Los Imperios Medievales
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QUITO-ECUADOR
Esta gran actividad bélica contribuyó a la decadencia imperial. En el año 476 caería el último
emperador romano, Rómulo Augústulo, en manos de Odoacro, jefe mercenario germano, rey de los
Hérulos; quien posteriormente será derrotado por el rey de los Visigodos, Teodorico.
Los estados germánicos creados consolidados en el occidente fusionaron las distintas estirpes y
culturas que los constituían, asimilando la impronta romana. Los diferentes caracteres particulares
de las culturas germánicas se habían ido esfumando a través de los contactos y las influencias
recíprocas con el legado latino.
A partir del siglo VIII las monarquías germánicas ya habían desarrollado estados territoriales
relativamente consolidados, la aristocracia terrateniente, laica o eclesiástica, se repartía tierras y
poderes, mientras los reyes, jefes de Estado con capacidad para mandar sobre todos los territorios
bajo su dominio, no se distinguían del resto de a nobleza sino por el hecho de poseer las mayores
extensiones de terreno. Una de estas monarquías fue la del Reino Franco.
Francos: Pueblo germano que hizo importantes aportes militares a Roma, contra los hunos y
otros pueblos bárbaros. Un destacado jefe franco, Clodoveo, se convertiría al cristianismo y con
él atraería a 3.000 de sus guerreros, quedando así como el único jefe germano católico.
Con Clodoveo como rey se inaugura la Dinastía Merovingia, la que se desarrollaría entre
los siglos V al VIII y destacaría por descansar sus funciones en un importante funcionario llamado
Mayordomo de Palacio. Cuando los musulmanes irrumpen en Francia, Carlos Martel, uno de estos
mayordomos, los detiene en Poitiers (732) y extiende el dominio franco al sur de Alemania y al
suroeste de Francia. Será su hijo Pipino el Breve, que tras destronar al último merovingio,
Childerico, se proclamó rey de los francos, Pipino continuó la expansión franca hacia el norte de
Italia al someter a los Lombardos, hizo alianzas con el papado y a través de la “Donación de
Pipino” le entregó al Papa Esteban II, los “Estados Pontificios”. Se iniciará de este modo, una
nueva dinastía, la carolingia, llamada así porque su principal representante fue Carlomagno, hijo y
sucesor de Pipino.
virtud de que se requerían decisiones oportunas para la defensa de las fronteras imperiales. Además
creó la institución de los Missi Dominici, funcionarios fiscalizadores que inspeccionaban
anualmente condados y marcas, para regular cualquier irregularidad en esos territorios y
administrar justicia, debiendo también informar verazmente al rey de la realidad política,
económica y social que se vivía en sus dominios. Los Missi Dominici muchas veces fueron
obispos o abades, es decir, figuras ligadas a la Iglesia.
Culturalmente, este período se denomina Renacimiento Carolingio, debido a que en Aquisgrán se
reunieron los más destacados eruditos de la época, especialmente en la Escuela Palatina de
Aquisgrán. Este Renacimiento aseguró la continuidad del desarrollo cultural de Occidente, la
fusión de lo clásico y el cristianismo. Una consecuencia trascendente de la obra de Carlomagno fue
la recuperación de la unidad europea, luego de la caída del Imperio romano. Pero esta obra no
perduró mucho tiempo. A la muerte de Carlomagno (814), la referida unidad se vio afectada por la
aparición de los vikingos y berberiscos en el escenario europeo y por la decadencia administrativa
del imperio carolingio. Luis el Piadoso (814 – 840), hijo de Carlomagno y carente de carácter,
debió enfrentar las guerras desatadas por sus propios hijos, Carlos, Luis y Lotario. Ninguno de los
hermanos resultó vencedor y la unidad del Imperio fue sólo una ilusión. El año 843 firmaron el
Tratado de Verdún, en que formalmente se dividió el Imperio en tres partes.
La parte occidental, base de la Francia actual, quedó para Carlos el Calvo; el sector oriental, parte
de la Alemania moderna, quedó para Luis el Germánico; para Lotario fue el título de emperador,
las posesiones en Italia y un estrecho cinturón, la Lotaringia, que iba desde el Mar del Norte hasta
Italia y corría entre el Río Rhin y los Alpes. Pero las luchas no terminaron; con este acto el Imperio
firmaba su acta de desaparición. “Europa cae en una oscura noche: los hombres ya no tienen un
monarca poderoso que los defienda de los peligros, deben recurrir a los señores, dueño de
feudos: el feudalismo como sistema político, se comienza a vislumbrar”.
existía peligro que quisiesen hacer de sus ducados, un beneficio hereditario. A fin de asegurar aún
más la lealtad de los prelados, Otón los invistió con los signos de su dignidad.
Obispos y abades continuaron, sin embargo, siendo elegidos por el clero y el pueblo o por las
comunidades monásticas. Así, los poderes temporal y espiritual quedaron estrechamente ligados.
El clero por sus funciones políticas estaba subordinado al rey del mismo modo que lo estaba el
Papa. La organización de la Iglesia servía al Rey y éste la apoyaba en su obra evangelizadora. Una
vez estructurado el gobierno interior del reino, Otón pasó a conquistar los pueblos vecinos. Venció
a los húngaros, restableciendo la marca de Austria en el Danubio (955); derrotó a los checos
incorporándolos al ducado tributario de Bohemia (950). El año 951 se hizo coronar rey de los
Lombardos, en el norte de Italia. El año 962 fue coronado emperador en la catedral de San Pedro.
El emperador confirmó al Papa las donaciones territoriales de Carlomagno, imponiendo la
condición que cada Papa electo, antes de su consagración como tal le jurase fidelidad. Luego el
emperador lo investiría. Así el Papa en la práctica quedó como el primer obispo del Imperio.
Restaurado el Imperio de Occidente (que luego sería llamado Sacro Imperio Romano Germánico),
nuevamente el emperador y el Papa fueron los dos supremos poderes dentro de la cristiandad. El
imperio pasó a ser la organización política de la Iglesia. Los sucesores de Otón continuaron la obra
iniciada por éste y robustecieron el poder central frente al de los señores feudales. Hacia el año
1039 asume Enrique III, quien intervino activamente en el nombramiento e investidura de Obispos
y abades. Pensaba que el clero debía estar integrado por sacerdotes intachables y de gran rigor
moral. Por ello condenó la simonía, el negocio de las cosas sagradas, que incluía la compra de los
cargos eclesiásticos. Intervino en el nombramiento de dos Papas. Sin embargo, en el año 1059, el
nuevo Papa, Nicolás II entregó la elección papal al Colegio de Cardenales. A raíz de esto último, el
Emperador no pudo continuar interviniendo en el nombramiento de los Papas.
En 1073, el Papa Gregorio VII impuso que sólo él podía deponer a los obispos y que sus
declaraciones no podían ser puestas en duda. Para cumplir su deber, la Iglesia no podía estar
subordinada al poder temporal, sino que por el contrario, la Iglesia tenía supremacía y el mismo
Papa podía deponer a los Emperadores. Gregorio VII prohibió, bajo pena de excomunión, el
nicolaísmo, la simonía y le investidura laica.
Lo último significaba la liberación de la Iglesia del Imperio. Enrique IV (1056 – 1106) protestó,
pues la medida ponía en peligro la estructura del régimen imperial. Como Gregorio VII amenazara
con excomulgarlo, Enrique IV lo destituyó. Comenzó así la Querella de las Investiduras.
Gregorio VII respondió excomulgándolo y liberando a los súbditos del juramento de fidelidad. Los
príncipes alemanes apoyaron al Papa y acordaron elegir un nuevo emperador si Enrique IV no
obtenía la absolución en el término de un año; éste debió viajar, como penitente, al castillo de
Canossa, donde luego de tres días de espera a la intemperie invernal fue recibido por Gregorio VII
y absuelto, episodio conocido como la “Humillación de Canossa”. Alemania se vio envuelta en
otra lucha civil y Enrique IV volvió a disponer de los cargos eclesiásticos. Nuevamente
excomulgado invadió y se apoderó de Roma, el Papa huyó, falleciendo en Salerno, en 1085.
Se formaron dos partidos irreconciliables; los güelfos, que apoyaban al Papa y los gibelinos,
partidarios del Emperador.
La querella se prolongó hasta el reinado de Enrique V (1106 – 1125), quien firmó con Calixto II,
el Concordato de Wörms (1122), mediante el cual se acordó que los obispos serían elegidos por
los Canónigos y los abades por los monjes. El emperador les entregaría los símbolos del poder
temporal y el Papa los de la dignidad espiritual. De este modo obispos y abades quedaron
transformados en vasallos del emperador.
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Imperio Musulmán: Hacia el siglo VII, en la Península Arábiga, emerge una nueva
religión, que se convertirá en un Imperio, el Islam (sumisión a Alá). El mentor de esta
nueva doctrina fue Mahoma, quien después de formar una familia y dedicarse al comercio,
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como también mosaicos ricamente decorados. Los monumentos más importantes de la arquitectura
árabe son la mezquita o templo y al alcázar o palacio.
En síntesis, esta cultura mantuvo la homogeneidad lingüística y religiosa en un marco multiforme
y cosmopolita.
La decadencia de los musulmanes se inicia en el siglo XI, cuando los turcos ocupan Bagdad, lo que
implica que el califato subsistirá formalmente hasta el siglo siguiente, cuando sean atacados por los
mongoles. Mientras, Europa occidental comenzaba a levantar cabeza y empezaba a presionar a los
árabes, obligándoles a mantenerse en una postura defensiva. La dominación árabe había
transformado hasta tal punto la vida de una serie de pueblos a causa de las influencias políticas,
religiosas y culturales que dejará en ellos una importante impronta; aún hoy podemos detectar
fácilmente numerosas huellas de esta época histórica. Actualmente la religión islámica es
practicada por más de 900 millones de personas, habiéndose expandido por todo el mundo.