Alcuaz-Lazos Sociales en La Psicosis
Alcuaz-Lazos Sociales en La Psicosis
Alcuaz-Lazos Sociales en La Psicosis
PARA LA LOCURA
Carolina Alcuaz
Prólogos
Gustavo Dessal
Colección Schreber
Título original:
Diseño de cubierta:
[email protected]
ISBN print: 978-84-122116-9-6
A José María Álvarez por sus enseñanzas clínicas y sentirme honrada con su
prólogo.
A todos…
MUCHAS GRACIAS
Índice
Presentación
Introducción
Bibliografía
Acerca de la autora
Notas
Otras palabras para la locura
Borges habría podido decir que no me unía a este libro ni el amor ni el espanto.
Desde luego, tampoco el odio, que de acuerdo con Lacan es la disposición más
apropiada para una buena lectura. No conozco a la autora, ni había leído nada
salido de su pluma. Ahora, tras haberme sumergido en este libro, sigo sin
conocerla, pero puedo afirmar que su obra cumple con una de las condiciones
fundamentales que le exijo a la literatura: que me llegue al corazón. No me
retracto de la palabra «literatura», porque en mi opinión esta escritura se incluye
mejor en esa categoría que en la de «ensayo». Antes de indagar en los
enunciados, el lector quedará probablemente sorprendido y cautivado por la
enunciación. Carolina Alcuaz ha encontrado un decir sobre la locura que es la
premisa a partir de la cual este libro se ordena. Su decir poético es en este caso la
voz narrativa justa, la que permite acercarnos la locura, destacar su profunda
humanidad, el rigor de la sinrazón, la inobjetable lógica de su discurso, los
ingenios con los que testimonia el drama de la existencia, el dolor inaugural de
la vida, el trasfondo incomprensible del ser hablante. Carolina nos muestra, con
trazo fino y firme, que los locos no vienen de Marte. Somos ellos, o ellos son
nosotros: espejo roto en el que cualquiera podría verse, si acaso se atreviese a
echar un vistazo. El lenguaje del psicoanálisis da muy buena cuenta de dónde
vienen los locos, pero este libro necesitaba algo más que ese lenguaje.
Necesitaba que el psicoanálisis fuese dicho con sus propias palabras, pero
también con otras, con las palabras que sugieren, que evocan, que inspiran, que
transpiran, que estremecen. Con esas palabras la autora consigue sacar a los
locos del manicomio y devolverlos a la vida corriente. Ni seres deficitarios ni
deformes, los locos regresan de su exilio para enseñarnos todo lo que saben.
Carolina, como muchos de los que tuvimos la fortuna de iniciar nuestra andadura
analítica en el manicomio, se ha propuesto en este su primer libro transmitirnos
lo que de esa experiencia ha aprendido. Solo hay un modo ético de abordar la
locura: dejarse enseñar por su sabio saber. Al mismo tiempo, y es algo de lo que
la autora está muy bien advertida, tampoco es cuestión de redundar en la
idealización romántica del loco, lo que supone el riesgo de convertirlo en un
fetiche abandonado a su suerte.
Si algo destaca de entrada en esta obra (de misterioso título, puesto que uno llega
al final sin saber cuál sería esa «Otra sociedad» en la que la locura podría
habitar) es que no se trata de una casa de citas. Sin duda, la bibliografía es
abundante, pero lo más interesante resulta comprobar el método mediante el cual
Carolina lee la teoría lacaniana de las psicosis. Ella ha escogido un texto rector,
una «carretera principal» que en ningún momento abandona: el seminario «Las
psicosis» de Jacques Lacan. La teoría de los cuatro discursos, del sinthome y de
las suplencias, la topología de nudos, la pluralización de los Nombres del Padre,
todo ello está al servicio de producir una apasionante disección de ese seminario
y extraer una conclusión perfectamente argumentada: lo que vino más tarde en la
obra de Lacan está ya contenido en esas lecciones magistrales. El propósito es
claro y bien definido: demostrar que aunque el propio Lacan llegó a afirmar que
el psicótico está fuera del discurso, y por ende del lazo social, todo el conjunto
de su obra lo desmiente. Comparto plenamente esa posición decidida que la
autora ha tomado, y la he expresado en numerosas ocasiones, pero el modo en
que ella reúne los distintos argumentos para exponer su tesis posee una fuerza
inobjetable. Carolina Alcuaz corta el nudo gordiano de ese antiguo debate sin
otro filo que los conceptos de Lacan. Ella es tributaria de la enseñanza de
Jacques-Alain Miller, que entre otras cosas ha emprendido el desafío de
deslindar la obra de Lacan de cualquier idea de progreso epistémico. Nuestra
autora recorre el seminario 3 con los instrumentos conceptuales que parten del
ensayo «Los complejos familiares» y llegan hasta el último de los seminarios.
Pero no abandona esa carretera principal, lo cual le confiere a este libro una
precisión y un rigor clínico que en ningún momento se extravía por los
«caminitos» en los que tantas veces se entretienen los autores.
Algunos capítulos son introducidos con un micro relato clínico, pequeñas piezas
poéticas en las que se condensan las peripecias de una vida, la contingencia de
un tropiezo con lo real, y la solución parcial y en ocasiones fugaz que el
psicótico encuentra para sortear el abismo o ascender tras su precipitación.
Reverso del discurso del amo y alternativa al delirio, el discurso del psicoanálisis
orientado por la acción lacaniana ahuyenta de la locura la vieja sombra de su
presunto déficit, y por el contrario convierte la psicosis en la puerta de entrada al
enigma de la subjetividad. Es por ese motivo que Carolina Alcuaz ha escrito un
libro no solo de lectura obligada para el clínico, sino también para todos aquellos
que se interesan en la tarea de descifrar la lengua secreta que habla en nosotros.
Gustavo Dessal
Hay libros que suscitan interés tan solo por la materia de la que tratan. En ellos,
por lo general, el título es su carta de presentación y el índice da a entender tanto
el despliegue temático como el perímetro de la indagación. Como todo en este
mundo, hay libros insustanciales y huecos, textuchos de los que el autor debería
avergonzarse por hacer pública su vanidad y exhibir su ignorancia. Y los hay,
claro está, luminosos y esclarecedores, intensos e inolvidables.
ΩΩΩΩΩ
El libro de Carolina Alcuaz, Otra sociedad para la locura – Estudio sobre los
lazos sociales en las psicosis, corresponde, a mi modo de ver, al segundo grupo.
Ahí se hallan sus valores: por una parte, es un texto que surge de las preguntas
clínicas cotidianas, en este caso sobre las relaciones, los vínculos y lazos sociales
de los locos; por otra, la búsqueda de respuestas se dirige inexorablemente a la
obra de Jacques Lacan, tan presente y constante en esta monografía que se la
podría considerar un breviario de teoría lacaniana de la psicosis. Mezcla de
clínica y teoría, con amplio predominio de referencias al mencionado
psicoanalista, la autora hace gala de un trabajo de lectora concienzuda y
meticulosa. Su tesón salta a la vista. No es de las que se arruga ante una
dificultad y se la quita de encima con una cita de autoridad. Al contrario, es de
agradecer la simplificación a la que tiende cuando se topa con una fórmula
enrevesada. En este sentido, se ve que acomete este libro, su primera obra, de
frente y con franqueza, cosa que se pone de relieve también en el aparato crítico,
tanto las notas al pie como la bibliografía.
Muchos autores suelen aprovechar la introducción de sus libros para dibujar una
fugaz imagen de sí mismos. Y así lo hace también Carolina Alcuaz al presentarse
como clínica de manicomio o de hospital psiquiátrico, si se prefiere, y como
psicoanalista. Como si se tratara de dos cabos, la autora los aúna y forma con
ellos una trenza a la postre difícil de separar. Y lo mismo hace con los dos
miembros que componen el título de su escrito: por una parte, la mención de la
Otra sociedad para la locura; por otra, el estudio sobre el lazo o vínculo en la
psicosis. En principio parecerían dos partes de una materia cuya articulación
pudiera darse o no. Pero se da. Y esa trabazón, meditada, pausada y delicada,
constituye uno de los aciertos de esta obra. Conjunción, por tanto, de teoría y
clínica; conjunción, asimismo, de un análisis sobre las relaciones propias de los
locos y de una mirada general sobre la relación de la locura y lo social. Como la
autora reconoce en la última página, su escrito va más allá de una contribución a
la teoría y aspira a «facilitar nuevas herramientas en el tratamiento posible con
las psicosis y a una menor estigmatización por parte de la sociedad».
Ante un libro que tiene sustancia, corresponde al lector seguir los detalles de la
argumentación, sus anudamientos, fundamentación y desarrollos. En cambio, es
competencia del comentarista destacar alguna de las propuestas apuntadas,
esclarecerla y valorarla. Si hubiera de dar solo una, diría que Carolina Alcuaz
muestra que los locos se relacionan, vinculan y establecen lazos con los otros. Y
que lo hacen de formas un tanto especiales y diferentes al común de los
mortales. En su simplicidad, creo que este es uno de los mensajes principales y
que vale la pena valorarlo cuanto merece. Habrá quien, al leer esto, sacará a
colación el conocido refrán «Para ese viaje no se necesitan alforjas». Si lo hace,
le conviene recordar que la sencillez es más amiga de la verdad que la
complejidad. Lo digo porque a los locos se los ha pintado como lunáticos,
autistas, solipsistas, ajenos, idos, como gotas de aceite, en fin, incapaces de
mezclarse con el agua de la vida, el amor y el deseo. Esa imagen del loco casi
inhumano alcanzó uno de sus mayores esplendores en los comentarios de
Henricus Cornelius Rümke sobre el Praecox-Gefühl o «sentimiento precoz» que
inspiraba el vacío helador frente al esquizofrénico. Y eso no es cierto. Es pura
exageración o evidente incapacidad del clínico.
ΩΩΩΩΩ
En la confluencia del amor y los libros se dan cita numerosos autores, sobre todo
los tocados por el genio poético y los contadores de historias, en especial los
novelistas. Menos son los que hacen de los libros su gran amor. De estos
últimos, Michel de Montaigne se cuenta entre los más destacados. De hecho, uno
de sus ensayos más bellos lo tituló «Los libros», sin más. Allí confiesa que toma
prestado del decir de los demás lo que no es capaz de exponer por sí mismo con
la requerida perfección, ya sea por la debilidad de su lenguaje o de su juicio.
«Desearía tener una comprensión más perfecta de las cosas —señala poco
después—, pero no la quiero adquirir al precio tan alto que cuesta».
Con el paso de los años, a mí me pasa algo parecido. Por eso agradezco tanto la
publicación de libros como este, bien fundamentados y trabajados, tan redondos
que casi no dejan flecos sueltos. Ante ellos, uno solo puede sentir gratitud.
Porque hay que agradecerle a Carolina Alcuaz su generoso esfuerzo para
allanarnos el camino con esta investigación pormenorizada. Y al hacerlo, nos
ahorra muchas horas de estudio y cavilaciones, un tiempo que será bien
empleado si lo dedicamos a seguir hablando y relacionándonos con los otros.
Mis primeros pacientes no fueron casos fáciles. Recuerdo que Miguel caminó
trescientos kilómetros, semidesnudo, hasta llegar a la guardia del hospital un
treinta y uno de diciembre. La necesidad imperiosa de testimoniar sobre su gran
sufrimiento no dio lugar a ningún cansancio físico. Otra persona, en su lugar,
hubiera desfallecido en el intento. En cambio a Juan lo trajo, muy a su pesar, la
policía. Tras varios días de reclamar sin éxito, a una conocida empresa de
cervecería donde trabajaba, por los perjuicios sufridos, arrojó botellas hasta
hacerlas estallar contra sus muros. Tomás también sufrió conflictos laborales.
Sus compañeros se burlaban de él y hacían comentarios por lo bajo sobre su
condición sexual. Harto de estas insinuaciones agrede a su jefe, principal
implicado en la trama del complot. Por el contrario, Pablo tenía otra clase de
problemas. Estaba enamorado, pero enloquecidamente enamorado. Una
madrugada caminó por los techos del vecindario y entró por la ventana de la
habitación de su amada en un intento más por declararle su sentimiento. En el
silencio de la noche hizo escuchar la melodía del piano familiar que despertó a
todos. Otra mujer, llamada Celina, nunca se sacaba sus guantes blancos porque
hacerlo la pondría en contacto con la contaminación mundial. Alojada en el
último piso de un edificio antiguo fue denunciada por haber provocado una
inundación con sus rituales de limpieza. A diferencia de Celina, Marta había
enviudado hacía poco y la habían encontrado en la calle, muy agitada y gritando
¡Ayuda! Mónica pensó que era culpable de una falta grave y que el diablo la
castigaría anticipando en imágenes cómo ardería en el infierno. En cambio,
Pedro, no podía explicar por qué hacía dos meses yacía en una cama.
Exiliados del cuerpo y del alivio del olvido muchos sorprenden con sus
soluciones. Seguramente sin esas invenciones resultaría imposible engancharse a
la escena social. Es así como las maneras singulares que encuentran, para
adueñarse del cuerpo y hacer del lenguaje un instrumento, les permiten volver a
trabajar, estudiar y sostener los vínculos. Estos nuevos modos de habitar el
mundo distinguen a unos por su genialidad y a todos por la decisión insoslayable
de aliviar la existencia; sin embargo, no siempre se encuentra solitariamente una
respuesta al malestar. Para muchos, un tratamiento puede significar ser
acompañados en dicha búsqueda, mientras que para otros, es el encuentro con un
testigo que los confirme en sus soluciones. Finalmente, es extensivo para todos
la alternativa de saber acerca de las condiciones que hacen posible el lazo con
los otros y, al mismo tiempo, las coordenadas en las que este se ve conmovido.
Ni el aislamiento ni su opuesto de adaptación forzada a la sociedad pueden ser la
finalidad de un tratamiento.
Este libro cuenta además con una sección final —«Los lazos sociales en la
enseñanza de Jacques Lacan»—, en el cual especificaremos aquellos momentos
claves de la obra de Jacques Lacan, que brindan las herramientas teóricas y
clínicas, para reflexionar acerca de los vínculos sociales en las psicosis.
Con el fin de otorgarle la densidad que el tema merece, lo que sigue tiene el
propósito de contribuir, por un lado, al debate en torno a la locura y su inserción
en la sociedad, y por el otro, añadir nuestro aporte para formalizar un término
difuso, el lazo social.
Los lazos sociales
Tomar una vieja taza, quizás la que siempre hemos usado, y sorprendernos por lo
artificial que puede ser ese simple gesto. ¿Para qué está allí? ¿Por qué habría que
lavarla? Encontrarnos con un habitante de esa casa con el cual, hasta entonces,
desayunábamos todos los días. Sin embargo, no lograr establecer con él un
diálogo, no saber qué opinar o cómo actuar frente a él.
Puede ocurrir, tal vez de manera inesperada, que ese, con el cual convivimos
desde hace años, se vuelva un completo extraño. ¿Por qué tiene sueño? ¿Por qué
sonríe a la mañana? Un día la relación con los objetos y con los otros se tiñe de
una perplejidad desesperante. Aquello que nos era evidente y habitual deja de
serlo. El sentimiento de familiaridad que nos unía al mundo desaparece. El
sentido común se desvanece y enloquecemos en el ensordecedor silencio de las
cosas.
Ahora bien, ¿qué sucedería si en vez de perder esa evidencia, que nos permite
estar en la sociedad, comenzáramos a desconfiar de ella; si la creencia en el
sentido establecido cayera? Un día podríamos despertarnos, sentirnos inquietos,
incluso temerosos, pensar que algo está por ocurrir. Luego, entender que, por
alguna razón, esa vieja taza se encuentra allí para que la veamos. Y no por
casualidad cruzarnos con ese habitante de la casa que nos mira y sonríe de
manera extraña.
Reflexionar unos instantes sobre ese encuentro, intentar precisar qué sucede,
comprender que detrás de esa sonrisa hay una intención oscura. Al final del día
nos surgiría una idea: alguien quiere nuestro mal. Esto es lo que ocurre en la
psicosis llamada paranoica, es decir, aquellas personas que tienen, parafraseando
a Sérieux y Capgras3, ese giro singular del espíritu que hace calibrar las
coincidencias y codificar lo imprevisto.
El mundo les hizo un guiño de ojos y, para calmar lo inquietante de esa seña,
deben descifrarlo. En busca del origen del mal descubren que aquellos
integrantes del entorno familiar —vecinos, amigos, jefes, hijos, profesores,
etcétera— pueden volverse hostiles. El paranoico padece de esa manera el
vínculo con los otros. Como víctimas de la maldad del mundo, estas personas
demuestran que toda creencia en el otro tiene su cara contraria. Desconfiados,
suspicaces, asociales, perseguidos y cautelosos, saben que los demás pueden
volverse enemigos.
¿Cómo se convive con la maldad del mundo? ¿Cómo se logran establecer lazos
más vivibles y menos problemáticos? Algunos, como el filósofo Jean-Jacques
Rousseau, necesitaron instaurar las bases para una sociedad más justa, menos
corrupta, es decir, más soportable. Otros, solo permanecieron en el camino
incansable de la querella o en la planificación de un acto contra la injusticia
cometida por el perseguidor. Muchos que, en lo insoportable del daño,
arremetieron agresivamente contra sus adversarios, no renunciaron a sostener
una posición de inocencia frente a la sanción social.
Si la sociedad como un todo puede ser una ilusión podemos afirmar que existen
diferentes maneras de vincularse con los otros, con las cosas, con el cuerpo y con
el lenguaje. A estas modalidades las llamaremos, desde la perspectiva del
psicoanálisis, «lazos sociales». En suma, la sociedad no es otra cosa que la
familiaridad con el mundo silenciosamente percibida. Hay lazos sociales, en
plural. Se puede estar fuera o dentro de ellos. Son los vínculos que nos permiten
habitar lo que llamamos la sociedad. Las psicosis, por su parte, enseñan que los
lazos que nos unen, al mundo y a los otros, no son más evidentes sino cuando se
deshacen.
Sin palabras
En toda cultura los discursos establecen modalidades de vincularse con los otros,
con el cuerpo, con el lenguaje, con el mundo. Hay modelos de parejas, de
familias, de gobiernos, de educación; hay también maneras socialmente
aceptadas de hablar, de usar el cuerpo e incluso imágenes sobre el cuerpo ideal,
maneras de comportarse, etcétera. Son los usos y costumbres que nos permiten
sentirnos parte de esa sociedad compuesta por diversas convenciones, que se
inscriben en determinados discursos.
Lo interesante es que dichos discursos, que establecen los lazos, no necesitan ser
pronunciados explícitamente. No obstante, constituyen los pilares de la realidad
en la cual nos movemos y sostienen el mundo. Son, al decir de Lacan, discursos
sin palabras8. El autor explica, en su seminario conocido como «El seminario de
los cuatro discursos»9, que no hace falta la palabra pronunciada para que nuestra
conducta o actos se inscriban en ciertos enunciados primordiales, que sin ser
evidentes conducen nuestra acción. Podríamos decir que aún ignorando el guion
de la película la actuamos.
Los lazos sociales establecidos por los discursos se sostienen en un marco de
desigualdad. Se trata de la presencia de una disparidad que constituye la esencia
de dichas modalidades de relacionarse. Hegel10 nos ayuda a entender esa
asimetría fundamental. Este gran pensador describe el vínculo entre el Amo
antiguo y el Esclavo. El lazo de dominación existente entre ambos instala la
desigualdad. Sabemos que cuando se gobierna alguien da las órdenes y otro
obedece. A la dialéctica establecida entre ambos Lacan la llamará Discurso del
Amo. Hay, por lo tanto, en un discurso lugares diferentes, ocupados por el que
domina y el que es dominado, que establecen formas de pareja.
De este modo, para los que se adecuan a un discurso, la realidad queda ordenada
en base a lo que, por ejemplo, aquel que ocupa un lugar Amo dictamina. Hay en
el discurso palabras fundamentales —significantes amos— que comandan las
identificaciones de los seres humanos: somos trabajadores, docentes, padres,
políticos, médicos, etcétera. Lo social debe pensarse a partir de estas
identificaciones, de los mecanismos que nos permiten vestir nuestro yo11 y
vincularnos con otros. Así, cada uno marcha por la vida con un tempo
determinado discursivamente: trabajamos tantas horas, estudiamos, dormimos,
somos padres, amigos, compramos de modo compulsivo las novedades
tecnológicas del mercado, etcétera.
El discurso intenta dominar esa dimensión del placer propia del ser humano y
que, como veremos, siempre tiene su más allá. Los modos típicos de satisfacción
entre las personas o entre ellas y sus objetos constituyen, entonces, el
componente libidinal de todo discurso14. Ahora bien, desde la teoría
psicoanalítica no siempre la satisfacción coincide con el placer. El ser humano
suele perseverar en situaciones que le causan malestar. Sabe que de seguir por
determinados caminos solo obtendrá más sufrimiento y, pese a todo, algo insiste
más allá de su voluntad y hasta las últimas consecuencias. Se trata de un circuito
que va del placer a su más allá, hasta esa sorprendente paradoja, señalada por
Freud, de obtener satisfacción en el malestar15.
Cuatro discursos, cuatro maneras establecidas que adquiere el lazo social, cuatro
modalidades de armar pareja. ¿Hay otras? Sí. Lacan advierte que podría haber
diversificado más sus fórmulas de los discursos18. Sin embargo, veremos que no
se trata solo de considerar la posibilidad de más discursos, sino de pensar si todo
lazo social es necesariamente discursivo.
Conviene aclarar que la teoría de los discursos indica lo que en ese momento
Lacan entiende por lazo social, de ahí la importancia de dicho seminario para
este tema. Sin embargo, la definición del lazo social a través del concepto de
discurso correrá el riesgo de dejar a las psicosis por fuera de esa equivalencia,
como explicaremos más adelante. Por eso, diremos que dicha teoría es solo un
momento de la enseñanza de Lacan que no agota la conceptualización de los
lazos sociales y menos aún su relación con las psicosis.
¿Puede una persona orientarse siempre por el camino indicado por el discurso?
En determinados momentos de la vida la emergencia de un malestar, en tanto
sufrimiento psíquico, impide seguir el circuito asegurado. Desde la teoría
psicoanalítica a eso llamamos síntoma. Padecer un síntoma puede impedir
trabajar, relacionarse, hablar, estudiar, enamorarse, encontrarse en espacios
abiertos, caminar solo por la calle, etcétera. El síntoma no se adapta al orden
social propuesto por el Discurso del Amo, no cumple con sus normativas. Se
pone en cruz en nuestra vida, impidiendo que las cosas marchen, o como bien
desarrolla Lacan al retomar el lazo hegeliano:
Así y todo, hoy en día muchas personas presentan dificultades para rodear con
palabras el malestar que los conduce a consultar a un profesional de la salud. Es
característica la ausencia de relato, de interrogación profunda, de historización y
de elaboración que obstaculiza el tratamiento por la palabra. Ni sueños, ni
lapsus, ni olvidos que puedan descifrarse; más bien la presencia de conductas
impulsivas, compulsivas o riesgosas para la vida (consumo de tóxicos, intentos
autolíticos, comportamientos agresivos hacia terceros, entre otros). En la batalla
pulsional, la tendencia más mortífera silencia la palabra y lleva la delantera.
¿Podría haber algún cambio en ese modo de existencia? ¿Un tratamiento podría
incidir en la disputa entre la pulsión de vida y la pulsión de muerte?
La sociedad arma y desarma los lazos, los propicia o los destruye22. Es bien
conocido el papel que el discurso capitalista juega en los vínculos en nuestro
tiempo. Consumos, guerras, segregación, violencia: Eros y Thánatos compiten
ahora en el escenario social. El vínculo con los objetos del mercado ha logrado
sustituir el lazo con los otros y la falta de referencias identificatorias que
servirían de brújula para sostener un proyecto de vida. La tiranía de los objetos
nos empuja insistentemente hacia la satisfacción individual. Atrapados en un
circuito infernal, siempre a punto de obtener el último modelo mejorado de un
objeto, confirmamos que la felicidad no existe.
¿Qué significa tener un cuerpo? A diferencia del animal, el ser hablante nace con
un organismo biológicamente inmaduro —ni siquiera puede mantenerse de pie—
pero, es en el encuentro con el lenguaje que comienza la historia de nuestro
cuerpo. Entonces, podemos decir que no nacemos con un cuerpo. Si la
prematuración biológica nos caracteriza, la idea de tener un cuerpo se anticipa y
la compensa. Reconocemos nuestra imagen en el espejo23. Asumimos dicha
imagen como propia y es esa unidad corporal imaginaria la que nos hace olvidar
lo inacabado de nuestro organismo. Sin embargo, sin el sostén de alguien, del
cual necesariamente dependemos, dicha unidad sería imposible. Son los
personajes de nuestra historia los que encarnan el lugar del cual parten las
palabras, miradas y deseos que nos sujetan. Sin otra alternativa más que
someternos, comprobamos que ese mundo simbólico nos antecede. A ese sitio
Lacan lo denomina Otro con mayúscula.
Tomemos, por ejemplo, la relación madre e hijo. Es la madre quien encarna ese
Otro primordial. En dicho lazo prevalece, en el mejor de los casos por supuesto,
una relación de cuidado. Ella es quien alimenta al niño, lo baña, lo acaricia, lo
sostiene al caminar, le habla, lo mira y le permite mirarse. Dicho vínculo
constituye la historia libidinal del cuerpo del niño: qué caricias le gustan, qué
tono de voz lo asusta y cuál lo calma, qué imagen de sí mismo le devuelve la
mirada de la madre.
Dijimos que estar en el lenguaje nos otorga un cuerpo, por eso desde la
perspectiva del psicoanálisis el cuerpo es algo que se tiene. Sin embargo, ¿es tan
seguro que todos tengamos uno? ¿Se puede estar en el lazo social sin un cuerpo?
Dentro del campo de la psicosis, la esquizofrenia ha mostrado distintas
dificultades a nivel del cuerpo. Diferentes fenómenos clínicos han sido
descriptos por la historia de la psiquiatría que ha dado testimonio de este
conflicto que la diferencia de la paranoia25.
En cada sesión conversa sobre el efecto del entrenamiento físico, se siente más
ágil, sabe qué músculos son ahora más fuertes. Ha encontrado una solución a su
malestar corporal y decide volver al colegio. Por el contrario, otro joven, con
igual diagnóstico, se encuentra imposibilitado de resolver la sensación corporal
que lo invade. Siente que el cuerpo se desintegra tal como cae un puñado de
arena al abrir la mano. Muy a menudo lo vemos acostado en un banco del
hospital, donde realiza tratamiento, con sus ojos cerrados. Con esa postura
intenta dominar la relación de ajenidad con el cuerpo. Es alguien que se siente
fuera de su cuerpo. Cuando dicha sensación se detiene, entonces, se levanta y
logra integrarse al grupo de musicoterapia.
Para caminar hay que tener un cuerpo, sin ese descanso seguiría siendo un
puñado de arena. En ese pequeño relax encuentra la manera de ligarse de nuevo
a su cuerpo, es decir, inventa la forma de tener uno. En dicho grupo hay otra
paciente cuyo estado de ánimo alterna entre la alegría y la tristeza extremas.
Tiene una inquietud corporal permanente y encuentra una manera de sentarse
poco convencional pero efectiva. Sentada en una silla cruza sus piernas como si
estuviera por meditar, así logra, según relata en una entrevista con la analista,
calmar el movimiento que la asalta y participar de la actividad junto a otros.
En otros pacientes, no es todo el cuerpo lo que se vuelve extraño, sino uno de sus
miembros. Una joven decía que debía controlar la mano, porque ella hacía lo que
quería y, para evitar que pasara a la acción golpeando a sus compañeros de
colegio la sujetaba con la otra mano que sí le obedecía. Esta paciente permanecía
así cruzada de manos y, ese cruce, es lo que habilitaba adueñarse de su cuerpo,
tenerlo. Si lo bizarro de estas posturas se distancia del buen uso que el discurso
—a través de la educación— impone al cuerpo, es porque la psicosis demuestra
que también se puede tener uno más allá de lo establecido. Para estar en el lazo
social todos nuestros pacientes necesitaron tener un cuerpo.
Hay personas que no pueden orientarse por los modelos sociales propuestos para
relacionarse, pese a todo, tienen pareja, hijos, trabajan, hacen deportes,
mantienen un diálogo, escriben, circulan por la sociedad con mayor o menor
destreza que otros. ¿De qué manera logran enlazarse a los otros, tener un cuerpo
y usar el lenguaje? Mientras algunas personas se auxilian en los discursos
establecidos27, aquellos sostenidos por la función del padre, otros, en cambio,
requieren de una invención28 frente a los problemas que la existencia plantea.
Hemos visto como uno de esos dilemas puede ser nuestro propio cuerpo. Hay
pequeñas o grandes soluciones, como también la imposibilidad de inventar. Esta
ausencia de solución deja a la locura sumergida en su propio infierno. Las
respuestas singulares, como los trajes a medida, no sirven para todos. Algunas
duran toda la vida mientras que otras, quizás, solo el tiempo que otorga el
descanso en un banco del hospital. Cada uno inventa lo que puede. ¿La sociedad
podrá aceptar esas modalidades no establecidas de hacer lazo? ¿Qué sociedad
para la locura?
Podríamos creer que por naturaleza somos seres sociables, imaginar que una
especie de instinto nos lleva a relacionarnos con otros y obtener así alguna
satisfacción. No obstante, esto no es tan seguro. Nada más alejado para el
hombre que ese programa predeterminado con el que sí cuenta el reino animal.
No existe en el ser hablante, como nos enseña Freud, ningún instinto gregario32.
Por el contrario, el ser humano conoce una fuerza constante que lo habita y que
Freud denomina pulsión, trieb.
No hay nada natural en el ser humano que tienda a obtener dicha experiencia de
satisfacción en el encuentro con un partenaire. Ejemplo de esto es el relato de un
paciente que afirma caminar por la calle de la mano de una botella de alcohol y
no de una mujer. Si el goce en el ser hablante se nos presenta en su versión más
autoerótica, entonces, la pregunta queda planteada: ¿Cómo es posible el lazo
social si la pulsión se satisface sola? Si el lazo con el otro no está de entrada, si
no existe un instinto que nos indique cómo unirnos a los demás, ¿cómo podemos
renunciar parcialmente a la obtención de satisfacción en nuestro cuerpo para
encontrarnos con otros?
Neurosis y psicosis, ambas, enfrentan ese lazo faltante. Que al principio no haya
lazo constituye un imposible en el sentido de la lógica. Sin embargo, hay
distintas maneras de armar vínculos como veremos a lo largo de este libro. La
pulsión es, entonces, el concepto fundamental que nos permitirá entender qué
nos une y qué nos distancia entre nosotros. A su vez, con ella, el psicoanálisis
realiza su aporte original sobre el tema diferenciándose de cualquier otra mirada
teórica sobre los vínculos sociales.
Lo que nos une es el poder de Eros o pulsión de vida. Para Freud, la historia de
una sociedad y la biografía singular están regidas por una lucha de fuerzas que
constituyen el dinamismo pulsional. Eros y Thánatos vuelven paradójica la
condición humana. Estamos atravesados por la pulsión, de vida y de muerte.
Vemos así como el lazo social supone una tensión, una dialéctica que lo sostiene
y, al mismo tiempo, lo amenaza con la destrucción. ¿Quién gana la batalla? A
veces, como diría Paul Auster: «La vida se convierte en muerte, y es como si la
muerte hubiese sido dueña de la vida durante toda su existencia»36. Igualmente,
una advertencia recorre otro de los textos freudianos, nos referimos a El malestar
en la cultura. Allí el autor nos alerta sobre un resto que permanece indestructible
y difícil de regular: la pulsión de muerte. El lazo social, entonces, supone una
paradoja, la tensión antes mencionada, y esta misma es lo que constituye para
nosotros el aporte decisivo del psicoanálisis sobre el tema.
El alma colectiva
Dos instituciones con un rol central en dicha época servirán de ejemplo: Iglesia y
Ejército. Un colectivo de personas, una masa, es para Freud: «como una multitud
de individuos que han puesto un objeto, uno y el mismo, en el lugar de su ideal
del yo, a consecuencia de lo cual se han identificado entre sí en su yo»39. Es así
que, teniendo todos el mismo Ideal, es decir, un idéntico vínculo con el objeto
que lo encarna, los individuos de la masa pueden identificarse entre ellos40.
Dicha identificación, recordemos, supone declinar el interés sexual.
En capítulos posteriores veremos cómo en las psicosis los lazos sociales también
dependerán de las condiciones libidinales en juego y será a través de la
identificación que la locura podrá insertarse en la sociedad. Añadiremos aquí un
sentimiento que no depende del armado del lazo sino de su ruptura: el pánico.
Tomemos por ejemplo al Ejército: cuando el jefe es destituido en su función los
individuos entran en un estado de angustia y pánico. Este estado es propio de la
ruptura de los vínculos entre ellos que protegían frente a los peligros y no de la
magnitud del peligro al cual se enfrentan. En este sentido dirá Freud:
Vemos aquí que el conductor de una masa tiene un papel fundamental tanto en el
armado como en su disolución. Tal como la gota de cristal fundido, lágrima de
Batavia, que al contacto con el agua fría se templa y toma forma, la masa se
mantiene unida, pero si el conductor no está, la masa se desarma como cuando la
gota quiebra su punta y se reduce al polvo.
Este último malestar aparece como uno de los problemas fundamentales de los
hombres en sociedad. Sin embargo, es a lo largo del texto que descubrimos una
cuarta fuente que relativiza dicha afirmación y se convierte en la clave para
comprender la fragilidad de los vínculos. Lo interesante es que de todas las
causas de padecimiento esta nos acecha desde nuestro interior convirtiéndonos
en enemigos de nosotros mismos. Somos así esclavos de una fuerza demoníaca
que explica nuestra tendencia a la autodestrucción y que Freud denominó
pulsión de muerte. Así, esta inclinación constituye el obstáculo principal al
vínculo con los otros. ¿Puede la cultura dominar la pulsión de muerte? ¿Puede el
hombre luchar contra sí mismo?
Acaso se pueda empezar consignando que el elemento cultural está dado con el
primer intento de regular estos vínculos sociales. De faltar ese intento, tales
vínculos quedarían sometidos a la arbitrariedad del individuo, vale decir, el de
mayor fuerza física los resolvería en el sentido de sus intereses y mociones
pulsionales42.
Es interesante resaltar cómo Freud en su texto nos advierte que esa búsqueda de
satisfacción, que implica la libertad individual y se halla presente en cada
cultura, constituye una amenaza a la misma. Por ende, es necesario hallar un
equilibrio entre ambas partes. Sin embargo, el conflicto parece inevitable:
No parece posible impulsar a los seres humanos, mediante algún tipo de influjo,
a trasmudar su naturaleza en la de una termita: defenderá siempre su demanda de
libertad individual en contra de la voluntad de masa43.
Esta versión poco optimista del vínculo social nos hará concluir que su problema
está centrado más en la pulsión que en la psicosis.
El ser humano adolece de todo instinto vincular y esto ha sido traducido por
Lacan en términos de no hay relación sexual. Dicho axioma no quiere decir más
que esto: la relación entre los sexos no está establecida de entrada en el ser
hablante. Si al principio nuestra naturaleza es más pulsional que social, el
encuentro con el otro debe inventarse: «Allí donde no hay relación sexual, eso
produce “troumatismo” (troumatisme). Uno inventa. Uno inventa lo que puede,
por supuesto»44. Este juego de palabras entre trou (agujero) y traumatisme
(traumatismo) ilustra ese real al que todos nos enfrentamos.
El no hay relación sexual lo entendemos aquí por no hay lazo social de entrada.
Y es que en el corazón de todos los lazos que inventamos hay uno que falta.
Mientras la neurosis cuenta con la función paterna para orientarse, la psicosis se
ve confrontada a los mismos problemas existenciales sin dicho auxilio. Aún así,
nuestros pacientes logran casarse, tener hijos, estudiar, trabajar, dar clases y
tantas otras cosas. Lacan advirtió que algo, que hace las veces de función
paterna, de referencia o de guía, permite al psicótico orientarse en el camino.
Un orden social
Llegar a destino
En el capítulo anterior señalamos que en los seres hablantes el lazo social no está
de entrada. El hombre carece de un instinto que le indique cómo vincularse con
los demás, de ahí que deba inventar las maneras de enlazarse a los otros. Pero,
recordemos, que cada uno inventa lo que puede.
Si para relacionarse con otros algunos cuentan con la ayuda del Nombre del
Padre, otros, en cambio, deben lograrlo sin su auxilio. Estos últimos, los
psicóticos, arman lazos sin la función paterna. Sin embargo, en los debates
teóricos sobre el tema dentro del campo freudiano, algunos autores1 han negado
que dichos vínculos fueran auténticos. Solo en el enredo engañoso de una
comparación desventajosa con la neurosis se podría albergar dicha duda. Por eso
nos hemos preguntado si acaso existen pseudolazos en las psicosis. Por el
contrario, qué nos haría suponer que un vínculo fundado en el Nombre del Padre
fuera más sólido.
[…] puesto que Aimeé no consiguió llevar a término lo mejor y más importante
que ha escrito sino en el momento más agudo de su psicosis, y bajo la influencia
directa de las ideas delirantes8.
Sin embargo, la obra literaria de Aimeé no alcanza el éxito al que arriban otros
escritores. Si da la espalda al estrecho círculo humano en que fracasaba no
puede, de todos modos, dirigirse a una comunidad más vasta que la compense de
su derrota, señala Lacan11. Y esto no se debe, solamente, a la falta de «una
instrucción suficiente de los medios de información» y de «los medios de
crítica»12, en una palabra, la ayuda social.
Como muestra Jean Jacques Rousseau, se puede romper con el discurso común o
establecido de una época e inventar otro modo de pacto social. Sabemos que la
obra del ginebrino ha conmovido a sus lectores e inspirado a los revolucionarios
franceses. Corroboramos, de este modo, que la psicosis no desconoce el lazo
social imperante sino que lo cuestiona, lo ataca, lo denuncia, lo reinventa,
dialoga con él, lo vuelve más soportable. Entender la posibilidad de vínculos sin
el cimiento paterno nos posibilita pensar las psicosis desde las psicosis.
Si bien Aimée con su escritura no llega tan lejos como Rousseau, no obstante,
ambas obras permiten demostrar lo mal fundado de la teoría de aquellos que
piensan a la locura como déficit. Como dirá Lacan, en otro de sus escritos, la
psicosis no da cuenta del «caos coagulado en que desemboca la resaca de un
sismo» sino más bien de una «solución elegante»14.
A sus veinte años, luego de fracasar como actor, August Strindberg se percata de
sus dotes literarios. Relata que, un día, acostado, siente una fiebre insólita que
abrasa su cuerpo; la cabeza se pone a trabajar al margen de su voluntad o de su
intervención. Al cabo de unas horas, tenía en su pensamiento la trama completa
de una comedia en dos actos. Nada en la evolución de su psicosis podría
hacernos pensar en una alteración de las facultades técnicas, el talento y la
reconocida inteligencia superior del escritor. Muy por el contrario esta última
facultad del entendimiento se pone al servicio del delirio. No solo la locura
exacerba las características de la personalidad previa17, sino que le brinda
contenido a la creación artística18. Su primer brote psicótico, en 1887, exalta la
misoginia que lo caracteriza inspirándole libros como El padre y sus camaradas.
El segundo, en 1896, modifica su forma de ver las cosas. Es que la fuente de
donde se nutren sus obras no es otra que la experiencia delirante misma.
Refiriéndose también a Swedenborg dirá:
Más allá de las diferencias entre tales genialidades y el análisis de Van Gogh y
Hörderlin, coincidimos con Jaspers en que si no fuera por la esquizofrenia no se
hubieran manifestado nunca como lo hicieron: «Lo que pasa es que lo
demoníaco, que en las personas normales está como amortiguado y disciplinado
[…] en las que no lo son estalla, con una violencia extraordinaria, desde el
momento mismo en que se declara la enfermedad»22. Tal vez solo en el
desquiciamiento total del alma pueda alcanzarse la genialidad verdadera23. Es
innegable que todo aquel que se aproxime a lo extraordinario de una obra de
arte, aprecie las virtudes del artista y vea así conmovido su espíritu, no se
detenga a pensar si en su fundamento anida un desvarío del ser.
Ciertos espíritus no mediocres han querido que los dominios de la gloria le estén
vedados a la psiquiatría: el mejor de sus argumentos, el que dice que la
enfermedad no puede dar ningún valor espiritual positivo, descansa íntegramente
sobre una concepción doctrinal de la psicosis como déficit, y nosotros
justamente hemos comenzado por demostrar lo mal fundado de semejante
teoría24.
Solo una sociedad que soporte la interpelación de la locura podrá alcanzar una
interpretación que se califique de digna. No es otro el sendero para hallar la
acción terapéutica más adecuada. Podemos, entonces, volver a preguntarnos:
¿qué sociedad para la locura?
A esta altura de los avances tanto en la teoría como en la práctica clínica con
pacientes psicóticos, consideramos que nuestro esfuerzo profesional debe
precisar cuál es el modo de lazo que le permitirá al paciente aliviar el dolor de la
existencia. En definitiva, de una manera u otra, muchos lo logran. Así podemos
decir que llegan a destino.
De esta manera, una familia constituye un modo de lazo social. Los vínculos
entre sus miembros se ordenan en base a dicha prohibición de goce que los
habilita para la salida exogámica. El padre, entonces, posibilita la «apertura a lo
social». De todos modos, Lacan reconoce en su texto la declinación de su
función a la que hemos aludido antes.
Sin el padre
En el terreno de las psicosis, no se tratará del ocaso del padre sino de las
consideraciones que llevarán a Lacan, más adelante en su obra, a proponer el
concepto de forclusión. La ausencia de esa función podría confrontar al sujeto
con un goce que, por no estar prohibido, se torna invasor.
Por el contrario, lo invasivo del goce no interdicto puede localizarse fuera del
ámbito familiar. En su seminario «Las psicosis» Lacan describe la relación
especial de una paciente paranoica con su madre. Este ejemplo es conocido, en
la comunidad psicoanalítica como «el caso marrana», en base a la palabra que
alucina la paciente. Ambas mujeres viven juntas en un aislamiento llamativo:
«las relaciones del sujeto con el exterior se caracterizan más bien por la
perplejidad: ¿cómo se pudo entonces, por chismes, por una petición, sin duda,
llevarlas al hospital? El interés universal que se les concede tiende a
repetirse»37. Madre e hija comparten un único delirio paranoico que testimonia
ser víctima de los amoríos de un hombre casado con una vecina:
Entrar en la locura
¿De qué estamos hechos? ¿Cuáles son los puntos de apoyo que sostienen nuestra
existencia? ¿Podemos perderlos? ¿Por qué, entonces, enloquecemos? ¿Se puede
evitar caer en la locura? ¿Podemos regresar de esa experiencia? ¿Nuestras
maneras de vincularnos con otros duran para siempre? ¿Recuperamos nuestros
modos de lazo? o ¿inventamos nuevos? ¿Podríamos ser locos sin estarlo? o
¿estar locos sin serlo? ¿Cómo no enloquecernos?
Todos los taburetes no tienen cuatro pies. Algunos se sostienen con tres. Pero,
entonces, no es posible que falte ningún otro, si no la cosa anda muy mal. Pues
bien, sepan que los puntos de apoyo significantes que sostienen el mundillo de
los hombrecitos solitarios de la multitud moderna, son muy reducidos en
número. Puede que al comienzo el taburete no tenga suficientes pies, pero que
igual se sostenga hasta cierto momento, cuando el sujeto, en determinada
encrucijada de su historia biográfica, confronta ese defecto que existe desde
siempre. Para designarlo nos hemos contentado por el momento con el término
de Verwerfung44.
Era invierno, pero no los usaba porque hacía frío, sino porque le permitían
distanciarse de lo que llamaba la «contaminación mundial». No tocaba ningún
objeto sin ellos y, en caso de que lo hiciera, recurría a un lavado de manos que le
llevaba varios minutos. Su sistema no era perfecto puesto que la sensación de
contaminación la invadía permanentemente. Cada actividad diaria le acarreaba
demasiado tiempo. Debía evitar colocar en la cinta rodante de las cajas de pago
del supermercado las mercaderías compradas para prevenir que se ensucien. Al
regresar a su casa chequeaba muchas veces haber cerrado la puerta. Luego,
preparaba un baño de inmersión para eliminar restos de contaminación. Sin
embargo, nada era suficiente. Ella, la mujer de los guantes blancos había
diseñado un sistema que, a través de la limpieza, le permitía circular por el
mundo. Cualquier observador podría haber diagnosticado un trastorno obsesivo
compulsivo, cuando en realidad la pretendida patología lejos de enfermarla la
autorizaba a una vida vivible46.
Un arreglo a medida
Volver a la sociedad
Muy fiel a su estilo, Freud subvierte la definición clásica del delirio en tanto
enfermedad. Explicará que lo que se entendió como producción patológica, el
delirio, es, en realidad, un intento de reconstrucción del mundo. Frente al
sepultamiento de la realidad, característico del comienzo de la psicosis de
Schreber, el delirio intenta un restablecimiento del mundo:
Y el paranoico lo reconstruye, claro está que no más espléndido, pero al menos
de tal suerte que pueda volver a vivir dentro de él55.
¿Un delirio es compatible con la vida en sociedad? Tanto los peritajes médicos
como la apelación que Schreber realiza al respecto, son respuestas a dicho
interrogante. Se establece así, entre el paciente y los representantes de la
psiquiatría, un intercambio que no dista mucho de las controversias actuales en
torno a la llamada «desmanicomialización» y a la relación entre conductas de
riesgo e internación. Con una rigurosidad indiscutible, el paciente impugna,
punto por punto, aquella sentencia médica que lo designa como alguien de quien
la sociedad debe protegerse. El informe pericial del Dr. Weber, médico del asilo,
cuestiona fuertemente la posibilidad del alta. Considera que la persistencia de
algunos síntomas podría afectar el pudor de cualquier observador: gritos
automáticos, contemplación en el espejo adornado de atuendos femeninos,
recurrencia a actos absurdos para ocultar dichas manifestaciones, su obstáculo
para retomar su trabajo, entre otros. Además, la negativa del paciente para
reconocerse como alienado mental refuerza en el médico la decisión de
perpetuar el aislamiento mientras que, a su vez, reconfirma el lugar del
psiquiatra como representante de la norma de la locura.
La conspiración incansable
El sistema del lenguaje, cualquiera sea el punto en que lo tomen, jamás culmina
en un índice directamente dirigido hacia un punto de la realidad, la realidad toda
está cubierta por el conjunto de la red del lenguaje. Nunca pueden decir que lo
designado es esto o lo otro, pues aunque lo logren, nunca sabrán por ejemplo qué
designo en esta mesa, el color, el espesor, la mesa en tanto objeto, o cualquier
otra cosa1.
El psicoanálisis nos enseña cómo una misma palabra puede tener, en definitiva,
sentidos variables según cada oyente. Si la significación es siempre personal,
entonces, el sentido común queda cuestionado y el lenguaje habita el terreno del
malentendido. La comprensión es mera apariencia. No siempre hablando nos
entendemos. Sin embargo, a lo largo del mencionado seminario Lacan desarrolla
cómo los fenómenos de las psicosis (alucinaciones, interpretaciones delirantes,
neologismos, etc.) son testimonio de otro modo de relación al lenguaje, en el
cual la significación deja de remitir a otra y el significante rompe sus lazos con
otros de dicha red.
Son varios los textos de Lacan que muestran cómo la relación entre el yo y los
otros se sostiene en una tensión hostil siempre al acecho de manifestarse. El
psicoanálisis descubre que hay un vínculo íntimo entre la constitución de nuestro
yo — narcisismo — y la agresividad.
Esta idea le sirve al autor para leer el estatuto de la serie de personajes que
Aimée idealiza o rechaza. La imagen prevalente en ella es la de una mujer
destacada, como la famosa actriz a la cual ataca con un cuchillo. En su delirio le
imputa a esa mujer la intención de quitarle a su hijo. Ese acto agresivo la
conducirá a la cárcel y luego a la hospitalización. Si el yo se constituye sobre la
imagen del otro, entonces, al golpear a dicha mujer Aimée se golpea así misma.
Vemos así que la agresividad está basada en el narcicismo. En este momento
teórico la estructura misma de la identificación, la captura del sujeto por la
imagen del otro hace del narcisismo el equivalente de la paranoia10. O, dicho de
otro modo, la paranoia revela la estructura misma del narcisismo.
Si el delirio psicótico supone una invención subjetiva que puede durar varios
años, en cambio la teoría psicoanalítica puede funcionar como delirio prêt-à-
porter para aquellos donde el análisis refuerza la consistencia imaginaria del yo.
[…] que hace no sólo que cambien a cada momento, sino de modo continuo,
llegando a pasar a valores estrictamente opuestos en función de un giro en el
diálogo. Esta verdad absolutamente primera está presente en la fábulas
populares, que muestran cómo un momento de pérdida y desventaja puede
transformarse un instante después en la felicidad misma otorgada por los dioses.
La posibilidad del cuestionamiento a cada instante del deseo, de los vínculos,
incluso de la significación más perseverante de una actividad humana, la
perpetua posibilidad de una inversión de signo en función de la totalidad
dialéctica de la posición del individuo es una experiencia tan común, que nos
deja atónitos ver cómo se olvida esta dimensión en cuanto se está en presencia
de un semejante, al que se quiere objetivar20.
La paranoia evidencia así el problema inherente a todo lazo social y nos enseña,
con su más radical certeza, sobre la malevolencia del otro23. De este modo,
como los personajes sartreanos de A puerta cerrada constata que el infierno son
los otros.
El lenguaje conspira
Como las caras de una moneda las palabras pueden tener un sentido y su
contrario. Pueden significar algo y a su vez otra cosa. ¿No es esta polisemia la
que siembra el terreno de la conspiración? El lenguaje mismo es el que se nos
revela conspirativo24.
¿Qué son las nubes? ¿Una arquitectura del azar? Quizá Dios las necesita para la
ejecución de Su infinita obra y son hilos de la trama oscura30.
Es al escribir sus Memorias que Schreber concluye que Dios fue el instigador
primero del plan urdido para cometer el asesinato del alma. Sin la intención de
herir las creencias y sentimientos religiosos de otras personas demuestra, a través
de su obra escrita, cómo construye su propio Dios. El delirio le otorga un sentido
a su existencia, una finalidad redentora a su persecución31. ¿Acaso cada uno no
encuentra en algún momento un fin a su propia historia? En definitiva las
psicosis nos enseñan, al igual que Borges, que la razón de una trama puede ser
tan insensata como las caras o los leones que vemos en la configuración de una
nube32. Cada uno tiene su propio Dios oscuro33.
Simpatías trágicas
Toda sociedad intenta comprender sus crímenes y más aún aquellos a los que no
se les podría suponer ningún sentido. Como diría Fernando Colina34, dime qué
crisis impera y cómo se tolera y te diré en qué sociedad vives. Lacan35 nos
advierte que los crímenes paranoicos hacen a la estructura misma de lo social.
Incluso, el gesto criminal de un paranoico «[…] excita a veces tan hondamente
la simpatía trágica, que el siglo, para defenderse, no sabe ya si despojarlo de su
valor humano o bien abrumar al culpable bajo su responsabilidad»36. Llama la
atención dicha simpatía que solo puede comprenderse si pensamos en lo trágico
de su condición. Así, como en las tragedias griegas, esas obras dramáticas
resuenan en sus espectadores por el efecto de purificación (Kátharsi) de las
almas con respecto a las pasiones humanas. Los crímenes se producen entonces
en el punto neurálgico de las tensiones sociales. Revelan, junto al delirio,
aquellos temas que en la neurosis con gran trabajo el psicoanálisis saca a la luz,
expresa Lacan37. De esta manera la paranoia posee un alto poder de
comunicabilidad humana.
El material del delirio se entreteje con estos tipos sociales emergentes en esa
época, por ejemplo: mujeres libres y con poder social, a los cuales el paranoico
dirige sus comportamientos querellantes y agresivos. Para Lacan los paranoicos
agreden en sus víctimas al ideal exteriorizado39.
Si el loco se cree distinto del que es, no es menos loco un rey que se cree rey,
expresa Lacan. En este punto la referencia a Hegel viene a explicar como el loco
quiere imponer la ley del corazón a lo que se presenta como desorden del
mundo. Pero Lacan introduce además lo insensato de esta misión, es decir, del
desconocimiento que tiene el loco de que ese desorden del mundo es la
manifestación misma de su ser actual:
Y al ser del hombre no sólo no se lo puede comprender sin la locura, sino que ni
aun sería el ser del hombre si no llevara en sí la locura como límite de su
libertad50.
En esta ocasión deseo que observen que el interés de juntar así en el nudo
borromeo, lo simbólico y lo imaginario y lo real, es que de ello resulta […] si el
caso es bueno, basta con, bastan dos, cortar uno cualquiera de esos redondeles de
hilo para que los otros dos queden libres uno del otro [...] si el caso es bueno,
cuando a ustedes les falta uno de esos redondeles de hilo, ustedes deben volverse
locos. Y es en esto, es en esto que el buen caso, el caso que he llamado
«libertad», es en esto que el buen caso consiste en saber que si hay algo normal
es que, cuando una de las dimensiones les revienta, por una razón cualquiera,
ustedes deben volverse verdaderamente locos51.
En los finales de su obra afirma que todo el mundo es loco, es decir, delirante52.
Simpatías universales
Fueron los alienistas del siglo XIX quienes precisaron las condiciones para que
la locura sea comunicada. Observaron ciertas formas que adquiere el vínculo
entre dos sujetos. Nos referimos a las llamadas locuras de a dos. En algunos
casos un individuo delira y otro repite dicho pensamiento en los mismos
términos. En otros casos, ambos sujetos deliran a la vez. El debate entre autores
giró alrededor de explicar si dicha comunicación delirante se basaba en el
contagio, en la imitación, en la transmisión generacional de la locura, en la
herencia, en la verosimilitud de la temática delirante, etcétera. Respondieron así
a la paradoja con que nos confronta la clínica. Nada más alejado, a primera vista,
que el delirio para pensar la posibilidad de lazo del psicótico con otro. Sin
embargo, los delirios se comunican.
Para los autores como Lasègue y Falret54 es necesario, en este tipo de delirios,
la presencia de un sujeto denominado elemento activo y otro llamado elemento
pasivo. El primero es más inteligente y crea el delirio. El segundo recibe el
delirio y lo repite en los mismos términos. Ambos deben compartir durante largo
tiempo una vida común: en el mismo lugar, con el mismo modo de existencia,
los mismos sentimientos e intereses, por fuera de toda influencia exterior.
Además, el delirio que puede ser comunicable debe ser un delirio verosímil y el
sujeto pasivo debe estar interesado, de algún modo, en el delirio de su
compañero. Hay dos sentimientos que permiten circunscribir este interés: el
temor y la esperanza. La terapéutica propuesta es la separación de ambos sujetos
y, el efecto es que el elemento pasivo se cura y por lo tanto se deduce que no es
un alienado como su compañero.
Régis55 estudia a los sujetos que deliran a la vez. El autor da el ejemplo del
vínculo entre esposos y aclara que en los sujetos unidos por lazos matrimoniales
alguna circunstancia azarosa dispara la predisposición hereditaria de ambos y,
los sumerge en una elaboración delirante donde ya no se sabe qué parte es de
cada uno. Ambos repiten el mismo delirio. Se diferencia así la locura
comunicada de la locura simultánea. Hay también otra variedad más, nos
referimos a la locura inducida, donde un sujeto agrega a su delirio algunas ideas
delirantes de otro sujeto.
Para Lacan la paranoia y este tipo de delirios quedan explicados por el complejo
fraterno y por la etapa narcisista, que excluye el plano social (plano simbólico) y
reduce todo el fenómeno al plano especular. Justamente al no haber edipo la
relación con la realidad en la psicosis es de orden narcisista e imaginario. Este
mal de ser dos de las hermanas es el mal de Narciso con su tensión agresiva,
afirma Lacan.
Por último, no olvidemos el caso marrana, ya citado en nuestro capítulo dos, que
da testimonio de cómo una madre y una hija comparten un mismo delirio60.
Todas estas parejas delirantes muestran algunas de las formas que adquiere el
lazo social en la psicosis. Si Lacan subrayó el aislamiento social que caracteriza
a dichos vínculos es porque tempranamente captó que la operación del padre no
tiene las mismas consecuencias, a nivel de los lazos, que su no intervención61.
Frente a la falta de apertura a lo social, propia de su función, puede erigirse un
orden enloquecedor que une a los miembros de una misma familia.
Recuerdo un paciente que fue encontrado en la vía pública descalzo y con la piel
quemada por el sol. Cumplía una misión divina. Era un intermediario entre Dios
y la humanidad. Un verdadero profeta. No estaba solo. Una mujer lo escuchaba
fascinada. Probablemente otros habían sucumbido al efecto cautivante de sus
palabras. Pero, quizás, no por las mismas razones que ella. Entre esa multitud de
creyentes ella era su más fiel seguidora. Hacía mucho tiempo que estaban juntos.
A diferencia de las locuras a dúo otros convencen con sus ideas a un público más
amplio. Nos referimos a los delirios colectivos. Merecen especial atención
aquellos paranoicos que generan adeptos: grandes oradores, escritores, líderes de
sectas, formadores de discípulos, etcétera. Interesados en dar a conocer sus
pensamientos se dirigen a los demás. Quizás muchos de ellos han sido poco
estudiados por circular fuera de los hospitales. Por alguna razón generan esa
simpatía casi universal que Clérambault describió en las erotomanías.
Para nosotros la psicosis aparece en estrecha relación con el drama social, tanto
en sus actos como en el contenido de sus pensamientos.
Si bien, como veremos más adelante, hay delirios que pueden ordenar a un
conjunto de gente, existen delirios privados como el del presidente Schreber, que
solo ordenan la vida de aquel que los construye. Pese a todo, seríamos
imprecisos si dijéramos que su delirio no esté en consonancia con los discursos
de la época.
Más allá de no alcanzar el nivel de sugestión social que tienen otros delirantes81,
Schreber decide publicar sus Memorias. Vemos de este modo la intención de
dirigirse a otros discursos, tales como la religión y la ciencia (tampoco
desconocemos el efecto de enseñanza que transmite en las generaciones de
psicoanalistas hasta hoy en día). Es particularmente en relación al tema de la
publicación que Lacan se cuestiona sobre la necesidad de reconocimiento que
tiene el loco. Con respecto a las producciones de la paranoia se pregunta sobre la
función de los testimonios delirantes, como el del Paul Schreber:
No digamos que el loco es alguien que prescinde del reconocimiento del otro. Si
Schreber escribe esa enorme obra es realmente para que nadie ignore lo que
experimentó, e incluso para que, eventualmente, los sabios verifiquen la
presencia de los nervios femeninos […] Es algo que de hecho se propone como
un esfuerzo por ser reconocido. Tratándose de un discurso publicado, surge el
interrogante acerca de qué querrá decir realmente, en ese personaje tan aislado
por su experiencia que es el loco, la necesidad de reconocimiento82.
Poco nos costaría entender que aquí señala la cuestión del lazo social bajo la
figura hegeliana del reconocimiento. Justamente es dicha necesidad la que llama
la atención de Lacan, pues la locura parece a primera vista no despertar
inquietud alguna por ser reconocida. Sin embargo, algunas psicosis buscan dar
testimonio de sus experiencias. La entrevista clínica, conocida como la llamada
presentación de enfermos83 puede servir al mencionado fin. Viene a nuestros
recuerdos un paciente que finalizada su presentación, en la cual no dejó de mirar
al público mientras mencionaba los nombres de todos aquellos que conspiraban
en su contra, interrogó al entrevistador si había estado a la altura de las
circunstancias. Como quien termina de exponer una clase y espera su
calificación, dicha preocupación demuestra la importancia que tiene para el
psicótico su interlocutor84.
Al final de su enseñanza Lacan92 afirma que se pueden pensar las letras que
componen la estructura del discurso en la paranoia. Sabemos que esto no es
demostrado, al menos explícitamente, en su obra. De todos modos, dicha
afirmación sugiere, al mismo tiempo que anticipa, que la psicosis no se
encuentra de hecho fuera de discurso. En todo caso, debemos pensar cómo se
articulan dichas letras sin el ordenamiento del Nombre del Padre.
Entonces, lejos de estar fuera de discurso la locura nos puede indicar lo que
llamamos discursos no establecidos. Una posibilidad inédita abre aquí nuestro
campo de investigación: la orientación del psicótico mediante otra lógica que,
lejos de encorsetarlo en la vía corriente93, le permite estar inmerso en los lazos
sociales de otra manera.
Es el rasgo de libertad, atribuido por Lacan a la locura, el que habilita que otra
ciudad discursiva sea posible. Fuera de todo dogmatismo, el delirante celebra
otro contrato, otro pacto, para un mundo vivible94. En conclusión, es por no
estar sujetado al discurso establecido que el psicótico puede ser Amo en la
ciudad del discurso95 como Rousseau lo demuestra.
De esta manera, entre varias de sus obras, conmueve a la sociedad con La nueva
Eloísa e inspira a los revolucionarios franceses con El contrato social. Logra con
su escritura estremecer a sus lectores y agitar las más poderosas pasiones. No por
nada «[…] fue el testigo principal del descubrimiento de que hay paranoicos a
quienes persiguen de verdad»96. Bien sabemos que nada opacó su lugar de
honor en la historia de los comienzos de la cultura de masas, a pesar de que su
fama a nivel mundial no impidió terminar sumergido en la soledad97. Escribirá
sus Ensoñaciones para sí mismo, en un repliegue autosuficiente que lo aleja de
todos. No toda solución dura para siempre. Pues en su propuesta de una sociedad
soberana no pudo evitar el surgimiento del mal.
Pues, de entrada, quiso ser alguien cuyo nombre, muy precisamente el nombre,
sobreviviese para siempre. Para siempre quiere decir que marca una fecha.
Nunca se había hecho literatura así. Y para, de esa palabra literatura, subrayar su
peso, diré el equívoco con el cual suele jugar Joyce-letter, litter. La letra es
desecho99.
[…] el nombre propio hace todo lo posible por volverse más que el S1, el
significante amo, que se dirige hacia el S que llamé con el subíndice 2, ese en
torno del cual se acumula lo que atañe al saber100.
Lacan lee a Joyce con la fórmula del discurso del amo. No sería apresurado ver
también aquí otra versión clínica del psicótico Amo en la ciudad del discurso.
¿No es acaso esta ciudad la que se plasma en la novela del Ulises, al entrelazar,
según Mario Teruggi101, los dublinenses con su ego?
Era entonces muy natural, desde el punto de vista humano que seguía
prevaleciendo en mí, que viera en el profesor Flechsig a mi solo y único
enemigo […]105.
Describe cómo su médico, el otrora amado Paul Flechsig, llevaría a cabo su plan
:
Así se preparó el complot dirigido contra mí […] cuyo objetivo era, una vez
reconocido o admitido el carácter de mi enfermedad nerviosa, entregarme a un
hombre de tal manera que mi alma le sea abandonada mientras que mi cuerpo
cambiado en cuerpo de mujer […] habría sido entregado a ese hombre para que
abusara sexualmente y luego simplemente lo «dejara tirado», es decir, sin duda
abandonado a la putrefacción106.
Porque el así llamado clínico debe acomodarse a una concepción del sujeto, de la
cual se desprenda que como sujeto no es ajeno al vínculo que para Schreber, con
el nombre de Flechsig, lo coloca en posición de objeto de cierta erotomanía
mortificante y que el lugar que ocupa en la fotografía sensacional con que se
abre el libro de Ida Macalpine, o sea, ante la imagen mural gigantesca de un
cerebro, tiene un sentido en el asunto.
No se trata aquí de acceso alguno a un ascetismo místico ni tampoco de una
apertura efusiva a la vivencia del enfermo, pero sí de una posición a la cual sólo
introduce la lógica de la cura109.
Hay una pregunta recurrente en todo practicante del psicoanálisis con la locura:
cómo no quedar atrapado en el desfiladero que va de la erotomanía mortificante
a la persecución. O bien, cómo evitar constituirse en un personaje110 más del
delirio del paciente.
Uno de ellos pensaba que los médicos habían acordado con su familia internarlo
para sacarle sus bienes. ¿Cómo no estar bajo sospecha cuando la indicación de
internación coincide con la demanda familiar? ¿Por qué aceptaría el loco, que
denuncia la mala intención del Otro o de los otros, ser hospitalizado?
Otra paciente estaba alerta por encontrar a la mujer que Dios elegiría para
ella111. Escuchó en sus sueños una voz fuerte que le hizo vibrar los oídos: «Dios
me dijo que debo amar a una mujer». La construcción de su delirio gira
alrededor de esa orden alucinatoria. Con el paso del tiempo su cuerpo se
transformaría para poder ser receptivo al amor. A ese proceso lo denomina
«determinación divina». Se convertiría, así, en La diosa del amor. Con este mito
logra explicar lo que es imposible para el resto de los hombres: la experiencia de
un goce infinito. Dicha satisfacción futura permitirá borrar todo el sufrimiento
humano y dar así origen a una nuevo mundo. Por el momento espera una señal
que le revele cuál es la mujer elegida para concretar ese «encuentro divino». En
las entrevistas sucederán un sinnúmero de relatos amorosos que dan cuenta de la
vertiente erotómana de su delirio. Siempre son las otras quienes toman la
iniciativa. En la infinita búsqueda de su partenaire, todas las mujeres pueden ser
las elegidas. ¿Cómo demostrar, entonces, que quien la atiende no es la
prometida? ¿Cómo sustraerse de dicho conjunto? Ella misma nos indica la
respuesta. Sabe que su terapeuta está casada y eso la alivia.
Una virtual orientación práctica puede ser hallada en el escrito de Lacan sobre la
Cuestión preliminar. Allí nos sorprende el señalamiento de que el lazo entre
Schreber y su mujer sobrevivió al derrumbamiento subjetivo de la psicosis.
Lacan lo enuncia de la siguiente manera:
[…] la relación con el otro en cuanto con su semejante, e incluso una relación
tan elevada como la de la amistad en el sentido en que Aristóteles hace de ella la
esencia del lazo conyugal, son perfectamente compatibles con la relación salida
de eje con el gran Otro, y todo lo que implica de anomalía radical, calificada,
impropiamente pero no sin algún alcance de enfoque, en la vieja clínica, de
delirio parcial114.
En esta cita encontramos que la llamada «relación salida de eje» es otro nombre
de la forclusión. Hasta aquí nada nuevo. La sorpresa estará en plantear que la
causa de la psicosis armoniza con la posibilidad del vínculo entre partenaires,
incluso en el momento de mayor caída subjetivo. En este caso se trata del lazo
conyugal que une a Schreber con su mujer115. Apelar a la teoría filosófica de la
amistad para describir dicho matrimonio resulta novedoso. Sin embargo, nos
preguntamos: ¿de qué tipo de amistad se trata? Podríamos decir que ni el placer
ni lo útil, en el sentido aristotélico, podrían explicar la duración del vínculo116,
más bien, ambos hubieran impulsado su disolución. Por el contrario, es la
amistad como virtud la que hace a la esencia del lazo amoroso. Es sobre esta
idea que encontramos en Lacan ese soplo de aire fresco para pensar la
transferencia en las psicosis. Solo un lugar vacío de toda búsqueda de placer o de
beneficio personal permite al profesional ser un acompañante amistoso del sujeto
psicótico que va al encuentro de su solución singular. Así, ser testigo de la
malicia del Otro, no impidió decirle a Juan que las mujeres a esa edad son
conflictivas y que era mejor quitarles trascendencia. Atemperar la maldad del
Otro, localizada en su esposa, le permitió concentrarse en su trabajo y frenar la
respuesta automática a los mensajes que ella le enviaba.
Al final, lo estrepitoso se convirtió en voz. No todas las paredes son iguales, las
suyas le hablaban.
Relatos como este resonaban en los muros del asilo Alejandro Korn. Entrar en
ese hospital y caminar más allá de la fuente, alrededor de la cual giraban los
pacientes, impactaba. Desde allí podía verse el camino que conducía al sin fin de
pabellones de internación. Ninguna señalización orientaba hacia dónde dirigirse.
Había que llegar hasta cada uno de ellos para saber de qué se trataba.
Con la psicosis surge una pregunta esencial. ¿Qué pasa si esa carretera no está?
Habrá que orientarse por otros senderos secundarios, armar otras rutas o
vagabundear en ellas:
Las voces de la locura, esos carteles al costado del camino, desfilaban a lo lejos
de la mencionada fuente. Así, en las psicosis, las palabras se emancipan y se
ponen a hablar solas. La pregunta central del seminario «Las psicosis» de Lacan
es por qué las palabras aparecen en lo real3.
Cada cadena simbólica a la que estamos ligados entraña una coherencia interna,
que nos fuerza en un momento a devolver lo que recibimos a otro. Ahora bien,
puede ocurrir que no nos sea posible devolver en todos los planos a la vez […].
Entonces reprimimos: nuestros actos, nuestro discurso, nuestro comportamiento.
Pero la cadena, de todos modos, sigue circulando por lo bajo, expresando sus
exigencias, haciendo valer su crédito, y lo hace por intermedio del síntoma
neurótico4.
Y, entonces, en ese zumbido que tan a menudo nos pintan los alucinados, en el
murmullo continuo de esas frases, de esos comentarios, que no son más que la
infinitud de los caminitos. Los significantes se ponen a hablar, a cantar solos9.
La psicosis nos enseña sobre la normalidad del ser hablante, sobre las palabras
con las que fuimos hablados, sobre ese discurso que desde nuestra niñez
comanda nuestras vidas. A tal extremo la locura no es déficit, sino que es
fundamental para comprender al ser del hombre, que Lacan retomará esta idea al
final de su obra al precisar que:
[…] lo que llamamos un enfermo llega a veces más lejos que lo que llamamos
un hombre con buena salud. Se trata más bien de saber por qué un hombre
normal, llamado normal, no percibe que la palabra es un parásito […] es la
forma de cáncer que aqueja al ser humano10.
Lo más curioso es que pocas veces advertimos que todos escuchamos voces, el
hecho es que solo unos pocos se las toman en serio. Lo que llamamos
xenopatía11 —neologismo de Paul Guiraud— resulta ser la normalidad de la
estructura, el parasitismo del lenguaje.
Ir más allá de esa fuente, no retroceder frente a la psicosis, implica apartarse del
juicio deficitario sobre las alucinaciones, por lo menos, en muchos casos, «[…]
es una suerte que indiquen vagamente la dirección»14. Así, muchos alucinados
se orientan por el contenido de sus voces que parece triunfar frente al silencio
inicial propio de la perplejidad. Esto le ocurre a Juan que se va de su casa sin
decir a dónde. Durante un mes estuvo aislado, sin mantener diálogo con nadie,
concentrado en el torbellino de sus pensamientos y con la mirada perdida. Sus
padres muy preocupados solían ir tras él cuando dejaba el hogar.
Palabras alucinadas
Medio siglo de freudismo aplicado a la psicosis deja su problema en el statu quo
ante, afirma Lacan en su escrito «De una cuestión preliminar a todo tratamiento
posible de la psicosis». Para demostrar su aserto coloca en el centro de la
discusión el fenómeno alucinatorio y declara que ubicará en la misma bolsa a
todas las posiciones teóricas, por diferentes que sean, que definen a la
alucinación como un perceptum sin objeto y piden razones al percipiens de dicha
percepción. Intentar que el sujeto explique su alucinación es suponer que él
mismo le otorga unidad y que la esencia de ese objeto es un sensorium particular.
Esta es la idea que Lacan critica fuertemente al analizar el fenómeno en su clara
articulación con la estructura del lenguaje.
¿De qué sirve que el profesional confronte al loco con una realidad que solo él
experimenta? Bastaría con recordarles a muchos que todo el tiempo escuchamos
voces o recibimos pensamientos disparatados que desestimamos de continuo o
alojamos bajo formas adivinatorias que resultan ser pacificantes. La clínica bajo
sospecha17 ha quedado establecida desde que el discurso médico psiquiátrico se
incorporó al concierto de saberes dominantes y coloca al enfermo ante una
observación éclairée —como menciona Lanteri-Laura18— en desmedro del
hallazgo significante que puede ser el contenido, por ejemplo, de una voz.
Sabemos así que muchos psicóticos evitan comentar sus alucinaciones por temor
a que la respuesta automática sea el aumento de la medicación o simplemente el
encasillamiento en un determinado trastorno. En consecuencia, no resulta
abusiva la sentencia enunciada por Jacques-Alain Miller de que el hablar mismo
sería, en el fondo, un trastorno del lenguaje19.
La voz de la madre
Una nueva discusión con su madre la altera. Como siempre se dirige a su cuarto.
No se corta. Coloca en sus oídos unos auriculares y se dedica a escuchar las
canciones aprendidas en el taller. Escuchar música para silenciar la voz materna
es su nueva respuesta. Este buen uso de la música le permite retomar los
estudios, visitar a sus amigas y pensar en trabajar. De ahora en más llevará
consigo sus auriculares por una sencilla razón que explica con la siguiente frase:
«Ante cualquier emergencia rompa el vidrio».
Voces enlazadas
Esta cuestión nos recuerda el hecho al que se enfrenta todo ser hablante: el
parasitismo del lenguaje. Como venimos planteando, algunos logran hacer del
lenguaje un instrumento y otros quedan a su merced.
Los grupos de escuchadores están armados con el fin de ayudar a estas personas
a comprender y compartir una experiencia que de otro modo vivirían en soledad
y bajo el riesgo de estigmatización no solo social, sino del campo de la salud
mental. Desde la perspectiva grupal, lo que cuestionan los escuchadores es la
psiquiatría misma, la industria farmacéutica, las teorías deficitarias de la locura,
los diagnósticos, la segregación puesta en juego, etcétera. Lo interesante de estos
colectivos es la interpelación que realizan del discurso médico y de los discursos
corrientes o comunes, que en definitiva interroga si la sociedad aceptará otras
formas de lazos por fuera de los establecidos.
Un lazo telepático
Resulta novedoso pensar que hay vínculo entre ambos, sin necesidad de
compartir ningún sentido. Por el contrario, es a partir del punto más solitario, del
S1 solo —significante en lo real— que existe la posibilidad de lazo al otro.
Apliquemos este análisis a los grupos de escuchadores de voces. Las personas se
reúnen en base a compartir un mismo padecimiento. La diferencia radicará en
cómo cada uno lo resuelva.
Decires
¿Es indispensable esta función suplementaria del Padre? Les muestro que eso
podría ser forjado. No es porque ella sería indispensable en teoría que ella lo es
siempre de hecho. Si a ese seminario lo he titulado los, y no el, Nombre-del-
Padre, es porque ya tenía algunas ideas de la suplencia del Nombre-del-Padre.
Pero no es porque esta suplencia no es indispensable que ella no tiene lugar41.
Lacan cuestiona así que el Nombre del Padre sea lo único que anuda los
registros. De ahí su plural —los— que da título al seminario interrumpido.
Entonces el cuarto término tiene una función suplementaria ya que anuda las tres
dimensiones y a su vez, el Nombre del Padre como, cuarto que anuda, puede ser
suplido por otro cuarto que también produzca el anudamiento.
Como hemos visto en nuestra tercera parte Joyce logra hacer de su escritura, ese
puro enigma que el público intentó descifrar, una nueva literatura. Saber
arreglárselas con su síntoma, con la palabra impuesta, lo diferencia de su hija
que no consiguió publicar sus producciones.
Hemos visto el padecimiento que algunas personas tienen cuando las palabras
los parasitan. En cambio, la escritura puede constituir, para algunos, la
posibilidad de hacer del lenguaje un instrumento de comunicación. Volvemos a
insistir que se trata de eso, de nuestra relación al lenguaje.
Su acto criminal irrumpe entre dos noches, aquella de la que salía y aquella en la
que entraría. Al igual que el protagonista del conocido cuento de Edgar Allan
Poe, «Berenice», su locura constituye el intervalo mismo entre ambas
oscuridades. Y como si fuese destilado por la misma trama, también reconoce a
posteriori del acto, no sin sorpresa, el haberlo cometido. Ahora bien, en ambos,
lo inmotivado de la acción retorna en la terrible perplejidad y en el temblor
interminable que recorre el cuerpo. Tanto en el filósofo como en el personaje de
ficción, la melancolía rodea la atmósfera del drama.
Es sabido que Louis, el primer nombre del pensador francés, fue puesto en honor
a su tío paterno fallecido. De ahí que concluye, atravesado por el saber de sus
sesiones de psicoanálisis, que ocupó el lugar de un muerto, de aquel a quien su
madre seguía amando a pesar de casarse con su padre. Su vida estuvo
consagrada a lograr el amor materno y salvar a esa mujer de la infelicidad en la
que estaba sumergida. Sin embargo, esta marca de origen, ese lugar al que estuvo
destinado convirtió su existencia en una serie interminable de depresiones y
episodios maníacos. Su dificultad recurrente para sentirse vivo lo hacía padecer
lo artificial e impuesto de su historia. Un muerto en vida. Sus medios de existir
como docente, filósofo y político, no lograron eliminar lo mortificante de una
vida nada auténtica:
El que recorra su texto verá que, con inteligencia, cuestiona el sistema penal, sus
sanciones y sus castigos, comparándolo con las internaciones psiquiátricas. Si al
primero le corresponde la responsabilidad del criminal por su acto y la
consecuente sanción, al segundo se le atribuye la irresponsabilidad de la locura
que no comparece públicamente frente a un tribunal y el aislamiento por tiempo
indeterminado.
A los sesenta y siete años descubre que se siente joven, que la vida puede ser
bella y piensa que, aunque la historia pueda acabarse pronto, el porvenir es largo.
Con su escrito intenta explicar el horror de su acto, ya que sin ese intento de
comprenderlo no podrá volver a la sociedad. Y en ese intento nos enseña que
toda posibilidad de lazo con el otro es inseparable del intento de asumir su
responsabilidad48.
Habitantes secretos del discurso
Comunidades
Un lugar transitable
La sala destinada al evento era pequeña. Su estructura circular nada tenía que
ver con la progresión de salones por donde transitan consecutivamente las
personas en un museo.
[…] como una suerte de callecita lateral en la que el transeúnte puede ingresar
pagando una entrada1.
Son estas diferencias, en torno al cuerpo y al lugar, las que nos han interesado
para pensar la experiencia llevada a cabo en el en el mencionado centro cultural
por los pacientes del hospital de día.
Con respecto al ámbito de la muestra artística, dicha exposición no tuvo otro
soporte material que el espacio mismo. Ningún paciente debió justificar el por
qué de la elección de sus objetos o el por qué de la organización de estos en el
lugar. Este uso del espacio emparenta dicha experiencia con lo que nuestro autor
denomina instalación. Según Groys, una instalación realiza una privatización
simbólica de un espacio público3.
Respecto al cuerpo, recordemos que una de las definiciones del lazo social en la
obra de Lacan, analizada en nuestro primer capítulo, supone el encuentro entre
los cuerpos que habitan los vínculos. Si en una exhibición de arte el cuerpo del
espectador es ajeno a la obra contemplada, en una instalación, en cambio, el
cuerpo del público queda implicado y forma parte de la experiencia misma. Es
en este último caso que la anterior definición psicoanalítica del lazo social podría
pensarse. Por un lado, la característica circular de la sala favoreció el encuentro
entre los pacientes y el público. Atentos a los visitantes, interactuaban con ellos
al responder las preguntas sobre lo observado. Por otro lado, los objetos podían
manipularse y esto comprometía la dimensión corporal de los visitantes.
Observamos, entonces, que determinado uso del espacio propicia el
acercamiento que tienen los cuerpos que habitan dicho sitio.
Ahora bien, los lazos establecidos son transitorios. Permanecen el tiempo que
dura la instalación artística. En este sentido, nos interesa destacar la definición
que Groys desarrolla sobre las comunidades transitorias. Según él, la típica
muestra de arte deja solo a aquel que la contempla, que al moverse de un objeto
a otro pierde la dimensión holística del espacio de exhibición, incluyendo su
propia posición en él. Por el contrario, la instalación construye una comunidad
de espectadores debido al carácter unificador del espacio:
Ese día, en el centro cultural, se hizo posible una forma de lazo con el otro. Sin
intención de producir aquello que se supone el público desea, cada persona
ofreció a las miradas de los espectadores su propio arte, aquel que le permitió
aliviar el sufrimiento. Volvemos a encontrar, en la citada frase de nuestro
paciente, la necesidad de reconocimiento que tiene el loco, como ya hemos
explicado5.
María, una paciente, sufrió esa sensación de eternidad a la que se reducen las
existencias sin tiempo. Habían pasado ya diez años desde el comienzo de su
padecimiento y una historia llena de actividades que le recordaban todo lo que
había perdido. En el presente, un hilo continuo la desplaza de la cama a la
televisión y viceversa. Ninguna serie televisiva logra entusiasmarla y así zapea
durante largas horas. Nada le interesa. Un vacío interior, al que denomina
ansiedad, recorre por oleadas todo su cuerpo. Se viste siempre igual. Come lo
mismo todos los días. Tiempo y espacio se pliegan y se vuelven variables
indiferenciadas. Sin embargo, su concurrencia a los talleres del hospital de día
contrarrestó dicho funcionamiento. Las distintas actividades que realiza
interrumpieron su presente continuo y armaron una rutina. Entrar y salir de su
casa marca un adentro y un afuera; a su vez, respetar los horarios institucionales
ayudó a organizar su tiempo. El hospital de día constituye para muchos la
posibilidad de restituir un espacio y tiempo más habitables6.
[…] del lado de los utilizadores de la ciencia, del lado de lo que ocurre con los
productos de la investigación entre las manos de los prácticos, aprovechando sus
convicciones o sus intereses, del lado de lo que, por mediación suya, la sociedad
hace con ellos8.
Lo cierto es que en las consultas con profesionales los sujetos relatan sus
dificultades con los otros. Por esta razón, es menester acoger los términos que,
emanados de la historia de la clínica, insisten en tales circunstancias.
Resocialización, adaptación, reinserción social, aislamiento, inclusión social,
responden, entre otras cosas, a preocupaciones genuinas de la praxis clínica.
Pseudolazos
En el terreno del psicoanálisis, nadie restaría mérito a todos esos autores que han
recogido la primera enseñanza de Lacan, aquella que subrayó la importancia de
las descripciones de la psiquiatría y nos han transmitido un saber fecundo sobre
los síntomas de la locura. Sin embargo, entusiasmarse por la vertiente
psicopatológica puede limitar la cuestión al instante en que se derrumba una
existencia. Quizá porque uno de los efectos que ha provocado la locura, desde lo
incomprensible de nuestra razón es su fascinación, es que caemos en dicha
trampa. Desde esta perspectiva, en una desventajosa comparación con el terreno
de las neurosis, las psicosis se hunden en desgracia y se definen por lo que no
tienen. Por lo tanto, si nos obnubilamos por esta mirada, se corre el riesgo de
dejar fuera toda la gama de respuestas del ser humano para aliviar su malestar.
Pues reconozcamos que son estas soluciones las que no se enseñan en los libros.
Otros hicieron un uso de esa psicopatología mediante una peligrosa fórmula que
combina la omnipotencia clínica con el pesimismo terapéutico. Tengo presente
aún los murmullos que resonaban en los pasillos de un neuropsiquiátrico, que al
estilo de sentencias lapidarias, interpelaban a los profesionales que
conversábamos con el psicótico: «es un esquizofrénico, no tiene sentido
entrevistarlo muy seguido», «si lo haces hablar va a delirar más», «no lo
entrevistes hasta que le haga efecto la medicación», «es una psicosis, debe tomar
medicación de por vida», «su enfermedad es crónica, el deterioro recién
comienza». No podríamos decir que esta filosofía ataña solo a una parte de la
medicina sino que también impregna otros discursos sobre la locura. Un efecto
del encuentro con el loco puede ser la indiferencia del profesional ante su
sufrimiento y la creencia de que nada, salvo la medicación, puede ayudarlo. De
todos modos, son los pacientes quienes cuestionan toda visión reduccionista del
malestar mediante una reticencia sostenida que oculta todo síntoma. Ahora bien,
dicha suspicacia sería mejor ubicarla del lado del profesional quien, sin calibrar
las consecuencias de su alcance, termina por borrar todo atisbo de
responsabilidad subjetiva del paciente y lo reduce, así, a no ser más que una
marioneta de su locura.
En definitiva, como hemos mencionado al inicio del libro, a veces vemos con
dificultad aquello que nos une y solo percibimos sus efectos cuando se deshace.
El hilo invisible
Si levantáramos nuestra vista más allá del momento en que la vida de alguien se
pone en cuestión, antes y después del estrepitoso derrumbe, quizás podríamos
captar el hilo invisible y silencioso que dio o dará continuidad a la existencia.
A partir de tal o cual circunstancia o incluso, sin saber cómo ni por qué, puede
comenzar lo que denominamos padecimiento mental. Es así como aquello que
funcionaba se detiene, el lazo invisible se corta y los habitantes secretos de la
ciudad del discurso quedan por fuera del vínculo que los sostenía. Sin embargo,
antes de ese cambio muchos pacientes afirman haber podido trabajar, estudiar,
tener hijos, pintar, hacer gimnasia, tener amigos y ejercer todas aquellas
actividades que nos permiten circular por la sociedad que compartimos.
Por mucho tiempo las neurosis fueron el cristal a través del cual mirábamos las
psicosis. Pero, si existiera una manera de atravesarlo, se haría blando, se
convertiría, como en el mundo de Alicia25, en una especie de niebla, de bruma
plateada y brillante. Así, traspasado el espejo, podríamos considerar la psicosis
en sí misma, en su propia lógica. Este es un rumbo por el que han transitado
varios autores. Reflexionar sobre el vínculo social en la locura autorizó a
muchos a establecer un diálogo fecundo donde el estilo mismo de la
conversación, lejos de buscar un acuerdo, despertó nuevas inquietudes.
Someterse al cuestionamiento que introducen los fenómenos de la clínica
inauguró, a nuestro entender, el giro epistémico que nos permite no retroceder
ante las psicosis.
Dejarnos atrapar por la insuficiencia de las normas que regulan nuestros vínculos
es el objetivo de toda civilización. Sin embargo, en ese mismo fin la cultura
encuentra su límite. Algo en nosotros resiste a tal sometimiento que nos despoja
de toda singularidad. Algo en nosotros cuestiona los modos de satisfacción
típicos que nos proponen los discursos de cada época. El psicoanálisis descubre
que no hay una satisfacción universal, eso que Lacan conceptualizó como goce
es la imposibilidad misma del lazo37. Como hemos explicado, en nuestro primer
capítulo, no hay relación sexual, es decir, no hay lazo social. Más aún, nuestra
sociedad actual difícilmente nos mantenga unidos y así el discurso capitalista
logre privilegiar el individualismo que tanto propulsa. Experimentamos pues una
extraña paradoja: bajo la ilusión de una satisfacción individual se ofrecen objetos
masivos de consumo. «Sé tu mismo», dice el algoritmo, pero… como todos.
Las masas freudianas no son las actuales, algunos movimientos sociales distan
en mucho de ser guiados por un líder, sin embargo agrupan, aúnan. En este punto
proponemos pensar los discursos no establecidos más allá de las psicosis.
Los autores a los cuales clasificamos en una cuarta posición acercan las psicosis
a los discursos y a los lazos. Lejos de la oposición tajante, a la que estábamos
acostumbrados por algunos, entre delirio y discurso, ahora nos sorprende el
acercamiento estrecho que hace del delirio un discurso38, pues, en definitiva,
ambos otorgan sentido y comandan nuestro mundo.
No despiertes. Sueña.
Érase una vez un empresario exitoso y una joven bella. Ella una modelo y a la
vez muy estudiosa. Un día él la invitó a cenar. Ella se puso su mejor vestido y el
hombre la deslumbró recitando un poema. Supo en el acto que era amada. Pero
no todo es dicha y felicidad en esta historia. A veces un único encuentro puede
signar tanto la gloria como la adversidad de un destino. Al fin confesó que hacía
diez años no lo veía porque, como en todos los cuentos de hadas, existen
personajes malvados. Poderosas mujeres planean casarla con otro hombre y
quedarse con su dinero. Para lograrlo deben enloquecerla con fuertes gritos,
insultos y órdenes que retumban en sus oídos. Siente pinchazos, la obligan a
comer demasiado con el fin de engordarla y desencantar a su amado. Son las
brujas que manejan su mente y su cuerpo. Evidentemente existen, de hecho las
escucha todo el tiempo y solicita ayuda para defenderse de semejante poder.
Con firmeza interrogo: si las brujas no saben de amor, ¿por qué les cree? Y así
dirá:
Qué buen arma me dio, es cierto, si les creo entonces logran su cometido. En
definitiva, las amenazas no han podido destruir lo que siento.
En 1978 Lacan responde con un escrito al pedido que Miller le dirige para
defender la universidad y el Departamento de Psicoanálisis en París VIII. Allí
Lacan parte de la siguiente afirmación:
Hay cuatro discursos. Cada uno se toma por la verdad. Solo el discurso analítico
hace excepción. Más valdría que domine se concluirá, pero justamente ese
discurso excluye la dominación, dicho de otro modo, no enseña nada. No tiene
nada de universal: es por lo cual no es materia de enseñanza. ¿Cómo hacer para
enseñar lo que no se enseña? He allí aquello en lo cual Freud caminó. Él
consideró que nada es más que sueño y que todo el mundo, (si se puede decir
una expresión así), todo el mundo es loco es decir delirante18.
Entonces, por un lado, tendremos los lazos sociales basados en los discursos
típicos o establecidos y, por el otro, los vínculos sostenidos en aquellas
soluciones no establecidas26 en las psicosis. Ambos responden a un mismo real,
es decir, a un punto fuera de discurso: no hay relación sexual.
Al fin de cuentas no hay más que eso, el vínculo social. Lo designo con el
término de discurso porque no hay otro modo de designarlo desde el momento
en que uno se percata de que el vínculo social no se instaura sino anclándose en
la forma cómo el lenguaje se sitúa y se imprime, se sitúa en lo que bulle, a saber,
en el ser que habla27.
Destacamos dos cuestiones. Por un lado, la afirmación de que hay vínculo frente
a lo que Lacan desarrolló como no hay relación sexual y, por el otro, que decide
llamar a eso discurso según cómo entiende que el vínculo social se instaura. La
manera en cómo se instaura el lazo no es independiente de la relación del sujeto
al lenguaje. Esta cita nos entrega su resonancia para leer en retroacción aquellas
expresiones que relacionan discurso y locura: discurso pulverulento (1964-
1968), discurso delirante y matrimonio con el discurso (1955-1956),
organización discursiva en la paranoia (1954), entre otros. Huelga decir que
aludimos a diferentes momentos de la enseñanza de Lacan, pero todos ellos
privilegian la correspondencia de la relación del sujeto al lenguaje. En este
sentido, el concepto de discurso se hace extensivo al terreno de la psicosis. La
forclusión determinará una relación diferente al lenguaje, por consecuencia, los
lazos sociales conllevarán dicha marca.
Recordemos como en «La Tercera», escrito de 1974, Lacan afirma que cada
individuo es realmente un proletario, es decir, no tiene ningún discurso con qué
hacer lazo social. El discurso capitalista logra sus efectos en tanto deja al sujeto
sometido al lugar de productor o consumidor de objetos y fuera de los vínculos.
Nótese que hasta aquí no hemos hecho otra cosa que seguir a Lacan en su
esfuerzo denodado para explicar el camino circular que va del no hay al vínculo.
Decir y nudo
Si nos orientamos por los desarrollos en torno a la pluralización del Nombre del
Padre descubrimos otras herramientas teóricas que permiten enriquecer nuestro
desarrollo más allá de la teoría del discurso. Nos referimos a la
conceptualización del decir y a la teoría de los nudos que hemos adelantado en
nuestros capítulos tres y cuatro. La oposición discurso-fuera de discurso, que
alude a la presencia o ausencia del Nombre del Padre, puede ser cuestionada al
pluralizar el Nombre del Padre y dar importancia a la función de anudamiento en
sí.
Poco importa que él tenga síntomas si añade a ellos el de la père version paterna,
es decir que su causa sea una mujer, que lo haya adquirido para hacerle hijos, y
que a éstos, los quiera o no, les brinde cuidado paternal31.
En la función paterna está en juego una lógica libidinal, ya sea entre la pareja
hombre-mujer, ya sea entre él y su descendencia. El decir paterno («Tú eres mi
mujer» o «tú eres mi hijo») es entonces lo que sostiene dichas relaciones. Así, su
función de nominación32 alcanza a los partenaires del sujeto en posición de
padre, anudando las generaciones y la relación entre los sexos.
Con respecto a Joyce hemos situado la relación con su público y con su hija
Lucía33. Recordemos que si la nominación como El artista permite un lazo
social, es justamente porque los vínculos pueden sostenerse en decires
contingentes, inventados, singulares, más no siempre establecidos. Si su texto-
síntoma no implica un discurso compartido, sin embargo, el hecho de publicarlo
y pretender que otros lo descifren establece una relación con el discurso
universitario. Dicho de otra manera, el decir magistral al coincidir con el decir
que funda dicho discurso le permite dirigirse a su público. Por eso decidimos
arriesgar que la definición del lazo social a partir de lalengua articulada al
lenguaje, es susceptible de ser pensada en Joyce porque eleva a la potencia de
este último su escritura.
Además, nuestro análisis del escritor nos lleva a considerar que si su nombre
propio intenta volverse más que el S1, entonces tenemos un ejemplo de la forma
que puede adquirir la posición del psicótico como amo en la ciudad del discurso.
Es también el estatuto del S1 en Joyce el que nos permite comparar su vínculo
con Lucía, calificado como prolongación del síntoma, con las locuras de a dos.
Lejos de ser ella un síntoma para un hombre, tal como Lacan teoriza en su
enseñanza el lugar posible de una mujer, Nora «no sirve para nada». No sirve en
el sentido de no causar el deseo en él —de ahí tales depreciaciones— y en
relación con los hijos: «cada vez que se presenta un mocoso […] es un drama, no
estaba previsto en el programa»35. Queda claro aquí que no se trata del lazo
entre un hombre, una mujer y sus hijos que, como hemos explicado, puede
establecer la operación del decir paterno. No obstante hay un extraño vínculo,
ella es una mujer elegida, que se intenta metaforizar mediante la geometría del
guante36. Sabemos que el guante de una mano solo puede ser usado en la otra si
lo damos vuelta. El agujero del guante permite esta operación de reversión, pero
en el caso de los guantes con botones esta operación no daría el mismo
resultado. En este último ejemplo, si colocamos un guante de la mano derecha en
la mano izquierda, el botón del exterior pasa al interior. Este botón, que Lacan
compara al órgano del clítoris, es lo que le permite indicar la existencia de la
diferencia sexual. En el caso de Joyce el guante puede pasar de una mano a otra
sin problemas porque carece de botón, de ahí que Lacan nos hable de «una
extraña relación sexual». Nos interesa destacar que entre ambos hay un tipo de
vínculo, que si bien no compromete la diferencia sexual, no por ello es menos
posible. Puede sonar arriesgado pero no nos impide pensar la posibilidad que
Joyce sea, en este sentido, el paradigma de un lazo que haga existir la relación
sexual. Justamente por haber complementariedad entre los sexos es que las
psicosis hacen existir determinados lazos sociales que no son del semblante.
Si se entiende bien lo que hoy enuncio, podría deducirse que a tres paranoicos
podría anudarse, en calidad de síntoma, un cuarto término que se situaría como
personalidad, en la medida en que ella misma sería distinta respecto de las tres
personalidades precedentes y de su síntoma37.
Comentemos esta cita dado que condensa varias cuestiones. En primer lugar,
encontramos la palabra personalidad y sabemos que no tiene una única
definición en la obra de Lacan38. En segundo lugar, el concepto de síntoma está
relacionado con el cuarto término dentro de la teoría de los nudos. Finalmente,
aparece la característica de lo paranoico. Con respecto a esto último es preciso
entender si se trata de individuos psicóticos o de la dimensión constitutiva del
yo. Dichas alternativas permiten considerar que hay un deslizamiento casi
imperceptible entre la dimensión psicopatológica de la psicosis y el nivel
posclínico de la misma.
[…] no tiene la menor idea del cuerpo que tiene que meter bajo ese vestido, no
hay nadie para habitar la vestimenta. Es un trapo. Ilustra lo que llamo el
semblante […] Nadie logró hacerla cristalizar…Lo que dice no tiene peso ni
articulación, velar por su readaptación me parece utópico y fútil49.
[…] siempre tengo problemas con mis jefes. No acepto que el jefe me dé
órdenes, cuando hay trabajo que hacer, que me impongan horarios. Me gusta
hacer lo que quiero»53.
Entendemos ahora esa frase famosa que nomina el caso y que traduce esta falta
de yo: Soy interina de mí misma. No hay un I(A) desde donde organizar las
identificaciones: «Me gustaría encontrar un lugar en la sociedad, en la vida. No
lo encuentro», «Me gustaría ocupar el lugar de una madre que quiere mucho a su
hijo». Para Lacan la Sra. B. está «colgada como un vestido».
Consideremos ahora que lo que sigue en el texto de Lacan es aún más complejo:
[…] una cadena borromea puede constituirse con un número indefinido de nudos
de tres. Respecto de esta cadena que entonces ya no constituye una paranoia,
salvo porque ella es común, la posible floculación terminal de cuartos términos
en esta trenza que es la trenza subjetiva nos permite suponer que, en la totalidad
de la textura, haya ciertos puntos elegidos que resultan ser el término del nudo
de cuatro. Y en esto consiste, hablando con propiedad el sinthome.
La novedad que introduce con este planteo es que una cadena borromea57 puede
constituirse con un número indefinido de nudos de tres (cadena indefinida de
personas paranoicas). Pero esta cadena «ya no constituye una paranoia»58. Es
decir que la propiedad borromea, el modo de anudamiento neurótico, Lacan lo
hace jugar ahora con personalidades paranoicas. Si a tres paranoicos se podía
anudar, a título de síntoma, un cuarto término que no era paranoico sino
«sinthome y neurótico»59, ahora, se trata también de la misma lógica pero con
un número indefinido de paranoicos. Observamos entonces que la estructura que
pensó para tres personalidades puede abarcar ahora a más sujetos y explicar así
los lazos entre varios.
De este modo, la clínica nodal nos confronta con otras manera de entender los
lazos sociales en función del tipo de anudamiento y así nos abre el camino para
futuros estudios.
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Zoja, L. (2011): Paranoia. La locura que hace la historia, FCE, Buenos Aires,
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Acerca de la autora
Presentación
1.
2.
1.
3.
4.
5.
6.
Lacan, J. (1955-1956): «El Otro y la psicosis», El Seminario. Libro 3: Las
psicosis, op. cit., pp. 47-67. Ahí el autor se sirve de las referencias de la
lingüística y analiza uno de los elementos del esquema de la comunicación: la
significación. La dimensión dialéctica de la misma implica que toda
significación remite a otra. Por el contrario, por ejemplo, los neologismos son
considerados plomadas en la red discursiva, ya que están estancados en relación
a toda dialéctica. La significación neológica se agota en sí misma y su falta de
dialéctica posibilita diagnosticar la psicosis. El plano de la significación le
permite así a Lacan estudiar y diagnosticar los fenómenos clínicos de la locura:
alucinación verbal, experiencia de significación enigmática, neologismos,
delirios, etcétera.
7.
Idem, p. 37.
8.
9.
El seminario 17, «El reverso del psicoanálisis», es conocido como «El seminario
de los cuatro discursos». Situado en los años 1969-1970 alude con el título a lo
que Lacan considera es el modo de abordar el proyecto freudiano, por el reverso,
de ahí que hubiera podido titular a su seminario: «El psicoanálisis al revés». El
seminario apunta principalmente a interrogar cuál es el estatuto y el lugar del
goce (satisfacción) en la vida contemporánea, y es en respuesta a esto que
hablará de los cuatro discursos (Discurso del Amo, Discurso Universitario,
Discurso de la Histérica y Discurso del Analista). Cada discurso determina una
forma de vínculo, una forma de hacer pareja: Amo-esclavo, alumno-profesor,
histérica-Amo, analista-analizante.El seminario tiene en cuenta el contexto social
y político de los acontecimientos de mayo del 68´ francés, que se trasluce en la
interpelación constante que Lacan realiza a los alumnos del público.
Contemporáneo al seminario encontramos «La arqueología del saber», «El orden
del discurso» y la conferencia: «¿Qué es un autor?», pronunciada un año antes
del seminario de Michel Foucault. Tanto Lacan como Foucault compartían las
preocupaciones teóricas de la época: la relación del discurso y la realidad social,
su vínculo con la verdad, etcétera. Foucault afirmará en su conferencia que
Freud fundó un nuevo discurso, una nueva forma de hablar de la verdad.
10.
11.
12.
13.
Lacan agrega a sus cuatro discursos el Discurso Capitalista. El mismo puede ser
entendido como un pseudodiscurso al ponerse en duda su equivalencia al lazo
social. Además, se diferencia de los cuatro discursos porque empuja al sujeto a
gozar sin límite. Cf. Lacan, J. (1972): «Del discurso psicoanalítico»
(Conferencia del 12 de mayo en Universidad de Milán), Lacan en Italia 1953-
1978, La Salamandra, Barcelona, 1978.
14.
15.
Freud, S. (1920): «Más allá del principio del placer», Psicología de las masas y
análisis del yo y otras obras, Vol. XVIII, Amorrortu editores, Buenos Aires,
1993, pp. 1-62.
16.
17.
19.
20.
21.
Freud, S. (1921): «Psicología de las masas y análisis del yo», Más allá del
principio del placer. Psicología de las masas y análisis del yo y otras obras. Vol.
XVIII, Amorrortu editores, Buenos Aires, 1993, pp. 63-136.
22.
23.
Lacan, J. (1949): «El estadio del espejo como formador de la función del yo (je)
tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica», Escritos 1, Siglo XXI,
Buenos Aires, 1988, pp. 86-93. La experiencia del espejo alude al momento de
constitución de la imagen del cuerpo que Lacan denominó estadio del espejo; el
espejo es la metáfora que el autor utiliza para explicar que el Otro primordial
sostiene este estadio identificatorio.
24.
25.
26.
27.
28.
29.
Recomendamos la lectura del libro de Marc Augé, Los no lugares. Espacios del
anonimato. Una antropología de la sobremodernidad, Gedisa, Barcelona, 2000.
El autor realiza una descripción de los lugares comunes, en una sociedad, en los
que circulan personas. Se refiere a espacios donde los individuos, que los
transitan, no arman lazos entre ellos. Reina el anonimato. Esta descripción nos
ha interesado para pensar cómo las características de estos sitios pueden
reproducirse en las instituciones de salud mental.
30.
31.
32.
Freud, S. (1921): «Psicología de las masas y análisis del yo», op. cit., pp. 111-
121.
33.
Freud discute en su texto con dos teóricos que habían estudiado el tema, nos
referimos a Le Bon y a Mc Dougall, aunque se distancia de los mismos a la hora
de responder qué une a los individuos entre sí. El alma colectiva es una
expresión de Le Bon, quien considera que los individuos dentro de la masa se
igualan en esa especie de espíritu entre varios, donde sienten y actúan de manera
diferente de cómo lo harían en forma aislada. El alma colectiva se refiere,
entonces, a una alteración anímica producida en la masa.
34.
El amor no solo significa, para Freud, el interés sexual (cuyo fin es la unión
sexual).Con dicha palabra se abarcan, también, todos los sentimientos que
calificamos de amorosos: el amor a sí mismo, el amor al otro, el amor filial, el
amor a los hijos, la amistad, el amor a la humanidad, a los objetos y a las ideas
abstractas. Estas últimas relaciones se apartan de la meta que tiende a la unión
sexual pero siguen siendo, sin embargo, expresión de las mismas mociones
pulsionales que se esfuerzan hacia la unión de los sexos. La pulsión sexual o
Eros implica esta definición ampliada del amor.
36.
37.
38.
Freud, S. (1921): «Psicología de las masas y análisis del yo», op. cit., p. 110.
40.
Para Freud hay tres modos de lazos entre una persona y otra: la identificación
como la más temprana ligazón afectiva con un objeto; la identificación como
sustitución de una ligazón libidinosa con un objeto e introyección del objeto en
el yo; la identificación surgida de cualquier comunidad que se perciba en una
persona a la cual no se la invistió sexualmente. Este último caso se corresponde
con lo que denomina: la identificación por el síntoma. En este la identificación
prescinde por completo de la relación de objeto con la persona copiada. Esta
identificación por el síntoma es el indicio de un punto de coincidencia entre los
dos yo que debe mantenerse reprimido. Es esta tercera forma de hacer lazo
mediante una importante «comunidad afectiva» la que se encuentra en la ligazón
recíproca de los individuos dentro de la masa. Es en el modo de ligazón con el
conductor donde reside dicha «comunidad afectiva». Para Freud todo fenómeno
de empatía o imitación o infección psíquica nace solo por la identificación y no
es a priori de esta. Cf. Freud, S. (1921): «Psicología de las masas y análisis del
yo», op. cit.
41.
Freud, S. (1921): «Psicología de las masas y análisis del yo», op. cit., p. 93.
42.
43.
Idem, p. 94.
44.
Lacan, J. (1973-1974): «El seminario. Libro 21: Les nom dupes errent», clase
del 19/2/1974, inédito.
1.
2.
3.
4.
Miller, J.-A. (1999): «La invención psicótica», Virtualia. Revista digital de la
Escuela de la Orientación Lacaniana, febrero-marzo 2007, año VI, n° 16.
Recuperado de https://bit.ly/36jV3M2.
5.
6.
7.
8.
9.
Idem, pp. 136-187.
10.
Idem, p. 227.
11.
12.
Idem, p. 263.
13.
14.
15.
17.
18.
19.
Idem, p.179.
20.
Coincidimos con el decir de Germán García de que Strindberg delira pero no
está loco, porque habla por otros y para otros que se reconocen en sus textos:
«[…] hace tiempo que la psiquiatría descubrió que los delirios llamados crónicos
son compatibles con la “realidad”, […]. Lo extraño del delirio son los
postulados, de ninguna manera la lógica que los organiza». El delirio es, para el
psicoanálisis, un intento de curación. Nada más alejado de la enfermedad. Su
construcción produce discursos que pueden ser universales. Ver la introducción
de Germán García: «Augusto Strindberg: un (miedo) padre», en A. Strindberg»,
Padre, Nemont, Buenos Aires, 1978.
21.
22.
Idem, p. 184.
23.
24.
25.
Idem, p. 252. Recordemos que previo a su hospitalización, Aimée, se destacaba
por su eficacia laboral. Sus jefes habían decidido que trabajara en cierto
aislamiento para evitar así sus alteraciones de carácter. Luego, durante su
internación, es adscripta al servicio de biblioteca ya que su comportamiento en
el asilo no causaba dificultades. Quería regresar a su trabajo y volver a ver a su
hijo una vez que obtuviera el alta.
26.
Idem, p. 244.
27.
Ibid.
28.
29.
Lacan se sirve de la teoría freudiana de la libido y del superyó para explicar los
mecanismos psíquicos de autocastigo y las tendencias homosexuales de un tipo
de paranoia: paranoia de autocastigo. Cf. Lacan, J. (1932): De la psicosis
paranoica en sus relaciones con la personalidad, op. cit., pp. 224-240.
Recordemos que el psicoanálisis se introduce en Francia de la mano de la
criminología y la discusión en torno al superyó. Cf. Tendlarz, S. (1999): «La
autopunición», Aimée con Lacan, op. cit., pp. 91-110.
30.
31.
32.
34.
35.
Lacan, J. (1973-1974): «El seminario. Libro 21: Les nom dupes errent», inédito,
clase 19/3/1974.
36.
Esto nos conduce a reflexionar sobre aquellos modos identificatorios rígidos, tal
como fueran descriptos por la psiquiatría clásica en autores como Tellenbach o
Kraus (typus melancholicus). Cf. Tellenbach, H. (1976): «El typus
melancholicus», La melancolía. Visión histórica del problema: Endogeneidad,
tipología, patogenia y clínica, Morata, Madrid, 1976, pp. 75-144.
Consideramos que este superyó, que está más en sintonía con un modo inflexible
de gozar que con un deseo singular, resulta ser homogéneo a las normas sociales
de la hipermodernidad. El resultado de esto será un orden más rígido que el del
Nombre del Padre.
37.
38.
Idem, p. 77.
39.
40.
Lacan afirma que el delirio comienza a partir del momento donde la iniciativa
viene del Otro. Cf. Lacan, J. (1955-1956): El Seminario. Libro 3: Las psicosis,
op. cit., p. 275.
41.
43.
44.
46.
47.
48.
Deutsch, H., (1965): «Aspects cliniques et théoriques des personnalités “comme
si”», en Hamon, M-C., comp. (2007): Les «comme si» et autres textes. Helene
Deutsch (1930-1976), Seuil, París, 2007.
49.
Para Lacan la psicosis implica un agujero, una falta a nivel del significante. La
entrada en la psicosis confronta al sujeto con esa ausencia, lo acerca al vacío. Cf.
Lacan, J. (1955-1956): El Seminario. Libro 3: Las psicosis, Paidós, op. cit., p.
287.
50.
51.
52.
53.
54.
55.
Freud, S. (1911): Sobre un caso de paranoia descrito autobiográficamente
(Schreber). Vol. XII, Amorrortu editores, Buenos Aires, 1993, p. 65.
56.
Coincidimos con José María Álvarez, quien postula que un loco no es un mero
títere de su enfermedad. Si el segundo paradigma impide pensar la
responsabilidad en la psicosis, Álvarez, en cambio, le atribuye una ética. Junto al
autor nos pronunciamos contrarios a cualquier explicación de la psicosis basada
en un determinismo neurobiológico. Cf. Álvarez, J. M.ª: La invención de las
enfermedades mentales, Gredos, Madrid, 2008, p. 541.
57.
58.
Kraepelin describió cómo la paranoia implicaba un desarrollo que no
comprometía la claridad y el orden a nivel del pensamiento, la voluntad y la
acción. Cf. Bercherie, P., (1980): «Kraepelin antes de 1900», Los fundamentos
de la clínica. Historia y estructura del saber psiquiátrico, Manantial, Buenos
Aires, 1993, pp. 106-116.
59.
Coincidimos con Gladys Swain cuando plantea que la resocialización dentro del
asilo puede tener como finalidad la permanencia del loco en la institución. Se
menoscaba, entonces, su inclusión en la sociedad. Cf. Swain, G. (2009):
«Química, cerebro, espíritu y sociedad. Paradojas epistemológicas de los
psicotropos en medicina mental», Diálogo con el insensato, Asociación Española
de Neuropsiquiatría, Madrid, 2009.
60.
Serie de gritos involuntarios que trata de disimular, limitar, cuando está en frente
de otras personas.
1.
2.
3.
4.
5.
7.
8.
9.
10.
Coincidimos con Miller al decir que el estatuto originario de todo sujeto es la
paranoia. Cf. Miller, J.-A. (1986-1987): «El objeto del psicoanálisis», Los signos
del goce, Paidós, Buenos Aires, 1998, pp. 255-268.
11.
12.
13.
El estadio del espejo es una fase que explica cómo lo imaginario se incorpora en
el ser humano. La vivencia de una imagen unificada del cuerpo —nuestro yo—
se contrapone y se anticipa a la prematuración biológica con la que nacemos.
14.
Lacan, J. (1949): «El estadio del espejo como formador de la función del yo (je)
tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica», Escritos 1, Siglo XXI,
Buenos Aires, 1988, p. 91.
16.
17.
Lacan volverá al tema de la estructura paranoica del yo. Hace equivaler dicha
estructura con las negaciones fundamentales que Freud pone en juego en los
distintos delirios y, con la función de desconocimiento de la bella alma
hegeliana. El yo (moi) instala en el sujeto una alteridad, un rival, que se desdobla
manifestando su propia autonomía en el momento del delirio. Esta alteridad que
persigue al paranoico es su propio yo desconocido para él mismo.
18.
19.
20.
21.
22.
Horacio González también nos ayuda a entender el problema de los vínculos con
los otros. Piensa la conspiración —aquello que trabaja en las sombras contra
nosotros— como consustancial a la política. Siempre hay un oponente. Se
testimonia así que en el mundo hay cosas, personas, planes y destinos que no
conocemos, afirma González. Cf. González, H. (2004): Filosofía de la
conspiración: Marxistas, peronistas y carbonarios, Colihue, Buenos Aires, 2004.
Estos estudios enriquecen nuestra lectura sobre el tema del lazo social. En el
terreno de la psicosis entendemos que nombrar al enemigo, aquel que inició el
complot, permite al loco escapar de la vivencia insoportable de la proximidad
del mal. Muchos pacientes, por el contrario, no logran localizar el origen de la
persecución y quedan sumergidos en un clima de permanente sospecha.
24.
25.
Aclaremos que pese a escapar de la sugestión, no obstante, puede sugestionar a
los otros. Más adelante ampliaremos este tópico a propósito de los delirios
comunicados.
26.
27.
Borges, J. L. (1985): «Nubes (II)», Los conjurados, Emecé, Buenos Aires, 2005.
28.
29.
30.
Freud en su análisis del caso Schreber explica como el delirio presenta dos
puntos esenciales: el papel redentor y la mudanza en mujer. La emasculación
constituye el delirio primario, juzgado al principio como un acto de grave daño y
persecución, y que solo de manera secundaria se relacionó con el fin de
redención. Freud afirma así que el delirio de persecución sexual se transformó en
Schreber en un delirio religioso de grandeza. Schreber se consideró llamado a
redimir el mundo y devolver la bienaventuranza perdida. Pero todo a condición
de ser mudado de hombre en mujer de Dios. Cf. Freud, S. (1911): Sobre un caso
de paranoia descrito autobiográficamente (Schreber).Vol. XII, Amorrortu
editores, Buenos Aires, 1993, pp. 1-74
32.
33.
Con este término Lacan alude a los sacrificios que el hombre ofrece a Dios.
Desde el sacrificio de Abraham, las obras de arte y hasta el nazismo, son
interpretados como ofrendas que dan cuenta del intento de buscar en Dios —
Otro— la presencia de un deseo. «Este es el sentido eterno del sacrificio al que
nadie se resiste[…]». Cf. Lacan, J. (1964): El Seminario. Libro 11: Los cuatro
conceptos fundamentales del psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires, 1999, p. 283.
34.
Colina, F. (2013): «Sobre el arte de no intervenir», Sobre la locura, Cuatro,
Valladolid, 2013.
35.
36.
38.
Idem, p. 229.
39.
40.
41.
42.
Esta expresión nos recuerda a la utilizada por Lacan en su escrito «De una
cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis». Allí menciona el
desorden provocado en la juntura más íntima del sentimiento de la vida.
43.
44.
45.
Son varios los conceptos que en Lacan explican esta locura de todos. Lacan
relaciona la ley del corazón y el delirio de infatuación hegelianos con la locura
humana. También la articula con su teoría del conocimiento paranoico, es decir
con la dimensión paranoica del yo humano que hemos explicado. Cf. Lacan, J.
(1966 b): «Presentación de la traducción francesa de las memorias del presidente
Schreber», Intervenciones y Textos 2, Manantial, Buenos Aires, 1993, pp. 27-33.
La locura aparece entonces situada a nivel de la dialéctica del ser y ligada al
desconocimiento.
46.
47.
48.
49.
50.
Lacan, J.(1973-1974): «El seminario. Libro 21: Les non-dupes errent», clase
4/12/1973, inédito.
52.
Lacan, J. (1978): «¡Lacan por Vincennes!», Revista Lacaniana Año VII, nº11,
EOL, Grama, Buenos Aires, octubre 2011.
53.
54.
Lasègue, Ch. y Falret, J., (1877): «La folie à deux ou folie communiquée»,
Annales Médico-psychologiques, París, 1877, p. 322.
55.
57.
58.
Crimen cometido por dos criadas contra sus patronas que impactó en el público
por lo misterioso de sus motivos y la crueldad del acto.
59.
60.
62.
63.
En «Les non-dupes errent» Lacan relaciona el concepto del decir con el amor y
su teoría de los nudos. Allí el decir es situado como del orden del acontecimiento
y por consiguiente será un acontecimiento que anuda. Para explicar esto
rescatamos una pregunta que realiza Lacan en su seminario: ¿cómo ama un
hombre a una mujer? La respuesta es tan simple como sugestiva: por azar.
Siguiendo la lógica del seminario anterior vemos que el amor vuelve a aparecer
como aquello que posibilita el lazo entre un hombre y una mujer. En este
seminario, el amor es lo que permite enlazar lo real y lo simbólico, es un decir
que anuda: «El amor no es otra cosa que un decir, en tanto que acontecimiento».
Cf. Lacan, J. (1973-1974): «El seminario. Libro 21: Les non-dupes errent», op.
cit. En consecuencia, el amor en tanto contingente, no necesario, arma un lazo
entre dos seres hablantes. Recordemos que en Freud el amor también implica un
lazo entre los enamorados, pero que a la vez tenía la particularidad de cuestionar
a los demás vínculos. También en su escrito Televisión, Lacan, habla del amor
como un asunto escindido de los lazos sociales: «El noble, el trágico, el cómico,
el bufón, […] el abanico de lo que produce la escena donde eso se exhibe —la
que separa de todo vínculo social los asuntos de amor […]». Cf. Lacan, J.
(1973): «Televisión», Otros escritos. Buenos Aires, Paidós, 2012, p. 564. El
concepto del discurso como equivalente al lazo social representa un momento
teórico de la enseñanza de Lacan desarrollado en su seminario «El reverso del
psicoanálisis». Sin embargo, con las referencias teóricas mencionadas
desprendemos una concepción del lazo social más allá de la teoría del discurso
sostenida en el Nombre del Padre. De ahí la importancia del decir (que no
siempre es el decir paterno) y su efecto de anudamiento que permite el vínculo
con el otro. Ampliaremos el tema en el próximo capítulo: «Marionetas de las
palabras».
64.
Lacan establece una articulación entre amor, creencia y locura. Cf. Lacan, J.
(1974-1975): «El seminario. Libro 22: RSI», inédito, p. 42.
65.
66.
Es decir que hay maneras de entender las lógicas colectivas más allá del modelo
explicativo propuesto por Freud en Psicología de las masas (el Ideal del yo
comanda las identificaciones de los individuos en la masa).
67.
68.
69.
Lacan, J. (1971): De un discurso que no fuera del semblante, op. cit., p. 29.
70.
Terry Eagetlon menciona que los elementos principales del mal son su rareza, su
terrible irrealidad, su naturaleza sorprendentemente superficial, su agresión al
sentido, la ausencia en él de una u otra dimensión vital y su manera de hallarse
atrapado en la monotonía anestesiante de una reiteración eterna. Cf. Eagleton, T.
(2010): Sobre el mal, Ediciones Teotihuacán, México, 2015.
71.
En este sentido nos interesa destacar el estudio que realiza Theodor Adorno
sobre la propaganda fascista y en especial la antisemita. Dicha propaganda ataca
a espectros más que a opositores reales. Construye así una imagen del judío para
destrozar. No se preocupa por la concordancia entre esa imagen y la realidad. No
usa una lógica discursiva sino, más bien, una trayectoria de ideas organizadas.
Este mecanismo permite, según Adorno, eludir los mecanismos de control del
análisis racional y facilitar psicológicamente en los oyentes el seguimiento.
Estos no deben esforzarse en pensar, pues les basta entregarse pasivamente y
nadar en la corriente de las palabras, afirma Adorno. Entre las numerosas
características de la propaganda fascista, Adorno menciona también a la religión.
Explica que los líderes fascistas tienen un comportamiento religioso fingido. Las
formas y el lenguaje religioso se emplean para dar la sensación de un ritual
legitimado. Adorno compara a Hitler con el padre de la horda primitiva de Freud
y utiliza el esquema de la identificación de Psicología de las masas para explicar
el nazismo. Cf. Adorno, T. W. (2005): Ensayos sobre la propaganda fascista.
Psicoanálisis del antisemitismo, Paradiso, Buenos Aires, 2005.
72.
Karl, J. (1913): Psicopatología general, FCE, México, 1993, p. 111. Para el autor
el delirio posee las siguientes características: convicción extraordinaria; certeza
subjetiva; la condición de no influibles por la experiencia y por las conclusiones
irrefutables; imposibilidad del contenido.
73.
74.
75.
76.
Huertas, R. (2012): Historia cultural de la psiquiatría, Catarata, Madrid, 2012;
Colina, F. (2001): El saber delirante, Síntesis, Madrid, 2001.
77.
Flechsig, P. (1894): Cerebro y Alma (Gehirn und Seele), Veit & Comp., Leipzig,
1894. Traducido al español por D. L. Outes y Edg. González. s/e.
78.
79.
80.
81.
82.
83.
84.
86.
87.
88.
90.
91.
En las psicosis hay decires que fundan discursos sin el Nombre del Padre.
92.
Lacan, J. (1974): «La Tercera», Intervenciones y textos 2, op. cit., pp. 73-108.
94.
95.
96.
Ibid.
98.
99.
Lacan, J. (1975): «Joyce el síntoma I», Uno por Uno, Revista mundial de
psicoanálisis, nº 44, 1997, Eolia, Paidós, p. 13. En esta cita podemos leer cómo
Lacan caracteriza en términos de síntoma (significante fuera de la cadena) el
escrito de Joyce. El escrito-síntoma, no atañe a ninguno de sus lectores, es decir
que no atrapa nada del inconsciente de dicho público (Joyce transforma la letra
—a letter— en basura —a litter—). Por esta razón Lacan afirma que Joyce está
desabonado del inconsciente, dado de baja, y su texto deja perder el sentido que
permitiría atraparnos en él. Si bien el texto-síntoma no implica un discurso
compartido, sin embargo, pensamos que el hecho de publicarlo y pretender que
otros descifren sus enigmas, restablece el lazo con el discurso.
100.
102.
Al igual que las certezas psicóticas que atraen por ofrecer respuestas a los
problemas de la existencia, de ahí la posibilidad de existencia de delirios
colectivos, también los enigmas convocan a su resolución.
103.
105.
106.
Idem, p. 72.
107.
108.
109.
El Otro del psicótico es aquel que encarna el lugar del partenaire de goce. El
Dios de Schreber ejemplifica esta afirmación. «Dios es una p…», dirá Schreber.
Dios gozará del cuerpo de Schreber convertido en mujer. Dios se constituye,
entonces, en un partenaire de goce.
111.
Alcuaz, C. (2002): «La Diosa del Amor», La vida amorosa. Revista Psicoanálisis
y el Hospital, nº 22, noviembre 2002, pp. 110-112.
112.
113.
114.
115.
116.
El término amistad tiene en Aristóteles tres sentidos diferentes: uno se define por
el placer, otro por la utilidad y el tercero, por la virtud. La amistad fundada en el
placer es propia de los jóvenes; esta amistad cambia fácilmente, al cambiar los
placeres con la edad. La amistad fundada en la utilidad se basa en el amor a los
otros porque son útiles. Ambas se forman por accidente, alguien es amado por lo
que procura y no por lo que es. Son amistades fáciles de disolver. En cambio, la
amistad basada en la virtud ama al otro por lo que es. Es para Aristóteles la
amistad de los mejores, de los buenos, recíproca y de mutua elección. Al ser
buenos quieren el bien para el otro. Determina un vínculo duradero ya que dicha
virtud no acompaña al placer ni a la utilidad. Cf. Aristóteles: «Ética
nicomáquea», Aristóteles III, Gredos, Madrid, pp. 9-242.
1.
2.
Idem, p. 419.
3.
4.
5.
6.
7.
8.
Lacan comenzará por conceptualizar el inconsciente como discurso del Otro para
posteriormente mencionar el neologismo lalengua, que da cuenta de aquellos
significantes investidos libidinalmente por cada uno. Cf. Miller, J.- A., et al.
(1998): La psicosis ordinaria, Paidós, Buenos Aires, 2003, p. 289.
9.
Lacan, J. (1955-1956): «Los entornos del agujero», El Seminario. Libro 3: Las
psicosis, op. cit., p. 419.
10.
11.
12.
13.
14.
16.
Idem, p. 516.
17.
18.
19.
Miller, J.-A., et al. (1998): La psicosis ordinaria, Paidós, Buenos Aires, 2003, p.
206.
20.
21.
22.
23.
25.
Programa de radio creado en 2013 por enfermos psíquicos del Hospital Río
Hortega en Valladolid. El nombre del programa parte de la reflexión en torno a
esta frase: «los que vivís en una jaula sois vosotros, no yo», pronunciada por
Leopoldo María Panero cuando entró en el psiquiátrico. Las palabras que
introducen el programa son las siguientes: «Bienvenidos a Fuera de la Jaula, mi
psiquiatra está mejor desde que escucha Fuera de la Jaula». El objetivo es que
los pacientes disfruten de la radio y que la sociedad no los excluya. En
Argentina, otra experiencia radial conocida es La Colifata, creada en 1991. Cf.:
https://bit.ly/39HJ6li, 22 abril 2016.
26.
27.
Lacan, J. (1976-1977): «El seminario. Libro 24: L’ìnsu que sait de l´Une-beuve s
´aile à mourre», clase 11/1/1977, inédito.
28.
29.
30.
32.
Lacan, J. (1975 -1976): El Seminario. Libro 23: El sinthome, op. cit., p. 94.
33.
Idem, p. 94.
34.
Claudio Godoy estudia la relación entre Joyce y Lucía y la diferencia del delirio
a dúo y de la identificación al síntoma histérica. Cf. Godoy, C. (2008): «Los
artificios de James Joyce», ANCLA, Psicoanálisis y Psicopatología, n° 2, sept.
2008, Encadenamientos y desencadenamientos I, pp. 63-82.
35.
Lacan, J. (1973-1974): «El Seminario. Libro 21: Les non-dupes errent», clase
18/12/1973, inédito.
37.
38.
Lacan, J. (1973-1974): «El Seminario. Libro 21: Les non-dupes errent», clase
19/3/74., inédito.
39.
Lacan, J. (1974-1975): «El seminario. Libro 22. RSI», clase 11/3/1974, inédito.
40.
Íbid.
41.
Lacan, J. (1974-1975): «El seminario. Libro 22. RSI», clase 11/2/1974, inédito.
42.
Sobre este tema sugerimos consultar el desarrollo que realiza Claudio Godoy, en
relación al sinthome de James Joyce. El autor examinará la serie de crisis
personales (a los 12 y a los 14 años) sufridas por el escritor y la invención de
algunas respuestas a las mismas. Se tratará del lapsus en el anudamiento y las
formas de tratamiento del error del nudo. La construcción de «El artista» le
permite a Joyce establecer un nuevo orden, diferente al ofertado por su
educación religiosa. Cf. Godoy, C. (2008): «Los artificios de James Joyce», op.
cit..
43.
44.
46.
47.
48.
Recomendamos para este tema la lectura de: Álvarez, J. M.ª: (2001): «Delirio y
crimen: a propósito de la responsabilidad subjetiva», Estudios sobre la psicosis,
Xoroi Edicions, Barcelona, 2013, pp.79-98.
1.
Groys, B. (2014): Volverse público. Las transformaciones del arte en el ágora
contemporánea, Caja Negra, Buenos Aires, 2018, p. 51.
2.
Idem, p. 54.
3.
4.
6.
7.
8.
Idem, p. 235.
9.
10.
11.
Proponemos pensar el término inclusión social, que propone la ley 26.657, desde
la teoría psicoanalítica del lazo social. Nada impide afirmar la posibilidad del
vínculo con otros en la psicosis como hemos demostrado en este libro. Sin
embargo, toda justificación teórica y clínica debe acompañarse para su
implementación de políticas públicas que la favorezcan. Es conocida en
Argentina la insuficiencia de dispositivos intermedios que hagan de la
internación en salud mental un último recurso como dicta la ley. A su vez dicha
falta condiciona las externaciones al dificultar la reinserción social de la locura.
En este sentido no hay que confundir lo crónico de la locura con su cronificación
dentro de la institución monovalente. Consideramos que esto último responde,
entre otras cosas, a la falta de invención de respuestas terapéuticas. Otro escollo
en el pasaje de un modelo de atención psiquiátrico a otro basado en la
comunidad ha sido y es el tipo de formación profesional que en las facultades
sigue privilegiando la atención clínica, privada, en soledad profesional y lejos de
la promoción y prevención de la salud.
12.
13.
14.
15.
Dos son los libros escritos sobre el tema. Reconocemos el desarrollo más
profundo que han tenido los autores pero disentimos con algunas de las hipótesis
sostenidas que consideramos alejan la psicosis del lazo social. Naveau, P. (2004):
Les psychoses et le lien social. Le noeud défait, París, Anthropos, 2004; y
Quinet, A. (2006): Psicosis y lazo social, Letra Viva, Buenos Aires, 2016.
16.
17.
18.
19.
Mientras que para algunos las psicosis están fuera del lazo, para otros los lazos
psicóticos no son auténticos.
20.
21.
22.
Laurent afirma que el filósofo trató de establecer con sus ideas un Otro
consistente, al crear una lengua fundamental donde se describe de manera
tautológica el mundo. Laurent, E. y otros (1991): Lacan y los discursos, op. cit.,
p. 30.
23.
«La teoría es buena pero no impide que las cosas existan». (La traducción es
nuestra.)
24.
25.
Miller, J.-A., et al. (1998): La psicosis ordinaria, op. cit., pp. 227-239. Se discute
sobre casos clínicos que se estructuran en base a tres términos: enganche
(registros I, S y R enlazados), desenganche (se deshace el enlace entre registros)
y reenganche (arreglos posteriores al desenganche). Esta perspectiva articula la
discontinuidad y la continuidad en la existencia de alguien.
27.
28.
30.
Esta idea de Miller de un aparato del síntoma como la articulación entre una
operación significante y sus consecuencias sobre el goce, nos permite
comprender no solo la metáfora paterna sino cómo la clínica de las psicosis
puede dar cuenta de otros aparatos del síntoma. Miller afirma que el lazo social
es el síntoma, es decir, el aparato del síntoma que construye el sujeto en el
sentido del partenaire-síntoma (por ejemplo: la metáfora delirante, la figura del
analista, son formas del partenaire frente al Otro que no existe).
31.
32.
Lacan reformula la teoría de la función paterna como un decir que nombra y así
permite el lazo social. No solo se anudan las tres consistencias, real, simbólico e
imaginario, sino los individuos entre sí. Por ejemplo: un padre organiza el
vínculo con una mujer y con su descendencia. Esto nos abre una vía para pensar
el lazo social a partir de la clínica de los nudos. La función de sinthome, de
aquello que anuda, hace equivalente el Nombre del Padre a otros sinthomes que
tienen la misma función: anudar los registros y armar el lazo social. Es en texto
de «Clausura del congreso de la Escuela freudiana de París», en 1970, que Lacan
relaciona el decir y los discursos. Allí plantea que los discursos se refieren a un
decir y el decir a un nombre propio. Es el acto de decir el que instituye los
discursos, los cuales a su vez determinan el orden social, el orden de los
vínculos. Este tema lo hemos explicado en nuestro capítulo «Marionetas de las
palabras», p. 147.
33.
34.
35.
36.
37.
Hemos tomado este texto porque nos permite pensar que la neurosis también está
fuera de discurso establecido, siendo el síntoma un testimonio de esto.
38.
Miller retoma los términos discurso y delirio, que vimos oponerse en nuestra
primera posición teórica, diciendo que para Lacan los discursos establecidos son
delirios normales, ficciones sociales. Este planteo se enmarca en lo que se ha
llamado una clínica universal del delirio, que aclaremos no borra la diferencia
estructural. Destaquemos, entonces, que desde dicha diferencia tendríamos: los
delirios de los discursos establecidos o delirios normales y, los delirios
inventados o delirios en el sentido patológico. Consideramos que el tema clave
para entender esto es la relación que desprendemos de la lectura de Lacan entre
decir y discurso. Los discursos son fundados por decires contingentes. Los
discursos establecidos se fundan en el decir paterno y los no establecidos en
otros decires. Verbigracia, el decir magistral en Joyce. Miller, J.-A. (1999): «La
invención psicótica», op. cit.
39.
El término psicosis ordinaria, introducido en 1998 por Jacques Alain Miller, tuvo
la intención de que no fuera un concepto sino un significante sin definición fija,
puesto a resonar en la clínica de los profesionales. Hasta fines de los años
noventa fueron pocos los trabajos dedicados a las psicosis no desencadenadas
hasta la introducción de dicho término. Las psicosis ordinarias incluyen
pacientes que no presentan sintomatología clínica clásica sino manifestaciones
sutiles de la psicosis y modos de estabilización originales. Siguiendo esta línea
Maleval se ha dedicado a estudiar los anudamientos desfallecientes en las
psicosis. Maleval, J.-C. (2003): «Elements pour une aprehension clinique de la
psychose ordinaire», Séminaire de la Découverte Freudienne, 18-19/1/2003,
inédito, https://bit.ly/3oAY3u8.
40.
«Psicosis actuales» es el nombre que utiliza Emilio Vaschetto para ilustrar las
presentaciones clínicas en la época del «Otro que no existe». Propone este
sintagma al programa de investigación liderado por el término «psicosis
ordinarias». Relacionará así psicosis y discursos. Vaschetto, E. (2008) Psicosis
actuales. Hacia un programa de investigación acerca de las psicosis ordinarias,
Grama, Buenos Aires, 2008.
41.
Álvarez, De la Peña y Eiras estudian las locuras que no pueden ser rápidamente
clasificadas en el edificio del saber psiquiátrico de las psicosis prototípicas. En
especial dedican su investigación a la locura lúcida, es decir a aquellos locos que
«caminan con un paso similar al de la mayoría de sus coetáneos». A partir del
libro de Ulysse Trélat (1795-1879) La folie lucide étudiée au point de vue de la
famille et la societé, rescatan las descripciones de esos locos que pasan
desapercibidos porque «no parecen en absoluto locos» desde una mirada
superficial, pero si se analiza su vida íntima se puede apreciar la alienación en
acto. Es así cómo los autores contribuyen, desde la mención de estas formas
clínicas, a lo que se ha llamado psicosis ordinarias o como ellos denominan:
formas más normalizadas de las psicosis. Álvarez, J. M.ª, De la Peña, J. y
Rodríguez Eiras, J. (2008): «Las otras psicosis ¿A partir de cuándo se está
loco?». En Vaschetto, E. (2008), Psicosis actuales. Hacia un programa de
investigación acerca de las psicosis ordinarias, op. cit..
42.
43.
2.
Algunos autores esclarecen como Lacan lee el complejo de edipo freudiano con
la fórmula de los discursos. Cf. Schejtman, F. (2004): «Padrecimiento y
discurso», Porciones de nada. La anorexia y la época, del Bucle, Buenos Aires,
2009, pp. 161-182; Miller, J.-A. (1985): «Esquizofrenia y paranoia», Psicosis y
psicoanálisis. Buenos Aires, Manantial, 1985, pp.7-19.
3.
4.
5.
7.
8.
9.
Miller, J.-A. (2008): «Efecto de retorno sobre las psicosis ordinaria», op. cit., p.
14.
10.
Tema que hemos desarrollado en el capítulo tres «Los filósofos de la
conspiración».
11.
12.
Tenemos entonces dos versiones del discurso, el admitido que implica no solo lo
comunicable sino la significación compartida (consideramos que será
equivalente al discurso establecido de los años setenta y el paranoico. Este
último da testimonio de un funcionamiento del inconsciente que no sigue la
lógica de la represión (inconsciente a cielo abierto) pero no por ello carece de
comunicación. Así como el discurso, el delirio paranoico implica una
articulación significante con el consiguiente efecto de sentido y de dirección.
13.
En este momento Lacan definirá al inconsciente como el discurso del Otro, que
opera en esa articulación constante pero no escuchada por el sujeto neurótico. En
cambio, en la psicosis el inconsciente opera a cielo abierto: «[…] en los casos de
psicosis vemos revelarse, del modo más articulado, esa frase, ese monólogo, ese
discurso interior […]». Cf. Lacan, J. (1955-1956): «La frase simbólica», El
Seminario. Libro 3: Las psicosis, op. cit., p. 164. En el cuchicheo, en el ruido, en
esos fenómenos elementales, el discurso está ahí sin discontinuidad y aunque el
sujeto lo tape con sus actividades y sus propias palabras, asegura Lacan, siempre
está listo para volver con la misma sonoridad: «En suma, podría decirse, el
psicótico es un mártir del inconsciente, dando al término mártir su sentido: ser
testigo». Idem, «Del significante en lo real, y del milagro del alarido», p. 190.
Lacan explicará el funcionamiento a cielo abierto de este discurso inconsciente
mediante una relación perturbada que mantiene el sujeto con algo que toca al
funcionamiento total del lenguaje, del orden simbólico y del discurso. Esto lo
llevará a decir, más adelante, que la psicosis está fuera de discurso, tal como
hemos explicado. Cf. Lacan, J. (1955-56): «Del sin-sentido y de la estructura de
Dios», Idem, p. 185.
14.
15.
16.
Lacan, J. (1972 a): «El Atolondradicho», Otros escritos. Buenos Aires, Paidós,
2012, p. 499.
17.
Lacan, J (1976-1977): «El Seminario. Libro 24: L`insu que sait de l´une-bevue
s’áile à mourre», clase 19/4/1977, inédito.
18.
Lacan, J. (1978): «¡Lacan por Vincennes!», Revista Lacaniana, Año VII, nº 11,
EOL, Grama, Buenos Aires, octubre 2011.
19.
20.
Lacan introduce la distinción entre sujeto del significante y sujeto del goce luego
de rescatar la decisión de Freud de no concebir al loco como déficit o
disociación de las funciones. Cf. Lacan, J. (1966): «Presentación de la
traducción francesa de las memorias del presidente Schreber», Intervenciones y
Textos 2, Manantial, Buenos Aires, 1993. Con dicha distinción será posible
entender la esquizofrenia y la paranoia de acuerdo con las formas de retorno del
goce. La primera en tanto invasión del goce en el cuerpo y la segunda en tanto
localización del goce en el lugar del Otro. Destacamos entonces el señalamiento
que Lacan hace de esta polaridad al considerarla fundamental para entender
nuestro tema. De este modo, consideramos que los lazos sociales en las psicosis
no pueden ser comprendidos sin la referencia al goce como hemos señalado a lo
largo del libro.
21.
22.
En su seminario «Aún» continúa dicha idea: «No hay la más mínima realidad
pre discursiva, por la buena razón de que lo que se forma en colectividad, lo que
he denominado los hombres, las mujeres y los niños, nada quiere decir como
realidad pre discursiva. Los hombres, las mujeres y los niños no son más que
significantes». Cf. Lacan, J. (1972-1973): El Seminario. Libro 20. Aún, Paidós,
Buenos Aires, 1995, p. 44.
23.
24.
Lacan explica así la relación entre los sexos por medio del semblante, es decir
que lo biológico no tiene nada que ver con el funcionamiento del inconsciente
para explicar la sexualidad del ser hablante. Se trata para el hombre de hacer de
hombre en relación con una mujer, o sea, dar signos de que se lo es. A diferencia
del campo animal donde también hay comportamientos de cortejo, en el ser
hablante este semblante (hacer de) se vehiculiza en un discurso. Podemos
concluir que los lazos sociales, en este caso el lazo entre un hombre y una mujer,
son lugares determinados por un discurso y, son también una manera de
responder a este real en juego. No hay relación sexual pero sí hay encuentros
posibilitados desde ciertos lazos.
26.
27.
Lacan, J. (1972-1973): El Seminario. Libro 20. Aún, op. cit., p. 68. Señalemos
además que en dicho seminario Lacan afirma que hubo y habrá otros discursos.
Pareciera que aquí deja ver aquello que ya había anticipado, que el discurso se
funda en un decir (por ejemplo en Aristóteles, Freud, etc.). Cf. Lacan, J. (1970
b): «Allocution prononcée pour la clôture du congrès de l´École freudienne de
Paris», Scilicet n° 2/3, París, 1970, pp. 391-399.
28.
29.
Lacan, J. (1972c): «El saber del psicoanalista», clase 6/1/1972, inédito. Como
hemos visto en el primer capítulo « Los lazos sociales», el discurso capitalista
pone en tensión la equivalencia entre discurso y lazo. Ya sea porque rompe el
lazo social y por lo tanto se tiene un discurso sin lazo; o, por el contrario, si se lo
considera un pseudodiscurso que crea vínculos particulares, tenemos la
existencia de lazos sociales sin discurso. Recordemos que Lacan mismo afirma
que el discurso capitalista forcluye los asuntos del amor en la clase 6 de «El
saber del psicoanalista» de 1972. En el seminario «Aún» el amor es una forma
posible de la relación con el otro.
30.
31.
Lacan, J., «El seminario. Libro 22. RSI», clase 21/1/75, inédito.
32.
33.
34.
35.
Idem, p. 82.
36.
Lacan se sirve para este tema de una referencia a Kant. Cf. Kant, E. (1783):
Prolegómenos a toda metafísica del porvenir, Porrúa, México, 1985.
37.
39.
40.
41.
42.
44.
Lacan, J. (1974-1975): «El Seminario. Libro 22. RSI», clase 8/4/1975, inédito..
45.
46.
47.
48.
49.
50.
Nos interesa rescatar la lectura del caso realizada por Miller. Afirma que esta
enferma, cuyo ser es de puro semblante, muestra así cómo sus identificaciones
no logran cristalizar en un yo y esto es lo que hace que no haya ninguna persona.
En otros términos, no hay significante amo ni objeto a que llene su paréntesis.
Miller opondrá las enfermedades de la mentalidad a las enfermedades del Otro,
como la paranoia. Cf. Miller, J.-A. (1997): «Enseñanzas de la presentación de
enfermos», Los inclasificables de la clínica psicoanalítica, Paidós, Buenos Aires,
1999, pp. 417-430.
52.
53.
54.
Son varios los fenómenos que son leídos por Lacan como la falta de un
significante amo que organice el discurso: cree estar embrujada, hipnotizada y
teledirigida. Sin embargo, ninguna idea cobra consistencia, no hay delirio.
Además, su pensamiento se torna por momentos confuso, caótico, saltando de un
tema a otro. Con respecto al lenguaje tiene juegos de palabras de manera
asociativa. A nivel de los lazos, fracasa en sus relaciones de pareja y tiene un
hijo del cual es separada porque le pega. En el plano laboral se ocupó de
coordinar el taller de cerámica para niños psicóticos y la directora del
establecimiento observó que su comportamiento era estable durante el desarrollo
de su tarea. Siempre tuvo distintos trabajo. Así también diferentes tratamientos.
Si formalizamos su historia desde el funcionamiento del registro imaginario
podemos observar la falta de consistencia yoica: diversas identificaciones,
ocupando sucesivos y distintos lugares.
55.
56.
Idem, pp.53-54.
57.
58.
Lacan, J. (1975-1976): «Del nudo como soporte del sujeto», El Seminario. Libro
23. El sinthome, op.cit., p. 54.
59.
Ibid.
60.