Varones y Masculinidades Capitulo 3

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VIOLENCIA

Antes de avanzar sobre estas preguntas y pensar en


formas no violentas de habitar masculinidades, vamos
a analizar el vínculo entre masculinidad dominante y
violencia, haciendo especial hincapié en las dinámicas
de complicidad que se constituyen en los grupos de
varones. Tal como dijimos al comienzo, es necesario
pensar la masculinidad por fuera del cuerpo de los
¿Es la violencia algo innato de los varones? ¿Se pueden varones cis heterosexuales, sin embargo, los manda-
pensar formas de ser varón en donde la violencia no tos de esa masculinidad normativa, los tienen a ellos
sea el eje estructurante? ¿Cómo nos relacionamos como principales ejecutores de las dinámicas de vio-
entre varones? ¿Son la humillación y la competencia lencia y exclusión. Por lo tanto, se vuelve urgente tra-
las acciones más destacadas de las formas dominan- bajar sobre esas dinámicas vinculares para poder ejer-
tes de hacerse varón? ¿Es el dominio el arma princi- citarnos en modos de desarticularlas, partiendo de la
pal de las desigualdades estructurales del sistema de comprensión de cómo han llegado a constituirse en
géneros? ¿Qué emociones se vuelven legítimas en los órdenes legítimos y naturalizados.
vínculos entre varones?
Grupos de

formas de complicidad
y resistencias al cambio
Desde niñas/os nos enseñan que los varones
deben reconocerse como tales en y a partir de
la mirada de otros varones. Se configuran sus
expectativas y roles de género a partir del per-
manente reconocimiento de otros varones y, en
muchos casos, eso incluye el despliegue de di-
ferentes formas de violencia hacia sí mismos y
hacia otras personas, sobre todo hacia mujeres.
Michael Kimmel, pionero en los estudios sobre
varones y masculinidad, definió este proceso
como un arduo e intenso recorrido de reconoci-
miento homosocial. “Los hombres estamos bajo
el cuidadoso y persistente escrutinio de otros
hombres. Ellos nos miran, nos clasifican, nos
conceden la aceptación en el reino de la virili-
dad” (Kimmel, 1997: 54). Así, en diferentes inves-
tigaciones puede verse la presencia decisiva que
tuvo el grupo de amigos en la conformación de
sus identidades.

La masculinidad normativa tiene como motor


fundamental la búsqueda de reconocimiento
por parte del grupo y el miedo a la pérdida de
ese reconocimiento. En los grupos de amigos “se
encaja o se es encajado”. Con los pares de género
se debe ser siempre activo, no se puede mostrar
debilidad, no se puede mostrar que no se puede.
Durante la adolescencia y juventud esto se hace
relatando hazañas sexuales que den cuenta de la
potencia, convirtiéndose en “cazador” constante
en fiestas, peleando con otros varones, no lloran-
do o tomando alcohol de manera desmedida.

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Es muy común que en esos grupos de pares se hable el eje estructurador del modo en que se reproduce la
poco de cuestiones vinculadas a sentimientos, dolo- violencia hacia las mujeres y hacia otras identidades
res, preocupaciones y se trate de mostrar el desplie- que han sido feminizadas por la sociedad. Si queremos
gue de una potencia (sexual fundamentalmente, pero comprender la violencia y su relación con las formas
también guerrera y hasta económica) sin fisuras. Es de masculinidad dominante, necesitamos tener pre-
más, puede que el simple hecho de hablar (en tér- sente la fuerte incidencia que tienen los grupos de
minos de expresar sentimientos) sea visto como una pares de género en la conformación de los límites y
muestra de debilidad. Los varones, incluso, se hacen fronteras sobre lo que se debe o no hacer como varón
a partir de la mirada de varones que ni siquiera co- y las implicancias sociales que puede tener perder ese
nocen. Un ejemplo muy común para pensar esto, es lugar de privilegio.
cuando caminan por la calle, pasa una chica, la miran e
inmediatamente buscan la mirada de otro varón cóm-
plice donde se chequea, sonrisa de por medio, que
los dos eran varones y, por supuesto, heterosexuales.
Este simple acto, no tiene mucho que ver con el deseo
“desenfrenado” de mirar a la mujer, sino más bien de
encontrarse luego con esa otra mirada donde los dos el rechazo a lo femenino como
se convierten en escrutadores y escrutados de la cate-
goría de varón. Es una especie de chequeo de que se elemento definitorio
está cumpliendo con el mandato.

Es decir, la complicidad entre pares es la base a partir


de la cual se sostienen las diferentes formas de poner El grupo de varones, en tanto manada o cofradía, no
en práctica los mandatos masculinos dominantes. Este es simplemente un espacio para reconocerse y en-
es un elemento que hay que resaltar cuando se llevan contrarse. Implica, además, poner en práctica cierta
a cabo trabajos pedagógicos y reflexivos con varones, violencia para seguir formando parte de ese grupo.
ya que esa forma de conformar la masculinidad y re- Se trata de ejercicios de violencia que, al principio,
producir prácticas de violencia, va a ser el “hueso duro pueden ser casi imperceptibles, como el “juego de
de roer”. En este sentido, es importante trazar estrate- manos” entre varones o situaciones de competencia
gias para evidenciar tanto las prácticas de violencia y por demostrar potencia o éxito, pero con el tiempo se
humillación, como las dinámicas de complicidad que van transformando en formas de violencia que se ejer-
se despliegan en dichas situaciones (acompañamiento cen sobre otras personas: mujeres o todas/os aque-
pasivo, silencio, minimización de lo realizado, temor llas/os consideradas/os inferiores desde ese lugar de
para que no quedar como “el diferente” del grupo, poder. Ejemplos de ello son las situaciones de acoso
entre otras formas). en la vía pública, la difusión de imágenes de sus pa-
rejas sexuales, las humillaciones, los insultos homofó-
La masculinidad funciona, entonces, como un man- bicos hacia otros varones, hasta llegar a violaciones y
dato y exige que se pongan a prueba constantemente abusos perpetrados colectivamente.
sus atributos. Se despliegan formas de dominación y
violencia para el espectáculo de los otros varones. Rita Una condición de la masculinidad, que ya vimos
Segato (2017), para nombrar estas formas de constitu- cuando hablamos de los costos, es la idea de tener
ción identitaria, habla de la cofradía masculina como que demostrar que se es una potencia constantemen-
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te (siempre puede, siempre quiere tener sexo, nunca cia como forma “normal” de estar y habitar el mundo.
es débil, etc.) y no dar cuenta jamás de cierta posibili- La manera más común de mostrar que no se es vulne-
dad de fragilidad o fisura. Este elemento de la mascu- rable es vulnerando a otra u otro. Todo comienza en
linidad, quizás el más estructurante, es lo que puede juegos para “pasivizar” a otros varones, en situaciones
llamarse “impenetrabilidad”. Los varones se constitu- de burla competitiva o humillaciones que producen di-
yen a partir de la idea de que sus cuerpos y sus sub- ferentes categorías de varón (débiles, maricones, llo-
jetividades son impenetrables, tanto a nivel simbólico rones, pollerudos, nenes de mamá) y luego se traslada
como a nivel físico y material. Pero, paradójicamente, hacia el modo en que debe desplegarse la demostra-
esta condición constitutiva -el ser impenetrable- no ción de la heterosexualidad (piropos, acoso calleje-
implica necesariamente serlo (ya que es una ficción), ro, insistencia sexual, violencia física, violaciones en
sino sobre todo convertir a la otra persona en pene- grupo). No es que necesariamente todos van a realizar
trable. Dicha cuestión no tiene solo que ver con el ese camino hacia formas de violación grupal, pero es
acto sexual, sino también con controlar, definir, cons- interesante dar cuenta de que la lógica de fondo es
truir los límites de lo que puede y no puede hacerse. similar: “el cuerpo del/de la otro/a me pertenece”.
Es decir, los varones aprenden desde su infancia y
adolescencia que, para ser reconocidos como tales,
deben ser los dueños de los cuerpos y de las ac-
ciones de las otras personas. La violencia, en este
sentido, es parte constitutiva del sistema de domi-
nación masculina, es el elemento necesario para
trazar las fronteras entre lo que va a considerarse
o no un varón.

Los varones aprenden que tienen que rechazar


cualquier rasgo asociado a lo que socialmente se
comprende como “femenino”. Y la vulnerabilidad y
la fragilidad son parte de esos rasgos. En muchos
casos, la demostración de potencia (como opuesto
a la vulnerabilidad) se evidencia solo en la posibili-
dad o capacidad de vulnerar a otros/as. Es decir, en
ese proceso por demostrar potencia, que se trans-
forma en cierta ansiedad por probar que no se está
fallando en la producción de una sexualidad siem-
pre activa y en el cumplimiento de los otros manda-
tos -desarrollados en el capítulo anterior-, lo único
que resta por hacer es ejercer violencia sobre otra
persona, llevarla a una situación de fragilidad que
tiene como único objetivo demostrar que uno no es
frágil.

Es importante tomar nota de este proceso, ya que


es uno de los modos en los que se aprende la violen-
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(siempre)
es el otro
Como hemos visto, en algunos casos
se habla de la cofradía como el modo
en que los varones hacen la guerra a
las mujeres. Jules Falquet (2017) habla
de una “guerra de baja intensidad” y en
otros casos se habla de un despliegue
constante de las potencias guerreras
y sexuales para demostrar que se es
varón.

Es importante pensar estas cuestiones


en términos colectivos y no individua-
les, entender que las formas de violen-
cia de género se inscriben en estructu-
ras de poder y desigualdad mayores y
que no son producto de cierto tipo de
individualidades con características que
debemos simplemente rechazar y aislar.

En su libro Masculinidades y feminis-


mo, Jokin Azpiazu Carballo (2017) dice
que debemos pensar a la violencia de
género como parte del continuum del
sistema de género que es, en sí mismo,
violento. Por lo tanto, no alcanza simple-
mente con repudiar formas de violencia
o repudiar a los violentos, sino que hay
que cortar con las formas en que se re-
produce la masculinidad normativa y su
vínculo con la violencia. En ese mismo
libro, el autor, pone un ejemplo que es
muy esclarecedor:

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Con mayor frecuencia, en espacios donde se traba- en la transformación de esas jerarquías de género y
jan estos temas con adolescentes y jóvenes, puede sexualidad. Fundamentalmente, en cortar con la po-
notarse que aparece la separación entre lo colectivo sibilidad de seguir reproduciendo las distintas formas
y lo individual. Producto del avance de las discusio- de violencia de género.
nes sobre feminismos y la demanda de las mujeres
hacia los varones para que repiensen sus posiciones El simple rechazo a formas de violencia más explícita,
de privilegio en diferentes ámbitos, las escuelas y los en muchas ocasiones, queda solo ahí y anula la posi-
escenarios por donde transitan, habitan y viven las/os bilidad de desarmar las violencias más naturalizadas

adolescentes comienzan a ser lugares de coexistencia y aprendidas en el recorrido de volverse “varón” en


conflictiva y, en muchos casos, de resistencias conser- nuestra sociedad. Por lo general, lo que termina su-
vadoras. Es por ello que, lejos de escaparle al tema, cediendo es que se rechaza el carácter estructural de
hay que ponerlo en el centro del debate y la reflexión. esos modos de violencia con un simple “yo no lo hago”
(y con eso se invisibiliza la existencia estructural de
Estamos de acuerdo en que todos los varones no son las violencias machistas y patriarcales). Es muy común
los culpables de todas las acciones que se realizan encontrar un rechazo casi generalizado a formas de
contra las mujeres y otras identidades feminizadas, violencia extremas, como las violaciones, pero muy
ni que lo varones jóvenes y adolescentes tienen que pocas veces eso lleva a una reflexión sobre la cantidad
cargar con la historia del machismo y el patriarcado de prácticas que los varones hacen sin consentimien-
en sus espaldas. Sin embargo, es fundamental que se to para conseguir un beso, una cita o tener sexo. Es
piense la responsabilidad que tienen, en tanto colecti- decir, sigue apareciendo la violencia como algo ajeno
vo de varones que ocupan una posición de privilegio, a sus vidas, algo que hacen unos pocos, “monstruos”
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o “locos”, y esa separación, lejos de colaborar
con la búsquedas de nuevas formas de vincu-
larnos y construirnos, nos deja con -en térmi-
nos de Azpiazu Carballo- el alien adentro, y
bastante intacto. Por ello, cuando alguien cer-
cano, un compañero, amigo, alumno o hijo es
acusado, denunciado o escrachado por una
práctica violenta, las primeras reacciones son
de sorpresa e incredulidad. Construimos un es-
tereotipo del agresor que siempre es un otro ra-
dicalmente diferente a uno. Ese mecanismo de
desidentificación, respecto a los violentos y sus
violencias, obstaculiza la reflexión (auto)crítica
sobre la medida de las propias violencias a regis-
trar, reparar y cambiar. Este es uno de los gran-
des desafíos en el abordaje de las violencias con
varones: que no pongan fácilmente y de manera
resistente la violencia afuera, para reafirmarse
en la vereda de los buenos, sino que revisen en
qué medida han cuestionado los privilegios mas-
culinos y las violencias que el sistema pone a su
disposición para reproducirlos.

,
incertidumbre
y resistencias
Es frecuente en el contexto de boliches o fiestas que Este desfasaje entre ellas y ellos genera un choque de
los varones insistan y se pongan agresivos si una chica imaginarios que produce un malestar muy presente en
les dice que no. Existe una naturalización de la insis- esta época y que es relatado en muchas de las denun-
tencia, que hace que los varones jóvenes no la com- cias que las jóvenes hacen públicas en las redes.
prendan como acoso. Muchas mujeres adolescentes
han avanzado en esa conciencia, sintetizada en la Ante la aparición de escraches y denuncias en las es-
consigna “No es No”: si dicen que no es porque que, cuelas, la primera reacción de los varones suele ser
efectivamente, no quieren. Al mismo tiempo y en sen- el miedo o el enojo enunciado como “ahora ya no se
tido contrario, los varones continúan siendo subjetiva- puede hacer nada”. Pero es importante que pueda
dos para pensar que cuando las mujeres dicen que no, trascenderse esa reacción, ya que sus consecuencias
quieren decir que sí, o que terminarán diciéndolo si se pueden resultar aún más conservadoras. Resulta fun-
insiste, que al “sí” hay que trabajarlo y conquistarlo. damental que se invite a repensar qué de lo que hago
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(o hacía) vulnera a otras personas. Eleonor Faur (2019),
en una nota sobre los escraches y las políticas femi-
nistas en los colegios dependientes de la Universidad El sostenimiento que se hace de prácticas de violencia
de Buenos Aires, recoge el testimonio de un varón por el simple hecho de pertenecer y seguir siendo re-
de una de esas escuelas que dice “los escraches son conocido como varón en los grupos de pares.
como espejos para nosotros”. Poner en juego esa idea
del espejo, de modo que se repiensen las reacciones
primarias (enojo, miedo), se vuelve importante para La necesidad de reconocer que la violencia forma
crear nuevas dinámicas vinculares que no impliquen parte constitutiva de las formas de hacerse varón. La
el ejercicio de prácticas de violencias y exclusión, que violencia no es algo ajeno que pertenece a personas
se constituyan los espacios para la escucha de lo que raras, aisladas, etc.
surge de las experiencias y reflexiones de aquellas
personas que se han sentido violentadas, humilladas
o no tenidas en cuenta en las relaciones afectivas,
sexuales, amorosas cotidianas. Es importante que, al Por último, y plenamente relacionado con el punto an-
momento de trabajar sobre las formas de violencia terior, trabajar la violencia como algo estructural de
que se ejercen en la ejecución de la masculinidad, se las relaciones de desigualdad de género y sexualida-
tengan en cuenta los siguientes lineamientos mencio- des y, en este sentido, buscar salidas y aperturas co-
nados anteriormente: lectivas a otras formas de vínculos.

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