Descubrimiento en El Bosque - Graham Greene

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DESCUBRIMIENTO EN EL BOSQUE

I pueblo yacía entre las grandes rocas rojas, a unos trescientos metros de altura y a cin-
co millas del mar, al que se llegaba por un sendero que serpenteaba los contornosde
las colinas. Nadie del pueblo de Peque había llegado nunca más lejos, aunque, una vez,
mientras estaba pescando, el padre de Peque había encontrado a unos hombres de otro
pueblecitomás allá del peñón que se clavaba en el mar veinte millas al Este. Cuando no acompaña-
ban a sus padres a la caleta pedregosa donde estaban anclados los barcos, los niños solían subir más
arriba parajugar al «ViejoNoé»y a «i0jo con aquella Nube!» bajo las rocas rojas que dominabanla
aldea. Unos treinta metros más arriba el matorral daba paso al bosque. Los árboles se agarraban a
la superficiede la roca como trepadores inmovilizados en una postura imposible, y entre los árboles
crecían las zarzamoras,cuyos frutos más grandes eran siempre los que estaban más protegidos del
sol; en su sazón, las moras constituían un postre sabroso y agridulce para la invariable dieta de
pescado. Era, en conjunto, una vida parca y sencilla la suya, pero una vida feliz.
La madrede Peque medía poco más de metro y medio; era bizca, y cuando andaba tenía ten-
dencia a dar traspiés, pero aun sus movimientos más torpes le parecían a Peque el colmo de la gra-
cia humana,y cuando le contaba cuentos, como hacía a menudo el quinto día de la semana,su
tartamudeotenía para él algo parecido al efecto mágico de la música. Había una palabra sobre to-
do que le fascinaba: «a-a-a-árbol». «¿Eso qué es?»,solía preguntar, y ella solía intentar explicár-
selo. «¿Quieresdecir un roble?»«Un a-a-árbol no es un roble. Pero un roble es un a-a-árbol, y tam-
bién un abedul es un a-a-árbol.» «Peroun abedul es muy distinto de un roble. Cualquiera puede
ver que no son ni remotamenteiguales, lo mismo que un perro y un gato.» «Un perro y un g-g-ga-
to son animales los dos.»Ella había heredado de alguna generación anterior esta capacidad de ge-
neralizar, de la que tanto él como su padre carecían por completo.
No es que él fuera un niño tonto incapaz de aprender de la experiencia; haciendo un esfuerzo
podía traer a la memoria el pasado hasta incluso de cuatro
inviernos, pero la época más lejana que
llegaba a recordarera como una niebla marina que el viento puede
disipar por un momentode la
roca o del grupo de árboles, pero que luego vuelve a cerrarse.
Su madre afirmaba que él tenía
siete años, pero su padre decía que tenía nueve y que a la
vuelta de otro invierno ya tendría edad
para formar parte de la tripulación del barco que poseía en
común con un pariente (todos los del
pueblo eran en cierto modo parientes). Tal vez su madre
había falseado deliberadamente su edad
para retrasar el momento en que tuviera que salir a pescar
con los hombres. No era sólo la cues-
tión del peligro -aunque cada invierno traía consigo un
accidente mortal, por lo que el tamaño de

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BOSQUE

poco más que el de una colonia de hormigas-; era también el hecho


laaldeaaumentaba(Había en el pueblo dos matrimonios, los Torcidos y los de que
peque erahijo único. Raposos, que tenían
los Torcidos tenían tres.) Cuando a Peque le llegase el momento de ir con el pa-
másde un hijo, y que depender de los hijos de otros para tener moras en el otoño, o
su madretendría quedar-
y
ellas, no había nada en el mundo que le gustase más que las moras con un chorrito
sesin de
cabras.
leche de que éste iba a ser su último otoño en tierra, y no le importaba
portanto,Pequepensaba en cuanto
de-
masiado.Tal vez su padre estaba en lo cierto a su edad, porque él se daba cuenta
de que
su pandilla particular era ahora demasiado indiscutible: sus músculossentían
supuestodejefe de
contra un adversario mayor que él. Su pandilla se componía, este mes
la necesidadde fortalecerse
deoctubre,de cuatro niños, a tres de los cuales él había asignado un número,porqueesto daba
másmarcialidadal tono de sus órdenes y facilitaba tanto más la disciplina. El cuarto miembrode
lapandillaera una niña de siete años, que se llamaba Lisa, admitida a regañadientespor razones
de utilidad.
Sereuníanentre las ruinas, a la salida del pueblo. Las ruinas habían estado allí desde siempre,
y denoche,creían los niños -y quién sabe si los adultos también- que eran frecuentadaspor gi-
gantes.La madrede Peque, cuyos conocimientos eran muy superiores a los de todas las mujeres del
pueblo-nadie sabía realmente por qué- decía que su abuela había hablado de una gran catástro-
feenla que,miles de años atrás, tuvo que ver un hombre llamado Noé; quizá fuera un rayo del cie-
loo unaola gigantesca (habría hecho falta una ola de una altura de más de trescientosmetros
paraextinguiraquel pueblo); o quizás una plaga, según decían otras de estas leyendas,que había
matadoa los habitantes, abandonando estas ruinas a la lenta destrucción del tiempo. Nunca ha-
bíasidoclaropara los niños si los gigantes eran los fantasmas de los asesinos o de los asesinados.
Enel otoñoque nos ocupa las moras casi se habían terminado, y de todos modos,las matas
quecrecíanen un radio de una milla alrededor del pueblo -que se llamaba El Hondón, tal vez por
encontrarse al pie de las rocas rojas- habían sido totalmente despojadasde sus moras.Cuandola
pandillase hubo reunido en el lugar acostumbrado, Peque propuso algo revolucionario: penetrar
enterritorionuevopara buscar fruta. Número Uno dijo con desaprobación:
-Eso no lo hemos hecho nunca.
Era,no cabe duda, un niño conservador. Tenía ojos pequeños y hundidos como agujero hechos
enunapiedrapor el goteo del agua, y no tenía casi nada de pelo en la cabeza, lo cual le daba el
aire de un viejo
arrugado.
-Nosvamosa meteren líos con
eso -dijo Lisa.
-Nadietienepor qué enterarse -dijo Peque-, con tal de que nos juramentemos.
El puebloafirmaba, por las que se ex-
vieja costumbre, que las tierras de su pertenencia eran
tendíanen un semicírculo cuando esta últi-
de tres millas de radio a partir de la última casa -aun
macasaera una ruina mar,también
de la que no quedaban más que los cimientos-; en cuanto al
Calculabancomosuya un área mayor y menos definida, que se extendía unas doce millas mar aden-
tro.Estapretensión encontraron
en la ocasión en que se
conlos barcosde estuvo a punto de causar un conflicto que señaló
más allá del peñón. La paz fue restablecida por el padre de Peque,
conel dedolas nubes especialmenteuna,
que habían comenzado a acumularse sobre el horizonte, y
enorme,negra, pusieron rumboa
amenazadora; de modo que los dos grupos, de común acuerdo,
tierra,Y los pescadores a navegar tan lejos
desu casa. del pueblo de más allá del peñón ya no volvieron nunca con tiempo
(Siempre se pescaba cuando el cielo estaba uniformemente encapotado, o
espléndido y cielo azul, y aun en las cuando podía distinguirse
la forma noches sin luna y sin estrellas; sólo pesca.)
concreta de unánime, se suspendía la
-Pero¿y si nos las nubes era cuando, por acuerdo
Número Dos.
-iQué vamos encontramos a alguien? -preguntó
a encontrarnos! -dijo Peque.

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-Debe haber alguna razón -dijo Lisa- cuando no quieren dejarnos ir.
-No hay ninguna -dijo Peque-, salvo la ley.
-iVaya! iSi no es más que la ley! -dijo Número Tres, y dio un puntapié
a una piedra
mostrar en qué estima tenía a la ley. parade_
-¿De quién son las tierras? -preguntó Lisa.
-De nadie -contestó Peque-. Allí no hay nadie, absolutamente nadie.
-A pesar de todo, nadie tiene derecho -dijo Número Uno sentenciosamente,
mirandohacia
-En eso tienes razón -dijo Peque-. Nadie.
-Pero yo no quiero decir lo que tú -replicó Número Uno.
-¿Tú crees que hay moras allí arriba? -preguntó Número Dos. Era un
chico razonabley sólo
quería asegurarse de que el riesgo valía la pena.
-Todo el camino que sube por el bosque está lleno de matas -dijo Peque.
-¿Cómo lo sabes?
-Es lógico.
Le pareció raro verles aquel día tan poco dispuestos a seguir su consejo. ¿Por
quéhabríande
acabarse bruscamente las zarzamoras en el límite de su territorio? Las moras no
habían sido
das únicamente para ellos. Dijo:
-¿No tenéis ganas de coger moras una vez más antes del invierno?
Y ellos bajaron la cabeza como si estuvieran buscando una respuesta en la tierra
rojizadonde
las hormigas trazaban caminos de piedra a piedra. Finalmente Número Uno dijo:
-Nadie ha estado allí hasta ahora -como si fuera lo peor que podía decir.
-Tanto mejoresserán las moras -replicó Peque.
Después de pensarlo, Número Dos dijo:
-El bosque allá arriba parece más espeso, y a las moras les gusta la sombra.
Número Tres bostezó:
-De todos modos, iqué más dan las moras! Se pueden hacer otras cosas que coger moras Es
tierra nueva, ¿no?, pues vamos a verla. Quién sabe...
-¿Quién sabe? -repitió Lisa con voz asustada, y miró primero a Pequey luego a NúmeroTres,
como si pudiera ser que ellos, tal vez, supieran...
-Vamos a votar. Levantad la mano -dijo Peque.
Su propio brazo se alzó impetuosamente, como disparado, y Número Tres le siguió tan sólocon
un segundo de diferencia. Después de un instante de titubeo, Número Dos siguió su ejemplo;en-
tonces Lisa, comprendiendo que de todos modos ya había mayoría en pro de seguir la aventura,le-
vantó una mano cautelosa, pero mirando de reojo a Número Uno.
-¿Así que tú te vas a casa? -dijo Peque a Número Uno dando a sus palabras un acentode
desprecio.
-De todas maneras tiene que jurar -dijo Número Tres-, y si no...
-No tengo que jurar si me voy a casa.
-Claro que sí, porquesi no lo contarás.
-iQué me importa a mí vuestro estúpido juramento! No quiere decir nada. Puedojurar y lue-
go contarlo todo lo mismo.
Hubo un silencio escandalizado; los otros tres miraron a Peque. Los cimientos de su mutua
el
confianza parecían peligrar. Hasta entonces nadie había sugerido la posibilidad de quebrantar
juramento.
Finalmente, Número Tres dijo:
-Vamos a pegarle una paliza.
-No -dijo Peque.

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DESCUBRIMIENTO EN
EL BOSQUE

violencia no era la respuesta adecuada. No impediría que


sabíaque la para contarlo todo. Y todo el placer de coger moras se NúmeroUno se fuera
casa estropearía al pensaren
corriendoa su esperaba.
que les
el castigodemonios!-dijo Número Dos-.
Dejémonos de moras y juguemos
Qué al «ViejoNoé».
fin, se echó a llorar:
al
Lisa,niña coger moras!
-iYoquiero
había tenido tiempo de llegar a una decisión.
peroPeque
-dijo-, y también va a coger moras. Atadle las manos.
-Va a jurar intentó huir, pero Número Dos le puso la zancadilla.
NúmeroUno Lisa le ató las muñecas
el pelo, haciendo un nudo complicado con
que llevaba en que sólo ella sabía hacer -era
la cinta pre-
de habilidades especiales la que le había valido ser admitida en la pandilla.
cisamenteesa clase cascote de las ruinas y dijo con mofa:
Número Unose sentó sobre un
coger moras con las manos atadas?
-¿Y cómovoy a te las comiste todas y no dejaste ni una para casa. Además
-Diremosque por glotón verán las
tu ropa.
manchaspor toda
-ilJyt qué paliza le van a dar! -exclamó Lisa con admiración-. iA que le zurran a fondo!
-iCuatro contra uno!
-Ahora vas a jurar -dijo Peque.
partiódos ramas y las sostuvo en el aire en forma de cruz. Cada uno de los otros tres miem-
brosde la pandilla, después de acumular saliva, embadurnó con ella los cuatro extremos de la
cruzy Peque,con movimiento brusco, introdujo las pegajosas puntas de madera entre los labios
deNúmeroUno. Sobraban las palabras. Inevitablemente, la ceremonia traía a la mente de cada
unodeellos el mismo pensamiento: «Así me muera si hablo». Una vez resuelto por la fuerza el ju-
ramentode Número Uno, los demás se sometieron voluntariamente al mismo ritual. (Ningunode
ellosconocíael origen del juramento; había llegado a ellos a través de generaciones de pandillas
comola suya.Una vez, Peque había intentado buscar una explicación a la ceremoniadeljura-
mento,y es posible que todos los demás lo hicieran en uno u otro momento en la oscuridadde
sucama.Compartiendosu saliva compartían tal vez sus vidas, como si hubieran mezcladosu san-
gre;y el acto se solemnizaba sobre una cruz porque por alguna razón una cruz significaba siem-
pre muerte deshonrosa.)
-¿Quiéntiene un trozo de cuerda? -preguntó Peque.
Ataronla cuerda a la cinta de Lisa, y a tirones obligaron a Número Uno a ponersede pie. Nú-
meroDostiraba de la cuerda y Número Tres empujaba por detrás. Peque dirigía la marcha hacia
arribay hacia dentro del bosque, mientras que Lisa, sola en la retaguardia, les seguía despacio;ella
nopodíaandar de prisa porque era muy patizamba. Ahora que comprendía que la cosa no tenía
remedio, NúmeroUno les daba poca guerra. Se limitaba a echarles de cuando en cuando miradas
despreciativas, y se rezagaba lo suficiente para mantener la cuerda siempre tirante, lo que entor-
pecíasu marcha,de manera que habían pasado casi dos horas cuando llegaron al límite del te-
rrenoconocidoy salieron de los bosques
de El Hondón para encontrarse al borde de un barranco
pocoprofundo.Al otro lado se alzaban
nuevamente las rocas, exactamente de la misma manera,
consus abedulesarraigados
en todas las grietas, hasta arriba, donde parecían tocar el cielo
-hastadondenadie de El
Hondón había llegado jamás-. Y en todos los huecos entre raíces y ro-
cascrecíanlas moras.
Desde donde estaban podían imaginar una neblina azul, como un humo de
otoñoquesaliese
de tanto fruto delicioso e intacto como pendía en la sombra.
A Pesarde todo, vacilaron
vadociertainfluencia antes de decidirse a bajar; era como si Número Uno hubieraconser-
cadoen el maléfica a la que ellos estuviesen atados por medio de la cuerda.Acurru-
suelo, levantó hacia ellos su mirada desdeñosa:

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os atrevéis.
-Ya lo estáis viendo: no
-dijo Peque, queriendo borrar aquellas palabras antes de
-¿Que no nos atrevemos? que
la duda en las mentes de Dos, Tres o Lisa, y minara el ya vacilante poder que tenía sobre
diera ellos.
-dijo Uno.
-Esas moras no nos pertenecen
-le preguntó Peque, y vio que Número Dos miraba
-¿Entonces a quién pertenecen? con cierta
esperase una respuesta.
expectacióna Número Uno, como si
Tres dijo con sorna:
-Lo quese encuentrase guarda -y dio una patada a una piedra, que cayó al barranco.
-Son del pueblo próximo. Lo sabes tan bien como yo.
-¿Y dónde está el pueblo próximo? -preguntó Peque.
-En algún sitio.
-Que tú sepas no hay otro pueblo.
-Tiene que haberlo; es de sentido común. No es posible que nosotros y los de Entre-Ríossea-
mos los únicos. (Así se llamaba el pueblo de más allá del promontorio.)
-¿Pero cómo lo sabes tú? -dijo Peque.
Su pensamientoempezó a volar. «A lo mejor somos de verdad los únicos. A lo mejorpodría-
mos subir allí y seguir adelante y adelante hasta el fin de los tiempos. A lo mejorel mundoestá
vacío...» Podía sentir la medida en que, a medias, le seguían Número Dos y Lisa; en cuantoa Nú-
meroTres, era un caso perdido; a ése no le importaba nada de nada, pero así y todo,si él tuviera
que elegir a su sucesor preferiría ese desentenderse de todo de Número Tres al carácter envejeci-
do de Número Uno, con sus normas heredadas, o a la seriedad timorata de Número Dos.
-Estás completamente loco -dijo Número Uno y escupió al barranco-. ¿Cómo vamosa serlos
únicos que viven? iEs de sentido común!
-A lo mejor las moras están envenenadas -dijo Lisa-. A lo mejor nos dan dolor de tripa.A lo
mejorhay allí salvajes. A lo mejor hay gigantes.
-Yo creeré en gigantes cuando los vea -dijo Peque. Comprendió que su miedoerasuperficial
y que sólo quería que la tranquilizase alguien más fuerte que ella.
-Tú hablas mucho -dijo Número Uno-, pero ni siquiera sabes organizar. ¿Por qué no nosman-
daste traer cestas si vamos a coger algo?
-No necesitamos cestas. Tenemos la falda de Lisa.
-Entonces, la paliza se la darán a Lisa si vuelve con toda la falda manchada.
-No; si vuelve con la falda llena de moras no le pegarán. Recógete la falda, Lisa.
Lisa la ató, haciendo un nudo en la espalda, por encima de su pequeñoy rechonchotrasero,
convirtiéndola así en una especie de bolsa. Los niños siguieron la maniobra con cierto interéspor
ver cómo se las arreglaba.
-Se caerán fuera -dijo Número Uno-. Habría sido mejor quitarte todo eso y hacerun saco.
-¿Cómo iba a poder trepar con un saco en la mano? No sabes nada de nada,NúmeroUno.
Eso lo arreglo yo fácilmente -Lisa se puso en talón,y ató
cuclillas, una nalga desnuda sobre cada
y volvió a atar el nudo hasta que quedó
satisfecha de la solidez de la bolsa.
-Entonces, vamos a bajar -dijo Número Tres.
-Cuando yo dé la orden, no antes. Número Uno, si prometes no dar la lata, te suelto.
-i Ya lo creo que voy a dar la lata! iToda
la que pueda! Si te-
-Dos y Tres, vosotros os encargáis de ¿comprendéis?
Número Uno. Sois la retaguardia,
nemos que replegarnos deprisa, no yo vamosde-
tenéis más que abandonar al prisionero. Lisa y
lante para reconocer el terreno.
-¿Por qué Lisa? -preguntó Número
Tres-. ¿Para qué sirve una niña? nozurrarían
-Por si nos hiciera falta una espía.
Siempre espían mejor las niñas. Y por lo menos,
a una niña.

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DESCUBRIMIENTOEN EL BOSQUE

-dijo Lisa, pellizcándose el trasero.


-papálo hace
estar en la vanguardia -dijo Tres.
-Peroyo quiero vanguardia. Puede
cuál será la que ellos nos estén espiando en este mis-
-Todavía no sabemos
estamos hablando. Pueden engañarnos para que avancemos,y entonces
momomento,mientras
por detrás.
nosatacarán
-Tienesmiedo-dijo Número Uno-. iCobarde! iGallina!
responsable de la pandilla. Escuchad todos: En caso
-No tengo miedo, pero soy el jefe y soy el
silbido corto. Quedaos donde estáis. No os mováis. No respiréis. Dos silbi-
depeligrodaremos un
del prisionero y retirada a marchas forzadas. Un silbido largo sig-
doscortossignifican abandono
todo va bien, venid lo más rápidamente que podáis. ¿Os habéis entera-
nifica:tesorodescubierto,
do todos?
-Psch, sí -dijo Número Dos-. Pero supón que nos perdemos.
-Quedaosdonde estáis hasta oír un silbido.
-Supón que él silba, para confundirnos -dijo Número Dos, señalando a Número Uno con la pun-
ta del pie.
-Entonces, amordazadle. Le amordazáis fuerte hasta hacerle rechinar los dientes.
Pequefue hasta el borde de la meseta y miró hacia abajo para escoger el camino a través de la
maleza.Las rocas descendían unos diez metros. Lisa se puso en pie tras él, muy cerca, y se agarró
al borde de su camisa.
-¿Quiénesson Ellos? -susurró.
-Desconocidos.
-¿Tú no crees en gigantes?

-Cuando pienso en gigantes me da un temblor aquí -y puso la mano sobre su pequeñomon-


te deVenus,desnudo bajo la falda convertida en bolsa.
Pequedijo:
están
-Empezaremosa bajar por allí, entre aquellas matas de tojo. Ten cuidado. Las piedras
sueltasy es necesario que no hagamos el menor ruido.
con envi-
Volvió la cabeza hacia los otros que le estaban mirando, unos con admiración, otros
dia y odio. (Ése era Número Uno.)
-Esperadhasta que nos veáis subir por el otro lado, y entonces empezáis a bajar.
Miró al cielo:
acon-
-La invasión comenzó al mediodía -dijo con la precisión de un historiador registrando un
tecimientodel pasado que hubiera alterado la faz del mundo.

-Ahora podríamos silbar -dijo Lisa.


aliento por
Estabana medio camino subiendo la pendiente opuesta del barranco, ambos sin
la ascensión.Ella se metió una mora en la boca y añadió:
-Son dulces. Más dulces que las nuestras. ¿Quieres que empiece a coger?
como si
Teníalos muslos y el trasero llenos de arañazos de las zarzas, y manchados de sangre
fuerajugo de moras.
Peque dijo:
No ha sido
-¿Por qué? He visto mejores que éstas en nuestro territorio. Lisa, ¿te das cuenta? nos va-
que
cogidani una. Nadie ha venido aquí nunca. Éstas no son nada comparadas con las
extrañaría nada que nos tro-
mosa encontrar luego,
Llevan creciendo años y años; ¿sabes?, no me Vamos a
Pezáramoscon todo un bosque de zarzas llenas de moras tan grandes como manzanas. y va-
dejarestas pequeñas vamos a subir más arriba
para que las cojan los otros si quieren, Tú y yo
mosa encontrar
tesoros de verdad.
Graham Greene

Mientrasestaba hablando podía oír el crujir de los zapatos de los demás por dondeles
iban
siguiendo, y el rodar de alguna piedra suelta, pero no podían ver nada, tan espesas eran las zar-
zamoras que crecían en torno a los árboles.
-Anda. Si nosotrosencontramos primero el tesoro, es nuestro.
-Me gustaría que fuera un tesoro de verdad, no sólo moras.
-Podría ser un tesoro de verdad. Nadie ha explorado nunca esto antes que nosotros.
-¿Y los gigantes? -le preguntó Lisa estremeciéndose.
-Esos son cuentos que cuentan a los niños. Como lo del Viejo Noé y su barco. Nunca ha
habi-
do gigantes.
-¿Ni el Viejo Noé?
-iQué niña eres!
Treparoncada vez más arriba, entre abedules y zarzas, y el eco de los otros iba disminuyendo
por debajo de ellos. Aquí había un olor completamente diferente: cálido y húmedo, y a metal,
muy
distinto de la sal del mar. Después el bosque se fue haciendo cada vez más claro y se encontraron
en la cumbre de los cerros. Mirando hacia atrás, El Hondón quedaba oculto por la cresta de en
me-
dio, pero a través de los árboles podía distinguirse una línea azul, como si el mar hubierasido
elevado casi hasta donde ellos estaban por alguna convulsión gigantesca. Le volvieron la espalda,
nerviosos,y fijaron su mirada en la tierra desconocida que aparecía ante ellos.

-Es una casa -dijo Lisa-. Es una casa enorme.


-No puede ser. Nunca se ha visto una casa de este tamaño o de esta forma -pero él sabíaque
Lisa tenía razón. Aquello había sido hecho por hombres, no por la naturaleza. Era algo dondeuna
vez unas gentes habían vivido.
-Una casa para gigantes -dijo Lisa temerosa.
Peque, de bruces sobre el suelo, se asomó al borde del precipicio. Unos treinta metros másaba-
jo, entre las rocas rojas, se extendía la enorme estructura, relumbrando acá y allá entre las matas
y el musgo que la cubrían; se extendía hasta más allá de su
vista, árboles trepaban a lo largode
sus flancos, árboles habían brotado sobre el tejado, y a
lo largo de dos enormes chimeneasse en-
roscaban la yedra y otras plantas trepadoras con flores
como campanillas. No había humoni otra
señal de que estuviera habitada; sólo los pájaros, quizás
alborotados por sus voces,se avisaron
unos a otros a través de los árboles, y una bandada
de estorninos se levantó de una de las chi-
meneas y se dispersó.
-Vámonos de aquí -murmuró Lisa.
-Ahora ya no -dijo Peque-. No tengas
miedo. Es sólo otra ruina. ¿Qué tienen de malo las rui-
nas? Siempre hemosjugado en
ellas.
-Da miedo. No es como las ruinas
de El Hondón.
-El Hondón no es el mundo -dijo
Peque: era la expresión de una profunda creenciasuyaque
no compartía con nadie.
La enormeestructura estaba
empinada en ángulo, de manera que casi podían ver hastael fondo
de unade las enormes chimeneas, cuyo
agujero
se abría como una brecha abierta en el mundo.
-Voy a bajar a mirar -dijo Peque-.
-¿Quieres que silbe?
Pero antes voy a reconocer el terrreno.
-Todavía no. Quédate donde
estás por si vienen los otros.
Avanzó cautelosamentea lo
ni de madera- parecía
largo de la cresta. Detrás de él, la extraña casa -no erade piedra
extenderse hasta cien metros o más, unas veces oculta, otras oscurecidapor
los árboles, pero, en la
dirección que él tomaba ahora, el risco estaba desprovisto de vegetación'
y pudo mirar hacia abajo,
al gran muro de la casa, y vio que no era recto sino extrañamentecur-
vo como el vientre de la curva
un pez o... Se quedó parado un
momento y lo miró intensamente:

3 10
DESCUBRIMIENTOEN
BOSQUE

de algo que le era familiar. Continuó


era la ampliación enorme pensativo, recordando
la
yendaque era el tema de sus juegos. Casi cien metros más lejos volvió a detenerse.Era vieja le-
mano gigantesca hubiera cogido la casa y la comosi
estemomentoalguna hubiera partidoen dos. en
ver el espacio entre las dos partes y la casa expuesta planta por planta -debia haber Podia
cinco, seis,
siete-, y dentro de ellas nada se movía, Sólo se percibía un ligero aleteo allí dondelos
alojamiento. Podía imaginar las grandes salas que se perdían arbustos ha-
bían encontrado en la oscuridad,y se
le ocurrió que todos los habitantes de El Hondón podrían haber vivido en una única habitación
de una sola de las plantas, y aún hubieran tenido sitio para sus animales y sus enseres,Cuántos
milesde personas, se maravilló, habrían vivido alguna vez en esta casa inmensa...Nunca se ha-
bía dado cuenta de que el mundo pudiera contener tantas.
¿Cuándose había partido la casa?, ¿cómo?; una parte se había precipitadoen ángulo hacia arri-
ba,y tan sólo a cincuenta metros de donde él estaba, podía ver cómo su extremo se había empo-
tradoen la cresta, de tal modo que si él quería seguir explorando, no tenia más que descenderunos
metrospara encontrarse sobre el tejado. Allí había otra vez árboles que hacían fácil la bajada, No
tenía excusa para quedarse donde estaba, y repentinamente, consciente de su soledady de su ig-
noranciay del misterio de la casa grande, se llevó los dedos a la boca y emitió un silbido único y
largo para convocar a todos los demás.

Estaban intimidados, y si Número Uno no se hubiera burlado tanto de ellos, tal vez hubieran
decididovolverse con el secreto de la casa encerrado en sus mentes junto con el sueño de volver
un día. Pero cuando Número Uno dijo: «iCobardes, blanduchos...!»,y escupió abajo, hacia la casa,
NúmeroTres rompió el silencio: «¿A qué esperamos?». Entonces Peque tuvo que actuar, si quería
conservarel mando hasta el final. Trepando de rama en rama por un árbol que crecía bajo la
cresta, desde una plataforma de roca, llegó a menos de dos metros del tejado y se dejó caer.Ate-
rrizó dolorosamente sobre sus rodillas en una superficie fría, dura y lisa como una cáscara de hue-
vo. Los cuatro niños le miraron desde arriba, con temor y admiración, y esperaron.
El declive del tejado era tal, que tuvo que deslizarse cautelosamente sobre el trasero.Al final
de la bajada había otra casa que había sido construida sobre el tejado, y pudo ver, desde dondeél
estaba sentado, que toda la estructura no era una casa, sino una sucesión de casas construidas
una sobre otra, y encima de la casa más alta asomaba el extremo de la enormechimenea.Recor-
dando cómo toda la construcción se había partido, tuvo cuidado de no deslizarse con demasiada
rapidez por miedo a precipitarse en la brecha intermedia. Ninguno de los otros le había seguido;
estaba solo.
ro-
Ante él había un gran arco de algún material desconocido, y bajo el arco se levantaba una
ca roja que Io partía en dos. Esto era como una victoria de los montes que le eran familiares;por
muy duro que fuera el material que los hombres habían utilizado para construir la casa, las mon-
hacia
tañas seguían siendo las más fuertes. Quedó parado, con sus pies contra una roca, y miró
brecha me-
abajo, dentro del enorme boquete donde la roca había surgido partiendo las casas; la
y aunque no
día muchos cientos de metros de lado a lado, pero un árbol caído hacía de puente,
contemplando
podíaver hasta muy abajo, tuvo la misma sensación que había tenido arriba: el estar
por allí?
algo tan profundo como el mar. ¿Por qué sería que casi esperaba ver peces moviéndose
levantarla cabezase
Apoyándosecon la mano en la arista de la roca roja se puso de pie, y al de distancia. Al
sobrecogió al ver dos ojos fijos e inescrutables que le contemplaban a pocos pasos
la ardilla se
moversede nuevo, vio que pertenecían a una ardilla que tenía el color de la roca:
delicadamenteantes
volvió sin ninguna prisa ni miedo, levantó su cola empenachada y se alivió
de saltar con gran rapidez a la sala que se abría ante él.
sobreel árbol
La sala era en efecto una sala, como pudo ver yendo hacia ella a horcajadas espa-
caído, y sin embargo, la primera impresión que recibió fue la de un bosque, con los árboles

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Graham Greene

plantación hecha por hombres. Allí era posible andar sobreuna


ciados regularmente, como en una montículos
ondulaba en pequeños de la roca roja queaquíy
superficie plana, aunque el suelo se
Los árboles no eran árboles en absoluto,sino pilaresde
allá había atravesadoel duro pavimento.
trozo de superficie lisa, pero que en su mayor partees-
madera que aún mostraban algún que otro
hasta el tejado, unos quince metrosmásarriba,
taban picados y cubiertos de yedra que trepaba
Olía a vegetación y a humedad,y porto-
para escapar a través de un gran desgarrón en el techo.
como tumbas rústicas.
da la sala había docenas de pequeños túmulos verdes
Dio una patada a uno de los montones y éste se desintegró inmediatamente bajo el musgoes-
peso y húmedo que lo cubría. Cuidadosamente metió su mano entre la masa verde y empapaday
sacó un barrote de madera podrida. Siguió moviéndose y tanteó con el pie una larga y curvapro-
tuberancia verde que le llegaba por encima del pecho -no como una tumba corriente-, y estavez
tropezó y se estremeció de dolor. Aquí las plantas no habían echado raíces, sino que se habíanes-
parcido desde los túmulos al montículo a través del suelo, y pudo arrancar sin dificultad las hojas
y zarcillos. Debajo había una losa de piedra de muchos colores muy bellos, verde, rosa,y rojocolor
de sangre. Dio la vuelta al montículo, limpiando la superficie mientras andaba, y aquí, porfin, en-
contró el verdadero tesoro. Durante un momento no comprendió para qué fin podrían haberservi-
do estos objetos medio transparentes; estaban en filas detrás de una tabla rota, convertidosen su
mayor parte en pedazos de color verde, pero en una pequeña parte intactos aunque descoloridos
por el paso del tiempo. Por su forma comprendió que alguna vez habían debido ser recipientespara
beber,hechos de un material completamente diferente del barro áspero al que él estaba acostum-
brado. Debajo, esparcidos sobre el suelo, había centenares de objetos duros y redondos estampados
con la imagen de una cabeza humana, como aquellos que sus abuelos habían desenterradoen las
ruinas de El Hondón -objetos inútiles, salvo que con su ayuda era posible dibujar un círculo perfec-
to, y que podían ser usados como prendas en lugar de chinas en el juego de «i0jo con aquella Nube!».
Eran más interesantes que las chinas. Poseían la dignidad y la singularidad de todas las viejas cosas
hechas por el hombre -había tan poco que ver en el mundo más viejo que un hombreviejo...- Por
ser-
un momento sintió la tentación de guardar para sí el secreto del descubrimiento, pero ¿para qué
virían si no se usaban? Una ficha de juego no tenía ningún valor si se guardaba escondida en un agu-
jero, y por tanto, llevando los dedos a la boca, emitió de nuevo el silbido largo.
Mientrasestaba esperandoque los otros se reunieran con él, se sentó en la losa de piedra
pared
meditandoprofundamentesobre todo lo que había visto, y en especial, en aquella gran
lan-
que parecía el vientre de un pez, Toda la inmensa casa le parecía como un pez monstruoso
arriba!
zado en alto para morir entre las rocas, pero iqué pez y qué ola fue capaz de llevarlo tan
remolque en-
Los niños vinieron deslizándose por el tejado llevando a Número Uno todavía a
de sus
tre ellos; daban pequeñosgritos de excitación y deleite; se habían olvidado completamente la
a
miedos, como si estuvieran en la estación de la nieve. Después se pusieron en pie agarrándose
roca roja como había hecho él, pasaron a horcajadas sobre el árbol caído y anduvieronrenquean-
do a través del vasto espacio de la sala, como insectos apresados bajo una copa.
sorpresa
-Aquí tenéis el tesoro -dijo Peque con orgullo, y se sintió satisfecho al ver que la Y la
ante el espectáculo les hacía callar; incluso Número Uno se había olvidado de sus sarcasmos,
cuerda con la que le habían atado arrastraba olvidada en el suelo. Por fin, Número Dos dijo:
-Caramba. Esto es mejor que moras.
-Poned las fichas en la falda de Lisa. Luego las repartiremos.
-¿Le vas a dar alguna a Número Uno? -dijo Lisa.
-Hay bastantes para todos -dijo Peque-. Soltadle.
eranne-
Parecía el momento propicio para la generosidad, y en cualquier caso todas las manos
cesarias. Mientras estaban recogiendo las fichas se acercó a uno de los grandes boquetesdel
noche
muro que alguna vez habrían sido ventanas, tal vez cubiertas con esterillas de paja porla

312
BOSQUE

El Hondón. y se asomó, Las colinas subian y bajaban como un mar pardoy


comolas ventanas de
parte habia huellas de un pueblo, ni siguiera de una ruinas Deb.a el gran mu-
agitado;en ninguna
del alcance de la vista; el punto en que tocaba al suelo estaba escon-
ronegrose curvabafuera
árboles que crecían abajo en el valles Recordó la vieja leyenda, y el jue-
por las copas de los
las ruinas de El Hondón. QNoé hizo una barcas ¿Qué barca? Una barca para
go quejugaban entre
también para ti—s¿Para qué bichos? Para bichos grandes como osos y casto-
todoslos bichos -y
ti..
res-y también para y luego hubo como un suspiro que se fue apagando
Algo sonócon un tañido agudo y musical
Tres estaba muy atareado con otro montón, el segundo
lentamenteSe volvió y vio que Número
habia en la salas Habia desenterrado una caja larga llena de
montónen tamaño de todos los que
dominós pero cada vez que tocaba una pieza se Oia un
esaspiezasoblongas que ellos llamaban
sonido.cada uno un poco diferente. y cuando la tocaba por segunda vez, quedaba silenciosas Con
hurgó en el montoncillo y no encontró más que unos
la esperanzade nuevos tesoros Número Dos
a la caja y nin-
alambresoxidados que le arañaron las manos Ya no se le podian sacar más sonidos
gunode ellos comprendió nunca por qué al principio pareció cantar para ellos

¿Habíanvivido alguna vez un dia más largo que éste. aun en la plenitud del verano? Claro es
es-
queel sol permanecía más tiempo sobre la alta meseta y ellos no podian saber que la noche
estrechos co-
tabaya invadiendo los bosques y valles allá por debajo de ellos Habia en la casa dos
redores por los que corrían, tropezando algunas veces con el suelo Lisa se quedaba atrás in-
capazde correr deprisa por miedo a dejar caer las fichas de su falda. A los lados de los pasillos
habiahabitaciones cada una de las cuales era bastante grande como para alojar a una familia
de El Hondón,con extraños accesorios fijos retorcidos y deslustrados cuyo objeto era un misterio
paraellos Habia otra gran sala, ésta sin pilares que tenia un gran cuadrado hundido en el sueW
recubiertode piedra coloreada; estaba en declive, de manera que un extremo tenia tres metros de
profundidad,y en el otro era tan poco profundo que podian dejarse caer al suelo. sobre el mon-
tón de hojas muertas y fragmentos de ramitas llevados hasta allí por lo vientos invernales y por
todaspartes excrementos de pájaros como salpicaduras de nieve manchadas
A final de una tercera sala a la que llegaron se detuvieron todos porque alli. enfrente de ellos
entrocitosy pedazos habia cinco niños que les miraban a su vez: una media cara, una cabeza cor-
tadaen dos como por el hacha de un carnicero, una rodilla separada de un pies Miraronfijamen-
te a los desconocidos y uno de ellos levantó, desafiador, el puño —fueNúmero Tres—,Al mismo
tiempo,uno de los niños aplastados y extraños. levantó su puño en réplicas Faltaba poco para
unabatalla; era casi un alivio encontrar en este mundo vacio enemigos reales con quienes lu-
chartpor lo que avanzaron lentamente como gatos suspicaces. con lisa un poco en retaguardia.
y alli en el otro lado habia otra niña con las faldas levantadas para sostener las mismas fichas con
la misma rayita bajo el monte debajo del vientre. pero que tenia la cara oscurecida por una erup-
tión verdey le faltaba un ojo. Los desconocidos movieron piernas y brazos y permanecieronno
Obstantecomo aplastados contra el muro, y de repente se estaban tocando nariz con nariz y alti
no había nada más que la pared fria y lisa. Retrocedieron. se acercaron y volvieron a retroceder:
a solas
era algo que ninguno de ellos podia comprender. Asi, sin decirse nada los unos a los otros.
con su miedo,se alejaron de alli hasta donde unos escalones conducían a las plantas de abajo; alli
dudaron,escuchando y fisgando de nuevo mientras sus voces sonaban temblorosas en el silencio
virgen, pero tuvieron miedo de la oscuridad que les aguardaba, donde el flanco de la montaña no
dejabapasar la luz, asi a lo largo de los co-
que corrieron lejos de alli gritando en son de desafio
rredoresdonde se deslizaban los últimos rayos de sol. hasta que por fin vinieron a patar en grupo
antelas grandesescaleras que llevaban hacia arriba, a la luz más clara del dia. donde se levanta.
ban las enormes chimeneas
-Vámonos a casa -dijo Número Uno-, Si no nos vamos pronto, se hará de
es el cobarde ahora? -dijo Tres, noche,
-No es ma» que una caqa, Es una casa grande, pero sólo una casa,
peque dijo:
-No es una ea<a -y todos se volvieron a él como de común acuerdo y le
miraron interrogantes,
-¿Ollé quieres decir con que no es una casa? -preguntó Número Dos.
-Es un barco -dijo Peque,
-Està> loco. ¿Ouién ha vÁto nunca un barco tan grande como éste?
-¿Y quién ha visto nunca una casa tan grande como ésta? -preguntó Lisa,
-¿Oué hace un barco en el pico de un monte? ¿Por qué necesita un barco
chimeneas?¿Para
qué necesita un barco fichas? ¿Cuándo tuvo un barco habitaciones y corredores?
lnelanzaron sus agudas objeciones como puñados de grava para volverle a sus
cabales.
-El barco de Noé -dijo Peque.
-Estás chiflado -dijo Número Uno- Noé es un juego. Nunca ha habido nadie que se
llamaraNoé.
-¿Cómo podemossaberlo? Ouizá viviera hace cientos de años. Y si tenía con él
todos los ani-
males, ¿qué iba a hacer sin montones de jaulas? A Io mejor no son cuartos los que hay
en el co-
rredor;a lo mejor son jaulas.
-¿Y ese agujero en el suelo? -preguntó Lisa-, ¿Para qué es?
-He estado pensando en eso. Podría ser una cisterna para agua. ¿No comprendéis?,tendríaque
tener sitio para guardar las ratas de agua y los renacuajos.
-No lo creo -dijo Número Uno-. ¿Cómo iba a llegar un barco hasta aquí arriba?
-¿Y cómo podría llegar aquí arriba una casa tan grande como ésta? Ya sabéis la historia.Es-
taba flotando aqui y entonces las aguas volvieron a bajar y Io dejaron.
-¿Entonces El Hondón estuvo en el fondo del mar alguna vez? -preguntó Lisa. Se quedócon la
boca abierta y se rascó el pequeño trasero, pinchado de zarzas, arañado por la roca y embadur-
nado con excrementos de pájaro.
-El Hondón no existía entonces. Fue hace tanto tiempo...
-Puede que tenga razón -dijo Número Dos.
NúmeroTres no hizo ningún comentario: empezó a subir por las escaleras hacia el tejadoy Pe-
que le siguió rápidamentey le alcanzó. El sol asomaba apenas entre las cimas de las colinas,que
semejaban olas, y parecía que en el mundo entero no había nadie más que ellos, La gran chime-
nea allá en lo alto arrojaba su sombra como un ancho camino negro. Quedaron en silencio, im-
presionadosante su tamaño y el poderío con que se inclinaba hacia el peñasco, como un toldopor
encima de ellos. Después Número Tres dijo:
-¿De verdad lo crees?
-Creo que sí,
-¿Y qué dices de nuestros otros juegos: «iC)jocon aquella Nube!»?
-Podría haber sido la nube que asustó a Noé.
-¿Pero dónde fue todo el mundo? No hay cadáveres.
-No tiene por qué haberlos. Recuerda el juego. Cuando el agua bajó, todos salieron del barco
de dos en dos,
Ten-
-Salvo las ratas de agua. Las aguas bajaron demasiado de prisa y una de ellas se quedó.
dríamos que encontrar su cadáver.
-Fue hace cientos de años. Se lo habrán comido las hormigas.
-Pero no los huesos, porque no podrían.
le ha-
-Te voy a decir algo que he visto en esas jaulas. No dije nada a los Otros porquea Lisa
bría dado miedo.
-¿Qué viste?
DESCUBRIMIENTO EN El,
BOSQUE

-Vi serpientes.
-iNo!..,
-Te digoque si, Y todas ellas convertidas en piedra. Estaban enroscadas por el suelo, y le di una
patadaa una y estaba dura como uno de esos peces de piedra que encontraron por encima de El
Hondón.
-Bueno-dijo Número Tres-. Eso parece probar las cosas.
Y quedaronen silencio de nuevo, abrumados por la magnitud de su descubrimiento.Sobre sus
cabezas,entreellos y la gran chimenea, se levantaba todavía otra casa en este nido de casas, y una
escalasubíahasta ella desde cerca de donde ellos estaban. En la fachada de la casa, unos seis me-
trosmásarriba, había un dibujo incomprensible, de un amarillo desvaído. Peque guardó en la
memoria su forma, para dibujárselo después en el polvo a su padre, que él sabía que nunca cree-
riasu historia,y sospecharía que habían desenterrado sus fichas -su única prueba- en las ruinas,
a la salida de El Hondón.
El dibujo era así:

-A lo mejor es aquí donde vivió Noé -murmuró Número Tres, mirando con fijeza el dibujo,
comosi éstefuera una clave para la época de las leyendas, y sin pronunciar otra palabra,ambos
empezaron a trepar por la escala al momento en que los otros niños aparecían en el tejado deba-
jo de ellos.
-¿Dóndevais? -les gritó Lisa, pero ellos no se molestaron en contestarle.
Un orínespesoy amarillo iba cubriendo sus manos a medida que trepaban y trepaban.
Losotrosniños subieron charlando por las escalerillas, y entonces vieron también al hombrey
quedaronen silencio.
-Noé -dijo Peque.
-Un gigante -dijo Lisa.
Era un esqueleto limpio y blanco y su calavera había rodado sobre el hueso del hombro,y
descansaba allí como si alguien la hubiera puesto sobre un estante. Alrededor de él había fichas
mayoresy más brillantes que las fichas de la sala, y las hojas, impulsadas y amontonadascontra
el esqueleto,daban la impresión de que yacía estirado durmiendo en un campo verde. Un jirón de
telaazul descolorida,que los pájaros no se sabe cómo habían olvidado al hacer sus nidos, le ce-
ñiatodavía,como por pudor, deshizo en
los riñones; pero cuando Lisa lo cogió entre sus dedos,se
un pocode polvo. Número Tres
midió con sus pasos la longitud del esqueleto. Dijo:
-Medía casi seis pies.
-Así que había gigantes -dijo Lisa.
-Y jugaban a las prendas -dijo Número Dos, como si esto le tranquilizara con respectoa su na-
turaleza humana.
-Lunerotendría que verle -dijo Número Uno-. Eso le bajaría los humos.
Luneroera el hombre más alto jamás conocido en El Hondón, pero medía casi un pie menos
como si
queesta largura de
blancos huesos. Permanecieron alrededor del esqueleto cabizbajos,
seavergonzarande algo.
Porfin Número Dos
dijo de repente:
-Es tarde.Me voy a escalera, y tras un momento
casa -y recorrió renqueando el camino hacia la un
deVacilación,Número ficha crujió debajo de
Uno y Número Tres fueron cojeando tras él. Una que relucían entre
Pie.Nadiehabía de los extraños objetos
las hojas.Nada recogido esas fichas ni ningún otro muerto.
era allí un tesoro descubierto; todo pertenecía al gigante
Graham Greene

escalera, Peque se volvió para ver qué estaba haciendo Lisa. Estaba en cu_
En la parte alta de la
los muslos del esqueleto con sus nalgas desnudas meciéndose de un
clillas sobre los huesos de Cuando volvió junto a ella vio que estaba llorando.
posesión.
do a otro como en el acto de
-¿Qué pasa, Lisa? -preguntó.
la boca hendida.
Lisa se inclinó hacia delante, sobre
hermoso! Y es un gigante. ¿Por qué no hay gigantes ya? -em-
-iQué hermosoes! -dijo-. i Es tan
en un duelo-. Mide seis pies -gritó exagerando un po-
pezó a gemir sobre él, como una viejecilla
tan bellas. Nadie tiene las piernas derechas en El Hondón.
co-, y tiene unas piernastan derechas y
bonita boca, con todos los dientes. ¿Quién tiene unos dien-
¿Porqué no hay ya gigantes? Mira qué
tes así en El Hondón?
-Tú eres bonita, Lisa -dijo Peque, renqueando y arrastrando los pies alrededor de ella, tratan-
do en vano de enderezarsu propio espinazo como el del esqueleto, implorando la atención de ella,
sintiendo celos de aquellos huesos blancos y derechos que estaban en el suelo y, por primeravez,
una sensaciónde amor hacia esa pequeña criatura patizamba que se balanceaba de un lado a otro.
-¿Por qué no hay gigantes ya? -repitió ella por tercera vez, derramando lágrimas entre los
excrementos de pájaro.
Él se dirigió tristementea la ventana y se asomó. Debajo de él era donde la roca roja había par-
tido el suelo y sobre la larga pendiente del tejado podía ver a los tres niños gateando hacia el ris-
co; torpes,con sus miembros cortos y desiguales, se movían como pequeños cangrejos. Bajó la mi-
rada hacia sus piernas atrofiadas y desiguales y la oyó comenzar a gemir de nuevo por todoun
mundo perdido:
-iMide seis pies y tiene unas piernas tan derechas y tan bellas...!

«—Sí,Graham Greene me enseñó nada menos que a descifrar el trópico. A uno le cuesta
mucho trabajo separar los elementos esencialespara hacer una síntesis poética en un ambiente
que conocedemasiado, porque sabe tanto que no sabe por dónde empezar, y tiene tanto
que decir que al final no sabe nada. Ese era mi problema con trópico. Yo había leído con
el
mucho interés a Cristóbal Colón, a Pigafetta y a los cronistas de Indias, que tenían una visión
original,y había leído a Salgari y a Conrad y a
los tropicalistas latinoamericanos de principios
de siglo que tenían espejuelosdel modernismo,
y a muchos otros, y encontraba una distancia
muy grande entre su visión y la realidad.
Algunos incurrían en enumeraciones que
paradójicamentecuando más se alargaban más
limitaban su visión. Otros, ya lo sabemos,
sucumbían a la hecatombe retórica.
Graham Greene resolvió ese problema literario
de un modo muy certero: con unos
pocos elementos dispersos, pero unidos por una
coherenciasubjetiva muy sutil y real.
Con ese método se puede reducir todo el enigma
del trópico a la fragancia de una guayaba podrida.»
Márquez
Gabriel García

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