa de Casimiro).
–Esa es la ropa –dijo el Comandante–: conozco
las naguas y el rebozo...
No sé si fui demasiado lejos en mis declaraciones,
y tal vez me perjudiqué; mas de todos modos había que
explicar cómo se hallaba la ropa de la muerta en los
Infiernillos, la boleta número 15873 que encontraron en
el cuarto de don Fulano, para el cual hay orden de captura,
tanto por este hallazgo como por lo de la explosión en la
finca Bellavista, de cuyas resultas murieron tres cuilios y
quedó gravemente golpeado Casimiro, que se halla en el
143
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

Hospital según parece.


(Lo menos que yo puedo hacer es salvar el
honor de mi protector, y a ello estoy dispuesto aunque me
cueste la pelleja).
El Juez, luego que se hubo rascado la cabeza
largo rato, me preguntó:
–¿Quiere usted explicar por qué tenía esa ropa
en su poder?
–Señor, días pasados le dije a usted todo, y
ahora me ratifico. Este traje se lo compré a una muchacha
desconocida que encontré en la barbería de Molineros, y
me separé de ella en seguida. Momentos después hallé
un sitio aparente y me cambié de ropa. Como a las cinco
tuve la desdicha de tropezar con este señor, que empezó a
enamorarme y valido de su elevada posición oficial, quiso
abusar... El me dio el duro falso que tanta bulla ha metido,
y él no lo niega, como usted lo ha visto.
—Vea que entre la tía de la muerta – le dijo el
Juez al Secretario, que daba grandes cabezadas de sueño.
Entró una vieja sesentona y amojamada, en cuya
cara de zorra se leían de corrido multitud de picardías.
La mujer me reconoció en el acto, aunque no me
había visto nunca. Le supliqué al Juez que le preguntara
si podría reconocer el peso falso que tenía la Inocente. El
accedió, y al mostrárselo juró ella por su salvación y por
sus hijos, que aquél y no otro era el peso de la muerta; que
recordaba muy bien que era del año 93, y que Colón tenía
un aruño en la nariz (esto lo dijo después de examinar la
moneda)... El Comandante pone una cara de aflicción que
da risa. Yo finjo impavidez...
El Juez, con el belfo inferior cogido entre el
pulgar y el índice de la mano derecha, se dedica a contar

144
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

las telarañas del techo. El gran criminalista nunca se vio


en otra más gorda.
Yo me atreví a objetar que después del dictamen
pericial no podía afirmarse que la Inocente hubiera
muerto. ¿Y sabe usted lo que me respondió este So...lón?
¡Que ahora a nosotros nos toca probar que “la muerta
vive”...! ¡Estoy lucido!
Y se suspendió la audiencia.
El Comandante se fue a gozar del “fuero de
guerra” y yo volví a esta cueva, a cultivar amistades nuevas
entre mis distinguidos compañeros. – Corresponsal
soterrado.

145
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

LOS ANÓNIMOS, LA CARTA Y MI TÍO

LA CÁRCEL, Lorenzana, octubre 30.‑ Una de


las calamidades que más nos afligen es el uso y abuso del
anónimo. Este flagelo está relacionado con la pérdida del
valor cívico, mal que a su vez tuvo origen en la tiranía
perpetua en que vivimos1.
El anónimo, arma de los cobardes, se ha hecho
de uso muy corriente, sin duda porque ya lo vamos siendo
todos (cobardes: no corrientes, a menos que se trate de
Diego Corrientes).
Nadie firma lo que escribe... si no son versos
anodinos o cuando la prosa es para ensalzar a algún
mequetrefe en candelero.
Hubo tiempos, desde luego más felices, en que
no se conocía por aquí el anónimo. Mi padre refería que
esta calamidad, como la peste y alguna todavía peor, nos
vino del “cercano oriente”, allá por el año 80 (no quiero
precisar más: basta con que me comprendan algunos).
Toco este tema porque para estos papelitos
inmundos no hay lugar inaccesible; ni la cárcel. Otras
cosas se perderán en el correo, pero los anónimos, como
la muerte, llegan siempre.
Los he recibido desde que me comunicaron de
nuevo con el mundo... los primeros obedecían a móviles
egoístas... En uno de ellos me aconsejaban ponerme en
manos de Fulánez y en otro me decían que “cuidado
me ponía en tan inexpertas manos”. En éste, que fue
1
Vivirnos es pretérito perfecto, pero no respondo, porque en gramática calzo
los mismos puntos que en historia. Puede que no sea muy perfecto... ni tan
pretérito.

146
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

Mengánez quien mangoneó más en el malhadado asunto


de la velada, y en aquéste que Zutano “se menea” para
que me den una amolada de las buenas. Total, nada.
Dos recibí ayer tarde. El desconocido autor del
primero de ellos me llama ignorante, pues dice que Colón
nada tuvo que ver con doña Marina –lo siento por Colón–,
y que quien cometió este pecado –el que entre paréntesis
no tengo derecho de absolver– fue Hernán Cortés, el
inmortal conquistador del Imperio de Moctezuma.
Me inclino respetuoso ante la verdad histórica
–si fuera verdad aritmética me inclinaría también– y
confieso mis escasos conocimientos en Historia Patria,
advirtiendo que incluyo en ésta la de España; pero
no dejaré pasar la ocasión –que por eso la cojo por los
cabellos– de abogar para que se establezcan bibliotecas
en las prisiones. El costo de cien o doscientos volúmenes
escogidos por alguien que lo entienda –me parece que el
maestro Masferrer lo tiene ya hecho– no arruinaría a la
nación y ello sería de grandísimo provecho para los pocos
presos que sabemos leer.
En el segundo anónimo, que también vino por
correo, de la capital, un incógnito enemigo me llena de
improperios. Que soy un esto y un aquello; que ojalá me
tengan aquí toda la vida; que todo lo que escribo es una
lata, y que a él –al autor– le sirve de narcótico, etc., etc.
De mi padre sólo conservo un cuadrito sin valor
comercial. Se trata de un grabado en colores cuyo asunto
es la fábula de La Fontaine “El molinero, el asno y su
hijo”. La moraleja es que no podemos contentar a todo el
mundo... ¡De cuánto me ha servido ya!
Al referir mi odisea, pintando de paso algunas
de nuestras costumbres, no creo haber ofendido

147
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

particularmente a nadie, y juzgo gran simpleza darse


por aludido en tales casos; pero más tonto me parece leer
cosas desagradables cuando nadie ni nada nos obliga. Es
el caso de “el que por su gusto muere...”
Yo tengo por costumbre, antes de leer, averiguar
quién lo ha escrito, pues en mi “índice particular” figuran
muchísimos autores. Antes me dejaría desollar que leer
una novela de la señora Invernizzio, pero nunca se me
ocurrió escribirle para que lo sepa. ¡Valiente cosa le
importaría a ella!
Creo que este anonimista se queja de vicio...
¿Hay algo más sencillo que no leer mis insulseces? Que
“él no quiere ver mi fir­ma”, dice... ¿Hay algo más fácil
que suprimir la suscripción, o no pedir el periódico si lo
lee de gorra.? Tiempo hace ya que no compro ni leo los
dos diarios que me parecían “latas” e “inmorales” por
dedicarse a la tarea de engañar al público disfrazando la
verdad; mas no se me había ocurrido contarlo, y a ellos
menos; es hoy la primera vez que lo digo, por culpa de mi
“valiente enemigo”.
¿Qué más quiere si mis crónicas le sirven de
narcótico? Entre gastar diez centavos diarios en adalina
o en luminal, y cinco en El Imparcial, donde siempre
hallará algo que sea de su gusto; que le provocará el sueño
sin perjudicarle los riñones, y cuyo papel puede sacarlo
además de algún aprieto, yo creo que no hay que titubear...
Padecí en una época de insomnio y de apuros
económicos a un tiempo, cosa por lo demás muy lógica,
y me curé radicalmente leyendo una Economía Política
que me prestó un amigo. Es decir, curé del insomnio
solamente, que de los ahogos económicos ya ve que sigo
peor (doy gustoso la receta)...

148
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

Dando por concluido el enojoso tema, le cuento


que recibí y leí lleno de agrado una carta de don Fulano.
Me refiere mi buen amigo que ya arregló sus dificultades;
que ha dejado el escondite y que mañana sale para su finca.
Está agradecido por lo que declaré y que alejó de él toda
sospecha. Quedaba el asunto de la pólvora –dice– pero
Casimiro declaró la verdad poco antes de morir (¡Dios lo
haya perdonado!).
Declaró que él había advertido a los cuilios que
no entraran con candela ni fumando al rancho de la pólvora,
pero que no le hicieron caso porque andaban bolos, y que
diciéndolo estaba cuando se produjo la explosión; que no
recuerda más sino que otro día lo recogieron (una viga le
fracturó la columna vertebral). Añadió que el negocito de
la pólvora era cosa que ño Cleto hacía a escondidas del
patrón. ¡Qué bueno era Casimiro...!
Me refiere don Fulano –y esto explica ciertas
palabras del Juez– que dos de los detectives, los más
borrachos de seguro, ardieron como terrones de azufre,
y que cuando se practicó la inspección, de uno de ellos
todavía quedaban los pies.
Para consolarme sin duda, agrega mi protector
que un cuñado suyo, que lo es a su vez del tío de una
prima de la esposa de un Subsecretario de verdad logró
arreglarle su asunto, y que confía en que yo también he de
salir bien, puesto que el luminoso dictamen pericial deja
sin fundamento el cargo principal.
Lo malo es que la tía de la Inocente, que ya
había aceptado la herencia –la mitad de una casa y de
un terreno– se ha mostrado parte civil, acusándonos
al Comandante y a mí de mil barbaridades –de estupro
inclusive– y le ha dado el poder a... ¿a quién se figura
usted, don Arturo? A don Pedro Zalea, ¡a mi tío!
149
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

Verdad es que este tío lo es de todo el mundo.


El día que llegó a la cárcel por mi contestación, todos
los reos le gritaban: “buenos días, pariente”, o “venga acá
tiíto de mis entretelas...” Porque estos pobres muchachos
tienen un humor envidiable. ¡Dichosos! ¡Que Dios se los
conserve...!
Cuando le dije a don Pedro que Ronquete iba
a ser mi defensor, fue cosa digna de oírse y de verse...
Lo primero que hizo fue “desconocerme”. Blandiendo en
la diestra un macizo garrote y en la siniestra un enorme
pañuelo colorado; con el cumbo echado hacia atrás, aquel
hombrecillo se me figuraba Marat, si Marat hubiera usado
chapeau melón.
–¡Nos veremos! –Me gritaba echando chispas
de sus ojillos de víbora...
Y me echó en cara lo del incienso...
¿Por qué dolerá tanto malgastar el incienso,
don Arturo... ?– Corresponsal soterrado.

150
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

UN REO EXTRAÑO

LA CÁRCEL, Lorenzana, octubre 30.–


Cervantes dijo de la cárcel que es lugar “donde toda
incomodidad tiene su asiento, y todo triste ruido hace su
habitación...”
Y eso que tanto él como el inmortal autor de La
Celestina, Fernando de Rojas, pudieron escribir novelas y
comedias cuando estaban presos... ¡Dichosos! Aquí, se ve
uno y se desea para escribir cuatro letras.
Respecto al trato, mejor es no hablar de ello,
que tres siglos después, en ciertas democracias que
gastan muchos quintales de pólvora y consumen miles
de botellas en celebración de su “cumpleaños”, viven los
reos en condiciones tales que si resucitaran las víctimas
de la Inquisición o de la Bastilla, exclamarían al vernos,
imitando a Rosaura:

“Sólo diré que a esta parte,


Hoy el cielo me ha guiado
Para haberme consolado,
Si consuelo puede ser
Del que es desdichado, ver
Otro que es más desdichado...”

Permítame que vuelva esta hoja triste para


contarle “confiden­cialmente” un caso grave.
Hace días que llamaba mi atención un preso
raro. Es un tipo que se halla en la plenitud de la vida...
Permanece alejado de la bulla: cuando habla no lo hace
con más de uno, y baja la voz. Si está solo parece que
soñara...

151
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

Hoy, cuando terminé de escribir mi anterior y


me disponía a distraerme un rato con las aventuras de los
Doce Pares de Francia, se acercó a mí dicho sujeto; se
sentó a mi lado sin decir palabra y me alargó un papel.
Lo miré sin cogerlo pues me pareció que era una boleta
de empeño, de esas que llevan impresas al respaldo las
generosas condiciones de los prestamistas.
–No tengo ni un real –le dije (creí que me la
ofrecía en venta).
–Haga el favor de leer –repuso muy atento.
Leí. Era la circular de los fundadores de un
nuevo partido –recordé sin querer a los que gustan de
cambiar de nombre– y resultó que lo que yo creía artículos
del Reglamento de las casa de Préstamos eran nada menos
que el credo del flamante organismo1.
Sin decir oxte ni moxte lo devolví a mi
interlocutor (la política no me atrae y no creo en ningún
credo: para mí, credo y mentira son sinónimos).
El hombrecito me hizo disimuladamente
cosquillas en la mano derecha: yo comprendí que era una
señal y que este individuo está afiliado en alguna sociedad
secreta... Decidí ser muy prudente (detesto los secretos y
siempre amé la luz meridiana y a las chicas guapas).
–Vea, joven –me dijo aquel sujeto–, es una
lástima que no sea usted de los nuestros... Sólo en la
juventud hay fe y entusiasmo, amor y generosidad, que
son las palancas que servirán para volver el mundo del
revés... Permítame una pregunta: ¿le gusta a usted la
política?
1
En aquella época comenzó la propaganda comunista en El Salvador.

152
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

–Me da asco...
–¡Magnífico...! No esperaba menos, pues leo en
sus ojos la nobleza; conozco que hay en usted ideales –al
menos en embrión y en terreno propicio– porque usted
ama la verdad... Usted está aquí por un error...; pero saldrá
muy pronto: mañana quizás...
“Me descubriré ante usted sin ningún temor: yo
soy un propagandista de las nuevas ideas... Siembro para
que cosechen los que vienen detrás... me sacrifico para
que los que ahora nacen sean menos esclavos...
“¡No...! No me mire usted con lástima, que no
estoy chiflado, como creen muchos cretinos... ¡Claro!
Ellos son incapaces de comprender que se trabaje sin
provecho inmediato; que se siembre para cosechar tarde
o nunca... ¡Por eso ellos ya no siembran ni bálsamo! Y
sin embargo, los muy imbéciles se creen “cristianos”...
¿Qué otra cosa hizo Cristo, aquel hombre que se volvió
inmenso por su amor al prójimo, y del cual han hecho
un dios cómodo y hasta ridículo todos esos miserables
podridos de egoísmo?
“Predicar la fraternidad de los hombres; luchar
por la justicia, sacando ante todo a la mujer de la esclavitud
en que gemía, para hacer de ella nuestro igual...
“Abominar de los farsantes y de los hipócritas;
fustigar a los usurpadores del poder divino; a los
explotadores sin conciencia; a los que monopolizan las
riquezas...
“El consolaba a los tristes, daba consejos al
necesitado, y comunicó a sus adeptos la fe en una vida
mejor, fortaleciendo su esperanza... Y por último murió
gloriosamente por sus altísimos ideales...
“Entre nosotros también ha hallado imitadores...
¡Cuántos mártires tenemos ya!
153
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

“Rechazó la mano que Pilatos le tendía... ¿Qué


habría sido de la obra de Jesús si El no muere en el madero
infamemente? ¡No quedaría de ella nada...! Cierto es que
apenas queda... muy poco.
“Nosotros somos los nuevos cristianos... Como
los “iniciados” primitivos, nos ocultamos, vivimos a salto
de mata, perseguidos como perros...
“También somos pescadores: llevamos la red al
hombro...
“¡Qué tiempos aquellos! Jesús predicó durante
tres años lo que veinte siglos después los gobiernos
capitalistas llaman “doctrinas subversivas”...
“Y los romanos le dejaron tranquilo. Es que
entonces existía la libertad del pensamiento: no había
aparecido aún ese monstruo llamado fanatismo.
“Joven: el mundo marcha, pero muy despacio y
a veces hacia atrás... Los neo‑cristianos, como hace veinte
siglos, no huimos de un Nerón, sino de miles de ellos...
“¡No importa! Nosotros tenemos un arma
prodigiosa: ¡la prensa!... Su empuje es irresistible y su
poder inmenso...
“¡Sea Ud. de los nuestros! Huya de la política...
Esa es el arma de los explotadores... Al pueblo
no debe importarle que el tirano se llame Emperador
o Presidente, o el amo Pedro o Juan: para él lo mismo
da... Dejemos que se desenreden ellos solos. Nada de
elecciones ni de representantes... ¡Farsa, farsa y sólo
farsa...!
“No es la forma de gobierno la que deseamos
cambiar, sino algo más hondo: las bases de la sociedad, del
edificio entero que amenaza desplomarse... No queremos
nuevas leyes o ratoneras, sino justicia seca...

154
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

“Yo no opino por la destrucción del mundo


actual, porque ahora renacería más contrahecho... y habría
que empezar de nuevo. La hora ha de llegar; se acerca ya:
esperemos.
“Los maestros podrían hacer mucho, pero
–¡triste es confesar­lo!– algunos son esclavos..., y esclavos
conformes, que dejaron de ser hombres...
“Tengamos fe... y sobre todo paciencia, porque
de nuestra siembra, si acaso veremos las primeras
briznas...”
Este hombre no es un loco, don Arturo.
Como se acerca la hora del encierro, le pregunto
por qué está en esta cueva.
Sonríe y me dice:
–Pues que ya le dije a usted lo esencial, no le
ocultaré lo nimio...
“Yo me hago encarcelar en todas partes... Desde
México hasta aquí, ninguna ciudad me negó albergue
en su prisiones. ¡Oh! No hay que cometer delitos: basta
con simples faltas de policía. En Cojutepeque rompí un
farol municipal, y me tuvieron diez días guardado. En
un lugar cuyo nombre no quiero recordar, canté la “Cara
Sucia” y no sólo me llevaron a la cárcel, sino que antes
me molieron a palos... ¡Gajes del oficio!
“Aquí usé un medio un tanto cómico: me reí
en las barbas de un señor que se enfunda en una levita
muy larga, y él se encargó de abrirme las puertas de este
Alcázar... Creo que saldré mañana: si algo se le ofrece...”
Nos interrumpió la llegada de mi almuerzo...
– Corresponsal soterrado.

155
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

¡EUREKA! ¡MILAGRO! ¡ALBRICIAS!

LA CÁRCEL, Lorenzana, octubre 31.‑ Estoy


tan contento que de seguro barbarizaré más que de
costumbre, y no será remoto que exclame como Monsieur
Prudhomme, el célebre personaje de Monnier –no
confundirlo con el del chocolate, que sólo usa una ene–:
“Este sable es el día más hermoso de mi vida”. Porque el
de ayer fue para mí un día glorioso, al menos desde las
dos y media de la tarde en adelante. Oigame, digo: lea
usted.
Llegué al juzgado, como nunca, triste, por
completo perdida la moral (me está saliendo en verso,
voto a tal!)... Ronquete me había avisado el mismo día
que estaba ronquísimo, con una influenza horrorosa y
que tenía cama para algunos días... Me alegré porque
aplazaba así el momento de contarle el ridículo resultado
de la velada, pero lo sentía también, porque sin el auxilio
de alguien presentía que iba a dejar aquí los huesos. Al
pensar que para salir libre había de probar que un muerto
vive, me daba ganas de llorar.
Presa de profundo desaliento, escuchaba
la meliflua voz del Juez como quien oye llover, y
acompañaba al Secretario en dar cabezadas... Respondía
a todo de manera maquinal, y se me daba una higa de
Garrote, de la tía y hasta del tío de su abuela, que escribía
a saber qué zanganadas sobre una mesa retorcida y coja
que está pidiendo yoduro... con lastimeros crujidos.
Allá de higos a brevas, entre bostezo y bostezo,
lanzaba yo miradas lánguidas a través de la reja del balcón,
envidiando ora a un zopilote que revoleteaba ingrávido
156
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

cerca de las nubes, ora a un granujilla que se dirige sin


ganas a la escuela prolongando voluntario su camino...
De repente veo a una muchacha que se arregla
una media retorciendo en un triz el barulé y mostrando
una pantorrilla torneada muy bien hecha. Me da un vuelco
el corazón y la sangre golpetea en mis sienes. ¡Cosas de
la edad! ¡Está ya tan lejana la noche del sábado famoso...!
Mis ojos debieron ser lo de una sierpe, y
mis miradas potentes como las de Onofroff, porque la
muchacha, cual si la hubiese llamado, volvió la cabeza
y me miró... Lancé un grito, titubeé un segundo y me
abalancé al balcón...
El Juez se digna sorprenderse dejando por un
momento su pachorra; el secretario abre los ojos; Zalea,
con la péñola en alto, semeja un director de orquesta, y
la zorra de la tía frunce el entrecejo, la trompa y la nariz:
parece de hule.
–¡Es ella! ¡Es la Inocente! ¡La muerta, señor
Juez...! –exclamo yo.
Se acercan todos a mirar... La muchacha,
sorprendida, se aleja a buen paso y dobla la esquina hacia
el poniente...
Yo me vuelvo hacia el Juez y le suplico, le ruego
por todos los santos, cuya festividad conmemora mañana
la Santa Iglesia y celebra este pueblo piadoso, que dé la
orden de seguirla, de capturarla, de traerla en seguida –de
los pelos si es preciso– para que termine de una vez mi
horrible pesadilla, porque era ella; yo estaba seguro, síi...
El Juez se deja caer sobre la silla, derrengado
por la emoción o el excepcional esfuerzo; inclina a un
lado la cabeza, y empieza a marimbear con toda calma
una mazurka en el borde de la mesa.

157
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

–Señor Juez –dice a su vez la tía, acercándose


y haciendo genuflexiones–, mi apoderado el doctor Zalea
aquí presente –el nombrado hace una reverencia– y yo,
como parte en este juicio, protestamos de la aptitús del
acusado, indisna de las circunstancias y de un lugar tan
serio. Yo no creo que esta comedia merezca que la justicia
se distraiga del camino recto... Mi sobrina, que esté en
gloria, está bien muerta –la vulpeja finge que se enjuga
una lágrima– y yo no permito que se juegue con su santa
memoria (al decir esto hacía pucheros).
–Mi poderdanta ha hablado como el Rey
Salomón –añadió don Pedro, solemnísimo.
El Juez, ante la gravedad del caso, acudió según
su costumbre a inspirarse en el techo, recontando las
numerosas telarañas.
Pero la noticia se había extendido como un
reguero de pólvora.
Del Juzgado “especial” pasó al vecino, en
momentos que ensayaban una ópera; de allí pasó a la
guardia; de la guardia a la plaza y de la plaza a toda la
ciudad, que en vísperas de feria se hallaba alborotada.
–¡Milagro! ¡Milagro! –empezaron a gritar.
(Parece que aquí hay muchos creyentes).
Se formaron grupos numerosos. El Comandante
hizo cerrar a toda prisa la muralla, que así creo llaman al
zaguán en la jerga militar.
Media hora después traían a la Tórtola en peso.
La muchacha forcejeaba y repartía pescozones. Como es
muy regular, se conoce que menudeaban los pellizcos.
Yo diera cualquier cosa porque usted hubiera
visto a la tía y al procurador Zalea. ¡Créame que valía la
pena!

158
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

–Grandísima sinvergüenza –le dijo la tía a la


Inocente, apretando los puños y mostrando dos colmillos
que de pura pereza no se han fugado todavía–, ya ves en
qué enredos nos has puesto con tus cosas...!
–Usted es la enredadora, vieja tramposa y
bruja –respondió la briosa sobrina–; usted, que debía
estar pudriéndose en “la casa nueva”1. ¿Con qué derecho
ha vendido mis cosas? ¿Por qué inventó que me habían
matado?
Le confieso que le di a esa muchacha un abrazo
como no se lo he dado a nadie en mi vida (no olvide que
soy soltero)
–Señor Juez –dije yo teniendo de una mano
a la ex-difunta, como en la apoteosis del Tenorio–: ya
que la verdad brilla hoy esplendorosa para suerte mía,
me parece que tengo derecho a ser puesto en libertad
inmediatamente...
–Poco a poco, señor mío –me respondió el
criminalista insigne con su calma habitual–. Tenga
paciencia, que aún quedan muchos trámites qué llenar...
Activaré el asunto. Yo creo que dentro de un mes o quizás
antes... si da usted fianza, podrá salir...
¡Qué cuesta a veces no ahorcar a ciertas
personas!
–¡La libertad! ¡Que lo saquen...! ¡La libertad!
–gritaban mil voces en la plaza (aquella gente sin dudas
me tomaba por Barrabás)...
El Juez ordenó que me bajaran de nuevo
y se largó a consultar con Pilatos, con Caifás y con el
Archipámpano de no sé donde...

1
Durante muchos años, en San Salvador se designaba la Cárcel de Mujeres
con el nombre de “casa nueva”.

159
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

¡Mi gozo en un pozo! Estoy temblando, pues


acabo de recordar esta inoportuna anécdota.
“Hace tres siglos fue ahorcada en Cremosa
(Italia), una mujer acusada del asesinato de su marido.
Ella negaba, pero sometida al tormento, confesó.
Pocos días después de ejecutada apareció el
marido, que había tenido necesidad de hacer un viaje
secreto. El desgraciado, ya que no podía resucitar a su
esposa deseaba rehabilitarla; pero los jueces que la habían
condenado le trataron de impostor, y lo procesaron, porque
su muerte estaba probada plenamente con la confesión de
la autora del crimen. El desventurado tuvo que huir, pues
los señores jueces, por no confesar su error, se hallaban
dispuestos a cometer un nuevo asesinato”.
¿Qué va a ser de mí...? – Corresponsal soterrado.
P.S.– Hace un momento recibí un papelito que
dice así: “El milagro es Patente; recuerde que el 13 empesé
la nobena y como no huvo resultado la repetí el 22, asi
es que ayer hacabé y aparesió la muerta. Dé las gracias
al Ceráfico San Francisco. Dicen que hoy lo sacarán de
ese infezto lugar. Véngase derecho detrás del Santuario,
donde hay una lora en el palo de una sombra. Lo espera
sulla Engracia”.
¡Oh! ¡Cuántas cosas explicadas en un chiffon de
papier...! – Vale.

160
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

LA EXHIBICIÓN...

LORENZANA, Día de Todos los Santos.–


Parece que ante la actitud del populacho –se le llama así
cuando protesta y pueblo cuando aplaude– las autoridades
se reunieron a toda prisa presididas por Pilatos y decidieron
mi inmediata libertad –28 de febrero, ¡bendito seas!1– sin
hacer caso de las sesudas observaciones del señor juez
especial, que volvía por los fueros de la rutina –de la
Justicia decía él– y se aferraba a los trámites ordinarios.
Suerte que en nuestro maravilloso país el Ejecutivo
manda, al contrario de lo que pasa en la atrasada Europa.
¡Boca abajo, chivos y curiales! Lo único que Pilatos le
concedió al Juez fue prestarle su huacal para que se lavara
las manos (falta le hacía)...
Con sus manos lavadas llegó al Juzgado el
gran criminalista y puso de su puño y letra un auto de
sobreseimiento que hubiera causado la envidia de
muchos magistrados que yo conozco. Empezaba así:
“Considerando: que la interfecta Inocente Tórtola no ha
sido asesinada, lo que me consta de vista y de oídas por
haberse presentado en esta fecha la propia interesada,
etc....”
Me llamó en seguida; hizo que el Secretario
me entregara mi dinero y mis papeles, lo que guardé sin

1
El 28 de febrero del año en curso ocurrió una tumultuosa manifestación de
protesta por el Decreto que declaraba desmonetizada la plata. Hubo varios
muertos cuyos cadáveres fueron paseados el día 1º de marzo frente a la casa
de la familia del señor Presidente. Fue aquello tan imponente, que la Policía
dejó hacer.
Afligidísimos los señores del Gobierno, derogaron el Decreto, y fueron... más
allá de la ley: acordaron que no sólo se recibirían todas las monedas de plata,
sino también las de plomo, estaño y otros metales.

161
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

mirarlos; pero el Juez me obligó a revisarlos para que


firmara el correspondiente recibo... y devolviera además
el “resguardo” respectivo.
¡Pero esta es la tierra del milagro, don Arturo!
¿Creerá usted que el billete de la lotería ha cambiado de
número? ¡En vez del 606 me topé con el 914! Usted dirá
que viene a ser lo mismo (igual cosa pensé yo) ... ¡Con tal
que al mío no le haya tocado el gordo...!
En cuanto al dinero la transformación era total.
De los nueve billetes de cinco colones, cuatro resultaron
del Banco Nacional y cinco chapines: las dos bambas se
habían vuelto falsas, completamente chocas, contagiadas
de falsedad por los testigos y de ceguera... quizá por el
Juez. Sólo el real de níquel era el mismo. No me di por
aludido –me acordé de los pícaros trámites...!– y firmé ese
recibo y todo lo que quisieron...
Cinco minutos después, al pisar los umbrales
de la casa de Tócame Roque donde se alberga el falso
ídolo de Temis, recibí la ovación más estupenda que he
recibido en mi vida. En confianza, es la única... Guárdeme
el secreto (creo que he batido el record que detentaba
nuestro Embajador en Ubeda).
El pueblo soberano aplaudió y me vitoreó (por
eso le llamo pueblo y ... soberano)...
Mi intención era irme de allí a la casa de la lora,
pasando antes por donde “Thoma y Daka”, pero el hombre
propone y Dios dispone. En la puerta de la cárcel, o de las
Casas Consistoriales –esto suena mejor–, me esperaba un
negro distinguido y elegante. Esto basta para que usted
comprenda que no forma parte de la famosa “cuerada
de negros vicentinos”. No; éste es un negro auténtico,
gentleman por contera, ciudadano yanqui. Vestía un

162
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

redingote gris, chistera del mismo color y guantes id. id.


Se descubrió atento y haciendo una graciosa reverencia
me habló así:
–Good morning, dear sir (seguiré en español
para mayor comodidad)... Jimmy Thomson tiene el honor
de saludarlo y viene a proponerle un brillante negocio.
¿Querría usted venir un momento al Hotel conmigo...?
Yo le indiqué que antes deseaba cortarme el pelo
y afeitarme, pensando que encontraría quien lo hiciera por
25 pesos de Guatemala, pero él me dijo:
—Oh; my barber will shave you perfectly...
Acepté, y minutos después Mr. Thomson y yo
estábamos en ín­timo téte‑a‑téte.
El simpático negro, que exhibía algunos
fenómenos en la feria, me propuso una contrata para
exhibirme también en su barraca, ofreciéndome
veinticinco colones diarios, y el gasto del Hotel. Añadió
que la Tórtola había aceptado ya.
La necesidad tiene cara de chucho, don Arturo.
Me hice de rogar un poco, hablé de un pequeño adelanto, y
convinimos por fin en que formaría parte de su troupe por
quince dólares diarios, pagados diaria y anticipadamente
(no sé por qué se me ha puesto que el día menos pensado
amaneceremos con el papel moneda).
Otro negro (Tommy) me peló y me afeitó
dejándome guapísimo. Con barba postiza me condujeron
a la barraca, y me instalé al lado de la Inocente, que entre
paréntesis está muy guapita también, con su poquito de
química y su mucho de chongos...
(La barba era sólo para cruzar las calles y no
perder clientes. Todos los fenómenos hacen lo mismo).
Al Comandante de Cutenampa no le permitieron

163
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

exhibirse las autoridades superiores, ignoro si porque ya


se han exhibido muchos, o por celos o por el afán laudable
de mantener siempre altos los prestigios de nuestro
Ejército (es muy probable que alguna de las órdenes
generales importantes lo prohiba). Porque no sé si usted
sabe que también hay órdenes... ¡pché...! que no valen un
comino...
Este negro empresario está haciendo pisto...
Todo el mundo viene a admirarnos... se ve que esta es gente
muy sencilla: los más nos miran callados y respetuosos...
¡Figúrese! ¡Nada menos que una resucitada...!
Algunos, más atrevidos –supongo que de
Apastepeque, pues dicen que allí todos son tinterillos­–
se atreven a hablarnos, nos hacen preguntas a veces
capciosas, nos dan la mano y también uno que otro puro.
Un fenómeno vecino mío que tiene dos cabezas,
está admiradísismo. Dice que en el “Cercano Oriente”
la cosa era al revés: el público les pedía puros a los
fenómenos. Yo le he obsequiado los míos... ¡El pobre se
fuma dos a la vez...!
La Inocente ha recibido ya muchas proposicio-
nes. Un viejo, que según dicen es dueño de la mitad del
cerro de Siguatepeque, le ha hablado de casamiento, pero
la ex-difunta quizá tiene otros proyectos... Hoy me expli-
có su misteriosa desaparición...
¡La cosa más tonta, don Arturo! Un coronel,
“revolucionario” hondureño, le habló media hora después
que yo le compré la ropa; le hizo formal propuesta, dándole
en el acto como arrhes, gage o prenda –¡qué mal ando hoy
de español!– parte de los fondos de la revolución en forma
de una reluciente doble águila de cuarenta colones, y la
Tórtola no titubeó... Un mes anduvo por esas juruneras...

164
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

Llegó hasta La Esperanza... Cayeron en una emboscada:


ella logró escapar y no ha sabido más de su coronel (yo
me temo que a estas horas sea viuda)... Llegó aquí antes
de ayer... ¡Cuando pienso que esta muchacha pudo haber
muerto, o quedarse por allá...! ¡Imagínese!
Me cuenta que su amigo le había ofrecido que
si triunfaba la revolución, la nombraría Directora de la
Escuela del pueblo donde él mandara.
–¿Pero eres tú maestra? –le pregunto yo.
–Sólo un año me faltaba en la “Menagere N° 3”
cuando me arruinó el Director General...
¡Qué infamia...! La muchacha es inteligente, y se
ve que sabe. ¡Viera cuántas propiedades le ha descubierto
al número 15873, el de la famosa boleta! Es divisible por
3, por 11, por 13 y por 37 (ella dice que tiene 16 factores).
Multiplicándolo por 7, el producto es 111,111 y claro que
para que dé sólo cincos hay que multiplicarlo por 35, y si
quiere usted sólo nueves, como los añileros, lo multiplica
por 63... ¡Pobre muchacha!
Nos interrumpen los terribles gruñidos de
“Sam”, el chimpancé, que se ha declarado mi enemigo,
no sé si porque me cela con la Inocente o a causa de la
maldita popularidad, que todo pudiera ser: he conocido
otros animales así.
He visto a muchos conocidos, entre ellos a la
comadre de Verapaz y a su hija la poetisa. Lloraron de
gusto. La joven, llena de rubor, me deslizó un papelito.
Son unos versos que empiezan así:

¡Libertad! ¡Libertad! Resucitaste,


Rompiendo fiera las cadenas duras...

165
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

(Esta chiquilla tiene verdadera manía por la


libertad. Yo que la madre la ataría corto).
Sólo don Isidro no ha venido y tampoco he visto
a Tere, la de El Chile.
(La feria pésima, aunque digan lo contrario los
otros correspon­sales). – Corresponsal libérrimo.
P.S.– Hoy a las 11 a.m. ocurrió una tragedia en
los soportales de la plaza. Yo iba disfrazado a almorzar y
vi por pura casualidad... Mañana le contaré.
¡Ríase usted de las garantías que ofrecen ciertas
autoridades para las ferias! – Vale.

166
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

P. P. C.

LORENZANA, noviembre 2 (Día de los Fieles


Difuntos). – Carta‑telegrama.– Escríbole volando, cuatro
líneas, pues saldremos dentro de una hora.
Contratado $ 200 oro mensuales, comida, soda
water & whisky a discreción, as interpreter and secretary
Mr. Hass, chief “Ash, Haas & Co.”, de Omaha.
Desprendido negro Thomson diome sólo veinte
colones níquel.
Protectora incógnita es Barbarita Azucena, Hija
de María y sobrina Engracia, tímida cual paloma, negra
y murucha como cierto... privado. Total: ni azucena ni
bárbara.
Tía y sobrina rechazaron pago servicios: gracias.
Honorable casa turca “Thoma y Daka”,
quebrada (dejo los ¢ 3.50 para los pobres).
Ayer díjele vi tragedia portal. Rectifico: mentí:
No vi nada; no sé nada. Ignoro quién calumnióme y
chismeóme Policía. Dicen búscanme declare no vi nada.
Confiésolo faz mundo, mas no cogeránme: antes
suicidaréme aunque pierda derechos honores militares.
Mister Haas senior, multimillonario yanqui,
viene busca tesoro maya ocultó Lempira, y también
chupar with friends (con amigos).
Cobíjame bandera estrellada. Este trapo
estréllanse bajáes, sátrapas y cuilios.
Mistress Haas, gran corpulencia, pechuga
exuberante, antigua ecuyére, carnes duras, algo loca.
Miss Haas ... divina, encantadora: loca rematada
Gainsborough never pintó such a young lady.
Mr. Haas jr., colonel, twenty years only,
simpatiquísimo muchacho.
Creo porvenir asegurado con cuatro Haases.

167
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

Formamos caravana cuarenta personas entre


gringos, negros, chinos y arrieros guanacos. Con patacho
pasamos, sin contar ochenta, sin contar elefantes,
camellos, perros policías, autos y aviones.
Contentísimo.
Ignoro exactamente do vamos. Sólo sé buscamos
aventuras paí­ses misterio en pos ciencia y business...
Geólogo, geógrafo y arqueólogo expedición es
Herr Prof. H. H. H. Wissmann Lager‑Beer (V.V.S.O.P.),
hijo célebre explorador Africa, primo Carlos Wiesser,
adjunct Y.U. (YU no significa “usted”, sino Yale’s
University).
Distintivo lleva candado ojal solapa.
Gran americanista, descubrió Votán desayunábase
huevos quetzal. Pretende descubrir ruinas “Ciudad de las
13 serpientes” (precaución compré trece frascos curarina).
Encarecíle Atilio venga nosotros (telegrafiárnosle
proposición).
Sabio Wissmann cree montañas Opatoro hállase
célebre “Toro de Opalo” de los mayas.
Remontaremos río Torola. Profesor opina cerrito
orilla divísase toro famoso. Fúndase mayas eran muy
maulas, y Gran Sacerdote, lana como todos mismo oficio,
objeto despistar bautizó en francés montículo llamándole
Taureau‑lá, “torolá” que significa “ el toro está allá.
Wissmann sabe mucho.
Pienso aprovechar asimilándome algo, y si
vuelvo patrios lares, presentaré Gobierno proyecto
suprimir terremotos sin necesidad desaguarnos.
Parece visitaremos República Azacualpa1.
¡Tierra mirífica, sueño de muchos...!
1
Azacualpa, pueblo famoso ladrones, queda al occidente, en un Estado vecino, pero yo
agárrome “licencias geográficas” y póngolo lado opuesto.
¿Qué más licencia que el adjudicarnos 12.000 kilómetros cuadrados de tierra, sólo en el
papel, y falsear así las bases de nuestra estadística?
168
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

Si cruzamos ese encantador país gentes


laboriosas y cuna grandes estadistas, generales, políticos,
financieros, ministros y administradores probos, enviaré
sustanciosas crónicas si no muero en la demanda, hay
correos y no violan correspondencia.
Probablemente you will not have news from me antes
de dos meses.

Supe don Arturito dio teatro gratis. ¡Ya decía yo!


Gracias y que dispense (regresaré sólo arreglar cuentas La
Comisión). I will learn boxing before...!
Ronquete murió anoche olor santidad y...
suciedad.
Como era tacaño, malas lenguas dicen escogió
ese día economizarse dobles.
Si herederos pretenden cobrar quedan firmado
por mí, mándelos aquí. Mejor niegue firma: está hecha
zurda.
Comienzo ser “práctico”.
Suplícole recoger tijera caso Albino háyase
olvidado: dúdolo.
¡All right! Recuerdos familia y compañeros
redacción...
Una súplica borde misterio... o tumba: no
métase política. Alé­jese comités y bebités2.
2
Poco antes de la inauguración de la estatua del General Gerardo Barrios,
el General Figueroa mandó darles de alta, para los efectos del sueldo, a los
veteranos del 63, los que por cierto, en vez de disminuir aumentaban todos los
años, como pasó en los Estados Unidos con los ídem de la guerra de Secesión.
Desde el día de la inauguración se instalaron –los nuestros. En una glorieta
del Parque, y se dedicaron a beber. Hubo que llevárselos poco menos que a la
fuerza y darles de baja. Entonces fue cuando dijo Luis Lagos que se habían
constituido en bebité. – Nota de 1932.

169
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

Conserve independencia, tesoro inapreciable,


aunque no pueda empeñarse.
Créame: “está oscuro y huele a queso3.
¡A happy new year!
¡Adiós!
Lo abraza su siempre fiel‑Ex-corresponsal
ambulante.
P.S.– Esta la escribí para enviarla como
carta‑telegrama y aligerarme un poco de níquel, pero
uno que sabe me dijo que “mejor no”, y se la mando con
Quique Armas, que acompañó a los Haases hasta aquí.
Finests regards to anonymists...— Vale.

3
Mi consejo era más que justificado. Poco después ocurrió en San Salvador la
matanza del 25 de diciembre, hecho inaudito que será eterno baldón para los
que lo concibieron y ejecutaron.

170
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

Explicación

A MANERA DE EPÍLOGO

La última crónica que con el título de La


caravana pintoresca fue enviada desde Mapulaca, por
correo, no llegó a su destino.
Ocho años después nos la entregó un Director
de Correos, apreciado amigo nuestro.
En dicha correspondencia se describe la salida
de Lorenzana; el baño de la bella Miss Constance en la
laguna de Apastepeque, espectáculo maravilloso que hizo
exclamar emocionado al pobre corresponsal:

“¡Oh, tú, de la onda inmaculado lirio!”

La llegada a Sensunte; el hallazgo que el Teólogo


Reverendo Doctor Isaac Jessurum hizo allí de individuos
de raza hebrea mestizos de lenca; la descripción de una
“entrada de cerdos” a beneficio de Santa Bárbara; la rifa
de la persona del párroco, Padre Angelito; y, por último,
la llegada al Ixcatal, en la confluencia del Torola con el
río Lempa.
Como dicha crónica no fue publicada en su
oportunidad en El Imparcial, no nos creemos con derecho
a incluirla en este libro, y la reservamos para que sirva
de primer capítulo del volumen donde se narran las
truculentas e inverosímiles aventuras de la troupe Ash,
Haas & Co. En los países absurdos del Istmo maravilloso.
La publicación de aquél depende del favor del
público, pero ante todo de que Dios nos dé vida y humor.
Amén

San Salvador, enero 12 de 1933.


171
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

VOCABULARIO

A
Achín: Buhonero.
Achorcholado: Decaído, triste.
Ayote: Calabaza de comer.
Azacuanes: Aves de paso.

B
Bamba: Moneda de un peso. Un duro.
Batidor: Cacharro para hervir líquidos
Bayunco: Cursi, tímido, paleto.
Bolo: Borracho

C
Cachete: Carrillo (hacer un). Hacer un servicio
Camote: Batata
Colón: Unidad monetaria (antiguo peso)
Conque: Condumio
Coyota (mula): Color de coyote, leonado
Cuche: Cerdo.
Cuchumbo: Cubilete de juego de dados.
Cuétanos: Gusanos grandes
Cuilio: Agente de Policía. De cuiliote, palmito
comestible muy amargo.
Cumbero: Adulador; pelotillero.
Cumbo: Sombrero hongo; recipiente esférico o
cilíndrico; vagoneta.
Curunco: Hormiga de cabeza roja; pelirrojo.
Cusuco: Armadillo.
Cuto: Que le falta un cuerno, un pie, mano, etc.

172
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

CH
Chacalín: Camarón pequeño.
Chacuatete: Ortóptero que daña los cafetos.
Chagüite: Arroyo pequeño.
Chaparro: Aguardiente de contrabando.
Cheje: Pájaro carpintero, pequeño.
Eslabón para hacer lumbre.
Chele: Rubio, blanco, gringo.
Chelear: Blanquear: dar de cal.
Chicharra: Cigarra.
Chiche: Teta. Fácil.
Chichigua: Ama de cría.
China: Ama seca; aya.
Chiquirín: Caballito.
Chiva: Manta de lana; mentira.
Chivo: Juego de dados; diputado.
Choco: Ciego, tuerto.
Choquera: Ceguera.
Choto (de): Gratis.
Chucán: Bromista.
Chucanada: Broma ordinaria.
Chumpe: Pavo común (chompipe).
Chupar: Beber hasta embriagarse.
Chuspa: Estuche de cuero; bolsa pequeña.

D
Desponjo: Terreno preparado para la
siembra.

E
Embustera: Melindrosa.
Esquipulas: Santuario célebre de Guatemala,

173
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

cerca de las fronteras de El


Salvador y Honduras. Romería
famosa y concurrida el 15 de
enero.
G
Galera: Cobertizo; tejavana.
Guanaco: Natural de El Salvador.
Guaro: Aguardiente de caña.
Güegüecho: Pavo común.

H
Huacal: Cuenco (generalmente se
fabrican con la fruta de morro,
jícaro o cutuco).
Huatera: Sembrado de maíz, tupido, para
pasto.
Huizayote: Fruta acuosa, agradable como
verdura. (Huiaz‑ayote significa:
ayote con espinas).

Y
Ixtacayote: Piojos de las gallinas y las
palomas.

J
Jila: Flor del árbol llamado jilo o
chilo. Son como una linda borla
de pasamanería.
Las hay de color de púrpura y
blancas.
Jilula: Mechuda, mal peinada.

174
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

L
Ladino: Criollo; mestizo de blanco y de
indio.

M
Maleta: Lío de ropas.
Matate: Red para transportar el maíz en
mazorcas.
Matagusano: Dulce hecho con cáscaras de
naranja.
Mecate: Cuerda, lazo.
Metido: Entrometido.
Miguelear: Cortejar; enamorar.

N
Nana: Mamá; aya.
Nixtamal: Maíz cocido, listo para molerlo.
Nixtamalero: Se le llama así a lucero de la
mañana, porque el nixtamal se
cuece en la madrugada.

P
Palo de pitos: Árbol de cuyas flores se hacen
pitos.
Son comestibles, y producen
sueño, lo mismo que las hojas.
Pijije: Bella palmípeda de la América
Central.
Pitas: Mentiras; exageraciones.
Pucuyo: Avecilla nocturna. Vuela como
las golondrinas, cuando se ha
puesto el sol.
Pucho: Bolsa con añil. Puñado.
175
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

S
Sacadera: Fábrica clandestina de
aguardiente.
Siguanaba: Uno de los duendes populares.
Se supo­ne que es una mujer que
vaga por la noche y se baña en
los ríos.

T
Tanate: Lío de ropas.
Telengues: Cachivaches.
Tetunte: Trozo de tierra endurecido.
Tiliche: Trasto.
Trozo: Cepo (generalmente se
destinaba a los ebrios
escandalosos).
Tunco: Cerdo.
Tunquero: Negociante en marranos.

V
Virola: Se llama así a la ciudad de
Zacatecoluca y viroleños a sus
habitaciones.
Volado: Indirecta; truco.

Z
Zacapín: Caballericero.
Zacate: Gramíneas forrajeras.
Zacatear: Dar el pienso.
Zope o zopilote: Especie de cuervo (gallinazo).
Zope (hacer): Vómito de los borrachos.

176
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

ÍNDICE

Prólogo...................................................................................... 5
Nada es como debiera ser......................................................... 7
Un poco de historia................................................................... 9
La “mancha brava” en Guazapa.............................................. 14
Lo de la langosta..................................................................... 16
El comandante rijoso............................................................... 18
El narcótico............................................................................. 22
La boleta número 15873......................................................... 26
Pippermint nacional................................................................ 29
En el umbral del infierno......................................................... 33
En la finca “de arriba” . .......................................................... 37
Humboldt imberbe.................................................................. 41
Barrunto de tempestad............................................................ 45
El Dr. Patrocinio Guzmán T.
y nuestro Corresponsal ambulante ......................................... 49
Política, ciencia y otros excesos.............................................. 52
Sigue la fiesta.......................................................................... 56
El mayor monstruo.................................................................. 61
La noche del sábado................................................................ 65
Consuelos y consejos.............................................................. 69
Exageraciones de la prensa..................................................... 74
Historia vieja y triste o viceversa............................................ 78
Milagro “venteado”................................................................. 83
Captura y prisión de nuestro Corresponsal ambulante .......... 87
La Siguanaba ......................................................................... 90
Resurrección........................................................................... 95
El día de Santa Teresa........................................................... 101
Por cordillera......................................................................... 107
Primer interrogatorio............................................................. 113
Ofrecimientos profesionales................................................. 118
Dictamen pericial.................................................................. 122
Todo es según el color........................................................... 127
Novelería estúpida................................................................ 132
El beneficio de todos............................................................. 136
177
La muerte de la tórtola José María Peralta Lagos

El comandante, la tía y el juez.............................................. 141


Los anónimos, la carta y mi tío . .......................................... 146
Un reo extraño....................................................................... 151
¡Eureka! ¡Milagro! ¡Albricias!.............................................. 156
La exhibición........................................................................ 161
P.P.C...................................................................................... 167
A manera de epílogo ............................................................ 171
Vocabulario........................................................................... 172

178
Impreso por:
Imprenta Nacional
San Salvador, El Salvador
2015
Esta edición consta de 25,000 ejemplares.

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