Duelo

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DUELO
¿Qué es un duelo?

El duelo es la respuesta normal de una persona frente a una pérdida. Es


frecuentemente asociado al fallecimiento de un ser querido, pero también puede
aparecer ante la pérdida de algo muy valioso como un proyecto, un trabajo, un
vínculo, entre otros. Es un estado natural durante el cual se producen una serie
de reacciones emocionales intensas vinculadas especialmente al dolor y tristeza,
cuya finalidad es lograr la elaboración de esa pérdida y posterior adaptación a
los cambios que esta ha producido en la vida.

Es una experiencia que cada persona transita a su manera y a su propio


ritmo, de modo que no existe una pauta inamovible acerca de cómo se debe
manifestar y afrontar el dolor. Es más, además de las diferencias entre personas,
hay variaciones individuales en las distintas pérdidas experimentadas por una
misma persona a lo largo de su vida.

El trabajo del duelo supone no sólo la pérdida de otra persona, cosa o


proyecto, sino también de un conjunto de esperanzas, sueños, fantasías y
expectativas depositadas en ello. Esto rara vez es reconocido y representa un
desafío, ya que implica una gran cantidad de pérdidas simbólicas.

¿Cuáles son las reacciones más comunes?

Es muy probable que la persona sienta tristeza y abatimiento, ya que esto


constituye la aflicción más común ante la pérdida. La soledad, la sensación de
irrealidad, el desapego emocional, son igualmente comunes a la mayoría de las
personas. Incluso irritabilidad, miedo, confusión, todo eso es normal y
considerado esperable ante una situación compleja que implica una
reorganización psíquica. La persona también puede experimentar sentimientos
de culpa y hacerse autorreproches, que suelen aparecer ante la creencia de que
podría haberse evitado la pérdida, que podría haberse intentado algo más o
hacer las cosas de forma diferente. Pueden perder el interés por el mundo
exterior, sobre todo para evitar aquello que recuerda a la pérdida (lugares,
personas, cosas o situaciones). Puede sobrevenir el desinterés por el trabajo,

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estudio y por encontrar nuevas relaciones, así como la apatía y la falta de
esperanza y de ilusión ante el futuro.

También es común experimentar síntomas físicos, generalmente


asociados a estados de ansiedad, como taquicardia, náuseas, cansancio o
intensos dolores de cabeza. El estado de ánimo bajo, los llantos frecuentes y
espontáneos, percibidos como incontrolables, la pérdida de interés y la
incapacidad de experimentar emociones positivas, puede alarmar a la persona
o a quienes la rodean, generando gran preocupación. Sin embargo, cabe
destacar que todas estas sensaciones son maneras naturales de manifestar el
dolor y forman parte de un proceso de duelo normal y no conforman en sí mismas
una enfermedad. Se trata de respuestas emocionales que llevarán a la persona
hacia la aceptación y adaptación a una nueva forma de vivir, de relacionarse, de
estar en el mundo sin el objeto o persona perdida. Estar transitoriamente triste
(una situación emocional normal) no significa necesariamente tener una
depresión (un cuadro clínico).

Además, hay que tener en cuenta que las primeras reacciones no marcan
necesariamente la evolución que tendrá el duelo. Algunas personas, en las
primeras semanas, tienen una respuesta emocional ligera y, sin embargo, luego
experimentan una intensificación y cronificación del duelo. Otras, en cambio, se
expresan con un sufrimiento inicial muy intenso, para luego ir superando el duelo
más fácilmente.

¿Cuáles son las fases que componen el proceso?

Se habla de fases para describir la variabilidad de los estados


emocionales, las formas de pensar y los estilos de comportamiento que pueden
desarrollarse durante el proceso de duelo, pero cabe aclarar que puede que
muchas personas no transiten por todas las etapas descriptas y mucho menos
con un orden predeterminado. Estas fases pueden sufrir cambios importantes
dependiendo de si la pérdida ha sido esperada o inesperada y,

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fundamentalmente, de los recursos disponibles con los que cuenta la persona
para afrontar y elaborar la situación.

Fase de negación/incredulidad: las semanas que siguen


inmediatamente a una pérdida conforman un período de entumecimiento y
confusión. Suelen prevalecer los sentimientos de choque, incredulidad, protesta
y negación, manifestados en pensamientos del tipo “parece mentira lo que ha
pasado” o “no lo puedo creer”. Implica transitar un primer tiempo de falta de
reacción emocional, donde el entorno social y las actividades inherentes a la
pérdida (por ejemplo, rituales de velorio o misas ante el fallecimiento de un ser
querido) son de gran ayuda, ya que dan la oportunidad de empezar a
comprender lo que ha sucedido. Durante esta primera fase del duelo, la persona
puede experimentar cambios bruscos en su vida cotidiana, se produce una
ruptura hábitos donde parece que nada es normal. Contrario a lo que se suele
pensar, el tiempo de la negación es terapéutico, su función es amortiguar al
individuo el impacto de la pérdida para asimilar progresivamente su realidad. Las

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personas suelen autoaislarse emocional y psicológicamente para ir dando
progresivamente respuestas más eficaces durante el proceso de duelo.

Fase de confrontación: durante esta fase el duelo es experimentado


más intensamente; la persona reconoce que ha tenido una pérdida, aunque la
negación y la incredulidad todavía pueden permanecer o reaparecer. En esta
etapa aparecen síntomas de ansiedad o nerviosismo por la separación de la
persona querida, por lo irreversible de la situación y también por la incertidumbre
de cómo seguir con la vida y su desorganización. La tristeza intensa, los
recuerdos y el llanto se tornan más presentes. También los síntomas físicos,
como problemas para dormir o dificultades para comer, falta o aumento de
apetito. Es el momento de utilizar la experiencia y habilidades para empezar a
enfrentarse a la situación de pérdida, permitirse extrañar, recordar y estar triste,
romper el aislamiento y dejarse acompañar por personas cercanas, hablar de la
pérdida, expresar emociones y también empezar a hablar de otras cosas. Son
momentos muy dolorosos pero necesarios para adaptarse poco a poco a la
nueva situación vital. Lo que suele verse como un problema, el dolor y la
aflicción, forma parte de la solución, la aceptación.

Fase de reorganización: esta fase constituye una declinación gradual del


duelo y marca el inicio del reencuentro emocional y social con el mundo. La
persona aprende a vivir con la pérdida: logra reinvertir progresivamente su
energía emocional en nuevas personas, proyectos, cosas e ideas. En definitiva,
el individuo se siente en condiciones de continuar con su vida y cumplir los
objetivos del día a día, dando cada vez mayor importancia al momento presente
e intentando planificar su futuro, focalizando su atención en aquellas cosas que
puede controlar. En este punto resulta importante la capacidad individual de
reorientar el dolor para seguir buscando el desarrollo personal e ir generando
ilusiones en todos los ámbitos importantes: social, familiar, laboral y/o educativo.
En esta etapa la persona alcanza una estabilidad emocional que le permite
reorganizar su vida, lo cual no significa necesariamente que deje de recordar o
estar triste por la pérdida. Se trata de permitirse recordar y extrañar sin que eso
implique un sufrimiento devastador.

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¿Cuánto tiempo dura el duelo?

Muchos autores coinciden en que resulta esperable que los síntomas o


emociones negativas remitan paulatinamente en un plazo de seis meses a un
año. En el caso de un fallecimiento o ruptura de un vínculo, esto no quiere decir
que la persona deja de extrañar o sentir dolor, pero va a ser mucho más fácil que
su mente se sienta un poco más aliviada después de un año, habiendo transitado
todas las fechas importantes que este conlleva, como navidad, año nuevo,
aniversarios, cumpleaños, entre otras. Ese tiempo permite experimentar cómo
es echar de menos a esa persona, y a su vez, brinda la posibilidad de construir
nuevos recuerdos.

Se debe tener presente que, si bien esto puede servir para tener un
parámetro, el tiempo emocional no tiene nada que ver con el tiempo cronológico,
de modo a muchas personas les toma más o menos tiempo transitar el proceso
de duelo. Eso dependerá muchas veces de los recursos psicológicos previos con
los que cuenta cada uno, su estilo de afrontamiento, el apoyo social de personas
que la rodean y por supuesto, el vínculo con la persona y la forma en la cual se
produjo la pérdida.

¿Cuándo es necesario iniciar un tratamiento?

Hay personas que han sufrido una pérdida y que, sin embargo, no
necesitan una ayuda psicológica o farmacológica. El equilibrio psicológico previo,
el transcurso del tiempo, la atención puesta en las responsabilidades personales
y el apoyo familiar y social contribuyen muchas veces a facilitar el proceso de
elaboración de la pérdida. De este modo, estas personas, aun con sus altibajos
emocionales y con sus recuerdos dolorosos, son capaces de trabajar, de
relacionarse con otras personas, de disfrutar de la vida diaria y de implicarse en
nuevos proyectos.

Por el contrario, otras personas se encuentran atrapadas por la pérdida


sufrida, no recuperan sus ritmo de sueño y el apetito, viven atormentadas con un
sufrimiento constante, tienen dificultades para controlar sus emociones y sus
pensamientos, se aíslan socialmente y se muestran incapaces de hacer frente a

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las exigencias de la vida cotidiana (como por ejemplo estudiar, trabajar, cuidar
de su familia) o adoptan conductas contraproducentes (beber en exceso, comer
más o menos de la cuenta, automedicarse, etc.). Esta situación puede incluso
prolongarse durante mucho más tiempo del esperado, de modo que contribuye
a la potenciar de los síntomas y malestar. Son estas personas las que, al sentirse
desbordadas por el dolor, requieren una ayuda psicológica y, en algunos casos,
también farmacológica.

¿Cómo ayuda la terapia?

El trabajo del psicólogo en esta clase de problemáticas es guiar a la


persona en la elaboración de ese duelo, otorgar un espacio para que pueda
exteriorizar sus sentimientos y lograr una aceptación y mejor adaptación a la
nueva situación, trabajando para lograr el esclarecimiento de las emociones
propias de este proceso cuyo fin es recordar lo perdido sin dolor.

El objetivo de la terapia de duelo es ayudar al paciente a resolver los


conflictos inherentes a la separación y facilitarle la superación de las etapas
necesarias para elaborar la pérdida. En los duelos no resueltos estas etapas no
han sido adecuadamente superadas y el papel del terapeuta es proporcionar al
paciente la orientación y el apoyo necesarios para que lo logre.

Algunas de las tareas propuestas tienen que ver con: aceptar la realidad
de la pérdida, experimentar el dolor de la aflicción, adaptarse a un medio
socialmente modificado por la ausencia de un ser querido y a nuevos objetivos
o roles, y distanciarse de la relación emocional con el ausente, para poder
emplear esta energía en otras relaciones afectivas. Se trata de ayudar a la
persona a conducir su proceso de duelo, a tratar de manejarlo de la mejor
manera posible, comprender los sentimientos, aprender a vivir con la pérdida y
el cambio, ajustar los sucesos de una muerte o cambio y sus consecuencias en
la vida.

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Tareas y puntos clave para transitar el proceso de duelo

 Aceptar la realidad de la pérdida.


 Experimentar el dolor que supone la pérdida.
 Ajustarse a la nueva vida y cambios producidos por la pérdida.
 Reinventarse una nueva realidad.

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